Laurent-La Extensión Del Síntoma Hoy

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La extensión del síntoma hoy

1. La extensión del síntoma


*
psicoanalítico

El psicoanálisis es contemporáneo de una operación sobre la clínica


de la mirada, en el sentido que Jacques Lacan y Michel Foucault podían
dar a ese término. Freud es contemporáneo de Kraepelin y retomó y
adoptó de él la clínica transformándola, adaptándola a su experiencia. Su
primer movimiento es de simplificación y ordenamiento. Conserva las
tres neurosis de transferencia, dejando de lado las neurosis actuales.
Para las psicosis adopta los dos grupos kraepelinianos, separando manía
y melancolía, por un lado, y paranoia y demencia precoz (luego esquizo­
frenia), por el otro. Hecha esta adopción, aparece un segundo movi­
miento. La introducción del narcisismo le permite llamar la atención so­
bre las dificultades que presentaban las personalidades narcisistas. El
mal estaba hecho. Algo del psicoanálisis, el narcisismo, comenzaba a
sobrepasar, a complicar, a subvertir la clasificación clínica psiquiátrica.
El Hombre de los Lobos es pronto el ejemplo mismo del caso siempre
inclasificable. La práctica de los psicoanalistas llegó rápidamente a so­
brepasar los límites freudianos en todos los aspectos. Con Mélanie Klein
y sus alumnos, la interdicción extendida sobre las psicosis infantiles fue
subvertida a partir de 1930. En Viena, en la misma época, Paul Federri
continuaba las investigaciones que él mismo y su hijo venían realizando
en los Estados Unidos. Contemporáneamente, el Instituto de Berlín, con
Alexander y Édith Jacobson, se interesaba en las personalidades
narcisísticas y las perversiones. Los húngaros extendieron las aplicacio­
nes prácticas del psicoanálisis por una gran soltura del setting (encua­
dre) poniendo el acento en la transferencia más que en el marco.
La prolongación del psicoanálisis a los niños psicóticos vino rápida­
mente a poner a los psicoanalistas en contacto con estados psicóticos
precoces; luego con el autismo. La extensión de esta clínica a los niños
traumatizados, a los niños abandonados, hospitalizados, extendió la inter­
vención del psicoanalista hasta tal punto que las indicaciones clínicas
clásicas de las neurosis parecieron perder su pertinencia.
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La práctica con los adultos sigue el mismo camino. Incluso en los
Estados Unidos, donde la inclusión de las psicosis en la práctica kleiniana
tenía poco alcance, los emigrados del Instituto de Berlín sobrepasaron la
Ego-Psychology por la atención prestada a las personalidades narcisis-
tas, tras lo cual el resultado fue la transformación del anafreudismo por
la transferencia narcisista al Otro. Las toxicomanías y las antiguas per­
versiones pronto se incluyeron en las nuevas demandas así tratadas.
Agreguemos el acompañamiento del psicoanálisis a la invención social
de la adolescencia bajo la figura del teenager y de sus crisis, puesta a
punto terapéutica de las edades de la vida.
El psicoanálisis en realidad respondía a tal multiplicidad de casos
que tenía problemas para orientarse. Hizo falta Lacan para enunciar que
en verdad el psicoanalista freudiano descubre así una dimensión clínica
que le es propia, la de la demanda insatisfecha. Hemos creído poder
domeñarla por normas válidas en todos los casos. Esto es analizable,
esto no lo es. Los desacuerdos han sido siempre escandalosos y el deba­
te confuso. Aumentando la extensión de los síntomas suscitados por su
acción, el psicoanalista disolvía la clínica y sus taxonomías; por ello mis­
mo el lazo freudiano entre categorías e indicaciones se encontraba di­
suelto. El resultado de esta extensión de la práctica fue la pérdida del
sentido del síntoma. En esas condiciones, o bien únicamente valía el fan­
tasma, o sólo valía el síntoma como frontera entre una categoría clínica y
otra; cada una se encontraba así subvertida.
Esta disolución pragmática de las barreras y las reglas en el psicoa­
nálisis acompaña a aquella que se realiza fuera de él.

