VIACRUCIS

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ORACIÓN INICIAL

El Vía-crucis es un ejercicio piadoso y comprometido. Queremos seguir a


Jesucristo en su camino del Calvario. Queremos comulgar con sus padecimientos
para conocerlo mejor y para participar en su resurrección. Queremos a su vez
comprometernos con todos aquellos que hoy continúan soportando cruces o
siguen clavados en la cruz.

Cristo aún camina con la cruz a cuestas entre nosotros. No es que la cruz de
Cristo sea muy grande, es que Cristo está en todas las cruces. Hay caminos de
cruz en Jerusalén, en Roma, en todas las ciudades y pueblos, en todas las
familias y comunidades de la sociedad, y también aquí., en nuestra parroquia.

El camino de la cruz es tan grande que nunca le agotaremos, y es tan piadoso que
nunca nos cansaremos; comprendemos y no acabamos de comprender. El
misterio no está en la cruz, sino en el que está crucificado en ella. La cruz sola es
maldición, la cruz con Cristo es fuente de bendición.

Guía: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Guía: Hermanos, estamos aquí reunidos para revivir y meditar el momento


culminante de la existencia terrena de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, los
sufrimientos de su pasión, muerte, triunfante resurrección.

Consideremos los múltiples aspectos de sus sufrimientos, para estar más atentos
y sensibles a la presencia, junto a nosotros, de los que sufren en su cuerpo, en su
mente, o en su espíritu.

Confiados en el Padre, que ha ofrecido por nosotros a su Hijo y sostenidos por el


Espíritu Santo, digamos juntos.

SILENCIO…JESÚS mi Señor y Redentor yo me arrepiento de todos los


pecados que he cometido hasta hoy…
I ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

El matrimonio es condenado

Cristo fue condenado. Porque quiso y porque nos quiso. Fue condenado con
falsas acusaciones. Le condenaron porque no respetaba las tradiciones, Él que
había dicho que no había venido a destruir, sino a perfeccionar. Le condenaron
porque se oponía al Cesar, Él que había dicho que había que dar al Cesar lo que
era del Cesar. No importaba, le condenaron a muerte.

Hoy la institución matrimonial también es condenada. Se le califica y se le


condena como una realidad del pasado. Algo que ya no sirve para hoy. No son
pocos los que dicen que el matrimonio no es válido para hoy y se unen libremente,
dispuestos a separarse cuando surja la primera dificultad. Se condena al
matrimonio porque, dicen, impone una convivencia diaria que quita la libertad al
individuo. Se condena al matrimonio, porque no quieren comprometerse “para
siempre”. Se condena al matrimonio porque se considera a los hijos como a una
carga y no como un gozo.

¿Por qué suceden estas cosas? ¿No será porque los cristianos no hemos sabido
presentar una imagen atractiva de nuestros matrimonios?

Oración: Señor Jesús, que pasaste treinta años de tu vida en familia. Ayúdanos a


imitar en nuestros hogares las virtudes de la familia de Nazaret y saber presentar
a los hombres la auténtica imagen de la familia cristiana. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
II ESTACIÓN: Jesús con la cruz a cuestas

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

El matrimonio tiene que tomar la cruz de la convivencia diaria.

Cristo Jesús, después de ser brutalmente azotado y coronado de espinas, tiene


que cargar con su cruz, es decir, con nuestras cruces. Con pocas fuerzas, pero
con mucho amor.

El matrimonio es una comunidad de vida y amor. En él todo ha de ser compartido:


lo que tenemos, lo que hacemos y lo que somos. Y compartirlo con gozo. Pero con
el tiempo aparecen los defectos disimulados, ocultos, “perdonados en el
noviazgo”. Estar juntos día y noche, un día y otro día, un año y otro año puede ser
para algunos una pesada cruz. Es la cruz de la convivencia diaria, de la pesada
rutina. Una cruz que en algunos casos se hace dura y difícil. Pero esa cruz
también redime y salva.

Oración: Ayúdanos, Señor, a cargar con la cruz de cada día, a saber descubrir la


grandeza de las cosas pequeñas, a no olvidar que “quien es fiel en lo poco, lo será
también en lo mucho”. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
III ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

Primera caída de los matrimonios: las sospechas, los celos.

Todavía no habían salido de Jerusalén y Cristo ya no puede con el madero de la


cruz. Y cae en tierra. Cae en el suelo con la cruz encima. Sobre su figura
derrumbada la mirada amenazadora e indiferente de los verdugos.

