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Rosario, 2018
Devastación : violencia civilizada contra los indios de las llanuras del Plata y Sur de
Chile : siglos XVI a XIX / Sebastián Alioto ... [et al.] ; compilado por Sebastián Alioto;
Juan Francisco Jiménez ; Daniel Villar. - 1a ed - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2018.
420 p. ; 23 x 16 cm.
ISBN 978-987-4963-06-2
1. Historia Argentina. I. Alioto, Sebastián II. Alioto, Sebastián, comp. III. Jiménez, Juan
Francisco, comp. IV. Villar, Daniel, comp.
CDD 793.2054
Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por re-
conocidos especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.
© de esta edición:
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de portada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin
expresa autorización del editor.
Este libro se terminó de imprimir en MULTIGRAPHIC, Buenos Aires, Argentina,
en el mes de diciembre de 2018.
Impreso en la Argentina
ISBN 978-987-4963-06-2
Grita “¡devastación!” y desata los perros de la guerra…
Shakespeare, Julio César, 3, I.
Presentación
Daniel Villar.................................................................................................. 13
Introducción
Violencia, atrocidades, masacres y genocidio contra los indígenas en la
frontera sur del Río de la Plata y Chile (siglos XVI-XIX)
Sebastián L. Alioto - Juan Francisco Jiménez - Daniel Villar...................... 15
PRIMERA PARTE
Masacres y políticas violentas contra los indígenas
CAPÍTULO I
Violencias imperiales. Masacres de indios en las pampas del Río de la
Plata (siglos XVI-XVIII)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto - Daniel Villar...................... 49
CAPÍTULO II
Han quedado tan amedrentados… La rebelión indígena de 1792-93 en
los llanos de Valdivia y el trato a los no-combatientes durante la repre-
sión hispana
Sebastián L. Alioto - Juan Francisco Jiménez.............................................. 69
CAPÍTULO III
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros (principios del
siglo XIX)
Juan Francisco Jiménez - Daniel Villar - Sebastián L. Alioto ..................... 85
CAPÍTULO IV
Campañas de aniquilación, masacres, reparto de botín y violencia sexual
contra los indios de la pampa centro-oriental en la época de Rosas
(1833-1836)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián Leandro Alioto - Daniel Villar............. 125
10 Devastación
CAPÍTULO V
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos. Violencia interétnica
y manejo de recursos silvestres y domésticos en tierras de los pehuenches
(Aluminé, siglo XVII)
Daniel Villar - Juan Francisco Jiménez ....................................................... 149
CAPÍTULO VI
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias. diplomacia, comercio
y uso de la violencia en los inicios del fuerte del Carmen de Río Negro
(1779-1785)
Sebastián L. Alioto........................................................................................ 173
CAPÍTULO VII
En lo alto de una pica. Manipulación ritual, transaccional y política de las
cabezas de los vencidos en las fronteras indígenas de América meridional
(Araucanía y las pampas, siglos XVI-XIX)
Daniel Villar - Juan Francisco Jiménez........................................................ 201
SEGUNDA PARTE
Toma de cautivos, apropiación de niños y reparto de familias
CAPÍTULO VIII
Por aquel escaso servicio doméstico. El destino de los niños y mujeres
nativas cautivados en las guerras fronterizas en el Río de la Plata,
1775-1801
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto.............................................. 223
CAPÍTULO IX
Cautivas indígenas. Abusos, violencia y malos tratos en el Buenos Aires
colonial
Natalia Salerno ............................................................................................. 237
CAPÍTULO X
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural.
Colocaciones de niños, niñas y mujeres indígenas en el último cuarto del
siglo XIX
Pablo D. Arias............................................................................................... 259
CAPÍTULO XI
Quindi... acqua in bocca e silenzio. Producción de olvido y memoria en
los testimonios salesianos sobre la Conquista del Desierto (1879-1885)
Joaquin García Insausti................................................................................. 275
Índice
11
TERCERA PARTE
Enfermedades, descuidos y consecuencias
CAPÍTULO XII
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas reclui-
dos (Río de la Plata, fines del siglo XVIII)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto.............................................. 289
CAPÍTULO XIII
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela sobre las poblaciones
nativas de la región pampeano-nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto.............................................. 303
CUARTA PARTE
Desnaturalizaciones y rebeliones
CAPÍTULO XIV
Indios desnaturalizados por mar en el área panaraucana. Resistencia,
fugas y motines (Siglos XVIII y XIX)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto - Daniel Villar....................... 325
CAPÍTULO XV
La rebelión indígena de 1693. Desnaturalización, violencia y comercio en
la frontera de Chile
Sebastián Leandro Alioto.............................................................................. 343
Bibliografía.................................................................................................. 367
Daniel Villar
A
partir del año 2010, los compiladores de este libro iniciamos el estudio de
las diversas formas de violencia estatal aplicadas contra las poblaciones
nativas de las fronteras meridionales del Río de la Plata y de Chile, en
tiempos del imperio español y en la época posterior a su colapso hasta mediados
del siglo XIX. El tema formó parte de los objetivos de dos proyectos de inves-
tigación acreditados y subsidiados por la Universidad Nacional del Sur, ambos
ejecutados en su Departamento de Humanidades y en el Centro de Documentación
Patagónica que lo integra.1
Desde entonces fuimos produciendo resultados, representados por la publica-
ción de artículos en revistas de la disciplina en nuestro país y en el extranjero y
por la presentación de ponencias defendidas en numerosas reuniones científicas
nacionales e internacionales. Agradecemos a los Comités Editoriales de esas revis-
tas –enumeradas al final del volumen– no sólo el espacio que en su oportunidad nos
otorgaron, sino también la conformidad prestada para que los trabajos respectivos
se incluyesen en esta obra.2
No obstante esos progresos parciales, todavía falta bastante para que podamos
siquiera vislumbrar la meta de haber alcanzado un adecuado nivel de conocimien-
tos con respecto a la totalidad de los múltiples aspectos que integran un conjunto
tan abigarrado y complejo de cuestiones como las constituidas por la aplicación
de procedimientos violentos, sus consecuencias y respuestas. Sobre todo cuando
las interacciones recíprocas tuvieron lugar entre sociedades sin Estado en contacto
prolongado y conflictivo con sociedades estatales, a lo largo de períodos muy ex-
tensos y en cambiantes condiciones económicas, sociales y políticas.
1 Esos proyectos relativos a la Historia de las Sociedades Indias de las pampas, Norte de Patagonia
y Araucanía (Siglos XVII a XX), fueron registrados por la Secretaría General de Ciencia y Tec-
nología bajo los Códigos 24/I 193 (Años 2011-2014) y 24/I 233 (Años 2015-2018) y dirigidos por
el suscripto hasta septiembre de 2016, y en lo sucesivo por el doctor Juan Francisco Jiménez.
2 Las bibliografías citadas en cada una de esas aportaciones fueron reunidas en una única nómina
final conjuntamente con las correspondientes a los textos inéditos que hemos incorporado. Los tres
mapas incluidos han sido elaborados por el doctor Walter D. Melo (Departamento de Geografía y
Turismo de la Universidad Nacional del Sur – CONICET): el de la página 44 acompañó originaria-
mente al artículo Jiménez, Alioto y Villar 2017; los dos restantes (páginas 150 y 201) corresponden
a los artículos con los que aparecen vinculados.
14 Devastación
Pero aun así, hemos considerado conveniente que la tarea realizada hasta ahora
bajo la forma de un buen número de aproximaciones, si bien incompleta,3 se reúna
en un único volumen que las rescate del ostracismo al que suele condenarlas la
inevitable exigencia de dar a conocer avances paulatinos por medios que no siem-
pre están al alcance sobre todo de personas ajenas a los ámbitos académicos que
pudieran sentirse interesadas, unos siempre anhelados lectores que ojalá seamos
capaces de captar.
Por otra parte, nos ha estimulado el hecho de que el problema de la violencia
contra los indios ha vuelto a reclamar atención en Argentina y Chile. Esa trágica y
lamentable reactualización se convirtió en un acicate adicional para decidirnos a
proceder como lo hacemos.
Si el libro ayudase, entonces, siquiera en mínima medida, a crear conciencia de
que también con respecto a las comunidades nativas es imprescindible un Nunca
Más y de que el estado nacional debe respetarlas y satisfacer sus justas demandas
sin dilaciones además de haberlas reconocido a ellas y a estas en el papel, no po-
dríamos concebir un mejor corolario para nuestro trabajo.
Dedicamos estas páginas a todas las comunidades indias del área panaraucana
y a la memoria de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel.
3 Podrá verse que, además del material compilado –ya publicado o defendido con anterioridad–, se
añadió otro inédito y una Introducción, especialmente preparados para su inclusión aquí.
Introducción
Violencia, atrocidades, masacres y genocidio contra los
indígenas en la frontera sur del Río de la Plata y Chile
(siglos XVI-XIX)
Sebastián L. Alioto – Juan Francisco Jiménez – Daniel Villar
I. Apertura
L
a invasión europea produjo en las comunidades nativas del sur del Río de
la Plata y Chile una reacción que en general pasó de la curiosidad y –al
menos en ciertas situaciones– de la colaboración inicial a la resistencia ar-
mada ante un proyecto prontamente visible de desposesión territorial y subordi-
nación política y social (incluso esclavización) de los indios. Antes que nadie, los
españoles habían conquistado y puesto bajo su control en América a numerosas
poblaciones y amplios dominios, pero en otros casos como el mencionado más
arriba, su expansión encontró límites de momento infranqueables por distintas
razones. En estos lugares, poblados casi siempre por sociedades sin Estado, la
reluctancia indígena forzó a la constitución de “fronteras de guerra”, algunas más
perdurables incluso que el propio régimen colonial.1
En la Araucanía, a la conquista inicial –que aplicó mano de obra indígena pre-
cariamente domeñada sobre todo a la extracción del oro en lavaderos– siguió una
enorme rebelión de los nativos, que quemaron siete enclaves –las denominadas
Siete Ciudades– y expulsaron a los intrusos al lado norte del río Bío-Bío (donde
quedó instalado el fragoroso deslinde continental) y a la isla de Chiloé. En el Río
de la Plata, en cambio, la expansión se detuvo enseguida de iniciada y más bien
por la falta de interés peninsular en los abiertos territorios pampeanos, carentes de
recursos minerales de inmediata obtención y fuerza de trabajo local en abundancia.
Los bordes de estas inmensidades constituyeron durante todo el período colo-
nial amplísimas fronteras que, más allá de las vicisitudes históricas, la corona no
pudo transponer ni anular. Fue así, entonces, que los estados postcoloniales hereda-
ron sendas situaciones fronterizas percibidas por sus elites dirigentes como un pro-
blema que tarde o temprano habría que liquidar; pero no era el único, ni en muchos
casos el más urgente. Los inconvenientes surgidos de las guerras de independencia
primero y luego de las guerras civiles impidieron prestar atención preferencial a la
después denominada “cuestión indígena”.2
1 Saignes 2000.
2 Mases 1998.
16 Devastación
Sin embargo, al paso que iban fraguando los intentos de formar estados nacio-
nales fuertes y unificados, y las instituciones y recursos estatales se asentaban y
multiplicaban, la atención pasó a dirigirse cada vez más a las “fronteras internas”.3
En la década de 1870, el estado nacional argentino ejecutó un paulatino avance
sobre las tierras pampeanas y nordpatagónicas todavía en manos indígenas, que
culminó en el sometimiento armado de sus poseedores, hecho efectivo en especial
a partir de las campañas iniciadas en 1878-79.4 Esa acometida, culminación de un
largo proceso de apropiación, respondía ideológicamente a un objetivo de remo-
ción de todos los obstáculos que, definidos en términos de rémoras del pasado,
pudiesen retrasar un progreso calificado como inevitable. La inserción argentina
en el mercado mundial exigía la ocupación efectiva de los espacios que sirvieran
para el cultivo, a la vez que el nuevo orden global no toleraba estados que no se
mostrasen capaces de dominar sólidamente las tierras que reclamaban. Los pueblos
nativos del sur (al igual que los que poblaban el Chaco) quedaron incluidos en ese
conjunto de escollos que inevitablemente deberían desaparecer.
La ejecución de las acciones políticas así inspiradas ideológicamente se tradujo
en una ocupación violenta, previa eliminación, desbaratamiento o expulsión de las
comunidades nativas.5 Las familias capturadas durante la empresa fueron desmem-
bradas y sus integrantes individualmente incorporados más tarde como mano de
obra rural, personal de servicio, o tropa de las fuerzas armadas,6 con el propósito
de clausurar la futura reproducción biológica y cultural. El vínculo existente entre
ideología liberal, formación de los estados–nación y supresión de los grupos étni-
cos o sociales que se interpusieran en el camino presupuso –y no sólo en el caso de
América– un necesario eslabonamiento entre modernidad, “sociedad de normali-
zación” y genocidio.7
Dejando de lado por ahora las cuestiones conceptuales sobre las que se volverá
más adelante, señalemos que la gran mayoría de los valiosos aportes al conoci-
miento del tema se han concentrado en la época mencionada (1878-79 en adelante),
circunscribiendo a ella la voluntad estatal de ejercer una violencia de exterminio
sobre la población indígena.
No obstante, una visión del problema limitada a esa temporalidad podría lle-
varnos al error de conjeturar que en épocas previas la relación entre indígenas e
hispano-criollos debió haber excluido tales prácticas. Sin embargo, y como de he-
cho afirman los integrantes de la Red de Investigadores sobre Genocidio y Política
Indígena en Argentina, la praxis genocida “lejos de ser un accidente histórico, es un
factor que por su sistematicidad y extensividad opera como trasfondo de la política
indigenista de larga duración”.12 Entonces, así como es cierto que las políticas ge-
nocidas “no se acaba[n] con la conquista del desierto” sino que se extienden hacia
el presente configurando una sucesión en la cual no puede vislumbrarse ningún
corte de clausura,13 también lo es que tampoco comenzaron con ella, sino que sus
raíces pueden rastrearse muchos decenios hacia atrás.
Las numerosas fuentes examinadas para elaborar los estudios reunidos en este
libro acreditan, en efecto, usos previos de la violencia que han pasado hasta ahora
sin un análisis específico.14 Los trabajos presentados permiten retrotraer la vigen-
cia de esos usos a la iniciación misma de la instalación española perdurable en las
llanuras del Plata (1580), prolongándose luego durante las primeras décadas re-
publicanas para cobrar renovada visibilidad en ocasión de las campañas roquistas,
y extenderse por último a sus consecuencias inmediatas y mediatas. A lo largo de
ese dilatado itinerario, puede reconocerse la existencia de una serie de continui-
dades, pero también de significativos cambios, tanto en los discursos como en las
prácticas.
El objetivo de nuestros trabajos consiste, por lo tanto, en un tributo al conoci-
miento de las maneras en que se desarrollaron y variaron los episodios de violencia
inter-étnica, principalmente en el Río de la Plata pero también en Chile,15 dentro del
rango temporal mencionado, con el propósito adicional de establecer si las prácti-
cas llevadas adelante en esas ocasiones por parte de los agentes y las autoridades
españolas y luego criollas pueden calificarse como genocidas,16 eliminacionistas,17
en tanto iban dirigidas a exterminar a un determinado grupo étnico, y masivamente
violentas18 en el sentido de que las vidas de mujeres, niños y demás no combatien-
tes fueron irrespetadas, algunas veces en desobediencia a las órdenes superiores,
pero otras en cumplimiento estricto de las mismas.
Abordaremos en primer término y sucintamente el problema de las definiciones
conceptuales que saturan la discusión para saber de qué modo se aplicarían en re-
lación con la historia de la frontera rioplatense.
14 A las contribuciones aquí reunidas, se ha sumado con posterioridad otro estudio relativo a la violen-
cia contra indígenas durante los tiempos coloniales (Roulet 2018).
15 Esta introducción y los textos que integran el presente volumen tratan menos sobre Chile que sobre
el Río de la Plata, en parte porque sobre el tema en las fronteras trasandinas hay ya una cantidad de
muy buenos trabajos, en especial para la época colonial, comenzando por el clásico libro de Jara
(1971), y siguiendo por otros más recientes: Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009, Valenzuela
Márquez 2009, Díaz Blanco 2011a, Valenzuela Márquez (ed.) 2017, Contreras Cruces 2017. Sobre
la “Pacificación de la Araucanía” en el siglo XIX, en cambio, la producción historiográfica con-
temporánea es menos numerosa, aunque algunos autores han prestado cierta atención al tema, si
bien no tanto como a los efectos de la ocupación en la historia chilena posterior: cf. Bengoa 2000,
Pinto Rodríguez 2000, León Solís 2002 y 2007. Una excepción reciente, que integra en el análisis
la conquista y el proceso de “radicación” posterior es Vergara y Mellado 2018. El único trabajo que
encontramos donde se relacionan firmemente conquista chilena y genocidio del pueblo mapuche es
el de José Lincoqueo Huenuman (2007).
16 Una interesante discusión en torno a la pertinencia y aplicabilidad del concepto genocidio al caso
regional puede verse en las distintas colaboraciones reunidas en la sección Debates de la revista
Corpus: Lenton (ed.) et al. 2011. Algunos de los inconvenientes que irroga su aplicación derivan
de que además de un concepto científico es un tipo penal –reciente– del derecho internacional, con
lo cual las cuestiones jurídicas derivadas (como el juicio a los culpables y los resarcimientos a las
víctimas) ocupan un lugar eminente en la discusión y se solapan con los problemas estrictamente
epistemológicos.
17 Goldhagen 2010.
18 Gerlach 2006.
Introducción
19
Levene sugirió también que tales masacres son una señal no de la fortaleza, sino de
la debilidad del Estado que las consuma.22 Esta idea, que él aplicó especialmente a
las masacres que el aparato estatal ejecutaba sobre sus propios súbditos,23 conserva
cierta validez sin embargo en el contexto fronterizo colonial: los colonos y/o las au-
toridades estatales masacraban a enemigos con respecto a los cuales no disponían
de una superioridad bélica decisiva, y las masacres mismas eran expresión de esa
fragilidad.24 Los perpetradores aprovechaban un momento de predominio circuns-
19 V. infra.
20 Levene y Roberts (eds.) 1999, El Krenz (ed.) 2005, Dwyer y Ryan (eds.) 2015.
21 Levene 1999, 5, traducción propia.
22 La idea fue luego retomada por Jacques Semelin, entre otros autores.
23 Según Levene, precisamente cuando su debilidad le impide manejar los conflictos sociales, el Estado
habilita e incluso apoya o financia la violencia contra ciertos grupos demonizados (por prejuicios cul-
turales, o porque son vistos como una amenaza a las fuentes de trabajo, etc.). Pero el autor se refiere a
aquellas masacres producidas en el seno de una unidad política (es decir, en lo que se supone que es el
dominio de un Estado) cuando un grupo se vuelca violentamente sobre otro, percibido como una especie
de enemigo doméstico al que hay que eliminar, “sanear”, o “purificar”. En nuestro caso no ocurre del
todo así: no se trata de un conflicto desatado dentro de una unidad política (estatal), sino entre unidades
políticas distintas e incluso de diverso nivel de organización. En este caso entonces, se vinculan violen-
cia y guerra, y emerge un modo peculiar de llevarla adelante. Los ejemplos ofrecidos por Levene (el
genocidio armenio, los pogroms rusos, las guerras religiosas en Francia, el caso ruandés, y otros) no
son los más atinados para establecer una comparación; lo son más desde luego todas las contiendas de
invasión y ocupación colonial. Aquí la necesidad de fabricar un otro es casi innecesaria: la alteridad es
un hecho garantizado. Pero aun así la debilidad del Estado para enfrentar a sus enemigos y proteger a sus
súbditos sí es clave. En tiempos coloniales, los habitantes de Buenos Aires no se cansaban de solicitar a
la corona refuerzos militares y dinero para proteger las fronteras y fue precisamente esa debilidad e inse-
guridad lo que hizo que, en las ocasiones en que los hispano-criollos lograban juntar fuerza e incursionar
en territorio indígena, buscaran dejar una lección ejemplificadora y escarmentar a los indios, fueran o
no “culpables”. Sin embargo, sus conductas nunca dejaron de generar reacciones contraproducentes,
porque una vez iniciadas desencadenaban la previsible espiral de violencia y venganza.
24 Debe notarse que, en los territorios de colonización española, el peso del Estado en las cuestiones
fronterizas fue mayor por ejemplo que en aquellos anexados al imperio británico, en los cuales la
20 Devastación
En la región que estudiamos, las masacres así definidas sin duda existieron, y es-
tán registradas documentalmente: en este libro se examina un buen número de
ellas, aunque huelga decir que no son la totalidad de las ocurridas, sino únicamente
aquellas cuyo nivel de visibilidad justificó su incorporación.27 Todas se ajustan al
patrón fronterizo clásico: son ataques por sorpresa que los atacantes, asegurándose
acción privada de grupos de civiles resultaba más relevante. Sin embargo, en estos últimos casos
debe tenerse presente que “…más que algo separado o contrario al estado colonial, las actividades
asesinas de la plebe fronteriza constituyen su principal medio de expansión… los oficiales manifies-
tan pena por la anarquía del proceso, mientras se resignan a su inevitabilidad” (Wolfe 2006, 392).
25 Dwyer y Ryan 2015, xv, traducción propia. Los mismos autores (Id., xvii) piensan que, mientras los
perpetradores de un genocidio actúan a las órdenes de un Estado, los ejecutores de una masacre pue-
den no hacerlo, y accionar por sus propios medios y en función de sus intereses. Pero muchos otros
investigadores opinan que no es necesaria la previa existencia de órdenes estatales para que sobreven-
ga un genocidio, y refiriéndose a distintos casos históricos, han cuestionado que las acciones e ideas
genocidas constituyan un patrimonio exclusivo del Estado, señalando que debe prestarse atención a
los actores no estatales en condición de protagonistas relevantes (Gerlach 2006, Court 2008).
26 Dwyer y Ryan 2015, xvi, traducción propia.
27 Ver capítulos 1, 2, 3, 4, 6 y 8 de este volumen.
Introducción
21
33 El clásico caso de Tasmania fue uno de los examinados por el propio Lemkin (2007) y luego
retomado por otros autores (cf. Curthoys 2007).
34 Ver Chalk y Jonassohn 2010. Algunos autores diferencian los conceptos de genocidio y etnocidio,
este último referido “no ya la destrucción física de los hombres [...] sino a la de su cultura” (Clas-
tres 1987b, 56). Si aceptáramos esa distinción, podría haber quien argumentase que buena parte de
las políticas hacia los indígenas posteriores a la Campaña del Desierto fueron etnocidas, dada la
preponderancia de una ideología de asimilación y “ciudadanización” (Quijada 1999, 2003, 2006).
35 Moses 2007, 162-165.
Introducción
23
Patrick Wolfe ha señalado que los efectos de este colonialismo no cesan aun cuan-
do haya finalizado la situación fronteriza y tampoco concluyen con el confinamien-
to o la asimilación de las poblaciones indígenas. El largo y continuo proceso de
eliminación sigue operando e imprime a la sociedad colonizadora un sello peculiar.
Por esa razón, se constituye en un “genocidio estructural” que no es cosa del pasa-
do, sino que perdura en estado de suspensión o latencia.39
Por su parte, Moses observa que, aunque la teoría post-liberal acierte en encon-
trar una relación estructural entre colonialismo y genocidio, ella es menos una re-
lación causal que una predisposición: bajo ciertas circunstancias, los colonizadores
serán proclives a asesinar masivamente a los nativos, en especial cuando perciban
que el régimen que los favorece está en riesgo.40
Pero esta relación estructural sin más presenta dos dificultades. Una, la de no
contemplar la posibilidad de una escalada hacia conductas genocidas cuando hay
resistencia, y la de un desescalamiento cuando la resistencia mengua o es vencida.
El autor se pregunta de qué modo
36 Barta 2000; cf. Barta 2008. Raymond Evans y Bill Thorpe (2001) crearon el concepto de indige-
nocidio para nombrar el tipo particular de genocidio que habría tenido lugar en Australia, y que
consistiría en el proceso dirigido por un grupo de inmigrantes (y no del Estado) con intenciones
de desplazar definitivamente a los nativos, en la convicción de que la tierra era más valiosa que las
vidas de sus pobladores. El indigenocidio tiene cinco rasgos característicos: invasión intencional y
colonización de la tierra, conquista de los nativos, su asesinato hasta impedir que puedan reprodu-
cirse normalmente como grupo, su clasificación como plaga por los invasores, y la destrucción de
sus sistemas religiosos.
37 La expresión es difícil de trasladar al castellano: literalmente equivaldría a colonialismo de los
colonos, que resulta redundante; otras posibilidades son colonialismo de los pobladores o, como se
la ha traducido también, colonialismo de los pioneros.
38 LeFevre 2015, traducción propia.
39 Wolfe 2006.
40 Moses argumenta, con razón, que no siempre y en todo lugar los imperialismos son genocidas; no lo
son especialmente cuando necesitan utilizar la mano de obra local, como en el caso de los ingleses en
la India. Según él, no es correcto asimilar destrucción cultural y biológica o física, y menos aún usar
la obra de Lemkin en ese sentido, puesto que su énfasis está puesto en la destrucción biológica de
un grupo. Pero ocurre que, al asimilar genocidio a aculturación, es más sencillo establecer vínculos
estructurales entre genocidio y colonialismo, especialmente después de la conquista de los indígenas.
24 Devastación
2. En primer término, resurge la cuestión del deliberado designio, que para Lemkin
era fundamental: los perpetradores debían tener el propósito demostrable de eliminar
definitivamente a las víctimas. Esta es la coartada que más suele usarse para lavar cul-
pas o desviar la atención. Se dirá: es verdad que hubo exterminio, pero no fue adrede;
se trató de secuelas impensadas del avance de la civilización.43 Pero en nuestro caso la
voluntad sobreentendida o explícitamente expresada en los documentos de borrar a los
indios del mapa aparece una y otra vez con respecto a todos ellos en forma indiscrimi-
nada o a determinados grupos seleccionados de acuerdo a circunstancias de momento,
despejando cualquier duda al respecto.
Sin que deba interpretarse que esta haya sido la primera vez que se manifestó
en el Río de la Plata, ese furor brota con toda claridad en un momento de fuerte
recrudecimiento de la violencia interétnica durante la década de 1770, al menos de
acuerdo a los registros de que disponemos hasta ahora.
44 “Informe elevado por don Felipe de Haedo al virrey del Río de la Plata, don Pedro de Cevallos,
sobre la fundación de la Colonia del Sacramento por los portugueses…”, Biblioteca Nacional
-Sección Manuscritos- Documento N. 1984. Publicado en: Revista de la Biblioteca Nacional, XIII
(33): 73, Primer Trimestre de 1945, 92-93. En esta y las siguientes citas se ha mantenido la grafía
original pero se han desarrollado las abreviaturas.
45 “Informe elevado…”, 93.
46 “Informe elevado…”, 93.
47 “Informe elevado…”, 93-94.
48 Pedro de Ceballos a Joseph de Galvez, Buenos Aires, 27 de Noviembre de 1777. AGI, Buenos
Aires, 57 Duplicados del Virrey, 1776-1777, f. 142.
26 Devastación
Pocos años después, el marqués de Loreto, tercer titular del alto oficio, volvió a
acariciar la idea de destruir por completo y mediante un solo golpe a las agru-
paciones nativas de la frontera meridional. En las instrucciones que impartió a
Basilio Villarino y Francisco Xavier de Piera cuando ambos se dirigían a asumir
sus empleos en el fuerte del río Negro les recomendaba tomar conocimiento de
los caminos y pasos cordilleranos utilizados por los indígenas y los puntos donde
generalmente habitaban, “por lo mucho que interesa para el acierto de las operacio-
nes”, con miras a tomar las “disposiciones relativas â perseguirlos, ô exterminarlos
si fuese posible”.51
Francisco de Piera, que iba a ser comandante del establecimiento del Carmen,52
debería buscar a “la Yndiada, en el Cholechoel” y contando con fuerzas para ata-
carla “…lo hara de modo que no puedan escaparse […] en cuyo caso reservara
Vm [solamente] la vidas a las Mugeres y Niños”.53 Estas crueles instrucciones,
49 Ceballos a Galvez, Buenos Aires, 27 de Noviembre de 1777. AGI, Buenos Aires, 57 Duplicados del
Virrey, 1776-1777, f. 142. El resaltado es nuestro.
50 “Dictamen de la Junta de Maestros de Campo sobre la Expedición proyectada contra los indios
Pampas. 1778.” Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (en adelante BNRJ), MS I-29, 9, 59. Los
firmantes son Diego de Salas, Manuel de Pinazo, Ventura Echeverría, Salvador Cabañas, Juan Báez
de Quiroga, Joseph Francisco Amigorena, Joseph Bague y Juan Antonio Hernández.
51 Loreto a Basilio Villarino, Buenos Aires, 24 de Mayo de 1784. AGN IX, 16.04.01. División Colonia
– Sección Gobierno. Costa Patagónica Años 1784-1785.
52 Finalmente no lo sería en ese momento, porque el rey decidió, después de un proceso judicial,
devolver a Juan de la Piedra el cargo de comandante y superintendente del río Negro.
53 “Instrucción reservada que deberá observar el Comandante del establecimiento del Río Negro, D.
Francisco Xavier Piera, en la expedición contra los indios infieles.” BNRJ, MS I-29, 10, 36.
Introducción
27
que implicaban matar a todos los varones adultos, fueron apenas aliviadas por el
comandante Juan de la Piedra cuando agregó las suyas, ordenándole a Piera que si
descubriese asentamientos indios procurase “atacarlos y destruirlos […] reservan-
do [solamente] las [vidas de] mugeres y niños”, pero agregando la posibilidad de
perdonar la vida a quienes
54 Juan dela Piedra. “Instrucción reservada al comandante de la expedición contra los indios infieles
del Rio Negro. 1784”. Doc. Nº 2º: “Ynstruccion q.e deverà observar Ygn.º Galadoch Patron dela
Chalupa San Juan Bap.ta enla comisión que se le confiere por estè rio àrriva”. Rio Negro, 24 de
Diciembre de 1784. BNRJ MS I-29, 10, 39.
55 Cf. Weber 2005. Por ejemplo, Francisco de Viedma (el comandante de Carmen de Patagones
anterior a Piedra), mientras compraba diariamente ganado a los indios para el abasto del pueblo,
sugería al virrey la eliminación de los nativos con el objeto de interrumpir las incursiones en la
frontera de Buenos Aires. Sin embargo, nunca dio el menor paso en ese sentido, sabiendo que,
dadas las circunstancias, el objetivo sería de imposible cumplimiento (ver capítulo 6).
56 Villar y Jiménez 2000 y 2003c.
57 Cfr. Acción de Juan M. de Rosas sobre derechos de ganados, AGN, VII, 2066, s.f.; Bechis 1996b;
Alioto 2011a, 183-185.
28 Devastación
rar con la condición de fuerzas extranjeras que era preciso desalojar en nombre
de la integridad nacional.58
La compleja política rosista se tradujo en la meditada trama del negocio pacífi-
co que incluía a indios amigos y aliados,59 aunque al mismo tiempo prescribía una
actitud despiadada respecto de los indígenas hostiles, esto es, quienes se negaban
a ingresar en aquel trato o se rebelaban.60 Con ellos, Rosas fue implacable: los
ranqueles sufrieron varias campañas en las que perdieron centenares de vidas y
recursos,61 percibiéndose claramente en la palabra y en el obrar del gobernador que
su rotunda intención última apuntaba a eliminarlos del mapa étnico de la región.62
Para decirlo sintéticamente: en épocas previas a la Conquista del Desierto, la
inclinación de gobernantes, funcionarios, religiosos y militares a promover políti-
cas de exterminio análogas contra grupos indígenas del Río de la Plata y Chile fue
permanente. En realidad, la diferencia reside no tanto en la voluntad de ejecutar
esas acciones como en la precariedad de los medios militares y las instituciones de
apoyo con que contaban, en contraste con los de los estados nacionales unificados
en las últimas décadas del siglo XIX.
Los funcionarios coloniales de las fronteras meridionales de América estaban
en su mayoría persuadidos de que sólo la imposibilidad de vencerlos definitiva-
mente hacía que debiera tolerarse a los indígenas, en un mero gesto de realismo
político.63 Pero no obstante, en los distintos momentos de una disputa a largo plazo
por el territorio, la violencia fue moneda común y el ideal de eliminar a la pobla-
ción nativa como tal se mantuvo vigente.64
A partir de los inicios de la era moderna, los europeos habían establecido ciertos
códigos de restricción en las acciones de guerra que conformaban el jus in bello,
es decir el derecho vigente entre naciones en tiempos de contienda armada. Esas
reglas (a menudo no escritas) estipulaban, entre otras cosas, un trato humanita-
rio hacia los no combatientes y prisioneros, únicamente cuando se luchaba contra
enemigos “civilizados” a quienes se consideraba iguales. Pero con respecto a los
infieles o “salvajes”, aplicaban, en cambio, la llamada bellum romanum –heredada
justamente del imperio– que eliminaba toda barrera o limitación y consideraba
65 Howard 1994, 3. En este sentido, el Holocausto nazi puede ser visto como el regreso a casa de la
barbarie, aplicada desde los inicios de la expansión sobre el resto del mundo y ejercida ahora en el
centro mismo de Europa, basándola en una concepción racista (Lindqvist 2004, 30-32; Zimmerer
2008); esa idea es conocida como parte de las tesis de Hanna Arendt (1968 [1950]), pero Sven
Lindqvist (2002, 49) notó que ya en 1885 James Anson Farrer señalaba el peligro de que los ofi-
ciales acostumbrados a la barbarie colonial la llevaran consigo de regreso a Europa (Farrer 1885).
Acerca de la existencia de un racismo pre-científico o “arcaico” de potencialidad genocida anterior
al darwinismo y aplicado en América y Australia, ver Finzsch 2005.
66 Vattel 1834, 114. Es asimismo cierto que esos tratadistas fueron parte de una larga tradición intelec-
tual que, en Occidente, cuestionó con variable énfasis el colonialismo y sus procederes violentos:
cf. Fitzmaurice 2010. A esa tradición pertenecía Lemkin, y también las varias generaciones poste-
riores de estudiosos entre los que querríamos contarnos.
67 Ver capítulo 2.
68 Ver capítulo 6. Sobre los conflictos entre indios y cristianos y entre las distintas parcialidades
indígenas de la región en la época considerada, ver Villar y Jiménez 2003a, 2003b, 2003c.
30 Devastación
por escrito demuestra lo contrario. Si a los casos ya aludidos hubiera que agregar
una referencia a tiempos postcoloniales, bastaría con recordar que Juan Manuel de
Rosas, en las campañas contra los ranqueles de la década de 1830 mencionadas
más arriba, dejó categóricas y estrictas consignas de matar a todas las personas que
fuera posible. Y además manifestó su diáfana intención de acabar con el grupo en
su conjunto, exponiendo el designio de exterminarlo sin más.69
3. Una segunda objeción podría girar en torno a la naturaleza bélica de los conflictos,
con el argumento de que lo ocurrido en las fronteras rioplatenses fue una guerra y no
un genocidio y que, como siempre sucede en las guerras, hubo vencedores y venci-
dos con tremendas consecuencias negativas para estos.70 Pero guerra y eliminación
genocida no son opuestos excluyentes; al contrario, la segunda es (o puede ser) parte
de aquella.71 No obstante, la alternancia de periodos de paz y convivencia pacífica no
está excluida y menos aún la posibilidad del comercio: los mismos grupos que ba-
tallan en un momento pueden comerciar en el siguiente. Muchas masacres tuvieron
lugar en tiempo de guerra y contra enemigos declarados,72 pero muchas otras no: en
una serie numerosa de casos que estudiamos, los indígenas no deberían haber tenido
por qué temer, pues eran aliados de sus inesperados predadores e incluso habían reci-
bido promesas de no agresión inmediatamente antes del ataque.73
El modelo de beligerancia que gradualmente fue imponiéndose en la frontera
y terminó por constituirse en una tradición de cómo ejecutar la “guerra contra los
bárbaros” implicaba la incursión sorpresiva en el territorio enemigo, la muerte de
los varones adultos, y la toma de cautivos entre mujeres y niños. Generación tras
generación, desde los primeros tiempos de la conquista española, todo líder militar
u oficial con experiencia de campo transmitió a sus subordinados nociones tácticas
acerca de cuándo y cómo atacar a los campamentos indios.74 La excesiva aproxi-
mación de los indios a la frontera, el crecimiento desusado de su número, las pre-
sencias no habituales entre ellos, el hecho de que poblaran espacios apetecidos o de
que se apropiaran de animales que los cristianos consideraban propios generaban
tensiones constantes y tendían a producir choques y entredichos que conllevaban
la necesidad de la consabida represalia.75
69 Ver capítulo 4.
70 Un ejemplo de esta posición en Bechis 2010a.
71 Lemkin ya lo había percibido así, al definir el concepto de genocidio a partir de la conducta de los
alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
72 Sobre la relación entre genocidio y crímenes de guerra, aunque centrado en casos del siglo XX, ver
los estudios reunidos en Andreopoulos (ed.) 1994.
73 Ver capítulo 1.
74 Una transferencia similar -y quizá relacionada- ocurriría más tarde con las tradiciones de la llamada
guerra contrainsurgente, como la ejecutada por los españoles en Cuba, los franceses en Argelia, los
militares argentinos contra la propia población de su país, y los estadounidenses en muchas partes
del mundo.
75 Nancy Scheper-Hughes y Phillipe Bourgois sostienen que la violencia es mimética, y así como en
el principio homeopático o en la magia imitativa lo semejante produce lo semejante, la violencia
Introducción
31
produce violencia: por eso es que puede hablarse de cadenas, espirales y espejos de violencia, o de
lo que ambos autores llaman continuum de violencia (Scheper-Hughes y Bourgois 2004).
76 Notemos también que, como señaló Nicolás Richard (2015), en parte del discurso historiográfico
tradicional las conquistas de los territorios indígenas a fines del siglo XIX se pretendieron hechas
sin guerra, porque el término guerra se reservaba a la confrontación entre Estados: entonces son
“expediciones” o “campañas” sin enemigo y sin sujeto.
77 La tendencia a tomar como parámetro general esta forma de combatir -propia de la modernidad e
interna a Europa- está siendo cuestionada: cf. Barkawi 2016.
78 Con esto está ligada la cuestión de la agencia indígena: ¿Decir que los indígenas han sido sólo
víctimas de un genocidio equivale a despojarlos de su rol de agentes históricos y negar el conflicto
y la guerra? Nicholas Thomas afirma que el discurso acerca del dominio colonial sobre pueblos
indefensos es una replicación de otro más antiguo referido a la desaparición de las razas atrasa-
das: niega a los indios agencia y capacidad de resistencia y adaptación; Scheper-Hughes opina,
al contrario, que la antropología se construyó y alimentó de los varios genocidios coloniales y
post-coloniales (ambos citados en Moses y Stone 2007, vi). En el caso regional, no hay duda de
que hubo resistencia y que los nativos tuvieron capacidad de actuar, puesto que las masacres se
relacionaron con la guerra. Semelin (2002) propone que las masacres pueden ser bilaterales (como
en una guerra civil) o unilaterales (el Estado contra sus ciudadanos). ¿Puede afirmarse que en las
fronteras meridionales del Río de la Plata y Chile hubo masacres bilaterales? Más aún, si los indios
hubiesen podido, ¿habrían eliminado a los españoles, en una especie de “genocidio desde abajo” o
de genocidio anticolonial, como ocurrió por ejemplo en Haití? Sobre las atrocidades francesas en
Haití, cf. Girard 2005 y 2013. Hubo históricamente ocasiones en que los nativos subordinados por
un imperio replicaron con un alto nivel de violencia, apelando a prácticas genocidas y generando
lo que Jones y Robins (2009, 3) denominaron “genocidios subalternos”. Nicholas Robins vincula
estos genocidios con prácticas milenaristas, y ha estudiado sistemáticamente dos casos: la rebelión
entre los Pueblos en Nuevo Méjico en 1680 y la Gran Rebelión Andina en el alto Perú en 1780-82
(Robins 2002, 2005 y 2009).
32 Devastación
órdenes reales de que no se utilizara la violencia salvo que mediaran motivos va-
lederos, entre otras razones debido a que la decisión acerca de quiénes la merecían
quedaba deferida al criterio de los responsables locales.
La prueba más palmaria de la vigencia entre los propios españoles de esa cultu-
ra militar creada reside en que los ataques a las tolderías indias muestran un patrón
de comportamiento recurrente a lo largo del tiempo. Las sucesivas generaciones
aprendieron sobre el campo el ejercicio de una guerra peculiar, cuyas prácticas sui
generis se asimilaban y ejercían en especial en los territorios coloniales.79
En las largas disputas territoriales –similares a las ocurridas en otras situaciones
coloniales–, la violencia constituyó un resorte habitualmente aprovechado por las
partes que no puede desvincularse del efecto que la intrusión expansiva del estado
tuvo en las poblaciones indígenas: el de militarizarlas y obligarlas a resistir el avan-
ce a mano armada, la creación, en suma, de una “zona tribal”.80
Es notable la repetición del hecho –ya aludido– de que muchos de los grupos
que fueron víctimas de masacres y violencia masiva no se encontraban en conflicto
con los hispano-criollos, y que no fueron atacados en condiciones de combate: todo
lo contrario, eran grupos que estaban de paz y no tenían motivos para considerarse
en peligro. A la hora de tomar revancha por algún motivo o de ejercer una violencia
ejemplificadora, los cristianos parecían asumir que los grupos indígenas eran inter-
cambiables: si no se ubicaba a los “agresores”, cualquier objetivo resultaba bueno
para sustituirlos. Al calor de la indignación, las fronteras conceptuales y políticas
entre indios amigos y enemigos, indios de paz y de guerra se esfumaban, y una vez
en campaña, cualquiera podía transformarse en víctima.
79 Aunque convenga recordar que también las experimentaron ciertos europeos rebeldes, como
ocurrió en Flandes.
80 Cf. Ferguson y Whitehead 1992.
81 Algunos autores utilizan el concepto de mass killing para designar una situación intermedia entre
la masacre -considerada un acontecimiento puntual y de una letalidad comparativamente menor- y
el genocidio, extendido en el tiempo y más mortífero: “las matanzas masivas no están, en general,
limitadas geográfica o temporalmente, esto es, ocurren con frecuencia durante un período prolon-
gado e involucran un número más elevado de gente que una masacre. Cuando las matanzas masivas
ocurren, no hay intención de eliminar enteramente al grupo víctima en cuestión. No es genocidio,
aunque puede ser un paso en el camino” (Dwyer y Ryan 2015, xiii, traducción propia).
Introducción
33
82 Los caciques corsarios de la segunda mitad del siglo XVIII despertaban un furor de ese estilo en
los oficiales de la corona, en especial Llanquetruz (ver Jiménez 2006, 75-93).
83 Bechis 2008. Bechis argumenta convincentemente que el área pan-araucana puede considerarse
una unidad cultural, pero no logra demostrar que se trata de lo que ella llama una unidad social: su
idea de que cada agrupación es un segmento que no puede reproducirse independientemente es para
nosotros errónea, y sus consecuencias van más allá de lo atinente al tema de esta introducción.
34 Devastación
84 Jean-Paul Sartre notó tempranamente que la necesidad de mano de obra indígena en el contexto co-
lonial africano hacía que las demás formas de violencia opresiva no culminaran en genocidio: “¡Po-
bre colono! Su contradicción queda al desnudo. Debería, como hace, según se dice, el ogro, matar
al que captura. Pero eso no es posible. ¿No hace falta acaso que los explote? Al no poder llevar la
matanza hasta el genocidio y la servidumbre hasta el embrutecimiento animal, pierde el control,
la operación se invierte, una implacable lógica lo llevará a la descolonización” (Sartre 1961, 15).
Sin embargo, cuando los colonizadores no supieron cómo enfrentar una guerrilla que involucraba a
todos los pobladores, no dudaron en matar a gran parte de la población civil para aterrorizar al resto.
85 Adhikari 2015.
Introducción
35
86 Por ejemplo, la definición utilizada por Mohamed Adhikari va en ese sentido: “la destrucción física
intencional de un grupo social en su totalidad, o la aniquilación intencional de una parte tan significativa
del grupo que este ya no es capaz de reproducirse biológica o culturalmente” (Adhikari 2015, 2).
87 Ver capítulos 8, 9 y 10. Sólo llamaremos la atención ahora acerca del hecho de que el secuestro de
niños y la separación de sus familias, su apropiación y cambio de identidad, son considerados o
bien constituyentes principales de un genocidio, o bien, en la más frecuente aplicación del derecho
público contemporáneo, como delitos de lesa humanidad que resultan imprescriptibles.
36 Devastación
La guerra que en ellas tuvo lugar propiciaba el descontrol, porque las prácticas no
se cometían contra una población civil cuyos derechos fueran reconocidos.88
El hecho de dejar con vida a mujeres y niños indígenas89 responde en parte a
una necesidad económica: eran personas que podían ser reducidas a la servidumbre
y más fáciles de controlar que los varones adultos, de manera que resultaba mejor
conservarlas vivas.90 Por esa misma razón, su apropiación por parte de institucio-
nes y familias hispano-criollas para destinarlos en general al servicio doméstico
comenzó con la propia colonización, incluso adoptando formas de aparente cari-
dad, como en el caso de los niños acusados de brujería en Chile “rescatados” por
conchavadores para “salvarlos de la muerte” y vendidos luego a los vecinos.91 La
distribución de personas alcanzó su culminación en los años de 1880, aunque con-
tinuó luego hasta el día de hoy.
Un ejemplo de la afligente situación de los no combatientes capturados se evi-
dencia en el alto grado de exposición a los abusos cometidos por quienes debían
cuidar a las prisioneras indias recluidas en la Casa de Recogimiento durante la
época colonial,92 lo mismo que en los repetidos maltratos cotidianos de que fueron
objeto las personas destinadas al servicio en casas particulares.
A muchos años de concluida la etapa colonial, la práctica de reparto y desmem-
bramiento de familias93 –nunca interrumpida– tuvo desde luego, como dijimos, su
más notable expresión durante y después de las campañas roquistas. Sin perjuicio
de las investigaciones que ya han dado cuenta de ello,94 en este volumen se agregan
datos e interpretaciones acerca del nivel de participación de la sociedad civil que
aportan al respecto una visión en cierto sentido más contundente.95
88 Como a pesar del desorden revolucionario ocurrió durante las Guerras de Independencia: cf.
Rabinovich 2013.
89 No faltan casos en que también ellos fueron ultimados durante el ataque con el argumento de que
se habían resistido.
90 Podría decirse que esa también es la lógica indígena, pero la diferencia reside en el status de las
cautivas tomadas por los nativos: ver entre otros Socolow 1987b, Mayo y Latrubesse 1998, Villar
y Jiménez 2001, Ratto 2010.
91 Villar y Jiménez 2001.
92 Ver al respecto el estudio elaborada por Natalia Salerno e incluido en este volumen, capítulo 9.
93 Respecto de esta cuestión y para ilustrar también la vaguedad conceptual que suele campear en el uso
de los términos, recordemos que Burucúa y Kwiatkowski (2008 y 2014), siguiendo la teoría liberal,
señalaron que la existencia de un genocidio se verifica especialmente cuando es un Estado criminal
el que lo planea y ejecuta. En ese orden de ideas, Burucúa considera que en el caso de la Conquista
del Desierto no hubo genocidio, porque no se planeó un exterminio, pero no obstante, en la misma
entrevista, afirma que la dictadura argentina de 1976 sí fue responsable de cometerlo porque “…
jurídicamente el rasgo particular que la define como genocidio es lo que se hizo con los niños, la sus-
tracción de bebés” (Moledo 2009). No queda clara, por lo tanto, la razón que veda el uso del concepto
con relación a las campañas de Roca (promovidas, financiadas y ejecutadas por el Estado), durante las
cuales -y con posterioridad- se sustrajeron niños de ambos sexos y de todas las edades, separándolos
para siempre de sus familias y comunidades.
94 Cf. Mases 2002; Delrio 2005; Delrio, Lenton y Musante 2010; entre otros.
95 La investigación de Pablo Arias sobre este tema se encuentra en el capítulo 10.
Introducción
37
La iglesia legitimó todas esas acciones atroces desplegadas por las fuerzas ar-
madas y los civiles. Los misioneros salesianos, acompañantes de las expediciones,
participaron luego en el reparto de familias, oscilando entre el apoyo entusiasta, el
silencio, y unas tímidas manifestaciones de disconformidad ante el obrar de los mi-
litares, que no se transformaron en denuncias públicas, sino en críticas restringidas
al interior de la orden.96
Otra de las acciones violentas desplegadas contra las comunidades indígenas,
y quizá la menos visible, fue la violencia sexual ejercida sobre mujeres prisio-
neras.97 Su registro es infrecuente, dado que, al contrario de las muertes hechas
“en combate”, no eran conductas de las que los perpetradores pudieran sentirse
orgullosos como para informarlas, dar testimonio público de ellas o dejarlas re-
gistradas de alguna manera. Su ocurrencia entonces, sin duda silenciada y sub-re-
presentada en las fuentes, sólo puede inferirse de documentación menos directa,
por caso, las acusaciones debidas a la prédica de enemigos políticos o de obser-
vadores externos, sensibilizados por la crudeza de los hechos.
Una serie adicional de prácticas estuvo relacionada con la desnaturalización o
destierro de los indígenas, alejados de sus territorios con la intención de castigarlos
y también de neutralizar posibles represalias. Ese recurso fue utilizado con fre-
cuencia por las autoridades coloniales y republicanas de Chile y el Río de la Plata
para “sacar del medio” a aquellos individuos o grupos de personas que, a su modo
de ver, resultaran molestos o peligrosos. Los indígenas temían el desarraigo –lo
concebían uno de los peores destinos posibles– y lo resistieron de todas las maneras
a su alcance.98
Por último, se registra asimismo un conjunto de conductas relacionadas con las
epidemias introducidas desde el Viejo Mundo que provocaron una fuerte mortali-
dad en los indígenas. La conciencia de su relevancia se ha hecho cada vez mayor
entre los estudiosos. Aunque pueda argüirse con cierta razonabilidad que no se
trató de una acción ejecutada ex professo, los europeos no están del todo eximidos
de responsabilidad. La dicotomía violencia y guerra (como forma voluntaria de ex-
terminar o diezmar) versus enfermedades infecciosas (como consecuencia involun-
taria de la invasión y colonización) ve muy aminorada su potencia argumentativa,
en cuanto se consideren ciertas modalidades intermedias que enlazan los extremos
de esa proposición, minando la idea de que se trataría de opuestos irreconciliables.
En distintas épocas, hubo situaciones de descuido y negligencia evidenciados en
el tratamiento de epidemias propagadas entre los prisioneros nativos –típica pero
96 Ver el aporte de Joaquín García Insausti en el capítulo 11. Ya hemos consignado que mucho tiempo
antes, los misioneros franciscanos que acompañaban la expedición de 1792 comandada por Figue-
roa contra los huilliche rebeldes en el sur chileno brindaron sin reservas su asistencia espiritual a las
tropas, en una actitud que se reitera muy a menudo en contextos análogos: ver capítulo 2. Además,
estos casos traen a la memoria la justificación eclesiástica de los crímenes cometidos durante la
última dictadura militar en nuestro país, un apoyo esencial para los perpetradores.
97 Ver capítulo 4.
98 Al tema se refiere la contribución incorporada como capítulo 14 de este volumen.
38 Devastación
Otra alternativa sería inclinarse por la noción eliminacionismo propuesta por Da-
niel Goldhagen, cuando se refiere a la suma de las formas en que diversos grupos,
sociedades o estados enfrentaron “a las poblaciones con las que tienen conflictos,
o a las que consideran un peligro que debe ser neutralizado, intentando eliminarlas
o anulando su capacidad de infligir el presunto daño”.101 Con esos propósitos, han
empleado cualquiera de las siguientes cinco formas principales de eliminación:
transformación, represión, expulsión, prevención de su reproducción y exterminio.
Al apuntar a un mismo objetivo común, son intercambiables y se integran a un
continuo de violencia creciente.
En la tercera etapa de los estudios –la actual– se hace necesario entonces revi-
sitar el tema del uso de la violencia ampliando el rango de observación de manera
que se incorporen a las investigaciones los eventos ocurridos en tiempos coloniales
y post-coloniales y se agreguen otros problemas a los ya examinados.104 Algunos
de los más trascendentes se vinculan con la necesidad de un conocimiento preci-
so acerca de las políticas coloniales hacia los indios y el grado de violencia que
comportaron; del modo en que se los consideraba –sea poseedores de recursos
valiosos (tierra, animales, mujeres), o mano de obra, o enemigos que debían des-
aparecer; de las características que tuvieron los conflictos armados –es decir, si se
desarrollaron en condiciones de igualdad o desigualdad, en términos de una cultura
militar en común que haya sido una adaptación de los europeos a las tácticas de sus
contrincantes, o de los indígenas a las de aquellos, o bien una acomodación mutua;
y de comprobar si existió una política consecuente de exterminio de largo plazo,
o sólo se trató de estrategias circunstanciales que cambiaban con los funcionarios
de turno.
Otra vinculación a estudiar es la existente entre conductas violentas y liderazgo
político: en relación con este tema, habrá que ver de qué manera jugaron sus cartas
los líderes indígenas y los funcionarios estatales; las variaciones de perspectiva
de las autoridades fronterizas con respecto a la aplicación de la violencia y en
punto a sus posibilidades de ejercerla; la medida en que ese ejercicio pasaba por
los intereses personales o grupales de los actores y asimismo por sus posibilidades
materiales, vinculadas con las directivas y recursos metropolitanos. Respecto de
los líderes indios, debiéramos averiguar si les convenía proceder con violencia, y
en este supuesto hasta qué punto,105 considerando incluso los cambios de actitud
perceptibles dentro de los términos cronológicos de un mismo liderazgo, en distin-
tos momentos de su ejercicio.
Es imprescindible tener presente que estamos frente a manifestaciones de vio-
lencia diferenciables no sólo en función de circunstancias de tiempo y lugar, sino
también de los intereses de los actores indígenas, fronterizos y metropolitanos.
Mientras que en Chile colonial tuvo incidencia la importancia asignada al control
de la necesaria mano de obra nativa, en el Río de la Plata los indios fueron mirados
más bien como los dañinos y peligrosos ocupantes de un espacio que debía “lim-
piarse” y extractores de unos animales que eran –o se consideraban– propios.
Patrick Wolfe sintetizó con magistral habilidad la base económica de la expan-
sión del colonialismo poblador, al relacionarla con la agricultura y la ganadería
comerciales, vinculadas al mercado mundial, que son naturalmente expansivas,
104 Desde luego, el tratamiento de estos temas plantea para los historiadores una cantidad de cuestiones
metodológicas y políticas, algunas de las cuales han sido tratadas agudamente en LaCapra 2005.
105 Está claro que era funcional para algunos: es el caso de los mencionados caciques corsarios,
cuya acumulación de bienes arrebatados a los españoles conllevaba un conveniente aumento de
prestigio y poder (Villar y Jiménez 2003c). Para otros, en cambio, seguramente no: ya en el siglo
XIX, Namuncura le aseguraba a Estanislao Zeballos que a Calfucura y su grupo les convenía la
paz, argumentando que sólo ella garantizaba la estabilidad y autonomía territorial y social y la
continuidad del liderazgo ejercido por su padre (Alioto 2011b).
Introducción
41
106 “En sí misma, sin embargo, la modernidad no puede explicar la insaciable dinámica según la
cual el colonialismo de los pobladores siempre necesita más tierra. La respuesta que viene con
mayor rapidez a la mente es la agricultura, aunque no es necesariamente la única. Un buen rango
de sectores primarios puede motivar el proyecto. Además de la agricultura, entonces, deberíamos
pensar en términos de forestación, pesca, ganadería y minería… Con la excepción de la agricultu-
ra, sin embargo, (y, para algunos pueblos, la ganadería) nada de eso es suficiente en sí mismo. No
se puede comer madera u oro; la pesca para el mercado mundial requiere fábricas de conservas.
Más aún, tarde o temprano los mineros se irán, mientras que los bosques y los peces se agotarán
o requerirán ser cultivados. La agricultura no sólo sustenta a los otros sectores: es inherentemente
sedentaria, y por lo tanto permanente. En contraste con las industrias extractivas, que dependen
de lo que casualmente haya allí, la agricultura es un cálculo racional de medios/fines orientado a
avalar su propia reproducción, generando capital que se proyecta a un futuro en el cual se repite a
sí mismo… Más aún…, la agricultura sustenta una población mayor que los modos de producción
no sedentarios. En términos coloniales, esto habilita a que la población se expanda por la inmi-
gración continua a expensas de las tierras y recursos nativos. Las inequidades, contradicciones y
pogroms de la sociedad metropolitana aseguran un suministro recurrente de inmigrantes frescos
–especialmente… entre los sin tierra. De esta manera, las motivaciones individuales encajan con
el imperativo de expansión del mercado mundial. Mediante su incesante expansión, la agricultura
(incluyendo, en este sentido, a la ganadería comercial) progresivamente se devora al territorio indí-
gena, en una acumulación originaria que transforma flora y fauna nativas en recursos menguantes
y cercena la reproducción de los modos indígenas de producción. En tal caso, los indígenas son
o bien llevados a la dependencia de la economía introducida, o reducidos a las incursiones que
proveen el clásico pretexto para los escuadrones coloniales de la muerte” (Wolfe 2006, 395).
107 Idem, 396.
108 Ver capítulo 5 de este volumen.
109 Jiménez y Alioto 2007 y 2011a.
110 Culminando su razonamiento, Wolfe se pregunta por qué motivo y dado que los indios son ya agri-
42 Devastación
120 Confrontar, por ejemplo, los términos del oficio de Andres Mestre a Josef de Galvez, Córdoba, 6
septiembre 1780. AGI, Buenos Aires, 49.
Introducción
45
Mapa 1
Región pampeana, Patagonia septentrional y Araucanía: territorios bajo
control exclusivo o predominante de distintos grupos indígenas, y algunos de
los principales establecimientos estatales fronterizos (siglos XVIII y XIX)
Primera Parte
Masacres y políticas violentas
contra los indígenas
CAPÍTULO I
Violencias imperiales
Masacres de indios en las pampas del
Río de la Plata (siglos XVI‒XVIII)1
Juan Francisco Jiménez – Sebastián L. Alioto – Daniel Villar
1. Introducción2
E
n Argentina son prácticamente inexistentes los estudios relacionados con
prácticas violentas cometidas por agentes gubernamentales contra las nacio-
nes indias de las pampas3 en el curso de las relaciones que estas mantuvieron
con la administración colonial española a partir del siglo XVI.4 Hasta el momento,
la mayoría de las contribuciones producidas se refieren no a esas, sino a las que tu-
vieron lugar durante y después de las campañas de incorporación de los territorios
nativos a la constitución del estado nacional entre los años 1879 y 1885, es decir,
las más notorias e impactantes por el número de personas involucradas en ellas.5
En vista de ello, daremos un primer paso orientado específicamente a conside-
rar las características de las masacres6 y otras predaciones cometidas por los hispa-
no-criollos a lo largo de los tiempos coloniales. Nos concentraremos en el examen de
las prácticas en sí, con el objetivo central de constatar sus rasgos distintivos y recu-
rrencias y sólo haremos referencia a las circunstancias y contextos en las que ocurrie-
ron en la medida que resulte imprescindible para asegurar la claridad de la exposición.
De acuerdo con los datos relevados hasta el momento, los actos depredatorios
comenzaron a ocurrir, como mínimo, a partir de 1599, esto es, sólo unas décadas
más tarde de que los españoles invadieran la llanura pampeana7 y apenas veinte
años después de su segunda y definitiva instalación,8 y se reiteraron luego perió-
dicamente.
Las acciones violentas en su totalidad afectaron a miembros de sociedades indias
políticamente descentralizadas y soberanas, es decir, no sujetas directamente al do-
minio de la corona, que residían – o circulaban a su voluntad – por territorios amplios
y abiertos, de imposible o muy complejo control para las administraciones, que los
desconocían en su mayor parte, o que tuvieron de ellos noticias imprecisas.9 La in-
sumisión nativa y ese desconocimiento condicionaban el carácter de las relaciones
establecidas que, a partir del siglo XVII en adelante, comenzaron paulatinamente a
pendular entre el uso de la fuerza y las tratativas diplomáticas.10 A lo largo del siglo
XVIII, una creciente incorporación de nuevos protagonistas indígenas provenientes
del centro y sur chileno y de la cordillera de los Andes, que incursionaban o se ins-
5 La producción científica resultante está constituida por un conjunto de trabajos de reciente publi-
cación: Mases 2002; Delrio 2005; Nagy y Papazian 2011; Pérez 2011; entre otros. Una interesante
aunque extensa discusión que aquí no abordaremos por cuestiones de espacio es la referida a la
aplicabilidad del concepto de genocidio al caso del avance del Estado argentino sobre los pueblos
indígenas durante las campañas referidas arriba: ver por ejemplo Lenton (ed.) et al. 2011; Lenton
2014. Debe considerarse asimismo que, en los últimos tiempos, ha aumentado en general el interés
por el tema de las masacres en la historia, como lo revela la difusión y el contenido de tres volúme-
nes colectivos dedicados al tema: Levene y Roberts (eds.) 1999; El Krenz (ed.) 2005; Dwyer y
Ryan (eds.) 2015.
6 En castellano, el término masacre tiene el sentido asignado en su diccionario por la Real Academia
Española, Diccionario de la Lengua Española (Madrid, Real Academia Española de la Lengua,
1992), 1332: “…matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o
causa parecida”. Matanza, a su vez, presenta una primera acepción referida a los seres humanos, y
otra respecto de los animales y cercana al origen francés de la palabra, asociada con el destazado
practicado por los carniceros en el tajo: Levene 1999, 9. También en castellano suele aludirse
metafóricamente a la matanza como una “carnicería humana”.
7 Armada encabezada por Pedro de Mendoza y Luján, adelantado del Río de la Plata, quien fundó la
primera Buenos Aires en su margen derecha, a principios de febrero de 1536.
8 Juan de Garay y su hueste, provenientes de Asunción del Paraguay, echaron las bases de la futura
capital de Argentina en junio de 1580, aproximadamente en el mismo sitio que los acompañantes
del ya fallecido Mendoza se vieron obligados a abandonar en 1541.
9 Ese desconocimiento persistió hasta tiempos posteriores a 1885.
10 Weber 1998 y 2005.
Violencias imperiales
51
11 La bibliografía citada en la nota 3 también puede ser útil para comprender la situación descripta, en
la que aquí no podríamos detenernos por razones de espacio.
12 Por citar los casos más conspicuos, San Martín y Humanés, su hijo San Martín y Gutiérrez de la
Paz, López Osornio y Pinazo, a quienes veremos más adelante encabezando matanzas de indios,
fueron propietarios de ganado y tierras en territorio bonaerense, y explotaron además otros negocios
vinculados al sector rural directa y principalmente afectado por los raids indígenas. Es oportuno
recordar asimismo que los dos últimos iniciaron su carrera en las milicias como cabos de armas de
San Martín y Gutiérrez de la Paz (Cútolo 1978, vol. 4, 256 y vol. 5, 497), y ambos revistaban en sus
tropas cuando se cometieron las masacres de 1739. En una comunicación enviada al virrey Vértiz
y Salcedo, Pinazo reveló su íntimo encono contra los indios, al escribir que el reiterado “robo” de
ganado que estos cometían lo conmocionaba: “…me llega al alma”, le confesaba (Oficio fechado
en Cañada de Escobar, mayo 28 de 1774, Archivo General de la Nación Argentina – en adelante
AGN – IX 1, 5, 2, fojas 382). Acerca de la trayectoria de Pinazo, ver Mayo 2004, 50; y Alemano
2014, 177-208.
13 En oportunidad de prepararse una incursión contra la frontera porteña a raíz de la captura y
desnaturalización del cacique Calelian, la pregunta de un cautivo en diálogo con Bravo, otro
líder nativo, y su respuesta, nos provee de las palabras que ilustran la obligación de auxiliar a los
parientes que fueran víctimas de una ofensa: “Pues, ¿Cómo…cuando Caleleano estaba entre los
Españoles decias que era mal Yndio, y ahora que lo han hechado, decis que te avise mi amo, que à
vos tambien te duele el corazon para ir à ayudarle à matar à Buenos Ayres? A que le respondio, pues
tu amo no te ha dicho que [Calelián] es mi primo hermano, ó no lo sabes; y le dijo el que declara,
sí me lo ha dicho, y yo sé que es tu primo hermano; à que replico el dicho Cacique Bravo, pues
como siendo mi pariente no lo he de ayudar, y mas estando en la obligacion de que cuando yò fui à
52 Devastación
matar à Buenos Ayres en el pago dela Magdalena fue el con sus tres hijos, su gente y me ayudaron”
(Declaración de Juan Bautista Zamudio, Buenos Aires, 18 julio 1746. Biblioteca Nacional de Río
de Janeiro, Manuscritos 507 (36), Documento 1098).
14 Dos estudiosos de las sociedades indias regionales en el siglo XIX – Claudio Gay y Tomás Guevara
Silva –, así como el cacique mapuche Pascual Coña en el relato de su vida, se han referido a estos
procedimientos, estableciendo inclusive las maneras de cuantificarlos: Gay 1998, 65 (Original de
1863); Guevara Silva 1904, 50; Coña 1930, 132. Sobre venganza, incursión y guerra en general,
véase Boehm 1993, y en el caso regional Boccara 1998, 113-114 y León Solís 1995, 185-233;
acerca del sistema judicial indígena, Jiménez y Alioto 2011b.
15 Robins 2010, 310.
16 Levene 1999, 5-6.
Violencias imperiales
53
17 Semelin 2002, s/p. Semelin ha expuesto las características que presentan las masacres en varios
estudios, por ejemplo Semelin 2001, 377‒389; 2007, 167-237.
