01 - Corpse Roads - J Rose
01 - Corpse Roads - J Rose
01 - Corpse Roads - J Rose
Harlow
Créditos 17. Harlow
Aclaración 18. Enzo
Advertencia de Contenido 19. Harlow
Epigrafe 20. Leighton
Prólogo - Harlow 21. Harlow
1. Harlow 22. Theo
2. Hunter 23. Harlow
3. Harlow 24. Hunter
4. Harlow 25. Leighton
5. Enzo 26. Harlow
6. Harlow 27. Harlow
7. Leighton 28. Harlow
8. Harlow 29. Enzo
9. Enzo 30. Harlow
10. Harlow 31. Harlow
11. Harlow Epílogo - Theo
12. Harlow Playlist
13. Theo Agradecimientos
14. Harlow Sobre la autora
15. Hunter
En terapia, te dicen que uses tus sentidos.
Haz una lista de las cosas que sabes.
Sermones recitados con malicia. Un ritual empapado de sangre. El ardor
de las lágrimas y los sollozos jadeantes de los moribundos. Carne
putrefacta.
Crecí en una jaula, torturada por el siervo más retorcido del Señor
Todopoderoso. La muerte y la desesperación se convirtieron en mis
compañeros cercanos mientras observaba años de matanzas a manos del
pastor Michaels.
Dieciocho chicas. Muertas.
Dieciocho vidas. Acabadas.
Dieciocho futuros. Robados.
Tras años de cautiverio, no reconozco el mundo al que de repente me veo
arrojada. La carretera frente a mí está llena de cadáveres que exigen
venganza desde el más allá.
Yo escapé... pero ellas no.
Ahora, tengo que vivir por ellas.
Seguridad Sabre me ofrece un salvavidas en la oscuridad. Quieren
encontrar al asesino antes que muera otra chica, pero su protección tiene un
precio.
Mi alma debe ser excavada, un recuerdo pecaminoso a la vez.
El cazador se convertirá en la presa.
Nota de la autora: Corpse Roads es un oscuro romance de harén inverso
de acción lenta ambientado en el mismo universo que la serie Blackwood
Institute, que puede leerse primero pero no es obligatorio. Advertencia
completa en el interior del libro.
Este trabajo es de fans para fans, ningún participante de este proyecto ha recibido
remuneración alguna. Por favor comparte en privado y no acudas a las fuentes oficiales
de las autoras a solicitar las traducciones de fans, ni mucho menos nombres a los foros,
grupos o fuentes de donde provienen estos trabajos, y por favor no subas capturas de
pantalla en redes sociales.
e pesa todo el cuerpo mientras bajo las escaleras sin hacer ruido.
Está amaneciendo. Después de casi dos días en cama, me siento
algo más preparada para enfrentarme al mundo.
Ayer me bebí el batido de proteínas que me habían dejado en la mesilla de
noche y me tragué otro puñado de medicamentos antes de volver a dormir.
Nadie me molestó, pero la comida y la medicación se habían repuesto solas
cuando me desperté para orinar.
Me sentí bien durmiendo, sabiendo que por fin estaba a salvo. En cuanto
me rendí al cansancio, se acabó. No pude volver a moverme, apenas pude
cojear hasta el baño antes de volver a la cama.
La cocina está benditamente vacía. Inclino la boca bajo el grifo y bebo
varios tragos frenéticos de agua. Me gotea por la barbilla mientras me lleno
la barriga y me limpio la boca cuando termino.
Agua del grifo. Es una idea descabellada para mí. A menudo tenía que
lamer gotas de las paredes del sótano, dependiendo de las goteras y de la
misericordia ocasional de mis verdugos.
Esta gente lo tiene todo.
Me recuerda todo sin lo que he vivido.
Afuera llueve a cántaros, balas plateadas que caen sobre el suelo en un
chaparrón rítmico. Me acerco a la puerta corredera que da a una exuberante
vegetación hasta donde alcanza la vista. El jardín es precioso.
Lucky trota a mi lado, su aliento empaña el cristal. Le acaricio la cabeza,
giro la cerradura y salgo al aire frío. Lucky echa a correr y salta por el césped
con un aullido.
Mis pies me llevan hacia la lluvia que cae. Con la cabeza inclinada hacia
arriba, puedo atrapar las gotas en la lengua. Su sabor es dulce, a diferencia
del agua pútrida que me sostuvo durante tanto tiempo.
Lucky me encuentra en medio del césped, con una pelota encerrada entre
sus colmillos babeantes. La deja caer justo a mis pies.
―Eres una verdadero blandengue, ¿lo sabías?
Agachándome con los dientes apretados, consigo recoger la pelota y
lanzarla por la hierba. Ella la persigue, sus ladridos satisfechos molestan a
un grupo de pájaros. Los observo alzar el vuelo con asombro.
En lugar de volver a entrar, me tumbo en la hierba mojada para ver cómo
se despierta el mundo. Las vendas ya están empapadas, pero me meto el
brazo escayolado dentro de la sudadera para protegerme.
La lluvia cae con fuerza y rapidez, martilleándome como el golpe de los
puños sobre la carne. Es exactamente como imaginaba. Mi piel se desprende,
capa por capa. Me están limpiando.
Hay un olor extraño en el aire que viene con una lluvia fresca. No me canso
de sentir ese aroma embriagador. Si pudiera, lo embotellaría y lo guardaría
cerca para que no me lo volvieran a robar.
Allí es donde Enzo me encuentra, lo que parecen horas después,
empapada y temblando violentamente, pero más contenta de lo que nunca
me he sentido. Incluso Lucky me ha abandonado y ha vuelto a entrar en casa
para calentarse.
―¿Harlow? ¿Qué demonios estás haciendo?
Su voz me saca del estado de meditación en el que me encontraba. Levanto
la vista y me encuentro con sus furiosos ojos ámbar mirándome fijamente.
―Hola ―respondo con una sonrisa.
Enzo escruta mi ropa empapada y el temblor de mi cuerpo frío. Lleva un
pantalón de pijama holgado y una camiseta de tirantes ajustada que deja al
descubierto su pecho cincelado y cubierto de vello oscuro.
―Oye ―dice―. Estás empapadq.
―¿Y?
―No quiero que vuelvas a enfermar. Entra y caliéntate antes de que pierda
la cabeza.
―Estoy bien aquí. Se está bien.
―Harlow, está lloviendo.
Suspirando, muevo los dedos de los pies en la hierba húmeda.
―Nunca vi el cielo. Llueva o no, es precioso. El viento me hace sentir
menos sola.
―¿Por qué? ―pregunta Enzo con interés.
―Es como si el mundo gritara conmigo.
Cierra los labios, se agacha y desliza las manos por debajo de mis brazos.
Tengo demasiado frío para protestar mientras me acuna contra su pecho,
nuestros cuerpos apretados. Se vuelve para entrar.
―¿Tienes hambre?
Acaricio su camiseta de tirantes, adorando la manta de calor que
proporciona su piel.
―No. He estado bebiendo los batidos que me dejaste.
―¿Cómo sabes que fui yo?
―Porque Hunter me habría despertado y me habría hecho esas preguntas
con las que prometió golpearme.
―Maldita sea, Harlow. Ya lo tienes clavado.
Su pecho retumba, vibrando contra mi mejilla. Debería darme vergüenza
acurrucarme contra él como un osezno. Ahora que estamos dentro, noto el
frío que tengo. Él parece un horno.
―Dúchate ―decide Enzo, llevándome arriba―. Necesitas entrar en calor.
¿En qué demonios estabas pensando?
Mis dientes castañetean entre sí, silenciando mi respuesta. La ducha
parecía tan intimidante cuando llegué; no sé si seré capaz de manejarla.
Tengo miedo de romper algo.
―Me gusta el frío.
―Pero no es bueno para ti ―argumenta.
Enzo me lleva al dormitorio y abre la puerta del baño con el hombro.
Dentro me espera un cuarto de baño moderno y elegante. Los azulejos de
pizarra oscura combinan con los acabados plateados, y el espacio gira en
torno a una ducha a ras de suelo.
Me coloca sobre la encimera, junto a la pila del lavabo. Se me agolpan las
protestas en la garganta cuando Enzo empieza a desenrollar las vendas
embarradas que me cubren los pies, con la mandíbula apretada.
El roce de las yemas de sus dedos contra la parte interior de mis tobillos
hace que una descarga eléctrica me recorra la columna vertebral. Casi grito
en voz alta ante la extraña sensación. Es como si me golpeara con pequeños
y deliciosos relámpagos.
―Tus pies se están curando bien ―murmura, inspeccionando las plantas
de mis pies―. El agua puede escocer algunos de los cortes más profundos.
Me quita las vendas sucias y vuelve a mirar hacia mí. Hay una pizca de
nerviosismo, un desconcertante contraste con la gravedad de su presencia
física. Me encojo de hombros.
―El dolor no me molesta.
―Me molesta. ―La mano de Enzo patina por mi pierna antes de darse
cuenta y retirarla.
En el último segundo, le agarro la muñeca. Enzo parece sorprendido por
mi iniciativa de un mayor contacto. Me siento cómoda con él como nunca
antes.
Inconscientemente, ansío la cercanía, desesperada por evitar el vacío
aplastante de volver a estar sola. Es entonces cuando vuelven los malos
pensamientos. Hago lo que sea para mantenerlos a raya.
―He sobrevivido a cosas mucho peores ―susurro, con el pulgar apoyado
sobre el pulso firme de los latidos de su corazón.
―Ese no es el consuelo que crees que es, pequeña. Sobrevivir es una cosa.
Este es el comienzo de tu tiempo para vivir de verdad.
Aparta su mano de la mía, se aclara la garganta y abre la ducha. El agua
cae en cascada desde un disco plateado en el techo y el chorro caliente crea
nubes de vapor en el cuarto de baño.
―¿Cómo la hago funcionar?
Enzo me dedica una mirada.
―Tira de esta palanca para ajustar la temperatura, y de esta otra para
apagarla. No te quemes.
Me hipnotiza la cascada aprisionada en láminas de cristal esmerilado. Es
como mi propio aguacero. Me encantaría pasar aquí todo el día.
―Buscaré ropa limpia. ―Enzo se retira a la puerta―. La de Leighton
debería servirte hasta que vayamos de compras.
―Estaré bien vistiendo lo que sea. No hace falta ir de compras.
―Necesitas ropa, artículos de aseo, todo.
―No necesito nada ―intento de nuevo.
―¿Por qué estás luchando conmigo en esto?
―Ya me has dado bastante.
Cuando creo que Enzo va a ceder y volver a ser el gigante amable que
conozco, vuelve a cerrar el espacio que nos separa. Su expresión es
tormentosa mientras recorre con sus ojos, lenta y deliberadamente, todo mi
cuerpo tembloroso.
―Eso era antes, esto es ahora. Lo necesitas todo. Te lo conseguiré y te lo
pondrás. ¿Entendido?
Me niego a romper el contacto visual.
―¿Y si no lo hago?
―No estoy acostumbrado a esa palabra, Harlow. Aprenderás pronto.
Cuidamos de los nuestros en esta casa.
Con una última mirada, me deja en paz. Mi corazón amenaza con
atravesar mi pecho mientras le sigo con la mirada. Que Enzo me mande es
diferente a las órdenes que me veía obligada a acatar antes.
La necesidad arraigada de obedecer está ahí, pero sin la atracción del
miedo que todo lo consume. Sé que no me hará daño. No hay oscuridad
dentro de él, escupiendo y retorciéndose en su intento de escapar. He
aprendido a percibirla.
Ahora Hunter, es un rompecabezas completamente diferente. Estoy
bastante segura de que me odia a muerte, incluso después del poco tiempo
que hemos pasado juntos. Sólo soy buena para una cosa para él, información.
¿Qué pasa cuando se la doy?
¿Cuándo termina su protección?
Estos pensamientos me atormentan mientras me escondo en la ducha,
sosteniendo mi brazo escayolado fuera de la puerta en un ángulo incómodo
para mantenerlo seco. Hay todo tipo de botellas alineadas, suplicando ser
olidas.
Me lavo una y otra vez, probando cada fragancia y saboreando el vapor
perfumado. Quitarme el champú del cabello es un reto con una sola mano.
Me roza la parte baja de la espalda con nudos retorcidos.
Después de torcerme el brazo intentando llegar a las puntas, me doy por
vencida. Lavarme el cabello con agua embotellada era más fácil que esto. El
pastor Michaels me ofrecía de vez en cuando el lujo de bañarme,
normalmente cuando le repugnaba el olor que emanaba de mi jaula.
Al salir, evito el espejo empañado y encuentro un pantalón de chándal rojo
oscuro sobre la cama. Son demasiado largos y se me amontonan en los
tobillos cuando me pongo la camiseta blanca de gran tamaño.
Me duelen los pies, pero ya están en proceso de curación, así que no me
molesto en volver a vendármelos. No hay esperanza para mi nido de pájaros.
Intento desenredarlo con los dedos mientras bajo las escaleras.
Sigue lloviendo fuera, oscureciendo el día de invierno en niebla y
penumbra a través de los grandes ventanales. Tras un tímido descenso por
las escaleras, oigo los gritos de alguien.
―Mierda, eso es caliente.
―¿Tú crees? La tostadora no lo enfría, genio.
―Jodidas gracias, Hunt. Imbécil.
