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TERCERA PARTE

SISTEMA VENEZOLANO DE DERECHO INTERNACIONAL PRIVADO

CAPITULO IX

38.-El Derecho Internacional Privado en Venezuela. Antecedentes legislativos. Cuarenta años después de
haberse declarado la independencia de la República es que ésta viene a darse un cuerpo de legislación
civil y penal, rigiéndose mientras tanto la administración de la justicia por anacrónicas leyes,
complicadas y complejas, que provenían del antiguo gobierno español. Estas leyes eran las pragmáticas,
cédulas, órdenes, decretos y ordenanzas del gobierno peninsular hasta el 18 de mayo de 1808; asimismo
regían Leyes de la Recopilación de Indias e igualmente la Ley de las Siete Partidas.

En 1830, con motivo de la separación de Venezuela de Colombia, el constituyente venezolano designó


tres comisiones encargadas de elaborar los Códigos Penal, de Procedimiento Criminal y una Ley de
Jurados, sin que se obtuviera nada positivo. En 1835 se ordenaron la elaboración de los Códigos Civil,
Criminal, Militar, Comercio y sus respectivos procedimientos, igualmente sin ningún resultado. En 1836,
el Congreso Nacional aprobó un proyecto de Código de Procedimiento Judicial elaborado por el
jurisconsulto Francisco Aranda, en razón de que bajo la exigencia de las antiguas leyes los juicios se
hacían interminables.

En 1862 una comisión nombrada por el comercio capitalino e integrada por los señores doctor José
Reyes, Isaac J. Pardo, Fernando Antonio Díaz y Modesto Urbaneja presentó a las Cámaras Legislativas
nacionales un proyecto de Código de Comercio que no fue sino el elaborado en 1840 por Aranda, Díaz y
Romero. El 29 de agosto de ese año fue puesto en vigencia dicho Código y dos meses después el Código
Civil, elaborado por el doctor Julián Viso, calcado totalmente del Código de Chile de 1856.

En 1863 el ya nombrado jurista Viso elabora un Código Penal que tiene sus bases en el Código español,
así como su correspondiente Código de Procedimiento Criminal. Ambos entran en vigor el 19 de abril de
ese año. En ese mismo lapso sufrió una reforma el Código de Procedimiento Judicial elaborado en 1836.
Pero, hecho inusitado, el 8 de agosto de ese mismo año entra en vigencia un decreto de Juan
Crisóstomo Falcón, Jefe del Estado, mediante el cual se decidió abolir totalmente la legislación anterior
al 15 de marzo de 1858, menos el Código de Comercio.
Hacia 1867 aparece el nuevo Código Civil elaborado entre otros por Julián Viso, habiéndose tomado
como modelo el Código Civil de España de 1851. Pero, igualmente, como lo que había sucedido cuatro
años atrás, Antonio Guzmán Blanco, Jefe del Poder Ejecutivo, anula por decreto la legislación anterior al
27 de abril de 1870. Según la expresión del propio dictador, se consideraban desconocidos por la
Revolución, las leyes, contratos, decretos, resoluciones y demás actos expedidos desde el 28 de junio de
1868, hasta ese día (73). En 1872. el referido Jefe de Estado nombra sendas comisiones para que
elaboren los Códigos Civil, Comercio, Penal y Militar y sus respectivos procedimientos. De la Comisión
civil formaron parte, entre otros, Luis Sanojo y Diego Bautista Urbaneja. En 1873, el 27 de abril, entran
en vigor los referidos Códigos. El nuevo Código Civil recibe su inspiración del Código Civil italiano de
1865, el más moderno para la época, y éste a su vez estaba inspirado en el Código Napoleónico al que
mejoró en muchos aspectos. El mencionado Código venezolano no transcribe las normas de Derecho
Internacional Privado que estaban contenidas en un capítulo de la parte preliminar del Código italiano,
tal como lo conserva el Código Civil peruano (74), ya que la Comisión redactora tuvo para ello la razón
de que toda- vía la doctrina sobre esos problemas de Derecho Internacional Privado no era definitiva y
menos uniforme.

En 1880 y 1884 se hacen reformas de simple detalle de los Código Civil, Procedimiento Civil y
Procedimiento Criminal. En 1895 se nombra nueva Comisión redactora del Código Civil integrada, entre
otros, por Ramón F. Feo y Aníbal Dominici. Es aprobado en 1896. Luego vienen los Códigos de 1904,
1916, 1922, y el actualmente vigente.

Esta breve relación histórica nos demuestra lo accidentado que ha sido nuestra evolución legislativa en
materia de derecho privado, la falta de una orientación uniforme sobre todo en los primeros años, los
zarpazos de la acción política en la labor jurídica y la poca y no menos tranquila disposición que han
tenido nuestros juristas para presentar una obra producto de la consagración y el desvelo. Los cultores
han existido y en grado excelente, lo que no ha habido ha sido ambiente de paz y tranquilidad ni menos
aliento y estímulo para la labor crea- dora. Por eso las palabras que escribió Aníbal Dominici en sus
comentarios al Código Civil de 1896 relativas a la labor de codificación hecha y a la que habría que hacer
en el fu-turo (75), tienen todavía tanta validez como si hubiesen sido escritas para este tiempo. En
efecto, nos falta mucho por hacer en materia de codificación civil, pero el trabajo hecho a pesar de esas
precarias condiciones de estabilidad social, política y económica, no se puede desconocer, menos
considerarlo de un todo como negativo. Hay mucho que hacer, es muy cierto, pero tenemos una buena
base a pesar de sus imperfecciones y si las condiciones son favorables de ahora en adelante, la labor
futura coronará con el éxito esa obra de clarificación, perfeccionamiento y empuje que las jóvenes
generaciones reclamarán de sus juristas y maestros del derecho.

39.-Estructura de nuestra ordenación civil. Los principios estatutarios. Nuestro sistema legislativo civil
desde el pasajero Código de 1862 hasta la fecha, ha venido consagrando las reglas estatutarias clásicas a
que estaban sometidas las personas, las cosas o los hechos o actos que han de producir derechos, a
veces con pequeñas variantes de un Código a otro, pero siempre con igual denominador común en lo
que se refiere a las prescripciones clásicas sobre la materia.
Esto nos advierte ya que el sistema venezolano de Derecho Internacional Privado es esencialmente
estatutario, habiéndose observado en su evolución una marcada tendencia hacia la territorialidad.
Veamos cada uno de estos principios o reglas estatutarias.

El Código Civil de 1862 contemplaba el estatuto personal en la siguiente forma: "Los venezolanos están
siempre sometidos a las leyes patrias que regulan las obligaciones y derechos civiles, aunque residan o
tengan domicilio en país extranjero: 1) En lo relativo al estado de las personas y a su capacidad para
ejecutar ciertos actos, que hayan de tener efecto en Venezuela. 29) En las obligaciones y derechos que
nacen de las relaciones de familia, pero sólo respecto de su cónyuge y parientes venezolanos" (Art. 8).
Este artículo, copiado del de Chile, corresponderá después al 7: del Código de 1896 y éste se inspirará en
el 6 del Código italiano y 3° del francés.

La actual redacción de este artículo tiene su origen en el Código de 1867. De acuerdo con el texto
vigente, art. 9°, las leyes concernientes al estado y capacidad de las personas obligan a los venezolanos,
aunque residan o tengan su domicilio en país extranjero.

El principio que inspira este artículo lo encontramos indudablemente en el postulado manciniano de que
las leyes han sido dictadas para las personas, y, que, por lo tanto, las leyes son personales. Estas leyes lo
son en este sentido porque afectan lo que hay de más personal en el individuo, a saber, el estado, o
situación del individuo en la sociedad en que vive; y la capacidad, o sea, la facultad para poder obligar u
obligarse en sus relaciones con las demás personas.

¿Consagra esta disposición el hecho de que recíprocamente el extranjero gozará de la aplicación de su


ley personal en territorio venezolano? El propio texto del artículo 9° guarda silencio al respecto. Y
además de esto el artículo 8° no establece tampoco ninguna excepción al determinar que "la autoridad
de la ley se extiende a todas las personas nacionales o extranjeras que se encuentren en la República".
En auxilio del artículo 9º venía el artículo 26 del mismo Código que tradicionalmente se ha conservado
en nuestra legislación civil con la modificación substancial de 1881, pues a lo preceptuado
tradicionalmente de que "las personas extranjeras gozan en Venezuela de los mismos derechos civiles
que las venezolanas, con las excepciones establecidas o que se establezcan", se agregó en la referida
reforma de 1881, una salvedad al principio general consignado en estos términos:" esto no impide la
aplicación de leyes extranjeras relativas al estado y capacidad de las personas en los casos autorizados
por el Derecho Internacional Privado".

Esta había sido la consagración de la personalidad de la ley en su forma tradicional, sistema que estaba
regido no por el principio de la benevolencia o cortesía internacional, tal como fue expuesto por Orángel
Rodríguez (76), sino en razón de que efectos jurídicos reclamados en Venezuela de actos atinentes al
estado y capacidad de los venezolanos, no tendrían efecto si no se hubiesen ajustado a las respectivas
leyes venezolanas, tal como lo aclaró el Código del 62.
Este sistema tradicional fue quebrantado con la reforma que se le hace al Código Civil en 1916 al
establecerse allí en el artículo 20 que los extranjeros quedaban "especialmente sujetos a lo dispuesto en
la Constitución y las Leyes de la Re pública y a lo estipulado en Tratados internacionales"

¿Era esta reforma una vuelta a la situación anterior a 1881? Indudablemente que sí, pues la aplicación
de la ley personal a los extranjeros en lo referente al estado y capacidad no podía hacerse sino por
doctrina o jurisprudencia o por concesión establecida mutuamente, pues como lo expresó Sanojo
comentando el art. 7° del Código de 1873, correspondiente al 9º de hoy, "por reciprocidad debemos
concluir que a los extranjeros deben aplicarse las mismas leyes de su nación relativas a la misma
materia, aunque residan o tengan domicilio en Venezuela". "Es, pues, agrega, la nacionalidad y no el
domicilio a lo que debe atenderse en este punto" (77).

