1 La Familia Como Matriz de Humanizacion

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LA FAMILIA COMO MATRIZ DE LA HUMANIZACION

Dra. Aurora Perez T.

Hay dos situaciones básicas inherentes a la condición de ser humano. Una es la capacidad del ser vivo
humano es autopercibirse y calificar estímulos que afecten su sensibilidad. La otra es aquella que tiene
que ver con el grado de indefensión, no plenitud e inmadurez con el que nace el infante humano. Al
nacer, carece de funciones que le permitan hacer frente en forma automática a la resolución de las
demandas biológicas para sobrevivir. A esto se le agrega que las funciones reproductoras recién
madurarán mucho más adelante, al comienzo de la segunda década de su existencia. A estas
características de ser humano hay que añadir que, por el hecho de ser vivo, en la raigambre de esta
condición subyace el hecho biológico de responder a una situación de inmediatez-vital. Se está
inmediatamente vivo, lo cual implica estar expuesto en forma inmediata a ser muerto. La vida es sólo
posible dentro de ciertos límites, concepto ampliamente desarrollado en la disciplina ecología. Pero,
además, la vida es sólo posible dentro de ciertos medios y basamentos que constituyen aquellos
sistemas que sostienen y de los cuales naturalmente depende para desarrollar y desplegar la
existencia. En el caso de lo humano, estos medios además deben proveer suministros para completar
al individuo inmaduro y dependiente.

Aquellos a lo cual llamamos familia es un grupo natural, módulo biológico para el desarrollo de lo
humano. Dondequiera que sobre el planeta el hombre se desarrolle, la forma de organización de su
vida está regida por la constitución de estos grupos humanos. La ley fundamental que protege su
existencia es la prohibición incestuosa. Es decir, que sólo la pareja heterosexual adulta es el asiento
del intercambio sexual, mientras que las relaciones sexuales están prohibidas entre padres e hijos y
entre hijos entre sí. Desde un punto de vista biológico, la vida en un grupo de estas características
garantiza el completamiento madurativo de la entidad biológica individual, el niño, así como permite el
desarrollo y la maduración del adulto, al proporcional la estructura para completar la maduración
adulta en el pleno ejercicio de las funciones reproductoras y, a través de la crianza de los hijos, al
desplegar de las funciones de padres y madre.

El concepto de órgano matricial con el cual deseamos caracterizar al grupo familiar reside en el hecho
de que la sobrevivencia del infante humano es sólo posible si, una vez salido del útero materno, puede
establecerse entre él y el mundo una situación de continencia, sostén, suministro y equilibrio
homeostático, absolutamente similar, en cuanto a funciones, al útero materno.

En el momento del nacimiento el bebé está acuciado por su necesidad de sobrevivir y ponerse a
resguardo de una vivencia interna de asolamiento y aniquilación, y es por esto que demanda sobre el
medio. Este medio está constituido por adultos de la especie, para quienes hacerlo sobrevivir es una
función que mitiga en ellos también la vivencia interior de ser perecederos. Precisamente ese hijo es la
representación de la posibilidad de los padres de sentir que serán trascendentes, en el tiempo . En el
hijo trascenderán su propia muerte biológica y, además, el hijo llevará inscripto en su desarrollo
mental, anímico, a través del interjuego de lo psicológico, la perdurable impronta de la personalidad de
sus padres como los modelos

Por todas estas razones surge la connotación matricial como concepto básico para categorizar las
funciones del grupo humano natural familia.

Lleva a un infante humano desde su postura de unidad biológica acuciada por pulsiones instintivas en
el momento del nacimiento hasta el ser, un ser humano reconocible como tal, es justamente la tarea
de humanizar dicha unidad biológica.

Cada vez que el bebé demanda sobre su medio por una necesidad biológica, hay una percepción
dentro de él mismo de una sensación que es el calificador con el cual el bebé se autopercibe, lo cual
proviene de su condición vital de ser una sustancia viva irritable sensible. Su cambio homeostático
conlleva una calificación de amenaza a su integridad, si es que su demanda es, por ejemplo, por
hambre. La amenaza es lo que aquella sensación transmite a la parte de la unidad biológica bebé que
se autopercibe. Esta sensación que acompaña al hambre biológicano es necesariamente equivalente al
grado de hipoglucemia. A propósito, este sistema de sensaciones está acotado por sensibilidad del
bebé a tolerar estímulos, su capacidad de respuesta, en fin, su capacidad para emocionarse, codificar
aunque sea muy primariamente estas emociones y dar curso a su expresión.
Desde el bebé, entonces, todo desequilibrio biológico irá acompañado de una sensación, emoción de
calificación de ese desequilibrio que responde a otro código también perteneciente a su condición de
ser vivo, ya que aquella sensación le irá poniendo al tanto de cómo su unidad biológica toma, entiende,
siente su situación vital.

