Queltehue Diego Arévalo Riquelme PDF

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Queltehue, de Diego Arévalo Riquelme.

Editado por Diego Arévalo Riquelme.


2022
La Serena, Región de Coquimbo, Chile.
QUELTEHUE

DIEGO ARÉVALO RIQUELME


A mis abuelos y mi padre, quienes me salvaron la vida.
¿Quién, si yo gritase, me oiría desde los coros angelicales?
Rainer Maria Rilke.
I
CATAPILCO
Invitación

Después de la lluvia, las nubes


hacen silencio al transitar
del mar al monte. Allí colapsan.

Imposible apropiárselas.
Por eso te invito a contemplar,
solo eso, contemplemos el viaje
de las nubes que corren
hacia las montañas.

Tumbados en reposeras,
en las praderas de Catapilco,
miremos al sol blanqueando
las nubes después de la lluvia.

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Nacimiento

Nos ha nacido un niño en Catapilco


Sí y tal vez su nombre lo libre de la tragedia.
Al morir lo recordarán los malos poetas.
Lleva por nombre el del ave de los presagios.

Óyelo bien:
su nombre es Queltehue.

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Irrespetuosos

El rocío aclaraba el pasto.


Las nubes que estallaban en el monte
se diluían frente a nuestras bocas.
Oíamos los alaridos cada vez más cerca.
Nuestro caminar torturaba sus corazones.
Queltehues lloraban
volando sobre nuestras cabezas.
Sus ojos repudiaban nuestros nombres.
Lloraban para no morir de pena.

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La sed

Padre Celestial
te rogamos que por vez segunda
desangres al Cristo sobre esta tierra
o apuñalaremos el cielo
con el filo voraz
de la lengua de un caballo
que no halla pastos para comer.

Que la sangre del Redentor bañe


el suelo y las copas de los espinos,
que tiña los dientes de los conejos
y se funda con las crestas de las gallinas.

Te imploramos Señor:
extermina por completo
la sed de los críos,
de las bestias que se acercan al tranque
a beber las últimas gotas de supervivencia,
de los campesinos

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que el vino tinto no puede hartar.

Porque esta sed, oh Padre,


cava hoyos para ser saciada,
entreteje la muerte de las aves libres
y quema la nuca como sol de mediodía.

¡El grito de un queltehue es la queja iracunda


porque ignoraste el dolor de los espinos, Padre!

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Paseos en bicicleta

A Bárbara y nuestras correrías.

Demos la vuelta a la corona del sol


girando como el pedal que siembra la tierra
con el viento que despiden las patadas al vacío.

Un reguero de hojas muertas acompañará


el pisar esbelto de las ruedas recubiertas
de caucho, vestidas de elegancia.

II

La bicicleta de fierro pesa tanto


que los sueños desaparecen en

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su avance por los largos caminos
que dirigen al respirar más libre del mundo.

Soñar es la cadena que impulsa


el simple mecanismo que hace girar
la rueda trasera del pensamiento.
Dar vueltas alrededor de un punto
es el castigo por sentir el viento en la cara.

III

El tranque se está secando y nuestras


ruedas se han cansado del asfalto:
habrá que atravesar su anatomía.

Cruzamos el desierto que es su esqueleto;


vaso que contiene las
iracundas aguas del invierno
en estado de reposo.

El barro nos recuerda


que el aire
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venía en bandadas a refrescarse
con la sangre de la tierra que
se aposaba aquí en Catapilco.

Verdes celosías filtran al sol


que desciende sobre los restos
de nuestra laguna. El
fulgor de sus vestiduras
se va apagando con el paso de la tarde
y la noche lujuriosa toma su lugar
para copular con el sonido de las hojas
que se mecen, excitadas
por la espectacular danza de las estrellas.

IV

Voy solo
pedaleando a Tierras Blancas
con la inmensa gratitud a hombres y mujeres
que recorren el camino.
Las vacas mugen con rabia
como perros que ladran a un desconocido.
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¿Será la ira o un saludo amistoso?
Qué importa, si hay mil praderas por pastar.

El camino atraviesa las lomas.


Es la vida,
un subir y bajar constante
que no admite tregua.

La bicicleta es el tiempo
y me recuerda que aún no he muerto.
Yo no he muerto. ¿Podré morir
sobre ella?

He recorrido los caminos


montado en potra de nácar
pero ni aún eso me libra tanto
como la brisa enfriando
los jugos que suelta mi piel,
pedaleando sin fin, sin el dolor
de saber que podría morir
haciendo caso de mi voluntad real.

He alcanzado la cúspide.
Es hora de volver.
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Voy solo.
He descubierto la naturaleza:
dos jotes con su pétrea presencia
se encuentran encorvados en el suelo,
a la orilla del camino.
¿Sabrá el gato muerto que ellos devoran
que su hediondez despierta los jugos gástricos
de dos aves majestuosas?

La laguna se rodea de mil piedras


y piedritas del color de las nubes.

Pedaleamos alrededor de lo que queda de ella,


mirando el bosque de espinos que brota inexorable
sabiendo que no podría secarse.
Aquí hay sabiduría: los tenaces espinos
nos enseñan que ni el sol podría
quemarles la piel
porque la han cambiado por espinas.

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Pero yo no quiero espinas para mí
pues anhelo sentir la respiración,
la profunda respiración de las hojas
que vibra en el esqueleto
y hace temblar la cabeza.

¿Qué es la vida sino el precio


que se paga por respirar
el más dulce aroma a bosta
y hojas de eucalipto?

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Elegía a Kino

A Mariano, mi abuelo.

¿Cómo puede explicarse


que un gigante se azotó contra la tierra
cuando tu silencio estremeció a los mortales?

Fuiste el parto
que indujo el sueño.
El sueño que vuelve difusas las pestañas.

El patriarca hace llover


sobre el campo que pisan los queltehues.
Demolidas crujen las lentes que se presentan
frente a sus globos oculares.

La tristeza por la tarde empaña


nuestras córneas enmudecidas.

Los heraldos negros de la Muerte


han aparecido frente al gran portón

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y han gritado tu nombre con furia
porque se han enojado con Ella.
¿Cómo podrían no querer odiar a su Señora
si les ha encomendado la tarea más injusta?

Los ángeles se regocijan


por tener tu dulce calidez entre sus manos.
Maldigo desde este pueblo su cruel
jolgorio, por la envidia
de no poder acariciar tu pelaje
cada amanecer que venga.

¡Dios, te grito desde aquí:


tráelo de vuelta!
¿Acaso no ves que nos despedaza su ausencia?

