Derivas de Lo Grupal'

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DERIVAS DE ‘LO GRUPAL’

(Lecturas de Eduardo Pavlovsky)

Rocío Feltrez

La historia, con sus intensidades, sus debilidades, sus furores secretos, sus
grandes agitaciones febriles y sus síncopes, es el cuerpo mismo del devenir. Hay que ser
metafísico para buscarle un alma en la lejana idealidad del origen.

Michel Foucault. Microfísica del poder.

No más mente a la conquista laboriosa de su unidad, sino la erosión indefinida del afuera; no más
verdad resplandeciendo al fin, sino el brillo y la angustia de un lenguaje siempre recomenzando.

Michel Foucault. El pensamiento del afuera.

Debo decir, cuando hablo, quién habla, y buscar, y cuando busco, quién busca, y buscar, y así
sucesivamente y lo mismo en cuanto a las demás cosas que me ocurren y para las cuales es
menester hallar a alguien, pues las cosas que ocurren necesitan de alguien, al que le ocurran, es
menester que alguien las detenga.

Samuel Beckett. El innombrable.

Sobre el agotamiento del lenguaje


Lo grupal no sólo es el nombre de una publicación periódica impulsada por Eduardo
Pavlovsky y Juan Carlos De Brasi que alcanzó diez libros entre los años 1983 y 1993. Lo
grupal es, también, el nombre de un movimiento disidente del pensar.
El neutro lo, aparece como una astucia para escapar de los lugares fijos que el lenguaje
nos impone (Percia, M., 2010): movimiento que entiende que resulta difícil pensar otro
mundo mientras nos mantengamos desligados del problema del lenguaje.
¿Por qué pensar que se dispone de él como si se tratara de un objeto inerte, manso,
domesticable? Si las palabras se acurrucan en las venas. Si una idea da cosquillas. Si
¿quién habla? es la pregunta inextinguible que relaza el pensar al infinito.
La astucia del neutro ‘lo’ abandona el afán de obturar el derrame inevitable de ese cuerpo
siempre vivo. Tras el agotamiento de unas fórmulas que embalsaman lo viviente, de una
lengua estancada en lugares comunes, el neutro ‘lo’ precipita lo impensado. El agotamiento
del lenguaje no sólo dice el tedio de unas palabras conquistadas por el sentido común.
Sugiere, también, que el lenguaje se derrama, obstinado, más allá del intento demasiado
humano de asir lo inasible; y así la lengua, agotada, se vuelve gota insumisa.
Con la publicación Lo Grupal (1983-1993), tras la vuelta de la democracia, entran en
escena una serie de discusiones que apuntan a pensar los estares colectivos antes, durante y
después del Terror de Estado. Cuando hablamos del movimiento de lo grupal, no nos
referimos a todo aquello que se ha dicho o se ha pensado sobre los grupos en nuestro país,
sino a ciertos modos de pensar-hacer en espacios clínicos en situación de grupo. Uno de los
representantes de este movimiento es, sin dudas, Eduardo Pavlovsky.

‘Lo’ Pavlovsky
Quizá convenga anteponer a «Pavlovsky» también el neutro lo, en un intento de
rodear algo de esas experiencias que se traman entre psicoanálisis, teatro, política, filosofía
y estética. Experiencias que se baten más allá de las fronteras disciplinarias. Una obra
teatral danza con la escritura de un ensayo. La escritura de un drama lleva el pulso de las
experiencias clínicas, aunque las voces de esas figuras dicen más de lo que el cuerpo que
escribe cree decidir.
Lo Pavlovsky incomoda a las disciplinas. Fuerza a abandonar el afán de establecer límites
claros, ordenar, clasificar, separar, rotular; lleva a abandonar todo querer-asir.
No se trata de borrar, con el neutro lo, a ese cuerpo rabioso que vibra en el escenario. El
neutro lo nos invita aun más allá de la experiencia personal, un más allá de los lugares
comunes, y más allá podría ser un hermoso modo de invocar a esa presencia inclasificable
que anda desbordante. Más allá no como espacio trascendental desligado de lo inmanente
sino como movimiento de impugnación de lo que es; cuerpo que no se conforma con las
formas de vida de las que éste cuerpo social, ésta civilización, está siendo capaz.

