El Giro Realista en La Novela Gráfica Contemporánea
El Giro Realista en La Novela Gráfica Contemporánea
El Giro Realista en La Novela Gráfica Contemporánea
Realismo, documento y testimonio en
la novela gráfica contemporánea1
Juan Alberto Conde Aldana*
Algunas consideraciones teóricas
Aunque desde sus primeros usos la expresión novela gráfica ha sido discutida tanto por autores
de cómics como por críticos y teóricos (véase García, 2014, 21‐37), hoy en día se ha convertido
en una etiqueta frecuente en el sector editorial que no duda en denominar así a las narraciones
gráficas de (a veces no tan) larga extensión, independientemente de su temática, enfoque o
género. Sin embargo, también ha habido esfuerzos teóricos por hacer de esta expresión una
categoría teórica válida para describir una serie de fenómenos concretos, más allá de los
objetivos comerciales de las editoriales, aunque sin desconocer la importancia de este factor
(las prácticas editoriales) en su definición.
Así, por ejemplo, Jan Baetens y Hugo Frey proponen cuatro niveles de descripción para una
definición flexible pero precisa de novela gráfica: un nivel formal, en el que identifican algunas
características asociadas al diseño de página, el tipo de ilustración y la secuencialidad narrativa
que diferencian este tipo de producciones narrativas de otras formas de cómic; el nivel del
contenido, uno de los fuertes diferenciadores de la novela gráfica frente a otras formas de cómic,
dada su inclinación hacia historias realistas más dirigidas a públicos adultos; el nivel del formato
de publicación, según el cual la novela gráfica busca legitimarse a través de objetos editoriales
similares a los de la literatura en general, tanto en extensión como en características de diseño,
pero sobre todo, lo que ellos llaman la “fórmula de un solo disparo” (one‐shot formula), es decir,
que el objeto editorial (libro) provee toda la historia al lector en un solo soporte y no, por
ejemplo, por entregas, como el cómic tradicional (Baetens y Frey 2015, 14); y el nivel de la
producción y la distribución, en el cual identifican el fenómeno de las editoriales independientes
consagradas a la narración gráfica como fundamental en la consolidación de esta forma de
expresión, pero también la conquista de públicos más amplios posibilitada por el éxito de la
1
Este texto es un borrador de trabajo.
*
Comunicador social y magister en filosofía de la Universidad Javeriana, Bogotá. Doctor en semiótica y
ciencias del lenguaje de la Universidad de Limoges, Francia. Profesor de tiempo completo del área de
humanidades de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Correo electrónico: [email protected]
Página: https://uatdeo.academia.edu/JuanAlbertoCondeAldana Blog:
http://lashilanderas.blogspot.com.co/
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novela gráfica como fórmula editorial y su salida del nicho más restringido de los lectores de
cómics tradicional.
Por supuesto, Baetens y Frey son conscientes de las zonas borrosas o ambiguas entre estos
criterios. Por ejemplo, el hecho de que muchas novelas gráficas tuvieron primero una forma
serializada más cercana al cómic tradicional, como las publicaciones de Chris Ware y Acme
Novelty Library, Daniel Clowes y Bola Ocho o Seth y su Palookaville, donde aparecieron en forma
de capítulos separados lo que después serían novelas gráficas publicadas como libro. También
mencionan las dificultades derivadas del afán de legitimación por proximidad con la novela
literaria tradicional, como el hecho de que las especificidades y riquezas del cómic como
expresión de la cultura popular y como narración visual secuencial puedan desdibujarse (y este
verbo nunca había tenido un sentido tan literal como el que aquí adquiere). No obstante, estos
criterios –que son, por lo demás, hechos observables en el mundo editorial contemporáneo‐
permiten hacer más asible una categoría como esta que aquí nos ocupa.
En este contexto, es en lo respectivo al contenido donde aparece el realismo como una
tendencia narrativa definitoria de la novela gráfica como forma cultural. En términos de estos
autores:
Las novelas gráficas están también inclinadas hacia el realismo (entendido aquí como lo
contrario al contenido de ciencia ficción y, de manera creciente, de fantasía en los cómics
de superhéroes), y no están necesariamente restringidas a la ficción. Muchas novelas
gráficas son autobiográficas o semiautobiográficas, y muchas de ellas proclaman ser
documentales, reportajes o relatos históricos. Permítasenos subrayar: las tres novelas
gráficas más conocidas que no pertenecen al género distópico de superhéroes tienen,
definitivamente, un fundamento autobiográfico (Baetens y Frey 2015, 10‐12)2.
