La Doctrina Social de La Iglesia Una Luz para Reconstruir La Nación

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La Doctrina Social de la Iglesia Una luz para reconstruir la Nación

Carta Pastoral del Episcopado Argentino en el que se explica la Doctrina


Social y su proyección en la realidad social.

Carta pastoral del Episcopado Argentino a los miembros del Pueblo de


Dios y a todos los hombres de buena voluntad.

I. Origen y naturaleza de la Doctrina Social


El misterio de Jesucristo

1. El tiempo de Adviento, ya inminente, nos invita una vez más a la


reflexión y compromiso. En él contemplaremos el misterio del Hijo de
Dios que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y
por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo
hombre. Su nacimiento y vida entre los hombres es Evangelio, anuncio de
salvación que confirma el amor de Dios al hombre y la sublime dignidad
con que lo reviste.

La dignidad del Hombre y sus derechos

2. De esta dignidad brotan los derechos fundamentales e inalienables de


todo ser humano, que no lo abandonan nunca, desde su concepción hasta su
muerte natural. Y esto, no importa su condición: varón o mujer, rico o
pobre, sabio o ignorante, inocente o reo, y cualquiera sea su color. Esta
dignidad es la clave y el centro del misterio del hombre y de todo lo que lo
atañe. Desde ella todo problema humano puede ser iluminado y hallar
solución. Esta dignidad nos ilumina también para apreciar la grandeza
sublime de la vida terrena y de los esfuerzos con que el hombre procura
hacerla más plenamente humana. No por ser peregrino del cielo, el
cristiano descuida la construcción de la patria terrena.

La Doctrina Social de la Iglesia

3. De la contemplación del misterio de la encarnación y nacimiento de


Jesucristo, surge espontáneamente el anuncio del Evangelio aplicado a la
vida social considerada en todos los planos: familiar, cultural, económico,
ecológico, político, internacional. Esto es lo que se llama Doctrina Social
de la Iglesia. Dimana del Evangelio, pero no es un derivado menor del
mismo. Es el Evangelio de Jesucristo aplicado a la vida social del hombre.
Es su resonancia temporal. Y así como la Iglesia no puede callar el
Evangelio, tampoco puede silenciar su Doctrina Social. Nadie ha de
temerle a ella. La Iglesia la anuncia a favor del hombre y de la paz social,
para el servicio de todos.
Si bien la Doctrina Social se viene desarrollando en forma sistemática
desde el Papa León XIII, y se la difunde con frecuencia por medio de
encíclicas pontificias, su origen remonta al mismo Jesús y a la enseñanza
de los Apóstoles. Incluso, hunde sus raíces en las Escrituras antiguas
citadas por Jesús, especialmente la Ley de Moisés, los Profetas y los
Salmos. Y se fue desarrollando a lo largo de los siglos gracias a la
enseñanza de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia y con el concurso
del Pueblo de Dios.

El Compendio de la Doctrina Social: hecho eclesial y pastoral

4. La complejidad y aceleración de la vida del hombre, lo mismo que el


fenómeno de la globalización, han obligado en los últimos tiempos a un
desarrollo continuo de la Doctrina Social de la Iglesia, de modo que ésta
hoy constituye un verdadero cuerpo doctrinal. El Papa Juan Pablo II, con su
preclara mirada pastoral y en virtud de su autoridad como Pastor de toda la
Iglesia, dispuso que el Pontificio Consejo Justicia y Paz redactara el
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, cuya versión castellana ha
sido publicada recientemente. La riqueza intrínseca del Compendio y la
autoridad que dispuso su composición, nos permiten considerarlo como un
hecho eclesial y pastoral de magnitud. Y, aunque redactado primeramente
para uso de los Pastores, recomendamos su estudio y aplicación a todos los
miembros del Pueblo de Dios, en particular a los miembros del clero
encargados de exponer la doctrina cristiana, a los catequistas, a los
docentes católicos y a los fieles laicos que tienen especiales
responsabilidades en la construcción de la sociedad.