Sigues induciendo el sueño


que pervive en mis pupilas
que no pueden llorar
por dormir mirando los eucaliptos
que crujen cada día por tu partida.

22
Tres verdades del queltehue

No lo piensa:
ataca con todo.

Esta es la primera verdad del queltehue.

La amenaza se presenta.
Mil rascacielos que caminan
vienen riendo, burlándose,
pisando la muerte
que reside en las hojas de eucalipto,
y como esporas
la van diseminando
en el viento.

Entonces se levanta volando el queltehue


y comienza su ascenso al cielo.
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Alcanza el punto de suspensión.
Cae en picada contra el enemigo.

Hay enseñanza
para quien quiera atreverse
al ejercicio de escribir poesía.

El poeta debe hacer caso


a la naturaleza del pájaro
que sin pensar se arroja
a las fauces de la muerte.

Poeta:
lánzate como clavadista
a las aguas mortales.

¡LÁNZATE A LA MUERTE!

Solo así conocerás el olor de tu sangre.


Solo así entenderás la hiel que
habita en el miedo de tus entrañas.

Arrojándote al peligro y su
última consecuencia
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encontrarás el propósito ulterior
de la poesía:
descarnar tu cuerpo completo
en una veloz caída
para alcanzar la supervivencia.
Es la dialéctica interna del queltehue:
lanzarse a morir para sobrevivir.
¿No es esa la definición de vida?
¿No es esa la definición de poesía?

II

La suspensión es el punto más sublime


del trayecto aéreo.

Esta es la segunda verdad del queltehue.

La contemplación vive en su vuelo.


El momento suspensivo ocurre
y es inevitable. Después
del despegue viene la elevación.

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No es fácil distinguir el instante
con exactitud, pero
quien vuela lo conoce.
La elevación se detiene:
reposo áureo de solemnidad severa.

Es la suspensión.
Instante sagrado. Muerte del
tiempo. Disparo de fotografía.
Quietud de comensales
después del último bocado.
Resurrección voraz
de los silencios escondidos.
Azote de los lamentos de un niño.
Destrucción de los límites
de la simiente que contiene una supernova.

La suspensión ocurre y solo


ella misma puede detenerse.
Y así lo hace; al momento
de aparecer desaparece.
El tren del tiempo no pausa
su avanzar jamás.

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Hemos copiado la maravilla de la criatura.
Creamos la poesía.
Tenemos la oportunidad única
de copiar la elegancia
de la defensa del queltehue.
Leer es un acto suspensivo;
nadie podría dudarlo.

La contemplación
es la supernova que estalla
y que se difumina
al momento de leer
la siguiente palabra,
la letra que prosigue,
el punto que completa todo.

La contemplación
va arriba de las alas del queltehue,
tan solo en la fracción de segundo
que le permite su existencia.

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III

El queltehue vuela frente


al espejo que distorsionado
le permite verse como un ángel.

Esta es la tercera verdad del queltehue.

La interpretación
se extiende posterior al sublime acto
de la suspensiva contemplación.

Está atrapada.

Jamás podrías liberarte de


lo que te enseñaron tus padres,
en la escuela,
en los andares de los caminos de Catapilco.
Jamás.

El olor de la bosta
ya ha impregnado los circuitos cerebrales.
No puedes salir de su baile
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que te mueve como la tradición
de todas las generaciones muertas.

Esto es lo cierto:
la interpretación es un acto de reflejo
de la realidad circundante.

Los significados existen fuera del alcance


de la visión mundana.

Quizás no es un espejo, sino


una lente que distorsiona lo real.
Recibimos del poema lo que nuestros sesgos
quieren mostrarnos.

El queltehue se observa y ve un ángel


o a satanás, que para efectos es lo mismo.
Y es lo mismo porque no puede ver
que la realidad le dice lo que no puede oír.

Quien lee un poema no puede escapar


del terrible peso de su experiencia.

Quien se arriesgue a contemplar

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o a saltar a las fauces de la muerte
sigue una trayectoria que ya está determinada.

La condición nace en el exterior.


Nos adaptamos a ella.

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Agonía y muerte de un pájaro triste

Es terrible la historia
de un pájaro que se desviste
de plumas, pájaro triste.
Recordando en la memoria
su época de grande gloria
despedaza sus lamentos
y percibe los tormentos
que le trae la postrera.
Es esta vida rastrera
cargada de sufrimiento.

Sus alas ya no se baten


con el soplido del viento.
Oscuro presentimiento
en su corazón que aún late.
Pide por favor lo maten
pues la espera se hace eterna.
Que el fantasma ya se cierna
sobre su cabeza gacha.
Que la muerte y su gran hacha

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traigan vida sempiterna.

Hablará el queltehue ahora


con su trino que se quiebra
que con gracia el sol celebra,
y la luna, admiradora
del desgarro, con él llora,
cantando gracioso el fin
de su vida en el confín,
Catapilco, tierra seca.
Sin gesticular mueca
irá al eterno festín.

QUELTEHUE

Se apagarán hoy mis alas,


ya no beberé la fuente,
no volaré sobre el puente
pues me han herido las balas
de la vida y son las malas
voces que de noche escucho
las que me informan de mucho
ruido que trae mi canto.
Resistir este quebranto

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difícil es, ya no lucho.

En cambio, yo me resigno
a escuchar cantar la tierra,
a ignorar las tristes guerras,
a palpar todos los signos.
Es obvio, no me persigno
pues ni dios ni ley me mandan
solo días que se agrandan
y noches que se hacen cortas.
En realidad poco importa
si los tiempos se desbandan.

Dulce voz oír quisiera,


sentir en día terrible
calor que no sea horrible,
un trino que me encendiera,
que diga lo que tuviera
que hacer para combatir,
o tal vez para reír
reposando sobre tierra.
¡Ya no quiero yo más guerra!
¡Ya no quiero más sufrir!

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DIEGO

Al primogénito hijo
que ha construido mi mano
lo amo como a un hermano.
Lo que haré yo no lo elijo.
El acto será prolijo.
Su alarido vengo oyendo
desde que aquí estoy viviendo.
Grito que acabará al fin
de este día. Salid sin
duelo, lágrimas, corriendo.

QUELTEHUE

¿Es ese mi creador?


Se presenta frente a mí
con sus manos de alhelí
que me tocan con amor.
Es en su precioso ardor
que nací por la mañana,
en tierra catapilcana,
brotando como la fuente.
El presagio del vidente
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secuestra alma suya humana.

