Dafne y Apolo

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54 Hesíodo - Ovidio - Eurípides - Yirgilio y otros

Al tiempo, murió el joven que a tantas mujeres había hecho


sufrir.
Su madre, quien ahora comprendía cuánta verdad encerra-
ban las oscuras palabras del oráculo, y sus hermanas las Ninfas
fueron a buscar su cuerpo, pero no pudieron hallarlo. En cam-
bio, en el lugar donde había yacido el joven junto a la fuente,
había brocado una bella y delicada flor amarilla, a la que llama-
ron narciso.

DAFNE y APOLO

Los dioses de la antigua Grecia eran muy orgullosos y gus-


taban de los desafíos. Cierta vez, estaba Apolo disparando sus
divinas flechas contra una gran serpiente venenosa. Aunque va-
rios de sus tiros erraron el blanco, pues el ofidio se movía veloz-
mente, finalmente le dio muerte. Cuando se acercó a su presa,
descubrió entre el follaje un resplandor dorado: era Eros, el dios
del amor. Eros, hijo de Afrodita, es un niño con alas de oro que
atraviesa con sus flechas el corazón de los hombres y de los dio-
ses para inspirarles el amor. Al ver las flechas de Apolo, se había
acercado curioso y, habiendo tomado una, jugaba con ella simu-
lando dispararla con su pequeño arco. Molesto, el dios Apolo lo
increpó:
-¡Deja esa flecha, Eros! Es un arma demasiado poderosa para
que la utilice un niño. Con ella, he dado muerte a esta temible
serpiente. No pretendas robarme la gloria de esta victoria, por-
que es mucho más de lo que puedes hacer con tus dardos.
- No te jactes, hijo de Zeus. Pues si tus flechas pueden atra-
vesar a los animales, las mías se clavan por igual en el corazón
Este mito, al igual que los que integran esta sección, figura en las Me- de los hombres y en el de los inmortales dioses. Si quisiera, yo
tamorfosis de Ovidio. podría hacerte sufrir ...
56 Hesíodo - Ovídio - Eurípides - Virgilío y otros Los nmorcs de los dioses 57

Las carcajadas de Apolo lo interrumpieron. -¡Ay, padre mío, prométeme que me ayudarás a cumplir el
-Difícil será comprobar ese poder, pequeño Eros -lo desafió destino que he elegido!
y se alejó riéndose. Peneo accedía condescendiente, pues pensaba que la joven
Molesto por la burla, el niño juró vengarse. Ya pagaría Apolo ninfa cambiaría de opinión con el tiempo.
muy caras sus risotadas. Conociendo las preferencias de D afne, Eros censó en el arco la
Entre los muchos dardos que tenía Eros, había dos que se flecha de plomiza punta roma. Sabía que no fallaría el tiro, como
oponían radicalmente. Uno tenía una aguda punta de oro que en efecto sucedió. Hizo blanco en el cenero de su corazón e, ins-
despertaba la pasión en quien lo recibiera; el otro, en cambio, tantáneamente, la ninfa sintió que surgían en ella más poderosas
tenía una punta roma de plomo y provocaba un profundo recha- ]as ansias de soledad, y aborreció el amor con todas sus fuerzas.
zo hacia el amor. Disparar el primer dardo era sencillo, pero el Eros sonrió, pero enseguida preparó de nuevo su arco, por-
segundo, por su punta roma y por su peso, requería muy buena que sintió los pasos de Apolo, que se acercaba. La flecha dorada y
pun tería. aguda se clavó en el pecho del desprevenido d ios. En ese mismo
"¿A quién elegiré para no errar el disparo?", se preguntaba el instante, sus ojos descubrieron a Dafne. Se sintió deslumbrado
dios de alas doradas. De pronto, sonrió: en un claro del bosque por su belleza; su corazón palpitaba alocadamente, y enrojecie-
vio a Dafne, la hija de Peneo, el dios del río, a la que conocía ron sus mejillas. Toda su sangre se inflamó de pasión por ella, y
muy bien. H abía encontrado lo que buscaba. se le acercó presuroso para declararle su amor.
D afne era una bellísima ninfa que adoraba a Artemisa, dio- -Dafne, tu hermosu ra ... - murmuró Apolo.
sa protectora de la caza. Como ella, Dafne pretendía llevar una No hizo falca que completara su pensamiento, porque sólo
existencia solitaria, en contacto con la naturaleza. con verlo la ninfa comprendió lo que había en su corazón, pues
-Hija querida, ya tienes edad para contraer matrimonio - le lo gritaban sus ojos. Y huyó despavorida.
reprochaba a menudo su padre- , y sin embargo rechazas a rodas Apolo se sintió desconcertado, pero reaccionó de inmediato
los jóvenes que se te acercan. ¿Cómo podré yo tener un nieto si y la sigtúó. .
no accedes a las pretensiones de alguno de ellos? -Bella ninfa - imploraba el dios- , detente. No soy tu enemi-
D afne siempre le respondía de igual modo: go. Quiero acercarme a ti para ofrecerte mi corazón.
- Si Zeus, padre de Artemisa, le permitió permanecer soltera, Dafne tropezaba, caía y se levantaba velozmente para con-
entonces puedes hacer lo mismo conmigo, porque no tengo in- tinuar su huida. El ardiente enamorado veía con desesperación
tenciones de tener marido alguno. cómo los brazos y los pies de su amada sangraban, lastimados
El padre, quien la amaba mucho, sonreía, pero le replicaba: por ramas y raíces.
-Eres una muchacha extremadamente bella. Tanta es tu her- -¡Por favor, detente! ¡Por favor! - imploraba-. Tal vez me evi-
mosura que te será muy difícil cumplir con tus deseos, porque tas porque no me has reconocido. Soy Apolo, hijo de Zeus. El
siempre habrá alguien que se sienta atraído hacia ti. famoso oráculo de Delfos me pertenece, pues soy el dios de las
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no me apartaré de ella. Desde hoy, las hojas del laurel adornarán


