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Devastación

Violencia civilizada contra los indios


de las llanuras del Plata y Sur de Chile
(Siglos XVI a XIX)
Devastación

Violencia civilizada contra los indios


de las llanuras del Plata y Sur de Chile
(Siglos XVI a XIX)

Sebastián Leandro Alioto


Juan Francisco Jiménez
Daniel Villar
(compiladores)

Rosario, 2018
Devastación : violencia civilizada contra los indios de las llanuras del Plata y Sur de
Chile : siglos XVI a XIX / Sebastián Alioto ... [et al.] ; compilado por Sebastián Alioto;
Juan Francisco Jiménez ; Daniel Villar. - 1a ed - Rosario : Prohistoria Ediciones, 2018.
420 p. ; 23 x 16 cm.

ISBN 978-987-4963-06-2

1. Historia Argentina. I. Alioto, Sebastián II. Alioto, Sebastián, comp. III. Jiménez, Juan
Francisco, comp. IV. Villar, Daniel, comp.
CDD 793.2054

Maquetación de interiores: Lorena Blanco


Maquetación de tapa: Estudio XXII
Imagen de tapa: Expedición en los Desiertos del Sud contra los indios salvages en
el año de 1833 ejecutada con el mayor acierto y sabiduría por su digno jefe el gran
Rosas. Autor: Calixto Tagliabue (1797-1850).

Este libro recibió evaluación académica y su publicación ha sido recomendada por re-
conocidos especialistas que asesoran a esta editorial en la selección de los materiales.

TODOS LOS DERECHOS REGISTRADOS


HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY 11723

© Sebastián Leandro Alioto, Juan Francisco Jiménez y Daniel Villar

© de esta edición:
Email: [email protected]
www.prohistoria.com.ar
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido su diseño tipográfico y
de portada, en cualquier formato y por cualquier medio, mecánico o electrónico, sin
expresa autorización del editor.
Este libro se terminó de imprimir en MULTIGRAPHIC, Buenos Aires, Argentina,
en el mes de diciembre de 2018.

Impreso en la Argentina

ISBN 978-987-4963-06-2
Grita “¡devastación!” y desata los perros de la guerra…
Shakespeare, Julio César, 3, I.

¿Muertes tantas que perdieron


el cuerpo de la muerte?
Gelman, Hechos.
Índice

Presentación
Daniel Villar.................................................................................................. 13

Introducción
Violencia, atrocidades, masacres y genocidio contra los indígenas en la
frontera sur del Río de la Plata y Chile (siglos XVI-XIX)
Sebastián L. Alioto - Juan Francisco Jiménez - Daniel Villar...................... 15

PRIMERA PARTE
Masacres y políticas violentas contra los indígenas

CAPÍTULO I
Violencias imperiales. Masacres de indios en las pampas del Río de la
Plata (siglos XVI-XVIII)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto - Daniel Villar...................... 49

CAPÍTULO II
Han quedado tan amedrentados… La rebelión indígena de 1792-93 en
los llanos de Valdivia y el trato a los no-combatientes durante la repre-
sión hispana
Sebastián L. Alioto - Juan Francisco Jiménez.............................................. 69

CAPÍTULO III
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros (principios del
siglo XIX)
Juan Francisco Jiménez - Daniel Villar - Sebastián L. Alioto ..................... 85

CAPÍTULO IV
Campañas de aniquilación, masacres, reparto de botín y violencia sexual
contra los indios de la pampa centro-oriental en la época de Rosas
(1833-1836)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián Leandro Alioto - Daniel Villar............. 125
10 Devastación

CAPÍTULO V
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos. Violencia interétnica
y manejo de recursos silvestres y domésticos en tierras de los pehuenches
(Aluminé, siglo XVII)
Daniel Villar - Juan Francisco Jiménez ....................................................... 149

CAPÍTULO VI
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias. diplomacia, comercio
y uso de la violencia en los inicios del fuerte del Carmen de Río Negro
(1779-1785)
Sebastián L. Alioto........................................................................................ 173

CAPÍTULO VII
En lo alto de una pica. Manipulación ritual, transaccional y política de las
cabezas de los vencidos en las fronteras indígenas de América meridional
(Araucanía y las pampas, siglos XVI-XIX)
Daniel Villar - Juan Francisco Jiménez........................................................ 201