A pesar de la forma como quedó redactado el artículo 22 en la parte relativa a los extranjeros en el
Código de 1916, venía en auxilio del principio de la extraterritorialidad, y, por lo tanto, del propio
artículo, el 8° del Código de Procedimiento Civil incorporado en nuestra legislación en 1897 que indicaba
al Juez la fuente a que debía recurrir en un caso de Derecho Internacional Privado y, por consiguiente, lo
obligaba a aplicar, en primer término, al tratado si lo había con la Nación respectiva en cuanto al punto
en cuestión; en segundo lugar, la norma expresa si la hubiese o lo que se desprendiese de la mente del
legislador patrio; y, en último término, aplicaría los principios generales del Derecho Internacional
Privado aceptados generalmente. Como se comprende fácilmente, este artículo venía a suplir el silencio
de la ley en cuanto a saber cuál era la ley aplicable al extranjero en materia de estado y capacidad, pues
bastaba con los mencionados principios del Derecho Internacional Privado aceptados generalmente
para que le fuese aplicada su ley personal en el susodicho caso de estado o capacidad. El Código Civil de
1922 volvió a consagrar en la forma tradicional el goce de su ley personal por parte de los extranjeros.

En el Código Civil del 62 se consignó el estatuto real, Arts. 9 y 10, siguiendo la corriente estatutaria más
generalizada, estableciendo una distinción entre bienes muebles e inmuebles. En esto el codificador no
se inspiró en el Código de Andrés Bello, Art. 16, en donde se empleó la palabra "bienes", abarcando
tanto a unos como a los otros. De acuerdo con el artículo 9º del Código del 62, "los bienes inmuebles
situados en Venezuela están sujetos a las leyes venezolanas, aunque sus dueños sean extranjeros y no
residan en Venezuela". "Esta disposición se entiende sin perjuicio de las estipulaciones celebradas
válidamente en país extranjero; pero sus efectos en Venezuela se arreglan siempre a las leyes
venezolanas". Por su parte, "los derechos y obligaciones relativas a bienes muebles se rigen por las leyes
del país en que su dueño está domiciliado" (Art. 10), o sea, la consagración del principio estatutario
"mobilia sequuntur personam". En el Código del 73 y del 80 se eliminó toda disposición sobre muebles,
consignando la ley de la ubicación como la competente para regir los bienes inmuebles. Mientras tanto,
el régimen de los muebles en esas legislaciones quedaron sometidos a la apreciación de la doctrina y la
jurisprudencia. Pero esta experiencia no parece que hubiese resultado favorable, pues el legislador del
96, los comprendió dentro de una misma ley competente dada por la ubicación, tal como lo había
enseñado Savigny, principio éste que ha sido conservado en los códigos de 1904, 1916, 1922 y 1942. De
acuerdo con la legislación vigente, Art. 10, "los bienes muebles o inmuebles situados en Venezuela, se
regirán por las leyes venezolanas, aunque sobre ellas tengan o pretendan derechos personas
extranjeras"

En cuanto al estatuto llamado impropiamente mixto, referente a la forma externa de los actos regidos
por la regla "locus regit actum", el Código del 62 estableció que "la forma de los instrumentos públicos
es la que determina la ley del país en que hayan de otorgarse", Art. 11, agregando que "en los casos en
que las leyes venezolanas exijan instrumento público para su prueba, no valen las escrituras privadas
cual quiera que sea la fuerza de ésta en el país en que hayan sido otorgadas", Art. 12. El legislador
venezolano en estos artículos siguió la redacción del Código de Bello pero sin establecer la distinción
entre forma externa propiamente tal que es la solemnidad con que está revestido el acto, y la
autenticidad que se refería al hecho de haber sido otorgado y autorizado por las personas y de la
manera que en los documentos se ex- prese, requisitos que sí se conservan en lo que se refiere al
otorgamiento de testamentos escritos en el extranjero, en lo cual copió también al Código chileno. De
acuerdo con esta fórmula adoptada por el legislador del 62, el estatuto formal queda reducido sólo a los
instrumentos públicos, cuando la regla estatutaria se ha referido siempre a actos jurídicos, concepto
éste que es amplio y comprende no sólo a negocios jurídicos realizados a través de instrumentos
públicos sino mediante cualquier otro instrumento válido (78).

En el Código de 1867, Art. 11, se estableció que la ley local era la competente para regir la forma y
solemnidades de los contratos, testamentos y de todo instrumento público. En el Código de 1873 se
incluyó una restricción notable al establecerse que los venezolanos podrían seguir las disposiciones de la
ley venezolana en cuanto a la forma extrínseca, cuando el acto fuese otorgado ante competente
funcionario de Venezuela en el lugar de su otorgamiento, agravando aún más esta exigencia cuando la
ley venezolana requiriese como necesaria una forma especial, en cuyo caso debía cumplirse ese
requisito. En el Código Civil de 1896 el artículo en referencia fue modificado en el sentido de que no sólo
los venezolanos podían realizar el acto conforme al derecho venezolano ante el funcionario consular
competente, sino que también podrían acogerse a esta disposición los extranjeros domiciliados, reforma
ésta que se amplía en 1916 cuando se determina que los extranjeros en general, sean domiciliados o no,
pueden acogerse a esa concesión cuando el acto va a tener efecto en Venezuela. El Código Civil del 22
estableció, siguiendo la técnica jurídica, que "la forma extrínseca de los actos entre vivos o de última
voluntad se rigen por las leves del país donde se hacen; pero podrán seguirse las disposiciones de las
leyes venezolanas, en cuanto a la misma forma extrínseca, cuando el acto sea otorgado ante el
empleado competente de la República en el lugar del otorgamiento. En todo caso, deberá cumplirse la
ley de Venezuela que establezca como necesaria una forma especial" (Art. 11). Este artículo fue objeto
de un amplísimo debate en el seno de las Comisiones Codificadoras del año 30 y 36 y especialmente en
una Comisión Especial nombrada dentro de esta última Comisión, en vista de no haberse puesto de
acuerdo la Comisión General. De acuerdo con la redacción propuesta por la referida Comisión Especial,
"las formas de los actos jurídicos que se otorgan en el extranjero, aun las esenciales a su existencia, para
que éstos surtan efectos en Venezuela, se determinan por las leyes del lugar donde se hacen. Si la ley
venezolana no admite alguna forma o exige instrumento para su validez o para su prueba, deberá ser
cumplida. Cuando el acto se otorga ante el funcionario competente de la República, deberá someterse a
las leyes venezolanas"(7) Luego el 11 de junio de 1937 sufre nuevas discusiones y, por último, cuando es
llevado al Congreso Nacional el proyecto de Código Civil recibe nuevas modificaciones hechas por una
Comisión Especial, nombrada por la Cámara de Diputados, y presidida por el eminente jurista F. S.
Angulo Ariza. Según el informe presentado por esta Comisión el día 20 de mayo de 1942(80), se acogió
la expresión, "forma" en singular, sin ninguna calificación, por ser ella la adoptada por los modernos
tratadistas de Derecho Internacional Privado, ya que esta forma se refiere a aquellas leyes que tienen
por objeto asegurar la exteriorización de la voluntad. Acogió la sugestión del Dr. Urbaneja Achelphol, en
el sentido de añadir a continuación el término "solemnidades", como lo hace el ordinal 3: del Art. 402
del Código Bustamante, ya que este término se refiere a las formalidades que "afectan la esencia
intrínseca de los actos". Por último, indicó la contradicción ya señalada por el Dr. Bastidas al
mencionado Proyecto, en el sentido de que, según la primera parte del artículo, no serían obligatorias
las formas especiales establecidas por la ley venezolana; y luego se hace obligatoria una forma especial
al exigir que el acto se celebre por escrito, si así lo requiere la ley venezolana para su validez (81).

Por lo tanto, el debatido artículo 11 quedó redactado así en el Código del 42: "La forma y solemnidades
de los actos jurídicos que se otorguen en el extranjero, aun las esenciales a su existencia, para que éstos
surtan efectos en Venezuela, se rigen por las leyes del lugar donde se hacen. Si la ley venezolana exige
instrumento público o privado para su prueba, tal requisito deberá cumplirse. Cuando el acto se otorga
ante el funcionario competente de la República, deberá someterse a las leyes venezolanas" (82).

En cuanto al principio de la autonomía de la voluntad, éste rige en forma soberana todo lo concerniente
a la materia contractual. Esto se debe a que la actividad privada del hombre, sea civil o mercantil, está
supeditada al interés de los propios contratantes y, por lo tanto, son ellos los únicos árbitros del negocio
jurídico que tienen entre manos. Ante este interés privado no puede prevalecer el interés público sobre
todo cuando en la negociación jurídica lo que interviene es un interés muy personal como. por ejemplo,
la disposición del propio patrimonio por un acto entre vivos y el cual el Estado no tiene razón para
tutelar, ya que tratándose de personas capaces saben lo que hacen y por qué causa están disponiendo
en forma compensada o no de sus bienes o parte de ellos. Esto fue lo que estableció expresamente el
Código del 62, copiado del Código de Andrés Bello y éste a su vez del Código Napoleónico y es lo que se
ha venido repitiendo en los sucesivos Códigos que hemos tenido, tal como lo dispone el artículo 1159
del Código vigente, el cual expresa que "los contratos tienen fuerza de ley entre las partes. No pueden
revocarse sino por mutuo consentimiento o por las causas autorizadas por la ley", habiéndose suprimido
en esta última reforma las palabras "formados legalmente", que traía el Código del 22 y los anteriores,
para evitar cualquier interpretación restrictiva con relación al principio general de la libertad de forma
de los contratos.