Los autores se refieren a Maus, de Art Spiegelman; Persépolis, de Satrapi y Fun Home de Bechdel,
tres novelas con un fuerte componente autobiográfico, aunque también incluyan múltiples
personajes o temas y problemas que rebasan el límite de la vida privada para abordar cuestiones
históricas y colectivas como el holocausto o los problemas culturales y políticos de toda una
generación en un país como Irán o la migración hacia Francia. Incluso una novela como Jimmy
2
“Graphic novels are also disposed toward realism (here we mean contrary to the science fiction or,
increasingly, fantasy content of the superheroes comic books), and they are not necessarily restricted to
fiction. Many graphic novels are autobiographical or semiautobiographical, and several of them claim to
be documentaries, reportage, or history. Let us underline: the three best‐known graphic novels, which do
not belong to the dystopian superheroes genre, definitely have an autobiographical foundation” (esta y
las siguientes traducciones son hechas por el autor de este texto).
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Corrigan: el chico más listo del mundo, ha sido definida como semi‐autobiográfica, dadas las
alusiones del autor a su propia relación con su padre, o la propia dedicatoria a su madre.
En esta línea realista también se inscriben las novelas gráficas más “orientadas hacia su objeto”
que hacia el “sujeto narrador”, como aquellas que se acercan al relato histórico o incluso al
periodismo. Este último es el caso sobre todo de los comic‐reportajes de Joe Sacco, mientras
que el primero estaría representado por cómics como los de Kyle Baker (Nat Turner), Alan Moore
(Into the Light; From Hell), Art Spiegelman (Sin la sombra de las torres), Will Eisner (Last Day in
Vietnam; The Plot), Rob Morrison y Charlie Adlard (White Death), o Ari Folman y David Polonsky
(Waltz con Bashir). Por supuesto, en estas y muchas otras obras la frontera entre lo
autobiográfico, lo histórico o lo testimonial suele ser borrosa, pero es precisamente en este
carácter difuso donde radica su atractivo:
Efectivamente, es fundamentalmente la habilidad de la novela gráfica para operar en las
líneas fronterizas entre la narración en primera persona, la historia‐desde‐abajo y la
historia oral, así como la introducción de ficciones con significado histórico (y viceversa)
lo que la hace un corpus de obras tan fascinante y tan importante (Baetens y Frey 2015,
13)3.
En cierto sentido, se puede afirmar que la historia del cómic replica el recorrido hecho por Erich
Auerbach en su ya clásica obra Mimesis, la representación de la realidad en la literatura
occidental: de la narración exclusiva de los hechos y personajes extraordinarios del mito y de la
historia (reyes, héroes, dioses), que en el caso del cómic estarían representados por los
superhéroes y héroes de las historietas de aventuras, a la expresión de la cotidianidad más
inmediata del hombre común y sus dramas íntimos en la novela gráfica.
Esta tendencia temática hacia el realismo ha sido identificada y descrita por diversos autores. El
investigador español Santiago García describe el “acercamiento a la realidad” desde lo individual
a lo social, mencionando en el primer polo a autores inaugurales como Harvey Pekar (como
guionista de su intimidad), pero también Robert Crumb, Justin Green y Aline Kominsky, y luego
en historietistas como Joe Matt, Julie Doucet, Debbie Drechsler o Phoebe Gloeckner (García,
2014, 234‐235). García también identifica la tendencia de autores como Jeffrey Brown o James
Kochalka a privilegiar la inmediatez del dibujo espontáneo e incluso descuidado, con el fin de
3
“Indeed it is arguably the ability of the graphic novel to work on the borderlines of first‐person narrative,
history‐from‐below, and oral history, as well as to introduce fiction with historical meaning (and vice
versa), that makes it so fascinating and important a body of work”.
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capturar “en caliente” un evento o estado de ánimo particular. Y luego a autores que recuperan
sus experiencias personales como David Small, Alison Bechdell, Lynda Barry, Carol Tyaler, R.
