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1 - NIKKEN PEDRO - El Concepto de Derechos Humanos - en Estudios Basicos de Derechos Humanos I - IIDH - San Jose de Costa Rica 1994 - Pag 15-37

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IIDH

Instituto Interamericano de Derechos Humanos

SEMINARIO
SOBRE DERECHOS
HUMANOS

La Habana

30 y 31 de mayo, 1 de junio de 1996


Seminario sobre Derechos Humanos
San José, Costa Rica
Primera Edición – 1997
© 1997, IIDH
Portada: Karla Castro
Diagramación: Alejandro Pacheco

1era. reimpresión, noviembre de 1999

La opiniones que se presentan en los artículos son responsabilidad exclusiva de los autores y no reflejan
necesariamente los puntos de vista del Instituto Interamericano de Derechos Humanos o de la Unión
Nacional de Juristas de Cuba, ni las posiciones de las agencias de cooperación y organizaciones
internacionales que patrocinan esta publicación.

341.481.729.1

S471s Seminario sobre Derechos Humanos (30 may. – 1 de jun. 1996)

La Habana, Cuba

Seminario sobre Derechos Humanos / Instituto Interamericano de

Derechos Humanos, Unión Nacional de Juristas de Cuba. –San José, C. R.:

Instituto Interamericanos de Derechos Humanos, 1997.

208 p. ; 9” x 6”

ISBN 9968-778-02-8

1. DERECHOS HUMANOS (CUBA). 2 PROTECCIÓN


INTERNACIONAL DE DERECHOS HUMANOS. 3. DERECHO
CONSTITUCIONAL (CUBA) I. Instituto Interamericanos de Derechos
Humanos. II Unión Nacional de Juristas de Cuba. III. Título.

INSTITUTO INTERAMERICANO DE DERECHOS HUMANOS

Aparatado 10.081-1000

Tel.: (506) 2234-0404 / Fax: (506) 2234-0955 / (506) 2234-7402


ÍNDICE

PRESENTACIÓN............................................................................................................9

DISCURSO INAUGURAL
Antônio Cançado Trindade............................................................................................10

PALABRAS DE APERTURA
Arnel Medina Cuenca....................................................................................................13

TEMA I

FUNDAMENTOS DEL CONCEPTO Y EVOLUCIÓN DE LOS DERECHOS


HUMANOS. UNIVERSALIDAD E INTERDEPENDENCIA..........................................16

SOBRE EL CONCEPTO DE DERECHOS HUMANOS


Pedro Nikken.................................................................................................................17

LOS FUNDAMENTOS E LOS DERECHOS HUMANOS


Julio Fernández Bulté....................................................................................................37

PARTICIPACIÓN POLÍTICA Y DERECHOS HUMANOS


Ramón de la Cruz Ochoa..............................................................................................50

TEMA II

PROTECCIÓN INTERNACIONAL Y REGIONAL DE LOS


DRECHOS HUMANOS.................................................................................................65

DESAFÍOS DE LA PROTECCIÓN INTERNACIONAL DE LOS


DERECHOS HUMANOS AL FINAL DEL SIGLO XX
Antônio Cançado Trindade............................................................................................66
TEMA III

EL ENFOQUE CONSTITUCIONAL CUBANO DE LOS DERECHOS


HUMANOS Y SU PROTECCIÓN. LA PROTECCIÓN CONSTITUCIONAL
DE LOS DERECHOS HUMANOS Y SU GARANTÍA.................................................83

Julio Fernández Bulté................................................................................................. 84

José Peraza Chapeau.................................................................................................92

Miguel J. Alfonso Martínez..........................................................................................102

FUNDAMENTOS DE LOS DERECHOS HUMANOS Y LA CONSTITUCIÓN


CUBANA. COMENTARIOS SOBRE LAS EXPOSICIONES DE LOS
PROFESORES CUBANOS
Allan R. Brewer-Carías……………………………………………………………………..110

TEMA IV

EL DERECHO AL DESARROLLO.............................................................................126

COMENTARIOS SOBRE EL DERECHO AL DESARROLLO


Allan R. Brewer-Carías……………………………………………………………………..127

CLAUSURA
María de los Ángeles Flórez P. ..................................................................................135
PALABRAS DE APERTURA

Arnel MEDINA CUENCA

Presidente de la Unión Nacional de Juristas de Cuba

Dr. Pedro Nikken, Presidente del Instituto Interamericano de Derechos Humanos

Dr. Antonio Cançado Trindade, Director Ejecutivo del Instituto Interamericano de Derechos
Humanos.

Dr. Juan Escalona Reguera, Fiscal General de la República.

Dr. José Raúl Amaro Salup, Presidente del Tribunal Supremo Popular.

Lic. Roberto Díaz Sotolongo, Vicejefe del Departamento de Organización del Comité
Central del PCC.

Lic. Alberto Rodríguez Arufe, Vicejefe del Departamento de Relaciones Internacionales del
Comité Central del PCC.

Lic. María de los Ángeles Flórez Prida, Viceministra del MINREX.

Lic. Raúl S. Mantilla Ramírez, Presidente de la Junta Directiva de la ONBS


TEMA I

FUNDAMENTOS DEL CONCEPTO Y EVOLUCIÓN DE

LOS DERECHOS HUMANOS.

UNIVERSALIDAD E INTERDEPENDENCIA
SOBRE EL CONCEPTO DE

DERECHOS HUMANOS

Pedro Nikken

Profesor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas

de la Universidad Central de Venezuela

Presidente del Instituto Interamericano de Derechos Humanos

Históricamente, la noción de derechos humanos se corresponde con la afirmación de la


dignidad de la persona frente al Estado. El poder público debe ejercerse al servicio del ser
humano: no puede ser empleado lícitamente para ofender atributos inherentes a la persona y
debe ser vehículo para que ella pueda vivir en sociedad en condiciones cónsonas con la misma
dignidad que le es consustancial.

La sociedad contemporánea, y particularmente la comunidad internacional organizada, han


reconocido que todo ser humano, por el hecho de serlo, tiene derechos frente al Estado,
derechos que éste, o bien tiene el deber de respetar y garantizar o bien está llamado a organizar
su acción a fin de satisfacer su plena realización. Estos derechos, atributos de toda persona e
inherentes a su dignidad, que el Estado está en el deber de respetar, garantizar o satisfacer son
los que hoy conocemos como derechos humanos.

En esta noción general, que sirve como primera aproximación al tema, pueden verse dos
notas o extremos, cuyo examen un poco más detenido ayudará a precisar el concepto. En primer
lugar, se trata de derechos inherentes a la persona humana; en segundo lugar, son derechos que
se afirman frente al poder público. Ambas cuestiones serán examinadas sucesivamente en esta
presentación.

I. LOS DERECHOS HUMANOS SON INHERENTES A LA PERSONA HUMANA

Una de las características resaltantes del mundo contemporáneo es el reconocimiento de que


todo ser humano, por el hecho de serlo, es titular de derechos fundamentales que la sociedad no
puede arrebatarle lícitamente. Estos derechos no dependen de su reconocimiento por el Estado
ni son concesiones suyas; tampoco dependen de la nacionalidad de la persona ni de la cultura a
la cual pertenezca. Son derechos universales que corresponden a todo habitante de la tierra. La
expresión más notoria de esta gran conquista es el artículo 1 de la Declaración Universal de
Derechos Humanos:

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de
razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

En la misma dirección, el párrafo primero (común) de los Preámbulos del Pacto


Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos, expresa que:

...conforme a los principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas, la libertad, la justicia y la
paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros de
la familia humana y de sus derechos iguales e inalienables.

Asimismo, los Preámbulos de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del


Hombre y de la Convención Americana sobre Derechos Humanos reconocen que

...los derechos esenciales del hombre no nacen del hecho de ser nacional de determinado Estado, sino
que tienen como fundamento los atributos de la persona humana.

Por su parte, el Preámbulo de la Carta Africana de derechos humanos y de los Pueblos,


expresamente reconoce

...por una parte, que los derechos fundamentales del ser humano se fundamentan sobre los atributos
de la persona humana, lo que justifica su protección internacional; y por otra parte, que la realidad y
el respeto a los derechos del pueblo deben necesariamente garantizar los derechos humanos.

Tales expresiones plantean cierto número de interrogantes que pueden agruparse siguiendo
dos direcciones. Cabe indagar, primero, sobre los fundamentos de la concepción de los derechos
humanos como “inherentes” a la persona (A). Seguidamente es útil examinar qué consecuencias
pueden extraerse de la característica apuntada (B).

A. Bases de la inherencia

Los derechos humanos se presentan como atributos innatos de la persona humana. El


fundamento de este aserto es controversial. Para las escuelas del Derecho natural, los derechos
humanos son la consecuencia normal de que el orden jurídico tenga su arraigo esencial en la
naturaleza humana. Las bases de justicia natural que emergen de dicha naturaleza deben ser
expresadas en el Derecho positivo, al cual, por lo mismo, está vedado contradecir los
imperativos del Derecho natural. Sin embargo, el iusnaturalismo no tiene la adhesión universal
que caracteriza a los derechos humanos, que otros justifican como el mero resultado de un
proceso histórico.
La verdad es que en el presente la discusión no tiene mayor relevancia práctica. Para el
iusnaturalismo la garantía universal de los derechos de las persona es vista como una
comprobación histórica de su teoría. Para quienes no adhieren a esta doctrina, las escuelas del
Derecho natural han sido, por lo menos, algunos de los estímulos ideológicos para un proceso
histórico cuyo origen y desarrollo dialéctico no se agota en las ideologías aunque las abarca.

La idea de que existen derechos de la persona que se afirman más allá de toda ley, orden o
autoridad, se remonta a la antigüedad. Sófocles, en la respuesta de Antígona al reproche de
Creón por haber enterrado a su hermano en contra de su prohibición, afirma que tal actuación se
había ceñido a leyes no escritas e inmutables del cielo. En el plano filosófico la noción original
de derechos innatos del ser humano se vincula en general con el estoicismo. De la enseñanza de
Epicteto sobre la fraternidad entre los hombres y la igualdad entre los esclavos, se ha dicho que
constituye “una moralidad sublime y ultraterrena; en una situación en la que el primer deber del
hombre es resistir al poder tiránico. Sería difícil hallar algo más confortador”1. Según Séneca,
“es un error creer que la esclavitud penetre al hombre entero. La mejor parte de su ser se le
escapa, y aun cuando el cuerpo sea del amo, el alma es, por naturaleza, libre y se pertenece a sí
misma”2. El pensamiento cristiano, por su parte, expresa el reconocimiento de la dignidad
radical del ser humano, considerado como una creación a la imagen y semejanza de Dios, y de
la igualdad entre todos los hombres, derivada de la unidad de filiación del mismo Padre.

Sin embargo, ninguna de estas ideas puede vincularse con las instituciones políticas o el
Derecho de la Antigüedad o de la Baja Edad Media. Lo cierto es que la historia universal lo ha
sido más de la ignorancia que de protección de los derechos de los seres humanos frente al
ejercicio del poder. El reconocimiento universal de los derechos humanos como inherentes a la
persona es un fenómeno más bien reciente.

