1 - NIKKEN PEDRO - El Concepto de Derechos Humanos - en Estudios Basicos de Derechos Humanos I - IIDH - San Jose de Costa Rica 1994 - Pag 15-37
1 - NIKKEN PEDRO - El Concepto de Derechos Humanos - en Estudios Basicos de Derechos Humanos I - IIDH - San Jose de Costa Rica 1994 - Pag 15-37
1 - NIKKEN PEDRO - El Concepto de Derechos Humanos - en Estudios Basicos de Derechos Humanos I - IIDH - San Jose de Costa Rica 1994 - Pag 15-37
SEMINARIO
SOBRE DERECHOS
HUMANOS
La Habana
La opiniones que se presentan en los artículos son responsabilidad exclusiva de los autores y no reflejan
necesariamente los puntos de vista del Instituto Interamericano de Derechos Humanos o de la Unión
Nacional de Juristas de Cuba, ni las posiciones de las agencias de cooperación y organizaciones
internacionales que patrocinan esta publicación.
341.481.729.1
La Habana, Cuba
208 p. ; 9” x 6”
ISBN 9968-778-02-8
Aparatado 10.081-1000
PRESENTACIÓN............................................................................................................9
DISCURSO INAUGURAL
Antônio Cançado Trindade............................................................................................10
PALABRAS DE APERTURA
Arnel Medina Cuenca....................................................................................................13
TEMA I
TEMA II
TEMA IV
EL DERECHO AL DESARROLLO.............................................................................126
CLAUSURA
María de los Ángeles Flórez P. ..................................................................................135
PALABRAS DE APERTURA
Dr. Antonio Cançado Trindade, Director Ejecutivo del Instituto Interamericano de Derechos
Humanos.
Dr. José Raúl Amaro Salup, Presidente del Tribunal Supremo Popular.
Lic. Roberto Díaz Sotolongo, Vicejefe del Departamento de Organización del Comité
Central del PCC.
Lic. Alberto Rodríguez Arufe, Vicejefe del Departamento de Relaciones Internacionales del
Comité Central del PCC.
UNIVERSALIDAD E INTERDEPENDENCIA
SOBRE EL CONCEPTO DE
DERECHOS HUMANOS
Pedro Nikken
En esta noción general, que sirve como primera aproximación al tema, pueden verse dos
notas o extremos, cuyo examen un poco más detenido ayudará a precisar el concepto. En primer
lugar, se trata de derechos inherentes a la persona humana; en segundo lugar, son derechos que
se afirman frente al poder público. Ambas cuestiones serán examinadas sucesivamente en esta
presentación.
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de
razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
...conforme a los principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas, la libertad, la justicia y la
paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros de
la familia humana y de sus derechos iguales e inalienables.
...los derechos esenciales del hombre no nacen del hecho de ser nacional de determinado Estado, sino
que tienen como fundamento los atributos de la persona humana.
...por una parte, que los derechos fundamentales del ser humano se fundamentan sobre los atributos
de la persona humana, lo que justifica su protección internacional; y por otra parte, que la realidad y
el respeto a los derechos del pueblo deben necesariamente garantizar los derechos humanos.
Tales expresiones plantean cierto número de interrogantes que pueden agruparse siguiendo
dos direcciones. Cabe indagar, primero, sobre los fundamentos de la concepción de los derechos
humanos como “inherentes” a la persona (A). Seguidamente es útil examinar qué consecuencias
pueden extraerse de la característica apuntada (B).
A. Bases de la inherencia
La idea de que existen derechos de la persona que se afirman más allá de toda ley, orden o
autoridad, se remonta a la antigüedad. Sófocles, en la respuesta de Antígona al reproche de
Creón por haber enterrado a su hermano en contra de su prohibición, afirma que tal actuación se
había ceñido a leyes no escritas e inmutables del cielo. En el plano filosófico la noción original
de derechos innatos del ser humano se vincula en general con el estoicismo. De la enseñanza de
Epicteto sobre la fraternidad entre los hombres y la igualdad entre los esclavos, se ha dicho que
constituye “una moralidad sublime y ultraterrena; en una situación en la que el primer deber del
hombre es resistir al poder tiránico. Sería difícil hallar algo más confortador”1. Según Séneca,
“es un error creer que la esclavitud penetre al hombre entero. La mejor parte de su ser se le
escapa, y aun cuando el cuerpo sea del amo, el alma es, por naturaleza, libre y se pertenece a sí
misma”2. El pensamiento cristiano, por su parte, expresa el reconocimiento de la dignidad
radical del ser humano, considerado como una creación a la imagen y semejanza de Dios, y de
la igualdad entre todos los hombres, derivada de la unidad de filiación del mismo Padre.
Sin embargo, ninguna de estas ideas puede vincularse con las instituciones políticas o el
Derecho de la Antigüedad o de la Baja Edad Media. Lo cierto es que la historia universal lo ha
sido más de la ignorancia que de protección de los derechos de los seres humanos frente al
ejercicio del poder. El reconocimiento universal de los derechos humanos como inherentes a la
persona es un fenómeno más bien reciente.
1
RUSSEL, B.: Historia de la filosofía occidental, trad. De Gómez de la Serna y Dorta, 2ª. ed., revisada de la
edición inglesa de 1961, Espasa-Calpe, Madrid, 1971, t. I, pág.289
2
Citado por Molina. E.: La herencia moral de la filosofía griega, 2ª. ed,., Nacimiento, Santiago de Chile, 1938,
pág.203
3
Cfr. JELLINEK, G.: La Déclaration des droits de l'homme et du citoyen, trad. De G. Fardes, Albert Fontemaing,
editor, París, 1902, páginas 45-49
Las primeras manifestaciones concretas de declaraciones de derechos individuales, con
fuerza legal, fundadas sobre el reconocimiento de derechos inherentes al ser humano que el
Estado está en el deber de respetar y proteger, las encontramos en las revoluciones de
Independencia Norteamericana e Iberoamericana, así como en la Revolución Francesa. Por
ejemplo, la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776 afirma que todos los hombres
han sido creados iguales, que han sido dotados por el Creador de ciertos derechos innatos; que
entre esos derechos debe colocarse en primer lugar la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad; y que para garantizar el goce de esos derechos los hombres han establecido entre ellos
gobiernos cuya justa autoridad emana del consentimiento de los gobernados. En el mismo
sentido la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789,
reconoce que los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos y que las
distinciones sociales no pueden estar fundadas sino en la utilidad común.
Es de esta forma que el tema de los derechos humanos, más específicamente el de los
derechos individuales y las libertades públicas, ingresó al Derecho constitucional. Se trata, en
verdad, de un capítulo fundamental del Derecho constitucional, puesto que el reconocimiento de
la intangibilidad de tales derechos implica limitaciones al alcance de las competencias del poder
público. Desde el momento que se reconoce y garantiza en la Constitución que hay derechos del
ser humano inherentes a su misma condición en consecuencia, se imponen límites al ejercicio
del poder del Estado anteriores y superiores al poder del Estado, al cual le está vedado afectar el
goce pleno de aquellos derechos5.
