Poblacion Esperanza - Isidora Aguirre

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 41

“Población esperanza ”

de Isidora Aguirre

 Estrenada en Concepción en Enero de 1959, por el Teatro Universitario de


esa ciudad con la dirección de Pedro de la Barra

Personajes:

Don Teófilo: dueño de un pequeño boliche


La Florita: su sobrina, visitadora social
El Estanislao Errázuriz (Talao): un ladrón
Filomeno: un mendigo
Emperatriz: una mendiga
Ana María: una prostituta
El maestro Jehová” (Zacarías)
El Zurdo: ladrón
Luzmila: una lavandera
Violeta: arrienda cuartos en la población
Rafael: un niño
Juan Reinoso: ladrón y traficante, hijo de don Teófilo
El Trifulca: ladrón

La obra trascurre en una población marginal muy pobre.

Escenografía: un costado del boliche de compra y ventas, un “pilón” Como


los que surten de agua potable a los pobladores.

La obra fue presentada en Santiago ese año 59, luego llevada en gira a
Montevideo y se dio en temporada en Buenos Aires, en el Teatro San Telmo.

Acto primero

Cuadro  1

Mañana a fines de invierno. Don Teo y el mendigo Filomeno desayunan en la


puerta del boliche de compra y venta de la población marginal de Santiago.

Teo: Hace fresquete ¿no?. La helada de anoche, pues. ¿Serán las 8, ya?


(Filomeno responde por mímica). Dicen que va subir el té. ¿Y qué es lo que
no sube en este país? (gestos de Filomeno). Hable como la gente, Filomeno...
Filomeno: Bah... la costumbre, don Teo.
Teo: Tome, sírvase té para que caliente el buche.
Filomeno: Gracias. Oiga, por aquel lado se cuela mucho frío. Amanecí con la
oreja tiesa.
Teo: A ver si hoy pongo unos cartoncitos en las rendijas. (Entra El Zurdo,
ladrón simpático, con un enorme saco. Golpea en la puerta del boliche. No le
abren) Shsss... Mire, Filomeno, uno que se robó el Ministerio de Hacienda...
Zurdo: Oiga, don Teo ¿ha visto al Talao?
Teo: No, Zurdo. ¿Pasa algo?
Zurdo: Le tengo una “nombrá". Dígale que tengo que hablar con él. (Sale)
Teo: Desde ayer que el Talao no viene a alojar a su cuarto. Seguro que anda
en la mala.
Filomeno: (Pasándole su viejo sombrero donde hay un cartón que anuncia
mudo) Oiga, don Teo ¿por qué no me cambia el “rótulo”?. Mudo no más, ya
no sirve. Dan puro molido...
Teo: Cambie de actividad, pues. ¿Por qué no le hace empeño al baile de San
Vito?. Esos gallos ganan billete.
Filomeno: No me gusta hablar. Mucho trabajo.
Teo: Espérese que gane el pleito, Filomeno. Si hay justicia en esta tierra, me
tienen que dar unos cuantos millones. Los pesos en aquel tiempo eran buenos.
Cuando su amigo “tenga”, no va a necesitar “rótulos”. Y ¿qué quiere que le
escriba en el sombrero?. “¿Compadezcan a este mudo desgraciado, impedido
de trabajar?”
Filomeno: Chitas... Cuando lo terminen de leer van ya por la otra cuadra...

Entra Ana María, la prostitua, con un parche en una herida en la frente

Ana María: (Saluda) Buenas... (Se va a retirar, se detiene al llamarla don


Teo)
Teo: Espere, espere... (Ella empieza a llorar). ¿Qué fue?. ¿Por qué anda
afligida?. Siéntese. Y usted.
Filomeno: sírvale una taza de té. Buena cosa, llorando tan temprano ¡qué deja
para la noche!. A ver ¿qué pasó?
Ana María: ¡Qué iba a pasar, pues!. Anoche me “ligó” uno que andaba con
plata y me llevó a una boite. Se puso a tomar y dale, y dale, hasta que me
asusté y me quise ir. Pero no me dejó. Unos tipos le pegaron y le robaron la
plata. En eso llegó la policía, el hombre ¡tan hombrecito!. Me acusó, dijo que
yo estaba de acuerdo con los ladrones y me largó una bofetada. Fuimos a la
Comisaría y él, claro, salió altiro, siendo rico, y a mí, recién me soltaron. ¡Qué
se habrá creído ese mierda?. Que porque una es lo que es... tiene que ser
ladrona.
Teo: Hay muchos bellacos en este mundo, hijita. De repente se le va a arreglar
el naipe. Cuando viene la mala, hay que agachar la cabeza y esperar que pase.

De un rancho hechizo sale un “Canuto”. Zacarías, con maletín de carpintero

Zacarías: Hermana ¡no hay que perder la esperanza!


Ana María: Chitas, el medio hermano que me salió.
Zacarías: Así como el padre se compadece de los hijos, Jehová se compadece
de aquellos que le temen. Buenos días: (Saluda con un ademán y se aleja)
Ana María ¿Qué le pasa a ese pajarraco?
Teo: Debe ser un “canuto”, de esos que andan predicando en la calle.
Ana María: ¿De dónde salió?
Teo: Llegó anoche y levantó aquella casucha. Es carpintero y parece que
predica en las poblaciones como ésta. Buen hombre parece.
Ana María: Eso nos faltaba, don Teo “Canutos”, que lleguen hasta con banda
de música a gritar sus pecados...
Teo: Pero tiene razón, hijita: no hay que perder la esperanza.
Ana María ¿Me vende un pancito?
Teo: Los que quiera, pues. (Entra al boliche y sale trayendo con pan para
ella)
Ana María: Me lo anota, don Teo.
Teo: Déjelo, para qué se preocupa... (Le pasa pan)
Ana María: Usted siempre pensando en los demás. Si todos fueran así, no
existirían estas poblaciones miserables. Aquí, el que no anda escondiéndose de
los carabineros, anda  “a palos con l’ águila”, muriéndose de hambre. (Ven
entrar a Luzmila, la lavandera. Es una mujer flaca, de rostro muy dulce, trae
ropa para lavara en el “pilón”, donde se provee de agua la gente de la
población). Mire ésa... ¡Ay que ver lo que tiene que aguantar!. Mejor no tener
hombre, que tener uno como el de esa flaca. Se cura. La patea, y para
consuelo, le hace un chiquillo. Otra borrachera, otra paliza, otro cabro.
Teo: Venga a servirse un tecito, señora Luzmila.
Luzmila: ¿De veras... me va a convidar desayuno, don Teo?
Teo: Alléguese para acá.
Luzmila: Dios se lo pague, mire que hoy amanecí sin un centavo.
Teo: ¿Le anduvieron machucando las costillas otra vez?
Luzmila: El hombre no es malo, pero cuando “toma” se pone tan porfiado...
Ana María: Acúselo a los pacos, pues.
Luzmila: ¿Para que lo metan preso?. Si me pega cuando se cura, no más.
Ana María: Es que se cura todas las noches.
Luzmila: Bueno, que anda de mal porque no ha conseguido ni un “pololito”,
un trabajo para ganar algo. No hay ocupación en ninguna parte. (Devuelve la
taza) Gracias, don Teo. Me voy a apurar con esta ropita. La Patrona donde
lavo es bien buena, me prometió un jarabe para el dolor de espalda que me ha
tenido tan jodida este invierno. Quiero pedirle un adelanto para comprar una
planchas de “fonola”. Ante noche, cuando llovió, nos tuvimos que meter con
toditos los chiquillos debajo del catre para no mojarnos. Es bien buena mi
patrona. Me dijo que iba a hablar con una Visitadora Social, que le llaman,
para que me arregle la situación. Por eso estoy esperanzada... (Sonríe y se
aleja con la ropa)
Ana María: “Esperanzada”. ¿La oyó?. Dame un cigarrito, mudo. (Filomeno
busca en sus bolsillos y le tiende uno). ¡Enterito!. ¡Miren a este mudo mechas
de alambre!
Teo: (Mirando) Hoy salió temprano la Emperatriz.

Entra la mendiga Emperatriz, sucia, desgreñada, con zapatos de hombre,


llevando una criatura en sus brazos.

Emperatriz: Buenos días.... ¿No les queda una tacita de té? No he tomado ni


desayuno.
Teo: (Mientras se lo prepara) Un poco aguado le va a tocar...
Emperatriz: No importas. Es para calentar las cañerías y agarrar fuerza para
trabajar
Filomeno: ¿Trabajar? Capitalista... Explotadora de la infancia... ¿De dónde
sacó ese chiquillo?
Emperatriz: Tan simpático usted... ¡Lo viera yo con polleras!. Las cosas
empeoran cada día. No quieren arrendar chiquillos, las mujeres le sacan el
cuerpo al embarazo. La gente se ha puesto agarrada y los “rotos” ¡están cada
vez más atrevidos!. Ayer uno me gritó: “¿quién te va a hacer un crío a vos,
jardín de tiras”? (Recibe el té). Gracias don Teo, y en esta población ¡ay que
ver!. Si no fuera por los “cogoteros” que viven aquí, asaltarían de día claro.
¿Quién sería el jetón que la nombró “Población Esperanza”?. Esperanza
ninguna, estaría mejor. Luz, poco se merece. Para el agua hay que pegarse el
viaje hasta el pilón. Y los del mentado “Comité”, se lo pasan hablando de
“solaridá”. Como no. Se ve que no son ellos los que viven aquí.
Filomeno: Para Qué tanto quejarse, doña. Quién sabe cuánta plata tiene
amallada debajo del colchón.
Emperatriz: Hablador. Si así fuera, ¿por qué no iba a tener yo mis ahorritos?.
Harto que eso me mortifico trabajando. Y con agilidad. No como usted que
trabaja de “mudo”, haciendo sonar el tarrito. Pero ya luego se me van a acabar
las penurias. Voy a poner un quiosco para vender diarios y cigarrillos.
Ana María: Para eso hay que tener buena plata.
Teo: Y el quiosco. Y el permiso.
Emperatriz: Con cuñas todo se consigue.
Filomeno: ¿Y con quién tiene cuñas usted?
Emperatriz: Con el presidente de la República. Voy a ir a la audiencia de los
pobres en la Moneda. No me ando con puchitos, yo. Todo, o nada. (Tomando
al niño que había dejado en brazos de Ana María). Puchas que pesa este
cabrito, ¡ni que fuera hijo de paco!
Teo: Oiga, no se le vaya a morir de Hambre esa guagua.
Emperatriz: ¿Me cree tan “desnaturizada”?. La mamá le dio de comer y tiene
unas tremendas copuchas (gesto de pechos abultados). Pero me tiene aburrida
este trabajo. En teniendo el quiosco y alguien que me lo cuide... porque voy a
necesitar un socio.
Filomeno: Búsquelo en La Moneda también
Emperatriz: No hable mucho, mire que le tengo echado el ojo a usted.
Filomeno: ¿A mí? Shhhs. No me pillan ni con perros. Menos un pulpo
explotadora...
Emperatriz: Aguarde, no más. Ligerito le voy a hacer “la pedida”.

Entra el Zurdo. Trae ahora el saco vacío.