En lo que se refiere a la materia mercantil, como acabamos de decir, el principio de la autonomía de la


voluntad está consagrado expresamente en nuestro Código de Comercio en el artículo 116, en la parte
relativa a las obligaciones y a los contratos mercantiles en general, cuando allí se asienta que "to- dos los
actos concernientes a la ejecución de los contratos mercantiles celebrados en país extranjero y
cumplideros en Venezuela, serán regidos por la ley venezolana, a menos que las partes hubieren
acordado otra cosa"
De acuerdo con este artículo, es evidente que el legislador mercantil se refiere a contratos celebrados en
el exterior, pero que son cumplideros en Venezuela. En este caso, y acuerdo con los principios, hace
regir los efectos de ese con- de trato por la ley venezolana, pero esto como cuestión supletoria, porque
si las partes han establecido como competente otra ley, como la lex loci contractus u otra, esta última es
la que debe regimentar la convención. Por consiguiente, debe inferirse de esta disposición que se
sobreentiende establecida esta autonomía incluso para hacer regir el contrato por cualquier ley que
quieran las partes, así sea extranjera a ambos, pues el régimen de la ley venezolana es de carácter
supletorio aun para aquellos contratos que están vinculados al país por el hecho de ser cumplideros en
la República. Esta situación que en Venezuela es clara, en Francia, por lo menos antes de 1925, no se
podía dar, pues por disposición expresa estaba prohibido en materia contractual hacer uso del principio
de la autonomía de la voluntad (83), ya que con ello se evitaba la fuente de numerosos casos de fraude a
la ley, pero, al propio tiempo, se desconocieron los principios más relevantes del Derecho Internacional
Privado que tuvieron su origen, precisamente, en ese postglosador francés que pudo considerarse como
el continuador más esclarecido de la Escuela de Bártolo en Francia, Charles Dumoulin.

El origen de la disposición venezolana que comentamos está en el Código Mercantil de 1873 en su


artículo 101, cuya redacción se ha conservado actualmente.

El sistema de derecho internacional privado estatutario, permite que diversas relaciones de derecho
puedan ser llevadas a cabo por el individuo de manera personal según la ley, como lo sería la
nacionalidad para el estado, la capacidad de venezolanos o extranjeros, la ley que rige la ubicación de
los bienes muebles e inmueble, entre otros.

Los principios estatutarios del derecho internacional privado han ido evolucionando conforme al paso
del tiempo desde el primer código civil creado en el año 1863 hasta el de nuestros días, estos principios
son aquellos mencionados en los diferentes códigos que han existido a lo largo del tiempo, los cuales
han venido consagrando las reglas estatutarias clásicas a las que estaban sometidas las personas, las
cosas, los hechos o actos que han de producir derechos, entre estos principios estatutarios se
establecen: El principio estatutario personal el cual se encuentra en el postulado manciniano que
establece que las leyes han sido dictadas para las personas, y, por lo tanto, las leyes son personales.
Principio de generalidad. Principio de la benevolencia o cortesía internacional. Y finalmente el principio
de la autonomía de la voluntad, está supeditada al interés de los propios contratantes y, por lo tanto,
son ellos los únicos árbitros del negocio jurídico que tienen. Estos principios han pasado por diversos
cambios debido a las reformas de los códigos, los cuales le podían dar mayor o menor importancia al
derecho internacional privado.

40.-La evolución de estos principios hacia la territorialidad. Nuestro sistema de Derecho Internacional
Privado estatutario, como acabamos de ver, pues permite que ciertas relaciones de derecho se rijan por
la ley personal del individuo, como la nacionalidad para el estado y capacidad de los venezolanos y los
extranjeros o el domicilio como sucede en materia de sucesión; la ley de la ubicación rige a los bienes
muebles inmuebles; la forma de los actos jurídicos está regida por el principio locus regit actum con sus
excepciones, el cual informa cierto número de relaciones jurídicas tales como el mandamiento de
sujetarse a la forma del país donde se ha realizado el acto del testamento, artículo 879 del Código Civil o
la misma sujeción a la forma tal como está previsto en los artículos 484 y 485 del Código de Comercio en
lo que se refiere a la forma de las obligaciones contraídas en materia de letra de cambio así como la de
los demás actos necesarios para el ejercicio o conservación de los derechos que provienen de esas
obligaciones; y el principio, por último, de la autonomía de la voluntad consagrada, como ya vimos, en la
forma más amplia.

Este sistema es además ecléctico, en el sentido de que no hay una predeterminación hacia la
nacionalidad exclusiva o la territorialidad unilateral. Lo que ha sucedido es que los jueces, con muy
pocas excepciones, cuando tienen que decidir casos y conflictos de leyes, siempre se inclinan por la
solución territorial, interpretación ésta que ha pasado a la jurisprudencia, la cual ha venido también a
informar esa tendencia sin ninguna razón valedera para ello. El caso más frecuente es cuando el
conflictus legum versa o tiene que ver con una norma de orden público venezolano. Como veremos más
adelante, la tendencia de la jurisprudencia es confirmar lo que se ha venido haciendo en forma
inveterada, es decir, interpretar el orden público que se ve relacionado con un conflicto de leyes o de
Derecho Internacional Privado con el mismo criterio con que se interpreta y aplica la noción de orden
público a relaciones jurídicas internas, en las cuales no hay ni remotamente tales conflictos. Estas
interpretaciones han sido literales o unilaterales y han estado unidas al desconocimiento realmente
evidente de teorías como la de Savigny expuesta desde 1849 sobre esta materia que trata de atemperar
el rigorismo del orden público, tal como se le concibe ordinariamente, a través de una fórmula de
excepción o remedio o la teoría de la equivalencia de instituciones, expuesta mucho más
modernamente por Niboyet (85).

¿En dónde radica la culpa de este territorialismo que prevalece en la doctrina y la jurisprudencia
venezolana? El doctor Lorenzo Herrera Mendoza (86) cree encontrar la causa de tal tendencia en el Art.
8 del Código Civil, que orienta a todas las normas de Derecho Internacional Privado que van consignadas
después. Según los términos de dicho artículo, "la autoridad de la ley se extiende a todas las personas
nacionales o extranjeras que se encuentran en la República". Este artículo lo encontramos en nuestra
legislación civil en el artículo 7° del Código de 1862 y según el cual "la ley es obligatoria para todos los
habitantes de la República, incluso los extranjeros". Este concepto, que prima facie da la noción de un
territorialismo radical, lo que establece es pura y simplemente que todos los habitantes. nacionales o
extranjeros, están sometidos a la jurisdicción territorial sin excepción alguna. Fue consagrado en las
codificaciones del 73, 80, 96, 904, 16 y 22.

Su origen está en el Código de Andrés Bello quien llegó a establecer tal concepto en su Código Civil en el
Art. 14 y que el legislador venezolano copió según la transcripción que hemos hecho (87). Las ideas de
Bello ya eran suficientemente conocidas para la fecha de la promulgación del Código, porque veinte y
tres años atrás había dado a la estampa tales conceptos en su obra "Principios de Derecho de Gentes"; y
allí sostenía, siguiendo la corriente de la fuente jurídica de la cual se informó, Story, Huber, Phillimore, y
fundamentalmente en esta materia los "Comentarios" de Kent y los "Elementos" de Wheaton, entre
otros, que el extranjero estaba sometido por imperio a la ley territorial y dentro de los límites de éste.

Igualmente lo estaban los nacionales, pero con la diferencia de que dicho imperio no se circunscribía al
territorio, sino que eran "responsables al Estado de su conducta por actos de infracción de las leyes
patrias, aun cometidos en territorio extranjero" (88). Así, todo ciudadano que testase en el exterior,
debía dejar a sus herederos forzosos la legítima que les correspondía; todas las cuestiones relativas al
estado y capacidad; lo mismo la legitimidad de los hijos, las formalidades de la emancipación, etc., etc.
En contrapartida de esto, ¿cómo quedaban garantizados recíprocamente los derechos de los extranjeros
en ese territorio? Bello explica: "las leyes de un Estado no tienen más fuerza en otro que la que el
segundo haya querido voluntariamente concederle". "Por consiguiente, añade, no producen por sí
mismas obligación alguna en los súbditos de los otros Estados que existen fuera del territorio del
primero" (89). Según Bello, lo único que podría salvar esta situación sería la existencia de un tratado que
obligara al Estado territorial a aplicar esas leyes y disposiciones extranjeras porque, en principio, las
leyes de un Estado extranjero se suponen ignoradas por los otros.

Sin embargo, el sistema no le parecía satisfactorio a nuestro insigne hombre público, porque "aunque un
Estado sólo atiende a sus propias leyes para calificar de legales o ilegales los actos que se ejecutan bajo
su imperio, actos ejecutados en otros territorios y bajo el imperio de otras leyes, deben calificarse de
legales o ilegales con arreglo a éstas"(00). Así, un testamento otorgado en país extranjero no nos daría
derecho sobre los bienes situados en otro Estado o dos esposos que han celebrado su matrimonio
conforme a las exigencias legales o ritos de su país de origen, no serían reconocidos como tales al salir
de ese territorio. Por lo tanto, estima Bello, que "nuestros más preciosos derechos desaparecerían o
sólo tendrían una existencia precaria luego que dejasen de hallarse bajo la tutela de las instituciones
civiles a cuya sombra han sido creados"(01).

Por lo tanto, Bello conceptúa que las leyes personales relativas al estado y capacidad viajan con las
personas, sean éstas de cualquier nacionalidad. La explicación de esto se encuentra cuando el referido
publicista se ocupa de analizar los diversos casos sobre los cuales recae la jurisdicción, sean nacionales o
extranjeros. Al hablar de los contratos, dice que "la capacidad personal de los contratantes depende de
su condición civil en el Estado de que son miembros, la cual, como vimos arriba, viaja con ellos donde
quiera que se trasladen"(02). De allí que, si la mujer casada o el menor son inhábiles para contratar en
su patria o en el que han fijado su domicilio, tales contratos no son válidos en ningún país donde
pretendan hacerlos efectivos, sea este país de origen el del domicilio o sea extranjero (83).

¿De dónde se saca entonces el territorialismo de Andrés Bello y su influencia decisiva en los
codificadores del 62 y de los posteriores movimientos legislativos? Indudablemente que el quid del
asunto está en que Bello fue de opinión de que se celebrasen tratados para hacer efectiva la aplicación
de la ley o de derechos consagrados de un país en otro, pero igualmente se olvidan estos intérpretes
unilaterales que Bello mismo, como acabamos de comprobarlo, fue partidario de la aplicación de las
leyes personales, domicilio o nacionalidad, a los extranjeros, como recíprocamente se le aplicarían tales
leyes en el exterior a los chilenos. Todo de acuerdo con ese principio general de derecho universalmente
reconocido.

