Moreno, Blanco White, Mier y Walton en La Carta de Jamaica, Boletín de La Academia Nacional de Historia, 392, 2015

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 37

BOLETÍN

DE LA
ACADEMIA
NACIONAL
DE LA
HISTORIA

Nº 392
TOMO XCVIII
OCTUBRE-DICIEMBRE
2015
Nº 392
comisióN DE PUBLICACIONES
Manuel Donís Ríos
ElÍas Pino Iturrieta
Pedro Cunill Grau
Inés Quintero
Germán Carrera Damas

ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA


BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
CARACAS-VENEZUELA
octubre-diciembre 2015

DEPÓSITO LEGAL
19123DF132

issn
0254-7325
ÍNDICE

PÁG. 5 Presentación
............................

PÁG. 7 Bicentenario de la Carta de Jamaica


...........................................................................
PÁG. 9 La Carta de Jamaica: consensos y debateS historiográficos
Inés Quintero

PÁG. 17 Reflexiones en torno al bicentenario de la Carta de Jamaica


en la República Bolivariana de Venezuela
Ángel Rafael Almarza V

PÁG. 31 Blanco White, Mier y Walton en la Carta de Jamaica:


Las primeras historias de la revolución de la Nueva España
Rodrigo Moreno Gutiérrez

PÁG. 63 Cátedra Gil Fortoul


...........................................
PÁG. 65 ¿ENSEÑAR HISTORIA O RECONSTRUIR LA HISTORIA?
Los textos escolares de Ciencias Sociales
de la Colección Bicentenario
Tulio Ramírez

PÁG. 85 Homenaje a Don Tomás Enrique Carrillo Batalla


.....................................................................................................
PÁG. 87 Acuerdo de Duelo

PÁG. 89 Tomás Enrique Carrillo Batalla. (1921-2015). In memoriam


María Elena González Deluca

PÁG. 93 TOMÁS ENRIQUE CARRILLO BATALLA:


SU LEGADO PARA LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA
Catalina Banko

PÁG. 97 DOCUMENTOS
...........................
PÁG. 99 Contestación de un americano meridional
a un caballero de esta isla

PÁG. 123 VIDA DE LA ACADEMIA


.........................................
Blanco White, Mier y Walton
en la Carta de Jamaica:
Las primeras historias de la revolución
de la Nueva España*
Rodrigo Moreno Gutiérrez**

Preámbulo

Luego de 201 años la Carta de Jamaica sigue atrayendo a propios y extraños. Sin
afán de engrosar la polémica relativa a su capacidad diagnóstica, a su cualidad profé-
tica, a su fuerza persuasiva o menos aún a su origen o su trayectoria documental, las
siguientes líneas buscan tomar la bolivariana misiva como motivo para reflexionar en
torno a la circulación, el contenido y los usos de la información generada por y para
las revoluciones independentistas de la América española.

Más concretamente sugiero analizar, al socaire de tan sacralizado documento, la


imagen histórica que protagonistas y espectadores de estas luchas construyeron con
respecto a su propia revolución, las condiciones que se conjugaron para generar dicha
operación y los usos políticos con que se elaboró. Con dichas miras, este artículo exa-
mina un problema en particular: la historización de la revolución de la Nueva España
a través de tres de sus primeras fuentes que fueron citadas explícitamente por Simón
Bolívar en su Carta: el periódico El Español de José María Blanco White, la Historia
de la revolución de Nueva España de fray Servando Teresa de Mier y la Exposéon the
Dissentions of Spanish America de William Walton.

La Carta

El planteamiento del problema viene a cuento porque, como se sabe, la Carta de


Jamaica (fechada en Kingston el 6 de septiembre de 1815) refiere, como parte de su
balance histórico-político del estado de las revoluciones en las distintas demarcacio-
nes americanas, el desarrollo de la insurrección novohispana en dos pasajes concretos:

* Trabajo presentado en la Mesa de debate: Carta de Jamaica, 200 años después. Alcance, significado y trascendencia
en Hispanoamérica, realizada por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San
Nicolás de Hidalgo el 9 de octubre de 2015.
** Doctor en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, Investigador del Instituto de Investigaciones Históri-
cas, UNAM Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM.

31
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

1. En una primera revisión del estado de la guerra en las distintos virreinatos ame-
ricanas, Bolívar refiere que desde 1808 la “insurrección” ha agitado casi todas las
provincias de la Nueva España hasta Guatemala y, de acuerdo a la exposición de
Mr. Walton, más de un millón han muerto en aquel “opulento imperio”. La
lucha se mantiene a fuerza de sacrificios. “A pesar de todo [sentencia el Libertador],
los Mejicanos serán libres por que han abrazado el partido de la patria”1.

2. En el segundo balance general, Bolívar apunta: “Los sucesos de Méjico han sido de-
masiado varios, complicados, rápidos y desgraciados para que puedan seguir el curso
de su revolución. Carecemos, además, de documentos bastante instructivos, que nos
hagan capaces de juzgarlos. Los independientes de Méjico, por lo que sabemos, die-
ron principio a la insurrección en septiembre de 1810; y un año después ya tenían
centralizado su gobierno en Zitácuaro, instalando allí una Junta nacional, bajo los
auspicios de Fernando VII en cuyo nombre se ejercían las funciones de gubernativas.
Por los acontecimientos de la guerra, ésta Junta se trasladó a diferentes lugares; y es
verosímil que se haya conservado hasta estos últimos momentos [recordemos, 1815],
con las modificaciones que los sucesos hayan exigido. Se dice que ha creado un Ge-
neralísimo o dictador, que lo es el ilustre General Morelos: otros hablan del célebre
General Rayón; lo cierto es que uno de estos dos grandes hombres, o ambos separada-
mente ejercen la autoridad suprema en aquel país, y recientemente ha aparecido una
constitución para el régimen del Estado. En marzo de 1812, el gobierno residente
en Sultepec, presentó un plan de Paz y Guerra al Virrey de México, concebido con la
más profunda sabiduría”; Bolívar extiende el comentario sobre este documento
destacando su exhortación a moderar la guerra con el derecho de gentes, pero la
propuesta, escribió el Libertador, se despreció y las “comunicaciones se quemaron
públicamente en la plaza de México por mano de verdugo; y la guerra de extermi-
nio continuó por parte de los Españoles con su furor acostumbrado; mientras que los
Mejicanos y las otras Naciones Americanas no la hacían ni aun á muerte, con los
prisioneros de guerra, aunque fuesen Españoles. Aquí se observa que, por causas de
conveniencia, se conservó la apariencia de sumisión al Rey y aun a la Constitución
de la Monarquía. Parece que la Junta Nacional es absoluta en el ejercicio de las fun-
ciones legislativa, ejecutiva y judicial; y el número de sus miembros muy limitados”2.

1 De entre las muchísimas ediciones de la Carta de Jamaica y sin poder aquí entrar en la nutrida polémica sobre sus
distintas versiones en consideración de que las alusiones a la Nueva España no varían sustancialmente, remito a la
que recientemente ha publicado la Biblioteca Ayacucho: Simón Bolívar, Carta de Jamaica y otros textos, prólogo
de Carlos Ortiz Bruzual, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2015, p. 7.
2 Bolívar, Carta, p. 17-18.

32
Bicentenario de la Carta de Jamaica

En síntesis, Bolívar habló de un estado de insurrección generalizada en todas las


provincias de Nueva España desde 1808 y de una revolución que, estallada en sep-
tiembre de 1810, ya habían logrado centralizar el gobierno en una Junta Nacional
bajo los auspicios de Fernando VII y que parecía haber creado la figura de un Genera-
lísimo o dictador ( José María Morelos o Ignacio López Rayón) y había promulgado
una constitución. Se trataba en definitiva de una guerra de exterminio de españoles
contra mexicanos.

Cabe señalar que la Carta de Jamaica tiene otros dos pasajes referentes a la historia
de esta parte del hemisferio: uno sobre la muerte de Moctezuma a manos de Cortés y
otro (a supuesta pregunta expresa de Cullen, el interlocutor de Bolívar) sobre Quet-
zalcóatl, las interpretaciones sobre su figura (Santo Tomás o un simple legislador divi-
no entre los pueblos paganos de Anáhuac) y su nula importancia en la actualidad toda
vez que “los directores de la independencia de Megico se han aprobechado del fanatismo
con el mayor acierto, proclamando á la famosa Virgen de Guadalupe por reyna de los
Patriotas, invocandola en todos los casos arduos, y llevandola en sus Banderas”3.

Estas referencias, como se sabe, se encuentran sumergidas en la carta antillana en


un mar de términos sobre los cuales se erige el discurso del Libertador: América, nue-
vo mundo, patria, país, independientes; realistas, ejército español, nación Española,
España, pueblo; estados, ciudadanos, súbditos; independencia americana; tiranía (ti-
ranía activa), soberano despótico, usurpador, servidumbre, esclavitud, reconquista,
libertad, derechos; república/monarquía, sociedad civil; indígenas, esclavos, america-
nos (especie media entre los legítimos propietarios y los usurpadores españoles), euro-
peos; prohibiciones, estanco, monopolio, privilegio, pacto, anarquía, gobierno justo y
liberal; gobierno democrático y federal, derechos del hombre, equilibrio de poderes,
libertad civil, reformas, virtudes políticas, instituciones liberales, felicidad, igualdad,
esperanza, riqueza, comercio; despotismo, espíritu de partido, salvajes civilizados, re-

3 En el pasaje Bolívar argumenta que ningún Quetzalcóatl operará prodigios (“este personaje es apenas conocido del
Pueblo Mejicano y no ventajosamente”) y que es asunto de historiadores y literatos y “se disputa si fue Apostol de Cristo
ó bien pagano: unos reponen que su nombre quiere decir Santo Tomás; otros que Culebra emplumajada [sic]; y otros
dicen que es el famoso Profeta de Yucatan, Chilan-Cambal. En una palabra, los mas de los autores Mejicanos polémicos é
historiadores profanos, han tratado con mas o menos estencion la cuestion sobre el verdadero carácter de Quetralcohuatl”.
El Libertador se apoya en Acosta para decir que Quetzalcóatl estableció una religión con afinidad a Jesús; concluye
que muchos han rechazado que sea Santo Tomás y la opinión general es que fue un “legislador divino entre los pueblos
paganos de Anahuac”. En suma, “nuestros mejicanos no seguirán al gentil Quetralcohualt [...] felizmente los directores
de la independencia de Megico se han aprobechado del fanatismo con el mayor acierto, proclamando á la famosa Virgen
de Guadalupe por reyna de los Patriotas, invocandola en todos los casos arduos, y llevandola en sus Banderas. Con esto,
el entusiasmo político ha formado una mezcla con la Relijion, que ha producido un fervor vehemente por la sagrada
causa de la libertad. La veneracioon de ésta Ymagen en Mejico, es superior á la masecsaltada que pudiera inspirar el mas
diestro y dichoso Profeta”, Bolívar, Carta, p. 25-26.

33
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

generación, unión, guerras civiles, conservadores y reformadores, expulsión de espa-


ñoles. Esos términos, casi todos problemáticos, ambiguos, polisémicos4, están hilados
en un discurso histórico que inserta los acontecimientos americanos en una secuencia
que comienza cuando América, no apta y falta de preparación, se ve obligada a asu-
mir el gobierno interior a causa de los ilegítimos actos de Bayona; posteriormente la
Regencia declara una guerra inicua, injusta e ilegítima a América que cae en orfandad
y queda a merced de los usurpadores extranjeros (los franceses) cuando estos arrollan
los frágiles gobiernos peninsulares; comienza, entonces, el caos de la revolución: en
la búsqueda de seguridad interior y exterior, los americanos deponen autoridades
y establecen juntas populares “encargadas de dirigir el curso de nuestra revolución” y
aprovechar la coyuntura para “fundar un gobierno constitucional” digno y adecuado a
través de congresos que formaran o pudieran formar gobiernos independientes.

