América II - Eje 5

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Eje Temático 5 - Reformas de los Imperios Ibéricos en el siglo XVIII.

5.1.- El siglo XVIII. Significado del proyecto reformista en América y sus alcances:
reformas administrativas, fiscales, comerciales y militares.
5.2.- La demanda europea, las transformaciones americanas y el alza de la producción
de la plata. El ciclo del oro en Brasil. La transformación de la minería en el Espacio
Novohispano.
5.3.- Movimientos sociales. Revueltas y rebeliones: indígenas, anti fiscales y
antimonopólicas.
5.4.- -Situación de las colonias a fines del siglo. Diferenciaciones regionales
hispanoamericanas. La Independencia de las Trece Colonias (Estados Unidos de
Norteamérica.), Brasil.

5.1.- El siglo XVIII. Significado del proyecto reformista en América y sus alcances:
reformas administrativas, fiscales, comerciales y militares.
Allan J. Kuethe – Kenneth J. Andrien
La controvertida herencia borbónica

Guerra y reforma desarrollaron una relación simbiótica en el mundo español atlántico durante
el siglo xviii. La serie de conflictos militares de este siglo comenzó con la Guerra de Sucesión
española, librada entre 1702 y 1713, sobre disputadas reclamaciones al trono español. Cuando
Carlos II, sin descendencia, yacía en su lecho de muerte, legó el trono al pretendiente borbón
francés, Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia. Los ingleses, los holandeses y más tarde
los portugueses se aliaron para apoyar a su rival, el archiduque Carlos de Austria, temiendo la
perspectiva de una poderosa dinastía de Borbones reinando sobre Francia y España.

Los Tratados de Utrecht confirmaban el derecho de Felipe a gobernar España y sus posesiones
trasatlánticas, pero le hacían renunciar a cualquier derecho al trono francés. Asimismo, perdía
los Países Bajos españoles (Bélgica) y sus posesiones en Italia. Bélgica, Nápoles, Milán y
Cerdeña fueron a manos de Austria, Sicilia al duque de Saboya, y España cedió Gibraltar y
Menorca a Gran Bretaña. España también reconoció el derecho de Portugal a la Colônia do
Sacramento, en el Río de la Plata, lo que proveía un valioso puerto comercial de distribución
para el contrabando en la Sudamérica española. Por último, los acuerdos de Utrecht concedían
a los ingleses el asiento para vender esclavos en las colonias españolas y el derecho adicional
de enviar un navío de 500 toneladas al año para comerciar en las ferias de Veracruz y
Portobelo. Sin embargo, con la excepción de Gibraltar, España permanecía intacta, y más
importante, el nuevo monarca borbón conservaba su rico imperio americano

Cuando Felipe V (1700-1746) examinó su exhausto patrimonio al finalizar la Guerra de Sucesión


española, la apremiante necesidad de reformar y renovar a España y su imperio parecía obvia.2
Partes de la península ibérica habían sufrido la devastación de la guerra, la Armada había casi
desaparecido, y el comercio había disminuido a medida que los contrabandistas habían
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establecido y manejaban de forma impune rutas en el Caribe, en el Atlántico Sur y en el


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Pacífico. Para mantener sus dominios abastecidos durante la guerra, Felipe había hecho
concesiones comerciales a los franceses en el Pacífico, dejándoles penetrar en los puertos
coloniales, y este comercio continuó ilegalmente después de cesar las hostilidades. Es más, los
holandeses y los ingleses (junto con la explotación de las concesiones de los Tratados de
Utrecht) habían ampliado agresivamente sus incursiones en el Caribe, ofreciendo mercancía de
contrabando a las mal abastecidas colonias españolas. Como resultado de esta adversidad, los
ingresos reales descendieron de modo alarmante, al tiempo que la Corona se enfrentaba ante
el prospecto de pagar gravosas deudas acumuladas durante los años de la guerra. Para resolver
esta situación adversa, la Corona se volvió hacia sus recursos en las Indias para resucitar la
agobiada metrópolis.

Las reformas borbónicas

Bajo Felipe, y su hijo y sucesor Fernando VI (1746-1759), reformadores españoles trataron de


frenar el contrabando, limitar el poder de la Iglesia, modernizar la financiación estatal,
establecer un control político más firme dentro del Estado, poner fin a la venta de
nombramientos burocráticos y llenar las mermadas arcas reales. Muchas de estas iniciativas
reales estaban animadas por el deseo de neutralizar el perjudicial efecto de las concesiones
dadas a Inglaterra en Utrecht y limitar tanto el contrabando como la influencia de mercaderes
extranjeros que suplían mercancía legal a través de Sevilla y, más tarde, de Cádiz. Por otra
parte, Madrid modernizó el sistema de defensa de las plazas fuertes de su vasto imperio y
alcanzó notables logros en la reconstrucción de la Armada. Al mismo tiempo, sin embargo, los
esfuerzos de Felipe V para avanzar las reclamaciones dinásticas de su familia a tierras en Italia
sumieron a España en complicados enredos y guerras adicionales, lo que aumentó la deuda y
muy a menudo distraía a la Corona de sus objetivos reformistas. Además, la mala salud del rey
Felipe V y —a finales del reino— la de Fernando VI inhibió aún más iniciativas creativas.

Las primeras reformas comenzaron bajo el abad, más tarde cardenal, Julio Alberoni, quien era,
de la Corte, el favorito, y quien más influía en Felipe V. Alberoni intentó deshacer las
concesiones comerciales hechas a otros países europeos en Utrecht y anteriormente, en
particular las que tenían que ver con el comercio de Indias, y reafirmó el control de puertos
españoles claves para limitar la penetración extranjera. Sus iniciativas reformistas para las
Indias incluían el traslado de la Casa de la Contratación y del Consulado de Cargadores de
Sevilla a Cádiz, la creación del Virreinato de Nueva Granada, el establecimiento de un
monopolio de tabaco en Cuba para suplir la real fábrica en Sevilla y la reorganización de la
guarnición fija de La Habana en un batallón moderno. Esta agenda, aunque implementada
paso a paso, concernía las áreas claves de lo que sería el programa reformista borbón para el
reino secular. De todas maneras, mucho dependía de la visión y la audacia de un hombre, y se
estancaría sin él.

Alberoni cayó del poder en 1719 después de que sus intentos de desafiar la dominación
extranjera del sistema comercial y de hacerse de posesiones italianas para los hijos del rey
provocaran la desastrosa Guerra de la Cuádruple Alianza con Gran Bretaña, Francia, Austria y
Saboya. Las reformas comenzarían de nuevo en 1726 con el ascenso al poder del protegido del
cardenal, José de Patiño (1726- 1736). Como primer ministro virtual, Patiño, quien
directamente controlaba el Ministerio de Marina e Indias, redobló sus esfuerzos para restringir
el contrabando comercial y reconstruir la Armada. Aún más, él resucitó eficazmente las
iniciativas reformistas del cardenal que los políticos conservadores habían suprimido tras su
caída. Sin embargo, las ambiciones dinásticas de la Corona en Europa de nuevo complicaron y a
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veces impidieron los continuos esfuerzos para modernizar el sistema comercial colonial y
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deshacer las concesiones otorgadas a poderes extranjeros.


La segunda ola de reforma surgió en 1737, justo dos años antes de la Guerra de la Oreja de
Jenkins, cuando la Corona subordinó al arrogante y poderoso Consulado de Cádiz, al romper el
control de la elite sevillana sobre la elección de sus miembros, y al completar finalmente el
traslado a Cádiz comenzado en 1717. Asociado a las ideas del pensador político español más
influyente del siglo xviii, José del Campillo y Cossío, este esencial impulso avanzó poco a poco,
acelerándose mucho en los últimos años de la década de los cuarenta. También marcó el
verdadero comienzo de la reforma comercial y sentó las bases sobre las que subsecuentes
ministros podrían construir. A otro nivel, las exigencias de la guerra provocaron la expansión
del sistema cubano de batallones fijos a lo largo del Caribe. A través de los años, las resucitadas
Fuerzas Armadas estaban destinadas a consumir la mayor parte de las finanzas reales,
constituyendo un inquietante y creciente desafío para la Tesorería Real.

Los avances obtenidos en los primeros años de la segunda fase fueron ampliados de modo
sustancial por las exitosas iniciativas comerciales y eclesiásticas, bajo los auspicios de los dos
ministros más importantes de Fernando VI, el marqués de la Ensenada y José de Carvajal y
Lancáster. Al finalizar la Guerra de la Oreja de Jenkins (que comenzó en 1739 y que se unió a la
Guerra de Sucesión austriaca de 1740 a 1748), el régimen volvió su completa atención a la
reforma dentro del imperio. Como ha señalado John Lynch, prominente historiador de la era
borbónica en España: “el nuevo régimen aceptó que el interés de España residía no en los
campos de batalla europeos sino en el Atlántico y más allá”.3 Así, mientras los dos ministros
mantenían un ambicioso programa doméstico, también llevaban a cabo significativas
innovaciones en las Indias. Basándose en el trabajo de sus predecesores, promovieron el uso
de barcos de registro en el comercio americano, reemplazando las cada vez más engorrosas y
obsoletas ferias de Portobelo. Igualmente, y ya para 1750, habían puesto fin a la venta
sistemática de nombramientos coloniales burocráticos

Otro éxito más fue el Concordato de 1753, que dramáticamente aumentaba el poder de
mecenazgo del rey sobre los nombramientos eclesiásticos a lo largo y ancho del imperio.
Quizás la reforma clerical más significativa en las Indias, sin embargo, fue la decisión tomada
entre 1749 y 1753 de despojar a las órdenes religiosas de sus doctrinas de indios (parroquias
indígenas rurales), restringiendo en gran medida su riqueza y su poder. Al final, sin embargo,
este período creativo terminó de forma prematura después de la muerte de Carvajal en 1754,
cuando la elite reaccionaria de la Corte y sus poderosos aliados extranjeros, ayudados por la
reina Bárbara de Braganza, se aunaron para destituir a Ensenada del poder y, por consiguiente,
entorpecer el impulso reformista. Con la muerte de Bárbara en 1758, Fernando se sumió
lentamente en la depresión y por fin la locura, antes de fallecer al año siguiente. En el período
entre la caída de Ensenada y la muerte del monarca, la reforma en el Atlántico español se
paralizó de nuevo.

Durante el reino del medio hermano y sucesor de Fernando, Carlos III (1759-1788), el impulso
reformista recuperó ímpetu y entró en su tercera y más ambiciosa fase. Impulsado en parte por
la estremecedora pérdida de La Habana a manos de invasores ingleses en 1762, Carlos y sus
consejeros madrileños reforzaron las defensas en las Indias, y en la política en la Corte abrieron
la puerta a la reanudación del programa reformista de Ensenada. Los gastos incurridos para
conseguir un mayor despliegue militar llevaron a la Corona a intensificar el control
administrativo y aumentar los impuestos en todo el imperio. De la misma manera se requería
un esfuerzo más sistemático para limitar el contrabando y la penetración de mercaderes
3

extranjeros en el comercio legal, y más fundamentalmente, avanzar la causa de la reforma


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comercial. Además, Carlos continuó limitando la influencia de las órdenes religiosas, al expulsar
a la poderosa Sociedad de Jesús de España y del imperio, obteniendo así el control de sus
lucrativos bienes. En pocas palabras, la Corona patrocinó un mayor esfuerzo para reconsiderar
el nexo de las relaciones políticas, fiscales, económicas, sociales y religiosas dentro del sistema
español atlántico e iniciar políticas destinadas a aumentar la autoridad de Madrid y su
capacidad para hacer la guerra con eficacia.

Carlos III y sus ministros realizaron la tercera y más agresiva fase del proceso reformista,
despachando reales visitadores (inspectores) a varias partes de las Indias para recopilar
información e iniciar cambios administrativos, fiscales, militares y comerciales. Después de
poner fin a la venta de nombramientos para los más altos puestos de gobierno colonial en
1750, la Corona había comenzado a reemplazar a los titulares criollos de los cargos más altos
con burócratas jóvenes y mejor entrenados, nacidos en la península y en teoría más fieles a la
Corona, acelerándose este proceso bajo Carlos.

Los oficiales reales en Madrid también crearon nuevas y más poderosas unidades
administrativas en áreas antes periféricas de América del Sur que habían evolucionado en
centros de contrabando. Madrid ya había restablecido el Virreinato de Nueva Granada (hoy día
Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela) durante el reino de Felipe V, y en 1776, el gobierno
de Carlos III creó el Virreinato del Río de la Plata (hoy día Argentina, Bolivia, Paraguay y
Uruguay), y al año siguiente la Capitanía General de Caracas (aproximadamente lo que hoy es
Venezuela). La Corona envió, además, una serie de intendentes que eran responsables de la
administración provincial, incluyendo hacienda, justicia y defensa. Estos intendentes enlazaban
la autoridad regional con las audiencias en las capitales regionales mayores. En general, estas
iniciativas aumentaron la burocracia local, lo que tendió a disminuir el flujo de la mercancía de
contrabando y la salida ilícita de plata a través del Caribe y del Atlántico Sur.

La derrota de La Habana en 1762 hizo que Carlos elevara los imperativos militares a la cabeza
de la lista de su agenda reformista para América. Madrid mejoró las defensas locales
reforzando el ejército regular y, en localidades estratégicas, formando una milicia disciplinada
compuesta en su mayor parte de súbditos locales. Al mismo tiempo, aumentó agresivamente la
flota. Para sufragar estas costosas empresas, los funcionarios reales subieron los impuestos,
cobraron con más eficacia las tasas existentes, y crearon monopolios reales para la venta y la
distribución de productos como el tabaco. Estas medidas fiscales llevaron a un alza en las
rentas reales con el dinero proveniente de las tesorerías coloniales, particularmente en Nueva
España, donde técnicas mineras modernas también contribuían al auge económico. Era una
época de amplias innovaciones imperiales que continuó aun después del triunfo de España en
la Guerra de la Revolución americana, al tiempo que las ambiciones militares de Carlos crecían.
Este ímpetu reformista duraría más allá de su muerte y continuaría bajo Carlos IV (1788-1808).
En posesión de un imperio bien armado y productivo, y de la segunda más grande marina del
mundo, España parecía ser un poder de primera categoría al entrar en la década de los noventa
del siglo xviii. La guerra y la reforma se habían convertido en los temas centrales del mundo
español atlántico de ese siglo.

Dentro de este contexto, innovaciones críticas en la política comercial respondían a imperativos


militares. Madrid justificó la primera regulación de “comercio libre” para las islas del Caribe en
1765 como un intento por desarrollar la economía de Cuba y así reforzar las defensas
caribeñas, mientras que la amplia liberalización, terminada por el Reglamento de 1778, llegó
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en vísperas de la intervención de España en la Guerra de la Revolución americana. Además, la


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extensión de dicha desregulación hasta incluir México y Caracas en 1789 ocurrió en el contexto
del frenético intento de Madrid de incrementar sus fuerzas navales, y la consecuente y siempre
presente necesidad de la Real Hacienda de mayores ingresos. Finalmente, la última ola de
reforma comercial, la radical multiplicación de los gremios comerciales americanos durante la
década de los noventa, con claridad expresaba el compromiso constante de la Corona de
desarrollar las periferias militarmente expuestas del imperio.

Sin embargo, la condición militar de España era sumamente frágil, porque mucho dependía del
comercio y de confiables remisiones de rentas americanas. La guerra con Gran Bretaña en 1796
llevó a un bloqueo que primero interrumpió y luego cortó los lazos comerciales entre España y
las Indias. Como era previsible, la Corona cedió ante las exigencias fiscales necesarias para
luchar en este amargo y al final no exitoso conflicto, el cual consumió la mayor parte de los
recursos del Nuevo Mundo administrados a lo largo de un siglo de reformas, pero no fueron
suficientes para evitar la derrota.

La reforma ilustrada en el mundo español atlántico

Las reformas borbónicas del siglo xviii estuvieron fuertemente influenciadas por las corrientes
intelectuales en Europa asociadas con la Ilustración, que comenzó en el norte de Europa para
luego extenderse a todo el mundo euroatlántico. Las ideas fundamentales de la época hacían
énfasis en la razón y la observación, en un mayor sentido de tolerancia y justicia, y en la
necesidad de compilar información empírica para resolver los asuntos científicos, políticos,
económicos y sociales del día, en vez de buscar las respuestas en la tradición y en la religión.
Las ideas ilustradas produjeron expediciones científicas patrocinadas por la Corona para
catalogar la flora y la fauna de las Indias, en un esfuerzo por comprender el mundo natural y
reformar la educación, incorporando nuevas asignaturas en todos los niveles del plan de
estudios. Es más, en España y en las Indias, la Ilustración se extendió más allá de las
universidades por medio de la creación de nuevas revistas y panfletos, y las visitas de viajeros
extranjeros educados al imperio contribuyeron al proceso.5 Al renovar el sistema español
atlántico, los reformadores intentaron utilizar un pensamiento ilustrado, científico y racionalista
al delinear proposiciones específicas para el imperio y para fomentar el progreso.

Influenciada por ideas ilustradas, la Corona española asumió gradualmente un mayor papel en
la promoción de la “felicidad pública”, lo que involucraba la ampliación de los poderes del
Estado para asegurar la centralización política y avanzar en el crecimiento económico.6 Antes
del ascenso de los Borbones al poder, España y su imperio al otro lado del mar océano habían
formado una “monarquía compuesta”, en la que las distintas provincias y reinos se hallaban
unidos solo por un monarca común.7 Las monarquías compuestas se mantenían unidas por un
acuerdo entre el monarca y las clases dominantes de las diferentes provincias, a menudo en
sociedad con la poderosa Iglesia católica romana. Ya para el siglo xviii, los ministros reformistas
que hacían parte de la monarquía borbónica, conocidos como regalistas, tenían como objetivos
acumular el poder político en un sólido Estado centralizado, limitar el poder de la Iglesia, y
promover el desarrollo económico como medio para alcanzar el bienestar público y la fortaleza
de la nación

Los regalistas borbónicos no eran explícitamente anticlericales, pero sí buscaban limitar el


poder del papado sobre la Iglesia española y restringir el control de la Iglesia sobre los recursos
nacionales, algo que ellos estimaban un impedimento para el desarrollo económico y la
prosperidad nacional. Los reformadores también veían la promoción del comercio con las
Indias como vehículo principal para estimular el crecimiento económico y demográfico en
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España. De esta manera, las reformas borbónicas pueden entenderse provechosamente desde
un punto de vista atlántico: el comercio y las rentas de las Indias serían vehículos importantes
para conseguir la renovación de la metrópolis, y la fuerza militar, para hacer resistencia a los
competidores extranjeros. La reforma, la felicidad pública y la subordinación política y
económica de las Indias estaban así integralmente entrelazadas en la mente de los regalistas
borbónicos. Estos reformadores querían reemplazar la monarquía compuesta de los Habsburgo
con un Estado más centralizado, eficaz y poderoso militarmente, capaz de revitalizar a España y
a su imperio atlántico. Así, las reformas militares, comerciales, administrativas, clericales y
fiscales constituyeron los objetivos centrales de los ministros regalistas de la monarquía del
siglo xviii.

Los intentos de reforma en el imperio atlántico español llevaron a un aumento en la demanda


de información y de los medios para compilarla, resumirla, organizarla y analizarla antes de
tomar decisiones políticas apropiadas.9 Los ministros de la Corona a través de todo el imperio
empezaron a crear sistemas de información para organizar y utilizar los datos necesarios para
manejar los asuntos reales y promover la felicidad pública. Esto involucraba el dibujo de mapas
fidedignos de las diferentes regiones, una compilación más exacta del número de la población
(no solo las listas notoriamente inadecuadas de los que pagaban impuestos), la redacción de
informes sobre actividades económicas —como la condición de los negocios, los precios, datos
sobre comercio, o recursos naturales— y la recopilación de la información necesaria para que
el estamento militar pudiera defender de modo eficaz las vastas posesiones de la Corona. Esto
significaba no solo la recopilación de la información de manera más sistematizada, sino
también la ideación de los medios adecuados para manejarla y para resumirla. En efecto, las
varias capitales provinciales y coloniales del Atlántico español se convirtieron en vehículos
regionales para procesar la información enviada a los ministros del rey en Madrid.

Hasta la ciencia ilustrada podía servir objetivos políticos concretos. Cuando la Corona española
autorizó una expedición francesa —acompañada por dos jóvenes oficiales navales, Jorge Juan y
Antonio de Ulloa— para medir un grado de latitud en el ecuador, no se trataba simplemente de
resolver un debate científico sobre si la tierra era más ancha en el ecuador o si era más
aplastada en los polos; tal información era necesaria para tomar medidas exactas de los
meridianos de longitud, indispensables para trazar mapas precisos y exactos.10 Cuando Jean-
Baptiste Colbert comisionó a la Academia de Ciencias completar un mapa exacto de Francia,
pues, los cálculos finales en 1682 demostraban que la costa oeste se hallaba más al este, y que
la costa mediterránea estaba más al norte de lo que hasta ese momento se estimaba, lo que
quería decir que el territorio francés era en realidad varios cientos de millas cuadradas más
pequeño de lo que aparecía en los mapas anteriores, tal información tuvo profundas
implicaciones fiscales, políticas y militares.11

Otro ejemplo de más importancia directa y relevante lo es el juicio que hiciera el conde-duque
de Olivares acerca de los catalanes, por su parte equitativa en la Unión de Armas en los años
treinta y siguientes, esfuerzo para que cada reino pagase por el mantenimiento de un ejército
común en España. Al hacer el cálculo de la población y de los recursos del principado, Olivares
cometió un serio error citando cifras más altas de lo que en realidad eran. La cólera resultante
ante el dramático aumento de los impuestos fue una de las mayores causas para la revolución
de ese principado en 1640.12 Además, en tanto parte de la expedición francesa, Juan y Ulloa
llevaron a cabo una serie de observaciones científicas acerca de la geografía, recursos
naturales, fauna y flora de las provincias andinas de Su Majestad.13 A instancias del marqués
de la Ensenada, sin embargo, también después compilaron un informe secreto de los males
6

políticos del reino, notoriamente conocido como Noticias secretas de América, que sacaba a
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relucir la extensa corrupción política y clerical, y el mal gobierno en toda la región


A lo largo del siglo xviii, los oficiales coloniales también recopilaron, resumieron y comunicaron
grandes cantidades de datos fiscales más eficazmente que nunca antes. Aunque los
funcionarios de la Tesorería Real habían recopilado cuentas detalladas de los ingresos y gastos
de las Indias desde el siglo xvi, aquellas ahora se organizaban de manera más consistente,
haciéndose más detalladas a lo largo del siglo xviii, en especial con la introducción, después de
1780, de un sistema de contabilidad por partida doble.15 La reorganización de la burocracia
fiscal en el Atlántico español igualmente hizo posible que la Corona entendiera y procesara de
modo más eficaz el cúmulo de datos fiscales de los reinos, lo que resultó en aumentos
considerables en los ingresos reales. Durante los últimos años del siglo xviii, los reales informes
además comenzaron a resumir grandes cantidades de datos fiscales en tablas de cifras, lo que
les hacía más fácil a los funcionarios reales asimilar el sentido de la multitud de información
financiera que antes podrían no haber sido tenidos en cuenta o haberse perdido.

La Corona estableció un eficaz servicio real de correos, que mejoró y regularizó mucho la
comunicación a través del imperio español atlántico. Los ministros regalistas reconocían que el
poder estatal dependía de fiables sistemas de comunicación, y que los mercaderes requerían
información al día acerca de los mercados en las Indias para manejar su comercio
exitosamente. El Consulado de Cádiz había operado el sistema de correos con los navíos de
aviso, pero el fracaso de este sistema se hizo manifiesto con la pérdida de La Habana, y la
captura, por los ingleses, del correo oficial en las afueras de Cádiz en 1762.16 La Corona
estableció un sistema de correos modernizado con el Real Decreto del 24 de agosto de 1764.17
Pequeños navíos saldrían de La Coruña con destino a La Habana todos los meses,
esparciéndose por el imperio para entregar y recoger el correo. Para sufragar los gastos del
viaje, estos navíos de correo podían llevar mercancía europea para venta en las Indias, y a su
regreso traer productos coloniales a España. Tales innovaciones permitieron a los ministros
tomar decisiones más sabias y supervisar con más eficacia las actividades de los miles de
sirvientes de la Corona en el mundo atlántico

Otra importante y más tradicional fuente de información de los reales ministros eran los
memoriales y las peticiones de individuos y corporaciones. Cada súbdito del imperio tenía el
derecho de presentar solicitudes al rey para expresar opiniones, manifestar quejas y solicitar
cambios específicos en la política. Estas peticiones, así como los más detallados memoriales,
podrían representar una visión de la opinión pública en las lejanas provincias de la Corona. Era
también un privilegio que eximía a los autores de las normas de secreto, que a veces prohibían
o al menos desalentaban la discusión pública de asuntos políticos.

Durante el siglo xviii, Madrid era una capital cosmopolita, donde ideas de Europa y de las Indias
continuamente se entrecruzaban. En 1749, por ejemplo, un miembro mestizo de la orden
franciscana, fray Calixto de San José Túpac Inca, escribió un famoso memorial al rey
quejándose de abusos del gobierno colonial en Perú.20 Como remedio, pedía el cese de la
mita, demandaba que los andinos obtuvieran nombramientos de corregidores y que fueran
elegibles para el sacerdocio, tuvieran acceso a la educación y a servir en un nuevo tribunal
(compuesto de líderes españoles, mestizos y andinos que serían independientes del virrey y de
las audiencias) para determinar la política a seguir en el virreinato.21 Aunque la Corona decidió
no actuar en cuanto a estas recomendaciones, más tarde algunos magistrados reformistas bajo
Carlos III, como el marqués de Esquilache, el conde de Floridablanca, Pedro Rodríguez
Campomanes y José de Gálvez combinaron ideas no solo de toda Europa, sino también de las
7

Indias, para hacer propuestas concretas de cómo mantener el imperio atlántico de España de
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manera más firme bajo el control metropolitano


A pesar de la circulación de ideas, material escrito y datos sobre el Atlántico español del
siglo xviii, una verdadera esfera pública que permitiera a la opinión pública mediar entre el
Estado y la sociedad civil solo surgió lentamente.23 Los funcionarios reales y la Inquisición
todavía censuraban los escritos, a veces prohibiendo la publicación de importantes trabajos
políticos, literarios y religiosos que desentonaban con la política de la Corona o de la Iglesia. Es
más, los niveles de analfabetismo variaban dramáticamente en el imperio; en Ciudad de
México, quizá el 50 % de la población poseía los conocimientos básicos para leer, mientras que
en regiones menos cosmopolitas, como Santa Fe de Bogotá en Nueva Granada, solo del 1 al
3 % de la ciudadanía había recibido educación alguna.24 Materiales impresos rara vez estaban
a disposición de la mayoría de la gente, y el primer principal periódico en América del Sur, el
Mercurio Peruano, de Lima, no apareció hasta el año 1791.25 Sin embargo, las Sociedades de
Amigos del País (grupos o sociedades literarias y científicas) discutían asuntos económicos, y el
auge de tertulias hacia finales de siglo hacía posible intercambios intelectuales, políticos y
sociales, que habrían de cambiar el rumbo del discurso público a finales del período colonial.26
Todas estas tendencias estimularon una mayor circulación de conocimientos, lo que produjo la
creciente politización de los debates sobre reformas en el imperio americano.

Para reformar la antes mencionada monarquía compuesta, heredada por Felipe V en 1700, los
ministros regalistas dieciochescos extendieron el poder del Estado borbónico sobre la Iglesia y
sobre los grupos de intereses coloniales y peninsulares. Este proceso a menudo causaba
fricción, disensión y hasta malestar político como respuesta a las nuevas iniciativas. Es de
asumir que la variedad de puntos de vista compitiendo sobre la reforma y la renovación del
imperio español del siglo xviii causó controversia política inevitable en ambos lados del
Atlántico. Las luchas entre los grupos de intereses, con diferentes idearios acerca de lo
acertado de varias empresas, con frecuencia determinaban el éxito o el fracaso de políticas
borbónicas específicas. Estas contiendas acerca de la política real generalmente involucraban
una amplia variedad de grupos sociales en España y en las Indias, los que se movilizaban para
influenciar el proceso político y adelantar sus propios objetivos particulares.27 El desenlace de
tales conflictos en el escenario político, bien fuese entre las elites o entre una amplia coalición
de grupos sociales, provee el contexto esencial para comprender el cambio social, cultural y
económico en el Atlántico español. La exacta configuración de los grupos políticos variaba de
manera considerable dentro de cada área del diverso mundo español americano. Como
consecuencia, el frecuente toma y da de los escenarios políticos en España y en las Indias
ayuda a explicar por qué ningún único plan cohesivo de reforma surgió durante el siglo xviii.