Amistad
Un texto, una obra, puede ser esa experiencia que cuando se arroja al aire como
trama disponible, como urdimbre de pensamientos que no esperan la caricia narcisista del
reconocimiento, hace estallar en preguntas a la Razón.
Entre lecturas, nos asalta el deseo de indagar las constelaciones amistosas que
acompañaron los días de esos textos. Pintar el entramado social que gestó esas letras; trazar
los desvíos, pausas y envites. Imaginar la densidad de la tinta que pintó cada palabra.
Es cierto que pensar gusta de soledad, pero quizá convenga sospechar de las soledades que
no se dejan acompañar por otras soledades que también insisten en fabular ideas para un
mundo por venir. Amistad, como condición del ejercicio del pensar. Amistad, con
Nietzsche, como lecho duro: muelle de roca en el que descansamos incómodas. Umbral que
se posa sobre el mar y dispone a la belleza del paisaje, mientras es blanco de las olas más
inquietas.

Presencias leídas
En Kafka y sus precursores (1951), Borges sugiere que cada escritor crea, en su
escritura, a sus precursores. Así como la escritura kafkiana creó ciertas presencias,
Pavlovsky también tramó las suyas. Hay ideas, experiencias, y acontecimientos que
rastreamos en los textos de Pavlovsky: líneas de pensamiento trazadas por Gilles Deleuze y
Félix Guattari; la dramaturgia de Samuel Beckett; el Cordobazo; ideas de Ángel Fiasché,
Marie Langer, Wilhelm Reich; los grupos Plataforma y Documento, conformados tras la
ruptura con la Asociación Psicoanalítica Argentina; las estrechas relaciones entre
psicoanálisis y marxismo que acompañaban aquellos años efervescentes; la experiencia de
“La Casona”; la Psicoterapia de Grupos con niños y adolescentes; el Psicodrama
Psicoanalítico y el Grupo Experimental Psicodramático Latinoamericano gestados junto a
Fidel Moccio y Carlos Martínez Bouquet; las Escenas Temidas del Coordinador de Grupos
y la Multiplicación Dramática, elaboradas junto a Hernán Kesselman y Luis Frydlewsky,
entre otras.
No se intenta sistematizar “la obra” de Eduardo Pavlovsky, sino más bien cartografiar algo
de esas presencias que tejen los textos. Convidar las derivas de una experiencia de lectura.

Historias (una revuelta anti-mayúscula)


¿Cómo te cuento todo eso, hermano, cómo?
Eduardo Pavlovsky. Rojos globos rojos.

Relatar un viaje. Los sesenta, los setenta. Algunos y algunas de los y las que
nacimos rozando los noventa recibimos relatos escritos con letras fosilizadas que poco
dicen de esos cuerpos que temblaron de alegría, de miedo, de amor, de furia. En las aulas,
los relatos de «la historia» suelen transmitirse con la misma impasibilidad con que un lunes
a las doce del mediodía un señor con traje y corbata comenta que murieron veintitrés pibes
en un bombardeo en la frontera de Gaza. Se habla sin sentir ni el peso ni el color ni la
textura de lo que se dice cuando se dice; sin notar que algunas palabras gritan las heridas de
la civilización.
Los pizarrones se atestan con líneas de tiempo que intentan condensar en dos metros verdes
y veinte palabras el bombardeo a la Plaza de Mayo del cincuenta y cinco, la Noche de los
Bastones Largos y la Dictadura Militar del setenta y seis, desoyendo que lo vivo no anda
tanto sobre líneas sino que gusta más bien de perderse en laberintos; olvidando que entre
representación y representación pasa la vida.
Muchos y muchas de los y las estudiantes de la Facultad de Psicología de la Universidad de
Buenos Aires quizá no saben que alguna vez, allá por mil novecientos sesenta y nueve, bajo
el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, la ciudad de Córdoba estalló a gritos. Y que
esas voces retumbaron en el país con una potencia tan inmensa que, a los pocos días, el
gobierno de Onganía cayó. Y que el Cordobazo fue uno de los acontecimientos que marcó
el inicio del proceso de ruptura con la Asociación Psicoanalítica Argentina que se cristalizó
en mil novecientos setenta y uno.
¿Cómo decir? ¿Cómo contar? Quizá nos inclinamos más hacia un modo de contar que,
como escribe Hugo Vezzetti, “busca explorar una trama de procesos y acontecimientos,
múltiples, heterogéneos, siempre parciales; no busca reconstruir totalidades sino problemas;
y no es un reducto de certezas sino que su motor es la curiosidad” (Vezzetti, H., 2007)
¿Cómo relatar, desde allí, algo de esos días? En los prólogos de algunos libros publicados
aquellos años, encuentro indicios para pensar esas historias que no entran en las aulas;
historias que se escriben con minúscula y en plural.1 Como si en esos espacios dialógicos y
testimoniales, cuando logran librarse de la tentación de convertirse en exhibidores del
narcisismo de las pequeñas diferencias o de las formalidades complacientes, los cuerpos se
sintieran a gusto.
Algunos prólogos de textos de Eduardo Pavlovsky anteriores a la publicación Lo grupal
nos dejan pensar ciertos debates que tenían lugar aquellos años; tensiones que se dibujan en
un intercambio epistolar, un diálogo, y hasta en la soledad del relato íntimo. Prólogos como
narraciones que nos dan indicios de modos de pensar-hacer-vivir. Relatos que cuentan,
también, algo del clima intelectual de la época.

