La Guerra de Troya: Paris y Helena

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LA GUERRA DE TROYA La futura madre simuló aceptar.

Pero le encargó a un sirviente la triste tarea de


abandonar al bebé en el monte Ida, y traer consigo el cadáver de otro niño. Príamo no se
Paris y Helena enteró de nada: creyó que su orden había sido ejecutada. Hécuba, por su parte, rogaba a
los dioses para que su hijo fuera descubierto y salvado.
Y eso ocurrió: el bebé fue hallado por una osa que, en vez de devorarlo, lo
La boda de Tetis, la diosa marina, y de Peleo, rey de Tesalia, iba a ser celebrada amamantó. Más tarde, un buen pastor lo encontró, lo adoptó y lo llamó Paris.
pronto en el Olimpo. Un día, ya adulto, Paris se dirigió a Troya para participar en unos juegos a los
—¡Organicemos un banquete suntuoso! —declaró Zeus. cuales asistieron Príamo, su esposa Hécuba y si hija, la joven Casandra. El valor de ese
—¡Invitemos a todos los dioses! —agregó Hera, su esposa. muchacho los deslumbró.
—¿A todos? Ah, no. No hay que invitar a la Discordia. —¡Ese desconocido saca ventaja a todos sus adversarios! -exclamó Príamo—.
La Discordia, también llamada Éride, no era una divinidad amable: allí donde ¿Es posible que sea el hijo de un simple pastor?
estaba presente, no sabía más que sembrar peleas, perturbaciones y conflictos. Zeus y Ahora bien, Casandra poseía el don de la adivinación. En cuanto vio al joven,
Hera pocas veces se ponían de acuerdo. Pero en esta oportunidad, compartieron la supo enseguida de quién se trataba:
opinión: ¡Discordia no sería invitada a la boda! —No —afirmó palideciendo—. ¡Es tu hijo... y mi hermano!
La fiesta fue alegre: todo un éxito. Afrodita, Atenea y todas las divinidades del Príamo llamó a Paris y convocó al que lo había educado. Su investigación fue
Olimpo conversaban alegremente mientras el bello Apolo cantaba, acompañado por el rápida, ¡la verdad se manifestó! Y el rey estaba tan contento de haber encontrado a su
coro de las musas. hijo que se olvidó de la profecía del sueño de su esposa.
Ahora bien, la Discordia rondaba cerca del palacio. Ofendida por haber sido Una vez convertido de nuevo en príncipe, Paris eligió pasar la mayor parte de su
dejada aparte, pensaba en la manera de vengarse. Aprovechando un momento de tiempo cuidando los rebaños de su padre en los alrededores de la ciudad de Troya...
distracción de los convidados, se deslizó hacia la sala del banquete y dejó sobre la mesa
una magnífica manzana de oro en la que había escrito: PARA LA MÁS BELLA.
En cuanto hubo desaparecido, Hera vio la manzana.
—¡Qué maravilla! —exclamó—. ¿Quién me ha traído este regalo? Hermes, con la manzana en la mano, ubicó rápidamente a Paris en las laderas del
—¿Me permites? —dijo Afrodita apoderándose de la fruta—. Es claro que me monte Ida. Surgió ante él, con sus sandalias aladas; como el pastor sintió miedo, el dios
está destinada: ¿acaso no soy la diosa de la belleza? lo tranquilizó:
—Despacio —se interpuso Atenea—. Pretendo que me corresponde con todo —¡No temas, Paris! Soy enviado por Zeus para que hagas desempatar a tres
derecho. ¿Tú no has afirmado siempre, padre, que yo era la más bella? —concluyó diosas. Debes elegir a la más bella. He aquí una manzana. Entrégala a la que sea de tu
volviéndose hacia Zeus. preferencia.
El rey de los dioses se encontró en un aprieto: por cierto, Atenea era su hija Estupefacto, Paris dejó que le diera la magnífica manzana de oro y cuando alzó
preferida. Pero, al elegirla, tenía miedo de irritar su esposa. Y no quería que se enojara la cabeza, vio ante sí a tres mujeres cuya belleza lo deslumbró... ¡tres diosas! Su mirada
Afrodita. iba de una a otra y, por supuesto, era incapaz de decidirse. Atenea se adelantó, tomó la
—Bueno, ¿qué piensan nuestros invitados? mano del pastor y le murmuró al oído:
¡Era la pregunta que no debía hacerse! Se expresaron las opiniones más diversas. —Si me eliges, Paris, ¡te convertirás en un rey poderoso! Yo, diosa de la guerra,
Cada uno eligió, para halagarla, a la diosa cuya protección o amistad deseaba obtener. te enseñaré el arte de los combates y haré de ti un soberano invencible.
Nadie estaba de acuerdo. Escondida no lejos de allí, la Discordia se frotaba las manos. —¡Espera! —interrumpió Hera, acercándose a su vez—. ¿Me has reconocido,
—¡Dejen de pelear! —tronó Zeus reclamando silencio—. Aquí nadie puede ser Paris? ¡Soy la esposa de Zeus! ¿Combatir? ¡Con mi protección, no necesitarás hacerlo!
juez con objetividad. Irán, por tanto, las tres al monte Ida. Hermes las acompañará con Y te prometo que reinarás sobre Asia Menor.
la manzana. Se la confiará a un pastor que se la dará a quien juzgue más bella. ¡Y su Durante ese tiempo, Afrodita se había desabrochado la túnica para aparecer en
opinión será ley! todo su esplendor.
Había hablado Zeus. Su decisión, además, convenía a las tres diosas: ¡cada una —Yo —dijo—, te ofrezco aún más. Si tu elección recae sobre mí, obtendrás el
estaba muy segura de que ganaría! amor de aquella cuya belleza es igual a la mía... hija que la humana Leda tuvo con Zeus:
Helena.
Helena era cortejada por todos los soberanos de Grecia. Era tan bella que Teseo
la había secuestrado para intentar desposarla cuando ella tenía apenas doce años. Paris
Aquel día, en el monte Ida, el que estaba haciendo pastar a su rebaño era el no vaciló: para gran pesar de Hera y de Atenea, se inclinó ante Afrodita y le dio
joven y seductor Paris. Ahora bien, Paris no era un pastor como los demás... Justo antes manzana. Nadie vio, escondida en los bosquecillos cerca de allí, a una diosa encantada
de dar a luz, su madre, Hécuba, soñó que paría una roca incendiada que destruía la por el giro que daba la historia. Claro, era la Discordia; su manzana seguía surtiendo
ciudad de Troya, de la cual su esposo, Príamo, era el rey. efecto.
—¡Ay, este presagio es claro! —exclamó este—. Nuestro hijo provocará la
destrucción de nuestro reino. ¡En cuanto nazca, lo mataremos!

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Helena hasta que sea devuelta a su marido.