Historiografía de las reformas borbónicas

Por décadas, los historiadores de las reformas borbónicas han debatido la coherencia y la
eficacia de la política real, concentrándose en su mayor parte en el reino de Carlos III. De
acuerdo con una temprana síntesis de la pluma de John Lynch, los reformadores carolinos
formularon políticas que restringían las libertades políticas y económicas de las colonias, y en
conjunto, las reformas no representaron nada más que “una segunda conquista de América”.28
La Corona cesó de vender cargos públicos, renovó los establecimientos militares de las Indias,
liberalizó el sistema comercial, reformuló límites administrativos, aumentó impuestos y limitó
el poder de la Iglesia. D. A. Brading ha mantenido que tales políticas causaron oposición
colonial y “la permanente enajenación de la elite criolla”.29 Otros historiadores, sin embargo,
han debatido que tales políticas carecían de tal coherencia ideológica, haciendo énfasis, a su
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vez, en los objetivos diversos, y a veces opuestos, de los funcionarios de Madrid, quienes
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batallaban con titubeos e inconsistencias para equilibrar los varios objetivos fiscales,
comerciales, administrativos y militares de la Corona.

Allan J. Kuethe ha demostrado que los reformadores españoles a veces promovían


considerablemente diferentes clases de políticas para las provincias en su diverso imperio
atlántico. Kuethe documenta que Madrid, tratando de promocionar crecimiento en la
vulnerable periferia, aflojó las regulaciones comerciales para los productos tropicales de La
Habana, a la vez que mantuvo controles monopolísticos sobre el bien desarrollado comercio
mexicano. Ciertamente, la Corona hasta desviaba grandes sumas de la tesorería de México
para mantener a Cuba como baluarte militar después de la Guerra de los Siete Años

Más recientemente, Stanley J. y Barbara H. Stein han contribuido a las discusiones académicas
de las reformas borbónicas con su estudio de tres volúmenes acerca de la compleja red de
grupos de intereses luchando para moldear las políticas de la Corona. En su primer libro, Silver,
Trade, and War. Spain and America in the Making of Early Modern Europe, los Stein razonan
que las debilidades económicas de España a lo largo del tiempo permitieron a los mercaderes
franceses, holandeses y, en particular, ingleses, ganar acceso a enormes cantidades de plata
colonial, fruto del contrabando, y suministrar mercancías y capital a mercaderes de la baja
Andalucía, comerciando legalmente en Cádiz.34 Los reformadores españoles, inspirados por
proyectistas, trataron de limitar el contrabando, recuperar el control del comercio americano,
modernizar las finanzas estatales y promover controles burocráticos. La oposición de miembros
corruptos de la burocracia, la arraigada comunidad comercial (centrada en el Consulado de
Cádiz) y sus poderosos aliados comerciales extranjeros se aunaron para frustrar esta primera
fase de reforma.

En el segundo volumen, Apogee of Empire. Spain and New Spain in the Age of Charles III, 1759-
1789, los Stein explican la manera en que Carlos III y sus ministros favorecían el alza de
impuestos, la ampliación de la base de los mismos, y la liberalización del comercio después de
perder La Habana en 1762 durante la Guerra de los Siete Años.35 La reforma culminó con la
extensión del comercio libre, primero a las islas caribeñas de España en 1765 y al resto del
imperio en 1778, menos Nueva España y Venezuela (que solo fueron incluidas en 1789).36 Sin
embargo, los Stein mantienen que estos reformadores carolinos nunca tuvieron la intención de
llevar a cabo reformas estructurales en gran escala; intentaron únicamente un “calibrado
ajuste”, diseñado para apuntalar el “gótico edificio” del imperio atlántico de España.37 El tercer
volumen examina los esfuerzos de los políticos españoles para preservar los lazos comerciales
entre la metrópolis y Nueva España, la más rica colonia atlántica, en los momentos en que el
imperio se vio arrastrado por los conflictos internacionales consecuencia de la Revolución
francesa y el ascenso de Napoleón Bonaparte. Como resultado de estos conflictos, la reforma
fracasó, y España, al final, perdió su rico imperio atlántico, quedando reducida a una nación
subdesarrollada incapaz de suplir o siquiera mantener control sobre las Indias.38 Los Stein
concluyen que la plata americana irónicamente produjo el declive de España y un estímulo al
crecimiento del capitalismo europeo septentrional.

Durante la última década, estudiosos del siglo xviii han ampliado y profundizado las discusiones
de las reformas borbónicas. Estos estudios han enfocado una gama de temas, como los
orígenes intelectuales de la reforma, la diseminación del conocimiento científico, el contexto
Atlántico para la reforma, los esfuerzos para restringir el poder de la Iglesia, la manipulación
9

social borbónica —como la reforma del matrimonio, el trato de esclavos y la pobreza colonial—
Página

y los éxitos o fracasos de la política colonial en diversas partes del imperio.39 Algunos
historiadores incluso han cuestionado el énfasis tradicional en el reino de Carlos III,
examinando cómo importantes políticas reales durante la primera parte del siglo xviii
contribuyeron a la reforma en el imperio español americano.

Otros estudiosos, sin embargo, como Anthony McFarlane y Jacques A. Barbier, sostienen que
las reformas solo tuvieron un impacto limitado en Nueva Granada y Chile.43 Por añadidura, un
nuevo estudio incluso avanza la idea de que las políticas borbónicas, tales como el
establecimiento de nuevos gremios mercantiles y sociedades de ayuda económica, fueron
apoyadas por elites en periferias imperiales, por ejemplo, Cartagena, La Habana y Buenos
Aires.44 Como resultado, a pesar de las nuevas investigaciones sobre el mundo hispano
atlántico en el siglo xviii, los historiadores permanecen divididos en cuanto al impacto y la
eficacia general de las reformas borbónicas.

A pesar de estos importantes adelantos académicos, los continuos desacuerdos entre los
historiadores del siglo xviii demuestran claramente la complejidad de las políticas reformistas
borbónicas y la dificultad para medir sus impactos en el desarrollo económico del mundo
atlántico español. En recientes artículos revisionistas sobre finanza imperial española, por
ejemplo, las historiadoras de economía María Alejandra Irigoin y Regina Grafe sostienen que
las reformas borbónicas tuvieron poco impacto en la evolución del imperio español atlántico
del siglo xviii.

Al tiempo que Irigoin y Grafe disminuyen el efecto de las reformas borbónicas, un libro síntesis
escrito por James Mahoney avanza la idea de que las reformas tuvieron un impacto profundo
en la trayectoria socioeconómica de la América española, aún después de la independencia.56
Mahoney identifica dos clases de colonialismo en la América española. La fase temprana
mercantilista (1492-1700) estaba caracterizada por un énfasis en la extracción de oro y plata; la
explotación laboral de los indios en minas y en las grandes haciendas; la imposición de una
burocracia colonial; y controles monopolísticos del comercio, dominados por los centros
urbanos en las zonas claves coloniales —México, Perú y Bolivia—. Áreas por fuera de esas
zonas, como Argentina, Chile, Venezuela y América Central, permanecieron periféricas al
imperio, y nunca desarrollaron las poderosas elites mercantilistas ni las opresivas jerarquías
étnicas y sociales halladas en aquellas.

Mahoney identifica la era de las reformas borbónicas como la fase “liberal” del colonialismo
español (1700-1808). El razona que las reformas intentaron implantar “una nueva clase de
actores comerciales con mayor autonomía política y una orientación hacia la producción de
riqueza en los intercambios de mercados abiertos”.57 Las periferias en desarrollo, en particular
Argentina, Uruguay y Venezuela, obtuvieron instituciones liberales, y nuevas elites
empresariales surgieron, debido en gran parte a que estas regiones carecían de un fuerte
pasado mercantilista. Argentina eventualmente evolucionó en zona clave, mientras que
Uruguay y Venezuela se convirtieron en semiperiféricas. En zonas claves más antiguas, elites
mercantiles bien arraigadas estaban en contra de tendencias orientadas hacia el mercado. El
resultado fue que, aunque México permaneció siendo zona clave, retuvo una herencia mixta
de mercantilismo liberal colonial que obstaculizó su desarrollo económico después de la
independencia. Estas mismas luchas internas entre los valores liberales y mercantilistas
hicieron a Perú y Bolivia declinar de zonas claves a zonas semiperiféricas. Algunas periferias,
como la mayor parte de América Central, permanecieron en mayor parte casi inmunes a ambas
10

fases del colonialismo español y siguieron estancadas.


Página

Las reformas borbónicas y una perspectiva atlántica


Algunas de las más innovadoras perspectivas recientes de las reformas borbónicas han venido
de estudiosos preocupados por colocarlas dentro del contexto de un mundo más amplio.
Aunque los trabajos que examinan el Atlántico español han surgido relativamente recién, hubo
varios precursores importantes en este esfuerzo por ubicar la historia de España y de las Indias
dentro de un único marco analítico. Después del llamado, en 1933, de Herbert Eugene Bolton a
producir una historia común de las Américas, las subsecuentes generaciones de estudiosos han
sugerido numerosos enfoques para el estudio del Atlántico español. Esta tendencia se aceleró
después de la Segunda Guerra Mundial, cuando la creación de la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (otan) trajo la noción de una herencia atlántica común que atrajo amplia
atención pública.

Desde los últimos años de la década de los sesenta del siglo xx, gran parte de los debates
históricos ha girado en torno a problemas de colonialismo, imperialismo y subdesarrollo, con el
paradigma neomarxista de dependencia influyendo la mayoría de esta literatura.62 Los
dependentistas opinan que la propagación de las transacciones comerciales capitalistas llevó a
un subdesarrollo generalizado y a varios niveles de subordinación de las regiones periféricas,
como las Indias españolas a las naciones claves en el ámbito económico del norte de Europa —
los Países Bajos, Francia y, finalmente, Inglaterra—.63 A pesar del poder seductivo de esa
explicación de conectar Europa con las Indias en un solo sistema, la mayoría de los
historiadores critican y hasta ignoran ese paradigma de dependencia. Muchos han concentrado
su atención en una paradoja central de dependencia: no es una teoría a probar, sino un
paradigma que no puede verificarse con la clase de investigación empírica que sustenta la
mayoría de las historias académicas.64 Como resultado, la larga influencia de la dependencia
en estudios del Atlántico español es insignificante hoy día.

A pesar del eclipse del paradigma de dependencia, la historia atlántica ha surgido plenamente
como un campo de carácter subordinado en varias disciplinas diferentes, lo que ha llevado a
una lista impresionante de publicaciones académicas durante los últimos diez años. El más
ambicioso de los trabajos utilizando una perspectiva atlántica es la magistral síntesis de J. H.
Elliot, Empires of the Atlantic World. Britain and Spain in the America, 1492-1830, que compara
la evolución de los imperios atlánticos inglés y español, incluyendo las reformas del siglo xviii. 7
Estudios de la migración a través del espacio atlántico, el cambio ecológico y la propagación de
enfermedades también han contribuido sustancialmente a la comprensión del Atlántico
español en la era de las reformas.

Una perspectiva atlántica permite examinar las interconexiones entre los procesos globales,
regionales y locales, enlazando los cuatro continentes —Europa, Norte y Sudamérica, y África—
que rodean la cuenca atlántica. Tal perspectiva también permite a los historiadores examinar
cambios históricos importantes sin la preocupación de los límites políticos modernos, y
estimula comparaciones entre los imperios europeos de ultramar. Este punto de vista realza las
diferencias entre regiones centrales densamente pobladas y zonas fronterizas poco pobladas —
donde el gobierno europeo era más inseguro, ya que varios grupos indígenas desafiaban su
control junto a poderes coloniales rivales—. El estudio de zonas fronterizas como Florida o
Nuevo México ha llevado a nuevos intercambios académicos entre especialistas de la América
española, portuguesa, holandesa, francesa e inglesa. Es más, una perspectiva atlántica enfatiza
en el mundo de los mercaderes y en los intercambios comerciales marítimos, incluyendo gente
11

de carácter marginal —marineros, piratas, hosteleros y prostitutas—, quienes cumplieron un


papel en este comercio, particularmente en el Caribe.
Página
A medida que los historiadores han utilizado el Atlántico como una “arena de análisis”, sus
trabajos caen bajo tres tipologías básicas identificadas por David Armitage.77 Las historias
circumatlánticas proporcionan una vista transnacional de la región, viendo el mundo atlántico
como una unificada zona de intercambio, circulación y transmisión de gentes, ideas, productos
o actividades de guerra. El énfasis aquí está en la región atlántica en su totalidad y no en
específicas historias nacional, regional o local de carácter imperial.

Este libro analiza las profundas divisiones políticas que surgieron acerca de las reformas
borbónicas a ambos lados del Atlántico. Las reformas no se presentan acá como una “segunda
conquista” de América, ni como conflictos entre un colonialismo mercantil y uno liberal. En
cambio, aparecen emergiendo de una serie de conflictos políticos dentro de España y en las
Indias, que dieron forma a las pautas de la Corona en diferentes partes del imperio. En España,
los reformadores disputaban unos con otros sobre la política colonial, chocando de igual modo
con intereses creados como los monopolistas del Consulado de Cádiz. Las ambiciones
dinásticas de los monarcas borbónicos o la política de poder europea también intervenían para
hacer tambalear, descarrilar, y a veces hasta impulsar el proceso reformista, cuando los
ministros españoles patrocinaban innovaciones al prepararse para la guerra. Al mismo tiempo,
burócratas de las Indias, religiosos y grupos del medio y subalternos trataban de dar forma al
proceso de reforma de acuerdo con sus propios fines. La configuración de estos conflictivos
intereses creados varió a lo largo del tiempo en cada región del imperio. La reforma engendró
amargos enfrentamientos políticos a ambos lados del Atlántico, lo que determinó en mayor
parte el resultado a largo plazo de estas políticas en cada distrito del imperio español. A
medida que los ministros regalistas de España intentaban transformar la monarquía compuesta
en un Estado más absolutista, se desarrollaron serias luchas políticas, que a veces estallaban en
conflictos armados.

En este texto, se presenta la evolución de la reforma en España y se proveen diferentes


estudios de casos de conflictos políticos que dieron forma al curso de la política real allí y en
diferentes áreas de las Indias a lo largo del siglo xviii. Tales debates sobre el curso de la reforma
dentro del imperio sólo se podían resolver en volátiles e impredecibles arenas políticas a
ambos lados del Atlántico. Se mantiene acá que el éxito o el fracaso de las iniciativas
borbónicas en el imperio español del Nuevo Mundo resultaron de tales luchas políticas a lo
largo del período de 1713 a 1796.

Esto explica en gran parte por qué las reformas generaron abundantes ingresos en México,
mientras que tuvieron menos impacto en Nueva Granada, donde la Rebelión de los Comuneros
convenció a las autoridades de proceder más lentamente en la implementación de la política
real. Incluso la Corona podía dar diferente forma a las políticas para diversas regiones,
favoreciendo a Cuba con la liberalización comercial para fomentar la economía azucarera local,
en tanto que esperó hasta 1789 para extender el comercio libre a Nueva España. Además,
conflictos con los rivales europeos de España sobre ambiciones dinásticas o prácticas coloniales
también periódicamente interrumpían el proceso reformista en varias partes del imperio. En
otras ocasiones, la amenaza de guerra y derrotas pasadas podían ser utilizadas como
justificaciones para avanzar la reforma en el mundo español atlántico. En efecto, fue el
resultado de esta simbiosis entre la confrontación política y la amenaza de guerra lo que dio
forma a la implementación de las políticas reformistas borbónicas, dándoles resultados
12

distintivos en las diferentes regiones del imperio


Página

Mientras los conflictos políticos sobre la reorganización colonial llegaron a su cumbre durante
el reino de Carlos III, la tesis de este libro sostiene, asimismo, que la reforma comenzó mucho
antes, poco tiempo después del acceso al trono de la dinastía borbónica. Una razón principal
por la que estudios previos han ignorado o les han restado importancia a estas primeras
reformas ha sido la relativa falta de documentación en los archivos españoles acerca del
reinado de Felipe V, dado que muchas de estas fuentes se quemaron en el incendio del Real
Alcázar de Madrid en 1734. El presente estudio se ha basado en mayor parte en documentos
diplomáticos franceses para reconstruir estas primeras reformas borbónicas, y para analizar los
diferentes resultados producidos por esas políticas tempranas de la Corona. Este estudio
comienza con la primera serie de cambios políticos coloniales bajo el cardenal Julio Alberoni y
más tarde bajo José de Patiño, para luego analizar la segunda era de políticas reformistas bajo
José del Campillo primero y el marqués de la Ensenada después

Cada una de estas etapas de reforma preparó el camino para la siguiente etapa. Las
innovaciones de Alberoni y Patiño, por ejemplo, permitieron a España ejercer mayor control
sobre sus ciudades portuarias y sobre el comercio de contrabando en Tierra Firme, y preparó el
camino para una mayor liberalización más tarde en el siglo. Finalmente, se enfoca el apogeo de
la reforma bajo Carlos III. Su expulsión de los jesuitas puede ahora verse como una extensión
de la política bajo Ensenada para restringir el poder de las órdenes religiosas, despojándolas de
la administración de sus lucrativas parroquias indígenas. El libro concluye en 1796, cuando la
guerra con Gran Bretaña eficazmente puso fin a las ambiciosas innovaciones en la política
colonial, al cortar la marina inglesa los lazos entre España y su imperio, obligando a la
monarquía española y a sus ministros a dedicar todas sus energías para hallar los recursos
fiscales necesarios para mantener el crecientemente fallido esfuerzo bélico. Los conflictos
europeos hicieron vacilar y por último pusieron fin al impulso reformista español hacia el año
1796.

Organización del libro

Este volumen está dividido en tres secciones en orden cronológico. La primera parte, “Alberoni,
Patiño y los comienzos de la reforma atlántica, 1713-1736”, examina las primeras reformas
borbónicas en el Atlántico español de 1713 a 1736. El capítulo 1 trata de las iniciativas del
cardenal Alberoni, el influyente italiano que guio las decisiones políticas de Felipe V y su
esposa, Isabel de Farnesio, de 1715 a 1719. Se centra específicamente en sus esfuerzos para
asegurar el control de puertos españoles esenciales y para eliminar intereses extranjeros del
comercio español, en particular el comercio con el Nuevo Mundo. El capítulo 2 trata de las
reformas más importantes en las Indias: el traslado de la Casa de la Contratación y del
Consulado de Sevilla a Cádiz en 1717, la fundación del Virreinato de Nueva Granada, el
establecimiento del monopolio del tabaco en Cuba, y la reorganización del estratégico
estamento militar de La Habana en 1719. El capítulo 3 estudia el lento paso de la reforma
durante la década, bajo la guía de José de Patiño, que trajo nueva energía al ministerio que
gobernaba las Indias, resucitó la agenda de Alberoni, reconstruyó la Armada, y buscó la manera
de impedir la operación de contrabandistas extranjeros en las Indias. Los principales problemas
enfrentados por los reformadores eran los designios dinásticos europeos de Felipe y de su
esposa, quienes buscaban reinos italianos para sus hijos, conduciendo a conflictos en Europa
que distraían a Madrid de la tarea de reorganizar las relaciones entre España y sus posesiones
al otro lado del océano.
13

La segunda, “La segunda ola de reforma, 1736-1763”, parte trata de la próxima fase de la
reorganización borbónica, que se destaca por las iniciativas del marqués de la Ensenada, José
Página

de Carvajal y Lancáster, y el confesor del rey, Francisco de Rávago (conocidos colectivamente


con el nombre de Partido Jesuita, por su fuerte apoyo a esa orden religiosa). El capítulo 4
demuestra la manera en que la Corona limitó la autonomía del Consulado de Cádiz y cómo
abrió la puerta al amplio uso de barcos de registro durante la Guerra de la Oreja de Jenkins,
mientras que, al mismo tiempo, llevaba adelante la reforma administrativa y militar. Los
tratados de paz que pusieron fin a la guerra revocaron las concesiones comerciales hechas
desde Utrecht y disfrutadas por la South Sea Company, dejando por fin libre a Madrid para
modernizar su sistema comercial colonial. El capítulo 5 explora la agenda de Ensenada y sus
aliados, que ahora, no impedidos por restricciones diplomáticas ni guerras dinásticas, volvieron
su atención a promover ambiciosas reformas comerciales, administrativas y eclesiásticas. Por
último, el capítulo 6 trata de la caída del poderoso Ensenada, lo cual disminuyó el impulso
reformista durante los años restantes del reinado de Fernando VI.

Teniendo lugar durante el reino de Carlos III el punto culminante de la reforma, este pasa a ser
el asunto de la tercera parte: “Pináculo de las reformas borbónicas, 1763-1796”. El capítulo 7
trata de los primeros años del nuevo reinado del rey tras su llegada de Nápoles, cuando se vio
acosado por la crisis causada por la conquista inglesa de La Habana en 1762. Este capítulo
abarca la reforma militar en Cuba, las ambiciosas iniciativas en la administración colonial y las
finanzas que la apoyaban, la legalización del comercio libre imperial para Cuba y otras islas del
Caribe —toque final que rompió el histórico monopolio andaluz— y la subsecuente extensión
del paquete de reformas a Nueva España y más allá. Eventos paralelos involucraron la
modernización del sistema colonial de correos y una agresiva expansión de la Armada. Este
capítulo también explora la expulsión de la poderosa Sociedad de Jesús del mundo español
atlántico, acto que eficazmente subordinó a las órdenes religiosas a la Corona.

El capítulo 8 estudia la variada y amplia agenda de reforma asociada con el ministerio de José
de Gálvez, resaltada por la expansión del libre comercio imperial entre 1776 y 1778, y el ajuste
de los controles administrativos con el establecimiento del Virreinato del Río de la Plata, pero
asimismo incluyendo otras reorganizaciones militares y una agresiva reforma de los impuestos
y de la administración provincial. Cada una de estas innovaciones provocó la ira de diferentes
grupos de interés en las colonias, ocasionando a veces a insurrecciones, en particular en
México, los Andes y Nueva Granada. El capítulo final, analiza la consolidación y el refinamiento
de las políticas reformistas en el mundo español atlántico hasta que las guerras de la
Revolución francesa envolvieron de nuevo a España en un conflicto europeo. Aunque la
Armada había alcanzado dimensiones impresionantes, la tradicional alianza con Francia
eventualmente llevó a España a embarcarse en una desastrosa guerra con Gran Bretaña en
1796, guerra que permitió a la marina inglesa cortar las vías marítimas entre España y sus
colonias, causando la estrangulación del impulso reformista del siglo xviii. La “Conclusión”
discute el proceso de reforma de un siglo de duración en el imperio español atlántico.

David Brading – España de los Borbones y su Imperio Americano


Las reformas borbónicas en la Nueva España fueron la serie de cambios administrativos
aplicados por los monarcas españoles de la casa de Borbón a partir del siglo XVIII en el
Virreinato de Nueva España.

Estas reformas buscaban remodelar tanto la situación interna de la península como sus
relaciones con las colonias. Ambos propósitos respondían a una nueva concepción del Estado,
que consideraba como principal tarea reabsorber todos los atributos del poder que había
14

delegado en grupos y corporaciones y asumir directamente la conducción política,


Página

administrativa y económica del reino.


Estas reformas de la dinastía borbónica estaban inspiradas en la Ilustración y pretendían
alcanzar el control directo de la burocracia imperial sobre la vida económica. Las reformas
intentaron redefinir la relación entre España y sus colonias en beneficio de la península.
Aunque la tributación aumentó, el éxito de las reformas fue limitado; es más, el descontento
generado entre las élites criollas locales aceleró el proceso de emancipación por el que España
perdió la mayor parte de sus posesiones americanas en las primeras décadas del siglo XIX y
unos años después.

Contexto: La Guerra de Sucesión Española, 1701-1713:

La guerra de sucesión fue un conflicto que duró 12 años desde 1701 hasta 1713 con el Tratado
de Utrech. El testamento de Carlos II no suscitó en un principio ninguna oposición; todos los
soberanos —a excepción del Emperador— reconocieron al duque de Anjou como rey de
España y, en abril de 1701, Felipe V hizo su entrada en Madrid; pero las torpezas de Luis XIV
hicieron cambiar la situación. En febrero de 1701 dio a entender que su nieto podría, en
determinadas circunstancias, conservar sus derechos sobre la corona de Francia; con ello se
retractaba de las garantías dadas de que Francia y España no se reunirían jamás bajo la
autoridad de un único rey. Al mismo tiempo, actuando en nombre de Felipe V, Luis XIV ocupó
los Países Bajos. Estas declaraciones y estas acciones aparecieron como otras tantas
provocaciones.

Las Provincias Unidas e Inglaterra se acercaron entonces al Emperador y se comprometieron a


otorgar la sucesión de España a su segundo hijo, el archiduque Carlos de Austria. En
septiembre de 1701 se formo una coalición que, en junio de 1702, declaró la guerra a Francia y
a España. Portugal se unió a ella en mayo de 1703. El conflicto dinástico en torno a la sucesión
de España desembocó así en una guerra internacional y, en el interior de la Península, en una
guerra civil entre los partidarios de cada uno de los pretendientes. En la Península, los aliados
comenzaron cosechando éxitos. Los ingleses se apoderaron de Gibraltar (1704) y de Barcelona
(1705). Cataluña, Valencia y Aragón se aliaron al archiduque. Se organizó la contraofensiva que
permitió a los franco-españoles derrotar a sus adversarios en Almansa, no lejos de Valencia, en
abril de 1707. En realidad, la partida se jugó en Flandes y en el Rin. Tras algunos éxitos iniciales,
los franceses retrocedieron en todos los frentes. En 1708 perdieron Lille y vieron el territorio
de Francia invadido. Luis XIV estaba a punto de abandonar el combate, pero sus adversarios le
pusieron condiciones inaceptables: le exigieron que cediera Alsacia, Estrasburgo y Lille, y que el
ejército francés expulsara de España a Felipe V.

¿Cómo se resolvió la Guerra de Sucesión Española de 1700?

El conflicto se resolvió con los tratados de Utrecht (1713) y Rastatt (1714). Ambos tratados
equilibraron el orden mundial, pero otorgaron a Inglaterra un papel decisivo en el mundo. El
Reino Unido de la Gran Bretaña se anexionó Gibraltar y Menorca; se le concedió el derecho a
participar en el comercio de las India, enviando anualmente un barco de mercancias (navío de
permiso) a las colonias españolas; monopolizó el comercio de esclavos africanos en América
(asiento de negros). Así es como Inglaterra se consolidó como potencia naval y comercial
gracias a las colonias españolas. A Portugal se le concedió Colonia del Sacramento (Uruguay).
Los Habsburgo consolidaron bajo su poder el Imperio, atrás quedaron las pretensiones
francesas al título. Incorporaron además los Países Bajos, Milán, Nápoles y Cerdeña. Sicilia le
15

fue otorgada al duque de Saboya. España perdió así, para siempre, todo su Imperio en Europa.
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Ésta fue la consecuencia más destacada de la Guerra de Sucesión para España: la pérdida
definitiva de su poderío territorial en Europa.
Reyes de este periodo:

a) Felipe V (1700-1746). Con él se inicia la dinastía borbónica en España. Será famoso por la
centralización administrativa, lo que esperaban los catalanes, aragoneses y valencianos se
cumplió. Además de centralizar la administración y suprimir los fueros de la Corona de Aragón,
realizó una serie de reformas que no siempre tuvieron éxito. De enero a agosto de 1724 abdicó
en su hijo Luis I, pero al morir éste a los pocos meses, volvió a tomar el poder. En la primera
etapa de su reinado contó con ministros extranjeros como Orry y Alberoni, pero más tarde
prefirió a los españoles como José Patiño que reorganizó el Ejército, la Hacienda y la Marina.

b) Fernando VI (1746-1759). Fue un rey culto, inteligente y pacífico, pero de salud quebradiza.
Su objetivo fundamental fue la modernización del Estado. Heredó de su padre al marqués de
Ensenada, que llevó a cabo la reforma de los impuestos, modernizó la armada y reformó las
colonias. Reorganizó el reino y sentó las bases para el gobierno de su hermanastro Carlos III al
morir él sin descendencia.

c) Carlos III (1759-1788). Fue el rey más importante del siglo por su labor reformadora. Era rey
de Nápoles y al morir Fernando VI tiene que dejar Nápoles para ser rey de España en 1759 en
virtud de las cláusulas del tratado de Utrecht, contaba por tanto con experiencia como
gobernante. Con él España se integra en Europa, participa activamente en la política
continental. En la primera etapa de su reinado cuenta con ministros que se ha traído de
Nápoles: Esquilache y Grimaldi, que llevaron a cabo un amplio programa de reformas, sin
embargo, contra los cuales se alzaron los sectores más conservadores. En una segunda etapa
cuenta con ministros españoles: Aranda, Floridablanca y Campomanes que emprendieron
reformas más moderadas y aumentaron la autoridad real.

d) Carlos IV (1788-1808). Rey débil y sin carácter que no estuvo a la altura de las necesidades
que requería el país en una etapa tan delicada. Durante su reinado se desarrolla la Revolución
Francesa y el ascenso de Napoleón. En el gobierno destacaron intelectuales reformistas como
Jovellanos o Gabarrús. En una segunda etapa deja el poder en manos de Godoy, su favorito (y
el de la reina), y la ambición de éste hace que la política española se someta a la francesa, esto
conlleva la ocupación napoleónica y la Guerra de la Independencia.

Desarrollo del tema:

La muerte largamente esperada, de Carlos II en 1700 provocó una guerra general europea,
cuyo premio principal era la sucesión al trono de España. La subida al trono de Fernando VI
(1746-1759) marcó el abandono de la ambición dinástica en favor de una política de paz en el
exterior y de atrincheramiento interior. El fin del período del «asiento» inglés en 1748 seguido
de un tratado de límites con Portugal (1750), que estableció las fronteras entre los virreinatos
de Perú y Brasil, eliminó fuentes potenciales de fricciones internacionales. Sólo con la llegada
de Carlos III (1759-1788) dispuso España de un monarca comprometido activamente con un
completo programa de reformas. Aunque algunos aristócratas seguían alcanzando altos cargos,
la mayoría de los ministros eran gente principal venida a menos o del común.

