Laurent-La Extensión Del Síntoma Hoy
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segregación marca a la psiquiatría progresista, llamada dinámica. En esa
corriente se aproximan tanto los practicantes del sentido de la relación al
otro, como los mecanicistas sociales que rechazan las segregaciones
sedimentadas.
A continuación, es la clínica de la medicación la que cambia la
sensibilidad del siglo. De la clínica del sentido, aquella del uso social, se
pasará a la que remodela el nuevo uso de los psicotrópicos y del nuevo
gusto social que estos facilitan.
Una yuxtaposición de clínicas sale a la luz en la psiquiatría: las fuentes
llamadas psicodinámicas de la clínica, surgidas del modelo hermenéutico
transformado por el psicoanálisis. A continuación, aparecen las
causalidades atribuidas a las modificaciones psicosociales. Finalmente,
los diferentes psicotrópicos, en principio la chlorpromazine, luego la
imipramine, que constituyen los paradigmas de la serie de los antipsicóticos
y los antidepresivos, vinieron a desordenar los equilibrios adquiridos. Se
opera entonces el retorno de la psiquiatría en la medicina. A las clínicas
tradicionales van a agregarse prontamente las clínicas de la epidemiología,
la clínica bioquímica, las esperanzas genéticas. Estos diferentes niveles
no se corresponden forzosamente ni se traducen armoniosamente uno
con otro.
El único montaje teórico posible viene a revelarse como un
bricollage taxonómico inédito. Bajo la máscara tranquilizadora, ya co
nocida en la historia de la medicina, de la búsqueda de una lengua
epidemiológica única, un fenómeno nuevo viene a producirse. Bajo el
nombre de DSM, la Asociación Psiquiátrica Americana puso a punto
Una Conversación sobre el síntoma en el seno de la comunidad psiquiá
trica americana. Se sometió a votación la necesidad conceptual de equi
librar, de forma inédita, los conceptos que sedujeron a la mayoría de los
psiquiatras, las modificaciones de los ideales psicosociales de normali
dad en curso, los nuevos modos de tratamiento farmacológico, los usos
terapéuticos de las nuevas sugestiones. Así se engendraría un modo emi
nentemente perecedero de clínica que se quiere global, mundial, integrando
todas las tradiciones clínicas, todas las prácticas en su diversidad.
Se trató de un cüestionamiento radical de la clínica que se puso en
marcha y entre el DSM3, el DSM3 revisado y el DSM4, empezó a apa
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recer una verdadera descripción psiquiátrica de comportamientos socia
les. Siguiendo la descomposición en síndromes fragmentados de la clíni
ca, cada uno podía encontrar su lugar en ese gran libro que se abría. Fue
vivido en principio como un encantamiento en los años 80. Pero un ma
lestar sale a la luz. Lejos de producir una segregación cerrada entre lo
normal y lo patológico, cernida por muros, luego cernida por prescripcio
nes medicamentosas estrictas, todo acabó por enturbiarse.
El encantamiento producido por la clínica del medicamento y la
extensión de esas indicaciones, terminó por producir un extraño males
tar. Seguramente había un remedio para todo, éste es el aspecto fortifi
cante de la promesa terapéutica. Su envés es que puede emerger mucho
más la estricta causalidad bioquímica; lo patológico avalando la idea mis
ma de lo normal. Si todo es susceptible de un tratamiento medicamentoso,
según una indicación estrictamente terapéutica o por extensión cosméti
ca, ¿dónde se sitúa, entonces, la frontera entre lo normal y lo patológico?
Es por este camino que la descomposición clínica contemporánea
en el dominio psiquiátrico exponencializa la interrogación que supo llevar
Canguilhem, maestro de Foucault, sobre la nueva significación de las
normas de lo viviente. «El funcionamiento desregulado no es un caso
derivado del cual la verdad sería el caso normal. Lo patológico no es
ausencia de norma. Indica por el contrario una configuración nueva del
organismo, una adaptación posible del viviente a las perturbaciones del
medio exterior o interior por la puesta en su lugar de otras normas. La
enfermedad (...) empuja a la vida a comprenderse como creación de
normas». A partir de esta perspectiva, Canguilhem consiguió subvertir la
definición tradicional del síntoma como «fenómeno biológico accidental
propio para revelar la existencia, el puesto y la naturaleza de una afec
ción mórbida». Lo que es verdad en el dominio médico limitado lo es aún
más luego de que la medicina ha (re)incluido a la psiquiatría.