Alcance de esta carta y método para su empleo

5. No pretendemos abordar en esta carta todos los capítulos de la Doctrina


Social; por ejemplo, la familia, el trabajo humano, la vida económica, la
comunidad política, la comunidad internacional, la salvaguarda del medio
ambiente. Tampoco intentamos desarrollar sus principios y valores, ni
desentrañar todas las implicancias que estos tienen para la vida social
argentina. Queremos, simplemente, mostrar la organicidad de los principios
y valores que sustentan esta Doctrina, y proponer a la reflexión algunas
situaciones y cuestiones. Y ello para estimular a todos a estudiar la
Doctrina Social de la Iglesia, analizar con su luz algunos aspectos de la
situación del País, y, en conjunción con la propia ciencia y experiencia,
aplicarla al momento presente. Y, de este modo, trabajando junto con todos
los hombres de buena voluntad, encontrar caminos concretos que
contribuyan a la reconstrucción del tejido social, afianzar el sentido de
pertenencia a la Nación y acrecentar la conciencia de ser ciudadanos.

II. Cinco Principios Básicos de la Doctrina Social


Proyecciones sobre la realidad social argentina

Los Principios

6. Sobre el fundamento insustituible de la dignidad de la persona humana,


creada a imagen y semejanza de Dios, que postula un humanismo integral y
solidario, se erigen cinco principios permanentes, a modo de cinco
columnas, que sostienen todo el edificio de la Doctrina Social de la Iglesia;
a saber: el bien común, el destino universal de los bienes, la subsidiaridad,
la participación y la solidaridad. Estos principios tienen un carácter general
y fundamental, ya que se refieren a la realidad social en su conjunto. Deben
ser apreciados en su unidad, conexión y articulación (Compendio de la
Doctrina Social de la Iglesia 161-162; en adelante C).

1° El bien común

7. De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas, deriva, en


primer lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo
aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido (C 164). Este es
el conjunto de valores y condiciones que posibilitan el desarrollo integral
del hombre en la sociedad, incluido su desarrollo espiritual. El bien común
es por ello el humus de una nación. Desde allí ella germina y se
reconstruye. El bien común no consiste en la simple suma de los bienes
particulares de cada uno de los sujetos del cuerpo social. (ib.). Si así fuese,
la existencia de una nación estaría sometida a los avatares de los diferentes
sectores. El bien común de una nación es un bien superior, anterior a todos
los bienes particulares o sectoriales, que une a todos los ciudadanos en pos
de una misma empresa, a beneficio de todos sus integrantes y también de la
comunidad internacional. No puede ser parcializado, dividido, ni
privatizado. "Siendo de todos y de cada uno, es y permanece común porque
es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y
custodiarlo, también en vistas al futuro (ib.). Una sociedad que quiere estar
al servicio del ser humano, es aquella que se propone como meta prioritaria
el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre.
La persona no puede encontrar la realización sólo en si misma; es decir,
prescindir de su ser con y para los demás (C 165). La construcción del bien
común se verifica en la promoción y defensa de los miembros más débiles
y desprotegidos de la comunidad.
Situaciones y Cuestiones

8. ¿Cómo medir nuestra voluntad de reconstruir la Nación desde la


perspectiva del bien común? Proponemos a la reflexión sólo dos
cuestiones.

Primera, la defensa de los derechos adquiridos y el reclamo de los nuevos.


Si al defenderlos o reclamarlos lo hacemos dentro del respeto de los
derechos esenciales de los demás, estaremos construyendo la Nación. De lo
contrario la estaríamos dañando, porque estaríamos actuando en contra del
bien común.

Segunda, el comportamiento con los bienes públicos. Aun cuando bien


público y bien común no son sinónimos, el primero está referido al
segundo, porque es obtenido con el aporte de todos y para el servicio de
todos. Es de lamentar que, para algunos, público adquiera un sentido
totalmente contrario. No sería ya lo de todos, para el servicio de todos,
adquirido con el aporte de todos, que por todos debe ser custodiado y
defendido, sino lo de nadie, puesto allí para apropiarnos de él, dañarlo,
destruirlo, o distribuirlo discrecionalmente entre amigos y clientes. Educar
en el respeto de los bienes públicos es uno de los grandes desafíos que han
de enfrentar la familia, la escuela, la catequesis y los medios de
comunicación social. Sin este respeto sería muy arduo convivir
armónicamente y muy difícil construir una república.