El estado absolutista fue el instrumento esencial de la reforma. Como consecuencia de ello,


resultaban profundamente sospechosos los intereses provinciales o los privilegios corporativos.
Si bien con el nuevo énfasis en la autoridad real la aristocracia fue simplemente excluida de los
16

consejos de Estado, por contra, se atacó severamente a la Iglesia. La tradición regalista del
Página

derecho canónico, con su insistencia en los derechos de la iglesia nacional frente a las
demandas de la monarquía papal y su afirmación del papel eclesiástico del rey como vicario de
Cristo, obtuvo una señalada victoria en el concordato de 1753, en el que el papado cedía a la
corona el derecho de nombramiento de todos los beneficios clericales de España. La principal
preocupación de la élite administrativa era el gran problema del progreso económico. ¿Cómo
iba España a recobrar su antigua prosperidad? Se impuso como respuesta preferida la
promoción de la ciencia y el conocimiento pragmático. El gobierno llevó a cabo un censo
nacional que compilaba un amplio cuerpo de estadísticas relacionadas con todos los aspectos
de la vida económica. Más concretamente, se construyeron canales y carreteras para abrir
nuevas rutas al comercio.

Y, del mismo modo que en el siglo XVII Francia e Inglaterra, enfrentadas a la hegemonía
comercial de Holanda, habían utilizado medidas proteccionistas para defender y promover su
navegación, industria y comercio, ahora los ministros de la dinastía borbónica en España
intentaron conscientemente aplicar el mismo tipo de medidas para librar a la península de su
dependencia de las manufacturas del norte de Europa.El fracaso del gobierno tanto al intentar
cambiar los métodos de producción agrícola, como al desarrollar la industria manufacturera, se
ha convertido en objeto de vivos debates. Sin embargo, el gran logro de la nueva dinastía fue la
creación de un estado absolutista, burocrático, abocado al principio del engrandecimiento
territorial.

El renacimiento de la autoridad y de los recursos de la monarquía fue precursor, claramente,


del despertar de la economía. A la cabeza del nuevo régimen estaban los ministros, los
secretarios de Estado, Hacienda, Justicia, Guerra, Armada e Indias, que reemplazaron a los
antiguos consejos de los Austria como la principal fuente de la acción ejecutiva. A nivel
provincial el intendente era la figura clave, el símbolo del orden nuevo. Empleados al principio
con fines específicos, fue en 1749 cuando estos funcionarios fueron nombrados en toda
España, encargándoseles la responsabilidad de recolectar los impuestos, dirigir el ejército, la
promoción de obras públicas y el fomento general de la economía.

Aunque la formación, expansión y mantenimiento de un ejército y una armada permanentes


eran objeto de atención prioritaria para el estado borbónico, aún se dispone de una cantidad
notablemente escasa de información acerca de la organización y operatividad de estas fuerzas.
Si el interés en el poder naval surgía de las necesidades estratégicas del imperio, el nivel de las
fuerzas terrestres reflejaba la ambición ultramarina de la dinastía. El reclutamiento se hacía por
el sistema de levas, lo cual evitaba tener que confiar en mercenarios extranjeros cómo los que
se encontraban en otros ejércitos de la época.

Además, al menos un tercio de los oficiales eran de extracción popular. Sin embargo, fue la
formación de esta oficialidad, que contaba con cierta educación, habituada a la disciplina y
dependiente del servicio real para conseguir su medio de vida, lo que proveyó al estado
dinástico de sus indispensables agentes de gobierno. Desposeída de sus posesiones europeas
por el Tratado de Utrecht, España dependía ahora, sin embargo, de su vasto imperio americano
para asegurarse un lugar en el concierto de Europa. En el Nuevo Mundo el estado borbónico
demostró tener un éxito notable, tanto a la hora de salvaguardar sus fronteras como al
explotar los recursos coloniales.

El renacimiento del poder español durante el reinado de Carlos III fue, en gran medida, una
consecuencia del florecimiento del comercio con las Indias y del aumento de las rentas que el
17

mismo producía.
Página

La revolución en el gobierno
La preocupación por el Viejo Mundo había conducido a un notable deterioro del poder
imperial en América. Durante las primeras décadas del siglo XVIII España no hizo más que
rechazar incursiones extranjeras en su territorio y consolidar su posesión sobre fronteras
amenazadas. No es menos importante el hecho de que, en cada provincia del imperio, la
administración había llegado a estar en manos de un pequeño aparato de poder colonial,
compuesto por la élite criolla —letrados, grandes propietarios y eclesiásticos —, unos pocos
funcionarios de la península con muchos años de servicio y los grandes mercaderes dedicados
a la importación. Prevalecía la venta de cargos en todos los niveles de la administración. Como
en las últimas décadas del dominio de los Austrias en España, el poder de la corona para
drenar los recursos de la sociedad estaba limitado por la ausencia de sanciones efectivas. Si la
nueva dinastía quería obtener beneficio de sus vastas posesiones de ultramar, tendría primero
que volver a controlar la administración colonial y crear entonces nuevas instituciones de
gobierno.

El primer paso de este programa fue la provisión de una fuerza militar adecuada, como
salvaguarda contra ataques extranjeros y levantamientos internos. La caída de La Habana y
Manila en 1761 y la virtual eliminación del poder francés en tierra firme marcó la magnitud de
la amenaza exterior. En 1776 una expedición de 8.500 hombres atravesó el Río de la Plata,
recobró Sacramento por tercera y última vez y expulsó a los portugueses de toda la Provincia
Oriental, victoria ratificada por el tratado de San Ildefonso (1778). Poco después, durante la
guerra-de independencia americana (1779-1783), otro destacamento invadió Pensacola, la
franja costera que estaba unida a Luisiana, y esta iniciativa llevó a la subsiguiente cesión inglesa
de aquel territorio junto con Florida. En esta decisión de afianzar las fronteras de su imperio
americano desplegó la monarquía borbónica, por fin, una operación expansionista propia de
una verdadera potencia colonial. Junto al reclutamiento de regimientos coloniales mantenidos
permanentemente en pie, encontramos la organización de numerosas unidades de milicia.

La monarquía reivindicó su poder sobre la Iglesia de forma dramática cuando, en 1767, Carlos
III siguió el ejemplo de Portugal y decretó la expulsión de todos los jesuitas de sus dominios.
Después, en 1771, se convocaron concilios eclesiásticos provinciales en Lima y México con la
finalidad tanto de estrechar la disciplina clerical, como de enfatizar la autoridad real sobre la
Iglesia. Pero aunque se proyectaron cierto número de reformas, no resultó mucho de esta
actividad regalista. De mayor alcance y eficacia fue la reforma radical de la administración civil.

En 1776 se estableció un nuevo virreinato con capital en Buenos Aires. El resultado fue un
cambio trascendental del equilibrio geopolítico del continente, puesto que Lima, que ya había
visto roto su monopolio comercial por la apertura de la nueva ruta comercial del Cabo de
Hornos y que había sido la antigua capital de todo el imperio de Sudamérica, sufrió una severa
pérdida de categoría. En otros lugares, el impacto de los cambios fue menos radical. Carlos III
reactivó también la antigua solución de los Austrias para el mal gobierno colonial, la «visita
general». Además, tuvo tanto éxito José de Gálvez como visitador general de Nueva España
(1765-1771) que, primero Perú (1776) y después Nueva Granada (1778), se vieron sujetas a
una parecida revisión de la maquinaria del gobierno. Gálvez supervisó la expulsión de los
jesuitas, reprimió brutalmente las revueltas populares contra esta medida y después condujo
una expedición para pacificar y colonizar Sonora. Tan dominante como ambicioso,
18

Gálvez llevó a cabo la revolución en el gobierno colonial con una tenacidad obsesiva. Desde la
perspectiva de Madrid, los resultados fueron impresionantes. Pero el precio fue la enajenación
Página

de la élite criolla. En ningún lugar fue más evidente el impacto de las nuevas tendencias de la
administración que en el cambio de composición de las audiencias, los altos tribunales de
justicia, cuyos jueces aconsejaban a los virreyes en todas las cuestiones importantes de estado.
En 1776-1777 se decidió a ampliar el número de miembros de la mayoría de las audiencias y
después, mediante una verdadera política de traslados, promociones y retiros, a acabar con el
predominio criollo. Junto con esta renovación del control peninsular, se registró una renovada
insistencia en la promoción entre las audiencias y dentro de ellas, sistema que se había visto
interrumpido por la venta de cargos. De nuevo fue norma para los jueces el empezar como
alcaldes del crimen o como oidores en tribunales menores, como Guadalajara o Santiago, y
trasladarse después a las cortes virreinales de Lima o México. Pieza central de la revolución en
el gobierno fue la introducción de los intendentes, funcionarios que encarnaban todas las
ambiciones intervencionistas y ejecutivas del estado borbónico.

El momento clave de la reforma llegó en la década de 1780 y comenzó en 1782 con el


nombramiento de 8 intendentes en el virreinato de La Plata, seguido, dos años más tarde, por
otros 8 en Perú y coronándose con el establecimiento en 1786 de 12 intendencias en Nueva
España. Además, se asignaron 5 de estos funcionarios a Centroamérica, 3 a Cuba, 2 a Chile y 1
a Caracas, mientras que quedaban fuera Nueva Granada y Quito. Los intendentes, reclutados
entre militares y oficiales de Hacienda, y peninsulares en su inmensa mayoría, lograron un
moderado éxito, sin llegar a alcanzar las expectativas de los reformadores en ningún sentido, ya
que la introducción de un rango de gobernadores provinciales no corrigió las deficiencias del
gobierno local. En las capitales de Lima, Buenos Aires y México, Gálvez instaló
«superintendentes subdelegados de Real Hacienda», funcionarios que relevaron a los virreyes
de toda responsabilidad en cuestiones de Hacienda. Además, se estableció una Junta Central
de Hacienda para supervisar la actividad de los intendentes y para revisar cualquier cuestión
que surgiera en la recaudación de las rentas. Si los intendentes habían resultado ser menos
efectivos de lo que se esperaba fue en parte porque el sistema de rentas se había reformado
ampliamente antes de su llegada. Las innovaciones clave fueron el nombramiento de una
burocracia fiscal asalariada y el establecimiento de nuevos monopolios de la corona. En efecto,
el nombramiento de una burocracia asalariada, respaldada por un considerable ejército de
guardias, permitió a la monarquía española recoger una extraordinaria cosecha fiscal como
consecuencia de la expansión de la actividad económica producida por sus reformas en el
comercio y su fomento de las exportaciones coloniales.

La revolución administrativa creó un nuevo estado absolutista, basado, como en el caso de


Europa, en un ejército permanente y una burocracia profesional. Este estado se consagraba,
tanto como sus equivalentes del Viejo Mundo, al principio del engrandecimiento territorial, si
bien a expensas, principalmente, de los portugueses en Sudamérica y de las tribus indias
nómadas en Norteamérica. Pero se diferenció de sus modelos europeos en que no consiguió
formar ninguna auténtica alianza, fundada en intereses comunes, con los sectores dirigentes
de la sociedad colonial. La influencia de la Iglesia, hasta entonces el principal baluarte de la
corona, fue atacada. Se debilitó el poder económico de las grandes casas importadoras. Y si los
nuevos ejércitos facilitaron la sanción armada contra los disturbios populares, los títulos y
privilegios ofrecidos por la carrera militar eran un pobre sustituto de cualquier auténtica
participación en los beneficios económicos o en el poder. En resumen, el precio de la reforma
fue la alienación de la élite criolla. Sin embargo, juzgada desde la perspectiva de Madrid, sus
compensaciones fueron considerables.
19

La expansión del comercio colonial


Página

El renacimiento de la economía colonial, tanto como el de la peninsular, derivaba de la


aplicación de medidas mercantilistas. El texto que las respaldaba para ello era el Nuevo sistema
de gobierno económico para la América (1743) de Campillo. Más que nada, Campillo
consideraba a las colonias como un gran mercado sin explotar para la industria española: su
población, especialmente los indios, era el tesoro de la monarquía. Pero, para aumentar la
demanda colonial de manufacturas españolas, era necesario incorporar a los indígenas a la
sociedad, eliminando los dañinos monopolios y reformando el vigente sistema de gobierno. Si
España quería obtener beneficios de sus posesiones americanas, primero era necesario
desbancar a las manufacturas extranjeras y al contrabando de su papel preeminente en el
comercio atlántico, y después desalojar a la alianza mercantil de su posición dominante en las
colonias. La Guerra de los Nueve Años (1739-1748) supuso un cambio en el desarrollo del
comercio colonial.

La destrucción de Portobelo llevada a cabo por Vernon acabó con las posibles esperanzas de
hacer revivir la flota de Tierra Firme. Y, desde entonces, todo el comercio legal con las islas del
Caribe y con Sudamérica se hizo con «registros», barcos aislados que zarpaban con licencia
desde Cádiz. Tan importante como esto fue que se abriera la ruta del cabo de Hornos y se
permitiera a más barcos desembarcar en Buenos Aires. Con la fuerte caída de los precios, el
comercio europeo con todo el virreinato peruano creció, incorporándose Chile y la zona del Río
de la Plata al comercio directo con España. En 1765 a las islas del Caribe se les dio vía libre para
comerciar con los nueve puertos principales de la península. Al mismo tiempo la absurda
práctica de estimar las tasas aduaneras por el volumen cúbico de la mercancía, conocido como
«palmeo», se sustituyó por una tasa ad valorem del 6 por 100, que se imponía a todos los
productos de exportación. El éxito de estas medidas hizo posible la promulgación en 1778 del
famoso decreto de «libre comercio», el cual finalmente abolió el embudo que significaba Cádiz
y el sistema de flotas. Desde entonces el comercio entre los puertos principales del imperio y la
península comenzó a efectuarse por medio de buques mercantes aislados.

Si los monopolistas de Cádiz venían a ser meros intermediarios que trabajaban a comisión, no
debe resultar sorprendente saber que en la misma época la contribución de la industria
española a las exportaciones coloniales era ridícula. Es verdad que, en cuanto al volumen, la
producción peninsular representaba el 45 por 100 de los cargamentos que se embarcaban
hacia América, pero consistía, esencialmente, en vino, aceite, aguardiente y otros productos
agrícolas. Al otro lado del Atlántico, el énfasis puesto en el crecimiento dirigido a la exportación
parece menos necesitado de revisión. Desde luego, los datos son parciales y se agrupan en
torno a los últimos años del siglo; sin embargo no se puede dudar de que en el siglo XVIII se
registra una notable expansión del comercio trasatlántico con Europa.

Las economías de exportación

Mientras que la península sólo recogía un modesto beneficio de la recuperación del comercio
atlántico, muchas colonias americanas estaban naciendo de nuevo. Hacia el siglo XVIII el
equilibrio regional de la actividad comercial se había desviado desde las zonas nucleares de las
culturas mesoamericanas y andinas hacia áreas fronterizas que habían sido habitadas antes por
tribus nómadas, o hacia las costas tropicales y las islas del Caribe y del Pacífico. Las regiones
que registraron un rápido crecimiento de población y de producción fueron las pampas del Río
de la Plata, las zonas de haciendas del centro de Chile, los valles cercanos a Caracas, las
plantaciones de Cuba, y las minas y haciendas de México, al norte del río Lerma.
20

La fuerza de trabajo la formaban trabajadores asalariados libres reclutados en las «castas» o en


Página

la comunidad criolla o, alternativamente, esclavos importados de África. Aunque los estadistas


borbónicos se apresuraron a recibir la expansión del comercio atlántico tras el «comercio libre»
como la consecuencia de las medidas de la corona, la burocracia aquí, como en otros sitios,
simplemente sacó provecho del esfuerzo y la ingenuidad de otros hombres. El agente decisivo
que había detrás del crecimiento de la época borbónica era una élite empresarial compuesta
por comerciantes, plantadores y mineros. Estos hombres adoptaron prontamente nueva
tecnología donde se demostró conveniente y no dudaron en invertir grandes sumas de capital
en empresas que, a veces, necesitaron años para rendir beneficios. La obra maestra de la era
borbónica fue, sin duda, la industria de la minería de plata mexicana.

Ya en la década de 1690 fue superada la depresión de mediados del siglo XVII a medida que la
acuñación alcanzaba su cota anterior de más de 5 millones de pesos. Después la producción
creció uniformemente hasta llegar a 24 millones de pesos hacia 1798, habiéndose registrado el
aumento más rápido en la década de 1770 debido a los nuevos descubrimientos y a los
incentivos fiscales. El hecho de que los incentivos gubernamentales no eran suficientes para
reactivar una industria enferma lo demuestra el ejemplo de Perú, porque en las tierras altas
andinas el resurgir de la minería fue lento y limitado. Hasta la década de 1730 no empezó a
recuperarse la industria de la depresión del siglo anterior. La corona llevó a cabo casi las
mismas medidas que en México —se redujo el precio del mercurio, se envió, una misión
técnica y se establecieron una asociación y un tribunal de minería—, pero ciertos elementos
claves no llegaron a materializarse. La incapacidad de la administración de Huancavelica para
ampliar la producción —de hecho, ésta declinó a partir de 1780— impuso severos límites a la
cantidad de mercurio que llegaba a la industria andina. Al mismo tiempo, la mayoría de las
minas siguieron siendo pequeñas, y empleaban sólo un puñado de trabajadores, a lo que se
añade que la industria andina se quedó atrás respecto a su rival del norte en cuanto a la
aplicación de la tecnología disponible.

Tras esta respuesta limitada a las nuevas oportunidades de beneficio creadas por la iniciativa
gubernamental se encuentra el déficit del capital destinado a la inversión. Los grandes
comerciantes de Lima habían perdido su posición predominante en el comercio sudamericano
y carecían de los recursos necesarios para emular a sus equivalentes de México. Aparte de las
plantaciones tropicales en las que trabajaban esclavos, el restante comercio de exportación
dependía del capital mercantil que financiaban diversos productores, desde campesinos indios
y pequeños propietarios mestizos hasta mineros chilenos y estancieros de las pampas
argentinas. En el cono sur, en Chile y a lo largo del Río de la Plata, los comerciantes de Buenos
Aires y Santiago financiaban a los estancieros de las pampas y a los mineros del norte de Chile.

Es difícil señalar una causa definitiva para el crecimiento de la exportación en estas regiones, a
no ser la simple apertura de rutas comerciales por el Río de la Plata y el Cabo de Hornos,
combinada con un crecimiento de la población suficiente como para aportar la fuerza de
trabajo. Una expansión tal fue importante para la economía local, aun cuando no tuviera
mucho peso en el mercado internacional. Las otras corrientes principales del comercio de
exportación de Hispanoamérica consistían en productos tropicales del Caribe y oro
colombiano. La fuerza de trabajo de todas estas zonas se surtía de la importación de esclavos
de África. El ave fénix de la última época borbónica fue Cuba, porque, aunque la isla había
producido azúcar y tabaco desde el siglo XVI, fue tan sólo tras la ocupación inglesa de La
Habana cuando se propuso seriamente emular el modelo de producción que se seguía en las
posesiones francesas e inglesas. La corona intervino decisivamente al promover la industria del
21

azúcar a través de una creciente importación de esclavos, generosas concesiones de tierras a


los plantadores y un permiso para importar harina barata de los Estados Unidos.
Página
A pesar de lo impresionante y rápido de la transformación económica producida en
Hispanoamérica a raíz de la importación de esclavos o de la inversión en los profundos pozos
mineros, la base tecnológica de este desarrollo siguió siendo totalmente tradicional. La compra
de unas pocas máquinas de vapor no produjo una revolución industrial.

La economía interior

El valor estratégico y el crecido beneficio del comercio atlántico llamó la atención tanto de
estadistas contemporáneos como de historiadores posteriores. Por contra, las monótonas
transacciones del mercado interno americano pasaron virtualmente desapercibidas, con el
resultado de que ciclos enteros de actividad económica, tanto industrial como agrícola, se
sumieron en el olvido. Todas las evidencias afirman la existencia de un vigoroso círculo de
intercambios que, en su extremo más bajo, consistían en relaciones basadas en el trueque
dentro de los pueblos o entre ellos; al nivel medio, se centraban en la demanda urbana de
alimentos; y en sus líneas más rentables incluían la distribución interregional y a larga distancia
de manufacturas, ganado y cosechas tropicales. Lo que han reconocido sin lugar a dudas las
recientes investigaciones es que la clave de este crecimiento económico y esta prosperidad fue
el aumento de la población.

El siglo XVIII experimentó una significativa, aunque limitada y desigual, recuperación de la


población india en Mesoamérica y, en menor medida, en las tierras altas andinas, junto con un
crecimiento explosivo de la población hispanoamericana, criollos y castas, en todo el
hemisferio, especialmente en zonas antes consideradas periféricas como Venezuela, Nueva
Granada, Chile, Argentina y México, al norte del río Lerma. El grueso de esta población colonial
encontraba empleo y sostén en la agricultura. En tanto que la expansión de la economía de
exportación hizo crecer la población urbana impuso también el cultivo intensivo de alimentos
básicos. Al mismo tiempo, el sector doméstico mantenía su propio ritmo de producción con
precios que fluctuaban según las variaciones estacionales y anuales de la oferta, lo que, a corto
plazo, al menos, tuvo poca relación con cualquier cambio de la economía internacional. La
tendencia de las haciendas era a depender de un pequeño núcleo de peones residentes y
contratar trabajo estacional de los pueblos vecinos o de los mismos aparceros de la propiedad.

El desarrollo del latifundio fue acompañado, de esta forma, por la aparición de un nuevo
campesinado compuesto de mestizos, mulatos, españoles pobres e indios aculturados. Junto
con este diverso esquema de producción en el campo, había una cantidad considerable de
actividad industrial, tanto rural como urbana. Había también un gran número de familias,
residentes en las ciudades principales, en los campamentos mineros y en las regiones
fronterizas, que dependían de la industria colonial para proveerse de vestidos y otros artículos
de uso doméstico. En resumen, la postración de España, combinada con el firme crecimiento
de la población colonial, permitió la aparición de una economía claramente americana, basada
en el intercambio interregional y a larga distancia de alimentos, metal precioso y manufacturas,
y con Ciudad de México y Lima actuando como los centros predominantes de esta red
comercial.

La época borbónica constituyó un período relativamente breve de equilibrio entre los sectores
exterior e interior de la economía, en el cual, aunque la curva creciente de la producción de
plata ayudó desde luego a financiar el renacimiento del poder militar de la corona y permitió a
22

las colonias importar gran cantidad de tejidos finos de Europa, también creó una notable
Página

proporción de empleo que, a su vez, constituyó un activo mercado para la industria doméstica
y la agricultura. De hecho, fue la existencia de esta compleja y variada economía interna la que
permitió la aparición de una sociedad colonial igualmente compleja y definida.

Los últimos años del imperio

El renacimiento borbónico de la monarquía española había dependido siempre de la


protección prestada por el equilibrio de poderes en Europa. A pesar de lo efectivos que
pudieran ser en las guerras fronterizas o en acciones auxiliares, ni la flota española ni el ejército
español eran rivales para sus principales contrincantes en el Viejo Mundo. En 1793 la corona,
imprudentemente, se unió a la coalición continental contra el régimen revolucionario de
Francia, sólo para sufrir una flagrante derrota directa cuando las tropas francesas atravesaron
los Pirineos.

A fines de 1795, España se vio forzada a firmar la paz, y obligada tanto a renovar la tradicional
alianza como a ceder Santo Domingo. En adelante, aparte de la breve, pero inestimable, paz de
Amiens (1802-1804), se suspendió todo comercio entre España y el imperio hasta que la
invasión francesa de 1808 levantó el asedio de sus puertos. Al verse frente a las capturas de sus
barcos o frente a años de inactividad, muchas, si no la mayoría, de las principales casas
comerciales de Cádiz se vieron forzadas a cerrar. Al mismo tiempo la crisis comercial conllevó
un drástico descenso de las rentas. Cualquier esperanza de una recuperación inmediata se
apagó con la derrota y destrucción de la flota española en el cabo San Vicente (1798) y
Trafalgar (1805). La pérdida de Trinidad en favor de Gran Bretaña y la cesión de Luisiana a
Napoleón confirmaron de nuevo la impotencia de España. Además, estos años de humillación
internacional estuvieron acompañados de un marcado deterioro de la calidad del gobierno
interno.

Para el imperio americano la imposición del bloqueo inglés ofreció una humillante prueba de la
incapacidad de España para proteger los intereses de sus súbditos coloniales. Si el impacto del
bloqueo fue menos severo de lo que podía haberse pensado, fue, en gran medida, porque en
1797 se concedió un permiso a los barcos neutrales para que llegaran a los puertos coloniales,
concesión que fue renovada en los años 1805-1807. Durante este período el contrabando fue
moneda corriente. Este éxito de las colonias a la hora de mantener su prosperidad a pesar de la
ruptura comercial con la metrópoli puso en entredicho, evidentemente, el valor de la relación
imperial. Si Gran Bretaña había reemplazado ahora a Francia como la principal fuente de las
importaciones de Hispanoamérica, ¿por qué tenían que embarcarse sus productos al Nuevo
Mundo a través del puerto de Cádiz, tan sólo para beneficiar fiscalmente a la corona? Además,
hay que recordar que la revolución gubernamental llevada a cabo por Gálvez y sus ayudantes
había provocado una serie de levantamientos populares. En 1780- 1781, la aplicación de las
similares medidas —una recaudación de alcabalas más eficiente, una rigurosa supervisión de
los pagos de tributos y la restricción del cultivo del tabaco— fue el detonante de revueltas por
toda Nueva Granada y las tierras altas andinas.

En el sur de Perú, José Gabriel Condorcanqui, un cacique local, tomó el nombre de Túpac
Amaru, último emperador inca, como medio de reunir en torno a sí al campesinado indio
frente al régimen colonial. Tan sólo la vigorosa defensa organizada por su obispo criollo salvó a
Cuzco del asalto y posterior captura. Por el contrario, en Nueva Granada el levantamiento
«comunero» fue evitado por la hábil negociación del arzobispo y virrey interino, Antonio
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Caballero y Góngora, que anuló los decretos fiscales más impopulares y garantizó la amnistía a
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los jefes del movimiento. La base común de todas estas rebeliones populares era el
resentimiento contra los nuevos impuestos decretados por el estado borbónico. La tradicional
lealtad hacia la corona se deterioró con el ataque borbónico a la Iglesia, al ir seguida la
expulsión de los jesuitas de una serie de medidas tendentes a acabar con la jurisdicción y
autonomía eclesiásticas.

Vista desde el contexto de la posición española dentro del concierto europeo, la revolución
gubernamental y la expansión de la economía de exportación fue una desesperada acción de
retaguardia, ideada aceleradamente en Madrid, primero, para alejar la expropiación inglesa de
las posesiones ultramarinas de España y después para explotar sus recursos con el fin de
reforzar la monarquía. Aunque las medidas tuvieron un éxito aparente, su precio fue la
alienación permanente de la élite criolla. Al mismo tiempo, el establecimiento de las
principales instituciones de la monarquía absolutista en las principales provincias facilitó a la
élite criolla una maquinaria de estado suficiente como para asegurar una futura
independencia. Cuando las bayonetas francesas proclamaron a José Bonaparte rey de España,
la élite criolla de la mayor parte de las provincias del imperio exigió «juntas» representativas
que ofrecieran una base legal para el gobierno. Los acontecimientos de Europa facilitaron así la
ocasión más que la causa de la revolución política de América. Dos años después, cuando se
reunieron las Cortes en Cádiz con el fin de elaborar una constitución para toda la monarquía,
las provincias ultramarinas o bien pidieron una inmediata autonomía o iniciaron decididas
revueltas.

Reformas Pombalinas

El siglo XVIII afectó más a Brasil que a Hispanoamérica. El núcleo económico se desplazó del
norte azucarero al centro minero. Además, se expandió territorialmente. Hasta fines del siglo
XVII, Brasil se había centrado en la producción de azúcar, sobre todo en el Norte. Pero hacia
esta fecha, el azúcar comenzó su larga decadencia (que duraría hasta fines del siglo XIX), tras la
instalación de este cultivo en las Antillas, lo cual suponía una mayor competencia en un
mercado relativamente reducido. Brasil no estaba bien preparado para afrontar esta
competencia, ya que la producción azucarera era bastante arcaica. Pero con la decadencia del
azúcar, fue creciendo, en el Centro, la ganadería y la caza de indígenas (para venderlos como
esclavos complementarios en las plantaciones azucareras, que, por no disponer de moneda
suficiente, ya no podían comprar tantos esclavos africanos, ahora dirigidos a las Antillas).

El descubrimiento de oro en 1698 y el de diamantes hacia 1730 cambiarían la historia


brasileña. Estos minerales, existentes en la zona de Minas Gerais, serían una riqueza
fundamental para Brasil. La minería (mucho menor que la hispanoamericana) permitió el
retome de la importación de esclavos africanos (aunque destinados a esta actividad y no a la
azucarera) y facilitó, como en ningún otro país de Latinoamérica, la inmigración europea. Pero
hacia fines del siglo XVIII la minería entraría en decadencia.