El efecto paradojal del retorno de la psiquiatría al seno de la medi
cina, producido por la nueva eficacia de los psicotrópicos y el avance de
la biología, es justamente éste: lejos de reintegrar simplemente la enfer
medad mental en la ciencia y de clausurar el problema, ese retorno hace
patente la fabricación de nuevas normas para lo patológico. Testimonio
de esto es la constitución de la clínica sobre las yuxtaposiciones de mono-
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síntomas. Ya sea que se trate síndromes postraumáticos, de toxicoma
nías, de anorexia-bulimia, de trastornos obsesivos compulsivos, de de
presiones, o de desórdenes de la identidad, vemos aparecer una clasifi
cación extremadamente extraña por su extensión y por la naturaleza de
aquello que allí se incluye exactamente. En un sentido tenemos la sensa
ción de reducción extrema de la clínica a algunos simples rasgos. Esta
reducción contamina también el conjunto de la clínica y toca, cada vez
más de cerca, a todo el resto. Frente a los grandes rasgos sistemáticos,
o a la clínica freudiana clásica, tenemos rápidamente la sensación de
encontrarnos en una suerte de enciclopedia china en el sentido de Bor-
ges. Pero no es necesario detenerse por esta sensación. En esta des
composición misma, y el modo de tratamiento que engendra, algo nuevo
surge. Ya no se trata más de curar, se trata de determinar la evaluación
de una cierta eficacia sobre los modos de lo viviente así definidos. La
invención del sistema de evaluación de la eficacia forma parte así de las
normas que lo viviente ayuda a definir por la organización misma de su
síntoma. Artimaña de lo viviente, así se organiza lo que la norma cree
que es el tratamiento de la enfermedad, cuando se trata de una subver
sión de la norma por la organización misma de lo que ya no podemos
llamar enfermedad sino síntoma.
El síntoma invade las normas del campo social. Constituye aquello
que más bien vamos a llamar «estilos de vida». El DSM llega de hecho a
poner en su lugar síntomas como nuevas normas dé lo viviente, lo que
llamamos con J.-A. Miller, quien supo extraer el término de Lacan: mo
dos de gozar. Estamos, a la vez, en la época del Spleen y en la de los
modos del Joy. El psicoanálisis recuerda que no alcanza la época más
que por una vuelta intransitiva por el Otro. Incluso auto-erótica, ¿¿¿hay???
No disfrutamos -enjoy- de una coca-cola, disfrutamos de la coca-cola
del Otro.
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historia textual. Le quedó a Lacan deducir el padre no de la familia, la
parentela -kinship- y la procreación, sino del matrimonio y de los mo
dos según los cuales el hombre llega a hacer causa de su deseo a la
mujer que se ocupa, por otro lado, de sus objetos a. Bajo el nombre de
pére-version, Lacan prolonga, en su enseñanza de los años 70, las con
clusiones sobre los complejos familiares de 1938.
La historia de la familia es ahora más bien aquella de los modos de
hacer pareja, entendidos en el sentido psicoanalítico de los modos de
gozar del Otro en una civilización dada. Es necesario aún estudiar cómo
el hijo, como objeto a de uno de los términos de la pareja, puede tener allí
su lugar, cualesquiera sean los modos por los cuales se solicita su apari
ción.
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En tanto los debates sobre la clínica conducen a la existencia o no
de categorías borderline más bien para admitir que todo es límite de
todo, la discusión parece ingenua. Se trata más profundamente de acu
sar la incredulidad en la clínica. Respondimos a esta exigencia de mu
chas diferentes maneras en la historia del movimiento lacaniano.
