Boletín de La Academia Nacional de La Historia #395
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La Academia Nacional de la Historia hace hoy un nuevo capítulo de continuidad. El
natalicio del siglo XIX se hace vigoroso en el siglo XXI. La institución del pasado demuestra
que también es la institución de nuestros días, en atención a las solicitudes del entorno y
al cumplimiento de sus obligaciones. El árbol antiguo da nuevos frutos, y los ofrece en su
compromiso de atender a la sociedad que es su destinataria y a la cual necesariamente se
debe. Sus ramazones se extienden y buscan espacio de acuerdo con las señales del tiempo,
pero mantienen fidelidad a la orientación de su raíz.
No es la Academia de Juan Pablo Rojas Paúl, con la misión de hacer el inicio coherente
de la memoria republicana y de custodiar sus fuentes todavía dispersas o desconocidas;
sino la Academia de una república en vísperas de disolución, cuyos recuerdos esenciales se
han sometido a monstruosas manipulaciones y a temerarias propuestas de interpretación.
La tarea de hoy parece distinta, en principio, pero con un vínculo evidente en relación con
el trabajo de la época fundacional. ¿No debemos, como en los tiempos del Liberalismo
Amarillo, buscar lo que se desconoce porque está a punto de convertirse en noción
desaparecida, en documento jamás escrito, en testimonio sometido al escamoteo debido
al empeño que se ha puesto en hacerlo diverso, hasta el extremo de querer que se vuelva
irreconocible?
Agradezco a los colegas de la Academia Nacional de la Historia y, por supuesto, al
nuevo numerario que acogemos en el ritual de la renovación, Tomás Straka, que hayan
permitido que hoy sea yo una de las voces que hable de estas cosas tan importantes para
las criaturas del oficio; pero también para sus destinatarios que experimentan el trance de
perder la brújula de lo sucedido, de no reconocerse en el espejo que antes trataba de reflejar
su sensibilidad en un clima de aceptable respeto, según las indicaciones que en cada época
eran sugeridas por las pautas de la profesión, aún desde cuando ni siquiera era todavía una
profesión hecha y derecha como es en la actualidad. Lo que diga en adelante, gracias a la
generosidad de quienes me convocaron, tratará de marchar en tal orientación.
Discurso de Contestación del Académico Don Elías Pino Iturrieta
otras ciencias sociales y aún de creadores de cuentos, libretos y novelas que no obedecen
órdenes porque chocan con su sensibilidad y con su esencial vocación de libertad. También
puede ser tarea de los descendientes del drama español, no faltaba más, pero jamás el
resultado de un engendro buscador de testimonios porque lo manda el patrón.
Por lo que respecta al caso venezolano, la historiografía ha hecho el trabajo. En el
siglo XIX trató de ordenar el entendimiento de los procesos sociales en atención a las
tendencias o a las modas que entonces predominaban, o que podían llegar entre tumbos
al conocimiento de los autores. De allí la fábrica de una plataforma capaz de sustentar
investigaciones posteriores que se encargarían de mirar su legado desde una perspectiva
crítica. A partir de la segunda mitad del siglo XX, debido a la fundación de las escuelas
universitarias de Historia, del pupitre que ofreció a las jóvenes generaciones y a la difusión
coherente de las investigaciones de los maestros y las escuelas del extranjero, el aporte se
volvió primordial para el cumplimiento de las metas del oficio: interpretaciones verosímiles
30 del pasado, actualización de los sustentos teóricos y técnicos e incorporación de temas y
procesos subestimados, bajo la responsabilidad de estudiosos cada vez más calificados y
masivos.
La historiografía es una hechura intestina, es decir, el producto del trabajo de
quienes sucesivamente la hacen en los gabinetes de investigación. Es el predicamento de
la nuestra, desde luego. La historiografía venezolana ha explorado y caminado sus rumbos
en atención a las razones de sus oficiantes, sin que motivos externos, especialmente los
motivos subalternos, hayan podido influir para convertirla en su juguete. Su nexo con el
ambiente que la rodea es indiscutible, por supuesto, pero no determinante, debido a que
ha llegado, si exceptuamos los análisis efectuados durante el gomecismo, a una situación
de autonomía capaz de desembocar en una evolución peculiar.