Ahora, si bien han corrido ríos de tinta sobre el discurso bolivariano (el de la Carta
de Jamaica en particular y el de sus escritos en general), ¿con qué fuentes contaba un
individuo como Bolívar para elaborar un balance del estado que las revoluciones (y en
particular la novohispana) presentaban en 1815? ¿Qué imagen se había generado de
la insurrección novohispana (su origen, sus causas, su organización) fuera de Nueva
España?, ¿de qué conceptos e incluso metáforas o alegorías se echaba mano para des-
cribirla, interpretarla o historiarla? y, en suma, ¿qué papel desempeñó la información,
la manera en la que se transmitió, los conductos que utilizó y la forma en que fue
reinterpretada?

Concretamente en la Carta Bolívar refiere de manera explícita a Las Casas, Herre-


ra, Solís, el abate Saint Pierre, Humboldt, Raynal, Montesquieu, De Pradt, “Guerra”,
Blanco (y su periódico El Español) y Walton. Si lo que buscamos es escudriñar los
hipotéticos proveedores de los relatos sobre las revoluciones americanas en general y
la novohispana en particular debemos seleccionar de esa lista, por el tiempo en el que
se escribieron y sus distintos intereses, a los tres autores anunciados en un principio:
Blanco, Guerra y Walton.

4 Detallados estudios sobre la historicidad de conceptos fundamentales del tránsito revolucionario y la estructura-
ción de la modernidad política en Iberoamérica como América, patria, pueblo, libertad, nación, república, sobera-
nía, etc. pueden verse en Javier Fernández Sebastián, dir., Diccionario politico y social del mundo iberoamericano
1750-1850 [Iberconceptos-I], Madrid, Fundación Carolina / Sociedad Estatal de las Conmemoraciones Culturales
/ Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009; y Javier Fernández Sebastián, dir., Diccionario político
y social del mundo iberoamericano. Conceptos políticos fundamentales, 1770-1870 [Iberconceptos-II], 10 tomos, Ma-
drid, Universidad del País Vasco / Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2014.

34
Bicentenario de la Carta de Jamaica

Blanco

Sobre José María Blanco y Crespo mejor conocido en su tiempo y en adelante


simple y sencillamente como Blanco White se han escrito en los últimos años mares.
Es uno de esos casos curiosos que la historiografía prácticamente ignoró por décadas
(salvo notables excepciones como Marcelino Menéndez Pelayo o Juan Goytisolo) y
que de un tiempo a esta parte (digamos 20 años) ha llegado quizá a ser sobre explo-
tado. Dado que es tanto lo que se ha dicho sobre él5, baste por ahora con mencionar
para el lector que no esté familiarizado con el personaje que fue un clérigo sevillano
de ascendencia irlandesa (de ahí el White) cuya labor periodística en la crisis política
de la monarquía fue, por varias razones, colosal. Durante 1808 y 1809 publicó desde
Sevilla, junto con José Manuel Quintana, el Semanario Patriótico y a partir de 1810
se encargó desde Londres de una de las publicaciones periódicas más agudas y fasci-
nantes de su tiempo: El Español. En las páginas de ese periódico mensual desfilaron
algunas de las más acerbas críticas a los sucesivos gobiernos españoles que en nombre
del rey preso Fernando VII pretendieron encauzar la monarquía entre 1810 y 1814 y
particularmente al lugar que esos gobiernos concedieron a América en tan intrincado
periodo. No es exagerado afirmar que en Blanco White y su Español cristalizó un fino
y persuasivo liberalismo de una España que no fue, y que en buena medida se puede
explicar por el Londres en el que cobró vida. Refugio y faro, la capital inglesa acogió a
los inquietos españoles de uno y otro lado del Atlántico que buscaban reconocimien-
to político, financiamiento o simplemente libertad para estar y escribir.6 Pues bien, la
inmensa mayoría de los hispanoamericanos que pasaron por Londres tuvieron que ver
de una u otra forma con Blanco White. Bolívar lo conoció cuando fue enviado con
Luis López Méndez y Andrés Bello en misión diplomática por la Junta de Caracas en
1810. André Pons afirma que en su regreso a la capital venezolana, Bolívar entregó a
Juan Germán Roscio varios ejemplares de El Español, mismos que le valieron a Blanco
White ser declarado ciudadano honorario de Caracas7. Lo cierto es que desde su breve
estadía londinense Bolívar procuró seguir la publicación periódica de Blanco White

5 Aunque se cuentan con exhaustivos estudios como los de André Pons (Blanco White y España, Oviedo, Instituto
Feijoo de Estudios del siglo XVIII / Universidad de Oviedo, 2002; y Blanco White y América, Oviedo, Instituto
Feijoo de Estudios del siglo XVIII / Universidad de Oviedo, 2006) o la biografía de Fernando Durán López, José
María Blanco White o la conciencia errante, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2005; una de las mejores síntesis
sigue siendo la que elaboró Christopher Domínguez Michael, que además resulta doblemente pertinente para
el presente trabajo por la revisión biográfica de Blanco White en función de Mier: Vida de Fray Servando, México,
Era / INAH / Conaculta, 2004, p. 387-410.
6 Véanse María Teresa Berruezo León, La lucha de Hispanoamérica por su independencia en Inglaterra. 1800-
1830, prólogo de Francisco Solano, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1989; y Rafael Rojas, Las repúblicas
de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica, México, Taurus, 2009.
7 André Pons, “Bolívar y Blanco White”, en Anuario de Estudios Americanos, v. LV, n. 2, 1998, p. 507-529.

35
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

en cuyas páginas se propugnaba por una relación igualitaria entre América y España.
Blanco justificó como legítimos los esfuerzos juntistas que brotaron en distintas ciu-
dades americanas, a veces sin éxito, desde 1808. Para el clérigo y periodista sevillano,
los españoles americanos tenían los mismos derechos que los españoles europeos para
establecer organismos de gobierno que resguardaran o tutelaran la soberanía del Bor-
bón cautivo. El problema sobrevino cuando los movimientos americanos desarrolla-
ron tendencias independentistas, entonces sí Blanco White, que ya era persona non
grata para el gobierno gaditano, también lo fue para algunos líderes revolucionarios
de este lado del mar.

Pero no nos adelantemos, por lo pronto tratemos de resolver qué pudo haber leído
Bolívar en El Español de Blanco White sobre los movimientos de la Nueva España.
En principio fueron cuatro los números en los que a lo largo de 1811 el sevillano de-
dicó un espacio a la que desde el principio no tuvo empacho en llamar “revolución de
México”.

La primera referencia (número X, 30 de enero de 1811) no explicaba propiamente


lo ocurrido sino sus causas, es decir, que ya desde tiempos de la Junta Central se había
descubierto un plan “excelentemente trazado, para establecer la independencia” —qui-
zá en alusión a la conspiración de Valladolid— que había dado pie a conmociones
posteriores en varios pueblos y que tal estado habría de producir que “tarde o tempra-
no el mismo México sea un teatro de horrores, tanto mas que las otras capitales, quanto
de la pugna entre los dos partidos”, porque, preguntaba el sevillano, “¿puede negarse que
en el reyno de Mexico hay un partido criollo? ¿como son tan ciegos estos, que se llaman
políticos en España, que no ven que si lo oprimen, que si lo maltratan, tiene aquel partido
una venganza á la mano, que nadie puede impedirles!”; y agregaba la debilidad y la vul-
nerabilidad de aquellas posesiones por la cercanía y los intereses de Estados Unidos.8

La segunda referencia vio la luz en el siguiente número correspondiente a febrero


de 1811. Blanco White apuntaba ahí que “de los planes y principios de los insurgentes
(como son llamados) de México nada sabemos; pero es seguro que ni uno de los nom-
brados por José Napoleon se halla entre sus gefes. El odio á los franceses es tan general en
América como en España”. En un apartado titulado “Insurrección de México” asegu-
raba el editor que “es imposible formar ideas exactas de acontecimientos de esta clase, en
que los intereses son tan sumamente encontrados y en que solo se oyen las noticias que da
uno de los partidos”. Aunque parecía que los insurgentes habían sido escarmentados y

8 “América”, El Español, número X, 30 de enero de 1811, p. 334-339.

36
Bicentenario de la Carta de Jamaica

las conmociones habían finalizado, las noticias eran tan inciertas que Blanco optó por
publicar fragmentos de cartas y de partes militares que había dado a conocer la Gaze-
ta del Gobierno de México. De ese conjunto fragmentario y a veces contradictorio el
sevillano concluía que el virrey Venegas se estaba comportando como un Massena (en
alusión al eficaz pero cruel y corrupto militar francés al servicio de Napoleón) con res-
pecto a las tropas de indios y de paisanos. Sobre los insurgentes se lamentaba Blanco:

“Es de sentir que no tengamos la menor idea de las pretensiones y planes de esos
Hidalgo, Allende, Aldama, y Abasolo que parecen ser los cabezas de los insurgen-
tes. El virey y sus tropas no perdonan medio alguno: las prisiones son freqüentes,
y segun las personas sospechadas, se ve que no son solo las clases ignorantes las que
han tomado partido, y que clerigos y abogados forman parte considerable de los
descontentos. Entre los horrores de esta clase de guerra se ve siempre un exceso de
crueldad y olvido de la buena fe que suaviza los males de las que se hacen entre dos
diversas naciones”9.

Y en efecto, a continuación, El Español publicaba una serie de fragmentos de cartas


anónimas y partes militares que, aunque informaban, más bien alimentaban la incerti-
dumbre. Entre el asalto a Valladolid, los crecientes ejércitos insurgentes, la insolencia
de la plebe y el estandarte de la Guadalupana, la radiografía londinense de este mo-
vimiento distaba mucho de lo reportado con respecto a la América meridional que
parecía haber generado, en esta óptica, reacciones más urbanas y en definitiva más
políticas. El parte militar de Torcuato Trujillo sobre la batalla del monte de las Cruces
en que se hablaba de canalla, de indiada y de 6,000 enemigos muertos, redondeaba
gráficamente la terrible imagen de la guerra novohispana.

El tercer bloque de noticias sobre la insurrección novohispana publicado en El Es-


pañol (número XII, 30 de marzo de 1811) refería la recuperación de la ciudad de Gua-
najuato en la que “han muerto todos los oficiales de graduación de los insurgentes y [en la]
que la plebe fue diezmada”. Blanco incluía notas en las que se hablaba de la búsqueda
de préstamos para socorrer a los mineros arruinados. Algunos fragmentos mentaban
que Hidalgo marchaba rumbo a Silao con 12 o 14 mil hombres pero que, a pesar de
esos movimientos, las provincias internas (el septentrión novohispano) se mantenían
calmas y en estado de defensa. El rumbo de Acapulco, en cambio, sufría graves ataques.
Algún parte subrayaba el “patriotismo y [la] fidelidad de las tropas del Rey y [la] huma-
nidad y [las] benignas intenciones del Gobierno suave y justo que nos rige”.

9 “Insurrección en el reyno de Mexico”, El Español, número XI, 28 de febrero de 1811, p. 389-398.

