Los Estados Múltiples Del Ser: René Guénon
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PREFACIO
En lo que concierne a este último punto, quizás no es inútil recordar desde ahora
que el hecho de detenernos en las consideraciones de este orden no implica en modo
alguno que el estado humano ocupe un rango privilegiado en el conjunto de la
Existencia universal, o que se distinga metafísicamente, en relación a los demás
estados, por la posesión de una prerrogativa cualquiera. En realidad, este estado
humano no es más que un estado de manifestación como todos los demás, y entre
una indefinidad de otros; en la jerarquía de los grados de la Existencia, se sitúa en el
lugar que le está asignado por su naturaleza misma, es decir, por el carácter
limitativo de las condiciones que le definen, y este lugar no le confiere ni
superioridad ni inferioridad absoluta. Si a veces debemos considerar particularmente
este estado, es pues únicamente porque, siendo el estado en el que nos encontramos
de hecho, por eso mismo adquiere para nosotros, pero para nosotros solamente, una
importancia especial; así pues, en esto no se trata más que un punto de vista
completamente relativo y contingente, el de los individuos que somos en nuestro
presente modo de manifestación. Por eso es por lo que, concretamente, cuando
hablamos de estados superiores y de estados inferiores, es siempre con relación al
estado humano, tomado como término de comparación, como debemos operar esta
repartición jerárquica, puesto que no hay ningún otro que nos sea directamente
2
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
3
a la constitución del ser humano2. Puesto que éste es el estado en el que nos en-
contramos actualmente, es de ahí desde donde debemos partir efectivamente si nos
proponemos alcanzar la realización metafísica, a cualquier grado que sea, y esa es la
razón esencial por la cual este caso debe ser considerado más especialmente por no-
sotros; por lo demás, puesto que hemos desarrollado estas consideraciones preceden-
temente, no insistiremos más en ello, tanto más cuanto que nuestra exposición misma
permitirá comprenderlas mejor todavía3.
Por otra parte, para descartar toda confusión posible, debemos recordar desde
ahora que, cuando hablamos de los estados múltiples del ser, se trata, no de una sim-
ple multiplicidad numérica, o incluso más generalmente cuantitativa, sino más bien
de una multiplicidad de orden «transcendental» o verdaderamente universal, aplica-
ble a todos los dominios que constituyen los diferentes «mundos» o grados de la
Existencia, considerados separadamente o en su conjunto, y por consiguiente fuera y
más allá del dominio especial del número e incluso de la cantidad bajo todos sus mo-
dos. En efecto, la cantidad, y con mayor razón el número que no es más que uno de
sus modos, a saber, la cantidad discontinua, es solo una de las condiciones determi-
nantes de algunos estados, entre los cuales está el nuestro; por consiguiente, no po-
dría ser transportada a otros estados, y todavía menos aplicada al conjunto de los es-
tados, que escapa evidentemente a una tal determinación. Por eso es por lo que, cuan-
do hablamos a este respecto de una multitud indefinida, siempre debemos tener cui-
dado de observar que la indefinidad de que se trata rebasa todo número, y también
todo aquello a lo que la cantidad es más o menos directamente aplicable, como la in-
definidad espacial o temporal, que no dependen igualmente más que de las condicio-
nes propias a nuestro mundo4.
Una vez dadas estas pocas explicaciones, pensamos poder entrar en nuestro tema
mismo sin detenernos más en preliminares de los cuales todas las consideraciones
que ya hemos expuesto en otras partes nos permiten dispensarnos en gran parte. En
5
Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. I.
6
Ver Orient et Occident y La Crise du Monde moderne.
efecto, no nos es posible volver indefinidamente sobre lo que ya se ha dicho en nues-
tras precedentes obras, lo que no sería más que tiempo perdido; y, si de hecho algu-
nas repeticiones son inevitables, debemos esforzarnos en reducirlas a lo que es estric-
tamente indispensable para la comprehensión de lo que nos proponemos exponer al
presente, sin perjuicio de remitir al lector, cada vez que haya necesidad de ello, a tal
o cual parte de nuestros otros trabajos, donde podrá encontrar indicaciones comple-
mentarias o desarrollos más amplios sobre las cuestiones que seamos llevados a con-
siderar de nuevo. Lo que constituye la dificultad principal de la exposición, es que
todas estas cuestiones están ligadas en efecto más o menos estrechamente las unas a
las otras, y que importa mostrar este lazo tan frecuentemente como sea posible, aun-
que, por otra parte, no importa menos evitar toda apariencia de «sistematización», es
decir, de limitación incompatible con la naturaleza misma de la doctrina metafísica,
que debe abrir por el contrario, a quien es capaz de comprenderla y de «asentirla»,
posibilidades de concepción no solo indefinidas, sino, podemos decirlo sin ningún
abuso de lenguaje, realmente infinitas como la Verdad total misma.
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO I
EL INFINITO Y LA POSIBILIDAD
Para comprender bien la doctrina de la multiplicidad de los estados del ser, antes
de toda otra consideración, es necesario remontar hasta la noción más primordial de
todas, la del Infinito metafísico, considerado en sus relaciones con la Posibilidad
universal. Según la significación etimológica del término que le designa, el Infinito
es lo que no tiene límites; y, para guardar a este término su sentido propio, es
menester reservar rigurosamente su empleo para la designación de lo que no tiene
absolutamente ningún límite, con la exclusión de todo lo que está sustraído sólo a
algunas limitaciones particulares, aunque permanece sometido a otras en virtud de su
naturaleza misma, a la cual estas últimas son esencialmente inherentes, como lo son,
desde el punto de vista lógico, que no hace en suma más que traducir a su manera el
punto de vista que se puede llamar «ontológico», los elementos que intervienen en la
definición misma de aquello de lo que se trate. Este último caso es concretamente,
como ya hemos tenido la ocasión de indicarlo en diversas ocasiones, el del número,
del espacio, y del tiempo, incluso en las concepciones más generales y más extensas
que sea posible formarse de ellos, y que rebasan con mucho las nociones que se
tienen ordinariamente a su respecto7; en realidad, todo eso no puede ser nunca más
que del dominio de lo indefinido. Es a este indefinido al que algunos, cuando es de
orden cuantitativo como en los ejemplos que acabamos de recordar, dan
abusivamente el nombre de «infinito matemático», como si la agregación de un
epíteto o de una calificación determinante a la palabra «infinito» no implicara ya por
sí misma una contradicción pura y simple8. De hecho, este indefinido, que procede de
7
Es menester tener buen cuidado de observar que decimos «generales» y no «universales», ya que
aquí no se trata más que de las condiciones especiales de algunos estados de existencia, y nada más;
eso solo debe bastar para hacer comprender que no podría ser cuestión de infinitud en parecido caso,
puesto que estas condiciones son evidentemente limitadas como los estados mismos a los cuales se
aplican y que concurren a definir.
8
Si a veces nos ha ocurrido decir «Infinito metafísico», precisamente para marcar de una manera
más explícita que no se trata en modo alguno del pretendido «infinito matemático» o de otras «contra -
hechuras del Infinito», si es permisible hablar así, una tal expresión no cae en modo alguno bajo la ob-
jeción que formulamos aquí, porque el orden metafísico es realmente ilimitado, de suerte que no hay
ahí ninguna determinación, mientras que quien dice «matemático» restringe por eso mismo la concep-
ción a un dominio especial y limitado, a saber, el de la cantidad.
7
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
lo finito del cual no es más que una extensión o un desarrollo, y, por consiguiente,
siendo reductible a lo finito, no tiene ninguna medida común con el verdadero
Infinito, como tampoco la individualidad, humana u otra, incluso con la integralidad
de los prolongamientos indefinidos de los cuales es susceptible, podría tener ninguna
medida común con el ser total 9. Esta formación de lo indefinido a partir de lo finito,
de la cual se tiene un ejemplo muy claro en la producción de la serie de los números,
no es posible en efecto sino a condición de que lo finito contenga ya en potencia a
este indefinido, y, aunque sus límites fueran retraídos hasta que los perdiéramos de
vista en cierto modo, es decir, hasta que escapen a nuestros medios de medida
ordinarios, por eso no son suprimidos en modo alguno; es bien evidente, en razón de
la naturaleza misma de la relación causal, que lo «más» no puede salir de lo
«menos», ni el Infinito de lo finito.
La cosa no puede ser de otro modo cuando se trata, como en el caso que
consideramos, de algunos órdenes de posibilidades particulares, que son
manifiestamente limitadas por la coexistencia de otros órdenes de posibilidades, y,
por consiguiente, en virtud de su naturaleza propia, que hace que sean tales
posibilidades determinadas, y no todas las posibilidades sin ninguna restricción. Si
ello no fuera así, esta coexistencia de una indefinidad de otras posibilidades, que no
están comprendidas en esas, y de las cuales cada una es por otra parte parecidamente
susceptible de un desarrollo indefinido, sería una imposibilidad, es decir, una
absurdidad en el sentido lógico de esta palabra10. Lo Infinito, al contrario, para ser
verdaderamente tal, no puede admitir ninguna restricción, lo que supone que es
absolutamente incondicionado e indeterminado, ya que toda determinación,
cualquiera que sea, es forzosamente una limitación, por eso mismo de que deja algo
fuera de ella, a saber, todas las demás determinaciones igualmente posibles. Por otra
parte, la limitación presenta el carácter de una verdadera negación: poner un límite,
es negar, para lo que está encerrado dentro de él, todo lo que este límite excluye; por
consiguiente, la negación de un límite es propiamente la negación de una negación,
es decir, lógica e incluso matemáticamente, una afirmación, de tal suerte que la
negación de todo límite equivale en realidad a la afirmación total y absoluta. Lo que
no tiene límites, es aquello de lo cual no se puede negar nada, y, por consiguiente,
9
Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXVI y XXX.
10
Lo absurdo, en el sentido lógico y matemático, es lo que implica contradicción; se confunde a
veces con lo imposible, ya que es la ausencia de contradicción interna la que, tanto lógica como onto-
lógicamente, define la posibilidad.
8
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
aquello que contiene todo, aquello fuera de lo cual no hay nada; y esta idea del
Infinito, que es así la más afirmativa de todas, puesto que comprende o envuelve
todas las afirmaciones particulares, cualesquiera que puedan ser, no se expresa por
un término de forma negativa sino en razón misma de su indeterminación absoluta.
En el lenguaje, en efecto, toda afirmación directa es forzosamente una afirmación
particular y determinada, la afirmación de algo, mientras que la afirmación total y
absoluta no es ninguna afirmación particular con la exclusión de las demás, puesto
que las implica a todas igualmente; y es fácil entender desde ahora la relación
estrechísima que esto presenta con la Posibilidad universal, que comprende de la
misma manera todas las posibilidades particulares11.
La idea del Infinito, tal como acabamos de precisarla aquí12, desde el punto de
vista puramente metafísico, no es en modo alguno discutible ni contestable, ya que
no puede encerrar en sí ninguna contradicción, por eso mismo de que no hay en ella
nada de negativo; ella es además necesaria, en el sentido lógico de este término 13, ya
que es la negación la que sería contradictoria 14. En efecto, si se considera el «Todo»,
en el sentido universal absoluto, es evidente que no puede ser limitado de ninguna
manera, ya que no podría serlo más que por algo que fuera exterior, y, si hubiera algo
que fuera exterior a él, ya no sería el «Todo». Importa destacar, por lo demás, que el
11
Sobre el empleo de los términos de forma negativa, pero cuya significación real es esencialmen-
te afirmativa, ver Introduction générale à l’étude des doctrines hindoues, 2ª parte, VIII, y L’Homme et
son devenir, selon le Vêdânta, cap. XV.
12
No decimos definirla, ya que sería evidentemente contradictorio pretender dar una definición
del Infinito; y hemos mostrado en otra parte que el punto de vista metafísico mismo, en razón de su
carácter universal e ilimitado, tampoco es susceptible de ser definido (Introduction générale à l’étude
des doctrines hindoues, 2ª parte, cap. V).
13
Es menester distinguir esta necesidad lógica, que es la imposibilidad de que una cosa no sea lo
que es o que sea otra cosa diferente de lo que es, y eso independientemente de toda condición particu-
lar, es decir, de la necesidad dicha «física», o necesidad de hecho, que es simplemente la imposibili-
dad para las cosas o los seres de no conformarse a las leyes del mundo al que pertenecen, y que, por
consiguiente, está subordinada a las condiciones por las cuales ese mundo está definido y no vale más
que en el interior de ese dominio especial.