18 Perpetradores son aquellos que se involucran activamente en las actividades destructivas,
distinguiéndose de quienes las presencian sin involucrarse en forma directa o impedirlas – by-
standers – y de los que auxilian a las víctimas – rescuers –; con respecto a las teorías sobre la
personalidad de los primeros, ver Baum 2008, 117-152. Una masacre no puede ocurrir sin que
los perpetradores, incluso siendo una minoría, la desencadenen imponiendo su voluntad al resto
de sus acompañantes. Al respecto, es muy revelador el estudio de Rob Harper sobre la masacre
de Gnadehütten (Ohio, 1782), durante la cual las milicias revolucionarias tomaron represalias
por matanzas anteriores, contra casi un centenar de indígenas Lenapé que no habían sido los
responsables de ellas: Harper 2015, 81-93.
19 Los documentos de los Archivos Generales de Indias en Sevilla (España), de la Nación Argentina
y de la Biblioteca Nacional en Buenos Aires descriptos a continuación, así como los diarios de los
misioneros jesuitas Tomás Falkner y Pedro Lozano, brindaron la información relativa a las masacres
aludidas en el artículo y sintetizadas en el cuadro. 1599: Carta al rey del gobernador de Buenos Aires,
Diego Rodríguez de Váldez y de la Vanda. 1600, Archivo General de Indias, Audiencia de Charcas (en
adelante abreviado: AGI, ACh), Legajo 27; y Carta de Diego Rodríguez Valdez y de la Vanda al Rey,
Buenos Aires, 17 de Enero de 1600. Documento 3227. Colección Gaspar Viñas, Biblioteca Nacional
de Buenos Aires, en R.A. Molina, Don Diego Rodríguez Valdez y de la Vanda, el tercer gobernador
del Paraguay y Río de la Plata por S. M., después de la repoblación de Buenos Aires (1599-1600)
(Buenos Aires: Ediciones de la Municipalidad, 1949), 183-186; 1680: Carta del gobernador de
Buenos Aires, Joseph de Garro, al rey de España, 4 de marzo de 1681, AGI (Sección Quinta), ACh,
Legajo 28; y Avance a los Yndios en Herrera, José de. Autos remitidos en 1686 diciembre 10 sobre
repartimiento de indios pampas sobrevivientes de la matanza hecha por el capitán Juan de San Martin,
Buenos Aires, 10 diciembre 1686, AGI, ACh, Legajo 282, CME G. 31. 1720: Carta de Juan Cabral
54 Devastación
de Melo al gobernador Bruno de Zavala. Saladillo, 2 noviembre 1720, en ‘Sumaria hecha contra los
Indios Aucaes…sobre las hostilidades, robos, y heridas que han ejecutado con los vecinos de esta
ciudad y muerte en los de las comarcanas. Buenos Aires, 1714-1720’ AGN IX 39. 8. 7. 1739: Thomas
Falkner, Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur (Buenos Aires,
Hachette, 1957) (Original en inglés publicado en 1772), 134; y Pedro Lozano, “Cartas Anuas de la
Provincia de la Compañía de Jesús del Paraguay, 1735-1743”, en Historia de un pueblo desaparecido
a orillas del río Salado bonaerense. Reducción jesuítica de Nuestra Señora de la Concepción de los
Pampas 1740-1753 (ed.) Carlos Antonio Moncaut (Buenos Aires, Ministerio de Economía, 1983),
33. 1775: Oficio de Manuel Pinazo al teniente del rey, Diego de Salas, Turbia, 2 mayo 1775, AGN,
Sala IX 28. 9. 3. 1776a: Copia de Carta escrita por D.n Clemente Lopez desde el Rio Dulce en 16
de septiembre de 1776, AGN IX 28. 9. 4; y Noticia Yndividual delas Yrrupciones que han echo los
Yndios Ynfieles en las Fronteras desde el año de 1767 â esta parte, y lo que en su consequencia se ha
practicado para castigarlas, documento sin fecha ni firma, circa 1778, AGN IX 28.9.5. 1776b: Noticia
Yndividual delas Yrrupciones que han echo los Yndios Ynfieles en las Fronteras desde el año de 1767
â esta parte, y lo que en su consequencia se ha practicado para castigarlas, documento sin fecha ni
firma, circa 1778, AGN IX 28.9.5; Copia de la carta del sargento mayor Manuel Pinazo al teniente
de rey, Diego de Salas, Altos de Troncoso, 1 de octubre de 1776, AGN IX 28.9.4. 1784: Declaración
tomada al sargento Manuel Bores, Carmen de Patagones, 10 de diciembre de 1784, AGN IX 16.4.1.
20 El lugar central ocupado por la lanza en las luchas nativas del área resultó evidente desde un
principio para los españoles de Chile y del Río de la Plata. En su temprano vocabulario del mapu
dungum, Luis de Valdivia definió huayqui como “lança”, y huayquitun como “alançear”: Valdivia
1887 [1606]; y lo mismo hizo Andrés Febrés 1882 [1765], 102. Más tarde, Augusta y Möesbach
limitaron el significado de la palabra huayqui al “aguijón”, es decir, a “la punta de la lanza”:
Augusta 1916, 244; Möesbach 1952, 100-101. Möesbach agregó que la lanza “era la primera de las
armas araucanas.” También las crónicas contienen alusiones al uso preferencial de la lanza y a su
simbolismo como arma por excelencia para enfrentar a los invasores europeos: entre otras, Vivar
1988 [1558], 321; Tribaldos de Toledo 1864 [1634], 22-23; Núñez de Pineda y Bascuñán 1863,
415; y Rosales 1877-1878 [1674], Vol. II, 901. Tribaldos señala que blandir la lanza contra aquellos
constituía “la verdadera ciencia” bélica para los indígenas.
21 Gay 1998, 92.
Violencias imperiales
55
Cuadro 1
Episodios de masacres de indios en el Río de la Plata.
Bajas de los
Año Lugar Bajas de los atacados
atacantes
Una sitio fuerte situado
1599 Un muerto y varios 170 muertos (arcabuceados
en una sierra ochenta
Arias de Rivadeneyra y soldados contusos y despeñados) y otras tantas
leguas “hacia las cordi-
Rodríguez de Ovalle por pedradas personas aprisionadas
lleras de Chile.”*
Un hombre derribado
En un lugar a la vista
a bolazos (contuso)
de la segunda sierra a
1680 y un caballo herido. 40 muertos (la totalidad de
110 leguas a la parte
San Martín y Humanés Volvió a Buenos los atacados)
del Sur de la llanura
Aires toda la gente
bonaerense.**
que salió
1720
Pampa del Saladillo Seis muertos 86 muertos y 50 cautivos
Cabral de Melo
60 muertos incluyendo al
1739 Isla del Carbón en el cacique. Hubo un número
No se mencionan
San Martín y Gutiérrez Río Salado cerca de 40 desconocido de muertos en
bajas
de la Paz leguas de Buenos Aires otros ataques previos duran-
te esta misma entrada.
Toldos del Cacique
1775 Un herido “sin riesgo 40 varones muertos y 4
Chaynaman, área inter‒
Pinazo mayor” chinas***
serrana bonaerense
Toldos del Cacique 30 heridos de bola y
1776a 200 muertos incluyendo 6
Caullamant, área inter‒ uno de lanza, “ningu-
López Osornio caciques
serrana bonaerense no de peligro”
97 muertos, 20 indios
Siete heridos,
1776b Toldos del Cacique Ale- prisioneros, 58 chinas, 38
“pero no de mayor
Pinazo quete, Laguna Blanca. párvulos y otros tantos
cuidado”
parvulitos
4 indios, 11 chinas y 4
criaturas muertas en la
primera toldería; 1 cacique,
Dos tolderías en la Un peón muerto y
1784 7 indios, 3 chinas y 4 cria-
margen norte del Río tres heridos (en total
Bores turas muertas en la segunda.
Negro y en ambos ataques)
Sobrevivió una criatura en
el primer ataque y tres en el
segundo.
* A juzgar por la distancia indicada, el documento alude a las Sierras del Volcán (Sistema de Tandilia
en la terminología contemporánea).
** En este caso, la mayor cantidad de leguas sugiere que se trata de las Sierras de la Ventana.
*** La palabra alude a una mujer indígena, generalmente joven.
Esta ausencia casi total de lanzas confirma la idea de que los indígenas no se
hallaban aprontados armas en mano para librar una acción bélica, sino que fueron
sorprendidos por el ataque, viéndose en la necesidad perentoria de recurrir a cual-
quier elemento defensivo disponible en el momento. En este sentido es ilustrativa
la documentación relativa a los acontecimientos de 1784, al expresar claramente
56 Devastación
que las victimas resistieron utilizando sólo instrumental de caza, cuchillos y palos.
La inocultable discordancia en el cómputo de las “bajas en combate” constituye
en sí misma una demostración del escaso peligro al que se vieron expuestos los
perpetradores. Aún en aquellos casos en que los indígenas presentaron resistencia,
esta se opuso en términos de notable desigualdad, que es la sumatoria de un des-
equilibrio (1) en el número de combatientes, (2) en la situación táctica y (3) en la
tecnología empleada. A continuación, examinaremos estas cuestiones.
22 “Escaupil” es una castellanización de la voz nahua ichcahuipilli, armadura mexica fabricada con
varias capas superpuestas de algodón trenzado y endurecido que resguardaba principalmente
el torso del combatiente. Como se trataba de un artefacto muy resistente y más liviano que su
equivalente metálico, los españoles lo adoptaron para defensa personal, adecuándolo también para
protección de sus caballos de combate.
23 Relata el gobernador: “…fueron alla 35 soldados y por su capitan don antonio arias de Ribadeneira
y ochenta leguas de esta çiudad açia las cordilleras de Chile dieron en unos indios que estaban en un
sitio fuerte… y aviendo el dicho don antonio tomado una entrada del dicho sitio con 6 caballos…
se llego algo a ellos y flecharonle el caballo por vn ojo Porque los caballos ban armados de unos
escaupeles fuertes y neçesitado a apearse arremetió con los indios que cargaban con vna espada y
rodela y… salio un indio de traves y arremetio con tanta furia que le derribo de un barranco que alli
avia tan alto como 3 tapias y cayo en medio de 100 indios que en un momento lo mataron sin poder
ser socorrido...”: Carta del gobernador de Buenos Aires Diego Rodríguez de Váldez y de la Vanda
al rey. 1600. AGI, ACh, Legajo 27.
24 Sucintos datos biográficos de este personaje y de su hijo San Martín y Gutiérrez de la Paz en San
Martín 1926, 167-169.
Violencias imperiales
57
25 Si bien se le enviaron refuerzos para compensarlas, estos recién se incorporaron después de la matanza
(Instrucciones del gobernador Joseph de Garro Senei al capitán Juan Baz, Buenos Aires, 13 diciembre
1680, en Real Academia de la Historia, Colección Mata Linares, Tomo XI, fojas 11 a 13).
26 Carta de Juan Cabral de Melo al gobernador Bruno de Zavala. Saladillo, 2 noviembre 1720, “Sumaria
hecha contra los Indios Aucaes…sobre las hostilidades, robos, y heridas que han ejecutado con los
vecinos de esta ciudad y muerte en los de las comarcanas. Buenos Aires, 1714-1720”. AGN IX 39. 8. 7.
27 Acerca de la creciente presencia de indios transcordilleranos en las pampas a partir del siglo XVIII,
citaremos sólo unos pocos títulos de una producción abundante, reiterando alguno ya mencionado:
Crivelli Montero 1991, 6-32 y 1994, 8-32; León Solís 1991; Mandrini y Ortelli 2002; Jiménez y
Villar 2004; Weber 2005.
58 Devastación
luego que los milicianos se entregasen al saqueo.28 Días más tarde, mandó pasar a
degüello a los integrantes de una partida de indios potreadores (captores de caba-
llos salvajes) al pie de las sierras de Tandil, pese a que se aproximaron desarmados
y a que varios milicianos y capitanes afirmaron conocerlos y daban crédito por
ellos. La tercera matanza, documentada con mayor detalle, es la incorporada a
nuestro cuadro. En esta oportunidad, el embate afectó a una toldería habitada por
sesenta guerreros asesinados en su totalidad.29 En esta ocasión, el comandante en
persona mató de un pistoletazo en la cabeza al líder indígena que le exhibía un sal-
voconducto emitido de puño y letra por el gobernador de Buenos Aires Miguel de
Salcedo y Sierra Alta. En ninguno de los casos reseñados, las personas masacradas
fueron los incursores que San Martín debía castigar, a quienes no logró ubicar.
En 1775, el sargento mayor Manuel de Pinazo encabezó un número de tropas
que, aunque no lo conozcamos con precisión, resultó suficiente para terminar con
la vida de cuarenta y cuatro personas, mientras que los agresores sólo debieron
lamentar las heridas leves de un miliciano.
Al año siguiente, en el mes de agosto, un cautivo fugado de los indios informó
a las autoridades bonaerenses que un grupo de quinientos nativos o más concen-
trados al sur del Río Salado se disponían a incursionar sobre las fronteras.30 Según
esa versión, también planeaban llevarse consigo los vacunos y yeguarizos alzados
que durante la estación invernal solían alejarse de las estancias en busca de mejores
pasturas, poniéndose al alcance de los incursores.
Los sargentos mayores Clemente López Osornio, Pinazo y Bernardino Antonio
de Lalinde, reunidos en consejo de guerra, decidieron entonces alistar unos ocho-
cientos milicianos con el propósito de salir a castigarlos y recuperar el ganado que
pudiesen haber arreado consigo.31
Luego de unos días de deambular por los campos, López Osornio recibió noti-
cias de la proximidad de unas tolderías que presumiblemente podrían ser las que
buscaba. En primer término, arremetió con trescientos hombres contra dos campa-
mentos, cuyos ocupantes fueron tomados por sorpresa y arrasados casi sin resis-
tencia, aunque sí la hubo en cambio en un tercero, alertado por el estruendo previo.
Pero no obstante los indios de armas muertos fueron más de doscientos en total,
entre ellos seis caciques, a cambio de treinta contusos (golpeados por boleadoras)
y un único herido de lanza, ninguno de peligro. Además, López Osornio capturó
28 Esta matanza desencadenó una de las más importantes incursiones indias sobre la frontera
bonaerense durante la primera mitad del siglo XVIII, con pérdida de setenta vidas, decenas de
cautivos y miles de cabezas tomados por los incursores: Campetella 2008, 229. Líder principal del
tautulun fue precisamente Calelian –hijo del cacique ejecutado mientras dormía–, a quien hicimos
referencia en una nota anterior. Más tarde, Calelian fue apresado a su vez, remitido a España con
sus capitanes, y ultimado en alta mar al intentar apoderarse del navío que lo trasladaba (Villar
2004).
29 Falkner 1957 [1772], 133; Campetella 2008, 226.
30 Oficio del comandante de la Guardia del Zanjón Juan de Miers al teniente del rey Diego de Salas.
Zanjón, 7 agosto 1776, AGN IX 28.9.4.
31 Acta del consejo de guerra, Buenos Aires, 12 julio 1776, AGN IX 28.9.4.
Violencias imperiales
59
veinticinco presas,32 algunas de corta edad que entregó a los oficiales que “las han
pedido”.33 La naturaleza de las heridas de los milicianos demuestra que los nativos
no alcanzaron a prepararse para luchar.
Pinazo, por su parte, obligó a un indio capturado por sus guías (baqueanos en la
terminología local) a que condujera las tropas hacia el lugar en el que presumible-
mente se encontraban las tolderías buscadas, que no pudieron localizar. Hallaron
otras a las que atacaron “con furor” de madrugada y por sorpresa, ultimando a
noventa y siete personas (noventa y dos indios, tres renegados,34 y dos mujeres).35
Entre los milicianos sólo hubo siete heridos, ninguno de consideración. Se tomaron
prisioneros veinte indios, cincuenta y ocho mujeres, treinta y ocho párvulos y otros
tantos parvulitos, entre los cuales Pinazo seleccionó “el más bonito” y lo remitió al
teniente del rey para que fuese “su page”.36
Nueve años más tarde, veintisiete soldados y pobladores fronterizos comandados
por el sargento mayor Manuel Bores ultimaron a doce hombres (incluido un cacique),
catorce mujeres y ocho criaturas que poblaban en total dos tolderías sucesivamente
atacadas, a las que destruyó prendiéndolas fuego. Los agresores superaban el doble
de los indígenas adultos asesinados y sólo sobrevivieron cuatro criaturas.
32 La palabra presa como significante de indígena capturado remite con elocuencia a la caza de
animales. Análogamente, el termino pieza evoca la imagen del esclavo, colocando en el prisionero
supuestamente reluctante la responsabilidad de su captura, según lo establecía el antiguo y socorrido
concepto de guerra justa.
33 Copia de la comunicación de López Osornio, Río Dulce, 16 septiembre 1776, AGN IX 28.9.4.
34 Término utilizado para denominar al hispano criollo que abandonaba voluntariamente su estilo
de vida anterior y se unía a los indios para residir entre ellos y ayudarlos en todos sus propósitos,
en especial guiándolos en incursiones sobre establecimientos fronterizos que resultaban lugares
conocidos para él. Ver al respecto Villar y Jiménez 2005.
35 Luego de terminada la matanza, el sargento mayor hizo ejecutar además a un cacique principal.
36 Las alternativas de la expedición de Pinazo están documentadas en su comunicación de los eventos
al teniente del rey (Copia de la comunicación del sargento mayor Manuel Pinazo al teniente del
rey Diego de Salas, Altos de Troncoso, uno octubre 1776. AGN X 28.9.4); y en unos papeles
anónimos que se titulan “Noticia Yndividual delas Yrrupciones que han echo los Yndios Ynfieles
en las Fronteras desde el año de 1767 â esta parte, y lo que en su consequencia se ha practicado para
castigarlas”. Documento sin fecha ni firma, circa 1778. AGN IX 28.9.5.
37 Madley 2004, 167-192 y 2008, 303-332.
60 Devastación
saquear e incendiar ambos toldos, arrojó los cadáveres al río y envió al fuerte al
único niño sobreviviente. Continuó la marcha por unas treinta leguas más y arribó
a otra toldería, utilizando el mismo subterfugio (la captura del miliciano fugitivo)
para entablar diálogo, y distribuyendo además generosas raciones de aguardiente
entre los indios, a quienes sólo embistió cuando su embriaguez dificultaba la resis-
tencia. No obstante, más tarde reiteró su relato de que los atacantes habían sido los
nativos – hombres y mujeres – armados con cuchillos, bolas y palos, viéndose los
hispano-criollos obligados a responder y ultimándolos a todos, con excepción de
tres criaturas, y al costo de tres heridos. Repitió luego la rutina anterior: pegó fuego
a los toldos – que en esta ocasión no albergaban nada de valor –, dejó que el río se
hiciera cargo de los cuerpos, y regresó al fuerte arreando los caballos, yeguas y mu-
las tomadas de los indios, ya enterado por el cacique asesinado de que en adelante
no encontraría otros campamentos que asolar.
Algunas matanzas comenzaron al amanecer, luego de rodear el asentamiento
nativo o de acercarse a él sin ser percibidos al amparo de la oscuridad. Las vícti-
mas, alarmadas por las repentinas descargas y el estrépito consiguiente, sólo atina-
ron a proteger a las mujeres, resistir precariamente, o huir.
El asalto de 1739, descripto por Falkner, responde a esta modalidad. Al alba,
San Martín y Gutiérrez de la Paz ordenó descargar una primera andanada sobre la
gente dormida, con el resultado de que “mataron a muchos con sus mujeres e hi-
jos”. Si bien los sobrevivientes alcanzaron a tomar sus armas para defenderse, una
porción de ellos resultaron ultimados en ese desigual combate y a los restantes se
los degolló después.41
En 1776, los acontecimientos se produjeron de manera similar. Los baquea-
nos habían informado a López Osornio el avizoramiento de una concentración de
haciendas y de fuegos nocturnos que señalaban la existencia de las tolderías que
buscaban. Sin asegurarse previamente de que lo fueran, López Osornio ordenó la
marcha durante una noche sin luna hasta aproximarse a sus blancos, guiándose por
los mugidos del ganado que los indios tenían consigo. A la madrugada lideró un fe-
roz ataque contra una serie de campamentos distribuidos a lo largo de varias leguas.
Como dijimos antes, los ocupantes de los dos primeros, tomados por sorpresa, no
llegaron a ofrecer una resistencia vigorosa, pero en el tercero los indios dieron
pelea y por esa razón las tropas ocupadas en aplastarlos demoraron el avance. El
estrépito de los disparos y la gritería fueron en aumento y pusieron sobre aviso a
los habitantes de las restantes tolderías que lograron escapar.
Otra de las ventajas del ataque repentino fue la calculada distribución de las
tropas para maximizar las ventajas ofrecidas por las armas de fuego,42 superando de
que los tres montaban (Francisco de Amigorena. 1784. Diario y Relacion de todo lo acaecido en la
Expedición q.e contra los yndios Bárbaros del Monte ô Pampas acabo de hacer con las Milicias de esta
ciudad de Mendoza bajo de mi Mando, con exposicion de los motivos q.e la hicieron precisa. Mendoza,
14 mayo 1784. AGN IX 24.1.1., foja 123: Entrada del 24 de Marzo).
43 Antigua arma de artillería, no manuable, pequeña (de tamaño algo mayor que un falconete), que
disparaba balas de diez onzas, es decir, de aproximadamente unos doscientos ochenta gramos.
44 El término es de origen griego (keleusma) incorporado más tarde al genovés (ciüsma). Inicialmente
designaba a los galeotes (ver este uso durante el siglo XVI en Cervantes, Don Quijote, II-
LXIII), pero también se aplicó a gente vulgar, de baja condición social y económica. La palabra
castellanizada pasó a América y aquí se utilizó para aludir a indígenas no combatientes (niños,
mujeres y personas de mayor edad). En el Río de la Plata y Chile conservó este último significado
también a lo largo de la etapa poscolonial.
45 Los indígenas del área resintieron mucho estos crueles procedimientos, que mantuvieron su
vigencia en tiempos postcoloniales y hasta fines del siglo XIX, una vez definitivamente cancelada
la autonomía de las comunidades nativas (ver por ejemplo Mases 2002). El recuerdo de las
fragmentaciones traumáticas era actualizado una y otra vez y siempre invocado como prueba
incontrastable de los tratos inhumanos experimentados.
Violencias imperiales
63
46 Se denominaba maloca o montería a la incursión que tuviera por objeto principal un ataque sigiloso
y veloz contra los indígenas, disponiéndose luego del botín cobrado y de las personas capturadas.
47 Entre ellos, un indio encomendado, hecho prisionero junto con algunos otros indígenas
interceptados cuando la columna comenzaba la marcha hacia territorio nativo, y que cumplió
funciones de baqueano para los españoles. Luego de un apremiante interrogatorio, San Martín
y Humanés decidió conservarlo con vida por ser conocedor de la tierra, ordenando la ejecución
sumaria de los restantes: “Un Yndio llamado Yeque, Con su Muger y tres hijos de edad de Diez y
de Seis y la Terçera de Catorçe años Poco mas o menos= El cual fue al Castillo de esta ciudad Por
Ser de la encomienda de Don Fernando de Astudillo y hauer sido Guia de este Real=” (Memoria de
las Yndias y chusma que se apresaron, 27 noviembre 1680. En Autos, remitidos en 1686 diciembre
10 s/repartimiento de indios pampas sobrevivientes de la matanza hecha por el capitán J. de San
Martin. Buenos Aires, 10 diciembre 1686. AGI, ACh, Legajo 282. CME G. 31, folio 20 vuelta).
Además del baqueano, salvaron su vida más tarde un anciano y dos jóvenes de veintidós y veintitrés
años. Al parecer, el anciano sobrevivió, porque era el único adulto de su familia a cargo de tres
niños muy pequeños: “Vn Yndio Viejo con Tres nietos el Vno de Seis meses el otro de Dos años
y Terçero de quatro años Poco mas o menos.” (Memoria citada, folio 20 vuelta-21). Sin embargo,
cuando se registró por escrito el reparto de los prisioneros entre los españoles participantes de la
maloca, el anciano en cuestión se halla ominosamente ausente de la nómina.
48 Memoria citada en la nota anterior, folios 20 a 22.
64 Devastación
53 La denuncia fue presentada por Alonso Guerrero de Ayala (ver carta del capitán Alonso Guerrero
de Ayala al rey, Buenos Aires, 25 enero 1684. AGI, ACh, Legajo 60, ME G17).
54 “Escriuase a D.n Fran.co Lorenço de S.n Millan, ordenandole que luego q.e reciua la carta llame a
Juan Thomas Miluti y a otras personas de las q.e vinieron de B.s Ayres en los Nauios de su cargo,
y con todo Cuidado y Secreto les pregunte, si es Cierto lo q.e se auisa en estas cartas y la noticia
q.e tuuiere de la forma en que sucedió, y siéndolo pase a tomarles Sus declaraciones Judicialmente
y remita los autos desta diligencia quanto antes fuere posible para q.e con vista de ellos se prouea
lo q.e Convenga…” (Autos, remitidos en 1686 diciembre 10 s/repartimiento de indios pampas
sobrevivientes de la matanza hecha por el capitán J. de San Martin. Buenos Aires, 10 diciembre
1686. AGI, ACh, Legajo 282. CME G.31).
55 Autos, remitidos en 1686 diciembre 10 s/repartimiento de indios pampas sobrevivientes de la
matanza hecha por el capitán J. de San Martin. Buenos Aires, 10 diciembre 1686. AGI, ACh,
Legajo 282. CME G.31.
56 En el acta de obediencia a la real cédula recibida, el gobernador dijo textualmente: “…y en quanto
a lo que dha Real Cedula Refiere de que las Sesenta piessas de Yndios e Yndias Muchachos y
Muchachas que fueron aprehendidos y Repartidos entre los Ofiçiales y Soldados que fueron a
la Reduccion y Pacificacion de dhos Yndios no ha lugar [a cumplir] lo que Su Magestad Manda,
Respecto de ser Publico y Constante y nottorio que a los Sesenta Dias Despues que llegaron y
fueron Repartidos No quedo ninguno de dhos Sujetos En esta Çiudad y Su Jurisdiccion por hauer
hecho fuga Retirandose muy Distantes de esta dha Ciudad a Sus tierras Y naturales Como en otras
Muchas ocasiones.” (Obedecimiento, Buenos Aires, 15 abril 1684, AGI, ACh, Legajo 282, folio
uno vuelta).
66 Devastación
con infantes. Sobre un total de cincuenta y cuatro personas repartidas – algo menor
que las capturadas –, diez y seis eran mujeres con un hijo por cabeza. Había cinco
criaturas de pecho; seis tenían entre dos y tres años; cuatro, entre cuatro y seis; y
el restante, ocho años. La justificación del escape hubiese merecido alguna credi-
bilidad mayor, si se refiriera únicamente a las mujeres solas y a los adolescentes de
mayor edad – 21 personas en total –, pero el gobernador la hizo extensiva a todos
los repartidos. Sin embargo, no hemos encontrado evidencia de que la precaria
explicación de Herrera y Sotomayor fuera puesta en duda por el Consejo de Indias.
57 La denuncia inicial fue promovida durante el reinado de Carlos II, pero la decisión final la tomó su
sucesor Felipe V.
58 Real Cédula al Gov de B.s Ayres participándole haverse extrañado lo que el Cap.n D.n Juan de S.n
Mrn ejecutó en agravio de los Yndios Pampas; y ordenándole q.e el y sus Subsesores en aquel
Gobierno observen las Leyes y ordenes R.s expedidas tocante a dhos Yndios, Madrid, 2 diciembre
1716. AGI, ACh, Legajo 178.
59 Vignati 1973, 74.
Violencias imperiales
67
Manuel Bores junto a Juan de la Piedra, víctimas de un fatídico encuentro con los
nativos junto con otros participantes de la malograda entrada a los territorios del
sur pampeano que de la Piedra encabezó en 1785.60
7. A modo de conclusión
La corona careció de políticas uniformes respecto de los indígenas autónomos de
las pampas. Las tornaron cambiantes el paso del tiempo y sus efectos sobre con-
textos y ámbitos de aplicación y fue así que el ejercicio de la más plena violencia
convivió con la diplomacia y el comercio. La orientación pudo variar bruscamente
incluso en cortos lapsos61 y no resulta tarea sencilla determinar cuándo privaba el
objetivo de eliminar por completo a ciertos grupos nativos, o una elección consis-
tente de vías pacíficas.
Por otra parte, en el caso rioplatense en particular, aun cuando los propósitos e
instrucciones del rey ejercían su lógica influencia sobre las conductas de los agen-
tes y protagonistas locales, grande fue el influjo circunstancialmente generado por
los intereses de estos últimos. Los encargados de la política fronteriza, que los
tenían a menudo en negocios pecuarios, veían en los incursores nativos un molesto
obstáculo. Por lo tanto, cuando la ocasión y el estado de sus fuerzas lo permitía (lo
que no ocurría con frecuencia), solían mostrarse proclives a una dura represión.
Al compás de tales relaciones oscilantes y conflictivas, se produjeron periódicos
episodios de violencia extrema y efectos demoledores. Las matanzas constituyeron
estrategias para rechazar incursiones o quebrar la resistencia de los nativos que
tomasen armas contra la administración imperial. Su propósito consistió en obtener
un rápido y decisivo resultado que además infundiera pánico en el conjunto de los
grupos indígenas, aterrorizados por la posibilidad de que hasta no combatientes
resultaran muertos o quedasen a merced de los perpetradores, o incluso de que el
golpe imprevisto fuera asestado contra personas ajenas a cualquier responsabilidad
que sirviese para justificarlo.
No se trata de grandes matanzas, espectaculares por sus proporciones y caracte-
rísticas, sino de masacres fractales,62 es decir, aquellas que, por ser cometidas contra
comunidades de un tamaño acotado, si se las considera aisladamente hasta podrían
parecer –valga la palabra– “inocuas”. Pero esta apariencia no debe confundirnos: aun
cuando las víctimas de un solo evento fueran “pocas” (tal el caso, por ejemplo, de los
dos ataques comandados por Bores), si ese número equivale al total, sean o no com-
batientes, la profundidad de los efectos desestructurantes resulta absoluta. Al cabo de
una única jornada, tuvieron lugar la muerte instantánea de algunos, la separación de
los sobrevivientes, la fragmentación de las familias, el extrañamiento posterior y los
destinos finales en medios hostiles alejados del lugar habitual de residencia.63
60 Alioto 2014a.
61 Weber 2005, Alioto 2014a.
62 Mann 2013, 167-182.
63 Las prácticas depredatorias enumeradas son las mismas que, en tiempos recientes, se tuvieron en
68 Devastación
Pero no se trata sólo de ultimar personas o disponer de ellas, sino que se trata
sobre todo de que desaparezca íntegramente la comunidad asolada, para aproxi-
marse al fin deseado –aunque en definitiva irrealizable– de disminuir en lo posible
el riesgo de represalias. El particular cuidado en eliminar a los líderes se inscribe en
esa finalidad, así como el quebranto de las bases bio y socio reproductivas que pro-
duce la pérdida irreversible de autonomía política, objetivo nada desdeñable desde
la óptica de la administración. A la vez, la potencia deletérea de cada perpetración
y la reiteración de los embates a lo largo del tiempo, replicando conductas simila-
res en los atacantes, pone en evidencia una recurrencia en los procedimientos que
es básicamente el resultado de la creación de condiciones tácticas y tecnológicas
abrumadoramente favorables para sus propósitos.
Por último, más allá de los cambiantes contextos históricos vigentes en el pe-
riodo implicado en este artículo, la reiteración de prácticas violentas, inclusive en
sus formas y modos de ejecución, muestra además la persistencia de una tradición
militar (no exclusivamente) hispana, cuyas formas tempranamente aprendidas fue-
ron transmitidas de una generación a la siguiente y se prolongaron en la guerra con
los indios luego del cese del régimen colonial.
cuenta para definir un genocidio (Convención de Naciones Unidas, artículo segundo), más allá
de los debates y polémicas que la construcción de ese concepto trajo aparejadas; ver al respecto
Feierstein 2016, 13-35.
CAPÍTULO II
Han quedado tan amedrentados… La rebelión indígena
de 1792-93 en los llanos de Valdivia y el trato a los
no-combatientes durante la represión hispana1
D
urante el transcurso del siglo XVIII, las élites ilustradas intelectuales y
políticas europeas habían hecho algunos esfuerzos para morigerar las con-
secuencias de la guerra, y se estaba gestando una especie de legislación
internacional al respecto en Europa. Sin embargo, esas nuevas reglas sólo eran de
aplicación obligatoria cuando todos los contendientes del caso fueran naciones “ci-
vilizadas”, a quienes se les reconociera soberanía política y un status de igualdad,
hecho casi siempre garantizado por la existencia de un tipo de organización estatal.
En cambio, cuando se trataba de sociedades no estatales que las potencias euro-
peas enfrentaban en su periferia imperial, esas normas no regían, y las más crueles
conductas eran toleradas y consideradas parte necesaria e inevitable de la guerra
contra los “bárbaros”. Así lo explicitaba el notorio teórico del derecho de gentes
iluminista, Emer de Vattel, estableciendo en su tratado que la vigencia del derecho
dependía de la clase de enemigos que se enfrentase, y que “cuando se está en gue-
rra con una nación feroz, que no observa reglas ningunas ni sabe dar cuartel”, el
castigo más riguroso puede caer incluso sobre las personas de los prisioneros, pues
“son del numero de los culpables”; el rigor de las armas debería ayudar a reducir a
esas poblaciones rebeldes a “las leyes de la humanidad”. 2
Esa distinción, según la cual las normas que recomendaban un trato humanita-
rio a no-combatientes y prisioneros de guerra sólo se aplicaban si los contendientes
eran considerados pares, sigue una tradición muy prolongada en la historia occi-
dental, que puede rastrearse históricamente desde los tiempos de la Grecia clásica
en adelante prácticamente sin interrupción.3 A medida que en la Europa moderna
se fueron delineando políticas de atenuación de las consecuencias de la guerra,4
1 Este artículo fue publicado originalmente en Illes i Imperis, no. 19 (2017), pp. 57-76.
2 Vattel 1834, 114.
3 Ober 1994, 12-26; Stacey 1994, 27-39; Jiménez, Villar y Alioto 2012.
4 Parker 1994, 40-58. En realidad, parte de la distinción entre soldados y no combatientes se fue
formando en el transcurso de la Edad Media europea: mientras que para San Agustín en el siglo V
70 Devastación
2. El contexto de la rebelión
A principios de la década de 1790, el gobernador y capitán general del Reino de
Chile, Ambrosio Higgins, se encontraba negociando con las distintas agrupaciones
en el marco de una guerra justa todos podían estar legítimamente sujetos a la muerte, hacia el siglo
XII algunos teóricos de la Iglesia pretendían exonerar a los inermes clérigos, peregrinos, mujeres y
pobres desarmados: Allmand 2010, 328-329.
5 Howard 1994, 5.
6 Jiménez, Villar y Alioto 2013.
7 Parker 1994, 40-58; Goldhagen 2010.
8 La documentación utilizada está depositada principalmente en el Archivo General de Indias
(Sevilla), Archivo del Colegio Propaganda Fide de Chillán (Santiago de Chile) y Archivo General
de Simancas.
Han quedado tan amedrentados 71
9 Sobre los parlamentos ver por ejemplo Zavala Cepeda 2012, 151-162. Sobre las relaciones fron-
terizas e interétnicas en Chile ha habido una creciente producción desde la década de 1980 que es
imposible reseñar aquí; algunos de los trabajos pioneros en Villalobos et al. 1982; y Villalobos y
Pinto Rodríguez (comps.) 1985.
10 Ver Casanueva 1992, 31-65 y 2000, 203-226; Jiménez y Alioto 2014, 179-202.
11 Huilliche es un etnónimo deíctico que significa “gente del sur”; evidentemente, y por ese carácter
relativo a la posición del hablante, su referencia puede cambiar al tiempo que lo hagan el emisor o
el referente. Los indios de Araucanía solían denominar huilliche a los nativos ubicados al sur del
río Toltén, en las cercanías de Valdivia, como también lo hacemos nosotros (sobre algunos aspec-
tos de la historia de estas poblaciones ver Alcamán 1993, 65-90 y 1997, 29-75; Vergara 2005). Los
pehuenche llamaban huilliche a sus pares cordilleranos que se encontraban más al sur, en especial
en la vertiente oriental de la cordillera y en la zona de los lagos del suroeste de la actual provincia
de Neuquén, a quienes los españoles solían llamar “huilliche de ultracordillera” para diferenciarlos
de los otros. De todos modos, podía suceder que los nombres étnicos se cristalizasen, y pasasen
a denominar de la misma manera a poblaciones que se habían movido en el espacio (por ejemplo
hacia las pampas orientales) o a sus sucesores o parientes: Jiménez 2005.
12 Se denominaba así a las operaciones militares realizadas por numerosas columnas del ejército
hispano que ingresaban repentinamente en el territorio de los “indios de guerra” con el objetivo
de destruir la infra-estructura económica mediante la quema de cosechas y viviendas, y de llevar a
cabo la matanza y robo de ganados, la muerte de los varones en edad de combatir y la captura de
mujeres y niños.
13 Urbina Carrasco 2009.
72 Devastación
que havian echo los Padres para mudar la Micion, y que por esto
saldria la peste (abuso que usan) y acabaria con todos.17
La alianza en ciernes fue conjurada por la oportuna llegada de una comisión valdi-
viana. Los indios hicieron retirar a los misioneros, pero no se cobraron vidas entre
estos ni quemaron la misión y tampoco se apropiaron de objetos sagrados; sólo
hubo algunos saqueos menores, tras lo cual negociaron y fueron perdonados.
No obstante, pocos años después los maltratos de los misioneros parecen haber-
se repetido, y según algunas voces pudieron acaso haber sido el detonante inme-
diato de un nuevo levantamiento. Pero el origen de la violencia nativa es confuso,
y hay acusaciones cruzadas. Consultado acerca de las causas de la rebelión, un
misionero dijo que tenía raíces antiguas, y que los indios venían planeándola hacía
tres años, a causa de varios agravios acumulados. Primero, que los españoles ha-
bían incumplido su parte en el trato que dio origen al pedido de misión por parte
de los indios de Río Bueno en 1777, esto es, lograr la protección hispana en caso
de incursiones de sus enemigos, los pehuenche. A menos de un año de su estableci-
miento, y ante un ataque enemigo, los indios solicitaron la ayuda prometida, y sólo
obtuvieron un corto contingente que además tenía orden de no disparar, dejando
que los invasores se llevaran todo el ganado que quisieron; al año siguiente, los
españoles no permitieron que sus indios amigos pasaran en balsa el río para conte-
ner un nuevo avance del enemigo, quedando los agraviados a su merced. Además,
los misioneros denunciaron que a esas ofensas debía añadirse el maltrato de la
guarnición militar a los indios, de modo que “el robar las Haciendas, Violentar a
las Yndias, colgarlas, azotarlas, herirlas, quitar à los Yndios las Mugeres del lado,
y otros delitos de esta naturaleza corrían impunemente”, pues los culpables no eran
castigados por el gobernador.18 El ultraje a los nativos llegó incluso a los caciques,
a algunos de quienes ciertos vecinos españoles agredieron físicamente, además de
no pedir permiso para pasar por sus tierras, algo inadmisible en el ad mapu nativo.19
En esas circunstancias, sobrevino la decisión española de demoler el fuerte y
retirar la guarnición, librando a los franciscanos a su suerte y afán. Aunque ello no
implicó dejarlos del todo desarmados: los misioneros disponían de armas de fuego,
de las cuales los indígenas se apropiaron luego de asaltar las misiones.20
17 Informe del Comisario de Naciones Ignacio Pinuer sobre un parlamento celebrado en la Misión de
Tolten al Governador de Valdivia, Valdivia, 20 de diciembre de 1787. Archivo Nacional de Chile,
Capitanía General, tomo 707, ff. 205R-205V.
18 Fr. Francisco Pérez, “Manifiesto sobre el Alzamiento del Año de 1792”. Santa Bárbara, 4 de di-
ciembre de 1792. Archivo del Colegio Propaganda Fide de Chillán (ACPFCh), vol. 0, f. 52. Un
franciscano decía a manera de ejemplo que “huvo soldado que despues de abusar de una India
gentil, la colgó de un arbol, y azotó”: Fr. Pedro González de Agüeros a Gálvez, Aranjuez, 30 de
marzo de 1793. Archivo General de Indias (AGI), LIMA 1607, s.f.
19 Conjunto de ideas, creencias y prescripciones consuetudinarias que regían la vida de los mapuche.
Sobre el protocolo para viajar por tierra de indios, ver Jiménez y Alioto 2016, 245-270.
20 Los indios no dudaron en usar esas armas contra los españoles: “Tenian algunos fusiles y cartu-
chos, que tomaron de la Mision de Rio-bueno, y de la de Rancu, y un Yndiecillo, que había entre
ellos, q.e fuè Soldado, y desertò por no sè que fechuría, los había instruido en el modo de manejar
74 Devastación
Pero también es verdad que, entre los civiles y militares de Valdivia, corría la
voz de que el seráfico padre Ortiz pudo haber encendido la mecha, al dar de lati-
gazos a un hijo del cacique Queypul, uno de los líderes del alzamiento.21 En este
sentido, las conductas de los misioneros, consistentes en aplicar castigos físicos a
los indios, ya fueran adultos o párvulos cuya educación tuvieran a su cargo, tienden
a repetirse. Esa cruel pedagogía que la sociedad colonial consideraba aceptable,
despertaba la ira de padres y parientes nativos: el ad mapu prohibía castigar físi-
camente a los niños incluso a los propios progenitores, y con mucha más razón a
los extraños.
Otra posible causa fue el temor que generó el rumor de que los españoles que-
rían ejecutar una ofensiva en pinzas y terminar con los indios, y que por eso corrían
tantos correos de un lado a otro entre Concepción, Valdivia y Chiloé: tal, lo que
argumentaron los sublevados de Río Bueno, y también lo que temían los boroanos
que estuvieron a punto de plegarse a la rebelión:
les dixo q.e los de la Imperial tenian Orden del Govern.or de Boroa
de no dejar pasar â ningun Valdiviano para Chile, y q.e si llegase el
Correo se lo llevasen pero para carearlo con un Español q.e tenia allí
Cautivo, y ver q.e objeto tenian tantas Cartas como se cruzan de una
parte à otra; so pena de no hacerlo asi acabarían con todos ellos [...]
Ha cundido entre los Voroanos la especie de que concluida con feli-
cidad la exped.n cont.a los Huylliches, la emprehenden contra todos
los demas de Valdivia, y Chile, por eso quieren impedir la comuni-
cac.n y saberlo cierto por el Correo.22
aquellas armas, y estaban tan òsados, que si los nuestros disparaban un tiro, ellos correspondian
con òtro”: Fr. Angel Pinuer a Josef Ramos Figueroa. Santiago de Chile, 14 de diciembre de 1792.
AGI, LIMA 1607, s.f.
21 Fr. Francisco Pérez, “Manifiesto sobre el Alzamiento...”, cit., f. 58.
22 Oficio del Padre Guardián del Convento de Chillán Fray Benito Delgado al Intendente Gobernador
de Concepción, Chillán, 1 de noviembre de 1792. ACPFCh, vol. 7, f. 242V.
23 El apellido aparece con distintas grafías en los documentos, también Cuzcoo, Cuzio, Cure.
Han quedado tan amedrentados 75
ron el cuerpo al Río”.24 Algo parecido había ocurrido con el portador del correo a
Chiloé, a quien según algunos “le abrieron por el pecho, y vivo le arrancaron las
entrañas, y chuparon la sangre del corazon los principales del hecho, con muchas
supersticiones alusivas al òdio implacable à los Españoles, y venganza, que de
ellos tomaban”;25 mientras que para otros lo habían descuartizado, “amarrandole
cada pie à un Cavallo”.26
Aunque fray Pérez, autor del manifiesto acerca del alzamiento, pensaba que
Queypul y sus aliados no habían querido matar al padre Cuzco, dándole incluso
tiempo a huir, la cuestión es que finalmente lo mataron, y con ese acto cruzaron
un umbral inaceptable: ultimar a un hombre de la Iglesia era considerado un delito
imperdonable de rebelión contra ambas majestades, y legitimaba el relato de unas
gentes bárbaras que sacrificaban sin piedad a los indefensos soldados de Dios. Las
noticias de las crueldades indígenas sirvieron de justificativo a la fulminante ven-
ganza de las armas hispanas.
24 Fr. Ángel Pinuer a Josef Ramos Figueroa, Santiago de Chile, 14 de diciembre de 1792, AGI, LIMA
1607, s.f.
25 Ibidem.
26 Fr. Benito Delgado a Fr. Manuel María Truxillos, Chillán, 30 de noviembre de 1792. AGI, LIMA
1498, s.f.; también Fr. Francisco Pérez al Padre Guardián Fray Benito Delgado, Valdivia, 17 de
octubre de 1792. ACPFCh, vol. 7, f. 213R.
27 Fr. Ángel Pinuer a Josef Ramos Figueroa, Santiago de Chile, 14 de diciembre de 1792, AGI, LIMA
1607, s.f. El énfasis en cursiva es nuestro.
76 Devastación
Los españoles usaron del secuestro de mujeres y niños para servirles de guías e
informantes bajo amenaza y tormentos, aunque los métodos respectivos nunca se
explicitan en los documentos. El comandante Figueroa, en efecto, pudo enterarse
de la ubicación de uno de los refugios de los rebeldes, a raíz de los datos propor-
cionados “por una chola q.e se pudo coger con su hijito”. Las tropas cayeron sobre
el lugar “donde hallò à Calvugùr Cacique de Dallipulli, con su gente durmiendo
con sus mugeres. Los soldados deseosos de acabarlos pegaron fuego al Rancho; y
28 Órdenes del gobernador Lucas de Molina, en Vicuña Mackenna, Benjamín, El coronel Don Tomás de
Figueroa, Santiago de Chile, Rafael Jover, 1884, 50-51. No hemos encontrado las órdenes del gober-
nador, pero sabemos que estipulaban que debía acabarse con todos los indios mayores de siete u ocho
años: Fray Pérez sostuvo que la tropa “abrasarà […] quantos hay de la otra vanda de Riobueno, […]
y no sè que será de los q.e pretextan amistad, pues el orden del Govierno es que acaben con todos los
Complices, de siete años para arriba” (Informe de Fray Francisco Pérez al Padre Guardián Fray Be-
nito Delgado, Valdivia, 17-X-1792. Archivo Franciscano de Chillán, Volumen 7, fojas 215-215vta);
y Figueroa dice algo similar dos veces en su diario: primero mandó “a toda mi tropa que a sangre i
fuego persiguiesen a los enemigos, reservando la vida de los que se titulasen cristianos o fuesen pár-
vulos de ocho años para abajo como tambien a las mujeres i cholitos [...] segun se me mandaba por el
señor gobernador de ella en sus instrucciones” (Figueroa 1884 [1792-1793] [Apéndice: Documentos
inéditos, Documento nº 2], 43), y luego “talar a sangre i fuego aquel continente sin perdonar indios
de ocho años para arriba, escepto las mujeres i párvulos” (Ibidem, 72).
29 Ventura Carvallo a Ángel Pinuer, Niebla, 5 Diciembre 1792, AGI LIMA 1607, s.f. El énfasis en
cursiva es nuestro.
30 Fr. Benito Delgado a Fr. Manuel María Truxillos, Chillán, 30 Noviembre 1792. AGI LIMA 1498,
s.f. El énfasis en cursiva es nuestro.
Han quedado tan amedrentados 77
d.n Thomàs de un pistoletazo quitò la tapa de los sesos à un niño que tenia en sus
brazos Calvugùr, el que quedò herido tambien en uno de ellos”.31 Más adelante, los
miembros de una partida mixta de fusileros españoles y lanceros indios (amigos)
alcanzaron a un grupo de pehuenches y huilliches y, además de matar a varios gue-
rreros, “degollaron quatro Yndias, y dos chiquitos”.32
Pero nada de esto fue consignado apropiadamente ni en los partes oficiales, ni
en el diario que Figueroa escribió acerca de su campaña. El comandante sólo citó
los casos en que se capturaron varios indios sospechosos e indias que quedaron
rezagadas en la huida quienes “declararon” revelando la identidad de los caciques
“alzados”, sin aludir jamás a la aplicación de violencia en la toma de esas declara-
ciones.33 Tampoco mencionó las matanzas de indias y cholitos por parte de los es-
pañoles sino que dejó constancia únicamente de que todas fueron capturadas como
prisioneras y sólo se mataron varones adultos. Sólo en una ocasión narra la muerte
de mujeres indígenas, pero las endilga al “furor” de los indios amigos, quienes “no
quisieron perdonar [sus vidas], sin embargo de la órden que se les habia dado de
que no lo verificasen, siendo entre las muertas la mujer del rebelde cacique Queipul
i la de su capitanejo”.34 En el caso de Calvugùr, el capitán relata que “al tiempo de
ir a salir por una de las puertas [el cacique]…le disparé un tiro de pistola logrando
con él herirle”, pero no hace referencia alguna al hijo masacrado que transportaba
alzado, aunque a continuación falta media hoja del documento original por motivos
que desconocemos.35
Fueron los franciscanos quienes consignaron sin escrúpulos los atropellos, aun-
que no para condenarlos. Sólo los mencionaron como parte de los hechos narrados
y más bien argumentando que era un modo inevitable de aleccionar a los rebeldes,
infieles y bárbaros y tomar revancha por el ataque a la misión.36 Ya a esta altura, los
misioneros de la orden eran muy pesimistas sobre las posibilidades de conversión
y redención de los indígenas,37 de manera que es lógico que el uso de la fuerza
armada se les antojara la única manera alternativa de sosegarlos y dominarlos. En
última instancia, así lo exigía su proyecto de forzosa reducción a la vida civilizada
y cristiana, que no debía abandonarse aun cuando implicase sacrificar las vidas de
todos los nativos que presentasen resistencia.
31 Franciscano anónimo al Padre Guardián, Río Bueno, 2 Enero 1793. ACPFCh, vol. 8, ff. 2V-3R.
32 Ibidem, f. 4R.
33 Figueroa 1884 [1792-1793], 20, 22, 44, 45.
34 Figueroa 1884 [1792-1793], 44. Figueroa cuenta también como cosa notable que al pasar su
columna una india que estaba escondida mató a su bebé de pecho “temerosa de ser sentida con el
llanto de su hijo i [que] la matasen”: Ibidem, 45.
35 Figueroa 1884 [1792-1793], 62.
36 En medio de la campaña, el capellán fray Manuel Ortiz exhortó a la tropa a “sacrificarse i morir por
la gloria de la relijion, honor de las armas, i en venganza de las muertes atroces ejecutadas por los
indios rebeldes en los españoles, principalmente la del padre misionero de Rio-Bueno”: Figueroa
1884 [1792-1793], 37.
37 Pinto Rodríguez 1990, 17-119.
78 Devastación
5. El escarmiento
La justicia real se ejerció directamente sobre los cuerpos de los rebeldes ya durante
el transcurso de la campaña, e incluso en ocasión de que los nativos intentaran
tratar la paz. Cuando dos caciques con algunos de sus mocetones se presentaron
con ese propósito, Figueroa ordenó su apresamiento inmediato. En el caso de uno
de ellos llamado Manquepangui, se lo detuvo junto con su comitiva y acto seguido
el “consejo de guerra” que el comandante mantuvo con sus oficiales y los misio-
neros38 que lo acompañaban determinó que debían ser pasados por las armas “…
como se verifico avaleando39 â 18 y despachando â Valdivia 4 Cabezas (sic) que
fueron las de Manquepagi, y sus dos hijos, las que se han escarpeado40 en el torreón
del barro, para que sirvan de escarmiento”.41
Cayumil, el segundo cacique, recibió el mismo tratamiento: su cabeza cortada
fue enviada a Valdivia para su exhibición pública. En el caso de Manquepangui,
además de los dos hijos que sufrieron idéntica suerte, resultaron ejecutados los
restantes varones de su grupo – con la excepción de los menores de 8 años –, las
restantes personas de la chusma (mujeres y niños) repartidas como “esclavas”, sus
casas y cosechas incendiadas y confiscados los ganados.
La decapitación y posterior exhibición de las cabezas en escenarios públicos
debe entenderse en términos de una politización de los cadáveres:
38 Como ocurrió en tiempos mucho más recientes durante la última dictadura en Argentina, el militar
autor de las ejecuciones sumarias necesitó preguntar a los eclesiásticos que lo acompañaban si lo
que hacía era correcto en el marco de la moral cristiana: la respuesta aprobatoria de los hombres de
la Iglesia sirvió para tranquilizar las conciencias. Figueroa inquirió al padre Francisco Hernández
antes de dictar la muerte del cacique Manquepan, y después de haberlo hecho: a la segunda requi-
sitoria de “si comprendia que mi resolucion en cuanto haber mandado quitar la vida a Manquepan
i sus secuaces deberia ocasionar a mi conciencia algun escrúpulo i a mi reputacion algun lunar”, el
franciscano contestó que “debia vivir i estar seguro que en todo habia obrado conforme a justicia
i conciencia, añadiéndome que a los delitos cometidos por Manquepan podria él añadir otros mil
enormes... i que por cualquiera de ellos se hubiera hecho merecedor del castigo que esperimentó”:
Figueroa 1884 [1792-1793], 27.
39 Por “baleando”.
40 Por “escarpado”.
41 Carta de Fr. Francisco Pérez al jefe de las misiones, Valdivia, 27 de octubre de 1792; transcripta en
Oficio del Padre Guardían del Convento de Chillán Fray Benito Delgado al Intendente Gobernador
de Concepción, Chillán, 1 de noviembre de 1792. ACPFCh, vol. 7, f. 243R.
Han quedado tan amedrentados 79
42 Pérez 2012, 13-28, nuestra traducción. Sobre las respectivas prácticas llevadas adelante con las
cabezas de los vencidos por reche-mapuche y españoles, ver Villar y Jiménez 2014, 351-376.
43 Harrison 2012. Sobre la manera en que la justicia real era ejercida sobre los cuerpos rebeldes en
Europa ver Foucault 1989.
44 Sobre los rituales funerarios ver Foerster 1993, 89-90; Faron 1997, 78-87; Dillehay 2007, 180-181.
45 El lector recordará a propósito los clásicos textos griegos que se refieren al mismo tema de la angustia
por la imposibilidad de efectuar las debidas exequias de los muertos caídos en manos enemigas, y la
responsabilidad en ello de parientes y amigos: cf. diversos pasajes de la Ilíada y de la Antígona de
Sófocles.
46 Bolster 1998, 96, traducción propia. Respecto de la manera en que se ejercía la violencia sobre los
subordinados, ya fueran campesinos, ladrones, marineros, o esclavos, ver además Beattie 2001, 304-306;
Kollmann 2012, 230-240; Linebaugh y Rediker 2005, 65-77; Taylor 2006, 112-118; Wegert 1991, 21-41.
80 Devastación
de luego, esto no implique afirmar que los niños provinieran de una sociedad de
“nobles salvajes”. Es evidente que no faltaba allí la violencia interpersonal y de
género, pero por lo general los adultos no empleaban los castigos físicos como
mecanismo de control durante la educación de los niños. De hecho, los misioneros
hispano-criollos se asombraban del comportamiento indulgente de los progenitores
indios respecto de sus hijos, quienes crecían sin conocer el castigo físico y en un
ambiente de paciente tolerancia.47
No hemos encontrado aún testimonios acerca de cómo se sentían estos cautivos
en su nueva situación, pero sí existe reiterada evidencia de que la mayoría de ellos
al llegar a la adolescencia tendía a fugarse regresando a sus tierras, lo que resultó
motivo de preocupación para las autoridades religiosas, que veían malogrados sus
esfuerzos evangelizadores. La Iglesia, al incorporarlos a la cristiandad, pretendía
con el bautismo borrar la identidad previa del niño, quien con la imposición de
un nuevo apelativo perdía algo más que su nombre nativo, puesto que con este
estaban asociados los lazos parentales que se intentaba eliminar.48 Sin embargo,
esa política no resultó del todo exitosa: ya los jesuitas habían comprobado que el
bautismo no cambiaba las inclinaciones culturales de los indios, quienes, en cuanto
se los permitía la madurez de la edad, volvían a sus comunidades de origen y a sus
anteriores costumbres.
Sin embargo, Figueroa nunca llegó a ese destino, sino que inexplicablemente
apareció en Montevideo:50 sorprendido, Juan José de Vértiz, gobernador de Buenos
Aires, solicitó instrucciones sobre qué hacer con el prisionero, y recibió órdenes de
enviarlo a la isla de Juan Fernández o a Valdivia, donde fue finalmente conducido.
Una vez allí se alistó como soldado distinguido en el Batallón fijo y por varios años
cumplió funciones de instructor de armas. Durante la guerra anglo-española de
1779 a 1783 ocupó la plaza de ayudante en el Castillo de Niebla, fuerte ubicado en
la bahía del Corral, próximo a la desembocadura del río Valdivia y parte integrante
del sistema defensivo del presidio.
Después de haber estado años en condición de desterrado como castigo por
su delito, y con motivo de la exaltación de Carlos IV al trono, Figueroa solicitó al
rey que se lo nombrara capitán agregado con sueldo de tal en la propia Valdivia,
donde pensaba “finalizar su vida” junto a su familia.51 Su buen comportamiento –
atestiguado por el gobernador de Valdivia, los oficiales que fueron sus superiores
y el capellán de la plaza– sumado a ciertas influencias familiares lograron rehabi-
litarlo y garantizarle el grado de capitán en el batallón fijo de Valdivia.52 No hay
que olvidar que Figueroa provenía de una familia de militares que acreditaba un
historial de importantes servicios a favor de la dinastía.53 Como consecuencia de
estas gestiones, Figueroa pasó a desempeñarse en calidad de capitán agregado en
el regimiento de Valdivia, con recomendación de que el empleo se tornase efectivo
con la primera vacante. Fue en esa condición que le tocó hacerse cargo de encabe-
zar la partida que debía reprimir la rebelión huilliche, en lo que constituyó hasta
ese momento, y aparentemente también después, su única actuación importante en
un campo de batalla.
Si se mira bien esa expedición, militarmente hablando, constituyó un éxito. La
insurrección indígena fue sofocada, y los rebeldes castigados con dureza. Pero en
su transcurso y seguramente a partir de los feroces interrogatorios a los que sometía
a sus prisioneros nativos, Figueroa alcanzó un segundo y significativo logro con-
sistente en localizar las ruinas de Osorno, uno de los siete emplazamientos arra-
sados por los indios durante el gran levantamiento de 1598, cuando los españoles
50 Es curiosa e ininteligible la explicación del gobernador: “Este Sugeto es el del robo à la Mariscala, y
à quien le perdonò el Rey de la pena Capital, y se la commutò en Destierro à Puerto Rico: embarcose
con este destino, pero como el Regimiento de Galicia salió de Cadiz en la inteligencia de que iva à
Nueva España hà sucedido el ir este Yndividuo à Buenos Ayres.” El gobernador de Buenos Aires al
Rey, Buenos Aires, 31 de julio de 1775. AGS, SGU, legajo 6890, expediente nº 24, f. 143.
51 Tomás de Figueroa al Rey, Madrid, 23 de junio de 1789. AGS, SGU, leg. 6890, exp. nº 24.
52 “Expediente confinando á D.n Tomas de Figueroa al Presidio de Valdivia q.e estando destinado á
Puerto-Rico fue transportado á Buenos Ayres: Indulto de su delito con motivo de la exaltación del
Rey al trono permitiéndole su regreso á España ò que pudiese establecerse en la Havana: su presen-
tación en esta Corte, y gracia de Capitan agregado al Batallon dela misma Plaza de Valdivia para q.e
viva en ella con su Muger y Fam.a”. Madrid, julio de 1789. AGS, SGU, leg. 6890, exp. nº 24.
53 Durante la guerra de sucesión española que colocó a un Borbón en el trono de España, su abuelo
y dos tíos murieron en el campo de batalla, y otros parientes suyos también se destacaron en la
Armada y en los Reales Ejércitos: Presentación de Tomás de Figueroa al Rey, Madrid, 23 de junio
de 1789, en “Expediente confinando…”, AGS, SGU, leg. 6890, exp. nº 24.
82 Devastación
perdieron todas sus posesiones y los territorios ocupados al sur del río Bio-Bio. La
antigua ciudad se había convertido en legendaria, y por mucho tiempo su búsqueda
se había transformado en una obsesión para los colonos, aunándose en parte con el
mito de los Césares.
Precisamente a partir de ese hallazgo, el gobernador y capitán general Ambrosio
Higgins ordenó la repoblación de Osorno, que le reportó dos trascendentes benefi-
cios. Por un lado, significó para la “frontera de arriba” un enorme avance territorial,
que tenía importancia a la vez económica y político-estratégica: lo primero, porque
dio acceso productivo a los hispanos a los llanos de Río Bueno, una zona ideal para
la cría de ganados y en parte también fértil para la agricultura; lo segundo, porque
generó un nexo entre Valdivia y Chiloé, integrando más firmemente los territorios
sureños que la corona reivindicaba para sí y facilitando las comunicaciones e in-
tercambios. Por otro lado, implicó un fuerte espaldarazo en la carrera política de
Higgins, quien se atribuyó todo el mérito de la ubicación del sitio y su repoblación:
investido por ello con el título de marqués de Osorno, ese antecedente le reportó –y
no poco– su casi inmediato ascenso al cargo de virrey del Perú.
Por todo ello, no puede extrañar el curso que siguió la carrera posterior de Fi-
gueroa. En primer lugar, estaba claro para Higgins que no podía dejarlo a cargo de
la guarnición de Valdivia, porque sabía que los indios le habían tomado un intenso
odio a causa de los excesos que promovió y ejecutó en el curso de la campaña. A
la vez, tampoco podía (o quería) castigarlo de manera ejemplar por su conducta,
toda vez que él mismo se había beneficiado enormemente de sus resultados. Optó
entonces por retirarlo de la escena valdiviana.
Cuando poco tiempo después de finalizada la campaña, se produjo finalmente
una vacante en el Regimiento Fijo de Valdivia, Figueroa no resultó efectivizado en
su cargo tal como se había previsto, sino propuesto para un traslado a Concepción
que Higgins recomendó al ministro de guerra con este argumento:
A mas de que allí sirve hoy de tropieso por la ojeriza que le tienen los
Indios de la Jurisdiccion à vista del exterminio que inhumanamente
causó en sus Tierras y Familias con Tropa de que se le destinó Co-
mandante para castigar y atajar la rebolucion de las Parcialidades de
Rio Bueno, y otras, que asaltaron sus Misiones, y Haciendas de los
Españoles el año proximo pasado, en cuyas circunstancias considero
serà de menos perjuicio, trasladarlo al Batallon de Infanteria dela
Ciudad dela Concepcion.54
54 Oficio de Ambrosio Higgins al Conde de Campo de Alange, Santiago de Chile, 18 de agosto de 1793.
En: “Expediente relativo al nombramiento de Tomas de Figueroa como Capitan de la Tercera Compa-
ñía del Batallón Fijo de Concepción”, Madrid, Abril de 1795. AGS, SGU, leg. 6892, exp. Nº 24.
Han quedado tan amedrentados 83
7. Conclusión
Estamos hablando de épocas en las que en general no había nacido todavía la sensi-
bilidad actual respecto del uso de la violencia indiscriminada y sus consecuencias;
ni había una opinión pública que pudiera enterarse, opinar negativamente o ejercer
presión para evitar esas conductas. Principalmente en los confines imperiales y
maxime tratándose de conflictos con los bárbaros, la inexistencia de una opinión
pública nacional o internacional que condenara las crueldades y de testigos extran-
jeros que las difundieran, como recién comenzaría a ocurrir durante el siglo XIX,57
hacía que no hubiera limitaciones en la aplicación de la fuerza, fuera de lo que los
superiores considerasen pertinente o conveniente de acuerdo al cálculo político
de sus consecuencias posteriores. Por otra parte, la violencia era moneda común
en el seno de los dominios españoles y europeos, que se ejercía tanto en el ámbito
doméstico como con más razón en el público; y mucho más aún si se trataba de
personas que se atrevieran a desafiar con las armas en las manos el orden consti-
tuido o la voluntad real o la sagrada institución eclesiástica, o todo ello al unísono.
A la vez, debe decirse que el uso de la violencia desbocada, aunque sea en el
marco de la guerra y por más que no haya una opinión pública que pueda condenar-
la, exige alguna especie de legitimación y justificación que tranquilice las mentes,
dé sentido a los actos y alivie las conciencias de los perpetradores. En el caso que
examinamos, además de la “razón de estado” que suponía inexcusable el castigo
a los insumisos al rey, los franciscanos se ocuparon en brindar total respaldo a los
crueles actos de disciplinamiento y castigo. Desencantados y desesperanzados de
1. Introducción
L
os códigos comunes que permiten la comunicación entre quienes comparten
un mismo oficio o actividad siempre incluyen sobreentendidos que, salvo
situaciones excepcionales, nadie considera necesario explicitar. No sólo
porque como es obvio la inmediata comprensión de las personas que están en ante-
cedentes tornaría superflua cualquier explicación, sino porque además un silencio
bien administrado tiene su indudable valor.3
Así suele ocurrir con la escritura generada en el seno de la tradición burocrática
estatal y particularmente con textos militares. Emisores y destinatarios los redacta-
ban sabiendo que una mínima alusión bastaría para que su contraparte comprendie-
se determinadas cuestiones puestas a su consideración.
Sin embargo, la propia eficacia inmediata de ese tácito y habitual entendimiento
crea las condiciones propicias para una eventual ininteligibilidad futura, problema
con el que a menudo se enfrentan los historiadores. No obstante, en algunas ocasio-
nes afortunadas para ese lector venidero, un outsider contemporáneo de los hechos
develaba con su intervención los contenidos silenciados, al aportar una perspectiva
diferente sobre prácticas naturalizadas por los militares y pasadas casi sin palabras
en los documentos oficiales.
