Bienaventurados Los Pobres en Espíritu
Bienaventurados Los Pobres en Espíritu
Bienaventurados Los Pobres en Espíritu
El pensamiento imperante en el mundo es que Dios es un aguafiestas. Se nos dice que Dios
quiere subyugarnos y hacernos miserables, que Dios es enojón, y que no le gusta la
felicidad del hombre. Eso no es lo que nos dice la Biblia. Encontramos en ella múltiples
ejemplos:
Bienaventurado tú, oh, Israel. ¿Quién como tú, Pueblo salvo por Jehová, Escudo de tu
socorro, ¿Y espada de tu triunfo? Así que tus enemigos serán humillados, Y tú hollarás
sobre sus alturas. Deuteronomio 33:29
Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de
pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está
su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Salmos 1.1-2
Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Salmos
32:1
Bienaventurado el hombre que puso en Jehová su confianza. Salmos 40:4
Bienaventurado el que tú escogieres y atrajeres a ti, Para que habite en tus atrios;
Seremos saciados del bien de tu casa, De tu santo templo. Salmos 65:4
Bienaventurado el hombre que tiene en ti sus fuerzas, En cuyo corazón están tus caminos.
Salmos 84:5
Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, Y en sus mandamientos se deleita en gran
manera. Salmos 112:1
Bienaventurado el pueblo que tiene esto; Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová.
Salmos 144:15
El problema radica en que el mundo tiene otro concepto de felicidad. La felicidad es
considerada como algo momentáneo, incluso a veces sin sentido, y lejos de Dios. Tal como
decíamos la semana pasada, la felicidad o dicha que ofrece Dios, y de la cual habla Jesús,
es incompatible y totalmente opuesta a la propuesta de este mundo. Ambas se repelen,
siendo excluyentes: no puede haber ningún tipo de unión o mezcla entre ellas.
Por lo tanto, uno de los dos discursos es mentiroso. Así, podemos considerar que, si el
discurso bíblico respecto a la verdadera dicha del hombre es verdad, el discurso del mundo
es mentiroso. Por el contrario, si le creemos al discurso mundano de felicidad, estamos
diciendo que Cristo mintió y que se equivocó. Como iglesia, decimos firmemente lo que el
apóstol Pablo señala a la iglesia en Roma: “Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso”
(Romanos 3.4)
En consecuencia, el cristiano es completamente distinto al no cristiano. Sus deseos son
completamente distintos. Mientras el cristiano desea la santidad, el otro busca satisfacer sus
deseos y anhelos sin tomar en cuenta a Dios. El cristiano vive en constante oposición a las
normas y formas del mundo, no se acomoda ni se amolda al mundo, vive en carne propia el
caminar por la senda angosta, no acomoda la verdad de Dios para estar tranquilo con sus
vecinos, vive con misericordia, no buscando pasar por encima de nadie y, sin creerse mejor
que nadie, vive o intenta vivir la verdad de Dios anunciándola, y no transándola.
La bienaventuranza que estudiaremos hoy pone al desnudo lo que ningún hombre quiere
reconocer: necesitamos absolutamente de la obra de otro para ser feliz. Para alcanzar esa
dicha, esta nos tiene que ser dada. No la puedo comprar con dinero, no la puedo alcanzar
con mi propio esfuerzo, viene de regalo y por un acto de infinita bondad y misericordia.
¿Quién se quiere ver así, desprovistos de toda herramienta, estando expuestos a la más
absoluta necesidad, a reconocer que no tenemos nada y que lo necesitamos todo?
Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos. Mateo 5:3
No es carencia material, o de otra manera diríamos que todos los pobres son herederos del
Reino, y que todos los ricos se van al infierno. La pobreza material no es sinónimo de una
profunda espiritualidad, ni las riquezas son sinónimos de pecaminosidad
En la iglesia primitiva había ricos y pobres compartiendo de la misma mesa del Señor. Hay
consejos para ambos grupos sociales. Puede haber ricos altivos, así como pueden existir
pobres orgullosos y tercos. Del mismo modo, puede haber pobres que amen más las
riquezas que los que las tienen.
