Relatos Policiales
Relatos Policiales
Relatos Policiales
Criterios de Evaluación: Pertinencia en el desarrollo de las consignas. Responder en oración. Controlar la coherencia
y la ortografía en la construcción del pensamiento. El desarrollo de las consignas debe ser amplio y fundamentado.
¡NO OLVIDAR completar sus datos!
Relato Policial
Concepto. Orígenes. Relato policial de enigma. Elementos.
Los relatos policiales son textos narrativos que se caracterizan por la presencia del delito o la
temática delictiva. Dentro de este tipo de relatos hay muchas variantes, pero en general todos estos textos
plantean la búsqueda de la verdad o el desenmascaramiento de algo que se oculta.
Los primeros textos de este género aparecieron en el siglo XIX. El gran desarrollo de la ciencia y la
tecnología hacía pensar que la inteligencia humana era capaz de revelar la verdad y resolver cualquier tipo
de misterio. Algunos de los primeros autores reconocidos del género son Edgar Allan Poe en los Estados
Unidos o Arthur Conan Doyle en Inglaterra.
Hacia la década de 1930, el policial encuentra una nueva vertiente en los Estados Unidos con los
relatos duros o de la serie negra. Desaparece el enigma y el juego lógico para dar lugar a la acción y a una
narración más realista. El detective se involucra en las acciones y muestra la violencia de la sociedad que
lo rodea.
Ingredientes necesarios
Hecho: es el enigma, un asesinato o un robo misterioso. El enigma no puede resolverse de cualquier
manera, sino lógicamente, teniendo en cuenta los hechos del relato.
Personajes: la víctima, los sospechosos (son los que tienen un motivo para cometer el crimen); estos
van presentando coartadas para desvincularse del hecho.
El culpable (que no deja casi huellas) y el investigador, perspicaz y con gran capacidad deductiva para
captar e interpretar los menores indicios: una pisada, un hilo, son suficientes para descifrar el misterio.
Interroga a los sospechosos y a los testigos. La perspicacia del investigador radica en descubrir qué
sospechosos presenta una coartada falsa. A veces tiene un ayudante que siempre es menos inteligente,
pues con los mismos datos que el sabueso no puede arribar a las mismas conclusiones. A través de él los
lectores se enteran de las elucubraciones y conclusiones a las que llega el detective.
Escenario: es el lugar de donde el detective obtiene datos sumamente importantes (e invisibles para los
demás).
Los relatos policiales atrapan a los lectores porque los desafían a participar de la investigación al ir brin
dándoles las claves para desentrañar el enigma y anticipar el desenlace. Su propósito fundamental es
asombrarlo intelectualmente mediante el impecable y riguroso desciframiento del misterio.
L a coartada de los tres hermanos de la suicida fue verificada. Ellos no habían mentido. El mayor, Juan, permaneció
desde las cinco de la tarde hasta las doce de la noche (la señora Stevens se suicidó entre las siete y las diez de la
noche) detenido en una comisaría por su participación imprudente en una accidente de tránsito. El segundo
hermano, Esteban, se encontraba en el pueblo de Lister desde las seis de la tarde de aquel día hasta las nueve del siguiente,
y, en cuanto al tercero, el doctor Pablo, no se había apartado ni un momento del laboratorio de análisis de leche de la Erpa
Cía., donde estaba adjunto a la sección de dosificación de mantecas en las cremas.
Lo más curioso del caso es que aquel día los tres hermanos almorzaron con la suicida para festejar su cumpleaños, y ella, a
su vez, en ningún momento dejó de traslucir su intención funesta. Comieron todos alegremente; luego, a las dos de la tarde,
los hombres se retiraron.
Sus declaraciones coincidían en un todo con las de la antigua doméstica que servía hacía muchos años a la señora Stevens.