―De nada. Vuelve a llamarme así y le diré a tu agente de la condicional
que has estado bebiendo hasta el amanecer casi todas las noches.
―No te atrevas. No estoy por encima de asesinarte mientras duermes.
De espaldas a mí, Hunter se sienta en la barra del desayuno. Por primera
vez, me fijo en los oscuros remolinos de tinta que asoman alrededor de su
cuello. No sabía que tuviera tatuajes.
Los intrincados diseños quedan ocultos por la tela azul. Lleva el cabello
castaño suelto con ondas brillantes, a juego con su traje color pizarra.
―Hola ―digo torpemente.
Se sobresalta cuando entro cojeando y me observa con una mirada
persistente. Tiene una complicada hoja de papel en las manos. La palabra
tarda un momento en encajar. Periódico. Esa me la sé.
―Jesucristo. Que sea cereal.
Girando sobre sí mismo, los ojos del novato brillan de sorpresa. Va vestido
con un pantalón de chándal ajustado y una camiseta musculosa que deja ver
su cuerpo bronceado y delgado. Es más bajo que los otros dos, pero fornido
y bien construido.
Me fijo en las gruesas cicatrices de sus nudillos, que contrastan con la
sonrisa infantil de sus labios. Tiene el cabello desgreñado y muy crecido,
cubriéndole las orejas con ligeros rizos del mismo tono que las ondas de
Hunter.
Apoya el codo en la barra del desayuno y me mira con un brillo divertido
en sus ojos verde bosque.
―Vaya, pero si es Ricitos de Oro. ¡Resucitada de entre los muertos!
Hunter resopla mientras vuelve a centrar su atención en el periódico,
despidiéndonos a ambos.
―No sé qué significa eso.
―¡Habla! ―Desata una sonrisa de megavatio―. Soy Leighton, el hermano
más guapo de Hunter. Lo siento por, herm... ya sabes. la otra noche.
―¿Tratando de meterte en la cama conmigo?
Su sonrisa fácil se ensancha.
―Sí, eso.
―Tienes suerte de que Enzo no te noqueara ―comenta Hunter―. O peor.
Estaba en su derecho de dispararte.
Leighton flexiona orgulloso sus bíceps.
―Creo que podría con él. ¿Qué dices, Harlow? Creo que prefiero a Ricitos
de Oro. Ya sabes, la chica que entra y duerme en las camas de los osos.
Me ahogo en el aire. No tengo ni idea de qué está despotricando. Leighton
me guiña un ojo y vuelve a prepararse el desayuno mientras canturrea en
voz baja.
Al no ver otra opción, tomo el taburete vacío junto a Hunter. Me doy
cuenta de que me está estudiando por encima del periódico mientras hago
una mueca de dolor al sentarme. Los medicamentos que me tomé arriba aún
no me han hecho efecto.
―¿Desayuno, Ricitos de Oro?
Leighton deja un cuenco frente a mí y vierte en él algunos racimos dorados
de una caja de color amarillo brillante.
―¿Qué... ah, qué es esto?
La sonrisa de Leighton vacila.
―¿Eh? ¿Cereales?
―Sigue una dieta estricta del hospital ―dice Hunter con severidad―.
Batidos de proteínas para ganar peso y sólo alimentos ligeros. No tu basura
azucarada.
Leighton pone los ojos en blanco.
―Nadie quiere beber esa mierda insípida. Deja que la chica viva un poco.
Con la mirada fija en el fondo del cuenco, veo cómo vierte la leche y añade
una cuchara de plata. La señora Michaels me trajo leche una vez, cuando
ayudé a limpiar después de una noche especialmente sucia.
Fue la única vez que fue remotamente amable conmigo. Creo que se sintió
aliviada de tener compañía en las oscuras horas que siguieron al ritual.
Cuando resbalé en un charco de orina, volvió a perder los nervios.
―¿Cuáles son tus planes para hoy, Leigh? ―Hunter se abrocha el cuello y
se pone una corbata de seda―. Me voy a la oficina, por si quieres aparecer
por el trabajo.
Leighton arruga la nariz con desagrado.
―Es demasiado pronto para la palabra con «T»4. Voy a reanudar mi
maratón de Greys Anatomy.
―Genial. Suena muy productivo.
―Alguien tiene que sacarle partido a ese abono de lujo que pagas. Es una
dificultad, pero yo asumiré la carga.
Hunter me descubre mientras se levanta, se alisa los pantalones y frunce
el ceño. Presa del pánico, bebo un bocado para distraerme.
Casi se me ponen los ojos en blanco. Esto es una locura. Nunca he probado
nada igual.
―¿Bien? ―Leighton sonríe.
―Es tan... tan...
Me encojo de hombros, incapaz de explicar el sabor de algo que no sea el
alimento más básico para mantener la vida. La atención de Leighton está
firmemente fija en mi boca mientras tomo otra cucharada.
―Nota para mí mismo. A la chica le gustan los bollos de azúcar. Muy
interesante.
No puedo evitar sonreír ante las payasadas de Leighton.
―Me voy ―nos interrumpe Hunter―. Tengo una reunión de inteligencia
en una hora. ―Me lanza una mirada que me quita el apetito―. Tendremos
esa charla más tarde.
Me abrazo el brazo dolorido contra el pecho, asintiendo en silencio.
Leighton le lanza una mirada amarga a Hunter antes de llenar su propio
tazón de cereales.
―Estás matando la diversión. Ve a jugar al agente secreto aterrador. Yo
cuidaré bien de Harlow. ―La voz de Leighton es ligera y burlona―. Estoy
seguro de que podemos encontrar algún problema en el que meternos.
Debería haberme unido a ellas en esta lista mortal. La noche que grabó sus
marcas en mi carne, vi la luz legendaria. Estaba tan cerca, a centímetros. Casi
podía saborearla en mi lengua.
¿Por qué sobreviví yo y ellas no? ¿Con qué propósito me perdonó Dios la
vida? Tiene que haber una razón para todo este dolor y derramamiento de
sangre. No puedo vivir en un mundo donde la oscuridad existe sin ninguna
maldita razón.
―¿Ricitos de Oro? ¿Estás despierta?
Sigo mirando la lista garabateada cuando Leighton entra en mi dormitorio.
Se detiene al final de la cama y observa el papel que tengo en las manos.
―¿Harlow?
Levanto los ojos hacia los suyos.
―¿Sí?
―¿Estás... bien? ―Sus cejas se juntan en un ceño preocupado―. Quiero
decir, no te ves bien. En absoluto.
Cierro el puño alrededor del papel antes de que pueda ver los nombres.
La sangre me bombea tan deprisa que me mareo con el constante e
implacable latido. Es una burla interminable.
Viva.
Viva.
Viva.
Una mano me roza el hombro y me saca de mi aturdimiento. Me levanto
tan rápido que se me doblan las rodillas. Leighton me coge a medio camino
de la gruesa alfombra.
―Woah, tranquila.
Mi mano se agarra al suave tejido de su camiseta azul. Me rodea con los
brazos y caemos de espaldas sobre la cama, perfectamente hecha.
―¿Harlow? ―Leighton repite con urgencia.
―Lo siento ―digo a trompicones―. Perdí el equilibrio.
No afloja su agarre sobre mi cuerpo.
―No me asustes así, Ricitos de Oro. ¿Qué hay en el trozo de papel?
Me fuerzo a relajarme y me dejo abrazar por él. Huele a un tentador cóctel
de limón y lima, y las fragancias se adhieren a su cabello crecido. Me encanta
cómo le cae por las orejas sin ningún cuidado.
―El pasado ―respondo en voz baja―. ¿Ya han vuelto?
―No. ―eighton se mueve, todavía manteniendo un brazo alrededor de
mí―. Enzo envió un mensaje para ver cómo estábamos.
―Han pasado días desde que Hunter se fue. ―Me muerdo el labio con
tanta fuerza que me gotea sangre por la boca―. ¿Qué está esperando? Pensé
que quería... ya sabes, interrogarme.
―Están ocupados con una operación urgente. Yo no me preocuparía.
Cuanto más tiempo esté Hunter fuera, mejor para todos.
Le dirijo una mirada.
―¿Por qué no se gustan?
―Es complicado. ―Se encoge de hombros, sus ojos se desvían―. ¿Vemos
una película o algo? Me aburro.
―Siempre estás aburrido.
Leighton sonríe.
―Me he pasado toda la mañana poniendo la papelería de Hunter en
gelatina. La grapadora está tardando en ponerse.
―Espera, ¿qué?
Por fin se levanta y estira tanto los brazos que se le sube la camiseta. Se me
hace un nudo en la garganta. Veo un destello de sus firmes abdominales,
cubiertos por una alfombra de suave pelusa.
―Ya sabes, ¿como la escena en The Office? Ha sido un capullo
últimamente. Es justo.
Me obligo a apartar la mirada del trozo de piel que me está subiendo el
pulso. Leighton ha sido mi única compañía en los últimos días mientras
descansaba, alternando la siesta, la ducha y la ingestión de batidos de
proteínas con analgésicos.
Le encanta el afecto físico, algo a lo que me costó acostumbrarme. No
estaba preparada cuando el otro día me trajo un queso a la plancha y se metió
en la cama para charlar mientras comía.
Las caricias casuales y los susurros de afecto sin motivo eran
desconcertantes al principio, pero poco a poco me estoy adaptando a la
necesidad constante de Leighton de seguridad y atención. Es una persona
dulce.
―No sé de qué estás hablando, Leigh.
Su nariz se arruga de adoración ante el apodo improvisado.
―Estás de broma, ¿verdad? ¿Nunca lo has visto?
Sacudo la cabeza.
―¿Qué pasa con Friends?
―Como, ¿tenía amigos?
―No. ―Su expresión se vuelve aún más horrorizada―. El programa,
Harlow. ¿Friends? ¿No?
Me arden las mejillas.
―Ni idea.
Maldiciendo en voz baja, Leighton me arrebata el papel antes de que
pueda reaccionar. Me invade el pánico, pero se limita a tirarlo sobre la
cómoda y me ofrece la mano.
―Vamos a rectificar esta situación inmediatamente. No vas a sentarte aquí
y esperar a que Hunter vuelva a casa. Tenemos que ponernos al día.
Me levanta con cuidado, coge la rebeca color mostaza que dejé colgada en
la puerta del armario y me la envuelve. Mi corazón tartamudea ante tan
considerado gesto.
―Enzo tiene que comprarte más mierda ―se queja, cogiéndome la mano
de nuevo―. Las bolsas que compramos el otro día no fueron suficientes.
Me arrastra fuera de la habitación, con su piel ardiendo en la mía como
una marca de ganado. Lo único que huelo es su gel de ducha cítrico, pegado
a su piel en una nube deliciosa y tentadora.
―Compró demasiado.
Leighton me mira de reojo.
―Sí, realmente no fue mucho.
Leighton baja las escaleras con dolor de costillas y respiración controlada
y me guía hasta el estudio. Me dirige hacia el enorme sofá y me deja caer
sobre un nido de cojines.
―Ponte cómoda ―ordena con mirada severa―. Órdenes del médico.
Tomando la otra esquina, Leighton estira sus tonificadas piernas. Está
vestido para una tarde lluviosa, sus sudaderas están bien gastadas y se
ajustan perfectamente a su musculoso cuerpo.
Coge una manta de punto, me cubre con ella y me mima como una mamá
gallina. Su media sonrisa es divertida cuando me retuerzo y evito que me
toque.
―No podemos permitir que te resfríes en mi guardia ―explica―. Enzo
amenazó con montar mi cabeza en un pincho fuera de la casa si no te
mantengo a salvo.
―¿A salvo de qué? ―Hago un gesto alrededor de la habitación―. Este
lugar es una prisión de lujo. Incluso hay gente vigilando nuestra celda.
―Están fuera por seguridad, al parecer. ―Leighton se acomoda mientras
hojea los canales―. ¿Alguna vez has visto una película?
Sus preguntas son siempre sutiles, deslizadas en conversaciones
informales. Poco a poco, mis secretos se van desvelando.
Tarareo una respuesta sin compromiso.
―Eso es un no entonces. Chica misteriosa, me estás matando aquí.
―Tu indecisión sobre mi apodo me está matando ―respondo sin pensar.
Leighton suelta una carcajada.
―¿Qué puedo decir? Eres imposible de precisar, Ricitos de Oro. Algún día
te descubriré.
―Buena suerte con eso.
―¿Es un reto?
―En absoluto.
Al elegir una película, la pantalla estalla en una explosión de color. Los
coches se enfrentan en las primeras escenas, a una velocidad de vértigo y
entre disparos.
―Mierda ―maldice Leighton―. ¿Te parece bien una película de acción?
No pensaba…
Estoy tan embelesado con la pantalla que no le contesto. La escena cambia
y muestra una ciudad rica, vibrante y llena de luces. Estoy tentada de tocar
el televisor, desesperada por experimentar la realidad alternativa que se
esconde entre sus paredes de cristal.
No importa cómo sé que es el artilugio mágico. Como la mayoría de las
cosas, estoy aprendiendo a no cuestionarlo. Hay muchos objetos en esta casa
que me resultan familiares, aunque no recuerde por qué.
―Hunter odia este tipo de películas ―revela Leighton, con su pie rozando
el mío―. Es un amante empedernido de las comedias románticas.
