01 - Corpse Roads - J Rose

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Sinopsis 16.

Harlow
Créditos 17. Harlow
Aclaración 18. Enzo
Advertencia de Contenido 19. Harlow
Epigrafe 20. Leighton
Prólogo - Harlow 21. Harlow
1. Harlow 22. Theo
2. Hunter 23. Harlow
3. Harlow 24. Hunter
4. Harlow 25. Leighton
5. Enzo 26. Harlow
6. Harlow 27. Harlow
7. Leighton 28. Harlow
8. Harlow 29. Enzo
9. Enzo 30. Harlow
10. Harlow 31. Harlow
11. Harlow Epílogo - Theo
12. Harlow Playlist
13. Theo Agradecimientos
14. Harlow Sobre la autora
15. Hunter
En terapia, te dicen que uses tus sentidos.
Haz una lista de las cosas que sabes.
Sermones recitados con malicia. Un ritual empapado de sangre. El ardor
de las lágrimas y los sollozos jadeantes de los moribundos. Carne
putrefacta.
Crecí en una jaula, torturada por el siervo más retorcido del Señor
Todopoderoso. La muerte y la desesperación se convirtieron en mis
compañeros cercanos mientras observaba años de matanzas a manos del
pastor Michaels.
Dieciocho chicas. Muertas.
Dieciocho vidas. Acabadas.
Dieciocho futuros. Robados.
Tras años de cautiverio, no reconozco el mundo al que de repente me veo
arrojada. La carretera frente a mí está llena de cadáveres que exigen
venganza desde el más allá.
Yo escapé... pero ellas no.
Ahora, tengo que vivir por ellas.
Seguridad Sabre me ofrece un salvavidas en la oscuridad. Quieren
encontrar al asesino antes que muera otra chica, pero su protección tiene un
precio.
Mi alma debe ser excavada, un recuerdo pecaminoso a la vez.
El cazador se convertirá en la presa.
Nota de la autora: Corpse Roads es un oscuro romance de harén inverso
de acción lenta ambientado en el mismo universo que la serie Blackwood
Institute, que puede leerse primero pero no es obligatorio. Advertencia
completa en el interior del libro.
Este trabajo es de fans para fans, ningún participante de este proyecto ha recibido
remuneración alguna. Por favor comparte en privado y no acudas a las fuentes oficiales
de las autoras a solicitar las traducciones de fans, ni mucho menos nombres a los foros,
grupos o fuentes de donde provienen estos trabajos, y por favor no subas capturas de
pantalla en redes sociales.

¡¡¡¡¡Cuida tus grupos y blogs!!!!!!


es un romance contemporáneo de harén inverso, por lo que
la protagonista tendrá múltiples intereses amorosos entre los que no tendrá
que elegir.
Este libro es muy oscuro y contiene escenas que pueden ser
desencadenantes para algunos lectores. Incluye abusos físicos y psicológicos,
torturas, agresiones y abusos sexuales, encarcelamientos, violencia gráfica,
asesinatos en serie, TEPT1 y tricotilomanía2.
Si se siente sensible por alguno de estos contenidos, por favor, no lea este
libro.
Este es un romance lento, por lo que las relaciones se desarrollarán con el
tiempo, y el nivel picante aumentará con cada libro.

1 Trastorno de estrés postraumático


2 Hábito o comportamiento incluye arrancarse el pelo del cuero cabelludo o los vellos de las cejas y otras partes del cuerpo.

Harlow

i confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para

― perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.


Susurro las palabras con voz ronca, junto mis manos
temblorosas y cierro los ojos. En estos momentos oscuros y desesperados, a
menudo siento que Dios observa mi sufrimiento, riéndose y divirtiéndose.
Mis plegarias nunca han sido escuchadas.
Nadie vendrá a salvarme.
Inclino la cabeza hacia arriba, saco la lengua y atrapo las gotas de agua que
caen del techo del sótano. Es raro que me traigan comida o agua.
El buen comportamiento es recompensado en este paraíso de tinieblas,
pero incluso después de años de obediencia aprendida, el hambre es mi
compañera constante. El diablo me susurra a veces, diciéndome que me
defienda.
Nunca dura. Sacan el desafío de mis huesos con violenta malicia,
rompiendo la piel y magullando los órganos. Me han destrozado mil veces,
luego me han vuelto a pegar en un rompecabezas desordenado otras tantas.
Si grito cuando me lo ordenan y me arrodillo mientras el pastor Michaels
abre mi jaula, me conceden breves retazos de vida. Suficientes para
mantenerme con vida. La mayoría de las noches fantaseo con ser mala,
segura que es la única forma de escapar de esta vida de miseria.
―Por favor... quiero irme a casa ―gimotea su voz quebrada.
―Shhhh ―le callo.
Atisbando a través de la penumbra, encuentro a la bola de desesperación
acurrucada en la estrecha jaula adyacente a la mía. Laura era tan brillante y
llena de vida cuando la arrastraron hasta aquí, inconsciente y sangrando.
Me ha contado historias sobre su familia y sus amigos, historias de un
mundo que yo nunca he visto. Sus sueños y esperanzas, arrepentimientos y
deseos. Me prometió que algún día lo veríamos juntos. Fue una promesa de
meñique acordada entre nuestras jaulas, nacida de la desesperación y el
dolor.
Se oye un fuerte ruido metálico que hace que el pavor recorra mis venas.
La luz inunda el húmedo sótano, iluminando la empinada y podrida escalera
y un par de botas relucientes. Es la hora de las oraciones nocturnas.
―No... p-por favor... ¡déjame ir! ―grita Laura, arrinconándose en una
esquina para protegerse―. ¡Quiero irme a casa!
―Cállate. ―Me arrodillo ante la puerta de la jaula.
―¡No me quedaré ahí y me haré la muerta!
―¡Deja de hablar, Laura! Nos meterás a las dos en problemas.
Bajando la cabeza, fijo la mirada en mis sucias manos. El dedo índice
derecho está hinchado y caliente al tacto, con un palpitar constante debido a
la uña que me falta. Todavía hay costras de sangre alrededor del dedo
infectado.
El pastor Michaels me la arrancó hace unos días cuando me atreví a pedir
un vaso de agua. En las raras ocasiones en que me debilito lo suficiente como
para mendigar sustento, mi valor es rápidamente castigado.
En pleno invierno, aún me duele el brazo izquierdo. Una vez pedí que me
liberaran, demasiado joven y estúpida para saberlo. Me rompieron el hueso
en dos partes con una bota con casquillo de acero.
―Buenas noches, amigas. ¿No es un buen día, eh?
El saludo del pastor Michaels me hace sentir como si unas cuchillas de
afeitar me cortaran en tiras ensangrentadas. Me tiembla todo el cuerpo y el
corazón me estalla en el pecho. Me muerdo el labio, intentando respirar.
Es peor si me desmayo.
Mucho, mucho peor.
Se detiene ante mi jaula oxidada y golpea los barrotes hasta que levanto la
barbilla. Encuentro la mirada clara y verde del pastor Michaels y trago el
vómito que me quema la garganta.
―¿Has hecho tus oraciones nocturnas, pecadora?
Asiento una vez.
―Si yo no puedo oírte, seguro que el Señor Todopoderoso tampoco.
―Sí, s-señor ―murmuro, apenas por encima de un susurro.
―Buena niña. Otra vez.
Volviéndome la espalda, veo cómo se acerca a la jaula de Laura. Cierro los
ojos cuando abre la puerta con una llave de esqueleto ornamentada. Las
palabras me vienen sin pensar.
―Señor, ten piedad de mí, pecador.
―Más alto ―ladra.
―Por favor Señor, ten piedad. Líbrame de mis pecados y concédeme tu
perdón todopoderoso.
Los llantos de Laura pronto se convierten en gritos agónicos. El sonido
reverbera a mi alrededor, ensordeciendo mis oraciones vacías. Algunas de
las chicas que la precedieron gritaron cuando el pastor Michaels se arrodilló
entre sus piernas, desabrochándose la hebilla del cinturón. Otras no.
Me parece oír a Laura intentando zafarse, seguida del crujido de su cuerpo
al ser arrojada contra los barrotes metálicos. Abro un ojo y la veo
desplomarse sobre el cemento, deshuesada y apenas consciente.
―¿Qué les pasa a los pecadores, Harlow? ―Grita el pastor Michaels.
―Arden en la condenación eterna.
―¿Oyes eso, Laura? Es culpa tuya que estés aquí. Vender tu cuerpo es un
pecado imperdonable. Imperdonable.
Al pastor Michaels lo que más le gusta es castigar a las prostitutas. Al
menos, creo que se llaman así. La Sra. Michaels las llama así, o putas. No sé
qué significa esa palabra, pero suena mal.
Su voz se vuelve grave y sibilina cuando habla de algunas de las chicas
traídas aquí para su juicio final. Ella dice que sacan el diablo en el Pastor
Michaels.
Sin embargo, el diablo no está dentro de él.
Realmente él es el diablo.
Agarrando a Laura por el cuello, aplasta sus labios contra su boca,
atrapada en un grito. Mi estómago amenaza con rebelarse. No puedo
permitirme vomitar el escaso mendrugo de pan con el que fui recompensada
por ser una buena chica.
Laura se sacude y gime mientras las manos del pastor Michaels recorren
su cuerpo desnudo. Cuando le mete un dedo grueso, grita como si la
estuvieran sumergiendo en ácido.
―Soy un mensajero de Dios, puta inmunda. Te someterás a mi voluntad
o arderás por una eternidad en el infierno.
―¡Quítame tus malditas manos de encima!
Al golpear a Laura en la cara, el anillo de oro del pastor Michaels le hace
un corte profundo y supurante. La inmoviliza contra los barrotes y levanta
la pesada cruz de plata de su pecho. Comienzan los cánticos.
Me acurruco en un rincón de la jaula, con los brazos cubriéndome la
cabeza. No hace nada por eliminar el sonido de los sollozos y los gruñidos
de placer del pastor Michaels. Ni siquiera se quita la toga ceremonial para
hacerlo, aunque siempre se preocupa de sacar un paquetito de papel de
aluminio del bolsillo.
Esta parte siempre hace que las chicas supliquen la muerte. Cuando ha
gruñido su liberación, se procede a los últimos pasos del ritual. Mantengo
los ojos fuertemente cerrados hasta que todo termina. El pastor Michaels
susurra una última y ferviente oración antes de abandonar el sótano.
La sangre de Laura se filtra en mi jaula desde los profundos y viciosos
grabados de su piel. La Santísima Trinidad. Hermosos símbolos que son
profanados al ser grabados con acero dentado.
La mayoría de las chicas mueren rápidamente. El ritual las limpia de sus
pecados, pero no son perdonadas. No por este Dios cruel. Son liberadas en
los castigadores brazos del diablo para que las escolte hasta el infierno.
El pastor Michaels suele degollar a las chicas o asfixiarlas hasta la muerte
cuando está harto, pero no a Laura. Ella ha sido problemática desde el
principio, según la Sra. Michaels.
Deja a Laura aferrándose a duras penas a la vida. Es un juego brutal, y el
castigo final por su implacable desafío es una muerte lenta y agonizante, sin
otra opción que desangrarse hasta su último aliento.
―H-Harlow...
―No ―sollozo, tapándome los oídos con las manos.
Laura susurra en la oscuridad, suplicando alivio. Me dice que todo va a
salir bien y que soy lo bastante fuerte como para encontrar la manera de salir
de aquí sin ella. No le creo ni una palabra. No soy nada.
―Por favor... no me hagas... morir así.
―Tú eres la que me abandona. Como todas las demás.
―No... esto... ayúdame ―gorjea.
―No lo haré. No.
―P-Por favor... amiga. Mi-i-hermana.
Miro a través de la penumbra y contemplo su cuerpo destrozado. Está
tendida en el suelo de su jaula, incapaz de moverse mientras los tajos tallados
en su cuerpo la matan lentamente.
Su cabello, que antes era rubio platino brillante, es ahora de un profundo
tono carmesí. No puedo ver sus ojos, normalmente llenos de picardía. Me
alegro.
―Ayúdame...
―No me obligues a hacer esto ―suplico.
―H-Harlow... duele... p-por favor...
Me cubro la cara con las manos y siento que mi corazón se astilla en
fragmentos de desesperación. Nunca es fácil ver morir a mis amigos. No
importa cuánto intente aislarme de ello.
―No quiero que te vayas... estaré sola otra vez.
Laura suelta una tos acuosa.
―Nunca... sola. Estoy aquí.
No te diré lo que pasa después. Dios nos está escuchando, incluso ahora.
Si nos escucha, tendré aún más problemas. En el silencio posterior, me hago
un ovillo.
Ahora está en paz.
Sin embargo, mi tormento no ha hecho más que empezar.
La sangre fresca de Laura ha inundado mi jaula, cubriéndome de su calor.
No tengo más remedio que dormir en lo que queda de mi amiga. Su espíritu
ha partido de este mundo de mi mano.
―Adiós ―susurro al silencio sepulcral.
Laura no responde.
Ahora, estoy sola hasta que llegue la próxima chica.
El ciclo comienza de nuevo.
Esta es mi vida. Lo ha sido desde que tengo uso de razón. Mis padres, el
enfadado y aterrador pastor Michaels y la cruel y fría señora Michaels, me
dicen que esto es todo lo que merezco.
Esta existencia.
Este dolor.
Este sufrimiento.
He aprendido a cerrar todos los pensamientos sobre un mundo más allá
de estos barrotes. Las historias que me cuentan son sólo eso: fantasías, un
atisbo burlón de un mundo que nunca podré ver.
Señor, por favor, perdóname.
Todo lo que quería era darle un poco de paz.
Perdóname por lo que he hecho.
Por supuesto, no hay respuesta.
Harlow

ada de trucos ―instruye la Sra. Michaels.


Lucho contra el escalofrío que sacude mi delgado cuerpo y
― contengo un sollozo. Arroja un trozo de pan al suelo de
cemento manchado. Tiene el labio torcido en una mueca de
desprecio bajo el cabello gris enmarañado y las arrugas marcadas.
Estoy demasiado débil y febril para aceptar el regalo, incapaz incluso de
mover un dedo. Debería estar arrodillada en posición de oración, con las
manos juntas y la cabeza baja.
―Tómalo o no comerás en una semana.
―No puedo ―susurro, demasiado deshidratada para llorar.
―¡Dije que lo tomes, niña del diablo!
Su pie me golpea las costillas una, dos, tres veces. Me muerdo la lengua
con fuerza hasta que la sangre me inunda la boca. Silencio mis gritos cuando
los huesos de mi pecho se rompen estrepitosamente.
La Sra. Michaels me agarra del cabello y arrastra mi cuerpo inerte por la
jaula. No puedo detenerla. Este último ataque de enfermedad me ha robado
toda la fuerza que me quedaba. Hace días que apenas me muevo.
―¿Sabes por qué Dios te ha hecho enfermar?
Por lo que le hice a Laura.
―¡Responde a la pregunta, puta!
Me estrello contra los barrotes de bruces. La agonía derrite mi carne como
llamas impías, encendiendo cada uno de mis nervios destrozados. El fuego
del infierno llueve sobre mi alma indigna.
―Porque eres una zorra asquerosa. ¿Crees que no veo la forma en que
miras a tu padre? Él está salvando tu alma corrompida, sin embargo, todo en
lo que puedes pensar es en abrir tus putas piernas.
Si la oyera usar esa palabra, le quitaría el cinturón. Lo he visto pasar. Sólo
una vez. El pastor Michaels azotó a su esposa hasta que la carne lechosa de
su trasero goteó rojo. Apenas pudo caminar durante días.
―Da las gracias por la comida ―exige la Sra. Michaels.
Trago sangre caliente y cobriza y hago gárgaras. Me deja caer al suelo con
una última maldición y sale de mi jaula. Tumbada boca arriba, pierdo el
conocimiento durante lo que parece una eternidad.
El gruñido gutural del motor de un coche me despierta un rato después.
Me invaden el terror y el alivio. Mis padres se han ido a buscar a su próxima
pecadora, lista para el castigo. Otra chica.
Se han vuelto a ir.
Si muero aquí en su ausencia, nadie se daría cuenta.
Tanteando a ciegas, las yemas de mis dedos rozan el trozo de pan duro.
Durante los primeros días de este último tormento, me moría de hambre. Lo
suficiente para dominar todos mis pensamientos.
Pero ahora... la idea de comer me repugna. La fiebre llegó ayer y no me
queda nada para combatirla. Estoy tan cansada del ciclo constante. La muerte
me llama.
―Este es mi castigo por lo que hice ―afirmo, dirigiéndome a la jaula
contigua.
La pila de huesos no me responde, nadando en materia corporal
inidentificable y restos de ropa. No sé cuánto tiempo hace de la muerte de
Laura.
Lo he bloqueado de mi memoria, como tantas otras cosas. Sigo hablando
con ella. Está viva en algún lugar de esta habitación, un espíritu que
permanece en el lugar entre aquí y el más allá, como capas de papel pintado.
Su fantasma es mi único consuelo. Mientras su piel se volvía negra y se
desprendía de sus huesos, revelando órganos que pronto se licuaron, el
pastor Michaels se enfureció apocalípticamente.
Su último viaje para acechar a su presa fue infructuoso, y maldijo los restos
de Laura por haberle tentado, igual que a los demás. Aún recuerdo sus
gemidos de dolor cuando la hirió repetidamente en las semanas previas a su
muerte.
La tocó. Eso siempre enfurecía a la Sra. Michaels. Después me pegaba para
desahogar su odio mientras las víctimas del pastor Michaels miraban y
sangraban por entre las piernas, indefensas.
Después de forzar el pan, me tumbo e intento dormir. No lo consigo. A
pesar de todo, me aterroriza estar sola aquí. ¿Y si no vuelven?
Lo desconocido me da mucho miedo. Mi mundo abarca el tamaño de este
sótano, y toda mi existencia depende de los Michaels. Me moriré de hambre
si no vuelven. Tal vez eso sería algo bueno.
―Por favor... déjame morir ―sollozo.
Eres tan débil, Harlow.
¿Rendirse tan fácilmente?
Ignorando mi mordaz voz interior, me froto los ojos doloridos que se
niegan a llorar más lágrimas. Llevo demasiado tiempo sin beber agua, tengo
los labios agrietados y resecos.
Quiero gritar y romperme en pedazos lo bastante afilados como para abrir
un agujero en el tejido de este mundo y escapar a la luz del cielo.
Seguramente, ya he expiado lo suficiente. El precio se ha pagado con mi
sangre, una y otra vez.
Estarán fuera el resto de la noche.
¿Por qué no corres?
―No puedo correr. La jaula está cerrada ―grito inútilmente.
Contrólate.
Ahora tú eres la oscuridad.
No le tengas miedo.
El tiempo pasa mientras mi cordura se desploma. La fiebre y la
deshidratación me están afectando. Oigo cosas que no están aquí, susurros
burlones y voces invisibles.
Pienso en Laura. Abbie antes que ella. Tia. Freya. Adelaide. Lucy. Otras
incontables que, a pesar de mis mejores esfuerzos, ya no puedo recordar. Sus
rostros están en blanco en mi mente.
Se han perdido tantas vidas en este oscuro lugar. Me alegré mucho cuando
empezaron a llegar las chicas después de pasar tanto tiempo sola en el
sótano, mi soledad solo rota por las palizas diarias.
Entonces comenzó la violencia. Los asesinatos. Los rituales. Oraciones y
gargantas cortadas. Cadáveres hinchados y piel ennegrecida. El alivio se
convirtió en horror, y luego se apoderó del entumecimiento. Contemplar la
tortura a diario se convirtió en algo normal.
Tú estás viva. Ellas no.
No seas desagradecida.
Aún tienes una oportunidad.
―Dejadme en paz. Ya no puedo hacer esto.
Levántate, Harlow.
Enrollo las manos temblorosas alrededor de los barrotes, aprieto los
dientes contra el dolor y me arrastro hacia arriba. La terca vocecita de mi
interior se niega a rendirse, aunque mi cuerpo me falle.
Buscando en el sótano, nada ha cambiado. Sigue húmedo y vacío, helado
y oscuro como la noche. La puerta oxidada y manchada por el tiempo sigue
cerrada. No hay nada.
Laura no murió en vano.
Su sangre está en tus manos.
Haz que cuente.
El ácido sube desde mi estómago vacío, pero no sale nada. Vomito en seco
mientras me agarro el abdomen dolorido. Cuando termino, cojeo por la jaula
para meter la mano entre los barrotes, haciendo fuerza hasta encontrar la
siguiente jaula.
¿Quieres salir de aquí?
Dios no lo va a hacer por ti.
Un fuego arde bajo mi piel. No es la fiebre, sino algo más. Una delicada y
dañada mariposa de esperanza que por fin ha tenido suficiente. Mis dedos
buscan entre la viscosidad fría, envolviendo algo duro.
Es un hueso.
El... brazo de Laura.
Arrastro el premio de vuelta a mi jaula, llorando en silencio mientras
trozos de cabelo enmarañado y carne putrefacta me manchan la palma de la
mano.
―¿Y ahora qué?
Esta jaula está oxidada hasta el infierno.
Mételo por la puerta.
Usa tu fuerza.
―¿Qué fuerza? Esto es tan estúpido. Me va a matar.
Jesús, Harlow.
Estás discutiendo contigo misma.
Sacudiendo la cabeza confusa, busco con los dedos el mecanismo de la
puerta y encuentro las bisagras. Son fuertes pero viejas, corroídas por el aire
húmedo.
Sólo con mi intuición, introduzco el frágil hueso de Laura entre las láminas
de metal, moviéndolo de un lado a otro. Estoy rezando. Suplicando.
Pidiendo la salvación.
El hueso se rompe.
Los fragmentos caen a través de las yemas de mis dedos.
Grito de frustración y golpeo los barrotes con los puños lo bastante fuerte
como para sacudirme las costillas rotas. El dolor me recorre tan intensamente
que me nubla la vista. Lucho por mantenerme en pie.
Cuando la oleada de agonía se disipa lo suficiente para que pueda respirar,
extiendo la mano hacia otro hueso. Mis dedos chocan con algo duro y
texturizado en la oscuridad.
Creo que esta vez es el hueso de su pierna. Largo y curvado, está cubierto
de sangre seca. Al volver a la puerta de la jaula, el hueso se rompe de nuevo,
demasiado débil para resistir la cerradura.
¿Quieres morir aquí?
―¡No! ―Le grito.
Pues sigue trabajando.
Empiezo a perder energía, empapado de sudor helado. Esto nunca
funcionará. Estoy destinada a morir aquí, entre los gritos fantasmales de las
chicas que no conseguí proteger.
En muchos sentidos, veo la oscuridad en la que nací como una
reconfortante ausencia de luz. En esas sombras, aprendí a tragarme mis
gritos y a jugar a la niña buena obediente.
Unas lágrimas desesperadas consiguen escapar de mis ojos, a pesar de mi
deshidratación. Me lamo el líquido salado mientras me escuece en los labios
doloridos. No es suficiente. Si no salgo, moriré.
Un intento más. Si esto no funciona, aceptaré mi muerte. En un frenético
forcejeo, consigo agarrar la otra pierna de Laura. Encajo la articulación en su
sitio, esta vez más despacio, haciendo gemir el metal.
Esta jaula nunca ha cambiado. Las bisagras son viejas, debilitadas por el
óxido. Un fuerte gemido metálico llena mis oídos. Luego, un chasquido. Se
oye un estruendo aterrador.
La puerta... se abre de golpe.
Funcionó.
Estoy paralizada, mirando la puerta abierta como un ciervo bajo los faros.
No puedo atravesarla. Nunca he puesto un pie fuera de esta jaula, e incluso
el resto del sombrío sótano me parece aterrador.
Apretando la camisa contra mi cuerpo demacrado, abrazo aún más el
hueso dañado de la pierna de Laura. Nunca saldrá libre, como no lo hicieron
las demás. Pero... podría llevármela conmigo. Si encuentro la fuerza para
hacerlo.
―Muévete, Harlow ―ordeno temblorosamente―. Sólo muévete.
Cada pisada fuera de la jaula resuena como un disparo. El suelo está
húmedo y resbaladizo, impregnado de olores putrefactos. El cuerpo de
Laura hace tiempo que se deshizo en grumos de materia putrefacta.
Me alegro de que ya no pueda oler mi propio hedor. La sangre y la
suciedad se me pegan como una segunda piel repugnante. Al cruzar el
sótano, sólo oigo los latidos de mi corazón.
Las tablas de la estrecha escalera crujen bajo mi escaso peso cuando me
atrevo a dar un paso hacia arriba. Me quedo paralizada, demasiado asustada
para pestañear siquiera. El pastor Michaels me romperá hasta el último
hueso del cuerpo.
Pero no están aquí.
¡Muévete, Harlow!
Al llegar al final de la antigua escalera, encuentro la puerta del sótano
abierta. ¿Por qué la cerraría el pastor Michaels cuando su pequeña mascota
está a salvo en su jaula? Está claro que nunca pensó que intentaría huir.
Tanteando en la oscuridad, salgo a un armario estrecho. Otra puerta me
conduce a un espacio más amplio, con un fuerte olor a naftalina y moho en
el aire.
Tiene un techo alto, arqueado y adornado con candelabros vacíos. Los
sucios suelos de piedra están ocupados por un público de sillas destrozadas.
Este lugar parece... una capilla. No estoy seguro de cómo lo sé.
No hay efectos personales ni vínculos con los monstruos que habitan este
lugar. Está abandonado, el campo de exterminio perfecto para sus crímenes.
El silencio me envuelve, profundo y desconcertante.
Estoy completamente, aterradoramente sola.
Este es un mausoleo de mi infancia.
Arrastrando la mano por la pared para guiarme, llego a una puerta de
madera. Hay más habitaciones vacías a la izquierda, con los restos de una
cama rota desmoronándose en ruinas.
El pasado y el presente se superponen mientras miro a mi alrededor. Las
paredes de piedra húmeda son sustituidas por papel pintado descascarillado
y podrido, y los candelabros de bronce contienen portavelas vacíos.
Conozco este lugar.
Ya lo he visto antes.
La jaula es todo lo que he conocido, pero esa certeza se desvanece cuando
siento que me arde el cuero cabelludo con el recuerdo de haber sido
arrastrada por el cabello a través de estas habitaciones.
Me sacudo los pensamientos oscuros a un lado.
No hay tiempo para esto.
La puerta está llena de cerraduras y cerrojos. No hay forma de salir de
aquí. No importa cuántas veces me golpee contra la losa de madera, gritando
mientras mis costillas rotas se retuercen y astillan, no se mueve.
Deslizándome por la pared, me abrazo las rodillas al pecho, dispuesta a
sucumbir a la muerte. No tardaré mucho. Si sigo viva cuando regresen mis
padres, volverán a abrir las cicatrices curadas de mi cuerpo y me dejarán
sangrar.
¡No, Harlow!
Esto no es lo que Laura quería.
―¡Laura no está aquí!
Sí, lo está.
Miro el hueso que tengo entre los brazos. Aún está conmigo, su esencia
destilada en calcio manchado de sangre. Laura murió creyendo que yo
saldría algún día. No puedo defraudarla.
Frenética, busco de nuevo en la capilla. Las vidrieras son altas, y sin duda
me haría daño intentando atravesarlas. Pero si eso me da la libertad,
atravesaré el fuego y ofreceré mi alma a la furia del diablo.
Haría cualquier cosa por sentir el viento en el cabello y ver por fin cómo
es el sol. Siempre he querido saberlo. Laura y las otras chicas me contaron
historias tan bonitas. Lloré cuando me describieron la luz del día.
Haz algo al respecto.
Vámonos de aquí.
Levantar la última silla intacta casi me mata. No tengo fuerzas. Al arrojarla
con un grito furioso, la endeble estructura choca contra una pared bajo la
ventana y se rompe en pedazos inservibles.
Tirando de mis cabellos castaños y revueltos, vuelvo a gritar. No tengo
fuerzas para lanzar otro. Agarro un viejo candelabro y me guardo el hueso
de Laura bajo el brazo.
El altar es el último mueble que queda en pie. Apenas registra mi peso
mientras subo, con las lágrimas agonizantes empapando mis mejillas.
Apenas puedo alcanzar la ventana arqueada cercana.
Rómpela.
¿Qué tienes que perder?
―Todo ―me respondo.
O nada.
Dale, Harlow.
Choco el portavelas contra la ventana con todo lo que me queda, grietas
satisfactorias se extienden como telarañas en el cristal. Grito y golpeo una y
otra vez, dejando que el cristal me raje la piel.
El dolor no me detiene.
Sin embargo, el aire fresco sí.
La ráfaga helada me golpea directamente en la cara. Casi tropiezo hacia
atrás por el peso... aire puro y fresco. Tan limpio, que físicamente me quema
los pulmones.
Un bosque oscuro y opresivo se extiende en todas las direcciones que
puedo ver. La iglesia está enterrada entre árboles, espesas enredaderas de
hiedra y densos arbustos. La luz de la luna apenas atraviesa el sofocante
sarcófago.
Sólo alguien que sepa exactamente dónde está podría encontrarla.
Estamos en medio de tierra de nadie. Podría ser el último humano vivo aquí;
la realidad está tan alejada.
Corre, Harlow.
Corre y no mires atrás.
―No puedo ―tartamudeo.
Esta es su única oportunidad.
―¿Y si me cogen?
¿Y si te quedas?
Te castigarán por ello.
Mordiéndome el labio, excavo la verdad.
―Tengo miedo.
Por eso tienes que correr.
Has sobrevivido a cosas mucho peores.
Agarro con fuerza a Laura y me introduzco en el marco de la ventana. Más
fragmentos de cristal me desgarran la piel, pero la salpicadura de sangre
caliente no me frena.
Respiro hondo por última vez y me lanzo a la oscuridad. Me quedo sin
aire durante un breve y hermoso instante antes de que mi cuerpo choque
contra el suelo con tanta fuerza que algo dentro de mí se rompe. Grito hasta
quedarme ronca.
Sólo un hueso roto.
Corre, Harlow.
Ignoro el dolor cada vez más intenso que me inunda por todas partes y
uso la pierna de Laura para levantarme. Mis pies descalzos se hunden en la
hierba. Es húmeda, terrosa y parece el paraíso.
Ya está.
Sin tiempo que perder, empiezo a cojear para alejarme de la iglesia. Estoy
tan inestable que tengo que usar el hueso para mantener el equilibrio. La
adrenalina me empuja hacia delante.
Estoy entumecido ante lo que me espera. En la oscuridad. Hacia lo
desconocido. Hacia... el futuro. Un mundo que me asusta hasta la muerte,
pero no puede ser peor que la vida que dejo atrás.
Hunter

on la taza de café desechable en la mano, la tiro a la papelera y me


acomodo en el sillón de cuero. Un golpeteo constante detrás de mis
ojos amenaza con distraerme de presentar este estúpido informe de
incidente.
―Así de mal, ¿eh? ―Enzo se ríe.
―Siempre puedes presentar tu propio maldito informe.
―Tú eres el jefe, no es mi área.
Apilo los papeles y crujo el cuello.
―Creo recordar que todos nosotros asaltamos ese almacén, imbéciles. ¿Les
mataría hacer algo de papeleo?
―Si tuviéramos nuevas pistas, podríamos estar haciendo cosas más
importantes que archivar papeleo.
Extiendo las manos y señalo las paredes de mi despacho, repletas de
fotografías de escenas del crimen, mapas e informes.
―¿Sabes algo que yo no sé? Llevamos semanas en un callejón sin salida.
Hasta que aparezca otra víctima, estamos jodidos.
―¿Desde cuándo esperamos a que se amontonen los cadáveres? ―Enzo
frunce el ceño.
―Ya que hemos estado tres pasos detrás del asesino en serie más notorio
de Gran Bretaña durante los últimos seis meses, y todavía no hay un final a
la vista.
Abandono mi asiento y camino junto a la larga mesa de conferencias para
expulsar parte de mi frustración. Enzo es mi mejor amigo y mi segundo al
mando, pero sabe cómo meterse en mi piel, incluso después de una década
trabajando juntos.
―Tenemos otros clientes de los que ocuparnos.
―Ninguno más apremiante que éste ―señala, con las botas apoyadas en
la mesa. ―La SCU no tiene ni idea, Hunter. No pueden resolver esto sin
nosotros.
―No pueden resolver esto con nosotros, maldita sea.
Enzo me pone una mano en el hombro.
―Tenemos más posibilidades juntos. Además, los honorarios del anticipo
son demasiado buenos para renunciar a ellos. Volvamos a las pruebas.
Echemos otro vistazo.
Me vuelvo hacia el tablero maestro que hemos instalado en la pared del
fondo de mi despacho, que se convierte en una espiral de caos organizado.
Cada una de las víctimas de los últimos cinco años tiene su propio lugar en
el tablero, con toda su información y los informes de las autopsias repartidos.
Un pequeño cordón rojo conecta todo lo relevante.
―Dieciocho chicas en cinco años. ―Enzo se pasa una mano por el oscuro
barba.
Con más de 1,80 y 90 kilos de puro músculo, es el ejecutor de mis
estratagemas y planes. Enzo es un hijo de puta temible para todos menos
para los que mejor lo conocen: mi equipo.
Nos enorgullece ser conocidos como los mejores investigadores y la
empresa de seguridad privada más prestigiosa de Inglaterra. Sabre Security
es una historia de éxito multimillonaria, fruto de la determinación y el trabajo
duro.
Tras doce tumultuosos años en el negocio y varios casos de gran
repercusión en los últimos años, hemos alcanzado nuevas cotas. Todo
cambió cuando acabamos con Blackwood Institute y su empresa matriz,
Incendia Corporation.
La ampliación a nuevas oficinas fue necesaria, ya que nuestro equipo
duplicó su tamaño con la afluencia de atención y nueva financiación.
Mientras dirigimos las divisiones principales, nuestros subordinados de
confianza trabajan para construir nuevas áreas de la empresa.
―Demasiadas vidas ―asiento, con un peso insoportable sobre los
hombros.
Fuimos reclutados el año pasado por la Unidad de Delitos Graves. A pesar
de haber sido sometidos a una reconstrucción completa y a nuevas normas
internas de protección contra la corrupción, están muy descuidados con este
caso.
Incluso después de nuestro trabajo para ponerlos en forma, los tontos
torpes echaron un vistazo y rápidamente renunciaron a toda
responsabilidad. Ahí es donde entramos nosotros.
La SCU prefiere firmar cheques extorsionadores antes que seguir
luchando con este caso imposible. Aceptamos contratos públicos con
regularidad, pero este ha resultado ser superior a lo que imaginábamos.
Las víctimas son todas las mismas: chicas jóvenes de clase trabajadora,
muchas de ellas pobres y obligadas a trabajar en la industria del sexo. Todas
brutalmente asesinadas, violadas y talladas con iconografía religiosa.
―¿Sabes algo de Theo sobre los informes de tráfico? ―reflexiona Enzo.
―Todavía está trabajando en ello. La última chica desapareció hace casi
dos meses y aún no hay cadáver. Quizás aún esté viva.
―¿De verdad crees eso?
Al encontrarme con sus inteligentes ojos ámbar, sacudo la cabeza. Este
hombre conoce mis procesos mentales mejor que yo a veces. Llevamos tanto
tiempo trabajando juntos que nuestras mentes y nuestros cuerpos están
completamente en sintonía.
Construir Sabre hasta convertirla en la reputada empresa que es hoy nos
ha quitado absolutamente todo. Incluso a nuestros seres queridos. Lo
sacrificamos todo, pero nunca perdimos nuestro amor mutuo.
―Está muerta. ¿Pero por qué no hay cuerpo?
Retira una fotografía de la pared para examinarla más de cerca.
―Algo ha cambiado. ¿Quizás el asesino se asustó? O esta vez lo están
alargando. ¿Quién sabe?
―Al final aparecerá. Todas lo hacen.
Mi actitud displicente al hablar de la muerte debería inquietarme, pero,
sinceramente, a estas alturas es una cuestión de autopreservación. Desde el
desmantelamiento de Incendia, hace cinco años, nos hemos ocupado de
muchos casos complicados, pero ninguno de esta magnitud.
He visto cosas que nunca olvidaré y he sufrido por ello, pero sigo yéndome
a dormir cada noche sabiendo que hemos hecho todo lo posible por hacer del
mundo un lugar más seguro.
―Quizá deberíamos volver a visitar a la última víctima. Quizá se nos pasó
algo por alto ―sugiere Enzo, volviendo a colocar la fotografía de la mujer
desaparecida.
―Recogimos esa escena del crimen, junto con la SCU. No había nada que
informar, limpio como una puta patena. No estamos tratando con un
aficionado.
Volvemos a sumirnos en un tenso silencio, estudiando varios informes y
buscando nuevas ideas. No es hasta que la puerta de mi despacho se abre de
golpe cuando volvemos al mundo real. Ambos estamos demasiado
acostumbrados a perdernos en la muerte y la destrucción.
La mancha de rizos rubios y franela azul brillante revela a nuestro técnico
y tercer miembro del equipo, Theodore Young. Deja caer su portátil sobre la
mesa y se alisa su habitual camiseta gráfica, esta vez con un complejo símbolo
matemático que empeora mi dolor de cabeza. Es raro que aparezca fuera de
su laboratorio de informática estos días.
―Es un milagro. ―Enzo sonríe.
―¿Estamos seguros de que es real y no un espejismo?
―Lánzale algo para comprobarlo.
Theo nos mira a los dos con el ceño fruncido, saca el teléfono del bolsillo y
me lo entrega mientras pronuncia la palabra Sanderson. Genial, eso es lo
último que necesito. El SCU nos está pisando los talones en busca de
resultados que ellos mismos no pueden encontrar.
―Rodríguez ―saludo.
―Eres un hombre difícil de localizar, Hunter.
―Disculpas. Estábamos en una reunión.
Sanderson resopla como el cabrón molesto que es. Este hombre es la
definición de un chupatintas de mediana edad, feliz de repartir el trabajo
sucio mientras mantiene las manos limpias.
―Tengo algo para ti.
Pellizcándome el puente de la nariz, fuerzo un poco la paciencia.
―Sé más específico.
―La próxima víctima ha aparecido. Nos vemos en el hospital, en media
hora.
―¿El mismo modus operandi? ¿Cuerpo tirado y descuartizado?
―No ―responde Sanderson sombríamente―. Está viva.
La línea se corta. Le devuelvo el teléfono a Theo, mi mente da vueltas a las
posibilidades. Transmito la información a los demás, que parecen igual de
atónitos. Me vuelvo a abrochar la corbata y cojo las llaves del coche del
escritorio.
Mi desesperación por dejar atrás este puto caso anula cualquier recelo que
pueda tener de trabajar con un hombre como Sanderson. Necesitamos
resultados. Estoy harto de enfrentarme a las familias de las víctimas sin
respuestas.
Enzo agarra su chaqueta de cuero mientras los ojos de Theo rebotan por la
habitación, como si esperara que yo también le arrastrara. El trabajo de
campo no es su fuerte.
―Sigan trabajando en esas cámaras para la próxima redada. Nosotros nos
encargaremos de la SCU.
―Llámame si necesitas refuerzos ―ofrece.
―Estaremos bien. ¿Nos vemos en casa? ―murmura, negándose a darme
la razón. El dormitorio que le preparamos cuando compramos la lujosa casa
en las afueras de Londres sigue intacto, incluso cinco años después.
Aunque no fue entonces cuando empezaron nuestros problemas. Theo se
alejó de nuestro grupo el día que perdió su razón de existir.
Nos reunimos con Enzo en el garaje y saludamos a un puñado de
empleados de camino a nuestro todoterreno. Todos nos saludan con la
cabeza.
Tras despedirlos, subimos y ponemos rumbo al hospital. No tardaremos
mucho en llegar desde el cuartel general de Sabre.
―Atraparemos a ese bastardo enfermo ―afirma Enzo, sobre todo para sí
mismo.
―Espero que tengas razón. Este caso está empezando a afectarme.
Alisando las máscaras profesionales en su sitio, no dejamos lugar a la
debilidad. Es una necesidad en nuestro trabajo, algo en lo que no siempre
somos los mejores. La emoción viene con el cuidado de lo que hacemos.
Enzo es mucho peor que yo, le encantan las historias tristes. Ha adoptado
a muchos descarriados en las filas de Sabre a lo largo de los años.
Al salir, nos preparamos para enfrentarnos a nuestra primera víctima viva.
Sólo que esta vez, espero que sea la última.

reparte apretones de manos antes de conducirnos a


una sala de reuniones privada. Es un pequeño espacio al final del pasillo de
la unidad de cuidados intensivos del hospital más grande de Londres.
Le miro a la espalda, enfundado en una camisa mal ajustada y manchada
de marcas de sudor. Le encanta imponer su autoridad sobre nosotros,
aunque Sable podría reducir la SCU a escombros en cuestión de horas.
―Tomen asiento, caballeros.
Me pliego en una de las sillas del hospital y Enzo se queda detrás de mí.
Siempre hace de guardaespaldas vigilante. Incluso entre los empleados del
gobierno, no confía en nadie más que en nuestro equipo.
En este negocio siempre hay gente con intenciones ocultas. Hay que ser
precavidos. Hemos aprendido a mantener nuestras cartas muy cerca del
pecho o arriesgarnos a una muerte inminente.
―Corta el rollo. ¿Qué ha pasado? ―Pregunto sin rodeos.
Sanderson mira hacia nosotros.
―Hace una semana, un repartidor denunció a una niña extraviada. La
encontraron escondida en la parte trasera del camión, medio muerta de frío.
La ingresaron en cuidados intensivos.
Jugueteo con mi reloj Armani bajo la manga de la camisa y reprimo una
mirada. Se agarra a un clavo ardiendo, busca su momento de protagonismo.
Esto no encaja con nuestro modus operandi. Buscamos cuerpos, no
adolescentes fugitivos. Nuestro asesino nunca dejaría a una de sus víctimas
respirando.
―Esto es una pérdida de tiempo ―refunfuña Enzo.
―Sólo escucha ―Sanderson chasquea―. No me llamó la atención hasta
que los médicos la estabilizaron. Era un desastre. Llamaron a la policía
primero, así que nos llevó un tiempo enterarnos de esto. Créeme, tienes que
ver esta mierda.
Abre un maletín marrón y saca un montón de fotografías brillantes a toda
página. Cojo el paquete y pierdo rápidamente el hilo al ver el horror que me
espera.
A pesar de llevar meses trabajando en este caso, nada podía prepararme
para esto. La víctima tiene marcas idénticas a todas las mujeres conocidas en
nuestra investigación. Viejas cicatrices que desfiguran más de la mitad de su
cuerpo.
Siento el aliento de Enzo en mi cuello cuando se inclina para inspeccionar
las horripilantes pruebas y gruñe una maldición. Tiene razón al alarmarse.
Si la mujer sobrevivió a esto, es una hija de puta muy dura. Y posiblemente
nuestra primera pista real.
―¿Dónde está? ―Exijo.
―Sedada y bajo nuestra protección.
Su protección significa una mierda, ambos lo sabemos. Tendré una unidad
completa de nuestros agentes aquí en menos de media hora. Leyendo mi
mente sin una palabra, Enzo sale para hacer la llamada.
―¿Qué tan mal está?
Sanderson suspira.
―¿Quieres la versión corta?
―Lo quiero todo.
―La sepsis casi la mata. Se dejó sin tratar durante mucho tiempo mientras
ella huía. Dos costillas rotas, radio destrozado en su brazo izquierdo y
deshidratación severa. Además de años de heridas mal curadas que indican
una larga historia de abusos.
Traga saliva, extrañamente emocionado.
―¿Qué más? ―Picoteo.
―Es pequeña y débil por la desnutrición. No sé cómo coño salió viva. Yo
diría que tiene entre veintipocos y veinticinco años.
Abro los puños y vuelvo a mirar las fotografías. Las feas cicatrices cubren
su torso con desgarrador detalle. Debería haber muerto sólo por esas heridas.
Todas las demás víctimas lo hicieron.
El simbolismo religioso de la Santísima Trinidad ha unido todos los
asesinatos, si no otra cosa. Todas las mujeres fueron descuartizadas antes de
morir. Algunas fueron descuartizadas como trozos de carne, las lonchas
llegaban hasta el hueso en algunas partes.
―Son marcas antiguas.
Sanderson se encoge de hombros.
―Parece que la han mantenido cautiva.
―No sabíamos de ninguna otra víctima, y mucho menos de rehenes.
¿Alguna idea de cuánto tiempo estuvo retenida?
―Le están quitando los sedantes mientras hablamos. Interrogaré a la
víctima y obtendremos algunas respuestas.
No lo creo, imbécil.
Esta es una situación muy delicada que podría alterar el curso de todo
nuestro caso. La chica no necesita a este pendejo interrogándola.
―Nuestro equipo está en camino. La llevaremos a custodia preventiva y
nos encargaremos del interrogatorio a partir de ahí.
―No tienes autoridad para hacer eso ―bravuconea Sanderson―. Ella es
mía, Rodríguez.
―Tu autoridad no significa nada para mí. Retrocede o llamaré a tu jefe.
Estarás de camino a la jubilación en poco tiempo.
La cara de Sanderson se pone morada de rabia.
―No te atreverías.
―Pónme a prueba. He trabajado estrechamente con el superintendente a
lo largo de los años. Estará encantada de hacerme un favor.
Maldiciéndome, Sanderson da un paso atrás.
―¿Qué es exactamente lo que te da derecho a tomar jurisdicción aquí?
―Tenemos que asumir que el asesino vendrá a buscar a la chica. Sabre está
mejor equipado para hacer frente a esa eventualidad. Este es nuestro caso.
―Espero que sepas lo que estás haciendo, imbecil.
―Apártate de mi camino o te entierro. Que tengas una buena tarde.
Apilo las fotos para llevármelas y salgo al pasillo. Enzo está terminando
una llamada y sus ojos se cruzan con los míos. Percibo la tensión y la ira a la
superficie.
Hace falta mucho para poner nervioso al grandullón. Está acostumbrado
a envolverse en alambre de espino para atravesar los casos difíciles, pero esos
malditos tajos son desgarradores en un cadáver, no digamos ya en una
persona viva.
―Viene el equipo Anaconda.
―Mantén esto en secreto hasta que sepamos más. Trataré con la SCU y
haré que nos entreguen a la chica. Necesitaremos a los forenses allí
inmediatamente.
―Si lleva aquí una semana, muchas de las pruebas ya habrán
desaparecido ―señala Enzo.
―Hazlo, joder. ―Cojo mi teléfono para llamar al superintendente―. Sabre
tiene un nuevo cliente.
Harlow

a cara de Adelaida, llena de lágrimas, me mira desde su jaula. La


sangre brota de entre sus piernas, creando un maremoto carmesí.
―¡Puta estúpida!
El grito malicioso del pastor Michaels resuena en el sótano. Está mirando el
desorden dentro de la jaula opuesta, las llaves colgando de su puño.
―Nunca tendrás a mi bebé ―dice Adelaida con una sonrisa manchada de
sangre―. No puedes quitarme la vida.
Grita obscenidades, tanteando para meter la llave en la puerta de la jaula. Veo
entre lágrimas cómo Adelaide levanta la mano, buscando una luz invisible que no
podemos ver.
―¡No! ―El Pastor Michaels brama―. ¡No puedes morir!
Su mano cae sobre su vientre de embarazada. Veo cómo su boca se afloja mientras
su alma abandona este plano mortal.
Adelaida está muerta.
El pastor Michaels se vuelve hacia mí, sus ojos oscuros acusadores.
―Tú hiciste esto. Iba a salvar a ese bebé de la condenación. ¡Pagarás por esto,
Harlow!
un grito en la garganta, me despierto sobresaltada. Durante unos
segundos, desorientada, sigo viendo al pastor Michaels avanzando hacia mí,
quitándose el cinturón con amenazadora elegancia.
Un pitido frenético atraviesa mi terror y me devuelve a la dolorosa cáscara
de mi cuerpo. Unas luces brillantes me queman las retinas. Parpadeo con
fuerza, con las mejillas mojadas por las lágrimas.
Cuando mi visión se asienta, tengo la certeza de que he muerto. Todo a mi
alrededor está tan limpio. La luz inunda la habitación bañada de blanco, más
de lo que he visto nunca. Las sombras que se aferraban a mi infancia son
inexistentes.
¿Dónde estoy?
¿Esto es... el cielo?
Busco los añorados ángeles que bendijeron tantos sermones del pastor
Michaels. Cada acto violento que cometía debía acercarle a su recompensa.
Pero él no está aquí, y yo nunca estuve destinada a ver la luz de Dios.
¿Cómo escapé del sótano? ¿Esto es real? No puede serlo.
Bajo mi piel se filtran zarcillos de verdad que ofrecen retazos inconexos.
Es como contemplar las sombrías profundidades de un lago helado, y las
respuestas están atrapadas bajo la superficie.
Árboles. Estrellas. Viento cortante. Agotamiento. Agonía. ¿He... corrido a
alguna parte? Puedo sentir el dolor de las rocas afiladas que cortan mis pies
descalzos en pedazos. Los cuchillos desgarrándome la caja torácica al
sacudirme los huesos rotos. El resto es un borrón.
―¿Señorita? ¿Puede oírme?
Alguien me toca suavemente el brazo. Una mujer, con una sonrisa amplia
y alentadora. Intento retroceder, pero las capas de cables y agujas que me
envuelven son como una prisión.
―Respira hondo por mí. Iré a buscar al médico.
Desaparece de la habitación. Agarro la cuerda que me está metiendo aire
por las fosas nasales y la arranco. Esta no es mi casa. No tengo ni idea de
dónde estoy. Tengo que irme, antes de que me encuentre.
Me vienen más recuerdos mientras lucho por escapar de la cama. Árboles
altísimos. Musgo suave y esponjoso bajo mis pies sangrantes. Agua helada.
Hormigón. Ladrillos viejos. Luces. Motores. Cartón y viento silbante.
―¿Hola?
Vuelvo de golpe a la realidad. Otra persona me mira fijamente, con la
cabeza llena de pelo grasiento y la cara redondeada y llena de arrugas.
―¿Tienes nombre? Soy Sanderson.
Lamiéndome los labios secos, no se me escapa ni un solo sonido.
―Estás en el hospital. Te encontramos la semana pasada. Estabas bastante
golpeada. ¿Te importaría explicarnos qué pasó?
Me examina y cataloga todo lo que tengo a la vista. Tengo el brazo
izquierdo enyesado y el otro vendado. Cada centímetro de mi piel está
amoratado y marcado con profundos arañazos.
Los pecadores no hacen preguntas, Harlow.
Se someten o pagan el precio.
La voz del pastor Michaels suena tan fuerte en mi cabeza que me levanto
de un tirón. La máquina que tengo al lado emite un fuerte pitido mientras
tiro de los cables que me atraviesan el pecho. Suena como un latido, salvaje
y descontrolado.
―¡Cálmate o nos veremos obligados a sedarte!
Mis pulmones dejan de funcionar. Es como si el diablo estuviera sentado
sobre mi pecho, decidido a reclamar los lamentables restos de mi vida. La
habitación se desvanece rápidamente con cada segundo que no puedo
respirar.
Estoy demasiado abrumada por la luz, las voces, la mera presencia de
personas reales y vivas. No puedo confiar en ellos. El Pastor Michaels viene
por mí. Me torturará hasta el último segundo de mi vida por huir.
―¿Qué demonios está pasando aquí?
Esta voz es áspera, ladra, aterradora. Una montaña alta y musculosa
atraviesa la puerta con un golpe ominoso. Sus anchos hombros rozan el
marco de la puerta mientras sus dos ojos furiosos devoran la habitación.
Todos dan un paso colectivo para alejarse de él. El temible ceño del gigante
los recorre a todos, condenando a cada uno con una mirada llena de odio.
―Esto no es de tu incumbencia ―dice Sanderson con un visible trago―.
Sólo hago mi trabajo.
―Ella es nuestra cliente. Está fuera de los límites. El superintendente firmó
la orden hace diez minutos.
―¡Esta es mi jurisdicción!
Da un paso amenazador hacia Sanderson.
―Tengo autoridad para echarte y romperte las piernas mientras lo hago.
Esta es tu última oportunidad para irte.
El estruendo profundo y gutural de su voz llena la habitación de pavor.
Con cada persona que expulsa, el agarre de mis pulmones se suaviza.
Respiro por primera vez cuando la puerta se cierra de golpe ante la mirada
de Sanderson.
Alisándose una enorme mano sobre su lustrosa melena negra, el gigante
se gira para mirarme a los ojos desde el otro lado de la habitación. Sus
brillantes orbes de ámbar crudo me miran con curiosidad.
La amenaza violenta que endurecía su voz no está presente en su mirada.
No encuentro maldad ni malicia en ella. Bajo la evidente dureza, hay algo...
inexplicablemente suave.
―Hola. Lo siento. Deberías volver a ponerte el oxígeno, te ayudará con la
respiración.
Con manos temblorosas, me rindo. Los cables no me dejan salir; son
demasiados. Agarro el que he arrancado y vuelvo a encajar las dos boquillas
en mi nariz.
Me encuentro con un flujo de aire puro y limpio, y me obligo a respirar. El
gigante se acerca aún más y se detiene al final de mi cama. Es enorme, una
roca inamovible que bloquea mi única salida.
―No pasa nada ―ofrece con una voz extraordinariamente suave―. Nadie
va a hacerte daño. Sanderson no volverá.
Con las fosas nasales abiertas, me enseña a inspirar y a expulsar el aire a
través de sus labios anchos y cincelados. Sigo sus instrucciones con una
obediencia bien practicada.
Una pequeña sonrisa se dibuja en su boca, pero no se permite distraerse
de mis instrucciones hasta que la máquina deja de pitar. Mi corazón deja de
martillear con tanta fuerza mis doloridas costillas.
―Ya está. ¿Mejor?
Asiento tímidamente con la cabeza.
―Me llamo Enzo Montpellier. Trabajo para una empresa de seguridad
privada, y a partir de ahora te mantendremos a salvo. ―Echa un vistazo a la
habitación―. ¿Sabes dónde estás?
Todo lo que puedo hacer es asentir de nuevo.
―Has estado en el hospital más de una semana. Tienes suerte de estar
viva, según he oído. Entonces, ¿vas a decirme tu nombre?
A pesar del constante goteo de fluidos que me inyectan, sigo sintiendo
dolor. Mi voz sale en un grito ahogado.
―H-H-Harlow.
―Encantado de conocerte, Harlow. Me gustaría ayudarte, pero necesito
que respondas a unas preguntas.
La cara de Laura me viene a la mente. Burbujas de saliva escapando de su
boca abierta, uniéndose a los regueros de sangre mientras se ponía azul
lentamente con mis manos en su garganta. Sus lágrimas caían en ríos
silenciosos, llevándola a los brazos de la muerte.
―¿Puedes decirme cómo has llegado hasta aquí? ―pregunta Enzo, con las
cejas fruncidas.
Averiguará lo que hice y me arrastrará de vuelta al sótano del infierno del
pastor Michaels. Mis padres me romperán sistemáticamente hasta el último
hueso del cuerpo hasta que no queden más que migajas.
Rebanarán los lugares que queden sin marcar en mi piel para recordarme
al Señor Todopoderoso y todo lo que ha hecho por mí. Sólo cuando me hayan
profanado por completo dejarán morir mi cadáver.
―Respira, Harlow. Te estoy perdiendo otra vez.
Tengo los ojos cerrados con fuerza. Lo único que veo son las paredes de
mi jaula cerrándose centímetro a centímetro. A medida que mi entorno se
desvanece, el calor de la mano de alguien sobre la mía es como un puñetazo
en el pecho.
A veces, las otras chicas me cogían de la mano, a altas horas de la noche.
Tanteo con las yemas de los dedos, enganchándome en la manga suelta de
una camisa. ¿Es Laura? ¿Ha vuelto? ¿Se han limpiado mis pecados?
Con la tela enredada en mi mano, vuelvo a concentrarme en mi
respiración. Inhalo y exhalo. El calor es extrañamente reconfortante, como la
suavidad de una manta invisible que me cubre.
―Eso es, buena chica.
El áspero gruñido de una voz rompe mi nebuloso sueño. Laura no me
sujeta. Es un extraño. Un hombre. Va a matarme. Romperme. Me golpeará.
Tengo que empezar a correr.
―Respira hondo. Vamos, como te enseñé.
Pasan minutos silenciosos mientras lucho conmigo misma. El peso del
gigante sobre mi cama hace que los muelles giman en señal de protesta. En
lugar de apartarme, le agarro con más fuerza de la manga.
Mis piernas se acurrucan más cerca de su cuerpo, buscando refugio del
frío hiriente del sótano en mi cabeza. No pasa desapercibido. Unos dedos
suaves me quitan la mano de la manga y la toman en su palma callosa.
Tal vez no está aquí para matarme.
Tal vez... es un amigo.
―Estoy aquí contigo. Concéntrate en mi voz, nada más.
―La l-l-luz ―tartamudeo.
―¿Demasiado brillante?
Su peso desaparece de la cama. La fuerte presión sobre mis ojos desaparece
cuando la luz fluorescente se apaga, cubriendo la habitación con las primeras
sombras del atardecer.
Consigo abrir los ojos y vuelvo a respirar con normalidad. Enzo se ha
vuelto a acomodar en el borde de la cama del hospital, observándome
atentamente.
―Gracias.
―Bienvenida de nuevo, pequeña.
Lleva el cabello negro como la medianoche, corto por los lados y largo por
arriba, lo que refuerza su aire nervioso y distante. Lleva una camiseta negra
lisa y una chaqueta de cuero desgastada sobre unos extraños pantalones
verde oscuro.
No se parece en nada a las túnicas de procesión del pastor Michaels ni a
los recatados vestidos florales de su esposa. Las chicas siempre estaban
desnudas cuando las traían para acompañarme, cubiertas sólo por
salpicaduras de sangre.
―¿Dónde? ―consigo preguntar.
Me duele la garganta con una sola palabra. Pronto perderé la voz. No dura
mucho después de tantos años gritando en la oscuridad.
―Londres ―responde Enzo secamente―. Las autoridades te trasladaron
a la unidad de cuidados intensivos. Te encontraron en la parte trasera de un
camión de obras, parecía que llevabas días viajando
―¿Días?
―Por lo menos. ¿De dónde vienes? ¿Hiciste autostop?
Pierdo la respiración por tercera vez y vuelvo a entrar en pánico. Es
demasiado. Me alegro de poder recordar sólo partes de cómo he llegado
hasta aquí. Mi cerebro magullado y golpeado me mantiene a salvo.
―Escucha mi voz, Harlow. Te prometo que estás a salvo. Quienquiera que
esté ahí fuera... no te encontrará. No lo permitiré.
―No... no es seguro. Ya viene.
―¿Quién viene?
Intento incorporarme, pero no lo consigo. El dolor me recorre mientras me
desplomo contra las almohadas.
―Necesito rezar. Estoy sucia... mal, mal Harlow... él viene...
―¿Quién? Dímelo.
La calidez y la ternura desaparecen de la voz de Enzo. Mirándole
fijamente, su rostro se transforma en el de otra persona. Los ángulos fuertes
y las hermosas líneas de la sonrisa se disuelven en una furia fría y justa.
El cabello gris sustituye a sus lustrosos mechones negros. Los tiernos ojos
ámbar de Enzo se disipan, infectados por cintas de azul oscuro. Tan oscuros
que es como si mirara al vacío. Estoy mirando a mi padre.
―Lo siento mucho ―gimoteo.
Los labios del pastor Michaels permanecen herméticamente cerrados. No
necesita hablar. Los sermones que pronunció se grabaron para siempre en
mi cerebro.
Me tapo los oídos con las manos y empiezo a gritar a todo volumen.
Cualquier cosa con tal de alejarlo de mí. Las máquinas enloquecen y
aumentan el caos mientras me retuerzo en la cama.
Unas voces fuertes se cuelan a través del fuerte agarre que mantengo sobre
mi cabeza implosiva, alimentando mi sensación de pánico. Dos manos me
agarran por los hombros y me inmovilizan sobre la cama. El agudo rasguño
de una aguja me atraviesa la piel.
Niña malvada.
Voy a encontrarte, Harlow.
Te arrepentirás de haber huido de mí.
Vuelvo a caer en mis recuerdos. Cada vez más profundo, perdido por los
estragos de los años pasados en cautiverio. Esto fue un error. Nunca debí
haberme ido. El pastor Michaels me matará cuando me encuentre, mucho
más brutalmente que cualquiera de las otras.
Lo que sea que me hayan inyectado empieza a hacer efecto. Mis manos se
aflojan y caen a los lados mientras mi cabeza se estrella contra la suave
almohada. El dolor vuelve a convertirse en entumecimiento.
Intento mantener abiertos mis pesados párpados, pero una fuerza
todopoderosa los oprime. Lo último que veo es a Enzo, atrapado tras un mar
de enfermeras frenéticas, observándome con determinación.
Harlow

a recuperación de la sepsis puede llevar un tiempo ―explica

― el doctor David―. La cogimos justo a tiempo. Es un milagro


que viajaras sola con una infección tan grave.
―Estaba... oyendo cosas ―admito, estudiando mi dedo índice sin uñas―.
Esta voz me decía que siguiera adelante, pasara lo que pasara.
Sus ojos azules se encuentran con los míos.
―Fuiste muy valiente, Harlow.
―No. No soy valiente.
―Yo no estaría tan seguro. Has sobrevivido a algo horrible. Date algo de
crédito por haber llegado hasta aquí.
Reanuda la toma de notas de las últimas lecturas de la serie de máquinas
que rodean mi cama de hospital. La otra enfermera no ha vuelto después de
sedarme a la fuerza.
Tengo la sensación de que Enzo tiene algo que ver con su desaparición. Lo
último que recuerdo es la rabia incandescente en su cara mientras me
inmovilizaban y me clavaban una aguja en el brazo.
―Todo tiene buena pinta ―concluye el doctor David.
Parece unos años más joven que el pastor Michaels. Creo que me cae bien,
pero mi confianza es nula. Los monstruos pueden llevar muchas máscaras, y
las sonrisas más amables a menudo ocultan las almas más enfermas.
―Tenemos que hablar de tu recuperación ―dice, dejando el portapapeles
en el suelo―. Tienes suerte de estar viva con estas heridas.
―Suerte ―repito, la palabra ajena en mi lengua.
―La infección por sepsis ha sido controlada. Tienes dos costillas rotas, que
tardarán en curarse. Manténlas vendadas con vendas de compresión y te
recomiendo muchos baños calientes. Te daré analgésicos para que te los
lleves a casa.
―¿A casa?
―Tengo entendido que se están haciendo arreglos para ti mientras
hablamos.
La preocupación se apodera de mí. El pastor Michaels estará ahí fuera
ahora mismo, reduciendo el mundo a cenizas mientras me busca. Hay una
razón por la que me mantuvo con vida todo este tiempo mientras otras eran
asesinadas.
Soy su hija. El principio y el final del ritual enfermizo que ha perfeccionado
con el tiempo, afinando el arte de la brutalización con cada nueva muerte.
Mi cuerpo lleva las mismas marcas que mataron a cada chica que secuestro.
―Te hemos operado del brazo roto ―continúa el doctor David, que me
hace volver a la habitación―. Estarás enyesada varias semanas mientras se
cura. Es posible que necesite fisioterapia.
Niego con la cabeza y me hurgo en la piel alrededor de la uña que me falta.
El agudo mordisco de dolor me da algo de claridad. Enzo dijo que estaba a
salvo. El pastor Michaels no puede llegar hasta mí aquí, ¿verdad?
―¿Harlow?
Me sobresalto cuando me pone una mano en el hombro, que retira
rápidamente al ver mi expresión.
―Tenemos que hablar de tu dieta ahora que te han quitado la sonda de
alimentación. Entiendo que la idea de comer pueda parecer imposible, dado
todo lo que ha pasado. Los períodos prolongados de desnutrición hacen eso.
―Me siento mal sólo de pensar en comida ―concedo, con la voz tensa―.
No me daban de comer a menudo... donde estaba retenida.
Su mirada se suaviza con simpatía. Odio cómo me hace sentir esa mirada
y se me eriza la piel de odio hacia mí misma. No quiero ser la persona
destrozada en la que me convirtieron mis padres.
―Tienes que seguir una dieta estricta y alta en calorías para ganar algo de
peso. Me preocupa tu sistema inmunológico. La infección casi te mata, y en
tu estado actual, un resfriado común podría acabar contigo.
―Pon algo de peso. ―Me aclaro el nudo en la garganta―. Entendido.
Haré lo que pueda, doctor David.
―Nuestro nutricionista te preparará un plan de comidas para llevar.
Muchos batidos de proteínas para sustituir las comidas, algunos alimentos
ligeros para probar. Tendrás que tomártelo con calma, evitar todo lo rico o
pesado.
Siento un dolor sordo detrás de los ojos. Entre la luz del sol que entra por
la ventana y la información que me da el médico, me siento abrumada. Es
demasiado.
―¿Tienes alguna pregunta para mí, Harlow? Estoy seguro de que todo
esto parece mucho. Volverás conmigo para revisiones regulares para
mantener tu recuperación en marcha en los próximos meses.
―¿Cuántos años tengo? ―suelto.
―¿No lo sabes?
Evito su mirada de preocupación. Admitirlo en voz alta me hace sentir
enferma de vulnerabilidad. Mi vida antes de los confines de esta sala clínica
parece tan lejana ahora. Como una pesadilla interminable de la que por fin
he despertado.
Una parte de mí no se lo cree. Todo lo que he crecido creyendo se
desmantela sistemáticamente a cada segundo que pasa. El mundo no es un
páramo ardiente de pecadores y ángeles, luchando por alcanzar el alivio
acogedor de la luz de Dios.
Pasándose una mano por la cara, el doctor David toma asiento junto a mi
cama.
―Estamos teniendo dificultades para localizar tu historial médico. Eres un
fantasma, Harlow. Todo lo que tengo son suposiciones.
―¿Por qué no puedes encontrarlos?
―Tu caso está siendo tratado como clasificado. Hay gente poderosa fuera,
discutiendo sobre qué hacer contigo. Hemos intentado identificarte
basándonos en nuestros registros... pero no hay nada.
―¿Estás diciendo... que no soy real?
―No es eso lo que digo ―me asegura―. Estoy seguro de que hay una
explicación. Te daré de alta en custodia preventiva, y la gente adecuada está
trabajando en tu caso. Te darán respuestas.
Mechones de cabello rubio oscuro le cubren los ojos mientras escribe
algunas notas más. Me miro los dedos, que asoman a través del grueso yeso
que cubre mi brazo roto.
No se parecen a mis dedos. Esto no se parece a mi cuerpo. Todo en esto
está mal. En cualquier momento, me despertaré sobresaltada, atrapada en la
prisión familiar de mi jaula.
―¿Doctor?
Levanta la cabeza.
―¿Sí, Harlow?
―No... me siento real. ¿Es normal?
Frunce el ceño y deja el bolígrafo.
―¿Qué quieres decir exactamente?
Levanto la mano y me toco la piel sensible de la cara. Hace un rato, cuando
otra enfermera me dio un baño con esponja, vi algo. Hay dos rayas verticales
que manchan mi piel en tonos moteados de morado y verde.
Las marcas coinciden perfectamente con los barrotes contra los que la Sra.
Michaels me estrelló en mi última noche. Su marca personal de maldad ha
dejado una marca indeleble en mí, y de una manera retorcida, me siento
aliviada. Tengo pruebas.
―¿Cuántos años cree que tengo? ―Pregunto en su lugar.
El doctor David suspira ante mi evidente cambio de tema.
―Veinte y pocos. ¿Puedo preguntarle cuándo tuvo su primer período?
Me quedo con la boca abierta. Sé lo que significa esa palabra. Adelaida
suele rondar mis pesadillas, más que las otras. Su historia es la más horrible
de todas.
Las otras chicas sangraban entre las piernas de vez en cuando. Aprendí de
ellas sobre la regla. Pero Adelaide nunca lo hizo. Su vientre estaba hinchado
cuando llegó, pidiendo clemencia.
No por su propia vida, sino por la de su bebé. El pastor Michaels le rompió
la nariz y la llamó puta. Estaba decidido a salvar el alma nonata del niño. En
su mente, ella no merecía ser madre porque sobrevivió vendiendo su cuerpo.
Adelaida murió con un dolor insoportable.
Todavía puedo oír sus lamentos chirriantes.
―Yo n-n-nunca... ―tartamudeo―. Nunca... lo he tenido.
La mandíbula del doctor David se endurece. Aparto la mirada mientras la
ira relampaguea en sus ojos. No merezco sus cuidados ni su atención, no
después de lo que he hecho para llegar hasta aquí. Deberían haberme dejado
morir.
―Hora de comer ―declara de repente―. Enviaré a la enfermera con algo
adecuado. Hora de mejorar, ¿eh?
Me da una palmadita en la mano y desaparece con su papeleo lleno de
notas. Me quedo mirando al techo y parpadeando para no llorar.
Poco después entra la enfermera, desconectando la bolsa vacía de
medicación que fluye por el puerto de mi brazo.
―Voy por tu batido de proteínas ―ofrece, dejando la vía intravenosa
desenganchada―. ¿Qué tal un poco de gelatina? Será agradable y ligero para
tu estómago.
―Vale... gracias.
Vuelvo a quedarme sola, empujo las sábanas e intento mover las piernas.
Cada músculo grita en señal de protesta y tardo varios minutos en poner los
pies vendados en el suelo.
Parpadeo para disipar el mareo y me levanto. El dolor no es tan fuerte; me
siento débil más que nada. No puedo ni imaginar cómo he llegado hasta
aquí.
He oído a las enfermeras cotillear fuera de mi habitación, intercambiando
teorías. Si corrí, debe haber sido por kilómetros. Golpeada, rota y
hambrienta. El nivel de desesperación que se necesita es impensable.
Me acerco cojeando a la ventana y contemplo el recinto del hospital.
Vehículos ruidosos van y vienen por debajo de mí, parpadeando con luces
azules. No estoy segura de dónde estamos. Londres me resulta vagamente
familiar.
―¡Mira quién se ha levantado!
La enfermera vuelve a entrar y coloca una bandeja de plástico sobre la
mesa que hay encima de mi cama. Rápidamente le cojo la mano antes de que
se me doblen las piernas. Me vuelve a meter en la cama y se marcha.
La bandeja que tengo delante contiene una taza de un líquido pastoso y
viscoso. Lo huelo y me entran náuseas. En lugar de eso, cojo el bote
transparente lleno de cosas rojas que se menean.
Después de dos cucharadas, me siento dolorosamente llena. Me duele el
estómago, que amenaza con rebelarse. Abandono la comida, me doy la
vuelta y vuelvo a mirar por la ventana.
El día ha pasado. En el horizonte, una bola ardiente de luz y calor está
siendo engullida por la oscuridad. Los colores me fascinan, como trazos de
pintura que cobran vida en un lienzo gigante.
―Tenías razón ―susurro al recuerdo de Laura en mi cabeza―. La puesta
de sol es tan bonita. Ojalá estuvieras aquí también.
Llaman suavemente a la puerta antes de que se abra. Enzo se asoma, con
el cabello alborotado y ligeramente húmedo, como recién duchado. Destacan
sus ojos ámbar, brillantes como los de un animal.
Con una camiseta negra ajustada de manga corta, sus antebrazos
ondulados y sus hombros tonificados traspasan los límites de la tela. Lleva
un arnés de cuero suave atado a su musculosa espalda. Mi corazón se
estremece al ver la pistola que lleva dentro.
―Hola, Harlow. ¿Puedo pasar?
Acerco las mantas a mi pecho.
―Um, claro.
Sus botas militares de suela gruesa suenan como truenos cuando entra en
la habitación. El techo casi le roza la cabeza, es tan alto. Como las ramas de
un poderoso y antiguo roble.
La ansiedad me recorre la espina dorsal, pero se ve atenuada por la
inexplicable sensación de calidez que irradia su amable sonrisa. Parece
extraña en su rostro, que suaviza unas facciones demasiado duras y ásperas
para ser clásicamente bonitas.
―Tienes mejor aspecto ―comenta suavemente.
―Supongo.
―¿Llevas mucho tiempo levantada?
―Dormí casi todo el día, antes de ver al doctor David. ―Mis ojos se
desvían hacia la ventana―. Quería salir, pero no me dejaban salir sola.
―Es por tu propia protección ―responde Enzo, con un hombro apoyado
en la pared―. No es una gran vista, de todos modos. A mí tampoco me gusta
mucho Londres.
―¿Vives aquí?
―En las afueras, a una hora de aquí. ―Su intensa mirada no vacila―.
Nuestra base de operaciones está más céntrica. No está lejos de aquí. Aunque
aceptamos contratos en todo el país.
Suena el timbre de su teléfono, lo que interrumpe nuestro duelo de
miradas. Enzo lo saca del bolsillo y veo cómo se le ensombrece la cara al ver
la identificación de la llamada antes de contestar.
Reconozco el aparato: la Sra. Michaels tenía uno. Ponía canciones gospel
mientras limpiaba sangre y cadáveres en la guarida de la muerte de su
marido.
―Sí, está despierta. De acuerdo, entendido. ―Enzo me dedica una sonrisa
de disculpa mientras termina la llamada―. Lo siento, era mi... compañero de
trabajo. Viene a saludarte.
Me arrastro hacia atrás en la cama y me duelen las costillas. ¿Y si esta
persona quiere hacerme daño? ¿Y si están mintiendo? ¿Y si me despierto de
nuevo en mi jaula? Todos estos hombres podrían trabajar para el pastor
Michaels.
―Puedes confiar en Hunter. Nos conocemos de toda la vida ―afirma
Enzo con calma―. Te prometí que todo iría bien, y lo dije en serio.
―¿Por qué?
―Porque somos buenos hombres, Harlow. Has pasado por mucho, y es
nuestro trabajo hacerte las cosas más fáciles de aquí en adelante. Somos los
mejores en el negocio.
―¿Ayudas a la gente?
Su mirada se suaviza de nuevo.
―Sí, pequeña. Ayudamos a la gente.
Caminando por la habitación como un sigiloso gato de la selva, Enzo
extiende una palma carnosa. Es el doble de grande que mis manos. Debería
huir lo más lejos posible de este gigante amenazador.
Pero cuando le miro a los ojos, no hay más que una suave preocupación
que no concuerda con su corpulento exterior. Se mueve despacio, dándome
tiempo a adaptarme a su presencia, antes de ocupar el asiento vacío a mi
lado.
―¿Qué pasa ahora? ―susurro.
―Te llevaremos a un lugar seguro. Se llama custodia protectora. Estarás
cómoda y nos aseguraremos que te cuiden.
―¿No ti-tienes preguntas? ¿Sobre dónde estuve?
Sus labios se tuercen en otra pequeña sonrisa.
―Te das cuenta rápido. Nuestra prioridad es asegurarnos de que estás
bien. Nunca esperamos encontrarte...
―¿Viva?
―A decir verdad, ni siquiera sabíamos de ti. Ha desaparecido otra chica y
creemos que también está relacionada con tu historia.
El dolor se abate sobre mí al darme cuenta de que estoy indiscutiblemente
sola. Nadie ha intentado siquiera encontrarme. Es un duro golpe.
―Nos alegramos de que estés viva ―añade Enzo con una mirada
significativa―. Nuestro bufete lleva más de un año trabajando en este caso.
Esperamos que puedas ayudarnos.
Sus palabras por fin me alcanzan y miro frenéticamente por la habitación,
buscando y sin encontrar nada. Ni siquiera la camisa raída con la que escapé.
¿Cómo no me di cuenta antes? No está aquí.
―¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ―Enzo exige, alcanzando su arma.
―Tenía... Estoy buscando...
Tirando de mi largo cabello castaño hasta que los ojos me arden de
lágrimas, me doy cuenta de lo destrozada que estoy. Esos interminables
kilómetros de luz de estrellas y pisadas manchadas de sangre no los recorrí
sola. Los recuerdos se vuelven más nítidos con cada respiración.
―¿Harlow? ―Insta Enzo, todavía en alerta máxima.
―¿Me encontraron con algo?
Relajándose infinitesimalmente, apoya los codos en las rodillas.
―No que yo sepa. Puedo hacer que alguien lo compruebe, si quieres. ¿En
el camión?
Asiento con la cabeza y quiero darle las gracias, pero no me salen las
palabras. Tengo la garganta llena de amargo pesar. Me prometí a mí misma
que sacaría a Laura... las partes que quedaban de ella.
La idea de que sus restos se pudran es insoportable. Las lágrimas
empiezan a correr por mis mejillas, gruesas y rápidas. No puedo contenerlas
más. Le he fallado.
―¿Qué pasa? ―pregunta.
―Yo... no debería estar aquí ―me ahogo.
Enzo extiende la mano y me acaricia la mejilla con el pulgar para atrapar
mis lágrimas. Me estremezco ante su contacto, esperando dolor en lugar de
consuelo. Se queda inmóvil, con una expresión de horror.
―Lo siento mucho ―se apresura a disculparse Enzo―. No quería
asustarte.
―No me das miedo ―respondo rápidamente―. Es que... no estoy
acostumbrada a... bueno, a la gente.
―Está bien. Me disculpo de nuevo.
Nos sumimos en un silencio incómodo. Enzo se mira los pies con el ceño
fruncido. Me doy cuenta de que se está castigando. Para ser tan imponente,
lleva el corazón en la manga.
Suena un golpe seco en la puerta y él va a abrir, intercambiando palabras
en voz baja con quienquiera que esté al otro lado. Cuando los dos hombres
entran en la habitación, me incorporo.
―Tranquila, Harlow. ―Enzo levanta las manos de forma apaciguadora al
notar mi pánico―.,Este es el compañero de trabajo que mencioné.
De pie junto a Enzo, una figura imponente me absorbe con sus ojos de
chocolate fundido, enmarcados por gruesas pestañas. Es casi tan alto como
Enzo, pero mucho más esbelto, con un cuerpo esculpido con músculos
delgados en lugar de voluminosos.
Lleva un impoluto traje color carbón, su largo cabello castaño está
recogido en la nuca, resaltando su barba recortada que cubre las líneas
simétricas de su imagen perfecta.
Es muy guapo, atractivo como un modelo, algo que Enzo nunca podría
conseguir con su aterrador exterior. A pesar de eso, hay un barniz de frialdad
que parece cubrir su postura.
Cuando se acerca, veo un elegante panel de metal negro pegado a su oreja
izquierda. Es un audífono, parcialmente cubierto por cabello suelto. También
tiene una vieja cicatriz en la ceja, la única mancha en su impecable aspecto.
―Es un placer conocerte ―saluda, su voz suave como la miel―. Me llamo
Hunter Rodríguez.
―Para mí también. Soy Harlow.
―¿Algún apellido?
Se me seca la boca.
―Uh, no. Sólo Harlow.
Hunter asiente, llevándose las manos a la espalda mientras recorre la
habitación.
―Como ha explicado Enzo, somos propietarios de una empresa de
seguridad privada que se ha encargado de tu cuidado.
Inclinado en un rincón de la habitación, Enzo observa atentamente a su
amigo. Hay una extraña tensión entre ellos que alimenta mi ansiedad.
―Realizamos investigaciones criminales a gran escala, entre otras cosas
―continúa Hunter bruscamente―. Tu eres una persona de interés para uno
de nuestros casos actuales.
―¿Una p-persona de interés?
Sus fríos ojos se posan en mí.
―Estamos investigando una serie de asesinatos en serie cometidos en los
últimos cinco años. Parecen estar motivados por ideología religiosa. Cuerpos
tallados con símbolos sagrados y desechados.
―¡Hunter! ―Enzo sisea.
Ignora por completo a Enzo. Este hábil hombre de negocios tiene una
lengua ácida. Me arden las mejillas mientras miro la bata de hospital que
llevo puesta.
Símbolos sagrados.
Puedo verlas; están grabadas a fuego en mis retinas. Las cicatrices
retuercen mi carne en feas desfiguraciones. Si han visto los otros cuerpos,
saben lo que hace el pastor Michaels.
―Vamos a trasladarte a un lugar seguro y a asegurarnos de que recibes la
ayuda que necesitas para recuperarte. ―Hunter se detiene, lanzándome una
mirada sin emoción―. Vas a ayudarnos con nuestra investigación.
Enzo maldice en voz baja. Parece dispuesto a usar la pistola que lleva atada
al cuerpo con cada palabra dura que esgrime Hunter.
―¿Entiendes? ―Hunter exige.
Asiento con la cabeza, con el miedo atándome la lengua.
―Bien. Tengo dos agentes apostados fuera de tu habitación para tu
protección. Tenemos la intención de trasladarte en un par de días cuando tu
doctor firme el alta.
Pongo una expresión neutra. La gente miente, lo sé. Como cuando el
pastor Michaels me acarició el cabello sudoroso y me dijo que me quería
después de haberme molido a palos con su cinturón.
Eso no le impedía romper piel y huesos. Al igual que Hunter, blandía sus
palabras como un arma y sólo utilizaba los puños para asestar los golpes
finales que rompían la espalda.
Hunter se aclara la garganta.
―Te encontraron en la parte trasera de un camión de obras que se dirigía
al sur de Cambridge. Mi equipo lo ha rastreado hasta un depósito. Parece
que saltaste de un camión.
―Hunter ―advierte Enzo en voz baja.
―Ese camión fue rastreado hasta un almacén en Nottingham. ―Hunter
ignora la expresión estruendosa de su amigo―. ¿Hasta dónde hiciste
autostop? ¿Te retuvieron cerca?
Enzo marcha hacia él.
―¡Basta! Jesús.
―Es una pregunta sencilla.
―Ella no está en posición de responder a tus malditas preguntas. Ten un
poco de maldita empatía.
Están casi nariz con nariz, el látigo de la ira cortándome como un látigo.
Odio la confrontación. Enzo me mira y palidece, dando varios pasos atrás de
Hunter con otra maldición.
Los nombres y lugares que me ha arrojado no significan nada. Todo lo que
recuerdo son fragmentos de recuerdos rotos. Mi mente se bloqueó mientras
corría por mi vida.
―Bien ―gruñe Hunter, lanzándome una mirada―. Hablaremos más en
un par de días. Prepárate para irte entonces.
Girando sobre el tacón de su lujoso zapato de cuero, Hunter sale de la
habitación sin decir una palabra más. Enzo le observa con una mirada
mordaz.
―Parece... simpático ―digo torpemente.
El pecho de Enzo retumba con una carcajada.
―No hace falta que me mientas. Es un miserable hijo de puta. ¿Vas a estar
bien?
―Estaré bien.
―Si necesitas algo, pregunta a uno de los hombres apostados fuera. Becket
y Ethan son buenos agentes. Te protegerán.
Me mira fijamente desde el otro lado de la habitación, como si quisiera
decir algo más. Me golpea una oleada de cansancio que tira de mis ya
pesados párpados. Ha sido un día intenso.
―Descansa, Harlow. Volveremos pronto.
Con una última inclinación de cabeza, Enzo sale de la habitación. En
cuanto se cierra la puerta, me duele la garganta por la fuerza de las
emociones que me invaden. Me siento como si me hubieran abandonado en
una isla.
La molesta voz del miedo se cuela de nuevo cuando las sombras de la
habitación parecen crecer sin Enzo aquí para ahuyentarlas. Ha sido el primer
contacto humano y cálido que he experimentado en mucho tiempo.
Sobreviví sola al sótano, pero en este lugar desconocido siento más miedo
que nunca. Lo único que quiero es que Enzo vuelva y monte guardia, que su
intimidante tamaño asuste a todos los demás.
Señor, realmente debo estar rota.
El pastor Michaels lo consiguió.
Enzo

is pies golpean el asfalto con un compás rítmico. Me concentro en


la carretera y subo aún más el volumen de mi música rock clásica.
Me gusta lo bastante alta como para hacerme daño en los tímpanos
cuando me siento así.
He rodeado dos veces los suburbios del Londres rural, en todo su lujoso
encanto de clase media. Los kilómetros pasaban rápidamente mientras me
perdía en el simple acto de hacer ejercicio.
Hace falta mucho para agotarme. Años de insomnio me han dado una
capacidad sobrehumana para correr sin hacer absolutamente nada. Después
de dar vueltas en la cama durante una hora, me di por vencido y me puse la
ropa de correr.
No puedo dejar de pensar en Harlow. Sus ojos azules, grandes y
asustados, sus rasgos de pájaro y su cabello castaño suavemente rizado han
llenado mi mente desde que salí del hospital anoche.
Al terminar mi décima milla, doy la vuelta a casa. Incontables casas
adosadas de ladrillo rojo, apartamentos de moda y bares de copas cerrados
frecuentados por los asquerosamente ricos pasan a mi lado.
Después de doce años dirigiendo Sabre Security, podíamos permitirnos
comprar una propiedad en un lugar más lujoso. Esta iba a ser nuestra casa
familiar cuando la compramos hace varios años.
En realidad, la casa está tan vacía como nuestras vidas. La familia que una
vez fuimos se hizo añicos hace mucho tiempo. Hunter llega a casa sólo para
desmayarse. La habitación de Theo está intacta. No puedo dormir una sola
noche sin que me persiga el pasado.
El muro de ladrillo que encierra la propiedad aparece a la vista, rematado
con pinchos negros lacados y cámaras de vídeovigilancia ocultas. Vivimos
en medio de la sociedad normal, pero nuestra casa es una fortaleza de
soledad.
Con un generoso jardín y altos abedules para mayor privacidad, basta con
ver los pilares pintados que marcan la entrada a nuestra mansión de estilo
victoriano. Los ladrillos rojos se rompen con las generosas ventanas,
equipadas con cristales blindados especiales. Nos hemos esforzado al
máximo.
Atravieso el portón eléctrico, maldiciendo el complicado sistema de
seguridad que Theo hizo instalar a uno de sus técnicos. Inclinarse para un
escáner de retina en plena oscuridad es una proeza, pero haría falta un
ejército para entrar.
Dentro de casa, me quito las zapatillas y me apoyo en la pared. Mi cuerpo
está agotado, pero mi mente no se calma. Lucky se acerca arrastrando sus
patas por el suelo de madera.
Me lame las piernas a modo de saludo y me agacho para rascarle detrás
de las orejas. Su pelaje rubio nacarado prácticamente brilla a la luz de la luna
que se filtra por los cristales de la ventana.
Es una Labrador retriever dorada, y pesa muchísimo cuando insiste en
meterse en la cama para que la abrace. Soy el único que la deja hacerlo. La
compramos poco después de mudarnos.
―Buena chica ―murmuro.
Entramos juntos en la cocina. Las luces de debajo de la encimera están
encendidas y Hunter está sentado de espaldas a mí en la isla. Está sin
camiseta y muestra las cicatrices de años y los tatuajes que le cubren desde
la garganta hacia abajo.
Como de costumbre, está tomando una taza de té, con el pantalón de
chándal verde oscuro colgando de las caderas. Me acerco despacio,
observando su audífono sobre la encimera de mármol. No quiero romperle
la nariz si le sobresalto.
A veces se lo quita, porque prefiere el silencio que le proporcionan sus
tímpanos permanentemente dañados cuando está sumido en sus
pensamientos. Hunter está completamente sordo del oído derecho.
Una explosión hizo que su audición disminuyera con el tiempo. Sólo le
funciona el oído izquierdo, por lo que depende del audífono para llevar una
vida normal. Le afecta mucho más de lo que cree.
Le saludo con la mano y cojo una botella de agua de la nevera, que me
bebo de tres tragos. Hunter se coloca el audífono y lo enciende para que
podamos hablar.
―¿No podías dormir? ―adivina.
―Algo así.
―Yo tampoco. Este caso está jodido, hombre.
Me salpico la cara en el fregadero de la cocina.
―Me estás diciendo. Estoy listo para no volver a mirar un cuerpo
mutilado.
―Como si algo fuera tan fácil.
―¿Y la chica?
―Se le ha dado autorización médica para salir por la mañana. Voy a enviar
al Doctor Richards para una evaluación psicológica completa antes de
llevarla a la casa segura. No podemos tener un suicidio desordenado en
nuestras manos también.
Me estremezco ante sus palabras y aprieto las manos.
―Ella no lo haría. Harlow es una luchadora. ¿Cómo si no escapó en ese
estado?
Hunter me estudia detenidamente. Odio cuando hace eso. No soy un
cliente, y él siempre ve mucho más de lo que me gustaría. Es ferozmente
inteligente y, a veces, demasiado despiadado.
Soy el músculo de su cerebro, pero mis emociones me dominan más que
las suyas. Siento lo suficiente por los dos. Por eso me dedico a la parte física
del negocio: entrenar reclutas, dirigir operaciones activas, golpear a los
malos de vez en cuando.
Yo no podría hacer lo que hace Hunter. Mis puños hablan más de lo que
podrían hacerlo sus elegantes palabras, pero le necesitamos para
mantenernos a flote. Tiene la lengua de un político y la estratagema de un
comandante militar.
La inteligencia de Hunter le hace vulnerable. Su capacidad para meterse
en la cabeza de los criminales le hace tan brillante, pero también es su mayor
amenaza. Siente más de lo que aparenta y lo reprime, gobernando con mano
de hierro.
―No te encariñes, Enzo. Es una clienta.
―Soy consciente ―le respondo gruñendo.
―¿Y tú? ―Se bebe el resto del té―. Tendremos que interrogarla duro para
obtener la información que necesitamos para cazar a este hijo de puta. No
hay tiempo para ser amable.
―Dijiste que más preguntas podían esperar. Está traumatizada, Hunt.
Tenemos que darle tiempo.
―Tan pronto como esté bajo nuestra custodia, tenemos que ponernos a
trabajar. Este enfermo hijo de puta nos ha evadido durante demasiado
tiempo. Me cansé de jugar.
Luchando contra las ganas de romperle la puta cara, me arrastro la
camiseta sudada por la cabeza mientras salgo furioso de la habitación.
Necesito una ducha y unas horas de sueño, pero sé que esto último no va a
llegar.
La advertencia de Hunter me enfurece porque es verdad. Aunque no
quiera admitirlo. No puedo permitirme encariñarme. No después de la
última vez.
El amor es una debilidad.
En nuestro mundo, el amor hace que te maten.

