Tema 6. Bécquer Y La Poesía (Segunda Mitad Siglo Xix) - El Teatro de La Segunda Mitad Del S.Xix
Tema 6. Bécquer Y La Poesía (Segunda Mitad Siglo Xix) - El Teatro de La Segunda Mitad Del S.Xix
Tema 6. Bécquer Y La Poesía (Segunda Mitad Siglo Xix) - El Teatro de La Segunda Mitad Del S.Xix
Bécquer asume algunos de los temas y formas propios del Romanticismo, sin embargo, su obra
se aparta de este movimiento en muchos aspectos y asimila por el contrario algunas
características propias de la poesía de su época, de un intimismo más sencillo, menos exaltado
y en ambientes más cotidianos.
También aparece en las Rimas la Naturaleza como marco y como reflejo de los
sentimientos del poeta; especialmente como fuerza arrolladora y salvaje, imposible de
dominar, que simboliza el destino adverso (olas gigantes, huracán, tempestad…).
Los poetas románticos alemanes, como Heine, a los que Bécquer conoció a través de
traducciones; sobre todo en cuanto a la asimilación de la filosofía idealista de Hegel.
a) El poema como cadáver. Bécquer quiere señalar como ningún poeta se ha preocupado
de decir nada de forma teórica sobre la propia poesía, mientras que los que se han
dedicado a ello se limitaban a situarse delante del poema y diseccionarlo para proceder así
a su estudio. Afirma que esa disección "podrá revelar el mecanismo del cuerpo humano
(entiéndase el poema), pero los fenómenos del alma, el secreto de la vida, ¿cómo se
estudian en un cadáver?" Así pues, para Bécquer, lo que realmente interesa no es el
poema, el resultado, sino el origen y el proceso de la poesía, porque la poesía es un
sentimiento, y ese sentimiento es lo primero que hay que descubrir, ya que no se puede
analizar.
En la mente del autor hay una clara distinción entre hombres y mujeres
respecto a la poesía: en la mujer es una cualidad, un instinto, mientras que
en el hombre es una característica puramente espiritual.
d) El mundo interior. Bécquer nos va a presentar ese mundo interior de los poetas en el que
se van almacenando los pensamientos y las impresiones de forma caótica, en el que tan
solo un leve hilo de luz circunda a todo el marasmo en un intento vano de coherencia. Ese
mundo interior caótico lo compara en algunas ocasiones con el sueño; pero la función del
sueño en Bécquer puede tener otros sentidos que la mera comparación. El sueño y la
fantasía son vehículos perfectos para adentrarse en el mundo interior en busca de la
poesía. Si Bécquer hubiera seguido por ese camino de potenciación del sueño y la
fantasía, habría llegado, sin duda, al hermetismo y a cotas parecidas a las que lograron los
surrealistas. Sin embargo, el poeta sevillano se detiene en el proceso de interiorización y
de creación de una realidad nueva soñada, quedándose en los umbrales, en la ensoñación.
e) La realidad y la fantasía. Entre realidad y fantasía hay una borrosa frontera como
consecuencia de la potenciación que sufre la ensoñación. La confusión puede quedar más
clara a la luz de unas palabras de Bécquer en la "Introducción Sinfónica": "Me cuesta
trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido; mis afectos se reparten
entre fantasmas de la imaginación y personajes reales."
f) El amor como potencia cósmica unificadora del Universo. Bécquer se sitúa dentro de la
concepción platónica del mundo, un mundo que estará regido por el amor, "suprema ley
del Universo". Nos decía Bécquer que la poesía es sentimiento, pero para él, el sentimiento
no es más que un efecto del Amor, y el Amor es efecto de una primera causa, Dios. De esta
manera, nos encontraremos en la obra de Bécquer una triple identificación: AMOR =
POESIA = DIOS
h) Dos tipos de poesía. A este respecto, creo que es más conveniente leer lo que dice el
propio Bécquer en su "Comentario a La Soledad de Augusto Ferrán":
"Hay una poesía magnífica y sonora; una poesía hija de la meditación y el arte, que se
engalana con todas las pompas de la lengua, que se mueve con una cadenciosa
majestad, habla de la imaginación, completa sus cuadros y la conduce a su antojo por
un sendero desconocido, seduciéndola con su armonía y hermosura.
Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como una chispa eléctrica, que
hiere el sentimiento con una palabra y huye, y desnuda de artificio, desembarazada
dentro de una forma libre, despierta, con una que las toca, las mil ideas que duermen
en el océano sin fondo de la fantasía.
i) El proceso creador. El proceso creador, según la teoría becqueriana, pasa por cinco
etapas. La realidad es el punto de arranque (1ª etapa) de la que el poeta tomará las
imágenes e impresiones que conformarán un peculiar estado poético (2ª etapa). Más
tarde, la memoria (3ª etapa) trae del pasado al presente aquel estado poético: se trata de
regenerar el estado poético, no lo que lo provocó -supone una separación entre la
experiencia vital y poética-. Tras la memoria, llegaremos a la evocación (4ª etapa), en la
que el sujeto evoca la visión; pero ya no es el mismo hombre que sufrió o gozó la
experiencia, sino que se trata de un trabajo de laboratorio, meramente artificial. Estas
visiones evocadas son las que se intentan trasplantar al poema (5ª etapa), y es aquí donde
nos encontramos con el problema técnico: la lucha con un lenguaje insuficiente.
En 1857 emprendió una obra importante, la Historia de los Templos de España (proyecto para
salir de la pobreza), y se cuela en el Palacio Real, consigue que la Reina se lo financie.
Siguiendo a Chateaubriand, trata de estudiar el arte cristiano español uniendo el pensamiento
religioso, la arquitectura y la historia.
Pero hay una segunda corriente cultural que mediatiza el tradicionalismo Becqueriano, el
historicismo. En torno al medio siglo y paralelamente a estos autores que sitúan a una reacción
anticatólica, tenemos otro movimiento, el historicismo. Se pone de moda la historia con una
ideología detrás (a la cabeza va Herder). Con Herder, Bécquer tiene una concepción religiosa
de la historia. Revalorización del pasado (y, en especial de la Edad Media), sintoniza con el
pasado, mantiene una actitud “simpática”, como expresión de logros humanos auténticos y
valiosos, el “espíritu creador del pueblo” como semilla creativa de la humanidad (donde surge
la poesía, etc). Solo son comprensibles debido a una compenetración, una sintonía espiritual
con el pasado.
Bécquer vuelve los ojos al pasado, a la tradición (de Chateaubriand), a la historia (de Herder)
como frentes teóricas y conceptuales y como inspiración artística.
ARGUMENTOS.
EL VALOR DE LA TRADICIÓN
El poeta (frente al historiador) persigue a través de las formas que ve (ruinas, cuadros,
piedras…) la idea subyacente que les da vida. De las formas (columnas, documentos,
pergaminos, cuadros…) a las ideas (infunden aliento a las formas: espíritu universal, espíritu
nacionalista, etc). Por su fijación en la Edad Media, Bécquer va más allá todavía de su
protagonismo, persigue la idea cristiana de la historia, cuya expresión artística más genuina ve
en la catedral “con sus líneas extrañas, con sus sombras y su misterio”. Lo que traducido en
clave poética es que las formas son indicios del mundo del poeta (una puesta de sol, una
mirada, un beso), y la idea es el mundo del poeta y su inagotable capacidad de crear (alegoría
del libro y del arpa). Y la escritura de un poema es la concreción (milagrosa) de ese mundo a
partir de uno o varios indicios motivadores.
Sobre la poesía no ha dicho nada casi ningún poeta, pero en cambio hay bastante papel
emborrado por muchos que no lo son. “El que la sienta se apodera de una idea, la envuelve en
una forma, la arroja en el estadio del saber y pasa. Los críticos se lanzan entonces sobre la
forma, la examinan, la disecan y creen haberla comprendido cuando han hecho su análisis. La
discreción podrá revelar el mecanismo del cuerpo humano pero los fenómenos del alma, el
secreto de la vida ¿cómo se estudian un cadáver?.”
“La poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía es el sentimiento y el sentimiento es la mujer.
La poesía eres tú porque esa vaga aspiración a lo bello que la caracteriza y que es una faculta
de la inteligencia en el hombre, en ti pudiera decirse que es un instinto. La poesía eres tú
porque el sentimiento que en nosotros es un fenómeno accidental y pasa como una ráfaga de
aire, se halla tan íntimamente unido a tu organización especial, que constituye una parte de ti
misma. Últimamente, la poesía eres tú; porque eres el foco de donde parten sus rayos”
(Cartas, II).
“Dios es amor”. “El amor es poesía; la religión es amor. Dos cosas semejantes en una tercera,
son iguales entre sí […]”. La religión es amor, porque el amor, es poesía. Presume que teorizó
sobre la poesía, ideología moderada, y sus ideas las aplica a su poesía.