En el momento en que transcurría esta escena en el monte Ida, la famosa Helena —Y ahora, Helena —la apuró Tíndaro—, ¡decídete!
se encontraba en Esparta. Rodeada de sus pretendientes, estaba confrontada a una —Elijo a Menelao, rey de Esparta —dijo, después de vacilar.
elección difícil:
—Esta vez —le decía su padre adoptivo, Tíndaro—, ¡debes decidirte! Todos los
reyes de las ciudades de Grecia están aquí, ¿a cuál eliges?
—Ah, padre, sea cual fuere mi decisión, sé que acarreará catástrofes. Tantas Que Helena se hubiera convertido en la esposa de Menelao no impidió a
amigas mías se quejan de su fealdad... Yo las envidio, pues mi belleza me resulta un Afrodita cumplir con su promesa: hizo nacer en el corazón de Paris tal pasión por
peso... Helena, que este, aunque nunca había visto hasta el momento a la mujer de la que estaba
Era cierto que Helena ya había desencadenado numerosos conflictos: varios enamorado, fue enseguida en busca de su padre Príamo.
soberanos se habían peleado por ella. —Justamente, ¡quería verte! —le dijo—. Tienes que casarte y garantizar tu
—¡Al tomar un marido —dijo— suscitaré nuevas pasiones ¡Aquellos que hayan descendencia. Tengo una muchacha para presentarte: se llama Enone.
quedado descartados querrán matar a mi esposo o secuestrarme! Enone dejó a Paris indiferente; como su padre insistía, se casó. Pero cesó de
—Entonces —exclamó Ulises1, que era rey de Ítaca—, aquellos que no seamos prestarle atención rápidamente, pues no pensaba más que en Helena.
elegidos deberemos unirnos en torno a una promesa: juremos perseguir al que intente Una mañana, Príamo convocó a su hijo al palacio:
separar a Helena de su esposo... —Paris —le dijo—, tengo una misión para confiarte: debo enviar un embajador
El rey de Esparta, Menelao, lo aprobó. Se volvió hacia Agamenón, su hermano, al rey Menelao, de Esparta. He pensado que...
rey de Argos, y hacia los demás pretendiente allí reunidos. ¡Esparta! La ciudad donde se encontraba la bella Helena. Paris exclamó:
—Esta solución me parece razonable. ¿Qué dicen? —Ah, padre, ¡parto ya mismo!
Los griegos aceptaron. Paris ni siquiera se despidió de Enone. Aquella misma noche dejó la ciudad de
Troya para zarpar hacia Grecia. Cuando se presentó en el palacio de la ciudad, los
guardias le dijeron:
—¡Qué lástima! El rey Menelao acaba justamente de partir hacia Creta. Debe
asistir allí a un importante funeral.
—¡No importa! —exclamó una voz femenina detrás de ellos—. En su ausencia,
recibo yo a los embajadores. Entra, extranjero ¿Quién eres?
En cuanto la esposa de Menelao vio a Paris, su corazón dio un vuelco. Por su
parte, el enviado de Troya creyó desfallecer de pasión. Con la voz alterada por la
emoción, contestó:
—Soy Paris, hijo de Príamo, rey de Troya, y descendiente del gran Zeus...
Helena no tenía dudas: ¡Paris era bello como un dios!
En cuanto los guardias dejaron a los jóvenes a solas, se precipitaron uno en
brazos del otro.
—¡Ah, Helena, huyamos! —murmuró Paris—. Aprovechemos la ausencia de tu
marido. Vayamos juntos a la buena ciudad de Troya.
—Iré adonde tú vayas. Pero no quiero partir con las manos vacías.
Helena hizo acumular en cofres las riquezas del palacio y, durante la noche, se
dirigió a escondidas a la nave de Paris. Cuando amaneció, los guardias tuvieron que
entregarse a la evidencia: la reina no sólo había saqueado los bienes de su esposo, ¡sino
que lo dejaba para partir con un extranjero!
En el navío que regresaba a Troya, Paris y Helena disfrutaron de las alegrías de
un amor recíproco. Y arriba, en el Olimpo, Afrodita, satisfecha, observaba sonriendo a
los amantes que ella había reunido.
Cuando Menelao volvió de Creta, dejó estallar su cólera:
—¡Traidores! ¡Incapaces! —les gritó a los guardias de su palacio—. Rápido,
convoquen a los reyes de todas las ciudades de Grecia.
Acudieron. Menelao les anunció la noticia:
—¡Paris ha secuestrado a Helena, mi esposa! ¡En este momento está navegando
—Sí —dijeron en una sola voz—, juramos combatir al que atreva a secuestrar a con ella hacia Troya! ¿Recuerdan su promesa?
—Sí, hermano —respondió Agamenón con voz tenebrosa—. Y la respetaremos.
1
El nombre griego de Ulises es, en realidad, Odiseo. Hemos adoptado el latino por ser más conocido.

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Juntaremos nuestros ejércitos. Partiremos hacia Troya. Si es necesario, sitiaremos la
ciudad y pelearemos. ¡Pero traeremos de regreso a Helena!
Se había declarado la guerra de Troya...

En el Olimpo, Afrodita comprendió que la situación empezaba a superarla.


Fastidiada por la vana agitación de los hombres, regresó a su palacio y decidió poner un
poco de orden. Tenía demasiadas cosas y decidió deshacerse de algunos objetos inútiles.
—Acumulo... acumulo... —farfullaba—. ¿Eh, quién pudo haberme hecho un
regalo tan vulgar?
Dio vuelta una y otra vez el objeto brillante entre sus manos antes de estallar de
risa.
—¡Ya está, me acuerdo! Qué tonta... Y qué objeto de mal gusto
Lo tiró. Era una fruta. Una fruta de oro: la manzana de Discordia.

Los cuatro relatos que integran esta sección han sido tomados de las epopeyas de
Homero, La Ilíada y La Odisea.

