Caridad - Actividades 7° y 8° Basico

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Colegio Técnico Profesional Nocedal Virtud: Caridad

Departamento de Formación Curso: 7º a 8º básico

ACTIVIDADES.
Tema 1: Busco amar a Dios y a los demás.

LA CARIDAD

La caridad es la virtud por la cual amamos a Dios y, por Dios, a los demás. La caridad es lo mismo que
el amor cristiano. Para vivir la caridad o cualquier otra virtud, se requiere esfuerzo, lucha, empeño.

¿Qué es amar? Amar es querer el bien del otro en cuanto otro (Aristóteles). Es un sentimiento, al
menos en sus inicios, pero sobretodo es voluntad; querer amar. El bien es algo que perfecciona a la
persona. Hay muchos tipos de bienes, pero el bien en sumo grado es Dios. De ahí que el amor procure
repartir todos los bienes se poseen, pero especialmente el bien de Dios. Y a Dios se le posee y se le
comunica a través del conocimiento y del amor.

¿Por qué es un deber amar a los demás? Un día preguntaron a Jesús: ¿Cuál es el mandamiento más
importante? Y el Señor respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y
con toda tu mente. Este es el mayor y primer mandamiento. El segundo es parecido a éste: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37 – 39). Debemos amar a los demás, porque es un mandato
divino y también porque al Dios oculto a nuestros ojos de carne lo descubrimos en nuestros hermanos
con los ojos de la fe.

La segunda parte del mandamiento más importante habla de la caridad con el prójimo. ¿Quién es el
prójimo? Los prójimos son todos los demás: la esposa, los hijos, los suegros, los parientes, los amigos,
los vecinos, los compañeros de trabajo, el jefe, etc. Son también los que no nos caen bien, los que nos
han hecho daño, los que hablan mal de nosotros… ¡Dios pide que se ame a todos!

En cuanto depende de nosotros no nos sintamos enemigos de nadie; pero a los que se muestran como
enemigos nuestros, podemos, con la gracia de Dios, amarles y rezar por ellos.

¿Cómo debemos amar a los demás? El mandamiento de Dios dice:


- “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esto significa que debemos tratar, hablar y hacer con las
otras personas, lo mismo que haríamos con nosotros mismos.
- Los católicos debemos ver y amar en cada una de las otras personas a Cristo. Cuando alguien nos pide
un favor, es Cristo mismo quien te lo pide; cuando veamos a una persona necesitada, es Cristo quien
necesita de ti; cuando perdonaos a alguien, es Cristo a quien amas.
- En el Evangelio Jesús nos dice: “En verdad les digo que cuanto hicieron con uno de mis hermanos
más pequeños, conmigo lo hicieron”. Aquí la palabra pequeño significa débil, pobre, enfermo,
anciano, triste, vulnerable; todos los que sufren necesidades.

Ser cristiano es ser otro Cristo. Por lo tanto, debemos hacer presente a Cristo a través del amor: dar a
conocer el amor a Dios a través de muestras de amor humano. Y eso es compatible con nuestros
defectos, si le pedimos al Señor que se deje ver a través de nuestra miseria.

La caridad además de ser universal es ordenada, es decir se quiere más a aquellos con los que nos
unen más vínculos. Además se debe concretar en obras.
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El amor a los demás es posible, porque hemos sido creados a imagen de Dios que es amor y porque
tenemos al Espíritu Santo, que es el amor de Cristo que actúa en nosotros.

Amar a los demás, a pesar de sus pecados y defectos, es más fácil cuando somos conscientes de que
nosotros somos también pecadores, es decir, cuando somos humildes. La humildad nos lleva a
perdonar y, por lo tanto, a amar, ya que amar es perdonar. Y nos lleva también a pedir perdón, porque
amar es también pedir perdón. ¡Cómo se facilitaría la convivencia con los demás cuando estamos
prontos a pedir perdón y a perdonar!

La regla antigua de la caridad (AT) decía: “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan a ti”.
Es la formulación negativa. Se trata de no hacer el mal. Por ejemplo, evitar ofender a otros con
indelicadezas en el trato: modales bruscos, mal genio, desprecios, bromas de mal gusto, etc. La regla
de oro de la caridad instituida por Jesucristo dice: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres
hacédselos también a ellos” (Mt 7, 12). Es la formulación positiva. Se trata de hacer el bien a los
demás. Por ejemplo, ponerse en lugar de los otros, san Josemaría dice que “más que “dar”, la caridad
está en “comprender” (Camino, n. 463); interesarse por las cosas de los demás, memorizar sus cosas;
sacrificar nuestros gustos en beneficio de los otros.

Si amar es querer el bien del otro en cuanto otro y si el mejor bien que tenemos es el amor a Dios,
entonces acercar el prójimo a Dios es la mejor forma de vivir la caridad. En esto consiste justamente el
apostolado. El apostolado es básicamente transmitir a los demás nuestro amor a Dios; en definitiva en
hacerles partícipes de la Redención de Jesús.