Esta mujer, que dormía afuera del departamento, a las siete de la tarde se retiró a su casa. La última orden que recibió de la
señora Stevens fue que le enviara por el portero un diario de la tarde. La criada se marchó; a las siete y diez el portero le
entregó a la señora Stevens el diario pedido y el proceso de acción que ésta siguió antes de matarse se presume
lógicamente así: la propietaria revisó las adiciones en las libretas donde llevaba anotadas las entradas y salidas de su
contabilidad doméstica, porque las libretas se encontraban sobre la mesa del comedor con algunos gastos del día
subrayados; luego se sirvió un vaso de agua con whisky, y en esta mezcla arrojó aproximadamente medio gramo de cianuro
de potasio. A continuación se puso a leer el diario, bebió el veneno, y al sentirse morir trató de ponerse de pie y cayó sobre
la alfombra. El periódico fue hallado entre sus dedos tremendamente contraídos.
Tal era la primera hipótesis que se desprendía del conjunto de cosas ordenadas pacíficamente en el interior del
departamento pero, como se puede apreciar, este proceso de suicidio está cargado de absurdos psicológicos. Ninguno de los
funcionarios que intervinimos en la investigación podíamos aceptar congruentemente que la señora Stevens se hubiese
suicidado. Sin embargo, únicamente la Stevens podía haber echado el cianuro en el vaso. El whisky no contenía veneno. El
agua que se agregó al whisky también era pura. Podía presumirse que el veneno había sido depositado en el fondo o las
paredes de la copa, pero el vaso utilizado por la suicida había sido retirado de un anaquel donde se hallaba una docena de
vasos del mismo estilo; de manera que el presunto asesino no podía saber si la Stevens iba a utilizar éste o aquél. La oficina
policial de química nos informó que ninguno de los vasos contenía veneno adherido a sus paredes.
El asunto no era fácil. Las primeras pruebas, pruebas mecánicas como las llamaba yo, nos inclinaban a aceptar que la viuda
se había quitado la vida por su propia mano, pero la evidencia de que ella estaba distraída leyendo un periódico cuando la
sorprendió la muerte transformaba en disparatada la prueba mecánica del suicidio.
Tal era la situación técnica del caso cuando yo fui designado por mis superiores para continuar ocupándome de él. En
cuanto a los informes de nuestro gabinete de análisis, no cabían dudas. Únicamente en el vaso, donde la señora Stevens
había bebido, se encontraba veneno. El agua y el whisky de las botellas eran completamente in ofensivos. Por otra parte, la
declaración del portero era terminante; nadie había visitado a la señora Stevens después que él le alcanzó el periódico; de
manera que si yo, después de algunas investigaciones superficiales, hubiera cerrado el sumario informando de un suicidio
comprobado, mis superiores no hubiesen podido objetar palabra. Sin embargo, para mí cerrar el sumario significaba
confesarme fracasado. La señora Stevens había sido asesinada, y había un indicio que lo comprobaba: ¿dónde se hallaba el
envase que contenía el veneno ante s de que ella lo arrojara en su bebida?
Por más que nosotros revisáramos el departamento, no nos fue posible descubrir la caja, el sobre o el frasco que contuvo el
tóxico. Aquel indicio resultaba extraordinariamente sugestivo. Además había otro: los hermanos de la muerta eran tres
bribones.
Los tres, en menos de diez años, habían despilfarrado los bienes que heredaron de sus padres. Actualmente sus medios de
vida no eran del todo satisfactorios.
Juan trabajaba como ayudante de un procurador especializado en divorcios. Su conducta resultó más de una vez sospechosa
y lindante con la presunción de un chantaje. Esteban era corredor de seguros y había asegurado a su hermana en una gruesa
suma a su favor; en cuanto a Pablo, trabajaba de veterinario, pero estaba descalificado por la Justicia e inhabilitado para
ejercer su profesión, convicto de haber dopado caballos. Para no morirse de hambre ingresó en la industria lechera, se
ocupaba de los análisis.
Tales eran los hermanos de la señora Stevens. En cuanto a ésta, había enviudado tres veces. El día del “suicidio” cumplió 68
años; pero era una mujer extraordinariamente conservada, gruesa, robusta, enérgica, con el cabello totalmente renegrido.