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La cólera de Aquiles un botín diez veces mayor del que dejaste a tus más prestigiosos guerreros?
Un anciano de larga barba blanca se interpone. Es Calcante, el adivino.
—Aquiles —murmura—, yo recomendé al rey devolver a Criseida. Los oráculos
Diez años... ¡Pronto se cumplirán diez años desde que los griegos, bajo el mando son implacables: ¡era la única manera de calmar n Apolo y de terminar con la peste que
de Agamenón, iniciaron el sitio a la ciudad de Troya! De todos los combatientes, nos diezma!
Aquiles es el más valiente. Nada más normal: ¡su padre desciende de Zeus en persona y —No pongo en duda tu oráculo, Calcante —masculla Aquiles—. ¿Pero por qué
su madre, la diosa Tetis, tiene por antepasado al dios del océano! Agamenón me ha sacado a Briseida? Después de cada combate, siempre sucede lo
Pero esa noche, el valiente Aquiles regresa extenuado y desanimado: Troya mismo: ¡el rey se sirve primero, y a sus anchas! ¡No deja más que cosas sin valor a los
parece imposible de tomar y, para colmo, la peste, que se ha declarado hace poco, ataca que combaten en la primera línea!
sin perdón a los griegos. Agamenón empalidece. Dominando su irritación, saca pecho y lanza a su mejor
Cuando entra en su tienda, ve a su mejor amigo, Patroclo, que lo está esperando. soldado:
—¡Ah, fiel Patroclo! —exclama abriendo sus brazos—. Ni siquiera te vi en el —¿Olvidas, Aquiles, que le estás hablando a tu rey?
fuego de la batalla... Espera: voy a saludar a Briseida y soy todo tuyo. —¡Un rey! ¿Eres digno de eso, Agamenón, que no sabes más que dar órdenes y
Briseida es una esclava troyana de la que Aquiles se apoderó, después del asalto apartarte de los combates? Es sobre todo después de la batalla cuando te vemos, ¡para el
de la semana anterior, tras el reparto habitual del botín. La joven prisionera le había reparto del botín!
lanzado una mirada suplicante, y Aquiles sucumbió ante su encanto. Briseida misma no —¡Me estás insultando, Aquiles!
parecía indiferente a su nuevo amo. —No. ¡Tú me has ofendido robándome a Briseida! ¡Exijo que me devuelvas a
Aquiles aparta la cortina, pero la habitación de Briseida está vacía. ¿Acaso la esa esclava, me corresponde por derecho!
bella esclava huyó? Imposible: Briseida lo ama, Aquiles pondría las manos en el fuego. —¡De ninguna manera! ¿Te atreverías a desafiar a tu rey, Aquiles?
¡Y, además, los griegos están rodeando los muros de la ciudad! Confuso, Patroclo da un Agamenón no tiene tiempo de terminar la frase: Aquiles saca su espada... cuando
paso hacia su amigo: se le aparece la diosa Atenea.
—¡Y sí, Briseida ha partido, Aquiles! Venía a avisarte. Agamenón, nuestro rey, —¡Cálmate, ardiente Aquiles! —le murmura en tono conciliador—. Tienes otros
ha ordenado que la tomaran... medios para vengarte del rey sin matarlo, créeme.
—¿Cómo? ¿Se ha atrevido? La visión se desvanece. Aquiles, que es el único que ha visto a la diosa, guarda
Empalidece y aprieta los puños. Aquiles tiene grandes cualidades: es, lejos, el su espada.
guerrero más peleador y más rápido. ¿No lo han apodado Aquiles de pies ligeros? ¡Sin —¡Bien! —decide con voz firme—. Quédate con Briseida. Pero sabe que, a
su presencia, los griegos tendrían que haber abandonado el sitio cien veces y deberían partir de ahora, no me involucraré más en los combates. Después de todo, ¿qué me
haber regresado a su patria! Por otra parte, un oráculo predijo que la guerra de Troya no importa esa famosa Helena que Paris ha secuestrado a tu hermano? ¡Los troyanos nunca
podría ser ganada sin él... Pero tiene también algunos defectos: es impulsivo, colérico, me han hecho nada a mí!
muy, muy susceptible. Y delante de Menelao, esposo de Helena, que le arroja una mirada estupefacta a
—Déjame explicarte —dijo Patroclo en tono conciliador—, ¿Te acuerdas de Agamenón, Aquiles gira los talones y se va.
Criseida? Una vez en su tienda, no puede contener las lágrimas. Sí: Aquiles llora, tanto de
—¿Quieres hablar de la esclava con que Agamenón se quedó cuando despecho como de rabia. Pues a la pérdida de Briseida se suma la humillación de haber
distribuimos el botín? sido desposeído de ella delante de todos sus compañeros. ¡Eso no puede perdonárselo al
—Ella misma. El padre de Criseida, un sacerdote, quiso recuperar a su hija. A rey!
pesar del enorme rescate que ofreció, Agamenón se ha negado.
—¡Ha hecho bien!
—El problema —prosiguió Patroclo suspirando—, es que ese sacerdote, para
vengarse, ha suscitado sobre nosotros la cólera Apolo. ¡Esa es la razón de la peste que Al día siguiente, por la noche, Patroclo se dirige a visitar Aquiles que, en todo el
diezma a nuestras filas! Va a cesar, pues Agamenón entregó a Criseida a su padre esta día, no se movió de su tienda: tiene mala cara.
mañana. Pero el rey quiso reemplazar a su esclava perdida. Y ordenó que vinieran a —Estoy extenuado —suspira el amigo de Aquiles desplomándose sobre una silla
buscar a Briseida. —. Hoy perdimos muchos hombres. ¡Tu valor nos ha hecho mucha falta! Cuando los
Lejos de calmar a Aquiles, esta explicación aumenta su cólera. Apartando a su troyanos constataron que tú no participabas en el combate, su ardor recrudeció.
amigo Patroclo, se precipita fuera de la tienda, en unos pocos pasos, alcanza el Aquiles no responde. Para que la ciudad de Troya sea tomada todos saben que su
campamento del rey. Se encuentran allí todos los reyes de las islas y de las ciudades de presencia o su acción son indispensables. Espera que Agamenón, privado de su mejor
Grecia. Aquiles empuja a Menelao, a Ulises y a tres soldados que no se apartan lo guerrero, termine por devolverle a Briseida. ¿Y quién sabe si hasta viene a suplicarle
bastante rápido. que se reintegre en el combate?
—¡Agamenón! —clama plantándose ante él con las piernas separadas—. ¡Esta Pero Aquiles se acuerda también de una predicción funesta: el adivino Calcante
vez es demasiado! ¿Con qué derecho me quitas esclava que he elegido para mí? le ha revelado a su madre que, si se dirigía a Troya, ¡moriría allí poco tiempo después
¿Olvidas que tú lo has hecho antes que yo? ¿Y que, además de Criseida, te has atribuido que Héctor, hijo de Príamo y el más célebre de los guerreros troyanos! Para desviar el