Kilkuo Johnson, Gene Luen Yang, Nate Powell o Mariko y Jillian Tamaki. El autor se detiene en
los casos de Small (Stitches, 2009), Bechdell (Fun Home, 2006), Tyler (Nunca lo sabrás, 2009) y
Barry (Cien demonios, 2002).
En seguida, Santiago García incluye otra distinción, relacionada con autores que utilizan algunas
de sus experiencias pero también su imaginación para proponer historias de ficción con
personajes creados: Los hermanos Gilbert y Jaime Hernández en su universo de Love and
Rockets, Daniel Clowes, Chris Ware, Charles Burns, Seth, Adrian Tomine o Jessica Abel (García,
2014, 238‐240).
El siguiente grado de distanciamiento de la historia personal hacia una historia colectiva estaría
dado por la inclinación hacia el relato histórico, en obras como las del propio Spiegelman, o de
clásicos del underground como Jaxon, y sus obras sobre la historia del estado de Tejas como
Comanche Moon, El Alamo o Los Tejanos. En esta misma línea identifica a Chester Brown y su
Louis Riel, o a Jason Lutes y Berlín.
El último grado estaría representado por lo que se ha dado en llamar el cómic periodístico. Allí,
antes de presentar la obra de Joe Sacco, García menciona incursiones parciales de autores como
Kim Deitch, Jessica Abel, Ted Rall o Peter Bagge, así como libros‐reportaje del tipo Adictos a la
guerra (Joel Andreas, 1991/2002) o El informe 11‐S: una novela gráfica (Sid Jacobson y Ernie
Colon, 2006). Además de Sacco, García resalta el trabajo del periodista Denis Robert y los
historietistas Yan Lindingre y Laurent Astier en la obra El negocio de los negocios (2009), sobre
“las profundas redes de corrupción que implican a los Gobiernos y los grandes negocios
europeos” (García, 2014, 242).
En una línea similar, Nina Mickwitz ha consagrado todo un estudio a la relación entre los cómics
de no‐ficción y los procedimientos del documental (como forma audiovisual). En este trabajo,
Mickwitz habla entonces de comics documentales, tratando de identificar la manera en que
estas historietas despliegan distintas estrategias para representar “el mundo real” (Mickwitz
2016). La autora aborda cuestiones como el papel del dibujo en la representación de la realidad
perceptiva y su relación con otras técnicas, en cómics como American Splendor, o El fotógrafo
de Emmanuel Guibert; la relación entre los conceptos de archivo, testimonio y memoria
colectiva, en los casos de Notas al pie de Gaza de Joe Sacco y La guerra de Alan, de Emmanuel
Guibert; la influencia de las narrativas predominantes en el seno de las culturas, así como los
relatos de viajes en autores como Craig Thompson (Carnet de Voyage, 2004), Pyongyang: un
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viaje a Corea del Norte, (2005) o Shenzen: A Travelogue in China (2006), terminando con Marjane
Satrapi y su Persepolis (2008). Nina Mickwitz también contempla asuntos relacionados con la
visibilidad y la voz a partir de comics autobiográficos como el Epiléptico de David Beuchard.
Para el caso particular de las memorias gráficas, Nancy Pedri propone una serie de criterios
descriptivos interesantes: el primero es la credibilidad, asociada con la autoridad y las dudas que
pueden generar el punto de vista desde donde se narra una historia. El segundo tiene que ver
con el grado de abstracción de la representación visual, que tiene como extremos la fotografía
y la caricatura. El tercer criterio es la precisión, que oscila entre la fidelidad al mundo real y la
distorsión interpretativa (Pedri 2013).