2. Las clínicas en competencia

La clínica de la mirada se ha, en principio, transformado por las


nuevas prácticas jurídicas y humanitarias. Estas aparecen a partir de
cuestiones que llevan al sentido del síntoma, abiertas por la fenomenolo­
gía que marca el comienzo del siglo y que acompaña el esfuerzo psicoa-
nalítico de la interpretación. Las taxonomías clínicas coaguladas son sa­
cudidas a partir de dichas prácticas y técnicas psicosociales que ponen a
trabajar. Una corriente de verdadero disgusto por las formas clásicas de

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segregación marca a la psiquiatría progresista, llamada dinámica. En esa
corriente se aproximan tanto los practicantes del sentido de la relación al
otro, como los mecanicistas sociales que rechazan las segregaciones
sedimentadas.
A continuación, es la clínica de la medicación la que cambia la
sensibilidad del siglo. De la clínica del sentido, aquella del uso social, se
pasará a la que remodela el nuevo uso de los psicotrópicos y del nuevo
gusto social que estos facilitan.
Una yuxtaposición de clínicas sale a la luz en la psiquiatría: las fuentes
llamadas psicodinámicas de la clínica, surgidas del modelo hermenéutico
transformado por el psicoanálisis. A continuación, aparecen las
causalidades atribuidas a las modificaciones psicosociales. Finalmente,
los diferentes psicotrópicos, en principio la chlorpromazine, luego la
imipramine, que constituyen los paradigmas de la serie de los antipsicóticos
y los antidepresivos, vinieron a desordenar los equilibrios adquiridos. Se
opera entonces el retorno de la psiquiatría en la medicina. A las clínicas
tradicionales van a agregarse prontamente las clínicas de la epidemiología,
la clínica bioquímica, las esperanzas genéticas. Estos diferentes niveles
no se corresponden forzosamente ni se traducen armoniosamente uno
con otro.
El único montaje teórico posible viene a revelarse como un
bricollage taxonómico inédito. Bajo la máscara tranquilizadora, ya co­
nocida en la historia de la medicina, de la búsqueda de una lengua
epidemiológica única, un fenómeno nuevo viene a producirse. Bajo el
nombre de DSM, la Asociación Psiquiátrica Americana puso a punto
Una Conversación sobre el síntoma en el seno de la comunidad psiquiá­
trica americana. Se sometió a votación la necesidad conceptual de equi­
librar, de forma inédita, los conceptos que sedujeron a la mayoría de los
psiquiatras, las modificaciones de los ideales psicosociales de normali­
dad en curso, los nuevos modos de tratamiento farmacológico, los usos
terapéuticos de las nuevas sugestiones. Así se engendraría un modo emi­
nentemente perecedero de clínica que se quiere global, mundial, integrando
todas las tradiciones clínicas, todas las prácticas en su diversidad.
Se trató de un cüestionamiento radical de la clínica que se puso en
marcha y entre el DSM3, el DSM3 revisado y el DSM4, empezó a apa­

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recer una verdadera descripción psiquiátrica de comportamientos socia­
les. Siguiendo la descomposición en síndromes fragmentados de la clíni­
ca, cada uno podía encontrar su lugar en ese gran libro que se abría. Fue
vivido en principio como un encantamiento en los años 80. Pero un ma­
lestar sale a la luz. Lejos de producir una segregación cerrada entre lo
normal y lo patológico, cernida por muros, luego cernida por prescripcio­
nes medicamentosas estrictas, todo acabó por enturbiarse.
El encantamiento producido por la clínica del medicamento y la
extensión de esas indicaciones, terminó por producir un extraño males­
tar. Seguramente había un remedio para todo, éste es el aspecto fortifi­
cante de la promesa terapéutica. Su envés es que puede emerger mucho
más la estricta causalidad bioquímica; lo patológico avalando la idea mis­
ma de lo normal. Si todo es susceptible de un tratamiento medicamentoso,
según una indicación estrictamente terapéutica o por extensión cosméti­
ca, ¿dónde se sitúa, entonces, la frontera entre lo normal y lo patológico?
Es por este camino que la descomposición clínica contemporánea
en el dominio psiquiátrico exponencializa la interrogación que supo llevar
Canguilhem, maestro de Foucault, sobre la nueva significación de las
normas de lo viviente. «El funcionamiento desregulado no es un caso
derivado del cual la verdad sería el caso normal. Lo patológico no es
ausencia de norma. Indica por el contrario una configuración nueva del
organismo, una adaptación posible del viviente a las perturbaciones del
medio exterior o interior por la puesta en su lugar de otras normas. La
enfermedad (...) empuja a la vida a comprenderse como creación de
normas». A partir de esta perspectiva, Canguilhem consiguió subvertir la
definición tradicional del síntoma como «fenómeno biológico accidental
propio para revelar la existencia, el puesto y la naturaleza de una afec­
ción mórbida». Lo que es verdad en el dominio médico limitado lo es aún
más luego de que la medicina ha (re)incluido a la psiquiatría.
El efecto paradojal del retorno de la psiquiatría al seno de la medi­
cina, producido por la nueva eficacia de los psicotrópicos y el avance de
la biología, es justamente éste: lejos de reintegrar simplemente la enfer­
medad mental en la ciencia y de clausurar el problema, ese retorno hace
patente la fabricación de nuevas normas para lo patológico. Testimonio
de esto es la constitución de la clínica sobre las yuxtaposiciones de mono-