14
Algunos filósofos, que han argumentado muy justamente contra el pretendido «infinito matemá-
tico», y que han mostrado todas las contradicciones que implica esta idea (contradicciones que des-
aparecen por lo demás desde que uno se da cuenta de que no se trata más que de lo indefinido), creen
haber probado por eso mismo, y al mismo tiempo, la imposibilidad del Infinito metafísico; todo lo que
prueban en realidad, con esta confusión, es que ignoran completamente aquello de lo que se trata en
este último caso.
9
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
«Todo», en este sentido, no debe ser asimilado en modo alguno a un todo particular y
determinado, es decir, a un conjunto compuesto de partes que estarían con él en una
relación definida; hablando propiamente, el «Todo» es «sin partes», puesto que, estas
partes, debiendo ser necesariamente relativas y finitas, no podrían tener con él
ninguna medida común, ni, por consiguiente, ninguna relación, lo que equivale a
decir que ellas no existen para él15; y esto basta para mostrar que no se debe buscar
formarse de él ninguna concepción particular16.
10
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
que eso sería una limitación, y puesto que entonces ya no sería el Infinito. La
concepción de una «pluralidad de infinitos» es una absurdidad, puesto que se
limitarían recíprocamente, de suerte que, en realidad, ninguno de ellos sería
infinito18; por consiguiente, cuando decimos que la Posibilidad universal es infinita o
ilimitada, es menester entender que ella no es otra cosa que el Infinito mismo,
considerado bajo un cierto aspecto, en la medida en la que es permisible decir que
hay aspectos del Infinito. Puesto que el Infinito es verdaderamente «sin partes», en
todo rigor, no podría ser cuestión tampoco de una multiplicidad de aspectos
existentes real y «distintamente» en él; a decir verdad, somos nosotros quienes
concebimos el Infinito bajo tal o cual aspecto, porque no nos es posible hacerlo de
otro modo, e, incluso si nuestra concepción no fuera esencialmente limitada, como lo
es mientras estamos en un estado individual, debería limitarse forzosamente para
devenir expresable, puesto que para eso le es menester revestirse de una forma
determinada. Solamente, lo que importa, es que comprendamos bien de dónde viene
la limitación y dónde se encuentra, a fin de no atribuirla más que a nuestra propia
imperfección, o más bien a la de los instrumentos interiores y exteriores de que
disponemos actualmente en tanto que seres individuales, que no poseen
efectivamente como tales más que una existencia definida y condicionada, y a fin de
no transportar esta imperfección, puramente contingente y transitoria como las
condiciones a las cuales se refiere y de las cuales resulta, al dominio ilimitado de la
Posibilidad universal misma.
Es Brahma y su Shakti en la doctrina hindú (ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap.
19
V y X).
11
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
20
Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXIV.
12
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO II
POSIBLES Y COMPOSIBLES
13
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
servir en modo alguno a este fin ilusorio. En efecto, los composibles no son otra cosa
que posibles compatibles entre ellos, es decir, cuya reunión en un mismo conjunto
complejo no introduce en el interior de éste ninguna contradicción; por consiguiente,
la «composibilidad» es siempre esencialmente relativa al conjunto del que se trate.
Por lo demás, entiéndase bien que este conjunto puede ser, ya sea el de los caracteres
que constituyen todas las atribuciones de un objeto particular, o de un ser individual,
ya sea algo mucho más general y mucho más extenso, el conjunto de todas las
posibilidades sometidas a algunas condiciones comunes y que forman por eso mismo
un cierto orden definido, uno de los dominios comprendidos en la Existencia
universal, pero en todos los casos, es menester que se trate de un conjunto que esté
siempre determinado, sin lo cual la distinción ya no se aplicaría. Así, para tomar
primero un ejemplo de orden particular y extremadamente simple, un «cuadrado
redondo» es una imposibilidad, porque la reunión de los dos posibles «cuadrado» y
«redondo» en una misma figura implica contradicción; pero estos dos posibles no
son por eso menos igualmente realizables, y al mismo título, ya que la existencia de
una figura cuadrada no impide evidentemente la existencia simultánea, junto a ella y
en el mismo espacio, de una figura redonda, como tampoco la de toda figura
geométricamente concebible23. Eso parece muy evidente como para que sea útil
insistir más en ello; pero un tal ejemplo, en razón de su simplicidad misma, tiene la
ventaja de ayudar a comprender, por analogía, aquello que se refiere a casos
aparentemente más complejos, como el caso del cual vamos a hablar ahora.
14
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
15
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
Sí se quiere objetar ahora, sobre este punto de los composibles, que, según la
expresión de Leibnitz, «no hay más que un mundo», ocurre una de estas dos cosas: o
esta afirmación es una pura tautología, o no tiene ningún sentido. En efecto, si por
«mundo» se entiende aquí el Universo total, o incluso, limitándose a las
posibilidades de manifestación, el dominio entero de todas estas posibilidades, es
decir, la Existencia universal, la cosa que se enuncia es muy evidente, aunque la
manera en que se expresa sea quizás impropia; pero, si por esta palabra no se
entiende más que un cierto conjunto de composibles, como se hace de ordinario, y
como acabamos de hacerlo nos mismo, es tan absurdo decir que su existencia impide
la coexistencia de otros mundos como lo sería, para retomar nuestro precedente
ejemplo, decir que la existencia de una figura redonda impide la coexistencia de una
figura cuadrada, o triangular, o de todo otro tipo. Todo lo que se puede decir, es que,
como los caracteres de un objeto determinado excluyen de ese objeto la presencia de
otros caracteres con los cuales estarían en contradicción, las condiciones por las que
se define un mundo determinado excluyen de ese mundo los posibles cuya naturaleza
no implica una realización sometida a esas mismas condiciones; estos posibles
quedan así fuera de los límites del mundo considerado, pero por eso no están
excluidos de la Posibilidad, puesto que se trata de posibles por hipótesis, y ni
siquiera, en los casos más restringidos, de la Existencia en el sentido propio del
término, es decir, entendida como comprendiendo todo el dominio de la
manifestación universal. Hay en el Universo modos de existencia múltiples, y cada
posible tiene el que le conviene según su propia naturaleza; en cuanto a hablar, como
se hace a veces, y refiriéndose precisamente a la concepción de Leibnitz (aunque
apartándose sin duda de su pensamiento en una medida bastante amplia), de una
suerte de «lucha por la existencia» entre los posibles, esa es una concepción que
ciertamente no tiene nada de metafísica, y este intento de transposición de lo que no
es más que una simple hipótesis biológica (en conexión con las teorías
«evolucionistas» modernas) es incluso completamente ininteligible.
16
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
que no serían nada, y decir que un posible no es nada es una contradicción pura y
simple; es lo imposible, y solo lo imposible, lo que, como ya lo hemos dicho, es una
pura nada. Negar que haya posibilidades de no manifestación, es querer limitar la
posibilidad universal; por otra parte, negar que, entre las posibilidades de
manifestación, las hay de diferentes órdenes, es querer limitarla más estrechamente
todavía.
palabra «real» es por sí mismo bastante vaga, si no equívoca, al menos en el uso que se hace de ella en
el lenguaje ordinario e incluso por la mayoría de los filósofos; hemos sido llevado a emplearla aquí
porque era necesario descartar la distinción vulgar de lo posible y de lo real; sin embargo, a continua -
ción, llegaremos a darle una significación mucho más precisa.
28
Es importante notar que la condición espacial no basta, por sí sola, para definir un cuerpo como
tal; todo cuerpo es necesariamente extenso, es decir, está sometido al espacio (de donde resulta con-
cretamente su divisibilidad indefinida, que lleva a la absurdidad la concepción atomista), pero, contra-
riamente a lo que han pretendido Descartes y otros partidarios de una física «mecanicista», la exten-
sión no constituye en modo alguno toda la naturaleza o la esencia de los cuerpos.
29
Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXX.
17
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
30
Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XI; cf. L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. II,
y también cap. XII y XIII.
18
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO III
EL SER Y EL NO SER
19
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
es superior al Ser, si por ello se entiende que lo que comprende está más allá de la
extensión del Ser, y que contiene en principio al Ser mismo. Pero desde que se opone
el No Ser al Ser, o incluso desde que se los distingue simplemente, ello se debe a que
ni el uno ni el otro son infinitos, puesto que, desde este punto de vista, se limitan el
uno al otro en cierto modo; la infinitud no pertenece más que al conjunto del Ser y
del No Ser, puesto que este conjunto es idéntico a la Posibilidad universal.
En lo que concierne a las relaciones del Ser y el No Ser, es esencial destacar que
el estado de manifestación es siempre transitorio y condicionado, y que, incluso para
las posibilidades que implican la manifestación, el estado de no manifestación es el
único absolutamente permanente e incondicionado32. Agregamos a este propósito que
nada de lo que es manifestado puede «perderse», según una expresión que se emplea
bastante frecuentemente, de otra manera que por el paso a lo no manifestado; y, bien
entendido, este paso mismo (que, cuando se trata de la manifestación individual, es
propiamente la «transformación» en el sentido etimológico de esta palabra, es decir,
el paso más allá de la forma) no constituye una «pérdida» más que desde el punto de
vista especial de la manifestación, puesto que, en el estado de no manifestación,
todas las cosas, al contrario, subsisten eternamente en principio, independientemente
de todas las condiciones particulares y limitativas que caracterizan a tal o a cual
31
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XV.
32
Debe entenderse bien, que, cuando decimos «transitorio», no tenemos en vista exclusivamente,
y ni siquiera principalmente, la sucesión temporal, ya que ésta no se aplica más que a un modo espe -
cial de la manifestación.
20
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
modo de la existencia manifestada. Pero para poder decir justamente que «nada se
pierde», incluso con la restricción concerniente a lo no manifestado, es menester
considerar todo el conjunto de la manifestación universal, y no simplemente tal o
cual de sus estados con la exclusión de los demás, ya que, en razón de la continuidad
de todos estos estados entre ellos, siempre puede haber un paso del uno al otro, sin
que este paso continuo, que no es más que un cambio de modo (que implica un
cambio correspondiente en las condiciones de existencia), nos haga salir en modo
alguno del dominio de la manifestación33.
21
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
34
Es eso lo que pretenden concretamente los atomistas.
35
La concepción de un «espacio vacío» es contradictoria, lo que, notémoslo de pasada, constituye
una prueba suficiente de la realidad del elemento etéreo (Akâsha), contrariamente a la teoría de las di-
versas escuelas que, en la India y en Grecia, no admitían más que los cuatro elementos corporales.
36
Sobre el vacío en sus relaciones con la extensión, ver también Le Symbolisme de la Croix, cap.
IV.
37
Ver Tao-te-King, cap. XIV.
22
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
38
Es lo inexpresable (y no lo incomprensible como se cree vulgarmente) lo que se designa primi -
tivamente por la palabra «misterio», ya que, en griego deriva de que significa «ca-
llar», «ser silencioso». A la misma raíz verbal mu (de donde el latín mutus, «mudo») se vincula tam-
bién el término , «mito», que, antes de ser desviado de su sentido hasta no designar ya más que
un relato fantástico, significaba aquello que, no siendo susceptible de expresarse directamente, solo
podía ser sugerido por una representación simbólica, ya fuera por lo demás verbal o figurada.
39
Se podrían considerar de la misma manera las tinieblas, en un sentido superior, como lo que es-
tá más allá de la manifestación luminosa, mientras que, en su sentido inferior y más habitual, son sim-
plemente, en lo manifestado, la ausencia o la privación de la luz, es decir, algo puramente negativo;
por lo demás, en el simbolismo, el color negro tiene usos que se refieren efectivamente a esta doble
significación.
23
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO IV
Dicho esto, de ello resulta que son esencialmente los estados de no manifestación
los que aseguran al ser la permanencia y la identidad; y, fuera de estos estados, es
decir, si no se toma el ser más que en la manifestación, sin referirle a su principio no
manifestado, esta permanencia y esta identidad no pueden ser más que ilusorias,
puesto que el dominio de la manifestación es propiamente el dominio de lo
transitorio y de lo múltiple, lo que implica modificaciones continuas e indefinidas.
