El Pensamiento de Cervantes Sobre La Lengua y Su Proyección en El Diálogo Del
El Pensamiento de Cervantes Sobre La Lengua y Su Proyección en El Diálogo Del
Resumen
Abstract
O. Introducción
jote, para lo cual nos vamos a centrar sucesivamente en la teoría del estilo, el
tratamiento de la fabla, el elemento popular, los latines y la voz y la entona-
ción de los personajes.
Pero, antes de nada, conviene recordar que, al escribir su obra inmortal,
Cervantes se encuentra en un momento de plena madurez física y espiritual,
lejos ya de las glorias de Lepanto y de la angustia de las cárceles moriscas de
Argel aunque aquejado por otro tipo de problemas (su matrimonio no ha sido
acertado, la literatura no le proporciona lo suficiente para vivir y su petición
de pasar a América ha sido rechazada por Felipe II). En tales circunstancias,
únicamente le queda una opción: aceptar la vida como se presenta, con senti-
do del humor y sin perder la esperanza en los más altos destinos del hombre.
Consciente de su valor como prosista, proyecta en la magna obra toda su ex-
periencia vital y su comprensión de los seres humanos, con sus virtudes y de-
fectos.
lo retrata así: «cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas dis-
crecíones que le levantan al cielo» (II, XXXII).
El autor dedica el Quijote de 1605 al Duque de Béjar «como príncipe tan
inclinado a favorecer las buenas artes, mayormente las que por su nobleza no
se abaten al servicio y granjerías del vulgo». Luego, el canónigo de Toledo
confiesa que, habiendo escrito más de cien bojas de un libro de caballerías,
había desistido de continuarlo por no querer sujetarse «al confuso juicio del
desvanecido vulgo, a quien por la mayor parte toca leer semejantes libros» (1,
XLVIII). El mismo Cervantes reconoce, en el Prólogo, que le tenía confuso lo
que dijera «el antiguo legislador que llaman vulgo».
El amigo «gracioso y bien entendido» con quien dialoga el autor en el
Prólogo de la primera parte del Quijote le aconseja «procurar que a la llana,
con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga vuestra oración y
periodo sonoro y festivo, pintando, en todo lo que alcanzáredes y fuere posi-
ble, vuestra intención, dando a entender vuestros conceptos, sin intrincarlos y
escurecerlos».
Las palabras deben ser «significantes, honestas y bien colocadas», en
«oración y período sonoro y festivo», que pinten la intención y los conceptos
«sin intrincarlos y escurecerlos». Así, pues, a su rocín don Quijote le puso el
nombre de Rocinante, «nombre, a su parecer, alto, sonoro y significativo», y a
Aldonza Lorenzo, Dulcinea, nombre que le pareció «músico y peregrino y
significativo» (1, 1).
La propiedad de las palabras se encuentra subordinada a la honestidad, o a
cierto decoro. Sancho llama rucio a su asno: «Mi asno, que por nombrarle con
este nombre le suelo llamar el mcio>~ (II, XXXIII). La Dueña Dolorida usa la
voz oídos y evita el término orejas: «antes que salga a la plaza de vuestros oi-
dos» (II, XXXVIII). La patética escena de la muerte de don Quijote termina
asi: «entre confusiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu»
(II, LXXIV).
La sonoridad y el ritmo (unidos a la gracia y donaire) constituyen uno de
los encantos más sutiles de la prosa cervantina, y, junto a todas las virtudes, la
llaneza y claridad. El licenciado Márquez Torres, en la entusiasta Aprobación
de la segunda parte, destaca en el Quijote ~<lalisura del lenguaje castellano, no
adulterado con enfadosa y estudiada afectación (vicio con razón aborrecido de
hombres cuerdos)». Al referirse a la primera parte de la historia, el bachiller
Sansón Carrasco corrobora que la lengua «es tan clara, que no hay cosa que
dificultar en ella» (II, III).
La postura de Cervantes en relación con la expresión se manifiesta en su
rechazo de la afectación y en su defensa de la sencillez. El énfasis, la alusión
mitológica, histórica o literaria se equilibran, como en las descripciones del
amanecer, con un rasgo de carácter naturalista o burlón. Don Quijote, dispues-
lo a hacer locuras en Siena Morena, no se decide a imitar a Roldán (u Orlan-
do) por pensar que no ¡e era fácil ser un caballero tan valiente ya que «no le
156 Luis Alberto Hernando Cuadrado
podía matar nadie si no era metiéndole un alfiler de a blanca por la punta del
pie, y él traía siempre los zapatos con siete suelas de hierro» (1, XXVI); ade-
mas, era explicable que perdiese el juicio ante las pruebas de que «Angélica
había dormido más de dos siestas con Medoro, un morillo de cabellos enriza-
dos y paje de Agramonte» (ibid.). En la admirativa invocación a don Quijote,
que iba a enfrentarse con los leones, se lee: «Tú a pie, tú solo, tú intrépido, tú
magnánimo, con sola un espada, y no las del perrillo cortadoras, con un escu-
do no de muy luciente y limpio acero, estás aguardando y atendiendo los dos
mas fieros leones que jamás criaron las africanas selvas» (II, XVII).