4
Cfr. Derechos del hombre y del ciudadano, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1959,
en especial el estudio contenido en dicha obra por GRASES, P.: Estudios sobre los derechos del hombre y del
ciudadano. El autor, que considera la proclamación de los derechos del pueblo como una Declaración de
Independencia anticipada (pág. 111), hace un interesante estudio sobre los antecedentes de dicha proclamación,
así como otras similares que se produjeron posteriormente. Fue ésta la primera declaración de esa naturaleza en
la América Latina. También puede encontrarse un minucioso estudio sobre dicha Declaración en BREWER-
CARÍAS, A.R.: Los Derechos Humanos en Venezuela: casi 200 años de historia. Biblioteca de la Academia de
Ciencias Políticas y Sociales. Serie Estudios, Caracas 1990.
5
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha subrayado expresamente que “en la protección a los derechos
humanos está necesariamente comprendida la noción de la restricción al ejercicio del poder estatal”. Corte IDH:
En el Derecho constitucional, las manifestaciones originales de las garantías a los derechos
humanos se centraron en lo que hoy se califica como derechos civiles y políticos, que por esa
razón son conocidos como “la primera generación” de los derechos humanos. Su objeto es la
tutela de la libertad, la seguridad y la integridad física y moral de la persona, así como de su
derecho a participar en la vida pública.
Estas declaraciones, como todos los instrumentos de su género, son actos solemnes por
medio de los cuales quienes lo emiten proclaman su apoyo a principios de gran valor, juzgados
como perdurables. Los efectos de las declaraciones en general, y especialmente su carácter
vinculante, no responden a un enunciado único y dependen, entre otras cosas, de las
circunstancias en que la declaración se haya emitido y del valor que se haya reconocido al
instrumento a la hora de invocar los principios proclamados. Tanto la Declaración Universal
como la Americana han tenido gran autoridad. Sin embargo, aunque hay muy buenos
argumentos para considerar que han ganado fuerza obligatoria a través de su reiterada
7
Cfr. LAUTERPACHT, H.: The international protection of human rights, 70 RCADI (1947), págs. 13-17; y
KELSEN, H. Cit. Por SCHWELB: The International Court of Justice and the Human Rights Clauses of the
Charter, 66 AJIL (1972), págs.338 y 339. He tratado el tema en otra parte: La protección internacional de los
derechos humanos: su desarrollo progresivo. IIDH/Ed. Civitas, Madrid, 1987, págs. 63 y sig.
aplicación, la verdad es que en su origen carecían de valor vinculante desde el punto de vista
jurídico8.
Una vez proclamadas las primeras declaraciones, el camino para avanzar en el desarrollo de
un régimen internacional de protección imponía la adopción y puesta en vigor de tratados
internacionales a través de los cuales las partes se obligaran a respetar los derechos en ellos
proclamados y que establecieran, al mismo tiempo, medios internacionales para su tutela en
caso de incumplimiento.
Así pues, cualquiera sea el fundamento filosófico de la inherencia de los derechos humanos
a la persona, el reconocimiento de la misma por el poder y haber quedado plasmada en
instrumentos legales de protección en el ámbito doméstico y en el internacional, han sido el
producto de un sostenido desarrollo histórico, dentro del cual las ideas, el sufrimiento de los
pueblos, la movilización de la opinión pública y una determinación universal de lucha por la
dignidad humana, han ido forzando la voluntad política necesaria para consolidar una gran
conquista de la humanidad, como lo es el reconocimiento universal de que toda persona tiene
derechos por el mero hecho de serlo.
8
He estudiado en otra parte el tema del valor original y el valor sobrevenido de las declaraciones. Cfr.: La
protección internacional de los derechos humanos: su desarrollo progresivo; cit., cap. VI; La fuerza obligatoria
de la Declaración Universal de Derechos Humanos. 75 Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas
de la Universidad Central de Venezuela. Caracas 1990, págs. 329-349; La Declaración Universal y la
Declaración Americana. La formación del moderno Derecho internacional de los derechos humanos. Revista
del Instituto Interamericano de Derechos Humanos, San José, mayo 1989 (número especial), págs. 65-99; La
fuerza obligatoria de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. 32 “Revista de
Derecho Público” Caracas, 1987, págs.27-46
9
Cfr. CANÇADO TRINDADE, A.A. (editor): Derechos Humanos, Desarrollo sustentable y Medio Ambiente,
IIDH/BID, San José de Costa Rica / Brasilia, 1992; UN CENTER FOR HUMAN RIGHTS: The Realization of
the Right to Development (HR/PUB/91/2). United Nations, New York, 1991.
B. Consecuencias de la inherencia
1. El Estado de Derecho
...la protección a los derechos humanos, en especial a los derechos civiles y políticos recogidos en la
Convención, parte de la afirmación de la existencia de ciertos atributos inviolables de la persona
humana que no pueden ser menoscabados por el ejercicio del poder público. Se trata de esferas
individuales que el Estado no puede vulnerar o en la que sólo puede penetrar limitadamente. Así, en
la protección de los derechos humanos, está necesariamente comprendida la noción de la restricción
al ejercicio del poder estatal10.
Esto supone que el ejercicio del poder debe sujetarse a ciertas reglas, las cuales deben
comprender mecanismos para la protección y garantía de los derechos humanos. Ese conjunto
de reglas que definen el ámbito del poder y lo subordinan a los derechos y atributos inherentes a
la dignidad humana es lo que configura el Estado de Derecho.
2. Universalidad
Por ser inherentes a la condición humana todas las personas son titulares de los derechos
humanos y no pueden invocarse diferencias de regímenes políticos, sociales o culturales como
pretexto para ofenderlos o menoscabarlos. Últimamente se ha pretendido cuestionar la
universalidad de los derechos humanos, presentándolos como un mecanismo de penetración
política o cultural de los valores occidentales. Desde luego que siempre es posible manipular
políticamente cualquier concepto, pero lo que nadie puede ocultar es que las luchas contra las
tiranías han sido, son y serán universales.
10
Corte I.D.H., La expresión “leyes” en el artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
Opinión Consultiva OC-6/86 del 9 de marzo de 1986. Serie A Nº6, par.21.
fundamentales “no admite dudas” (párrafo 1). Señala asimismo que “todos los derechos
humanos son universales, indivisibles e interdependientes entre sí” y que, sin desconocer
particularidades nacionales o regionales y los distintos patrimonios culturales “los Estados
tienen el deber, sean cuales sean sus sistemas políticos, económicos y culturales, de promover y
proteger todos los derechos humanos y las libertades fundamentales” (párrafo 3).
3. Transnacionalidad
4. Irreversibilidad
Una vez que un determinado derecho ha sido formalmente reconocido como inherente a la
persona humana queda definitiva e irrevocablemente integrado a la categoría de aquellos
derechos cuya inviolabilidad debe ser respetada y garantizada. La dignidad humana no admite
relativismos, de modo que sería inconcebible que lo que hoy se reconoce como un atributo
inherente a la persona, mañana pudiera dejar de serlo por una decisión gubernamental.
Este carácter puede tener singular relevancia para determinar el alcance de la denuncia de
una convención internacional sobre derechos humanos (hasta ahora prácticamente inexistentes).
En efecto, la denuncia no debe tener efecto sobre la calificación de los derechos que en él se han
reconocido como inherentes a la persona. El denunciante sólo se libraría, a través de esa
hipotética denuncia de los mecanismos internacionales convencionales para reclamar el
cumplimiento del tratado, pero no de que su acción contra los derechos en él reconocidos sea
calificada como una violación de los derechos humanos.