Teo: Oiga, qué traía en ese tremendo saco?


Zurdo: ¡Una “mudanza” que le hice a un turco de la calle San Pablo. Oiga,
hay que dar aviso al Talao, que el Trifulca ya salió del hospital y lo anda
buscando.
Emperatriz: Capaz que al Talao le dé la “cardiaca” cuando sepa.
Zurdo: (Viendo a Ana maría, zalamero) ¡Estaba aquí, mi lindura! (A Teo)
Oiga, la cosa es seria: el Trifulca supo que la señora Violeta, “su firmeza”,
anda ahora con el Talao.
Ana María: ¿Qué no estaba preso el Trifulca?
Zurdo: Estaba, mi hijita. Anda atrasada de noticias de la vida social, usted.
Ahí en la cana, se encontró con el “Milico Chico”, el que por una venganza
que le tenía guardada, le voló una oreja con una cuchara afilá’ como navaja.
Así es que el Trifulca anda furioso por lo de la oreja y porque el Talao le
“levantó” a la señora Violeta.
Teo: ¡Malo está! el Trifulca pega a la mala.
Ana María: Es la única forma de pegarle al Talao...
Zurdo: ¡Tipo Con agallas, el Talao! Si hasta para robar tiene gracia.
Ana María: Lástima que nunca me ha mirado.
Zurdo: ¿Y para qué me tiene a mí?. ¡Yo soy capaz de rendir la vida por usted!
Ana María: Ya... no se me atraque que me echa sus pulgas.
Zurdo: Tan despreciativa que la han de ver. Bueno, don Teo ¿qué le parece lo
del Trifulca?
Emperatriz: ¡Se va a armar la yegua de grande.
Ana María: Las cosas del Talao... Miren que meterse con la señora Violeta...
Emperatriz: Tiene buena “cuerpá”, y manija plata. No le faltan hombres.
Ana María: Porque los mantiene.
Emperatriz: Es generosa, entonces.
Ana María: ¿Generosa?. ¡Es más “calculista”! Ay que ver cómo nos estruja
aqui en la población con los arriendos de estos ranchos. Y ¡qué decir, cómo
pulpea a esas pobres tipas que tiene en su chinchel!. Con los pobres ¡es
podrida de avara!
Filomeno: Cuando saca del bolsillo un peso ¡llega a crujir el cóndor!
Teo: Le debo dos semanas de arriendo.
Ana María: Aquí los únicos que están “al día”, son los cogoteroes.
Filomeno: Verdad que hay aquí muchos cogoteros. Parece que me voy a tener
que mudar de población.
Emperatriz: ¡No le vayan a robar su letrero, pues!. ¡Váyase a vivir al barrio
El Golf!. Ya, que tanto leseo, me voy a trabajar más mejor. Gracias don Teo,
estaba “exquiso” el té. (Sale)
Teo: Liquidemos el boliche y ponemos un salón de té. (Entra al boliche)
Filomeno: ¡Este don Teo que las revuelve!

Entra Flora. Filomeno, alarga su tarrito.

Flora: Buenos Días. Dígame ¿conoce a don Teófilo Reinoso? (Él asiente).


¿Es aquí donde vive?

Filomeno asiente y tiende su tarrito, ella le da unas monedas. Flora entra al


boliche, golpea sobre el mesón. Don Teo va alegre hacia ella

Teo: Pero ¡si es la Florita! (La abraza ). ¡Qué gusto de verte por aquí!. ¡Toda
una señorita!. Y ¿qué te trae a esta población?
Flora: Estoy haciendo la práctica de Servicio Social, tío. Y me salió un
“cliente”, como llaman a los que hay que atender. Es un niño, un asunto del
Juzgado de Menores. Se llama Rafael Contreras, estuvo en la Casa
Correccional, y hay que reeducarlo.
Teo: Miren la Florita ¡si habla como profesora!. Claro, conozco a Rafael. La
supo hacer mi sobrinita: ya tiene una profesión. (A Filomeno que ha
entrado) Mírala, Filomeno, una Visitadora Social, con un tío tan harapiento.
Filomeno: Usted nunca será un harapiento como uno, don Teo... (Al darse
cuenta que Flora lo oyó hablar, le tiende a Flora las monedas que recibió)
Flora: No, por favor... Guárdelas.
Teo: Recíbaselas, Florita, éste no será mudo, pero es muy caballero. Siéntese,
hijita. Bueno, aquí tengo este boliche de compra y venta. No es gran cosa,
pero no hace falta más. Gastos tengo pocos. El vino ¡ni lo pruebo!. Me pateó
el hígado. Y aquí me las arreglo mientras me sale el asunto ése.
Flora: ¿Cuál asunto, tío?
Teo: Hijita, si hay justicia en la tierra, el desgraciado que me vendió esos
sitios y me robó la plata, tendrá que devolverla.
Flora: Pero ¿cuánto hará de eso?
Teo: ¿Del pleito? Unos diez o quince años. Los pleitos son largos. Pero no me
moriré sin que se me haga justicia. Así podré dejarles algo a mis hijos.
Flora: Perdone, Tío, pero yo pienso que sus hijos son los que deberían
ayudarlo a usted. Pedro tiene situación, y Juan... bueno... (Calla, al mirar a
Filomeno)
Teo: Tuvo mala suerte ese niño. (La señora Violeta va hacia el cuarto del
Talao, golpea, al no tener respuesta, va hacia el boliche) Buenos días, señora
Violeta.
Violeta: ¿Ha visto al Talao?
Teo: No, señora Violeta.
Violeta: ¿Sabe si alojó aquí?
Teo: No le sabría decir.
Violeta: Bueno, aprovecho para hablar con usted, entonces.
Teo: ¿Conmigo?. ¿De qué cosa, sería?. Le presento a mi sobrina Florita.
Violeta: Cómo le va. Don Teo, usted sabe de qué cosa se trata. Le arrendé este
cuarto por recomendación del Talao, y hace dos meses que no me paga.
Teo: Es que el negocio ha andado “medio, medio” no más.
Violeta: Todos tienen su disculpa. Pero yo no soy a beneficencia. De algo
tengo que vivir ¿no?. Porque ando bien “cacharpeada” creen que soy rica.
Entonces ¡para qué pagar, pues!. No saben las pellejerías que pasa una para
comprar unos ranchos y tener algo ahorrado para la vejez. No tienen con qué
pagar... ¿y lo que gastan en vino?
Teo: ¡Cómo me dice eso a mí, señora!
Violeta: No se haga el santito, bien conocido es usted por su “declive”...
(Gesto de empinar el codo)
Teo: Yo al vino, le hice la cruz...
Violeta: Pague o se queda sin el cuarto.
Teo: No desconfíe: en cuanto me salga lo del pleito, le pago todo de una vez.
Violeta: No me haga reír. Siempre andan con la esperanza de esto o lo otro,
pero ¡lo esperan sentados!. Y yo ¡que me pudra!. Me cansé de los que me
recomienda el Talao. Y del Talao también. Dígaselo. (Sale)
Teo: (Molesto, suspira y luego de un silencio). Bueno... ¿Cómo están en tu
familia, Florita? (Al fondo se muestra un niño) Mira, ahí está Rafael. Ven,
niño, no tengas miedo, ella es mi sobrina.
Flora: Él ya me conoce, tío, y con él vengo a hablar.
Rafael: No voy a volver a la Correccional.
Flora: Nadie pide que vuelvas. Hablemos.
Rafael: ¿Me puedo ir, don Teo. Me están esperando.
Flora: Déjelo, tío. (Sale el niño) No hay que forzarlo. Pero necesito datos para
mi encuesta. ¿Sabe dónde vive?
Teo: Lo tiene el Talao en su cuarto.
Flora: ¡Y quién es ese Talao?
Teo: (Sonríe) Estanislao Errázuriz.
Flora: ¿”Errázuriz” en esta población?
Teo: Son nombres que él se pone, mi hijita. Se los cambia como se cambia de
camisa.
Flora: ¿Y qué hace ese señor?
Teo: (Vacila) Un poco de todo, Florita.
Flora: Tengo que saber de qué vive.
Teo: Como te explicara... Saca un poco de aquí, un poco de allá. No le falta.
Flora: ¿Quiere decir... un ladrón?
Teo: Bueno, que aquí la gente es como los gorriones. No se sabe de qué viven,
ni cuanto tiempo se van a quedar. Hay familias que de repente desaparecen
con casa y todo... Y otros aparecen. (Animándose, como para cambiar el
tema). Mira, hoy por la mañana amaneció allí una casucha, y de adentro salió
un hombre hablando de “Jehová”.
Flora: Entiendo, tío. Pero en el caso de Rafael, tengo que llenar unas
encuestas para el juzgado.
Teo: Ese niño está en buenas manos. El Talao es generoso. Él fue quién me
instaló con este boliche. Me ayudó cuando me vio que andaba más para la otra
vida que para ésta.
Flora: Hacerse cargo de un menor es una responsabilidad, tío. Se necesita más
que “ser generoso”... ¿Tiene bunas costumbre ese Talao?
Teo: (Ríe) Esta Florita... ¡A qué llamas “buenas costumbres”?
Flora: Ser honrado. No tener vicios.
Teo: ¡Tantísimo que averigua!. Va a ser una buena Visitadora usted. Mire, el
Talao es un caso entre muchos: hijo de una sirvienta y del hijo del patrón...
encopetado. El jovencito llega un día con trago, se mete al cuarto de la
sirvienta y ¡listo!. Un guacho más. El Talao se crió por ahí, debajo de los
puentes, ratereando. Tuvo suerte que no lo metieran a una casa correccional,
así es que le sacó el cuerpo a la pobreza. Quiere a Rafael porque es guacho,
como lo fue él.

Pasa la lavandera Luzmila con una bolsa de ropa, se despide de don Teo

Luzmila: Hasta luego, don Teófilo. Me voy a entregara esta ropita.


Teo: Oiga, señora Luzmila ¿no quería hablar con una Visitadora?. Aquí tiene
una, la Florita, que a lo mejor le puede ayudar.
Luzmila: (Dulce) ¿Es visitadora?. Bueno está, señorita, me gustaría hablar
con usted. (Teo entra al boliche)
Flora: La escucho señora Luzmila. ¿Cuál es su problema?
Luzmila: El problema es mi situación, señorita.... ¡Es tan re' mala!. Tengo Un
chiquillo enfermo que lo quiero hospitalizar, Y no he podido conseguir cama
en el hospital. ¿Usted trabaja en un hospital, señorita?
Flora: No. En el Juzgado de Menores.
Luzmila: Bueno estás. Porque también tengo otro chiquillo malazo, que lo
quiero encerrar. Es muy loco.
Flora: Pero no lo puede encerrar por eso...
Luzmila: Es que aquí en esta población, ligerito aprenden malas costumbres.
Flora: A ver... Deme su nombre completo.
Luzmila: Luzmila Gutiérrez... y no sé qué más, señorita.
Flora: Anota la dirección. ¿Dónde vive?
Luzmila: Ahí, no más, de allegada. La casa no tiene número. La comadre
donde vivo me quiere correr. Dice que mis chiquillos son muy bulliciosos. Es
bien delicada esa señora.
Entra el Trifulca con una oreja vendada. ; Mira con cautela, escucha,
acechando frente a la puerta del Talao. Luego sale, cruzando la escena.