Inevitablemente pasan los primeros años del matrimonio. Con el paso del tiempo
se pagan las primeras ilusiones. Se ven las cosas con menos pasión y con menos
ilusión. El color rosa de los primeros momentos da paso al color gris-morado de la
realidad monótona de cada día.

En muchos casos el amor se enfría y se debilita. Aparecen la soledad, las lágrimas


silenciosas, las caras largas. Es el momento del amor herido. Y surgen
inevitablemente las sospechas, los celos que tanto hacen sufrir.

Esta suele ser la primera caída de muchos esposos, que un día de prometieron
felicidad y fidelidad eterna, y ahora parece que aquellas promesas no se ven
cumplidas.

Oración: Señor, danos tu gracia y tu ayuda para que en nuestros hogares


mantengamos siempre firme la ilusión de los primeros días y para que el amor de
los esposos sea cada día más firma y estable. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
IV ESTACIÓN: Jesús se encuentra con su Madre

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

El dolor de la madre ante los hijos.

María estaba preparada para el dolor. Cuando presentó a su hijo en el Templo de


Jerusalén a los pocos días de nacer le dijeron que “una espada le atravesaría el
alma”. María había sufrido en Belén, en Egipto, en Nazaret, en la pobreza, en
tantas ocasiones.

Pero ver a hijo cargado con la cruz, coronado de espinas, ensangrentado era
distinto. Era el dolor de una madre por sus hijos que había sido prendido en la
oscuridad de una noche, juzgado sin garantías legales, condenado a muerte como
un vulgar malhechor, y que iba camino del patíbulo cargado con una cruz de
madera. Era ciertamente un dolor profundo como ningún otro.

Hoy son muchas las madres que sufren por sus hijos: es el dolor de una madre
ante su hijo deficiente físico o psíquico, ante el hijo que prometía mucho y se
vuelve calavera, ante el hijo que no encuentra trabajo, ante el hijo que se
encamina por los senderos de la droga o de la delincuencia. Siempre será la
madre la que más sufra y la sufra en silencio.

Oración: Señor Jesús, que tuviste a tu lado a tu Madre en el momento supremo


del camino al Calvario, ayuda a cuantas madres sufren en silencio por sus hijos,
dales fortaleza y valentía para sobrellevar su dolor y hazlas el valor del
sufrimiento. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
V ESTACIÓN: El Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

Los esposos tienen que ser mutuamente cirineos.

Los verdugos no tenían compasión. Querían que Jesús no se les muriera por el
camino y llegara vivo al calvario. Querían clavarlo en la cruz y que muriera
crucificado. Querían completar su obra. Por eso, y para que no se les muriera por
el camino -no por compasión- buscan un hombre para que lo ayudara a llevar la
cruz. Y encontraron a Simón de Cierne. Él no sabía quien era el hombre de la
cruz. De haberlo sabido lo hubiera hecho encantado.

Nadie en la vida está libre de una cruz. Cada cual lleva la suya, aunque no lo
parezca. Aunque traten de escaparse de ella. También la hay en los esposos.
Cada familia lleva su propia cruz. Será diferente, pero será cruz. Para unos la cruz
es el agobio económico, para otros el paro. Para unos la cruz serán los hijos, para
otros la enfermedad. Lo cierto es que no hay familia sin cruz.

Pero en el matrimonio todo es común, todo debe ser compartido por los esposos.
Para los dos maderos a veces pesados de la cruz matrimonial – la que sea- debe
haber cuatro hombros dispuestos a compartir el peso de la cruz. Los esposos
deben ser cirineos el uno para el otro. Sólo así serán de verdad comunidad
matrimonial.

Oración: Señor Jesús, que en el camino del Calvario tuviste en Simón de Cirene


una ayuda para llevar la cruz, haz que los esposos sean cirineos el uno para el
otro; que ambos esposos sepan ayudarse a llevar la cruz de cada día. Por Cristo
nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
VI ESTACIÓN: La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

La madre limpia la cara de todos los suyos.

Cristo cargado con la cruz, sigue su camino hacia la cumbre del Calvario. Su cara
está manchada de sangre y de polvo. Su cabeza coronada de espinas. Apenas
puede ver. Ha perdido la belleza. A ambos lados del camino el gentío mira. Una
mujer valiente, desafiando el “qué dirán” sale de las filas, atraviesa la calle, se
acerca a Jesús y le limpia con un paño el rostro desfigurado. Le alivia por unos
momentos el dolor. Dice la tradición que en el paño de aquella mujer quedó
marcada para siempre la imagen de Jesús.