Para ser exactos y ahondando sobre la materia de la mala interpretación que se ha hecho de este
territorialismo supuestamente legado por Bello entre nosotros, tal vez haya influido mucho en nuestros
codificadores la publicación del proyecto de 1841-45 que hizo el ilustre caraqueño diez años antes de
aparecer su Código Civil, primer esbozo de lo que después sería su obra maestra, cuando allí expresó:
"Las leyes que reglan las obligaciones de los chilenos para con su patria y las leyes que reglan los
derechos y obligaciones de los chilenos respecto de sus cónyuges y parientes chilenos, serán obligatorias
para los chilenos aunque no residan en Chile". "El extranjero, tenía como aparte dicho artículo, goza de
los mismos derechos y está sujeto a las mismas obligaciones que los chilenos respecto del cónyuge,
ascendientes y descendientes chilenos". Pero tal criterio no ha debido prevalecer en el ánimo de
nuestros codificadores o intérpretes, porque, como ha quedado expuesto, esta idea se desvaneció en el
Código Civil de 1856 y veinte y tres años antes Bello en sus "Principios de Derecho de Gentes", como
acabamos de ver, ya había sostenido la reciprocidad de tales leyes por aplicación pura y simple de un
principio general de Derecho Internacional Privado suficientemente reconocido para aquella época. De
manera que no se justifica la interpretación territorialista que con bastante frecuencia se ha hecho en
numerosas sentencias a nuestro sistema de Derecho Internacional Privado, y, por lo tanto, la tendencia
a mantener este asunto reiteradamente a través de la doctrina y la jurisprudencia.

Comentando el artículo 8 a que nos hemos referido, el doctor Lorenzo Herrera Mendoza, expresa en
forma contundente que "la aplicación semiconcordante de nuestros textos legales no habría podido
lograrse, en la práctica, sino mediante los recursos de una sutil técnica equilibrista. Y por cuanto el
artículo, de territorialismo absoluto, redactado por Bello respecto de los "habitantes" de estas
Repúblicas, lo hemos tenido siempre los venezolanos precediendo las disposiciones de otra índole,
sucedió lo que era casi inevitable: nuestros funcionarios y nuestros legistas, arrastrados por la cabalidad
y absolutismo con que está redactado aquel artículo inicial y aun suponiéndolo de un significado distinto
del verdadero y, suponiéndolo también, concordable con nuestro sistema estatutario basado en la
nacionalidad de las personas, han venido aquéllos sosteniendo que el dicho primer artículo, además de
preceder, también preside a los otros textos"(4). Por consiguiente, han llegado a la conclusión, agrega el
doctor Herrera Mendoza, que dicho artículo constituye la regla y los otros son excepciones que deben
interpretarse restrictivamente.

Por eso creemos que sólo a esa desviación de nuestros juristas es debido ese predominio del
territorialismo que se ha creído ver en nuestro sistema de Derecho Internacional Privado cuando se le
ha interpretado. En Andrés Bello no existió tal territorialismo como se ha querido ver, pues la norma si
bien somete a la jurisdicción e imperio a todos los habitantes, Art. 14 del Código Civil chileno y Art. 8°
del Código Civil venezolano, se sobreentiende que tal vinculación del extranjero es sólo a su persona con
ocasión de un acto realizado en Chile que no implique la aplicación de la ley personal o con motivo de un
acto jurídico cumplido sobre bienes situados en Chile, pues, como ya está demostrado, Andrés Bello
opinaba que, por principio elemental de derecho, la ley personal de los extranjeros "viaja con ellos a
donde quiera que se trasladen"(95). Es evidente que el territorialismo de que se habla en nuestro
artículo 8° es referente a los mencionados actos jurídicos que acabamos de señalar y, por consiguiente,
su sometimiento al ordenamiento jurídico de orden público o local, que es todo territorial, como sería la
aplicación a ese extranjero de leyes de policía, defensa, seguridad, fiscales, administrativas y otras de
esa misma especie.

Por eso nos pronunciamos por una reforma de nuestro ordenamiento civil, en el artículo en referencia,
adoptando así una idea del doctor Luis Ignacio Bastidas, aunque expresada con otro motivo (98), en el
sentido de que se redacte el Art. 8° en la siguiente forma: "La autoridad de la Ley se extiende a todas las
personas nacionales o extranjeras que se encuentren en la República. Esto no impide la aplicación de las
leyes extranjeras relativas al estado y capacidad de las personas en los casos autorizados por el Derecho
Internacional Privado", eliminando la parte final del artículo 26 de nuestro Código Civil que fue
introducida en la reforma que sufrió dicho Código en 1880, trayéndola como complemento más
acertado del artículo que comentamos. Así se volvería a una antigua idea que consignó la Comisión
Codificadora del 73 relativa a que el artículo 14 del Código Civil chileno, 7 de la Codificación del 62 y 6 de
la mencionada Codificación, fuese redactado así: "La autoridad de la ley se extiende a todos los
habitantes de la República, incluso los extranjeros, salvo las excepciones que el Derecho Internacional
autorice" (97)

El origen del concepto del principio del territorialismo se remonta al código creado por Andrés Bello, el
cual nos establece que el extranjero está sometido por imperio a la ley territorial y dentro de los límites
de éste. Las personas nacionales también están bajo esta autoridad, solo que serían responsables al
Estado de su conducta por actos de infracción de las leyes patrias, aun cometidos en territorio
extranjero. Andres bello, por otra parte, también califico que las leyes personales relativas al estado y
capacidad viajan con las personas, sean éstas de cualquier nacionalidad.

la noción de un territorialismo radical establece que todos los habitantes nacionales o extranjeros, están
sometidos a la jurisdicción territorial sin excepción alguna. Esto fue consagrado en los códigos civiles de
los siglos xix y xx.

41.-El Código Bustamante en Venezuela. Es indudable que el Código Bustamante debía sufrir el impacto
de ese territorialismo creciente al tratar de ser promulgado como ley en Venezuela (08)

La adopción de este Código suscitó en el país, como era natural de esperarse, una notable reacción en
los medios jurídicos, originándose las más variadas opiniones. Merecen citarse como valiosa aportación
al respecto, la obra del Dr. Celestino Farrera, "El Código de Bustamante y el Derecho Positivo
Venezolano", Caracas, 1930; la Exposición del Dr. Pedro Itriago Chacín sobre la conveniencia de aprobar,
por parte del Congreso Nacional, el mencionado Código, con las reservas del caso; y su posterior estudio
intitulado "Algunos apuntes sobre los Tratados", Caracas, 1934.

¿Cuál era la posición del Código Bustamante con relación a nuestro ordenamiento jurídico?
El Dr. Celestino Farrera consideraba en términos generales que el aporte de dicho Código era positivo
para la obra de la codificación civil en el Continente, y hacía suyas las palabras del Delegado Maúrtua de
que se trataba de "la primera coordinación jurídica en América y la primera obra de reglamentación
orgánica que se realizaba en la humanidad civilizada" (99)

En la comparación de este Código con nuestro ordenamiento civil, el Dr. Farrera encontraba que en
materia de condición de los extranjeros había una absoluta igualdad en lo que estipulaba aquel Código y
lo establecido en nuestras leyes tanto en el goce de los derechos privados y públicos como en la
negativa a la concesión de los derechos políticos.

En lo que se refería a la adopción del principio de la ley personal o territorial por parte de dicho Código,
que el artículo 7 del mismo consagraba en forma facultativa su aplicación, por parte de cada Estado
contratante, de las leyes personales referentes al domicilio, a la nacionalidad o las que hubiese
adoptado o adoptase en lo adelante su legislación interior, Farrera sostenía junto con el Delegado
brasileño Eduardo Espínola que "no se encierra ahí, es cierto, una regla uniforme de Derecho
Internacional Privado; pero por ese medio se consigue respetar la convicción o la tradición de cada
Estado en un punto en el que hasta hoy han fracasado todas las tentativas de uniformización"

Igualmente, en materia de nacionalidad de personas naturales y jurídicas no encontraba el Dr. Farrera


diferencia alguna porque "si ante los tribunales de Venezuela se suscita una discusión sobre la
nacionalidad de una persona natural o jurídica, y una de las nacionalidades discutidas es la venezolana,
el conflicto no podrá resolverse sino conforme a nuestra ley". "Pero si esa misma discusión no afecta a
Venezuela, es decir, si entre las nacionalidades en conflicto no se encuentra la suya, entrarán entonces
las diferentes soluciones propuestas por el Código"

No encontraba tampoco diferencia alguna el eminente Profesor universitario que venimos comentando
entre la materia de domicilio tal como está consagrado en nuestro Código Civil y el Código Bustamante.
En efecto, en ambos ordenamientos se hacía regir por la ley territorial el concepto, adquisición, pérdida
y recuperación del domicilio general y especial de las personas naturales o jurídicas.

En lo referente a matrimonio y divorcio, la ley competente era la ley personal de los contrayentes que
en nuestro caso era la nacionalidad y domicilio, respectivamente, estableciéndose en ambos códigos los
mismos principios en lo que se refería a matrimonios de venezolanos efectuados en el exterior y de
extranjeros realizados en Venezuela.