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síntomas. Ya sea que se trate síndromes postraumáticos, de toxicoma­
nías, de anorexia-bulimia, de trastornos obsesivos compulsivos, de de­
presiones, o de desórdenes de la identidad, vemos aparecer una clasifi­
cación extremadamente extraña por su extensión y por la naturaleza de
aquello que allí se incluye exactamente. En un sentido tenemos la sensa­
ción de reducción extrema de la clínica a algunos simples rasgos. Esta
reducción contamina también el conjunto de la clínica y toca, cada vez
más de cerca, a todo el resto. Frente a los grandes rasgos sistemáticos,
o a la clínica freudiana clásica, tenemos rápidamente la sensación de
encontrarnos en una suerte de enciclopedia china en el sentido de Bor-
ges. Pero no es necesario detenerse por esta sensación. En esta des­
composición misma, y el modo de tratamiento que engendra, algo nuevo
surge. Ya no se trata más de curar, se trata de determinar la evaluación
de una cierta eficacia sobre los modos de lo viviente así definidos. La
invención del sistema de evaluación de la eficacia forma parte así de las
normas que lo viviente ayuda a definir por la organización misma de su
síntoma. Artimaña de lo viviente, así se organiza lo que la norma cree
que es el tratamiento de la enfermedad, cuando se trata de una subver­
sión de la norma por la organización misma de lo que ya no podemos
llamar enfermedad sino síntoma.
El síntoma invade las normas del campo social. Constituye aquello
que más bien vamos a llamar «estilos de vida». El DSM llega de hecho a
poner en su lugar síntomas como nuevas normas dé lo viviente, lo que
llamamos con J.-A. Miller, quien supo extraer el término de Lacan: mo­
dos de gozar. Estamos, a la vez, en la época del Spleen y en la de los
modos del Joy. El psicoanálisis recuerda que no alcanza la época más
que por una vuelta intransitiva por el Otro. Incluso auto-erótica, ¿¿¿hay???
No disfrutamos -enjoy- de una coca-cola, disfrutamos de la coca-cola
del Otro.