A la vez, en la costa de Río de Janeiro, que se había convertido en la capital del Imperio, se
producía algodón (favorecido con el auge de la Revolución Industrial) y el arroz. En Río Grande
Do Sul, se practicó la ganadería, cuyos mercados eran tanto internos (para la carne) como
externos (cueros). Estas regiones serían las más prósperas hacia fines del siglo XVIII, en
contraposición a las zonas mineras y azucareras, en decadencia. No obstante, el azúcar seguía
siendo la principal actividad económica.
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Las reformas pombalinas facilitaron la integración económica con Inglaterra, lo que sería
relevante durante a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Por otro lado, la sociedad brasileña
Página

era menos cerrada que la española: el principal límite de casta era el de la esclavitud. Por otra
parte, la voluminosa inmigración metropolitana que se dio en Brasil favoreció la creación de
una aristocracia ligada al comercio ultramarino, a diferencia de Hispanoamérica. Los
hacendados ganaderos del centro y del sur, si bien dependen, en cierto punto, de la
aristocracia comerciante, tendrán un poder local muy sólido.

La diferenciación entre productores y mercaderes es distinta que en Hispanoamérica: en Brasil


hay desde el comienzo un amplio sector agrícola, dominado por una homogénea clase
terrateniente, que produce para ultramar. Portugal, menos poderoso que España, no puede
tener una política económica tan determinante como ésta última. Además, la administración
colonial, por parte de Portugal, era mucho más atrasada que la de España con Hispanoamérica.
Esto hacía que la cohesión entre metrópoli y colonia fuera menos sólida (lo cual explicaría la
importancia temprana de Inglaterra en la economía brasileña). Al igual que en España, la
Corona no puede afrontar ella misma las tareas de expansión colonial: es por ello que concede
ciertas atribuciones y autonomías a los sectores dominantes locales. Esto también podría tener
que ver con el rumbo posterior de Brasil, en el cual los sectores locales mantuvieron un poder
muy fuerte, mucho mayor que en Hispanoamérica.

En Brasil no se dieron reformas del tipo que en Hispanoamérica, en parte por el poder menor
que tenía Portugal para llevarlas a cabo, y en parte porque la Metrópoli no había estado tan
interesada en su actividad económica como lo había hecho España. En Brasil, la Corona no
garantizaba ni tierras ni mano de obra como sí en Hispanoamérica, lo cual también contribuye
a explicar el por qué de la mayor autonomía brasileña.

Pero la principal diferencia entre la estructura social de Brasil e Hispanoamérica es que en esta
última, la posesión de la tierra y la de la riqueza no van juntas; en Brasil sí suelen acompañarse,
y eso da a las clases dominantes locales un poder que les falta en Hispanoamérica. Por eso, la
creación de un poder central no puede darse en Brasil en contra de esos poderes locales que
pueden dominar las instituciones creadas para controlarlos. El poder central nace aquí débil y
se ejercerá conforme a esa debilidad. Por otro lado, el personal eclesiástico en el Brasil de fines
del siglo XVIII pertenecía a estas clases dominantes locales sin parangón en Hispanoamérica.

Brasil y las reformas pombalinas:

Brasil presenta una características en su situación económica: luego de lo descubrimiento de


oro a fines del siglo XVII y de su breve edad de oro, 1740 marca el punto de inflexión, a partir
de entonces se registra el descenso primero lento y después vertiginoso a partir de 1770. Los
diamantes nunca alcanzaran la importancia del oro en la producción para la exportación del
Brasil. Desde comienzos del siglo, Minas Geraias, el territorio del oro y los diamantes había
crecido rápidamente y modifico el centro de gravedad de la América portuguesa. El traslado de
la sede del virrey de Brasil de San Salvador de Bahía a Rio de Janiero en 1763 es un tardío
reconocimiento de esta realidad de auge. Sin embargo el nuevo centro minero no alcanzo una
preponderancia absoluta, Brasil posee ahora dos centros: el viejo de la plantación y el nuevo de
la minería. Pero además,junto a la minería se desarrollan en Minas Gerais otras actividades
como la ganadera, la expansión ganadera sigue de cerca al auge minero.

Se darán una serie de migraciones interregionales y transoceánicas. El predominio africano en


la frontera minera da cuenta de la esclavitud como institución social básica en el sistema
productivo minero de Brasil. El esclavo que trabaja en la búsqueda y recolección de oro cuenta
25

con más posibilidades que el de la plantación para acumular dinero y eventualmente comprar
su libertad. La situación de los mineros es particularmente vulnerable por la necesidad
Página

constante de comprar esclavos, podían llegar a endeudarse hasta niveles peligrosos. En 1750,
el nuevo rey de Portugal, José I, entrega la dirección de los asuntos de Estado a Sebastián José
de Carvalho y Melo el futuro marqués de Pombal. El nuevo ministro emprende un ambicioso
programa de reformas

Pombal tiene la convicción de que la tarea más urgente para mejorar la posición internacional
de Portugal es la nacionalización del lucro mercantil por ello las compañías portuguesas van a
tener un papel esencial. Las reformas pombalinas se desplazan en su segunda década de la
esfera mercantil a la administrativo-militar. Las razones de esta decisión se asocian con la
agudización de los conflictos europeos a partir de la guerra de los 7 Años y la consolidación del
predominio británico fuera de Europa. En este sentido, Portugal requirió cada vez más de la
protección inglesa pero a la vez, crecía el temor de una posible hostilidad proveniente de Gran
Bretaña.

Otra tarea en el ámbito económico era necesaria: dotar al fisco regio de una estructura más
centralizada y compleja. Por ello, a partir de 1760, cada una de las capitanías generales del
Brasil va a contar con una junta de hacienda. A su vez, se crearan nuevas capitanías generales y
se afirmara la supremacía del rey sobre los capitanes generales. En lo que respecta a la justicia,
con la reforma pombalina se van a multiplicar los juizes da fora que representaban el poder
regio y de ouvidores, ello para hacer más efectiva la presencia del poder regio a nivel local.
Pero la innovación más importante se dio en la esfera militar. El ejército regular es sostenido
por una milicia auxiliar. El primero es al comienzo casi exclusivamente metropolitano. La milicia
es de origen local y reflejaba prestigios e influjos locales.

La expulsión de la Compañía de Jesus de todos los dominios portugueses en 1759 revelo la


intolerancia hacia manifestaciones de resistencia a la política regia. Lo ocasiono la decisión de
la expulsión fue la oposición jesuítica a las innovaciones introducidas por la administración
pombalina en el Maranhao, area en la que la compañía tenia una fuerte presencia. En la
compañía había creido encontrar Pombal el centro organizador y director de la resistencia a la
afirmación del poder regio y a la política de las reformas. Además la obra misional de la
compañía era incompatible con la política indígena del ministro: para el se trata de incorporar
rápidamente a los indios a la economía y a la sociedad portuguesa. En la minería, desde
comienzos de la recolección de diamantes, la misma había sido mas estrechamente controlada
que la del oro. Los objetivos eran dos: asegurar al fisco su parte y tratar de evitar que una
explotación desenfrenada causara una catastrófica caída de precios en el mercado europeo. La
legislación se aplico con tenacidad buscando evitar la venta ilegal.

En 1771, se suprimió el sistema de asiento a favor de la gestión directa de la compra de


diamantes de los recolectores. En 1734, la corona decidió reemplazar el quinto de oro con una
capitación que afecta a la entera población de color, libre y esclava, mayor de 12 años y a los
trabajadores y dueños de establecimientos. Tal medida ocasiono fuertes resistencia, el objetivo
era lograr un mayor control, cambiando un impuesto porcentual por uno personal. Además,
aunque la evasión es mucho menos fácil, el número de contribuyentes es mucho más alto y la
recaudación más engorrosa. En 1750, la capitación fue abandonada a favor de un retorno al
quinto. A comienzos de la década del 70, la crisis del oro ha comenzado a afectar ya la relación
mercantil con Gran Bretaña, limitando la capacidad de importar productos de ese origen. En
1777 la muerte del rey José trae consigo l caída de Pombal, el balance de cuarto siglo de
reforma muestra saldos negativos. Lejos de integrar mejor metrópoli y colonia, las reformas
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han aumentado las áreas de tensión entre ellas. La caída del ministro no podría generar
grandes cambios, detrás de su política, la decadencia aurífera ha provocado un notable
Página

aumento de la tensión entre metrópolis y colonias.


5.2.- La demanda europea, las transformaciones americanas y el alza de la producción
de la plata. El ciclo del oro en Brasil. La transformación de la minería en el Espacio
Novohispano.
Tandeter – Los ciclos de la minería de metales preciosos: Hispanoamérica
El autor propone que para estudiar la evolución de la minería en Hispanoamérica se tiene que
partir de las diferentes fuentes que se tienen con respecto a ese tema. El mismo autor propone
una cronología en donde se aprecia las diferentes fases expansivas del ciclo mineros. Dichas
fases de estos van desde el siglo XVI – XVII. ambas son separadas por depresiones que ocurren
en el siglo XVII. En la misma se presenta también periodos de alza con un alto envió de metales
a Europa. Pero en el siglo XVIII es una contante porque disminuye.

El espacio de NUEVA ESPAÑA es un espacio disperso en torno a su producción Sus centros más
importantes hacia el siglo XVII como es el caso de ZACATECAS doblegaron a algunos centros
pertenecientes a la región ANDINA. (HABLA EL CERRRO DE POSOTI DESCUBIERTO EN 1545). o
SE PUEDE APRECIAR QUE HACIA 1600 el cerro de potosí es responsable de toda la plata
registrada durante el siglo XVII con un 68% de lo producido en el virreinato del Perú. o Se
aprecia que nueva España tiene su alza porque hacia gran parte del siglo XVII Potosí disminuyo
es decir un periodo de baja producción. ▪ Sin embargo, para el conjunto de la región, la baja
producción se hace evidente sólo desde la década de 1640.

Para el caso de Nueva España: o El siglo XVII fue de crecimiento minero, aunque a una tasa
menos que la de las décadas dispuesta en explotación en el primer siglo de la conquista ▪ En
cambio, dicho periodo marcó para el área andina una clara caída. o Pero durante el Siglo XVIII:
la producción, tanto de Nueva España como del Perú, marcará una cierta tendencia global al
crecimiento. ▪ A largo plazo Nueva España se caracteriza por no haber sufrido ninguna
contracción prolongada de la minería durante el período colonial. ▪ Vemos que la producción
de plata se multiplico por cinco, pero con un crecimiento discontinuo (PERIODOS DE ALZAS Y
BAJAS). ▪ VEMOS QUE PARA LA ESTABILIDAD DE VIRREINATO DEL PERU SE SUMAN OTRAS
ZONAS DE EXPLOTACION. COMO ES EL CASO DE ORURO QUE PERMITE el alza de crecimiento se
manifestará también desde los comienzos mismos del siglo.

VEMOS QUE HACIA EL SIGLO XVIII existe una tendencia alcista: en torno a la producción de
plata en Hispanoamérica iniciado a fines del siglo XVII. • Vemos que hacia 1660 los precios se
hunden y pasaron por un primer mínimo en el trascurso de los años 1680 y un segundo hacia
1720-21. o En esta época de aumento del poder adquisitivo de los metales preciosos implicó
un fuerte incentivo para extender su búsqueda e intensificar la producción en las áreas de
dependencia colonial europea. o La positiva respuesta hispanoamericana desencadenó un
proceso de expansión que, a la vez, implicó un reordenamiento de las jerarquías relativas de
los centros productores de cada región. • Zacatecas había sido hasta entonces el principal de
los centros novohispanos, pero durante el siglo XVIII será superado por Guanajuato. • En la
región andina: Potosí, el mayor de todos los centros mineros hispanoamericanos, que en el
conjunto del período colonial produjo más plata que Zacatecas y Guanajuato juntos, exhibió
durante el siglo XVIII un alza prolongada.
27

Empresario, trabajadores y estado colonial:


Página
Vemos que la curva de la minería en novohispana registra una caída general debida a la escasez
de alimentos causada por hambrunas y epidemias. • También vemos que una coyuntura de
crisis fue la falta de mercurio (IMPORTANTE PARA LA EXPLOTACION DE PLATA) originada por las
guerras europeas entre 1799-1801. • La explotación inicial de los yacimientos coloniales se
realizó sin ningún orden particular.

Cada Empresa siguió la dirección inicial de las vetas, con muy escasas preocupaciones por los
derechos eventuales de los demás mineros. o A medida que se profundizaban las galerías el
trabajo se hacía más costoso totalmente imposibilitado por la falta de ventilación o la
inundación de las minas con napas interiores. ▪ La solución para el conjunto de estos
problemas consistía en la construcción de socavones que en sí mismo no eran túneles mineros,
sino que facilitaban el acceso, la ventilación y el desagüe de las mismas. ▪ La construcción de
estas obras muertas planteaba una gama de desafíos.

1- era el diseño adecuado la tecnología disponible (no siempre resultó apropiada)

2- la disposición del capital necesario para afrontar una obra de cifras enormes.

3- aspecto que se debe considerar en cuanto a los socavones es el de los derechos de


propiedad y usufructo. En efecto, una excavación podía permitir la reactivación de una mina
abandonada o mejorar la capacidad productiva de otra anegada o de muy difícil acceso.

A este conjunto de problemas se les dieron las mejores soluciones en Nueva España. Allí, los
ciclos que se sucedieron durante el siglo XVIII tuvieron como resultado el crecimiento de
grandes Empresas. ▪ La verdadera concentración de la propiedad y la generalización de la
formación de compañías sólo será visible hacia finales de la década de 1760, en consonancia
con el nuevo ciclo expansivo de la minería regional. ▪ Esta se vincula, con la nueva fase que
abre en el Virreinato de Nueva España la visita de José de Gálvez, entre 1765 y 1771, como
parte del proceso general de reformas borbónicas. ▪ 1- fue el aumento del control que los
empresarios ejercían sobre los trabajadores y la reducción de la remuneración laboral, lo que
implicaba la disminución de los salarios como la eliminación de los “partidos” (consistente en
autorizar a los mineros más cualificados a extraer una cantidad de mineral para sí mismo, más
allá de la cuota debida al empresario).

Las políticas reformistas

COMO LA rebaja del precio de la pólvora y la organización de una oferta más eficaz. ▪ ES DECIR
UN abasto regular y más barato del mercurio extendió la proporción de mineral refinado por
amalgama respecto de la del mineral de fundición. o El reformismo borbónico tuvo otras
consecuencias indirectas de gran importancia para la minería mexicana: ▪ La liberalización del
comercio con la Península Ibérica. LO QUE PROVOCO EL Cambio en las prácticas mercantiles
internas de la Nueva España. ▪ Redujeron el margen de ganancia de los grandes mercaderes
que dominaban el tráfico de importación. ▪ Los comerciantes por medio del mecanismo de
“avío”, financiaban a corto plazo las actividades de los productores. ▪ Pero el descenso de la
rentabilidad mercantil unido a las nuevas condiciones que las exenciones impositivas creaban
en la minería los convenció de la conveniencia de invertir en obras de renovación de minas.

El camino del crecimiento de la producción en la minería mexicana del siglo XVIII pasó, por
28

grandes y arriesgadas inversiones en “obras muertas” (en la construcción necesaria para


acceder a las minas y desagotarlas). La iniciativa y capacidad empresariales fueron cruciales en
Página
el proceso secular novohispano. o Desde la década de 1770: la política borbónica se agrega
como factor explicativo del crecimiento de la industria.

Muy diferente fue la evolución de Potosí:

Su producción no muestra durante el siglo XVIII, los picos dramáticos tan característicos de
México, sino un alza moderada al menos en la década de 1730. o La clave de la supervivencia y
la expansión de Potosí reside en la mita, la migración forzada anual, con el que el Cerro Rico y
sus ingenios habían sido dotados por el virrey Toledo en la década de 1570 y que se
mantendrían hasta finales del período colonial.

La modificación mayor fue el reemplazo del criterio de remuneración por día de trabajo, por el
de las “cuotas” de mineral producido (el trabajador forzado no sólo era burlado en el pago de
su jornal, sino que era obligado a trabajar más allá de su semana de “tanda”, anulando los
períodos de descanso). ▪ Lo que se observa en Potosí, además, es la continuidad de familias
propietarias y la alta relación de arrendatarios aventureros, que probaban suerte al frente de
los ingenios. La fuerza de trabajo indígena fue la base de dicha actividad, mientras blancos y
mestizos por lo general eran supervisores y propietarios.

El reclutamiento forzado de trabajadores indígenas fue una práctica común, especialmente en


Perú, donde el sistema de la mita imperó desde finales del siglo XVI. • Según opiniones de
contemporáneos e historiadores: respecto a las minas (socavones). o Las condiciones de
trabajo en los socavones americanos eran inhumanas. o La mortandad de los aborígenes y su
desmembramiento social se relacionan con los sistemas laborales aplicados y lo inhóspito e
inaccesible de los lugares donde se ubicaban los principales yacimientos mineros. o También
existió (especialmente en el siglo XVIII mexicano) el trabajo voluntario y asalariado esta forma
de trabajo tardó en extenderse debido a la falta de hábito de los indígenas en los trabajos
mineros, al desconocimiento de la moneda como salario y a rehuir las pesadas tareas. o La
monarquía se reservó para sí los ingresos y la distribución del mineral de mercurio.

En América la minería se trabajó gracias al esfuerzo de particulares. • Se trató muchas veces de


aventureros que improvisaron métodos de extracción valiéndose de la mano de obra indígena.
• Los capitales requeridos para habilitar una mina provenían de una serie de individuos que
ganaron mucho dinero por concepto de préstamos a interés, comercio y especulación. Entre
ellos podemos mencionar a los aviadores, quienes operaban en las mismas ciudades mineras y
a los grandes mercaderes de la plata cuyo centro de acción fueron las capitales virreinales. •
Para los indios los desplazamientos forzados desarticularon la organización de las comunidades
indígenas, alteraron sus jerarquías tradicionales y acabaron con innumerables vidas humanas.

En el siglo XVIII: o La política reformadora de los Borbones procuró aumentar


significativamente la producción de plata americana, lo que pasaba por elevar la condición del
minero y romper su vinculación con comerciantes y especuladores. o La corona elaboró una
nueva legislación que incluyó, el establecimiento de Tribunales de Minería en México y Lima
(1780), y la creación de bancos de rescate que darían créditos a los mineros. o Asimismo, se
intentó mejorar las técnicas de explotación mediante la contratación de especialistas europeos,
fundamentalmente alemanes. • Mientras en Nueva España la producción de plata se
cuadruplicó a lo largo del siglo XVIII, en Perú no se experimentó un alza significativa, debido
29

especialmente a las difíciles condiciones de extracción y desplazamiento en los centros


mineros.
Página
5.3.- Movimientos sociales. Revueltas y rebeliones: indígenas, anti fiscales y
antimonopólicas.
Steve Stern – La era de la insurrección andina
Entre 1720 y 1790, las poblaciones andinas nativas del Perú y Bol i via, a veces acompañadas o
dirigidas por castas o blancos disidentes, se levantaron bastante más de cien veces en violento
desafío a las autoridades coloniales1. Mucho más que en épocas anteriores, en el S. XVIII un
español que asumía el puesto de corregidor de Indios, sabía que arriesgaba la vida a cambio
del derecho a explotar las zonas rurales indígenas.

Dos momentos destacan en este tenso siglo de rebelión. El primero: la insurrección mesiánica
desatada en 1742 por Juan Santos Atahualpa desde las zonas selváticas limítrofes con la sierra
central del Perú. Autoproclamado descendiente de los incas, anunciando la inminente
reconquista del reino del Perú, Juan Santos guió a poblaciones selvícolas y migrantes serranos
descontentos en sucesivas incursiones militares que expulsaron a los colonizadores de la
montaña subtropical ubicada en las estribaciones orientales de los Andes

Durante diez años de lucha intermitente, nunca las autoridades coloniales alcanzaron una sola
victoria contra los ejércitos guerrilleros de Juan Santos, con base en la selva. Después de varias
derrotas humillantes que costaron cientos de vidas, el Estado colonial resolvió finalmente
construir una red de fortificaciones militares destinadas a impedir la expansión de la
insurrección hacia la sierra. El segundo momento dcstacable fue la más grande guerra civil que
abarcó los amplios territorios serranos del sur del Perú y Bolivia entre 1780 y 1782. Los
insurrectos, predominante pero no exclusivamente campesinos indígenas, fueron inspirados y
por un tiempo conducidos por José Gabriel Condorcanqui, Tomás Katari y Julián Apasa (quien
tomó el nombre de Túpac Katari).

Juntos, estos dos momentos definen una era que podemos llamar legitimamente la Era de la
Insurrección Andina. Durante los años 1742-1782*, las autoridades coloniales tuvieron que
enfrentar algo más que los disturbios locales y las conspiraciones insurrecionalcs abortadas de
los años previos. Confrontaban, entonces, la amenaza o realidad más inmediata deuna guerra
civil en gran escala, que desafiaba la estructura más general del gobierno y los privilegios
coloniales. Bajo las banderas de un Inca-rey mesiánico, la violencia y el conflicto local podían
convertirse de repente en una insurrección regional o suprarregional que movilizara la
adhesión de decenas de miles. La guerra civil tupamarista galvanizó las mejores esperanzas de
las poblaciones andinas nativas, y volvió realidad las peores pesadillas de la élite colonial. Tan
lejos como México, indujo a los funcionarios coloniales a tomar medidas conciliatorias para
impedir que los disturbios aldeanos se convirtieran en insurrección regional

La historiografía de las insurrecciones andinas

Un ancho golfo divide la histografía moderna de las dos grandes insurrecciones del S.XVIII. Se
puede, sin duda, discernir ciertos patrones. El Indigenismo de los años 20 y 30, por ejemplo,
dio lugar a un redescubrimiento cclebratorio de las rebeliones andinas y de héroes
individuales, que incluía ambas rebeliones. En realidad, la mayor parte de la documentación
actualmente disponible sobre el movimiento de Juan Santos, fue publicada por Francisco A.
30

Loayza (1942), quien en la década de 1930 se embarcó en un esfuerzo mayor de investigación y


publicaciones, para reinvindicar el pasado andino perdido. Desde la década de 1940, la
Página

tendencia nacionalista a buscar "precursores" de la independencia incorporó ambos


movimictos como ejemplos la marcha inexorable hacia la conciencia nacional y el patriotismo
antihispano (Valcárcel 1946; Vallejo F. 1957; García R. 1957; Cornejo B. 1954, 1963; Campbell
1979: 17, 19-21). Pero si se quiere interpretar el significado de las dos insurrecciones como
manifestaciones de la crisis de la autoridad colonial española en Pcrú-Bolivia, se encuentra un
agudo contraseen la literatura historiográfica

Un In ca Rey amenaza la sierra, 1742-1752

Cuando Juan Santos Atahualpa "Apu-Inca" apareció en la montaña central en mayo de 1742,
proclamó el comienzo de una nueva era. Juan Santos, un serrano descendiente del asesinado
Inca Atahualpa, llegaba para reclamar su reino ancestral y sus vasallos. El nuevo Inca Rey,
educado por los jesuítas, y enviado por Dios para enderezar el mundo, dividía a éste en tres
reinos soberanos: España para los españoles, Africa para los africanos, y América para "sus
hijos los indios y mestizos.

Durante esos años se advierte un ciclo recurrente en las actitudes militares de las autoridades
virreinales y los comandantes locales. Invariablemente, al principio tales funcionarios
expresaban menosprecio hacia los arrogantes "salvajes" de la selva, y confianza en que el
poder militar colonial prevalecería rápidamente. El aire de desdén daba luego paso a la
desmoralización y a un respeto otorgado a regañadientes. Finalmente, se replegaban hacia una
estrategia defensiva de contención destinada a aislar la sierra de los rebeldes. A estas alturas,
el desprecio por los rebeldes; cuando se expresaba, se centra en su "cobarde" negativa a
enfrentar a las tropas coloniales en batalla frontal en la sierra.

Hacia 1750, cuando la reconquista indígena de la selva era completa, Tarma y Jauja se habían
convertido en una suerte de campamento militar. Cinco compañías de infantería y caballería
entrenadas, apoyadas por milicias locales, ocupaban varios fuertes en la sierra y a lo largo de la
frontera con la selva. Una patrulla móvil de vigilancia se encargaba especialmente de
interceptar los contactos entre la sierra y la selva. Además, aún cuando algún civil compraba el
título de corregidor de Tarma o Jauja en España, el virrey cubría estos cargos de corregidor con
militares profesionales

El problema central, para los con temporáneos del S.XVIII y para nosotros, era si el mensaje
mesiánico de Juan Santos Atahualpa podía ganar apoyo en la sierra. Y como hemos visto, es
precisamente sobre este punto que nos confrontamos con una historiografía no sistemática,
evidencias inadecuadas y el fracaso innegable de los pueblos de la sierra central en llevar
adelante una insurrección. Revisemos en primer lugar la evidencia sobre apoyo serrano, real o
potencial, a Juan Santos Atahualpa, para luego explicar el aparente adormecimiento político de
Jauja y Tarma. Parte de la evidencia sobre las actitudes y conductas serranas se encuentra
disponible en fuentes conocidas pero a veces obscuras; otras evidencias provienen de
expedientes criminales hasta el momento no utilizados, en contra de supuestos espías y
agentes de Juan Santos Atahualpa.

Juan Santos dirigió un movimiento multiétnico y multiracial compuesto en parte por serranos
que vivían en la selva central. Durante siglos, tanto por razones económicas como políticas, la
montaña central limítrofe con Huanta, Jauja, Tarma y Huánuco había sido testigo de contactos
considerables entre poblaciones serranas y selváticas. Para las poblaciones serranas, el
comercio y la colonización en la montaña central proporcionaba acceso a coca, frutas, madera,
31

sal, algodón y otros recursos valiosos.


Página

Por consiguiente, en la propia frontera selvática la clientela potencial de Juan Santos incluía un
número considerable de serranos desafectos, cuyos contactos y conocimientos de la sierra
magnificaban la amenaza insurreccional del movimiento. Las autoridades tenían buenas
razones para temer la habilidad de Juan Santos para organizar una red de espías y
propagandistas en la sierra. La composición social de las fuerzas militares rebeldes confirmaba
la presencia de una significativa minoría serrana en el movimiento. Los informes que tenemos
disponibles no permiten un cálculo preciso, pero dan la impresión de que una fuerza de
combate de 400 a 500 guerrilleros podía incluir hasta 100 serranos.

¿Pero qué de la sierra misma? Se podría, después de todo, argumentar que el movimiento de
Juan Santos drenaba de la sierra precisamente a los individuos más inquietos y desafiantes. Si
desviamos nuestra atención de los seguidores serranos del Inca en la montaña, ¿encontramos
evidencia sustancial de un apoyo latente entre los serranos que permanecían en la sierra
central? Cinco hilos de evidencias sugieren que el mesianismo y las hazañas de Juan Santos
ejercieron considerable atracción en la sierra, y que, en ciertas circunstancias, tal simpatía
podía conducir a un apoyo más activo.

Concentrémonos primero en los indios serranos reclutados para servir en las expediciones
coloniales. Forzadosa jugar un papel activocn el conflicto, al menos algunos se encontraron
demasiado inquietos para cumplir las tareas a las que habían sido asignados. En por lo menos
dos ocasiones, estas tensiones llevaron a los serranos a cambiar de bando. La expedición de
1743 contra Juan Santos Atahualpa requirió los servicios de arrieros indios de Huarochirí para
transportar alimentos, municiones y otros pertrechos. Probablemente, las autoridades
utilizaron arrieros de esa zona para evitar la traición de arrieros de Tarma y Jauja, distritos
serranos inmediatamente adyacentes a la insurreción.

Podemos obtener una segunda pista sobre las simpatías serranas preguntándonos cómo
respondían los indios serranos a los mensajes y las incursiones militares del libertador Inca
recientemente proclamado. Las fuerzas rebeldes realizaron varias incursiones en territorios
serranos durante los años 1742-43: las más audaces penetraron los suficiente como para poner
en peligro sus propias líneas de repliegue hacia la selva.

Numerosos indios serranos podían recibir con beneplácito las triunfantes conquistas de un
autoproclamado liberador Inca, y algunos podían fugar para unirse al Inca en la montaña. Pero
en ausencia de una expedición triunfante conducida por el Inca, ¿se atreverían los serranos a
desafiar la estructura de poder colonial en la propia sierra, donde las líneas de autoridad y
control social se encontraban profundamente atrincheradas? La fuga de una pequeña minoría
a la montaña y la simpatía difusa pero pasiva entre la mayoría que quedaba atrás, por ellas
mismas, dicen poco acerca del potencial insurreccional del movimiento de Juan Santos en la
sierra.