En cuanto a la materia de sucesión sí advertía el Dr. Farrera una diferencia y señalaba la posibilidad de
una reserva al respecto, pues el sistema sucesoral se basaba en el Código Bustamante en forma general
en el principio de la ley personal, en cambio el Código Civil venezolano lo basaba expresa y
limitadamente en el domicilio.
En asuntos relacionados con los contratos y obligaciones civiles, el Dr. Farrera al distinguir en capacidad,
forma del contrato y efectos de los mismos, los hallaba reglados por idénticas disposiciones. En lo que se
refería a la letra de cambio hacía notar el expositor que el Código de Comercio venezolano daba
solución en lo referente a la capacidad y a la forma de la letra (102), pero en lo relativo a los efectos de
dicho instrumento de pago, a cada una de las varias obligaciones que ella podía contener había un
absoluto silencio en la ley venezolana (103). En el Código Bustamante estaban consignados, por el
contrario, estos efectos, afirmándolos en el principio de la autonomía de la voluntad y viniendo a llenar
ese vacío de que adolecía nuestra legislación mercantil. En cuanto a quiebra o concurso de acreedores,
prevalecía en el Código Bustamante la idea de la unidad y la universalidad de estas instituciones.
Conforme a este criterio de la unidad, si el concursado o quebrado no tenía más que un domicilio civil o
mercantil, no podía haber más que un juicio de concurso o quiebra; y con relación al criterio de la
universalidad, la declaratoria de incapacidad del fallido o concursado tenía en los demás Estados
contratantes efectos extraterritoriales mediante el cumplimiento de las formalidades de publicidad
respectivas. En concepto del Dr. Farrera, este último carácter de universalidad sufriría una excepción en
el caso de las acciones reales y los derechos de la misma índole que, a pesar de la declaración de quiebra
o de concurso, seguirían sometidos a la ley de la situación de los bienes y a la competencia de los jueces
del lugar donde se encontraban.

En materia de Derecho Penal, el Dr. Farrera no encontraba diferencia alguna entre el principio de
territorialidad penal establecido por nuestro Código y el Código Bustamante, así como en las
excepciones a este principio que estaban consagradas en ambos ordenamientos. En cuanto a la
extradición observaba el ilustre jurista una notable discrepancia, pues en Bustamante estaba establecida
como simple cuestión de competencia y, por lo tanto, se encontraba ubicada dentro de dicho
ordenamiento en el Derecho Procesal Internacional. En cambio, en nuestra legislación positiva la
extradición era cuestión de principio de Derecho Penal y no de procedimiento. Además de esto
observábamos diferencias en cuanto a materias en las cuales nuestra legislación substantiva era muy
clara y el Código Internacional no lo era, como, por ejemplo, cuando se prohibía la pena de muerte o el
delito que hubiese sido causa de la extradición y el Código nuestro la excluía en forma absoluta. E
igualmente había en el Código Bustamante silencio absoluto en lo que se refería a la pena perpetua,
pues ésta estaba consagrada expresamente como exclusión también en nuestra ley penal.

En lo referente a comisiones rogatorias no encontraba el comentarista ninguna disparidad. Antes bien


consideraba que el Código Bustamante completaba y ratificaba nuestras previsiones legales (104). En
cambio, sí encontraba contraposición de principios en cuanto a la ejecución de sentencias de
autoridades judiciales extranjeras cuando en el Código se observaba absoluto silencio en lo referente a
la clase de bienes a que el fallo se contraía. Otra discrepancia notable que observaba era la relativa a las
dos etapas de lo que se podía llamar el juicio del exequatur, cuya declaración correspondía a nuestro
máximo organismo judicial; y cuya ejecución estaba sometida a las reglas generales de ejecución de
fallos nacionales. El Código Bustamante, en opinión del comentarista, distinguía esta doble situación con
la salvedad de que en dicho instrumento internacional estaba confiado el pase de la sentencia al mismo
organismo que había de ejecutarla (105)
A pesar de estas diferencias que el Dr. Farrera no consideraba en su enjundioso estudio en ningún
momento como fundamentales, él se pronunciaba abiertamente por la adopción del Código como un
hecho positivo y acertado. Al cosmopolitismo del hombre había correspondido la renovación del
derecho y, a asegurar, a garantizar ese cosmopolitismo tendía, precisamente, "la obra de coordinación
del Derecho Internacional Privado, de la cual es el Código de Bustamante el más atinado, completo y
acabado esfuerzo"(108)

No obstante estas opiniones tan favorables y entusiastas basadas en el aporte que a la evolución del
Derecho Internacional Privado en América contribuía aquel Código, la Cancillería venezolana, "sin dejar
de reconocer que el nombrado Código representaba uno de los esfuerzos más trascendentales en la
obra de acercamiento jurídico que se venía realizando en este Continente hacía más de un siglo, pero
con mayor intensidad y eficacia en los últimos años" ion, opinó a través de su Canciller, Dr. Pedro Itriago
Chacín, que, el mencionado Código debía ser visto con las reservas del caso que imponía nuestra
legislación. Dos criterios fundamentales, decía el Dr. Itriago Chacín, habían dividido la opinión y aún más
los mismos sistemas legislativos, a saber, el de la personalidad y el de la territorialidad de la ley. "En este
último se informa nuestro sistema legislativo, agregaba el Ministro, en tanto que el Código aprobado
definitivamente en La Habana se inspira en el criterio de la nacionalidad" (108)

De allí que opinara el Dr. Itriago Chacín que fuese necesario hacerle algunas reservas a aquel Código en
razón de su incompatibilidad con nuestro sistema jurídico. Este criterio estaba en contradicción con lo
que el Dr. Itriago Chacín había enseñado en la cátedra universitaria (109), prevaleció en las
deliberaciones del Congreso a cuyo estudio envió la Convención de La Habana contentiva de dicho
Código, haciéndole las siguientes salvedades: en el régimen de las sociedades constituidas en el
extranjero, pero con explotaciones, comercio e industria en nuestro país, consideraba el expositor que
en nuestro derecho positivo teníamos disposiciones especiales que rozaban muchas de ellas con la
noción de orden público interno y, por lo tanto, no podían sufrir la más mínima derogación Sugería, en
consecuencia, fuesen reservados los artículos del Código que trataban sobre las personas jurídicas.

En cuanto al régimen de bienes muebles e inmuebles, la ley competente, consideraba el Dr. Itriago
Chacín, era la venezolana de una manera absoluta. "No es posible admitir respecto de ellos el dominio
de una ley extranjera, decía, y se imponen por ello las debidas reservas en materia de servidumbres, de
sucesiones y de ejecución de sentencias"(110). En lo que se refería al derecho de familia, éste "se reputa
entre nosotros y por la generalidad de la doctrina como de régimen social y, por consiguiente, de orden
público, no susceptible de derogación, el imperio de nuestra ley en lo tocante a las relaciones familiares
y al régimen de los bienes tiene que ser mantenido; pudiendo apenas limitarse la aplicación de una ley
extranjera a la sola determinación de estado y capacidad de las personas"(111)
Con estas recomendaciones tan territorialistas, pues no había en dicha exposición la más mínima
defensa a la personalidad de la ley, la Cámara del Senado en la primera discusión que sufrió dicho
Código reservó los artículos 24, 35, 39, 43, 44, 49, 50, 57, 58, 62, 64, 65, 67, 70, 74, 87, 88, 139, 144, 157,
174, 247, 248, 301, 324, 348, 360, y desde el 423 hasta el 435, agregando el Presidente de dicha Cámara
que se reservarían "cualesquiera otras disposiciones de dicho Código que colidan con los preceptos
legales de orden público en Venezuela"(112).

El Congreso aprobó definitivamente el mencionado Código el día 9 de julio de 1931 a través de una Ley
especial, reservando finalmente los artículos 16, 17, 18, 24, 35, 39, 43, 44, 49, 50, 57, 58, 62, 64, 65, 67,
70, 74, 87, 88, 139; 144, 157, 174, 247, 248, 301, 324, 348, 360, 378, y desde el 423 hasta el 435, ambos
inclusive, expresándose que "como en Venezuela no existe la prisión perpetua, queda hecha la salvedad
relativa a este punto"(113).

De acuerdo con los precedentes artículos, se reservó Venezuela en materia de nacionalidad y


naturalización de las personas lo relativo a la nacionalidad de origen de las corporaciones, de las
fundaciones y de las asociaciones, así como de las sociedades civiles y mercantiles (Arts. 16, 17, 18). En
cuanto a domicilio, la extensión del domicilio legal del jefe de familia, del tutor o curador con respecto a
la mujer e hijos no emancipados y los sometidos a tutela y curatela, siempre que no dispusiese lo
contrario la legislación personal de aquéllos a quienes se atribuía el domicilio de otro (Art. 24). En
asuntos relacionados con la atribución de bienes de las personas jurídicas, se reservó el artículo
referente a la aplicación de la ley local para el caso de que no estuviese previsto el destino último de los
bienes de tales personas que dejasen de existir (Art. 35). En lo referente a las condiciones jurídicas que
habían de preceder a la celebración del matrimonio se reservó el artículo mediante el cual se hacía regir
por la ley personal común de las partes y, en su defecto, por la ley local, la obligación de indemnizar por
concepto de ruptura de los esponsales (Art. 39). En cuanto a los efectos del matrimonio, en lo que se
refiere a las personas de los cónyuges, hubo reserva sobre el artículo que los hacía regir por la ley
personal de ambos cónyuges o por el del marido si fuere diverso (Art. 43) y lo mismo en cuanto al
régimen de los bienes propios de la mujer y comparecencia en juicio, regido por su ley personal (Art.
44). En materia de nulidad de matrimonio y sus efectos, se reservó el artículo que trataba del cuidado de
los hijos de matrimonios nulos atribuido por el Código a la ley personal de ambos cónyuges, si la causa
de nulidad fuera común, y, en su defecto, por la del cónyuge que hubiese obrado de buena fe y a falta
de ambos, por la ley del varón (Art. 49) e igualmente la ley personal que debía aplicarse a los demás
efectos civiles del matrimonio nulo, excepto los que habrían de producirse respecto de los bienes de los
cónyuges, los cuales seguirían la ley del régimen económico matrimonial (Art. 50). En materia de
paternidad y filiación hubo seis reservas, las cuales versaron sobre la aplicación de la ley personal del
hijo si fuere distinta a la del padre en materia de presunción de legitimidad y sus condiciones, derecho al
apellido, pruebas de, la filiación y sucesión del hijo (Art. 57); el otorgamiento de la ley personal del padre
a los derechos sucesorios de los hijos legitimados (Art. 58); la concesión de la ley personal del hijo para
impugnar la legitimación (Art. 62); la dependencia de esta misma ley para las reglas que señalaban las
condiciones del reconocimiento, la obligación de hacerlo, las acciones a ese efecto, la concesión o
negación del apellido y las causas de nulidad (Art. 64) así como la subordinación a la ley personal del
padre de los derechos sucesorios de los hijos ilegítimos y a la persona del hijo de los padres ilegítimos
(Art. 65). En materia de alimentos entre parientes se reservó el artículo referente a la sujeción de la ley
personal del alimentado el concepto de alimentos, el orden de su prestación, la manera de
suministrarlos y la extensión de ese derecho (Art. 67). En cuanto a patria potestad se reservó la
disposición que manda someter al derecho de usufructo y las demás reglas aplicables a las diferentes
clases de peculio a la ley personal del hijo, sea cual fuere la naturaleza de los bienes y el lugar en donde
se encontraran (Art. 70). En lo referente a la adopción, se reservó el artículo que mandaba regular por la
ley personal del adoptante sus efectos en cuanto a la sucesión de éste y, por la del adoptado, lo que se
refería al apellido y a los derechos y deberes que conservaba respecto de su familia natural, así como a
su sucesión respecto del adoptante (Art. 74).