El remedo de la hinchazón retórica se ensarta de tal manera con el relato
que, a veces, da la sensación de que Cervantes sea su propia víctima, como
sucede en los discursos de Dorotea (1, XXVIII), en la fingida comedia que re-
presentan Camila, Leonela y Lotario (1, XXXIV), en las palabras de Luscinda
o de Dorotea a don Fernando (1, XXXVI), en las exclamaciones del Oidor (1,
XLII) o en la historia de Ana Félix (11, LXIII). También alguna vez parece
víctima de su irrefrenable humorismo, corno en la historieta de la viuda her-
mosa, moza, libre, rica y desenfadada (1, XXV), extraña en boca de don Qui-
jote. El ideal reiterado es la llaneza o naturalidad, sin artificios retóricos; así lo
declara don Quijote en la evocación de la dichosa edad y siglos dichosos a
quien los antiguos pusieron el nombre de dorados: «Entonces se decoraban los
concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y ma-
nera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para enea-
recerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la ver-
dad y llaneza» (1, XI).
En alguna ocasión, se critica explícitamente la afectación. Así lo hacen
maese Pedro y don Quijote. El primero, para corregir al muchacho que mueve
los títeres: «¡Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es
mala!» (11, XXVl), y el segundo, en los consejos que da a Sancho próximo a
ser gobernador de la ínsula: «Anda despacio; habla con reposo; pero no de
manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala»
(II, XLII).
2. Tratamiento de la fabla
Don Quijote, que quiere revivir la caballería andante, trata de hablar como
los héroes de sus libros. El rasgo más insistente, a través de toda la obra, es la
conservación de la /f-/ latina: Jécho, fermosura, fayan, Jázen fermosas. Le si-
guen el antiguo non, el vos complementario (por os). la conjunción ca “por-
que y, sobre todo, las formas de la segunda persona del plural con la /-d-/ Co-
rrespondientes al tratamiento de vos para dirigirse a un caballero (habedes).
Asimismo, se registran voces anticuadas: afincamiento “congoja”, membrarse
“acordarse”, maguer “aunque”, acuitarse “afligirse”, al “otra cosa”; pero el
arcaísmo más repetido es ínsula, puesto que el mundo caballeresco, así como
el de los viajeros y geógrafos del siglo xví, era un vasto archipiélago de ínsu-
las.
La lengua arcaica emerge de pronto en ciertas circunstancias en que don
Quijote entra en trance caballeresco: «según las muestras, o vosotros habéis
fecho, o vos han fecho, algún desaguisado, y conviene y es menester que yo lo
sepa, o bien para castigaros del mal que fecistes, o bien para vengaros del
tuerto que vos fecieron» (1, XIX); o, en contraste con la situación, para acre-
centar la comicidad: «Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de
poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosu-
ra me hebedes fecho» (1, XXI).
El lenguaje arcaico de don Quijote lo remedan otros personajes: la sobri-
na, el labrador que lo recoge maltrecho, el cura, Dorotea, el Duque, la Dueña
Dolorida, doña Rodríguez y, especialmente, Sancho: «Por un solo Dios, señor
mío, que non se faga tal desaguisado; y ya que del todo no quiera vuestra mer-
ced desistir de acometer este fecho, dilátelo a lo menos hasta mañana» (1,
XX). El mismo Cervantes lo remeda: «Lleváronle luego a la cama, y, catándo-
le las léridas. no le hallaron ninguna» (1, NO. Con todo, hay que señalar que en
la segunda parte cl lenguaje arcaico aparece en muy contadas ocasiones. Don
Quijote se ha ido transformando. Ahora son los demás los que inventan trans-
mutaciones y encantamientos para engañarle, y su lenguaje es ya el de su
tiempo. En el momento de su derrota, ya no recurre ni siquiera al tratamiento
caballeresco de vos: «Aprieta, caballero, la lanza, y quitame la vida, pues me
has quitado la honra» (II, LXIV).