¡Cuántas veces en la vida de familia hay caras marcadas por las arrugas, por el
cansancio, por el duro trabajo, por la enfermedad, por las contradicciones y
problemas, por el dolor!

Es el momento en que haya alguien dispuesto a limpiar, a ayudar, a compartir, a


entregarse. Unas veces -las más- será la madre. Otras, tendrá que serlo el marido.
Pero siempre será necesario que alguien, como la Verónica, esté dispuesto a
limpiar el dolor ajeno. Alguien dispuesto a sacrificarse para que los demás puedan
aliviar su dolor.

Oración: Señor Jesús, que camino del Calvario tuviste el consuelo de que una
mujer te limpiara el rostro; ayuda a los esposos para que estén siempre atentos al
dolor que pueda haber en su hogar para ayudar y compartir, para aliviar y
consolar. Por Cristo Señor Nuestro. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
VII ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

Segunda caída de los esposos: el problema de los hijos.

Jesús, ya a las afuera de Jerusalén, vuelve a caer. La ayuda del cirineo no era
suficiente. Le faltaban las fuerzas y cae de nuevo en tierra aplastado por el
madero de la cruz.

Los hijos son muchas veces, más que una alegría, un problema serio. Hoy más
que nunca. Para muchos padres son una pesada carga, que les lleva a volver a
caer en el desánimo y en el desaliento.

Unas veces es una enfermedad del hijo lo que preocupa y angustia. Otras, las
más, son los malos pasos que dan, su rebeldía, el paro. Incluso, la delincuencia y
la droga.

¡Cuántos disgustos nos dan a veces! Hay momentos en los que incluso parece
que nos arrepentimos de haberlos traído al mundo. Nos pesan, como a Jesús le
pesaba la cruz. Nos hacen sufrir, nos hacen caer en el desconsuelo y la
desesperación.

Oración: Señor Jesús que caíste en tierra por segunda vez aplastado por el peso
del madero de la cruz, ayuda a los padres que sufren el dolor y el desconsuelo
que les producen muchas veces sus propios hijos. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
VIII ESTACIÓN: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

El llanto por los hijos.

En el camino del Calvario que recorrió Jesús, no todo fueron ofensas para Él.
Sabemos que un pequeño grupo de mujeres, viendo cuanto sufría y viendo el
dolor de su madre, lloraban por Él. Fue como una lejana caricia. Jesús se paró
ante ellas y con voz casi sin fuerzas, les dijo: “No lloréis por mí, llorad más bien
por vosotras y por vuestros hijos”.

Junto a los días de afecto y cariño, junto a los días apacibles y buenos, junto a las
alegrías que muchas veces proporcionan los hijos, existen también otros días de
sufrimiento y dolor. Son los momentos en que hay que tragarse las lágrimas de la
soledad, son los momentos en los que el llanto brota espontáneo. Son los
momentos del dolor por los hijos que traen suspensos en sus estudios, del dolor
por el hijo al que despiden del trabajo, el dolor por el hijo que con frecuencia llega
a casa bebido y encamina su vida por los senderos del alcohol. ¡Hay veces en que
hacen sufrir tanto que se llora por ellos!

El camino de las lágrimas es un camino muy recorrido por las madres. ¿Qué
madre no ha llorado alguna vez por su hijo?

Oración: Señor Jesús, que camino del Calvario consolaste a unas mujeres que
lloraban por ti; consuela hoy a las madres que lloran por sus hijos. Dales ánimo y
valor. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
IX ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

Tercera caída en el matrimonio: la enfermedad.

Ya faltaba poco para llegar a la cumbre del Calvario. Apenas unos metros. Pero
Jesús no podía más. Estaba desangrado. Había llegado al límite de sus fuerzas,
no podía más y cae al suelo bajo el madero de la cruz por tercera vez.

En la vida de las familias no hay problemas insolubles, cuando hay salud y fuerzas
para afrontarlos. “Mientras haya salud…”, se dice a menudo. Pero, cuando menos
lo esperamos, surge la enfermedad, la operación difícil, el accidente laboral o de
tráfico, el tumor que tanto nos asusta. Y todo se nos derrumba a nuestro
alrededor. Nos faltan las fuerzas. Nos dan ganas de revelarnos. “¿Por qué a mí,
Señor? ¿Por qué nos tenía que tocar a nosotros?”.