Dentro de la historia constitucional de occidente, fue en Inglaterra donde emergió el primer


documento significativo que establece limitaciones de naturaleza jurídica al ejercicio del poder
del Estado frente a sus súbditos: la Carta Magna de 1215, la cual junto con el Habeas Corpus de
1679 y el Bill of Rights de 1689, pueden considerarse como precursores de las modernas
declaraciones de derechos. Estos documentos, sin embargo, no se fundan en derechos inherentes
a la persona sino en conquistas de la sociedad. En lugar de proclamar derechos de cada persona,
se enuncian más bien derechos del pueblo. Más que el reconocimiento de derechos intangibles
de la persona frente al Estado, lo que establecen son deberes para el gobierno3.

1
RUSSEL, B.: Historia de la filosofía occidental, trad. De Gómez de la Serna y Dorta, 2ª. ed., revisada de la
edición inglesa de 1961, Espasa-Calpe, Madrid, 1971, t. I, pág.289
2
Citado por Molina. E.: La herencia moral de la filosofía griega, 2ª. ed,., Nacimiento, Santiago de Chile, 1938,
pág.203
3
Cfr. JELLINEK, G.: La Déclaration des droits de l'homme et du citoyen, trad. De G. Fardes, Albert Fontemaing,
editor, París, 1902, páginas 45-49
Las primeras manifestaciones concretas de declaraciones de derechos individuales, con
fuerza legal, fundadas sobre el reconocimiento de derechos inherentes al ser humano que el
Estado está en el deber de respetar y proteger, las encontramos en las revoluciones de
Independencia Norteamericana e Iberoamericana, así como en la Revolución Francesa. Por
ejemplo, la Declaración de Independencia del 4 de julio de 1776 afirma que todos los hombres
han sido creados iguales, que han sido dotados por el Creador de ciertos derechos innatos; que
entre esos derechos debe colocarse en primer lugar la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad; y que para garantizar el goce de esos derechos los hombres han establecido entre ellos
gobiernos cuya justa autoridad emana del consentimiento de los gobernados. En el mismo
sentido la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de agosto de 1789,
reconoce que los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos y que las
distinciones sociales no pueden estar fundadas sino en la utilidad común.

La Revolución de Independencia también acudió a las declaraciones de derechos como una


expresión fundamental de su ideario. Así ocurrió con los Derechos del Pueblo proclamados por
el Supremo Congreso de Venezuela el 1 de julio de 1811. El Congreso, dice su Preámbulo,
“creyendo que el olvido y desprecio de los derechos del pueblo ha sido hasta ahora la causa de
los males que éste ha sufrido por tantos años, ha resuelto declarar, como declara solemnemente
ante el universo todo, esos mismos derechos inenajenables, a fin de que todos los ciudadanos
puedan comparar continuamente los actos de gobierno con los fines de la institución social”. La
declaración contiene numerosos derechos individuales en el capítulo correspondiente a los
Derechos del Hombre en Sociedad4.

Es de esta forma que el tema de los derechos humanos, más específicamente el de los
derechos individuales y las libertades públicas, ingresó al Derecho constitucional. Se trata, en
verdad, de un capítulo fundamental del Derecho constitucional, puesto que el reconocimiento de
la intangibilidad de tales derechos implica limitaciones al alcance de las competencias del poder
público. Desde el momento que se reconoce y garantiza en la Constitución que hay derechos del
ser humano inherentes a su misma condición en consecuencia, se imponen límites al ejercicio
del poder del Estado anteriores y superiores al poder del Estado, al cual le está vedado afectar el
goce pleno de aquellos derechos5.

4
Cfr. Derechos del hombre y del ciudadano, Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1959,
en especial el estudio contenido en dicha obra por GRASES, P.: Estudios sobre los derechos del hombre y del
ciudadano. El autor, que considera la proclamación de los derechos del pueblo como una Declaración de
Independencia anticipada (pág. 111), hace un interesante estudio sobre los antecedentes de dicha proclamación,
así como otras similares que se produjeron posteriormente. Fue ésta la primera declaración de esa naturaleza en
la América Latina. También puede encontrarse un minucioso estudio sobre dicha Declaración en BREWER-
CARÍAS, A.R.: Los Derechos Humanos en Venezuela: casi 200 años de historia. Biblioteca de la Academia de
Ciencias Políticas y Sociales. Serie Estudios, Caracas 1990.
5
La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha subrayado expresamente que “en la protección a los derechos
humanos está necesariamente comprendida la noción de la restricción al ejercicio del poder estatal”. Corte IDH:
En el Derecho constitucional, las manifestaciones originales de las garantías a los derechos
humanos se centraron en lo que hoy se califica como derechos civiles y políticos, que por esa
razón son conocidos como “la primera generación” de los derechos humanos. Su objeto es la
tutela de la libertad, la seguridad y la integridad física y moral de la persona, así como de su
derecho a participar en la vida pública.

Sin embargo, todavía en el campo del Derecho constitucional, en el presente siglo se


produjeron importantes desarrollos sobre el contenido y la concepción de los derechos humanos,
al aparecer la noción de los derechos económicos, sociales y culturales, que se refieren a la
existencia de condiciones de vida y de acceso a los bienes materiales y culturales en términos
adecuados a la dignidad inherente a la familia humana. Esta es la que se ha llamado “segunda
generación” de los derechos humanos. Se volverá sobre el tema.

Un capítulo de singular trascendencia en el desarrollo de la protección de los derechos


humanos es su internacionalización. En efecto, si bien su garantía supraestatal debe presentarse,
racionalmente como una consecuencia natural de que los mismos sean inherentes a la persona y
no una concesión de la sociedad, la protección internacional tropezó con grandes obstáculos de
orden político y no se abrió plenamente sino después de largas luchas y de la conmoción
histórica que provocaron los crímenes de la era nazi. Tradicionalmente, y aun algunos gobiernos
de nuestros días, a la protección internacional se opusieron consideraciones de soberanía,
partiendo del hecho de que las relaciones del poder público frente a sus súbditos están
reservadas al dominio interno del Estado.

Las primeras manifestaciones tendientes a establecer un sistema jurídico general de


protección a los seres humanos no se presentaron en lo que hoy se conoce, en sentido estricto,
como el Derecho internacional de los derechos humanos, sino en el denominado Derecho
internacional humanitario. Es el Derecho de los conflictos armados, que persigue contener los
imperativos militares para preservar la vida, la dignidad y la salud de las víctimas de la guerra,
el cual contiene el germen de la salvaguardia internacional de los derechos fundamentales. Este
es el caso de la Convención de Ginebra de 1864, la Convención de La Haya de 1907, y su
anexo, así como, más recientemente, el de las cuatro Convenciones de Ginebra de 1949 y sus
Protocolos de 19776.

la expresión 'leyes' en el artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, Opinión


Consultiva OC-6, de 9 de mayo de 1986, Serie A, núm. 6, pág.21.
6
Existe una abundante bibliografía sobre el Derecho internacional humanitario. Además de la doctrina recogida
en la revista del Comité Internacional de la Cruz Roja, una presentación general sobre el tema puede encontrarse
en: Les dimensions internationales du droit humanitaire. PEDONE, Institut Henry Dunant, UNESCO, París
1986. También en SWINARSKI, C.: Introducción al Derecho internacional humanitario. Ginebra/CICR; San
José/IIDH, 1984
Lo que en definitiva desencadenó la internacionalización de los derechos humanos fue la
conmoción histórica de la Segunda Guerra Mundial y la creación de las Naciones Unidas. La
magnitud del genocidio puso en evidencia que el ejercicio del poder público constituye una
actividad peligrosa para la dignidad humana, de modo que su control no debe dejarse a cargo,
monopolísticamente, de las instituciones domésticas, sino que deben constituirse instancias
internacionales para su protección.

El Preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas reafirma “la fe en los derechos


fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de
derechos de hombres y mujeres”. El artículo 56 de la misma Carta dispone que “todos los
miembros se comprometen a tomar medidas, conjunta o separadamente en cooperación con la
Organización, para la realización de los propósitos consignados en el artículo 55”, entre las
cuales están la promoción de “niveles de vida más elevados, trabajo permanente para todos, y
condiciones de progreso y desarrollo económico y social”, así como “el respeto universal de los
derechos humanos y de las libertades fundamentales de todos”. El alcance de tales expresiones y
la medida en que las mismas son la base de obligaciones legalmente exigibles fue objeto de una
importante polémica doctrinaria en los primeros años de vigencia de la Carta7. En el presente,
en cambio, esas disposiciones son la base legal para la actuación de órganos y agencias de las
Naciones Unidas en el ámbito de los derechos humanos, aun en ausencia de disposiciones
convencionales específicas que la autoricen expresamente.

El 2 de mayo de 1948 fue adoptada la Declaración Americana de los Derechos y Deberes


del Hombre y el 10 de diciembre del mismo año la Asamblea General de las Naciones Unidas
proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Estas declaraciones, como todos los instrumentos de su género, son actos solemnes por
medio de los cuales quienes lo emiten proclaman su apoyo a principios de gran valor, juzgados
como perdurables. Los efectos de las declaraciones en general, y especialmente su carácter
vinculante, no responden a un enunciado único y dependen, entre otras cosas, de las
circunstancias en que la declaración se haya emitido y del valor que se haya reconocido al
instrumento a la hora de invocar los principios proclamados. Tanto la Declaración Universal
como la Americana han tenido gran autoridad. Sin embargo, aunque hay muy buenos
argumentos para considerar que han ganado fuerza obligatoria a través de su reiterada

7
Cfr. LAUTERPACHT, H.: The international protection of human rights, 70 RCADI (1947), págs. 13-17; y
KELSEN, H. Cit. Por SCHWELB: The International Court of Justice and the Human Rights Clauses of the
Charter, 66 AJIL (1972), págs.338 y 339. He tratado el tema en otra parte: La protección internacional de los
derechos humanos: su desarrollo progresivo. IIDH/Ed. Civitas, Madrid, 1987, págs. 63 y sig.
aplicación, la verdad es que en su origen carecían de valor vinculante desde el punto de vista
jurídico8.

Una vez proclamadas las primeras declaraciones, el camino para avanzar en el desarrollo de
un régimen internacional de protección imponía la adopción y puesta en vigor de tratados
internacionales a través de los cuales las partes se obligaran a respetar los derechos en ellos
proclamados y que establecieran, al mismo tiempo, medios internacionales para su tutela en
caso de incumplimiento.

En el ámbito internacional, el desarrollo de los derechos humanos ha conocido nuevos


horizontes. Además de los mecanismos orientados a establecer sistemas generales de
protección, han aparecido otros destinados a proteger ciertas categorías de personas –mujeres,
niños, trabajadores, refugiados, discapacitados, etc.- o ciertas ofensas singularmente graves
contra los derechos humanos, como el genocidio, la discriminación racial, el apartheid, la
tortura o la trata de personas. Más aún, en el campo internacional se ha gestado lo que ya se
conoce como “tercera generación” de derechos humanos, que son los llamados colectivos de la
humanidad entera, como el derecho al desarrollo, el derecho a un medio ambiente sano y el
derecho a la paz9.

Así pues, cualquiera sea el fundamento filosófico de la inherencia de los derechos humanos
a la persona, el reconocimiento de la misma por el poder y haber quedado plasmada en
instrumentos legales de protección en el ámbito doméstico y en el internacional, han sido el
producto de un sostenido desarrollo histórico, dentro del cual las ideas, el sufrimiento de los
pueblos, la movilización de la opinión pública y una determinación universal de lucha por la
dignidad humana, han ido forzando la voluntad política necesaria para consolidar una gran
conquista de la humanidad, como lo es el reconocimiento universal de que toda persona tiene
derechos por el mero hecho de serlo.