Podía aspirar a casarse una cuarta vez y manejaba su casa alegremente y con puño duro. Aficionada a los placeres de
la mesa, su despensa estaba provista de vinos y comestibles, y no cabe duda de que sin aquel “accidente” la viuda hubiera
vivido cien años. Suponer que una mujer de ese carácter era capaz de suicidarse, es desconocer la naturaleza humana. Su
muerte beneficiaba a cada uno de los tres hermanos con doscientos treinta mil pesos.
La criada de la muerta era una mujer casi estúpida, y utilizada por aquélla en las labores groseras de la casa. Ahora estaba
prácticamente aterrorizada al verse engranada en un procedimiento judicial.
El cadáver fue descubierto por el portero y la sirvienta a las siete de la mañana, hora en que ésta, no pudiendo abrir la puerta
porque las hojas estaban aseguradas por dentro con cadenas de acero, llamó en su auxilio al encargado de la casa. A las once
de la mañana, como creo haber dicho anteriormente, estaban en nuestro poder los informes del laboratorio de análisis, a las
tres de la tarde abandonaba yo la habitación donde quedaba detenida la sirvienta, con una idea brincando en mi
imaginación: ¿y si alguien había entrado en el departamento de la viuda rompiendo un vidrio de la ventana y colocando otro
después que volcó el veneno en el vaso? Era una fantasía de novela policial, pero convenía verificar la hipótesis.
Salí decepcionado del departamento. Mi conjetura era absolutamente disparatada: la masilla solidificada no revelaba
mudanza alguna.
Eché a caminar sin prisa. El “suicidio” de la señora Stevens me preocupaba (diré una enormidad) no policialmente, sino
deportivamente. Yo estaba en presencia de un asesino sagacísimo, posiblemente uno de los tres hermanos que había
utilizado un recurso simple y complicado, pero imposible de presumir en la nitidez de aquel vacío.
Absorbido en mis cavilaciones, entré en un café, y tan identificado estaba en mis conjeturas, que yo, que nunca bebo
bebidas alcohólicas, automáticamente pedí un whisky. ¿Cuánto tiempo permaneció el whisky servido frente a mis ojos? No
lo sé; pero de pronto mis ojos vieron el vaso de whisky, la garrafa de agua y un plato con trozos de hielo. Atónito
quedé mirando el conjunto aquel. De pronto una idea alumbró mi curiosidad, llamé al camarero, le pagué la bebida que no
había tomado, subí apresuradamente a un automóvil y me dirigí a la casa de la sirvienta. Una hipótesis daba grandes saltos
en mi cerebro. Entré en la habitación donde estaba detenida, me senté frente a ella y le dije:
—Míreme bien y fíjese en lo que me va a contestar: la señora Stevens, ¿tomaba el whisky con hielo o sin hielo?
—Con hielo, señor.
—¿Dónde compraba el hielo?
—No lo compraba, señor. En casa había una heladera pequeña que lo fabricaba en pancitos. – Y la criada casi iluminada
prosiguió, a pesar de su estupidez.- Ahora que me acuerdo, la heladera, hasta ayer, que vino el señor Pablo, estaba
descompuesta. Él se encargó de arreglarla en un momento.
Una hora después nos encontrábamos en el departamento de la suicida con el químico de nuestra oficina de análisis, el
técnico retiró el agua que se encontraba en el depósito congelador de la heladera y varios pancitos de hielo. El químico
inició la operación destinada a revelar la presencia del tóxico, y a los pocos minutos pudo manifestarnos: —El agua
está envenenada y los panes de este hielo están fabricados con agua envenenada.
Nos miramos jubilosamente. El misterio estaba desentrañado. Ahora era un juego reconstruir el crimen. El doctor Pablo, al
reparar el fusible de la heladera (defecto que localizó el técnico) arrojó en el depósito congelador una cantidad de cianuro
disuelto. Después, ignorante de lo que aguardaba, la señora Stevens preparó un whisky; del depósito retiró un pancito de
hielo (lo cual explicaba que el plato con hielo disuelto se encontrara sobre la mesa), el cual, al desleírse en el alcohol, lo
envenenó poderosamente debido a su alta concentración. Sin imaginarse que la muerte la aguardaba en su vicio, la señora
Stevens se puso a leer el periódico, hasta que juzgando el whisky suficientemente enfriado, bebió un sorbo. Los efectos no
se hicieron esperar.
