La Enseñanza y El Aprendizaje Filosófico

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CENTRO EDUCATIVO CULTURAL DIOCESANO

Instituto Superior
“Virgen del Valle”
"San Pío X"

Instituto Superior San Pío X

Profesorado de Filosofía: 3º año

Cátedra: Didáctica de la Filosofía II

Eje temático nº1: La enseñanza y el aprendizaje filosófico

Contenidos: Las condiciones de posibilidad de una didáctica de la filosofía.


La didáctica de la filosofía como diálogo y como enseñanza filosófica.

Capacidades a desarrollar en esta clase:


 Construir saberes y conocimientos relativos a la enseñanza de la filosofía y
sus particulares modos de manifestación en la nueva escuela secundaria.
 Problematizar la cuestión “enseñar filosofía” desde una perspectiva
filosófica, política y didáctica.
 Comprender críticamente que toda enseñanza de la filosofía supone una
concepción de la filosofía y el filosofar.

1
¡Hola queridos estudiantes!

En esta clase les presento una explicación del siguiente tema:


Las condiciones de posibilidad de una didáctica de la filosofía y la
didáctica de la filosofía como diálogo y como enseñanza filosófica.
Para analizar los contenidos, tomamos los textos de Miguel Ángel Gómez
Mendoza1: “Introducción a la didáctica de la filosofía” (2003) y de Alejandro
Cerletti2: “Enseñanza filosófica: notas para la construcción de un campo
problemático” (2008).
El análisis y comprensión de estos temas, nos permitirá entender que el
valor de la didáctica de la filosofía radica específicamente en su carácter
descriptivo-explicativo de los conceptos y procedimientos filosóficos y
en la capacidad normativa hacia los mismos con el fin de optimizar los procesos,
en función del logro de aprendizajes significativos. En clave cultural, la
enseñanza filosófica también puede interpretarse como un
acontecimiento, que moviliza subjetividades e historias singulares de docentes
y alumnos en torno de la apropiación crítica de objetos culturales
diversos.
Aquí surgen los primeros interrogantes ¿es posible definir a la
filosofía? ¿Existe una única manera de conceptualizar la filosofía?
Acompañado a esto: ¿Se aprende filosofía o se aprende a filosofar?
¿Todos los seres humanos pueden ejercer la actividad del filosofar?
¿En qué condiciones?
Para comenzar a explorar la cuestión de enseñar filosofía se debería
establecer, antes que nada, el problema que esta actividad supone, y visualizar
sus alcances. Parecería obvio que si se trata de enseñar “filosofía” correspondería
poder determinar qué es lo que se va a enseñar bajo ese nombre. Pero, como se
sabe, la pregunta “¿qué es filosofía?” constituye un tema propio y
fundamental de la filosofía misma, y no admite una respuesta única ni
mucho menos. Es más, cada filosofía (o cada filósofo) responde esa
1
Doctor en Ciencias de la Educación - Maestría en Ciencias Sociales - Licenciado en filosofía e
historia - Postdoctorado en historia de la educación (Colombia).
2
Profesor y Doctor en Filosofía, docente e investigador de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y de la
Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS), en las que tiene a su cargo los cursos de Didáctica
Especial en Filosofía.

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pregunta, explícita o implícitamente, desde su horizonte teórico, lo
que muchas veces complica el diálogo con otras respuestas ofrecidas a
la misma pregunta desde referencias diferentes.
El hecho de que pretender enseñar filosofía nos conduzca, como paso
previo, a tener que ensayar una posible respuesta al interrogante sobre qué es
filosofía, y que este intento suponga ya introducirse en la filosofía, muestra que el
sustento de toda enseñanza de la filosofía es básicamente filosófico y
no meramente didáctico o pedagógico.
En el marco de la consideración de la enseñanza de la filosofía como
actividad filosófica, se entrecruzan las miradas sobre las didácticas de la filosofía.
Plantear cuestiones acerca de su posibilidad, condiciones y límites abre
múltiples preguntas:
 ¿Pensamos una didáctica de la filosofía o una didáctica
filosófica?
 ¿Cómo exploramos los problemas filosóficos? ¿Cuáles son los
vínculos entre búsquedas filosóficas y modalidades de
enseñanza?
 ¿Qué relación se establece entre la enseñanza de la filosofía y su
historia?
 ¿Qué se puede decir acerca de la noción misma de método?
 ¿Es posible hablar de un oficio de profesor(a) de filosofía o del
oficio de un profesor(a)-filósofa(o)? ¿Cuáles son, si las hay, las
herramientas adecuadas para ese oficio?
 ¿Cómo volver a pensar con mirada filosófica la enseñanza en el
aula de filosofía y las instituciones en las que se inserta? ¿Cómo
tomar en consideración los intereses, los deseos, las
necesidades de los y las destinatarios de la enseñanza?
Un camino inicial, para encontrar respuestas a estos interrogantes, es
considerar las condiciones de posibilidad de una didáctica de la filosofía: La
pregunta por las condiciones de posibilidad de una didáctica de la filosofía o una
didáctica filosófica nos lleva a considerar la primera hipótesis: “enseñar
filosofía es también enseñar a filosofar”.
La cuestión “enseñar filosofía” implica visualizar la particular relación que
existe entre aquello que se enseña, cómo se lo hace y el contexto donde se lleva a