Desde entonces, se comprenderá fácilmente lo que es menester pensar, desde el
40
Se podrá observar que las posibilidades de no manifestación que hemos considerado aquí co-
rresponden al «Abismo» () y al «Silencio» () de algunas escuelas del gnosticismo alejan-
drino, las cuales son en efecto aspectos del No Ser.
41
Como lo hemos indicado al comienzo, si se quiere hablar del ser total, es menester, aunque este
término no sea ya propiamente aplicable, llamarle también analógicamente «un ser», a falta de tener
otro término más adecuado a nuestra disposición.
42
La «nada» no se opone pues al Ser, contrariamente a lo que se dice de ordinario; es a la Posibili-
dad a la que se opondría, si pudiera entrar a la manera de un término real en una oposición cualquiera;
pero, la cosa no es así, y no hay nada que pueda oponerse a la Posibilidad, lo que se comprende sin es-
fuerzo, desde que la Posibilidad es en realidad idéntica al Infinito.
24
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
punto de vista metafísico, de la pretendida unidad del «yo», es decir, del ser
individual, que es tan indispensable a la psicología occidental y «profana»: por una
parte, es una unidad fragmentaria, puesto que no se refiere más que a una porción del
ser, a uno de sus estados tomado aisladamente, y arbitrariamente, entre una
indefinidad de otros (y todavía este estado está muy lejos de ser considerado
ordinariamente en su integralidad); y, por otra parte, esta unidad, al no considerar
más que el estado especial al cual se refiere, es así mismo tan relativa como es
posible, puesto que este estado se compone él mismo de una indefinidad de
modificaciones diversas, y tiene tanta menos realidad cuanto que se hace abstracción
del principio transcendente (el «Sí-mismo» o la personalidad) que es el único que
podría dársela verdaderamente, al mantener la identidad del ser, en modo
permanente, a través de todas estas modificaciones.
Los estados de no manifestación son del dominio del No Ser, y los estados de
manifestación son del dominio del Ser, considerado en su integralidad; se puede
decir también que estos últimos corresponden a los diferentes grados de la
Existencia, puesto que estos grados no son otra cosa que los diferentes modos, en
multiplicidad indefinida, de la manifestación universal. Para establecer aquí una
distinción clara entre el Ser y la Existencia, debemos, así como ya lo hemos dicho,
considerar el Ser como siendo propiamente el principio mismo de la manifestación;
la Existencia universal será entonces la manifestación integral del conjunto de las
posibilidades que conlleva el Ser, y que son por lo demás todas las posibilidades de
manifestación, y esto implica el desarrollo efectivo de estas posibilidades en un
modo condicionado. Así, el Ser envuelve a la Existencia, y es metafísicamente más
que ésta, puesto que es su principio; la Existencia no es pues idéntica al Ser, ya que
éste corresponde a un menor grado de determinación, y, por consiguiente a un grado
más alto de universalidad43.
25
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
según las condiciones que le son propias. Como lo hemos dicho en otra parte, al
hablar de esta «unicidad de la Existencia» (en árabe Wahdatul wujûd) según los datos
del esoterismo Islámico44, de ello resulta que la Existencia, en su «unicidad» misma,
conlleva una indefinidad de grados, que corresponden a todos los modos de la mani-
festación universal (la cual es en el fondo la misma cosa que la Existencia en sí mis-
ma); y esta multiplicidad indefinida de los grados de la existencia implica correlati-
vamente, para un ser cualquiera considerado en el dominio entero de esta Existencia,
una multiplicidad igualmente indefinida de estados de manifestación posibles, de los
que cada uno debe realizarse en un grado determinado de la Existencia universal. Por
consiguiente, un estado de un ser es el desarrollo de una posibilidad particular com-
prendida en un tal grado, grado que está definido por las condiciones a las cuales está
sometida la posibilidad de que se trate, en tanto que se considera como realizándose
en el dominio de la manifestación45.
26
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
Es casi superfluo insistir sobre el poco sitio que ocupa el «yo» individual en la
totalidad del ser49, puesto que, incluso en toda la extensión que puede adquirir
cuando se considera en su integralidad (y no solo en una modalidad particular como
la modalidad corporal), no constituye más que un estado como los demás, y entre una
indefinidad de otros, y eso, cuando uno se limita a considerar solo los estados de
manifestación; pero, además, desde el punto de vista metafísico, éstos mismos no son
sino lo que hay de menos importante en el ser total, por las razones que hemos dado
más atrás50. Entre los estados de manifestación, hay algunos, además de la
individualidad humana, que pueden ser igualmente estados individuales (es decir,
formales), mientras que otros son estados no individuales (o informales), estando
determinada la naturaleza de cada uno (así como su lugar en el conjunto
jerárquicamente organizado del ser) por las condiciones que le son propias, puesto
que se trata de estados condicionados, por eso mismo de que son manifestados. En
cuanto a los estados de no manifestación, es evidente que, no estando sometidos a la
forma, como tampoco a ninguna otra condición de un modo cualquiera de existencia
manifestada, son esencialmente extraindividuales; podemos decir que constituyen lo
que hay de verdaderamente universal en cada ser, y por consiguiente aquello por lo
cual todo ser se vincula, en todo lo que es, a su principio metafísico y transcendente,
vinculamiento sin el cual no tendría más que una existencia completamente
contingente y puramente ilusoria en el fondo.
48
Le Symbolisme de la Croix, cap. XII.
49
Le Symbolisme de la Croix, cap. XXVII.
50
Se podría pues decir que el «yo» con todos los prolongamientos de los que es susceptible, tiene
incomparablemente menos importancia que la que le atribuyen los psicólogos y los filósofos occiden-
tales modernos, aunque, sin embargo, tiene posibilidades indefinidamente más extensas de lo que
creen y de lo que pueden siquiera sospechar (Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. II, y
también lo que diremos más adelante de las posibilidades de la consciencia individual).
27
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO V
28
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
consiguiente todo el resto. En efecto, la unidad primordial no es otra cosa que el Cero
afirmado, o, en otros términos, el Ser universal, que es esta unidad, no es más que el
No Ser afirmado, en la medida en que es posible una tal afirmación, que es ya una
primera determinación, pues ella no es más que la más universal de todas las
afirmaciones definidas, y por consiguiente, condicionadas; y esta primera
determinación, preliminar a toda manifestación y a toda particularización
(comprendida ahí la polarización en «esencia» y «substancia» que es la primera
dualidad y, como tal, el punto de partida de toda multiplicidad), contiene en principio
todas las demás determinaciones o afirmaciones distintivas (que corresponden a
todas las posibilidades de manifestación), lo que equivale a decir que la unidad,
desde que se afirma, contiene en principio la multiplicidad, o que ella misma es el
principio inmediato de esta multiplicidad52.
29
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
es menester que existan de la manera que está implicada por su naturaleza. Así, el
principio de la manifestación universal, aunque es uno, y aunque es incluso la unidad
en sí, contiene necesariamente la multiplicidad; y ésta, en todos sus desarrollos
indefinidos, y efectuándose indefinidamente según una indefinidad de direcciones54,
procede toda entera de la unidad primordial, en la cual permanece siempre
comprendida, y que no puede ser afectada o modificada de ninguna manera por la
existencia en ella de esta multiplicidad, ya que, evidentemente, no podría dejar de ser
ella misma por un efecto de su propia naturaleza, y es precisamente en tanto que ella
es la unidad como implica esencialmente las posibilidades múltiples de que se trata.
Por consiguiente, es en la unidad metafísica donde existe la multiplicidad, y, como
no afecta a la unidad, ello es prueba de que no tiene más que una existencia
completamente contingente en relación a ésta; podemos decir incluso que esta
existencia, mientras no se la refiere a la unidad como acabamos de hacerlo, es
puramente ilusoria; es únicamente la unidad la que, siendo su principio, le da toda la
realidad de la que es susceptible; y la unidad misma, a su vez, no es un principio
absoluto y que se basta así mismo, sino que es del Cero metafísico de donde saca su
propia realidad.
30
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
«unicidad» de la Existencia que se funda sobre esta unidad, puesto que ni la una ni la
otra son afectadas en nada por la multiplicidad; y de eso resulta que, en todo el
dominio del Ser, la constatación de la multiplicidad, lejos de contradecir la
afirmación de la unidad o de oponerse a ella en cierto modo, encuentra en ella el
único fundamento válido que pueda serle dado, tanto lógica como metafísicamente.
55
No decimos «individuales», ya que en lo que se trata aquí están comprendidos igualmente los
estados de manifestación informal, que son supraindividuales.
31
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO VI
56
En efecto, no hay ejemplo posible, en el sentido estricto de esta palabra, en lo que concierne a
las verdades metafísicas, puesto que estas son universales por esencia y no son susceptibles de ningu-
na particularización, mientras que todo ejemplo es forzosamente de orden particular, a un grado o a
otro.
57
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XII.
58
La palabra «imaginado» debe de entenderse aquí en su sentido más exacto, puesto que es de una
formación de imágenes de lo que se trata esencialmente en el sueño.
59
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. X.
32
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
Si el individuo que sueña toma al mismo tiempo, en el curso de este sueño, una
parte activa en los acontecimientos que se desarrollan en él por el efecto de su facul-
tad imaginativa, es decir, si desempeña un papel determinado en la modalidad extra-
corporal de su ser que corresponde actualmente al estado de su consciencia clara-
mente manifestada, o a lo que se podría llamar la zona central de esta consciencia,
por eso no es menos necesario admitir que, simultáneamente, todos los demás pape-
les son igualmente «actuados» por él, ya sea en otras modalidades, ya sea al menos
en diferentes modificaciones secundarias de la misma modalidad, perteneciente tam-
bién a su consciencia individual, sino en su estado actual, restringido, de manifesta-
ción en tanto que consciencia, si al menos en una cualquiera de sus posibilidades de
60
Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. II
61
Tchoang-tcheou, II
33
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
Este es un ejemplo muy claro de una multiplicidad existiendo en una unidad sin
que ésta sea afectada por ello; aunque la unidad de que se trata no sea más que una
unidad completamente relativa, la de un individuo, por eso no juega menos, en rela-
ción a esta multiplicidad, un papel análogo al de la unidad verdadera y primordial en
relación a la manifestación universal. Por lo demás, habríamos podido tomar otro
ejemplo, e incluso considerar de esta manera la percepción en el estado de vigilia 63;
62
Pueden hacerse igualmente las mismas precisiones en el caso de la alucinación, en la cual el
error no consiste, como se dice de ordinario, en atribuir una realidad al objeto percibido, ya que sería
evidentemente imposible percibir algo que no existiera de ninguna manera, sino más bien en atribuirle
un modo de realidad diferente del que es verdaderamente el suyo: es en suma una confusión entre el
orden de la manifestación sutil y el de la manifestación corporal.
63
Leibnitz ha definido la percepción como la «expresión de la multiplicidad en la unidad» (multo-
rum in uno expressio), lo que es justo, pero a condición de hacer las reservas que ya hemos indicado
sobre la unidad que conviene atribuir a la «substancia individual» (ver Le Symbolisme de la Croix,
34
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
pero el caso que hemos escogido tiene sobre éste la ventaja de no dar pie a ninguna
contestación, en razón de las condiciones que son particulares al mundo del sueño, en
el cual el hombre está aislado de todas las cosas exteriores, o supuestas exteriores 64,
que constituyen el mundo sensible. Lo que hace la realidad de este mundo del sueño,
es únicamente la consciencia individual considerada en todo su desarrollo, en todas
las posibilidades de manifestación que ella comprende; y, por lo demás, esta misma
consciencia, considerada así en su conjunto, comprende este mundo del sueño al mis-
mo título que todos los demás elementos de la manifestación individual, pertenecien-
tes a una cualquiera de las modalidades que están contenidas en la extensión integral
de la posibilidad individual.
cap. IV).
64
Por esta restricción, no entendemos en modo alguno negar la exterioridad de los objetos sensi-
bles, que es una consecuencia de su espacialidad; queremos indicar solo que aquí no hacemos interve -
nir la cuestión del grado de realidad que hay lugar a asignar a esta exterioridad.
35
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
65
Hacemos alusión aquí, concretamente, a la distinción del «espíritu» y de la «materia», tal como
la plantea, desde Descartes, toda la filosofía occidental, que ha llegado a querer absorber en ella toda
la realidad, ya sea en los términos de esta distinción, ya sea solo en uno o en otro de estos dos térmi-
nos, por encima de los cuales es incapaz de elevarse (ver Introduction générale à l’étude des doctrines
hindoues, 2ª parte, cap. VIII).