SEGUNDA PARTE
Toma de cautivos, apropiación de niños y reparto de familias

CAPÍTULO VIII
Por aquel escaso servicio doméstico. El destino de los niños y mujeres
nativas cautivados en las guerras fronterizas en el Río de la Plata,
1775-1801
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto.............................................. 223

CAPÍTULO IX
Cautivas indígenas. Abusos, violencia y malos tratos en el Buenos Aires
colonial
Natalia Salerno ............................................................................................. 237

CAPÍTULO X
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural.
Colocaciones de niños, niñas y mujeres indígenas en el último cuarto del
siglo XIX
Pablo D. Arias............................................................................................... 259

CAPÍTULO XI
Quindi... acqua in bocca e silenzio. Producción de olvido y memoria en
los testimonios salesianos sobre la Conquista del Desierto (1879-1885)
Joaquin García Insausti................................................................................. 275
Índice 11

TERCERA PARTE
Enfermedades, descuidos y consecuencias

CAPÍTULO XII
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas reclui-
dos (Río de la Plata, fines del siglo XVIII)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto.............................................. 289

CAPÍTULO XIII
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela sobre las poblaciones
nativas de la región pampeano-nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto.............................................. 303

CUARTA PARTE
Desnaturalizaciones y rebeliones

CAPÍTULO XIV
Indios desnaturalizados por mar en el área panaraucana. Resistencia,
fugas y motines (Siglos XVIII y XIX)
Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto - Daniel Villar....................... 325

CAPÍTULO XV
La rebelión indígena de 1693. Desnaturalización, violencia y comercio en
la frontera de Chile
Sebastián Leandro Alioto.............................................................................. 343

Bibliografía.................................................................................................. 367

Sobre los autores......................................................................................... 417

Créditos editoriales..................................................................................... 419


Presentación

Daniel Villar

A
partir del año 2010, los compiladores de este libro iniciamos el estudio de
las diversas formas de violencia estatal aplicadas contra las poblaciones
nativas de las fronteras meridionales del Río de la Plata y de Chile, en
tiempos del imperio español y en la época posterior a su colapso hasta mediados
del siglo XIX. El tema formó parte de los objetivos de dos proyectos de inves-
tigación acreditados y subsidiados por la Universidad Nacional del Sur, ambos
ejecutados en su Departamento de Humanidades y en el Centro de Documentación
Patagónica que lo integra.1
Desde entonces fuimos produciendo resultados, representados por la publica-
ción de artículos en revistas de la disciplina en nuestro país y en el extranjero y
por la presentación de ponencias defendidas en numerosas reuniones científicas
nacionales e internacionales. Agradecemos a los Comités Editoriales de esas revis-
tas –enumeradas al final del volumen– no sólo el espacio que en su oportunidad nos
otorgaron, sino también la conformidad prestada para que los trabajos respectivos
se incluyesen en esta obra.2
No obstante esos progresos parciales, todavía falta bastante para que podamos
siquiera vislumbrar la meta de haber alcanzado un adecuado nivel de conocimien-
tos con respecto a la totalidad de los múltiples aspectos que integran un conjunto
tan abigarrado y complejo de cuestiones como las constituidas por la aplicación
de procedimientos violentos, sus consecuencias y respuestas. Sobre todo cuando
las interacciones recíprocas tuvieron lugar entre sociedades sin Estado en contacto
prolongado y conflictivo con sociedades estatales, a lo largo de períodos muy ex-
tensos y en cambiantes condiciones económicas, sociales y políticas.

1 Esos proyectos relativos a la Historia de las Sociedades Indias de las pampas, Norte de Patagonia
y Araucanía (Siglos XVII a XX), fueron registrados por la Secretaría General de Ciencia y Tec-
nología bajo los Códigos 24/I 193 (Años 2011-2014) y 24/I 233 (Años 2015-2018) y dirigidos por
el suscripto hasta septiembre de 2016, y en lo sucesivo por el doctor Juan Francisco Jiménez.
2 Las bibliografías citadas en cada una de esas aportaciones fueron reunidas en una única nómina
final conjuntamente con las correspondientes a los textos inéditos que hemos incorporado. Los tres
mapas incluidos han sido elaborados por el doctor Walter D. Melo (Departamento de Geografía y
Turismo de la Universidad Nacional del Sur – CONICET): el de la página 44 acompañó originaria-
mente al artículo Jiménez, Alioto y Villar 2017; los dos restantes (páginas 150 y 201) corresponden
a los artículos con los que aparecen vinculados.
14 Devastación