3. Los modos del Otro en presencia

Pero ¿de qué Otro «enjoy Coca-Cola»? ¿Cómo se organizan nues­


tros modos de gozar? Lacan se dedica, en 1938, a una investigación
sobre «los complejos familiares». Evalúa las formas de la familia exis-
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tentes a la medida del complejo de Edipo, y deduce de esto que la verdad
de la historia de la familia se verifica en las formas del matrimonio. Anun­
cia que la historia de la familia va a ser reemplazada por la historia del
matrimonio. Es exactamente lo que nosotros constatamos. La historia de
la familia se ha detenido sobre la falsa evidencia de la familia nuclear.
Asistimos a una historia del matrimonio tan interesante como fue la del
parentesco. La historia del matrimonio es también rica en enseñanzas
como la de la kinship (parentela). Complejizamos todos los días la defi­
nición del matrimonio puesta a punto por Santo Tomás de Aquino quien
retomó a Aristóteles. Supo, mejor que San Pablo, definir el matrimonio
no como lo que permite no arder, sino como lo que permite verificar la
función social de criar a los hijos. Habría estado sin duda sorprendido por
nuestras preguntas modernas sobre el matrimonio que ponen en duda su
idea de lo Natural. Nos encontramos actualmente con especificaciones
inéditas que van del contrato de concubinato a los contratos de común
acuerdo de tal o cual aspecto solamente patrimonial y de derechos, hasta
un contrato múltiple y a la medida de los lazos de la pareja, sea homo o
heterosexual. Una historia vino en reemplazo de otra y apenas nos he­
mos percatado de ello; creemos que es solamente asunto de sociología.
¡Qué error! El psicoanálisis debe, sin embargo preparamos para este
cambio. Nuestra clínica es, precisamente, ésta: el sentido de nuestra
perspectiva de trabajo del partenaire-síntoma es el de una variación
inaudita de la pareja y de aquello que la une y la desune. Esto es lo que se
deduce de una problemática del lazo en cuanto a que satisfaga o no a la
pulsión. Luego que se revela el recorrido entre la norma y los modos
satisfacción de lo viviente en una civilización dada, podemos llamar a
esto adaptar los muros y las normas. Podemos también considerar, junto
con Canguilhem y Lacan, que se trata, para lo viviente, de la instauración
de normas particulares en cada oportunidad, sobre un modo de existen­
cia, sobre un modo gozar. Es por esto que se remodela la función paterna
y su otro, goce femenino. Freud permaneció tributario de una tentativa
de definición del padre a partir de la historia de la paternidad concebida
sobre el modelo más o menos darwiniano o darwinlamarckiano. Su me­
ditación última sobre Moisés fue sin embargo de otra inspiración, puesto
que se sustrajo de la historia biológica para no inscribirse más que en la

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historia textual. Le quedó a Lacan deducir el padre no de la familia, la
parentela -kinship- y la procreación, sino del matrimonio y de los mo­
dos según los cuales el hombre llega a hacer causa de su deseo a la
mujer que se ocupa, por otro lado, de sus objetos a. Bajo el nombre de
pére-version, Lacan prolonga, en su enseñanza de los años 70, las con­
clusiones sobre los complejos familiares de 1938.
La historia de la familia es ahora más bien aquella de los modos de
hacer pareja, entendidos en el sentido psicoanalítico de los modos de
gozar del Otro en una civilización dada. Es necesario aún estudiar cómo
el hijo, como objeto a de uno de los términos de la pareja, puede tener allí
su lugar, cualesquiera sean los modos por los cuales se solicita su apari­
ción.

4. La verdad del síntoma y la del partenaire

La contingencia del amor y la del síntoma se reúnen en las nuevas


normas que uno y otro introducen en nuestro mundo. Las parejas se
hacen y se deshacen en una contingencia cada vez más aparente. Pero
lejos de que la norma en apariencia se extienda, la cuestión de las nuevas
leyes y de las nuevas normas se impone todavía más.
Estamos en la época del Otro que no existe y de sus comités clíni­
cos. La coexistencia de múltiples clínicas con las cuales ninguna creen­
cia absoluta se vincula es, ciertamente, la que corresponde a nuestra
civilización. Solamente se trata de hacer uso de ellas. En vista de esto, el
tratamiento moral puede ser tan válido como la bioquímica más moderna
y afirmada.
La extensión del síntoma y la extensión de la pareja vont depair et
de pére [van en pareja y de padre], según la homofonía que permite el
francés. Esta extensión puede conducir a una suerte de relativismo clíni­
co postmoderno en el cual anything goes [cualquier cosa va]. Nuestro
aporte es otro. Sabemos que si los síntomas son modos de gozar, se
segregan unos a otros, puesto que no hay ningún sentido común en los
diversos tipos de síntomas. Hay entonces que inventarlo. Es por esto que
es necesario continuar, con la misma necesidad que la del síntoma, la
conversación sobre el síntoma mismo.