mañana siguiente, malhumorado y sin dormir, acampo en la sala


de espera de cuidados intensivos. Hunter está en la pequeña sala de
reuniones al final del pasillo, ultimando los detalles con Sanderson y otro
representante de la SCU.
Tenemos un piso franco para Harlow en el este de Londres. Es un
apartamento gris, sin rostro, más una prisión que su primer contacto con la
libertad. Una vez que entre en ese lugar, no saldrá.
No hasta que todo esto termine y sea seguro hacerlo. Pensar en ella, sola y
asustada, sin nadie que la abrace, me pone al límite. Prometí que la
mantendríamos a salvo.
Esto es internamiento, no protección.
Sufrirá por ello.
Se abre la puerta de la sala de reuniones. Hunter sale a grandes zancadas,
alisándose su traje gris de tres piezas de diseño. Sanderson le sigue, con el
rostro enrojecido y los ojos bajos, mientras se excusa rápidamente para
marcharse.
El gusano sin carácter lleva meses complicándonos la vida, enfadado por
la decisión de su departamento de contratar ayuda externa. Esto
efectivamente eliminó este caso de su control.
―¿Todo listo?
Hunter cierra su maletín y lo deposita sobre la mesita.
―Estamos bien. ¿Ha salido ya el doctor? Me gustaría acabar con esto
rápido.
―Todavía no.
Suspirando, Hunter toma asiento y se pasa una mano por la barba. Creo
que ninguno de los dos durmió anoche. Nos quedamos en silencio y
esperamos a que el psiquiatra termine su evaluación.
Pasan otras dos horas antes de que el doctor Richards salga de la unidad
de cuidados intensivos, poniéndose un caro abrigo de lana para protegerse
del frío invernal.
―Buenas tardes, caballeros.
Poniéndose en pie, Hunter le ofrece la mano para que se la estreche.
―Gracias por venir, doc. Se lo agradecemos.
Trabajamos con Lionel Richards desde hace varios años, y nos ha ayudado
en muchos de nuestros casos de alto perfil. La fama que nos concedió
después de Blackwood también lanzó su carrera a la estratosfera.
―¿Y? ―Hunter incita.
―Te gusta desafiarme. ―Richards suspira, alisando su salvaje mata de
cabello plateado―. No estoy seguro de qué hacer con esto.
―¿Qué demonios significa eso? ―exclamo cansado.
Me lanza una mirada de evaluación.
―¿Cuándo fue la última vez que dormiste, Enzo? Pareces muerto.
―No estás aquí para evaluarme, doc. Escúpelo de una puta vez. Tenemos
sitios donde estar.
Levanta las manos en señal de rendición y toma asiento frente a nosotros.
Richards está acostumbrado a mi actitud. Apoyó a todo el equipo cuando
estuvimos a punto de vender.
Nos sentíamos incapaces de seguir adelante después de todo lo ocurrido
entonces, pero con su ayuda, salimos adelante y reconstruimos. La familia y
los amigos nos convencieron para que siguiéramos trabajando, a pesar de
nuestro dolor.
―Harlow sufre un severo trastorno de estrés postraumático como
resultado de su encarcelamiento, abuso extensivo y brutalización.
―Richards se ajusta las gafas―. Necesitará verme cada semana en el futuro
inmediato.
―¿Cuánto tiempo estuvo cautiva? ―Hunter dispara.
―Según cuenta, nunca ha visto el mundo exterior. Me inclino a creer que
experimenta amnesia disociativa.
―¿Qué significa eso? ―Pregunto a continuación.
―Es una respuesta común a casos muy extremos de trauma. No recuerda
mucho del tiempo que pasó en prisión, sólo flashes aquí y allá.
Hunter jura en voz baja. Los recuerdos de Harlow son nuestra mejor baza
para localizar al asesino. Nuestro caso ahora vive y muere por el testimonio
que ella proporcionará.
―Curiosamente, presenta un nivel razonable de comprensión y desarrollo
social para su edad. ―Richards sacude la cabeza―. No se puede aprender
mucho de los demás.
―¿No crees que estuvo cautiva toda su vida? ―Hunter adivina.
―Dudaría en especular en este momento ―responde―. Tenemos que ir
despacio. Si la presionamos demasiado pronto, se cerrará. Su mente es un
rompecabezas que hay que recomponer.
―No tenemos tiempo, Doc.
―Entonces interrógala y observa cómo esa pobre chica entra en shock. No
necesito decirle cómo el trauma puede afectar a una persona. Su riesgo de
suicidio ya es significativo.
Me estremezco ante sus palabras airadas. Ya tenemos suficiente
experiencia con clientes traumatizados. Hunter se desinfla y se toma un
momento para recapacitar.
―¿Es el mismo perpetrador? ―Pregunto con inquietud.
―No puedo responder a eso ―responde Richards―. Ha sido sometida a
tortura psicológica y física extrema, aislamiento total y maltrato emocional.
―¿Y?
―Tu asesino viola y descuartiza a mujeres jóvenes. No es exactamente lo
mismo. Los asesinos en serie no suelen retener a sus víctimas mucho tiempo.
―Has visto las marcas ―señala Hunter―. Lleva las mismas cicatrices que
todos los cuerpos arrojados. Sólo que son viejas, cicatrizadas. ¿Por qué no la
mató a ella también?
Ninguno de nosotros tiene una respuesta. Todos hemos sufrido
estudiando con más detalle las fotografías del cuerpo de Harlow. Las
desgarradoras cicatrices de su cuerpo coinciden perfectamente con nuestra
morgue de cadáveres.
Los forenses realizaron más análisis. Hasta el simbolismo de la Santísima
Trinidad tallado en Harlow, los patrones de los cuchillos coincidían en alto
grado. Es probable que fuera la misma hoja utilizada.
―No estoy aquí para sacar conclusiones. ―Richards mira fijamente a
Hunter―. Eso se lo dejaré a su equipo. Harlow es mi paciente ahora. Estoy
más preocupado por su estabilidad mental.
―¿Deberíamos preocuparnos? ―Le miro con el ceño fruncido―.
¿Estamos seguros para moverla?
―Creo que hay motivos de preocupación. Reintroducir a Harlow en la
sociedad necesita ser manejado con la mayor delicadeza. Por eso no
recomiendo una internación.
Respiro aliviado.
―Necesita sentirse segura, apoyada ―esboza Richards―. Aislarla en un
hospital podría exacerbar sus síntomas y provocar una mayor disociación.
Le lanzo una mirada mordaz a Hunter. Sigue sin admitir que tengo razón,
a pesar de la acalorada discusión que tuvimos en el camino. Este piso franco
es una idea terrible.
Ignorándome, mira fijamente su teléfono.
―Tendrá un equipo completo de seguridad. Me encargaré que se
organicen visitas periódicas con usted. Tenemos preguntas que necesitan
respuesta, doctor. Le agradecería su ayuda.
―Harlow ha pasado por algo horrible ―dice Richards enfáticamente―.
Esto necesita ser manejado con extremo cuidado. Eso no implica meterla en
un apartamento sin rostro con un equipo de espías.
Sabía que estaría de mi lado. Richards es el mejor en el negocio. Esto es
exactamente por lo que le pagamos mucho dinero para que nos asesore.
―Entonces, ¿qué hacemos con ella? ―Hunter chasquea.
Poniéndose un pañuelo de colores, Richards inclina la cabeza.
―Confío en que pensarás lo correcto. Establece un horario regular de
terapia para ella con mi secretaria. Esperaré tus noticias sobre su alojamiento.
Una vez que Richards ha salido de la sala, la cabeza de Hunter cae entre
sus manos. Hoy lleva el cabello largo recogido en un moño, lo que deja al
descubierto los gruesos músculos del cuello y el comienzo del tatuaje del
pecho que asoma bajo el cuello de la camisa. Le doy un momento para que
se recomponga.
La distancia que me separa de la habitación de Harlow parece un maldito
océano. Lo único que quiero es interponerme entre ella y el resto del mundo,
cueste lo que cueste para mantenerla a salvo.
Cristo, esto es malo.
Estamos en serios apuros.
―Esto se está convirtiendo en un lío. ―Hunter lee mi mente con un
suspiro―. Claramente, la casa segura no es una buena idea.
―Llevémosla al cuartel general. Podemos seguir desde allí.
Hunter asiente.
―Ve por ella.
Me dirijo a la habitación de Harlow en el hospital y me coloco mi mejor
máscara anti emoción. Tengo que levantar mis escudos antes de que se meta
más en mi piel.
Ella es nuestra responsabilidad, pero no uno de nosotros. Cuanto antes me
dé cuenta, mejor. Golpeo la puerta, miro dentro y encuentro su cama
desierta.
Saco la funda de la pistola y me dispongo a destrozar el hospital para
encontrarla cuando el sonido del agua corriente llama mi atención. Al entrar
en la habitación, me mantengo alerta, listo para saltar.
Un familiar par de esbeltas piernas se yergue rígido ante el espejo de la
esquina. Respiro con dificultad y me fuerzo a relajarme. Ella está aquí.
―¿Harlow?
Se da la vuelta lentamente y sus grandes ojos azules se cruzan con los míos.
Lleva la mano derecha tirando de un nido de cabello imposiblemente largo
por encima del hombro, mientras el brazo izquierdo roto está atado a su
pecho.
―¿Qué pretendes? ―pregunto con suspicacia.
Sus dientes se hunden en su labio inferior.
―Considerando un corte de cabello.
Me adentro en la habitación y me detengo detrás de ella. Noto el calor de
su cuerpo en el pequeño espacio que nos separa. Un paso más y su culo
pequeño y respingón estaría pegado a mí.
Maldita sea, Enzo. No puedo pensar esa mierda cerca de ella. Es vulnerable
e inocente. Se supone que debo protegerla, no esclavizarla como un maldito
perro.
―El doctor pensó que sería una buena idea.
―Podemos arreglar un corte de cabello. Pero que conste que me gusta tu
cabello.
Cojeando a mi lado, Harlow vuelve a la cama del hospital y coge la
sudadera azul claro que le han dejado. Se desabrocha el cabestrillo que sujeta
su brazo roto e intenta ponérselo por la cabeza.
―Ven aquí. ―Me acerco, cogiendo puñados de tela―. Déjame ayudarte.
Mete la cabeza por aquí, así.
Cuando asoma la cabeza por el agujero, se le dibuja una sonrisa en los
labios. Me deja que se lo ponga por encima de su pequeño cuerpo, agarro el
arnés y se lo vuelvo a poner por la cabeza.
―Gracias ―dice en voz baja, deslizando su brazo roto en su lugar―.
Supongo que voy a necesitar una mano por un tiempo.
―No hay nada malo en pedir ayuda. ¿Estás preparada?
―Yo... creo que sí.
Incluso con la sudadera prestada que le llega a las piernas, tiene mejor
aspecto para salir que la bata de hospital. La camisa holgada con cuello en V
que lleva debajo de la sudadera deja ver sus clavículas y un rastro de tejido
cicatrizado en el pecho.
No se lo digo. Lo último que quiero es avergonzarla, y no tiene por qué
saber lo de las fotos. Le hemos quitado algo, algo irremplazable. Su elección.
Si pudiera borrar esas cicatrices, lo haría.
Harlow se sienta en la cama, mirándose los pies. Me doy cuenta de que
está llorando en silencio. Sus hombros tiemblan con cada sollozo. Un par de
Converse negras sin cordones la esperan sobre el linóleo.
―¿Qué pasa?
―No sé cómo hacerlo ―susurra.
Me doy cuenta. Lucho contra el impulso de tomarla en mis brazos y
abrazarla fuerte. Hay fuego en su mirada y no veo la hora de que se dé
cuenta.
―Aquí, déjame.
Me arrodillo frente a ella, paso las Converse por encima de las ligeras
vendas que aún tiene en los pies y le ato los cordones sin apretarlos.
Me observa con curiosidad, sus ojos brillantes analizan cada movimiento.
Tengo que obligarme a apartar la mirada cuando se muerde el labio inferior
rosado con los dientes.
―Gracias, Enzo. ¿Podrías enseñármelo otra vez alguna vez? Si no es
mucha molestia.
Su suave petición me produce un hormigueo. Asiento y me pongo en pie.
Titubeo un momento y su pequeña palma se desliza hasta mi mano
extendida.
―¿Lo tienes todo? ¿Lista?
Harlow asiente rápidamente.
―No tengo nada que traer.
―Entonces movámonos. Quédate conmigo y no hables con nadie aparte
de Hunter y yo. ¿Entendido?
Traga saliva antes de asentir. Su miedo me duele hasta los huesos. Incapaz
de contenerme, mis dedos callosos inclinan su barbilla hacia arriba para que
sus ojos aguamarina se encuentren con los míos.
Amplia, temerosa, las infinitas profundidades azules del océano me
devuelven la mirada. Sus iris están moteados con los tonos más tenues de
verde pálido, pero son las llamas del coraje las que me asombran.
―Vas a estar bien.
―No creo... quiero decir... no estoy segura de lo que significa. ―Harlow
vuelve a morderse el labio―. Estar bien o a salvo.
―Entonces permíteme que te muestre.
Maldiciéndome, no puedo retirar las palabras. En realidad no quiero
hacerlo, ya que la sonrisa más hermosa tuerce sus labios, iluminados con una
frágil esperanza solo para mí.
Su mano aprieta la mía.
―Guíame.
Joder, soy idiota. Hunter me dice que no me encariñe. Poco sabe él, ya es
demasiado tarde. Ella está bajo mi piel.
Eso sólo puede significar una cosa.
Problemas.
Harlow

on la mano metida en la mano de Enzo, me dan una enorme bolsa


de papel llena de medicamentos e instrucciones. Las palabras de la
enfermera me inundan, pero Enzo asiente, lo escucha todo y coge la
bolsa por mí.
Me alegro de que uno de nosotros sea capaz de prestar atención.
Sólo puedo concentrarme en mi respiración superficial.
En la sala de espera, veo un rostro familiar dibujado con líneas de
frustración mientras mira su teléfono. Hunter va elegantemente vestido con
otro traje, el cabello recogido en un moño y la barba recién recortada.
Levanta la vista cuando entramos y sus ojos se entrecierran al ver mi mano,
aún agarrada a la de Enzo. Presa del pánico, intento soltarla. Me arden las
mejillas y no sé por qué.
Estos hombres son tan confusos. Enzo aprieta el puño y me lanza una
mirada de advertencia que pone fin a mis vanos intentos de escapar de sus
garras.
―Realmente odio los hospitales ―declara Hunter sombríamente―.
Larguémonos de aquí y no volvamos jamás.
Enzo asiente.
―El coche está aparcado abajo.
Me guían hasta una extraña puerta metálica en la pared. Hunter pulsa algo
y me quedo boquiabierta cuando la pared se parte en dos con un ruido
metálico.
Los trozos de metal se separan para revelar una pequeña habitación,
construida directamente en la pared. Se parece mucho a otra celda. Se me
cierran los ojos y vuelvo a entrar en pánico.
―¿Harlow? ¿Estás bien?
Me sorprende ver que Hunter me mira cuando abro un poco los ojos. En
su rostro se dibuja un gesto de preocupación que luego se borra.
―No voy a entrar ahí ―le digo a la fuerza.
―¿El ascensor? No te hará daño.
―No voy a entrar.
Con la nariz encendida, se aleja a grandes zancadas y abre otra puerta
lateral. Hay una escalera metálica que baja. Comenzamos a bajar las escaleras
en un silencio gélido.
Cuando suena el teléfono de Hunter, contesta ladrando. Lo siento por
quien esté al otro lado de la línea. De repente levanta una mano para que
Enzo se detenga detrás de él.
Choco contra la espalda de Enzo y casi pierdo el equilibrio en las escaleras.
Su fuerte brazo en forma de tronco me rodea la cintura antes de que caiga y
me vuelve a poner en pie.
―Cuidado ―bromea con una sonrisa.
Antes de que pueda darle las gracias, Hunter maldice coloridamente.
―Joder. Tienes que estar bromeando.
―¿Qué pasa? ―pregunta inmediatamente Enzo.
Al escuchar la voz urgente al otro lado del teléfono, me encuentro fuera de
control. La simple palabrota desencadena algo dentro de mí que no puedo
reprimir.
Es otro recuerdo olvidado, envuelto en dolor y miseria. La oscuridad del
sótano se cierne sobre mí como una nube de tormenta, helándome hasta los
huesos con el familiar aroma de la sangre.
Aquí no usamos esa palabra, Christie.
Quédate quieta o te rebanaré la garganta.
Hay una buena chica.
Mi mente se llena con la imagen del pastor Michaels inmovilizando el
cuerpo desnudo de Christie contra el suelo de su jaula. Le grabó las marcas
sagradas en el estómago mientras ella sollozaba incontrolablemente.
Había olvidado la intensidad de sus lamentos. Era más joven que las otras,
menos capaz de soportar la tortura. Sus gritos me abruman mientras me
hundo contra la pared de la escalera.
―¡Mierda! ―Enzo jura, sus manos aterrizan en mis hombros―. Vamos,
Harlow. Quédate conmigo.
Aparto sus manos con un grito silencioso, incapaz de soportar la sensación
de que alguien me toque.
―¿Qué está pasando? ―Hunter ladra.
―¿Qué parece, idiota?
―Arréglala. Tenemos una situación abajo.
Las palabras de Hunter encienden algo dentro de mí. La llamarada de ira
se enciende y quema mi mente. Aprovechando la poderosa emoción, la uso
para salir de la oscuridad.
Un aire dulce y glorioso entra en mis pulmones mientras lucho por
retomar el control. Cuando consigo abrir los ojos, Hunter me observa con
leve asombro.
―Puede arreglárselas sola ―respondo tembloroso.
―Por lo que veo.
Es mi turno de asombrarme cuando Hunter me ofrece una mano. Enzo nos
mira con la boca abierta. Mientras me suben, las costillas apretadas me arden
de dolor. Me muerdo la lengua para contenerlo.
―¿Cuál es la situación? ―Enzo habla.
Hunter le dirige una mirada sombría.
―La prensa está acampada fuera. Se han enterado de algo y creen que
hemos encontrado otro cuerpo. Están buscando una actualización.
―Maldita sea. No podemos dejar que la vean.
―¿Por qué? ―pregunto despistada.
―Lo último que necesitamos es tu cara en las noticias cuando intentamos
mantenerte a salvo. ―Hunter se pasa una mano por el moño―. Enzo,
necesito que respondas a las preguntas. No les digas nada.
Asiente con la cabeza.
―Pasa a Harlow mientras no estén mirando. Me reuniré contigo en el
garaje cuando no haya moros en la costa.
Enzo me dedica una última mirada y baja corriendo la escalera. Le
seguimos a un ritmo mucho más lento. Me aprieto el brazo roto contra el
pecho y me siento un poco perdida sin su mano.
―¿Qué pasa si me ven?
Hunter se encoge de hombros al pie de la escalera.
―La gente de la que te ocultamos sabrá exactamente dónde estás.
Sin aliento, aprieto la herida aún dolorida donde el pastor Michaels
arrancó el clavo. El dolor es inmediato y atraviesa mi miedo como un
relámpago.
Desde fuera, puedo oír el rugido codicioso de las voces. Gritos, abucheos,
demandas de atención. El extraño destello de luz acompaña al caos, incluso
cuando la voz de Enzo retumba por encima de todos ellos.
―Ponte esto sobre la cabeza. ―Hunter me pasa la chaqueta por encima y
me rodea los hombros con un brazo―. Agárrate a mí y no me sueltes.
Pongo la mano en su camisa planchada y cierro los ojos, dejándome guiar
por él. La piel de Hunter irradia calidez, que se filtra a través del material de
su camisa. Me resulta extrañamente íntimo aferrarme a él.
Huele a pimienta, a especias y aventuras exóticas. El pastor Michaels sólo
olía a sangre. Quiero bañarme en este nuevo y excitante aroma. Dejar que me
bañe, lavando todo lo malo.
―Hueles muy bien ―suelto sin pensar.
Hunter tropieza antes de enderezarse.
―¿Eh?
―Uh, n-nada.
Los gritos se desvanecen a medida que avanzamos. Pronto me quita la
chaqueta del traje de la cabeza y parpadeo, mirando alrededor de lo que
parece ser un estacionamiento. Hay coches por todas partes.
Hunter sigue abrazándome mientras nos acercamos a una enorme bestia
negra. Las ruedas son casi tan grandes como yo y está pintada de un elegante
color negro mate.
―Entra ―ordena Hunter, abriendo la puerta trasera.
Con la mirada fija en el interior, dudo de mi capacidad para subir. Mi
pequeño y famélico cuerpo me traiciona. Con un murmullo, un par de manos
fuertes se posan en mis caderas. Se me corta la respiración.
Hunter no se disculpa mientras me sube a la parte trasera del coche y me
cierra la puerta en las narices. Aún noto el ardor de sus manos cuando me
aprieta las caderas.
Pecadora impura.
Dios no aprueba los placeres de la carne.
Sacaré al diablo de tus huesos.
La señora Michaels siempre decía que los pecadores vuelven estúpidos a
los hombres, apartándolos del camino de Dios. Mi padre nunca me tocó
como tocaba a las otras chicas. Pero eso no disminuyó su furia.
Hunter se sienta en el asiento del conductor y enciende el motor. Vibra con
un ronroneo gutural y potente que rompe el incómodo silencio. Pasan los
minutos hasta que Enzo aparece de repente y se mete dentro.
―¿Qué tan mal? ―Hunter chasquea impaciente.
―Alguien del hospital debe haber filtrado la historia. Saben que tenemos
información que ocultamos. Con nuestra reputación, han desplegado las
cámaras en directo.
―Maldita sea ―maldice Hunter, metiendo la marcha atrás―. Estaremos
en los putos periódicos por la mañana.
―El cuartel general está comprometido. No podemos llevarla allí ahora
que han unido los puntos. Tenemos que darle tiempo a esto para que se
calme.
Comparten una intensa conversación con miradas y ceños fruncidos. Es
fascinante observarlos. Son casi como dos mitades de una misma persona.
―Tú ganas. ―Hunter desliza un par de gafas de sol oscuras en su lugar―.
Esta es una medida temporal. No hagas que me arrepienta.
―¿Lamentar qué? ―Me atrevo a preguntar.
Los ojos de Enzo se cruzan con los míos en el retrovisor.
―Te vienes a casa con nosotros.

despierto cuando alguien me sacude. El familiar aroma especiado de


Hunter golpea mis fosas nasales. Después de pasar tanto tiempo privada de
todo contacto, parece que me he vuelto sensible a los olores y sabores más
leves.
―Despierta, Harlow. Estamos aquí.
Al parpadear el sueño de mis ojos, veo que su rostro malhumorado se
suaviza por el cansancio. Me tiende la mano y se aparta para dejarme espacio
para estirar las piernas.
Acepto el ofrecimiento de ayuda, pero me duele todo el cuerpo. Mi última
pastilla fue hace varias horas. Hunter debe de leer algo en mi cara y se inclina
para sacarme del coche.
Vuelvo a ponerme en pie en medio de un camino de entrada circular. Hay
otros dos coches estacionados cerca: un modelo más pequeño y deportivo y
otro con el techo de lona pintado de un precioso color rojo.
―¿Dónde estamos? ―Digo entre bostezos.
―En casa.
Hunter me ayuda a llegar a la enorme casa que nos espera. La puerta
abierta está flanqueada por dos pilares de piedra, que se extienden hacia
arriba en un monstruo brillantemente iluminado de un edificio.
Parece antiguo, y no es que yo sepa mucho del mundo real, y mucho
menos de edificios. Me gusta cómo estas pequeñas enredaderas parecen
arrastrarse sobre los ladrillos. Las hojas oscuras y brillantes contrastan con el
ladrillo rojo intenso.
―¿Tu casa?
Hunter hace un gesto hacia el interior.
―Como dije, esto es sólo una medida temporal mientras los vampiros nos
persiguen por una historia.
―¿Qué son los vampiros?
Hunter suspira por enésima vez.
―No importa.
Nos adentramos en una gran entrada pintada en un nítido tono gris. En el
reluciente suelo de madera se reflejan los destellos de una luz enjoyada que
cuelga de lo alto. El efecto es fascinante.
Me quito los zapatos y noto el dolor en las plantas de los pies vendados.
Apenas he respirado cuando el ruido de pasos contra la madera se acerca a
toda velocidad.
Un borrón de pelaje dorado se lanza por la habitación con un aullido
excitado. El cuerpo tonificado de un animal choca contra mis piernas y casi
me caigo por el tamaño y el peso de mi atacante.
―¡Abajo, Lucky! ―Hunter grita―. Maldito perro.
La criatura no escucha a su dueño. Se enrosca a mi alrededor, acicalándose
mientras yo entierro mis dedos en su pelaje aterciopelado. Es una perra
enorme, me llega casi a la cintura con sus miembros fuertes y musculosos.
―Lo siento. ―Hunter se quita el abrigo azul marino y lo cuelga, con el
traje ahora arrugado―. Se siente sola cuando trabajamos hasta tarde.
―No pasa nada.
―Aléjala si quieres.
Lucky parece percibir la mala actitud de su dueño. Resopla y desaparece
por un gran arco donde la voz de Enzo la saluda. Sigo el sonido y entro en
una cocina.
Las encimeras de mármol se acentúan con acero inoxidable y varios
electrodomésticos intimidantes. Las comodidades modernas se unen al
encanto clásico y caro en una mezcla perfecta de lo antiguo y lo nuevo.
Enzo nos espera, apoyado en la amplia encimera del horno.
―¿Tienen sed? ¿hambre? Tenemos un poco de esa mierda de proteína en
polvo del hospital.
―Suena delicioso ―murmura Hunter sarcásticamente―. Preferiría
arrancarme los ojos antes que beber eso, pero gracias.
―No para ti, idiota. ¿Harlow?
Cambio de peso y me muerdo el labio. ¿Me golpeará si le pido un trago?
¿Me dirá que los pecadores no merecen ser saciados y que, en cambio, debo
suplicar a Dios que me perdone si quiero vivir?
La mirada de Enzo es abrasadora mientras me observa deliberar. Pierde la
paciencia antes de que me atreva a hablar. Abre la nevera gigante y reluciente
y me ofrece una botella de agua.
Casi me da miedo cogerlo. Mis pies se quedan clavados en el sitio mientras
me abruman nuevas vistas y olores. Reconozco todos estos objetos, y no
tengo ni idea de cómo.
―Para ti ―incita Enzo.
De mala gana, le quito la botella de las manos. Me da ánimos con la cabeza
y vuelve a la nevera, saca dos botellas de color marrón oscuro y le pasa una
a Hunter.
Los dos se acomodan contra la isla de la cocina, dando largos tragos a sus
bebidas. Lucky está comiendo ruidosamente en un rincón de la habitación,
moviendo la cola alegremente.
Rompe el tenso silencio mientras me miro los pies vendados. Busco algo
que decir y no encuentro nada. Las preguntas sin respuesta flotan en el aire
entre nosotros.
Enzo se aclara la garganta.
―Voy a preparar la habitación de invitados. Deberíamos tener sábanas y
toallas limpias después de que se quedaran tus padres el mes pasado.
―Reúne a Leighton también ―añade Hunter―. Si está dentro.
―Lo dudo. Viernes por la noche; estará fuera hasta el amanecer.
Hunter tira su botella vacía antes de aflojarse la corbata.
―Una cosa menos de la que preocuparse. ¿Sabes algo de Theo?
―Llamó para decir que los periodistas se han disipado del hospital.
Probablemente regresaron a casa para escribir más artículos de mierda sobre
nosotros.
―No hay nada nuevo.
Hunter juguetea distraídamente con su audífono. Parece un tic nervioso,
su máscara impenetrable muestra una pequeña grieta de debilidad. Enzo
desaparece escaleras arriba con una sonrisa cansada.
―Mañana... tenemos que hablar ―dice finalmente Hunter―. Deberías
descansar esta noche. Ha sido un día largo.
―¿Hablar?
―Tenemos que discutir lo que te pasó y a dónde vamos desde aquí. Te
estoy ofreciendo nuestra protección, Harlow. No es gratis.
La vergüenza me tiñe las mejillas de rosa. Siento la vergüenza
quemándome por dentro. Nunca daría por sentado lo que han hecho por mí,
pero la amenaza es clara, incluso tácita.
Hunter está a cargo.
Tengo que hacer lo que dice.
Podrían echarme fácilmente a la calle para valerme por mí misma. Ni
siquiera sé dónde estamos, y mucho menos cómo desenvolverme sola en el
mundo. No confío en ellos, pero confío aún menos en lo desconocido.
―Te diré lo que pueda. Mi memoria es irregular. El doctor Richards dice
que con el tiempo recuperaré más.
La mano de Hunter me roza el brazo y me devuelve al silencio. Una
emoción sin nombre baila en sus ojos oscuros, mostrando otro precioso
destello bajo su armadura.
―Los atraparemos ―promete en un ronco susurro―. A los que te hicieron
daño. Es lo que hacemos.
Sus palabras me estrangulan hasta la muerte.
―No puedes. Son peligrosos.
―Nosotros también, Harlow.
Me sobrecoge la imagen de sus cadáveres esparcidos por el suelo del
sótano, hinchados por la podredumbre y con la piel desprendiéndose
lentamente.
Quizá el pastor Michaels repita la cruel muerte de Abbie. Un día se le
antojó un experimento y le arrancó la piel de los huesos con su cuchillo. Ella
murió antes de que él llegara muy lejos.
―Esto es lo que hacemos, para lo que estamos entrenados ―tranquiliza
Hunter―. No tienes que preocuparte por nosotros. ¿De acuerdo?
―¿Quién más se preocupará por ti?
Mi pregunta le sorprende. Hunter me mira un momento más, con los
labios entreabiertos, antes de alejarse sin responderme. Me quedo sola en su
reluciente cocina, sintiéndome sucia y fuera de lugar.
Lucky vuelve con su nariz húmeda a mi barriga para llamar mi atención.
Mientras la acaricio, me planteo coger los zapatos y salir pitando de aquí.
No pertenezco a un lugar así, magullada y temblorosa entre sus costosas
posesiones. La verdad... no sé a dónde pertenezco. Al menos en el sótano,
conocí el status quo.
―¡Harlow! ―Enzo grita por las escaleras.
Temblando, lucho contra el instinto de agacharme y esconderme. Su voz
fuerte se enreda con la del pastor Michaels en mi mente y se me pone la piel
de gallina aterrorizada.
―Sube ―añade.
Haciendo acopio de fuerzas, salgo de la cocina. La escalera curvada que
sube hacia arriba es un desafío, y jadeo cuando por fin llego arriba.
En la segunda planta, las alfombras se iluminan con suaves lámparas que
proyectan sombras sobre las paredes crema. Todo en este espacio es
masculino, pero a la vez confortable, aunque escaso.
―¿Enzo? ―Pregunto insegura.
―Estoy aquí, pequeña.
Atravieso sigilosamente el pasillo hacia la última puerta de la izquierda,
pasando junto a otras. La habitación que hay más allá está envuelta en una
luz de colores que me invita a entrar con los brazos abiertos.
Las paredes azul pálido y las alfombras grises contrastan con las líneas de
la madera oscura y pulida. La habitación está dominada por una gran cama
con dos lámparas brillantes y multicolores a cada lado.
Me recuerdan a las vidrieras de la capilla, que proyectan sombras de
colores sobre las paredes. En el techo se han tallado enormes ventanas que
revelan el brillo de la luz de las estrellas.
Me asomo al cuarto de baño adjunto y encuentro aún más lujo. La sola idea
de tener agua corriente y un retrete de verdad hace que se me salten las
lágrimas. Me he acostumbrado a la degradación de un cubo.
―No tenemos invitados a menudo ―dice Enzo mientras termina de
mullir las almohadas―. Los padres de Hunter vienen de visita a veces.
Paso una mano por la mullida colcha gris y me siento aún peor por haber
deshonrado esta hermosa habitación. Las sábanas están crujientes y huelen
como las noches de verano, llenas de flores. Era un lujo cuando ese raro
aroma se filtraba en el sótano.
―No sé qué decir ―respondo en voz baja.
―No hace falta que digas nada. ―Me observa en la habitación, con otra
sonrisa reacia―. Siéntete como en casa.
Paso los dedos por la madera lisa de la mesilla de noche, maravillada por
la suavidad de todo. No hay agua goteando, moho ni montones de huesos.
Nada más que líneas limpias y lujo.
Enzo se escabulle y vuelve con mi bolsa de medicamentos y otra botella de
agua. Acepto las pastillas que me pone en la palma de la mano sin rechistar.
Me duele demasiado como para preocuparme.
―¿Necesitas algo más? No se me dan bien los baños con esponja, pero
puedo enseñarte a usar la ducha.
Pensar en otra cosa hoy me hace querer correr y gritar. Es demasiado. Se
me caen los ojos de cansancio.
―Estoy bien, enfermero Enzo ―bromeo, apartando las mantas de la
cama―. ¿Te importa si me voy a dormir?
―Por supuesto que no. Mi habitación está al otro lado del pasillo. Si
necesitas algo por la noche, grita. No duermo mucho, así que te oiré.
Enzo retrocede, desviando los vuelos al salir. Antes de que desaparezca,
lo llamo por su nombre y esbozo una pequeña sonrisa.
―¿Sí?
―Gracias por... bueno, por todo. ―Desabrocho mi cabestrillo para evitar
encontrarme con sus ojos―. No sé qué habría hecho si no me hubieran
encontrado.
―No necesitas darme las gracias.
―Sí, es verdad. Nadie me había cuidado antes.
Enzo se frota la nuca, con las mejillas cubiertas de vello. La visión hace que
se me encojan los dedos de los pies de la forma más extraordinaria. No tengo
ni idea de lo que significa esta extraña sensación en mi vientre.
―De nada, Harlow. Duerme un poco, ¿de acuerdo?
La puerta se cierra tras él. Me meto tímidamente en la cama, sin quitarme
la ropa prestada. La idea de estar desnuda en un lugar desconocido no me
atrae.
Todo en esta habitación está tan mal. Al tumbarme, la cama acuna mi
maltrecho cuerpo y las almohadas son más blandas que el aire. Estaría más
cómodo durmiendo en la sangre de otra persona.
Los pecadores no merecen ropa ni comida.
Deja de lloriquear o te daré algo por lo que llorar.
Miro fijamente al techo. Estoy demasiado agotada para dormir, mis
sentidos están en alerta máxima a pesar de la seguridad de mi entorno. Todo
es tan nuevo y desconocido. No puedo soportarlo.
Abandono la comodidad de la cama y me acurruco en la alfombra, en la
esquina más alejada, para no perder de vista la puerta. Mis costillas rotas
odian la postura, pero el dolor es un consuelo familiar. Me recuerda a casa.
A medida que pasan las horas en vela, dejo que mi endeble fingimiento se
desmorone. Mis sollozos se hacen más fuertes, más frenéticos, obligándome
a morder el puño para permanecer en silencio. No quiero que nadie me oiga.
Lloro hasta que no quedan en mí más que pedazos rotos que nunca podré
arreglar. Lloro por la chica que solía ser. Lloro por la chica que soy ahora.
Lloro por todas las que perdieron la vida mientras yo seguía viva.
Pero, sobre todo, lloro porque no tengo ni idea de lo que me espera. Por
primera vez en mi vida, tengo un futuro potencial. Esperanza. Tal vez un
nuevo comienzo. Eso es más aterrador que cualquier castigo que haya
soportado.
Leighton

l portero me da un fuerte empujón. Me desplomo por la acera de


la discoteca, escupiendo sangre. Con una mueca de exasperación,
me deja para que me ponga en pie.
Mis vaqueros están rasgados por la caída. En mi borrachera, no puedo
sentir el dolor de mi nariz rota. Un imbécil me ha dado en toda la cara por
abrir mi estúpida boca, como siempre.
―¿Peleando otra vez, estirado?
Diablo fuma un cigarrillo, de pie en la esquina de la calle. Yo me tambaleo,
intentando mantenerme erguido. El mundo entero me da vueltas con los
litros de alcohol que llevo en las venas.
―Pareces sorprendido ―digo.
―Ten cuidado. Te volverán a meter en la cárcel por esa mierda. ―Diablo
me da una palmada en el hombro―. Sólo has estado fuera un par de meses.
―Todavía no me apetece volver a casa.
―Nunca lo volveré a hacer. Llegas a ver esos bares como algo más que
ladrillos y mortero ―dice, soplando un anillo de humo―. Yo lo hice. La
familia significa más por dentro que por fuera. ¿Me entiendes?
―Tengo familia aquí fuera. Les importa un bledo si estoy dentro o fuera
de la cárcel. Nadie quiere ayudar a la jodida familia.
―Eso no es cierto, ¿verdad?
Diablo llama a gritos a un taxi y me mete en la parte de atrás, entregando
un montón de billetes al conductor. Conoce mi dirección de otras noches de
borrachera.
Hunter colgaría, dibujaría y descuartizaría mi culo de delincuente si lo
supiera. Diablo y yo nos hemos hecho amigos después de que ambos
saliéramos de prisión hace poco. Me entiende demasiado bien.
Me sumerjo y me alejo a medida que pasan los kilómetros. La imponente
sombra de mi nuevo hogar me da la bienvenida cuando el taxi se detiene en
la acera. Se queda con todo el dinero de Diablo, empujando mi culo borracho
fuera con una maldición.
Por algún milagro, llego a la puerta principal sin caerme y me inclino para
que me hagan un escáner de retina y me dejen entrar. Hunter tiene un palo
en su pomposo trasero acerca de la seguridad.
El amanecer me ofrece algo de luz mientras escarbo y finalmente abro la
puerta principal. Tengo que abandonar mis zapatos manchados de cerveza
antes de subir las escaleras. Todos deben de estar durmiendo.
Me dirijo a ciegas a mi dormitorio, me desabrocho el cinturón y me arranco
la camisa sudada por la cabeza. Podría dormir durante mil años después de
demasiados chupitos de vodka y atrevimientos de borracho. Todavía tengo
el pintalabios de la última chica manchado en el cuello.
Joder, estaba buena.
Casi vale la pena el gancho de derecha.
Con los ojos ya cerrados, me desplomo sobre la cama con un gemido. Me
duele mucho la cabeza. En lugar de un feliz silencio, se oye un extraño
chirrido antes de que se encienda la luz.
Rápidamente se convierte en un grito que hiela la sangre. El sonido me
atraviesa la cabeza como una puta bayoneta.
―¡ENZO!
Me doy la vuelta y caigo de bruces al suelo con un gruñido. Los gritos se
hacen cada vez más fuertes, reverberando por toda la habitación con un
terror que absorbe el alma.
―¡Harlow!
La puerta de la habitación se abre de golpe y Enzo, con el torso desnudo,
llega como un murciélago. Lucky le pisa los talones, con los dientes
contraídos en una mueca amenazadora.
―¡Leighton! ―grita, viéndome en el suelo―. ¿Qué coño estás haciendo
aquí?
―Intento encontrar mi maldita cama ―le grito.
―¡Esta no es tu habitación!
Se acerca a la cama con las manos extendidas para tranquilizarle. Los
gritos se han reducido a un gemido jadeante que me apuñala el corazón.
Consigo levantarme y me doy cuenta del error que he cometido. Esta es la
habitación de invitados, y hay una ruina temblorosa en la cama a la que acabo
de intentar subirme. Una maldita chica.
Su cabello color avellana se eriza en todas direcciones, como si estuviera
profundamente dormida antes de que yo tropezara con ella. Bajo una sábana
de lágrimas, su rostro en forma de corazón dulce está contraído, casi con
dolor.
Enzo se acerca como si acechara a un ciervo, listo para abalanzarse en
cualquier momento. Se hunde en la cama, rodeando suavemente con sus
brazos a la sollozante mujer.
―Soy yo, Harlow. Abre esos bonitos ojos.
―Por favor... no me hagas daño... lo siento por h-huir ―tartamudea entre
lágrimas―. Rezaré, lo haré. No me hagas daño...
―Vamos, pequeña. Respira hondo.
―Lo s-s-siento, rezaré más fuerte...
―¿Enzo? Un poco de contexto estaría bien ―me quejo, consiguiendo
ponerme en pie―. ¿Quién demonios es esta chica?
―Cállate, Leigh. Eres un maldito idiota.
La niña se acurruca junto a Enzo sin abrir los ojos. Enzo la abraza
íntimamente y le murmura instrucciones para calmar su ataque de pánico.
Parece estar en muy mal estado. He visto mierda en la cárcel, y a esta chica
la han golpeado hasta casi matarla. Está cubierta de moretones, incluyendo
dos rayas en la cara.
He visto a suficientes tipos romperse el cráneo contra los barrotes como
para saber qué causa esas marcas.
Finalmente, se calla. Las lágrimas dejan de correr por sus mejillas. Lucky
salta sobre la cama y se instala a su lado. Los dedos de la chica se entierran
en su pelaje antes de que vuelva a desmayarse.
―Está agotada ―comenta Enzo―. La encontré durmiendo en el suelo
hace unas horas. Apenas se ha movido cuando la he vuelto a acostar.
Se levanta con cuidado, vuelve a tumbar su pequeño cuerpo en la cama y
le sube las sábanas hasta la barbilla. Frunzo el ceño al ver a la criatura
alienígena en el cuerpo de mi amigo.
Enzo es muchas cosas. Brutal. Violento. Inquebrantable. Tierno no es una
palabra que usaría para describir a este duro hijo de puta. No tengo ni idea
de quién está delante de mí, pero no es el hombre que conozco.
―Tan dulce como esto es, una explicación sería impresionante. ¿Quién es
ella, y por qué estaba durmiendo en el suelo?
―Vuelve a llamarme dulce y te aplastaré el cráneo con mi puto dedo
meñique ―advierte Enzo, agarrándome con una llave en la cabeza―.
Lárgate.
Me acompañan escaleras abajo, con su brazo alrededor de mi garganta
como un lazo de acero. Las luces de la cocina están encendidas, sellando mi
sentencia de muerte. Nunca debí volver a casa.
Hunter está preparando una taza de té, vestido con un par de sudaderas.
Me lanza una mirada exasperada cuando Enzo por fin me suelta.
―¿Ahora como llamas a esto, Leigh? ―Los ojos de Hunter se entrecierran
en mí―. ¿Qué te ha pasado?
Me toco brevemente la cara, notando la piel sensible alrededor de la nariz
y las motas de sangre seca.
―Llamo temprano, Hunt. Un idiota intentó robarme mi ligue, así que le
di un puñetazo. Resulta que era su novia. Whoopsie3 yo.
―Estás borracho ―contesta.
―Eso espero después de lo que acabo de ver. ¿Has visto a Enzo por ahí?
Alguien ha secuestrado su cuerpo y lo ha vuelto jodidamente blando.
Recibo un golpe en la cabeza que me hace zumbar los oídos. La cara de
Enzo es francamente desconcertante. Parece dispuesto a servirme los
órganos tallados para desayunar.
Hunter toma un sorbo de té mientras me considera.
―Ya conoces las normas. Respeta el toque de queda. No te metas en líos.
No deberías llegar a las cinco de la mañana.
―Borracho y atacando a nuestra invitada ―añade Enzo.
―Soy un hombre adulto de veinticuatro años. No necesito un toque de
queda. ―Les doy mi mejor sonrisa de comemierda―. ¿Desde cuándo
tenemos invitados? Y mucho menos calientes y gritonas.
Enzo intenta golpearme de nuevo, pero yo bailo hacia atrás, esquivando
fácilmente su siguiente golpe. Es grande y fuerte, pero eso le hace lento. Yo

3 Expresión aceptando que se cometió un error.


soy rápido y estoy acostumbrado a defenderme.
―Vives bajo mi techo, así que sigue las normas ―me recuerda Hunter.
―Muy bien, papá. Si corto el césped, ¿puedo recibir mi mesada?
―No te hagas el listillo ―gruñe Enzo.
―¡Tú no eres mi padre!
Deja la taza de golpe y Hunter me mira con evidente cansancio. Parece
mucho mayor de sus treinta y cuatro años. Nos separan diez años, pero él
siempre ha llevado la carga por los dos.
La persona que recordaba antes de que me condenaran no estaba aquí
cuando salí, tres años después. Mucha mierda cayó en mi ausencia. Perdí
algo más que mi libertad.
―Intento ayudarte ―me explica―. Darte un trabajo y un lugar donde
quedarte. Ningún otro lugar emplearía a un convicto. Lo menos que puedes
hacer es actuar como si te importara y respetar las reglas de la casa.
―Actúas como si yo fuera un criminal empedernido.
―Cumpliste condena.
―¡Y te encanta recordármelo! ―Le grito―. ¡Soy tu puto hermano, no un
extraño!
Enzo se interpone entre nosotros antes de que pueda poner mis manos
alrededor de la garganta de Hunter. Nos lanza a los dos miradas
apaciguadoras.
―Harlow está durmiendo arriba. No la despertemos, ¿eh?
―¿Alguien me va a decir por qué hay una niña durmiendo arriba?
―Vuelvo a preguntar.
―Es una adulta y una clienta ―responde por fin Hunter.
―¿Una cliente? ¿En la cama de invitados?
―La mantenemos alejada de los focos ―revela Enzo.
―Y entre tus sábanas.
Acercándose, Enzo me fulmina con una mirada fría como el hielo.
―¿Quieres intentarlo otra vez, Leigh? ¿Entre qué?
Temiendo la integridad de mi cráneo si vuelvo a empujarle, levanto las
manos y doy un paso atrás. No me apetece que el ogro me aplaste pronto.
―Harlow es parte de un caso en el que estamos trabajando. ―Hunter no
levanta los ojos de su teléfono―. Si te molestaras en venir a trabajar, lo
sabrías todo. Duerme la mona, Leigh. Hablaremos cuando estés sobrio.
―Sí, pasaré del corazón a corazón. Gracias por la invitación, hermano. Fue
genial ponerme al día contigo.
Mando a la mierda a Hunter y salgo furioso de la cocina, dejándoles que
se quejen de mí en paz. El marco traquetea cuando cierro de un portazo la
puerta de mi habitación como uno niño petulante.
A la mierda ser adulto.
Esos imbéciles no merecen la pena.
Harlow

e pesa todo el cuerpo mientras bajo las escaleras sin hacer ruido.
Está amaneciendo. Después de casi dos días en cama, me siento
algo más preparada para enfrentarme al mundo.
Ayer me bebí el batido de proteínas que me habían dejado en la mesilla de
noche y me tragué otro puñado de medicamentos antes de volver a dormir.
Nadie me molestó, pero la comida y la medicación se habían repuesto solas
cuando me desperté para orinar.
Me sentí bien durmiendo, sabiendo que por fin estaba a salvo. En cuanto
me rendí al cansancio, se acabó. No pude volver a moverme, apenas pude
cojear hasta el baño antes de volver a la cama.
La cocina está benditamente vacía. Inclino la boca bajo el grifo y bebo
varios tragos frenéticos de agua. Me gotea por la barbilla mientras me lleno
la barriga y me limpio la boca cuando termino.
Agua del grifo. Es una idea descabellada para mí. A menudo tenía que
lamer gotas de las paredes del sótano, dependiendo de las goteras y de la
misericordia ocasional de mis verdugos.
Esta gente lo tiene todo.
Me recuerda todo sin lo que he vivido.
Afuera llueve a cántaros, balas plateadas que caen sobre el suelo en un
chaparrón rítmico. Me acerco a la puerta corredera que da a una exuberante
vegetación hasta donde alcanza la vista. El jardín es precioso.
Lucky trota a mi lado, su aliento empaña el cristal. Le acaricio la cabeza,
giro la cerradura y salgo al aire frío. Lucky echa a correr y salta por el césped
con un aullido.
Mis pies me llevan hacia la lluvia que cae. Con la cabeza inclinada hacia
arriba, puedo atrapar las gotas en la lengua. Su sabor es dulce, a diferencia
del agua pútrida que me sostuvo durante tanto tiempo.
Lucky me encuentra en medio del césped, con una pelota encerrada entre
sus colmillos babeantes. La deja caer justo a mis pies.
―Eres una verdadero blandengue, ¿lo sabías?
Agachándome con los dientes apretados, consigo recoger la pelota y
lanzarla por la hierba. Ella la persigue, sus ladridos satisfechos molestan a
un grupo de pájaros. Los observo alzar el vuelo con asombro.
En lugar de volver a entrar, me tumbo en la hierba mojada para ver cómo
se despierta el mundo. Las vendas ya están empapadas, pero me meto el
brazo escayolado dentro de la sudadera para protegerme.
La lluvia cae con fuerza y rapidez, martilleándome como el golpe de los
puños sobre la carne. Es exactamente como imaginaba. Mi piel se desprende,
capa por capa. Me están limpiando.
Hay un olor extraño en el aire que viene con una lluvia fresca. No me canso
de sentir ese aroma embriagador. Si pudiera, lo embotellaría y lo guardaría
cerca para que no me lo volvieran a robar.
Allí es donde Enzo me encuentra, lo que parecen horas después,
empapada y temblando violentamente, pero más contenta de lo que nunca
me he sentido. Incluso Lucky me ha abandonado y ha vuelto a entrar en casa
para calentarse.
―¿Harlow? ¿Qué demonios estás haciendo?
Su voz me saca del estado de meditación en el que me encontraba. Levanto
la vista y me encuentro con sus furiosos ojos ámbar mirándome fijamente.
―Hola ―respondo con una sonrisa.
Enzo escruta mi ropa empapada y el temblor de mi cuerpo frío. Lleva un
pantalón de pijama holgado y una camiseta de tirantes ajustada que deja al
descubierto su pecho cincelado y cubierto de vello oscuro.
―Oye ―dice―. Estás empapadq.
―¿Y?
―No quiero que vuelvas a enfermar. Entra y caliéntate antes de que pierda
la cabeza.
―Estoy bien aquí. Se está bien.
―Harlow, está lloviendo.
Suspirando, muevo los dedos de los pies en la hierba húmeda.
―Nunca vi el cielo. Llueva o no, es precioso. El viento me hace sentir
menos sola.
―¿Por qué? ―pregunta Enzo con interés.
―Es como si el mundo gritara conmigo.
Cierra los labios, se agacha y desliza las manos por debajo de mis brazos.
Tengo demasiado frío para protestar mientras me acuna contra su pecho,
nuestros cuerpos apretados. Se vuelve para entrar.
―¿Tienes hambre?
Acaricio su camiseta de tirantes, adorando la manta de calor que
proporciona su piel.
―No. He estado bebiendo los batidos que me dejaste.
―¿Cómo sabes que fui yo?
―Porque Hunter me habría despertado y me habría hecho esas preguntas
con las que prometió golpearme.
―Maldita sea, Harlow. Ya lo tienes clavado.
Su pecho retumba, vibrando contra mi mejilla. Debería darme vergüenza
acurrucarme contra él como un osezno. Ahora que estamos dentro, noto el
frío que tengo. Él parece un horno.
―Dúchate ―decide Enzo, llevándome arriba―. Necesitas entrar en calor.
¿En qué demonios estabas pensando?
Mis dientes castañetean entre sí, silenciando mi respuesta. La ducha
parecía tan intimidante cuando llegué; no sé si seré capaz de manejarla.
Tengo miedo de romper algo.
―Me gusta el frío.
―Pero no es bueno para ti ―argumenta.
Enzo me lleva al dormitorio y abre la puerta del baño con el hombro.
Dentro me espera un cuarto de baño moderno y elegante. Los azulejos de
pizarra oscura combinan con los acabados plateados, y el espacio gira en
torno a una ducha a ras de suelo.
Me coloca sobre la encimera, junto a la pila del lavabo. Se me agolpan las
protestas en la garganta cuando Enzo empieza a desenrollar las vendas
embarradas que me cubren los pies, con la mandíbula apretada.
El roce de las yemas de sus dedos contra la parte interior de mis tobillos
hace que una descarga eléctrica me recorra la columna vertebral. Casi grito
en voz alta ante la extraña sensación. Es como si me golpeara con pequeños
y deliciosos relámpagos.
―Tus pies se están curando bien ―murmura, inspeccionando las plantas
de mis pies―. El agua puede escocer algunos de los cortes más profundos.
Me quita las vendas sucias y vuelve a mirar hacia mí. Hay una pizca de
nerviosismo, un desconcertante contraste con la gravedad de su presencia
física. Me encojo de hombros.
―El dolor no me molesta.
―Me molesta. ―La mano de Enzo patina por mi pierna antes de darse
cuenta y retirarla.
En el último segundo, le agarro la muñeca. Enzo parece sorprendido por
mi iniciativa de un mayor contacto. Me siento cómoda con él como nunca
antes.
Inconscientemente, ansío la cercanía, desesperada por evitar el vacío
aplastante de volver a estar sola. Es entonces cuando vuelven los malos
pensamientos. Hago lo que sea para mantenerlos a raya.
―He sobrevivido a cosas mucho peores ―susurro, con el pulgar apoyado
sobre el pulso firme de los latidos de su corazón.
―Ese no es el consuelo que crees que es, pequeña. Sobrevivir es una cosa.
Este es el comienzo de tu tiempo para vivir de verdad.
Aparta su mano de la mía, se aclara la garganta y abre la ducha. El agua
cae en cascada desde un disco plateado en el techo y el chorro caliente crea
nubes de vapor en el cuarto de baño.
―¿Cómo la hago funcionar?
Enzo me dedica una mirada.
―Tira de esta palanca para ajustar la temperatura, y de esta otra para
apagarla. No te quemes.
Me hipnotiza la cascada aprisionada en láminas de cristal esmerilado. Es
como mi propio aguacero. Me encantaría pasar aquí todo el día.
―Buscaré ropa limpia. ―Enzo se retira a la puerta―. La de Leighton
debería servirte hasta que vayamos de compras.
―Estaré bien vistiendo lo que sea. No hace falta ir de compras.
―Necesitas ropa, artículos de aseo, todo.
―No necesito nada ―intento de nuevo.
―¿Por qué estás luchando conmigo en esto?
―Ya me has dado bastante.
Cuando creo que Enzo va a ceder y volver a ser el gigante amable que
conozco, vuelve a cerrar el espacio que nos separa. Su expresión es
tormentosa mientras recorre con sus ojos, lenta y deliberadamente, todo mi
cuerpo tembloroso.
―Eso era antes, esto es ahora. Lo necesitas todo. Te lo conseguiré y te lo
pondrás. ¿Entendido?
Me niego a romper el contacto visual.
―¿Y si no lo hago?
―No estoy acostumbrado a esa palabra, Harlow. Aprenderás pronto.
Cuidamos de los nuestros en esta casa.
Con una última mirada, me deja en paz. Mi corazón amenaza con
atravesar mi pecho mientras le sigo con la mirada. Que Enzo me mande es
diferente a las órdenes que me veía obligada a acatar antes.
La necesidad arraigada de obedecer está ahí, pero sin la atracción del
miedo que todo lo consume. Sé que no me hará daño. No hay oscuridad
dentro de él, escupiendo y retorciéndose en su intento de escapar. He
aprendido a percibirla.
Ahora Hunter, es un rompecabezas completamente diferente. Estoy
bastante segura de que me odia a muerte, incluso después del poco tiempo
que hemos pasado juntos. Sólo soy buena para una cosa para él, información.
¿Qué pasa cuando se la doy?
¿Cuándo termina su protección?
Estos pensamientos me atormentan mientras me escondo en la ducha,
sosteniendo mi brazo escayolado fuera de la puerta en un ángulo incómodo
para mantenerlo seco. Hay todo tipo de botellas alineadas, suplicando ser
olidas.
Me lavo una y otra vez, probando cada fragancia y saboreando el vapor
perfumado. Quitarme el champú del cabello es un reto con una sola mano.
Me roza la parte baja de la espalda con nudos retorcidos.
Después de torcerme el brazo intentando llegar a las puntas, me doy por
vencida. Lavarme el cabello con agua embotellada era más fácil que esto. El
pastor Michaels me ofrecía de vez en cuando el lujo de bañarme,
normalmente cuando le repugnaba el olor que emanaba de mi jaula.
Al salir, evito el espejo empañado y encuentro un pantalón de chándal rojo
oscuro sobre la cama. Son demasiado largos y se me amontonan en los
tobillos cuando me pongo la camiseta blanca de gran tamaño.
Me duelen los pies, pero ya están en proceso de curación, así que no me
molesto en volver a vendármelos. No hay esperanza para mi nido de pájaros.
Intento desenredarlo con los dedos mientras bajo las escaleras.
Sigue lloviendo fuera, oscureciendo el día de invierno en niebla y
penumbra a través de los grandes ventanales. Tras un tímido descenso por
las escaleras, oigo los gritos de alguien.
―Mierda, eso es caliente.
―¿Tú crees? La tostadora no lo enfría, genio.
―Jodidas gracias, Hunt. Imbécil.
―De nada. Vuelve a llamarme así y le diré a tu agente de la condicional
que has estado bebiendo hasta el amanecer casi todas las noches.
―No te atrevas. No estoy por encima de asesinarte mientras duermes.
De espaldas a mí, Hunter se sienta en la barra del desayuno. Por primera
vez, me fijo en los oscuros remolinos de tinta que asoman alrededor de su
cuello. No sabía que tuviera tatuajes.
Los intrincados diseños quedan ocultos por la tela azul. Lleva el cabello
castaño suelto con ondas brillantes, a juego con su traje color pizarra.
―Hola ―digo torpemente.
Se sobresalta cuando entro cojeando y me observa con una mirada
persistente. Tiene una complicada hoja de papel en las manos. La palabra
tarda un momento en encajar. Periódico. Esa me la sé.
―Jesucristo. Que sea cereal.
Girando sobre sí mismo, los ojos del novato brillan de sorpresa. Va vestido
con un pantalón de chándal ajustado y una camiseta musculosa que deja ver
su cuerpo bronceado y delgado. Es más bajo que los otros dos, pero fornido
y bien construido.
Me fijo en las gruesas cicatrices de sus nudillos, que contrastan con la
sonrisa infantil de sus labios. Tiene el cabello desgreñado y muy crecido,
cubriéndole las orejas con ligeros rizos del mismo tono que las ondas de
Hunter.
Apoya el codo en la barra del desayuno y me mira con un brillo divertido
en sus ojos verde bosque.
―Vaya, pero si es Ricitos de Oro. ¡Resucitada de entre los muertos!
Hunter resopla mientras vuelve a centrar su atención en el periódico,
despidiéndonos a ambos.
―No sé qué significa eso.
―¡Habla! ―Desata una sonrisa de megavatio―. Soy Leighton, el hermano
más guapo de Hunter. Lo siento por, herm... ya sabes. la otra noche.
―¿Tratando de meterte en la cama conmigo?
Su sonrisa fácil se ensancha.
―Sí, eso.
―Tienes suerte de que Enzo no te noqueara ―comenta Hunter―. O peor.
Estaba en su derecho de dispararte.
Leighton flexiona orgulloso sus bíceps.
―Creo que podría con él. ¿Qué dices, Harlow? Creo que prefiero a Ricitos
de Oro. Ya sabes, la chica que entra y duerme en las camas de los osos.
Me ahogo en el aire. No tengo ni idea de qué está despotricando. Leighton
me guiña un ojo y vuelve a prepararse el desayuno mientras canturrea en
voz baja.
Al no ver otra opción, tomo el taburete vacío junto a Hunter. Me doy
cuenta de que me está estudiando por encima del periódico mientras hago
una mueca de dolor al sentarme. Los medicamentos que me tomé arriba aún
no me han hecho efecto.
―¿Desayuno, Ricitos de Oro?
Leighton deja un cuenco frente a mí y vierte en él algunos racimos dorados
de una caja de color amarillo brillante.
―¿Qué... ah, qué es esto?
La sonrisa de Leighton vacila.
―¿Eh? ¿Cereales?
―Sigue una dieta estricta del hospital ―dice Hunter con severidad―.
Batidos de proteínas para ganar peso y sólo alimentos ligeros. No tu basura
azucarada.
Leighton pone los ojos en blanco.
―Nadie quiere beber esa mierda insípida. Deja que la chica viva un poco.
Con la mirada fija en el fondo del cuenco, veo cómo vierte la leche y añade
una cuchara de plata. La señora Michaels me trajo leche una vez, cuando
ayudé a limpiar después de una noche especialmente sucia.
Fue la única vez que fue remotamente amable conmigo. Creo que se sintió
aliviada de tener compañía en las oscuras horas que siguieron al ritual.
Cuando resbalé en un charco de orina, volvió a perder los nervios.
―¿Cuáles son tus planes para hoy, Leigh? ―Hunter se abrocha el cuello y
se pone una corbata de seda―. Me voy a la oficina, por si quieres aparecer
por el trabajo.
Leighton arruga la nariz con desagrado.
―Es demasiado pronto para la palabra con «T»4. Voy a reanudar mi
maratón de Greys Anatomy.
―Genial. Suena muy productivo.
―Alguien tiene que sacarle partido a ese abono de lujo que pagas. Es una
dificultad, pero yo asumiré la carga.
Hunter me descubre mientras se levanta, se alisa los pantalones y frunce
el ceño. Presa del pánico, bebo un bocado para distraerme.
Casi se me ponen los ojos en blanco. Esto es una locura. Nunca he probado
nada igual.
―¿Bien? ―Leighton sonríe.
―Es tan... tan...
Me encojo de hombros, incapaz de explicar el sabor de algo que no sea el
alimento más básico para mantener la vida. La atención de Leighton está
firmemente fija en mi boca mientras tomo otra cucharada.
―Nota para mí mismo. A la chica le gustan los bollos de azúcar. Muy
interesante.
No puedo evitar sonreír ante las payasadas de Leighton.
―Me voy ―nos interrumpe Hunter―. Tengo una reunión de inteligencia
en una hora. ―Me lanza una mirada que me quita el apetito―. Tendremos
esa charla más tarde.
Me abrazo el brazo dolorido contra el pecho, asintiendo en silencio.
Leighton le lanza una mirada amarga a Hunter antes de llenar su propio
tazón de cereales.
―Estás matando la diversión. Ve a jugar al agente secreto aterrador. Yo
cuidaré bien de Harlow. ―La voz de Leighton es ligera y burlona―. Estoy
seguro de que podemos encontrar algún problema en el que meternos.

4 Se refiere a la palabra Trabajo.


No puedo contener mi chillido de asombro cuando Hunter cruza la cocina.
Agarra a Leighton por la camisa y lo aprisiona contra la nevera con un silbido
de furia.
―Mantén tus manos en ti mismo o encuentra otro lugar para vivir. Harlow
está bajo mi protección. No necesita que le arruines la poca vida que le queda.
Leighton le empuja hacia atrás con mucha fuerza.
―No me toques. No soy un niño. Sé cómo comportarme.
―¿Ah, sí? Podría haberme engañado.
―Vete a la mierda, Hunt.
Encerrados en una burbuja de rabia, parecen dispuestos a matarse. Me dan
ganas de meterme debajo de la mesa cercana y esconderme del
enfrentamiento.
A medida que las palabras de Hunter calan hondo, la ira sustituye a mi
ansiedad. De algún modo, en algún lugar, encuentro fuerzas para soltar una
frase furiosa.
―Mi vida no es pequeña.
Hunter me mira de reojo.
―Por supuesto que no. ―Leighton se libera, quitándose la ropa
desarreglada con el ceño fruncido.
―¿Es eso lo que piensas de mí? ―pregunto llorando.
Mirando entre nosotros, Hunter parece no saber qué decir. Es la primera
vez que le veo inseguro de sí mismo. Lo dejo balbuceando, me bajo del
taburete y salgo sin mirar atrás.
Ninguno de ellos me sigue.
La vergüenza me pesa como el plomo.
Si eso es lo que Hunter piensa de mí, no quiero estar cerca de él. Me
arrastraría de vuelta a mi jaula si pudiera en este momento. En ese páramo
infernal, conozco las reglas y las expectativas.
Sé jugar, y jugar bien.
Este lugar... es demasiado.
Quiero que mi vida sea grande. Más grande que el mundo entero y que
cada una de las monstruosas personas que hay en él. ¿El golpe mortal, sin
embargo? Hunter tiene razón.
Nunca seré más que la patética persona en la que me convirtieron mis
padres. Una muñeca rota, destinada a poco más que el sabor final del infierno
del olvido.
El que sea digno encontrará redención.
Arrodíllate y reza, Harlow.
Reza para que el Señor te perdone.
Corriendo sin ver, me derrumbo en un rincón oscuro. Las oraciones ya se
me escapan de la lengua por instinto. Mis dedos se encajan mientras lucho
por arrodillarme a pesar de mis heridas.
Recito cuatro veces mis oraciones de perdón. Tal como me enseñaron, una
lección forjada en los fuegos castigadores del diablo. Las palabras están
grabadas a fuego en el tejido mismo de mi mente astillada.
Sigue sin ser suficiente.
Nunca nada será suficiente.
Enzo

ras otra agotadora carrera, me cruzo con Hunter en la entrada de


casa. Su expresión es de acero mientras se aleja a toda velocidad en
el Mercedes descapotable. No me devuelve el saludo cansado.
Encantador.
No suele utilizar ese coche en invierno. Tenemos el todoterreno de la
empresa para el tiempo más fresco, y el descapotable es más un juguete para
satisfacer al adicto a la adrenalina que lleva dentro. Los límites de velocidad
no suelen pararle.
Mi teléfono vibra en el bolsillo cuando entro en casa.

Brooklyn: Te vi corriendo hace un momento. Háblame, grandullón.


Enzo: tengo cosas en la cabeza. Te llamo luego.
Brooklyn: Más te vale. No me hagas ir allí.