37
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

Finalmente, el 30 de abril de 1811, el número XIII de El Español ponía en circu-


lación un “Bosquexo de la revolución de Nueva España”, fechado en México el 19 de
noviembre de 1810 y proveniente de una anónima pluma aparentemente partidaria
del gobierno virreinal. El escrito no es muy largo (unas diez páginas del periódico)
pero constituye uno de los primeros relatos publicados que intentaron historiar la in-
surrección, es decir, darle sentido a través de un discurso histórico, como lo sugiere el
título. Significativamente comenzaba explicando que desde 1808 cundió un patente
descontento contra el supremo gobierno de España por varias causas entre las que des-
tacaba “la protección dispensada a la facción que tomando la voz del pueblo, prendió al
virrey Iturrigaray, desde cuya época comenzaron la rivalidad y los celos entre los europeos
y americanos”. El Bosquejo señalaba que el anuncio de la llegada del nuevo virrey (Ve-
negas) incomodó a los americanos porque venía acompañado de gracias y concesiones
que dejaban ver la falta de política y discreción en los manejos del reino. Es de destacar
que en esta versión fueron esos anuncios (no la llegada del virrey ni las variaciones
de la Regencia) los que prepararon la revolución. Una revolución, por cierto, cuyos
autores eran “el cura del pueblo de San Salvador, y dos capitanes del regimiento de caba-
llería de la reyna, don Ignacio de Allende y don Manuel Aldama”. A los líderes, decía
el relato, se les había descubierto reclutando partidarios en Querétaro a principios de
agosto de 1810. En consecuencia, los europeos de aquella ciudad habían dado aviso
a México creyendo involucrado al corregidor Domínguez. Los oidores –recordemos
que por aquel entonces la Audiencia gobernadora regía el virreinato– no lo comu-
nicaron al superior gobierno metropolitano (el de Cádiz) por la desconfianza y la
probable infidelidad de otros ministros; de tal suerte que decidieron esperar al nuevo
virrey (Venegas) y aconsejaron a los europeos queretanos que apresaran al corregidor,
medida que aquellos –aseguraba el anónimo– llevaron a la práctica “escandalosamen-
te” imitando lo que había ocurrido con Iturrigaray. Así, la del corregidor fue la señal de
la insurrección en tierra adentro. La rebelión (estallada justo cuando el nuevo virrey
entraba a la capital) estaba dirigida por el cura de Dolores (ahora sí), que el anónimo
Bosquejo calificaba de “hombre astuto, hábil, atrevido”. Este cura había congregado al
pueblo y a los indios persuadiéndolos de

“la tiranía del actual gobierno, su ilegítima autoridad estando cautivo el soberano;
la intencion de subyugar este pais a Inglaterra óá la Francia y con exclamaciones de
viva Fernando 7º, y la Virgen de Guadalupe, cuya imagen se venera con particular
devocion en este reyno, procuró encender la tea de la discordia, y horror á los Euro-
peos, aprovechandose astutamente de la aversion natural de todo criollo contra el
Europeo, declarando á estos la guerra á sangre y fuego”10.

10 “Bosquexo de la revolución de Nueva España”, en El Español, n. XIII, 30 de abril de 1811, p. 19-29.

38
Bicentenario de la Carta de Jamaica

Para evitar una glosa del Bosquejo, baste por ahora con señalar que el relato refiere
algunos de los primeros enfrentamientos y lo hace en términos de una muy popular
y creciente insurgencia que se alimentaba de la “fermentación esparcida en todo el rei-
no contra los europeos”. La narración contrasta la violencia ejercida en ciertos casos
como la toma de Guanajuato, con la suavidad de otros como el de Valladolid, en que
los insurgentes entraron en medio de los aplausos del pueblo y en que Hidalgo fue
recibido bajo palio por el cabildo eclesiástico. Aunque el relato insiste en la eficacia
de las medidas militares tomadas por el virrey y los principales comandantes, deja
una impresión sumamente desastrosa de las provincias más importantes de la Nueva
España, asoladas por una rebelión que arrasaba ciudades y campo, interrumpía las
comunicaciones, destruía minas, comercio y haciendas, liberaba a los presos e incluso
había llegado a plantarse a las puertas de la capital. En suma, este movimiento estaba
provocando todos los perniciosos efectos de una

“revolucion intestina en que los hijos pelean contra sus padres, la gente de color
contra los blancos, el necesitado y el perdido contra el pudiente, resultando de todo
un estado de la mas criminal y peligrosa anarquia en los parajes conmovidos, y una
secreta fermentacion y resentimiento en el corazon de todo americano [y] de aque-
llos que nada tienen que perder”.

A pesar de todo lo anterior, el anónimo autor del Bosquejo concluía, por una par-
te, reafirmando la vigencia irrestricta de la más viva fidelidad y adhesión de la Nueva
España a la madre patria (lo que se debía en parte al “poco talento y falta de plan” de
los autores de la rebelión) y, por otra, subrayando que todo podría haberse evitado de
no haberse atropellado la autoridad con la prisión de Iturrigaray y con las opresivas
medidas posteriores tanto del gobierno de Garibay cuanto las provenientes de la me-
trópoli que en vano lisonjeaban a los americanos llamándoles libres y prometiéndoles
beneficios que solo se traducían en un más intolerable yugo.

Luego del Bosquejo, Blanco White se limitó a escribir unas “Reflexiones sobre el
papel anterior” en las que justificaba no haber publicado antes ninguna interpreta-
ción sobre la “revolución del reino de México” porque “era imposible formar idea del
carácter de aquella revolucion oyendo solo a sus mortales y enfurecidos enemigos”11. En

Reflexiones sobre el papel anterior”,El Español, n. XIII, 30 de abril de 1811, p. 30-35. Manuel Calvillo aportó al-
11

gunas referencias sobre las primeras noticias que circularon en el mundo hispánico sobre la rebelión de la Nueva
España: “El 15 de febrero de 1811 la Gazeta de Caracas da su primera noticia de la insurrección de México. La recibe
a través de Jamaica y es vaga. El día 27 se amplía: «Un ejército de 70000 patriotas ha batido 7 regimientos europeos»,
se informa. El 8 de marzo se habla de fuego en Guanajuato, San Miguel, Celaya e Irapuato. El 26, se dice que en la
Gaceta de la Regencia de Cádiz «hemos visto se halla detallada la formidable explosión que ha hecho contra la tiranía
el volcán de la libertad en el gran imperio de México». Hidalgo, Allende y Aldama «fueron los ilustres autores de la

39
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

cinco páginas Blanco resumió los principales acontecimientos relatados e hizo paten-
te la impresión de que la Nueva España estaba en grave peligro pues “los insurgentes
mexicanos [decía], solo necesitaban lo que los insurgentes españoles: quien los dirija”. En
completa sintonía con su visión de América, Blanco no tenía duda alguna de que la
opresión, la ignorancia y el orgullo de los gobiernos de España eran los responsables
de la devastación y los horrores ocurridos en aquellos suelos. Le parecía escandaloso
que los guerreros españoles se hubiesen ido a América en lugar de enfrentar a los fran-
ceses. No se le podía pedir razón y moderación a un pueblo oprimido, escribía el sevi-
llano. Las muertes causadas por la insurgencia eran irresponsables en tanto se debían
a la falta de talentos para contener “el ciego impulso del pueblo” que estaba dispuesto
y sediento de venganza. Todo era, para Blanco White, un perfecto símil de lo que
pasaba en España: así como habría bastado que Napoleón casara a Fernando con una
francesa y lo dejara en el trono español, igualmente bastaría que “pusiéramos allí [en
América] algo que los americanos pudiesen llamar su gobierno, si los librásemos de esos
virreyes y capitanes generales y les concediésemos una participación absolutamente igual
en el restablecimiento de este edificio político que se ha venido a tierra”; exponiendo de
esta forma lo que siglo y medio más tarde la historiografía comenzaría a calificar como
“autonomismo”. Pero así como Napoleón no cedía y quería conquistar a costa de mi-
llones de muertos, así España buscaba mantener su régimen opresivo sobre América.

Esas eran, en suma, las impresiones que el enterado editor publicaba en Londres
sobre la insurrección novohispana en abril de 1811, cuando, por cierto, Hidalgo y los
principales jefes insurgentes de aquel movimiento ya habían sido capturados por las
fuerzas virreinales y declaraban en Chihuahua. Los lectores de El Español conocían
de esta forma un movimiento desgobernado y cruel, atizado en buena medida por la
rivalidad entre americanos y europeos y por la ineptitud del postizo gobierno virreinal
y metropolitano. Rodeadas de incertidumbre, las noticias sobre una desconocida in-
surgencia de la Nueva España se divulgaban con parcialidad y repletas de calificativos.

A lo largo de 1812 y hasta 1814 en que Blanco White suspendió la publicación


por el retorno de Fernando VII, El Español continuó la difusión periódica de noticias
sobre la insurrección novohispana. Extraídas de partes militares publicados en la Ga-
zeta del Gobierno de México y de cartas particulares, las “noticias sobre la Revolución
de México” continuaron modelando las impresiones de un movimiento vigoroso y
amenazante. Así, la carta de un habitante de la ciudad de México daba cuenta del

Santa revolución que la tiranía caracteriza con el nombre de sedición, mientras se pretende llamar heroica a la con-
quista que esclavizó a los que al cabo de tres siglos se arman para entrar en la posesión de la libertad que la Providencia
les restituye»”, Manuel Calvillo, “Prólogo” en Servando Teresa de Mier, Cartas de un americano. 1811-1812.
La otra insurgencia, México, Conaculta, 2003, p. 40-41.

40
Bicentenario de la Carta de Jamaica

estado general de la revolución tras la prisión y muerte de Hidalgo y de los primeros


cabecillas pero aseguraba que Rayón se había fortalecido en Zitácuaro y Morelos en
el rumbo de Acapulco con tal fuerza que si se lo proponía podía extenderse hasta
Guatemala y que en definitiva los insurgentes ya no se dedicaban a huir como al prin-
cipio hacían y “baxo cierto aspecto, es mas fuerte la revoluciondespues de la prision de sus
autores”. El panorama del reino que dibujaba la nota era aterrador con millares col-
gados en los árboles, las comunicaciones interrumpidas por las guerrillas y el espíritu
público crispado12. A mediados de 1812 nuevos extractos de correspondencia privada
de españoles europeos de México referían que Calleja había derrotado a Rayón y ha-
bía recuperado Zitácuaro, que Morelos seguía resistiendo en Cuautla (en alusión al
posteriormente célebre sitio), que los insurgentes habían saqueado Orizaba y que se
comportaban como “godos” arrasando con todo lo que tenían a su paso. Una misiva
fechada en Veracruz en el mes de mayo declaraba que

“Valladolid es el vivero de los insurgentes, y parece que Rayon (que con la junta
nacional está fortificado en Zultepec) ha destacado sobre aquella ciudad su exército
que salvó entero de Zitaquaro, y 12 mil hombres á Goanaxoato, Zacatecas, &c.
Están sitiadas, en una palabra, todas las capitales de la Nueva España, México,
Valladolid, Querétaro, Goanaxoato, Zacatécas, Oaxaca, Puebla, cuya provincia
menos la capital está por los insurgentes....”;

Las medidas militares y los crecientes impuestos del virrey producen el efecto con-
trario, aumentan las deserciones en las tropas del gobierno y “la sangre corre a torrentes
entre gentes que tienen una misma religion y aclaman un mismo Rey”13. Un número
después Blanco White insertaba el bando en que Calleja establecía el castigo en par-
ticular para la recién recuperada Zitácuaro y en general para la “bárbara y cruel revo-
lución del Cura Hidalgo” y su “ridícula junta nacional”. El implacable bando establecía
entre otras cosas la adjudicación (expropiación) de los bienes de aquellos que hubie-
ran tomado el partido rebelde, el perdón a quienes se presentaran voluntariamente,
el traslado de la cabeza de partido a Maravatío, el incendio y destrucción total de la
“infiel y criminal” Zitácuaro, la militarización de los pueblos y el sostenimiento de los
ejércitos y sus respectivas zonas y tareas14.

Carta de un habitante de la ciudad de México fechada en México el 29 de agosto de 1811 y publicada en el apartado
12

“Noticias sobre la Revolución de México...”, El Español, n. XXIII, 30 de marzo de 1812, p. 361-365.


“Noticias sobre Nueva España extractadas de varias cartas de europeos de México, Xalapa y Veracruz”, El Español,
13

n. XXVIII, 31 de agosto de 1812, p. 320-323.


“Papeles concerniente á México á que se hizo alusion en las noticias de aquel Reyno...”, El Español, n. XXIX, 30 de
14

septiembre, p. 382-389.