―¿Rom-que?
―Mierda esponjosa.
Me acurruco en la suave manta.
―Hunter no me parece una persona... mmm, esponjosa.
Ahogándose en una carcajada, Leighton me sonríe.
―Me encanta cuando dices exactamente lo que piensas.
―¿Es algo malo?
―Claro que no. Deberías hacerlo más.
Volvemos a centrarnos en la película mientras se desarrolla una escena de
lucha. Me sorprendo a mí mismo viéndola entera, reprimiendo un escalofrío
cuando la sangre salpica contra el fuerte golpe de los puños.
Al final de la película, estoy pendiente del borde de mi asiento y lista para
más drama. Las historias siempre me han fascinado. Mi mundo fue tan
pequeño durante tanto tiempo que aprendí a aferrarme a los retazos que
recibía.
La mayoría de las chicas me hablaron. Algunas me contaron todos los
intrincados detalles de sus vidas. Esperanzas, sueños, pasiones. Vivía a
través de ellas y era la mayor libertad que había sentido nunca.
Leighton tararea en voz baja y cambia de canal. Un grupo de amigos
bromean mientras toman café, un líquido negro y viscoso en sus tazas.
―Eso se ve tan asqueroso.
Vuelve a desternillarse de risa.
―Enzo bebe café como si consumiera heroína. Deberías oler su aliento.
―A mí me olía bien.
Leighton se pone de lado, ignora la tele y me mira a mí.
―Eres un soplo de aire fresco.
―¿Eh?
―Vivimos en un mundo en el que todo el mundo lo sabe todo. ―Sus ojos
verdes me recorren―. Y entra esta preciosa criatura que no sabe nombrar
marcas de cereales ni reconocer una serie como Friends.
Nos miramos fijamente, sin prestar atención al espectáculo. Hay algo en la
forma en que Leighton me mira: un reto casi juguetón, como si me desafiara
a demostrarle que se equivoca.
Me ve de forma diferente a los demás. No me trata como a un cristal roto,
a un segundo de la implosión. Leighton es sensible, pero sigue hablándome
como si fuéramos dos amigos normales, pasando el rato.
―Eres un enigma, Harlow.
―Bueno, no estoy segura de que me guste ese apodo.
Sin dejar de reírse, salta del sofá en un arrebato de energía y desaparece en
la cocina. Cuando vuelve, balanceando dos cuencos de plástico, cojo
rápidamente uno antes de que me lo tire a la cabeza.
―¿Qué es esto? ―pregunto inquisitivamente.
Se sienta unos centímetros más cerca de mí y me indica que me sirva.
Huelo el contenido y me asaltan aromas dulces y salados. Se me hace la boca
agua.
―Palomitas ―dice Leighton alrededor de un bocado.
―¿palo...mitas?
―Como maíz reventado, mezclado con mantequilla y esas cosas.
―Eso no tiene sentido. ¿Te lo estás inventando?
Sacudiendo la cabeza, Leighton coge un trozo de palomitas y lo mantiene
en el aire. Su mano se acerca a mi boca cerrada. Con la comida
presionándome los labios, levanta una ceja en señal de desafío.
―Abre.
―De ninguna manera.
―¿No confías en mí? ―pregunta simplemente.
Incapaz de resistirme a su amplia y pícara sonrisa, cedo y le doy un
mordisco. Los sabores estallan en mi lengua, haciéndome gemir antes de que
pueda contenerme.
―Woah. Esta buenísimo.
―Te lo dije. ―Leighton me da un codazo en el hombro―. Hazlo. Pon algo
de carne en esos huesos.
Volvemos a caer en un cómodo silencio mientras vemos el programa. Es
tan relajante estar con él, más que con los otros. Su intensidad es demasiado
para mí, pero Leighton es como una brisa fresca y agradable en un caluroso
día de verano.
Vuelve a estirar las piernas y se cuela bajo mi manta. Con su rodilla
rozando la mía, tengo que esforzarme por respirar a través del roce
automático de la ansiedad. Aunque me hace sentir tranquila, la confianza
implícita que siento a su alrededor es aún más aterradora.
―¿Harlow? ¿Te importa si te hago una pregunta?
La voz de Leighton es suave y persuasiva, afinada hasta la perfección
melódica. Soy incapaz de resistirme a su canto de sirena.
―Supongo que sí.
―Me preguntaba si me contarías lo que te pasó.
Me atraganto con un bocado de palomitas y me las trago con agua
embotellada. Leighton parece contrito bajo su cabello alborotado y baja los
ojos hacia nuestras piernas cubiertas de mantas.
―Yo no... ah, ¿por qué? ―balbuceo.
―No estoy espiando para Hunter, si eso es lo que estás pensando
―responde con tristeza―. Sólo... me gusta pasar tiempo contigo.
Mi voz se entrecorta.
―A mí... también me gusta estar contigo.
―Bueno, quería saber si hay algo que debería hacer, o algo que pueda
hacer, para ayudarte. Por pequeña que sea.
Sus palabras hacen que el estómago me dé un extraño vuelco que
normalmente se reserva para las suaves miradas de Enzo. Me guardo esa
sensación desconocida en lo más profundo de mi alma pagana.
Los chicos lo dijeron ellos mismos. Esto es sólo temporal. Una vez que
tengan lo que quieren, la siniestra información enterrada en lo más profundo
de mi cerebro, quién sabe adónde me enviarán.
Este pequeño respiro está destinado a expirar. Dejarlas entrar sólo hará
que duela más. Cuando dejé que las niñas se acercaran a mí, mató otro
pedazo fracturado de mi corazón al verlas morir.
―Mi, ah, la gente que, erm... son muy religiosos. De donde yo vengo, claro
―explico con torpeza.
―¿Cómo es eso?
Respiro hondo para armarme de valor.
―El trabajo del Pastor Michaels es castigar a los pecadores. Lo llama
redención, pero no lo es.
―¿Pastor Michaels? ¿Ese es su nombre?
El agotamiento me ha soltado la lengua. A pesar de haber descansado más
de lo que nunca logré en la gélida oscuridad, me siento más agotado que
nunca. Mentir es demasiado duro.
―Sí.
―¿Y ayuda a muchos de estos... pecadores?
Nuestras miradas se cruzan: la azul sobre la verde, la confianza sobre el
terror. Su luz interior llama a mi oscuridad, exigiendo la verdad. Soy incapaz
de ocultar mi tormento interior.
―Sí, muchos ―me ahogo―. Demasiados.
―Lo siento mucho, Ricitos de Oro.
La mano llena de cicatrices de Leighton se extiende y coge la mía. Su piel
áspera y callosa contrasta con su exterior entrañable. Me encantaría saber
cómo se hizo esas cicatrices y qué angustia se esconde tras su fachada.
―Pero ya sabes, ahora eres libre ―añade.
―¿Para hacer qué?
La sonrisa chispeante de Leighton no es arrogante ni está llena de su
habitual confianza fanfarrona. Es sencilla, dulce. Como si estuviera
realmente interesado en ayudarme a reconstruir las ruinas de mi vida.
―Lo que quieras. Puedo ayudarte.
―¿Por qué posible razón? ―Las lágrimas me abrasan el fondo de los
ojos―. No me conoces. Hunter lo dejó claro; sólo soy un trabajo más.
―Eso no es verdad.
―Sí, lo es. Una vez que termine, me iré.
―¿Qué te hace pensar eso? ―Leighton chasquea, su voz se vuelve oscura
y peligrosa.
Tardo un momento en encontrar las palabras adecuadas. Me extasía la ira
que se retuerce en sus iris, que sube a la superficie. La verdad se escapa.
―Porque a la gente no le gusta mirar cosas rotas. Mírame, Leigh. Mírame
detenidamente. Nadie quiere a esta persona débil y estúpida cerca para
siempre.
Su mano sigue en la mía, apretándose como un lazo. No me aparto. Su
mirada se clava en mí, aguda y dolorosa, ardiente de desafío.
―Estoy mirando, Harlow. Te veo.
El calor acuna mi corazón, empezando a descongelar los bordes helados.
Él me ve. Alguien me ve de verdad.
―¿En serio?― Le susurro.
Los labios de Leighton se tuercen en una pequeña sonrisa.
―Así es.
Me aprieta los dedos una última vez, me suelta la mano y vuelve a mirar
a la pantalla, con la garganta agitada. ¿Qué está sintiendo? ¿Qué piensa?
¿Siente lo mismo que yo? No puedo descifrar la emoción en su rostro.
Me quedo mirándole un momento, pensativa. Aún siento un hormigueo
en las yemas de los dedos cuando se enredaron en los suyos, lamentando la
pérdida de contacto. Decido dar un salto hacia lo desconocido.
―¿Leighton?
―¿Sí? ―Me lanza una mirada esperanzada.
Lamiéndome los labios secos, intento encontrar una sonrisa sólo para él.
―Gracias por estar aquí.
Me corresponde sin vacilar, con una sonrisa mucho más brillante y alegre
que la mía. Me deslumbra, me atrapan los devastadores rayos de luz pura
del sol.
―Cuando quieras, Ricitos de Oro. Siempre estaré aquí.
Harlow
6 Inteligencia Artificial.
seguridad.
Empieza a colocar cables y pantallas.
―Muy bien, entonces. Vamos a darle una vuelta a este bebé.
Harlow
Ya he leído antes libros que no debo sobre gente mala. Siempre fingen ser ángeles,
pero son los que más daño te hacen. Los peores demonios de Dios en su disfraz
perfecto.
Invade mi celda con un cinturón negro en la mano. El cuero liso golpea su palma
una y otra vez. Cada golpe me hace retroceder en la jaula que habito desde hace
semanas.
―¿Por qué continúas desafiándome, pecadora?
―No soy una pecadora ―replico―. La abuela dice que soy una buena chica. Por
eso me da helado todos los días. Y mamá me ha dado una estrella de oro por subir otro
curso de lectura.
―Estamos tratando de salvarte. Tu alma se enfrentará a la condenación sin mi
ayuda. Sin embargo, cada día que has pasado aquí, continúas desafiándonos. A tus
padres. ¿Por qué es eso?
Secándome los mocos de la cara, le grito.
―Quiero irme a casa.
―Estás en casa. Ahora somos tus padres.
―¡No! Son gente mala.
―Los impíos siempre condenan a los que amenazan sus placeres indecentes.
Al pastor Michaels le encanta despotricar sobre oscuros versículos de la Biblia que
no entiendo. Durante días, me he tapado los oídos y le he bloqueado. Cuando me
atreví a intentar escapar, me golpeó en la cara.
He oído crujir algo y tengo la cara caliente e hinchada. Ahora me duele al respirar.
Quiero que venga mi mami y me la bese mejor.
―Es la hora. Agáchate, buena chica…
―¡No! ―Grito, agarrando mi camisa holgada―. No puedes obligarme.
Se acerca a mí, me agarra y me inmoviliza contra los barrotes metálicos. Con la
mano que le sobra, levanta la sucia camiseta que me han puesto, dejando al
descubierto mi trasero desnudo. Hace un rato me quitaron las bragas rosas.
―Cuenta conmigo, pecadora.
Su fuerza me obliga a doblar la espalda. Grito cuando el cuero choca con mis nalgas
y la hebilla me muerde la carne.
―¡He dicho que cuentes!
Uno.
Dos.
Tres.
―El que sea digno se alegrará en el reino del paraíso ―canta el pastor Michaels.
Cuatro.
Cinco.
Seis.
―Reza pidiendo perdón y el Señor será misericordioso.
Siete.
Ocho.
Nueve.
―Obedecerás a tus padres o también te quitaremos la camiseta.
Me duele tanto que no puedo retener el escaso contenido de mi estómago. Me
golpea una y otra vez hasta que dejo de llorar y yazco vacía en mi propia sangre y
vómito. La Sra. Michaels no dice nada, observa desde su rincón.
―Ahora soy tu padre.
Encuentro fuerzas para mirarle.
―¡Dilo! ―advierte, con el cinturón preparado―. ¡Dilo!
―Eres m-m-mi padre ―sollozo a ciegas―. Lo s-siento.
―Ya está, ya está, niña. Eso no fue tan difícil ahora, ¿verdad?
Su mano curtida me acaricia el cabello, pegajoso de sangre y sudor. La ternura de
su tacto es petrificante después de tantas palizas horribles.
―Tengo que hacerte daño, Harlow ―susurra el pastor Michaels―. Es la única
manera de salvarte. Pero no te preocupes, ya casi estás ahí. Lo siguiente será fácil.
Estoy demasiado cansada para repetir que Harlow no es mi nombre. No recuerdo
por qué. ¿Cuál es mi nombre? ¿No es Harlow? No sé por qué no me parece correcto.
Ya no importa. Sólo quiero que cese el dolor. Si seguirle la corriente y llamarme
Harlow lo logra, entonces seré la niña buena que él espera.
―Acuéstate ―me indica―. Hora de rezar.
Lo único que veo es el brillo del cuchillo en sus manos, cada vez más cerca de mí.
Estoy demasiado débil para defenderme mientras me corta la camiseta en sucias tiras.
La Sra. Michaels se une a él en mi celda, con las mangas de su vestido de flores
arremangadas. Si vuelve a pegarme, no sé si sobreviviré. Su ira es cruda y brutal.
―Debemos purgar los demonios de tu alma ―recita el pastor Michaels,
arrodillado sobre mí.
