Moreno, Blanco White, Mier y Walton en La Carta de Jamaica, Boletín de La Academia Nacional de Historia, 392, 2015
Moreno, Blanco White, Mier y Walton en La Carta de Jamaica, Boletín de La Academia Nacional de Historia, 392, 2015
Moreno, Blanco White, Mier y Walton en La Carta de Jamaica, Boletín de La Academia Nacional de Historia, 392, 2015
DE LA
ACADEMIA
NACIONAL
DE LA
HISTORIA
Nº 392
TOMO XCVIII
OCTUBRE-DICIEMBRE
2015
Nº 392
comisióN DE PUBLICACIONES
Manuel Donís Ríos
ElÍas Pino Iturrieta
Pedro Cunill Grau
Inés Quintero
Germán Carrera Damas
DEPÓSITO LEGAL
19123DF132
issn
0254-7325
ÍNDICE
PÁG. 5 Presentación
............................
PÁG. 97 DOCUMENTOS
...........................
PÁG. 99 Contestación de un americano meridional
a un caballero de esta isla
Preámbulo
Luego de 201 años la Carta de Jamaica sigue atrayendo a propios y extraños. Sin
afán de engrosar la polémica relativa a su capacidad diagnóstica, a su cualidad profé-
tica, a su fuerza persuasiva o menos aún a su origen o su trayectoria documental, las
siguientes líneas buscan tomar la bolivariana misiva como motivo para reflexionar en
torno a la circulación, el contenido y los usos de la información generada por y para
las revoluciones independentistas de la América española.
La Carta
* Trabajo presentado en la Mesa de debate: Carta de Jamaica, 200 años después. Alcance, significado y trascendencia
en Hispanoamérica, realizada por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana de San
Nicolás de Hidalgo el 9 de octubre de 2015.
** Doctor en Historia, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, Investigador del Instituto de Investigaciones Históri-
cas, UNAM Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM.
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
1. En una primera revisión del estado de la guerra en las distintos virreinatos ame-
ricanas, Bolívar refiere que desde 1808 la “insurrección” ha agitado casi todas las
provincias de la Nueva España hasta Guatemala y, de acuerdo a la exposición de
Mr. Walton, más de un millón han muerto en aquel “opulento imperio”. La
lucha se mantiene a fuerza de sacrificios. “A pesar de todo [sentencia el Libertador],
los Mejicanos serán libres por que han abrazado el partido de la patria”1.
2. En el segundo balance general, Bolívar apunta: “Los sucesos de Méjico han sido de-
masiado varios, complicados, rápidos y desgraciados para que puedan seguir el curso
de su revolución. Carecemos, además, de documentos bastante instructivos, que nos
hagan capaces de juzgarlos. Los independientes de Méjico, por lo que sabemos, die-
ron principio a la insurrección en septiembre de 1810; y un año después ya tenían
centralizado su gobierno en Zitácuaro, instalando allí una Junta nacional, bajo los
auspicios de Fernando VII en cuyo nombre se ejercían las funciones de gubernativas.
Por los acontecimientos de la guerra, ésta Junta se trasladó a diferentes lugares; y es
verosímil que se haya conservado hasta estos últimos momentos [recordemos, 1815],
con las modificaciones que los sucesos hayan exigido. Se dice que ha creado un Ge-
neralísimo o dictador, que lo es el ilustre General Morelos: otros hablan del célebre
General Rayón; lo cierto es que uno de estos dos grandes hombres, o ambos separada-
mente ejercen la autoridad suprema en aquel país, y recientemente ha aparecido una
constitución para el régimen del Estado. En marzo de 1812, el gobierno residente
en Sultepec, presentó un plan de Paz y Guerra al Virrey de México, concebido con la
más profunda sabiduría”; Bolívar extiende el comentario sobre este documento
destacando su exhortación a moderar la guerra con el derecho de gentes, pero la
propuesta, escribió el Libertador, se despreció y las “comunicaciones se quemaron
públicamente en la plaza de México por mano de verdugo; y la guerra de extermi-
nio continuó por parte de los Españoles con su furor acostumbrado; mientras que los
Mejicanos y las otras Naciones Americanas no la hacían ni aun á muerte, con los
prisioneros de guerra, aunque fuesen Españoles. Aquí se observa que, por causas de
conveniencia, se conservó la apariencia de sumisión al Rey y aun a la Constitución
de la Monarquía. Parece que la Junta Nacional es absoluta en el ejercicio de las fun-
ciones legislativa, ejecutiva y judicial; y el número de sus miembros muy limitados”2.
1 De entre las muchísimas ediciones de la Carta de Jamaica y sin poder aquí entrar en la nutrida polémica sobre sus
distintas versiones en consideración de que las alusiones a la Nueva España no varían sustancialmente, remito a la
que recientemente ha publicado la Biblioteca Ayacucho: Simón Bolívar, Carta de Jamaica y otros textos, prólogo
de Carlos Ortiz Bruzual, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2015, p. 7.
2 Bolívar, Carta, p. 17-18.
32
Bicentenario de la Carta de Jamaica
Cabe señalar que la Carta de Jamaica tiene otros dos pasajes referentes a la historia
de esta parte del hemisferio: uno sobre la muerte de Moctezuma a manos de Cortés y
otro (a supuesta pregunta expresa de Cullen, el interlocutor de Bolívar) sobre Quet-
zalcóatl, las interpretaciones sobre su figura (Santo Tomás o un simple legislador divi-
no entre los pueblos paganos de Anáhuac) y su nula importancia en la actualidad toda
vez que “los directores de la independencia de Megico se han aprobechado del fanatismo
con el mayor acierto, proclamando á la famosa Virgen de Guadalupe por reyna de los
Patriotas, invocandola en todos los casos arduos, y llevandola en sus Banderas”3.
3 En el pasaje Bolívar argumenta que ningún Quetzalcóatl operará prodigios (“este personaje es apenas conocido del
Pueblo Mejicano y no ventajosamente”) y que es asunto de historiadores y literatos y “se disputa si fue Apostol de Cristo
ó bien pagano: unos reponen que su nombre quiere decir Santo Tomás; otros que Culebra emplumajada [sic]; y otros
dicen que es el famoso Profeta de Yucatan, Chilan-Cambal. En una palabra, los mas de los autores Mejicanos polémicos é
historiadores profanos, han tratado con mas o menos estencion la cuestion sobre el verdadero carácter de Quetralcohuatl”.
El Libertador se apoya en Acosta para decir que Quetzalcóatl estableció una religión con afinidad a Jesús; concluye
que muchos han rechazado que sea Santo Tomás y la opinión general es que fue un “legislador divino entre los pueblos
paganos de Anahuac”. En suma, “nuestros mejicanos no seguirán al gentil Quetralcohualt [...] felizmente los directores
de la independencia de Megico se han aprobechado del fanatismo con el mayor acierto, proclamando á la famosa Virgen
de Guadalupe por reyna de los Patriotas, invocandola en todos los casos arduos, y llevandola en sus Banderas. Con esto,
el entusiasmo político ha formado una mezcla con la Relijion, que ha producido un fervor vehemente por la sagrada
causa de la libertad. La veneracioon de ésta Ymagen en Mejico, es superior á la masecsaltada que pudiera inspirar el mas
diestro y dichoso Profeta”, Bolívar, Carta, p. 25-26.