Las prácticas a que aludimos han sido definidas por distintos especialistas
como atrocidades, en términos coincidentes: son actos extremos cometidos contra
el cuerpo de la víctima –viva o muerta–, con el propósito adicional de amedrentar a
otras víctimas potenciales y a quienes presencien la escena. En este orden de ideas,
tortura, violación, y laceración (o amputación) de partes del cuerpo se consideran
1 Este texto fue publicado originalmente en Corpus. Archivos Virtuales de la Alteridad Americana,
vol. 2, no. 2 (julio-diciembre 2012).
2 Silent enim leges inter arma.
3 Trouillot 1996.
86 Devastación
4 Humphrey 2002; Dwyer 2009, 384, nota 13; Dwyer y Ryan 2015, xviii.
5 Humphrey 2002, viii.
6 En esta nota y las inmediatamente sucesivas, remitiremos la atención del lector a la información
contenida en las fuentes ubicadas más adelante. En todos los casos, la paginación o la foliatura son
las que corresponden originariamente a esos textos. Con respecto a la vida de los no beligerantes,
ver Leighton 1826, 480; y a su honra y afectos, Tupper 1972, 43, 44 (nota al pie).
7 Leighton 1826, 501; Feliú Cruz 1964, 217, 218; Tupper 1972, 42 (nota al pie).
8 Tupper 1972, 40 (en la nota al pie).
9 Leighton 1826, 487.
10 Leighton 1826, 487-488, 489, 490, 492, 493; Feliú Cruz 1964, 214; Tupper 1972, 42, 43 (nota al
pie).
11 Leighton 1826, 501; Feliú Cruz 1964, 212, 214, 217, 218; Tupper 1972, 43 (nota al pie); Verdugo,
fojas 36 vuelta, fojas 37 recta.
12 Leighton 1826, 475, 501.
13 Leighton 1826, 491.
14 Ferguson y Whitehead 1992; Keeley 1996.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 87
conformaban un modo de actuar sistemático; y por último, si las pautas que regían
el enfrentamiento de potencias europeas con enemigos coloniales en el mundo pe-
riférico eran o no diferentes de las vigentes cuando luchaban contra otros estados
occidentales.15
Para examinar las cuestiones propuestas –dejando de lado los partes militares y
otras comunicaciones oficiales–, contamos entonces con el testimonio de quienes,
en un caso por ser un testigo presencial reactivo, o por su participación en las accio-
nes violentas en los restantes, se refirieron –de uno u otro modo– a su perpetración,
resignando los últimos a la reserva que, en otro contexto, hubiera dificultado o
impedido conocerlas.
15 Howard 1994.
16 Pinto Rodríguez 1996a, 35.
88 Devastación
Memorias del capitan don José Verdugo, soldado que tomó parte en
muchos encuentros de aquella guerra [la Guerra a Muerte], i cuyo
trabajo, hecho en Lima en 1852, época en que falleció su autor, con-
servamos inédito en nuestro poder. Por su naturaleza, i la época tar-
día en que se escribió (únicamente por reminiscencias), este docu-
mento es solo de algun valor en cuanto se refiere a lances personales,
i solo en tales casos lo citamos.21
De acuerdo con esta noticia, unos treinta años después de haber luchado como te-
niente en la campaña de Pitrufquén, Verdugo falleció en Perú, retirado con el grado
de capitán, situación que sugiere una carrera militar modesta y posiblemente breve.
Del cirujano, menos todavía. El propio Beauchef Isnel –como veremos más
adelante– comenta que, luego de aquella traumatizante incursión de 1822, Leigh-
ton permaneció radicado en Chile, donde formó familia y continuó el ejercicio de
su profesión, adquiriendo la experiencia que a los ojos del coronel le faltaba cuan-
do hizo una “cándida” denuncia de las atrocidades que vio perpetrar en Pitrufquén.
Así habrá sido, en efecto: en su historia de la práctica médica chilena, Ricardo
Cruz-Coke Madrid, refiriéndose al aporte de extranjeros en el surgimiento de la
medicina nacional a principios del siglo XIX, reseña la composición del cuerpo
de facultativos en Valparaíso hacia 1827, entre cuyos miembros figura Thomas
Leighton.22
is the most just war because it is against barbarians. Who would believe in this age, in a Christian
civilized country, that such atrocities were committed?” (Darwin 1833, 120). Sin embargo, más
adelante reaccionaría de manera distinta. En febrero de 1836, su visita a Tasmania coincidió con
incursiones de análogas características, durante las cuales se perpetraron toda clase de atrocida-
des para exterminar a los aborígenes de la isla, tales como perseguirlos y acosarlos con perros
rastreadores o suministrarles alimentos envenenados. No obstante, el tono de indignación moral
que le había provocado el accionar de aquel ejército de bandidos, mestizos y mulatos en el sur de
Buenos Aires fue ostensiblemente sustituido por otro más neutro, con el que se refiere al inevitable
límite que, dejando de lado las previas conductas violentas de algunos de sus propios compatriotas
instalados en el lugar, debió ponerse a una sucesión de robos, incendios y muertes “committed by
the blacks”: en este caso, la magnitud de los daños producidos sólo dejó expedito para la mayoría
de los colonos el camino de la reacción, por cruenta que esta sea (Darwin 1833, 534). Respecto al
pensamiento de Darwin acerca del paradigmático enfrentamiento entre salvajes y civilizados y a
la inevitable desaparición de las razas oscuras, ver Brantlinger 2003, Barta 2005 y Lemkin 2005.
25 Vicuña Mackenna 1868, X.
26 Jones 1986; Pratt 1997, 254-271.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 91
argumento de largo linaje y frágil consistencia: el trato que recibían los prisioneros
indios era la exacta contrapartida del que ellos daban a los soldados que caían en
sus manos, descripto este último con un detalle que viniera a compensar de algún
modo las crudas referencias que el destinatario de la carta había leído previamente
en el diario de Leighton.
bárbaros era una adaptación a un tipo especial de conflicto que no admitía la apli-
cación de las reglas de la guerra “civilizada”, porque a la barbarie sólo se la derrota
sin dar cuartel.
Al respecto y en un trabajo dedicado al análisis de la conducta de los soldados
británicos durante las guerras coloniales del siglo XIX, Simon Harrison explica
que, por un lado, la cultura militar diferenciaba claramente la guerra con naciones
“civilizadas” de la guerra con naciones “salvajes”. Entre las primeras, existían re-
glas que debían respetarse, mientras que con relación a las segundas sólo era posi-
ble combatir con éxito desplegando una brutalidad extrema. Pero por otro lado, los
civiles –el hermano de Tupper Brock lo era– asumían que los soldados civilizados
debían comportarse civilizadamente siempre.30
Conscientes de esa expectativa pública, Beauchef Isnel y Tupper Brock dis-
currieron entonces por la única vía que tenían disponible. Desde su perspectiva,
coincidieron en argumentar que las palabras de Leighton superaban la intención
“filantrópica” de denunciar atroces perpetraciones cometidas con el consentimien-
to explícito de quienes –por desempeñar el comando– eran tan responsables como
sus ejecutores materiales o quizás más que ellos. En realidad, bien leídas y más allá
del “cándido” propósito humanitario del “inexperto” redactor, su eficacia consistía
precisamente en exhibir al desnudo –aunque fuera de manera no deliberada– los
crudos pero inevitables efectos originados en la suspensión de una norma que no
se aplicaba a la guerra con los “salvajes”. Tal interpretación –mutatis mutandi–,
venía en último término a colocar en cabeza de estos la verdadera responsabilidad
de desencadenar las prácticas afligentes: eran ellos con su previo y simétrico furor
los que sólo dejaban margen para que se los combatiera de esa forma. Lo contrario,
esto es, guerrear en su contra respetando de las normas de la guerra “civilizada”,
hubiera sido una decisión suicida destinada al fracaso.31
Cuando se está en guerra con una nación feroz, que no observa re-
glas ningunas ni sabe dar cuartel, se la puede castigar en la persona
de los prisioneros que se hacen (pues son del numero de los culpa-
bles), y tratar por este rigor de reducirla á las leyes de la humani-
dad; pero siempre que la severidad no es absolutamente necesaria, se
debe usar de la clemencia.32
o respetarían aquellos pueblos esos derechos de humanidad i filantropía? ¿No es evidente que lo
aniquilarían para preservar sus fronteras de sus frecuentes i horrorosas incursiones? ¿I por qué
entonces se acrimina tanto a nuestros soldados, porque estraen familias como presas de la guerra,
porque incendian algunos campos cuando lo exije la necesidad de la campaña; porque aprehenden
los ganados que el enemigo abandona en una retirada o derrota i no compadecen nuestras familias
constantemente asaltadas i degolladas, nuestras fortunas robadas i nuestros campos incendiados?
Tan estraño modo de discurrir solo puede esplicarse por la simpatía de nuestro corazon hacia un
pueblo valiente, cuyas proezas i gloriosas hazañas han sido cantadas aun por sus enemigos; cantos
que con razón inflaman nuestras almas contra los conquistadores españoles, i que en algunas per-
sonas llega a tal grado, que les hace olvidar que hoi son nuestros enemigos fieros i encarnizados,
como lo fueron de los españoles i lo serán de todo el mundo.” (Bustamante 1902 [1835], 448).
32 Vattel 1834, 114, el resaltado nos pertenece.
33 Ober 1994.
34 Stacey 1994.
35 Parker 1994.
36 Howard 1994, 5.
94 Devastación
5. Fuentes
1. LEIGHTON, Thomas. 1826. Journal of a Military Expedition into the Indian
Territory in Travels in Chile and La Plata including accounts respecting Geogra-
phy, Geology, Statistics, Government, Finances, Agriculture, Manners and Cus-
toms and the Mining Operations in Chile. Collected during a residence of several
years in these countries. By John MIERS. Illustrated with original maps, views,
&c. In Two Volumes. London: Printed for Baldwin, Cradock, and Joy. 1826, vol-
ume 2, 472–503.
/472/ “El relato que le envío”, dice el Dr. Leighton, “es un extracto de mi diario,
que llevé bastante regularmente desde mi llegada; Usted percibirá que está escrito
apresuradamente y sin cuidado. En la situación en que con frecuencia me encontré
no podía ser de otra manera; sin embargo, como siempre anoté las circunstancias tan
pronto como era posible después de que ocurrieron, confío en su corrección y es proba-
ble que, si ahora intentase reducirlo o ampliarlo en detalle, perdiera parte de su interés.
40 Cuidando siempre de no traicionar el sentido que el autor quiso dar a sus palabras y sólo cuando ha
sido inevitable, se modificó la colocación de los signos de puntuación con el objeto de conferirle
mayor claridad a la traducción. Las comillas son las transcriptas en el libro de John Miers. Las
notas al pie han sido agregadas a esta traducción para aclarar algunos nombres.
96 Devastación
“Diciembre 17.– A las once a. m., embarqué con el Coronel Beauchef, y luego
de cuatro horas de duro remar, arribé a Tres Cruces: este es un pequeño fuerte, dig-
nificado en los mapas Españoles con el nombre de castillo: /473/ está distante unas
nueve leguas de Valdivia, y se sitúa en la ribera norte del río que pasa a través de esta
ciudad: el fuerte es simplemente un espacio cuadrangular en la cima de un montículo
de tierra, delimitado por unas burdas empalizadas, y rodeado por un foso seco; dentro
del mismo hay montada una pequeña pieza de campaña en cada ángulo, y se erigi-
eron cabañas o barracas para el acomodo de unos cincuenta hombres: fue construido
por los Españoles como una defensa contra los Indios; frecuentemente ha demostra-
do no ser adecuado para este propósito; incluso el año pasado los Indios lo tomaron al
asalto, masacraron la guarnición, y quemaron la aldea vecina. Después de descansar
aquí una hora, proseguimos nuestra ruta a caballo, atravesando un espeso bosque, y
al caer el sol llegamos a San José, distante cinco leguas de Tres Cruces: este era el
lugar del encuentro; el Mayor Rodríguez, con la infantería, el capitán L’Abbè con su
compañía de caballería, y unos sesenta Indios de las vecindades, habían acampado
unas horas antes de nuestra llegada: la apariencia de estos indios, de ninguna manera
confirmó la idea que me había formado previamente de ellos; parecen sumamente
afeminados y sumisos; están por debajo de la estatura común, de tez oscura, rostro
redondo y lleno, ojos negros pequeños y penetrantes, muy poca frente, la cabeza
cubierta de abundante cabello, en muchos casos casi alcanzando las cejas, narices
planas con aberturas amplias, bocas grandes, dientes blancos y regulares, con la ex-
cepción de los dentes canini superiores, que son en general muy grandes y largos;
no tienen barbas, sus cuerpos muy musculosos, sus piernas desproporcionadamente
cortas y generalmente arqueadas.
“El cacique usaba un sombrero y plumas; los demás /474/ en general iban de-
scubiertos; algunos tenían su largo cabello negro flotando libremente sobre sus
hombros, mientras que otros lo ataban en un nudo sobre la coronilla, pero todos
tenían la cabeza rodeada por un pedazo de listón o cinta, generalmente roja, que
añadía mucho al afeminamiento de sus semblantes. Sus vestimentas son muy sim-
ples; el vestido inferior consiste en un pedazo de paño de lana que rodea la cintura
y alcanza aproximadamente los tobillos; el superior, o poncho, es asimismo un
paño de lana, de dos yardas de largo y una yarda y media de ancho, con un tajo en
el medio, suficiente para dejar pasar la cabeza.
Varios estaban vestidos con viejos uniformes españoles, algunos llevaban calz-
as despojadas del pie, pero ninguno usaba zapatos, ni sustitutos para ellos, algunos
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 97
tenían espuelas de cobre, cuyas rodajas medían una pulgada y media de diámetro;
pero, en su mayoría, sus talones estaban equipados con espuelas de madera aguzadas.
Cada indio llevaba su lanza, un arma sumamente engorrosa; la punta es generalmente
la hoja de un cuchillo, una bayoneta rota, o un pedazo de duela afilado y enderezado,
atado al extremo de una caña de entre ocho y doce yardas de largo. Observé que
algunas de las lanzas habían sido forjadas y templadas por la mano del herrero, y
comprendí que les habían sido provistas por los patriotas el año pasado. La lanza se
usa a caballo, o a pie cuando el campo de acción es montañoso o boscoso: nunca se
arroja, sino que, al iniciar una carga, el asta es fuertemente apretada entre el codo y el
costado derecho, tanto en riestre como apoyada: siempre se enfila con la mano dere-
cha y es dirigida por ella. Cuando un Indio es perseguido, nunca abandona su lanza,
sino que la arrastra tras de sí. /475/ Los caciques portan espadas, y todos los Indios
tienen machetes, cuchillos largos y pesados de hoja ancha, que sirven para cortar y
hender; y sin estos no podrían abrirse camino a través de los matorrales de arbustos
rastreros que cubren el país. Aunque son muy diestros en el arte de lanzar el lazo, no
parecen usarlo como arma ofensiva, ni vi ninguna de las bolas o armas arrojadizas
que vuelven tan formidables a los Indios pampas. Los caballos que he visto hasta
ahora son criaturas diminutas y poco fogosas. Unas pocas pieles de ovejas y una silla
de madera excavada del tronco sólido de un árbol, a la que se añaden dos pequeños
estribos de madera, tan pequeños que sólo se puede meter en ellos el dedo gordo del
pie, componen los arreos de montar, de tal manera que las espaldas de los pobres
animales siempre están desolladas. El cacique tenía una vieja silla y bridas españolas,
chapeadas en plata, y estribos de plata que pesaban al menos diez libras cada uno.
41 Quiere decir un bichador, esto es, un espía, o bombero -como también solía llamárselos en la época.
98 Devastación
“Diciembre 19.– El indio visto la última noche fue traído mientras nos prepa-
rábamos para la marcha; /477/ el pobre diablo estaba desnudo hasta la cintura, sus
manos atadas a la espalda y un gran terror reflejado fuertemente en su semblante.
Tan pronto como este desgraciado pudo recuperarse de su extrema agitación, de-
claró que había dejado a su amo, Pedro Xaramillo, con el propósito de reconocer
la ruta; que su amo estaba viajando hacia Valdivia con la intención de rendirse; y
que, al ver sólo Indios armados, había pensado que se trataba de un cuerpo enemigo
que marchaba sobre su tribu; y consciente de que podían matarlo en el terreno sin
escucharlo o dar crédito a cualquier cosa que les contara, había intentado escapar.
Me enteré que este Pedro Xaramillo era el segundo hijo de un viejo Español que
huyó a los Indios, cuando las fuerzas patriotas tomaron posesión por primera vez
de Valdivia: el anciano, conocido entre los Indios por el nombre de Calcaref, poseía
una gran influencia en todas las tribus, había demostrado mucha hostilidad contra
los patriotas y acompañaba a la partida que sorprendió Tres Cruces el año pasado;
en esta ocasión mostró tanta determinación en vengarse que mató con su propia
mano a uno de sus parientes que comandaba el fuerte: en realidad, había sido el
autor y líder de cada ataque hostil contra los patriotas de Valdivia: tiene tres hijos,
el mayor de los cuales fue tomado prisionero dos días antes del comienzo de la
campaña, cuando intentaba pasar hacia Chiloé con cartas de su padre: el segundo,
Pedro, es perseguido por su propio padre por haber manifestado adhesión a la cau-
sa patriota; el menor comanda un cuerpo de Indios bajo la dirección de su padre.
Luego de que el atemorizado /478/ Indio relató su historia, se le devolvieron sus
ropas y fue enviado de regreso con su amo, Pedro Xaramillo, para garantizarle la
protección del coronel y al mismo tiempo se le envió un mensaje, informándo-
le que su hijo mayor todavía permanecía prisionero y que sólo se preservaría su
vida bajo la condición de que Palacios (otro temerario refugiado) y sus seguidores
fueran entregados, algo que el anciano, dada su influencia entre los Indios, podía
lograr con facilidad. Durante la marcha de hoy, pasamos varias viviendas Indias,
todas eran pequeñas y extremadamente toscas en su construcción, formadas solo
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 99
por ásperos postes clavados uno al lado de otro en el terreno y techadas con paja,
una abertura estrecha y baja servía al propósito de una puerta y algunas de ellas
presentaban un orificio en el techo para permitir la salida del humo. Unas pocas
eran grandes y cuadradas y sus paredes parecían estar hechas de arcilla, pero cons-
truidas sin atención a la regularidad o consideración al confort. Sus habitantes las
habían abandonado muy recientemente, pues las cenizas de sus hogares todavía
estaban calientes. No vi utensilios de ningún tipo, excepto una larga batea al lado
de cada choza, excavada en el tronco de un árbol y en la que machacaban las man-
zanas para hacer chicha. Cada una de estas cabañas tenía en su vecindad un recinto
cercado cultivado con gran cuidado: el maíz y las judías blancas grandes parecían
ser los principales productos, aunque también vi patatas, guisantes, cebada y trigo
cuya apariencia hubiera reportado crédito a un granjero inglés. Sobre el mediodía
hicimos alto al lado de un pequeño arroyo. Aquí varios ancianos Indios nos tra-
jeron un líquido lechoso en ollitas /479/ de greda, el que probé, encontrándome
con que era una bebida fermentada de un agradable sabor ligeramente ácido: al
estar agotado y sediento, tome un gran trago y lo hallé muy refrescante. Invité
entonces a mis compañeros a participar de mi deleite, pero rehusaron, riéndose de
mí y explicándome lo que había bebido. Se me dijo que el licor era preparado con
manzanas muy inmaduras: cuando aún no habían adquirido mucha sacarina, las
ancianas las masticaban y escupían el jugo mezclado con saliva en una marmita de
greda, donde fermentaba rápidamente y se transformaba en el brebaje que yo había
probado. Pronto expulsé todo lo que había tomado, formulando el voto tácito de no
beber o comer nunca más cualquier cosa preparada por las manos de un Indio. Tuve
la curiosidad de ir a ver la elaboración de esta bebida nauseabunda: cuatro viejas
horrendas y un niño estaban sentados en el suelo sobre sus traseros, diligentemente
dedicados a masticar manzanas y derramar el jugo en una gran cacerola de arcilla
ubicada en el centro; de tanto en tanto, tomaban un poco de agua y el chico removía
frecuentemente el líquido con una pequeña rama de canelo.
“En la tarde llegamos a Calfacura, la residencia de un poderoso cacique de ese
nombre. Este hombre previamente prestó ayuda a los españoles refugiados, pero el
año anterior, severamente castigado por el Mayor Rodríguez, se había convertido
en un patriota. Era un viejo muy feo, y tan sumamente corpulento que me asombré
de que fuera posible que caminase; hizo un largo discurso en atenuación de su pa-
sada conducta y concluyó haciendo el ofrecimiento propiciatorio de cinco bueyes
gordos, lo que en esta ocasión constituía un abastecimiento /480/ muy oportuno. El
Mayor Rodríguez me indicó el lugar donde el año anterior le disparó a un Indio; su
relato me heló la sangre. Parece que al atacar el lugar, sólo pudo sorprender a una
mujer, su hijo y su hija: esta última era una niña. La tribu había logrado escapar a
sus escondites en los bosques: en vano se amenazó a la mujer y a su hijo con una
muerte inmediata si no revelaban estos sitios ocultos, tampoco tuvieron éxito las
promesas de recompensa; hasta que, enfurecido por su obcecación, el inhumano
mayor obligó al hijo a arrodillarse, postura en la que le disparó un tiro en presencia
de la enajenada mujer y aterrorizada niña. Aún así la madre permanecía obstinada
y cuando se le hizo arrodillarse y los mosquetes le apuntaron, la niña se precipito
100 Devastación
hacia los asesinos, rogándoles que perdonaran la vida a su madre y que ella les
conduciría al refugio donde se encontraban su padre y sus hermanos; la madre
se incorporó enfurecida, abalanzándose sobre su hija a la que intentó estrangular.
La niña fue rescatada de sus garras y conducida al lugar donde había señalado el
refugio, mientras la madre la reconvenía por su degeneración y falta de coraje.
Finalmente expiró en agonía al percibir la matanza de toda su familia, maldiciendo
con sus últimos alientos a los implacables asesinos!
“Nuestros auxiliares Indios sumaban ahora unos 200 hombres y estaban bajo el
mando de un jefe que llevaba el rango de capitán de nuestro ejército y el título de
comisario de Indios: oficiaba como su magistrado en tiempo de paz, y como general
durante /481/ la guerra. Observé que cada Indio portaba una bolsa fabricada con la
piel completa de una cabra, llena con harina ordinaria, pude ver que era harina de
cebada; la preparan sus mujeres, que tuestan el grano y lo muelen entre dos piedras.
Los Indios están muy apegados a esta comida, que mezclan con agua hasta darle
la consistencia de unas gachas gruesas, y le llaman ulpa. Aunque el recuerdo de la
chicha todavía estaba fresco en mi memoria, me animé a probar la ulpa, y la encon-
tré tan buena que me determiné a no beber nada más durante la marcha. Esta noche
tuvimos una maravillosa vista del volcán de Villa Rica, que se yergue hacia el este
a unas veinte leguas de distancia. Un brillo rojizo se observaba a una considerable
altura sobre el cráter; no parecía ni un reflejo, ni una nube, sino más bien una cortina
de fuego líquido suspendida en el aire que no cambiaba su situación ni su forma. Al-
rededor de cada cuatro segundos, de la boca del cráter surgía una luz, al principio de
un rojo desvaído, se volvía nítida con rapidez y luego moría gradualmente. Cuando
la luz del cráter se tornaba más nítida, la expansión roja descripta en primer término
no era observable, pero reaparecía gradualmente a medida que aquella luz decrecía.
42 Así escrito por Pitrufquen. Podrá verse que, en adelante, este geónimo se repite unas veces con
esta misma grafía, otras con pequeñas variantes. Siempre se trata del mismo sitio.
43 Así escrito por quila (Chusquea quila), una gramínea con cuyos tallos, que alcanzan gran altura y
son resistentes, solían fabricar los indígenas el astil de sus lanzas.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 101
“Domingo, Diciembre 22.– El sol había alcanzado una altura considerable an-
tes de que yo me liberase de mi inconsciencia; me despertaron todos los poderes de
los rayos solares actuando con fuerza sobre mi rostro y encontré a nuestro campa-
mento en movimiento. Unos pocos Indios habían llegado, trayendo consigo cuatro
novillos que no se consintió que continuaran vivos por más tiempo; la apatía oca-
sionada por la fatiga de ayer fue reemplazada por una actividad inusual y el /484 /
apetito más voraz.
En menos de diez minutos, los animales fueron sacrificados, destazados, y cada
hombre tuvo su porción ya chisporroteando y asándose sobre el fuego. Como se
ordenó que las tropas descansaran aquí este día, fui a reconocer las vecindades y
a cada paso observé las cenizas de alguna vivienda India recientemente destruida.
Toda la tierra parecía haber sido cultivada hacía poco tiempo; manzanos y perales
eran muy abundantes y existían muchos indicios de que una comunidad numerosa
había habitado las riberas del río. Varias tribus de los alrededores aliadas entre sí
destruyeron esta aldea de Pitovquin, instigadas por los refugiados Españoles, de-
102 Devastación
bido a que los Indios de Pitovquin se unieron a la causa patriota. Unos pocos que
lograron escapar de la venganza del fuego y la espada todavía eran cazados como
bestias en los bosques por sus enemigos. Encontramos abundancia de papas y ju-
días creciendo silvestres y todo el país estaba profusamente cubierto con frutillas
salvajes de un sabor muy delicioso. Esta noche registré que la combustión del vol-
cán de Villarica seguía tan activa y tan brillante como en la noche del 19.
“Diciembre 23.– Recibimos reportes de que Palacios estaba a unas pocas leguas
de nosotros y que avanzaba hacia nuestro campamento, bajo la sospecha de que
aquí sólo los Indios estaban reuniendo sus fuerzas con el propósito de invadir sus
posesiones. El Coronel Beauchef determinó sorprenderlo si fuera posible y con
esta intención seleccionó 100 hombres de la infantería, /485/ a quienes reunió con
50 jinetes y todos los indios auxiliares bajo el comando del mayor Rodríguez y
como era probable que hubiera algo de lucha, se me ordenó que los acompañara.
El coronel permanecería a retaguardia con el resto de su fuerza, intentando cruzar
el río y avanzar hacia Borroa, donde suponía que se situaban los cuarteles genera-
les del enemigo. Partimos de conformidad con lo dispuesto y después de marchar
durante dos leguas, hicimos un alto para refrescar a nuestros hombres. En este mo-
mento, los Indios realizaron un simulacro de lucha, a veces cargando a todo galope,
otras desmontando y peleando a pie; produjeron una gran gritería, aunque en sus
maniobras, si así pudiera denominárselas, no parecía existir la menor regularidad o
disciplina. En algunas de sus cargas, se aproximaron tanto a nosotros que el mayor,
sospechando una traición, ordenó a nuestras tropas cargar sus armas y permanecer
preparados. Aunque no existieran motivos para estas sospechas, posteriormente
quedaría demostrado que la precaución fue afortunada. Después de una corta con-
sulta, se determinó enviar a cincuenta de los Indios mejor montados a explorar el
camino; así se hizo, la caballería pasó a través de un profundo cenagal y desapa-
reció en el bosque y la infantería, en su intento de seguirla, pronto se hundió en el
lodo hasta encima de la cintura: en este momento excitó nuestra atención un ruido
confuso y pronto distinguimos la voz del capitán L’Abbè llamando a los Indios
para que avanzasen –requerimiento que obedecieron con la mayor presteza.
Estuve entre los últimos que pasaron la Barranca y encontré a las tropas en
cierto desorden, encerrados en un área pequeña rodeada por profundos acantilados
llenos de grandes árboles y arbustos impenetrables que solo tenía /486/ dos salidas;
una, el paso por el que habíamos entrado desde la Barranca –la otra, un estrecho
paso opuesto a ella que conducía al bosque ubicado más arriba. Los cincuenta
Indios enviados en avanzada se habían dado inesperadamente de bruces con el ene-
migo y fueron instantáneamente derrotados; al retroceder, cayeron sobre nuestra
caballería y junto con ella sobre la infantería, quedando todos apiñados en el área
pequeña ya descrita. El orden se restableció rápidamente, formando la infantería en
línea, la caballería en el flanco derecho y los Indios en el izquierdo. Enseguida per-
cibimos que el enemigo comenzaba a avanzar precipitadamente hacia nosotros des-
de arriba; los gritos horribles que llenaban el aire anunciaban que el bosque estaba
lleno de ellos. En este momento de temeroso suspenso, se despachó un correo a
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 103
Pitovquin para informar al coronel de nuestra situación. Sólo teníamos dos alterna-
tivas; o nos retirábamos a nuestro cuartel general, o forzábamos el paso controlado
por los Indios; fue elegida esta última: un sargento y cinco hombres condujeron el
avance, siendo precedida su carga por una andanada de mosquetes, porque debido a
lo cerrado del bosque no podíamos ver más allá de diez yardas delante de nosotros.
La infantería avanzó luego en una columna y después de la primera descarga de
mosquetes, los gritos de nuestros auxiliares Indios y el resonar de los cascos de los
caballos nos anunció que el enemigo había huido. Por mi parte, me apresuraba en
la retaguardia, primero pisando lanzas rotas y luego los cuerpos de los Indios muer-
tos y agonizantes que ofrecían la visión mas espantosa que nunca vi: previamente
desnudos para el combate y extendidos sobre el terreno, se retorcían en las agonías
de la muerte y /487/ mordían el polvo mientras su sangre fluía lentamente de las
grandes heridas, excepto cuando era propulsada más profusamente por sus profun-
dos suspiros y lamentaciones. A medida que pasaban a su lado, nuestros soldados
remataban a estos pobres miserables, no por algún sentimiento de humanidad, sino
por uno de salvaje barbarie. Pronto llegamos a un espacio despejado, desde donde
podía verse al enemigo huyendo a la distancia, envuelto en una nube de polvo: tu-
vieron éxito en lograr su escape; debido a que estaban mucho mejor montados que
nuestra caballería, se abandonó la persecución.
Mientras descansábamos sobre nuestras armas, fuimos agradablemente sor-
prendidos por el regreso del Sr. Arengoen, un caballero sueco que acompañó el
avance de la partida de Indios y de quien nos imaginábamos que había sido tomado
prisionero. Nos contó que al principio cabalgó osadamente en medio del enemigo,
pensando que se trataba de una partida de Indios en camino a reunirse con nosotros,
sólo descubrió su error al recibir la embestida de una lanza India, que detuvo dispa-
rándole un pistoletazo al agresor; luego clavó espuelas y se internó en la espesura,
desde donde escuchó claramente el fuego de los mosquetes que lo condujo hacia
nosotros. Poco después trajeron un prisionero, sus captores lo habían desnudado
totalmente, conduciéndolo montado en una mula a la presencia del mayor. Al prin-
cipio intentó negar que hubiera tomado las armas en nuestra contra; pero cuando
se le presentaron pruebas, no pudo extraérsele una palabra más: fue nuevamente
enviado a los Indios, que lo apartaron unos pocos pasos y procedieron a ejecutarlo
con frialdad.
Yo no esperaba que semejante barbarie se tolerara /488/ delante de soldados
Cristianos y quedé escandalizado al ser testigo de tal inhumanidad. Un cacique le
dio el primer golpe sobre la cabeza con un sable, después fue despachado con re-
petidos lanzazos y estocadas. La víctima demostró ese coraje pasivo que a menudo
se encuentra entre los bárbaros: al encontrar vana toda resistencia y todo escape sin
esperanza, aunque los primeros golpes no fueron mortales, no grito ni gimió, sino
que apretó sus dientes y reprimió su respiración, sufriendo pacientemente todo su
dolor hasta que finalmente sus feroces asesinos lo ultimaron. Nuestros oficiales y
soldados miraron con la mayor sang froid, más aún, con secreto placer, como si
estuvieran acostumbrados a espectáculos similares. Observé que cada indio cla-
vó su lanza en el cuerpo de la víctima y me dijeron que entre ellos se considera
104 Devastación
deshonroso volver al hogar luego de una expedición bélica sin haber mojado sus
lanzas en la sangre del enemigo. Encontré también que era una costumbre invaria-
ble entre los Indios matar inmediatamente a sus prisioneros; –siempre se exceptúa
a los caciques de esta regla, ellos son rescatados; así, igualmente, los ancianos,
por los que, en ocasiones, muestran un gran respeto. Hacia el ocaso acampamos
al costado de un pequeño río, a alguna distancia más allá del cual, sobre la ribera
opuesta, también descansó el enemigo. Aquí descubrimos a un Indio herido que fue
inmediatamente ejecutado. Nuestras pérdidas del día fueron un Indio muerto y un
soldado de caballería herido; las del enemigo se estimaron en alrededor de treinta
muertos.
Pasamos la noche en continua zozobra, debido a la gran bulla y confusión que
provenía del campamento enemigo; /489/ la gritería se oía claramente. Pude dormir
poco, porque mi imaginación era presa de las crueles escenas presenciadas durante
el día y cientos de veces me condolí de verme asociado con tales monstruos inhu-
manos.
“Diciembre 24.– Esta mañana, al rayar el alba, fueron conducidos tres prisio-
neros desnudos, ejecutándolos instantáneamente. Hacia las ocho, a. m., el coronel
se unió a nosotros con el resto de la fuerza. Pudo haber llegado anoche, pero ni con
promesas ni con amenazas logró persuadir a sus guías Indios de que atravesaran el
campo de batalla después del ocaso; en cuanto vieron los cuerpos de los muertos
esparcidos sobre el terreno rehusaron continuar. Avanzamos ahora, sin pérdida de
tiempo, en persecución del enemigo, pero partieron antes que nosotros y no vemos
señal de ellos. Nuestra ruta sigue la margen izquierda del río anteriormente men-
cionado. El terreno es uniformemente llano y superamos varios campos cercados
en donde crecen porotos y guisantes bien cultivados: en uno de ellos sorprendimos
a una mujer y un niño, quienes, aterrorizados por las amenazas, nos condujeron ha-
cia la familia: que consistía en un Indio viejo, su hijo, tres mujeres jóvenes y cinco
niños, dos de ellos de pecho. Dos de las mujeres jóvenes eran realmente bellas, una
en particular que tenía ojos azules y una tez hermosa y sonrosada. Los hombres
quedaron a cargo de la guardia; las mujeres y niños fueron tomados por los Indios
con una avidez que demostraba lo mucho que valoraban su presa. Las mujeres no
parecieron preocuparse mucho por el cambio de amos, sino que montaron detrás de
sus nuevos pretendientes con aparente indiferencia /490/ y entraron de inmediato
en íntima conversación con ellos. La separación de sus niños no pareció afectar-
las mucho más, porque aunque derramaron unas pocas lágrimas, ni los abrazaron
ni los besaron. Hacia las 5, p. m., acampamos en un gran sembrado de porotos
próximos al tiempo de la cosecha, ofreciendo un buen abastecimiento para nuestras
tropas. Este terreno se me antojó el más encantador que hubiese visto jamás, con
tal combinación de bosques y agua, variedad de colinas y valles, que difícilmente
pudiera imaginarse. Posiblemente el enemigo habría cruzado el río por aquí; pero
era imposible vadear la corriente y dado que ellos habían llevado todas las canoas
a la orilla opuesta, los intentos posteriores de perseguirlos resultaron infructuosos.
Me dirigí hacia la guardia con la intención de conversar con los prisioneros,
pero quedé escandalizado al enterarme de que habían sido muertos a bayonetazos
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 105
por nuestras tropas en el camino, siguiendo órdenes del oficial que estaba a cargo
de su custodia: el anciano fue muerto en seguida, el joven escapó con tres heridas
de bayoneta en su cuerpo. Esta es la primera vez que nuestros propios soldados
se vieron involucrados en el deliberado asesinato de sus prisioneros; ellos son sin
duda tan bárbaros e insensibles como aquellos que llevan el nombre de Indios sal-
vajes. Por la noche, una cantidad de fuegos atrajo mi atención y me encaminé hacia
ellos para conocer su causa, encontrando a cada soldado provisto de una gran olla
de barro en la que hervían guisantes y porotos y a varios ya borrachos: asombrado
por el hecho, tuve deseos de saber cómo se habían procurado los utensilios y la be-
bida: mi sorpresa concluyó al enterarme de /491/ que cerca de nuestro campamento
había un cementerio de los Indios, quienes, según su costumbre, entierran a cada
difunto con sus utensilios domésticos, un talego de harina tostada y una jarra de
chicha, que se conserva durante mucho tiempo, dado que la boca de la jarra se sella
bien. Allí se habían procurado los soldados abundantes utensilios de cocina y la
sidra con la que se embriagaron. Hice una visita a estos cementerios y encontré los
cuerpos depositados en pequeñas canoas ubicadas generalmente en un foso cavado
al costado de un declive. De acuerdo a sus nociones supersticiosas, los Indios creen
que navegarán hacia el sol, de manera que sus canoas se fabrican cuidadosamente
para que sean estancas. Se presta mucha atención a la preparación de la harina y de
la chicha, pues se supone que tienen que durarles durante el viaje. Normalmente,
cada hombre fabrica su propia canoa, de manera que mientras vive en este mundo
la utiliza como arcón en su vivienda. Nuestra gente parecía desesperanzada por las
pocas perspectivas de someter a los Indios o de aprender a Palacios o sus segui-
dores.
“Diciembre 28.– Hoy nos visitaron varios caciques y trajeron algunos bueyes
como regalo. El capitán L’Abbè se nos unió luego de su incursión en busca de Pa-
lacios: trajo consigo cuarenta y cinco novillos, quince potrillos y otros suministros.
Describió el país en el que estuvo como mucho más rico y mucho mejor cultivado
que cualquiera por el que hubiéramos pasado hasta el momento. Los aterrorizados
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 107
“Diciembre 29.– Una lluvia muy intensa cayó durante la noche y el tiempo
todavía continúa nublado. Nuestras tropas cruzan el río tan lentamente que hicimos
pocos progresos, pasando sólo sesenta hombres en el curso del día. El río tiene tres
cuartos de milla de ancho y tenemos una sola canoa que con dificultad puede llevar
a seis soldados y su equipo. Una vez apartada de la orilla, la canoa es arrastrada
aguas abajo con gran rapidez, a pesar de los esfuerzos de cuatro Indios lozanos
que, aunque utilizan sus remos para frenar la violencia de la corriente, no pueden
impedir ser llevados a una milla del punto de partida. Por lo tanto, se pierde mucho
tiempo remontando la canoa contra una corriente /496/ tan rápida; lo que se realiza
a fuerza de caballos que la remolcan desde la ribera. Varias mujeres Indias visita-
ron nuestro campamento el día de hoy, trayendo frutillas, guisantes y piñones para
vender. No pretendían dinero, preferían el trueque y la sal era muy apreciada. Todas
estas mujeres estaban extremadamente sucias y parecían afectadas por sarna: su
vestimenta es muy similar a la de los hombres, sólo que en lugar de un poncho
llevan una pieza de tela de lana echada sobre el hombro derecho y pasada sobre
el brazo izquierdo, de manera que exponen el hombro y parte del seno de aquel
costado. El modo de adornar sus cabezas les da un aspecto muy ridículo, porque
dividen su cabello, que es muy largo, en dos bandas, cada una de ellas trenzada y
cubierta por una cinta, que luego de rodear la cabeza en direcciones opuestas, caen
sobre una y otra oreja, de manera que parecen estar armadas con un par de cuernos,
unos azules, otros rojos y algunos coloreados en parte, de acuerdo con el matiz de
la cinta que adorna su cabello. Los frutos llamados piñones son del tamaño de las
almendras y de forma parecida, pero mas curvados y angostos; están cubiertos con
una cáscara al igual que la castaña, fruto a cuyo sabor recuerdan, especialmente
cuando están hervidos o tostados. Sólo se encuentran en esta Cordillera y latitudes
más meridionales y son el fruto de una especie de pino que, según se dice, crece
hasta gran altura.47 Los pehuenches, una tribu vagabunda que habita la Cordillera
/497/ e ignora el arte de cultivar la tierra, usa los piñones como sustituto del pan
y las patatas: verdaderamente me parecieron un delicado componente de la dieta.
Llovió durante el día entero y todos nosotros estábamos calados hasta los huesos.
“Diciembre 30.– El clima aún continúa muy desfavorable; con muchos proble-
mas, pero sin ningún accidente serio, todas nuestras tropas cruzaron el río
47 En el texto de Miers, se aclara al pie: “El piñón es el fruto del pinus chilensis”. La denominación
taxonómica actual ya no es esa, sino Araucaria araucana.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 109
ras, luego de subir una cuesta empinada, llegamos a una extensa llanura, tan plana
como un campo de bolos. Allí nos esperaban unos 200 Indios. Se ordenó que las
tropas se detuvieran, cuando los Indios se aproximaron y comenzaron a dar una
larga perorata: presentaron varias demandas absurdas, más en procura de satisfacer
venganzas privadas que en cumplimiento del objeto de la campaña, que por su-
puesto fueron rechazadas resueltamente por el coronel. Los Indios, aparentemente
sorprendidos e irritados por el poco respeto concedido a su pretensión, comenzaron
a hacer uso de un lenguaje amenazante y gestos hostiles: las tropas se formaron
de inmediato en cuadro y el asunto pareció haber llegado a un punto extremo: sin
embargo, los Indios, percibiendo la firme conducta del coronel, cedieron por último
en todos los asuntos. Al mediodía, llegamos al final de la llanura e hicimos alto para
almorzar en un huerto. Eran visibles en los alrededores los vestigios de recientes
de-/499/ vastaciones, se veían viviendas quemadas en todas las direcciones, cercas
derribadas y huesos humanos esparcidos sobre el terreno, signos de una guerra
devastadora. Habíamos llegado a las fronteras del país enemigo y nos proponíamos
asolar su refugio esa noche. Durante la tarde atravesamos un bosque y cada pocos
cientos de yardas nuestra marcha fue obstaculizada por barricadas levantadas con
grandes árboles derribados y atravesados sobre el camino. Al ocaso, sorprendimos
a dos mujeres y dos niños ocupados en recolectar frutillas; nos aseguraron que
estábamos cerca del enemigo y nuestros Indios suplicaron al coronel que esperara
hasta la próxima mañana. Después de una exploración adicional, resultó que aún
nos hallábamos a una considerable distancia y proseguimos nuestra marcha. No
obstante, los Indios avanzaban con un cuidado extremo que hacía suponer que nos
enfrentaríamos con el enemigo a cada recodo del camino.
Cerca de las nueve de la noche detuvimos la marcha, debido al pedido urgente
de los Indios; sin embargo, no se permitió prender fuegos y cada cuerpo estaba en
alerta; imaginábamos escuchar a corta distancia un ladrido de perros y cacareo de
gallos. A las 12 salió la luna, avanzamos nuevamente y en una hora llegamos a otra
aldea desierta, de la que el enemigo se había retirado a un refugio que se encontraba
a una legua y media de distancia: consiguientemente nos detuvimos en ella.
troneras a cada lado para la mosquetería: en el frente había un foso profundo y a am-
bos costados de la eminencia, un hondo precipicio que impedía toda aproximación.
Detrás de la empalizada alcanzamos a distinguir Indios y Españoles que parecían
decididos a resistir: en consecuencia se dieron órdenes de que avanzara la compañía
de granaderos, pero el enemigo no esperó el ataque y huyeron después de descargar
sus pocos mosquetes al azar; nuestras tropas perdieron algo de tiempo en escalar la
empalizada; y después de una hora de cacería estéril, cesamos de perseguirlos debido
a que estábamos muy agotados. Se enviaron pequeñas partidas a rastrear los bosques
y luego de un rato reiniciamos nuestro avance. En ese momento, descubrimos que un
hombre había sido herido por uno de los tiros disparados al azar desde el malal. Lo
llevamos /501/ lejos, junto con varias mujeres y niños prisioneros, unas 300 ovejas,
varios caballos, novillos, cerdos, etcétera. Se dio licencia a los soldados para matar
y destruir cualquier bien del enemigo, y por consiguiente, a nuestro regreso al lugar
donde dejamos la caballería, las viviendas, materiales e implementos de todo tipo
habían sido incendiados y todas las plantaciones destruidas, cometiéndose los daños
más perversos cada vez que surgía la oportunidad. Pequeñas partidas quedaron de
guardia todo el día, algunas yendo, otras viniendo, llevando consigo mujeres, niños,
bueyes, ovejas, etcétera; muchos indios fueron masacrados en los bosques. Nuestro
campamento se abarrotó de ganado y parecía una gran feria: comenzaron a surgir
serias reyertas sobre la división del botín; las mayores peleas se referían a mujeres
y niños; por ello, fue necesario que se diera la orden de que todos los prisioneros y
despojos debían estar a cargo de la guardia. Dos prisioneros traídos durante el día
no fueron ejecutados, porque algunos de nuestros auxiliares los reclamaron como
parientes. Dos mujeres y sus hijos fueron liberados e instruidos para que informaran
a su cacique que si venía al campamento, se suspenderían las hostilidades en su con-
tra; su persona y la de sus asistentes estarían a salvo y se le permitiría marcharse tan
pronto como se llegara a un acuerdo.
“Enero 3.– Esta última noche, nos precipitamos en gran confusión debido a
una falsa alarma ocasionada por el sargento de guardia, que disparó sobre uno de
nuestros Indios dispersos, al que confundió con enemigos; su ejemplo fue seguido
a lo largo de toda la línea y se requirió cierto tiempo para restaurar el orden. Hacia
el mediodía el cacique /502/ Millan, confiando en las promesas del coronel, vino
al campamento; parece un hombre maduro muy respetable y deseoso de acceder a
todas las proposiciones que se le hicieron. Luego de prometer que regresaría en la
mañana, fue despedido.
“Enero 4.– El cacique Millan volvió temprano, trayendo consigo a varios an-
cianos, caciques e Indios de influencia en el distrito vecino, cada uno de los cua-
les, a su turno, dirigió al coronel un discurso elogioso. En esta ocasión, la edad
parecía tener preferencia, porque aun cuando había entre ellos varios caciques de
rango considerable, los ancianos siempre hablaban primero: sus discursos eran
muy largos; no realizaban pausas ni buscaban las palabras; Tampoco hacían uso
de ademanes, gesticulación o énfasis. Nuestros auxiliares Indios, que mantenían
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 111
con nuestros visitantes una enemistad mortal, crearon cuanto obstáculo fue posi-
ble en el camino del acuerdo. Incluso le pidieron permiso al coronel para hacer
una matanza con Millan y sus amigos; cuando la solicitud fue rechazada, roga-
ron con insistencia que se tolerara la inmolación de uno de ellos en homenaje al
espíritu de uno de sus compañeros que Millan y sus aliados habían capturado a
traición, simulando una negociación. A pesar de un firme rechazo y de la amena-
za de inmediata represalia si se concretaba el menor intento en ese sentido, uno
de los caciques que acompañaban a Millan fue apuñalado a traición durante la
noche: aunque se realizó la más estricta investigación para identificar al perpetra-
dor, resultó en vano. El acto, no obstante, fue muy aplaudido en el campamento
de los Indios.
“Nada de particular ocurrió durante el resto /503/ de la campaña: se firmó un
tratado con todos los Indios enemigos y nosotros volvimos sobre nuestros pasos
camino a Valdivia, a donde llegamos el día 13. Los Indios se comprometieron a
entregarnos a Palacios y a sus seguidores y permanecer en paz con sus vecinos
patriotas, términos que han sido observados religiosamente.”
poco ellos nos habían sentido. Luego se armó una pelea muy fuerte,
mientras avanzaba la infantería que estaba lejos. Habíamos adelan-
tado demasiado y estábamos en derrota cuando llegó la infantería y
reanudó el combate. Aquí se encontraba Palacios y él mandaba; pero
nuestra gente marchó siempre adelante.”
Oído este relato mandé curar por el cirujano de la división, que era don Tomás
Leighton, inglés, a los heridos. Seguí marchando. Era ya de noche cuando llegue
al lugar de la refriega.
Me fue imposible hacer avanzar a los indios que me guiaban, un paso adelante
de los muertos que estaban allí. Es la costumbre, y tampoco les gusta caminar de
noche. Me vi de este modo obligado a pasar la noche en aquel lugar.
Al amanecer me puse otra vez en marcha.
Tenía poco cuidado, pues no me había llegado otro aviso. Encontré en el cami-
no treinta o cuarenta muertos. A las pocas horas estaba reunido con el destacamento
cerca de un río. El Mayor no se había atrevido a cruzarlo.
Pocos instantes antes había aparecido Palacios al otro lado diciendo fanfarro-
nadas.
Me dieron cuenta de la pérdida del Capitán de Artillería Arengreen, que había
querido acompañarme con su amigo Tupper, lo que ocasionó un pesar general en
la división. Pero al poco rato, lo veíamos salir de la montaña en la cual se había
escondido. Nos alegramos mucho de esta resurrección, pues muchos soldados de-
cían haberlo visto lanceado. Nos dijo que, efectivamente, los indios le dispararon
varios lanzazos. No lo hirieron gracias a que su buen caballo lo salvó, pudiendo
ganar la montaña. Los indios no se atrevieron a seguirlo temiendo, sin duda, alguna
emboscada de la infantería.
/214/ –“Ciertamente –continuó– he cometido una gran imprudencia adelantán-
dome demasiado y casi me ha costado la vida. Aún no sabía cómo eran los indios.”
para atravesarlo sin apuro. Los que hubieran quedado a este lado habrían sido los
de Palacios.
El Mayor creyó que tenían una gran emboscada juzgó prudente esperarme.
Tuve que aprobarlo, pues los oficiales del destacamento querían seguir adelante
y atacar.
Acampé en Donquil.
Al momento mandé organizar partidas para recorrer la montaña. A las cinco
llegó uno de los indios de Pitrufquén trayendo al lenguaraz Caleufo. Este se les pre-
sentó creyendo hablar con los indios de Palacios; como lo conocían, lo agarraron.
La casualidad puso en mis manos la cabeza principal de la montonera, ya que los
otros no eran nada sin él. El Gobernador de Valdivia le había hecho varias veces
proposiciones muy ventajosas a este demonio, y nunca quiso admitirlas, sino hacer
cuanto mal podía a la plaza. En el acto mandé traer la familia de este hombre, que
estaba escondida en la montaña. Se componía de dos o tres hijas, bien bonitas, y un
hombre. Este estaba enteramente tullido; otro encontrábase todavía preso en Valdi-
via. Llegaron después las partidas al mando del Capitán Labbé y Teniente Tupper:
tomaron un muchacho que bebía agua en un estero y que servía a Palacios, el que
estaba escondido muy cerca en la montaña. Al grito que dio el muchacho, cuando
lo pescaron, huyó el facineroso, sin lo cual hubiera caído también.
Hice formar un Consejo de Guerra verbal para juzgar a Caleufo.
Fue sentenciado a la pena capital por traidor a la patria, acusado y confeso de
varios homicidios. Ejecutado en el acto, su cabeza fue puesta en un palo plantado
en el mismo lugar de su fusilamiento para servir de ejemplo a los demás.
/215/ Encontramos en Donquil todo lo necesario para la mantención de la divi-
sión. Los animales vacunos que se hallaban en la montaña eran enormes; se puede
decir sin exageración, eran casi el doble de los que generalmente se encuentran en
la región.
Después de un día de descanso marché otra vez a Pitrufquén, pasando el río,
y continué preocupándome de la acción de Boroa, felicitándome interiormente de
haber mandado el destacamento a descubrir y reconocer el camino de Donquil. De
este modo, evité una sorpresa y desconcerté enteramente el plan de los montoneros.
Consistía en atacarme al paso del río, encontrándome desprevenido y en desorden.
Efectivamente, los diez cazadores conocían a estos caciques. Les pregunté dón-
de estaban y cuántos venían. Me contestaron que venían como 800 y que estaban
acampados muy cerca; que a mi primera jornada hacia Boroa se encontrarían con-
migo en una pampa que había que atravesar.
Todo se convino con el Comisario don Luis Aburto.
A pesar de habérseme presentado como amigos, en estos caciques reconocía
yo cuán frecuentes eran las traiciones de estos salvajes y no me fiaba enteramente
de ellos; de modo que al entrar en la precitada pampa, mi división se encontraba
formada en cuadro.
Apenas había dado algunos pasos cuando salieron de todas partes del bosque,
a rienda suelta, gritando como si hubieran ido a atacarme. Habían tenido la pre-
caución de dejar sus lanzas, de otro modo, los hubiera recibido con un rocío de
balazos, no obstante la amistad que me habían ofrecido. Aparecie-/216/ ron como
unos 500 hombres, tan pronto como estuvieron a corta distancia de mis tropas,
hicieron alto y se apearon los principales. Avanzaron como treinta pasos de mi
cuadro y pidieron que fuese a hablar con ellos. Fui inmediatamente, acompañado
del Comisario de Indios Aburto. Luego formaron círculo alrededor nuestro y em-
pezaron su Parlamento.
Yo hacia un largo rato que estaba impacientado por sus griterías, cuando vi a
Aburto mudar de semblante. Comprendí por el tono alto e imperioso que trataban
de infundirnos miedo. Al instante, puse el sable en mano y a planazos deshice el
círculo. Pegando a los más gritones, gané la columna y llamé al Comisario que
estaba pálido como un muerto. Le ordené que les dijera que se marchasen y si no
lo hacían los iba a exterminar a balazos. Luego cambiaron de tono y rogaron al
Comisario que me sosegase y que harían lo que quisiera.
Yo estaba furioso por el atrevimiento de estos demonios. Pronto se me aproximó
Aburto y le pregunté de qué trataban, para haber causado la alteración que noté en su
semblante. Me contesto que efectivamente, los caciques nos amenazaban. Querían
que disolviera mi división, tomar cada uno una parte de mis tropas, hacer la guerra
como la entendían y me amenazaban con matarme allí mismo si no consentía.
Mi Comisario temblaba y decía que eran indios muy bravos. Me dieron ganas
de reírme y se me quitó la cólera por la absurdidad de los salvajes.
¡Pretender intimidarme casi en medio de mis soldados!
Como 500 a 600 hombres a caballo hacen mucho bulto, creyeron poder dictar-
me sus intenciones, pero se desengañaron muy pronto. Al fin, me hicieron tantas
sumisiones que les permití acompañarme bajo la condición de que el primero que
levantase la voz o faltase a mis órdenes sería fusilado.
El deseo de robar los hizo pasar por todo.
Sabían que los indios de Boroa tenían mucha hacienda y nunca habían podido
entrar en su Malal.
Continuamos adelante, sin fiarme mucho de los salvajes; pero mis precauciones
fueron inútiles. Se portaron muy bien y me sirvieron de mucho, porque eran muy
prácticos en esas inmensas montañas y en el Malal de Boroa.
Después de mil precauciones necias que acostumbran en sus guerras y que me
hicieron observarlos, llegamos a un paso muy estrecho, luego a una que-/217/ bra-
da muy escabrosa llena de monte alto y al frente una palizada que tenía comunica-
ción por un árbol cortado, al cual me acerqué con algunos granaderos.
En el acto recibí una descarga que hirió a dos de ellos. Saltamos encima del
árbol y nos hicimos dueños de la palizada y del Malal. Penetraron los indios con
nosotros. Serían unos cincuenta los que solicitaron acompañar la división a pie,
porque no se podía penetrar a caballo.
Nos apoderamos de muchas mujeres y niños. Los indios enemigos huían al es-
pesor de los bosques; mis soldados, divididos en pequeñas partidas, los perseguían
en todas direcciones. Nos apoderamos de una gran cantidad de ganado lanar y va-
cuno de rara hermosura, algunos excelentes caballos, muchas yeguas, etc.
Establecí mi campamento en medio del malal, e hice recorrer la montaña por
todos los puntos accesibles; pero sin fruto. Resolví llamar una india vieja, la bruja
del cacique Melalican, principal cabeza de la indiada de Boroa.
En cuanto me la prestaron, le encargué que fuese de parte mía a ofrecer palabras
de paz el cacique y que se presentase sin recelos a hablar conmigo. Que de este
modo todos los niños y mujeres que estaban en mi poder, podrían cobrar su liber-
tad; que también se le devolvería una parte de su hacienda, con la única condición
de que me entregase a Palacios; que debía reconocer que, por causa de éste, había
llegado la guerra a sus tierras; que tenía fuerzas para destruirlo si persistía en soste-
ner a ese facineroso cobarde, el cual no sabía más que huir cuando se le presentaba
el peligro y si no, que viese que entre los muertos en las dos refriegas, no había
otros que sus propios indios.
Salió la vieja y en menos de dos horas estaba el cacique en mi presencia.
Me parecía incomprensible que este hombre y muchos otros que lo acompaña-
ban, estuviesen ocultos casi en medio de mi tropa. Con seguridad se habrían dejado
matar todas las mujeres antes de descubrir el lugar en donde aquéllos estaban ocul-
tos. La fidelidad y castidad de estas mujeres es muy extraordinaria en medio de esta
vida salvaje; no se abandonan ni a la fuerza ni al terror.
Apenas estuvo el cacique Melalican entre nosotros, cuando corrió hasta él un
niño de 4 o 5 años, que se asió de sus piernas sin querer soltarlo, corriéndole las lá-
grimas de sus ojos; era su hijo. Este hombre se quedó parado con mucha dignidad,
porque se creen superiores a nosotros. Esta escena me enterneció mucho.
Le entregué su niño sin condición alguna, acción de la cual me pareció muy
agradecido. Lo convidé a sentarse a mi lado y se llamó al Comisario Aburto para
que le explicara lo que se quería de él.
Ya la vieja lo tenía prevenido.
A la proposición del Comisario de entregar a Palacios, respondió que los días
anteriores se había separado de su indiada; que en absoluto sabía dónde se hallaba,
pero que respondía llevárnoslo él mismo dentro de quin-/218/ ce días a la plaza. Se
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 117
le contestó que otras veces los indios nos habían engañado y que viera lo que hacía.
Volvió a repetir lo que había dicho y que cumpliría fielmente su palabra.
Entonces se le aseguró la paz.
En caso contrario pronto me tendría otra vez en su tierra y por aquel entonces
no habría perdón.
A continuación fueron puestas en libertad todas las mujeres y todos los niños.
Casi todos los oficiales tenían algunos.
Yo di el ejemplo: tenía una niñita que me había pedido mi querida Teresita. Hubo
sus resentimientos entre los oficiales, pues las damas de la capital aprecian mucho
las chinitas, que suelen ser muy buenas criadas; pero lo había prometido. Sólo tomé
los animales necesarios para el regreso de mi división a Valdivia. Los demás, fueron
entregados al cacique. Con todo, como acostumbran, al desaparecer al otro día, se
llevaron los indios que me habían acompañado, muchas mujeres, niños y hacienda.
Propuse a los diez cazadores seguir en mi división. Sólo dos aceptaron, los de-
más se volvieron al Malal de Venancio. Les hice distribuir tabaco, papel, cartuchos
y otras frioleras.
Se fueron muy contentos.
Emprendí mi retirada hacia Valdivia, la que se verificó sin la menor novedad.
Mi corta campaña duró un mes, en al cual fueron mantenidos 600 hombres a
costa de los indios rebeldes.
Todos los soldados venían provistos de mantas u otros tejidos hechos por los
indios.
De esta manera se concluyó la montonera del norte de Valdivia y quedó abierta
la comunicación con la provincia de Concepción, resultado importantísimo, porque
ha sido duradero.
El cacique Melalican cumplió su palabra: Palacios fue entregado por él mismo
en la plaza y fusilado.
El cirujano inglés Tomas Leighton, que acompaño mi división en esta corta
campaña, escribió detalladamente un largo diario, relación que hizo imprimir.
No recuerdo el título de la obra en que la he leído.
Me contentaré con decir que el cirujano Leighton, cuando escribió su carta, no
tenía la menor experiencia acerca de estas guerras. Pudo en aquel entonces, haber
sido lastimada su filantropía; pero hoy día, que como profesional se ha establecido
en el país y que ha adquirido la experiencia necesaria para emitir un juicio madu-
rado largos años, y seguramente no escribiría de la misma manera en que lo hizo
porque ha tenido ocasión de ver que la fi-/219/ lantropía con estos salvajes es una
candidez, por no decir una necedad. A pesar de todo, estaré con las posturas filan-
trópicas cuando no dañen la reputación ajena.
están abiertas entre Concepción y /44/ Valdivia, permaneciendo los indios atemo-
rizados por nuestra fuerza. Durante todo esto la conducta del coronel Beauchef fue
merecedora de los más altos elogios, no obstante lo cual, la sensibilidad del doctor
Leighton pudo ocasionalmente ser herida. La división retornó a Valdivia después
de pasar en el territorio indígena durante un mes” (Según carta original que per-
tenece a la colección del señor Manuel Bianchi, citada en la Bibliografía de este
volumen).
