Clase 4 SOC CONTROL ETICA ENCUENTRO FINAL
Clase 4 SOC CONTROL ETICA ENCUENTRO FINAL
Clase 4 SOC CONTROL ETICA ENCUENTRO FINAL
CLASE 4
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multimensionales. Incluso las teorías son producidas generativamente, pero luego
quedan cristalizadas en discursos abstractos (que por eso pueden ser universales)
que finalmente suelen ser aplicados linealmente a las situaciones y si estas se
resisten… peor para ellas. En cambio, el pensamiento complejo-generativo no se
aplica, sino que nace de las situaciones, produce en ellas, genera sentidos vitales en
lugar de conocimientos abstractos, gesta experiencias y recursos sin congelarlos, ni
aplicarlos linealmente.
La teoría no explica la naturaleza, aunque lo pretenda, sino que expresa una
versión esquemática, disociada y desvitalizada de ella, dado que por principio sus
procedimientos son estandarizadores, normalizadores y depuradores de la
complejidad. Al mismo tiempo que toda teorización requiere un foco estrecho y fijo,
el científico positivista cree -y pretende hacernos creer- que está describiendo el
mundo tal cual es y que su teoría es un espejo de la realidad.
El pensamiento complejo-generativo se reconoce implicado y limitado,
produce sentido configurando la experiencia en el encuentro, sabe que todo saber
es parcial, apenas un detalle en la infinidad, pero nunca un fragmento dado que
todo está entramado. Destaco el “entramado” porque no se trata de una mera
conexión externa, sino de intracciones (como las llama Karen Barad), de
coproducción mutua e interpenetración (como prefiero llamarlo yo), o de
hibridación como suele plantear Bruno Latour. Así como no hay individuos,
tampoco hay “cadenas lineales”, sino configuraciones complejas que se forman y se
transforman a través de la confluencia sincrónica de multiplicidad de factores en el
devenir temporal.
El giro vincular-afectivo que caracteriza los abordajes de la complejidad que
promuevo no sólo toma como punto de partida la inextricable unión de todas las
criaturas-entidades (humanas y no humanas), sino que concibe la materia misma
como activa e inter-intra-activa. Cualquier distinción en la trama es fruto de un
vínculo y está inserta en una dinámica configuracional. No existen individuos, pero
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tampoco “grupos” sino procesos de individuación y agrupación embebidos siempre
en la trama común.
Los vínculos no son relaciones abstractas, sino encuentros encarnados,
mediaciones que nos configuran, nos forman y nos transforman, como personas,
como familias, como instituciones, como ecosistemas. Sin embargo, como bien
sabemos por experiencia, muchos procesos tienden a conservar relativamente la
forma aún en una dinámica de transformaciones, pero siempre en un proceso activo-
interactivo. Nuestro encuentro con el mundo está mediado por la percepción. No
conocemos el mundo “en sí” sino aquel que percibimos según nuestro modo
peculiar de ser afectados. En este proceso la atención y focalización, cumplen un
papel central.
Los invito a mirar un video de Iain McGilchrist, uno de los pensadores que
más me ha impactado en los últimos años, para luego considerar sus planteos en
relación con lo que venimos trabajando.
Espero que al escucharlo hayan sentido las profundas resonancias con todo lo
que venimos trabajando en el seminario. En este caso el abordaje tradicional
consistía en preguntarse ¿Qué hace cada hemisferio? Buscando una explicación
lineal-causal directa entre una zona y una función siguiendo el estilo que hemos
denominado mecánico. McGilchrist está bastante cerca de nuestra propuesta
poiética (aunque a mi entender sería deseable un abordaje menos pretencioso y más
situado). En cualquier caso, coincido con el autor en lo siguiente:
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utilizamos para producir sentido y organizar la experiencia, al mismo
tiempo y sin contradicción alguna, es también la causa pues nuestro
conocimiento guía la elección de las metáforas a través de las cuales
comprendemos. La elección de la metáfora es a la vez causa y efecto. El
modo en que pensamos en nosotros mismos y en nuestra relación con el
mundo está ya dado en las metáforas que inconscientemente elegimos para
hablar de ello.