36
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO VII
Lo que acabamos de decir sobre el estado de sueño nos lleva a hablar un poco, de
una manera general, de las posibilidades que conlleva el ser humano en los límites de
su individualidad, y, más particularmente, de las posibilidades de este estado indivi-
dual considerado bajo el aspecto de la consciencia, que constituye una de sus caracte-
rísticas principales. Bien entendido, no es en el punto de vista psicológico donde en-
tendemos colocarnos aquí, aunque este punto de vista pueda definirse precisamente
por la consciencia considerada como un carácter inherente a algunas categorías de fe-
nómenos que se producen en el ser humano, o, si se prefiere una manera de hablar
más imaginada, como el «continente» de esos mismos fenómenos66. El psicólogo, por
otra parte, no tiene que preocuparse de buscar lo que puede ser en el fondo la natura-
leza de esta consciencia, como tampoco el geómetra busca lo que es la naturaleza del
espacio, que toma como un dato incontestable, y que considera simplemente como el
continente de todas las formas que estudia. En otros términos, la psicología no tiene
que ocuparse más que de lo que podemos llamar la «consciencia fenoménica», es de-
cir, la consciencia considerada exclusivamente en sus relaciones con los fenómenos,
y sin preguntarse si la misma es o no es la expresión de algo de otro orden, que, por
definición misma, ya no depende del dominio psicológico67.
66
La relación de continente a contenido, tomada en su sentido literal, es una relación especial;
pero aquí no debe entenderse más que de una manera completamente figurada, puesto que lo que se
trata es sin extensión y no se sitúa en el espacio.
67
De esto resulta que la psicología, sea lo que fuere lo que algunos puedan pretender a su respec-
to, tiene exactamente el mismo carácter de relatividad que no importa cual otra ciencia especial y con-
tingente, y que tampoco tiene relaciones con la metafísica; es menester no olvidar por lo demás que no
es más que una ciencia completamente moderna y «profana», sin lazo alguno con conocimientos tradi-
cionales cualesquiera que sean.
37
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
consciencia sería más bien una condición de la existencia en algunos estados, pero no
estrictamente en el sentido en el que hablamos, por ejemplo, de las condiciones de la
existencia corporal; se podría decir, de una manera más exacta, aunque puede parecer
algo extraña a primera vista, que la consciencia es una «razón de ser» para los esta-
dos de que se trata, ya que es manifiestamente aquello por lo cual el ser individual
participa de la Inteligencia universal (Buddhi de la doctrina hindú)68; pero, natural-
mente, es a la facultad mental individual (manas) a la que es inherente bajo su forma
determinada (como ahankâra)69, y, por consiguiente, en otros estados, la misma par-
ticipación del ser en la Inteligencia universal puede traducirse de un modo completa-
mente diferente. La consciencia, de la que no pretendemos por lo demás dar aquí una
definición completa, lo que sería sin duda bastante poco útil 70, es por consiguiente
algo especial, ya sea al estado humano, ya sea a otros estados individuales más o me-
nos análogos a éste; por consiguiente, ella no es de ninguna manera un principio uni-
versal, y, si constituye no obstante una parte integrante y un elemento necesario de la
Existencia universal, ello es exactamente al mismo título que todas las condiciones
propias a no importa cuáles estados de ser, sin que posea a este respecto el menor pri-
vilegio, como tampoco los estados a los cuales se refiere poseen ellos mismos ningún
privilegio en relación a los demás estados71.
68
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. VII.
69
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. VIII.
70
Ocurre, en efecto, que, para cosas de las que cada uno tiene por sí mismo una noción suficiente-
mente clara, como es el caso aquí, la definición aparece como más compleja y más oscura que la cosa
misma.
71
Sobre esta equivalencia de todos los estados desde el punto de vista del ser total, ver Le Symbo-
lisme de la Croix, cap. XXVII.
38
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
do, haciendo entrar ahí indistintamente todo aquello que no saben dónde colocar en-
tre los fenómenos que estudian, han olvidado siempre considerar correlativamente
una «superconsciencia»72, como si la consciencia no pudiera prolongarse también por
arriba como lo hace por abajo, si es que estas nociones relativas de «arriba» y de
«abajo» tienen aquí un sentido cualquiera, y es verosímil que deban tenerlo, al me-
nos, para el punto de vista especial de los psicólogos. Notemos por lo demás que «su-
bconsciencia» y «superconsciencia» no son en realidad, la una y la otra, más que
simples prolongamientos de la consciencia, que en modo alguno nos hacen salir de
su dominio integral, y que, por consecuencia, no pueden, de ninguna manera, ser asi-
miladas a lo «inconsciente», es decir, a lo que está fuera de la consciencia, sino que
deben por el contrario ser comprendidas en la noción completa de la consciencia in-
dividual.
72
Algunos psicólogos han empleado no obstante este término de «superconsciencia», pero por él
no entienden nada más que la consciencia normal clara y distinta, por oposición a la «subconscien -
cia»; en estas condiciones, no hay en eso más que un neologismo perfectamente inútil. Al contrario, lo
que entendemos aquí por «superconsciencia» es verdaderamente simétrico de la «subconsciencia», en
relación a la consciencia ordinaria, y entonces este término ya no hace doble empleo con ningún otro.
73
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. VII.
39
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
40
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
en sueños, hace por eso mismo de esa forma una modalidad secundaria de su propia
individualidad, y, por consiguiente, la realiza efectivamente según el único modo en
el que esta realización le es posible. Hay también, bajo este mismo punto de vista,
otros prolongamientos individuales que son de un orden bastante diferente, y que
presentan un carácter más bien orgánico; pero esto nos llevaría demasiado lejos, y
nos limitamos a indicarlo de pasada78. Por lo demás, en lo que concierne a una refuta-
ción más completa y más detallada de las teorías «transformistas», debe fundarse so-
bre todo en el estudio de la naturaleza de la especie y de sus condiciones de existen-
cia, estudio que no podríamos tener la intención de abordar al presente; pero lo que
es esencial destacar, es que la simultaneidad de los estados múltiples basta para pro-
bar la inutilidad de tales hipótesis, que son perfectamente insostenibles desde que se
consideran desde el punto de vista metafísico, y cuya falta de principio entraña nece-
sariamente la falsedad de hecho.
78
Ver L’Erreur spirite, pp. 249-252, ed. francesa.
41
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO VIII
No obstante, hay ciertamente una forma de consciencia, entre todas las que puede
revestir, que es propiamente humana, y esta forma determinada (ahankâra o «cons-
ciencia del yo») es la que es inherente a la facultad que llamamos la «mente», es de-
cir, precisamente a ese «sentido interno» que es designado en sánscrito bajo el nom-
bre de manas, y que es verdaderamente la característica de la individualidad huma-
na79. Esta facultad es algo completamente especial, que, como lo hemos explicado
79
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. VIII.— Empleamos el término de «mente»,
preferiblemente a todo otro, porque su raíz es la misma que la del sánscrito manas, que se rencuentra
en el latín mens, en el inglés mind, etc.; por lo demás, las numerosas aproximaciones lingüísticas que
se pueden hacer fácilmente sobre esta raíz man o men y las diversas significaciones de las palabras
que forma muestran bien que se trata de un elemento que se considera como esencialmente caracterís-
42
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
Para expresar todavía la misma cosa en otros términos, podemos retomar simple-
mente la definición aristotélica y escolástica del hombre como «animal racional»: si
se le define así, y se considera al mismo tiempo la razón, o mejor dicho la «racionali-
dad», como siendo propiamente lo que los lógicos de la Edad Media llamaban una
differentia animalis, es evidente que la presencia de ésta no puede constituir nada
más que un simple carácter distintivo. En efecto, esta diferencia se aplica únicamente
en el reino animal, para caracterizar la especie humana distinguiéndola esencialmente
de todas las demás especies de este mismo género; pero no se aplica a los seres que
no pertenecen a este género, de suerte que tales seres (como los ángeles por ejemplo)
en ningún caso pueden llamarse «racionales», y esta distinción marca solo que su na-
turaleza es diferente de la del hombre, sin implicar para ellos, ciertamente, ninguna
inferioridad con relación a éste80. Por otra parte, entiéndase bien que la definición
tico del ser humano, puesto que su designación sirve frecuentemente también para nombrar a éste, lo
que implica que este ser está suficientemente definido por la presencia del elemento en cuestión (cf.
ibid., cap. I).
80
Veremos más adelante que los estados «angélicos» son propiamente los estados supraindividua-
les de la manifestación, es decir, aquellos que pertenecen al dominio de la manifestación informal.
43
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
que acabamos de recordar no se aplica al hombre sino en tanto que ser individual, ya
que es solo como tal que puede considerarse como perteneciendo al género animal 81;
y es como ser individual que el hombre está en efecto caracterizado por la razón, o
mejor por la «mente», haciendo entrar en este término más extenso la razón propia-
mente dicha, que es uno de sus aspectos, y sin duda el principal.
44
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
82
En el orden cósmico, la refracción correspondiente del mismo principio tiene su expresión en el
Manú de la tradición hindú (Ver Introduction générale à l’étude des doctrines hindoues, 3ª parte, cap.
V, y L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. IV).
83
Según los filósofos escolásticos, una transposición de este género debe efectuarse cada vez que
se pasa de los atributos de los seres creados a los atributos divinos, de tal suerte que no es sino analó -
gicamente como los mismos términos pueden ser aplicados a los unos y a los otros, y simplemente
para indicar que en Dios está el principio de todas las cualidades que se encuentran en el hombre o en
todo otro ser, con la condición, bien entendido, de que se trate de cualidades realmente positivas, y no
de aquellas que, no siendo más que la consecuencia de una privación o de una limitación, no tienen
más que una existencia puramente negativa cualesquiera que sean por lo demás las apariencias, y que,
por consiguiente, están desprovistas de principio.
84
El conocimiento discursivo, que se opone al conocimiento intuitivo, es en el fondo sinónimo de
conocimiento indirecto y mediato; no es pues más que un conocimiento completamente relativo, y en
cierto modo por reflejo o por participación; en razón de su carácter de exterioridad, que deja subsistir
la dualidad del sujeto y del objeto, no podría encontrar en sí mismo la garantía de su verdad, sino que
debe recibirla de principios que le rebasan y que son del orden del conocimiento intuitivo, es decir,
puramente intelectual.
85
Hacemos esta restricción porque la lógica, en las civilizaciones orientales tales como las de la
India y de la China, presenta un carácter diferente, que hace de ella un «punto de vista» (darshana) de
la doctrina total y una verdadera «ciencia tradicional» (ver Introduction générale à l’étude des doctri-
nes hindoues, 3ª parte, cap. IX).
45
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
Estas pocas precisiones, aunque se apartan un poco del tema principal de nuestro
estudio, nos han parecido necesarias para hacer comprender bien en qué sentido deci-
mos que la «mente» es una facultad o una propiedad del individuo como tal, y que
esta propiedad representa el elemento esencialmente característico del estado huma-
no. Es intencionadamente, por lo demás, que, cuando nos ocurre hablar de «faculta-
des», dejamos a este término una acepción bastante vaga e indeterminada; así es sus-
ceptible de una aplicación más general, en casos en los que no habría ninguna ventaja
en remplazarle por algún otro término más especial porque estuviera más netamente
definido.
86
Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XVII.
87
Esta intersección es, según lo que hemos expuesto en otra parte, la del «Rayo Celeste» con su
plano de reflexión (ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXIV).
88
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. VII y VIII.
89
Es lo que hemos indicado ya más atrás sobre el tema de las posibilidades del «yo» y de su lugar
en el ser total.
46
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO IX
más que su lugar legítimo de ciencia especializada, pretenden hacer de ella el punto de partida y el
fundamento de toda una pseudo-metafísica, que, bien entendido, carece de todo valor.
47
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
del ser total; la analogía de la parte y del todo se rencuentra aquí como por todas par-
tes91. Así pues, se puede hablar de una jerarquía de los estados del ser total; solo que,
si las facultades del individuo son indefinidas en su extensión posible, son en número
definido, y el simple hecho de subdividirlas más o menos, por una disociación lleva-
da más o menos lejos, no les agrega evidentemente ninguna potencialidad nueva,
mientras que, como ya lo hemos dicho, los estados del ser son verdaderamente en
multitud indefinida, y eso por su naturaleza misma, que (para los estados manifesta-
dos) es corresponder con todos los grados de la Existencia universal. Se podría decir
que, en el orden individual, la distinción no se opera más que por división, y que, en
el orden extraindividual, se opera al contrario por multiplicación; aquí como en todos
los casos, la analogía se aplica pues en sentido inverso92.