En asuntos de tutela, el artículo relativo al sometimiento a la ley personal del menor o incapacitado el
afianzamiento de la tutela o curatela y las reglas para su ejercicio (Art. 87) así como las obligaciones
relativas a la cuenta (Art. 88). En materia de registro de la propiedad se reservó Venezuela lo referente a
hipoteca legal, la cual sería exigible en el caso de que la ley personal concordase con la ley local en
donde se hallasen situados los bienes afectados por ella (Art. 139). En cuanto a sucesión hubo reserva
sobre el artículo que somete las sucesiones intestadas y las testamentarias por la ley personal del
causante (Art. 144), así como lo relativo a la accesión del Estado como heredero en cuyo caso se
aplicaría la ley personal del causante con la salvedad de que, si el Estado concurriese como ocupante de
cosas nullius, entonces se aplicaría la ley local (Art. 157). En lo que se refiere a obligaciones en general
hubo objeción a la admisibilidad de presunción de cosa juzgada por sentencia extranjera que en dicho
Código estaba condicionado al hecho de que se cumpliese con las previsiones sobre este punto
contenidas en el mismo (Art. 174). En materia de compañías mercantiles se reservó la disposición que
determinaba el carácter mercantil de una sociedad colectiva o comanditaria por la ley a que estaba
sometido el contrato social o per la de donde tuviese su domicilio comercial, previéndose que si esas
leyes no distinguiesen entre sociedades civiles y mercantiles se aplicaría el derecho del país en que la
cuestión se sometiese a juicio (Art. 247). Igualmente lo fue el relativo al carácter mercantil de una
sociedad anónima, el cual, según el Código, dependía de la ley del contrato social, o bien de la del lugar
donde celebraban sus juntas los accionistas o, en último término, donde residía su Junta Directiva. Se
preveía también que en el caso de que esas leyes no distinguiesen entre sociedades civiles y
mercantiles, tendrían uno u otro carácter según que estuviese o no inscrita en el Registro Mercantil del
país donde la cuestión hubiese de juzgarse y, a falta de registro, se aplicaría el derecho local de este
último país (Art. 248).

En materia de Derecho Penal Internacional, en lo referente a la eficacia de las leyes penales, se reservó
Venezuela el artículo relativo a la exención de aplicación de leyes de este tipo a los delitos cometidos en
aguas territoriales o aire nacional en naves o aeronaves mercantes extranjeras si aquellos actos no
tuviesen relación alguna con el país y sus habitantes ni perturbasen su tranquilidad (Art. 301). En
cuestiones de Derecho Procesal Internacional se reservó el artículo que versaba sobre el ejercicio de las
acciones reales sobre bienes muebles que según el Código era competente el Juez de la situación y si no
fuera conocida ésta, el del domicilio y, en último término, la residencia del demandado (Art. 324). En lo
que se refiere a extradición fue reservada la disposición que preveía el caso de que, si un delincuente
común era solicitado por diversos hechos por distintos Estados, tendría preferencia el Estado
contratante en cuyo territorio se hubiere cometido el delito más grave, a juicio de la legislación del
Estado requerido (Art. 348). También el relativo al hecho de que la legislación del Estado requerido
posterior al delito, no podría impedir la extradición (Art. 360) y el que establecía que en ningún caso se
impondría la pena de muerte por el delito que hubiese sido causa de la extradición (Art. 378). Por
último, se reservó Venezuela todos los artículos relativos a la ejecución de sentencias dictadas por
tribunales extranjeros tanto en materia civil o contencioso-administrativa como en actos de jurisdicción
voluntaria en materia comercial y civil (Arts. 423 a 435).

Como queda demostrado en esta exposición de los artículos reservados por Venezuela, muchos de ellos
no tenían necesidad de ser regidos por la ley territorial o declarados de orden público internacional de
carácter absoluto, pues, de acuerdo con la enseñanza de nuestros mejores jurisconsultos y doctrina
reiterada, muchas de esas cuestiones podían ser regidas por el estatuto personal sin que se
quebrantasen las instituciones, tales como lo referente a efectos del matrimonio, condiciones de fondo
y efectos de la adopción, la tutela en cuanto a las causas de apertura y extinción, el derecho de
usufructo y las demás reglas aplicables a las diferentes clases de peculio del hijo y así sucesivamente.

El código Bustamante. consta de 437 artículos divididos en un título preliminar y cuatro libros. Este titulo
preliminar se ocupa de las cuestiones generales relativas a la condición jurídica del extranjero;
clasificación de las leyes; reglas y preceptos considerados como de orden público internacional; de la
calificación de las leyes consideradas como personales; y del respeto de los derechos adquiridos. Por su
parte, los libros restantes se ocupan, el primero, de Derecho Civil Internacional; el segundo, de Derecho
Mercantil Internacional; el tercero, de Derecho Penal Internacional y, el cuarto, de Derecho Procesal
Internacional. La característica principal del Código Bustamante es su artículo 7, según el cual "cada
Estado contratante aplicará como leyes personales las del domicilio, las de la nacionalidad o las que
hayan adoptado o adopte en adelante su legislación anterior".

En la Sexta Conferencia, reunida en La Habana, Cuba (1928) se presentó el Tratado de Derecho


Internacional Privado y fue aprobado. El Código Bustamante es un ejemplo claro de la aproximación
globalista de la codificación, en el contenido de sus artículos abarcan diferentes materias, como lo son;
el Derecho civil, comercial, penal y procesal internacional.

Por otra parte, este código contaba con diversas diferencias y similitudes al código civil; establecidas en
la obra del Dr. Celestino Farrera, "El Código de Bustamante y el Derecho Positivo Venezolano",

Como contraparte, la Cancillería venezolana, opinó a través de su Canciller, Dr. Pedro Itriago Chacín, que
era necesario hacerle algunas reservas al Código Bustamante en razón de su incompatibilidad con
nuestro sistema jurídico. En consecuencia, sugirió que fuesen reservados los artículos del Código que
trataban sobre las personas jurídicas. Lo que es lo mismo al régimen de bienes muebles e inmuebles,
donde el Dr. Itriago Chacín consideraba que la ley competente era la venezolana de una manera
absoluta.

A fin de cuentas, el Congreso aprobó definitivamente el mencionado Código el día 9 de julio de 1931 a
través de una Ley especial, haciendo un total de 44 reservas
42. Otros principios de Derecho Internacional Privado venezolano consagrados en nuestra legislación
positiva El sistema venezolano de Derecho Internacional Privado consagra, además de las cinco reglas
estatutarias a que nos hemos referido, cierto número de principios e instituciones que expondremos
sucintamente en seguida, en razón de que hablaremos ampliamente de ellos al ocuparnos de las
materias respectivas en la parte especial de esta obra.

Así, en materia de nacionalidad el sistema nuestro es. de acuerdo con la Constitución vigente mixto. En
efecto, sus directrices son constitucionales y una ley especial sobre nacionalidad que se elaborará,
regulará todo lo concerniente a este asunto, tratando sobre todo de dar solución a los conflictos móviles
que se presenten con motivo de una doble o triple nacionalidad (114). De ellos vamos a ocuparnos
extensamente al estudiar más adelante todos los puntos relacionados con esta materia

En cuanto a la condición jurídica de los extranjeros es, entre nosotros, materia constitucional (115) y
legislativa (116), consagrándose en esas disposiciones el principio general de la igualdad de los
nacionales y extranjeros con las excepciones establecidas o que se establezcan. Más adelante vamos a
ocuparnos de esta materia y de la evolución jurídica que ha sufrido este principio en Venezuela. En lo
que se refiere al matrimonio efectuado en el extranjero, éste se regirá tanto en sus formalidades
externas como en sus requisitos internos por la ley del lugar La única obligación que trae el
ordenamiento civil es el envío, por parte del venezolano, de la copia debidamente legalizada de su
matrimonio dentro de los seis meses de celebrado éste a los efectos de su inscripción en el registro civil
de su último domicilio (117). Con la vigencia del Código del 42 cambió plenamente la situación de los
matrimonios en el exterior, pues el Código anterior exigía en sus artículos 130 y 131 que el Juez de
Primera Instancia examinara previamente el acta de matrimonio, antes de autorizar su inserción, a fin
de que comprobase que dicho acto no se había efectuado en contravención de las leyes venezolanas
relativas al estado y capacidad. Tal requisito fue suprimido por el Código del 42. Por consiguiente, todo
matrimonio realizado en el extranjero, válido según las leyes de ese país, pero inválido de acuerdo con
las leyes venezolanas, se regirá en Venezuela por las causas de anulación que trae el Código vigente en
sus artículos 117 a 130 ejusdem. E inversamente, el extranjero que se case en Venezuela tendrá que
conformarse a su ley personal para los efectos de celebrar válidamente este acto (118) sin que se pueda
permitir la celebración de éste en detrimento de los impedimentos dirimentes establecidos por el
mismo Código, a pesar de que lo autoricen las leyes personales de ambos pretendientes (119). Los
efectos civiles de un matrimonio celebrado en el extranjero se reclamarán en Venezuela con la copia
certificada del acta de su celebración (120), la cual se debe registrar dentro del primer año de
establecido el matrimonio en el país en la jurisdicción de la Parroquia o Municipio en donde tengan
establecido los cónyuges su domicilio civil (121)
En cuanto al régimen de bienes del matrimonio efectuado en el extranjero, se rige en principio en
Venezuela por la regla general de la comunidad de bienes gananciales a partir de la celebración del
mismo (122), salvo que las partes hayan celebrado estipulaciones matrimoniales (123) en cuyo caso esas
estipulaciones son válidas en Venezuela ateniéndose, en cuanto a la ley aplicable, a la ley del lugar de
celebración.