3. El elemento popular
consejo del Duque referente a que cuando sea gobernador se ocupe en la caza,
él, que acaba de tener una experiencia negativa en ese terreno, replica: «el
buen gobernador, la pierna quebrada y en casa» (LI, XXXIV) (en lugar de «la
mujer honrada [.4»).
Más que el refrán en sí, lo que, en realidad, dota de una imagen pintoresca
y animada al habla de Sancho es la acumulación de refranes. Mientras que
para los Duques constituye un deleite oírlos, don Quijote se exaspera: «Maldi-
to seas de Dios y de todos sus santos, Sancho maldito. ¡Y cuándo será el día,
como otras muchas veces he dicho, donde yo te vea hablar sin refranes una ra-
zón corriente y concertada!» (II, XXXIV). Habiendo conseguido Sancho su
gobierno, uno de los primeros consejos que le da don Quijote es éste: «Mira,
Sancho. no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito, pero cargar
y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja» (II,
XLIII).
La mujer de Sancho, Teresa Panza, y su hija, Sanchica, también ensartan
refranes, lo cual le merece al cura, que ha sido testigo de ello, la siguiente opi-
nión: «Y no puedo creer sino que todos los deste linaje de los Panzas nacieron
cada uno con un costal de refranes en el cuerpo: ninguno delIos he visto que
no los derrame a todas horas y en todas las pláticas que tienen» (II, 1).
El mismo don Quijote los usa, y Sancho le reprocha que también él los
emplee de dos en dos, a lo que responde: «Mira, Sancho; yo traigo los refra-
nes a propósito, y vienen cuando los digo como anillo en el dedo; pero tráes—
los tú tan por los cabellos, que los arrastras, y no los guías; y si no me acuerdo
mal, otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breves, sacadas de la
experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios, y el refrán que no vie-
ne a propósito antes es disparate que sentencia» (II, LXVII).
Llama la atención la riqueza exclamativa, tan típica del español hablado,
que caracteriza sobre todo el habla de Sancho, quien, al aparecer Quiteria en
las bodas de Camacho, exclama: «¡Pardiez que según diviso, que las patenas
que había de traer son ricos corales y la palmilla verde de Cuenca es terciope-
lo de treinta pelos! ¡Y montas que la guarnición es de tiras de lienzo blanco!
¡Voto a mí que es de raso! ¡Pues tomadme las manos, adornadas con sortijas
de azabache!» (114 XXI).
La exclamación, que se acumula por primera vez en el capítulo 1, XXV,
cobra todo su colorido en la segunda parte, desde el Prólogo, que comienza
asi: «¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector
ilustre, o quier plebeyo, este prólogo!»
El pasaje más representativo es aquél en que el paje de la Duquesa lleva a
Teresa Panza la carta y los presentes que le envía Sancho (II, L), y casi todos
los personajes prorrumpen en expresiones exclamativas. En primer lugar, San-
chica: «¡Que me viva él mil años, y el que lo trae, ni más ni menos, y aun dos
mil, si fuere necesidad!» Teresa Panza, llena de júbilo, se encuentra con el
cura y con Sansón Carrasco, y comienza a bailar y a decir: «¡A fe que agora
160 Luis Alberto Hernando Cuadrado
4. Los latines
cumplimiento dellas más de cuanto tarde en pasar este año; que yo post tene-
bras spero lucem» (II, LXVIII). Sancho contesta: «No entiendo eso...» (ibid.).
Cuando Sancho expone las razones de Teresa para que se le asigne salario
fijo en su nueva salida, don Quijote se niega en nombre de la tradición caba-
lleresca: «así que, Sancho mio, volveos a vuestra casa y declarad a vuestra Te-
resa mi intención; y si ella gustare y vos gustáredes de estar a merced conmi-
go, bene quidem; y si no, tan amigos como de antes» (II, VII). Al reprocharle
su desafortunada intervención ante el escuadrón del pueblo del rebuzno, le re-
comienda que dé gracias a Dios porque «ya que os santiguaron con un palo,
no os hicieran el per signum crucis con un alfanje» (II, XXVIII) (el per sig-
num crucis era ‘~ma cuchillada en la cara).
Cervantes extrema su burla en la carta de don Quijote a Sancho goberna-
dor, a quien comunica que peligra su amistad con los Duques: «Tengo de
cumplir antes con mi profesión que con su gusto, conforme a lo que suele de-
cirse: Amicus Plato sed magis amica ventas. Dígote este latín porque me doy
a entender que después que eres gobernador lo habrás aprendido» (II, LI) (el
viejo adagio constituye un lugar común en toda la época clásica y es recogido,
entre otros, por Erasmo y por Hernán Núñez).