48
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
94
Ver Introduction générale à l’étude des doctrines hindoues, 2ª parte, cap. VIII, y L’Homme et
son devenir selon le Vêdânta, cap. V.— Como ya lo hemos indicado, es a Descartes a quien es menes-
ter hacer remontar principalmente el origen y la responsabilidad de este dualismo, aunque sea menes-
ter reconocer también que sus concepciones deben su éxito a que no eran en suma más que la expre-
sión sistematizada de tendencias pre-existentes, las mismas que son propiamente características del es-
píritu moderno (Ver La Crise du Monde moderne, pp. 70-73, edic. francesa).
49
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO X
95
Sobre la significación de estos términos tomados al esoterismo islámico, ver Le Symbolisme de
la Croix, cap. III.
96
Esta denominación viene de que un círculo cuyo radio crece indefinidamente tiene por límite
una recta; y, en geometría analítica, la ecuación del círculo límite de que se trata, y que es el lugar de
todos los puntos del plano indefinidamente alejados del centro (origen de las coordenadas), se reduce
efectivamente a una ecuación del primer grado como la de una recta.
97
Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XX.
50
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
Estas pocas precisiones pueden ayudar a hacer comprender de qué manera es me-
nester considerar los confines de lo indefinido, y cómo su realización es un factor im-
98
Sobre la distinción de lo «interior» y de lo «exterior» y los límites en los que esta distinción es
válida, ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXIX.
51
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
portante de la unificación efectiva del ser99. Por lo demás, conviene reconocer que su
concepción, incluso simplemente teórica, no carece de alguna dificultad, y ello debe
ser normalmente así, puesto que lo indefinido es precisamente aquello cuyos límites
se alejan hasta que los perdemos de vista, es decir, hasta que escapan al alcance de
nuestras facultades, al menos en el ejercicio ordinario de éstas; pero, puesto que estas
facultades mismas son susceptibles de una extensión indefinida, no es en virtud de su
naturaleza como lo indefinido las rebasa, sino solo en virtud de una limitación de he-
cho debida al grado de desarrollo presente de la mayoría de los seres humanos, de
suerte que no hay en esta concepción ninguna imposibilidad, y de suerte que, por lo
demás, tampoco nos hace salir del orden de las posibilidades individuales. Sea como
fuere, para aportar a este respecto mayores precisiones, sería menester considerar
más particularmente, a título de ejemplo, las condiciones especiales de un cierto esta-
do de existencia, o, para hablar más rigurosamente, de una cierta modalidad definida,
tal como la que constituye la existencia corporal, lo que no podemos hacer en los lí-
mites de la presente exposición; así pues, sobre esta cuestión todavía, nos remitire-
mos, como ya hemos debido hacerlo en diversas ocasiones, al estudio que nos propo-
nemos consagrar enteramente a este tema de las condiciones de la existencia corpo-
ral.
99
Esto debe relacionarse con lo que hemos dicho en otra parte, a saber, que es en la plenitud de la
expansión donde se obtiene la perfecta homogeneidad, del mismo modo que, inversamente, la extrema
distinción no es realizable más que en la extrema universalidad (Le Symbolisme de la Croix, cap. XX).
52
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO XI
Hasta aquí, en lo que concierne más especialmente al ser humano, hemos consi-
derado sobre todo la extensión de la posibilidad individual, única que constituye por
lo demás el estado propiamente humano; pero el ser que posee este estado posee tam-
bién, al menos virtualmente, todos los demás estados, sin los cuales no podría tratar-
se del ser total. Si se consideran todos estos estados en sus relaciones con el estado
individual humano, pueden clasificarse en «prehumanos» y «posthumanos», pero sin
que el empleo de estos términos deba sugerir de ningún modo la idea de una sucesión
temporal; aquí no puede tratarse de «antes» y de «después» sino de una manera com-
pletamente simbólica100, y no se trata más que de un orden de consecuencia puramen-
te lógico, o más bien lógico y ontológico, en los diversos ciclos del desarrollo del ser,
puesto que, metafísicamente, es decir, desde el punto de vista principial, todos estos
ciclos son esencialmente simultáneos, y puesto que no pueden devenir sucesivos sino
accidentalmente en cierto modo, al considerar algunas condiciones especiales de ma-
nifestación. Insistimos una vez más sobre este punto, a saber, que la condición tem-
poral, por generalizada que se suponga su concepción, no es aplicable más que a al-
gunos ciclos o a algunos estados particulares como el estado humano, o incluso a al-
gunas modalidades de esos estados, como la modalidad corporal (algunos de los pro-
longamientos de la individualidad humana pueden escapar al tiempo, sin salir por eso
del orden de las posibilidades individuales), y que no puede intervenir a ningún título
en la totalización del ser101. Por lo demás, es exactamente lo mismo para la condición
espacial o para no importa cual otra de las condiciones a las que estamos actualmente
sometidos en tanto que seres individuales, e igualmente para aquellas a las que están
100
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XVII.— Este simbolismo temporal es por
lo demás de un empleo constante en la teoría de los ciclos, ya sea aplicada al conjunto de los seres o
de cada uno de ellos en particular; los ciclos cósmicos no son otra cosa que los estados o grados de la
Existencia universal, o sus modalidades secundarias cuando se trata de ciclos subordinados y más res-
tringidos, que presentan por lo demás fases correspondientes a los ciclos más extensos en los cuales se
integran, en virtud de esta analogía de la parte y del todo de la que ya hemos hablado.
101
Eso es verdad, no solo del tiempo, sino incluso de la «duración» considerada, según algunas
concepciones, como comprendiendo, además del tiempo, todos los demás modos posibles de sucesión,
es decir, todas las condiciones que, en otros estados de existencia, pueden corresponder analógica-
mente a lo que es el tiempo en el estado humano (ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXX).
53
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
102
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. II.
54
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
que está en el exterior de la misma curva; la primera de estas dos regiones está defi-
nida, mientras que la segunda es indefinida: las mismas consideraciones se aplican a
una superficie cerrada en la extensión de tres dimensiones, que hemos tomado para
simbolizar la totalidad del ser; pero importa destacar que, en este caso también, una
de las regiones está estrictamente definida (aunque, por lo demás, comprenda siem-
pre una indefinidad de puntos) desde que la superficie es cerrada, mientras que, en la
división de los estados del ser, la categoría que es susceptible de una determinación
positiva, y por consiguiente, de una delimitación efectiva, por eso no conlleva me-
nos, por restringida que pueda suponérsela, con relación al conjunto, posibilidades de
desarrollo indefinido. Para obviar esta imperfección de la representación geométrica,
basta levantar la restricción que nos hemos impuesto al considerar una superficie ce-
rrada, con la exclusión de una superficie no cerrada: en efecto, al ir hasta los confines
de lo indefinido, una línea o una superficie, cualquiera que sea, es siempre reductible
a una curva o a una superficie cerrada 103, de suerte que se puede decir que parte el
plano o la extensión en dos regiones, que pueden ser entonces la una y la otra indefi-
nidas en extensión, y de las cuales, no obstante, una sola, como precedentemente, es-
tá condicionada por una determinación positiva que resulta de las propiedades de la
curva o de la superficie considerada.
103
Es así, por ejemplo, como la recta es reductible a una circunferencia y el plano a una esfera,
como límites de la una y de la otra cuando se supone que sus radios crecen indefinidamente.
104
Entiéndase bien, por lo demás, que es la negación de una condición, es decir, de una determina-
ción o de una limitación, la que tiene un carácter positivo desde el punto de vista de la realidad absolu-
ta, así como lo hemos explicado a propósito del empleo de los términos de forma negativa.
105
Le Symbolisme de la Croix, cap. V.
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Por otra parte, puede haber ventaja, particularmente para facilitar las aplicaciones
correctas de la analogía, en extender esta última representación a todos los casos, in-
cluso a aquellos a los cuales no parece convenir directamente según las consideracio-
nes precedentes. Para obtener este resultado, no hay, evidentemente, más que figurar
como un plano de base aquello por lo cual se determina la distinción que se establece
así, cualquiera que sea su principio: la parte de la extensión que está situada por de-
bajo de este plano podrá representar lo que está sometido a la determinación conside-
rada, y la que está situada por encima representará entonces lo que no está sometido
a esta misma determinación. El único inconveniente de una tal representación es que
en ella las dos regiones de la extensión parecen ser igualmente indefinidas, y de la
misma manera; pero se puede destruir esta simetría considerando su plano de separa-
ción como el límite de una esfera cuyo centro está indefinidamente alejado según la
dirección descendente, lo que nos conduce en realidad al primer modo de representa-
ción, pues en eso no hay más que un caso particular de esa reducción a una superficie
cerrada a la cual hacíamos alusión hace un momento. En suma, basta atender a que la
apariencia de simetría, en parecido caso, no se debe más que a una cierta imperfec-
ción del símbolo empleado; y, por lo demás, siempre se puede pasar de una represen-
tación a otra cuando se encuentra en ello una comodidad mayor o alguna ventaja de
otro orden, puesto que, en razón misma de esta imperfección inevitable por la natura-
leza de las cosas como hemos tenido frecuentemente la ocasión de hacerlo observar,
una sola representación es generalmente insuficiente para dar cuenta integralmente (o
al menos sin otra reserva que lo inexpresable) de una concepción del orden de lo que
aquí se trata.
Aunque, de una manera o de otra, se dividan los estados de ser en dos categorías,
no hay que decir que en eso no hay ningún rastro de un dualismo cualquiera, ya que
esta división se hace por medio de un principio único, tal como una cierta condición
de existencia, y no hay así en realidad más que una sola determinación, que se consi-
dera a la vez positiva y negativamente. Por lo demás, para rechazar toda sospecha de
dualismo, por injustificada que sea, basta hacer observar que todas estas distinciones,
lejos de ser irreductibles, no existen más que desde el punto de vista completamente
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CAPÍTULO XII
Entre las distinciones que, según lo que hemos expuesto en el capítulo preceden-
te, se fundan sobre la consideración de una condición de existencia, una de las más
importantes, y sin duda podríamos decir incluso que la más importante de todas, es la
de los estados formales y de los estados informales, porque no es otra cosa, metafísi-
camente, que uno de los aspectos de la distinción de lo individual y de lo universal, si
consideramos esto último como comprendiendo a la vez la no manifestación y la ma-
nifestación informal, así como lo hemos explicado en otra parte 106. En efecto, la for-
ma es una condición particular de algunos modos de la manifestación, y, en virtud de
esto, la forma es, concretamente, una de las condiciones de la existencia en el estado
humano; pero, al mismo tiempo, es propiamente, de una manera general, el modo de
limitación que caracteriza la existencia individual, el que puede servirle en cierto
modo de definición. Debe entenderse bien, por lo demás, que esta forma no está ne-
cesariamente determinada como espacial y temporal, así como lo está en el caso es-
pecial de la modalidad corporal humana; no puede estarlo en modo alguno en los es-
tados no humanos, que no están sometidos al espacio ni al tiempo, sino a condiciones
muy diferentes107. Así, la forma es una condición común, no a todos los modos de
manifestación, pero sí al menos a todos sus modos individuales, que se diferencian
entre ellos por la agregación de tales o cuales otras condiciones más particulares; lo
que hace la naturaleza propia del individuo como tal, es que está revestido de una
forma, y todo lo que es de su dominio, como el pensamiento individual en el hombre,
106
L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. II.
107
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, XIX, y también Le Symbolisme de la Croix,
cap. I.— «La forma, geométricamente hablando, es el contorno: es la apariencia del límite» (Matgioi,
La Vía Metafísica, p. 85). Podría definírsela como un conjunto de tendencias en dirección, por analo-
gía con la ecuación tangencial de una curva; no hay que decir que esta concepción de base geométrica,
es transponible al orden cualitativo. Señalamos también que se pueden hacer intervenir estas conside-
raciones en lo que concierne a los elementos no individualizados (pero no supraindividuales) del
«mundo intermediario», a los cuales la tradición extremo oriental da la denominación genérica de «in-
fluencias errantes», y a su posibilidad de individualización temporal y fugitiva, en determinación de
dirección, por la entrada en relación con una consciencia humana (Ver L’Errour spirite, pp. 119-123,
ed. francesa).