La cruz se hace demasiado pesada para nuestros hombros. Y caemos bajo el


peso del dolor. Surge la desesperación, se reniega de todo y de todos. También
se reniega de Dios que nos permite tales desgracias. Esta caída, la de renegar de
Dios, es una caía de muchas familias.

Oración: Señor Jesús, que caíste en tierra por tercera vez bajo el peso de la cruz.
Ayuda a los matrimonios que sufren la cruz de la enfermedad, ayúdales a
comprender que el dolor es el camino y el medio de la redención. Por Cristo
nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
X ESTACIÓN: Jesús es despojado de sus vestiduras

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

Los padres tienen que despojarse de su autoritarismo y su paternalismo.

Por fin llegan al Calvario. Jesús consigue llegar con vida a la cumbre del pequeño
monte. Pero aún quedaba algo. La pasión de Cristo fue total. No quedó en su
cuerpo ni en su espíritu un solo rincón sin dolor. Allí lo desnudan y se ve envuelto
en la burla y en el desprecio de las gentes.

Mientras los hijos son pequeños, sus padres les arropan y protegen
constantemente. Se les protege quizás demasiado. Se les mima. Pero pasan los
años y los hijos crecen, se hacen mayores. Quieren independizarse de sus
padres, se alejan del hogar. Incluso, a veces, se rebelan contra la autoridad y la
protección de sus padres. Y entonces surge el drama en muchas familias.

Olvidan muchas veces los padres que sus hijos ya son mayores, que pueden volar
por sí mismos, que tienen derecho a una cierta independencia y autonomía. Los
padres no saben desprenderse del paternalismo y autoritarismo. Olvidan que su
autoridad debe tener ya unos límites. Y sufren.

Oración: Señor Jesús que fuiste desnudado en el monte del Calvario; ayuda a los
padres en la difícil tarea de despojarse de su autoritarismo y paternalismo con que
anulan, sin desearlo, la personalidad de sus hijos. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
XI ESTACIÓN: Jesús clavado en la cruz

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

La cruz de la ancianidad.

Y cuando llegaron a la cima del monte, después de desnudarlo, le clavaron en la


cruz. Las manos y los pies. Dolor sobre dolor. Después lo levantaron y quedó
colgado, suspendido entre el cielo y la tierra. Allí sirviendo de diversión para unos,
de llanto para otros y de salvación para todos.

Al llegar a la cima de los años, al subir la cuesta de los muchos días,


desnudándonos de agilidad y fortaleza, nos vamos haciendo viejos. Para suavizar
la realidad decimos que nos hacemos mayores. Pero los años pesan. Es la
pesada cruz de la edad, de la ancianidad.

Unos la sobrellevan con cierta dignidad, otros con aceptación cristiana. Muchos
reniegan por haber llegado tan pronto a la cumbre de la vida.

Pidamos a Cristo clavado en la cruz por todos los que cargan con la pesada cruz
de los muchos años, para que no pierdan nunca la esperanza.

Oración: Señor Jesús, que fuiste clavado de manos y pies en una cruz; te


pedimos por todos aquellos ancianos que cargan con la pesada cruz de los años.
Ayúdales a sobrellevar las incomodidades de la edad y a que mantengan siempre
firme la esperanza. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
XII ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

La viudez: la muerte de uno de los esposos.

Ha llegado el temido final. Cristo está clavado en la cruz y desde ella entrega su
vida y la entrega por amor. Perdona a sus verdugos, nos entrega a su Madre, pide
agua, dice que su obra está consumada. Y muere. Las sombras y las tinieblas
cubren el Calvario.

Hay gente que comienza a crecer. El centurión romano dice que ese hombre era
Dios. Se cumple la profecía de Jesús: “Cuando sea elevado, atraeré a todos a mí”.
Todo, por lejano que nos parezca, llega en la vida. Unas cosas antes, otras
después. Pero al final siempre está la muerte cierta, segura, cruel. Y tarde o
temprano siempre acaba haciendo acto de presencia.

Cuando muere alguien en una familia, muere algo para todos. Pero cuando muere
uno de los esposos, es el otro quien más muere con él. Entonces aparecen como
únicos compañeros de la viudez la sombra, el vacío, el desamparo, la soledad. Y
eso nadie podrá volver a llenarlo del todo. Después sólo quedan los recuerdos, las
lágrimas y las oraciones.

Pidamos a Cristo muerto en la cruz por tantos viudos, para que sean atendidos y
no se encuentren solos.