33
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Ahora, si bien han corrido ríos de tinta sobre el discurso bolivariano (el de la Carta
de Jamaica en particular y el de sus escritos en general), ¿con qué fuentes contaba un
individuo como Bolívar para elaborar un balance del estado que las revoluciones (y en
particular la novohispana) presentaban en 1815? ¿Qué imagen se había generado de
la insurrección novohispana (su origen, sus causas, su organización) fuera de Nueva
España?, ¿de qué conceptos e incluso metáforas o alegorías se echaba mano para des-
cribirla, interpretarla o historiarla? y, en suma, ¿qué papel desempeñó la información,
la manera en la que se transmitió, los conductos que utilizó y la forma en que fue
reinterpretada?
4 Detallados estudios sobre la historicidad de conceptos fundamentales del tránsito revolucionario y la estructura-
ción de la modernidad política en Iberoamérica como América, patria, pueblo, libertad, nación, república, sobera-
nía, etc. pueden verse en Javier Fernández Sebastián, dir., Diccionario politico y social del mundo iberoamericano
1750-1850 [Iberconceptos-I], Madrid, Fundación Carolina / Sociedad Estatal de las Conmemoraciones Culturales
/ Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2009; y Javier Fernández Sebastián, dir., Diccionario político
y social del mundo iberoamericano. Conceptos políticos fundamentales, 1770-1870 [Iberconceptos-II], 10 tomos, Ma-
drid, Universidad del País Vasco / Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2014.
34
Bicentenario de la Carta de Jamaica
Blanco
5 Aunque se cuentan con exhaustivos estudios como los de André Pons (Blanco White y España, Oviedo, Instituto
Feijoo de Estudios del siglo XVIII / Universidad de Oviedo, 2002; y Blanco White y América, Oviedo, Instituto
Feijoo de Estudios del siglo XVIII / Universidad de Oviedo, 2006) o la biografía de Fernando Durán López, José
María Blanco White o la conciencia errante, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2005; una de las mejores síntesis
sigue siendo la que elaboró Christopher Domínguez Michael, que además resulta doblemente pertinente para
el presente trabajo por la revisión biográfica de Blanco White en función de Mier: Vida de Fray Servando, México,
Era / INAH / Conaculta, 2004, p. 387-410.
6 Véanse María Teresa Berruezo León, La lucha de Hispanoamérica por su independencia en Inglaterra. 1800-
1830, prólogo de Francisco Solano, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1989; y Rafael Rojas, Las repúblicas
de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica, México, Taurus, 2009.
7 André Pons, “Bolívar y Blanco White”, en Anuario de Estudios Americanos, v. LV, n. 2, 1998, p. 507-529.
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
en cuyas páginas se propugnaba por una relación igualitaria entre América y España.
Blanco justificó como legítimos los esfuerzos juntistas que brotaron en distintas ciu-
dades americanas, a veces sin éxito, desde 1808. Para el clérigo y periodista sevillano,
los españoles americanos tenían los mismos derechos que los españoles europeos para
establecer organismos de gobierno que resguardaran o tutelaran la soberanía del Bor-
bón cautivo. El problema sobrevino cuando los movimientos americanos desarrolla-
ron tendencias independentistas, entonces sí Blanco White, que ya era persona non
grata para el gobierno gaditano, también lo fue para algunos líderes revolucionarios
de este lado del mar.
Pero no nos adelantemos, por lo pronto tratemos de resolver qué pudo haber leído
Bolívar en El Español de Blanco White sobre los movimientos de la Nueva España.
En principio fueron cuatro los números en los que a lo largo de 1811 el sevillano de-
dicó un espacio a la que desde el principio no tuvo empacho en llamar “revolución de
México”.
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Bicentenario de la Carta de Jamaica
las conmociones habían finalizado, las noticias eran tan inciertas que Blanco optó por
publicar fragmentos de cartas y de partes militares que había dado a conocer la Gaze-
ta del Gobierno de México. De ese conjunto fragmentario y a veces contradictorio el
sevillano concluía que el virrey Venegas se estaba comportando como un Massena (en
alusión al eficaz pero cruel y corrupto militar francés al servicio de Napoleón) con res-
pecto a las tropas de indios y de paisanos. Sobre los insurgentes se lamentaba Blanco:
“Es de sentir que no tengamos la menor idea de las pretensiones y planes de esos
Hidalgo, Allende, Aldama, y Abasolo que parecen ser los cabezas de los insurgen-
tes. El virey y sus tropas no perdonan medio alguno: las prisiones son freqüentes,
y segun las personas sospechadas, se ve que no son solo las clases ignorantes las que
han tomado partido, y que clerigos y abogados forman parte considerable de los
descontentos. Entre los horrores de esta clase de guerra se ve siempre un exceso de
crueldad y olvido de la buena fe que suaviza los males de las que se hacen entre dos
diversas naciones”9.
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
“la tiranía del actual gobierno, su ilegítima autoridad estando cautivo el soberano;
la intencion de subyugar este pais a Inglaterra óá la Francia y con exclamaciones de
viva Fernando 7º, y la Virgen de Guadalupe, cuya imagen se venera con particular
devocion en este reyno, procuró encender la tea de la discordia, y horror á los Euro-
peos, aprovechandose astutamente de la aversion natural de todo criollo contra el
Europeo, declarando á estos la guerra á sangre y fuego”10.
38
Bicentenario de la Carta de Jamaica
Para evitar una glosa del Bosquejo, baste por ahora con señalar que el relato refiere
algunos de los primeros enfrentamientos y lo hace en términos de una muy popular
y creciente insurgencia que se alimentaba de la “fermentación esparcida en todo el rei-
no contra los europeos”. La narración contrasta la violencia ejercida en ciertos casos
como la toma de Guanajuato, con la suavidad de otros como el de Valladolid, en que
los insurgentes entraron en medio de los aplausos del pueblo y en que Hidalgo fue
recibido bajo palio por el cabildo eclesiástico. Aunque el relato insiste en la eficacia
de las medidas militares tomadas por el virrey y los principales comandantes, deja
una impresión sumamente desastrosa de las provincias más importantes de la Nueva
España, asoladas por una rebelión que arrasaba ciudades y campo, interrumpía las
comunicaciones, destruía minas, comercio y haciendas, liberaba a los presos e incluso
había llegado a plantarse a las puertas de la capital. En suma, este movimiento estaba
provocando todos los perniciosos efectos de una
“revolucion intestina en que los hijos pelean contra sus padres, la gente de color
contra los blancos, el necesitado y el perdido contra el pudiente, resultando de todo
un estado de la mas criminal y peligrosa anarquia en los parajes conmovidos, y una
secreta fermentacion y resentimiento en el corazon de todo americano [y] de aque-
llos que nada tienen que perder”.