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cia al acto, y por la cual se opera, como por el Fiat Lux cosmogónico, la jerarquiza-
ción que hará salir el orden del caos114.
114
Ver Le Symbolisme de la Croix, XXIV y XXVII.
115
Cf. concretamente el simbolismo extremo oriental del Dragón, que corresponde de una cierta
manera a la concepción teológica occidental del Verbo como «el lugar de los posibles» (Ver L’Hom-
me et son devenir selon le Vêdânta, cap. XVI).
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CAPÍTULO XIII
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Aquí hay que hacer una precisión esencial: los grados de que hablamos, que re-
presentan estados que son todavía contingentes y condicionados, no importan metafí-
sicamente por sí mismos, sino solo en vistas de la meta única a la que tienden todos,
121
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XXIII.
122
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XXI y X.XII.
123
Estas «jerarquías espirituales», en tanto que los diversos estados que implican son realizados
por la obtención de otros tantos grados iniciáticos efectivos, corresponden a lo que el esoterismo islá-
mico llama las «categorías de la iniciación» (Tartîbut-taçawwuf); sobre este punto, señalaremos espe-
cialmente el tratado de Mohyiddin ibn Arabi que lleva precisamente ese título.
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precisamente en tanto que se les considera como grados, y de la que constituyen solo
como una preparación. Por lo demás, no hay ninguna medida común entre un estado
particular cualquiera, por elevado que pueda ser, y el estado total e incondicionado; y
es menester no perder de vista jamás que, puesto que al respecto del Infinito la mani-
festación toda entera es rigurosamente nula, las diferencias entre los estados que for-
man parte de ella deben evidentemente serlo también, por considerables que sean en
sí mismas y en tanto que se consideren solo los diversos estados condicionados que
ellas separan los unos de los otros. Si el paso a algunos estados superiores constituye
de alguna manera, relativamente al estado tomado como punto de partida, una suerte
de encaminamiento hacia la «Liberación», no obstante debe entenderse bien que ésta,
cuando se realice, implicará siempre una discontinuidad en relación al estado en el
que se encuentre actualmente el ser que la obtenga, y que, cualquiera que sea ese es-
tado, esta discontinuidad no será ni más ni menos profunda, puesto que, en todos los
casos, no hay, entre el estado del ser «no liberado» y el del ser «liberado», ninguna
relación como la que existe entre diferentes estados condicionados124.
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CAPÍTULO XIV
En lo que precede, hay un punto que podría prestarse todavía a una objeción, aun-
que, a decir verdad, ya le hayamos respondido en parte, al menos implícitamente, por
lo que acabamos de exponer a propósito de las «jerarquías espirituales». Esta obje-
ción es la siguiente: ¿puesto que existe una indefinidad de modalidades que son reali-
zadas por seres diferentes, ¿es verdaderamente legítimo hablar de totalidad para cada
ser? Se puede responder a eso, primero, haciendo destacar que la objeción así plan-
teada no se aplica evidentemente más que a los estados manifestados, puesto que, en
lo no manifestado, no podría tratarse de ninguna especie de distinción real, de tal
suerte que, bajo el punto de vista de esos estados de no manifestación, lo que perte-
nece a un ser pertenece igualmente a todos, en tanto que han realizado efectivamente
esos estados. Ahora bien, si se considera desde este mismo punto de vista todo el
conjunto de la manifestación, este conjunto, en razón de su contingencia, no constitu-
ye más que un simple «accidente» en el sentido propio de la palabra, y, por consi-
guiente, la importancia de tal o de cual de sus modalidades, considerada en sí misma
y «distintivamente», es entonces rigurosamente nula. Además, como lo no manifesta-
do contiene en principio todo lo que hace la realidad profunda y esencial de las cosas
que existen bajo un modo cualquiera de la manifestación, es decir, eso sin lo cual lo
manifestado no tendría más que una existencia puramente ilusoria, se puede decir
que el ser que ha llegado efectivamente al estado de no manifestación posee por eso
mismo todo el resto, y que lo posee verdaderamente «por añadidura», de la misma
manera que, como lo decíamos en el capítulo precedente, posee todos los estado o
grados intermediarios, incluso sin haberlos recorrido preliminar y distintamente.
Esta respuesta, en la que no consideramos más que el ser que ha llegado a la rea-
lización total, es plenamente suficiente bajo el punto de vista puramente metafísico, y
es incluso la única que pueda ser verdaderamente suficiente, ya que, si no considerá-
ramos el ser de esta manera, si nos colocáramos en otro caso diferente de éste, ya no
habría lugar a hablar de totalidad, de suerte que la objeción misma ya no se aplicaría.
Lo que es menester decir, en suma, tanto aquí como cuando se trata de las objeciones
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RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
No obstante, aunque esto sea suficiente, trataremos todavía ahora otro aspecto de
la cuestión, en el que consideraremos el ser como habiendo realizado, no ya la totali-
dad del «Sí mismo» incondicionado, sino solo la integralidad de un cierto estado. En
este caso, la objeción precedente debe tomar una nueva forma: ¿cómo es posible con-
siderar esta integralidad para un solo ser, cuando el estado de que se trata constituye
un dominio que le es común con una indefinidad de otros seres, en tanto que éstos es-
tán igualmente sometidos a las condiciones que caracterizan y determinan ese estado
o ese modo de existencia? No es ya la misma objeción, sino solo una objeción análo-
ga, guardadas todas las proporciones entre los dos casos, y la respuesta debe ser tam-
bién análoga: para el ser que ha llegado a colocarse efectivamente en el punto de vis-
ta central del estado considerado, lo que es la única manera posible de realizar su in-
tegralidad, todos los demás puntos de vista, más o menos particulares, ya no impor-
tan en tanto que se toman distintamente, puesto que los ha unificado a todos en ese
punto de vista central; por consiguiente, es en la unidad de éste donde existen desde
entonces para él, y ya no más fuera de esta unidad, puesto que la existencia de la
multiplicidad fuera de la unidad es puramente ilusoria. El ser que ha realizado la inte-
gralidad de un estado se ha hecho a sí mismo el centro de ese estado, y, como tal, se
puede decir que llena ese estado todo entero de su propia «irradiación» 126: él se asi-
mila todo lo que está contenido en ese estado, de manera de hacer de ello como otras
tantas modalidades secundarias de sí mismo127, casi comparables a lo que son las mo-
dalidades que se realizan en el estado de sueño, según lo que se ha dicho más atrás.
Por consiguiente, este ser no es en modo alguno afectado, en su extensión, por la
existencia que esas modalidades, o al menos algunas de entre ellas, pueden tener en
otras partes fuera de sí mismo (y, por lo demás, esta expresión «fuera» no tiene ya
126
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XVI.
127
El símbolo del «alimento» (anna) se emplea frecuentemente en las Upanishads para designar
una tal asimilación.
67
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ningún sentido desde su propio punto de vista, sino solo desde el punto de vista de
los demás seres, que permanecen en la multiplicidad no unificada), en razón de la
existencia simultánea de otros seres en el mismo estado; y, por otra parte, la existen-
cia de esas mismas modalidades en sí mismo no afecta en nada a su unidad, incluso
mientras no se trata más que de la unidad todavía relativa que es la realizada en el
centro de un estado particular. Todo ese estado no está constituido sino por la irradia-
ción de su centro128, y todo ser que se coloca efectivamente en ese centro deviene
igualmente, por eso mismo, señor de la integralidad de ese estado; es así como la in-
diferenciación principal de lo no manifestado, se refleja en lo manifestado, y debe
entenderse bien, por lo demás, que este reflejo, al estar en lo manifestado, guarda
siempre por eso mismo la relatividad que es inherente a toda existencia condiciona-
da.
128
Esto se ha explicado ampliamente en nuestro precedente estudio sobre El Simbolismo de la
Cruz.
68
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO XV
Acabamos de decir que el ser se asimila más o menos completamente todo aque-
llo de lo que toma consciencia; en efecto, no hay conocimiento verdadero, en cual-
quier dominio que sea, sino el que nos permite penetrar más o menos profundamente
en la naturaleza íntima de las cosas, y los grados del conocimiento no pueden consis-
tir, precisamente, sino en que esta penetración sea más o menos profunda y desembo-
que en una asimilación más o menos completa. En otros términos, no hay conoci-
miento verdadero sino en tanto que implica una identificación del sujeto con el obje-
to, o, si se prefiere considerar la relación en sentido inverso, una asimilación del ob-
jeto por el sujeto129, y en la medida precisa en la que implica efectivamente una tal
identificación o una tal asimilación, cuyos grados de realización constituyen, por
consecuencia, los grados del conocimiento mismo130. Por consiguiente, a pesar de to-
das las discusiones filosóficas, por lo demás más o menos ociosas, a las que este pun-
to ha podido dar lugar131, debemos decir ahora que todo conocimiento verdadero y
efectivo es inmediato, y que un conocimiento mediato no puede tener más que un va-
lor puramente simbólico y representativo 132. En cuanto a la posibilidad misma del co-
nocimiento inmediato, la teoría toda entera de los estados múltiples la hace suficien-
temente comprehensible; por lo demás, querer ponerla en duda, es hacer prueba de
una perfecta ignorancia al respecto de los principios metafísicos más elementales,
129
Debe entenderse bien que aquí tomamos los términos de «sujeto» y de «objeto» en su sentido
más habitual, para designar respectivamente «el que conoce » y «lo que es conocido» (Ver L’Homme
et son devenir selon le Vêdânta, cap. XV).
130
Ya hemos señalado en diferentes ocasiones que Aristóteles había planteado en principio la
identificación por el conocimiento, pero que esta afirmación, en él y en sus continuadores escolásti-
cos, parecía haber quedado puramente teórica, sin que jamás hayan sacado ninguna consecuencia de
ella en lo que concierne a la realización metafísica (Ver concretamente Introduction générale à l’étude
des doctrines hindoues, 2ª parte, cap. X y L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XXIV).
131
Hacemos alusión aquí a las modernas «teorías del conocimiento», sobre la vanidad de las cua -
les ya nos hemos explicado en otra parte (concretamente en Introduction générale à l’étude des doc-
trines hindoues, 2ª parte, cap. X); volveremos de nuevo sobre ello un poco más adelante.
132
Esta diferencia es la del conocimiento intuitivo y del conocimiento discursivo, de la cual ya he-
mos hablado bastante frecuentemente como para que no sea necesario entretenernos en ella una vez
más.
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RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
puesto que, sin este conocimiento inmediato, la metafísica misma sería totalmente
imposible133.
133
Ver Introduction générale à l’étude des doctrines hindoues, 2ª parte, cap. V.
134
Se puede destacar también que el acto común a dos seres, según el sentido que Aristóteles da a
la palabra «acto», es aquel por el cual sus naturalezas coinciden, y por el que, se identifican al menos
parcialmente.
135
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XII; el simbolismo de las «bocas» de Vais-
hwânara se refiere a la analogía de la asimilación cognitiva con la asimilación nutritiva.
70
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
Debemos insistir particularmente, cada vez que se nos presenta la ocasión de ello,
sobre esta realización del ser por el conocimiento, ya que es completamente extraña a
las concepciones occidentales modernas, que no van más allá del conocimiento teóri-
co, o más exactamente de una débil parte de éste, y que oponen artificialmente el
«conocer» al «ser», como si no fueran las dos caras inseparables de una sola y misma
realidad137; no puede haber metafísica verdadera para quienquiera que no comprende
verdaderamente que el ser se realiza por el conocimiento, y que no puede realizarse
sino de esta manera. La doctrina metafísica pura no tiene que preocuparse, por poco
que sea, de todas las «teorías del conocimiento» que elabora tan penosamente la filo-
sofía moderna; en esos intentos de substitución del conocimiento por una «teoría del
conocimiento», puede verse incluso una verdadera confesión de impotencia, aunque
ciertamente inconsciente, por parte de esta filosofía, tan completamente ignorante de
toda posibilidad de realización efectiva. Además, puesto que, como lo hemos dicho,
el conocimiento verdadero es inmediato, puede ser más o menos completo, más o
menos profundo, más o menos adecuado, pero no puede ser esencialmente «relativo»
como lo querría esta misma filosofía, o al menos no lo es sino en tanto que sus obje-
tos son ellos mismos relativos. En otros términos, hablando metafísicamente, el co-
nocimiento relativo no es otra cosa que el conocimiento de lo relativo o de lo contin-
gente, es decir, el que se aplica a lo manifestado; pero el valor de este conocimiento,
en el interior de su dominio propio, es tan grande como lo permite la naturaleza de
136
Atmâ-Bhoda de Shankarâchârya (Ver Idem, XXII).