―P-Por favor... no me hagas daño.
―Sujétala.
Siguiendo órdenes, la Sra. Michaels se arrodilla detrás de mí. Me sujeta las
delgadas muñecas por encima de la cabeza, usando las rodillas para sujetarme.
Intento mover las piernas, pero cada parte de mi cuerpo me grita que deje de
resistirme. Lo han planeado a la perfección, me han agotado, me han robado la fuerza.
Ahora, no puedo pararlo.
El mal viene por mí.
―En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te purgo de tus pecados.
Puedes ascender al reino del Todopoderoso. Señor, ten piedad del alma de Harlow.
No siento el cuchillo cortando profundamente mi torso. No siento la sangre
brotando de mí con cada intrincado corte, esculpiendo algún tipo de patrón. Mi
mente se desprende, dejándome vagar libremente en la oscuridad.
Ya no soy Letty.
Sólo soy... Harlow.
ué es este lugar?
7 Es una combinación de elecciones, es decir escoges dos o más juegos deportivos y tratas de acertar a los resultados.
ocupado con su llamada telefónica y Enzo ha salido a correr después del
trabajo para relajarse.
Chasqueo la lengua, me uno a Leighton en el sofá y le hago señas a Lucky
para que me siga. Acaba tumbada en el regazo de los dos, mordiendo a
hurtadillas el donut que le da Leighton cuando no la miro.
―Necesitamos una película navideña cursi ―sugiere Leighton mientras
coge el mando a distancia―. Eso nos hará entrar en el espíritu.
―¿Por qué cursi?
―Uh, porque todas las películas de Navidad lo son. Te reto a que
encuentres una sola que no te dé escalofríos.
Le sacudo la cabeza.
―¿Entonces por qué las ves?
―¡Es tradicional! ¡Cuanto más cursi, mejor! Eso es. Empezaremos por lo
mejor, e iremos bajando.
Una hora después, me estoy riendo tanto que creo que me voy a mear
encima. ¿Quién diría que un par de ladrones de casas podrían casi morir
tantas veces, de tantas maneras creativas? desagradable es definitivamente
la palabra correcta, pero secretamente me encanta.
―¿Home Alone8? ¿En serio?― interrumpe Hunter.
Entra en el estudio con los brazos llenos de bocadillos mientras frunce el
ceño ante el televisor. Leighton grita de emoción y extiende los brazos para
recibir la comida.
―Harlow no la había visto.
―Así que pensaste en torturarla con esta mierda, ¿eh? ―Hunter se deja
caer en el sofá, abriendo una bolsa de cacahuetes.
―Cállate, te encantaba cuando eras más joven ―riñe Leighton.
9 Película estadounidense de 1946 dirigida y producida por Frank Capra, basada en el cuento de The Greatest Gift (El mayor
regalo)
Les dije a Fox y Rayna que te cubrieran esta noche.
Theo entra en la habitación.
―Sí, lo hicieron. Phoenix apareció para llevar a los dos hermanos a cenar
a casa. Me robó el portátil y me chantajeó para que comiera con ellos.
Leighton se atraganta con un bocado de chocolate mientras se ríe. Enzo se
acerca a mí para golpearle en la espalda, también sonriendo.
―¿Fuiste allí? ―Hunter pregunta sorprendido.
―Brooklyn cocinado. Lasaña quemada.
―Bonito. ―Enzo se ríe―. Nos trajo un poco a la oficina la semana pasada
y nos observó mientras la comíamos. Hice una actuación digna de un Oscar.
―¿Ahora Brooke también trae el almuerzo? ―Theo levanta una ceja―.
Aposté a que cancelaban el compromiso en los tres primeros meses. Maldita
sea.
―Me deben veinte libras ―señala Hunter―. Tengo más fe en ellos.
Conseguiremos casarla con todos ellos.
Quitándose los zapatos mojados, Theo entra tímidamente en el salón.
Cuando sus ojos azules me miran, su sonrisa se ilumina.
―Hola, Harlow. ¿Cómo te sientes?
―Bien, gracias. Anoche terminé El retrato de Dorian Grey, así que tenemos
que discutirlo.
―Sacaré mi copia de repuesto ―dice alegremente―. Han pasado unos
cuantos años. Ahora ve a por Frankenstein. Te encantará.
―Jesucristo ―maldice Leighton―. Malditos empollones por todas partes.
Que alguien me mate.
―Cuidado con lo que deseas ―amenaza Enzo―. Bonita camiseta rosa, por
cierto. Muy masculina.
―Estoy totalmente en contacto con mi masculinidad, muchas gracias.
Métete con mi ropa otra vez y te afeitaré las cejas mientras duermes.
―Niños, ahora mismo ―Hunter se levanta y se estira―, voy por una
cerveza y a desenterrar los menús de pizza.
Cuando desaparece, me escabullo entre el par de idiotas que discuten y
me acerco a Theo. Está torpetemente de pie, demasiado nervioso para
sentarse con nosotros.
―Iré a buscar los libros que necesito para devolvértelos.
―Harlow, espera. ―Volviendo a su abrigo, saca algo del bolsillo―.
Encontré esto en mi hora de almuerzo el otro día.
Me tiende un delgado volumen encuadernado en cuero. Agarro el viejo
libro, le doy la vuelta y recorro el título con los dedos.
―¿Los cuentos de Grimm? ―exclamo.
Las mejillas de Theo se sonrojan.
―Sé que es tu libro favorito de los que te presté. Es una edición ilustrada.
Al hojear el libro, las hermosas imágenes dibujadas a mano me dejan sin
aliento. Es precioso.
―Muchas gracias.
―No es nada ―se apresura a decir.
Antes de que pueda huir gritando, le rodeo suavemente la cintura con los
brazos. Theo se congela como una columna de hielo, y noto el rápido bombeo
de su pecho con cada respiración de pánico.
Sus brazos tardan treinta segundos en rodearme, pero cuando lo hacen,
me estrecha contra su estrecha cintura. El aroma a menta verde y libros viejos
se adhiere a él como una segunda piel. Es tan relajante.
―No, gracias ―repito.
―De nada.
Su voz es ligera y melódica, muy lejos del zumbido sin vida con el que
hablaba en el pasado. Le ofrezco una sonrisa y él me la devuelve con
vacilación, mostrando dos hoyuelos perfectos.
―Vamos a decorar el árbol.
Su cara se queda sin color.
―Yo... no… estoy ...
Le arrastro hasta el espacio que hemos despejado en la esquina de la
habitación antes de que pueda salir corriendo. Las cajas de adornos siguen
esperando y el enorme árbol domina toda la esquina.
Hunter vuelve con un paquete de cervezas y las reparte entre todos. Yo
acepto la mía con impaciencia. Con las bebidas abiertas y los aperitivos
desparramados por todas partes, miramos hacia el imponente árbol.
―¿Listo? ―Hunter me sonríe.
Miro a Theo. Sus ojos están fijos en la caja de adornos etiquetada. La
tensión aumenta mientras todos esperamos a que hable.
―Hagámoslo ―acaba diciendo.
―¿Qué tal algo de música, entonces? ―Leighton sugiere.
Rompe el silencio, enciende el canal de televisión y una canción loca
empieza a sonar por los altavoces. Es un tintineo de campanillas y un canto
terrible que me pone los pelos de punta.
Primero colocamos las luces en el árbol. Hunter las distribuye
meticulosamente entre las ramas, pero su despiadada atención al detalle se
hace aún más evidente cuando llega el momento de los adornos.
―Mira, sacará una cinta métrica en un momento ―susurra Leighton.
Enzo bebe un trago de cerveza.
―¿Recuerdas el año que nos colamos abajo y estropeamos el árbol? No
nos dirigió la palabra hasta Nochevieja.
―Pensé que le iba a estallar la cabeza cuando lo viera. ―Leighton
resopla―. Pero valió la pena el enfado.
Theo sonríe mientras escucha, sentado en el suelo con las piernas
cruzadas. Se ha puesto a cargo de la caja de adornos. Con cada recuerdo que
desenvuelve, su postura se vuelve más relajada.
Es como si se estuviera abriendo al dolor de volver a estar cerca de su
familia, pero algo tan simple como decorar un árbol está haciendo que la
pena sea más fácil de manejar. Ni siquiera la letra de Alyssa le frena.
Hunter frunce el ceño al ver cómo Leighton coloca deliberadamente los
adornos demasiado juntos o en ángulos extraños, con la intención de cabrear
a su hermano de forma espectacular.
―¡Por el amor de Dios, Leigh! ¿Estás ciego?
―No. ―Leighton le sonríe.
―¡Entonces deja de meterte con mi organización!
Les dejo solos y busco a Enzo por la habitación. Está apoyado contra la
pared, mirándolos mientras bebe su segunda cerveza. Todos encajan a la
perfección.
Ha recuperado a su familia.
Aquí la que se entromete soy yo.
Trago saliva y miento sobre la necesidad de beber algo y escapar. Esto es
exactamente lo que quería: reunirlos a todos, volver a verlos como una
unidad familiar por primera vez en tanto tiempo.
No esperaba que me doliera darme cuenta de que nunca seré uno de ellos.
Son buenas personas que merecen ser felices. Nunca podré darles eso, por
mucho que quiera.
Me deslizo hasta la cocina vacía, me subo a la encimera y espero a que
hierva la tetera. Se me llenan los ojos de lágrimas y me siento estúpida por
dejar que los sentimientos me invadan.
Debería apreciar lo que tengo ahora mismo, no perder el tiempo
anhelando algo que nunca será mío. No importa que la mujer que amaban
haya desaparecido, y estos cuatro hombres pidan a gritos que alguien los
vuelva a unir.
―¿Harlow? ¿Va todo bien?
Me limpio las lágrimas y sonrío mientras Enzo entra en la habitación y
cierra la puerta.
―¿Estás bien? ―Contraataco en su lugar.
―Estoy bien.
―Bueno, yo también estoy bien.
Suspira y deja la cerveza en el suelo.
―Realmente odio esa palabra.
―Entonces no lo uses.
―Tú empezaste ―dice, acercándose―. Mira, esto es difícil. Hace mucho
que no hacemos Navidad. Pensé que lo olvidaría, pero ver todo dispuesto
me trae recuerdos.
Me preparo un té verde para no mirarle y siento que su imponente figura
se acerca a mí. Enzo es una presencia física, una montaña inamovible en un
paisaje siempre cambiante.
No hay nada impermanente en él, y eso me encanta. Es la certeza que
nunca tuve al crecer. Sé que siempre estará aquí, pase lo que pase, recogiendo
los pedazos rotos de las personas que ama.
―Sigo teniendo retazos de recuerdos después de Devon ―admito en voz
baja―. Atisbos, aquí y allá. Ahora vuelvo más rápido.
―¿Tu infancia? ―adivina Enzo.
―Sí. Recuerdo más cosas sobre mis padres. Aunque los recuerdos no
parecen reales; es más como recordar una historia que alguien me contó.
Enzo se detiene delante de mí y sus enormes manos me rodean las piernas.
Incapaz de seguir posponiéndolo, miro su sonrisa triste y de resignación.
―Hemos estado intentando encontrar a tu padre esta semana ―revela―.
Necesitamos interrogarle ahora que hemos reabierto tu antiguo caso.
―¿Qué? ¿Has encontrado algo?
―Todavía no. El tipo no quiere que lo encuentren. Dejó de reportarse con
su oficial de libertad condicional después de un par de meses y desapareció.
Probablemente en el extranjero.
―Porque no le importa ―digo enfadada―. A ninguno de ellos le importa.
Incluso Giana siguió adelante y encontró una nueva familia.
Enzo me aprieta la rodilla.
―O se preocupa demasiado. La gente no abandona su vida sin motivo. O
perderte rompió tanto a tu padre que no pudo quedarse, o hay algo que no
sabemos.
―¿Cómo qué? ―Frunzo el ceño.
―Eso es lo que voy a averiguar.
Vuelvo a mirar al suelo y siento que se me hace un nudo en la garganta.
―¿Y si lo encuentras... y no quiere conocerme? Tú mismo lo has dicho. No
quiere que lo encuentren.
―Harlow, mírame.
Me miro los pies cubiertos de calcetines.
―Vamos, pequeña.
Cuando por fin consigo levantar la vista, el rostro de Enzo es suave. Me
coge un mechón de cabello, lo enrolla en su dedo índice y lo estudia
distraídamente.
―¿Cómo podría alguien no querer conocerte? Joder, Harlow. Eres fuerte.
Hermosa. Inteligente. Tan malditamente amable y generosa, que avergüenza
al resto de nosotros.
―Sólo detente.
―¿Por qué debería?
―Porque no es verdad. ―Aparto sus manos―. No soy ninguna de esas
cosas. ¿Tienes idea de lo que he hecho? ¿De quién soy realmente?
Cuando intento empujar a Enzo hacia atrás para escapar, se mete entre mis
piernas abiertas y planta los pies. Noto los suaves planos musculares que
forman su torso contra mis muslos, manteniéndome atrapada.
―La muerte de esas chicas no fue culpa tuya ―insiste con fiereza―. ¿De
eso se trata? No puedes seguir culpándote.
―¿Cómo sabes que no fue culpa mía?
―Te conozco.
Mi risa es amarga.
―Eso no es suficiente.