41
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

El tono de estas notas cambió en octubre de 1812 cuando Blanco decidió incluir,
como parte de una correspondencia con el obispo de Puebla, la voz de los rebeldes
“por ser casi nada lo que ha llegado á Europa que pueda darnos ni la mas escasa idea
del lenguaje, miras é intenciones de los insurgentes Mexicanos”. En efecto, en el número
XXX de El Español se publicó la respuesta que dio Ignacio López Rayón al obis-
po Manuel Ignacio González del Campillo. En el escrito el jefe insurgente (luego de
agradecer la comunicación con el prelado) descalificaba al gobierno virreinal como
“embustero, déspota y tyrano” y, lo más importante, explicaba el sistema de gobierno
que se pretendía establecer:

“Este se reduce en lo esencial á que el Europeo separandose del gobierno que ha po-
seido tantos años, lo resigne en manos de un congreso, ó Junta Nacional, que deberá
componerse de representantes de las provincias: permaneciendo aquel en el seno
de sus familias, posesion de sus bienes, y en clase de ciudadano. Que éste congreso
independiente de la España, cuide de sí, de la defensa del reyno, conservacion de
nuestra religion santa en todo su ser, observancia de las leyes justas, establecimiento
de las convenientes, como de la tutela de los derechos correspondientes al reconocido
monarca el señor Don Fernando VII”

Y que de esta forma se evite la efusión de sangre15.

A partir de entonces y a lo largo de 1813 y 1814 el origen y las tendencias de las


notas referentes a la insurrección novohispana que publicó Blanco White variaron
sensiblemente: dejaron de aparecer partes oficiales y se privilegió desde entonces a los
insurgentes y, digamos, a los corresponsales afectados por el conflicto. Lamentándose
por la falta de entendimiento entre los americanos levantados en armas y el gobierno
asentado en Cádiz, el periodista sevillano se mostró cada vez más desconfiado de los
gobiernos excesivamente militarizados con que los Calleja o los Monteverde busca-
ban exterminar la disidencia en América. En dicha sintonía, El Español difundió, por
ejemplo, una carta que cuestionaba la mala gestión del virrey Venegas, revelaba que
la insurrección “ha dexado caer la mascara y se ha propuesto por termino no solo la in-
dependencia absoluta de su metropoli en tiempo que gime baxo la opresion del tirano”;
y daba por sentado que todos los americanos tenían tal semejanza de opinión que ni
siquiera era necesario que se pusieran de acuerdo. El autor se atrevía a proponer el es-
tablecimiento de una junta de 3 o 5 individuos, mitad europeos y mitad criollos, para

Respuesta de Rayón al obispo de Puebla, Zitácuaro, 10 de octubre de 1811, El Español, n. XXX, 30 de octubre de
15

1812, p. 462-463.

42
Bicentenario de la Carta de Jamaica

desaparecer en estos países el “odioso nombre de Virrey á que está anexo el de tirano”16.
En ese mismo número, una carta daba noticia de la casi pacífica toma de Oaxaca por
parte de Morelos, de las primeras medidas de gobierno del cura insurgente en aquella
capital y del funcionamiento e integración de las instituciones locales.

Páginas adelante El Español publicó la conclusión de un “Manifiesto de la Junta


Revolucionaria del Reyno de México” y el Plan de Paz y Guerra que se proponía a
los Españoles, elaborado por el cura José María Cos17. Blanco White lamentaba no
contar con el manifiesto entero pues solo había recibido dos números del periódico
insurgente Ilustrador Americano (correspondientes al 6 y al 10 de junio de 1812)18. En
el documento Cos argumentaba que ambas naciones (España y América) eran suscep-
tibles, por igualdad jurídica, de pactar en los términos del derecho público, natural y
de gentes. Mediante una serie de planteamientos y medidas que buscaban, en suma,
regularizar la guerra, el sacerdote y la Juntaproponían que los europeos resignaran el
mando y la fuerza armada en un congreso nacional, representativo de Fernando VII e
independiente de España. Blanco White sintió la necesidad de explicar la inserción de
estos papeles en un comentario editorial del cual extraigo el siguiente largo pero muy
significativo fragmento:

“En efecto no son ligeras las pruebas que dan los insurgentes Mexicanos del ansia
con que aspiran á sacudir el yugo de sus Vireyes, y de la actividad y determinacion
con que siguen el plan de independencia absoluta que la obstinacion y ceguera del
gobierno Español les ha hecho formar. El plan de paz y guerra que he publicado en
este número, y los demas papeles que me veo obligado á suprimir, manifiestan que
los insurgentes Mexicanos no son meras quadrillas de Indios y Mestizos sin gefes,
sin orden, ni subordinacion. Hay, sin duda, entre ellos hombres de la clase superior
en saber que tiene en sí aquel pays. Sabemos de varios abogados y clerigos de mucho
caracter que se han pasado á los insurgentes: y vemos por todos los papeles Mexica-
nos, que el clero está, por la mayor parte, en favor de la revolucion” 19.

“Carta de un Español, sobre la situacion del Reyno de México” [fechada en México, 16 de septiembre de 1812], El
16

Español, julio de 1813, p. 30-33.


“Conclusion de un Manifiesto de la Junta Revolucionaria del Reyno de Mexico, y Plan de Paz y Guerra que propu-
17

sieron á los Españoles: sacados de los primeros Papeles publicos de esta clase, que han llegado a Londres”, El Español,
julio de 1813, p. 38-43. Un amplio estudio sobre el perfil y el pensamiento de Cos junto con una selección de sus
escritos dentro de los cuales se encuentran el manifiesto completo y los planes de paz y guerra puede verse en José
María Cos, Escritos políticos, introducción, selección y notas de Ernesto Lemoine Villicaña, México, UNAM, 1996
(Biblioteca del Estudiante Universitario, 86).
Una recopilación de este y otros periódicos insurgentes puede observarse de manera facsimilar
18

“Sobre la América Española”, El Español, julio de 1813, p. 69.


19

43
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

Esta impresión más política y mejor organizada de la insurgencia (extractos de car-


tas hablaban de un ejército de más de 18,000 hombres a las órdenes de Morelos, más
de la mitad de los cuales se encontraban bien armados y uniformados, y de crecientes
dominio y popularidad de su gobierno) se conjugaba con acerbas críticas a las autori-
dades virreinales, tan crueles como incapaces para frenar la rebelión. Las noticias de la
sustitución del virrey Venegas por Calleja se difundían con los peores presagios: si el
primero había adquirido fama de Tiberio, el segundo pasaba por Nerón. En estas pági-
nas el rompimiento del sitio de Cuautla le había granjeado tanta gloria a Morelos como
deshonra a Calleja, que a pesar de ello se convertía en virrey. Blanco White sostenía
con insistencia que la rebelión no se podía extinguir con la fuerza y engarzaba de esta
forma su constante crítica al gobierno gaditano y al régimen constitucional que, desde
su perspectiva, no hacía más que prolongar el despotismo en América no solo por los
principios inequitativos que establecían sino más aún por la parcial y arbitraria forma
en que los gobernantes aplicaban la Constitución en “aquellos vastos y preciosos payses”.

El Español todavía publicó algunas otras notas de contenido novohispano a finales


de 1813 y principios de 1814 pero ya no variaron la tendencia establecida. Ciudades
y puertos incomunicados y provincias enteras sujetas a ese gobierno insurgente que,
como quedaba manifiesto en los planes de Cos, no era la suma de cuadrillas de bandi-
dos y asesinos sino moderadas organizaciones militares y políticas que buscaban de-
mandas justas (que bien debían ser recuperadas por una deseable mediación inglesa)
y que, en cambio, los virreyes solo reprimían con violencia extrema radicalizando aún
más la polarización entre europeos y americanos, en plena coincidencia con la persis-
tencia despótica de la Península.

Dos veces Blanco White refirió o mejor dicho anunció la Historia de la Revolución
de Nueva España en su periódico. La primera de ellas (julio de 1813) para justifi-
car que no había podido incluir mayor documentación de la insurgencia mexicana
pero que tenía entendido que estaba por publicarse en aquella capital (Londres) y en
castellano esa Historia que sabía que se trataba de “un texido de documentos, los mas
publicados baxo la autoridad del mismo gobierno Vireynal de Mexico”. La segunda re-
ferencia (noviembre de 1813) ya contaba con total conocimiento de causa y era una
recomendación en forma para que el pueblo español y en especial los nuevos diputa-
dos de las Cortes la leyeran pues en España, decía Blanco White, nada se sabía de las
revoluciones americanas a excepción de lo que el propio Español publicaba:

“no se ha escuchado alli otra cosa que los desaforados gritos del partido mercantil
de Cadiz, contra los Americanos. Justo sera, pues, que escuchen tambien á estos,
aunque el tono en que hablan no sea muy templado. El autor de esta obra tiene el

44
Bicentenario de la Carta de Jamaica

candor de no prometer ser imparcial. Por el contrario, el libro está escrito con una
vehemencia tan inafectada y nativa; con tal animacion y calor, que seguramente
escocera á los contrarios, entusiasmará á los de su partido, y cautivara la atencion
de los imparciales, á pesar de la prolixidad y redundancia de materia en que el
fuego y la eloquencia del autor estaná veces ahogados. Pero el que quiera formar su
opinion con acierto, debe escuchar atentamente á ambas partes. En España no se ha
oido mas que á los enemigos de America; escuchese, ahora, lo que dice en su favor
un Americano, y no se desatiendan sus razones y argumentos porque los exprese con
el ardor que es natural en semejantes puntos, especialmente quando han precedido
muchas y graves injurias de la parte contraria. Insisto, pues, en suplicar á los que
quieran ser jueces imparciales en este importantísimo punto, que no se fien de rumo-
res y hablillas; que vean los fundamentos de la question expuestos, y los hechos ave-
riguados, en un libro, en que no obstante que la pasion tenga parte, es sin duda muy
poca respecto á lo que tiene el raciocinio; y en que si es que algunos hechos se miran
con cierta parcialidad, hay una abundancia tan grande de documentos y doctrina,
que nadie que la maneje podra ser deslumbrado, por falta de datos en la materia”20.

En la portada original de esa Historia figuraba como autor don José Guerra, de la
Universidad de México.

Guerra

En efecto, “Guerra” es otro de los autores referidos por Bolívar en la Carta de Ja-
maica y no precisamente en relación con la insurrección de Nueva España sino con
respecto al pacto establecido entre Carlos V y los descubridores, conquistadores y
pobladores que hacía las veces (decía Bolívar) “como dice Guerra, [de] nuestro contrato
social”21. No corresponde abundar por ahora en ese neo-pactismo historizado o con-
tractualismo americano o constitucionalismo histórico u otros aspectos del pensa-
miento de Mier22, sino en su interpretación del movimiento novohispano con el afán

“Sobre las Américas Españolas”, El Español, noviembre de 1813, p. 309.


20

La explicación de Bolívar apoyado en Guerra decía que se les concedía a aquellos conquistadores o pobladores ser
21

señores de la tierra (organizar administración, ejercer la judicatura en apelación y otras excepciones y privilegios) a
cambio de preservar la real hacienda; el rey, por su parte, se comprometía a no enajenar las provincias americanas
y no tocar otra jurisdicción que la del alto dominio; de suerte tal que se aseguraba una especie de propiedad feudal
para los conquistadores y sus descendientes. Sin embargo, las leyes habían favorecido casi exclusivamente a los origi-
narios de España en cuanto a empleos, por lo que se habían violado los pactos despajando a los naturales americanos
de la “autoridad Constitucional que les daba su Código”: Bolívar, Carta, p. 37.
Entre la abundante bibliografía que se le ha dedicado resulta particularmente útil acercarse, además del magno
22

trabajo biográfico de Domínguez Michael ya referido, al artículo de Roberto Breña, “Pensamiento político
e ideología en la emancipación americana. Fray Servando Teresa de Mier y la independencia absoluta de la Nueva
España”, en Francisco Colom González, ed., Relatos de Nación. La construcción de las identidades nacionales en el

45
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

de continuar la revisión de las primeras fuentes que lo divulgaron. Si bien la referencia


explícita que Bolívar hizo de “Guerra” no tenía que ver con la insurgencia, su sola
mención aunada a las alusiones a Quetzalcóatl, Santo Tomás y la Guadalupana en las
que no me detendré esta vez, permiten afirmar que el Libertador conocía la obra23.