Vivir para los demás es también una buena terapia psiquiátrica preventiva de la tristeza, la soledad, la
melancolía, la depresión. Dice san Josemaría en Carta 24 – 3 1931, n. 15. “Casi todos los que tienen
problemas personales, los tienen por el egoísmo de pensar en sí mismos. Es necesario darse a los
demás, servir a los demás por amor de Dios: ese es el camino para que desaparezcan nuestras penas. La
mayor parte de las contradicciones tienen su origen en que nos olvidamos del servicio a los demás
hombres y nos ocupamos demasiado de nuestro yo. Entregarse al servicio de las almas, olvidándose de
sí mismo, es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría”.

ACTIVIDADES

Después de haber leído el texto, responde con tus propias palabras, las siguientes preguntas:

1. ¿Qué es la virtud de la caridad?


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2. ¿Por qué debemos amar al prójimo?

3. Da tres ejemplos concretos de amor a los demás.

4. ¿Qué diferencia hay entre la regla antigua y la regla de oro de la caridad?


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Tema 2: Manifiesto con obras mi amor a Dios.

MANIFESTACIONES DEL AMOR DE DIOS A LOS HOMBRES

Si se pierde la paz interior con cierta frecuencia y no cambiamos radicalmente es tal vez porque el
conocimiento que tenemos del amor de Dios es demasiado teórico. Para que el amor de Dios cale
hondo en nuestras vidas, hay que conocerlo de cerca. De cara a cimentar sólidamente nuestra
autoestima, señalaremos las principales manifestaciones del amor de Dios:

1. Filiación divina. Nos hacemos hijos de Dios por el sacramento del Bautismo. Los efectos de este
sacramento son tres: nos hace hijos Dios, borra el pecado original y nos incorpora a la Iglesia. Se dice
que nos hacemos hijos en el Hijo, por la gracia de un sacramento instituido por Jesús.

La filiación divina es el fundamento de la vida cristiana (San Josemaría). Si nos sabemos hijos de tan
buen Padre, entonces lo tratamos con toda confianza, nos abandonamos en Él (uno de los requisitos de
la infancia espiritual). Es algo que ilumina todas y cada una de nuestras acciones. Se puede aprender
mucho del niño que busca el arrimo de su padre.

Resulta contradictorio que sabiéndonos hijos de Dios no vivamos en paz con nosotros mismos.
CIC, n. 52 y n. 2798.

2. Encarnación. Dios se hizo hombre para terminar la Revelación, llevar a cabo la Redención y para
hacérsenos más cercano. Se hizo carne porque así entenderíamos mejor el amor de Dios, porque el
amor humano es mucho más asequible que el divino.

Se podría objetar que es difícil entablar amistad con alguien que no se ve. Sin embargo, hablar con
alguien que no vemos no es tan difícil si le conocemos bien. Si leemos regularmente el Evangelio,
terminamos conociendo a Jesucristo como conocemos a personas cercanas. No lo vemos, pero
podemos tratarlo en el sagrario.

En realidad, Dios ha hecho todo lo posible para acercarse a nosotros: se ha encarnado, se ha quedado en
la Eucaristía y nos ha dado por Madre a su propia Madre.
CIC, n. 458 y n. 460.

3. Redención. También llamada el Sacrificio Redentor que significa que Jesús, para redimirnos
(salvarnos del pecado), dio su vida en la Cruz.

Su sacrificio no sólo revela la verdad, sino también la intensidad de su amor. Si alguien se sacrifica por
mí, sabré que me quiere de verdad. Además el tipo de sacrificio realizado me informa acerca de lo
mucho que me quiere.

A pesar de que no hacía falta sufrir tanto, vemos en la Pasión una clara voluntad de sufrir todo lo
sufrible en el más horrible de los suplicios, porque el amor humano de Cristo revela su amor divino. La
Pasión nos ayuda a conocer la intensidad y la calidad del amor de Cristo.
CIC, n. 620 y n. 622.
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Podría ocurrir que aun comprendiendo los elementos señalados, todavía no tuviéramos la seguridad que
Dios me ama, entonces podríamos señalar una lista interminable de dones, gracias y favores concedidos
por Dios:

1. Por estar vivo y haberme despertado esta mañana.


2. Por la familia que tengo, por su apoyo y amor. Especialmente mis padres que me dieron la vida.
3. Por mi salud.
4. Por mis amigos, socios y otras personas con las que puedo compartir y aprender.
5. Por mi hogar, donde puedo descansar y retirarme cuando lo necesito.
6. Por tener mis necesidades básicas cubiertas que me permite enfocarme en mi propio desarrollo
personal.
7. Por mis vivencias que me han traído hasta este momento y todo lo que he aprendido en ellas.
8. Por desarrollar una profesión que me encanta y me hace disfrutar.
9. Por haber amado y sido amado en esta vida.
10. Por poder escribir sobre aquello que me gusta y con ello poder ayudar a otros.

ACTIVIDADES

Después de haber leído el texto, responde con tus propias palabras, las siguientes preguntas:

1. Señala las manifestaciones del amor de Dios a los hombres.

2. ¿Qué es la filiación divina? ¿Cuándo nos hacemos hijos de Dios?

3. ¿Qué es la Encarnación? ¿Por qué Dios se encarnó?