Flora: ¿Ése es el Talao?
Luzmila: El Trifulca. Malazo.
Flora: ¿Cuántos hijos tiene, señora?
Luzmila: Nueve, señorita. Todos pasados por el civil y bautizados con el
favor de Dios. Soy bien católica.
Flora: ¿Y su marido en qué trabaja?
Luzmila: Es que... para qué le voy a decir una cosa por otra... No soy na
casada. Soy “así no más”.
Flora: ¿No dijo que era tan católica?
Luzmila: Católica pero no fanática que le llaman... ¡Qué se saca cuando el
hombre pone puras dificultades. Está cesante. ¿No podría usted conseguirle
algún “pololito”, cualquier cosita, mientras tanto?
Flora: Mejor vamos a su casa para tomarle los datos y ver qué puedo hacer
por usted.

(Filomeno que ha entrado escucha lo que dice Flora)

Filomeno: ¡A esa flaca no hay visitadora que le pueda arreglar “la situación”!.
Ahí llega el Talao.

Asoma don Teo desde el boliche. Flora que iba saliendo con Luzmila, se
vuelve y mira con interés al Talao que entra y le entrega un paquete.

Talao: Su encargo, don Teo.


Teo: Gracias, Talao. Florita, venga. Mi sobrina, es Visitadora Social, y quiere
hablar con usted, Talao.
Talao: ¿Conmigo?. ¿En qué puedo servirla?
Flora: Explíquele usted, tío.
Teo: Ella tiene a su cargo el asunto de su protegido, el niño Rafael.
Talao: (Molesto) ¿Qué pasa con Rafael?
Flora: El Juzgado quiere... “readaptarlo”. Para que no reincida.
Talao: “Readaptar”,“reincidir”... ¡Qué bien habla su sobrina, don Teo! (A
ella) Mire, señorita, El Juzgado y las Visitadoras siempre vienen de atrás. ¡Por
qué no lo ayudaron antes, cuando andaba en aprietos!
Flora: El Juzgado sólo tiene que ver con los delincuentes.
Talao: (Agresivo). No se preocupe por Rafael: está en buenas manos.
Flora: ¿Quiere hacerse cargo de él?
Talao: Algo así.
Flora: Pero tengo que tomarle los datos.
Talao: (Burlón) Mis datos.¿Oyó don Teo?. Escriba que soy muy simpático y
buen mozo. (Entrando a su cuarto). Y muy cortés con las Visitadoras. (Entra,
cierra la puerta)
Teo: Se enojó. Pero no se aflija, yo le hablaré, Florita.
Flora: Parece que no le caí bien. Es difícil ser Visitadora, tío. Tener que andar
averiguando los datos... Bueno, si él cuida de Rafael, debe ser buena persona.

Va hacia Luzmila que la espera en un rincón, y sale con ella. Don Teo va


hacia la puerta del Talao y golpea. El asoma.

Teo: Oiga, Talao. Vino El Zurdo a avisar que el Trifulca salió del hospital y lo
anda buscando a usted. Cuídese, Talao, ya sabrá por qué lo busca.
Talao: No se preocupe, don Teo. Oiga, dígale a su sobrina que vuelva. A lo
mejor se quiere hacer cargo de mí, también. (Riendo, sale de escena)
Filomeno: (Que ha entrado y lo oye, riendo, por Talao). ¡Dios lo guarde al
angelito!

Se escucha un alboroto, Teo y Filomeno van hacia el costado a mirar

Teo: ¿Qué fue eso?


Filomeno: ¡Pelea parece!. ¡Y la yegua de grande!

Flora y Luzmila regresan a mirar. Entra el Zurdo trayendo al Talao herido.


Lo ayuda a sentarse en la grada del boliche.

Teo: Seguro que fue el Trifulca, ¡lo estaba esperando para pegarle a la mala!.
Páseme el aguardiente, Filomeno
Flora: ¿Qué pasó, Tío?
Teo: Ese “cogotero” del diablo... ¡se le echó encima a la descuidada!
Talao: Un puro rasguño, don Teo
Filomeno: (A Luzmila) El Talao le pegó un solo aletazo y le reventó la
chirimoya (indica la nariz). Y el Zurdo lo golpeó más encima. Salió
tambaleándose el desgraciado.
Flora: Tío, hay que llamar a la Asistencia Pública...
Zurdo: ¡Cómo se le ocurre!. Oiga señora Luzmila, avísele a la señora Juanita.
Talao: Qué tanta alharaca...
Teo: (Aparte a Flora) Llamar a la Asistencia Pública, sería entregarlo, Florita.
(Examina la herida) Está feo el tajo. Ya, Zurdo, traigan a la señora Juanita.
Flora: Tío, yo sé hacer curaciones. Deme alcohol. ¿Tiene algo para vendarlo?
Zurdo Yo le consigo, señorita. (Sale)
Flora: Ayúdeme, tío. (Le quitan la chaqueta)
Talao: (A punto de desmayarse). ¡Échele no más!

Cuadro 2

Ha transcurrido una semana Filomeno dormita en la puerta del boliche.


Entra Emperatriz y golpea la puerta, viene arreglada y coqueta. Habla muy
bien plantada y pronunciando mucho las palabras.

Filomeno: ¿Qué se le ofrece?. Hoy no se fía, mañana sí. (De pronto


la reconoce) Bah... era usted...
Emperatriz: Si me desconoció es señal que me voy a casar.
Filomeno: Ahora sí... Oiga ¿anda disfrazada, Emperatriz?
Emperatriz: Vaya... lo que pasa es que usted siempre me ve con “tenida de
trabajo”, hay que andar algo harapienta para que den limosna. Pero cuando me
doy una manito de gato, ¡doy el golpe!
Filomeno: ¿Y a quién le va a dar el golpe ahora?
Emperatriz: Eso está por verse. Voy a hacer unas diligencias ¿no ve que ya
tengo medio conseguido el quiosco de diarios?
Filomeno: ¿Ah...?. ¿Así es que habló ya con Su Excelencia?
Emperatriz: “Clareque”, pues. Fui a la Moneda. La Luzmila me prestó tres
chiquillos. Les dije que si lloraban bien fuerte les compraba unos dulces.
Armaron un griterío que casi me dan el quiosco al tiro. Ahora voy a la
“Mucipalidá”, por eso ando elegante. Bueno, y como ya tengo todo más o
menos de las mechas, vine a hacerle una proposición.
Filomeno: ¡Mándese el chancacazo!
Emperatriz: ¿Acepta ser mi socio?
Filomeno: ¿Así es que era en serio?
Emperatriz: Y le conviene. ¿Cuánto le paga don Teo para que le cuide este
chinchel?
Filomeno: Lo cuido cuando él sale, no más. Y él me da comida y me deja
dormir en un rinconcito. Con lo que saco cuando trabajo de “Mudo” me las
arreglo.
Emperatriz: Como mi socio no tendría que molestarse en pedir limosna.
Puedo darle la comida, y le advierto que no habiendo como yo para hacer las
“pantrucas”. Y las empanadas me salen como mandadas hacer de medida.
Filomeno: No diga... ¿Y qué más sabe guisar?
Emperatriz: ¡Cazuela de chancho con chuchoca!
Filomeno: Vaya... si me le cae el real de oírlo... (Se relame). Y ¿los
chunchules?
Emperatriz: ¿Le gustan con puré o los prefiere con chancho en piedra?
Filomeno: Hmm. Oiga ¿cuánto me va a pagar?
Emperatriz: Bueno, de eso le iba a hablar. Mi cuarto es grande. Con decirle...
sobra harto espacio. Lo repartimos, usted pa’ cá, yo pa’ llá. ¿Cómo lo va
hallando?. O sea, de primera el puro rancho, cuarto y comida.
Filomeno: (Acercándose, con picardía) ¿Cuarto, comida ¿y qué más?
Emperatriz: Guarde, guarde... no se me atraque tanto. Miren... Se lo lleva
“palabréandome” no más, y ahora ¡echándome el manco encima! (Coqueta le
da un empujoncito)
Filomeno: (Digno) Acaso quiere, pues.
Emperatriz: Hablemos con franqueza. Si es otra cosa lo que se le frunce, no
le está hablando a ninguna caída del catre, tampoco. Conozco las necesidades
del hombre y de la mujer. Y hace tiempo que estoy pensando en casarme.
Filomeno: ¡¡Qué!!
Emperatriz: ¿Cree que se me puede tirar al dulce, así no más? No, pues mi
hijito, pobre seré pero ¡no soy ná del Fisco!. Cuarto y comida y nada más,
entonces. Total ¿qué más quiere que pasárselo sentado cuidando el quiosco?.
Piénselo y me contesta. No se va a hallar en otra en su vida, le diré.
Filomeno: (Burlón) Claro, pues...
Emperatriz: Hasta lueguito, entonces.

Sale moviendo exageradamente sus caderas. El Zurdo que ha entrado se la


queda, mirando asombrado:

Zurdo: ¡Mi abuela!. La Emperatriz: más emperifollada que la yegua del


payaso!. ¿Está don Teo?
Filomeno: No está.
Zurdo: Quiero que me venda una “mercadería” (Muestra una billetera). Puro
cocodrilo.
Filomeno: ¿Cuál es “la procedencia”... que le llaman?
Zurdo: Me la regaló el “Dedo de Ángel”. Subimos a un autobús, de esos
donde la gente parece sardina en lata, y bajamos en la cuadra siguiente por la
otra puerta. El “Dedos” traía tres billeteras. Ese es capaz de sacarle a un gil la
corbata sin que se dé cuenta. Los agarra, así, de frentón, le coloca la mano
izquierda debajo de la pera, le echa la cabeza para atrás, se le carga encima,
“permiso para pasar”, y suavecito le saca la “música”. (Muestra la billetera)
Filomeno: Buen dar con el Dedos de Ángel. Con ese sistema tan pulido le
puede sacar hasta los pantalones. Dígale que se comida con un parcito, que los
míos se me caen a pedazos.

(Entra Flora)

Zurdo: Mire quién viene aterrizando. Seguro que viene a hablar con el Jefe.
Le voy a dar aviso.

Sale el Zurdo, al pasar invita a Flora, galante, a entrar al boliche.

Flora: Buenas tardes. ¿Está mi tío?