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cabo. Desde los comienzos mismos de la filosofía la cuestión de su enseñanza o su
transmisión ha estado estrechamente ligada a su desarrollo. Enseñar o
transmitir una filosofía ha sido el objetivo originario de distintas
escuelas filosóficas y también una actividad usual en muchos
filósofos.
A partir de la modernidad y de las diversas formas de institucionalización
de la enseñanza de la filosofía, la cuestión comienza a adquirir matices peculiares.
La filosofía ingresa en programas educativos y, consecuentemente, se
transforma en una cuestión de Estado. Los profesores no transmiten una
filosofía (o su filosofía) sino que enseñan “filosofía”, de acuerdo con los
contenidos y criterios establecidos en los planes oficiales y en las instituciones
habilitadas para ello.
Ahora bien, las exigencias programáticas de la enseñanza institucionalizada
de la filosofía hacen que, en el desarrollo de las clases, la reflexión filosófica
inicial sobre el significado o el sentido de la filosofía suela ser abreviada en
extremo o pospuesta casi indefinidamente, en favor de introducirse sin más, en
los contenidos “específicos” de la filosofía.
Esto tiene que ver con el reconocimiento del hecho que el trabajo filosófico
que hace el profesor con sus estudiantes lo conduce necesariamente a formular
instrucciones, a elaborar definiciones, a proponer ejemplos y referencias, a
precisar las distinciones o las oposiciones conceptuales. En dicha dirección, es
necesario brindar a los estudiantes los medios de escapar de la confusión, del
amalgama y aún del enredo intelectual tan frecuentes.
Estas tareas deben ser llevadas a cabo de manera adecuada priorizando lo
que se denomina la reflexión filosófica. Según Mendoza (2003: 2) los obstáculos
frente a la reflexión filosófica, que se encuentran entre los estudiantes, llevan al
profesor a forzar las instrucciones, con el riesgo de hacer desaparecer los matices,
el carácter “fluido” de los conceptos filosóficos; retomando la expresión de
Gastón Granger (1988:3): “cuando los conceptos filosóficos tienden a ser
pensados como conceptos objetivos, determinados según el modelo del concepto
científico, en detrimento de su reflexibilidad”. Esta dogmatización que lleva a
cabo el profesor no necesariamente es un defecto, siempre y cuando él no se
detenga ahí; puede ser abordado como un momento de fecundidad filosófica, si la
inscribe en una estrategia didáctica. Sin embargo, no se pueden soslayar los

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peligros de tal dogmatización: los alumnos consideran este momento como el
límite de la enseñanza, convirtiéndose en trampolín para petrificar la reflexión,
fijarla, fetichizarla.
El dogmatismo, así como el relativismo, son confortables y
ofrecen seguridades que son, a su vez, obstáculos para la reflexión.
Enfrentar la instrumentalización, el dogmatismo, el relativismo,
todos ellos obstáculos para la reflexión filosófica, es un reto en la
enseñanza filosófica de la filosofía.
En otros términos ¿cómo abordar la supuesta antinomia entre enseñar a
filosofar y enseñar filosofía? por ahora digamos, que ningún profesor de
filosofía puede iniciar a sus estudiantes en la reflexión filosófica sin
informarle sobre los problemas, conceptos y términos propios de la
filosofía occidental, que se han ido construyendo a lo largo de la
historia. El sentido kantiano de aprender a filosofar se complementa
con el sentido hegeliano histórico-crítico de aprender filosofía.
Lo mencionado anteriormente nos lleva a preguntarnos sobre la relación
entre el qué (contenidos) y el cómo (metodologías) se enseña y se
aprende.
En principio, uno de los obstáculos que se presenta, en muchos casos, es
que no suele ser observada ninguna relación esencial entre aquello que es
enseñado y la forma de hacerlo. El “cómo” se visualiza por lo general separado de
aquello que se enseña, y la enseñanza quedaría suficientemente garantizada por
el dominio de los conocimientos disciplinares específicos del profesor.
Para superar la dificultad planteada, lo que se sugiere es que la tarea de
enseñar necesita establecer las condiciones mínimas para que ella pueda al
menos intentarse. Y consideramos que una de ellas es establecer la
concepción de filosofía que se pondrá en juego a lo largo de las clases.
Por cierto, esto significa ir más allá de ofrecer meramente una definición formal
de la filosofía, ya que luego podría seguirse inconsecuentemente con una
enseñanza desligada del contexto o los fundamentos de esa definición, como
también suele ser usual en muchas clases. Se trata más bien de especificar la
apuesta filosófica, es decir aquello a partir de lo cual se construirá el vínculo entre
profesores y estudiantes en nombre de la filosofía y el filosofar.