Debemos, por tanto, valorar una tercera área de evidencias que ha sido poco comprendida: el
grado en el cual, hacia mediados del S.XVIII, las autoridades coloniales en la sierra central
enfrentaron una genuina amenaza de movilización violenta por parte de una población
rebelde. Una de tales amenazas -en la sierra de Huarochirí, en las alturas de Lima- ya se conoce
bien. Revueltas estallaron en 1750, hacia 1758 y en 1783, y las tres sobrepasaron las tensiones
puramente locales. Las dos primeras estuvieron relacionadas con conspiraciones para destruir
el dominio español en la propia Lima; la rebelión de 1783 levantó tardíamente las banderas de
Túpac Amaru II. La revuelta de 1750 estalló con posterioridad a una redada de conspiradores
32

indígenas en Lima. Los rebeldes conspiradores, inspirados parcialmente en una profecía que
Página

anunciaba la restauración de la soberanía indígena para 1750 (Loayza 1942: 165), planeaba una
insurrección general para devolver el Perú indígena a sus dueños legítimos.
Pero tal como al calor de la acción las autoridades comprendieron demasiado bien, los distritos
interiores de la sierra central no eran precisamente un oasis de paz ubicado entre la selva
borrascosa por el Este y Huarochirí por el Oeste. Si bien necesitamos mayor exploración
histórica para clarificar un panorama algo brumoso, mi propia investigación y la de otros es
ahora suficiente para demostrar la condición volátil de la escena política. Una amenaza genuina
de movilización violenta se esbozaba en el período 1742-1752. En ciertos momentos, sólo la
acción vigilante de agentes de la estructura de poder colonial mantuvo esas amenazas bajo
control y restauró una intranquila paz social.

En Tarma, la evidencia de una simpatía secreta por Juan Santos Atahualpa, había alarmado a
las autoridades ya en 1743. La fracasada campaña militar de octubre-noviembre (y recuérdese,
aquí la deserción de los arrieros) no ayudó a tranquilizar a los nerviosos españoles. Al
aproximarse la Semana Santa de 1744 (6-12 de abril), las tensiones se agudizaron hasta dibujar
escenarios de pesadilla. Los españoles en la sierra -e incluso el virrey en Lima- parecían creer
que las festividades proporcionarían a los indios la ocasión para desatar una insurrección
masiva. En Tarma, sin embargo, el miedo no cedió. En vez de ello, estalló la violencia. Los
defectos de nuestras fuentes oscurecen los detalles. Algunos documentos oficiales, tal vez para
evitar la vergüenza o porque otros acontecimientos destacaban más en los momentos en que
fueron escritos22, omiten todo comentario o se refieren sólo oblicuamente a los
acontecimientos de 1744. Otras exageran

Cuando las nuevas de la revuelta llegaron al Cusco, el 16 de abril de 1744, las noticias
magnificadas decían que los indios habían matado al corregidor de Tarma, Alfonso de Santa y
Ortega. Decía la historia que aparentemente Santa había tratado de cobrar deudas que los
indios le tenían de su anterior reparto a precios recargados. Santa trató de tomar prisioneros a
aquellos que no pudieron o no quisieron pagarle, obligándolos a refugiarse en una iglesia.

Conocemos al menos tres medidas tomadas para restaurar una difícil paz social en la sierra
central. En 1744, las autoridades virreinales exceptuaron a Tarma de su cuota de mitayos para
las minas de mercurio de Huancavelica(Zavala 1978-80:3; 52-53). El virrey Villagarcía (1736-
1745) definió francamente la medida como "medio para su quietud". (Fuentes 1859:3:383)2S.
La excepción permaneció en vigencia por lo menos hasta 1761 (Mendiburu 1874-90:5:179), y
quizá hasta mucho después. Hasta 1772, por ejemplo, los indios de Tarma no eran presionados
para proporcionar una cuota de mitayos para las. importan tes minas de plata locales de
Lauricocha (Zavala 1978-80: 3:59). Sospecho que lo mismo era válido para el caso de
Huancavélica: en 1782 Tarma se encuentra conspicuamente ausente de la lista de distritos
obligados a la mita en Huancavelica (Fisher 1977: 92). En 1745, el recién llegado virrey
Supcrunda tomó dos medidas adicionales. Primero, el corregidor de Tarma, como un capataz al
cual se le acabó su período útil en una plantación de esclavos, tenía que ser reemplazado.
Rápidamente Supcrunda llamó a Lima al desgraciado Santa

Segundo, el Estado tenía que mostrar su habilidad y sus intenciones de acallar la disidencia.
Superunda envío 100 tropas entrenadas y al más destacado general peruano, José de Llamas,
para reemplazar a Santa. Así comenzó una concentración de fuerzas militares cuyo propósito
explícito era intimidar a los serranos tanto como derrotar o aislar a Juan Santos Atahualpa
(Loayza 1942: 75). Las tropas se acuartelarían no sólo en fuertes ubicados en el borde de la
33

selva, sino también en los principales lugares de la sierra.


Página

Así, hacia mediados del S.XVIII, la sierra central no ofrecía un panorama muy diferente al de la
explosiva política de la frontera selvícola. En este sentido, la violencia en Huarochirí fue sólo
una dramática manifestación local de una amenaza regional mucho más amplia. A lo largo de la
década de 1740, los pueblos de la sierra central mostraron una erizada disponibilidad para
montar violentos desafíos a las líneas de autoridad establecidas si se les provocaba o inspiraba
adecuadamente. Cuando luego del fracaso del General Llamas en derrotar a Juan Santos
Atahualpa, Alfonso Santa fue reinstalado como corregidor de Tarma y comandante militar en
1747, evitó los costosos errores del pasado. Más sabio a partir de su amarga experiencia, Santa
no puso demasiado a prueba su suerte en la explotación de los repartos, y parece haber
experimentado considerables dificultades financieras, en parte porque los repartos ya no le
proporcionaban grandes ingresos. En vez de ello, Santa centró sus esperanzas materiales en la
posibilidad de que un exitoso final al caso Juan Santos Atahualpa le proporcionaría una jugosa
recompensa de la Corona

De esta forma, con buenas razones, las autoridades coloniales actuaron vigorosamente para
asfixiar el potencial insurreccional de la sierra central y sellarla de mayores influencias
sediciosas de Juan Santos y sus emisarios. Luego de la derrota de la rebelión huarochirana y la
conspiración limeña de 1750, y con la mayor concentración de fuerzas en Tarma-Jauja (Várese
1973:199), la sierra central parecía protegida de la subversión

Pero esto nos lleva a una cuarta área de evidencia: la respuesta de las poblaciones serranas
ante la audaz invasión de Juan Santos Atahualpa en 1752. Para entonces, la división del control
militar parecía clara. Los pueblos de la selva habían recobrado sus terri torios perd idos, pero
las fuerzas coloniales gobernaban con autoridad en la sierra. En agosto, diez años después de
su declaración de soberanía incaica sobre el Perú, Juan Santos Atahualpa buscó quebrar el
control colonial sobre la sierra: invadiría la región de Comas (Jauja), establecería allí una
cabecera de playa serrana, esperaría varios meses a que las provincias serranas se plegaran a
su causa, y emprendería finalmente la conquista de la sierra y la toma de Lima.

En este territorio difícil pero algo aislado, Juan Santos Atahualpa jugó sus cartas serranas. Las
fuerzas rebeldes tomaron fácilmente Andamarca el 3 de agosto, pero el corregidor de Jauja
desplegó rápidamente sus fuerzas para el contraataque. Advertido por un serrano convertido
en espía, Juan Santos se replegó de Andamarca antes que arribaran las fuerzas coloniales
(Loayza 1942: 183-205; Vallejo F. 1957: 285-86). La ocupación había durado sólo dos días
completos. A primera vista, Juan Santos Atahualpa parecía haber obtenido otra victoria dramá
tica: otra incursión guerrillera que eludía las fuerzas coloniales. En realidad, teniendo en cuenta
las intenciones originales del Inca, la incursión marcó un punto de viraje decepcionante; el
fracaso en establecer un territorio liberado permanente en la sierra. Como si aceptaran el
status quo, ninguno de los dos bandos emprendió acciones militares contra el otro después de
1752

Sin embargo, más importante para lo que aquí nos interesa, la invasión de 1752 demostró que
la idea de una liberación conducida por el Inca ejercía todavía una poderosa atracción popular.

Enfoquemos, finalmente, una quinta área de evidencia: los rumores populares luego de la
invasión abortada de Andamarca. Después de 1752, Juan Santos se abstuvo de conflictos
militares y apariciones en la sierra. Convertido en una presencia "invisible", Juan Santos se
desvaneció gradualmente del escenario serrano. Por un tiempo, sin embargo, los rumores
mantuvieron vivo el sueño de una liberación conducida por un Inca. En 1753 en la sierra de
34

Cajamarca, zona norteña de frecuentes rebeliones locales hacia mediados y fines del S.XVIII
Página

corrió la voz de una liberación inminente. Tanto indios como no indios murmuraban acerca de
una insurrección general indígena planificada desde 1750 (año de la conspiración en Lima-
Huarochirí). En julio, los indios discutían un supuesto acuerdo entre las élites indias disidentes
para liberar la sociedad nativa del dominio español en seis meses. La a tención se centró en un
viajero misterioso, que sedecía era emisario de Juan Santos Atahualpa. "Capa Blanca", como
era llamado el hombre blanco canoso que vagaba hacia el norte desde la sierra central,
supuestamente distribuía cartas de asentimiento dando los toques finales a los planes para una
insurreción general que sería conducida por Juan Santos. La conmoción provocó una redada
general de sospechosos, y el exilio de "Capa Blanca" a Lima por cinco años (AGN 1753). Tres
años después, en 1756, Joseph Campos, quien había escapado de su anterior prisión en Lima,
reapareció en Andamarca. Para entonces, rumores que se difundían por la región de Jauja
hablaban de comunicaciones secretas entre indígenas serranos y Juan Santos Atahualpa. Varios
disturbios estallaron en realidad en Jauja y Tarma en 1755,1756 y 1757

Juan Santos Atahualpa y la sierra central: un balance

Nuestro repaso detallado de las fuentes ha vuelto insostenible la marginalización de Juan


Santos y de la sierra central de la historia más amplia de la agitación y las movilizaciones
serranas. Los serranos constituyeron una minoría significativa entre los seguidores activos del
Inca en la selva central, hecho que facilitó el desarrollo de una red de inteligencia y
organización en la sierra. Allí mismo, las autoridades tuvieron que enfrentar la traición de
arrieros y cargadores indios reclutados para servir en las expediciones coloniales.

Entre nuestras evidencias no hay ninguna "pistola humeante", ninguna insurrección serrana de
importancia, ningún evento particular que por sí mismo pruebe que Juan Santos Atahualpa
pudiera haber conducido una insurreción de esa magnitud. Pero la totalidad de la evidencia
señala con fuerza la amenaza de una insurrección importante. Hacia mediados del S.XVIII, las
inquietas poblaciones de la sierra central constituían prometedora clientela para una
insurrección dirigida por un Inca. Incluso la sierra norte, en vista de su historia de rebelión y los
rumores de 1753, podría haber constituido un terreno fértil para tal movimiento

La realidad de este fermento insurrecional explica una curiosa anomalía en las fuentes del
S.XVIII. Después de la guerra civil de 1780-1782,y hasta el día de hoy, son las poblaciones
"sureñas" -los aymara-hablantes de Puno y del altiplano boliviano- las que han concitado la
atención por su belicosidad y su historia de rebelión violenta. En la década de 1940, una
descripción etnográfica de los pueblos aymaras vecinos al lago Titicaca se esforzaba por
explicar y calificar su reputación particularmente violenta y desafiante. Pero si se regresa a las
fuentes del S.XVIII anteriores al estallido de la rebelión deTúpac Amaru, se encuentra un
"mapa" algo diferente de los agitadores connotados. Antes, eran los pueblos de Huarochirí,
Tarma-Jauja y Azángaro (Puno) los que llamaban la atención de los españoles por su
"temperamento" especialmente difícil y violento

Si la sierra central representaba una amenaza insurreccional considerable, ¿por qué entonces
Juan Santos Atahualpa no logró desatar una insurrección serrana de envergadura? Este fracaso
constituye, después de todo, el sustento más fuerte de la tesis que afirma que Juan Santos
condujo una insurrección fronteriza de importancia política relativamente marginal para la
sierra. Debemos comenzar con una distinción fundamental. Una evaluación sutil del fermento
políticoen la sierra central debería distinguir entre undesafío popular creciente a la autoridad -
desafío, más aún, receptivo a la idea de una liberación incaicá- y las circunstancias concretas
35

que podrían o no transformar tal mar de fondo en realidad. En otras palabras, debemos
Página

distinguir entre "coyuntura" y "hecho", y nuestra interpretación histórica debe funcionar en


ambos niveles de análisis.
l fracaso de Juan Santos Atahualpa para conducir una insurrección en la sierra central se explica
entonces, en parte; por las condiciones generales del S.XVIII. Más que confianza en una
erupción cuasi espontánea, la insurrección indígena requería un considerable trabajo
organizativo para vencer difíciles obstáculos. La correlación de fuerzas permitía que las
autoridades desmontaran conspiraciones, aplastaran revueltas locales antes de que se
expandieran y ganaran fuerzas, y conquistaran aliados y ejércitos indígenas en medio de
aparentes "guerras raciales". Por tanto, no nos debe sorprender que, incluso cuando una
conjunción determinada de fuerzas volvía la insurrección altamente probable, la guerra civil no
llegara a estallar. Tal conjunción y tal fracaso tuvieron lugar no sólo en la sierra central en la
década de 1740, sino también -como era claro para los contemporáneos- en partes do la sierra
central y del sur en 1776- 1777.

Finalmente, las propias políticas coloniales deben también figurar en la explicación del fracaso
insurreccional. La insurrección era difícil de organizar, especialmente en Jauja y Tarma. Pero las
autoridades coloniales no querían correr riesgos. Los agentes del Estado usaron tanto la
zanahoria como el garrote para mantener el control, y para inclinar todavía más a su favor la
correlación de fuerzas. Recuérdese, por ejemplo, la suspensión de la mita a las minas en Tarma;
el reemplazo del corregidor Alfonso de Santa, innecesariamente provocador; y la acusación y
ejecución deliberadamente pública de "espías". Recuérdese, también, la transformación de la
sierra central en un campamento militar poblado en parte por tropas españolas entrenadas, de
calidad superior a las milicias provinciales ordinarias.

A mediados del S. XVIII, la sierra central representaba una seria amenaza insurreccional para el
orden colonial. El que no se materializara un hecho insurreccional no prueba ni la ausencia de
una coyuntura insurrecional, ni el carácter marginal del atractivo de Juan Santos Atahualpa en
la sierra. El fracaso de la "coyuntura" para convertirse en "hecho", testifica más bien las
dificultades para organizar una insurreción en gran escala en cualquier región serrana en las
postrimerías de la colonia; el entrelazamiento especialmente intenso, incluso la fusión, del
poder indígena e hispánico en la región Tarma-Jauja; y la efectividad de las medidas de
seguridad tomadas para consolidar el control colonial en la sierra central.29 Si esta
interpretación es correcta -si la amenaza de insurrección fue tan seria e inmediata en la sierra
central en 1745 como lo fue en la sierra sur en 1776-1777y en 1780-debemos entonces revisar
profundamente los supuestos cronológicos y geográficos que apuntalan nuestras
interpretaciones de la guerra civil en que quedó inmerso el sur durante 1780-82.

Hacia un replanteamiento

Si la tesis de este nuevo ensayo es correcta, debemos emprender un rcplanteamiento de


proporciones de la cronología, geografía y explicación de la insurrección andina. Por largo
tiempo hemos reconocido, por cierto, que la violencia recurrente en desafío explícito a la
autoridad colonial, así como el mito de una liberación inminente liderada por un Inca38,
constituyeron fuerzas poderosas en el S.XVIII. La mayoría de los investigadores andinistas
estarían de acuerdo en que el crescendo de rebeliones y utopías insurrecionales en
intcrrclación dinámica, crearon, al menos en el sur y en la década de 1780, una crisis mayor de
la dominación colonial.

En los recientes esfuerzos para discernir con mayor rigor las bases sociales y económicas de la
36

insurrección, se ha perdido, sin embargo, una apreciación de la amplitud de la crisis y sus


Página

causas subyacentes. El colapso de la autoridad colonial española sobre indios y castas pobres -
manifiesto en el desafío explícito y violento a la autoridad hasta entonces aceptada, y en el
surgimiento de nuevas ideologías que avisoraban un orden social transformado- fue aún más
grave de lo que admitimos. Su alcance territorial incluía la sierra nortedel Perú tanto como el
territorio sureño que se convirtió en campo de batalla insurreccional.

Conforme indagamos por explicaciones más satisfactorias de la Era de la Insurrección Andina,


tendremos que revisar no sólo nuestra cronología y geografía, sino también nuestras
herramientas metodológicas. Tendremos que alejamos de los enfoques mecanicistas de
causalidad que explican el "por qué", "cuándo"' y "dónde" de las movilizaciones
insurreccionales mayormente en términos reducibles a categorías de estructura social (los
forasteros de Comblit), o a grados de saqueo económico.

Nuestra metodología revisada no implica que las variaciones regionales no sean dignas de
investigación, o que el método espacial del cual Comblit y Golte son pioneros tenga poco
queofrcccr. Si se artícula el análisis espacial comparativo con una base de datos mejor
desarrollada y una metodología menos mecanicista, puede rendir resultados verdaderamente
estimulantes. El detallado microanálisis de distritos ubicados dentro de provincias insurrectas,
por ejemplo, podría clarificar aspectos de liderazgos, composición social, interés económico y
similares que hicieron que, una vez en marcha la insurrección, un distrito se inclinara por los
insurrectos o por los realistas. De modo similar, si regresamos al nivel macro, las
particularidades de las diferentes regiones introducirán sin lugar a dudas importantes matices
en la historia más amplia de la insurrección andina.

Mi propia hipótesis, sujeta por cierto a verificación y revisión conforme se desarrolla la


investigación histórica, es que hacia la década de 1730, la cambiante economía política de la
explotación mercantil había socavado las anteriores estrategias y relaciones del gobierno
colonial y de la resistencia andina, virtualmente a todo lo largo de la sierra peruana y boliviana.
Las cambiantes relaciones de explotación mercantil amenazaban directamente la continuidad
de la autoridad política colonial y su legitimidad más bien frágil y parcial entre el campesinado
andino. Durante el anterior período de expansión comercial y prosperidad hacia fines del S. XVI
y principios del S. XVII, los corregidores, jueces y sacerdotes podían acceder más fácilmente a
las presiones indígenas para transformarlos en figuras de autoridad "mediadoras",
parcialmente "cooptables". Los diversos caminos hacia la prosperidad comercial que se abrían
ante los empresarios aristócratas y funcionarios coloniales, divididos por sus propias
rivalidades internas, permitieron a los indios un cierto "espacio institucional" para manipular,
doblegar o sobornar a las autoridades y a los intermediarios coloniales para beneficio parcial
de los propios indígenas.

Sin embargo, hacia principios del S.XVIII los esfuerzos decididos de la Corona y de la burguesía
comercial limeña para incrementar la eficacia de la explotación mercantil, en vista del
estancamiento de los mercados en la América andina y de la debilidad de España como
competidor imperial, habían destruido en la práctica el patrón anterior. El estado colonial
español -aliado a la burguesía comercial limeña, empeñado en lograr un sistema imperial más
eficiente, vitalmente interesado en los ingresos provenientes de la venta de los cargos de
corregidor al mejor postor y de la imposición tributaria a una economía comercial que se
expandía por la fuerza no contemplaría seriamente la posibilidad de reformar la nueva
estructura de explotación mercantil hasta las crisis políticas de las décadas de 1750 y 1770. En
37

realidad, el estado colonial había tornado la situación política de los corregidores todavía más
volátil a través de sus considerables esfuerzos, especialmente durante los virreyes Palata (1686-
Página

1689) y Castclfuerte (1724-1736), para expandir la recolección de tributos, poner al día las
cuentas censales y revitalizar la mita, institución por la cual las comunidades campesinas
enviaban rotativamente trabajadores a las minas y otras empresas coloniales, o pagaban en
efectivo para contratar sustitutos

En estas circunstancias y ante una creciente población indígena necesitada de más tierras y
recursos productivos, se derrumbaron los pactos clientelistas, las estrategias de resistencia na
ti va y las frágiles legitimidades coloniales anteriores. Los corregidores se volvieron blancos
especialmente predilectos de la ira popular Pero las nuevas presiones económicas sobre los
corregidores colocaron a todos los miembros de los grupos de poder local bajo nuevas
tensiones que restringían las posibilidades de su "cooptación" parcial por los indígenas, y
elevaban los riesgos políticos de tales acomodos. Aunque la investigación sobre las actividades
sociales y políticas de los sacerdotes está todavía en su infancia, las nuevas circunstancias del
S.XVIII agudizaron probablemente las rivalidades latentes entre curas y corregidores, forzaron a
algunos sacerdotes a recurrir a nuevos cobros y reclamos de tierras provocadores para
asegurar sus propios ingresos y por lo general erosionaron la habilidad de los curas para jugar
papeles significativos como mediadores sin desafiar directamente la autoridad de los
corregidores.

Una vez que reconocemos las particularidades de la cultura política de los campesinos andinos
del S.XVIII, encontramos nuevas repercusiones a través del tiempo. En el período colonial
tardío, los campesinos de Perú-Bolivia no vivían, luchaban o pensaban en términos que los
aislaran de una emergente "cuestión nacional". Por el contrario, símbolos protonacionalcs
tuvieron gran importancia en la vida de campesinos y pequeños propietarios. Sin embargo,
estos símbolos no se hallaban vinculados a un nacionalismo criollo emergente, sino a nociones
de un orden social andino o incásico. Los campesinos andinos se veían a sí mismos como parte
de una cultura protonacional más amplia, y buscaban su liberación en términos que, lejos de
aislarlos de un Estado unificador, los vincularía a un Estado nuevo y más justo. El mito de
Castelli como Inca liberador, surgido en la misma región andina que también parece haber
apoyado a bandas guerrilleras patriotas más "criollas" durante las guerras de la independencia
debería forzamos a ver con escepticismo la aplicación de presunciones sobre el
"provincialismo" campesino y el localismo "antinacional" para el caso de las poblaciones
andinas.

O’Phelan – La culminación del descontento social, Tupac Amaru

Si se toma en cuenta que la rebelión estalló precisamente cuando el descontento social estaba
alcanzando su punto más álgido, es posible entender que Túpac Amaru fuera capaz de canalizar
los prevalecientes levantamientos sociales en su favor. En este caso concreto de la región
surandina, la rebelión fue vista como una alternativa viable para lograr los objetivos por los
cuales se había empezado a presionar insistentemente desde 1777, conflicto que creció en
intensidad y violencia durante los primeros meses de 1780, que pueden describirse como el
preludio de la Gran Rebelión.

Es importante tener en cuenta que bajo la denominación de «rebelión de Túpac Amaru», se


pueden distinguir dos fenómenos diferentes. En primer lugar, está la rebelión encabezada por
el cacique Túpac Amaru y sus parientes cercanos, y en segundo lugar, los numerosos
levantamientos paralelos que, apoyándose en el nombre de Túpac Amaru (lo que no significa
necesariamente que hubiera una conexión entre ellos), coexistieron en la misma coyuntura
38

rebelde
Página

Existen muchas versiones sobre la rebelión de Túpac Amaru, pero estas en general se han
restringido a una descripción detallada de los principales sucesos que tuvieron lugar durante la
lucha, resumidos aquí en el cuadro 23. Sin embargo, esta es la primera vez que ha sido posible
analizar y comparar los procesos judiciales que siguieron a la rebelión. Ambos juicios contienen
un recuento completo de los antecedentes económicos y sociales de los rebeldes que
cumplieron un rol activo durante la primera y segunda fase del movimiento. Esta nueva
aproximación debe esclarecer ciertos aspectos concernientes a:

1) La organización interna de la rebelión: formas de expansión y estructura de la dirigencia.

2) Los rasgos de coincidencia y contraste entre la primera y segunda fase de la lucha.

3) La conjunción de factores que influenciaron la propagación regional del movimiento y la


composición social de su dirigencia.

1. La organización interna de la primera fase de la rebelión

1. 1. Los mecanismos de expansión

En términos de su gestación se puede afirmar que la rebelión reclutó a su dirigencia


básicamente de Tinta (Canas y Canchis), donde estaba situado el cacicazgo de José Gabriel
Túpac Amaru. De acuerdo a las declaraciones de 74 de los acusados, es evidente que el 80 % de
ellos eran originarios de pueblos ubicados en la jurisdicción de la provincia de Canas y Canchis.
Procedían principalmente de Tinta, Combapata, Tungasuca, Surimana, Sicuani y, en menor
número, de Pitumarca, Condoroma, Pampamarca y San Pedro de Cacha.

Este apoyo local sugiere que Túpac Amaru fue capaz de movilizar a su propia gente. Debe
anotarse que de 25 caciques que se han logrado identificar como partidarios de Túpac Amaru,
12 tenían sus cacicazgos situados en Canas y Canchis6. Parecería entonces que Túpac Amaru
tenía prácticamente el apoyo total de su provincia, con excepción de los caciques de
Coporaque y Sicuani, quienes desde el principio permanecieron apartados del movimiento.

La posición hostil adoptada por los caciques de Coporaque y Sicuani bien pudo haberse
derivado de un conflicto local previo. Hay testimonios que indican que el cacique de
Coporaque, don Eugenio Sinanyuca, era en realidad el cobrador de impuestos del corregidor
Arriaga7. Más aún, en las disputas que existían entre el cura de Coporaque y Arriaga, Sinanyuca
respaldó consistentemente al corregidor agravando las quejas indígenas contra el cura8. No es
casual, por lo tanto, que en el momento de la rebelión y después que Arriaga fuera ahorcado,
el cacique de Coporaque no solo se abstuvo de prestar apoyo a Túpac Amaru, sino que
inclusive se unió a las fuerzas realistas

El respaldo local conseguido por Túpac Amaru adquiere mayor relevancia si tenemos en cuenta
que en ese tiempo el cacique rebelde llevaba adelante un proceso judicial con la familia
Betancour, a fín de establecer la legitimidad de su reclamo sobre el cacicazgo de Tinta y el
marquesado de Oropesa. El hecho de que los indios de Tinta siguieran a Túpac Amaru casi al
unísono demuestra que a pesar de no haberlo favorecido el fallo judicial, ellos consideraban a
José Gabriel como su auténtico cacique. Más aún, en 1777 Túpac Amaru viajó a Lima con el
objetivo expreso de liberar a los indios tributarios de Canas y Canchis de la mita de Potosí.

Es importante anotar que la mita jugó un rol vital en la organización interna del movimiento.
No es pura coincidencia que los caciques de las provincias sujetas a la mita de Potosí
39

demostraran disponer de mayores recursos para movilizar a su gente. La mita, a pesar de su rol
en términos de la explotación económica de la mano de obra indígena, parece haber
Página

preservado los lazos comunales entre las provincias del sur andino. Esto podría explicar por
qué la región surandina y especialmente las provincias afectadas por la mita minera, estaban
más dispuestas a gestionar una movilización masiva de la población indígena,
comprometiéndola a una insurrección de largo alcance. Las comunidades que acostumbraban
enviar su cuota de mitayos una vez al año demostraron ser igualmente capaces de enviar una
cuota de indios para reforzar las tropas rebeldes.

El papel que jugó el factor parentesco en la difusión del movimiento podría explicar por qué
Quispicanchis fue más susceptible a la rebelión que las otras provincias. Existen también
algunas evidencias que indican que una rama de la familia Túpac Amaru estaba establecida allí.
Durante los juicios que siguieron a la rebelión, Josef Amaro (un anciano de 80 años de edad,
natural del pueblo de Zanca, Quispicanchis) declaró que él era «... parte del tronco de
descendencia de Túpac Amaru y que a él le tocaba gobernar»16. La presencia de parientes de
Túpac Amaru en Quispicanchis debió haber estado relacionada con los recursos económicos
que la provincia ofrecía al comercio regional. No en vano numerosos obrajes, así como
plantaciones de coca, estaban localizados allí.

La influencia que logró el gremio de arrieros en la organización de la rebelión puede también


explicar por qué las revueltas que tuvieron lugar entre enero y marzo de 1780 contra las
aduanas de Arequipa y La Paz, cesaron abruptamente cuando estalló la Gran Rebelión en
noviembre. En resumen, debido a que varios de sus parientes cercanos eran arrieros, Túpac
Amaru pudo estar en estrecho contacto con el gremio de arrieros de la región y utilizó los
circuitos de arrieraje para organizar y expandir la rebelión.

Sin embargo, no fue solo a través del sistema de parentesco o del gremio de arrieros que Túpac
Amaru organizó la rebelión. También confiaba con la solidaridad de numerosos caciques que lo
apoyaron, suministrando hombres y provisiones. Por cierto, los patrones de comportamiento
social andinos, tales como el apoyo mutuo entre parientes, la mita como vínculo comunal y la
solidaridad entre caciques, fueron utilizados por Túpac Amaru y parecen haber funcionado
eficientemente en la organización de la rebelión.

De ocho caciques que estuvieron implicados en los procesos judiciales que tuvieron lugar en
Cuzco, cuatro tenían sus cacicazgos en Quispicanchis. Thomasa Tito Condemaita, cacica de
Acos, fue ahorcada y descuartizada como resultado de su comprobada participación en la
rebelión23. Asimismo, Marcos de la Torre, Fernando Urquide y Lucas Collque, caciques de
Acomayo, Pirque y Pomacanchis, respectivamente, fueron desterrados a la prisión de Valdivia
en Chile, donde cumplieron largas condenas

Creo que el papel cumplido por los caciques en el movimiento fue básicamente el de
coordinadores, sin tener poder de decisión, limitándose a preparar las condiciones materiales
que demandaba la puesta en marcha de la rebelión. Contamos con testimonios que indican
que José Gabriel ordenó a la multitud reunida en Tungasuca «que fueran a sus pueblos y
volviesen en ocho días, bien armados con garrotes y hondas», y escribió a los caciques con este
fin31. Las declaraciones de algunos de los acusados coinciden en señalar que los caciques eran
los que suministraban provisiones y hombres a Túpac Amaru.