Guardo el móvil y me dirijo a la cocina, ya que necesito ducharme antes


de lidiar con la actitud de Leighton. Bajo el chorro y pongo la temperatura
en frío.
Es un truco que he aprendido con los años. Apenas he dormido desde que
Harlow vino a casa con nosotros. Su presencia me tiene en alerta máxima
ante cualquier amenaza potencial, incluso cuando debería estar durmiendo.
En la intimidad de mi ducha, ella vuelve flotando a mi mente. Esa pequeña
escupefuego nunca está lejos de mis pensamientos en este momento. Sus ojos
cristalinos e inocentes y las pequeñas curvas que rodean su cuerpo.
Debería estar jodidamente avergonzado mientras envuelvo mi polla con
la mano. Bajo la cabeza bajo el chorro de agua y muevo la polla con
movimientos rápidos. Solo puedo pensar en la sensación de cuando me
agarró la muñeca.
Es tan pequeña y delicada, incluso para tener veintitantos años. La
rompería si la tocara. Pero eso no me impide fantasear con un mundo en el
que podría cruzar la frontera profesional entre nosotros.
Cuando he soltado un gruñido, me lavo y salgo de la ducha. La culpa se
retuerce en mis entrañas. Lo último que necesita Harlow es que le joda la
vida. Ya tiene suficientes problemas.
Me paso una mano por el cabello mojado, me quito la ropa de trabajo y me
pongo unos vaqueros negros rotos con una camiseta sencilla. Hoy Hunter
puede ocuparse solo de Sable; ya he tenido bastante con su mal humor.
Mi prioridad es Harlow. No la dejaré sola en un mundo del que no tiene
conocimiento. A la mierda las reglas. Alguien tiene que cuidar de ella. ¿Por
qué no debería ser yo? Puedo mantener las cosas profesionales.
Llamo ligeramente a la puerta de su habitación y me asomo. Su cama está
hecha y vacía. Todavía estaba en la ducha cuando salí a correr.
Bajo las escaleras y encuentro a Leighton en la cocina. Está fregando los
cuencos vacíos mientras maldice para sus adentros.
―¿Estás limpiando? ―Miro con incredulidad.
Me lanza una mirada fulminante.
―No soy un cavernícola incivilizado.
―¿No es eso en lo que se convierte la gente que va a la cárcel?
―Ja, ja, jodidamente gracioso. Hunter molestó a tu novia.
―Es una clienta, no mi novia.
―Como quieras, hombre. Ella se niega a salir o hablar conmigo, así que
estoy tratando de hacer algo útil aquí en su lugar.
―¿Por qué no me llamaste?
Leighton tira el paño de cocina con exasperación.
―No todo es culpa mía, ¿sabes? A la mierda con esto. Estaré arriba.
Dejo que siga haciendo pucheros y recorro la casa. El despacho forrado de
libros de Hunter está desierto, junto con el comedor formal que no usamos y
el gimnasio de abajo.
Cuando intento abrir la puerta corredera que da al estudio, en la parte
trasera de la casa, se niega a moverse. Algo la está bloqueando.
―¿Harlow? Soy yo. ¿Puedes dejarme entrar?
―Vete, Enzo ―responde su tímida voz.
―Ni hablar. Tienes diez segundos para abrir esta puerta antes de que la
eche abajo.
Al cabo de cinco segundos, mi muy limitada paciencia expira. La silla que
había apoyado bajo el picaporte se hace añicos cuando uso el hombro para
abrir la puerta por la fuerza. Se cae de sus goznes con un gemido de dolor.
Aparto la puerta destrozada y entrecierro los ojos para ver la habitación
completamente a oscuras. Las cortinas azul marino están corridas contra el
día lluvioso, aumentando la oscuridad. En esta habitación es donde pasamos
la mayor parte del tiempo juntos, por limitado que sea últimamente.
Es un espacio familiar generoso, revestido con suelo negro teñido y
paredes claras con paneles. Hay una enorme estufa de leña en el centro de la
habitación, rodeada de troncos de madera perfectamente cortados en los
laterales de la chimenea.
Encima tenemos un televisor de pantalla plana de última generación y un
equipo de sonido que Hunter insistió en instalar cuando las noches de cine
eran algo habitual. Dos sofás seccionados de terciopelo verde oscuro llenan
el suelo, con acogedores cojines y mantas.
La gruesa alfombra tejida bajo mis pies descalzos añade una última capa
de calidez. La madre de Hunter y Leighton trabajaba como diseñadora de
interiores. Echó un vistazo a nuestra casa, escasa y sin vida, e insistió en
convertirla en un hogar.
―¿Harlow? No veo nada. ¿Dónde estás?
―Déjame en paz ―hipa.
Enciendo una lámpara y sigo el sonido de los sollozos hasta que la
encuentro. Está acurrucada en el rincón más alejado, medio oculta por una
imponente estantería que ocupa toda la pared del fondo.
Temo acercarme a ella por miedo a que se parta en mil pedazos. No soy
un psiquiatra como el Doctor Richards. Diablos, apenas puedo entender mi
propia maldita cabeza. Todo esto es nuevo para mí, pero no puedo quedarme
impotente mientras otra persona muere.
Otra vez no.
―¿Quieres compañía?
Harlow me mira por encima del hombro, con las mejillas llenas de
lágrimas. Me agacho junto a ella en el suelo y pliego el cuerpo en el incómodo
rincón.
La pequeña rompepelotas ya se ha apoderado de mí. Cada segundo que
paso a su lado refuerza aún más ese vínculo. A pesar del pasado, siempre
ayudo a los necesitados. Llevo metido en el ADN cuidar de los vulnerables.
―Enzo... ¿estoy rota?
Dando un salto de fe, le quito las manos de la cara, revelando unos
devastadores ojos de cierva que parecen el océano tropical más claro.
―¿Rota? No. Quizá un poco dañada, pero no es nada que no podamos
arreglar.
―Tú no me conoces. No puedo... arreglarme.
Envolviendo sus manos en las mías, aprieto ligeramente.
―Sigues aquí, ¿verdad? Eso es un gran logro.
―¿Pero lo es?
―Sí ―le aseguro―. Lo estás haciendo mejor de lo que crees.
Asiente para sí misma.
―¿Podemos salir de aquí o algo?
Sopeso los riesgos, aturdido por la mirada desesperada de sus ojos. Parece
que se está volviendo loca, atrapada en esta casa con nosotros.
―¿Por favor?
Su última súplica rompe mi determinación.
―Hunter me va a despedir por esto. ―Le ofrezco una mano―. Vámonos.
Podemos ir a algún lugar fuera de la ciudad para evitar a la prensa.
Harlow deja que la ayude a levantarse y se quita la ropa prestada. Ignoro
que es de Leighton y lo mucho que me molesta. Mi culo posesivo está en
plena ebullición.
Me pongo la chaqueta de cuero en el vestíbulo y veo cómo Harlow se
encoge de hombros para ponerse la sudadera del hospital. Se encoge de
hombros al ver sus Chucks desatadas en el zapatero.
Agarro los zapatos y le hago un gesto para que se siente en las escaleras.
Su movilidad sigue siendo limitada, pero parece moverse con algo menos de
dolor que cuando llegó.
―Pie ―exijo.
―Puedo intentarlo.
―Mira una vez más, ¿de acuerdo?
Le pongo el zapato en el pie izquierdo y me tomo mi tiempo para atarle
los cordones, dejándole un momento para observar. Coge el segundo zapato
y se ata el lazo con torpeza, favoreciendo su brazo intacto.
―¿Aprendizaje rápido?
Harlow se mira los pies.
―Aparentemente.
―¿Segura que no has hecho esto antes?
―¿A estas alturas? No lo sé.
Pongo una expresión neutra para disimular mi preocupación. Las
perturbadoras lagunas de su memoria forman parte de la larga lista de
asuntos que tenemos que discutir ahora que está despierta.
Rebuscando en el armario de debajo de la escalera, saco una chaqueta
vaquera desgastada que debería caber sobre su sudadera con capucha. Huele
a Leighton, a cigarrillos con un matiz cítrico.
―Ponte esto, hace frío afuera.
Harlow acepta la chaqueta y desliza un brazo dentro, doblando el otro
sobre su escayola.
―Gracias.
―¡Te queda muy bien! ―grita una voz engreída.
Bajando las escaleras como un cachorro excitado, Leighton va vestido con
unos vaqueros desteñidos y una camiseta de un viejo grupo, con el cabello
desgreñado aún húmedo por la ducha. Es un fan incondicional de
Aerosmith, cortesía de su obsesión por las películas de los noventa. Nos ha
hecho ver Armageddon al menos diez veces.
El hijo de puta debe habernos oído hablar en el estudio. Me lanza una
sonrisa radiante y le echa una mano a Harlow antes de que yo pueda hacerlo.
―¿Te importa si te acompaño?
Parece insegura.
―¿Por qué me lo preguntas?
―Porque tu voz es celestial, gatita.
Me atraganto con una carcajada. Fóllame suavemente. Incluso Harlow
esboza una sonrisa. Leighton se deja llevar y suspira burlonamente mientras
la saca a la calle, bajo la lluvia.
Le doy una patada en el asiento del copiloto para que Harlow pueda ir
delante y la meto en el todoterreno. La sensación de sus caderas en mis
palmas casi acaba con mi determinación. Parece que no puedo quitarle las
manos de encima.
Tengo que apretar los dientes mientras cierro la puerta y me dirijo al
asiento del conductor. Leighton se ha metido en el asiento de atrás, con los
pies apoyados en el suelo y una media sonrisa en el móvil.
―De acuerdo, reglas. ―Le clavo la mirada―. Nada de cosas raras. Harlow
ni siquiera debería salir de casa. No hagas que me arrepienta de haberte
dejado venir.
―¿Por quién me tomas? ―Frunce el ceño.
―Lo digo en serio, Leigh.
―Sí, lo tengo. Alto y claro. Entonces, ¿qué estamos haciendo?
Me detengo para que un escáner de retina desbloquee la puerta y giro a la
derecha hacia la carretera principal que sale de Londres.
―Harlow necesita algunas cosas.
―Yo no ―responde brevemente.
―Tú lo haces. No discutas conmigo, Harlow.
Con los labios fruncidos, mira por la ventana.
―Alguien tiene que hacerlo.
Leighton me sonríe.
―Hah. ¿Es tu primera pelea de enamorados? Qué mono. Deberíamos
conmemorar la ocasión.
―Cierra la puta boca antes de que te deje a un lado de la carretera.
Nos dirigimos a través de los lluviosos suburbios, incorporándonos al
tráfico matutino. La ciudad es el último lugar al que deberíamos llevar a
Harlow. Anónima o no, su seguridad es primordial.
―¿Qué tipo de cosas vamos a conseguir? ―Leighton rompe el silencio.
―No tiene nada.
―¿En absoluto? ¿Cómo es posible?
El rostro de Harlow se vacía de toda emoción y vuelve a sumirse en un
vacío insensible. Leighton conoce un poco nuestro trabajo de las primeras
semanas que se molestó en venir al cuartel general, antes de aburrirse.
La cárcel le ha cambiado. Ya no es el chico despreocupado que una vez
conocí. Siempre fue problemático, creció a la impresionante sombra de
Hunter, pero ese lugar le robó lo que quedaba de su inocencia juvenil.
―¿Esto tiene algo que ver con... ese caso?
Le miro por el retrovisor.
―Sí.
―Te refieres a la serie k...
―Sí.
Leighton aparta la mirada y asiente con la cabeza. El tinte rojo brillante
que se extiende por las mejillas de Harlow es adorable y exasperante a la vez.
Odio que se sienta avergonzada.
―Podrías habérmelo dicho ―dice Leighton en voz baja.
―Podría haber preguntado.
―Odio que me guarden secretos.
―Muestra cualquier cantidad de interés en la vida que Hunter está
tratando de construir para ti, y no te sentirás tan excluido.
―Estás siendo injusto.
Miro fijamente la carretera.
―La vida no es justa. Creo que descubrirás que hay más cosas en el mundo
que el fondo de una botella de licor.
Leighton se enfurruña hasta que estacionamos en un tranquilo centro
comercial casi una hora después. Harlow se despierta de la siesta cuando
aparcamos y sus ojos se iluminan de emoción al ver nuestro nuevo entorno.
Dejo a Leighton para que recoja un carrito, la ayudo a bajar del coche y
saco un gorro morado del bolsillo. Me deja que se lo ponga sobre el cabello
largo y le pongo unas Hunter de repuesto.
―Estoy ridícula ―murmura.
―Mejor parecer ridícula y estar a salvo.
―¿Crees que los periodistas estarán aquí?
―Estarán acampados fuera del cuartel general. La prensa está buscando a
la otra persona desaparecida. Como dije, no sabíamos de ti.
Parece replegarse sobre sí misma, con los hombros encorvados y la barbilla
hundida. No puedo protegerla de la verdad para siempre. De todos modos,
le espera un interrogatorio cuando Hunter vuelva a casa.
―¿Cuánto tiempo lleva desaparecida? ―Harlow pregunta.
―Unos dos meses.
―¿Y crees que es la misma gente que me retuvo?
Catalogo su tic nervioso.
―Encaja con el mismo modus operandi. Nuestro asesino sigue un patrón.
Estamos seguros de que secuestró a esta víctima.
―¿Tiene nombre?
Decido arriesgarme.
―Laura Whitcomb.
Harlow se echa a un lado y vomita en el estacionamiento. Me pongo en
marcha, le froto la espalda y grito a Leighton para que vuelva. La gente nos
mira con preocupación.
―Estás bien ―susurro, protegiéndola de la vista.
―¡Deja de decir eso! Yo n-no... nada es... no.
Es la primera vez que oigo a Harlow levantar la voz. Se limpia la boca y
me clava una mirada devastada. De repente me arrepiento de haberla
presionado demasiado pronto.
―Está muerta. Laura se ha ido.
―¿Cómo lo sabes?
―Yo... lo vi cortarla en pedazos. Murió hace mucho tiempo. Nunca la
encontrarás.
Lágrimas desconsoladas corren por sus mejillas, goteando un dolor y un
sufrimiento que no puedo quitarle. No hace más que aumentar la rabia
latente que no me ha dejado dormir desde que nos hicimos cargo de este puto
caso.
―¿Quién mató a Laura? Dímelo.
―No puedo ―balbucea.
―¿Por qué no?
―Él los-s-m-matará a todos ustedes.
Leighton elige ese momento para reaparecer, esbozando una alegre
sonrisa que me encantaría borrar con el puño. Levantamos a Harlow, con su
cuerpo ligero como una pluma en equilibrio entre nosotros.
―Vámonos a casa ―decido, desbloqueando el coche―. Esto ha sido una
mala idea. Es demasiado para ti.
Harlow aparta su mano de la mía.
―No, quiero hacer esto. Mi vida... no es pequeña. No puede ser pequeña.
No tengo ni idea de lo que quiere decir. Leighton parece entenderlo y le
ofrece una sonrisa.
―Ya lo tienes, Ricitos de Oro. Venga, vamos a quitarte esos sudores antes
de que le provoques un aneurisma a Enzo. Es del tipo celoso.
La atrapa en su sitio con los brazos apoyados a ambos lados del carrito. Es
otra invasión de su espacio personal, pero a Harlow no parece importarle la
cercanía en este momento.
De hecho, diría que su cuerpo anhela la familiaridad del contacto humano
mientras está tan perdida y asustada. Exhala un suspiro y se obliga a
calmarse. Joder, si no me deja sin aliento.
Dejo que entren, saco el teléfono del bolsillo de mi chaqueta de cuero y
pulso el nombre de Hunter. Contesta al segundo timbrazo.
―Rodríguez.
―Hey, tengo algo.
―Háblame.
Mi suspiro retumba en la línea.
―Whitcomb ya está muerta.
―¿De dónde has sacado eso?
―Harlow.
Hunter grita a alguien en el fondo, ordenando que despejen la habitación.
Ahora mismo debería estar en una reunión de inteligencia sobre nuestra
próxima redada de narcóticos.
Llevamos varios meses jugando al gato y al ratón con un gran sindicato
del crimen. Las próximas dos semanas serán cruciales para cerrar el caso.
Cuando vuelve a la línea, su voz es sombría.
―No es exactamente inesperado. ¿Lo presenció?
―Creo que sí. Richards tiene que estar allí para tomarle declaración
completa. Me preocupa cómo reaccionará Harlow.
―Si Whitcomb está muerta y Harlow escapó, este hijo de puta estará ahí
fuera ahora mismo, acechando a su próxima víctima.
―No está preparada ―respondo en voz baja.
―Joder, Enz. Tenemos al gobierno respirándonos en la nuca y más
recursos invertidos en esto de los que me gustaría admitir. Necesito
resultados.
―Hunter, cálmate. Tenemos que hacer esto bien.
Hay una larga pausa embarazosa.
―Hablaré con Richards para organizar algo. Puede estar allí para
supervisar. Aunque no puedes protegerla para siempre.
―Sólo me hago el listo. ―Me froto el dolor entre los ojos―. Ella no nos
sirve para nada meciéndose en una esquina. No podemos atrapar a este tipo
sin su ayuda.
La voz de Theo se filtra desde el fondo. Como jefe del departamento de
inteligencia, trabaja en estrecha colaboración con algunos de nuestros
mejores agentes. El trabajo preliminar de esta redada le ha mantenido
ocupado durante meses.
―Ya voy ―le responde Hunter―. Theo ha rastreado a Harlow haciendo
autostop en cuatro vehículos diferentes hasta ahora. Tengo muestras de los
forenses para que le hagan una prueba de ADN.
―¿Crees que tiene familia? ―Supongo, sintiéndome mal al pensarlo.
―Nadie la está buscando. Es un fantasma, pero tenemos que ser
minuciosos. Necesitamos nuevas pistas para identificar al asesino.
―¿Qué pasa con la redada de esta semana? Llevamos meses planeándola.
Todo está preparado.
―Te necesito aquí para dirigir el punto ―responde con firmeza―. Esta
operación requiere toda nuestra atención. Theo seguirá trabajando en el caso
de Harlow.
La línea se corta y me quedo mirando el teléfono unos segundos. Mi
lealtad debe estar con mi mejor amigo, mi empresa y la investigación en
curso. Sabre importa por encima de todo.
Es la familia que he creado para mí, caso por caso. Nuestras filas están
formadas por personas con talento, todas defraudadas por el mundo. He
encontrado amigos para toda la vida, incluso familia, en lo sombrío de mi
profesión.
No puedo dejar que Harlow amenace nuestro equilibrio.
Independientemente del patético retazo de esperanza que ofrece a mi frío
corazón volver a ser necesitado por alguien.
Harlow

l bolígrafo tiembla en mi mano mientras me invade el temblor.


Cada palabra que consigo escribir se tambalea, como la carta de
amor de un niño. Solo recordar los nombres que recuerdo me ha
agotado.
Cada palabra me recuerda pequeños detalles. Colores de cabello, sonrisas
rotas, historias desgarradoras compartidas en la oscuridad de la noche.
Todas las chicas tenían a alguien a quien querían, incluso desde lejos.
Se los quitó.
Lo peor de todo es que sé que hay otras. Sus identidades están borrosas en
mi mente, como fotos polaroid con las caras tachadas. Me mata saber que las
he olvidado.
Suelto el bolígrafo de golpe y me agarro el cabello estúpidamente largo.
Mi corazón late demasiado rápido. Bombea sangre. Mantiene vivos mis
órganos vitales. Suspendiéndome en vida, cuando lo único que merezco es
la muerte.
Tiro de mi cabello y jadeo cuando se me desprenden algunos mechones.
El chisporroteo del dolor es una distracción bienvenida. Respiro hondo y
envuelvo un mechón fino entre mis dedos.
El dolor nos limpia de todos nuestros pecados.
Sufrimos por él.
Un fuego recorre mi cuero cabelludo y vuelvo a tirar, esta vez con más
fuerza. Los mechones se desprenden de mi cabeza con un leve chasquido.
Me duele aún más y casi lloro de alivio.
―Dios nos ama por nuestro trabajo ―susurro roncamente.
Contemplando la lista de chicas que me miraron a los ojos antes de exhalar
su último aliento, me siento físicamente enferma. Ninguna de ellas tenía que
morir. Garabateo otro nombre al final, conteniendo un sollozo.

Debería haberme unido a ellas en esta lista mortal. La noche que grabó sus
marcas en mi carne, vi la luz legendaria. Estaba tan cerca, a centímetros. Casi
podía saborearla en mi lengua.
¿Por qué sobreviví yo y ellas no? ¿Con qué propósito me perdonó Dios la
vida? Tiene que haber una razón para todo este dolor y derramamiento de
sangre. No puedo vivir en un mundo donde la oscuridad existe sin ninguna
maldita razón.
―¿Ricitos de Oro? ¿Estás despierta?
Sigo mirando la lista garabateada cuando Leighton entra en mi dormitorio.
Se detiene al final de la cama y observa el papel que tengo en las manos.
―¿Harlow?
Levanto los ojos hacia los suyos.
―¿Sí?
―¿Estás... bien? ―Sus cejas se juntan en un ceño preocupado―. Quiero
decir, no te ves bien. En absoluto.
Cierro el puño alrededor del papel antes de que pueda ver los nombres.
La sangre me bombea tan deprisa que me mareo con el constante e
implacable latido. Es una burla interminable.
Viva.
Viva.
Viva.
Una mano me roza el hombro y me saca de mi aturdimiento. Me levanto
tan rápido que se me doblan las rodillas. Leighton me coge a medio camino
de la gruesa alfombra.
―Woah, tranquila.
Mi mano se agarra al suave tejido de su camiseta azul. Me rodea con los
brazos y caemos de espaldas sobre la cama, perfectamente hecha.
―¿Harlow? ―Leighton repite con urgencia.
―Lo siento ―digo a trompicones―. Perdí el equilibrio.
No afloja su agarre sobre mi cuerpo.
―No me asustes así, Ricitos de Oro. ¿Qué hay en el trozo de papel?
Me fuerzo a relajarme y me dejo abrazar por él. Huele a un tentador cóctel
de limón y lima, y las fragancias se adhieren a su cabello crecido. Me encanta
cómo le cae por las orejas sin ningún cuidado.
―El pasado ―respondo en voz baja―. ¿Ya han vuelto?
―No. ―eighton se mueve, todavía manteniendo un brazo alrededor de
mí―. Enzo envió un mensaje para ver cómo estábamos.
―Han pasado días desde que Hunter se fue. ―Me muerdo el labio con
tanta fuerza que me gotea sangre por la boca―. ¿Qué está esperando? Pensé
que quería... ya sabes, interrogarme.
―Están ocupados con una operación urgente. Yo no me preocuparía.
Cuanto más tiempo esté Hunter fuera, mejor para todos.
Le dirijo una mirada.
―¿Por qué no se gustan?
―Es complicado. ―Se encoge de hombros, sus ojos se desvían―. ¿Vemos
una película o algo? Me aburro.
―Siempre estás aburrido.
Leighton sonríe.
―Me he pasado toda la mañana poniendo la papelería de Hunter en
gelatina. La grapadora está tardando en ponerse.
―Espera, ¿qué?
Por fin se levanta y estira tanto los brazos que se le sube la camiseta. Se me
hace un nudo en la garganta. Veo un destello de sus firmes abdominales,
cubiertos por una alfombra de suave pelusa.
―Ya sabes, ¿como la escena en The Office? Ha sido un capullo
últimamente. Es justo.
Me obligo a apartar la mirada del trozo de piel que me está subiendo el
pulso. Leighton ha sido mi única compañía en los últimos días mientras
descansaba, alternando la siesta, la ducha y la ingestión de batidos de
proteínas con analgésicos.
Le encanta el afecto físico, algo a lo que me costó acostumbrarme. No
estaba preparada cuando el otro día me trajo un queso a la plancha y se metió
en la cama para charlar mientras comía.
Las caricias casuales y los susurros de afecto sin motivo eran
desconcertantes al principio, pero poco a poco me estoy adaptando a la
necesidad constante de Leighton de seguridad y atención. Es una persona
dulce.
―No sé de qué estás hablando, Leigh.
Su nariz se arruga de adoración ante el apodo improvisado.
―Estás de broma, ¿verdad? ¿Nunca lo has visto?
Sacudo la cabeza.
―¿Qué pasa con Friends?
―Como, ¿tenía amigos?
―No. ―Su expresión se vuelve aún más horrorizada―. El programa,
Harlow. ¿Friends? ¿No?
Me arden las mejillas.
―Ni idea.
Maldiciendo en voz baja, Leighton me arrebata el papel antes de que
pueda reaccionar. Me invade el pánico, pero se limita a tirarlo sobre la
cómoda y me ofrece la mano.
―Vamos a rectificar esta situación inmediatamente. No vas a sentarte aquí
y esperar a que Hunter vuelva a casa. Tenemos que ponernos al día.
Me levanta con cuidado, coge la rebeca color mostaza que dejé colgada en
la puerta del armario y me la envuelve. Mi corazón tartamudea ante tan
considerado gesto.
―Enzo tiene que comprarte más mierda ―se queja, cogiéndome la mano
de nuevo―. Las bolsas que compramos el otro día no fueron suficientes.
Me arrastra fuera de la habitación, con su piel ardiendo en la mía como
una marca de ganado. Lo único que huelo es su gel de ducha cítrico, pegado
a su piel en una nube deliciosa y tentadora.
―Compró demasiado.
Leighton me mira de reojo.
―Sí, realmente no fue mucho.
Leighton baja las escaleras con dolor de costillas y respiración controlada
y me guía hasta el estudio. Me dirige hacia el enorme sofá y me deja caer
sobre un nido de cojines.
―Ponte cómoda ―ordena con mirada severa―. Órdenes del médico.
Tomando la otra esquina, Leighton estira sus tonificadas piernas. Está
vestido para una tarde lluviosa, sus sudaderas están bien gastadas y se
ajustan perfectamente a su musculoso cuerpo.
Coge una manta de punto, me cubre con ella y me mima como una mamá
gallina. Su media sonrisa es divertida cuando me retuerzo y evito que me
toque.
―No podemos permitir que te resfríes en mi guardia ―explica―. Enzo
amenazó con montar mi cabeza en un pincho fuera de la casa si no te
mantengo a salvo.
―¿A salvo de qué? ―Hago un gesto alrededor de la habitación―. Este
lugar es una prisión de lujo. Incluso hay gente vigilando nuestra celda.
―Están fuera por seguridad, al parecer. ―Leighton se acomoda mientras
hojea los canales―. ¿Alguna vez has visto una película?
Sus preguntas son siempre sutiles, deslizadas en conversaciones
informales. Poco a poco, mis secretos se van desvelando.
Tarareo una respuesta sin compromiso.
―Eso es un no entonces. Chica misteriosa, me estás matando aquí.
―Tu indecisión sobre mi apodo me está matando ―respondo sin pensar.
Leighton suelta una carcajada.
―¿Qué puedo decir? Eres imposible de precisar, Ricitos de Oro. Algún día
te descubriré.
―Buena suerte con eso.
―¿Es un reto?
―En absoluto.
Al elegir una película, la pantalla estalla en una explosión de color. Los
coches se enfrentan en las primeras escenas, a una velocidad de vértigo y
entre disparos.
―Mierda ―maldice Leighton―. ¿Te parece bien una película de acción?
No pensaba…
Estoy tan embelesado con la pantalla que no le contesto. La escena cambia
y muestra una ciudad rica, vibrante y llena de luces. Estoy tentada de tocar
el televisor, desesperada por experimentar la realidad alternativa que se
esconde entre sus paredes de cristal.
No importa cómo sé que es el artilugio mágico. Como la mayoría de las
cosas, estoy aprendiendo a no cuestionarlo. Hay muchos objetos en esta casa
que me resultan familiares, aunque no recuerde por qué.
―Hunter odia este tipo de películas ―revela Leighton, con su pie rozando
el mío―. Es un amante empedernido de las comedias románticas.
―¿Rom-que?
―Mierda esponjosa.
Me acurruco en la suave manta.
―Hunter no me parece una persona... mmm, esponjosa.
Ahogándose en una carcajada, Leighton me sonríe.
―Me encanta cuando dices exactamente lo que piensas.
―¿Es algo malo?
―Claro que no. Deberías hacerlo más.
Volvemos a centrarnos en la película mientras se desarrolla una escena de
lucha. Me sorprendo a mí mismo viéndola entera, reprimiendo un escalofrío
cuando la sangre salpica contra el fuerte golpe de los puños.
Al final de la película, estoy pendiente del borde de mi asiento y lista para
más drama. Las historias siempre me han fascinado. Mi mundo fue tan
pequeño durante tanto tiempo que aprendí a aferrarme a los retazos que
recibía.
La mayoría de las chicas me hablaron. Algunas me contaron todos los
intrincados detalles de sus vidas. Esperanzas, sueños, pasiones. Vivía a
través de ellas y era la mayor libertad que había sentido nunca.
Leighton tararea en voz baja y cambia de canal. Un grupo de amigos
bromean mientras toman café, un líquido negro y viscoso en sus tazas.
―Eso se ve tan asqueroso.
Vuelve a desternillarse de risa.
―Enzo bebe café como si consumiera heroína. Deberías oler su aliento.
―A mí me olía bien.
Leighton se pone de lado, ignora la tele y me mira a mí.
―Eres un soplo de aire fresco.
―¿Eh?
―Vivimos en un mundo en el que todo el mundo lo sabe todo. ―Sus ojos
verdes me recorren―. Y entra esta preciosa criatura que no sabe nombrar
marcas de cereales ni reconocer una serie como Friends.
Nos miramos fijamente, sin prestar atención al espectáculo. Hay algo en la
forma en que Leighton me mira: un reto casi juguetón, como si me desafiara
a demostrarle que se equivoca.
Me ve de forma diferente a los demás. No me trata como a un cristal roto,
a un segundo de la implosión. Leighton es sensible, pero sigue hablándome
como si fuéramos dos amigos normales, pasando el rato.
―Eres un enigma, Harlow.
―Bueno, no estoy segura de que me guste ese apodo.
Sin dejar de reírse, salta del sofá en un arrebato de energía y desaparece en
la cocina. Cuando vuelve, balanceando dos cuencos de plástico, cojo
rápidamente uno antes de que me lo tire a la cabeza.
―¿Qué es esto? ―pregunto inquisitivamente.
Se sienta unos centímetros más cerca de mí y me indica que me sirva.
Huelo el contenido y me asaltan aromas dulces y salados. Se me hace la boca
agua.
―Palomitas ―dice Leighton alrededor de un bocado.
―¿palo...mitas?
―Como maíz reventado, mezclado con mantequilla y esas cosas.
―Eso no tiene sentido. ¿Te lo estás inventando?
Sacudiendo la cabeza, Leighton coge un trozo de palomitas y lo mantiene
en el aire. Su mano se acerca a mi boca cerrada. Con la comida
presionándome los labios, levanta una ceja en señal de desafío.
―Abre.
―De ninguna manera.
―¿No confías en mí? ―pregunta simplemente.
Incapaz de resistirme a su amplia y pícara sonrisa, cedo y le doy un
mordisco. Los sabores estallan en mi lengua, haciéndome gemir antes de que
pueda contenerme.
―Woah. Esta buenísimo.
―Te lo dije. ―Leighton me da un codazo en el hombro―. Hazlo. Pon algo
de carne en esos huesos.
Volvemos a caer en un cómodo silencio mientras vemos el programa. Es
tan relajante estar con él, más que con los otros. Su intensidad es demasiado
para mí, pero Leighton es como una brisa fresca y agradable en un caluroso
día de verano.
Vuelve a estirar las piernas y se cuela bajo mi manta. Con su rodilla
rozando la mía, tengo que esforzarme por respirar a través del roce
automático de la ansiedad. Aunque me hace sentir tranquila, la confianza
implícita que siento a su alrededor es aún más aterradora.
―¿Harlow? ¿Te importa si te hago una pregunta?
La voz de Leighton es suave y persuasiva, afinada hasta la perfección
melódica. Soy incapaz de resistirme a su canto de sirena.
―Supongo que sí.
―Me preguntaba si me contarías lo que te pasó.
Me atraganto con un bocado de palomitas y me las trago con agua
embotellada. Leighton parece contrito bajo su cabello alborotado y baja los
ojos hacia nuestras piernas cubiertas de mantas.
―Yo no... ah, ¿por qué? ―balbuceo.
―No estoy espiando para Hunter, si eso es lo que estás pensando
―responde con tristeza―. Sólo... me gusta pasar tiempo contigo.
Mi voz se entrecorta.
―A mí... también me gusta estar contigo.
―Bueno, quería saber si hay algo que debería hacer, o algo que pueda
hacer, para ayudarte. Por pequeña que sea.
Sus palabras hacen que el estómago me dé un extraño vuelco que
normalmente se reserva para las suaves miradas de Enzo. Me guardo esa
sensación desconocida en lo más profundo de mi alma pagana.
Los chicos lo dijeron ellos mismos. Esto es sólo temporal. Una vez que
tengan lo que quieren, la siniestra información enterrada en lo más profundo
de mi cerebro, quién sabe adónde me enviarán.
Este pequeño respiro está destinado a expirar. Dejarlas entrar sólo hará
que duela más. Cuando dejé que las niñas se acercaran a mí, mató otro
pedazo fracturado de mi corazón al verlas morir.
―Mi, ah, la gente que, erm... son muy religiosos. De donde yo vengo, claro
―explico con torpeza.
―¿Cómo es eso?
Respiro hondo para armarme de valor.
―El trabajo del Pastor Michaels es castigar a los pecadores. Lo llama
redención, pero no lo es.
―¿Pastor Michaels? ¿Ese es su nombre?
El agotamiento me ha soltado la lengua. A pesar de haber descansado más
de lo que nunca logré en la gélida oscuridad, me siento más agotado que
nunca. Mentir es demasiado duro.
―Sí.
―¿Y ayuda a muchos de estos... pecadores?
Nuestras miradas se cruzan: la azul sobre la verde, la confianza sobre el
terror. Su luz interior llama a mi oscuridad, exigiendo la verdad. Soy incapaz
de ocultar mi tormento interior.
―Sí, muchos ―me ahogo―. Demasiados.
―Lo siento mucho, Ricitos de Oro.
La mano llena de cicatrices de Leighton se extiende y coge la mía. Su piel
áspera y callosa contrasta con su exterior entrañable. Me encantaría saber
cómo se hizo esas cicatrices y qué angustia se esconde tras su fachada.
―Pero ya sabes, ahora eres libre ―añade.
―¿Para hacer qué?
La sonrisa chispeante de Leighton no es arrogante ni está llena de su
habitual confianza fanfarrona. Es sencilla, dulce. Como si estuviera
realmente interesado en ayudarme a reconstruir las ruinas de mi vida.
―Lo que quieras. Puedo ayudarte.
―¿Por qué posible razón? ―Las lágrimas me abrasan el fondo de los
ojos―. No me conoces. Hunter lo dejó claro; sólo soy un trabajo más.
―Eso no es verdad.
―Sí, lo es. Una vez que termine, me iré.
―¿Qué te hace pensar eso? ―Leighton chasquea, su voz se vuelve oscura
y peligrosa.
Tardo un momento en encontrar las palabras adecuadas. Me extasía la ira
que se retuerce en sus iris, que sube a la superficie. La verdad se escapa.
―Porque a la gente no le gusta mirar cosas rotas. Mírame, Leigh. Mírame
detenidamente. Nadie quiere a esta persona débil y estúpida cerca para
siempre.
Su mano sigue en la mía, apretándose como un lazo. No me aparto. Su
mirada se clava en mí, aguda y dolorosa, ardiente de desafío.
―Estoy mirando, Harlow. Te veo.
El calor acuna mi corazón, empezando a descongelar los bordes helados.
Él me ve. Alguien me ve de verdad.
―¿En serio?― Le susurro.
Los labios de Leighton se tuercen en una pequeña sonrisa.
―Así es.
Me aprieta los dedos una última vez, me suelta la mano y vuelve a mirar
a la pantalla, con la garganta agitada. ¿Qué está sintiendo? ¿Qué piensa?
¿Siente lo mismo que yo? No puedo descifrar la emoción en su rostro.
Me quedo mirándole un momento, pensativa. Aún siento un hormigueo
en las yemas de los dedos cuando se enredaron en los suyos, lamentando la
pérdida de contacto. Decido dar un salto hacia lo desconocido.
―¿Leighton?
―¿Sí? ―Me lanza una mirada esperanzada.
Lamiéndome los labios secos, intento encontrar una sonrisa sólo para él.
―Gracias por estar aquí.
Me corresponde sin vacilar, con una sonrisa mucho más brillante y alegre
que la mía. Me deslumbra, me atrapan los devastadores rayos de luz pura
del sol.
―Cuando quieras, Ricitos de Oro. Siempre estaré aquí.
Harlow

espués de descansar, recuperarme y aprenderlo todo sobre la


excéntrica cinta transportadora de villanos de Ciudad Gótica,
Leighton ronca como un poseso a mi lado. Tiene palomitas de maíz
pegadas a la cara y barba de tres días en la mandíbula.
Agarro una manta, lo arropo y me tomo el tiempo necesario para
arrancarle los granos de la mejilla. Se estremece un poco ante mi suave
contacto, parece ponerse en alerta máxima.
Ralentizo mis movimientos y dejo que mis dedos acaricien su piel. Hemos
pasado mucho tiempo juntos esta última semana, nuestra soledad se ha visto
interrumpida por los mensajes de texto de Enzo y sus hombres que patrullan
frente a la puerta principal.
Un pequeño gemido, casi imperceptible, escapa de los labios de Leighton.
Sus ojos se mueven tras los párpados cerrados, luchando contra un enemigo
invisible. Esperando a que se deje caer de nuevo, desenredo nuestros
miembros entrelazados.
Hay algo más detrás de su exterior despreocupado.
Yo también he visto oscuridad en él.
Salgo a hurtadillas de la guarida y vislumbro el sol que se apaga en el
exterior. La expectación me recorre la espalda. Lucky me pisa los talones
cuando atravieso las puertas francesas sin detenerme a coger el abrigo.
No me importa el frío. Esto se ha convertido en nuestra rutina nocturna en
los últimos días, llueva o haga sol. Una vez fuera, el aire helado me envuelve
en su abrazo familiar.
Comienzo el largo y tranquilo paseo por el perímetro del jardín. Es
enorme, lleno de arbustos y árboles retorcidos y nudosos. Lucky trota a mi
lado, aullando de vez en cuando.
Rodeamos el jardín, inspeccionando las hojas caídas que pintan la escena
de naranja y amarillo. El otoño se rinde a la dura realidad del invierno en un
derroche de colores cálidos y bruñidos.
―Allá vamos ―susurro, hundiéndome en la hierba húmeda.
Lucky se acomoda a mi lado, con su fuerte cuerpo acurrucado contra el
mío. Acaricio cada parte de ella, desde sus orejas de terciopelo hasta su
brillante pelaje dorado. Ella me lame la mejilla a su vez.
Laura tenía un perro cuando era niña. Algo llamado Staffie. Hablaba
mucho conmigo. Sé que odiaba su trabajo, usar su cuerpo para ganar dinero.
Su hermano era la única familia que le quedaba.
Cada noche, recorría las calles convenciéndose de que debía seguir
adelante en su nombre. Cada céntimo que ganaba le libraría de una vida de
pobreza que a ella no le ofrecía las mismas oportunidades.
Laura era inteligente y fogosa. Viva sin complejos. Le encantaban los días
soleados y odiaba la nieve: el frío significaba menos trabajo. Toda su
existencia giraba en torno a la vida que estaba decidida a construir para su
hermano.
Vamos a salir de aquí, Harlow.
Te enseñaré el sol.
Lo prometo. Juntas.
Con los ojos en el horizonte resplandeciente, siento que mis lágrimas
fluyen de nuevo. Después de todos estos años, por fin veo lo que me he
estado perdiendo: la belleza incomparable del mundo mientras se duerme.
Este es mi nuevo momento favorito del día. Casi puedo sentir el fantasma
de Laura a mi lado. En mi imaginación, su mano ensangrentada descansa
sobre la mía mientras contempla conmigo la puesta de sol.
Cuando miro a un lado, veo su cabello castaño y su mirada dulce y amable.
Me sonríe, atravesando el entumecimiento que envuelve mis huesos. Alargo
la mano e intento acariciar su mejilla, pero mis dedos la atraviesan y se
desvanece.
Mi mano cuelga en el aire, flácida e inútil. Miro fijamente a la nada. Laura
no está realmente aquí. Estoy sola. Cada paso que he dado ha sido
completamente sola. Laura está muerta. Rogó por el abismo y me dejó para
que me enfrentara al diablo sin ella a mi lado.
―Tengo mucho miedo, Lucky ―admito entrecortadamente.
El perro me da un golpe en el hombro en respuesta.
―¿Qué pasa ahora? ¿Cómo se supone que... voy a vivir?
Mis ojos doloridos se cierran cuando el sol desaparece y los últimos rayos
desaparecen de mi vista. Un repentino escalofrío me recorre cuando
recupero la sensibilidad, pero no me muevo para volver al interior.
El entumecimiento va y viene todos los días. A veces dura horas y me
quedo mirando la pantalla del televisor, sintiéndome ajena e irreal. Me siento
perdida y fuera de control.
Con los dientes apretados, cojo un puñado de cabello y separo las hebras.
Me quema tirar de ellos, de uno en uno, dejando que caigan a la hierba. Cada
ráfaga de dolor atraviesa mi coraza entumecida.
Tira.
Tira.
Tira.
Se acumula un pequeño montón. Me da vergüenza sólo de mirarlo. No
necesito que el doctor Richards me diga que esto no es normal. A veces, me
sorprendo a mí misma haciéndolo sin darme cuenta, rodeada de cabello
arrancado.
Se trata de dolor.
Control.
Claridad.
Esto es lo único que funciona.
Al volver en mí, la conciencia me golpea como una avalancha. La
adormecida sensación de desapego disminuye lentamente. Hasta la próxima
vez, vuelvo a mi cuerpo.
―¿Harlow? ¿Estás aquí?
Rápidamente soplo el cabello, acerco a Lucky y permanezco oculta a la
vista. Hay una retahíla de maldiciones antes de que se haga el silencio, un
coro vacío para mis interminables lágrimas.
Por mucho que tire o me haga daño, no puedo borrar de mis recuerdos la
imagen de la boca de Laura echando espuma de sangre. Sus ojos conectaron
con los míos una última vez entre los barrotes mientras yo sollozaba
incontrolablemente.
Haciendo caso omiso de los lloriqueos de Lucky, me coloco dolorosamente
de rodillas y entrelazo los dedos agarrotados. La escayola del brazo me lo
pone difícil, pero he estado en peores situaciones.
Cuando la Sra. Michaels me rompió el otro brazo hace tantos años, apenas
podía moverme. Debió de ser durante meses, porque al menos dos chicas
entraron y salieron durante ese tiempo.
―Por favor, perdóname por mis pecados ―recito temblorosa―. No sé
cuál es mi lugar en este mundo. Muéstrame el camino de los justos.
Se oyen gritos en el interior de la casa, que suenan lejanos, ya que los
extensos jardines me ocultan de la vista. El estruendo de voces fuertes y
frenéticas amenaza con distraerme.
Una discusión retumba en alguna parte. Permanezco concentrada,
recitando las palabras marcadas en mi corazón. Estoy tan inmersa en el ritual
que no me doy cuenta de las pisadas.
―Por el amor de Dios. No deberías haberla traído a casa.
Sorprendida, abro un ojo. Hunter recorre el perímetro del terreno con algo
en las manos. Parece desarreglado, con la camisa azul arrugada y el cuello
abierto, mientras su cabello suelto se agita con el viento.
Antes de que pueda escabullirme, Lucky empieza a ladrar. Traidora. Su
cabeza se ladea, siguiendo el sonido con la facilidad de un sabueso bien
entrenado.
―Cállate, maldito perro ―maldice.
Se oye un clic metálico. Miro a través de mi cortina de lágrimas el tiempo
suficiente para ver a Hunter guardando una pistola en la correa de cuero que
lleva alrededor de los hombros.
―¿Harlow?
―Vete, Hunter ―le suplico.
―Eso no va a pasar. Levanta el culo ahora mismo.
Su tono furioso me hace estremecerme. Me muerdo el interior de las
mejillas con tanta fuerza que me sale sangre, preparándome para el
inevitable golpe. Sabía que esto era demasiado bueno para durar.
Tal vez me golpee con su cinturón o me encierre en algún sótano maligno
debajo de su hermosa casa. Lleva el diablo dentro. Puedo verlo impreso en
su piel como un espejismo.
―¿Qué haces? ―truena.
Gimo como respuesta y abro los ojos para encontrarme con los suyos.
―Joder, amor. ―Parece mortificado, su cara palidece―. No voy a pegarte.
¿De acuerdo?
Con un movimiento de pies, el aterrador pilar del poder se sienta frente a
mí, cruzando sus anchas piernas sobre la hierba. El rostro de Hunter es una
herida abierta de culpabilidad mientras me estudia atentamente.
―¿Qué haces aquí fuera? ―pregunta con más delicadeza.
―Me gusta... ver la puesta de sol.
―¿En serio?
Asiento tímidamente con la cabeza.
―Es... tranquilo.
Hunter se pasa una mano por el cabello desordenado. Las puntas apuntan
en todas direcciones. Parece tan cansado, su barba menos esculpida y más
cavernícola a medida que crece.
Una parte de mí quiere cuidar de él y asegurarse de que está bien. He visto
sufrir a suficientes personas como para sentir odio por el dolor ajeno. No
puede haber dormido mucho desde la última vez que lo vi.
―Siento no haber estado por aquí ―ofrece, manteniendo la voz baja―. Ha
habido algunas complicaciones en el cuartel general.
―¿Qué hacer conmigo?
―No, hemos estado planeando una incursión durante los últimos seis
meses. Anoche, hicimos nuestro movimiento. El caso se está cerrando
mientras hablamos.
Me abrazo con fuerza y me estremezco al sentir la punzada de mi brazo
roto. Hunter se da cuenta y el breve destello de amabilidad desaparece. Se
levanta y me tiende la mano.
―Ven adentro. Deberíamos hablar como es debido.
De mala gana, dejo que me ayude a levantarme. La sensación de sus dedos
agarrando los míos es extrañamente relajante. Pensé que me echaría la
bronca o me arrastraría a alguna guarida para infligirme su interrogatorio.
Lucky se adelanta corriendo cuando ve a Enzo esperando dentro de la
casa. Demasiado ocupado frunciéndome el ceño con sus enormes brazos
cruzados, no está preparado para que Lucky se estrelle directamente contra
él.
A pesar de ser del tamaño de una montaña, Enzo cae bajo su peso y se
pierde en una tormenta de lamidas excitadas. Desde aquí le oigo maldecir a
lo bestia.
Hunter resopla.
―Alguien debería haber filmado eso.
―Creo que te mataría si lo hicieras ―murmuro.
―Merece la pena.
―¿Qué estabas haciendo ahí sola? ―Enzo ladra mientras nos acercamos,
poniéndose de pie―. Maldita sea, Harlow. No es seguro vagar por ahí.
―Tu gente me ha estado vigilando todo este tiempo. ―Hago un gesto
hacia el exterior―. He estado dando un paseo todas las noches.
Se pasa una mano por el cabello enmarañado.
―Estábamos preocupados. No estabas aquí cuando llegamos a casa.
Aprovechando la oportunidad, alzo la mano y le toco brevemente el
bíceps.
―Lo siento, Enzo.
―Está... bien. ―Una respiración pesada sale de sus fosas nasales―. Entra.
Entra en calor.
Nos amontonamos alrededor de la barra de mármol mientras Hunter
hierve la tetera para varias tazas de té. Parece beberlo como si fuera agua.
Debe de correr por sus venas en vez de sangre.
Enzo coge una gruesa sudadera gris y me la pone por encima. Su olor a
bosque se adhiere a la tela y me recuerda a las hojas caídas envueltas en la
fragancia de los pinos.
―¿Has estado bien? ―pregunta en voz baja―. Siento que las cosas hayan
tardado más de lo que pensábamos.
―Leighton me ha hecho compañía. ―Me ajusto la capucha―. Aunque me
ha hecho ver algunos programas de televisión terribles.
Hunter se burla mientras deja reposar su bolsita de té.
―Suena bastante bien. Mr. Slacker 5podría ser un teleadicto profesional.
―Me ha cuidado ―respondo secamente antes de dar marcha atrás―.
Quiero decir... él, bueno, no sé. Es simpático.
―¿Simpatico? ―Enzo repite confundido―. ¿Nuestro Leighton?
Evito que ambos me miren como si fuera un extraterrestre y me ajusto el
brazo escayolado para distraerme. El ruido sordo de unos pasos medio
despiertos se acerca a la cocina para interrumpir nuestro incómodo
momento.
―Jesús. ―Leighton entra a trompicones, frotándose los ojos―. ¿Son reales
o es un mal sueño?
―Siéntate, Leigh. ―Hunter suspira.
Aprieta la manta que le envuelve como una capa.
―Perdona, ¿quién eres? ―Sus ojos se encuentran con los míos―. Harlow,
nos he alquilado la edición extendida de Batman Begins. ¿Lista para volver a
verla?
Todavía tiene palomitas pegadas a la cara mientras me guiña un ojo. Los
otros dos parecen más que confusos.
Me aclaro la garganta.
―Leighton hizo una lista de sus diez películas favoritas. Estamos
revisándolas todas.
―¿En serio? ¿Batman entre los diez primeros? ―exclama Enzo.

5 Una persona que no trabaja lo suficiente


Leighton se queda con la boca abierta.
―No lo critiques, Enz. Sabes que estoy mojada por Christian Bale. Qué
hombre.
Sus ojos se abren de par en par.
―¿Estás... mojada por él? ¿Esa es la palabra que eliges? ¿En serio?
―Amigo, ¿lo viste en topless?
Hunter baja de golpe varias tazas de té.
―Concentrense, idiotas. Ahora mismo no estamos debatiendo sobre putos
personajes de ficción. Jesucristo.
Leighton sonríe y se sirve el té de Hunter. Antes de que acabe con la nariz
rota, se retira a la mesa vacía del otro lado de la habitación. El ceño de Hunter
se frunce a cada paso.
―¿Qué decías? ―Leighton sorbe el té―. Joder, hermano. Esta taza es muy
buena. Me has estado ocultando algo.
―Devuélvemelo antes de que venga y te arregle la cara.
―¿No sabías que compartir es cuidar? ―canta Leighton.
Deslizando su té hacia Hunter antes de que estalle una pelea, Enzo apoya
las manos en la barra del desayuno y se vuelve hacia mí.
―Bebe. ¿Has tomado tus analgésicos?
―Todavía no ―admito, tomando un sorbo de bondad azucarada.
Enzo hace esperar a todo el mundo mientras sube las escaleras para
recoger mis pastillas de la noche. Me muero de vergüenza mientras los otros
dos reprimen las ganas de matarse.
Cuando Enzo regresa, deposita las pastillas de colores brillantes delante
de mí. Me estremezco bajo el peso de su aguda mirada. En serio se va a
quedar ahí mirando cómo me las trago.
―No hace falta que mires ―susurro.
―Otra vez estabas fuera sin abrigo ―responde tajante―. Alguien tiene
que asegurarse de que te cuidas.
Las trago con un bocado caliente de té y le saco la lengua para que la
inspeccione.
―¿Satisfecho? ―le pregunto.
―En absoluto ―refunfuña en voz baja―. Acabemos con esto. Necesita
descansar.
Poniendo los ojos en blanco, Hunter vuelve a centrar su atención en mí.
―Harlow, tengo entendido que Laura Whitcomb ha fallecido.
Asiento con la cabeza.
―Esperábamos esta noticia después de casi dos meses, pero aún no
tenemos un cuerpo. Necesito tomarte declaración. El asesino sigue ahí fuera,
quizá buscando a su próxima víctima.
Todos ellos me están estudiando ahora, destrozando mis defensas y
robando mis secretos para su propia satisfacción.
―¿Qué necesitas que haga? ―pregunto cansada.
Hunter apura su taza de un largo trago.
―La prensa ha empezado a unir los puntos. Tenemos que hacer una
declaración antes de que eso ocurra, anunciando que estás cooperando con
la investigación.
―Joder, no ―sisea Enzo―. No podemos decirles a esos idiotas que
Harlow está viva y ayudándonos. Es demasiado peligroso para ella.
―Tenemos que salir al frente de esto, Enz. Hemos sido contratados por la
SCU. Es dinero público. La transparencia es nuestra única opción.
La ansiedad me roza como la mano esquelética de un fantasma.
―¿Quieres que hable con esa gente?
Hunter sacude la cabeza.
―Olvídate de ellos. Nosotros nos encargaremos. Tienes que sentarte con
nosotros y contarnos todo lo que sabes.
No hay escapatoria, pecadora.
Pensaste que podías ser otra persona.
Patético, demonio sin alma.
Aparto de mi mente la voz del pastor Michaels y miro los iris
achocolatados de Hunter. Es tan difícil de entender, apasionado en un
momento y frío al siguiente, pero creo que quiere ayudar.
Si no puedo confiar en él, al menos puedo confiar en sus acciones. Me han
mantenido a salvo, me han dado ropa y una cama caliente. Es más de lo que
nadie ha hecho por mí. Estoy a salvo gracias a ellos.
―Te diré lo que necesitas saber ―digo finalmente―. No puedo recordarlo
todo. Todo está tan borroso todavía.
―Cualquier información será de ayuda. ―Hunter mira a Enzo―. Haré
que Richards se reúna con nosotros en el cuartel general mañana para
supervisar.
―¿Quieres acogerla? ―pregunta Enzo sorprendido.
Hunter se encoge de hombros, echándose el pelo alborotado hacia atrás.
―Podemos hacerlo todo allí, donde está a salvo y segura. Theo necesita
reunirse con Harlow, y tiene algunas actualizaciones para el equipo.
Enzo vuelve a quedarse callado. Me estudia con tanta intensidad que me
siento incómodo en mi asiento. Hay un fuego furioso y violencia en sus ojos.
Ya he visto esa mirada antes.
Me asusta muchísimo. La rabia puede corromper hasta la más gentil de las
almas, y él se tambalea al borde de esa peligrosa caída.
Leighton da una palmada.
―Bueno, parece que vuelvo a la oficina. Christian y su cuerpo sexy
tendrán que esperar.
No me pierdo la forma en que Hunter estrecha la mirada hacia él.
Harlow

medida que nos adentramos en el centro de Londres, desciende


una atmósfera oscura. Las calles y el entorno urbano se vuelven más
concurridos, con un sinfín de coches lujosos y gente corriendo de
un lado a otro.
Miro con la nariz pegada al cristal tintado. Hay tantos seres humanos, con
diferentes ropas y peinados, y no hay dos personas que se parezcan.
Algunos sonríen y otros no, unos caminan y otros corren. Es vertiginosa la
variedad de todo esto. Me siento intimidado por el tamaño del mundo del
que he estado encerrado.
―¿Por qué no vives aquí? ―pregunto al azar.
―Nos gusta nuestra intimidad y tranquilidad ―responde Enzo desde el
asiento del copiloto―. Este sitio es un puto pozo negro.
―No me importa la ciudad ―dice Hunter―. Tenemos varios
departamentos libres en el cuartel general. A veces me quedo allí.
Leighton está atado a mi lado, con su mano alrededor de la mía. No me
importa. La forma en que me acaricia los nudillos con el pulgar me
tranquiliza y me hace recordar el presente.
―Paso más tiempo aquí que con ellos y duermo donde me desmayo,
princesa.
―Eso es peor que Ricitos de Oro.
―Al final te pondré un apodo ―promete con un guiño.
Los edificios crecen tan altos que tocan el cielo lúgubre y cubierto de
nubes. Estudio los monstruos de cristal con asombro y palidezco un poco
ante el que nos dirigimos directamente.
El rascacielos es una imponente monstruosidad negra, envuelta en la
oscuridad y en duras líneas de acero. Las ventanas están tintadas de oscuro,
ocultando toda actividad en su interior. Incluso hay un helipuerto en el
tejado.
Imagino que es lo más parecido a una guarida del mal en el mundo real,
como la cueva de Batman. Anoche terminamos la trilogía. Ahora ha entrado
en mi top tres, gracias a Leighton.
Batman me recuerda un poco a Enzo: una bestia colosal, intensa y
mortífera, pero con una bondad oculta que sólo ciertas personas pueden ver.
No estoy segura que él aprecie esa comparación.
―Bienvenida a Sabre ―dice Hunter con grandilocuencia.
Se asoma a la ventanilla para que le escaneen la retina y las huellas
dactilares, se coloca sus aviadores oscuros y entra a toda velocidad en un
concurrido estacionamiento. La ciudad es engullida por las sombras que
aguardan.
Me muerdo el labio, observando cómo varios guardias armados se llevan
las manos a la frente antes de empujarlas al aire. Parece una señal de respeto
que Hunter devuelve, con su máscara carente de emoción.
Aparcamos en una plaza con su apellido impreso en tinta indeleble. Los
demás salen del coche mientras Leighton me ayuda a bajar. Enzo lo aparta
rápidamente y me pasa un brazo por los hombros.
―Capullo ―murmura Leighton.
Enzo le ignora mientras me abraza.
―Aquí todo el mundo trabaja para nosotros, así que no hay por qué tener
miedo. Pero no te alejes. Este edificio es enorme.
En silencio, los tres se mueven para bloquearme el paso sin mediar palabra
entre ellos. Incluso Leighton parece más apagado cuando nos detenemos
ante una puerta de entrada fuertemente armada. Varios guardias saludan a
Hunter y Enzo, haciéndose a un lado para ellos.
Escoltados por un pasillo impecable, salimos a un paraíso de cristal
reluciente. Tengo que respirar hondo. Hay mucha gente zumbando, vestida
con trajes elegantes y vestidos elegantes, hablando por teléfono o entre sí.
El techo es imposiblemente alto, más allá de lo que puedo ver. Luces
gigantescas se extienden hacia abajo en gotas de cristal. Cada superficie está
tallada en cristal o mármol, ciñéndose a líneas blancas y limpias que dan una
sensación clínica.
Capas de fornidos guardias de seguridad se alinean en cada esquina de la
cavernosa recepción. Delante de mí, unos dientes metálicos suben a la gente
como escaleras en movimiento.
―¿Qué es esa cosa?
―Escalera mecánica ―Leighton informa.
Le hago un gesto de agradecimiento.
―Huh.
Varias personas se detienen y estrechan la mano de Hunter o inclinan la
cabeza hacia Enzo con la mandíbula apretada. Nadie se atreve a acercarse a
él. Ambos son tratados con un aire de superioridad.
―Vamos. ―Hunter suspira, parece cansado con las formalidades―. Theo
nos espera arriba.
Nos metemos en un ascensor que nos espera en otro pasillo resbaladizo.
Hunter tiene que escanear un pase negro especial, lo que hace que las puertas
se cierren con un pitido silencioso.
Meto la mano buena en la camiseta negra y ajustada de Enzo, aterrorizada
por la extraña sensación de inercia en este espacio tan reducido.
―Estás bien ―me consuela en voz baja.
―Odio estas cosas.
―Respira. Llegaremos pronto.
Cuando el ascensor se abre en una planta muy iluminada, salgo corriendo
de la prisión tan rápido como puedo. Hunter nos acompaña a una oficina
cercana y teclea un código para abrir la puerta de cristal esmerilado.
Mi respiración es superficial cuando entro en el espacio. La luz me inunda
y entra por una serie de ventanas que van del suelo al techo. La inmensidad
de Londres me espera en alta definición.
Me acerco y apoyo la palma de la mano en el cristal, disfrutando
ávidamente de las vistas. Es como si estuviéramos en el cielo mirando al
mundo desde arriba, seguros y protegidos en nuestra burbuja de rascacielos.
Me siento invencible aquí arriba.
Leighton se une a mí.
―¿Te gusta la vista?
―Es muy alto.
―¿Tienes miedo?
Sacudo la cabeza y sonrío a las hormiguitas del suelo. Estoy lejos de las
garras de cualquiera que quiera hacerme daño. No pueden penetrar en esta
fortaleza de cristal envuelta en nubes y riqueza.
En un rincón, hay un escritorio de cristal situado ante las ventanas con una
impresionante vista panorámica. En cada rincón de la habitación hay pilas
de libros, fotografías enmarcadas y baratijas.
Hunter deja caer la chaqueta del traje y las llaves sobre el escritorio, parece
tranquilo. En la consola que tiene al lado veo varias fotografías enmarcadas
de él, Enzo e incluso Leighton, sonriendo y posando.
―¿Eh, Hunt? ―Leighton inspecciona la habitación―. ¿Hiciste feng shui
en este lugar con una maldita regla? Esto es una mierda obsesiva.
Hunter le fulmina con la mirada mientras endereza la pila de papeles de
su escritorio para que formen un ángulo recto perfecto. Resoplando,
Leighton acerca una silla a una larga mesa de reuniones de madera oscura.
Antes de que pueda sentarme a su lado, echo un vistazo al resto del amplio
despacho. Mi corazón se desploma de inmediato mientras mis extremidades
se entumecen por la oleada de conmoción.
Esto no puede ser real.
Cada centímetro de la pared del fondo está cubierto de gruesas capas de
papeles. Hay más hojas de papel de las que puedo contar, líneas de tinta
mecanografiadas e interminables fotografías pegadas encima con pequeños
alfileres.
Alrededor de las clavijas hay cordones rojos que conectan las distintas
secciones. Cada centímetro de pared está cubierto por un caótico contraste
con la despiadada organización de la oficina.
Mis pies me llevan sin pensar. Estoy entumecida, indefensa, arrastrada de
nuevo al abrazo del desapego. Estudiando las paredes, un peso horrible se
me enrosca en la boca del estómago.
Cuento cada fotografía clavada en su sitio. En total, dieciocho chicas me
miran fijamente. Me asquea comprobar los distintos perfiles. Las reconozco
a todas, algunas han entrado en mi lista.
Otros podrían ser completas desconocidas, pero sus rostros resuenan en el
fondo de mi mente. Sé que las vi morir, aunque no pueda recordarlo.
―No puede ser ―tartamudeo.
―Vuelve a sentarte, pequeña.
La mano de Enzo se posa en mi brazo. Salto tan rápido que acabo
estrellándome contra la pared en mi prisa por alejarme de él. Los papeles
llueven sobre mi cabeza mientras mi brazo en curación se agita de dolor.
Jadeando con fuerza, miro fijamente a la imponente bestia de pelo negro
que hay sobre mí. Ya no le reconozco.
Jadeando con dificultad, miro fijamente a la imponente bestia de cabello
negro que tengo encima. Ya no le reconozco. El entumecimiento ha infectado
cada parte de mí, haciendo metástasis, apoderándose de todo.
―¡Aléjate de mí!
―¿Harlow? ―pregunta, frunciendo el ceño―. Soy yo.
―No... no puedo... ¡quedarme atrás!
Sus siguientes palabras son ahogadas por gritos que resuenan
repetidamente en mi cabeza. Innumerables voces. Diferentes tenores.
Suaves. Rasposas. Femeninas. Rasposas. Desesperadas. Doloridas.
Esperanzadas. Suplicantes. Moribundas. Desaparecidas.
Me ahogo en destellos de recuerdos que había compartimentado. Sus
palabras manchadas de sangre resbalan por mi garganta como si tragara
balas. Las voces y los rostros son inconexos.
Por favor, déjame ir.
Quiero irme a casa.
¿Qué quieres de mí?
Déjame salir.
¡No me toques!
Me levanto a pesar de mi cuerpo palpitante y toco la fotografía más
cercana. Es Tia. La recuerdo bien. En la foto tiene una sonrisa hermosa y
segura, con los labios pintados de morado de otra mujer sellados en la
mejilla.
El pastor Michaels tenía una palabra especial para ella, una que me niego
a repetir. Algo que ver con ella besando a otras chicas. A Dios no le gusta eso.
No puedo imaginar ser capaz de tal odio sin sentido.
Se supone que Dios ama a todas sus creaciones. ¿Por qué debería importar
quién besa a quién? Hablaba mucho de Kara, su novia. La felicidad que
irradiaba, incluso en el sótano, era reconfortante.
―Lo siento mucho ―susurro, bajando la fotografía.
Los extraños hombres que me rodean guardan un silencio sepulcral,
observándome mientras catalogan cada pista que doy. Aprieto los labios
contra el rostro pixelado de Tia y la vuelvo a atar a la pared.
Todas las demás chicas que vi morir esperan a que las reconozca, todas
acusándome con sus ojos impresos. No las llamaría mis amigas, no en el
sentido convencional.
Todos estos valientes seres humanos eran mis hermanas. Nunca tuve
familia, pero de algún modo encontré espíritus afines en la oscuridad de mi
cautiverio. Nos unía la tragedia más que la sangre.
Soy la única que sabe lo que les pasó. El peso de la responsabilidad me
aplasta hasta la muerte. Tengo que recordarlas a todos, aunque me mate.
―¿Conoces a estas mujeres?
Levanto la vista y el mundo vuelve a enfocarme. Conozco a estas personas.
Hunter. Enzo. Leighton. Mi cerebro se tambalea, intentando reorientarse. Es
insoportable, la forma en que la realidad me golpea.
―¿Harlow? ―Hunter repite.
Todo lo que puedo hacer es asentir.
―Lo siento, pero necesito que lo digas en voz alta para que conste.
Acaricio con la punta de los dedos la trenza de Christie, su fotografía
clavada a unos metros de la de Tia. No le caía muy bien, prefería temblar y
llorar sola hecha un ovillo.
Le hice compañía a pesar de todo, susurrándole todo el consuelo que
podía. Murió tan silenciosamente como vivió. Me odio por admitir que me
alegré de alguna manera. Me hizo más fácil ver su muerte violenta.
―Sí.
―¿Cómo? ―exige.
Me vuelvo hacia ellos y trago saliva.
―Había una jaula junto a la mía en el sótano donde me tenían. Casi nunca
estaba vacía.
Hunter mira hacia otro lado, revolviendo papeles en su escritorio con la
mandíbula cubierta de desaliño en una línea inflexible. En cambio, Enzo se
niega a mirarme a otro sitio que no sea directamente a mí.
Su expresión es aún más asesina que de costumbre, casi animal. Parece
dispuesto a destrozar toda la oficina con sus propias manos. Leighton parece
más tranquilo y se alisa el cabello distraídamente.
―¿Todas? ―aclara Hunter.
―Sí ―me obligo a decir―. Reconozco a algunas, pero no recuerdo
exactamente lo que pasó. Eran tantas.
Hunter y Enzo toman asiento en el lado opuesto de la mesa. No hay rastro
del médico del hospital ni del misterioso Theo. Tomo asiento, sintiéndome
pequeña ante sus miradas brutales.
Hunter coloca su teléfono en el centro de la mesa. Ya está grabando, pero
repite la fecha de hoy y todos sus nombres. Me sobresalto al ver que estamos
casi en noviembre.
―Preséntate ―ordena con firmeza.
Me aclaro la garganta.
―Harlow.
―¿Apellido?
El nombre Michaels no encaja, aunque sea el que usaron mis padres. Si me
lo prescribo, no seré más que su hija.
Sólo otra broma cruel y maliciosa de Dios que inflige miseria a los demás.
Tengo que ser más que eso. Si pudiera arrancarme la piel y quemarla para
escapar de ellos, lo haría.
―No... ah, no lo sé. No me acuerdo.
Hunter asiente, con la pluma preparada.
―Cuéntanoslo todo.
Theo

on las yemas de los dedos volando sobre el teclado, entrecierro los


ojos ante el rastro de migas de pan que he estado siguiendo durante
la última semana. Es un trabajo minucioso, con una mezcla de
grabaciones de CCTV, fuentes privadas y cámaras de tráfico.
Estoy siguiendo el camino de la víctima a Londres, Harlow, debería decir.
Ella es una persona, después de todo. No soy bueno con eso.
El silencio y la previsibilidad son mis compañeros, la comodidad
controlable de los ordenadores y el código que yace dentro de mi
manipulación. ¿Las personas? No son tan fáciles de controlar.
Evito a los demás seres humanos por pura necesidad. Incluso los chicos,
mis compañeros de equipo y mi supuesta familia, me resultan intolerables.
Mi ansiedad social siempre ha sido grave. Ahora me está arruinando la vida.
La mujer en cuestión domina la enorme pantalla que se extiende por la
pared de mi despacho, reproduciendo en directo el interrogatorio de Hunter.
En lugar de abrumarla, optamos por jugar de otra manera.
El doctor Richards está sentado a mi lado, girando sus gemelos mientras
escucha atentamente y toma notas. Ha accedido a vigilar desde aquí, a la
espera si es necesario.
―¿Cuánto tiempo estuviste cautiva? ―Hunter pregunta.
―No recuerdo ningún momento en el que no me tuvieran enjaulada.
―Harlow mira fijamente más allá de todos ellos―. Pero sé cosas... cosas que
no debería. Así que no tengo ni idea.
―¿Recuerdas tu infancia?
Se encoge de hombros.
―Palizas. Me mataban de hambre y me atormentaban. Las chicas no
empezaron a aparecer hasta más tarde, cuando se aburrieron de hacerme
daño. Estaba tan feliz de tener compañía.
―¿Nada antes de eso? ―Hunter presiona.
Harlow sacude la cabeza.
―Sólo la jaula. Cuando las chicas empezaron a venir, me hablaron, me
enseñaron cosas. Me recordaron que yo era real. Me sentí tan bien después
de estar sola tanto tiempo.
―Jesús ―murmura Richards―. Pobre mujer.
Aprieto los labios y vuelvo a mirar la pantalla del portátil. El último
avistamiento conocido de la última víctima, Laura, fue en el norte. Esa es la
dirección desde la que Harlow hizo autostop.
Todavía estoy trabajando para determinar su ruta exacta. Saltó a través de
más de ocho vehículos durante varios días, colándose sin ser detectada. Tuvo
suerte de que el viaje no la matara.
―¿Todavía crees que es amnesia? ―Le pregunto al psiquiatra.
Richards asiente, sus ojos sombríos.
―Se está disociando. El modo de lucha o huida entra en acción, cambiando
la forma en que las experiencias traumáticas se almacenan en la memoria a
largo plazo. Desafortunadamente, la pérdida de memoria es de esperar.
―¿Quién te retuvo, Harlow? ―Hunter vuelve a llamar nuestra
atención―. Quiero nombres.
Sus dedos se preocupan por la manga de su sudadera.
―El pastor Michaels y la señora Michaels no son buena gente. Les gusta
hacer daño a los demás. Dios los envió para castigar a los pecadores y
preparar el rapto.
No puedo evitar una mueca de dolor. La han adoctrinado, le han metido
a golpes una realidad deformada. Los médicos sitúan su edad en torno a los
veintidós años. Eso es mucho tiempo, joder.
―¿Fue el Pastor Michaels quien hirió a las otras mujeres? ―Enzo pregunta
suavemente―. ¿Las mató?
Harlow asiente, mordiéndose el labio.
―La señora Michaels se encargaba de la limpieza. El pastor Michaels es
siervo de Dios. Cumple las órdenes del Señor.
―¿Limpiar? ―Hunter repite.
―Los cuerpos. ―Harlow parece un poco verde―. Dejaban mucho
desorden. A veces me obligaba a ayudar. Si me negaba, normalmente se
rompía algo.
―¿Y cómo mató a esas mujeres?
―Has visto los cadáveres, ¿verdad? ―responde entumecida.
Hunter la mira fijamente, exigiendo su respuesta. Está siendo muy duro
con ella, a pesar de las advertencias del médico. Cualquiera puede ver que
está traumatizada. Me sorprende lo bien que lo está llevando.
He visto a mucha gente derrumbarse en presencia de Hunter. No es de los
que se andan con rodeos ni andan con cuidado por la vida. Para eso está
Enzo.
―El pastor Michaels las castigó por sus pecados ―susurra Harlow con
voz ronca―. Para que se arrepintieran.
―¿Cómo? ―Hunter presiona―. Dinos.
―Tranquilo ―susurra Richards.
Harlow se pone rígida, replegándose sobre sí misma.
―Ya sabes cómo.
―Quiero oírlo de ti ―insiste Hunter.
Sacudiendo la cabeza, Richards hace algunas anotaciones más y se
desplaza, pareciendo incómodo. Sé que quería hacer las cosas de otra
manera. Enzo también.
Ninguno de los dos quería poner a Harlow en esta situación tan pronto,
pero lo que Hunter quiere, Hunter lo consigue. Todos estamos en deuda con
sus reglas por aquí.
―El pastor Michaels les pegaba hasta que rezaban ―responde finalmente
Harlow―. A veces... se quitaba la ropa y... las tocaba. Generalmente las hacía
obedecer.
Nadie sabe muy bien cómo digerir eso. No creo ni por un segundo que sea
tan ingenua como se hace pasar. Años de ver este abuso deben haberle
enseñado algunas cosas.
―¿Él... te hizo estas cosas? ―Hunter pregunta con cuidado.
Ella sacude la cabeza. Enzo se relaja un poco, pero sigue sujetándose tan
fuerte como un resorte en espiral, preparado para desatar el infierno en
cualquier momento. Esta noche correrá en vez de dormir, estoy seguro.
―Antes de... matarlas, tenía un cuchillo especial. De Dios, ya ves.
―Harlow se pone cada vez más pálida―. Lo usó para tallar símbolos
sagrados en sus cuerpos. Las limpiaba de todo mal.
Desoyendo otra de las advertencias de Richards, Hunter recupera una
carpeta sellada. Saca una fotografía brillante y se la ofrece a Harlow.
En él, el cuerpo desechado de Tia Jenkins ha sido capturado con esmerado
horror. La Santísima Trinidad está acuchillada en su piel, ennegrecida y
fundida por la descomposición del vertedero.
―¿Así? ―pregunta.
La mano de Harlow cubre su boca, temblando fuertemente.
―Luchó mucho. Al final la estranguló, cansado de esperar a que muriera.
Encontraron el cadáver de Tia Jenkins en un bosque del norte. Llevaba ya
semanas allí, con la piel devorada por gusanos y moscas. Harlow apenas
puede mirar la horrible imagen.
―Me dejaban los cuerpos durante un tiempo ―revela―. A veces durante
horas, a veces días. Al final, la señora Michaels se los llevaba.
―¿Qué? ―La voz de Enzo es muy aguda.
Harlow agacha la cabeza, una cascada de lágrimas fluye libremente.
―Le gustaba hacerme dormir en su sangre, para recordármelo. Si me
portaba mal, los dejaba más tiempo. Laura... ella... él no...
Se atraganta con un sollozo húmedo, como si necesitara vomitar pero no
pudiera. Hay algo que suplica ser liberado, pero ella lo contiene con todas
sus fuerzas.
Leighton gruñe a Hunter para que se detenga, cogiendo a Harlow en
brazos. Apenas le he visto desde que salió de la cárcel hace unos meses.
Parece tan diferente.
―Tenemos que detenernos aquí ―afirma Richards.
―Esto hay que hacerlo ―le recuerdo.
―No con tanta mano dura.
―¿Quieres que desaparezca otra chica?
―¡Quiero ver cómo atienden a mi paciente, Theo!
Cierra el bloc de notas con un suspiro frustrado. Se necesita mucho para
llegar a la piel gruesa del psiquiatra. Ha sido consultor de Sable en muchas
ocasiones, incluso en casos tan sangrientos como éste.
Pero todo esto parece diferente. Nos hemos involucrado después de meses
de fracaso. Ahora es personal, y escuchar de primera mano lo que este
monstruo es capaz de hacer sólo lo hace peor.
―No tienes que continuar ―ofrece Leighton.
Acaricia el largo cabello de Harlow. Parecen amistosos. Ella tiembla
violentamente en sus brazos, como una bomba a punto de estallar.
―Podemos parar ―añade.
―Tengo que hacer esto. ―Harlow le empuja―. Laura... ella... conservaron
su cuerpo durante mucho más tiempo, hasta que no quedó nada. El olor era
tan malo, que a veces me hacía desmayar.
Hunter mira deliberadamente a la cámara donde sabe que le estoy
mirando. Recojo mi portátil y la bolsa de pruebas que me espera. Richards
me mira marchar con desgana.
Camino por el pasillo y entro en el despacho de Hunter. Varias cabezas se
mueven en mi dirección.
―Toma asiento, Theo.
Siguiendo la orden de Hunter, dejo mis pertenencias junto a Enzo. Harlow
me mira, al borde de su asiento. Ya puedo decir que no le gustan los extraños,
el miedo está escrito en ella.
Evito sus ojos, demasiado ansioso socialmente para hacer mi propia
presentación. Esto va más allá de mis competencias. Estoy más
acostumbrada a trabajar entre bastidores que a tratar con víctimas.
―Este es Theo, jefe de inteligencia ―explica Hunter―. Ha estado
siguiendo tu ruta hasta aquí.
Me saluda con una pequeña inclinación de cabeza.
―Hola.
―A petición de Enzo, investigamos un poco más a fondo tu último
transporte y encontramos algo... inusual.
Hay un destello de pánico en la cara de Harlow.
―¿Lo hiciste?
―Muéstrale ―Hunter instruye.
Sin decir palabra, me pongo un par de guantes de látex y cojo la bolsa de
pruebas. Dentro hay un trozo de calcio ensangrentado y sucio: un hueso, el
fémur, para ser exactos.
―La encontraste ―dice Harlow―. Laura.
Coloco el objeto de nuevo en la bolsa. Las pruebas de ADN ya han
confirmado que pertenecía a la chica Whitcomb, pero establecer la
implicación de Harlow era importante. Ahora, sabemos que ella es quien
dice ser.
―¿Te importaría explicar por qué tenías esto en tu poder? ―Hunter
bromea.
―Sólo quería salir... Yo no... Yo...
Harlow suelta la mano de Leighton y se agarra el cabello con tanta fuerza
que me preocupa que se lo arranque del cuero cabelludo. Sus ojos se abren
de par en par y se iluminan de miedo cuando se levanta.
El asiento cae hacia atrás con un golpe y Enzo la sigue, acechándola como
un depredador atento. Ella respira con dificultad entre dientes apretados.
―Mantén la calma, Harlow ―aconseja.
―No tenía otra opción... Lo intenté e intenté, pero la jaula estaba cerrada.
Lo único que pude alcanzar fue... fue... el esqueleto de Laura.
Se hace el silencio en la sala.
―La usé para romper la puerta ―termina, temblando―. Tardé mucho,
pero las bisagras se rompieron. Me llevé todo lo que pude de ella y dejé el
resto.
Alejándose de todos nosotros, Harlow se retira al rincón más alejado. Enzo
intenta acercarse, pero cada paso en su dirección aumenta sus sollozos, hasta
que se ve obligado a retroceder. Ella no responde a su nombre.
La puerta del despacho se abre de golpe. Richards entra, con su abrigo de
tweed ondeando a sus espaldas, más enfadado de lo que le he visto en mucho
tiempo.
―Te advertí sobre demasiado, demasiado pronto ―grita enfadado―.
¡Esto es poco profesional y, francamente, poco ético!
Hunter no se inmuta.
―Tenemos un trabajo que hacer.
―No a expensas de aquellos a los que se supone que debes proteger.
¡Maldita sea! ¡No voy a tolerar esto!
Hunter aparta la mirada y se pasa una mano por la coleta. El silencio se ve
interrumpido por los gritos de Harlow, que se acurruca sobre sí misma. Sigue
sin dejar que nadie se acerque, completamente indiferente.
Leighton está congelado a unos metros de ella, deseando acercarse. Enzo
parece dispuesto a arrancarse el cabello de raíz mientras repite su nombre
una y otra vez.
Richards tiene razón, está perdida en su cabeza. Reconozco las señales. La
culpa me golpea en el estómago por el desastre que hemos hecho. Ella no es
sospechosa aquí. Hunter está dejando que el caso nuble su juicio.
Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, he pasado junto a los
demás con la bolsa de pruebas. Los ojos llenos de lágrimas de Harlow se
clavan en la parte del cuerpo envuelta en plástico que tengo en las manos.
―Creo que esto es tuyo ―susurro avergonzado―. Siento habérmela
llevado, Harlow. Era tu amiga.
―¿Para mí? ―balbucea.
―Puedes tenerla de vuelta para despedirte.
―Theo ―advierte Hunter sombríamente.
Sin hacerle caso, me arrodillo y le tiendo el hueso como ofrenda de paz.
Harlow lo acepta tímidamente, con el labio inferior tembloroso. Estudia el
trozo que queda de la última chica que vio con vida.
―Lo siento mucho, Laura. Pensé... sólo quería ayudarte ―murmura,
acariciando el fémur―. Ojalá hubiera podido con todas ustedes.
Nadie pronuncia una sola palabra, observando el devastador espectáculo
mientras Harlow abraza a su amiga. Me dedica una mirada rápida.
―Gracias por devolvérmela.
Asiento con la cabeza. Hacía mucho tiempo que nadie me daba las gracias
por... bueno, por nada. Los ojos de Harlow están embrujados mientras me
mira por un momento.
―Les he mentido a todos ―dice, volviendo a mirar a los demás―. Mi
nombre es Harlow Michaels. Ellos son mis padres.
―¿Qué coño? ―Hunter maldice en voz alta.
Pero Harlow ya se ha ido, acunando el fémur contra su pecho como si
fuera un osito de peluche. Sus ojos están abiertos, pero vacíos. Sin ver.
―Hunter ―Richards llama con severidad―.,Una palabra, por favor.
Leighton se retira al otro lado del despacho, se levanta y se acerca para
entrometerse en su conversación. Les oigo discutir sobre suspender el resto
del interrogatorio.
―Harlow ―ruega Enzo, quedándose detrás de mí―. ¿Por qué no puede
oírme?
―Cuidado ―le aconsejo―. No la asustes.
El cuerpo de Harlow está en nuestra presencia, pero su esencia ha sido
extraída. Lo único que podemos hacer es esperar a que vuelva. Poniéndome
en pie, le hago un gesto a Enzo para que ocupe mi lugar.
Se arrastra hasta ella, una hazaña impresionante para su tamaño. Lenta y
cuidadosamente, consigue quitarle el hueso de las manos y devolvérmelo.
Harlow ni siquiera se da cuenta, demasiado distraída.
Cojo las pruebas y las vuelvo a empaquetar cuidadosamente. La familia
Whitcomb tiene algo que enterrar ahora. Enzo se toma su tiempo para subir
a Harlow a su regazo, y ella pronto se desploma contra su pecho.
Se desencadena un aluvión de recuerdos que me invaden antes de que
pueda contenerlos. Cada uno me golpea como una bala entre los ojos.
Mechones de cabello rosa brillante deslizándose entre mis dedos. La nariz
del amor de mi vida enterrada en el pecho de Enzo. Sus ojos cerrados con
fuerza mientras el insomnio cedía su control.
Tuvimos a alguien antes, hace como toda una vida. Ella nos hizo
completos. Felices. Completos. No he sentido eso desde el día que la
perdimos.
―Voy a sacar a Harlow de aquí ―gruñe Enzo.
Tengo que apartar la mirada de ellos para disimular mi pena.
―Claro. Vete antes de que Hunter te detenga.
Sujetando el cuerpo tembloroso de Harlow como si pesara poco más que
aire, Enzo sale de la habitación sin decir una palabra más. Nadie se atrevería
a detenerlo con la escalofriante rabia en su rostro.
―Yo les acompañaré ―anuncia Richards, con el rostro sombrío.
Hunter le mira irse con exasperación. Recojo mis cosas y me aliso la camisa
de cuadros, necesito un momento para serenarme. Ha pasado mucho tiempo
desde que pensé en... ella. Ver a Harlow ha vuelto a remover toda esa mierda.
―Tienes que apresurarte con su perfil de ADN ―ladra Hunter cuando me
acerco a él―.,Quiero fechas, parientes, todo. Si tuvo un puto resfriado de
niña, quiero saberlo.
Me aclaro la garganta.
―Veré lo que puedo hacer.
―Nadie pasa completamente desapercibido durante veintidós años.
Quiero que esto se haga en silencio. Enzo y Richards claramente quieren
seguir caminando sobre cáscaras de huevo.
―Entendido, jefe.
―Tenemos que informar a la familia de Whitcomb ahora que tenemos la
confirmación ―añade Hunter―. Hudson puede hacerlo. Interrogó a las
diferentes familias de las víctimas antes en el caso.
―¿Pensaste que querías mantener la presencia de Harlow entre nosotros?
Hunter sacude la cabeza.
―Tenemos que hacer un anuncio de prensa de todos modos. Haz que
Kade traiga a todo el equipo para que les informe mañana. Yo mismo hablaré
con ellos.
Con una última inclinación de cabeza, consigo liberarme de su despacho.
Las cosas se aceleran si traemos al equipo Cobra. Son nuestros activos
secretos, implacables y despiadados a la perfección.
Cojo el móvil y abro los contactos con un suspiro. Hace mucho que no
llamo a nadie.
―Empezaba a preguntarme si estabas muerto ―responde Hudson con un
gruñido―. A menos que me estés llamando desde el más allá, en cuyo caso,
felicitaciones.
―Divertidísimo ―respondo secamente―. ¿Es un mal momento?
―Dame un segundo.
El sonido de puños encontrándose con carne resuena en la línea, junto con
los gritos de alguien en el fondo. Me agarro con fuerza mientras Hudson
grita a alguien, la línea se amortigua antes de que vuelva con un gruñido
grave.
Ha estado de limpieza toda la semana tras nuestra exitosa redada de
narcóticos. Enzo entrenó a Hudson él mismo, criando al secuaz perfecto para
golpear, romper e intimidar a su manera para obtener resultados rápidos.
―Libre ahora. ¿Qué pasa, Theo?
―Necesito que vengan todos mañana.
―¿Tienes algo para nosotros? ―pregunta entusiasmado―. Estoy cansado
de estos pandilleros de baja estofa.
―No te va a gustar lo que tenemos en su lugar. Hunter te informará por
la mañana.
―Te tengo. Theo, ¿por qué no vienes...?
―Tengo que irme ―interrumpo, colgando.
Vuelvo a mi solitaria oficina, enciendo la cafetera y me acomodo en la silla.
Mi teléfono vibra con un mensaje, pero no me molesto en comprobarlo.
Hudson tiene que rendirse.
No me interesa jugar a las familias felices como si los últimos cinco años
hubieran cambiado algo de lo que ocurrió entonces.
No quiero su ayuda.
No quiero su compañía.
Todo lo que quiero es a la única maldita persona que no puedo tener...
porque está muerta.
Harlow