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En cualquier situación de enseñanza de filosofía, lo que emerge
en primer lugar, es la relación que establece o ha establecido con la
filosofía quien asume la función de enseñar. Si nos remitimos a la
conocida etimología de la palabra filo-sofía, lo que ella indica es, como bien se
sabe, una relación con el saber, en particular, un vínculo de amor en cuanto
aspiración o deseo de saber. Es decir, que lo que aparecería en primera instancia
no es el recorte de un “contenido” sino la actividad de pretender alcanzar el saber,
o, en términos tradicionalmente platónicos, la verdad.
Esta actividad es el filosofar, por lo que la tarea de enseñar y aprender
filosofía no podría estar desligada nunca del hacer filosofía. Filosofía y
filosofar se encuentran unidas, entonces, en el mismo movimiento, tanto de
la práctica filosófica como de la enseñanza de la filosofía. Por lo tanto, enseñar
filosofía y enseñar a filosofar conforman una misma tarea de
despliegue filosófico, en la que profesores y alumnos conforman un
espacio común de pensamiento. Es en este sentido, en el que afirmamos que
toda enseñanza de la filosofía es una enseñanza filosófica.
En virtud de lo señalado el profesor deberá ser, en alguna
medida, filósofo, ya que mostrará y se mostrará en una actividad
donde expresará su filosofar. No quiere decir esto que, en caso que la tenga,
deba necesariamente enseñar su propia filosofía, sino que desde una posición
filosófica (la suya o alguna adoptada didácticamente para favorecer el
aprendizaje) filosofará junto a sus alumnos. En última instancia, toda
enseñanza filosófica consiste esencialmente en una forma de
intervención filosófica, ya sea sobre textos filosóficos, sobre
problemáticas filosóficas tradicionales o incluso sobre temáticas no
habituales de la filosofía, enfocadas desde una perspectiva filosófica.
Por cierto, se podrá abordar, y de manera consecuente, enseñar, a
Nietzsche desde la filosofía de Deleuze, a Hegel desde Marx, o a Kant desde la
filosofía analítica, o del modo que el docente considere pertinente, de acuerdo
con sus conocimientos y capacidad. Esto deja en claro que no se puede
enseñar filosofía “desde ningún lado”, en una aparente asepsia o
neutralidad filosófica. Siempre se asume y se parte, explícita o
implícitamente, de ciertos contextos o condiciones, que conviene
tener en claro, porque es esto lo que en última instancia, y

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fundamentalmente, se aprenderá. La enseñanza de la filosofía reconoce,
entonces, ciertas condiciones que la puedan hacer posible, y esas condiciones
están soportadas, en primer lugar, en decisiones filosóficas. Se diseñarán
luego, las estrategias didácticas que se consideren más convenientes. Como hay
diversas formas de entender la filosofía como práctica, también hay
distintas formas de enseñarla. No hay un conjunto de técnicas didácticas
aplicables a cualquier situación de enseñanza, que garanticen el éxito de una
clase. Se puede ser un buen profesor o una buena profesora de filosofía de
muchas maneras. Lo significativo de su enseñanza será que es él o ella,
quien ha evaluado y decidido el “cómo” enseñar, a partir de una
concepción determinada de la filosofía y el filosofar.
Para finalizar, es importante que reconozcamos que la didáctica de la
filosofía no quiere en consecuencia substituir a la filosofía misma. Ella es
necesariamente secundaria y busca pensar la relación de la filosofía y
su enseñanza. Busca hacer más consciente y por ello más eficaz la actividad del
profesor, pensando las mediaciones posibles y necesarias para elaborar un
trabajo escolar específico en el campo de la filosofía.

Reflexionar para la próxima clase…


¿Cuáles fueron, según tu postura, las estrategias más comunes de
enseñanza de la filosofía en tu paso por la secundaria y en tu
trayecto recorrido hasta el momento en el Instituto?
Piensen en lo anterior y lo dialogaremos por meet. Abrazo grande.
Profe Maty.

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