8
He estudiado en otra parte el tema del valor original y el valor sobrevenido de las declaraciones. Cfr.: La
protección internacional de los derechos humanos: su desarrollo progresivo; cit., cap. VI; La fuerza obligatoria
de la Declaración Universal de Derechos Humanos. 75 Revista de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas
de la Universidad Central de Venezuela. Caracas 1990, págs. 329-349; La Declaración Universal y la
Declaración Americana. La formación del moderno Derecho internacional de los derechos humanos. Revista
del Instituto Interamericano de Derechos Humanos, San José, mayo 1989 (número especial), págs. 65-99; La
fuerza obligatoria de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. 32 “Revista de
Derecho Público” Caracas, 1987, págs.27-46
9
Cfr. CANÇADO TRINDADE, A.A. (editor): Derechos Humanos, Desarrollo sustentable y Medio Ambiente,
IIDH/BID, San José de Costa Rica / Brasilia, 1992; UN CENTER FOR HUMAN RIGHTS: The Realization of
the Right to Development (HR/PUB/91/2). United Nations, New York, 1991.
B. Consecuencias de la inherencia

El reconocimiento de los derechos humanos como atributos inherentes a la persona, que no


son una concesión de la sociedad ni dependen del reconocimiento de un gobierno, acarrea
consecuencias que a continuación se enuncian esquemáticamente.

1. El Estado de Derecho

Como lo ha afirmado la Corte Interamericana de Derechos Humanos,

...la protección a los derechos humanos, en especial a los derechos civiles y políticos recogidos en la
Convención, parte de la afirmación de la existencia de ciertos atributos inviolables de la persona
humana que no pueden ser menoscabados por el ejercicio del poder público. Se trata de esferas
individuales que el Estado no puede vulnerar o en la que sólo puede penetrar limitadamente. Así, en
la protección de los derechos humanos, está necesariamente comprendida la noción de la restricción
al ejercicio del poder estatal10.

En efecto, el poder no puede lícitamente ejercerse de cualquier manera. Más concretamente,


debe ejercerse a favor de los derechos de la persona y no contra ellos.

Esto supone que el ejercicio del poder debe sujetarse a ciertas reglas, las cuales deben
comprender mecanismos para la protección y garantía de los derechos humanos. Ese conjunto
de reglas que definen el ámbito del poder y lo subordinan a los derechos y atributos inherentes a
la dignidad humana es lo que configura el Estado de Derecho.

2. Universalidad

Por ser inherentes a la condición humana todas las personas son titulares de los derechos
humanos y no pueden invocarse diferencias de regímenes políticos, sociales o culturales como
pretexto para ofenderlos o menoscabarlos. Últimamente se ha pretendido cuestionar la
universalidad de los derechos humanos, presentándolos como un mecanismo de penetración
política o cultural de los valores occidentales. Desde luego que siempre es posible manipular
políticamente cualquier concepto, pero lo que nadie puede ocultar es que las luchas contra las
tiranías han sido, son y serán universales.

A pesar de la circunstancia señalada, y sin duda como el fruto de la persistencia de la


opinión pública internacional y de las organizaciones no gubernamentales, la Declaración
adoptada en Viena el 25 de junio de 1993 por la Conferencia Mundial de Derechos Humanos,
explícitamente afirma que el carácter universal de los derechos humanos y las libertades

10
Corte I.D.H., La expresión “leyes” en el artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
Opinión Consultiva OC-6/86 del 9 de marzo de 1986. Serie A Nº6, par.21.
fundamentales “no admite dudas” (párrafo 1). Señala asimismo que “todos los derechos
humanos son universales, indivisibles e interdependientes entre sí” y que, sin desconocer
particularidades nacionales o regionales y los distintos patrimonios culturales “los Estados
tienen el deber, sean cuales sean sus sistemas políticos, económicos y culturales, de promover y
proteger todos los derechos humanos y las libertades fundamentales” (párrafo 3).

3. Transnacionalidad

Ya se ha comentado el desarrollo histórico de los derechos humanos hacia su


internacionalización. Si ellos son inherentes a la persona como tal, no dependen de la
nacionalidad de ésta o del territorio donde se encuentre: los porta en sí misma. Si ellos limitan el
ejercicio del poder, no puede invocarse la actuación soberana del gobierno para violarlos o
impedir su protección internacional. Los derechos humanos están por encima del Estado y su
soberanía y no puede considerarse que se violenta el principio de no intervención cuando se
ponen en movimiento los mecanismos organizados por la comunidad internacional para su
promoción y protección.

Ha sido vasta la actividad creadora de normas jurídicas internacionales, tanto sustantivas


como procesales. Durante las últimas décadas se ha adoptado, entre tratados y declaraciones,
cerca de un centenar de instrumentos internacionales relativos a los derechos humanos. En el
caso de las convenciones se han reconocido derechos, se han pactado obligaciones y se han
establecido medios de protección que, en su conjunto, han transformado en más de un aspecto al
Derecho internacional y le han dado nuevas dimensiones como disciplina jurídica. Todo ello ha
sido el fruto de una intensa y sostenida actividad negociadora cumplida en el seno de las
distintas organizaciones internacionales, la cual lejos de fenecer o decaer con la conclusión de
tan numerosas convenciones, se ha mantenido en todo momento bajo el estímulo de nuevas
iniciativas que buscan perfeccionar o desarrollar la protección internacional en alguno de sus
aspectos.

También se ha multiplicado el número –más de cuarenta- de la actividad de las instituciones


y mecanismos internacionales de protección. En su mayor parte, han sido creadas por
convenciones internacionales, pero existe también, especialmente alrededor del Centro de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas, un creciente número de mecanismos no
convencionales de salvaguarda. En los tres últimos años se ha comenzado a observar una
innovación consistente en la inclusión de un componente de derechos humanos en operaciones
para el mantenimiento de la paz dependientes del Consejo de Seguridad (El Salvador,
Cambodia, Haití).
La labor de todas estas entidades, aunque todavía de limitada eficacia, ha sido positivamente
creativa y ha servido para ensanchar el alcance del régimen. Ha cumplido una fecunda tarea en
la interpretación y aplicación del Derecho. Han ideado medios procesales para abrir cauce a la
iniciativa individual dentro de los procedimientos internacionales relativos a los derechos
humanos. Con frecuencia, en fin, ha definido su propia competencia a través de la interpretación
más amplia posible de la normativa que se las atribuye, y han cumplido actuaciones que
difícilmente estaban dentro de las previsiones o de la intención de quienes suscribieron las
correspondientes convenciones.

4. Irreversibilidad

Una vez que un determinado derecho ha sido formalmente reconocido como inherente a la
persona humana queda definitiva e irrevocablemente integrado a la categoría de aquellos
derechos cuya inviolabilidad debe ser respetada y garantizada. La dignidad humana no admite
relativismos, de modo que sería inconcebible que lo que hoy se reconoce como un atributo
inherente a la persona, mañana pudiera dejar de serlo por una decisión gubernamental.

Este carácter puede tener singular relevancia para determinar el alcance de la denuncia de
una convención internacional sobre derechos humanos (hasta ahora prácticamente inexistentes).
En efecto, la denuncia no debe tener efecto sobre la calificación de los derechos que en él se han
reconocido como inherentes a la persona. El denunciante sólo se libraría, a través de esa
hipotética denuncia de los mecanismos internacionales convencionales para reclamar el
cumplimiento del tratado, pero no de que su acción contra los derechos en él reconocidos sea
calificada como una violación de los derechos humanos.

Cuando un derecho ha sido reconocido por una ley, un tratado o por cualquier otro acto del
poder público nacional como “inherente a la persona humana”, la naturaleza de dicho derecho
se independiza del acto por el que fue reconocido, que es meramente declarativo. La tutela
debida a tal derecho se fundamenta en la dignidad humana y no en el acto por el cual el mismo
fue reconocido como inherente a dicha dignidad. En adelante, merecerá protección propia de los
derechos humanos de manera definitiva e irreversible, aun si el acto de reconocimiento queda
abrogado o, si se trata de una convención internacional, la misma es denunciada.

5. Progresividad

Como los derechos humanos son inherentes a la persona y su existencia no depende del
reconocimiento de un Estado, siempre es posible extender el ámbito de la protección a derechos
que anteriormente no gozaban de la misma. Es así como han aparecido las sucesivas
“generaciones” de derechos humanos y como se han multiplicado los medios para su
protección.

Una manifestación de esta particularidad la encontramos en una disposición que, con


matices, se repite en diversos ordenamientos constitucionales, según la cual la enunciación de
derechos contenida en la Constitución no debe entenderse como negación de otros que, siendo
inherentes a la persona humana, no figuren expresamente en ella11.

Hay otro elemento que muestra cómo la protección de los derechos humanos se plasma en
un régimen que es siempre susceptible de ampliación, más no de restricción y que también atañe
a la integración de la regulación internacional entre sí y con la nacional. La mayoría de los
tratados sobre derechos humanos incluyen una cláusula según la cual ninguna disposición
convencional puede menoscabar la protección más amplia que puedan brindar otras normas de
Derecho interno o de Derecho internacional. En esa dirección, la Corte Interamericana de
Derechos Humanos ha señalado que, “si a una misma situación son aplicables la Convención
Americana y otro tratado internacional, debe prevalecer la norma más favorable a la persona
humana”12. Este principio representa lo que se ha llamado la “cláusula del individuo más
favorecido”13.

Habiendo pasado revista al significado de los derechos humanos como atributos inherentes
a toda persona, corresponde ahora ver como los mismos se afirman frente al Estado o, más
genéricamente, frente al poder público.

II. LOS DERECHOS HUMANOS SE AFIRMAN FRENTE AL PODER PÚBLICO

Los derechos humanos implican obligaciones a cargo del gobierno. Él es el responsable de


respetarlos, garantizarlos o satisfacerlos y, por otro lado, en sentido estricto, sólo él puede
violarlos. Las ofensas a la dignidad de la persona pueden tener diversas fuentes, pero no todas
configuran, técnicamente, violaciones a los derechos humanos. Este es un punto
conceptualmente capital para la temática de los derechos humanos.

11
Varias constituciones latinoamericanas recogen expresamente la idea de que la enumeración de los derechos en
ellas contenidos es enunciativa y no taxativa: Constitución de Argentina, art.33; Constitución de Brasil, art.5º. –
LXXVII-§2 (que menciona expresamente los tratados internacionales); Constitución de Bolivia, art.35;
Constitución de Colombia, artículo 94 (que menciona expresamente los convenios internacionales vigentes);
Constitución de Costa Rica, art.74; Constitución de la República Dominicana, art.10; Constitución del Ecuador,
arts. 19 y 44; Constitución de Guatemala, art.4; Constitución de Honduras; art.63; Constitución de Nicaragua,
art.46 (que menciona expresamente varios instrumentos internacionales); Constitución de Paraguay, art.80;
Constitución del Perú, art.4; Constitución del Uruguay, art.72; Constitución de Venezuela, art.50.
12
Corte I.D.H., La colegiación obligatoria de periodistas (arts. 13 y 29 Convención Americana sobre Derechos
Humanos). Opinión Consultiva OC-5/85 del 13 de noviembre de 1985. Serie A No.5, §52
13
Cfr. VASSAK, K.: Las dimensiones internacionales des droits de l'homme, UNESCO, París, 1978, pág.70.
Como ya se ha dicho en el breve recuento anterior, durante la mayor parte de la historia el
poder podía ejercerse con escasos límites frente a los gobernados y prácticas como la esclavitud
y la tortura eran admitidas y hasta fundamentadas en ideas religiosas. La lucha por lo que hoy
llamamos derechos humanos ha sido, precisamente, la de circunscribir el ejercicio del poder a
los imperativos que emanan de la dignidad humana. La nota característica de las violaciones a
los derechos humanos es que ellas se cometen desde el poder público o gracias a los medios que
éste pone a disposición de quienes lo ejercen. No todo abuso contra una persona ni toda forma
de violencia social son técnicamente atentados contra los derechos humanos. Pueden ser
crímenes, incluso gravísimos, pero si es la mera obra de particulares no serán una violación de
los derechos humanos.