l golpeteo de un guijarro contra la ventana me despierta en una


fracción de segundo. El tejido carnoso de mi corazón se golpea
contra mi pecho, el combustible del terror bombea por mis venas.
En mi sueño corría por un espeso bosque, atormentada por el dolor y la
desesperación. Las voces de dieciocho fantasmas seguían mis pasos con
lamentos.
Crack.
¿Sigo soñando?
¿Hay alguien... aquí?
Un crujido más fuerte perfora el silencio. Afuera está oscuro como boca de
lobo. Me dormí con las persianas abiertas de par en par, bañándome en la
luz de la luna. Conciliar el sueño cada noche está resultando difícil después
del interrogatorio.
Todavía se repite en mi mente, y así ha sido desde entonces, por mucho
que intente olvidarlo. Contarles todo fue como sacar las entrañas de mi
cadáver vacío.
Crack.
Tiro hacia atrás las sábanas, me abrazo el brazo escayolado y me arrastro
por la habitación hasta el origen del ruido. Por lo que puedo ver de la
entrada, está vacía. Ni un alma a la vista.
Leighton no salió a beber y oí a los demás llegar a casa después de otro
largo día de trabajo hace varias horas. Debe de ser mi imaginación. Tumbada
de nuevo en mi enorme cama, lucho por volver a dormirme, pero es inútil.
Estoy despierta, como todas las noches de esta semana. Sin darme cuenta,
mis dedos se enredan en un mechón de cabello y empiezan a tirar de él. No
puedo resistir la compulsión.
Se está convirtiendo en una adicción, arrancarme los cabellos y deleitarme
con la dichosa familiaridad del dolor. Esconderlo es cada vez más difícil, ya
que la vocecita infecta cada hora de mi día, no sólo los momentos en que me
siento irreal.
Otra media hora de silencio y ya no aguanto más. Me pongo una sudadera
holgada para cubrirme las piernas desnudas y bajo a hurtadillas las escaleras
después de quitarme los cabellos de la almohada.
La luz de la luna se filtra por las baldosas pulidas, iluminando mi camino
hacia la nevera. Cojo una de las botellas de leche que me traen a la puerta
todos los días. Lo juro, el mundo real es muy raro.
Mientras saco la leche caliente del microondas, oigo otro ruido detrás de
mí. La taza se me resbala de las manos y se rompe contra el suelo de baldosas,
arrojando líquido hirviendo sobre mis pies.
Grito, resbalo y aterrizo entre los fragmentos de cerámica con un ruido
sordo.
―Niña estúpida y tonta.
El pavor se desliza bajo mi piel y me atraviesa el corazón con sus esquirlas
heladas. Había olvidado lo maliciosa que suena su voz, llena de santa
determinación.
―Estoy dormida ―me susurro a mí misma―. Esto no es real.
Cuando me miro las manos, la sangre mana de los cortes que me hizo la
taza. Me unto distraídamente el derrame rojo, sintiendo su calor pegajoso.
Parece real. El dolor es tangible. ¿La gente sangra en sueños?
―Harlow. Arrodíllate ante tu padre.
Conteniendo la respiración, alzo la vista. En el umbral de la puerta, el
pastor Michaels me mira con una sonrisa zalamera. Sus ropas de procesión
están en su sitio: terciopelo rojo intenso e hilos de oro que contrastan con su
cofia plateada.
Parpadeo repetidamente, esperando que desaparezca. ¿Cómo es que está
aquí? No. No puede ser. Cierro los ojos y me los froto con fuerza antes de
volver a abrirlos. Sigue ahí de pie.
―Esto no es real.
Su sonrisa toma un cariz violento.
―Soy tan real como tú.
―No estás aquí ―me tranquilizo.
―¿No es así? Fue bastante fácil entrar.
Mientras miro fijamente a mi padre, con el miedo golpeándome como
tumultuosas olas oceánicas, la habitación se tambalea. Todo se deforma y
retuerce, el aire parece reformarse en nuevas visiones del horror.
El pastor Michaels se acerca y saca de su túnica un cuchillo largo y curvo.
Aún está manchado con la sangre de Laura.
Goteo, goteo, goteo.
―Harlow ―repite―. Arrodíllate.
Goteo, goteo, goteo.
―Arrodíllate ante tu padre.
Goteo, goteo, goteo.
La hoja brilla a la luz de la luna, iluminando manchas carmesí. Sus pasos
se acercan. Mi corazón da un vuelco, amenazando con estallar en pedazos.
Antes de que sus puños toquen mi carne, me pongo en pie.
―¡He dicho que te arrodilles! ¡Haz lo que el Señor te pide!
Busco algo con lo que protegerme y mis dedos rodean el mango de un
cuchillo que sobresale del bloque de la cocina. Corta el aire con un silbido
metálico y se alza frente a mí.
El rostro del pastor Michaels se oscurece hasta adquirir un feo tono rojo.
Puedo ver la niebla enfurecida perfundiendo todo su ser, transformando la
apariencia de un hombre normal y amable en un monstruo.
―¡Quédate atrás! ―Le grito―. No me arrodillaré por ti. ¡No me
arrodillaré por nadie!
―Aquí no usamos ese tipo de lenguaje ―me grita, esparciendo su saliva
por el suelo―. Tal vez ha llegado el momento de que te vayas, niña pagana.
Te liberaré de este lugar pecaminoso.
La oscuridad rezuma por el suelo mientras arremete contra mí, como si el
mismísimo diablo se liberara del caparazón mortal del pastor Michaels. Grito
y corro por la cocina, intentando huir.
Cuando su mano me agarra el hombro, reúno todo el coraje que puedo y
agarro la hoja con más fuerza.
―¡Te mataré! ¡Aléjate de mí! ―Le amenazo.
―¡Harlow! ¡Para!
Las palabras no resuenan, ni tampoco la voz diferente que me las lanza.
Dando media vuelta, aprovecho el impulso y me lanzo contra el pastor
Michaels.
Los dos caemos al suelo de baldosas y el impacto me sacude el brazo roto.
Aprieto los dientes por el dolor. No moriré aquí.
―¡Te odio! ―Grito, fuera de control―. ¡Eres un monstruo!
―Harlow, soy yo. ¡Para!
―¡No!
Mi única mano buena se dirige a su cara y saboreo el agudo chasquido de
su nariz. La sangre resbaladiza cubre mis nudillos, provocándome un
frenesí. Cada puñetazo es como una salvación.
Me libero, hago pedazos la prisión de mi infancia. Mis golpes llueven,
aunque débiles y sin fuerza, pero no me detengo.
―Harlow... ¡por favor! Joder, no oigo nada.
Esta voz no suena bien. Es alta y de pánico, pero subrayada por una
calidad cálida, como la miel. Pastor Michaels no suena así.
Vuelvo a coger el cuchillo del suelo, ignoro la ansiedad que me invade y
aprieto la hoja contra su garganta.
Un tajo.
Eso es todo lo que haría falta.
―Te odio ―repito sollozando.
―Harlow ―repite el hombre debajo de mí―. Suelta el cuchillo. No pasa
nada. Te tengo.
Esto no está bien. El pastor Michaels no tiene una espesa barba castaña ni
un pelo brillante que le hace cosquillas en los hombros. La túnica procesional
sobre el pecho a horcajadas desaparece, dejando tras de sí nada más que piel
desnuda y tatuada.
El rostro del pastor Michaels se transforma ante mis ojos. Las líneas duras
y el odio amargo se convierten en ojos abiertos y labios afelpados y
tentadores teñidos de rojo brillante.
El cuchillo me pesa en la empuñadura, cortando la piel para liberar más
sangre. En cuanto me doy cuenta de a quién estoy inmovilizando en el suelo,
lo arrojo inmediatamente a un lado, aterrorizada por la sangre que me
empapa.
―Dios mío ―exclamo horrorizada―. ¡Hunter!
Sus ojos me atraen hacia sus profundidades de chocolate mientras busca
frenéticamente el audífono que se le cayó de la oreja durante mi ataque.
Cuanto más tiempo pasa sin encontrarlo, más pánico siente.
―Joder ―maldice―. ¿Dónde está?
Localizo el pequeño dispositivo negro bajo la encimera de la cocina y se lo
paso rápidamente a Hunter. Lo encaja en su sitio y, cuando se conecta, el
miedo se disipa en su rostro.
―Vale ―se dice a sí mismo―. De acuerdo.
Quiero ahogarme en los charcos fundidos de sus ojos y no volver a
respirar. Ataqué a Hunter. Yo... le corté la garganta. ¡Casi lo mato! No soy
mejor que los monstruos que me engendraron.
―Harlow ―suplica, ahuecando mi mejilla con una mano―. Necesito que
respires por mí. Todo va bien. Estás a salvo.
―¡No! ¡Estás sangrando!
―Estoy bien, Harlow. Sólo me asusté, eso es todo.
―No podías oír... lo que te hice.
―Respira, cariño. Ha sido un accidente. No es la primera vez, y no será la
última.
A pesar de sus palabras extrañamente amables, lo único que puedo hacer
es mirar la sangre que le chorrea por la clavícula desde la nariz. Yo hice eso.
Yo lo hice. Me sentí tan bien luchando.
Le hice daño.
Me ha gustado.
¿En qué me convierte eso?
Salgo de su cuerpo y caigo en una espiral de desesperación. Mi espalda
golpea la barra de mármol del desayuno hasta que no puedo correr más.
Hunter ignora sus heridas y me persigue.
Es un pilar de poder e intimidación, pero en este momento, su expresión
está rota. Parece indescriptiblemente triste. ¿Le divierte mi dolor? ¿No soy
más que otro espécimen fracturado para que lo estudie?
―Era tan real ―digo, las palabras oscuras y feas―. Podía... sentirlo. Su
voz. El olor de su piel... todo. Era tan real.
―Fue un sueño ―me asegura Hunter―. Eres sonámbulo o algo así. Nada
de eso fue real.
―¡Pero yo te ataqué! Pensé que eras... mi padre.
―No lo soy. ¿Puedes verme ahora?
Miro fijamente sus iris color café.
―Sí.
―¿Me parezco a él?
―N-No.
Tentativamente, Hunter me coge la mano. Estoy demasiado aturdida para
protestar. Se la lleva al pecho, colocándola justo encima de los latidos de su
corazón. Puedo sentirlo martilleando.
Su piel tatuada está caliente al tacto, suavizada por un parche de pelusa
marrón a lo largo de sus definidos pectorales. Saca la lengua para limpiarse
la sangre de los labios, que aún le cae por la nariz.
―Mírame ―ordena con severidad.
Obedezco sin dudarlo, atrapada en su mirada.
―Él no está aquí. Mírame, siénteme. Ve que no soy él.
Su voz es hipnótica, se desliza sobre mí como melaza espesa. Mi mano se
mueve por voluntad propia. Trazo los duros planos de su pecho, sobre los
oscuros remolinos de tinta que marcan su tatuaje.
Le envuelve el torso y le llega hasta los músculos del cuello. Puedo
distinguir elementos individuales: un intrincado árbol envuelto en hermosas
hojas de parra que se extiende por su vientre.
Pájaros de alas vastas y poderosas vuelan por la ladera de su pecho para
escapar, confundiéndose en el camino de sombrías nubes de tormenta y
estelas de tinta blanca que pintan gotas de lluvia individuales.
Es una tormenta eléctrica, pintada sobre su cuerpo en un lienzo real.
Hunter es exactamente eso: mortal e hipnotizante a la vez.
―Estás en casa conmigo ―murmura, su voz se vuelve gutural―. Nadie
volverá a tocarte. No se lo permitiré.
Se me hace un nudo en la garganta. Dejo que Hunter deslice sus brazos
bajo mis piernas, demasiado entumecida para protestar. Me levanta hasta
que me aprieta contra su pecho manchado de sangre.
Subimos las escaleras, donde se oyen los ronquidos de Leighton. Espero
que Hunter me lleve a mi dormitorio, pero lo elude y se dirige al otro extremo
del pasillo.
Me llevan a una habitación oscura, asaltada por olores masculinos. El
aftershave especiado de Hunter, ropa de cama fresca y el olor a lluvia de la
ventana abierta. Las esencias que componen su personalidad son
embriagadoras.
―Cómo no despertaste a Enzo, nunca lo sabré ―refunfuña―. Es un
milagro que no bajara y nos disparara a los dos por accidente.
Intento hacer una broma.
―Tal vez hay un Dios.
El pecho de Hunter retumba con una carcajada que no llega a escapar de
sus labios. Entra en el cuarto de baño, apaga la luz principal y enciende la
del espejo.
Emana un cálido resplandor que revela su cuarto de baño ordenado y
organizado. Es idéntico al mío, pero todas las botellas están apiladas en filas
ordenadas, con las etiquetas hacia delante.
―Vamos a limpiarte.
―Tú eres el que está sangrando ―señalo.
Hunter me sube a la encimera del baño, junto al lavabo. Me mira con una
ceja esculpida.
―Mira tus manos, Harlow.
Miro hacia abajo. Los cortes que sentí en la taza rota eran reales, la sangre
se filtraba por mis brazos en un flujo cálido y constante. Ni siquiera lo noté
en medio de la locura.
―Oh.
―Oh ―se hace eco―. Hiciste un buen trabajo, ¿verdad?
La acusación en su voz me rechina.
―No es como si lo hubiera hecho a propósito ―replico―. Todo parecía...
real. Todo lo que estaba viendo y oyendo.
La atención de Hunter no se aparta de mi cara.
―Puedo verlo.
Mete la mano debajo del lavabo y saca una cajita de metal. Dentro hay un
botiquín básico. Le tiendo las manos a regañadientes y dejo que limpie la
sangre con un algodón húmedo.
Trabaja concentrado en silencio, limpiando e inspeccionando. Se me caen
los ojos de la adrenalina.
―Casi termino ―susurra Hunter―.,Descansa en mi hombro si lo
necesitas.
Me fuerzo a abrir los ojos.
―No. Necesito limpiarte.
―Soy un niño grande, Harlow. Puedo cuidarme solo.
―Pero... no deberías tener que hacerlo.
Se detiene con un algodón ensangrentado en la mano. El aire entre
nosotros es extraño, casi como si estuviera cargado de electricidad. Noto la
tensión deslizándose por mi piel sensibilizada.
Hunter tiene los labios entreabiertos, todavía manchados de sangre. Casi
a cámara lenta, su pulgar me recorre la mandíbula, sube hasta la mejilla y
baja hasta el borde del labio inferior.
No me atrevo a moverme mientras lo rastrea con una mirada de confusión,
sus ojos revolotean arriba y abajo en rápida sucesión.
―Yo me cuido ―repite, con las cejas fruncidas.
―¿Porque no hay nadie más para hacerlo?
Su cabeza se acerca, devorando la penosa distancia que nos separa. Mis
piernas están separadas, su cuerpo se introduce entre ellas mientras me
limpia. Noto el calor de su pelvis contra mis muslos.
Mis piernas se tensan sin mi permiso, apretando más su cuerpo. No me
doy cuenta de que lo estoy haciendo hasta que un gruñido sale de su pecho.
―Harlow.
Rápidamente me controlo y suelto su cintura.
―Lo siento.
―No lo sientas.
Su pulgar sigue sobre mi labio inferior. Con el cuidado de un hábil
guerrero que busca a su presa para devorarla, Hunter desliza el áspero dedo
entre mis labios. Apenas sé cómo reaccionar.
Cuando la punta de su pulgar toca mi lengua, un delicioso cosquilleo me
recorre las piernas. Siento cómo se me ruborizan las mejillas. Me siento tan
bien. ¿Qué me está haciendo?
―Hunter ―gimoteo alrededor de su pulgar.
Da un enorme paso atrás, mirándome como si no pudiera creerse lo que
acaba de pasar. Siento frío de inmediato. La distancia que nos separa es
angustiosa. No puedo respirar con él tan lejos de mí.
―Estoy siendo poco profesional ―se maldice―. Joder, lo siento mucho.
No sé lo que estoy haciendo. Esto... nosotros... no puede pasar.
―¿Qué no puede pasar? ―pregunto despistada.
Sus ojos arden en ascuas bajas.
―Jesús, Harlow. No te preocupes. Vuelve a la cama. Podemos resolver las
cosas por la mañana.
Cierra el botiquín de primeros auxilios y lo empuja con un fuerte ruido.
Trago saliva y me bajo del mostrador como si me hubieran dado un puñetazo
en el pecho.
Su despido me duele más de lo que pensaba. Dejo a Hunter lavándose la
sangre de la cara magullada, aún respirando con dificultad mientras intenta
no volver a mirarme.
―Lo siento ―susurro antes de alejarme.
Su olor se adhiere a las sábanas de su cama deshecha cuando paso por
delante. Las ganas de meterme en ella y acurrucarme son tan fuertes que mis
pies casi me arrastran hasta ella. Solo puedo pensar en sus brazos a mi
alrededor.
Tengo que obligarme a salir, a escapar de la boca del lobo antes de que me
trague entera. El camino de vuelta a mi dormitorio está marcado por el vacío
mientras las lágrimas amenazan con derramarse por mis mejillas.
Hunter realmente debe odiarme.
No me quiere, signifique lo que signifique ser amada.
Me pregunto cómo será.
Hunter

eguridad Sabre ha confirmado que una víctima viva se ha

― localizado ―explica el locutor―. Se dice que está bajo


custodia protectora y cooperando con la investigación.
Veo las noticias desde mi escritorio y me froto las sienes. Estamos a punto
de lanzar una bomba atómica. Nuestra ventana de no divulgación se ha
agotado y estamos cagados de suerte.
Un periodista toca el comunicador en su oreja.
―Siento interrumpir, pero estamos recibiendo noticias de última hora de
que se ha encontrado otro cadáver.
Se produce un caos cuando leen el comunicado que enviamos a la agencia
nacional de noticias. Redujimos los detalles al mínimo, confirmando la
muerte de Whitcomb sin dar más información.
Su pariente más cercano, un hermano de diecisiete años, ha sido
informado. Fue él quien dio la voz de alarma cuando su hermana y principal
cuidadora no volvió a casa del trabajo.
Ahora, no tiene más que un hueso para recordarla. Eran muy pobres,
vivían en el umbral de la pobreza. Ya he ordenado a uno de nuestros equipos
que organice un funeral, cortesía de Sable. Es lo menos que podemos hacer.
Mi teléfono zumba sobre el escritorio.
―Rodríguez.
―Hunter ―saluda Lucas con un fuerte suspiro―. Bueno, está yendo tan
bien como se esperaba. Ya están lloviendo las solicitudes de entrevistas.
―Niégalas todos.
Para un país aterrorizado por un asesino en serie que rapta mujeres sin
dejar rastro y las trincha en bonitos pedazos, este avance es una gran noticia.
Me juego las pelotas.
―Quieren un nombre.
―No les vamos a dar una mierda ―siseo en el teléfono―. Harlow tiene
derecho al anonimato. Es una cuestión de seguridad.
―Lo sé, pero a esta gente no le importa. Contratarán investigadores
privados y la aterrorizarán a menos que demos más información.
―Que lo intenten, joder.
―Saben que está bajo la protección de Sabre ―comenta―. Con Whitcomb
muerta y sin nuevas pistas, tu reputación va a sufrir una paliza por mantener
esto en secreto.
―Cristo, pensé que te pagué para que me ayudaras con esta mierda.
―Así es, por eso te digo que seas transparente. La SCU perdió la confianza
del público al principio de este caso y nunca se recuperó.
Dígame algo que no sepa. Intervenimos y ayudamos a limpiar su
organización tras un escándalo de corrupción, pero incluso después de todo
eso, la falta de financiación y los recortes presupuestarios han empeorado la
situación.
―Nivelar con ellos es su apuesta más segura ―concluye Lucas―. Pon a
Harlow ahí fuera. Haz que haga una declaración.
Me bebo de un trago lo que me queda de té.
―Sólo desvía cualquier pregunta sobre la chica Whitcomb y mantén el
nombre de Harlow fuera de esto.
Cuelgo la llamada y dejo el teléfono sobre la mesa. Nunca me ha gustado
regañar a mis propios empleados, pero este caso nos está afectando a todos.
Llevo toda la semana luchando contra esta pesadilla. Estamos siendo
acosados por resultados en todas las direcciones posibles. El testimonio de
Harlow sólo creó más preguntas sin respuesta para nosotros.
Cada vez que pienso en ella, se me estruja el corazón de dolor. Me costó
mucho echarla cuando lo único que quería era llevarla a mi cama y borrarle
la tristeza de la cara.
Me está volviendo loco estar aquí todos los días, sin poder estar cerca de
ella como quisiera. Nos tropezamos por la casa por las tardes, y ella apenas
puede mirarme después de lo que pasó.
A menudo me sorprendo mirándola sin esperanza, buscando un rayo de
fuerza que alivie mi culpa. Tiene un efecto poderoso en mí, despierta
emociones que no había sentido en mucho tiempo.
No quiero que sea fuerte. Quiero mantenerla a salvo, segura y fuera de su
alcance hasta que esta locura termine. La última vez que me sentí así, lo
perdimos todo. No puedo volver a pasar por eso.
Ninguno de nosotros puede.
―¿Hunt?
La cabeza de Theo asoma por mi puerta.
―¿Qué pasa? ―Suspiro.
―Necesito hablar contigo. Es urgente.
Mi estómago da un vuelco.
―Entra.
Entra en la habitación con la camisa de franela azul marino desarreglada.
Tiene una vieja mancha de café en la parte delantera de su camiseta blanca,
y sus ojos azules y claros parecen cansados detrás de unas gafas medio
cubiertas por unos tirabuzones rubios y apretados.
Le he estado presionando como un loco, decidido a cerrar este caso lo antes
posible. Le estamos dedicando todos nuestros recursos, para bien o para mal.
―He rastreado a Harlow hasta un pequeño pueblo cerca de
Northumberland. ―Se apoya en la pared―. Aparece en una cámara de
CCTV acercándose desde el este a pie.
―¿Dónde? ―Pregunto excitado.
―Parece una zona muy rural que bordea una enorme reserva natural.
Remota, despoblada. Es seguro asumir que escapó de algún lugar cercano.
Mi expectación aumenta. Este es el mayor avance que hemos tenido desde
que tomamos el caso y pasamos meses buscando pruebas.
―Empieza a explorar la zona en busca de posibles lugares ―le digo―.
Busca iglesias en la parroquia local. Este bastardo podría estar viviendo
delante de nuestras narices.
―La descripción de Harlow decía que la capilla parecía abandonada en
medio de la nada. Puede que no esté registrada.
―Maldita sea. Bien, podemos enviar algunos drones a explorar el terreno.
Alerta al departamento de policía local para que no nos derriben.
Theo asiente, tomando notas rápidamente.
―El equipo Cobra ha terminado sus otras misiones. Enlazaré a Kade en
algún reconocimiento.
―Bien. Hazlo.
La ansiedad sigue dibujada en la expresión pétrea de Theo. En general es
una persona torpe, siempre lo ha sido. Su código informático y sus libros de
texto le envuelven en una manta de seguridad. Sin embargo, no siempre fue
tan distante y sin vida.
―¿Qué pasa? ―Me siento en mi silla―. ¿Theo?
―Tenemos que hablar de la identidad de Harlow. ―Abre una carpeta,
rebuscando en el papeleo―. Hemos confirmado que el Pastor y la Sra.
Michaels no existen.
―Ya veo. Bueno, sabemos que los asesinos en serie usan seudónimos
―reflexiono―.,No es de extrañar que mintieran sobre sus nombres.
―He tenido a todo el departamento de inteligencia rastreando décadas de
registros. ―Theo me entrega una hoja de papel―. Es una lista de pastores
ordenados en los últimos cuarenta años. Ningún Michaels.
―Así que es un chiflado que se cree el puto regalo de Dios.
―Algo así. ―Sus ojos recorren la habitación―. Pero hay algo más. Acabo
de recibir el informe de los forenses.
―¿Los resultados de ADN de Harlow?
Theo asiente con fuerza.
―Llevó un tiempo compilarlo todo con la base de datos nacional y
verificar lo que encontramos.
―Sólo escúpelo. ¿Qué pasa?
―Bueno... su nombre no es Harlow Michaels, como anticipamos. No son
sus padres, Hunt. Nunca lo fueron.
Miro fijamente el rostro aprensivo de Theo. Lanzamos esta teoría después
de tomar su testimonio la semana pasada. Que se confirme significa que una
tormenta de mierda está a punto de estallar en mi estúpida cara.
―Por favor, dime que no tiene familia ―suelto.
Sus cejas rubias se entrelazaron.
―¿Por qué dices eso?
Golpeo el escritorio con las manos.
―Hemos estado viviendo con ella durante semanas y si tiene una puta
familia ahí fuera, estamos a punto de ser arrastrados sobre las brasas por no
reunirlos antes.
Las mejillas de Theo se oscurecen.
―Estas pruebas llevan tiempo.
―¡Como si les fuera a importar una mierda!
Enderezo los montones sueltos de papeles que he desordenado,
odiándome internamente por ser tan insensible. Alguien tiene que
preocuparse por esta empresa. A nadie más parece importarle ahora mismo.
―Su nombre es Leticia Kensington ―Theo insiste ―. Tiene una familia de
verdad. Y si queda una pizca de humanidad en ti, entonces harás lo correcto
y los llamarás ahora.
―Sólo dame el informe y sal de mi oficina. No necesito un maldito sermón
sobre cómo cuidar a mi cliente.
―No he terminado.
Acercándose, Theo me pone delante la carpeta de papeles que queda. Es
gruesa, con años de registros desparramándose. Más que un simple informe
de ADN.
―Lleva desaparecida trece años ―revela―. Esto ya no es sólo una
investigación de asesinato: fue secuestrada. Harlow no nació en esa jaula.
―¿Trece años? ¿Es una broma?
Theo traga saliva.
―Desapareció a los nueve años. No había ninguna pista, y la investigación
se enfrió. Nunca se la volvió a ver.
Un dolor feroz empieza a latir detrás de mis ojos. Cada palabra que ha
salido de la boca de Harlow es una mentira o un delirio traumatizado. En
cualquier caso, mi vida está a punto de volverse mucho más difícil.
―Estamos jodidos ―murmuro para mis adentros.
Los ojos de Theo se entrecierran.
―No. Estás jodido.
―¿Cuál es exactamente tu problema?
―Tú eres mi problema, Hunt.
―Vigila tu tono ―le advierto―. Sigo siendo el jefe aquí.
―¡Y eso es exactamente lo que te pasa! ¿Ya ni siquiera te importa? Harlow
realmente necesita nuestra ayuda, y tú sólo piensas en cerrar este caso.
―¡Lo dice el hombre que abandonó a su familia! ¿Desde cuándo te
preocupas por cualquiera de nosotros, incluida Harlow?
Me arrepiento de mis duras palabras casi de inmediato. Su rostro se
contrae, volviendo al vacío familiar cuando me deja caer la mirada.
―Pensé... que me entendías ―se ahoga Theo―. Tú y Enzo sigueron
adelante como si nada le hubiera pasado a Alyssa. No puedo vivir así.
―Si crees que estamos bien, es que no nos conoces ―respondo en voz más
baja.
―Podrías haberme engañado. Has sido tú quien ha trasladado a Leighton
a su antigua habitación, como si nunca hubiera existido.
―¡Han pasado cinco putos años! ―Vuelvo a gritar―. ¿Cuánto tiempo
puedo vivir en un cementerio? ¡Se ha ido, Theo! Tenemos que seguir
adelante.
Cuando creo que por fin le van a salir las pelotas, Theo vuelve a cerrar la
boca. Gira sobre sus talones y sale de la habitación envuelto en una nube de
ira apenas contenida, dejándome el maldito informe a mí.
Le sigo con la mirada, sintiéndome la peor persona del mundo. Es lo
máximo que me ha dicho en mucho tiempo. Perder a nuestro cuarto
miembro del equipo casi nos mata a todos, de tantas maneras feas y horribles.
Ninguno de nosotros sabía cómo afrontar nuestro dolor; meter los
esqueletos en el armario era más sencillo y mucho menos doloroso. Pero
después de eso, Theo nunca volvió a nosotros.
¡Joder!
Miro fijamente el informe sellado sobre mi mesa. ¿Y ahora qué? No tengo
más remedio que decírselo a Harlow... pero esto podría destrozarla.
Destruirá los frágiles cimientos de la vida que ha empezado a reconstruir.
Todo lo que sabe. Todo el progreso que hemos hecho. Todo desaparecerá.
Pero como siempre, no tengo más remedio que herir a la gente que me
importa. Siempre se reduce a mí.
Me froto distraídamente el dolor del pecho y cojo el móvil para enviar un
mensaje a Enzo. Harlow debería estar ahora mismo en su sesión semanal de
terapia con Richards.
Iré a buscarla yo mismo. Antes de desatar un nuevo nivel de locura sobre
nosotros con esta revelación, necesito saber si todo esto fue una elaborada
mentira.
¿De verdad nos mentiría?
¿Está protegiendo a los monstruos que la secuestraron?
¿La conozco de algo?
No me molesto en esperar la respuesta de Enzo, me vuelvo a poner la
chaqueta y salgo corriendo del despacho. Su cita ha quedado en el hospital.
Richards acordó reunirse allí después de la revisión de Harlow con su doctor.
Después de saltarme todos los semáforos en rojo en una tormenta de
impaciencia, acampo en la sala de espera al llegar. Estoy de mal humor.
Harlow estaría mejor con Enzo, pero está comprometido.
Puedo verlo en sus ojos, la forma en que la mira como si fuera su maldita
salvadora después de años de vacío. Uno de nosotros tiene que ser objetivo
y tratar a Harlow como el cliente que es.
Alguien se desliza en el asiento vacío a mi lado, ignorando el puñado de
otras sillas en favor de invadir mi espacio personal. Me paso una mano por
la coleta y me enderezo.
La pelirroja es una némesis conocida. Escribió un artículo sobre mi pérdida
de audición después de que acabáramos con Incendia Corporation, y de paso
se ganó un ascenso.
Tienen suerte de que estuviera demasiado ocupado con mi vida entera
desmoronándose como para demandarles por ser tan jodidamente
despiadados.
―¿Le importaría hacerme una declaración, Sr. Rodríguez? Su comunicado
de prensa de esta mañana era deliberadamente vago.
―Sally Moore. ―Le fruncí el ceño―.,Tanto tiempo sin verte.
―Eres un hombre difícil de encontrar.
―Eso me han dicho. No tengo nada más que añadir. Remita sus preguntas
a mi agente de relaciones públicas, Lucas. Le pago bastante por ello.
―No quiero hablar con tu asesor.
―Entonces siéntete libre de sentarte aquí en silencio. A ver si me importa.
Mete la mano en su bolso de diseño, saca un montón de fotografías y las
arroja sobre la mesita. La amenaza tácita flota en el aire.
Observo las tomas de largo alcance del hospital en el que estamos
sentados, nuestro todoterreno tintado yendo y viniendo. En una de las
imágenes se ve a Harlow saliendo del coche, con el brazo de Enzo rodeándole
la cintura.
―Lleva aquí un tiempo ―revela Sally con una sonrisa―. Estoy deseando
tomarle declaración cuando salga.
Recojo las fotografías y me las meto en la chaqueta.
―Esto ya es el colmo. ¿Tan desesperada estás por conseguir espectadores?
¿Está la cadena amenazando con cortar tu programa de cotilleos de mierda?
―Estoy muy bien ―se defiende acaloradamente.
―Entonces sal de mi vista antes de que presente una orden judicial y te
suspendan. No te van a tomar declaración y esto es una grave invasión de la
intimidad de mi cliente.
Se lleva el teléfono a la oreja y me hace un gesto con los labios.
―Sube las cámaras, Jerry. Tenemos una entrevista en directo con el jefe de
Sabre. Sí, eso es. Las quiero todas.
Maldiciendo en silencio, me pongo de pie y me cierno sobre ella. Tengo
suficientes contactos en Londres para asegurarme de que no vuelva a
trabajar, por muchos favores que me cueste.
Pero ahora mismo, mi prioridad es mantener a Harlow lo más lejos posible
de esta pesadilla. No voy a sacrificarla a los desalmados medios sólo para
quitárnoslos de encima.
―No me pongas a prueba. Ya hemos jugado a esto antes.
―La gente sólo quiere la verdad. ―Su sonrisa de tiburón me eriza la
piel―. Estamos en la era de la información. No se puede guardar ningún
secreto.
Escupiendo con furia, le arrebato el teléfono de la mano antes de que
pueda detenerme. Sally grita mientras aplasto el aparato bajo mi zapato y lo
hago añicos.
―¡Oye! ¡No puedes hacer eso!
Lo devuelvo de una patada hacia ella.
―Envíame la puta factura.
Sigue maldiciendo como una loca cuando me alejo a grandes zancadas por
el pasillo hacia donde Harlow tiene su sesión semanal de terapia. Entro sin
llamar y cierro la puerta para impedir que nadie pueda verme.
La matrona no debería dejar pasar a los buitres, pero aún así tenemos que
largarnos de aquí. Alguien va a ser despedido por no detectar las cámaras
escondidas fuera del hospital.
―¿Hunter? ―Richards protesta desde su asiento junto a la ventana―. Esta
es una sesión privada. No puedes entrar cuando te dé la gana.
Harlow está acurrucada en un sillón de respaldo alto, con las rodillas
temblorosas apretadas contra el pecho. Tiene tan buen aspecto, sus ojos
brillantes y furtivos enmarcados por el cabello rizado que aún no se ha
cortado.
Tengo que hacer que Enzo le compre ropa más abrigada; la camiseta de
tirantes escotada que lleva con sudaderas grises y un cárdigan extragrande
no aguantará el frío que se avecina.
―Entiendo, doc. Desafortunadamente, tenemos una situación afuera.
Necesito sacar a Harlow de aquí.
Richards se mete las gafas en el cuello de su camisa de rayas.
―Siempre es una maldita situación con ustedes.
―Puede continuar en otro momento. Pido disculpas por la interrupción.
Se levanta y hace un gesto a Harlow para que haga lo mismo. Ella está
inestable sobre sus pies, luchando por enderezarse con sus costillas
apretadas. Le ofrezco una mano, que ella mira con desconfianza.
―Lo siento, Harlow. No quería interrumpir.
Asiente, frunce los labios y me coge la mano. Sus miembros aún tiemblan
de miedo. Sea lo que sea lo que han hablado, se siente vulnerable y expuesta.
No soy la persona adecuada para lidiar con su frágil estado. Diablos, tenía
la intención de venir aquí y golpearla hasta que se quebrara y dijera la
verdad. Ser su maldito caballero blanco no estaba en la agenda.
―Te alcanzaré más tarde, Richards.
―Por favor, hazlo ―me dice secamente.
Intercambiamos una rápida conversación a través del contacto visual.
Vuelvo a asentir, pidiéndole en silencio que se retire. Richards es más que mi
colega: es un amigo. Hoy no tengo tiempo para uno de esos.
Harlow sigue sin poder mirarme a los ojos mientras nos acercamos
sigilosamente a la puerta. En el pasillo, la matrona y varias enfermeras se
ocupan de una horda de cámaras que inundan el departamento. Perfecto.
―Malditos periodistas ―maldigo en voz baja―. Tendremos que
encontrar otra salida. Agacha la cabeza. Que no te vean la cara. ¿Entendido?
Se sobresalta al oír mi orden. Me obligo a tranquilizarme y vuelvo a
tenderle la mano hasta que tiene el valor de mirarme a los ojos.
―Lo siento. Toma mi mano, Harlow. Nos sacaré de aquí, ¿de acuerdo?
Sigue sin moverse. Lucho contra el impulso de echármela al hombro,
pataleando y gritando. No tenemos tiempo para esto.
―¿Alguna vez te he dado una razón para no confiar en mí?
Vacilante, sacude la cabeza.
―Supongo que no.
―Entonces ahí tienes tu respuesta. Te prometo que cuidaré de ti.
Sus dedos se unen vacilantes a los míos y aprieto su mano con fuerza. Soy
imbécil, pero me importa, independientemente de lo que Theo piense de la
persona en la que me he convertido para sobrevivir.
Juntos, salimos al pasillo y giramos a la derecha, adentrándonos en el
bullicioso hospital. Se oye un coro de gritos, seguido del sonido de pies que
persiguen.
―¡Llama a seguridad! ―grita una enfermera.
―¡No puedes volver allí!
―¡Deténganlos!
Rodeando a Harlow con un brazo, hago todo lo posible por ocultar su
rostro de los flashes de las cámaras. Nos agachamos y zigzagueamos por
pasillos interminables, intentando perder a la turba codiciosa que nos pisa
los talones.
No tengo ni idea de adónde vamos. Sally y sus camarógrafos chupa-almas
están decididos a conseguir una exclusiva. Me niego a dejar que humillen a
Harlow de la misma manera que lo hicieron conmigo.
―Espera ―suelta Harlow.
―No hay tiempo. Muévete.
―No, para. Aquí dentro.
Me suelta el brazo y abre una puerta a la izquierda que da a un armario de
mantenimiento. Me arrastra a la oscuridad mientras cierra la puerta tras
nosotros, manteniendo las luces apagadas.
Treinta segundos después, oímos pasar la horda de cámaras y los gritos
casi histéricos de Sally. El ruido se hace más tenue mientras nos apiñamos en
la oscuridad más absoluta.
―¿Harlow? ―Busco alrededor con las manos―. No veo nada. ¿Dónde
estás?
La oscuridad total, unida a mi único oído sordo, me desorienta. No puedo
ver si está bien. Las yemas de sus dedos pasan como fantasmas por mi brazo
en una caricia vacilante que me acelera el pulso.
―Estoy aquí ―susurra ella―. Cuidado, hay un cubo detrás de ti.
―¿Cómo demonios puedes ver algo?
―Estoy acostumbrado a la oscuridad.
Su mano se agarra a mi chaqueta y noto el calor de su cuerpo. La agarro
de la muñeca y la arrastro más cerca, nuestros cuerpos chocan en el estrecho
espacio.
―Estuvo cerca.
―Bien pensado. ―Vacilante, deslizo un brazo alrededor de su cintura
para estrecharla―. Nos cubriste el culo.
Sus pechos pequeños y turgentes me aprietan el torso.
―Lo creas o no, puedo ser útil.
―Nunca he dicho que no seas útil.
―No tenías que hacerlo.
Aferrada a mi chaqueta, Harlow me guía hasta la puerta. La abre un poco
para escuchar y deja que una pizca de luz ilumine el estrecho armario.
―Creo que se han ido. ¿Quiénes eran esas personas?
―Reporteros ―gruño―. Sally Moore es una zorra desalmada. Conozco a
su editor y me debe un favor. No tendrá trabajo al final de la semana.
La fina franja de luz ilumina el rostro de Harlow. Me atrapan sus brillantes
ojos azules clavados en mí, nerviosos y asustados. Más abajo aún, su brillante
labio inferior está atrapado entre sus dientes.
―No dejaré que te hagan daño ―prometo.
No rompe el contacto visual. La tensión es insoportable. Tiene la misma
expresión rota que la noche que la despedí, levantando muros impenetrables
entre nosotros.
Quiero estirar la mano y morder ese labio, saborear su dulzura por mí
mismo. Un segundo antes de rendirme, recuerdo el informe de ADN y todas
sus turbias implicaciones.
―Tu sesión con Richards... ¿fue buena?
Harlow aparta rápidamente la mirada mientras pasa el momento.
―Bien.
―¿Conseguiste más información que podamos usar?
La pequeña escupefuego que lleva dentro sale a la superficie y sus ojos se
llenan de enfado. Maldita sea, se me pone dura al ver cómo su expresión se
ensombrece y sus manos se cierran en puños.
No parece alguien que nos esté engañando deliberadamente a todos,
mintiendo como una bellaca mientras se come nuestra comida y abusa de
nuestra confianza. Simplemente no lo veo. Mi juicio nunca se equivoca.
―Te lo he contado todo, Hunter.
―Hay lagunas significativas en tu memoria ―señalo―. Necesitamos
establecer una línea de tiempo fiable.
Sorprendiéndome, Harlow me pone una mano en el pecho y me empuja
hacia atrás. Casi caigo sobre un cepillo apoyado en la pared antes de
enderezarme.
―Estaba encerrada en una jaula, hambrienta, golpeada y abandonada por
monstruos que disfrutaban matando a otras chicas. No puedo recordar una
mierda porque no quiero recordar. Déjame en paz.
Su pecho sube y baja a un ritmo rápido. Parece que quiere volver a darme
un puñetazo en la nariz, pero esta vez a propósito.
―No quería decir eso ―me retracto.
―Sí. Lo hiciste.
A través de la luz oblicua, puedo ver que sus labios están torcidos en una
mueca. Me duele ver el dolor que estoy causando. Normalmente no me
importa una mierda, pero con ella no controlo mis sentimientos.
―Dame un respiro, Harlow. ―Intento acercarme a ella, con las manos
extendidas―. Estoy tratando de arreglar este lío. No es nada personal.
―Bueno, estoy tratando de averiguar cómo estar viva en este lugar loco y
confuso. No lo estás haciendo más fácil .
Mis manos cuelgan en el aire mientras lucho con mi necesidad de tocarla,
protegerla y quererla. Aunque vaya en contra de todas las señales de alarma
que suenan en mi interior. Preocuparse solo equivale a sufrir.
―Tienes razón ―suelto.
Se detiene.
―¿Eh?
Exhalo un suspiro y me dispongo a sumergirme en lo más profundo.
―Quiero perseguir hasta la última pista y hacerles hablar. No tener el
control es duro para mí.
―Eso no es una disculpa.
Balbuceo una carcajada. Un atisbo de sonrisa tensa la boca de Harlow
mientras me mira fijamente, con un desafío que arde en sus iris.
Los demás creen que no es más que una preciosa alhelí a la que hay que
proteger y alimentar, pero yo también veo el otro lado. Hay un león
enjaulado bajo su piel, suplicando ser liberado.
―Lo siento, cariño. ―Me paso una mano por el áspero mechón de pelo
que cubre mi barbilla―. Me equivoqué al presionarte.
A pesar de todas las razones que mi obsesiva mente ya ha considerado,
mis dedos siguen crispados por la necesidad mientras lucho por no
arrastrarla más cerca, inmovilizarla contra la maldita pared y mostrarle
exactamente lo que estoy pensando.
―Nunca pensé que te oiría decir eso ―murmura.
―Disfrútalo mientras dure. No volverá a ocurrir.
Harlow me mira con una adorable arruga entre las cejas. Sin poder
evitarlo, alargo la mano y le paso la punta del dedo por encima.
―Pensé que me odiabas.
Sus palabras chocan contra mí como un choque múltiple de cinco
vehículos.
―¿Qué demonios te hizo pensar eso?
―Apenas me hablas. No como los demás.
Lucho por encontrar una explicación que no me haga parecer un imbécil
egoísta y suspiro con fuerza.
―Mi prioridad es resolver este caso. No deja lugar a las emociones. El
trabajo es lo primero, ¿entiendes? Especialmente cuando hay vidas en juego.
―Lo entiendo. Ella mira hacia abajo, luchando por mantener el dolor fuera
de su cara―. Tan pronto como esto termine, te dejaré en paz.
―Joder, no me refería a eso.
―¿No es cierto?
Retrocede unos centímetros, jugueteando ansiosamente con su cabello. La
distancia que vuelve a crecer entre nosotros me estrangula. No quiero salir
de este armario y volver a ser como antes.
―Ya deberían haberse ido.
Su voz es distante, robótica. Sin esperar mi respuesta, abre la puerta y sale
al pasillo, dejando atrás las sombras de nuestro momento íntimo.
Maldiciéndome a mí mismo, la sigo, luchando con la verdad. No somos lo
suficientemente buenos para Harlow. Ella se merece el mundo, y yo no
puedo dárselo. Theo tenía razón.
Tengo que llamar a su familia y compartir las buenas noticias, aunque eso
signifique renunciar a ella y volver a romper a mis compañeros de equipo.
Otra pérdida puede ser el último clavo en el ataúd.
No soy tan ingenuo como para ignorar el impacto que ha tenido en nuestra
familia en cuestión de semanas. Enzo, Leighton... la han aceptado en nuestra
familia sin dudarlo. Sabía que esto pasaría.
Perderla puede ser nuestro fin.
Pero como siempre, no tengo otra opción.
Harlow

stá todo bien? ―Pregunto por tercera vez.


Al volante, Enzo mira la carretera con la mandíbula
― apretada. Está callado desde que salimos de casa, sin su
suavidad y encanto habituales.
Las bolsas bajo sus ojos ámbar son más pronunciadas de lo habitual, lo que
le envejece más que sus treinta y dos años. No podía creerlo cuando me
enteré de su edad. Enzo no duerme mucho de todos modos, pero hoy parece
muerto de cansancio.
―Todo está bien, Harlow.
―¿Cuántas veces vas a decir eso?
―¿Cuántas veces vas a preguntar? ―responde tajante.
Cierro la boca. Todos han estado actuando de forma extraña durante los
últimos días. Creía que tenía algo que ver con los periodistas que nos
siguieron en el hospital, pero esto parece algo más.
Leighton apenas me dedicó una mirada esta mañana, prefiriendo bajar al
gimnasio del sótano de su casa y poner música agresiva. Ni siquiera un guiño
o una broma de mal gusto.
―¿Adónde vamos? ―Lo intento en su lugar.
Girando a la derecha, Enzo suelta un suspiro.
―Necesitas más ropa. La última vez sólo nos dieron lo básico. Hunter
quiere que tengas un teléfono también, para que podamos contactarte.
―¿Voy a alguna parte?
―Claro que no. ―Enzo frunce el ceño mirando a la carretera―. Es sólo
por precaución.
Sus palabras no suenan del todo ciertas. La angustia se apodera de mi
tráquea mientras él atraviesa a toda velocidad la penumbra otoñal.
―Todavía no te he devuelto el dinero de la última compra ―me preocupo
en voz alta―. Quizá debería buscarme un trabajo o algo. Empezar a tirar de
mi peso por aquí. No puedo quedarme encerrada para siempre.
―No necesitas un trabajo.
―No puedo seguir aceptando limosnas, Enzo.
Maldice en voz baja.
―Ahora mismo no es seguro. No puedes trabajar. Si quieres hacer algo en
el futuro, podemos discutirlo en otro momento.
―Soy adulta. Puedo tomar mis propias decisiones.
―No si esas decisiones ponen tu vida en peligro. Eso no va a pasar,
Harlow. No en mi guardia.
Me desplomo en mi asiento. Su carácter sobreprotector es entrañable, pero
después de semanas descansando, asistiendo a terapia y tomando
medicación como una buena prisionera, estoy cansada de seguir órdenes sin
rechistar.
Serpenteando por el campo empapado de hojas caídas y sol dorado,
llegamos finalmente a un pequeño pueblo. Las sinuosas calles están
bordeadas de casitas tradicionales con vallas y puertas pintadas.
Al atravesar la zona residencial, empiezan a aparecer pequeñas fachadas
de tiendas a medida que las casas se funden. Enzo encuentra un sitio estrecho
para estacionar el todoterreno con facilidad.
En cuanto estaciona el coche, salgo de un salto y cierro la puerta de golpe.
Me duelen las costillas por la brusca salida, pero el dolor es soportable. No
soy una inválida, piense lo que piense.
Al principio, se agradecía su necesidad posesiva de envolverme entre
algodones. Me ha dado confianza para enfrentarme al mundo un poco más
cada día. Pero a cada paso que doy, voy cambiando.
Quiero que me traten como a los demás.
Quiero vivir de verdad.
Enzo rodea el coche y se pone su habitual chaqueta de cuero. Con sus
vaqueros negros rasgados y su camiseta verde oscuro, exhibe cada
centímetro de músculo que esculpe su enorme cuerpo.
Un escalofrío me recorre la espalda, pero no de miedo. No puedo explicar
la forma en que me hace sentir, incluso cuando está siendo exasperante y me
asfixia hasta la muerte.
―¿Por qué me miras como si quisieras tumbarme? ―pregunta con un
atisbo de su ternura habitual.
Arrastro mi gorro morado sobre mi larga melena.
―Porque me lo estoy pensando seriamente. ¿Por qué no puedo tener más
libertad?
Apoya el hombro contra el coche y me mira con seriedad.
―No avanzar en el caso no equivale a seguridad. La amenaza sigue siendo
real. ¿Quieres volver al lugar de donde viniste?
―N-No ―tartamudeo, presa del pánico.
―Haré todo lo que esté en mi poder para mantenerte a salvo, Harlow.
Aunque me odies por ello. No veré que te hagan daño.
Cierro el espacio que nos separa y le rodeo la cintura con el brazo sin
escayolar. Me envuelve en un fuerte abrazo y siento su nariz enterrada en mi
cabello. Nos quedamos así largamente.
Es como ser aplastada contra una roca, pero la forma en que me abraza es
suave, reverente. Huele como el jardín después de llover: terroso, fresco,
lleno de nuevos comienzos y esperanza.
Me aprieta la frente contra los duros planos de sus abdominales y no
hablamos durante unos instantes, abrazados. Esto ocurre cada vez más a
menudo, pero no me importa.
Tocar a Enzo es como salir a tomar aire, tosiendo y balbuceando, pero
agradecida de estar viva. Me hace sentir segura. Querida. Deseada. Incluso
con el dolor y los secretos bailando en sus ojos.
―¿Qué está pasando? ―susurro contra su camiseta.
Sus músculos se tensan bajo mi contacto.
―Sólo necesito que estés bien, pequeña. Nada más importa.
―Estoy aquí, Enzo. ―Mirándole a los ojos ámbar, le aprieto fuerte la
cintura―. ¿No puedes sentirme?
Enzo me agarra ambas mejillas con fuerza, casi desesperadamente. Tengo
que luchar para no apartarme. Es una posición vulnerable para mí,
completamente atrapada por su fuerza, pero no tengo miedo.
―Puedo sentirte ―dice en voz baja―. Harlow, yo...
Esperando a que termine, las palabras nunca llegan. Espero, ruego, suplico
en silencio que me dé más. Quiero que me toque. Que me abrace. Que
reclame hasta el último pedazo roto de mí.
Darse cuenta es aterrador. No sé qué significan todos estos sentimientos
confusos. Han estado creciendo desde hace un tiempo. Por la forma en que
me mira... creo que siente lo mismo.
―Deberíamos entrar ―dice Enzo.
La decepción me apuñala en el pecho. Me quita las manos de la cara y me
coge de la mano. Me arrastra mientras salimos del estacionamiento por una
calle empedrada hacia la ciudad.
Enzo es un muro de tensión a mi lado mientras las nubes burbujean en lo
alto. Las primeras gotas de lluvia besan mi piel con alivio y van aumentando
gradualmente hasta que la lluvia empapa nuestras ropas.
―Ponte las gafas de sol ―me dice.
―Está literalmente lloviendo. Pareceré más sospechoso llevándolas.
―Sólo hazlo, Harlow. No me arriesgaré a que nadie te vea, especialmente
con esos malditos reporteros causando caos.
Resoplando, suelto su mano para deslizar las gafas de sol prestadas en su
sitio. Con mi cabello largo y mi gorrita, soy tan anónima como un fantasma.
Es la única razón por la que aún no me lo he cortado.
Enzo me pasa un brazo por los hombros y vuelve a acercarse a mí. Me
baño en su pilar de calor mientras caminamos más rápido para escapar de la
lluvia.
―Este sitio tiene la mejor casa de tortitas ―me explica, guiándome por
otra calle―. Un amigo mío lo encontró el año pasado.
―No pareces el tipo de persona que hace tortitas.
―¿Qué se supone que significa eso?
Levanto una ceja y contemplo sus enormes hombros y brazos, los
músculos ondulantes que tiran de su chaqueta de cuero. Es como caminar
junto a un oso pardo.
La gente echa un vistazo a Enzo y sale corriendo, incluso sus empleados.
No ven lo que yo veo. Para el mundo, su poder físico es una amenaza. Nadie
se molesta en ver lo que hay debajo.
―Tienes todo el asunto de Bruce Banner.
―¿Cómo demonios conoces esa referencia?
Me encojo de hombros.
―A Leighton le gustan las películas. A mí me gusta aprender.
―Deberías elegir tus propias películas a partir de ahora. Leighton te
derretirá el cerebro con esa mierda.
―Me gustó ―me defiendo.
Pasamos bajo una espesa copa de árboles cubiertos de luces parpadeantes.
A medida que amaina la lluvia, las fachadas de las pequeñas tiendas
empiezan a abrir sus puertas y a desplegar frutas y verduras frescas,
murmurando sobre el impredecible tiempo invernal.
―¿Qué más te gusta? ―pregunta Enzo.
A pesar de devorar conocimientos y nuevas experiencias desde mi cómoda
prisión, todavía hay muchas cosas del mundo que desconozco. Mi vida, a
pesar de mis mejores esfuerzos, es exactamente como dijo Hunter.
Poco.
Más que nada, empiezo a sentirme asfixiada en lugar de protegida. En el
sótano, no podía ver lo que me estaba perdiendo. Era más fácil aceptar mi
aislamiento.
―No lo sé. Me gustaría averiguarlo.
―Tiene que haber algo ―presiona Enzo―. Sígueme la corriente.
―Bueno, me gusta ver salir y ponerse el sol.
Asiente, estudiándome con el rabillo del ojo.
―Lucky nunca ha tenido tanta compañía para salir. ¿Qué más?
―Me gusta sentir la lluvia en la cara y la hierba mojada bajo los pies.
―Aprieto la chaqueta a mi alrededor, sintiéndome expuesta―. Las duchas
de agua hirviendo son lo mejor, y dormir con la ventana abierta para sentir
el aire en la piel por la noche.
Escucha atentamente, pendiente de cada palabra.
―Me gusta escuchar tu voz cuando estás contento. La risa de Leighton
también, es adorable. Y no se lo digas, pero Hunter hace el mejor té.
Me aclaro la garganta y siento que me sube el calor a las mejillas.
―Me gusta ya no estar sola.
Enzo nos detiene de repente. Dos dedos callosos me levantan la barbilla
mientras aparta las gafas de sol. Nuestros ojos chocan. Azul sobre ámbar,
nervioso sobre seguro, nuestras vidas no podrían estar más separadas.
―Nunca más tendrás que estar sola ―murmura, escrutando mi rostro.
―No pueden cuidar de mí para siempre. ―Lucho por mantener la voz
uniforme, esperando ocultar el miedo que surge ante la idea de
marcharme―. Soy una carga para ustedes.
Su mano recorre mi mandíbula, explorando las líneas demacradas de mi
cara. Sigo luchando por engordar, a pesar de haber empezado a tomar
alimentos sólidos hace un par de semanas.
Contengo la respiración, incapaz de evitar inclinarme hacia su tacto. Enzo
esboza una sonrisa dulce y desgarradora.
―No eres una carga, Harlow.
―¿Entonces qué soy? ¿Un cliente?
Se lame los labios.
―¿Qué tal una amiga?
Nos quedamos congelados en la calle, a pesar del río de gente que pasa a
nuestro lado. Enzo no mueve la mano y me mira fijamente a los ojos. Me doy
cuenta de que tiene pequeñas rayas plateadas en el iris.
―¿Quieres ser mi amigo? ―susurro nerviosa.
―Si me lo permites.
Mi voz sale rasposa.
―Me gustaría tener un amigo.
Esta vez, cuando sonríe, enseña los dientes. Creo que mi corazón se detiene
por un momento. En serio, ¿qué me pasa con estas mariposas en el estómago?
Necesito encontrar a una mujer de confianza a la que preguntarle.
―Vamos, tengo hambre ―declara.
Reanudamos nuestro lento camino hacia la ciudad y nos detenemos ante
la fachada de una tienda de color azul brillante con un toldo a rayas. El cartel
proclama que dentro tienen las mejores tortitas de Inglaterra.
Enzo tiene que agacharse para entrar por la puerta, localizando una cabina
de vinilo agrietada en tonos rosa y amarillo brillantes. Parece ridículo
deslizándose en ella.
―¿Esto puede ser más pequeño? ―refunfuña.
Reprimo una carcajada.
―Por favor, no lo rompas.
―Si lo hago, será culpa de la cabina.
Una mujer rubia se acerca e intenta no reírse al ver su situación. Agacho la
barbilla y desvío la mirada antes de que intente hablarme. Enzo la despide
rápidamente y me da un menú.
―¿Qué hay de bueno?
Se mueve, haciendo crujir la cabina.
―Todo.
―No ayuda.
―¿Quieres que pida por ti?
Lanzo un suspiro de alivio.
―Por favor.
Cuando vuelve la camarera, Enzo hace un pedido enorme. Sus ojos brillan
de asombro cuando se ve obligada a pasar a otra página de su libretita. Estoy
segura de que acaba de pedir la mitad del menú.
Una vez que ella se escabulle, Enzo estira sus largas piernas hasta que
rozan las mías por debajo de la mesa. Sigue pareciendo incómodo.
―Dime una cosa. ―Jugueteo con las servilletas de papel de la mesa―.
Quiero saber más sobre ustedes. Siento que lo saben todo sobre mí.
Cruza sus enormes brazos.
―No hay mucho que contar.
―Yo abrí. Es tu turno.
―Bien ―concede―. Veamos... bueno, Hunter y yo crecimos juntos.
Nuestros padres eran vecinos. Siempre hemos sido los mejores amigos. No
podría haber superado la muerte de mis padres sin él.
―¿Qué ha pasado?
―Murieron en un accidente de montañismo cuando yo era adolescente.
Fue durante una ascensión al Everest patrocinada por una organización
benéfica contra la leucemia. A pesar de años de entrenamiento, todo salió
mal.
Alargo el brazo por encima de la mesa y le cojo la mano. Enzo aprieta los
dedos en torno a los míos.
―A mi hermana le diagnosticaron cáncer cuando era pequeña, así que mis
padres recaudaron muchos fondos para la expedición. Hubo una avalancha
antes de que pudieran llegar a la cumbre. Nunca recuperamos sus cuerpos.
―Lo siento mucho ―ofrezco, odiando su dolor.
Su mano aprieta la mía.
―La hermana de mi padre, Hayley, es una santa. Nos cuidaba mientras
ellos estaban fuera y acabó quedándose con mi custodia y la de mi hermana
pequeña. Nos crió como si fuéramos suyos.
―Suena bastante increíble.
―Sí, realmente lo es. Cuando Paula recibió su diagnóstico terminal,
Hayley se dedicó por completo a ella. Prácticamente vivimos en la sala de
pediatría hasta que murió.
Enzo mira fijamente la mesa, con la garganta temblorosa. No tenía ni idea
de que había perdido a casi toda su familia. El dolor que tiene que sentir es
inimaginable. Abbie perdió a su hermano en un accidente de moto. Me lo
contó una vez.
El dolor es una prisión impenetrable y solitaria.
Odio la idea de que Enzo sufra solo.
―Tras la muerte de Paula, dejé los estudios. Hunter ya trabajaba como
entrenador personal, pero era infeliz. Decidimos irnos de mochileros por
Sudamérica durante un año.
―¿Y cómo acabaste fundando Sabre?
El pulgar de Enzo me acaricia los nudillos.
―El padre de Hunter es policía retirado, así que creció rodeado de escenas
del crimen. Sus padres nos dijeron que nos pusiéramos las pilas y nos
prestaron el dinero inicial para crear la empresa.
―¿Cuántos años tenías,
―Yo tenía veinte años entonces. Hunter es un par de años mayor que yo.
La seguridad privada parecía el trabajo más flexible y variado que podíamos
encontrar.
Observo la breve sonrisa que baila en sus labios. El sentimiento de orgullo
es evidente, desde la luz que chispea en sus ojos cuando recuerda sus
humildes raíces, hasta la firmeza de sus hombros que refleja la fe
inquebrantable que le ha llevado hasta aquí.
―Estábamos los dos solos cuando nos establecimos ―continúa Enzo―.
Durante varios años, nos centramos en la seguridad privada. Una vez que
conocimos el negocio, nos dedicamos más a las investigaciones criminales.
―¿Como mi caso?
―A veces. Normalmente cogemos los difíciles, los que las fuerzas del
orden no pueden descifrar. Somos buenos en lo que hacemos. La gente
empezó a darse cuenta, y un inversor nos ayudó a expandirnos más. Doce
años después, aquí estamos.
―¿Cuándo se unió Theo?
―Hace unos ocho años. Entonces tenía diecinueve años. Le libramos de
una acusación de piratería que le habría llevado a la cárcel.
Lo miro boquiabierto.
―¿Theo? ¿En serio?
Enzo se ríe.
―Es el que menos respeta la ley de todos nosotros, pequeña. No hay base
de datos que no intente piratear.
En el poco tiempo que pasé con Theo, fue amable y considerado. Me cuesta
imaginármelo arrestado.
―Construyó el departamento de inteligencia desde cero e irrumpió en una
faceta totalmente nueva del negocio. Hemos tenido mucha suerte.
―Eres bueno en lo que haces, eso no es suerte.
―Hemos cometido bastantes errores ―murmura Enzo―. Hubo un caso
hace unos años. Nos enfrentamos a una corporación médica corrupta que
dirigía un imperio de institutos psiquiátricos. Casi destruye toda la empresa.
Su rostro cambia, se vuelve más oscuro, ensombrecido por el sufrimiento
y el arrepentimiento. Veo cómo su garganta se estremece de emoción.
―Hunter perdió la audición al año siguiente, y estábamos de duelo por...
bueno, alguien importante. Superarlo todo parecía imposible.
―Lo siento, Enz.
―No pasa nada. Lo hemos solucionado.
La camarera vuelve a aparecer con una bandeja al hombro. Enzo cierra la
boca y acepta las bebidas, tomando un café solo y agua para él.
No me pierdo cómo le mira el pecho musculoso mientras él está distraído.
Me entran ganas de arrancarle los ojos.
―¿Todo esto es para ti, cariño? ―pregunta con una sonrisa pálida.
Me quedo con la boca abierta, pero no me sale ninguna palabra. Me quedo
mirándola, en aterrado en silencio. Levanta una ceja y me mira como si fuera
estúpida. Quiero esconderme debajo de la mesa.
―Yo me encargo ―interrumpe Enzo, arrebatándole la bandeja―. Eso es
todo, gracias.
Se marcha y me fulmina con la mirada. Me esfuerzo en abrir el puño
cerrado mientras Enzo pone tres copas delante de mí. ¿Por qué no puedo ser
normal? Tenía que ir y avergonzarle.
―Pensé que podías elegir.
―Gracias ―digo a la fuerza. ―Lo siento, entré en pánico.
―Deja de disculparte y bebe.
Clavo una pajita en el zumo turbio que tengo delante, le doy una larga
calada y tarareo satisfecha. Es exótico y afrutado, como el olor del champú
de cítricos de Leighton, pero más dulce.
―Esto es bueno. ¿Qué es?
―Zumo de piña.
―No tengo ni idea de lo que es, pero me gusta.
Su sonrisa me hace mover los dedos de los pies. A Enzo le gusta
complacerme tanto como a Leighton enseñarme cosas nuevas. Le observo
sorber su taza de café humeante y decido probar el mío.
Tomo dos azucarillos y los vierto antes de dar un sorbo. La riqueza de los
granos de café se adhiere a mi lengua, compensada por el dulzor.
―Este también es bueno. Aunque es un poco fuerte.
―De eso se trata. Te patea el culo por la mañana.
―¿Entonces por qué Hunter bebe té?
Enzo se ríe entre dientes.
―Porque es un psicópata, obviamente. ¿Quién más bebe té en vez de café?
―Realmente no tengo ni idea.
Bebo un poco más de café, hago una mueca de dolor y me lo trago. No se
lo diré a Enzo, pero el té de Hunter es mucho mejor. Me uniré a él como
psicópata si eso significa que puedo beber eso en lugar de este lodo.
―Entonces, ¿qué pasa con Leighton? ―Cambio de tema.
Enzo apoya la barbilla en los dedos entrelazados.
―Leighton era un buen chico. De pequeño idolatraba a Hunter, pero
también se peleaban mucho. Sus padres adoraban a Hunter. Era académico
y asombrosamente inteligente en la escuela.
―Padres.
―No ha cambiado mucho. Sigue viviendo un puto nivel por encima del
resto de nosotros, los campesinos. No puedo pretender entender su cerebro
de chiflado.
Nos echamos a reír y Enzo bebe otro sorbo, estudiando el líquido negro
como el carbón.
―Leighton a menudo era pasado por alto. Su padre es un personaje
interesante. Trabajaba mucho, pero presionaba a sus hijos para que
sobresalieran. Leighton empezó a portarse mal y a tener problemas con la
ley.
―¿Cómo es eso?
―Meterse en peleas, fumar en el colegio. Iba a fiestas de chicos mayores y
bebía. Siempre ha sido un poco niño salvaje. Golpeó duro a Hunter cuando
Leighton fue enviado a prisión.
Casi se me cae la taza de café.
―¿Y ahora qué?
―Sigue siendo una situación delicada. Leighton sólo lleva fuera unos
meses después de cumplir tres años. Se ha aislado de su familia desde que
salió. Ni siquiera sus padres le han visto aún. Están destrozados.
Parpadeo con fuerza y me esfuerzo por seguirle el ritmo. Una parte de mí
no puede creerlo. Leighton es el espíritu más cálido y despreocupado que he
conocido. Es todo lo bueno del mundo, envuelto en un exterior suave.
―¿Te he vuelto loca? ―Enzo se ríe.
―Um, un poco. ¿Por qué estaba en prisión?
―Esa es su historia, pequeña. Aunque no te recomendaría que se la
preguntaras.
Apartando el café, vuelvo al zumo. La amarga bebida se me cuaja en el
estómago al darme cuenta de que no conozco a esta gente tan bien como
creía. Me siento fatal por no haber preguntado antes.
―¿Y tú?
Sus gruesas cejas se fruncen.
―¿Yo?
―Dime algo que nadie más sepa.
Está claramente perplejo mientras frunce el ceño ante sus enormes manos.
La piel áspera de sus nudillos está descolorida por las capas de tejido
cicatrizado, lo que da una imagen violenta del amable gigante que conozco.
―Odio mi trabajo ―suelta de repente.
―¿Estás de broma? ¿Por qué?
―Todos los días... lo único que veo es muerte y dolor. Ayudamos a mucha
gente, pero tampoco podemos ayudar a otros tantos. Esos son los casos que
me dan ganas de jubilarme, abrir un taller o algo así.
―¿taller? ―Repito.
―Los coches. Mi padre me enseñó mucho; solía ir a trabajar con él. Tenía
una cadena de talleres mecánicos en las afueras de Londres.
―¿Qué te detiene?
Enzo se muerde el labio mientras mira fijamente a la mesa. Intuyo que
debería dejar de husmear en su pasado, pero mi curiosidad es mucho más
fuerte que mi necesidad de ser cortés.
Quiero saberlo todo sobre ellos, todos los pequeños detalles íntimos que
nadie más está lo bastante cerca como para recibir. Quiero estar lo bastante
cerca para saber esas cosas.
―Este es el sueño de Hunter ―responde cuidadosamente―. Sabre no
sería un éxito sin su liderazgo. Mi lugar está a su lado.
―Pero... ¿y tus sueños?
Vuelve a encogerse de hombros.
―Cuando acabemos nuestro trabajo, tendré una vida tranquila. Hasta
entonces, tenemos un trabajo que hacer. Con eso me basta.
Llegan de la cocina varios platos humeantes y se agolpa en la mesa comida
suficiente para alimentar a un ejército. La camarera me acerca una pila de
tortitas cubiertas de fresas y sirope.
―¿Cómo sabes lo que me gusta? ―Sonrío a Enzo.
Él le devuelve la sonrisa.
―Leighton me contó lo del desastre de las tortitas la otra mañana. Sabes
que no sabe cocinar una mierda, ¿verdad?
―Ahora lo sé. Estos realmente parecen comestibles.
Enzo se zambulle y limpia su plato en menos de un minuto, pasando al
siguiente. Nunca he visto a nadie devorar una pila de tortitas tan rápido. Es
un milagro que no sea del tamaño de una casa.
―¿Una vida tranquila? ―Rompo el silencio.
Se limpia la barbilla.
―Quizá una casa en el campo. Mucha tierra, árboles, campos de maíz.
Algunos animales. Un taller y un lugar para arreglar coches viejos sin
escuchar sirenas ni disparos. Odio Londres.
―Eso suena pacífico.
―Me gusta pensar que sí. ¿Y tú?
Trago un bocado de almíbar, sorprendida por su pregunta.
―¿Yo qué?
―Debes tener cosas que quieres hacer.
Su mirada penetra bajo mi piel como un puntero láser, retándome a
responder. Las tortitas se convierten en piedra en la boca del estómago. Dejo
el tenedor y bebo un largo trago de zumo.
―Sólo intento sobrevivir de un día para otro.
―Hay más en la vida que eso, Harlow. Podemos averiguar lo que quieres
hacer. Dije que te ayudaría antes, y lo dije en serio.
―¿En serio?
Su asentimiento es firme, decidido.
―Para eso están los amigos, ¿no?
―No tengo ni idea. No he tenido muchos.
La mano de Enzo vuelve a coger la mía.
―Saldremos adelante juntos. Vamos, come. Aún tenemos que ir de
compras. ―Esta vez no me quejo.
Harlow

rente a la enorme pila de bolsas, me doy una pequeña sacudida.


Estaba demasiado cansada para deshacer las maletas cuando
volvimos ayer. Caminar y probarme ropa durante tanto tiempo me
agotó.
Todavía estoy cogiendo fuerzas y, hasta que no consiga mantener el peso
que se supone que debo ganar, tengo que echar muchas siestas cuando mis
niveles de energía se desploman.
Enzo aprovechó totalmente mi deseo de animarle y llenó innumerables
cestas con ropa de invierno, accesorios y cosas al azar que me llamaban la
atención. Era como un poseso.
Ahora tengo un armario lleno de jerséis, camisetas de manga larga, un
abrigo más grueso y botas con suela de cuero que me mantienen los pies
calientes. En la otra bolsa hay una enorme pila de libros que me rompe la
espalda.
Me he entrenado para concentrarme durante más tiempo y ahora puedo
leer sin que me duela la cabeza. Como resultado, me he vuelto insaciable.
Enzo me dejó ir libremente, tomando cada libro que miraba.
En la última bolsa hay una caja blanca brillante que contiene mi nuevo
teléfono móvil. Estoy bastante segura de que esto va más allá de lo esencial
que me convenció de que estábamos comprando.
Casi quise preguntar si hacen esto con todos sus clientes, pero me mordí
la lengua para evitar una conversación incómoda. Hunter lo ordenó, así que
estamos obligados a obedecerle.
― Lucky ―la reprendo mientras se acurruca sobre mi jersey nuevo―. Te
están saliendo pelos por todas partes, chica.
Sus ojos grandes y suplicantes me miran.
―No me mires así. Me meterás en problemas por estar aquí, y menos en
la cama.
Acurrucándose en las nuevas sábanas turquesas, se pone cómoda y se
duerme. Hunter me mataría si la viera aquí. Es muy estricto con las reglas
sin sentido de la casa. Cualquier cosa que le dé control.
Después de guardar mi ropa nueva, apilo los libros en la mesilla de noche
y miro por la ventana. Ya es de noche; me he perdido mi habitual paseo al
atardecer por el jardín trasero.
Acurrucada alrededor del cálido cuerpo de Lucky, que ronca, abro las
páginas de un nuevo libro y me pierdo en la historia de magia y misterio.
Enzo y Hunter no llegarán a casa hasta dentro de un rato.
―¿Ricitos de oro?
Al levantar la vista de las páginas, me doy cuenta de que la habitación está
envuelta en sombras. La noche ya se ha ido. El libro me ha atrapado tanto
que creo que no he parpadeado en toda la noche.
―Sí, estoy aquí.
Leighton asoma la cabeza por la puerta y me saluda con la mano. Salió
anoche después de discutir con Hunter por el pago del alquiler, y su puerta
ha estado cerrada todo el día. No quería molestarle.
Se apoya en la puerta y se echa hacia atrás su despeinada melena castaña.
Se me salta el corazón a la boca. Tiene un enorme moratón negro en el ojo
derecho, que se le ha hinchado por completo.
―¡Dios mío, Leigh!
―Estoy bien ―se apresura a explicar―. Anoche me metí en una pelea
estúpida en el club. Un idiota estaba forzando a una chica. Me lo merezco
por involucrarme.
―¿Así que le pegaste?
Sonríe ampliamente.
―Obviamente. No aguanto una mierda así. Valió la pena que me patearan
el trasero para que ella pudiera escabullirse y tomar un taxi.
Se deja caer en la cama, molestando a Lucky, que gruñe su disgusto. La
cabeza de Leighton se recuesta sobre mis piernas cubiertas de manta
mientras se acurruca más cerca del perro.
―No deberías salir a pelear. ―Doblo la esquina de una página del libro y
lo dejo en el suelo―. No me gusta verte herido.
Sus ojos verdes se encuentran con los míos.
―Estoy bien. ¿Acabas de doblar una página? ¿Quieres que Hunter te
crucifique?
―¿Qué? ―exclamo con pánico.
―No, no ―balbucea, leyendo mi miedo―. Era una broma, Harlow. Es
raro con los libros. Les quita el polvo y todo eso.
Respiro hondo y fulmino a Leighton con la mirada.
―No me asustes así. Y no cambies de tema. Tu ojo tiene mala pinta.
―¿Estás preocupada por mí, princesa?
―¿No hablamos de la palabra con «p»? ―Suspiro.
―Hablamos de lo mucho que te gusta, claro. Otras opciones de apodo
incluyen calabaza, manojo de miel y babelicioso.
―Ugh, paso de los tres, gracias.
―Aguafiestas.
Con un guiño, Leighton coge la caja blanca que yace desenvuelta sobre mi
mesilla de noche. Era demasiado complicado para que me lo planteara.
―Enzo me mandó un mensaje y me pidió que te consiguiera una cita. Está
atascado lidiando con alguna mierda de trabajo. Hunter también, creo.
―¿Tan tarde?
―Aparentemente. ―Leighton evita mis ojos, parece sospechoso―. Algo
en la oficina. Yo no me preocuparía.
―¿Tiene que ver con el caso? ¿O conmigo?
―¡Oh, mira! ―Abre la caja y saca un elegante teléfono en tono oro rosa.
―Es rosa y todo. Qué femenino.
Me aclaro la garganta y veo cómo lo enchufa para cargarlo, evitando mi
pregunta. Sus dedos vuelan por la pantalla tan rápido que casi intimida.
Cuando me entrega el teléfono diez minutos después, lo acepto con
cautela. La pantalla brilla con demasiados iconos y funciones diferentes para
procesar. Ya odio este trasto.
―No sé cómo usar esto.
Leighton resopla.
―Te lo enseñaré. Es fácil una vez que le coges el truco.
Se pasa media hora enseñándome a enviar mensajes de texto, llamar a la
gente y buscar en Internet. Homnre, ese sitio es salvaje. Hay tanto que
aprender. Mi mente ya da vueltas a las posibilidades.
Al hacer clic en el icono de la cámara, levanto el teléfono para capturar a
Leighton en el encuadre. Saca la lengua como haría Lucky, dejándome
capturar una foto tonta.
―Los cuatro estamos guardados ahí ―me explica, mostrándome los
contactos―. Les he mandado un mensaje a los chicos para que tengan tu
número guardado.
―¿Los cuatro? ―Tartamudeo.
Los ojos de Leighton brillan de diversión.
―¿Por qué te sorprende?
―¿Incluso Hunter? ¿Theo?
Ignora la duda en mi voz.
―Incluso a ellos. Aunque tendrás suerte si consigues hablar con Theo de
día. Por lo que he oído, es nocturno. Duerme en su escritorio y trabaja toda
la noche.
―¿No tiene una habitación aquí?
―Nunca lo usa.
Tras archivar esa información, dejo el teléfono encima de mi libro
desechado. Pensar en Theo comiendo y durmiendo solo en una oficina hace
que me duela el corazón. Parece una buena persona.
―Podríamos intentar hacer una cena tardía para todos. ―Acaricio las
orejas de Lucky mientras ella resopla satisfecha―. Seguro que tendrán
hambre.
Leighton sonríe, todo picardía.
―Claro, me apunto. Sin promesas de que no les daremos una intoxicación
con nosotros trabajando en la cocina.
―No puede ser peor que tus panqueques.
―¡Ay! Me has herido. Muy bien, mueve el culo, chica misteriosa. No te
gustaré cuando tenga hambre y resaca.
Es seguro decir que la cena es un desastre.
En nuestra defensa, Leighton es demasiado ambicioso.
Saca ingredientes al azar de la nevera, cubriendo la impecable cocina de
tanto desorden que me dan palpitaciones. Hunter nos matará a los dos
cuando vea cómo está.
Descubrimos que es posible quemar pasta y aún así acabar con crujientes
hebras de espagueti. Al parecer, se trata de un logro científico. Leighton dice
que deberíamos ganar un premio a la maestría culinaria.
―Realmente eres un cocinero terrible ―digo entre ataques de risa que
duelen en el vientre―. No podemos comer esto.
―¿No tienes hambre? ―Leighton se ríe.
Sucede tan rápido que no puedo evitar deslizarme hacia el pasado.
Richards me ha estado enseñando a respirar a través de los flashbacks, pero
cuando son tan intensos, me quedo cayendo a mi muerte.
¿No tienes hambre, pecadora?
Ven aquí y besa la mejilla de papá.
Pórtate bien y te daremos de cenar.
Los recuerdos me invaden con tal intensidad que se me cae el cuchillo con
el que estaba cortando una cebolla. La cocina que me rodea se derrite con
cada respiración entrecortada.
Es demasiado tarde para volver atrás.
El pasado me traga entera.
Lo único que veo es a la Sra. Michaels, con un viejo cinturón en la mano,
golpeándome una y otra vez. El cadáver azul de Christie ha sido arrastrado
fuera de la jaula, dejado sobre una gruesa lámina de plástico para ser
desmontado.
¡Me ayudarás, puta de mierda!
Golpe.
Pequeño cerdo desobediente.
Golpe.
El dolor es tan real que siento cómo abrasa mi piel destrozada. Mi voz más
joven llena mis oídos, pidiendo clemencia. Me negué a ayudarla a serrar los
miembros de mi amiga para deshacerse de ella.
―¿Harlow? ¿Harlow?
Alguien me sacude, repitiendo este nombre una y otra vez. No sé por qué.
¿Quién soy yo? ¿Quién es Harlow? Todo lo que puedo ver es la oscura y
estrecha celda que me aprisiona en el infierno.
Los olores me asaltan.
Sangre. Orina.
Suciedad. Moho.
Cadáveres putrefactos.
Vuelvo a estar tras esos barrotes, gritando de alivio mientras el tiempo
pierde todo su sentido. Días, semanas, años. Mi cabello creció y mi cuerpo se
debilitó, pero nada más cambió.
―¡Harlow! Háblame, maldita sea.
Las lágrimas empapan mis mejillas. El hielo invade mis extremidades,
atrapándome en una burbuja. Me ahogo. Me ahogo. Hundiéndome cada vez
más fuera de mi alcance. Necesito pedir ayuda, pero no sale nada.
Sus caras están todas ahí. Pegados en las paredes de mi mente, conectadas
por el mismo cordón rojo. Cada una de las que murieron en ese lugar sin
Dios. No puedo escapar de ellas.
―Lo siento ―grito a los fantasmas.
No es suficiente. No quieren una disculpa. Mis palabras no los traerán de
vuelta ni desharán el mal que les robó la vida. Estos fantasmas nunca me
dejarán. No hasta que se haga justicia.
Me arrincono en un rincón, me tapo los oídos y me aprieto la cabeza; siento
que me va a estallar. Aún puedo verlos, sangrando y jadeando,
suplicándome con los ojos.
No puedo correr.
No puedo esconderme.
Estoy viva... y ellas no. Mi vida no es libre. Ya no me pertenece. Los futuros
robados de dieciocho mujeres viven dentro de mí.
Alguien me agarra por los hombros y me sacude tan fuerte que me
chasquean los dientes. No rompe el ataud que me aprisiona en la mente. Me
persiguen, el ruido sordo de pies muertos me persigue.
―¡No! ―Grito, empujando un puño hacia fuera.
Choca con algo duro, provocando un gruñido. No puedo ver nada más
que sangre. Por todas partes. Cubriéndolo todo. Goteando. Acumulándose.
Coagulándose. Cubre cada centímetro de mí.
―¡Harlow!
La voz está deformada y distorsionada. El pastor Michaels me gritaba mi
nombre cuando le hacía enfadar, lanzándolo como una daga para obtener mi
obediencia. Escucharlo ahora me enferma.
Sólo puedo pensar en hacer daño. En infligir el dolor que ha marcado mi
piel. Me desprendo de las manos que me sujetan los hombros, empujo a mi
captor hacia atrás y le doy otro puñetazo.
Chocamos el uno contra el otro, ambos luchando por el control. No me
detengo. Todavía no. Mi cobardía hizo que esas chicas murieran solas. Ya no
puedo ser débil; ellas no me dejarán olvidar.
―¡Harlow, para! ¡No voy a pelear contigo, joder!
La escayola que cubre mi brazo cruje contra el suelo de baldosas cuando
ambos caemos. El dolor me golpea una y otra vez, pero no es suficiente. Aún
puedo verlos: los ojos muy abiertos, la boca entreabierta, la sangre brotando.
Levanto la cabeza y vuelvo a golpearla contra el suelo de baldosas. Un
dolor atroz me atraviesa el cráneo una y otra vez, y mi entorno empieza a
desdibujarse.
―¡Basta!
Thwack.
Thwack.
Thwack.
―Lo siento ―gruñe la persona que me agobia―. Tienes que parar.
Un par de manos me rodean la garganta. Una víbora me estrangula y me
succiona el oxígeno de los pulmones.
―¡Deja... de pelear!
Mis uñas arañan sus manos apretadas, desesperadas por un poco de aire.
Pero funciona. Cuanto más luchan mis pulmones por el control, más rápido
se vuelve mi cuerpo. Pierdo energía rápidamente.
La sangre me resbala por las yemas de los dedos mientras me araño y
lucho, intentando escapar frenéticamente. Justo cuando mi visión amenaza
con oscurecerse y dejarme inconsciente, me invade una feliz agonía.
Sus manos se han ido.
Mi garganta se agarrota y se dilata, arrastrando el dulce néctar del aire.
Toso y balbuceo, agarrándome el cuello palpitante. Un peso aplastante sigue
inmovilizándome contra el suelo.
Unos ojos esmeralda del color del musgo fresco me miran. Su terror es
palpable, flota en el aire con tal potencia que puedo saborearlo en mis labios.
La realidad es un alambre afilado alrededor de mi garganta.
―Oh joder, Harlow ―Leighton se agita, su mirada frenética―. ¿Estás
bien? No sabía qué más hacer.
No puedo articular palabra. La adrenalina me ha abandonado de golpe,
dejándome solo el vacío. Lo único que siento es su peso y el latido aplastante
de su corazón contra el mío, exigiendo perdón.
―Tenía que evitar que te hicieras daño. ―Sus manos se ciernen sobre mí,
inseguro de por dónde empezar―. Por favor... di algo. ¡Mierda!
Me quedo con la boca abierta, en silencio.
―Joder. Por favor, no me odies por hacer esto.
Me agarra las mejillas con tanta fuerza que casi me duele, y su boca se
estrella contra la mía. No sé cómo reaccionar. Nuestros labios se enzarzan en
un choque contundente y Leighton está decidido a ganar esta guerra.
Me está besando.
Una y otra vez.
Hace una pausa, se aparta y busca en mi cara. Lo que encuentra es
suficiente para que sus labios vuelvan a los míos, más suaves, más vacilantes,
moviéndose a un ritmo tierno que rivalizaría con el de una sinfonía bien
orquestada.
Mis labios se separan, buscando algo que no puedo comprender. Su
lengua se desliza en mi boca sin vacilar, profundizando el beso hasta que
siento que se está bebiendo el oxígeno que se ha atrevido a entrar en mis
pulmones.
No puedo respirar. No puedo pensar. No puedo hacer nada más que estar
tumbada, llena de un calor delicioso, dejando que Leighton ahuyente la
oscuridad que ha infectado mi mente. No deja espacio para los malos
pensamientos.
Nuestras lenguas se tocan, danzan juntas como llamas gemelas que luchan
por consumir la luz de la otra. El fuego recorre mi piel, incendia mis nervios
y me sumerge en una tormenta de sensaciones.
No tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Sus manos me recorren, bajan
por mi cuerpo hasta acariciarme las caderas. Siento calor entre los muslos,
avivado por la presión de algo duro que me aprieta.
Leighton se separa con un grito de dolor y su frente se cruza con la mía.
―Jesús, Harlow. ¿Qué demonios acabamos de hacer?
―Leigh...
―No digas nada. Esto es culpa mía.
Me mira con tanto pesar que siento como si me hubiera golpeado. Cierro
los ojos, retrocediendo ante el escozor del rechazo.
―¡No! ―Se asusta y me agarra de la barbilla para que vuelva a mirarle―.
No quería decir eso. Llevo semanas queriendo besarte.
―¿Tú... tienes?
Las narices rozándose, sus labios vuelven a susurrar sobre los míos.
―Sí. Por eso me disculpo. No necesitas que te joda las cosas.
Jadeando por cada respiración dolorida, siento el cosquilleo de mis
extremidades. He vuelto. Mi cerebro se empeña en ahogarme, pataleando y
gritando, pero él me ha devuelto a la vida.
―Por favor, Leigh. ―Mi voz es una ronca crudeza―. Bésame otra vez.
―¿Qué?
Hago lo único que puedo para mantener el control. Mis labios buscan los
suyos, más fuerte y más rápido. Quiero volver a saborearlo, sentir cómo
nuestras almas se rozan en un vals apasionado.
Nunca he sentido nada parecido a la corriente eléctrica que corre bajo mi
piel en este momento. Es poderosa, anula cualquier duda o miedo en mi
mente. No quiero que haya distancia entre nosotros.
Necesito que Leighton me sostenga en este mundo, antes de perderme
definitivamente. Él es lo único que ha atravesado el lago helado de mi
aislamiento. No puedo hacerlo sola. Las voces siguen ahí.
Mi jersey crema se sube mientras sus caderas presionan contra mí,
meciéndose ligeramente. Cada roce es como un relámpago. No soy ingenua;
mi angustioso pasado me enseñó lo básico.
Sé que me desea, su cuerpo me lo dice. Pensar en ello hace que me recorran
el cuero cabelludo puntitos de ansiedad que se entremezclan con los gritos
de innumerables malos recuerdos.
Pero él no es el Pastor Michaels.
Es sólo... Leighton.
Dulce, cariñoso Leighton. Él nunca me haría daño... ¿verdad? Hay
sombras dentro de él, cuidadosamente ocultas detrás de una sonrisa
juguetona. Las he visto. Quiero confiar en él, pero la vida me ha enseñado a
ser más sabia.
Los susurros de duda se desvanecen cuando su mano se cuela bajo mi
jersey, acariciando la pendiente de mi piel expuesta. Su tacto es magnético,
me roba toda la atención.
Me muerde el labio inferior con los dientes y sube la mano, rozando el
envoltorio más ligero que me he puesto hace poco para ayudar a curarme las
costillas. Cuando su pulgar acaricia la parte inferior de mi pecho, no puedo
evitar un gemido.
Va a tocarme ahí. Noto cómo se me endurecen los pezones. Su dedo índice
desciende por la pendiente de mi vientre y se detiene al llegar a una sólida
cresta.
Mis cicatrices.
No puede verlas.
Le empujo y trago aire mientras se cierne sobre mí. Tiene los ojos
entrecerrados de deseo y las pupilas dilatadas.
―¿He ido demasiado lejos? ―murmura.
Intento recuperar el aliento.
―No... yo sólo, bueno, los demás estarán pronto en casa. Deberíamos...
parar.
Leighton suspira y apoya la cabeza en mi pecho.
―Tienes razón. Me matarían si supieran que estamos... ejem, haciendo
esto.
―¿Esto? ―repito con una pequeña sonrisa.
Respira contra mis clavículas.
―Esto. Ahora mismo no tengo palabras más elegantes.
Estúpidamente, ambos estallamos en carcajadas. Estamos rodeados de
desorden, sus manos parecen como si hubiera intentado acariciar a un gatito
rabioso y yo me he atragantado hasta la mitad. Todo esto es un caos
descomunal.
Leighton se aparta de mí y me tiende la mano. Dejo que me levante hasta
que ambos nos arrodillamos y nos miramos con curiosidad.
―¿Qué significa esto? ―Me muerdo el labio.
Sus ojos se centran en mi cuello. Me va a salir un moratón, estoy segura.
Todavía me duele la garganta. No puedo creer que haya tenido que recurrir
a eso.
―Me has asustado ―admite Leighton con voz suave.
―Me asusté.
―Mi compañero de celda en la cárcel solía tener ataques de pánico.
Apenas podía razonar con él cuando le ocurrían. A veces, arremetía y
empezaba una pelea. Era lo único que tenía sentido para él.
Leighton se sobresalta, parece darse cuenta de lo que ha revelado. Le cojo
la mano y entrelazo nuestros dedos.
―Enzo me contó sobre tu sentencia en prisión.
El miedo en su cara aumenta.
―Por supuesto que sí.
―No la historia completa, no te preocupes. Sólo que cumpliste condena y
saliste hace poco. Puedes hablar conmigo, si quieres.
Sacudiendo la cabeza, Leighton se levanta y desliza las manos por debajo
de mis brazos para levantarme. Ninguno de los dos sabe cómo abordar la
locura que acaba de desatarse, así que empezamos a limpiar en silencio.
Estoy enjuagando una tabla de cortar con una mano cuando él se detiene
detrás de mí, depositando varios platos más para que los limpie a
continuación. Su aliento me calienta la oreja.
―¿Sucede a menudo? ―pregunta.
―¿Qué?
―Estos... ataques. Perderte así.
Tragando saliva, me concentro en limpiar la espuma de jabón de la tabla.
―Más de lo que se dan cuenta los demás. Suelo encontrar el camino de
vuelta.
―¿Cómo?
Reprimo el repentino deseo dentro de mí que quiere ser sincero. Se lo
merece, pero no puedo admitirlo. La calva que crece bajo mi espesa melena
es un sucio secreto.
―No lo sé. Simplemente lo sé.
El ruido de la puerta al abrirse nos sobresalta a los dos. Leighton se aleja
de mí de un salto, e inmediatamente siento el calor de su cuerpo.
―¿Hay alguien en casa?
―Aquí ―Leighton llama de nuevo.
Al entrar en la cocina, Hunter se echa la chaqueta del traje sobre un
hombro y se quita la corbata azul con la mano que le sobra. Se me seca la
boca al verlo.
Sea lo que sea lo que Leighton ha despertado en mí... esa criatura
hambrienta y lasciva se niega a volver a su pecaminoso casillero. Los tatuajes
de Hunter asoman por su camisa, insinuando la belleza que hay debajo.
―¿Qué están haciendo? ―pregunta con suspicacia.
Leighton se encoge de hombros, con los labios apretados.
―Arruinando la cena ―suelto.
Hunter se ríe. Es un sonido profundo y gutural que me asusta. No puedo
creer lo que estoy oyendo. Leighton parece igual de desconcertado mientras
intercambiamos miradas.
―¿Intentaste cocinar? ―Hunter se ríe.
Leighton le fulmina con la mirada.
―Me sentía optimista. No soy tan malo, cielos. Ya comiste bastante de mi
queso a la plancha mientras crecías.
―Tenemos suerte de que la casa no se quemara. Y para que conste, tu
queso a la parrilla apestaba. Normalmente estaba demasiado reseco que me
importara.
―¿Reseco? ―repite indignado.
Hunter resopla mientras deposita su chaqueta.
―Pide comida para llevar. Ya tenemos bastantes problemas como para
intoxicarnos.
Leighton da una palmada y se sienta en la isla de la cocina a mirar el móvil.
Me lanza una mirada mordaz, esforzándose por no sonreír. Le quito la
mirada antes de que me ponga en ridículo.
Hunter definitivamente no necesita saber lo que estábamos haciendo.
Todavía no estoy segura de que no vaya a echarme pronto, y si sabe que he
estado besando a su hermano, nos espera una paliza.
―¿Qué tal el trabajo? ―Pregunto torpemente.
Jugueteando con su audífono, Hunter parece aprensivo. Cuando la tensión
llega al límite, por fin deja de evitarme.
―De todas formas, pronto lo sabrás. ―Se cruza de brazos mientras
suspira―. Nos han pasado un informe de persona desaparecida. Podría no
ser nada, pero lo estamos investigando.
Se me enfría todo el cuerpo.
―¿Qué? ¿Es él?
―No lo sabemos. Es más joven que las otras víctimas y viene de una
familia acomodada. Parece un poco fuera de lugar.
―¿Dónde?
Hunter me estudia un momento.
―Un campus universitario en Leeds. Volvía a casa después de una clase y
tomó un atajo. No podemos ver más allá del punto ciego del CCTV.
―¿Un estudiante en el campus? ―Leighton interviene―. No suena como
el mismo modus operandi. Este imbécil no se arriesgaría a que le pillaran así.
―Estoy de acuerdo ―responde Hunter, retorciéndose la corbata entre las
manos―. Todo el país está en vilo. La policía podría estar sacando
conclusiones precipitadas.
Cierro el grifo e intento secar la tabla de cortar con una mano, pero se me
acaba cayendo. Hunter la levanta del aire con facilidad y me mira con el ceño
fruncido.
―No tienes que preocuparte por esto, Harlow. Sólo estamos investigando
por precaución. Sigo pensando que el sospechoso está escondido. Perderte le
ha asustado por el momento.
Se sirve una cerveza de la nevera, Hunter quita el tapón con los dientes y
bebe varios tragos grandes.
―¿Está viniendo a cenar Enzo? ―Leighton tararea desde su teléfono.
―Está trabajando hasta tarde en algunas cosas. Ordena lo suficiente,
podemos dejarle para más tarde.
―Te tengo. Tarjeta de crédito, hermano mayor.
―En mi abrigo ―refunfuña Hunter en voz baja.
Leighton nos deja en un tenso silencio. Me doy cuenta de que Hunter
vuelve a observarme, aunque me esconda tras una cortina de cabello.
―Tenemos que ir a algún sitio este fin de semana ―dice bruscamente―.
Es un... asunto de trabajo. Necesito tu ayuda con algo.
―¿Yo? ―Lo compruebo dos veces.
―No hay de qué preocuparse. Te lo explicaré mejor el sábado.
Sin decir nada más, Hunter pasa rozando a Leighton en su camino de
vuelta y desaparece escaleras arriba. Le sigo con la mirada, sin saber por qué
ha cabreado tanto a nuestro huracán residente.
En un momento casi sonríe y al siguiente apenas puede mirarme mientras
suelta esas bombas. Su actitud fría y caliente es agotadora.
―Sigue pensando tanto y te explotará la cabeza ―comenta Leighton,
guardándose el teléfono en el bolsillo―. Ignora al Sr. Feliz. Necesita
refrescarse después del trabajo.
―Creo que fue la cabeza de Hunter explotando, en realidad.
Leighton se atraganta con una carcajada.
―Lo creas o no, a Hunter le importa una mierda. Eso fue lo mejor que se
puede hacer con él. Comida para llevar y un sermón.
Volvemos al estudio mientras esperamos a que llegue la comida. Puedo
oír los pasos de Hunter mientras se desliza escaleras abajo hacia el gimnasio
antes de que el estruendo de la música a todo volumen resuene en el piso.
Está claro que tiene cosas en la cabeza esta noche.
Hemos llegado a la mitad de Friends y vemos varios episodios más
mientras comemos los cartones de fideos y pollo chino que Leighton trae de
la puerta. El plato de Hunter permanece intacto.
―Obviamente estaban en un descanso ―grita alrededor de un enorme
bocado de comida―. Esto es una mierda.
Le doy un codazo en las costillas.
―Tú eres el que está lleno de mierda, Leighton Rodríguez. Eso no es
excusa para el comportamiento de Ross.
―¡Woah! ―Casi se atraganta con un fideo―. Boca de orinal, Ricitos de
Oro. Pasas demasiado tiempo conmigo. Te estoy corrompiendo.
―Al menos sabemos quién tiene la culpa.
―Ve ya a lavarte la boca.
A pesar de su tono burlón, me callo, luchando contra el intenso impulso
de hacer exactamente lo que me pide. El pastor Michaels me hizo tragar jabón
una vez. Le grité obscenidades que Adelaide me enseñó, y los dos nos reímos
en la oscuridad.
―¿Harlow? ¿Te estoy perdiendo otra vez?
Cubriéndome los ojos, intento apartar las imágenes sangrientas de mi
mente. Gritaba tan fuerte que a veces por la noche aún puedo oírla. Puedo
oírlas a todas, hasta la última chica que se desangró en ese páramo helado.
―Abre los ojos, preciosa.
―Yo... n-necesito un m-minuto.
Los dedos de Leighton rodean mi muñeca.
―Estoy aquí contigo, ¿vale? No me voy a ninguna parte. Esta vez no estás
sola.
Su aliento me hace cosquillas, impregnado del aroma de la cerveza que ha
terminado y del familiar aroma cítrico que se adhiere a su sudadera y a su
camiseta. Absorbo su tranquilidad.
―Estás en casa, Harlow. No allí, en casa. ―Leighton me acomoda un
mechón de cabello detrás de la oreja―. Aquí nadie va a hacerte daño.
―¿Y si me lo merezco?
―No me hagas decir idioteces otra vez.
Cuando me siento lo bastante tranquila para abrir los ojos, su sonrisa
característica está en su sitio. Leighton vuelve a acomodarse, pero esta vez
me hace señas para que me una a él. Delibero un segundo antes de
arrastrarme por el sofá.
Sonríe de oreja a oreja y yo acabo acurrucada a su lado, con la oreja
apoyada en los latidos de su corazón.
―Come ―me ordena, rodeándome con un brazo―. No le grites más a
Ross. Todos sabemos que Rachel lo perdonará.
―Si lo hace, es una imbécil.
―Me encanta tu nueva lengua afilada, chica misteriosa.
―Pues no te acostumbres.
El pecho de Leighton retumba con un ruido satisfecho.
―Creo que ya lo estoy haciendo.
Vuelve a concentrarse en la pantalla del televisor, engullendo grandes
bocados de comida, pero yo dejo los míos a un lado. Me alegro de que no
pueda ver dentro de mi cabeza. Nadie más necesita saber que no estamos
solos aquí. Los fantasmas nunca están lejos.
En un rincón, derramando sangre y piel putrefacta por el suelo de madera,
Laura espera en mi traumatizada imaginación. La sangre se me escurre de la
cara cuando levanta un dedo.
Me apunta directamente.
La persona que la mató.
Enzo