profecías. Domino las arces, como la mi'.1sica y la poesía y, por
mi cabellera. Del mismo modo, lucirán en la cabeza de los poe-
eso, soy el protector de los artistas. He enseñado a los hombres
tas y los músicos consagrados, y en la de los generales triunfan-
el arte de la medicina ...
tes, como símbolo de la gloria imperecedera.
Pero su poder y sus grandezas no impresionaban a Dafne, ya
que no se detenía. Su cabello despeinado por el viento de la ca-
rrera acrecentaba su hermosura.
Sin embargo, Dafne ya se sentía desfallecer; percibía que ha-
bía llegado al límite de sus fuerzas. Estaba desesperada y las lágri-
mas cubrían sus ojos puros. Pronto se detuvo, porque no podía
dar ni un paso más. Creyó estar perdida, pero en ese momento
un recuerdo alivió su corazón apesadumbrado. ¡La promesa!
-¡Ayúdame, padre! Te lo suplico - gimió la joven-. Ahora re-
conozco cuánta razón tenías. Utiliza tu poder para cambiar la
figura de esta desdichada hija tuya, pues es la que despierta el
amor de mi perseguidor. Mi belleza me condena .. . ¡Hazla desa-
parecer, y seré libre!
No necesitó decir nada más. Sus pies heridos por la carrera
se aferraron firmemente al suelo y, de ellos, brotaron raíces que
se hundieron en la tierra. Su cuerpo comenzó a cubrirse de una
fina corteza, mientras que sus brazos se convertían en ramas. Los
cabellos largos y desordenados se transformaron en hojas ante
los ojos atónitos de Apolo, quien observaba con desesperación la
metamorfosis que estaba sufriendo su amada.
Lloró desconsolado el dios, abrazando el nuevo árbol al que
bautizó con el nombre de la joven ninfa, Dafne, que en griego,
desde entonces, menciona al laurel. El bosque escuchó silencioso
la queja del sufriente hijo de Zeus:
- ¡Ay de mí! ¡Qué mal hice en burlarme de Eros! Ahora co-
nozco el enorme poder del amor. Es tan grande que, aunque sea
el dios de la Medicina, no existe remedio capaz de curar el dolor
que atraviesa mi corazón. Ya no podré conquistar a Dafoe, pero

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