¿Es que me trae él noticias?


De seguro me conquista
con su canto de hombre artista
que propaga la justicia.
No veo en él la malicia
ni tampoco el egoísmo
pues creo que el heroísmo
de entregarme propia vida
la hace bien de ser vivida.
Me libera del abismo.

Espero no me traicione
con palabras de verdad
pues aquella gran maldad
a mi libertad se opone.
Mi agonía ya dispone
que yo me voy a acabar.
¿Acaso me va a salvar?
Espero benevolencia
pues se acaba mi paciencia.
Se estremece el espinar.

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Mi dolor es tan terrible
este día que se arranca.
Tus frágiles plumas blancas
¿se marcharán? ¿Es posible?
Para mí es cuestión sensible
pues sollocé de tristeza
cuando te vi entre la maleza
el día en que conocí
la pena negra. Yo vi
que no existe la belleza.

DIEGO

Te saludo amigo bello.


Me trajiste a la locura
con tu gracia y tu finura
reflejando mil destellos.
Para no guardarme en ello
yo tendré que terminarte.
Decretar tu muerte es mi arte.
En este día que es aciago
haré las veces de mago:
mi palabra va a matarte.

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Lo hago porque no me queda
otra alternativa ahora
más que darte final hora.
Te pago con la moneda
de la muerte mientras pueda
pues yo sé que partiré.
De este pueblo yo me iré
y conmigo la pereza
que se tornará en nobleza.
Yo lo sé pues moriré.

Te ruego que me perdones


este día que despoja
nuestro vuelo, y que recojas
mis palabras, mis razones.
Estas, mis disposiciones
son verdad por fundamento.
Tu final es mi tormento.
Para partir debo hacerlo.
Esto tienes que saberlo:
me destroza el sentimiento.

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QUELTEHUE

Dime creador ¿por qué?


¿Por qué vienes y me matas?
Mi carácter te retrata
y también mi cuerpo. Sé
que eres todo lo que he
dicho en este canto triste.
Mi lamentación existe
al centro de tu palabra.
Tú quieres que el cielo se abra.
Es discurso que me embiste.

DIEGO

No te creé para esto


pero debo ser veloz
pues mi sollozo es feroz.
En este día funesto
para hacerlo yo me apresto
y que vean los testigos
que yo moriré contigo.
Aunque tu final me enerva
dejarte debo en la hierba.
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¡Muere ya, pájaro amigo!

QUELTEHUE

No me queda otra cosa


más que hacer caso total
pues tu decisión es tal
que tendré que irme a la fosa.
Tu palabra poderosa
tal vez me traiga la calma
que requiere fuerte mi alma.
Te agradezco por parirme.
Ahora tendré que morirme.
Es voluntad de tu palma.

Catapilco me despido
de tu tierra de cantares
pues hoy día mis pesares
remarcan lo que ha dolido.
Se va arrancando el sonido
que rasgaba las casuchas.
¡El grito que aquí tú escuchas
este pueblo ha cercenado!
Terrible voz se ha apagado
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y razones tengo muchas.

Al morir dedicaré
estas últimas palabras
para que nunca más se abra
el portal que yo abriré.
Volar de aquí yo tendré
que hacerlo con rapidez.
He alcanzado madurez
máxima. Mirando al cielo
alzaré mi final vuelo.
Hoy diré con lucidez:

en esta, mi hora final


adiós digo ya sin gloria.
Que se borre en tu memoria
el llanto de todo mal.
Quien fuera gran animal
ya no quiere entristecerte.
¡Soy Queltehue y grito fuerte!
Hoy se me acabó el amor.
Me consume mi dolor.
¡Aquí comienza mi muerte!

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En memoria de un pájaro eterno

Queltehue grita tu muerte rabiosa.


Azote eléctrico que campos quema.
Revienta tu voz fuerte y luminosa.

Tus patas incendian siempre el emblema


de los necios que tu naturaleza
envidian y hacen de ella su gran lema.

Levanta tu vuelo con entereza.


Color de lujo llevarán tus ojos.
De ellos se nutrirá la grandeza.

En vuelo final mira de reojo


como aquí te despiden las gallinas.
Alas de plata, empañas mis anteojos.

Vuela más alto que las golondrinas


por sobre las tierras catapilcanas.
Bendice las plegarias vespertinas

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de viejas que despertarán mañana
sin el glorioso vigor de tu canto
que limpia de ensoñaciones mundanas.

Provoca tu quejido mi quebranto.


Mi alma en tierra no reposa, dolida.
La Muerte te ha cubierto con su manto.

Lamentan los conejos tu partida.


Pregón estridente de madrugada
que hace polvo las casas derruidas.

A mis oídos tus llantos agradan.


Éxtasis, gozo de oídos profanos:
mi mente a perpetuidad destrozada.

Todo el pueblo se toma de las manos


porque así Catapilco sobrevive
el terror del olvido y los gusanos

de su antigua memoria que aún pervive


cuando gritas el nombre de las ratas.
Canciones no grabadas tú revives.

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Ni el pueblo de Catapilco te ata
porque al misterio tú le perteneces:
el misterio que iracundo nos mata.

De gris envergadura tú te meces


por los aires del seco valle eterno.
Todas las almas del pueblo estremeces.
Líbralas de sufrir en este infierno.

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II
LA SERENA Y ¿COQUIMBO?
Eclipse

Intento enlazar la luna y el sol


para lograr la maravillosa penumbra
del eclipse solar.

Desaparición total de la memoria del tiempo.


Muerte de plata silenciada por el viento.

Cópula sublime
que retorna las aves a su embarcadero.

Rondel brillante que excita mi ojo.

Barril de un revólver
escupiéndome hasta dentro.

Y en un instante renace muerta


la sangrante luz del sol.

46
Mar

Alcanzar la suspensión:
aquel momento antes de que el piquero
se arroje a sí mismo como un dardo
a las fauces de las aguas marinas.

Oler la sal transportada


por la brisa marina a las narices
de una pareja adolescente
besándose en la arena.

Respirar los segundos


despiertos por el aroma
del cabello de una muchacha,
que embriaga al adelantarme por la acera,
mientras pasea(mos) al costado de la playa.

Quisiera con toda mi fuerza abalanzarme sobre las olas


y entrar en ellas sin pensar en morir.

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Casa amarilla

La esquina donde vivo


es una casa amarilla
que se desarma sin tregua
por el paso de camiones.