-FINAL DE LA CARTA IV
-RIMA IV
Nos habla de la poesía, mientras exista la naturaleza habrá poesía. El s.XIX es el siglo de la
ciencia, los recovecos a los que la ciencia no llega es un misterio. Hay que captar ese misterio
oculto. La ciencia puede ayudar, pero siempre habrá huecos en el misterio de la vida. Lucha
entre la religión y la razón. Unamuno se bate contra esa lucha. La poesía busca el misterio.
Bécquer desde su ideología conservadora no lo explica todo y cree que ahí aparece la poesía.
“Mientras haya unos ojos… habrá poesía”. Esto le remite a que la mujer es poesía. Canto al
amor, teoría con la que empieza las cartas. Inspiración (hay escritas sensaciones almacenadas)
hay un salto temporal, un abismo y el amor/mujer en marcha la inspiración del poeta.
Bécquer hizo una reseña a la soledad de Augusto Ferrán (un amigo suyo), habla de Sevilla,
sueña despierto, se fija en impresiones (cuarto, Madrid sucio y feo, tibia atmosfera), “yo había
sentido” impresión que él almacena. Hay una poesía de Campoamor Nuñez de Arce se lleva en
las tertulias y salones, magnifica y sonora (muchos recursos musicales), hija del arte, habla de
imaginación, es poesía grandilocuente (melodía que se desarrolla y muere) en la segunda
mitad del s.XIX y del Romanticismo, poesía oficial del s.XIX que no sugiere nada. Además define
su poesía como breve, seca, es un chispazo que huye, no tiene artificio, se observa que la rima
de las rimas son rimas asonantes, sin hacer ruido, hiere el sentimiento y huye, forma libre (casi
etéreas, no tiene la contundencia de las formas clásicas), imagen de ese interior donde se
almacenan las cosas (es como un océano). Su poesía a diferencia de la poesía de Nuñez de
Arce sugiere muchas cosas, su poesía es moderna y los críticos apenas se atreven a decir nada.
Carece de medida absoluta. “Es un acorde que se arranca del alma” (Bécquer), la rima no
termina su significación y se queda vibrando en el lector, en su parte imaginativa. Poesía que
te hace pensar y moviliza el pensamiento, su poesía es sentimiento y pasión.
Aparición en la prensa (1855-1871): 13 rimas (y, sueltas, en otros lugares), pero compuestas
entre 1856-58 y 1868 (ya que el manuscrito estaba terminado cuando se perdió en 1868). En
1869, Bécquer rehízo de memoria el manuscrito [Biblioteca Nacional].
Hipótesis sobre la redacción del manuscrito (José Pedro Díaz) del manuscrito a las rimas.
Primera redacción (Bécquer) sin ningún orden, las segundas redacciones (varias: Bécquer en
distintos momentos). Última mano: imprenta, amigos de Bécquer. El manuscrito se presenta
en un orden diferente a la primera edición de 1871, lo que no afecta para la lectura global de
las Rimas, dos numeraciones en algunas ediciones recientes (Palomo y Rubio), la definitiva ¿en
la tradición del Cancionero de Petrarca? Unidad temático-biográfica en su continuidad.
A) Primera serie: I-XI (+XV y XXI). La primera serie está más especializada en el hecho poético.
B) Segunda serie: XII-XXIX. La segunda serie trata de la poesía amorosa, amor gozoso, vivido
con plenitud, marco vital sonriente y acude en esta alegría de vivir, acude al folclore andaluz.
Cancionero menor, muy influenciado por la lírica andaluza (breves), poesía de la luminosidad,
todo es placentero.
C) Tercera serie: XXX-LI. La tercera serie del desengaño amoroso, cierto dramatismo inspirado
en una parte en el folclore andaluz y en todas estas rimas hay motivación biográfica (pasaba
por allí, cuando me lo contaron, sentí), motivación autobiográfica que arranca la vida, tragedia
crueldad de la amada.
D) Cuarta serie: LII-LXXVI. La cuarta serie, todo mezclado y prolongan el tono desengañado e
incluso más acentuado, ya no hay motivación autobiográfica.
La modernidad de Bécquer hay que medirla dentro de la literatura comparada. Hay un autor
que saqueó la poesía del s.XIX en dos ramas. El que mejor nos explica la poesía de Bécquer, es
él mismo.