La narratóloga Karin Kukkonen también aborda el tema de la autobiografía desde una
perspectiva cognitiva, a partir de la obra de Bechdell, Spiegelman y Craig Thompson, incluyendo
criterios como estilo y subjetividad, agencia autobiográfica, corporeidad, auto‐reflexibidad,
tiempo, narración e historia, en un enfoque que oscila entre la narratología formal y la
descripción de las maneras en que los seres humanos construimos representaciones mentales y
corporales de nosotros mismos (Kukkonen 2013). El tema particular de la autobiografía en cómic
también es explorado en una obra colectiva editada por Michael A. Chaney, que incluye
capítulos dedicados a varios de los artistas mencionados antes como Spiegelman, Bechdel,
Barry, Brown, etc., pero incluyendo también secciones dedicadas al contexto internacional
(Europa y Asia, sobre todo) y las narrativas gráficas femeninas (Chaney 2011). Otra obra
colectiva en la misma línea es la editada por Jane Tolmie, sobre memoria y subjetividad en el
cómic (Tolmie 2013). Elisabeth El Refaie también ha escrito un extenso estudio en el tema, con
una amplia gama de referencias del contexto anglosajón y mundial (El Refaie 2012).
Este último también es el tema de las obras de Hillary L. Chute, quien consagró un primer trabajo
a las narraciones gráficas escritas y dibujadas por mujeres (Chute, 2010), y luego a las formas
documentales, el testimonio visual y el cómic (Chute, 2016). En la primera, además de varias de
las autoras ya mencionadas, contempla la obra de Phoebe Gloeckner y Aline Kominsky‐Crumb,
aunque también incluye una larga lista de referencias a cómics creados por mujeres: Jessica Abel
(Mirror, Window; La Perdida), Gabrielle Bell (Lucky, Cecil and Jordan), Lilli Carré (The Lagoon),
Sue Coe (How to Commit Suicide in South Africa, Dead Meat), Sophie Crumb (Belly Button
Comix), Vanessa Davis (Spaniel Rage), Diane DiMassa (Hothead Paisan), Julie Doucet (My
NewYork Diary, 365 Days), Debbie Dreschler (Daddy’s Girl, The Summer of Love), Mary Fleener
(Life of the Party: The Complete Autobiographical Collection), Ellen Forney (I Was Seven in ’75, I
Love Led Zeppelin), Roberta Gregory (Bitchy Bitch, Bitchy Butch), Miriam Katin (We Are on Our
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Own), Megan Kelso (The Squirrel Mother), Hope Larson (Salamander Dream, Gray Horses), Miss
Lasko‐Gross (Escape from “Special,” A Mess of Everything), Erika Lopez (Lap Dancing for
Mommy), Rutu Modan (Exit Wounds, Jamilti), Ariel Schrag (Awkward, Definition, Potential,
Likewise), Dori Seda (Dori Stories), Posy Simmonds (Gemma Bovery, Tamara Drewe), C. Tyler
(Late Bloomer, You’ll Never Know: A Graphic Memoir) y Lauren Weinstein (Girl Stories, The
Goddess of War). Chute traza así uno de los panoramas más completos del cómic femenino de
las últimas décadas (Chute, 2010, 1‐27).
En su segunda obra, Hillary L. Chute traza un extenso recorrido histórico sobre las maneras en
que la caricatura, el cómic y las artes visuales han representado conflictos y desastres bélicos,
para llegar al panorama contemporáneo, donde identifica formas novedosas de relación entre
la narración gráfica y el documental, la manera de abordar a testigos y testimonios, y la inclusión
del(os) autor(es) en la narrativa. Chute se detiene en Sacco y Spiegelman, pero también en el
artista japonés Keiji Nakazawa y su manga sobre la bomba atómica.
Este rápido recorrido por algunos de los trabajos teóricos consagrados a la relación entre cómic
y realidad o cómic y documento histórico o periodístico, permite identificar algunas
coordenadas para abordar este giro realista en el cómic y en la novela gráfica contemporánea,
y en particular algunas de las obras más representativas del contexto nacional4.
De sujetos y mundos
Las relaciones entre narración gráfica y realidad socio‐histórica son diversas y complejas, y
comparten muchas de las problemáticas identificadas en la historia de la literatura moderna y
contemporánea, pero también de otros medios narrativos no ficcionales como el periodismo, el
discurso histórico o el documental. De ahí la necesidad de proponer algunas categorías que
aplican para distintos medios de expresión, y que no tracen fronteras cerradas o nítidas, a partir
de lo que se ha dado en denominar una lógica difusa.