Filomeno: No está ná'. Pero no se dilata en volver. Tome Asiento, pues.
(Limpia una silla)
Flora: Gracias. ¿Y el Talao?
Filomeno: Péguese la mirada... (Se acerca el Talao)
Flora: Buenas tardes.
Talao: Gusto de verla.
Filomeno: Mejor que te mandís cambiar, Filomeno... (Se retira)
Flora: ¿Cómo sigue su herida?
Talao: Lo más bien. (Toma una guitarra y habla mientras puntea una
melodía). Ya ve que hasta puedo pulsar la vihuela Oiga, quería agradecerle la
molestia que se tomó por mí.
Flora: Para eso estamos, pues.
Talao: (Sonríe) ¿Las Visitadoras?
Flora: (Turbada) ¿Qué quiere decir?
Talao: Se lo agradezco igual
Flora: Entonces, ahora me tiene que ayudar a mí. En lo del niño Rafael.
Talao: Lo siento. Rafael no quiere oír hablar de encierros.
Flora: Es que ahí puede aprender un oficio y dejar la vagancia.
Talao: Para él todos son encierros.
Flora: Explíquele que no tiene que asustarse: ya está libre.
Talao: Yo lo saqué de la Correccional.
Flora: ¡Probaron que era inocente!
Talao: Yo lo “hice parecer” inocente.
Flora: Le enseñó a burlar la justicia. Eso está mal.
Talao: ¡Mi madre!. ¡Me echó encima su vocabulario!. ¿Usted cree en la
“acción de la justicia”?
Flora: Pero... si el niño era culpable...
Talao: Todos roban cuando son guachos y andan hambrientos. Usted, en el
caso de Rafael, también lo habría hecho. (Ella niega con la cabeza) Claro... Es
que usted no sabe lo que es estar tirado en la calle, sabiendo que no hay ni un
rinconcito en el mundo donde pueda llegar, para que le den un plato de
comida.
Flora: Bueno, hay Instituciones...
Talao: Siempre están llenas. De ahí a que hagan los trámites, antes llega al
cementerio. Pero, seguro que ese tipo de cosas no se las enseñan a las
Visitadores. Ni tampoco es algo que se enseñe con palabras, se aprende en la
calle.
Flora: Mi familia es muy pobre. Como don Teo. Y si estudié para visitadora...
es precisamente para remediar un poco la injusticia.
Talao: ¿Y... qué más?
Flora: Se puede luchar contra la miseria.
Talao: (Burlón) ¿Usted cree?
Flora: ¿Por qué no?
Talao: La miseria tiene mucha fuerza, Florita. Y hay gente que vive de ella. Y
esa gente ¡no desea que la miseria desaparezca!. ¿Qué puede hacer usted?.
Mejor, cambie de profesión.
Flora: No es mucho lo que puedo hacer, pero al menos, en este oficio (Calla,
desanimada)
Talao: Perdóneme. Pero es que nunca creí en ese “oficio”. Usted es muy
buena, muy inocente. Tiene excelentes intenciones. Así es que se va a llevar
muchas desilusiones. (Pausa, ella parece inhibida. Él le sonríe). Bueno, a lo
mejor me equivoco. Dígame ¿qué es lo que quiere hacer con el Rafael?
Flora: En la Correccional les enseñan un oficio. Y sobre todo les enseñan a
ser honrados.
Talao: Un hombre honrado. Es decir, un infeliz al que todo el mundo manda y
tutea. Es enseñarle a que aguante que cualquier le ponga el pié encima.
Flora: ¿Eso es para usted, un hombre honrado?
Talao: Honrado Y pobre: ahí está la diferencia.
Flora: Mi tío me dijo...
Talao: (Cortando) Él no lo sabe. (Pausa) Me acostumbré a vivir entre gente
tragediosa. Y los que menos me asustaban eran los ladrones. Uno se encariñó
conmigo y a él le debo muchas cosas: me enseñó a andar limpio y a hablar
como la gente. Y también me enseñó las tretas que conocía. De no ser por él,
andaría por ahí, vagando, hambreado, las carnes al aire.
Flora: ¿Le puedo hacer una pregunta? (Él asiente). ¿Está contento con lo que
es ahora?
Talao: Estoy bien. Soy un tipo con suerte.
Flora: ¿Y si se le termina la suerte?
Talao: Para eso practico con la guitarra (Retoma una melodía en la guitarra).
Puedo trabajar de ciego en una esquina, a medias con el Filomeno.
Flora: Estoy Segura que no está satisfecho con la vida que lleva. Es capaz de
algo mucho mejor.
Talao: ¿Me va a dar un sermón?
Flora: Bueno. Me tengo que ir.
Talao: ¿Lo del sermón le molestó?. Fue una broma. No se vaya. Y dígame
qué quiere que haga. Hable.
Flora: No creo que sirva de mucho.
Talao: Mande, Florita. (Le sonríe)
Flora: Le conseguí a Rafael en un empleo. Como aprendiz en un criadero de
aves.
Talao: (Ríe) Ya lo veo, correteando las gallinas. Lléveselo, pues. No lo tengo
amarrado.
Flora: Él lo admira y hará lo que usted le pida. Es como su padre.
Talao: El tremendo hijo que me salió... Bueno, prometido: le voy a hablar.
Flora: ¿De veras?. No sabe cómo se lo agradezco. Gracias. Entonces hasta
luego
Talao: Espere... ¿cuándo vuelve?
Flora: Un día de estos. (Sale)

Talao se queda en la puerta del boliche, toca la guitarra. Entran el Zurdo y


Filomeno, se sientan en el suelo a jugar al naipe.

Zurdo: Nos vamos a ir de sota...


Filomeno: Y no se me corra, Zurdo

Talao se acerca a los jugadores y luego de observarlos y ver que están


haciendo sus apuestas. Pone un billete grande. Ellos lo miran, asombrados.

Zurdo: No nos venga a humillar, jefe...


Filomeno: Se la hacemos juntos, entonces. Oiga ¡le fue mal a su jefe!
Zurdo: Bueno está, porque... (Guiño de malicia), “desgraciado en el juego,
afortunado en  amores.” (Talao entra a su cuarto) Oiga Filomeno, parece que
el Jefe cayó en la trampa... debe andar mal de “ukelele” (Indica su corazón)

Fin del acto Primero

Acto segundo

Cuadro Único

Una semana después. Atardecer. Entra sigilosamente Talao, seguido del


Zurdo que tras un paquete. Talao, hace una seña al Zurdo para que le
entregue el paquete y entra a su cuarto. Sale enseguida:

Talao: Zurdo, anda a la farmacia y tantea el precio


Zurdo: ¿Están enterados del asunto?
Talao: No. Háblale de la coca por si tiene un buen dato. Hay que venderla
cuanto antes.
Zurdo: Ya no más.
Talao: Y con cautela. Algunos jefes andan metidos en esto de la “pichicata”.
(Sale el Zurdo. Entra Ana María y pasa con una jarra hacia el pilón del
agua). ¿Cómo anda la suerte, buenamoza?
Ana María: Más o menos. (Sale Talao)

Se escucha el canto de los evangelistas que andan en la población, luego la


voz de Zacarías, predicando.

Voz de Zacarías: “Miro Hacia la tierra y está desolada y vacía. Hasta los


cielos miro, pero no hay luz en ellos. Miro las montañas y las montañas están
temblando... (Enseguida entra a escena).
Ana María: ¿No se cansa nunca de predicar, usted?
Zacarías: El profeta Jeremías habla por mi boca, hermana. ¡Hay que
arrepentirse de los pecados porque el día del Señor se acerca! (Se aleja)
Teo: (Sale del boliche). ¡Este Zacarías!
Ana María: El “canuto” me tiene curcuncha, don Teo. Hace una semana que
anda predicando pegado a mi talones.
Teo: ¡Hágale Una desconocida!
Ana María: No sirve. Dice que en Chile no está prohibido hablar en voz alta.
Teo: Oiga, Anduvo por aquí un tipo de Juzgado. Le trajo esta citación.. ¿Se la
leo?. “Cuarto Juzgado del Crimen, Germán del Río contra Anamaría Montoya,
entre otros, por robo de dinero. (Ella empieza a llorar). ¡Ya está llorando otra
vez!
Ana María: Es el baboso que me causó de robarle la plata, don Teo...
Teo: No se aflija, presa no está. Voy a hablar con el Talao. Que tiene un buen
abogado, un criminalista que le llaman. Ese saca de la cárcel a cualquiera,
aunque se halla robado un arzobispo. (Ella ríe entre lágrimas). No siga
llorando que le va a venir la “cardíaca” como dice la Emperatriz:
Ana María: Es tan injusto, don Teo... Es el destino que una tiene.
Teo: ¿Por qué no le hace empeño a cambiar?
Ana María: ¿Cree que hago esto por gusto?. Si una vez estuve a punto de
casarme, don Teo El tipo era bueno, aunque era más feo que el permanganato.
Le decían “el Cara de Choclo”... tenía dientes hasta en la nariz...
Teo: Buenmozo el rotito...
Ana María: Pero cuando sus parientes se enteraron ¡todo se fue al carajo!.
Cada vez que un pobre diablo está con el pié en el estribo para salir de la
miseria, otro pobre diablo lo agarra y lo tira para abajo.
Zacarías: (Saliendo de su choza) Profesor, buenas tardes, venía a pedirle un
desatornillador.
Teo: Vamos a ver (Busca en el boliche)
Ana María: Falta que le hace; los tornillos los tiene buen sueltos, usted. (Se
aleja con su jarro de agua)
Zacarías: (A don Teo). La hermana anda un poco nerviosa. A veces creo que
se molesta con mis palabras. Pero yo estoy en la tierra para cumplir una
misión, don Teo. Ña' gente me cree loco porque suelo predicar estando solo,
pero yo tengo fe. ¡Quién sabe si detrás de un muro, o en la oscuridad de la
noche, la voz del Señor no detiene una mano asesina... o impide que una pobre
mujer se hunda en el pecado!. Porque el príncipe como el mendigo, el rico
como el miserable ¡todos somos hijos de Dios!
Teo: ¡Hay para todos los gustos! Entremos a ver si encuentro ese
destornillador.

Entran al boliche. Desde hace un instante, adentro está Filomeno peinándose,


para lo que se moja mucho el pelo ante un trozo de espejo.

Zacarías: (Por el desatornillador) Gracias profesor.