/Fojas 36 recta/ En el mes de Diciembre del mismo año de 822. Oficio el Coro-
nel Beauchefe […] si nuestra compañia estava lista para espedicionar ala tierra
delos Araucanos en perseguimiento del Bandido Palacio Jefe de una division de
Godos malvados y asesinos que se hallaban entre los Yndios, y al mismo tiempo
ordeno el Governador dela Ciudad de Osorno pusiese 500 Yndios Guilliches para
marchar con nosotros; salimos en el mismo mes de Disiembre con 112 hombres
que tenia nuestra Compañia, mas 50 milicianos, y como 600 Yndios boluntarios
que se ofrecieron a venir muchos mas, y todos mui patriotas. Como en aquella
prov.a llueve hasta en verano los aguaseros nos ysieron demorar mas de 20 dias
para llegar al punto de San Jose donde nos haviamos de reunir con la fuerza de
Ynfanteria que salida de la plaza de Valdivia con el Coronel Beauchefe, alos 4 dias
de estar en San Jose, llego la fuerza de ynfanteria que se componia serca de mil
hombres; y rreunidos ya todos seguimos la marcha introdusiendonos en la tierra de
los Araucanos, llegamos al lugar de pituquen, y al otro dia sorprendimos un campo
de yndios Enemigos que venian con la yntencion de asaltarnos en la noche donde
estavamos acampados, mas como ese dia haviamos emprendido la marcha nos fui-
mos a encontrar como a las dose del dia donde los batimos muriendo bastante de
ellos, y los demas escaparon al monte; seguimos despues de esto la marcha hasta
que nos alojamos, aquella noche no nos dejaron dormir por que toda ella se pasaron
los Enemigos tirandonos tiros y los Yndios con sus alaridos en forma de pegar la
carga, segun cos-/fojas 36 vuelta/ tumbre de ellos. Al otro dia quedo nuestro cam-
pamento en el mismo punto, y nombraron ami Cap.n con toda nuestra Compañia
para marchar almalal de Palacio, caminamos y como alas cinco del dia llegamos á
el y como conmigo harian tres dias havia tenido un disgusto quiso bengarse con
migo en aquel momento, y me ordeno que escogiese 25 soldados; para que dentra-
se adentro del malal yo le contes48 que no tenia que escoger pues todos para mi eran
buenos, entonse[s] me contest.to el tome los que guste, entonse[s] di la orden salie-
sen 25 soldados de la derecha, ami bos salio toda la comp.a (esto lo hasian por que
yo era para con mis soldados mui estimado) entonse[s] tuve que nombrarlos uno
auno y cuando estavan listo[s], me ordeno mi Cap.n dejase los sables y que llevase
solo caravinas, y seme dio un soldado que delos enemigo[s] se havia pasado a no-
sotros, y este era muy baquiano, dentramos al monte apie pues acavallo no havia
dentrada por aquel punto, y luego que pase con mi tropa un rio Ancho, por en sima
de un arvol boltiado y que atravesava de un lado a otro, me dijo el baquiano me
quedase alli mientra el yva a espiar al enemigo asegurandome que no havia media
cuadra donde devian estar los cuarteles fue ynmediatamente volvio y entonse[s]
abanse yo con mi tropa siempre por el bosque, y al concluir este havia una pampa
corta y ala orilla estavan las ramadas de sus cuarteles, me aprosime yo vien a ellos
como a 20 pasos y los beo que estan ocupados en aser sus almuersos ala orilla de
los fogones, dispuse mis 25 soldados vien ordenados mande preparar y apuntar
muien secreto, y la voz de fuego, la di en toda la fuerza de mi vos, yse [in]media-
tamente la de carga; el enemigo arranco inmediatamente al bosque pues estava
serca, como la descarga que yse aser fue tan serca, ylos enemigo serian cuando mas
unos 40, y se hallaban rodiados a cinco fogones, en yleras en que estavan asiendo
sus asados, yollas de Guisos, nose perdieron balas muchas por que de la descarga
quedaron 14 muertos y 7 mal heridos, y en los que arrancaron al monte no dejarian
de ir algunos herido[s], y muchos mas ubiera pillado pero mis soldados seme entre-
tuvieron en el despojo de las monturas de los Enemigos, y de los mui buenos asa-
dos que hacian, y como estavan contanta nesesidad, me costo usar del rigor del
sable para aserlos que cogiesen sus armas y abansasen, y como no llevavan mas
Arma que las Caravinas, era preciso aserlos cargar, y despues abanse al Bosque,
llevar sus asados y comiendo sobre la marcha; yno haviendo en contrado ya enemi-
go ninguno; en contre muchas Bacas y mantas; entonse sali del Bosque ymande el
parte al Cap.n y que me mandara los cavallos para llevar un piño de Bacas, que
adistansia de doce cuadras mas arriva havia dentrada para Cavallos, al malar; luego
el Cap.n como estava serca por el punto donde ya havia dentrado a pie, tuvo la
notisia, y me mando los Cavallos; y en cuanto yse montar a mi tropa, comense a
rrodiar Bacas y sali afuera con 86 de ellas, mis soldados hallaron un buen votin de
7 cargas de petacas, llenas con ropa de toda laya, y muchas alhajas de plata y oro y
monturas mui antiguas chapiados con plata y con 6 pares de charreteras, divisas
militares, de todo lo que era ropa y cosas de monturas, y mantas las repartio el cap.n
entre la tropa; y los prendas de plata, como ser fuentes, platos Bandejas, cuviertos
con cucharas, ma-/fojas 37 recta/ tes, saumadores, espuelas y otras prendas mas
que no hago mencion, los tomo el prometiendo a la tropa que con aquella les yva
aser un bestuario, lo que no se vio nunca. Concluido todo esto marchamos a rreu-
nirnos con el Ejercito llevando la banda de cornetas monturas, chapiados con plata,
una charretela de plata puesta en la frente de sus cavallos, y las 86 Reses que sir-
vieron al ejercito mui atiempo por que tenia mucha necesidad de ellas, y tan pronto
que llegamos al ejersito que serian las 2 de la tarde se comensaron a matar Bacas,
y hasi que la tropa comio, me mandaron para que marchase al lugar de pocoyan,
dandome 50 soldados de mi compañia y 25 soldados de Ynfanteria, al mando de su
Alferes Solis, dandome por vaquiano al soldado que se havia pasado del enemigo
a nosotros; camine dos dias suviendo unas montañas ynmensas, sin haver en con-
trado una pampa ni de 2 v.as donde alojar de noche, el terser dia camine abajar la
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 123
Cordillera y cuando yvamos allegar me dijo el soldado Guia, Señor aqui en este
lugar hay mas de dos mil Yndios, y lleva V mui poca fuerza, en fin bajamos al dicho
lugar, que es una pampa mui larga y mui vonita, porun lado la sircula un Rio cau-
daloso, por otro una Cordillera mui alta. En cuanto baje ya abajo se presentaron
como 300 Yndios, pero como yo ynmediatamente tome la posesion de bajo de un
mansanal no pudieron descuvrir la fuerza, y cuando ellos se allegaron los 25 Yn-
fantes rompieron fuego, y los Yndios bolvieron cara y entones los Carge yo con mi
Cavalleria; y como la noche ya serro escaparon todos al monte, entonse comense
arrodiar Caballos, Bacas y ganado obejano, y ha eso de las dies de la noche me vine
arreunir conla Ynfanteria, y la pase toda la noche sobre las Armas, a causa que al-
gunos tiros que venian a tirarnos algunos Españoles, que andavanse con ellos. Al
otro dia me encuentro con 250 Bacas, y con 60 Cavallos de lo mejor que alli hay,
con mas de 14.mil obejas las que havia yntentando de aserlas degollar por no poder
marchar con ellas, a Causa de la cierra que tenia que pasar, pero determine dejarlas
y marche con las Bacas y Cavallos; a los 3 dias en la noche vine adar al punto don-
de havia dejado el ejercito cuando seme havia dado la Comision, y no haviendole
encontrado alli, tuve que alojarme en el mismo punto; esa noche me llovio mucho,
ytuve que pasar parado con toda mi tropa en formacion con las Armas en la mano
y mi ganado de presa arreta guardia y ala orilla de un Rio, pues el enemigo no seso
toda la noche estar tirando sus tiros, y dando los gritos, me mataron un soldado yme
yrieron 3 ylos que resivieron mas valas fueron las Vacas, y los cavallos, pues la
noche estava mui obcura y un temporal, mui grande y por eso no alcansavan a ver
mi formacion, y tambien porque yo no quise tirarles un solo tiro, y esperava que se
me asercasen vien para aser mis fuegos. En cuanto aclaro, el Enemigo no paresio a
incomodarme, pero yo me hallava todo confuso, sin poder discurrir para donde
tomaria pues no savia que diresion habia tomado el ejercito, ni podia tomar Guella
alguna por lo mucho que havia llovido en la noche; y que el Jefe del ejercito no
ubiera sido /fojas 37 vuelta/ para mandarme un propio avisandome para donde
haria su marcha, en este apuro me consulte con el soldado baquiano, y este dijo que
talves ubiese tomado el ejercito por pituquen; tome pues esta direcion, y alos tres
dias llegue a Tolten donde allo al ejercito que estava pasando el Rio, y luego me fui
ami Compañia donde estava mi Cap.n aquien hasiendole los cargos por no haverme
mandado ningun conosimiento de la direcion que havia tomado el ejercito; este me
contesto que un Yndio havia venido a decir al Jefe que yo havia sido batido por los
Yndios de pocoyan y que todos haviamos peresido sin escapar uno, y que el Jefe
viendo que yo me dilatava le avia creido. Mi llegada al ejercito alegro mucho tanto
porque todos ya me consideravan perdido como por la mucha Cavallada que lleba-
va, y mayormente las 248 Bacas que lleva[va] pues de las primeras ya no les que-
daba mas que por ese dia. Como el ejercito estava la mayor parte de otra banda del
Rio, estava tamvien el Jefe, tube que yr adar cuenta de mi comision, este me resivio
mui vien disiendome ya no esperava verlo a V. mas pues tuve notisias mui siertas
de haver peresido V. y toda su tropa. En dos dias paso todo el ejercito el Rio pues
lo berificamos en canoas mui pequeñas y el Rio alli es grande y correntoso, y an-
cho, Cuando ya estuvo todo el ejercito al otro lado del Rio ypuesto en orden para
su marcha, y formado en Batalla fuimos rodiados de un campo de Yndios de mas
de 5000, que en el medio de un llano nos hecharon al medio: para asernos honores
(pues eran Yndios amigos) segun costumbre de ellos; sin embargo nosotros estava-
mos reselosos, y cuando se retiraron como cuatro cuadras de nosotros, y volvieron
formandose como para darnos un Carga, mi Cap.n se haserco ami y me dijo, mi
teniente, si en algo le he ofendido perdoneme por dios, pues aqui todos bamos a ser
victima[s], no ve V. como la yndiada se han divido al frente retaguardia a derecha,
ysquierda, y senos ban a benir ala Carga, esto me estava diciendo mi Cap.n cuando
soltaron un grande grito en una vos toda la Yndiada, y enseguida, se viene asi a
nosotros con sus lansas en Ristradas, formando un ruido espantoso, y una griteria
horrorosa, pero al llegar sobre nuestras filas bolvieron cara con mucha prontitud, y
bolbieron a cargar el campo, dejandonos a nosotros en la obscuridad del polvo,
siendo esta una costumbre que ellos tienen en seña de honor, y el gusto que mani-
fiestan por hallarse con Jentes amiga.
Concluida[s] las seremonias de los indios, marchamos en derechura al malal de
Guiliqui que era donde tenian gana los Yndios de entrar, pues no lo havian podido
aser por que en dho malal havia mucha yndiada, godos y amas havian como 400
hombres de fusil, y al otro dia llegamos, y todas las yndiadas nuestras rodiaron la
montaña y mi compañia de cavalleria tambien, y el Coronel Bauchefe dentro conla
Ynfanteria adentro, que despues de un vivo fuego se tomo el malal, con algunos
pricioneros y todos los demas sefueron a los bosques, y el malal quedo entregado
a los Yndios de boroa que ally yban con nosotros, trayendo nuestro ejercito para la
plaza de Vald.a y haviendo llegado al lugar de San Jose la Ynfanteria se embarco
para Valdivia, yami seme destino con mi Comp.a y los Yndios Guilliches para la
Ciudad de Osorno, y mi Cap.n sevino a Vald.a y yo llegue a Osorno alos 20 dias de
marcha, porlo mucho que nos llobio en todo el Camino.
CAPÍTULO IV
Campañas de aniquilación, masacres, reparto de botín
y violencia sexual contra los indios de la pampa
centro-oriental en la época de Rosas (1833-1836)
1. Introducción
E
l objetivo central de esta contribución, cuyo tema –hasta donde alcanza
nuestro conocimiento– carece de estudios precedentes con respecto a la épo-
ca y al área en estudio,2 consistirá en examinar las prácticas depredatorias
ejecutadas contra los grupos nativos localizados en la pampa centro-oriental que
mencionaremos más adelante, a lo largo del período que media entre la expedición
al desierto comandada por Juan Manuel de Rosas en 1833 y el invierno de 1836, y
establecer sus características recurrentes.
Desde que desempeñaba el cargo de comandante general de las milicias de la
campaña bonaerense (entre 1827 y 1829) y con posterioridad, a partir del momento
en que asumió por primera vez la gobernación de Buenos Aires en diciembre de
ese último año, Rosas dedicó un esfuerzo sostenido a la elaboración de su políti-
ca interétnica. Siendo gobernador, puso en formal funcionamiento un programa
dotado de financiamiento público denominado negocio pacífico de los indios, que
comportaba una previa clasificación de las sociedades indígenas de las pampas en
tres categorías: amigos, aliados, y hostiles o enemigos.3
Las dos primeras ofrecían una precaria seguridad a menudo más aparente que
efectiva, mientras que la tercera implicaba lógicamente la peor de las situaciones,
a la que amigos y aliados también podían verse arrastrados en caso de que Rosas
determinara que incumplían las obligaciones contraídas con él, o en la que se ha-
llaban de suyo instalados aquellos que se hubieran mostrado renuentes a asumirlas.
Tales fueron los casos, respectivamente, de ciertos boroganos y ranqueles.
Sobre todo durante los años treinta, el gobernador reprochaba a los ranqueles
una sostenida hostilidad –retribuida con creces–, estimulada por el hecho adicional
de ver en los campamentos de Mamil Mapu un hospedaje seguro para enemigos
políticos que gastaban el tiempo del exilio en soliviantar a los anfitriones en su
contra: esa doble percepción negativa colocó a los habitantes del país del monte en
el ojo de la tormenta.
La situación de los boroganos había sido distinta. Ingresaron y se mantuvieron
en la condición de aliados en términos de una compleja y conflictiva vinculación
con Rosas que culminó de una manera dramática, dando lugar a violentas expedi-
ciones que afectaron a uno de los sectores del grupo y que constituirán el motivo
de nuestro actual interés.4
Las prácticas mencionadas incluyeron matanzas de combatientes y no com-
batientes, distribución de mujeres y niños, reparto de botín entre los atacantes y
violencia sexual ejercida contra las prisioneras indígenas.
2. Los hechos
La gran entrada a Mamil Mapu planificada en 1833 contó entre sus objetivos pri-
mordiales el de exterminar a los ranqueles mediante las operaciones combinadas
de un trío de columnas que debían ingresar a sus territorios, encerrándolos en una
trampa de la que les resultase imposible escapar. No sin razón se ha considerado
que, en términos actuales, Rosas estuvo empeñado en un verdadero proceso de lim-
pieza étnica:5 había dispuesto que no se les diera cuartel y que fuesen eliminadas o
dispersadas todas las personas capturadas, principalmente los hombres adultos en
condiciones de hacer la guerra.
De acuerdo con lo previsto, los avances de la división derecha y el enfrenta-
miento de la división central con la armada de Llanquetruz y sus aliados en la bata-
lla de Las Acollaradas constituyeron los dos primeros de una serie de eventos ocu-
rridos en el término de tres años. Ambos se diferencian de los que examinaremos
con posterioridad en que se trató de matanzas producidas en acciones de guerra,
mientras que las restantes tuvieron lugar una vez concluida la campaña, en contex-
tos distintos y por obra de expediciones particulares, principalmente entre fines de
1834 y mediados de 1836.6 En la ejecución de estas últimas cumplió un papel clave
la guarnición estacionada en Fortaleza Argentina: la ventajosa ubicación de este
4 Este caso ha sido abordado por Silvia Ratto, autora de completos estudios acerca de las relaciones
de alianza de los boroganos con Rosas y el colapso posterior del grupo; por nuestra parte, nos
hemos interesado en la situación particular que motivó las matanzas y depredaciones a que aludi-
remos aquí. La interacción de los ranqueles con el restaurador fue examinada por varios autores,
aludiendo a distintos momentos y procesos. Es conveniente, entonces, dirigir la atención del lector
interesado en estos temas a las contribuciones más recientes, que enumeraremos a continuación sin
intención de agotar la nómina: Bechis 1996a; Fernández 1998; Ratto 2005; Villar y Jiménez 2011,
115-170.
5 Jiménez y Alioto 2007, 9-10.
6 Anschutz, 1944; Bernal, 1997; Ratto, 1994a, 1994b.
Campañas de aniquilación... 127
Que los Ranqueles tambien han quedado pocos despues que los han
muerto por el centro en la jornada del 16 de marzo, pues q. ivan
muchos con Llanquetrur, y de los golpes q. enseguida tuvieron por
la Derecha. Y en efecto si es como se dice la perdida q. estas Tribus
han sufrido ha sido mucho mayor q. lo q. indican los partes, pues
considerable numero de eridos fueron á morir á gran distancia.10
No obstante, en ninguno de esos dos supuestos, las bajas de Las Acollaradas guar-
dan proporcionalidad: las nativas ascendieron a 160 personas, y sólo 12 entre sus
15 Oficio de Sosa a Rosas, fechado en Salinas Grandes el 11 noviembre 1834, AGN X 24.8.6.
16 Los partes emitidos por cada uno de los oficiales a cargo presentan cierto grado de discrepancia en
las cifras informadas. Cuando las dudas generadas por esas diferencias no pudieron ser superadas,
optamos por consignar las cantidades más bajas.
17 Al respecto, Manuel Corvalán -edecán de Rosas- le informaba a Francisco Sosa “…que dho Ca-
rriague como que les ha tomado terror panico a los soldados de nuestra Provincia anda loco por
hacer pases con aquellos Goviernos y especialm.te con el de Cordova, pues q.e ya en ninguna parte
se encuentra libre de un abance de las tropas situadas en Bahia Blanca…” (Corvalán a Sosa, marzo
25 de 1836, AGN. X-25.3.2).
130 Devastación
18 En realidad, López había pensado en el envío de una parte importante de los indígenas asentados
en La Carlota a la frontera con el Chaco para sortear el peligro de mantenerlos reunidos en
cercanías de la villa sin ser del todo confiables (AGN 25.2.1., fojas 623). Este proyecto no alcanzó
a concretarse por la razón que veremos enseguida.
19 Oficio de López a Rosas, La Carlota, 17 marzo 1836, AGN 25.2.1, fojas 623-624; y Estado q.e
manifiesta el número, y clases de Yndios q.e hasta hoy se hallan reducidos en esta Villa de la
Carlota, y el n.o de Cautivos Restituidos, La Carlota, 02 abril 1836, AGN X 25.2.1, foja 707.
20 La documentación acerca de estos eventos sugiere que, en un principio, Rosas y López convinieron
que el gobernador de Córdoba atrajera a todos los ranqueles con promesas de paz para arrasarlos una
vez que se confiasen: “…acordaron con S. E. [se refiere a Rosas] en que dho Gov.r Dn Manuel Lopes
siguiese entreteniendo con tratados de paces a los yndios Yanquetruz, Payne, Carriague, etc, cosa que
se asentasen y que luego que estubieran bien descuidados pegarles un golpe definitivo”. Más tarde,
López creyó percibir sinceridad en las ofertas y gestos de Carriagué y varió su conducta, avanzando
en las tratativas. Este fue el cambio que provocó el desagrado de Rosas y el desistimiento posterior
del gobernador de Córdoba: “…el referido Señor [López] creyo de buena fee consentir en tratados
reales lo que era un [una palabra ilegible; ¿ardid, engaño?] para lo contrario= Esto asi lo escrivio a S.
E. [Rosas] mas este le contesto que de ningún modo convenia en que quedase vivo un solo yndio de
esos que eran tan malos y tan acostumbrados a la matanza y robo desde que nacieron…” (Oficio ya
citado de Corvalán a Sosa, marzo 25 de 1836, AGN. X-25.3.2).
21 Oficio de López al coronel Argañaráz, La Carlota, 23 abril 1836, AGN X 25.2.1, fojas 800-801.
22 Oficio del coronel Manuel Corvalán al mayor Ramón Maza, Buenos Aires, 24 mayo 1836, AGN
25.2.5, foja 203.
23 López a Rosas, 07 junio 1836, AGN X 25.2.1, fojas 944.
Campañas de aniquilación... 131
24 A ellos nos hemos referido en un trabajo anterior al que remitimos la atención del lector interesado
(Villar y Jiménez 2011, 128 ss.). Limitémonos a decir aquí que Sosa estaba enemistado con el
cacique Cañiuquir (por entonces vacilante y controversial aliado del gobierno provincial) por he-
chos ocurridos durante un ataque previo contra ciertos ranqueles y la subsiguiente distribución de
cautivos y demás botín entre los vencedores. En esa ocasión y a juicio del coronel, Cañiuquir había
obstaculizado las acciones bélicas y el reparto posterior de prisioneros, animales y otros bienes,
tratando así de reducir los daños para los vencidos entre quienes alegaba tener parientes y amigos.
A raíz de estos hechos, Sosa le cobró una profunda inquina, argumentando que Cañiuquir actuaba
con duplicidad. Pretextando además que el cacique se habría coaligado con ranqueles y con indios
de la ultra-cordillera para atacar la frontera, lanzó en su contra los dos ataques que veremos ense-
guida, a despecho incluso de las dudas que generaba en Rosas la real existencia de esa coalición, y
de sus explícitas instrucciones a Sosa advirtiéndole que no iniciase acciones bélicas riesgosas para
la seguridad fronteriza, salvo que el gobierno se lo ordenase.
25 La memoria nativa presenta estos hechos de una manera distinta a la reflejada en los documentos
oficiales. Santiago Avendaño -siete años cautivo de los ranqueles y hondo conocedor del mundo
indígena- relató que largo tiempo después, frente a un auditorio de muchas personas (entre ellas,
el propio Avendaño), el cacique Pittü afirmó que Cañiuquir había enviado un emisario a Rosas,
quejándose del primer ataque de Sosa en su contra que juzgaba inmerecido por hallarse en paz con
el gobierno: “Fue oído el mensajero y despachado en el acto conduciendo cincuenta yeguas, aguar-
diente y ropa y mucho conducto de palabras. Le hacía decir Rosas a Cañiuquir, que Pancho Ñato
había invadido sin orden y que tomaba medidas para castigarlo por haber ido a perturbar el sosiego
de sus aliados, que en vista de sus necesidades y compadeciéndose sobremanera le mandaba 50 ye-
guas gordas, dos barriles de aguardiente y ropa hasta que le restituya todo [el botín tomado por las
tropas]”. Pero ese resultó ser un nuevo engaño: “…Cañiuquir fue víctima de su credulidad, pues
cuando esto decía Rosas para consolar a su amigo, daba nueva orden al Ñato para que repitiera su
golpe…” (Papeles de Avendaño, en Archivo Estanislao Zeballos [AEZ], Complejo Museográfico
Doctor Enrique Udaondo de Luján, folio 379 y vuelta).
132 Devastación
26 Con respecto a estos hechos, ver Jiménez, Alioto y Villar 2016 y sus citas documentales.
27 Con relación a estos acontecimientos, ver Ratto 2005.
28 Recordemos que los boroganos eran aliados del gobierno, vinculación que explica el motivo por
el cual estas personas fueron entregadas a las autoridades en un gesto de lealtad.
29 Si bien la documentación no permite establecer la cantidad exacta de prisioneros, se mencionan
en ella algunos números parciales que sugieren que el total pudo superar incluso la centena. Por
ejemplo, los boroganos acusados de tener trato con ranqueles parecen haber sido 13 personas;
unos 64, los indígenas que se acercaron a parlamentar; y a ellos deben agregarse Namuncura y sus
acompañantes.
Campañas de aniquilación... 133
tro desaparecidos totalizan los daños en el caso de las tropas, contra 619 ranqueles
–incluyendo varios líderes, combatientes y no combatientes–, a los que se añaden
1.867 prisioneros.
Los gráficos ilustran las (des) proporciones existentes entre muertos indios y
bajas criollas, discriminados por episodio (Gráfico 1) y en términos comparativos
(Gráfico 2); muertos y prisioneros indios comparados con las bajas criollas, discri-
minados por episodio (Gráfico 3); y por último, una comparación proporcional de
muertos y prisioneros indios (Gráfico Cuatro); muertos indios desagregados por
episodio y por género (Gráfico Cinco) y en proporciones (Gráfico Seis).
4. Violencia sexual
En ocasión de ataques como los descriptos, si bien la generalidad de los documen-
tos oficiales no contiene menciones a ella, la violencia sexual ejercida sobre nativas
aprisionadas existió y así lo demuestran las referencias contenidas en otros textos.
Es añeja la recurrencia al argumento de la circunstancia excepcional, según el cual
los soldados urgidos por el deseo sexual en un contexto de alteración de las reglas
morales de conducta producían un desquicio derivado del hecho de hallarse reuni-
dos lejos del control de sus propias comunidades.34 Pero los estudios más recientes,
en cambio, analizan el ejercicio de la violencia sexual como una práctica colectiva
que depende menos de las desviaciones psicológicas de los protagonistas que de
situaciones y motivaciones sociales e históricas que la propician y le dan lugar.
En nuestra región, las violaciones ocurrieron luego de una masacre y fueron
llevadas a cabo colectiva y públicamente, de modo que ninguno de los oficiales
presentes pudo ignorarlas, algunos participaron de ellas y otros no hicieron nada
por impedirlas.
Santiago Avendaño señaló la reiteración de esta conducta depredatoria en la
que, al parecer, las tropas de Fuerte Argentino en Bahía Blanca se destacaron entre
otras. Esa guarnición protagonizó agresiones contra mujeres ranqueles en 1834 y
boroganas en 1836, durante dos de las operaciones militares más importantes en las
que participó por entonces. En sus apuntes, el otrora cautivo se refirió al trato que
recibieron las primeras en el ataque de la primavera de 1834:
34 Durante décadas, diversas variantes del feminismo lucharon para cambiar esta perspectiva,
buscando que la violencia sexual fuera considerada una violación a los derechos humanos y no un
asalto individual.
35 Papeles de Avendaño en AEZ, folio 565.
Campañas de aniquilación... 135
También el sargento mayor Juan Cornell, incorporado “de particular” a esa ex-
pedición, aludió a las mismas violaciones masivas aunque refiriéndose a ellas con
un eufemismo:
36 Se refiere a Narciso del Valle, el otro oficial superior que integraba el comando de la expedición.
37 Cornell, 1995, 42.
38 Papeles de Avendaño, AEZ, folios 379-379 vuelta.
39 Aunque como hemos visto, del Valle no se mostraba titubeante, sino que, en opinión del propio
Rosas, “era bueno” para consumar atrocidades.
40 Hasta donde llega nuestro conocimiento, tampoco del Valle u otros oficiales de la guarnición se
expresaron con respecto a los atropellos.
136 Devastación
41 Acerca de la violencia sexual, ver Rabinovich, 2013, 129-136; y con respecto a las amenazas
contra las propiedades, Fradkin y Ratto, 2011.
42 Rabinovich, 2013, 134-135.
43 Al punto que las perpetraciones llegaron a oídos de los emigrados unitarios en Montevideo. José
Rivera Indarte -uno de ellos- se ocupó de incorporarlas a la nómina de crímenes horribles repro-
chados al gobernador de Buenos Aires: “Después de repartir como esclavos á los niños indios…
entregó las mujeres y doncellas pampas tomadas prisioneras, á la brutal lascivia de la tropa, en
calidad de esclavas, y con derecho de azotarlas y darles muerte, si intentaban escapar como se
egecutó con varias” (Rivera Indarte, 1853, 200).
44 En general, no existía la preocupación de evitar daños a los no combatientes o moderar sus efectos:
la ejecución de mujeres y niños indios a sangre fría, por ejemplo, era habitual y así lo demuestra la
propia información que hemos presentado.
Campañas de aniquilación... 137
5. Síntesis final
Los datos aportados permiten afirmar que la característica distintiva de la consu-
mación de las masacres consiste en que se llevan a cabo contra personas despre-
venidas –o carentes de motivos para esperar un ataque– ubicadas en sitios que los
agresores conocen de antemano, como en general lo ha señalado Mark Levene.46
La sorpresividad y violencia de las embestidas –respaldadas por una marcada supe-
rioridad numérica y ventajas de índole táctica–47 se conjugan para asegurar el éxito
de un verdadero acto de destrucción unilateral con riesgo mínimo para sus autores.
El grupo atacante está integrado por un número habitualmente acotado de per-
petradores activos de las atrocidades, a quienes secundan otras personas que co-
laboran de un modo menos intenso en su consumación. A ellos suele sumarse un
tercer conjunto que, aunque sin impedir las agresiones, llega a prestar algún auxilio
a las víctimas. Incluso puede ocurrir que a posteriori y a veces públicamente un
miembro de este último sector difunda con mayor o menor detalle los hechos pre-
senciados, condoliéndose del destino de los agraviados y exponiendo a los princi-
pales responsables.48
La evidente asimetría en las fuerzas de quienes se enfrentan es revelada por la
gran diferencia en el número de bajas, heridos y prisioneros –muy superior en los
atacados–, así como por el hecho de que estos últimos cuenten con una cantidad
importante de no combatientes muertos.49 Los atacantes cautivan personas de am-
bos sexos y distintas edades que luego son ejecutadas o extrañadas de su tierra, y
45 El desarrollo de esta venganza y sus resultados pueden verse en Villar y Jiménez 2011.
46 Levene 1999, 5.
47 Semelin 2001, 2007.
48 Hemos visto que en la región y también durante el siglo XIX (1822), se registra al menos un caso
de difusión pública de perpetraciones cometidas en una expedición contra los indígenas (Cfr. Ca-
pítulo III de este libro, página 83 y siguientes). El relato publicado en Londres por encargo de Tho-
mas Leighton, médico de la columna expedicionaria, obligó al comandante de las tropas coronel
Jorge Beauchef Isnel y a uno de sus oficiales -el capitán Ferdinand de Vic Tupper Brock- a esbozar
sendas justificaciones de los hechos denunciados, a las que se sumó luego el relato de otro militar
participante -el teniente José Verdugo-, esta vez relacionado con el reparto de botín arrebatado a
los nativos, discrecional e injusto a los ojos del narrador: ver Jiménez, Villar y Alioto 2012.
49 Semelin 2007, 167-237.
138 Devastación
50 Respecto de la ubicuidad del fenómeno, ver el trabajo pionero de Susan Brownmiller (1975)
referido a los grandes conflictos del siglo XX.
51 La literatura acerca del uso de la violencia sexual como arma de guerra es amplísima y tiende
a crecer constantemente. La gran mayoría de los estudios revela perpetraciones cometidas por
hombres contra mujeres (Brownmiller 1975; Buss 2009; Card 1996 y 1997; Farwell 2004; Franco
2007; Wood 2012), Sin embargo también se verifican abusos cometidos por hombres contra otros
hombres (Trexler 1995), menos aludidos que los anteriores quizá a causa de una sub-representa-
ción y no a su menor frecuencia.
52 Harrison 1993 y 2012.
53 Como señaló en su momento Susan Brownmiller, “…es un mensaje pasado entre hombres –la
prueba vívida de la derrota del otro” (Brownmiller 1975, 13); al respecto ver también Card 1996;
Farwell 2004; Franco 2007; Buss 2009.
54 Hayden 2000.
55 Asch 2000.
Campañas de aniquilación... 139
miento de las leyes de la guerra. En torno al derecho de gentes, Emer de Vattel ra-
zonaba que la aplicación de violencia a cierta clase particular de contendientes era
lícita en tanto persiguiera fines pedagógicos. En ese sentido, argumentó que cuando
la guerra se hace contra una nación feroz –y los indios americanos lo eran por
antonomasia según la tradición europea– que no observa regla alguna ni sabe dar
cuartel, se volvía lícito someterla con rigor a las leyes de la humanidad, castigando
incluso a los prisioneros, que al fin y al cabo también eran culpables.59 Aunque el
autor se inclinaba por un trato clemente si la severidad no fuera absolutamente
necesaria, opinaba que la decisión en uno u otro sentido debía quedar supeditada a
las circunstancias particulares y constituía una facultad deferida a los responsables
de conducir las acciones bélicas. Pero precisamente estos aducían que los nativos
siempre se comportaban con extrema crueldad, de modo que consideraban una
apabullante ingenuidad –y muy peligrosa– tratarlos con una clemencia que por
definición les era ajena.60
Por último, aunque resulta incuestionable que lo tuvieron, es técnicamente im-
posible medir con precisión el impacto demográfico de las matanzas desencade-
nadas contra indígenas de la pampa centro-oriental en general y los ranqueles en
particular durante la década de 1830. Esto se debe a la obvia razón de que sus
poblaciones nunca fueron censadas. Sólo disponemos de apreciaciones o cuentas
efectuadas con relación a parcialidades particulares, en distintos momentos y si-
tuaciones.
Precisamente a título de estimación y en una perspectiva comparativa, el resul-
tado del combate de Las Acollaradas resulta útil con este fin. Ya dijimos que en esa
oportunidad la armada indígena estuvo integrada por trescientos hombres como
mínimo y ochocientos como máximo, diferencia de cifras originada en el conteni-
do discrepante de los documentos referidos al enfrentamiento. En fecha inmediata-
mente posterior a las masacres, Ramón Maza, uno de los oficiales de Rosas situado
sobre el terreno, informó al gobernador que los principales líderes ranqueles –el
propio Llanquetruz y su hijo Pichun, Painé y Elan– sólo estaban en condiciones
de reunir un número de combatientes que no superaba en total las ciento cincuenta
personas.61 La gran merma en la cantidad de hombres de armas –cualquiera sea la
que se elija como punto de partida para el cotejo (300 u 800)– da una pauta orien-
tativa de la letal incidencia de aquellas matanzas: los combatientes se redujeron a
la mitad o a aproximadamente la quinta parte, según se opte por una u otra. Es casi
innecesario agregar que la reducción de sus familias fue bastante mayor, dado los
volúmenes alcanzados por la captura de no combatientes.
Pero sin embargo, el oscuro pronóstico de Eugenio del Busto que el restaurador
celebraba a fines de 1834 (“Me dice V. q.e ahora hay la mejor disposición…para
exterminar de remate a los citados Ranqueles, y que esto lo vería yo muy pron-
to…”) no se cumpliría. La mejor prueba de ello quedó registrada por la pluma de
Lucio Mansilla. En 1870, anotó en el Epílogo de su relato que la población de las
tolderías ranqueles estaba constituida por una colorida multitud de “ocho a diez mil
almas”,62 vivo testimonio de la recuperación experimentada en menos de cuarenta
años, mediando la aplicación de una política etnogénetica exitosa,63 si bien en un
contexto alejado del fragor que se abatiera sobre ellos en tiempos de Rosas.
Cuadro 1
Pérdidas experimentadas por los indígenas (1833-1836)
Prisioneros
Fecha Expedición Muertos Botín
Cautivos *
823 caballares
1 marzo - general Félix 4 caciques
269 prisionero/as 12.040 ovinos y
A 12 octubre Aldao (División 65 mocetones
31 cautivos/as caprinos **
1833 Derecha) 24 mujeres
368 vacunos
16 marzo
1833 general José Ruiz 160 muertos, nú- Entre 700 y
B (Batalla de Huidobro (Divi- mero no precisado No precisado 1000 caballos
las Acolla- sión del Centro) de heridos *** ****
radas)
25 octubre
coronel Francisco 600 caballos
–
Sosa (División 192 prisionero/as 300 vacunos
1 11 noviem- 10 muertos
Bahía Blanca y 45 cautivo/as 7.000 ovejas y
bre
boroganos aliados) . cabras
1834
4 caciques
21 - 25 130 indios de pelea
mayor Félix 24 indios 10 vacas
3 abril 600 indios de
Carbajal 4 mujeres 800 ovejas
1835 chusma
33 cautivo/as
Maza / Argañaráz
13 abril –
(Fuerzas conjuntas 93 varones 102 prisionero/as
5 1 julio 154 caballos
de Buenos Aires y 12 mujeres 12 cautivo/as
1836
Córdoba)
19 y 20 4 caciques,
coronel Pantaleón 180 prisionero/as
8 mayo 152 mocetones y 150 caballos
Argañaráz 37 cautivo/as
1836 33 mujeres
6.659 (o 6.959)
equinos
1.140 hombres 2.836 prisioneros
Totales 30.140 ovejas y
140 mujeres 267 cautivos
cabras
1.435 vacunos
Referencias
* Los prisioneros son indígenas; los cautivos, cristianos rescatados.
la más baja (Oficio del coronel Algañaraz al gobernador Lopez, La Amarga, 12 mayo 1836. AGN
X 25.2.1.; oficio del capitán Eugenio del Busto a Maza, Campamento de Lauquen, 11 mayo 1836.
AGN X 25-2-5).
6) Oficio de Francisco Sosa a Juan Manuel de Rosas, Bahía Blanca, 7 abril 1836. AGN X 2.5.2.
7) Oficio de Sosa a Rosas, Fuerte Argentino, 2 mayo 1836, AGN X 25.3.2.
8) Oficio del gobernador de Córdoba Juan Manuel López a Rosas, La Carlota, 7 junio 1836. AGN
X 25.2.1.
Cuadro 2
Pérdidas experimentadas por los indígenas y por las tropas criollas
Muertos y
Muertos Prisioneros
Fecha Expedición heridos de
indios indios
las tropas
4 caciques
21 - 25 abril 24 indios 130 indios de
3 mayor Carbajal Ninguno
1835 4 chinas pelea
600 de chusma
No se men-
cionan bajas
Maza / Argañaráz
13 abril – cordobesas;
(Fuerzas conjuntas 93 varones 102 prisione-
5 1 julio la columna
de Buenos Aires y 12 mujeres ras/os
1836 de Buenos
Córdoba)
Aires sufrió
2 heridos.
1 lancero
coronel
5 caciques muerto
2 mayo Francisco Sosa 100 prisione-
7 7 capitanejos, 3 soldados
1836 Sesenta y seis leguas ros/as
200 mocetones heridos
al NE de Bahía Blanca
7 contusos
4 caciques No se
19 y 20 mayo 180 prisione-
8 coronel Argañaráz 152 mocetones mencionan
1836 ras/os
33 mujeres bajas
4 muertos
9 heridos
2.567 prisio-
Totales 1.027 muertos 10 contusos
neros
4 desapare-
cidos
Gráfico 1
Muertos indios y bajas criollas por episodio, 1833-1836
Campañas de aniquilación... 145
Gráfico 2
Muertos indios y bajas criollas en proporciones, 1833-1836
Gráfico 3
Muertos y prisioneros indios y bajas criollas por episodio, 1833-1836
146 Devastación
Gráfico 4
Muertos y prisioneros indios en proporciones, 1833-1836
Gráfico 5
Muertos indios por género por episodio, 1833-1836
Campañas de aniquilación... 147
Gráfico 6
Muertos indios por género en proporciones, 1833-1836
CAPÍTULO V
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
Violencia interétnica y manejo de recursos silvestres
y domésticos en tierras de los pehuenches (Aluminé,
siglo XVII)1
1. Introducción
A
un cuando se trate de aportes producidos a la luz de perspectivas diversas,
la evaluación que antropólogos e historiadores interesados en el estudio de
las Sociedades Indígenas de Patagonia norte y las pampas2 realizaron de
sus actividades de caza y recolección, agrícolo-hortícolas y pastoriles, a menudo
se tradujo en resultados poco felices o al menos insuficientes. Nos proponemos
considerar aquí una mayor evidencia documental y un conjunto de reveladores
precedentes que concurrirán a debilitar la injustificada persistencia de esas contri-
buciones.
Con frecuencia, ha predominado no sólo una cierta elaboración “atemporal”
de la información, sino también la tendencia (I) a considerar las actividades men-
cionadas mutuamente excluyentes; (II) a evaluar de una manera insatisfactoria la
importancia relativa de cada una; (III) a suponer tardía la adquisición de prácticas
agrícolas en la región; (IV) a pasar por alto la posibilidad de que, en el marco de
determinados procesos históricos –cuyas singularidades se encuentran, en general,
ausentes del análisis–, esas prácticas fuesen combinadas o alternadas de distintas
formas, e incluso desechadas en ciertos casos; (V) a ignorar la incidencia de facto-
res climáticos y ambientales.
I. La aceptación de la primera de esas opciones implica sostener que la incor-
poración de prácticas agrícolas –y hortícolas–3 presupuso el abandono superador
1 Este trabajo fue publicado originalmente en Revista Española de Antropología Americana, vol. 40
no. 2 (2010), pp. 95-123. Una primera versión más sintética fue presentada en las XII Jornadas
Inter-Escuelas / Departamentos de Historia, que tuvieron lugar en la Facultad de Humanidades
de la Universidad Nacional de Tucumán, a mediados de septiembre de 2007. Los comentarios
recibidos en esa oportunidad han sido tomados en cuenta, así como las sugerencias posteriores y el
material bibliográfico aportados por el doctor Gustavo Politis. Los autores agradecen su generosa y
estimulante lectura del manuscripto.
2 Actual territorio de la República Argentina.
3 La horticultura muy rara vez (por no decir nunca) es objeto de tratamiento particular; por lo general,
se la presenta subsumida a las prácticas agrícolas.
150 Devastación
4 Este tipo de elaboración suele presentarse acompañado de la presunción de que, en ciertos casos, la
caza y la recolección pueden persistir durante un tiempo relegadas a un lugar de importancia menor
para desaparecer luego.
5 En cierto discurso, la ausencia de domésticos vegetales suele asociarse a menudo con un incremento
del “robo de ganado” y el “pillaje” en establecimientos fronterizos.
6 Mandrini y Ortelli 2002, 249.
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
151
7 Tanto Pietas como el Protector de Indios hacían uso en sus descripciones de marbetes étnicos car-
dinales -como Puelches (gentes del este) o Guillichis (gentes del sur)- para referirse a parcialidades
vecinas entre sí, vinculadas por alianza y parentesco y situadas en los valles cordilleranos, en para-
jes donde “…toda la tierra…” era conocida “…con la denominación de tierra de los Peguenches…”
(Dictamen referido en el texto, fojas 266 y vuelta). En esta oportunidad, dejaremos de lado el trata-
miento de las numerosísimas cuestiones referidas al problema de denominaciones y clasificaciones
étnicas que en su conjunto merecen el enfático reproche de haber servido más para enturbiar nuestra
comprensión del tema, que para mejorarla.
8 Pietas 1719, fojas 250 y vuelta.
9 Dictamen del Fiscal Protector de Indios de la Real Audiencia de Santiago, Santiago de Chile, 28
noviembre 1777, en Archivo Nacional, Capitanía General, volumen 636, fojas 266 y 266 vuelta. El
espejo de la Laja se desarrolla aproximadamente ente los 37º 10’ al Norte y los 37º 30’ al Sur; y la
embocadura del Limay alrededor de 41º, todos de Latitud meridional.
10 Confrontar los tres mapas elaborados por Max Rothkugel, correspondientes al segmento 37º - 40°
de Latitud Sur (Rothkugel 1916, láminas sin paginación).
11 Rothkugel 1916, 141.
12 Rechene, Roveloti, López Cerero, Burschel & Bava 2003/2004, 5.
152 Devastación
Mapa 2
Cuencas de los ríos Agrio y Aluminé: la tierra de los pehuenches en el siglo
XVII. El área destacada corresponde a la dispersión actual de la Araucaria
3. Antecedentes
Según lo dicho, hemos seleccionado un conjunto de aportes que, no obstante dife-
rir en sus fechas de elaboración, presentan en común referencias a los modos de
obtención y al manejo de recursos entre los Pueblos Indígenas del área. Se ofrecen
aquí con el propósito de ejemplificar la forma en que los estudios antropológicos e
históricos han evaluado la cuestión.
3. 1. En 1939 y en condiciones de producción científica muy distintas a las actua-
les, Milcíades Vignati, en su monografía sobre los Indios Poyas, trajo a colación
únicamente las crónicas de Jerónimo Pietas13 y Olivares,14 combinando sus con-
tenidos para destacar la importancia de algunas raíces “…que sin sembrar dan las
campañas…” y de dos tipos de fruto silvestre (muchi y laurapu), utilizados para
13 Pietas 1719.
14 Olivares 1865 [1736].
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
153
elaborar una chicha local según palabras del jesuita15 que encuentran su comple-
mento en la previa descripción de Don Jerónimo, acerca de que aquellas mismas
raíces se consumían convertidas en harina.16 Sin embargo, unas pocas páginas
antes, el mismo Olivares hizo referencia a la existencia de cultivo hortícola en el
área, mención que Vignati pasa por alto, aunque no pudo ignorarla: “Su alimento
es la caza, porque en estas partes por el mucho frío no se dan las sementeras;
solo en la isla [del lago Nahuel Huapi] se dan algunas papas i quinua i arvejas o
guisantes…”.17
Años más tarde, el mismo autor elaboró una serie de notas que acompañaron
su lectura etnográfica de la carta relación del misionero jesuita Nicolás Mascardi.18
No obstante la claridad de esa carta, Vignati se obstinó en atribuir la actualización
de prácticas agrícolas y hortícolas ya existentes entre los Nativos y referidas por el
sacerdote –incluida la mención a “las rozas”, es decir, al sistema de tala y quema–
a una “autosugestión” del ignaciano, de quien afirma que no sospechaba “…cuán
difícil es transformar a un nómade en sedentario y hacer de un cazador un recolec-
tor…”.19 Acto seguido, identifica caprichosamente “los humos” producidos por las
rozas con “las humaredas” que, según conjetura,
cuyo objetivo en 1648 fue “…maloquear y pelear con los indios y los holandeses,22
si los hallara en tierra y en sus sementeras…”.23 San Martín relacionó incluso el
dato de Rosales y el número de víctimas de la entrada en cuestión, concluyendo
que la crónica muestra “…cuán numerosa debió ser la población indígena de la re-
gión, pues si nada más que en la ribera del Epú-Lauquén,24 de bien poco desarrollo,
había más de quinientos moradores.., cuántos más no habría en los feraces campos
vecinos…”, y que también nos permite ver “…que se trataba de centros poblados
sedentarios, desde que se habla de ‘sementeras´”.25 Más allá de que hoy ya sea
imposible compartir los términos conceptuales subyacentes a esa conclusión,26 lo
cierto es que demuestran que el autor puso la mención de sembrados explícitamen-
te al alcance de sus lectores.
La otra fuente utilizada por Casamiquela donde se mencionan sementeras y
rozas ya la conocemos: se trata de la carta relación de Mascardi, que cita extensa-
mente,27 recurriendo al texto de Guillermo Furlong Cardiff28 y sin detenerse en el
asunto.
3. 3. En trabajos más recientes, encontraremos un reconocimiento de la evidencia
de prácticas agrícolas en los grupos indígenas que motivan nuestro interés. Pero en
estos casos, se las presenta como adquisiciones relativamente tardías, incorporadas
durante el siglo XVIII, que tuvieron lugar principalmente a raíz del contacto de los
Indígenas locales con “araucanos”.
Así, María Teresa Boschin, en sus trabajos sobre la historia de las “…socieda-
des cazadoras del área Pilcaniyeu”, “…con economía cazadora y pastoril, siglos
XVII y XVIII…”,29 elaborados en base a fuentes utilizadas tanto por Vignati como
por Casamiquela, mencionó el cultivo de algunas especies vegetales, incorporán-
dolo a un contexto de transformaciones iniciado recién a principios del siglo XVIII:
22 La incorporación de dos belicosos holandeses -y un negro fugitivo- a las fuerzas de los Nativos era
conocida a través de referencias que había brindado el propio Ponce de León, líder de una maloca
anterior dirigida contra la misma área. Lógicamente, la presencia de esas personas despertaba
inquietud entre los oficiales responsables de la seguridad fronteriza, en épocas de prolongadas
guerras intermitentes entre España y Holanda.
23 Cita de Rosales en San Martín 1940, 26-27.
24 El extremo meridional de Epulafquen está ubicado sobre los 39º 50’ de Latitud Sur.
25 San Martín 1940, 34-35.
26 Vale decir la automática asociación entre sementeras y población numerosa y sedentaria.
27 Casamiquela 1995, 40-48.
28 Furlong Cardiff 1963, 120.
29 Boschin 1997, 5.
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
155
Billagrán como Córdoba y Figueroa quemaron rucas durante las campeadas que encabezaron (Relación
escrita por el teniente general de Caballería Alonso de Córdoba y Figueroa…1673. Biblioteca Nacional
de Santiago de Chile (BN), Biblioteca Medina (BM), Manuscriptos originales, volumen 311, fojas 85).
36 Ciertas veces reproduciendo incluso omisiones u errores existentes en las contribuciones
precedentes.
37 Ferguson y Whitehead 1992, 3-4. Sin perjuicio de la remisión al texto sugerido, digamos breve-
mente que los autores citados proponen que el contacto entre sociedades estatales y sociedades
políticamente descentralizadas, al crear expectativas de distinto tipo en estas últimas con respecto
a los nuevos bienes, tecnologías y enfermedades introducidas desencadenó modificaciones en los
patrones tradicionales de conducta. Así, el manejo de los conflictos, el ejercicio de la violencia y
las prácticas bélicas experimentaron notorias transformaciones. En general, se advierte un incre-
mento de la conflictividad traducido en una militarización general de la zona de fricción.
38 Naturalmente, existen trabajos elaborados en análogo sentido con respecto a Sociedades Nativas
americanas de otras épocas y áreas que también sería posible considerar en detalle. No lo haremos
exclusivamente por razones de espacio, pero a título de ejemplos podríamos señalar dos aportes
referidos a épocas prehistóricas: a) el de Madsen y Simms (1998) acerca del denominado Comple-
jo Fremont, ubicado en territorio del actual estado de Utah (E. U. A.). Se expone el caso de varias
poblaciones involucradas con una amplia gama de actividades de producción que incluían horti-
cultura de tiempo completo, horticultura y forrajeo, y caza-recolección combinada con vegetales
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
157
domésticos obtenidos por intercambio. Los autores destacan la flexibilidad y adaptabilidad que
permitía pasar de la horticultura al forrajeo, o que al forrajeo se agregasen actividades agrícolas,
en dependencia con factores culturales y ambientales que podían experimentar cambios dentro del
históricamente breve lapso de una vida individual, o permanecer relativamente estables por perío-
dos más extensos (Madsen y Simms 1998, 257), situación que presenta características análogas a
las que refleja la evidencia presentada en este trabajo; b) Otra contribución interesante en vincula-
ción con temas similares es la debida a Adolfo Gil sobre el sur de la actual provincia de Mendoza
(Gil 2003 y también Gil, Tykot, Meme y Shellnutt 2006).
39 Cfr. la cita de Balée en Rival 2002, 12.
40 O de los llamados Botocudos de lengua Gé (Wright y Carneiro da Cunha 1999, 341-345; Langfur
2002, 2005).
41 Hemming 1978, 438-440, Sweet 1992, Wright y Carneiro da Cunha 1999, 358-362.
42 Murphy 1956, 1957, 1958, 1960, 8; Murphy y Steward 1956.
43 En un momento posterior, cuando se inició el ciclo del caucho, la dependencia del mercado se
incrementó más aún, involucrando transformaciones en los liderazgos del grupo y su patrón de
asentamientos (Burkhalter y Murpy 1989; Murphy 1960; Murphy y Steward 1956).
158 Devastación
5. Campeadas y malocas
Ambas actividades –que enseguida describiremos– encaradas desde los espacios
fronterizos del sur chileno representaron la adaptación local de una modalidad que se
reiteró en las guerras de expansión europea en ultramar. Lawence Keeley observó esa
recurrencia a nivel general, y describió además las “técnicas no ortodoxas” adoptadas
por las tropas para alcanzar la victoria contra “sus oponentes más primitivos”, entre
ellas la destrucción de la infraestructura económica y de los medios de subsistencia
(por ejemplo, viviendas, depósitos de comida, sembradíos y ganados), utilizando los
conocimientos, la pericia y la fuerza bélica de scouts y auxiliares indígenas.55
Así, en los confines meridionales del imperio las campeadas constituyeron ope-
raciones a cargo de gran número de soldados que ingresaban a los territorios indí-
genas con el objetivo de ocasionar serias lesiones a su economía, obligándolos de
esta manera a solicitar la paz. Las operaciones principales consistían precisamente
en destruir viviendas y cosechas, y arrebatar las reservas de alimentos y los anima-
les que pudieran hallarse. Dada la superioridad numérica del enemigo, los Nativos
no encontraban más remedio que ocultarse en montes y bosques, esperando a que
pasase el turbión: “El ejército entero –dice Gerónimo de Quiroga– es dueño de la
campaña, porque a la parte donde se arrima lo abrasa todo, sin que los indios tengan
fuerzas ni valor para acometerle…”.56
Las malocas o monterías, en cambio, eran protagonizadas por un contingente
reducido de españoles y un grupo numeroso de indios amigos,57 organizados sobre
todo para capturar piezas humanas que luego serían vendidas como mano de obra
esclava. En este caso, el éxito dependía del sigilo y la velocidad,
53 Una alternativa con respecto a esta ha sido sugerida por Gustavo Politis, refiriéndola a los Nukak.
En este caso, se presenta una horticultura a muy pequeña escala, dentro de un patrón básico caza-
dor-recolector, en ausencia de vida aldeana temporal, explotándose plantas domesticadas dispues-
tas bajo la forma de parches, en un marco de alta movilidad
54 No olvidemos que en la región, también la pesca (una forma sui generis de la caza) proporcionó
importante cantidad de proteínas.
55 Keeley 1996, 74.
56 Quiroga 1979 [1690], 311.
57 Andrea Ruiz Esquide-Figueroa ha demostrado la tipicidad de esa diferencia numérica (1993, 20-
21, cuadro I).
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
161
Finally, slave raiding was given even more impetus when the Por-
tuguese revolution of 1640 interrupted the activities of Portuguese
African slave traders and raised prices for Chile´s indigenous slaves.
Cost shot up 250 pesos per slave to 600 and 700 pesos during this pe-
riod. The prevalence of slave taking raids meant that for the first time
since the conquest of Chile, there was little talk of a major offensive
and quick end to the War.59
El aumento del precio de los esclavos africanos vino entonces a estimular las ape-
tencias de los monteros, animados por la posibilidad de satisfacer con fuerza de
trabajo indígena la demanda de mano de obra a un costo conveniente, sobre todo
si se tiene en cuenta que una parte importante del esfuerzo de captura y sus riesgos
era transferido a los indios amigos. La prueba más elocuente del éxito del negocio
resulta de un simple cotejo entre los doscientos mil pesos obtenidos por Lazo de la
Vega, gobernador del Reyno de Chile entre 1629 y 163960 y el millón de pesos –una
fortuna para la época– que Vicente Carvallo i Goyeneche testimonia que obtuvo
Juan Henríquez, ocupante del mismo cargo entre los años 1670 y 1682.61 Se ve
claro que la empresa involucraba un vasto conjunto de intereses favorecidos por su
éxito: desde el gobernador y los oficiales de mayor graduación que recogían la parte
del león hasta los soldados y los indios amigos, beneficiarios de una porción menor,
pasando por los demandantes de mano de obra regionales y extra-regionales que se
la procuraban así a un precio acomodado en comparación con el desembolso que,
en caso de oferta disponible, les hubiera exigido la adquisición de piezas africanas.
El ciclo de campeadas y monterías llegaría a su conclusión hacia fines del
siglo XVII, como resultado de una combinación de factores ideológicos y eco-
nómicos. En primer lugar, la Compañía de Jesús –estimulada por los magros be-
neficios obtenidos en su esfuerzo por cristianizar a los Reche– argumentaba que
sólo la disminución del nivel de conflicto interétnico podría crear las condiciones
favorables para su intervención. Esta aminoración, a su vez, únicamente sobre-
vendría cuando desapareciese la posibilidad de hacer negocio, vendiendo como
esclavos a los Indígenas capturados en acción bélica. Persuadidos de sus razones,
los misioneros insistieron una y otra vez con tenacidad en que debían ser abolidas
las reales cédulas que autorizaban la esclavitud de los indios de guerra y final-
mente vieron atendidos sus reclamos. La corona dictó una serie de medidas en
consonancia con las peticiones recibidas.62 Entre ellas, se destacan la prohibición
de trasladar indios de depósito a Lima –emitida en 1683– y más tarde la ilegali-
zación de la reducción a la condición de esclavos, de los Nativos capturados,63
que quitó sustento lícito a las malocas. La Real Audiencia de Santiago tomó a su
cargo la vigilancia del cumplimiento estricto de estas disposiciones.64
En concurrencia con ello y como lo sugiere Sergio Villalobos, es posible que el
paulatino aumento de la población mestiza en el Valle Central del reino haya generado
una oferta alternativa de fuerza de trabajo para las haciendas cerealeras de Santiago
y Concepción, en el marco de una coyuntura favorable a la actividad agrícola. En
efecto, a partir de 1687, se incrementó la demanda peruana de trigo atendida con la
producción chilena, a precios muy ventajosos.65 La rápida prosperidad del negocio
contribuyó a desarrollar en sus beneficiarios una nueva sensibilidad con respecto al
conflicto interétnico. Las malocas pasaron a ser evaluadas como una de las causas que
podrían provocar las temidas rebeliones indias, seria amenaza para la prosperidad.66
Por los motivos sintéticamente presentados, el advenimiento del siglo XVIII
estaría caracterizado por una reorientación de intereses y prácticas que llevaría al
62 No puede descartarse, por otra parte, que el breve Commissum Nobis promulgado por el papa
Maffeo Barberini (Urbano VIII) en abril de 1639 haya ejercido en el ánimo regio siquiera un
mínimo del influjo disuasorio que en apariencia lo inspiraba. Se prohibían en él -bajo amenaza de
excomunión latae sententiae-, la reducción de los indios a la esclavitud, su compra-venta, permuta
y donación, así como el traslado lejos de su residencia, el despojo de bienes y la sujeción a servi-
dumbre, en las posesiones coloniales hispano-lusitanas de Sudamérica. Está claro, desde luego,
que esa influencia fue lenta, tardía e imperfecta, como también lo está que los gobernadores y los
monteros de Chile no demostraron especial sensibilidad.
63 Hanisch 1981, 8, 64; Villalobos 1989, 17; Foerster 1996, 273.
64 Berger 2006, 190, nota 575.
65 Barros Arana 1999, 218-220; Bengoa 1988; 55; Bauer 1994, 32; Berger 2006, 188. A fines de ese
año, el Perú central había sufrido las consecuencias de un tremendo terremoto que arruinó los
campos y los sistemas de riego en los valles costeros, afectando sobre todo el cultivo de trigo.
66 Estaba fresco todavía el recuerdo del notable levantamiento general de 1655, cuando los indios
de paz y de guerra se coaligaron para alzarse y destruyeron casi totalmente los establecimientos
productivos españoles situados al norte del río Bío Bío. En esa ocasión, una de las motivaciones
importantes de la rebelión giró en torno a la reducción a la esclavitud de piezas humanas capturadas
en acción bélica, tema que involucraba los intereses de ciertos caciques amigos que soportaban con
sus hombres la mayor parte del esfuerzo de montería y recogían luego sólo una porción menor del
botín. Para conocer con más detalle estas motivaciones, ver la relación anónima de 1655 titulada
Descripción y cosas notables del Reyno de Chile para quando se trate en el año de 1655 del notable
levantamiento que los Indios hicieron en el, en Biblioteca Nacional de Madrid, Manuscrito 2384, en
especial folio 257 (Esta relación fue parcialmente publicada por Jimena Obregón Iturra [1991]).
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
163
Dejando de lado la agresividad con que los Nativos recibieron a Cabrera y su gente
(prueba palmaria de que no era la primera vez que se topaban con europeos), las
actividades económicas, el patrón de asentamiento y la lengua, entre otros rasgos
igualmente significativos, permitieron confirmar que se trataba de Indios de la gue-
rra de Chile radicados al este de los Andes.
Los silos donde estos Indígenas “ocultaban” sus alimentos fueron objeto de
reiterada mención en la encuesta judicial que años después se llevó a cabo en la
ciudad de Córdoba. En la relación de la entrada, el mismo Cabrera relató:
Pedro Pérez –vecino de San Luis– que había participado de la entrada, agregó que
Don Jerònimo
72 Real Cédula de S. M. el Rey dirigida a don Diego de Portugal, Presidente de la Real Audiencia
del Río de la Plata, sobre la navegación del estrecho de Magallanes, en BN, BM, Manuscritos,
volumen 128, pieza 2308, fojas 199-200.
73 Declaración de Pedro Pérez, Córdoba, 21 julio 1625, en Auto expedido por la Real Audiencia del
Río de la Plata sobre el castigo que merecen ciertos indios rebeldes de Chile, sin mención de lugar,
1625; BN, BM, Manuscritos, volumen 128, pieza 2309, fojas 260-261.
74 Vivar 1998 [1558], 56-57.
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
165
No podríamos haber encontrado palabras más ajustadas para dar cuenta precisa
de lo que pasó a ser una agricultura y horticultura de guerra. En situaciones de
conflicto, se generaron estas islas de recursos en puntos seleccionados del paisaje,
a menudo vecinos a los senderos que los Nativos conocían y frecuentaban, de tal
manera que esos sembradíos ocultos, aunque inaccesibles para un extraño, eran
perfectamente identificables para los guerreros y sus familias y estaban disponibles
cuando la presencia de los enemigos les impedía acercarse sin riesgo a sus terrenos
permanentes de cultivo.80
Tanta fue la notoriedad de esa actividad, que cualquier persona familiarizada
con las costumbres reche no dudaría en predecir acciones bélicas, si las vegas de-
jaban de ser cultivadas y se recurría a la siembra de emergencia. El cacique Na-
guelquirque, acusado a fines del siglo XVI de organizar un alzamiento, admitió que
la mejor prueba de que se preparaba la rebelión fue que “…no [se han] sembrado
78 Por ejemplo, Olaverría (1852 [1594]); Ocaña (1995 [1600], 37); González de Nájera (1971 [1614],
48 y 175-178); Tribaldos de Toledo (1864 [1634], 90); Anónimo de 1655 en Obregón Iturra 1991,
159; Solórzano y Velasco (1852 [1657], 426-427); Rosales (1877 [1674], 221); y Quiroga (1979
[1690], 21)
79 Olaverría 1852 [1594], 37-38.
80 Posey creó un concepto de análogo contenido -jardines de guerra (war gardens)- en sus estudios
sobre poblaciones amazónicas en general y especialmente acerca de los Kayapó (1994, 277-278).
Conductas similares han sido descriptas por Rival en el caso de los Huaorani (Rival 1998) y por
Ferguson con respecto a los Yanomami (Ferguson 1998).
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
167
En este parlamento [el que mantuvo con los Indígenas], fueron ex-
hortándose cada uno a sembrar y tener casas y modo de vivir, y a
recibir mi enseñanza y a quitar pecados, y en particular a quitar he-
chizos de sus tierras y a olvidar enojos pasados. Porque con mi veni-
da empezaban ya a vivir sin temores ni recelos de ser maloqueados,
conforme yo les había prometido. Y así, después del parlamento,
vinieron casi todos a agradecerme de nuevo la venida a sus tierras,
y que si en tiempos pasados vivían de sólo la caza y yerbas o raíces
silvestres, en adelante harían sus casas y sementeras y quemarían sus
rozas al medio día, sin recelo de que se viesen los humos.87
91 Sanguinetti, Maresca, González Peñalba y Chauchard 2001, 29; Sanguinetti, Maresca, Lozano,
González Peñalba y. Chauchard 2001, 21.
92 Villalba 1994, 188.
93 Boninsegna 1995; Delgado, Masiokas, Villaba, Trombotto, Ripalta, Hernández y Cali 2002;
Villalba 1994 y Villalba et al. 1998.
94 La importancia del piñoneo se mantuvo con inalterable vigor en tiempos históricos (Aldunate y
Villagrán 1992), no sólo para los grupos que habitaban el área de dispersión de las araucarias, sino
también para quienes ocupaban los llanos centrales de Araucanía, como lo hizo notar Claudio Gay
con respecto a “los indios de los llanos de Angol y de Puren” (1858, 416). En estudios etnobotánicos
realizados contemporáneamente, se ha destacado la continuidad de esta práctica, ya sea referida
a poblaciones que residen al occidente de las montañas, en Ikalma (Herrmann 2005, 2006); o
instaladas en la estepa neuquina, que realizan largas incursiones anuales hasta las piñoneras para
proveerse de sus frutos (Ladio 2004, 31; Ladio y Lozada 2000, 67; 2001, 371-72; 2003, 948-949).
95 Olivares 1865 [1736], 509.
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
171
8. Palabras finales
Una revisión contextualizadora de la evidencia referida a la época y al área aquí
delimitada sugiere que la agricultura, horticultura, pastoreo, recolección y caza
no conformaron modalidades excluyentes –principalmente las dos primeras en
detrimento de las dos últimas–, sino, en realidad, un conjunto de actividades dis-
ponibles, entre las que los Indígenas se encontraban en condiciones de optar, arti-
culándolas lógicamente con las alternativas del hostil y prolongado contacto con
los hispano-criollos. Del análisis documental, se desprende la existencia de una
planificación de estrategias preferenciales o combinatorias, seleccionadas con fle-
xibilidad de acuerdo a circunstancias cambiantes que demandaron asimismo aten-
der a la incidencia de condiciones climáticas y ambientales.
Siendo así, debe superarse la reducción del problema a una antinomia de dudosa
consistencia entre la explotación de recursos silvestres y domésticos. Resulta conve-
niente y enriquecedora una percepción que incorpore los resultados de los estudios
realizados para otras sociedades indígenas y examine la información disponible a la
luz de sus contenidos conceptuales. En el caso de los aportes amazónicos que he-
mos incorporado, no sólo vemos –como en el nuestro– las alternativas y efectos de
la resistencia armada nativa contra los invasores europeos –y también la infaltable
colaboración con ellos–, sino además el abandono y reactualización de prácticas tra-
dicionales, la recurrencia a otras desusadas en el pasado y una plástica armonización
en términos de conveniencia, a medida que crecía el nivel de conflicto.
Hoy nos hemos limitado a avanzar un trecho en la consideración de los efectos
que ese conflicto interétnico tuvo sobre las actividades de las poblaciones nativas
instaladas en las tierras de los pehuenches durante el siglo XVII. En una atmósfera
de violencia y en el marco de constitución de una zona tribal quedan inscriptas la
instalación de una economía bélica y una variación en los patrones de residencia y
movilidad, traducidos en estrategias de distanciamiento y ocultamiento de personas
y recursos –la guerra de los silos–, combinando la retirada de la población a posi-
ciones de difícil acceso para colocarla fuera del alcance de campeadas y malocas,
con un mayor énfasis en la explotación de recursos silvestres vegetales y animales;
ello, acompañado por una adecuación de los cultivos agrícolas y hortícolas –o su
temporario abandono– y del manejo del ganado, tanto en lo referido a las especies
involucradas –que tempranamente incluyeron las introducidas por el enemigo–,
como a las modalidades de implantación, cosecha y cría, para tornarlas compa-
tibles con las variaciones estacionales o interanuales provocadas por factores de
orden climático y ambiental.
Aunque sea mucho lo que aún nos falta conocer, un análisis futuro más extenso
y prolijo despojado de preconceptos y estereotipos y su proyección a otras áreas
de estudio, abriendo nuestra percepción y echando mano a nuevos elementos con-
ceptuales –que surgirán tan pronto como se cambie la perspectiva que ha persistido
hasta el momento– promoverá una veloz superación de posiciones, en pronto be-
neficio de una interpretación más adecuada de la historia de los Pueblos Nativos
de la región.
CAPÍTULO VI
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
diplomacia, comercio y uso de la violencia en los inicios
del fuerte del Carmen de Río Negro (1779-1785)1
Sebastián L. Alioto
Introducción
E
l memorable David J. Weber escribió que los funcionarios españoles encarga-
dos de la fronteras del imperio durante la época de los borbones solían oscilar
entre dos políticas distintas: la de hacer la guerra, incluso de exterminio, a
los nativos de las regiones que pretendían dominar, y la de favorecer un tratamiento
más pacífico y negociado, basado en la diplomacia y el comercio, acorde al ideario
del siglo de las luces.2 Según su aguda mirada, la inclinación de las autoridades
locales por una u otra de las opciones no estaba desvinculada de las posibilidades
de triunfo que se avizorasen con la opción militar, y el costo que ella podía tener, en
comparación con la vía pacífica.3 Otros estudiosos se dedicaron, antes y después de
la publicación de ese libro, a analizar los comportamientos de distintos funcionarios
borbónicos frente los desafíos que los nativos planteaban al imperio.4
Este estudio, adentrándose por esa huella, se concentra en las políticas segui-
das sucesivamente por los dos primeros comisarios superintendentes de la colonia
meridional de Carmen de río Negro –Francisco de Viedma y Juan de la Piedra–,
para ver cómo sus distintas visiones estratégicas derivaron en acciones que tuvie-
ron consecuencias muy diferentes, tanto para sus protagonistas directos como para
la población que debían gobernar. Esto ocurrió a pesar de que la concepción de
fondo de ambos funcionarios acerca de la naturaleza de los indios, de lo indeseable
de su presencia y de las dificultades que significaban para los planes de la corona
fuera muy similar. No era su equipamiento ideológico lo que los distinguió, sino
un desigual cálculo de la relación de fuerzas en la que estaban inmersos, de los
medios que era aconsejable aplicar y de las decisiones que correspondía tomar
en consecuencia. Los resultados de sus respectivas gestiones no pudieron ser más
contrastantes: los destinos de ambas personas, y el estado de la población misma
1 Este artículo fue publicado originalmente en Prohistoria, no. 21 (ene-jun. 2014), pp. 55-84.
2 Sobre la diplomacia y los tratados de paz en las pampas en esta época, ver Levaggi 2000; sobre el
caso de Córdoba ver Tamagnini y Pérez Zavala 2009 y Rustán 2010.
3 Weber 2005.
4 Ver por ejemplo el volumen compilado por Lidia Nacuzzi (2002).
174 Devastación
cuando la dejaron, dicen bastante sobre el éxito o el fracaso de sus acciones, aún
cuando desde luego se trate de conceptos difíciles de medir.
Se utilizará especialmente la documentación existente en la sección Costa Pa-
tagónica del Archivo General de la Nación (en adelante AGN), consistente sobre
todo en la correspondencia que ambos comandantes intercambiaron con los virre-
yes, que eran sus superiores directos. Ese conjunto principal se complementará
con papeles inéditos provenientes de otras secciones del mismo archivo y de los
Archivos General de Indias y de Simancas.