La primera distinción que es necesario abordar es la que existe entre ficción y no‐ficción. Desde
las obras que construyen desde la pura imaginación un universo narrativo habitado por
personajes, hasta las que tratan de representar, reconstruir o aludir a un contexto de realidad
4
Hace ya algún tiempo propuse también una aproximación de los procedimientos referenciales de la
novela gráfica con los identificados por Hal Foster en el arte contemporáneo, a partir de lo que este autor
denominó el retorno de lo real. Allí aparecen otras categorías de interés para el caso particular del comic
autobiográfico (o “auto‐etnográfico”), como el realismo traumático o el realismo abyecto (Conde 2008,
487).
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específico, se encuentra toda la amplia gama de lo que se ha denominado “semi‐
autobiográfico”, o “basado en hechos reales”, hasta los intentos de reconstrucción fidedigna de
una biografía, un periodo histórico, un evento. Siguiendo a Philippe Lejeune, podemos hablar
aquí de un pacto, establecido por autores y editores para ser aceptado –o no‐ por los lectores,
que determina, desde los rasgos peritextuales de las obras, una suerte de “protocolo” de lectura
(Lejeune 1994).
Así, en Caminos Condenados se incluyen una serie de paratextos que indican, por ejemplo, que
la novela gráfica se basa en una investigación de Diana Ojeda (a su vez coautora del cómic) y
otros investigadores, y que, si bien quiso ser en principio una adaptación de un artículo derivado
de dicha investigación, terminó siendo una “ficcionalización a partir de hechos, personajes y
espacios reales” (Ojeda, y otros 2016, 84).
En el caso de Los once, que dada su estrategia retórica particular, parece alejarse un poco más
del testimonio histórico, se incluye un epílogo donde los autores hacen explícitos sus intereses
y su relación más distante con la serie de eventos que han decidido relatar (Jiménez, Jiménez y
Cruz 2014). Sin embargo, también incluyen citas a pie de página a lo largo de la historieta, donde
identifican las fuentes documentales de algunos de los parlamentos y textos que hacen
referencia al evento relatado, como emisiones de radio, testimonios de militares y víctimas, etc.
Ante la ausencia de este tipo de referencias paratextuales, el lector suele asumir que está ante
una obra de ficción, si bien esto no impide que se identifiquen referencias a la realidad entre sus
páginas o se reconozcan hechos o personajes de la historia.
Una segunda distinción es la que se da entre las historias centradas en la vida personal del autor,
en un claro pacto autobiográfico, como las novelas gráficas Virus tropical (Powerpaola 2009‐
2011) y Elefantes en el cuarto (Infante 2016) y aquellas que se centran en las vidas de otros. Es
el caso de Ciervos de bronce, que relata algunos eventos y personajes asociados con los
movimientos sindicales en Colombia (Aguirre 2014). En el segundo caso, es inevitable cruzar esta
distinción con la que se puede identificar entre un narrador distante (invisible) y un narrador
participante (visible).
En lo que se refiere a las narraciones abiertamente autobiográficas o centradas en un personaje,
lo que nos permite dirigir nuestra atención hacia la identidad narrativa, es posible ver que esta
tampoco es esencial, única y nítida, sino que oscila entre una serie de grados que van desde las
ficciones centradas en el individuo y su subjetividad, hacia aquellas que se expanden hacia la
dimensión interpersonal (relaciones íntimas de distinto tipo) y hacia la dimensión colectiva,
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cuando los problemas y vicisitudes de un personaje se identifican con las de un grupo social más
amplio, cuyo límite es la humanidad entera.
En el caso de las narraciones que se enfocan contextos, eventos históricos o situaciones
generales, aparecen otros criterios asociados con la credibilidad, la verosimilitud y el carácter
fidedigno de lo narrado. Así, será necesario identificar los procedimientos por los cuales el o los
narradores gráficos han tenido acceso a unos testimonios de personas reales que han vivido “en
carne propia” la situación concernida, o a documentos históricos y documentales de otros
testigos (pasados o presentes), como el caso ya mencionado de Caminos condenados. Este tipo
de narración gráfica es más propenso a tomar formas institucionales, como los cómics
auspiciados por el Centro Nacional de Memoria Histórica, que usan la narración gráfica para
promover las prácticas de memoria y reparación en contextos de conflicto y postconflicto,
aunque también de iniciativas particulares, como la de Francisco José Marín Lora (Franco Lora),
y su cómic autopublicado No soy de aquí (2012?). En estos casos la identidad narrativa se
invisibiliza en extremo, al punto de que puede incluso no haber referencias a la autoría de la
obra.