Existen, desde luego, situaciones límites, especialmente en el ejercicio de la lucha política


violenta. Los grupos insurgentes armados que controlan de una manera estable áreas territoriales
o, en términos generales, ejercen de hecho autoridad estable sobre otras personas, poseen un
germen de poder público que están obligados, lo mismo que el gobierno regular, a mantener
dentro de los límites impuestos por los derechos humanos. De no hacerlo no sólo estarían
violando formalmente el orden jurídico del Estado contra cuyo gobierno insurgen, sino también
los derechos humanos. Puede incluso considerarse que quienes se afirmen en posesión de tal
control, aun si no lo tienen, se están autoimponiendo los mismos límites en su tratamiento a las
personas sobre las que mantienen autoridad. Por lo demás, aplicando principios extraídos de la
teoría de la responsabilidad internacional, si un grupo insurgente conquista el poder, son
imputables al Estado las violaciones a obligaciones internacionales –incluidas las relativas a
derechos humanos- cometidas por tales grupos antes de alcanzar el poder.

Lo que no es exacto es que diversas formas de violencia política, que pueden tipificar
incluso gravísimos delitos internacionales, sean violaciones de los derechos humanos. La
responsabilidad por la efectiva vigencia de los derechos humanos incumbe exclusivamente al
Estado, entre cuyas funciones primordiales está la prevención y la punición de toda clase de
delitos. El Estado no está en condiciones de igualdad con personas o grupos que se encuentren
fuera de la ley, cualquiera sea su propósito al así obrar. El Estado existe para el bien común y su
autoridad debe ejercerse con apego a la dignidad humana, de conformidad con la ley. Este
principio debe dominar la actividad del poder público dirigida a afirmar el efectivo goce de los
derechos humanos (A) así como el alcance de las limitaciones que ese mismo poder puede
imponer lícitamente al ejercicio de tales derechos (B).
A. El poder público y la tutela de los derechos humanos

El ejercicio del poder no debe menoscabar de manera arbitraria el efectivo goce de los
derechos humanos. Antes bien, el norte de tal ejercicio, en una sociedad democrática, debe ser
la preservación y satisfacción de los derechos fundamentales de cada uno. Esto es válido tanto
por lo que se refiere al respeto y garantía debido a los derechos civiles y políticos (1), como a la
satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales y de los derechos colectivos (2).

1. El respeto y garantía de los derechos civiles y políticos

Como antes quedó dicho, los derechos civiles y políticos tienen por objeto la tutela de la
libertad, la seguridad y la integridad física y moral de la persona, así como de su derecho a
participar en la vida pública. Por lo mismo, ellos se oponen a que el Estado invada o agreda
ciertos atributos de la persona, relativos a su integridad, libertad y seguridad. Su vigencia
depende, en buena medida, de la existencia de un orden jurídico que los reconozca y garantice.
En principio, basta constatar un hecho que los viole y que sea legalmente imputable al Estado
para que éste pueda ser considerado responsable de la infracción. Se trata de derechos
inmediatamente exigibles, cuyo respeto representa para el Estado una obligación de resultado,
susceptible de control jurisdiccional.

En su conjunto, tales derechos expresan una dimensión más bien individualista, cuyo
propósito es evitar que el Estado agreda ciertos atributos del ser humano. Se trata, en esencia, de
derechos que se ejercen frente –y aun contra- el Estado y proveen a su titular de medios para
defenderse frente al ejercicio abusivo del poder público. El Estado, por su parte, está obligado
no sólo a respetar los derechos civiles y políticos sino también a garantizarlos.

El respeto a los derechos humanos implica que la actuación de los órganos del Estado no
puede traspasar los límites que le señalan los derechos humanos, como atributos inherentes a la
dignidad de la persona y superiores al poder del Estado.

El respeto a los derechos humanos impone la adecuación del sistema jurídico para asegurar
la efectividad del goce de dichos derechos. El deber de respeto también comporta que haya de
considerarse como ilícita toda acción u omisión de un órgano o funcionario del Estado que, en
ejercicio de los atributos de los que está investido, lesione indebidamente los derechos humanos.
En tales supuestos, es irrelevante que el órgano o funcionario haya procedido en violación de la
ley o fuera del ámbito de su competencia. En efecto, lo decisivo es que actúe aprovechándose de
los medios o poderes de que dispone por su carácter oficial como órgano o funcionario.
La garantía de los derechos humanos es una obligación aún más amplia que la anterior,
pues impone al Estado el deber de asegurar la efectividad de los derechos humanos con todos
los medios a su alcance. Ello comporta, en primer lugar, que todo ciudadano debe disponer de
medios judiciales sencillos y eficaces para la protección de sus derechos. Por obra del mismo
deber, las violaciones a los derechos reconocidos en convenciones internacionales en las que un
Estado es parte, deben ser reputadas como ilícitas por el Derecho interno de ese Estado.
También está a cargo del Estado prevenir razonablemente situaciones lesivas a los derechos
humanos y, en el supuesto de que éstas se produzcan, a procurar, dentro de las circunstancias de
cada caso, lo requerido para el restablecimiento del derecho. La garantía implica, en fin, que
existan medios para asegurar la reparación de los daños causados, así como para investigar
seriamente los hechos cuando ello sea preciso para establecer la verdad, identificar a los
culpables y aplicarles las sanciones pertinentes14.

Estos deberes del poder público frente a las personas no aparecen del mismo modo cuando
se trata de los derechos económicos, sociales y culturales de los derechos colectivos.

2. La satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales y de los

derechos colectivos

Como también ha quedado dicho, los derechos económicos, sociales y culturales, se refieren
a la existencia de condiciones de vida y de acceso a los bienes materiales y culturales en
términos adecuados a la dignidad inherente a la familia humana. La realización de los derechos
económicos, sociales y culturales no depende, en general, de la sola instauración de un orden
jurídico ni de la mera decisión política de los órganos gubernamentales, sino de la conquista de
un orden social donde impere la justa distribución de los bienes, lo cual, en general, ha de
alcanzarse progresivamente. Su exigibilidad está condicionada a la existencia de recursos
apropiados para su satisfacción, de modo que las obligaciones que asumen los Estados respecto
de ellos esta vez son de medio o comportamiento. El control del cumplimiento de este tipo de
obligaciones implica algún género de juicio sobre la política económico-social de los Estados,
cosa que escapa, en muchos casos, a la esfera judicial. De allí que la protección de tales
derechos suela ser confiada a instituciones más político-técnicas que jurisdiccionales, llamadas a
emitir informes periódicos sobre la situación social y económica de cada país.

14
La temática del respeto y la garantía a los derechos humanos ha sido ampliamente desarrollada por la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Cfr. Corte I.D.H. Caso Velásquez Rodríguez, Sentencia del 29 de julio de
1988. Serie C No.4, §§ 159-177; Corte I.D.H., Caso Godínez Cruz, sentencia de 20 de enero de 1989. Serie C
No.5, §§ 168-188.
De allí la principal diferencia de naturaleza que normalmente se reconoce entre los deberes
del poder público frente a los derechos económicos y sociales con respecto a los que le
incumben en el ámbito de los civiles y políticos. Estos últimos son derechos inmediatamente
exigibles y frente a ellos los Estados están obligados a un resultado: un orden jurídico-político
que los respete y garantice. Los otros, en cambio son exigibles en la medida en que el Estado
disponga de los recursos para satisfacerlos, puesto que las obligaciones contraídas esta vez son
de medio o de comportamiento, de tal manera que, para establecer que un gobierno ha violado
tales derechos no basta con demostrar que no ha sido satisfecho, sino que el comportamiento del
poder público en orden a alcanzar ese fin no se ha adecuado a los standards técnicos o políticos
apropiados. Así, la violación del derecho a la salud o al empleo no dependen de la sola
privación de tales bienes como sí ocurre con el derecho a la vida o a la integridad.

Esta consideración amerita, sin embargo, matices y precisiones que cobran progresiva
importancia en el mundo actual. La primera proviene del hecho de que hay algunos derechos
económicos y sociales que son también libertades públicas, como la mayor parte de los derechos
sindicales. En estos casos el deber de respeto y garantía de los mismos por parte del poder
público es idéntico al que existe respecto de los derechos civiles y políticos.

Por otra parte, aunque, en general, es cierto que la sola no satisfacción de los derechos
económicos, sociales y culturales no es demostrativa, en sí misma, de que el Estado los ha
violado, cabe plantearse si la realidad de ciertas políticas configura la vulneración de los
derechos económicos, sociales y culturales de manera parecida a los derechos civiles y políticos,
es decir, ya no como consecuencia de su no realización, sino por efecto de la adopción de
políticas que están orientadas hacia la supresión de los mismos. Es un tema abierto a la
discusión, que cobra singular vigencia en la llamada era de la globalización, en la cual es notoria
la postergación de los derechos económicos sociales y culturales, lo mismo en el plano
conceptual que en el operativo.

No cabe admitir el cuestionamiento de la naturaleza legal de tales derechos y la condición


de ilícita de toda acción del poder público encaminada a destruirlos. La Carta de las Naciones
Unidas, en su artículo 55.1, ya mencionado en otra parte de esta presentación, sitúa entre los
fines de la Organización el elevamiento del nivel de vida, el pleno empleo y la obtención de
condiciones de progreso y desarrollo en el orden económico y social, y según el artículo 56,
también citado, todos los miembros se comprometen a tomar medidas, conjunta o
separadamente en cooperación con la Organización, para la realización de los propósitos
consignados en el artículo 55. Por su parte, el artículo 5.1 del Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales estipula:
Ninguna disposición del presente Pacto podrá ser interpretada en el sentido de reconocer
derecho alguno en un Estado, grupo o individuo, para emprender actividades o realizar actos
encaminados a la destrucción de cualquiera de los derechos o libertades reconocidos en el
Pacto, o a su limitación en mayor medida que la prevista en él.

La infracción a estas normas constituye un hecho contrario al Derecho internacional.

En cuanto a los derechos colectivos, la sujeción del poder público es mixta. En un sentido
positivo, es decir, en o que toca a su satisfacción, puede hablarse de obligaciones de
comportamiento: la acción del Estado debe ordenarse de la manera más apropiada para que tales
derechos –medio ambiente sano, desarrollo, paz- sean satisfechos. En un sentido negativo, esto
es, en cuanto a su violación, más bien se está ante obligaciones de resultado: no es lícita la
actuación arbitraria del poder público que se traduzca en el menoscabo de tales derechos.