-RIMAS Y LEYENDAS
Primera serie: I-XI (+XV y XXI)
Reflexiones sobre la poesía, la creación y también poesía amorosa.
Bécquer exitencial (característica del Romanticismo). Esplín (spleen) tópico para referirse al
hastío. Otra característica de Bécquer es la especie de incertidumbre existencialista, el hastío,
está motivado por su vida. Vivía como un bohemio, deseando triunfar. Habla también de
poesía, de la inspiración, todo el poema es una alegoría, metapoética. La saeta, hoja, son
estímulos. En la última cuarteta es la incertidumbre del creador, no sabe el significado
existencial. Se mueve en la incertidumbre. Bécquer se sirve de unos recursos, el subrayado
inicial en cada cuarteta (hoja, saeta…). Una de las claves para que esta poesía breve cale en el
lector es la estructura paralelística o semiparalelística (“escucha señor mi plegaria” va
penetrando o envolviendo al lector, tienen cierta resonancia religiosa. Las repeticiones
acumulan sentimientos. Destacar los gerundios (“templando, buscando”) ralentiza la acción, se
detiene en el pensamiento. Uso moderno de la antítesis, se puede resumir las cuatro cuartetas
en un arranque de intensidad. Va de la concreción inicial (o certeza) a la generalización (e
incertidumbre).
Inspiración grandiosa en el autor. Se mueve por el aire “saeta”, tierra “hoja”, agua “ola” y
fuego “luz”, los elementos, además poder sacar su significado. El poeta tiene una inspiración
grandiosa y parte de lo elemental. Tiene una austeridad de recursos, formas métricas,
planteamientos estéticos. Con una pobreza de vocabulario, la poesía de Bécquer calaba. Esa
pobreza también es musical, utiliza pocas formas métricas. Conclusión: este poema inserta en
los primeros nueve poemas y que es poesía y amor hay claves autobiográficas.
-RIMA XII (fragmento inicial) “porque, son… soplo del aire tiemblen”
El folclore andaluz se nota “niña, tus ojos”. Ritmo del folclore andaluz, descriptivo, meditativo,
alusión a la naturaleza, ritmo juguetón, alegre. Estos vasos comunicantes “ojos verdes como el
mar te quejas”, “verdes los tienen” y “verdes los tuvo”, se comunican, contagia la
sentimentalidad. Ve el verde en un poema de Juan Ramón. El verde significa ya en Góngora, la
juventud. El recurso del verde implica algo irreal, nos introduce en la irrealidad. Para él era
irrealidad, muerte.
Espacio. Bécquer prefiere las ciudades antiguas (Soria, Toledo, Sevilla), los viejos castillos,
templos y monasterios, las ruinas abandonadas, lugares propicios para la imaginación o el
misterio.
Tiempo. En casi todas las leyendas el hecho culminante ocurre de noche. La época es
siempre el pasado, preferentemente la Edad Media. Así ocurre por ejemplo en El rayo de
luna, El Monte de las Ánimas, Los ojos verdes o La corza blanca. Las más cercanas en el
tiempo son El Miserere, cuya acción principal se desarrolla en el siglo XIX, y El beso, que se
sitúa durante la ocupación francesa en la guerra de la Independencia.
La sociedad española de la segunda mitad del siglo XIX tenía en el teatro su diversión primera.
No sólo le proporcionaba entretenimiento, sino que le facilitaba un lugar de encuentro con los
demás miembros de la clase a la que pertenecía o la perspectiva de las otras clases sociales.
Jorge Urrutia indica que “los teatros del siglo XIX se adecuaban a los deseos que los
espectadores tenían de lucirse”. El edificio ideado expresamente para el teatro es
necesario, y juega un papel fundamental en la realización del mismo, pero por sí sólo no
es suficiente. Autores, editores, empresarios, actores, público... son elementos
imprescindibles que se pueden diferenciar, pero que obvia- mente están muy
interrelacionados.
LOS DRAMATURGOS
En el siglo XIX no existen dramaturgos, salvo caso excepcionales. Nos referimos a aquella
persona consciente de todo lo que supone el que hacer teatral, y también, orgullosa de
esta labor. No es necesario un certificado de pureza literaria, ni tampoco un voto especial
para dedicarse a escribir. Centrándonos en la segunda mitad del XIX español, cabe des-
tacar que el autor dramático está muy alejado de la consideración de hombre de
letras de manera exclusiva.