Sin embargo, las particularidades de la narración gráfica hacen que la presencia del “mostrador”
gráfico (para usar la expresión de la narratología audiovisual5) y la manera en que el dibujo y las
técnicas del dibujo y la plástica reconstruyen perceptivamente el mundo hagan muy difícil
“invisibilizar” completamente a los responsables del relato visual. Esto nos lleva a identificar
algunas de las formas en que narradores (y mostradores) se manifiestan (o tratan de no hacerlo)
en los relatos gráficos. Pueden hacerlo a través de una voz, representada en este caso en los
textos de globos y didascalias. O puede hacerlo a través de su presencia visual al interior de las
viñetas, como un “cuerpo” gráfico que participa de ese mundo. También lo hace, por supuesto,
a través de las técnicas de encuadre, montaje y composición que el cómic comparte con los
medios audiovisuales, pero también en la composición de la página y la segmentación de los
eventos en cuadros estáticos, en una de las formas más específicas de la narración gráfica.
Muchos de los teóricos mencionados más arriba se han concentrado, particularmente, en la
forma en que el dibujo se relaciona con la realidad perceptiva, de una manera completamente
diferente a como lo hace la fotografía. En ese sentido, la presencia del gesto gráfico y de lo que
el dibujante José Muñoz denomina “el temblor del alma” que se expresa a través del dibujo, y
que constituye el aspecto más directo de la instancia que enuncia un relato visual, incluso en los
5
Véase Gaudreault & Jost.
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casos en que trata de ser “neutro”. Aquí es pertinente el concepto de “grafiación”, propuesto
por Philippe Marion (1993).
El teórico del documental audiovisual Bill Nichols ha propuesto una serie de modalidades que
se pueden asumir dentro de este género narrativo de no‐ficción, que pueden ser de interés para
empezar a identificar con más precisión los modos particulares de la novela gráfica.
Nichols identifica una modalidad expositiva, propio del documental más tradicional, que utiliza
una voz omnisciente que se dirige al espectador sin mediaciones. Cuando recogen testimonios,
estos documentales los presentan a manera de “cabezas parlantes”, que le hablan a la cámara,
ofreciendo sus testimonios de manera transparente. (Nichols 1997, 68). Esta modalidad se
caracteriza por querer dar una impresión de objetividad. La segunda modalidad es la de
observación, asociado con el cine directo o con el cinema verité, y tienen que ver con la no
intervención del realizador (Nichols 1997, 78), como si se le “entregara la cámara” a los sujetos
de la realidad que se pretende documentar, para que sean ellos mismos quienes construyan el
relato de sus eventos. El caso opuesto es el de la modalidad interactiva, en la que los realizadores
se inmiscuyen e interactúan con el mundo que tratan de registrar. Finalmente, la modalidad de
representación reflexiva lleva esta participación un nivel más allá, enfatizando en el propio
realizador y sus reflexiones, sensaciones y apreciaciones en el proceso de interactuar con el
mundo y los eventos de su interés. En una obra posterior, Nichols identifica una modalidad más,
que denomina performativa, en la que se enfatiza la dimensión subjetiva de los realizadores, su
experiencia encarnada y sensorial de un mundo, que se manifiesta en las formas plásticas y
audiovisuales del documental (Nichols, 2001, 130).
La novela gráfica parece tener una inclinación mayor hacia estas últimas dos modalidades,
confundiéndose con el relato autobiográfico. El caso de Ciervos de bronce es interesante en ese
sentido, pues además de secuencias de narración gráfica más tradicional, Aguirre incluye
páginas de fondos blancos extensos donde solo aparece un objeto, una frase, un detalle, casi
una sensación, que llenan de manera abierta los intersticios del relato de los sindicalistas como
pequeñas memorias y alusiones (Aguirre 2014).
Así, la narración gráfica nos confronta con una serie de mundos narrativos (posibles o efectivos),
y de subjetividades que habitan esos mundos (o los contemplan desde la distancia) rediseñando
las relaciones entre sujeto y mundo de maneras inéditas así como la cada vez más compleja
relación entre representación y realidad.
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