En lo relativo al divorcio y a la separación de cuerpos, existente en Venezuela desde 1904, esta materia
está regulada por el principio del domicilio y, por lo tanto, es competente para conocer de estas
cuestiones el Juez de Primera Instancia en lo Civil del domicilio conyugal (12) y éste lo fijan los cónyuges
conjunta o separadamente. (2) Siendo las normas que informan tanto al divorcio como a la separación
de cuerpos de orden público, ellas son oponibles a todos, es decir, nacionales o extranjeros y, por lo
tanto, cualquier acción de divorcio puede ser intentada por uno de los cónyuges contra el otro ante la
autoridad competente del domicilio conyugal, así no exista el divorcio como disolución del vínculo
matrimonial en la ley personal del demandado. Es evidente que, como lo estipula el Código Bustamante,
el divorcio o la separación de cuerpos no puede fundarse en causas anteriores a la adquisición de dicho
domicilio si no las autoriza con iguales efectos la ley personal de ambos cónyuges. (126)

En el caso de un divorcio o separación de cuerpos efectuado en el extranjero, éste será válidamente


reconocido en Venezuela una vez que haya sido homologado a través del exequatur (127), pues de
acuerdo con nuestro ordenamiento civil la prueba del divorcio o la anulación del matrimonio no podrá
hacerse sino con la presentación de la sentencia definitiva que haya recaído en el asunto y cuya
ejecutoria ya esté declara- da (128), que es precisamente lo que se logra a través del mencionado
procedimiento del exequatur en el caso de sentencia extranjera.

Con relación a la sucesión, nuestra ley civil hace regir la Trasmisión de esos bienes por la ley del último
domicilio del de cujus (129). Según el Código Civil, el testamento otorgado en el extranjero por
venezolanos o de otra nacionalidad para tener efecto en Venezuela, es válido. Tal otorgamiento deberá
hacerse de acuerdo al principio locus regit actum, pero siempre observando las siguientes formalidades,
a saber, en forma auténtica así como no se admitirá el recíproco, el verbal o el ológrafo (130) Es
evidente que si el testamento se otorga ante el competente funcionario consular o diplomático
venezolano, se regirá el acto totalmente por la ley venezolana (131).

En lo concerniente a la materia de Derecho Mercantil relacionada con la calificación jurídica del acto de
comercio, nuestro Código al igual que muchos otros que conservan esa dualidad con los actos civiles,
basa su criterio en el hecho de que tales actos sean realizados por comerciantes o por parte de uno de
ellos y, por lo tanto, se encuentran regidos por la ley mercantil (132) Los actos que señala nuestro
Código son fundamentalmente enunciativos, pues como lo expresa en el artículo 3º, se reputan además
como actos de comercio cualesquiera otros contratos y obligaciones de los comerciantes si no resulta lo
contrario del acto mismo o si tales contratos y obligaciones no son de naturaleza esencialmente civiles,
como, por ejemplo, las donaciones, las obligaciones provenientes de una sucesión, etc. Es claro que, en
caso de colisión de una calificación jurídica con una extranjera, el conflicto no podría ser resuelto por
disposiciones expresas, pues, como expondremos más adelante, no las hay, pero la doctrina en Derecho
Internacional Privado está conteste en afirmar que la calificación que debe predominar es la de la ley del
lugar donde se contrató, salvo que dicha calificación no vaya contra disposiciones expresas de la lex fori,
la cual en definitiva sería la aplicada.

La nacionalidad de las compañías mercantiles está determinada por el hecho de que la compañía
constituida en el extranjero tenga el asiento principal de su explotación, comercio e industria en el país,
por lo cual se le reputa venezolana (133) y no tendrá esta nacionalidad en el caso de que ese asiento
principal estuviese en el extranjero. Igualmente prevé el Código que compañías que no tengan en
Venezuela sucursales ni explotación pueden hacer negocio y comparecer ante los tribunales como
demandantes o demandadas, y obtener la nacionalidad venezolana como las domiciliadas mediante
manifestación hecha ante el Tribunal competente (134).

En el caso de obligaciones mercantiles celebradas en el extranjero es competente la ley venezolana en el


caso de que esas obligaciones se ejecuten en Venezuela y esto, como ya vimos, de carácter supletorio
(135)

En lo que se refiere a la forma del acto mercantil (136) indispensable atender al hecho de que la forma
puede ser exigida como una solemnidad y en este caso es necesaria a su existencia como la póliza en el
contrato de seguro o la fianza mercantil que tiene que constar por escrito. Otras veces es un simple
medio de prueba porque no está exigido por el Código como una solemnidad como el caso del contrato
de cuentas en participación sobre el cual la ley no exige el escrito como necesidad de forma. Aclarado
esto podría preguntarse ¿una fianza otorgada en el extranjero en forma oral podría tener eficacia en
Venezuela mediante la confesión de la parte que la otorgó? Es exacto que la lex loci contractus es la
competente para determinar la forma externa del acto mercantil, en este caso, la fianza. Pero cuando la
ley venezolana exige determinada forma como prueba de su existencia, en nuestro ejemplo, la escritura
para la fianza, tal solemnidad tiene que cumplirse, pues la lex fori, es decir, la ley venezolana es la
competente para determinar las pruebas de la existencia del contrato mercantil, ya que en ausencia de
la escritura el contrato se reputa como no celebrado.

En lo relativo al comercio marítimo, el Código nuestro impone la inembargabilidad de naves extranjeras


que se encuentren surtas en puertos de la República, salvo que dichas deudas hubiesen sido contraídas
en territorio venezolano por causa o utilidad de las mismas naves (137). Esta disposición, como nos lo
enseñó Dominici (138), trata de garantizar el comercio exterior y es, además, una aplicación del principio
de la competencia en razón del domicilio, del lugar del contrato o de su ejecución, ya que la nave es un
bien mueble especial con personería jurídica y no simplemente una cosa mueble. No tiene su
correspondiente disposición en materia de aeronaves civiles, que para el caso es el mismo.
Igualmente, en lo que se refiere a la cautio judicatum solvi, nuestro ordenamiento mercantil exime de
presentar esa fianza al extranjero no domiciliado (139), derogando así el principio general de carácter
civil que sí exige dicha fianza a fin de que el nacional o extranjero demandante responda de lo que fuere
juzgado y sentenciado (140). Por el contrario, se considera válido para ambos derechos el principio civil
de que pueden ser demandados en Venezuela los nacionales o extranjeros que no estén domiciliados en
el país, cuando esta demanda tenga su origen en obligaciones contraídas en Venezuela o que deban
ejecutarse en ella (141). La razón de esto está en que, en uno u otro caso, el contrato que engendró
dichas obligaciones debía necesariamente regirse por la ley venezolana. Igualmente podría ser
demandado el nacional o extranjero no domiciliado cuando se tratare de acciones sobre bienes muebles
e inmuebles existentes en la República o de obligaciones provenientes de contratos o hechos verificados
en la misma o que deban ejecutarse en ella y cuando las partes se someten expresa o tácitamente a la
jurisdicción de los tribunales de la República (142)

En materia de letra de cambio nuestro Código trae una sección referente a los conflictos de leyes que se
suscitan con motivo de la capacidad de una persona obligada por medio de instrumentos de pago como
el referido, estableciéndose allí expresamente el reenvío, pues si la ley extranjera que deba determinar
esa capacidad indica que es competente la de otro Estado, esta última es la que se aplica (143).
Igualmente está consagrado el principio de la lex in favore negocii(144), así como la forma de las
obligaciones provenientes de la letra de cambio que se regulan por la ley donde se suscribieron dichas
obligaciones (145) y las formas y términos del protesto que se regulan por la ley del Estado en que debe
sacarse el mismo así como también los actos necesarios para el ejercicio y la conservación de los
derechos en materia de letra de cambio (146). Todas estas normas fueron tomadas del proyecto de
unificación de la Letra de Cambio que se subscribió en La Haya en 1910 y 1912, pero cuyas ratificaciones
no llegaron a ser depositadas por la aparición de la primera guerra mundial. Venezuela no estuvo
representada en las mencionadas conferencias, pero, en cambio, aceptó una recomendación de la
Cuarta Conferencia Panamericana en la cual se aconsejaba a los Estados miembros de la Unión
Panamericana la adopción de los principios cambiarios adoptados en La Haya en los referidos años.
Venezuela incorporó estos principios en la reforma que introdujo en su Código de Comercio de 1919 y
hasta el presente ha dejado a un lado las disposiciones de la Ley Uniforme de Ginebra de 1930 que ha
tenido en sus principios una aceptación muy generalizada, ya que fusiona los sistemas alemán y francés
que existen sobre la materia y que, por último, ofrece notables diferencias con el proyecto anterior, las
cuales han sido ignoradas totalmente por nuestro legislador hasta el presente.