―Lo es. No hiciste nada malo.
Su fe inquebrantable en mí es un cuchillo inductor de culpa que se retuerce
en mi corazón pagano. No merezco la confianza ni la admiración de Enzo. Si
supiera la verdad, me echaría a morir solo.
La sangre de Laura está en mis manos.
Murió por mi culpa.
A pesar de sentirme la peor persona del mundo, mis piernas se tensan a
su alrededor. No puedo evitarlo; mi cuerpo no me escucha. No quiere otra
cosa que ser tocado y adorado en la oscuridad del pecado.
Es la única venganza que puedo tomar contra el pastor Michaels. Quiero
hacer cada cosa retorcida y sucia de la que acusó a otras personas. Me dijo
que era una pecadora, destinada al infierno. Quiero ganarme ese título.
Los ojos de Enzo se entrecierran sobre mí. El corazón me late tan deprisa
que apenas puedo ver la habitación que nos rodea. Con delicadeza, me coge
la mejilla con su mano grande y llena de cicatrices. Me siento tan pequeña e
indefensa en comparación con él.
―Te conozco ―repite sin rodeos.
―No lo haces.
―Mentira, Harlow. Di esa mierda otra vez y vamos a tener un problema.
No te escucharé.
Le entierro los dedos en el cabello crecido de la parte superior de la cabeza
y le acaricio los lados afeitados, que revelan bultos y protuberancias en el
cráneo, antes de bajar a la cara.
Las líneas de la sonrisa y la sombra de las cinco marcan su piel,
interrumpida por alguna que otra cicatriz descolorida. Enzo cierra los ojos y
su pecho vibra con un ronroneo contenido.
Mi amistad con él siempre ha sido diferente a la de los demás, pero
después de todo lo que ha pasado, me toca con más libertad. Compartir la
cama es tan íntimo, más de lo que hacen los simples amigos.
―¿Enzo?
Sus ojos se abren, revelando joyas de color ámbar.
―¿Sí?
―Sólo quería decir... que siento haberlo dejado.
Nos miramos fijamente a los ojos. Veo cómo los límites imaginarios que
nos separan se desvanecen como la bruma matinal. Todo está a la vista: su
esperanza, su miedo, su soledad aplastante y su agotamiento eterno.
Él ve mi ansiedad y mi desesperación, la necesidad desesperada de
arreglar el dolor que he causado. Ambos estamos rotos de distintas maneras,
pero esos pedazos destrozados se llaman el uno al otro, magnetizados por la
esperanza.
―Harlow... las cosas que quiero decirte... hacerte... bueno, no estás
preparada para ello. ¿Entiendes lo que quiero decir?
―¿Quién eres tú para decir que no estoy preparada?
Sus ojos se convierten en oscuros y negros puntitos de deseo.
―No lo estás.
―Dime qué quieres hacer y te diré para qué estoy preparada.
―¿Estás regateando conmigo, pequeña?
Le ofrezco una sonrisa inocente.
―¿Y si lo estoy?
El calor de su cuerpo me quema la ropa. Me retuerzo sobre la encimera,
necesitando algún tipo de alivio de esta tensión incesante entre nosotros.
Quiero que me bese. Que me toque. Que me adore como lo hizo Hunter,
reclamándome para que todo su equipo me escuche. Pero no puedo seguir
haciendo esto. Tienen que saber lo que está pasando.
―¿Esto es normal? ―Suspiro.
―¿Qué quieres decir?
―La forma en que me haces sentir. Todos ustedes, al mismo tiempo. Debo
decirte que Leighton me ha besado. Y en Croyde, Hunter, um, él... nosotros…
―¿Durmieron juntos? ―Enzo sisea.
―¡No! Sólo nos besamos y... me tocó. Me gustó.
―¡Él fue quien me dijo que me alejara de ti! ―La cara de Enzo se sonroja
mientras da un gran paso atrás―. Ese hijo de puta. No me lo puedo creer.
―No fue así, Enz. Simplemente ocurrió.
―¿Con él y no conmigo? ―exclama.
Debería caer de rodillas ante él o rezar pidiendo perdón al Señor
Todopoderoso. El pastor Michaels me daría una paliza si se enterara de esto.
Odio cómo eso me hace querer hacer esto aún más.
―Haces bien en enfadarte conmigo ―susurro con tristeza―. Todo esto es
culpa mía. Los pecados corrompen el alma de un hombre santo. Yo he sido
corrompida. Soy malvada.
Antes de que se me salten las lágrimas, Enzo vuelve corriendo hacia mí.
Me coge en brazos y me levanta de la encimera. Me golpeo la espalda contra
el armario y me aprieta contra él, buscando mis labios.
En un momento con el que he soñado durante meses, nuestras bocas se
encuentran frenéticamente. Dentro de mí estallan fuegos artificiales,
estallidos de calor y excitación, y mi sistema nervioso se inunda de
sensaciones puras.
Los labios de Enzo son como terciopelo, burlándose de mi complacencia
mientras toma exactamente lo que quiere sin tomar aire. No es como cuando
me besaron los otros. Esto es voraz, enfurecido.
Siento que me están castigando, pero la voz retorcida de mi cabeza acepta
de buen grado la paliza que me propinan sus labios hambrientos. Me rendiré
y aceptaré mi condena si eso significa que se pasará la eternidad besándome
así. Siento como si la pieza que faltaba en el rompecabezas hubiera encajado
en su sitio.
―Que se joda el pastor―, sisea contra mis labios. ―Que le jodan a él y a
todo lo que te ha enseñado. No hay un hueso malvado en tu cuerpo, Harlow
Michaels―.
Enzo vuelve a besarme, más fuerte, más rápido, con todo su cuerpo
metiéndose dentro de mí. La presión es embriagadora. Lo único que quiero
es meterme en su cuerpo y esconderme allí, enroscada en su corazón como
un parásito canceroso del que nunca podrá escapar.
Se echa un poco hacia atrás y deja que su mano patine por mi cuerpo hasta
rozar la cintura de mis suaves pantalones de yoga. Mi ritmo cardíaco se
triplica por la expectación.
―¿Quieres esto? ―gruñe.
―S-Sí... Te deseo, Enz.
Dándome tiempo para cambiar de opinión, Enzo introduce su mano. Me
inmoviliza contra el armario, víctima voluntaria de su exploración. Me
muerde el labio inferior mientras aparta las bragas.
Noto la humedad que me empapa entre las piernas. Es vergonzoso, pero
que me domine así me pone el corazón a mil. Me siento tan especial bajo su
atención.
―¿Te tocó Hunter así?
―¿Qué? ―Vuelvo a centrarme en él.
Los dedos de Enzo pellizcan suavemente mi manojo de nervios,
provocando temblores por todo mi cuerpo. Me entierra la cara en el cuello,
con la voz tensa.
―¿O era más bien así?
Me mete un dedo hasta el fondo de mi resbaladiza abertura, haciéndome
gemir en voz alta. Estoy tan excitada y mojada que esta vez ni siquiera me
duele. El éxtasis me recorre por dentro.
―Respóndeme, pequeña. Quiero saber por qué mi mejor amigo probó tu
dulce coño antes que yo. He estado esperando muy pacientemente.
―Yo no...
Aprieto los ojos y veo estrellas detrás de los párpados mientras su dedo
entra y sale de mí con facilidad. Cuando introduce otro dedo, me estiro aún
más. Me siento tan llena, a punto de reventar.
No estoy completamente desorientada. Sé que hay algo más que estar con
alguien físicamente. La idea de dormir con cualquiera de ellos es petrificante.
He visto lo doloroso y horrible que es.
Todas las chicas que tocó el pastor Michaels quedaron rotas, cáscaras
vacías destrozadas por la tortura. No puedo imaginarme a ninguno de los
chicos haciéndome daño así, pero es todo lo que sé.
―Te estás tensando, cariño ―murmura Enzo―. ¿Quieres que pare?
Mientras mi cerebro me pide a gritos que escape, yo reprimo el flujo de
malos pensamientos. Esto es exactamente lo que el Pastor Michaels quiere.
Me niego a dejar que siga dictando mi futuro.
―No... no pares ―gimo fuerte.
―Cállate, entonces. No quiero que esos cabrones ladrones entren aquí y
vean lo que es mío. Ya te han puesto las zarpas encima, por lo que parece.
No puedo discutir mientras vuelve a pegar sus labios a los míos,
moviéndose al compás de cada movimiento de sus dedos. Sé lo que me
espera después de la noche con Hunter. La tensión se me acumula en el bajo
vientre, agitado por el calor y la excitación.
A medida que aumenta mi liberación, me pregunto cómo sería acostarme
con Enzo. Las películas y programas de televisión me han enseñado lo
suficiente. No tiene que ser todo sangre y dolor.
Quiero estar tan cerca de alguien, que todo su mundo se estreche hasta
que sólo estés tú. Es la forma más elevada de intimidad. Anhelo la garantía
de que te convertirás en todo el mundo de alguien. Nadie puede quitarte eso.
―Ahí está mi niña bonita. Córrete por mí, Harlow.
Agarro los hombros de Enzo y le clavo las uñas en la camisa mientras
estalla la sensación que bulle en mi interior. Cada oleada de placer me derrite
hasta convertirme en un charco sin huesos.
―Tan perfecto ―susurra Enzo con asombro.
Si alguien entrara ahora mismo, no podría negar lo que acaba de pasar
entre nosotros. Eso no parece importarle a Enzo, que saca la mano y me
acerca dos dedos brillantes a los labios entreabiertos.
―Chupa.
―¿Y-Yo? ―Tartamudeo.
―¿Ves a alguien más aquí? Tu desorden, pequeña. Límpialo.
Su demanda hace que el calor inunde mi cuerpo de nuevo. Envuelvo sus
dedos húmedos con los labios y los limpio con la lengua. El líquido salado
estalla en mi boca. No me encanta, pero tampoco me da asco.
―¿Sabe bien? ―pregunta Enzo con maldad.
Le doy un último lametón a sus dedos y me limpio la boca.
―No sabe mal.
Vuelvo a acercarme a él y le abrazo el pecho. Me siento tan bien rodeada
por los brazos de Enzo, con los nervios todavía crispados por las réplicas de
sus caricias. Me pregunto qué pensarían Hunter o Leighton si lo supieran.
―¿Qué pasa ahora? ―pregunto nerviosa.
Enzo me aprieta más fuerte.
―No dejaré que te vayas por su bien. Hemos compartido antes, y
podemos hacerlo de nuevo. Aunque podría costarme convencerles, después
de la última vez.
―¿Por Alyssa?
Se estremece.
―¿Sabes de ella?
―No mucho ―admito, sonrojándome―. Sólo lo que he reconstruido.
Hunter también me contó algunas cosas. ¿La... compartiste?
Sus labios se fruncen mientras el dolor se dibuja en su rostro. Lo veo
claramente en sus ojos: un enorme agujero negro que absorbe toda esperanza
y toda luz. He visto morir a suficiente gente como para saber lo que es el
dolor.
―Alyssa se entregó a nosotros y, a su vez, nosotros hicimos lo mismo. Se
convirtió en algo más que una compañera de trabajo o una amiga. ―La
garganta de Enzo se inclina de forma reveladora―. Ella lo era todo para
nosotros. Perderla nos destrozó.
Levanto la mano y se la apoyo en la mandíbula cubierta de barba
incipiente. Enzo cierra los ojos y se inclina hacia mí, colocando su enorme
mano sobre la mía.
―No estoy aquí para sustituir a nadie ―susurro con voz ronca―. Nunca
seré lo bastante buena para ustedes, piensen lo que piensen. Ojalá no los
quisiera a todos, pero los quiero.
Sus ojos se abren y se clavan en los míos.
―Soy egoísta. Después de perder tanto, quiero algo bueno.
―Eso no es ser egoísta ―argumenta.
―¿No es cierto?
La nariz de Enzo roza la mía.
―No, Harlow. Te mereces ser feliz. Sólo que no sé si somos las personas
adecuadas para dártelo.
La verdad escuece, pero no estoy en desacuerdo. No son las personas
adecuadas. Todo lo que piensan de mí es mentira, y mi presencia en sus vidas
sólo les condena a una eternidad de condenación.
Separo la mano de Enzo de mi piel y fuerzo los pies para moverme. Cada
paso parece el crujido de unos puños rompiéndome los huesos, golpe tras
golpe. Enzo no impide que me aleje, pero puedo oír su suspiro de derrota
mientras lo hago.
Enzo
uy bien, escuchen.
con la mirada fija en la abarrotada sala del cuartel general,
― observo a los distintos equipos. Después de un gran avance
en los últimos días, estamos más cerca que nunca de poner
fin a esto. Hunter está invirtiendo todos los recursos de Sable en un último
esfuerzo para obtener resultados.
En la mesa de la izquierda, todo el departamento de inteligencia ha sido
sacado de sus oscuras y antisociales cuevas para experimentar la luz del día.
Theo se está tomando un café extragrande mientras su personal, Liam, Rayna
y Fox, están todos pegados a sus ordenadores portátiles abiertos.
Frente a ellos se sienta el equipo Cobra: Brooklyn, Hudson y Kade. El
equipo Anaconda, encargado de las operaciones de refuerzo, se distribuye
en un grupo alborotado junto a ellos.
