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Los minilibros de Preguntas cruciales

proporcionan una introducción rápida a las


verdades cristianas fundamentales. Esta
creciente colección incluye títulos como:

¿Qué es la fe?
 
¿Puedo tener gozo en mi vida?
 
¿Qué puedo hacer con mi culpa?
 
¿Puedo estar seguro de que soy salvo?
 
¿Qué es el bautismo?
 
¿Controla Dios todas las cosas?
 
¿Cómo debo vivir en este mundo?
 
 
PARA VER EL RESTO DE LA SERIE, VISITA:
PREGUNTASCRUCIALES.COM
¿Qué es la Cena del Señor?

© 2023 por Ministerios Ligonier y Poiema Publicaciones

es.Ligonier.org     Poiema.co


Publicado originalmente en inglés bajo el título

What Is the Lord’s Supper?

por Ligonier Ministries

421 Ligonier Court, Sanford, FL 32771

Ligonier.org
© 2013 por R.C. Sproul
Impreso en China

RR Donnelley

0000223

Primera edición
ISBN 978-1-64289-516-2 (Tapa rústica)
ISBN 978-1-64289-517-9 (ePub)
ISBN 978-1-64289-518-6 (Kindle)
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada
en sistemas de recuperación de datos o transmitida de forma alguna o por medio alguno —sin
importar si es electrónico o mecánico, o si consiste en fotocopias, grabaciones, etc.— sin contar
previamente con el permiso escrito de Ministerios Ligonier. La única excepción son las citas breves
en reseñas publicadas.
Diseño de portada: Ligonier Creative

Diseño interior: Katherine Lloyd, The DESK

Traducción al español: Ministerios Ligonier

Diagramación en español: Poiema Publicaciones


A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas son de

LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS® (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997

por The Lockman Foundation. Usado con permiso. www.LBLA.com


SDG

Este documento digital fue realizada por Nord Compo.


Contenido

Uno La importancia de la Pascua

Dos La institución de la Cena del Señor

Tres La consumación del reino

Cuatro ¿Cuerpo y sangre reales?

Cinco Las naturalezas de Cristo

Seis La presencia de Cristo

Siete Bendición y juicio


Capítulo uno

La importancia de la Pascua

En el centro mismo de la vida y la adoración de la comunidad cristiana


primitiva, estaba la celebración de la Cena del Señor. En los primeros días
de la historia de la iglesia, la celebración de la Santa Cena se conocía con
otros nombres. Por una parte, la Iglesia primitiva solía reunirse y celebrar lo
que ellos llamaban un «ágape» o «comida de amor», en la que celebraban
el amor de Dios y el amor que disfrutaban unos con otros como cristianos
en esta cena santa. El sacramento se llamó Cena del Señor porque hacía
referencia a la última cena que Jesús tuvo con Sus discípulos en el aposento
alto la noche antes de Su muerte. En la Iglesia primitiva y posteriormente,
la Cena del Señor se llamó la «Eucaristía», cuya definición proviene del
verbo griego eucharisto, que significa «agradecer». Por lo tanto, una faceta
de la Cena del Señor ha sido la reunión del pueblo de Dios para expresar su
gratitud por lo que Cristo alcanzó en Su muerte para beneficio de ellos.
La Cena del Señor es un drama cuyas raíces no solo están en aquella
experiencia del aposento alto, sino que se extienden hacia el pasado hasta la
celebración de la Pascua en el Antiguo Testamento. De hecho, como
recordarás, antes de instituir la Cena del Señor en el aposento alto, Jesús
había dado instrucciones a Sus discípulos para que aseguraran un lugar con
el fin de reunirse para esta ocasión porque Él estaba llegando a Su pasión.
Él sabía que Su juicio, muerte, resurrección y regreso al Padre eran
inminentes, así que les dijo a Sus discípulos: «Deseo profundamente
celebrar la Pascua con ustedes por última vez».
El contexto inmediato en el que Jesús instituyó la Cena del Señor fue la
celebración de la fiesta de la Pascua con Sus discípulos. El vínculo con la
Pascua no solo se percibe en Sus palabras a los discípulos, sino también en
el lenguaje similar que usa el apóstol Pablo cuando escribió a la iglesia de
Corinto. Él dijo: «Porque aun Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado» (1
Co 5:7). Está claro que la comunidad apostólica vio un vínculo entre la
muerte de Cristo y la celebración de la Pascua en el Antiguo Testamento.
Para entender esto, debemos volver a las páginas del Antiguo
Testamento, al contexto histórico de la institución de la Pascua. Debemos
recordar la esclavitud del pueblo de Israel en Egipto, bajo el dominio de un
Faraón implacable. Recordemos que el pueblo sufría inmensamente, pero
sus gemidos no quedaron sin ser oídos. Entendemos que Dios se apareció
en el desierto madianita al Moisés envejecido, quien entonces vivía en el
exilio como fugitivo de las fuerzas de Faraón. Cuando Dios se le apareció a
Moisés y le habló desde la zarza ardiente, le dijo: «No te acerques aquí;
quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra
santa» (Éx 3:5).
En ese encuentro, Dios dirigió a Moisés para que fuera a Faraón y
también al pueblo judío para entregarles la Palabra de Dios. Recordemos
que Moisés se sintió inadecuado para la tarea y se preguntaba cómo iba a
ser capaz de comunicar la Palabra de Dios con autoridad alguna a Faraón o
al pueblo de Israel. En esencia, Moisés dijo: «¿Por qué tendrían que
seguirme? ¿Por qué tendrían que creerme?». Y para parafrasearlo, Dios le
respondió: «Mira, tú vas a ir. Les dices que yo he oído el clamor de mi
pueblo, y le dices a Faraón que yo digo: “Deja ir a mi pueblo para que
pueda venir a adorarme en el monte que les mostraré”, y le dices al pueblo
que empaque sus cosas y abandonen a Faraón y a Egipto». Así que Dios
capacitó a Moisés con la habilidad de realizar milagros con el fin de
autenticar el origen de este increíble mensaje.
Desde ahí en adelante, lo que aconteció fue una lucha de voluntad y
poder entre Dios, por medio de Moisés, y los magos de la corte de Faraón.
En muy poco tiempo, los trucos de los magos se agotaron y el poder de
Dios se manifestó a través de Moisés de formas dramáticas. Hubo diez
plagas en total, pero es en las primeras nueve que vemos una escalada de
drama y conflicto entre Moisés y el Faraón. Caía una plaga sobre los
egipcios. Luego el Faraón cedía y decía: «Bueno, váyanse; toma a tu pueblo
y salgan». Pero en cuanto la frase salía de los labios del Faraón, entraba
Dios y endurecía el corazón del Faraón. Esto fue así para que al pueblo de
Israel le quedara muy claro que su redención venía de la mano de Dios y no
de la gracia del Faraón. Así que venía una nueva disputa. Otra plaga caía
sobre los egipcios, el Faraón cedía, Dios endurecía el corazón de Faraón y
este mantenía al pueblo en cautividad. Entonces vino otra disputa, luego
otra y después otra hasta que, finalmente, Faraón tenía prácticamente todo
lo que podía recibir de Moisés y dijo: «¡Apártate de mí! Guárdate de no
volver a ver mi rostro, porque el día en que veas mi rostro morirás». Y
Moisés respondió diciendo: «Bien has dicho, no volveré a ver tu rostro».
Fue en este punto del drama donde Dios le anunció a Moisés la décima
plaga que Él traería sobre los egipcios. Esta plaga fue la peor de todas
porque implicaba la destrucción de los primogénitos de todos los egipcios,
incluido el primogénito de Faraón. Así que Dios habló a Moisés:

Y el SEÑOR dijo a Moisés: Una plaga más traeré sobre Faraón y


sobre Egipto, después de la cual os dejará ir de aquí. Cuando os deje
ir, ciertamente os echará de aquí completamente. Di ahora al pueblo
que cada hombre pida a su vecino y cada mujer a su vecina objetos
de plata y objetos de oro. Y el SEÑOR hizo que el pueblo se ganara el
favor de los egipcios. Además el mismo Moisés era muy estimado
en la tierra de Egipto, tanto a los ojos de los siervos de Faraón como
a los ojos del pueblo. Y Moisés dijo: Así dice el SEÑOR: «Como a
medianoche yo pasaré por toda la tierra de Egipto, y morirá todo
primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón
que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está
detrás del molino; también todo primogénito del ganado. Y habrá
gran clamor en toda la tierra de Egipto, como nunca antes lo ha
habido y como nunca más lo habrá. Pero a ninguno de los hijos de
Israel ni siquiera un perro le ladrará, ni a hombre ni a animal, para
que entendáis cómo el SEÑOR hace distinción entre Egipto e Israel».
Y descenderán a mí todos estos tus siervos y se inclinarán ante mí,
diciendo: «Sal, tú y todo el pueblo que te sigue»; y después de esto
yo saldré. Y Moisés salió ardiendo en ira de la presencia de Faraón.
Entonces el SEÑOR dijo a Moisés: Faraón no os escuchará, para
que mis maravillas se multipliquen en la tierra de Egipto (Éx 11:1-
9).