Los vidrios tiemblan,


accidentes,
ciclistas subiendo la cumbre
o descendiendo como un rayo
o como un hambriento
al que le han depositado
su mísero sueldo
en la usurera Cuenta Rut
y se dirige a comprar
un poco de pan;
las migajas de Chile
que le corresponden por ley.

¿Qué pensaría Salvador Allende?

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En la esquina vivo, la que
lleva su nombre.
Esquina que atestigua
como la ciudad se funde
con el implacable grito del terreno
que la moldea sin querer,
por su propia naturaleza.

La ciudad se mueve furiosa


y revienta la quebrada.
Ella termina y empieza
aquí:
en la esquina donde vivo.

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Inundación

Quebrada fértil
tocando hierba y pequeñas rocas
rumian animales los pastos
frontera natural
rumian de ti una vaca y un caballo
y ladra un perro y otro más
encerrados en la inmensidad
del cielo y el correr de las aguas
de la quebrada fértil
rodeada de fresca hierba y malezas
acariciada por la lengua de una vaca
quebrada fértil
de hierbas frescas brillantes
para rumiantes amarrados
pastando apacibles.

Ni aún con tubos y cemento


podría detenerse tu caricia perenne.
Quebrada potente
escurre bajo el seco hormigón

50
con que pretenden echarte al olvido.

Acompaña el sollozo de las hojas


limpia las pezuñas
mis oídos cansados
no laceres mi cuerpo con tus brillos filosos:
se ensangrentaría la hierba.
¿Qué comerían la vaca y el caballo?

Flujo inmortal que se dirige tranquilo hasta los mares


difuminas la frontera entre dos ciudades
y de pronto no sé dónde vivo, olvido
el rastrero color de mi nombre
y el de donde infelices mueren las ratas.

Fértil quebrada cortante inunda mi casa


mi rumiante sesera
la putrefacción de mi miseria
los escalones
mi habitación
el fermentado cartón que vive en mi ventana
a ver si olvido que la ciudad también se extiende
dentro de mi hogar
a ver si se disuelve por una vez el ruido
51
2
en esta casa sola y enferma
que me alberga en sus entrañas.

52
Palmera

Las hojas de una palmera se mecen


con el soplido sutil de la brisa otoñal.

Una palmera celebra la calle,


a los niños que ya no juegan
bajo su manto protector,
al perro
que le para la pata de atrás.

¿Has escuchado el crujido de un huevo


eclosionando cuando el pajarillo
se presenta por vez primera al mundo?
¿Has respirado la garúa en la madrugada?
¿Has quebrantado el brazo de la muerte?
¿Has sentido el aroma de las flores
que indican que vendrá el fin de los días?

53
La más alta

Los destellos de explosiones eléctricas


reverberan en los nervios
y un espectro fantasmal
gobierna de las alturas del cruce.

Su vacua inmensidad no es indiferente ante


los ojos del espectador:
estar bajo ella es asombroso.

Sostiene el alimento de las luces de noche


en sus poderosos brazos metálicos,
de donde cuelgan cables kilométricos
tan extensos como la imagen de las nubes
que cercenan con su oscura longitud.

Imagínate el privilegio
la vista que tiene sobre todos nosotros
puede hasta deleitarse con soñar
bañarse en el mar.

54
Pero es sólo un sueño,
pues ardua labor
desempeña sin descanso,
no hay tiempo para una siesta
ni para cubrirse del sol.

55
Canciones ajenas

“It could be a spoonful of diamond


it could be a spoonful of gold.
Just a little spoon of your precious love
satisfy my soul".
Spoonful. Willie Dixon.

¡Salobre frescura!

Enamorados viajan del faro al casino


o al revés. Ella se ha quedado
mirando. ¿Podría el frío viento que nos canta
robar el corazón de una mujer joven?

De no ser posible
tomará su bolsillo por asalto.

56
Hormigas

Me cubriría los pies de miel


para que en nombre de la Reina
mis ruidosos alaridos
sean la cadencia que celebre su banquete.

57
El pájaro

Muerto ha caído un pájaro en mi patio.


Los hongos proliferan en su buche.
Se extiende entre sus plumas el micelio
que forma la más magnífica red:
rápida transfiere los alimentos.
El bucle formado por vida y muerte
juega con las pestañas incendiadas
que viven reposando en los cristales
de miopes y científicos excelsos.
¿Podrán entender de cierto la causa
de toda la belleza de sus trinos?
¿Podrán teorizar certeros conceptos
sobre la volátil naturaleza
que vive y perdura dentro de sus alas?
¿Tendrán todo el coraje necesario
guardado por mil siglos de ignorancia
y hacer trizas el sutil misterio
de sus patitas marcando la tierra?
¡Pregúntense oh, estudiosos de la vida

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que dicen conocer toda respuesta
sobre el vuelo estelar!
Solos se llaman dioses del saber
pero no observan que su ágil silueta
es llanto de los ojos extinguidos
del cielo ciego que trata de oírle
pues como un rayo mortal le ha punzado
al perseguir a una hembra de su estirpe.

Pájaro muerto vives del sabor


que palpita en la lengua del mirar
de un gato que paciente espera su turno
fatídico de clavar con sus garras
al alma que solloza a la mañana.
Pájaro de sangre tiñe el cemento.
Huellas de tus brillantes negras plumas
carcomen fundaciones en el patio.
Sostén de palos blancos por el mar;
píntalos del color del que eran antes.
Noble sangre que no puede beberse:
hongos han sorbido tu dulce copa.

Reconquistó la vida su cadáver.


Úsala pájaro, ha aparecido
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frente a tus ojos ya resucitados.
Vuela con tu fuerza y huye de la ley
de empíricos, renombrados, insignes
científicos que no te entenderán
porque el vuelo de lujoso color
nunca detuvo su roja cadencia.

Habré de cometer la peor infamia


la arrogancia mayor:
dulce silueta, cantar de mañana
la tierra sintiendo el suave pisar;
esto solo lo puede acariciar
quien se vale de un lápiz como escudo
para resguardarse del vendaval
que es la explosión natural mal oída,
mal vista, para no terminar ciego.
Robemos la lupa del científico
y cambiémosla por papel y lápiz.
Tiemblen así los fundamentos píos
modernos que perviven en la luz.
Lo oscuro de escribir
carcoma las tablas del frágil piso
quitando ágilmente a los ciegos necios
y así pueda volar ya libre el pájaro
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hecho ya no un feroz rayo de sangre
sino nube de esporas
diseminadas lejos por la brisa.