En relación a la ejecución de actos de autoridades judiciales estranjeras, corresponde a la Corte


Suprema de Justicia, Sala Política-Administrativa, declarar la ejecutoria de tales sentencias extranjeras,
sin lo cual no tendrán ningún efecto, ni como medio de prueba, ni para producir cosa juzgada ni para ser
ejecutadas (14). Se establece un criterio de reciprocidad legislativa para la no revisión del fondo de la
sentencia (148) y se le somete, además, a ciertos requisitos de orden público internacional considerados
por la ley como sine qua non y sin los cuales, por lo tanto, no podría darse fuerza ejecutoria a las
referidas sentencias en Venezuela (149). Esto es la consagración del principio de la "regularidad
internacional".
En lo relativo a las rogatorias, nuestro ordenamiento adjetivo civil determina que éstas se dirigirán por la
vía diplomática o consular (150) y, por el contrario, la rogatoria que venga del exterior se ejecutará en
Venezuela por decreto del Juzgado de Primera Instancia que tenga jurisdicción en donde haya de
practicarse el acto rogado, siempre que venga con la correspondiente solicitud de la autoridad que la
haya librado y legalizado por un funcionario diplomático o consular de la República o, en su defecto, por
vía diplomática (15)

En lo que se refiere al Derecho Penal Internacional, el Código nuestro establece que "todo el que
cometa un delito o falta en el territorio de la República, será penado con arreglo a la ley venezolana"
(152), estableciéndose así el principio de la territorialidad para los delitos y faltas cometidos en
Venezuela, en concordancia con el artículo 8 del Código Civil. Criterio éste que se extiende a delitos
cometidos fuera de la República en ciertos y determinados casos (153), de acuerdo con el principio de la
extraterritorialidad de la ley penal. En efecto, el Código Penal en su artículo 4° enumera 16 casos que
estarán sujetos a enjuiciamiento en Venezuela, castigables de conformidad con la ley penal venezolana,
los cuales, como lo ha hecho el Dr. Farrera (154), pueden clasificarse en cuatro categorías, según que el
hecho punible sea cometido por venezolanos en Venezuela; venezolanos en el extranjero; extranjeros
en Venezuela; y, por último, extranjeros en el exterior.

En cuanto a la ejecución extraterritorial de sentencias penales, el principio consagrado por la doctrina y


la jurisprudencia patria es el de que la ejecución de tales sentencias no es posible en razón de la vigencia
de la norma general opuesta, es decir, la de la territorialidad de la sentencia. Sin embargo, este último
principio se ve excepcionado cuando el Código Civil establece que la condenación penal recaída en país
extranjero por homicidio consumado, frustrado o intentado en la persona de un cónyuge, tendrá el
mismo efecto, en este caso de carácter civil, que si hubiese sido dictada en Venezuela en cuanto a
impedir el matrimonio del reo con el otro cónyuge (155)

En materia de extradición, ésta no podrá concederse en ningún caso cuando se tratare de venezolano,
pero deberá enjuiciarse ante las autoridades competentes a solicitud de parte agraviada o del Fiscal del
Ministerio Público cuando el delito que se le impute mereciere pena de acuerdo con la ley venezolana.
Al propio tiempo, la extradición de un extranjero no podrá concederse por delitos políticos y por
infracciones conexas con esos delitos ni por ningún hecho que no esté calificado penalmente en
Venezuela. Por consiguiente, la extradición del extranjero por delitos comunes no podrá concederse
sino cuando se hubiesen cumplido los trámites y requisitos de los tratados que estuviesen en vigor al
respecto y, en ausencia de éstos, por lo que dispongan las leyes venezolanas. Igualmente, no se
acordará la extradición de un extranjero acusado de un delito que esté calificado en la legislación del
país requirente con la pena de muerte o perpetua. Por último, el Poder Ejecutivo tiene una facultad de
apreciación muy importante, pues es a él al que corresponde sopesar el mérito de los comprobantes
presentados para proceder a la detención preventiva del extranjero antes de pasar el asunto a la Corte
Suprema de Justicia (156) Venezuela, hasta el presente, ha suscrito alrededor de ocho tratados
internacionales sobre extradición, amén de ciertas cláusulas relativas a esta materia incluidas en
tratados de amistad, comercio y navegación firmados con varios países. La parte adjetiva de esta
materia está contenida en los artículos 389 a 393 del Código de Enjuiciamiento Criminal.

Como acabamos de ver, Venezuela acepta la doctrina de los derechos adquiridos y ello está demostrado
cuando nos referimos a la ejecución de actos judiciales extranjeros y las limitaciones que allí están
consagradas no son otras sino las más indispensables para garantizar la seriedad de esos actos. Igual-
mente se respetan los adquiridos conforme a la ley del lugar, locus regit actum, salvo naturalmente
aquellas limitaciones que en una forma expresa lo exija la ley venezolana.

Por último, es conveniente hacer notar que si bien sobre estas cuestiones de Derecho Internacional
Privado que acabamos de exponer existen disposiciones positivas pertinentes no así en materia de
aplicación de la ley extranjera en lo que se refiere a las limitaciones doctrinales que sufre la mencionada
aplicación, tales como el reenvío, excepción de lo señalado en materia de letra de cambio; el problema
de la calificación; el fraude a la ley, excepción hecha también de la disposición contenida en la Ley de
Naturalización, Art. 11, 4°, al cual nos referiremos más adelante (V. infra, XIII, 67); y la noción de orden
público internacional, éste, por lo ya expuesto, sin los alcances y evolución que ha llegado a tener
últimamente en el desenvolvimiento de la doctrina y la jurisprudencia internacionales.

Otros principios de Derecho Internacional Privado venezolano consagrados en nuestra legislación


positiva. El derecho internacional privado consagra otros principios además de los ya mencionados
anteriormente.

En nuestra legislación se consagran diferentes principios tales como: el principio general de la igualdad
de los nacionales y extranjeros con las excepciones establecidas o que se establezcan. Locus regit
actum. “el lugar rige los actos”, siendo las acciones que serán legales o no dependiendo de dónde se
realicen, ya que el marco jurídico de cada país es propio. De aquí se derivan los matrimonios efectuados
en el extranjero, divorcio, separación de cuerpos, testamento otorgado en el extranjero por venezolanos
o de otra nacionalidad para tener efecto en Venezuela. Lex loci rei sitae. “La ley del lugar donde las
cosas se encuentran”, son los bienes que se transferirán siempre de acuerdo a la ley del sitio donde se
encuentren ubicados. Mobilia sequuntur personam. “Las cosas siguen a las personas”, son aquellas
cosas que siendo propiedad de una persona se rigen por la ley por la que se rige esa persona. Lex fori.
“Ley del foro”, es decir, a cada conflicto se aplicará la ley del juez que le toque discriminarlo, es decir, la
de su Estado. la Lex loci contractus “la ley del lugar del contrato", utilizada para referirse a que la ley es
aplicable para la regulación de un contrato es el país en el que se ha celebrado.

En lo que se refiere al Derecho Penal Internacional, nuestro Código establece que "todo el que cometa
un delito o falta en el territorio de la República, será penado con arreglo a la ley venezolana"
estableciéndose así el principio de la territorialidad para los delitos y faltas cometidos en Venezuela. En
cuanto a la ejecución extraterritorial de sentencias penales, el principio consagrado por la doctrina y la
jurisprudencia patria es el de que la ejecución de tales sentencias no es posible en razón de la vigencia
de la norma general opuesta, es decir, la de la territorialidad de la sentencia

En lo concerniente a la materia de Derecho Mercantil relacionada con la calificación jurídica del acto de
comercio, la cual se relaciona al comercio marítimo, pueden ser reguladas tanto por el principio de lex
fori como la de lex loci contractus.
42 bis. Los nuevos Convenios de Derecho Internacional Privado suscritos por Venezuela. De acuerdo con
lo que hemos explicado anteriormente, (V. supra. III, párrafo 14), de las diez y ocho Convenciones
suscritas en las Conferencias Interamericanas de Derecho Internacional Privado en Panamá en 1975, en
Montevideo en 1979 y en La Paz en 1984, sólo han sido ratificadas para la fecha las relativas a exhortos
o cartas rogatorias; la recepción de pruebas en el extranjero; régimen legal de los poderes para ser
utilizados en el extranjero; conflicto de leyes en materia de letras de cambio, pagarés y facturas; y
arbitraje comercial internacional (Panamá, 1975); conflicto de leyes en materia de cheques; conflicto de
leyes en materia de sociedades mercan- tiles; normas generales de Derecho Internacional Privado;
eficacia extraterritorial de las sentencias y laudos arbitrales extranjeros; prueba e información del
derecho extranjero; y Protocolo adicional a la Convención sobre exhortos o cartas rogatorias y formas
anexas a este Protocolo (Montevideo, 1979).

En cambio, todavía no han sido ratificadas las Convenciones conflicto de leyes en materia de cheques de
Panamá, 1975, porque evidentemente ha sido aprobada la de Montevideo, 1979, y la de domicilio de las
personas físicas en el Derecho Internacional Privado y la de cumplimiento de medidas cautela- res
(Montevideo, 1979). Así como también las relativas a conflicto de leyes en materia de adopción de
menores; capacidad y personalidad de las personas jurídicas en el Derecho Inter- nacional Privado;
competencia en la esfera internacional de las sentencias y laudos arbitrales extranjeros; y Protocolo
adicional a la Convención Interamericana sobre recepción de pruebas en el extranjero concluida en
Panamá en 1975 (La Paz, 1984).

Como explicamos en su oportunidad, estas Convenciones han tenido el efecto de derogar tácitamente,
en las materias que ellas tratan, al Código Bustamante, pero éste será aplicado entre Estados partes de
las Convenciones si la materia a aplicar no está contemplada en dichos instrumentos y sí en el Código de
Bustamante y éste no haya sido denunciado válidamente por los Estados involucrados en el problema
jurídico.

de las diez y ocho Convenciones suscritas en las Conferencias Interamericanas de Derecho Internacional
Privado en Panamá en 1975, en Montevideo en 1979 y en La Paz en 1984, sólo han sido ratificadas para
la fecha las relativas a exhortos o cartas rogatorias; la recepción de pruebas en el extranjero; régimen
legal de los poderes para ser utilizados en el extranjero; conflicto de leyes en materia de letras de
cambio, pagarés y facturas; y arbitraje comercial internacional (Panamá, 1975), entre otros. Por otra
parte, no han sido ratificadas las Convenciones conflicto de leyes en materia de cheques de Panamá,
1975, porque evidentemente ha sido aprobada la de Montevideo, 1979, y la de domicilio de las
personas físicas en el Derecho Internacional Privado y la de cumplimiento de medidas cautela- res
(Montevideo, 1979).

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