Un prólogo2
Pavlovsky comienza a escribir Psicoterapia de grupo en niños y adolescentes
(1968) impulsado por una conversación informal que entabló con Ángel Fiasché en 1966.
Decide escribir el primer capítulo de ese libro en forma de diálogo, en un intento de
plasmar algo de ese encuentro.
Mientras en la primera edición el libro es prologado por un Emilio Rodrigué que trata de
«usted» a un tal «doctor Pavlovsky», en el prólogo de la segunda edición (1973)
encontramos un intercambio epistolar cargado de afecto, tensiones, ideas y diferencias entre
una constelación amistosa: Hernán Kesselman, Armando Bauleo, Emilio Rodrigué y
Eduardo Pavlovsky. Resulta difícil narrar la intensidad que circula entre esas letras. Se
siente en cada frase el rechinar de unas plumas agitadas.
Interesa la mezcla de ideas, inquietudes, preguntas y fuerzas que circulaban en el campo
intelectual, político, social aquellos años. Palabras impulsadas por un deseo de
transformación.
Rodrigué ve en el Cordobazo el punto de inflexión que los hermanó:
“Y pensar que en el 66 te trataba de usted, compañero de ruta. ¡Es como hablar de
usted con el espejo! Faltaba que llegara mayo del 69 con el Cordobazo para que
recibiéramos el puntapié inicial que nos lanzó en órbita. Y mirá que hemos hecho un
viaje muy especial desde ese entonces, donde hemos sido náufragos y cazadores, ya
que hemos perdido muchas cosas en la búsqueda de las medidas de nuestra liberación.
Este es el viaje que hemos compartido con Armando y Hernán y con la observadora

1
En Lo grupal y la cuestión de lo neutro (2010), Marcelo Percia piensa lo neutro como revuelta anti-
mayúscula.
2
Se trata del prólogo al libro de Eduardo Pavlovsky Psicoterapia de grupo en niños y adolescentes (1968).
En el mismo se leen intervenciones de Emilio Rodrigué, Arnando Bauleo, Hernán Kesselman y Eduardo
Pavlovsky.
participante Mimi. Ello explica la endiablada promiscuidad epistolar de este prólogo”.
(Pavlovsky, E., 1968, p. 12)

En el prólogo al primer volumen de la publicación Cuestionamos (1971), Marie Langer


también dice encontrar en el Cordobazo un punto de inflexión. Allí escribe: “a nosotros,
como institución, nos despertó el Cordobazo” (Langer, M., 1971, p. 17). Advierte que la
ruptura con la Asociación Psicoanalítica Argentina no es impulsada por un cuestionamiento
al psicoanálisis en sí, sino más bien por una crítica a las omisiones que comete el
pensamiento psicoanalítico. Ubica, en principio, dos puntos fundamentales hacia donde se
dirige la crítica: i) Las ideas de Freud que hablan de una sociedad dada y un hombre
inmodificable. ii) La institucionalización del psicoanálisis y su pacto con la clase
dominante.3
Luego de la ruptura, se generan dos movimientos disidentes: Plataforma y Documento. En
alguna ocasión, Pavlovsky comenta que lo que el “psicoanálisis de izquierda” se proponía
era la adecuación de su discurso a una práctica posible, y esta práctica era vivida como
práctica de transformación, no de consolidación. (Pavlovsky, E., 1987, p. 14) Para
algunos, esa ruptura fue vivida como una oportunidad para trabajar, enseñar y pensar por
fuera de la protección asfixiante de la institución psicoanalítica.
El intercambio epistolar es retomado por Armando Bauleo. Parece continuar con algunas de
las cuestiones que se podían leer en la publicación Cuestionamos; inquietudes que
acompañan el ritmo de una época: ¿Cuáles son las implicancias de pensar la práctica
psicoanalítica por fuera de la lucha de clases? ¿Cómo involucrar otras significaciones allí
donde el discurso psicoanalítico hegemónico se presenta como apolítico? ¿Qué interpretar y
cómo hacerlo? Bauleo propone una «lectura ideológica» de la situación. Pavlovsky
responde. Comienza diciendo que nunca podrá saber si él, Kesselman y Bauleo se dicen
«hermanos» por los derroteros de su relación afectiva, o por el hecho de ser los tres «hijos»
de Marie Langer. Quizá la mítica presencia de esa mujer sostenga esa palabra que alguna
vez eligieron para nombrarse. Hermanos de ruta. Enamorados del psicoanálisis, de los
grupos. Comunidad de analizantes4.
Pavlovsky piensa con Wilhelm Reich. Desde allí, la ideología pequeñoburguesa aparece
como un cáncer que, al infiltrarse en el proletariado, ayuda a negar su inserción de clase. Se
anima a decir que esa podría ser la explicación a una situación con la que se suelen
encontrar en la clínica: los niños de familias humildes quieren “jugar a ser niños ricos”.
Como si la «familia proletaria» estuviera contaminada por la ideología dominante.5 Luego