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Si bien es cierto que todos utilizamos ambos hemisferios, que además están en
permanente relación mutua, también ocurre que en determinados momentos y en
relación a ciertas áreas de la vida es muy común ver que las personas se inclinan
más por un tipo de mirada o la otra. Algo que el autor deja muy claro en su obra más
amplia El Maestro y el Emisario. El título fue inspirado por una idea de Einstein que
según McGilchrist cuando dijo: "La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente
racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente pero
se ha olvidado del regalo."
En cualquier caso, es fundamental no caer en la mirada dicotómica y suponer
que un hemisferio es mejor que el otro, o –peor aún- que se oponen. Son dos modos
diversos de abordar el mundo y producir sentido: ambos son imprescindibles y
necesarios, cada uno tiene sus virtudes y es absurdo juzgarlo con los parámetros del
otro. El problema central de nuestro tiempo es que sólo valoramos las producciones
del HI, que cerrado sobre sí mismo, no reconoce el valor fundamental de la actividad
del HD, generando así una despotenciación de la viva personal y común. Es por eso
que quiero invitarlos a una visión compleja y dinámica que nos ayude a construir
una cartografía no disociada de la experiencia y el mundo.
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muy diferente encontré lo que he llamado la “metáfora del control” (que está
intrínsecamente ligada a la concepción mecánica) y ahora podemos pensar como
una expresión cabal a nivel de la cultura del tipo de experiencia que produce el HI.
El hemisferio derecho, en cambio, está mucho más relacionado con lo sistémico y es
más afín a lo complejo. Aún es necesario avanzar hacia la integralidad de la
experiencia (y no del cerebro solamente). Esta es también una cuestión clave en
tiempos de auge mediático de la neurociencia que todo lo reduce al cerebro. La
experiencia humana no la produce uno u otro hemisferio, ni siquiera el cerebro, sino
el cuerpo vivo en el encuentro con el mundo.
Lo que yo he llamado “abordajes de la complejidad” y que es afín a metáfora
autopoiética, nos permite generar el salto cualitativo a la comprensión dinámica,
situada e implicada de nuestra experiencia del mundo y desde allí abordar la vida y
la convivencia desde la ética del encuentro.
En la clase 3 hemos comenzado a pensar los afectos en sentido amplio, vital e
interactivo, entendiéndolos como la actividad multifacética de afectar. En esta clase
hemos de profundizar y desplegar nuevos planos la complejidad de nuestra
existencia afectiva. Si bien ya destacamos que el afectar refiere a todas las
transformaciones que ocurren en los encuentros, no hemos profundizado aún en su
significado.
Dice Deleuze, con inspiración Spinoziana: “Todo en la vida son encuentros”.
¡Qué extraño que tengamos que citar a alguien para decir algo tan obvio! Pero
nuestra cultura se ha especializado en invisibilizar los vínculos, en destacar sólo
aquellos que han sido o pueden ser normatizados, y –sobre todo- ha construido una
forma de entender la experiencia desde determinaciones identitarias, esterilizando
así nuestra concepción del encuentro (no en vano los términos como influencia,
híbrido, alteración o contaminación son básicamente negativos).
Para salir del salón de los espejos en el que el positivismo nos encierra es
preciso reconfigurar completamente nuestra concepción del conocimiento, del
mundo y de nosotros mismos en él. No se trata de optar por uno u otro hemisferio,
como no se trata tampoco de elegir entre un paradigma de la complejidad y otro de
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la simplicidad. Esta es una cuestión clave: si bien el HD, así como los paradigmas de
la complejidad, son más ricos y amplios, siguen siendo incompletos, parciales, y
relativamente cerrados (aunque mucho más sutiles, no lineales y abiertos que los del
HI y la ciencia clásica). De lo que se trata es de abandonar el modelo teorizante, sin
por ello tirar las teorías a la basura, esto sólo es posible cambiando nuestro modo de
relacionarnos con ellas ampliando y diversificando las formas de producir sentido,
comprendiendo la legitimidad y valor de todas ellas, incluidas las mecanicistas (que
gran aporte han hecho a nuestra cultura, sobre todo en los aspectos materiales de la
vida).
En una naturaleza-universo-todo que se está produciendo eternamente a sí
misma, como nos la presenta la metáfora autopoiética, toda entidad afecta y es
afectada en el proceso de producción. Esa afección que sufre supone siempre un
aumento o una disminución de su potencia.
