Fudekara Liliana Ponce PDF

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Liliana Ponce, Fudekara, Buenos Aires, tsé = tsé, 2008.

Fudekara

Día 1

En un rincón me senté a la luz de la lámpara. Ya era tarde

y todos habían comenzado a trabajar.

Estaba el papel, estaba la tinta. Escaso silencio –pensé,

mientras oía el murmullo.

Sensei me dio unas notas, y empecé a leer.

Día 2

Los signos multiplican los instantes. El signo y la

repetición forman una corriente de confianza, de liberación. En

esa corriente debo aprender a ahogar la ansiedad. Imagino un nuevo

lugar en la mente que nace de este punto material, duro, pétreo.

Es un punto inorgánico e indefinido, como lo que inicia la

posibilidad. El comienzo de la posibilidad no es aún el comienzo.

Esta noche, el ojo reemplazará al oído. El ojo reemplazará

a la respiración.

Día 3
El viaje de regreso ya tiene su mapa. Supervivencia en aguas

de azúcar, ritmo de algas.

La tierra en la hondonada quebrándose –conocía por la

cabeza, en la mente, insectos revoloteaban y recorrían la ciudad

de tu mapa.

Labraba en la montaña materia de mar.

Un nuevo trópico dividiría los días –pensé. Los días al azar

comenzaban otra vez, como cardúmenes de arcilla, en la costa.

Conocía por la cabeza, y deambulaba por la ciudad de tu mapa.

Día 4

No es el trazo mi obsesión, sino esto actuado que se inicia

a la madrugada, con un insomnio puesto en la luz de imágenes de

ayer, de otra tarde.

Me impongo un exilio en redes de polvo, me ahogo (pero

ocultándome en la indiferencia).

En realidad, multiplico mi cuerpo, multiplico mi mente, y

donde tenía brazo y mano, y donde había sed, abandono la idea de

persona.
Día 5

En silencio, dibujo fragmentos de signos, trazos, como

ejercicios.

Al repetir, empecé a olvidar mi mano. Pero aún el camino será

exterior por mucho tiempo.

La curva refugia maneras de envolver el blanco.

Día 6

Inestable la conducta; acaso como escudo mi pincel se suelta

en respuestas a la luna.

Persigo una habitación imposible, conceder lo dicho a otro

oído, a otra ley.

Día 7

Ejercitación sobre el trazo aunque los signos son

desconocidos.

Alguien apoya la mano en el tintero y la tinta crece.

Mi párpado se ha negado. El párpado se cierra y utiliza la

fuerza de ese hilo que sabe que está, que ya lo ha atado.


La sombra del atardecer sobre el río es leve, algo terrosa,

de un gris cambiante y espeso. El río se dibuja también leve, sin

orígenes.

Aluien apoya la mano en el tintero y gira la barra en

círculos, en curvas lentas.

Corté entoncs mi mente, la atravesé con una línea de vidrio.

Liberaba la explicación al sentimiento de lo impropio, al

mundo tácito.

Sabía que había entrado en el tiempo –y el tiempo se abriría

en sendas, y en cada senda sería otra.

Día 8

Noche de tormenta. La tormenta no está en el cielo o en el

aire, sino que viaja en raíces, de soplo en soplo en lo animado,

y va dibujando puertas.

Es el hechizo de esta hora tambaleante bajo la corriente de

una sangre simbólica.

Debo inventar otra mano. Como en un baile, hacer movimientos

de coreografía sabidos, ponerse en el puente que va del saber a

la acción.

Ausente estaba en el ascenso –mi oído se dejaba encantar.


Nunca me soltaré de estas amarras.

La boca se sella en el agua, inesperado grito se acalla en

los pedazos de las palabras. Nada se mueve, sin embargo.

La tormenta desgaja el anochecer de septiembre, lo convierte

en instantes de ansiedad, de espera, de huellas vacías –que ya

supieras cómo la curva desemboca en el silencio, cómo el negro

acuoso hace ramas de sauce y el negro intenso se agrieta en rocas

y nubes.

Hacia el oeste, los árboles metálicos quedaron quietos –iban

por pasadizos rozando el aire. Bajo la piel entró la luz lunar.