Como bien es sabido, José Guerra fue, más que el pseudónimo, el heterónimo con
que Servando Teresa de Mier publicó en Londres, en 1813, su hoy célebre Historia
de la Revolución de Nueva España. Recordemos que el aventurero y escurridizo do-
minico abandonó el Cádiz de las cortes en septiembre de 1811 (no coincidió con
Bolívar, que había dejado Londres un año atrás) e instalado en la capital inglesa desde
el mes de octubre se vinculó al grupo de iberoamericanos que de manera cotidiana
intercambiaban (en distintos círculos y con intenciones diversas) información y pun-
tos de vista sobre la situación de la monarquía española y entre quienes se movía con
pasmosa naturalidad, como ya vimos, Blanco White.24 Producto de esa convivencia
surgió la polémica entre el fraile regiomontano y el clérigo sevillano a raíz del recha-
zo del segundo a la declaración de independencia venezolana de 1811. Mier, con el
seudónimo (este sí) de “un caraqueño republicano” expuso en sus dos Cartas de un
americano a El Español (el periódico) los largos alegatos que pretendían legitimar la
emancipación americana25.

Las cartas, más preocupadas por plantear los seculares agravios contra América y
la legitimidad de la independencia, no profundizan en la naturaleza de la rebelión
novohispana de 1810 de la que, en todo caso, el regiomontano subraya cada vez que

mundo hispánico, Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Vervuert, 2005, tomo I, p. 73-102, pues además de revisar
los aspectos medulares de las tesis de Mier, dialoga con los autores clásicos que lo han tratado como Edmundo
O’Gorman, David Brading y Manuel Calvillo. Una útil contextualización del personaje y su obra puede verse en
Alfredo Ávila, “Servando Teresa de Mier”, en Belem Clarck de Lara y Elisa Speckman Guerra, ed., La república de
las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Volumen III. Galería de escritores, México, UNAM,
2005, p. 9-22.
La historiografía correspondiente ha dado por sentado ese conocimiento: Pons habló de “vínculo estrecho” entre la
23

Carta y la Historia (Pons, “Bolívar y Blanco White”, p. 507) y Cuevas Cancino llegó a decir que resultaba evidente
que Bolívar “o bien tuvo a la vista en Jamaica la obra de Guerra, o bien la recordaba con suma precisión”: Francisco
Cuevas Cancino, La carta de Jamaica redescubierta, México, El Colegio de México, 1975 ( Jornadas, 78), p. 37.
El argumento de Cuevas fue radicalizado por Manuel Calvillo (Fray Servando en la mesa de Bolívar”, en Bolívar
y el mundo de los libertadores, México, UNAM, 1993, p. 157-166.), para quien no hay duda que la Historia estuvo
literalmente en la mesa en que Bolívar escribió la Carta y por tanto es irrefutable que de esa fuente emanaron las
nociones de la guerra novohispana, el pactismo y las referencias a Acosta y Torquemada.
Vuelvo a remitir a las páginas en que Domínguez revisa la relación entre ambos personajes en aquel electrizante
24

Londres: Domínguez Michael, Vida de fray Servando, p. 394-410.


El intercambio fue publicado y estudiado por Manuel Calvillo (Servando Teresa de Mier, Cartas de un americano.
25

1811-1812. La otra insurgencia, México, Conaculta, 2003) y es examinado por Breña, “Pensamiento político...”, p.
80-87.

46
Bicentenario de la Carta de Jamaica

parece oportuno la exagerada y gravísima violencia que ha desatado la represión vi-


rreinal26. En estas publicaciones Mier alude (con no pocas imprecisiones) a los pro-
gresos de una rebelión que, de la mano de los generales “Morelos, Villagrán, Miran-
da y Rayón” hacía que la Nueva España hormigueara con más partidas que la España
peninsular en su guerra contra el francés27. Significativamente, la única “relación” de
la segunda carta de Mier en que se ocupa de los aconteceres novohispanos de 1810
dice “está sacada de la Historia de la Revolución de Nueva España [...] Como el his-
toriador no da un paso sin documento auténtico, es digno de fe cuanto refiere”28. Ese
pasaje refiere el “grito” dado por el cura de Dolores el “14 de septiembre” con una cin-
cuentena de feligreses pero que crecieron a millares dando seguimiento a la bandera
azul y blanca (“colores de los emperadores de Anáhuac”) y que han ido aumentando
conforme las tropas del rey se pasan a su lado, ya en Guanajuato, ya en Valladolid.
Así, “el caraqueño republicano” apoyado en “Guerra” dice que los “insurgentes” des-
trozaron a Trujillo en las afueras de la capital e hicieron 40 mil bajas en las Cruces
y que en realidad la matanza de Guanajuato la produjo Calleja. Narra la carnicería
de Puente de Calderón aludiendo a los partes de Calleja. Hidalgo cayó en el norte
“pero de su sepulcro y como por encantamiento brotan ejércitos que cubren la superfi-
cie toda del Anáhuac”. Concluye el fragmento comentando (y a veces ironizando)
partes de comandantes publicados por la Gazeta, alude a la bandera guadalupana
y enfatiza la crueldad de Calleja. En la nota octava y a manera de alcance, actualiza
que Calleja ha logrado echar al “cura general Morelos” de Cuautla pero que éste ya se
había recuperado y la capital estaba prácticamente cercada, al tiempo que la Junta
nacional (obsesión y súplica, junto con los congresos, a lo largo de toda la carta)
estaba fortificada en Sultepec. Caminos interrumpidos, convoyes capturados, nue-
vos impuestos y, en suma, insurrección generalizada son las imágenes con las que el
“caraqueño” redondea el panorama novohispano.

No está de más recordar, con miras a dar seguimiento a la circulación de la infor-


mación, que los periódicos insurgentes novohispanos reimprimieron parte del deba-
te Mier-Blanco White: el Semanario patriótico americano entre el 13 de septiembre
y el 11 de octubre de 1812 publicó la Carta de una americano y El correo america-
no del sur publicó la respuesta de Blanco a la segunda carta de Mier entre agosto y

Además de las alteradas y redondeadas cifras de los contingentes enviados por comandantes y virreyes, Mier insiste
26

en el rechazo de Venegas a los comisionados de Hidalgo. En la segunda carta (16 de mayo de 1812) dice que ya van
200 mil muertos en “México”.
Mier, Cartas, p. 131-132.
27

Mier, Cartas, p. 164.


28

47
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

noviembre de 1813. Como bien subraya Calvillo el debate generó eco y llegó a ser
publicado fragmentariamente en Buenos Aires y Cartagena, entre otros sitios29.

Es importante señalar que no contamos con ningún elemento para suponer, por
una parte, que Bolívar haya leído las Cartas de un americano30 y, en caso de que lo
haya hecho, tampoco podemos suponer que sabía que “el caraqueño republicano” y
“José Guerra” eran fray Servando Teresa de Mier, a quien no conoció. Sin perder de
vista dichas premisas y manteniendo el énfasis en la construcción de las interpreta-
ciones sobre la insurgencia, conviene dar paso a la Historia de la revolución de Nueva
España, no sin antes subrayar que ya en las Cartas había quedado patente el perfil y
la vocación excepcional y genuinamente americanistas31 de Mier, muy notables ca-
racterísticas que luego se confirmaron, como veremos, en la Historia y que pueden
adjudicarse no solo a las inquietudes políticas del dominico sino al lugar en donde
se encontraba, a la red de la que formaba parte y a la información de que disponía.
Justamente con respecto al último aspecto André Saint-Lu y Marie-Cécile Bénassy-
Berling, coordinadores de la edición parisina de la Historia, hicieron hincapié en la
información que tuvo a mano Mier en Londres para escribir su obra, materiales que
en gran parte fueron utilizados desde las “Cartas”: periódicos británicos como el
Morning Chronicle, españoles como El Observador o El cosmopolita; norteamericanos;
hispanoamericanos, señaladamente la Gazeta del Gobierno de México, folletos (los
de su acérrimo enemigo Juan López Cancelada), etc. Además de los impresos, dicen
los estudiosos franceses, “hay que pensar sobre todo en la masa de cartas, manuscritos,
folletos y revistas de la época, de origen extremadamente diverso —Cádiz, Caracas, Bue-
nos Aires, México, Veracruz, Jalapa—”32. Mier también tuvo a su disposición la prensa
londinense, la más cosmopolita de su momento. Siempre al pendiente de la política
inglesa y siempre pujando por la hipotética mediación con América, Mier contó con
documentos de primera mano sobre los sucesos de 1808, provistos primero por el
propio virrey depuesto José de Iturrigaray y luego por el ayuntamiento de México

Calvillo, “Prólogo”, p. 47.


29

Cabe señalar que en las Cartas están presentes dos elementos fundamentales del ideario bolivariano: la idea de un
30

Congreso americano en Panamá y el nombre de Colombia (original de Miranda).



31
He abundado en las implicaciones políticas del americanismo y de la voz América en tiempos de las independencias
en dos artículos: Rodrigo Moreno Gutiérrez, “América en los lenguajes políticos del ocaso de la Nueva España”
en Alicia Mayer, coord., América en la cartografía. A 500 años del mapa de Martin Waldseemüller, México, Univer-
sidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas / Cátedra Guillermo y Alejandro
de Humboldt / GM Editores, 2010 (Serie Historia General, 27), p. 189-207; y Rodrigo Moreno Gutiérrez,
“América”, en Alfredo Ávila, Virginia Guedea y Ana Carolina Ibarra, coords., Diccionario de la Independencia de
México, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2010, p. 217-219.
André Saint-Lu y Marie-CécileBénassy-Berling (coords.), “Introducción” en fray Servando Teresa de Mier,
32

Historia de la revolución de Nueva España..., Paris, Publications de la Sorbonne, 1990, p. xxxiv.

48
Bicentenario de la Carta de Jamaica

y diputados novohispanos como José Ignacio Beye Cisneros. Domínguez Michael


resalta que toda la información que el Foreign Office brindaba a Blanco White iba
a recalar a manos de Mier. Como botón de muestra de la riqueza de relaciones que
sostenía Mier en Londres baste recordar la que entabló con Andrés Bello. El propio
Mier explicó en el prólogo de su Historia que había dependido de lo que le contaron
“sujetos fidedignos” y, más aún, de las gacetas del gobierno, de las representaciones de
los americanos en Cortes (reimpresas en su mayoría por El Español) y de cartas de eu-
ropeos en América enviadas a Cádiz y a Londres. Destacó, como no podía ser de otra
forma, la importancia del periódico de Blanco White como medio de información
confiable y, finalmente, dio a entender que solo hasta la escritura del libro xii (de los
xiv de que se compone su Historia) contó con impresos “de los llamados insurgentes
de México”33.

Los estudiosos franceses sostienen que Mier funcionaba, desde Londres, como el
vértice informativo entre Buenos Aires y Nueva España. No es de extrañar que dichas
redes hayan sido objeto de especulaciones sobre la incidencia y operación masónicas
en los destinos revolucionarios. En concreto, la información sobre el levantamiento
de Hidalgo parece provenir del diputado Miguel Ramos Arizpe, vía Cádiz, además
de una “red más o menos directa de informadores e intermediarios que difundían es-
critos de Mier y El Español en el país [Nueva España]”34, particularmente José María
Fagoaga y Jacobo Villaurrutia (Wenceslao, su hijo, estaba en Londres con Mier) y, tras
ellos, todos los llamados Guadalupes (entre quienes destacaba Tomás Murphy desde
Veracruz).35es necesario metropolitano.

Dado que los estudiosos e historiógrafos han logrado análisis bien fundados sobre
las características generales de la Historia36, las siguientes notas se encaminan a exami-
nar los fenómenos de circulación de la información y de construcción historiográfica
en la elaboración del relato que teje Mier.

José Guerra, Historia de la revolución de Nueva España, Antiguamente Anáhuac, ó verdadero origen y causas de
33

ella con la relacion de sus progresos hasta el presente año de 1813, 2 tomos, Londres, Imprenta de Guillermo Glindon,
1813, Tomo I, p. XII.
Saint-Lu y Bénassy-Berling, “Introducción”, XXXVIII.
34

Sobre la importancia de esta sociedad secreta remito al clásico estudio de Virginia Guedea, En busca de un gobier-
35

no alterno. Los Guadalupes de México, México, UNAM, 1992.