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En tanto los debates sobre la clínica conducen a la existencia o no
de categorías borderline más bien para admitir que todo es límite de
todo, la discusión parece ingenua. Se trata más profundamente de acu­
sar la incredulidad en la clínica. Respondimos a esta exigencia de mu­
chas diferentes maneras en la historia del movimiento lacaniano.
En un comienzo respondimos que era necesario ignorar esas sire­
nas de la modernidad. Conocíamos nuestros síntomas, aquellos que Freud
nos había dejado: neurosis, psicosis y perversión. Con esa vuelta a la
clínica freudiana pudimos desafiar o afrontar cualquier estado límite.
Pero hemos testimoniado también sobre nuestra práctica clínica en
el enorme esfuerzo de publicaciones que hemos continuado por años.
Nuestra práctica del caso es muy extraña. No se trata para nosotros de
ir a la búsqueda del caso que contradiría la coherencia de la clase clínica.
Tampoco intentamos adoptar una postura popperiana. Partimos de la
inscripción de un sujeto en una clase de tipos de síntomas, por ejemplo la
neurosis obsesiva, para obtener lo más singular de su síntoma. En el
mejor de los casos, partimos de una neurosis para obtener al final «el
Hombre de las Ratas». Es una extraña práctica que termina por cuestio­
nar la consistencia de las clases clínicas.
Nos hemos aproximado así a un segundo estado de la clínica de
Lacan, más irónica, para considerar cómo Lacan transformó poco a poco
las categorías clínicas a partir de la práctica psicoanalítica. Se trata allí
de otra subversión que la de la extensión, se trata de otra definición en
intensión del síntoma. No es a partir de nuestra clínica de viejos creyen­
tes (neurosis, psicosis, perversión y nada más) que hemos podido enten­
der los enunciados aparentemente paradojales de los años 70 construi­
dos sobre la modalidad de «todo el mundo delira».
Hemos podido comenzar a abordar esta segunda clínica en Arcachon
el año pasado, luego de una reunión de las Secciones Clínicas. La segun­
da clínica de Lacan no es una clínica de fronteras y de imprecisiones, es
una clínica de puntos de capitón. Como ha dicho J.-A. Miller: «En los dos
casos tenemos un punto de capitón: en un caso, el punto de capitón es el
Nombre-del-Padre; en el otro, es otra cosa que el Nombre-del-Padre...
La metáfora como estructura puede adueñarse y ocupar el lugar de ele­
mentos clásicos. El elemento clásico por excelencia es el Nombre-del-

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Padre. Pero ella puede también apoderarse de elementos no estándares.
El Nombre-del-Padre es un estándar en nuestra civilización. Pero la me­
táfora puede muy bien articular elementos que no pertenecen más que a
un sujeto. Es allí donde se abre la dimensión de «la invención del sínto­
ma».1El síntoma, situado más allá del sufrimiento del cual nos habla el
prefacio del Volumen del Encuentro,2 definido por la identificación al
síntoma, por su contingencia, es lo que permite a cada uno taponar el
agujero de lo imposible de decir.
La época del Otro que no existe llama, o bien a modos de trata­
miento del goce por los Comités de ética, o bien por las metáforas del
síntoma. Es lo que J.-A. Miller tuvo oportunidad de decir en los semina­
rios de Madrid y de Barcelona luego del curso que hicimos en común.
Arcachon lo completó y hoy damos en conjunto un paso más con los
estudios que nos van a conducir hacia el término de partenaire-sínto-
ma.
Lejos de compartir el relativismo posmodemo, sabemos que las sa­
lidas normales del síntoma no encuentran su lugar más que si llegan a
alojarse en un discurso conveniente para no conducir a la guerra de los
síntomas.
El siglo veintiuno será el de la biología. Los cuerpos y la naturaleza
serán cada vez más desplazados de allí. Los síntomas no harán más que
florecer. Esta es la oportunidad del psicoanálisis para demostrar que no
tiene nada que ver con una psicoterapia. No supone ninguna psiquis
sino los cuerpos y su goce, así como las invenciones sintomáticas que
consiguen producir de su encuentro contingente con el parásito del len­
guaje jd a subversión del partenaire que implica.
No somos solamente los desgraciados de la falta-en-ser, no hay
más salida que en las formas por las cuales llegamos a hacer metáfora
del exceso que nos habita. Así pues, ¡hacia elpartenaire-síntomal Ne­
cesitamos ayuda, y decirlo es un «saber alegre»*.^?

* Presentación de apertura al X Encuentro Internacional del Campo Freudiano. Barcelo­


na, 24 de julio de 1998. Versión corregida de la traducción hecha por Liliana Bilbao con la

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