Pero aun así, hemos considerado conveniente que la tarea realizada hasta ahora
bajo la forma de un buen número de aproximaciones, si bien incompleta,3 se reúna
en un único volumen que las rescate del ostracismo al que suele condenarlas la
inevitable exigencia de dar a conocer avances paulatinos por medios que no siem-
pre están al alcance sobre todo de personas ajenas a los ámbitos académicos que
pudieran sentirse interesadas, unos siempre anhelados lectores que ojalá seamos
capaces de captar.
Por otra parte, nos ha estimulado el hecho de que el problema de la violencia
contra los indios ha vuelto a reclamar atención en Argentina y Chile. Esa trágica y
lamentable reactualización se convirtió en un acicate adicional para decidirnos a
proceder como lo hacemos.
Si el libro ayudase, entonces, siquiera en mínima medida, a crear conciencia de
que también con respecto a las comunidades nativas es imprescindible un Nunca
Más y de que el estado nacional debe respetarlas y satisfacer sus justas demandas
sin dilaciones además de haberlas reconocido a ellas y a estas en el papel, no po-
dríamos concebir un mejor corolario para nuestro trabajo.
Dedicamos estas páginas a todas las comunidades indias del área panaraucana
y a la memoria de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel.

Bahía Blanca (Argentina), septiembre de 2018.

3 Podrá verse que, además del material compilado –ya publicado o defendido con anterioridad–, se
añadió otro inédito y una Introducción, especialmente preparados para su inclusión aquí.
Introducción
Violencia, atrocidades, masacres y genocidio contra los
indígenas en la frontera sur del Río de la Plata y Chile
(siglos XVI-XIX)
Sebastián L. Alioto – Juan Francisco Jiménez – Daniel Villar

I. Apertura

L
a invasión europea produjo en las comunidades nativas del sur del Río de
la Plata y Chile una reacción que en general pasó de la curiosidad y –al
menos en ciertas situaciones– de la colaboración inicial a la resistencia ar-
mada ante un proyecto prontamente visible de desposesión territorial y subordi-
nación política y social (incluso esclavización) de los indios. Antes que nadie, los
españoles habían conquistado y puesto bajo su control en América a numerosas
poblaciones y amplios dominios, pero en otros casos como el mencionado más
arriba, su expansión encontró límites de momento infranqueables por distintas
razones. En estos lugares, poblados casi siempre por sociedades sin Estado, la
reluctancia indígena forzó a la constitución de “fronteras de guerra”, algunas más
perdurables incluso que el propio régimen colonial.1
En la Araucanía, a la conquista inicial –que aplicó mano de obra indígena pre-
cariamente domeñada sobre todo a la extracción del oro en lavaderos– siguió una
enorme rebelión de los nativos, que quemaron siete enclaves –las denominadas
Siete Ciudades– y expulsaron a los intrusos al lado norte del río Bío-Bío (donde
quedó instalado el fragoroso deslinde continental) y a la isla de Chiloé. En el Río
de la Plata, en cambio, la expansión se detuvo enseguida de iniciada y más bien
por la falta de interés peninsular en los abiertos territorios pampeanos, carentes de
recursos minerales de inmediata obtención y fuerza de trabajo local en abundancia.
Los bordes de estas inmensidades constituyeron durante todo el período colo-
nial amplísimas fronteras que, más allá de las vicisitudes históricas, la corona no
pudo transponer ni anular. Fue así, entonces, que los estados postcoloniales hereda-
ron sendas situaciones fronterizas percibidas por sus elites dirigentes como un pro-
blema que tarde o temprano habría que liquidar; pero no era el único, ni en muchos
casos el más urgente. Los inconvenientes surgidos de las guerras de independencia
primero y luego de las guerras civiles impidieron prestar atención preferencial a la
después denominada “cuestión indígena”.2