Dado que los indígenas no dejaron registro escrito de sus propias visiones e
interpretaciones de los eventos, sólo podremos aproximarnos a ellas a partir de la
óptica de los funcionarios coloniales. Las dificultades metodológicas inherentes
a esa aproximación exigen poner especial cuidado en reconocer el sesgo que los
prejuicios etnocéntricos pudieron introducir en los testimonios, para sortearlo con
éxito. En el caso específico que nos ocupa, y no obstante que no dispongamos de
un registro de la perspectiva nativa acerca de la política de Viedma y de la Piedra,
los hechos, a veces tan significativos que las palabras, acudirán en nuestra ayuda
para dar cuenta de la reacción generada por aquella.
5 Falkner 1957 [1772], Mandrini 2003, Navarro Floria 1994; Zusman 1999 y 2001; Luiz 2005.
6 Ha habido en los últimos años un debate acerca de organización política de la monarquía hispánica
y la noción de Estado. A mi criterio, esa discusión se refiere o debería referirse no tanto a si se
trataba o no de un Estado (cosa que, a mi juicio, es indudable), sino a qué tipo de Estado era. Como
sostiene Carzolio, la monarquía hispánica era “un espacio menos homogéneo y centralizado de lo
que suponía la historia política tradicional hasta los años setenta (...), compuesto por múltiples y
diversas sociedades con rasgos propios y dinámicas particulares”, mereciendo por ello, de parte de
muchos historiadores, los calificativos de agregativa y jurisdiccional: cf. Carzolio 2011 (ver allí un
resumen de la bibliografía que sostiene esa perspectiva). Desde luego que, en comparación con la
época de los Habsburgo, los Borbones implantaron (primero en la península, y luego en América)
un sistema político más centralizado y menos dependiente de los poderes locales, aunque estos
no perdieron del todo su influencia, tanto más cuanto más lejos se estuviera de la metrópoli y los
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
175
principales núcleos político-económicos americanos, y más cerca de los bordes del imperio: ver
Lucena Giraldo 2011; algunos autores sin embargo niegan que haya una discontinuidad notable
entre ambos periodos: Arrieta Alberdi 2009-2010; una vindicación de las características estatales
de la monarquía hispánica en Artola Gallego 1990. Algunos de los autores que dudan de ese carác-
ter estatal lo hacen porque toman como paradigma los estados nacionales construidos en el siglo
XIX: sobre esa discusión ver Amores Carredano 2011. En todo caso, en el marco del contacto y
la situación fronteriza, el contraste entre el Estado español y las sociedades no estatales es muy
marcado: las diferencias en cuanto a niveles de decisión política, capacidad coactiva y coercitiva de
los líderes, especialización, complejidad administrativa, y facultades económicas de la autoridad
política (como la capacidad de exigir tributo y la redistribución estratificada) son enormes. Sobre
esto resultan útiles las conceptualizaciones de la antropología política que comparan sociedades
centralizadas y descentralizadas: ver un resumen en Lewellen 2009; un análisis de las conflictivas
interacciones mutuas entre estados coloniales y sociedades descentralizadas en Whitehead 1992.
7 Lucena Giraldo 1996, 268; ver también Weber 1998. Las reformas borbónicas, a pesar de su ca-
rácter centralizador, tuvieron impactos diferentes de acuerdo a las condiciones particulares de cada
región; ver por ej. lo ocurrido en Charcas: Serulnikov 2009.
8 Lázaro Ávila 1996, 285. Ese temor no era del todo nuevo: fue el mismo que había impulsado a re-
cuperar y refundar Valdivia en 1645 luego de una excursión holandesa, y que siguió vigente durante
el siglo siguiente: León Solís 1994.
9 San José se fundó en lo que se llamaba la Bahía sin Fondo, en el actual golfo de San Matías y en la
orilla norte de la hoy denominada península Valdés. En general sobre San José ver Bianchi Villeli
2010; una reconstrucción de los planos históricos del fuerte en Bianchi Villeli et al. 2013.
10 Francisco de Viedma había sido nombrado superintendente de la futura colonia de San Julián y
viajaba en el mismo convoy hacia ese destino, al igual que su hermano Antonio designado tesorero
y contador a las órdenes de Juan de la Piedra.
176 Devastación
11 En su defensa ante el Consejo de Indias, Piedra culpó de su situación por un lado a una sorda
disputa de poder entre el virrey y el intendente; por otro, a los informes que ambos recibieron de
algunos de sus subordinados en la expedición, a quienes consideraba complotados en su contra.
Piedra argumentó que Francisco de Viedma merced a “su genio bullicioso habia fastidiado à los
embarcados en su compañia” (Defensa de Juan de la Piedra, “Principales motivos: Reales Ordenes,
Oficios y sucesos acaecidos en los años 1778, 1779 y en 1780 para la formacion de poblaciones
en la Costa Oriental llamada Patagonica...” AGN, Fondo Biblioteca Nacional –en adelante BN–,
tomo 167, documento nº 0218, f. 57V), y que “por querer mandar Viedma antes de tiempo” dispuso
“motu propio fuera de sazon reconocimientos en tierra” (Idem, f. 58R); luego se fue convenciendo
de “la pasion de mandar en D. Francisco de Viedma y observando que atraia parcialidades con los
oficiales de la tropa” (Ibidem, f. 62V); antes de partir de San José recibió cartas del oficial Nicolás
García que atribuyó a Viedma, por su “insultante estilo y clara demostracion de sublevacion” (Ibi-
dem, fs. 67V y 68R); finalmente interceptó una serie de informes que el oficial Manuel Márquez
dirigía a las distintas autoridades de Buenos Aires cuestionando el accionar de Piedra: este sostuvo
que Francisco y Antonio de Viedma y los oficiales de infantería Nicolás García y Manuel Márquez
fueron los que “hicieron gavilla [en su contra] en el Puerto de San José” (Ibidem, f. 71V); en los
fundamentos de Vertiz para suspenderlo, el comandante veía “los artificios y maquinaciones que
con clara mala fe y comprobables suposiciones entrega dicho papel, en el que hallaba tambien
palpable el abrigo y aplauso que tuvieron los de[l partido de] Marquez” (Ibidem, f. 92V). Cuando
el Rey absolvió a Piedra y lo repuso en la administración, decidió que ambos hermanos Viedma,
Nicolás García y Manuel Márquez “sean tambien apercibidos por los graves ecsesos que se advier-
ten en sus respectivos procedimientos y conductas” (Carta de Joseph de Galvez al virrey de Buenos
Aires, El Pardo, 8-2-1784. AGN, BN, tomo 167, documento nº 0183, s.f.).
12 Retomaré este asunto en la sección siguiente.
13 Entraigas 1960, pp. 22-62.
14 Biedma 1905, pp. 92-95. El fuerte debió recibir más población gallega, pero muchos de los que
llegaron a Buenos Aires fueron devueltos finalmente a la península.
15 Entraigas 1960, pp. 268-271; “Relacion de los sueldos efectibos que oy dia existen en estos
establecimientos”, Carmen, 4-11-1784. AGN, IX, 16.4.1., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
177
ganado en pie, tanto caballar como vacuno.16 A pesar de que en el fondo hubiera
querido terminar con las poblaciones indias que lo separaban de la capital virreinal
y que en ese momento conducían una gran ofensiva contra la campaña bonaerense,
conocía la imposibilidad de hacerlo desde su posición, y con realismo político se
amoldó a las circunstancias que le tocaron en suerte. Recibía con suma frecuencia
partidas indígenas que llegaban para mantener un intercambio mercantil; a la vez,
parlamentaba y negociaba con los caciques de cada agrupación, a quienes “rega-
laba” con los dones que,17 como aprendió rápidamente, eran imprescindibles para
aceitar las buenas relaciones diplomáticas con los líderes étnicos.18
El fuerte del Carmen se estableció a manera de enclave en territorio indígena
en una época de graves conflictos entre los grupos indios pampeanos y sus aliados
y el gobierno colonial de Buenos Aires:19 una serie de episodios que ofendieron a
16 Alioto 2011a.
17 Los dones fueron definidos como una forma especial de intercambio por Marcel Mauss, para quien
lo distintivo en ellos era que generaban una obligación y una dependencia recíproca entre los par-
ticipantes, creando un círculo de don-contradon que en principio no debía interrumpirse: Mauss
1971 [1924], pp. 155-268. Su conceptualización fue ampliamente retomada por distintos autores,
casi siempre del campo de la antropología económica, comparándola sobre todo con el intercambio
mercantil. Al respecto hay al menos dos posturas teóricas: quienes los consideran dos tipos de inter-
cambio absolutamente contrapuestos (por ejemplo Gregory 1982) y quienes creen que las diferen-
cias han sido exageradas por una tendencia al exotismo antropológico (cf. Bourdieu 1995 [1977];
y Appadurai 1991). En el caso que nos ocupa, las visitas de las partidas indígenas se desarrollaban
del siguiente modo: los líderes se presentaban ante Viedma, estableciéndose un diálogo diplomático
que iba acompañado por el intercambio de “regalos” o dones, o por la entrega de ellos de parte de
Viedma (en general, los dones se entregan de una parte a otra sin especificar el tiempo en que se
concretará la contrapartida, y con el sello de la generosidad, que Mauss consideraba una “mentira
social”: la contrapartida es esperada, y su no ocurrencia equivale al descrédito y la interrupción de
la relación recíproca). Esos dones, a la vez que simbolizaban y materializaban la buena voluntad ne-
gociadora, “pagaban” la información que brindaban los caciques, los convencían de la conveniencia
de mantener relaciones pacíficas con los colonos, les permitían obtener recursos que confirmaban
su liderazgo, y habilitaban la posibilidad de que los restantes miembros de la partida ejercieran los
intercambios –esta vez, bajo la forma de un trueque, es decir, cambiando inmediatamente unas cosas
por otras de valor equivalente. En cuanto al trueque, resulta sensato coincidir con Appadurai en
considerarlo un tipo especial del intercambio mercantil, en el cual el dinero no tiene ningún papel y
por lo tanto se permutan bienes o servicios sin su intermediación: Appadurai 1991, p. 26.
18 La capacidad de Viedma para adaptarse veloz y eficazmente al trato con indígenas, en lo cual no
tenía ninguna experiencia previa, es resaltada en Nacuzzi 2002. Desde luego, Viedma no fue el
único: muchos otros funcionarios fronterizos comprendieron la lógica de la reciprocidad indígena,
la utilizaron en su práctica e hicieron esfuerzos por institucionalizarla: ver el caso del gobernador
Agustín de Jáuregui en Chile, en León Solís 1991, pp. 154-160; sobre Francisco de Amigorena en
Mendoza ver Roulet 1999-2001. Sobre el concepto de reciprocidad, ver Sahlins 1983, pp. 203-296.
19 A lo largo del siglo XVIII, los contactos interétnicos en las fronteras rioplatenses se fueron hacien-
do más frecuentes, incluyendo alternativamente (e incluso hasta en forma simultánea) relaciones
pacíficas basadas en el intercambio y la concertación de paces, y las incursiones y la guerra, en los
distintos puntos fronterizos (Buenos Aires, Córdoba, San Luis, Mendoza). Las redes de relaciones,
los intercambios y la circulación de personas incluían para esta época a las poblaciones nativas
cordilleranas y trans-cordilleranas, que desde luego también mantenían relaciones con las locali-
dades fronterizas chilenas. Sobre las alternativas de la guerra ver Villar y Jiménez 2003b; sobre la
diplomacia ver Levaggi 2000. Acerca de la formación de las mencionadas redes a nivel regional ver
178 Devastación
entre otros Palermo 1991; León Solís 1991; Pinto Rodríguez 1996b; Mandrini 2001. El invariable
objetivo (predominante o exclusivo) de abastecer con ganado a los mercados chilenos como eje
principal de las actividades económicas indígenas ha sido recientemente cuestionado con relación
al período que media entre 1750 y 1830: ver Alioto 2011a.
20 Carta del marqués de Loreto al ministro de Indias Joseph de Gálvez. Buenos Aires, 3 de Junio
de 1784. Archivo General de Indias (en adelante AGI), Audiencia de Buenos Aires, Legajo 68;
Jiménez 2005; León Solís et al. 1997: los autores insisten en las dificultades organizativas y presu-
puestarias que implicaban los recurrentes planes de entrada general a territorio indígena.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
179
A mediados de 1784, comenzó entonces una lenta negociación de paces con los
distintos grupos nativos involucrados, acompañada por la reapertura de Buenos
Aires como centro de intercambio.22
Durante esos años conflictivos, el tránsito terrestre desde y hacia Buenos Ai-
res había sido virtualmente imposible para los pobladores del Carmen, y por otra
parte, los bienes trasladados por mar no eran todo lo abundantes que se requería,
y estuvieron sujetos a demoras y a pérdidas. Esas circunstancias concurrieron para
que el superintendente Francisco de Viedma se encontrara desde el principio con
un problema de abasto de la nueva población.
Paradójicamente, el virrey pretendía que Carmen de Patagones se convirtiera en
una colonia agrícola-ganadera rápidamente autoabastecida. Para ello se enviaron
contingentes de pobladores gallegos y asturianos, indicándoseles que debían cul-
tivar la tierra para proporcionarse su propio sustento con implementos y semillas
suministrados por el Estado. Un problema consistió en conseguir bueyes para las
tareas agrícolas, ya que la embarcación que transportaba algunos al fuerte quedó
varada y nunca llegó a destino.23 Con el objeto de solucionarlo, Viedma comenzó
a comprar caballares a los indios, pretendiendo que los labradores los utilizaran
como bestias de tiro, aunque estos protestasen porque no sabían arar con ellos.24
Los animales se adquirieron mediante el recurso del aguardiente que, según el su-
perintendente, era “el único medio” para atraer a los nativos.25
La importancia que esta bebida tuvo en su relación con los indígenas no puede,
en efecto, subestimarse. Viedma compró todo el licor que tuvo a mano, aun obte-
niéndolo de barcos que sólo recalaban de pasada; y se quejaba permanentemente al
virrey cuando no se lo enviaban –lo mismo que el vino– o las remesas se atrasaban.
A veces llegaba mayor cantidad por cuenta de particulares que del Estado y el su-
perintendente no dudaba en adquirírselo a los mercaderes privados, aunque fuera
Luego que viene una Embarcación del Rio de la Plata decae la venta,
y hasta que se consume el contrabando no vuelve a tener Aumento.
El gasto de aquí es de consideración con la frequencia de los Yndios
en cambio de Cueros, Caballos, y demás frioleras que traen.30
Además del alcohol, el tabaco y la yerba, los indios consideraban valiosos otros bie-
nes, como la “Bayeta […], cuentas encarnadas, azules, y blancas de las pequeñas que
llaman granates, y también bastantes cascabeles que es lo que les gusta mucho…”.31
¿Pero quiénes eran esos indios? Por la ruta del río Negro circulaban distintas
agrupaciones y caciques.32 Los más nombrados y conocidos, el cacique Negro o
Chanel y el cacique Chulilaquin o Chulilaquini, mantenían una enemistad recípro-
ca. De Chanel se decía que tenía sus tolderías ora a orillas del río Colorado, ora
en las del río Sauce Grande, y también que visitaba periódicamente las sierras de
Casuatí (de la Ventana) y del Vulcan en busca de yeguas cimarronas. Chanel y sus
pampas participaron de los malones contra la frontera bonaerense en estos prime-
26 Carta de Viedma a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 25-11-1783. AGN, IX, 16.3.12., s.f.
27 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 8-12-1781. AGN, IX, 16.3.8., s.f.
28 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 8-12-1781. AGN, IX, 16.3.8., s.f. A principios de 1783, ante el
reclamo de las autoridades de Buenos Aires, se devuelven algunos de los barriles utilizados, pero
no todos porque se gastan muchos “ultimamente lo que lleban los Yndios en cambio de Caballos y
Bacas”: Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 14-1-1783. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
29 Carta de Francisco de Viedma al Intendente de Ejército y Real Hacienda, Manuel Ignacio Fernández,
Carmen, 21-10-1781. AGN, IX, 16.3.8.
30 Carta de Francisco de Viedma a Manuel I. Fernández, Carmen, 10-1-1782. AGN, IX, 16.3.9., s.f.
Sobre la Real Renta de Tabaco en el virreinato y el contrabando de ese producto ver Socolow
1987a, 295-299.
31 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 24-3-1780. AGN, IX, 16.3.4.
32 Sobre los grupos de la región nord-patagónica y la cuestión de las identidades étnicas, ver
especialmente Nacuzzi 1998.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
181
ros años de la década del ´80, al mismo tiempo que mantenían relaciones pacíficas
y vendían ganados a las autoridades del Carmen. Viedma, como veremos, sabía de
esta aparente dualidad y lo consideraba íntimamente un enemigo, pero no estaba en
posición de negarse al intercambio con él.
En cuanto a Chulilaquin, se le daba gran importancia a su apoyo para la su-
pervivencia de la población, en apariencia porque contaba con mucha gente y por
lo tanto con un poder militar temible. Este cacique y sus seguidores, de “nacion
Tiguelchu”, además de frecuentar las sierras del Vulcan en busca de bagualada,
se desplazaban por el río Negro, de mar a cordillera y viceversa. Promediando la
década de 1790, el misionero Francisco Menéndez los encontró en las montañas,
cerca del lago Nahuel Huapi, instalados en 53 toldos.33 En ese momento el cacique
le mostró una certificación extendida por Florencio Núñez, comandante de San
José, diciendo que había estado en las inmediaciones de los establecimientos cinco
años y que era un cacique de paz.34
De todas maneras, Chulilaquin no ejercía un dominio excluyente sobre aquella
ruta. Periódicamente, los llamados “aucas”, indios cordilleranos y ultracordillera-
nos presumiblemente de origen pehuenche y reche-mapuche bajaban por el río en
su camino hacia las pampas. Venían también a hacerse de ganados: bien cazándolos
ellos mismos, bien por intercambio con otros grupos locales, o bien tomándolos
por la fuerza, debían llevarse de vuelta hacia el poniente un número de animales
que justificara tan largo viaje.35
Varios cautivos escapados en esa misma época de sus captores indígenas confir-
maron la existencia y el carácter del tráfico interétnico que fue central en la super-
vivencia del fuerte.36 También relataron que el cacique Negro era uno de sus pro-
tagonistas privilegiados, y que hizo un uso político de los bienes obtenidos a partir
de las transas, buscando la adhesión de otros grupos a sus proyectos de invadir las
fronteras.37 El ex-cautivo Francisco Galban dejó claro que los bienes (“aguardiente,
tabaco y yerba”) que ofrecía a sus aliados los aucas, “lo agencian con los españoles
que estan en el Rio Negro con quienes tiene el Casique negro la paz”, es decir, los
conseguía en Carmen de Patagones.38
33 Si contamos entre 7 y 9 personas por toldo, lo cual constituye un promedio aceptable, obtenemos
que había allí entre 370 y 480 personas.
34 Menéndez 1900 [1795], 417.
35 Menéndez 1900 [1795], 420.
36 Declaración de Matheo Funes, Luján, 28-10-1780. AGN, IX, 1.7.4., 212 vta. En esta época de con-
flicto y en sus incursiones a la frontera de Buenos Aires, los indígenas tomaron una gran cantidad
de cautivos, algunos de los cuales escaparon de sus captores y luego fueron interrogados por las
autoridades fronterizas acerca de las condiciones de su cautiverio, los grupos nativos que conocie-
ron, los lugares donde habían estado y los caminos que habían transitado. Ese es el caso de Funes
y de los siguientes testimonios que citaremos.
37 Declaración de Francisco Galban ante el Sargento Mayor de Milicias, Clemente Lopez Osorno,
Rincón del Salado, 27-10-1780. AGN, IX, 1.4.5., fs. 560-560 vta.
38 Declaración de Francisco Galban ante el Sargento Mayor de Milicias Clemente Lopez Osorno,
Rincón del Salado, 27-10-1780. AGN, IX, 1.4.5., f. 561 vta.
182 Devastación
Hipólito Bustos, huido de las tolderías del mismo líder sobre el río Colorado
aprovechando “la embriaguez de los Yndios”, aseguraba que la borrachera tuvo
lugar gracias al aguardiente adquirido en el Carmen, a cuyos habitantes españoles
“llevan ganado los yndios para trocarlos por esta Bebida, tabaco y yerba, que les ha
visto traer de dicho Paraje”.39 Nicolás Romero, un cuarto cautivo, atestiguó que el
trueque consistía en recibir caballos de los indios, a cambio de aguardiente, yerba y
tabaco.40 En cuanto a las cautivas, una mujer que lo fue dio testimonio certero de que
los españoles del Carmen las estaban rescatando, y que el pago involucraba “ropa
y aguardiente”, es decir, los mismos bienes que para la compra de ganado.41 Final-
mente y para despejar toda duda, otro de los cautivos identificó al punto de los inter-
cambios con el nombre que comenzaron a darle los indígenas: Buenos Aires chico.42
Viedma tenía clara conciencia de que parte del ganado comprado a los indios
a cambio de aguardiente provenía de los recientes malones contra la frontera de
Buenos Aires, en especial los vacunos. Respecto del cacique Negro o Chanel, don
Francisco recibió del cacique Chulilaquini noticias “de haver entrado en las fronte-
ras de Bs. Ayres aliado con el Aucáz, y ahora estár dispuesto p.ª repetir el avance”.
Ante esa actitud hostil en Buenos Aires de quien en Carmen se comportaba como
amigo, se preguntaba Viedma,
39 Declaración de Hipólito Bustos ante el Ayudante Mayor del Cuerpo de Blandengues de la Frontera,
Sebastián de la Calle, Chascomús, 8-12-1780. AGN, IX, 1.4.3., f. 110 vta.
40 Declaración de Nicolás Romero ante el Ayudante Mayor del Cuerpo de Blandengues de la Frontera,
Sebastián de la Calle, Guardia del Monte, 14-1-1781. AGN IX, 1.4.6., fs. 184-184 vta.
41 Declaración de Paula Santana ante el comandante del Fortín de Areco, Areco, 23-2-1781. AGN IX,
1.6.2., f. 263 vta.
42 Declaración de Teodoro Flores ante el Comandante de Chascomús, Pedro Nicolás Escribano,
Chascomús, 15-3-1781. AGN IX, 1.4.3., f. 189.
43 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 2-10-1780. AGN, IX, 16.3.5., s.f.
44 Viedma 1938 [1781], p. 504; ver otros varios casos en el mismo diario.
45 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 8-1-1781. AGN, IX, 16.3.6., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
183
En la lista de los bienes solicitados a cambio por los indios se incluían ropas, fre-
nos, estribos y espuelas, y adornos en general utilizados por las mujeres, sobre todo
las cuentas o chaquiras.
El sistema dio frutos, pese a sus flancos débiles. Aun cuando en noviembre de
1781, los indios se llevaron 300 caballos del establecimiento,50 a mediados del año
siguiente Viedma afirmó tener más de 900 cabezas,51 incluidas las 199 que compró
en ese momento de manos de los caciques Toro y Negro (o Chanel).52 Entre solda-
53 Carta de Viedma a Francisco Xavier de Piera, Carmen, 28-6-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
54 Carta del Intendente Manuel I. Fernández a Viedma, Buenos Aires, 1-11-1782. AGN, IX, 16.3.10.,
s.f.
55 “Estado que manifiesta los Ganados de todas especies que tiene el Rey, y los Particulares en el
Establecimiento del Rio Negro de la costa Patagonica oy dia de la fecha”, Carmen, 1-10-1783.
AGN, IX, 16.3.12., s.f.
56 “Relacion de los Animales que ay en el Establecimiento del Rio Negro oy dia de la fecha...”,
Carmen, 16-10-1784. AGN, IX, 16.4.1., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
185
redituan al año cerca de tres mil pesos con solo treinta Reses que se
maten al mes, y à proporcion de lo que se aumente el Ganado, y sean
las Matanzas seràn las utilidades que resulten.59
Podemos calcular, según los datos brindados por Viedma, que los bienes trocados
por ganado a los indios se elevaban a no más de $4 por cabeza,60 lo cual reafirma la
conveniencia de su compra, porque se trata de un precio muy bajo respecto a otros
puntos de colonización española. Mientras que una res en Valdivia, al otro lado
de la cordillera, costaba cerca de $10 por cabeza, en Carmen en cambio se podía
vender a $8 con una ganancia neta igual a la suma invertida en la compra. Convenía
entonces abastecer a los pobladores con carne fresca y no importar carne salada por
mar; para cuidar ese buen negocio Viedma designó a un cabo con sueldo de 8 pesos
mensuales, decisión que le fue aprobada por la Junta Superior de Real Hacienda.61
La política de Viedma, a pesar de sus buenos resultados, no tuvo siempre la
mejor acogida en Buenos Aires. Aunque el comercio con los nativos era bien vis-
to, no ocurría lo mismo con respecto a los gastos generados por los dones que el
comisario entregaba a los caciques que visitaban el fuerte, sabiendo que eran im-
57 Primera declaración del capitán de amigos de Maquegua Fermín Villagran ante el comandante
de Los Ángeles Joseph Prieto, tomada por orden del maestre de campo Ambrosio Higgins, Los
Ángeles, 7-12-1781. BNC, MM, vol. 337, fs. 731-732, resaltado en el original.
58 Segunda declaración de Fermín Villagran, Concepción, 8-2-1782. BNC, MM, 337, f. 736, resaltado
en el original.
59 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 24-9-1783. AGN, IX, 16.3.12., s.f.
60 En septiembre de 1783 se informó que en el año que pasaba (17-9-1782 al 30-9-1783) se habían
matado 204 reses vacunas, 191 a $8, 6 a $12, 1 ternero a $4 y otras 8 reses a $5 “que es poco mas del
costo que tienen al Rey”: Carta de Viedma a Fernández, Carmen, 1-10-1783. AGN, IX, 16.3.12.,
s.f. En noviembre de ese año otra cuenta del abasto que cubre el mes anterior suma $183 con 4
reales por la venta de 24 reses vacunas y 1 ternera, es decir poco menos de $8 la res. Viedma a de
Paula Sanz, Carmen, 25-11-1783. AGN, IX, 16.3.12., s.f.
61 Carta de Viedma a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 25-11-1783. AGN, IX, 16.3.12., s.f.; respuesta
30-6-1784, AGN, IX, 16.3.12., s.f.
186 Devastación
Esa política respondía a una debilidad manifiesta de las armas españolas en los
confines del imperio, así como a la escasez de recursos para afrontar la guerra en
los frentes fronterizos, a la vez que proliferaban los conflictos con otras potencias
europeas.64 De allí que se insistiera en que debía dispensarse un buen trato a los
indígenas, evitando que los vecinos cristianos creasen roces que desembocaran en
enfrentamientos de embrollada resolución: se tenía conciencia de que el destrato
había sido la causa “de no lograrse las piadosas intenciones del soberano, y aun el
q.e muchos Yndios hayan abandonado n.ra Relijion q.e ya havian abrazado”.65
El nudo de los desafíos que la presencia indígena imponía a la colonia de Carmen
de Patagones fue advertido brillantemente por Francisco de Viedma en una carta fun-
damental para comprender la situación de los primeros años de su existencia. El esta-
blecimiento, beneficiado exclusivamente por mar, no podía adquirir por ese medio los
animales necesarios para los fines que se proponía. Las opciones entonces eran dos:
comprar las reses a los indios, o intentar abrir un camino por tierra que la comunicara
con Buenos Aires. Tal como estaba dada la situación diplomática del momento –un
duro conflicto con buen número de grupos nativos en las fronteras bonaerenses– la
apertura del camino sólo podía hacerse por medios violentos. Viedma, impulsor él
mismo del método de comercio pacífico quizá más por conciencia de la propia debi-
lidad que por íntima convicción, varias veces se vio cuestionado desde Buenos Aires
por su prodigalidad para con los indios. Acaso intentando ir a tono con la política ofi-
cial que había predominado hasta el momento, y para evitar ser tildado de “blando”, el
superintendente ofrecía la opción agresiva del desalojo liso y llano de las tribus que se
ubicaban en el trayecto; pero al mismo tiempo oponía sus propias objeciones:
Un efímero triunfo bélico sólo serviría para generar incesantes discordias, pero
además causaría el corte del suministro de animales por parte de los indios, única
fuente disponible en ese momento. La opción restante, más pacífica, de seguir com-
prándoselos habría de alentar los “robos” en la frontera de Buenos Aires, de manera
que el problema se constituía en un callejón sin salida.
Sin embargo, respecto a la opción violenta que había propuesto ya el año anterior
de apresar al cacique Negro (Chanel) y remitirlo a Buenos Aires, Viedma la sabía
ya imposible a esta altura. Chulilaquini, a quien contaba como aliado para derro-
tar a Negro, se había retirado hacia la cordillera; y el comisario conocía ahora la
enorme red de alianzas parentales que unía a los diferentes grupos y su tenaz pro-
pensión a la vendetta y la incursión en caso de ser agredidos, como había sufrido
en carne propia en un caso si se quiere menor:
El Caciqe. Negro esta mui unido con todos los Caciqs. de qe. llebo
echa relacion [Calpisquis, Toro y Guchulap], y ande bengar su agra-
vio. El robo de la Caballada el dia 3 de Mayo del año pasado proce-
dio de la muerte del Capitan Chiquito. y siendo mui corta la Yndiada
de su Padre nos hizieron tan mala obra qe. podremos inferir de la qe.
tenemos a la vista.69
De todas maneras, Viedma intentó deshacerse con métodos no del todo ortodoxos
de los indígenas que consideraba enemigos más peligrosos. En el caso del cacique
llamado Francisco, proyectó atraerlo a Carmen y luego envenenarle la comida,
pero el invitado resistió
El mismo día, el oficial encargado de esta misión propia de los Borgia respondía
que “no obstante haver la sasonado [la comida] con mucha manteca, y asucar, assi
la q.e correspondia à Franc.º como atodos los de su Familia”, el cacique había comi-
do sólo dos bocados y mandó a guardarla; el comisionado sugirió que sería mejor
suministrarle el veneno en un líquido, para lo cual ya los tenía “convidados p.a que
mañana vengan à veber aguardiente, y àcomer pan con asucar”.72
La estratagema no funcionó porque un mes más tarde se dice que Francisco está
en Sierra de la Ventana buscando vacas y yeguas; algunos de sus indios que queda-
ron en el río Negro, con unas 26 de sus tolderías y 300 caballos, estaban terminando
de procesar cueros para ir al establecimiento a trocarlos por aguardiente.73
El caso del intento contra el cacique Francisco muestra también el modo de
proceder de Viedma: contra quien consideraba un enemigo molesto que sería mejor
eliminar, no llevó adelante una ofensiva militar, sino que buscó un modo avieso y
solapado de actuar, sabiendo que el ataque frontal y abierto era poco practicable y
podía tener funestas consecuencias dado el estado de evidente debilidad del fuerte.
74 Sobre la burocracia borbónica en Buenos Aires y las perspectivas que podía tener un funcionario de
la época ver Socolow 1987a.
75 Estando en Buenos Aires, Viedma escribió una disertación sobre los establecimientos patagónicos
dirigida al virrey Loreto: Viedma 1836a. Mientras gobernaba Santa Cruz, también elaboró una
descripción de esa región altoperuana: ver Viedma 1836b. Una conceptualización del oriente
boliviano como una zona también fronteriza, basada en parte en la obra de Viedma, en Morgan
2013.
76 Defensa de Juan de la Piedra, “Principales motivos...”, cit., f. 119R.
77 Entraigas 1960, p. 268.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
191
y suficientes para su defensa, eran fuerzas relativamente escasas para los planes
ofensivos que Piedra resolvió luego llevar adelante.
A poco de llegar, y tras un incidente que dos peones tuvieron con unos indios
que les quitaron los caballos cerca del fuerte,78 Piedra ordenó al sargento Manuel
Bores que remontara el río Negro con 27 hombres bien armados a “traer á los
Indios” que se encontraban en la banda norte “ó castigarlos en caso necesario”;79
los movimientos de la tropa indican claramente que se disponían a consumar una
matanza. En primer lugar, encontraron dos toldos con un pequeño grupo de indios
a cuatro leguas del fuerte, en el denominado potrero de Chulilaquin. Les tomaron
primero la caballada, luego les cerraron la salida del potrero, y por último los cerca-
ron para impedirles escapar. El sargento mandó “que nó matasen á las mugeres, ni
criatura alguna” según había ordenado el superintendente, “á nó sér que nos insis-
tiesen sin querer venirse al Establecimiento”. Pero como los asediados resistieron,
los soldados mataron a cuatro indios, once chinas y cuatro criaturas; sólo un niño
se salvó de la masacre.80
La partida siguió remontando el río, y a treinta leguas de Carmen encontró la
toldería de Francisco. El cacique, que había tolerado los venenos de Viedma, no
pudo con las balas de los enviados del nuevo comandante: aunque estos simularon
acercarse en son de paz, se desplegaron para bloquear la huida de los indios y los
atacaron con armas de fuego. La improvisada defensa consistió sólo en el uso de
dagas, bolas y palos, con el previsible resultado de la muerte del cacique, siete
indios, tres chinas y cuatro niños. Otras tres criaturas fueron llevadas cautivas al
fuerte, junto con la caballada y los despojos. Para eliminar las huellas de la ma-
tanza ocurrida, se incendiaron los toldos y los cadáveres de sus ocupantes fueron
arrojados al río.81
A de la Piedra no le bastó, sin embargo, con esa “limpieza” realizada –según
glosó el virrey– “por no dejar Yndios en la ynmediacion que incomodasen los es-
78 Declaraciones de los pobladores Antonio Garcia, Damasio Marcos, y Bernardo Baltuille ante
Domingo Piera, Río Negro, 7 de diciembre de 1784. AGN, IX, 16.4.1., s.f.
79 Juan de la Piedra, Orden para que declare Manuel Bores, Carmen, 10 de diciembre de 1784. AGN,
IX, 16.4.1., sin foliación. La expedición armada por el río Negro generó un pequeño expediente,
en el que constan las órdenes que dio Piedra a quienes la encabezaron, y las declaraciones que hizo
tomar a los protagonistas acerca de los hechos.
80 Se definen como masacres aquellos acontecimientos en los que un grupo de personas imposibilitadas
de defenderse son asesinadas por otro que dispone de los medios y el poder necesarios para hacerlo
sin peligro para sí, en una situación claramente asimétrica que lo favorece unilateralmente: Levene
1999, p. 5; Semelin 2007, pp. 167-237. Las masacres efectuadas contra grupos indígenas fueron
frecuentes durante el largo período de contacto en la región: Jiménez, Villar y Alioto 2013. Se
explica en este último trabajo que el signo más claro de la ocurrencia de masacres es la disparidad
de víctimas entre los dos grupos enfrentados, resultante de una desigualdad en el número de
combatientes, la situación táctica y la tecnología empleada. La forma de asegurarse esas ventajas
era actuar por sorpresa, casi siempre avanzando por la noche y atacando a la hora del amanecer.
81 Declaración del sargento Manuel Bores ordenada por Juan de la Piedra, Carmen de Patagones, 10
de diciembre de 1784. AGN, IX, 16.4.1., sin foliación.
192 Devastación
82 Carta del virrey del Río de la Plata marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, febrero
de 1785. AGN IX, 8-1-16.
83 Este plan es de larga data, y fue estratégicamente definido en varias ocasiones durante un largo
período: la espera hasta su eventual realización a fines de la década de 1870 por el Estado argentino
no se debió a que el plan no existiera, sino a las nuevas capacidades estatales y a las nuevas
condiciones (militares, económicas, políticas) que lo posibilitaron.
84 Carta del marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 3 de junio de 1784. AGI, Buenos
Aires 68, s.f.
85 Carta del marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 3 de junio de 1784. AGI, Buenos
Aires 328, cit. en Entraigas 1960, p. 257.
86 Loreto a Gálvez, 16 de febrero de 1785. AGN IX, 8-1-16.
87 Loreto a Gálvez, 16 de febrero de 1785. AGN IX, 8-1-16. Comentando el hecho de que al hablar de
esa estrategia de pinzas Loreto afirma que Francisco de Viedma fue consultado y estuvo de acuerdo,
Raúl Entraigas asegura que “el bueno de don Francisco habrá sido simplemente un convidado de
piedra en esa reunión cuyos planes se oponían a su salvadora política del buen trato a los indios”:
Entraigas 1960, p. 278. Pero sabemos que Viedma no se oponía de cuajo a la guerra ofensiva contra
los nativos, sino que su prudencia táctica se lo desaconsejó durante el período en que estuvo al
frente del fuerte. No es improbable que a la distancia, y sin tener que hacerse cargo de las conse-
cuencias, aprobase lo propuesto por el virrey. La misma opinión en Gorla 1983, p. 127.
88 Vertiz había informado de su plan de ofensiva combinada al Rey a fines de 1783: Carta de Juan
Joseph de Vertiz a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 31-12-1783. AGI, Buenos Aires 66, s.f. La Co-
rona aprobó esa manera de contener los ataques indios y procurar “el exterminio de estos Barbaros
infieles”: Carta de Joseph de Galvez al marqués de Loreto, Aranjuez, 5-6-1784. AGN, BN, tomo
167, documento 0185.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
193
estropear sus cabalgaduras y dejar sus trabajos rurales por ninguna paga y poco be-
neficio hacían imposible su repetición.89 Esa suma de circunstancias poco propicias
obligó a que Loreto, desde Buenos Aires, fuera buscando las paces con los grupos
indios, mediante negociaciones que empezaron a sucederse a partir de agosto del
mismo año. Sin embargo Piedra, inalterablemente persuadido de la eficacia de una
estrategia agresiva, continuó adelante con la preparación de una expedición al nú-
cleo del territorio indígena, en la zona serrana del sur bonaerense. No existe prueba
documental de que haya recibido para ello órdenes superiores, ni tampoco tuvo
prevista una combinación de su salida con otra desde la capital:90 según le comu-
nicó más tarde Loreto a Gálvez, el comandante había actuado por su cuenta y sin
coordinar el ataque con Buenos Aires,91 para “aprovechar ocaciones, que él calculó
favorables”.92 Si Piedra esperaba ejecutar una expedición combinada (como Loreto
había planeado en junio), lo más lógico hubiera sido que fuese el virrey quien de-
cidiese cuál era el momento propicio para el ataque, impartiendo las órdenes para
ello y tomando el resto de las disposiciones del caso para asegurar el éxito, o al
menos que ambas autoridades aunaran esfuerzos de común acuerdo. Como vimos,
así había ocurrido durante la primera mitad de 1784 cuando el virrey hizo salir las
tres columnas a batir las pampas: en un contexto de esas características, Juan de la
Piedra habría tenido la compañía que le haría falta a fines del mismo año. Pero no
fue así: cuando Loreto recibió finalmente los mensajes de Lázaro Gómez (el alfé-
rez interinamente al mando de la expedición a causa de la muerte de Piedra) desde
Sierra de la Ventana, se enteró de que a este le extrañó recibir pliegos del virrey y
ver que “tratando yo [Loreto] de ótras materias nada expresava sobre la salida que
havia écho Piedra”, pero más aún le había llamado la atención “no haver encontra-
do entre los Papeles que reconocio por su muerte, orden ni instruzion alguna para
ella”, sorprendiéndose entonces “de que tal se hubiese ejecutado”.93
La desinteligencia pudo deberse a que los altos funcionarios forzosamente de-
legaban en sus subordinados ciertas decisiones referidas al manejo de los asuntos
89 Sobre estas dificultades ver León Solís et al. 1997 y Jiménez 2005.
90 La correspondencia entre el virrey y el superintendente no registra disposiciones de Loreto al
respecto, y Piedra tampoco hace alusión a ellas.
91 Según Loreto se trató de “una salida que dispuso por si mismo sin haversele ordenado aun, ni el
dado tiempo en sus avisos para auxiliarsele: y lo que es mas, haver dexado el Fuerte del río Negro
de su cargo reducido en Fuerzas y recursos, prefiriendo unas operaciones para las cuales detallo por
si solo la jente que havia de salir, y quedar sin esperar confirmacyon”: Carta de Loreto a Gálvez,
Buenos Aires, 16-2-1785. AGN IX, 8.1.16. Loreto esperaba de los comandantes de Carmen que le
enviaran “adequadamente las noticias que necesitava” pero siempre “reservandome la execucion
à la sazon y tiempo que conbiniese y fuese componible con otras ocurrencias y en tal caso”; en
cambio, Piedra se condujo de un modo “que parece dictar desde un Quartel General sobre sus
destacamentos y ni aun assi dexava proporcion y espacios para conbinarse à sus ideas”: Carta de
Loreto a Gálvez, Buenos Aires, 16-2-1785. AGN IX, 8.1.16.
92 Carta de Loreto a Gálvez, 16-2-1785. AGN IX, 8-1-16.
93 Loreto a Gálvez, 18-2-1785. AGN IX, 8-1-16. Las abundantes abreviaturas fueron desplegadas
en este caso. En los legajos correspondientes de Costa Patagónica tampoco hay instrucciones, ni
escritos en los que Piedra se refiera a haberlas recibido.
194 Devastación
94 Carta del gobernador de Buenos Aires Juan Josef de Vertiz al comandante Manuel Pinazo, Buenos
Aires, 31-5-1774. Archivo General de Simancas, Secretaría de Guerra, Leg. 6820.
95 Carta del gobernador Juan Josef de Vertiz al comandante Manuel Pinazo, Buenos Aires, 20-9-1774.
Archivo General de Simancas, Secretaría de Guerra, Leg. 6820.
96 Lamentablemente no contamos con la respuesta del virrey al aviso de Piedra, del 13 de enero de
1785: Debía estar en AGN, IX, 16.4.2., pero no está.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
195
97 Carta de Juan de la Piedra a Isidro Bermudez, Río Negro, 26-12-1784. AGN, IX, 16.4.1., s.f.
98 Carta del marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 16-2-1785. AGN, IX, 8-1-16, s.f.
99 Carta del marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 18-2-1785. AGN, IX, 8-1-16, s.f.
100 Que los comandantes fueron muertos en represalia por los ataques anteriores surge de las palabras
de Loreto: “porque entre los Barbar.s habia alg.s que los tenian en cuenta, por sus antiguos
encuentros”: Carta de Loreto a Gálvez, Buenos Aires, 18-2-1785. AGN, IX, 8-1-16.
196 Devastación
[...] à el Cacique Negro alias Chanel, y Maciel, para que estos soli-
citasen la buena armonia con las Yndiadas de la Sierra de la Benta-
na con el fin de que permitieran la venida à este Establecimiento el
resto de la Expedicion que salio de aqui, y estava acampada en el
rio Sauce distante noventa leguas, y mejor trato de los Cautivos que
quedaron èntre ellos...101
Las gestiones del virrey desde la capital y del comandante interino desde el río
Negro dieron resultado: 155 hombres llegaron nuevamente a Carmen, entre ellos
León Ortiz de Rosas, de célebre descendencia. Los indígenas optaron por privile-
giar la diplomacia porque encontrándose en busca de la paz, el resultado del en-
frentamiento los había colocado en una situación de mayor fuerza para alcanzarla.
En lo que respecta a las existencia de semovientes, las consecuencias del inten-
to de De la Piedra fueron funestas para el fuerte. Gran parte de la caballada del rey
y otra pedida en préstamo a particulares –en total entre 600 y 700 animales utili-
zados para montar la expedición– quedó en manos indígenas. Y el stock ganadero
quedó reducido a 1.319 vacas, 482 caballos y 76 ovejas.102
No obstante y a pesar de esas sensibles mermas, en un informe escrito por un
funcionario respecto de la situación general del Carmen, se lee cierto optimismo
sobre las condiciones del lugar para la cría de ganados, pues el autor confiaba en
que, dada la infertilidad de los terrenos fuera del valle fluvial, se haría difícil que
los animales escaparan en busca de mejores pastos. Pero a la vez se lamentaba de
la falta de caballares ocasionada por la malhadada expedición:
101 Carta de Pedro Gonzalez Gallegos a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 28-2-1785. AGN, IX, 16.4.2.,
s.f. Ver “Noticia de lo que se remite a los Yndios”, Carmen, 9-2-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
102 “Relacion del Ganado Bacuno, Caballos, Yeguas, Potrillos, Mulas Burros, Obejas, y Bueyes”,
Carmen, 26-2-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
197
En el invierno de ese mismo año, la indefensión y la situación tensa creada con los
grupos nativos hizo que otra parte de los rodeos fuera arrebatada en un malón. En ju-
nio y julio, el cacique Gergona “y su Yndiada, y otras de Nacion Tehuelchus”, se lleva-
ron más de 400 reses vacunas, 100 caballos, algunas yeguas y todas las ovejas (85) de
la banda sur del río, custodiada por el recientemente creado fuerte San Xavier, situado
algunos kilómetros río arriba.106 Por la inseguridad que expresaban los encargados,
se prefirió ubicar a los animales restantes (900 vacunos y 590 equinos),107 en lugares
diferentes, para evitar que los enemigos pudieran llevárselos todos de una vez.108
103 Carta de Bernardo Tafor a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 20-2-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
104 Solía ocurrir en las regiones fronterizas de toda América que los animales se asilvestrasen por falta
de mano de obra para el cuidado y pastoreo, o a causa de las sequías. Que las yeguas se hicieran
baguales no era infrecuente, porque se las mantenía en un estado de tan poca atención que de por
sí no distaba mucho de la condición salvaje. En cuanto a la doma, había maneras rápidas de rea-
lizarla, pero dejaban resabiados a muchos animales; obtenerlos buenos y mansos para silla o tiro
implicaba, en cambio, una tarea bastante más lenta y trabajosa.
105 Carta de Bernardo Tafor a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 20-2-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
106 Carta de Bernardo Tafor a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 6-8-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.; Carta
de Pedro González Gallegos a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 6-8-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
107 Relación del ganado existente en Carmen de Patagones, 6-8-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
108 A pesar de las pérdidas de alrededor de 100 caballares, en este recuento los mismos exceden en
más de 100 individuos a los que había en el verano, lo cual parece indicar que durante ese lapso se
adquirieron de los indios unos doscientos.
198 Devastación
entre tanto [se restituyen a sus dueños los caballos prestados para la
expedición], procurará VM con el mismo acuerdo remediar la urg.ª
en el mexor modo posible, asi de Bueyes como de Cavallos, com-
prandolos a los Ynfieles en el num.º mui preciso, y con el posible
ahorro de la R.l Haz.ª.109
Conclusiones
La comparación entre las acciones e ideas de los funcionarios que estudiamos y que
sucesivamente ocuparon el mismo cargo es iluminadora. Muestra, por un lado, la
sorda disputa vigente en la época entre dos maneras (diferenciables táctica aunque
quizá no estratégicamente) de lidiar con las relaciones interétnicas: violencia ofen-
siva versus relaciones pacíficas basadas en el comercio; dos maneras que no eran
de por sí mutuamente excluyentes, pues de hecho varios funcionarios borbónicos
contemporáneos las combinaron alternativamente,111 pero en los casos revisados
aquí queda claro que, en la práctica, una prevaleció sobre la restante. Por otro,
desnuda la tensión entre el realismo, la prudencia y la sensatez políticas y el volun-
tarismo, la intrepidez y las ansias de fama que se verificaba en las conductas de los
administradores coloniales de regiones fronterizas.112
109 Carta de Francisco de Paula Sanz a Isidro Bermudes, Buenos Aires, 5-8-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
110 Carta de Francisco de Paula Sanz al comandante de Río Negro, Buenos Aires, 19-9-1786. AGN,
IX, 16.4.3., s.f.
111 Por ejemplo, funcionarios contemporáneos como Francisco de Amigorena en Mendoza y Ambrosio
Higgins en la frontera chilena del Bío-Bío echaron mano, bien a la aplicación de fuerza, bien a los
acuerdos: sobre Amigorena ver Roulet 2002; sobre Higgins ver Donoso 1941.
112 Por otra parte, es oportuno agregar que no era inhabitual la coexistencia de modos encontrados de
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
199
tratar con indios no sujetos al control directo de la administración colonial. Conocemos al menos
dos casos contemporáneos del presente pero que, al contrario de este, se dieron con personajes que
ejercieron sus funciones de forma simultánea y no sucesiva. El más cercano espacialmente se dio
en ocasión de la apertura del camino que contribuiría a vincular Valdivia y Chiloé en territorios in-
dígenas del sur chileno. Los intentos pacíficos y negociadores del gobernador valdiviano Mariano
Pusterla con el propósito de garantizar el éxito de la empresa chocaron con las ansias bélicas del
gobernador de Chiloé, Francisco Hurtado, empeñado en allanar la resistencia nativa; al igual que
en el siguiente, la disputa se dio a favor de una cierta imprecisión administrativa relativa al alcance
de las facultades que la corona delegaba en cada uno de los funcionarios: Urbina Carrasco 2009,
pp. 264-286. El restante tuvo lugar en la frontera norte de Nueva España: mientras el brigadier
general Jacobo Ugarte y Loyola promovía una política pacífica respecto de los apaches, su subor-
dinado el coronel Juan de Ugalde llevó adelante una violenta expedición de castigo que desbarató
los intentos del primero: Santiago 2011.
200 Devastación
1
. Cualquier parte del cuerpo humano seccionada ex professo transmite un
mensaje. Sea que el mutilador la exhiba públicamente frente a propios y ex-
traños, la incorpore a la celebración de la victoria en que la obtuvo o a una
conmemoración posterior, la envíe a sus aliados o la arroje a los pies de los venci-
dos y los suyos, ese mensaje variará de acuerdo al contexto y a su receptor: como
observa Patricia Palmer, el despojo siempre habla, pero dice cosas diferentes.2
La manipulación de fragmentos corporales de un enemigo constituye un rasgo
cultural generalizado y comúnmente cabezas, cráneos y extremidades se encuen-
tran entre ellos. Su captura fue y es objeto de alguna forma de consagración, para
ingresar luego a la categoría de trofeos que adquieren una semanticidad relevan-
te.3 Richard Chacon y David Dye proporcionan información que lo demuestra,
basándose en una extensa revisión que desalienta dudas en torno a su antigüedad
y universalidad: el origen se pierde en los tiempos prehistóricos, se la perpetra en
todos los continentes y la ejecutan todas las naciones, incluso hasta hoy mismo.4
La mayoría de los ejércitos coloniales, por sí o vicariamente, practicaron la
caza de cabezas desde los comienzos de la expansión europea. En América del
Norte, británicos y franceses pagaron recompensas a sus aliados nativos por testas
y cabelleras;5 también lo hicieron holandeses y portugueses en Asia, estimulando
1 Este artículo fue publicado originalmente en Indiana, no. 31 (2014), pp. 351-376.
2 Palmer 2007. Nos limitaremos a ofrecer dos ejemplos, aunque podrían multiplicarse: los
significados que, de acuerdo a sus tradiciones culturales respectivas, los algonquinos y sus aliados
ingleses dieron a la donación de una cabeza enemiga durante la Guerra Pequot de 1637 (Lipman
2008), y en general al intercambio de pieles de lobo negro (Coleman 2003, 2004, 48-49; Coates
1999). La entrega de una testa por parte de los nativos implicaba una ratificación de la alianza; y
la de una piel, voluntad de restaurar o mantener buenas relaciones; para los europeos, en cambio,
ambos gestos exteriorizaban reconocimiento de superioridad y subordinación de los indígenas.
3 Hoskins 1996, 20.
4 Chacon y Dye 2007.
5 Axtell 1982, 1996; Axtell y Sturtevant 1980; Lipman 2008; Lozier 2003.
202 Devastación
decapitaciones;6 la dinastía de los Brooke las llevó a cabo en Sarawak;7 durante las
guerras imperiales en el África decimonónica, las tropas victorianas,8 francesas,9 y
alemanas10 la reiteraron mil veces y asimismo los italianos en Etiopía en tiempos
tan recientes como la década de 1930.11 Lo paradójico de la situación es que tropas
de países civilizados y cristianos incurrieran en las mismas salvajes atrocidades
cuya supresión se argumentaba que justificaría por sí sola la impostergabilidad de
la empresa colonial.
Andrew Lipman considera que, en este orden de ideas y en términos de encuen-
tros coloniales, cabezas, scalps y miembros de los vencidos admiten parangón con
aquellos artefactos que Nicholas Thomas denominó entangled objects, impregna-
dos de tantos significados que no admitirían ser referidos con exclusividad a un
único contexto cultural.12
2. A partir del siglo XVI, también en Araucanía y Río de la Plata convergieron dos
tradiciones culturales distintas relacionadas con la manipulación de cabezas y otros
fragmentos del cuerpo. Por un lado la europea, en la que la decapitación e incluso
el desmembramiento demostraban que el poder soberano monopolizaba la potestad
de desencadenar un escarmiento de extremo rigor. Cometido un crimen que cons-
tituyese una amenaza contra la soberanía real y, simultánea y consecuentemente,
contra el orden y estabilidad del reino, se desencadenaba una operación dominante
sobre el cuerpo del autor que se desarrollaba frente a la multitud, en medio de un
gran ritual.13
Mapa 3
Araucanía histórica: territorios reche-mapuche extendidos entre los ríos Bío
Bío y Toltén, en situación de contacto fronterizo hacia el Norte con el Reyno
de Chile
Por otro, los nativos insertos en la trama de relaciones establecidas con el impe-
rio y más tarde con las dos repúblicas emergentes –Argentina y Chile– operaban
asimismo con cabezas y otros segmentos del cuerpo masacrado de sus enemigos.
Pero entre los reche-mapuche14 esa costumbre integraba una tradición pan-andina
14 Se trata de dos etnónimos que remiten a un conjunto de grupos indígenas que habitaban el centro sur
chileno. En tiempos anteriores a la invasión española, los reche (los verdaderos hombres) ocupaban
los territorios que median entre las latitudes de la actual ciudad de Santiago de Chile y del golfo de Re-
loncavi. A partir de mediados del siglo XVI y con motivo de la configuración de espacios fronterizos
generados a raíz de la irrupción imperial, se constituyó progresivamente la Araucanía, denominación
dada por los invasores a la región limitada por los ríos Bío Bío (al norte) y Toltén (al meridión) que
204 Devastación
relacionada a su vez con las tierras bajas del continente que formaba parte de un
complejo guerrero destinado a facilitar los medios para la reproducción simbólica
del cuerpo social.15
No sólo con respecto a los reche-mapuche sino en general, los rituales que
rodeaban la ejecución de un prisionero entre los nativos americanos y entre los eu-
ropeos fueron, en su origen, muy distintos. Para los europeos, el cuerpo pertenecía
al estado, el ritual de la ejecución estaba a cargo de sus agentes y el cuerpo –o sus
fragmentos– era públicamente exhibido como advertencia.16 En Europa, el verdugo
–una única persona dedicada de por vida a un oficio impuro y carente de nobleza–
tenía a su cargo el torvo procesamiento del cadáver y disponía de sus partes para
abastecer a farmacéuticos y legos,17 quienes empleaban la sangre, la grasa y la piel
en la fabricación de remedios.18 Por el contrario, en el caso de muchas sociedades
nativas americanas, hombres y mujeres, niños y adultos se reunían en torno al des-
pojo y participaban festivamente de su manipulación.
De este modo, una cabeza expuesta en el extremo de una pica podía representar
a la vez una exhibición ritual o la coerción estatal ejercida sobre un rebelde. El
donante nativo de ese trofeo se vería a sí mismo y sería visto por su nación como
oferente de un regalo valioso, pero en cambio se convertiría en cruel verdugo, ne-
gativamente connotado, a los ojos europeos.
Esta doble concurrencia produjo mezclas de significados que irían variando con
el tiempo, tema que ocupará las páginas siguientes.
3. La práctica reche de sacrificar, decapitar y consumir al enemigo capturado en ba-
talla se regía por el antiguo principio andino de que la incorporación de sustancias
permaneció bajo control indígena predominante hasta el siglo XIX (ver mapa respectivo). Pasado
el tiempo y a medida que cobraban mayor importancia las reivindicaciones territoriales surgió, po-
siblemente durante el siglo XVIII tardío, el nombre restante (los hombres de la tierra), que pone el
acento en ellas. Su lengua, en la que se expresan ambos nombres étnicos (y los términos que se vayan
introduciendo a continuación en el texto) era y es mapu dungun (el habla de la tierra) convertida en
medio de comunicación de uso general en las pampas y el norte patagónico de la actual República
Argentina, a medida que, a partir del 1500, se intensificaron las antiguas vinculaciones entre las socie-
dades nativas ubicadas a los dos costados de la cordillera de los Andes (ver Boccara 1998; Mandrini
y Ortelli 2002, 237-257; Villar y Jiménez 2003b, 123-171; y Zavala Cepeda 2011, entre otros aportes
relativos a la denominada araucanización de las pampas).
15 Arnold y Hastorf 2008.
16 Whitehead 2002, 241.
17 Robin 1964, Stuart 2000.
18 Molinié-Fioravanti 1991, 85; Pribyl 2010, 133-135; Stuart 2000, 157-160. Como uno de los reme-
dios más afamados se elaboraba con porciones de cuerpos embalsamados verdaderos -obtenidos en
Egipto- o falsos (Dannenfeldt 1984; Gordon-Grube 1988, 1993; Himmelman 1997; Noble 2011,
18-23; Sugg 2008)-, Paracelso llegó al extremo de incluir en su definición de momia el cuerpo de
cualquier persona sana que muriera de muerte no natural, preferentemente los ahorcados o ejecu-
tados en la rueda y Oswall Croll -uno de sus seguidores- recomendaba emplear el cuerpo de un
ahorcado pelirrojo y joven para la fabricación de remedios (la receta en Noble 2011, 6). Sólo las
personas más adineradas podían acceder a estos costosos medicamentos. La creencia en las virtudes
curativas de los cuerpos de los ejecutados pervivió en la medicina popular hasta comienzos del
siglo XX (Peacock 1896; Pribyl 2010).
En lo alto de una pica
205
La cabeza de Pedro de Valdivia, muerto por los reche en Tucapel (1553), fue
exhibida en alguna de esas formas. Jerónimo de Bibar, quien obtuvo información
de los yanaconas que acompañaban al adelantado y salvaron sus vidas a duras
penas, relata que la colocaron:
…en la puerta del señor principal en un palo y otras dos cabezas con
ella, y tenianlas alli por grandeza, porque aquellos…habian sido los
mas valientes, y contaban cosas del gobernador y de los dos españo-
les que habian hecho aquel dia…23
Tal fue el destino de la calva de Martín García Oñez de Loyola, gobernador de Chi-
le ultimado por los reche en Curalaba, a fines de diciembre de 1598. Vicente Car-
vallo i Goyeneche relata que, en un exceso de “necia confianza”, Oñez de Loyola
32 Declaración de fray Luis Falcón, fechada en Santiago, 18 junio 1614, Archivo Nacional de Chile
(AN), Fondo Morla Vicuña (MV), Volumen 293, fojas 106-107.
33 Este término, que literalmente significa cabeza, designa a quien ocupa una posición de liderazgo:
un cacique en el vocabulario español.
34 Declaración de Paillaguala…en el fuerte de Nacimiento, febrero de 1614, Biblioteca Nacional de
Chile (BN) Sala Medina, Manuscritos (MM), Tomo 112, Documento 1918, fojas 281.
35 Declaración de Diego de Medina, fechada en Concepción, 13 abril 1615, BN, MM, Tomo 111,
Documento 1782, fojas 260.
36 Clastres 1987a, 220-221.
37 Refiriéndose a la minga, Juan Ignacio Molina destacó además que hasta “...los españoles campesinos
han adoptado también este método, prevaliéndose de la misma industria para concluir sus labores
de campo.” (Molina 1795 [1787], 123).
En lo alto de una pica
209
Y agrega Tesillo:
No resulta extraño, por lo tanto, que fuese este sector el que exigiese atención per-
manente de parte de las autoridades coloniales. Diego de Rosales nos informa que
ya durante el mismo siglo XVII, se empleaba el término corsario para denominar a
los líderes guerreros, como ocurrió en el caso de Queupuante, uno de los primeros
en recibirlo:
Queupuante representa, en efecto, un arquetipo del corsario y las vidas de otros líde-
res posteriores replican la suya. Sus renombradas habilidades y éxitos como guerrero
y toqui de Purén transformaron su eliminación en un asunto central. El gobernador
Francisco Lasso de la Vega, viendo las dificultades extremas de la empresa, se pro-
puso aliviarlas buscando la ayuda de traidores:
Acerca de cómo logró su objetivo hay al menos dos versiones. Rosales y Tesillo
coinciden en que el cacique mantenía excepcionales precauciones para eludir ata-
ques sorpresivos.42 Pero el jesuita atribuye a la infidencia de una de las esposas
del corsario que se le haya dado muerte: por imprudencia o despecho, ella habría
revelado información que luego sirvió a ese fin.43 Tesillo, en cambio, adjudicó el
éxito de la empresa a la eficacia de la maloca44 organizada por Lasso de la Vega.45
El corsario –en inferioridad de condiciones y sin posibilidades de escape– se
enfrentó en soledad a sus atacantes hasta caer. Su cabeza fue presentada al maestre
de campo en Arauco y llevada más tarde a Santiago, en cuya plaza principal se la
expuso, en medio de una importante celebración: “…se dieron muchas gracias a
Nuestro Señor, y con repique de campanas, luminarias, y achones, se celebrô la
fiesta, y la cabeza de Queupuante, se puso en la plaza de Santiago en un palo, para
triunfo de tan gran victoria…”.46 El mayoritario espacio que ocupa la descripción
del acoso y muerte de Queupuante en el informe de las actividades militares del
año 1631 –relación anónima que el historiador chileno Diego Barros Arana consi-
deró salida de la pluma de Tesillo– deja ver la trascendencia asignada a la aniqui-
lación del corsario. Allí se alude además al destino de su familia, cuyos miembros
fueron rápidamente capturados o eliminados.47
No caben dudas de que los indios amigos de Arauco jugaron un papel central,
como tampoco de que las autoridades coloniales no vacilaban en afrontar todos
los costos necesarios para eliminar a un líder rebelde. Esa metodología inaugurada
bajo los Habsburgos mantuvo su vigencia con la entronización de los Borbones.
También en el siglo XVIII, hubo casos de famosos corsarios vicariamente elimina-
dos con intervención de aliados indígenas de la corona.
48 Declaración de José Baldevenito, en Nacimiento, 16 marzo 1767, AGI, ACh, 257, fojas 357-357
vuelta.
49 Oficio del comandante de Tucapel Jacinto de Arraigada al maestre de campo Salvador Cabrito,
Tucapel, 27 enero 1767, AGI, ACh, 257, fojas 150-150 vuelta.
212 Devastación
no avian de hirse sin llevar sus cavesas para vever chichas en ellas”.54 Nuevamente
de un mismo objeto simbólico –la cabeza seccionada– fluían sentidos distintos
que se mezclaban. Mientras prevalecía la condición de mercancía en los tratos de
los administradores coloniales con sus aliados indígenas encargados de cortarla,
Llanketruz y sus partidarios reactualizaban el antiguo motivo del rari-lonko, inte-
grante del soporte ideológico legitimador de las tempranas rebeliones generales y
de su arsenal propagandístico, para dar renovado contenido político a una conducta
reluctante inserta en un contexto distinto.
Benavides Medina no dudó en justificar el proceder invocando la existencia de
precedentes y se sintió facultado para afectar fondos de la hacienda real:
54 Comandante del fuerte de San Carlos Francisco Esquivel Aldao al comandante de armas de
Mendoza José Francisco de Amigorena, 29 junio 1787, Archivo Histórico de la Provincia de
Mendoza (AHPM), Carpeta 65, Documento 52.
55 Benavides Medina a Higgins, en Santiago de Chile, 13 febrero 1786, AN, CG, 776, fojas 288
vuelta-289.
56 Sobremonte al virrey marqués de Loreto, en Mendoza, 10 enero 1788, Archivo General de la
Nación Argentina [AGN] Sala IX 11.4.5. La respuesta de Loreto a Sobremonte (fechada en Buenos
Aires el uno febrero 1788) se conserva en ese mismo legajo.
57 Vivanco a Pedro Nolasco del Río, 29 diciembre 1788, AN, Fondo Morla Vicuña (FMV), Volumen
24, Pieza 14, folios 139 a 140 vuelta; y también en AGI, ACh, Volumen 211.
58 Antonio Valdez a Higgins, Los Ángeles, 3 abril 1789, AN, FMV, Volumen 24, Pieza 14, folio 139;
y también en AGI ACh, Volumen 211.
214 Devastación
La testa del corsario sirvió asimismo para que Higgins, obsesivamente pendiente
del progreso de su carrera política,59 incrementara su prestigio. Una vez recibido el
despojo, el premio acordado con los captores fue inmediatamente cancelado:
59 Que culminaría con su designación posterior como virrey del Perú (1796), ennoblecido con el título
de marqués de Osorno.
60 Higgins al intendente de Concepción, en La Serena, 14 febrero 1789, AN CG, Volumen 70, Carta
33, fojas 432 vuelta-433 recta.
61 Sobremonte a Loreto, fechada en Córdoba, 5 febrero 1789, AGN IX 30.8.4.
62 Durante su gobierno, el marqués de Loreto mantuvo reiterados conflictos con funcionarios civiles y
eclesiásticos por cuestiones de jurisdicción y celos personales. En su estudio sobre los burócratas en
épocas del virreinato porteño, Susan Socolow dice de él “…for all accounts he was a difficult man
to deal with, deeply suspicious and irascible” (Socolow 1987a, 119). La mención a las expediciones
de 1784 incorporada por Higgins al texto del oficio librado a Antonio Valdés en el que comunicó
la derrota y muerte de Llanquetruz indudablemente debió molestar a Loreto: la costosa entrada
general a los territorios indígenas que tuvo lugar ese año fue planeada y organizada por el antecesor
del marqués -Juan José de Vértiz y Salcedo, quién cesó en su mandato casi contemporáneamente
con ella. Los magros resultados de la empresa estuvieron muy distantes de los que su inspirador
había previsto, y las circunstancias quisieron que Loreto, en el momento mismo de asumir
el cargo, debiera enfrentar la ingrata tarea de explicar ante el ministro de Indias José Gálvez el
escaso beneficio extraído de una inversión cuantiosa. Don Ambrosio, pues, agigantaba su mérito,
induciendo una tácita comparación con el fracaso previo.
