TFG Luciano Srur Diciembre 2022

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Expresiones de lo traumático en la clínica actual

Trabajo Final de Grado

Monografía

Universidad de la República

Facultad de Psicología

Estudiante: Luciano Srur

CI: 4.505.859-3

Tutora: Mag. Susana Quagliata

Revisor: Mag. Michel Dibarboure

Diciembre 2022

Montevideo, Uruguay
Indice

Introducción 1
1 Acercamientos al concepto de trauma 4
2 Pasado y presente, un continuum 8
3 Funcionamiento psicodinámico de lo traumático 12
4 La temporalidad: tiempo congelado 18
5 Los cuerpos y el dolor: otras alternativas terapéuticas y complementarias 21
6 La trama final: el dolor psicológico 26
7 Reflexiones finales 29
Bibliografía 31
Introducción
El presente texto se enmarca en el Trabajo Final de Grado de la Licenciatura en
Psicología de la Facultad de Psicología, Universidad de la República (UdelaR). Se busca
definir, articular, contraponer y conocer desde una mirada crítica, que permita el diálogo
entre distintos autores y posturas las distintas perspectivas sobre el trauma. En este
sentido, estará orientado a problematizar las concepciones sobre el trauma y mostrar la
importancia clínica de comprender el funcionamiento psicodinámico particular del trauma.
Igualmente importante es la construcción de un nuevo sentido a las vivencias del sujeto,
para transformar las situaciones traumáticas.
Además, se expondrán las distintas posturas acerca de cómo abordar esta temática,
en sus semejanzas y diferencias, a través del diálogo entre distintos autores y una mirada
crítico-reflexiva. Se pretende que este trabajo integre varias posiciones respecto a un mismo
tema.
Partimos desde una concepción de sujeto como un ser bio-psico-social, desde el
comienzo de la vida misma. Desde el instante inicial del nacimiento, en que el sujeto se
encuentra en un estado de máxima vulnerabilidad y deberá constituirse como tal. Según
Berceli (2011) “El trauma es algo común y frecuente para la especie humana. Tomemos el
hecho de que la vida comienza de manera traumática” (p.9). La separación abrupta del
recién nacido de su madre (durante el parto) marca el primer evento traumático para todo
ser humano. A raíz de esto, se tomará como punto de partida que todos sufrimos desde el
nacimiento este primer impacto con el mundo exterior, por la adaptación que implica al no
tener todas las necesidades cubiertas. El entorno o ambiente en su conjunto genera una
primera vivencia traumática y repentinamente algo disruptivo rompe un equilibrio para ese
bebé.
Es por ello que el -ser- con otros es esencial para vivir, las relaciones y cuidados
necesarios para ese recién nacido constituirán o no la base segura. Bowlby (2009) plantea
la presencia indispensable de los progenitores o cuidadores principales que provean a los
niños de las condiciones de crianza, para que física y emocionalmente sean acogidos,
luego, en el mundo exterior. Asimismo, que los adultos garanticen tranquilidad ante los
peligros, la calma y serenidad ante las angustias del niño en desarrollo. Por lo tanto, ¿qué
sucede cuando no recibe los cuidados primordiales y primarios?, ¿qué sucede cuándo el
sujeto es interferido en su desarrollo por encuentros no sincrónicos en los vínculos
tempranos y factores ambientales? La vida se torna inestable, pasa a ser una incertidumbre
con escasos periodos de bienestar y seguridad.

1
Al respecto, es importante conocer y problematizar estos aspectos en el Trabajo
Final de Grado (TFG), la temática abordada se observa en la clínica, no sin antes
reflexionar sobre el papel de la misma sociedad. Podría decirse que el trauma psicológico
es un indicador cada vez más visible, como consecuencia de múltiples violencias. Haber
cursado la Práctica de Graduación “Intervenciones en crisis suicidas y otras de alto riesgo”
en la Policlínica Psicológica de la Facultad de Psicología en el Hospital de Clínicas generó
mi interés por conocer las distintas concepciones acerca del trauma. Igualmente con los
efectos en la subjetividad y sufrimiento psicológico del paciente, así como también los
posibles abordajes. La práctica de graduación fue esencialmente clínica psicológica, de
gran implicación ante el desafío de llevar adelante un proceso terapéutico. También integrar
en mi formación las diferentes formas de abordar el sufrimiento del paciente que consulta ha
sido el leitmotiv que fundamentan el interés en este trabajo, dadas las preguntas que aún
quedan por responder. Participar de ateneos clínicos conjuntamente con las instancias de
supervisión despertaron mi interés en profundizar sobre el impacto de las experiencias
traumáticas en los relatos de los pacientes.
Distintos aspectos que hacen a lo traumático un todo complejo se abordarán en este
trabajo, desde una perspectiva histórica del mismo y en la sucesión de hechos que
potencialmente pueden producir vivencias traumáticas que se repitan a lo largo de la vida.
En este orden de ideas, la realidad traumática deviene a posteriori de un impacto en el
psiquismo, lo cual puede llevar a una persona a crecer y vivir en compañía de emociones y
sentimientos que dejan desolado al sujeto, tales como las sensaciones de: desamparo,
desvalimiento e indefensión. Benyakar y Lezica (2005) consideran al trauma “como una
modalidad de funcionamiento psíquico no transformador y por ende no elaborativo” (p.22).
Más aún, en lo traumático existe un registro mnémico de lo no articulado que envés de
elaborar y transformar, promueve la repetición como un intento de procesar lo no articulado.
Además, la vivencia de desvalimiento, la cual es considerada por los autores como la
incapacidad psíquica para procesar la experiencia y señalada como desfallecimiento
psíquico. El mismo se traduce como un estado de indefensión del aparato psíquico ante la
vivencia inminente de estar ante la muerte propia. Esto deriva en un retorno de esa falla en
el procesamiento, generando así esta repetición como tendencia del psiquismo (Benyakar y
Lezica, 2005). El concepto de desfallecimiento psíquico puede dar una imagen gráfica para
comprenderlo como tal. Además, la falla, el fracaso y la desconfianza en el encuentro con
un otro lleva a lo que estos autores traen como vivencia de desamparo:

Compartir algo que nos preocupa, sentirnos escuchados y entendidos, recibir el


afecto en forma de consejos o gestos, produce un placer singular y da lugar a la
sensación de que podemos superar una situación adversa sin daño para nuestro

2
equilibrio subjetivo. Sin embargo, cuando esa anhelada contención y sostén están
ausentes, se produce la vivencia de desamparo. (Benyakar y Lezica, 2005, p.119)

Es pertinente traer, lo que más adelante se desarrollará, el hecho de vivir


exponiéndose a situaciones riesgosas que el sujeto no puede evitar. Por causa del trauma,
la persona se sumerge en una especie de repetición ciega a la cual ese Yo queda sometido
ante la reedición de situaciones y/o nuevos eventos traumáticos, que le conducen a transitar
este insostenible sufrimiento psíquico, quedando transitoriamente a la deriva. Tal como
plantea Berceli (2011), “mientras la impotencia y la desesperanza es el estado universal
compartido por las víctimas del trauma, el obtener control sobre sus síntomas, sobre su
cuerpo y sobre sus vidas, se constituye en parte esencial del proceso de sanación” (p.16).
Resulta fundamental este aspecto, señalar, esclarecer y brindar herramientas desde la
Psicología para comprender los efectos de estos hechos y trabajar en el sentido que
puedan empoderarse de sus propias vidas. Como se decía al principio, el recorrido
formativo por la práctica me dio la posibilidad de experimentar el proceso por el cual una
persona logra asirse de herramientas y autoconocimiento, para lograr una mejor calidad de
vida.
Desde el diálogo con distintos autores lograr una posición propia y reflexiva, ante
estos acontecimientos vitales que interrogan el quehacer clínico. La vivencia relacionada
con lo traumático se manifiesta en el encuentro clínico, Berceli (2011) con relación a la
misma dice que: “si el trauma ocurre a todos los seres humanos, también tiene que haber
un proceso de sanación para todos” (p.18).

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1 Acercamientos al concepto de trauma
La complejidad del trauma como también sus distintos efectos y consecuencias
hacen que sea necesario traer distintos conceptos para exponer sobre esta temática: el
trauma en la clínica psicológica.
Berenstein y Puget (1997) plantean la noción de los espacios psíquicos, donde se
analizan las diferentes representaciones que cada sujeto tiene de su ubicación en el mundo
o en los distintos mundos psíquicos en los cuales vive. Sobre los espacios psíquicos, se
propone tomar para circunscribir el lugar del trauma en el psiquismo las nociones del
adentro y del afuera. Se acostumbra a plantear estas nociones como un dualismo o dos
principios opuestos e irreductibles. Sin embargo, según Vidal (2002) las nociones de
adentro y afuera podrían pensarse como opuestos que a su vez “se distinguen, se definen
entre sí y se influencian por intercambios, configurando un borde existente, que es al mismo
tiempo discriminante y no neto” (s/p). Además, la noción de espacios psíquicos es pensada
por Vidal (2002) como territorios donde las nociones del adentro y afuera son diferentes,
aunque flexibles. Estos territorios presentan fronteras, tales como: adentro – afuera del yo,
territorios del yo, del otro y/u otros. Por lo tanto, un espacio psíquico se relaciona y es
afectado por un entorno, que simultáneamente le da pertenencia a ese mundo interno y vida
psíquica. Aún más, estos espacios psíquicos son atravesados por vivencias y experiencias
que conforman el entramado psíquico. En este sentido, Benyakar y Lezica (2005) plantean
que:

Esta red no se encuentra exclusivamente volcada a nuestro mundo interno sino en


constante interacción con el mundo externo, actuando en la interfase mundo externo
- mundo interno, sutil frontera donde se conforma la experiencia. Esta interacción es
propia de lo humano y capacita al individuo para vivenciarse como sujeto dentro del
medio social. (p.107)

La Real Academia Española (2021) establece varias definiciones de la palabra


trauma:

1. m. Choque emocional que produce un daño duradero en el inconsciente

2. m. Emoción o impresión negativa, fuerte y duradera.