Warner y Tara ya están abriendo las bebidas energéticas. Becket mira a su
número dos, Ethan, instándole a que deje de forcejear con Hudson antes de
que se rompa algún hueso. Yo mismo entrené a ambos equipos. Son lo mejor
de lo mejor.
Hunter se aclara la garganta.
―Recapitulemos.
Detrás de mí, cinco pizarras blancas de tamaño natural muestran todos los
horrores. Todas las fotografías de cadáveres mutilados salpican la superficie
con violento detalle, y un mapa del país en alta definición marca cada
vertedero.
―Dieciocho chicas en cinco años, una que estaba embarazada en el
momento de la muerte, y otro cuerpo arrojado la semana pasada. ―Hunter
se pone a mi lado―. Todas las víctimas tienen edades comprendidas entre la
adolescencia y los veinte años, con etnias mezcladas y orígenes de pobreza.
Señalo varias caras conocidas.
―Algunas de estas mujeres eran trabajadoras del sexo que operaban en
varias ciudades del norte. Se las llevaron a todas en público, con cuidado de
que no las vieran las cámaras de seguridad. La mayoría no tenían familias
que se molestaran en buscarlas.
Hunter pasa por delante de cada fotografía, azul, sin vida, con la carne
esculpida como si fueran cortes de carne de primera, hasta que se detiene en
el tablón dedicado a Harlow.
Su yo más joven, Leticia Kensington, era una niña angelical de ojos
brillantes. Tenía el cabello del color del caramelo derretido, largo y
ligeramente rizado en las puntas, a juego con su sonrisa pícara.
A su lado, la foto comparativa es cruda. Sólo sus brillantes ojos azules y el
color de cabello son iguales. Leighton proporcionó la imagen, tomada
mientras Harlow decoraba el árbol de Navidad el pasado fin de semana.
Ahora tiene algo más de carne en los huesos después de los últimos meses,
pero la inocencia infantil y la curiosidad de cuando era más joven hace
tiempo que desaparecieron. El dolor se entremezcla con la fuerza y nos mira
fijamente.
―Harlow Michaels es nuestra única testigo viva ―explica Hunter―.
Ayudado en sus crímenes por su esposa, el sospechoso mantuvo cautiva a
Harlow mientras la adoctrinaba y abusaba de ella.
Theo apura el resto de su café y se aparta los tirabuzones de la cara antes
de acercarse a la sala.
―Harlow huyó del cautiverio a pie ―se dirige a la sala. ―La rastreamos
hasta Northumberland. Viajó durante casi una semana, saltando de un
camión a otro, contrayendo sepsis en el proceso.
Saca un mando a distancia de sus vaqueros y enciende el proyector.
Aparece una imagen de satélite en la pared que muestra una zona boscosa
de la zona rural de Northumberland.
Utiliza el puntero láser para resaltar una profunda sección de bosque, lejos
de la ciudad más cercana e inaccesible para cualquier vehículo. Abarca un
radio de quince kilómetros en todas direcciones.
―Usando drones, hemos acotado la zona de búsqueda y usado registros
públicos para encontrar a nuestro objetivo. Rayna, ¿te importaría poner a
todos al día de lo que has encontrado?
De pie, Rayna se pasa el cabello morado por encima del hombro.
―Hemos identificado la Capilla de María Magdalena. Inutilizada para uso
público en 1936. Con el tiempo, el bosque creció y se la tragó entera. Nadie
ha visto el lugar en años.
Contemplando la pequeña región que podría representar nuestro primer
avance real en meses, me siento mal. Esto podría ser un punto de inflexión,
el principio del fin.
Debería estar aliviado, pero este caso es lo único que mantiene a Harlow
con nosotros. Una parte enferma y rota de mí no está preparada para que ese
obstáculo sea eliminado. No importa cuántas vidas salve.
―¿Alguna señal de actividad? ―Hunter pregunta bruscamente.
Theo sacude la cabeza.
―No hay señales inmediatas de movimiento o habitabilidad, pero los
drones no pueden atravesar el bosque. Tenemos que enviar un equipo de
reconocimiento completo.
Asintiendo, Hunter mira alrededor de la habitación.
―Esta es nuestra primera pista en meses. No podemos permitirnos meter
la pata. Un equipo encontrará la iglesia y revisará todo el terreno circundante
en busca de pruebas.
―¿Esperamos encontrar otra prisionera? ―Kade hojea sus papeles―. Si
es así, necesitaremos forenses y un equipo médico en el lugar. El cadáver de
Whitcomb sigue sin aparecer.
―Que sepamos, no ha habido más víctimas secuestradas. ―Theo parece
sombrío―. Pero como sabemos, tiene un tipo. Estas mujeres no siempre
están en el radar de la policía cuando desaparecen―.
Hunter se queda pensativo un momento.
―Deberíamos estar preparados para todas las posibilidades. Hacer los
preparativos por si acaso.
Kade toma notas y se pone a trabajar en su portátil. Hará falta mucha
coordinación, pero tenemos la infraestructura para lograrlo.
―Hay algo más. ―Hunter se aclara la garganta―. Acordé con Harlow que
ella podría venir con nosotros para esta parte.
―¿Qué? ―suelto incrédulo.
Mirándonos fijamente, Hunter no parece inmutarse por la bomba nuclear
que ha lanzado. Es absurdo. Después de años de lucha, por fin ha perdido la
puta cabeza.
―¿Por qué demonios íbamos a arriesgar la seguridad de Harlow después
de todo lo que ha pasado? ―pregunto con sorna―. ¿Una experiencia cercana
a la muerte no fue suficiente para ti?
―Ella me lo pidió ―explica Hunter―. Sabe que ese puto enfermo está ahí
fuera, amenazando con hacer llover mierda y miseria sobre nuestras cabezas
si no la liberamos.
―¡Una razón más para mantenerla a salvo!
―Ella se irá sola ―asiente Theo con tristeza―. Es mucha culpa para una
sola persona. Esto le devolvería algo de control.
―¿En serio? ¿Tú también, Theo?
Encogiéndose de hombros, vuelve a tomar asiento.
―Estaría rodeada por un equipo de agentes altamente entrenados.
Diablos, incluso podríamos encontrar este lugar más rápido con Harlow allí.
―No puedo creer que esté escuchando esto.
―No es una niña, Enz.
―¿Así que estás dispuesto a ver cómo hieren a otra persona? ―Le
gruño―. Tú, más que nadie, Theo, sabes que no podemos correr ese riesgo.
―Basta ―nos interrumpe Hunter―. Esta es nuestra única oportunidad. Si
no producimos resultados pronto, el SCU va a detener la financiación y
encontrar a alguien más para hacerse cargo del caso.
Eso tranquiliza a todo el mundo.
―¿A quién encontrarían para sustituir a Sabre? ―Kade frunce el ceño
desde su mesa―. Somos los mejores. Nadie más tendría una oportunidad.
―Hasta ahora, no hemos conseguido nada que demuestre que llevamos
meses dándonos cabezazos contra la pared ―añade Hudson―. Hunter tiene
razón; esta es nuestra única oportunidad de hacer algún progreso.
―A costa de la seguridad de Harlow ―les recuerdo enfadado―. Ese no
es un precio que esté dispuesto a pagar. Ella no va a ninguna parte.
Me alejo de ellos y me retiro al fondo de la sala para calmarme antes de
golpear a alguien. Las pizarras reflejan cada segundo de nuestro fracaso con
un detalle burlón. Se han cobrado muchas vidas.
No protegimos a estas mujeres. No sólo nosotros, sino todo el maldito
mundo. Las fuerzas del orden. Las familias. La sociedad. Fueron
marginadas, vulnerables por sus circunstancias sociales. Algunas no tienen
familia que visite sus tumbas.
Tenemos que hacerlo mejor.
Pero no sacrificaré a Harlow para hacer eso.
En cada fotografía que me devuelve la mirada, veo su rostro. Este es su
legado. Es un testimonio de todo el dolor insoportable y el trauma que
soportó. Odio la idea de que nadie estuviera allí para protegerla.
Ahora que hemos garantizado su seguridad, Hunter quiere lanzarla de
nuevo a la línea de fuego. Poner en peligro una vida para salvar las
potenciales muchas más que terminarán si no hacemos esto. Es un cálculo
imposible de hacer.
―¿Algo para pensar? ―Brooklyn se acerca a mí, dejando que los demás
sigan hablando.
―Algo así.
―Hunter tiene un buen punto, grandote. A veces el camino a seguir es
volver atrás. Este es el pasado de Harlow para desentrañar. Ella necesita estar
allí.
―Ella no eres tú, Brooke. Las cosas que ha reprimido, años de abuso y
tortura... tirar de esos hilos podría romperla. La llevaríamos de vuelta a su
propio infierno personal.
―Tal vez sea necesario ―murmura, con los ojos puestos en una
horripilante foto de la escena del crimen―. Me ayudaste a recomponerme,
hace tiempo.
―Y casi te matan en el proceso. No tuvimos más remedio que destrozar
tus recuerdos. Harlow no necesita estar ahí cuando cacemos a este bastardo.
Los ojos plateados de Brooklyn me atraviesan la piel.
―Vio cómo asesinaban brutalmente a cada una de esas mujeres delante de
sus ojos. Es su decisión. No puedes impedir que venga.
Mi frente choca contra la pizarra más cercana.
―Maldita sea, Fuego Salvaje. Esto es tan jodido.
Apoya una mano en mi brazo, haciendo que se le suba la manga del jersey.
El cuerpo de Brooklyn tiene más cicatrices que piel, pero a diferencia de las
marcas de Harlow, son totalmente autoinfligidas. Si alguien sabe lo que es
ahogarse en sus propios demonios, esa es Brooklyn West.
―Puedo ayudarla ―ofrece en voz baja―. No tiene por qué estar sola
cuando entremos en este lugar. Haré lo que pueda para ayudar.
―¿Harías eso?
Su sonrisa es torcida.
―Tenemos con Sabre una deuda que nunca podrá ser pagada. No me
dejaste hacer esto sola. Ahora quiero estar ahí para Harlow.
Acercando a Brooklyn, le alboroto el pelo platino mientras la abrazo
fuertemente contra mí.
―No nos debes una mierda. Somos familia.
―Entonces resolvamos este caso juntos, como una familia ―responde―.
Harlow es parte de eso ahora. Podemos ayudarla.
Sellamos el trato con un abrazo que cala los huesos. Esta mujer enfadada
y sarcástica se ha convertido en una hermana adoptiva para todos nosotros.
Sé que cuidará de Harlow como nunca pudimos hacerlo nosotros.
―De acuerdo ―refunfuño en su pelo―. Realmente odio este plan, que
conste.
Brooklyn resopla.
―Odias cualquier plan que no implique envolvernos en sushi y matar a
cualquiera que nos mire.
―¿Es algo malo?
Me palmea la espalda antes de soltarme.
―No, no es algo malo.
Juntos, volvemos con el grupo. Hunter parece dispuesto a declarar su
jubilación anticipada mientras Kade y Theo discuten sobre la mejor ruta para
adentrarse en la espesura del bosque.
Los pies de Hudson están apoyados en la mesa mientras fuma alegremente
un cigarrillo en medio del caos. Sin Jude aquí para mantenerlo a raya, ha
vuelto a sus costumbres cavernícolas. Típico.
―Harlow vendrá con nosotros ―declaro.
Todas las miradas se dirigen hacia mí.
―¿Qué te hizo cambiar de opinión? ―Hunter pregunta.
―Por mucho que lo odie, ella tiene derecho a elegir. Si se lo quitamos, no
somos mejores que la gente a la que cazamos.
Asiente, consultando a Theo, que también inclina la cabeza en señal de
acuerdo. Nosotros tres somos la única familia que Harlow tiene ahora
mismo. Su vida es nuestra responsabilidad.
―Traeremos agentes adicionales para reforzar el perímetro ―añado con
severidad―. También quiero un helicóptero en el aire y drones vigilando el
terreno circundante por si hay algún problema. Que nadie se acerque a ella.
―¿Y si los Michaels están en la iglesia? ―Theo responde.
Hago crujir mis nudillos llenos de cicatrices.
―Destrozamos a esos pedazos de mierda y dejamos que se pudran en el
puto infierno, donde pertenecen. Lo haré yo mismo y dejaré que Harlow vea
el maldito espectáculo.
Una vez tomada la decisión, Theo pone a su equipo a trabajar para trazar
una ruta adecuada hasta nuestro emplazamiento. Será una operación
logística enorme, con muchas piezas móviles, y vamos justos de tiempo.
Arrastrándome a un rincón tranquilo, Hunter se arranca la goma del pelo
con un gruñido. Las ondas castañas le caen sobre los hombros y respira
entrecortadamente. Si no lo conociera mejor, diría que está nervioso.
―¿Y si hay alguien más muerto ahí dentro?
Trago saliva.
―Estaríamos llevando a Harlow a un baño de sangre.
―El esqueleto de Whitcomb es un problema ―se preocupa Hunter―. Este
lugar podría ser la guarida de la maldita Parca. Por no hablar de los propios
delincuentes.
―Es un riesgo enorme.
Su mirada es sombría.
―No tenemos más remedio que tomarlo. Si hay un solo indicio de peligro,
quiero que la agarres y salgas de ahí. No te preocupes por el resto de
nosotros.
―Tenemos una casa segura en Newcastle. Ese será nuestro punto de
encuentro designado si todo se va al carajo.