2° El destino universal de los bienes

9. Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato


relieve el principio del destino universal de los bienes: Dios ha destinado la
tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En
consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa
bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad (C 171). Este
principio de la Doctrina Social de la Iglesia, formulado desde antiguo por
los Santos Padres, fue relegado con frecuencia al olvido. A veces porque no
se lo supo relacionar con otro principio derivado de él: el de la propiedad
privada. Otras, por no entender que ésta es una concreción del destino
universal de los bienes, y no su negación; es decir, que todos los miembros
de la comunidad, y no sólo algunos, tienen derecho a poseer lo necesario.
Otras, por no comprender que la propiedad nunca es absoluta, sino que está
subordinada siempre al bien común. Otras, finalmente, por no entender que
tanto el destino universal de los bienes, como el derecho a apropiarse de los
mismos, conllevan el derecho-deber de producirlos; es decir, el derecho-
deber del trabajo.

Situaciones y Cuestiones

10. Atentos a este principio clásico de la Doctrina Social, y ante el


empobrecimiento de gran parte de la población, precipitado por la crisis
institucional del 21 de diciembre de 2001, surgen muchos interrogantes. En
primer lugar, acerca de cuál es la responsabilidad que les cabe a las
autoridades políticas de antes y de durante la crisis. Pero también a los
demás sectores de la sociedad, en especial a los empresarios y sindicalistas,
en particular a los que se profesan cristianos, por no haber percibido
suficientemente el empobrecimiento que se venía produciendo y que se
aceleró en forma incontrolable hiriendo gravemente la dignidad de tantos
hermanos y hermanas. Si bien reconocemos que es mucho lo que los
argentinos, ciudadanos y autoridades, hemos hecho desde entonces para
revertir la situación, es mucho todavía lo que resta por hacer. Y por tanto
hemos de interrogarnos sobre nuestra voluntad de comprometernos aún
más y mejor para superar el empobrecimiento general.

11. Existen muchas situaciones y formas de pobreza debidas a distintas


causas: naturales (una catástrofe), estructurales (una ley económica
injusta), espirituales o morales (ser avaro, pedigüeño), culturales
(incapacidad para cultivar los dones recibidos de Dios y proveer así al
propio sustento). Varias de estas formas de pobreza tienen como
consecuencia que el hombre no pueda apropiarse de la parte de los bienes
que le corresponde para su desarrollo integral. Y, por tanto, si no se las
superase, podría multiplicarse aún más el número de los que ya están
sumidos en la pobreza, provocando un daño irreparable para ellos y un gran
detrimento para todos.

12. Llamamos la atención especialmente sobre dos situaciones graves de


pobreza, que a nuestro entender sólo podrán ser superadas si las
enfrentamos entre todos con políticas firmes y duraderas, cuyo garante sea
el Estado.

Primera, la ausencia de un trabajo digno y estable, que degrada a amplios


sectores del pueblo honrado y trabajador y desintegra a la familia. Es ésta
una las peores desgracias sufridas por la Argentina, de cuya magnitud no se
tiene idea cabal. La historia nos enseña que naciones destruidas en guerras
devastadoras han sido capaces de levantarse gracias al trabajo del pueblo.
Éste es siempre la principal riqueza de una nación. Si queremos ver resurgir
a la nuestra, hemos de esforzarnos por la dignificación del trabajador
mediante la creación de fuentes de trabajo genuino y la supresión del
trabajo en negro y de la dádiva.

13. Una segunda situación de pobreza, es el difícil acceso a la tierra, la cual


es el primer don que Dios da al hombre para proveer a su sustento. En la
Argentina, la gran extensión territorial, conjugada con una población
relativamente escasa y altamente concentrada en el Gran Buenos Aires y en
muchas capitales de Provincia, amenazan constituir una estructura
permanente generadora de pobreza. En el equilibrio entre industria y campo
estriba uno de los secretos de la riqueza de una nación. Lo demuestra la
experiencia de los países del primer mundo, altamente industrializados, que
cultivan sus tierras con esmero.

Por ello preguntamos: ¿sería conveniente diseñar una política demográfica


que revierta el éxodo hacia el Gran Buenos Aires y a las capitales de
Provincia? En el mismo sentido, ¿habría que fortalecer los municipios del
interior, especialmente los rurales, y las economías regionales, de modo
que el hombre del interior, en especial el joven, pueda florecer en su propio
contexto social y cultural? ¿Ayudaría una sabia reforma agraria que aliente
a la gente del campo, principalmente a los pequeños y medianos
productores, a permanecer en la vida y el trabajo rural? ¿Cómo propiciar la
concreción de las leyes que reconocen el derecho de los aborígenes a la
tierra productiva y a la propiedad comunitaria? ¿Qué medidas políticas
apoyar para defender y preservar el medio ambiente?