A pesar de todo lo anterior, el anónimo autor del Bosquejo concluía, por una par-
te, reafirmando la vigencia irrestricta de la más viva fidelidad y adhesión de la Nueva
España a la madre patria (lo que se debía en parte al “poco talento y falta de plan” de
los autores de la rebelión) y, por otra, subrayando que todo podría haberse evitado de
no haberse atropellado la autoridad con la prisión de Iturrigaray y con las opresivas
medidas posteriores tanto del gobierno de Garibay cuanto las provenientes de la me-
trópoli que en vano lisonjeaban a los americanos llamándoles libres y prometiéndoles
beneficios que solo se traducían en un más intolerable yugo.
Luego del Bosquejo, Blanco White se limitó a escribir unas “Reflexiones sobre el
papel anterior” en las que justificaba no haber publicado antes ninguna interpreta-
ción sobre la “revolución del reino de México” porque “era imposible formar idea del
carácter de aquella revolucion oyendo solo a sus mortales y enfurecidos enemigos”11. En
Reflexiones sobre el papel anterior”,El Español, n. XIII, 30 de abril de 1811, p. 30-35. Manuel Calvillo aportó al-
11
gunas referencias sobre las primeras noticias que circularon en el mundo hispánico sobre la rebelión de la Nueva
España: “El 15 de febrero de 1811 la Gazeta de Caracas da su primera noticia de la insurrección de México. La recibe
a través de Jamaica y es vaga. El día 27 se amplía: «Un ejército de 70000 patriotas ha batido 7 regimientos europeos»,
se informa. El 8 de marzo se habla de fuego en Guanajuato, San Miguel, Celaya e Irapuato. El 26, se dice que en la
Gaceta de la Regencia de Cádiz «hemos visto se halla detallada la formidable explosión que ha hecho contra la tiranía
el volcán de la libertad en el gran imperio de México». Hidalgo, Allende y Aldama «fueron los ilustres autores de la
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BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
cinco páginas Blanco resumió los principales acontecimientos relatados e hizo paten-
te la impresión de que la Nueva España estaba en grave peligro pues “los insurgentes
mexicanos [decía], solo necesitaban lo que los insurgentes españoles: quien los dirija”. En
completa sintonía con su visión de América, Blanco no tenía duda alguna de que la
opresión, la ignorancia y el orgullo de los gobiernos de España eran los responsables
de la devastación y los horrores ocurridos en aquellos suelos. Le parecía escandaloso
que los guerreros españoles se hubiesen ido a América en lugar de enfrentar a los fran-
ceses. No se le podía pedir razón y moderación a un pueblo oprimido, escribía el sevi-
llano. Las muertes causadas por la insurgencia eran irresponsables en tanto se debían
a la falta de talentos para contener “el ciego impulso del pueblo” que estaba dispuesto
y sediento de venganza. Todo era, para Blanco White, un perfecto símil de lo que
pasaba en España: así como habría bastado que Napoleón casara a Fernando con una
francesa y lo dejara en el trono español, igualmente bastaría que “pusiéramos allí [en
América] algo que los americanos pudiesen llamar su gobierno, si los librásemos de esos
virreyes y capitanes generales y les concediésemos una participación absolutamente igual
en el restablecimiento de este edificio político que se ha venido a tierra”; exponiendo de
esta forma lo que siglo y medio más tarde la historiografía comenzaría a calificar como
“autonomismo”. Pero así como Napoleón no cedía y quería conquistar a costa de mi-
llones de muertos, así España buscaba mantener su régimen opresivo sobre América.
Esas eran, en suma, las impresiones que el enterado editor publicaba en Londres
sobre la insurrección novohispana en abril de 1811, cuando, por cierto, Hidalgo y los
principales jefes insurgentes de aquel movimiento ya habían sido capturados por las
fuerzas virreinales y declaraban en Chihuahua. Los lectores de El Español conocían
de esta forma un movimiento desgobernado y cruel, atizado en buena medida por la
rivalidad entre americanos y europeos y por la ineptitud del postizo gobierno virreinal
y metropolitano. Rodeadas de incertidumbre, las noticias sobre una desconocida in-
surgencia de la Nueva España se divulgaban con parcialidad y repletas de calificativos.
Santa revolución que la tiranía caracteriza con el nombre de sedición, mientras se pretende llamar heroica a la con-
quista que esclavizó a los que al cabo de tres siglos se arman para entrar en la posesión de la libertad que la Providencia
les restituye»”, Manuel Calvillo, “Prólogo” en Servando Teresa de Mier, Cartas de un americano. 1811-1812.
La otra insurgencia, México, Conaculta, 2003, p. 40-41.
40
Bicentenario de la Carta de Jamaica
“Valladolid es el vivero de los insurgentes, y parece que Rayon (que con la junta
nacional está fortificado en Zultepec) ha destacado sobre aquella ciudad su exército
que salvó entero de Zitaquaro, y 12 mil hombres á Goanaxoato, Zacatecas, &c.
Están sitiadas, en una palabra, todas las capitales de la Nueva España, México,
Valladolid, Querétaro, Goanaxoato, Zacatécas, Oaxaca, Puebla, cuya provincia
menos la capital está por los insurgentes....”;
Las medidas militares y los crecientes impuestos del virrey producen el efecto con-
trario, aumentan las deserciones en las tropas del gobierno y “la sangre corre a torrentes
entre gentes que tienen una misma religion y aclaman un mismo Rey”13. Un número
después Blanco White insertaba el bando en que Calleja establecía el castigo en par-
ticular para la recién recuperada Zitácuaro y en general para la “bárbara y cruel revo-
lución del Cura Hidalgo” y su “ridícula junta nacional”. El implacable bando establecía
entre otras cosas la adjudicación (expropiación) de los bienes de aquellos que hubie-
ran tomado el partido rebelde, el perdón a quienes se presentaran voluntariamente,
el traslado de la cabeza de partido a Maravatío, el incendio y destrucción total de la
“infiel y criminal” Zitácuaro, la militarización de los pueblos y el sostenimiento de los
ejércitos y sus respectivas zonas y tareas14.
Carta de un habitante de la ciudad de México fechada en México el 29 de agosto de 1811 y publicada en el apartado
12
septiembre, p. 382-389.