3. m. Med. Lesión duradera producida por un agente mecánico, generalmente


externo.

Además, la etimología de trauma deriva del griego y significa “herida”, lo cual lleva a
reflexionar acerca de lo que Benyakar y Lezica (2005) definen con relación a lo traumático,

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como un “determinado tipo de falla en la elaboración psíquica, no vinculada a priori a ningún
hecho en especial” (p.63). Por lo tanto, el trauma no sería solo una herida, sino que en
palabras de Baudelaire (citado en Benyakar y Lezica, 2005): “yo soy la herida y el cuchillo,
la mejilla y el bofetón” (p.63).
Otra mirada acerca del concepto trauma proviene de la medicina:

La lesión aguda (trauma) se define como el daño físico que resulta de una
exposición del cuerpo humano a niveles de energía (cinética, térmica, química,
eléctrica, radiante, agentes físicos causales) en una magnitud tal que excede el
umbral de tolerancia mecánica fisiológica y/o el deterioro del normal funcionamiento
debido a la falta de oxígeno (ahogamiento, inhalación de humo o estrangulación) o
del calor, resultante en hipotermia (pie de trinchera, hipotermia ambiental,
congelamiento, etc.). (InterAcademy Partnership for Health [IAP], 2019, p.1)

Respecto a la noción de “daño”, y desde el punto de vista psicológico, existe un


excedente de energía libidinal en el psiquismo y menoscabada la capacidad de tolerar el
mismo. En este sentido, se comparte esta perspectiva de las nociones del afuera y adentro
además del exceso sobre la capacidad de tolerar un daño. Desde el paradigma médico, el
trauma se concibe como un daño físico provocado por un agente externo (afuera) que
impacta a nivel del organismo y a nivel corporal. En este sentido y sobre trauma, la
Organización Mundial de la Salud (OMS) en el CIE-10 establecen que sucede cuando “la
persona ha estado expuesta a un acontecimiento estresante o situación (tanto breve como
prolongada) de naturaleza excepcionalmente amenazadora o catastrófica, que podría
causar un profundo disconfort en casi todo el mundo” (García, 2016, s/p). Desde la
psiquiatría, se define al trauma como un cuadro psicopatológico donde solamente parece
incluir al concepto de trauma relacionado a la neurosis traumática y al estrés postraumático
(Benyakar y Lezica, 2005).
Se puede apreciar entonces que desde distintos enfoques, instituciones y
componentes de la salud el trauma conlleva distintas concepciones y por lo tanto distintos
tratamientos del mismo. Desde la mirada de estos autores, con relación al concepto de
trauma: “es curioso observar como un término se vuelve tan útil, práctico y aceptado que
paulatinamente va adquiriendo significados tan diversos que, precisamente como
consecuencia de su uso indiscriminado, acabó por perder buena parte de su potencia
conceptual” (Benyakar y Lezica, 2005, p.14). Específicamente desde la Psicología, en el
Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis (2004) se considera trauma como un
“acontecimiento de la vida del sujeto caracterizado por su intensidad, la incapacidad del

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sujeto de responder a él adecuadamente y el trastorno y los efectos patógenos duraderos
que provoca en la organización psíquica” (p.447).
Retomando el adentro y afuera en la intersección de espacios psíquicos, un
acontecimiento o evento externo que impacta sobre el mundo interno (psiquismo). Para
Vidal (2002) son para el sujeto “objetos radicalmente ajenos, y en tanto están en
interacción, estas representaciones y presentaciones se afectan, se determinan, se
influencian, pudiendo configurar en ocasiones territorios mixtos” (s/p). Sin embargo, no sería
adecuado detenerse sólo en este enfoque (mundo externo-interno psíquicos), sino que
también es fundamental comenzar a comprender qué sucede intra-psíquicamente. ¿Qué
sucede cuando el sujeto siente el impacto por un suceso externo? Las excitaciones, el
acontecimiento, la emoción intensa que penetra desde el exterior excede la tolerancia y
fortaleza del aparato psíquico en absorber estos impactos. Es ahí, entonces, cuando el
trauma se hace presente, se vivencia. Los sucesos o hechos que exceden y desestabilizan
al psiquismo son los encargados de impedir la elaboración, nos exigen más allá de nuestra
intervención o deseos del sujeto (Benyakar y Lezica, 2005). Es así, que la intolerancia en el
psiquismo ante un impacto externo forma así un cuerpo extraño llamado trauma.

Para Tutté (2002):

El trauma psíquico implica siempre una interacción del afuera, con lo interno de cada
uno. No concebimos algo que actúe solamente a través del acontecimiento actual,
aún por más violento que este fuera, lo que de alguna forma equivaldría a negar lo
personal, el “bagaje” con el que cada uno reacciona y en última instancia la
participación del inconsciente. (p.3)

Por eso, no solo depende del acontecimiento sino de ciertas condiciones


psicológicas que hacen que el sujeto logre o no contener y defenderse de este impacto en
su realidad psíquica. En relación a esto, Benyakar y Lezica (2005) sostienen que lo que
hace la diferencia es el tipo de proceso y no el componente fáctico con el cual el psiquismo
se tiene que enfrentar. En la misma línea, Janin (citada en Vidal, 2010) plantea:

La realidad psíquica no nace de un vacío, a menos que caigamos en un


psicologicismo idealista. No podemos escapar al impacto de lo real, a la roca de lo
biológico y a la historia de los sucesos. Tampoco reducir la teoría traumática a una
verdad objetivable. Realismo mecanicista o idealismo formalista amenazan con
encerrar al psicoanálisis en una impasse ideológica. (p.378)

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Remitiéndose a un periodo histórico, más exacto a las indicaciones de Freud con
respecto al trauma, Laplanche y Pontalis (2004) hacen referencia al mismo no sólo como el
despertar interno ante un acontecimiento actual, sino también con otro u otros
acontecimientos anteriores que originaron procesos traumáticos. Es decir, una repetición de
este trauma ante un acontecimiento que despierta las mismas características y que no fue
elaborado anteriormente en un tiempo pasado. En los siguientes capítulos se profundizará
sobre algunas dimensiones que hasta aquí se han presentado.

7
2 Pasado y presente, un continuum
La conceptualización del trauma psíquico ha ido transformándose históricamente. Es
así que los planteos de diferentes autores en el pasado, han sido fundamentales para que
hoy en día puedan ser objeto de reflexión y cuestionamientos acerca de distintos aspectos
que atraviesan esta temática. Para comenzar, a partir de los enunciados de Freud
(1920/1992) se pueden apreciar las primeras conceptualizaciones sobre el trauma,
señalando que el trauma es como: “una perturbación enorme en la economía energética del
organismo y pondrá en acción todos los medios de defensa” (p.29).
Desde un principio se puede apreciar que para Freud el trauma era algo relacionado
a lo económico, es decir, a lo cuantitativo como un exceso en la economía libidinal del
psiquismo. En concordancia con Tutté (2002) es pertinente dejar abierta su pregunta: “¿Es
posible pensar una situación traumática desde un punto de vista puramente económico?, y
si esto fuera así, ¿no cabría esperar que todos los sujetos reaccionaran de una forma
idéntica?” (s/p). Este planteo muestra “el trauma como un exceso de excitación, que no
puede ser derivado por vía motriz, ni integrado asociativamente” (Op. cit., s/p). La palabra
exceso nos conduce a algo que no puede ser controlado, pero también algo que va a residir
en el organismo y psiquismo a causa de tal exceso. De acuerdo a lo que Freud (1917/1991)
planteó, la vivencia de la situación traumática provoca un exceso en la intensidad del
estímulo, que no es posible tramitar o agotar por las vías habituales, lo cual redunda en
trastornos duraderos para la economía energética. Por consiguiente, afecta la disponibilidad
de investir otros objetos del mundo externo y causa sufrimiento psicológico. El punto de
vista económico, desde Freud, deriva luego en la siguiente definición donde lo fundamental
es el conflicto, integrándose así lo cuantitativo a los dinamismos del trauma. Por lo tanto, al
hablar de conflicto se podría hablar de “colisión entre un exceso y una insuficiencia, que
puede terminar borrando esa diferencia entre externo e interno” (Etchegoyen, et al., 2005,
p.213). Es decir, un conflicto entre el exceso que se generó en lo interno a raíz de lo externo
deviniendo en una respuesta insuficiente y precaria como respuesta a ese conflicto o
colisión con la realidad fáctica que posteriormente se instaló.
En esta línea, se entiende al conflicto y en relación con lo psicodinámico, como algo
que trasciende a lo económico – cuantitativo y en exceso, como un modelo de
funcionamiento del trauma, complejo y con variables que implican a todo el psiquismo: el
trauma como un proceso de desarrollo secuencial, según Benyakar y Lezica (2005). Por
otra parte, Merlin (2018) plantea que el trauma es aquello que tiende no solo a sobrepasar
un límite, sino que también a lo que se repite dolorosa e indefinidamente, un eterno retorno
de lo mismo. Al primer concepto de exceso en el psiquismo y organismo se añade la