Túpac Amaru también consiguió abastecimientos confiscando las propiedades y los productos
almacenados por los corregidores. De la casa del corregidor de Belille se incautaron bayetas de
40

Castilla35. Se procedió de manera similar con los corregidores de Lampa y Azángaro36. Incluso
se expropiaron algunas haciendas para suministrar alimentos a las tropas rebeldes. Ramón
Página

Ponce, quien fue nombrado cacique por Túpac Amaru, envió tres o cuatro pearas de ají y dos
pearas de cecina, confiscadas de la hacienda Pisquicocha en Chumbivilcas
Es importante tener en cuenta que en la medida que la rebelión de Túpac Amaru se propagó
más allá de los límites de la provincia de Canas y Canchis, disminuyó su fuerza. Aunque hubo
quienes desde un inicio negaron apoyo a los rebeldes (como fue el caso de los caciques de
Coporaque y Sicuani), la oposicón indudablemente creció en tanto se propagaba la rebelión,
sin que hubieran garantías de conseguir el respaldo de los caciques vecinos. Por ejemplo, en
Quispicanchis hubo igual número de caciques que estaban a favor de la rebelión como de los
que estaban en contra.

Es solo en este contexto particular que puede comprenderse la hipótesis que sugiere que la
rebelión finalmente desembocó en una guerra entre caciques (Vega, 1969: 30-33)43. Mi
argumento es que la rebelión provocó el recrudecimiento de antiguas rivalidades étnicas, y los
caciques, como líderes de estos grupos étnicos, estuvieron consecuentemente envueltos en la
lucha (O’Phelan, 1979a: 97). Este hecho podría explicar la división que se creó entre los
caciques rebeldes y leales, y que fue lo que contribuyó a la desintegración del movimiento.

El clero, como los caciques, fue también ambivalente en lo que respecta a su actitud hacia la
rebelión de Túpac Amaru. Existen suficientes testimonios como para sugerir que desde el
estallido del movimiento, José Gabriel tuvo la cautela de enviar cartas no solo a los caciques
vecinos sino también a los curas de los pueblos, con el fin de conseguir su apoyo. Mariano
Banda señaló en su declaración que después de dos o tres días Túpac Amaru empezó a enviar
cartas y proclamas a varios caciques y curas47. Recalcó que él sabía que esto era cierto, porque
el mismo Túpac Amaru le había pedido que redactara las comunicaciones48. Esto
probablemente significaba que Túpac Amaru se dio cuenta perfectamente de que los curas, del
mismo modo que los caciques, estaban en capacidad de movilizar el apoyo de los indios de sus
parroquias.

No obstante, debe señalarse que en más de una ocasión los curas que apoyaron el movimiento
estaban vinculados por lazos de compadrazgo con los rebeldes, o al menos se mantenían en
estrecho contacto con ellos como párrocos de las comunidades a las que pertenecían los
insurgentes. El bajo clero ligado a las parroquias provincianas debió haber estado, por lo tanto,
más inclinado a respaldar la rebelión.

Por lo tanto, la posición de los curas parece haber sido de conveniencia y tan oportuna como la
adoptada por los criollos. Estimularon el estallido de la rebelión, agitaron a las masas indígenas
y las alentaron a luchar contra los corregidores y aduaneros. Curas y criollos apoyaron
inicialmente a Túpac Amaru y cuando se dieron cuenta de que la rebelión iba a fracasar,
retiraron su adhesión. Es más, en los últimos momentos incluso llegaron a respaldar a los
españoles en algunas instancias, con el fin de mejorar su imagen y demostrar su lealtad. Varios
criollos que estuvieron involucrados en la etapa inicial del movimiento, tales como Mariano
Banda, Francisco Cisneros y Felipe Bermúdez, trataron más tarde de desertar. Se ha sugerido
que incluso el obispo del Cuzco, el criollo arequipeño Juan Manuel Moscoso y Peralta, estuvo
implicado en la rebelión, ya que esperó toda una semana después de que Arriaga fuera
ejecutado para notificar el hecho al Virrey. Aunque vivía a solo quince leguas de Tungasuca,
justificó su actitud señalando que había estado ausente del Cuzco durante los acontecimientos.
Después, con el fin de recobrar su reputación, Moscoso excomulgó a Túpac Amaru, como lo
había hecho con el corregidor Arriaga, solo cuatro meses antes. También alentó a la gente del
41

Cuzco para que se enrolara a las fuerzas realistas y gestionó la recaudación de donativos para
financiar la represión.
Página

1. 2. La estructura de la dirigencia
Aunque investigaciones recientes han indicado que la estructura de la dirigencia de la rebelión
de Túpac Amaru tuvo una composición social mixta, comprometiendo a diferentes sectores
sociales, mi intención es demostrar que el ejército rebelde se constituyó sobre una estructura
elitista. Por cierto, la naturaleza jerárquica de su organización siguió hasta cierto punto el
modelo español. Este hecho probablemente se explica a partir de la presencia e influencia
lograda por los sectores criollos y mestizos al interior del movimiento.

Analizando la organización interna del ejército rebelde, puede discernirse un interés particular
por alentar la participación de los criollos y los mestizos en la rebelión. Los cargos de capitán y
comandante fueron ocupados mayormente por mestizos, caciques indios y algunos criollos63.
Ellos principalmente fueron los que conformaron el liderazgo militar del ejército rebelde.
Eventualmente, algunos indios del común fueron puestos al comando de las tropas, pero la
mayoría de veces quedaron relegados a la categoría de soldados rasos64. El indio tributario
Isidro Poma es un ejemplo de la práctica de esta política, ya que fue puesto al comando de las
fuerzas rebeldes de Chuquibamba, luego que Túpac Amaru lo nombró cacique de Pueblo
Nuevo (Tinta)65. Sin embargo, debe notarse que a fin de asumir este cargo, fue previamente
transferido de la categoría de indio tributario a la de cacique.

Por otro lado, aunque el programa de Túpac Amaru prometía liberar a los esclavos que
apoyaran la rebelión, la discriminación contra la población negra parece haber prevalecido
dentro del movimiento. Dadas las obvias limitaciones internas del movimiento, la hipótesis que
sugiere que el objetivo principal de la rebelión era promover un «nuevo orden» en la sociedad,
podría ser cuestionada.

Es difícil establecer la naturaleza precisa del rol jugado por los diferentes sectores sociales
dentro del movimiento, ya que el status de un número sustancial de los acusados fue
registrado ambiguamente. Tal es el caso de muchos soldados de a pie, quienes si bien fueron
consignados como «mestizos», necesitaron de un intérprete durante el juicio y declararon que
habían peleado con «hondas». Sus apellidos eran de origen español: Ferrer, Guerra, Herrera,
Valdez y, aparentemente, todos estaban casados con mujeres mestizas81. Sin embargo, tal vez
tenían sangre india por línea materna, y debe tenerse cuidado de no determinar la casta de
una persona guiándose meramente por su apellido.

Sospecho que durante el siglo XVIII se habían propagado ampliamente los mecanismos
fraudulentos adoptados por los indígenas para conseguir ser registrados como mestizos84. No
es entonces improbable que cuando el reparto fue añadido al tributo y a la mita, la población
india hallara más inminente la necesidad de recurrir a estratagemas que les hacía posible
evadir las presiones fiscales. Ser registrados como mestizos puede haber sido visto, en muchos
casos, como una alternativa efectiva. Esto era particularmente cierto para la población indígena
de las provincias, que estando sujetas a la mita, querían encontrar una forma de conservar sus
tierras y permanecer en sus lugares de origen. Por lo tanto, los indígenas varones de las
provincias que acudían a la mita de Potosí, debían haber tenido especial interés en ser
registrados como mestizos, siendo, de hecho, los más propensos a incorporarse a la rebelión.

No puede dejarse de lado el rol jugado por los indios forasteros, aunque Mörner sugiera lo
contrario (Mörner, 1978: 118). Si bien Tinta y Quispicanchis aglutinaban el más bajo porcentaje
de indios forasteros establecidos en el Cuzco, esto no redujo el impacto disociador
42

normalmente atribuido a este sector de la población indígena (Fuentes, 1859, vol. IV:
Página

apéndice)88. Pascual Condori, uno de los acusados que tomó parte en la rebelión de Túpac
Amaru, declaró que los alcaldes de Pisac lo apresaron «diciendo que había venido a alborotar
tal ves por verlo forastero».

Pero no fueron solamente los indios los que trataron de escalar posiciones dentro de la
estructura social de la colonia; los mestizos y criollos parecen haber tenido las mismas
aspiraciones. Aunque muchos de los acusados declararon ser «españoles», solo dos de ellos
habían, efectivamente, nacido en España90. Los otros eran nativos de Jauja, Oruro, Oropesa,
Tucumán, Santiago de Chile, etc.91. Y aunque a primera vista podría asumirse que eran criollos,
su pobre dominio del español, lazos de parentesco y actividad económica sugieren que las más
de las veces eran en realidad mestizos.

Una pregunta que viene inmediatamente a la mente es ¿Qué método usó Túpac Amaru para
nuclear adeptos al movimiento rebelde? Según las confesiones de los acusados, las cuales
podrían haber sido obtenidas bajo presión, hay un acuerdo general de que la mayoría de los
participantes han sido forzados a unirse a la rebelión93. Sin embargo, a través de sus
declaraciones, es posible percibir tres razones subyacentes que influyen en su decisión de
participar en el movimiento. En algunos casos, parecen combinarse más de una razón. En
primer lugar, están los que sienten que deben apoyar la rebelión como una señal de solidaridad
con Túpac Amaru. Otros cooperan porque, simplemente, creen en la autenticidad de todas las
proclamas emitidas por Túpac Amaru durante su campaña de reclutamiento. Un tercer grupo
parece haber decidido respaldar al movimiento principalmente como una forma de
salvaguardar sus propiedades y la seguridad de sus familias.

Dentro del primer grupo pudieron identificarse a los familiares cercanos de Túpac Amaru, con
los cuales compartió sus planes. Hipólito, uno de los hijos de José Gabriel, declaró que «él hizo
lo que su padre le pidió para poder quedarse con él»94. Diego Cristóbal Túpac Amaru, primo
de José Gabriel, confesó que «cumplió las órdenes... porque amaba a José Gabriel como a un
padre».

La persecución indiscriminada iniciada contra los que de un modo u otro estaban relacionados
a Túpac Amaru, sugería que las autoridades españolas estaban conscientes del importante rol
que cumplió el sistema de parentesco en la rebelión.

Resultaba pertinente incluir entre los que inicialmente se alzaron en armas con Túpac Amaru, a
los hombres con los cuales había establecido lazos personales previos (O’Phelan Godoy, 1979a:
105). El artesano Manuel Galleguillos declaró que había conocido a Túpac Amaru antes de la
rebelión, cuando trabajaba como tejedor en Tungasuca102. Otro acusado, José Unda, sostuvo
que «cuando iba a la novena en Tungasuca se apeaba en casa de Túpac Amaru»103. Diego
Ortigoza contó a la corte que se mudó a Tungasuca luego de acordar con el cacique un salario
de 80 pesos y alojamiento, para enseñar a los hijos de este a leer y escribir, trabajo en el que
aún se mantenía al tiempo de la rebelión104. Es interesante destacar que estos tres hombres
eran forasteros que se habían establecido en Tinta porque todos se casaron con mujeres del
lugar.

En el segundo grupo de participantes que apoyaron la rebelión debe incluirse a quienes


creyeron en Túpac Amaru, y tal vez como resultado de ello, declararon que no dudaban que el
rebelde estaba cumpliendo con las órdenes de Rey111. Aparentemente, tal fue el caso del
43

mulato Antonio Oblitas, de Cristóbal Rafael, Phelipe Mendizábal, Francisco Aguirre y de los
caciques Thomasa Tito Condemaita y Marcos La Torre112. La declaración de Antonio Bastidas
Página

daba la impresión de que al comienzo, por lo menos, él estuvo convencido de que Túpac
Amaru estaba siguiendo las órdenes del Rey113. José Unda parece haber estado en una
posición similar al confesar haber creído que Túpac Amaru tenía orden de quitar corregidor y
otros abusos, y como confrontara esta noticia con la que le diera Pedro Bargas, la creyó114. Sin
embargo, luego de los sucesos que tuvieron lugar en la batalla de Sangarará, llegó a la
conclusión de que no podía haber sido orden del Rey, «pues no había de mandar se efectuaran
tantas atrocidades»

La presencia de los corregidores resultaba especialmente antagónica para los caciques durante
ese momento. Existen evidencias como para plantear que Túpac Amaru estaba informado no
solamente del incremento del salario de los corregidores, sino que otro escribano, Francisco
Castellanos, también le notificó de una circular que había sido enviada a los corregidores,
haciéndoles saber que los caciques iban a ser relevados de sus cargos como cobradores de
impuestos120. ¿Influenció esta información en el estallido de la rebelión y alentó la
participación de los caciques? Probablemente, ya que esta medida estaba claramente dirigida a
disminuir su status frente a las comunidades, y a quebrar su nexo con el aparato fiscal. Dentro
de estas relaciones tirantes no sorprende que Hipólito Túpac Amaru sostuviera que su padre le
comentó que Arriaga trató de colgarlo y arrebatarle su cacicazgo.

Sin embargo, aunque el consenso general estaba a favor de la rebelión, aparecieron algunas
contradicciones internas durante el desarrollo inicial del movimiento. Como se ha indicado
previamente, en el tercer grupo de participantes podría incluirse a aquellos que no tenían una
idea clara de su papel en la insurrección. La indecisión de algunos de los participantes, la
intervención irregular de otros, y la deserción de una minoría, solo sirvió para reforzar la
necesidad de pagar sueldos a las tropas, a fin de retener su lealtad.

Examinando la rebelión de Túpac Amaru es posible distinguir la permanencia del patrón de


comportamiento andino que sobrevivió dentro de la comunidad campesina a pesar de
doscientos años de dominio español. Tal vez fue debido a estos rasgos tradicionales,
profundamente arraigados, que la Gran Rebelión estalló precisamente en la región surandina,
que había sido el corazón del antiguo imperio Inca. Si se intenta establecer hasta qué punto se
preservó la tradicional estructura de la sociedad andina, y cuál fue el impacto real de su
influencia en 1780, es necesario referirse a manuscritos del siglo XVI, que contienen evidencias
concernientes a la organización de la resistencia indígena durante la conquista española.

Tal vez la sobrevivencia de los tempranos métodos de explotación colonial, tales como la mita
de Potosí, que todavía se utilizaban en la región surandina, pudo haber alentado la continuidad
e incluso el reforzamiento de la estructura económica tradicional. El tributo indígena, como
pago comunal colectivo, debió también haber contribuido a la preservación de los patrones
tradicionales. En tanto las provincias del sur andino tenían la más numerosa población indígena
del virreinato, la mita y los tributos estaban bastante extendidos.

La persistencia de un patrón económico tradicional podría también explicar por qué los
hacendados y obrajeros del sur andino se opusieron tan abiertamente a los cambios que
traerían consigo las aduanas y los incrementos de alcabala. En 1780 los caciques, además de
ser responsables de enviar una cuota de mitayos a Potosí, todavía pagaban los tributos
comunales en trabajo. Proveían una dotación de indios a los hacendados locales acordando
luego con ellos la cuota comunal del tributo.
44

2. Rasgos comunes y de contraste entre la primera y segunda fase de la rebelión


Página

Con respecto al liderazgo de la segunda fase, el movimiento fue conjuntamente dirigido por
parientes cercanos de la familia Túpac Amaru. Los puestos más importantes estuvieron en
manos de Diego Túpac Amaru, primo de José Gabriel, de Andrés Mendigure, sobrino del
cacique y de Miguel Bastidas, cuñado del rebelde (Fisher, 1966: 227, 311; Lewin, 1967: caps.
XVIIIXX). Más tarde, el líder aymara Julián Apasa Túpac Catari fue incluido en la estructura de la
dirigencia, siendo apoyado por una masa de indígenas de las provincias de Larecaja, Sicasica,
Omasuyos y Pacajes

Es importante tener en cuenta que el Alto Perú ya se encontraba convulsionado por los
disturbios que habían tenido lugar a inicios de 1780 contra las aduanas de La Paz y
Cochabamba. Además, el descontento se intensificó después del violento levantamiento que
estalló ese mismo año en la provincia de Chayanta, encabezado por Tomás Catari, y que
provocó su encarcelamiento. Según las fuentes disponibles, el 26 de agosto de 1780, luego de
haber despachado la cuota anual de mitayos a Potosí, el corregidor Joaquín Alós disparó contra
el cacique Tomás Acho, quien demandaba insistentemente que Catari fuera liberado de la
prisión de La Plata. Para evitar mayores confrontaciones entre indios y españoles, la Audiencia
de La Plata decretó la libertad de Catari y lo nombró cacique, cargo al que postulaba desde
1777.

Aún no se ha comprobado si realmente existieron estrechas conexiones entre Tomás Catari y


José Gabriel Túpac Amaru. En su confesión tomada el 19 de abril de 1781, este último recalcó
que solo al estallar la rebelión en Tinta recibió una carta del escribano José Palacios,
aconsejándole que estuviera bien armado y se pusiera en contacto con Catari «para ayudarse
el uno al otro»141. Me parece que en primera instancia Catari y Túpac Amaru encabezaron
movimientos paralelos que, sin embargo, coexistieron en la misma coyuntura de descontento
social. En efecto, la revuelta de Tomás Catari parece haberse restringido a conflictos de carácter
local, no siendo planeada como parte de la rebelión que proyectaba Túpac Amaru.
Ciertamente, las demandas de Tomás Catari eran más una respuesta a las necesidades de
Chayanta y del vecino pueblo de Condo Condo (Paria) que a los requerimientos expuestos en el
programa del Cuzco.

La protesta de Tomás Catari estuvo dirigida principalmente contra el tributo y la mita minera, lo
cual explica la fuerte participación indígena en el levantamiento. El conflicto de Catari con el
corregidor Joaquín de Alós fue probablemente estimulado por la unificada campaña contra el
reparto y por el creciente comportamiento arbitrario de los corregidores al cambiar caciques
sin tomar en consideración su posición social hereditaria. La muerte de Tomás Catari en enero
de 1781 fue dispuesta tácticamente por las autoridades españolas. Solo después, en marzo de
1781, fue posible detectar la presencia de Julián Apasa comandando el primer sitio de La Paz.
Tal vez Apasa adoptó el nombre de Túpac Catari con el fin de ligar la rebelión de Túpac Amaru
con la de Tomás Catari.

No obstante, a fin de garantizar una alianza que hiciera posible la propagación del movimiento
hacia el Alto Perú, se le permitió finalmente a Túpac Catari que actuara como gobernador y que
condujera a las tropas altoperuanas con poca interferencia exterior146. Es bastante probable
que se le dieran estas atribuciones porque los Túpac Amaru eran conscientes de que Apasa
hablaba aymara, conocía el territorio y tenía contactos personales en el Alto Perú. Más aún, era
un comerciante indígena y, consecuentemente, tenía una considerable movilidad geográfica

Con respecto a la primera fase, ya se sugirió que el sistema de parentesco alentó que algunas
45

provincias andinas, más que otras, apoyaran la rebelión. Creo que el factor parentesco también
Página

ayudó a garantizar la permanencia del liderazgo rebelde, y la continuidad del movimiento


después de la muerte de José Gabriel Túpac Amaru. Desde los inicios de la rebelión, José
Gabriel se aseguró de contar con el respaldo de sus parientes cercanos y, subsecuentemente,
los ubicó en posiciones clave dentro del movimiento. Esta estrategia indudablemente proveyó
las condiciones necesarias que hicieron posible que la maquinaria rebelde continuara
funcionando en la eventualidad de producirse su ausencia. Túpac Catari también hizo uso de
sus vínculos familiares a fin de reclutar hombres para las fuerzas aymaras, y así mismo designó
a sus parientes para ocupar puestos importantes.

Como en el caso de la rebelión de Túpac Amaru, es claro que Túpac Catari también recurrió a
sus parientes para que lo ayudaran. En consecuencia, un rasgo común que operó en la
organización de ambas rebeliones fue el sistema de colaboración mutua entre parientes. Sin
embargo, en el caso del levantamiento de Túpac Amaru, el rol del parentesco tuvo mayor
alcance que en el de Apasa, debido a que como la jerarquía política y militar estaba
determinada casi exclusivamente por vínculos familiares, todo el movimiento gravitó en el
liderazgo de los Túpac Amaru.

En el caso de Túpac Catari, por otro lado, los que asumieron el liderazgo de la rebelión fueron
propuestos por las comunidades y no impuestos desde arriba. Esta diferencia en la estrategia
de poder pudo haberse debido a que Túpac Amaru, miembro de la élite indígena, estaba en
capacidad de pedir apoyo económico y político a caciques vecinos, mientras que Túpac Catari
carecía de este privilegio160. En efecto, Túpac Catari, quien no era cacique de estirpe, tuvo que
contar con las comunidades locales, y aseguró su colaboración promoviendo las elecciones de
representantes comunales comisionados para respaldarlo.

Es posible entonces establecer que, mientras José Gabriel Túpac Amaru, podía recurrir a la
solidaridad de los caciques para contar con su apoyo, Túpac Catari necesitaba de las
comunidades locales para garantizar el control permanente de la rebelión aymara. Sin
embargo, debe anotarse que después del estallido de la rebelión cuzqueña, los suministros
enviados por los caciques se hicieron irregulares, obligando a Túpac Amaru a tomar las
haciendas y obrajes por la fuerza para poder tener acceso a sus productos. Por ejemplo, en
Lampa José Gabriel ordenó la confiscación de telas y granos que se hallaban en la casa del
corregidor y mandó que fueran llevados a la plaza principal, donde los «repartió a todos sus
soldados... lo que también hicieron con la harina y el chuño»

Un rasgo común en la segunda fase del movimiento fue que ni Julián Apasa ni Miguel Bastidas
sabían leer ni escribir. Existen referencias que sostenían que Andrés Túpac Amaru aconsejó a
Miguel Bastidas que tuviera cuidado con los escribanos que escogía, ya que Basilio Angulo
Miranda había escrito una petición falsa en una ocasión, y la había firmado en nombre de
Bastidas176. Por lo tanto es posible establecer que mientras la rebelión dirigida por José
Gabriel Túpac Amaru parecía contener elementos elitistas entre sus dirigentes y asesores, la
rebelión de Túpac Catari estuvo basada en representantes de la comunidad indígena, lo cual
probablemente explicaba la casi total ausencia de criollos y caciques dentro de su liderazgo. El
alejamiento de los criollos durante la segunda fase del movimiento podría atribuirse al hecho
de que, luego de la victoria de Sangarará, en los inicios de la rebelión cuzqueña, el incremento
en la intensidad de la violencia los desalentó de una mayor participación177. Más aún, la
confusión que surgió entre las fuerzas rebeldes luego de la derrota de la batalla de Piccho,
parece haber inducido a los criollos a desertar de las filas rebeldes a favor de los españoles.
46

En la segunda fase del movimiento surgió en el ejército aymara un sentimiento anti español y a
Página

veces anti criollo. En su confesión, el indio Diego Estaca señaló que «el objetivo principal del
levantamiento era librarse de todos los blancos, porque los españoles nativos (criollos) se
habían aliado con los europeos, que el Rey había ordenado que debían ser expulsados»179.
Mientras tanto, Basilio Angulo Miranda, un mestizo más «cauto», declaró que «era verdad que
ellos odiaban a los europeos porque ellos eran los que se empleaban no solo como
corregidores y oficiales de aduana, sino también porque venían a gobernarlos y despreciaban a
los criollos»

Otros contrastes entre la primera y segunda fases del movimiento pueden ser detectados en la
organización militar de los ejércitos cuzqueño y aymara. Apasa manifestó claramente que
durante su período de mando solo se nombraron capitanes, pero cuando los dos Incas llegaron,
«oyó el nombre de coroneles y capitanes-coroneles, cuyas funciones no se sabe explicar»184.
Esto significa que la estructura del ejército cuzqueño parece haber sido más compleja y
jerárquica, y probablemente más en la línea de la organización militar española; hecho que
podría explicarse por la participación de criollos al inicio del movimiento.

Con respecto al mantenimiento de las armas, mientras que en la primera fase Túpac Amaru
pudo contar con expertos armeros criollos, en la segunda fase los rebeldes recurrieron a
artesanos menos calificados. Como declaró Francisco Básques, el hombre que hacía los
cañones era un indio de bajo origen cuyo nombre ya no podía recordar; pero de todos modos
no habían suficientes hombres para usar las armas, solo alrededor de 50 negros y mulatos y 30
indios186. Esto sugiere que, a diferencia del ejército reclutado por Túpac Amaru, el ejército
aymara incluía en sus filas no solo a indios sino también a negros y mulatos.

Esta activa participación de negros y mulatos en el Alto Perú contrasta considerablemente con
el rol que cumplieron durante la primera fase del movimiento, cuando desempeñaron
solamente tareas menores, tales como cocinar para las tropas (O’Phelan, 1979a: 99). El
incremento significativo de la participación de negros y mulatos durante la segunda fase del
movimiento se materializó en un decreto que abolía la esclavitud, expedido por Diego Túpac
Amaru el 6 de setiembre de 1781 (Vega, 1969: 154). Tal vez esto podría explicarse como una
medida táctica específicamente dirigida a dar reconocimiento y propiciar el enrolamiento de
los negros en las fuerzas rebeldes. No debe olvidarse que durante la segunda fase de la lucha el
ejército rebelde no solo pareció estar menos organizado, sino también ser menos numeroso
que en sus inicios. Por lo tanto, la participación de los esclavos debió reforzar las menguadas
fuerzas insurrectas que, en particular, adolecían de fusileros.

Conclusiones del libro

Este libro ha intentado reformular la historia de los movimientos sociales que tuvieron lugar
durante el siglo XVIII en el virreinato del Perú. Hasta hoy, la historiografía relativa a este tema
ha adolecido de dos limitaciones fundamentales. Por un lado, se ha concentrado masivamente
en el movimiento identificado como «la rebelión de Túpac Amaru», que barrió la región
surandina entre 1780-1781. Por otro lado, la mayoría de los estudios han analizado las
revueltas del Bajo Perú separadamente de las que ocurrieron en el Alto Perú, olvidando,
desafortunadamente, que en ese tiempo la región surandina era una unidad económica bien
articulada, y que cualquier división territorial hecha con criterios modernos distorsionaría el
análisis y ocultaría las obvias conexiones existentes en toda la región.

El defecto principal de este esquema es que las rebeliones aparecen como movimientos
47

aislados y descoordinados, y el historiador no tiene la perspectiva del «proceso» general detrás


de ellas. Un estudio más completo de los numerosos movimientos que han tenido lugar
Página

durante el siglo XVIII demuestra que el cuadro de la lucha social tuvo un carácter dinámico
antes que estático o intermitente y, de hecho, mucho más complejo. No puede reducirse
simplemente a tres o cuatro insurrecciones.

En vez de describir las revueltas en un orden cronológico, mi intención fue aproximarme a ellas
en «coyunturas», esto es, en períodos más o menos bien definidos de descontento social o
concentraciones de revueltas que, eventualmente, culminaron en rebeliones. El análisis en
términos de «coyunturas de rebelión o intranquilidad social» hizo posible observar que
hubieron algunos momentos particulares durante el siglo XVIII que reactivaron las
contradicciones dentro de la estructura colonial y, por lo tanto, crearon condiciones de
descontento general (y no solo local).

Con esta aproximación fue posible detectar tres coyunturas de rebelión en el curso del siglo
XVIII. La primera tuvo lugar entre 1726-1736, durante el gobierno del virrey Castelfuerte, cuyos
decididos esfuerzos por incrementar los ingresos de la Real Hacienda, principalmente a través
del tributo indígena y la mita minera, generaron una ola de descontento social.

El segundo período de intranquilidad coincidió con la legalización del reparto (1751-1756),


aunque como resultado de esta medida económica solo parecen haber estallado revueltas
desarticuladas y, fundamentalmente, en áreas que se hallaban bajo presión económica por
otros factores, tales como la mita minera y los diezmos. Estas provincias, indudablemente,
fueron más sensibles al reparto, el cual significó un incremento real en la carga económica de
las comunidades.

La tercera coyuntura de rebelión fue estimulada por las Reformas Borbónicas llevadas a cabo
por el visitador José Antonio de Areche desde 1777 en adelante. Me parece que estas medidas,
que por cierto marcaron un punto decisivo en la política fiscal, incrementaron la presión sobre
la producción y el comercio. Las Reformas afectaron a la mayoría de los sectores sociales y,
entre ellos, a los más dinámicos, cuyo resentimiento contra la Corona culminó en la Gran
Rebelión de 1780-1781. La división administrativa del Perú en 1776 debilitó más aún la
economía al introducir fronteras comerciales dentro de un área que hasta entonces había
estado unida. Sin embargo, a pesar de esta nueva división, la rebelión articuló al Bajo y al Alto
Perú.