Luego, al comienzo del capítulo 12 de Éxodo, Dios llamó a Moisés e


instituyó la celebración de la Pascua. Debemos considerar la siguiente
narración del libro de Éxodo, porque tiene un impacto muy dramático en la
vida futura de la nación judía. Esta es la institución que se celebra en el
aposento alto entre Jesús y Sus discípulos:

Y el SEÑOR habló a Moisés y a Aarón en la tierra de Egipto,


diciendo: Este mes será para vosotros el principio de los meses; será
el primer mes del año para vosotros. Hablad a toda la congregación
de Israel, diciendo: «El día diez de este mes cada uno tomará para sí
un cordero, según sus casas paternas; un cordero para cada casa.
Mas si la casa es muy pequeña para un cordero, entonces él y el
vecino más cercano a su casa tomarán uno según el número  de
personas; conforme a lo que cada persona coma, dividiréis  el
cordero. El cordero será un macho sin defecto, de un año; lo
apartaréis de entre las ovejas o de entre las cabras. Y lo guardaréis
hasta el día catorce del mismo mes; entonces toda la asamblea de la
congregación de Israel lo matará al anochecer. Y tomarán parte de la
sangre y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas
donde lo coman. Y comerán la carne esa misma noche, asada al
fuego, y la comerán con pan sin levadura y con hierbas amargas. No
comeréis nada de él crudo ni hervido en agua, sino asado al fuego,
tanto su cabeza como sus patas y sus entrañas. Y no dejaréis nada de
él para la mañana, sino que lo que quede de él para la mañana lo
quemaréis en el fuego. Y de esta manera lo comeréis: ceñidos
vuestros lomos, las sandalias en vuestros pies y el cayado en vuestra
mano, lo comeréis apresuradamente. Es la Pascua del SEÑOR.
Porque esa noche pasaré por la tierra de Egipto, y heriré a todo
primogénito en la tierra de Egipto, tanto de hombre como de animal;
y ejecutaré juicios contra todos los dioses de Egipto. Yo, el SEÑOR.
Y la sangre os será por señal en las casas donde estéis; y cuando yo
vea la sangre pasaré sobre vosotros, y ninguna plaga vendrá sobre
vosotros para destruiros cuando yo hiera la tierra de Egipto
(Éx 12:1-13).

Esto es crucial, porque sabemos que los sacramentos del Nuevo


Testamento son entendidos en la vida de la iglesia como señales y sellos de
algo extremadamente importante. Un sacramento proporciona una señal
dramática que apunta hacia alguna verdad de la redención que es crucial
para la vida del pueblo de Dios. Cuando Dios instituyó la Pascua en el
Antiguo Testamento, le estaba diciendo a Moisés, para parafrasearlo:
Tomen este animal, el cordero sin defecto, y mátenlo. Tomen su
sangre y marquen la entrada de sus casas. Pongan la sangre en el
dintel y en los postes de la puerta, como señal que los marca como
el pueblo de Dios, de manera que cuando venga el ángel de la
muerte a destruir a los primogénitos del país, y a ejecutar mi juicio
sobre los egipcios, la destrucción de ese juicio solo caiga sobre los
egipcios. Voy a diferenciar entre el pueblo al que he llamado del
mundo para que sea mi pueblo santo del pacto, y aquellos que lo
han esclavizado. Por lo tanto, mi ira caerá sobre Egipto pero no
sobre mi pueblo. El ángel pasará de largo sobre cada hogar marcado
con la sangre del cordero.

El símbolo de este ritual realmente era una señal de liberación. Era una
señal de redención porque significaba que estas personas escaparían de la
ira de Dios.
La calamidad última es estar expuesto a la ira de Dios. Cristo salva a Su
pueblo de la ira del Padre. No solo somos salvados por Dios, sino que
somos salvados de Dios, y esa idea se expone de manera dramática en la
Pascua según está registrada en el libro de Éxodo. La señal en el poste de la
puerta, la señal marcada por la sangre del cordero, significaba que los
israelitas serían rescatados de una exposición calamitosa a la ira de Dios.
Así que aquella noche vino el ángel de la muerte y mató a los
primogénitos de los egipcios, pero el pueblo de Dios fue dejado con vida.
Después de eso, Moisés los sacó de la esclavitud, a través del mar Rojo y
los guio hacia la Tierra Prometida, donde se convirtieron en el pueblo de
Dios bajo el pacto de Moisés, recibiendo la ley en el monte Sinaí. Ellos
efectivamente salieron y adoraron a Dios en Su santo monte, pero como un
recordatorio perpetuo de esta redención, cada año a partir de entonces, el
pueblo de Israel obedeció la institución de la Pascua. Se reunían en sus
casas y comían el alimento con las hierbas amargas y bebían el vino, todo lo
cual hacían para recordar la salvación que Dios había obrado a su favor en
la tierra de Egipto. Ellos participaban de esta celebración original con sus
cayados en la mano, como personas que están listas para salir, preparados
para marcharse en cualquier momento porque el Señor dijo que debían estar
listos para salir de Egipto, de la esclavitud a la Tierra Prometida, tan pronto
como el Faraón y sus fuerzas fueran destruidas.
Cuando Jesús celebró Su última Pascua con Sus discípulos, se alejó de
la liturgia estándar en medio de la celebración. Él le agregó un nuevo
sentido a la celebración de la Pascua cuando tomó el pan sin levadura,
añadiéndole un nuevo significado cuando dijo: «Esto es mi cuerpo, que por
vosotros es dado». Luego, después de terminada la cena, tomó el vino y
dijo, en efecto: «Yo le añado un nuevo significado a este elemento mientras
ustedes celebran la Pascua, porque este vino es mi sangre. No la sangre del
cordero en el Antiguo Testamento, cuya sangre se marcaba en la puerta,
sino que ahora esta copa es mi sangre». En esencia, Jesús estaba diciendo:
«Yo soy la Pascua; yo soy el Cordero Pascual; yo soy el que será
sacrificado por ustedes. Es por mi sangre marcada en la puerta de sus vidas
que escaparán de la ira de Dios». Así que Él dijo: «Desde ahora en adelante,
esta es mi sangre, derramada para el perdón de los pecados. Esta es la
sangre de un nuevo pacto». Este nuevo pacto que Él instituyó esa misma
noche cumple el antiguo pacto, dándole su expresión máxima y más
significativa.
Capítulo dos

La institución de la Cena
del Señor

En Lucas 22 leemos:

Llegó el día de la fiesta de los panes sin levadura en que debía


sacrificarse el cordero de la Pascua. Entonces Jesús envió a Pedro y
a Juan, diciendo: Id y preparad la Pascua para nosotros, para que la
comamos. Ellos le dijeron: ¿Dónde deseas que la preparemos? Y Él
les respondió: He aquí, al entrar en la ciudad, os saldrá al encuentro
un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidle a la casa donde
entre. Y diréis al dueño de la casa: «El Maestro te dice: “¿Dónde
está la habitación, en la cual pueda comer la Pascua con mis
discípulos?”». Entonces él os mostrará un gran aposento alto,
dispuesto; preparadla allí. Entonces ellos fueron y encontraron todo
tal como Él les había dicho; y prepararon la Pascua.
Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa, y con Él los apóstoles,
y les dijo: Intensamente he deseado comer esta Pascua con vosotros
antes de padecer; porque os digo que nunca más volveré a comerla
hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado una
copa, después de haber dado gracias, dijo: Tomad esto y repartidlo
entre vosotros; porque os digo que de ahora en adelante no beberé
del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios. Y habiendo
tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio,
diciendo: Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en
memoria de mí. De la misma manera tomó la copa después de haber
cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es
derramada por vosotros. Mas he aquí, la mano del que me entrega
está conmigo en la mesa. Porque en verdad, el Hijo del Hombre va
según se ha determinado, pero ¡ay de aquel hombre por quien Él es
entregado! (vv. 7-22).