―Esperemos no llegar a eso.
Que Hunter aceptara este plan no habría ocurrido hace tres meses. Se dé
cuenta o no, Harlow le ha cambiado. Nunca le da a la gente la libertad de
tomar sus propias decisiones.
En nuestro mundo, el control y el poder vienen de arriba. Es nuestro
comandante en jefe; todos seguimos sus directrices o sufrimos las
consecuencias. Eso es exactamente lo que nos ha mantenido vivos durante
tanto tiempo.
―Harlow está en terapia con Richards arriba ―dice, cogiendo su teléfono
de la mesa―. Hablaré con ella.
―Tendrá que conocer a todo el mundo. ―Miro al equipo Cobra,
bromeando entre ellos―. Lo lograron, Hunt. Es posible. Podemos hacer lo
mismo por Harlow.
―Espero que tengas razón. No estoy preparado para perderla.
―¿Te diste cuenta mientras tu lengua estaba en su garganta? ¿O después
de aprovecharte de ella en ese maldito viaje?
Hunter se congela en el acto.
―Sí, lo sé todo sobre eso.
―Es una adulta ―responde en voz baja―. Fue totalmente consentido. No
me aproveché de ella de ninguna manera.
―Acababas de destrozar la base de toda su existencia, y luego te la llevaste
a la cama para arreglarlo todo. Eso es aprovecharse en mis libros.
―Cuidado ―advierte.
―¿Qué hay de tu hermano sinvergüenza? También ha estado tonteando
con ella a nuestras espaldas.
Arrastrándome más lejos del alcance del oído, Hunter maldice como una
tormenta―. Los tres, ¿eh? Supongo que deberíamos haberlo visto venir.
―Ha admitido que siente algo por todos nosotros.
―Maldita sea. No quiero compartir a Harlow con ninguno de ustedes,
imbéciles testarudos. Lo intentamos antes, y no funcionó.
Me tiemblan las manos de ganas de darle un puñetazo tan fuerte a Hunter
que recupere el puto oído.
―Nuestra relación con Alyssa no fue un fracaso ―susurro con dureza―.
¿Cómo puedes decir eso de lo que tuvimos?
Sus ojos se clavan en mí.
―¿No fue así? Está muerta y es culpa nuestra. Eso es un fracaso a mis ojos.
Harlow se merece algo mucho mejor.
Antes de que pueda rebatirle, se marcha corriendo escaleras arriba. No
tiene sentido seguirle ni intentar discutir más. Si cree que voy a renunciar a
Harlow por él, está muy equivocado.
Sé que somos una familia rota de idiotas acalorados e indignos, y que
Harlow merece estar con alguien capaz de amarla de forma sana y normal,
pero eso no cambia lo que siento.
Me estoy enamorando de ella.
Y moriré para mantenerla a salvo.
Incluso de nosotros.
Harlow
10 Bloquea Pollas.
contra cualquiera menos contra él.
Kade desaparece entre los asientos y no puedo resistir una mirada. Tiene
un portátil en equilibrio sobre el regazo mientras reanuda su trabajo. A su
lado, Hudson mira con el ceño fruncido a los hombres que pululan por la
pista.
El peligro parece aferrarse a él, envolviendo toda su pétrea personalidad
en una nube amenazadora. Cuando me pilla mirando, me sorprende la
pequeña sonrisa tranquilizadora que me dedica.
―¿Estás lista para esto, Harlow?
―Yo... eso espero.
Hudson inclina la cabeza.
―Ninguno de nosotros va a dejar que nadie te haga daño. Quédate con
nosotros. Estarás bien.
―Tiene razón ―dice Brooklyn a mi lado―. No vas a entrar en ese bosque
sola. Tienes a cada uno de nosotros a tu lado.
Me vuelvo hacia ella y me retuerzo las manos sudorosas. Estas personas
no me conocen, pero están arriesgando sus vidas para mantenerme a salvo.
Si les pasa algo, será culpa mía.
―Es peligroso ―recalco―. El pastor Michaels te hará daño para llegar a
mí. No sabes las cosas que ha hecho.
―No nos hacen daño tan fácilmente. ―El hombro de Brooklyn choca con
el mío―. Este imbécil no es el primer monstruo al que nos enfrentamos.
En sus ojos brilla algo oscuro y siniestro. Puedo ver a los demonios
moviendo los hilos detrás de su sonrisa tensa. De algún modo, los controla.
Todo en ella es tranquilo y seguro, con un aire de autoconciencia. Pero a
través de ella, la amenaza de la violencia es palpable. De un modo extraño,
me siento segura a su lado.
―Harlow. ―Ella extiende su mano, con la palma hacia arriba―. Estás
haciendo lo correcto al venir. Creo que es valiente. Si encontramos al
sospechoso, le haremos pagar por todo lo que ha hecho.
Me muerdo el labio y pongo mi mano sobre la suya. Su palma, cálida y
seca, contrasta con mi piel húmeda. Me abraza con fuerza antes de soltarme.
―¿Lo prometes? ―Digo en voz baja.
Su sonrisa es como la de un tiburón.
―Promesa de meñique.
Cuando se carga el último equipo y se cierran las puertas, el zumbido del
motor empieza a retumbar bajo nosotros. Se me cierra la garganta mientras
me abrocho el cinturón de seguridad y lucho por mantener la calma.
Brooklyn saca su teléfono y conecta unos auriculares. Cuando me ofrece
uno, lo acepto con cautela.
―El despegue no es tan malo ―susurra conspiradoramente―. Cierra los
ojos y concéntrate en la música.
Me lo pone en la oreja, sube el volumen de la música rock, apoya los pies
en las botas y cierra los ojos. La imito y dejo que el avión se aleje.
11 Es una conífera que normalmente alcanza una altura de entre 50 y 70 metros, con un diámetro de tronco de 5 metros.
―¿Te llevas bien con tu padre? ―pregunto al azar.
Subiendo una empinada cuesta, me tiende la mano sobre las rocas
húmedas y cubiertas de musgo.
―A veces ―responde Hunter―. Siempre ha sido muy exigente. Yo
prospero bajo ese tipo de presión, pero fue muy duro con Leighton. No me
gustaba.
―Enzo dijo que luchó cuando era más joven.
―A Leighton siempre le ha costado la familia. Nuestros padres no lo han
visto desde que salió de prisión. Le rompe el corazón a mi madre, pero no
pueden obligarle a verles.
―¿Alguna idea de por qué? ―Trepo por una rama caída.
―No quiere lidiar con su decepción. En su mente, le odian. En realidad,
mis padres sólo quieren recuperar a su hijo. Independientemente de lo que
haya hecho. No les importa.
Enzo grita desde delante y señala un estrecho sendero a la izquierda. Se
guarda el mapa y nos sigue.
―¿Crees que soy una mala persona por negarme a volver a ver a Giana?
―suelto.
Hunter comprueba detrás de nosotros antes de caminar un poco más.
―No, Harlow. Esa es una situación diferente. Tienes derecho a tomarte las
cosas a tu ritmo. Ella seguirá ahí cuando estés lista.
―Pero no es diferente, ¿verdad? Leighton tiene miedo de que sus padres
ya no lo quieran. Con Giana... tengo miedo de no ser la persona que ella una
vez conoció. Y lo que eso significa para mi futuro.
―Tu futuro lo decides tú ―responde―. Independientemente de lo que
quiera Giana. Leighton tiene que hacer lo mismo. Aunque sé que los dos
estaran bien.
Hago una pausa para quitarme el barro pegajoso de las botas y miro el
rostro impasible de Hunter.
―¿Cómo?
Me envía una sonrisa torcida.
―Porque nos tienes a nosotros. Si crees que Enzo, Theo o yo os vamos a
dejarte libre, te equivocas. Somos una familia. Nos apoyamos mutuamente.
La emoción me envuelve. Incluso con el terror abyecto de nuestro entorno
desconocido, no puedo evitar sentirme como en casa en presencia de Hunter.
Ya no me asusta. Me siento completa a su alrededor.
―No estoy segura de merecer una familia ―digo tajantemente.
Me tiende la mano para que la coja.
―Todo el mundo merece una familia, Harlow. Incluso gente jodida como
nosotros. Quizá la merezcamos aún más por esa razón.
Dejo que su mano engulla la mía y acepto su ayuda para superar otro
obstáculo rocoso en el camino. Hunter no me deja ir después. El bosque es
un borrón verde a nuestro alrededor, pero él es el ancla que impide que el
miedo me venza.
Tras un par de horas de búsqueda, nos detenemos para beber agua y echar
mano de las barritas energéticas de la mochila de Brooklyn. Se pone en
contacto con Hudson y Kade a través de nuestros comunicadores y se
muerde el labio hasta que se entera de que están a salvo.
Repasamos el mapa y marcamos con un bolígrafo la zona que hemos
recorrido. La capilla fue abandonada hace tanto tiempo que ya nadie sabe
exactamente dónde está. Los demás tampoco han informado de ningún
avistamiento.
―Probemos más al este, en esta sección de aquí. ―Hunter señala otra zona
de bosque? ―Leí un estudio topográfico de finales de 1800 que mencionaba
que la capilla María Magdalena estaba más allá.
Enzo frunce el ceño.
―Está fuera de curso. Es más difícil que nos lleguen refuerzos si los
necesitamos. Tendrán que acercarse por el otro lado.
Asintiendo, Hunter aprieta los cordones de sus botas.
―Tengo una corazonada. Hay demasiada maleza donde estamos. Estos
árboles son viejos, habrían sido talados para transportar materiales de
construcción durante la construcción.
―De acuerdo. ―Enzo suspira―. ¿Brooke?
Estudia el mapa un segundo más.
―El grupo de Hudson viene desde otro ángulo. Entre nosotros, podemos
despejar toda esa sección.
Todos me miran a continuación. Asiento con la cabeza, impaciente por
volver a ponerme en marcha. Cada segundo miro a mi alrededor, buscando
la sonrisa salvaje del pastor Michaels. Este lugar es escalofriante.
Nos adentramos en el bosque y cruzamos una serie de pequeños arroyos.
El sonido del agua me atraviesa el cerebro y me trae más flashes inconexos.
Aquel día me resbalé y volví a resbalar, vadeando el agua y el barro,
cortándome las manos mientras luchaba por escapar. Los recuerdos son cada
vez más claros. Cojear por un bosque con los huesos rotos era insoportable.
Dos horas más y estamos luchando contra el sol que se oculta. Enzo ha
gruñido varias veces al mapa, ha consultado la brújula que lleva en la
mochila y ha gritado a Fox por el auricular.
Mientras Hunter y Brooklyn se detienen para sacar sus botellas de agua,
acaricio con los dedos la corteza nudosa del árbol más cercano. Parece que
adelgazan un poco, aunque estemos a kilómetros de lo desconocido.
Otro arroyo corre paralelo a la ruta que estamos tomando a través de
arbustos espinosos y árboles altos. Saltando al arroyo, me doy la vuelta y
empiezo a bajar, siguiendo la corriente del agua en lugar de ir tierra adentro.
―¡Harlow! ―Enzo ladra―. Espéranos.
Pero me encanta el rápido fluir del agua, rompiendo sobre las rocas y
alguna que otra rama caída. Hay algo en los árboles y en el musgo
ligeramente más claro que me llama.
Continúo caminando por el centro del arroyo mientras los demás
tropiezan para seguirme. Está frío y resbaladizo, pero sigo vadeándolo,
aunque se vuelve lo bastante profundo como para llegarme a los tobillos.
Se oye un chapoteo cuando Enzo se une a mí.
―Sal de ahí, pequeña. Vas a coger hipotermia a este paso.
―No, tenemos que seguir adelante.
―Oscurecerá en una hora. Vamos a dar la vuelta y reagruparnos en el
borde sur del bosque con el equipo de Theo.
Resopla molesto mientras le ignoro por completo. Me duelen los pies por
el agua fría que se filtra en mis botas, pero eso me hace saltar la alarma. Algo
me está llamando en susurros siniestros.
―El sótano se inundaba mucho ―le revelo―. Cuando llovía muy fuerte,
el agua se iba acumulando poco a poco en el suelo. Parecía filtrarse desde
abajo.
―¿Una fuente de agua cercana? ―Enzo adivina.
Mis pasos comienzan a acelerarse.
―Tarde en la noche, pude oírlo. Goteando, lo suficientemente alto como
para llegar a mí. Me traían cuencos de agua y cambiaban el cubo de mi celda
varias veces a la semana.
―Lo que... requeriría agua ―continúa―. No es algo que encontrarías
corriendo en una propiedad abandonada.
Los otros dos parecen darse cuenta de que hemos dado con algo y saltan
al agua para unirse a nosotros. Cuanto más caminamos, más profundo se
vuelve el arroyo. Ya casi nos llega a las pantorrillas.
―De rodillas, Harlow ―recito mientras nos sumergimos en la
oscuridad―. Si yo no puedo oír tus plegarias, seguro que el Señor
Todopoderoso tampoco.
Enzo me mira con preocupación.
―¿Eh?
La temperatura desciende cuando el sol desaparece. La niebla se levanta,
cubriendo cada hoja y zarza de gotas de humedad. El chorro de agua
acompaña mis oraciones susurradas.