En todos estos casos, claro está, la violación de los derechos humanos ocurrirá en la medida
en que la actuación del poder público desborde los límites que legítimamente pueden imponerse
a los mismos por imperativos del orden público o del bien común.

B. Los límites legítimos a los derechos humanos

El Derecho de los derechos humanos, tanto en el plano doméstico como en el internacional,


autoriza limitaciones a los derechos protegidos en dos tipos de circunstancias distintas. En
condiciones normales, cada derecho puede ser objeto de ciertas restricciones fundadas sobre
distintos conceptos que pueden resumirse en la noción general de orden público. Por otra parte,
en casos de emergencia, los gobiernos están autorizados para suspender las garantías.

1. Limitaciones ordinarias a los derechos humanos

Los derechos humanos pueden ser legítimamente restringidos. Sin embargo, en condiciones
normales, tales restricciones no pueden ir más allá de determinado alcance y deben expresarse
dentro de ciertas formalidades.

a. Alcance

La formulación legal de los derechos humanos contiene, normalmente, una referencia a las
razones que, legítimamente, puedan fundar limitaciones a los mismos.
En general, se evitan las cláusulas restrictivas generales, aplicables a todos los derechos
humanos en su conjunto y se ha optado, en cambio, por fórmulas particulares, aplicables
respecto de cada uno de los derechos reconocidos, lo que refleja el deseo de ceñir las
limitaciones en la medida estrictamente necesaria para asegurar el máximum de protección al
individuo. Las limitaciones están normalmente referidas a conceptos jurídicos indeterminados,
como lo son las nociones de “orden público” o de “orden”; de “bien común”, “bienestar
general” o “vida o bienestar de la comunidad” de “seguridad nacional”, “seguridad pública” o
“seguridad de todos”; de “moral” o “moral pública”, de “salud pública”, o de “prevención del
delito”15.

Todas estas nociones implican una importante medida de relatividad. Deben interpretarse en
estrecha relación con el derecho al que están referidas y deben tener en cuenta las circunstancias
del lugar y del tiempo en que son invocadas e interpretadas. A propósito de ellas se ha destacado
que, tratándose de nociones en que está implicada la relación entre la autoridad del Estado y los
individuos sometidos a su jurisdicción, todas ellas podrían ser reducidas a un concepto singular
y universal, como es el orden público.

El orden público, aun con concepto universal, no responde a un contenido estable ni


plenamente objetivo. La Corte Interamericana de Derechos Humanos lo ha definido como el
conjunto de “las condiciones que aseguran el funcionamiento armónico y normal de
instituciones sobre la base de un sistema coherente de valores y principios”16.

Ahora bien, de alguna manera, la definición de esos “valores y principios” no puede


desvincularse de los sentimientos dominantes en una sociedad dada, de manera que si la noción
de “orden público” no se interpreta vinculándola estrechamente con los standars de una
sociedad democrática, puede representar una vía para privar de contenido real a los derechos
humanos internacionalmente protegidos. En nombre de un “orden público”, denominado por
principios antidemocráticos, cualquier restricción a los derechos humanos podría ser legítima.

Las limitaciones a los derechos humanos no pueden afectar el contenido esencial del
derecho tutelado. La misma Corte también ha dicho que nociones como la de “orden público” y
la de “bien común” no pueden invocarse como “medios para suprimir un derecho garantizado
por la Convención” y deben interpretarse con arreglo a las justas exigencias de una sociedad
democrática, teniendo en cuenta “el equilibrio entre los distintos intereses en juego y la
necesidad de preservar el objeto y fin de la Convención”17.

15
Cfr. KISS, A.: Permissible Limitations on Rights, en “The International Bill of Rights”, L. Henkin, editor,
Columbia University Press, New York, 1981
16
Corte I.D.H.: La colegiación obligatoria de periodistas, cit., § 64
17
Corte I.D.H.: La colegiación obligatoria de periodistas, cit., § 67.
b. La forma

En un Estado de Derecho, las limitaciones a los derechos humanos sólo pueden emanar de
leyes, se trata de una materia sometida a la llamada reserva legal, de modo que el poder
ejecutivo no está facultado para aplicar más limitaciones que las que previamente hayan sido
recogidas en una ley del poder legislativo.

Este es un principio universal del ordenamiento constitucional democrático, expresado,


entre otros textos por el artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
según el cual las restricciones que la Convención autoriza para el goce de los derechos por ella
reconocidos, sólo podrán emanar las “leyes que se dictaren por razones de interés general y con
el propósito para el cual han sido establecidas”. Respecto de este artículo, la Corte ha
interpretado:

que la palabra leyes...significa norma jurídica de carácter general, ceñida al bien común, emanada de
los órganos legislativos constitucionalmente previstos y democráticamente elegidos, y elaborada
según el procedimiento previsto en las constituciones de los Estados Partes para la formación de las
leyes18.

Sólo en circunstancias excepcionales el gobierno se ve facultado para decidir por sí solo la


imposición de determinadas limitaciones extraordinarias a algunos derechos humanos, pero para
ello tiene previamente que suspender las garantías de tales derechos.

2. Las limitaciones a los derechos humanos bajo estados de excepción

Los derechos garantizados pueden verse expuestos a limitaciones excepcionales frente a


ciertas emergencias que entrañen grave peligro público o amenaza a la independencia o
seguridad del Estado19. En tales circunstancias el gobierno puede suspender las garantías. A este
respecto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha enfatizado que, dentro del sistema
de la Convención, se trata de una medida enteramente excepcional, que se justifica porque

18
Corte I.D.H., La expresión “leyes” en el artículo 30 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos,
cit., § 38.
19
Cfr.: ZOVATTO, D.: Los estados de excepción y los derechos humanos en América Latina. Instituto
Interamericano de Derechos Humanos / Editorial Jurídica Venezolana. Caracas / San José, 1990; GARCÍA
SAYÁN, D. (EDITOR): Estados de emergencia en la Región Andina, Comisión Andina de Juristas, Lima 1987;
FAÚNDEZ-LEDEZMA, H.: La protección de los derechos humanos en situaciones de emergencia, en
“Contemporary Issues in International Law (Essays in Honor of Louis B. Sohn), T. Buergenthal, editor. N.P.
Engel Publisher, Kehl, 1984, págs. 101-126; SEPÚLVEDA, C.: Los derechos humanos y el derecho
internacional humanitario ante la subversión en América Latina, 49 Boletín Mexicano de Derecho Comparado,
Nueva serie, enero-abril 1984, págs. 141-152; O'DONNEL, D.: Legitimidad de los estados de excepción a la luz
de los instrumentos de derechos humanos, 38 Revista de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad
Católica del Perú, diciembre 1984, págs. 165-231.
“puede ser en algunas hipótesis, el único medio para atender a situaciones de emergencia
pública y preservar los valores superiores de la sociedad democrática”20.

Sin embargo, evocando quizás los abusos a que ha dado origen en el hemisferio, afirmó que
la suspensión de garantías no “comport(a)la suspensión temporal del Estado de Derecho (ni)
autori(za) a los gobernantes a apartar su conducta de la legalidad a la que en todo momento
deben ceñirse”21, pues el efecto de la suspensión se contrae a modificar, pero no a suprimir
“algunos de los límites legales de la actuación del poder público”22.

La suspensión de garantías está sujeta, además, a cierto número de condiciones, entre las
que cabe enunciar, también de modo esquemático, las siguientes:

a. Estricta necesidad. La suspensión de las garantías debe ser indispensable para atender a
la emergencia.

b. Proporcionalidad, lo que implica que sólo cabe suspender aquellas garantías que
guarden relación con las medidas excepcionales necesarias para atender la emergencia.

c. Temporalidad. Las garantías deben quedar suspendidas sólo por el tiempo estrictamente
necesario para superar la emergencia.

d. Respeto a la esencia de los derechos humanos. Existe un núcleo esencial de derechos


cuyas garantías no pueden ser suspendidas bajo ninguna circunstancia.

El enunciado de los mismos varía en los diferentes ordenamientos constitucionales y en los


distintos tratados sobre el tema. La lista de garantías no suspendibles más amplia es,
probablemente, la contenida en el artículo 27 de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, según el cual están fuera de ámbito de los estados de excepción los siguientes
derechos: el derecho a la vida; el derecho a la integridad personal; la prohibición de la
esclavitud y la servidumbre; la prohibición de la discriminación; el derecho a la
personalidad jurídica; el derecho a la nacionalidad; los derechos políticos; el principio de
legalidad y retroactividad; la libertad de conciencia y de religión; la protección a la familia y
los derechos del niño; así como las garantías judiciales indispensables para la protección de
tales derechos, entre las cuales deben considerarse incluidos el amparo y el habeas corpus.
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, en cambio (artículo 4.2) limita la
lista de los derechos cuyas garantías no pueden suspenderse en ningún caso, al derecho a la
vida, a la integridad personal, a la prohibición de esclavitud y servidumbre, a la prohibición

20
Corte I.D.H., El hábeas corpus bajo suspensión de garantías (arts.27.2 y 25.1 Convención Americana sobre
Derechos Humanos). Opinión Consultiva OC8/87 del 30 de enero de 1997, § 20.
21
Ibid.
22
Ibid., § 24.
de prisión por deudas, al principio de legalidad y retroactividad, al derecho a la personalidad
jurídica y a la libertad de pensamiento, conciencia y religión.

e. Publicidad. El acto de suspensión de garantías debe publicarse por los medios oficiales
del Derecho interno de cada país y comunicarse a la comunidad internacional, según lo
pautan algunas convenciones sobre derechos humanos.

CONCLUSIÓN

El tema de los derechos humanos domina progresivamente la relación de la persona con el


poder en todos los confines de la tierra. Su reconocimiento y protección universales representa
una revalorización ética y jurídica del ser humano como poblador del planeta más que como
poblador del Estado. Los atributos de la dignidad de la persona humana, donde quiera que ella
esté y por el hecho mismo de serlo prevalecen no sólo en el plano moral sino en el legal, sobre
el poder del Estado, cualquiera sea el origen de ese poder y la organización del gobierno. Es esa
una conquista histórica de estos tiempos.
LOS FUNDAMENTOS DE LOS

DERECHOS HUMANOS

Julio Fernández Bulté

Comentario a la intervención del presidente del

Instituto Interamericano de Derechos Humanos,

Profesor Pedro Nikken.

Es un verdadero privilegio participar en este Seminario Especial sobre Derechos Humanos,


patrocinado por la Unión Nacional de Juristas de Cuba y el Instituto Interamericano de
Derechos Humanos (IIDH), y mayor privilegio es, sin duda, comentar de alguna manera la
intervención del Presidente del IIDH, profesor Pedro Nikken, con una obra consagrada, en el
más alto nivel académico, al estudio de los Derechos Humanos.

La rigurosa intervención del profesor Nikken nos trae el tema apasionante de la


fundamentación de los Derechos Humanos. Sin duda que no se trata de una cuestión meramente
especulativa; de un simple y más o menos inocente ejercicio filosófico. Fundamentar los
Derechos Humanos es, ni más ni menos que indagar en sus cimientos, en sus justificaciones, no
sólo jusfilosóficas, sino también y sobre todo, en sus justificaciones históricas y sus
posibilidades futuras. Creo que podríamos convenir en que el pensar filosófico puede prescindir
ya de las viejas manías de encontrar fundamentos como elemento único sobre el cual erigir un
sistema global y exhaustivamente explicativo de la vida. Por el contrario, comparto
absolutamente el punto de vista de Joaquín Herrera Flores, en el sentido de que fundamentar los
Derechos Humanos es...una tarea constante, un proceso inacabado y quizás inacabable, en el
que lo que se intenta es establecer un horizonte de sentido....23.