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repetición dolorosa y una temporalidad sin tiempo, en cuanto al retorno de lo traumático,
durante el tiempo de los sucesivos tiempos.
En colaboración con esta idea de la repetición, Etchegoyen et al (2005) afirman:

Al amparo de una pasividad del Yo, las excitaciones salen del aparato con la misma
facilidad con las que entraron, dejando arrasadas las representaciones que deben
esperar un segundo momento para ser reinvestidas. Mientras tanto queda la
facilitación, o sea la posibilidad de que un estímulo transite por el aparato sin dejar
huellas, vale decir sin dejar memoria ni aprendizaje, quedando así una mayor
posibilidad de repetición. (p.217)

Observar la pasividad del Yo ante las repeticiones es de vital importancia para la


comprensión del trauma y cómo opera sobre el psiquismo. En este sentido y trayendo como
ejemplo el escenario actual de los efectos de las múltiples violencias sobre el sujeto, quien
afectado y herido no podrá anticipar, el mismo retorna una y otra vez a vínculos violentos a
lo largo de su vida.
Otro autor referente, en cuanto a la conceptualización del trauma es Sandor
Ferenczi. Aunque, en palabras de Tutté (2002), y a diferencia de Freud señala que lo fáctico
real es lo que desencadena el trauma, mientras que Freud se centraba en lo individual e
interno del aparato psíquico como determinante. Benyakar y Lezica (2005), plantean otra
mirada historizante de la conceptualización del trauma y lo desarrollado por Ferenczi, quien
alude al impacto de lo fáctico externo, o sea aquello proveniente del campo intersubjetivo.
Además de que la forma de abordar el trauma es a partir de revivir la situación traumática y
una de las formas de análisis de Ferenczi para el tratamiento.
En este sentido y a partir de los planteos de Ferenczi, Etchegoyen et al. (2005)
insisten en:

La notable frecuencia de abuso sexual y agresivo reales, que sólo podrían ser
alcanzados en el análisis a través del revivir, ya que la fragmentación impide
pensarlo, y por lo tanto no hay acceso al discurso, juego o el soñar. (p.209)

En cuanto a esto, se agrega que el análisis a través de revivir la situación, puede ser
logrado sólo si el analista puede tolerar y acompañar una regresión de estas características,
por lo cual el mismo también debería de tener un análisis profundo suficiente (Etchegoyen
et al, 2005).
Retomamos a Tutté (2002), en la línea de que las ideas de Ferenczi no están
alejadas de los conceptos contemporáneos en cuanto a lo fundamental del rol de los objetos
externos: el otro, el discurso, el medio. Es decir, las implicancias que puede tener el

9
contexto, donde “muchas son las vicisitudes generadoras de traumas en la infancia: malos
tratos, incomprensión, violencia de los padres, hermanos o cuidadores, falta de conexión
con las necesidades del niño, estimulaciones sexuales excesivas, extrema pobreza, miseria
y hambre, etc., etc.” (s/p). Por ende, dejan marcas que pueden devenir en registros de lo
traumático. Por su parte, Benyakar y Lezica (2005) plantean la conceptualización de
Ferenczi: “lo traumático como algo que sucede en el “entre dos” de los vínculos primarios”
(p.86).
Sin embargo, Tutté (2002) dice sobre Ferenczi y la realidad psíquica del otro
principal, cuando afecta de manera negativa, lo traumático se podría hacer presente:

Atribuye a los objetos externos un papel determinante en la estructuración del


aparato psíquico del niño, enfatizando lo traumatógeno que puede resultar la
realidad psíquica del otro, cuando ese otro sustenta el poder de dar (o imponer) sus
propios significados, no solo al evento traumático, sino a toda la existencia del
sujeto. (s/p)

Al avanzar en la historia de este concepto, es pertinente adentrarnos en la clínica


actual y observar la vigencia de estos conceptos, algunos del siglo pasado, que siguen
vigentes y son valiosos aportes para el desempeño en la clínica de hoy en día. Una clínica
que, ante las transformaciones de la sociedad, de la tecnología y de la salud requiere un
movimiento para enfrentar las problemáticas actuales de los sujetos. Problemáticas que en
muchos casos responden a lo traumático ligado a la violencia, en todas sus formas,
generando marcas en los individuos que deben ser abordadas en un ámbito terapéutico de
calidad y de confianza para lograr una mejor calidad de vida.
Con respecto a esto, los desarrollos teóricos son operativizados desde las distintas
miradas y perspectivas inherentes a la clínica contemporánea, la cual debe procurar
responder y atender a necesidades actuales. Cabe preguntarse entonces: ¿estaría siendo
suficiente el abordaje de lo traumático en la clínica actual?, ¿podemos hacer foco solamente
en las vivencias del sujeto sin dejar de considerar la indiscutible incidencia del contexto en
los abordajes clínicos?
Tal como expresa Vidal (2010), “muchos elementos de la controversia Freud-
Ferenczi alrededor de lo traumático prefiguraban estos interrogantes del psicoanálisis
actual” (p.378). Sería acorde pensar entonces, que un encuadre flexible sería recomendable
en el tratamiento de los efectos nocivos del trauma en la vida de quienes consultan en la
clínica psicológica. En este sentido, las estrategias, con metas establecidas donde vayan
variando los focos de las intervenciones, según vaya emergiendo como preocupación del
paciente. Esto es, sin dejar de observar la convergencia en común a toda experiencia

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traumática, que es la vivencia traumática que se repite. Atender y escuchar el presente que
trae el sujeto, para ampliar el conocimiento de sí mismo sobre la afectación del propio
entorno y una posible transformación que pueda derivar hacia un mayor bienestar y calidad
de vida.
Sobre los movimientos subyacentes, Vidal (2010) señala que “estas visiones
dialécticas de la constitución de la subjetividad resultan esenciales para la comprensión y el
abordaje clínico de las experiencias traumáticas” (p.379). La dialéctica como una
cosmovisión en la construcción del conocimiento relacionada a la constitución de la
subjetividad. En la clínica actual es fundamental comprender cómo el trauma devino en una
compleja y difícil experiencia de recordar. A su vez, es importante aproximarnos al
funcionamiento psicodinámico particular de ese trauma para ese sujeto, lo cual no puede
ser generalizado desde lo singular de la vivencia. Sino que, puede devenir un hecho en
traumático o no, dependiendo de su intensidad y contención que haya existido, la impronta,
el momento y las condiciones que determinaron estas vivencias dolorosas para ese sujeto,
las cuales no son iguales para todos. Es necesaria la articulación de estos aspectos y
atender al trauma en cuanto excedente de energía no ligada y zonas de sufrimiento
psíquico sin posibilidad de figuración que resultan en fracturas y vacíos en la trama (Op.
Cit.).
Para ello, es necesario un abordaje donde el psicólogo conjuntamente al paciente
puedan trabajar en la línea de asociar y recrear estas vivencias, elaborarlas y visualizar el
sentimiento de vacío que siente el sujeto, que paradójicamente se encuentra lleno de una
energía excedente, no como falso velo sino historizando la trama psíquica y trabajando la
memoria y el recuerdo. En base a Vidal (2010) plantea una reconstrucción que se base en
“crear modos de intervención acordes a los diferentes niveles de inscripción psíquica
alcanzados: desde develar sentidos pasados hasta el construir representaciones para
aquello aún no significado” (p.400).
Por lo tanto, historizar e integrar el pasado traumático con el presente actual
implicaría un acompañamiento de transición, un continuum, una evolución progresiva de lo
vivenciado en un espacio de tiempo determinado, que oriente al sujeto hacia la anticipación
de vivencias dolorosas que tomen por rehén al psiquismo en una experiencia de desborde.