14. Hay otras situaciones de pobreza que también merecen especial


atención.

Ante todo, la deficiencia de la educación, en todos sus niveles. Sin una


adecuada escolaridad y enseñanza, será cada vez más difícil que los pobres
participen de los bienes necesarios para su desarrollo.

Igualmente, la precariedad de los servicios de la salud, a los que muchos no


tienen acceso. La salud es el primer bien tangible para todo ser humano. De
allí, la importancia del cuidado de la integridad física y psíquica. Y la
gravedad de carecer del mismo.

Por último, y como coronación de todas las situaciones que engendran


pobreza, está la inmensa deuda pública. Es nuestro más vivo deseo que
ésta, a pesar de las dificultades, se negocie con éxito y para alivio de
nuestro pueblo. Habremos de recordar siempre que la Deuda tiene dos
caras, que han de ponernos sobre aviso para evitarlas en el futuro: la
injusticia de la economía internacional reinante en este campo, y la
irresponsabilidad de quienes contrajeron la Deuda o alentaron a contraerla
a espaldas del pueblo.

3° La subsidiaridad

15. Esta palabra enuncia otro principio clave de la Doctrina Social.


Significa que todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una
actitud de ayuda (subsidium) por tanto, de apoyo, promoción, desarrollo-
respecto de las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios
pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin
deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior,
de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos y por ver negada, en
definitiva, su dignidad propia y su espacio vital (C. 186). El principio de
subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias sociales
superiores e insta a éstas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos
intermedios a desarrollar sus tareas. Este principio se impone porque toda
persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la
comunidad (C. 187).

Situaciones y Cuestiones

16. El principio de la subsidiaridad es válido no sólo en la economía, sino


en todos los órdenes. Por ejemplo, en la educación. Así, la escuela pública
de gestión privada cumple un papel muy importante en la sociedad, y es de
justicia que el Estado aporte para sufragar los gastos de esta educación con
los impuestos que pagan los ciudadanos.

Este principio de la subsidiaridad ha sido abandonado muchas veces en la


organización de la sociedad, por exceso o por defecto. Por exceso, cuando
el Estado acapara para sí todas las iniciativas, libertades y
responsabilidades, que son propias de las personas y de las comunidades
menores de la sociedad: el estatismo. Por defecto, cuando el Estado no
protege al débil frente a los más fuertes, o no brinda su ayuda económica,
institucional, legislativa a las entidades sociales más pequeñas cuando es
necesario: el liberalismo a ultranza.

17. En la Argentina hemos conocido los dos extremos. Al menos desde los
años 30 hubo un estatismo creciente, que nutrió, en el inconsciente
colectivo, la falsa imagen de que el Estado sería como un dios, que existe
desde siempre, que todo lo puede, a quien todo se le puede exigir, e incluso
se lo puede maltratar porque nada malo le podría suceder. También
conocimos un voraz liberalismo, que desmanteló al Estado privatizando sus
empresas, pero sin la red de protección social que ello habría exigido, y sin
el control necesario sobre los nuevos prestadores de los servicios públicos,
acrecentando aún más el gasto público que se pretendía reducir. Ambas
corrientes colisionaron y produjeron el sismo social conocido. Estamos
ahora en la etapa de la reconstrucción, aprendiendo de la dolorosa
experiencia.

Por otra parte, está vigente la subcultura de la dádiva. Ésta pervierte el


principio de la subsidiaridad, degrada al pobre y lo convierte en un sujeto
incapaz de participar de la vida democrática, engendrando un nuevo
problema social.

18. También aquí se imponen muchas preguntas. ¿Cómo reconstruir al


Estado y hacer que esté al servicio de la sociedad civil? ¿Cómo evitar que
devore a las sociedades u organizaciones intermedias? ¿O, por el contrario,
que se declare ausente y deje a los ciudadanos al arbitrio de los poderosos?
¿Cómo desterrar de la actividad política la práctica de comprar adhesiones
mediante la dádiva? ¿Cómo propiciar la relación entre los pueblos, en el
respeto de la idiosincrasia y valores de los mismos, y de las necesarias
garantías que posibilite entre ellos un intercambio comercial justo y
equitativo?