Oración: Señor Jesús que moriste en la cruz y dejaste a tu Madre triste y sola; te


pedimos por todos los viudos y viudas que perdieron al compañero de su vida.
Hazte presente en sus vidas para que nunca se encuentren solos. Por Cristo
nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
XIII ESTACIÓN: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

Cuando los hijos se mueren

La escena tenía que hacer llora hasta las piedras. María, traspasada de dolor,
recoge durante unos instantes en su regazo el cadáver de su hijo. Aquel cuerpo
destrozado, aunque no lo pareciera, era el de su hijo. Aquel hijo que ella había
cobijado tantas veces de niño. Aquel hijo que ella había visto crecer. Aquel que
“todo lo había hecho bien”, estaba ahora muerto en sus brazos.

Algunos padres viven la terrible experiencia de ver morir a un hijo. Los accidentes,
la enfermedad incurable, el tumor maligno, el infarto. Cerrar los ojos a un hijo es
una de las experiencias más duras y crueles de la vida. Algo que sólo puede
entender quien ha tenido la desgracia de vivirla en su propia carne.

Algunos padres han bebido este amargo trago. Estos son los únicos que están en
condiciones de saber cómo fue el dolor de María al tener en su regazo el cuerpo
muerto de su Hijo.

Oración: Virgen María que viste morir a tu hijo en una cruz y lo recogiste después
en tus brazos; ayuda a las familias que pasan por el amargo trance de perder un
hijo. Dales fortaleza y esperanza. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
XIV ESTACIÓN: Jesús es puesto en el sepulcro

Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos. Que por tu Santa Cruz redimiste al


mundo.

La muerte del que queda

El cuerpo de Jesús fue colocado en un sepulcro nuevo, excavado en la piedra,


pero prestado. El que era dueño de cielos y tierra, muere más pobre que nadie. No
tuvo ni tierra para su sepultura. Para descansar el sueño de la muerte le tuvieron
que prestar un sepulcro. ¡Hasta ese despojo y entrega llegó Jesús!

La muerte, tarde o temprano, ya lo sabemos, nos llegará a todos. Aquí no valen


resistencias, ni grandezas humanas. Cada uno deberá asumir su propia muerte.
Pero para un cristiano no hay lugar para la desesperanza. La esperanza cristiana
borra toda sombra de duda, anula el impulso de la desesperación. Cristo nos dijo
que si el “grano de trigo no muere, quedará infecundo”, y que “quien crea en Él,
aunque muera, vivirá para siempre”.

Pidamos desde lo hondo de nuestro corazón al Señor que nos infunda fe en sus
palabras y la esperanza en una vida eterna, a la que todos estamos llamados.

Oración: Señor Jesús que dijiste: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en
mí, aunque haya muerto, vivirá para siempre”. Infunde en nuestros corazones la
firme esperanza de la vida eterna. Ayúdanos a comprender que, aunque
caminamos hacia una muerte segura, ese es el paso que nos conduce a una vida
que no tendrá fin. Por Cristo nuestro Señor.

Padre nuestro. Señor, pequé. Ten piedad y misericordia de mí. Las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Amén.
REFLEXIÓN FINAL

El Vía Crucis termina con la muerte y sepultura de Jesús. Pero esa muerte no fu

e sino el paso para la resurrección. Él dijo: “Si el grano de trigo no muere, no


producirá fruto”. La muerte de Cristo produjo fruto abundante, el fruto del amor y
del perdón. Un perdón que nos viene a todos los hombres gracias a esta muerte.

Hemos intentado con este sencillo Vía Crucis descubrir los vía-crucis que existen
en tantos hogares de nuestro tiempo. En ellos sigue sufriendo y muriendo el
Señor. Pidámosle que también para estas familias que llegue pronto el Domingo
de Resurrección.

ORACIÓN FINAL

Señor hemos recorrido tu camino de la cruz hasta llegar al calvario donde te diste
por nosotros, por la redención de nuestras faltas, por nuestra salvación, pero, no
te quedaste ahí, resucitaste y eso nos llena de gozo al saber que también un día
resucitaremos para vivir contigo en la gloria eterna.

Te damos gracias Padre, por todos los beneficios que nos das a cada instante y te
pedimos que nos des la perseverancia en la fe, la esperanza y el amor, te lo
pedimos por Jesucristo, tu Hijo, que siendo Dios vive y reina contigo en la unidad
del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

“SALIR AL ENCUENRO DEL OTRO NOS HACE


MÁS HUMANOS, NOS HACE FAMILIA”

“HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA Y VIDA EN ABUBDANCIA” Jn 10,10

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