En esta descripción de la institución de la Cena del Señor, vemos que


Jesús se refiere específicamente a dos dimensiones del tiempo: el presente y
el futuro. En nuestra cultura, generalmente asumimos el paso del tiempo
refiriéndonos al pasado, el presente y el futuro. Cuando observamos el
sentido y la importancia de la Cena del Señor en la vida de la comunidad
cristiana, vemos que tiene importancia y aplicación para las tres
dimensiones del tiempo.
La Cena del Señor está relacionada con el pasado en virtud de su
vínculo con la Pascua. Además, aquello de lo que Jesús habló en el
aposento alto ya ha sucedido, por lo cual Su muerte en la cruz también es
pasado para nosotros. Él les dice a los discípulos que tenían que realizar
este sacramento «en memoria de Él». En la medida en que nuestra
celebración de la Cena del Señor es un recordatorio, el enfoque está en lo
que sucedió en el pasado.
En la Biblia, a menudo vemos lo que llamamos sacralización del
espacio y el tiempo. Es decir, vemos diversos ejemplos donde Dios o Su
pueblo Israel dieron un significado sagrado, santo y consagrado a
momentos y sucesos particulares que acontecieron en su mundo. Considera
el llamado de Dios a Moisés en el desierto madianita: «Entonces Él dijo: No
te acerques aquí; quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde
estás parado es tierra santa» (Éx  3:5). Lo que Dios le estaba diciendo a
Moisés era: «Moisés, este lugar del planeta ahora es sagrado; es un sitio
santo». Lo que hacía santo al suelo no era que Moisés estuviese allí. Era
tierra santa porque era un punto de intersección entre Dios y Su pueblo. Si
uno recorre el Antiguo Testamento, veremos lugares especiales donde Dios
se encontró con Su pueblo o actuó poderosamente a favor de Su pueblo. En
estos casos, solía ser costumbre que las personas marcaran el sitio.
Normalmente eso se hacía construyendo un altar de piedras muy simple.
Por ejemplo, cuando Noé tocó tierra en la cima del monte Ararat y salió
del arca, uno de sus primeros actos fue construir allí un altar para recordar
el lugar donde Dios lo había librado a él y a su familia del diluvio. Después
de que los hijos de Israel cruzaron el Jordán liderados por Josué, erigieron
un monumento. Esto lo vemos una y otra vez. Cuando Jacob tuvo a
medianoche la visión de Dios ascendiendo y descendiendo de los cielos,
cuando él iba de camino a buscar una esposa, llamó a ese lugar Betel,
porque dijo: «Ciertamente el SEÑOR está en este lugar y yo no lo sabía» (Gn
28:16). Así que él tomó la piedra que había usado como almohada durante
la noche y la ungió con aceite y la puso allí como una marca, pues Dios se
le había aparecido en el sueño y le hizo una promesa a él.
En la Biblia, vemos una y otra vez la sacralización del espacio. Hoy
también lo hacemos. Hace algunos años, hubo un accidente de tránsito
trágico y fatal, muy cerca de mi casa, en el cual una de las víctimas fue una
niñita que era gimnasta. Ella vivía al frente de mi casa, y en el camino a mi
trabajo, yo paso todos los días por el árbol donde chocó el automóvil. Hasta
el día de hoy, hay todo tipo de memoriales, flores y cruces que señalan el
punto donde murió la niña. Todos tenemos lugares especiales en nuestras
vidas. Pueden ser especiales por buenas o malas razones, pero
consideramos estos sitios como santos, a veces con señales físicas.
En la Escritura no solo tenemos espacios sagrados, sino que también
tenemos tiempos sagrados. Los festivales del Antiguo Testamento
significaban la sacralización del tiempo. En cuanto a la Pascua, Dios ordenó
que el pueblo de Israel celebrara anualmente su redención de la esclavitud
en Egipto marcando un momento sagrado en el calendario para la fiesta de
la Pascua. Este era un tiempo sagrado.
En el calendario de la iglesia también marcamos días sagrados. Vamos a
la iglesia los domingos para recordar el hecho de que Jesús fue levantado el
domingo por la mañana. Celebramos la fiesta de Pentecostés. Celebramos la
Semana Santa y la Navidad. Celebramos estas fiestas porque, como seres
humanos, tener tiempos sagrados está fuertemente arraigado en nuestra
humanidad. Queremos recordar aquellos momentos que son más
importantes para nosotros en la historia. Celebramos nuestros propios
cumpleaños como si hubiese algo sagrado en ellos. Son sagrados en el
sentido de que son extraordinarios y especiales para nosotros. Es bueno
recordar el día en que vinimos a este mundo. Celebramos aniversarios de
boda porque queremos recordar su importancia.
Estoy seguro de que nuestro Señor entendía esta necesidad humana de
recapitular y recordar los momentos importantes. Cuando se reunió con Sus
discípulos en el aposento alto, uno de los elementos de esta institución fue
Su mandato de repetir esta cena como recordatorio. «Haced esto en
memoria de mí» (Lc 22:19). En cierto sentido, lo que Cristo dijo fue: «Yo
sé que he sido Su maestro por tres años. He hecho muchas cosas, algunas de
las cuales van a olvidar; pero sea como fuere, por favor no olviden esto
porque lo que van a experimentar en las próximas veinticuatro horas es lo
más importante que habré hecho por ustedes. Nunca lo olviden. Estarán
recordándome. Estarán recordando mi muerte, el derramamiento de mi
sangre, el quebrantamiento de mi cuerpo, lo cual ocurrirá mañana. Por
favor, jamás lo olviden». Y así, durante dos mil años, la iglesia ha
recordado la muerte de Cristo en este sagrado memorial de la Cena del
Señor.
Jesús también entendía el vínculo judío tradicional entre la apostasía y
el olvido. Lingüísticamente, ese vínculo se encuentra en la propia palabra
apostasía, que significa «dejar ir» u «olvidar». Un apóstata es alguien que
ha olvidado aquello con lo que alguna vez estuvo comprometido.
Recordamos el Salmo 103, donde David clama: «¡Bendice, alma mía al
SEÑOR, y no olvides ninguno de sus beneficios!» (énfasis añadido).
Jesús murió hace dos mil años y no pasa ni un segundo en el reloj sin
que haya personas en algún lugar de este mundo que se sienten, partan el
pan, beban el vino y recuerden la muerte de Cristo hasta que Él venga.
Capítulo tres

La consumación del reino

En el Evangelio de Lucas leemos: «Vosotros sois los que habéis


permanecido conmigo en mis pruebas; y así como mi Padre me ha otorgado
un reino, yo os otorgo que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino; y os
sentaréis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel» (22:28-30).
Aquí Jesús se enfocó en la orientación futura de la consumación de Su
reino. Él es el Ungido a quien el Padre ha declarado como el Rey de reyes y
Señor de señores. Él mencionó que Su Padre le ha concedido un reino, y de
igual manera Él ahora concede a los discípulos el reino de Dios y promete
que habrá un momento en el futuro cuando Él se siente con ellos a Su mesa.
En esta declaración de Jesús está implicada la promesa anticipada de la
boda del Cordero, la gran ceremonia de Cristo y Su novia, lo cual
acontecerá en el cielo (Ap 19:6-10).
En primer lugar, miremos al Antiguo Testamento, donde vemos algunos
indicios breves de esa expectativa hacia el futuro. El Salmo 23 dice así:

El SEÑOR es mi pastor,
nada me faltará.
En lugares de verdes pastos me hace descansar;
junto a aguas de reposo me conduce.
Él restaura mi alma;
me guía por senderos de justicia
por amor de su nombre.
Aunque pase por el valle de sombra de muerte,
no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo;
tu vara y tu cayado me infunden aliento (vv. 1-4).

David comparó a Dios el SEÑOR con un pastor. El propio David


provenía de las filas de los pastores, así que conocía la figura de la que
hablaba. Sabía que es tarea del pastor atender a las ovejas. Si alguna vez has
visto un rebaño de ovejas, sabrás que merodean sin rumbo a menos que
alguien las guíe. En este texto, el Buen Pastor conduce a las ovejas a verdes
pastos; no las deja cerca de ríos torrentosos donde podrían caer al agua y
morir, sino que las lleva a un lugar cerca de fuentes de aguas tranquilas.
Estos son lugares seguros para beber y satisfacer su sed. Luego el Pastor
guía a las ovejas por el camino de justicia. Aunque ellas pasen por el valle
más oscuro, no tienen miedo porque el Pastor va con ellas. Él las alienta
con Su vara y Su cayado. Él usa la vara para defender a las ovejas de los
lobos y usa el cayado para arrearlas y mantenerlas seguras en Su presencia.
En medio de todas estas bellas imágenes de Dios como buen pastor,
David sigue diciendo: «Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis
enemigos; has ungido mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando» (v. 5).
Dios vindica a Su pueblo, y lo vindica en presencia de quienes lo han
acusado falsamente. En esencia, David dijo: «Él no solo prepara una mesa
delante de mí, sino que la prepara y me invita a Su mesa públicamente». No
solo disfruta de un banquete en la mesa del Señor, sino que la copa puesta
ante él rebosa del vino que alegra el corazón. En un sentido muy real, este
salmo anticipa al Mesías, quien viene como el Buen Pastor. Este Mesías es,
además, el mismo que se hace llamar el pan de vida que ha descendido del
cielo (Jn 6:51). A partir de la imagen del pastor del Antiguo Testamento, el
Nuevo Testamento muestra el cumplimiento en Cristo Jesús, el Buen Pastor
que pone Su vida por Sus ovejas, y no es un asalariado que huye cuando
vienen los lobos. No obstante, al mismo tiempo, Él también cumple la
experiencia histórica de la provisión de alimento del cielo en forma de
maná durante la permanencia de los judíos en el desierto. Dios les dio
provisiones diarias para satisfacer sus necesidades físicas concediéndoles
maná del cielo. Esa imagen se emplea en el Nuevo Testamento cuando a
Jesús se le llama el «Pan del cielo» que desciende del cielo para alimentar y
nutrir a Su pueblo.
Con el fin de entender esa consumación del reino en la Cena del Señor,
debemos mirar Mateo 22 y la parábola de la fiesta de bodas:

Tomando Jesús la palabra, les habló otra vez en parábolas, diciendo:


El reino de los cielos puede compararse a un rey que hizo un
banquete de bodas para su hijo. Y envió a sus siervos a llamar a los
que habían sido invitados a las bodas, pero no quisieron venir. De
nuevo envió otros siervos, diciendo: Decid a los que han sido
invitados: «Ved, ya he preparado mi banquete; he matado mis
novillos y animales cebados, y todo está aparejado; venid a las
bodas». Pero ellos no hicieron caso y se fueron: uno a su campo,
otro a sus negocios, y los demás, echando mano a los siervos, los
maltrataron y los mataron. Entonces el rey se enfureció, y enviando
sus ejércitos, destruyó a aquellos asesinos e incendió su ciudad.
Luego dijo a sus siervos: «La boda está preparada, pero los que
fueron invitados no eran dignos. Id, por tanto, a las salidas de los
caminos, e invitad a las bodas a cuantos encontréis». Y aquellos
siervos salieron por los caminos, y reunieron a todos los que
encontraron, tanto malos como buenos; y el salón de bodas se llenó
de comensales. Pero cuando el rey entró a ver a los comensales, vio
allí a uno que no estaba vestido con traje de boda, y le dijo:
«Amigo, ¿cómo entraste aquí sin traje de boda?». Y él enmudeció.
Entonces el rey dijo a los sirvientes: «Atadle las manos y los pies, y
echadlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el crujir de
dientes». Porque muchos son llamados, pero pocos son escogidos
(vv. 1-14).

En esta parábola hay un elemento de juicio aterrador, así como una


promesa emocionante de bendición inexpresable. Recuerda que cuando
Cristo vino, Su entrada al mundo se definió en términos de la palabra griega
krisis, de la cual proviene la palabra en español «crisis». Su venida trajo la
división suprema: entre aquellos que lo aceptarían y aquellos que lo
rechazarían. En Juan 1:11 se nos dice que Jesús vino a los Suyos, es decir, a
la nación judía, pero Su propio pueblo no lo recibió. En cierto sentido, esta
parábola es una recapitulación de la historia de Israel, a quien Dios invitó a
ser Su novia. Pero ellos rehusaron asistir a Su boda. No les interesó. Tenían
cosas mejores que hacer. Así que se fueron a casa. Se marcharon e hicieron
cualquier cosa excepto responder a la invitación a la boda que Dios, Su
Señor, había ofrecido. Cuando los sirvientes salieron a invitarlos, ellos
mataron a los sirvientes. ¿A quienes se refiere? Obviamente, se trata de los
profetas de Israel que fueron muertos por el pueblo escogido de Dios.
Finalmente, Dios dijo: «Mi Hijo tendrá una novia, un reino, una boda donde
habrá una multitud de invitados». Así que envió siervos a los caminos y
senderos a buscar personas que no eran parte del grupo original. Esto
obviamente se refiere a que Dios incluye a los gentiles que eran extraños y
ajenos al pacto de Israel. Él le da estas personas al Hijo para celebrar el
matrimonio con Su novia.
En el libro de Apocalipsis, encontramos referencias a la fiesta de boda
del Cordero. En el capítulo 19 leemos:
Después de esto oí como una gran voz de una gran multitud en el
cielo, que decía:

¡Aleluya! La salvación y la gloria y el poder


pertenecen a nuestro Dios,
PORQUE SUS JUICIOS SON VERDADEROS Y JUSTOS,
pues ha juzgado a la gran ramera
que corrompía la tierra con su inmoralidad,
Y HA VENGADO LA SANGRE DE SUS SIERVOS EN ELLA.

Y dijeron por segunda vez:

¡Aleluya!
EL HUMO DE ELLA SUBE POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.

Y los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes se postraron


y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, y decían:

¡Amén! ¡Aleluya!

Y del trono salió una voz que decía:

Alabad a nuestro Dios todos sus siervos,


los que le teméis, los pequeños y los grandes.

Y oí como la voz de una gran multitud, como el estruendo de


muchas aguas y como el sonido de fuertes truenos, que decía:

¡Aleluya!
Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina.
Regocijémonos y alegrémonos,
y démosle a Él la gloria,
porque las bodas del Cordero han llegado
y su esposa se ha preparado.
Y a ella le fue concedido vestirse de lino fino,
resplandeciente y limpio,
porque las acciones justas de los santos
son el lino fino.

Y el ángel me dijo: Escribe: «Bienaventurados los que están


invitados a la cena de las bodas del Cordero». Y me dijo: Estas son
palabras verdaderas de Dios. Entonces caí a sus pies para adorarle.
Y me dijo: No hagas eso; yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos
que poseen el testimonio de Jesús; adora a Dios. Pues el testimonio
de Jesús es el espíritu de la profecía (vv. 1-10).

En este último libro del Nuevo Testamento, tenemos la oportunidad de


ver un atisbo del futuro. Aquí Juan ve la fiesta de bodas del Cordero que
está preparada para Su novia, la Iglesia. Llegará el día cuando todos los que
son fieles a Cristo serán reunidos en el cielo para esta celebración gozosa,
para esta unión final en matrimonio con Cristo, que estará señalada por una
fiesta que superará a cualquier cosa que podamos imaginar en este mundo.
Al conocer esta promesa futura que recorre toda la enseñanza del Nuevo
Testamento, vemos referencias a eso en la institución de la Cena del Señor.
Jesús llama la atención al momento futuro cuando Él se sentará con Su
pueblo y celebrará en la fiesta del reino de Dios en el cielo. Aún queda una
gran celebración. Cada vez que celebramos la Cena del Señor en este
mundo, no solo deberíamos mirar a los logros pasados de Cristo, sino
también a la fiesta futura que todavía está por cumplirse. Todavía nos queda
más reino de Dios por experimentar. Hemos experimentado la inauguración
del reino en la vida, muerte y resurrección de Cristo, pero aún esperamos la
consumación definitiva futura del reino. Así que cuando celebramos la
Cena del Señor, vemos que no es solo una figura de lo que ya ha sucedido,
sino que también es una figura y un sello de lo que acontecerá en el futuro.
En el Antiguo Testamento, Israel, el pueblo de Dios, celebraba la
Pascua una vez al año. Esta Pascua miraba hacia un cumplimiento futuro,
cuando el Cordero Pascual fue sacrificado en el Calvario. Hoy, cada vez que
celebramos la Cena del Señor, también miramos al futuro, a la promesa de
la fiesta de bodas de Cristo y Su novia. De este modo, la Cena del Señor es
un anticipo del cielo. Un día veremos al Novio en toda Su gloria y veremos
a la iglesia ofrecida a Él en su perfección. Esa es la orientación futura de la
Cena del Señor.
Capítulo cuatro

¿Cuerpo y sangre reales?

¿Cuál es la importancia actual de la celebración de la Cena del Señor?