No solo el citado estudio de la edición parisina sino también los acercamientos propiamente historiográficos de Yael
36

BitránGoren (“Servando Teresa de Mier” en Virginia Guedea, coord., Historiografía Mexicana. Volumen III. El
surgimiento de la historiografía nacional, coord. gral. Juan A. Ortega y Medina y Rosa Camelo, México, UNAM,
1997, p. 65-91), sino también las páginas correspondientes en Domínguez Michael, Vida de fray Servando, p.
431-463;y Breña, “Pensamiento político...”, p. 87-93.

49
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

Como bien apunta Domínguez Michael, “al detener la Historia con una Historia,
el oscuro dominico que llevaba diecisiete años desterrado en Europa, concilió la vida con
la literatura, la teología con la política”37. En efecto, desde el prólogo Mier se muestra
consciente de las implicaciones de escribir historia (o lo que eso podía significar en su
época, claro) y hace explícitas sus intenciones: documentar la verdad de los aconte-
cimientos pasados para refutar falsedades. Los primeros ocho libros los dedicó a des-
mentir a Juan López Cancelada38 en torno a la destitución de Iturrigaray en 1808 y, en
su opinión, la dificultad consistió en seleccionar correctamente los documentos más
apropiados y relacionarlos con claridad para tejer la impugnación y exponer al lector,
prístina y objetiva, la verdad de lo ocurrido. Esa historia ya estaba escrita en octubre
de 1812 cuando se dio a la tarea de continuarla para refutar, ahora, a los comerciantes
europeos de México que seguían envenenando a la opinión y a los diputados de Cá-
diz con respecto a la insurrección de 1810. Otra vez Cancelada, a través del Telégrafo
Americano y el Telégrafo Mexicano esparció infundios y, dice Mier, aunque diputados
como Guridi lo refutaron punto por punto, aquel continuó su labor, de modo que en
todos los papeles “los insurgentes no eran sino bandidos y asesinos; los Españoles que los
degollaban unos santos”. Por eso continuó su historia “que desde el libro IX mas debiera
llamarse un ensayo, ó désele otro nombre sobre que no disputo”39.

Así, entre testimonios no siempre revelados, informaciones y representaciones de


los diputados novohispanos en las Cortes, Mier establece machaconamente que “la
prisión del Virey Iturrigaráyes la causa, quando no total sí de la primera influencia
en los movimientos revolucionarios de algunas provincias de Nueva España, y tal vez
de los acaecidos en otros reynos de América”40. Salpicada de constantes divagaciones
y ejemplos sobre la ilegalidad e injusticia de la conquista de América (generalmente
apoyados en Torquemada, Herrera o Acosta), la Historia atiza siempre que puede
contra los seculares agravios de España y la desigualdad con que había tratado de
mantener sujeta a América desde la invasión napoleónica. Con frecuencia el relato
trae a cuento ejemplos de los acontecimientos sudamericanos para enfatizar la legiti-
midad de las reacciones juntistas en este lado del Atlántico y las posteriores revueltas
y secesiones. Con respecto a los cambios ocurridos en el gobierno del virreinato de

Domínguez Michael, Vida de fray Servando, p. 413.


37

Un completo estudio de este personaje y de puede verse en Verónica Zárate Toscano, “Estudio introductorio.
38

Juan López Cancelada y El Comercio de Ambos Mundos, o la independencia novohispana en la visión española”, en
Juan López Cancelada, Sucesos de Nueva España hasta la coronación de Iturbide, México, Instituto de Investigacio-
nes Dr. José María Luis Mora, 2008, p. 25-59.
Guerra, Historia, tomo I, p. XI-XII.
39

Guerra, Historia, tomo I, p. 248.


40

50
Bicentenario de la Carta de Jamaica

la Nueva España a partir del golpe a Iturrigaray, Mier intentó denunciar la serie de
irregularidades y malas decisiones que, desde su perspectiva, ponían de manifiesto el
ascenso de los facciosos europeos. Atribuyó particular relevancia a la noticia de las
recompensas que el gobierno gaditano prodigó a esa facción golpista; esas noticias
fueron para el dominico la

“causa inmediata de la insurreccion, que rebentó antes que Venegas llegase á Mexi-
co con los despachos correspondientes. Dixe causa inmediata de la insurreccion, por-
que llovia ya sobre mojado. Las injusticias del gobierno de España con los criollos,
su antigua y perpetua parcialidad á favor de los Européos, habia hecho nace otra
entre ambos, que ya habian observado todos los viajeros, vaticinando un rompi-
miento futuro en la ocasion, que privaria á la España de sus colonias”41.

Las fuentes explícitas de Mier en este punto consistían fundamentalmente en las


representaciones de los diputados o del consulado de México pero todo ello (que eran
escritos políticos con fines públicos concretos) se convertía en la Historia en testimo-
nios documentales, pruebas cuasi-irrefutables de acontecimientos historiables. En su
asumido papel de historiador, Mier recopila, sintetiza y dota de orden narrativo a esa
serie de papeles diversos e inconexos que en la obra cobran, literalmente, sentido. El
fraile regiomontano pretende con ello que su lector (Bolívar, por caso) sea consciente
de que tiene en sus manos una investigación, no un periódico o un alegato foral o un
testimonio personal, sino la suma de todos ellos que los convierte en otra cosa: los
hace historia. La sugestiva presunción de verdad (que no se asume disputable sino
transparente, alcanzable a través del solo contraste de las evidencias documentales
y de una considerable dosis de auto asumida autoridad moral) rodea al relato con
un halo de solidez o consistencia repelentes a cuestionamientos políticos. Aunque
la Historia de Mier, lo sabemos, es en buena medida un gran alegato jurídico o una
suma de alegatos jurídicos (el de la conquista, el del lugar de América en la monarquía
española, el de la Guadalupana, el de los criollos, el del derecho de rebelión, el de la
posibilidad de representar a Fernando y gobernar en su nombre y, al fin, el de la inde-
pendencia), no se presenta como tal. Mier-Guerra escribe para todo el que lo quiera
leer pero, peleonero y rencoroso, escribe sobre todo para los ingleses, para la comu-
nidad hispanoamericana de Londres e incluso para los diputados gaditanos. En otras
palabras, que Mier haya apelado a la historia como género sugiere que en términos
narrativos no buscaba refutaciones legaloides ni polémicas públicas, sino, en el mejor
de los casos, otro, digamos, “historiador” que lo refutara con pruebas documentales

Guerra, Historia, tomo I, p. 275.


41

51
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

(que desde luego no aceptaría). No obstante, Mier fue Mier y su hábitat fue el púlpito
y la tribuna. Apología o periodismo, todo en él fue, en sentido estricto, polémico. A
caballo entre la denuncia y la erudición, a veces impostada, la Historia cuenta, relata
y más aún persuade.

Es en el libro ix que la obra cambia de giro y, desde el punto de vista del autor, deja
de ser tal (historia) y se convierte en otra cosa, acaso más beligerante, más periodísti-
ca, más apresurada, aunque para la historiografía sea exactamente a partir de aquí en
donde radica el gran valor de la obra. Y es aquí, también, donde se realza la impor-
tancia del “Bosquexo” publicado en abril de 1811 por El Español, puesto que Mier
le atribuye plena autoridad (“me consta la autenticidad de este papel, y su autor es un
Español européo, por consiguiente imparcial á los criollos, y cuyo testimonio prefiero por lo
mismo alegar”)42 y lo cita textualmente en cinco largos párrafos para narrar el estallido
de la insurrección, con algunos convenientes recortes y agregados y con la corrección
de Dolores por San Salvador, pero con la falsa corrección del día (que en el bosquejo
es el 15 y Mier asegura que fue el 14, dato que muchísimas páginas adelante volverá a
enmendar). De su propia pluma agrega el nombre de Abasolo (que ya había figurado
en las páginas de El Español) a los de Allende y Aldama y recuerda las medidas de la
Audiencia gobernadora de deshacer el cantón. Da noticias sobre Allende y elogia su
perfil (“de tal fuerza que detenía un toro por las hastas”), lo mismo que sobre Hidalgo
y su genio emprendedor. Mier apunta que no se tienen noticias sobre el plan original
de los insurgentes y que lo único que se sabe es que la “sublevación simultánea en toda
la Nueva España” debía verificarse el 1° noviembre, atrevimiento que atribuye al su-
frimiento de la doble tiranía de España y México (es decir, el gobierno golpista de la
capital virreinal). Retoma el bosquejo en los fragmentos del llamado de Hidalgo en el
pueblo de Dolores (con los consabidos vivas a Fernando VII y a la Guadalupana) y la
toma de las primeras ciudades, pero solo para corregirlo pues, a su entender, como el
autor del bosquejo “escribió tan recientes los succesos, siguió los rumores falsos que esparce
siempre la fama, sin haber tenido tiempo de aclarar la verdad”. Según Mier, la arenga
de Hidalgo fue:

“Hoy, decía, debia ser mi primer sermon de desagravios (especie de quaresma que
se acostumbra en Nueva España comenzar el dia 14 de septiembre [interrumpe
Mier]) pero será el último que os haga en mi vida. No hay remedio: está visto que
los Européos nos entregan a los Franceses: veis premiados á los que prendieron al
Virey y relevaron al Arzobispo porque nos defendian, el Corregidor porque es criollo

Guerra,Historia, tomo I, p. 288.


42

52
Bicentenario de la Carta de Jamaica

está preso; adiosreligion! series Jacobinos, sereisimpios: adios Fernando 7°! sereis de
Napoleon.— No padre, gritaron los Indios, defendámonos: viva la Virgen de Gua-
dalupe! viva Fernando 7°!— Vivan pues y seguid a vuestro cura, que siempre se ha
desvelado por vuestra felicidad”43.

Las diferencias entre uno y otro relato son claras. Mier, tan cuidadoso en otros pa-
sajes, aquí no aclara su fuente y se presenta para todo fin práctico como tácito testigo
del preciso momento del grito. Enmienda al bosquejo con el leitmotiv de su propia
Historia: el levantamiento de los criollos por la traición y la opresión de los europeos.
Además, y teniendo muy presente que busca su mediación en el conflicto, Mier borra
a conveniencia la alusión que el bosquejo hacía de Inglaterra como otro posible do-
minador del reino de la Nueva España. A continuación matiza los supuestos horrores
pintados por el autor del bosquejo y aclara que no se procedió contra ningún europeo
en Dolores. Quizá hubo pillaje en San Miguel pero se debió a que la multitud había
aumentado considerablemente. Celaya cayó sin resistencia y a petición popular. El
dominico retoma el bosquejo para el episodio de Guanajuato pero de nuevo enmien-
da la plana al europeo autor: Guanajuato no es solo el real de minas más poderoso del
reino sino de todo el mundo y además no hubo robos ni atrocidades en la toma del
mineral, aunque sí fue la primera vez que corrió sangre (muy poca) por la necedad de
los atrincherados en la alhóndiga, que rechazaron toda intimación y que finalmente
quedaron prisioneros. Mier se ve obligado a “disculpar” los elogios que el autor del
bosquejo dispensa a Venegas porque en realidad, escribe el dominico, es conocida
su ineficacia militar. Además, como dicen los diputados, no ha hecho otra cosa que
distribuir empleos y grados y suprimir tributos a su antojo. Y vuelve con los relatos
proveídos por los diputados novohispanos en Cortes sobre las medidas tomadas por
Venegas, particularmente los premios a los captores de Iturrigaray. Mier atribuye a
la eliminación del tributo dictada por Hidalgo el notable engrosamiento indígena
de las filas insurgentes. Apoyado en Torquemada, vuelve a traer a colación el tiempo
prehispánico asumiendo que los colores azul y blanco de las banderas bajo las cuales
“corrieron a alistarse” los indios eran los distintivos de los antiguos emperadores del
Anáhuac, omitiendo y desdeñando que sean también los colores marianos.

