Género y Masculinidad

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GÉNERO Y MASCULINIDAD: RELACIONES Y PRÁCTICAS CULTURALES

Saúl Gutiérrez Lozano.

RESUMEN

Al contrario del determinismo biológico y psicológico que definen a la identidad de

género como una expresión ya de la fisiología, ya de estructuras psicológicas producto

de la evolución humana, el punto de partida de este artículo es que la organización y

significado de la sexualidad masculina depende del contexto en el cual interactúan

hombres y mujeres. Se discute en este texto que la sexualidad, el placer sexual y la

masculinidad dentro del matrimonio adquieren un significado particular en concordancia con


el contexto creado.

INTRODUCCIÓN

La biología como ciencia ha desarrollado

un conjunto de categorías y conceptos con el loable propósito de explicar en detalle cómo el


sistema fisiológico, los circuitos neurológicos, el mapa

genético y la anatomía humana definen no sólo

la diferenciación sexual sino también la identidad

de género. Combinando un impresionante marco

teórico con una minuciosa práctica en el laboratorio, un grupo importante de investigadores

e investigadoras y especialistas en el tema de la

diferencia sexual se han propuesto describir las

bases biológicas las cuales, se supone, subyacen

a cierta clase de procesos involucrados en la

definición del carácter y las motivaciones de

hombres y mujeres. La imagen por cierto bien

extendida de que los hombres son agresivos, dominantes y violentos se explica, por ejemplo,

como uno de los efectos de altas concentraciones en sangre de testosterona, sustancia, por

esa razón, catalogada como la hormona masculina. Por otra parte, con base en la misma

oposición entre lo masculino y lo femenino,

se ha afirmado que la capacidad para expresar

abiertamente sentimientos, la disposición a

mostrarse receptiva a los otros y a deslindarse

de la violencia son rasgos intrínsecos de las


mujeres determinadas por la progesterona, la

hormona femenina. La identidad y las relaciones de género aparecen, así, sujetas a la ley que

rige a la biología humana.

El camino para explicar la dominación

masculina en términos de ‘sistemas hormonales’ queda así despejado. Las relaciones de

dominio y de poder que activamente se reproducen en el hogar, en el centro laboral, el sistema


político entre mujeres y hombres, es decir,

en gran parte del mundo social adquieren sentido si se acepta, como lo hace Steven Goldberg

(citado en Kimmel, 2000:36) que: “Hombres y

mujeres poseen distintos sistemas hormonales y por ello toda sociedad exhibe un modelo

patriarcal, dominación y logros masculinos”

(énfasis en el original). El discurso biológico

sobre la diferenciación de la identidad de género

lleva consigo mismo, la justificación ideológica

de la desigualdad entre hombres y mujeres. En

el terreno de la acción política el movimiento

feminista es en cierta medida una respuesta a

esta justificación ideológica que se deriva en

parte del discurso creado por la biología como

ciencia.

La psicología evolutiva (Hyde, 1996)

también se ha interesado por describir las

estructuras cognitivas o mentales que definen la identidad de género. Las investigaciones


llevadas a cabo en esta disciplina sugieren la existencia de estructuras mentales

de origen antiquísimo que subyacen a los

diferentes estilos cognitivos y de conducta

entre hombres y mujeres. Así, se habla, por

citar un caso, de que los hombres tienen un

mejor desempeño en las matemáticas y una

pobre ejecución en habilidad verbal. En contraste, se afirma que las mujeres alcanzan los

mejores puntajes en las pruebas que miden

el uso del lenguaje verbal y obtienen bajas


calificaciones en ejercicios relacionados con

las matemáticas. Desde esta perspectiva, la

mente humana pareciera poseer la capacidad

de definir las cualidades psicológicas de hombres y mujeres. La conclusión está a la vista:

que la psique humana es la base sobre la cual

se erige tanto las bases cognitivas y conductuales de lo masculino y lo femenino como

dos mundos en completa oposición.