4° La participación

19. Participación es otra de las columnas de la Doctrina Social de la Iglesia.


Es una consecuencia característica de la subsidiaridad, que se expresa,
esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el
ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de
los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica,
política y social de la comunidad civil a la que pertenece. Es un deber que
todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al
bien común. No puede ser delimitada o restringida a algún contenido
particular de la vida social. La participación en la vida comunitaria no es
solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a
ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los
demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos
democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la
democracia (C 189, 190).

Situaciones y Cuestiones
20. ¿Cuál es el grado de participación del argentino en la vida social, y,
particularmente, en la defensa y el progreso de la sociedad política?

Hay muchos signos positivos. En general, parece satisfactorio el índice de


los votantes y aumenta la participación en la sociedad civil: centros
vecinales, clubes, ONG de todo tipo, colegios profesionales, etc.

Pero también hay señales negativas. Se exigen derechos, pero no siempre


se conocen ni cumplen los deberes. Que el pueblo no interviene en el
gobierno sino por sus representantes: es un principio que muchas veces se
interpreta mal. Se piensa que los deberes del ciudadano se agotan en el acto
eleccionario. Cumplido éste, muchos se despiden de su ciudadanía hasta la
próxima elección. No son conscientes que a la salida del cuarto oscuro los
aguarda la vida cotidiana con una multitud de otros deberes ciudadanos, de
diverso grado, pero todos necesarios para actuar como ciudadano y
construir la República: desde no cruzar el semáforo en rojo, no hacer ruidos
molestos, cuidar la limpieza de los espacios públicos, realizar bien el
trabajo, pagar los servicios e impuestos, exigir cuentas de su recta
administración, hacer con responsabilidad la propia opción partidaria,
respetar la ajena, entablar un diálogo democrático con ella. Y así, hasta el
cumplimiento de deberes más graves, como postularse para un cargo
público, y, si fuere el caso, hacer juicio político a la autoridad constituida,
etc. Olvidan que el cumplimiento de estos deberes es la respuesta necesaria
a la sociedad, la cual defiende y promueve los derechos de los cuales
gozan. No sin razón se ha dicho que los argentinos somos 37 millones de
habitantes, pero no logramos ser 37 millones de ciudadanos. El habitante
usufructúa la Nación y sólo exige derechos. El ciudadano la construye
porque, además de exigir sus derechos, cumple sus deberes.

21. Entre las muchas cuestiones que surgen, planteamos las siguientes:
¿Cómo luchar para transformar la pasividad de muchos en una auténtica
participación democrática en la sociedad política? ¿Cómo poner en marcha
las iniciativas referidas a la reforma política que se acordaron en la Mesa
del Diálogo Argentino? ¿Cómo garantizar que las promesas o proyectos
electorales se concreten en leyes justas y oportunas? ¿Cómo garantizar
jurídicamente el gran aporte de los voluntarios sin perjudicarlos a ellos ni a
las instituciones a las cuales sirven con generosidad?

Jesucristo, autor de nuestra fe y de nuestro compromiso ciudadano: esta


oración que rezamos el año pasado en preparación del Congreso
Eucarístico Nacional de Corrientes, y este año para el Congreso de Laicos,
continúa interpelándonos a los cristianos.
5° La Solidaridad

22. La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de


la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al
camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez
más convencida. Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida
del vínculo que se manifiesta entre los hombres y los pueblos (C 192).
Estas relaciones de interdependencia, que son, de hecho, formas de
solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una
verdadera y propia solidaridad ético-social. La solidaridad debe captarse,
ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones (C
192,193).

23. En situaciones difíciles los argentinos nos mostramos solidarios. Por


ejemplo, cuando sufrimos inundaciones. Las repetidas crisis político-
sociales quizás habrían acabado con nosotros si no hubiésemos sido
solidarios. Es admirable cómo, en situaciones límites, nacen formas
impensadas de solidaridad, especialmente en el pueblo humilde.

No obstante, la solidaridad necesita un crecimiento sustancial en orden a


afianzar la conciencia ciudadana y la responsabilidad de todos por todos.
La solidaridad expresa la solidez moral de una comunidad cuando,
superando el sentimiento superficial, llega a elevarse hasta el rango de
virtud social. No se trata, tan sólo, de que crezca la cantidad de donativos
para aliviar los males de otros ante acontecimientos dolorosos o catástrofes.
Se trata, principalmente, de llegar personal y comunitariamente a la
determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es
decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos
verdaderamente responsables de todos (C 193).