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3 Funcionamiento psicodinámico de lo traumático

En el capítulo anterior, se plantea la presencia inefable del dolor del sujeto que repite
pasivamente una situación que desconoce cómo incide en su presente. Sin embargo, las
expresiones de lo traumático, sus nexos conscientes e inconscientes no dejan de
sorprender al sujeto, confuso ante situaciones que se repiten sin explicación cuando son
interrogadas. Esto da cuenta de un funcionamiento donde el sujeto se encuentra paralizado
ante el embate de los impulsos. Según Benyakar y Lezica (2005), el vivenciar es visto como
un proceso continuo de articulación que puede conformarse desde el nacimiento y a partir
del conflicto y malestar entre los estímulos fácticos externos e internos, el sujeto, y el
ambiente formando así parte de la personalidad; una falla en este proceso de articulación
puede derivar en la siguiente disfunción: el vivenciar traumático. Es necesario enumerar
algunos aspectos que hacen al funcionamiento psicodinámico singular y descritos por
Barber y Solomonov (2016):

1) Existencia de contenidos: creencias, procesos inconscientes, mecanismos de


defensa. El comportamiento tiene significados.
2) Centralidad de los conflictos en la vida humana. Los comportamientos son
creados como un intento de resolver esos conflictos.
3) Experiencias en la temprana infancia y el desarrollo de la estructura de
personalidad de un individuo.
4) Importancia de las relaciones del Yo, de los otros, y de las relaciones
interpersonales. (p.1)

Los efectos de las experiencias y relaciones derivan en comportamientos y


estructuras de personalidad. Benyakar y Lezica (2005) afirman que “el mundo fáctico, el
sujeto y el funcionamiento psíquico conforman una unidad compleja interrelacionada y de
algún modo inseparable con relación al efecto final traumático” (p.18). Entonces, lo fáctico
dependiendo de su intensidad, el daño psicológico del sujeto y su funcionamiento
psicodinámico singular, el cual resulta afectado con una memoria fragmentada del hecho o
evento disruptivo o traumático. Estos mecanismos son parte de la precaria integración del
trauma a la vida psíquica y su funcionamiento, cual si fuera un quiste, pero en el psiquismo.
Por lo tanto, no se puede recordar el afecto en tanto tal, sino la sensación, para luego revivir
y asignar sentido a dicha vivencia. Esta permanece activa desde los registros inconscientes,
pero no representada y posible de ser evocada, dado que el desborde psíquico como

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angustias de vacío e indefensión excedieron las capacidades de metabolizar y simbolizar
estas situaciones extremadamente paralizantes.
En este sentido, las intervenciones psicológicas deben analizar el funcionamiento
psicodinámico en su expresión singular, haciendo foco en el sufrimiento - que cada vez -
trae el paciente. En base a, que lo fáctico vivido (en otro tiempo) anticipa anímicamente la
cercanía de cualquier otra situación que enlace a la vivencia, la misma puede derivar o no
en una reedición de lo traumático. Más aún, revivir una situación vivencial dolorosa e
irrepresentable (en tanto exceso), genera per se una ausencia de palabras al intentar
evocarla. La parálisis emocional del sujeto en estupor es un indicio que orienta hacia la
presencia no visible del daño ocasionado por aquellas experiencias y vivencias de terror. El
cuerpo como escenario y donde se proyecta la vida psíquica interactúa con lo externo, algo
sobre lo cual no se puede escapar, poniendo en juego conductas y comportamientos que
pueden resultar “ajenos” a sí mismo.
Cabe preguntarse ¿cómo se relaciona lo fáctico en y con el trauma? Lo disruptivo, lo
imprevisto que impacta es un aspecto inherente al trauma. Esta cualidad podría responder o
al menos acercarse a esa relación entre el mundo externo, lo fáctico y lo que podría devenir
en traumático. Lo disruptivo se “vincula a la capacidad de generar efectos intrapsíquicos
desestabilizantes, resultantes de diferentes reacciones psíquicas” (Benyakar y Lezica, 2005,
p.32). Cuando se habla de reacciones psíquicas, se habla del resultado del desencuentro
entre los deseos del sujeto y lo fáctico externo.
Una vez más, es necesario acudir al significado y origen de la palabra disruptivo que
abre un abanico de ideas que son parte de este concepto. Según la RAE (2021), “disruptivo”
proviene de disrupción lo cual significa “rotura o interrupción brusca”. Una rotura que ocurre
mediante la acción de romper, que puede ser un hecho accidental o intencional y acarrea
sus consecuencias. La rotura indica un quiebre, un antes y un después en la vida del sujeto.
Sobre lo disruptivo Benyakar (2016) historiza:

En latín, dirrumpo significa destrozar, hacer pedazos, romper, destruir, establecer


discontinuidad. Por lo tanto, disruptivo será todo evento o situación con la capacidad
potencial de irrumpir en el psiquismo y producir reacciones que alteren su capacidad
integradora y de elaboración. (p.14)

Entonces, “un evento se consolida como disruptivo cuando desorganiza,


desestructura o provoca discontinuidad. La desorganización y lo que ocurra con ella no le
pertenecen al evento, sino que dependen del sujeto que lo vive” (Op. Cit., p.19). En este
sentido en función de lo disruptivo será el carácter desestabilizante de lo real a nivel del
psiquismo. En otras palabras, lo disruptivo es para el sujeto aquello que de lo externo

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golpea al psiquismo, siendo ineficaces sus defensas y constituyendo una vivencia que
culmina siendo un impacto doloroso (traumático), debido a lo insoportable de la presión
proveniente del afuera o de aquello disruptivo que retorna a nivel de la vivencia, por vía de
las sensaciones. Sin embargo, no todo lo disruptivo e intenso genera una disfunción
traumática ni tampoco todo trauma se da a causa de un único evento disruptivo (Benyakar y
Lezica, 2005). Asimismo, una situación no por ser abrupta, dolorosa y destructiva (lo que
impacta desde el mundo exterior) sobre el psiquismo y su subjetividad deviene en trauma,
sino que la integración psíquica de ese impacto, la respuesta y cómo se incorpora, es lo que
posteriormente definirá la vivencia como traumática o no. Dependerá eventualmente de la
contención recibida durante y después, de uno solo o más eventos traumáticos, así como
también de la intensidad de lo fáctico disruptivo proveniente de lo externo.
Es de gran responsabilidad para el psicólogo atender a este aspecto ya que un
sujeto puede padecer y persistir en sus respuestas inerte en innumerables situaciones que
penetran desde el entorno. Cuando el sujeto no puede anticipar una nueva situación que se
repite - paradojalmente - además de que le son extrañamente familiares, pero que le asaltan
como si fuera la primera vez. Es importante detenerse en este punto con relación al insight,
es lo novedoso que surge en la clínica y ese acontecimiento que permite poner palabras
donde no las hubo. Esas palabras son acciones que tienen el objetivo de dejar de utilizar el
cuerpo como lugar de expresión del sufrimiento. Como se mencionaba, no todas estas
situaciones pueden devenir en traumáticas porque cada situación en su conjunto y con el
paciente serán distintas. Aún más, Benyakar (2016) acuerda en que “diagnosticar de
manera infundada y apriorística, en función del tipo de situación vivida o de la sumatoria de
síntomas y no de cómo fue procesada es, lisa y llanamente, renunciar a nuestro propio
saber” (p.13).
Ahora bien, tanto lo fáctico como lo disruptivo serían inexistentes sin el siguiente
término a trabajar: la vivencia. Lo que verdaderamente siente el paciente que nos consulta y
quien realmente es y siente ser. Para ser más precisos, Benyakar y Lezica (2005) indican
que “la vivencia pasa a ser un indudable correlato psíquico de la vida del sujeto e incluye lo
inscripto en el psiquismo durante un hecho en el cual el sujeto participó” (p.40). Cabe
preguntarse: ¿qué sucede cuando estas vivencias se reeditan una y otra vez afectadas
nuevamente por lo disruptivo?, ¿cómo se observa lo traumático y sus manifestaciones? Por
tanto, caben interrogantes acerca de si el o los hechos disruptivos devenidos en trauma
serían elaborables, o no. Sería de esperar que así lo fuera, que el sujeto la reviva desde
otro lugar, con la contención necesaria que interprete en el presente la actualidad del
pasado y en un marco de confianza imprescindible dentro del espacio y consulta
psicológica.
Sobre la vivencia traumática Benyakar y Lezica (2005) plantean que:

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Se trata de la relación entre un impulso interno con sus diversas configuraciones
desiderativas específicas y las diferentes opciones que el mundo externo ofrece a
ese impulso como satisfacción, relación que se configura en un determinado
momento de la vida de un sujeto. (p.41)