e mojo la cara en el lavabo y saboreo lo fresco del agua. Tengo los


ojos arenosos y doloridos por otra noche en vela. Ya van tres
seguidas y lo estoy pagando.
No hay duchas frías ni cafés triples que puedan competir con la asfixiante
sensación de agotamiento. Anoche intenté correr para agotarme, pero no
sirvió de nada para calmar mi ansiedad.
He estado inquieto desde que llegaron los resultados de ADN de Harlow.
Ocultárselos me parece mal después de todo lo que ha pasado, pero tenemos
que hacerlo bien. Quiero investigar a su familia primero.
No podemos jugar con su seguridad.
Ahora mismo no se puede confiar en nadie.
Me retiro el desordenado cabello negro, salgo del baño y vuelvo al
despacho de Hunter. Han preparado té y café para nuestra reunión y Theo
ya se está tomando su tercera taza.
No se molesta en levantar la vista de su portátil mientras me sirvo más
cafeína. Este pequeño rayo de sol ha sido mi compañía constante esta semana
mientras lidiamos con las secuelas de ese maldito informe de ADN.
―¿Dónde está Hunter? ―Vuelvo a frotarme los ojos.
―De camino, supongo ―responde distraídamente―. No soy su maldito
guardián, Enz.
―Hoy estás especialmente alegre.
Los fríos ojos azules de Theo se cruzan con los míos. Sus rizos rubios le
cuelgan de la cara, desordenados y despeinados. Tiene una mancha de
ramen en el pecho y la ropa muy arrugada. Estamos hechos un desastre.
―Apenas he dormido en semanas. ―La mirada de Theo se endurece―.
Hemos tenido a todo el equipo de inteligencia asignado al caso de Harlow, y
yo tengo a tres miembros del equipo de baja por gripe. Déjame en paz.
Me siento y bebo un trago de café.
―¿Has probado yoga? ¿Meditación? ¿Un poco de Pilates? Tienes que
trabajar esa frustración de alguna manera, hombre. No puedo permitir que
te me eches encima.
―Que te jodan ―murmura en voz baja.
―Paso difícil. Tu chispeante compañía es suficiente.
Theo me ignora por completo con la mirada clavada en la pantalla de su
portátil. Es el mayor tiempo que hemos pasado juntos en años. Ojalá fuera
en mejores circunstancias, pero no hay nada como una tragedia para unir a
un equipo.
―Deberías venir a casa y dormir en una cama de verdad ―añado más
serio―. Come algo caliente, tómate un día libre. Tu habitación sigue ahí.
Intacta.
―Estoy bien ―insiste Theo, con los párpados caídos.
―¿Cuánto tiempo más va a durar esto?
―Soy el único cualificado para manejar los drones que buscan iglesias
abandonadas. No puedo tomarme un día libre.
―Sabes muy bien que Kade obtuvo su licencia hace dos años. No me
vengas con esa mierda.
―Está ocupado.
―¿Trenzando el puto pelo de Brooklyn y jugando a las familias felices?
―Resoplo, dando un trago más de café―. Déjalo ya.
―Estoy en casa ―dice Theo―. Aquí es, justo aquí. La casa no tiene más
que malos recuerdos y gente a la que no tengo interés en ver.
La verdad es un trago amargo. Miro fijamente las profundidades de mi
café negro, intentando recordar la última vez que Theo sonrió.
―¿Incluyéndome a mí? ―Pregunto secamente.
El áspero ladrido de mi voz le hace estremecerse. Estoy harto de que
alguien a quien antes consideraba mi hermano me trate como a un extraño.
Esto ha durado demasiado.
Hemos luchado juntos. Perdido juntos. Llorado juntos. ¿Nuestra historia
no significa nada para él? Abandonó a la familia que derramamos sangre
para proteger.
―Esto no es lo que Alyssa hubiera querido ―añado, demasiado cansada
para seguir dándole vueltas al asunto―. Ya lo sabes.
―¿Cómo voy a saberlo? ―Baja una mano―. Está muerta, Enz. A Alyssa
ya no le importamos una mierda. Se ha ido.
―Hay que dejarse llevar. No podemos vivir en el pasado. ―Mi voz se
entrecorta―. Eso no la traerá de vuelta a nosotros.
―Haré lo que me dé la gana.
―¿Y cómo te está funcionando?
―Mejor que esta mierda de actuación que estás montando ―arremete―.
Es patético. ¿Acaso ella te importaba?
―¡Basta!
El gruñido furioso de Hunter nos detiene a ambos cuando entra a grandes
zancadas en el despacho. Parece descansado, con la ropa limpia y planchada.
Maldito imbécil.
―¿Qué están haciendo? ―exige, sirviéndose la taza de té más grande del
mundo―. Discutiendo como niños cuando tenemos asuntos más
importantes que discutir. ¿Qué les pasa?
Le señalo con el dedo.
―No te hagas el despistado, Hunt. Hemos estado sentados en esta oficina
durante días, haciendo todo el maldito trabajo preliminar.
―Déjalo ―murmura Theo―. No merece la pena.
―No, no lo haré. Tiene que asumir alguna responsabilidad por el estado
en que estás, Theo.
―Si tienes algún problema, dímelo. ―Hunter me mira por encima de su
taza―. Aquí todos somos adultos. No puedo llevar un negocio si ustedes dos
no están de acuerdo.
Theo cierra el portátil de golpe y se levanta para intentar salir de la
habitación. Hunter le agarra del hombro antes de que pueda huir, como
siempre hace.
―¿Dónde crees que vas? Tenemos trabajo que hacer.
Theo aprieta los dientes.
―Me voy.
―Este es tu departamento. ―Hunter hace un gesto alrededor de la
oficina―. Mira lo lejos que hemos llegado. Por fin tenemos pistas.
―¿Pistas? ―Theo se burla―. ¿Putas pistas? No tenemos nada. Una oficina
llena de chicas muertas y una testigo traumatizada sin recuerdos. Este caso
nos lo ha quitado todo.
Haciendo una pausa, Hunter le mira. Le mira de verdad. No es una mirada
superficial, ni su habitual rechazo carente de emoción. Theo le devuelve la
mirada, agotado y al límite de sus fuerzas.
―No podemos defraudar a Harlow ―dice Hunter, sorprendiéndome―.
Ella nos necesita para atrapar a esos bastardos. No romperé mi promesa.
Theo se desinfla.
―Quiero ayudarla, Hunt. De verdad que quiero. Pero necesitamos más
tiempo, más recursos. Demonios, más pruebas. Este capullo es un fantasma.
Es demasiado bueno.
―¿Más pruebas? ¡Una chica ha desaparecido! Tenemos dieciocho
cadáveres y un puto testimonio de primera mano. ¿Qué más quieres?
―¡Quiero recuperar a mi familia! ―explota.
Agarrando en un puño la camisa de Hunter, Theo está a centímetros de su
cara. No intervengo. Necesita superar esto de una vez por todas.
―Nunca nos fuimos. ―Hunter aparta sus manos de su camisa―. Tú eres
el que se fue, Theo. Tu familia siempre ha estado aquí.
Destripado y solo, Theo mira alrededor de la habitación. Meses de
reconocimiento, reuniendo pruebas, trabajando hasta la extenuación.
Harlow no lo sabe, pero Theo ha hecho la mayor parte del trabajo aquí. Este
caso ha consumido su vida.
Ha estado obsesionado con encontrar al asesino, incluso antes de
conocerla. Harlow ni siquiera conoce a este hombre, no realmente, pero ha
estado luchando por ella desde el primer día, y no se ha llevado ningún
reconocimiento por todo su duro trabajo.
―No puedo seguir haciendo esto. ―Theo retrocede, abrazando su
portátil―. Dile a Harlow que lo siento.
―¿Qué significa eso? ―Hunter gruñe.
Me acerco a los dos.
―Háblanos, Theo.
―No se habla más. Tienes razón. No soy parte de tu familia, ya no. Estás
mejor sin mí.
―Eres nuestra familia ―insiste Hunter―. Eso no es lo que quise decir, y
lo sabes. No vamos a ninguna parte.
―Mi familia murió junto con Alyssa. ―Theo sacude la cabeza―. Nunca
volverá. No puedo quedarme aquí ni un segundo más, intentando llenar ese
vacío.
―No lo hagas ―le suplico.
Apenas puede mirarme.
―Me dijiste que dejara de fingir que estoy bien. Se cumplió tu deseo. No
estoy bien.
La expresión de Hunter se vuelve tormentosa mientras pierde la paciencia.
―Sal por esa puerta y hemos terminado. Se acabó.
―¡Hunter! ―Le grito―. Está intentando pedir ayuda, joder. No seas tan
idiota.
Theo resopla, con los ojos enrojecidos.
―No le importamos, Enz. Nunca le importamos. Hemos sangrado por
esta empresa. Sufrimos por ella, una y otra vez. ¿Dónde está el
agradecimiento?
―Tú eres el que amenaza con irse ―dice Hunter.
―¡Porque estoy harto de ser un extraño en mi maldita vida! ―Theo
grita―. ¿Sabes qué? Como quieras. Buena suerte con la investigación.
Antes de salir enfadado, se detiene y mira su portátil de trabajo. A estas
alturas es una extensión de él, una manifestación física de su mente brillante.
Su tecnología le reconforta en un mundo frío y cruel.
Theo la deja caer sobre la consola con tanta fuerza que hace sonar varias
fotografías enmarcadas que Hunter tiene expuestas. Una de ellas contiene
nuestra última foto juntos. Las personas que solíamos ser.
Alyssa está en medio de nosotros, sonriendo como una loca. Era tan guapa,
segura de sí misma y descarada, con una lengua ácida que nos mantenía a
todos a raya. Todo en ella era increíble.
Nuestra relación no era normal, ni mucho menos. Caímos en compartirla
por accidente, arrastrados por el tornado del deseo y el primer amor que nos
absorbió a todos en su destructivo camino. La queríamos muchísimo.
―No ―grazno, mientras el marco se tambalea.
Al caer de la consola, el ruido de cristales rompiéndose llena el silencio
sofocante. El dolor recorre el rostro de Theo, igual que la explosión de agonía
que me desgarra por dentro.
Esa fue la última foto que nos atrevimos a mostrar de ella. Las demás
estaban guardadas en cajas junto con sus cosas, en un rincón tranquilo del
desván donde ninguno de nosotros podría volver a tropezar con ellas.
Dejándonos sólo con nuestros recuerdos y nuestro dolor, Theo sale de la
oficina sin detenerse. Ambos nos quedamos boquiabiertos. Una parte de mí
cree que volverá.
No lo hace.
Theo se ha ido.
Caminando hacia la ventana, Hunter apoya las manos en el cristal, con la
cabeza gacha en señal de derrota. Le dejo en paz y me arrodillo junto al
desastre que ha dejado Theo.
El marco se estropea y deslizo la foto fuera de él, obligándome a mirar el
recuerdo que tengo entre las manos. Los brazos de Alyssa rodean el cuello
de Theo, su pelo rosa se agita con la brisa.
Sus labios están apretados contra la mejilla de ella, mientras Hunter los
mira con cara de felicidad. La abrazo por detrás, contenta de compartir a mi
alma gemela con las personas que más quería en el mundo.
Mis dos hermanos.
Mis mejores putos amigos.
Los cuatro éramos una familia desordenada e imperfecta, pero hicimos
que funcionara. Ella dio vida al alma cansada de Hunter, sacó a Theo de su
caparazón ansioso y calmó mi mente lo suficiente para que pudiera dormir.
―Lo siento, Lys ―susurro a su memoria―. Lo hemos jodido todo. Nos
patearías el culo a todos.
Sus ojos me miran fijamente, irradiando amor y aceptación. Le importaban
un bledo nuestras aristas, las peculiaridades y defectos que nos hacían tan
despiadados como para dirigir una empresa como Sabre.
Alyssa era nuestra compañera. El pegamento que nos unía, haciéndonos
iguales. Sin ella... no somos nada. Como Theo, he estado llenando el vacío
con lo que podía para sobrevivir.
―Theo volverá.
―Lo dudo mucho ―responde Hunter desde la ventana.
―No quiso decir lo que dijo.
―Sí, Enz. Lo hizo.
Dejo la fotografía en la consola, llego a la mesa de conferencias y me
desplomo en una silla vacía. Hunter tiene la mirada fija en las densas nubes
de lluvia del exterior.
―Debería ir tras él ―digo finalmente.
―No lo haré. ―Su frente se apoya en el cristal―. No voy a obligarle a
quedarse. Es su decisión. Tenemos que respetarla.
―Esto no está bien.
―Ya nada está bien ―suelta, volviéndose hacia mí―. Nada ha estado bien
durante mucho tiempo. La única cosa buena en nuestras vidas ahora
mismo... y tenemos que renunciar a ella.
Le miro fijamente, incrédula.
―Espera, ¿Harlow?
―Sabes de quién estoy hablando, ¿de acuerdo? No lo diré otra vez.
―Jesús. Tienes que superarle.
Se burla y se agarra el cabello.
―¿Crees que no lo sé? Maldita sea, Enz. Todos encontramos nuestras
propias maneras de sobrevivir.
Suspirando, me acerco a él y le paso un brazo por los hombros tensos.
Miramos juntos hacia Londres.
―Tenemos que hacer esto, Hunt. Harlow tiene otra vida de la que no sabe
nada.
―¿Y si la destroza? ―pregunta mordiéndose el labio―. Todo ese tiempo
que pasó sufriendo y siendo torturada... no tiene ni idea de que esos
monstruos no eran sus verdaderos padres.
―La mantendremos a salvo, incluso de sí misma.
―¿Así de fácil?
―Justo así. ―Le aprieto los hombros―. Podemos ganar esta lucha. Las
respuestas están ahí. Sólo tenemos que encontrarlas.
Hunter observa el destello de las luces de una ambulancia que pasa por la
concurrida carretera bajo nosotros. Varios coches de policía le siguen,
separando el tráfico matutino.
―Quieres reabrir su antiguo caso ―adivina.
―Nadie es secuestrado sin que alguien se dé cuenta. Han pasado trece
años, las cosas han cambiado.
Considerándolo, asiente.
―Podemos recordar las pruebas, tal vez ponernos en contacto con los
antiguos investigadores. Ver qué se les pasó por alto.
―Ya tenemos las pruebas aquí.
―¿Qué? ―Hunter me frunce el ceño.
―Theo me dijo que hizo que el equipo lo recogiera hace unas semanas.
Las cajas están en el almacén, esperándonos.
Parece ligeramente aturdido. Sería divertido si no tuviéramos un hombre
menos y tuviéramos que recoger los pedazos que dejó atrás.
―¿Por qué? ―se pregunta Hunter en voz alta.
―Joder sabe lo que pasa por la mente de Theo. Vamos. ―Le doy una
palmada en el hombro―. Vamos a exponerlo y ver lo que tenemos.
Desoyendo varias ofertas de ayuda, recuperamos las cajas de pruebas del
almacén cerrado del pasillo y las llevamos a la oficina. Llenan casi la mitad
de la mesa.
A Theo le habrá llevado incontables noches organizar todo este papeleo,
rebuscando en viejos archivos policiales y archivando lo importante. Ni
siquiera pedimos esto. Lo ha hecho todo él mismo. Es una prueba más de lo
mucho que realmente le importa.
―¿Es ella? ―Hunter pregunta sombríamente.
Cojo una fotografía y asiento con la cabeza. El ángel de cabello castaño y
ojos azules que me devuelve la mirada no se parece a la mujer que conozco.
Hay una ligereza en ella, que brilla a través de una amplia sonrisa dentada.
La persona que conozco es hueca, vacía a veces, pero un hilo dorado sigue
corriendo por Harlow. La rebeldía refuerza su espina dorsal y su lengua
afilada se llena de descaro sin que se dé cuenta.
Está cambiando, creciendo, cada vez se siente más cómoda desafiándonos
y cuestionando el mundo que la rodea. La libertad ha devuelto la vida a
Harlow.
―Leticia Kensington ―leí, el nombre seguía sonando mal―. Esto
corresponde con el informe de los forenses. También sacamos su expediente
escolar.
―Ese lugar era una vergüenza. ¿Cómo demonios se le permitió caminar
sola a casa cuando Giana Kensington llegaba tarde?
―Ya sabes cómo es. ―Intercambiando papeles, ojeo un registro de
pruebas―. Escuela pública sin fondos, personal desilusionado. A nadie le
importa una mierda cuando suena la campana y se despiden de los
mierdecillas.
Hunter sacude la cabeza con una risita.
―¿No te sientes paternal, Enz? Me imaginé que algún día querrías tu
propia mierdecilla.
―Tenemos un Leighton. Es suficiente.
―Yo digo que lo demos en adopción.
Abriendo otra carpeta de anillas, Hunter comprueba los detalles que
tenemos hasta ahora. Nuestra lista de información es escasa en el mejor de
los casos.
―Leticia lleva trece años desaparecida y fue dada por muerta después de
que una investigación de un año no diera ninguna pista. ―Deja caer el
expediente con un suspiro―. El clásico caso sin resolver. Sin pruebas, sin
testigos.
―¿Otro punto ciego de CCTV?
―Vivían en una zona de mierda. Rural, asolada por la pobreza. Sin
infraestructura ni puntos de vigilancia. Parece que atravesó el campo de un
granjero para llegar a casa.
Nos servimos más bebidas calientes y las engullimos en silencio. Estar
rodeado de fragmentos de la vida de Harlow es surrealista. No está bien
tener acceso a toda esta información mientras ella está en casa, sin enterarse
de nada.
―Espera. ―Hunter coge un informe impreso―. La familia de Harlow
demandó a la escuela y ganó cincuenta mil por daños.
―¿Cincuenta de los grandes? ―Repito.
―Negligencia, caso abierto y cerrado. La escuela fue cerrada por el
consejo.
―Eso es mucho dinero.
Hunter asiente.
―Parece que Theo consiguió algo en el sistema penitenciario. El padre de
Harlow fue condenado por fraude de identidad. Fue a prisión y Giana se
quedó con todo el dinero.
―Jesús, joder.
―Curiosamente, ella no lo mencionó.
―Espera, ¿has hablado con Giana? ―le gruño.
―Tuve que dar la noticia. Los medios están decididos a descubrir la
identidad de Harlow. No quería que se enterara por nadie más que nosotros.
―¡Hunt! ―Doy un puñetazo contra la mesa―. No tenemos ni idea de
quién coño es esta gente. No confío en ellos. No deberías haberle dicho que
Harlow está viva.
―Es su madre ―se defiende Hunter.
―Me importa un bledo quién sea Giana. Tenemos que mantener a Harlow
a salvo, incluso si eso significa mantener a su familia lejos de ella hasta que
sepamos más. Maldita sea.
Sus ojos se entrecierran.
―Si Giana se enterara por alguien que no fuéramos nosotros, nuestra
reputación se habría hecho añicos. Podría demandar a nuestros estúpidos
culos por ocultarle a su hija.
―¿La reputación, otra vez? ¿Te importa algo más?
―Claro que sí ―suelta enfadado―. Pero alguien tiene que pensar en el
panorama general. Eres incapaz de ser imparcial.
―Sí, bueno, jódete tú también.
Arrojo mi puñado de papeles al suelo y salgo a respirar tranquilamente.
Hunter es el más exasperante, bastardo de corazón frío a veces. Aunque todo
lo que haga sea por el bien de nuestra familia. Su constante necesidad de
lógica y orden me pone de nervios.
Pero todos estamos bajo presión.
No puedo permitirme romperme como Theo.
Vuelvo a la oficina, me siento y me sirvo más café. Hunter apenas me
dedica una mirada. Es raro que sepa cuándo callarse la boca, pero antes no
rompe el silencio.
―¿Qué dijo Giana entonces? ―Suspiro.
―Se puso histérica cuando le di la noticia. No tuvimos mucho tiempo para
comparar notas.
―Tenemos algo más de información aquí. Según los registros públicos, se
volvió a casar hace seis años.
―¿Y el ex-marido?
―Se desconoce la ubicación de Oliver Kensington. Salió de prisión tras
cumplir una condena de siete años y desapareció del mapa. No se le ha visto
desde entonces.
―Hijo de puta ―maldice Hunter.
El malestar se retuerce en mis entrañas. Harlow merece la oportunidad de
tener una familia de verdad, pero la idea de dejar que estos extraños se
acerquen a ella me hace querer darle una paliza a alguien. Algo no encaja con
esta narrativa.
Cojo mi café.
―¿Y ahora qué?
―Tengo que llevar a Harlow a conocer a su madre. ―Hunter se cruza de
brazos―. Giana ha estado llamando cada hora, preguntando cuándo
llegaremos.
―¿Richards está de acuerdo con esto?
―Difícilmente. Sabes que no lo aprobaría.
―Tal vez él tiene un punto ―sugiero―. No queremos llevar a Harlow al
límite. Ella no recuerda nada de esto.
―¿Qué más puedo hacer, Enz? ―Hunter deja caer la cabeza entre las
manos―. Harlow no puede mejorar hasta que sepa la verdad.
―Entonces quiero estar allí.
―Esta vez no ―me responde―. Te necesito aquí ahora que Theo se ha
largado. Todavía tenemos que encontrar a una chica desaparecida, y el
equipo de inteligencia necesita que lo dirijan.
―Que lo haga Kade.
―Está dirigiendo la operación de reconocimiento en Northumberland.
Tenemos que encontrar esa maldita capilla.
Frustrado, lucho contra el impulso de golpearme la cabeza contra la mesa.
La distancia entre aquí y la casa donde dejamos a Harlow dormida esta
mañana es demasiada. Este viaje será aún más lejos, y lo odio, joder.
―No la liberaré de la custodia protectora hasta que sea seguro ―Hunter
responde a mi mayor temor―. Independientemente de lo que quiera Giana.
―¿Y si Harlow quiere estar con su familia?
Puedo ver su reticencia y su conflicto, sin importar los juegos inútiles a los
que juega. Atrás queda el hombre que quería llevarse a Harlow a un piso
franco y no volver a tratar con ella.
Ha visto lo que el resto de nosotros estamos tan desesperados por
proteger. Es una mariposa saliendo de su crisálida, hermosa y frágil en el
trauma del renacimiento.
Haría cualquier cosa por ver a Harlow desplegar sus alas y convertirse en
la persona que sé que es por dentro. Nadie en esta maldita tierra me va a
quitar ese placer.
―Es nuestro trabajo protegerla ―decide Hunter―. Le guste o no, somos
su hogar hasta que atrapen a esos monstruos.
Le hago un gesto con la cabeza desde el otro lado de la mesa. Vivimos y
morimos por la espada, y nuestra familia es lo que nos mantiene vivos.
Harlow pertenece a nosotros. Ahora es más que una clienta.
Ni siquiera Theo puede alejarse de nosotros sin luchar. Lo recuperaré,
cueste lo que cueste. Su lugar está aquí, a nuestro lado. Voy a traerlo de
vuelta y sé exactamente la persona que ayudará.
―¿Estás bien aquí? Necesito hacer una llamada.
Hunter me hace un gesto con la mano para que me vaya, con la atención
puesta en otro informe policial. Salgo de la oficina y me adentro en el
silencioso pasillo, hasta llegar a una ventana tintada que oculta el vasto
horizonte de Londres.
Antes salvamos a una familia. Tal vez ellos puedan ser los que nos arreglen
esta vez. Nadie está más cualificado que ellos.
Me acerco el teléfono a la oreja y llamo a la única persona del planeta a la
que confío mis pensamientos más íntimos. Se ganó ese privilegio en una zona
de guerra, y nuestra amistad no ha hecho más que crecer en los tumultuosos
años transcurridos desde entonces.
Cuando responde con un gemido medio despierto, no puedo evitar
sonreír. Su voz está cargada de sueño después de que el equipo se tomara
unos días para recuperarse de su última misión.
―Hola, grandullón. He estado esperando a que me devolvieras la
llamada.
―Brooke. ―Exhalo un suspiro―. Ha sido un mes infernal.
―Me lo estás diciendo. Las noticias han estado arrastrando vuestros culos
sobre las brasas para que todo el país lo vea cada noche.
―Parece que lo estás disfrutando.
Su risa es exasperada.
―Apenas. Kade no me cuenta una mierda del caso. Por favor, quítale el
palo del culo para que podamos hablar de trabajo a la hora de comer.
―Puso ese palo ahí, puede sacarlo.
―Maldita sea ―gruñe, molestando a alguien que duerme la siesta en el
fondo―. Esperaba que le pusieras una orden de mordaza.
―Me temo que no, fuego salvaje. Él es su lío para resolver, la última vez
que lo comprobé.
―De puta madre. Dime algo que no sepa.
―Hablando de líos... necesito tu ayuda. Las cosas se han puesto un poco
jodidas aquí. Bueno, más que un poco.
Puedo oír la sonrisa en la voz de Brooklyn.
―Estaré allí en media hora.
Harlow

iro por la ventanilla el serpenteante camino rural que abraza la


bestia de coche de Hunter y veo cómo se desvanecen los campos
vacíos. Llevamos toda la tarde conduciendo y solo hemos parado
para repostar y comer algo tarde.
Hunter está más callado que de costumbre. Apenas me ha dirigido la
palabra desde que dejamos a Leighton dormido en casa. No soy estúpida.
Este viaje no es por diversión. Tengo un mal presentimiento sobre adonde
vamos.
―Ya casi está ―murmura.
―¿Adónde vamos?
―Croyde, está más adelante. Te gustará Devon. Es agradable y tranquilo
comparado con Londres.
―¿Veremos el mar? ―pregunto emocionada.
Sus ojos achocolatados se deslizan hacia mí.
―Sí. Nos he reservado un hotel en la costa para pasar la noche.
Estoy ansiosa por saber qué vamos a hacer aquí, pero la idea de ver el
océano me hace temblar los dedos. Es exactamente el cambio de aires que
ansiaba.
A Tia le encantaba la playa; era su lugar feliz. Creció en Skegness, entre
máquinas tragaperras y juegos recreativos. Sus historias eran las mejores:
pasaba las vacaciones de verano recorriendo las atracciones del muelle.
Al recordar sus historias nocturnas susurradas entre barras, un recuerdo
confuso y onírico se desliza en mi mente. Lo veo tan claro como el zumbido
del motor del coche se desvanece en el fondo.
Hay arena suave y dorada entre mis deditos. El sol del verano me golpea
con el azote de fuertes vientos costeros. El agua salada baña mi piel con un
ligero escozor, llenando el cubo rosa brillante que he sumergido en el mar.
¿Dónde estoy?
¿Este lugar es... real?
El coche se sacude al caer en un bache y me devuelve de golpe a la
realidad. Tengo que reprimir un grito ahogado. El abrazo aferrado de mi
fantasía permanece, provocándome con imágenes de un lugar que nunca he
visto.
Me sacudo las telarañas de la cabeza. Sólo ha sido un sueño. Cada vez más,
estas imágenes inconexas aparecen en momentos aleatorios. Sueño con
lugares que nunca he visto, conversaciones que nunca he tenido, familiares
inexistentes que me abrazaban.
Nada de eso es real.
Con los ojos de Hunter centrados en la carretera, puedo girarme hacia la
puerta y empezar a tirarme del cabello. Cada folículo roto me alivia. Más.
Más. El dolor me devuelve al presente.
Mi lema acompaña cada tirón brusco.
Sólo un sueño.
Sólo un sueño.
Sólo un sueño.
―Aquí estamos ―declara Hunter, girando hacia el centro de un pequeño
pueblo―. Esto es Croyde. Estará muerto en los meses de invierno.
Me suelto el cabello y esbozo una sonrisa premiada. Nadie se daría cuenta
de que me come viva la duda. Al menos, eso es lo que me digo cada día.
Con la temperatura invernal instalada y espesas nubes arremolinadas
cubriendo el horizonte, no hay nadie en las carreteras. Pasamos junto a
cabañas de paja y resbaladizas carreteras empedradas que suben y bajan con
los acantilados.
Es precioso. Desierto y pintoresco, como los pueblos ingleses tradicionales
que se ven en las películas. Hunter conduce por las estrechas carreteras
mientras empezamos a descender, serpenteando entre un grupo de fachadas
de tiendas cerradas.
―¿Dónde está todo el mundo?
―Está soplando una tormenta de invierno. ―Echa un vistazo por el
retrovisor y ve un coche familiar varios metros más atrás―. No es muy
atractivo para los turistas, especialmente en esta época del año.
―¿Crees que nevará?
―Posiblemente. Es bastante raro en la costa, pero el pronóstico dijo que
nos preparáramos. Me gustaría terminar con esto lo más rápido posible.
Me muerdo el labio.
―¿Por qué la urgencia? ¿No podría esperar hasta después de la tormenta,
sea lo que sea esta cosa?
―No. Vuelve a centrarse en la carretera, el nervio de su cuello se crispa―.
No podía esperar.
Abandonamos la zona principal de la ciudad y subimos una empinada
cuesta que conduce a un orgulloso edificio de tres plantas con vistas a la
costa. La pintura blanca descascarillada y los amplios ventanales son
golpeados por el viento. Parece solitario, aislado en un acantilado desierto.
―Este es el hotel. ―Hunter se detiene en un estacionamiento medio vacío,
estudiando la zona del edificio―. Es lo mejor que pude hacer.
―Me gusta.
Está demasiado ocupado estudiando la carretera detrás de nosotros,
donde el coche familiar azul ha pasado la curva y sigue hacia la costa. Hunter
parece desinflarse un poco.
―¿Todo bien?
―Sí ―responde―. No es nada.
Salimos juntos del coche, coge nuestras bolsas de viaje y me hace un gesto
para que me adelante. Nos acercamos al hotel, con los cuerpos
balanceándose por el fuerte viento. Hace aún más frío que en casa.
―Ve a sentarte. ―Hunter señala un sillón de felpa en la ventana, medio
oculto por las macetas y las cortinas―. Voy a registrarnos.
Mi pierna se agita nerviosa cuando se acerca a la recepción y entrega
nuestras maletas al personal que nos espera. Parecen un poco sorprendidos
de tener un huésped en esta época del año.
Fuera, empieza a llover. Es más espesa y se mezcla con la nieve para
formar un manto de aguanieve. No me doy cuenta de que mis pies se
mueven hasta que es demasiado tarde. Me arrastran hacia la tormenta,
desesperada por probar la primera nevada del invierno.
Me azota la cara con latigazos helados, atravesando la bruma que
acompaña cada segundo de mis días. Siento que puedo respirar mejor en
medio de la tormenta, rindiéndome a una fuerza mayor que yo.
―¡Harlow! ¡Vuelve aquí!
Ignoro los gritos de Hunter y sigo caminando hacia el sonido de las olas
rugientes. Estoy siendo arrastrada hacia el agua, arrastrada por un coro
insonoro de susurros. Tia vive dentro de mí, lista para reunirse con el mar.
―Harlow, espera. ―Una mano agarra la mía, tirando de mí hasta
detenerme―. Estamos en medio de una maldita tormenta.
Aparto a Hunter.
―Estoy bien. Tengo que verlo.
―¿Ver qué? ―grita por encima del viento.
Mis ojos se clavan en el oscuro horizonte.
―El mar. Quiere que lo vea.
―¿Quién?
Maldice coloridamente mientras me alejo, siguiendo el sendero
descendente que corta la ladera del acantilado. En lugar de dar media vuelta,
me sigue, apretándose el abrigo de botones y la bufanda a cuadros.
―Coge un resfriado y sólo podrás culparte a ti misma ―dice Hunter, pero
no parece enfadado―. Jesús, Harlow.
―Tengo que verlo ―repito.
―¿Por qué? ¿Qué te pasa?
El destello de las imágenes se vuelve a clavar en mi cerebro. Arena. Agua.
Risas. Caramelos de hielo y chillidos agudos. Necesito saber qué significa,
por qué este lugar está tirando de algo enterrado dentro de mí.
―Nunca había estado aquí, y aunque es imposible, siento que sí.
Hunter intenta agarrarme de nuevo, clavando sus talones.
―No podemos hacer esto aquí, cariño. Volvamos adentro.
―No. Estamos tan cerca.
La oscuridad desciende rápidamente, pero el resplandor de las farolas
marca nuestro camino colina abajo. El sabor salado del aire aumenta hasta
que puedo oler la frescura del agua, tentadoramente cerca.
Delante de nosotros, los acantilados ceden finalmente el paso a la
indescriptible violencia de la naturaleza. Ondulantes olas de color gris y azul
oscuro golpean la costa hasta someterla, rugiendo tan fuerte que casi me
ensordecen.
Me detengo en el borde de la arena, mirando fijamente hacia la negrura.
Aquí no hay luz, solo la belleza efímera de Dios en el estruendo de las olas.
―Es precioso.
Hunter se detiene a mi lado.
―Y frío.
Ignorándole, salto a la arena antes de que pueda protestar de nuevo. La
promesa del agua me llama, haciéndome señas a través del fuerte vendaval.
Es como si el viento gritara mi nombre, dándome la bienvenida a casa.
―¡Harlow! ―Hunter grita.
Me quito las botas y los calcetines de lana y corro hacia el mar sin
preocuparme por la nieve que cae. El agua helada me cala hasta los huesos,
quemando capas de piel hasta que me duelen.
Estoy siendo limpiado en fuego y hielo.
El mar me libera.
Mis sentidos se sienten vivos por primera vez en años. Al deslizar los pies
descalzos, me maravilla el tacto de las piedras bajo el agua. Sus esquinas
afiladas se abren paso en mí, rompiendo el entumecimiento.
El viento salvaje me abrasa las mejillas y me arranca mechones de cabello
del gorro. El sabor a sal y ozono de la tormenta que se avecina me recuerdan
la crueldad de la naturaleza.
Un chapoteo marca la llegada de Hunter al agua. Me doy la vuelta y lo veo
chapoteando hacia mí, con sus pantalones a medida empapados. De algún
modo, no parece enfadado.
―¿Te importa si te acompaño?
Hago un gesto alrededor de la playa desierta.
―Tenemos el lugar para nosotros solos.
Juntos en la oscuridad, hombro con hombro, los dos temblamos de frío.
Las nubes de tormenta se acercan cada vez más, rogando por desatar su
fuerza destructiva.
―¿Reconoces este lugar? ―Hunter se acerca para coger mi mano
congelada.
Es tan natural juntar nuestros dedos. Él es la única fuente de gravedad en
este lugar sin ley. Podríamos ahogarnos en la marea, pero sé que él me
salvaría.
Ni siquiera Dios podría evitar la ira de Hunter. Él no me permitiría morir
sin su aprobación firmada, e incluso entonces, estaría en deuda con sus reglas
y regulaciones.
―Sí ―admito, atrapando la nieve húmeda en mi lengua―. He estado aquí
antes. Sé que he estado. ¿Por qué me has traído?
Su agarre se estrecha.
―Tengo una historia que contarte, Harlow. No es agradable, pero tienes
que oírla de todos modos.
Parece como si fuéramos las dos últimas personas vivas aquí, atrapadas en
una burbuja de aire frío y secretos, lejos del caos de las investigaciones
criminales y las obligaciones.
Y aún así, el pasado se aferra.
―Tengo miedo ―me obligo a admitir.
Agarrándome la barbilla, Hunter levanta mis ojos hacia los suyos. Parecen
negros en la oscuridad de la tormenta, pero más cálidos que nunca. La
emoción me devuelve la mirada por primera vez.
―Sé que lo tienes, cariño. ―Su pulgar acaricia mis labios entreabiertos―.
Entra. Entra, por favor.
Asiento con la cabeza y dejo que me remolque hasta la orilla. El frío me
cala hasta los huesos mientras subimos cojeando por la arena con la ropa
empapada. El viento implacable nos azota, furioso y descontrolado, hasta
que llegamos al hotel.
―Deberías calentarte ―se preocupa Hunter, aún abrazándome―. Creo
que he visto un fuego en la zona del bar.
Pasamos junto a las miradas boquiabiertas del personal de recepción,
chorreamos agua entre grupos de sillas y mesas. La luz del fuego llena el
silencioso bar, con sólo un pequeño puñado de personas sorbiendo vino y
hablando en susurros bajos.
―¿Quieres un trago? ―Hunter pregunta.
Me deslizo en un sillón a cuadros junto a la chimenea abierta.
―¿Necesito uno para oír esto?
Duda.
―Sí.
―Entonces tomaré una copa.
Desaparece y vuelve con dos vasos, se sienta a mi lado. Observo la medida
de líquido ámbar oscuro.
―¿Qué pasa?
Hunter toma un sorbo, haciendo una leve mueca de dolor por el ardor.
―Pruébalo y descúbrelo. Pero con cuidado.
―¿Se me permite beber?
―Eres un adulto. Decide por ti mismo.
Hunter me observa mientras bebo un sorbo, dejando que el ardiente
liquido se deslice por mi garganta y me calienta la barriga. Sabe fatal, pero
me gusta un poco.
―No pensé que realmente lo harías.
Toso y consigo tragarme otro sorbo.
―La gente puede sorprenderte. No soy una niña a la que tengas que
cuidar.
―Soy consciente.
―Así que háblame como un adulto.
Vuelvo a sentarme en el sillón y miro fijamente los perspicaces ojos de
Hunter. Me sostiene la mirada sin intentar ocultarla.
―Ya has estado aquí antes ―revela.
Tomo otro sorbo de licor, a pesar de sentirme mal por sus palabras. En el
fondo, no es una sorpresa. Hace tiempo que siento la fatalidad inminente.
―¿Cuándo?
El fuego ilumina sus rasgos simétricos.
―Cuando eras una niña. Tu nombre no es Harlow Michaels.
El bar se aleja hasta que sólo quedamos nosotros, observadores de estrellas
persiguiendo la próxima lluvia de meteoritos, ahora atrapados en la
trayectoria de una destrucción inminente.
―El Pastor y la Sra. Michaels no son tus padres. En realidad no existen.
Son seudónimos que tus secuestradores eligieron.
Mi corazón se rompe contra mi pecho.
―Entonces, ¿no existo?
―Tu nombre era Leticia Kensington. Quién elijas ser ahora depende de ti.
―Sus cejas se fruncen―. Harlow es el nombre que te dieron cuando te
separaron de tu familia, hace trece años.
Lo único que puedo hacer es mirar sin comprender mientras todo mi
mundo se reduce a cenizas a mi alrededor. Debería sentir algo, cualquier
cosa, pero mi cuerpo está entumecido. No soy capaz de derramar ni una sola
lágrima.
―Todo era mentira ―digo con voz muerta.
―Lo siento, Harlow.
Del bolsillo de su abrigo mojado, Hunter saca un sobre blanco. Duda antes
de sacar una pequeña pila de fotografías y colocarlas sobre mi pierna
temblorosa.
―A Leticia le encantaba dibujar ―dice en voz baja―. Era una lectora
empedernida, muy por encima de su edad. Su madre tuvo que prohibirle que
se quedara despierta hasta tarde, escondida bajo el edredón con una linterna
y un libro.
Da la vuelta a la primera fotografía. Dos adultos de pie en una playa
parecida a la que acabamos de encontrar, una niña pequeña cubierta
columpiándose entre ellos.
―Le gustaba jugar en la playa ―continúa, con los iris envenenados por la
emoción―. Su abuela vivía cerca. Llevaba a Leticia a dar de comer a las
gaviotas y a tomar un helado, incluso en invierno.
La siguiente fotografía muestra a una mujer de pelo plateado con una niña
saltando sobre sus rodillas. Su cariñosa sonrisa asesta el golpe mortal.
―La conozco. ―La tomo y le paso un dedo por la cara―. Olía a galletas
de jengibre y té de hojas sueltas.
Cuando hace un par de semanas me atreví a mirarme al espejo, me costó
enfrentarme al dolor que me devolvía la mirada con la brutalidad de unos
ojos hundidos. La niña que abrazaba a su abuela seguía siendo yo, pero más
joven, más sana.
―¿Por qué ahora? ―Me ahogo.
Me agarra la pierna temblorosa.
―Hemos encontrado a tu verdadera madre. No estás emparentada con
esos monstruos, y nunca lo estuviste.
Me trago lo que me queda de bebida en tres tragos rápidos. Eso no ayuda
a que el magma de rabia que se filtra por mis venas vaya en aumento.
―¿Siquiera me buscó?
Hunter se frota la nuca.
―La investigación policial se esfumó. No había suficientes pruebas ni
recursos.
―Así que la policía se rindió. ¿Hizo ella lo mismo?
―Harlow, no es tan simple.
Le echo la mano a un lado.
―¿No es cierto? ¿Dónde está, Hunter? ¿Qué ha hecho mi madre los
últimos trece años?
―Se volvió a casar ―admite―. Tu padre fue a la cárcel por suplantación
de identidad y Giana conoció a alguien nuevo. Tienen un hijo de cinco años.
Me levanto a toda prisa y aún sostengo el vaso vacío. Hunter ni siquiera
se inmuta cuando se estrella contra el ladrillo de la chimenea, lanzando
fragmentos por los aires.
No es suficiente para calmarme. Quiero romper todos y cada uno de los
muebles que hay aquí, una y otra vez. Las rodillas me golpean con la fuerza
de la emoción que me recorre.
―Arriba. ―Hunter me agarra por el codo, esquivando los gritos asustados
del personal del bar indignado―, Ponlo en la cuenta de mi habitación, ¿de
acuerdo?
―Suéltame ―gruño, intentando escapar de él.
―Ni una puta palabra más ―ordena.
Me empuja hacia el ascensor que espera fuera del bar. Su doloroso agarre
de mi codo no cede hasta que llegamos a la segunda planta y encontramos
nuestra habitación.
―Tenemos que pasar desapercibidos ―me sisea al oído―. Sé que estás
enfadada, pero no es seguro montar una escena delante de la gente.
―¡Quítame las manos de encima!
Consigue escanear la tarjeta llave para desbloquear la puerta.
―Dije que te mantendría a salvo. Déjame hacer mi maldito trabajo.
―Porque eso es todo lo que soy, ¿verdad? Un trabajo.
La inseguridad se me escapa antes de que pueda cerrar la boca. El dolor se
extiende por la cara de Hunter y se siente tan bien. No quiero ser la única
que sufre. Él también debería sentirlo.
Dentro de la habitación, nuestras maletas aguardan sobre una cama doble.
La miro fijamente, con cada centímetro de mí temblando de furia.
―¿Compartes a menudo cama con tus clientes?
Pasa a mi lado para inspeccionar el mini bar.
―Obviamente es un error. Tienes que calmarte.
―¿Que me calme? Acabo de descubrir que toda mi vida es una mentira,
he olvidado a la única familia que he tenido y mi madre no ha perdido el
tiempo en reemplazarme. No me digas que me calme.
Cerrando de golpe la pequeña nevera, Hunter me rodea. Ni siquiera
parece enfadado, más bien cansado del mundo.
―Te duele ―me dice―. Si necesitas desquitarte conmigo, está bien. Pero
si no bajas la voz, alguien llamará a la puerta.
Me acerco a él y le agarro la camisa aún húmeda. En el fondo, sé que nada
de esto es culpa suya. Está dando la noticia que estoy segura que
sospechaban desde hace tiempo.
Sabía que algo iba a ocurrir. He tenido todas estas semanas para
prepararme, sabiendo que mi vida iba a saltar por los aires cuando las piezas
encajaran, pero eso no ha hecho nada para disminuir el dolor que todo lo
consume.
―Cuando el Pastor Michaels se enojaba, lastimaba a otros. ―Respiro su
familiar aroma especiado―. Quiero hacerte daño ahora mismo.
―Si eso es lo que necesitas hacer, adelante.
―¿Por qué? ―Casi sollozo.
Alarga la mano para acariciarme la mejilla y cierra el pequeño espacio que
queda entre nosotros. Su pecho se aprieta contra el mío y las puntas de
nuestras narices se tocan. No puedo moverme ni un centímetro.
―Porque no soy una buena persona ―gruñe―. He dedicado mi vida a
ayudar a la gente, pero eso no anula todo el dolor que he infligido.
―Yo... no me lo creo.
―Es verdad ―Sus ojos se clavan en mí, intensos e implacables―. En doce
años, he matado a doscientas quince personas. Bombardeos, asesinatos,
ejecuciones. Sable se benefició de cada muerte.
Puedo saborear su tormento. Me envuelve, un manto familiar de angustia,
que coincide con el pozo de oscuridad supurante donde solía estar mi
corazón.
―Los conté todos ―susurra Hunter―. Hasta el último. Nombres, caras,
fechas. No me permitiré olvidar cómo llegamos aquí.
Le suelto la camisa y deslizo los dedos por el cuello abierto, acariciando
las manchas de tinta oscura que surgen de su torso.
―¿Por qué los cuentas?
―Porque el día que deje de importarme, me convertiré en un monstruo.
―Suelta un largo suspiro―. De eso es de lo que salvo a la gente como tú. Y
es exactamente de quien debería haber salvado a Alyssa.
―¿Alyssa? ―Repito confundida.
Se le cierran los ojos.
―La última mujer que amé murió en mis malditos brazos. Se desangró y
no pude hacer nada para evitarlo.
Alguien, como dijo Enzo. Ella tiene un nombre, después de todo, la que
dejó un hueco tan grande en sus corazones.
―¿Es ella la razón por la que no soportas estar cerca de mí?
Hunter parece como si le hubiera abofeteado.
―¿De qué demonios estás hablando? Harlow, joder. ¿Por qué crees que
estoy aquí?
―¿Para hacer tu trabajo?
Empieza a llevarme hacia atrás hasta que mis piernas chocan con la cama.
Hunter me empuja de nuevo sobre el colchón y cubre mi cuerpo con el suyo.
Cualquier signo de vacilación se ha evaporado.
―He querido tocarte desde el momento en que puse mis ojos en ti ―dice
con ardor. ―Cada vez que Leighton te hacía sonreír, o Enzo te cogía de la
mano, yo quería meterles una bala en el cráneo y ocupar su lugar.
Sus caderas me aprisionan contra la cama, presionándome con un
movimiento lento y seductor. Cada movimiento hace que escapen de mi boca
pequeños gemidos estúpidos. Me siento como si estuviera ardiendo.
―Dime que pare ―suplica.
Le aparto el cabello suelto de la cara y aplasto mi boca contra la suya. Los
labios de Hunter se entreabren en una danza febril. No corre ni se pone una
máscara como todas las veces que he imaginado esto.
Estoy atrapada en un huracán de cálculo y precisión, rendida a la voluntad
de Hunter. Sus labios son como puños que me golpean negro y azul. No
puedo huir de la embestida, y no quiero.
Mis piernas se abren sin que me lo pida, dejando que se acomode entre
ellas. La nueva posición hace que una presión palpitante estalle en el
resbaladizo espacio entre mis muslos.
Siento su dureza empujándome, caliente y exigente. El miedo que pensé
que sentiría no está ahí. Después de todo lo que he aprendido, y con el terror
de lo que está por venir, quiero significar algo para alguien. Aunque sólo sea
por un momento.
―Joder, Harlow ―rompe el beso para jadear―. No podemos hacer esto
ahora. No estás preparada.
―Por favor ―gimo, retorciéndome en la cama.
―Shhh. ―Me besa la mandíbula, la garganta, la clavícula―. Te haré sentir
bien. Pero no eso.
Se cierne sobre mí, se desabrocha la camisa y la tira a un lado. Contemplo
los duros planos de sus pectorales definidos, una pelusa de vello castaño
claro que cubre la preciosa tinta que vislumbré antes.
―No era así como esperaba que fuera esta conversación.
―Hunt ―gimoteo―.,No quiero pensar en eso ahora. O nunca más. Sólo...
hazme olvidar. Por favor.
Se quita los pantalones y se queda sólo con unos bóxers negros ceñidos al
cuerpo. Sus piernas son poderosas, bronceadas, y mis ojos se desorbitan ante
el bulto que se esfuerza por escapar de su prisión de tela entre ellas.
―Ojos aquí arriba ―regaña, flexionando incontables músculos
ondulantes―. Si te hago sentir incómoda, dime que pare. ¿Me lo prometes?
Niego con la cabeza y me muerdo el labio mientras su mano se cuela bajo
mi jersey. Mis pechos son lo bastante pequeños como para no tener que llevar
sujetador, y en cuanto se da cuenta, su garganta se estremece.
―Respóndeme ―exige, sus dedos rodeando un pezón endurecido―.
Quiero oírte decirlo.
―Prometido ―gimo de placer.
Me amasa el pecho con una mano y recorre la costura de mis vaqueros
hasta llegar al botón. Me tiembla el pulso cuando me baja la cremallera y
empieza a deslizar la tela por mis caderas.
Entonces es cuando me asusto.
Me levanto tan rápido que jadeo por el dolor que me recorre las costillas y
le aparto las manos de mí. El terror me oprime los pulmones.
―No puedo... Yo...
―Mierda ―maldice Hunter, con la cara pálida―. Esto fue una mala idea.
―¡No! ―Me apresuro a explicar―. No eres tú. Yo... bueno, es difícil de
explicar. No quiero asustarte con lo que hay debajo.
Hunter se pone de lado y me estrecha contra su pecho. Me acurruco en su
cuello, disfrutando de la cercanía que he deseado durante tanto tiempo. Si ve
mis cicatrices, huirá gritando. Eso me mataría.
―Harlow, sé lo que hay debajo.
Levanto la cabeza.
―¿Qué?
―La policía tomó fotos mientras estabas inconsciente en el hospital. Lo vi
todo incluso antes de conocernos.
La vergüenza se apodera de mí. Me siento físicamente enferma. Me
estremezco e intento apartarme, pero sus brazos me rodean.
―No te atrevas a esconderte de mí. No voy a aguantar esa mierda. No
tienes nada de qué avergonzarte.
Por mis mejillas empiezan a rodar lágrimas estúpidas y avergonzadas. No
puedo creer que haya visto mi verdadero yo, y aún así, siga aquí. Cualquier
persona cuerda ya habría huido gritando.
―Tengo un aspecto asqueroso ―susurro entre lágrimas―. Las cicatrices...
están por todas partes. No quiero que me veas así.
Hunter me abraza fuerte y empieza a besar las lágrimas, una a una. No se
le escapa ni una gota.
―Déjame ver ―murmura.
―No quieres hacer eso.
―Sí, quiero.
Estoy desesperada por volver a sentirme completa. Todo lo que quiero es
un momento, una mirada. Puedo conformarme con ser otra persona esta
noche. Una persona digna de su cuidado y atención.
Desabrocha suavemente el velcro que sujeta mi brazo escayolado, lo
aparta y me besa las yemas de los dedos, deteniéndose en el borde de la
escayola. Me quita el jersey, centímetro a centímetro, mientras contengo la
respiración. No deja que me acobarde ni que me esconda, mantiene el
contacto visual todo el tiempo.
Luego me quitan los vaqueros, dejando al descubierto cada centímetro de
piel que tanto me cuesta ocultar. Estoy tumbada en bragas blancas, con un
mosaico de moratones en las costillas. El médico me ha dicho que ya puedo
dejar de usar el vendaje.
Sé lo que parezco.
Es un espectáculo feo.
Intrincadas cicatrices cubren la mayor parte de mi delgado torso. Las
cicatrices se extienden desde la parte inferior de mis pechos, sobre mi caja
torácica y a lo largo de todo mi estómago.
Empieza con un círculo perfecto sobre mi ombligo, cortado lo bastante
profundo como para dejar marcas horrendas, incluso ahora. Las líneas del
cuchillo se ramifican en tres cúpulas curvas, conectadas por un triángulo
central.
La Santísima Trinidad.
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Debí haber muerto esa noche. Fue antes de que el pastor Michaels
perfeccionara su ritual. Llegó a mí en un estado de sed de sangre animal,
cansado de persuadirme con restos de comida y palizas.
Los cortes de cuchillo son tan profundos que no siento nada en algunas
partes de la piel. El daño es permanente. Trabajaba en metódico silencio,
creando una obra de arte para la aprobación del Señor. Estuve tan cerca de
caminar hacia la luz.
Algo en mí se negaba a dejarme ir. Estaba cansada, hambrienta,
desesperada por un respiro de la violencia. Dios echó un vistazo a su ofrenda
y me echó fuera, de vuelta a la oscuridad de la jaula.
He sobrevivido.
Eso fue sólo el principio.
―Por favor, no mires ―le ruego, conteniendo un sollozo.
Sus ojos se niegan a apartar la mirada.
―Harlow, eres hermosa por dentro y por fuera ―proclama Hunter
suavemente―. Estas marcas son parte de ti. Me dicen lo fuerte, valiente y
jodidamente formidable que eres. Todo lo que veo aquí es prueba de ello.
Su boca vuelve a aplastar la mía, consolidando sus palabras. El calor
palpita a través de la ansiedad que me mantiene prisionera. Hunter me sujeta
el brazo roto por encima de la cabeza, dejando al descubierto mis pechos.
Desliza los labios por mi cuello, succiona y mordisquea la sensible piel.
Los ligeros moratones del incidente con Leighton se han desvanecido, sin
dejar rastro de nuestra colisión.
¿Importa que yo también lo haya besado?
¿Qué diría si viera esto?
Pequeños mordiscos y besos con la boca abierta me obligan a dejar de lado
todos los pensamientos sobre Leighton cuando su hermano vuelve a llevarse
mi pezón a la boca. La excitación me recorre la espalda. Me gusta tanto que
me toquen.
Con los pulgares acariciando la tierna piel de mi caja torácica, Hunter me
besa hasta el ombligo. Odio que vea mis cicatrices de cerca, pero cuando su
lengua recorre un horrible trozo de piel, veo las estrellas.
―Eres tan jodidamente hermosa ―repite, besando cada violento tajo del
cuchillo.
Al llegar al borde de mis bragas, sus dedos se enganchan bajo el elástico.
Es entonces cuando me doy cuenta de lo húmedo que está el material. Me
asusto y cierro los muslos en torno a su cabeza.
―¿Qué pasa? ―exige.
―N-nada ―balbuceo.
Me abre los muslos y mira el algodón húmedo mientras su sonrisa se
vuelve diabólica. Tengo que taparme la boca cuando inhala profundamente
mis bragas.
―La pequeña Harlow está tan mojada ―musita―. Estás chorreando,
cariño. Puedo ver tus muslos brillando. ¿Eso es todo para mí?
Su barba es tan áspera contra mi piel. Arqueo la espalda y suplico en
silencio que me alivie. No sé cómo hacerlo yo misma. El aire frío golpea mi
zona más íntima cuando tira las bragas a un lado.
―Hunt ―jadeo de nuevo―. Por favor...
―¿Por favor qué?
―Yo no... yo... ah...
Cuando se inclina hacia mí, su barba áspera roza mis pliegues. La
combinación de sensaciones casi provoca una explosión en mi interior. He
tocado a mi alrededor mientras me duchaba y conozco lo básico.
Encuentra fácilmente el brote de nervios que no me he atrevido a tocar
antes. Lo hace rodar entre sus dedos y me sonríe.
―Mira este coño perfecto, sin tocar y esperándome. ¿Quieres que te
pruebe, Harlow?
Me roza el sensible capullo con la lengua y vuelve a desencadenar esa
oleada interna de placer, que esta vez me golpea con más fuerza. Gimo y
cierro los ojos con fuerza.
El calor de la lengua de Hunter se desliza entre mis pliegues. Me lame y
me chupa las entrañas, como un experto violinista tocando su instrumento
favorito.
―Quiero ver lo apretada que estás ― dice.
Jadeando ruidosamente, mis piernas se abren aún más mientras su dedo
se arrastra por mi entrada. Estoy tan húmeda y febril que no puedo contener
los pequeños temblores que me sacuden ante su contacto.
―¿Alguna vez te has hecho un dedo?
―No sé qué significa eso ―jadeo.
―Maldita sea, Harlow. Realmente estás presionando mi autocontrol ahora
mismo. Voy a tocarte. Si duele, pararé.
Suelto un grito de placer cuando empieza a introducir su dedo en mi
resbaladiza abertura. La presión es intensa al principio, y la ansiedad me
recorre la espina dorsal, pero confío en él.
Frotando su pulgar sobre mi manojo de nervios, Hunter desliza su dedo
hacia fuera, recogiendo más humedad antes de volver a introducirlo. Esta
vez profundiza más y llega a una parte de mí que es pura felicidad.
Cada vez que entra y sale, la sensación que invade todo mi cuerpo se
intensifica. Algo está creciendo, una espiral cada vez más alta, un volcán de
éxtasis a punto de estallar.
―Eso es, preciosa ―anima Hunter―. Te ves tan bien, abierta y clamando
por mí. Quiero ver que te corras.
―¿Verme qué?
Grito una maldición mientras me mete un segundo dedo, trabajando los
dos en perfecta sincronía. Es como si el cielo y el infierno lucharan entre sí
bajo mi piel.
Abro los ojos lo suficiente para encontrarme con su mirada, oscura y
malvada. El Hunter que conozco se ha ido. Un demonio pecador ha ocupado
su lugar, y con gusto le venderé mi alma.
―Así ―dice Hunter roncamente―. Suéltate.
Sus movimientos se aceleran, empujando y provocando, acercándome al
límite con cada rotación. Mi cuerpo se apodera de mí y el éxtasis me
envuelve. Vuelvo a gritar más fuerte, como un animal herido.
El calor se extiende entre mis muslos, cubriendo su mano de fluidos. Me
sonrojo de vergüenza. ¿Es normal? Hunter saca los dedos y comprueba que
lo estoy mirando mientras se los lleva a la boca.
Me quedo boquiabierta, viéndole lamer la humedad brillante de cada
dedo. Cuando termina, vuelve a meterse entre mis piernas. Su boca vuelve a
mi coño, lamiendo hasta la última gota de humedad.
―Hunter ―digo soñadoramente―. Para.
―De ninguna manera. Sabes como el puto cielo.
Me mira bajo un mechón de cabello despeinado y sus ojos brillan de
satisfacción. Aún tiene pegotes en los labios mientras se los lame.
Señor de arriba, nunca he visto al diablo tan claramente en la vida real. Ni
siquiera en la mirada desgarradora de mi supuesto padre. Este hombre
camina en otro reino pecaminoso por completo.
―¿Estás bien? ―pregunta preocupado.
―¿Bien? ¿Después de eso?
Hunter asiente frenéticamente.
―No estoy segura de poder formar palabras todavía.
Sus labios se abren en una mueca de picardía. Es como si estuviera
mirando a Leighton, con hoyuelos y todo. Jesucristo.
No debería estar pensando en el hermano de Hunter después de aquello,
pero eso no me impide preguntarme cómo sería hacer esto también con él.
No puedo quitarme ese beso de la cabeza.
―Ven aquí ―ordena.
Levanto el brazo con cuidado y me arrastro por el colchón hasta colocarme
en el regazo de Hunter. Mis piernas rodean su cintura y nos aprisionan. Me
aprieta el coño desnudo, duro y palpitante.
―¿Debería estar haciendo... erm, algo al respecto? ―Digo
apresuradamente―. Yo también quiero hacerte sentir bien.
Hunter me acaricia la garganta, su barba araña mi piel cubierta de sudor.
―Esta noche no. Déjame abrazarte.
Colocándome sobre su pecho como si fuera un bebé, me acurruco más
cerca, extrañamente sin miedo a mi desnudez. Ya lo ha visto todo y no ha
huido.
Aquí estoy a salvo. Ningún demonio puede venir a reclamar mi alma
mientras Hunter se defiende de ellos. No se atreverían a desafiarlo. Estoy
segura que el diablo echaría un vistazo y huiría de este hombre, gritando y
prometiendo no volver jamás.
Mañana, debo enfrentarme al pasado.
Pero por esta noche, puedo descansar.
Aquí nada puede hacerme daño.
Leighton

is pies golpean contra la cinta a un ritmo constante y brutal.