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destino, Tetis, la madre de Aquiles, usó miles de artimañas: para volverle inmortal, —Ve... ¡pero te ruego que seas prudente! —responde Aquiles mientras abraza a
hundió a su hijo en la laguna Estigia. Pero no pudo sumergirlo totalmente y el talón por su amigo.
el cual lo sostenía quedó como el único punto vulnerable de su cuerpo. Luego, Tetis Durante la tarde, la larga siesta del héroe es interrumpida: un guerrero griego
disfrazó a su hijo de mujer y lo envió a la isla de Esciro para protegerlo. Pero Ulises entra en su tienda. Está exhausto y anegado en lágrimas.
logró encontrar a Aquiles y conducirlo hasta Troya. —¡Aquiles! —gime—. ¡La desgracia se abatió sobre nosotros! ¡Patroclo ha
—¡Ah, Patroclo! —suspira Aquiles—. ¿Qué vine a hacer aquí? ¡Cómo me muerto! ¡Héctor, el más intrépido de los troyanos, lo atravesó con su lanza! Incluso, lo
arrepiento de no haberme quedado en Tesalia! En mi patria habría podido llevar la vida ha despojado de tu armadura. Nuestros enemigos se disputan su cuerpo.
tranquila de un boyero... Con estas palabras, Aquiles se levanta para gritar a los dioses su dolor. Se mesa
A la semana siguiente, Patroclo entra lleno de alegría en tienda de Aquiles para los cabellos, rueda por el suelo y se cubre el rostro con tierra. Solloza a la vez que gime:
anunciarle: —¡Patroclo, mi hermano, mi único amigo de verdad!
—¡Listo! ¡Se aproxima el fin de la guerra! ¡Paris y Menelao van a enfrentarse Muerto. Patroclo ha muerto. El sufrimiento que experimenta Aquiles duplica su
mañana en un combate singular! ¡El que gane quedará con Helena y el campamento del cólera; desvía entonces su furor:
perdedor deberá someterse a las leyes del vencedor! —¡Maldito Héctor! ¿Dónde está? Ah, Patroclo, ¡Juro vengarme. No asistiré a tus
—¿Por qué no? —gruñe Aquiles, tan sorprendido como decepcionado. funerales sin antes haber matado a Héctor con mis propias manos!
En efecto, su chantaje queda así malogrado. Si el oráculo ha dicho la verdad, ¡la Loco de dolor, Aquiles se arma de prisa y se precipita fuera de su tienda. Marcha hacia
derrota de los griegos es segura! Sin embargo, a la noche siguiente, clamores, gritos y el los muros de la ciudad sitiada y lanza tres veces un grito tan furioso que los troyanos,
ruido de las espadas empujan a Aquiles a dejar su tienda: ante los muros de Troya, los estupefactos, tiemblan de espanto en las murallas. Los caballos mismos relinchan de
ejércitos enemigos se enfrentan con ensañamiento. terror. Muy rápidamente, los griegos aprovechan esta confusión: alcanzan a tomar el
—El duelo fue postergado —explica Patroclo—. ¡Esos troyanos traidores cuerpo de Patroclo mientras Aquiles arroja sobre una docena de enemigos a los que
rompieron la tregua y la guerra ha recomenzado! ensarta. Cuando sucumbe el número trece, oye, cerca de sí, una voz que gime:
En ese instante llega otro guerrero griego. Al reconocer a Ulises, Aquiles se —Polidoro... ¡Acabas de matar a mi hermano Polidoro!
levanta para saludarlo. Aquiles se da vuelta hacia el troyano que se lamenta: ¡es Héctor en persona! Por
—Entra, amigo mío —le dice—. Me disponía a cenar. ¡Antes de revelarme qué un segundo, los dos campeones se enfrentan con la mirada. Y la predicción, una última
te trae aquí, ven a compartir un poco de carne y vino! vez, aflora en la cabeza de Aquiles: "Morirás poco después que Héctor". Así, vengando
Aquiles admira a Ulises, pero aprendió a desconfiar de él, pues ese héroe, a Patroclo, Aquiles apurará su propio fin. ¡No importa! ¡Con un grito de furor, ataca al
célebre por sus engaños, no vino con toda seguridad a hacerle una visita de cortesía. asesino de su amigo, que huye!
Una vez terminada la cena, Ulises declara: Tres veces los adversarios dan la vuelta a la ciudad, sin detenerse más que para
—El rey me envía ante ti para invitarte a retomar el combate... intercambiar terribles estocadas. Agotado, Héctor se detiene en seco. Arroja su lanza,
—¡De ninguna manera! —responde Aquiles, bostezando mientras se tira en su que Aquiles evita. ¡Entonces divisa la yugular en la armadura de su enemigo, ajusta si
cama. estocada y hunde allí su espada! Héctor, con la garganta atravesada, se derrumba y
—No seas obstinado. Agamenón por fin pide perdón: acepta devolverte a expira.
Briseida. A eso le suma diez talentos de oro, doce caballos, siete esclavos y se Desoyendo los gritos de desesperación de los troyanos que siguieron el combate
compromete, si Troya es tomada, a dejarte cargar de oro todas tus naves. ¿Qué dices? desde las murallas de la ciudad, Aquiles despoja al cadáver de su armadura. Ata a
—Demasiado tarde, Ulises, es inútil: ya no quiero pelear. Héctor por los pies un carro, da un latigazo a los caballos y, tres veces, da la vuelta a la
Uniendo el gesto a la palabra, Aquiles da la espalda a su visita. ciudad arrastrando el cuerpo por el polvo. Luego lo abandona en el suelo, cerca de su
—Sí —explica Patroclo, suspirando—, su cólera no se ha calmado. Aquiles ha tienda.
decidido poner mala cara. —¡Que sea presa de los buitres y de los chacales! —ordena.
Abandonado el cadáver sin sepultura, el alma del difunto no tendrá nunca
reposo. El héroe se vuelve entonces hacia el cuerpo de Patroclo que los griegos,
mientras tanto, han colocado en una pira1 fúnebre.
Algunos días más tarde, Patroclo tiene una cara tan triste que, al entrar en la —¡Ahora, vete, Patroclo! —murmura, conteniendo un sollozo ¡Alcanza en paz
tienda de Aquiles, éste le pregunta: el reino de Hades!
—¿Tan malas son acaso las noticias? He aquí Troya privada de su mejor combatiente. Pero la venganza de Aquiles es
—¡Sí! ¿No oyes los estertores de nuestros guerreros agonizando a algunos pasos amarga, pues tiene el gusto de su propia muerte.
de aquí? Ay, vamos a perder la guerra. Oh, Aquiles —agrega Patroclo señalando, en un
rincón de la tienda, la armadura y el casco de su amigo—, ¿me autorizarías a combatir
hoy portando tus armas?
—¡Por supuesto! Lo que es mío te pertenece. ¿Pero por qué?
—Así vestido, sembraré el terror entre los troyanos: al ver tu armadura, creerán
que has retomado el combate.
1
Una pira era una hoguera donde se quemaban los cadáveres.

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él mismo a su padre, y agrega:


—Estás agotado, Príamo. Ven, pues, a beber y a comer. Quédate aquí y duerme
sin temor. Te prometo que regresarás a Troya cuando el alba, con el cuerpo de tu hijo,
sin ser molestado.

La pira funeraria de Patroclo no llegará a ser encendida: al día siguiente, después


de la partida de Príamo, y mientras Aquiles lanza un terrible asalto contra los muros de
Troya, el raptor de Helena, Paris en persona, se desliza fuera de la ciudad, sin duda
gracias a los consejos de Apolo, su dios protector. Ve a Aquiles que está corriendo y, con
su arco, despide una flecha que va a clavarse... ¡exactamente en el pie del guerrero!
Aquiles, cuyo talón está perforado, cae. Arranca la flecha, ve que la sangre sigue
fluyendo y comprende que su vida se va con ella. El oráculo ha dicho la verdad.
—¡Patroclo, me reuniré contigo! —grita antes de exhalar un último suspiro.
Aquiles muere. Ahora que su destino se ha cumplido, Troya podrá caer, tal como
el oráculo lo predijo. ¿Pero cómo? ¿Por medio de qué artimaña? Pues Aquiles ha
muerto, y Troya sigue en pie...
Los griegos disputaron a los troyanos el cadáver del gran Aquiles y lo
condujeron a su tienda. La bella Briseida inundó de lágrimas el cuerpo de un amo que
no tuvo tiempo de querer. Ella misma encendió la pira sobre la que yacían los cadáveres
de los dos fieles amigos. Como lo requería la costumbre, cortó las largas trenzas de su
cabello para arrojarlas entre las llamas.
Una vez que las cenizas de Aquiles, mezcladas con las de Patroclo, fueron
recogidas, los griegos las encerraron en una misma urna, que enterraron en la cima de
una colina.

Hoy, los pasajeros de los navíos que atraviesan el antiguo Helesponto pueden,
todavía, ver esta colina2. La urna ya no existe y las cenizas, desde hace mucho tiempo,
se han mezclado con ruinas de Troya... Una ciudad que el poeta Homero llamaba Ilión,
y que Ulises habría de tomar por medio de una asombrosa artimaña.