A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las
riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en
abundancia para que las disfrutemos. 1 Timoteo 6.17
Pablo no ordena a los ricos a que abandonen sus riquezas, sino que no pongan su confianza
en ellas. David en el Salmo 56:3 escribe “En el día que temo, yo en Ti confío”. David,
teniendo todo, confiaba solamente en Dios, no en sus riquezas ni en sus ejércitos, ni en sus
cualidades como peleador. Las escrituras condenan el amor a las riquezas
La timidez es algo temperamental, que tiene que ver con algo a veces natural, o a veces
causado por las circunstancias, no siendo malo ni bueno, pero es que tiene relación con la
naturaleza del hombre y las diferencias de carácter entre individuos.
Sin embargo, Dios puede usar a hombres muy tímidos, como Timoteo, o a otros para nada
retraídos, como Pedro. Esta bienaventuranza no tiene nada que ver con el tipo de carácter,
sino con el poder de Dios; con algo sobrenatural que viene de Dios y no de las
circunstancias que rodean a la persona.
Ser pobre en espíritu no es lo mismo que tener un espíritu pobre. Espíritu pobre se refiere a
personas con tal bajeza espiritual que solo se deleitan en cosas carnales. Judas, el apóstol,
los llama como sensuales, y los define como aquellos que no tienen el Espíritu Santo en
ellos (Judas 1:19)
El Espíritu Santo implanta en los nacidos de nuevo los deseos que provienen de Dios para
los suyos. Los nacidos de nuevo no se gozan en los deseos carnales, más bien se gozan en
la comunión con los santos, buscan a Dios en oración, se deleitan en la Palabra y tienen la
capacidad de deleitarse en las cosas espirituales -no en el misticismo-.
Las personas sensuales solo se deleitan en los placeres que obtener a través de sus sentidos.
Judas los cataloga, en el versículo 16 del capítulo 1, como "aquellos que andan según sus
propios deseos". Su felicidad depende de que sus sentidos sean alimentados, con
actividades como beber, comer o ver lo que quieren... ellos escuchan y se deleitan en la
corrupción. Lamentablemente estas personas siempre viven insatisfechas, porque nunca su
alma se sacia.
Hay personas que suenan a humildad. Tienen un discurso que es algo así como “soy un
gusano, no soy nada”. Pero esto no es lo que vemos en Moisés cuando Dios lo llamo. La
respuesta de este hombre a Dios era sincera. Ante ello, en Éxodo 3.11, Moisés dijo “Quien
soy yo”. Que distinto sería si hubiese dicho “¡Que buena elección! Con la experiencia que
tengo has hecho una buena elección”
La diferencia entre un hombre que solo usa un lenguaje humilde y aquel hombre que es
humilde verdaderamente se verá reflejada en la forma que reacciona cuando los demás lo
tratan de acuerdo con lo que él mismo dice que es.
Aquel que es "pobre", pero solo de palabra, no tolera que lo traten como él afirma ser
cuando habla o en sus oraciones, y cuando le piden algo de boca dice “no puedo, no soy
digno de hacer eso”, mientras que por dentro está feliz, y se siente el más apto para tal
tarea.
Sin embargo, al pobre que se está refiriendo aquí es aquel que no tiene absolutamente nada,
ni siquiera lo necesario para pasar el día: no tiene casa, no tiene dinero, no tiene trabajo ni
un familiar que le preste ayuda; está completamente a merced de la misericordia y bondad
de otros.
El rico y Lázaro
Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete
con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la
puerta de aquél, lleno de llagas. Lucas 16.19-20
Este tipo de pobreza se caracteriza por no tener los medios ni los amigos para salir de esta
condición. Hoy, entre nosotros, puede haber algunos que estén pasando necesidad, pero que
tienen estudios que puedan eventualmente sostenerlos, o tienen amigos que los pueden
ayudar, o simplemente tienen una herencia, una propiedad o al menos una porción de tierra.
Sin embargo, este pobre del que habla Mateo no tiene ni siquiera los medios para salir por
sí mismo de su condición actual. En ese contexto, aquellos hombres eran catalogados como
"nadie"; no existen socialmente.