Este enunciado resulta significativo con relación al daño psíquico, dado que - en
ocasiones- el mundo externo y contexto no ofrecen una contención al impulso doloroso y
arrollador de determinadas vivencias traumáticas. Sino que igualmente el sujeto debe
responder con relación a una amenaza sin escapatoria para él.
Al respecto, es necesario analizar tanto el afecto como la representación, conceptos
claves para la definición de la vivencia. El afecto es “la expresión cualitativa de la cantidad
de energía pulsional y de sus variaciones”, mientras que, la representación es “lo que uno
se representa, lo que forma el contenido concreto de un acto de pensamiento y
especialmente la reproducción de una percepción anterior. Freud contrapone la
representación al afecto, siguiendo cada uno de estos elementos, en los procesos
psíquicos, un diferente destino” (Laplanche y Pontalis, 2004, p.367). En contraposición,
Benyakar y Lezica (2005) definen a la vivencia “como la articulación entre el afecto y su
representación” (p.41). Para ellos, tanto el afecto como la representación fallan en la
articulación de lo experimentado. La vivencia traumática como el desencuentro del sujeto
con lo fáctico, con el sí-mismo, con el otro, la interacción y el resultado de lo experimentado
que pudo internalizarse (Benyakar y Lezica, 2005).
Ahora bien, ¿cuándo la vivencia deviene en dolorosamente traumática? La misma se
torna traumática cuando se da un colapso de las relaciones entre lo psíquico, lo social y lo
temporo-espacial, que hace emerger un afecto no ligado (desarticulado) de su
representación. En este orden de ideas, hubo una alteración en la integración de aquella
vivencia que hizo deviniera en traumática. Resulta fundamental comprender y conocer el
funcionamiento psicodinámico de lo traumático, en cuanto a lo externo (disruptivo) y lo
interno (afecto no representado) que afecta y es afectado, lo uno por lo otro, y viceversa. En
sintonía con estos conceptos, Benyakar (2016) señala:

Cuando el efecto producido por el agente externo provoca un quiebre en la


capacidad y posibilidad de procesamiento mental, el acontecimiento deviene en
traumático. Por ello, lo traumático no es un evento fáctico o situación sino un
proceso psíquico producido por un evento o entorno disruptivo. (p.8)

A pesar de que estos aspectos son presentados, interrogados y traídos en forma


separada, tiene como finalidad delinear y comprender las características de lo traumático,
cuya articulación y relación entre ellos constituye un verdadero entramado complejo

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traumático. No obstante, las ligazones en el psiquismo son del orden de lo particular. Se
puede afirmar que el todo conformado por el sujeto, lo fáctico y un funcionamiento psíquico
particular conforman una unidad compleja interrelacionada e inseparable con la imperiosa
necesidad de llevar adelante la vida misma. Otro aspecto de lo psicodinámico que puede
recordarse en lo traumático, es la experiencia. Este aspecto es clave, dada la conjugación
de lo fáctico en la subjetividad del sujeto, una necesidad psicológica, “la articulación -
incesante interacción y transformación mutua- de un evento fáctico con una vivencia”
(Benyakar y Lezica, 2005, p.55). En este entrecruzamiento, es donde se encuentra el
sujeto, atravesado por una situación dada, la vivencia acompañante queda fijada e
impregnada subjetivamente por lo que sintió y pensó en ella (Op. Cit.).
Es interesante lo que la experiencia trae consigo y se muestra en el proceso de la
intervención psicológica con el trauma. Es decir, que, mediante la misma, se puede acceder
por la vía de la interpretación de los relatos a lo que el paciente vivió en determinado
momento y acontecimiento particulares. Más allá de la vivencia como consecuencia a
analizar, la experiencia nos orienta acerca de los indicios y vestigios en lo subjetivo. La
vivencia refiere a cómo lo vivió durante ese tiempo y momento, mientras que la experiencia
aparece en el orden de lo implícito y en las narraciones del sujeto, que posteriormente
desde la vivencia acompañante, puede asignar sentido con palabras al dolor experimentado
en aquellos momentos. Benyakar (2016) afirma que la experiencia es “la descripción
fenoménica de los hechos y de la percepción que tiene la persona del efecto que le hizo el
evento” (p.25), la palabra, lo que el sujeto dice haber vivido y sentido.
Ahora bien, tanto la vivencia, los afectos, la parálisis emocional, las sensaciones que
señala el sujeto en la clínica son elementos de análisis del funcionamiento psicodinámico y
singular del trauma experimentado. No obstante, ante lo complejo del entramado psíquico
resultante, ¿cómo se puede manifestar en la clínica?
Las intervenciones del psicólogo apuntan a señalar los indicios que el paciente trae sin
cuestionar comportamientos naturalizados que atañen a las complejidades del trauma, lo
cual debe ser explicitado y anticipado ante una próxima repetición dolorosa de situaciones o
experiencias que presume de ser nuevas y diferentes. Comprender desde la práctica
clínica, que no hablamos de meros conceptos teóricos, sino poder contar con herramientas
prácticas para el tratamiento. Elaborar las situaciones, aquello que el sujeto no dice y dice,
que no olvida ni recuerda de aquellas vivencias, de forma tal de dilucidar sentidos, para un
tratamiento y abordaje a medida de las necesidades de transformación del dolor.
Resulta pertinente traer una situación trágica ocurrida en la ciudad de Buenos Aires,
el incendio del local bailable llamado Cromañón, en el año 2004 en Argentina. Benyakar y
Lezica (2005) analizaron los efectos de esta tragedia en sus sobrevivientes. Las
sensaciones intensas vividas por ellos no pueden ser elaboradas sino es a través de lo que

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sienten y vivencian hoy. Hacer visible lo representado, posible de recordar, en las
representaciones residuales y posibles de acceder a la conciencia. Se da una imposibilidad
de constitución, lo disruptivo ha desarticulado la experiencia, de la vivencia afectiva,
deviniendo en traumática y activada ante situaciones similares. Se mantienen todos sus
componentes, pero sin la articulación necesaria. En sentido estricto lo traumático es la
“desarticulación”, condición inevitable de un psiquismo que se dañó. Lo traumático pone
sobre la mesa angustias y parálisis emocional, la inacción. A modo de ejemplo las personas
que sufrieron violencia y maltrato, en el sentido más abarcativo, Muñoz y Torres (2014) al
respecto dicen que: “el hallazgo tal vez más impactante, es la estrechez del psiquismo y la
primacía de lo no psíquico en el funcionamiento” (p.2). Es decir, que lo no elaborado o
posible de ser elaborado, que en estos casos deriva en un complejo traumático. Hacer
énfasis en que la violencia y el maltrato causan daño psíquico y fragilizan al mismo.
Muñoz y Torres (2014) al respecto y a modo de ejemplo:

Opera la percepción de estímulos que no se encadenan entre sí, que no hacen


historia y, por supuesto, tampoco adquieren sentido y significado. La vida se
convierte en tomar nota de las intensidades perceptuales del afuera para protegerse
o huir cuando el peligro aparece, o acercarse cuando lo atractivo surge en el campo
perceptual. (Muñoz y Torres, 2014, p.3)

Una respuesta al hecho disruptivo se da mediante un procesamiento de la


experiencia donde hay fallas en la percepción, en respuesta al daño recibido pasivamente y
distorsiones en la memoria y en la posibilidad de integrar secuencialmente los hechos de
forma coherente. Sin embargo, las características de esta forma de dar respuesta es lo que
determina la vivencia. Esta “no es expulsada del aparato ni es integrada a él, sino que
queda en su interior pero en estado de exterioridad; es decir, la vivencia traumática queda
encapsulada en el interior del aparato” (Benyakar y Lezica, 2005, p.109). El psiquismo del
sujeto guarda y conserva las experiencias que retroalimentan el dolor en lo traumático.
Dado que se mantiene en el pensamiento y conductas una especie de confusión pasado-
presente-pasado en la percepción, pone en evidencia una temporalidad distorsionada y
desordenada. Lo temporal (pasado) se torna en atemporal (presente), ante determinadas
circunstancias.

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4 La temporalidad: tiempo congelado
Hablar de temporalidad es hablar de algo que se imbrica con el tiempo en su
acepción cronológica, algo que perdura y que habita en el espacio psíquico - temporal.
Desde una perspectiva clásica-cronológica del tiempo, se podría entender al mismo como
una línea donde se ubica el pasado, el presente y el futuro. Sin embargo, cuando se habla
de la temporalidad en el trauma, el tiempo se ve, percibe y siente de otra manera, el cual
queda atrapado o determinado por cómo transcurrieron aquellos momentos vividos en las
experiencias traumáticas. Estas vivencias son acompañadas por sensaciones corporales
que se repiten inexplicablemente para el sujeto y a lo largo del tiempo. El pasado se
entrelaza con el presente y también con un futuro que no puede ser proyectado debido a
que la vida gira en torno a lo que llega a vivir repetidamente. El psiquismo queda
condicionado por los sucesos anteriores, así como también las sensaciones, emociones y
sentimientos emergentes. El sujeto sabe que algo sucedió, pero sin haber logrado una
articulación posible de representar y evocar en un relato sucesivo y secuencial. Esta
desorganización a la hora de responder interroga acerca de si, ¿podría el paciente situar el
o los traumas vividos en una línea de tiempo?, ¿este trauma permanece en un estatus de
atemporal?
Como metáfora, resulta oportuno traer un dicho del acervo popular que en el
imaginario guarda relación con la temporalidad en el dolor y sufrimiento; “el tiempo todo lo
cura”. Por el contrario, el tiempo cronológico en lo traumático no cura o sana a su paso, sino
que los eventos dolorosos traumáticos quedan casi inamovibles y con fuerza, durante toda
la vida del sujeto a lo largo del tiempo. Por tanto ¿dónde queda alojado lo vivido en ese
tiempo? El tiempo cronológico acompaña estos procesos, pero entrelazando el pasado con
el presente y el futuro. A la vez, el sujeto queda paralizado y se vive a sí mismo en una
temporalidad (no consciente), pero en un tiempo congelado. Es importante entender cómo
operan estas vivencias traumáticas, donde el sujeto funciona disociadamente y queda
paralizado -por momentos- luego de un evento disruptivo, también antes de que vuelva a
acontecer una situación potencialmente traumática. Una condición que grafica el tiempo
congelado a nivel de la vivencia subjetiva de algo que no recuerda y tampoco olvida.