Ese horizonte de sentido tiene que partir de la real evolución del milenario proceso
civilizatorio, de ahí su inexcusable ámbito de dimensión histórica, y tiene que apoyarse en una
axiología y en un marco conceptual que no sólo explique los planteamientos actuales de los
Derechos Humanos, sino que además nos brinde una perspectiva práctica para su ulterior e
inagotable desarrollo y ampliación.

23
Herrera Flores, Joaquín. “La fundamentación de los Derechos Humanos desde la escuela de Budapest”. En Los
Derechos Humanos; una reflexión interdisciplinaria. Publicaciones ETA. Colección Monografías. Córdoba
1995. Pág.25
En una ocasión, refiriéndose al derecho al desarrollo, el Dr. Gros Espiell afirmaba con toda
certeza que este derecho no sólo era deontológico, sino que tenía que ser entendido como
derecho teleológico, que se endereza a un fin y contribuye a él. Pues bien, yo creo con toda
firmeza que todos los Derechos Humanos tiene ese contenido teleológico: constituyen
instrumentaciones jurídicas encaminadas al fin de hacer verdaderamente humana la existencia
del hombre.

Abandonar ingenuamente la pretensión de fundamentación de los Derechos Humanos


traería como primera consecuencia práctica admitir que ellos son únicamente los consagrados en
los 126 artículos de la Carta y, cuanto más, en los otros instrumentos de NNUU que abordan
alguno que otro Derecho Humano especial.

Y claro que me estoy dando de bruces con el problema que ha sido centro del debate sobre
la fundamentación de los Derechos Humanos, es decir, la oposición entre una visión
iusnaturalista de éstos y la concepción positivista o normativista. Y ni que decir que en la base
de esa polémica que desborda la fundamentación de los Derechos Humanos, puesto que atañe a
todo el Derecho, está la discusión sobre el contenido axiológico o no del Derecho y, a la larga,
sobre la naturaleza de los valores que supone, si es que se admite ese contenido axiológico.

Recuerdo que Mauricio García Villegas decía en uno de los Cursos Interdisciplinarios del
IIDH que esta discusión “a la postre ha producido más libros que convencidos”24. Pero seguía
afirmando que el abandono de la discusión filosófica sobre los fundamentos de los Derechos
Humanos había producido la consecuencia de rescatar ese debate para la política.

Quisiera decir que estoy sólo parcialmente de acuerdo con el suspicaz punto de vista del
respetado colega colombiano; en puridad la política no puede deshacerse de sus implicaciones y
traducciones filosóficas. Reducir el debate sobre la naturaleza de los Derechos Humanos, sólo el
cenagoso terreno de la política suele conducir a aumentar las imprecisiones, amén de que,
finalmente, todo tiene que ser repensado filosóficamente.

En este sentido quiero recordar que incluso se ha hablado de una escuela de nueva
fundamentación de los Derechos Humanos, a la cual se ha denominado Escuela de Budapest
(Herrera Flores, 1995) que tiene, sin duda, un alto contenido político, en cuando se identifica
con la instrumentación teórica de intelectuales como Agnes Heller, Ferenc Féhér, György
Markus, Muhaly Vayda y otros, que al calor de la Estética de György Lukács, pero muy
especialmente desde las posiciones políticas e ideológicas que estuvieron en la base de los

24
García Villegas, Mauricio. “El fundamento de los Derechos Humanos”. En Compilación de Trabajos
Académicos del Curso Interdisciplinario de Derechos Humanos (1983-1987) IIDH. Costa Rica, 1989, pág.89 y
ss.
acontecimientos de 1956 en Hungría, intentaron articular una fundamentación de los Derechos
Humanos en que era fácil advertir el intento de harmonización de las conquistas sociales
alcanzadas por el socialismo real en Hungría, con ansiados espacios democráticos. Pero esa
fundamentación, originalmente muy ceñida al discurso ético y hasta estético, pronto devino, sin
abandonar su sentido político, nueva especulación jusfilosófica: para nadie es un secreto que
últimamente lo que más se debate en esa escuela es la teoría de la justicia y de la racionalidad
como fundamento de los Derechos Humanos, es decir, nuevamente un problema eminentemente
filosófico.

Y es que, quiérase o no, estamos ante una suerte de nudo gordiano: no podremos dar un
paso cierto al respecto de la fundamentación sino blandimos la espada alejandrina y afrontamos
decididamente el problema relativo a la fundamentación puramente normativista, jurídica,
relativista y hasta en ocasiones historicista, o asumimos una posición diversa, alternativa, que
intente alcanzar desde más allá de la simple estructuración normativa, no sólo la legitimidad de
los actuales Derechos Humanos, sino el rumbo, el camino y la perspectiva de visualización
primero y alcance ulterior del inagotable proceso creador de Derechos Humanos.

Esto nos lleva, con fatalidad científica, a abordar ese problema gordiano: el carácter de los
valores, su sentido de autonomía y permanencia o, al contrario, su relativismo defraudante. En
una ocasión, Federico Engels, refiriéndose a la variedad de posiciones filosóficas, afirmaba que
el problema principal de la Filosofía era el de la oposición entre el ser y el pensar, entre el ser
social y la conciencia social. Aquí cabría una reducción parecida: el problema principal de la
fundamentación de los Derechos Humanos pasa, inevitablemente, por la toma de posición frente
a los valores contenidos y por contener en esos Derechos, tanto los hoy consagrados, cuanto los
que la humanidad progresista lucha por consagrar.

Quisiera agregar que, al intentar en esas brevísimas reflexiones alguna aproximación a tan
espinoso asunto, lo hago con cierta desazón. Estoy convencido de que sólo podré apuntar
algunas consideraciones generales, seguramente muy vagas y, lo que es peor, al referirme a las
principales corrientes o posiciones que se debaten tendré que hacerlo con lamentable
superficialidad, dando sólo pinceladas críticas, muchas veces objetables por falta de rigor. Sin
embargo, en este marco y espacio no es posible otra pretensión. De lo que se trata y pretendo es,
exactamente, de ofrecer una visión alternativa a las clásicas posiciones adoptadas en punto a la
fundamentación, y hacerlo desde una perspectiva tercer mundista. No pretendo originalidad,
sino la que resulta de intentar ser vocero y pensador de una fracción del mundo que es, por
demás, la que más sufre, la que se excluye del progreso, la que sucumbe, pero adquiere entonces
la lucidez suficiente para advertir que su caída puede ser, ahora ya de modo bien claro, la
catástrofe de todo el proceso civilizatorio.
Hace ya tres décadas, en 1964, el gran pensador italiano Norberto Bobbio, en un simposio
sobre Fundamentos de los Derechos Humanos del Hombre, promovido por el Institut
International de Philosophie, expuso lo que consideró las grandes dificultades para encontrar un
fundamento absoluto a los Derechos Humanos y los valores por ellos protegidos. Aludió a la
vaguedad del concepto de Derechos Humanos; a que son variables, según lo revela la historia, y
a que son heterogéneos, puesto que suponen exigencias diferentes e incluso contradictorias.

Este pensamiento era totalmente consecuente con el sostenido por el maestro italiano en
todo su razonar al respecto. Recordamos su trabajo L'illusion du fondament absolu en que parte
de la hipótesis y convicción de que no es posible hallar una fundamentación absoluta de los
Derechos Humanos, sino cuanto más, diferentes fundamentos relativos. Recuérdese que en ese
trabajo, L'illusion, Bobbio llega a afirmar que los Derechos Humanos ya están suficientemente
fundados en la Declaración Universal de 1948. Es lamentable no disponer de suficiente espacio
y tiempo para otras consideraciones laterales sobre los que Bobbio califica de Derechos que se
tienen y derechos que se quieren tener, con respecto a los cuales, especialmente los segundos,
Bobbio cae en la trampa gordiana que he aludido: tiene que reconocer que con respecto a ellos
es preciso y admisible la búsqueda de razones para sostener su legitimidad. Igualmente sus ideas
sobre los que llama valores últimos, los cuales sencillamente se asumen, sin que puedan
fundamentarse o justificarse.

Es que, quiérase que no, el maestro italiano gira en torno a los límites del positivismo, al
menos en este difícil tema.

Quisiera advertir que se han pretendido diferentes diseños epistemológicos del problema
que nos ocupa, pero lamentablemente, todos tributan finalmente al mismo dilema. Cuando se ha
intentado una fundamentación de raigambre anglosajona, para oponerla a la tradición europea
(Herrera Flores, 1995) finalmente se arriba al fondo de la misma dicotomía: positivismo o una
explicación de fondo, más allá de la normativa, que sirva para justificar y legitimar la misma y,
lo que es más importante, que brinde una perspectiva de lucha por nuevos Derechos Humanos.
Igualmente ha ocurrido cuando se ha pretendido desviar el análisis hacia una explicación
historicista o, por el contrario, puramente especulativa. En ese sentido no puede menos que
mencionarse el impresionante trabajo de Imre Szabo, Fundamentos históricos de los derechos
humanos y desarrollos posteriores. Al respecto quisiera apuntar que no obstante sus inatacables
conclusiones sobre el carácter histórico de esos Derechos, en ocasiones su discurso se coloca,
mutatis mutandi, fuera de historicidad, y el pasado deviene en ocasiones para justificación del
presente, como advirtiera brillantemente Ignacio Ellacuría. Por supuesto que no pretendo, por
materialista, negar la explicación historicista, pero convengo absolutamente con el mártir jesuita
Ellacuría, que esa indagación histórica no puede reducirse a una mera búsqueda de
antecedentes, sino que tiene que ir en pos de la explicación de las razones materiales y de la
toma de conciencia de los inevitables cambios, de las mutaciones y los desarrollos, es decir,
nuevamente en la fuente prístina del debate.

Es interesante apuntar que han surgido y surgen cada vez nuevas voces que pretenden
romper las fronteras del positivismo inmovilizante, lo cual, confieso que me llena de regocijo.

Estoy apuntando incluso a la obra de norteamericanos como John Rawls, y, sobre todo,
Ronald Dworkin.

A mis fines hoy, quiero incluso desestimar algunos ángulos del pensamiento de Rawls, con
los cuales no puedo coincidir dada mi filiación filosófica, no obstante lo cual admito como
alentadores en tanto revelan un extraordinario ademán reivindicativo del contenido axiológico
del Derecho en general y de los Derechos Humanos en particular. No me importa, repito, que
Rawls se separe de la verdad histórica cuando postula en su Teoría de la Justicia que los
derechos “no están sujetos a regateos políticos, ni al cálculo de intereses”25. Lo que admiro y
quiero subrayar es su afirmación de que “la justicia es la primera virtud de las instituciones
sociales, como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento”26.