1 Saignes 2000.
2 Mases 1998.
16 Devastación

Sin embargo, al paso que iban fraguando los intentos de formar estados nacio-
nales fuertes y unificados, y las instituciones y recursos estatales se asentaban y
multiplicaban, la atención pasó a dirigirse cada vez más a las “fronteras internas”.3
En la década de 1870, el estado nacional argentino ejecutó un paulatino avance
sobre las tierras pampeanas y nordpatagónicas todavía en manos indígenas, que
culminó en el sometimiento armado de sus poseedores, hecho efectivo en especial
a partir de las campañas iniciadas en 1878-79.4 Esa acometida, culminación de un
largo proceso de apropiación, respondía ideológicamente a un objetivo de remo-
ción de todos los obstáculos que, definidos en términos de rémoras del pasado,
pudiesen retrasar un progreso calificado como inevitable. La inserción argentina
en el mercado mundial exigía la ocupación efectiva de los espacios que sirvieran
para el cultivo, a la vez que el nuevo orden global no toleraba estados que no se
mostrasen capaces de dominar sólidamente las tierras que reclamaban. Los pueblos
nativos del sur (al igual que los que poblaban el Chaco) quedaron incluidos en ese
conjunto de escollos que inevitablemente deberían desaparecer.
La ejecución de las acciones políticas así inspiradas ideológicamente se tradujo
en una ocupación violenta, previa eliminación, desbaratamiento o expulsión de las
comunidades nativas.5 Las familias capturadas durante la empresa fueron desmem-
bradas y sus integrantes individualmente incorporados más tarde como mano de
obra rural, personal de servicio, o tropa de las fuerzas armadas,6 con el propósito
de clausurar la futura reproducción biológica y cultural. El vínculo existente entre
ideología liberal, formación de los estados–nación y supresión de los grupos étni-
cos o sociales que se interpusieran en el camino presupuso –y no sólo en el caso de
América– un necesario eslabonamiento entre modernidad, “sociedad de normali-
zación” y genocidio.7

II. Los estudios sobre la violencia


En los últimos años, un conjunto importante de contribuciones científicas ha exa-
minado el ejercicio de violencia sistemática por parte de los estados nacionales
argentino y chileno sobre las poblaciones indígenas autónomas hacia fines del siglo
XIX, en la época de las llamadas Conquista del Desierto en Argentina y Pacifica-
ción de la Araucanía en Chile, en el marco de una avanzada estatal que implicó,
además del despojo territorial, la desaparición física y el desplazamiento forzado
de gran cantidad de personas durante y después de los enfrentamientos.

3 Ratto y Lagos 2011.


4 Aunque hubo algunas campañas en los años previos: cf. Valko 2013; sobre los conflictivos años
que van de 1869 a 1873 ver Ratto 2009a y 2009b. Daniel Headrick (2011, 270-275) enfatiza la
importancia de la nueva tecnología bélica, en especial los Remington, en la expansión fronteriza de
Argentina y Chile.
5 Delrio 2005, 85-92.
6 Mases 2002, 85-140; Salomón Tarquini 2010; Pérez 2016.
7 Foucault 1996, 39; Feierstein 2007.
Introducción 17

En Argentina, la discusión giró especialmente en torno a si las pérdidas huma-


nas ocurridas en el curso de las campañas militares de esa época y las que tuvieron
lugar luego durante el reacomodamiento forzoso de la población nativa en lugares
ajenos a sus asentamientos tradicionales8 constituyen una forma de genocidio,9 o
bien si ese concepto resulta inaplicable y sería preferible aludir únicamente a ma-
sacres10 o matanzas. José Emilio Burucúa, por ejemplo, en una entrevista reciente,
negó el carácter genocida de la campaña al desierto, argumentando que para con-
ferírselo debió haber existido una explícita intención

…de exterminio, actuada, planificada… Roca va al Congreso y ha-


bla de sus intenciones, habla de llevar la civilización a los indígenas,
pero no parece que fuera una matanza programada para hacer desa-
parecer un pueblo. Es muy discutible que sea un genocidio.11