Durante la noche, un ruido sospechoso hace saltar a Aquiles de su cama. No


tiene tiempo de tomar su espada: unas manos temblorosas ya están rodeando sus
rodillas. ¡A la luz de la luna, el héroe, estupefacto, reconoce a Príamo, padre de Héctor!
¿Cómo logró este anciano dejar la sitiada Troya e infiltrarse hasta aquí?
—¡Aquiles! —gime Príamo—. Vengo a implorarte. Tenía cincuenta hijos. Casi
todos han perecido en esta guerra interminable. ¡Y has matado a Héctor, mi hijo Este es el tema principal de La Ilíada. Siglos después, Aquiles y Ulises reaparecerán en
preferido! Te lo suplico, devuélveme su cuerpo. la célebre obra de Dante Alighieri La Divina Comedia.
Frente a la desesperación y al coraje de ese anciano que se atreve a arrojarse a
los pies de su peor enemigo, Aquiles se encuentra desconcertado.
—Te he traído regalos costosísimos —agrega Príamo, sollozando.
—Levántate —responde el héroe, emocionado hasta las lágrimas.
Entonces, dejando su tienda, va a recoger el cadáver de Héctor para devolvérselo 2
En la actualidad, es el estrecho de los Dardanelos, que une el mar Egeo con el mar de Mármara

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El caballo de Troya gigantesco que no podrá pasar por ninguna de las puertas de la ciudad: ¡los troyanos
deberán derribar los muros para hacerlo entrar!
—¿Crees que se arriesgarán a eso? —preguntó el rey.
De espaldas a los muros de la inaccesible ciudad de Troya, Ulises pensaba, con —Sí, si están convencidos de que hemos levantado campamento, ¡y si ven
la mirada perdida en el mar cercano... desaparecer nuestras naves en el horizonte! En realidad, éstas llegarán hasta la isla de
Pensaba en Ítaca, la isla ahora lejana de la que era rey; pensaba en Penélope, su Tenes, que está cerca de aquí. Una vez que el caballo haya entrado en la ciudad, nuestro
esposa, que había dejado allá, y en su hijo, Telémaco, que debía haber crecido mucho. espía, a la noche, en el momento en que lo crea propicio, encenderá un fuego sobre las
—¡Diez años! —murmuró dominando su tristeza—. Hace diez años que partí. murallas. Nuestros ejércitos desembarcarán antes del alba y penetrarán en la ciudad.
Diez años perdidos sitiando una ciudad. Y todo esto para hacer honor a una promesa y Epeo, el carpintero que había construido las barracas, se levantó para clamar:
para obligar a Paris a devolver a la bella Helena a su esposo Menelao... —¡Esta estratagema me gusta! Construir un caballo así me parece posible: el
¡Cuántas víctimas durante esa interminable guerra que seguía enfrentando a los monte Ida, que está cerca de aquí, abunda en robles centenarios.
troyanos con los griegos! Los mejores habían perecido: Héctor, el campeón de Troya, y —En cuanto a mí —agregó el valiente Sinón—, ¡me gustaría ser el que se queda
el héroe griego, Aquiles. El mismo Paris había sucumbido a una flecha envenenada. cerca del caballo! Engañaré a los troyanos: una vez que la estatua gigante esté instalada
Pero Helena quedó prisionera. Y la ciudad aún no se rendía. en la ciudad, ¡haré salir de sus entrañas a los que estarán escondidos!
—Sin embargo —declaró una voz cerca de Ulises—, la guerra va a terminar —Es arriesgado —murmuró Agamenón, acariciando su barba—. Los troyanos
pronto, y Troya será destruida. Sí: los oráculos son precisos. pueden matarte, Sinón. También es posible que nunca hagan entrar ese caballo, o que
Ulises reconoció a Calcante, el viejo adivino. Y cuando iba a replicarle con una descubran muy rápidamente a los que se encuentran en su interior.
ironía, una idea loca le pasó por la cabeza. —¡Por supuesto! ¿Pero no están cansados de esta guerra? ¿Y no tienen prisa por
—¿Estás rumiando alguna astucia, verdad, Ulises? —preguntó el anciano. regresar a sus casas?
El rey de Ítaca asintió, antes de agregar con fastidio: Le respondieron gritos unánimes: ese sitio había durado demasiado. A los ojos
—¿Cómo adivinas mis pensamientos antes de que los exprese? de los griegos, todos los riesgos valían más que prolongar la espera.
—Olvidas —respondió Calcante— que ese es mi trabajo. Y todos sabemos que,
de nosotros, tú eres el más astuto. ¡Habla!
—No. Primero debo reflexionar; luego, presentaré mi proyecto a nuestros
aliados. Desde lo alto de las murallas de su ciudad, el rey Príamo, estupefacto, observaba
Aquella misma noche, el rey Agamenón reunió a todos los jefes de Grecia que a sus enemigos: estaban quemando las barracas de sus campamentos, plegando sus
estaban sitiando Troya. Ulises, entonces, les declaró: tiendas y dirigiéndose a sus naves.
—Esta es mi idea: vamos a construir un inmenso caballo de madera... —¡Los griegos se van! —se asombró—. ¡Levantan el sitio!
—¿Un caballo? —exclamó Agamenón, que esperaba un plan de batalla menos —Padre, no te fíes. Es una artimaña, te llevará a la derrota...
extravagante. Casandra, la profetisa de la ciudad, estaba lejos de compartir el optimismo de su
—Sí. Un caballo tan grande que nos permitirá meter en sus entrañas, en secreto, padre. ¡Ay! Nadie tenía fe en sus predicciones.
a un centenar de nuestros guerreros más valientes. Mientras tanto, desmontaremos Casandra era tan bella que había seducido al mismo Apolo. Le había dicho: "Te
nuestras tiendas y nos dirigiremos a nuestras naves. Es necesario que los troyanos vean pertenecería con gusto, pero concédeme antes el don de la profecía". Apolo había
nuestros navíos alejarse de la costa. consentido. Una vez obtenido el don, Casandra rechazó al dios burlándose de él. Como
Uno de los compañeros de Ulises, que se llamaba Sinón, exclamó, pensaba que era indigno quitarle lo que le había dado, Apolo declaró:
escandalizado: —De acuerdo... Sabrás leer el futuro, Casandra, ¡pero nadie jamás creerá en tus
—¡Estás loco! Entonces, ¿quieres levantar el sitio? predicciones!
—Espera Sinón: ¡olvidas el centenar de griegos disimulados dentro del caballo! —Es una artimaña, padre, lo sé, lo siento...
Por otra parte, uno de nosotros permanecerá cerca de la estatua. Después de nuestra —Vamos, Casandra, no digas tonterías: si los griegos quisieran regresar, ¡no
partida, será capturado por los troyanos. Esto es lo que el espía les dirá: hartos del sitio, estarían destruyendo esas barracas que les llevó tanto tiempo construir! Mira, varias
los griegos regresaron a sus patrias. Para que Atenea les sea favorable, le han construido naves ya están en el mar.
este caballo... —Padre, ¿recuerdas lo que predije cuando Paris regresó aquí con la bella
—¿Atenea? —se sorprendió Agamenón—. ¡Pero Atenea es la protectora de Helena, hace ya diez años?
nuestros enemigos! ¡Tiene su estatua en Troya, el Paladión! —¡Sí! Recuerdo que rompiste el velo de oro de tu tocado... Te arrancaste los
—Justamente: ¡nuestros enemigos creerán que queremos congraciarnos! — cabellos y lloraste profetizando la pérdida de nuestra ciudad. Te equivocaste: ¡hemos
explicó Ulises. Estoy seguro de que, para no ofender a Atenea, los troyanos harán entrar aguantado el sitio y ganamos! Casandra —agregó Príamo—, mis ojos están demasiado
en la ciudad ese caballo que le está dedicado a ella. gastados para ver lo que los griegos están construyendo en la costa. ¿Qué es?
—¡Ya veo! —admitió Agamenón—. ¿Quieres, pues, arrojar nuestros mejores —Parece una estatua —dijo Casandra—. Una gran estatua de madera.
hombres en la boca del lobo?
—No. Quiero, por el contrario, que nos abran el corral. Pues este caballo será tan

