Tercera Palabra

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SEMINARIO DIOCESANO NUESTRA SEÑORA

SERMÓN DE LAS SIETE PALABRA DE NUESTRO SEÑOR


JESUCRISTO EN LA CRUZ

TERCERA PALABRA

«MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO; HIJO, AHÍ TIENES A


TU MADRE»

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de


su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien
amaba, dice a su madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego
dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella
hora el discípulo la acogió en su casa.

Palabra de Dios

Queridos hermanos,

Quiero que esta noche contemplemos la escena que nos relata el evangelio de San Juan. Por
un lado, contemplemos el rostro del Señor dando su vida por nuestra salvación. Él estando
en la cruz manifiesta su amor por la humanidad, por la Iglesia, encomendando a María el
cuidado de todos los que, por la fe, somos los hijos amados del Padre, pero también
encomendando a Juan los cuidados de María, la virgen, que aceptó ser su madre y quien ha
acompañado siempre al Señor.

María, es la mayor testigo de la vida del Salvador desde su niñez, es ella la que formó a
Jesús en su humanidad, desde los primeros pasos hasta verlo hacer su obra como el Hijo de
Dios. María, en cuyo corazón estaba la confianza plena a la voluntad del Señor, se entrega
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inconmensurablemente, de una manera tan grande que acompaña a su hijo Jesús hasta el
último instante, cuando le toca ver cómo su vida se apagaba en la cruz. María, aun en las
situaciones más adversas, se mantiene expectante ante lo que el Señor había dicho que
pasaría, a pesar de que como madre sintió el dolor desgarrador como cualquier madre que
pierde un hijo. Veamos a María, la que siempre estuvo ahí, serena, silenciosa, acompañante
y cuyas actitudes debemos meditar, pues muchas veces sentimos miedo, a veces quizá no
entendemos el llamado del Señor o nos entregamos poniendo límites a Dios en lo que nos
pide, cuando nuestra confianza y entrega hacia el Señor debería llevarnos hacia donde llegó
María: hacia la cruz. Una cruz de renuncia, de sacrificio y de amor, viendo en estos actos
una gran oportunidad para llegar al cielo. Por eso, una primera invitación es que veamos en
María a nuestra madre, ella con su ejemplo y amor nos lleva a Jesucristo, nos acompaña en
nuestros momentos más dolorosos y siempre nos impulsa a renunciar a nosotros mismos,
cargar nuestra cruz y seguir al Señor. María es el gran ejemplo para nosotros por su amor y
entrega que llevó a que el mismo Dios la coronara como dueña y señora de todo lo creado.
De esta manera nosotros estamos llamados a trascender, imitando a María y amándola
como nuestra madre celestial, pues con la cruz, María nos extiende a todos nosotros, su
maternidad, al ser nosotros miembros del cuerpo de Cristo.

También los invito a mirar a Juan, pues el mismo Jesús, estando en la cruz, reconoce al
discípulo que tanto quería, el más joven de todos, que ha sido valiente, que por amor lo ha
acompañado y le ha dado consuelo a su madre, Jesús en ése momento sublime nos instituye
a todos nosotros como hijos de María, pues en Juan estamos representados todos los que
creemos y amamos a Jesús. El Señor reconoce en Juan la capacidad de afrontar los
problemas, de acercarse a ellos y decir: sí acepto, acepto porque te amo Jesús y tú me has
amado primero.
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¡Cuán sublime misterio el que contemplamos! “Madre, ahí tienes a tu hijo, hijo ahí tienes
a tu Madre” Es de ahí que para nosotros los católicos María sea la Madre de Dios y la
Madre nuestra, pues así lo quiso Jesús para los que creemos en él.

(Texto que no sé si es conveniente) Muchas veces nuestros hermanos separados nos


cuestionan sobre el rol tan importante que se le da a María en nuestra Iglesia, incluso se
llega a argumentar que sólo consideramos a María como Madre de Dios desde el año 341
con el Concilio de Éfeso, sin embargo, queridos hermanos, es desde la cruz que el mismo
Señor Jesucristo manifiesta que María es nuestra Madre, y nos regala su maternidad.

María está muy cerca de nosotros siempre, con su amor, con su ternura de Madre,
trabajando y desgastándose por nosotros, sus hijos, tratando de sanarnos, tratando de
animarnos, sufriendo por nosotros, como toda madre que sufre cuando su hijo está en
dificultades. Todos nosotros podemos experimentar la protección y la cercanía de la
Santísima Virgen María que nos dice: ¡No temas, acaso no estoy aquí yo que soy tu madre!

Pidámosle a la Santísima Virgen María que ruegue por nosotros en todos los momentos de
nuestra existencia, para que en responsabilidad y en fidelidad, se cumplan en nosotros todos
los sueños y proyectos de Dios para nuestra vida; Madre Santísima tú que fuiste valiente al
decir sí al Señor, te pedimos que mires a éste, tu pueblo, para que cada día aprendamos a
seguir tu ejemplo aun en medio de las dificultades. Que aprendamos a guardar y escuchar la
suave voz de tu hijo amado que nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, que
sintamos ese inmenso amor que tu como madre nos tienes. Que con esos ejemplos de
santidad que a lo largo de tu vida nos diste, nos dispongamos a ser vivir con esperanza, con
valentía, con humildad, viviendo el Evangelio, estando siempre al servicio de nuestro
prójimo y siguiendo ese modelo de santidad que nos enseñas para llegar hasta nuestro Padre
amado.
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Amén

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