Cuando un derecho ha sido reconocido por una ley, un tratado o por cualquier otro acto del
poder público nacional como “inherente a la persona humana”, la naturaleza de dicho derecho
se independiza del acto por el que fue reconocido, que es meramente declarativo. La tutela
debida a tal derecho se fundamenta en la dignidad humana y no en el acto por el cual el mismo
fue reconocido como inherente a dicha dignidad. En adelante, merecerá protección propia de los
derechos humanos de manera definitiva e irreversible, aun si el acto de reconocimiento queda
abrogado o, si se trata de una convención internacional, la misma es denunciada.
5. Progresividad
Como los derechos humanos son inherentes a la persona y su existencia no depende del
reconocimiento de un Estado, siempre es posible extender el ámbito de la protección a derechos
que anteriormente no gozaban de la misma. Es así como han aparecido las sucesivas
“generaciones” de derechos humanos y como se han multiplicado los medios para su
protección.
Hay otro elemento que muestra cómo la protección de los derechos humanos se plasma en
un régimen que es siempre susceptible de ampliación, más no de restricción y que también atañe
a la integración de la regulación internacional entre sí y con la nacional. La mayoría de los
tratados sobre derechos humanos incluyen una cláusula según la cual ninguna disposición
convencional puede menoscabar la protección más amplia que puedan brindar otras normas de
Derecho interno o de Derecho internacional. En esa dirección, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos ha señalado que, “si a una misma situación son aplicables la Convención
Americana y otro tratado internacional, debe prevalecer la norma más favorable a la persona
humana”12. Este principio representa lo que se ha llamado la “cláusula del individuo más
favorecido”13.
Habiendo pasado revista al significado de los derechos humanos como atributos inherentes
a toda persona, corresponde ahora ver como los mismos se afirman frente al Estado o, más
genéricamente, frente al poder público.
11
Varias constituciones latinoamericanas recogen expresamente la idea de que la enumeración de los derechos en
ellas contenidos es enunciativa y no taxativa: Constitución de Argentina, art.33; Constitución de Brasil, art.5º. –
LXXVII-§2 (que menciona expresamente los tratados internacionales); Constitución de Bolivia, art.35;
Constitución de Colombia, artículo 94 (que menciona expresamente los convenios internacionales vigentes);
Constitución de Costa Rica, art.74; Constitución de la República Dominicana, art.10; Constitución del Ecuador,
arts. 19 y 44; Constitución de Guatemala, art.4; Constitución de Honduras; art.63; Constitución de Nicaragua,
art.46 (que menciona expresamente varios instrumentos internacionales); Constitución de Paraguay, art.80;
Constitución del Perú, art.4; Constitución del Uruguay, art.72; Constitución de Venezuela, art.50.
12
Corte I.D.H., La colegiación obligatoria de periodistas (arts. 13 y 29 Convención Americana sobre Derechos
Humanos). Opinión Consultiva OC-5/85 del 13 de noviembre de 1985. Serie A No.5, §52
13
Cfr. VASSAK, K.: Las dimensiones internacionales des droits de l'homme, UNESCO, París, 1978, pág.70.
Como ya se ha dicho en el breve recuento anterior, durante la mayor parte de la historia el
poder podía ejercerse con escasos límites frente a los gobernados y prácticas como la esclavitud
y la tortura eran admitidas y hasta fundamentadas en ideas religiosas. La lucha por lo que hoy
llamamos derechos humanos ha sido, precisamente, la de circunscribir el ejercicio del poder a
los imperativos que emanan de la dignidad humana. La nota característica de las violaciones a
los derechos humanos es que ellas se cometen desde el poder público o gracias a los medios que
éste pone a disposición de quienes lo ejercen. No todo abuso contra una persona ni toda forma
de violencia social son técnicamente atentados contra los derechos humanos. Pueden ser
crímenes, incluso gravísimos, pero si es la mera obra de particulares no serán una violación de
los derechos humanos.
Lo que no es exacto es que diversas formas de violencia política, que pueden tipificar
incluso gravísimos delitos internacionales, sean violaciones de los derechos humanos. La
responsabilidad por la efectiva vigencia de los derechos humanos incumbe exclusivamente al
Estado, entre cuyas funciones primordiales está la prevención y la punición de toda clase de
delitos. El Estado no está en condiciones de igualdad con personas o grupos que se encuentren
fuera de la ley, cualquiera sea su propósito al así obrar. El Estado existe para el bien común y su
autoridad debe ejercerse con apego a la dignidad humana, de conformidad con la ley. Este
principio debe dominar la actividad del poder público dirigida a afirmar el efectivo goce de los
derechos humanos (A) así como el alcance de las limitaciones que ese mismo poder puede
imponer lícitamente al ejercicio de tales derechos (B).
A. El poder público y la tutela de los derechos humanos
El ejercicio del poder no debe menoscabar de manera arbitraria el efectivo goce de los
derechos humanos. Antes bien, el norte de tal ejercicio, en una sociedad democrática, debe ser
la preservación y satisfacción de los derechos fundamentales de cada uno. Esto es válido tanto
por lo que se refiere al respeto y garantía debido a los derechos civiles y políticos (1), como a la
satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales y de los derechos colectivos (2).
Como antes quedó dicho, los derechos civiles y políticos tienen por objeto la tutela de la
libertad, la seguridad y la integridad física y moral de la persona, así como de su derecho a
participar en la vida pública. Por lo mismo, ellos se oponen a que el Estado invada o agreda
ciertos atributos de la persona, relativos a su integridad, libertad y seguridad. Su vigencia
depende, en buena medida, de la existencia de un orden jurídico que los reconozca y garantice.
En principio, basta constatar un hecho que los viole y que sea legalmente imputable al Estado
para que éste pueda ser considerado responsable de la infracción. Se trata de derechos
inmediatamente exigibles, cuyo respeto representa para el Estado una obligación de resultado,
susceptible de control jurisdiccional.
En su conjunto, tales derechos expresan una dimensión más bien individualista, cuyo
propósito es evitar que el Estado agreda ciertos atributos del ser humano. Se trata, en esencia, de
derechos que se ejercen frente –y aun contra- el Estado y proveen a su titular de medios para
defenderse frente al ejercicio abusivo del poder público. El Estado, por su parte, está obligado
no sólo a respetar los derechos civiles y políticos sino también a garantizarlos.
El respeto a los derechos humanos implica que la actuación de los órganos del Estado no
puede traspasar los límites que le señalan los derechos humanos, como atributos inherentes a la
dignidad de la persona y superiores al poder del Estado.
El respeto a los derechos humanos impone la adecuación del sistema jurídico para asegurar
la efectividad del goce de dichos derechos. El deber de respeto también comporta que haya de
considerarse como ilícita toda acción u omisión de un órgano o funcionario del Estado que, en
ejercicio de los atributos de los que está investido, lesione indebidamente los derechos humanos.
En tales supuestos, es irrelevante que el órgano o funcionario haya procedido en violación de la
ley o fuera del ámbito de su competencia. En efecto, lo decisivo es que actúe aprovechándose de
los medios o poderes de que dispone por su carácter oficial como órgano o funcionario.