¿Qué significa exactamente potencia en la metáfora autopoiética? Estamos
hablando de un proceso de producción en el que todos somos partícipes, no hay
posibilidad alguna de un individuo inmutable, y por lo tanto tampoco hay una
esencia o identidad fija. Lo que caracteriza a cada entidad es lo que puede en cada
momento. No hay un “ser”, en sentido de una esencia eterna, sino que estamos
siempre considerando el “poder”, entendiéndolo como “potencia”. Aquí es crucial
no confundir “potencia” con “potencialidad”. Potencia es lo que puede en acto, en
cada instante, refiere a la existencia misma. “Potencialidad”, en cambio, es tan sólo
una hipótesis que alguien hace sobre la dinámica de un proceso y por lo tanto es
siempre imaginaria.
Afecto, entonces, es el nombre que le damos a esa variación de potencia
(poder de actuar y también de ser afectados) que nos ocurre en los encuentros. Los
afectos son la expresión de una transición de una mayor a una menor potencia, o a
la inversa. Spinoza llama alegría a las transiciones en las que nuestra potencia
aumenta, y tristeza a las que disminuye. Noten que no estoy hablando de ninguna
emoción o sentimiento cualitativo, sino de una tonalidad afectiva relacionada con
nuestra potencia de existir.
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¿Cómo nos ayuda este pensamiento a salir del salón de los espejos? Si nos
guiamos por la noción de una naturaleza autopoiética resulta absurdo encerrar el
saber en una teoría o seguir un absoluto cualquiera. En esta concepción no hay
metas ni caminos pre-establecidos, no hay principios a los que seguir
indefectiblemente, ni verdades que demostrar. La construcción de sentido humana
estará siempre ligada a los modos en que somos afectados en nuestros encuentros
con el mundo y a nuestra capacidad de pensarlos, configurarlos y compartirlos. El
salón de espejos se constituye cuando confundimos un esquema útil con una verdad
universal, cuando olvidamos o negamos que estamos focalizando, cuando
deshabitamos la experiencia viva del encuentro para seguir los cantos de las sirenas
clasificatorias, cuando creemos poder conocer el mundo en términos absolutos y
negamos la legitimidad del otro.
Spinoza es el autor occidental que de la forma más deliciosa y potente
comprende las inmensas consecuencias de esta metáfora poiética, aunque nunca la
llame así. Lejos de exigirnos obediencia a ideales, normas o mandatos, nos ofrece
un criterio ético que abre la puerta a la búsqueda singular, a una práctica
experimental de cada persona, sin auroras redentoras ni paraísos prometidos, sin
temor al infierno ni al castigo de Dios, la Historia o la Patria. La subversión de su
pensamiento radica en que no establece un camino abstracto ni una meta universal,
no promete panaceas sino que nos invita a dejar de lado los dogmas, credos, morales
o principios universales a priori y habitar la propia vida, experimentar lo que nos
potencia en los encuentros, y ser capaces de pensar por nosotros mismos con la
certeza de que nadie puede pensar por otro.
El criterio ético que Spinoza nos ofrece está relacionado genéticamente con la
comprensión de la vida como encuentro. Ya que lo que nos plantea es que la
naturaleza de cada ser es la de “perseverar en el ser”, es decir vivir, y más aún, bien
vivir. La ética nos invita a seguir nuestro deseo, a promover nuestra potencia, y no
aceptar ningún valor por sobre ella. Ahora bien, esa buena vida se construye a través
del arte de los encuentros ya que los hay sinérgicos tanto como tóxicos (algunos nos
potencian y otros nos despotencian). Por lo tanto, el criterio ético no es en modo
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alguno egocéntrico, puesto que parte del saber de nuestra existencia embebida en lo
común. Todos tenemos derecho a promover nuestra potencia, pero no entendida en
competencia con los otros, sino en tensión vital entre nuestra existencia singular y a
la vez común.