63 Higgins a Antonio Valdés, 3 abril 1789, AN AMV, Volumen 24, Pieza 14, fojas 138 vuelta-139.
En lo alto de una pica
215
En 1829, Juan Manuel de Rosas, uno de los miembros relevantes del podero-
so sector ganadero de Buenos Aires, asumió por primera vez la gobernación de
esa provincia, manteniéndose en una posición de poder que se prolongaría hasta
1852. Una de sus permanentes preocupaciones estuvo constituida por las relacio-
nes interétnicas, dado que el control nativo sobre los territorios de la llanura her-
bácea bonaerense y la seguridad de los rentables negocios rurales de Rosas y el
grupo económico que integraba eran términos difícilmente conciliables. Instituyó
entonces un programa al que denominó “negocio pacífico de los indios” dotado de
financiamiento y organizado para cooptar a los grupos que pudieran considerarse
“amigos” y “aliados” del gobierno mediante la asignación de obsequios (esto es,
la donación sobre todo a los líderes indios de ciertos bienes de consumo, prendas,
adornos y aperos, a título de reconocimiento personal y para estimular su adhe-
sión) y raciones. El racionamiento implicaba asumir el formal compromiso de una
entrega periódica principalmente de bienes de consumo y animales en cantidades
preestablecidas a un grupo indígena en su conjunto, exigiendo como contrapres-
tación el mantenimiento de la paz o auxilio bélico. En términos de la taxonomía
política de Rosas, el ingreso al “negocio pacífico” exigía que “amigos” y “aliados”
se comprometiesen en la tarea de combatir a los “enemigos”, es decir, aquellos
que no se avenían a incorporarse en ninguna de las dos categorías anteriores y ex-
presaban hostilidad bajo la forma de embates contra estancias y establecimientos
fronterizos, por sus propios medios o alentando la participación de indios de Chile
y la cordillera.68
En ese contexto y con respecto a la primera de ambas situaciones antes mencio-
nadas, la novedad estuvo constituida por la incorporación de indígenas coaligados
con los criollos a una instancia de juzgamiento de otros nativos,69 compartiendo la
decisión de ajusticiarlos y exponer luego la cabeza de su líder como advertencia a
los partidarios que aún conservaban la libertad.
En Fuerte Argentino –inmediato al pueblo de Bahía Blanca, al sudoeste de la
provincia de Buenos Aires–, tuvo lugar a mediados de 1832, un peculiar consejo de
guerra presidido por el comandante Martiniano Rodríguez e integrado por la oficia-
lidad del establecimiento militar junto con la inhabitual participación de ciertos ca-
ciques boroganos, aliados con el gobierno.70 Los reos sometidos a juzgamiento en
68 Silvia Ratto es autora de completos estudios acerca del “negocio pacífico” (1994a, 1994b y 1998).
69 También a Ratto se le debe el examen de las implicancias sociales, políticas y jurídicas del caso
(2005, 219-249).
70 Boroganos (o borogas) fue el nombre con el que se conoció a un grupo procedente de la región
trascordillerana de Boroa, al sur de Chile, que migró hacia las pampas para instalarse en el área de
Salinas Grandes: ver Ratto 1996. El primer paso migratorio pudo haber ocurrido recién al finalizar
la Guerra a Muerte en territorio meridional chileno (en los años 1823-1824) desencadenada con
participación indígena como consecuencia de la derrota realista en Maipú, considerando que al
menos una parte de los boroganos pertenecían al bando vencido; o quizá con anterioridad a su
iniciación, para sustraerse al conflicto, o contemporáneamente con él. Ello, sin perjuicio de que
en tiempos posteriores puedan haberse trasladado a las pampas otras personas o contingentes de la
misma procedencia.
En lo alto de una pica
217
esa oportunidad fueron el cacique Toriano y algunas de las personas que formaban
parte de un nutrido contingente que lo acompañó a las pampas ese mismo año. Las
tropas provinciales habían capturado al lider en una sorpresiva maniobra, trasla-
dándolo al fuerte, donde se preveía retenerlo hasta recibir instrucciones de Rosas.71
No obstante, los borogas, también enfrentados con Toriano y su gente, exigie-
ron que los prisioneros les fueran entregados para hacer justicia a la usanza, pero
la solicitud no prosperó. Se les ofreció en cambio un lugar en el consejo, desusada
decisión con la que se quiso compensar el rechazo previo. Finalmente y luego de
un trámite sumario que en lo sustancial se redujo a consultar las opiniones de los
oficiales y caciques presentes, los prisioneros fueron condenados a muerte y fusila-
dos con el acuerdo y en presencia de los líderes boroganos.
A continuación, la cabeza de Toriano fue seccionada y expuesta públicamente en
la punta de una lanza, como advertencia a sus seguidores. El capitán Robert Fitz Roy
–que poco despues estuvo en Bahía Blanca al comando del bergantín Beagle– relató
que sólo viéndola, los parciales del anciano cacique se convencieron de su muerte:
…Toriano was shot in cold blood; with another cacique and several
Indians of inferior note; and his head was afterwards cut off, and pre-
served for some time at the fort, in order to convince his adherents
of his death…So high was his acknowledged character as a warrior
that his followers supposed him invincible; and until convinced by
the melancholy spectacle seen by their spies, they would not believe
him gone.72
El caso restante, ocurrido en 1836, coincidió con el colapso definitivo del mismo
grupo borogano provocado por la concurrencia de dos factores principales. En pri-
mer término, la creciente injerencia del gobernador Rosas en los asuntos internos
de la comunidad, con la que aún mantenía aquella relación de alianza inestable: el
difícil manejo de esa vinculación y la conveniencia de su continuidad constituían
motivo de disensión entre sus líderes, algunos de ellos más inclinados que otros a
sostenerla en los términos pretendidos por el gobierno y todos políticamente debi-
litados por su intervención.
En segundo término, el acaecer de un golpe de mano dado por indígenas que se
sintieron alentados por la oportunidad de sustituir con ventaja a los boroganos en
el rol asignado por el estado provincial.73 Ese ataque desembocó en el homicidio
71 Los objetivos y acciones de Toriano en las pampas pueden verse en Villar y Jiménez 2003a, 131-
286.
72 Fitz-Roy 1839, II-106.
73 El gobernador esperaba que los boroganos, instalados en la zona de Salinas Grandes (ver el mapa
de la región pampeana que acompaña este artículo), cumpliesen la función de defender una de
las rutas principales de acceso a la pampa bonaerense, evitando las incursiones que afectaban el
desenvolvimiento de la actividad ganadera en ese territorio. No siempre lo hicieron, por diversos
motivos, y eso contribuyó a inestabilizar sus acuerdos con Rosas. Sobre el colapso boroga, ver las
contribuciones ya citadas de Silvia Ratto.
218 Devastación
...al fin no ha resultado mas que…todos los indios que ellos [los bo-
roganos de Cañiuquir] tomaron heran sus parientes y los aprovecha-
ban de suerte que si no hubiera venido Caniuquil estoy seguro que
no hubiera quedado un solo Ranquel.76
74 Dada la relativa abundancia de estudios acerca de los ranqueles, ofreceremos una única referencia
a una síntesis de su historia: Fernández 1998. Este grupo indígena estuvo radicado en la pampa
centro-oriental (nuevamente se remite la atención del lector al mapa correspondiente).
75 En los papeles de archivo, este líder es nombrado indistintamente Venancio, Venancio Coñuepan, o
Coñuepan, variantes que utilizamos en el texto.
76 Sosa al gobernador Rosas, Salinas Grandes, 24 noviembre 1834, AGN X 24. 8. 6.
77 Sosa al gobernador Rosas, Bahía Blanca, 7 abril 1836, AGN X 25. 3. 2.
En lo alto de una pica
219
…trabajar para ponerse en guardia, tanto mas que nada sabe hasta
hoy comunicado por V. S. a este respecto, lo que le es sumamente
extraño, pues…debió V. S. haberle comunicado el motivo poderoso
que le obligaba a marchar sobre Cañiuquir sin esperar orden termi-
nante superior de S. E. para ello...79
Con respecto a la represalia, Rosas previó que sobrevendría y quiso evitarla. Or-
denó a Sosa una rápida devolución de los cautivos, que ya eran reclamados por
intermedio de otros aliados:
Pero Sosa falleció sorpresivamente unos días después –el 5 de agosto– y el remedio
destinado a aplacar los ánimos no alcanzó a concretarse. El 24 del mismo mes, una
porción de los boroganos incorporada al grupo de indios “amigos”81 se alzó en ar-
mas en las tolderías vecinas al fuerte, ultimando a Venancio y a muchos de quienes
permanecieron leales a él, y recuperaron las familias cautivas. Los incursores se di-
rigieron luego hacia las estancias de la zona (entre ellas la que perteneciera a Sosa),
las incendiaron, se apropiaron de unas tres mil cabezas de ganado, y por último se
dirigieron a reunirse con los ranqueles hostiles al gobernador.82
7. Hemos visto entonces que a partir de la convergencia de dos tradiciones cultura-
les distintas, los respectivos propósitos que gobernaban la manipulación del cuerpo
de los enemigos vencidos, antes claramente diferenciables entre sí, inician un ca-
mino de transformaciones que “mezcla” sus sentidos. Los procesamientos rituales
pasarán a coexistir y se “contaminarán” con otras prácticas. Al don representado
por la entrega de una cabeza seccionada y manipulada ritualmente se agrega luego,
por efecto de las nuevas formas de hacer la guerra, su conversión en mercancía. El
valor transaccional podrá ser objeto de regateo e implicar la capitalización de un ré-
dito político cuyo cálculo dependerá de las circunstancias, que a veces aconsejaban
delegar la acción punitiva en aliados indígenas para evitar un riesgo gravoso. Por
último, la manipulación de una cabeza se verificará en contextos de disputas polí-
ticas o generadas por el reparto de botín, respondiendo a intereses circunstanciales
decididamente adheridos a lógicas impuestas, muy diferentes de las que presidían
las conductas tradicionales de los nativos.
1. Introducción
L
a captura y posterior reparto de niños y mujeres nativos prisioneros fue uno
los aspectos más conspicuos del severo rostro que mostraron los Estados
invasores “civilizados” a los grupos amerindios que quedaron fuera de su
control. A todo lo largo del continente americano, los colonizadores aprisionaron,
traficaron y repartieron indígenas, que sirvieron como mano de obra con distintos
status según el caso.
En el Río de la Plata, la frontera sur de Buenos Aires y la Banda Oriental fueron
también escenario de ese tipo de prácticas: si bien estas comenzaron tempranamen-
te en el siglo XVII y continuaron hasta bien entrado el siglo XIX, culminando con
los repartos masivos de la décadas de 1870 y 1880,2 en este trabajo nos concentra-
remos en las ocurridas durante la segunda mitad del siglo XVIII. Entonces, en el
marco de relaciones cada vez más tirantes entre los españoles de Buenos Aires y
los nativos, una serie de incursiones de los primeros a territorio indígena se trans-
formaron en violentas masacres, en las cuales sendos grupos vieron severamente
diezmada su población masculina, y ni siquiera la chusma quedó exenta del furor
de los ataques. Los sobrevivientes cautivados por las fuerzas milicianas y regulares
fueron trasladados a la capital del virreinato y, o bien repartidos entre los oficial-
es participantes, o bien entregados a las autoridades civiles. Estas comenzaban el
proceso de incorporación de los cautivos a la sociedad colonial bautizándolos, y
1 Petición de Vicente García Grande y Cardenas al Virrey, Buenos Aires, 10 julio 1801. AGN IX
25.1.5.
2 Sobre los repartos de la época de las “Campañas al desierto”, ver entre otros Arias 2013; Nagy y
Papazian 2011, Mases 2002, Papazian y Nagy 2010a y 2010b; Pérez Zavala 2012.
224 Devastación
luego los distribuían entre las personas “decentes” de Buenos Aires, a quienes se
encargaba la obligación de alimentarlos, vestirlos y brindarles educación religiosa
a cambio de adquirir derechos sobre su fuerza de trabajo.
Una documentación variada proveniente del Archivo General de la Nación Ar-
gentina nos permite reconstruir (con diferente nivel de detalle y certeza según el
caso, dada la fragmentariedad de los registros) tanto las expediciones hispano-cri-
ollas y sus resultados en términos de víctimas y cautivos, como el destino posterior
de estos últimos, su número, y en algunos casos la identidad de sus apropiadores.
La información revela la correlación existente entre masacres y repartos de
niños y mujeres: los segundos constituyen un complemento y corolario inevita-
ble de las primeras. Desde el punto de vista comunitario, las consecuencias son
congruentes: a la pérdida de la vida de unos se agrega el menoscabo de la libertad
y la identidad étnica de los otros, haciendo que la supervivencia del grupo como
entidad autónoma se vea severamente comprometida.
3 Ferguson y Whitehead 1992, 23. El proceso está registrado a lo largo y ancho de América y fue
practicado por todas las sociedades colonizadoras. Sin pretender agotar una extensa bibliografía,
mencionaremos algunos títulos referidos a las colonias francesas del Canadá y Luisiana (ver Ek-
berg 2007, Lee 2012; Rushfort 2012), a las colonias británicas de Nueva Inglaterra (Fickes 2000)
y de las Carolinas y Georgia (Ethridge y Shuck-Hall 2009; Gallay 2002; Gallay 2009; Kelton
2007; Snyder 2010); en el Sudoeste de los actuales Estados Unidos, lo practicaron colonos es-
pañoles (Bailey 1964; Barr 2005, 2007 y 2009; Blackhawk 2006; Brooks 2002; Brugge 1965 y
1968; Ebright y Hendricks 2006; Gutierrez 1991; Jones 2000; Raél-Gálvez 2002; Silverman 2011;
Snow 1929) y los mormones (Bennion 2012; Blackhawk 2006; Muhlestein 1991); en California, lo
hicieron los norteamericanos (Magliari 2004 y 2012); los portugueses, en Brasil (Hemming 1978;
Langfur y Chaves de Resende 2014; Pinto 1997; Sommer 2005; Whitehead 2011), y nuevamente
los españoles en Chile (Díaz Blanco 2011a; Guarda 1980; Hanisch Espíndola 1981; Jara 1971;
Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009; Urbina Carraco 2009; Valenzuela Márquez 2009 y 2011;
Por aquel escaso servicio doméstico
225
Villar y Jiménez 2001, Villalobos 2005) y en Carmen de Patagones (Davies Lenoble 2012 y 2013).
226 Devastación
4 Oficio del sargento mayor al teniente de rey, Diego de Salas, Turbia, 2 mayo 1775. AGN IX 29.2.4.
5 Oficio del sargento mayor al teniente del rey Diego de Salas, Turbia, 2 mayo 1775. AGN IX 29.2.4.
6 El ganado se alzaba por las recurrentes sequías de la época, sustrayéndose al control inmediato
de los hispano-criollos, y marchaba hacia el sur y el oeste en busca de ojos de agua superficiales
ubicados en lugares desde donde los indios podían arrearlo con facilidad.
7 Copia Acta del Consejo de Guerra celebrado por los sargentos mayores Manuel Pinazo, Clemente
López y Bernardino Antonio de Lalinde, Buenos Aires, 12 julio 1776. AGN IX 28.9.4.
Por aquel escaso servicio doméstico
227
Cuadro 1
Operaciones dirigidas contra los indígenas desde Buenos Aires (1775-1784)*
Referencia
*1775: Oficio del teniente del rey Diego de Salas al gobernador Vertiz, Buenos Aires, 28 junio 1775.
AGN IX. 28.9.3. Oficio del sargento mayor al teniente del rey Diego de Salas, Turbia 2 mayo 1775.
AGN IX 28.9.3. 1776. Copia de Carta escrita por D.n Clem.e López desde el río dulce en 16 de spre
de 1776. AGN IX 28.9.4. Oficio del sargento mayor Manuel Pinazo al teniente del rey Diego de Salas,
Cañada de la Paja, 28 diciembre 1776. AGN IX 28.9.4. Copia de Carta del sargento mayor Manuel
Pinazo al teniente del rey Diego de Salas, Altos de Troncoso, 1 octubre 1776. AGN IX 28.9.4. 77): 1777:
Oficio de Hernández a Diego de Salas, Pergamino, 3 noviembre 1777. AGN IX 1.5.6.; 1778: Carta de
Vértiz a Juan Gómez, Buenos Aires, 28 septiembre1778. AGN IX 1.4.5., Oficio de Juan Gonzáles a
virrey Vértiz, Melinque, 9 noviembre 1778. AGN IX 1.4.5. foja 698 rta-698 vta.1779; Oficio de Juan
José de Sardeñ a Juan José de Vértiz, Campo entre los Cerrillos, 9 diciembre 1779. En Testimonio del
Expediente obrado por el Superior Gobierno de Buenos Aires, sobre haberse denegado las paces a los
Indios Aucaces. AGI ABA Legajo 60, foja 4 - 5 vta. 1780: Diario de los acontecimientos acontecidos
con el Destacam.to q.e se hallaba en el Fuerte de la Laguna del Monte destinado a invadir los Yndios
enemigos q.e segun noticias identicas se esperaba entrasen a ostilizar nra Frontera. Chascomus, 6
diciembre 1780. AGN IX 1.4.6. 1784: Oficio del Virrey de Buenos Aires, marques de Loreto al ministro
Galvez, Buenos Aires, 3 junio 1784. AGI ABuenos Aires, Legajo 68.
228 Devastación
El ataque produjo pocas bajas entre los milicianos y un abundante botín bajo la
forma de indios prisioneros, que –aparte del obsequiado al teniente del rey– fueron
repartidos entre los oficiales participantes de la expedición.
Por su parte, la columna al mando de López Osorno se internó en busca de la
agrupación del cacique Guchulap, moviéndose casi a ciegas por la llanura y elimi-
nado a su paso a varias partidas de indios potreadores.11 Pese a la resistencia de sus
propios milicianos, el sargento mayor ordenó que la marcha continuase hasta que
encontró a los nativos en un amplio valle de la Sierra de la Ventana. Lanzándose
por sorpresa contra las tolderías enemigas, las tropas desataron una matanza sin
que los atacados tuviesen oportunidad de defenderse:
8 Carta de Diego de Salas al Gobernador Vértiz, Buenos Aires 19 septiembre 1776. AGN IX 28.9.4.
9 Carta de Diego de Salas al gobernador Vértiz, Buenos Aires 19 septiembre 1776. AGN IX 28.9.4.
10 Copia de Carta del sargento mayor Manuel Pinazo al teniente del rey Diego de Salas, Altos de
Troncoso, 1 octubre 1776. AGN IX 28.9.4.
11 Copia de Carta escrita por Clemente López desde Río Dulce en 16 de septiembre de 1776. AGN IX 28.9.4.
12 Idem anterior. Los datos indicativos de la sorpresa del ataque que culminó en masacre son las
Por aquel escaso servicio doméstico
229
Esta es, en síntesis, la información que entregan los documentos militares. Pa-
semos ahora a examinar los asientos bautismales.
Cuadro 2
Baustismos de indios pampas en Buenos Aires, año 1776.*
Parroquia Inmaculada Concepción
Nombres Fecha Género Edad
Margarita 04 octubre 1776 F 4 años
Dionisia 09 octubre 1776 F 2 años
Juan Dionisio 13 octubre 1776 M 4 meses
María del Rosario 14 octubre 1776 F 4 años
María Manuela 14 octubre 1776 F 4 años
Manuel 21 octubre 1776 M 3 años
Hilario 02 diciembre 1776 M 1 año
María del Rosario 28 diciembre 1776 F 2 años
Catedral de Buenos Aires
Fernando 09 octubre 1776 M 5 meses
Juana Josefa 09 octubre 1776 F 1 año y dos meses
María Tadea 13 octubre 1776 F 4 años
María del Rosario 21 octubre 1776 F 8 meses
nulas bajas sufridas por los milicianos (en palabras del mismo López Osorno, sólo se reportaron 30
heridos de bolas y 1 de lanza), demostrativas de que los guerreros muertos no tuvieron ocasión de
organizarse para cargar contra los milicianos. La manera recurrente de llevar adelante estos ataques
está descripta en Jiménez, Alioto y Villar 2017.
230 Devastación
Referencia
*Los datos se encuentran en las siguientes localizaciones: Nuestra Señora de la Inmaculada
Concepción: 1. Bautizos 1770-1790 Libro de acientos de bautizados Yndios Negros, Mulatos y
demas gentío pertenecientes â esta Parroquia de la Pur.ma Concep.on desta Ciudad de la SS.ma
Trin.d y Puerto de S.ta Maria de Bu.s Ay.s por prim.o de Hen.o del año de 1770. En: Parroquía
Inmaculada Concepción Bautizos Gente de Color 1770-1802. 2. Bautismos de Gente de Serv.o
Hijos de Mestizas Mulatas y Negras pertenecientes al Ministerio parrochial de esta Santa Yglesia
Cath.l de Buenos Ayres. Siendo Sus Curas Rectores=. El D.r D.n Miguel de Leyva y el D.r D.n
Jose Antonio de Oro. Empiesa en 15 de Junio de 1770. 3. Libro de Bautismos de Gente de Ser-
vicio de Buenos Aires en esta Cathedral siendo sus Curas Rectores el D.r D.n Josseff Antonio de
Oro y el D.r D.n Juan Caietano Fern.z de Aguero: y Siendo el primer año en que esta Mui Noble
y Leal Ciudad es ya Capital del Virreynato, que dignamente exerce el Excelentissimo Señor Don
Pedro de Sevallos, su primer Virrey que entro a ella el dia quinze de octubre de este año de 1777.
Nuestra Señora de la Piedad: Bautismos 1769-1848 (1770-1785). Libro Segundo Parroquial
de Bautismos de este Curato de Nra S.ra de la Piedad Comenzado en Buenos Ayres el dia 22 de
Octubre de 1782 (con otra letra: Blancos y de Color). Vol. II: Años 1782-1793. Catedral de Bue-
nos Aires: Libro de Bauptismos de Gente de Servicio en esta Cathedral de Buenos Aires siendo
Dignissimo Obispo el Yl.mo y Rev.mo S.or Dn Fr. Sebastian Malvar y Pinto Electo Arzobispo de
Santiago de Galicia y gobernando el Ex.mo S.or Virrey Don Juan Joseph de Vertiz. Año de 1783.
Siendo Curas Rectores los Doctores Don Juan Cayetano Fernandez de Agüero y D.n Vicente de
Arroyo. Todo online en: https://familysearch.org/archives/.
Por aquel escaso servicio doméstico
231
13 No hay consenso respecto de la fecha en que comenzó a funcionar la Casa de Recogidas. Al parecer
fue fundada en 1773 por el entonces gobernador Vértiz (de Palma 2009, 18). Adriana Porta admite
esta fecha, pero agrega que la presencia estable de mujeres recién se registra a partir de noviembre
de 1777, y lo atribuye a una re-organización de la institución o a una laguna en el registro (Porta
2007, 399). Sin duda, existen lagunas en el registro documental. La mayor parte de la documenta-
ción conservada se encuentra depositada en un único legajo incompleto (AGN IX 21.2.5.): “Los
años de 1774, 1775, 1776, 1781, 1782, 1795, y 1798 no constituyen parte de él. Asimismo habrá
años en los cuales un solo documento ha llegado hasta nosotros como: 1773, 1780, 1784, 1791,
1793, y 1794” (De Palma 2009, 18). Aún para los años en que se conservan mayor cantidad de
documentos no hay certeza de que estén todos: en el caso de las cautivas charrúas y minuanas
repartidas a principios del siglo XIX, se sabe que se realizaron tres envíos entre 1800 y 1801 (ver
Erbig 2015, 249). Cada una de estas remesas debió generar un expediente de reparto, y sin embargo
solo se conserva uno de 1801, que es el que analizamos.
14 Relación de Chinas distribuidas, Buenos Aires, 21 julio 1801, AGN IX 25.1.5.
15 Parte del capitán de Blandengues José Pacheco al marqués de Aviles, Yacuy, 24 junio 1806, en
Acosta y Lara 1989, 196-198.
16 Ver Table 5.1. en Erbigh 2015, 249.
17 Aguirre 2006 y Salerno 2014.
18 Dice Lastarría: “Quando llegó el Marqués de Avilés á Buenos Ayres halló varias mugeres chicas y
adultas Charruas y Minuanes depositadas en una Casa de los Exjesuitas, que llaman la residencia; y
las fue entregando á las personas pudientes, y de buenas costumbres que quisieron hacerse cargo de
mantenerlas, é instruirlas en la vida civil y Christiana; estando á la mira los Parrocos, y los Alcaldes
de Varrio” (Lastarria 1914 [1805], 273-74).
232 Devastación
Cuadro 3
Apropiadores de Charruas y Minuanes repartidos en Buenos Aires, julio de 1801*
Apropiador/a Adultas Niños Infantes
V 4 años
María Teresa García 25 años
F 4 años
Gregorio Ramos Expindola 40 años F. 1,5 años
Mariano, José Sánchez 36 años F. 4 meses
Vicente García Grande y Cárdenas 24 años F. 6 meses
María Antonia Suio 36 años F. 1 mes
Laureana Mancilla 20-21 años F. 1 a 1,5 años
José Antonio Sánchez 22 a 24 años F. 6 a 7 meses
Ana Ynes Seyer 24 años F. 5 meses
Manuel Igncencio de Uriarte F. 7 a 8 años
Josefa Gabriela Ramos Mexica F. 2 a 3 años
Martina Palacios 40 años 8 meses
José Ignacio de Picazarri 20 años 3-4 meses
Tomasa Escalada F. 6 a 8 años
Buenaventura Berenguier M. 5 años
Mauricio Berlanga M. 6 a 7 años
José García Martínez de Casares M. S/D
Agustin Rameri 20 años M. 2 a 3 años
Francisco María Sempol 20 años F. 1 mes
Juan Claveria F. 3 años
Bernarda Perez de la Rosa 38 años F. 1 mes
Gregorio Ramos Expindola Mejia F 9 años
Bartolina de San Luis y Boyso 40 años
María Concepción S/D S/D
Referencia
* Fuente: AGN IX 21.2.5.
19 Exmo S.or Pasqual Ibañez al virrey Olaguer Feliú. Buenos Ayres, 5 de oct.bre de 1797. AGN IX
2.9.2.
Por aquel escaso servicio doméstico
233
20 El número de prisioneros traídos desde la Banda Oriental fue mayor, pero algunas personas
murieron antes de ser repartidas y las restantes quedaron alojadas en la Casa.
21 Patterson 1982, 38. Un indicio lingüístico de esa indiferenciación está expresado por el rótulo de
“chusma” bajo el cual se incorporaban todas las mujeres y los niños.
234 Devastación
6. Conclusiones
Hemos visto con claridad de qué manera el reparto de las mujeres y los niños sobre-
vivientes fungía como complemento de las expediciones militares hispano-criollas
sobre poblaciones indígenas, a menudo culminadas en masacres. Esas personas,
separadas de sus territorios y grupos de origen, se enfrentaban luego a una nueva
22 Orlando Patterson, en el trabajo ya citado, subraya la importancia del nombre individual: “La se-
gunda mayor característica del ritual de esclavización involucraba el cambio del nombre del es-
clavo. El nombre de un hombre es, desde luego, más que una simple manera de llamarlo. Es la
señal verbal de su entera identidad, su ser-en-el-mundo como una persona diferenciada. También
establece y hace pública la relación con sus parientes. En muchas sociedades el nombre de una per-
sona tiene cualidades mágicas; nuevos nombres se reciben en la iniciación a la adultez, o en cultos
y sociedades secretas, y el nombre de la víctima se vislumbra en la brujería y hechicería practicada
contra él” (Patterson 1982, 54-55, traducción propia).
23 Al mismo tiempo, frente a un futuro reclamo por parte de parientes o de la comunidad de origen
del tutelado, ningún sacerdote, misionero u obispo aceptaría ceder un alma nueva, de modo que el
sacramento bautismal obraba como una garantía adicional de la perduración del vínculo constituido
con los apropiadores.
24 En esta fase de nuestra investigación, no podemos afirmar completamente que este siempre fuera
el caso, aunque existen indicios de que lo era. En una sumaria realizada en Mendoza en 1779, por
ejemplo, José Guzmán declaró ser hijo del cacique Curiquanque y relató que siendo niño, cuando
sus padres fueron muertos por los Pewenche, entró a servir al comisario Pedro José Guzmán, de
quien tomó el apellido: “A la primera pregunta dixo; Que el se llama Jose Guzman y q.e dho apelli-
do havia adquirido por haver estado siete años sirviendo al Comisario D.n Pedro Jose Guzman, que
es natural de las pampas hijo del cacique Curiquanque ya difunto… (Declaración de José Guzmán,
Indio Pampa Ladino, Mendoza, 25 marzo 1779, AGN IX 11.4.5.).
25 Por el contrario, contamos con evidencia que indica que representaban un porcentaje importante de
los contingentes capturados: por ejemplo, en 1775, Manuel Pinazo envió 30 indios y 10 muchachos
a Buenos Aires; y lo mismo indican las listas de prisioneras en la Casa de Recogidas.
Por aquel escaso servicio doméstico
235
vida como servidores de las familias avecindadas de Buenos Aires, donde eran
consideradas valiosas dada la escasez de servicio doméstico.
Respecto de los grupos de origen, la combinación de masacres y repartos con-
figuraban duros golpes a su supervivencia como tales. Aun dejando momentánea-
mente de lado las pérdidas de varones y mujeres adultos durante las matanzas, la
cantidad y calidad de las personas que conformaban la chusma capturada y distri-
buida bastaba para impedir la recuperación demográfica. Cada una de estas chinas
repartidas, cada uno de los párvulos entregados la amenazaba seriamente. Según
cálculos hechos para otros casos análogos, bastaba con la pérdida de un diez por
ciento de las mujeres fértiles y de una cohorte juvenil para que tal recuperación se
viese obstaculizada al extremo.26
Más allá de la fragmentariedad del registro que revela cuál fue el destino de
esos sobrevivientes y aun cuando no se encuentren disponibles todas las piezas
del rompecabezas, las conservadas nos dan una primera pauta de lo ocurrido y
nos brindan también algunos detalles acerca de las personas repartidas y de sus
apropiadores.
Los casos estudiados –y otros que no fueron incluidos aquí– muestran que las
prácticas de reparto de personas, desintegración de grupos y de lazos parentales, e
incorporación de indígenas en posiciones subordinadas a la sociedad hispano-cri-
olla –que cobrarían gran notoriedad tras la conquista definitiva de las poblaciones
indígenas a fines del siglo XIX– tuvieron antecedentes menos conspicuos en la
época colonial.
26 “Robbie Ethridge (2009:15) estima que en una jefatura simple de entre 2000 y 5000 personas, la
captura de sólo 200 a 500 mujeres y niños deprimiría significativamente la fertilidad por la pérdida
de mujeres en edad de procrear, eliminaría un estrato de jóvenes miembros del grupo, y haría la
recuperación de la población casi imposible” (Cameron 2015: 181).
CAPÍTULO IX
Cautivas indígenas
Abusos, violencia y malos tratos en el Buenos Aires
colonial
Natalia Salerno
Introducción
E
n los numerosos enfrentamientos que se produjeron entre las sociedades in-
dígenas y la sociedad colonial, a lo largo de los años, fueron ejecutados y
capturados una gran cantidad de mujeres y niños. El destino de estas muje-
res, tanto pampas como charrúas y minuanas –que constituyen los casos analizados
en este trabajo– tomadas como cautivas fue de lo más diverso, siendo víctimas de
varias formas e instancias de violencia. La separación forzada de sus propias fami-
lias y entorno cercano constituyó la primera etapa y la que dio paso a las siguientes,
ya que fueron alejadas de sus lugares de origen y obligadas a vivir en regiones
distantes, especialmente en los pueblos de misiones o trasladadas a Buenos Aires
y enviadas, después de un reparto, a trabajar en casas de hispano-criollos “respeta-
dos” o bien a la Casa de Reclusión de la Residencia. Este reclusorio presentó una
serie de características que lo hicieron singular en comparación con instituciones
análogas ubicadas en otros puntos del continente. El tiempo de permanencia allí
fue muy variable, siendo gran parte de ellas retiradas del recogimiento después de
algún tiempo y entregadas a funcionarios, militares o religiosos para que llevaran
adelante tareas domésticas en sus propiedades.
En esta situación de vulnerabilidad –viviendo en una ciudad que desconocían,
con todo lo que ello implicaba,1 alejadas de sus afectos y de allegados que pudieran
brindarles ayuda y hasta desconociendo la lengua de castilla–, muchas de ellas
fueron sometidas a golpes, malos tratos e inclusive violaciones por parte de los res-
ponsables de su cuidado, que se aprovecharon de estas circunstancias, tanto dentro
del reclusorio como en casas de particulares, a pesar de las instrucciones virreinales
en sentido contrario.
1 La ciudad era considerada un lugar muy riesgoso por los grupos nativos, a raíz de un sinnúmero de
experiencias negativas sufridas a lo largo del tiempo. Su memoria social acumulaba información,
transferida de una generación a la siguiente, acerca de contagios de enfermedades letales y de muertes
ocurridas en la capital, por mencionar sólo las más reiteradas. El peligro era ciertamente amenazador
para personas que estaban alejadas de sus campamentos y sin contacto con parientes que pudieran
darles apoyo en circunstancias graves, o simplemente aliviarles en algo con su presencia la vida diaria.
Con respecto a la ciudad como sitio peligroso y lugar de muerte, véase Jiménez y Alioto 2013.
238 Devastación
En este trabajo analizaremos los casos de un grupo de indias pampas que vi-
vieron en la Residencia a merced de un encargado sin escrúpulos, y de una india
minuana que desempeñaba trabajos domésticos en el domicilio de un oficial de
Blandengues, a la luz de los sumarios respectivos que reflejan las formas de vio-
lencia a las que fueron sometidas. Y asimismo, el escaso grado de atención que
recibieron los reclamos de las víctimas, quienes más allá de su propia condición
desventajosa de casta y de ser depositarias de los prejuicios masculinos, hicieron
lo posible por efectuarlos.
2 Bracco 2014.
3 Bracco 2014, 119.
4 Bracco 2014, 119.
Cautivas indígenas
239
Francisco Rodrigo en 1798 son las más importantes por su impacto sobre los ven-
cidos.5
De la expedición de Rodrigo se desconocen los datos relevantes, a causa de
no haberse localizado el diario de la misma, pero se sabe sin embargo que logró
derrotarlos completamente después de más de cuatro meses de campaña y que los
prisioneros, tanto mujeres como niños, “pasaron en carretas por Mandisubi rumbo
a Salto Grande, de donde fueron embarcados a Buenos Aires”.6
El destino de las mujeres y los niños capturados –charrúas y minuanos– fue
de lo más diverso. Constituyeron en total ochenta y cinco personas trasladadas en
distintas partidas: doce fueron transportadas por la balandra Nuestra Señora de
Monserrat, según el parte emitido por José Francisco Centurión el 29 de agosto de
1798; veinticinco mujeres y niños se colocaron a cargo de Juan Sequeira el 26 de
septiembre de 1798, quien posteriormente también los trasladó a la capital; catorce
mujeres adultas y once niños de pecho se destinaron a la Casa de Reclusión de la
Residencia, donde consta su recepción el 6 de octubre de 1798 por el sargento de
Dragones Bernabé Ruiz, encargado de la institución; y por último los restantes
veintitrés, de distintas edades, quedaron bajo el control de Benito Ocampos, regis-
trándose cinco fallecimientos durante su traslado a Buenos Aires, de acuerdo a la
información fechada el 13 de octubre de 1798 por el ya mencionado Centurión.7
La mayoría de las mujeres aprisionadas ingresaron bien a la Casa de Reclu-
sión o bien a domicilios particulares. Algunas charrúas y minuanas vivieron en el
reclusorio durante años y otras, en cambio, fueras retiradas de allí luego de una
permanencia relativamente breve y entregadas al cuidado de funcionarios –o de sus
viudas e hijos–, militares, religiosos y vecinos en general para que desempeñaran
funciones de servicio doméstico.
La descripción de estos procedimientos hecha por Miguel de Lastarría en sus
declaraciones y resoluciones en defensa de los indios (fechadas en 1804) fue repro-
ducida por Jeffrey Erbig:
D.n Agustin Rameri (capitan de Blandengues) India de 20 años con su hijo de 2/3 años
D.n Vicente Garcia Grande y Cardenas (D.r) India de 24 años y su hijo/a de 6 meses
cautivos indígenas en Buenos Aires, estableciéndose que se asignarían a perpetuidad a quienes los
solicitasen para labores domésticas en sus propios hogares. Aunque no debían abonar un precio por
ellos, contraían formalmente la obligación de darles buen trato, brindarles educación religiosa y
proveerlos de ropa y sustento, quedando prohibido ocuparlos en trabajos duros y excesivos.
9 AGN, División Colonia, Sala IX, 25-1-5. El documento fue reproducido respetando la versión
consultada. No hemos consignado el sexo de algunos de los niños/as asignados, debido a que la
fuente no lo especifica.
Cautivas indígenas
241
D.a Bernarda Perez dela Cruz (vecina) India de 38 años con su hijo/a de 1 mes
Referencia
* No se encontraron los recibos en los que constan las edades
La breve nota de recibo de los prisioneros firmada por los interesados se agregaba al
pie de una previa solicitud de estos en la que manifestaban su expectativa de partici-
par de la distribución de mujeres y niños. A modo de ejemplo, reproducimos las pe-
ticiones suscriptas por Vicente Garcia Grande y Cardenas y Mariano Josef Sanches.
Exmo Señor
El D.r D.n Vicente Garcia Grande y Cardenas hace presente à V. E.
con el mayor respeto: Que tiene noticia haverse conducido à esta Ca-
pital algunos indios Charruas de pequeña edad, y que por disposicion
de V. E. se ponen en Casas de personas conocidas, donde se sabe que
puede asistírseles con alimento, y vestuario, dándoseles al mismo
tiempo la educación christiana que necesitan, por aquel escaso ser-
vicio domestico, de que en su pequeña edad son capaces: con cuya
ocasión, y necesitando el exponente, y su familia uno de estos indios.
A V. E. Sup.ca se sirva mandar se le entreguen el que mas le acomode
à su esposa D.a Theresa de Marcos, en concepto de que sera asistido,
y educado, y darà cuenta de su persona, quando se le pida, ò quando
el suplicante quiera despedirlo, à el S.r Fiscal Protector de Naturales:
en lo que recivirà merced. Buen.s Air.s 10 de Jul.o de 1801
He recivido vna China de edad de 24 años, con cria que sera de seis
meses. Buen.s Air.s 15 de Julio de 1801.
D.r D.n Vicente Garcia y Grande y Cardenas.10
Exmo Señor
D.n Mariano Josef Sanches Clerigo Prendero y domiciliario de este
obispado ante V.E. con su m.or respecto. Parece y dice; tiene entendi-
do que de orden de V. E. se estan repartiendo en casas de honrrades
Exmo Señor
Exmo S.or
Mariano Josef Sanches
Certifico Yo el Clerigo Presbytero D.n Mariano Josef Sanches q.e he
recibido de mano del Alferes encargado de la Residencia una China
como de edad de treinta y seis años con cria de quatro Meses y p.a
q.e conste doy este en B.s A.s en 16 de Julio de 1801. Mariano Josef
Sanchez.11
Exmo S.or
S.or Vartolina de S.n Luis y Borja, ante V.E. con mi mayor rendim.to
dice: Que en el estado deplorable de necesidad à que se halla reduci-
da sosteniendo una Escuela Publica de Enseñanza p.a Niñas nunca hà
podido conseguir se le den unas indiecitas Chiriguanas p.a educarlas
y enseñarles los principios de ntra religion à cusa de haverse reparti-
do entre otras personas con anterioridad. En cuya atención haviendo
llegado en estas días una crecida partida de ellos ocurre à la vondad
de V.E. a fin de que se sirva dispensarle la caridad de mandar q.e àl
indicado objeto se le entregue una de 7 à 14 años q.e es merced q.e
espera recibir de la alta benignidad de V.E:
Exmo S.or
///
E recibido de el Alferes encargado de la Recidencia Vna China como
de Quarenta años y para q.e conste doy este en B.s Ay.s en 18 de Julio
de 1801 Sor Bartolina boise.12
mediados del XVII, el alcance en América de las Casas de Recogidas15 fue limita-
do. Recién hacia finales del siglo XVII la situación cambió radicalmente a raíz del
apoyo explícito que desde Madrid se brindó a la creación de instituciones de este
tipo a través de una serie de leyes.
De acuerdo con este precedente, la intención explícita de fundar una Casa de
Recogidas en Buenos Aires siguiendo el modelo peninsular y los lineamientos esti-
pulados por las autoridades se puso a consideración en el Cabildo porteño durante
la sesión del 15 de noviembre de 1753, cuando el secretario del obispo Cayetano
Marcellano y Agramunt informó al cuerpo que el prelado “…se Allaba Con Animo
de fabricar Una Casa para recogidaz, para lo cual Andaba Pidiendo limosna.”16
No obstante esa declarada predisposición, habría que esperar hasta septiembre de
15 El estudio realizado por Mauricio Onetto Pávez (2009a y 2009b) constituye un trabajo esencial
para introducirse en el tema de los reclusorios. El autor presentó los posibles soportes ideológi-
cos bajo los que se erigieron, pero deteniéndose fundamentalmente en el caso americano y dando
cuenta de sus particularidades y las diferencias que los separaban de los surgidos en la península.
Su análisis se centró principalmente en el caso de la Casa de Recogidas de Santiago de Chile, si
bien tuvo presente las creadas en los dos centros principales del poder imperial -México y Perú.
Años antes, Josefina Muriel (1974) había escrito un libro universalmente citado sobre la relación
entre los sexos y el rol de las mujeres en la sociedad colonial, describiendo los caminos posibles
que sus vidas podían recorrer y los riesgos que acarreaba desviarse de los mandatos socialmente
asignados. Incorporó además una suerte de inventario de los recogimientos coloniales de Nueva
España, que incluye datos de tipo burocrático acerca de su organización y desenvolvimiento y
ofrece información relativa a fundaciones, diseño arquitectónico y planes de construcción de los
distintos edificios, nómina y funciones de los encargados de los reclusorios y recopilación de las
reglamentaciones internas y sus variaciones a lo largo de los años. Dado que Muriel dedicó atención
particular a varias residencias (Jesús de la Penitencia del Hospital de la Misericordia, de Santa
Mónica, de Nuestra Señora de la Asunción, de San Miguel de Belem, de Santa María Magdalena
y del Hospicio de Nuestra Señora de Covadonga, entre otros), es muy abundante el cúmulo de
información reunido, exhaustividad de tratamiento que justifica la ineludible visita a su obra. En
esta misma línea se inscribe la contribución de Patricia Peña González (1998) acerca del hospital
de almas de Santiago de Chile, acotado a un caso específico y centrándose fundamentalmente en
aspectos institucionales, desde su fundación hasta su cierre definitivo. Al igual que Muriel, analizó
los roles femeninos en la sociedad de la época, focalizándose en la descripción de aquellos desea-
bles y tradicionalmente aceptados, claramente distintos de otros que se apartaban del ideal y por
eso mismo eran considerados potencialmente peligrosos y merecedores de un tratamiento especial.
La Casa de Recogidas surgió, entonces, como consecuencia de la política tutelar del estado español
hacia estas últimas situaciones femeninas, proponiéndose antes que nada su regeneración espiritual,
esto es, su corrección por medio de la fe. Peña González describió los procedimientos que se ponían
en marcha desde el momento del ingreso de las reclusas, concentrándose recurrentemente en la
situación particular de varias hispano-criollas y haciendo referencia esporádica -y hasta de carácter
anecdótico- a la presencia de pupilas indígenas. Los aportes referidos a la Casa de Recogidas de
Santiago demuestran que, sobre la base de un diseño de carácter universal planeado originaria-
mente, se llevaron a cabo adaptaciones particulares posteriores con el propósito de adecuar cada
funcionamiento a una realidad local material y culturalmente más precaria, característica de las
sociedades ubicadas en los bordes menos importantes del imperio. Así sucedió también con el caso
porteño, y esa peculiar adaptación del establecimiento contribuye a explicar el motivo de que haya
sido utilizado como depósito de cautivos indígenas, en consonancia con las particularidades de las
relaciones inter-étnicas regionales.
16 Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (en adelante, AECBA), 15 de noviembre de
1753, p. 345.
Cautivas indígenas
245
1767 para que el alcalde solicitara acuerdo con la gestión de una autorización real
que permitiera instalar un reclusorio en el colegio de la residencia de los jesuitas
expulsados hacía pocos meses.17
El complejo edilicio comúnmente conocido como La Residencia estuvo situado
en la Calle de Belén del barrio del Alto18 y había sido administrado durante los pri-
meros años por los ignacianos, quienes se encargaron de construir la Iglesia Nues-
tra Señora de Belén en el centro del predio. Luego de su expulsión, la congregación
bethlemita se hizo cargo de los edificios, en los cuales se instalaron el Hospital de
Hombres, la Casa de Recogidas y el Hospicio de Pobres. Vecinas a estas construc-
ciones, estaban emplazadas las Casas Redituantes, cuyo alquiler allegaba fondos
afectados al mantenimiento del complejo.
Si bien no resulta posible determinar a ciencia cierta la fecha exacta a partir de
la cual la Casa comenzó a funcionar, la presencia estable de mujeres internadas se
encuentra documentada desde noviembre de 1777, como ya lo observó Adriana
Porta.19 Otro tanto ocurre con respecto al momento preciso en que la institución
cesó en su funcionamiento, dado que las referencias documentales se interrumpen
abruptamente en 1805.20
Las reclusas pertenecían a todas las castas. Se cuentan entre ellas, en efecto,
españolas, mestizas, pardas, negras e indias. Las hubo solteras, casadas o en vías
de divorcio. No debe pensarse, sin embargo, que la residencia sólo albergara a mu-
22 A lo largo del siglo XVII, Buenos Aires había dado la espalda a las llanuras, concentrando su
atención en el Atlántico, Potosí y Paraguay (Mandrini 1997, 27). Los Habsburgo y en un principio
también los Borbones no concedieron demasiada atención hacia los que consideraban territorios
marginales o periféricos del imperio, principalmente debido a la escasez de riquezas que pudieran
generar beneficios inmediatos, razón por la cual existía una cierta propensión a concebir el trato
con los indígenas no sometidos de la región desde una lógica represiva. No obstante, a medida
que fue avanzando el siglo XVIII, la situación experimentaría cambios importantes debido a la
concurrencia de distintos factores. Entre ellos, es inevitable mencionar (a) las rápidas transforma-
ciones experimentadas en la situación política de los territorios nativos ubicados al sur del reino de
Chile en combinación con (b) las aspiraciones de una nueva generación de líderes indígenas y (c)
el interés despertado en varios de ellos por el control de los recursos existentes en las llanuras del
este -sobre todo los vacunos y yeguarizos asilvestrados y cimarrones existentes en los campos de
castas ubicados en las pampas bonaerenses-, pero también por (d) las oportunidades de intercambio
o apropiación de botín que ofrecían las fronteras aledañas y sus establecimientos. Al mismo tiempo,
una sucesión de conflictos europeos en los que Madrid se encontró comprometida exigió que se
atendiesen con mayor cuidado la presencia más numerosa y confrontativa de indígenas en la región,
dado el temor (a la postre injustificado) de que las potencias enemigas pudieran intentar golpes de
mano sobre las posesiones rioplatenses con la conformidad de los nativos o incluso con su activa
colaboración. Pero las decisiones políticas destinadas a fortalecer la presencia hispano-criolla e
imponer la paz en la región a menudo no fueron las adecuadas y su ejecución generó un resulta-
do paradojal. La violencia inter-étnica estimulada por las pretensiones de disciplinamiento de los
oficiales reales y la incidencia de la lógica indígena de la reparación de los daños (con respecto al
concepto de daño y su reparación en términos de la legalidad nativa, ver Villar, Jiménez y Alioto
2008, 148-170) producidos por aquella hizo crecer el problema en vez de reducirlo. Una serie de
incursiones y contra-incursiones recíprocas protagonizadas por todos los participantes de la vincu-
lación fronteriza en particular durante los años de la década de 1780 (ya fundado el virreynato en
1776, y el fuerte de Carmen de Patagones en 1779, ubicado en pleno territorio bajo control nativo)
constituyeron uno de los momentos más álgidos. Visto que el camino elegido no siempre era el con-
veniente, los consejeros ilustrados de la corona recomendaron que la represión se reservase única-
mente para los casos que la justificaran, sustituyéndola en los restantes por una conducta diferente
(aunque no enteramente nueva), de carácter conciliador, donde la diplomacia y el comercio fueron
protagonistas. No obstante y tal como lo explicó David Weber (1998, 168-169), las nuevas políticas
nunca reemplazaron por completo a las anteriores “ni en su letra ni en su implementación”, debido
a que llevar a la práctica unas u otras quedaba en buena medida librado a la iniciativa de los fun-
cionarios ejecutores que en algunos casos optaron por la negociación, pero en otros se inclinaron
decisivamente por la variante contraria. Así, por ejemplo, el primer virrey del Río de la Plata, Pedro
Antonio de Ceballos Cortés y Calderón (1776-1778), se mostró propenso a alcanzar el someti-
miento de las poblaciones indias mediante la aplicación predominante de la fuerza. En cambio su
sucesor Juan José de Vértiz y Salcedo (1778-1784), aun sin compartir plenamente esa perspectiva,
planificó sin embargo la avanzada hispano-criolla sobre las tierras aborígenes, militarizando las
áreas fronterizas mediante nuevas instalaciones y mejoramientos en la línea de fuertes y fortines, a
la vez que estimulaba su poblamiento. En este contexto, la captura de hombres y mujeres indígenas
durante las operaciones ofensivas y su intercambio por cautivos hispano-criollos en ocasión de
248 Devastación
las concertativas, así como la toma recíproca de rehenes, fueron alternativas muy frecuentes que
contribuyen a explicar la presencia de mujeres indígenas en la Casa de Recogidas. La institución,
si bien había sido creada con otros objetivos, fue utilizada -a falta de un sitio más adecuado- para
mantenerlas recluidas bajo control, mientras se desplegaban los medios disciplinarios que asegu-
rasen un adoctrinamiento adecuado. Tanto así, que en ciertos momentos su número dentro de la
residencia fue sensiblemente elevado.
23 AGN, División Colonia, Sala IX, 21-1-5., 24 de junio de 1786.
24 AGN, División Colonia, Sala IX, 21-1-5., 3 de octubre de 1786.
25 AGN, División Colonia, Sala IX, 21-1-5., 15 de julio de 1785.
26 AGN, División Colonia, Sala IX, 21-1-5., 27 de julio de 1785.
Cautivas indígenas
249
Años de
Nombres Procedencia Permanencia
Edad
Isabel Toldería del cacique Alquiamon 40 8 años
Entre 20
19 indias No se especifica 1 año
y 70
Entre 25
11 indias Islas Patagónicas* 6 meses
y 40 años
Total: 48 personas
* Es el nombre de las Islas Malvinas, a las que solían ser enviados indígenas desnaturalizados.
250 Devastación
Años de Estado
Nombres Castas Permanencia
Edad civil
María del Carmen
Mestiza 30 años Soltera 5 años
Romero
María de la Cruz
India Guaraní 28/30 años Soltera 2 años
Medina
María Candelaria
Española 60 años Casada 4 meses
Figueredo
Total: 20 personas
Cautivas indígenas
251
20%
Indias pampenas (48)
9%
Indias no pampeanas (6)
71%
Españolas, mestizas, pardas,
negras esclavas (14)
En cuanto a los niños internados, muchos eran hijos pequeños que ingresaron al esta-
blecimiento en compañía de sus madres y otros nacieron allí. En la Relación de Yndios
é Yndias Pampas citada se consignaron 19 pequeños de ambos sexos que permanecían
en el reclusorio por tiempo indefinido. Se incluyen en el siguiente cuadro.
Total: 9 niñas
Total: 10 niños
A las restantes pupilas no se les permitía mantener a sus hijos consigo, sino que
estos vivían con sus padres. En caso de no tenerlo y carecer de la protección de
algún otro familiar cercano, eran remitidos a la Casa de Expósitos, sin que parezca
haber excepciones a la regla de impedir la convivencia en reclusión, ni siquiera por
un breve lapso. La situación de los indígenas era claramente distinta, porque los
niños compartían la condición de cautivos y potenciales rehenes, razón que hacía
conveniente mantenerlos reunidos con sus madres.
… oyo entre las recojidas referían les avia dho no contasen lo q.e pa-
saba con el, pues si lo decían lo avian de pasar mal.., sospechándose
por esto tendría con ellas trato ylisito, y querria estuviese oculto Que
los mas de los días les hacia este razonam.to señalando avia muerto
una de castigo q.e le avia dado por q.e se avia alabado de q.e la soli-
cito.29
beneficio del indulto general decretado para celebrar el nacimiento del hijo de la
princesa María Luisa de Parma –el futuro rey Fernando VII–, el virrey ordenó que
se lo pusiera en libertad.
33 Americanismo proveniente de la lengua quechua que designa una tira larga de cuero sobado que
puede utilizarse como manea o látigo.
34 No existe una denominación conceptual que defina la condición de estas mujeres en la sociedad
colonial: no eran esclavas propiamente tales, pero tampoco criadas. Su inserción se ubica en una
zona gris por demás ambigua.
35 Ver al respecto Elbourne 2014, 1.
36 Nos referimos en particular a la carencia de estudios existente en el caso del Río de la Plata, tanto
en lo concerniente a cautivas indígenas como a esclavas, pese a que con respecto a estas últimas sí
los hay en cierta abundancia para otras regiones.
Cautivas indígenas
257
Fuentes
Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (1907), Buenos Aires, Talleres
Gráficos de la Penitenciaría Nacional.
Archivo General de la Nación (AGN). División Colonia, Sala IX, 25-1-5. Casa de
Recogidas.
Archivo General de la Nación (AGN). División Colonia, Sala IX, 21-1-5. Casa de
Recogidas.
Archivo General de la Nación (AGN). División Colonia, Sala IX, 23-10-8. Casa
de Recogidas.
Archivo General de la Nación (AGN). División Colonia, Sala IX, 1-6-6. Coman-
dancia De Fronteras.
CAPÍTULO X
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio
Estructural. Colocaciones de niños, niñas y mujeres
indígenas en el último cuarto del siglo XIX
Pablo D. Arias
Introducción
H
acia 1876 era una costumbre ya antigua. Desde el siglo XVI las partidas
militares que se internaban en territorio indígena capturaban niños, niñas y
mujeres para incorporar como mano de obra forzada en las urbes nacien-
tes y en los establecimientos rurales en expansión.1 Y, a pesar de que la creencia
más extendida considera que esta práctica se desarrolló especialmente en tiempos
de la “Conquista del desierto”, la abducción de pequeños, pequeñas y muchachas
provenientes de pueblos originarios continuó al menos hasta el pasado cercano, a
finales del siglo XX.2
Este largo continuum requiere un discernimiento periodizador que permita ad-
vertir las características propias de cada etapa. Los móviles, las legitimaciones y la
magnitud numérica difirieron en cada momento. Pero es fundamental –en sintonía
con el planteo al que arribó Carla Villalta en su análisis sobre la apropiación de
niños durante la última dictadura– tener presente que, si existieron pulsos en los
que esta práctica alcanzó la escala dramática de una catástrofe demográfica para los
pueblos originarios –con cientos y miles de individuos arrancados de forma súbita
de sus familias y entregados a hogares o instituciones blancos–, eso fue posible
gracias a la preexistencia y a la permanencia de una tradición naturalizada menos
espectacular cuantitativamente pero no menos traumática –consistente en la acep-
tación o en la invisibilización de periódicas abducciones de individuos.
Precisamente por eso elijo para esta investigación un período que se inicia en
1876 y no en 1878, según se estila en los estudios sobre la “Conquista del desierto”.
Ese recorte permite constatar que ya las incursiones previas a las conducidas por
Julio A. Roca acostumbraban capturar a indígenas no combatientes y entregarlos a
personas o familias blancas. Aunque la cantidad de individuos abducidos fue mu-
cho menor en el período 1876-1877,3 el carácter periódico de esas incorporaciones
Lo habitual y lo excepcional
En la producción existente sobre el tema para este período el trabajo más exhausti-
vo y documentado es indudablemente el de Enrique Mases, quien estudió el destino
que se dio en la Argentina de entresiglos a los miembros de las comunidades venci-
das. Además de proponer interpretaciones esclarecedoras en cuanto a la dimensión
capitalista del fenómeno y de reconocer de forma minuciosa las contradicciones y
pugnas que se manifestaron en las políticas efectuadas por la sociedad que perpetró
las apropiaciones, este trabajo está ampliamente documentado. El autor combinó
fuentes diversas (registros y documentos oficiales y eclesiásticos, memorias, fuen-
tes periodísticas, etc.) que le permitieron reconstruir una síntesis fundamental y
sólida. Nuestra exploración se inspira, en gran parte, en las líneas de trabajo que él
inauguró. Su estudio, en rigor, excede el de interés de nuestra investigación, dado
que en aquél Mases se propuso examinar el proceso más amplio del destino de las
poblaciones vencidas, no sólo de las mujeres y los niños, sino incluyendo a los
hombres en edad apta para la actividad militar.
Al indagar el caso particular de la distribución de mujeres y niños, Mases ob-
servó el papel fundamental –aunque no exclusivo– que tuvo la SB. Pero, según
afirmó, para reconstruir ese protagonismo se vio obligado a acudir a fuentes ajenas
a esta institución dado que en sus archivos “no aparecen testimonios referidos a la
cuestión”.5 En consecuencia, las fuentes alternativas a que acudió ofrecieron un
camino menos directo pero, en virtud de sus resultados, evidentemente eficaz para
arribar a una comprensión substancial del tema. Aún así, en ese estado de la cues-
tión, la ausencia de un registro directo y elaborado por las propias responsables de
la SB constituiría un silencio inquietante. ¿Qué pensarían las propias encargadas
sobre su rol en la distribución de los niños, las niñas y las mujeres indígenas? ¿Cuál
habría sido el criterio organizador de esa actividad? La certeza indirecta e irrefu-
table de que el reparto fue una actividad pautada, publicitada y repetida resulta
también perturbadora al confrontarse con una aparente ausencia total de registros
precisos. ¿Cuáles fueron esas pautas? ¿Cuántas personas se repartían en esas en-
tregas? ¿Cuántos eran pequeños? ¿Quiénes eran, concretamente, los apropiadores?
¿Quiénes los entregados?
Seguidamente intentaré responder a algunos de estos interrogantes. Para ha-
cerlo dispongo de información que permite complementar los relevamientos ya
realizados. La exploración documental emprendida desde el año 2009 permitió
hallar que, además de su archivo usual, la SB contó también con un registro en el
que se conservaba la documentación relativa a circunstancias excepcionales que
requerían un esfuerzo administrativo y logístico infrecuente.6 En este apartado se
consignaba la información referida a las tareas de beneficencia desarrolladas en
contextos de catástrofes ambientales como “insolaciones masivas”, terremotos e
inundaciones, o ante la repentina y sostenida propagación de enfermedades con-
tagiosas y el consecuente incremento extraordinario de la mortalidad, o frente a
las crisis humanitarias derivadas de coyunturas históricas tales como la guerra al
Paraguay o la “asistencia a los heridos por la revolución” hacia 1886.
En el primer volumen del legajo de Servicios Excepcionales, donde se recoge
y ordena documentación producida en el período de 1823 a 1900, aparecen –y
profusamente– testimonios referidos a la entrega de niños, niñas y mujeres indí-
genas. Entre las fojas 015 y 254 se ordenan nóminas de los indígenas colocados
por la SB en 1878 y 1885, cartas con pedidos de entrega, copias de denuncias por
apropiaciones que eluden la mediación de las damas de esta institución, registros
de apropiadores, solicitudes de informe sobre la situación de indígenas colocados,
pedidos de jueces y fiscales, cartas de apropiadores, etcétera.
La SB no fue la única institución encargada de estas entregas. También las hubo
a cargo de la Defensoría de Pobres e Incapaces y del propio ejército.
7 Cabe aclarar que conforme se acercó el umbral hacia el siglo XX y más aún en las primeras
décadas de éste la SB comenzó a constituir un espacio abierto también a la participación de mujeres
provenientes de los sectores medios en ascenso (Ciafardo 1990).
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 263
8 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 099.
9 AGN, Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 099.
10 AGN, Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 102.
11 AGN, Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 104.
12 Tal el caso con su auxilio financiero al sacerdote Federico Aneiros en septiembre de 1875. AGN,
Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 115 a 117.
13 Carta de José Romero a Micaela C. de Paz, presidenta de la SB, 22 de abril de 1879, AGN, Sala 7,
SB – SE, 1823-1900, F 138.
14 Francisco Arrache era entonces pro-secretario del Arzobispado. En diciembre de 1878 recibió de la SB
un niño indígena de diez años (AGN, Sala 7, Legajo SB – SE, 1823-1900, F 132), al que bautizó con su
propio nombre un año después (Libro de Bautismos Parroquia La Merced, Volumen 47, F 558.).
264 Devastación
Esta atribución les fue delegada, es decir, concedida, otorgada en un acto que
bajo la explícita actitud del reconocimiento a sus capacidades, revalidaba una re-
lación asimétrica, una merced en la que las damas recibían facultades que les eran
conferidas desde arriba. Pero aún así, asumieron su empresa con la determinación
de quien se sabe idóneo además de mandatado. Las damas de la SB defendieron
enérgicamente su derecho a ejercer esa atribución de forma exclusiva y autónoma.15
Existieron al menos dos causas que fundaron esta designación. En primer lu-
gar un aspecto político y operativo hacía conveniente al estado contar con el con-
curso de la SB. En el momento en que se iniciaba el proceso de racionalización
administrativa propio de la consolidación del estado-nación, era preciso laicizar
atribuciones tradicionalmente eclesiásticas. Un sistema moderno de control buro-
crático aún en ciernes se vería superado por situaciones que exigieran un esfuerzo
administrativo excepcional como el arribo de centenares de personas cautivadas y
su reparto. De seguro la iglesia se prestaría presurosa a auxiliar en esa tarea. Ya los
salesianos venían bregando por conservar para sí a los niños capturados desde el
inicio de la campaña. Sin embargo, para la perspectiva liberal de la clase dirigente
de la época, conceder a los sacerdotes semejante tarea hubiese implicado un retraso
en el proyecto modernizador.
Otra causa que debió influir en la designación de la SB para la colocación de
mujeres y niños capturados, obedeció a una estrategia exculpatoria que consistía
en reemplazar el ataque bélico por la supuesta protección. El perfil benéfico de la
institución ofrecía la posibilidad de aparentar una compensación con respecto a la
violencia ejercida durante la avanzada militar. La división del trabajo civilizador
estaba marcada por el género. Si los hombres habían llevado a cabo la embestida
exponiendo el rostro más severo del estado, a las damas les correspondía ahora la
misión más amable de discernir y determinar el destino más conveniente para las
criaturas y para los más frágiles sobrevivientes.
Las necesidades de laicizar el control burocrático de las poblaciones y de des-
militarizar esta fase final de la conquista, sumadas a una división sexual del trabajo
entre los miembros de la oligarquía, fundamentaron la designación de la SB para
la colocación de los prisioneros no combatientes de las comunidades vencidas. En
el marco de la consolidación del estado-nación, absorbiendo atribuciones antes
propias de la iglesia y los militares, la SB asumió entonces un rol protagónico en la
institucionalización de los resultados de la conquista.
Un sistema naciente
Pero esa presumida idoneidad sería puesta a prueba duramente. En principio, a juz-
gar por la lectura de los primeros legajos donde constan las entregas, es manifiesto
que la elaboración de los registros resultó vacilante y probablemente dificultosa. A
diferencia de la estandarización que caracterizará a la burocracia moderna, en estas
15 Según ha demostrado Donna Guy (2000), este celo por conservar su autonomía fue una característica
propia de la SB a lo largo de toda su historia.
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 265
16 Entre febrero y marzo de 1879 se desarrolló un debate entre redactores de los diarios El Siglo y
La América del Sur. Este último era un órgano de prensa católico, y desde las columnas de El
Siglo se criticaba que los sacerdotes sólo se preocuparan por bautizar a los indígenas y no por
registrarlos como ciudadanos en un padrón. La América del Sur se defendía entre otros argumentos
cuestionando “¿Cómo formaría el colega –redactor de El Siglo– el registro que quiere, ignorando el
nombre de los padres, el dia y el lugar del nacimiento, y hasta el nombre de los que fuera á inscribir?
Si la autoridad pública tratara de establecer semejante registro, tendría que contentarse con apuntar,
por medio de un lenguaraz, un cúmulo de noticias inciertas, contradictorias é insuficientes, creando
par ello un cuerpo de empleados adiestrados en la escritura de la lengua pampa.” (La América del
Sur, “‘El Siglo’ y los indios”, miércoles 5 de marzo de 1879)
266 Devastación
tal. El más célebre de los documentos que dejó este conflicto es sin duda la nota
periodística –citada en cuanta recensión sobre “entregas de indios” se ha escrito en
los últimos años– titulada “Espectáculo bárbaro”, que se publicó el 31 de octubre
de 1885 en el diario La Nación. Allí se describía el modo en que, apenas llegados
los prisioneros, se iniciaba una sucesión de entregas informales. Quienes acredita-
ban una recomendación del Estado Mayor del Ejército accedían sin más trámite a
la entrega de uno o dos indígenas. En ese aspecto, el mecanismo relatado no parece
diferir demasiado del que llevaban a cabo las damas de la SB. En sus registros tam-
bién aparecen alusiones a entregas por recomendación.27 Sin embargo, el artículo
periodístico repetía con renovado énfasis una denuncia ya formulada en 1879, que
había impulsado la aprobación de decretos y disposiciones correspondientes y que
inspiró la adhesión de las benefactoras. En esa crónica –como en otros artículos pe-
riodísticos previos28 y en el decreto 11316 de 187929– se expresaba la preocupación
por la práctica de separar a los niños de sus madres en las entregas. Las escenas
descritas en el texto eran desgarradoras y exponían el espectáculo vergonzante de
los pretendidos civilizadores arrancando hijos de los brazos de sus madres frente a
un amplio público probablemente anheloso de repetir la hazaña.30 Los periodistas
documentaron de forma palmaria un aspecto de las apropiaciones que en otros
registros sólo se puede suponer. Llantos desconsolados, gritos en lenguas descono-
cidas, madres e hijos separados brutalmente, apropiadores codiciosos e impiadosos
compitiendo entre sí.