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Respecto al anudamiento de los tiempos, Borgogno (2008) con relación a lo que
Ferenczi teorizó sobre el trauma, plantea una dimensión temporal más amplia en cuanto al
“no lugar” del trauma, donde no hay tiempo y por tanto no hay pasado, presente y futuro.
También dice que “el pasado debe reproducirse en el curso del análisis, y no solo el pasado
que “realmente” ocurrió sino también el que podía haber sucedido pero que no fue así por
diferentes razones [...]” además agrega que “[...] se abre a una nueva temporalidad en la
que el pasado puede modificarse porque una parte de él, que nunca ha sido experimentada,
podría ser vivida en el presente” (p.283-280). Se puede afirmar que si hubo o hay intentos
de convivir con ese pasado traumático (lejos de curarse con el tiempo), estas vivencias
deben ser atendidas y trabajadas para ser re-experimentadas desde otro lugar, donde haya
confianza y seguridad para el sujeto en situación.
Con relación a los desarrollos de Ferenczi y Benyakar y Lezica (2005), conservan
algunas semejanzas. Al igual que Ferenzci, plantean que el trauma es como “una herida
que reviste un particular estatuto temporal, ya que la etimología agrega a esa herida la
significación de algo que además se desplaza, que viaja sin quedar anclado a un solo punto
y sin perder su poder lacerante” (p.66). Esto puede asemejarse con la idea del “no lugar” del
trauma, siendo así y en palabras de los autores “una herida que hiere, corte que también es
filo que corta. En suma: una herida entendida como transmisión de lo que lastima” (Op. Cit.)
La atemporalidad de lo actual es una característica de la repetición en el trauma psíquico,
“lo característico es que se trata de la repetición de vivencias que en su momento resultaron
traumáticas, desagradables, dolorosas” (Burghi, 2021, p.249). Una herida que hiere, una
herida que se repite en el tiempo porque no fue suturada para cicatrizar.
De acuerdo con lo que refiere Puget (2005), hablar de línea temporal sería basarse
en el tiempo pasado y futuro, como lo hace el modelo evolutivo – tradicional. Por lo que
reducir el trauma al pasado y sus efectos disociados en un futuro del sujeto, nos alejaría de
la comprensión del exceso de angustia y ansiedad en el presente con raíces en el pasado.
Contrariamente se podría decir que hay un orden del tiempo no cronológico y su
retroactividad en el pasado y presente viviendo uno y otro, simultáneamente y viceversa.
Similar es el planteo de Tutté (2002), quien expresa la siguiente idea:

Una acción retroactiva, desde el presente hacia el pasado, ruptura del tiempo
cronológico y la causalidad mecánica, en favor de un concepto dialéctico de la
causalidad y de un modelo de la temporalidad en el que pasado y futuro se
condicionan y significan recíprocamente en la estructuración del presente. (s/p)

En cuanto al trauma, según Puget (2005) “irrumpe y fija el presente trabando el


devenir de las oscilaciones ineludibles de las relaciones humanas” (p. 297), lo que

19
demuestra el impacto presente tanto a nivel de lo vincular, de lo subjetivo y de lo temporal
de la vida del sujeto. Una traba que fija la vivencia traumática en un anacronismo de
pasado-presente a lo largo del tiempo, lo cual subsume al sujeto en la sensación de no
avanzar y como si hubiera habido -metafóricamente- una fractura a nivel del yo. En esta
línea de las heridas, se puede afirmar que recuperarse para el sujeto implicaría atravesar
procesos que conllevan un movimiento de lo depositado allí en ese vacío de sentidos de lo
traumático.
Recordar doliendo para reducir el dolor, intervenir y construir un relato que el sujeto
comprenda, desde una lógica personal, dónde la asignación de sentidos no sea una
fantasía autogenerada, sino que tenga un lugar desde donde entender lo que le sucede
desde su propia vivencia angustiante. El trabajo psíquico de la integración para regular su
funcionamiento a través de la comprensión de los síntomas, donde el "como sí" pase a ser
la historia de su vida en primera persona sin un dolor lacerante. Uno de los objetivos
terapéuticos debería apuntar a sacar al paciente de esa parálisis que siente, de forma tal
que pueda reflexionar, pensar activamente y no quede atrapado (por la vivencia) en un
tiempo pasado.
Esta temporalidad atemporal puede llevar al sujeto a vivir un eterno presente ligado
a una expectativa angustiosa de repetir situaciones y atrapado en un dolor psicológico
insoportable, donde el tiempo no pasa.

20
5 Los cuerpos y el dolor: otras alternativas terapéuticas y complementarias
En este capítulo nos acercamos a una mirada sobre el trauma haciendo foco en las
terapias basadas en lo corporal como otro camino a transitar en la comprensión y
tratamiento de las personas. Una alternativa que, con diferencias y semejanzas aportan
valiosos planteos en un mundo que interpela a implementar cambios en la clínica para
satisfacer las necesidades del sujeto moderno.
La sociedad moderna se caracteriza por la inmediatez, la respuesta rápida, de la
misma manera para curar los dolores, evitar y/o huir rápidamente de las situaciones difíciles
y penosas. Para ello, se acude constantemente a la anestesia del sentir; las drogas y el
alcohol actúan como una máscara para el dolor, de la misma manera con el abuso en el
consumo de fármacos, para aplacar la angustia sin mediatizar la expresión de la misma y
canalizar las ansiedades. Hoy, no hay tiempo para sentir y para expresar los sentimientos. A
su vez, reforzamos nuestra debilidad frente al estrés o la ansiedad, quedando aún más
vulnerables frente al siguiente episodio de dolor (Berceli, 2011).
Esta aceleración constante en la que vivimos genera la idea de que siempre hay que
ser felices, productivos y eficientes. El ser productivo no se permite frenar ante las
situaciones que impactan en su vida, queriendo evitar el dolor y evadiendo los momentos
difíciles como si no existieran para poder continuar en una cadena productiva donde el que
frena deja de servir y pasa a ser descartable. Tal como plantea Han (2012), la sociedad dejó
de ser disciplinaria para ser una sociedad de rendimiento. Los sujetos pasaron de ser
obedientes a ser sujetos rendidores, donde lo que los diferencia es la positividad. Es decir,
el sujeto actual -puede- sin límites, mientras que el sujeto del pasado reciente no era
consciente de la negatividad, -no podía- y debía obedecer. Estos planteos pueden parecer
favorables a la libertad individual, sin embargo, el exceso de positividad se hace presente
en las épocas contemporáneas.
La positividad, el poder hacer, hace que los sujetos sean emprendedores de sí
mismos, donde se pierde el lugar del otro.
Para Han (2012), el sujeto moderno deviene en sí mismo:

El exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación.


Esta es mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un
sentimiento de libertad. El explotador es al mismo tiempo el explotado. (p.32)

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Este exceso de positividad que plantea el autor, lleva a una hiperactividad y a una
falta de atención, paradójicamente, en nosotros mismos y en el cuidado de uno mismo.
Hacer por sí mismo, pero nunca atenderse a sí mismo. Los hechos o acontecimientos que
nos atraviesan no necesariamente son los responsables de perjudicar a la salud, sino que la
forma en que respondemos a ellos es lo que hace que los hechos devengan en sufrimiento
(Berceli, 2011). La desarticulación a la hora de mitigar o elaborar una situación traumática,
genera que el dolor y sufrimiento queden atrapados en el psiquismo y en los cuerpos. En la
actualidad, ¿cómo destrabar y expresar ese sufrimiento? ¿cómo curar esas heridas que
fueron acalladas y solapadas?
En la clínica, hay un elemento que tiene un papel fundamental y es el vínculo
terapéutico. Sobre este punto y basado en el Psicoanálisis Vincular Alzugaray (2016) dice
que:

El vínculo es entonces una zona de encuentro donde la presencia de un otro se


opone a la ausencia y a la representación ya que el otro se presenta como sujeto
con todo su cuerpo y psiquismo. En este contexto de descubrimiento, ambos se
construyen generándose modificaciones psíquicas en ambos puesto que el
encuentro con el otro es recíproco. (p.22)