Al eliminar la trascendencia de Dios, de las Ideas, de la Autoridad, Spinoza
disuelve el salón de espejos, y las cadenas de control a él ligados. Estamos a la
intemperie, abiertos a la posibilidad de explorar, es decir de habitar la propia vida sin
estar obligados por ningún ideal, modelo o teoría a priori, sin encadenarnos a
pre-conceptos, sin juzgarla, ni ofrendarla a una abstracción, cualquiera sea ella. Para
un ser vivo no hay valor ni virtud superior a la vida misma. La vida no precisa de
sentidos exteriores ni trascendentes. No hay por lo tanto un “deber ser” que no sea
una invención humana para generar obediencia. La Naturaleza=Dios no tiene moral,
no da órdenes, ni define “normales”. Éstos no son más que productos imaginarios
que fundamentan la dominación. Desde esta mirada la invitación es a pensar la
propia vida, habitarla para aprender qué nos compone y qué nos descompone, cómo
potenciarnos a nosotros mismos y a la convivencia en colectivo al que
pertenecemos.
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En esta etapa del viaje la propuesta es revisitar las relaciones entre los seres
humanos abriendo nuestra percepción y pensamiento para incluir no sólo lo estable
sino lo que fluye, aprendiendo a ver lo que se conserva y también lo que cambia,
pudiendo considerar las configuraciones relacionales tradicionales al mismo tiempo
que aprendemos a percibir nuevas formas de encuentro, conexión y organización
colectiva.
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rígidos (que además confundíamos con el territorio), estamos pasando a las
cartografías dinámicas de la experiencia, que no concebimos como descripciones de
un mundo independiente, sino que admitimos que estamos produciendo nosotros
mismos y nos responsabilizamos por ellas. Las diferencias entre cómo concebíamos
los mapas y lo que he denominado cartografía dinámica están dadas por el hecho de
que en la modernidad suponíamos que los mapas representaban un mundo externo
que además era fijo, en cambio las cartografías dinámicas expresan nuestra propia y
variable experiencia del mundo. Este cambio en nuestro modo de ordenar, expresar
el saber, y comprender el conocimiento no se produce de un modo lineal sino más
bien vacilante, con velocidades distintas en cada área e incluso para cada aspecto
del vivir en una misma persona. La inercia del sistema hace que todavía en muchos
casos miremos el mundo desde el estrecho foco mecanicista y, desde luego, hay
quienes no sólo intentan sostener los muros que están cayendo, sino hacerlos aún
más rígidos.
Tal vez porque no es posible compatibilizar un saber estático con una vida
líquida, vamos oscilando entre dos modos de conocimiento muy diferentes y todavía
no hemos logrado aprender a navegar con elegancia. En tiempos de efervescencia,
también hay zonas de estancamiento, velocidades y ritmos diferentes que es preciso
respetar en su singularidad. Siempre es bueno recordar que estamos en un período
de transición, con toda la creatividad desplegada pero jamás a salvo de la confusión.
Mientras algunas estructuras del sistema de control se mantienen y refuerzan y
otras se debilitan, desde una perspectiva diferente estamos participando de una
intensa germinación de nuevas modalidades de organización en redes.
Entre ellas, podemos nombrar las propuestas que se enfrentan al tradicional
concepto de propiedad privada, formador de las sociedades modernas y fuertemente
reforzado por el neoliberalismo actual. Están surgiendo cada vez más grupos que
piensan en propiedades compartidas: en inglés Commons y en castellano
“procomún” (aunque no todos entienden lo mismo por ello). Ejemplo de esta
diferente concepción de la propiedad es el caso particular de la publicación de
textos y otros bienes culturales, donde hoy ya están muy extendidas las licencias
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“Creative Commons”, que constituyen un modo distinto de establecer licencias de
derechos de autor (Copy-right), desde un espíritu no exclusivamente propietario que
habilita varias posibilidades de copiar, utilizar y compartir (pasando al Right to Copy,
derecho al copiado). Estas licencias promueven la producción conjunta y la creación
colectiva.
En este contexto agitado y de transición, algunos se resguardan en la idea
moderna de propiedad y sólo piensan en sacar provecho personal o sectorial del
desguace del estado atrincherándose en sus parcelas custodiadas y
desresponsabilizándose por el destino común. Quienes participan de la ética del
encuentro buscan crear modos de vida en las que cada uno sienta, piense y actúe
reconociéndose como partícipe y responsable del bien común y no sólo del
personal. Proponen construir nuevas comunidades en las que sea posible convivir en
la diversidad y no diferenciarnos desde la indiferencia. No porque sea una
obligación o un mandamiento, sino a partir de la comprensión cabal de nuestra
interdependencia en la trama de la vida.
Para comprender la diferencia en la forma de concebir y relacionarse con los
otros me voy a permitir recurrir a ejemplos provenientes de culturas muy diferentes.