Cuando veo el primer ladrillo de piedra, los últimos tres meses se
desvanecen en un instante. Todas las risas, sonrisas, besos y abrazos han
desaparecido. Robados con silenciosa crueldad. Dios vuelve a reírse de mí.
He vuelto.
Harlow ha vuelto a casa.
―Joder ―maldice Brooklyn detrás de nosotros. ―¿Ustedes también están
viendo esto?
―Sí ―dice Hunter sombríamente.
Me agarro a la gruesa raíz de un árbol y subo por la empinada ladera.
Tengo que dar varias vueltas por la tierra para ponerme en pie. La herida
que me está curando grita de dolor. Los árboles se han reducido aún más,
formando un estrecho claro.
Al salir, Enzo camina unos metros antes de agacharse para estudiar el
suelo.
―Huellas de neumáticos. Son viejas.
A continuación levanta a Brooklyn y la pone de pie. Hunter le sigue, y su
rostro palidece al ver la estructura de piedra que se desmorona delante de
nosotros.
―¿Cómo han pasado un coche por aquí? ―Brooklyn se pregunta en voz
alta.
Hunter señala más adentro en el claro.
―Allí. Algo pequeño podría atravesarlo.
Cuando empiezo a caminar hacia delante, atraída por un hilo invisible que
envuelve mi corazón palpitante, Enzo me pone un brazo en el pecho.
―Ya has hecho bastante ―dice bruscamente―. Déjanos entrar.
Empujo su brazo a un lado.
―Esta es mi casa.
Sus ojos se abren de par en par, nublados por la preocupación. Sigo
caminando, mis botas se hunden en el suelo cubierto de barro a cada paso.
Aún puedo sentirlo entre los dedos de mis pies desnudos desde mi huida
meses atrás.
La capilla es exactamente como la recuerdo. Un trozo aislado de
antigüedad envuelto en una tumba terrenal. Los ladrillos de piedra se están
desmoronando, cayendo en ruinas, y puedo ver la vidriera destrozada en el
lateral del edificio.
―Ahí. ―Lo señalo, maravillado por la altura―. No es de extrañar que me
rompiera el brazo saltando desde allí, de verdad.
El pecho de Enzo retumba con un rugido enfurecido.
―¿De ahí saltaste?
―La puerta estaba cerrada y atrancada por todas partes. No había otra
salida. No iba a sentarme a esperar a que volvieran.
Tras una pausa, los tres desenfundan sus armas. Enzo toca sus
comunicadores una y otra vez, pero la señal finalmente se ha cortado.
Estamos perdidos en el desierto y lejos de la luz del Señor en este círculo
íntimo del infierno.
―¿Qué debemos hacer? ―le pregunta a Hunter.
Estudiando la capilla, Hunter echa los hombros hacia atrás.
―Vamos a comprobarlo. No hay ningún vehículo estacionado. Podemos
encargarnos de lo que haya dentro.
―¿Podemos?
―Sí ―responde Brooklyn, acercándose a mí―. Tengo a Harlow. Vamos a
estar bien. Vamos a movernos.
Con un movimiento de cabeza, extraigo la navaja que guardó en mi
bolsillo y la sujeto con fuerza. Enzo frunce los labios y se lanza hacia delante,
sacando una pequeña linterna del bolsillo de su chaleco.
Cuanto más nos acercamos, más silencioso se vuelve. Incluso el sonido del
arroyo se desvanece. El mal se aferra a cada ladrillo cubierto de enredaderas.
Es una nube piroclástica rezumante que nos consume a todos.
Con la pistola en alto, Hunter se mueve hacia la izquierda, bajo la ventana
destrozada que hay sobre nosotros. Los fragmentos de cristal siguen
enterrados en las hojas podridas que se putrefactan lentamente bajo nuestros
pies.
Losas de piedra tallada marcan la entrada. Subiendo la pequeña
pendiente, casi choco con la espalda de Enzo. Ambos se han detenido,
mirando al frente en silenciosa concentración.
―¿Qué pasa? ―Brooklyn calla.
Hunter amartilla su arma.
―La puerta está abierta.
―¿Y?
Se aparta para que podamos ver lo que hay pintado en la plancha de
madera. Reconozco la Santísima Trinidad al instante. Se ha secado y
descascarillado en algunas partes con el tiempo, pero el líquido marrón
oscuro sólo puede ser una cosa. Reconozco la sangre cuando la veo.
Agachándose para esquivar el macabro cartel de bienvenida, Enzo abre
paso al coto de caza del pastor Michaels. Hunter no deja de lanzarme miradas
aprensivas, pero le ignoro y entro en la capilla.
―Oh ―es todo lo que puedo decir.
Ha sido metódica y catastróficamente destrozada. Todo el mobiliario y las
vidrieras que quedaban están destruidos. Ni siquiera el altar se mantiene en
pie. Parece como si hubiera pasado por aquí una excavadora, decidida a
arrasar.
Después de barrer las habitaciones vacías y la sala de culto principal, Enzo
declara el lugar despejado. Hunter y Brooklyn no bajan sus armas. Está
oscuro como boca de lobo. La oscuridad puede ocultar intenciones
malévolas.
Saco mi propia linterna y sigo el camino que siguieron mis pies manchados
de sangre. De vez en cuando, una mancha roja marca el suelo de piedra.
Puedo distinguir la huella de los dedos de mis pies.
―Harlow ―grita Hunter―. No está sola. Muéstranos dónde está.
Apunto la luz hacia delante, a través de una puerta en arco con nada más
que sombras aferradas más allá.
―Sígueme.
En formación cerrada, me encuentro liderando el grupo. El miedo y las
náuseas se han fundido en una aceptación insensible. Siempre estuve
destinada a acabar aquí. Este sótano y yo tenemos asuntos pendientes.
Con la estrecha escalera a la vista, nos llegan las primeras oleadas de un
hedor que revuelve el estómago. Es maduro, rancio, tan espeso que puedes
saborear las notas individuales de la muerte en la punta de la lengua.
―Hijo de puta ―jura Enzo―. Eso es un cuerpo.
Abriéndose paso hacia delante, Hunter se pone delante de mí.
―Sé que tienes que bajar, pero yo voy primero. Sin discusiones.
Le hago un gesto para que siga adelante. Tragando con fuerza, toma una
última bocanada de aire semilimpio y se sumerge en el sótano. A cada
centímetro, el olor aumenta. Los demonios supuran aquí abajo, en la
oscuridad.
Los escalones gimen bajo mis pies, subrayando el silencio de Hunter al
llegar abajo. No se mueve ni un centímetro más.
―¿Hunt? ―Enzo llama con urgencia.
―Sí ―responde con voz llana―. Está... claro. No está aquí.
Pero algo es, susurra el diablo.
Hunter se hace a un lado para dejarnos bajar. El haz de luz oblicuo de su
linterna atraviesa la sombría nada. Mis ojos tardan un momento en
adaptarse. El mundo exterior me ha mimado con toda su luz disponible
libremente.
―Harlow ―advierte Hunter―. No mires.
Es demasiado tarde. Mis pies se mueven sin que nadie me lo diga,
guiándome de vuelta a la jaula donde pasé trece años de mi vida. Es más
pequeña de lo que recordaba. Todo el sótano lo es. Mi hogar ha encogido, o
yo he crecido.
Pero esta celda ya no me pertenece. Su nuevo habitante se balancea de un
tosco trozo de cuerda atado en el nudo perfecto alrededor de su cuello
esquelético.
La piel, la grasa y los músculos se han fundido en un lodo negro y
maloliente que se adhiere a un esqueleto sin alma. Frente a la puerta rota de
la celda, veo la alianza de oro que se le ha caído del dedo y ha caído al suelo.
―No te engañes ―susurro en el silencio sepulcral―. No hay que burlarse
de Dios, porque todo lo que uno siembra, eso cosechará.
―¿Es Laura? ―Hunter pregunta en un susurro suave.
Sacudiendo la cabeza, señalo la jaula contigua. Su puerta sigue bien
cerrada, manteniendo prisionero a otro esqueleto en descomposición. Faltan
varios huesos, rotos por la puerta de mi jaula, mientras que otro ha sido
enviado a casa para ser enterrado.
Dentro de mi jaula, hurgo en la sustancia viscosa ennegrecida para
alcanzar los restos que cuelgan. Retazos de tela floral están fosilizados en
fluidos corporales en descomposición.
Me agacho, saco la alianza y la sostengo en el centro de la palma de la
mano. Ya me había hecho bastantes cortes en la piel cuando la señora
Michaels me dio una paliza.
Mi voz sale desprovista, sin vida, agotada.
―Hola, madre.
Theo
12 Es una ciudad situada a siete kilómetros del río Níger, capital de la región homónima, en la República de Malí. Pero
coloquialmente se requiere a que se encuentra ya muy lejos el maldito.
Harlow. Tiene el cabello esparcido por los cojines del sofá, dejando entrever
la calva que crece bajo sus capas.
Le paso suavemente un dedo por el cuero cabelludo dolorido e hinchado.
Ya ha dejado de intentar ocultarlo por completo. El vuelo de vuelta a casa
fue desgarrador, viendo crecer el montón de pelo en su regazo.
La impotencia es una vieja amiga con la que no quería reencontrarme. No
podía ofrecerle ninguna pizca de consuelo que fuera más atractiva que el
dolor que ansiaba.
―Me preocupo por ella ―respondo a su pregunta―. Más de lo que creía
posible después de lo de Alyssa. Quiero que esté bien. Quiero ser quien la
haga feliz, sea de la forma que sea.
Hunter respira por la línea.
―Entonces supongo que está decidido. Esto no es un callejón sin salida en
la investigación. Es sólo el principio.
―Bueno, hay una cosa más.
―¿Qué pasa?
Agarro el teléfono con más fuerza.
―Harlow murmuraba un poco cuando la subimos al avión. Dijo que...
mató a Laura. La estranguló para que no sufriera y muriera lentamente.
Hunter inhala bruscamente.
―Eso no puede estar bien.
―Eso es todo lo que sé.
―Estoy seguro de que estaba fuera de sí y desencadenado por volver allí.
Podemos averiguarlo cuando los demás lleguemos a casa. Suena como un
paseo sin sentido para mí.
―De acuerdo, la vigilaré de todos modos. Mantente en contacto.
Terminamos la llamada rápidamente. Hunter está lidiando con la policía
local y un circo mediático que se ha enterado de nuestra enorme presencia
en el norte. Volará de vuelta con Enzo por la mañana.
Al oír el chasquido de la ducha en el piso de arriba, ajusto la manta
alrededor de los hombros de Harlow y me dirijo a la cocina para calentar la
lasaña que Brooklyn nos ha traído esta mañana.
Mientras rebusco condimentos en la nevera, el sistema de seguridad del
vestíbulo se descontrola. La botella de aliño para ensaladas que llevo en la
mano se estrella contra el suelo de baldosas mientras corro hacia la puerta.
―Mierda, mierda, mierda.
Se ha activado la alerta de emergencia. Alguien ha intentado introducir el
código equivocado varias veces y ha estropeado el escáner de retina. Los
pasos de Leighton saltan sobre varias escaleras mientras baja.
―¿Qué está pasando? ―grita.
―Intruso en la puerta principal. ―Rápidamente desbloqueo el sistema y
compruebo la cámara―. Hay alguien ahí fuera. Aunque no puedo ver una
cara.
―Mierda. ¿Qué hacemos?
―Quédate aquí. Voy a comprobarlo.
―¡No, Theo!
―Quédate aquí ―repito alzando la voz.
Tomo la pistola que Hunter guarda en el cajón inferior de la consola, una
de las muchas que hay en la casa, y salgo a la calle bajo la lluvia. Las luces
están encendidas, iluminando el camino de entrada vacío.
Hay una sombra desplomada justo al otro lado de la puerta, temblando
tras haber renunciado a abrirse paso. Con el arma en alto, me acerco con
cuidado.
―¿Quién coño eres? ―Grito.
Nada.
―Levántate o disparo. Estás invadiendo propiedad privada.
Si es un periodista, le daré un rodillazo por la maldita emoción de hacerlo.
No me sorprendería que Sally Moore enviara a uno de sus incruentos
compinches a pescar una actualización.
La figura se levanta por fin y utiliza la verja para incorporarse. Se
tambalea, está claramente ebrio y viste ropas raídas que no desentonarían en
un vagabundo. Cada centímetro de su cuerpo tiembla por el esfuerzo.
―¡Explícate! ―Le grito.
Al no obtener respuesta, amartillo la pistola en señal de advertencia. Me
echa un vistazo y se desploma inconsciente. Estoy a una fracción de segundo
de disparar cuando unos pasos apresurados golpean la lluvia detrás de mí.
―¡Theo, espera!
Harlow se tambalea por el resbaladizo camino de entrada, empapada y
con los ojos desorbitados mientras escapa del abrazo de Leighton. La agarro
por la cintura antes de que pueda pasar corriendo a mi lado.
―¡Vuelve a la puta casa! ―Le grito.
―No, no ―grita ella―. ¡No puedes dispararle!
Me clava el codo en el estómago, se libera de mis brazos y cae de pie.
Recupero el sentido lo bastante rápido como para impedir que me robe la
pistola que tengo en las manos.
―¡Harlow, detente!
―¡No disparen ―Se vuelve para mirar al desconocido desplomado,
tímida e insegura―. Creo que es mi verdadero padre.