Teo: Hace tiempo que dejé de ser profesor.
Zacarías: ¿Jubilado?
Teo: No quise jubilar. Un amigo mío, después de andar dos años de ventanilla
en ventanilla tramitando su jubilación, se cayó muerto ahí mismo, en la oficina
cuando le dijeron, por milésima vez “vuelva el lunes”.
Zacarías: ¿Y tiene familiares?
Teo: Dos hijos. Muy buenos. (Filomeno lo mira con ironía). Uno es mecánico
dental y el otro... bueno, no tiene profesión, pero tiene habilidad para los
negocios.
Filomeno: ¡Gol, don Teo!. Habilidad para los negocios. Claro que no todos le
salen bien.
Teo: (Molesto) Los negocios son así.
Zacarías: Mecánica dental y comerciante. Le ayudarán, entonces.
Filomeno: Claro. El día “que la perdiz críe cola”...
Teo: Estése callado, Filomeno.
Zacarías: ¿Cuánto le debo por la herramienta?
Teo: Después arreglamos, vecino.
Zacarías: Gracias. (Sale y entra en su choza)
Teo: No me gusta que se meta en mis cosas, Filomeno. Y menos que
desmienta lo que digo ante desconocidos,
Filomeno: Disculpe, don Teo, pero... creo que es malo engañarse a uno
mismo.
Teo: Eso es asunto mío.
Filomeno: Cierto. Total, aquí soy un puro “allegado” suyo, y no le debo más
qu favores. ¿Por qué me meto en sus cosas?. ¿Quién me manda? (Se aleja, con
visible tristeza)
Teo: Bueno, no se ponga sí, tampoco.
Filomeno: A mí, don Teo, todo el mundo me puede decir lo que quiera, y
tengo que aguantar. Yo no soy el Talao. Ese ronca fuerte y pega altiro, aunque
después lo maten. A mí algo se me rompió adentro cuando era cabro joven.
Quién sabe si sería el cigüeñal, o las balatas: esas cuestiones que joden tanto y
que nadie sabe donde están. (Parece estar al borde del llanto)
Teo: (Cariñoso) Ya, ya, dejémonos de cosas y vamos a echarle bencina al
estanque. (Saca botella y vasos y sirve vino). Alguna vez cambiará la suerte.
Filomeno: Claro: cuando estemos en el cementerio oyendo cantar los
zorzales...
Teo: No sea fatalista. Salud, Filomeno. (Beben)
Filomeno: ¡A la suya!. Usted que es buen amigo...
Teo: Cuando me salga el asunto del pleito voy a poner restaurante. Ahí van a
ir todos los amigos a llenarse el buche sin pagar.
Filomeno: Este don Teo que las revuelve... (Ríe)
Teo: A usted lo voy a hacer trabajar de mayordomo.
Filomeno: ¡Con “esmoking” blanco, mi alma!. Ya me veo... (Mímica de
servir). “Chunchules, caballero, guatitas a la virulí... ¿Un muslito de gallina
virgen?” (Ríen ambos y de pronto callan; ha entrado Juan Reinoso, el hijo de
don Teo, un “chulo de barrio”). Bah. Llegó el hombre bueno para los
negocios. Mejor que te vayái, Filomeno. (Sale)
Teo: Apareciste, Juan.
Juan Reinoso: ¿No se alegra de verme?
Teo: ¿De qué me voy a alegrar?. Te acuerdas de tu padre sólo cuando
necesitas plata.
Juan Reinoso: Le dio medio a medio. Quiero plata. Le dejé un reloj, hace
tiempo y usted lo vendió.
Teo: Pero todavía no me lo pagan.
Juan Reinoso: Algo tendrá. ¿O se lo tomó? (esto de beber)
Teo: Cállate. Te digo que no han pagado.
Juan Reinoso: Laya de comerciante. Seguro que se tomó le plata.
Teo: ¿no te da vergüenza hablarle así a tu padre?. Tú, un perdido, que se lo
pasa en la cárcel...
Juan Reinoso: No paga y encima “palabrea”. Voy a ver al Talao.
Teo: Deja en paz al Talao. ¿para qué lo quieres?
Juan Reinoso: Yo sabré, pues.
Teo: Como hijo no has hecho más que amargarme la vida, y como ladrón no
eres bueno más que para andar sirviendo a otros. Si hubieras estudiado, a esta
hora serías un hombre decente.
Juan Reinoso: No soy un santo como mi hermano, pero tampoco soy un
baboso como él. Y usted se lo lleva echándome en cara que no estudié y que
no sirvo para nada y ¿quién lo dice?. Un viejo descachalandrado...
Teo: Estoy así es por culpa del sinvergüenza que me robó la plata en el pleito.
Si algún día lo gano, te voy a ver mansito con tu padre.
Juan Reinoso: Ya salió con la chifladura del pleito!. Se lo pasa transmitiendo
con eso... el pleito se lo comieron los ratones en el Juzgado.
Teo: Ninguno de ustedes dos me ayudaron en eso.
Juan Reinoso: ¡Qué íbamos a ayudar si usted mismo entregó la plata de puro
jetón!. Como se lo pasaba borracho. Más encima, lo echaron antes que
jubilara. Para qué me hace hablar.
Teo: (Alterado). ¡Mándate cambiar!. (Pasa al interior, murmurando). No
sirves más que para hacerme pasar rabias...
Juan Reinoso sale, va a golpear a la puerta del Talao.

Voz de Talao: ¿Quién?
Juan Reinoso: Yo.
Voz de Talao: ¿Quién es “yo”?
Juan Reinoso: Juan Reinoso.
Talao: (Saliendo) la media visita. ¿En qué andas?
Juan Reinoso: Hace unos días hablamos. ¿Te acuerdas?
Talao: Me lo pasa acordando.
Juan Reinoso: Te di los datos de la coca...
Talao: ¿Cuáles datos?
Juan Reinoso: Lo de las mujeres que la traen de Bolivia, y que era fácil
cambiarles el maletín en el hotel.
Talao: Y ¿por qué no se lo cambiaste vos?
Juan Reinoso: Quedamos en que tú hacías el trabajito y nos íbamos a medias.
Talao: ¡Y a qué viene esto?
Juan Reinoso: A que ya les quitaron el maletín con la pichicata.
Talao: Mala suerte, Juanito. Te la ganaron.
Juan Reinoso: La robaste vos.
Talao: ¿Ah sí?. ¿Me vieron con el maletín?
Juan Reinoso: Te vieron cerca del hotel.
Talao: Sería mi ánima que andaría penando.
Juan Reinoso: Dame la mitad de la coca, o de la plata. Yo te pasé el dato.
Talao: La media gracia “que había un maletín con coca”. Como si me
hubieras dicho: ahí está el Banco de Chile.. Ya, déjame tranquilo.
Juan Reinoso: ¿Estás Seguro que no fuiste tú?
Talao: Regístrame. (abre su chaqueta, se ve su revólver)
Juan Reinoso: ¡Te vas a arrepentir de ésta! (Sale, furioso)

Talao entra al boliche y empieza a puntear una melodía en la


guitarra. Aparece Flora en escena.

Talao: Dichosos los ojos...


Flora: Buenas tardes. (Alegre) Arreglé lo de Rafael. Vine a traerle ropa y la
dirección del trabajo en San Bernardo.
Talao: Mandé al chiquillo a cortarse el pelo.
Flora: Quería darle las gracias. Si aceptó ese trabajo, fue porque usted se lo
pidió. Bueno, me voy. (Deja la bolsa que trae)
Talao: Espere... Siempre se quiere ir. ¿Conversamos un ratito? (Le acerca una
silla). El otro día me dejó pensando. Me dijo... ¿cómo era?. Que si estaba
contento con la vida que llevo. Me quedé dándole vueltas al asunto.
Flora: ¿Lo dice en serio?
Talao: Sí. ¿Por qué me lo preguntó?
Flora: Porque no creo que esté contento. Me ayudó sacar a Rafael de este
ambiente.
Talao: Rafael es otro asunto.
Flora: Quizá desea para él lo que hubiera deseado para usted...
Talao: ¡Un criadero de pollos!
Flora: Para empezar. Podría dejar esta clase de vida
Talao: ¡Está loca!. Ya tengo los huesos duros. ¿Cree que es fácil cambiar?.
Mire, Florita, si a usted la sacan del mundo en que se crió y la hace en entrar
al mío ¿cómo se sentiría?
Flora: Nada es imposible si uno se lo propone.
Talao: No. Usted no entiende. (Se levanta)
Flora: Eso es lo único que sabe decir. Si cree que no entiendo, explíqueme.
Talao: La primera vez que entré a robar sentí un miedo tremendo. No sabía lo
que iba a pasar. Ahora es lo mismo: si dejo esto, lo único que conozco,
tampoco sé lo que me va a pasar.
Flora: ¿Le tiene miedo a ser honrado?
Talao: No. ¿Ve que no entiende?. Cuando cumplí condena la primera vez,
decidí “reformarme”. como dicen las Visitadoras. Fui a las construcciones, me
metí en las fábricas. Pero parece que lo que sobra en este país es gente que
busca trabajo. Y mis documentos no eran limpios. Como no quería lustrar
zapatos o recoger papeles y huesos con un saco, aquí estoy.
Flora: Usted sabe que es capaz de algo mejor.
Talao: ¿Sin recomendaciones?. No puedo mostrar mi condena por robo. Me
preguntan qué sé hacer y tampoco se los puedo decir. (Ella calla). ¿En qué se
quedó pensando?
Flora: Entiendo que el Filomeno se asuste si le quitan su tarrito de pedir
limosna... Pero usted...
Talao: ¿Y por qué voy a ser distinto del Filomeno?. Aquí en esta población
somos todos “piojos de la misma costura”. Claro que algunos son más
miserables que otros. Pero por dentro, somos iguales.
Flora: Usted es distinto.
Talao: ¿Sí?. ¿En qué se nota?. A ver ¿qué sabe de mí?
Flora: Se enoja cuando lo quieren ayudar.
Talao: ¿Cómo me va a ayudar?. ¿Como al Rafael o a la señora Luzmila No,
yo no soy un “caso social”, Ahí es donde se confunde. Si es por experiencia,
yo podría ser su papá. (Ella se levanta para salir) Ya se enojó. Usted es la que
no tiene paciencia. Eso es lo primero que deberían enseñarle a las Visitadoras.
Flora: Pero es usted el que no quiere que lo ayuden.
Talao: Depende. Cuando me habla como “Visitadora”, y quiere reformar al
ladrón... entonces... (Calla. Con voz suave). Mire, yo sería capaz de cualquier
cosa si usted, la Florita, me lo pidiera. (Pausa). ¿Entendió ahora? (Le vuelve la
espalda, molesto). No sé para qué le digo estas cosas. Para usted seguiré
siendo el ladrón. O el ladrón reformado (Un silencio). Bueno, diga algo.
Flora: Si quiere cambiar, no tiene que hacerlo porque yo se lo pida. Debe
hacerlo por usted mismo.
Talao: ¡Dios La guarde!. Tan bonito que habla. Si le falta sólo hablar en
versos...
Flora: ¿Siempre tiene que burlarse?
Talao: Es que su mundo está tan lejos del mío. Florita. Perdone si le hablo
con enojo. Esas palabras que dijo recién, “cambiar porque yo lo quiera”, ¿sabe
lo que significan?
Flora: ¡Cómo no voy a saberlo!
Talao: En su mundo lo sabe. Pero en el mío ¡son sólo palabras bonitas!. ¿Por
qué me mira así?
Flora: Porque parece... rabioso.
Talao: Cierto. Y si no la veo, me paso acordando de usted. Pero si hablamos
me pongo rabioso. ¿Sabe por qué?. ¿O prefiere no saberlo?. ¿Qué tiene que
ver usted con los ladrones?
Flora: Se puede dejar de ser ladrón.
Talao: No se puede cambiar de un día para otro. (Con ternura). Es casi una
niña. Bien poco sabe de la vida, aunque hable con esas palabras tan grandes.
Flora: Y usted se cree mi padre.
Talao: De veras que quisiera entenderme con usted, Florita. Me doy de
cabezazos contra un muro. A usted le pasa lo mismo ¿no?
Flora: ¿Es sincero al decir que quiere entenderse conmigo?
Talao: Por supuesto que sí.
Flora: Entonces, Volvamos a empezar. Dijo que es capaz de cualquier cosa
“si yo se lo pidiera” Bien, trate de cambiar, Talao. Se lo pido como mujer.
Talao: (Luego de un silencio) No juegue conmigo.
Flora: ¿Le parece un juego?
Talao: No.
Flora: ¿Entonces?
Talao: ¿Confía en alguien como yo? (Ella asiente) Podría yo prometer mucho
y no cumplir.
Flora: Creo que el único que desconfía de usted, es usted mismo.
Talao: Cierto. (La mira, serio, luego se acerca y la toma en sus brazos. Ella,
desconcertada, se queda quieta). Pídamelo ahora.
Flora: Se lo pido.
Talao: Diga algo más.
Flora: ¿Qué más?
Talao: Que me quiere.
Flora:, No estaría aquí con usted si...
Talao: ¡Dígalo!
Flora: No sé. No sé decir... eso. (Se aparta, con pudor)
Talao: Entonces, Yo pregunto y usted responde. (Tierno) ¿Me quiere? (Ella
asiente). Diga “sí”... ¿O tampoco puede decirlo?
Flora: Sí, Creo que lo quiero.