Contra este espectáculo, la SB diseñó una identidad que pretendió mostrarse
sensible y racional. En su pugna con los militares que se les adelantaban apropián-
dose de personas antes de su intervención, las benefactoras asumieron un rol com-
bativo en defensa del vínculo madre-hijo de los apropiados. Si en 1878 se leía en la
prensa porteña la sugerencia al general Roca de que enviara las familias indígenas
a los cuarteles militares y no a la SB, porque allí no podían ingresar “quienes tienen
órden de la inspección”,31 ahora eran las damas las que ingresaban a los cuarteles
en inspección. En sus incursiones en esas instalaciones tenían la oportunidad de
asistir a situaciones como la siguiente:
27 V. gr. AGN, Sala7, SB – SE, 1823-1900, F 130: ‘Sr. Federico Vense, domiciliado, calle Tacuarí N°
247 recibió á Horacio indio de 10 a 11 años recomendado por el Sr. De Caneba’. F 133: ‘[Señora]
Senovia B. de O’Gorman- recomendada por la Sra de Roca- llevó á la india Lorenza con un hijo
Felix de 5 á 6 años’.
28 V. gr. El Porteño, 3 de mayo de 1879, La América del Sur, “Indios”, viernes 16 de mayo de 1879,
El Nacional, 20 de mayo de 1885.
29 Galindez 1940, 201-202.
30 Testimonios análogos se registraron en Australia hacia mediados de la década de 1880: Haebich
2000, 211.
31 El Porteño, 29 de diciembre de 1878.
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 269
Del mismo modo que con los militares, la cuestión de género fue el marco en el
que se desarrolló la confrontación. Los defensores parecían disfrutar al desestimar
las denuncias que las damas de la SB efectuaban acusando maltrato por parte de
las tutoras respecto a las indígenas colocadas.44 Y se dirigían hacia las matronas
en un tono burlón y desembozadamente machista: “La Sra. Presidenta –escribía
el defensor Ramón de O. César a Luisa Muñoz de Cantilo, presidenta de la SB en
1884– incurre en errores, excusables en Señoras, pero que no por eso dejan de ser
graves”.45 Si las damas desplegaban sus intervenciones sociales en nombre de lo
maternal, los defensores se dirigían hacia ellas con una deferencia irónica que se
pretendía paternal.
Luego de los ataques militares sobre las poblaciones indígenas, la figura de la
mujer había sido útil para representar cierta exculpación de la responsabilidad por
las atrocidades cometidas. Se subrayó en esas circunstancias una caracterización
que entendía a lo femenino como especialmente sensible y emotivo. En un giro
posterior los varones volvían a detentar un influjo prevalente amparados no ya en
su capacidad guerrera sino en las dotes burocráticas que les posibilitaba el ejercicio
pretendidamente destacado de la racionalidad. Así lo afirmaba por ejemplo una
nota periodística de la época: “puede un defensor no tener todo el cariño de un pa-
dre por sus hijos ni mucho menos, pero debe tener, como padre, el mismo interés,
la misma conmiseración por todas esas criaturas, estendiendo [sic] su protección
sobre todas”. Para ello “el buen sentido servirá de guía para discernir en las cues-
tiones que debe dilucidar ó en las medidas que debe adoptar, dentro de la esfera de
sus facultades, lo que conviene al bienestar de sus protegidos”.46
44 AGN, Sala 7, SB – Defensorías de menores, 1824-1904, F 100 y 101, Carta de Pedro Roberts a la
Presidenta de la Sociedad de Beneficencia, Buenos Aires, 2 de noviembre de 1888.
45 AGN, Sala 7, SB – Defensorías de menores, 1824-1904, F 086.
46 Las expresiones entrecomilladas fueron extraídas de El Nacional, “Los desvalidos ante el Ministerio
Pupilar”, miércoles 4 de marzo de 1885, mi resaltado.
47 Sheper-Huges 2003.
272 Devastación
a una nueva fase de gestión de las poblaciones marcada por una violencia burocrá-
tica que se mostraba como benéfica. La remoción de niños y mujeres de sus grupos
de pertenencia, su traslado compulsivo y postrera “colocación” entre familias de la
sociedad hegemónica en condiciones de agudísima asimetría constituyó una prác-
tica recurrente desde entonces.48
Las entregas efectuadas por la SB, en consecuencia, demarcan el umbral entre
el final de la conquista militar y el comienzo de una fase en la que la violencia se
hará estructural.49 Los desmembramientos parentales gestionados por la SB abren
esa etapa en la que la invasión deja de ser un evento y pasa a constituir una estruc-
tura.50 Bajo la forma aparente del desarrollo paulatino de una sociedad “pionera” se
consolidará en lo siguiente un sistema social que ejercerá una permanente violencia
simbólica sobre las poblaciones originarias. La convicción de que estas constituyen
vestigios de un pueblo condenado a la desaparición hará ver a las apropiaciones de
niños indígenas –ahora sugeridas, posibilitadas y legitimadas por distintos “traba-
jadores sociales”– como una forma de caridad que posibilita la salvación de los
niños al garantizarle su incorporación a la sociedad hegemónica.
Estas políticas no son una excepcionalidad de nuestra historia. Se repiten de
modo comparable –no análogo, está claro– en la historia de otros estados moder-
nos consolidados desde el siglo XIX sobre el genocidio de pueblos originarios.
Tal el caso de los Estados Unidos y Australia. Para describir estos procesos, se ha
acuñado la categoría de settler colonialism, que permitió comprender la dimen-
sión aniquiladora de prácticas que se presentaron contemporáneamente como
benefactoras.
Una versión de esta categoría ajustada a la historia de Patagonia sería, a nues-
tro entender, la de colonialismo de los pioneros. Sintéticamente definimos a esta
noción como el montaje de un sistema en el que, a través de una épica fundacio-
nal, se produjo la configuración de un tipo de colonialismo novedoso de muy sutil
visibilidad documental pero de dimensiones y efectos poderosos. Detrás de las
caracterizaciones heroicas de los pioneros austeros y sacrificados asoman nuevos
protagonismos y funciones sociales. En una atmósfera doméstica idealizada la mu-
jer irrumpe como protagonista insoslayable de la nueva fase colonizadora. A su rol
de estoica compañera se añadirá el de moralizadora, responsable –junto con los
sacerdotes salesianos– de infundir un ethos capitalista y de sancionar las conductas
que no se ciñan a él.
Subrayamos finalmente que el colonialismo de los pioneros se caracterizaría
ante todo por constituir un fenómeno de larga proyección: lo que en la campaña
militar fue provisional y operativo se tornó estructural. Las sociedades nacientes se
fundaron sobre la convicción entre los sectores hegemónicos de la inferioridad de
E
n 1875, miembros de la Congregación Salesiana arribaron a la Argentina con
la expresa orden de Juan Bosco, su fundador, de dedicarse a la evangelización
de los pueblos indígenas de la región pampeana y patagónica. Luego de varios
intentos frustrados, su primera entrada a la región se dio en calidad de acompañantes de
la división comandada por el general Roca, en la campaña al Rio Negro de 1879. Des-
de ese momento y hasta 1885, el accionar misionero llevado a cabo desde su base en
Carmen de Patagones los llevó a presenciar el resultado de la “Conquista del Desierto”.
En esos años, estos sacerdotes italianos poco conocedores de las prácticas que
habitualmente realizaban los militares en la frontera con el objetivo de someter
a las poblaciones indígenas fueron testigos de primera mano de las atrocidades
cometidas contra ellas. En el presente trabajo examinaremos los testimonios ela-
borados por los miembros de la Congregación –en tanto observadores extraños a
la realidad local– acerca de las situaciones presenciadas para ver de qué manera
procesaron sus vivencias y determinar si puede afirmarse o no que aquellos testi-
monios hayan constituido explícitas denuncias de lo sucedido.
En primer lugar, se contextualizará la llegada de la Congregación Salesiana al
país y su ingreso a los territorios de pampas y Patagonia, para pasar luego a revisar
los testimonios de su experiencia sobre las expediciones militares, sus significados
e implicancias.
11 Bolletino Salesiano 1879a, 4-5. El resaltado, tanto en esta cita como en las futuras, fue agregado por
nosotros.
12 Bosco 1986 [1876].
13 Lacroix 1840.
14 Bosco 1986 [1876], 78.
280 Devastación
Al día siguiente dejando que todos los otros celebraran la fiesta pa-
tria del 25 de Mayo, busqué […] a mis Indios, prisioneros de guerra,
para catequizarlos. La miseria en la que los encontré es algo extraor-
dinario. Semidesnudos estaban algunos, no tenían otra cosa que una
piel de cordero para cubrirse; no tenían toldos, sino que dormían al
aire libre sin ningún reparo.18
Aun cuando opte por mantener la boca cerrada, es evidente que las experiencias
vividas sobre el terreno han modificado su percepción, pero no es posible saber en
qué medida y de qué modo. Si las relató con más detalle por escrito, hasta ahora no
ha sido posible acceder al contenido de ese o esos textos. No obstante, su delibe-
rado callar es una forma eficaz de transmitir sin palabras una opinión desfavorable
acerca de la legitimidad del derecho ejercido en nombre de la civilización. La ex-
Y a continuación:
Esta cita es la primera que alude de manera concreta a una medida gubernamen-
tal contra los prisioneros, señalando las condiciones negativas en las que quedaron
colocados a raíz de la restricción impuesta. Hasta el momento, las observaciones se
habían limitado a comentarios generales, poco específicos.
Otras referencias provienen de la documentación de archivo, en particular de
la Breve relación de las misiones de la Patagonia hecho el 29 setiembre de 1887
escrita por Antonio Ricardi.23 El autor, secretario del vicario apostólico de la Pata-
gonia Septentrional, Monseñor Cagliero, criticó el “militarismo patagónico”, esto
es, el accionar liberal y anticlerical de la oficialidad argentina, cuyo máximo expo-
nente seria la figura de Conrado Villegas. Ricardi colocaba en un plano similar de
gravedad el trato ofensivo hacia los miembros de la congregación y los crímenes y
vejámenes sufridos por la población indígena:
23 Antonio Ricardi, “Breve relación de las misiones de la Patagonia hecho el 29 setiembre de 1887”.
Archivo Salesiano ARS, Colección Paesa, Relaciones - R5; aunque fue publicado por Nicoletti y
Fresia (2014), hemos consultado el documento original.
24 AS ARS, Rl-R5, 5-6.
25 Bolletino Salesiano 1881, 8.
Quindi... acqua in bocca e silenzio
283
Palabras finales
En el presente trabajo hemos analizado los testimonios producidos por los miem-
bros de la congregación salesiana en tanto observadores de las acciones atroces
ejecutadas por las fuerzas del estado nacional contra las poblaciones nativas de la
región pampeana y patagónica. Aunque se encuentren en ellos algunas menciones a
masacres, suspensión de raciones suministradas a prisioneros recluidos en campos,
y traslado forzoso de niños, están lejos de constituir textos de denuncia.
Se observa, por el contrario, un deliberado designio de silenciamiento explíci-
tamente consignado por escrito, o la simple omisión del asunto, compatibles con
el propósito de no enemistarse con el gobierno para favorecer el mantenimiento
de condiciones de interacción compatibles con su proyecto de permanencia en la
región. Se sigue de lo dicho que la investigación se beneficiaría a futuro con el
examen de los testimonios elaborados por los salesianos cuando la congregación
ya contara con bases institucionales sólidas en nuestro país, por caso, durante el
establecimiento de sus misiones fueguinas, ocurrido a posteriori (hacia fines de la
década de 1880). Los nuevos datos permitirían ampliar el conocimiento disponible
Fuentes documentales
Bollettino Salesiano, 1879a. Año III, N° 5.
Bollettino Salesiano, 1879b. Año III, N° 7.
Bollettino Salesiano, 1879c. Año III, N° 8.
Bollettino Salesiano, 1879d. Año III, N° 10.
Bollettino Salesiano, 1881. Año V, N° 10.
Bollettino Salesiano, 1883. Año VII, N° 7.
Tercera Parte
Enfermedades, descuidos y
consecuencias
CAPÍTULO XII
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad
de indígenas recluidos (Río de la Plata, fines del siglo
XVIII)
L
as enfermedades epidémicas introducidas por los europeos a partir de la
conquista afectaron masiva y profundamente a los nativos de toda América,
produciendo una crisis demográfica casi sin precedentes que impidió su re-
cuperación hasta los niveles previos a la invasión.
El aislamiento de esas poblaciones con respecto a los habitantes del Viejo Mun-
do, junto con su relativa uniformidad genética debida al carácter reciente del pobla-
miento humano originario del Nuevo, hizo que enfermedades endémicas y de mo-
derados efectos letales del otro lado del océano devinieran altamente destructivas
en tierras americanas. Los brotes de viruela, en especial –aunque no únicamente–,
diezmaron a las poblaciones indígenas en forma periódica y recurrente.
En el Río de la Plata –lejano borde meridional del imperio español– esa situa-
ción también se verificó, desde luego que ajustada a las características propias del
lugar. Con relación a indios prisioneros, el objetivo de impedir su fuga utilizando
la menor cantidad posible de guardianes privó por sobre la prevención sanitaria y
la seguridad. En algunas oportunidades, las autoridades coloniales concentraron
y aislaron a los enfermos junto con personas en peligro de enfermarse, agravando
con ello el natural riesgo de contagio e incrementando más aún la morbilidad varió-
lica que de por sí afectaba a los indios. Por otra parte, los agentes microbianos en-
contraron en los sujetos encerrados huéspedes propicios debido a su mala alimen-
tación y al previsible stress experimentado. Las consecuencias negativas de esas
políticas de concentración y aislamiento, se agravaban cuando los responsables de
las instituciones respectivas cumplían negligentemente sus funciones.
En el caso que se examina, se proyectaron sobre las mujeres y niños nativos
recluidos en la Casa de Recogidas de Buenos Aires a raíz de los intensos conflic-
tos fronterizos que involucraban a sus grupos, durante la década de 1780. En esa
época, las habitantes del lugar y su descendencia sufrieron tres brotes epidémicos
registrados, aunque se considerará en particular el que tuvo lugar en el invierno de
1789. Se trata de un evento muy bien documentado, acerca del cual se ha logrado
una reconstrucción completa: la manera en que la peste llegó al continente por la
ruta de la trata de esclavos y se introdujo más tarde en la ciudad de Buenos Aires;
cómo penetró en la Casa de Recogidas, qué medidas se tomaron allí y qué impacto
tuvieron sobre los nativos internados –es decir, qué proporción enfermó y murió a
raíz de la enfermedad– y cuál fue la conducta posterior de las autoridades coloniales.
290 Devastación
9 Las condiciones de la trata favorecían la difusión de la enfermedad entre los esclavos. De hecho la
viruela era, después de la disentería, la principal causa de mortalidad de las piezas en tránsito entre
África y las plantaciones esclavistas del Nuevo Mundo (Curtin 1967; Kiple 2002, 144; Postma
2004, 245; Rawley y Behrendt 2005, 250). En el caso de Buenos Aires, durante la segunda mitad
del siglo XVIII la situación se agravó por el hecho que señalaremos a continuación en el texto
principal.
10 Santos y Thomas 2008; Santos et al. 2010.
11 Borucki 2009 y 2010.
12 Respecto a las condiciones de la trata desarrollada por los portugueses en el último tercio del XVIII,
ver Alden y Miller 1987a y 1987b; Miller 1988, 431; Ribeiro 2008, 147.
13 Alden y Miller 1987a, 60.
294 Devastación
práctica no se hizo efectiva hasta 1793, cuando una epidemia introducida por “una
partida de Negros” hizo que en seis meses muriesen “dos mil y tantas criaturas y
no Solam.te en la Capital sino que inficiono la campaña hasta Mendoza arrasando
la infancia q.e apenas escaparon la mitad.”14
Las medidas tomadas por el virrey Arredondo consistieron en tres puntos: a)
todo cargamento de esclavos que ingresase a la ciudad debía desembarcar en Ba-
rracas y no en la ciudad propiamente dicha; b) todo contingente que superase las
cuatro “piezas” debía contar con el visto bueno de las autoridades correspondien-
tes; el permiso sólo se concedía luego de que estas constatasen el perfecto estado de
salud del lote, la ausencia de enfermedades durante una temporada de treinta días
de estadía en Montevideo; y finalmente, c) se prohibía que los esclavos se bañaran
en otro paraje que no fuere el Riachuelo.15
14 Dictamen del Licenciado Joseph Capdevilla, Buenos Aires, 9-I-1805. En: “Sobre la arribada á
Montev.o de la Fragata merc.te Portugesa el Joaquin con esclavatura consignada á D.n Martin de
Alzaga”. AGN IX 36.2.3, fojas 211-213vta.
15 Bando sobre entrada y manutención de negros bozales. Buenos Aires, 2-XII-1793 AGN IX8.10.7,
Libro V, fojas 129-130 citado por Gárbano, 2008.
16 Declaración del sargento Calvete, Buenos Aires, 16 abril 1784, AGN IX 23.10.8., foja 68vta.
17 Socolow, 1987, 178-178; 1991, 78-79; Santos et al., 2010, 218.
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas recluidos 295
La epidemia de 1789
El 22 de julio de 1788, es decir un año antes del brote epidémico, la Casa de
Residencia albergaba a unos 43 prisioneros nativos, 33 mujeres y 10 varones.19
En la documentación no aparecen nuevos ingresos y se mencionan, en cambio,
algunas muertes, por lo que el número de internados debió mantenerse en torno a
las cuatro decenas. El surgimiento de la viruela quedó rápidamente reflejado en la
documentación, porque el director de la Casa de Recogidas informaba con regula-
ridad al virrey acerca de los decesos ocurridos mediante oficios breves en los que
se mencionaba el nombre del difunto, su edad y su origen. Estos datos permiten
que nos hagamos una idea de la duración del brote, y a qué sector de la población
del reclusorio afectó. La primera muerte claramente adjudicada a la enfermedad
sucedió el 30 de junio de 1789 y la última, el 2 de agosto siguiente. Sucumbieron
doce personas, es decir, más de un cuarto del total de los indios apresados, las dos
terceras partes menores o adolescentes (ocho)20 y el resto jóvenes y ancianas (dos
en cada caso).
El sufrimiento de los presos debe medirse no solo por el alto nivel de pérdida
de vidas,21 sino también por la experiencia traumática de los desahuciados y los
sobrevivientes, al convertirse en testigos impotentes de sucesivos fallecimientos
sin poder sustraerse a la situación de encierro.
18 Lo hizo, al menos, en una ocasión, según el siguiente documento: “Certificamos nosotros abajo
firmantes que nos consta de ciencia cierta que el Negro llamado Diego embargado por su ponerse
de el Sargento D.n Fran.co Calvete pertenece à D.n Josè Garcia Cevallos, que à su propartida para
Lima con procion de Negros que tubo ospedados en la casa de Residencia lo dexò al cuidado del
dho Calvete que corria al reparo de ellas, por estar enfermo para su buelta…” Buenos Aires, 2 julio
1784. AGN IX. 23.10.10, s/n.
19 “Razon individual de las Mugeres que actualm.te se hallan en la Casa de Recogidas de esta Capital,
incluiendo con separacion las Yndias Pampas è Yndios, que pasa el Director de dha Casa al
Excelentisimo Señor Marq.s de Loreto Virrey y Capn Grâl actual”. Buenos Aires, 22 julio 1788.
AGN IX 21.1.5.
20 No disponemos de datos relativos al comportamiento de la enfermedad en el resto de la ciudad, pero
existen algunos indicios que señalan un patrón análogo. Susan Socolow encontró que en la casa
del comerciante peninsular Gaspar de Santa Coloma, las únicas víctimas de la epidemia también
fueron niños: el primero de agosto falleció Gaspar, su hijo, y un mes después Martina, una huérfana
agregada a la casa como criada (los certificados de defunción se encuentran en el libro de Difuntos
de la Iglesia de la Merced, ver Socolow 1991, 162 y 189 nota 19).
21 De un pequeño grupo de cuatro indias enviadas desde Carmen de Patagones, sólo sobrevivió una.
296 Devastación
Cuadro 1
individuos muertos en la epidemia de 1789*
Fecha Nombre Edad Cristiano/a Pertenencia
Remitida de patagones
Sin mención
30-VI-1789 Francisca Navarro Sí con otras tres. Llegaron a
de edad
la residencia en 1788
Fue capturada en 1784
por la columna al mando
03-VII-1789 Antonia 11 años Sí de Balcarce durante la en-
trada general de ese mis-
mo año.
Remitida de Patagones
05-VII-1789 Teresa 9 años Sí con otras tres. Ingresaron
a la Residencia en 1788.
Sin mención
07-VII-1789 Dominga Martínez Sí Sin datos
de edad
Fue capturado en 1784
por la columna al mando
09-VII-1789 Juan José 12 años Sí de Balcarce durante la en-
trada general de ese mis-
mo año.
Fue capturada en 1784
por la columna al mando
Dominga de los An-
11-VII-1789 6 años Sí de Balcarce durante la en-
geles
trada general de ese mis-
mo año.
Fue capturada en 1784
por la columna al mando
11-VII-1789 Isabel 11 años Sí de Balcarce durante la en-
trada general de ese mis-
mo año.
Referencias
Fuentes: Oficios del director de la Casa de Residencia al virrey informándole la muerte de la India
Francisca Navarro. Buenos Aires, 30 junio 1789. AGN IX 21-1-5; de la India Antonia. Buenos Aires, 3
julio 1789. AGN IX 21-1-5; de la China Teresa. Buenos Aires, 5 julio 1789. AGN IX 21-1-5; de la India
Cristiana Dominga Martínez Buenos Aires, 7 julio 1789. AGN IX 21-1-5; del Indiecito llamado Juan
Joseph. Buenos Aires, 9 julio 1789. AGN IX 21-1-5; de las Indias Dominga de los Angeles e Isabel.
Buenos Aires, 11 julio 1789. AGN IX 21-1-5; del Indio Manuel. Buenos Aires, 20 julio 1789. AGN IX
21-1-5; del Indio cristiano Bernabé. Buenos Aires, 23 julio 1789. AGN IX 21-1-5; de las Indias Francis-
ca Xaviera y María Mercedes. Buenos Aires, 28 julio 1789. AGN IX 21-1-5; y del Indio Juan. Buenos
Aires, 2 agosto 1789. AGN IX 21-1-5.
Negligencia en el tratamiento
Aunque la ciudad de Buenos Aires estaba expuesta irremisiblemente al peligro de
la viruela a causa del constante ingreso de barcos negreros, las consecuencias po-
drían haberse moderado si las autoridades locales hubieran sido más rigurosas en
la aplicación de las medidas sanitarias impulsadas por la corona.
Las políticas de cuarentena y aislamiento fueron recomendadas en la Real Or-
den del 15 de abril de 1785. Junto con ella, el ministro de Indias José de Gálvez
envió a las colonias un folleto con instrucciones acerca de cómo proceder durante
un brote variólico. En realidad, se trataba de un libro escrito por el médico Fran-
cisco Gil, quien proponía mantener un sistema de lazaretos donde los enfermos
serían atendidos por personas que ya hubieran padecido la enfermedad y que, por
lo tanto, estuvieran inmunizadas. Debía aislarse a toda costa a los enfermos, y su
contacto con los facultativos se reduciría al máximo, además de otras varias medi-
das profilácticas.22
El Despacho Universal de Indias financió esa primera edición y se encargó de
distribuirla por todas las dependencias coloniales: entre mayo y septiembre de 1785
se enviaron en total 3.500 ejemplares de la obra de Gil, en tres tandas, a todas las de-
pendencias americanas junto con la Real Orden.23 El virrey de Buenos Aires recibió
ciento cincuenta ejemplares para distribuir el primero de septiembre de 1785.24
Pese a que fue el mismo virrey Loreto quien recibió el decreto, y a que contaba
con un número suficiente de ejemplares de la Disertación a mano, con ocasión
de la epidemia de 1789 ni los encargados de la Casa de Residencia ni el propio
virrey hicieron mención alguna a esta obra. Según la correspondencia que man-
tuvieron entre sí, los primeros no tomaron ninguna de las medidas de aislamiento
prescriptas,26 y el segundo no mostró preocupación alguna porque se adoptaran y
cumplieran. Su única inquietud se redujo a preguntar si una de las enfermas había
muerto bautizada:
25 Real Orden, Aranjuez, 15 junio 1785. AGI Indiferente General, 1335, s/p.
26 En una oportunidad anterior (1785), se aisló a un niño enfermo por temor a que contagiara al resto
de los residentes: “Assi mismo avisa, que de los Yndios pequeños de el Cacique negro hay uno
como de 8 a.s ya Cristiano con Virguelas, el que se ha puesto con q.n lo asista en un quarto à parte
à fin de precaver no se contagien los otros” (Oficio del director de la Casa de Recojidas al virrey,
Buenos Aires, 17 junio 1785. AGN IX 2.1.5.)
27 Oficio del virrey marqués de Loreto a Joseph Antonio Acosta, Buenos Aires, 4 julio 1789. AGN IX
21.1.5.
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas recluidos 299
y aun comulgan. Muchas es cierto q.e han habido que se han resistido
à recivir el S.to Bautismo, pero quando se han visto enfermas grave-
mente, han pedido el agua del S.to Bautismo, y han muerto cristianas.
No dudo, que el noble y piadoso Corazon de V. E. tan celoso por el
bien de las Almas se llene de complasencia, y mucho mas quando V.
E. es el instrum.to paraq.e ellas hayan logravo recivir el S.to Baut.mo.28
Esa zozobra por el destino de las almas y el paralelo descuido de los cuerpos evi-
denciado en el incumplimiento de las normas de profilaxis promovidas por la coro-
na, recién se modificó en 1793. Fue necesario que murieran 2.500 niños –la mitad
de la población infantil de la ciudad– para que se hiciera efectiva una política de
aislamiento de los enfermos, y aún así no muy rigurosamente.
Esta actitud desidiosa contrasta fuertemente con la práctica de los nativos de
la región, que rápidamente comprendieron la necesidad de separar y poner en cua-
rentena a los enfermos, dejándoles techo, alimentos y bebidas, y controlando su
evolución:
Al mismo tiempo que disminuía la propalación del mal, la insularidad de los con-
tagiados aumentaba sus posibilidades de supervivencia,30 y resultaba crucial para
cortar el contagio. Un ex-cautivo declaró que, habiéndolo aprisionado los indios
junto con su hijo, en uno de los malones contra la frontera de Buenos Aires en
1752, apenas vieron los captores que el niño tenía viruelas, los abandonaron a am-
bos; y a poco de caminar, encontraron a un indio en la misma situación:
y q.e como le hubiesen dado las Virguelas a dho. su hijo los dejaron
a pie en medio Campo y se fueron, y despues que su hijo se medio
alento se fueron ápie siguiendolos por el rastro á los dhos Yndios y
llegaron aun toldo donde havian dejado vn Yndio enfermo de Vir-
guelas y alli pararon y de alli fue de donde se huieron...31
28 Oficio de Joseph Antonio Acosta a Loreto, Buenos Aires, 6 julio 1789. AGN IX 21.1.5.
29 Aguirre 1949 [1793], 340-341.
30 Cfr. Jones 2003, 732-733; Kelton 2004, 64.
31 Declaración del cautivo Eusebio del Barrio, 11 agosto 1752, en Cabildo de Buenos Aires,
“Información presentada... sobre la reducción de Pampas a cargo de la Cía. de Jesús”, AGI (copias
del Museo Etnográfico de Buenos Aires carpeta J. 16), Audiencia de Charcas, 221, fs. 52V-53R.
300 Devastación
Conclusiones
La sola concentración de prisioneros en un único lugar, sobre todo si está situa-
do en una ciudad por cuyo puerto ingresan regularmente esclavos portadores de
enfermedades contagiosas, es de por si un acto de irresponsabilidad; si se añaden
factores como una alimentación insuficiente o ausencia de instalaciones o abrigo
adecuados, la situación se torna aún más peligrosa; y si se suma el hecho de que al
parecer se ignoraron todas las medidas profilácticas recomendadas por la corona
para los casos de brotes epidémicos, la práctica se vuelve directamente un acto de
negligencia criminal.33
Al menos en dos ocasiones –1785 y 1788– la corona envió Reales Ordenes
para que se crearan lazaretos, aislando a los enfermos, y pese a esto las autoridades
locales parecieran haber hecho caso omiso de la voluntad real. Ante un diagnóstico
certero –de hecho, la aparición de viruela fue registrada claramente por escrito– no
se menciona la instalación del lazareto y sólo se elevan sucesivos informes dando
32 Informe del Cirujano Luis Orlandini, Pitre-Lauquen, 1 agosto 1879, en Racedo 1940, 244.
33 La suma de estos factores -mala alimentación, sobrepoblación y maltrato, combinadas con las
enfermedades- generaron en los internados para niños nativos en Norteamérica tasas de mortalidad
equivalentes a las de los campos de concentración nazis (Churchil 2004, 95-96). Respecto de las
condiciones sanitarias en los internados que funcionaron en Australia, Canadá y Estados Unidos a
partir de la década de 1880, ver asimismo Churchil 2004, 95-97 y Jacobs 2006, 221; 2009, 259-260.
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas recluidos 301
cuenta de las muertes ocurridas, como si se tratase de un mal contra el que nada
pudiera hacerse. La preocupación mayor consistió en averiguar el estado de con-
versión al cristianismo de los nativos, dejando los cuerpos librados a su suerte. Así
lo revelan las reiteradas consultas acerca de si se tomó la precaución de bautizar
a los variólicos antes de que sobreviniera la muerte, y la simultánea ausencia de
interés por saber si se hizo o no todo lo posible para evitar el deceso. Ese orden de
prioridades no era novedoso, sino que, por el contrario, constituyó un fenómeno de
larga duración, típico de las autoridades civiles pero también de los misioneros de
la época colonial y de sus sucesores criollos.
Por otra parte, las prisioneras nativas constituían prendas de importancia políti-
ca, de modo que la negligencia con que la administración colonial las colocaba en
riesgo de vida adquiría un carácter especialmente grave dado que su restitución o
canje contribuía sin duda a la concertación de paces con los grupos hostiles de los
que provenían.
La muerte de esas personas, al clausurar esa opción, lógicamente hacía crecer
el resentimiento de parientes y aliados, dando lugar a la prolongación de los con-
flictos en un momento de elevada fricción fronteriza y creando la posibilidad de
una represalia que contribuyese a espiralar la violencia, en detrimento –además– de
la liberación de los cristianos capturados, retenidos en las tolderías a la espera de
concretar los intercambios.
CAPÍTULO XIII
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela
sobre las poblaciones nativas de la región pampeano-
nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880)1
1. Introducción
L
as enfermedades epidémicas introducidas por los europeos a partir de la
conquista afectaron masiva y profundamente a los nativos de toda América,
produciendo una crisis demográfica casi sin precedentes que impidió su re-
cuperación hasta los niveles previos a la invasión.
El aislamiento de esas poblaciones con respecto a los habitantes del Viejo Mun-
do,2 hizo que enfermedades endémicas y de menor efecto letal del otro lado del
océano devinieran epidémicas y altamente destructivas en tierras americanas. Los
brotes de viruela, en especial –aunque no únicamente–, diezmaron a los nativos en
forma periódica y recurrente.
El debate acerca de las consecuencias de la invasión europea sobre las pobla-
ciones indígenas ha girado en general en torno a los primeros momentos del con-
tacto; se discute entonces si la caída demográfica se debió principalmente a la vio-
lencia desplegada por los conquistadores, o a las enfermedades que estos trajeron
del viejo continente. La segunda hipótesis parece en principio exculpar a los invas-
ores, en tanto no podían controlar el contagio. Pero si se estudia el desarrollo de
las epidemias durante toda la época colonial y el primer siglo republicano, y se in-
corporan al análisis las políticas imperiales hacia los nativos, el panorama cambia.
Varios autores que estudiaron el fenómeno de la pérdida demográfica consid-
eran que ella fue fruto del efecto combinado de la enfermedad con los conflictos
provocados por la colonización europea y sus secuelas, que en algunas regiones
incluyeron cautiverio, desplazamiento de poblaciones y destrucción de la infrae-
structura económica nativa.3
1 Este artículo fue publicado originalmente en Revista de Estudios Marítimos y Sociales, no. 11
(2017), pp, 114-147.
2 Además, para algunos autores como Black (1992), al aislamiento continental debe sumarse una
relativa uniformidad genética de los nativos americanos debida al carácter reciente del poblamiento
humano originario del Nuevo Mundo; el asunto es aún objeto de debate.
3 Johanson 1982; Larsen 1994, Kelton 2007, Jones 2015, Jones et al. 2015 y Livi-Bacci 2006.
304 Devastación
El contacto con los microbios combinado con las condiciones en las que los neófi-
tos vivían (sumados a una mala alimentación), hacía que la población se viera afec-
tada recurrentemente por epidemias deletéreas. Desde el punto de vista demográfi-
co, entonces, las misiones fueron deficitarias: su tamaño sólo podía incrementarse,
o simplemente mantenerse, mediante la incorporación constante de nuevo personal
proveniente de comunidades independientes.5
Las estrategias de concentración, agregadas a aquellas tendientes a extraer tri-
buto y fuerza de trabajo en un contexto de franca caída demográfica y a suprimir
las creencias locales, no contribuían precisamente al bienestar de los nativos, más
allá de cuáles fuesen las intenciones de quienes las planificaban.6
En el Río de la Plata –lejano borde meridional del imperio español– esa si-
tuación también se verificó, desde luego que ajustada a las características propias
del lugar. Las sociedades nativas regionales permanecieron durante siglos fuera
del control colonial, estableciéndose una amplia frontera con conexiones cada vez
más frecuentes; hacia fines del siglo XVIII, Buenos Aires, flamante capital del
virreinato rioplatense, incrementó su importancia como centro principal de las ne-
gociaciones diplomáticas y del comercio interétnico con los indios de las pampas
y Nordpatagonia, y también como el centro desde donde partían las campañas mi-
litares hacia territorio indígena. Los cautivos obtenidos en esas expediciones eran
llevados a la ciudad como prisioneros.
A la vez, Buenos Aires exhibía en esos tiempos una cierta prosperidad cre-
ciente, basada principalmente en la exportación de metales preciosos y cueros y la
importación de esclavos africanos. Este ingreso de piezas humanas, una de las vías
primordiales de entrada del virus variólico,7 generó brotes epidémicos cada vez
más frecuentes que desde la capital se expandían hacia el resto del virreinato, pero
también más allá de la frontera ingresando a los territorios indígenas. Esa condi-
ción de ciudad portuaria y comercial y de centro político regional la convirtió en un
grave riesgo sanitario y epidemiológico.
A partir de los frecuentes conflictos interétnicos de las décadas de 1770 y 1780,
los indígenas (especialmente mujeres y niños) aprisionados en las campañas mili-
tares fueron encerrados en condiciones que facilitaron su contagio de viruelas. Por
lo que se sabe y tal como anticipáramos en una de las notas previas, los españoles
no usaron la enfermedad deliberadamente para matar, pero sí desarrollaron políti-
cas que, aunque no tuvieran ese objetivo, lograban facilitar la difusión del virus:
confinamiento –mantener gente presa en Buenos Aires equivalía a exponerlos a un
alto riesgo epidemiológico –, hacinamiento, y falta de medidas preventivas antes
y durante los brotes epidémicos generaron niveles importantes de morbilidad y de
mortalidad en la población cautiva.
A continuación, presentaremos dos estudios de caso entre 1780 y 1789, que se
caracterizan porque si bien pudiera objetarse que no involucraron grandes pérdidas
de vidas en términos absolutos, muestran un resultado muy negativo si se los con-
sidera en proporción a la reducida escala demográfica de las sociedades nativas en
cuestión, y en combinación con las previas muertes de los familiares del grupo en
“combates” que a menudo fueron masacres.8
7 Las condiciones de la trata favorecían esa difusión. De hecho la viruela era, después de la disente-
ría, la principal causa de mortalidad en los esclavos en tránsito entre África y las plantaciones es-
clavistas del Nuevo Mundo (Curtin 1968; Kiple 2002, 144; Postma 2004, 245; Rawley y Behrendt
2005, 250). Para evitar sus efectos, las autoridades metropolitanas y locales desarrollaron durante
el siglo XVIII mecanismos de cuarentena que se aplicaban a los embarques de esclavos (Santos y
Thomas 2008; Santos et al. 2010). En la segunda mitad del siglo XVIII, las grandes compañías
comerciales fueron reemplazadas por mercaderes que tenían una menor capacidad económica para
hacer frente a las pérdidas eventuales producidas durante las cuarentenas. Con el propósito de
eludirlas, utilizaron sus influencias locales dentro de la administración colonial, de manera que
pudieran concretarse y finiquitarse las ventas antes de que un crecimiento aleatorio del número
de muertes perjudicase la rentabilidad del negocio. El resultado de quebrantar las reglas fue que
en ocasiones no se impuso el período de cuarentena y se introdujeron contingentes infectados: en
1789, la viruela ingresó al puerto de esa forma (Alden y Miller 1987a, 60). Además, los traficantes
porteños tenían como socios y fuente de abastecimiento a los traficantes portugueses en África o
en Brasil (Borucki 2009 y 2010), y es sabido que las condiciones sanitarias en los barcos negreros
de esa procedencia eran las peores, pues fueron los últimos en adoptar medidas profilácticas de
inoculación y aislamiento (Alden y Miller 1987a y 1987b; Miller 1988, 431; Ribeiro 2008, 147).
8 Jiménez, Alioto y Villar 2017; Jiménez y Alioto 2017.
306 Devastación
Esta razón los persuadía de la inconveniencia de ese modo de vida como regla
para su propio establecimiento.
Dado que Buenos Aires fue un centro de concentración de indígenas aprisiona-
dos en las campañas militares, los sobrevivientes de las entradas españolas, además
de sufrir la desarticulación de sus familias, quedaron expuestos a un riesgo alto
desde el punto de vista epidemiológico, verificándose también allí el vaticinio de
Muturo, según veremos enseguida.
La epidemia de 1780
En abril de 1780 el encargado de la Guardia de Chascomús envió preso a Buenos
Aires a un indio acusado de complicidad con recientes incursores fronterizos.
A los pocos días, las autoridades virreinales reclamaron que se enviara tam-
bién a la capital a la mujer e hijos del preso, que habían quedado en la guardia.
El comandante respondió que tres niños habían enfermado y muerto: “en el mez
de Mayo los conduje a ésa Ciudad y al instante de aver llegado enfermaron de las
bribuelas de cuya enfermedad han muerto dos hijos y el otro murio aqui antes de
llevarla”; en cuanto a la madre, “dicha china esta todabia enferma y siempre de q.e
no muera tengo de pedirla a S.E. por q.e tiene tratado de casarse con un Esclavo mio
despues q.e se haga Christiana”.10
En suma, toda la familia enfermó entre abril y mayo de 1780. Pero no fueron
los únicos: los libros de defunciones de las parroquias de Buenos Aires muestran
que otras 16 personas fallecieron entre marzo y julio de ese año (ver Cuadro 1).11
En los asientos de difuntos, si bien no aparece mencionada la causa de la defunción
(no era obligatorio consignarla, ni tampoco la edad de las personas), se anota, en
cambio, el nombre y apellido de los padres en el caso de los párvulos.12 Gracias a
10 Pedro Nicolas Escribano a Joseph de Vertiz, Chascomús, Julio 4 de 1780.AGN IX, 1.4.2., f. 59.
11 Para elaborar el cuadro consultamos los libros de defunciones de tres parroquias porteñas: Nuestra
Señora de la Inmaculada Concepción, Libro de Defunciones de Gente de Color 1700-1800; Nuestra
Señora de la Piedad, Libro de Defunciones 1767-1823; y Nuestra Señora de Montserrat, Libro
de Defunciones 1770-1800, en “Argentina, Capital Federal, registros parroquiales, 1737-1977”,
Disponibles en: https://familysearch.org/pal (consultado el 8, 9, 10 y 11de noviembre de 2013).
Esas son las parroquias que tienen datos disponibles sobre el asunto, faltando únicamente, de las
existentes en ese momento, la de San Nicolás de Bari, que no tiene registros de defunciones: cf.
http://www.arzbaires.org.ar/inicio/parroquias1886.html. Debe tenerse en cuenta que se trata de
un registro fragmentario, no siempre completo y lleno de hiatos, debido a la insuficiencia de los
modos de asiento de la época, y sobre todo a las vicisitudes posteriores que implicaron la pérdida
de material documental. Acerca de esta documentación, cf. Siegrist 2011.
12 Para este brote epidémico contamos únicamente con estos datos indirectos provenientes de los
libros parroquiales, dado que los registros de la Casa de Residencia están incompletos para este
año. Existen lagunas en ese corpus documental: la mayor parte de la documentación conservada
se encuentra depositada en un solo legajo del Archivo General de la Nación (AGN IX 21.2.5.), que
también está incompleto: “Los años de 1774, 1775, 1776, 1781, 1782, 1795, y 1798 no constituyen
parte de él. Asimismo habrá años en los cuales un solo documento ha llegado hasta nosotros como:
1773, 1780, 1784, 1791, 1793, y 1794” (De Palma 2009, 18). Aún para los años en que se conservan
mayor cantidad de documentos no hay certeza de que estén todos.
308 Devastación
ello, llegamos a saber que Mariano, integrante de la lista, fue uno de los hijos de la
china aludida por Escribano (llamada María) y abatida por la viruela, circunstancia
que refuerza la probabilidad de que la concentración de decesos en esos meses se
deba a un brote que no ha sido explícitamente registrado.13
La epidemia de 1789
Un año antes de este evento epidémico, el 22 de julio de 1788, la Casa de Residen-
cia albergaba a unos 43 prisioneros nativos –33 mujeres y 10 varones.14 En docu-
mentación de fecha posterior a esa no aparecen nuevos ingresos, y sí se mencionan
algunas muertes, por lo que el número real de prisioneros a mediados de 1789 debía
rondar las cuatro decenas. Tenemos conocimiento del brote de viruelas, porque el
director informaba regularmente al virrey de los decesos ocurridos en oficios bre-
ves que consignaban el nombre del difunto, su edad y su origen; esa información
permite conocer la duración del problema, y a qué sector de la población recogida
afectó mayormente. La primera muerte adjudicada a la enfermedad es del 15 de
junio de 1789 y la última, del 2 de agosto siguiente– y fallecieron trece personas,
es decir, más de un cuarto del total de nativos recluidos (ver Cuadro 2). La mayor
parte de los muertos eran menores o adolescentes (un 60%);15 el resto se divide
entre jóvenes (dos) y ancianas (dos).
De estas trece víctimas, nueve eran ranqueles del País de los Médanos o Leu
Mapu16 capturadas en una campaña realizada en 1784 por Francisco Balcarce; según
13 Buenos Aires fue azotada por varios brotes epidémicos de viruela y otras enfermedades infecto-
contagiosas durante el siglo XVIII; de hecho, tiene el dudoso privilegio de ser la capital continental
con el mayor número de brotes en esa centuria: “Buenos Aires led the continent’s mayor cities with
the greater number of smallpox epidemics reported during this century. It had nine, in 1700, 1705,
1733, 1734, 1738, 1744, 1770, 1778 and 1792-93” (Hopkins 2002, 220). Hopkins cuenta nueve, pero
seguramente el número fue superior, si tenemos en cuenta que en esa lista no figuran, por ejemplo, los
dos episodios estudiados en este trabajo. Estos eventos ocurrieron en el marco de un fuerte crecimiento
poblacional: los cálculos a partir del padrón de 1778 hablan de una población que rondaría las 37.000
personas, de las cuales 24.000 vivían en la ciudad y 13.000 en el área rural (Cuesta 2006; cf. una breve
discusión sobre las cifras en Wainer 2010). Según Lyman Johnson, la tasa de mortalidad era comparable
a la europea contemporánea, de entre el 21 y el 27 por mil (Johnson 1979), aunque otros estiman 32 por
mil, que es la que había también en 1810. Desde luego que la viruela afectaba fuertemente a la población
hispano-criolla, especialmente a los niños, con un alto índice de letalidad: en Europa, y se asume que
asimismo en Buenos Aires, mataba a más del 80 % de los niños infectados (Cowen 2012).
14 Razon individual de las Mugeres que actualm.te se hallan en la Casa de Recogidas de esta Capital,
incluiendo con separacion las Yndias Pampas è Yndios, que pasa el Director de dha Casa al
Excelentisimo Señor Marq.s de Loreto Virrey y Capn Grâl actual. Buenos Aires, 22 julio1788.
AGN IX 21.1.5.
15 Sobre el comportamiento de la enfermedad en el resto de la ciudad existen indicios que apuntan
a un patrón análogo. Susan Socolow encontró que en la casa del comerciante peninsular Gaspar
de Santa Coloma sólo murieron niños durante el brote: el primero de agosto falleció Gaspar –hijo
del propietario–, y un mes después Martina, una huérfana agregada como criada (los certificados
respectivos se encuentran en el Libro de Difuntos de la Iglesia de la Merced, ver Socolow 1991,
162 y 189 nota 19).
16 Sobre esta agrupación, ver Villar y Jiménez 2013.
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 309
17 Oficio del Virrey Loreto al Ministro de Indias José de Gálvez, Buenos Aires, 3-VI-1784 AGI ABA 68.
18 “Quelos Caciques Alcaluan, Cayulquis, Catumillan, y Catruel, estan inmediatos à los Montes
dela Laguna de S.ta Ysabel, en cuia inmediaz.n mataron los Españoles à los dela Tolderia del dho
Catruel”: Relacion de lo que en virtud de las preguntas hechas de S.E. à un Yndio hà declarado.
Buenos Aires, 7-IX-1784 AGI IX 1.7.4, foja 517.
19 Aun así, la viruela también acechó a los sobrevivientes del ataque de 1784: cuando el cacique
Catruen visitó Buenos Aries junto con su mujer, ambos se contagiaron y murieron, y otros de sus
acompañantes llevaron la enfermedad de regreso a los toldos; cf. Jiménez y Alioto 2013.
20 Oficio de Jose Antonio Acosta al Virrey Loreto, 11-IV-1785 AGN IX 2.1.5.
21 Relacion que manifiesta las Yndias è Yndios Pampas que se hallan existentes de el actual Y.mo Señor
Virrey como assi mismo de las que se hallan Bautizadas de unas y otras en la Casa de la Residencia
con especificacion de el numero de las antiguas, y delas que han entrado en tiempo es à Saver.
Buenos Aires, 15-XII-1785. AGI IX 21.1.5.
22 Oficio del Comandante del Fuerte del Zanjón, Juan de Mier, al Gobernador de Buenos Aires,
Zanjón, 8-XI-1774 AGN IX 1.5.4.
23 Jiménez y Alioto 2017.
24 Jiménez y Alioto 2013.
310 Devastación
25 Loreto a Joseph Antonio de Acosta, Buenos Aires, 17 de Julio de 1788. AGN, IX, 21-1-5, s.f.
26 Gil 1784, 57-66. Debe recordarse que ni entonces ni después hubo tratamiento efectivo que curase
la enfermedad provocada por el virus Variola; las acciones entonces debían estar enfocadas a la
prevención. Históricamente, las primeras fueron las de aislamiento, la cuarentena y el cordón
sanitario, tempranamente surgidas en la Europa medieval. Durante el siglo XVIII los europeos
comenzaron a experimentar con formas inducidas de inmunización: primero la inoculación traída
de Oriente, y después la vacunación, tras los experimentos de Jenner en Inglaterra: esta última, a
pesar de su evidente eficacia, fue avanzando lentamente al compás de la creciente medicalización,
hasta erradicar la enfermedad en la década de 1970. En Buenos Aires, Miguel O’Gorman, a cargo
del recientemente creado Protomedicato, organizó en 1785 la práctica de la variolización (Veronelli
y Veronelli 2004, 87); y en 1803, la corona española envió a las colonias la expedición Balmis
llevando la vacuna (Ibidem; cf. Luque 1940-41; Santos y Lalouf 2009; Méndez Elizalde 2011).
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 311
Pese a que el virrey Loreto conocía el decreto, contaba desde 1785 con un número
suficiente de ejemplares de la Disertación de Gil, y continuaba en el cargo en ocasión
de la epidemia de 1789, ni él, ni los encargados de la Casa de Residencia hicieron
caso alguno de sus prescripciones. Según la correspondencia que mantuvieron entre
sí, los últimos no tomaron ninguna de las medidas de aislamiento, y el alto funcio-
nario no demostró preocupación por asegurarse que se adoptaran y cumplieran.30 Su
única inquietud se redujo a averiguar si una de las difuntas había muerto bautizada:
27 Expediente Sobre la remision â Yndias de los Ympresos que tratan el modo de preservar â los
Pueblos de Viruelas. Archivo General de Indias [AGI], Indiferente General, 1335.
28 Cf. el oficio dirigido por el marqués de Loreto al ministro de Indias José de Gálvez, desde Buenos
Aires, en esa fecha, AGI, Indiferente General 1335, s/p.
29 Real Orden, Aranjuez, 15 junio 1785, AGI, Indiferente General, 1335, s/p.
30 En una ocasión previa, en cambio, se había aislado a un niño enfermo por temor a que contagiara
al resto de los residentes: “Assi mismo avisa, que de los Yndios pequeños de el Cacique negro hay
uno como de 8 a.s ya Cristiano con Virguelas, el que se ha puesto con q.n lo asista en un quarto à
parte à fin de precaver no se contagien los otros” (Oficio del director de la Casa de Recojidas al
virrey, Buenos Aires, 17 junio 1785. AGN IX 2.1.5.)
31 Oficio del virrey marqués de Loreto a Joseph Antonio Acosta, Buenos Aires, 4 julio 1789. AGN IX
21.1.5.
312 Devastación
Esta preocupación por las almas, y el paralelo descuido por los cuerpos eviden-
ciado en el incumplimiento de las normas de profilaxis promovidas por la corona,
recién se modificaría en 1793.33 Fue necesario que durante ese año una epidemia
variólica de mayor poder letal que las anteriores provocara la muerte de la mitad de
la población infantil porteña (unos 2.500 niños)34 para que se optara por aislar a los
enfermos, y aun así no muy rigurosamente.
Contra lo que pudiera suponerse, la actitud de los nativos contrastaba nítida-
mente con esa irresponsable negligencia administrativa. Ellos comprendían bien la
necesidad de apartar a los enfermos, poniéndolos en cuarentena y cuando sobreve-
nía la peste, separaban a los infectados sin vacilar, proveyéndoles techo, alimentos
y bebidas, y ocupándose de controlar su evolución:
32 Oficio de Joseph Antonio Acosta al virrey Loreto, Buenos Aires, 6 julio 1789, AGN IX 21.1.5.
33 En el siglo XIX se replica la conducta de priorizar la salvación de las almas por sobre el cuidado
del cuerpo; al respecto, ver Di Liscia 2000.
34 La epidemia de 1793 hizo que en seis meses muriesen “dos mil y tantas criaturas y no Solam.te en
la Capital sino que inficiono la campaña hasta Mendoza arrasando la infancia q.e apenas escaparon
la mitad” (Dictamen del Licenciado Joseph Capdevilla, Buenos Aires, 9 enero 1805. En Sobre la
arribada á Montev.o de la Fragata merc.te Portugesa el Joaquin con esclavatura consignada á D.n
Martin de Alzaga. AGN IX 36.2.3, fojas 211-213vta.).
35 Es decir, con el viento a favor de los visitantes, para que las miasmas dispersadas por el enfermo no
lleguen hasta ellos.
36 Aguirre 1949 [1793], 340-341. Sobre las concepciones y tratamientos indígenas de la viruela,
centrado en el caso de la frontera de Chile, cf. Jiménez y Alioto 2014.
37 Que el aislamiento resultaba crucial para cortar el contagio lo demuestra el caso de un cautivo que
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 313
Una prueba indirecta de que los españoles advirtieron, aunque tardíamente, el error
de su política de hacinamiento se encuentra en lo sucedido algunos años después
con los indios charrúas y minuanes que resultaron prisioneros en las campañas
militares dirigidas contra ellos en 1801. En esa ocasión, los reclusos (sobre todo
mujeres y niños) también fueron trasladados la Casa de Residencia de Buenos Ai-
en 1752, habiéndolo aprisionado los indios a él y a su hijo, apenas vieron que este tenía viruelas los
abandonaron a ambos a pie en el medio del campo; caminaron entonces un trecho hasta encontrar
otro indígena en la misma situación sanitaria y permanecieron en su toldo; días después, algo
mejorado el hijo, escaparon de ese lugar y llegaron a la frontera (Declaración del cautivo Eusebio
del Barrio, 11 agosto 1752, en Cabildo de Buenos Aires, Información presentada... sobre la
reducción de Pampas a cargo de la Cía. de Jesús, AGI [copias del Museo Etnográfico de Buenos
Aires carpeta J. 16], Audiencia de Charcas, 221, fojas 52 vuelta y 53 recta).
38 Jones 2003, 732-733; Kelton 2004, 64. Esta práctica de exclusión y alejamiento para tratar con
la viruela no fue exclusiva de las poblaciones locales. En un estudio reciente sobre la reacción
Cherokee frente a la enfermedad, Kelton (2015, 89-96) analiza la forma en que los sanadores
nativos habían desarrollado, a mediados del siglo XVIII, un conjunto de medidas tendientes a lidiar
eficazmente con ella: a) aislaban a los enfermos mandándolos a los bosques en donde se les enviaba
alimentos, leña y medicinas; b) llevaban adelante una ceremonia colectiva tendiente a proteger
a sus comunidades de la enfermedad, que duraba siete días y durante la cual la aldea quedaba
aislada del mundo exterior; los participantes tenían instrucciones precisas de no abandonar la casa
comunal en donde se desarrollaba, sólo podían ir a sus casas a buscar comida, y si por alguna razón
abandonaban las aldeas debían viajar de noche y “por el bosque y no por los caminos principales”;
los extraños no eran bienvenidos, y c) desaconsejaban viajar hacia lugares donde sabían que la
enfermedad estaba activa.
39 Informe del cirujano Luis Orlandini, Pitre-Lauquen, 1 agosto 1879, en Racedo 1940, 244.
314 Devastación
res, pero al contrario de lo que ocurrió con los pampas en 1788, enseguida fueron
repartidos entre distintas familias de la capital.
En efecto, desde el 10 al 14 de julio de 1801, Bernabé Ruiz, alférez encargado
de la Residencia, entregó en custodia a veinte vecinos de la ciudad40 unas 65 mu-
jeres y niños charrúas y minuanes que integraban un contingente de prisioneros
recientemente capturados en la Banda Oriental en junio de ese mismo año durante
tres enfrentamientos sostenidos por el capitán de Blandengues José Pacheco.41 Este
fue el cuarto conjunto de charrúas y minuanes trasladado a Buenos Aires entre
1798 y 1801: en ese lapso los prisioneros desnaturalizados sumaron unos 156 indi-
viduos, en su mayoría mujeres y niños pequeños,42 quienes en todas las ocasiones
fueron rápidamente entregados a familias avecindadas para que se hicieran cargo
de ellos. Esta práctica contrasta con el caso de las prisioneras pampas en la década
de 1780, quienes debieron soportar un periodo de reclusión en la Residencia duran-
te el cual se les enseñaban los rudimentos de la fe católica, se las bautizaba y se les
enseñaba castellano, antes de ser finalmente repartidas y dadas en custodia en casas
decentes para que continuaran su educación a cambio de su servicio doméstico.43
Este cambio de política fue atribuido por Miguel Lastarria al marques de Avi-
lés,44 pero en realidad había ocurrido durante la administración de su antecesor,
Antonio Olaguer Feliú. ¿Cuál fue el motivo de la modificación? La respuesta se
encuentra en un oficio del Fiscal Protector de Naturales al virrey, en el que se su-
giere el reparto directo, debido a las posibilidades de contagiarse de viruelas si las
nativas eran mantenidas juntas en la Casa de Residencia:
Esta mudanza reconoció los riesgos de mantener juntas en un solo lugar a per-
sonas que eran vulnerables a la enfermedad, aunque muy tardíamente en compa-
ración con la temprana asociación que los nativos advirtieron entre epidemia y
concentración poblacional.46
Se advierte que el temor de Racedo no era por los cautivos que conducía, sino por
una eventual propagación entre su propia tropa; sin embargo y pese a ello, no tomó
ninguna medida profiláctica hasta el día 17 de marzo, cuando ya se habían enfer-
mado varios nativos. En ese momento, ordenó la vacunación de los indios, siempre
con el objetivo de que no se contagiasen los soldados:
46 Desde luego, no fue esta la única vía por la que los nativos de la región sufrieron el contagio de
enfermedades infecciosas. La principal, por el contrario, consistió en los frecuentes contactos vinculados
con el comercio: por ejemplo, una vez establecidas las paces en la segunda mitad de la década de 1780,
fueron muy numerosas las partidas indígenas que ingresaron a Buenos Aires con fines mercantiles y
diplomáticos, convirtiéndose no sólo en potenciales víctimas de las epidemias sino en involuntarios
vectores de contagio dentro de sus comunidades de origen. En el caso de la viruela, el período de
latencia asintomática coincidía con el tiempo que, por lo común, demandaba el retorno de un viajero a
las tolderías, de manera que la presencia de la enfermedad recién era advertida cuando se desencadenaba
entre sus habitantes, que carecían de remedio efectivo para curarla: cf. Jiménez y Alioto 2013.
47 Racedo 1940 [1878], 42.
316 Devastación
Desde los primeros casos que se presentaron V.S. tomó las medidas
necesarias y más acertadas, siendo sin duda de ellas, el aislamiento
absoluto de los virolentos, mandando que se observasen escrupu-
losamente los preceptos higiénicos que en tal caso se requieren. A
pesar de todo esto, el número de enfermos aumento día a día y fue de
imperiosa necesidad la improvisación de un lazareto lejos del cam-
pamento y en un paraje adecuado y libre.54
De este modo, el lapso de diez días que los responsables militares le dieron a la
enfermedad para actuar entre los prisioneros no quedó registrado en los informes
médicos. El resultado fue que de los 641 ranqueles prisioneros en Pitre-Lauquen,
153 murieron de viruela y otras enfermedades, es decir, cerca del 25% del total
(ver Cuadro 3).
La conducta de Racedo y sus superiores no fue excepcional, ni difiere mucho
de lo actuado en situaciones equivalentes en la misma época por fuerzas armadas
que montaron campos de concentración de prisioneros.55 En todos los casos, la
52 Informe del doctor Dupon, 1 de agosto de 1879. En: Racedo 1940 [1879], 214.
53 Memorial del doctor Orlandini, sin mención de fecha ni lugar, en Racedo 1940 [1879], 244.
54 Memorial del doctor Orlandini, en Racedo 1940 [1879], 245.
55 Ver al respecto lo sucedido con los campesinos cubanos durante la política de reconcentración de
Valeriano Weyler en 1896-1897 (Tone 2005, 193-224); con el internamiento de los civiles Boers en
campos de concentración como parte de la política de tierra arrasada para terminar con las guerrillas
propuesta por Herbert H. Kitchener en 1900 (Scholtz 2005, 122-124; Hull 2005, 183-187; Totten y
Bartorp 2008, 84-85; Van Heyningen, 2009); y con el uso de campos por el ejército alemán durante
la revuelta de los Herero de 1904 y años siguientes (Hull 2005, 186-196 y Erichsen 2005).
318 Devastación
capacidad logística de los ejércitos no era suficiente como para garantizar un sumi-
nistro adecuado de alimentos para los presos, por no mencionar la imposibilidad
de asegurar un estado sanitario adecuado. Sin embargo, esta imposibilidad no sirve
de excusa, pues las autoridades militares debían ser conscientes de sus limitaciones
antes de tomar medidas que afectaran a los no-combatientes. En este caso, además,
la demora en actuar fue el principal acto de negligencia: las decisiones de inocular
y de aislar a los enfermos, que debieron haberse tomado enseguida, se pospusieron
hasta que el nivel de contagio fue mucho mayor al inicial.
La actitud de Racedo tampoco fue única en el marco de aquella “Campaña del
Desierto”. Si bien se practicó la vacunación de prisioneros, es sabido que muchos
murieron de viruela durante, y después de la campaña. Las actas de defunción de
la parroquia de Martín García muestran que la epidemia variólica de 1879 provocó
gran cantidad de muertes entre los reclusos de la isla.56 En el propio campo de con-
centración de la isla, el cirujano Sabino O’Donnell, tras recibir una partida de 148
indios presos, escribió lo siguiente:
Sabemos además que, a pesar de la cuarentena que se les impuso, los prisioneros
indios que fueron repartidos en Buenos Aires entre las familias porteñas pudieron
ser los vectores que dieron lugar a una serie de epidemias que afectaron a la ciudad
en esos años: “profesionales, vecinos y autoridades vinculaban [las epidemias] a
la introducción de indígenas sin vacunación y susceptibles a viruela confluente,
aunque también podía deberse a un aumento demográfico en las áreas urbanas más
desfavorecidas”.58
4. Conclusiones
Los indígenas de la región pampeana (y del área panaraucana en general) sen-
tían un fuerte rechazo por la vida urbana y todo lo que representase concentración
59 La vida urbana cambió de manera permanente el modo de vida de las poblaciones que se vieron
arrastradas a ella. Desde el punto de vista de quienes la adoptaron, pasó a ser la forma organizativa
por excelencia, mientras que la opción de otras gentes por maneras alternativas de agregación fue
vista como primitiva, incompleta, indeseable.
En su expansión colonial ultramarina, los europeos encontraron pueblos que aborrecían de la vida
urbana y se resistían a adoptarla cuando la posibilidad les era ofrecida – y lo era con frecuencia,
puesto que uno de los medios de control colonial más eficaces consistía en su reducción a misiones
o a pueblos de indios, que se esperaba facilitasen además su conversión al cristianismo a cargo de
los religiosos. La distinción, fuertemente ideológica y en clave de disputa, de civilización versus
barbarie implicaba para los colonizadores la legitimación de su propio modo de vida, la denigración
de cualquier otra posibilidad diferente, y la palmaria demostración, en suma, de la inferioridad
de aquellos que no accedían a reducirse a población, a pesar de las ventajas que se suponía que
ello ofrecía. La resistencia de los indios, tomada como irracional por los colonizadores, no lo era
tanto, no sólo porque manteniendo la dispersión de los asentamientos evitaban la pérdida de su
autonomía; también porque, como comprobaron rápidamente, la concentración poblacional los
hacía especialmente vulnerables a las enfermedades epidémicas.
60 Jiménez, Alioto y Villar 2017. Cf. también Jiménez, Villar y Alioto 2012; Alioto y Jiménez 2017.
320 Devastación
Cuadro 1
prisioneras indias muertas en la epidemia de 1780 en Buenos Aires
Cuadro 2
indígenas prisioneros muertos en la epidemia de 1789*
Cuadro 3
Tasa de Mortalidad en la población nativa prisionera en los tres casos pre-
sentados*
Referencia
Fuentes: Caso I: Oficio del Comandante de Chascomus, Pedro Nicolas Escribano al Virrey Veriz, Chas-
comus, 19-IV-1780. AGN IX 1.4.3. foja 55 y Oficio del Comandante de Chascomus, Pedro Nicolas
Escribano al Virrey Vertiz, Chascomus, 4-VII-1780, fojas 59 y 59 vta.; Caso II: Razon individual de
las Mugeres que actualm.te se hallan en la Casa de Recogidas de esta Capital, incluiendo con separa-
cion las Yndias Pampas è Yndios, que pasa el Director de dha Casa al Excelentisimo Señor Marq.s de
Loreto Virrey y Cap.n Grâl actual. Buenos Aires, 22-VII-1788 AGN IX 21.1.5, Oficio del Virrey Loreto
al Director de la Casa de la Residencia, José Antonio Acosta, Buenos Aires, 26-VII-1788. AGN IX
21.1.5.; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos Aires, 15-VI-1789, AGN
IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos Aires, 30-VI-1789,
AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos Aires, 3-VII-
1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos Aires,
5-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos
Aires, 7-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Bue-
nos Aires, 9-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto,
Buenos Aires, 11-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey
Loreto, Buenos Aires, 20-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al
Virrey Loreto, Buenos Aires, 23-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia
al Virrey Loreto, Buenos Aires, 28-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Resi-
dencia al Virrey Loreto, Buenos Aires, 2-VIII-1789, AGN IX 25.1.5; Caso III: Estado que demuestra
el número de prisioneros tomados por la 3ra División con especificación de: altas y bajas. En: Racedo
1940 [1879], 307.
Cuarta Parte
Desnaturalizaciones
y rebeliones
CAPÍTULO XIV
Indios desnaturalizados por mar en el área panaraucana
Resistencia, fugas y motines (Siglos XVIII y XIX)
Introducción
E
n distintos lugares de la región pampeana, norte patagónico y Araucanía y
en contextos y situaciones de conflicto diferentes a lo largo de la historia
de las naciones indias que habitaron su vastedad, los cristianos desnatura-
lizaron prisioneros nativos, transportándolos lejos de sus territorios. El riesgo de
ese escarmiento fue tan temido y desolador que su sola mención cobró eficacia
argumentativa y era invocada incluso por los propios líderes indígenas, conscientes
de su potencialidad disuasoria o disciplinadora. De la materialización del peligro y
sus consecuencias hablan los hechos, y de su uso discursivo recibimos fragmentos
amortiguados por el paso del tiempo.