El primero es una mixtura entre una preciosa historia de una tribu africana y los
grupos de software libre.
Las comunidades originarias sabían, y saben –porque muchas siguen
existiendo- cosas que nosotros hemos perdido con la erudición y la “civilización”.
Ubuntu es una noción-práctica africana que significa “Una persona es una persona a
causa de los demás”. Para comprenderla más a fondo, utilizaré una historia que
circula por internet y que independientemente de que muchos ya la conozcan, nos
aporta una enseñanza maravillosa.
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Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron
de las manos y corrieron juntos, después se sentaron juntos a disfrutar del
premio.
Cuando él les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar
todas las frutas, le respondieron: UBUNTU, ¿cómo uno de nosotros podría
estar feliz si todos los demás están tristes?
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En este y muchos otros pueblos desvalorizados por el colonialismo (que aún
está vigente) no existen ni la noción, ni la sensación, ni las prácticas o creencias
individualistas egocentradas. Todos participan del “Nosotros” comunitario. Ese
nosotros no es una suma de individuos como supone nuestra cultura, sino una trama
de la que cada persona forma parte sin perder su singularidad. Para ninguna entidad,
es optativo el formar parte de la trama de la naturaleza. Para los tojolabales la
pertenencia a la comunidad no es una eventualidad, nacen y viven en ella. Todos se
saben pertenecientes tanto al grupo humano con el que conviven como a la tierra
que los alberga en el entretejido común de la vida. La cultura moderna, en cambio,
se gestó a partir de la ilusión de independencia, aunque no por eso logró hacerla
realidad. Pero sí son reales las consecuencias de esa ilusión. Siempre estaremos
unidos a la naturaleza y a los otros como cualquier otro animal (que eso somos, y lo
recalco porque por mucho que lo sepamos aún no lo aceptamos en toda su
dimensión). Lo que cambia a partir de la suposición individualista es el modo en que
nos organizamos colectivamente, la forma en que vivimos los vínculos (en nuestro
caso el énfasis en el yo y la propiedad privada), así como el modo en que creamos y
resolvemos los conflictos. Para comprender un poco más la diferencia entre una
cultura del control, del yo y la propiedad, a una del encuentro, el nosotros y el
compartir, me valdré de otra historia africana:
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persona escucha su canción. Finalmente, cuando el alma va a irse de este
mundo, la familia y amigos se acercan a su cama e igual que para su
nacimiento, le cantan su canción para acompañarlo en la transición.
Estos pueblos, a los que aún hoy muchos desvalorizan, saben muchas cosas
que nosotros necesitarnos re-aprender o legitimar. Por suerte, muchos hemos
emprendido el camino no sólo de empezar a escuchar y valorar sus voces, sino
también de inventar nuestros propios modos de tejer lo común. Hay prometedores
ejemplos de esto en todas las áreas: en la industria y el comercio, las empresas
recuperadas por sus trabajadores; en el campo de la ciencia, los colectivos de
investigación que reúnen a profesionales y legos como Biocurious; en el arte, los
colectivos como Acción Poética, y en el área del conocimiento los colectivos de
pensamiento como el Colectivo Situaciones o Zemos98, Platoniq o la red HASTAC
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de profesores e investigadores en educación. Imposible dejar de mencionar la
importancia de los desarrollos informáticos Open Source –de código abierto- como
los que desarrolla la Fundación Mozilla y muchísimos otros colectivos informáticos
de investigación en red colaborativa. Wikipedia es tal vez el ejemplo más conocido
de trabajo colaborativo pero hay hoy una inmensa variedad de nuevas formas de
creación conjunta, basada en la generosidad y la alegría de compartir.
Son especialmente interesantes las nuevas propuestas de trabajo común en la
nueva cultura del aprendizaje que se está gestando. Ejemplos de esto son las
experiencias pedagógicas como peerdagogy, las experiencias de comunidades de
prácticas en red, los MOOC (del inglés Massive Open Online Course: cursos en
línea, masivos y abiertos que en su mayoría tienen opción gratuita) entre los que se
destacan Coursera y Edx. Asimismo espacios de pensamiento conjunto más modestos
como esta Travesía.