61
Atardecer

El sol goza al cielo y al mar a la vez


sabiendo que la culminación del acto
durará toda la noche.
Su orgasmo tiñe el cielo de colores
que son la sangre que exuda su corona.
En el desenfreno de la cópula triple
llega a succionar todo ardor llorando
y llora tanto que el mundo se enfría.
El viento que nos azota es su último aliento.
Este roza la piel del mar y los pies del cielo;
ambos amantes de su carne
y se confunde con ellos
para humectar, con su aroma a sal
los párpados que lloran en la costa.

62
III
CONFUSIÓN
Veinticinco

Siempre creí que me suicidaría.

Mis padres me enseñaron la lengua de la Muerte.


Crecí bebiendo el néctar de su canto.
Lloré los días fríos de los años.
¿Mis años?

Mi juventud es el diccionario del sollozo.

Jugué a la ruleta rusa todos los días


y siempre vencí, sin querer.
¿Por casualidad?

Sumido en la gloria indeseada


he vivido veinticinco años.
¿Cómo llegué hasta aquí?
Mi sangre se acostumbró al canto y ya no lo oye.
Mi cabeza ya no resuena con el llanto
que lacera los párpados y enceguece.

66
Veinticinco años y no he muerto.
Mis padres podrán jactarse
de que su hijo ha vencido a la Muerte.
Y yo la espero, a veces
ebrio de plenitud.
¡Tan plena que es la vida del olvido!

Y sin embargo, ambos sabemos


que la bala siempre se recarga, cada día.
Porque no por ganar la apuesta se gana la vida entera
y yo sé que mi vida no me pertenece.

Es suya.

67
Reflexión

¿Qué es reflejarse en el espejo


sino empuñar un cuchillo?
¿Qué es asir un puñal
sino encarar el olor del hambre de un jaguar?
Si enfrentas al miedo más terrible
destrípalo con un corvo:
verás que tu enemigo es tu reflejo.

68
6
Naturaleza

¿Hay alguien que haya elegido su nombre original?


Es lo mismo que el rostro
o la fuerza del apretón de manos o
el fuego que dejan los pies en el barro pisado.
Nadie se salva de la imposición
así como nadie se salva de nacer.
Y ello es tan doloroso como
piedras del zapato que camina,
espalda agotada de trabajo,
manos quebradas por tortura.
En suma, ¡muerte!

Nadie puede decir que hay libertad en la existencia,


porque nadie puede decirle a la araña que no puede morder.
Y lo hace. Es la naturaleza.

Es ella la que dicta nuestro cansancio


como el de la gallina que pone huevos en un nido.
¿Tendrá conocimiento de que debe aovar

69
para que su maestro la alimente y sobreviva?
¿Es esa su naturaleza?

Mi madre me enseñó a leer con un silabario.


Aprendí la palabra cuando entendí
que mi naturaleza viviría en su vaivén
y elegiría mi cobijo en la cálida lengua
que besa mi sangre.

Un beso con la amada, ¿es natural?


Es un pinchazo de drogadicto al más
puro estilo de película norteamericana.
Destruye la realidad con su ardor
y se esfuma
para dar paso a la gloria
y acabar
en un himno.

Los presidentes nos enseñan que su fuerza


proviene de su propia naturaleza bienhechora.
Lo enseñan todos los días.
Lo hacen a través de la escuela
o del televisor o la radio
o de la revista que promete mejor vida
70
9
que se compra en un quiosco.
¿Cuál será la naturaleza de esa vida?
¿Será la misma que la de los presidentes?

La naturaleza nos eligió sin distinción


con la precisión de un robot militar
para exorcizar nuestro último ápice de deseo
y hacernos volar
con su cruenta y fría ventolera.

71
Nombre

A Laura.

Tu nombre es para mí una supernova.


Incendia los páramos que se asoman
entre las cortinas de la ventana
que marcan fin de mi fría cocina.

Pronúncialo otra vez cual día que


dijiste “encantada de conocerte”.
Quiero sentir la radiación en mí
ardiendo dentro de mis venas y huesos.

Yo diré tu nombre. Observaré si


puede incitarme a alucinar seis veces
haciéndote presente sobre un piano
de cola. Seguro lo logrará.

Nombre de mujer poderosa ostentas


como si fueras gobernante de

72
ríos o las aves o el arrebol
que tiñe tu cabello atrapa nieblas.

En fuerte entonación yo cantaré


un verso endecasílabo final
para bien culminar este poema:
tu nombre es la vertiente de mi asombro.

73
Condena

Amo a una mujer morena


que pernocta con otro hombre.
No conozco de él el nombre
pero es causa de mi pena.
Toda esta es mi condena:
solo yaceré, en cama
sabiendo que ella no me ama
y que nunca me amará.
La vida no ganará:
la muerte, triunfante, llama.

74
Amigo

A Joaquín.

Destrípame la sien
con la cadencia de tu canto
que evoca la pequeña muerte.

De ser necesario
lameré extático la corona solar
para hurgar en tu corazón.

Oleré la fresca colonia de la locura


que exudas con el mirar que traspasa tus anteojos.

Las mujeres te desean


crucificado
en la mayor inmundicia de su camastro
pero tú lo ignoras.

Léeme algo, poeta joven.


75
Inyecta en mi cuerpo
tu saliva cáustica, tu ácido
para que destruyas mis vísceras
y carcomas mis venas bullentes.

Tu silencio te incomoda y por eso


sin elección alguna
estás condenado a vivir sobre la cuerda floja.

Yo te digo insolente:
descuérate vivo.
Es la única forma.

76
Delirio

El gemido abunda en la boca del ciego que


no ve en su miedo la devastación.

Afilar las ganas para pelear a muerte


contra los cánticos del televisor.

Temblar los huesos por el terror


de mil jinetes de la Muerte golpeando la puerta.

Vivir desnudo en invierno, bajo la nieve


que quema como motas de algodón.

Quien conoce el delirio conoce el miedo


y su terrible soledad,
pues no hay soledad más grande que la de saber

con toda certeza

77
que un jaguar ha olido tu sangre
y viene a probar los sabores de tu carne.

78
Alucinación

Le canto a una flaquita que no existe


en la materia, sólo en pensamiento.
Pensarla me despierta el sentimiento:
potente sentimiento que me embiste.

De pronto su imagen la luz reviste.


Se torna verdadera, no te miento.
Con ello se termina mi tormento.
Mi anhelo más profundo se desviste.

La flaca con su canto me cautiva.


Me pongo feliz cuando yo la toco.
Con ella hasta mi aliento se mejora.

Su voz que se desgarra me motiva.