La antigua práctica de la desnaturalización había formado parte habitual de los
castigos aplicados a los indios de guerra en el sur de Chile, reducidos a la condi-
ción de esclavos y con frecuencia trasladados a Santiago o al Perú. Los nativos la
percibían como un acrecentamiento adicional particularmente gravoso de la deuda
que las agresiones de los wingka generaban sin pausa desde el siglo XVI, sobre
todo porque en la mayoría de los casos implicaba la desintegración de comunida-
des y familias, motivo de persistente encono.1
La experiencia de la desnaturalización por vía marítima en particular fue para
los indígenas mucho más que un lejano recuerdo del pasado. Su vigencia se pro-
longó en relación a los conflictos interétnicos que tuvieron lugar en otros sectores
del borde meridional del imperio durante los siglos XVIII y XIX. En las pampas
y norte de Patagonia las autoridades coloniales, pero también las postcoloniales y
nacionales ordenaron a menudo la deportación de líderes nativos y de miembros
combatientes y no combatientes de sus parcialidades a la Banda Oriental, a las Islas
Malvinas, o finalmente a la Isla de Martín García.2
1 Las cuestiones de esa creciente deuda social y de las prácticas vindicatorias, incursivas y bélicas
incorporadas a las normas de vida indígenas (ad mapu en mapu dungum) han sido tratadas en
distintos trabajos. Sin ánimo de agotar la nómina, dirigimos la atención del lector a las citas en
notas más abajo.
2 No obstante su importancia, estas últimas y numerosas deportaciones no serán objeto de tratamiento
en esta ocasión.
326 Devastación
El discurso
Las palabras que evocan el extrañamiento por mar llegan hasta nosotros bajo la
forma de auténticas narrativas del horror.
En lo que se refiere a la región pampeano-nordpatagónica, escuchamos jirones
de ese discurso, admoniciones de viva voz transcriptas por los administradores
fronterizos coloniales y criollos como prueba de la reluctancia indígena. Así por
ejemplo, durante el invierno de 1788, en el curso de las guerras entre pehuenche y
huilliche de esa segunda mitad del siglo, uno de los caciques beligerantes, el cor-
sario Llanketur, se dirigía a los parciales de su enemigo –el lider pehuenche Ancan
Amún– sitiados en un malal de Malargüe, asegurándoles que los españoles, a quie-
nes los asediados insensatamente consideraban aliados consecuentes, terminarían
por traicionarlos, matándolos o “llevándolos en un navío a su tierra”, castigo con
cuya evocación esperaba desactivar siquiera en parte esa colaboración.
Poco antes (1779), en medio de unas arduas negociaciones de paz precedidas
y jalonadas por episodios violentos, el cacique Calpisqui se negaba empecinada-
mente a viajar a Buenos Aires para concretarlas, en vista del previo encarcela-
miento preventivo de su hermano Cayupilqui en la ciudad. En esa época, se habían
producido también las deportaciones de los caciques Flamenco (1770) y Toroñan
(1774), y en el mismo año de 1779, las de Lincognir, Lincopangui y Valerio, todos
3 Con relación a estas cuestiones, Greene 1944; Piersen 1977; Inikori 1996; Bly 1998, pp. 180-181;
Behrendt et al. 2001; Richardson 2001, 2003; Postma 2004, 2008; Alexander 2007; Smallwood
2007; Taylor 2006; Marcum y Skarbek 2014.
Indios desnaturalizados... 327
Murió Cañiuquir y muchos con él. Cautivadas sus mujeres y sus hi-
jos que ya muchos habrán hido a morir al otro lado del mar... ¿Qué
dicen de esto? ¿Se puede uno confiar?6
Además, el terrible castigo también podía ser augurado y en este caso, mostraba
plenamente su efecto disuasorio. Carripilun, sobrino de aquel Llanketruz que men-
cionamos antes, le manifestaba a Luis de la Cruz:
Muchos años separan las emisiones de todas estas palabras que, sin embargo, sor-
prenden por su similitud. En principio, es posible identificarlas con un tópico del
discurso del aukan, una incitación a la rebeldía o a la resistencia que actualiza la
memoria histórica de eventos reales.8
Pero además integran la etnografía indígena de los cristianos y presentan ca-
racterísticas análogas a las que Joseph Jastrzembski percibió en referencias apache
respecto de sus contendientes mexicanos, a quienes los chiricahua consideraban un
compendio de la cobardía y la traición.9 Se trata de un discurso dramático dotado
de un particular énfasis agregado por el narrador, quien en ciertos casos lo comple-
menta con su propia inclusión como protagonista de los eventos ocurridos, recursos
ambos que contribuyen a reafirmar la veracidad de un relato, cuyo almacenamiento
en la memoria colectiva explica su larga persistencia y permanente reactualización.
Entre los indios de nuestra región (como asimismo entre los apache) se verifi-
caba la frecuente alusión a las ciudades traicioneras, aquellos espacios (warria en
mapu dungum) tan distintos a los propios, en los que el arribo de una partida para
negociar o comerciar colocaba a sus integrantes en riesgo cierto de ser atacados a
traición, eliminados, y dispersados los sobrevivientes.10
No es casual, por cierto, que los comerciantes indios que las visitaban recibie-
sen un nombre específico (huinca hutran) que distinguía ese quehacer peligroso, el
ingreso a un mundo ajeno donde la vida siempre estaba en juego.
En ese contexto, la desnaturalización se convertía entonces en el último acto de
una desaparición. Quienes quedaban atrás intuían un largo viaje sin retorno de los
ausentes, cuyo punto de partida estaba inexorablemente relacionado con las pobla-
ciones y ciudades habitadas por cristianos.
Veamos ahora los acontecimientos en sí mismos.
Las deportaciones
En cuanto a las deportaciones en sí, durante el periodo y en los espacios objeto
de análisis, pueden dividirse en dos categorías, teniendo en cuenta el número de
afectados y sus destinos.
En primer lugar, encontramos eventos que involucraron a una persona o a una
cantidad pequeña de personas trasladada a grandes distancias.
Dejando a un lado el destino peninsular ciertamente excepcional de Calelián y sus
compañeros (que conoceremos enseguida), en las pampas se reitera Malvinas como
lugar más habitual de confinamiento, sobre todo si se trata de líderes indígenas que se
consideraban peligrosos. En general, se trató de una o pocas personas a quienes se des-
vinculaba radicalmente de sus comunidades, aislándolas en un lugar que, por sus ca-
racterísticas geográficas, población existente y condiciones de vida, tornaba inviable
una sublevación. Tampoco se registran amotinamientos durante esas navegaciones.
Asimismo, cierta documentación entrega tenues datos que indirectamente per-
miten inferir deportaciones femeninas al archipiélago. Se trata, por ejemplo, de la
mención a once mujeres de entre veinticinco y cuarenta años que fueron remitidas
desde las Islas Patagónicas de regreso a Buenos Aires a principios de 1785 y con-
finadas en la Casa de Recogidas capitalina. Su presencia y procedencia quedaron
asentadas en la Relación de Yndios e Yndias pampas elaborada por la administra-
ción de la residencia en julio de ese año.11
10 Lance Blyth analizó las relaciones particularmente violentas entre los chiricahua y la población
mejicana de Janos y percibió varios ejemplos de esa conducta predatoria, y también los sucesos
de Casas Grandes en 1880, cuando los apache negociaron la paz para comerciar, permitiéndoseles
entonces entrar y salir de la ciudad durante varios días, hasta que bajaron la guardia y fueron
víctimas de una artero ataque (Blyth 2012, 198-199).
11 AGN, División Colonia, Sala IX, 21.1.5., 15 julio 1785. En este caso, la documentación no nos deja
Indios desnaturalizados... 329
En segundo lugar y por lo general, los contingentes más numerosos, como fue-
ron los integrantes de los grupos de Calelian, de Toroñan y de Lincopangui, solían
ser deportados a la Banda Oriental. Montevideo y San Francisco Soriano fueron
dos sitios de reclusión que se reiteran. Un viaje como este no daba lugar a subleva-
ciones, debido a que su brevedad impedía detectar las debilidades en el sistema de
vigilancia, reunir recursos y planificar una acción colectiva.
No obstante, en otros casos e independientemente de la extensión de la nave-
gación, cuando una embarcación se hallaba en proximidades de la costa, se echó
mano al intento de fuga con alguna probabilidad de éxito.
Alonso de Ovalle, cronista del reino de Chile, durante una navegación hacia
Lima en la que se avanzaba siempre con la tierra a la vista, fue testigo de la “buena
maña” de un grupo de prisioneros nativos que esperaron la oportunidad en que les
pareció que el barco se aproximaba al continente más de lo habitual para lanzarse
al agua “sin ser sentidos”, de modo que, cuando los echaron de menos, ya fue tarde
para recapturarlos.12 Días después, un indio anciano que integraba el grupo de los
anteriores y a quien el narrador supone que ellos habían preferido no sumarlo a la
peligrosa huida en razón de su edad, no quiso conformarse con que pudiera decirse
de él que permaneció a bordo por cobardía. Sorpresivamente, acuchilló entonces
a su amo y saltó sobre la borda, yéndose “como azogue entre las manos”, aunque
luego le dieron muerte a tiros, sin lograr que cesase de nadar y se entregase.13
En términos similares y muchos años más tarde (1788), se registra el escape del
cacique Canelo y de un compañero, quienes se arrojaron con rapidez al agua apro-
vechando un descuido de sus captores y hallándose el bergantín que los trasladaba
en la boca del Río Negro. Canelo perdió la vida en el mar, pero el restante fugado
logró alcanzar la costa.14
Los motines
Hubo dos célebres amotinamientos.
1. El primero de ellos fue encabezado por el cacique Calelian y tuvo lugar a bordo
del Asia en 1745. Aquí sólo presentaremos una breve contextualización del evento,
remitiendo la atención del lector interesado en conocer con más detalle las causas y
circunstancias de la deportación de Calelian y de los restantes protagonistas nativos
de la sublevación a los dos trabajos que se mencionan en la nota al pie.15
Luego de los acuerdos de 1742 establecidos en Sierra de la Ventana por Cris-
tóbal Cabral de Melo con un conjunto de siete caciques de las pampas, se abrió un
lapso durante el cual se intensificó el comercio inter-étnico. La mayor afluencia de
ver si fueron deportadas todas al mismo tiempo o no, y tampoco si volvieron juntas a Buenos Aires
o separadamente.
12 Ovalle 1646, 96.
13 Ovalle 1646, 96-97.
14 Buscaglia 2015, 69.
15 Villar 2004, Campetella 2008.
330 Devastación
16 María Andrea Campetella señala que el Cabildo, alarmado por la poca disponibilidad de cabezas,
había solicitado al gobernador Domingo Ortiz de Rozas que la solucionase (2008, 303, nota 6).
17 Expediente seguido para esclarecer si el Cacique Calelián y sus parciales han sido cómplices en el
robo de haciendas, despojo de casas, muertes y cautiverios que ejecutaron los Indios en el Pago de
Luján, por el mes de julio de 1744. Año de 1744, en copias de documentos del Archivo General de
Indias depositadas en Carpetas del Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires.
Indios desnaturalizados... 331
tras la mayoría de los hombres, mujeres y niños eran deportados a la Banda Orien-
tal, al cacique y a doce de sus hombres se los internó en la cárcel de Buenos Aires.
Posteriormente, para neutralizar el peligro de fuga y con el propósito de dejar su
castigo en manos del rey, Ortiz de Rosas dispuso que se los transportase a España
en el navío Asia que en ese momento se estaba aparejando.
El Asia era una fragata de sesenta y cinco cañones construida en el arsenal de
la Habana en 1735. Integró como nave insignia la malograda flota despachada por
Madrid en 1740 al mando del almirante José Alfonso Pizarro para impedir los ata-
ques ingleses a los establecimientos españoles sobre las costas del Pacífico que se
proponía llevar a cabo la expedición comandada por George Anson.18
Ninguno de los navíos bajo el comando de Pizarro logró cruzar el Cabo de
Hornos y la mayoría de ellos se perdió en distintas circunstancias y momentos a lo
largo de la frustrada empresa. En febrero de 1742, luego de fracasar en dos intentos
de atravesar el Paso de Drake, el Asia fue fondeado en Montevideo. En octubre de
1743, se decidió que el almirante volviera de Chile (donde había viajado por tierra)
y regresara a España embarcado en la fragata, llevando consigo los caudales que
pudiera entregarle el virrey del Perú.19
Pero la inspección realizada a bordo determinó que el Asia no se encontraba en
condiciones de navegar. Además de desarbolado del palo mayor y del trinquete,
toda la obra por encima de la línea de flotación estaba podrida a causa de una pro-
longada falta de mantenimiento.
Dado que Montevideo no era el lugar adecuado para realizar reparaciones, so-
bre todo a causa de las dificultades en conseguir los materiales necesarios para
el reemplazo de los mástiles perdidos, se dispuso el traslado de la nave a Buenos
Aires.20
Una vez concluidos los trabajos, sobrevino la dificultad de reunir la tripula-
ción requerida. El Asia había salido de Cádiz en 1740 con setecientos tripulantes.21
En su primer intento de cruzar hacia el Pacífico perdió la mitad de la dotación22
y durante la larga estadía en Montevideo desertaron varios hombres debido a la
ausencia de pagas, de modo que, al momento de soltar nuevamente amarras, se
hallaban a bordo sólo 291 tripulantes –únicamente cincuenta y nueve eran marine-
ros–,23 número que incluía una cierta cantidad de prisioneros europeos –veintisiete
24 La cantidad de prisioneros está consignada en el Estado de los Of.s maior.s de Mar, de Artilleria
Gente de àmbas proffecion.s de Ynfanteria de su Guarniz.on q.e sirven à su Magestad en este Vagel
con expresion de Pasag.s Plata y efectos que conduce. Concurvion, 20 enero 1746. AGSim, SM,
Legajo 399-2, Documento 883).
25 Barros Arana 1886, 129; Villar 2004, 15.
26 Las versiones más detalladas del motín aparecen en los escritos de Morris y Campbell. El segundo,
precisamente en su condición de reconciliado disfrutaba de una cierta libertad de movimientos que
le permitió enterarse de mayores detalles que su ex-conmilitón. No obstante, la narración de Morris
ha sido bastante más visitada que la de Campbell. Los informes de Escobedo y Pizarro y el resto de
la documentación relativa al Asia se conservan en los legajos de la Secretaria de Marina del Archivo
General de Simancas y por lo que sabemos no han sido citados hasta el momento.
27 Walter 1744, 187 y siguientes.
28 Morris 2004 [1751], 121 y siguientes.
29 Campbell 1747; Morris 2004 [1751], 124; Escobedo 1746; Pizarro 1746.
30 Campbell 1747; Morris 2004 [1751], 121; Escobedo 1746; Pizarro 1746.
31 Campbell 1747; Morris 2004 [1751], 123.
Indios desnaturalizados... 333
Aunque el almirante Pizarro, por su parte, se limitó a mencionar que los amo-
tinados esgrimieron cuchillos de marinero y nada agregó del restante armamento,
Morris añade que los indios habían estado cortando en secreto las lonjas de cuero,
ocultándolas luego cuidadosamente, y que se adueñaron de cuchillos con punta
aguzada llamados holandeses, de uso habitual en los barcos.
Si fue así –y todo indica que lo fue– la lasitud con que se vigilaba a los nativos
resultaría difícil de superar y la responsabilidad de Pizarro al respecto es indudable.
Quizá el hecho de que se hubiese dispuesto que los indios prestaran algún servicio
en la maniobra del barco, como expresa Morris32 y el mismo almirante lo confirma
en su informe,33 contribuya a explicar siquiera parcialmente que los controles no
fueran tan estrictos, franqueándoles el acceso a los cuchillos, cueros y balas sin ser
notados.
El amotinamiento se precipitó al sobrevenir un maltrato sufrido por Calelian
a manos de un oficial español, que le ordenó de mala manera subir a la arboladu-
ra. El cacique se negó y aquel la emprendió a golpes, dejándolo ensangrentado y
tendido en la cubierta.34 Apenas recuperado Calelián, él y los suyos reaccionaron
con violencia y lograron eliminar a once personas (oficiales y marineros) y herir
a veintisiete, de los cuales fallecieron cinco en días posteriores, según el cómputo
oficial.35 Las cifras proporcionadas por Campbell coinciden respecto al número
de muertos, difieren en los heridos, y son inexactas en cuanto a que el capitán del
barco y dos oficiales se contasen entre los fallecidos.36
Los nativos se mantuvieron firmemente adueñados del castillo de popa a lo lar-
go de dos o tres horas, mientras los españoles trataban con dificultad de organizar
el contra-ataque, durante el cual finalmente mataron a pistoletazos a Calelian y dos
de sus seguidores.37 El resto decidió arrojarse al mar para privar a los cristianos del
placer de matarlos, como gritaban a voz en cuello.38
Campbell y Morris denuncian la morosa cobardía de los oficiales españoles,
y el primero se atribuye, junto con otro oficial irlandés, la enérgica exhortación a
responder con rapidez al golpe de los sublevados. Todos los autores concuerdan en
que los indígenas actuaron solos, aunque en el relato de Morris vemos a Calelián
tratando de sumar sin éxito a los prisioneros ingleses.39 Al no conseguir aliados, los
doce hombres decidieron aventurarse, aun cuando fuera difícilmente alcanzable el
objetivo de controlar una tripulación numerosa.40 Seguramente los impulsaba el
estar conscientes de que el paso del tiempo obraba en su contra, al alejarlos más y
más de la costa y del punto de partida.
Con respecto a ese fallido intento de coaligarse, debe agregarse que, dentro del
conjunto de prisioneros (tanto los consultados por Calelian como los restantes),
había gente con experiencia en navegación y muchos de armas tomar. Si hubieran
estado enterados de la existencia a bordo de un enorme caudal en plata y oro, quizá
podrían haberse sentido estimulados a actuar de acuerdo con los nativos para apo-
derarse del barco. Pero salvo la mención de Campbell sobre la fortuna embarcada,
facilitada por su proximidad a los oficiales españoles, nadie parece haber estado al
tanto de la valiosa carga. Morris, por lo pronto, no la menciona.
42 Oficio de Juan Zelarrayán a Juan Manuel de Rosas. Bahía Blanca, 8 agosto 1835, Archivo General
de la Nación [en adelante AGN] X 25.1.4a. Documento 109.
43 Cfr. el mismo documento citado anteriormente.
44 AGN X 25.1.4a. Documento 132.
45 Estos incidentes se encuentran detallados en tres informes publicados en la Memoria de Guerra y
Marina del Gobierno de la República de Chile, año 1835, Documentos números 23, 24 y 25.
46 Oficio de Rosas a Sosa, Buenos Aires, 12 septiembre 1835, AGN X 25.1.4a., Documento 137.
47 AGN X 25.1.4a., Documento 138.
336 Devastación
existentes entre Calfucura y los indios de Chile, Coñuepan comenzó a dudar de las
verdaderas intenciones de los embajadores y sus mandantes.
Es en ese momento que Sosa, alarmado por las averiguaciones de Venancio y
temiendo que la guarnición no pudiera controlar eventuales fugas o repeler ataques
riesgosos para la seguridad del establecimiento, sugirió descomprimir la peligro-
sa situación trasladando los prisioneros a Buenos Aires. El fuerte, en verdad, no
contaba con instalaciones suficientes para alojar a tantos detenidos: sólo la gente
de Namuncurá colmaba los calabozos disponibles y un rancho. Se los mantenía
inmovilizados con cepos o acollarados para dificultar sus movimientos y tanto en
esas condiciones de reclusión como en las periódicas salidas a realizar las tareas de
limpieza que se les habían impuesto se hacía imprescindible distraer soldados de
otras actividades para afectarlos a su estricta vigilancia.48
Persuadido de la seriedad de las razones esgrimidas por Sosa a las que se agre-
gaban informes adicionales que el propio Rosas recogió por otros conductos, el go-
bernador ordenó al comandante de la guarnición Martiniano Rodríguez, con fecha
28 de abril de 1836, que embarcase hacia Buenos Aires a todos los prisioneros en
el bergantín Río de la Plata.49
El traslado se realizó el 30 de junio siguiente e incluyó a Namuncura y al resto
de los indígenas capturados junto con él en 1834, a los apresados en 1835 y a los
boroganos entregados por sus caciques. En esa ocasión, Sosa le hizo llegar a Rosas
su sugerencia de que todos fueran eliminados a su arribo.50
A diferencia del Asia, el Río de la Plata en particular carece de biografía. Nada
sabemos de él, salvo que su capitán fue Santiago Dasso, un marino ligado a la mo-
desta actividad naviera regional en esa etapa fundacional. Durante años, al coman-
do de distintos barcos, cubrió la ruta marítima que vinculaba Buenos Aires, Bahía
Blanca y Carmen de Patagones, transportando personas, mercancías y correo, prin-
cipalmente por cuenta del gobierno.
Pero en términos generales, los bergantines, dotados de dos palos y de un ve-
lamen de gran superficie y distintos formatos combinados, eran naves rápidas y de
buena maniobrabilidad, si bien no estaban acondicionados para el transporte de pri-
sioneros, de manera que no se disponía de instalaciones que facilitaran su control.
El grueso de la información relativa al motín y a los antecedentes de los pri-
sioneros embarcados está contenido, como venimos viendo, en las cartas y oficios
intercambiados por las autoridades del fuerte y el gobierno provincial en momentos
más o menos contemporáneos con su ocurrencia, actualmente depositados en el
Archivo General de la Nación, Secretaría de Rosas. Existen además una serie de
textos posteriores (documentales y ficcionales) referidos sobre todo al fusilamiento
de los indígenas embarcados en el Río de la Plata, cuya ejecución masiva fue uno
de los crímenes reprochados al restaurador en términos político-propagandísticos
e incluso en el terreno judicial después de Caseros. Ricardo Salvatore ha analiza-
Palabras finales
Agreguemos, por último, que, aunque los motines descriptos son los únicos dos
registrados en la región en el término de un siglo, esa infrecuencia –sin perjuicio
de que pudiera haber algún otro que desconocemos– no debiera dar pábulo por sí
sola a la conclusión de que fueron pocos. En realidad, expresa la excepcionalidad
de las circunstancias en las que pudo tener lugar un botín protagonizado por hom-
bres carentes de experiencia marinera e impulsados únicamente por la desesperada
situación de extrañamiento que vivían.
Es una buena prueba de ello que los motines en barcos esclavistas, encarados
por prisioneros que en cierta medida se hallaban en condiciones personales y en
circunstancias análogas a los indios sublevados, tampoco fueron muchos aunque
provocaron gran impacto.
encomendó a unos esclavos que limpiasen las azagayas empleadas luego en el motín; en el De Zon,
la caja de herramientas de carpintería quedó por un instante al alcance de los prisioneros que se
sublevarían (Alexander 2007).
60 El término remite precisamente a la idea de que se trata de una persona que habla la lengua de
Castilla y está familiarizada con las costumbres de los cristianos.
61 Taylor 2006, 41-66.
340 Devastación
Cuadro 1
Deportaciones (siglo XVIII)
Fuentes. Calelian: Villar 2004, Campetella 2008. Flamenco: Crivelli Montero 1991, Taruselli 2010.
Toroñan: Villar & Jiménez 2013. Lincopangui y Valerio: Crivelli Montero 1991; Oficio de Francisco
Valcarce al Virrey Arredondo, Luján, 12 noviembre 1791 (Archivo General de la Nación [AGN] IX
1.6.5. foja 164). Lincognir: Crivelli 1991, Testimonio del Expediente óbrado ene. Superior Gobierno
de Buenos Aires, sobre haberse denegado las Pazes alos Indios Aucazes, Buenos Aires, 23 octubre
1780 (Archivo General de Indias [AGI], Audiencia de Buenos Aires [ABA], 60); Cayupilqui: Oficio de
Francisco Valcarce al Virrey Arredondo, Luján, 12 noviembre 1792 (AGN IX 1.6.5. foja 164), Oficio
del Comandante de Chascomús José Peralta al Virrey Vertiz, Chascomús, 19 noviembre 1779 (AGN
IX 1.4.3., foja 39), Oficio del Comandante de Chascomús José Peralta al Virrey Vertiz, Chascomús,
30 noviembre1779 (AGN IX 1.4.3., fojas 40), Oficio del Comandante de Chascomús José Peralta al
Virrey Vertiz, Chascomús, 4 diciembre 1779 (AGN IX 1.4.3., fojas 41), y Oficio del Virrey Vertiz a José
de Galvez, Buenos Aires, 1 enero 1781 (AGI, ABA 60). Canelo: Buscaglia 2015.
CAPÍTULO XV
La rebelión indígena de 1693
Desnaturalización, violencia y comercio
en la frontera de Chile1
Sebastián Leandro Alioto
E
n el año de 1693, casi un siglo después del gran levantamiento indígena
que destruyó las siete ciudades españolas de la Araucanía,4 y media centu-
ria después de que las paces de Quillín (1641) pusieran provisorio fin a la
Guerra de Chile iniciada con aquel, una nueva rebelión indígena puso en vilo a la
estructura colonial hispana en la región centro-sur chilena.
1 Este texto fue publicado originalmente en Anuario de Estudios Americanos, vol. 71 no. 2 (julio-
diciembre 2014), pp. 507-537.
2 Archivo Nacional de Chile (ANC), Real Audiencia, 3003, f. 98v. Carta de Jerónimo de Quiroga a
la Real Audiencia de Chile, Concepción, 24 de marzo de 1694. Otra copia en Archivo General de
Indias (AGI), Chile, 125.
3 Rosales 1910 [1672], 209.
4 En 1598 se produjo un levantamiento general de los nativos de la Araucanía, a quienes los españoles
pretendían haber sometido desde mediados del siglo XVI, principalmente debido a los abusos come-
tidos por los encomenderos, que utilizaban la mano de obra indígena sobre todo para extraer oro de
lavaderos (sobre la importancia del oro y del control de la mano de obra indígena ver Zavala Cepeda
2014). Cayeron en manos indias y fueron destruidas las siete ciudades fundadas al sur del río Bio-Bio,
cuya población debió refugiarse en Concepción y en la isla de Chiloé. A partir de entonces, ese curso
fluvial constituyó el límite fronterizo entre ambas sociedades. Francis Goicovich (2002, 2006, 2007)
ve allí el paso de la “etapa de conquista” a una “etapa de transición” caracterizada por la tensión entre
los proyectos de misioneros y de vecinos y militares respecto de la dominación de los nativos. Sobre
detalles de la rebelión y su época ver especialmente el clásico libro de Crescente Errázuriz (1881) y
el trabajo de Goicovich (2002). Las negociaciones de paz de los años previos a la rebelión son vistos
por Zavala Cepeda, Dillehay y Payàs (2013) como una forma temprana de pacto fronterizo semejante
a los parlamentos que se institucionalizarían en el siglo siguiente.
344 Devastación
5 Barros Arana 1999, 189-214. Una visión más semejante a la nuestra en Obregón Iturra 2011.
6 La Real Cédula no se ejecutó hasta 1610, y entre 1610 y 1674 conoció épocas de derogación
temporal, especialmente durante la Guerra Defensiva (1612-1626), catorce años en los que la
disposición estuvo anulada por órdenes de Felipe III y el virrey marqués de Montesclaros. Un
estudio de las prácticas del comercio esclavista durante el período de legalidad en Díaz Blanco
2011a.
7 Sobre la relación entre guerra y esclavitud indígena durante la Guerra de Arauco, ver el clásico
trabajo de Jara (1971). Sobre las malocas esclavistas del siglo XVII realizadas desde Chiloé, ver
Urbina Carrasco 2009, 75-106.
8 Recordemos que en el Reyno de Chile el gobernador, además de cumplir funciones militares en su
condición de capitán general, presidía la Audiencia de la jurisdicción.
9 Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009, 21. La desnaturalización estuvo lógicamente vinculada a
la esclavitud desde el siglo XVI, puesto que los indígenas tomados como esclavos eran siempre
relocalizados ya fuera en puntos de la frontera, en Chile central o en Perú, con vistas a su explotación
económica (Valenzuela Márquez 2011); sobre la relocalización en el valle de Aconcagua vinculada
al servicio personal ver Contreras Cruces 2013.
La rebelión indígena de 1693
345
aremos, porque podía ocurrir que los ministros y oficiales reales acapararan en su
favor el tráfico, sacando ventaja del escaso control que se ejercía sobre ellos, y ob-
teniendo así un beneficio económico extraordinario en desmedro de los pequeños
comerciantes, que no tenían oportunidad de oponerse, y de los propios indígenas.
La manipulación del intercambio también podía terminar motivando descontento y
violencia en la frontera, en tanto se afectaran intereses y aquellos derechos que los
nativos consideraran adquiridos para sí.
En febrero de 1694, la Audiencia del Reyno de Chile, que había recibido varias
denuncias al respecto, entre ellas las del ex-maestre de campo Jerónimo de Quiro-
ga, decidió realizar una averiguación para informar al rey de las acusaciones que
pesaban sobre Marín de Poveda. El enfrentamiento político entre el presidente y
sus colaboradores (civiles, militares y eclesiásticos) por un lado, y los oidores de
la Real Audiencia y ciertos oficiales fronterizos desplazados –como es el caso de
Quiroga– por otro, nos permite visibilizar documentalmente un estado de cosas
que en circunstancias distintas hubiese pasado inadvertido. El expediente que esa
contienda generó10 arroja una luz esclarecedora sobre los juegos de intereses que
pesaban en la región fronteriza, y que resultaron en el ejercicio de violencia contra
los nativos, provocando su reacción.
Dos tipos de acusaciones inquietaban, entonces, al presidente y sus agentes.
Una, vinculada con la política de desnaturalización de los indígenas: la ambición
de reducirlos a pueblos y a misiones y de hacerse de trabajadores indígenas,
aprovechando las enemistades internas y las acusaciones de brujería, llevó a cas-
tigar a muchas familias con la relocalización forzada, forjando en los nativos una
reacción basada en el temor. La restante, con los intereses económicos en juego: el
presidente sostenía un comercio con los indios monopolizándolo en su sola mano,
autorizando solamente el conchavo11 a personas de su confianza; también mane-
jaba el comercio fronterizo a través de sus propias tiendas instaladas en todas las
poblaciones de la frontera, impidiendo que otros comerciantes pudieran hacerlo
por su cuenta. El contenido de las denuncias se ve complementado por las cartas
escritas por Jerónimo de Quiroga contra la administración del gobernador, y una
serie de documentos adicionales que ayudan a completar una imagen de lo que
ocurría en aquellos años en el poco tranquilo Reino de Chile. Esas fuentes, de
gran importancia tanto por la diversidad de actores que toman la palabra, como
10 AGI, Chile, 125, fs. 1r-82r. “Expediente sobre las discordias entre la Audiencia y el Gobernador
D.n Tomas Marín: años de 1661 à 1702”. La implantación inicial de la Real Audiencia en Santiago
implicó, como en otras partes de América, conflictos de competencia con las élites locales nucleadas
en el Cabildo, que pronto se reacomodaron (Valenzuela Márquez 1998); pero la convivencia con
los gobernadores no siempre fue tranquila, como ocurrió en este caso: ver las repetidas quejas de
Marín al rey sobre la oposición de la Audiencia a sus políticas en Pinedo, 2011, 147-150; sobre la
rivalidad de Marín con la Audiencia y con Jerónimo de Quiroga, ver Carvallo i Goyeneche 1875
[1787], 200-204.
11 Así se denominaba en la época al intercambio comercial, en especial al que tenía lugar entre
españoles e indios. Los españoles que se dedicaban a ese comercio interétnico eran llamados
conchavadores.
346 Devastación
12 Esa documentación oficial, consistente sobre todo en cartas del propio Marín de Poveda al Rey, fue
utilizada extensamente por Diego Barros Arana (1999) y por Javier Pinedo (2011).
13 Sobre la familia y sus vínculos en la península, ver Andújar Castillo y Felices de la Fuente 2011;
Sánchez Ramos 2011.
14 Carta de Marín de Poveda al Rey, 26 de abril de 1693, citada en Barros Arana, 1999, 193. Fue justo
en este momento que el término “parlamento” pasó a designar en Chile el “acto de concertación de
paces entre españoles y mapuches”: Zavala Cepeda 2012, 154.
15 Zavala Cepeda 2012, 154. Leonardo León (1992), que transcribió y analizó extensamente el texto
producto del parlamento, lo consideró el inicio de un nuevo pacto colonial hispano-araucano; su
estudio se interesa más por las novedades retóricas que allí aparecen que por el cumplimiento
efectivo de las promesas mutuas realizadas en el parlamento.
La rebelión indígena de 1693
347
16 Barros Arana 1999, 195. No debe considerarse, sin embargo, que durante el siglo XVII chileno
misiones y fuertes hayan estado separados, pues iban de la mano, lo mismo que la evangelización
y el control militar de los indios, a quienes se aspiraba a mantener bajo la doble tutela de la Iglesia
y del monarca: Valenzuela Márquez 2011, 62-66.
17 Acerca de la compleja condición étnica de los indígenas de la región ha habido una discusión en
los últimos tiempos: Boccara (1998) ha visto un proceso de etnogénesis que, a partir del contacto
con los europeos, transformó a los antiguos reche del siglo XVI en mapuche para el siglo XVIII.
Zavala, en cambio, rechaza esa doble designación enfatizando la ausencia de una franca ruptura
identitaria y la evidente continuidad étnica que, a pesar de los cambios sufridos durante ese largo
período, presentaron los mapuche históricos, en una línea que el propio pueblo mapuche reivindica
hasta la actualidad (Zavala Cepeda 2003).
18 El ad mapu era el conjunto de ideas, creencias y prescripciones tradicionales de los reche/mapuche.
Entre sus reglas, una de las más notables era la que obligaba a los parientes de un muerto o agraviado
a vengar el daño y buscar justicia para su grupo parental. Esa costumbre resistía la intervención de
una fuerza externa y superior que la impartiera; en los grandes cacicatos de origen mapuche de las
pampas, por ejemplo, recién en el siglo XIX se percibirá una tendencia en los caciques a concentrar
en sus personas funciones judiciales aceptadas como tales por las partes en conflicto (Jiménez y
Alioto 2011).
19 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 113r. Carta del Cabildo de la Concepción al Rey, Concepción, 20
de septiembre de 1695. En las citas documentales, las abreviaturas han sido desplegadas, se han
separado las palabras que están escritas juntas, y se colocó mayúsculas en los nombres propios. Por
lo demás, se mantuvo la grafía original de los documentos.
20 AGI, Chile, 159, sin foliación. Carta del rey a Tomás Marín de Poveda, Madrid, 21 de febrero de
1695.
21 Petit-Breuilh Sepúlveda 2011, 136-137.
348 Devastación
donde los españoles estaban muy dispersos en las haciendas: una de ellas fue Talca,
a orillas del Maule,22 donde, como veremos, el gobernador mandó a asentar una
parte de los indios desnaturalizados.
Dentro del marco de esos intentos de reforma, una de las decisiones de más gra-
ves consecuencias de la política fronteriza de Marín fue el cambio en el elenco de
encargados superiores de las relaciones interétnicas. Reemplazó al maestre de campo
Jerónimo de Quiroga23 y al comisario de naciones24 Fermín de Villagrán por Alonso
de Figueroa y Antonio de Soto Pedreros respectivamente. El presidente tomó esa
decisión a pesar de que los indígenas habían advertido a las autoridades en distintas
ocasiones que rechazaban terminantemente la designación de Figueroa, y sabiendo
además que habían amenazado con alzarse en el caso de que se produjera.25 Tanto es
así que ya el anterior gobernador Joseph de Garro se había abstenido de nombrarlo
para el cargo, sabiendo de la mala fama que tenía entre los indios26 y aunque Marín
de Poveda prometió lo mismo, no cumplió; los nativos aseguraban que
¿En qué consistían esos malos tratamientos? Aparentemente, Figueroa se las había
ingeniado, con su destrato, para disgustar a todos los nativos en general, incluso a
los costinos28 que siempre fueron aliados de los españoles. Encontrándose de visita
22 Díaz Blanco 2011b. El villorio de entonces fue el origen de la actual ciudad del mismo nombre.
23 Quiroga tuvo, a partir del desplazamiento de su cargo y del desacuerdo con las políticas fronterizas
que impuso el nuevo presidente, una disputa política y personal con él que llegó a niveles muy
ríspidos: Medina 1906, 714-716; Barros Arana 1999, 207 nota 28. Obregón Iturra piensa que es
posible que la última parte de su obra histórica sobre la guerra de Chile (Quiroga 1979 [1610]),
referida a la segunda mitad del siglo XVII, le fuera secuestrada junto con otros papeles por orden
del gobernador Marín: Obregón Iturra 2011, 109. Sobre la visión crítica de Quiroga respecto de las
políticas seguidas en la frontera de Arauco, ver Espino López 2012.
24 Sobre esta institución ver Villalobos 1982, 183-187.
25 AGI, Chile, 125, f. 10r. Declaración de Juan de Cisneros, “Expediente sobre las discordias…”.
26 AGI, Chile, 125, f. 45r. Testimonio del capitán Juan de Ugarte Urrispuro, “Expediente sobre las
discordias...”.
27 AGI, Chile, 125, f. 61r. Declaración del alférez Joseph del Portillo, “Expediente sobre las
discordias…”. Lo mismo declararon otros testigos, como el vecino Juan Flores (“Expediente…”,
fs. 36v-37r) y el capitán Juan Francisco de Artasgos (“Expediente…”, fs. 66v-67r).
28 Los españoles denominaban así a los indígenas situados sobre la costa del mar, al occidente de
las montañas de Nahuelbuta; y llamaban llanistas a los grupos que ocupaban los valles y llanos
interpuestos entre esas montañas y la cordillera de los Andes. Goicovich (2006, 2007) afirma que
las grandes alianzas geoétnicas que en el siglo XVII (y aun más en el XVIII) conformarían los
vutanmapus estaban esbozadas ya en la rebelión de 1598, pero solamente en ocasión de guerra;
sería gradualmente durante la centuria siguiente que los vutanmapus se hicieron confederaciones
visibles a los efectos de concertar la paz en los parlamentos. Sobre la organización sociopolítica
mapuche ver Boccara, 1998 y Zavala Cepeda y Dillehay, 2010.
La rebelión indígena de 1693
349
por la zona, “dio de palos aun Casique Prinsipal” que no salió lo suficientemente
rápido a recibirle.29 Otros testigos aseguraron también que el propio presidente
Marín agredió a un líder indio presente en el parlamento de Yumbel: según uno de
ellos, le “dio de guantadas”, provocando que el agraviado se retirase disgustado.30
A un cacique costino que le reclamó mayores regalos y que le reprochó que “devía
haser mas aprecio del dando alguna cossa a sus criados”, Don Tomás
Jerónimo de Quiroga denunció también que los costinos se quejaban de los “malos
tratamientos” del nuevo maestre de campo, entre los que incluían “averles hecho
sembrar grandes cantidades de trigo en tres parajes de sus tierras para sus intereses
con sus bueyes, arados y personas” sin pagarles ni darles alimento.32 Y agregaban
que Figueroa también los obligaba a pescar para él sin pagarles, trabajo por el que
siempre se les había remunerado.33
Pero estos agravios, sean o no totalmente verdaderos, fueron solo complemen-
tarios de los sucesos que realmente generaron gran inquietud entre las reducciones
indígenas, y que trataremos a continuación.
29 AGI, Chile, 125, f. 23r. Testimonio del alférez Luis de Oría, “Expediente sobre las discordias…”.
30 AGI, Chile, 125, f. 55r. Testimonio de Joseph de Picabea, “Expediente sobre las discordias…”.
31 AGI, Chile, 125, fs. 59v-60r. Declaración del alférez Luis de Fonseca, “Expediente sobre las
discordias…”.
32 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 106v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 20 de enero de 1694.
33 AGI, Chile, 125, f. 62v. Declaración del alférez Joseph del Portillo, “Expediente sobre las
discordias…”.
34 Según Valenzuela (2009, 236), hacia fines del XVII la acumulación y disponibilidad de una masa
de peones mestizos empieza a hacer obsoleta la esclavitud indígena. De acuerdo con Contreras
350 Devastación
Entre las distintas formas que los españoles encontraron para seguir procurándose
mano de obra indígena, la desnaturalización ocupó, al menos en el momento que
nos interesa, un lugar importante. Es cierto que lo había tenido desde la conquista,
Cruces, luego de 1674 y alejado el fantasma de la esclavitud muchos indios amigos empezaron
a pasar a tierras españolas para trabajar voluntariamente (Contreras Cruces 2005-6, 16), proceso
que continuó en el siglo XVIII. Las vías de ingreso de trabajadores indios fueron entonces dos: la
forzada de antiguos esclavos o depositados que se quedaban, o el ingreso de trabajadores libres
y voluntarios; a medida que avanzaba el tiempo, los segundos tendieron a predominar sobre los
primeros (Contreras Cruces 2005-6, 28-29).
35 Villar y Jiménez 2001, 39; ver Rosales 1910 [1672], 204-205.
36 Valenzuela Márquez 2009, 240.
37 Rosales 1910 [1672], 205-206; Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009.
38 Sobre la continuidad de las prácticas esclavistas a pesar de la prohibición real ver Obregón Iturra y
Zavala Cepeda, 2009. En sus cartas, Jerónimo de Quiroga desnuda su continuidad a fines del siglo
XVII, y relata cómo debió luchar para que el gobernador de Valdivia cumpliera con la devolución
de las piezas tomadas ilegalmente. En las ciudades sureñas de Valdivia y Osorno, la costumbre
siguió vigente hasta el final de la época colonial (Guarda 1980), al igual que en las pampas y la
cordillera (Villar y Jiménez 2001).
39 Los mapuche creían que ninguna persona joven moría naturalmente, sino por causa de un daño que
le era provocado por un brujo; siguiendo el admapu, que prescribía que el grupo de parientes de un
muerto tenía la obligación de vengarlo, los brujos eran irremisiblemente ajusticiados por los grupos
indígenas (Jiménez y Alioto 2011b).
40 Rosales 1910 [1672] 201.
La rebelión indígena de 1693
351
costa, donde algunos caciques acusaron a unas familias vecinas suyas de brujería,
“diciendo que tenían benenos para matarlos”; con esa excusa, el capitán
Los “brujos” costinos fueron enviados “dela otra parte del río Maule” a 40 leguas
de Concepción, es decir, en las cercanías de la recién fundada localidad de Talca,
y con ellos se formó un pueblo en el que, según los vecinos notables de aquella
ciudad, gozaban “del pasto espiritual con sumo provecho de sus almas”, pero so-
bre todo y más importante, con provecho de los habitantes españoles de la región
“quienes pagandoles su trabaxo sebalen dellos para el cultivo de sus labranças”.47
Según otro testigo, las sacas en el butalmapu de la costa fueron al menos dos, una
en la reducción de Arauco y la otra en Tucapel:
El comisario Soto siguió luego su camino por las reducciones de los llanos, donde
también recibió quejas acerca de los brujos: de la delación surgió una imputación
contra varias personas que fueron sometidas a juicio por haber hecho juntas secre-
tas con el fin de matar a los indios amigos de los españoles. No nos detendremos en
las interesantes circunstancias del juicio, que han sido objeto de una consideración
inicial.49 Baste decir que de los testimonios extraídos bajo tortura se supo que había
46 AGI, Chile, 125, f. 6v. Testimonio del capitán Juan de Cisneros, “Expediente sobre las
discordias…”. El cabildo de Concepción afirmó que fueron los propios caciques los que pidieron
“que los extragesen de aquellos paises en castigo de sus delitos”: ANC, Real Audiencia, 3003, f.
113r. Carta del Cabildo de la Concepción al Rey, Concepción, 20 de septiembre de 1695.
47 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 113r. Carta del Cabildo de la Concepción al Rey, Concepción, 20 de
septiembre de 1695.
48 AGI, Chile, 125, f. 19v. Testimonio del alférez Luis de Oría, “Expediente sobre las discordias…”.
Según Quiroga, Soto Pedreros sacó “de las Provincias reducidas poco mas o menos de sesenta
personas con pretexto de que las cabezas de estas familias eran brujos”; y que “de la sacada de
estos dos últimos brujos resulto en los indios una gran desconfianza de los Ministros de este
gobierno, porque es notorio a todos la mala Voluntad que tiene al Mro de Campo g.l respecto de
las hostilidades que hizo cuando los indios eran esclabos”: ANC, Real Audiencia, vol. 3003, fs.
103r-103v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile, Concepción, 20 de enero
de 1694.
49 Villar, Jiménez y Alioto 2010.
La rebelión indígena de 1693
353
50 Cuando se intentaba un levantamiento contra los españoles, quienes lo impulsaban enviaban a sus
posibles aliados una flecha que simbolizaba la intención de iniciar la guerra; la aceptación del envío
implicaba el acuerdo en participar, y quien acordaba podía a su vez promover la adhesión de otras
reducciones, haciendo circular el objeto del mismo modo.
51 El etnónimo ayllacuriche (escrito en itálica en este artículo) responde a la costumbre española
de nombrar a un grupo con referencia al cacique que los lideraba: en este caso, a los antiguos
seguidores del cacique Ayllacuriche, del rewe de Viluco, se los denominaba con ese mismo nombre,
convertido así en una etiqueta étnica.
52 Valenzuela Márquez 2009, 235; Obregón Iturra (2011, 113-114), a partir de la obra de Córdoba y
Figueroa, calcula en 175.000 pesos la fortuna acumulada por Henríquez, que fue protector de Marín
cuando este servía en la frontera y posiblemente representara su modelo político a seguir. José
Toribio Medina, sin adjudicarla exclusivamente al tráfico de piezas, eleva la suma a 700.000 pesos,
y afirma que fue “el gobernador que más rico salió del reino”: Medina 1906, 403.
53 Según Rosales, Ayllacuriche no tenía la actitud decididamente hostil que le adjudicaban los
españoles, sino que a veces no salía a negociar por el temor, bien fundado, de que los cristianos
atacarían a su gente para tomar piezas; de hecho, cuando ofreció la paz le secuestraron a los
mensajeros diplomáticos enviados y lo maloquearon: Rosales 1910 [1672], 191, 211.
354 Devastación
situación”.54 Según Eugene Korth, sin embargo, los indios depositados eran “puestos
bajo la custodia de algún hacendado que accediera a vigilar a los prisioneros a cam-
bio del privilegio de aprovecharse de su trabajo”.55 El hacendado debía compensarlos
por la labor que realizaran, pero eso sólo implicaba darles comida, casa y vestido, y
velar por su buena conducta, y no incluía el pago de un salario.56 En 1686, Carlos II
aprobó el plan de depósitos y en 1688 estableció que los indios no debían ser incor-
porados a encomiendas existentes, sino que quedarían bajo la custodia de quienes
hubieran sido designados por diez años, durante los cuales tributarían sólo al real te-
soro.57 Sin embargo, la corona aceptó en algunos casos que “los esclavos depositados
se agregaran a las encomiendas existentes o se formaran con ellos otras nuevas, si
eran numerosos”.58 Además, nuevos depósitos de indios se solicitaron sobre naturales
apresados en la guerra (o hijos de éstos), exigiéndose constancia escrita acerca de la
acción en que hubieren sido tomados, o la declaración de testigos de los hechos.59 Por
último, en 1703, Felipe V ordenó la cesación de todos los depósitos de indios
y que quedasen libres todos los que hubieren sido de esa especie,
dejando sin ninguna fuerza las asimentaciones o pueblos que de ellos
se hubiese hecho en las estancias del Reino y que tanto los indígenas
de encomiendas como los de depósitos y yanaconas, fueran reduci-
dos a parajes y sitios comodos.60
54 Hanisch 1981.
55 Korth 1968, 201.
56 Entonces, el sistema de depósito y custodia “era poco más que una variación del servicio personal, pero
con la importante distinción de que los prisioneros asignados al hacendado español no le pertenecían
en el sentido en que sus indios de encomienda sí lo hacían. Teóricamente al menos, meramente le eran
confiados hasta que la corona o bien aprobara el sistema o bien ordenase alguna otra disposición para
con los hostiles tomados en la guerra” (Korth 1968, 201-202) La medida se justificaba argumentando
la conveniencia de que los indios no volvieran a sus tierras como mandaba la cédula, porque entonces
abandonarían para siempre la cristiandad. El control ejercido por los hacendados no era absoluto: podían
ser privados de los servicios de los indios, si estos se quejaban a los corregidores por malos tratos.
57 Korth 1968, 203.
58 Valenzuela Márquez 2009, 236. Rosales aprobaba los depósitos como forma alternativa a la
esclavitud, que condenaba fuertemente: Rosales 1910 [1672], 245.
59 González Pomes 1966, 25.
60 González Pomes 1966, 15-16.
La rebelión indígena de 1693
355
las mujeres y la ociosidad”; además, se les daría la chance de escapar y unirse a los
fronterizos.61 Cuando se extinguió el sistema de depósitos de indios, sin embargo,
muchos de ellos no retornaron a sus tierras sino que “se asentaron cerca de sus an-
tiguos lugares de residencia forzosa, esta vez como hombres libres”.62
Pero ese no fue el caso de los ayllacuriche, que por cierto no se hallaban tan a
gusto en tierras españolas. Muchos de ellos se escaparon, reuniéndose con indios
fugados de otros depósitos:
Los indios de esa reducción no olvidaban que cuando Figueroa había sido goberna-
dor de Purén durante el mando de Henríquez,
Fue así que, desconfiando justamente de las intenciones de Figueroa dados sus antece-
dentes en la materia, doscientos indios se excusaron de concurrir a Concepción,
Pero ante las acusaciones cruzadas de las cuales finalmente poco de importancia
pudo obtenerse sobre las intenciones de rebelión –y aprovechando que la ausen-
cia daba pábulo a la sospecha de alzamiento–, Marín envió sacar a los renuentes
ayllacuriche con las armas, aprovechando que eran pocos y sospechando que no
generarían resistencia. Para ello comprometió además a los indios amigos a que
Se produjo entonces un desacuerdo con los indios amigos respecto de qué hacer
con esas ciento cuarenta familias: finalmente se procedió como quería el goberna-
dor y en lugar de repartirlos se ubicaron en los llanos todos juntos, en la reducción
de San Cristóbal, “con grave perjuicio” de los indios amigos y españoles por sus
“depravadas costumbres” e infidelidad.67 Esa reducción y misión de indios amigos
estaba unos kilómetros al norte del Bio-Bio, muy cerca de Yumbel, unas de las
principales guarniciones militares españolas de la frontera, con lo cual se aseguraba
una estricta vigilancia armada de los recién llegados.68
Atónitos ante lo que estaba sucediendo, algunos indios protestaron, solicitando
que las autoridades españolas liberaran a los presos, porque eran sus parientes; pero
no fueron escuchados. La insensata conducta del gobierno dio motivo a los demás
para alzarse, sospechando que la saca de familias se estaba transformando en una
política habitual con cualquier excusa, y que por lo tanto el riesgo de sufrirla los
alcanzaba a todos.
El carácter decisivo de las recurrentes desnaturalizaciones en el malestar de los
indios y en el levantamiento general constituye una convicción casi unánime de
los testigos.69 El alférez Joseph del Portillo brindó una información más completa
sobre la cuestión, que confirma que el traslado había tenido el propósito de acercar
indios a los poblados españoles para aprovecharse de su trabajo:
Dijo que en quantto a las causas del dho alsamiento lo que a oydo
decir es, que con prettesto de brujerías se sacaron muchos yndios,
de las Reduciones de Maquegua y sus contornos, Y que algunos de
dhos indios […] estavan en talca, a la orilla del Río de Maule, de esta
partte de la Ciudad de Santiago, Y asimesmo oyo decir, que otros de
dhos yndios se quedaron a Travajar, en las aciendas del maestro de
Campo Don Alonso de figueroa, Y que otros se havían repartido a
diferenttes personas y aviendo pasado este testigo a la tierra adentro
despues de susedido el alsamiento oyo decir algunos Capitanes y
66 AGI, Chile, 125, f. 8v. Declaración de Juan de Cisneros, “Expediente sobre las discordias…”.
67 AGI, Chile, 125, f. 21v. Declaración del alférez Luis de Oría, “Expediente sobre las discordias…”.
68 Ver datos sobre la localización y el volumen de las guarniciones fronterizas en Obregón Iturra
2008b.
69 AGI, Chile, 125, f. 37r. “Expediente sobre las discordias…”. El vecino Juan Flores dijo haber visto
a los indios desnaturalizados “de esta otra banda del río Maule”. El testigo alférez Fonseca sostuvo
que el levantamiento se debió a las desnaturalizaciones y a haber hecho parlamentos en Yumbel y
en Concepción.
La rebelión indígena de 1693
357
ver estos miserables [indios] que sacaban familias enteras co[n] titu-
lo de brujos para transportarlos aotras partes y condenarlos a perpe-
tua servidumbre, y temer cada uno que con sus personas, y familia
se haria mañana lo mesmo, y ver cuan a proposito eran los nuevos
cabos del Exercito para estas operaciones.71
ellos vivian en sus tierras sin apetecer otras, i que en ellas tenian
cuanto necesitaban para pasar la vida, i que el gobernador desistiese
del empeño de estraerlos de los montes donde residian gustosos en
pleno i libre uso de las costumbres que heredaron de sus predeceso-
res; i porque no seria facil hacerles abandonar sus machis, sus brujos
i sus adivinos, de quienes se valian para la curacion de sus dolencias,
como los españoles de sus médicos.72
Liderados por Millapal, una cantidad de entre 1.500 y 3.000 indios tomaron las
armas y sorprendieron en mala situación al ejército español, al que no hicieron
más daño únicamente porque extrañan “la cercanía desus casas y el amor de sus
mugeres, y dela Chicha, y lo principal porque no tienen cabesa [líder]”.73 Los 3.000
70 AGI, Chile, 125, fs. 60v- 61r. Declaración del alférez Joseph del Portillo, “Expediente sobre las
discordias…”,
71 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 109r. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 20 de enero de 1694.
72 Carvallo i Goyeneche, 1875 [1787], 196.
73 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 108v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 20 de enero de 1694.
358 Devastación
74 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 97r. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 24 de marzo de 1694. De hecho, por lo que había logrado averiguar en el juicio antes
mencionado, Marín de Poveda debió sospechar que algo así podría ocurrir, porque los acusados
que participaron en las reuniones preparatorias del abortado alzamiento hablaban allí de un amplio
arco de alianzas que partiendo de Viluco (la tierra de Ayllacuriche) reunía prácticamente a todos los
llanistas, a algunos rewes de la costa e incluso a pehuenches de ultracordillera. Quienes impulsaban
el alzamiento venían trabajando esa alianza desde hacía cuatro años, invocando agravios que
giraban sobre todo alrededor de las ventajas y la soberbia de los indios amigos de los españoles, que
llevaban a trabajar a los mocetones, quienes muchas veces morían de enfermedades introducidas:
“estos Caziques amigos de españoles nos tienen Sujetos y abasallados y en qualquier Cossa que
Se ofreze ellos se lleban toda la honrra y estimazion y no se haze Casso de nosotros y Si ay alguna
faena ellos son los que Suben a Cauallo y bienen a sacar nuestros mozetones para llevarlos al
trauajo y ellos se llevan los provechos y agasajos de los españoles y a nosotros nos tratan como a
perros y Sin hazer casso de mi Como Si fueramos Sus esclavos” (Declaración de Naguelquirque,
en “Juicio a Juan Pichuñan y otros”, Biblioteca Nacional de Chile, Manuscritos Medina, 323, fs.
149-150). El hecho de que en cuatro años no hubieran podido aun realizar el levantamiento general
que sí precipitó y catalizó la actuación del gobernador habla claramente sobre la importancia de su
intervención, aunque también marca que los indígenas tenían razones previas de descontento con
los españoles y sus aliados nativos.
75 Vargas, 1993; Contreras Cruces 2011.
76 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 97v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 24 de marzo de 1694.
77 ANC, Real Audiencia, 3003, fs. 101r-101v. Carta de Francisco Reynoso a la Real Audiencia de
Chile, Concepción, 12 de enero de 1694. Otra copia en AGI, Chile, 125.
La rebelión indígena de 1693
359
El monopolio del conchavo con los indios y las tiendas fronterizas de Marín
de Poveda
Si la desnaturalización fue el móvil principal del conflicto, y la pobre situación
del ejército un elemento facilitador, otra de las causas que los testigos invocaron
para explicar el malestar y el consiguiente levantamiento de los indios radicaba en
que las autoridades prohibieron a los conchavadores españoles pasar a comerciar
a la tierra de indios, salvo con una autorización expresa que sólo se daba a ciertas
personas adictas al gobernador, en especial religiosos y lenguaraces o capitanes de
amigos.82
Según testificó el alférez Luis de Oría, Marín tenía prohibido a los vecinos de
Concepción el comercio con los naturales, requisando las mulas y las mercancías a
los que se atrevieran a pasar tierra adentro. Sólo lo permitía a los lenguas oficiales
de sus plazas, que introducían vino y otros géneros.83 Para algunos declarantes,
todos ellos dependían del presidente, quien en última instancia detentaba el mono-
polio.84 La nueva política comercial perjudicaba a la vez a los vecinos penquistas,
que no podían usufructuar el negocio mercantil, y a los indios, porque al ir “todo
por una sola mano”85 no conseguían un precio justo para sus productos. Era el
momento en que el negocio de los esclavos declinaba y comenzaba a establecerse
entonces el clásico comercio fronterizo aún más asentado en el siglo siguiente. Los
españoles vendían vino, ropa y objetos de metal de su propia producción o importa-
dos de la península, y compraban ponchos y mantas de manufactura indígena, que
alcanzaban buen valor en los mercados coloniales.86 El impulso que llegó a tomar
ese intercambio, en un momento posterior, preocupó a las autoridades eclesiásticas
y civiles porque en pago de los ponchos indígenas los españoles vendían sus pro-
pios caballos, debilitando las defensas militares hispanas y a la vez mermando la
base imponible de los diezmos.87
El capitán Antonio de Erize confirmó que el presidente tenía “embarazado” o
dificultado el intercambio, según lo había oído de un comerciante. El alférez Luis
de Fonseca pensaba también que eran las limitaciones al comercio “de vino y otros
géneros” lo que enojaba los nativos, pues “anadie seda lizencia para el detodos los
becinos y soldados de la fronttera sino es alos curas de los tercios a los quales se
permite comerciar solo con tres cargas de vino”.88 El alférez Joseph del Portillo
explicó que durante el mando de Jerónimo de Quiroga en la frontera los concha-
vadores entraban libremente las veces que quisieran a la tierra de indios. Pero con
posterioridad a que Marín de Poveda y el maestre de campo Figueroa prohibieran
el comercio a través de un bando, comenzó a requerirse para ejercerlo una venia
oficial que las autoridades eran remisas a otorgar. El hecho de que sólo después
de que ocurriera el levantamiento se relajase el control entrañó un reconocimiento
implícito de que esa fue una de sus causas.89
lingüísticos de primer orden, lo mismo que ocurría con los misioneros; del lado rioplatense, en
cambio, los mediadores hispano-criollos fueron menos abundantes.
83 La venta de vino a los indios alcanzó una importancia tal para los españoles que un siglo después
las autoridades soñaban con que generaría en los nativos una profunda dependencia y que esta
eventualmente les reportaría su definitiva sumisión; además, daba a los productores vinícolas del
Penco una salida segura a su producción, que no encontraban en el mercado colonial peruano:
Alioto y Jiménez 2010, 190-194.
84 AGI, Chile, 125, f. 10r. Declaración de Juan de Cisneros, “Expediente sobre las discordias…”.
85 Declaración de Juan de Cisneros, “Expediente…”, f. 10r; declaración de Luis de Fonseca,
“Expediente…”, f. 56r.
86 León Solís 1991, 88-93; Boccara 1998, 295-302.
87 León Solis 1991; Alioto y Jiménez 2010; Alioto 2011a, 153-157.
88 AGI, Chile, 125, f. 56r. Declaración de Antonio de Erize, “Expediente sobre las discordias…”
89 AGI, Chile, 125, fs. 61r-62r. Declaración de Joseph del Portillo, “Expediente sobre las discordias…”
La rebelión indígena de 1693
361
Desenlace y conclusiones
La rebelión fue finalmente sofocada por una gran campaña militar en octubre de
1794. El propio Marín de Poveda se puso a la cabeza de los 1.600 soldados espa-
ñoles y 2.000 indios amigos que había reunido, y logró que los nativos se allanasen
90 Para evitar los abusos y la inseguridad de los traslados por mar desde el Callao, se propuso que el
situado viajase por tierra desde Potosí, pero ello provocó una lentitud mucho mayor en el tránsito
y no solucionó los problemas de abastecimiento: ver Barros Arana 1999. En la plaza de Valdivia,
donde las partidas llegaban obligatoriamente por la vía marítima dado el carácter aislado de la
ciudad, los gobernadores también tuvieron participación en ese tipo de negocios, consistentes en
quedarse con la plata de los sueldos a cambio de mercancías sobrevaluadas que los soldados no
tenían más remedio que adquirir: Alioto 2011a, 143-145.
91 AGI, Chile, 125, fs. 67r-67v. Declaración de Juan Francisco de Artasgos, “Expediente sobre las
discordias…”.
92 Silva 2007, 198.
362 Devastación
93 Un resumen de lo tratado en ese parlamento en Contreras 2010, 82-83; cf. Obregón 2011.
94 Carta de Marín de Poveda al rey, en Barros Arana 1999, 199. De todo el expediente que citamos
(que se cierra con un sellado de enero de 1795), el único testigo que invoca otras causas para la
rebelión es Sebastián de Espinoza: afirma que, según le dijo a su vez el lengua Andrés de Yllescas,
la rebelión se debió a la planchada de calles que les hicieron hacer a los indios, y a que el gobernador
suspendió las mitas de indios y fomentó el ocio... Pero cuando le hicieron otras preguntas de la
sumaria, confirmó que sí se sacó gente de “arriba” al otro lado del Maule, que el presidente sí tenía
estancado el comercio, y que explotaba sus propias tiendas en la frontera: AGI, Chile, 125, fs. 31r
y ss. “Expediente sobre las discordias…”. Mocetones eran los jóvenes varones en condiciones de
combatir.
95 Barros Arana 1999, 197.
96 Carvallo y Goyeneche 1875, 196.
La rebelión indígena de 1693
363
97 Un resumen del intercambio hispano-indígena en el siglo XVIII en Zavala Cepeda 2011, 217-233.
364 Devastación
estaba intentando recuperar los fondos que él mismo y su familia habían invertido
en su ascenso fulgurante, y no omitió medio que pudiera llevarlo en ese sendero.98
Sin embargo, los objetivos del laborioso Marín se mostraban incompatibles
con los medios de que disponía. Careciendo de los suficientes, no debió intentar
la pacificación de los indios por la fuerza, ni emprender una política francamente
disruptiva respecto del estado de cosas heredado. Pero así lo hizo y en oportunidad
de la rebelión, el ejército no estuvo en condiciones de salir en campaña por falta de
pan y de caballada. Y si se salvó de soportar consecuencias peores fue únicamente
porque en un momento dado los nativos decidieron no contraatacar.
Por añadidura, también sus distintos propósitos eran inconciliables entre sí. Ins-
talar misiones que tomaran el lugar de la milicia y recortar los puestos de oficiales
militares fronterizos, pero a la vez sacar familias indígenas para poblar con ellas
tierras españolas, y crear por añadidura un monopolio del comercio fronterizo en
su favor constituían metas provocativas que no podían buscarse simultáneamente
sin desatar la reacción de los nativos.
No obstante, Marín presentó una versión exitosa de su manejo de las relaciones
con los indios, y el despliegue de tropas y el parlamento de 1694 fueron interpre-
tados entonces y después como un triunfo; pero no faltaron quienes señalaran que
las paces establecidas eran indignas, porque el gobernador las firmó para tapar sus
errores anteriores y evitar que se hablase
A pesar de su visión triunfalista, el presidente debió dar marcha atrás con muchas
de las disposiciones que tomó para pacificar el país y sólo su capacidad de neutra-
lizar enemigos e interceptarles la correspondencia,100 así como la importancia de
sus vínculos en España lo salvaron de una peor suerte y fama. La sentencia recaída
en el juicio de residencia liberó de culpa y cargo al ya finado ex-presidente; todos
los testimoniantes hablaron maravillas de su actuación, de la fundación de nuevas
misiones, y de cómo había pacificado a los indios mediante los dos parlamentos
98 Barros Arana ya había sugerido que su carrera no ameritaba que se lo nombrara en cargo tan elevado,
y que posiblemente su ascenso se debía a la venalidad: Barros Arana 1999, 190. Ángel Sanz Tapia
encontró que Marín de Poveda había comprado el cargo por 44.000 pesos, una alta cifra que no
volvió a repetirse en el caso de Chile (Sanz 2009, 164, 232, 323, 326). Andújar Castillo (2011,
81-88) analiza el posible origen del dinero que permitió semejante pago, debido principalmente a
la colaboración de la familia, liderada por su tío Bartolomé González de Poveda, presidente de la
Audiencia de La Plata y luego arzobispo; Obregón (2011, 106) sugiere además que quizá el mismo
Marín de Poveda hubiera hecho fortuna con el tráfico de esclavos indios durante la gobernación de
Henríquez.
99 Declaración del alférez Luis de Oría, “Expediente sobre las discordias…”, AGI, Chile, 125, f. 22r.
100 Sobre las persecuciones y el secuestro de correspondencia ver las cartas citadas de Francisco
Reynoso y Jerónimo de Quiroga, en AN, Real Audiencia, 3003 y AGI, Chile, 125.
La rebelión indígena de 1693
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414 Devastación
Natalia Salerno, Pablo D. Arias y Joaquín García Insausti son licenciados en Historia
y doctorandos en la misma disciplina en el Departamento de Humanidades de la
Universidad Nacional del Sur, donde la primera ejerce también la docencia de grado.
Créditos editoriales
Los compiladores agradecen a las siguientes revistas por haber publicado los
artículos originales, y por haber prestado su conformidad para su reimpresión en
este libro (en orden alfabético):