Él la besa. Se miran, Se apartan.

Talao: Oiga, Nunca una mujer me tuvo así.


Flora: ¿Cómo?
Talao: Estúpido y muerto de miedo.
Flora: ¿Miedo de mí...?
Talao: No, no es eso. Usted no entiende.
Flora: Ya empezamos con eso... (Ríen ambos)

Él la toma en sus brazos, la acaricia, la besa. Se escuchan los pasos de


Zacarías, se apartan, y Talao la lleva fura del boliche.

Zacarías: (Mirándolos salir). “Como la azucena entre los espinos, así es mi


amada entre las doncellas... Como el manzano entre los árboles del bosque, así
es mi amada entre los mancebos...”

Se acerca al pilón y empieza a lavar una olla. Entra Emperatriz, ayudando a


Luzmila con una artesa de ropa para lavar.

Luzmila Dios se lo pague, vecinita.


Emperatriz: (A Zacarías) Oiga ¿por qué no se busca una mujer para que le
lave las ollas?
Zacarías: La mujer no es esclava del hombre, hermana; es su compañera.
Luzmila: ¡Qué fino habla el maestro Zacarías!

Entra Ana María con jarra para el agua.

Emperatriz: Pura faramalla. Conocí a una familia de cogoteros que se


hicieron evangélicos No saltearon nunca más y se murieron de hambre
Luzmila: Y eso de que los evangélicos no le pegan a la mujer ¿será verdad?
Emperatriz: Oiga, maestro ¿por qué no le predica al hombre de la Luzmila?.
A ése si que le hacen falta sus prédicas...
Luzmila: Ay que sería bueno, maestro Jehová... ay, perdone, maestro
Zacarías.
Zacarías: En cuanto lo vea, le hablo, señora Luzmila.
Luzmila: ¿De veras?. Me deja tan esperanzada...
Ana María: Cuando no. Si esta flaca vive esperanzada... que el marido no le
pegue, que le den cama en el hospital, que le encierren un chiquillo, que le
arreglen el techo para no tener que meterse todos debajo del catre cuando
llueve... Puchas las tamañas esperanzas!

Sale don Teo del boliche con una botella de licor, luego Filomeno

Emperatriz: Oiga don Teo ¿cree que su sobrinita va a arreglar al Talao?


Teo: Quizá... (Ríe). ¡Se han visto muertos cargando adobe!
Ana María: Don Teo ¿le habló al Talao, sobre buscar ese abogado?
Teo: No, Ana María, no he visto al Talao.
Zacarías: Recién estaba aquí con su sobrinita, don Teo.
Emperatriz: ¡Se armó a collera, entonces!
Filomeno: Se jodió el Talao. La Visitadora lo va a dejar santito.
Emperatriz: No crea. El que nace mañoso, muere mañoso.
Luzmila: (Que lava ropa en el pilón). Dicen que el amor todo lo puede...
Filomeno: Como no, pues. El amor, hartos chiquillos, uno para el hospital,
otro al Reformatorio...
Emperatriz: ¡Buena, Filomeno!
Luzmila: El Filomeno es muy hereje.
Zacarías: (Por la artesa) ¿Le ayudo, hermana?
Luzmila: Ay que se lo agradezco. (Salen con la artesa) Mire que ando con un
dolor de espalda que no me deja dormir. ¿Por qué no aprovecha para
arreglarme el techo que se me corrió una “fonola”?
Emperatriz: Oiga, don Teo ¿cree que su sobrinita va a arreglar al Talao?
Teo: (Ríe) ”Se han visto muertos cargando ladrillos”
Emperatriz: ¿Tan difícil le parece? Muy “fatalisto” lo veo.
Teo: La miseria es un mal que no agarra sólo por afuera, agarra por dentro.
Los que están en el hoyo, no tienen fuerza para salir. Y si asoman la cabeza,
viene otro y lo empuja para abajo. (Bebe y agrega, sombrío:) La miseria es el
mal de los miserables...
Emperatriz: No siga que me va a hacer llorar. Aunque poco lo entiendo...
Teo: El hombre miserable anda siempre acosado. Y el hombre acosado se
vuelve malo. El hijo desconoce al padre. Todo se acaba, la familia, el cariño...
Emperatriz: ¿Qué le pasó, don Teo?. Usted siempre anda consolando al
triste...
Teo: Hay días en que lo único que parece bueno, es morirse. (Entra al
boliche)
Ana María: (Alejándose) Algo le pasó a don Teo.
Emperatriz: ¡A las mechas, dijo un pelado! Oiga., Filomeno ¿ha pensado en
mi proposición?
Filomeno: ¿En cuál de las dos?
Emperatriz: Le hice una no más.
Filomeno: Entonces ¡yo le hago la otra!
Emperatriz: (Coqueta) ¿Cuál será?
Filomeno: Que me pague un sueldo, pues.
Emperatriz: (Decepcionada, con enojo). Puchas que es interesado, usted. Yo
creí que me iba a hablar de... “otra cosa.”
Filomeno: Es que “la otra cosa”, es la otra cosa! (Se le acerca y la mira con
malicia)
Emperatriz: (Voz dulce) Guarde... No se me propase
Filomeno: Es que usted se ha puesto tan no sé cómo, últimamente, que me
tiene medio saltón.
Emperatriz: ¿De veras?
Filomeno: De veras.
Emperatriz: Pero ya sabe como es la Emperatriz rotosa pero “dexigente”. No
hay vida marital que le llaman, sin las dos leyes.
Filomeno: (Con terror) ¡¡Matrimonio!!
Emperatriz: Clarito. Y nada de “adelantos”. Soy muy moral para mis cosas.

Filomeno se aleja, como tomando distancia, asustado.

Filomeno: Guachi, Filomeno, que te quieren agarrar... (Se le acerca, vacila,


retrocede, tira al suelo su sombrero con gesto heroico). Bueno, ya. ¡Me
engancho!. Pero ahora, antes que me arrepienta y “apriete” (gesto de escapar)
Emperatriz: ¿Lo dice en serio?. La pucha... (Emocionada). Es la primera vez
que me proponen matrimonio. (Se seca una lágrima). Las otras veces no me
dijeron ni pío. (Alegre) ¿Nos tiramos el salto, entonces?
Filomeno: Salte no más.
Emperatriz: ¡Allá voy! (Se echa en sus brazos, él le pellizca el trasero). No,
pues, sin entusiasmarse, tampoco.
Filomeno: Bueno y ¿qué hacemos ahora?
Emperatriz: Entremos al boliche, a ver si don Teo tiene una ropita usada para
que se cacharpee un poco. Parece mata de perejil usted.
Filomeno: Ya me ofendió. ¿Con qué voy a pagar?
Emperatriz: No se preocupe: la sociedad tiene capital.

Entran ambos al boliche, saliendo de escena. Entra Ana María maquillada


como prostituta y se cruza con Zacarías.

Zacarías: Señorita Anamaría, hermana, quiero pedirle un favor...


Ana María Favores, sí, pero sermones, no.
Zacarías: Que no salga esta noche a la calle.
Ana María: Es mi trabajo. Si no salgo, me tiene que “indemnizar”
Zacarías: Deseo invitarla a la Congregación...
Ana María ¿A mí?. ¡Eso si que está bueno!
Zacarías: Todos somos hijos de Dios, hermana.
Ana María Le dio conmigo a usted...
Zacarías: A mí, no: al Señor. Él la eligió. Yo no soy más que su humilde
instrumento. (Ella vacila). Déjese llevar y la fe vendrá sola.
Ana María: (Nerviosa) Y si me convierto ¿quién me dará de comer?
Zacarías: (Indica hacia el cielo) Él proveerá. Los caminos del Señor son
infinitos.
Ana María: Usted es un buen hombre, y me dan ganas de creerle.
Zacarías: La espero esta noche, entonces.
Ana María: No,Tengo que ir... donde voy siempre.
Zacarías: Píenselo. Nada pierde con venir... (Se aleja)
Ana María: Tiene razón: nada pierdo. (Regresa Talao) Oiga., Talao ¿Sabe
dónde voy a ir esta noche?. ¡A la Congregación del maestro!.
Talao: Entonces, el “maestro Jehová” como lo nombra la Luzmila, se salió
con la suya.

Talao toma la guitarra y puntea una melodía, sale don Teo, con su botella de
licor. Ana María da unos pasitos de baile al compás de la guitarra.

Teo: Señorita, ¿me concede este vals?. No hay que echarse a morir, ¿no?
Ana María: Así me gusta verlo, don Teo. (Bailan unos compases)

Entra Violeta y se acerca sin ser oída. Al verla, de pronto, se quedan quietos,
Talao deja tocar y dejan de reír.

Violeta: ¡Qué buena vida! (A don Teo). Y usted ¡póngale vino, mi alma!. Y


que la Violeta se joda...
Ana María: ¿Así es que no podemos estar contentos, de vez en cuando?
Violeta: No estoy hablando con usted.
Ana María: No, pues, cómo se va a rebajar.
Violeta: (A Teo) Le di aviso con tiempo. Cuando me debía dos meses. Y ya
van tres.
Talao: Yo soy la fianza de don Teo.
Violeta: ¿Ah sí?. Esa fianza ya no sirve.
Talao: ¿Cuánto le debe?
Violeta: Eso ya no importa. Arrendé el boliche y don Teo tiene que saltar. Y
usted también, Talao, me va a desocupar el cuarto.
Talao: ¿Así es que también le debo plata?
Violeta: No, pero quiero que se vaya. Su cuarto es muy... insalubre. Quiero
refaccionarlo. (Sale)
Ana María: Hija de la grandísima...
Teo: Esa mujer es como la mala sombra. Si lo ve a uno jodido, ¡más lo jode!

Fin del Acto Segundo

Acto tercero

Cuadro 1

Por la tarde, una semana después. Entra Juan Reinoso y se acerca con
cautela a la puerta de Talao. Lleva un diario doblado en la mano. Se ve
nervioso. Tras él entra Talao y se detiene a observarlo.