Sus ojos de cristal me vuelven loco.
Flaquita: jálame el cabello ahora.

79
Pastillas

El sueño de morir por pastillas


es un cautiverio feliz
que aparece en una fracción de hora.
Adormecidas las papilas gustativas,
silenciado el rugir estomacal,
se evidencian los inevitables síntomas:
la sed de sangre propia se ha desvanecido
y un tinte a oscuridad
recubre las córneas.

Tan seductora se dispone la Muerte,


tan abierta... a aceptar las dudas,
que te acaricia los muslos despacito
y te entregas a la locura de la cópula.

Tu peso tumbado en el suelo


podría ser el orgasmo consumado.

80
Silencio

El silencio se mece, bebé a punto de estallar


por la agonía del hambre.
Su ausencia nos carcome como ácido hasta el tuétano.

La tristeza por la muerte del Cordero


es insignificante a los gritos de una mujer herida,
fría, sucia, muerta, putrefacta.

Así la desolación vale su peso en gemas


porque nos recuerda que se puede quebrar.
Ni el suicidio puede calmar el hambre de silencio:
ello nos recuerda que es oro puro y que,
como los desgarradores queltehues
vivimos en la pobreza de solemnidad.
Los gritos de los pasillos son la prueba.

81
Tardes de otoño

Arreboles

A Carlos.

Un pájaro reposa en la escalera.


Carlitos se conmueve con su canto.
La tarde se disuelve en arreboles.
Cigarros que se fuman a las seis.
Seca nuestras lágrimas el cigarro.
Retumban hoy los muros de cemento
con el sol que muere por el otoño.

Flores de fuego

Llamas fulgurantes se inclinan ante Dios


que es rey y pastor de ellas, ovejas,
enclavadas en el hogar de los gusanos,

82
pastando nutrientes con los cabellos de sus pies.

Un número sacro emerge del centro.


Se mece con el baile de una caracola.
¿Será su sonido de reverberaciones marinas
el eco del fragor que por dentro las alumbra?

El viento que transcurre por días y días


las puntas de las flamas va recubriendo
como a las montañas más altas, de nieve,
purificando el fuego que indolente ha ardido.

Así entran los girasoles en la muerte


con su matiz sereno de profunda respiración,
blanqueando su ser con el vuelo de una abeja
que los busca, en una cálida tarde otoñal.

Libertad

Juntos
nos regocijamos con
el cantar del viento,
83
el aleteo
inexorable del colibrí,
el fuego
refulgente de los girasoles.

Henchidos los pulmones por el humo


celebramos la libertad
que nos da el frío del otoño.

Sonrisa

a Karina.

El sol traspasa todos los cristales.


Penetra con su brillo nuestra sangre.
Calienta los muros del hospital.

Abriga con su clamor silencioso


las manos de una joven con tatuajes.

Karina baila al medio del pasillo.

84
¿Será el sol idéntico a su sonrisa
quien celebra cada espacio visible?

Hospital

¿Irán a recordar
las paredes de este
hospital
el aroma de
nuestras bocanadas?

¿Irán a recordar
las enfermeras
nuestros pasos en medio
de la noche
para escapar al baño?

¿Irán a sentirse aún


los gemidos tristes
de una niñita
que no encuentra consuelo
por las tardes que se
85
d i s u e l v e n?

¿Sentiremos otra vez


los lamentos del hormigón
que rodea los girasoles?

86
Advertencia

Quiero levantarme un día


y sentir las reminiscencias
del sueño contigo.

Sentir la tibieza del núcleo de tu espalda.


Demoler los dolores de mis llagas abiertas
con tu beso por la mañana.
Morir con el sol, recostado entre tus manos.

Daría mis ensoñaciones más vívidas


Por respirar la enredadera de tus cabellos.
El silencio matutino se retorcería
de pensar
en juntar las yemas de nuestros dedos.

Yo te advierto, ten cuidado:


tú podrías ser un día
el amanecer que deslumbre mis ojos.

87
Misión

Cariño que pervive en la simiente,


empero no lo entienda la razón;
sí contempla mi rojo corazón
tu risa que brilla cual sol naciente.

Semilla de mil rayos sonrientes


entrega a mi camino la sazón.
Me veo envuelto en una misión.
Misión que me convida a ser valiente:

besarte sin los labios la mirada


como el vuelo de un colibrí precioso
que desviste los pétalos de flores.

¡Ay! Si no es eso no quiero yo nada.


Sentir hoy tu calor maravilloso:
vivir la gran pasión de tus amores.

88
Cansancio

Besando la tez negra de la pena


me encuentro en este día que se esconde
bajo un manto de niebla muy espesa.
Requiero de su gélido quebranto
el silencio que abriga sin querer
huesos de mil árboles gigantes
que se derrumban en su baile de hojas
secas después de la época otoñal.
¿Cómo explicarte, cómo, gran cerebro,
que tú has venido a jugar a perder?
¿Cómo comprender que es el corazón,
artífice de la melancolía
superviviente en el gran pozo oscuro
que se llama Alma, quien hoy se ha llevado
el crédito por tanta destrucción?
El cálido humo de los cigarrillos
no resulta de gran satisfacción
si lo que pervive es sabor amargo
de vino fermentado que ha nacido

89
brotando de una caja de cartón.

Amor seduce siempre con su canto


las entrañas, los jugos pestilentes
que en ellas viven, lo requieren hoy
para apaciguar lo que se ha vivido.
¿Cómo no odiarlo si obliga a escribir
endecasílabos que lloran siempre
lo que aquí ha sido escrito por los siglos?

Ni la Muerte podría ya salvarme


con su sexo que levanta espíritus.
No hay sentido en pensar en su túnica
negra, como la pena que yo abrazo.

Llorando por dentro los negros días


seguiré, llorando, sin que aquí caigan
las lágrimas negras de la tristeza
que brotan de mis ojos ya cansados.

Sí, estoy muy cansado ya y no sé


si es que mis manos han muerto por dentro,
por tocar las caderas de la Muerte,
por besar el sueño del plenilunio,

90
mirar como quien no ve por siempre
el amor que nunca corresponde.

91
Canto de la melancolía

Niña:
¿Por qué el pecado más terrible es
siempre la desnudez del alma propia?
Bailando el baile de lo honesto
he traicionado lo más puro:
un pájaro volando entre los árboles.
Pero el pájaro no ha dejado de cantar.
Canto de la melancolía,
la ignominia, el castigo.
Canto silencioso si no hay
quien quiera escuchar las melodías secas
diseminadas en fonemas diversos
que quién diablos sabe qué significan.