41
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
El tono de estas notas cambió en octubre de 1812 cuando Blanco decidió incluir,
como parte de una correspondencia con el obispo de Puebla, la voz de los rebeldes
“por ser casi nada lo que ha llegado á Europa que pueda darnos ni la mas escasa idea
del lenguaje, miras é intenciones de los insurgentes Mexicanos”. En efecto, en el número
XXX de El Español se publicó la respuesta que dio Ignacio López Rayón al obis-
po Manuel Ignacio González del Campillo. En el escrito el jefe insurgente (luego de
agradecer la comunicación con el prelado) descalificaba al gobierno virreinal como
“embustero, déspota y tyrano” y, lo más importante, explicaba el sistema de gobierno
que se pretendía establecer:
“Este se reduce en lo esencial á que el Europeo separandose del gobierno que ha po-
seido tantos años, lo resigne en manos de un congreso, ó Junta Nacional, que deberá
componerse de representantes de las provincias: permaneciendo aquel en el seno
de sus familias, posesion de sus bienes, y en clase de ciudadano. Que éste congreso
independiente de la España, cuide de sí, de la defensa del reyno, conservacion de
nuestra religion santa en todo su ser, observancia de las leyes justas, establecimiento
de las convenientes, como de la tutela de los derechos correspondientes al reconocido
monarca el señor Don Fernando VII”
Respuesta de Rayón al obispo de Puebla, Zitácuaro, 10 de octubre de 1811, El Español, n. XXX, 30 de octubre de
15
1812, p. 462-463.
42
Bicentenario de la Carta de Jamaica
desaparecer en estos países el “odioso nombre de Virrey á que está anexo el de tirano”16.
En ese mismo número, una carta daba noticia de la casi pacífica toma de Oaxaca por
parte de Morelos, de las primeras medidas de gobierno del cura insurgente en aquella
capital y del funcionamiento e integración de las instituciones locales.
“En efecto no son ligeras las pruebas que dan los insurgentes Mexicanos del ansia
con que aspiran á sacudir el yugo de sus Vireyes, y de la actividad y determinacion
con que siguen el plan de independencia absoluta que la obstinacion y ceguera del
gobierno Español les ha hecho formar. El plan de paz y guerra que he publicado en
este número, y los demas papeles que me veo obligado á suprimir, manifiestan que
los insurgentes Mexicanos no son meras quadrillas de Indios y Mestizos sin gefes,
sin orden, ni subordinacion. Hay, sin duda, entre ellos hombres de la clase superior
en saber que tiene en sí aquel pays. Sabemos de varios abogados y clerigos de mucho
caracter que se han pasado á los insurgentes: y vemos por todos los papeles Mexica-
nos, que el clero está, por la mayor parte, en favor de la revolucion” 19.
“Carta de un Español, sobre la situacion del Reyno de México” [fechada en México, 16 de septiembre de 1812], El
16
sieron á los Españoles: sacados de los primeros Papeles publicos de esta clase, que han llegado a Londres”, El Español,
julio de 1813, p. 38-43. Un amplio estudio sobre el perfil y el pensamiento de Cos junto con una selección de sus
escritos dentro de los cuales se encuentran el manifiesto completo y los planes de paz y guerra puede verse en José
María Cos, Escritos políticos, introducción, selección y notas de Ernesto Lemoine Villicaña, México, UNAM, 1996
(Biblioteca del Estudiante Universitario, 86).
Una recopilación de este y otros periódicos insurgentes puede observarse de manera facsimilar
18
43
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Dos veces Blanco White refirió o mejor dicho anunció la Historia de la Revolución
de Nueva España en su periódico. La primera de ellas (julio de 1813) para justifi-
car que no había podido incluir mayor documentación de la insurgencia mexicana
pero que tenía entendido que estaba por publicarse en aquella capital (Londres) y en
castellano esa Historia que sabía que se trataba de “un texido de documentos, los mas
publicados baxo la autoridad del mismo gobierno Vireynal de Mexico”. La segunda re-
ferencia (noviembre de 1813) ya contaba con total conocimiento de causa y era una
recomendación en forma para que el pueblo español y en especial los nuevos diputa-
dos de las Cortes la leyeran pues en España, decía Blanco White, nada se sabía de las
revoluciones americanas a excepción de lo que el propio Español publicaba:
“no se ha escuchado alli otra cosa que los desaforados gritos del partido mercantil
de Cadiz, contra los Americanos. Justo sera, pues, que escuchen tambien á estos,
aunque el tono en que hablan no sea muy templado. El autor de esta obra tiene el
44
Bicentenario de la Carta de Jamaica
candor de no prometer ser imparcial. Por el contrario, el libro está escrito con una
vehemencia tan inafectada y nativa; con tal animacion y calor, que seguramente
escocera á los contrarios, entusiasmará á los de su partido, y cautivara la atencion
de los imparciales, á pesar de la prolixidad y redundancia de materia en que el
fuego y la eloquencia del autor estaná veces ahogados. Pero el que quiera formar su
opinion con acierto, debe escuchar atentamente á ambas partes. En España no se ha
oido mas que á los enemigos de America; escuchese, ahora, lo que dice en su favor
un Americano, y no se desatiendan sus razones y argumentos porque los exprese con
el ardor que es natural en semejantes puntos, especialmente quando han precedido
muchas y graves injurias de la parte contraria. Insisto, pues, en suplicar á los que
quieran ser jueces imparciales en este importantísimo punto, que no se fien de rumo-
res y hablillas; que vean los fundamentos de la question expuestos, y los hechos ave-
riguados, en un libro, en que no obstante que la pasion tenga parte, es sin duda muy
poca respecto á lo que tiene el raciocinio; y en que si es que algunos hechos se miran
con cierta parcialidad, hay una abundancia tan grande de documentos y doctrina,
que nadie que la maneje podra ser deslumbrado, por falta de datos en la materia”20.
En la portada original de esa Historia figuraba como autor don José Guerra, de la
Universidad de México.
Guerra
En efecto, “Guerra” es otro de los autores referidos por Bolívar en la Carta de Ja-
maica y no precisamente en relación con la insurrección de Nueva España sino con
respecto al pacto establecido entre Carlos V y los descubridores, conquistadores y
pobladores que hacía las veces (decía Bolívar) “como dice Guerra, [de] nuestro contrato
social”21. No corresponde abundar por ahora en ese neo-pactismo historizado o con-
tractualismo americano o constitucionalismo histórico u otros aspectos del pensa-
miento de Mier22, sino en su interpretación del movimiento novohispano con el afán
La explicación de Bolívar apoyado en Guerra decía que se les concedía a aquellos conquistadores o pobladores ser
21
señores de la tierra (organizar administración, ejercer la judicatura en apelación y otras excepciones y privilegios) a
cambio de preservar la real hacienda; el rey, por su parte, se comprometía a no enajenar las provincias americanas
y no tocar otra jurisdicción que la del alto dominio; de suerte tal que se aseguraba una especie de propiedad feudal
para los conquistadores y sus descendientes. Sin embargo, las leyes habían favorecido casi exclusivamente a los origi-
narios de España en cuanto a empleos, por lo que se habían violado los pactos despajando a los naturales americanos
de la “autoridad Constitucional que les daba su Código”: Bolívar, Carta, p. 37.