Mientras el mundo dice "confía en ti mismo, tú eres alguien, en ti están los medios para
hacer lo que tú quieres", Jesús nos enseña todo lo contrario: nos dice "felices los nadie", los
que ante la santidad de Dios saben que no tienen los medios necesarios para llegar delante
de Él, para ser salvos de su ira, que saben que no tienen justicia propia ni nada que los
pueda sostener delante de Dios, y solo apelan a Su misericordia. Estos son quienes van
delante de Su presencia completamente humillados, tal como aquel publicano de la
parábola en Lucas 18:9-14, quien, junto al altar del Señor y reconociendo su falta, solo
apelaba a la misericordia de Dios.
Todos los hombres estamos en la misma condición de Lázaro y del publicano delante de
Dios, pero no todos reconocen su condición. Los pobres en espíritu, de los que habla Jesús,
están conscientes de su condición delante del Señor. La diferencia entre una persona y otra
es el conocimiento de su condición. Es como un enfermo que desconoce su enfermedad,
mientras se jacta de su buena salud y de su estilo de vida.
Aquellos que creen que merecen algo de Dios realmente no son cristianos; aquellos que se
ven a sí mismos como justos, porque según ellos "no le hacen mal a nadie", son aquellos
quienes están en bancarrota, pero no lo reconocen.
Para nosotros, los que hemos sido alcanzados por la misericordia de Dios, nuestra propia
justicia no es nada, y solo alabamos a Cristo, miramos a Cristo, y confiamos en su justicia
para ser salvos. Su justicia es nuestro tesoro. El pobre en espíritu se aferra a Cristo de todo
corazón y lo deja todo por Él.
Aquel que cree tener algún merito no pedirá misericordia, sino que exigirá su salario. Por
eso Jesús dice (Mateo 21.3) que los publicanos y las rameras van delante de los fariseos en
el reino de Dios, porque estos primeros saben cuál es su condición y de que tiene necesidad,
más los fariseos confiaban en su propia justicia.
El Señor enseña que el camino de la salvación es angosto. Nadie que sea orgulloso de quien
es, de su tradición, de los años que tiene como cristiano, de las cosas que ha hecho, o de su
historial como miembro de una iglesia, nadie de aquellos entrará en el reino de los cielos.
Nadie cabe por esa puerta creyendo que merece entrar. Entrarán por esa puerta aquellos que
saben que dependen absolutamente de la misericordia de Dios. Cada uno de los que entra
por esa puerta estrecha son aquellos que han recibido una justicia ajena a la suya.
¿Cómo sabemos que el Espíritu Santo está operando en el pecador? Lo primero que hace el
Espíritu Santo es revelar al hombre su verdadera condición, rompiendo con su orgullo y
con lo que lo ha llevado a confiar en sí mismo, mientras lo hace ver al único y suficiente
Salvador, lo hace huir del precipicio de la autojustificación y abre los ojos de aquel
pecador, quien no demanda nada delante de Dios, sino que suplica misericordia.
El que no es pobre en espíritu se enoja con Dios y con aquellos que le hablan del pecado, y
demanda a Dios. Si tiene necesidad de amor, le demanda que se haga como él quiere: se ve
a sí mismo como grande. Al contrario, el pobre en espíritu se ve así mismo pequeñito,
acepta y exalta la justicia de Dios, y se asombra de que alguien puede será salvado, a pesar
del pecado.
3. ¿Cuál es la bienaventuranza?
El reino de los cielos es un sitio exclusivo: no cualquiera entra en él. Todos aquellos que
son gobernados por Cristo y que disfrutan aquí Su gobierno, esperando la consumación
final a Su regreso, disfrutaremos de Su reino en toda plenitud cuando Cristo regrese. Pero
no podemos esperar que algún día estaremos en el cielo, si aquí rechazamos el gobierno de
Cristo.
Por el contrario, el inconverso no quiere que Cristo reine sobre si. Rechaza categóricamente
el gobierno de Cristo.
Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los
cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al
príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,
entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra
carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza
hijos de ira, lo mismo que los demás. Efesios 2:1-3