3
En Situación actual del psicoanálisis (1983), presente en una compilación de textos de los volúmenes I y II
de Cuestionamos, Hugo Vezzetti plantea cuatro puntos que recorren las implicancias de éste movimiento
crítico. Ver: Vezzetti, H. (1983) Situación actual del psicoanálisis. En Langer, M. (comp.) (1987)
Cuestionamos. Ediciones Búsqueda. Buenos Aires, 1987.
4
Pavlovsky, Kesselman y Bauleo se analizaron simultáneamente con Marie Langer durante varios años.
5
Es interesante la lectura que hace Hugo Vezzetti (1983) respecto a ésta cuestión: «Es cierto que en la versión
más ideologizada del papel del psicoanálisis en la coyuntura histórica reaparecían viejas ilusiones –ahora bajo
una advocación que combinaba el mensaje freudiano con la promesa marxista– centradas en la eficacia de una
intervención sobre la dimensión subjetiva para alumbrar un cambio social que se anunciaba como bien
próximo. (…) nunca dejó de plantearse –aunque lo resolviera mal– la tensión entre el compromiso social del
analista y las condiciones de una acción que debía ser a la vez políticamente eficaz y teóricamente orientada a
salvar los fundamentos del psicoanálisis».
se hace presente Rodrigué, con las pequeñas elucubraciones de su incipiente cabecita
negra, tal como decide, con un gesto burlón, llamarlas. Sabe que, en ese estilo epistolar,
reposa una intención pedagógica. Lo lúdico puede comprenderse desde lo lúdico, y es allí,
entre esas letras, que la constelación brilla. Rodrigué escribe el prólogo el 9 de Marzo de
1973, dos días antes de que Héctor Cámpora asumiera como presidente de la Nación.
Plantea el problema de la política y las diferencias ideológicas que los separan. La
diferencia es el peronismo, escribe Emilio. “Armando, Tato, ¿no se dan cuenta de que el
país está en guerra?” (Pavlovsky, E., 1968, p. 13) Tres meses después, el día 20 de Junio, se
produciría la masacre de Ezeiza.
Finalmente, Kesselman toma la posta. Su escritura parece urgente. Critica fuertemente al
tecnicismo modernista al que responde el psicoanálisis neutral y apolítico, al purismo
cientificista de izquierda que anestesió al pensamiento, a la fiebre del consumo que gestó
modos de vida que impidieron que los intelectuales se asumieran como «hombres de
pueblo», “mientras el pueblo, la vida misma, pausadamente, pasaba por la calle”
(Pavlovsky, E., 1968, p. 15) Insiste en la necesidad de tomarse a ellos mismos, a ese grupo
de intelectuales, hermanos, amigos, como blanco del análisis crítico: cuestionar sus propias
formas de intervención. Poner en marcha una crítica del nosotros mismos. Invita a
demorarse metros antes de la línea de llegada de esa carrera epistolar. Demorarse para
comenzar a pensar. Intimar con los problemas de esos tiempos, para que la producción
intelectual y la práctica clínica comiencen a marchar al ritmo del pueblo. Se desliza una
invitación a pensar:
“¿Nos vamos juntos, entonces, para seguir corriendo hacia otro lado sin abandonar
nuestro instrumento, pero codo a codo con los que tienen nuestros mismos intereses y
entre ellos, es decir, ni tan adelante del ritmo de marcha del pueblo en su conjunto que
no se llegue a escuchar lo que decimos ni tan atrás que nos perdamos de su vista?”
(Pavlovsky, E., 1968, p. 16)