De esta forma la Historia echa mano del bosquejo publicado por El Español casi
párrafo a párrafo, dándose el lujo de corregir algunos datos con otras fuentes como
partes militares, pero convirtiéndolo en la base sobre la cual Mier teje su relato del
estallido revolucionario. A fuerza de matices, retoques y añadidos, la Historia termina

Guerra, Historia, tomo I, p. 293.


43

53
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

por ofrecer una impresión muy diferente a la publicada por Blanco White. Lo que en
el bosquejo es denuncia, en la Historia es justificación; lo que en uno es alarma, en el
otro es nobleza y exaltación. Lo que en uno (y más aún insertado en El Español) es
nota periodística de un levantamiento peligroso pero controlado, en otro es el necesa-
rio estallido de un pueblo (el americano) en contra de la secular opresión española. Y
por supuesto, los que en uno son enemigos, en otro son fieles patriotas en pos de sus
derechos; los que en uno son españoles fieles, en otro son regnícolas. En realidad Mier
no solo corrige o actualiza sino que cambia el sentido del bosquejo. De cierto modo la
de Guerra-Mier es una labor de traducción, digamos, patriótica.

El relato continúa trenzando (y abusando de) las consabidas fuentes: partes pu-
blicados en las gacetas, todas y cada una de las noticias novohispanas de El Español
y representaciones de los diputados, hasta que en el libro xii Mier hace constar que
recibió documentación insurgente, señaladamente el plan de paz y guerra de Cos que
“Venegas lo hizo quemar todo en México por mano de verdugo”. Atribuye a la Junta Na-
cional Americana los periódicos Ilustrador Americano y Semanario patriótico america-
no y agradece que mediante ellos por fin se puede escuchar la voz de los combatientes:

“!Quantos [sic] paginas me habrian ahorrado, si antes hubiesen llegado estos pa-
peles! También he recibido el primitivo periodico de la Junta Ilustrador nacional,
impreso en Sultépec con letras de madera que los insurgentes fabricaron sin instru-
mentos, artifices ni otras luces que las de la reflexion. Me ha admirado lo que puede
el ingenio urgido por la necesidad pues la letra es muy bonita y legible aunque con
tinta de añil. Ya no me admira de que ellos se fabriquen sus cañones, fusiles y pis-
tolas, &c.”44.

Comienza así un explícito contraste de fuentes y de versiones, por ejemplo con


relación al rompimiento del sitio de Cuautla. Apoyado en este tipo de documentos
la Historia refiere que lo último que sabe de Morelos son sus medidas de gobierno en
Oaxaca y de Rayón (mencionado como presidente de la junta nacional) que le fue
tomado Sultepec y que algunos partes oficiales hablan de su muerte (lo que Mier duda
porque los partes insurgentes no lo dicen). Todo indica, dice el autor, que la Junta
desde entonces no está fija pero, apoyado en las cartas, cita “que la insurreccion subsiste
grandemente en todo el reyno con mayor energia”45. El presente londinense en que el
dominico escribe es julio de 1813.

Guerra, Historia, Tomo II, p. 455-456.


44

Guerra, Historia, Tomo II, p. 479.


45

54
Bicentenario de la Carta de Jamaica

En el libro xiii Mier se da a la tarea de analizar las 27 gacetas de 1811 y las 32 de


1812 (enero a junio) con que cuenta, destacando en cada parte militar el número de
muertos que según sus cálculos asciende a 25,344 víctimas (además de prisioneros,
etc).No pierde oportunidad de volver al plan de paz y guerra para halagar las luces de
los americanos, quienes mediante estas propuestas justas, legítimas y pacifistas llevan
un paso más allá los axiomas políticos que los españoles europeos han reconocido y
sancionado en Cádiz: la soberanía de la nación, la igualdad de derechos entre natura-
les y originarios de las Américas. Constituía para el dominico una barbarie mayúscula
haber rechazado ambos planes con la finalidad de sumergirse en una guerra de caribes.

Por último, el nutrido libro xiv discurre sobre las causas de la rebelión, el pacto so-
cial, la igualdad, la soberanía, la conquista y la Guadalupana, pero ya no avanza en las
noticias del conflicto dando cuanto crédito puede a “Don Juan Blanco” y su Español y
citándolo con profusión. Acaso Mier aprovecha para insertar la proclama de la Junta
Suprema de la Nación a los Americanos, signada por Rayón en 1812 en el aniversario
del 16 de septiembre, documento que aprovecha para corregir algunas imprecisiones
en las que había caído en la primera parte de la Historia (como el día del grito) y remite
a la documentación insurgente para redondear la visión lineal, triunfante y justa de la
lucha estallada en Dolores por la libertad de la nación; movimiento ahora organizado
política y militarmente en una armónica y operativa junta de gobierno que prepara
la instalación de un congreso con el concurso de todos los pueblos. Todo lo demás
es un largo llamado a los ingleses para convencerlos de mediar entre los americanos
empeñados tesoneramente y en todo lo largo y ancho del hemisferio en erigir juntas y
congresos. La revolución así explicada es, en definitiva, consecuencia de tres siglos de
agravios y mal gobierno, desigualdad, injusticia, opresión, tiranía y segregación.

Es pertinente recordar la perspectiva genuinamente americanista de esta publica-


ción de Mier. Si bien la puso de manifiesto en las Cartas de un americano, la pecu-
liaridad de la Historia es que aunque pretende ser un relato sobre la “revolución de la
Nueva España”, no quiere (ni puede) desprenderse del contexto que la explica y le da
sentido: América, la revolución americana levantada contra la opresión española. Por
eso los ejemplos sudamericanos aparecen tan naturalmente a lo largo del relato. No
son guiños de erudición ni simples afanes informativos –aunque ciertamente también
lo sean, recordemos que escribe en Londres y lo hace para la comunidad local, no en
vano suele adjudicársele su vocación americanista a las relaciones que fraguó con los
hispanoamericanos londinenses y a la rica información con que contó al momento de
escribir sus obras y que era proveída en parte por esa red literalmente trasatlántica que
pudo haber sido mucho más funcional de lo que a veces estamos dispuestos a recono-
cer. Considero, no obstante, que Mier asumió que las referencias a los acontecimientos

55
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

de la América meridional eran en más de un sentido necesarias para explicar mejor la


revolución de la Nueva España toda vez que conformaban, en realidad, caras distintas
de un mismo fenómeno. Caracas, Buenos Aires o Quito no solo ilustraban lo ocurrido
en Nueva España sino que lo integraban a una realidad que, por eso, por insurgentada,
adquiría mayor peso histórico y en última instancia político. Los derechos de la rebe-
lión eran los mismos en el norte que en el sur. Ese rasgo que hoy llamaríamos contex-
tualista distingue a Mier (el “Bautista”) con respecto a la historiografía independen-
tista, digamos, mexicana posterior (los “evangelistas”: Carlos María de Bustamante,
José María Luis Mora, Lorenzo de Zavala y Lucas Alamán), que fraguada en el marco
del estado nacional independiente pudo, las más de las veces, prescindir del resto de
América porque la interpretó ajena.

La Historia de Guerra-Mier termina fungiendo como receptáculo de informacio-


nes imprecisas y necesariamente parciales y, a su vez, como faro emisor de nuevas
imágenes intencionadas pero sólidas, convencidas y convincentes. Lo que en Blanco
White son fragmentos informativos y a veces inconexos, en la Historia son explica-
ciones secuenciales de una revolución justa y legítima. De esta forma la de “Guerra”
se yergue como una de las primeras narraciones del “otro”, como decía Blanco White
(que hizo mucho por difundir las posturas americanas). Él y Mier lograron colocar a
la insurgencia novohispana en el mapa de las discusiones políticas londinenses y, por
tanto, europeas. Muestra de ello es la obra de Walton, última de las referencias boliva-
rianas de la Carta de Jamaica para los sucesos de la Nueva España.

Mr. Walton

William Walton fue uno de tantos británicos interesados (en casi todos los senti-
dos del término) en América. Había vivido en España y viajado por Estados Unidos
y por la América española y con esa experiencia se asumía con la autoridad de ilustrar
a la opinión londinense sobre el estado de las colonias españolas. Con esta intención
publicó en 1810 el panfleto Present State of the Spanish Colonies, que es más bien una
descripción geográfica y costumbrista, con particular atención en la isla de la Españo-
la. En 1814 vio la luz su An Exposéon the Dissentions of Spanish America que tenía el
abierto y franco objetivo (explícito desde la portada) de persuadir a la corona británi-
ca de establecer una mediación que pusiera fin a la que desde el principio se denomi-
naba como “destructiva guerra civil” en la América española46.

William Walton, An Exposé on the Dissentions of Spanish America, Londres, impresapor el autor y por W. Glin-
46

don, 1814.

56
Bicentenario de la Carta de Jamaica

Se trata de una extensa obra (555 páginas) que relata no tanto el estado contempo-
ráneo de las Américas sino toda su historia desde el establecimiento de los españoles.
Walton se detiene sobre todo en los organismos y la estructura de gobierno que la
corona castellana implantó en sus colonias y se demora en explicaciones sobre la na-
turaleza de la relación entre España y América y las formas en que esa relación había
determinado el presente conflicto. Buena parte del capitulado se dedica a explicar,
por ejemplo, por qué las Indias no debían ser consideradas colonias sino reinos incor-
porados a la corona de Castilla; el papel del rey de España como único vínculo de la
unión; los efectos fatales de los gobierno de los virreyes en América; el nocivo influjo
de los monopolistas gaditanos en la Regencia; la irregular e incluso ilegal conforma-
ción de las Cortes; los defectos de la Constitución recién promulgada; las lecciones
que debía aprender España sobre la lucha británica contra Norteamérica; y la privile-
giada condición de Inglaterra como único árbitro posible en estas disensiones. Con la
intención de ilustrar al público y al gobierno británicos, la obra concluye con un largo
recuento de los recursos, importaciones, exportaciones, bienes y comercio america-
nos, muy a tono con las utilidades que podrían obtenerse de una correcta mediación.

Sin duda la obra de Walton requiere más atención de la que hasta el momento le ha
concedido la historiografía sobre las independencias (ni siquiera está traducida). Uno
de los pocos trabajos que la mencionan es el clásico estudio de Guadalupe Jiménez
Codinach sobre La Gran Bretaña y la Independencia de México. Es Jiménez Codi-
nach, por cierto, quien cita documentos de Mier en los que acusó a Walton de haber
plagiado su Historia47, acusación que podría analizarse con mayor detalle y que podría
matizarse con el hecho de que Walton efectivamente citó la “Revolucion de Mexico”
como el trabajo que más documentación ofrecía sobre la insurrección48. Es evidente
que Mier-Guerra fue una de las fuentes principales de la Exposé de Walton, quien
seguramente no tuvo dificultad para hacerse en Londres de un ejemplar de la Historia
considerando, más aún, que William Glindon fue el impresor de ambos autores.

En las pocas páginas que le dedica al conflicto novohispano, Walton ofrece dos
impresiones que podrían parecer contradictorias: la de una insurgencia bien orga-
nizada políticamente ( Junta, Congreso) que, en vano, ha buscado negociar con el
virrey; y la de una guerra de exterminio que ha dado lugar a toda clase de atrocidades.
En efecto y en consonancia con Mier, Walton relata que Iturrigaray buscó formar una
legítima junta en 1808 pero los viejos españoles y la Audiencia lo depusieron para

Guadalupe Jiménez Codinach, La Gran Bretaña y la independencia de México, 1808-1821, México, Fondo de
47

Cultura Económica, 1991, p. 40-41 y 54-56.


Walton, An Exposé..., p. 120.
48

57
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

instaurar con más fuerza el despotismo europeo. La facción que depuso a Iturrigaray
fue recompensada por el virrey Venegas y ese fue, para el británico, el origen de los
desórdenes posteriores que si bien en un principio parecían ocurrir entre europeos y
americanos de la ciudad de México muy prono se extendieron a numerosas villas y a la
mayor parte de españoles americanos disconformes. Al autor le interesa subrayar que
las insurrecciones desatadas desde entonces no están basadas en los principios de la
revolución francesa pero que, con el pretexto de reducir insurgentes el gobierno virrei-
nal había desatado toda clase de excesos en una guerra que ya había adquirido tintes
de exterminio peores que los sufridos en Santo Domingo (Haití).