Callemos. Hagamos
caso a tu voluntad
porque el silencio hará la fortaleza
desde donde los ballesteros
perforarán el corazón

92
del rey guerrero
que dará el trono
a su hijo primogénito.

No puedo negar que la tormenta terrible


ahogó mis alegrías.
Si fuera mi decisión
las inventaría de nuevo
para mostrarle a tu mirar
el reflejo de mi sonrisa.

93
Necesidad

Quemaría el contrato de mi nacimiento

por probar dulce pipeño


y desprenderme siempre
de la ácida negrura de las moras,

por llorar hoy los resquemores


del griterío de mi juventud,

por palpar la sedosa camisa


de la lluvia en las venas
que sobresalen de mis manos,

por rodearme con un pedazo de las nubes


y su aroma flotante
las orejas y las sienes,

por señalar en mí mismo


los sagrados recintos de la memoria

94
para que sean el opio calmante
de las garras de aguilucho en mi espalda,

por reír sin cautela junto al pan


y su crujido que despierta la saliva,

por mirar las estrellas distantes


que arrastran con cuerdas invisibles
las hojas del viento
que hacen añorar el sol.

95
Desprecio

El látigo de tu desdén
se desenrosca como lengua
desde tu mirada.

Me dejaste solo, sin voz,


cuando la Santa me parió.
Color de las violetas en mi origen;
tu jugarreta salió mal
y tuviste que adoptarme
llena de resquemores.

Somos iguales en la sangre,


roja de ti,
aunque tú me desprecias.

Vida, me diste un cachetazo


cuando traté de levantarte la falda,
porque sólo pueden manosearte
los que tienen los bolsillos hinchados.

96
Yo, que soy un mendigo,
me contento con el perfume que te persigue
al caminar por las calles de mi agonía.

97
Amor

De nada sirve injuriar al no nacido


si la sombra de los dedos
duerme en el regazo del silencio.

Justicia hay en el sufrir


si los ojos desvían la mirada
cuando se invoca el nombre
que quema, fruto salvaje.

El olvido es la misericordia cuando


las calles olvidan al sol
y las hojas caídas se percatan
que ignoran al cristo de la lluvia.

De nada sirve injuriar lo que no vivió


porque un engendro necesita semilla y tierra
y no hay suelo disponible para que germine.

El rigor del frío

98
cerró los párpados de la gracia
de los árboles tintados de ocre.

99
Certeza

Hay dando vueltas mentiras y verdades.

Viven bailando una graciosa danza,


tomándose las manos. Sin ello caerían...

Hay pocas verdades sentadas en la tierra.


Una de ellas es saber que lo llamado justo
es la mentira más grande inventada por siempre.
Es más grande que la mentira del mismo Satanás
que nos dice que no existe.

Todo lo llamado justo es una mentira.


Si la justicia fuese verdadera
nada lo sería.

100
Nuevo comienzo

¡Oh, poderosos bomberos!


Apaguen mi fuego que arde hoy
en la noche en que los presagios se cumplieron.
Noche en que la caída al risco
se ha detenido con vehemencia.
Los hijos del pan ya no salivan
por la carnicería de comerse a su padre.
Juguemos a los juegos de la niñez
que traen la risa a la casa de oración.

Si he de morir que sea en este instante,


seguro, confiado en que
el silencio impregnado en los dedos
se ha desvanecido para
dar paso a la luz de la lengua.
Lengua que con mi oído palparé.

Yo que me creía a punto de quedar ciego


puedo decir con delicadeza de un tulipán

101
enrojecido de fuerza
que ahora veo con claridad
el paso del tiempo que se hace breve
cuando uno no piensa sino para
revivir las flores muertas plantadas en las córneas.

Semillas de girasoles viven en mi pecho


y entiendo que están a punto de germinar
para que con sus raíces en mi corazón
se nutran de él y puedan rezar canciones de alabanza
al espectro que mana de nuestro dios.

102
Imposibilidad

Una palabra no puede inscribir al mar


aunque lo lleve en el final de su nombre.
Nadie puede domesticar la orgía de las olas;
ovación que revienta en el oído del que contempla.

Nadie puede domar el mar


y nadie puede domesticar la decisión gástrica
del mar recubriendo la costa sin recelo.

Imposible cercar el mar.


Ni amar, que lo lleva en su expresión,
conlleva la fuerza suficiente.

El mar es explosión de una estrella


en el oído del que se acerca.

Mar es indomabilidad.
Decir eso sería tratar de definirlo.

103
Grito

Satanás del grito me pariste


cuando el cielo se hizo mi piel.
Trompetas angelicales resonaron
pero el grito silencioso sentó supremacía.

Un grito estremeció mis tripas


el día que aprendí a levantarme.
Fue el ocio de mis manos quién me hizo merecerlo.

Molestia nauseabunda retorció


mi lomo como el látigo a las carnes de Cristo.
Pero yo no tendré la gracia de la resurrección.
Mi castigo es infernal y resuena:
inmundicia que pervive en la fuente
de donde brotan rosas negras.

El rocío ya no congela la hierba por la mañana


y los pájaros ya no mueren por la helada que cae
pero yo sigo, yo sigo repitiendo, sigo repitiendo

104
en el alba el grito que me electrifica los nervios,
en la noche el grito que destroza mi sueño.

En el día que las flores negras dejen de brotar


recordaré el grito solemne del silencio
que escuché dentro de mí
el día en que azul casi no nací.

105
Lo que nunca fue duele

Lo que nunca fue duele:

quemadura en la piel más tersa,


fractura del cráneo de un tulipán,
cachetada del pistilo que engendra,
mentira de la amante al reposar desnudos,
látigo en la espalda un día viernes,
balazo que atraviesa la rodilla,
golpe de corriente en el orgullo,
hambre en la noche más fría del año,
fuegos artificiales silenciosos,

estrellas que distan a millones de años luz


quemando la memoria de los ojos
de excelsos mirones del
cielo negro
que decorado con ellas,
flores de plata que llueven eternas,
se quiebra por el llanto de la luna.

106
Lo que nunca fue no puede reflejarse
en el impuro espejo de la imaginación.

107
Miedo

Tengo miedo de que la voz


que me habla de noche se apague.

Tengo miedo de que la silueta que vi


se vaya y provoque mi llanto.

Tengo miedo, mucho miedo


porque mi habla es molesta
cuando se repite todos los días.
Yo que no sé otra cosa que hablar
he abrazado el silencio de los otros.