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de la fiesta que, ahora, se había callado. De repente, una voz de mujer surgió bajo los
Tres días más tarde, los troyanos debieron rendirse a la evidencia: ¡los griegos pies de los guerreros silenciosos:
habían partido! Desde lo alto de las murallas, no se distinguía sino la llanura desierta —Ah, queridos compatriotas, ¿por qué me han abandonado? Esposo mío, ahora,
donde tantos hombres habían caído y, allá, en el mar, las últimas velas de los navíos ¿dónde estás? ¿Sabes que, después de la muerte de Paris, Deífobo, su propio hermano,
enemigos. En la playa, el extraño monumento que los griegos habían abandonado me forzó a compartir su lecho? Y tú, valiente Ulises, ¿también te has ido?
intrigaba al rey Príamo, que declaró: Era la bella Helena. Menelao se disponía a responderle, pero Ulises le tapó la
—¡Vamos a ver qué es! boca con la mano. Durante un tiempo, Helena gimió debajo del caballo. Luego, su voz
Por primera vez en diez años, fueron abiertas las puertas de la ciudad. se alejó. Pero apareció otra:
Cuando los troyanos descubrieron en la orilla del mar un suntuoso caballo de —¿Ulises? ¿Diómedes? ¿Ayax? ¿Neoptólemo? ¿Menelao? ¡Soy Sinón! ¡Los
madera más alto que un templo, no pudieron contener su sorpresa y su admiración. troyanos están descansando! Hace varias horas encendí la señal. Se acerca el alba...
—¡Príamo! —gritó un troyano que se había aventurado debajo del animal. Rápido, ¡salgan!
¡Acabamos de encontrar a un guerrero griego atado a una de las patas! De inmediato, en el interior de la estatua, Epeo sacó las trabas que soportaban el
Corrieron a desatar al desconocido y lo presionaron con preguntas. Pero el pecho. La pared vaciló. Ulises hizo caer unas cuerdas. Y cien guerreros armados
hombre se negaba a responder. salieron uno a uno desde las entrañas del caballo. Al mismo tiempo, las naves griegas,
—¡Que le corten la nariz y las orejas! eran empujadas por un viento favorable, desembarcaron en la playa. Los ejércitos de
Torturado, el desafortunado griego terminó confesando. Agamenón se lanzaron hacia la Troya abierta. Mientras los griegos que surgieron del
—Me llamo Sinón. ¡Sí, nuestras naves han partido! Gracias a los consejos del caballo invadían la ciudad dormida, Ulises lanzaba gritos de victoria.
adivino Calcante, los griegos han construido esta ofrenda a Atenea para que la diosa les Los troyanos apenas tuvieron tiempo para comprender pasaba: la mayoría murió
perdone la ofensa hecha a su ciudad. Para obtener un mar favorable, Ulises quiso en cuanto se despertó. Los más valientes, todavía no repuestos de la fiesta nocturna, no
ahogarme e inmolarme a Poseidón. Pero me escapé y me refugié bajo la estatua. Para no opusieron más que una resistencia irrisoria. Los menos temerarios se salvaron sólo
disgustar a Atenea, a quien le pedía protección, Ulises se conformó con atarme allí. porque huyeron.
—¡Una ofrenda a Atenea! —exclamó Príamo, maravillado. Mientras por las calles, como por un arroyo, corría la sangre los troyanos degollados,
—¿La dejaremos en la playa, expuesta al viento y a la lluvia? —preguntaron Neoptólemo, hijo de Aquiles, descubrió a Príamo arrodillado frente al altar de Zeus. Sin
varios troyanos. piedad, degolló al rey. Más lejos, Menelao encontró a Helena en la habitación de
—¡Sí! —dijo Casandra, estremecida—. Aún más: quemaremos esta ofrenda Deífobo, hermano de Paris. Lo mató de una estocada antes de arrojarse hacia su esposa,
impía. Es un regalo envenenado que nos han dejado nuestros enemigos. al fin reencontrada. Áyax, al entrar en el templo, encontró a la bella Casandra al pie de
—¡Cállate! —respondió el rey a su hija—. ¡Que se construya una plataforma! la estatua de Atenea.
¡Que traigan rodillos! ¡Que conduzcan este caballo a nuestra ciudad, cerca del templo —¡Ah! —exclamó—. ¡Hace tanto tiempo que te quería para mí!
edificado en honor de la diosa! Mientras la hija de Príamo era privada de su honra, la diosa de piedra, según
Fue un trabajo más largo y difícil de lo previsto. Pero una noche, el caballo fue cuentan, desvió la cabeza.
por fin conducido triunfalmente a la ciudad, ante los troyanos reunidos sobre las
murallas. Ay, las puertas eran demasiado estrechas para que pasara. Después de echar
una mirada a la llanura desierta, Príamo ordenó:
—¡Que se derribe uno de los muros de la ciudad! Cuando se levantó el día, no quedaba de Troya más que las ruinas; lo que no
—¡Padre —predijo su hija temblando—, veo a nuestra ciudad en llamas, veo había sido destruido, terminaba de quemarse. Los griegos ya cargaban sus naves con el
miles de cadáveres cubriendo sus calles! botín de la ciudad devastada. Ulises, frente al asombroso caballo que había traído la
Nadie escuchaba a Casandra: los troyanos estaban subyugados por ese caballo victoria, debió apartarse de repente: una mujer de una inmensa belleza pasaba
espléndido y monstruoso a la vez, con las orejas levantadas y los ojos incrustados de indiferente a la matanza que indirectamente había provocado. Era Helena. Los
piedras preciosas. guerreros, mudos de admiración, se detenían para contemplarla.
El animal fue empujado hasta el templo de Atenea, donde se inició una gran Ulises sintió una extraña amargura.
fiesta que reunió a todos los troyanos sobrevivientes: la guerra había terminado, los —¡Vamos! —dijo de pronto a sus hombres, que estaban subiendo a la nave—.
griegos habían partido, ¡y ese caballo llegaba justo para celebrar una victoria que ya ¡Esta vez, la guerra ha terminado, regresemos a nuestra buena isla de Ítaca!
ninguno esperaba! Agregó para sí: "¡Y junto a Penélope, mi querida esposa, que hace diez años que
Nadie se preocupaba por Sinón, que había sido perdonado. me está esperando".
Deslizándose entre los festejantes, el espía griego llegó a las murallas desiertas; ¡Ay, Ulises ignoraba que estaba lejos de regresar a su patria! Los dioses
construyó una gran pira y, antes de encenderla, esperó que los troyanos cayeran, ebrios decidieron otra cosa: habrían de pasar otros diez años antes de que regresara. El tiempo
de danzas y de vino. de una larga odisea1.
¡Con el correr de las horas, en el interior del caballo, Ulises y sus compañeros '
comprendían que su estratagema se convertía en éxito! Habían oído el ruido de las
murallas abatidas, los gritos de alegría y de victoria de los troyanos y, luego, el clamor 1
Las más célebres aventuras de Ulises comienzan aquí. Son relatadas por Homero en La Odisea, palabra
griega {odysseus) que significa "viaje accidentado".