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Es tal la importancia de estos nuevos sistemas de consumo y financiación que
hasta los medios del establishment están hablando de la Nueva Economía
Compartida, y del Consumo Colaborativo (con sorpresa, preocupación y muchas
veces con franca reprobación).
Les comparto un video de una de las pensadoras que está trabajando desde
hace años en el “consumo colaborativo”
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afinidad la naturaleza sería una entidad homogénea, si sólo existiera la repulsión no
habría existencia, sino pura destrucción. La existencia entramada es siempre tensa y
es gracias a esa tensión que cada entidad (del átomo a las galaxias pasando por
nosotros y las algas) adquiere su peculiar forma y su específico modo de variar.
Como la afinidad nunca es total, la unión con los otros no es rígida sino
fluida y aunque no seamos ni podamos ser independientes, nos brinda grados de
libertad, que pueden ser mayores o menores dependiendo de nuestro modo de vivir.
Paradójicamente, la ilusión de independencia disminuyó esos grados de libertad al
establecer un sistema rígido de control. El desafío es ampliarlos a través del cultivar
el arte de los encuentros de tal manera que permita el despliegue de la potencia de
cada quién. En la metáfora autopoiética y la ética del encuentro la libertad no es
“libre albedrío” (que supondría una imposible trascendencia de la razón respecto del
sujeto), ni elección intencional entre opciones prefijadas, sino que está dada por la
calidad vincular en la promoción de la potencia mutua.
El pensamiento complejo, en la tradición de Spinoza, nos permite comprender
lo singular entramado en lo común y lo colectivo configurado por los intercambios
entre las singularidades. Cuando aprendemos a visibilizar la trama, aparece la
dimensión de lo común, ya no como una asociación contractual externa y optativa,
sino como modo de existencia inevitable. Es por eso que “comunidad” no será nunca
“mera asociación”, pero tampoco confusión, puesto que en toda entidad
multidimensional (y todas los) estaremos unidos en algunas dimensiones y separados
en otras.
Communitas es la palabra latina de la que deriva nuestro término comunidad.
En latín significaba, además de lo que es común a un grupo, amabilidad, bondad,
afabilidad. Nombraba el resultado de la actividad gregaria humana y también los
afectos y prácticas que la hacían posible (no es por casualidad que de ella derivan
comunicación y comunión). La comunidad no es la suma de las partes, sino aquello
que crea y da sentido a las partes. No existe la parte sin el todo al que pertenece,
sólo somos parte en tanto participamos de un todo. Como ya he destacado, en la
naturaleza no hay fragmentos pero sí singularidades, que son el fruto de procesos de
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individuación dinámicos y fluidos. Lo común es la trama, está siempre allí
produciéndose sin precisar de ningún tejedor. En el tejido podemos distinguir
singularidades, pero siempre como parte de la trama.
Singular puede ser una célula, una persona, un grupo. Todos son ensambles
dinámicos heterogéneos, que de modos diferentes configuran entidades con una
estabilidad relativa, reconocibles como tales para algún tipo de interacción. Pero
cuando acercamos el foco a una singularidad, vemos que también es una trama. Este
modo de percibir, pensar y actuar nos permite comprender la paridad entre todo lo
que existe, pues desde el más humilde grano de arena hasta la Vía Láctea, un peón o
un presidente, todo participa por igual de la existencia, aunque su aporte sea
diferente.
Ahora bien, creo que es importante distinguir distintos modos de constitución
de las comunidades. Siguiendo los escenarios que hemos compartido en este
seminario, podemos decir que las comunidades como las de los pueblos originarios
americanos, muchas tribus africanas, así como los Amish, son pequeñas y
territoriales. Los modos de pertenecer siguen tradiciones establecidas hace mucho
tiempo, y de muy lenta variación. En ellas no existen los individuos, pero
obviamente sí las personas singulares. En la modernidad-mecánica, la creencia en el
contrato y la asociación, aflojó mucho la fuerza vincular, lo que si bien dio lugar al
individualismo también amplió los grados de libertad personales (aunque de formas
muy heterogéneas y, al mismo tiempo, normatizadas). En la sociedad occidental
contemporánea, estamos asistiendo a un doble proceso de descomposición de los
estereotipos personales y vinculares instituidos (el individuo normal y el contrato
social) y por otro lado de creación de nuevos modos de habitar la experiencia
personal y vivir en común. El desafío, e incluso la encrucijada en que nos hallamos,
hacen que sea urgente la creación de nuevos lazos de ternura, cuidado,
responsabilidad mutua y colectiva puesto que el neoliberalismo promueve un
creciente hiperindividualismo, competitividad e indiferencia, que nos empobrece a
todos, incluso a los presuntamente “existosos”. Esto es así pues la potencia (y con
ello la libertad) de cada quien está entrelazada con la potencia colectiva y se nutre
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de ella. Por eso para mí el cultivo de los vínculos de confianza, de los estilos
colaboradores, del compartir generoso que se nutre de lo común, es crucial para
gestar comunidades que puedan desplegar modos de existencia más inclusivos,
sinérgicos y disfrutables.