LOS EDITORES
Los autores teatrales no aspiraban tanto a ver sus obras editadas como sobre la escena. La
representación ofrecía más ganancias que la edición. Además suponía muchos menos
riesgos personales, ya que según la tradición teatral hispánica el autor sólo era conocido al
final de la obra. En los periódicos sólo se anunciaban el título y el tono de la obra, a veces
se acompañaban estos datos con epítetos exagerados de autor como “reputadísimo” y
otros adjetivos de mismo talante elogioso.
La edición de las obras teatrales fue tan numerosa como el estreno de las piezas. Emilio
Cotarelo estudió en un interesante artículo Edito- res y galerías de obras dramáticas en
Madrid en el siglo XIX (1928) la evolución de la edición teatral hasta la fundación de la
Sociedad de Autores Españoles que se consolidó como casa editorial en 1901. La Sociedad
de Autores fue adquiriendo las demás casas editoriales con sus derechos y sus obras,
vendiendo parte de los fondos de manera inexplicable. En 1913 edita un Catálogo General
que recoge aproximadamente veinte mil títulos, cerca de la mitad manuscritos y unas dos
mil obras en catalán y valenciano. La Sociedad de Autores, primero como Asociación
mutualista de escritores y artistas, se fundó en 1872 como instrumento adecuado para
evitar los abusos económicos que editores y demás intermediarios sometían a los autores,
consolidándose como Sociedad de Autores en 1899.
LOS ACTORES
En la evolución de los actores en la segunda mitad del siglo XIX se podrían distinguir
dos épocas. La primera época encabezada por Julián Romea y la segunda por Vico,
Calvo, Mario, etc. Dentro de los actores, habría que diferenciar aquellos que actuaban
en Madrid y que luego hacían las provincias en muchas ocasiones con preferencia por
Barcelona y las grandes ciudades como Sevilla, Valencia, Málaga, y aquellos otros actores
y compañías que rara vez actuaban en Madrid, reservándose para la actuación en
provincias y teatros de pueblo donde tenían un público acogedor y escasamente
entendido que asistía enfervorecido a las raras representaciones que se les ofrecían.
El actor empezaba a ser un hombre o una mujer admirado, que era invitado a tertulias
literarias como el caso de Julián Romea, que incluso llegó a escribir teatro y poesía. La
profesión de actor no era denigrante, así en representaciones familiares, personas de
prestigio satisfacían sus ansias de representación. El actor decimonónico, cuando
alcanzaba éxito, se transformaba en un divo mimado por el público y los mismos actores
se tomaron en ocasiones demasiado en serio ese papel ejemplar.
EL PÚBLICO
No resulta fácil hablar del público que asistía a las funciones de teatro en el siglo XIX. No
resulta fácil, porque al teatro iba todo el mundo. Se puede asistir al teatro por muchos
motivos. Ciertamente, nos encontramos en el XIX un público que asistía a espectáculos
más o menos realistas para ver escenificada su realidad contemporánea, para ver en
escena las dificultades y problemas de la comunidad a la que pertenecen y no siempre
buscando soluciones contrarias a su propia ideología.
El público del XIX asistía por entretenimiento y según su clase social nos encontramos con
un espectáculo predominante, pero sin impedir el trasvase más o menos fluido entre los
mismos. En el teatro se mezclan todos los hábitos sociales de la época que se exterioriza
en la confrontación entre la burguesía y la aristocracia por ocupar los palcos teatrales.
El abono ocupa un lugar excepcional dentro de la mecánica comercial del teatro y afecta al
modelo que se implantaba. El abono no era sólo una marca social, sino que también era el
sostén económico de muchos empresarios. El público de abono, que no asistía
exclusivamente por la representación, aplaudía las obras a veces sin mayor atención por
conocida, y este conocimiento exigía al empresario una renovación constante de la
cartelera. El teatro de declamación se mantenía a base de los abonos y un público selecto.
Por otro lado, existe una pequeña burguesía que frecuentaba también el teatro, con
preferencia por aquellas obras melodramáticas y comedias amables, lejos del teatro de
declamación. Es un público que acude en familia y el teatro tiene que ajustarse a una
moral determinada.
El público acude por diversión y su formación teatral por lo general es muy escasa. Le
concederá el favor a una obra o la criticará guiado por la moral, por las modas, por el
patriotismo, o las críticas periodísticas, dejando la calidad aparte. El teatro apasionará de
tal modo a la sociedad decimonónica que todo el mundo opina sobre teatro.