Golpe, golpe, golpe.
Me imagino a Harlow dormida y en paz junto a mí en el sofá,
con el pulgar entre los labios en un gesto infantil que revela su
vulnerabilidad. Pero es mucho más que eso.
Golpe, golpe, golpe.
Odio sus pequeños gemidos de dolor mientras lucha contra demonios
invisibles, se revuelve en sueños, huye de mi tacto cuando intento ayudarla.
Incluso inconsciente, no confía en lo desconocido.
Golpe, golpe, golpe.
Joder, espero que esté bien ahora mismo. Hunter es un sargento instructor.
La mantendrá a salvo y segura. Todo este viaje es una idea terrible, pero
Giana insistió en conocer a su hija en persona.
Ya llevan dos días fuera. Al parecer, ha caído una tormenta, así que se han
refugiado en el hotel para dejarla pasar. La idea de Hunter y Harlow
encerrados es risible.
Enzo se amotinará y destrozará el país si a esa tal Giana se le ocurre
arrebatarnos a Harlow. Ella pertenece aquí, lejos de cualquiera que se atreva
a hacerle daño.
Corro hasta que siento que voy a vomitar. Me caigo sudando de la cinta y
miro al techo del gimnasio del sótano. El ejercicio es lo que me mantuvo vivo
en la cárcel.
Me proporcionó un breve consuelo del caos de vivir con miles de hombres
enfadados y atrapados. Ese lugar rompió algo en mí que no se puede
arreglar. Pero desde Harlow, me he estado sintiendo más como mi antiguo
yo.
Después de recuperar el aliento, me apoyo en la pared y bebo una botella
de agua. Mis pantalones cortos están empapados de sudor. Llevo así más de
una hora, demasiado inquieta para quedarme sentado.
Enzo debería volver pronto de la oficina, pero que le den. Ha sido un
bastardo miserable e insomne desde que se fueron. Echo de menos a Harlow.
Ella lo endulza.
Limpio el equipo en silencio y casi dejo caer la toalla cuando un estruendo
ensordecedor resuena en las escaleras. El sonido de cristales rotos y de
alguien gritando es inconfundible.
¡Joder!
No hay nadie más en casa.
Bajo el banco de pesas y cojo la pistola que Hunter ha pegado en su sitio.
Comprobando la recámara, está completamente cargada. No creces cerca de
nuestro viejo sin aprender a disparar.
Subiendo las escaleras, más ruidos de golpes resuenan en la casa vacía.
Parece como si alguien estuviera golpeando unos platos de porcelana.
Preparo la pistola para disparar.
Si ese bastardo psicópata ha venido buscando a Harlow, le meteré una bala
entre los ojos y luego en la polla. Los otros pueden tener lo que queda de él
para rematarlo.
―¿Enzo? ―Grito―. ¿Eres tú, hombre?
Alguien jadea de dolor desde el interior de la cocina. Manteniendo el arma
en posición, me arrastro por el pasillo y entro en la habitación poco
iluminada.
―¿Theo? ¿Qué coño?
Todos y cada uno de los vasos, cuencos y platos que tenemos están
destrozados en patéticos pedazos por el suelo de mármol. Sentado con las
piernas cruzadas entre la carnicería hay un imbécil sudoroso y sangrante.
―Leigh ―murmura.
Las gafas de Theo están torcidas sobre su cara enrojecida y sus rizos,
habitualmente pulcros, sobresalen como si se hubiera electrocutado. Desde
aquí puedo oler el vodka y la cerveza que desprende.
―Maldición, amigo. ―Bajo el arma―. Esto es impresionante para ti.
¿Tenias que romper toda la cocina?
―¡Sí! ―Theo grita borracho―. Dile a Hunter que se joda. ―Recoge una
cuchara desechada del suelo―. Toma, dale esto para que te ayude.
Acepto la cuchara mientras ahogo una carcajada.
―Estás sangrando. Dios, ¿tenías que hacer esta mierda cuando estoy solo
en casa? Ya me culpan de todo por aquí.
Abriéndome paso entre los escombros, cojo un trapo y lo empapo con
agua. Theo mira al techo con los ojos entreabiertos, agarrándose la mano
izquierda herida.
Me hundo a su lado y nuestros hombros se rozan.
―Vamos, déjalo. Si necesitas puntos, estás jodido conmigo aquí.
Envuelvo su mano, compruebo que no hay cristales incrustados y aplico
presión para detener la hemorragia. Tiene suerte de que no sea nada grave.
Hunter realmente me mataría si dejo que uno de sus mejores amigos
muera en el suelo de la cocina. Podrían enterrarnos en tumbas iguales.
―¿Qué ha pasado?
Theo gime de dolor.
―Encontré el bar local.
―Así de bien, ¿eh? Estoy impresionado.
―Me duele la cabeza.
―Te lo mereces. ―Compruebo su mano y asiento? ―Eres bueno,
borracho. No necesita puntos.
―Impresionante ―balbucea.
―No querríamos joder tus perfectas manos de oficina, ¿verdad? Mira, ni
una sola marca o cicatriz.
―Vete a la mierda, Leighton.
Resoplando, cojo un cepillo de debajo del fregadero.
―¿Esa es forma de hablarle a tu salvador? Debería haber dejado que te
desangraras.
Se agarra la cabeza mientras limpio, escondiendo toda la vajilla rota en la
papelera. Enzo tendrá que hacer un viaje a Ikea antes de que Hunter vuelva.
No voy a cargar con la culpa esta vez.
Paso las manos por debajo de las axilas de Theo y lo arrastro hasta un
taburete.
―Eso es, amigo. Vamos a limpiarte.
―No necesito tu ayuda ―refunfuña.
―Claro que no. Haré café, pero por favor no vomites. Me limito a limpiar
tu vómito.
―Si lo hago, será en tu cabeza.
Enciendo la lujosa cafetera de Hunter, localizo algunos analgésicos y los
pongo delante de Theo con un poco de agua. En su estupor destructivo se le
escaparon algunos vasos y tazas.
Ni siquiera puede dar las gracias. A juzgar por su aspecto, se ha
emborrachado. El hedor del licor se adhiere a su camisa de franela y a sus
vaqueros arrugados.
―Oí que tuviste una pelea con los dos terribles el otro día y te fuiste
enfadado. No pensé que te volveríamos a ver.
―¿Dónde has oído eso? ―Theo engulle el agua.
―Enzo le estaba dando una paliza al saco de boxeo de abajo. Conseguí
sacarle unas palabras antes de que se pusiera como un cavernícola.
―Sí, bueno, se lo merece.
Con dos cafés hechos, me dejo caer en el asiento de al lado. Theo está lejos
de ser mi persona favorita, pero puedo extender la empatía suficiente para
ayudar al pobre tipo.
Tratar con Hunter y Enzo durante años y años lleva a cualquiera a la
bebida, y más con la presión de este jodido caso encima.
―Dijeron que te habías ido ―vuelvo a insistir.
Theo se quita las gafas sucias y las tira a un lado para frotarse las sienes.
―Lo hice. Un puto desperdicio de espacio.
―¿Hunter?
―No, yo ―aclara―. Se suponía que las cosas serían más fáciles con el
tiempo, ¿sabes? Esto del duelo. Richards dijo... tiempo.
Sorbiendo mi café, observo sus emociones. La muerte de Alyssa los
trastornó a todos. Era una persona increíble. Estaba entre rejas cuando murió,
pero aún así dolió. Éramos amigos, pero ella era su todo.
―Han pasado años ―admite Theo con aspereza―. ¿Por qué no se ha
hecho más fácil, eh? Estoy harto de sufrir. No puedo más.
―¿De verdad quieres saber lo que pienso?
―¿Por qué no? Nadie más me escucha.
―Bueno, creo que estás esperando que las cosas vuelvan a ser como antes.
Ya sabes, antes.
Theo asiente.
―Quizás.
―Estás esperando algo que no va a suceder. ¿Cómo puedes ser feliz,
viviendo así en el pasado?
―Joder, Leigh ―maldice―. Cuando lo dices así, parezco tonto de remate.
Sé que está muerta.
Apoyo una mano en su hombro encorvado.
―Todavía estás de duelo. ¿Crees que no pasé tres años entre rejas
queriendo volver atrás y tomar una decisión diferente? Es instinto humano.
Theo engulle el café y se recoloca las gafas. Están un poco torcidas y aún
sucias, pero se parece más a sí mismo cuando sus ojos azules se encuentran
con los míos.
―Entonces, ¿cómo desactivo el instinto humano?
―Tú no puedes. Síguelo de otra forma en su lugar.
―¿En otro sitio? ―repite, con la nariz arrugada.
―Cualquier sitio es mejor que el infierno en el que estás, ¿verdad?
Theo ladra una risa amarga.
―¿Cuándo te has vuelto tan listo?
Golpeo mi taza contra la suya.
―Tuve tiempo de sobra para practicar mis habilidades de buda sabio en
la cárcel. Eso y años de conversaciones ebrias con extraños. Es bueno para el
alma.
Su cabeza se desploma y golpea la barra del desayuno.
―Cristo, he sido un idiota. Dije algunas cosas de mierda a Hunter y Enzo.
―Los has aguantado todos estos años. Eso te ha dado cierto margen para
ser un imbécil, en mi opinión.
―Cielos, qué reconfortante.
Unos faros iluminan de repente la casa cuando se cierra la verja de
seguridad. Un coche estaciona y ambos vemos salir a cuatro figuras. Su
monstruoso cuerpo delata la presencia de Enzo. Desconecta el sistema de
seguridad y abre la puerta principal.
―¡Leighton!
―Esto va a estar bueno ―murmuro a la cabeza desplomada de Theo―.
Aquí, Enz.
Enzo se detiene en la puerta, echa un vistazo a la habitación medio
destruida y nos ve a los dos. Su rostro se endurece.
―Theo, te he estado buscando por toda la ciudad ―grita―. ¿Ni siquiera
pudiste contestar tu maldito teléfono?
No levanta la cabeza.
―Pensé que entenderías la indirecta hace tres días, Enz. No quiero hablar.
―Tenemos problemas mayores que tu rabieta.
La puerta principal se cierra cuando los tres pasajeros de Enzo entran en
la casa. Me enderezo y empujo la pistola debajo de un periódico desechado
que Hunter ha dejado atrás.
―¡Theodore Young! ―grita una voz familiar―.,Voy a matarte mientras
duermes y a mearme en tu puto cadáver por si acaso.
Alta, enjuta y enfundada en una chaqueta de cuero, Brooklyn West entra
en la habitación con la confianza de una asesina entrenada. Su cabello blanco
cenizo le roza los hombros, entrecortado y salvaje, resaltando su nariz
perforada.
Con el ceño fruncido, dirige su mirada gris plateada hacia mí. Demonios,
no necesitaba esconder la pistola después de todo. Nunca sale de casa sin
una.
―Hola, Brooke. ―Saludo juguetonamente―. ¿Puedes dejar mi cadáver
sin mear, por favor? No he vuelto a casa borracho. Bueno, esta vez.
Se le cae la boca.
―¡Leighton! Hijo de puta.
Detrás de ella, dos bloques de autoridad y poder irrumpen en la sala. Con
el cabello del color de la medianoche, tatuajes oscuros que le llegan hasta la
garganta y varios piercings negros en las cejas, Hudson Knight es un
espectáculo desconcertante.
Va vestido con sus habituales vaqueros rotos y camiseta negra, mostrando
más tatuajes que empapan de oscuridad sus generosos bíceps. Cada
centímetro de él está cubierto. Cruzaría la maldita carretera para alejarme de
este hijo de puta.
―Baby Rodriguez ―dice―. Cuánto tiempo sin verte.
Me tira del taburete, me hace una dolorosa llave en la cabeza y me restriega
el cabello. Joder, es como si me revolcara un cocodrilo.
―No puedo respirar ―grazno.
―No mates al pequeño imbécil todavía. ―Enzo suspira desde el otro lado
de la cocina―. Tiene sus usos.
Hudson resopla mientras me suelta.
―Todavía.
Al sacudirme, me golpea otro tornado y Brooklyn me abraza con fuerza.
Te juro que me crujen las costillas.
―Leigh ―me susurra al oído―. Joder, hombre. ¿Dónde has estado?
Hemos estado llamando y mandando mensajes sin parar.
―Lo siento, B. Las cosas han estado agitadas.
―Vivimos a una milla de distancia, idiota. ―Me empuja y me fulmina con
la mirada―. Podrías haber venido cuando saliste.
―Sí... lo sé.
Me preparo para enfrentarme al último pilar de la intimidación. El
hermano mayor de Hudson, Kade Knight, está más fornido y musculoso de
lo que le recordaba. Ya no parece un friki aspirante a Clark Kent.
Con su habitual camisa de vestir de cuello abierto y pantalones
planchados, la impecable tela combina a la perfección con su cabello rubio
dorado peinado hacia atrás y sus penetrantes ojos color avellana.
―Leighton ―Asiente con fuerza―. Te ves bien.
Reprimo una mirada.
―Ven aquí, idiota.
Se ríe entre dientes y me estrecha en un fuerte abrazo. Antes de ir a la
cárcel, llegué a conocer bastante bien a su grupo de desarrapados. Se colaron
en nuestras vidas sin previo aviso tras el cierre del Instituto Blackwood.
Los otros chicos, Eli, Phoenix y Jude, no suelen estar lejos. Esta familia
disfuncional está unida por la cadera. Se mudaron al final de la calle después
de que Hunter comprara este lugar, manteniendo una estrecha relación con
todo el equipo.
―Por encantadora que sea esta pequeña reunión ―interrumpe Enzo―,
tenemos una emergencia aquí.
―¿Qué está pasando? ―Pregunto rápidamente―. ¿Harlow?
―No, todavía está a salvo con Hunter. ―Señala a Theo con el pulgar―. Si
este se molestara en encender su teléfono, sabría lo que está pasando.
Nuestra chica desaparecida apareció.
―¿Qué? ―Theo se pone rígido.
―El equipo de inteligencia ha seguido buscando ―responde Kade
sombríamente―. Detectaron un vehículo sospechoso que salía de la zona del
secuestro usando matrículas falsas.
―¿Encontraron el auto del bastardo? ―Los miro boquiabierto.
Enzo apoya las manos en la barra del desayuno.
―Lo rastreé yo mismo usando cámaras ANPR. Envié a la policía local a
un polígono industrial y encontraron la furgoneta calcinada, sin rastro del
autor.
―El cuerpo de la chica quedó dentro ―dice Hudson encogiéndose de
hombros―. No hay marcas, por lo que podemos decir. La autopsia lo
confirmará.
―Así que no es nuestro asesino ―conjetura Theo.
―No lo parece. ―Enzo sacude la cabeza―. Esa no es la razón por la que
te hemos estado buscando por las calles de Londres.
Kade se adelanta, saca un iPad de su cartera de cuero y lo coloca delante
de nosotros. Me acerco. En la pantalla hay una foto de una nota impresa.
Harlow,
Que sepa que quien haga volver a un pecador de su extrav ío salvará su
alma de la muerte y cubrirá multitud de pecados. Santiago 5:20.
Ven a casa.
Con amor,
Tu padre.
Lucho contra el impulso de hacer añicos el iPad de Kade.
―¿Qué coño le pasa a este enfermo hijo de puta?
―Eso se entregó en HQ, que como sabemos, es una propiedad pública
registrada a nombre de Sabre.
―El pastor Michaels sabe que Harlow está contigo ―destaca Kade.
La expresión de Enzo es sombría.
―Exacto. Fue publicado, así que no podemos rastrearlo. No hay huellas ni
ADN.
―Un callejón sin salida, entonces ―grito.
Enzo responde asintiendo con la cabeza.
―¿Por qué iba a romper su silencio ahora? ―pregunta Theo.
―Ha estado pasando desapercibido, esperando a ver si Harlow te llevaba
directamente hasta él ―adivina Brooklyn encogiéndose de hombros―.
Ahora, está listo para jugar de nuevo.
―Debería haberle encontrado. ―Theo se levanta y casi se cae en su estado
de embriaguez―. Ahora viene por Harlow. Es culpa mía.
El café no le ha ayudado a recuperar la sobriedad. Antes de que nadie
pueda responderle, Brooklyn se abalanza sobre él y le golpea en la cabeza
con tanta fuerza que sus gafas salen volando.
―Eres el genio más frustrante que he conocido, y acepté casarme con esa
obra en construcción de ahí. ―Hace un gesto hacia Kade, intercambiando
sonrisas con su hermano tatuado.
―Oye, tú también te casate conmigo. ―Hudson levanta la mano como un
colegial―. Me he ganado el título de prometido favorito a pulso, mirlo. No
me dejes fuera así, joder.
―Hud ―le gruñe―. Cállate. Un cabrón exasperante cada vez, por favor.
―Jesucristo ―maldice Kade mientras guarda su iPad―. A este paso
estamos condenados.
Vadeando la espesura del descontento, Enzo se vuelve hacia Theo. Los dos
se miran fijamente durante varios segundos cargados.
―Llevas meses trabajando en esta investigación, junto a todos los demás
trabajos que te lanzamos. ―Enzo parece exasperado―. Nadie se ha
esforzado más que tú.
―No lo suficiente.
―Matarte no atrapará a este asesino ―dice, bajando la voz―. Y no la
traerá de vuelta.
Theo aparta la mirada.
―Lo sé. Siento lo que dije.
―Sí ―dice Enzo―. Yo también.
Brooklyn se interpone entre ellos con las manos en las caderas.
―¿Eso significa que se han besado y reconciliado? Tenemos trabajo que
hacer.
La acerco y beso su cabello rubio.
―Joder, te he echado de menos manteniendo a raya a estos imbéciles.
Me da un codazo en las costillas.
―Podrías haber disfrutado de mi encanto hace mucho tiempo si te
hubieras molestado en llamar. Cuando termine de darle una paliza a Theo,
serás el siguiente en mi lista de mierda. Mejor corre.
―No. Creo que puedo contigo.
Hudson hace crujir sus nudillos detrás de mí.
―Inténtalo, amigo. Prisión o no, aún puedo convertir tu cráneo en un puto
sombrero.
―Hunter siempre puede encontrar un nuevo hermano ―dice Kade.
No me cabe duda de que lo dicen en serio. El asesinato es un precio muy
bajo cuando se trata de su chica. Para comprar una paz temporal, Enzo
reparte una ronda de cervezas. Nos agolpamos alrededor de la barra del
desayuno, haciendo caso omiso del desorden de la cocina.
Kade levanta una ceja cuando descubre la pistola bajo el periódico, pero
Brooklyn me da un orgulloso puñetazo.
―No hay cerveza para ti. ―Enzo le prepara a Theo otro café en su lugar―.
Te necesitamos de vuelta en el laboratorio.
Theo se frota los ojos inyectados en sangre.
―Me iré cuando pueda dejar de verlos a los tres. Un Enzo es suficiente
para cualquiera.
―Me uniré a ti ―ofrece Kade―. He reducido la zona de búsqueda de la
capilla en Northumberland, pero el bosque es demasiado espeso. El dron fue
dañado.
―¿No el P300? ―Theo hace un gesto de dolor.
Lucho contra el impulso de hacer una mueca. Esos drones no son más que
trozos de metal sin alma, no sus preciadas posesiones.
―¿Alguien sabe algo de Hunter? ―Cambio de tema.
Enzo apura su cerveza y pone cara de piedra.
―Va a llevar a Harlow a conocer a Giana por la mañana.
―¿Cómo se tomó la noticia?
―No lo dijo en su mensaje de texto.
Doy vueltas a la botella entre las manos y lucho contra la inexplicable
sensación de inquietud que me mantiene en vilo. Cuanto antes vuelva
Harlow a casa, mejor nos sentiremos todos.
El pastor Michaels está vivito y coleando.
Eso significa que está en peligro inminente.
Harlow

l que sea digno alcanzará el reino de Dios.


Ese no eres tú, pecadora.
Nunca serás digna del amor del Señor.
Estacionando en el bordillo, a tiro de piedra de una cuidada hilera de casas
de campo, la voz del pastor Michaels se burla de mí. Es más fuerte que de
costumbre, surgiendo de la bruma de su tumba poco profunda.
Miro fijamente la puerta roja del número treinta y cinco de la avenida
Terrence. Es una casa pequeña, básica, totalmente inocente.
Casi demasiado normal.
Esto podría haber sido mi vida.
Grupos de zarzamoras hibernan alrededor de la valla blanca. Un alto
manzano domina el jardín, proyectando sombras mientras los copos de nieve
siguen cayendo.
No hay flores en esta época del año. Los frutos que crecen han sido
arrancados de sus zarzas, consumidos y arrojados a un lado. Es como si todo
el jardín estuviera atrapado en un estado de inmovilidad mortal.
Me pregunto cuántas veces habré pasado por sus mentes. ¿Vio Giana mi
cara el día que nació su segundo hijo? ¿Fui siquiera una ocurrencia tardía?
―Podemos entrar cuando estés lista. ―Hunter se abrocha la corbata gris
plata en el asiento del conductor―. Aunque me gustaría salir esta tarde.
Me lamo los labios agrietados.
―Claro.
Su tono de llamada perfora la tensión entre nosotros. Con un rápido
vistazo a la pantalla, Hunter ignora la tercera llamada de la mañana.
Ha estado esquivando llamadas todo el fin de semana desde que nos
quedamos un par de días más. Necesitaba tiempo para pensar y aceptar que
toda mi vida se había roto de la noche a la mañana.
No estaba tan mal compartir una estrecha habitación de hotel con Hunter
en pleno invierno. Ahora las cosas son diferentes. Me ve tal como soy y
hemos hablado de las noticias hasta que me sentí capaz de enfrentarme a
Giana yo misma.
Su teléfono vuelve a sonar.
―Responde si es necesario.
―Son todos adultos ―dice, apagándolo―. Dirijo esa empresa todo el año.
Pueden arreglárselas solos un día más.
―Realmente no me importa.
Alarga la mano para tomarmela por encima de la consola.
―Bueno, me importa. Ahora me necesitas más.
La sensación de sus dedos apretando los míos me acelera el pulso. Aún no
me he acostumbrado al afecto despreocupado que ha empezado a
mostrarme. Casi espero que me eche del coche y me diga que todo esto ha
sido un estúpido error.
―¿Tengo buen aspecto? ―pregunto con aprensión.
―Te ves bien, cariño.
Vestida con unos vaqueros azules lisos y una camisa de lino holgada, mi
parka me abriga del frío de principios de diciembre. Me he dejado el cabello
castaño suelto y natural, que me cae por la espalda.
―¿Y si no se acuerda de mí? ―Me meto una mano en el cabello y tiro
bruscamente―. ¿Y si no la reconozco?
―Harlow.
Miro fijamente hacia delante, agarrándome un mechón de pelo.
―Harlow, mírame.
Los ojos color café de Hunter se clavan en los míos cuando reúno el valor
para mirar. Me pasa el pulgar por la mejilla con una sonrisa.
―Todo va a ir bien. Estoy aquí y podemos irnos en cualquier momento.
No le debes nada, ¿de acuerdo?
Me obligo a asentir.
―De acuerdo.
Al salir del coche, da la vuelta para dejarme bajar. Dejo mi teléfono y mi
pequeño bolso. La única persona que necesita saber dónde estoy está aquí
mismo, estrechándome entre sus brazos.
Hunter va vestido con su armadura de combate habitual: una camisa de
vestir azul y un chaquetón azul marino a juego que complementa su piel aún
bronceada. Se ha arreglado la barba y recogido el cabello en un moño,
resaltando la vieja cicatriz que le atraviesa la ceja.
―Le dije que se asegurara de que el niño no estaba en casa ―explica
mientras nos acercamos a la casa de campo―. Supuse que sería demasiado.
―Gracias.
La puerta roja destaca sobre el jardín cubierto de nieve. Es cruda, de un
violento tono carmesí, derramando sangre sobre el césped en una cortina de
mortalidad. Casi me da miedo tocarla.
Hay un coche cubierto en la entrada y Hunter echa un vistazo rápido bajo
la lámina de plástico.
―¿Qué haces? ―Le siseo.
―Comprobando su historia ―responde con un silbido en voz baja―. Ese
es un viejo Beamer de mierda. Interesante.
―¿Por qué?
Me mira.
―Se quedó con el dinero cuando condenaron a tu padre. ¿Qué pasó con
todo?
―Bueno... no lo sé.
―Quizá lo averigüemos. ―Hunter apoya una mano en la puerta―. ¿Lista
para esto?
―Nunca lo estaré.
Me encojo a su lado mientras golpea tres veces. Segundos después, la
cerradura chasquea y la puerta se abre de golpe. Dos ojos verdes recorren a
Hunter, ya brillantes de lágrimas.
―¿Giana? ―pregunta.
―Sr. Rodríguez ―se apresura a decir.
Con la puerta abierta, Giana Kensington sale al desordenado porche. Es
bajita y delgada, no mucho más alta que yo, pero lleva su aspecto de
miniatura con elegancia.
Lleva una blusa blanca y sedosa metida por dentro de unos vaqueros
ajustados y el cabello castaño recogido en un nudo suelto que enmarca sus
facciones de mediana edad.
Respirando hondo, salgo detrás de Hunter. En cuanto me ve, se le saltan
las lágrimas. Se tapa la boca con las manos y se toma treinta segundos para
estudiar cada centímetro de mí.
―Um, hola ―digo torpemente.
―¿Leticia? ―Giana gimotea desde detrás de sus manos―. Dios mío, estás
tan... tan grande.
―Es Harlow ahora. No... eso.
Se lleva la mano al cuello y se toca un delicado medallón de plata mientras
nos miramos fijamente. Intento desesperadamente reconocerla, pero no lo
consigo. Su cabello es más claro que el mío, nuestros ojos son de distinto
color.
Podría ser una extraña.
Esta persona no es mi madre.
Ese título pertenece a otra mujer, cruel y descuidada, que golpeó mi
pequeño cuerpo hasta que sus puños se agrietaron y sangraron. La Sra.
Michaels me ha robado el derecho a un padre cariñoso. No puedo
recuperarlo.
―Entra ―suelta Giana, retrocediendo hasta el interior de su casa―. Dios,
no te quedes fuera en la nieve. Lo siento mucho.
Dejo que Hunter tome la iniciativa. Se quita el abrigo y se vuelve hacia mí,
enarcando una ceja. Como no me muevo, tira suavemente de mí hacia dentro
y me quita la parka de los hombros. No puedo mover ni un dedo.
―Respira ―susurra.
Empujándome delante de él, capto el momento en que Giana ve mi brazo
roto. Se le va el color de la cara.
―¿Qué ha pasado?
―Como le dije por teléfono, Harlow aún se está recuperando ―responde
diplomáticamente Hunter―. Contrajo sepsis y la operaron del brazo roto
hace unos dos meses. Le quitarán la escayola la semana que viene.
Giana puede hacer todo tipo de deducciones a partir de esos breves
fragmentos de información. No estoy segura de querer que sepa tanto sobre
mí.
―¿Cómo te encuentras, Letty? ―pregunta con una sonrisa forzada.
―Harlow ―le recuerda Hunter.
―Bien. ―Agacha la cabeza, sonrojándose de nuevo―. Lo siento...
¿preparamos un poco de té? Mi marido, Foster, debería llegar pronto con el
perro.
La seguimos por un estrecho pasillo hasta la cocina trasera. Su casa es
cómoda, aunque estrecha, pintada en tonos apagados. Ignoro los zapatos de
niño esparcidos junto a la escalera.
En la cocina de estilo rústico, estudio la comida que ha preparado Giana.
Bocadillos, galletas y pasteles en miniatura. Tararea nerviosa mientras llena
dos teteras y me mira cada dos por tres.
La habitación es cálida, acogedora, apta para una familia. No puedo evitar
fijarme en el grupo de fotos enmarcadas que hay en el alféizar de la ventana.
Aún no he asimilado la noticia y estoy desesperada por tener pruebas.
―¿Puedo?
A Giana casi se le cae la tetera que lleva en la mano.
―Bueno... sírvete. ¿Te... acuerdas de ella?
Recojo el primer fotograma y abrazo a mi abuela contra mi pecho. No
puedo creer que fuera real. Sentada en una manta de picnic, está
construyendo un castillo de arena con una pala y un cubo en miniatura.
―Un poco ―admito―. Ha estado apareciendo en mis sueños durante un
tiempo. No tenía ni idea de que fuera real, y mucho menos familia.
Giana permanece a una distancia prudencial, pero parece desesperada por
cruzar la cocina. No sé si para abrazarme o para hacerme daño. No puedo
confiar en ella. No después de lo de la Sra. Michaels.
―Ella siempre te llevaba a la playa cuando ibas a quedarte con ella. No
importaba cuántas veces le dijera que es ilegal alimentar a esas malditas
gaviotas. Eras la luz que brillaba en todo su mundo.
Mi dedo recorre su cabello hilado en seda.
Ella era real.
Tal vez, todos mis sueños lo son.
―Abuela Sylvie ―susurro.
Dejo el marco en el suelo antes de que se me caiga y ocupo el asiento vacío
junto a Hunter. Giana se sienta enfrente, observando cómo toma mi mano
entre las suyas. Arquea las cejas.
―Como le expliqué por teléfono, la situación actual es un poco delicada
―comienza Hunter, tomando un sorbo de té.
La taza tiembla en la mano de Giana.
―Vi el anuncio de prensa. Me alegro de que mantuvieras en secreto la
identidad de Let-ah, Harlow.
―Me temo que no pasará mucho tiempo antes de que los medios de
comunicación conecten los puntos. Los secretos tienen una manera de salir.
Hemos tenido algunos problemas con reporteros siguiendo los movimientos
de Harlow.
―No podemos permitir que eso ocurra ―jadea.
―Mantendremos a Harlow a salvo, pase lo que pase. También puedo
confirmar que hemos reabierto el caso de su secuestro. Tendrá que ser
entrevistada de nuevo, por mi equipo esta vez.
―Por supuesto ―asiente Giana con inquietud.
―Seguiremos dedicando toda nuestra empresa a este caso hasta que todo
esté dicho y hecho.
―¿Y si no funciona? ―balbuceo―. No podemos luchar contra esto para
siempre. Otras personas también necesitan tu ayuda.
―Harlow ―dice Hunter―. No vamos a tener esta discusión.
Cuando Giana intenta acariciarme el brazo, me muevo hacia atrás, fuera
de su alcance. Ella palidece aún más. La tensión está tallando todo su cuerpo
en una estatua de mármol.
Aclarándose la garganta, Hunter rellena su taza de té.
―Necesito preguntarle sobre su ex-marido. Tenemos algunas preguntas
para él.
―Hace más de una década que no le veo ―responde ella con voz
cortante―. Nuestro matrimonio terminó cuando fue condenado. Me mudé
aquí para estar más cerca de mi madre antes de que falleciera.
―¿No has sabido nada de él desde que le soltaron?
Dudando, vuelve a tocar el medallón que lleva al cuello.
―Había una carta. Llegó en el décimo aniversario del secuestro.
―Necesitaremos tomar eso como evidencia.
―Bueno, si puedo encontrarlo... um, nos hemos mudado desde entonces.
―¿Qué ha dicho? ―Le pregunto.
Giana se muerde el labio.
―Harlow... no era un buen hombre. En cierto modo, me alegro de que no
recuerdes por lo que nos hizo pasar.
―No puedes decir eso. ―Contengo las lágrimas que amenazan con
derramarse―. Me robaron mis recuerdos. Lo perdí todo.
―¿Y yo no? ―replica ella.
Secándose las mejillas, mira a Hunter en busca de ayuda. Él está
demasiado ocupado engullendo su dosis horaria de té como para sacarla del
agujero que ha cavado.
―¿Qué pasa ahora? ―Giana se aclara la garganta.
―Harlow permanecerá en custodia preventiva hasta que la amenaza haya
sido tratada.
Parece cabizbaja. Odio querer borrar esa mirada de su cara con mi puño.
La violencia no está en mi naturaleza, pero ella no puede sentarse aquí y
llorar por una chica que murió hace mucho tiempo.
No voy a ser su final feliz. Giana quiere una hija, una segunda
oportunidad. Como si no le hubieran dado ya ese privilegio.
―Supongo que tiene sentido. ―Me mira―. Pero aquí hay una cama para
ti. Sé que no me recuerdas, pero me gustaría tener la oportunidad de que
seamos amigas.
―¿Amigas? ―repito incrédula.
―Si quieres.
―Pero... no lo entiendo. Pensabas que estaba muerta.
―Letty...
―¡Deja de llamarme así! ¡Letty está muerta! ―Grito, perdiendo los
estribos―. La mataron hace mucho tiempo. Tú no estabas allí.
―Harlow ―advierte Hunter.
―¡No! Necesita oír lo que me pasó mientras estaba sentada aquí con su
nuevo marido...
Cierro la boca al oír el portazo. Giana se limpia las lágrimas mientras un
hombre alto y moreno se queda inmóvil en la puerta.
Es de mediana edad, delgado y elegantemente vestido con una chaqueta
acolchada sobre su jersey verde oscuro. Sus ojos pálidos están enmarcados
por unas gruesas gafas negras.
―Foster. ―Giana sonríe débilmente―. Entra, conoce a nuestros invitados.
Estábamos poniéndonos al día.
Hunter se levanta, estrechando la mano extendida de Foster.
―Hunter Rodríguez. Director de Seguridad Sabre.
―Encantado de conocerle ―saluda Foster, aparentando nerviosismo―.
Mi mujer me ha hablado de usted. Espero no interrumpir.
Su mirada se desvía hacia mí. No me atrevo a darle la mano. Estoy segura
de que me está comparando con la niña de la que ha visto fotos todos estos
años.
―Hola. ―Sonríe alegremente―. Soy Foster. Tú debes ser Letty.
―Harlow ―dice Giana asustada―. Ahora es Harlow.
Foster se recupera rápidamente.
―Oh, claro, por supuesto. Te pido disculpas. ¿Cómo estás, Harlow?
―Ya sabes ― respondo vagamente―. Sobrellevandolo.
Toma asiento mientras Giana se afana en servir más té. La tensión es
asfixiante. Sigo queriendo gritar y delirar, arrojar mi dolor a estos
desconocidos y obligarles a beberlo como si fuera veneno.
―Entonces ―pregunta Foster―. ¿De qué estabas hablando?
Los ojos de Giana se abren de par en par.
―Bueno... nosotros... Harlow... quiero decir, Hunter nos estaba contando
un poco más sobre él.
Sin vacilar, Hunter llena el incómodo silencio. Foster pregunta por los
planes de expansión de Sabre y parece un poco sorprendido. Sabe
muchísimo sobre la empresa que me ha acogido.
Giana no puede apartar los ojos de mí. Hay algo intenso en su mirada, un
mensaje secreto que no puedo descifrar. No sé qué demonios espera que le
diga ahora.
No soy su hija.
Esa persona murió.
Me pregunto cómo se sintió cuando descubrieron que me había ido. Es la
peor pesadilla de cualquier madre. ¿Correría por ahí, gritando y pidiendo
ayuda? ¿Pusieron carteles? ¿Llamaron a las puertas? No estoy segura de que
lo hiciera.
Mis pensamientos morbosos toman un giro aún más oscuro. ¿Cómo pudo
vivir con la culpa? ¿Reconstruir su vida sin querer acabar con todo? Pasé
años rezando por la muerte. ¿Hacía ella lo mismo? Una parte de mí desearía
que así fuera.
Mi silla raspando el respaldo los sobresalta a todos.
―Necesito ir al baño ―me apresuro a explicar.
Ella fuerza una sonrisa.
―Por supuesto, cariño. Está al final del pasillo, a la izquierda. ¿Necesitas
que te lo enseñe?
―Estaré bien.
Sus voces aumentan en cuanto salgo de la habitación, urgentes y
preocupadas. Camino aún más rápido para llegar al baño. No sé si podré
confiar en mí misma para sentarme allí sin enloquecer.
Mientras ellos se casaban, tenían un bebé y cuidaban los malditos rosales
de afuera, a mí me molían a palos, me mataban de hambre y me
descuartizaban como a un trozo de carne para el matadero.
Quiero saber si sufrieron. Sufrieron. Sollozaron y suplicaron a Dios el más
mínimo atisbo de remordimiento. Cierro la puerta del baño tras de mí y me
desplomo contra ella.
Mi respiración es superficial y dolorosa. Hunter no me deja esconderme
mucho tiempo, pero tampoco quiero verle. Todos parecen una sola persona
en mi mente: riendo, cubiertos de sangre, con un cinturón chasqueando
contra la palma de su mano.
Vamos, Harlow.
Arrodíllate junto a la puerta, buena chica.
¿Lista para tus oraciones nocturnas?
Obedecí al Pastor Michaels. Durante años, luché. Cuando mis fuerzas se
agotaron, obedecer fue lo único que me mantuvo con vida. Entregué tanto
de mí por una razón.
En realidad creía que era mi padre. Me convenció de que era cierto,
minando mis recuerdos con sus torturas y palizas hasta que olvidé que esos
monstruos me habían robado.
Mirándome al espejo, unos ojos sin alma me devuelven la mirada bajo el
cabello plateado y la piel manchada de sangre. Lo veo en cada parte de mí,
incluso en mi aspecto físico. El pastor Michaels siempre está ahí.
Aunque quisiera una familia de verdad, mi mente no tiene espacio para
ellos. Es un barco que se hunde, el agua entra por el impacto de los agujeros.
Yo soy tu padre.
Me obedecerás o te enfrentarás a las consecuencias.
¿No quieres ir al cielo?
―No ―respondo a mi reflejo―. No quiero ir al cielo. Quiero ir a las
profundidades del infierno y verte allí.
Voy por ti, pequeña.
Los pecadores no tienen segundas oportunidades.
Debes arrepentirte con sangre o morir en el intento.
Mientras miro fijamente al producto de mi imaginación, éste cambia. El
pelo del pastor Michaels crece, volviéndose blanco por la edad y suave como
el algodón de azúcar. En un segundo, la abuela Sylvie me devuelve la
mirada.
―¿Por qué tuviste que morir? ―susurro entre lágrimas―. Ni siquiera te
conozco, pero me duele que nunca tendré la oportunidad de hacerlo.
Un parpadeo y se ha ido. Me quedo mirando una cara desconocida. La
mía. He conseguido engordar unos kilos, pero mi cara sigue siendo
demasiado delgada. Pálida. Sombreada. Rota. La niña que recuerdan está
muerta.
Otra gruesa cicatriz asoma por el cuello de mi camisa de lino. Es más
reciente que las demás, se extiende hasta mi caja torácica, retorcida y
fruncida.
Cuando Adelaide y su bebé nonato murieron, la última pieza de mí se
rompió. Fue entonces cuando renuncié a escapar de mi jaula. Dejé de luchar,
dejé de preocuparme, dejé de respirar.
Todo mientras Giana vivía.
No es justo.
Incapaz de respirar, busco una salida por instinto. No puedo volver ahí
dentro y fingir que todo va bien. Abriendo la pequeña ventana, me pongo de
pie sobre el inodoro para trepar por ella.
¡Tú hiciste esto, perra!
Es culpa tuya que ese bebé esté muerto.
No rezaste lo suficiente, sucia pecadora.
Mis pies golpean el césped y echo a correr sin pensar en la gente que dejo
atrás. Vuelvo al cementerio de la iglesia, al bosque desolado que tengo
delante.
Corre, Harlow.
Antes de que sea demasiado tarde.
Ningún lugar es seguro para ti.
El tiempo se ha rebobinado. Tengo que volver a correr para salvar mi vida.
Mi entorno pasa borroso, la realidad se detiene y dejo atrás las ruinas de la
vida de Leticia.
Todo lo que me queda es Harlow. Los fragmentos astillados de una
persona a la que nadie podría amar jamás. Ni siquiera Hunter. Están mejor
sin mí aquí.
Theo

esde el helicóptero privado, debería tener la vista perfecta de la


costa que esculpe la extensión de Devon. Croyde en particular está
desierta, azotada por el viento y la nieve, ocultando todo a la vista.
Si Harlow está ahí abajo, morirá de hipotermia por la mañana. Después de
pasar los últimos dos meses manteniéndome lo más lejos posible de ella, no
soy mejor que los demás.
Me he hecho a la idea de ella. Este caso ha consumido toda mi vida durante
mucho tiempo, y me he volcado en él más de lo que creía. Harlow ha
dominado mis pensamientos cada noche durante meses, exigiendo justicia.
―Esto es una pérdida de tiempo ―dice Hudson en sus auriculares―. No
podemos ver una mierda aquí arriba. Dudo que todavía esté en la zona.
―¿Qué se supone que significa eso?
Sus cristalinos ojos azules se encuentran con los míos.
―Lleva fuera doce horas. Ambos conocemos las estadísticas. Se nos acaba
el tiempo.
Hudson no podría tener pelos en la lengua, aunque lo intentara. El tipo es
una ofensa andante a la sociedad civilizada. Él es exactamente la persona que
necesitamos para cortar a través de la mierda de la organización de un grupo
de búsqueda a gran escala.
―¿Crees que la ha encontrado? ―pregunta bruscamente.
Sacudo la cabeza.
―Ella huyó. Esto es otra cosa. Pero si no la encontramos pronto, ese
enfermo bien podría aprovechar esta oportunidad y arrebatárnosla de
nuevo.
―Podría estar escondida en alguna parte. Eso nos da algo de tiempo.
―Explora el horizonte brumoso―. Tengo un mal presentimiento.
―Deberíamos tener buzos buscando en el mar.
―¿Eh?
―Si saltó... habrá que recuperar su cuerpo antes de que sea arrastrado. O
tal vez está ahí fuera, esperando su momento.
La expresión de Hudson se endurece.
―Jesús, Theo. Sabes que Hunter no querrá oír esa mierda.
―Sus sentimientos son irrelevantes. Ella huyó por una razón.
―¿Estás seguro de que es un peligro para sí misma?
Le miro fijamente, sin pestañear.
―¿Pensabas que Brooke lo era antes de hacerse daño? No siempre es
obvio.
La vena de su cuello palpita. Hudson es un excelente espía: implacable,
violento, un experto manipulador. También es tranquilo y controlado
cuando surge una crisis.
Todo menos cuando se trata de su chica. Le he visto descuartizar hombres
y romper cuellos sin pestañear por Brooklyn West, normalmente con una
sonrisa en la cara.
―Seguiremos buscando ― decide―. Pero hacerlo desde aquí arriba no es
bueno. Unámonos a los demás en tierra y reagrupémonos.
Bajamos en silencio. Hunter ha requisado el hotel en el que se alojaban,
pagando a los propietarios mientras enviaba un ejército en miniatura desde
el Cuartel General de Sabre.
El helicóptero aterriza en la ladera y Hudson me echa una mano mientras
saltamos. En el hotel cercano se ha desatado el caos. Luchamos entre la
multitud para encontrar el bar.
En el interior, el equipo de Anaconda se ha instalado y examina los mapas
y las grabaciones de vigilancia. Ya han enviado un grupo de exploración que
ha barrido el centro de la ciudad y los campos de los granjeros de los
alrededores.
―Más vale que alguien me consiga resultados, o montaré vuestras putas
cabezas fuera del cuartel general en una pica.
Dominando la sala, Enzo grita a la cara de todos los que se alejan de él.
Hombres adultos con los que he trabajado durante años parecen petrificados
en su presencia.
―Señor, barrimos por todas partes en un radio de diez millas ―protesta
Becket, con el cabello rubio mojado pegado al cuello―. No había nada. No
podría haber corrido más lejos que eso a pie.
Con un gruñido, Enzo agarra la camisa negra de Becket. Lo aprisiona
contra la pared hasta el punto de que los pies le cuelgan del suelo.
―Te digo que vuelvas ahí fuera ―le grita Enzo―. Revisa basureros,
graneros viejos, baños públicos. ¡Jodidas bibliotecas! Cualquier sitio donde
pueda estar escondida.
―Ya lo hicimos ―Becket se esfuerza por decir, su rostro se vuelve azul―.
Se ha ido.
―Vuelve ahí fuera o búscate otro maldito trabajo. ¡No vuelvas sin la chica!
¿Me oyes?
Hunter suele intervenir y calmar a su temperamental compañero. En
cambio, nuestro jefe de equipo habita en las sombras oscuras de la sala. Está
apoyado en una esquina, un muro invisible de aislamiento que advierte a
todo el mundo. La desesperación se le escapa en oleadas.
Becket se sacude el polvo y se aleja con una maldición que me hace arder
los oídos. Su pequeño equipo le sigue, un grupo muy unido de tres hombres
y una mujer, y se adentra de nuevo en la nieve que cae.
Son buenos operativos, los segundos mejores detrás del equipo Cobra. Si
no la encontraron ahí fuera, Harlow ya se ha ido. Lo admita Enzo o no.
―Bueno, eso fue una charla alentadora ―bromea Hudson mientras se
pasea detrás de mí―. Muy tranquilo e inspirador.
Enzo le fulmina con la mirada.
―Eres muy bueno para hablar de estar tranquilo.
―Cuando amenazo a la gente, lo hago como es debido. Algunos cuchillos,
un poco de sangre, un par de huesos rotos, quizás. Tienes que
comprometerte de verdad.
A este paso le van a pulverizar la nariz. Luego Brooklyn destripará a Enzo
por ponerle un maldito dedo encima a su psicópata favorito.
―No puedo ver nada ahí arriba. ―Me encuentro con la mirada congelada
de Hunter―. Necesitamos más gente sobre el terreno. Cualquier prueba
forense se deteriorará con cada día que pase.
―Pruebas forenses ―repite Hunter, su voz plana e inflexible―. ¿Qué
estás diciendo, Theodore?
Suspirando, tomo asiento en la desordenada mesa.
―Es sólo una sugerencia.
―Y yo que pensaba que tu tiempo en Sabre había llegado a su fin.
―Hunt ―advierte Leighton desde su posición en la mesa―. Theo vino
con nosotros en cuanto nos enteramos. Aléjate de él.
Inclino la cabeza en señal de agradecimiento. El hermano menor de los
Rodríguez es demasiado ruidoso y dramático para mi ansiedad social, pero
he empezado a hacer las paces con su lugar en nuestras vidas.
Hunter se pasea por la habitación y me despide con el ceño fruncido. Se
ha deshecho de su traje de chaqueta en favor de una camisa arrugada y una
funda de pistola cargada. Todos los demás parecen igual de desaliñados.
―Nunca debí traerla aquí. ―Hunter agarra un puño de su cabello suelto
con otra maldición―. Esto fue un gran error.
―Hiciste lo que creíste mejor ―señalo.
Se burla.
―¿Cuántas veces puedo usar esa excusa? Mi buen juicio nos ha causado
suficientes bajas a lo largo de los años.
Enciendo el portátil y pulso las teclas con fuerza. Sabre nos ha cobrado un
precio muy alto a todos. Las bajas han pagado el lujo en el que vive nuestro
equipo. Un lujo que no soporto.
El zumbido de un motor fuera del hotel hace que el personal que nos
queda se disperse, llevándose puñados de papeles y ordenadores portátiles
a otra parte. Sé quién es sin levantar la vista. El Mustang GT 1967 de Hudson
tiene un gruñido muy específico.
―Tardaron bastante ―se queja Hudson.
Enzo se pasa una mano por la cara.
―Le dije a Brooklyn que agarrara a los otros tres. Necesitamos todas las
manos en cubierta para esto.
―¿Los has sacado de su retiro? ―Hunter frunce el ceño ante su
compañero de equipo―. ¿Por qué?
―Porque son los únicos que pueden pensar como Harlow ―respondo por
él―. Ninguno de nosotros puede empezar a entender.
Hay gente peor para enrolar que los infames presos que pusieron patas
arriba nuestra empresa. Enzo tiene razón. Sólo Brooklyn y sus hombres
pueden comprender por lo que ha pasado Harlow.
―Enzo, siéntate. ―Hunter se desploma en una silla―. Tenemos a nuestra
mejor gente ahí fuera.
―¿Sentarme? ―La cara de Enzo se ensombrece―. ¡¿Sentarme?!
―Baja la maldita voz.
―Vete a la mierda, Hunt. ―Señala con un dedo acusador―. Harlow está
ahí fuera y es culpa tuya por no mantenerla a salvo. No me sentaré a esperar
a que ese bastardo encuentre a nuestra chica.
Enzo coge su chaqueta de cuero y la funda de su pistola y pasa rozando a
Brooklyn en la entrada del hotel cuando ella grita su nombre. El puño de
Hunter se estrella contra la mesa.
―Nuestra chica ―murmura―. Se lo advertí. Se lo advertí y ahora
míranos.
―¿Tú también te advertiste?
Hunter me enseña los dientes.
―Eres de los que hablan. He visto todo el maldito armario de pruebas que
has reunido sobre Harlow. ¿Cuánto tiempo lleva esa colección?
―Es mi trabajo.
―Mentira. Roza lo obsesivo.
―¡Estoy intentando ayudarla! ―Levanto la voz.
Leighton golpea la mesa con la frente, frustrado. Antes de que Hunter
pueda devolver el golpe, se nos unen los últimos en llegar, deslizando las
puertas de paneles contra el resto del hotel.
Hudson se endereza de su despreocupado apoyo contra la pared.
―¿Quién conducía entonces? Las llaves. Ahora.
Phoenix hace un mohín y los lanza al aire. Su cabello desgreñado y largo
hasta la barbilla es ahora de un color rojo chillón, comparado con el verde
lima que tenía la última vez que lo vi.
De rasgos pícaros, con un brillante aro en la nariz y unos vaqueros negros
ajustados que dejan ver sus piernas tonificadas, es el aguafiestas residente de
su equipo y un grano en el culo en todos los sentidos.
―Lo siento, Hud. He abollado el capó.
―No tiene gracia. ―Hudson entrecierra los ojos―. Si hay un solo rasguño
en mi bebé, voy a pasar por encima de tus videojuegos. No más GTA para ti.
Los labios de Phoenix se curvan en una sonrisa.
―¿Quién necesita juegos? Ese fue un paseo dulce como el infierno. Robaré
tu bebé yo mismo y viviré mi fantasía de gángster en la vida real.
―Pruébalo, joder ―invita Hudson.
―Comportense, los dos ―advierte Kade, peinándose el cabello rubio
hacia atrás―. Tenemos a nuestro bebé aquí mismo. Estoy seguro de que
disfrutará castrándote con un cuchillo oxidado.
Ignorando al séquito lleno de testosterona, Brooklyn pone los ojos en
blanco mientras se despoja de su chaqueta de cuero, dejando al descubierto
unos vaqueros y su habitual camiseta de banda oscura.
―Demasiado ocupada para castraciones esta noche ―responde―.
Apúntalo en mi agenda para mañana. Y no soy tu maldito bebé, ¿de acuerdo?
Phoenix golpea el aire con el puño.
―Anotación. Me he librado.
Cada vez más serios, los tres toman asiento, pero no antes de que Hudson
arrastre a Brooklyn para darle un beso que le deja las mejillas sonrosadas.
En silencio y aprensivos, las otras dos personas que han rechazado una
oferta de trabajo de Hunter dan un paso al frente. Saludo a Eli con una
inclinación de cabeza que él devuelve en silencio. Sus rizos castaños están
desordenados, cuelgan sobre unos ojos verde vivo y unos pómulos afilados.
Es el miembro más reservado de su alborotado grupo. Durante varios
años, Eli luchó contra el mutismo selectivo. Cuando nos conocimos, hace casi
seis años, no podía decir ni una palabra.
Tuvo que someterse a un largo tratamiento de logopedia y a muchos
cheques caros para recuperar la lengua. Después, optó por seguir una carrera
académica en lugar de unirse a las filas de Sabre.
―Eli ―saluda Hunter con un suspiro―. Gracias por venir.
Toma asiento junto a Kade.
―Por supuesto.
El último hombre permanece junto a las puertas cerradas, observándonos
a todos. Jude sigue vestido con su ropa de trabajo: camisa elegante,
pantalones negros y la corbata colgando del cuello.
Trabajar con Sable no estaba en la lista de prioridades de Jude tras años de
encarcelamiento y tortura, pero esa es otra historia. Se tomó unos años para
recuperarse antes de volver a su antigua profesión de psicólogo.
Jude trabaja ahora en un centro de rehabilitación local junto a Phoenix, que
dirige un grupo de recuperación para adictos. Este último se abrió camino
con determinación y experiencias vitales de mierda.
―Theo ―saluda, con el cabello castaño claro recortado cerca de la
cabeza―. Ha pasado tiempo.
―Así es. ¿Cómo está el centro? ―le pregunto.
Jude se encoge de hombros, tirando de su corbata.
―Sigo buscando una excusa para encerrar a Phoenix y darnos un poco de
paz y tranquilidad.
―Oye ―exclama Phoenix―. Yo te conseguí ese trabajo, imbécil.
Le guiña un ojo.
―Lo siento, Nix.
Con todo el mundo sentado, todos miramos a Hunter. Está mirando una
foto de Harlow ampliada que se ha impreso como referencia. Es un selfie que
se hizo con Leighton durante uno de sus maratones nocturnos de películas.
Sonríen mucho.
―¿Hunter? ―pregunta Kade.
Aun así, no se mueve ni un milímetro. Esa maldita fotografía lo tiene en
un trance de dolor. Cuando perdimos a Alyssa, Hunter nos abandonó.
Empeoró cuando perdió la audición. Estuvimos a punto de perderlo para
siempre.
Lleva a toda la compañía sobre sus espaldas, incluso mientras lo aplasta
lentamente hasta la muerte. Ese hombre es un mártir sangriento si alguna
vez vi uno.
Dejando a un lado mi ansiedad, me pongo de pie.
―Harlow lleva desaparecida más de doce horas. Hemos peinado los
alrededores, ya que escapó a pie. No hay rastro de ella.
―También registramos la costa ―añade Hudson, con un cigarrillo
apagado colgando de los labios―. Nuestro siguiente paso sería traer buzos.
Hunter se sacude, coge la fotografía y le da la vuelta para no encontrarse
con los ojos azules de Harlow.
―¿Por qué serían necesarios los buzos? ―pregunta con frialdad.
Hudson mira fijamente al frente.
―Si ha entrado...
―No ―truena Hunter―. No creo que sea un escenario que debamos
explorar.
―¿Por qué no? ―pregunta Jude mientras toma asiento.
De todos ellos, él sabe exactamente por lo que está pasando Harlow. Este
hombre tiene nervios de acero, nacidos del más oscuro de los males que un
humano puede soportar.
―Harlow se está recuperando ― Hunter gruñe.
―De encarcelamiento prolongado, abuso y tortura psicológica. Lo sé,
estoy familiarizado con ello.
―Ella no se haría daño.
Jude apoya el codo en la mesa, dejando al descubierto el muñón donde
debería estar su mano izquierda.
―Entiendo que te preocupes por ella. Negarlo no te ayudará.
―No estoy en negación, Jude.
―¿Por eso tus agentes están ahí fuera buscándola mientras tú estás aquí
sentado, mirando fotografías?
―Cuidado. ―El tono de Hunter se vuelve helado―. Puede que no trabajes
para mí, pero aun así te echaré de este hotel con mis propias manos.
La boca de Jude se tuerce divertida. Creo que destrozaría la columna
vertebral de Hunter con el dedo meñique y no sudaría.
―Richards me envió sus notas ―continúa, imperturbable―. Harlow sufre
amnesia disociativa y un grave trastorno de estrés postraumático. Presenta
un gran riesgo para sí misma.
―Dije que se está recuperando. Fin de la discusión.
―Harlow puede que ni siquiera sepa que está perdida. La realidad puede
torcerse en casos de trauma extremo. Los accidentes ocurren.
―¡Jude! ¡Basta! ―Hunter le grita―. ¿Crees que no me siento lo
suficientemente mal? ¡Joder! Esto ha pasado bajo mi maldita vigilancia.
Agarra su silla y la hace pedazos en una silenciosa tormenta de rabia.
Ninguno de nosotros se inmuta. Con un grito de furia, apoya las manos en
la pared y deja caer la cabeza.
―Hay algo más. ―Leighton frunce los dedos entrelazados―. He pasado
mucho tiempo con Harlow. Ha estado... haciéndose daño.
―¿Desde cuándo? ―Corté el silencio.
Se encoge de hombros.
―No sé cuándo empezó, pero la he pillado varias veces tirándose de los
cabellos. Ni siquiera sabe que lo está haciendo la mitad de las veces.
Jude levanta una ceja.
―La autolesión puede adoptar muchas formas. Todos lo sabemos.
Con los labios fruncidos, Brooklyn se levanta y se atreve a acercarse a
Hunter. Dudo que nadie más tuviera el valor de hacerlo ahora. Se inclina
para susurrarle al oído, persuadiéndole de algún modo para que vuelva a la
mesa.
―¿Crees que es un grito de socorro? ―pregunta con un suspiro.
―La gente no siempre quiere acabar con su vida. ―Jude dedica una
rápida mirada a su familia. ―Sólo quieren que cese el dolor.
―¿Con qué fin?
―El mundo es un lugar aterrador cuando has estado alejado de él durante
tanto tiempo. Creo que Harlow puede estar buscando una salida.
―¿Es esa su opinión profesional? ―Pregunto a continuación.
―Es lo que sé, Theo. He estado donde ella está.
Vuelvo a mirar el portátil y le doy vueltas a sus palabras. Harlow no
sobrevivió trece años de infierno para ir a hacer algo así. He visto su
determinación.
―Kade, portátil. ―Cargo mi navegador TOR para acceder a la web
oscura―. Quiero ver todos los canales de vigilancia de Devon. Doméstica y
comercial. Tiene que estar en alguna parte.
―¿Quieres usar el nuevo programa de IA6? ―Coge su mochila para
empezar a descargar―. Todavía estamos esperando la aprobación del
Ministerio de Defensa.
―¿Parece que me importe la ley ahora mismo? El Primer Ministro puede
sacarse el dedo del culo otro día para conseguirnos una autorización de

6 Inteligencia Artificial.
seguridad.
Empieza a colocar cables y pantallas.
―Muy bien, entonces. Vamos a darle una vuelta a este bebé.
Harlow

a Sra. Michaels permanece de pie en las oscuras sombras del


sótano, observando en silencio. Se niega a apartar los ojos de su
marido. Dice que es mi padre, pero en realidad es el monstruo que
hay debajo de la cama.

Ya he leído antes libros que no debo sobre gente mala. Siempre fingen ser ángeles,
pero son los que más daño te hacen. Los peores demonios de Dios en su disfraz
perfecto.
Invade mi celda con un cinturón negro en la mano. El cuero liso golpea su palma
una y otra vez. Cada golpe me hace retroceder en la jaula que habito desde hace
semanas.
―¿Por qué continúas desafiándome, pecadora?
―No soy una pecadora ―replico―. La abuela dice que soy una buena chica. Por
eso me da helado todos los días. Y mamá me ha dado una estrella de oro por subir otro
curso de lectura.
―Estamos tratando de salvarte. Tu alma se enfrentará a la condenación sin mi
ayuda. Sin embargo, cada día que has pasado aquí, continúas desafiándonos. A tus
padres. ¿Por qué es eso?
Secándome los mocos de la cara, le grito.
―Quiero irme a casa.
―Estás en casa. Ahora somos tus padres.
―¡No! Son gente mala.
―Los impíos siempre condenan a los que amenazan sus placeres indecentes.
Al pastor Michaels le encanta despotricar sobre oscuros versículos de la Biblia que
no entiendo. Durante días, me he tapado los oídos y le he bloqueado. Cuando me
atreví a intentar escapar, me golpeó en la cara.
He oído crujir algo y tengo la cara caliente e hinchada. Ahora me duele al respirar.
Quiero que venga mi mami y me la bese mejor.
―Es la hora. Agáchate, buena chica…
―¡No! ―Grito, agarrando mi camisa holgada―. No puedes obligarme.
Se acerca a mí, me agarra y me inmoviliza contra los barrotes metálicos. Con la
mano que le sobra, levanta la sucia camiseta que me han puesto, dejando al
descubierto mi trasero desnudo. Hace un rato me quitaron las bragas rosas.
―Cuenta conmigo, pecadora.
Su fuerza me obliga a doblar la espalda. Grito cuando el cuero choca con mis nalgas
y la hebilla me muerde la carne.
―¡He dicho que cuentes!
Uno.
Dos.
Tres.
―El que sea digno se alegrará en el reino del paraíso ―canta el pastor Michaels.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
―Reza pidiendo perdón y el Señor será misericordioso.
Siete.
Ocho.
Nueve.
―Obedecerás a tus padres o también te quitaremos la camiseta.
Me duele tanto que no puedo retener el escaso contenido de mi estómago. Me
golpea una y otra vez hasta que dejo de llorar y yazco vacía en mi propia sangre y
vómito. La Sra. Michaels no dice nada, observa desde su rincón.
―Ahora soy tu padre.
Encuentro fuerzas para mirarle.
―¡Dilo! ―advierte, con el cinturón preparado―. ¡Dilo!
―Eres m-m-mi padre ―sollozo a ciegas―. Lo s-siento.
―Ya está, ya está, niña. Eso no fue tan difícil ahora, ¿verdad?
Su mano curtida me acaricia el cabello, pegajoso de sangre y sudor. La ternura de
su tacto es petrificante después de tantas palizas horribles.
―Tengo que hacerte daño, Harlow ―susurra el pastor Michaels―. Es la única
manera de salvarte. Pero no te preocupes, ya casi estás ahí. Lo siguiente será fácil.
Estoy demasiado cansada para repetir que Harlow no es mi nombre. No recuerdo
por qué. ¿Cuál es mi nombre? ¿No es Harlow? No sé por qué no me parece correcto.
Ya no importa. Sólo quiero que cese el dolor. Si seguirle la corriente y llamarme
Harlow lo logra, entonces seré la niña buena que él espera.
―Acuéstate ―me indica―. Hora de rezar.
Lo único que veo es el brillo del cuchillo en sus manos, cada vez más cerca de mí.
Estoy demasiado débil para defenderme mientras me corta la camiseta en sucias tiras.
La Sra. Michaels se une a él en mi celda, con las mangas de su vestido de flores
arremangadas. Si vuelve a pegarme, no sé si sobreviviré. Su ira es cruda y brutal.
―Debemos purgar los demonios de tu alma ―recita el pastor Michaels,
arrodillado sobre mí.
―P-Por favor... no me hagas daño.
―Sujétala.
Siguiendo órdenes, la Sra. Michaels se arrodilla detrás de mí. Me sujeta las
delgadas muñecas por encima de la cabeza, usando las rodillas para sujetarme.
Intento mover las piernas, pero cada parte de mi cuerpo me grita que deje de
resistirme. Lo han planeado a la perfección, me han agotado, me han robado la fuerza.
Ahora, no puedo pararlo.
El mal viene por mí.
―En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te purgo de tus pecados.
Puedes ascender al reino del Todopoderoso. Señor, ten piedad del alma de Harlow.
No siento el cuchillo cortando profundamente mi torso. No siento la sangre
brotando de mí con cada intrincado corte, esculpiendo algún tipo de patrón. Mi
mente se desprende, dejándome vagar libremente en la oscuridad.
Ya no soy Letty.
Sólo soy... Harlow.

quise que pasara nada de esto.

Todo lo que quería era ser libre.


Después de huir de Hunter y de una casa llena de dolorosos secretos, mis
pies me guiaron en una dirección. De alguna manera, sabía que ella estaría
aquí.
La encuentro al fondo del cementerio desierto, con su lápida cubierta de
enredaderas mordidas por la escarcha. La niña que persigue los ojos de mi
familia perdida.
Leticia Kensington.
Amada hija.
Desaparecida, pero no olvidada.
Me enterraron. Lloraron. Rezaron. Lloraron un ataúd vacío del tamaño de
un niño. Mi propia familia renunció a la esperanza de encontrarme con vida.
Es como si nunca les hubiera importado.
Ignorando el ulular de las sirenas de la policía y los rotores de los
helicópteros, me hago un ovillo junto a mi propia tumba. Dos metros más
abajo, la caja a la que pertenezco permanece intacta.
Debería cavar en la tierra helada y arrastrarme hasta ella. Estoy
profanando la tierra sobre la que yazgo, infectándola con los pecados
malignos que brotan de mis poros. El mundo me ha abandonado.
―¡Harlow! ―grita alguien.
Me cubro la cabeza con los brazos, escondiéndome de la vista. La luz del
sol se desvanece y las sombras del cementerio me ocultan de la vista, pero sé
que eso no impedirá que me den caza.
―¿Harlow? Ahí estás.
Sus pies calzados se detienen a unos centímetros. Me castañetean los
dientes, tengo mucho frío. El agotamiento se ha apoderado de mí tras horas
tumbada en el suelo frío y duro, dejando que la nieve se asiente sobre mi
cuerpo.
En cuclillas, me aparta los brazos para examinarme la cara. La histeria me
sube por la garganta, suplicando una salida, pero no sale ningún grito. No le
reconozco.
―Tú debes ser la puta de Hunter. ―El hombre se ríe mientras me
estudia―. Muy amable de tu parte escabullirte de tu perro guardián. Hiciste
mi trabajo por mí.
―Tú no eres uno de los chicos ―balbuceo.
Sus finos labios se dibujan en una sonrisa.
―Soy un amigo. Ven, tenemos que salir de aquí antes de que aterrice el
helicóptero.
Ojalá pudiera decir que luché. Grité. Me agité y me sacudí. El desconocido
me rodea con sus fuertes brazos y quedo ingrávida, lanzada sobre su hombro
mientras una aguja se desliza por mi cuello.
Quizá siempre nací para estar cautiva, como esos animales del zoo que no
pueden respirar aire fresco sin sufrir un infarto. Necesitan cuatro paredes de
barrotes impenetrables para sobrevivir.
―Ya está ―me dice acariciando mi melena empapada―. Duérmete,
Harlow. Sabre no puede salvarte ahora.
El más allá me llama con los brazos abiertos mientras caigo inconsciente.
Los fantasmas me dan la bienvenida. Rostros familiares, gritos, súplicas de
ayuda. Destaca un rostro con forma de corazón.
Laura.
Este es tu castigo.
Nunca mereciste escapar.
Hasta pronto.
Unos gritos lejanos y el timbre de un teléfono se abren paso entre la niebla
que me envuelve. Laura sonríe, lenta y perezosa, antes de que se la trague
entera la luz que me quema las retinas.
La agonía me recorre las sienes cuando levanto la cabeza. Las sombras se
desvanecen y una habitación tenuemente iluminada se instala a mi
alrededor. Las paredes curvas son de piedra desnuda y rugosa. Telarañas.
Agujas desechadas. Cenizas y colillas.
Esto no es el sótano.
El pastor Michaels no me ha encontrado.
Arrastrándome hacia arriba, me golpeo las rodillas mientras lucho por
mantenerme erguida sin volver a desmayarme. Edtoy vestida con mis
vaqueros y la camisa de lino rota, manchada de sangre y suciedad.
Apretando los dientes, busco en la habitación de forma extraña. Hay una
pequeña ventana tapada con madera. Oigo silbar el viento a través de ella.
Debemos de estar cerca del mar.
La puerta en arco de la esquina está cerrada. Aprieto el oído contra la
madera podrida, tratando de oír algo. Me encuentro con el silencio. A juzgar
por la luz que entra por la ventana tapiada, al menos es de día siguiente.
¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? Los tipos deben estar ahí fuera ahora
mismo, reduciendo el país a cenizas en mi busca. Fui tan estúpida al huir así.
Tonta Harlow.
No les importas.
Nadie vendrá a salvarte esta vez.
La desesperación se apodera de mí. Golpeo la puerta con el puño, pidiendo
a gritos que me dejen salir. Cuando eso falla, gruño y levanto el cabestrillo
por encima del hombro, liberando mi brazo escayolado.
―¿Hola? Por favor... ¡déjeme salir!
Uso la mano para golpear la puerta aún más fuerte, y un grito de fastidio
me responde. Unos pasos se acercan al otro lado y retrocedo arrastrando los
pies mientras la cerradura hace clic.
En el último segundo, cojo una de las agujas usadas del suelo y me la
pongo a la espalda. La aguja aún parece afilada. La puerta se abre con un
chirrido y entra un hombre bajo y musculoso con una gorra de béisbol azul.
―¿Quién eres? ―Le grito.
Unos ojos vidriosos me estudian. Retrocedo un poco más y agarro con
fuerza la aguja. Puedo clavársela en el ojo si es necesario. Con un gruñido,
cruza la habitación y me rodea con los brazos.
―¡No! ¡Déjame ir!
Me elevan en el aire.
―Cierra el pico, zorrita ―ordena.
―¡He dicho que me sueltes!
Gruñendo en voz baja, corre directo hacia la pared curva. Me aplasta
contra la piedra con tanta fuerza que veo estrellas. Sus brazos son lo único
que me mantiene en pie y me veo obligada a soltar la aguja.
―P-Por favor...
―Jesús. ¿Alguna vez te callas? ―sisea, el olor a tabaco me inunda―.
Veamos si podemos silenciar esa lengua tuya, antes de que te la corte.
Echada sobre su hombro, bajamos por una escalera de caracol tallada en
más piedra. Al final hay una sala circular, llena de botellas de cerveza vacías
y montones de basura.
―¿Dónde estamos? ―Jadeo.
Me sacude en el hombro.
―Silencio, puta. No quiero oír ni una maldita palabra de ti.
Me mete en una habitación más pequeña, llena de muebles rotos, y me deja
caer con un ruido sordo en una silla hundida. Su puño me golpea la
mandíbula antes de que pueda hacer más preguntas.
La cabeza me da un respingo de dolor. Me lamo el labio partido y una gota
de sangre caliente me corre por la barbilla.
―Nada de trucos ―regaña.
Otra figura entra en la puerta vacía.
―Cálmate, Jace. No hay necesidad de asustar a nuestra invitada de honor.
Con los nudillos llenos de cicatrices y una expresión temible, el hombre
que me secuestro del cementerio me ofrece una sonrisa sórdida. Es mayor,
tiene la piel bronceada y llena de arrugas.
―Me preguntaba cuándo te despertarías. ―Entra en la habitación, pistola
en mano―. Esa dosis de ketamina fue un poco excesiva, lo sé.
Despide a su lacayo y acerca otra silla a mí. Su ropa oscura huele a alcohol
y cigarrillos.
―Me llamo Diablo. Soy amigo de Leighton.
La forma en que me mira me resulta enfermizamente familiar. Hambriento
y curioso, sus labios se levantan divertidos.
―¿Leighton? ―Repito.
―¿Con quién crees que sale a beber? El chico tiene alguna mierda seria en
marcha, ya sabes. ―Se da golpecitos en la sien―. Todo aquí arriba.
―¿Qué quieres conmigo?
―Llevo meses acercándome a Leighton. ―Su sonrisa toma un filo agudo
y peligroso―. Le encanta hablar después de unas copas. Ese chico necesita
aprender a mantener la boca cerrada.
Abriendo su chaqueta, Diablo saca un largo y afilado cuchillo de caza. Mi
corazón da un vuelco. La hoja brilla amenazadora en las manos de Diablo,
que la utiliza para limpiarse las uñas.
―Las operaciones de Sabre han causado algunos problemas a mi
organización, Harlow. Londres es mi ciudad. Su jurisdicción no significa
nada para mí.
―¿Operaciones?
Diablo entrecierra los ojos.
―Asaltaron nuestro mayor almacén y se llevaron algo que nos pertenecía.
Quiero que me lo devuelvan. Esto es un intercambio, simple y llanamente.
Planeaba usar a Leighton, pero tú lo harás bien.
El miedo se apodera de mí.
―¿Nos has seguido hasta aquí?
―Fue bastante fácil una vez que dejaron la gran ciudad. Ahora, ¿qué
deberíamos enviarles? ¿Quizás uno de tus dedos?
Me encojo en la silla.
―No te ayudaré a atraer a Sable. De ninguna manera. Tendrás que
matarme primero.
―Tan ansiosa por morir, ¿verdad? ―Se inclina más cerca, lamiéndose los
labios―. He oído todo sobre ti. Dime, ¿tocó papá a su niña como hizo con
esas otras mujeres? ¿Te gustó, Harlow?
Mis ojos revolotean por la habitación, buscando una vía de escape.
Necesito salir de aquí ahora mismo. Sabe demasiado.
―Las ventanas están tapiadas y las puertas cerradas ―suministra
Diablo―. ¿Parezco un aficionado? Este lugar es un basurero, lo sé. Puedes
agradecérselo a tu novio.
―Te equivocas con ellos ―tartamudeo―. No les importo. No soy nada
para ellos. Tenerme como cebo no funcionará.
Alarga la mano y me acaricia la mandíbula con su mano callosa. El náuseas
me sube por la garganta y me obliga a cerrar la boca para no vomitarle
encima.
Mi miedo al tacto vuelve tan rápido que me desorienta. Vivir con los chicos
me ha insensibilizado. Pero no quiero que esta asquerosa serpiente me toque.
―Claro que les importa ―dice simplemente―. Hemos visto los
helicópteros. La ciudad está plagada de idiotas de negro, destrozando el
lugar.
Hunter. Enzo.
Leighton. Theo.
Por favor, vengan a buscarme.
―No te preocupes. ―Rompe mis oraciones silenciosas con un guiño―.
No te encontrarán hasta que yo quiera.
Diablo saca su teléfono y me muestra una imagen granulada de la cámara.
Es la escarpada costa barrida por la nieve del Devon rural, pero Croyde no
está a la vista.
―Saluda a Paulo. Está vigilando nuestro perímetro. Les enviamos a tus
amigos un lindo video para que se irriten.
Al desplazar la cámara hacia la izquierda, aparece un enorme faro
decrépito. Está en lo alto de los escarpados acantilados, aislado de las casas
agrupadas y del centro de la ciudad en la distancia.
Estamos dentro.
Los chicos nunca me encontrarán.
Diablo guarda el teléfono y se acerca aún más. Me acaricia la garganta y
me toma el pulso con un solo dedo.
Lucho por quedarme quieta mientras él me acaricia las clavículas y traza
suavemente el borde de la cicatriz que asoma por mi camisa. Su aliento me
calienta la piel.
―Hunter, Enzo y Theodore acabaron con nuestro negocio de la noche a la
mañana ―pronuncia en un susurro―. Robaron dos millones de libras en
efectivo y masacraron a mis hombres con ametralladoras.
―No p-p-puedo ayudarte.
―Ahí es donde te equivocas. Sé qué clase de hombres dirigen Seguridad
Sabre. No entregarán su último premio sin luchar.
Se me saltan las lágrimas cuando me toca el pecho izquierdo a través de la
camisa. La humillación se apodera de mí en una nube pegajosa.
―Tienen que elegir. ―Se ríe―. Su jodido monstruito o dos millones de
libras. Me voy con uno.
―Te lo dije. No soy nada para ellos.
La mano de Diablo se desliza por dentro de mi camiseta y aparta la copa
de mi sujetador. Muerdo un gemido cuando sus dedos me pellizcan un
pezón.
―Estás viviendo con ellos, comiendo su comida, vistiendo su ropa. No me
gusta que me mientan, Harlow. Tú eres uno de ellos.
Cuando su mano baja sigilosamente, tocando las cicatrices que envuelven
mi torso, me vuelvo loca. Obedecer no me salvará. Ahora lo sé. El pasado me
ha enseñado algo.
Furiosa, me levanto de la silla y choco contra él. Diablo grita, me agarra
del cabello y me golpea la cara contra la pared. Se me nubla la vista durante
un segundo que me revuelve el estómago.
―Mala jugada ―se burla.
Sujeta contra la pared, sus uñas se clavan en mi garganta. Su fuerte mano
me aplasta la tráquea, apretándola, retorciéndola, retorciéndola.
―Les enviaré tu puto cadáver si es necesario. ―Diablo me escupe a la
cara―. Pero no hasta que me haya divertido contigo. Quiero ver esas
cicatrices por mí mismo.
Se inclina hacia mí y me pasa la lengua por la sangre que me empapa la
cara. Ni siquiera puedo gritar. La violación rompe algo en mí, una endeble
barrera que retiene mi lado rabioso.
Consigo levantar la rodilla y se la aplasto entre las piernas ligeramente
abiertas. Diablo maldice, su agarre a mi garganta se afloja lo suficiente como
para que yo respire y vuelva a patearle el saco de pelotas.
―¡Argh! ―brama.
Tragando la sangre que se me agolpa en la boca, avanzo antes de que
pueda enderezarse. Mi brazo enyesado choca contra su cara y su nariz estalla
con un glorioso crujido.
No me detengo. No es suficiente para satisfacer al monstruo que pide
sangre dentro de mí. Diablo se tapa la nariz rota y cae de espaldas. Salto sobre
él y me subo a su cintura.
―Te mataré, joder ―dice entre gárgaras.
Le golpeé de nuevo, salpicándome la cara con su sangre.
―Gente peor que tú lo ha intentado y ha fracasado.
Cojo el cuchillo que se le cayó al caer y se lo pongo en el torso. Su vida está
en mis manos, lista para ser tomada. No tengo que dejar que se vaya de esta.
Soy la chica que dejó atrás la oscuridad. La chica que sobrevivió al
mismísimo diablo. Ya no tengo nada que perder y ningún dolor me hará
volver a la jaula de la que escapé.
―No necesito que nadie venga a salvarme ―le escupo.
―No lo harás.
Sus ojos se abren a través de una cortina de sangre. Sea lo que sea lo que
ve en mi cara, le inquieta. No estoy sola. Los fantasmas de las chicas están
aquí, hirviendo y retorciéndose en el fondo de mi mente.
―Estoy harta de pasarme la vida temiendo a hombres como tú.
El tiempo parpadea en instantáneas cegadoras. Diablo grita cuando el
cuchillo se entierra en su estómago, cortando grasa y músculo como si fuera
mantequilla.
Con los dientes enseñados, retuerzo la hoja dentro de él, empapándome
del chorro de sangre. Sus gemidos de dolor son música para mis oídos.
―¡Diablo!
Con un cigarrillo colgando de la boca, Jace vuelve a entrar y palidece al
ver el desastre sangrante atrapado debajo de mí. Coge la pistola que lleva en
los vaqueros y yo le arranco el cuchillo a Diablo.
El yeso se hace añicos sobre mi cabeza cuando dispara el primer tiro. Me
agacho y me deslizo por el charco de sangre, evitando la siguiente bala.
Cuando entra corriendo en la habitación, me lanzo hacia la izquierda,
dejando escapar el cuchillo.
El mundo se estrecha mientras parte el aire, acuchillando el brazo
izquierdo de Jace antes de caer al suelo. Jace chilla y deja caer el arma en
medio de la confusión.
No espero a verlo caer. El faro se desdibuja a mi alrededor. Gritan en mis
oídos, los fantasmas que alimentan mi rabia.
Corre.
Corre.
Corre.
Salgo a la calle y el viento casi me arrastra. La nieve se ha detenido y se
asienta en los acantilados, mientras el torrente embravecido del océano barre
la costa.
No puedo correr ladera abajo con el camino oscurecido por la nieve y el
hielo helado. A mi alrededor no hay más que desniveles y un páramo helado.
―¡Maldita cabrona! ¡Vuelve aquí!
Cojeando en la nieve, busco una vía de escape. Un repentino crujido rompe
el aire cuando algo pasa zumbando a mi lado. Jace está en la puerta, con la
pistola en la mano manchada de sangre.
―¡No hay a donde correr, perra!
Otro disparo.
Me agacho de nuevo, deslizándome sobre un enorme trozo de hielo. La
bala apenas me alcanza. La única salida es recto, donde termina el acantilado,
dejando nada más que aire enrarecido.
Olas oscuras y premonitorias aguardan casi treinta metros más abajo. La
caída es enorme, pero la adrenalina me empuja hacia delante, más cerca del
olvido.
―¡Vas a pagar por apuñalarle! ―Jace grita, tratando de abrirse paso a
través del campo de hielo―. ¡No hay donde correr!
―Que te jodan ― le grito.
Crack.
Un dolor feroz me desgarra el muslo, una punta de láser ardiente que
funde carne y hueso. La bala me atraviesa y me hace un agujero profundo y
supurante.
―¡La próxima bala irá a tu cabeza!
Al llegar al borde, me enfrento a la caída en picado. La cornisa de la que
me arrojé hace meses no era nada comparada con esta misión suicida.
Prefiero morir por mi libertad.
Ahogarse no es una mala forma de morir.
―Por favor ―le susurro a Dios―. Por favor.
Con los ojos cerrados, me abandono a su misericordia celestial. El viento
me desgarra el cabello y la ropa, y el rugido de las olas se acerca cada
milésima de segundo.
Todo mi dolor y mi miedo desaparecen cuando me rindo al destino. El
agua se precipita a mi encuentro, penetrando en mi garganta y mis pulmones
mientras me tragan las olas del océano.
Hunter

ebo de haber visto el vídeo mil veces en la hora que ha pasado


desde que llegó. Harlow parece tan pequeña, tan rota, su cuerpo
inconsciente encogido en el suelo de algún agujero de mierda.
―Quiero mi dinero, Rodríguez ―canturrea la voz fuera de foco―. Vas a
devolver el dinero donde lo encontraste y dejaré ir a la chica.
Retira el pie y golpea a Harlow directamente en el estómago. Su boca se
abre, pero no se despierta. La han llenado de algo.
―Mis hombres están esperando en Londres. Tienes una hora antes de que
empiece a cortar pedazos de tu linda novia.
El vídeo se corta. Empujo el portátil hacia atrás, retorciéndome por la
necesidad de hacerlo pedazos. Limpiamos ese maldito almacén durante
nuestra última redada. El dinero fue entregado a las fuerzas del orden.
Se ha ido y se nos ha acabado el tiempo.
Voy a romper cada hueso del cuerpo de este hijo de puta, moler sus
órganos en una pasta y sacarle los ojos con mis putas manos cuando lo
encuentre. La muerte sería demasiado amable.
―Han pasado treinta horas. ―Enzo parpadea, con los ojos caídos por el
cansancio―. ¿En qué estará pensando? ¿Nos ha abandonado?
―No digas eso. Harlow sabe que nunca la dejaríamos atrás. Vamos a
encontrarla.
―¡Hunter! ―Theo grita desde el otro lado de la habitación.
Rodeado de papeleo, cables e innumerables pantallas de ordenador, nos
hace señas a Enzo y a mí para que nos acerquemos. Theo trabaja casi codo
con codo con Kade, con tres portátiles cada uno.
―¿Qué pasa? ―Suspiro.
―Este tipo envió el vídeo desde un smartphone, usando una aplicación de
grabación para anonimizar su número. Pero no encripta el archivo en sí.
Kade gira su pantalla más cercana.
―Hemos descodificado los metadatos para triangular una localización
GPS aproximada. Otras dos señales telefónicas se han movido entre las torres
de telefonía móvil en las últimas veinticuatro horas.
―¿Son rastreables? ―Enzo exige.
―Ya estoy en ello.
Theo estudia líneas de un complejo guión informático, temblando de
adrenalina al saltar sobre el código. Vamos a necesitar un abogado mejor.
Está pirateando el sistema penitenciario nacional ante mis ojos.
―Jesús, Theo ―maldigo.
―No tenemos tiempo para emitir una orden de información ―murmura,
desactivando su software de seguridad―. Estos pedazos de mierda tienen
que ser conocidos por las fuerzas del orden.
Enzo asiente, mirando por encima del hombro.
―La mayor parte del cártel que desmantelamos estaba formado por
veteranos.
―Me apunto. ―Theo parpadea entre varias pantallas, introduce el
número en el sistema y busca.
Todos nos inclinamos más.
―Ya está. ―Señalo con un dedo el primer resultado de la búsqueda―.
Liberado de prisión a principios de este año, todavía abierto a la junta de
libertad condicional.
Theo hace clic en el perfil.
―Diablo Ramírez.
―Hijo de puta ―respira Enzo―. Este bastardo estaba en nuestra lista de
objetivos para la redada. Era de nivel medio, responsable de canalizar el
dinero hacia el pez gordo.
Al cargar el registro de la prisión, Theo amplía la foto de identificación
policial adjunta. Todos estudiamos el rostro del hombre que nos apunta con
una pistola.
―No encontramos rastro de él el mes pasado. ―Sacudo la cabeza―. Es un
puto soldado de infantería. Un don nadie.
―Don nadie le está dando una paliza a Harlow. ―Enzo me fulmina con
la mirada―. Tómatelo en serio, Hunt. Nosotros nos lo buscamos.
―¿Crees que no lo sé? ―Le gruño.
Leighton se levanta de su asiento en la mesa junto a Brooklyn y sus
hombres. Tiene la cara más blanca que la escarcha de nieve del exterior.
―No sabía para quién trabajaba ―susurra, incapaz de mirarnos―. Lo
juro, no lo sabía, joder.
―¿De qué demonios estás hablando?
Cuando se niega a levantar la vista de la ficha policial en la pantalla de
Theo, lo agarro bruscamente. Tiene la misma expresión maldita que el día
que lo condenaron: un niño estúpido y avergonzado que huye de la
responsabilidad.
―¿Qué has hecho? ―Le ladro en la cara.
―No tenía ni idea ―responde entre dientes.
―Maldita sea, Leigh. ¿Conoces a esta escoria?
Se muerde el labio.
―Bebemos juntos.
Enzo se acerca por detrás, haciendo que Leighton se sobresalte al chocar
con su enorme pecho. Esta vez no hay huida.
―Te invitamos a nuestra casa ―dice Enzo, agarrándolo de los hombros―.
Te dimos un puto trabajo. Dinero. Todo lo que necesitabas. Una regla, es todo
lo que pedimos.
―No infringir la ley ―termino rotundamente―. ¿Qué coño haces
confraternizando con este pendejo?
Todos los presentes nos observan con ojos de láser, pero no intervienen.
Esto es un asunto de familia.
―No todos los criminales son malas personas ―intenta argumentar
Leighton―. Ustedes dos han esquivado la cárcel un millón de veces.
―Protegemos a la gente por cualquier medio necesario ―deletreo―. ¡Le
rompiste las vértebras a un pobre cabrón por una chica y te ganaste una pena
de cárcel!
―Y claramente, Diablo Ramírez es una excepción a esa regla ―añade
Enzo en tono atronador―. Trabaja para el maldito cártel
Leighton traga saliva.
―Era el único que sabía lo duro que era volver a casa. ¿Tienes idea de lo
sola que he estado? Mi propia familia no me reconoce.
―¿Así que te hiciste amigo de un traficante de drogas convicto para
sentirte menos solo? ―Grito furioso―. No he oído semejante mierda en mi
vida.
―¡Basta! ¡Todos ustedes!
Brooklyn golpea la mesa con las manos y hace volar papeles y tazas de
café vacías. Eli retrocede visiblemente. Sigue odiando los ruidos fuertes.
―¡Son todos unos idiotas! ―Señala entre nosotros―. Dejen de discutir
sobre quién tiene la culpa. ¡No importa una mierda! ¿Qué tiene de especial
esta chica para que los tenga enfrentados?
―¡Porque ella nos pertenece! ―Enzo retumba, empujando a Leighton tan
fuerte, que cae de rodillas con un resoplido.
Con una sonrisa en los labios, Brooklyn parece satisfecha de sí misma.
Enzo se da cuenta de que ha caído en su trampa y aparta la mirada.
―Por fin ―comenta suavemente―. Tardaron mucho en pasar página.
Aunque no pensé que lo admitirían.
Apoyo las manos en las caderas y agacho la cabeza. Esto no debería
sentirse como una derrota. He pasado los últimos cinco años luchando con
uñas y dientes, manteniendo viva la empresa... manteniendo viva a nuestra
familia.
Pero aceptar Harlow es una derrota. La mejor puta derrota que he
concedido nunca. Estoy bajando los brazos y rindiéndome a la verdad de que
ella me importa. Muchísimo.
Más de lo que me he preocupado por nadie desde que Alyssa murió.
Harlow golpeó nuestro hogar como un rayo. Ninguno de nosotros estaba
preparado para la destrucción de la sofocante prisión que nos habíamos
construido.
Sus sonrisas desoladas y su fuerza inquebrantable nos han recordado el
poder de vivir. Incluso Theo está volviendo en sí, poco a poco, por mucho
que luche contra ello. Todos estamos cambiando.
―Conecta a Diablo Ramírez a tu nuevo software ―les ordeno―. Si ha
aparecido en alguna grabación de CCTV en Devon, pública o privada, quiero
saberlo.
―¿Crees que sería tan estúpido como para quedarse por aquí? ―pregunta
Hudson, fumando un cigarrillo en la esquina a pesar de los carteles del hotel.
Arrancándole el cigarrillo de los dedos, Jude lo apaga sobre la mesa.
―Ramírez podría estar ya en cualquier parte del país.
―¿Qué pasa con el intercambio? ―Leighton pregunta mientras se
levanta―. Prometió devolver a Harlow, así que aún debe estar aquí.
Mirando a Jude, Hudson sacude la cabeza.
―Tendrás suerte si no está muerta ya. No tiene intención de comerciar.
―¡Hud! ―Brooklyn exclama.
―Sólo digo las cosas como son ―murmura.
―Pues guárdate tus putas opiniones para ti ―le grita Enzo.
Volvemos a caer en una bomba de relojería de silencio tenso y dejamos que
Theo y Kade se pongan a trabajar con su software ilegal. Hablan en susurros
bajos y urgentes.
En media hora, tenemos una serie de coincidencias en imágenes de CCTV
privadas que han extraído de cámaras pirateadas. El software de
reconocimiento facial atrapa a nuestro perpetrador justo en el acto.
―Ahí está. ―Kade amplía las imágenes y las mejora con unas pocas líneas
de código―. La alcanzó a las afueras de Croyde. Ella zigzagueó por el pueblo
a pie hacia el cementerio.
―¿Cómo pasó por la ciudad sin que nuestros exploradores la recogieran?
―Enzo sisea.
Theo estudia otro fotograma de la grabación de la cámara, en el que
Harlow se ha agachado detrás de un contenedor para esconderse y recuperar
el aliento.
―Es pequeña, rápida y decidida ―observa―. Cuando llegaron nuestros
helicópteros, ella ya estaba en el cementerio con él.
―¿Cómo sabía que estábamos aquí? ―Hunter pregunta.
Theo se escabulle rápidamente entre la endeble seguridad del hotel y
ejecuta su programa de reconocimiento facial sobre la cámara de
vídeovigilancia. Casi de inmediato obtiene una respuesta positiva.
―Hijo de puta ―ladro enfadado.
Diablo pasó por delante de nuestro hotel el día que llegamos, se detuvo
para mirar a la cámara antes de volver a adentrarse en la oscuridad. Ha
estado aquí todo el tiempo, esperando su momento.
―Nos siguió.
―Eso parece ―confirma Theo―. Las cámaras de tráfico lo sitúan media
hora por detrás de ti en la carretera que baja a Devon.
Enzo parece a punto de explotar.
―Leigh, ¿le dijiste a este pajero a dónde iban Hunter y Harlow?
―¡No! ―Leighton balbucea. ―Por supuesto que no.
―Francamente, ya no creo ni una palabra de lo que sale de tu boca. ―Le
clavo una mirada ártica―. Está claro que Diablo ha estado vigilando al
equipo. Nos has puesto a todos en peligro.
―Chicos ―Theo vuelve a llamar nuestra atención―. Miren esto. Pasó por
delante de la casa de Giana Kensington después de que entraran y siguió a
Harlow cuando se fue. Esto no estaba planeado, pero funcionó perfectamente
para él.
―¡Joder! ―jura Enzo, cogiendo la funda de su pistola―. ¿Dónde está la
localización GPS de ese vídeo? Le voy a partir la cara.
―Vamos todos ―le aseguro.
Hudson se levanta.
―Encenderé el helicóptero.
Empaquetamos y cogemos las armas rápidamente y empezamos a salir del
hotel. Eli y Phoenix optan por quedarse atrás, comunicándose con nuestro
equipo mientras Theo y Kade rastrean nuestra ubicación desde aquí.
Brooklyn comprueba que la pistola está en su sitio bajo su chaqueta de
cuero.
―Jude, Hudson y yo te seguiremos en el coche. Coge el helicóptero.
Tirando de ella en un abrazo, Enzo asiente.
―Podemos explorar la zona aproximada de la ubicación del GPS desde el
aire.
―Exactamente. La encontrarás, grandullón. ―Sonríe a su mejor amigo y
confidente―. Ten un poco de fe.
Cuando mis ojos se cruzan con los míos, asiento con la cabeza. En muchos
sentidos, Brooklyn se ha convertido en la única constante de nuestras vidas.
Ha pasado horas escuchándonos, nos ha preparado la cena, nos ha lavado
la ropa cuando la pena hacía que fuera demasiado difícil mover un dedo. El
fantasma humano roto que conocimos se ha transformado en una persona
increíble.
El equipo Cobra y Jude salen en tropel del hotel, suben al Mustang de
Hudson y salen a toda velocidad rociando gravilla. Tomamos el helicóptero
y Leighton se desliza tranquilamente en la parte trasera mientras yo me
apresuro a realizar las comprobaciones previas al vuelo.
En cuestión de minutos, estamos planeando por el aire. Las nubes de nieve
empiezan a despejarse, desvelando la larga y escarpada costa de Devon.
―Nos van a multar por volar sin permiso ―se queja Enzo por los
auriculares.
―No podría importarme menos un permiso ahora mismo.
Dirigiendo la brillante bestia negra a través del viento con facilidad,
seguimos la localización GPS que Theo ha transmitido al ordenador
incorporado. Es una localidad costera, desierta en una tranquila ladera.
―Aquí no hay nada ―dice Leighton, frustrado―. El pueblo está
kilómetros atrás. No veo a nadie en la playa.
Descendiendo un poco, escudriñamos el acantilado más de cerca. Todavía
nada. Ya podrían estar bajando a toda velocidad por la autopista, dejándonos
embarcados en una búsqueda inútil.
―Bajemos ―decide Enzo―. Tenemos que buscar a pie. No hay nada que
ver aquí arriba.
Al aterrizar en un tranquilo tramo de playa, saltamos a la arena mojada.
Devon es turística en verano, pero en pleno invierno no hay más que viento
y olas rompiendo.
―¿Por dónde empezamos? ―pregunta Leighton con ansiedad.
―Puedes quedarte aquí. ―Le lanzo una mirada de odio―. No necesito
que tus malditos sentimientos se interpongan en la búsqueda de Harlow.
―Eso no es justo. Déjame ayudarte.
―No estás entrenado para operaciones activas.
―¡Yo también me preocupo por ella, imbécil!
Enzo agarra a Leighton y le empuja hacia delante.
―Vienes. Llama a esto lección número uno. Haz un desastre, y es tu
responsabilidad limpiarlo.
Pasando junto a ellos, corro hacia la acera que serpentea entre los grupos
de casas cerradas. No tenemos tiempo para estas idioteces. Un sudor frío me
recorre la espalda mientras vamos puerta por puerta, buscando señales de
vida.
El GPS era una estimación aproximada. Podrían estar en cualquier parte
de este tranquilo barrio. Brooklyn llama para decir que están peinando la
urbanización en busca de propiedades abandonadas una milla más adelante.
―¡Aquí no hay nada! ―Les grito.
Enzo toca el comunicador en su oreja.
―Theo, no estamos llegando a ninguna parte. ¿Puedes darnos más
información?
Asiente con la cabeza, gira sobre sí mismo y vuelve a observar nuestro
entorno. Lucho por mantener los nervios. El miedo y el pánico no son
emociones que haya manejado en mucho tiempo. No desde que perdí el oído.
Suena mi teléfono y casi lo dejo caer en mi prisa por contestar.
―¿Sí?
―¡Hunter! ―Brooklyn grita por la línea―. Hay un faro abandonado en el
acantilado. Hudson y Jude están subiendo, pero oímos disparos.
Los otros dos luchan por mantener el ritmo mientras volvemos a la playa.
Es enorme y se extiende hasta la siguiente ciudad. Acantilados escarpados se
encajonan en el océano, con peligrosas olas golpeando las rocas.
Crack.
En lo alto del escarpado acantilado, un faro decrépito parece a punto de
derrumbarse. Apenas puedo distinguir manchas de gente en la cima. Si Jude
y Hudson están corriendo, van a tardar un rato en llegar a la cima de ese
acantilado.
―¡Tenemos que coger el helicóptero! ―Enzo grita.
Algo está ocurriendo. Se oyen varios disparos más y el corazón se me salta
a la boca cuando alguien se detiene al borde del acantilado.
―Dios mío ―exclama Leighton.
Lo único que veo es el cabello castaño suelto y una camisa blanca
manchada de sangre. Harlow mira fijamente al mar mientras se acerca al
olvido.
El viento ahoga nuestros gritos. Se tambalea al borde de una caída de 30
metros, con el cuerpo mecido por la fuerte brisa.
No llegaremos a tiempo. La persiguen mientras más disparos surcan el
aire. Mi visión se estrecha a medida que pasan los segundos.
Disparos.
Rociando sangre.
Ventisca.
Nubes oscuras y atronadoras.
La realidad termina cuando el borrón de sangre y cabello castaño cae en
picado sobre el borde. Estoy viendo una película, golpeando el cristal con los
puños mientras los personajes toman giros equivocados y caen víctimas de
la brutalidad del guionista.
Está en el aire.
No pienso antes de lanzarme al mar. Cuando el agua está demasiado alta
para vadearla, me sumerjo bajo la siguiente ola. La corriente es violenta, me
golpea y me magulla con furia tormentosa.
No sé si Harlow sabe nadar.
Si es que sobrevive a la caída.
El mundo se queda completamente en silencio cuando mi audífono falla
en el agua. Eso no me impide abrirme paso frenéticamente por el mar, con
los brazos impulsados por un mantra suplicante.
No puedo perder a otra persona.
No puedo perder a otra persona.
No puedo perder a otra persona.
En la oscuridad helada del agua, los recuerdos se pintan en remolinos de
sedimentos. El pasado y el presente se entremezclan mientras aquel fatídico
día me baña.
Alyssa está en mis brazos, con la boca llena de sangre. Me mira con ojos
vidriosos. Las yemas de sus dedos dejan una mancha roja en mi mejilla al
caer.
Vuelve a ocurrir.
Al salir a tomar aire, busco en el agua. Es tan salvaje que no veo nada. El
acantilado está a unos cientos de metros, pero Harlow saltó muy lejos en el
aire.
Debe de estar aquí, a menos que se haya deslizado bajo el agua. Vuelvo a
sumergirme y empujo mi cuerpo exhausto para moverme. Cada metro que
avanzo me cuesta un gran esfuerzo a contracorriente.
Más. Más. Más.
Los pulmones me arden, las piernas y los brazos piden alivio. Me levanto
para respirar, el silencio es desconcertante en un lugar tan anárquico. Podría
estar gritando y nunca lo oiría.
―¡Harlow! ¡Harlow!
Allí.
Entrecierro los ojos a través del ardor del agua salada. Hay una cabeza que
se mece en las implacables olas, empujada bajo el agua una y otra vez.
Con renovada determinación, vuelvo a sumergirme y consigo agarrarme
a su brazo. Pataleando con fuerza para salir a flote, rompemos juntos la
superficie.
Toso y balbuceo, esperando a que mueva los labios. Apenas se aferra a la
consciencia, con los labios azules y la cabeza flácida.
―Despierta, cariño.
Nada.
―¡Despierta!
Hay vetas de sangre disuelta en su piel, y un collar de moratones oscuros
rodea su garganta. Toda esta sangre procede de alguna parte, pero no la
encuentro en el agua agitada.
Sosteniéndola a flote con toda la energía que me queda, me balanceo en el
agua. Todo se ha agotado en mí. No puedo llevarnos de vuelta a la orilla.
El helicóptero está de nuevo en el aire, volando silenciosamente hacia
nosotros. No oigo nada sin mi audífono. Con el rescate a la vista, la
desesperación me sigue tragando entero.
Harlow no responde, un peso muerto en mis brazos. El agua salada me
nubla la vista y transforma su rostro familiar en otro que no he visto en casi
seis años.
Alyssa me devuelve la mirada.
Flácida. Sin vida. Muerta.
Leighton