El Cordobazo hermanó, de algún modo, a esas inquietudes que intentaban impulsar un


movimiento de transformación. Luego del zarpazo amoroso, aparecieron las historias, las
guerras y exclusiones.6 El cuerpo social secretó, de algún modo, la siguiente pregunta:
¿Qué formas de organización somos capaces de crear tras la ruptura con las instituciones
que criticamos?
Interesa detenerse en una de las propuestas que Hernán Kesselman lanza en ese prólogo del
setenta y tres: poner al nosotros mismos7 como blanco del análisis crítico. Cuestionar las
“propias” formas de intervención. Se trata de una apuesta que podría mantener en su
horizonte la pregunta por aquello que está pudiendo un cuerpo colectivo. ¿Cómo no sentir
las resonancias de estos planteos de principios de los setenta con algunos de los problemas
que se dibujan por estos días? La pregunta por aquello de lo que es capaz un cuerpo social
6
Esto resuena con algo que Maurice Blanchot escribe en en L’amité (1971): “En un cierto momento, frente a
los acontecimientos públicos, sabemos que debemos rechazar. El rechazo es absoluto, categórico. No discute
ni hace oír sus razones. Es en lo que es silencioso y solitario, incluso cuando se afirma, como le es preciso, a
pleno día. Los hombres que rechazan y que están unidos por la fuerza del rechazo saben que no están aún
juntos. El tiempo de la afirmación común les ha sido arrebatado precisamente. Lo que les queda es el
irreductible rechazo, la amistad de ese no cierto, inquebrantable, riguroso, que les mantiene unidos y
solidarios”
7
Habría que pensar, en principio, cómo se piensa a ese «nosotros» y qué de esa idea interesa.
se mantiene en el horizonte. Ensayar una crítica de nosotros mismos quizá hable de un
intento que no tiene que ver estrictamente con un programa revolucionario. Quizá interesa
pensar esa empresa como posición, o mejor, como disposición; un estado de sensibilidad
frente a aquellos fenómenos micropolíticos que traman los ritmos de un cuerpo social.
Un cuerpo disponible, que está crítico en lo que va pudiendo, tal vez (sólo tal vez) pueda
narrar algo de lo que los discursos vigentes no logran asir. Tal vez (sólo tal vez) puedan
darse las condiciones para pensar una situación, construir un problema, e inyectarle a
experiencia aparentemente personal un afuera que conmueva lo posible. Nos resuenan, de
pronto, las palabras de Foucault:
“Hay que considerar la ontología crítica de nosotros mismo no por cierto como
una teoría, una doctrina, ni siquiera un cuerpo permanente de saber que se
acumula; hay que concebirla como una actitud, un ethos, una vía filosófica
donde la crítica de lo que somos es a la vez análisis histórico de los límites que
se nos plantean y prueba de su franqueamiento posible” (Foucault, M., 1984, p.
111)
Quizá no se trate tanto de contar secretos o detalles curiosos como de narrar
historias que puedan secretar preguntas del cuerpo social. Construir problemas para
comenzar a pensar.

Flechazos
Los derroteros del cruce con ideas de Gilles Deleuze y Félix Guattari, y la obra de
Samuel Beckett, quizá sea uno de los convites más interesante que hace Pavlovsky. Tanto
el encuentro con la obra de Beckett –desde aquel flechazo de Esperando a Godot, en el
cincuenta y siete– como la lectura de la obra de Deleuze y Guattari, pueden pensarse como
acontecimientos que diseminaron en esa obra un pulso singular.
Algunas ideas de Deleuze y Guattari se presentan como pistas. Se lee en El Anti Edipo
(1972): “Ello funciona en todas partes, bien sin parar, bien discontinuo. Ello respira, ello se
calienta, ello come. Ello caga, ello besa. Qué error haber dicho el ello” (p. 11) “Yo y no-yo,
exterior e interior ya no quieren decir nada” (p. 12) “(…) solo hay el deseo y lo social, y
nada más. Incluso las formas más represivas y más mortíferas de la producción social son
producidas por el deseo” (p. 36), “(…) nada de Papá y Mamá. El inconciente es huérfano”
(p. 56). Ideas que nombran algo de eso que Pavlovsky venía ensayando en ciertos espacios
clínicos y en el teatro, incluso antes de encontrarse con esas lecturas.
Participa de una ética del cuerpo que intenta ir más allá de la lógica de lo personal y la
tiranía del yo. Una ética a la que le interesan los estados e intensidades por las que pasan
los cuerpos afectados por el mundo social. En Mil Mesetas (1980), Deleuze y Guattari
convidan una idea8 que Pavlovsky retoma para pensar los estares clínicos y teatrales:

“un cuerpo no se define por la forma que lo determina, ni como una sustancia o sujeto
determinados, ni por los órganos que posee o las funciones que ejerce (…) un cuerpo
sólo se define por una longitud y una latitud: es decir, el conjunto de los elementos
materiales que le pertenecen bajo tales relaciones de movimiento y de reposo, de
velocidad y de lentitud (longitud); el conjunto de los afectos intensivos de los que es
capaz, bajo tal poder o grado de potencia (latitud). Tan sólo afectos y movimientos
locales, velocidades diferenciales. (…) Existe un modo de individuación muy
diferente del de una persona, un sujeto, una cosa o una sustancia. Nosotros nos
reservamos para él el nombre de haecceidad9” (Deleuze, G.; Guattari, F., 1980, p.
264)