Semejantes descripciones desarrolladas

por la psicología evolutiva favorecen ciertas distinciones morales. No sólo se intenta explicar

el origen de la diferenciación entre hombres y

mujeres sino que, al igual que el discurso biológico, de algún modo presentan evaluaciones

que justifican la desigualdad aún palpable en

las relaciones de género. En este sentido, la

biología y la psicología evolutiva han jugado un

papel político e ideológico relevante, aun cuando los psicólogos y los biólogos no se den cuenta

o ignoren la importancia de su participación en

la forma en cómo el mundo social se organiza. En el terreno social, el movimiento feminista —


por otra parte— representó y sigue

siendo un desafío a las estructuras sociales e

ideológicas que están involucradas en la dominación masculina. En el campo de la ciencia, por


ejemplo, denunció no sólo la organización masculina de la práctica científica

(Gergen, M. 2001) sino también la orientación

teórica y filosófica de reducir la complejidad

de las relaciones de género a la fisiología o a

supuestas estructuras mentales. En este último

aspecto, el feminismo aludió al hecho de que

ambas posiciones, una proveniente del campo

de la biología y la otra de la psicología evolutiva,

comparten, entre otras cosas, la presuposición

de que el género es una característica,

... una propiedad de la persona, una cualidad o un rasgo que describe la personalidad de
alguien, su proceso cognitivo
o juicio moral... El modelo esencialista,

considera al género en términos de atributos fundamentales que son concebidos

como internos, persistentes y generalmente separados de la experiencia que se

presenta en la interacción en los contextos socio-político cotidianos en la vida de

cualquier persona (Bohan, 1994:32-33).

En suma, en el campo académico el

movimiento de mujeres se ha opuesto determinantemente a ciertos modelos teóricos que

definen a la identidad de género1 como un atributo o rasgo coherente y estable, modelos que

toman como un hecho evidente por sí mismo

la existencia de un enlace directo entre ‘las

estructuras subyacentes’ y la acción social que

despliegan hombres y mujeres. Aunque no es el

lugar para desarrollarlo en detalle baste decir

que hasta ahora no se ha explicado cómo la

acción de los genes y cromosomas; o los procesos cognitivos o mentales trabajan para producir
fenómenos tan impresionantes como la

violencia, el abuso sexual, la disposición de un

hombre o mujer para bañar y dormir a las y los

recién nacidos, etcétera. Cuando se aborda el

tema de esa relación entre fisiología, cognición

e identidad de género, simplemente se toma

como evidente la determinación que ejerce ya

la biología ya la mente sobre la acción social,

sin ofrecer una explicación teórica al respecto

(Edley y Wetherell, 1995).

En el contexto que produjo el movimiento feminista se ha venido consolidando un

enfoque relacional, una visión sociológica cuyo

argumento central propone que la realidad o

el mundo se introduce a las prácticas humanas

mediante la categorización y la descripción que

forman parte de esas mismas prácticas (Potter,


1996). Este modelo relacional pone en el centro la idea de que la identidad de género es el

resultado de prácticas culturales, de formas

de actuar que la gente despliega en contextos

o en escenarios sociales. Así, la identidad y las

relaciones de género no se consideran como lade procesos psicológicos. Se considera ante


todo

un logro social y cultural2.

De este modo, así como Kenneth Gergen

(1996) explica que las emociones deben entenderse como una forma de actuar o de
relacionarse y hablar, se puede afirmar que

El género... no reside en la persona pero

existe en aquellas interacciones que son

construidas como parte del género. Desde

este punto de vista, la capacidad de vincularse con los otros o la moralidad es

una cualidad de las interacciones no de

las personas, y esas cualidades no están

esencialmente conectadas con el sexo

(Bohan, 1994:33).

En resumen, en el relato que sigue a continuación se desarrollará en términos generales

la propuesta que consiste en entender la identidad de género no como cualidad de las


personas

o individuos sino como ciertas formas de interactuar, relacionarse y de hablar en contextos

más o menos definidos. Consecuentemente, mi

observación (entendida como operación teórica)

sobre lo femenino y masculino no se propone

describir una esencia o indagar en cierta clase

de estructuras sino propone un marco conceptual que enfatiza el papel tanto de la cultura y

los procesos sociales3, así como la indeterminación de la realidad o el mundo.

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