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4. ¿Qué es la Redención?

5. Señala cinco manifestaciones concretas del amor de Dios por ti?


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Tema 3: Escucho y cumplo la voluntad de Dios en mi vida.

EL AMOR A DIOS

¿Quién es Dios?
- Definición de Catecismo. Es nuestro Padre que está en el Cielo, Señor y Creador de todas las cosas,
que premia a los buenos y castiga a los malos.
- Definición teológica. Es un Ser personal, vivo, distinto de la materia, infinitamente perfecto y que es
la primera causa de todos los seres.

¿Qué es amar a Dios?


Es cumplir su voluntad.
Dice Benedicto XVI, Deus caritas est, n. 17: “Es propio de la madurez del amor que abarque todas las
potencialidades del hombre e incluya, por así decir, al hombre en su integridad. El encuentro con las
manifestaciones visibles del amor de Dios puede suscitar en nosotros el sentimiento de alegría, que
nace de la experiencia de ser amados. Pero dicho encuentro implica también nuestra voluntad y nuestro
entendimiento. (…) Idem velle, ídem nolle, querer lo mismo y rechazar lo mismo, es lo que los
antiguos han reconocido como el auténtico contenido del amor: hacerse uno semejante al otro, que
lleva a un pensar y desear común”.

¿Cuáles son las manifestaciones visibles del amor de Dios?


El conjunto de bienes recibidos: materiales, espirituales, intelectuales, etc.
Teológicamente hablando son tres: la filiación divina (somos hijos de Dios); amistad recíproca con
Cristo (el Verbo se hizo carne, no sólo con el fin de culminar la Revelación y llevar a cabo la
Redención, sino también con el fin de hacérsenos cercano); y valemos toda la sangre de Cristo (para
redimirnos del pecado, Cristo ha dado su vida en la Cruz).

¿Se puede amar a un Dios, de quien sólo conocemos sus


manifestaciones? Sí, porque conocemos a su Hijo Jesucristo.
Por las manifestaciones de Dios y sus huellas podemos llegar a un conocimiento cierto de la existencia
de Dios y de algunos de sus atributos, pero muy limitado. Por eso Dios se encarna, se hace visible,
toma nuestra humanidad, para que lo podamos conocer a través de ella. Por su humanidad llegamos a la
divinidad. Cristo es la cara visible de Dios.

Con sus obras humanas Jesús manifiesta el modo de ser de Dios, cómo es su omnipotencia, su justicia,
su misericordia, etc.

¿Cuáles son las condiciones para amar a Dios?


Para a amar a Dios se requiere:
- Una ayuda, un don, una gracia.
- Un esfuerzo, un trabajo, una tarea, un empeño.

La gracia o auxilio de Dios es mucho más importante que el empeño personal. La gracia nos llega por
tres vías:
- La Humanidad Santísima de Jesús. Dios se hizo hombre, para que lo podamos conocer. Podemos ser
amigos de Dios, porque Dios se ha abajado a nuestro nivel.
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- La Virgen María. Jesús nos dio como madre a su propia Madre, para facilitarnos nuestro amor a
Dios.
- El Espíritu Santo. Para amar a Dios se debe poseer al Espíritu Santo. Para ello son necesarios los
sacramentos y la oración de petición.

En cuanto a la tarea se puede resumir en tres aspectos:


- Buscar, encontrar y tratar a Cristo. Leer y rezar.
- Liberarnos de las ataduras que impiden el amor al Señor. Hacer el bien, evitar el mal.
- Manifestar con obras ese amor. Vivir la caridad.

¿Por qué amar a Dios?


Porque así se consigue la felicidad.
El beneficio de amar a Cristo es nuestro. Lo expresa de manera magistral san Agustín: “Nos hiciste,
Señor. Para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, 1, 1, 1). Amar a
Dios es lo único que verdaderamente importa al hombre. Sin el amor de Dios nuestra vida queda vacía,
no tiene sentido. El gran fracaso es no haber sabido amar.

Aparte de amar a Dios, ¿a quién más debemos


amar? Al prójimo, por amor a Dios.
En el alma de cada hombre está grabada la imagen de Dios, desde su creación. Ésta es la razón más
profunda de la caridad cristiana. Así lo explicaba san Josemaría a sus hijos: ¿Sabéis por qué os quiero
tanto? Porque veo bullir en vosotros la sangre de Cristo” (A. Vásquez de Prada, El Fundador del Opus
Dei, III, p. 405).

Al respecto dice san Juan: “Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso;
pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn, 4, 20). En otra
parte de la misma carta señala: “Todo el que odia a su hermano es homicida, y sabéis que ningún
homicida posee vida eterna” (1 Jn, 3, 15).

ACTIVIDADES

Después de haber leído el texto, responde con tus propias palabras, las siguientes preguntas:

1. ¿Quién es Dios?

2. ¿Qué es amar a Dios?


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3. ¿Por qué amar a Dios?

4. Comenta la siguiente afirmación de San Juan: “Todo el que odia a su hermano es homicida, y
sabéis que ningún homicida posee vida eterna” (1 Jn, 3, 15).

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