No se trata de promover un nuevo credo hegemónico, sino de construir
colectivos capaces de polinizarse mutuamente en el diálogo, aprender a utilizar las
tensiones de tal modo que sean productivas y no destructivas. No es un proyecto ni
utópico ni moral, no se trata de que “debemos” hacerlo porque una autoridad
trascendente (religión, ideología, ciencia) nos lo demanda desde una verdad
incuestionable, sino de desplegar la alegría de la exploración conjunta de nuevas
posibilidades convivenciales, siempre en situación, siempre reconociendo lo afín y lo
diverso como imprescindible para la nutrición mutua.
La dificultad para el pensamiento moderno (al igual que el HI) reside en no
poder salir del marco de sus propios preconceptos y quedan siempre atrapados en la
elección entre polos opuestos. Qué hay en cada polo y a qué se contrapone puede
variar, pero siempre la forma que toma es el enfrentamiento entre polaridades
absolutamente puras y opuestas. En relación al ser humano y a los vínculos, los
pensadores modernos fueron tomando distintas posiciones: algunos inventaron al
“buen salvaje”, mientras otros lo imaginaron como un caníbal, pero en ambos casos
lo concibieron en contraposición con el “hombre civilizado”. Del mismo modo, la
comunidad fue imaginada por algunos como un paraíso: el círculo cálido, la
pertenencia sin conflictos, la solidaridad absoluta y el acuerdo sin fisuras. Mientras
otros la concibieron de un modo totalmente contrario: como una coerción
intolerable de la libertad individual, una exigencia de obediencia a la tradición, un
destino forzoso. En ambos casos los pensadores modernos fueron incapaces de
pensar la tensión inherente a todo encuentro y organización. La comunidad no ha
sido nunca pura armonía y solidaridad, ni una forma absolutamente ahogante de
vivir.
Pensar la comunidad existente y la que queremos promover, desde los
enfoques de la complejidad supone abandonar las narraciones que nos exigen optar
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entre el paraíso (siempre perdido o futuro) y el infierno (generalmente como
amenaza). En este camino es imprescindible comprender nuestra existencia
reconociendo que siempre ha de ser diversa, tensa, e intensa. Lejos de ser un
defecto, así es nuestra naturaleza, y por lo tanto éste es el punto de partida para
construir todas las formas vinculares que seamos capaces de producir.
En la era de la visibilización de la trama común tenemos la oportunidad de
crear nuevos modos de comunidad que nos permitan tejer vínculos horizontales,
transversales, excéntricos, multicéntricos, y sobre todo fluidos. No existe uno, sino
una gran variedad de modos de pertenencia. La tensión entre lo singular y lo
colectivo es parte de la vida. El modo en que construyamos el lazo social en una era
en que lo instituido se licua y lo nuevo está recién configurándose, dependerá de
nosotros, por lo cual es crucial pensar qué mundo queremos promover. Hoy están
en pugna al menos dos tipos de modelos. Unos se basan en el control y son
profundamente excluyentes, nos venden “felicidad” envasada, “pasión”
monopolizada por el trabajo, depredación acelerada de la naturaleza, presunta
tolerancia de la diferencia que es más bien promoción de la indiferencia. Los otros
están creando múltiples modos de promoción de lo común, valoración y aceptación
de la diversidad, reconocimiento de los otros no sólo como legítimos otros sino
como indispensables para nuestra propia vida. En este camino, que sólo se puede
hacer al andar, no hay métodos ni recetas, como bien nos decía Deleuze, sólo un
larga preparación.
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Referencia a una bellísima canción de Peteco Carabajal: “Como pájaros en el aire”
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