Dejando de lado por ahora las cuestiones conceptuales sobre las que se volverá
más adelante, señalemos que la gran mayoría de los valiosos aportes al conoci-
miento del tema se han concentrado en la época mencionada (1878-79 en adelante),
circunscribiendo a ella la voluntad estatal de ejercer una violencia de exterminio
sobre la población indígena.
No obstante, una visión del problema limitada a esa temporalidad podría lle-
varnos al error de conjeturar que en épocas previas la relación entre indígenas e
hispano-criollos debió haber excluido tales prácticas. Sin embargo, y como de he-
cho afirman los integrantes de la Red de Investigadores sobre Genocidio y Política
Indígena en Argentina, la praxis genocida “lejos de ser un accidente histórico, es un
factor que por su sistematicidad y extensividad opera como trasfondo de la política
indigenista de larga duración”.12 Entonces, así como es cierto que las políticas ge-
nocidas “no se acaba[n] con la conquista del desierto” sino que se extienden hacia
el presente configurando una sucesión en la cual no puede vislumbrarse ningún
corte de clausura,13 también lo es que tampoco comenzaron con ella, sino que sus
raíces pueden rastrearse muchos decenios hacia atrás.

8 Ver Mases 2002 y Delrio 2005.


9 Red de Investigadores sobre Genocidio y Política Indígena en Argentina 2008, Pérez 2011, Roulet
y Garrido 2011, Tamagno 2011.
10 Ver la definición más adelante; debe notarse que la ocurrencia de actos puntuales de masacre no
excluye, ni mucho menos, la existencia de acciones, planes e ideologías genocidas o eliminacionistas
de base en el largo plazo.
11 Leonardo Moledo e Ignacio Jawtuschenko 2009, cf. Burucúa y Kwiatkowski 2014. Sobre el debate
actual y sus componentes políticos, ver Delrio y Lenton 2008; una discusión centrada en el caso de
los textos escolares en la provincia de La Pampa, en Zink y Salomón Tarquini 2005. Ver también
los estudios incluidos en Bayer (coord.) 2010. Algunos matices sobre la aplicación analítica del
concepto en Delrio y Ramos 2011, Escolar 2011.
12 Red de Investigadores sobre Genocidio y Política Indígena en Argentina 2008, 49.
13 Id., 53; Lenton 2014; ver también Tamagno 2011, 4.
18 Devastación

Las numerosas fuentes examinadas para elaborar los estudios reunidos en este
libro acreditan, en efecto, usos previos de la violencia que han pasado hasta ahora
sin un análisis específico.14 Los trabajos presentados permiten retrotraer la vigen-
cia de esos usos a la iniciación misma de la instalación española perdurable en las
llanuras del Plata (1580), prolongándose luego durante las primeras décadas re-
publicanas para cobrar renovada visibilidad en ocasión de las campañas roquistas,
y extenderse por último a sus consecuencias inmediatas y mediatas. A lo largo de
ese dilatado itinerario, puede reconocerse la existencia de una serie de continui-
dades, pero también de significativos cambios, tanto en los discursos como en las
prácticas.
El objetivo de nuestros trabajos consiste, por lo tanto, en un tributo al conoci-
miento de las maneras en que se desarrollaron y variaron los episodios de violencia
inter-étnica, principalmente en el Río de la Plata pero también en Chile,15 dentro del
rango temporal mencionado, con el propósito adicional de establecer si las prácti-
cas llevadas adelante en esas ocasiones por parte de los agentes y las autoridades
españolas y luego criollas pueden calificarse como genocidas,16 eliminacionistas,17
en tanto iban dirigidas a exterminar a un determinado grupo étnico, y masivamente
violentas18 en el sentido de que las vidas de mujeres, niños y demás no combatien-
tes fueron irrespetadas, algunas veces en desobediencia a las órdenes superiores,
pero otras en cumplimiento estricto de las mismas.
Abordaremos en primer término y sucintamente el problema de las definiciones
conceptuales que saturan la discusión para saber de qué modo se aplicarían en re-
lación con la historia de la frontera rioplatense.