Por lo tanto, un elemento clave en el vínculo es la presencia, pero también el medio


para comunicarse: la palabra, la expresión del sujeto mediante el decir. Como se plantea en
este trabajo, este elemento es necesario para lograr elaborar y articular una vivencia que
nunca llegó a conformarse como tal. Ahora bien, se podrían analizar un sinfín de temas
relacionados a la palabra, tanto lo dicho como lo no dicho. Sin embargo, es pertinente
plantear la siguiente pregunta: ¿Alcanza solo con la palabra para desactivar el potencial
traumático de un evento disruptivo?, ¿y cuándo las palabras no surgen espontáneamente
ante tanto dolor? Benyakar y Lezica (2005) plantean la vivencia de vacío traumático como
un agujero en la trama vivencial ante la no elaboración de lo vivido. Este hueco psíquico
desencadena un vacío que se refleja también en la expresión de la palabra.
Al comienzo del trabajo se plantean distintas miradas teóricas sobre el trauma.
Desde un cuerpo implicado y depositario existen otras formas de abordar las consecuencias
de lo traumático, se trabaja sobre el mismo desde la terapia corporal. Sin embargo, lo hacen
desde una perspectiva asociada a la psicología, donde lo fisiológico no es algo separado de
lo psíquico, sino que están intrincadamente unidos a la hora de vivenciar el estrés, la
ansiedad y el trauma. Contraponer ciertos aspectos de esta perspectiva con la psicoterapia
tradicional hace que no solo se pueda conocer otra forma del tratamiento del trauma, sino
que abre la posibilidad de plantearnos otras formas de pensarlo, sin excluir una u otra

22
corriente, sino que articulándose para cuestionar y tomar importantes y valiosos aspectos
de ambas.
La palabra es sin dudas un factor primordial a la hora del tratamiento del trauma,
pero es necesario plantear la idea de que quizás necesitemos atender nuestro cuerpo para
que las sensaciones y sentidos se transformen en palabras, para así poder desarmar el
trauma (Berceli, 2011). Por lo tanto, la importancia del cuerpo en la modernidad y en la
clínica actual cobra una vital importancia. Ante el trauma, ¿será que ya no alcanza
solamente con las palabras en acto?
Tomamos nuevamente a Benyakar (2016) a través de sus inquietudes, “si el trauma
es vacío, discontinuidad, agujero que el psiquismo no soporta, ¿cómo hablar de él?, ¿cómo
circunscribir el vacío, darle una forma a la nada, asir el agujero?” (p.16).
En contraposición Berceli (2011) sobre este vacío dice:

Una reacción traumática es una respuesta positiva, no negativa. No es un


despliegue de debilidad, sino el intento del cuerpo para protegerse. El sistema de
alerta básico de emergencia del organismo humano se activa en estos casos,
permitiendo la supervivencia. (p.8)

Continuando con este autor sobre las vivencias traumáticas se puede decir que son
invasivas y que se introducen en el psiquismo como fragmentos, los cuales de almacenan y
se encasillan en el cerebro donde permanecen en un estado de caos y sin una sanación.
En base a la capacidad innata y orgánica del cuerpo para su sanación, otro aspecto
a valorar es que el dolor emocional también se manifiesta en nuestros músculos. Es decir,
que el cerebro genera y envía sustancias químicas a los músculos ante las situaciones de
peligro. Luego, lo que sucede es que los músculos se contraen logrando así la protección
de nuestro cuerpo. Es interesante comprender cómo y cuáles son estos músculos, ya que
son los únicos que lo hacen. Berceli (2011) destaca que “los músculos psoas conectan la
espalda con la pelvis y las piernas” (p.41). Durante la vivencia traumática, esta tensión y
alerta en la tonicidad muscular hace que funcionemos ante el peligro. Sin embargo, ¿qué
sucede una vez que el peligro paso? Si esta tensión y tonicidad en el cuerpo y en los
músculos persiste, se generará una tensión crónica y duradera, “el dolor que queremos
expresar hablando está atrapado en nuestra estructura física” (Op. cit., p. 44). He aquí el
punto central de este enfoque, el cual permite a través del cuerpo expresar lo que no se
puede expresar con palabras. Entendiendo que el hablar y la palabra es la forma con la que
el ser humano cuenta para expulsar su sufrimiento, hacerlo mediante la expresión corporal
puede resultar confuso. Sin embargo, el cuerpo tiene su propio lenguaje y se podría también
pensar en tomar estos aspectos de las distintas corrientes psicológicas para lograr un

23
beneficio a la hora de tratar el trauma. Tal vez, habría que integrar técnicas terapéuticas de
unos y otros para mejorar la calidad de vida.
¿Cómo se expresa el dolor a través del cuerpo?, ¿cuál es la técnica para poder
aliviar el sufrimiento corporalmente? En la liberación del trauma hay una expresión corporal
que tiene un potencial valor terapéutico: los temblores. El temblor es una forma de sacudir
el exceso de carga energética, esa tensión que reside en el cuerpo cuando enfrentamos
una situación peligrosa que irrumpe desde el entorno. Los temblores corporales son
entonces, una forma de completar la descarga de la respuesta ante el evento disruptivo,
siendo los mismos un gran medio terapéutico que tiene nuestro cuerpo.
Al respecto de los temblores corporales como valor terapéutico, Berceli (2011)
explica el fenómeno:

Al término de un incidente traumático, nuestro sistema nervioso debiera desactivarse


naturalmente mediante temblores, para eliminar los restantes residuos químicos
generadores de tensiones. Este temblor envía una señal al cerebro, informando que
el peligro ha pasado y que debe apagar el estado de alerta. (p.50)

En este sentido de alertar al organismo, ¿cómo y cuándo el sistema nervioso retorna


naturalmente al estado de no-peligro? El mismo autor señala que, en ese caso, la mente
continua en una vivencia de peligro manteniendo al cuerpo en estado de alerta, aferrando
los músculos a una carga excesiva y concretando un patrón de tensión crónica. En este
sentido, la técnica desarrollada por el autor es la del Proceso de Liberación del Trauma,
mediante ejercicios físicos que liberen las tensiones musculares y las excesivas cargas de
energía aferradas a los músculos, donde se pueden encontrar algunas similitudes con
respecto a la psicoterapia convencional.
Un aspecto interesante en este diálogo entre la psicoterapia psicoanalítica y la
terapia corporal en cuanto a lo traumático es lo inconsciente, donde ambas convergen es en
la necesidad de acceder al mismo. Desde la técnica del Proceso de Liberación del Trauma,
se afirma que los temblores no están bajo un control consciente: “Los ejercicios que
provocan temblores pasan por alto la mente pensante, dándonos acceso directo al cerebro
reptil inconsciente” (Berceli, 2011, p.52). Se puede apreciar la semejanza entre las distintas
perspectivas, el acceso al inconsciente como punto en común para trabajar las cargas
excesivas que el trauma perpetuo.
El recorrido en este trabajo, genera una postura en cuanto a abrir la posibilidad de
que el trauma, el sufrimiento psíquico insoportable que atraviesan muchas personas, pueda
ser trabajado tomando aspectos favorables de distintas perspectivas para cada caso,
abriéndose así a una clínica en movimiento, donde el centro de atención sea el paciente y

24
sus necesidades en ese momento particular. Este pensamiento, aunque personal y
particular, no es nuevo. Con respecto a esto, Lowen (2007) plantea en su obra la inquietud
de Freud en una de sus cartas a Fliess en 1899: “A veces, pienso que sería absolutamente
indispensable una segunda parte del tratamiento que provocase los sentimientos de los
pacientes, además de sus ideas” (p.11).
Además, provocar las ideas implica utilizar el cuerpo, articulando lo psíquico y
mental para el beneficio del paciente. En concordancia con esto, Lowen (2007) destaca que:

Si la estructura corporal y el temperamento están relacionados, como puede


determinar cualquiera que estudie la naturaleza humana, la pregunta es: ¿podemos
cambiar el carácter de un individuo sin producir algún cambio en su estructura
corporal o en su motilidad funcional? Y viceversa: Si podemos cambiar la estructura
y mejorar la motilidad ¿no podremos producir aquellos cambios en el temperamento
que el paciente requiere? (p.11).

El lenguaje no verbal se hace presente en la clínica. El sufrimiento y los conflictos de


la actualidad no son iguales a los del siglo pasado, la falta de verbalización y de
comunicación en la sociedad se refleja en la clínica. El sujeto queda vacío de palabras y las
personas necesitan de una evolución y transformación por parte de la psicología. Es por
ello, que se plantea la idea de una clínica en movimiento, una clínica donde se atienda no
solo a la palabra ya que la misma puede estar ausente ante tanto dolor.
Volviendo a lo traumático, la ausencia de palabras puede darse debido a un
desborde emocional continuo en el sujeto (Greenberg y Paivio, 2000). Durante la práctica
fue interesante observar cómo afecta a los pacientes. Una adolescente que sufría un
malestar emocional difícil de sostener en soledad, debido al abandono y maltrato de su
padre en la infancia. Uno de los objetivos de la intervención se basó en que ella pudiera
reconocer (mediante la palabra) el enojo hacia su padre y expresarlo, lo cual se asemeja a
las intervenciones donde la meta “consiste en acceder a la red subyacente de significados –
sentidos, ayudarles a reconocer la necesidad no satisfecha, externalizar apropiadamente la
culpa y la responsabilidad, intensificar la sensación de fortaleza del sí-mismo y facilitar la
acción asertiva” (Greenberg y Paivio, 2000, p.195).