137
Ver todavía Introduction générale à l’étude des doctrines hindoues, 2ª parte, X.
71
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
ese dominio138, y no es así como lo entienden los que hablan de «relatividad del co-
nocimiento». Aparte de la consideración de los grados de un conocimiento más o
menos completo y profundo, grados que no cambian nada su naturaleza esencial, la
única distinción que podamos hacer legítimamente, en cuanto al valor del conoci-
miento, es la que ya hemos indicado entre el conocimiento inmediato y el conoci-
miento mediato, es decir, entre el conocimiento efectivo y el conocimiento simbóli-
co.
Eso se aplica incluso al simple conocimiento sensible que es también, en el orden inferior y li-
138
72
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO XVI
CONOCIMIENTO Y CONSCIENCIA
Una consecuencia muy importante de lo que se ha dicho hasta aquí, es que el co-
nocimiento, entendido absolutamente y en toda su universalidad, no tiene en modo
alguno como sinónimo o como equivalente la consciencia, cuyo dominio es solo co-
extensivo al de algunos estados de ser determinados, de suerte que no es sino en esos
estados, a exclusión de todos los demás, donde el conocimiento se realiza por medio
de lo que se puede llamar propiamente una «toma de consciencia». La consciencia,
tal como la hemos entendido precedentemente, inclusive en su mayor generalidad y
sin restringirla a su forma específicamente humana, no es más que un modo contin-
gente y especial de conocimiento bajo algunas condiciones, una propiedad inherente
al ser considerado en algunos estados de manifestación; con mayor razón no podría
tratarse de ella a ningún grado para los estados incondicionados, es decir, para todo
lo que rebasa el Ser, puesto que ella no es ni siquiera aplicable a todo el Ser. Por el
contrario, el conocimiento, considerado en sí mismo e independientemente de las
condiciones correspondientes a algún estado particular, no puede admitir ninguna
restricción, y, para ser adecuado a la verdad total, debe ser coextensivo, no solamente
al Ser, sino a la Posibilidad universal misma, y, por consiguiente, ser infinito como
ésta lo es necesariamente. Esto equivale a decir que conocimiento y verdad, conside-
rados así metafísicamente, no son otra cosa en el fondo que lo que hemos llamado,
con una expresión por lo demás muy imperfecta, «aspectos del Infinito»; y es lo que
afirma con una particular claridad esta fórmula que es una de las enunciaciones fun-
damentales del Vêdânta: «Brahma es la Verdad, el Conocimiento, el Infinito»
(Satyam Jnânam Anantam Brahma)139.
Así pues, cuando hemos dicho que el «conocer» y el «ser» son las dos caras de
una misma realidad, es menester no tomar el término «ser» más que en su sentido
analógico y simbólico, puesto que el conocimiento va más lejos que el Ser; ocurre
aquí como en los casos donde hablamos de la realización del ser total, puesto que
esta realización implica esencialmente el conocimiento total y absoluto, y no es en
modo alguno distinta de este conocimiento mismo, en tanto que se trate, bien enten-
139
Taittirîyaka Upanishad, 2º Vallî, 1er Anuvâka, shloka 1.
73
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
74
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
obstante esta comprensión exista de una manera cualquiera» 144; así pues, no puede
hablarse correlativamente del intelecto y del conocimiento, en el sentido universal,
sino como hemos hablado más atrás del Infinito y de la Posibilidad, es decir, viendo
en ellos una sola y misma cosa, que consideramos simultáneamente bajo un aspecto
activo y bajo un aspecto pasivo, pero sin que haya ahí ninguna distinción real. No de-
bemos distinguir, en lo Universal, intelecto y conocimiento, ni, por consecuencia, in-
teligible y cognoscible: puesto que el conocimiento verdadero es inmediato, el inte-
lecto no constituye rigurosamente más que uno con su objeto; no es sino en los mo-
dos condicionados del conocimiento, modos siempre indirectos e inadecuados, donde
hay lugar a establecer una distinción, puesto que este conocimiento relativo se opera,
no por el intelecto mismo, sino por una refracción del intelecto en los estados de ser
considerados, y, como lo hemos visto, es una tal refracción la que constituye la cons-
ciencia individual; pero directa o indirectamente, hay siempre participación en el in-
telecto universal en la medida en que hay conocimiento efectivo, ya sea bajo un
modo cualquiera, ya sea fuera de todo modo especial.
75
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
todo lo contrario, puesto que la razón, esencialmente diferente del intelecto (sin la
garantía del cual no podría por lo demás ser válida), no es nada más que una facultad
específicamente humana e individual; hay pues, necesariamente, no decimos lo «irra-
cional»147, sino lo «supraracional», y, en efecto, ese es un carácter fundamental de
todo lo que es verdaderamente de orden metafísico: lo «supraracional» no deja por
eso de ser inteligible en sí, incluso si no es actualmente comprehensible para las fa-
cultades limitadas y relativas de la individualidad humana148.
Esto entraña todavía otra observación que hay que tener en cuenta para no come-
ter ninguna equivocación: como la palabra «razón», la palabra «consciencia» puede
ser universalizada a veces, por una transposición puramente analógica, y nos mismo
lo hemos hecho en otra parte para traducir la significación del término sánscrito
Chit149; pero una tal transposición no es posible más que cuando uno se limita al Ser,
como era el caso entonces para la consideración del ternario Satchitânanda. Sin em-
bargo, se debe comprender bien que, incluso con esta restricción, la consecuencia así
transpuesta ya no se entiende en modo alguno en su sentido propio, tal como la he-
mos definido precedentemente, y tal como se le conservamos de una manera general:
en este sentido, la consciencia no es, lo repetimos, sino el modo especial de un cono-
cimiento contingente y relativo, como es relativo y contingente el estado de ser con-
dicionado al que pertenece esencialmente; y, si se puede decir que la consciencia es
una «razón de ser» para un tal estado, eso no es sino en tanto que es una participa-
ción, por refracción, en la naturaleza de ese intelecto universal y transcendente que es
él mismo, final y eminentemente, la suprema «razón de ser» de todas las cosas, la
verdadera «razón suficiente» metafísica que se determina a sí misma en todos los ór-
denes de posibilidades, sin que ninguna de esas determinaciones pueda afectarla en
nada. Esta concepción de la «razón suficiente», muy diferente de las concepciones fi-
losóficas o teológicas donde se encierra el pensamiento occidental, resuelve por lo
demás inmediatamente muchas de las cuestiones ante las cuales éste debe confesarse
impotente, y eso, al operar la conciliación del punto de vista de la necesidad y el de
147
Lo que rebasa la razón, en efecto, no es por eso contrario a la razón, lo que es el sentido que se
da generalmente al término «irracional».
148
Recordamos a este propósito que un «misterio», entendido incluso en su concepción teológica,
no es de ningún modo incognoscible o ininteligible, sino más bien, según el sentido etimológico de la
palabra, y como lo hemos dicho más atrás, algo que es inexpresable, y, por consiguiente, incomunica-
ble, lo que es completamente diferente.
149
L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XIV.
76
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
150
Decimos por lo demás que la teología, muy superior en eso a la filosofía, reconoce al menos
que esta oposición puede y debe ser rebasada, aunque su resolución no se le aparezca con la evidencia
que presenta cuando se considera desde el punto de vista metafísico. Es menester agregar que es sobre
todo desde el punto de vista teológico, y en razón de la concepción religiosa de la «creación», por lo
que esta cuestión de las relaciones de la necesidad y de la contingencia ha revestido desde el comienzo
la importancia que ha guardado después filosóficamente en el pensamiento occidental.
77
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO XVII
NECESIDAD Y CONTINGENCIA
Toda posibilidad de manifestación, hemos dicho más atrás, debe manifestarse por
eso mismo de que ella es lo que es, es decir, una posibilidad de manifestación, de tal
suerte que la manifestación está necesariamente implícita en principio en la naturale-
za misma de algunas posibilidades. Así, la manifestación, que es puramente contin-
gente en tanto que tal, por eso no es menos necesaria en su principio, del mismo
modo que, transitoria en sí misma, posee no obstante una raíz absolutamente perma-
nente en la Posibilidad universal; por lo demás, eso es lo que hace toda su realidad.
Si fuera de otro modo, la manifestación no podría tener más que una existencia com-
pletamente ilusoria, e incluso podría considerársela como rigurosamente inexistente,
puesto que, al ser sin principio, no guardaría más que un carácter esencialmente «pri-
vativo», como puede serlo el de una negación o el de una limitación considerada en
sí misma; y la manifestación, considerada de esta manera, no sería en efecto nada
más que el conjunto de todas las condiciones limitativas posibles. Solamente, desde
que esas condiciones son posibles, son metafísicamente reales, y esta realidad, que
no era más que negativa cuando se las concebía como simples limitaciones, deviene
positiva, en cierto modo, cuando se las considera en tanto que posibilidades. Así
pues, se debe a que la manifestación está implícita en el orden de las posibilidades
por lo que tiene su realidad propia, sin que esta realidad pueda ser independiente de
ninguna manera de este orden universal, ya que es ahí, y ahí solamente, donde tiene
su verdadera «razón suficiente»: decir que la manifestación es necesaria en su princi-
pio, no es otra cosa, en el fondo, que decir que está comprendida en la Posibilidad
universal.
No hay ninguna dificultad en concebir que la manifestación sea así a la vez nece-
saria y contingente bajo puntos de vista diferentes, provisto que se preste mucha
atención a este punto fundamental, a saber, que el principio no puede ser afectado
por ninguna determinación, puesto que es esencialmente independiente de ellas,
como la causa lo es de sus efectos, de suerte que la manifestación, necesitada por su
principio, no podría, inversamente, necesitarle de ninguna manera. Así pues, es la
«irreversibilidad» o la «irreciprocidad» de la relación que consideramos aquí la que
78
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
resuelve toda la dificultad que se supone ordinariamente en esta cuestión 151, dificul-
tad que no existe en suma sino porque se pierde de vista esta «irreciprocidad»; y, si
se pierde de vista (suponiendo que se haya entrevisto alguna vez a algún grado), se
debe a que, por el hecho de que uno se encuentra actualmente colocado en la mani-
festación, uno es llevado naturalmente a atribuir a ésta una importancia que, desde el
punto de vista universal, no podría tener de ningún modo. Para hacer comprender
mejor nuestro pensamiento a este respecto, podemos tomar aquí todavía un símbolo
espacial, y decir que la manifestación, en su integralidad, es verdaderamente nula al
respecto del Infinito, del mismo modo (salvo las reservas que exige siempre la im-
perfección de tales comparaciones) que un punto situado en el espacio es igual a cero
en relación a ese espacio152; eso no quiere decir que este punto sea absolutamente
nada (tanto más cuanto que existe necesariamente por eso mismo de que el espacio
existe), sino que no es nada bajo la relación de la extensión, es decir, es rigurosamen-
te un cero de extensión; y la manifestación no es nada más, en relación al todo uni-
versal, de lo que es ese punto en relación al espacio considerado en toda la indefini-
dad de su extensión, y todavía con la diferencia de que el espacio es algo limitado
por su propia naturaleza, mientras el Todo universal es el Infinito.
Debemos indicar aquí otra dificultad, pero que reside mucho más en la expresión
que en la concepción misma: todo lo que existe en modo transitorio en la manifesta-
ción debe ser transpuesto en modo permanente en lo no manifestado; la manifesta-
ción misma adquiere así la permanencia que hace toda su realidad principial, pero ya
no es la manifestación en tanto que tal, sino el conjunto de las posibilidades de mani-
festación en tanto que no se manifiestan, aunque, no obstante, implicando la manifes-
tación en su naturaleza misma, sin lo cual serían otras que lo que ellas son. Las difi-
cultades de esta transposición o de este paso de lo manifestado a lo no manifestado y
a la obscuridad aparente que resulta de ello, son las que se encuentran igualmente
cuando se quieren expresar, en la medida en que son expresables, las relaciones del
tiempo, o más generalmente de la duración bajo todos sus modos (es decir, de toda
condición de existencia sucesiva), y de la eternidad; y en el fondo se trata de la mis-
151
Es esta misma «irreciprocidad» la que excluye igualmente todo «panteísmo» y todo «inmanen-
tismo», así como lo hemos hecho observar en otra parte (L’Homme et son devenir selon le Vêdânta,
cap. XXIV).