La garantía de los derechos humanos es una obligación aún más amplia que la anterior,
pues impone al Estado el deber de asegurar la efectividad de los derechos humanos con todos
los medios a su alcance. Ello comporta, en primer lugar, que todo ciudadano debe disponer de
medios judiciales sencillos y eficaces para la protección de sus derechos. Por obra del mismo
deber, las violaciones a los derechos reconocidos en convenciones internacionales en las que un
Estado es parte, deben ser reputadas como ilícitas por el Derecho interno de ese Estado.
También está a cargo del Estado prevenir razonablemente situaciones lesivas a los derechos
humanos y, en el supuesto de que éstas se produzcan, a procurar, dentro de las circunstancias de
cada caso, lo requerido para el restablecimiento del derecho. La garantía implica, en fin, que
existan medios para asegurar la reparación de los daños causados, así como para investigar
seriamente los hechos cuando ello sea preciso para establecer la verdad, identificar a los
culpables y aplicarles las sanciones pertinentes14.
Estos deberes del poder público frente a las personas no aparecen del mismo modo cuando
se trata de los derechos económicos, sociales y culturales de los derechos colectivos.
derechos colectivos
Como también ha quedado dicho, los derechos económicos, sociales y culturales, se refieren
a la existencia de condiciones de vida y de acceso a los bienes materiales y culturales en
términos adecuados a la dignidad inherente a la familia humana. La realización de los derechos
económicos, sociales y culturales no depende, en general, de la sola instauración de un orden
jurídico ni de la mera decisión política de los órganos gubernamentales, sino de la conquista de
un orden social donde impere la justa distribución de los bienes, lo cual, en general, ha de
alcanzarse progresivamente. Su exigibilidad está condicionada a la existencia de recursos
apropiados para su satisfacción, de modo que las obligaciones que asumen los Estados respecto
de ellos esta vez son de medio o comportamiento. El control del cumplimiento de este tipo de
obligaciones implica algún género de juicio sobre la política económico-social de los Estados,
cosa que escapa, en muchos casos, a la esfera judicial. De allí que la protección de tales
derechos suela ser confiada a instituciones más político-técnicas que jurisdiccionales, llamadas a
emitir informes periódicos sobre la situación social y económica de cada país.
14
La temática del respeto y la garantía a los derechos humanos ha sido ampliamente desarrollada por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Cfr. Corte I.D.H. Caso Velásquez Rodríguez, Sentencia del 29 de julio de
1988. Serie C No.4, §§ 159-177; Corte I.D.H., Caso Godínez Cruz, sentencia de 20 de enero de 1989. Serie C
No.5, §§ 168-188.
De allí la principal diferencia de naturaleza que normalmente se reconoce entre los deberes
del poder público frente a los derechos económicos y sociales con respecto a los que le
incumben en el ámbito de los civiles y políticos. Estos últimos son derechos inmediatamente
exigibles y frente a ellos los Estados están obligados a un resultado: un orden jurídico-político
que los respete y garantice. Los otros, en cambio son exigibles en la medida en que el Estado
disponga de los recursos para satisfacerlos, puesto que las obligaciones contraídas esta vez son
de medio o de comportamiento, de tal manera que, para establecer que un gobierno ha violado
tales derechos no basta con demostrar que no ha sido satisfecho, sino que el comportamiento del
poder público en orden a alcanzar ese fin no se ha adecuado a los standards técnicos o políticos
apropiados. Así, la violación del derecho a la salud o al empleo no dependen de la sola
privación de tales bienes como sí ocurre con el derecho a la vida o a la integridad.
Esta consideración amerita, sin embargo, matices y precisiones que cobran progresiva
importancia en el mundo actual. La primera proviene del hecho de que hay algunos derechos
económicos y sociales que son también libertades públicas, como la mayor parte de los derechos
sindicales. En estos casos el deber de respeto y garantía de los mismos por parte del poder
público es idéntico al que existe respecto de los derechos civiles y políticos.
Por otra parte, aunque, en general, es cierto que la sola no satisfacción de los derechos
económicos, sociales y culturales no es demostrativa, en sí misma, de que el Estado los ha
violado, cabe plantearse si la realidad de ciertas políticas configura la vulneración de los
derechos económicos, sociales y culturales de manera parecida a los derechos civiles y políticos,
es decir, ya no como consecuencia de su no realización, sino por efecto de la adopción de
políticas que están orientadas hacia la supresión de los mismos. Es un tema abierto a la
discusión, que cobra singular vigencia en la llamada era de la globalización, en la cual es notoria
la postergación de los derechos económicos sociales y culturales, lo mismo en el plano
conceptual que en el operativo.
En cuanto a los derechos colectivos, la sujeción del poder público es mixta. En un sentido
positivo, es decir, en o que toca a su satisfacción, puede hablarse de obligaciones de
comportamiento: la acción del Estado debe ordenarse de la manera más apropiada para que tales
derechos –medio ambiente sano, desarrollo, paz- sean satisfechos. En un sentido negativo, esto
es, en cuanto a su violación, más bien se está ante obligaciones de resultado: no es lícita la
actuación arbitraria del poder público que se traduzca en el menoscabo de tales derechos.
En todos estos casos, claro está, la violación de los derechos humanos ocurrirá en la medida
en que la actuación del poder público desborde los límites que legítimamente pueden imponerse
a los mismos por imperativos del orden público o del bien común.
Los derechos humanos pueden ser legítimamente restringidos. Sin embargo, en condiciones
normales, tales restricciones no pueden ir más allá de determinado alcance y deben expresarse
dentro de ciertas formalidades.
a. Alcance
La formulación legal de los derechos humanos contiene, normalmente, una referencia a las
razones que, legítimamente, puedan fundar limitaciones a los mismos.
En general, se evitan las cláusulas restrictivas generales, aplicables a todos los derechos
humanos en su conjunto y se ha optado, en cambio, por fórmulas particulares, aplicables
respecto de cada uno de los derechos reconocidos, lo que refleja el deseo de ceñir las
limitaciones en la medida estrictamente necesaria para asegurar el máximum de protección al
individuo. Las limitaciones están normalmente referidas a conceptos jurídicos indeterminados,
como lo son las nociones de “orden público” o de “orden”; de “bien común”, “bienestar
general” o “vida o bienestar de la comunidad” de “seguridad nacional”, “seguridad pública” o
“seguridad de todos”; de “moral” o “moral pública”, de “salud pública”, o de “prevención del
delito”15.
Todas estas nociones implican una importante medida de relatividad. Deben interpretarse en
estrecha relación con el derecho al que están referidas y deben tener en cuenta las circunstancias
del lugar y del tiempo en que son invocadas e interpretadas. A propósito de ellas se ha destacado
que, tratándose de nociones en que está implicada la relación entre la autoridad del Estado y los
individuos sometidos a su jurisdicción, todas ellas podrían ser reducidas a un concepto singular
y universal, como es el orden público.
Las limitaciones a los derechos humanos no pueden afectar el contenido esencial del
derecho tutelado. La misma Corte también ha dicho que nociones como la de “orden público” y
la de “bien común” no pueden invocarse como “medios para suprimir un derecho garantizado
por la Convención” y deben interpretarse con arreglo a las justas exigencias de una sociedad
democrática, teniendo en cuenta “el equilibrio entre los distintos intereses en juego y la
necesidad de preservar el objeto y fin de la Convención”17.