Eduardo Pavlovsky se detiene especialmente en el problema de la individuación. En el libro


número 8 de la publicación Lo Grupal, escribe un texto cuyo título anticipa las resonancias
de una experiencia de lectura: Samuel Beckett, hoy: Gilles Deleuze (1990). Allí intenta
pensar los cruces entre las ideas de Deleuze-Guattari y las obras de Samuel Beckett. Afirma
en esas líneas que usualmente los estudios sobre Beckett trabajan sobre complejas
metáforas que obturan la intensidad del universo beckettiano, desatendiendo otros indicios
que encuentra más interesantes. Sugiere que algunas conceptualizaciones de Deleuze,
permiten pensar “otra dimensión del universo beckettiano, que no deja de coincidir en
última instancia, con la permanente resistencia de Beckett a ser interpretado a través de la
construcción de dispositivos metafóricos” (Pavlovsky, E., 1990, p. 30). Esta puesta en
cuestión de la compulsión interpretativa o interpretosis10, no se reduce al análisis de la obra
de Samuel Beckett sino que se enmarca en un movimiento de pensamiento que intenta
conmover algunas de las lógicas que sostenían las prácticas “grupalistas” tradicionales.
Pavlovsky explicita algo de la operación de lectura realizada en aquel texto:

“hemos intentado a través de estas líneas elaborar ciertos niveles de lectura del
universo beckettiano, generalmente más ligado a la filosofía del pesimismo y del
deterioro o de la incomunicación humana, que a la creación y gestación de nuevos
dispositivos y formas complejas de individuación en la dramaturgia universal, que han
servido muchas veces de modelo (conciente o inconcientemente) a las vanguardias
teatrales contemporáneas” (Pavlovsky, E., 1990, p. 32)

Ciertamente, la obra de Samuel Beckett deja pensar el problema de la individuación,


cuestión abordada por Deleuze y Guattari en varias oportunidades. Muchos de los textos del
dramaturgo irlandés dejan pensar individuaciones sin sujeto que dan cuenta de estados que
dicen lo que pasa por un cuerpo. Composiciones impersonales, preindividuales, que ponen

8
Una idea en la que se sienten resonancias de lecturas de Baruch Spinoza y Gilbert Simondón, entre otros.
9
Respecto a la palabra haecceidad, Deleuze y Guattari anotan lo siguiente: «A veces se escribe ‘eccéite’,
derivando la palabra de ecce, he aquí. Es un error, puesto que Duns Scoto ha creado la palabra y el concepto a
partir de Haec, ‘esta cosa’. Pero es un error fecundo, puesto que sugiere un modo de individuación que no se
confunde precisamente con el de una cosa o un sujeto.
10
En Mil mesetas (1980), Deleuze y Guattari escriben: “(…) significancia e interpretosis son las dos
enfermedades de la tierra o de la piel, es decir, del hombre, la neurosis de base” (p. 120)
en cuestión la lógica de la propiedad y se ríen de la ficción del origen, de las causas
localizables. Pavlovsky escribe:

“Qué son El Innombrable, Malone Muere, Molloy, o las últimas obras de Beckett,
sino sujetos sin rostro, voces que hablan a los personajes, que ya no tienen forma o
sustancia propias (…) En las últimas obras de Beckett, no hay sujetos definidos. Tan
sólo relaciones de movimiento y de reposo, de velocidades y de lentitud entre
elementos no formados, moléculas y partículas de todo tipo. Individuaciones sin
sujeto, que constituyen agenciamientos colectivos. Nada es subjetivable (…) Toda la
literatura de Beckett presenta disoluciones de formas y de las personas, liberación de
movimientos, velocidades, retrasos, afectos, como si algo se escapase de una materia
impalpable a medida que el relato progresa.” (pp. 14 y 24)

Esa tensión inextinguible que implica la puesta en cuestión de la existencia de una unidad
de sí mismo (persona, sujeto, yo) resuena con el modo en que Gilbert Simondón entiende el
proceso de individuación. En La individuación a la luz de las nociones de forma y de
información (1958) Simondón intenta pensar las condiciones en que un individuo se
individúa, entendiendo en principio que la individuación es un proceso inagotable, siempre
abierto. Comienza poniendo en cuestión ese pensamiento que atraviesa las dos vías según
las cuales suele abordarse la realidad del ser como individuo. Una de estas vías, la
hilemórfica, responde a la tradición aristotélica según la cual un individuo se engendra por
el encuentro de forma y materia. La otra, afirma que el ser como individuo no se engendra
sino que (pre)existe como unidad, fundado sobre sí mismo. Simondón afirma que el
pensamiento que sostiene estas dos vías “supone que existe un principio de individuación
anterior a la individuación misma, susceptible de explicarla, de producirla, de conducirla.”
(Simondón, G., 1958, p. 23) Escribe:

“Para pensar la individuación es preciso considerar el ser no como sustancia, o


materia, o forma, sino como sistema tenso, sobresaturado, por encima del nivel de la
unidad, consistiendo no solamente en sí mismo, y no pudiendo ser pensado
adecuadamente mediante el principio del tercero excluido” (Simondón, G., 1958, p.
27)

Interesa especialmente la idea de un sistema tenso, abierto, móvil, sostenido en una


indeterminación que dispone. ¿Podría pensarse en esa misma línea el pasaje de los grupos a
‘lo grupal’?

Por una ética de lo abierto


Muchas de las ideas que sostienen lo que se conoce como multiplicación dramática
resuenan con líneas teóricas trabajadas por Deleuze y Guattari. Esta ficción podría pensarse
así: alguien presta una escena, hace disponible una trama, un relato, para ser dramatizado.
Cada uno de los cuerpos presentes improvisa otra escena que resuena con la escena inicial.
Los múltiples sentidos convulsionan algo de ese sentido “primero” que un cuerpo vive,
quizá, como dolor, pesadez, angustia o hastío.
Tal como afirma Pavlovsky, Las escenas temidas del coordinador de grupos (1978) es un
trabajo precursor del libro que condensa las ideas sobre la multiplicación dramática.11
Pavlovsky, Frydlewsky y Kesselman ubican dos modos de estar del coordinador o de la
coordinadora en un grupo12: una forma que se despliega en base a modelos referenciales
conocidos, y otra desde la intuición o creatividad. Estar molar y estar molecular. Se trata de
dos momentos que se entrecruzan constantemente. Desde esta lectura, en el primero
momento orientan la experiencia personajes acompañantes, modelos teóricos. Hay algo del
cuerpo tenso, rígido que dice ese estado, ese momento. En el segundo, se produce una
ruptura con esos personajes acompañantes y adviene la experiencia de soledad, salto al
vacío. Podría pensarse esa desnudez característica de este segundo estado como
sensibilidad de manada. En Mil Mesetas (1980) Deleuze y Guattari retoman una distinción
que Elias Canetti sugiere respecto a los juegos de multiplicidades. Masa y manada
aparecen como dos tipos de multiplicidades que por momentos se oponen y por momentos
se combinan. Lo interesante de la manada es que cada cuerpo permanece solo a pesar de
estar rodeado de otros cuerpos. Habla de una soledad que se podría pensar como ex-
posición:

“En las constelaciones cambiantes de la manada, el individuo se mantendrá siempre en


el borde. Estará dentro, e inmediatamente después en el borde, en el borde, e
inmediatamente después dentro. Cuando la manada forma un círculo alrededor de su
fuego, cada cual podrá ver a sus vecinos a derecha y a izquierda, pero la espalda está
libre, la espalda está abiertamente expuesta a la naturaleza salvaje” (Deleuze, G.;
Guattari, F., 1980, p. 40)

No se trata de un estado ideal ni de dos momentos que se excluyen mutuamente. “Los


árboles tienen líneas rizomáticas, y el rizoma puntos de arborescencia” (p. 40), escriben
Deleuze y Guattari. Sospechamos de los lugares puros.
En alguna ocasión, se pensó a la multiplicación dramática como una de las propuestas que
mejor orientan al trabajo grupal. (Percia, M., 1989, p. 91) La multiplicación dramática no
se gestó tanto como «técnica» sino como modo de pensar lo grupal, como posición clínica,
ética, estética y política. Invención que intenta romper con el reduccionismo interpretativo
al que los grupos suelen ser condenados. Alguien hace disponible una escena, una obra que
se ofrece a la producción de otras versiones. Retazo de commedia dell’arte13; esa existencia
que, pese a estar bañada de solemnidades, deja ver, en movimiento, las pulsaciones de lo