Con los latines se caracterizan también otros personajes. El descalabrado
bachiller Alonso López, uno de los que conducían el cuerpo muerto de un ca-
ballero desde Baeza a Segovia, dice a don Quijote: «Olvidábaseme de decir
que advierta vuestra merced que queda descomulgado, por haber puesto vio-
lentamente las manos en cosa sagrada, ju.fla ii/ud: si quis suadente diabolo,
etc.» (1. XIX). Y don Quijote contesta: «No entiendo ese latín» (ibid.).
El bachiller Sansón Carrasco recurre a Horacio: «que si aliquando bonus
dormitat Homerus» (II, III), y, a continuación, al Eclesiastés: «stultorum infi-
nitus est numerus» (ibid.). En su narración de las maravillas del gobierno de
Sancho, el paje enviado por los Duques engasta un latinajo que era proverbial
en las aulas universitarias: «Bien podrá ser ello así; pero dubitat Augustinus»
(II, L). El doctor Pedro Recio de AgUero, empeñado en la difícil tarea de ha-
cer ayunar a Sancho, al verlo tentado por un plato de perdices asadas, se las
retira, alegando: «Porque nuestro maestro Hipócrates, norte y luz de la medi-
cina, en un aforismo suyo dice: Omnis saturado mala, perdices autem pessi-
ma. Quiere decir: Toda hartazga es mala; pero la de perdices, malísima» (II,
XLVII) (en el aforismo latino figura panis, que el médico convierte en perdi-
ces). El pícaro maese Pedro se sirve del latín eclesiástico para encomiar su re-
tablo: «dígole a vuesa merced, mi señor don Quijote, que es una de las cosas
más de ver que hoy tiene el mundo, y operibus credite, et non verbis, y manos
a la labor» (II, XXV) (frase del Evangelio de San Juan, X, 38, que usa tam-
bién el paje enviado por los Duques a Teresa Panza cuando Sansón Carrasco
pone en duda sus palabras, U, L). El mayordomo que hace de Dueña Dolorida
prorrumpe, en medio de su bufonesco relato, con un verso latino de la Eneida:
El pensamiento de Cervantes sobre la lengua y su proyecc¡on... 163
«quis talia fando temperet a lacrymis?» (II, XXXIX), sin otro sentido que el
de un puro juego cómico dentro del contexto.
Cervantes, que había aprendido —o, quizá, perfeccionado— el latín en la
alta escuela de López de Hoyos, no había alcanzado, sin embargo, grado aca-
démico, puesto que, a la edad en que hubiera podido conseguirlo, quería ser
soldado. La vieja tradición, que aún tenía su peso en el siglo xvi, exalta la len-
gua latina y menosprecia la lengua «vulgar», la cual, convertida en lengua na-
cional, es dignificada por el humanismo. Cervantes, respetuoso siempre con la
erudición clásica —no con la falsa erudición—, se hace eco, no obstante, de
las ideas de Nebrija, J. de Valdés y Fray Luis de León, y, en el diálogo de don
Quijote con el Caballero del Verde Gabán, defiende, por boca del protagonis-
ta, el castellano frente al latín: «Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no
estima mucho la poesía de romance, doyme a entender que no anda muy acer-
tado en ello, y la razón es ésta: el grande Homero no escribió en latín, porque
era griego; ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino. En resolución:
todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y
no fueron a buscar las extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y
siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las nacio-
nes, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni
el castellano, ni aun el vizcaíno, que escribe en la suya» (II, XVI).
5. La voz y la entonación
Para cualquier lector del Quijote es familiar la voz grave, reposada y so-
nora del caballero manchego. El autor la menciona con la necesaria frecuencia
para hacerla percibir y recordar. Es la voz segura y sosegada con que se oye a
don Quijote dirigirse a las asustadas mozas de la venta, al despedirse del ven-
tero a quien había tomado por alcaide del castillo, al complacer a la dama que
había intercedido en favor del obstinado vizcaíno, al prometer a doña Rodrí-
guez que tomaría a su cargo la defensa de su burlada hija y en varias ocasto-
nes mas.
En la figura de Dulcinea, idealizada por don Quijote, no faltaría el encanto
de la voz, aunque el caballero no mencionara tal atractivo. Es la palabra burlo-
na de Sancho la que señala, en este punto, el contraste con la realidad de Al-
donza Lorenzo: «J...] y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del cam-
panario de la aldea a llamar a los zagales que andaban en un barbecho de su
padre, y aunque estaban de allí a más de media legua, así la oyeron como si
estuvieran al pie de la tone» (1, XXV).