Situaciones y Cuestiones

24. Muchas son las cuestiones que surgen en este renglón. Hay una forma
de insolidaridad preocupante: el crecimiento escandaloso de la desigualdad
en la distribución de los ingresos. Una sociedad en la que faltase la equidad
social correría serio peligro de dejar de ser solidaria.

Otra forma de insolidaridad es el debilitamiento de la cultura del trabajo en


muchos que gozan de él. Trabajo mal hecho, a desgano, sin ansias de
perfeccionarse. El trabajo es un servicio a la comunidad, que da derecho a
comer de él.
Preocupa, también, la reiteración de reclamos no atendidos y de huelgas
desproporcionadas, que no reparan en las injustas consecuencias sufridas
por los más débiles: niños, ancianos, enfermos, trabajadores.

En una sociedad donde crece la marginación no serían de extrañar


manifestaciones violentas por parte de sectores excluidos del mundo del
trabajo, que podrían degenerar en peligrosos enfrentamientos sociales.

25. Las situaciones y cuestionamientos esbozados muestran el complejo


campo social en el que todos, pero especialmente ustedes, queridos fieles
laicos, deben reflexionar los principios de la Doctrina Social de la Iglesia,
para contribuir a hallar soluciones, desde su propia vocación y misión de
ciudadanos, junto con los demás integrantes de la sociedad.

III. Cuatro Valores Fundamentales de la Vida Social

26. La Doctrina social de la Iglesia, además de los principios que deben


presidir la edificación de una sociedad digna del hombre, indica también
valores fundamentales. La relación entre principios y valores es
indudablemente de reciprocidad, en cuanto que los valores expresan el
aprecio que se debe atribuir a aquellos determinados aspectos del bien
moral que los principios se proponen conseguir. Todos los valores sociales
son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico
desarrollo favorecen. Son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia,
el amor (C 197).

1° La verdad

27. La verdad es un valor fundamental que desde siempre la humanidad


busca ansiosa. Tiene una dimensión objetiva que fundamenta la actividad
del hombre, posibilita el diálogo, fundamenta la sociedad e ilumina sobre la
moralidad de los comportamientos de los ciudadanos y de los grupos
sociales: verdad de la naturaleza del hombre, de la vida, de la familia, de la
sociedad. Verdad, también, de los hechos acaecidos.

En el cristianismo la Verdad ocupa un lugar central. El Hijo unigénito de


Dios, cuyo nacimiento nos preparamos a celebrar, está lleno de gracia y de
verdad (Jn 1,14). El mismo Jesús se autodefinió como la Verdad: Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). No se trata, por tanto, sólo de una
verdad enunciable en el plano especulativo. Se trata de la Verdad
sustancial, cuya palabra devuelve la libertad a quienes están esclavizados
por el error o por el mal: Si ustedes permanecen fieles a mi palabra,
conocerán la verdad y la verdad los hará libres (Jn 8,31-32). La Verdad del
Evangelio, más que para ser conocida intelectualmente, es para ser
realizada, para que, viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos
plenamente unidos a Cristo (Ef 4,15).

28. La verdad es, en consecuencia, también un valor fundamental en la


Doctrina Social de la Iglesia. Al respecto ella nos dice: Los hombres tienen
una especial obligación de tender hacia la verdad, respetarla y atestiguarla
responsablemente. Nuestro tiempo requiere una intensa actividad educativa
y un compromiso correspondiente por parte de todos para que la búsqueda
de la verdad sea promovida en todos los ámbitos y prevalezca por encima
de cualquier intento de relativizar sus exigencias o de ofenderla (C 198).

Situaciones y Cuestiones

29. Si el cristiano prescindiese de la comprensión de la Verdad que le da la


Palabra de Dios, podría caer en múltiples errores, e incluso adoptar
actitudes fundamentalistas. Así aconteció en tiempos pasados cuando se
difundió la máxima el error no tiene derechos, olvidando que los derechos
son de las personas, incluso de las que están en el error. El Evangelio
manda morir por la verdad, no matar por ella. Por ello el Papa Juan Pablo
II, cuando nos exhortó a los cristianos a prepararnos a la celebración del
Gran Jubileo del año 2000, mencionó explícitamente el capítulo doloroso,
sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al
arrepentimiento, constituido por la aquiescencia manifestada,
especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de
violencia en el servicio de la verdad (Tertio Millenio Adveniente 35).