No quedaba sino ir en busca del veterinario. Inútilmente lo aguardamos en su casa. Ignoraban dónde se encontraba. Del
laboratorio donde trabajaba nos informaron que llegaría a las diez de la noche.
A las once, yo, mi superior y el juez nos presen tamos en el laboratorio de la Erpa. El doctor Pablo, en cuanto nos vio
comparecer en grupo, levantó el brazo como si quisiera anatemizar nuestras investigaciones, abrió la boca y se desplomó
inerte junto a la mesa de mármol. Había muerto de un síncope. En su armario se encontraba un frasco de veneno. Fue el
asesino más ingenioso que conocí.
1. Repasemos oralmente:
a) ¿Quiénes descubrieron el cadáver?
b) ¿En qué sitio se encontraba el cuerpo de la mujer cuando fue hallado?
c) ¿Qué encontraron sobre la mesa?
d) ¿Alguna entrada había sido forzada para ingresar al lugar?
e) ¿Por qué se descartó la culpabilidad de los hermanos?
f) ¿Cuál fue la causa de la muerte?
g) ¿Cómo supieron qué provocó el deceso de la señora Stevens?
2. Las pruebas hacían pensar que la mujer se había suicidado. Sin embargo, el caso se investiga al
sospechar que no había sido así ¿Qué elementos de la escena no convencen al detective de esta idea?
a. Mencionar otras características de la señora, que ayudan a desechar la hipótesis del suicidio.
3. Hagan una lista de los 3 sospechosos, deben incluir sus nombres, a qué se dedican y su coartada.
4. ¿Por qué el detective pidió un whisky cuando no acostumbraba a beber alcohol?
a. ¿Cuál es la hipótesis que construyó el detective luego de pedir su bebida? ¿Cómo la comprobó?
5. El cuento que leíste y analizaste pertenece al género policial. ¿Qué elementos presentes en la historia
permitirían fundamentar dicha afirmación?
Cuento Policial
Rumbo a la tienda donde trabajaba como vendedor, un joven pasaba todos los días por delante de una
casa en cuyo balcón una mujer bellísima leía un libro. La mujer jamás le dedicó una mirada. Cierta vez el
joven oyó en la tienda a dos clientes que hablaban de aquella mujer. Decían que vivía sola, que era muy
rica y que guardaba grandes sumas de dinero en su casa, aparte de las joyas y de la platería. Una noche
el joven, armado de ganzúa y de una linterna sorda, se introdujo sigilosamente en la casa de la mujer. La
mujer despertó, empezó a gritar y el joven se vio en la penosa necesidad de matarla. Huyó si haber podido
robar ni un alfiler, pero con el consuelo de que la policía no descubriría al autor del crimen.
A la mañana siguiente, al entrar en la tienda, la policía lo detuvo. Azorado por la increíble sagacidad
policial, confesó todo. Después se enteraría de que la mujer llevaba un diario íntimo en el que había
escrito que el joven vendedor de la tienda de la esquina, buen mozo y de ojos verdes, era su amante y que
esa noche la visitaría.
Marco Denevi.
Actividades
1. Lo que acabas de leer es un cuento policial ¿Por qué?
2. ¿Cuáles son los personajes del cuento? ¿Qué características posee cada uno de ellos? Da al menos
cuatro para cada uno.
3. ¿Cuál fue el motivo inicial por el que el joven fue a la casa de la mujer? Explica con tus palabras.
a. ¿Por qué el joven decide matar a la mujer?
4. ¿Por qué la policía lo detuvo tan rápido? Explica brevemente.
5. Escribe una entrada del diario íntimo que conduce al descubrimiento del criminal.