Hemos visto su valor pasado y futuro, pero ¿qué hay del presente? Es en
este punto donde han surgido la gran mayoría de las controversias en torno
a la Cena del Señor.
A lo largo de la historia de la iglesia, la mayoría de las personas ha
favorecido la postura de que la presencia real de Cristo está presente en la
Cena del Señor. En otras palabras, estamos en una comunión real con Él en
la mesa. Por supuesto, no todos creen que haya una manera especial en la
que Él está presente en la Cena del Señor, pero claramente ese es el fallo
minoritario. De cualquier forma, la controversia respecto a la presencia de
Cristo en la Cena es aún más profunda. La mayoría está de acuerdo en que
Jesús está realmente presente; el punto de debate tiene que ver con el modo
de esa presencia. Los cristianos no se han puesto de acuerdo sobre la
respuesta a esta pregunta: ¿de qué manera está presente Cristo en la mesa
del Señor?
Parte del asunto se centra en cómo se relaciona Su presencia con Sus
palabras de institución. Los tres Evangelios sinópticos relatan que Jesús
dijo: «Esto es mi cuerpo». Históricamente, la pregunta que ha surgido en
estas controversias tiene que ver con la palabra es. ¿Cómo debe entenderse
es? Cuando se dice que algo «es» algo más, el verbo ser funciona como un
signo igual. Se puede invertir el predicado y el sujeto sin ninguna pérdida
de significado. Por ejemplo, si uno dice que «un solterón es un hombre no
casado», no hay nada en el predicado que no esté ya presente en la noción
de «solterón» en el sujeto. En esa oración, el término es funciona como un
signo igual. Podríamos invertir la oración y decir: «un hombre no casado es
un solterón».
Además de este uso del verbo ser, también está el uso metafórico,
donde el verbo ser puede significar «representa». Por ejemplo, pensemos en
las declaraciones «Yo soy» de Jesús que encontramos en el Evangelio de
Juan. Jesús dice: «Yo soy la vid, ustedes son las ramas. Yo soy el Buen
Pastor. Yo soy la Puerta por la que deben entrar los hombres. Yo soy el
Camino; yo soy la Verdad; yo soy la Vida». En cualquier lectura de esos
textos queda claro que Jesús está usando el sentido representativo del verbo
ser de manera metafórica. Cuando Él dice: «Yo soy la Puerta», no está
diciendo literalmente que allí donde tenemos piel, él tiene en cambio algún
tipo de revestimiento de madera y bisagras. Él quiere decir: «Yo soy —
metafóricamente— el punto de entrada al reino de Dios. Para entrar a una
habitación, hay que cruzar la puerta. De igual modo, si quieres entrar al
reino de Dios, tienes que pasar a través de mí».
Cuando llegamos a las palabras de la institución de la Cena del Señor, la
pregunta obvia es: ¿cómo está usando aquí Cristo la palabra es? ¿Está
diciendo Jesús: «Este pan que estoy partiendo realmente es mi carne y esta
copa de vino que he bendecido es mi sangre»? Cuando las personas están
bebiendo el vino, ¿realmente están bebiendo Su sangre física? Cuando están
comiendo el pan, ¿realmente están comiendo Su carne física? De eso se
trata esta controversia.
Recuerda que, en la Roma del siglo I, los cristianos fueron acusados del
crimen de canibalismo. Había rumores de que los cristianos se reunían en
lugares secretos, tales como las catacumbas, para devorar el cuerpo de
alguien y beber la sangre de esa persona. Aun en esa temprana etapa de la
historia de la iglesia ya había aparecido la idea de una conexión real entre el
pan y la carne, y el vino y la sangre.
En el siglo XVI, los luteranos y los reformadores encontraron que la
barrera principal que los separaba era su forma de entender la Cena del
Señor. Ellos estaban de acuerdo casi en todo lo demás. Martín Lutero
insistía en el significado de identidad de la palabra es en este caso. En
medio de las discusiones, él repetía una y otra vez la frase latina hoc est
corpus meum, «esto es mi cuerpo». Él insistía en eso.
Una de las controversias principales de la Reforma del siglo XVI tuvo
que ver con la comprensión católica romana de la Cena del Señor. La
postura de la Iglesia católica romana, entonces y ahora, es lo que se conoce
como la transubstanciación. Esta es la postura según la cual la sustancia del
pan y del vino se transforman de manera sobrenatural en el cuerpo y la
sangre reales de Jesús cuando uno participa de la Cena del Señor. Pero
había una objeción simple a esta postura. Al compartir la Cena del Señor, el
pan y el vino aún se veían, sabían, se sentían, olían y sonaban como pan y
vino. No había una diferencia discernible entre el pan y el vino antes de la
consagración de los elementos, ni después. Alguien podía decir: «Me estás
contando sobre el milagro de que Cristo realmente está presente físicamente
aquí, pero te aseguro que no es eso lo que yo veo. Los elementos lucen
exactamente iguales a como estaban antes».
Con el fin de hacerse cargo de este problema, la Iglesia católica romana
presentó una fórmula filosófica para dar cuenta del fenómeno de las
apariencias del pan y el vino. Ellos se remontaron al pasado, a las categorías
filosóficas de Aristóteles, y tomaron su lenguaje para articular
la postura católica.
A Aristóteles le preocupaba la naturaleza de la realidad e hizo una
distinción entre la sustancia de un objeto y los accidentes de un objeto. El
término «accidente» se refería a una cualidad externa y perceptible de una
cosa. Si alguien me describiera a mí, lo haría en términos de mi peso, altura,
la ropa que uso, mi peinado, el color de mi cara o el color de mis ojos.
Todas estas descripciones se restringen a mis cualidades externas y
perceptibles. Esa persona no sabe cómo soy en mi esencia personal. Yo no
conozco la verdadera esencia de un pedazo de tiza. Yo solo veo una figura
cilíndrica, dureza y el color blanco. Esas son todas las cualidades externas
perceptibles de la tiza.
Aristóteles creía que cada objeto poseía su propia sustancia y cada
sustancia tenía sus accidentes correspondientes. Si tenemos la sustancia de
un elefante, también tenemos los accidentes de un elefante. Para Aristóteles,
si algo lucía como pato, caminaba como pato y graznaba como pato,
entonces era un pato. La esencia del pato siempre produce los accidentes
del pato. Cada vez que vemos los accidentes del pato, sabemos que lo que
no podemos ver bajo la superficie es la esencia del pato.
La Iglesia occidental medieval tomó el intento filosófico de Aristóteles
de definir la diferencia entre la percepción superficial y la realidad
subyacente, para la doctrina de la transubstanciación. Ellos decían que en la
misa ocurría un doble milagro. Por una parte, la sustancia del pan y del vino
se convierten en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo, mientras que,
por otra parte, los accidentes se mantienen iguales. ¿Qué significa eso?
Antes del milagro, tenemos la sustancia del pan y los accidentes del pan, y
tenemos la sustancia del vino y los accidentes del vino. Pero después del
milagro, ya no tenemos la sustancia del pan y la sustancia del vino. En lugar
de eso, tenemos la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, pero se
mantienen los accidentes del pan y del vino. En otras palabras, tenemos los
accidentes del pan y el vino sin sus sustancias. El segundo milagro está en
tener la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo sin los accidentes de la
carne y la sangre. Ese es el sentido del doble milagro. Tenemos la sustancia
de una cosa y los accidentes de otra. Es importante observar que el propio
Aristóteles nunca habría concedido esta línea de pensamiento en el mundo
real.
Hace algunas décadas, en Europa occidental, hubo un teólogo católico
romano holandés que publicó una obra titulada Christ the Sacrament of the
Encounter with God [Cristo, el sacramento del encuentro con Dios], en la
cual presentó una idea totalmente nueva. Él dijo que lo que sucede en el
milagro de la misa no es una transformación sobrenatural de la sustancia de
una cosa en la sustancia de otra. No era una transubstanciación, sino lo que
él llamó una transignificación. Él dijo que, en la misa, los elementos del
pan y el vino adquieren una relevancia celestial. Hay un cambio real en la
trascendencia de los elementos aun cuando la naturaleza de los elementos
sigue siendo la misma. Este teólogo fue apoyado por el catecismo holandés
y algunos otros teólogos progresistas de ese entonces, y esto creó una
controversia importante dentro de la Iglesia católica romana. En 1965, el
papa publicó una encíclica titulada Mysterium Fidei, «El misterio de la fe»,
en la que respondió a este asunto y dijo que no solo el contenido de la
doctrina histórica de la iglesia es inmutable, sino que también su
formulación. Él dijo que la formulación aristotélica de la transubstanciación
permanecería vigente. Esa sigue siendo la postura oficial de la Iglesia
católica romana. Esta encíclica efectivamente rechazó las soluciones
creativas que ofrecían algunos para abordar el problema que percibían en la
transubstanciación.
Lutero objetó la transubstanciación porque creía que implicaba un
milagro innecesario. Lutero creía que la carne y la sangre reales de Jesús
estaban presentes en los elementos, pero están en, con, y bajo los
elementos. Estos no se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino
que más bien el cuerpo y la sangre de Cristo se añaden de manera
sobrenatural a los elementos. En este sentido, él aún argumentaba a favor de
la presencia real del cuerpo y la sangre físicos de Cristo.
Los reformadores, tales como Juan Calvino y muchos otros, rechazaron
la postura de Lutero, aunque no por razones sacramentales sino
cristológicas. Trataremos de entender este rechazo en el siguiente capítulo
mientras analizamos la doble naturaleza de Cristo.
Capítulo cinco