Tanto la primera como la tercera coyuntura de rebelión están bien definidas en tiempo y
espacio. Sin embargo, ese no es el caso en lo que se refiere a la segunda. Esta sería más
conveniente describirla solamente como una «coyuntura de intranquilidad social», ya que los
levantamientos que tuvieron lugar durante ella no culminaron en movimientos de largo
alcance. En realidad, lo que encontramos en este período no es más que un conjunto disperso
de revueltas locales menores. Funcionaría entonces la combinación repartos-sin rebeliones.

Podrían sugerirse algunas razones para explicar por qué la segunda coyuntura fue incapaz de
generar una rebelión de envergadura. Tanto durante la primera como en la tercera coyuntura,
los indios, mestizos y criollos fueron afectados por las medidas económicas. En ambos casos,
las medidas tuvieron un carácter fiscal. El censo de Castelfuerte estimuló una campaña contra
los mestizos que se hizo más evidente en 1750, cuando la Corona restringió el ingreso de éstos
a los monasterios, universidades y cargos menores en los cabildos locales. En la tercera
coyuntura, la política de Areche tuvo rasgos anti-criollos. Como resultado, varios miembros de
48

la élite criolla comenzaron a perder su posición política favorable en la Audiencia de Lima y


fueron golpeados duramente por el incremento de la alcabala al 6 % y el establecimiento de las
Página

aduanas. En tanto eran importantes productores y comerciantes, estas medidas los afectaron
seriamente.
En este contexto, es importante observar que el mayor número de revueltas durante el siglo
XVIII ocurrió en la sierra, y que las rebeliones de más largo alcance tuvieron lugar en la región
surandina. Pueden sugerirse algunas explicaciones. En primer lugar, es precisamente en la
sierra donde se desarrollaron dos de los tres sectores económicos más importantes, a saber, la
producción textil y la minería. Mientras tanto, la costa estaba dedicada a una economía de
exportación, basada en plantaciones de azúcar, algodón, vid y arroz que utilizaban
prioritariamente mano de obra esclava en vez de la fuerza laboral indígena, como ocurría en la
sierra.

En segundo lugar, la región surandina también muestra características particulares. Mientras


que en la región norte no se explotó intensivamente ningún centro minero hasta 1771, en el
sur toda la economía regional comienza a gravitar alrededor de las minas de Potosí y
Huancavelica desde el siglo XVI, generando un circuito comercial bien articulado. De hecho, la
región surandina parece haber sido el eje de acumulación de las contradicciones coloniales. Los
antiguos métodos de explotación permanecieron vigentes en el sur hasta el siglo XVIII.
Contando con la mayoría de la población indígena, los tributos estaban generalizados. La mita
minera comenzó a operar con el descubrimiento de Potosí, involucrando a varias provincias del
Bajo y Alto Perú. En el siglo XVIII también, los indios del arzobispado de Chuquisaca fueron
obligados a pagar diezmos, mientras que el obispado de La Paz acostumbraba cobrar sus
sínodos a través del sistema sínodo-hacienda. La diferencia difílcilmente dejaría de ocasionar
descontento. Más tarde, el reparto debe haber puesto a esta región bajo una gran presión, en
tanto que el incremento de la alcabala y la incorporación de los granos, coca, chuño y textiles
fabricados en chorrillos dentro del nuevo sistema fiscal, es evidente que provocó tensiones en
el desarrollo normal de la actividad económica de la región.

Es erróneo, por lo tanto, describir los levantamientos del siglo XVIII como «rebeliones
indígenas», porque como este libro lo demuestra, en las dos coyunturas más importantes tanto
los mestizos como los criollos estuvieron profundamente comprometidos en los sucesos.
Incluso en la segunda coyuntura de intranquilidad social, la presencia de mestizos, así como de
curas criollos, ha sido comprobada. Por cierto, no solo los indígenas, sino también el clero, se
vieron afectados por la legalización de la distribución forzosa de mercancías, a favor del
corregidor.

Me parece que las rebeliones estallaron usualmente en circunstancias en que las autoridades
coloniales hicieron intentos para modificar dramáticamente la estructura económica colonial a
través de cambios en los procedimientos administrativos y fiscales. Por el contrario, las
revueltas tuvieron lugar principalmente contra estímulos inmediatos, tales como el corregidor,
el diezmero, el cura o el cacique. Ciertamente, la rivalidad que surgió entre las autoridades
civiles y eclesiásticas para controlar el excedente campesino parece haber sido la causa de
muchas revueltas menores, ya que, por un lado, los diezmos y los tributos se cobraban al
mismo tiempo, mientras que, por otro, los pagos del reparto se hacían usualmente durante las
fiestas religiosas. En ambos casos, la confrontación entre autoridades civiles y eclesiásticas era
inevitable.

Un elemento importante que surge de este trabajo es el activo rol cumplido por los lazos de
parentesco en la organización de revueltas locales y rebeliones de mayor alcance. La falta de un
49

partido político durante el periodo colonial, y la existencia de una economía basada en


unidades domésticas de producción y clanes familiares, contribuyen a hacer de los lazos de
Página

parentesco un medio efectivo para involucrar gente en los movimientos sociales. La


reciprocidad entre parientes, así como la solidaridad entre los miembros de las comunidades
indígenas y entre caciques, mostraron su efectividad para movilizar a la gente durante períodos
de intranquilidad social. En menor grado, y básicamente en las áreas urbanas, los gremios de
artesanos (como en el caso de los plateros y orfebres) cumplieron un papel similar. Y en
particular, el gremio de arrieros mostró su utilidad propagando los movimientos
geográficamente.

Finalmente, debe notarse que el descontento agrario, que es un fenómeno tan común en el
Perú del siglo XIX, por ejemplo, en la forma familiar de ocupación de la tierra, o disputas sobre
territorios comunales, parece no haber jugado un papel significativo en los levantamientos
sociales del siglo XVIII. Quiero sugerir que en este siglo los problemas agrarios son indistintos
de los fiscales y opacados por estos últimos. De manera similar, la intranquilidad social a nivel
urbano, con la cual los historiadores interesados en los disturbios por subsistencias han estado
muy preocupados en los últimos años, no parece haber cumplido un rol decisivo en este
período. Los movimientos sociales durante el período colonial deben, por lo tanto, ser
analizados en términos de las condiciones políticas y administrativas particulares que se
generan durante «coyunturas» específicas, y no de otra manera. De hecho, los cambios en la
esfera fiscal (tales como una extensión de tributo, un aumento de la alcabala y una rigurosa
cobranza del quinto real) significaron un incremento potencial en los ingresos de la Corona.
Para la población colonial, sin embargo, podía constituir un reordenamiento de la estructura
económica y un deterioro de sus relaciones tradicionales de producción. Sin duda, sus
condiciones económicas cambiaron con el desarrollo y fluctuaciones de la economía colonial
como totalidad, pero no obstante ello, el propósito de este trabajo ha sido mostrar que los
factores que precipitaron las más grandes olas de descontento fueron de carácter político,
fiscal y administrativo.

5.4.- -Situación de las colonias a fines del siglo. Diferenciaciones regionales


hispanoamericanas. La Independencia de las Trece Colonias (Estados Unidos de
Norteamérica.), Brasil.
Russell Wood – El Brasil Colonial
El descubrimiento

• El autor propone que tres siglos después del descubrimiento del Brasil, la corte portuguesa
estuvo obsesionada en descubrir oro en la parte asignada a los portugueses por el Tratado de
Tordesillas. o Hacia el año 1720, cuando Minas Gerais fue declarada capitanía independiente,
ya no existía un lugar que no haya sido explorado con éxitos. Minas Gerais en un primer
momento iba a servir como base y estímulo para posteriores exploraciones hacia el oeste. o
Estos hallazgos de oro dieron lugar a dos resultados tan imprevistos como desconcertantes
para la corona. ▪ 1- fue que la corona recibió numerosas peticiones de ayuda financiera
(concesión de título honoríficos) permiso para utilizar la mano de obra amerindia como
porteadore en las expediciones y suministro de equipo minero. ▪ 2- fue que la esperanza de
50

obtener favores reales condujo a los descubridores de que cualquier cosa que se pareciese a
Página

piedras o metales semipreciosos, enviarlos a los tasadores coloniales de Salvador, Rio de


Janeiro o Minas Gerais. • Estos tasadores enviaban las muestras a la casa de la Moneda de
Lisboa para obtener una evaluación experta. La mayor parte de ellas resultaba no tener ningún
valor.

El aspecto positivo fue que el descubrimiento de oro condujo a un cuidadoso estudio de las
viejas rutas que llevaban al interior que databan del siglo XVI, y se intensificaron las
exploraciones, lo que facilitó el descubrimiento de otros recursos minerales distintos del oro
como por ejemplo el plomo, hierro, cobre, mercurio, esmeril y diamantes.

También existieron grandes yacimientos de plata, pero el oro opacaba su extracción. • El


descubrimiento del oro repercutió en la economía de Brasil y su metrópoli. • Su preocupación,
recaía en las posibles invasiones de otras naciones europeas en la América portuguesa en
busca de fortuna. Genero que se prohibió por un tiempo la actividad minera por una posible
invasión extranjera, pero esta orden real, no hicieron caso, ya que la producción creciente de
oro iba aumentando. • La interrupción de la red de abastecimientos y demandas no se reducía
a las mercancías producidas en Brasil y los incrementos de precios no se limitaban a los
artículos de lujo, sino a elementos básicos tan importantes como la sal.

rtículos de lujo, sino a elementos básicos tan importantes como la sal. o El resultado fue que
muchos pobladores de los enclaves costeros se trasladaron a las zonas mineras. o La corona
dispuso medidas para proteger la agricultura (la prohibición de la comunicación o transporte
de ganado o productos alimentario de Bahía hacia las minas de Sao Paulo). Pero estas medidas
son ineficaces por el insuficiente número de funcionarios para controlarlas. ▪ La corona
también tomo medidas para proteger a la sociedad y la economía de Portugal (+fiebre de oro) ▪
Las restricciones al número y tipo de personas por barco para transportarlos al nuevo mundo
(negocios). ▪ Pero los capitanes de los barcos siempre incumplían esta norma, y llevaban gente
de más. ▪ Mucha inmigración. ▪ Agricultura abandona el campo por las minas.

La fiebre del oro.

No había una ruta fácil hacia el interior para buscar oro. o Encontramos cadenas montañosas,
las rápidas corrientes de los ríos, condiciones climatológicas extremas de frio y calor, animales
salvajes, insectos venenosos, la presencia de indios hostiles eran los inconvenientes a los que
los buscadores del oro se enfrentaban, y es por eso. • Los que predominaba era la ruta por vía
terrestre. • Presencia en los caminos por indios hostiles como los paiaguá y los guaicurú, juntos
o separados, mataron a muchos portugueses. o Antes el peligro de un ataque, los portugueses
se organizaron en convoyes como mejor medio de supervivencia. • Vemos que la afluencia a
Minas Gerais fue la más importante. • LAS PRIMERAS RUTAS QUE TRAZARON HACIA MINAS
FUERON DESDE RIO DE JANEIOR, SAN PABLO Y ZONA DE LA COSTA. o Llego gente de todo tipo,
de la más diversa condición social y de toda clase de sitios.

La administración

A principios del siglo XVIII: o la corona de Portugal introdujo una serie de medidas
administrativas con la intención de contener la anarquía que caracterizaba a las zonas mineras,
y establecer una cierta estabilidad. o Tenían tres propósitos: proporcionar un gobierno efectivo,
administrar justicia y satisfacer las obligaciones reales como defensora de la fe. ▪ El
instrumento principal de esta política fue el establecimiento del municipio o vila (villa) que
representaba respeto a la justicia. ▪ En 1639, una orden real declaraba que se podía establecer
51

vilas en el interior del Brasil, a condición de que estas cooperaran en la introducción de la ley y
Página

el orden. ▪ Antes de concederse la aprobación definitiva de una vila: el rey recibía los siguientes
informes: el pago que debía anticipar la hacienda real, la población existente y el tipo de
crecimiento demográfico que se preveía, el potencial económico de la ciudad, así como su
importancia militar (establecimiento fijo + crecimiento).

Vemos que la corrupción y la violencia en los centros mineros, hizo que la corona tenga
dificultades para administrar justicia a las tierras del interior. o Se tuvo que contender con la
potente combinación de la distancia de los tradicionales centros del poder magistral asociado y
con elevado aliciente para la corrupción que se permitían los magistrados. o También,
mediante la autorización de las juntas judiciales, integradas por el gobernador, el oficial mayor
del tesoro real y el oidor principal de cada comarca, dictaron sentencia de muerte para
aquellos crímenes cometidos por negros, mulatos e indios.

Otro de los problemas estuvo relacionado con la cualidad y numero de los magistrados fue la
confianza real en tales jueces los tuvo como resultado que el rey otorgara a sus magistrados
una variedad de responsabilidades. • En Minas Gerais, los oidores se hicieron cargo del tesoro
real hasta que el rey juzgaba conveniente establecer la hacienda real encabezada por provedor
mór. o A pesar de que los oidores tuvieran prohibido el inmiscuirse en transacciones
comerciales, tampoco se vieron impedidos en establecer conexiones personales de tipo
lucrativo en sus áreas de jurisdicción. ▪ Estaban más preocupados por terminar sus cargos
como hombres ricos, que en el asunto de la administración de justicia imparcial.

La corona se vio forzada a reconocer en las zonas mineras, existía una escasez de juristas
expertos, y que el personal era totalmente inadecuado para hacer cumplir la ley o hacer justicia
a los criminales. o En respuesta a las quejas habidas en las zonas rurales por falta de notarios
públicos, lo cual hacia que la gente murieran sin últimas voluntades atestiguadas, la corona
autoriza a los senados da cámara para nombrar juizes da vintena en todas aquellas parroquias
que estuvieran a más de una legua de la sede del gobierno principales. • Estos factores –
corrupción, responsabilidad y avaricia- dificultaban una eficaz aplicación de la justicia en las
zonas mineras y contribuyeron igualmente a presentar dificultades con la iglesia católica en el
interior.

Los gobernadores se quejaban de que los curas tenían concubinas, creaban familias, se
dedicaban a la minería, se oponían a los esfuerzos de la recaudación del quinto, sembraban
disensión entre la población y arrancaban exorbitantes retribuciones por sus servicios en
concepto de celebración de bautismo, casamientos o funerales.

La sociedad:

La característica más evidente que surgió de la sociedad de las zonas mineras fue la de su
cualidad inminente. • En 1695, la sociedad estaba integrada por una variedad de grupos
bandeirantes, ganaderos ocasionales, un puñado de misioneros, algunos especuladores e
indios. o En menos de dos décadas, las zonas mineras, aumentaron su población de manera
colosal generando en Minas Gerais, que el número de esclavos negros paso de cero a unos
30.000. o Durante los primeros años de Minas Gerais, se generaban revueltas populares contra
el control de la corona. ▪ Por un lado, estaba la corona con una política explotadora.--> malestar
en la sociedad. ▪ Por el otro, los colonos, notoriamente independientes, cuyo sustento era de lo
más imprevisible, y quienes consideraban que las presiones burocráticas y fiscales llegaban
hasta el punto de amenazar su existencia. ▪ La resistencia abierta era constante debido a los
52

cambios que se operaban en el método de recaudación del quinto.


Página

La inseguridad y el descontento en las zonas mineras se vieron incrementados por la política


real en relación al incremento de recaudación de contribuciones. • Guerra de EMBOADAS:
CONLICTO ENTRE PAULISTAS (MEZTIZOS, INDIOS) APROVECHADOS POR GOBERNADORES. • El
rey creía que, un movimiento hacia el oeste, las necesidades suministros básico de las personas
y sus posesiones de oro, podían revertir a favor de la corona en dos direcciones. o Una fue
mediante la restricción del acceso a las zonas mineras y el control de todos los puntos de
entrada, a través de los cuales podían introducirse mercancías en tales regiones. o La otra fue
que se esperaba que los habitantes de las zonas mineras, al margen de los pagos del diezmo y
otras clases de impuestos, hicieran contribuciones extraordinarias para la construcción de
cuarteles, residencia del gobernador, salarios para los funcionarios de la casa de la moneda, la
reconstrucción de Lisboa después del terremoto de 1755 entre otros.

La pauta demográfica de las zonas mineras durante la primera mitad del siglo XVIII
básicamente fue la misma que la de los enclaves costeros: una minoría blanca con predomino
sobre una mayoría de esclavos negros.

La economía

Las áreas mineras dependían profundamente del ganado vacuno. • Antes del oro, la ganadería
se había desarrollado en el noreste, teniendo como mercados tradicionales a las ciudades de
las zonas costeras, no solo para ganado en pie, cuya producción fue posible gracias a la
existencia de salinas naturales. • Desde los inicios del siglo XVIII, la corona concedió semarias
en el interior de Minas Gerais, para aquellas personas que deseaban dedicarse a la cría del
ganado. o Existieron variaciones regionales, en donde la única restricción afecto al cultivo de la
caña de azúcar, en parte, por el temor que la corona tuvo a que éste desviara la mano de obra
de la minería. o Un aspecto interesante de la relación entre el crecimiento económico y las
oportunidades para los artesanos fue el desarrollo de las artes decorativas. ▪ El oro no fue
solamente un medio de pago, sino que también fue un medio de expresión y hubo muchas
formas de trabajar el metal precioso para la decoración religiosa y secular ▪ El oro fue la razón
del empuje migratorio hacia el oeste. L ▪ a fascinación exclusiva y obsesiva que ejerció el oro en
los primeros años condujo al establecimiento de mineros individuales, y a casi regiones enteras
al borde de la destrucción.

La minería:

Durante la primera mitad del siglo XVIII: o el oro fue la base de la economía y la sociedad de
Minas Gerais, Mato Grosso y Goiás. o Los tres criterios esenciales para la valoración del oro
eran la forma, el color y la textura. o Los depósitos auríferos estaban incluidos dentro de dos
categorías fundamentales: el oro que se encontraba en vetas y el que se encontraba en los ríos.
La fuente de oro más extendida fue el placer minero. Los cateadores extraían oro del lecho de
los ríos, usando bateas de madera o de metal. • A lo largo del período colonial, la tecnología
minera continuó siendo rudimentaria. • A pesar de que el rey hubiera dictaminado, en el siglo
XVI, el envío de ingenieros de minas a Brasil, las demandas de tecnólogos de Hungría o Sajonia,
hechas durante el siglo XVIII, no fueron respondidas.

A los esclavos de origen africano-occidental, en general la minería y metalurgia les era más
familiar que a sus propietarios blancos y, en realidad, eran específicamente escogidos por su
destreza. La esclavitud en las zonas mineras proporciona puntos de contraste a la que se
desarrolló en las plantaciones, siendo entre éstos la baja productividad el primero que
53

sobresale. o Las limitaciones técnicas, el agotamiento de los depósitos auríferos más


disponibles y la baja productividad, no fueron los únicos factores que contribuyeron al fracaso
Página

de lograr el máximo potencial extractivo. Demasiado a menudo esto fue el resultado de una
combinación de factores no directamente relacionados con la disponibilidad de oro. ▪ Por
ejemplo, se alegaba que el descenso de la productividad era atribuible a la ausencia de
incentivos para los descubridores.

Los quintos.

Si la legislación minera permaneció relativamente inalterada en la América portuguesa, no


puede decirse lo mismo en cuanto a la diversidad de métodos usados por la corona en sus
intentos de recaudar, de modo nada eficiente, los quintos (tributo pagadero a la corona que
correspondía a la quinta parte de todo el oro extraído). • Los quintos contaron con el pleno
apoyo del soberano o de los dominados. La corona declaraba que ambos métodos permitían
oportunidades excepcionales para la evasión del pago y el contrabando de oro libre de
impuestos. • La indecisión o incapacidad para imponer la voluntad real tuvo repercusiones
adversas no sólo en la industria minera, sino en el comercio en general. • El fracaso más serio
para la corona fue el hecho de que ésta no desarrolló un sistema único y uniforme. • En gran
parte, ello fue debido a que la industria sufría cambios tan rápidos, que las respuestas
burocráticas inevitablemente quedaban rezagadas ante los nuevos e imprevisibles desarrollos.
• La inconsistencia y los frecuentes cambios en la política no dejaron de tener sus efectos
perturbadores sobre el comercio en general. • Los comerciantes lucharon contra los mayores
controles de sus movimientos, los derechos adicionales que se les exigían y las demandas de
tener que mantener registros estrictos de importaciones, ventas y beneficios.

El contrabando.

La naturaleza del oro, combinada con las inadecuaciones administrativas, el terreno, la codicia
humana y el señuelo de elevadas ganancias hicieron que el contrabando fuera desenfrenado. •
En la colonia existieron casas de moneda y de fundición falsas, aunque generalmente éstas
tuvieron corta duración. Las primeras se dedicaban propiamente a falsificar monedas de oro,
mientras que las segundas fundían barras de oro libres de impuestos. o Estas operaciones
podían contar con la presencia de un antiguo empleado de una ceca real o casa de fundición y
usar troqueles falsos, o troqueles que las autoridades no habían destruido. o La corona puso
todos los medios a su alcance para contener el contrabando.

Se establecieron puestos de aduanas y registros en los caminos y ríos de las zonas mineras. ▪ Se
incrementaron las patrullas, especialmente en la Serta da Mantiqueira, y se usaron soldados
indígenas para patrullar. ▪ Con la reintroducción de las casas de fundición, se crearon registros
adicionales para hacer frente a los centros de población creciente en zonas alejadas. En el
terreno judicial se abrieron indagaciones especiales en tomo a la moneda falsa y degradación
del oro. Estas medidas produjeron pocos éxitos, el descubrimiento en 1731 de una casa de
acuñación falsa en y en 1732, la ejecución pública en la hoguera de dos falsificadores de
moneda en Salvador. ▪ Este tipo de investigaciones, en las capitanías del interior, eran
realizadas por los oidores y, en las ciudades de Río de Janeiro y Salvador, por el magistrado
principal, por el oidor de los asuntos criminales. En 1755, el rey ordenó que toda esta clase de
investigaciones fueran llevadas a cabo por el recién establecido intendente general del oro.

Balance:

Vemos que la producción global en la colonia se multiplico por cinco en las dos primeras
décadas del siglo XVII y continuo con su desarrollo, pero con un ritmo más lento durante el
54

periodo 1720- 35. • Continuando con este durante los años 1735 a 50 vemos la presencia de
Página

un dramático incremento de producción.


¿Entonces el autor se pregunta para donde fue el oro de Brasil? o La respuesta de esto es que
el oro brasileño podría haber enriquecido a Portugal, pero no lo hizo porque Portugal era un
país pobre, tenía muchas deudas y su economía dependía de Inglaterra. o Esta dependencia
económica en relación con Inglaterra comenzó en el siglo XVII y aumento en 1703 cuando fue
firmando el tratado de methum entre ambos países. o Este estado establecido que Portugal era
obligado a consumir los tejidos de Inglaterra y esta debía consumir los vinos de Portugal. Como
los tejidos eran importantes y caros quedo en desventaja comercial ya que importaba más de
lo que exportaba. o Portugal siempre estuvo deficiente para poder pagar sus deudas a
Inglaterra utilizaba el oro extraído de Brasil quienes más lucraron con el oro brasileño fueron
los ingleses.

Russell Wood – Las industrias extractivas: las piedras y los metales preciosos en el Brasil
colonial

El oro del África occidental durante el siglo XV y el oro de Monomotapa y las piedras preciosas
de la India en el siglo XVI habían enriquecido a Portugal, pero los contactos de los españoles
con oro, plata y piedras preciosas a principios del siglo XVI en América habían despertado en la
corte portuguesa esperanzas de que hubiese riquezas similares en Brasil. Espoleadas por
leyendas indígenas interpretadas erróneamente acerca de un lago repleto de oro y una
montaña de esmeraldas, diversas expediciones efectuadas en el Brasil del siglo XVI
comunicaron haber encontrado oro desde Bahía a Paranaguá.

Los primeros hallazgos de oro en cantidades lucrativas se hicieron en la década de 1690 en Río
das Velhas, Río das Mortes, Río Doce y en la región conocida con el nombre de «minas de Sao
Paulo». Desencadenaron una verdadera fiebre del oro. Durante el medio siglo siguiente, raro
fue el año en que no hubiese noticias de nuevos hallazgos en las regiones costeras y en el
sertiío, pero los mayores yacimientos se encontraban en Minas Gerais, Mato Grosso y Goiás,
calculándose que cerca de dos tercios correspondían a Minas Gerais. En 1720, Minas Gerais se
convirtió en una capitanía cuya economía giraba en torno a la extracción de oro. En 1718 (en
Cuiabá) y 1734 (Guaporé) hubo hallazgos de importancia en Mato Grosso. En 1725, se informó
de haber encontrado yacimientos auríferos en Goiás y más adelante en cantidad suficiente
para atraer a buscadores procedentes de Minas Gerais y Minas Novas, en 1736-1737.

En cuanto a las piedras preciosas, se trataban de esmeraldas, granates, amatistas,


aguamarinas, circonio y, sobre todo, diamantes, cuyo hallazgo fue un subproducto de la fiebre
del oro en Serro Fria, en la parte septentrional de Minas Gerais, con posterioridad a 1714, pero
bastante antes de que se reconociese oficialmente en un informe del gobernador de 1729. En
otras capitanías también se encontraron diamantes, junto a1 oro aluvial. El oro y los diamantes
rindieron beneficios gigantescos a los inversores, especuladores y empresarios, pero en el caso
de los diamantes, el incep.tivo para explotarlos fue menor que en el del oro, a causa del control
más efectivo que la Corona ejercía. Con todo, al saberse que se habían descubierto diamantes
en Serro Frio, hubo buscadores que abandonaron sus explotaciones en Minas.Gerais y Bahía, a
principios del decenio de 1730.

Las fiebres del oro

El aviso de los primeros hallazgos de yacimientos de oro en Minas Gerais provocó una
55

emigración en masa desde Portugal, las islas del Atlántico y los enclaves costeros de Brasil. Los
emigrantes pertenecían a todos los estratos de la sociedad portuguesa: comerciantes,
Página

campesinos, clérigos, delincuentes, desertores del ejército, libertos de color y esclavos. Fiebres
del oro posteriores en Mato Grosso y Goiás, y la noticia de haber encontrado oro aluvial en
Bahía, suscitaron respuestas no menos febriles, si bien se caracterizaron por afectar a un
número mucho menor de personas y, entre ellas, a menos emigrantes de Portugal, en
comparación con los de otras zonas de Brasil. Además, el aumento del precio de los esclavos en
los emporios de la costa -a consecuencia de los yacimientos hallados en Minas Gerais- hizo que
hubiese menos compradores de esclavos dispues_tos a trasladados a lo que entonces todavía
eran regiones remotas en las que resultaba aventurado penetrar.

Es innegable que Minas Gerais -en donde se produjeron hasta tres oleadas de fiebre del oro-
era el destino último de muchos, no sólo de quienes habían tenido éxito como empresarios
mineros, sino también de los que se habían desilusionado de la minería y se habían dedicado al
comercio o habían adquirido pequeñas parcelas para cultivarlas. La manifiesta renuencia a
trasladarse más al Oeste correspondía también a una mayor conciencia del carácter
especulativo de la industria y a la consiguiente mayor cautela.

Pero esa riqueza y esos excesos tenían un alto precio, que pagaban los esclavos, en quienes
recaía todo el peso de un régimen cruel, y todos los sectores de la comunidad del Distrito
Diamantino, en donde estaban restringidas las libertades personales. Aunque había diamantes
en muchas zonas de la colonia, salvo en el Norte de Minas Gerais, esa industria no dio lugar a la
formación de comunidades, ya fuesen aisladas o agrupadas. Ningún hallazgo de piedras o
metales preciosos, aparte del oro y los diamantes, ejerció una fuerza centrípeta suficiente
como para atraer a personas y recursos basta el punto de crear núcleos demográficos.

LOS ASPECTOS SOCIALES DE LAS COMUNIDADES MINERAS

Había grandes diferencias en cuanto a demografía, producción, composición social y étnica,


diversidad económica y posibilidades de inversión de capitales, atribuibles en parte al
momento en que se efectuase el hallazgo de un yacimiento dentro del ciclo general de la
minería del oro, a la duración de las e)!:tracciones a niveles viables, a la región de que se
tratara, a la realidad insoslayable de que la industria se basaba en un activo no renovable y a
factores ajenos a las peculiaridades de la propia industria. Muchos yacimientos duraron y
rindieron tan poco que dieron lugar a campamentos mineros de carácter temporal, que no
llegaron a convertirse en comunidades. Muchos mineros no tuvieron éxito y estaban siempre
trasladándose de un lugar a otro, en busca de filones. Hubo incluso comunidades ya
establecidas que fueron abandonadas virtualmente de la noche a la mañana, al saberse que
habían aparecido riquezas potencialmente mayores en algún otro sitio. Muchos se
desilusionaron y dejaron la minería para emprender actividades comerciales o agrícolas, o
regresaron a las ciudades y pueblos de la costa. Las comunidades basadas en el oro se
caracterizaban por su formación atropellada --en algunos casos, en apenas más de un
decenio-- desde el asentamiento inicial a su consolidación administrativa como vilas, lo cual
confirió un carácter de «fugacidad» a muchas de ellas y relegó a un segundo plano la búsqueda
de soluciones a los problemas que no estuviesen directamente relacionados con la minería.