15
Cfr. KISS, A.: Permissible Limitations on Rights, en “The International Bill of Rights”, L. Henkin, editor,
Columbia University Press, New York, 1981
16
Corte I.D.H.: La colegiación obligatoria de periodistas, cit., § 64
17
Corte I.D.H.: La colegiación obligatoria de periodistas, cit., § 67.
b. La forma
En un Estado de Derecho, las limitaciones a los derechos humanos sólo pueden emanar de
leyes, se trata de una materia sometida a la llamada reserva legal, de modo que el poder
ejecutivo no está facultado para aplicar más limitaciones que las que previamente hayan sido
recogidas en una ley del poder legislativo.
que la palabra leyes...significa norma jurídica de carácter general, ceñida al bien común, emanada de
los órganos legislativos constitucionalmente previstos y democráticamente elegidos, y elaborada
según el procedimiento previsto en las constituciones de los Estados Partes para la formación de las
leyes18.
18
Corte I.D.H., La expresión “leyes” en el artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
cit., § 38.
19
Cfr.: ZOVATTO, D.: Los estados de excepción y los derechos humanos en América Latina. Instituto
Interamericano de Derechos Humanos / Editorial Jurídica Venezolana. Caracas / San José, 1990; GARCÍA
SAYÁN, D. (EDITOR): Estados de emergencia en la Región Andina, Comisión Andina de Juristas, Lima 1987;
FAÚNDEZ-LEDEZMA, H.: La protección de los derechos humanos en situaciones de emergencia, en
“Contemporary Issues in International Law (Essays in Honor of Louis B. Sohn), T. Buergenthal, editor. N.P.
Engel Publisher, Kehl, 1984, págs. 101-126; SEPÚLVEDA, C.: Los derechos humanos y el derecho
internacional humanitario ante la subversión en América Latina, 49 Boletín Mexicano de Derecho Comparado,
Nueva serie, enero-abril 1984, págs. 141-152; O'DONNEL, D.: Legitimidad de los estados de excepción a la luz
de los instrumentos de derechos humanos, 38 Revista de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad
Católica del Perú, diciembre 1984, págs. 165-231.
“puede ser en algunas hipótesis, el único medio para atender a situaciones de emergencia
pública y preservar los valores superiores de la sociedad democrática”20.
Sin embargo, evocando quizás los abusos a que ha dado origen en el hemisferio, afirmó que
la suspensión de garantías no “comport(a)la suspensión temporal del Estado de Derecho (ni)
autori(za) a los gobernantes a apartar su conducta de la legalidad a la que en todo momento
deben ceñirse”21, pues el efecto de la suspensión se contrae a modificar, pero no a suprimir
“algunos de los límites legales de la actuación del poder público”22.
La suspensión de garantías está sujeta, además, a cierto número de condiciones, entre las
que cabe enunciar, también de modo esquemático, las siguientes:
a. Estricta necesidad. La suspensión de las garantías debe ser indispensable para atender a
la emergencia.
b. Proporcionalidad, lo que implica que sólo cabe suspender aquellas garantías que
guarden relación con las medidas excepcionales necesarias para atender la emergencia.
c. Temporalidad. Las garantías deben quedar suspendidas sólo por el tiempo estrictamente
necesario para superar la emergencia.
20
Corte I.D.H., El hábeas corpus bajo suspensión de garantías (arts.27.2 y 25.1 Convención Americana sobre
Derechos Humanos). Opinión Consultiva OC8/87 del 30 de enero de 1997, § 20.
21
Ibid.
22
Ibid., § 24.
de prisión por deudas, al principio de legalidad y retroactividad, al derecho a la personalidad
jurídica y a la libertad de pensamiento, conciencia y religión.
e. Publicidad. El acto de suspensión de garantías debe publicarse por los medios oficiales
del Derecho interno de cada país y comunicarse a la comunidad internacional, según lo
pautan algunas convenciones sobre derechos humanos.
CONCLUSIÓN
DERECHOS HUMANOS
Ese horizonte de sentido tiene que partir de la real evolución del milenario proceso
civilizatorio, de ahí su inexcusable ámbito de dimensión histórica, y tiene que apoyarse en una
axiología y en un marco conceptual que no sólo explique los planteamientos actuales de los
Derechos Humanos, sino que además nos brinde una perspectiva práctica para su ulterior e
inagotable desarrollo y ampliación.
23
Herrera Flores, Joaquín. “La fundamentación de los Derechos Humanos desde la escuela de Budapest”. En Los
Derechos Humanos; una reflexión interdisciplinaria. Publicaciones ETA. Colección Monografías. Córdoba
1995. Pág.25
En una ocasión, refiriéndose al derecho al desarrollo, el Dr. Gros Espiell afirmaba con toda
certeza que este derecho no sólo era deontológico, sino que tenía que ser entendido como
derecho teleológico, que se endereza a un fin y contribuye a él. Pues bien, yo creo con toda
firmeza que todos los Derechos Humanos tiene ese contenido teleológico: constituyen
instrumentaciones jurídicas encaminadas al fin de hacer verdaderamente humana la existencia
del hombre.
Y claro que me estoy dando de bruces con el problema que ha sido centro del debate sobre
la fundamentación de los Derechos Humanos, es decir, la oposición entre una visión
iusnaturalista de éstos y la concepción positivista o normativista. Y ni que decir que en la base
de esa polémica que desborda la fundamentación de los Derechos Humanos, puesto que atañe a
todo el Derecho, está la discusión sobre el contenido axiológico o no del Derecho y, a la larga,
sobre la naturaleza de los valores que supone, si es que se admite ese contenido axiológico.
Recuerdo que Mauricio García Villegas decía en uno de los Cursos Interdisciplinarios del
IIDH que esta discusión “a la postre ha producido más libros que convencidos”24. Pero seguía
afirmando que el abandono de la discusión filosófica sobre los fundamentos de los Derechos
Humanos había producido la consecuencia de rescatar ese debate para la política.
Quisiera decir que estoy sólo parcialmente de acuerdo con el suspicaz punto de vista del
respetado colega colombiano; en puridad la política no puede deshacerse de sus implicaciones y
traducciones filosóficas. Reducir el debate sobre la naturaleza de los Derechos Humanos, sólo el
cenagoso terreno de la política suele conducir a aumentar las imprecisiones, amén de que,
finalmente, todo tiene que ser repensado filosóficamente.
En este sentido quiero recordar que incluso se ha hablado de una escuela de nueva
fundamentación de los Derechos Humanos, a la cual se ha denominado Escuela de Budapest
(Herrera Flores, 1995) que tiene, sin duda, un alto contenido político, en cuando se identifica
con la instrumentación teórica de intelectuales como Agnes Heller, Ferenc Féhér, György
Markus, Muhaly Vayda y otros, que al calor de la Estética de György Lukács, pero muy
especialmente desde las posiciones políticas e ideológicas que estuvieron en la base de los
24
García Villegas, Mauricio. “El fundamento de los Derechos Humanos”. En Compilación de Trabajos
Académicos del Curso Interdisciplinario de Derechos Humanos (1983-1987) IIDH. Costa Rica, 1989, pág.89 y
ss.
acontecimientos de 1956 en Hungría, intentaron articular una fundamentación de los Derechos
Humanos en que era fácil advertir el intento de harmonización de las conquistas sociales
alcanzadas por el socialismo real en Hungría, con ansiados espacios democráticos. Pero esa
fundamentación, originalmente muy ceñida al discurso ético y hasta estético, pronto devino, sin
abandonar su sentido político, nueva especulación jusfilosófica: para nadie es un secreto que
últimamente lo que más se debate en esa escuela es la teoría de la justicia y de la racionalidad
como fundamento de los Derechos Humanos, es decir, nuevamente un problema eminentemente
filosófico.