Las naturalezas de Cristo

A fin de entender por qué Calvino rechazaba la postura de Lutero sobre la


Cena del Señor, debemos indagar en la historia de la iglesia para buscar
alguna ayuda. En el transcurso de la historia de la iglesia, se han planteado
varias herejías con relación a las naturalezas humana y divina de Cristo.
En el 451, en el Concilio de Calcedonia, los padres de la iglesia
tuvieron que abordar estas herejías en dos frentes distintos. Por una parte,
estaba la herejía monofisita, que fue propuesta por un hombre llamado
Eutiques. Según Eutiques, Cristo tuvo una naturaleza que no era ni
plenamente divina ni plenamente humana. Más bien, tenía una sola
naturaleza. Una forma de resumir su postura sería decir que Cristo tenía una
naturaleza humana deificada o una naturaleza divina humanizada. Al
mismo tiempo, en el otro extremo, había un hereje llamado Nestorio. Él
alegaba que si uno tiene dos naturalezas, entonces debe haber dos personas.
Él separó la naturaleza divina de la humana.
En el Concilio de Calcedonia, la iglesia declaró que Cristo es vere
homo, vere deus. Esto significa que Cristo tiene dos naturalezas distintas —
una que es verdaderamente humana y una que es verdaderamente divina—
que están unidas sin confusión en una sola persona. En esta resolución, la
iglesia trató efectivamente con la herejía de Eutiques y la de Nestorio.
Adicionalmente, la iglesia elaboró lo que comúnmente se denomina «las
cuatro negaciones de Calcedonia». Estas «cuatro negaciones»
probablemente sean la formulación más importante que surgió de este
concilio eclesiástico histórico. En este concilio del siglo V, los líderes
entendían que aquello que estaban tratando en la encarnación era un
misterio supremo. Ellos sabían que, en efecto, no podían decir
colectivamente: «Hemos ahondado totalmente en el misterio de la
encarnación». Pero también querían afirmar, sin salvedades, que hay una
perfecta unión entre la naturaleza divina y la naturaleza humana, que estas
dos naturalezas son genuinas. Pero de qué manera se realiza efectivamente
la unidad de la encarnación, es algo que sigue envuelto en el misterio. Ellos
también querían afirmar que entendían lo suficiente para rechazar
confiadamente las herejías del momento que amenazaban una comprensión
ortodoxa de la naturaleza dual de Cristo. Las cuatro negaciones son las
siguientes: las dos naturalezas están unidas sin confusión, sin cambio, sin
separación y sin división. Como sea que uno entienda la relación entre la
naturaleza humana y la naturaleza divina, no queremos pensar que ellas
están mezcladas o confundidas. En Su única persona, la humanidad y la
deidad de Cristo no pueden ser absorbidas la una por la otra, ni pueden ser
separadas o divididas.
A lo largo de la historia de la iglesia, ha habido constantes intentos de
tomar una de las dos naturalezas de Cristo y usarla para absorber la otra. En
la teología liberal, la tendencia siempre se ha inclinado a terminar con un
Jesús puramente humano. El resultado es un Jesús que no es divino. La
humanidad absorbe la deidad. Por otra parte, a veces también hemos visto a
cristianos excesivamente celosos de proteger la deidad de Cristo. En su celo
por proteger la verdad bíblica, son tan enfáticos en relación con Su deidad
que involuntariamente dejan de lado Su humanidad.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, vemos Su humanidad muy
claramente. Jesús siente hambre, siente sed, llora y sangra. Todos estos
elementos manifiestan la verdadera naturaleza humana que Él posee. Dios
no siente hambre; a Dios no le da sed; la naturaleza divina no sangra. Todos
estos son aspectos de la naturaleza humana. La respuesta a la pregunta «¿a
qué naturaleza pertenece el cuerpo de Jesús?», es bastante obvia. Su cuerpo
físico es una manifestación de Su naturaleza humana, no de Su
naturaleza divina.
Además de las cuatro negaciones, la confesión de Calcedonia concluye
con estas palabras: «las propiedades de cada naturaleza se preservan». Esto
significa que, en la encarnación, la naturaleza divina no deja de ser divina.
Es aquí precisamente donde tratamos la controversia en torno a la presencia
de Cristo en la Cena del Señor. Si cada naturaleza conserva sus propios
atributos, ¿entonces qué significa que la naturaleza humana conserve sus
propios atributos? La omnipresencia no es un atributo de la naturaleza
humana. ¿Cómo es posible que la naturaleza humana de Jesús esté en más
de un lugar al mismo tiempo?
Los luteranos respondieron a esa objeción desarrollando una
comprensión novedosa de la communicatio idiomatum —la «comunicación
de atributos»— en referencia a su doctrina de la ubicuidad. Ubicuidad
significa «presente aquí, allá y en todo lugar al mismo tiempo». Es un
sinónimo de omnipresencia. Los luteranos aducen que si la naturaleza
divina tiene la capacidad de estar presente en más de un lugar al mismo
tiempo, entonces ese poder y atributo de la naturaleza divina es comunicado
a la naturaleza humana en la Cena. Esto hizo posible para la naturaleza
humana, incluido el cuerpo humano de Cristo, estar presente en todo lugar
al mismo tiempo. La naturaleza humana fue dotada de un atributo divino.
En contraste, las iglesias reformadas dijeron que esto transgrede a
Calcedonia porque confunde las naturalezas de Cristo, de manera que cada
naturaleza no conserva sus propios atributos. Es por eso que Calvino y otros
rechazaron categóricamente la postura luterana de la Cena del Señor. Lutero
insistía en la presencia corporal de Jesús en más de un lugar al mismo
tiempo. Nuestras creencias centrales respecto a la naturaleza de Cristo están
en juego en este punto, razón por la cual los reformadores han afirmado la
presencia real de Jesús en el sacramento, pero no de la misma manera que
los luteranos y los católicos romanos.
Capítulo seis

La presencia de Cristo

En la Confesión de Fe de Westminster 29.7 leemos estas palabras:


Los recipientes dignos, al participar externamente de los elementos
visibles de este sacramento, en ese momento también, participan
interiormente por la fe, real y verdaderamente, aunque no carnal y
corporalmente, sino espiritualmente, reciben y se alimentan del
Cristo crucificado y de todos los beneficios de su muerte. Por lo
tanto, el cuerpo y la sangre de Cristo no están carnal y
corporalmente en, con, o bajo el pan y el vino; sino que están real
pero espiritualmente presentes en aquella ordenanza para la fe de los
creyentes, tal como los elementos lo están para sus sentidos
externos.

En nuestra confesión vemos una distinción entre la presencia real de


Jesús y la presencia física de Jesús. Cuando articula esta noción de la
presencia real de Jesús, lo que quiere decir es que, en términos espirituales,
Él está realmente presente. ¿Qué significa eso? Primero, consideremos lo
que no significa. A veces decimos: «No podré estar contigo el domingo,
pero estaré contigo en espíritu». ¿Qué queremos decir con eso? Significa
que aunque estaré ausente de ti en cuanto a mi ubicación física, estaré
pensando en ti. Puedes considerarlo como una especie de presencia
espiritual. Pero apenas podríamos entender ese sentido de estar presente en
algún lugar en espíritu como una presencia real. Esto, por cierto, no es lo
que la confesión quiere decir ni lo que reformadores tales como Juan
Calvino quisieron decir cuando hablaron de la presencia real y espiritual de
Cristo en la Cena del Señor.
¿Qué quiso decir Calvino? En primer lugar, comencemos con la
importante fórmula de Calvino, que se expresa en la frase latina finitum non
capax infinitum. Este es un principio filosófico deducido de la razón o la
lógica. Él estaba diciendo que lo finito no puede contener lo infinito. Si
tuviéramos una cantidad infinita de agua, no podríamos contenerla en un
vaso de doscientos mililitros. Es fácil de entender, ¿verdad?
Respecto a la naturaleza humana de Jesús, Calvino dijo que el cuerpo
humano de Jesús no podía contener la deidad infinita del Hijo de Dios. Esta
es simplemente otra forma de decir que, aunque el cuerpo humano de Jesús
no es omnipresente, la naturaleza divina de Cristo lo es. No obstante,
Calvino no solo dijo que Cristo está verdaderamente presente en la Cena del
Señor, en cuanto a Su naturaleza divina, sino que en la Cena del Señor,
aquellos que participan son verdaderamente fortalecidos y nutridos por la
naturaleza humana de Jesús. ¿Cómo es esto posible si la naturaleza humana
no es omnipresente? Calvino dijo que Él es hecho presente a nosotros por la
naturaleza divina.
En el Nuevo Testamento, Jesús habla de irse y de quedarse: «Hijitos,
estaré con vosotros un poco más de tiempo. Me buscaréis, y como dije a los
judíos, ahora también os digo a vosotros: adonde yo voy, vosotros no podéis
ir» (Jn 13:33). Los discípulos lo vieron ascender al cielo, y no obstante Él
dijo a los discípulos: «Aunque en un sentido yo me voy, sin embargo, en
otro sentido yo estoy con ustedes siempre, hasta el fin del mundo». Jesús
habló de una presencia y una ausencia. Además, cuando Pablo habla del
ministerio terrenal de Cristo, dice que nunca conoció a Cristo «kata sarka»,
es decir, en la carne. Él nunca lo vio en Su encarnación terrenal; el apóstol
no lo conoció durante Su ministerio terrenal. La Biblia dice que Cristo está
a la diestra de Dios, y la idea es que Él no está aquí en términos de Su
presencia física visible.
El Catecismo de Heidelberg habla de esto cuando dice: «En lo que
respecta a Su naturaleza humana, Él ya no está en la tierra». La iglesia
siempre ha entendido que la naturaleza humana ascendió a lo alto. «En lo
que respecta a Su Divinidad», dice el catecismo, «en ningún momento se
ausenta de nosotros». Aunque Cristo en Su naturaleza humana ascendió al
cielo, Su naturaleza divina sigue siendo omnipresente, y está
particularmente presente en la iglesia. ¿Significa eso que en el momento de
la ascensión la naturaleza humana se fue al cielo y dejó la naturaleza divina,
y que la perfecta unión de ambas se alteró? No. La encarnación aún es una
realidad. Fue una realidad incluso en la muerte de Cristo. En la muerte de
Cristo, la naturaleza divina ahora estaba unida a un cadáver humano; el
alma humana fue al cielo y el alma humana que estaba en el cielo estaba
unida con la naturaleza divina. El cuerpo humano que estaba en la tumba
seguía unido a la naturaleza divina. Así que, si podemos entender que la
naturaleza humana es ubicable porque todavía es humana, la naturaleza
humana está en un lugar distinto a este mundo. Sin embargo, la naturaleza
humana, en el cielo, está perfectamente unida a la naturaleza divina.
Recordemos que cuando uno está en comunión con la naturaleza divina,
está en comunión con la persona del Hijo de Dios y todo lo que Él es.
Cuando me encuentro con Él aquí en la naturaleza divina y entro en
comunión con la persona de Jesús, esta naturaleza divina sigue conectada y
unida a la naturaleza humana. Al tener comunión con la naturaleza divina,
no tengo comunión solo con la naturaleza divina; también tengo comunión
con la naturaleza humana, la cual está en perfecta unidad con la naturaleza
divina sin que por eso la naturaleza humana adquiera la capacidad divina de
estar en todos estos lugares distintos. Recordemos que la naturaleza humana
en ningún momento está separada de la naturaleza divina; por lo tanto,
podemos sostener la unidad de las dos naturalezas y sostener la localización
de la naturaleza humana sin deificar la naturaleza humana. Y así la persona
de Cristo puede estar presente en más de un lugar en más de un momento en
virtud de la omnipresencia de la naturaleza divina.
Es importante ver la diferencia entre esta postura y la perspectiva
católica romana. La postura católica romana atribuye poder a la naturaleza
humana para que descienda a la tierra en todos estos lugares distintos a la
vez. De este modo, podemos encontrar al cuerpo humano de Cristo en
tantas parroquias católicas romanas como existan en el mundo. Nosotros
rechazamos esta idea porque el cuerpo de Cristo hoy está en el cielo. Nos
encontramos con la persona real en todas nuestras distintas iglesias y
entramos en una bendita comunión con la totalidad de Cristo en virtud del
contacto que tenemos con la naturaleza divina, pero Su cuerpo humano
permanece localizado en el cielo. Esto concuerda con el modo de hablar de
Jesús en el Nuevo Testamento cuando dice: «Me voy, pero estaré con
ustedes». La presencia de Sí mismo que Él promete en el Nuevo
Testamento es una presencia real y una comunión real con Su pueblo.
Consideremos la Confesión de Westminster una vez más:

Los recipientes dignos, al participar externamente de los elementos


visibles de este sacramento, en ese momento también, participan
interiormente por la fe, real y verdaderamente, aunque no carnal y
corporalmente, sino espiritualmente, reciben y se alimentan del
Cristo crucificado y de todos los beneficios de su muerte. Por lo
tanto, el cuerpo y la sangre de Cristo no están carnal y
corporalmente en, con, o bajo el pan y el vino; sino que están real
pero espiritualmente presentes en aquella ordenanza para la fe de los
creyentes, tal como los elementos lo están para sus sentidos
externos.

A causa de la omnipresencia del Hijo de Dios en Su deidad, en la Cena


del Señor realmente nos encontramos con la totalidad de Cristo y somos
nutridos por el Pan del Cielo.
Una nota final respecto a la enseñanza de la Iglesia católica romana
sobre la Cena del Señor. Ellos creen que la misa representa una repetición
de la muerte sacrificial de Cristo cada vez que se celebra. Cristo, por así
decirlo, es crucificado de nuevo. Desde luego, la Iglesia católica romana
enseña que hay una diferencia entre el sacrificio original que hizo Jesús en
el Calvario y la forma en que se realiza el sacrificio en la misa. La
diferencia es esta: en el Calvario, la muerte sacrificial de Jesús fue una
muerte que involucró sangre real. Fue un sacrificio cruento. El sacrificio
que se hace hoy es un sacrificio sin sangre. No obstante, es un sacrificio
verdadero y real. Fue este aspecto, así como la doctrina de la
transubstanciación, lo que causó gran parte de la controversia en el siglo
XVI, porque a los reformadores les parecía que la idea de una repetición de
cualquier tipo violenta el concepto bíblico de que Cristo fue ofrecido una
vez para siempre. Así que, en la perspectiva católica romana de la
naturaleza sacrificial de la misa, los reformadores vieron un repudio al
carácter definitivo de la ofrenda sacrificial que hizo Cristo en Su expiación
(Jn 19:28-30; Heb 10:1-18).
Capítulo siete

Bendición y juicio

Además de la doctrina de la transubstanciación y la recreación del


sacrificio de Jesús, había otros aspectos de la perspectiva católica romana
de la Cena del Señor que resultaban problemáticos para los reformadores.
Consideremos 1 Corintios 10:14-22:

Por tanto, amados míos, huid de la idolatría. Os hablo como a


sabios; juzgad vosotros lo que digo. La copa de bendición que
bendecimos, ¿no es la participación en la sangre de Cristo? El pan
que partimos, ¿no es la participación en el cuerpo de Cristo? Puesto
que el pan es uno, nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo;
pues todos participamos de aquel mismo pan. Considerad al pueblo
de Israel: los que comen los sacrificios, ¿no participan del altar?
¿Qué quiero decir, entonces? ¿Que lo sacrificado a los ídolos es
algo, o que un ídolo es algo? No, sino que digo que lo que los
gentiles sacrifican, lo sacrifican a los demonios y no a Dios; no
quiero que seáis partícipes con los demonios. No podéis beber la
copa del Señor y la copa de los demonios; no podéis participar de la
mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O provocaremos a
celos al Señor? ¿Somos, acaso, más fuertes que Él?
Aquí Pablo hace algunas advertencias serias respecto a mezclar la Cena
del Señor con prácticas idólatras. Aparentemente, algunos cristianos de
Corinto participaban en los servicios cristianos como también en comidas y
festividades paganas. Esto motivó a Pablo a abordar las preguntas acerca de
comer carne que era ofrecida a los ídolos. Cuando terminaban estos
servicios paganos, la carne usada para los sacrificios solía venderse en el
mercado. Algunos cristianos tenían escrúpulos sobre esto, diciendo: «No
quiero tener nada que ver con cualquier carne que haya participado de
alguna forma en una ceremonia pagana». Ellos creían que era pecado comer
carne que había sido ofrecida a los ídolos. Pablo respondió diciendo que no
hay nada intrínsecamente pecaminoso en la carne. El cómo había sido usada
antes de ser puesta a la venta en el mercado no debía causar mayor
preocupación a los cristianos (1 Co 8).
Desde muy temprano, la iglesia ha tenido que luchar con la intrusión de
la idolatría en la práctica de la liturgia, particularmente con respecto a la
Cena del Señor. Volviendo al asunto de la transubstanciación, recordemos
que el problema que vio Calvino implicaba la deificación de la naturaleza
humana de Cristo. Calvino dijo que esta sería la forma de idolatría más sutil
posible. Puesto que Cristo es el Dios-hombre, Él es el Hijo de Dios y el
Nuevo Testamento nos llama a adorarlo. Adoramos la persona, pero no
extrapolamos la naturaleza humana de la divina para adorar la naturaleza
humana aparte de su unión con la Segunda Persona de la Trinidad. Adorar
la naturaleza humana de Jesús aparte de su unión con el divino Hijo de Dios
sería cometer idolatría, porque eso implicaría atribuir un elemento divino al
aspecto creado de Jesús.
Pero aquí debemos ser muy cuidadosos. La iglesia efectivamente adora
a toda la persona de Cristo, pero Él es digno de adoración a causa de Su
naturaleza divina, no de Su naturaleza humana. Así que los reformadores,
especialmente Calvino, estaban preocupados por las prácticas de la Iglesia
medieval relacionadas con la adoración de la naturaleza humana de Jesús.
Si uno entra hoy a una iglesia católica observará que ellos hacen
genuflexión. Ellos hincan una rodilla y luego se sientan. Si observamos
durante el proceso de la misa, el sacerdote también hace genuflexión
frecuentemente en medio de su actividad. ¿Por qué la genuflexión? El
objeto de la genuflexión es el tabernáculo. El tabernáculo normalmente es
una caja de oro exhibida con prominencia encima del altar, y ese
tabernáculo de oro contiene el pan que ha sido consagrado. Los católicos
romanos creen que el pan se convierte en el cuerpo real de Cristo. Así que
el motivo de la inclinación y la genuflexión es inclinarse hacia la hostia
consagrada. Los católicos romanos ven ese pan consagrado como un objeto
de adoración, y eso es algo que los reformadores objetaron firmemente.
Ellos decían: «¿Por qué la gente tendría que inclinarse ante el pan
consagrado? Aun si se convirtiera en la naturaleza humana de Jesús, no
sería apropiado inclinarse ante la naturaleza humana».
Había otro asunto que también era materia de controversia en la Cena
del Señor. Este tenía relación con la noción de la iglesia de lo que realmente
sucede en el drama de la misa. Después de realizada la consagración, la
Iglesia católica romana enseña que lo que ocurre en la misa es la repetición
del sacrificio de Cristo en la cruz. Ahora bien, la iglesia pone en claro que
esta repetición del sacrificio se realiza de manera no sangrienta; no
obstante, insisten en que el sacrificio es un sacrificio real. Por lo tanto,
aunque no es una ofrenda cruenta, Cristo es real y verdaderamente
sacrificado de nuevo cada vez que se ofrece la misa. Eso les pareció
blasfemo a los reformadores, pues era un completo rechazo de lo que nos
dice el libro de Hebreos, es decir, que Cristo se ofreció una vez para
siempre (Heb 10:10). La suficiencia y perfección de la expiación que Cristo
hizo en el Calvario fueron tan cabales, que repetirla sería denigrar el valor
supremo de la expiación definitiva que allí se había realizado.
En la Confesión de fe de Westminster 29.4 encontramos esta
declaración:
Las misas privadas, o el recibir a solas este sacramento, de un
sacerdote o por cualquier otro, así como la negación de la copa al
pueblo, la adoración de los elementos, el elevarlos, o el llevarlos de
un lugar a otro para adoración, y el reservarlos para cualquier
pretendido uso religioso, es contrario a la naturaleza de este
sacramento y a la institución de Cristo.