Sin embargo, la tentación del fundamentalismo siempre acecha, y no sólo


al hombre religioso. La historia civil de los pueblos, incluso europeos, está
plagada de ejemplos de intransigencia a muerte entre sectores opuestos.
Cuando se esgrimen argumentos religiosos, se lo hace engañosamente para
enardecer la intransigencia con la que se pretende suprimir, al contrario.

30. La interpretación de la historia argentina está atravesada por cierto


maniqueísmo, que ha alimentado el encono entre los argentinos. Lo dijimos
en mayo de 1981, en Iglesia y Comunidad Nacional: Desgraciadamente,
con frecuencia, cada sector ha exaltado los valores que representa y los
intereses que defiende, excluyendo los de los otros grupos. Así en nuestra
historia se vuelve difícil el diálogo político. Esta división, este
desencuentro de los argentinos, este no querer perdonarnos mutuamente,
hace difícil el reconocimiento de los errores propios y, por tanto, la
reconciliación. No podemos dividir al país, de una manera simplista, entre
buenos y malos, justos y corruptos, patriotas y apátridas. No queremos
negar que haya un gravísimo problema ético en la raíz de la crítica
situación que vive el País, pero nos resistimos a plantearlo en los términos
arriba recordados (31).

A veintidós años de la restauración de la Democracia conviene que los


mayores nos preguntemos si trasmitimos a los jóvenes toda la verdad sobre
lo acaecido en la década del 70. O si estamos ofreciéndole una visión
sesgada de los hechos, que podría fomentar nuevos enconos entre los
argentinos. Ello sería así si despreciásemos la gravedad del terror de
Estado, los métodos empleados y los consecuentes crímenes de lesa
humanidad, que nunca lloraremos suficientemente. Pero podría suceder
también lo contrario, que se callasen los crímenes de la guerrilla, o no se
los abominase debidamente. Éstos de ningún modo son comparables con el
terror de Estado, pero ciertamente aterrorizaron a la población y
contribuyeron a enlutar a la Patria. Los jóvenes deben conocer también este
capítulo de la verdad histórica. A tal fin, todos, pero en especial ustedes,
fieles laicos, que vivieron en aquella época y eran adultos, tienen la
obligación de dar su testimonio. Es peligroso para el futuro del País hacer
lecturas parciales de la historia. Desde el presente, y sobre la base de la
verdad y la justicia, debemos asumir y sanar nuestro pasado.

2° La libertad

31. Según el Evangelio, la libertad es fruto de la verdad: La verdad los hará


libres (Jn 8,32). David fue liberado de su pecado porque lo reconoció. Lo
mismo, la mujer pecadora. Y también el apóstol Simón Pedro. Sólo
reconociendo sinceramente la verdad de nuestros pecados, Dios nos
perdona y nos libera de las ataduras espirituales con que éstos nos
aprisionan.
32. Sobre la libertad la Doctrina Social nos dice: Es signo eminente de la
imagen divina y, como consecuencia, signo de la sublime dignidad de cada
persona humana. El valor de la libertad, como expresión de la singularidad
de cada persona humana, es respetada cuando a cada miembro de la
sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal. La libertad,
por otra parte, debe ejercerse como capacidad de rechazar lo que es
moralmente negativo, cualquiera sea la forma en que se presente (C 199,
200).

Situaciones y Cuestiones

33. No siempre los hijos de la Iglesia mantuvieron la claridad necesaria


sobre la doctrina de la libertad religiosa. Hace cuarenta años la declaración
conciliar Dignitatis humanae (07-12-65), sobre la libertad religiosa, le
devolvió todo su esplendor. Libertad de la persona y libertad de la
comunidad religiosa. Libertad para la Iglesia católica y libertad para todas
las religiones. Libertad para celebrar el culto y libertad para proponer y
practicar la doctrina del Evangelio.

34. Puede parecer extraño preguntarse hoy por la libertad religiosa en


Occidente y en la Argentina. Pero sobran señales de una presión desmedida
de muchos medios y de entes internacionales, que justifica preguntar si la
libertad de la Iglesia católica a enseñar y practicar la propia doctrina es
siempre respetada. Lo mismo cabe decir de resoluciones y gestos impropios
de la autoridad civil cuando invaden un fuero que le es ajeno. Dado que el
sujeto del Estado y de la Iglesia es siempre el hombre, el bien común exige
que entre ambos exista autonomía y colaboración.