En el mismo sentido está el pensamiento de Robert Nozick, en su libro Anarquía, Estado y


Utopía27, pero sobre todo, repito, la obra de Ronald Roworkin. Y creo incluso que si apreciables
son sus proposiciones éticas, axiológicas, tanto o más admirables es su inteligente crítica al
pensamiento anglosajón anterior, de modo muy especial al positivismo jurídico de quien le
antecedió en la cátedra de Jurisprudence en Oxford, Herbert L. A. Hart. Creo que la crítica de
Dworkin a la regla de reconocimiento de Hart, como legitimación y fundamentación de la
norma, es sustancial y nos revela su cercanía, ya que no hay identidad, con la norma
fundamental de Kelsen.

De tal modo, tendremos que abordar el problema de los valores, y tendremos que abordarlo
con una perspectiva historicista, pero científica, y tendremos que abordarlos, porque no puede
ser de otro modo, desde la óptica y la sensibilidad del tercer mundo.

Quiero decir desde ahora que al respecto no andamos en andrajos. Contamos por el
contrario con la obra Señera de Ignacio Ellacuría, a la cual podemos o no asumir in complexo,
pero de la cual no es posible prescindir en estas reflexiones.

25
Rawls, Joyn. Teoría de la Justicia. Traducción de M.D. González (1979) 1ª. ed. en español, México-Madrid,
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. Pág.20.
26
Op. cit. Pág. 19
27
Nozick, Robert. Traducción de R. Tamayo, (1988) Fondo de Cultura Económica. Título original: Anarchy, State
and Utopía.
La obra y hasta la muerte de Ellacuría está cargada de promisión y significación. Quiero
recordar que el 16 de noviembre de 1989, apenas una semana después de la caída del muro de
Berlín, Ellacuría era asesinado junto a otros cinco jesuitas, en el mismo corpus de la UCA, en El
Salvador. Aquella muerte brutal de hombres entregados –ahora en sacrificio martirial- a la
defensa de los Derechos Humanos, revelaba que, como la apuntara Lamet, mucho antes”...de
que cayera el muro de Berlín y estallara la guerra en el Golfo Pérsico, el mundo no se dividía ya
realmente entre el Este y el Oeste, sino por el abismo de hambre y miseria, entre Norte y Sur”28.

Por eso que, repito, desde esa perspectiva dramática, de hombres del Sur, quiero hacer estas
aproximaciones al fundamento de los Derechos Humanos. De nuestra capacidad para articular
un discurso lúcido al respecto dependerá no sólo que los interpretemos o entendamos mejor,
filosóficamente hablando, sino también que seamos capaces de plasmarlos adecuadamente, e
irlos articulando según las exigencias del proceso civilizatorio, y hasta que logremos una
valedera protección de los mismos.

Es incuestionable que los valores de todo tipo, políticos, religiosos, económicos y éticos
también, han ido cambiando en el desarrollo de cada período histórico. Sin embargo, ese
carácter mutable no debe impedir penetrar la esencia de los valores. Ese carácter mutable, que
suele comportarse como constantes negaciones de lo ya negado, no impide que el hombre, en su
presencia universal e histórica, haya podido ir formalizando, decantando y asentado valores que
han devenido, en un sentido muy global, de cierta absolutez.

Cuando entramos en la perspectiva de la postmodernidad, se hace evidente que la marcha de


la Historia ha ido conduciendo a la universalización de sus caminos y, al paralelo, ha permitido
la integración de determinados valores que se han elevado con un sentido de universalidad y
absolutez.

Los valores de todo tipo, y los éticos particularmente, se revelan a nuestros ojos como
juicios y apreciaciones históricas y objetivas. El carácter de históricos no es negado –sino por el
contrario, exaltado- incluso por los peores relativistas. Por el contrario, su sentido objetivo ha
sido más difícil de entender en la polémica filosófica.

Pero quisiera, ante todo, retomar lo dicho por Nicasio Barrera:

Los valores están en el ser del hombre. Es la única radicación de la que podemos dar razón y
fundamento, sin incurrir en hipóstasis. No son pues, los valores objetos ideales ni ideas platónicas, ni
regulativas al estilo kantiano, ni abstrusas esencias, ni engañosa ilusión29.

28
Miguel Lamet, Pedro. La rebelión de los teólogos. Ed. Plaza & Janés, Barcelona, 1991. Pág.12.
29
Barrera, Nicasio J. La verdad y los valores. En Revista de la Facultad de Derecho de la Universidad del Rosario.
No.4-6 de 1986. Pág.48.
Más adelante dice, resumiendo su caracterización de los valores: “El hombre es el creador
de los valores. Es una de tantas expresiones de la conducta humana y de la personalidad”30.

Los valores, incluidos los que se plasman como Derechos Humanos, no sólo han ido
cambiando, creándose y concientizándose, sino que son, por su misma esencia, contradictorios.
En toda civilización, en que se enfrentan intereses económicos, sociales y políticos
contradictorios, se crean valores también en ocasiones hasta antagónicos. Los valores surgen y
se desarrollan reflejando esas alternativas y contradicciones no sólo epocales, sino con toda su
carga de tradición y anticipación. Los nuevos valores no son más que esas anticipaciones en que
el hombre vislumbra perentorias conductas para deshacerse de lo que empieza a repugnar como
desvalor, en cuanto se oponen a sus intereses vitales. Pero lo cierto es que algunos valores
tienen que imponerse en cuanto portadores de las alternativas de viabilidad a la subsistencia
humana, y lo logran, a la larga o a la corta, a través de un instrumental ideológico, o de otro.

Con lo anterior quiero subrayar que los valores, incluidos los que están en la base de los
Derechos Humanos, son productos eminentemente humanos, resultado de inevitables
determinaciones y derivan de esa dialéctica apuntada, en el seno de cada civilización y cada
cultura, y son siempre contradictorios. Sin embargo, se van imponiendo aquellos que suponen la
mejor propuesta de supervivencia desalineada.

Los Derechos Humanos aparecen entonces a nuestros ojos como algo más que la
circunstancial expresión pragmática alcanzada después de la catástrofe de la Segunda Guerra
Mundial. Aparecen como el resultado dialéctico de la lucha milenaria del hombre a través de
todo el proceso civilizatorio, y en su formulación contemporánea son el resultado sustanciado
de lo que hemos llamado cultura de la modernidad.

Expresan el depósito axiológico de esa cultura de la modernidad, aún con todo su sentido
contradictorio. De hecho, ese carácter contradictorio y la crisis de la modernidad han abierto una
visión perspectiva hacia un porvenir viable, y han aparecido los que en lenguaje de Naciones
Unidas se conoce como derechos de la tercera generación.

En los momentos actuales, en la crisis de los sistemas y los modelos, y en la disyuntiva de


supervivencia o aniquilación de la especie humana, cobra fuerza especial, a mi juicio, el
pensamiento ya aludido de Ellacuría. Para él, como es sabido, el fundamento de la Filosofía, de
la lucha del hombre y de los Derechos Humanos debe encontrarse en la praxis revolucionaria, y
el objetivo de la Filosofía, de la lucha humana milenaria y de los Derechos Humanos no es otro
que la liberación del hombre de todas sus enajenaciones, tanto materiales como espirituales. De
ahí también la importancia que concedía a la que llamó “mayorías populares”, en la formulación

30
Barrera, Nicasio J. Ibídem. Pág.49
de los paradigmas éticos que sustentan los Derechos Humanos y animan esa praxis
revolucionaria, a la cual consagró y entregó su vida.

Entonces advierto que los Derechos Humanos deben encontrar, y de hecho encuentran su
fundamento, -no sólo como explicación, sino sobre todo como horizonte- en los valores éticos
indeclinables para la subsistencia civilizada y digna del hombre.

Lo que ocurre es que, dramáticamente, esa existencia digna y civilizada, al final de lo que
hemos dado en llamar modernidad, o en las puertas de lo que otros califican de postmodernidad,
pasa absolutamente por la praxis de desalienación y de liberación de las casi dos terceras partes
de la humanidad que viven sumidas en condiciones casi prehistóricas, mientras en el primer
mundo se suicida la civilización en un galopar onírico por el consumismo que agota las fuentes
de existencia planetaria y subyuga, en un sistema de explotación y dominio, a los que vivimos
en el Tercer Mundo, o en el Sur.

Y entonces cobra fuerza especial el otro elemento de esas reflexiones: el carácter universal e
interdependiente de todos los Derechos Humanos.

Porque, valdría la pena preguntarnos: ¿Y esos Derechos Humanos que constituyen la única
alternativa para la subsistencia de la especie humana, para cuántos humanos son? ¿Rezan para
todos o, por el contrario, son el producto ético-jurídico de un determinado grado o nivel de la
civilización y sólo tienen virtualidad y validez para quienes han alcanzado ese nivel? En otras
palabras: ¿Son excluyentes para las grandes masas integrantes de lo que suele llamarse la
periferia del sistema?

La Segunda Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena, hace ahora apenas tres
años de celebrada, exaltó como una de sus principales consideraciones el carácter universal e
interdependiente de los Derechos Humanos. En realidad hace algo más de una década en el seno
de las Naciones Unidas se ha expresado ese sentido de universalidad. En sus foros más notables
sobre el tema se ha hablado en esa dirección; no han faltado instrumentos que hayan
proclamado esa universalidad; sobran, de otro lado, los que han venido reiterando la
interdependencia y recíproco condicionamiento de los Derechos Civiles y Políticos, con
respecto a los Económicos, Sociales y Culturales, y viceversa.

Y sin embargo, el panorama de la humanidad de hoy, dividida dramáticamente entre un


Norte con un desarrollo material de fantasía y un Sur que parece sumido en las sombras de la
prehistoria, justifica que se formulen las anteriores preguntas. En el fondo del problema apenas
se ocultan dos cuestiones esenciales: en un lado la perspectiva desde la que se asuma nuestra
civilización de hoy, y de otro, el contenido ético y el fundamento que se atribuya a los Derechos
Humanos.
Para todos los que han defendido los relativismos culturales y los particularismos
antiuniversalistas; los que han propugnado el carácter independiente e incomunicable de las
civilizaciones o las culturas, los Derechos Humanos no pueden tener alcance universal. Por
supuesto que se sienten corroborados ante las dramáticas condiciones de las crisis actuales:
horizontes de fragmentación, cultura de la diferencia, intolerancia, particularismos, violencia
xenofóbica o racial, son, para ellos, otras tantas evidencias de que no es posible hablar de un
mundo único en el que todos estamos fatal o felizmente comprometidos.

Quisiera recordar un viejo trabajo de Max Weber, La política como vocación, de 1919, en
que Weber señala que existe una supuesta posición ética, que él calificaba de moral de la
conciencia; moral intimista y subjetiva, preocupada sólo por la pureza de las intenciones y que,
en el límite de la candidez, hace el juego al mal, exaltando el respeto incondicionado al otro, al
distinto, y admitiendo la injusticia, la desigualdad brutal e impuesta y la existencia, en fin, de
sociedades de opresión y de barbarie. Weber decía que frente a esa moral de la conciencia, que
hace el juego al mal, admitirlo como inevitable, hay que erigir la moral de la responsabilidad,
que asume sus proyectos objetivos y prevé sus consecuencias, se compromete y lucha por ellas,
sin ceder terreno al mal y a la injusticia.

Cuando la Segunda Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Viena proclamó


enfáticamente el carácter universal de los Derechos Humanos, y cuando el Alto Comisionado
allí probado ha sostenido esa bandera como prioritaria de su mandato, han asumido una posición
filosófica universalista y consecuente con la marcha verdadera del proceso civilizatorio y con
una ética de responsabilidad, de compromiso y de acción consciente y consecuente.