Tengo miedo porque puedo ser


el resquemor de mis días de niñez
que brota como vertiente
de mi boca, sí, de mi boca torpe.

Tengo miedo y no sé, nunca sé


si se va a cumplir lo temido.

108
Incertidumbre

Haces hervir mi sangre con tus manos.


Mis pupilas se dilatan con el recuerdo
de mi carne quemándose por dentro
en una noche de invierno cercenada
por el hijo de mi abuelo desparecido
que vive muerto de terror.

Yo quisiera comer del pan


derruido de tus pensamientos
y no tener que callar
con culpa de no atreverme
a declarar lo imaginado.

Tu voz es el brillo de las estrellas


carcomiendo mis tristezas como el trino
de un pájaro que canta por la mañana.

Yo que vivo lleno de incertidumbre


no sé si podría decirte

109
que deseo palpar tu corazón
con mis ojos que proyectan
la seda que vestiría nuestras entrañas.

110
Cristal

La frescura del mar es un cristal en mis ojos.


No sé quebrarlo. La tradición
de prohibir el cauce natural
es la condena sobre el lomo de los hombres.
Y la prisión es construida por las propias manos.

El deseo profundo de libertad


encuentra sus cadenas en las lágrimas
que no fluyen, no

no fluyen
y no sé cuánto tiempo en oscuridad
se mantendrán reposando.

Lavar el rostro con las aguas de la pena,


catarsis de quebrarme por completo,
la lluvia atravesando mis anteojos,
son el frío que anhelo con mis fuerzas
porque el silencio de los ojos es negarse el pan.

111
Yo quiero aprender
a degustar por siempre
el sabor de la levadura.

112
Cloro

La tisis palpando los pulmones,


blanqueando la vida que se hace tos
es un falso beso de ramera
al lado de tus potestades de muerte.

Celebramos tu concepción tiñendo los pies de negrura sucia.


Adelgazas el cálido espesor sanguíneo
con tu jugosidad que mana de las túnicas
de un coro de ángeles. O tal vez de
los satanes que pisan la tierra que ve
crecer en ella la parra verde
que desangra en su lecho de vida y muerte
el jugo del dolo eterno.

Eres la cascada de las crines


de unicornios purpúreos que cocean
las cabezas de viejos inmundos
que mean las calles inmundas,
sollozando sus miembros en rincones inmundos.

113
Haces de la ciudad un océano de inmundicia.

Humedeciste los labios de mi ascendencia


exterminando las alegrías de las mujeres.
Se convirtieron en piedra.
No hay nada más solitario que
una piedra inmolándose en el agua de un río
por cristalizar el caudal en música.

Jugando a tomar cloro


conocí los calores que nadie pudo darme.
Entendí las alegrías que nadie pudo contagiarme.
Lloré las tristezas que nadie pudo explicarme.
Jugando a tomar cloro comprendí que
puedo lubricar el silencio de mis lucubraciones.

La vida se torna mágica… sí, la magia que es


desmigajar la persona propia
con el cariño autoinfligido,
onanismo de la lengua,
abrigo de los soles que brotan del plexo solar.

Canal que moja la chacra


donde brota el desenfreno
114
puro
tan puro
como lo legado por las abuelas de nuestros padres.

Ni el feligrés más piadoso


podría aseverar que el soslayo de
la fiebre sanguínea en las mejillas
es gozo de alma. Él lo sabe.
Hasta para comulgar hay que beber.

115
Plegaria

¿Cómo podré dar rienda suelta


a las fantasías de mis pasiones
que se alojan en mis alvéolos
si no puedo conseguir el mercurio
que se funde en el cielo?

El primer contacto
fue besar una boca celestial.
Su calor impregnó mis vestiduras.
Yo deseo sentir ese beso cada día que
pasa sobre mis hombros cansados.

He tratado de abandonar el fulgor que


reposa en la punta de tu anatomía,
pero me llamas con el cantar de un coro
de rameras que conocen
la complexión del sabor químico
desprendido de una plantación seca.

116
Rezaré por tu nombre
esta plegaria sin estructura,
de versos inconexos y "libres"
que prosigue así:

¡Oh! Amante mío,


muerde siempre el centro de mi garganta.
Deslízate entre mis dedos
pero no caigas al suelo ni te apagues
porque la luz que emites con tu ser candente
emulsiona las penas de mi corazón reventado
de frustraciones muertas.
No me olvides nunca en el vaso de cerveza
y acompaña siempre el despertar
lleno de ansia y cobardía.
Bésame cada día sin miedo
y amarga mis labios
para que cuando mi mujer los bese
sepa que la he engañado contigo.
Te agradezco sin cuidado
por el daño que me causas
y te pido que guardes
el silencio de mis ojos

117
que lloran cuando tus secreciones
se cuelan entre mis lentes.

Y así sea.

118
Curvilínea

Tócame

te imploro
hazlo
con un plectro

el ardor
que emiten tus dedos
podría de pronto derretir
la cera de mis alas:

sin ellas no podría


darme el costalazo yo misma,
el golpe que es

acercarme

tocar el sol

119
caer al mar en el intento.

120
Bushido

El onanismo:
camino del guerrero
de los virtuosos.

121
Fin del cuento

Si yerro
ni se molesten en castigarme:
yo mismo arrancaré las vigas del techo.

122
Índice

I. Catapilco
Invitación 10
Nacimiento 11
Irrespetuosos 12
La sed 13
Paseos en bicicleta 15
Elegía a Kino 21
Tres verdades del queltehue 23
Agonía y muerte de un pájaro triste 31
En memoria de un pájaro eterno 41

II. La Serena y ¿Coquimbo?


Eclipse 46
Mar 47
Casa amarilla 48
Inundación 50
Palmera 53
La más alta 54
Canciones ajenas 56
Hormigas 57
El pájaro 58
Atardecer 62

III. Confusión
Veinticinco 66
Reflexión 68
Naturaleza 69
Nombre 72
Condena 74
Amigo 75
Delirio 77
Alucinación 79
Pastillas 80
Silencio 81
Tardes de otoño 82
Arreboles
Flores de fuego
Libertad 83
Sonrisa 84
Hospital 85
Advertencia 87
Misión 88
Cansancio 89
Canto de la melancolía 92
Necesidad 94
Desprecio 96
Amor 98
Certeza 100
Nuevo comienzo 101
Imposibilidad 103
Grito 104
Lo que nunca fue duele 106
Miedo 108
Incertidumbre 109
Cristal 111
Cloro 113
Plegaria 116
Curvilínea 119
Bushido 121
Fin del cuento 122

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