Talao: ¡Juan Reinoso! (Tiene él un sobresalto que hace reír a Talao). Cuando


tú vas, yo vengo de    vuelta. (Juan esboza un movimiento como para atajarlo,
Talao simula sacar un arma) Quieto, Juanito. Dame ese diario. (Se lo
arrebata y saca la daga que Juan llevaba disimulada en él). Te encontré no
hace tanto, lleno de piojos y te regalé ropa limpia. Después recogí a tu padre
que estaba tirado en la calle por tu culpa. Y ahora vienes con un diario en la
mano. Toma. (Tira la daga al suelo, Juan la recoge). Habla.
Juan Reinoso: ¿Conoces al Matuco?
Talao: Sí. Cartillero, cabrón de prostitutas, contrabandista.
Juan Reinoso: Es el dueño de la coca que te levantaste. Así es que ándate con
cuidado.
Talao: Dale Con eso. No me robé la coca. Y si lo hubiera hecho antes que
darte un gramo, ¡la echo al canal!
Juan Reinoso: Ser guapo no siempre resulta, Talao.
Talao: Cierto. A veces los perros chicos matan al león.
Juan Reinoso: Dame algo. No soy exigente.
Talao: “No soy exigente”. ¡Y llegas con una daga en la mano!

Juan intenta atacarlo, Talao lo retiene

Juan Reinoso: ¿Me vas a dar o no?


Talao: (Le pasa un billete). Toma esta “sabanita” para que envuelvas. ¿O te
queda corta?
Juan Reinoso: No me compras con mugres. (Escupe) Tengo quién me pague
mejor.

Ha entrado el Zurdo, se queda observando.

Talao: ¡El Matuco!. Anda, pues, anda a contarle que me pasaste el dato y te


vienes con él. Pero ése no va a venir. Le gusta ganarse la plata por mano
ajena. Y trae al Trifulca, también. Con él tengo deuda pendiente. Ya. ¡Te
fuiste!
Juan Reinoso: ¡Te vas a arrepentir, desgraciado! (Sale)
Zurdo: Oiga, Jefe, cómo se le ocurre hablarle así a ese gallo. Nunca fue
derecho. Seguro que va donde el Matuco...
Talao: Pero cuando vengan, aquí va a haber pajaritos nuevos. (Baja la voz).
Esta noche la liquidamos y con la platita ¡cambiamos de giro!. ¿Cómo te
hallarías en la compra y venta de automóviles?
Zurdo: Firme pues, Jefe. Oiga ¿habla en serio?
Talao: Está decidido, Zurdo. (Sonríe, entra a su cuarto)

El Zurdo se pasea, nervioso. Llega Anamaría desde la calle, le da una


nalgada con su bolso cuando lo encuentra bebiendo agua del pilón. Él,
asustado da un salto, luego ambos ríen.

Zurdo: ¡Qué hubo, preciosa!


Ana María: ¿Qué pasa que se asustó tanto?
Zurdo: Ando con los alambres pelados. Pero, mirándola, se me pasa.
Ana María: Usted, siempre tan lacho.
Zurdo: Y el que no, es pasado al enemigo, pues. Oiga, afírmese, para que no
se caiga. El Talao y yo vamos a cambiar de giro. El Jefe quiere “chantarse”.
Ana María: ¿Qué está enfermo, el Talao?
Zurdo: Enamorado.
Ana María: Era cierto, entonces, lo de la Visitadora.

El Zurdo Asiente Y entra al cuarto del Talao, entra en escena Zacarías.

Zacarías: Buenas tardes.
Ana María Maestro, Alégrese. Al fin hay uno que se va a salvar. Tala, el
ladrón.
Zacarías: Aleluya, hermana. Oiría la voz del Señor.
Ana María: (Ríe) Oyó la voz de la Florita... (Pausa, se queda pensando). Va
a cambiar de vida, maestro. Si a él le resulta ¿por qué no a mí?. Si le va bien al
Talao, soy capaz de ir a su congregación y cantar a gritos mis pecados.

Se escucha un alarido de Emperatriz y luego entra ella retorciéndose las


manos y quejándose. Sale el Zurdo, don Teo, luego Luzmila y todos la rodean.

Emperatriz: ¡Ay, Dios mío, Señor... Señorcito!. ¡Qué voy a hacer ahora?.


¡Este hombre, Virgen Santa! Ayayay... me voy a morir... ¡Favorézcanme!
Teo: Pero ¿qué le pasa, Emperatriz?
Zurdo: ¡Se le murió la criatura arrendada?
Emperatriz: ¡El quiosco!
Ana María: ¿Ya lo inauguró?
Emperatriz: ¡Se acabó el quiosco!. ¡Filomeno me robó todita la plata!
Zurdo: ¡Puchas con el mudo sinvergüenza!
Teo: ¡Qué barbaridad!
Emperatriz: Me robó la plata y se fue, el desgraciado. ¿Qué voy a hacer
ahora?. Tantísimos años que me demoré en juntarla!... ¡y en un ratito me la
roban!
Teo: No se desespere. Filomeno nunca fue un sinvergüenza.
Emperatriz: Poco se le nota porque no habla ¡pero es un bandido!
Ana María: Y tan contentos que andaban los dos!
Emperatriz: Algo le bajó, don Teo. No sé qué. Pero esta mañana cuando lo
desperté y le dije “levántese mi hijito, que hay tantísimo que hacer”, me dijo
que andaba con la moral por el suelo y que quería tomarse unos días de
reposo.
Zurdo: ¡Bueno con el rotito! (Ríe)
Emperatriz: ¡Creyó, el perla que le iba a aguantar!. Que se podía instalar ahí
a criar panza. Como no, pues. Entonces empezamos a “palabrearnos”, y me
vino todita la rabias. Me saco un calamorro (indica su zapato), y le pego el
zapatazo en el mate. Y me mandé cambiar. Ahí quedó, sobándose, enojado. Y
ahora, cuando volví al rancho, miré debajo del colchón... ¡el desgraciado se
había ido con todita la plata!. ¡Mis ahorros, don Teo, mi quiosco! Ayayay...
Ayayay...
Zurdo: Pero señora ¡cómo se le ocurre dejar ahí la plata después de darle el
zapatazo en el mate...
Ana María: Era su marido, pues.
Emperatriz: ¿En qué estaría pensando cuando me casé con ese bandido?. ¡Y
por las dos leyes, dígame usted!. La del civil y la del cura. Ahora voy a tener
que arrendar un crío y empezar a ahorrar de nuevo (Grita, llorosa). ¡Ayayay...
Ayayay!
Talao: A ver, cálmese. ¿Cuánto necesita para el quiosco?
Emperatriz: (Deja de llorar). ¿Me va a dar la plata?
Talao: Se la puedo prestar.
Emperatriz: ¡Como veinte mil tenía, don Talaíto!. Mi propio marido, dígame
usted... ¿Qué se puede esperar de los extraños?. ¿Me los va a dar ahora?
Talao: En cuanto arregle un negocio. Pasado mañana.
Emperatriz: ¡Dios se lo pegue, don Talaíto!
Zurdo Tanta bulla, y el Jefe, de una plumada se lo arregla. (Sale con el Talao)
Emperatriz: No habiendo como los ladrones para ser generosos. ¡Pero ese
Mudo maldito me las va a pagar!

Llega, desde la calle, Filomeno. Viene muy borracho. Se afirma en el muro


del boliche. Emperatriz se abalanza sobre él, los otros tratan de impedir que
le pegue. Ella se debate, queda pataleando en el aire, cuando la alzan para
retenerla, insultando al Filomeno.

Emperatriz: Ahí está el “cogotero”!. ¡Mudo mugriento!. ¡Cochino!.


¡Desgraciado, te voy a matar! (A ellos) ¡Suéltenme, mierda!. ¡Te voy a sacar
los chunchules!. ¡Vay a ver, carajo! (La sacan en vilo y pataleando entre Ana
María y Zacarías)
Teo: ¿Qué le pasó, Filomeno?. ¿Cómo fue a hacer esa barbaridad?
Filomeno: Estoy jodido, don Teo.
Teo: Le irá a devolver la plata, no?
Filomeno: ¡Se acabó la plata, don Teo! ¡Se acabó la bulla de la plata!
Teo: ¡cómo, si no era suya?. Oiga ¡no se la habrá gastado!
Filomeno: Me la “tomé”, don Teo. ¿Y qué?, la plata era mía. Yo me casé con
la Emperatriz, y todo lo que es de la Emperatriz, es mío.
Teo: ¡Pero no para tomársela!
Filomeno: (Tono Lastimero). Yo nunca había tenido plata, don Teo. Si no
tenía para comer, me fumaba un puchito y me aguantaba. Pero durante toda
una semana, don Teo... (Se quiebra su voz)... durante toda una semana dormí
sobre una tucada de billetes. Me pareció estar durmiendo encima de un perro
muerto. Y “la plata aquí, la plata allá, que yo me la gané, ¡hasta durmiendo me
hablaba de su plata! (Alza la voz). ¡Se fue a la chuña la plata!. Me la tomé, don
Teo. Y me la volvería a tomar. (Llora en brazos de don Teo). No me rete.
Tenga compasión de su pobre guacho.
Teo: Tranquilícese, Filomeno. Vaya al Boliche a echarse un sueñito.
Filomeno: ¡De qué sirve tener comida y colchón si hay que andar para arriba,
para abajo, trote para acá, trote para allá, hágame esto, Filomeno, hágame esto
otro, agilítese,. ¡Filomeno! (Alza un puño amenazante). ¡Capitalista!.
¡Explotadora!. ¡Pulpo!. Se casó conmigo para tener empleado y no pagarle.
(Lloroso otra vez). Yo era feliz con mi tarrito, don Teo, Trabajaba
honradamente, de “Mudo”, sin mandar a nadie, y nadie me mandaba a mí. Y
ahora ¡nunca más voy a ser hombre libre!
Teo: ¿Y para qué quiere la libertad usted?
Filomeno: No sé, don Teo. Pero, libertad era lo único que tenía. Y ahora, por
jetón ¡estoy jodido! Estoy jodido...

Cuadro 2

El mismo día, al anochecer. El boliche está iluminado. Don Teo le sirve


comida a Filomeno que sigue borracho, aunque más repuesto.

Teo: Ya puyes, Filomeno: no llora más. Estás como piojo, todavía. Coma,
para que se le pase la borrachera. Y si quiere volver al boliche, ahí tiene su
cama.
Filomeno: Estoy Fregado, don Teo.

Entra Emperatriz y Filomeno, asustado, se escabulle hacia el interior del


boliche.

Teo: (Ríe) ¡El valiente Arturo Prat!