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La caída de Troya es tema de una hermosa tragedia de Eurípides llamada Las troyanas.

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Penélope y Ulises sentados. Otros habían traído toneles y habían comenzado a beber el vino del rey. Los
más atrevidos ya daban órdenes a los domésticos como si el palacio les perteneciera.
Penélope comprendió que estaba perdida: si no elegía un marido, esos nobles iban a
Dando la espalda a la multitud que formaban sus pretendientes reunidos, enfrentarse y a vaciar el palacio. Entre ellos, Eurímaco, el más rico y poderoso, tenía la
Penélope tejía, con la mirada perdida en el mar. A veces, un largo suspiro se escapaba de arrogancia del que está seguro de ser elegido.
su pecho. Pensaba en Ulises, su esposo, que había partido veinte años atrás, y se
sorprendía a veces diciendo:
—Dime, ¿cuándo volverás...?
A menudo, se dirigía así al que seguía amando, prolongando indefinidamente el
eco de su presencia.
—¡Penélope —le dijo de pronto Eurímaco—, debes elegir a uno de nosotros! A
esta altura, Ulises debe estar muerto, lo sabes perfectamente.
Penélope no creía ni una palabra. Diez años antes, se había enterado de que,
gracias a la astucia de su marido, la ciudad de Troya, por fin, había sido tomada y
devastada.
Pero a sus ojos, no habría verdadera victoria hasta el regreso de su marido.
—¡Ítaca precisa un rey! ¿Cuándo te decidirás a volver a casarte?
—¿Debo repetírtelo, Eurímaco? —respondió suavemente—. Me casaré recién
cuando haya terminado mi labor.
—¡Hace tres años que estás tejiendo esa mortaja! —refunfuñó Antínoo, otro
príncipe de la isla—. ¡Me parece que tejes de manera muy lenta!
Tejer una mortaja era un trabajo sagrado. Además, ésta estaba destinada a
Laertes, padre de Ulises, que era muy anciano.
Pérfido, Eurímaco agregó:
—Sí, tu labor avanza mal, Penélope. Según mi parecer, deberías apurarte, pues
los días de Laertes están contados.
Penélope se estremeció sin atreverse a replicar. Día a día, los pretendientes al
trono se inquietaban. En cuanto a su hijo Telémaco, había partido en busca de su padre.
Sola, Penélope tenía cada vez mayor dificultad en contener la impaciencia de todos esos
nobles que querían desposarla para tomar el poder. Fiel a Ulises, la reina había perdido
la juventud, pero no las esperanzas. Se retiró a sus aposentos sin dirigir siquiera una
mirada hacia esos hombres codiciosos.

El alba estaba aún lejos cuando Penélope se levantó. Dejó su dormitorio con
pasos sigilosos y llegó a la gran sala del palacio. Acercándose a la mortaja, tiró del hilo
que sobresalía y comenzó a destejer lo que había hecho el día anterior. Esta es la razón
por la cual su labor no avanzaba: ¡desde hacía muchos meses, Penélope deshacía cada —Ah, Ulises —murmuró Penélope desesperada—, ¿cuándo volverás?
noche el trabajo de todo el día! —Pronto —le susurró al oído una voz familiar.
De repente oyó un ruido, se dio vuelta y reconoció a una sirvienta que, El muchacho que acababa de unirse a la reina no era Ulises... ¡sino Telémaco! Su
asombrada, observaba la maniobra de su ama. hijo único estaba por fin ahí. Penélope se arrojó a sus brazos. Los pretendientes
—¡Espera! —exclamó Penélope—. ¡No te vayas, voy a explicarte!; permanecieron un momento desconcertados por esa irrupción inesperada. El hijo de
Pero la muchacha había desaparecido. Y cuando Penélope, a la mañana, entró en Ulises había crecido en fuerza y en belleza; su regreso contrariaba los proyectos de cien
la sala del palacio, fue recibida por cien miradas severas o burlonas. Furioso, Eurímaco pretendientes. Pero Eurímaco, lleno de altanería, dijo:
exclamó: —Y bien, Telémaco, ¿has encontrado a tu padre?
—Penélope, ¡has estado burlándote de nosotros! ¡Tu sirvienta nos explicó la —No. Pero estoy seguro de que está vivo. Y sé que estará aquí dentro de poco.
estratagema! —agregó, señalando la mortaja—. Esta vez, ya no te escaparás por medio —Vaya —agregó Antínoo observando a Telémaco—, tienes pelo en el mentón,
de una traición. ¡Hoy te casarás con uno de nosotros! ahora... ¿Qué dices, Penélope?
En un rincón de la habitación, varios pretendientes se hallaban cómodamente La madre de Telémaco aprobó temblando. Todos sabían que antes de partir,