152
Aquí se trata, bien entendido, del punto situado en el espacio, y no del punto principial del que
el espacio mismo no es más que una expansión o un desarrollo.— Sobre las relaciones del punto y de
la extensión, ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XVI.
79
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
ma cuestión, considerada bajo dos aspectos un poco diferentes, y de los cuales el se-
gundo es simplemente más particular que el primero, puesto que no se refiere más
que a una condición determinada entre todas aquellas que conlleva lo manifestado.
Todo eso, lo repetimos, es perfectamente concebible, pero es menester saber hacer
aquí el lugar de lo inexpresable, como por lo demás en todo lo que pertenece al do-
minio metafísico; en lo que concierne a los medios de realización de una concepción
efectiva, y no solo teórica, que se extienda a lo inexpresable inclusive, no podemos
evidentemente hablar de ello en este estudio, puesto que las consideraciones de este
orden no entran en el cuadro que al presente nos hemos asignado.
80
RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
Una consecuencia muy importante de esto, es que se puede decir que todo ser lle-
va en sí mismo su destino, ya sea de una manera relativa (destino individual), si se
trata solo del ser considerado en el interior de un cierto estado condicionado, ya sea
de una manera absoluta, si se trata del ser en su totalidad, ya que «la palabra destino
designa la verdadera razón de ser de las cosas»153. Solamente que el ser condicionado
o relativo no puede llevar en él más que un destino igualmente relativo, referente ex-
clusivamente a sus condiciones especiales de existencia; si, considerando el ser de
esta manera, se quisiera hablar de su destino último o absoluto, éste ya no estaría en
él, pero porque no es verdaderamente el destino de este ser contingente como tal,
puesto que se refiere en realidad al ser total. Esta precisión basta para mostrar la ina-
nidad de todas las discusiones que se refieren al «determinismo»154: se trata de una de
esas cuestiones, tan numerosas en la filosofía occidental moderna, que no existen
sino porque se plantean mal; por lo demás, hay muchas concepciones diferentes del
determinismo, y hay también muchas concepciones diferentes de la libertad, cuya
mayor parte no tienen nada de metafísico; así pues, importa precisar la verdadera no-
ción metafísica de la libertad, y es con eso como terminaremos el presente estudio.
153
Comentario Tradicional de Tcheng-tseu sobre el Yi-King (Ver Le Symbolisme de la Croix, cap.
XXII).
154
Se podría decir otro tanto de una buena parte de las discusiones relativas a la finalidad; es así,
concretamente, como la distinción de la «finalidad interna» y de la «finalidad externa» no puede pare -
cer plenamente válida sino en tanto que se admita la suposición antimetafísica de que un ser individual
es un ser completo y que constituye un «sistema cerrado», puesto que, de otro modo, lo que es «ex-
terno» para el individuo puede, sin embargo, no ser menos «interno» para el ser verdadero, si la distin-
ción que supone esta palabra le es todavía aplicable (Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXIX); y es
fácil darse cuenta de que, en el fondo, finalidad y destino son idénticos.
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RENÉ GUÉNON — LOS ESTADOS MÚLTIPLES DEL SER
CAPÍTULO XVIII
Para probar metafísicamente la libertad, basta, sin embarullarse en todos los argu-
mentos filosóficos ordinarios, con establecer que es una posibilidad, puesto que lo
posible y lo real son metafísicamente idénticos. Para eso, podemos definir primero la
libertad como la ausencia de constricción: definición negativa en la forma, pero que,
aquí todavía, es positiva en el fondo, ya que es la constricción lo que es una limita-
ción, es decir, una negación verdadera. Ahora bien, en cuanto a la Posibilidad univer-
sal considerada más allá del Ser, es decir, como el No Ser, no se puede hablar de uni-
dad, como lo hemos dicho más atrás, puesto que el No Ser es el Cero metafísico,
pero se puede al menos, empleando siempre la forma negativa, hablar de «no duali-
dad» (adwaita)155. Allí donde no hay dualidad, no hay necesariamente ninguna cons-
tricción, y eso basta para probar que la libertad es una posibilidad, desde que resulta
inmediatamente de la «no dualidad», que está evidentemente exenta de toda contra-
dicción.
Ahora, puede agregarse que la libertad es, no solo una posibilidad, en el sentido
más universal, sino también una posibilidad de ser o de manifestación; basta aquí,
para pasar del No Ser al Ser, con pasar de la «no dualidad» a la unidad: el Ser es
«uno» (puesto que el Uno es el Cero afirmado), o más bien es la Unidad metafísica
misma, primera afirmación, pero también, por eso mismo, primera determinación 156.
Lo que es uno está manifiestamente exento de toda constricción, de suerte que la au-
sencia de constricción, es decir, la libertad, se rencuentra en el dominio del Ser, don-
de la unidad se presenta en cierto modo como una especificación de la «no dualidad»
principial del No Ser; en otros términos, la libertad pertenece también al Ser, lo que
equivale a decir que es una posibilidad de ser, o según lo que hemos explicado prece-
dentemente, una posibilidad de manifestación, puesto que el Ser es ante todo el prin-
cipio de la manifestación. Además, decir que esta posibilidad es esencialmente inhe-
rente al Ser como consecuencia inmediata de su unidad, es decir que se manifestará,
a un grado cualquiera, en todo lo que procede del Ser, es decir, en todos los seres
155
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XXII.
156
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. VI.
82
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157
Todavía se puede hacer observar que, puesto que la multiplicidad procede de la unidad, en la
cual está implícita o contenida en principio, no puede destruir de ninguna manera la unidad, ni lo que
es una consecuencia de la unidad, como la libertad.
158
Todo ser, para ser verdaderamente tal, debe tener una cierta unidad cuyo principio lleva en sí
mismo; en este sentido, Leibnitz ha tenido razón al decir: «Lo que no es verdaderamente un ser ya no
es tampoco verdaderamente un ser»; pero esta adaptación de la fórmula escolástica «ens et unum con-
vertuntur» pierde en él su alcance metafísico por la atribución de la unidad absoluta y completa a las
«substancias individuales».
159
Por lo demás, es en razón de esta relatividad por lo que se puede hablar de grados de unidad, y
también, por consiguiente, de grados de libertad, ya que no hay grados más que en lo relativo, y ya
que lo que es absoluto no es susceptible de «más» o de «menos» («más» y «menos» deben tomarse
aquí analógicamente, y no solo en su acepción cuantitativa).
160
Es menester distinguir entre la complejidad que no es más que pura multiplicidad y la que es
por el contrario una expansión de la unidad (Asrâr-rabbâniyah en el esoterismo islámico: ver L’Hom-
me et son devenir selon le Vêdânta, cap. IX, y Le Symbolisme de la Croix, cap. IV); se podría decir
que, en relación a las posibilidades del Ser, la primera se refiere a la «substancia», y la segunda a la
«Esencia».— Se podrían considerar del mismo modo las relaciones de un ser con los otros (relaciones
que, para este ser considerado en el estado en el que tienen lugar, entran como elementos en la com -
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Así pues, considerada de esta manera, la libertad es una posibilidad que, a grados
diversos, es un atributo de todos los seres, cualesquiera que sean y en cualquier esta-
do que se sitúen, y no solo del hombre; la libertad humana, la única en causa en todas
las discusiones filosóficas, ya no se presenta aquí sino como un simple caso particu-
lar, lo que ella es en realidad161. Por lo demás, lo que más importa metafísicamente,
no es la libertad relativa a los seres manifestados, como tampoco la de los dominios
especiales y restringidos donde es susceptible de ejercerse; lo que más importa meta-
físicamente es la libertad entendida en el sentido universal, y que reside propiamente
en el instante metafísico del paso de la causa al efecto, puesto que la relación causal
debe transponerse por lo demás analógicamente de una manera conveniente para po-
der aplicarse a todos los órdenes de posibilidades. Puesto que esta relación causal no
es y no puede ser una relación de sucesión, la efectuación debe considerarse aquí es-
encialmente bajo el aspecto extratemporal, y eso tanto más cuanto que el punto de
vista temporal, especial a un estado determinado de existencia manifestada, o más
precisamente todavía a algunas modalidades de ese estado, no es de ninguna manera
susceptible de universalización162. La consecuencia de esto, es que ese instante meta-
físico, que nos parece inaprehensible, puesto que no hay ninguna solución de conti-
nuidad entre la causa y el efecto, es en realidad ilimitado, y, por consiguiente, rebasa
el Ser, como lo hemos establecido en primer lugar, y es coextensivo a la Posibilidad
total misma; constituye lo que se puede llamar figurativamente un «estado de cons-
plejidad de su naturaleza, puesto que forman parte de sus atributos como otras tantas modificaciones
secundarias de sí mismo) bajo dos aspectos aparentemente opuestos, pero en realidad complementa-
rios, según que, en esas relaciones, el ser de que se trata se asimile a los demás o sea asimilado por
ellos, constituyendo esta asimilación la «comprehensión» en el sentido propio de la palabra. La rela-
ción que existe entre dos seres es a la vez una modificación del uno y del otro; pero se puede decir que
la causa determinante de esta modificación reside en aquel de los dos seres que actúa sobre el otro, o
que se le asimila cuando la relación se toma bajo el punto de vista precedente, que es, no ya el de la
acción, sino el del conocimiento en tanto que implica identificación entre sus dos términos.
161
Importa poco que algunos prefieran llamar «espontaneidad» a lo que llamamos aquí libertad, a
fin de reservar especialmente este último nombre a la libertad humana; este empleo de dos términos
diferentes tiene el inconveniente de poder hacer creer fácilmente que ésta es de otra naturaleza, cuan-
do no se trata más que de una diferencia de grados, o que constituye al menos una suerte de «caso pri-
vilegiado», lo que no es sostenible metafísicamente.
162
La duración misma, entendida en el sentido más general, como condicionando toda existencia
en modo sucesivo, es decir, como comprendiendo toda condición que corresponda analógicamente al
tiempo en otros estados, tampoco podría ser universalizada, puesto que, en lo Universal, todo debe ser
considerado en simultaneidad.
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pecto de «separatividad», donde puede haber determinación por «otro que sí mis-
mo»; dicho de otro modo, los seres particulares pueden a la vez determinarse (en tan-
to que cada uno de ellos posee una cierta unidad, y por ende una cierta libertad, como
participante del Ser) y ser determinados por otros seres (en razón de la multiplicidad
de los seres particulares, no reducida a la unidad en tanto que se consideran bajo el
punto de vista de los estados de existencia manifestada). El Ser universal no puede
ser determinado, sino que se determina a sí mismo; en cuanto al No Ser, no puede ni
ser determinado ni determinarse, puesto que está más allá de toda determinación y
puesto que no admite ninguna.
Por lo que precede, se ve que la libertad absoluta no puede realizarse sino por la
completa universalización: será «auto-determinación» en tanto que coextensiva al
Ser, e «indeterminación» más allá del Ser. Mientras que una libertad relativa pertene-
ce a todo ser bajo cualquier condición que sea, esta libertad absoluta no puede perte-
necer más que al ser liberado de las condiciones de la existencia manifestada, indivi-
dual o incluso supraindividual, y deviniendo absolutamente «uno», en el grado del
Ser puro, o «sin-dualidad» si su realización rebasa el Ser168. Es entonces, y únicamen-
te entonces, cuando se puede hablar del ser «que es él mismo su propia ley» 169, por-
que ese ser es plenamente idéntico a su razón suficiente, que es a la vez su origen
principial y su destino final.
168
Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. XV y XVI.
169
Sobre esta expresión que pertenece más particularmente al esoterismo islámico, y sobre su
equivalente swêchchhâchârî en la doctrina hindú, ver Le Symbolisme de la Croix, cap. IX. — Ver
también lo que se ha dicho en otra parte sobre el estado del Yogî o del jivan-mukta (Ver L’Homme et
son devenir selon le Vêdânta, cap. XXIII y XXIV).
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PREFACIO.....................................................................................................................2
CAPÍTULOS
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