Emperatriz: (Humilde) Buenas noches.
Teo: Buenas. ¿Se le ofrece algo?
Emperatriz: Quería dejarle un recado al Filomeno.
Teo: A ver, ¿qué será?
Emperatriz: Dígale que puede volver al rancho cuando quiera. Es mi marido
y tiene el derecho. Dígale que en mi casa siempre tendrá cama y comida. (Se
enjuga una lágrima). No voy a pelear con él. Los “piojosos” no deben
pelearse entre ellos. (Suspira) Bueno, dígale eso, entonces. Hasta luego, don
Teo.
Teo: Hasta luego, Emperatriz (Ella sale. Filomeno que asoma). ¿Qué me
dice?
Filomeno: No sé, don Teo... No sé...
Teo: Anímense, hombre. Total...
Filomeno: Sí. Total... (Se alza de hombros)
Teo: Vuelva con ella. Quizá si haciéndole empeño al trabajo...
Filomeno: A lo mejor, pues...
Teo: Vaya, Filomeno. Qué tanto pensarlo. (Filomeno se levanta, va a salir,
vacila. Regresa). ¿Qué le pasa?
Filomeno: Tengo miedo, don Teo.
Teo: ¿A la Emperatriz?
Filomeno: No, don Teo. Es otra cosa.
Teo: ¿A qué le tiene miedo?
Filomeno: No sé. A la vida será.
Teo: Vaya.
Filomeno: Es tan re' grande y mete tantísima bulla... la vida. Hay que correr,
menearse, gritar, trabajar... No. Yo no sirvo para eso. ¿Por qué cree que me
entré a trabajar de Mudo?. No hay que hablar con nadie, nadie se mete
conmigo tampoco. Hasta creen que soy sordo. Los policías me hablan por
señas. A mi nadie me ofrecería trabajo. No sirvo para nada, don Teo.
Teo: ¡Qué está diciendo, Filomeno!
Filomeno: La pura verdad. Una vez trabajé. Me fui a la Pampa, a las salitreras
y me pusieron a trabajar con uno al que le decían “El Tiro Grande”, uno de
esos tipos que manejan la pólvora. Preparamos una carga y el baboso no me
advirtió lo que pasaba: me dijo no más “córrale, Filomeno”, y yo corrí, pero
despacio. Con el estampido me caí de guata al suelo. Me levanté, don Teo, y
seguí corriendo hasta llegar a Santiago. Cada vez que paso cerca de una
fábrica y oigo un chirrido, se me paran los pelos del cogote. No sé, pero es
mejor estarse sosegado. No. No voy, mejor.
Teo: ¡Ya se me achicó!. La Emperatriz arma mucha alharaca, pero el que va a
terminar mandando el buque, es usted, Filomeno
Filomeno: (Ríe) ¿Me halla cara de Almirante?
Teo: ¿Cómo sabe si llega a Sargento de Mar?
Filomeno: ¿Usted cree? (Inicia salida). Bueno. Me voy antes que me
arrepienta. (Regresa) Y me cansé de ser mudo. Voy a salir a vender peinetas,
cordones, jabones, llaveros... Ya me veo. (Ofreciendo) ¡Peines, peinetas, de
concha de tortuga, jabones de colonia y jazmín, sacan la mugre del más
“piñeniento”!. ¿Qué tal?
Teo: Muy bien. Filomeno. Adelante, pecho al frente,
Filomeno: Total... Es buena la flaca. Hace unas pantrucas de chuparse los
dedos. Es re' buena ¡y me porté harto perro con ella!
Teo: Vaya, entonces. Lo está esperando.
Filomeno: Allá voy. (No se mueve. Abre los brazos y los deja caer) Total...
(Se acerca a la puerta. Se detiene) Total... (Sale).

Queda solo don Teo. Entra el Talao con un pequeño maletín envuelto en
diarios...

Talao: Don Teo, ¿me puede hacer un pequeño servicio?. Guárdeme esto. Ers
un maletín, el Zurdo vendrá a buscarlo.
Teo: Póngalo donde quiera. Hasta hora no viene nadie. Oiga, lo noto nervioso.
¿Es por el maletín?
Talao: Ojalá fuera por eso no más. Venía a hablar con usted, don Teo. Como
le dijera... quiero mucho a la Florita, hasta hablamos de casarnos.
Teo: Es una buena noticia, Talao.
Talao: Es que estoy en un aprieto. Ella me anda buscando trabajo, quizá
resulte. Pero ¿me ve empleado en una oficina?
Teo: ¿Por qué no?
Talao: Si me caso con ella quiero tener plata y responder. Esto, el maletín, es
pichicata, don Teo. Tendría para empezar.
Teo: Pero no creo que a ella le guste eso.
Talao: (Molesto) Y ¿qué quiere?. ¿Qué viva a costa de una Visitadora?
Teo: No se enoje. Le están tendiendo una mano.
Talao: Una mano de mujer...
Teo: A veces vale más que dos de hombre, Talao. Es peligroso ese asunto
(Indica el maletín, Entra Flora y escucha, sin ser vista por ellos)
Talao: El peligro es lo de menos, don Teo. Lo que pasa es que no le quiero
jugar sucio a la Florita. Prometí cambiar, pero estoy faltando a mi palabra. Así
es que, ¡más vale que no la vuelva a ver!. Dígaselo usted!
Teo: ¿Yo?
Talao: Hágame ese favor. Dígale que me fui, que estoy preso, lo que se le
ocurra. La cosa está fea, así es que me tengo que ir.
Teo: ¡Florita!... Vaya, buenas noches. (Vacila, luego opta por irse). Mejor los
dejo para que puedan conversar. (Sale)
Talao: (Luego de un largo silencio) ¿Oyó lo que hablábamos?. (Ella asiente).
Es mejor para usted que yo me vaya. Y quizá, mejor para mí.
Flora: Pero usted me dijo, ayer, que...
Talao: Eso fue ayer.
Flora: Lo aceptan en Valparaíso. Trabajo de oficina...
Talao: (Sin mirarla) ¿mozo de los mandados?
Flora: Como vendedor.
Talao: Macanudo. Soy como bala para manejar dinero ajeno. (Ella empieza a
llorar) No llore. Le dije que no era fácil cambiar. No porque uno se enamora,
la vida se vuelve enseguida color de rosa.
Flora: No entiendo cómo pudo cambiar tanto.
Talao: Al contrario. No cambié en absoluto.
Flora: Pero, ayer me prometió...
Talao: Lo difícil es cumplir. Lo estuve pensando. Si me caso, será teniendo
algo que yo mismo consiga. Y con mi dinero. Y ocurre que no lo tengo.
Flora: Entonces, no hay más que hablar. (Va a salir, él la detiene)
Talao: Escuche: aquí tengo algo que vale muchísimo dinero. Podría empezar
un buen negociio, donde nadie me mande.
Flora: ¿Qué es?
Talao: No importa lo que sea.
Flora: ¿Algo que robó?
Talao: Sí. El último robo del Talao.
Flora: Entonces, antes me mintió.
Talao: También le mentí cuando dije que tenía dinero para casarnos.
Flora: Lo de Valparaíso puede ser suficiente. Ahorramos al comienzo. Y...
(Calla al ver la mirada  seria de Talao)
Talao: Claro. Podemos esperar unos diez años para que me suban el sueldo.
Eso, si le hago la pata y me humillo ante el jefe (Ella lo mira en silencio. De
pronto, él estalla, golpea con el puño el mesón). ¡Por qué tengo que ser tan
cobarde... tan marica... tan desgraciado!, (Llama) ¡Zurdo!
Zurdo: (Entrando) Aquí estoy, Jefe. Buenas noches, señorita.
Talao: (Le pasa el maletín) Encárgate de esto.
Zurdo ¿Cómo habíamos acordado?
Talao: No. Tíralo al canal.
Zurdo: ¿Se volvió loco, Jefe?
Talao: Haz lo que te digo.
Zurdo Pero Jefe ¡es oro purito!
Talao: Al canal, Zurdo.
Zurdo: Como mande, jefe. Puchas... tantísima plata.
Talao: Escucha, Zurdo: ahora me voy, y no vuelvo. Es el último servicio que
te pido. ¿Puedo confiar en ti?
Zurdo: Las cosas que pregunta, no ofenda. Usted sabe que soy “de una sola
hebra”.
Talao: Bueno. (Se despide del Zurdo con un gesto amistoso. A Flora). Y bien,
se acabó el tragedioso Estanislao. (Ella empieza a llorar) Bah, ¿no está
contenta? (Ella le sonríe). Cuando le dije que tenía miedo a cambiar no le
mentí. Todavía lo tengo. Pero si ahora le digo que sí... "¡es sí!”. ¿Me cree?
(Ella asiente, secando sus lágrimas, él la abraza) Ahora, vámonos. Aquí no
me puedo quedar. (Entra don Teo) Ganó ella, don Teo. Voy por mis cosas, y
nos vamos.

Se retira y entra a su cuarto.


Teo: Hijita, pensé que todo ase iba a ir al diablo. A veces, hasta los viejos nos
engañamos. Y, más que por ti, Florita, me alegro por él. Se lo merece.

Surge entre las sombras, Juan Reinoso. Talao ahora sale de su cuarto con
una maletín de viaje. Juan Reinoso lo ataja, poniéndose delante.

Juan Reinoso: ¡Parte Ahí, Talao!. De aquí no sales hasta que me entregues la


“mercadería”.
Talao: ¿Qué te pasa, Juan Reinoso?
Juan Reinoso: Dame La coca.
Talao: Ya no la tengo.
Juan Reinoso: No te hagas el gracioso...

Don Teo y Flora se asoman saliendo del boliche

Talao: ¡Regístrame!
Juan Reinoso: Muéstrame lo que llevas en la maleta.
Talao: Déjame pasar, carajo.
Juan Reinoso: Se acabaron los guapos, Talao (Lo apunta con el revólver).
¡Dame la coca!
Teo: ¡Juan! ¿Estás mal de la cabeza?

Don Teo se echa desde atrás sobre Juan Reinoso, Talao aprovecha para
quitarle el arma.

Juan Reinoso: ¡Suéltame, viejo de mierda!. ¡Trifulca!

Trifulca sale de las sombras y le dispara dos tiros al Talao, diciendo:

Trifulca: ¡Éste por cuenta del Matuco, y éste, por cuenta mía!

Toma la maleta de Talao y sale de prisa junto con Reinoso. Talao ha caído,
herido mortalmente.

Flora: ¡Talao! (Se arrodilla junto a él)


Teo: ¡Asesinos!. ¡Hijo maldito!. ¡Perros!

Don Teo se acerca al Talao, y por la mirada de Flora, se da cuenta que ha


muerto. Se miran en silencio. Don Teo se inclina para escuchar los latidos del
corazón y confirmar su muerte. Flora, inmóvil oculta el rostro entre sus
manos. Empiezan a llegar los vecinos.

Ana María: ¡Mataron al Talao!


Luzmila: ¡Virgen Santa!
Filomeno: (Entra con Emperatriz) El Talaíto...
Teo: No lo dejaron salir. ¡Lo sabía, hijita!. Porque aquí, esa es ley: cuando un
miserable trata de salir de su condición, viene otro, más miserable que él, ¡y lo
hunde!. Este mal es contagioso... terrible... No perdona.
Ana María: Si no salió él, con las agallas que tenía ¡menos voy a salir yo!
Teo: (Abrazando a Flora, dice a Ana maría) Salir, no se puede... pero ¡no hay
que perder nunca la esperanza!. ¡Nunca!
Ana María: Ay, don Teo... ¿esperanza de qué?
Teo: De que este mal terrible... algún día desaparezca.
Flora: Él quería cambiar, ¡y está muerto!
Teo: Otros tendrán que conseguirlo, Florita. ¡Otros que no estén enfermos de
este mal de la miseria...!

Fin de la obra

También podría gustarte