De allí su entendimiento de lo circundante, distinto de los otros entendimientos
de las ciencias sociales y susceptibles de ofrecer aportes cada vez más habituales a la
fantasía de la creación literaria. De allí su posibilidad cada vez más evidente de comunicar
explicaciones convincentes, sin cuyo auxilio no se puede entender la realidad en la que se
desarrolla y en la que viven quienes la procuran. No se trata de declarar aquí la penetración
y la perspicacia exclusivas de los historiadores, sino solo de llamar la atención sobre la
afirmación de una disciplina que, como dijo Javier Cercas, debe llevar, por derecho propio,
la carga de la memoria colectiva y, por consiguiente, imponerse ante la invasión de factores
foráneos, en especial los relacionados con el poder político.
Por si fuera poco, la historiografía no solo ha creado nuevos conocimientos de
Venezuela, sino también un pensamiento consistente sobre la sociedad a la cual conciernen
esos conocimientos. Para no hacer una nómina larga, ni meter en el asunto a los colegas
de nuestros días que continúan en actividad, basta recordar las reflexiones de historiadores
como Mario Briceño Iragorry, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas y Manuel Caballero,
para dar cuenta de la creación de una idea de la república y de la negación de la república
capaz de descubrir claves del comportamiento colectivo, de los pasos frustrados y de las
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decisión de juventud que lo llevó a formarse en los salones del Instituto Pedagógico de
Caracas. Sus alumnos deben ser miles, si se juzga por la asiduidad de la labor docente,
apenas interrumpida por pasantías de formación en universidades de México y de los
Estados Unidos, y por la cercanía permanente de los muchachos que le solicitan compañía
y consejo. Tomás Straka es un pedagogo pura sangre, que encontró en la historiografía un
tránsito hacia conocimientos capaces de perfeccionar sus actividades en el aula.
Tomas Straka entiende a la Academia Nacional de la Historia como una plataforma
desde la cual pueda mantener y desarrollar el siguiente capítulo de su búsqueda de una
difusión equilibrada del pasado. El hecho de que su presencia se haya vuelto cada vez más
notoria en los espacios ocupados del asunto, permite pensar en cómo será en adelante
un abanderado más prominente de su causa y un resorte vigoroso para la institución que
tuvo el acierto de invitarlo a ocupar uno de sus sillones. Debido al mandamiento de sus
estatutos, la Academia Nacional de la Historia debe velar por una difusión respetuosa de
32 los hechos anteriores de la sociedad, para que se promueva un general aglutinamiento sin
imposiciones ni presiones ilegítimas en torno a la arquitectura de un edificio hospitalario
en el cual encuentren abrigo los millones de seres humanos de todas las épocas llamados
venezolanos. Lo ha intentado desde la fecha de su fundación, pero quiere continuar la ruta
con mayor ahínco.
Las presiones autocráticas del chavismo le conceden mayor trascendencia al desafío.
La cruzada no consiste solo en llevar por camino honorable la difusión de la historia, sino
también en eliminar los gigantescos escollos que han puesto unos adversarios fanatizados
que, con el apoyo de los recursos gubernamentales, se empeñan en diseñar ruta distinta,
peligrosa y desconocida. Pero una institución acorralada por la hostilidad del régimen,
cuyos cabecillas pretenden arrinconar sus reflexiones, casi a decretarles excomunión, y
que apenas le conceden limosnas para el sustento, no ceja en el empeño de hacer honor
a su compromiso con la sociedad. La incorporación de Tomás Straka, que festejamos
ahora, no es fortuita, no es obra de la casualidad. Después del análisis de sus antecedentes
profesionales, lo ha invitado para que forme parte del reto, especialmente en el área
amenazada de la enseñanza de la historia.
Dentro de esos antecedentes profesionales también destaca una bibliografía copiosa,
en cuyas páginas se comprueba la calidad de un aporte inscrito en las corrientes más
novedosas de la investigación. El Doctor en Historia Tomás Straka se presenta ante nosotros
con un repertorio de dieciséis libros, entre los cuales paso a mencionar los que me parecen
de necesaria consulta debido a las urgencias que padecemos: La voz de los vencidos. Ideas del
partido realista de Caracas (1810-1821); Las alas de Ícaro, Indagación sobre ética y ciudadanía
en Venezuela (1800-1830); La épica del desencanto. Bolivarianismo, historiografía y política
en Venezuela; Venezuela, la era de los gendarmes. Caudillismo y liberalismo autocrático (1861-
1936); y La república fragmentada. Claves para entender a Venezuela. Escribió la mayoría de
los volúmenes en el Instituto de Investigaciones Históricas Hermann González Oropeza,
de la Universidad Católica Andrés Bello, casa en la que se desempeña como investigador y
Discurso de Contestación del Académico Don Elías Pino Iturrieta