En el hecho de reconocer por la voz se observa una actitud natural. La jo-
ven Luscinda no duda en identificar por la voz a Cardenio, a pesar de la trans-
formación que su aspecto había sufrido en Sierra Morena. En el palacio de los
Duques, cuando Sancho oye hablar al mayordomo, advierte a don Quijote que
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no le parece sino que la voz de la condesa Trifaldi suena en sus oídos. Don
Quijote, en las puertas de la cueva en que había caído Sancho al volver de su
ínsula, reconoce al escudero por los gritos con que pide socorro. Tal vez por-
que don Quijote no hubiera tenido trato con su convecino el bachiller Sansón
Carrasco, se explica que no lo reconociera al oírlo bajo la armadura del Caba-
llero del Bosque ni del Caballero de la Blanca Luna.
Las referencias a la voz emocional responden a los siguientes tipos: alta,
amenazadora, airada, deprimida, arrogante y turbada. Don Quijote eleva la
voz sobre su tono ordinario cuando adviene al arriero en e! corral de la venta
que no se acerque a la pila donde está velando las armas (1, III). Con voz alta
y clara hace la defensa de la pastora Marcela ante los amigos del difunto Cri-
sóstomo (1, XV). Con voz levantada describe a los caudillos que imagina al
frente de los rebaños que le parecen ejércitos (1, XVIII).
Don Quijote habla a los arrieros que le apedrearon en la venta increpándo-
los con tanto brío que les infunde temor y respeto (1, III). Con voz alta y ame-
nazadora se dirige a los cómicos que van disfrazados para la fiesta del Corpus
(II, XI). Sancho comprende la amenaza en la reprensión que le hace su señor
«con voz no muy desmayada» por la falta con que se permitió hablar a Dulci-
nea (II, XI).
En ciertos casos, perdiendo su habitual sosiego, el caballero protesta aira-
damente contra alguna injusticia o violencia. Así se le oye increpar al labrador
Juan Haldudo obligándole a que cese de golpear a Andrés, el muchacho que
era su criado (1, IV). Cuando uno de los mercaderes dice a don Quijote que,
ante cualquier retrato que les mostrase de Dulcinea, estarían dispuestos a de-
clararla la mujer más hermosa, aunque fuera tuerta de un ojo y del otro le ma-
nara bermellón, don Quijote, encendido en cólera, exclama: «¡No le mana, ca-
nalla, infame!» (1, IV). También estalla su voz airada al defender la
honestidad de la reina Madásima contra las ofensivas palabras de Cardenio (1,
XXIV).
Por su mala fortuna, el caballero, más de una vez se ve derrotado y depri-
mido. Tras quedar en el suelo apaleado por los mercaderes toledanos, le vie-
nen a la memoria los versos del romance de Valdovinos, que empieza a recitar
con debilitado acento: «¿Dónde estás, señora mía, 1 que no te duele mi mal?»
(1, V). Más adelante, magullado por los yangúeses, se dirige a Sancho «con
tono afeminado y doliente» (1, XV). Al final, vencido en Barcelona por el Ca-
ballero de la Blanca Luna, «molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si
hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo: Dulcinea del
Toboso es la más hermosa mujer» (II, LXIV).
En pleno contraste, don Quijote detiene, con voz alta y arrogante, a los
viajeros que llegan a la puerta de la venta que él guarda y defiende como cas-
tillo (1, XLIII). Con idéntica actitud increpa a Ginesillo de Pasamonte cuando
éste se niega a ir al Toboso para rendir homenaje a Dulcinea (1, XXII). Con el
El pensamiento de Cervantes sobre la lengua y suproyecc¡on... 165
mismo tono y expresión asombra y pone en fuga a los frailes de San Benito
que preceden al coche de la señora vizcaína (1, VIII).
En ocasiones graves, la intensidad de la emoción hace perder su habitual
sosiego y compostura a la voz del caballero. Al cortejo de devotos que llevan
a la Virgen en rogativa de lluvia, a los que toma por delincuentes secuestrado-
res, les interrumpe el paso y les increpa «con turbada y ronca voz» (1, LII).
Habiendo oído decir a Sancho que Dorotea, la supuesta princesa Micomicona,
anda besándose a cada vuelta con don Fernando, tan grande llega a ser su eno-
jo que «con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando vivo fuego por los
ojos, dijo: ¡Oh, bellaco villano, mal mirado, descompuesto e ignorante, infa-
cundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente?» (II, XXXII).
6. Conclusión
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