Entró y fue el principio –no quiere que recuerde y resguarda en

la oscuridad esta tela insípida y dolorosa.

Día 9

Con las manos extendidas, la ciudad absoluta deja una estela

en el ojo. La ciudad se troquela y cada parte entra en el pasado.

Ahora lo elude la desolación, el inesperado demonio que apresó,

como un caballo que embistiera el cielo. Y en la punta del pincel,

la atmósfera se resiste.
Sensei sonríe –defensa contra la vida del rey, y en su

vientre el tatuaje del perro.

Inesperadamente dramática sonríe y empuja la conversación

al deshielo.

No habrá ceremonia.

De diversos y lejanos lugares son las cenizas que traías en

la cajita y que dejaste que se expandieran, que fueran otro dibujo

tallado en la segunda puerta.

Repito y repite ideograma o rasgo.

No habrá ceremonia.

La caja está en mis manos y su piedra es el entonces para

nosotros, este jueves, este jueves tejido en los árboles.

¿Por qué escribir las confesiones?

¿Por qué confesar lo escrito?

Día 10

Al escribir, observo. Después, voy hacia tierras marcadas

con signos invisibles. Cierro los ojos y entro en la gruta. Me

esperas para darme el mapa. Sabía que tu mapa era el deseado.


Cierro los ojos, porque el tiempo se ha dividido en tantos

hilos...

Como un nuevo cielo, el aire envuelve la gruta.

Tu mapa crece y me mustra el árbol y su sombra. El árbol

también crece y estás en sus hojas, que como brazos, me sostienen.

Palmo a palmo recorro la tierra leída.

Día 11

Monotonía. Del pedazo, buscar otro pedazo. De él, otro. Al

ir dividiendo el espacio y el tiempo, el ojo se va alejando, hasta

que el blanco ocupa la mano.

Delante del papel, el torso inclinado, el brazo alargado.

Pero mi mente se ata demasiado a la madera.

El río, línea mansa, crea un horizonte móvil.

Día 12

De la dirección de la fuerza puede inferirse una virtud.

Resistir, en otra dirección, permite descubrir la imitación, la

parodia. Pero ahora no puede más que permanecer en el centro,

considerar la nebulosa del hábito.


No sé agazaparme como animal, o como flor, gradualmente

cerrar hojas orgánicas.

Las palabras apoyadas en la garganta, áridas, perdidas, se

adelgazan. La mirada esquiva se apresura a no modelar el aire y

se evapora.

Escribo cada trazo sin guía. Escribo morosamente.

Día 13

La fuerza del trazo no debe detenerse. La fuerza recorre el

brazo y allí se absorbe. Sin apoyar el brazo –la mano en el aire,

y la fuerza como aliento de éter sólido. Que allí se forme una

sombra rígida, madera sin paisaje -aunque el paisaje es lo buscado

en la oscuridad de la sala.

En un vaso de agua se esconderá esta estación tan larga, o

se doblará con el viento sobre el río.

Esperaré el corazón animal.

Esperaré el comienzo del día, y aun sin voz, hablaré para

vos.

Día 14
Fantasmas cambian la mano. Tu voz es emocional, desmedida.

El relato razona en la memoria. No desmiente la sed, lo fugaz,

la bravura del mar, el perfil de los árboles, la sombra de la roca.

Fantasmas cambian los ojos. Amenazan ceñir otro cuerpo a la

cabeza.

Tu voz ha creado hilos que crecen en las pupilas.

Escribo. Escribo signos. Escribo muerta. Escribo otra.

Escribo para no hablar, para no mirar.

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Este texto fue escrito durante el transcurso de las clases

de caligrafía de ideogramas chinos, a cargo de la profesora Alicia

N. Li, que tuvieron lugar en la Sección de Estudios

Interdisciplinarios de Asia y Africa de la Universidad de Buenos

Aires, durante los meses de septiembre y octubre de 1993.

La escritura del idioma japonés utiliza ideogramas chinos

(kanji), combinándolos con caracteres hiragana y katakana.

El término fudekara (fudékará) es una libre asociación que

realicé relacionando los términos en japonés fude y kara


–“pincel” y “desde”, respectivamente-, con el orden sintáctico

habitual en esa lengua.

Liliana Ponce

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