La fiebre del oro y la elevada producción (o la expectativa de ella) hicieron que el crecimiento
demográfico fuese exponencial: a los ocho años del primer hallazgo de oro, Cuiabá contaba con
7 000 almas; a los tres años de los primeros descubrimientos, en Minas Novas había cerca de
40000 personas. Tras la fiebre del oro inicial y durante los años más productivos, emigraron
anualmente a Brasil entre 3 000 y 4 000 portugueses, la mayoría de los cuales se dirigió
56

probablemente a las minas. Hubo incluso un flujo más intenso de personas de origen africano:
Página

en Minas Gerais, la población esclava ascendía a 30000 individuos en los dos primeros
decenios del siglo y era de, al menos, 101607 en 1738. De 1698 a 1770, llegaron cerca de
341000 esclavos a Minas Gerais, aunque desconocemos cuántos intervenían directamente en
actividades relacionadas con el oro. En 1739, la población total de la capitanía se situaba entre
200 000 y 250 000 personas, entre las que había de un 40 a un 50% de esclavos. Una segunda
característica era la densidad demográfica en terriitorios reducidos, que cabe atribuir a que la
minería es una industria de gran densidad de mano de obra: en 1737 se concentraban más de
5 000 esclavos en el Morro de Santa Ana, en las afueras de Vila do Carmo; en Serro Frio había
de 8 000 a 9 000 esclavos extrayendo diamantes, antes de que en 1740 se instituyese el
régimen de concesiones.

Una tercera característica demográfica era que en todas las zonas mineras la mayoría de los
habitantes eran de origen africano: en el Distrito de los Diamantes, la proporción era de un
capataz (blanco) por cada ocho esclavos. En esa mayoría predominaban al principio los
esclavos y entre ellos existía un desequilibrio crónico por el que había más hombres que
mujeres, situación que se daba igualmente en la población blanca, al escasear las mujeres en
edad de contraer matrimonio.

Estas características cambiaron durante el siglo XVIII y comienzos del XIX: por nacimiento o
inmigración, un mayor número de mujeres pasaron a formar parte de la población de las zonas
mineras, alcanzándose casi la paridad entre los sexos al final del período colonial. Así
disminuyó el elevado porcentaje de solteros por el que hasta entonces se distinguía a esos
territorios y aunque el concubinato seguía siendo una práctica muy común, se generalizaron las
familias legalmente constituidas. En las zonas mineras se produjeron cada vez más
manumisiones de hombres y mujeres, y aumentó significativamente el número de mulatos. El
tiempo que duraron estos cambios y su intensidad variaron considerablemente entre Minas
Gerais, por un lado, y Goiás y Mato Grosso, por otro.

LAS ECONOMÍAS DE LAS REGIONES MJNERAS

La historia económica de Las comunidades mineras sigue un patrón fácil de predecir: aparición
de rumores acerca del hallazgo de un filón, afluencia en masa, aumento acelerado de la
violencia provocada por las disputas sobre denuncias de minas inexistencia de infraestructura
económica, escasez de alimentos, precios exorbitantes explotación e intentos de· las
autoridades de regular las redes y los precios de lo; abastecimientos, las concesiones y la_
institución: de una base tributaria. En los campamentos mineros de los que cabía prever cierto
grado de estabilidad las autoridades locales procuraban afrontar los problemas económicos,
pero gran parte de las iniciativas quedaba en manos del sector privado. En poco tiempo, se
sembraban cultivos de subs1stenc1a, se congregaban artesanos de un amplio abanico de
«oficios mecánicos», se creaban mercados, se establec1an circuitos reg10nales y locales de
aprovisionamiento y se instituía una base tributaria. Aunque nunca se erradicara la usura, la
manipulación de los suministros, el acapara;111ento rulos consiguientes precios artificialmente
elevados, al menos se les ponía coto. Los prec10s, los sueldos y salarios, y el coste de la Vida
eran normalmente más altos en los distritos mineros que en los agrícolas de la costa,
señaladamente por lo que se refiere a las mercancías importadas de Europa, no sólo por el
coste del transporte, sino también por la multiplicación de los puntos de tributación_ Las
comunidades mineras tardaron más en convertirse en mercados de redes de abastecimiento a
larga distancia, pues los comerciantes de los puertos de mar tenían que evaluar las
57

posibilidades que ofrecían de producir beneficios y sopesarlos con los costos más elevados que
acarreaba el transportar hasta allí las mercancías.
Página
Aunque algunos de esos factores también intervenían en las economías agropecuarias, otros
eran específicos de las regioles mineras y sometían a los empresarios de la minería a presiones
que los agricultores no padec1_an. En las. zonas mineras se daba la situación única de que el
producto y el medio de adquisición. era uno solo: el oro. También era el bien preferido para
garantizar los préstamos. Además, el productor, el empresario de la minería, no controlaba el
precio de su producto, que era fijado por la Corona. Aumentar las inversiones en
procedimientos de extracción más perfeccionados no garantizaba el aumento del rendimiento,
y la industria no era lo bastante estable, ni la producción lo bastante predecible, como para
incitar a los empresarios a asumir empeños o firmar contratos a largo plazo, ni confiar en que
el rendimiento constante de terrenos aluviales bastaría para adquirir los suministros
esenciales.

LAS AUTORIDADES MUNICIPALES

Desde el descubrimiento inicial hasta que a un campamento minero (arraial) se le otorgaba el


rango municipal (vi/as), a menudo no transcurría ni siquiera una década. En Minas Gerais,
entre 1711 y 1718 se crearon ocho vilas, pero en Bahía, Mato Grosso y Goiás se crearon
menos, estaban más separadas entre sí y el proceso duró más tiempo.

Los concejales municipales se esforzaban por preservar la ley y el orden público, imponer y
recaudar los impuestos y rentas, establecer contratas, fijar y hacer cumplir normas en materia
de comercialización y venta, fijar orientaciones a la actuación profesional de los artesanos y
médicos, regular los honorarios de los servicios, determinar los precios de los productos
básicos, normalizar los pesos y medidas, y se ocupaban de la construcción y el mantenimiento
de las obras públicas. En las zonas mineras,' revestían especial gravedad los problemas
relacionados con los cimarrones, la normalización de pesos y medidas del oro en polvo, que era
el instrumento de cambio para compras de poca monta, y la usura

EL GOBIERNO

La creación por la Corona de nuevas capitanías, cada una de ellas dotada de un gobernador y
de funcionarios, correspondía a la importancia relativa de los yacimientos auríferos: Sao Paulo
y Minas do Ouro (1709), Minas Gerais (1720), Goiás (1744 ), Mato Grosso (1748). Se crearon
distritos judiciales con magistrados y funcionarios reales. La presión de los concejos
municipales de las regiones mineras, en especial de Minas Gerais, hizo que el monarca
autorizase, en 1734, la creación de un segundo tribunal de apelación en la colonia, en Río de
janeiro, que no empezó a funcionar hasta 1752. Aunque al rey le preocupaba la atracción que
las zonas mineras ejercían en fuerzas extranjeras, las verdaderas posibilidades de desorden
radicaban en el seno de aquéllas. Se constituyeron tropas de dragones profesionales y se
alentó la formación de milicias. Sus instrucciones generales consistían en sofocar los
levantamientos, refrenar a «los poderosos del interior•, auxiliar a quienes recaudaban los
impuestos y diezmos, hacer respetar el toque de queda, detener a los delincuentes y capturar a
los cimarrones. Algunas funciones se referían directamente al oro y los diamantes: escoltar el
transporte de oro en barras, combatir la evasión de impuestos sobre la producción de oro,
acabar con el contrabando de oro o diamantes y patrullar las concesiones mineras.

La eficacia de las autoridades civiles o eclesiásticas se vio debilitada paulatinamente por la


58

lejanía de los territorios, la lentitud de las comunicaciones, la falta de transparencia de las


actuaciones de aquéllas, su codicia y corrupción, el número insuficiente de personas
Página

encargadas de hacer cumplir las leyes, las disputas sobre los respectivos ámbitos
jurisdiccionales entre las autoridades civiles y eclesiásticas, el entreveramiento y la oposición
de jurisdicciones de los distintos órganos de gobierno y la indefinición o demarcación
defectuosa de las fronteras. En la práctica, los gobernadores de las capitanías mineras gozaban
de considerable autonomía de decisión, pero tenían que actuar con cautela para no ser
víctimas de calumnias en la Corte, de las acusaciones de virreyes o gobernadores a causa de
haber abusado de su autoridad, o, incluso, de la grave imputación de lesa majestad.

LA MINERÍA: SU TECNOLOGÍA Y LAS LEYES E IMPUESTOS QUE SE LE APLICABAN

El valor del oro se calcula por su forma (hojuelas, granos o pepitas), color (amarillo, gris o
negruzco) y pureza (entre 19 y 22,5 quilates en Minas Gerais). La calidad variaba mucho entre
las distintas regiones e incluso según de qué río procediese. Los yacimientos eran aluviales o en
filones. Predominaba la extracción de oro de lavaderos, que llevaban a cabo buscadores de oro
no agrupados, cerniendo los cursos de agua con una bateia; menos toscos eran los sistemas de
los taboleiros, consistentes en laborar todo el lecho de un río, y el de las grupiaras, que
laboraban las orillas de los ríos. La grava de las catas se transportaba hasta la fuente de agua
más próxima. El agua era un elemento imprescindible de la minería del oro: se desviaban o
represaban ríos, se transportaba agua a distancias a menudo considerables mediante
acueductos y se alzaba con norias y elevadores hidráulicos. Los métodos más complejos, que
exigían las mayores inversiones pero ofrecían posibilidades de obtener rendimientos más
elevados, eran las lavras: esclusas y canales en los que los esclavos cernían los residuos. La
minería subterránea en galerías y con las consiguientes máquinas para machacar la piedra era
menos frecuente y sólo existía en determinadas regiones.

La tecnología minera seguía siendo primitiva, los reconocimientos geológicos eran virtualmente
inexistentes, el trabajo era agotador y peligroso, y la duración de la vida laboral de los esclavos
oscilaba entre 7 y 12 años. La extracción de diamantes también necesitaba agua y el
procedimiento era similar al empleado con el oro aluvial: los canales y las esclusas conducían el
agua y la grava a una larga trinchera, al aire libre, aunque a menudo cubierta por un techado
de paja, en la que una fila de esclavos buscaba diamantes entre la grava, vigilados por los
capataces. En cuanto a la fundición del mineral de hierro, a principios del siglo xvn en Sao Paulo
funcionaban hornos rudimentarios (fomos cataliies), pero hasta comienzos del siglo XIX, gracias
a ingenieros extranjeros y al empleo de los fornas suecos no fue una actividad financieramente
viable.

Sorprendentemente, sólo en dos ocasiones -en 1720 y 1789 en Minas Gerais- estalló el
descontento al no advertir la Corona ni sus representantes la hondura de la irritación de los
mineros, pero en ninguna de ellas se pusieron en práctica planes de insurrección; la resistencia
consistió, en cambio, en evadir los impuestos, contrabandear, rebajar la pureza del oro,
falsificarlo, colorearlo artificialmente, cercenar las monedas, no comunicar el hallazgo de
filones y en importar clandestinamente herramientas y esclavos ocultándolos en los registros y
no inscribiendo a los esclavos ante las autoridades. En cuanto a los diamantes, se prestaban
menos a manipulaciones y fraudes que el oro, y su industria estaba más controlada en el
Distrito de los Diamantes, aunque incluso dentro de éste siempre había esclavos que
encontraban la forma de esconder ilegalmente diamantes y ni los propios contratistas se
privaban de comprar diamantes de fuera del distrito o de emplear a más esclavos que los que
sus contratos les permitían.
59

LA PRODUCCIÓN
Página

Antes de formular hipótesis alguna sobre la producción de piedras y metales preciosos de


Brasil, debemos referirnos al contrabando, actividad que se desarrolla fundamentalmente de
cuatro maneras: en las zonas mineras; desde éstas a los puertos (sobre todo, Salvador); fuera
de las fronteras de la Colonia, exportándose ilegalmente oro en polvo y lingotes a Costa da
Mina (donde lo compraban holandeses e ingleses) y a Buenos Aires, y oro y piedras preciosas a
las islas del Atlántico, a Portugal (por personas originarias de la India, que regresaban a sus
hogares, y en las flotas que efectuaban todos los años la carrera de Brasil); por último, a bordo
de navíos extranjeros que llevaban oro y diamantes brasileños directamente a Europa
septentrional.

n conjunto, durante los primeros veinticinco años del siglo la producción se multiplicó por
cinco, hubo un crecimiento más moderado de 1725 a 1734, un aumento sustancial y sostenido
entre 1735 y 1749, un momento de auge de 1750 a 1754 (con un rendimiento anual estimado
de 15760 kg en Minas Gerais, Mato Grosso y Goiás, y excluida Bahía) y una decadencia en la
segunda mitad del siglo, hasta el punto de que la producción media anual (4399 kg) de Minas
Gerais, Goiás y Mato Grosso de 1795 a 1799 fue algo menor que la de Minas Gerais (4410 kg)
en 1706-1710. Con respecto a 1700-1799, se calculan las producciones relativas (en kg) en:
Minas Gerais, 606655; Goiás, 159400 y Mato Grosso, 60 000. Aunque la decadencia de Minas
Gerais empezó a comienzos de la década de 1740, el que el declive géneral de la producción
aurífera de Brasil se pospusiera hasta mediados de la de 1750 es atribuible a la producción de
Mato Gross~ -aunque baja, constante-.- entre 1740 y 1760 y sobre todo a los aumentos
paulatinos a partir de 1730 de la de Goiás, que alcanzó su máximo en 1750-1754, con una
producción anual estimada de 5880 kg.

LAS CONSECUENCTAS EN BRASIL, PORTUGAL, EUROPA Y EL MUNDO EN GENERAL

Los descubrimientos y la explotación de recursos mineros y piedras preciosas en el Brasil


colonial tuvieron grandes repercusiones en la sociedad y la economía de Brasil, en el Portugal
metropolitano, en las relaciones de Portugal con Europa y en el múndo en general. Las
relaciones entre la colonia y la madre patria se modificaron irreversiblemente y las
consecuencias se hicieron sentir en los lazos entre Brasil y el África occidental e incluso en Asia.
De las piedras y los metales preciosos, el oro y los diamantes fueron los que más importancia
tuvieron: el oro tuvo consecuencias más amplias en lo político, lo económico, lo social y las
artes, mientras que las de la producción de diamantes fueron ante todo financieras.

En Brasil, las industrias extractivas influyeron de manera inmediata y duradera en la vida del
litoral, al competir y atraer cada vez más trabajadores y recursos a las zonas mineras. Las
nuevas necesidades cualitativas y cuantitativas no sólo afectaron a la trata de esclavos
africanos y a las rutas de la Carrera del Atlántico, sino que además los agricultores brasileños se
encontraron en situación desventajosa para adquirir esclavos, ante el aumento de los precios,
la necesidad de utilizar el oro como moneda de cambio y por los nuevos plazos de los pagos.
Las consecuencias se notaron en los cultivos de exportación -tabaco y azúcar- y en la
agricultura de subsistencia, pero no fueron tan nocivas ni duraderas como los concejos
municipales de las ciudades y pueblos de la costa hubiesen querido hacer creer al rey.

Se alteraron profundamente las estructuras de precios y se desbarataron las redes de la


demanda, ya fuese de reses del sertao, alimentos del Reconcavo o esclavos de Angola a Río de
Janeiro, en lugar de hacia los puertos del Nordeste, pero las zonas mineras estimularon la
agricultura y la cría de ganado, no sólo de Minas Gerais, sino en el lejano Nordeste y, al Sur, de
60

Campos Gerais. Con oro se compraba tasajo, trigo y cueros de Sacramento.


Página

Una segunda consecuencia fue el impulso general que se dio a las empresas económicas
auxiliares: en las regiones mineras, la diversificación comprendía los cultivos de subsistencia,
azúcar y tabaco y la cría de ganado mayor, caballos, cerdos y aves de corral. Las repercusiones
se sintieron hasta en el Maranhao, Potosí y Rio Grande do Sul, donde se desarrolló la trata de
mulos, ganado mayor y la cría caballar, y en el Sur de Brasil, con un animado trueque de oro,
azúcar y esclavos por plata española.

Las consecuencias paulatinas del oro, y en menor grado de los diamantes, contribuyeron a que
Río de Janeiro no sólo se convirtiese en una ciudad portuaria de primer orden --con la
consiguiente importancia cada día mayor de su flota- que rivalizó con Salvador y acabó por
superarlo, sino además en uncentro comercial principal en el que había un núcleo de
empresarios, mercaderes, comerciantes y agentes comisionistas cuyos vínculos comerciales no
los relacionaban únicamente con Europa sino que formaban parte de una red mundial. La
admisibilidad del oro como instrumento de cambio facilitó sus tratos dentro y fuera del mundo
de habla portuguesa y cristiano.

El oro modificó en particular las relaciones entre la colonia y la metrópoli. Una de sus
consecuencias fue el estancamiento demográfico de Portugal entre 1700 y 1730, años en los
que aumentó la población de otros países europ~os, y puede que a lo largo del siglo XVIII hasta
una quinta parte de los habitantes de Portugal emigrasen a Brasil. No sólo demográficamente,
sino también económica y políticamente en 1808, al establecerse la corte en Río de Janeiro, la
colonia sobrepasó a la madre patria en un proceso de inversión de papeles. La apertura de los
puertos, también en 1808. puso fin a la exclusiva comercial que sobre la colonia ostentaba la
metrópoli y que ya había dado indicios de vulnerabilidad. Gracias al oro y los diamantes
brasileños y a los ingresos de los impuestos, diezmos, contratos y donativos voluntarios, Don
Joao V pudo ser, como quería, un gobernante autócrata, pero Portugal tuvo que pagar un alto
precio: hay que tener presente que esos ingresos quedaban contrarrestados por los elevados
gastos administrativos que suponían los salarios, los materiales, la recaudación de impuestos y
la edificación de cecas y establecimientos de fundición. El oro y los diamantes brasileños
aliviaron una recesión económica aún más grave en Portugal y _mejoraron la balanza de pagos
con sus socios comerciales europeos, sobre todo Inglaterra, pero al no lograr elaborar y aplicar
una política agrícola o industrial sistemática, Portugal no cosechó beneficios a largo plazo de la
edad de oro de Brasil.

El oro brasileño sirvió para pagar las importaciones a Portugal de Europa del Norte, Italia y
España. Aunque se beneficiaron de esa actividad las comunidades comerciales de Lisboa y
Oporto, Portugal se convirtió cada vez más en una estación• de paso de mercancías en tránsito
entre Europa y Brasil. Gr an Bretaña desempeñó un papel de primera magnitud en el comercio
lusobrasileño, desbancando a sus rivales holandeses y franceses, y llegando incluso a
incorporarlo a sus colonias de América del Norte. Puede que hasta dos terceras partes del oro
brasiltño acabasen en Inglaterra en el decenio de 1730. La compra, venta y distribución de
diamantes brasileños se realizaban por intermedio de Amsterdam y Londres. En cuanto a la
plata que llegaba a Lisboa, procedía de la América española. Por último, si bien las
exportaciones de piedras y metales preciosos superaron a las agrícolas en·valor en algunos
años, a largo plazo, fue el sector agrícola, sobre todo el azúcar, el que predominó entre las
exportaciones brasileñas.

McFarlane – El Reino Unido y América


61

Reseña 1
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En primer lugar, McFarlane no hace una historia de los Estados Unidos sino del Imperio
británico en América. El eje articulador es Inglaterra -después Reino Unido- y desde esa
referencia central se analizan las realidades americanas. Buena prueba de ello es que en las
distintas partes del libro, así como en capítulos y epígrafes, se reitera la expresión "Imperio".
Sin embargo, como también se advierte en el propio índice, el énfasis recae en la fundación,
desarrollo y separación de las Trece Colonias del este de Norteamérica, para seguir con los
asientos del Caribe y, en lugar menos relevante, con los territorios tomados o comprados a los
españoles y franceses.

El autor consigue estructurar lo complejo y cambiante dándole un orden en tres partes y diez
capítulos que permiten, sin que se pierda de vista que forman parte de un todo, poder abarcar
por separado un determinado periodo o un tema concreto. Es como si hubiera compuesto un
"puzzle" en el que las piezas van tomando sentido y articulándose, y que a su vez puede
dividirse en varios rompecabezas de menor tamaño que pueden manipularse por separado.

El criterio cronológico es un elemento fundamental en la organización de los temas. Las tres


partes que componen el libro responden a las tres grandes etapas de la evolución del Imperio
británico en América

Surgimiento del Imperio 1480-1642 abarca desde la inserción de Inglaterra en el marco de los
descubrimientos europeos hasta el desencadenamiento de la Guerra Civil. Recuerda McFarlane
cómo, en una primera fase, Inglaterra ocupó un lugar secundario en la carrera por buscar
nuevos espacios y fuentes de riqueza, pero a pesar de ello hubo pioneros que, como Caboto, a
nivel individual, proyectaron viajes ultramarinos. Las expediciones de corsarios durante el
reinado de Isabel I, antes de los primeros asentamientos definitivos en la costa este de
Norteamérica, son presentadas como parte de un plan de largo alcance que pretendía
cuestionar la hegemonía española. Estas expediciones se solaparon con los primeros
experimentos coloniales de Gilbert y Raleigh, que a su vez se insertarían en una política global
que combinaba ganancias de los piratas con una guerra nacional y los primeros asentamientos.
Hasta la década de 1630 los ingleses habían establecido pocos núcleos coloniales. Entonces se
inició la gran primera migración, impulsada por desajustes económicos y sociales y por
divergencias religiosas y políticas. El resultado fue el establecimiento de colonias estables,
aunque aisladas, en Nueva Inglaterra, Virginia, Maryland y las Antillas.

Comienza así la etapa de Consolidación y Expansión 1642-1713. Tras la Guerra Civil que
transformó la relación de poderes en Inglaterra dando protagonismo al Parlamento y mayor
peso político a los intereses de los comerciantes, comienza una nueva fase en el desarrollo de
la presencia en América. De la fragmentación anterior se pasó a una red de colonias prósperas
y pobladas que fueron más atendidas y también controladas por la metrópoli. MacFarlane
establece la diferencia con el modelo español que imaginaba primordialmente su Imperio en
términos de gobierno y civilización, mientras para los ingleses el comercio era el corazón del
Imperio. El grueso de esta parte se dedica a analizar las cuatro regiones principales que se van
configurando y adquiriendo personalidad y fisonomía propias: la América Puritana (Nueva
Inglaterra), la América de Plantaciones (Chesapeake), las Carolinas, y las colonias
mesoatlánticas. De nuevo la comparación con el sistema español permite al autor entresacar
un abanico de rasgos generales de las colonias angloamericanas: estructuras más abiertas,
diversidad religiosa, ausencia de nobleza, menor nivel de mestizaje.

Otro rasgo diferenciador con España fue la relación gobierno metropolitano y colonial.
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McFarlane dedica un capítulo a plantear cómo, con todas las matizaciones propias de lo
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complejo, a finales del siglo XVII las colonias habían afirmado se derecho a tener un papel
central en su propio gobierno, con asambleas representativas y una relativa autonomía que no
tuvieron los territorios españoles.

Las rivalidades entre las potencias europeas, que se proyectaron en el mundo americano desde
comienzos del siglo XVIII, proporcionan el contexto internacional con el que se abre la tercera y
última parte del libro, la Transformación del Imperio 1713- 1815. La Paz de Utrecht aumentó la
influencia británica en América mientras sus colonias crecían y florecían constantemente hasta
1763. Pero la prosperidad del Imperio no supuso garantía de estabilidad. El giro que dio Gran
Bretaña a su política económica tras al Paz de París inició el camino hacia la separación.
MacFarlane sigue la tendencia historiográfica de Anna y Hamnett para el caso
hispanoamericano y destaca la incidencia que las transformaciones que se dieron en el centro
del Imperio tuvieron en la independencia de las Trece Colonias.

Sigue paso a paso y paralelamente las medidas tomadas por la metrópoli para hacer recaer
sobre las colonias parte del peso de la deuda contraída durante la Guerra de los Siete Años y
también de los nuevos gastos derivados de la defensa de un Imperio que se ha expandido con
la incorporación de parte del Canadá, y la reacción de la sociedad colonial ante la nueva
política. A pesar de que es un proceso reiteradamente tratado en la historiografía sobre el
tema, McFarlane consigue hacer una excelente síntesis en la que contenidos e interpretaciones
convergen para ofrecer todas las alternativas de un proceso complicado y lleno de aristas hasta
que se produce la ruptura ñnal, una vez que las colonias repudian la soberam'a británica y en la
Declaración de Independencia exponen sus justas causas. Las posibilidades de éxito de los
colonos residieron en buena medida en la capacidad temprana para coordinar esfuerzos que
cristalizan en Congresos Continentales.

Para corroborar que el eje en torno al cual gira el trabajo es el Reino Unido, una vez que las
colonias se independizan, la atención de MacFarlane recae, no en la organización de los nuevos
estados, sino en la reestructuración de un Imperio que gradualmente, a lo largo del siglo XIX va
a mirar a Oriente.

Reseña 2

Según señala el propio autor, el propósito de este libro es proporcionar una visión histórica de
conjunto a un lector a quien, interesado por la presencia e influencia de los ingleses en las
Américas no le resulte familiar ni la historia de Inglaterra ni la de sus colonias. En consecuencia,
intenta delinear las fases principales del establecimiento inglés en el hemisferio occidental y
explicar las diversas maneras en que los ingleses exploraron y se adentraron en las nuevas
tierras, el modo en que explotaron sus recursos, desplazaron a los nativos y crearon formas de
ordenamiento social y político bajo la soberanía inglesa. Pensado principalmente para los
lectores hispanos, el libro indica también las similitudes, diferencias e interacciones entre la
experiencia inglesa y la española en el Nuevo Mundo. Para ello, McFarlane sitúa el desarrollo
de la América inglesa dentro del contexto de la expansión europea en el hemisferio occidental
y compara los modelos de crecimiento social, económico e institucional de las colonias
angloamericanas con los de las hispanoamericanas.

En el desarrollo de su exposición el profesor McFarlane evita presentar la historia de los


ingleses en América como la de las colonias que más tarde llegarían a ser los Estados Unidos. Y
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esto porque su presenciasobrevivió a la pérdida de esas colonias. No sólo crearon los ingleses
colonias en el Caribe, sino que adquirieron la del Canadá francés. Además, hay que tener
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presente la influencia inglesa en Latinoamérica, agudizada a la caída del imperio español,


momento que aprovechó Inglaterra para establecer un «imperio informal” en América Latina
basado en la supremacía comercial y en las inversiones financieras

Otro acierto de McFarlane ha sido el de presentar la historia de los ingleses en América en un


contexto amplio y competitivo, encardinándola en el movimiento general de los europeos
hacia el Nuevo Mundo. Para llevar a cabo este empeño el autor examina el desarrollo de la
presencia inglesa en tres etapas sucesivas, correspondientes a las tres secciones en que divide
su obra. En la primera centra su atención en las primeras exploraciones inglesas y en el
surgimiento de proyectos coloniales en el siglo XVI; la fundación de las primeras
coloniasinglesas permanentes a principios del siguiente y cómo sus primeros habitantes
interactuaron con las tierras y los nativos que encontraron en el Nuevo Mundo.

En la segunda sección McFarlane examina la actividad inglesa durante la segunda fase de


expansión a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, cuando Inglaterra promovió el
crecimiento de su imperio territorial y luchó compitiendo con las potencias europeas por el
control exclusivo de los mercados más lucrativos. Un capítulo preliminar esboza la expansión
del Imperio tras la guerra civil inglesa, mostrando cómo, a pesar de su retraso en llegar a las
Américas, Inglaterra se constituyó a finales del siglo XVII en una potencia colonial. Los
siguientes capítulos exploran el carácter de las principales colonias del Caribe y de
Norteamérica conforme éstas se desarrolIaron durante el siglo que siguió a la guerra civil,
mostrando los factores distintivos de sus economías y sociedad e indicando la índole del orden
gubernativo y político que surgió bajoel dominio inglés.

Por último, latercera sección delinea los presupuestos de crecimiento, conflicto y realineación
que afectaron la vida del imperio americano de Gran Bretaña en el siglo XVIII y a principios del
XIX. En sucesivos capítulos McFarlane nos muestra cómo el imperio angloamericano se
desarrolló en el contexto de una competición imperialista y por qué, habiendo logrado su
máxima extensión en 1763, se desintegró parcialmente a causa de la Revolución de
Independencia. Pero como la influencia británica se dirigía ya hacia el dominio industrial este
descalabro no disminuyó su fuerza económica; al contrario, sin necesidad de un «imperio
formal,’ las relaciones económicas con Estados Unidos y las nuevas repúblicas latinoamericanas
se desarrollaron con gran fuerza. Los últimos capítulos del libro muestran esta evolución, que
termina hacia mediados del siglo XIX, cuando las energías imperialistas británicas se volvieron
hacia laIndia y el Lejano Oriente.
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