25
6 La trama final: el dolor psicológico
Lo desarrollado hasta aquí permite repensar las vivencias traumáticas y su
expresión sintomática. El insostenible dolor psíquico por el que ha transitado un sujeto a
raíz de distintas experiencias traumáticas acumuladas en el tiempo lleva a un deterioro en la
calidad de vida. Una herida, una fractura, un vacío traumático que paradójicamente no es
vacío, sino que es lo que el aparato no puede incluir en la trama vivencial y que por lo tanto
no se podrá significar (Benyakar y Lezica, 2005). En la trama vivencial de la continuidad
existencial del yo, el sujeto se siente afectado a raíz de hechos traumáticos que han
fragilizado y dañado psíquicamente.
En este sentido, acerca del trauma acumulativo como se introdujo al comienzo y
desde el nacimiento, Khan (2005) dice:

Es la consecuencia de los fallos en la función de la madre como protección contra


las excitaciones durante el curso total del desarrollo del niño, desde la infancia a la
adolescencia, en todas aquellas áreas de la experiencia donde el niño sigue
necesitando a la madre. (p.121)

Esto no sería traumático en el momento, pero el impacto del desencuentro opera y


se desarrolla silenciosamente. Además, dichos fallos se verían como un trauma que se
acumula en el tiempo y retrospectivamente a través del proceso madurativo (Khan, 2005).
Este aspecto es importante para entender el porqué el sujeto se expone a la repetición de
ser golpeado una y otra vez por estas situaciones y hechos potencialmente traumáticos,
cuyo origen tuvo una matriz vincular, los fallos en la relación madre e hijo.
Por otra parte, Chavez y Leenars (2010) traen los conceptos de Schneidman en
cuanto al dolor psicológico insoportable (psychache en inglés), que se deriva de las
necesidades psicológicas insatisfechas. Esto último se puede relacionar con los planteos de
Khan (2005) anteriormente planteados, en cuanto a la no satisfacción de las necesidades
psicológicas en la infancia y adolescencia. Cuando estas necesidades no son cubiertas, se
produce el dolor psicológico. Además y retomando la cuestión temporal, esto repercute en
la vida del sujeto por el daño en su psiquis.
El trauma y sus complejidades restrictivas condicionan el desarrollo, conduciendo a
la persona a vivir un dolor psicológico insoportable o intolerable creando así una huella en la
que el sujeto sigue sin darse cuenta y súbitamente se ve atrapado en la repetición de
vivencias traumáticas. Las angustias de vacío agotan y desesperan a la persona. Aunque

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para hablar de la trama psíquica posterior a una experiencia traumática es necesario
visualizar la génesis de la misma:

Figura 1. La conformación de la trama. Fuente: Lo Traumático. Clínica y paradoja.


(Benyakar y Lezica, 2005)

La figura que los autores plantean es de gran utilidad para comprender el recorrido
por el cual el sujeto transita. A partir de una situación disruptiva que impacta y excede al
psiquismo, se desencadena lo traumático que deriva en vivencia traumática. Ahora bien, en
un intercambio con el esquema que los autores plantean se podría agregar la vivencia de
desesperanza, convergiendo así tres sentimientos en esta conformación de la trama: el
desvalimiento, el desamparo y la desesperanza. En diálogo con Benyakar y Lezica (2005)
es que se explicitan estos tres sentimientos que convergen ante situaciones traumáticas y
en la intensidad del dolor psicológico:

1) Desvalimiento: “El sujeto percibe su propia incapacidad de elaborar el


suceso disruptivo.” Es interesante el hecho de que el sujeto “percibe”, siendo esta
percepción del sujeto la que lo hace tomar decisiones a partir de la misma.
2) Desamparo: “El mundo externo no ampara donde debiera haber amparado
al sujeto, sea por acciones del mundo externo o por el exceso de desvalimiento.” Es así
como el individuo se encuentra en una situación donde no recibe la ayuda o la protección
necesaria para superar o atender su sufrimiento psíquico.
3) Desesperanza: Aunque no es nombrado por los autores, corresponde traer
este sentimiento para la ya mencionada convergencia. La desesperanza como una visión

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sesgada de la vida, donde no se encuentra una salida o aspectos positivos de uno mismo
para poder lidiar con el sufrimiento producido por el trauma psíquico. (Benyakar y Lezica,
2005, p.121)

28
7 Reflexiones finales
A lo largo del presente trabajo se ha intentado exponer distintos aspectos del trauma
psíquico desde una visión crítico-reflexiva que recoge aportes de distintas corrientes de la
psicología, pero a su vez planteando cuestionamientos surgidos durante el proceso.
Tomando en cuenta los cambios y transformaciones tanto en la sociedad como en la clínica
actual es que se plantean otras alternativas de explicar y tratar el trauma.
Como reflexión, es pertinente expresar que cuando se habla de una vivencia
traumática que sucedió en un tiempo determinado, la misma ha sido acompañada de un
momento específico transitado por el sujeto, pero también por las historias y vivencias, de
otros tiempos pasados y de lo implicado en ella. Sin embargo, este aspecto puede
contraponer al trauma como entidad separada y no emparentada con patologías. No
obstante, el trauma intenta ser procesado por el psiquismo e integra lo social como un
indicador e influencia fundamental en lo potencial traumático, activamente.
Asimismo, se toman en cuenta elementos claves que hacen al trauma psíquico y a
su repercusión en los distintos planos de la vida del sujeto:

El resultado subjetivo del encuentro entre una situación (fáctica) traumatogénica y el


desencadenamiento psíquico de la secuencia desvalimiento – angustia automática,
seguido de una falla de la función autorreguladora integradora. En ese caso se
produce, entonces, lo que hemos definido como colapso de las relaciones entre lo
psíquico, lo social, lo temporal y lo espacial. (Benyakar y Lezica, 2005, p.107)

Entendiendo al trauma psíquico como un proceso psicodinámico donde el sujeto se


encuentra atrapado en una compleja trama, es necesario recurrir a distintas formas de
abordar el mismo donde se tomen en cuenta las necesidades específicas de cada persona.
Actualmente, distintas formas de violencia y maltrato existen en nuestra sociedad y las
mismas son las causantes de dañar y posiblemente devenir en vivencias traumáticas que
llevan a un insoportable sufrimiento psicológico en la vida.
La siguiente reflexión apunta a que sería necesario desde la psicología contar con
herramientas para el tratamiento del trauma. Herramientas que abarquen distintos planos de
la temática; desde la violencia, el maltrato y el abuso hasta la posible salida de situaciones
de violencia y vulnerabilidad, hechos que se hacen muy presentes hoy en día. Por lo tanto,
creo necesario plantear a la Psicotraumatología como herramienta actual, novedosa y que
puede abarcar distintos caminos ligados a la psicoterapia para prevenir y tratar el trauma
psíquico en los individuos:

Estos lineamientos buscan construir bases comunes a través de las


disciplinas/profesiones para el tratamiento humanitario de personas que han sido

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traumatizadas. Estos individuos pueden experienciar un espectro de respuestas,
incluyendo la persistente re-experimentación del evento traumático, evitación de los
estímulos relacionados con el evento, embotamiento emocional y síntomas
persistentes de aumento de la activación. (Jarero, 2011, p.3)

Como ya fue mencionado a lo largo de la monografía, han surgido varias


interrogantes, de las cuales varias de ellas requieren de una mayor profundización y
exploración de conocimientos sobre los temas abordados. El hecho de la falta de palabras
ante tanto sufrimiento, del sentimiento de vacío de los sujetos, hace que se despierte un
cuestionamiento de la psicoterapia tradicional.
Cuando el sistema de respuesta emocional no se adapta o se dispara
inadecuadamente como consecuencia de un trauma no resuelto, genera que, en el
presente, los repertorios emocionales aprendidos sean difíciles de comprender, residiendo
en la memoria emocional de una forma no simbolizada o no elaborada. El resultado de este
proceso es que las respuestas emocionales no se encuentran ligadas a palabras que
puedan ayudar a comprenderlas (Greenberg y Paivio, 2000).
Entonces, al no haber palabras para expresar, ¿Cómo trabajar con las emociones?
¿Cómo tratar esa angustia que desborda al sujeto? Nuevamente, cabe referirse a la
importancia de lo corporal en la clínica actual.
Lo que se plantea entonces es la necesidad de la seguridad mental y física en la
situación terapéutica, es decir, la posibilidad de expresar, integrar y reconocer que ahora se
está seguro ante esa experiencia vivida. Un reaprendizaje que bajo la supervisión,
presencia y cuidado del psicólogo logre analizar sensaciones y recuperar recuerdos. Así, se
le proporciona una experiencia casi nueva al sujeto donde la corporalidad, lo sensorial, lo
emocional y en un último paso la palabra hace que la experiencia sea segura bajo la
confianza y cuidado de un otro. Esto brinda poder y control a la persona, para en un futuro
lograr calmarse por sí sola o vivenciar las situaciones adversas con otras herramientas
guardadas en su memoria.
La Facultad de Psicología (UdelaR), tendría que atender integralmente a la
formación en trauma por las distintas realidades de los sujetos que consultan en la clínica
psicológica.

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