11
En el prólogo a la primera edición de la editorial Galerna (2007) de Las escenas temidas del coordinador de
grupos, Pavlovsky escribe: “Las escenas temidas del coordinador de grupos fue el precursor de otro libro que
se editó en Buenos Aires años más tarde: La multiplicación Dramática. (…) Más adelante, los diez tomos de
Lo Grupal –también publicados por Búsqueda– completaban nuestra producción con otros compañeros en el
exilio y en Buenos Aires”
12
Me refiero puntualmente a dos textos, uno presente en el primer libro de la publicación Lo Grupal: Sobre
dos formas de comprender del coordinador grupal (1983) y otro en el libro nueve Dos estares del
coordinador (1991) Allí se condensan algunas ideas trabajadas en Escenas temidas del coordinador de
grupos (1978). Pese a que los autores se centran en los modos de estar del coordinador, encuentro en estas
ideas pistas interesantes para pensar los estares colectivos más allá de la figura del coordinador.
13
Se trata de una idea que toma Lacan en Más allá del principio de realidad (1936) para pensar las neurosis.
Mientras que en la commedia erudita se pone en escena un texto íntegro, inmodificable, que no permite la
improvisación, la commedia dell’arte utiliza sólo ciertos textos como guías, permitiendo siempre una
variación.
absurdo. En base a la resonancia que ese texto provoca, otros cuerpos producen una serie
de escenas. La escena original se conmueve, los sentidos se multiplican. Cuerpos lúdicos.
¿La trama del drama se agujerea? ¿Desterritorialización? ¿Desdramatización?
¿Deshabituación? ¿Estallido del yo? Momento de vacilación. Demora que inyecta duda.
Incomodidad que relanza los dados.
Como sugerimos antes, en Pavlovsky resulta imposible separar la experiencia clínica de la
que ensaya en teatro. Ambos son pensados como espacios de experimentación y producción
de modos de existencia. En muchos de sus obras teatrales, decide no especificar las
indicaciones para la puesta en escena. Pavlovsky hace disponible un texto escrito para que,
en el escenario, el texto dramático hable el ritmo del cuerpo del actor. Como sucede en
Paso de Dos (1990):
“El texto escrito de Paso de Dos se transforma en texto dramático cuando el cuerpo de
los actores penetra el entrelineado autoral. Si el texto escrito es la expresión molar, el
texto dramático se constituye en el entretejido molecular: ‘entre’ las pausas, ‘entre’ las
palabras, en los cambios de ritmo y velocidad, en la penetración de los cuerpos
bordeando o atravesando el texto, en imágenes y afectos que van surgiendo en todo
ese proceso molecular del trabajo artesanal del ensayo.” (Pavlovsky, E., 1993, p. 33)

Luis Frydlewsky muere en 1984. Tres años más tarde, Hernán Kesselman y Eduardo
Pavlovsky escriben La obra abierta de Umberto Eco y la Multiplicación Dramática.
Deciden incluir a Luis como autor. Dicen que era tan despistado que olvidó llevarse esas
ideas y éstas todavía pululan por el aire. Encuentran en la Obra Abierta (1962) de Umberto
Eco indicios para pensar esa máquina de multiplicar. Eco rodea el problema de lo abierto.
Dice que la apertura y el dinamismo de una obra –y, se podría pensar, de una vida–
consisten en hacerse disponibles. Entienden a la escena primera –y considero esto como
uno de los puntos más interesantes– como una escritura vacilante. Vacilación que se puede
pensar, también, en las criaturas de la narrativa de Samuel Beckett. (Pavlovsky, E., 1993, p.
21) En su Obra Abierta, Eco escribe: “la obra permanece inagotable y abierta en cuanto
‘ambigua’” (Eco, U., 1962, p. 71)
Quizá convenga pensar a la multiplicación dramática desde la idea de producción
maquínica de sentido. En La lógica del sentido (1969), Deleuze ensaya una teoría del
sentido en base a una serie de paradojas. Piensa sentido como producto. Encuentra indicios
en la idea de paradoja y sinsentido. Allí escribe: El sentido expresado como acontecimiento
(…) emana del sinsentido como de la instancia paradójica siempre desplazada, del centro
excéntrico eternamente descentrado” (Deleuze, G., 1969, p. 186) No se trata del
desciframiento de un sentido oculto, sino de la producción de algo que no tenía existencia.
Deleuze escribe: “No buscamos en Freud al explorador de la profundidad humana y del
sentido originario, sino al prodigioso descubridor de la maquinaria del inconciente, por la
que el sentido es producido, siempre producido en función de un sinsentido” (p. 81)
Sería interesante revisar las ideas que sostienen la multiplicación dramática. Hacer hablar a
estas matrices de sentido, pensar qué de esas ideas interesa y preguntarnos de qué otras
ficciones disponemos para seguir pensando los estares grupales.
El neutro lo es el guiño de una ética de lo abierto amante de las derivas. Una ética que
entiende que la indeterminación dispone. Que no interesa un mundo descifrado. Que la
incertidumbre también hace temblar de amor. Que pensar es movimiento infinito. Que lo
incapturable del lo es la picardía que conserva, para siempre, el misterio de lo vivo.

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