Entre la abundante bibliografía que se le ha dedicado resulta particularmente útil acercarse, además del magno
22
trabajo biográfico de Domínguez Michael ya referido, al artículo de Roberto Breña, “Pensamiento político
e ideología en la emancipación americana. Fray Servando Teresa de Mier y la independencia absoluta de la Nueva
España”, en Francisco Colom González, ed., Relatos de Nación. La construcción de las identidades nacionales en el
45
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Como bien es sabido, José Guerra fue, más que el pseudónimo, el heterónimo con
que Servando Teresa de Mier publicó en Londres, en 1813, su hoy célebre Historia
de la Revolución de Nueva España. Recordemos que el aventurero y escurridizo do-
minico abandonó el Cádiz de las cortes en septiembre de 1811 (no coincidió con
Bolívar, que había dejado Londres un año atrás) e instalado en la capital inglesa desde
el mes de octubre se vinculó al grupo de iberoamericanos que de manera cotidiana
intercambiaban (en distintos círculos y con intenciones diversas) información y pun-
tos de vista sobre la situación de la monarquía española y entre quienes se movía con
pasmosa naturalidad, como ya vimos, Blanco White.24 Producto de esa convivencia
surgió la polémica entre el fraile regiomontano y el clérigo sevillano a raíz del recha-
zo del segundo a la declaración de independencia venezolana de 1811. Mier, con el
seudónimo (este sí) de “un caraqueño republicano” expuso en sus dos Cartas de un
americano a El Español (el periódico) los largos alegatos que pretendían legitimar la
emancipación americana25.
Las cartas, más preocupadas por plantear los seculares agravios contra América y
la legitimidad de la independencia, no profundizan en la naturaleza de la rebelión
novohispana de 1810 de la que, en todo caso, el regiomontano subraya cada vez que
mundo hispánico, Madrid / Frankfurt, Iberoamericana / Vervuert, 2005, tomo I, p. 73-102, pues además de revisar
los aspectos medulares de las tesis de Mier, dialoga con los autores clásicos que lo han tratado como Edmundo
O’Gorman, David Brading y Manuel Calvillo. Una útil contextualización del personaje y su obra puede verse en
Alfredo Ávila, “Servando Teresa de Mier”, en Belem Clarck de Lara y Elisa Speckman Guerra, ed., La república de
las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Volumen III. Galería de escritores, México, UNAM,
2005, p. 9-22.
La historiografía correspondiente ha dado por sentado ese conocimiento: Pons habló de “vínculo estrecho” entre la
23
Carta y la Historia (Pons, “Bolívar y Blanco White”, p. 507) y Cuevas Cancino llegó a decir que resultaba evidente
que Bolívar “o bien tuvo a la vista en Jamaica la obra de Guerra, o bien la recordaba con suma precisión”: Francisco
Cuevas Cancino, La carta de Jamaica redescubierta, México, El Colegio de México, 1975 ( Jornadas, 78), p. 37.
El argumento de Cuevas fue radicalizado por Manuel Calvillo (Fray Servando en la mesa de Bolívar”, en Bolívar
y el mundo de los libertadores, México, UNAM, 1993, p. 157-166.), para quien no hay duda que la Historia estuvo
literalmente en la mesa en que Bolívar escribió la Carta y por tanto es irrefutable que de esa fuente emanaron las
nociones de la guerra novohispana, el pactismo y las referencias a Acosta y Torquemada.
Vuelvo a remitir a las páginas en que Domínguez revisa la relación entre ambos personajes en aquel electrizante
24
1811-1812. La otra insurgencia, México, Conaculta, 2003) y es examinado por Breña, “Pensamiento político...”, p.
80-87.
46
Bicentenario de la Carta de Jamaica
Además de las alteradas y redondeadas cifras de los contingentes enviados por comandantes y virreyes, Mier insiste
26
en el rechazo de Venegas a los comisionados de Hidalgo. En la segunda carta (16 de mayo de 1812) dice que ya van
200 mil muertos en “México”.
Mier, Cartas, p. 131-132.
27
47
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
noviembre de 1813. Como bien subraya Calvillo el debate generó eco y llegó a ser
publicado fragmentariamente en Buenos Aires y Cartagena, entre otros sitios29.
Es importante señalar que no contamos con ningún elemento para suponer, por
una parte, que Bolívar haya leído las Cartas de un americano30 y, en caso de que lo
haya hecho, tampoco podemos suponer que sabía que “el caraqueño republicano” y
“José Guerra” eran fray Servando Teresa de Mier, a quien no conoció. Sin perder de
vista dichas premisas y manteniendo el énfasis en la construcción de las interpreta-
ciones sobre la insurgencia, conviene dar paso a la Historia de la revolución de Nueva
España, no sin antes subrayar que ya en las Cartas había quedado patente el perfil y
la vocación excepcional y genuinamente americanistas31 de Mier, muy notables ca-
racterísticas que luego se confirmaron, como veremos, en la Historia y que pueden
adjudicarse no solo a las inquietudes políticas del dominico sino al lugar en donde
se encontraba, a la red de la que formaba parte y a la información de que disponía.
Justamente con respecto al último aspecto André Saint-Lu y Marie-Cécile Bénassy-
Berling, coordinadores de la edición parisina de la Historia, hicieron hincapié en la
información que tuvo a mano Mier en Londres para escribir su obra, materiales que
en gran parte fueron utilizados desde las “Cartas”: periódicos británicos como el
Morning Chronicle, españoles como El Observador o El cosmopolita; norteamericanos;
hispanoamericanos, señaladamente la Gazeta del Gobierno de México, folletos (los
de su acérrimo enemigo Juan López Cancelada), etc. Además de los impresos, dicen
los estudiosos franceses, “hay que pensar sobre todo en la masa de cartas, manuscritos,
folletos y revistas de la época, de origen extremadamente diverso —Cádiz, Caracas, Bue-
nos Aires, México, Veracruz, Jalapa—”32. Mier también tuvo a su disposición la prensa
londinense, la más cosmopolita de su momento. Siempre al pendiente de la política
inglesa y siempre pujando por la hipotética mediación con América, Mier contó con
documentos de primera mano sobre los sucesos de 1808, provistos primero por el
propio virrey depuesto José de Iturrigaray y luego por el ayuntamiento de México
Cabe señalar que en las Cartas están presentes dos elementos fundamentales del ideario bolivariano: la idea de un
30
48
Bicentenario de la Carta de Jamaica
Los estudiosos franceses sostienen que Mier funcionaba, desde Londres, como el
vértice informativo entre Buenos Aires y Nueva España. No es de extrañar que dichas
redes hayan sido objeto de especulaciones sobre la incidencia y operación masónicas
en los destinos revolucionarios. En concreto, la información sobre el levantamiento
de Hidalgo parece provenir del diputado Miguel Ramos Arizpe, vía Cádiz, además
de una “red más o menos directa de informadores e intermediarios que difundían es-
critos de Mier y El Español en el país [Nueva España]”34, particularmente José María
Fagoaga y Jacobo Villaurrutia (Wenceslao, su hijo, estaba en Londres con Mier) y, tras
ellos, todos los llamados Guadalupes (entre quienes destacaba Tomás Murphy desde
Veracruz).35es necesario metropolitano.