Y es que, quiérase o no, estamos ante una suerte de nudo gordiano: no podremos dar un
paso cierto al respecto de la fundamentación sino blandimos la espada alejandrina y afrontamos
decididamente el problema relativo a la fundamentación puramente normativista, jurídica,
relativista y hasta en ocasiones historicista, o asumimos una posición diversa, alternativa, que
intente alcanzar desde más allá de la simple estructuración normativa, no sólo la legitimidad de
los actuales Derechos Humanos, sino el rumbo, el camino y la perspectiva de visualización
primero y alcance ulterior del inagotable proceso creador de Derechos Humanos.
Esto nos lleva, con fatalidad científica, a abordar ese problema gordiano: el carácter de los
valores, su sentido de autonomía y permanencia o, al contrario, su relativismo defraudante. En
una ocasión, Federico Engels, refiriéndose a la variedad de posiciones filosóficas, afirmaba que
el problema principal de la Filosofía era el de la oposición entre el ser y el pensar, entre el ser
social y la conciencia social. Aquí cabría una reducción parecida: el problema principal de la
fundamentación de los Derechos Humanos pasa, inevitablemente, por la toma de posición frente
a los valores contenidos y por contener en esos Derechos, tanto los hoy consagrados, cuanto los
que la humanidad progresista lucha por consagrar.
Quisiera agregar que, al intentar en esas brevísimas reflexiones alguna aproximación a tan
espinoso asunto, lo hago con cierta desazón. Estoy convencido de que sólo podré apuntar
algunas consideraciones generales, seguramente muy vagas y, lo que es peor, al referirme a las
principales corrientes o posiciones que se debaten tendré que hacerlo con lamentable
superficialidad, dando sólo pinceladas críticas, muchas veces objetables por falta de rigor. Sin
embargo, en este marco y espacio no es posible otra pretensión. De lo que se trata y pretendo es,
exactamente, de ofrecer una visión alternativa a las clásicas posiciones adoptadas en punto a la
fundamentación, y hacerlo desde una perspectiva tercer mundista. No pretendo originalidad,
sino la que resulta de intentar ser vocero y pensador de una fracción del mundo que es, por
demás, la que más sufre, la que se excluye del progreso, la que sucumbe, pero adquiere entonces
la lucidez suficiente para advertir que su caída puede ser, ahora ya de modo bien claro, la
catástrofe de todo el proceso civilizatorio.
Hace ya tres décadas, en 1964, el gran pensador italiano Norberto Bobbio, en un simposio
sobre Fundamentos de los Derechos Humanos del Hombre, promovido por el Institut
International de Philosophie, expuso lo que consideró las grandes dificultades para encontrar un
fundamento absoluto a los Derechos Humanos y los valores por ellos protegidos. Aludió a la
vaguedad del concepto de Derechos Humanos; a que son variables, según lo revela la historia, y
a que son heterogéneos, puesto que suponen exigencias diferentes e incluso contradictorias.
Este pensamiento era totalmente consecuente con el sostenido por el maestro italiano en
todo su razonar al respecto. Recordamos su trabajo L'illusion du fondament absolu en que parte
de la hipótesis y convicción de que no es posible hallar una fundamentación absoluta de los
Derechos Humanos, sino cuanto más, diferentes fundamentos relativos. Recuérdese que en ese
trabajo, L'illusion, Bobbio llega a afirmar que los Derechos Humanos ya están suficientemente
fundados en la Declaración Universal de 1948. Es lamentable no disponer de suficiente espacio
y tiempo para otras consideraciones laterales sobre los que Bobbio califica de Derechos que se
tienen y derechos que se quieren tener, con respecto a los cuales, especialmente los segundos,
Bobbio cae en la trampa gordiana que he aludido: tiene que reconocer que con respecto a ellos
es preciso y admisible la búsqueda de razones para sostener su legitimidad. Igualmente sus ideas
sobre los que llama valores últimos, los cuales sencillamente se asumen, sin que puedan
fundamentarse o justificarse.
Es que, quiérase que no, el maestro italiano gira en torno a los límites del positivismo, al
menos en este difícil tema.
Quisiera advertir que se han pretendido diferentes diseños epistemológicos del problema
que nos ocupa, pero lamentablemente, todos tributan finalmente al mismo dilema. Cuando se ha
intentado una fundamentación de raigambre anglosajona, para oponerla a la tradición europea
(Herrera Flores, 1995) finalmente se arriba al fondo de la misma dicotomía: positivismo o una
explicación de fondo, más allá de la normativa, que sirva para justificar y legitimar la misma y,
lo que es más importante, que brinde una perspectiva de lucha por nuevos Derechos Humanos.
Igualmente ha ocurrido cuando se ha pretendido desviar el análisis hacia una explicación
historicista o, por el contrario, puramente especulativa. En ese sentido no puede menos que
mencionarse el impresionante trabajo de Imre Szabo, Fundamentos históricos de los derechos
humanos y desarrollos posteriores. Al respecto quisiera apuntar que no obstante sus inatacables
conclusiones sobre el carácter histórico de esos Derechos, en ocasiones su discurso se coloca,
mutatis mutandi, fuera de historicidad, y el pasado deviene en ocasiones para justificación del
presente, como advirtiera brillantemente Ignacio Ellacuría. Por supuesto que no pretendo, por
materialista, negar la explicación historicista, pero convengo absolutamente con el mártir jesuita
Ellacuría, que esa indagación histórica no puede reducirse a una mera búsqueda de
antecedentes, sino que tiene que ir en pos de la explicación de las razones materiales y de la
toma de conciencia de los inevitables cambios, de las mutaciones y los desarrollos, es decir,
nuevamente en la fuente prístina del debate.
Es interesante apuntar que han surgido y surgen cada vez nuevas voces que pretenden
romper las fronteras del positivismo inmovilizante, lo cual, confieso que me llena de regocijo.
Estoy apuntando incluso a la obra de norteamericanos como John Rawls, y, sobre todo,
Ronald Dworkin.
A mis fines hoy, quiero incluso desestimar algunos ángulos del pensamiento de Rawls, con
los cuales no puedo coincidir dada mi filiación filosófica, no obstante lo cual admito como
alentadores en tanto revelan un extraordinario ademán reivindicativo del contenido axiológico
del Derecho en general y de los Derechos Humanos en particular. No me importa, repito, que
Rawls se separe de la verdad histórica cuando postula en su Teoría de la Justicia que los
derechos “no están sujetos a regateos políticos, ni al cálculo de intereses”25. Lo que admiro y
quiero subrayar es su afirmación de que “la justicia es la primera virtud de las instituciones
sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento”26.
De tal modo, tendremos que abordar el problema de los valores, y tendremos que abordarlo
con una perspectiva historicista, pero científica, y tendremos que abordarlos, porque no puede
ser de otro modo, desde la óptica y la sensibilidad del tercer mundo.
Quiero decir desde ahora que al respecto no andamos en andrajos. Contamos por el
contrario con la obra Señera de Ignacio Ellacuría, a la cual podemos o no asumir in complexo,
pero de la cual no es posible prescindir en estas reflexiones.