De conformidad con su intención de generar la mediación inglesa, la obra intenta


argumentar que la insurgencia no buscaba, en realidad, la independencia absoluta y
que en esa medida el gobierno británico no podía permanecer indiferente. En la Ex-
posé figura traducido en uno de los apéndices documentales el plan de paz y guerra
de Cos (siempre atribuido a la Junta de Sultepec y tal cual consta en la Historia) y se
muestra como la cara más diplomática de esta rebelión que, no obstante, había sido
descalificada por el gobierno como revolucionaria. Walton relaciona las demandas y
las intenciones de los insurgentes con las que por ese entonces entablaban los diputa-
dos americanos en las cortes. Unas y otras habían sido desdeñadas por los españoles
en el poder. Para el británico era claro que Cádiz solo había optado por la guerra ali-
mentando con ello la crueldad y el resentimiento de los americanos y que, en cambio,
documentos como el manifiesto y los planes de la Junta revolucionaria mostraban
que la insurgencia estaba integrada por hombres de talento y energía que estaban dis-
puestos a entrar en arreglos para el restablecimiento de la tranquilidad. Era sustancial,
en consecuencia, que los ministros ingleses colaboraran con ellos para apagar de una
buena vez la llama de la guerra civil.

De esta forma y en un círculo de información que ya hemos visto repetirse Walton


refirió las crueldades de la guerra con extractos de cartas, de partes militares publica-
dos por la Gazeta y con referencias a la Historia de Guerra-Mier y al Español, y repitió
el recuento de víctimas que elaboró Mier basado en los partes de las gacetas y que fue,
en definitiva, el que Bolívar citó en la Carta de Jamaica.

58
Bicentenario de la Carta de Jamaica

Reflexiones finales

La Carta de Jamaica ha adquirido peso historiográfico (que no histórico), entre


otras cosas, por su capacidad profética y por su análisis de la realidad americana.
Ambos aspectos (ya excepcionales, ya representativos) nos permitieron reflexionar
en torno a la importancia de la interpretación que los protagonistas políticos de las
revoluciones construyeron con respecto a sus propias realidades históricas. En una
revolución (como en la política) no solo importa lo que se hace sino lo que se dice, y
lo que se dice al hacer lo que se hace y las intenciones que se tienen al decirlo y al ha-
cerlo y las muchas formas en que todo ello puede ser concebido e interpretado. En ese
inextricable juego de significados y símbolos (y en la coherencia con que se conjugan
todos los elementos y en la solidez que alcancen) estriba la legitimidad de una causa.

Cómo sabemos lo que sabemos de las revoluciones independentistas y más aún


cómo comenzaron a fijar sus historias los primeros que las relataron inmersos en la vo-
rágine revolucionaria fueron las inquietudes principales que guiaron este trabajo. La
ruta pasó por narraciones anónimas, polémicas y alegatos que cruzaron el Atlántico
de ida y vuelta y que fueron publicados, reimpresos e interpretados por tirios y tro-
yanos con fines a veces contrapuestos. Hubo periódicos murales con opiniones bien
definidas y explícitas pero cambiantes y que incidían en los debates parlamentarios y
en el curso de las luchas revolucionarias; historias que sabían que en un punto ya no
solo estaban historiando sino que buscaban legitimar una causa; y, por último, expo-
siciones extranjeras que recuperaban y reinterpretaban todo lo anterior para forzar
mediaciones diplomáticas.

La fragmentada, contradictoria y sobre todo incierta imagen de la revolución no-


vohispana proyectada por tres fuentes impresas en Londres y sintetizada y reinterpre-
tada en la Carta de Jamaica me permitió escudriñar algunas de las tantas formas en la
que pudo proyectarse la revolución para reconstruirse y la información con que podía
contarse para politizar el pasado y vigorizar un presente que, desde el exilio antillano
de aquel 1815, era desesperanzador. El hecho de que las tres fuentes que citó Bolívar
en Jamaica (a la sazón posesión británica) para ilustrar el estado de las revoluciones se
hayan publicado en Londres entre 1810 y 1814 nos obliga a considerar seriamente la
triangulación de la información revolucionaria como un medio más eficaz de comuni-
cación que los hipotéticos intercambios directos entre los americanos, más bien excep-
cionales. Esa triangulación, obviamente, no supuso la pura transmisión fiel de datos
objetivos sino una cadena interesada, subjetiva y extremadamente politizada de inter-
pretaciones y resignificaciones coyunturales. Este solo fue un ejemplo de lo mucho

59
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

que tenemos por estudiar en términos de circulación de noticias y construcción de


historias que terminaban siempre, unas y otras, por dar pábulo a diversas intenciones
políticas. Porque en realidad, ninguno de estos escritos estaba simplemente haciendo
historia, todos estaban haciendo política: Blanco buscaba (entre otras cosas) reformar
el gobierno gaditano y su relación con América; Mier pretendía legitimar la insurrec-
ción; Walton prohijaba la mediación británica y Bolívar, en fin, buscaba revitalizar su
propia lucha.

Muy lejos de querer buscar las “influencias” que recibió o pudo haber recibido Bo-
lívar para escribir la Carta y todavía más lejos de pretender probar que el Libertador
leyó tal o cual obra, este artículo buscó ofrecer elementos para problematizar y ana-
lizar con mayor detenimiento la construcción de las primeras interpretaciones his-
tóricas sobre las revoluciones independentistas y en particular la de la Nueva España
y la forma en que esas primeras narraciones circularon y se reinterpretaron para su
posterior uso antes político que historiográfico.

Algunos de los elementos que este recuento sacó a flote fueron, por ejemplo, la
importancia de las gacetas para el establecimiento de las primeras versiones de los
acontecimientos y, por tanto, la enorme relevancia de los partes militares como re-
latos históricos e historiables de suyo. También dejó ver la necesidad de estudiar con
mayor detenimiento los tiempos y las dilaciones en los flujos de información y sus
posibles circuitos. La dispersión y lentitud de las noticias fue formando una suerte
de sedimento que produjo panoramas sumamente confusos (y en parte estáticos) de
las insurrecciones. De igual modo es conveniente poner mayor atención en el uso de
ciertos términos para denominar grupos o tendencias y, por otra parte, la paulatina
construcción de la imagen de los protagonistas: dónde, cuándo y por qué se fragua un
libertador, de qué condiciones historiográficas o de enunciación depende esa cons-
trucción, qué noticias lo refieren y cuál es el origen y las intenciones de esas fuentes;
¿quiénes eran esos Hidalgo, Rayón y Morelos para un lector londinense o para Bolí-
var y de qué manera los relatos generados sobre ellos modelaban la percepción de la o
las revoluciones americanas?

Para terminar solo destaco dos fenómenos concretos: primero, el evidente engarce
de las fuentes analizadas (Mier polemizando con Blanco White en las cartas en las que
ya citaba con profusión a El Español e incluso refería la Historia; Blanco White res-
pondiendo la polémica y luego recomendando la lectura de la Historia y ésta citando a
cada página El Español; Walton, en última instancia, valiéndose de todo lo anterior);
y en segundo lugar la gran relevancia de los planes de paz y guerra de Cos como la
faceta política más difundida de la insurgencia.

60
Bicentenario de la Carta de Jamaica

Confío en que las líneas anteriores hayan contribuido a propiciar una reflexión
más honda sobre los procesos de historización o representación de las revoluciones
hispanoamericanas, piedra de toque para cimentar sus propias y renovadas legitimi-
dades.

Fuentes

Publicaciones periódicas
El Español, 1810-1814.

Bibliografía
Ávila, Alfredo, “Servando Teresa de Mier”, en Belem Clarck de Lara y Elisa Speckman Guerra, eds., La
república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Volumen III. Galería de escri-
tores, México, UNAM, 2005, p. 9-22.
Bolívar, Simón, Carta de Jamaica y otros textos, prólogo de Carlos Ortiz Bruzual, Caracas, Biblioteca
Ayacucho, 2015.
Berruezo León, María Teresa,La lucha de Hispanoamérica por su independencia en Inglaterra. 1800-
1830, prólogo de Francisco Solano, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1989.
BitránGoren, Yael, “Servando Teresa de Mier” en Virginia Guedea, coord., Historiografía Mexicana.
Volumen III. El surgimiento de la historiografía nacional, coord. gral. Juan A. Ortega y Medina y Rosa
Camelo, México, UNAM, 1997, p. 65-91.
Breña, Roberto, “Pensamiento político e ideología en la emancipación americana. Fray Servando Tere-
sa de Mier y la independencia absoluta de la Nueva España”, en Francisco Colom González, ed., Relatos
de Nación. La construcción de las identidades nacionales en el mundo hispánico, 2 v., Madrid / Frankfurt,
Iberoamericana / Vervuert, 2005, tomo I, p. 73-102.
Calvillo, Manuel, “Fray Servando en la mesa de Bolívar”, en Bolívar y el mundo de los libertadores,
México, UNAM, 1993, p. 157-166.
Cuevas Cancino, Francisco,La carta de Jamaica redescubierta, México, El Colegio de México, 1975
( Jornadas, 78).
Domínguez Michael, Christopher,Vida de Fray Servando, México, Era / INAH / Conaculta, 2004.
Fernández Sebastián, Javier, dir., Diccionario politico y social del mundo iberoamericano 1750-1850
[Iberconceptos-I], Madrid, Fundación Carolina / Sociedad Estatal de las Conmemoraciones Culturales
/ Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009.
Fernández Sebastián,Javier, dir., Diccionario político y social del mundo iberoamericano. Conceptos
políticos fundamentales, 1770-1870 [Iberconceptos-II], 10 tomos, Madrid, Universidad del País Vasco /
Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2014.

61
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA

Guedea, Virginia, En busca de un gobierno alterno. Los Guadalupes de México, México, UNAM, 1992.
Guerra, José [Servando Teresa de Mier], Historia de la revolución de Nueva España, Antiguamente
Anáhuac, ó verdadero origen y causas de ella con la relacion de sus progresos hasta el presente año de 1813,
2 tomos, Londres, Imprenta de Guillermo Glindon, 1813.
Jiménez Codinach, Guadalupe, La Gran Bretaña y la independencia de México, 1808-1821, México,
Fondo de Cultura Económica, 1991.
Mier, Servando Teresa de, Cartas de un americano. 1811-1812. La otra insurgencia, prólogo de Manuel
Calvillo, México, Conaculta, 2003.
Mier, Historia de la revolución de Nueva España..., coordinación de André Saint-Lu y Marie-Cécile-
Bénassy-Berling, París, Publications de la Sorbonne, 1990.
Moreno Gutiérrez, Rodrigo, “América en los lenguajes políticos del ocaso de la Nueva España” en
Alicia Mayer, coord., América en la cartografía. A 500 años del mapa de Martin Waldseemüller, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas / Cátedra Guiller-
mo y Alejandro de Humboldt / GM Editores, 2010 (Serie Historia General, 27), p. 189-207.
Moreno Gutiérrez, Rodrigo, “América”, en Alfredo Ávila, Virginia Guedea y Ana Carolina Ibarra,
coords., Diccionario de la Independencia de México, México, Universidad Nacional Autónoma de Méxi-
co, 2010, p. 217-219.
Pons, André, Blanco White y España, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII / Universi-
dad de Oviedo, 2002.
Pons, André,Blanco White y América, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del siglo XVIII / Univer-
sidad de Oviedo, 2006.
Pons, André, “Bolívar y Blanco White”, en Anuario de Estudios Americanos, v. LV, n. 2, 1998, p. 507-
529.
Rojas, Rafael, Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica, México,
Taurus, 2009.
Walton, William, An Exposé on the Dissentions of Spanish America, Londres, impresapor el autor y por
W. Glindon, 1814.

62

También podría gustarte