Finalizaremos con las palabras de Felipe Pérez que resume la actitud del público del teatro
de la segunda mitad del XIX:
El público no va al teatro para aprender historias ni filosofías, ni para oír sermones ni
discursos académicos; va en unos casos a buscar la emoción artística conmoviéndose
ante lo que hace llorar, divirtiéndose con lo que le hacer reír, y en otros casos, que
son los más, a “pasar un rato”, buscando solaz y entretenimiento, sin importarle, en
unos ni en otros, un ardite que las acciones sean históricas o fabulosas, que los
personajes sean héroes o chulos, reyes o presidarios (Pérez, F.: 1904, 151).
Obviando el aspecto generalizador de estas opiniones, Felipe Pérez refleja el teatro del XIX
como espectáculo destinado a un público ansioso de diversión antes que como teoría
cultural.
LAS OBRAS
Las obras teatrales de la segunda mitad del XIX resultan difícilmente reducibles a unas
pocas líneas. El volumen de obras editadas y representadas, cercano a los veinte mil
títulos, hace que cualquier reflexión sobre las mismas deba ser revisada. Se puede
afirmar, por obvio y sin riesgo a equivocarse, que el número no es sinónimo de calidad
literaria.
Este elevado número de obras nos muestra que estamos ante un fenómeno literario
de consumo donde la calidad artística, que no negamos que pretendieran los autores,
tiene un segundo papel ante la efectividad escénica. La mayoría de las obras del XIX
son piezas en un acto, con pocos actores y montajes fáciles de realizar. Existen pie- zas
de mayor calibre literario en tres actos como los dramas históricos, comedias
burguesas, melodramas, dramas neorrománticos, etc.
Hay que precisar que la mayoría de los cerca de cinco mil autores que recoge Tomás
Rodríguez en su Catálogo de dramaturgos españoles del siglo XIX escribían piezas breves y que
pocos se atreven con la envergadura de obras en tres actos.
De manera general, se puede afirmar que la calidad literaria de las obras es bastante
escasa. Esto que puede ser interpretado como rechazo literario sin embargo ratifica un
aspecto importantísimo de la concepción del teatro del XIX como realidad escénica.
Cuando leemos obras del XIX pocas veces despiertan interés artístico. Sin embargo, por
mucho que haya cambiado la percepción estética nos negamos a afirmar que la sociedad
del XIX no tenía un gusto determinado. Las obras del XIX se pensaban para su
representación, no para la lectura crítica. Una gran cantidad de obras que hoy nos
parecen absolutamente deslavazadas literariamente con una puesta en escena
adecuada para su época tendrían cierta validez escénica, en especial si se piensa en
representaciones familiares poco críticas o en actores que saben explotar los recursos
más favorables para atraerse la atención del público.
Pocas obras del XIX atraen hoy el interés de los lectores, por supuesto casi ninguna de los
espectadores, y también pocas soportan un análisis crítico exhaustivo sobre la calidad
literaria de las mismas. Pero sería un análisis injusto de un teatro pensado para la
diversión y no para entrar en la historia de la literatura. Sin embargo, estas obras
decimonónicas se encuadran perfectamente dentro del teatro para el que fueron escritas.
Y no se puede olvidar que nos encontramos ante un teatro tremendamente festivo donde
lo importante era la participación, la diversión, la fiesta teatral, y estas obras sacian todas
las expectativas que la sociedad ponía en ellas.
Tras haber visto la importancia y el papel jugado por los autores, los actores, los editores,
el público y la sala nos queda la sensación de que el teatro impregnaba toda una sociedad.
Pero dentro de la vida teatral del siglo XIX, hay al menos tres aspectos que necesitan una
breve nota por su evidente influencia: los empresarios, la censura teatral y los periódicos
especializados.
Ante la cantidad de teatros que existían en la época es lógico pensar que frente a cada
uno de ellos estaba un empresario. Evidentemente, no todos se limitaban a rentabilizar un
espectáculo, algunos de ellos marcaron un estilo en el teatro que dirigían. La competencia
entre los teatros era intensa y no sólo luchaban por conseguir los mejores actores o algún
estreno importante en el caso de los grandes teatros, sino que también intentaban traer la
clientela con otras argucias.
La censura conforme avanzaba el siglo fue cada vez siendo más liberal en lo referente al
teatro que se consideraba más como diversión que como vehículo de transmisión de
ideas, como se entiende de su omisión, o de su no mención explícita en las leyes de
imprentas que se promulgaron a lo largo del siglo XIX.