oy el primero en llegar cuando Harlow se despierta. He estado


durmiendo en el suelo de su habitación, esquivando a los médicos
de Sabre, los goteros y las enfermeras contratadas. Me pasan
borrosos mientras miro fijamente su cama, sin pestañear.
Después de todo lo ocurrido, Hunter no estaba dispuesto a perderla de
vista. El hospital le dio el alta para que recibiera tratamiento a domicilio
cuando él amenazó con cerrar el departamento.
Apoyado en el codo, miro sin entusiasmo mi portátil mientras me pierdo
en mis pensamientos. Nunca me había sentido tan jodidamente solo.
Ninguno de los otros me habla, y Harlow casi se muere.
Todo es culpa mía.
Todo.
Mi vida ha sido una serie de decisiones de mierda y errores fatales. Soy el
desastre de la familia; nadie espera mucho de mí. Incluso creciendo, mi padre
nunca me dio un segundo pensamiento.
La noche que perdí el control y le rompí la espalda a Thomas Green por
acostarse con mi novia, perdí toda posibilidad de demostrar mi valía. Nunca
volverá a caminar. Lo hice, accidentalmente o no.
Mi ira está bien disimulada, pero siempre ha estado ahí. La indignación de
un niño ignorado y dejado de lado. Juego bien, pero no mucha gente conoce
mi verdadero yo.
Diablo era el único que parecía entenderlo. El mundo dentro de la cárcel
es una realidad completamente deformada. Volver a casa era como quedar a
la deriva, sin bote salvavidas, en el océano Atlántico.
―¿En serio Rachel perdonó a Ross otra vez?
Su voz ronca me da un susto de muerte. Levanto la vista de mi incómodo
nido en la alfombra y veo que Harlow me observa con los ojos entornados.
―¿Ricitos de oro?
―Hola, Leigh.
Su fina sonrisa permite que el aliento entre en mis pulmones por primera
vez desde que la sacaron del mar. Es jodidamente vertiginoso.
―Tú lo dijiste primero, Rachel es una idiota ―me fuerzo a decir.
―Será mejor que no te hayas adelantado sin mí.
Me pongo en pie, estirando los músculos doloridos por acampar en la
alfombra desnuda.
―Ni se me ocurriría.
Harlow levanta la mano y la acaricia sobre las orejas de Lucky. El perro no
se ha separado de ella, y ni siquiera Hunter ha tenido valor para echar a
Lucky de la cama. Quería estar con Harlow.
―Te he echado de menos ―susurra débilmente.
Tengo los pies clavados en el suelo. No puedo acercarme más a ella. La
gente sufre cuando me acerco a ellos. Sufren por mi culpa. No puedo hacerle
eso a ella.
―Te he echado más de menos.
Al intentar moverse, Harlow recorre el dormitorio con la mirada. Es tarde,
los demás están abajo. Hunter estaba recibiendo otra llamada histérica de
Giana la última vez que bajé.
Nos hemos estado turnando para vigilar a Harlow, esperando el momento
en que sus ojos se abrieran. Nadie ha pegado ojo, y después de la locura de
la partida de búsqueda, todos estamos listos para dormir.
―¿Qué ha pasado? ―murmura Harlow.
Se me hace un nudo en la garganta. Tengo que apartar la mirada de ella
antes de responder.
―Todos volamos de regreso aquí anoche. Te dispararon, princesa. Tuviste
suerte de que te atravesara el muslo. No requiere cirugía.
Se examina el brazo, la escayola húmeda cortada y sustituida por un
aparato ortopédico ahora que la fractura se ha curado.
―¿Diablo?
Miro fijamente a la pared, en silencio.
―¿Leigh? Por favor, háblame.
―Enzo se encargó de él ―respondo sin emoción―. El resto de sus
hombres están siendo acorralados por otro equipo mientras hablamos.
―¿Está... muerto?
―Sí. Mira, debería irme. Necesitas descansar y ponerte mejor.
Cuando me doy la vuelta para salir de la habitación, con el corazón
agitado, su voz aguda me detiene en seco.
―Por favor ―gimotea―. No te vayas.
―Harlow... no puedo quedarme.
El suave y agonizante sonido de su llanto me apuñala directamente en las
tripas. Podría arrancarme el corazón del pecho y aplastarlo. Eso dolería
menos.
Con todos mis instintos gritándome que me aleje, me doy la vuelta y
vuelvo junto a su cama. En cuanto estoy lo bastante cerca, me agarra la
camiseta con fuerza.
―Quédate ―insiste.
―Los otros... deberían estar ellos aquí, no yo. ―Me atrevo a mirar sus ojos
llenos de lágrimas―. Confié en Diablo, y te hizo daño.
Al acercarme, la aguja pegada a su pálida piel se tensa. Le quito la mano
de la camiseta antes de que se haga daño.
―Nada de esto habría pasado si no hubiera dejado que Diablo se acercara.
―Acaricio sus venas azuladas―. Permití que me manipulara.
―Nadie permite que lo manipulen ―susurra Harlow―. Tú querías un
amigo. No hay nada malo en ello.
―Bueno, mi puta necesidad desesperada de sentirme menos solo te puso
en peligro. ¿Todo por qué? ¿Un compañero de copas?
―Leigh, para.
―No. Ni siquiera merezco estar en esta habitación contigo.
Apretando los dientes, Harlow aparta los cables y las vías intravenosas
para liberar un espacio a su lado en el colchón. Me clava una mirada ardiente.
―Entra. No más discusiones.
Mi corazón amenaza con romperse y hacernos pedazos a los dos. Todo lo
que quiero es sentir su calor envolviéndome, estar entero y contento. Ella me
ha recordado lo que significa pertenecer a alguien.
Demasiado cansado como para seguir luchando ni un segundo más, me
deslizo hasta el lugar vacío. Harlow se acerca más y su nariz roza la mía.
―Lo siento mucho ―susurra, nuestros labios separados por un suspiro―.
Nunca debí haber huido. Fue estúpido e imprudente.
Le acaricio el cabello enmarañado.
―No tienes nada por que disculparte. Aparte de babear sobre Hunter
mientras estabas inconsciente, supongo.
―¿Qué?
―Arruinaste su camisa favorita.
―¿Estás de broma? ―Levanta la voz.
―Tranquila, Ricitos de Oro. Estoy bromeando.
Se relaja contra mi pecho con un suspiro. Estamos tumbados en silencio,
tan abrazados que es un milagro que podamos respirar.
Memorizo cada centímetro de ella. La extensión de su piel magullada y
llena de cicatrices, las pequeñas manchas y pecas de su nariz ligeramente
torcida. Sus espesas pestañas salpicadas de manchas oscuras de cansancio
que rodean sus ojos cristalinos.
Es tan jodidamente hermosa.
Necesito recordar este momento, capturarlo con tinta mental y colgarlo en
las maltrechas paredes de mi alma. Después de la cárcel, juré no volver a dar
acceso a alguien a la parte más vulnerable de mí mismo.
No importa lo solo que me dejara.
Pero con Harlow, quiero intentarlo.
―Por favor... no huyas otra vez ―suplico en un suave susurro―. Si
necesitas espacio, está bien. Díselo a alguien y haremos que funcione.
―Lo siento ―repite cansada.
―Deja de disculparte. No te vayas sin despedirte. Puede que no lo
parezca, pero tengo... sentimientos. Todos los tenemos.
―¿Sentimientos? ―Harlow hace eco.
―El mundo es un lugar mejor contigo en él, lo creas o no. No quiero estar
aquí si no estás conmigo.
Verla vendada y magullada después de tantos progresos es insoportable,
pero sé que volverá a levantarse. La niña asustada que llegó aquí se ha
convertido en otra persona.
―Creo... que yo también tengo sentimientos ―susurra ella.
―¿En serio?
―No quería irme, pero ver a Giana era demasiado. Pasé toda mi vida
pensando que era otra persona. Ahora, no sé quién soy.
Le doy un suave beso en la sien.
―Eres mi Harlow.
Levanta la cabeza para mirarme. Respira con dificultad y noto los latidos
del órgano detrás de su pecho.
Dejo que mis ojos se cierren y aprieto mis labios contra los suyos. No
importa lo estúpido y jodidamente egoísta que sea. La deseo. La necesito. No
puedo pasar ni un segundo más en esta casa sin ella.
El beso es ligero como una pluma, un tierno roce de disculpa. Nos
bebemos el uno al otro sin nada más que aire cargado entre nosotros. Paso la
punta de mi lengua por su labio inferior, ella cede y me deja entrar.
Es el beso más tenue de mi vida, y bien podría hacer que me quemaran
vivo si los demás supieran lo que estamos haciendo aquí arriba. No me
importa. Me arriesgaré al castigo.
No importa nada más que sentir su aliento enredándose con el mío,
infundiendo las esencias mismas de nuestros seres en un nudo caótico y
destinado. Besarla es el mayor error de mi vida.
Ella va a crear una guerra dentro de esta familia. Lo sé. Estoy corriendo a
la batalla, cegado y sin miedo. Lucharé contra la única familia que he tenido
si eso es lo que hace falta para irme con ella.
Cuando nos separamos, ninguno de los dos habla durante mucho tiempo,
hasta que el sonido de una discusión en el piso de abajo rompe el
aturdimiento.
―Debería ir a avisarles de que estás despierta ―Suspiro, apartándole el
pelo de la cara―. Descansa, Ricitos de Oro.
Se duerme en un instante. Enredo los dedos en sus suaves mechones
castaños y rebusco entre las capas, temeroso de lo que pueda encontrar. Hay
una calva importante en el lado izquierdo de la coronilla.
El cuero cabelludo está enrojecido por los mechones de cabello que se ha
arrancado con el tiempo. Trago saliva y le aliso el cabello que le queda.
Joder.
Esto es un desastre.
No se mueve mientras me escabullo de la cama y vuelvo abajo. Oigo a los
demás en el despacho de Hunter, discutiendo otra vez. Parece que vamos
dando tumbos de un desastre a otro.
En la cocina, sigue el desorden de la pelea de borrachos de Theo de la
semana pasada. Ninguno de nosotros se ha parado a ducharse o a dormir, y
mucho menos a limpiar. Me siento como si hubiera estado viviendo en el filo
de la navaja.
Mientras doy los últimos toques a una bandeja de bocadillos para que
todos coman, unos pasos se unen a mí en la cocina. Enzo roba uno en silencio
y se retira a inhalar su comida en la barra del desayuno.
―¿Comida? ―Le pregunto a Hunter.
Sacude la cabeza y pone la tetera a hervir para hacer otra tanda extra
grande de té. Saca una taza nueva, se apoya en la encimera y deja caer la
cabeza entre las manos.
―¿Qué pasa?
Enzo deja caer su bocadillo, parece haber perdido el apetito―. Han
entregado otra carta en el cuartel general mientras estábamos fuera.
Theo entra en la habitación con torpeza. Es la segunda vez que lo veo en
esta casa desde que llegué.
―Era una nota de advertencia ―suministra, sus gafas metidas en sus
tirabuzones―. Entregada junto con tres dedos amputados.
―¿Qué coño? ―exclamo.
Hunter cierra la puerta de la nevera mientras recupera la leche―. El
análisis de ADN tiene una coincidencia. Felicity Tate. Sin dirección conocida
y no denunciada como desaparecida. Ha estado ingresada en el hospital por
varias sobredosis de drogas a lo largo de los años.
―¿En qué demonios está pensando este enfermo? ―Enzo se restriega la
cara―. Esto no encaja con su modus operandi. Los asesinos en serie no
rompen sus patrones.
―¿Qué decía la nota? ―Miro entre ellos.
Theo saca su teléfono y me lo entrega para que lo examine. Siento que voy
a vomitar mientras ojeo la letra garabateada.

Cuanto más tiempo me la ocultes, más muertes habrá.


Harlow pertenece a su familia.
La paciencia es un don de Dios.
La mía es muy poca .

―¿Qué son? ―Frunzo el ceño ante las líneas de números aleatorios―.


¿Coordenadas?
―Hemos enviado a Hudson y Kade a comprobarlo. ―Hunter se ajusta su
nuevo audífono―.,Se fueron hace unas horas.
―Esto me da mala espina ―se queja Enzo mientras recupera unas
pastillas para el dolor de cabeza―. Este bastardo se está burlando de
nosotros.
―Déjale jugar a sus estúpidos juegos. Harlow se queda aquí, y lo
colgaremos de una maldita soga cuando lo encontremos.
Cojo una botella de agua y salgo de la cocina. Todos miran al vacío
mientras comen los bocadillos que he preparado. Es un comienzo. Por lo
menos ya no me miran como muertos.
―Harlow está despierta ―declaro.
Sus ojos se clavan en mí, entre la excitación y la inquietud.
―¿Dijo algo? ―Hunter exige.
Apartando el recuerdo de sus dulces labios sobre los míos, me encojo de
hombros.
―No mucho. Se ha vuelto a dormir por ahora.
Sale de la habitación sin decir palabra. Theo le observa mientras Enzo
duda. Si se muerde el labio con más fuerza, le sangrará.
―Querrá verte.
Enzo pone cara de asombro.
―No... no puedo. Nosotros le hicimos esto.
―Sólo sube, Enz. Preocúpate de todo lo demás mañana. Yo siento lo
mismo, pero ella nos necesita más que a nuestra culpa en este momento.
Con un apretado movimiento de cabeza, Enzo sigue los pasos de su mejor
amigo. Me quedo con el charlatán mirando su maltrecho Converse mientras
delibera.
―¿Vas a subir?
―¿Yo? ―tartamudea Theo―. Ah, no lo creo.
―Vamos, hombre. Estás aquí, ¿no?
―No estoy seguro por qué.
―Porque... esta es tu casa.
―Debería irme. ―Theo pasa por alto mis palabras―. Kade y Hudson
llamarán para comprobarlo pronto. Dile a Harlow... dile... ―Deja escapar un
pesado suspiro―. Olvídalo.
Le pongo una mano en el hombro desplomado. El fantasma que recorre
esta casa a menudo no se expresa, sólo existe en el espacio vacío que dejó tras
de sí. Nadie lo siente más que Theo.
―Tienes derecho a querer algo más ―ofrezco sin rodeos―. No importa la
voz dentro de tu cabeza gritando que no deberías. Alyssa querría que
encontraras algo de felicidad.
―¿Y si... no nos lo merecemos? ―se preocupa.
―No lo hacemos. ―Retrocedo, haciendo un gesto hacia arriba―. Pero a
pesar de todo, somos todo lo que tiene. No la abandonaré como hizo el
mundo.
Le meto varias botellas de agua en las manos vacías, le cojo la camisa de
franela y lo arrastro escaleras arriba. En la habitación de Harlow, el montón
de cachorros que esperan es de risa.
Enzo está acurrucado en el hueco que dejé atrás, con un brazo extendido
en el que sostiene a Harlow contra su pecho. Está... roncando de verdad.
―¿Está dormido? ―Me río en voz baja.
Hunter está tumbado en el sillón junto a la cama, con los pies descalzos
apoyados en el colchón. Está mirando fijamente la vía intravenosa.
―Se desmayó en cuanto su cabeza tocó la almohada.
Dejo la botella de agua en el suelo y busco un hueco para apretujarme.
Hunter gruñe cuando desalojo sus pies y me arrastro por el otro lado de
Harlow, de modo que queda entre Enzo y yo.
―Podrías haber tomado la palabra ―refunfuña Hunter.
―¿Y perderme los mimos? De ninguna manera.
―Si la cama se rompe, tú la arreglas.
―Lo que tú digas.
Theo no se ha movido de la puerta y nos observa con un terror palpable,
como si se enfrentara a aguas infestadas de tiburones y no a una fiesta de
pijamas. Se acerca tímidamente a la habitación.
Hunter se queda con la boca ligeramente abierta, hasta que le doy un
codazo para que mire hacia otro lado. No queremos asustar a Theo ahora.
Esto es lo más cerca que ha estado de nosotros en años.
―Deberíamos poner una tele aquí ―observo, acurrucándome contra el
pecho de Harlow.
Hunter ya tiene los ojos cerrados.
―¿Piensas hacer esto a menudo, Leigh?
―¿No es así?
Apaga la luz y respira hondo antes de acurrucarse en el extremo de la
cama. Es lo bastante grande como para tener espacio para dormir, y sube las
piernas hasta el pecho para hacerse un ovillo.
―Quizá también una cama más grande ―añade Hunter somnoliento.
Casi me muero cuando Theo interviene.
―De acuerdo.
Harlow

e despierto sobresaltada, apretando con el puño la camiseta negra


de gran tamaño que robé del armario de Hunter. Mi cama está
vacía por primera vez en una semana. Respiro con dificultad y me
obligo a calmarme.
Estoy en casa.
Estoy a salvo.
Estoy viva.
El sonido de los ronquidos de alguien penetra en mi cerebro presa del
pánico. En el rincón, acurrucado en sí mismo como un bebé dormido, Theo
está muerto para el mundo. No puedo creer que se haya quedado toda la
noche.
La pila de libros de mi mesilla de noche es una nueva selección de su
riqueza literaria. Me he vuelto loca en la cama, pero sus visitas diarias para
hablar y discutir teorías sobre libros me han mantenido cuerda.
Esta semana he visto una nueva faceta suya. Bajo la ansiedad palpable, el
distanciamiento frío como el hielo y el encanto torpe, hay una persona
amable, cariñosa y atenta.
Me levanto de la cama sin mover demasiado deprisa la pierna vendada y
me acerco a él. El sillón no puede ser cómodo. Theo gime en sueños mientras
le aparto los rizos rubios de la cara.
Sin sus gafas, parece tan joven. No puedo creer que alguien tan dulce y
compasivo haya experimentado tanto dolor. Puedes verlo escrito en cada
línea de su ceño que rodea sus ojos.
Me pongo una sudadera holgada y mi rebeca favorita y bajo las escaleras
en silencio. Afuera, la nieve cae en gruesas cortinas y envuelve el mundo en
un manto de silencio.
Lucky se levanta de su cama cuando entro en la cocina. Se acerca y apoya
su cabeza en mi barriga, sacando la lengua.
―Oye, chica ―susurro―. No tienes que dormir aquí abajo sólo porque
Hunter te lo diga, sabes.
No ha habido mucho espacio en mi cama. A Enzo le ha dado por meterse
tarde por la noche, cuando ha dejado de trabajar o de correr durante horas y
horas. Nunca habla, sólo me estrecha contra su pecho y se desmaya durante
cuatro o cinco horas.
Me preparo una taza de té y soplo el líquido humeante de pie junto al
fregadero. La nieve está preciosa, inmaculada y reluciente como diamantes
en miniatura sobre el césped.
―¿Tienes más té, por casualidad?
Ahogando un grito, casi se me cae la taza.
―¡Hunt!
Apoyado en la puerta, me observa con una media sonrisa perezosa. Se me
seca la boca al instante. No se ha molestado en ponerse una camisa, solo lleva
un pantalón de pijama gris de tiro bajo.
Todo su pecho está a la vista, cada centímetro bronceado y cincelado. Los
oscuros remolinos de tinta que pintan su torso se ven claramente a la luz del
día.
―Lo siento. ―Se ríe―. No pude resistirme. Te has levantado temprano.
―Sí. Te prepararé un té.
Su sonrisa se ensancha.
―Siéntate, cariño. Yo me encargo.
―No, no. Permítame.
Cojo otra taza y me pongo a prepararle una taza. Mi corazón sigue latiendo
con fuerza. Estoy luchando contra la ansiedad, y cada crujido del suelo y
cada portazo me ponen nerviosa.
―¿Dormiste bien? ―Hunter pregunta mientras toma asiento.
Abro la nevera para coger la leche.
―Sí, no está mal. Decidí levantarme antes de convertirme en uno con los
muebles y no volver a caminar.
―Te has ganado el tiempo para descansar.
Le tiendo la taza de té con los ojos en blanco.
―No hace falta que me mimes; no voy a volver a escaparme. Basta de
holgazanear sin hacer nada. Eso no ayuda.
―¿Mimos? ―Levanta una ceja gruesa.
―Ya me has oído.
Me acerco a las puertas francesas y contemplo los copos de nieve mientras
me termino el té. Cuando siento el calor de Hunter en la espalda, me dejo
abrazar por él y apoyo su barbilla en mi cabeza.
―¿Qué estás haciendo? ―Exhalo.
Su pecho retumba con un ruido satisfecho.
―¿No te parece bien? He odiado dejarte para ir a la oficina esta semana.
―Theo ha venido a hacerme compañía. ―Me duele el pecho de tristeza―.
Aunque Leighton sigue sin hablarme. Ha vuelto a beber.
―Lo sé. Me estoy ocupando de ello. Enzo va a llevarlo al cuartel general
hoy, para que le asignen algún trabajo. Estará bien.
Me giro en los brazos de Hunter.
―¿Le estás ayudando?
―Es mi hermano, Harlow.
―Sólo pensé... bueno, pensé que no te importaba. ―Me estremezco ante
mis propias palabras―. Lo siento, suena horrible.
Suspira, me pone las manos en las caderas y me estrecha contra su pecho
desnudo.
―Lo entiendo. Tenemos una relación complicada. Pero eso no significa
que vaya a ver cómo se martiriza por Diablo.
―Tiene suerte de tenerte.
Hunter se ríe.
―No estoy seguro de que él lo vea así. Siempre he intentado cuidar de él,
incluso cuando no quería.
Su larga melena está húmeda, cayendo sobre sus anchos hombros en
ondas oscuras y ligeramente rizadas. Jugueteo con un mechón,
mordiéndome el labio.
―¿Qué pasa? ―retumba.
―¿Los demás saben lo nuestro?
―¿Nosotros?
―No juegues, Hunt. Sabes a lo que me refiero.
Me sonríe. Se me agarrotan los pulmones cuando me pasa un dedo por la
mandíbula y el pulgar me recorre los labios entreabiertos, como siempre.
Le ruego en silencio que siga tocándome. Aunque haya pasado todas las
noches envuelta en los brazos de Enzo, y lo primero que haya hecho al
despertar haya sido trabar los labios con Leighton, yo también necesito a
Hunter.
―¿Quieres algo?
―Sí ―maullo.
Sus labios rozan mi frente en un cosquilleo tortuoso.
―¿Y qué es?
Mis muslos se aprietan. El calor se acumula entre mis piernas, formando
brasas bajas y tentadoras. Aún puedo sentir sus labios contra mi coño en
aquella habitación de hotel.
―Por favor, tócame.
Su contacto desaparece y casi grito de agonía. Hunter me mira fijamente,
con una emoción feroz retorciéndose en sus iris.
―Vas a ser mi muerte ―susurra―. Y no podría importarme menos. Me
cansé de fingir que no te quiero.
Sus labios chocan contra los míos, tan fuerte que nuestros dientes chocan
por el repentino movimiento. Mi espalda choca con las puertas francesas y él
desliza una pierna entre las mías para inmovilizarme.
La deliciosa dureza que presiona contra mi núcleo enciende mi ferviente
necesidad de ser tocada y saboreada de nuevo. Me ha hecho sentir cosas que
nunca imaginé. Solo de pensarlo me mojo ahí abajo.
―Ven a comprar un árbol de Navidad conmigo antes de que te folle aquí
y ahora, en medio de la maldita cocina donde todo el mundo puede oírnos.
Me ahogo con el aire.
―¿Perdón?
―Ya me has oído.
Me esfuerzo por no jadear mientras sus caderas se balancean contra las
mías, y lucho por enderezar mis pensamientos llenos de lujuria.
―¿Un árbol? ¿Ahora?
La barba de Hunter me hace cosquillas en el cuello mientras desciende
besándome con su lengua caliente por las clavículas. Cada lugar que toca
parece arder, abrasándome hasta los huesos de mi esqueleto.
―Navidad es el próximo fin de semana, Harlow.
―¿En serio? ―Le miro boquiabierta.
―Hemos estado ocupados con toda la locura.
―¿No tienes que trabajar? Enzo ha estado trabajando mucho. No me dice
qué pasa con la investigación. Sé que ha pasado algo, pero...
―Harlow ―me regaña bruscamente―. Te dije que no te preocuparas por
eso ahora. Te secuestraron, te amenazaron y te dispararon. Somos chicos
grandes y nos encargaremos de la investigación mientras te recuperas.
―Acordamos que serías más honesto conmigo.
―Necesitas descansar ―insiste.
―¡Necesito que me digas la verdad!
Derrotado, Hunter suelta su agarre de mis caderas.
―Otro cuerpo apareció esta semana. Hemos estado recibiendo... cartas.
Me quedo mirándole sin decir palabra durante unos horribles segundos.
Una parte de mí está horrorizada. Otra parte se sorprende de que haya
tardado tanto.
―¿Cartas?
―Amenazas, sobre todo ―explica Hunter a regañadientes―. La última
tenía coordenadas. Enviamos a dos agentes y encontraron un cadáver
esperando.
Me zafo de su abrazo y apoyo una mano en la puerta para no caerme. Todo
da vueltas a mi alrededor.
―¿Hace cuánto tiempo?
―Cariño...
―¡¿Cuánto tiempo, Hunter?!
Vuelve a suspirar.
―Hace cinco días. Hemos identificado a la víctima, sin familia. Nadie
denunció su desaparición. Podría haberla tenido durante semanas.
Agachando la cabeza, reprimo el sollozo furioso que amenaza con
arrancarme. Esa mujer no necesita mis lágrimas. Ninguna de ellas las
necesitaba. Necesitaban que alguien las salvara.
―¿Qué tipo de amenazas? ―pregunto con voz tensa.
―Nos estamos ocupando de ello.
―Hunter, si no me lo dices ahora mismo, saldré por la puerta principal y
nunca miraré atrás. Merezco ser tratado como un adulto.
Tomando asiento en la mesa vacía que nunca usamos, Hunter sacude la
cabeza.
―Tienes razón. Sólo quiero mantenerte a salvo, y pensé que mantener esto
en secreto por ahora era la decisión correcta.
―No lo era.
―Sí, ahora lo veo.
Me ablando y le rodeo la cabeza con los brazos. Su nariz se hunde en mi
vientre mientras respira profundamente.
―No siempre hago las cosas bien ―admite Hunter, con la voz
amortiguada por mi camiseta robada―. Especialmente cuando se trata de ti.
Nos aferramos el uno al otro por un momento. Es extraño ver a Hunter tan
vulnerable. Nunca admite debilidades ni errores, ni deja que nadie se
acerque lo suficiente para consolarlo.
―No pasa nada ―murmuro―. Nada de esto es fácil ni sencillo. Haces lo
mejor que puedes.
Levanta la cabeza.
―No tienes que perdonarme.
―No, pero yo sí.
Su sonrisa es mucho más devastadora que cualquier paliza cercana a la
muerte o herida de cuchillo mal colocada. Me corta la garganta y me roba el
aire de los pulmones sin previo aviso.
―El pastor Michaels te quiere de vuelta ―explica Hunter―. Amenaza con
matar a más chicas si no te liberamos de la custodia protectora,
presumiblemente para poder matarte.
―¿Dijo eso? ―Tartamudeo.
Hunter me agarra la muñeca y me acaricia el pulgar en el punto del pulso.
―Estamos cerca, cariño. Tengo drones y grupos de exploración buscando
la capilla donde te retuvieron. Lo atraparemos.
―¡Llevan semanas buscando!
―Y por eso no podemos rendirnos ahora. Una vez que encontremos este
lugar, lo arrasaremos. No puede esconderse para siempre.
Intentando por todos los medios no derrumbarme, me concentro en cada
roce de su piel sobre la mía. No quiero volver. Prefiero morir a vivir una vida
de cautiverio, sobre todo ahora que he probado lo que significa estar viva.
―Cuando lo encuentres, iré contigo.
―Ni de coña ―gruñe Hunter.
Retiro sus dedos de mi muñeca.
―Esto no se discute. Quieres que me siente aquí mientras él está ahí fuera,
cazando más mujeres. Necesito saber que cuando llegue el momento, se me
permitirá ayudar.
―Es demasiado peligroso.
―Me pediste que confiara en ti. ―Mirándole fijamente a los ojos, le dejo
ver la culpa que me corroe por dentro―. Te pido que hagas lo mismo.
Hunter parece desinflarse.
―Joder, Harlow.
―¿Eso es un sí?
―No me estás dando muchas opciones.
Se levanta y me estrecha contra él en un abrazo que me rompe la espalda.
Le abrazo fuerte, con los ojos escocidos. Sienta bien que por fin te acepten en
la familia y confíen en ti, como a un igual.
―Vamos ―dice bruscamente―. Vamos a comprar ese puto árbol.
Harlow

ué es este lugar?

― Contemplo la extensa granja con dos enormes graneros de


madera y una cola de gente marcando la entrada. Hay mucha
gente, a pesar de la nieve que cae y la gélida temperatura.
A lo lejos, varios campos de árboles puntiagudos se extienden hasta donde
alcanza la vista. Los niños chillan de emoción cuando encuentran el árbol
perfecto.
―Una granja de árboles de Navidad. ―Hunter se pone una bufanda y
guantes de cuero―. Hace años que no vengo. Solía ser una tradición... antes
de que dejáramos de celebrarla.
Vuelven las sombras a su cara y lo odio. Me inclino sobre la consola y
aprieto los labios contra su mejilla barbuda.
―Es precioso.
La comisura de sus labios se levanta.
―¿Estás lista?
―Claro que sí.
Rodea el coche, me abre la puerta y me ayuda a bajar con sus dos grandes
manos. Me envuelve el aroma de su aftershave especiado cuando coge mi
gorro y me lo coloca sobre el cabello.
―Perfecto.
―No lo creo ―digo temblando.
―Yo no estaría tan seguro. Vamos, hagámoslo.
Hacemos cola con los demás lugareños, cogidos de la mano en la nieve
arremolinada. Este lugar está en medio de la nada. Después de desayunar,
salimos antes de que los demás se levantara para ir a trabajar.
Una vez pagada la entrada, Hunter me guía hasta el primer campo. Miro
con la boca abierta las ondulantes colinas, salpicadas de árboles de Navidad
de distintos tamaños. Cada centímetro está repleto de deliciosos pinos
verdes.
―¡Dios mío! Míralos!
Salgo tan rápido como me permite mi pierna rígida. La herida de bala está
vendada y cicatriza bien, pero aún me duele al andar. Ayer vino el médico
para hacerme otra revisión.
―Harlow ―grita tras de mí.
Me sumerjo en las apretadas hileras de árboles. Nunca había visto nada
igual. Saco mi teléfono, hago una foto y se la envío a Leighton. Esto le
animará.
Mi teléfono zumba con su respuesta.
Leigh: ¿Te fuiste sin mí? :(

Harlow: Te traeré un árbol de Navidad de vuelta <3

Leigh: Más te vale. Enzo me está haciendo ir a la oficina. Si me arrestan


por asesinato, por favor paga mi fianza.
Todavía me estoy riendo cuando un Hunter con la cara roja consigue
alcanzarme, gritando como un loco.
―¿Qué te he dicho sobre huir?
Le enseño mi teléfono.
―A Leighton no le está gustando la vida de oficina.
Hunter pone los ojos en blanco.
―Enzo va a disfrutar castigándole con montones de papeleo. Le pillé
colando un calcetín rojo en el lavado de Leighton la otra mañana.
―¿Qué? ¿Por qué?
―Sigue cabreado con él, pero le he dicho que se retire. Esto es una
venganza silenciosa. La mitad del vestuario de Leighton es ahora rosa.
―No me extraña que haya estado de mal humor.
Me giro hacia los árboles de distintos tamaños. Son todos preciosos.
Caminamos lentamente alrededor de todo el campo, observándolo todo
mientras la nieve sigue cayendo. Todos los árboles son más altos que yo.
Hunter interviene cuando no puedo decidirme y elige el árbol más
monstruoso posible. Es fácilmente el doble de mi tamaño. Dudo que quepa
en su coche, por no hablar de la casa.
Con nuestro árbol cortado, envuelto y transportado por un amable
hombre en térmicas, Hunter enlaza su mano con la mía y me lleva a la
cafetería del lugar.
Nos metemos en un pequeño granero reconvertido, envueltos en el calor
que desprende el crepitante fuego del rincón del fondo. Está revestido de
madera oscura y decorado con coronas de acebo.
Sus luces parpadeantes contribuyen a crear un ambiente acogedor y
reconfortante. Los aromas de galletas horneadas, café recién hecho y agujas
de pino me envuelven en una nube que me hace la boca agua.
―Esto es increíble.
Hunter me mira.
―Me gusta verte feliz.
Sus palabras me revuelven las tripas. Desvío la mirada para que no me vea
sonrojarme por milésima vez.
―Me gusta ser feliz ―respondo con sinceridad.
Encontramos dos sillones de color rojo vivo junto al fuego. Dejo que
Hunter pida por mí, demasiado hipnotizada por las llamas que bailan contra
los ladrillos. A pesar del ruido de la gente que nos rodea, no me siento
nerviosa ni asustada.
Todo en este lugar grita comodidad y familiaridad. Pensé que dejar la casa
después de todo lo que pasó en Devon sería duro, pero mi curiosidad por
ver mundo es más fuerte.
Me niego a volver a ser una víctima.
Mi vida es mía para vivirla.
Hunter vuelve, se quita la chaqueta y los guantes y se sienta a mi lado. Está
muy guapo, vestido con vaqueros y camiseta. Es un cambio agradable
respecto a su ropa de oficina habitual.
―Entonces... ¿cómo funciona? ¿En Navidad?
―Lo celebraremos en casa. ―Hunter se queda mirando el fuego―.
Probablemente vendrán mis padres y los de Leighton. La tía de Enzo a veces
hace acto de presencia. Hace mucho que no hacemos esto.
―¿Por qué te detuviste?
Su garganta se estremece.
―Cuando Alyssa murió, estar juntos como una familia era demasiado
doloroso. Dejamos de celebrarlo y nunca miramos atrás.
―¿Y tus amigos? ¿Los que ayudaron a encontrarme?
―Estoy seguro de que vendrán. Brooklyn me ha estado molestando toda
la semana por conocerte. Estuvieron allí mientras estabas inconsciente, pero
te mereces una presentación adecuada.
Una amable camarera nos sirve las bebidas y rompe la burbuja de
intimidad que nos envuelve. A menudo me olvido de que hay alguien más
cuando estoy en la magnética presencia de Hunter.
Me acerca una taza con temática de renos, atento a mi reacción. Está
rebosante de nata montada y cosas gigantes y esponjosas cubiertas de salsa
de chocolate.
―¿Qué es?
―Un chocolate caliente.
Le lancé una mirada fulminante.
―Sé lo que es eso. Pero esta cosa...
Selecciono una de las esponjitas, me la pongo en la lengua y casi gimo.
Hunter esboza una sonrisa de oreja a oreja, más que guapo, mientras sorbe
su bebida.
―Malvavisco ―suministra.
―Yum. Creo que he encontrado mi nueva cosa favorita.
―¿Incluso por encima de las palomitas?
―Nada está por encima de las palomitas ―me defiendo
acaloradamente―. Leighton siempre le pone mantequilla y sal extra para mí.
Deliciosas.
―Está decidido a engordarte.
Hunter mueve su silla para acercarla a la mía. El resto de la cafetería está
bloqueada, dejándonos en nuestro pequeño mundo. Los dos estamos frente
al fuego, sorbiendo nuestras bebidas en un silencio agradable.
―¿Hunter?
Tararea una respuesta, con los ojos casi cerrados.
―¿Por qué crees que me secuestraron?
La pregunta le saca de su somnolencia inducida por el fuego.
―¿Qué quieres decir? ―pregunta.
―Los Michaels. ¿Por qué yo?
Toma un sorbo de chocolate caliente.
―Bueno... no lo sé, cariño. Tiene un patrón, pero las víctimas son elegidas
al azar.
―Podrían haber elegido a cualquiera. ―Jugueteo con el velcro de mi brazo
ortopédico―.,No le deseo lo que pasé a otra persona; sólo necesito saber si
hubo una razón para todo.
―¿Importa?
―Creo... que sí. No estoy segurw de por qué.
Lamiéndose la crema de los labios, Hunter se queda pensativo.
―¿Has hablado con el doctor Richards sobre esto?
―Todas las semanas. Siempre me dice que tengo que centrarme en el
futuro en lugar de intentar darle sentido a todo. Eso es lo que vuelve loca a
la gente, buscar orden en la locura.
―Bueno, él sabe de lo que habla.
Hunter me está estudiando de nuevo de la manera que odio. Creo que ni
siquiera se da cuenta de que lo está haciendo. No soy una exhibición para su
portafolio, otra ficha en el largo historial de éxitos de Sabre.
―Siempre he pensado que todo pasa por algo ―intento explicar―. Tengo
que saber por qué me ha pasado esto antes de poder seguir adelante. Eso es
lo que me frena.
Hunter se encoge de hombros.
―A veces no hay una razón para estas cosas. He visto mucha mierda.
Gente buena que ha sufrido. Dejé de buscar algún sentido de orden en todo
esto hace mucho tiempo.
―Pero... no es justo.
―La vida nunca lo es. ¿Por qué murió Alyssa? ¿Por qué Leighton se
descarriló? ¿Por qué perdí el oído? ¿Por qué el mundo no es justo y
equitativo?
La ira me invade. Buscaba una respuesta, pero me doy cuenta de que nadie
sabe realmente cómo funciona el mundo. Es una fuerza desconocida que
arrastra nuestras vidas a la orilla, unas más duras que otras.
Pasé años rezando a un Dios que no escuchaba, siendo golpeado al ritmo
de su sermón mientras innumerables historias bíblicas retorcidas se
grababan en mi piel con sangre y sudor.
―¿Por qué? ―repite con tristeza―. No hay respuesta.
―Quizá tengamos que encontrar nuestra propia respuesta en esta vida
―digo lentamente―. No necesito dar sentido a la locura. Vivir en ella... creo
que es suficiente para mí.
Sus ojos se encuentran con los míos.
―Entonces te llevaré de la mano en la locura. Que se joda Dios y su
estúpido por qué. Este es nuestro camino a forjar.
―¿Lo harás?
Sonriendo de nuevo, Hunter me coge de los dedos.
―Sí, lo haré, joder. Quise decir lo que dije sobre nosotros.
Me acerco y aprieto los labios contra los suyos. Iniciar el beso me parece
una osadía, pero él me corresponde sin vacilar. Este hombre poderoso y
premonitorio está dispuesto a inclinarse ante mí.
De alguna manera, tengo que decirle que tengo sentimientos. Fuertes,
complicados. Y no sólo por él. Todos ellos significan mucho para mí. Sé que
no es normal sentir esto por más de una persona.
Si se lo digo a Hunter, ¿me obligará a irme? ¿Los perderé a todos? Porque
no concibo un mundo en el que no esté rodeada de estos cuatro tipos, las
personas que me salvaron la vida antes de saber quién era.
No puedo renunciar a ellos.
No quiero.
Quiero... ser de ellos.
Harlow

anto cielo. Es un puto árbol de Navidad.


Golpeo el brazo de Leighton.
― ―Lenguaje.
―Lo siento, Ricitos de Oro. Pero en serio, ¿no pudiste encontrar uno más
pequeño? Sabía que tenía que haber ido con ustedes ayer.
Se deja caer en el sofá con un resoplido de cansancio, dejándome que siga
ordenando una polvorienta caja de adornos. Hunter la saca antes de
desaparecer en su despacho para hacer unas llamadas.
No parece que nadie haya tocado la caja en mucho tiempo. El último en
empaquetarlo todo fue metódico. Cada paquete está etiquetado con letra
clara y femenina.
Trazo la escritura estilizada, imaginando a la mujer que una vez se sentó
en mi lugar. Por fin tengo un nombre para la presencia fantasmal que se
cierne sobre esta familia. Alyssa. Siento que la conozco, de algún modo.
―¿Cuándo vamos a decorar? ―Leighton rompe mis pensamientos.
―Estamos esperando a Enzo y Theo, creo.
―¿Merienda? No he comido desde el segundo almuerzo.
Le frunzo el ceño.
―¿Segundo almuerzo?
Me guiña un ojo.
―Estoy creciendo, ya sabes.
―Sigue comiendo para tres personas y tendrás que ponerte a dieta. No
permitiré que me rompas la cama con ese culo, Leigh.
Abre la boca tan rápido que juro que se le va a romper la mandíbula. Soy
demasiado lenta para retroceder cuando se lanza sobre mí, apartando la caja
para inclinarse sobre mí y empezar a hacerme cosquillas en las costillas.
―Discúlpate, princesa. ¡No estoy gordo!
Jadeando, me retuerzo en la alfombra.
―¡Lo siento! ¡Parlay7!
―No somos piratas de mierda. El juego no cuenta.
La forma en que me sonríe es un gran alivio después de su silencio de esta
semana. Sé que todavía está luchando con lo que pasó, no importa cuántas
veces le he dicho que no se culpe a sí mismo.
Quiero a mi amigo de vuelta.
No se le permite autodestruirse.
Desaparece para buscar comida y Leighton vuelve con un donut
atiborrado en la boca y tres más pegados a los dedos. Mueve un dedo para
ofrecerme uno.
―Sí, paso. ―Me río.
―¿Qué? ―dice con la boca llena.
―Eso no parece particularmente atractivo.
Resopla, se traga otro donut y se desploma en el sofá. Hunter aún está

7 Es una combinación de elecciones, es decir escoges dos o más juegos deportivos y tratas de acertar a los resultados.
ocupado con su llamada telefónica y Enzo ha salido a correr después del
trabajo para relajarse.
Chasqueo la lengua, me uno a Leighton en el sofá y le hago señas a Lucky
para que me siga. Acaba tumbada en el regazo de los dos, mordiendo a
hurtadillas el donut que le da Leighton cuando no la miro.
―Necesitamos una película navideña cursi ―sugiere Leighton mientras
coge el mando a distancia―. Eso nos hará entrar en el espíritu.
―¿Por qué cursi?
―Uh, porque todas las películas de Navidad lo son. Te reto a que
encuentres una sola que no te dé escalofríos.
Le sacudo la cabeza.
―¿Entonces por qué las ves?
―¡Es tradicional! ¡Cuanto más cursi, mejor! Eso es. Empezaremos por lo
mejor, e iremos bajando.
Una hora después, me estoy riendo tanto que creo que me voy a mear
encima. ¿Quién diría que un par de ladrones de casas podrían casi morir
tantas veces, de tantas maneras creativas? desagradable es definitivamente
la palabra correcta, pero secretamente me encanta.
―¿Home Alone8? ¿En serio?― interrumpe Hunter.
Entra en el estudio con los brazos llenos de bocadillos mientras frunce el
ceño ante el televisor. Leighton grita de emoción y extiende los brazos para
recibir la comida.
―Harlow no la había visto.
―Así que pensaste en torturarla con esta mierda, ¿eh? ―Hunter se deja
caer en el sofá, abriendo una bolsa de cacahuetes.
―Cállate, te encantaba cuando eras más joven ―riñe Leighton.

8 Mi Pobre Angelito en Español L.A.


―Yo era un niño.
―¿Qué quieres decir? Empezamos con las mejores.
―Home Alone no es la mejor película de Navidad. ―Hunter estira las
piernas―. Es demasiado comercial y pura fantasía. Nadie sobrevive a un
ladrillazo en la cabeza.
―Retira lo dicho. ―Leighton le roba la bolsa de cacahuetes de las manos
y la añade a su montón de comida―. Home Alone es increíble.
―¿Quieres que te golpee en la cara con un ladrillo para comprobarlo?
Estoy más que dispuesto a hacer un experimento. Devuélvemelos.
―Sólo si puedo devolverte el favor, hermano mayor. Y no, ahora son míos.
Tendrás que ganártelos.
Mientras los hermanos acuerdan pelear por la bolsa de cacahuetes, la
puerta principal se cierra de golpe. Enzo está en la entrada, respirando con
dificultad y sudando. Me saluda con la mano antes de desaparecer para
ducharse.
Acurrucándome al lado de Leighton, abro la boca para que me meta un
pretzel cubierto de chocolate. Hunter mastica triunfante sus cacahuetes y
ambos intercambian agrias pullas.
Cuando Enzo vuelve, está vestido con un chándal y una camiseta
deportiva, y su cabello negro parece tinta derramada sobre su piel.
Deshaciéndose de Lucky, se sienta a mi lado y pasa un brazo por encima del
respaldo del sofá para envolverme en su calor corporal.
―Hola, pequeña.
Le sonrío.
―Hola, Enz. ¿Buena carrera?
―Fría. Las carreteras están heladas. Casi me rompo un tobillo varias veces.
―Tienes que tener cuidado ahí fuera.
La sonrisa secreta que me lanza hace que mi corazón tartamudee.
―¿Estás preocupada por mí, Harlow?
Vuelvo la vista al televisor y robo otro puñado de pretzels para
entretenerme las manos.
―No. En absoluto.
―Ouch.
Vemos la película, compartimos aperitivos y nos reímos mientras los
ladrones vuelven para el segundo asalto, pero aún así se llevan una buena
paliza, y después de un imaginativo uso de botes de pintura, nuestra
segunda película ha terminado.
―A continuación, It's A Wonderful Life9 ―declara Hunter, arrebatándole
el mando a distancia a Leighton―. Esa sí que es una película navideña de
verdad.
―Es tan deprimente ―gime Leighton.
―Cuento con que entrarás en coma diabético muy pronto, basándome en
la cantidad de mierda azucarada que acabas de comer.
Se frota la barriga.
―Eso fue sólo un entrante. Deberíamos pedir pizza. Todavía tengo
hambre.
Antes de que empiece la película de Hunter, el sistema de seguridad de la
entrada emite un pitido y la puerta se abre. La emoción me recorre la piel
cuando Theo me dice.
―¿Llego tarde?
Se quita la chaqueta vaquera cubierta de nieve y se limpia las gafas en la
suave tela de su camisa de franela. La nieve se le pega a los rizos rubios, pero
sonríe de verdad.
―Unas dos horas tarde ―contestar Hunter―. ¿Por qué has tardado tanto?

9 Película estadounidense de 1946 dirigida y producida por Frank Capra, basada en el cuento de The Greatest Gift (El mayor
regalo)
Les dije a Fox y Rayna que te cubrieran esta noche.
Theo entra en la habitación.
―Sí, lo hicieron. Phoenix apareció para llevar a los dos hermanos a cenar
a casa. Me robó el portátil y me chantajeó para que comiera con ellos.
Leighton se atraganta con un bocado de chocolate mientras se ríe. Enzo se
acerca a mí para golpearle en la espalda, también sonriendo.
―¿Fuiste allí? ―Hunter pregunta sorprendido.
―Brooklyn cocinado. Lasaña quemada.
―Bonito. ―Enzo se ríe―. Nos trajo un poco a la oficina la semana pasada
y nos observó mientras la comíamos. Hice una actuación digna de un Oscar.
―¿Ahora Brooke también trae el almuerzo? ―Theo levanta una ceja―.
Aposté a que cancelaban el compromiso en los tres primeros meses. Maldita
sea.
―Me deben veinte libras ―señala Hunter―. Tengo más fe en ellos.
Conseguiremos casarla con todos ellos.
Quitándose los zapatos mojados, Theo entra tímidamente en el salón.
Cuando sus ojos azules me miran, su sonrisa se ilumina.
―Hola, Harlow. ¿Cómo te sientes?
―Bien, gracias. Anoche terminé El retrato de Dorian Grey, así que tenemos
que discutirlo.
―Sacaré mi copia de repuesto ―dice alegremente―. Han pasado unos
cuantos años. Ahora ve a por Frankenstein. Te encantará.
―Jesucristo ―maldice Leighton―. Malditos empollones por todas partes.
Que alguien me mate.
―Cuidado con lo que deseas ―amenaza Enzo―. Bonita camiseta rosa, por
cierto. Muy masculina.
―Estoy totalmente en contacto con mi masculinidad, muchas gracias.
Métete con mi ropa otra vez y te afeitaré las cejas mientras duermes.
―Niños, ahora mismo ―Hunter se levanta y se estira―, voy por una
cerveza y a desenterrar los menús de pizza.
Cuando desaparece, me escabullo entre el par de idiotas que discuten y
me acerco a Theo. Está torpetemente de pie, demasiado nervioso para
sentarse con nosotros.
―Iré a buscar los libros que necesito para devolvértelos.
―Harlow, espera. ―Volviendo a su abrigo, saca algo del bolsillo―.
Encontré esto en mi hora de almuerzo el otro día.
Me tiende un delgado volumen encuadernado en cuero. Agarro el viejo
libro, le doy la vuelta y recorro el título con los dedos.
―¿Los cuentos de Grimm? ―exclamo.
Las mejillas de Theo se sonrojan.
―Sé que es tu libro favorito de los que te presté. Es una edición ilustrada.
Al hojear el libro, las hermosas imágenes dibujadas a mano me dejan sin
aliento. Es precioso.
―Muchas gracias.
―No es nada ―se apresura a decir.
Antes de que pueda huir gritando, le rodeo suavemente la cintura con los
brazos. Theo se congela como una columna de hielo, y noto el rápido bombeo
de su pecho con cada respiración de pánico.
Sus brazos tardan treinta segundos en rodearme, pero cuando lo hacen,
me estrecha contra su estrecha cintura. El aroma a menta verde y libros viejos
se adhiere a él como una segunda piel. Es tan relajante.
―No, gracias ―repito.
―De nada.
Su voz es ligera y melódica, muy lejos del zumbido sin vida con el que
hablaba en el pasado. Le ofrezco una sonrisa y él me la devuelve con
vacilación, mostrando dos hoyuelos perfectos.
―Vamos a decorar el árbol.
Su cara se queda sin color.
―Yo... no… estoy ...
Le arrastro hasta el espacio que hemos despejado en la esquina de la
habitación antes de que pueda salir corriendo. Las cajas de adornos siguen
esperando y el enorme árbol domina toda la esquina.
Hunter vuelve con un paquete de cervezas y las reparte entre todos. Yo
acepto la mía con impaciencia. Con las bebidas abiertas y los aperitivos
desparramados por todas partes, miramos hacia el imponente árbol.
―¿Listo? ―Hunter me sonríe.
Miro a Theo. Sus ojos están fijos en la caja de adornos etiquetada. La
tensión aumenta mientras todos esperamos a que hable.
―Hagámoslo ―acaba diciendo.
―¿Qué tal algo de música, entonces? ―Leighton sugiere.
Rompe el silencio, enciende el canal de televisión y una canción loca
empieza a sonar por los altavoces. Es un tintineo de campanillas y un canto
terrible que me pone los pelos de punta.
Primero colocamos las luces en el árbol. Hunter las distribuye
meticulosamente entre las ramas, pero su despiadada atención al detalle se
hace aún más evidente cuando llega el momento de los adornos.
―Mira, sacará una cinta métrica en un momento ―susurra Leighton.
Enzo bebe un trago de cerveza.
―¿Recuerdas el año que nos colamos abajo y estropeamos el árbol? No
nos dirigió la palabra hasta Nochevieja.
―Pensé que le iba a estallar la cabeza cuando lo viera. ―Leighton
resopla―. Pero valió la pena el enfado.
Theo sonríe mientras escucha, sentado en el suelo con las piernas
cruzadas. Se ha puesto a cargo de la caja de adornos. Con cada recuerdo que
desenvuelve, su postura se vuelve más relajada.
Es como si se estuviera abriendo al dolor de volver a estar cerca de su
familia, pero algo tan simple como decorar un árbol está haciendo que la
pena sea más fácil de manejar. Ni siquiera la letra de Alyssa le frena.
Hunter frunce el ceño al ver cómo Leighton coloca deliberadamente los
adornos demasiado juntos o en ángulos extraños, con la intención de cabrear
a su hermano de forma espectacular.
―¡Por el amor de Dios, Leigh! ¿Estás ciego?
―No. ―Leighton le sonríe.
―¡Entonces deja de meterte con mi organización!
Les dejo solos y busco a Enzo por la habitación. Está apoyado contra la
pared, mirándolos mientras bebe su segunda cerveza. Todos encajan a la
perfección.
Ha recuperado a su familia.
Aquí la que se entromete soy yo.
Trago saliva y miento sobre la necesidad de beber algo y escapar. Esto es
exactamente lo que quería: reunirlos a todos, volver a verlos como una
unidad familiar por primera vez en tanto tiempo.
No esperaba que me doliera darme cuenta de que nunca seré uno de ellos.
Son buenas personas que merecen ser felices. Nunca podré darles eso, por
mucho que quiera.
Me deslizo hasta la cocina vacía, me subo a la encimera y espero a que
hierva la tetera. Se me llenan los ojos de lágrimas y me siento estúpida por
dejar que los sentimientos me invadan.
Debería apreciar lo que tengo ahora mismo, no perder el tiempo
anhelando algo que nunca será mío. No importa que la mujer que amaban
haya desaparecido, y estos cuatro hombres pidan a gritos que alguien los
vuelva a unir.
―¿Harlow? ¿Va todo bien?
Me limpio las lágrimas y sonrío mientras Enzo entra en la habitación y
cierra la puerta.
―¿Estás bien? ―Contraataco en su lugar.
―Estoy bien.
―Bueno, yo también estoy bien.
Suspira y deja la cerveza en el suelo.
―Realmente odio esa palabra.
―Entonces no lo uses.
―Tú empezaste ―dice, acercándose―. Mira, esto es difícil. Hace mucho
que no hacemos Navidad. Pensé que lo olvidaría, pero ver todo dispuesto
me trae recuerdos.
Me preparo un té verde para no mirarle y siento que su imponente figura
se acerca a mí. Enzo es una presencia física, una montaña inamovible en un
paisaje siempre cambiante.
No hay nada impermanente en él, y eso me encanta. Es la certeza que
nunca tuve al crecer. Sé que siempre estará aquí, pase lo que pase, recogiendo
los pedazos rotos de las personas que ama.
―Sigo teniendo retazos de recuerdos después de Devon ―admito en voz
baja―. Atisbos, aquí y allá. Ahora vuelvo más rápido.
―¿Tu infancia? ―adivina Enzo.
―Sí. Recuerdo más cosas sobre mis padres. Aunque los recuerdos no
parecen reales; es más como recordar una historia que alguien me contó.
Enzo se detiene delante de mí y sus enormes manos me rodean las piernas.
Incapaz de seguir posponiéndolo, miro su sonrisa triste y de resignación.
―Hemos estado intentando encontrar a tu padre esta semana ―revela―.
Necesitamos interrogarle ahora que hemos reabierto tu antiguo caso.
―¿Qué? ¿Has encontrado algo?
―Todavía no. El tipo no quiere que lo encuentren. Dejó de reportarse con
su oficial de libertad condicional después de un par de meses y desapareció.
Probablemente en el extranjero.
―Porque no le importa ―digo enfadada―. A ninguno de ellos le importa.
Incluso Giana siguió adelante y encontró una nueva familia.
Enzo me aprieta la rodilla.
―O se preocupa demasiado. La gente no abandona su vida sin motivo. O
perderte rompió tanto a tu padre que no pudo quedarse, o hay algo que no
sabemos.
―¿Cómo qué? ―Frunzo el ceño.
―Eso es lo que voy a averiguar.
Vuelvo a mirar al suelo y siento que se me hace un nudo en la garganta.
―¿Y si lo encuentras... y no quiere conocerme? Tú mismo lo has dicho. No
quiere que lo encuentren.
―Harlow, mírame.
Me miro los pies cubiertos de calcetines.
―Vamos, pequeña.
Cuando por fin consigo levantar la vista, el rostro de Enzo es suave. Me
coge un mechón de cabello, lo enrolla en su dedo índice y lo estudia
distraídamente.
―¿Cómo podría alguien no querer conocerte? Joder, Harlow. Eres fuerte.
Hermosa. Inteligente. Tan malditamente amable y generosa, que avergüenza
al resto de nosotros.
―Sólo detente.
―¿Por qué debería?
―Porque no es verdad. ―Aparto sus manos―. No soy ninguna de esas
cosas. ¿Tienes idea de lo que he hecho? ¿De quién soy realmente?
Cuando intento empujar a Enzo hacia atrás para escapar, se mete entre mis
piernas abiertas y planta los pies. Noto los suaves planos musculares que
forman su torso contra mis muslos, manteniéndome atrapada.
―La muerte de esas chicas no fue culpa tuya ―insiste con fiereza―. ¿De
eso se trata? No puedes seguir culpándote.
―¿Cómo sabes que no fue culpa mía?
―Te conozco.
Mi risa es amarga.
―Eso no es suficiente.
―Lo es. No hiciste nada malo.
Su fe inquebrantable en mí es un cuchillo inductor de culpa que se retuerce
en mi corazón pagano. No merezco la confianza ni la admiración de Enzo. Si
supiera la verdad, me echaría a morir solo.
La sangre de Laura está en mis manos.
Murió por mi culpa.
A pesar de sentirme la peor persona del mundo, mis piernas se tensan a
su alrededor. No puedo evitarlo; mi cuerpo no me escucha. No quiere otra
cosa que ser tocado y adorado en la oscuridad del pecado.
Es la única venganza que puedo tomar contra el pastor Michaels. Quiero
hacer cada cosa retorcida y sucia de la que acusó a otras personas. Me dijo
que era una pecadora, destinada al infierno. Quiero ganarme ese título.
Los ojos de Enzo se entrecierran sobre mí. El corazón me late tan deprisa
que apenas puedo ver la habitación que nos rodea. Con delicadeza, me coge
la mejilla con su mano grande y llena de cicatrices. Me siento tan pequeña e
indefensa en comparación con él.
―Te conozco ―repite sin rodeos.
―No lo haces.
―Mentira, Harlow. Di esa mierda otra vez y vamos a tener un problema.
No te escucharé.
Le entierro los dedos en el cabello crecido de la parte superior de la cabeza
y le acaricio los lados afeitados, que revelan bultos y protuberancias en el
cráneo, antes de bajar a la cara.
Las líneas de la sonrisa y la sombra de las cinco marcan su piel,
interrumpida por alguna que otra cicatriz descolorida. Enzo cierra los ojos y
su pecho vibra con un ronroneo contenido.
Mi amistad con él siempre ha sido diferente a la de los demás, pero
después de todo lo que ha pasado, me toca con más libertad. Compartir la
cama es tan íntimo, más de lo que hacen los simples amigos.
―¿Enzo?
Sus ojos se abren, revelando joyas de color ámbar.
―¿Sí?
―Sólo quería decir... que siento haberlo dejado.
Nos miramos fijamente a los ojos. Veo cómo los límites imaginarios que
nos separan se desvanecen como la bruma matinal. Todo está a la vista: su
esperanza, su miedo, su soledad aplastante y su agotamiento eterno.
Él ve mi ansiedad y mi desesperación, la necesidad desesperada de
arreglar el dolor que he causado. Ambos estamos rotos de distintas maneras,
pero esos pedazos destrozados se llaman el uno al otro, magnetizados por la
esperanza.
―Harlow... las cosas que quiero decirte... hacerte... bueno, no estás
preparada para ello. ¿Entiendes lo que quiero decir?
―¿Quién eres tú para decir que no estoy preparada?
Sus ojos se convierten en oscuros y negros puntitos de deseo.
―No lo estás.
―Dime qué quieres hacer y te diré para qué estoy preparada.
―¿Estás regateando conmigo, pequeña?
Le ofrezco una sonrisa inocente.
―¿Y si lo estoy?
El calor de su cuerpo me quema la ropa. Me retuerzo sobre la encimera,
necesitando algún tipo de alivio de esta tensión incesante entre nosotros.
Quiero que me bese. Que me toque. Que me adore como lo hizo Hunter,
reclamándome para que todo su equipo me escuche. Pero no puedo seguir
haciendo esto. Tienen que saber lo que está pasando.
―¿Esto es normal? ―Suspiro.
―¿Qué quieres decir?
―La forma en que me haces sentir. Todos ustedes, al mismo tiempo. Debo
decirte que Leighton me ha besado. Y en Croyde, Hunter, um, él... nosotros…
―¿Durmieron juntos? ―Enzo sisea.
―¡No! Sólo nos besamos y... me tocó. Me gustó.
―¡Él fue quien me dijo que me alejara de ti! ―La cara de Enzo se sonroja
mientras da un gran paso atrás―. Ese hijo de puta. No me lo puedo creer.
―No fue así, Enz. Simplemente ocurrió.
―¿Con él y no conmigo? ―exclama.
Debería caer de rodillas ante él o rezar pidiendo perdón al Señor
Todopoderoso. El pastor Michaels me daría una paliza si se enterara de esto.
Odio cómo eso me hace querer hacer esto aún más.
―Haces bien en enfadarte conmigo ―susurro con tristeza―. Todo esto es
culpa mía. Los pecados corrompen el alma de un hombre santo. Yo he sido
corrompida. Soy malvada.
Antes de que se me salten las lágrimas, Enzo vuelve corriendo hacia mí.
Me coge en brazos y me levanta de la encimera. Me golpeo la espalda contra
el armario y me aprieta contra él, buscando mis labios.
En un momento con el que he soñado durante meses, nuestras bocas se
encuentran frenéticamente. Dentro de mí estallan fuegos artificiales,
estallidos de calor y excitación, y mi sistema nervioso se inunda de
sensaciones puras.
Los labios de Enzo son como terciopelo, burlándose de mi complacencia
mientras toma exactamente lo que quiere sin tomar aire. No es como cuando
me besaron los otros. Esto es voraz, enfurecido.
Siento que me están castigando, pero la voz retorcida de mi cabeza acepta
de buen grado la paliza que me propinan sus labios hambrientos. Me rendiré
y aceptaré mi condena si eso significa que se pasará la eternidad besándome
así. Siento como si la pieza que faltaba en el rompecabezas hubiera encajado
en su sitio.
―Que se joda el pastor―, sisea contra mis labios. ―Que le jodan a él y a
todo lo que te ha enseñado. No hay un hueso malvado en tu cuerpo, Harlow
Michaels―.
Enzo vuelve a besarme, más fuerte, más rápido, con todo su cuerpo
metiéndose dentro de mí. La presión es embriagadora. Lo único que quiero
es meterme en su cuerpo y esconderme allí, enroscada en su corazón como
un parásito canceroso del que nunca podrá escapar.
Se echa un poco hacia atrás y deja que su mano patine por mi cuerpo hasta
rozar la cintura de mis suaves pantalones de yoga. Mi ritmo cardíaco se
triplica por la expectación.
―¿Quieres esto? ―gruñe.
―S-Sí... Te deseo, Enz.
Dándome tiempo para cambiar de opinión, Enzo introduce su mano. Me
inmoviliza contra el armario, víctima voluntaria de su exploración. Me
muerde el labio inferior mientras aparta las bragas.
Noto la humedad que me empapa entre las piernas. Es vergonzoso, pero
que me domine así me pone el corazón a mil. Me siento tan especial bajo su
atención.
―¿Te tocó Hunter así?
―¿Qué? ―Vuelvo a centrarme en él.
Los dedos de Enzo pellizcan suavemente mi manojo de nervios,
provocando temblores por todo mi cuerpo. Me entierra la cara en el cuello,
con la voz tensa.
―¿O era más bien así?
Me mete un dedo hasta el fondo de mi resbaladiza abertura, haciéndome
gemir en voz alta. Estoy tan excitada y mojada que esta vez ni siquiera me
duele. El éxtasis me recorre por dentro.
―Respóndeme, pequeña. Quiero saber por qué mi mejor amigo probó tu
dulce coño antes que yo. He estado esperando muy pacientemente.
―Yo no...
Aprieto los ojos y veo estrellas detrás de los párpados mientras su dedo
entra y sale de mí con facilidad. Cuando introduce otro dedo, me estiro aún
más. Me siento tan llena, a punto de reventar.
No estoy completamente desorientada. Sé que hay algo más que estar con
alguien físicamente. La idea de dormir con cualquiera de ellos es petrificante.
He visto lo doloroso y horrible que es.
Todas las chicas que tocó el pastor Michaels quedaron rotas, cáscaras
vacías destrozadas por la tortura. No puedo imaginarme a ninguno de los
chicos haciéndome daño así, pero es todo lo que sé.
―Te estás tensando, cariño ―murmura Enzo―. ¿Quieres que pare?
Mientras mi cerebro me pide a gritos que escape, yo reprimo el flujo de
malos pensamientos. Esto es exactamente lo que el Pastor Michaels quiere.
Me niego a dejar que siga dictando mi futuro.
―No... no pares ―gimo fuerte.
―Cállate, entonces. No quiero que esos cabrones ladrones entren aquí y
vean lo que es mío. Ya te han puesto las zarpas encima, por lo que parece.
No puedo discutir mientras vuelve a pegar sus labios a los míos,
moviéndose al compás de cada movimiento de sus dedos. Sé lo que me
espera después de la noche con Hunter. La tensión se me acumula en el bajo
vientre, agitado por el calor y la excitación.
A medida que aumenta mi liberación, me pregunto cómo sería acostarme
con Enzo. Las películas y programas de televisión me han enseñado lo
suficiente. No tiene que ser todo sangre y dolor.
Quiero estar tan cerca de alguien, que todo su mundo se estreche hasta
que sólo estés tú. Es la forma más elevada de intimidad. Anhelo la garantía
de que te convertirás en todo el mundo de alguien. Nadie puede quitarte eso.
―Ahí está mi niña bonita. Córrete por mí, Harlow.
Agarro los hombros de Enzo y le clavo las uñas en la camisa mientras
estalla la sensación que bulle en mi interior. Cada oleada de placer me derrite
hasta convertirme en un charco sin huesos.
―Tan perfecto ―susurra Enzo con asombro.
Si alguien entrara ahora mismo, no podría negar lo que acaba de pasar
entre nosotros. Eso no parece importarle a Enzo, que saca la mano y me
acerca dos dedos brillantes a los labios entreabiertos.
―Chupa.
―¿Y-Yo? ―Tartamudeo.
―¿Ves a alguien más aquí? Tu desorden, pequeña. Límpialo.
Su demanda hace que el calor inunde mi cuerpo de nuevo. Envuelvo sus
dedos húmedos con los labios y los limpio con la lengua. El líquido salado
estalla en mi boca. No me encanta, pero tampoco me da asco.
―¿Sabe bien? ―pregunta Enzo con maldad.
Le doy un último lametón a sus dedos y me limpio la boca.
―No sabe mal.
Vuelvo a acercarme a él y le abrazo el pecho. Me siento tan bien rodeada
por los brazos de Enzo, con los nervios todavía crispados por las réplicas de
sus caricias. Me pregunto qué pensarían Hunter o Leighton si lo supieran.
―¿Qué pasa ahora? ―pregunto nerviosa.
Enzo me aprieta más fuerte.
―No dejaré que te vayas por su bien. Hemos compartido antes, y
podemos hacerlo de nuevo. Aunque podría costarme convencerles, después
de la última vez.
―¿Por Alyssa?
Se estremece.
―¿Sabes de ella?
―No mucho ―admito, sonrojándome―. Sólo lo que he reconstruido.
Hunter también me contó algunas cosas. ¿La... compartiste?
Sus labios se fruncen mientras el dolor se dibuja en su rostro. Lo veo
claramente en sus ojos: un enorme agujero negro que absorbe toda esperanza
y toda luz. He visto morir a suficiente gente como para saber lo que es el
dolor.
―Alyssa se entregó a nosotros y, a su vez, nosotros hicimos lo mismo. Se
convirtió en algo más que una compañera de trabajo o una amiga. ―La
garganta de Enzo se inclina de forma reveladora―. Ella lo era todo para
nosotros. Perderla nos destrozó.
Levanto la mano y se la apoyo en la mandíbula cubierta de barba
incipiente. Enzo cierra los ojos y se inclina hacia mí, colocando su enorme
mano sobre la mía.
―No estoy aquí para sustituir a nadie ―susurro con voz ronca―. Nunca
seré lo bastante buena para ustedes, piensen lo que piensen. Ojalá no los
quisiera a todos, pero los quiero.
Sus ojos se abren y se clavan en los míos.
―Soy egoísta. Después de perder tanto, quiero algo bueno.
―Eso no es ser egoísta ―argumenta.
―¿No es cierto?
La nariz de Enzo roza la mía.
―No, Harlow. Te mereces ser feliz. Sólo que no sé si somos las personas
adecuadas para dártelo.
La verdad escuece, pero no estoy en desacuerdo. No son las personas
adecuadas. Todo lo que piensan de mí es mentira, y mi presencia en sus vidas
sólo les condena a una eternidad de condenación.
Separo la mano de Enzo de mi piel y fuerzo los pies para moverme. Cada
paso parece el crujido de unos puños rompiéndome los huesos, golpe tras
golpe. Enzo no impide que me aleje, pero puedo oír su suspiro de derrota
mientras lo hago.
Enzo