3° La Justicia

35. La justicia es un atributo de Dios. Decimos Dios es justo; que apelamos


a la justicia divina. De Cristo confesamos que vendrá con gloria a juzgar a
vivos y muertos. Por ello la justicia es también un valor cristiano
fundamental. De éste la Doctrina Social dice: Es un valor que acompaña al
ejercicio de la correspondiente virtud moral cardinal. El Magisterio social
invoca el respeto de las formas clásicas de la justicia: la conmutativa, la
distributiva y la legal. La justicia resulta particularmente importante en el
contexto actual, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus
derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente
amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los
criterios de la utilidad y del tener (C 201, 202).

Situaciones y Cuestiones

36. Existen cuestionamientos sobre la Justicia como institución. En la


Argentina es fuerte el reclamo por la reforma de la justicia. Y la Mesa del
Diálogo Argentino ha propuesto la necesidad de una profunda y valiente
reforma de ella. Pero no existen cuestionamientos sobre la justicia como
valor. Sin embargo, la Doctrina Social nos hace ver su límite e
insuficiencia para fundar por sí sola una convivencia social sólida: La plena
verdad sobre el hombre, permite superar la visión contractual de la justicia,
que es una visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del
amor. Por sí sola, la justicia no basta. Junto al valor de la justicia, la
doctrina social coloca el de la solidaridad, en cuanto vía privilegiada de la
paz (C 203).
4° La vía de la caridad

37. Entre las virtudes en su conjunto y, especialmente entre las virtudes, los
valores sociales y la caridad: existe un vínculo profundo que debe ser
reconocido cada vez más profundamente. Los valores de la verdad, de la
justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente interior de la
caridad. “La caridad presupone y trasciende la justicia. No se pueden
regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia.
Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones lograrán
persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la
paz. Ningún argumento podrá superar el llamado de la caridad (C 204 -
207). La caridad es la plenitud de la justicia y de toda virtud humana.

Situaciones y cuestiones

38. Los cristianos debemos hacernos aquí un grave cuestionamiento: si


tomamos en serio el mandamiento del amor que nos dejó Jesús. Si lo
hacemos, descubriremos cada vez con mayor claridad que, después del acto
de adoración a Dios, la construcción de la convivencia social, en verdad,
libertad y justicia, es la obra máxima del hombre sobre la tierra. Y que Dios
Padre providente en nada se complace más que en ver a sus hijos
esforzándose por construirla.

Sobre esta base de los principios básicos y de los valores fundamentales de


la Doctrina Social de la Iglesia podemos edificar una Nación reconciliada,
que logre vivir una verdadera amistad social.

IV. Exhortación al Pueblo de Dios

39. Hace un mes celebramos el III Congreso Nacional de Laicos, a los


veinte años del Segundo celebrado en 1984, y en vista del Bicentenario de
la Nación, a celebrarse en 2010. La temática abordada fue la vocación y
misión del laico en la Iglesia, en la sociedad y en la política. Durante el
Congreso, la Doctrina Social de la Iglesia se mostró de máxima actualidad.
Y no sólo por sus formulaciones, sino por los desafíos que ésta debe
enfrentar cada día y que merecen nuevas respuestas. Si bien como Pastores
somos los garantes de esta Doctrina, les corresponde también a ustedes,
queridos fieles laicos, participar en su elaboración, conociendo los
postulados ya adquiridos, iluminando con ellos la situación social del País,
y, a partir de allí, enunciar fórmulas adecuadas que ayuden a los cristianos
y a todo hombre de buena voluntad a actuar en bien de la República,
respetada la propia opción temporal, sin esperar consignas de los pastores.
Por lo mismo, hoy más que nunca la Doctrina social de la Iglesia debe
entrar, como parte integrante, en el camino formativo del laico (C 549). El
Compendio de la Doctrina Social, es un instrumento valioso para conocer
esta Doctrina y aportar a ella elementos nuevos. Aconsejamos vivamente su
estudio y puesta en práctica.

40. Que María, gloria de Jerusalén, alegría de Israel, orgullo de la


humanidad, madre virgen de Jesús de Nazaret, nuestro hermano y nuestro
Dios Salvador, implore para nosotros del Padre un amor grande y fuerte por
nuestra Nación como el que su Hijo tuvo por su patria hasta llorar por ella.

90ª Asamblea Plenaria


de la Conferencia Episcopal Argentina
Pilar, 11 de noviembre de 2005
Memoria de San Martín de Tours, obispo.

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