Una vez más, vemos que los protestantes reaccionaron muy firmemente
a la teología de la misa, siguiendo las advertencias de 1 Corintios 10. Pero
1  Corintios  10 no es el único lugar donde Pablo hace advertencias. En
1 Corintios 11 hace advertencias aun más serias con relación al abuso de la
Cena del Señor. Pablo escribe:

Pero al daros estas instrucciones, no os alabo, porque no os


congregáis para lo bueno, sino para lo malo. Pues, en primer lugar,
oigo que cuando os reunís como iglesia hay divisiones entre
vosotros; y en parte lo creo. Porque es necesario que entre vosotros
haya bandos, a fin de que se manifiesten entre vosotros los que son
aprobados. Por tanto, cuando os reunís, esto ya no es comer la cena
del Señor, porque al comer, cada uno toma primero su propia cena;
y uno pasa hambre y otro se embriaga. ¿Qué? ¿No tenéis casas para
comer y beber? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios y avergonzáis a
los que nada tienen? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os
alabaré. Porque yo recibí del Señor lo mismo que os he enseñado:
que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y
después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que
es para vosotros; haced esto en memoria de mí. De la misma manera
tomó también la copa después de haber cenado, diciendo: Esta copa
es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto cuantas veces la bebáis
en memoria de mí. Porque todas las veces que comáis este pan y
bebáis esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que Él
venga. De manera que el que coma el pan o beba la copa del Señor
indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Por
tanto, examínese cada uno a sí mismo, y entonces coma del pan y
beba de la copa. Porque el que come y bebe sin discernir
correctamente el cuerpo del Señor, come y bebe juicio para sí. Por
esta razón hay muchos débiles y enfermos entre vosotros, y muchos
duermen. Pero si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos
juzgados. Pero cuando somos juzgados, el Señor nos disciplina para
que no seamos condenados con el mundo. Así que, hermanos míos,
cuando os reunáis para comer, esperaos unos a otros. Si alguno tiene
hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Los
demás asuntos los arreglaré cuando vaya (vv. 17-34).

Es obvio lo que está sucediendo aquí. El ágape memorial, que se


celebraba juntamente con la Cena del Señor en la Iglesia primitiva, y que
debía proclamar la muerte de Cristo y la repetición de la Pascua, se
convirtió en una ocasión para la glotonería desenfrenada y el egoísmo en la
comunidad corintia. La gente se abría paso a empujones hacia la mesa para
atracarse de comida mientras otros quedaban con hambre. En otras
palabras, todo el sentido de celebrar la Cena del Señor se destruía con este
comportamiento. Por lo tanto, Pablo tuvo que hablar sobre dos problemas
en Corinto. Por una parte, la mezcla de idolatría con la Cena del Señor y la
denigración de la santidad del evento por parte de personas que la
convertían en un picnic congregacional para la glotonería. Es en este
contexto que Pablo da estas advertencias muy sobrias sobre la celebración
de la Cena del Señor.
A causa de esta enseñanza, uno de los principios fuertes que surgieron
de la Reforma protestante respecto a la Cena del Señor es lo que
denominamos «cercar la mesa». En algunas iglesias, antes de la celebración
de la Cena del Señor, el ministro advierte a las personas que no son
miembros en regla de una iglesia evangélica que no deberían participar del
sacramento. Él le recuerda a la congregación que la Cena del Señor solo es
para personas cristianas verdaderamente penitentes. Incluso hay iglesias que
no permitirán participar en la Cena del Señor a nadie que no sea miembro
de esa congregación en particular. Si uno está de visita, lo disuaden de
participar aunque sea cristiano.
El propósito del cercado de la mesa no es excluir a las personas por un
principio de arrogancia, sino más bien protegerlas de las consecuencias que
el apóstol expone en este capítulo, donde habla de la manducatio
indignorum, que significa «comer y beber indignamente». Cuando una
persona participa de la Cena del Señor de manera indigna, en lugar de beber
una copa de bendición, está bebiendo una copa de maldición. Están
comiendo y bebiendo para condenación, y Dios no será burlado. Si alguien
celebra esta, la más sagrada de las actividades de la iglesia, y lo hace de
manera inapropiada, se expone al juicio de Dios.
Oscar Cullman, el teólogo suizo, dijo que el verso más olvidado de todo
el Nuevo Testamento es 1  Corintios  11:30: «Por esta razón hay muchos
débiles y enfermos entre vosotros, y muchos duermen». Algunos estudiosos
creen que el significado de 1  Juan  5:16-17 es que Dios no enviará al
infierno a los cristianos que usen mal y abusen de la Cena del Señor, pero
podría quitarles la vida.
El punto que Pablo destaca aquí es que el sacramento de la Cena del
Señor es un sacramento que implica y requiere cierto discernimiento.
Debemos discernir lo que estamos haciendo. Debemos venir con una actitud
apropiada de humildad y arrepentimiento. Desde luego, el punto no es
excluir a las personas de la mesa. En última instancia, nadie es digno de
venir y comulgar con Cristo. Nosotros, que somos inherentemente indignos,
venimos a comulgar con Cristo por causa de nuestra necesidad. Pero
debemos venir en un espíritu de dependencia, sin arrogancia, confesando
nuestros pecados y confiando solo en Él para la salvación. Si tomamos estas
cosas sagradas en forma hipócrita, Dios no nos tendrá por inocentes. Es por
eso que necesitamos explorar el significado de este sacramento.
Al participar de la Cena del Señor, nos encontramos con el Cristo vivo,
recibimos los beneficios de comulgar con el Pan del Cielo y, no obstante, al
mismo tiempo debemos evitar cualquier forma de conducta o distorsión de
este sacramento que cause que el disgusto de Dios caiga sobre nosotros.
Acerca del autor

El Dr. R.C. Sproul fue el fundador de Ministerios Ligonier, el pastor


fundador de Saint Andrew’s Chapel en Sanford, Florida, el primer
presidente de Reformation Bible College y el editor ejecutivo de la revista
Tabletalk. Su programa de radio, Renewing Your Mind (Renovando Tu
Mente), todavía se transmite diariamente en cientos de estaciones de radio
alrededor del mundo y también se puede oír a través de Internet.
Fue autor de más de cien libros, incluyendo La santidad de Dios,
Escogidos por Dios y Todos somos teólogos. También fue reconocido
mundialmente por su defensa articulada de la inerrancia de las Escrituras y
la necesidad del pueblo de Dios de permanecer en la Palabra de Dios con
convicción.
Durante su distinguida carrera académica, el Dr. Sproul contribuyó en la
formación de hombres para el ministerio como profesor en varios
seminarios teológicos importantes. También trabajó como editor general de
La Biblia de Estudio de La Reforma y ha escrito varios libros para niños,
entre ellos La copa envenenada del Príncipe.
Para más recursos de Ministerios Ligonier, por favor dirígete a
es.Ligonier.org.
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