No cuento con espacio y tiempo suficiente como para pincelar siquiera el rumbo histórico
innegable, del sentido universal del proceso civilizatorio. Si algo se podía dudar al respecto en
etapas prepolíticas, el dominio de la cultura alejandrina significó, sin duda, la primera
unipolarización de la civilización, continuada, bajo semejante signo, por el imperio romano. No
olvidemos que fueron los estoicos los que acuñaron el vocablo cosmopolita, y que Diógenes se
calificaba de ciudadano del mundo, en tanto Zenón abogaba por el Estado universal. Esos
romanos, artífices de un Derecho que es base de todo un sistema mundial, según un citadísimo
texto de Gayo en el Digesto justineaneo, definía al Derecho de Gentes como “...aquel que la
razón natural establece entre todos los hombres, es observado igualmente por todos...”31.
Polibio, autor de la Historia General de Roma criticaba a los que hacían historias parciales y
abogaba por una única y posible historia, del mundo entero. Aún en los siglos de la
fragmentación feudal, el imperio carolingio fue un intento importante y efectivo de unificación
del mundo conocido entonces. La misma tromba mahometana de los siglos VI y VII supuso no

31
Gayo, Instituciones. Libro I Digesto de Justiniano. Título I, párrafo 9, Edición de la Pontificia Universidad
Católica del Perú. Fondo Editorial 1990, pág.27.
sólo enfrentamiento, sino fusión de la que salió gananciosa la unidad civilizatoria de la que
llegaría a ser más tarde la modernidad. Las cruzadas fueron otros tantos esfuerzos, conscientes o
inconscientes, de unificación de un mundo contradictorio en que tuvieron que vivir pugnases
varias culturas. Hasta que la modernidad irrumpió en la Historia a partir de las aventuras
marineras de aquellos alucinados que unieron al Viejo Mundo con el Nuevo Continente.

“La Era Moderna, que ha sido básicamente la era del capitalismo –nos dice Juan A. Blanco-
centralizó el proceso del quehacer histórico a escala universal, expandiendo su civilización
industrial y la cultura burguesa a todos los rincones del planeta, mientras se aniquilaban o
marginaban otros procesos civilizatorios y culturas alternativas” 32.

La modernidad no sólo ha significado el más radical y antes insoñado salto tecnológico y


científico de género humano, sino la consolidación de valores nuevos, y el derrumbe de otros.

Y la humanidad alcanzó su más alto ensanchamiento y unificación. Lo cierto es que nunca


como hoy el hombre ha vivido en un mundo tan grande, y al mismo tiempo, tan pequeño.

El planeta se ha dilatado de forma inusitada: América, ignorada para los europeos hasta
1492, forma parte ahora de sus expectativas y de sus intranquilidades. África, apenas conocida
en el siglo XV, es escenario hoy de luchas que involucran al occidente y en las cuales se han
empeñado gran parte de sus enormes potencia-económicos, militares y políticos. El Asia, apenas
objeto de literatura romántica hace apenas unos siglos, está imantada al destino de Occidente en
muchas formas y a través de innumerables expectativas. Como si el mundo nos resultara ya
estrecho, los hombres se lanzan al cosmos, guiados por intereses no siempre descifrables, y en
medio del estupor o la indiferencia de los más.

Y al paralelo, nunca el mundo ha sido tan pequeño: desayunamos en La Habana y llegamos


a Madrid para el almuerzo temprano; hacemos una siesta en Bruselas y podemos dormir esa
noche en cualquier país de América; hablamos quedo con los amigos de allende el Atlántico o el
Pacífico, a través del milagroso teléfono, e incluso, mientras lo hacemos, podemos estar
recibiendo por FAX una fotografía de sus hijos. Las agencias noticiosas, el correo electrónico y
otros medios de comunicación nos informan lo acaecido en Bagdad apenas segundos después.
Por cierto, pudimos ver por televisión la Guerra del Golfo.

Y sin embargo, no todos quieren creer aún ni todos defienden, que estemos ante la
universalización más ancha y contundente de nuestra vida planetaria. Son los mismos que no
admiten y rechazan el carácter universal de los Derechos Humanos.

Los relativismos y las filosofías cíclicas de la Historia han estado siempre vinculadas a las
ideologías conservadoras y reaccionarias. No hay que olvidar que frente al discurso del

32
Blanco, Juan Antonio. Tercer Milenio. Una alternativa a la postmodernidad.
Iluminismo y el Enciclopedismo, que fueron singularmente universalistas, se levantó muy
pronto un antiiluminismo en Francia, representado por Maïstre y Bonald, y en Alemania con los
prerrománticos Herder y Möser, y en Inglaterra con Burker.

Posteriormente, con matices diferenciales, se registra un hilo de pensamiento universalista,


que aparece en hombres como Spencer, los utopistas franceses e ingleses; Comte, Darwin,
Hegel, Guyau y Marx y Engels, frente a los que se levantó la concepción de los exclusivismos,
los particularismos y sus secuelas como racismo, xenofobia, intolerancia religiosa, etc., en
hombres como Danilovsky, Spengler, Toynbee, Foucault, Ortega y Gasset y Haya de la Torre.

El hecho de que la civilización europea ingresara en la modernidad en una avenida de


dominación que supuso la subyugación de los pueblos periféricos, no niega la universalización
de nuestra Era. La burguesía triunfante unció a sus carros victoriosos a las derrotadas culturas de
América, Asia, África y Oceanía, pero las incorporó a una marcha irreversible; sometió a sus
intereses hegemónicos a las economías que deformó y taró, pero las hizo indispensables al
sistema, supo extraer ganancias, valiéndose no sólo de la explotación del trabajo asalariado
mediante la plusvalía, sino también apoyándose en relaciones semifeudales e incluso
esclavistas, pero a todas las integró al sistema capitalista en una globalización que resulta
peregrino negar.

La misma noción de los Derechos Humanos, en su dimensión normativa moderna, surgió,


es preciso admitirlo, de dos países colonialistas y explotadores: la Francia de 1789 y la
Inglaterra de 1689, amén de los Estados Unidos de 1776. El contenido e ideario ético de esos
Derechos Humanos tiene, sin alternativas, un alcance universal. No es posible otra dimensión
actual para la civilización humana y menos para cualquier alternativa medianamente seria en
relación con el ingreso del Hombre en el Tercer Milenio.

Ese contenido o ideario ético, base de los Derechos Humanos, es no sólo objetivo, de
absoluta radicación humana, sino también universal. El mismo tiene que servir de instrumento y
alternativa de salvación insoslayable, no sólo para los “cultos” centros de Europa o América,
sino para los pueblos y países de la periferia. El capitalismo nos vinculó a todos de modo
indestructible; ahora no es posible echar atrás las manecillas del reloj de la Historia.

Quisiera arriesgar una cita, sin dudas, muy larga, de Sebreli, quien ha sido criticado por
elevar un eurocentrismo exagerado, so apariencia de defender el universalismo cultural. Más
allá y más acá de esa apreciación, quisiera asumir estas afirmaciones suyas:

La ética objetiva y universal ha sido una aspiración de los hombres, de los antiguos que buscaban una
sabiduría válida de la vida, de los iluministas, cuando creían que la virtud era demostrable. Si bien
algunas normas morales desaparecen en las transformaciones sociales, otras se mantienen
parcialmente o son corregidas, y algunas, en fin, constituyen un acercamiento a una moral universal
que se va realizando a medida que se dan las condiciones. La moral kantiana que propone tratar al
hombre como fin y nunca como medio, es por cierto irrealizable en una sociedad de clases y de
opresión, pero no significa una falsedad, sino el prenuncio de una moral posible y necesaria en el
futuro. Tal vez sea un ideal lejano o inaccesible, pero es el que guía el proceso por el cual intentamos
llegar a una vida mejor, la pauta por la que podemos superar nuestros juicios de valor equivocados.
El proceso de la ética está dado por la realización siempre imperfecta e incompleta por la cual, no
obstante, vamos aproximándonos a ese ideal que aparece inalcanzable33.

Ahora, en el umbral del Tercer Milenio, la humanidad afronta desafíos descomunales. Los
que predican la amoralidad del Derecho, la relatividad de los Derechos Humanos y su falta de
fundamentos éticos absolutos; la fuerza demiúrgica de la amoralidad del mercado; la fatalidad
del destino humano, en fin, tendrían razón para sobrecogerse y espantarse. En sus límites
conceptuales metaéticos, todo estaría perdido.

Para nosotros, los Derechos Humanos encuentran su fundamento –explicación y horizonte-


en el aparato ético que tiene que ser insoslayable para el hombre de hoy y del Tercer Milenio;
que tiene que sustanciarse sobre los valores que aporta lo más humano, rico y esplendoroso del
proceso civilizatorio. Los que concebimos ese fundamento de los Derechos Humanos, con su
obligada universalidad e interdependencia, podemos encarar el porvenir, no obstante las
desazones, con indeclinable esperanza. El hombre, en su afán de sobrevivencia, en su infinita
capacidad de acomodo, y apoyado en su inteligencia y su voluntad, puede encontrar el camino
que lo salve de las crisis y los hundimientos. Porque es que, como decía al iniciar estas
reflexiones, pensar sobre los fundamentos de los Derechos Humanos no es inocente ejercicio
académico. Por el contrario, atañe a una angustiosa interrogante: ¿Podrá el hombre empinarse
sobre las crisis actuales y hacer valer sus Derechos Humanos? ¿O no quedará más que esperar a
que sobrevenga la catástrofe?

Una mirada rigurosa sobre la historia de la humanidad revela la enorme capacidad de


adecuación y el caudal increíble de creatividad del género humano. La inteligencia y la
voluntad, esos dos grandes sillares de la hazaña histórica del hombre, le permitieron no sólo
empinarse sobre el resto de las especies animales, y pese a su desprovisión física, vencer en el
reino animal; el hombre además pudo salvar las atrocidades y las crisis del esclavismo; logró
saltar sobre el oscurantismo de los primeros siglos feudales y advenir a la llamada modernidad;
venció los prejuicios religiosos e hizo reformas y contrarreformas; se empinó sobre el
oscurantismo con la magna obra cultural del Renacimiento; provocó y fue protagonista de las
grandes revoluciones industriales; generó culturas y regímenes de opresión sin límites y logró
liquidarlas más tarde; fundó el racionalismo y el irracionalismo, pero se empinó sobre todos,
apoyado en la Ciencia; hizo revoluciones en que se dignificó, y retrocedió a momentos de

33
Sebreli, Juan José. El asedio a la modernidad. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1992, pág.67.
reacción y terror, en que se enlodeció; pero ha mantenido siempre viva la llama de su
inteligencia y su voluntad. Ellas son las que han decantado, asentado, absolutizado, desarrollado
y avizorado las escalas de valores que han integrado sus utopías primero y sus realidades
después. En todo caso el imperativo de subsistir ha permitido asentar aquellos valores que han
cristalizado y compendiado esas posibilidades de sobrevivir y hacerlo de formas cada vez más
desalineadas.

En esa lucha está el fundamento de los Derechos Humanos; su perspectiva es, justa y
exactamente, la de la única posible salvación de la civilización milenaria de la que somos parte;
su abandono sería el suicidio de esa civilización.

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