Dado que los estudiosos e historiógrafos han logrado análisis bien fundados sobre
las características generales de la Historia36, las siguientes notas se encaminan a exami-
nar los fenómenos de circulación de la información y de construcción historiográfica
en la elaboración del relato que teje Mier.
José Guerra, Historia de la revolución de Nueva España, Antiguamente Anáhuac, ó verdadero origen y causas de
33
ella con la relacion de sus progresos hasta el presente año de 1813, 2 tomos, Londres, Imprenta de Guillermo Glindon,
1813, Tomo I, p. XII.
Saint-Lu y Bénassy-Berling, “Introducción”, XXXVIII.
34
Sobre la importancia de esta sociedad secreta remito al clásico estudio de Virginia Guedea, En busca de un gobier-
35
BitránGoren (“Servando Teresa de Mier” en Virginia Guedea, coord., Historiografía Mexicana. Volumen III. El
surgimiento de la historiografía nacional, coord. gral. Juan A. Ortega y Medina y Rosa Camelo, México, UNAM,
1997, p. 65-91), sino también las páginas correspondientes en Domínguez Michael, Vida de fray Servando, p.
431-463;y Breña, “Pensamiento político...”, p. 87-93.
49
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Como bien apunta Domínguez Michael, “al detener la Historia con una Historia,
el oscuro dominico que llevaba diecisiete años desterrado en Europa, concilió la vida con
la literatura, la teología con la política”37. En efecto, desde el prólogo Mier se muestra
consciente de las implicaciones de escribir historia (o lo que eso podía significar en su
época, claro) y hace explícitas sus intenciones: documentar la verdad de los aconte-
cimientos pasados para refutar falsedades. Los primeros ocho libros los dedicó a des-
mentir a Juan López Cancelada38 en torno a la destitución de Iturrigaray en 1808 y, en
su opinión, la dificultad consistió en seleccionar correctamente los documentos más
apropiados y relacionarlos con claridad para tejer la impugnación y exponer al lector,
prístina y objetiva, la verdad de lo ocurrido. Esa historia ya estaba escrita en octubre
de 1812 cuando se dio a la tarea de continuarla para refutar, ahora, a los comerciantes
europeos de México que seguían envenenando a la opinión y a los diputados de Cá-
diz con respecto a la insurrección de 1810. Otra vez Cancelada, a través del Telégrafo
Americano y el Telégrafo Mexicano esparció infundios y, dice Mier, aunque diputados
como Guridi lo refutaron punto por punto, aquel continuó su labor, de modo que en
todos los papeles “los insurgentes no eran sino bandidos y asesinos; los Españoles que los
degollaban unos santos”. Por eso continuó su historia “que desde el libro IX mas debiera
llamarse un ensayo, ó désele otro nombre sobre que no disputo”39.
Un completo estudio de este personaje y de puede verse en Verónica Zárate Toscano, “Estudio introductorio.
38
Juan López Cancelada y El Comercio de Ambos Mundos, o la independencia novohispana en la visión española”, en
Juan López Cancelada, Sucesos de Nueva España hasta la coronación de Iturbide, México, Instituto de Investigacio-
nes Dr. José María Luis Mora, 2008, p. 25-59.
Guerra, Historia, tomo I, p. XI-XII.
39
50
Bicentenario de la Carta de Jamaica
la Nueva España a partir del golpe a Iturrigaray, Mier intentó denunciar la serie de
irregularidades y malas decisiones que, desde su perspectiva, ponían de manifiesto el
ascenso de los facciosos europeos. Atribuyó particular relevancia a la noticia de las
recompensas que el gobierno gaditano prodigó a esa facción golpista; esas noticias
fueron para el dominico la
“causa inmediata de la insurreccion, que rebentó antes que Venegas llegase á Mexi-
co con los despachos correspondientes. Dixe causa inmediata de la insurreccion, por-
que llovia ya sobre mojado. Las injusticias del gobierno de España con los criollos,
su antigua y perpetua parcialidad á favor de los Européos, habia hecho nace otra
entre ambos, que ya habian observado todos los viajeros, vaticinando un rompi-
miento futuro en la ocasion, que privaria á la España de sus colonias”41.
51
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
(que desde luego no aceptaría). No obstante, Mier fue Mier y su hábitat fue el púlpito
y la tribuna. Apología o periodismo, todo en él fue, en sentido estricto, polémico. A
caballo entre la denuncia y la erudición, a veces impostada, la Historia cuenta, relata
y más aún persuade.
Es en el libro ix que la obra cambia de giro y, desde el punto de vista del autor, deja
de ser tal (historia) y se convierte en otra cosa, acaso más beligerante, más periodísti-
ca, más apresurada, aunque para la historiografía sea exactamente a partir de aquí en
donde radica el gran valor de la obra. Y es aquí, también, donde se realza la impor-
tancia del “Bosquexo” publicado en abril de 1811 por El Español, puesto que Mier
le atribuye plena autoridad (“me consta la autenticidad de este papel, y su autor es un
Español européo, por consiguiente imparcial á los criollos, y cuyo testimonio prefiero por lo
mismo alegar”)42 y lo cita textualmente en cinco largos párrafos para narrar el estallido
de la insurrección, con algunos convenientes recortes y agregados y con la corrección
de Dolores por San Salvador, pero con la falsa corrección del día (que en el bosquejo
es el 15 y Mier asegura que fue el 14, dato que muchísimas páginas adelante volverá a
enmendar). De su propia pluma agrega el nombre de Abasolo (que ya había figurado
en las páginas de El Español) a los de Allende y Aldama y recuerda las medidas de la
Audiencia gobernadora de deshacer el cantón. Da noticias sobre Allende y elogia su
perfil (“de tal fuerza que detenía un toro por las hastas”), lo mismo que sobre Hidalgo
y su genio emprendedor. Mier apunta que no se tienen noticias sobre el plan original
de los insurgentes y que lo único que se sabe es que la “sublevación simultánea en toda
la Nueva España” debía verificarse el 1° noviembre, atrevimiento que atribuye al su-
frimiento de la doble tiranía de España y México (es decir, el gobierno golpista de la
capital virreinal). Retoma el bosquejo en los fragmentos del llamado de Hidalgo en el
pueblo de Dolores (con los consabidos vivas a Fernando VII y a la Guadalupana) y la
toma de las primeras ciudades, pero solo para corregirlo pues, a su entender, como el
autor del bosquejo “escribió tan recientes los succesos, siguió los rumores falsos que esparce
siempre la fama, sin haber tenido tiempo de aclarar la verdad”. Según Mier, la arenga
de Hidalgo fue:
“Hoy, decía, debia ser mi primer sermon de desagravios (especie de quaresma que
se acostumbra en Nueva España comenzar el dia 14 de septiembre [interrumpe
Mier]) pero será el último que os haga en mi vida. No hay remedio: está visto que
los Européos nos entregan a los Franceses: veis premiados á los que prendieron al
Virey y relevaron al Arzobispo porque nos defendian, el Corregidor porque es criollo
52
Bicentenario de la Carta de Jamaica
está preso; adiosreligion! series Jacobinos, sereisimpios: adios Fernando 7°! sereis de
Napoleon.— No padre, gritaron los Indios, defendámonos: viva la Virgen de Gua-
dalupe! viva Fernando 7°!— Vivan pues y seguid a vuestro cura, que siempre se ha
desvelado por vuestra felicidad”43.