En un comienzo respondimos que era necesario ignorar esas sire
nas de la modernidad. Conocíamos nuestros síntomas, aquellos que Freud
nos había dejado: neurosis, psicosis y perversión. Con esa vuelta a la
clínica freudiana pudimos desafiar o afrontar cualquier estado límite.
Pero hemos testimoniado también sobre nuestra práctica clínica en
el enorme esfuerzo de publicaciones que hemos continuado por años.
Nuestra práctica del caso es muy extraña. No se trata para nosotros de
ir a la búsqueda del caso que contradiría la coherencia de la clase clínica.
Tampoco intentamos adoptar una postura popperiana. Partimos de la
inscripción de un sujeto en una clase de tipos de síntomas, por ejemplo la
neurosis obsesiva, para obtener lo más singular de su síntoma. En el
mejor de los casos, partimos de una neurosis para obtener al final «el
Hombre de las Ratas». Es una extraña práctica que termina por cuestio
nar la consistencia de las clases clínicas.
Nos hemos aproximado así a un segundo estado de la clínica de
Lacan, más irónica, para considerar cómo Lacan transformó poco a poco
las categorías clínicas a partir de la práctica psicoanalítica. Se trata allí
de otra subversión que la de la extensión, se trata de otra definición en
intensión del síntoma. No es a partir de nuestra clínica de viejos creyen
tes (neurosis, psicosis, perversión y nada más) que hemos podido enten
der los enunciados aparentemente paradojales de los años 70 construi
dos sobre la modalidad de «todo el mundo delira».
Hemos podido comenzar a abordar esta segunda clínica en Arcachon
el año pasado, luego de una reunión de las Secciones Clínicas. La segun
da clínica de Lacan no es una clínica de fronteras y de imprecisiones, es
una clínica de puntos de capitón. Como ha dicho J.-A. Miller: «En los dos
casos tenemos un punto de capitón: en un caso, el punto de capitón es el
Nombre-del-Padre; en el otro, es otra cosa que el Nombre-del-Padre...
La metáfora como estructura puede adueñarse y ocupar el lugar de ele
mentos clásicos. El elemento clásico por excelencia es el Nombre-del-
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Padre. Pero ella puede también apoderarse de elementos no estándares.
El Nombre-del-Padre es un estándar en nuestra civilización. Pero la me
táfora puede muy bien articular elementos que no pertenecen más que a
un sujeto. Es allí donde se abre la dimensión de «la invención del sínto
ma».1El síntoma, situado más allá del sufrimiento del cual nos habla el
prefacio del Volumen del Encuentro,2 definido por la identificación al
síntoma, por su contingencia, es lo que permite a cada uno taponar el
agujero de lo imposible de decir.
La época del Otro que no existe llama, o bien a modos de trata
miento del goce por los Comités de ética, o bien por las metáforas del
síntoma. Es lo que J.-A. Miller tuvo oportunidad de decir en los semina
rios de Madrid y de Barcelona luego del curso que hicimos en común.
Arcachon lo completó y hoy damos en conjunto un paso más con los
estudios que nos van a conducir hacia el término de partenaire-sínto-
ma.
Lejos de compartir el relativismo posmodemo, sabemos que las sa
lidas normales del síntoma no encuentran su lugar más que si llegan a
alojarse en un discurso conveniente para no conducir a la guerra de los
síntomas.
El siglo veintiuno será el de la biología. Los cuerpos y la naturaleza
serán cada vez más desplazados de allí. Los síntomas no harán más que
florecer. Esta es la oportunidad del psicoanálisis para demostrar que no
tiene nada que ver con una psicoterapia. No supone ninguna psiquis
sino los cuerpos y su goce, así como las invenciones sintomáticas que
consiguen producir de su encuentro contingente con el parásito del len
guaje jd a subversión del partenaire que implica.
No somos solamente los desgraciados de la falta-en-ser, no hay
más salida que en las formas por las cuales llegamos a hacer metáfora
del exceso que nos habita. Así pues, ¡hacia elpartenaire-síntomal Ne
cesitamos ayuda, y decirlo es un «saber alegre»*.^?
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