25
Rawls, Joyn. Teoría de la Justicia. Traducción de M.D. González (1979) 1ª. ed. en español, México-Madrid,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Pág.20.
26
Op. cit. Pág. 19
27
Nozick, Robert. Traducción de R. Tamayo, (1988) Fondo de Cultura Económica. Título original: Anarchy, State
and Utopía.
La obra y hasta la muerte de Ellacuría está cargada de promisión y significación. Quiero
recordar que el 16 de noviembre de 1989, apenas una semana después de la caída del muro de
Berlín, Ellacuría era asesinado junto a otros cinco jesuitas, en el mismo corpus de la UCA, en El
Salvador. Aquella muerte brutal de hombres entregados –ahora en sacrificio martirial- a la
defensa de los Derechos Humanos, revelaba que, como la apuntara Lamet, mucho antes”...de
que cayera el muro de Berlín y estallara la guerra en el Golfo Pérsico, el mundo no se dividía ya
realmente entre el Este y el Oeste, sino por el abismo de hambre y miseria, entre Norte y Sur”28.
Por eso que, repito, desde esa perspectiva dramática, de hombres del Sur, quiero hacer estas
aproximaciones al fundamento de los Derechos Humanos. De nuestra capacidad para articular
un discurso lúcido al respecto dependerá no sólo que los interpretemos o entendamos mejor,
filosóficamente hablando, sino también que seamos capaces de plasmarlos adecuadamente, e
irlos articulando según las exigencias del proceso civilizatorio, y hasta que logremos una
valedera protección de los mismos.
Es incuestionable que los valores de todo tipo, políticos, religiosos, económicos y éticos
también, han ido cambiando en el desarrollo de cada período histórico. Sin embargo, ese
carácter mutable no debe impedir penetrar la esencia de los valores. Ese carácter mutable, que
suele comportarse como constantes negaciones de lo ya negado, no impide que el hombre, en su
presencia universal e histórica, haya podido ir formalizando, decantando y asentado valores que
han devenido, en un sentido muy global, de cierta absolutez.
Los valores de todo tipo, y los éticos particularmente, se revelan a nuestros ojos como
juicios y apreciaciones históricas y objetivas. El carácter de históricos no es negado –sino por el
contrario, exaltado- incluso por los peores relativistas. Por el contrario, su sentido objetivo ha
sido más difícil de entender en la polémica filosófica.
Los valores están en el ser del hombre. Es la única radicación de la que podemos dar razón y
fundamento, sin incurrir en hipóstasis. No son pues, los valores objetos ideales ni ideas platónicas, ni
regulativas al estilo kantiano, ni abstrusas esencias, ni engañosa ilusión29.
28
Miguel Lamet, Pedro. La rebelión de los teólogos. Ed. Plaza & Janés, Barcelona, 1991. Pág.12.
29
Barrera, Nicasio J. La verdad y los valores. En Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad del Rosario.
No.4-6 de 1986. Pág.48.
Más adelante dice, resumiendo su caracterización de los valores: “El hombre es el creador
de los valores. Es una de tantas expresiones de la conducta humana y de la personalidad”30.
Los valores, incluidos los que se plasman como Derechos Humanos, no sólo han ido
cambiando, creándose y concientizándose, sino que son, por su misma esencia, contradictorios.
En toda civilización, en que se enfrentan intereses económicos, sociales y políticos
contradictorios, se crean valores también en ocasiones hasta antagónicos. Los valores surgen y
se desarrollan reflejando esas alternativas y contradicciones no sólo epocales, sino con toda su
carga de tradición y anticipación. Los nuevos valores no son más que esas anticipaciones en que
el hombre vislumbra perentorias conductas para deshacerse de lo que empieza a repugnar como
desvalor, en cuanto se oponen a sus intereses vitales. Pero lo cierto es que algunos valores
tienen que imponerse en cuanto portadores de las alternativas de viabilidad a la subsistencia
humana, y lo logran, a la larga o a la corta, a través de un instrumental ideológico, o de otro.
Con lo anterior quiero subrayar que los valores, incluidos los que están en la base de los
Derechos Humanos, son productos eminentemente humanos, resultado de inevitables
determinaciones y derivan de esa dialéctica apuntada, en el seno de cada civilización y cada
cultura, y son siempre contradictorios. Sin embargo, se van imponiendo aquellos que suponen la
mejor propuesta de supervivencia desalineada.
Los Derechos Humanos aparecen entonces a nuestros ojos como algo más que la
circunstancial expresión pragmática alcanzada después de la catástrofe de la Segunda Guerra
Mundial. Aparecen como el resultado dialéctico de la lucha milenaria del hombre a través de
todo el proceso civilizatorio, y en su formulación contemporánea son el resultado sustanciado
de lo que hemos llamado cultura de la modernidad.
Expresan el depósito axiológico de esa cultura de la modernidad, aún con todo su sentido
contradictorio. De hecho, ese carácter contradictorio y la crisis de la modernidad han abierto una
visión perspectiva hacia un porvenir viable, y han aparecido los que en lenguaje de Naciones
Unidas se conoce como derechos de la tercera generación.
30
Barrera, Nicasio J. Ibídem. Pág.49
de los paradigmas éticos que sustentan los Derechos Humanos y animan esa praxis
revolucionaria, a la cual consagró y entregó su vida.
Entonces advierto que los Derechos Humanos deben encontrar, y de hecho encuentran su
fundamento, -no sólo como explicación, sino sobre todo como horizonte- en los valores éticos
indeclinables para la subsistencia civilizada y digna del hombre.
Lo que ocurre es que, dramáticamente, esa existencia digna y civilizada, al final de lo que
hemos dado en llamar modernidad, o en las puertas de lo que otros califican de postmodernidad,
pasa absolutamente por la praxis de desalienación y de liberación de las casi dos terceras partes
de la humanidad que viven sumidas en condiciones casi prehistóricas, mientras en el primer
mundo se suicida la civilización en un galopar onírico por el consumismo que agota las fuentes
de existencia planetaria y subyuga, en un sistema de explotación y dominio, a los que vivimos
en el Tercer Mundo, o en el Sur.
Y entonces cobra fuerza especial el otro elemento de esas reflexiones: el carácter universal e
interdependiente de todos los Derechos Humanos.
Porque, valdría la pena preguntarnos: ¿Y esos Derechos Humanos que constituyen la única
alternativa para la subsistencia de la especie humana, para cuántos humanos son? ¿Rezan para
todos o, por el contrario, son el producto ético-jurídico de un determinado grado o nivel de la
civilización y sólo tienen virtualidad y validez para quienes han alcanzado ese nivel? En otras
palabras: ¿Son excluyentes para las grandes masas integrantes de lo que suele llamarse la
periferia del sistema?
La Segunda Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena, hace ahora apenas tres
años de celebrada, exaltó como una de sus principales consideraciones el carácter universal e
interdependiente de los Derechos Humanos. En realidad hace algo más de una década en el seno
de las Naciones Unidas se ha expresado ese sentido de universalidad. En sus foros más notables
sobre el tema se ha hablado en esa dirección; no han faltado instrumentos que hayan
proclamado esa universalidad; sobran, de otro lado, los que han venido reiterando la
interdependencia y recíproco condicionamiento de los Derechos Civiles y Políticos, con
respecto a los Económicos, Sociales y Culturales, y viceversa.