Las diferencias entre uno y otro relato son claras. Mier, tan cuidadoso en otros pa-
sajes, aquí no aclara su fuente y se presenta para todo fin práctico como tácito testigo
del preciso momento del grito. Enmienda al bosquejo con el leitmotiv de su propia
Historia: el levantamiento de los criollos por la traición y la opresión de los europeos.
Además, y teniendo muy presente que busca su mediación en el conflicto, Mier borra
a conveniencia la alusión que el bosquejo hacía de Inglaterra como otro posible do-
minador del reino de la Nueva España. A continuación matiza los supuestos horrores
pintados por el autor del bosquejo y aclara que no se procedió contra ningún europeo
en Dolores. Quizá hubo pillaje en San Miguel pero se debió a que la multitud había
aumentado considerablemente. Celaya cayó sin resistencia y a petición popular. El
dominico retoma el bosquejo para el episodio de Guanajuato pero de nuevo enmien-
da la plana al europeo autor: Guanajuato no es solo el real de minas más poderoso del
reino sino de todo el mundo y además no hubo robos ni atrocidades en la toma del
mineral, aunque sí fue la primera vez que corrió sangre (muy poca) por la necedad de
los atrincherados en la alhóndiga, que rechazaron toda intimación y que finalmente
quedaron prisioneros. Mier se ve obligado a “disculpar” los elogios que el autor del
bosquejo dispensa a Venegas porque en realidad, escribe el dominico, es conocida
su ineficacia militar. Además, como dicen los diputados, no ha hecho otra cosa que
distribuir empleos y grados y suprimir tributos a su antojo. Y vuelve con los relatos
proveídos por los diputados novohispanos en Cortes sobre las medidas tomadas por
Venegas, particularmente los premios a los captores de Iturrigaray. Mier atribuye a
la eliminación del tributo dictada por Hidalgo el notable engrosamiento indígena
de las filas insurgentes. Apoyado en Torquemada, vuelve a traer a colación el tiempo
prehispánico asumiendo que los colores azul y blanco de las banderas bajo las cuales
“corrieron a alistarse” los indios eran los distintivos de los antiguos emperadores del
Anáhuac, omitiendo y desdeñando que sean también los colores marianos.
De esta forma la Historia echa mano del bosquejo publicado por El Español casi
párrafo a párrafo, dándose el lujo de corregir algunos datos con otras fuentes como
partes militares, pero convirtiéndolo en la base sobre la cual Mier teje su relato del
estallido revolucionario. A fuerza de matices, retoques y añadidos, la Historia termina
53
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
por ofrecer una impresión muy diferente a la publicada por Blanco White. Lo que en
el bosquejo es denuncia, en la Historia es justificación; lo que en uno es alarma, en el
otro es nobleza y exaltación. Lo que en uno (y más aún insertado en El Español) es
nota periodística de un levantamiento peligroso pero controlado, en otro es el necesa-
rio estallido de un pueblo (el americano) en contra de la secular opresión española. Y
por supuesto, los que en uno son enemigos, en otro son fieles patriotas en pos de sus
derechos; los que en uno son españoles fieles, en otro son regnícolas. En realidad Mier
no solo corrige o actualiza sino que cambia el sentido del bosquejo. De cierto modo la
de Guerra-Mier es una labor de traducción, digamos, patriótica.
El relato continúa trenzando (y abusando de) las consabidas fuentes: partes pu-
blicados en las gacetas, todas y cada una de las noticias novohispanas de El Español
y representaciones de los diputados, hasta que en el libro xii Mier hace constar que
recibió documentación insurgente, señaladamente el plan de paz y guerra de Cos que
“Venegas lo hizo quemar todo en México por mano de verdugo”. Atribuye a la Junta Na-
cional Americana los periódicos Ilustrador Americano y Semanario patriótico america-
no y agradece que mediante ellos por fin se puede escuchar la voz de los combatientes:
“!Quantos [sic] paginas me habrian ahorrado, si antes hubiesen llegado estos pa-
peles! También he recibido el primitivo periodico de la Junta Ilustrador nacional,
impreso en Sultépec con letras de madera que los insurgentes fabricaron sin instru-
mentos, artifices ni otras luces que las de la reflexion. Me ha admirado lo que puede
el ingenio urgido por la necesidad pues la letra es muy bonita y legible aunque con
tinta de añil. Ya no me admira de que ellos se fabriquen sus cañones, fusiles y pis-
tolas, &c.”44.
54
Bicentenario de la Carta de Jamaica
Por último, el nutrido libro xiv discurre sobre las causas de la rebelión, el pacto so-
cial, la igualdad, la soberanía, la conquista y la Guadalupana, pero ya no avanza en las
noticias del conflicto dando cuanto crédito puede a “Don Juan Blanco” y su Español y
citándolo con profusión. Acaso Mier aprovecha para insertar la proclama de la Junta
Suprema de la Nación a los Americanos, signada por Rayón en 1812 en el aniversario
del 16 de septiembre, documento que aprovecha para corregir algunas imprecisiones
en las que había caído en la primera parte de la Historia (como el día del grito) y remite
a la documentación insurgente para redondear la visión lineal, triunfante y justa de la
lucha estallada en Dolores por la libertad de la nación; movimiento ahora organizado
política y militarmente en una armónica y operativa junta de gobierno que prepara
la instalación de un congreso con el concurso de todos los pueblos. Todo lo demás
es un largo llamado a los ingleses para convencerlos de mediar entre los americanos
empeñados tesoneramente y en todo lo largo y ancho del hemisferio en erigir juntas y
congresos. La revolución así explicada es, en definitiva, consecuencia de tres siglos de
agravios y mal gobierno, desigualdad, injusticia, opresión, tiranía y segregación.