Dijimos antes que la función matricial de la familia consiste en que, una vez que el bebé haya salido
del útero materno, entre él y el mundo pueda establecerse una situación de continencia, sostén,
suministro y equilibrio homeostático. Dentro de este contexto, dicha matriz extrauterina se ha ido
forjando desde los padres en la espera de hijo, estableciendo un vínculo enteléquico con él. A partir del
nacimiento, la organización y el funcionamiento se forjan y se construyen por el establecimiento de la
relación entre el recién nacido y sus padres. Esta relación estructurante de los fenómenos vitales en
este de la vida del ser humano la hemos dado en llamar " vínculo temprano". Este vínculo temprano es
como el paradigma visible de toda la estructura matricial familiar. Desde el punto de vista pediátrico,
este vínculo temprano tiene dos ángulos de observación: uno corresponde al polo bebé, aporta un
equipamiento, un bagaje constitucional presente desde el momento mismo del nacimiento, con una
posibilidad de autopercibir sus sensaciones y con una direccionalidad de todo su funcionamiento a
llamar la atención de un medio y a calmarse por la acción de éste sobre él; el otro polo corresponde a
los padres, quienes aportan su propio equipamiento como tales, adultos maduros de la especie, con el
ejercicio de los vínculos padre-hijo por sus propias historias vitales y con la capacidad de resolver las
demandas tanto biológicas como emocionales. Ponerse en el papel de padres ya se ha venido
mostrando a través de los cambios que sufre la pareja durante el embarazo. El pediatra debe estar
atento al desarrollo de los intereses y a cómo éstos se han ido desplazando desde darse entre sí hasta
el ponerse en el papel de dadores, sintiéndose igualmente gustosos de dar atención y cuidado a ese
otro. El proceso que se observa aquí no es otro que el de la maternalización y la paternalización de la
pareja heterosexual madura. La maternización y la paternización son las herramientas probas,
factuales, activas y vivas de la trama familia. El bebé dispara estas funciones, las regula desde su
demanda, y su sobrevida y buena maduración se convierte en el indicador semiológico que valida,
gratifica, sostiene y enriquese la tarea parental.

La maduración del bebé da sentido a la función de padres. En la trama familiar el bebé no sólo
demanda, sino que da y contiene. Hace sentir que la familia tiene vida.

Este vínculo temprano acotado de la descripto es, a su vez, el carril intangible pero absolutamente real
por el cual va a transcurrir todo el intercambio de emociones y su procesamiento. De este último va a
depender que el bebé pueda ir haciendo calificaciones más adecuadas a la realidad tanto interna como
externa de su existir. Cuando el bebé siente que su integridad está peligro en los inicios de su vida, no
puede discriminar que su hambre es una amenaza pasajera, que su sensación de muerte inminente no
es tal, que puede recibir ayuda, etc. Es una emoción que lo engloba y asuela. En el ambiente paternal,
la madre, quien está provista de la capacidad de resolver la alimentación a través de sus órganos de
lactar, recibe también la noticia de que su bebé está muy ansioso o muy angustiado, junto con el
hambre que sabe que tiene. La demanda para alimentarse tiene en realidad dos mensajes, la
necesidad de ser alimentado tiene en realidad de ser calmado de una angustia atroz de desaparecer y
ser aniquilado. Así como la madre por medio del suministro del alimento puede empeñarse en intentar
llena uno de los mensajes del pedido, el otro mensaje le exige la puesta en juego de todo lo que en
ella sea capaz de resonar frente al mensaje emocional de angustias y desintegración. En primer lugar,
está capacitada para captar emociones: tiene, como todo ser humano, una capacidad innata para
reconocer la emoción del otro.