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Ulises había dicho a su mujer: "Si no vuelvo, espera para casarte otra vez a que nuestro Tomó a su vez el arco y trató de tensarlo. Sin éxito.
hijo tenga barba". —Dámelo —dijo otro pretendiente empujando a sus compañeros.
Esta vez, Penélope no tenía más razones para retroceder. Pero elegir un protector Fracasó como los dos primeros. Pasaron las horas. Y cuando cayó la noche,
le resultaba odioso. Y entre esos hombres que detestaba, ninguno era mejor que otro. ninguno había podido lanzar una flecha. Fue entonces cuando se alzó la voz del viejo
Cuando estaba por contestar, un sirviente y un mendigo se presentaron: mendigo:
—¡Eumeo! —exclamó Penélope sonriendo—. Entra, ¡eres bienvenido! —¿Tal vez hay que ablandar ese arco? ¿Me permiten?
Eumeo era el porquerizo del palacio. Se inclinó y señaló al hombre que lo Antes de que alguno pensara en interponerse, Telémaco extendió el arma al
acompañaba. Era un mendigo harapiento, mayor y aún más sucio que él. desconocido y empujó a Penélope hacia la puerta.
—Gran reina —dijo Eumeo—, este viajero pide hospitalidad. —Madre —le murmuró—, será mejor que partas.
—Ven, buen hombre —dijo Penélope extendiéndole la mano al desconocido—. Quiso protestar. Pero con una señal de su hijo, Filecio la obligó a dejar la sala;
Come, bebe y descansa: en mi palacio estás en tu casa. una vez afuera, Penélope oyó que trababan la puerta. Pensativa, regresó a sus aposentos.
—Este palacio —interrumpió Eurímaco— pertenecerá a partir de ahora al De repente, vio en la habitación de su hijo decenas de espadas y de lanzas apiladas.
hombre con el que te cases. ¡Ahora te instamos a elegirlo! —Pero... ¡son las armas de mis pretendientes! ¿Quién ha ordenado que las
Los cien pretendientes reunidos aprobaron, amenazadores. Y mientras se junten aquí? ¿Y por qué?
retomaba la conversación, a Penélope le intrigaba el comportamiento del viejo perro de Provenientes de la sala del palacio, un inmenso clamor y gritos de espanto le
su esposo: el animal, que hoy estaba ciego y casi inválido, había dejado a rastras su respondieron. Entonces, una loca esperanza invadió su corazón...
rincón, cercano al trono vacío del rey; cuando llegó a los pies del mendigo, alzó la ¡Delante de los pretendientes anonadados, el viejo mendigo acababa de tensar,
cabeza, gimió con debilidad y lamió las manos del viajero, que lo estaba acariciando. sin esfuerzo, el gran arco de Ulises! Aprovechando su sorpresa, Telémaco, por su parte,
Después de eso, el perro, que parecía sonreír, exhaló su último suspiro, acurrucado en había fijado en forma de estrella las doce hachas en el muro, superponiendo los agujeros
los brazos de aquel. que perforaban el extremo de cada mango. El orificio único que ofrecían se había vuelto
—¡Maldito pulgoso, sal de aquí! —le espetó Eurímaco. así el centro de un pequeño blanco.
—No —ordenó Penélope, asaltada por un presentimiento—. Euriclea, trae una Telémaco exclamó:
vasija con agua tibia y lávale los pies a nuestro huésped. —¡Recuerden! ¡Sólo mi padre podía tensar su arco! ¡Y nadie más que él pudo
Euriclea era la sirvienta más anciana del palacio. Había sido la nodriza de nunca alcanzar un objetivo tan pequeño!
Ulises. Se apresuró a obedecer a su ama, que no hacía más que respetar las tradiciones Sin turbarse, el mendigo apuntó... y tiró. La flecha atravesó la estancia y fue a
de la hospitalidad. clavarse en el centro del blanco. Surgió un grito, que se multiplicó, en el que se
Antes de ir a sentarse, el mendigo se inclinó al oído de Penélope para susurrarle: adivinaban el estupor y el temor:
—¡Di que te casarás con aquel que sepa tensar el arco de tu esposo! —¡Es Ulises!
Estupefacta, Penélope miró al desconocido junto al que Euriclea se afanaba. No, —No puede sino ser él. Sin embargo, ¡es imposible!
era demasiado viejo y demasiado feo para ser su marido disfrazado. Sin embargo, ese Entonces, el mendigo se arrancó los harapos de una vez.
era su estilo, introducirse de incógnito para confundir a sus enemigos. —¡Sí! —tronó—. Soy yo, Ulises, ¡el amo de esta isla y de este palacio! Esta
Alzando nuevamente la cabeza, Penélope, perturbada, repitió palabra por mañana, los feacios me han dejado en la playa de Ítaca. Y gracias a Atenea, que supo
palabra: envejecerme y disfrazarme, helos aquí a ustedes engañados. ¿Codiciaban a mi esposa?
—De acuerdo: me casaré... ¡con el que sepa tensar el arco de mi esposo! ¿Buscaban suplantarme?
Sorprendidos, los pretendientes se consultaron con la mirada. El primero, —¿Quién te contó esas mentiras? —dijo Eurímaco, haciendo muecas.
Eurímaco, reaccionó: —¡Eumeo, mi fiel porquerizo! Sin reconocerme, me ha recibido. Gracias a él,
—¿Nos lanzas un desafío? ¿Y si veinte de nosotros lo lograran? supe del engaño que tramaban. Con su ayuda y la de mi hijo, ninguno de ustedes se me
—En tal caso —replicó Telémaco—, mi madre organizaría un concurso de tiro y escapará.
se casaría con el vencedor. Eurímaco hizo un gesto para huir. Pero el bravo Filecio cuidaba la puerta, que
Penélope miró a su hijo. No estaba en su carácter tomar iniciativas tales. La estaba trabada. Antínoo, por su parte, quiso tomar su espada. Pero al igual que los otros
ausencia y la experiencia, sin duda, lo habían hecho madurar. En ese instante, la vieja pretendientes, comprendió que estaba desarmado. Entonces, se lanzó hacia las hachas.
nodriza de Ulises dio un grito; acababa de descubrir una cicatriz en la rodilla del Una flecha le atravesó la garganta y lo detuvo en su impulso. Ulises ya estaba
mendigo. apuntando a otro, mientras gritaba:
—Oh, es una vieja herida —dijo este—, ya no me duele. —¡Telémaco, Filecio, Eumeo... apártense!
Telémaco ya estaba regresando con el enorme arco de su padre y varias aljabas
llenas de flechas. Iba acompañado por Filecio, un fiel servidor que cargaba una docena
de hachas.
—¡Seré el primero en probarlo! —decretó Eurímaco. A la noche, Penélope se sobresaltó: había un desconocido en el umbral de su
Tomó la cuerda y la tensó tan fuerte, que su rostro enrojeció. habitación. Se levantó, se acercó al hombre e intentó identificarlo a la luz de la luna.
—No insistas —se burló Antínoo—. ¡La madera ni siquiera se ha doblado! —Bien, Penélope —murmuró—, ¿no me reconoces?

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Temblando de pies a cabeza, no se animaba a comprender. El viajero iba


acompañado por Telémaco y Euriclea.
—¡Es él, ama! —le aseguró la nodriza en un sollozo.
—Es él —le confirmó Telémaco—. ¿Madre, aún dudas?
Dudaba. No quería creer en esa felicidad demasiado grande que barría de golpe
tantas tristezas acumuladas.
—Vaya —susurró Ulises, con un nudo en la garganta—, sólo dos seres me han
reconocido: mi perro, que me esperó para morir; y mi nodriza, que identificó la herida
de la rodilla que antaño me hizo un jabalí. ¿Pero tú, Penélope, mi propia esposa, no me
reconoces?
No. Ese Ulises que había surgido hoy le parecía más extraño que el fantasma
familiar con el cual conversaba y cuyo recuerdo había cultivado.
—¡Atenea, ilumíname! —imploró.
La diosa lo oyó: de un golpe, Ulises fue vestido con un rico manto, y su rostro
cobró el brillo y la belleza de los héroes.
—Para probarte que no se trata de un engaño de los dioses —agregó él—, voy a
darte la prueba de que soy tu esposo: ¿ves nuestro lecho? ¿Qué otra persona sino yo
podría describirlo con precisión?
Lo hizo, y con tales detalles que Penélope, enseguida, se arrojó entre sus brazos.
—Ulises —balbuceaba entre lágrimas, sin dejar de palpar el rostro amado—.
¡Ulises, por fin, eres tú! Sí, has regresado...
—Veinte años más tarde —concluyó él—. Y después de cuántos viajes...
—Yo —le respondió ella—, no he salido de la isla de Ítaca. ¡Sin embargo, tengo
la impresión de ser una náufraga que está errando desde hace veinte años y da por fin
con tierra firme!
Se abrazaron. Telémaco y Euriclea dejaron el dormitorio en puntas de pie. Y
Atenea, en su bondad, prolongó indefinidamente la noche del reencuentro de los
esposos.

A la mañana, cuando volvieron a la sala del trono, ya no quedaban rastros de la


masacre de la víspera. Penélope vio entonces, abandonada en un rincón, su labor
inconclusa. Se acordó de los años pasados en la espera de su esposo y suspiró.
—¿Qué es? —preguntó el rey de Ítaca palpando el tejido.
—Una tela que estaba hilando... para pasar el tiempo.
Tiró del hilo. Y era como si Penélope volviera atrás, como si se borraran,
acelerados, la impaciencia, la espera y los años. Pronto no quedó nada de la labor tantas
veces recomenzada. Sólo un recuerdo agudo y doloroso.
—¿Qué importa ahora? —dijo suspirando.
Sí: la mortaja del viejo Laertes podía esperar. Ulises, Penélope y él vivirían aún
mucho, mucho tiempo más.

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