55
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Mr. Walton
William Walton fue uno de tantos británicos interesados (en casi todos los senti-
dos del término) en América. Había vivido en España y viajado por Estados Unidos
y por la América española y con esa experiencia se asumía con la autoridad de ilustrar
a la opinión londinense sobre el estado de las colonias españolas. Con esta intención
publicó en 1810 el panfleto Present State of the Spanish Colonies, que es más bien una
descripción geográfica y costumbrista, con particular atención en la isla de la Españo-
la. En 1814 vio la luz su An Exposéon the Dissentions of Spanish America que tenía el
abierto y franco objetivo (explícito desde la portada) de persuadir a la corona británi-
ca de establecer una mediación que pusiera fin a la que desde el principio se denomi-
naba como “destructiva guerra civil” en la América española46.
William Walton, An Exposé on the Dissentions of Spanish America, Londres, impresapor el autor y por W. Glin-
46
don, 1814.
56
Bicentenario de la Carta de Jamaica
Se trata de una extensa obra (555 páginas) que relata no tanto el estado contempo-
ráneo de las Américas sino toda su historia desde el establecimiento de los españoles.
Walton se detiene sobre todo en los organismos y la estructura de gobierno que la
corona castellana implantó en sus colonias y se demora en explicaciones sobre la na-
turaleza de la relación entre España y América y las formas en que esa relación había
determinado el presente conflicto. Buena parte del capitulado se dedica a explicar,
por ejemplo, por qué las Indias no debían ser consideradas colonias sino reinos incor-
porados a la corona de Castilla; el papel del rey de España como único vínculo de la
unión; los efectos fatales de los gobierno de los virreyes en América; el nocivo influjo
de los monopolistas gaditanos en la Regencia; la irregular e incluso ilegal conforma-
ción de las Cortes; los defectos de la Constitución recién promulgada; las lecciones
que debía aprender España sobre la lucha británica contra Norteamérica; y la privile-
giada condición de Inglaterra como único árbitro posible en estas disensiones. Con la
intención de ilustrar al público y al gobierno británicos, la obra concluye con un largo
recuento de los recursos, importaciones, exportaciones, bienes y comercio america-
nos, muy a tono con las utilidades que podrían obtenerse de una correcta mediación.
Sin duda la obra de Walton requiere más atención de la que hasta el momento le ha
concedido la historiografía sobre las independencias (ni siquiera está traducida). Uno
de los pocos trabajos que la mencionan es el clásico estudio de Guadalupe Jiménez
Codinach sobre La Gran Bretaña y la Independencia de México. Es Jiménez Codi-
nach, por cierto, quien cita documentos de Mier en los que acusó a Walton de haber
plagiado su Historia47, acusación que podría analizarse con mayor detalle y que podría
matizarse con el hecho de que Walton efectivamente citó la “Revolucion de Mexico”
como el trabajo que más documentación ofrecía sobre la insurrección48. Es evidente
que Mier-Guerra fue una de las fuentes principales de la Exposé de Walton, quien
seguramente no tuvo dificultad para hacerse en Londres de un ejemplar de la Historia
considerando, más aún, que William Glindon fue el impresor de ambos autores.
En las pocas páginas que le dedica al conflicto novohispano, Walton ofrece dos
impresiones que podrían parecer contradictorias: la de una insurgencia bien orga-
nizada políticamente ( Junta, Congreso) que, en vano, ha buscado negociar con el
virrey; y la de una guerra de exterminio que ha dado lugar a toda clase de atrocidades.
En efecto y en consonancia con Mier, Walton relata que Iturrigaray buscó formar una
legítima junta en 1808 pero los viejos españoles y la Audiencia lo depusieron para
Guadalupe Jiménez Codinach, La Gran Bretaña y la independencia de México, 1808-1821, México, Fondo de
47
57
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
instaurar con más fuerza el despotismo europeo. La facción que depuso a Iturrigaray
fue recompensada por el virrey Venegas y ese fue, para el británico, el origen de los
desórdenes posteriores que si bien en un principio parecían ocurrir entre europeos y
americanos de la ciudad de México muy prono se extendieron a numerosas villas y a la
mayor parte de españoles americanos disconformes. Al autor le interesa subrayar que
las insurrecciones desatadas desde entonces no están basadas en los principios de la
revolución francesa pero que, con el pretexto de reducir insurgentes el gobierno virrei-
nal había desatado toda clase de excesos en una guerra que ya había adquirido tintes
de exterminio peores que los sufridos en Santo Domingo (Haití).
58
Bicentenario de la Carta de Jamaica
Reflexiones finales
59
BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA
Muy lejos de querer buscar las “influencias” que recibió o pudo haber recibido Bo-
lívar para escribir la Carta y todavía más lejos de pretender probar que el Libertador
leyó tal o cual obra, este artículo buscó ofrecer elementos para problematizar y ana-
lizar con mayor detenimiento la construcción de las primeras interpretaciones his-
tóricas sobre las revoluciones independentistas y en particular la de la Nueva España
y la forma en que esas primeras narraciones circularon y se reinterpretaron para su
posterior uso antes político que historiográfico.
Algunos de los elementos que este recuento sacó a flote fueron, por ejemplo, la
importancia de las gacetas para el establecimiento de las primeras versiones de los
acontecimientos y, por tanto, la enorme relevancia de los partes militares como re-
latos históricos e historiables de suyo. También dejó ver la necesidad de estudiar con
mayor detenimiento los tiempos y las dilaciones en los flujos de información y sus
posibles circuitos. La dispersión y lentitud de las noticias fue formando una suerte
de sedimento que produjo panoramas sumamente confusos (y en parte estáticos) de
las insurrecciones. De igual modo es conveniente poner mayor atención en el uso de
ciertos términos para denominar grupos o tendencias y, por otra parte, la paulatina
construcción de la imagen de los protagonistas: dónde, cuándo y por qué se fragua un
libertador, de qué condiciones historiográficas o de enunciación depende esa cons-
trucción, qué noticias lo refieren y cuál es el origen y las intenciones de esas fuentes;
¿quiénes eran esos Hidalgo, Rayón y Morelos para un lector londinense o para Bolí-
var y de qué manera los relatos generados sobre ellos modelaban la percepción de la o
las revoluciones americanas?
Para terminar solo destaco dos fenómenos concretos: primero, el evidente engarce
de las fuentes analizadas (Mier polemizando con Blanco White en las cartas en las que
ya citaba con profusión a El Español e incluso refería la Historia; Blanco White res-
pondiendo la polémica y luego recomendando la lectura de la Historia y ésta citando a
cada página El Español; Walton, en última instancia, valiéndose de todo lo anterior);
y en segundo lugar la gran relevancia de los planes de paz y guerra de Cos como la
faceta política más difundida de la insurgencia.
60
Bicentenario de la Carta de Jamaica
Confío en que las líneas anteriores hayan contribuido a propiciar una reflexión
más honda sobre los procesos de historización o representación de las revoluciones
hispanoamericanas, piedra de toque para cimentar sus propias y renovadas legitimi-
dades.
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