uy bien, escuchen.
con la mirada fija en la abarrotada sala del cuartel general,
― observo a los distintos equipos. Después de un gran avance
en los últimos días, estamos más cerca que nunca de poner
fin a esto. Hunter está invirtiendo todos los recursos de Sable en un último
esfuerzo para obtener resultados.
En la mesa de la izquierda, todo el departamento de inteligencia ha sido
sacado de sus oscuras y antisociales cuevas para experimentar la luz del día.
Theo se está tomando un café extragrande mientras su personal, Liam, Rayna
y Fox, están todos pegados a sus ordenadores portátiles abiertos.
Frente a ellos se sienta el equipo Cobra: Brooklyn, Hudson y Kade. El
equipo Anaconda, encargado de las operaciones de refuerzo, se distribuye
en un grupo alborotado junto a ellos.
Warner y Tara ya están abriendo las bebidas energéticas. Becket mira a su
número dos, Ethan, instándole a que deje de forcejear con Hudson antes de
que se rompa algún hueso. Yo mismo entrené a ambos equipos. Son lo mejor
de lo mejor.
Hunter se aclara la garganta.
―Recapitulemos.
Detrás de mí, cinco pizarras blancas de tamaño natural muestran todos los
horrores. Todas las fotografías de cadáveres mutilados salpican la superficie
con violento detalle, y un mapa del país en alta definición marca cada
vertedero.
―Dieciocho chicas en cinco años, una que estaba embarazada en el
momento de la muerte, y otro cuerpo arrojado la semana pasada. ―Hunter
se pone a mi lado―. Todas las víctimas tienen edades comprendidas entre la
adolescencia y los veinte años, con etnias mezcladas y orígenes de pobreza.
Señalo varias caras conocidas.
―Algunas de estas mujeres eran trabajadoras del sexo que operaban en
varias ciudades del norte. Se las llevaron a todas en público, con cuidado de
que no las vieran las cámaras de seguridad. La mayoría no tenían familias
que se molestaran en buscarlas.
Hunter pasa por delante de cada fotografía, azul, sin vida, con la carne
esculpida como si fueran cortes de carne de primera, hasta que se detiene en
el tablón dedicado a Harlow.
Su yo más joven, Leticia Kensington, era una niña angelical de ojos
brillantes. Tenía el cabello del color del caramelo derretido, largo y
ligeramente rizado en las puntas, a juego con su sonrisa pícara.
A su lado, la foto comparativa es cruda. Sólo sus brillantes ojos azules y el
color de cabello son iguales. Leighton proporcionó la imagen, tomada
mientras Harlow decoraba el árbol de Navidad el pasado fin de semana.
Ahora tiene algo más de carne en los huesos después de los últimos meses,
pero la inocencia infantil y la curiosidad de cuando era más joven hace
tiempo que desaparecieron. El dolor se entremezcla con la fuerza y nos mira
fijamente.
―Harlow Michaels es nuestra única testigo viva ―explica Hunter―.
Ayudado en sus crímenes por su esposa, el sospechoso mantuvo cautiva a
Harlow mientras la adoctrinaba y abusaba de ella.
Theo apura el resto de su café y se aparta los tirabuzones de la cara antes
de acercarse a la sala.
―Harlow huyó del cautiverio a pie ―se dirige a la sala. ―La rastreamos
hasta Northumberland. Viajó durante casi una semana, saltando de un
camión a otro, contrayendo sepsis en el proceso.
Saca un mando a distancia de sus vaqueros y enciende el proyector.
Aparece una imagen de satélite en la pared que muestra una zona boscosa
de la zona rural de Northumberland.
Utiliza el puntero láser para resaltar una profunda sección de bosque, lejos
de la ciudad más cercana e inaccesible para cualquier vehículo. Abarca un
radio de quince kilómetros en todas direcciones.
―Usando drones, hemos acotado la zona de búsqueda y usado registros
públicos para encontrar a nuestro objetivo. Rayna, ¿te importaría poner a
todos al día de lo que has encontrado?
De pie, Rayna se pasa el cabello morado por encima del hombro.
―Hemos identificado la Capilla de María Magdalena. Inutilizada para uso
público en 1936. Con el tiempo, el bosque creció y se la tragó entera. Nadie
ha visto el lugar en años.
Contemplando la pequeña región que podría representar nuestro primer
avance real en meses, me siento mal. Esto podría ser un punto de inflexión,
el principio del fin.
Debería estar aliviado, pero este caso es lo único que mantiene a Harlow
con nosotros. Una parte enferma y rota de mí no está preparada para que ese
obstáculo sea eliminado. No importa cuántas vidas salve.
―¿Alguna señal de actividad? ―Hunter pregunta bruscamente.
Theo sacude la cabeza.
―No hay señales inmediatas de movimiento o habitabilidad, pero los
drones no pueden atravesar el bosque. Tenemos que enviar un equipo de
reconocimiento completo.
Asintiendo, Hunter mira alrededor de la habitación.
―Esta es nuestra primera pista en meses. No podemos permitirnos meter
la pata. Un equipo encontrará la iglesia y revisará todo el terreno circundante
en busca de pruebas.
―¿Esperamos encontrar otra prisionera? ―Kade hojea sus papeles―. Si
es así, necesitaremos forenses y un equipo médico en el lugar. El cadáver de
Whitcomb sigue sin aparecer.
―Que sepamos, no ha habido más víctimas secuestradas. ―Theo parece
sombrío―. Pero como sabemos, tiene un tipo. Estas mujeres no siempre
están en el radar de la policía cuando desaparecen―.
Hunter se queda pensativo un momento.
―Deberíamos estar preparados para todas las posibilidades. Hacer los
preparativos por si acaso.
Kade toma notas y se pone a trabajar en su portátil. Hará falta mucha
coordinación, pero tenemos la infraestructura para lograrlo.
―Hay algo más. ―Hunter se aclara la garganta―. Acordé con Harlow que
ella podría venir con nosotros para esta parte.
―¿Qué? ―suelto incrédulo.
Mirándonos fijamente, Hunter no parece inmutarse por la bomba nuclear
que ha lanzado. Es absurdo. Después de años de lucha, por fin ha perdido la
puta cabeza.
―¿Por qué demonios íbamos a arriesgar la seguridad de Harlow después
de todo lo que ha pasado? ―pregunto con sorna―. ¿Una experiencia cercana
a la muerte no fue suficiente para ti?
―Ella me lo pidió ―explica Hunter―. Sabe que ese puto enfermo está ahí
fuera, amenazando con hacer llover mierda y miseria sobre nuestras cabezas
si no la liberamos.
―¡Una razón más para mantenerla a salvo!
―Ella se irá sola ―asiente Theo con tristeza―. Es mucha culpa para una
sola persona. Esto le devolvería algo de control.
―¿En serio? ¿Tú también, Theo?
Encogiéndose de hombros, vuelve a tomar asiento.
―Estaría rodeada por un equipo de agentes altamente entrenados.
Diablos, incluso podríamos encontrar este lugar más rápido con Harlow allí.
―No puedo creer que esté escuchando esto.
―No es una niña, Enz.
―¿Así que estás dispuesto a ver cómo hieren a otra persona? ―Le
gruño―. Tú, más que nadie, Theo, sabes que no podemos correr ese riesgo.
―Basta ―nos interrumpe Hunter―. Esta es nuestra única oportunidad. Si
no producimos resultados pronto, el SCU va a detener la financiación y
encontrar a alguien más para hacerse cargo del caso.
Eso tranquiliza a todo el mundo.
―¿A quién encontrarían para sustituir a Sabre? ―Kade frunce el ceño
desde su mesa―. Somos los mejores. Nadie más tendría una oportunidad.
―Hasta ahora, no hemos conseguido nada que demuestre que llevamos
meses dándonos cabezazos contra la pared ―añade Hudson―. Hunter tiene
razón; esta es nuestra única oportunidad de hacer algún progreso.
―A costa de la seguridad de Harlow ―les recuerdo enfadado―. Ese no
es un precio que esté dispuesto a pagar. Ella no va a ninguna parte.
Me alejo de ellos y me retiro al fondo de la sala para calmarme antes de
golpear a alguien. Las pizarras reflejan cada segundo de nuestro fracaso con
un detalle burlón. Se han cobrado muchas vidas.
No protegimos a estas mujeres. No sólo nosotros, sino todo el maldito
mundo. Las fuerzas del orden. Las familias. La sociedad. Fueron
marginadas, vulnerables por sus circunstancias sociales. Algunas no tienen
familia que visite sus tumbas.
Tenemos que hacerlo mejor.
Pero no sacrificaré a Harlow para hacer eso.
En cada fotografía que me devuelve la mirada, veo su rostro. Este es su
legado. Es un testimonio de todo el dolor insoportable y el trauma que
soportó. Odio la idea de que nadie estuviera allí para protegerla.
Ahora que hemos garantizado su seguridad, Hunter quiere lanzarla de
nuevo a la línea de fuego. Poner en peligro una vida para salvar las
potenciales muchas más que terminarán si no hacemos esto. Es un cálculo
imposible de hacer.
―¿Algo para pensar? ―Brooklyn se acerca a mí, dejando que los demás
sigan hablando.
―Algo así.
―Hunter tiene un buen punto, grandote. A veces el camino a seguir es
volver atrás. Este es el pasado de Harlow para desentrañar. Ella necesita estar
allí.
―Ella no eres tú, Brooke. Las cosas que ha reprimido, años de abuso y
tortura... tirar de esos hilos podría romperla. La llevaríamos de vuelta a su
propio infierno personal.
―Tal vez sea necesario ―murmura, con los ojos puestos en una
horripilante foto de la escena del crimen―. Me ayudaste a recomponerme,
hace tiempo.
―Y casi te matan en el proceso. No tuvimos más remedio que destrozar
tus recuerdos. Harlow no necesita estar ahí cuando cacemos a este bastardo.
Los ojos plateados de Brooklyn me atraviesan la piel.
―Vio cómo asesinaban brutalmente a cada una de esas mujeres delante de
sus ojos. Es su decisión. No puedes impedir que venga.
Mi frente choca contra la pizarra más cercana.
―Maldita sea, Fuego Salvaje. Esto es tan jodido.
Apoya una mano en mi brazo, haciendo que se le suba la manga del jersey.
El cuerpo de Brooklyn tiene más cicatrices que piel, pero a diferencia de las
marcas de Harlow, son totalmente autoinfligidas. Si alguien sabe lo que es
ahogarse en sus propios demonios, esa es Brooklyn West.
―Puedo ayudarla ―ofrece en voz baja―. No tiene por qué estar sola
cuando entremos en este lugar. Haré lo que pueda para ayudar.
―¿Harías eso?
Su sonrisa es torcida.
―Tenemos con Sabre una deuda que nunca podrá ser pagada. No me
dejaste hacer esto sola. Ahora quiero estar ahí para Harlow.
Acercando a Brooklyn, le alboroto el pelo platino mientras la abrazo
fuertemente contra mí.
―No nos debes una mierda. Somos familia.
―Entonces resolvamos este caso juntos, como una familia ―responde―.
Harlow es parte de eso ahora. Podemos ayudarla.
Sellamos el trato con un abrazo que cala los huesos. Esta mujer enfadada
y sarcástica se ha convertido en una hermana adoptiva para todos nosotros.
Sé que cuidará de Harlow como nunca pudimos hacerlo nosotros.
―De acuerdo ―refunfuño en su pelo―. Realmente odio este plan, que
conste.
Brooklyn resopla.
―Odias cualquier plan que no implique envolvernos en sushi y matar a
cualquiera que nos mire.
―¿Es algo malo?
Me palmea la espalda antes de soltarme.
―No, no es algo malo.
Juntos, volvemos con el grupo. Hunter parece dispuesto a declarar su
jubilación anticipada mientras Kade y Theo discuten sobre la mejor ruta para
adentrarse en la espesura del bosque.
Los pies de Hudson están apoyados en la mesa mientras fuma alegremente
un cigarrillo en medio del caos. Sin Jude aquí para mantenerlo a raya, ha
vuelto a sus costumbres cavernícolas. Típico.
―Harlow vendrá con nosotros ―declaro.
Todas las miradas se dirigen hacia mí.
―¿Qué te hizo cambiar de opinión? ―Hunter pregunta.
―Por mucho que lo odie, ella tiene derecho a elegir. Si se lo quitamos, no
somos mejores que la gente a la que cazamos.
Asiente, consultando a Theo, que también inclina la cabeza en señal de
acuerdo. Nosotros tres somos la única familia que Harlow tiene ahora
mismo. Su vida es nuestra responsabilidad.
―Traeremos agentes adicionales para reforzar el perímetro ―añado con
severidad―. También quiero un helicóptero en el aire y drones vigilando el
terreno circundante por si hay algún problema. Que nadie se acerque a ella.
―¿Y si los Michaels están en la iglesia? ―Theo responde.
Hago crujir mis nudillos llenos de cicatrices.
―Destrozamos a esos pedazos de mierda y dejamos que se pudran en el
puto infierno, donde pertenecen. Lo haré yo mismo y dejaré que Harlow vea
el maldito espectáculo.
Una vez tomada la decisión, Theo pone a su equipo a trabajar para trazar
una ruta adecuada hasta nuestro emplazamiento. Será una operación
logística enorme, con muchas piezas móviles, y vamos justos de tiempo.
Arrastrándome a un rincón tranquilo, Hunter se arranca la goma del pelo
con un gruñido. Las ondas castañas le caen sobre los hombros y respira
entrecortadamente. Si no lo conociera mejor, diría que está nervioso.
―¿Y si hay alguien más muerto ahí dentro?
Trago saliva.
―Estaríamos llevando a Harlow a un baño de sangre.
―El esqueleto de Whitcomb es un problema ―se preocupa Hunter―. Este
lugar podría ser la guarida de la maldita Parca. Por no hablar de los propios
delincuentes.
―Es un riesgo enorme.
Su mirada es sombría.
―No tenemos más remedio que tomarlo. Si hay un solo indicio de peligro,
quiero que la agarres y salgas de ahí. No te preocupes por el resto de
nosotros.
―Tenemos una casa segura en Newcastle. Ese será nuestro punto de
encuentro designado si todo se va al carajo.
―Esperemos no llegar a eso.
Que Hunter aceptara este plan no habría ocurrido hace tres meses. Se dé
cuenta o no, Harlow le ha cambiado. Nunca le da a la gente la libertad de
tomar sus propias decisiones.
En nuestro mundo, el control y el poder vienen de arriba. Es nuestro
comandante en jefe; todos seguimos sus directrices o sufrimos las
consecuencias. Eso es exactamente lo que nos ha mantenido vivos durante
tanto tiempo.
―Harlow está en terapia con Richards arriba ―dice, cogiendo su teléfono
de la mesa―. Hablaré con ella.
―Tendrá que conocer a todo el mundo. ―Miro al equipo Cobra,
bromeando entre ellos―. Lo lograron, Hunt. Es posible. Podemos hacer lo
mismo por Harlow.
―Espero que tengas razón. No estoy preparado para perderla.
―¿Te diste cuenta mientras tu lengua estaba en su garganta? ¿O después
de aprovecharte de ella en ese maldito viaje?
Hunter se congela en el acto.
―Sí, lo sé todo sobre eso.
―Es una adulta ―responde en voz baja―. Fue totalmente consentido. No
me aproveché de ella de ninguna manera.
―Acababas de destrozar la base de toda su existencia, y luego te la llevaste
a la cama para arreglarlo todo. Eso es aprovecharse en mis libros.
―Cuidado ―advierte.
―¿Qué hay de tu hermano sinvergüenza? También ha estado tonteando
con ella a nuestras espaldas.
Arrastrándome más lejos del alcance del oído, Hunter maldice como una
tormenta―. Los tres, ¿eh? Supongo que deberíamos haberlo visto venir.
―Ha admitido que siente algo por todos nosotros.
―Maldita sea. No quiero compartir a Harlow con ninguno de ustedes,
imbéciles testarudos. Lo intentamos antes, y no funcionó.
Me tiemblan las manos de ganas de darle un puñetazo tan fuerte a Hunter
que recupere el puto oído.
―Nuestra relación con Alyssa no fue un fracaso ―susurro con dureza―.
¿Cómo puedes decir eso de lo que tuvimos?
Sus ojos se clavan en mí.
―¿No fue así? Está muerta y es culpa nuestra. Eso es un fracaso a mis ojos.
Harlow se merece algo mucho mejor.
Antes de que pueda rebatirle, se marcha corriendo escaleras arriba. No
tiene sentido seguirle ni intentar discutir más. Si cree que voy a renunciar a
Harlow por él, está muy equivocado.
Sé que somos una familia rota de idiotas acalorados e indignos, y que
Harlow merece estar con alguien capaz de amarla de forma sana y normal,
pero eso no cambia lo que siento.
Me estoy enamorando de ella.
Y moriré para mantenerla a salvo.
Incluso de nosotros.
Harlow

entado frente a mí en la cómoda sala de entrevistas, el doctor


Richards toma notas meticulosamente. Lleva otra bufanda brillante,
ésta en un feo tono amarillo mostaza.
Disfruto con su constante rotación de locos atuendos. Me distrae mientras
tortura mi mente cada semana. Dados los recientes acontecimientos, nuestras
sesiones se han trasladado al cuartel general en el futuro inmediato.
Llevamos así una hora, pero él ignora resueltamente el tictac del reloj. Me
duele la garganta de tanto hablar y de ahogar las emociones que quieren
desbordarme.
―¿Qué ocurre después en tu sueño? ―pregunta.
Recojo con ansiedad un hilo suelto de mi jersey.
―La señora Michaels tarareaba a menudo canciones de coro mientras
limpiaba el sótano. En mi sueño, la vi desmembrando el cuerpo de una mujer
con una sierra metálica. Era demasiado pesada para sacarla entera.
―¿Qué estás haciendo?
―Con una muñeca rota por negarme a ayudarla a descuartizar a mi
amiga. Aún puedo oír el sonido de los huesos de la mujer astillándose.
Parecía tan real, entonces me desperté.
―Usa tus sentidos. Descríbemelo.
―¿Por qué? ―Me froto los ojos cansados.
Richards deja el bolígrafo.
―Tenemos que abrir todas estas cajas bien envueltas, inspeccionar su
contenido y volver a empaquetarlas. Es la única manera de seguir adelante.
Me duele tanto el estómago que quiero acurrucarme en un rincón de la
habitación. Estas sesiones siempre son intensas. Llevamos un rato hurgando
en fragmentos de recuerdos, hilvanando sueños extraños y destellos de
información que dibujan un panorama desgarrador.
El sueño que tuve anoche me hizo vomitar cuando me despertó. No he
vuelto a comer. El sonido de la piel y los huesos rebanados sigue resonando
en mi cabeza como un tocadiscos estropeado.
―No quiero hablar más. ―Jugueteo con mi pelo, luchando contra el
impulso de arrancarme mechones delante de él.
―Todavía tenemos quince minutos.
―¡Entonces podemos sentarnos en silencio! ―Respondo bruscamente.
Con los labios fruncidos, Richards toma algunas notas. Quiero robarle el
bloc de notas y tirarlo por la ventana. Me mira la pierna. Todavía me duele,
pero el médico dice que se está curando bien. Tuve suerte de no dañar
ningún tejido.
―Cuando te enfrentaste a tu verdadera familia, huiste y te pusiste en
peligro. ¿Te parece un mecanismo de supervivencia saludable?
―Era eso o arriesgarme a algo peor ―digo entre dientes apretados―. No
podía quedarme ahí sentada ni un segundo más.
―Lo cual es perfectamente comprensible ―combate―. Pero la forma que
elegiste para afrontarlo no fue segura ni constructiva. Por eso estamos aquí.
No puedes seguir huyendo de lo que está pasando.
―No voy a huir.
―Quizás prefieras hablar de tus autolesiones. En cualquier caso, tenemos
que hablar de lo que está pasando. No soy el tipo de terapeuta que se sienta
aquí y te deja dar vueltas.
Le miro boquiabierto.
―¿Mis... qué?
Richards se quita las gafas para limpiarlas.
―¿Por qué no me lo dices?
―No sé de qué estás hablando.
―Puede sentirse bien a corto plazo. ―Se recoloca las gafas y sonríe
tranquilizadoramente―. Usar el dolor para hacer frente a sentimientos
abrumadores.
Entrelazo los dedos e ignoro la voz que grita en el fondo de mi mente. Sé
de lo que habla. La calva que tengo debajo del cabello se ha hecho más grande
y violenta en la última semana.
Cómo lo sabe, no tengo que adivinarlo. Uno de los chicos debe de haberse
dado cuenta de lo que pasa y me ha delatado. La vergüenza se desliza sobre
mí, caliente y pegajosa, hasta que quiero arrastrarme a un rincón tranquilo
para esconderme.
―No es nada. ―Dejo caer su mirada.
―Nadie te está juzgando, Harlow. Es normal luchar con el trauma de lo
que has vivido. Quiero ayudarte.
―No necesito ayuda.
―¿Por eso no duermes ni comes? ¿Y por qué has empezado a hacerte daño
para sobrellevarlo? Eso no me parece de alguien que tenga el control.
Cierro los ojos para contener las lágrimas.
―Cada vez que duermo, recuerdo más cosas de mi pasado. Los recuerdos
no paran de llegar, y cuanto más recuerdo, más duele.
Abandona la toma de notas y me mira directamente. Richards no es una
mala persona. Su trabajo no puede ser fácil, y aún no me ha abandonado.
―Una vez traté a un hombre que pasó años de su vida atrapado en la
mente de otro. ―Su sonrisa es melancólica―. Jude se vio obligado a
convertirse en una persona totalmente nueva. Cerró los recuerdos de su
antigua vida para aliviar el dolor de perderse a sí mismo.
―¿No podía recordar? ¿En absoluto?
Richards sacude la cabeza.
―Tardamos mucho tiempo en recomponer esos hilos. Pasamos años
trabajando juntos.
―¿Y funcionó? ¿Mejoró?
―En cierto modo. Algunas cosas nunca nos abandonan, Harlow. El
tamaño de nuestro trauma no se reduce con el tiempo. Con terapia,
aprendemos a crecer a su alrededor. Lento pero seguro.
Con un suspiro derrotado, suelto los dedos y vuelvo a sentarme en la silla.
Richards sonríe y vuelve a coger el bolígrafo.
―Recuerdo el sonido de su voz y parte de su aspecto ―admito, cerrando
los ojos―. Todo está ahí, pero aún se siente fuera de mi alcance.
―Entonces vamos a dar un paso más cerca. Escucha su voz, Harlow. ¿Es
aguda? ¿Suave? ¿Fuerte? ¿Calmada? Fíjate en el más mínimo detalle.
―Estaba llorando. ―Hago una mueca, escudriñando en las oscuras
grietas de mi mente―. Su voz era un poco grave. Era mayor que las otras.
―Acércate un poco más. ¿Puedes ver su cara?
Tomo aire y vuelvo a mi celda enjaulada. Húmeda, sucia, el olor a sangre
derramada flota en el aire como humo. El tarareo desafinado de la señora
Michaels me envuelve, entrecortado por el horrible crujido de la sierra
moviéndose de un lado a otro.
Empujando más allá, sigo el sonido, volviendo a la visión que me enfermó
la noche anterior. La señora Michaels levanta un brazo rígido y azul para
empezar a cortarlo, lo que hace que la cabeza del cadáver se desplome y me
mire de frente.
Unos ojos vacíos y empañados se encuentran con los míos. Lleva varias
horas muerta. Tiene la piel gris, como de goma, y morada alrededor del
cuello, donde el pastor Michaels la estranguló hasta matarla.
―Kiera ―respiro―. Ese es su nombre.
Su pelo corto está empapado de sangre seca, y sus labios agrietados una
vez se extendieron en sonrisas cálidas y reconfortantes de entre nuestras
jaulas. Creo... que rezaba conmigo, susurrando a su Dios personal que la
salvara.
―La reconozco ―digo temblando―. Fue quizá la segunda chica en llegar.
Una de las que había olvidado hasta que vi su foto hace poco.
―Bien ―anima Richards―. ¿Qué más?
―Rezábamos juntas. Era religiosa.
―¿Lo era? ―repite, sorprendido.
―No... eso no tiene sentido. ―Cerrando los ojos, trato de mantener la
concentración―. ¿Por qué castigaría a una mujer de fe?
―Profundiza. Visualiza lo que ha pasado.
―Tengo miedo ―admito.
―No estás sola, Harlow. Estoy aquí y te prometo que estás a salvo. Son
sólo recuerdos. No pueden hacerte daño ahora.
Mis uñas se clavan en mis palmas mientras me obligo a ir más lejos,
bebiendo en los olores y sonidos. Doy marcha atrás al reloj, empujo a la
señora Michaels fuera del sótano y devuelvo a Kiera a su celda.
Los miembros desmembrados vuelven a unirse y la sangre vuelve a su
cuerpo. Recupera el color cuando empieza a respirar de nuevo, con las manos
enredadas en los barrotes mientras rezamos juntos.
Padre nuestro, que estás en los cielos.
Santificado sea tu nombre.
Reza conmigo, Harlow.
Aquí, así. Cierra los ojos.
―Apenas puedo oírla; fuera llueve a cántaros. El sótano tiene goteras. Está
rezando y su voz tiembla con cada palabra.
―¿Qué más dice? ―canturrea Richards.
Incluso después de años de cautiverio, me asustaba lo desconocido. Las
mujeres me aterrorizaban al principio, traían la muerte y la violencia al
sótano.
Fue un alivio tener compañía por fin y una sentencia angustiosa a la vez.
Podía soportar mis propias palizas. Se convirtieron en algo rutinario, incluso
mundano. Pero ver las suyas eran insoportables.
Ese hombre no es tu padre, Harlow.
Es un monstruo.
Siempre supe que llevaba el diablo dentro.
Con un suspiro, abro los ojos. Las cálidas luces de la sala de entrevistas
ahuyentan las sombras que habían infectado mi visión. No estoy en el sótano.
El pasado no puede arrastrarme de vuelta, pataleando y gritando.
―Creo... que le conocía ―me ahogo en un sollozo―. Kiera me dijo que él
no era mi verdadero padre. Creo que no la creí.
Richards asiente para continuar.
―Cuando la mató... ella no paraba de gritar, rogándole que le perdonara
la misericordia del Señor. Él estaba furioso, arrancándole la ropa como un
animal. Fue tan cruel, tan violento.
Busco algo más en la endeble memoria. Es como si estuviera escarbando
en una cavidad torácica abierta. Todo en esto se siente tan mal.
―Ella lo llamó un... un... charlatán. ¿Qué significa eso?
Richards se frota la barbilla.
―Parece que ella lo desafió y a él no le gustó. Los narcisistas a menudo no
lo hacen.
―¿Así que ella sabía que no era un pastor de verdad?
―Potencialmente ―reflexiona―. Sabemos que se dio a sí mismo una falsa
posición de poder para brutalizar a las mujeres bajo la apariencia de
arrepentimiento. Autoengaño cimentado en la violencia.
―Esto no tiene sentido.
―Respira hondo por mí, Harlow. Has conseguido mucho aquí. Vamos a
tener un momento para cerrar esas cajas de nuevo.
Me relajo, suelto las manos y respiro hondo y controladamente. Mis uñas
dejan marcas abrasadoras en mi piel. Aunque Richards me guía en la
respiración, sigo sintiéndome al borde del precipicio.
Si Kiera tiene una conexión con el Pastor Michaels que no fue identificada
en la investigación policial inicial, los chicos necesitan saberlo. Esto podría
abrir todo un nuevo campo de investigación.
―Tengo que irme. Hunter necesita oír esto.
Me vuelvo a poner el abrigo y la bufanda e intento ponerme en pie con
piernas temblorosas. Richards me mira preocupado mientras intento esbozar
una sonrisa de agradecimiento.
―Harlow, tienes que ceñirte a lo que hemos hablado. Utiliza tus
mecanismos de afrontamiento y tu sistema de apoyo. Estos recuerdos son
traumáticos. Te costará acostumbrarte.
Asiento con la cabeza.
―Lo haré.
―Recuerda, estás creciendo alrededor de tu trauma. No borrándolo. Si
necesitas hablar conmigo antes de nuestra próxima sesión, estoy a una
llamada.
―Gracias, doc.
Él le devuelve la sonrisa.
―Vamos, entonces.
Salgo de la sala de interrogatorios y me dirijo al vestíbulo, donde dejé a
Leighton mirando su teléfono hace una hora. El sofá de cuero está vacío.
Debe de haber bajado a la cafetería a por comida.
Mientras espero a que llegue el ascensor para darle caza, las puertas se
abren con un tintineo, dejando ver a un agotado ocupante.
―¿Hunter?
Levanta la vista de su teléfono.
―Harlow. Venía a buscarte. Leighton está haciendo algo urgente para mí.
―¿Va todo bien?
Con el cabello enmarcándole la cara en ondas desordenadas, Hunter
parece más agitado que cuando salió de casa esta mañana. Todo el mundo se
dirigía a una gran reunión cuando llegamos.
―Necesito hablar contigo.
―Buen momento. ―Le agarro del brazo y tiro de él hacia un despacho
cercano―. Ha surgido algo en terapia. Tienes que oír esto.
Dentro del despacho, Hunter se libera de mi agarre y cierra la puerta. No
me siento cuando me señala un asiento vacío, sino que me paseo por el
pequeño espacio.
Las hormigas de fuego me corroen la piel y me infectan de dudas y
preocupaciones. ¿Y si mi mente me está engañando otra vez? He
desenterrado estos recuerdos, pero no sé si puedo confiar en ellos.
―¿Harlow? ―Hunter pregunta con preocupación―. Háblame, cariño.
Dime lo que estás pensando.
Dejo de pasearme y me muerdo el labio.
―¿Recuerdas mi pesadilla de anoche? ¿La que me hizo vomitar?
Le asusté casi tanto como a mí misma cuando me desperté gritando como
una banshee. Estaba dormido en la butaca mientras veíamos juntos otra
película navideña en blanco y negro.
―Lo desentrañamos en terapia. Se trataba de Kiera.
―¿Kiera James? ―responde sombríamente―. Fue la segunda víctima
localizada. Particularmente horripilante, si no recuerdo mal.
―Ellos... um, la desmembraron. Eso es lo que estaba soñando. La Sra.
Michaels me rompió la muñeca cuando me negué a ayudar.
―Maldita sea, Harlow.
Ignoro su expresión de asco.
―Eso no es lo importante. Creo que ella le conocía. Me dijo que no era mi
verdadero padre.
―¿Te acordaste de eso?
―Sí. Ella también era religiosa. No le gustaba que le insultara, así que se
apresuró con el ritual y la estranguló en su lugar.
Hunter se toma un momento para procesarlo.
―Esto no encaja con su modus operandi. Las otras víctimas fueron
seleccionadas al azar para el castigo.
―Porque no se trataba de arrepentimiento y de castigarla por pecar. Fue
una especie de venganza. La mató por odio.
Sacude la cabeza.
―Esto es increíble. Si la conocía, ¿por qué se pasó por alto en la anterior
investigación policial?
―Dímelo tú.
Con mi noticia entregada, me siento sacudida. Hunter se acerca
tímidamente. Cuando me coge en sus brazos, me desinflo. Me frota la
espalda en círculos y me hace cosquillas con la barba.
―Estás bien ―susurra.
―Nada de esto está bien. Él la conocía y la destrozaron de todas formas.
¿Por qué nadie más sabe esto? ¿O es que me estoy volviendo loca?
―No creo que te estés perdiendo, cariño. Déjame hacer algunas llamadas
y comprobar los registros de la investigación anterior. Lo has hecho bien.
―Demasiado poco, demasiado tarde. ―Respiro su aroma especiado,
aunque no merezca que me consuele―. No puedo traerla de vuelta.
Hunter dirige mis ojos hacia los suyos.
―Pero puedes evitar que alguien más salga herido. Tengo noticias.
El pánico se apodera de mí.
―¿Qué pasa?
―El departamento de inteligencia ha rastreado una posible ubicación de
donde te retuvieron.
―¿Has encontrado algo? ―Me apresuro a salir.
―No es tan sencillo. Está en lo profundo de un espeso bosque y sólo se
puede acceder a pie. Tenemos que ir allí y explorarla.
Mi corazón late con más fuerza.
―¿Así que nos vamos?
Su sonrisa es tensa e infeliz.
―A ninguno de nosotros nos gusta la idea de que estés en peligro. Si Enzo
se saliera con la suya, no volverías a salir de casa.
―He pasado suficientes años encerrada lejos del mundo.
―Lo sé. Mira, esta es tu decisión, y la respetamos. Vas a venir con nosotros
y ayudar a rastrear este lugar. Un trato es un trato.
Me agarra las manos para que dejen de temblar. El aire frío del sótano se
cuela bajo mi piel, enfriando mi corazón descongelado hasta convertirlo en
un bulto helado e impenetrable. Apenas sobreviví a la huida.
¿Realmente puedo volver allí? ¿Podré soportar volver a verlo?
Sinceramente, no lo sé. Parecía una buena idea, pero la realidad es otra.
―Tengo que hacerlo ―digo nerviosa―. Estarás allí, ¿verdad?
―Por supuesto. ―Los dedos de Hunter se enlazan con los míos―. Nos
tendrás a nosotros y al equipo Cobra para apoyarte. Triplicaremos la
seguridad para asegurarnos que es seguro. Aunque no puedo controlar lo
que podamos encontrar dentro.
―¿Crees que... haya otra prisionera?
―Tal vez, si se llevó a una chica inmediatamente después de tirar el último
cuerpo para que lo encontráramos. No quiero descartarlo.
El pastor Michaels tiene un intrincado proceso, semanas de palizas
programadas y recitación de las escrituras para llevar al pecador de escoria
malvada y desalmada a un recipiente dispuesto para la retribución divina
del Señor.
Si hay alguien más ahí dentro, estará hasta las rodillas de su propia sangre.
Las náuseas me invaden al darme cuenta de qué más podría estar esperando
si aún no se han molestado en moverla.
―Laura ―susurro horrorizada.
La boca de Hunter es un tajo incómodo.
―No ha aparecido. Tienes que estar preparada. Si encontramos este lugar,
ella aún podría estar dentro.
Trago la burbuja de ácido que me escuece en la garganta y no puedo hacer
más que asentir. Si abro la boca, puede que se me escape algo más. Un secreto
retorcido que podría derrumbar todo mi mundo.
―Estaremos en casa por Navidad el fin de semana ―esboza Hunter―.
Saldremos mañana en un avión privado.
―Entendido ―chillo.
Se inclina hacia mí, sus labios se pegan a los míos y se tragan mis gritos
silenciosos de pánico. No merezco la dulzura oculta tras la impenetrable
fachada de Hunter, pero su beso me saca del borde.
Me pellizca de nuevo los labios y me arropa a su lado.
―Todos están abajo. Podemos repasar las presentaciones.
―¿Puedes darme un minuto? Necesito salpicarme la cara y tomar algunos
analgésicos. La cabeza me está matando.
Me examina la cara con preocupación.
―Vete a casa y descansa; puede esperar hasta mañana. Leighton tendrá
que llevarte. Tenemos mucho que planear esta noche.
―¿Estás seguro?
―Te necesitamos descansada y lista. ¿Puedes encontrar el camino a mi
oficina desde aquí? Hay unas tabletas en el cajón del escritorio. El código es
041022.
―Entendido, gracias.
Envía un mensaje a Leighton y me da un beso en la sien antes de volver al
ascensor. En cuanto desaparece, dejo que mi máscara se desmorone.
Si supiera lo asustada que estoy, nunca me dejaría ir. La idea de volver a
Laura, a mi infancia y a todos los recuerdos oscuros que he estado
reprimiendo es impensable.
No tengo elección.
Esta podría ser nuestra oportunidad.
Armada de valor, subo a la oficina de Hunter. Dentro, es un desastre
desorganizado. Las últimas semanas de caos han causado estragos en su
ordenada cabeza.
Me tomo unas pastillas y echo un vistazo a su desordenado escritorio. Hay
un marco de fotos roto entre pilas de papeles. Esquivo los trozos de cristal
roto y acaricio con el pulgar tres caras conocidas.
Nunca había visto a Enzo, Hunter y Theo tan felices y contentos.
Acurrucada entre ellos, una belleza de cabello rosa sonríe a la cámara. Su
sonrisa irradia tanta calidez. Instintivamente, sé que es Alyssa.
―Los mantendré a salvo ―le susurro al fantasma.
―¿Hunter? ¿Estás aquí?
Sobresaltado, dejo caer el marco con tanta fuerza que se rompe contra el
escritorio. Cuando alguien entra en la habitación, más fragmentos de cristal
se desparraman por los papeles.
―Harlow. ―Theo suena sorprendido cuando se detiene detrás de mí―.
Lo siento, no quería asustarte. Pensé que Hunter estaba aquí arriba.
―Acaba de volver abajo.
Los ojos de Theo se posan en el marco destrozado. Traga saliva antes de
volver a mirarme.
―¿Habló contigo? ―pregunta con voz tensa.
―Voy con ustedes.
―¿Estás segura que es una buena idea?
―¿No me quieres allí? ―Pregunto a cambio.
―Quiero que estés a salvo ―responde con un suspiro―. Pero en realidad
yo avalé esta idea. Creo que es importante que estés allí.
Parpadeo sorprendida.
―¿En serio?
Se apoya en la pared, con las gafas protegidas por un rizo suelto.
―Admiro tu fuerza. No sé si yo haría lo mismo en tu lugar.
El calor se extiende por mis mejillas. No sé qué decir. Nuestras
conversaciones nocturnas giran en torno a libros, teorías, ideas oscuras y
observaciones sobre un mundo que nos aterra a los dos.
Theo es muy filosófico y dolorosamente inteligente. Es una cualidad
atractiva, aunque un poco incómoda. Le admiro desde hace tiempo. Aunque
no esperaba que fuera correspondido.
―Escucha ―empieza―. La cosa es... bueno, um, es un poco complicado,
¿sabes?
―Uh, no tengo ni idea de lo que estás hablando.
Suspirando de frustración, se restriega los ojos bajo las gafas.
―Lo juro, lo tenía. Ahora todas las palabras están revueltas en mi cabeza.
Me acerco tímidamente y le apoyo una mano en el hombro.
―Sólo soy yo. Puedes contarme lo que quieras.
Sus ojos azules pálidos me observan, evaluándome y asustados. Me quedo
atónita cuando me quita la mano del hombro y me la coge.
―Supongo que quería disculparme ―intenta de nuevo―. Los otros te han
cuidado mientras yo no estaba. Me siento... una mierda por eso.
Arqueo las cejas.
―Theo... me devolviste a Laura para despedirme. Has seguido con el caso,
trabajando noche tras noche. Más que eso, has sido un buen amigo.
―¿Un amigo? ―se hace eco.
―Bueno, no creo que los desconocidos donen toda su biblioteca a gente al
azar o se queden hasta que sale el sol para discutir teorías locas sobre libros.
Eso es lo que hacen los amigos.
Su sonrisa es una suave brisa vespertina que calienta el caparazón de mi
corazón. A pesar de su carácter torpe, Theo es una presencia tranquilizadora.
Tranquilo, reservado, observador. Pero en el fondo, temible a su manera.
―¿Tú también eres amigo de los otros?
―¿Qué otra cosa podría ser? ―Respondo en voz baja.
Por una vez, no vacila ni duda de sí mismo.
―He visto cómo te miran todos.
Su mano sigue enredada en la mía, temblando ligeramente con cada
palabra. La ansiedad le invade como una carga estática.
―No sé qué quieres que te diga.
―Yo... yo... demonios, yo tampoco ―titubea.
Hay algo en el aire cargado que nos encierra en esta habitación, dejando
caer todo lo demás. Una emoción. No sé lo que es. Los otros no me miran
como lo hace Theo.
―¿Puedo abrazarte?
Su petición me pilla desprevenida.
―No hace falta que preguntes. ―Sonrío tímidamente―. Pero sí, estaría
bien.
Me ofrece su pequeña sonrisa, me suelta la mano y se acerca hasta que su
camisa de franela verde me aprieta la nariz. Sus brazos son
sorprendentemente fuertes bajo la holgada ropa que lleva, enjutos y
musculosos.
Respiro su aroma a menta, mezclado con la familiaridad del pergamino y
los libros antiguos. Es como entrar en una biblioteca y ser acogido en sus
cálidos y confortables brazos.
Donde Leighton me hace reír hasta que me dan ganas de llorar, Enzo me
trata como si fuera un artefacto precioso al que hay que querer y proteger.
Hunter me excita, me hace sentir bella y poderosa.
Pero Theo... con él, me siento en casa. Segura. Envuelta en suaves mantas
y a la relajante luz del fuego, con las páginas de un libro extendidas sobre mi
regazo. Él es los brazos acogedores de la familia que siempre quise.
Su aliento me revuelve el cabello.
―Te sientes bien.
Aprieto los brazos alrededor de su estrecha cintura.
―¿Vives en una biblioteca o algo así? Siempre hueles a libros.
―¿Eso es malo? ―Se ríe entre dientes.
―Definitivamente no.
―Mi despacho es un poco como una guarida. ―Siento sus dedos recorrer
mi espalda―. Me gustan más los libros que las personas.
―Me parece justo.
Sumidos en el silencio, nos abrazamos con fuerza. No hay presión para
separarnos ni para hablar. Me concentro en la sensación de Theo
acariciándome la espalda, su respiración se suaviza a medida que su
ansiedad se desvanece.
Cuando me suelta, parece que ha pasado una eternidad. El mundo se ha
acabado a nuestro alrededor, ha sucumbido a los estragos del tiempo, y
somos los dos últimos humanos que quedan en esta existencia.
Me mira... como si yo fuera todo su mundo. Eso me aterra y me excita
tanto. Quiero sumergirme en su mirada de ojos azules y dejarme consumir
por las olas oceánicas.
―Hace mucho que no lo hago ―admite con un rubor adorable―. Gracias
por no extrañarte.
No puedo evitar reírme.
―¿Me conoces? No estoy seguro de que raro sea una etiqueta lo bastante
fuerte para lo que pasa aquí arriba. ―Me señalo la cabeza―. Si necesitas más
abrazos, ya sabes dónde estoy.
Le brillan los ojos.
―Puede que te tome la palabra. Escucha, los demás me están esperando.
Debería volver abajo.
―Necesito encontrar a Leighton. Me va a llevar a casa.
Asintiendo, Theo me ofrece de nuevo su mano, pero esta vez no tiembla.
Hay seguridad en la forma en que sus dedos se unen a los míos.
―Vamos a encontrarlo juntos.
Harlow

algo del todoterreno tintado y me echo la mochila al hombro. La


lluvia cae en gruesas cortinas, empapando el asfalto liso bajo mis
botas de cuero. La nieve no ha durado mucho.
Ha llegado el momento.
Vamos al norte.
El extenso aeropuerto es un espectáculo desconcertante. Hay enormes
aviones aparcados en hileras ordenadas, que se elevan por encima de mí
como grandes bestias de acero. Todo aquí es enorme, desde los kilómetros
de pista hasta los relucientes edificios de cristal de las terminales situadas
detrás de nosotros.
Enzo sale del coche y me roba la mochila antes de que pueda protestar.
―¿Estás bien?
―Sí ―respondo rápidamente.
―¿Estás segura?
No he podido comer ni beber nada, ni siquiera en la cena de anoche. Todo
me sabe a ceniza en la boca. Dormir también ha sido imposible, así que voy
con el estómago vacío.
―¿Harlow?
―Sólo necesito algo de espacio.
Enzo se aclara la garganta.
―De acuerdo entonces.
Hace un gesto silencioso con la cabeza a los distintos agentes que están en
formación mientras nos acercamos a ellos. Todos visten uniformes negros,
llevan pistoleras visibles y tienen expresión seria.
―No pasa nada por tener miedo ―intenta de nuevo mientras cruzamos el
asfalto―. Todos estamos aquí para ayudarte a pasar los próximos días.
No respondo.
Por una vez, quiero que Enzo se mantenga lo más lejos posible de mí. Es
demasiado bueno sacándome la verdad. Si voy a mantener la compostura,
necesito guardar cada pedazo roto y feo de mí dentro.
Un paso en falso y todo se desmoronará. Mis secretos están
peligrosamente cerca de devorarme en un horno infernal y codicioso.
Mantenerlos dentro va a requerir cada gramo de control que tengo.
Tomaremos el avión privado de Sabre para el corto vuelo hacia el norte.
Su logotipo está impreso incluso en el ala reluciente. Enzo me hace un gesto
para que me adelante y yo subo tímidamente los estrechos escalones.
En su interior, la riqueza y el poder se reflejan en asientos de cuero color
crema, paneles de madera oscura y un bar repleto de diferentes licores. Dos
filas de asientos intercalan un amplio pasillo enmoquetado.
En la parte de atrás del avión, un grupo de gente bulle alzando la voz.
Siento la mano de Enzo en la parte baja de la espalda, que me guía
suavemente hacia ellos mientras se me agarrotan los pulmones.
Se callan y varios ojos se posan en mí con curiosidad. Reconozco
inmediatamente a un par de ellos. Becket y Ethan custodiaban mi habitación
del hospital, y me ofrecen sonrisas de saludo.
Los otros dos que están con ellos también saludan con sonrisas amistosas.
Se presentan como Tara y Warner, los últimos miembros del equipo
Anaconda.
Enzo deja mi mochila en un asiento vacío.
―Harlow, tú tampoco has conocido aún oficialmente al equipo Cobra.
También ayudaron en Devon.
Logro asentir torpemente.
―Hola a todos.
Apretado en un asiento de la ventanilla, un hombre rubio y sonriente me
saluda con la mano. Va elegantemente vestido, con una camisa blanca y
nítida que realza sus amables ojos color avellana.
―Hola, Harlow. Nos conocimos mientras estabas inconsciente. Soy Kade.
―Señala a la persona que está a su lado―. Este es mi hermano, Hudson.
Su hermano no habla, sino que asiente con la cabeza. Los tatuajes que le
llegan hasta la garganta y los múltiples piercings faciales que lleva bajo el
cabello desordenado de color negro le dan un aspecto intimidatorio.
―Ignora a éste. ―Una voz femenina se ríe―. Es un osito de peluche en
realidad, debajo del exterior emo.
La mujer de cabello platino se levanta de su asiento y me mira expectante.
Parece de mi edad, pero es fuerte y nervuda como un marine entrenado. Sus
vaqueros rotos hacen juego con la chaqueta de cuero desgastada que lleva
sobre los hombros.
―Soy Brooklyn. ―Intenta sonreír, pero parece un poco extraña en su
boca―. Enzo me ha hablado mucho de ti.
―¿Él... lo hizo? ―Respondo con ansiedad.
―Sabía que esta presentación era una mala idea ―refunfuña Enzo detrás
de mí―. Brooke, guárdate cualquier historia embarazosa para ti o búscate
otro trabajo.
Ella le sonríe.
―No eres divertido. Ven a sentarte a mi lado, Harlow. Tengo muchas
historias jugosas que contarte sobre este trozo de carne.
―¿Yo? ―Tartamudeo.
Brooklyn palmea el asiento vacío a su lado. Tomo aire, muevo la mochila
y me deslizo hasta el asiento vacío. Kade y Hudson se sientan detrás de
nosotros, dejando que Enzo se desplace más al fondo en el avión.
Le veo irse con un suspiro de alivio. Hunter, Leighton y Theo se
amontonan a bordo con varias bolsas de equipo, preparándose para el
despegue. Me ven con Brooklyn y todos parecen relajarse un poco. Está claro
que confían plenamente en ella.
―Odio volar ―admite en voz baja―. Aunque el bar está bien surtido,
supongo. Eso es una ventaja.
―Nunca he volado antes.
―Esto es más agradable que un vuelo comercial, así que estás de suerte.
Es mejor sentarse con nosotros que con el capitán Cockblock10.
Me ahogo en un suspiro.
―¿Perdón?
―Dijo que no le avergonzáramos. ―Kade asoma la cabeza entre los
asientos con una sonrisa cómplice.
―¿Y? ―replica ella.
―No me interpondré entre tú y Enzo cuando venga a romperte las piernas
por contar esa historia. Me gustaría mantener mi cara intacta.
―Maldita sea ―maldice Brooklyn―. ¿Por qué debería casarme contigo si
no me defiendes de los idiotas rompepiernas?.
Le alborota el cabello hasta los hombros.
―Porque soy un partidazo, amor. No te quejes. Defenderemos tu honor

10 Bloquea Pollas.
contra cualquiera menos contra él.
Kade desaparece entre los asientos y no puedo resistir una mirada. Tiene
un portátil en equilibrio sobre el regazo mientras reanuda su trabajo. A su
lado, Hudson mira con el ceño fruncido a los hombres que pululan por la
pista.
El peligro parece aferrarse a él, envolviendo toda su pétrea personalidad
en una nube amenazadora. Cuando me pilla mirando, me sorprende la
pequeña sonrisa tranquilizadora que me dedica.
―¿Estás lista para esto, Harlow?
―Yo... eso espero.
Hudson inclina la cabeza.
―Ninguno de nosotros va a dejar que nadie te haga daño. Quédate con
nosotros. Estarás bien.
―Tiene razón ―dice Brooklyn a mi lado―. No vas a entrar en ese bosque
sola. Tienes a cada uno de nosotros a tu lado.
Me vuelvo hacia ella y me retuerzo las manos sudorosas. Estas personas
no me conocen, pero están arriesgando sus vidas para mantenerme a salvo.
Si les pasa algo, será culpa mía.
―Es peligroso ―recalco―. El pastor Michaels te hará daño para llegar a
mí. No sabes las cosas que ha hecho.
―No nos hacen daño tan fácilmente. ―El hombro de Brooklyn choca con
el mío―. Este imbécil no es el primer monstruo al que nos enfrentamos.
En sus ojos brilla algo oscuro y siniestro. Puedo ver a los demonios
moviendo los hilos detrás de su sonrisa tensa. De algún modo, los controla.
Todo en ella es tranquilo y seguro, con un aire de autoconciencia. Pero a
través de ella, la amenaza de la violencia es palpable. De un modo extraño,
me siento segura a su lado.
―Harlow. ―Ella extiende su mano, con la palma hacia arriba―. Estás
haciendo lo correcto al venir. Creo que es valiente. Si encontramos al
sospechoso, le haremos pagar por todo lo que ha hecho.
Me muerdo el labio y pongo mi mano sobre la suya. Su palma, cálida y
seca, contrasta con mi piel húmeda. Me abraza con fuerza antes de soltarme.
―¿Lo prometes? ―Digo en voz baja.
Su sonrisa es como la de un tiburón.
―Promesa de meñique.
Cuando se carga el último equipo y se cierran las puertas, el zumbido del
motor empieza a retumbar bajo nosotros. Se me cierra la garganta mientras
me abrocho el cinturón de seguridad y lucho por mantener la calma.
Brooklyn saca su teléfono y conecta unos auriculares. Cuando me ofrece
uno, lo acepto con cautela.
―El despegue no es tan malo ―susurra conspiradoramente―. Cierra los
ojos y concéntrate en la música.
Me lo pone en la oreja, sube el volumen de la música rock, apoya los pies
en las botas y cierra los ojos. La imito y dejo que el avión se aleje.

― alrededor de todo el mundo.

Afuera de varias furgonetas negras de apoyo, el estacionamiento


acordonado con cinta policial iluminada con luces azules intermitentes, se
reúne nuestro grupo. Ocho policías y un nutrido ejército de agentes de Sabre
permanecen en el linde del bosque, vigilando el perímetro y preparados para
intervenir si los necesitamos en cualquier momento.
Hay un helicóptero zumbando en el aire por encima de nosotros en caso
de emergencia, y el zumbido de estos pequeños aparatos negros, parecidos
a grandes cigarras metálicas, rodea el perímetro. Theo los llama drones,
signifique lo que signifique.
Hunter se abrocha el chaleco antibalas sobre el impermeable.
―Vamos a dividirnos en tres equipos para cubrir más terreno. Yo,
Brooklyn, Enzo y Harlow tomaremos el camino central con Fox en las
comunicaciones.
Hudson inspecciona varios cuchillos muy afilados antes de guardarlos en
su chaqueta y me hace un gesto con la cabeza. Brooklyn ya está armada, su
chaleco abultado con dos pistolas y un arsenal de cuchillos.
―Ethan, Tara, Kade y Theo tomarán la ruta este ―continúa Hunter―.
Estarán apoyados por Rayna en las comunicaciones.
Es extraño ver a Theo vestido y calzado como los demás. Su habitual
camisa de franela y sus vaqueros desteñidos han desaparecido, sustituidos
por pistolas y una férrea determinación. Sonríe cuando nuestros ojos se
cruzan.
―Por último, el camino occidental. Becket, Hudson, Leighton y Warner,
con Liam en comunicaciones. Cada equipo tiene un socorrista entrenado, y
el equipo médico estará a la espera con la policía local.
Enzo se adelanta mientras todos se reúnen en sus equipos. Está
aterrorizando en modo de trabajo, rugiendo a varios agentes para que
organicen el equipo y establezcan cordones.
―Tenemos apoyo aéreo vigilando por infrarrojos todo el bosque
―añade―. Comunícate, mantén los ojos abiertos y dispara a matar.
―Queremos a los perpetradores vivos ―le corrige Hunter con una mirada
aguda―. Tienen mucho por lo que responder. Sin fuerza letal.
Enzo refunfuña, pero acepta a regañadientes. Una vez establecidas las
reglas, distribuidos los mapas y colocados los auriculares, todos se preparan
para partir. Quedan quince kilómetros por recorrer y unas seis horas de luz.
Vamos a contrarreloj. El premonitorio bosque que nos rodea está
empapado de malicia, envuelto en oscuridad y niebla. Nadie quiere estar allí
cuando el sol se rinde.
Antes de partir, Theo se me acerca. Tiene un aspecto asombrosamente letal
mientras guarda una pistola en su funda.
―Cuídate, ¿de acuerdo? ―dice en voz baja―. Todavía tenemos que
discutir Jane Eyre esta noche. Asegúrate de volver de una pieza.
―Tú también. ―Tiro de él en un abrazo rápido, con cuidado de no
perturbar sus armas―. Cuidense unos a otros.
Detrás de él, Leighton espera su turno. Me aplasta contra su pecho con
tanta fuerza que chillo del susto. Hoy no hay ni rastro de sus habituales
sonrisas juguetonas ni de sus bromas.
―Odio esto ―murmura contra mi cabello―. Hunter y Enzo te
mantendrán a salvo. Solo... no te arriesgues, ¿de acuerdo?
―Lo tengo, Leigh.
―Lo digo en serio.
Me suelta, ignora a todo el mundo y presiona sus labios contra los míos.
Me quedo inmóvil, asustada, pero él lo hace breve y dulce.
―Lo siento ―dice en voz baja―. Tuve que hacerlo.
Mientras se aleja, Leighton ignora las miradas asesinas que le dirigen
Hunter y Enzo. Theo parece más sorprendido y quizás un poco intrigado. Se
reincorporan rápidamente a sus respectivos equipos.
Me aclaro la garganta y encuentro a los demás en la linde del bosque.
Brooklyn comprueba dos veces mi chaleco antibalas, asegurándose de que
los otros dos no miran mientras desliza una navaja en el bolsillo.
―Por si acaso. ―Guiña un ojo.
―Gracias.
―¿Sabes usarla?
Le devuelvo una pequeña sonrisa.
―Bastante bien.
―Bueno, está bien entonces. Pongamos este espectáculo en marcha.
¿Caballeros?
Enzo y Hunter comprueban que sus auriculares están conectados y nos
intercalan. Salimos sincronizados con los otros dos equipos y nos
adentramos en el silencioso bosque.
El musgo bajo nuestras botas se traga cada pisada. Los altos árboles se
extienden hacia el cielo, proyectando sombras sobre espesos arbustos, rocas
resbaladizas y capas de matorral.
Tras adentrarme un poco, me agacho para acariciar con los dedos el suelo
irregular. El dolor fantasma de las rocas cortando mis pies descalzos destella
en mi mente con el aroma terroso del bosque.
Este lugar es espeluznantemente familiar.
Puedo sentirme corriendo a través de él.
―¿Harlow? ―Hunter se detiene a mi lado―. ¿Todo bien?
Me enderezo y agarro con fuerza la mochila de material médico que llevo.
Es la más ligera y la única que Enzo está dispuesto a dejarme llevar mientras
tengo la pierna dolorida.
Va más adelantado, caminando al mismo paso que Brooklyn mientras
hablan. Ella parece estar mucho más cerca de él que los demás.
―Sí. ―Trago con fuerza―. Este lugar me resulta familiar. Reconozco los
árboles. Son diferentes a los de casa.
Hunter se pone a mi lado.
―Picea de Sitka11. Mi padre solía llevarnos de excursión cuando éramos
niños. Conoce todas las especies.

11 Es una conífera que normalmente alcanza una altura de entre 50 y 70 metros, con un diámetro de tronco de 5 metros.
―¿Te llevas bien con tu padre? ―pregunto al azar.
Subiendo una empinada cuesta, me tiende la mano sobre las rocas
húmedas y cubiertas de musgo.
―A veces ―responde Hunter―. Siempre ha sido muy exigente. Yo
prospero bajo ese tipo de presión, pero fue muy duro con Leighton. No me
gustaba.
―Enzo dijo que luchó cuando era más joven.
―A Leighton siempre le ha costado la familia. Nuestros padres no lo han
visto desde que salió de prisión. Le rompe el corazón a mi madre, pero no
pueden obligarle a verles.
―¿Alguna idea de por qué? ―Trepo por una rama caída.
―No quiere lidiar con su decepción. En su mente, le odian. En realidad,
mis padres sólo quieren recuperar a su hijo. Independientemente de lo que
haya hecho. No les importa.
Enzo grita desde delante y señala un estrecho sendero a la izquierda. Se
guarda el mapa y nos sigue.
―¿Crees que soy una mala persona por negarme a volver a ver a Giana?
―suelto.
Hunter comprueba detrás de nosotros antes de caminar un poco más.
―No, Harlow. Esa es una situación diferente. Tienes derecho a tomarte las
cosas a tu ritmo. Ella seguirá ahí cuando estés lista.
―Pero no es diferente, ¿verdad? Leighton tiene miedo de que sus padres
ya no lo quieran. Con Giana... tengo miedo de no ser la persona que ella una
vez conoció. Y lo que eso significa para mi futuro.
―Tu futuro lo decides tú ―responde―. Independientemente de lo que
quiera Giana. Leighton tiene que hacer lo mismo. Aunque sé que los dos
estaran bien.
Hago una pausa para quitarme el barro pegajoso de las botas y miro el
rostro impasible de Hunter.
―¿Cómo?
Me envía una sonrisa torcida.
―Porque nos tienes a nosotros. Si crees que Enzo, Theo o yo os vamos a
dejarte libre, te equivocas. Somos una familia. Nos apoyamos mutuamente.
La emoción me envuelve. Incluso con el terror abyecto de nuestro entorno
desconocido, no puedo evitar sentirme como en casa en presencia de Hunter.
Ya no me asusta. Me siento completa a su alrededor.
―No estoy segura de merecer una familia ―digo tajantemente.
Me tiende la mano para que la coja.
―Todo el mundo merece una familia, Harlow. Incluso gente jodida como
nosotros. Quizá la merezcamos aún más por esa razón.
Dejo que su mano engulla la mía y acepto su ayuda para superar otro
obstáculo rocoso en el camino. Hunter no me deja ir después. El bosque es
un borrón verde a nuestro alrededor, pero él es el ancla que impide que el
miedo me venza.
Tras un par de horas de búsqueda, nos detenemos para beber agua y echar
mano de las barritas energéticas de la mochila de Brooklyn. Se pone en
contacto con Hudson y Kade a través de nuestros comunicadores y se
muerde el labio hasta que se entera de que están a salvo.
Repasamos el mapa y marcamos con un bolígrafo la zona que hemos
recorrido. La capilla fue abandonada hace tanto tiempo que ya nadie sabe
exactamente dónde está. Los demás tampoco han informado de ningún
avistamiento.
―Probemos más al este, en esta sección de aquí. ―Hunter señala otra zona
de bosque? ―Leí un estudio topográfico de finales de 1800 que mencionaba
que la capilla María Magdalena estaba más allá.
Enzo frunce el ceño.
―Está fuera de curso. Es más difícil que nos lleguen refuerzos si los
necesitamos. Tendrán que acercarse por el otro lado.
Asintiendo, Hunter aprieta los cordones de sus botas.
―Tengo una corazonada. Hay demasiada maleza donde estamos. Estos
árboles son viejos, habrían sido talados para transportar materiales de
construcción durante la construcción.
―De acuerdo. ―Enzo suspira―. ¿Brooke?
Estudia el mapa un segundo más.
―El grupo de Hudson viene desde otro ángulo. Entre nosotros, podemos
despejar toda esa sección.
Todos me miran a continuación. Asiento con la cabeza, impaciente por
volver a ponerme en marcha. Cada segundo miro a mi alrededor, buscando
la sonrisa salvaje del pastor Michaels. Este lugar es escalofriante.
Nos adentramos en el bosque y cruzamos una serie de pequeños arroyos.
El sonido del agua me atraviesa el cerebro y me trae más flashes inconexos.
Aquel día me resbalé y volví a resbalar, vadeando el agua y el barro,
cortándome las manos mientras luchaba por escapar. Los recuerdos son cada
vez más claros. Cojear por un bosque con los huesos rotos era insoportable.
Dos horas más y estamos luchando contra el sol que se oculta. Enzo ha
gruñido varias veces al mapa, ha consultado la brújula que lleva en la
mochila y ha gritado a Fox por el auricular.
Mientras Hunter y Brooklyn se detienen para sacar sus botellas de agua,
acaricio con los dedos la corteza nudosa del árbol más cercano. Parece que
adelgazan un poco, aunque estemos a kilómetros de lo desconocido.
Otro arroyo corre paralelo a la ruta que estamos tomando a través de
arbustos espinosos y árboles altos. Saltando al arroyo, me doy la vuelta y
empiezo a bajar, siguiendo la corriente del agua en lugar de ir tierra adentro.
―¡Harlow! ―Enzo ladra―. Espéranos.
Pero me encanta el rápido fluir del agua, rompiendo sobre las rocas y
alguna que otra rama caída. Hay algo en los árboles y en el musgo
ligeramente más claro que me llama.
Continúo caminando por el centro del arroyo mientras los demás
tropiezan para seguirme. Está frío y resbaladizo, pero sigo vadeándolo,
aunque se vuelve lo bastante profundo como para llegarme a los tobillos.
Se oye un chapoteo cuando Enzo se une a mí.
―Sal de ahí, pequeña. Vas a coger hipotermia a este paso.
―No, tenemos que seguir adelante.
―Oscurecerá en una hora. Vamos a dar la vuelta y reagruparnos en el
borde sur del bosque con el equipo de Theo.
Resopla molesto mientras le ignoro por completo. Me duelen los pies por
el agua fría que se filtra en mis botas, pero eso me hace saltar la alarma. Algo
me está llamando en susurros siniestros.
―El sótano se inundaba mucho ―le revelo―. Cuando llovía muy fuerte,
el agua se iba acumulando poco a poco en el suelo. Parecía filtrarse desde
abajo.
―¿Una fuente de agua cercana? ―Enzo adivina.
Mis pasos comienzan a acelerarse.
―Tarde en la noche, pude oírlo. Goteando, lo suficientemente alto como
para llegar a mí. Me traían cuencos de agua y cambiaban el cubo de mi celda
varias veces a la semana.
―Lo que... requeriría agua ―continúa―. No es algo que encontrarías
corriendo en una propiedad abandonada.
Los otros dos parecen darse cuenta de que hemos dado con algo y saltan
al agua para unirse a nosotros. Cuanto más caminamos, más profundo se
vuelve el arroyo. Ya casi nos llega a las pantorrillas.
―De rodillas, Harlow ―recito mientras nos sumergimos en la
oscuridad―. Si yo no puedo oír tus plegarias, seguro que el Señor
Todopoderoso tampoco.
Enzo me mira con preocupación.
―¿Eh?
La temperatura desciende cuando el sol desaparece. La niebla se levanta,
cubriendo cada hoja y zarza de gotas de humedad. El chorro de agua
acompaña mis oraciones susurradas.
Cuando veo el primer ladrillo de piedra, los últimos tres meses se
desvanecen en un instante. Todas las risas, sonrisas, besos y abrazos han
desaparecido. Robados con silenciosa crueldad. Dios vuelve a reírse de mí.
He vuelto.
Harlow ha vuelto a casa.
―Joder ―maldice Brooklyn detrás de nosotros. ―¿Ustedes también están
viendo esto?
―Sí ―dice Hunter sombríamente.
Me agarro a la gruesa raíz de un árbol y subo por la empinada ladera.
Tengo que dar varias vueltas por la tierra para ponerme en pie. La herida
que me está curando grita de dolor. Los árboles se han reducido aún más,
formando un estrecho claro.
Al salir, Enzo camina unos metros antes de agacharse para estudiar el
suelo.
―Huellas de neumáticos. Son viejas.
A continuación levanta a Brooklyn y la pone de pie. Hunter le sigue, y su
rostro palidece al ver la estructura de piedra que se desmorona delante de
nosotros.
―¿Cómo han pasado un coche por aquí? ―Brooklyn se pregunta en voz
alta.
Hunter señala más adentro en el claro.
―Allí. Algo pequeño podría atravesarlo.
Cuando empiezo a caminar hacia delante, atraída por un hilo invisible que
envuelve mi corazón palpitante, Enzo me pone un brazo en el pecho.
―Ya has hecho bastante ―dice bruscamente―. Déjanos entrar.
Empujo su brazo a un lado.
―Esta es mi casa.
Sus ojos se abren de par en par, nublados por la preocupación. Sigo
caminando, mis botas se hunden en el suelo cubierto de barro a cada paso.
Aún puedo sentirlo entre los dedos de mis pies desnudos desde mi huida
meses atrás.
La capilla es exactamente como la recuerdo. Un trozo aislado de
antigüedad envuelto en una tumba terrenal. Los ladrillos de piedra se están
desmoronando, cayendo en ruinas, y puedo ver la vidriera destrozada en el
lateral del edificio.
―Ahí. ―Lo señalo, maravillado por la altura―. No es de extrañar que me
rompiera el brazo saltando desde allí, de verdad.
El pecho de Enzo retumba con un rugido enfurecido.
―¿De ahí saltaste?
―La puerta estaba cerrada y atrancada por todas partes. No había otra
salida. No iba a sentarme a esperar a que volvieran.
Tras una pausa, los tres desenfundan sus armas. Enzo toca sus
comunicadores una y otra vez, pero la señal finalmente se ha cortado.
Estamos perdidos en el desierto y lejos de la luz del Señor en este círculo
íntimo del infierno.
―¿Qué debemos hacer? ―le pregunta a Hunter.
Estudiando la capilla, Hunter echa los hombros hacia atrás.
―Vamos a comprobarlo. No hay ningún vehículo estacionado. Podemos
encargarnos de lo que haya dentro.
―¿Podemos?
―Sí ―responde Brooklyn, acercándose a mí―. Tengo a Harlow. Vamos a
estar bien. Vamos a movernos.
Con un movimiento de cabeza, extraigo la navaja que guardó en mi
bolsillo y la sujeto con fuerza. Enzo frunce los labios y se lanza hacia delante,
sacando una pequeña linterna del bolsillo de su chaleco.
Cuanto más nos acercamos, más silencioso se vuelve. Incluso el sonido del
arroyo se desvanece. El mal se aferra a cada ladrillo cubierto de enredaderas.
Es una nube piroclástica rezumante que nos consume a todos.
Con la pistola en alto, Hunter se mueve hacia la izquierda, bajo la ventana
destrozada que hay sobre nosotros. Los fragmentos de cristal siguen
enterrados en las hojas podridas que se putrefactan lentamente bajo nuestros
pies.
Losas de piedra tallada marcan la entrada. Subiendo la pequeña
pendiente, casi choco con la espalda de Enzo. Ambos se han detenido,
mirando al frente en silenciosa concentración.
―¿Qué pasa? ―Brooklyn calla.
Hunter amartilla su arma.
―La puerta está abierta.
―¿Y?
Se aparta para que podamos ver lo que hay pintado en la plancha de
madera. Reconozco la Santísima Trinidad al instante. Se ha secado y
descascarillado en algunas partes con el tiempo, pero el líquido marrón
oscuro sólo puede ser una cosa. Reconozco la sangre cuando la veo.
Agachándose para esquivar el macabro cartel de bienvenida, Enzo abre
paso al coto de caza del pastor Michaels. Hunter no deja de lanzarme miradas
aprensivas, pero le ignoro y entro en la capilla.
―Oh ―es todo lo que puedo decir.
Ha sido metódica y catastróficamente destrozada. Todo el mobiliario y las
vidrieras que quedaban están destruidos. Ni siquiera el altar se mantiene en
pie. Parece como si hubiera pasado por aquí una excavadora, decidida a
arrasar.
Después de barrer las habitaciones vacías y la sala de culto principal, Enzo
declara el lugar despejado. Hunter y Brooklyn no bajan sus armas. Está
oscuro como boca de lobo. La oscuridad puede ocultar intenciones
malévolas.
Saco mi propia linterna y sigo el camino que siguieron mis pies manchados
de sangre. De vez en cuando, una mancha roja marca el suelo de piedra.
Puedo distinguir la huella de los dedos de mis pies.
―Harlow ―grita Hunter―. No está sola. Muéstranos dónde está.
Apunto la luz hacia delante, a través de una puerta en arco con nada más
que sombras aferradas más allá.
―Sígueme.
En formación cerrada, me encuentro liderando el grupo. El miedo y las
náuseas se han fundido en una aceptación insensible. Siempre estuve
destinada a acabar aquí. Este sótano y yo tenemos asuntos pendientes.
Con la estrecha escalera a la vista, nos llegan las primeras oleadas de un
hedor que revuelve el estómago. Es maduro, rancio, tan espeso que puedes
saborear las notas individuales de la muerte en la punta de la lengua.
―Hijo de puta ―jura Enzo―. Eso es un cuerpo.
Abriéndose paso hacia delante, Hunter se pone delante de mí.
―Sé que tienes que bajar, pero yo voy primero. Sin discusiones.
Le hago un gesto para que siga adelante. Tragando con fuerza, toma una
última bocanada de aire semilimpio y se sumerge en el sótano. A cada
centímetro, el olor aumenta. Los demonios supuran aquí abajo, en la
oscuridad.
Los escalones gimen bajo mis pies, subrayando el silencio de Hunter al
llegar abajo. No se mueve ni un centímetro más.
―¿Hunt? ―Enzo llama con urgencia.
―Sí ―responde con voz llana―. Está... claro. No está aquí.
Pero algo es, susurra el diablo.
Hunter se hace a un lado para dejarnos bajar. El haz de luz oblicuo de su
linterna atraviesa la sombría nada. Mis ojos tardan un momento en
adaptarse. El mundo exterior me ha mimado con toda su luz disponible
libremente.
―Harlow ―advierte Hunter―. No mires.
Es demasiado tarde. Mis pies se mueven sin que nadie me lo diga,
guiándome de vuelta a la jaula donde pasé trece años de mi vida. Es más
pequeña de lo que recordaba. Todo el sótano lo es. Mi hogar ha encogido, o
yo he crecido.
Pero esta celda ya no me pertenece. Su nuevo habitante se balancea de un
tosco trozo de cuerda atado en el nudo perfecto alrededor de su cuello
esquelético.
La piel, la grasa y los músculos se han fundido en un lodo negro y
maloliente que se adhiere a un esqueleto sin alma. Frente a la puerta rota de
la celda, veo la alianza de oro que se le ha caído del dedo y ha caído al suelo.
―No te engañes ―susurro en el silencio sepulcral―. No hay que burlarse
de Dios, porque todo lo que uno siembra, eso cosechará.
―¿Es Laura? ―Hunter pregunta en un susurro suave.
Sacudiendo la cabeza, señalo la jaula contigua. Su puerta sigue bien
cerrada, manteniendo prisionero a otro esqueleto en descomposición. Faltan
varios huesos, rotos por la puerta de mi jaula, mientras que otro ha sido
enviado a casa para ser enterrado.
Dentro de mi jaula, hurgo en la sustancia viscosa ennegrecida para
alcanzar los restos que cuelgan. Retazos de tela floral están fosilizados en
fluidos corporales en descomposición.
Me agacho, saco la alianza y la sostengo en el centro de la palma de la
mano. Ya me había hecho bastantes cortes en la piel cuando la señora
Michaels me dio una paliza.
Mi voz sale desprovista, sin vida, agotada.
―Hola, madre.
Theo

entado a la luz del árbol de Navidad titilante, veo a Harlow dormir


irregularmente en el sofá de enfrente. Hace una hora, más o menos,
conseguí convencerla de que se tomara un par de somníferos.
Da un respingo, grita en sueños y se agarra el cuello, como si alguien
invisible la estuviera asfixiando. Me acerco corriendo y la sacudo
suavemente para despertarla del sueño.
Harlow aspira hondo antes de dejarse caer de nuevo. En lugar de volver
al sofá, me hundo en la alfombra frente a ella, manteniéndome a una
distancia que me permita tocarla cuando se produzca la siguiente.
Los ojos se me ponen pesados después de un rato, obligados a cerrarse por
el crepitar de las llamas del fuego, pero la vibración de mi teléfono me
devuelve a la normalidad. Me acerco a un rincón para contestar.
―¿Hunter?
―Sí ―gruñe sin saludar―. Escucha, estamos terminando las cosas aquí.
Los forenses han extraído los cuerpos. Volaremos de vuelta con ellos
mañana.
―Vale, bien. ―Apoyo la frente en la pared―. Harlow finalmente se fue a
dormir. Me estoy turnando para vigilar con Leighton.
―¿Cómo está?
―No está bien. ―Mi voz se llena de emoción―. Estaba catatónica en el
vuelo. No hablaba con nadie. Ni siquiera Brooklyn pudo sacarla de ahí.
Maldice.
―Todo esto es un desastre. Llamaré a Richards para que haga una visita
de emergencia.
―¿Crees que ayudará?
―No sé qué más sugerir.
Harlow suelta un sollozo estrangulado detrás de mí y yo corro de nuevo
al sofá, haciéndola callar rápidamente. Su mano aprieta mi camiseta.
―¿Es ella? ―Hunter pregunta temeroso.
―Sí, está luchando contra el sueño. Los terrores nocturnos parecen
bastante malos. Tal vez sedarla fue una mala idea.
―Quédate con ella ―ordena.
―Obviamente ―respondo―. Lo siento, estoy agotado. Brooklyn dijo que
iba a traer a Jude por la mañana. Quizá pueda ayudar a Harlow.
―Buena llamada. Deberíamos estar de vuelta por la tarde. El
superintendente ha convocado una reunión. Ella está exigiendo una
actualización.
―¿Qué le dijiste?
Hunter se burla, sonando tan agotado como me siento.
―Que tenemos dos cadáveres más y ningún perpetrador. Nos va a
aplastar.
Suspiro con fuerza.
―Recuérdale quién le consiguió ese puto trabajo en primer lugar. Nos lo
debe. Necesitamos más tiempo y financiación para llevar esto a cabo.
―¿Y si no se le encuentra?
La resignación en la voz de Hunter es un puñetazo en las tripas
desconocido. Hacía tiempo que no oía esa derrota. No desde que esperamos
los resultados de su prueba auditiva y nos dijeron que ya no podría oír nada
sin la ayuda que tanto desprecia. Incluso ahora, podría quedarse sordo del
todo.
―No podemos rendirnos, Hunt. Ni ahora, ni nunca. Harlow nos necesita
para llevar esto a cabo. Es su vida de la que estamos hablando.
―Lo sé ―responde escuetamente―. Siempre la protegeremos, pero este
bastardo acaba de masacrar a su propia esposa.
―¿Qué? ―Jadeo.
―La colocación de la soga era incorrecta. Demasiado alta, y estaba
anudada por detrás. El Pastor Michaels colgó a su propia esposa.
―Joder.
―Sí, exactamente. Ya podría estar en el maldita Tombuctú12.
―Entonces... tenemos que cazar su sádico trasero y arrastrarlo de vuelta
aquí para que enfrente el castigo por sus crímenes. Se lo debemos a Harlow.
Hunter permanece en silencio.
―¿La quieres? ―le pregunto.
―¿Qué?
―¿La amas?
Duda antes de responder.
―Tanto que me asusta.
―¿Qué pasa con Enzo? ¿Leighton?
―No lo sé, Theo. Todos haríamos lo que fuera por mantenerla en nuestras
vidas, cueste lo que cueste. ¿Qué hay de ti?
Con el teléfono pegado a la oreja, miro fijamente la cara desencajada de

12 Es una ciudad situada a siete kilómetros del río Níger, capital de la región homónima, en la República de Malí. Pero
coloquialmente se requiere a que se encuentra ya muy lejos el maldito.
Harlow. Tiene el cabello esparcido por los cojines del sofá, dejando entrever
la calva que crece bajo sus capas.
Le paso suavemente un dedo por el cuero cabelludo dolorido e hinchado.
Ya ha dejado de intentar ocultarlo por completo. El vuelo de vuelta a casa
fue desgarrador, viendo crecer el montón de pelo en su regazo.
La impotencia es una vieja amiga con la que no quería reencontrarme. No
podía ofrecerle ninguna pizca de consuelo que fuera más atractiva que el
dolor que ansiaba.
―Me preocupo por ella ―respondo a su pregunta―. Más de lo que creía
posible después de lo de Alyssa. Quiero que esté bien. Quiero ser quien la
haga feliz, sea de la forma que sea.
Hunter respira por la línea.
―Entonces supongo que está decidido. Esto no es un callejón sin salida en
la investigación. Es sólo el principio.
―Bueno, hay una cosa más.
―¿Qué pasa?
Agarro el teléfono con más fuerza.
―Harlow murmuraba un poco cuando la subimos al avión. Dijo que...
mató a Laura. La estranguló para que no sufriera y muriera lentamente.
Hunter inhala bruscamente.
―Eso no puede estar bien.
―Eso es todo lo que sé.
―Estoy seguro de que estaba fuera de sí y desencadenado por volver allí.
Podemos averiguarlo cuando los demás lleguemos a casa. Suena como un
paseo sin sentido para mí.
―De acuerdo, la vigilaré de todos modos. Mantente en contacto.
Terminamos la llamada rápidamente. Hunter está lidiando con la policía
local y un circo mediático que se ha enterado de nuestra enorme presencia
en el norte. Volará de vuelta con Enzo por la mañana.
Al oír el chasquido de la ducha en el piso de arriba, ajusto la manta
alrededor de los hombros de Harlow y me dirijo a la cocina para calentar la
lasaña que Brooklyn nos ha traído esta mañana.
Mientras rebusco condimentos en la nevera, el sistema de seguridad del
vestíbulo se descontrola. La botella de aliño para ensaladas que llevo en la
mano se estrella contra el suelo de baldosas mientras corro hacia la puerta.
―Mierda, mierda, mierda.
Se ha activado la alerta de emergencia. Alguien ha intentado introducir el
código equivocado varias veces y ha estropeado el escáner de retina. Los
pasos de Leighton saltan sobre varias escaleras mientras baja.
―¿Qué está pasando? ―grita.
―Intruso en la puerta principal. ―Rápidamente desbloqueo el sistema y
compruebo la cámara―. Hay alguien ahí fuera. Aunque no puedo ver una
cara.
―Mierda. ¿Qué hacemos?
―Quédate aquí. Voy a comprobarlo.
―¡No, Theo!
―Quédate aquí ―repito alzando la voz.
Tomo la pistola que Hunter guarda en el cajón inferior de la consola, una
de las muchas que hay en la casa, y salgo a la calle bajo la lluvia. Las luces
están encendidas, iluminando el camino de entrada vacío.
Hay una sombra desplomada justo al otro lado de la puerta, temblando
tras haber renunciado a abrirse paso. Con el arma en alto, me acerco con
cuidado.
―¿Quién coño eres? ―Grito.
Nada.
―Levántate o disparo. Estás invadiendo propiedad privada.
Si es un periodista, le daré un rodillazo por la maldita emoción de hacerlo.
No me sorprendería que Sally Moore enviara a uno de sus incruentos
compinches a pescar una actualización.
La figura se levanta por fin y utiliza la verja para incorporarse. Se
tambalea, está claramente ebrio y viste ropas raídas que no desentonarían en
un vagabundo. Cada centímetro de su cuerpo tiembla por el esfuerzo.
―¡Explícate! ―Le grito.
Al no obtener respuesta, amartillo la pistola en señal de advertencia. Me
echa un vistazo y se desploma inconsciente. Estoy a una fracción de segundo
de disparar cuando unos pasos apresurados golpean la lluvia detrás de mí.
―¡Theo, espera!
Harlow se tambalea por el resbaladizo camino de entrada, empapada y
con los ojos desorbitados mientras escapa del abrazo de Leighton. La agarro
por la cintura antes de que pueda pasar corriendo a mi lado.
―¡Vuelve a la puta casa! ―Le grito.
―No, no ―grita ella―. ¡No puedes dispararle!
Me clava el codo en el estómago, se libera de mis brazos y cae de pie.
Recupero el sentido lo bastante rápido como para impedir que me robe la
pistola que tengo en las manos.
―¡Harlow, detente!
―¡No disparen ―Se vuelve para mirar al desconocido desplomado,
tímida e insegura―. Creo que es mi verdadero padre.

Continuará en... Skeletal Hearts (Sabre Security nº 2)


White Noise – Badflower
Holding Out For A Hero – Nothing But Thieves
Natural Born Killer – Highly Suspect
The Raging Sea - Broadside
Dead Letter & The Infinite Yes – Wintersleep
Even In The Dark – jxdn
New Eyes – Echos
Conversations – Juice WRLD
Heart-Shaped Box – Ashton Irwin
Come Undone – My Darkest Days
Speaking Off The Record – Hotel Mira
Without You – PLTS
Manic Memories – Des Rocs
Scavengers (Acoustic) – Thrice
.haunted. – Dead Poet Society
The Madness – Foreign Air
(if) you are the ocean (then) I would like to drown – VIOLET NIGHT
Someone Somewhere Somehow – Super Whatevr
Midnight Demon Club – Highly Suspect
Bad Place – The Hunna
The Search – NF
Family – Badflower
Won’t Stand Down – Muse
Pray – jxdn
Keeper – Reignwolf
How – Marcus Mumford & Brandi Carlile
Last Night I Watched Myself Sleep and I Saw Things That I Wish I Could Forget –
Aurora View
I Never Loved Myself Like I Love You – Dead Poet Society
Sunny Side Down – Sad Heroes
Vaccine – hometown & young
Eyes on Fire – Blue Foundation
Burning The Iron Age – Trade Wind
Corpse Roads – Keaton Henson
La historia de Harlow me llegó en un sueño febril hace más de un año.
Estaba en un momento de mi vida en el que necesitaba saber que hay gente
buena ahí fuera. No héroes, sino personas capaces de tomar algo
intrínsecamente roto y recomponerlo.
Hunter, Theo, Enzo y Leighton nacieron de esa salvaje esperanza.
Escribí este libro para todos los que se sienten rotos de vez en cuando.
Aquí no se juzga a nadie. He llegado a creer que todos estamos un poco
jodidos. La vida sería aburrida si todos estuviéramos cuerdos y sanos,
¿verdad?
Acomódate y únete al club de los jodidos.
Tenemos camisetas.
Gracias a todas y cada una de las personas de mi equipo que me han
ayudado a mantener unidos mis pedazos rotos mientras me destrozo cada
vez que me siento a escribir un libro. Esta carrera es un proceso constante de
destrucción y renacimiento, lo juro.
No se lo reconozco lo suficiente, así que Eddie, este libro es para ti. Gracias
por ser mi roca y fuente constante de estabilidad. No veo la hora de ser tu
esposa, aunque hayas tardado siete años en pedírmelo. Brindo por siempre,
cariño.
Kristen, me haces seguir adelante cada día. Cada vez que publico un libro,
digo lo mismo aquí porque es verdad. No estaría cuerda y seguiría
escribiendo sin que tú fueras mi mona maestra. Te quiero, esposa.
A las fabulosas personas de mi equipo: mi asistente personal, Julia, que es
una supermujer y mantiene mi caos a raya. A mi increíble editora,
Mackenzie, que nunca deja de animarme. Lauren, mi correctora, mi bella
amiga y una superestrella en todos los sentidos, que se merece una medalla
por aguantarme. Todos los miembros de mi equipo de calle y de ARC
necesitan un gran aplauso.
Gracias a Lilith por ser la mejor amiga que una chica puede pedir. No sé
cómo me las arreglaría sin tu voz semi-psicótica a diario. Te quiero, Excel
Freak.
Lola, mereces una mención especial por llevarme de la mano durante las
pesadillas (literalmente, y lo sigo sintiendo mucho, por cierto) y por
acompañarme en aventuras americanas locas, borrachas y llenas de lágrimas.
Gracias por estos bonitos recuerdos.
Y por último, tengo que dar las gracias a todos los que me apoyan y me
inspiran en el loco mundo de la literatura. Dani, Rosa, Emma, Zoe, Sam...
todos me habéis apoyado mientras me volvía loca escribiendo este libro.
Joder, tengo unos amigos increíbles.
Nuestra comunidad es realmente hermosa. Me siento privilegiado por
formar parte de ella.
Hasta la próxima,
Mantente salvaje. Nos vemos pronto para Skeletal Hearts.
J Rose x
J Rose es una autora independiente de novela negra del Reino Unido.
Escribe historias desafiantes y llenas de angustia, desamor y personajes rotos
que luchan por ser felices para siempre.
Es un ratón de biblioteca introvertido, adicta a la cafeína, aficionada a las
palabrotas y con un apego enfermizo a los personajes de ficción.
No dudes en ponerte en contacto con nosotros en las redes sociales, de J
Rose le encanta hablar con sus lectores.

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