Pero además por su compromiso en esa trama se siente compelida a resolver también ese llamado
angustioso y proveer tranquilización. Para poder resolver esto, apela a toda su estructuración
emocional y psicológica, y es así que, en pleno ejercicio de su función maternal, recibe y aloja en sí la
angustia de su bebé, le da un sentido y decide una conducta hacia su bebé, y para ello aporta una
resolución a tal angustia en el modo de calmarlo y esto hace que el bebé sepa que su sensación no era
correcta. Es decir, la madre ha transformado un estado mental de catástrofe y muerte en una situación
vital sobrellevable. Esta función, protagonizada de hecho muchas veces por la madre, no es el
producto sólo de un emergente materno. Dentro de la trama familiar, la madre procede a tratar de una
u otra manera a su bebé, de acuerdo con lo que, consciente o inconscientemente, este hijo significa
para el padre, y todo lo que ella conoce y sabe que el padre también quiere para la sobrevivencia de su
hijo. El procesamiento emocional del hijo tiene también como trasfondo la mediatización de ambos
sexos para la reproducción. Por otra parte, las tareas de la crianza obviamente tienen como
desempeño el compromiso emocional profundo de cada uno de los padres sobre el hijo, como la
representación de los anhelos y deseos del otro en cualquier acción.
Tal como lo describí para la emoción angustiosa, el interjuego de las emociones es un permanente
laboratorio durante toda la época de la formación y estructuración del órgano mental. Por otra parte,
las emociones se siguen dando a lo largo de toda la existencia, pero su modo de expresarlas y darles
descarga precisamente variará en razón de estas metabolizaciones y transformaciones que el
equipamiento emocional de la familia es capaz de proponer como respuesta a la expresión primitiva e
inmadura de la vida emocional del bebé. A lo largo de su maduración, el bebé y luego el niño irán
elaborando distintos tipos de angustias y de emociones. Desde la tristeza a la alegría, desde la
protección hasta la agresividad destructiva, pasando por el miedo, la envidia, los celos, la exclusión, el
desprecio, el poder, la denigración, todo ello ha ido sufriendo una modernización en relación con otro.
Quede claro que esta modelización no se basa en palabras, tiene su origen en el procesamiento de
elementos emocionales que no se transforman por las palabras delos padre, sino por las conductas.
Adquiere envergadura la palabra de los padres si con la conducta han podido dar cuenta de un
procesamiento satisfactorio y puesta en práctica de sus emociones. Este circuito de la fisiología
emocional de la trama familiar es la función que hemos dado en llamar "humanización de unidad
biológica infante humano ", y que considero sólo posible lograr unir – exclusivamente – en el proceso
de la convivencia dentro de los vínculos que constituyen la trama familiar. Es posible que el modelado
de las emociones básicas de la existencia del ser humano sea una marca distintiva de la identidad
familiar y promueva un sentimiento fuerte de comunión y comunidad, ya que procesar de una manera
análoga diversas emociones remitía al espacio del vínculo primario, es decir, a "lo familiar". Lo familiar
es lo conocido, pero es también lo querido y donde uno se reconoce.

Del desempeño adecuado de las funciones de las trama dependerán el éxito o el fracaso de la
humanización de un adulto de la especie. Es decir, su equilibrio emocional y, por ende, su salud . Dado
que, como ya dijimos muchas veces, el pediatra es el único agente de la comunidad a quien la familia
le asigna el papel de cuidar y le concede penetrar en la trama, proponemos que el pediatra, atento a
estos datos y a los fines de prevenir y aun de curar, trate de incluir en su semiológico el estado de
estas estructuras operantes. Para hacer un resumen de lo que planteé aquí, el pediatra deberá estar
atento a:

1. Cómo está constituida la pareja de padres, si ambos están presentes, si desde el


embarazo fueron evolucionando hacia ser más bien madre o padre que marido y mujer,
si han ido creando un espacio en sus mentes y en sus afectos, y si eso se traduce en
hechos en la realidad (detrás de este ítem semiológico, lo que se pretende evaluar es la
capacidad de la pareja para maternalizarse o paternizarse);
2. Cómo es la recepción y conexión con el bebé desde el momento del nacimiento, cómo lo
aceptan, cómo lo incorporan, qué espacio se hace el bebé, cómo funcionar frente a la
lactancia y frente a la resolución de las demandas, si muestran aceptación o rechazo,
cómo han previsto las necesidades de la familia (esto daría cuenta en los hechos del
espacio matricial);
3. Cómo es el modo de codificar, comprender las demandas y necesidades del bebé, cómo
ambos comprenden al bebé, si las hipótesis con las cuales se explican lo que pasa al
bebé son acertadas o no, si notan que el bebé se calma con el contacto con sus padres o
no, cómo lo imaginan, qué creen los padres que es la razón por la cual el bebé hace una
cosa o la otra, cómo responden los padres frente a una u otra emoción propuestas por el
bebé. Bien, finalmente esta propuesta, es necesario decirlo, plantea alguna modificación
en el ejercicio pediátrico. En primer lugar, implica un cierto corrimiento conceptual hacia
el legítimo la incorporación de la familia el que hacer pediátrico. En segundo lugar, obliga
a ampliar el campo semiológico más allá de los bordes de la semiología centrada en el
niño. Y, en tercer lugar, este corrimiento pediátrico obliga a una reconsideración del
papel del pediatra y quizás a una redisposición de los alcances y límites de éste.

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