Quisiera recordar un viejo trabajo de Max Weber, La política como vocación, de 1919, en
que Weber señala que existe una supuesta posición ética, que él calificaba de moral de la
conciencia; moral intimista y subjetiva, preocupada sólo por la pureza de las intenciones y que,
en el límite de la candidez, hace el juego al mal, exaltando el respeto incondicionado al otro, al
distinto, y admitiendo la injusticia, la desigualdad brutal e impuesta y la existencia, en fin, de
sociedades de opresión y de barbarie. Weber decía que frente a esa moral de la conciencia, que
hace el juego al mal, admitirlo como inevitable, hay que erigir la moral de la responsabilidad,
que asume sus proyectos objetivos y prevé sus consecuencias, se compromete y lucha por ellas,
sin ceder terreno al mal y a la injusticia.
No cuento con espacio y tiempo suficiente como para pincelar siquiera el rumbo histórico
innegable, del sentido universal del proceso civilizatorio. Si algo se podía dudar al respecto en
etapas prepolíticas, el dominio de la cultura alejandrina significó, sin duda, la primera
unipolarización de la civilización, continuada, bajo semejante signo, por el imperio romano. No
olvidemos que fueron los estoicos los que acuñaron el vocablo cosmopolita, y que Diógenes se
calificaba de ciudadano del mundo, en tanto Zenón abogaba por el Estado universal. Esos
romanos, artífices de un Derecho que es base de todo un sistema mundial, según un citadísimo
texto de Gayo en el Digesto justineaneo, definía al Derecho de Gentes como “...aquel que la
razón natural establece entre todos los hombres, es observado igualmente por todos...”31.
Polibio, autor de la Historia General de Roma criticaba a los que hacían historias parciales y
abogaba por una única y posible historia, del mundo entero. Aún en los siglos de la
fragmentación feudal, el imperio carolingio fue un intento importante y efectivo de unificación
del mundo conocido entonces. La misma tromba mahometana de los siglos VI y VII supuso no
31
Gayo, Instituciones. Libro I Digesto de Justiniano. Título I, párrafo 9, Edición de la Pontificia Universidad
Católica del Perú. Fondo Editorial 1990, pág.27.
sólo enfrentamiento, sino fusión de la que salió gananciosa la unidad civilizatoria de la que
llegaría a ser más tarde la modernidad. Las cruzadas fueron otros tantos esfuerzos, conscientes o
inconscientes, de unificación de un mundo contradictorio en que tuvieron que vivir pugnases
varias culturas. Hasta que la modernidad irrumpió en la Historia a partir de las aventuras
marineras de aquellos alucinados que unieron al Viejo Mundo con el Nuevo Continente.
“La Era Moderna, que ha sido básicamente la era del capitalismo –nos dice Juan A. Blanco-
centralizó el proceso del quehacer histórico a escala universal, expandiendo su civilización
industrial y la cultura burguesa a todos los rincones del planeta, mientras se aniquilaban o
marginaban otros procesos civilizatorios y culturas alternativas” 32.
El planeta se ha dilatado de forma inusitada: América, ignorada para los europeos hasta
1492, forma parte ahora de sus expectativas y de sus intranquilidades. África, apenas conocida
en el siglo XV, es escenario hoy de luchas que involucran al occidente y en las cuales se han
empeñado gran parte de sus enormes potencia-económicos, militares y políticos. El Asia, apenas
objeto de literatura romántica hace apenas unos siglos, está imantada al destino de Occidente en
muchas formas y a través de innumerables expectativas. Como si el mundo nos resultara ya
estrecho, los hombres se lanzan al cosmos, guiados por intereses no siempre descifrables, y en
medio del estupor o la indiferencia de los más.
Y sin embargo, no todos quieren creer aún ni todos defienden, que estemos ante la
universalización más ancha y contundente de nuestra vida planetaria. Son los mismos que no
admiten y rechazan el carácter universal de los Derechos Humanos.
Los relativismos y las filosofías cíclicas de la Historia han estado siempre vinculadas a las
ideologías conservadoras y reaccionarias. No hay que olvidar que frente al discurso del
32
Blanco, Juan Antonio. Tercer Milenio. Una alternativa a la postmodernidad.
Iluminismo y el Enciclopedismo, que fueron singularmente universalistas, se levantó muy
pronto un antiiluminismo en Francia, representado por Maïstre y Bonald, y en Alemania con los
prerrománticos Herder y Möser, y en Inglaterra con Burker.
Ese contenido o ideario ético, base de los Derechos Humanos, es no sólo objetivo, de
absoluta radicación humana, sino también universal. El mismo tiene que servir de instrumento y
alternativa de salvación insoslayable, no sólo para los “cultos” centros de Europa o América,
sino para los pueblos y países de la periferia. El capitalismo nos vinculó a todos de modo
indestructible; ahora no es posible echar atrás las manecillas del reloj de la Historia.
Quisiera arriesgar una cita, sin dudas, muy larga, de Sebreli, quien ha sido criticado por
elevar un eurocentrismo exagerado, so apariencia de defender el universalismo cultural. Más
allá y más acá de esa apreciación, quisiera asumir estas afirmaciones suyas:
La ética objetiva y universal ha sido una aspiración de los hombres, de los antiguos que buscaban una
sabiduría válida de la vida, de los iluministas, cuando creían que la virtud era demostrable. Si bien
algunas normas morales desaparecen en las transformaciones sociales, otras se mantienen
parcialmente o son corregidas, y algunas, en fin, constituyen un acercamiento a una moral universal
que se va realizando a medida que se dan las condiciones. La moral kantiana que propone tratar al
hombre como fin y nunca como medio, es por cierto irrealizable en una sociedad de clases y de
opresión, pero no significa una falsedad, sino el prenuncio de una moral posible y necesaria en el
futuro. Tal vez sea un ideal lejano o inaccesible, pero es el que guía el proceso por el cual intentamos
llegar a una vida mejor, la pauta por la que podemos superar nuestros juicios de valor equivocados.
El proceso de la ética está dado por la realización siempre imperfecta e incompleta por la cual, no
obstante, vamos aproximándonos a ese ideal que aparece inalcanzable33.
Ahora, en el umbral del Tercer Milenio, la humanidad afronta desafíos descomunales. Los
que predican la amoralidad del Derecho, la relatividad de los Derechos Humanos y su falta de
fundamentos éticos absolutos; la fuerza demiúrgica de la amoralidad del mercado; la fatalidad
del destino humano, en fin, tendrían razón para sobrecogerse y espantarse. En sus límites
conceptuales metaéticos, todo estaría perdido.
33
Sebreli, Juan José. El asedio a la modernidad. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1992, pág.67.
reacción y terror, en que se enlodeció; pero ha mantenido siempre viva la llama de su
inteligencia y su voluntad. Ellas son las que han decantado, asentado, absolutizado, desarrollado
y avizorado las escalas de valores que han integrado sus utopías primero y sus realidades
después. En todo caso el imperativo de subsistir ha permitido asentar aquellos valores que han
cristalizado y compendiado esas posibilidades de sobrevivir y hacerlo de formas cada vez más
desalineadas.
En esa lucha está el fundamento de los Derechos Humanos; su perspectiva es, justa y
exactamente, la de la única posible salvación de la civilización milenaria de la que somos parte;
su abandono sería el suicidio de esa civilización.