14 A las contribuciones aquí reunidas, se ha sumado con posterioridad otro estudio relativo a la violen-
cia contra indígenas durante los tiempos coloniales (Roulet 2018).
15 Esta introducción y los textos que integran el presente volumen tratan menos sobre Chile que sobre
el Río de la Plata, en parte porque sobre el tema en las fronteras trasandinas hay ya una cantidad de
muy buenos trabajos, en especial para la época colonial, comenzando por el clásico libro de Jara
(1971), y siguiendo por otros más recientes: Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009, Valenzuela
Márquez 2009, Díaz Blanco 2011a, Valenzuela Márquez (ed.) 2017, Contreras Cruces 2017. Sobre
la “Pacificación de la Araucanía” en el siglo XIX, en cambio, la producción historiográfica con-
temporánea es menos numerosa, aunque algunos autores han prestado cierta atención al tema, si
bien no tanto como a los efectos de la ocupación en la historia chilena posterior: cf. Bengoa 2000,
Pinto Rodríguez 2000, León Solís 2002 y 2007. Una excepción reciente, que integra en el análisis
la conquista y el proceso de “radicación” posterior es Vergara y Mellado 2018. El único trabajo que
encontramos donde se relacionan firmemente conquista chilena y genocidio del pueblo mapuche es
el de José Lincoqueo Huenuman (2007).
16 Una interesante discusión en torno a la pertinencia y aplicabilidad del concepto genocidio al caso
regional puede verse en las distintas colaboraciones reunidas en la sección Debates de la revista
Corpus: Lenton (ed.) et al. 2011. Algunos de los inconvenientes que irroga su aplicación derivan
de que además de un concepto científico es un tipo penal –reciente– del derecho internacional, con
lo cual las cuestiones jurídicas derivadas (como el juicio a los culpables y los resarcimientos a las
víctimas) ocupan un lugar eminente en la discusión y se solapan con los problemas estrictamente
epistemológicos.
17 Goldhagen 2010.
18 Gerlach 2006.
Introducción 19

III. Conceptos y perspectivas en juego


1. Ante las dificultades que ofrece el término genocidio y en ligazón con la discu-
sión de sus limitaciones,19 varios autores comenzaron recientemente a evaluar la
pertinencia de nociones alternativas: la más importante para el análisis histórico es
la de masacre, que ha obtenido creciente atención de los especialistas.20
Según Mark Levene, quizá el primero en definirlas con rigor para el uso histo-
riográfico, las masacres ocurren

…cuando un grupo de animales o personas sin posibilidades de de-


fenderse, al menos en ese momento, son muertos –usualmente por otro
grupo– [cuyos integrantes] tienen los medios físicos, el poder, con el
cual llevar adelante la matanza sin riesgo para sí mismos. Una masacre
es incuestionablemente un asunto unilateral y aquellos asesinados son
entonces percibidos como víctimas; incluso como inocentes.21

Levene sugirió también que tales masacres son una señal no de la fortaleza, sino de
la debilidad del Estado que las consuma.22 Esta idea, que él aplicó especialmente a
las masacres que el aparato estatal ejecutaba sobre sus propios súbditos,23 conserva
cierta validez sin embargo en el contexto fronterizo colonial: los colonos y/o las au-
toridades estatales masacraban a enemigos con respecto a los cuales no disponían
de una superioridad bélica decisiva, y las masacres mismas eran expresión de esa
fragilidad.24 Los perpetradores aprovechaban un momento de predominio circuns-

19 V. infra.
20 Levene y Roberts (eds.) 1999, El Krenz (ed.) 2005, Dwyer y Ryan (eds.) 2015.
21 Levene 1999, 5, traducción propia.
22 La idea fue luego retomada por Jacques Semelin, entre otros autores.
23 Según Levene, precisamente cuando su debilidad le impide manejar los conflictos sociales, el Estado
habilita e incluso apoya o financia la violencia contra ciertos grupos demonizados (por prejuicios cul-
turales, o porque son vistos como una amenaza a las fuentes de trabajo, etc.). Pero el autor se refiere a
aquellas masacres producidas en el seno de una unidad política (es decir, en lo que se supone que es el
dominio de un Estado) cuando un grupo se vuelca violentamente sobre otro, percibido como una especie
de enemigo doméstico al que hay que eliminar, “sanear”, o “purificar”. En nuestro caso no ocurre del
todo así: no se trata de un conflicto desatado dentro de una unidad política (estatal), sino entre unidades
políticas distintas e incluso de diverso nivel de organización. En este caso entonces, se vinculan violen-
cia y guerra, y emerge un modo peculiar de llevarla adelante. Los ejemplos ofrecidos por Levene (el
genocidio armenio, los pogroms rusos, las guerras religiosas en Francia, el caso ruandés, y otros) no
son los más atinados para establecer una comparación; lo son más desde luego todas las contiendas de
invasión y ocupación colonial. Aquí la necesidad de fabricar un otro es casi innecesaria: la alteridad es
un hecho garantizado. Pero aun así la debilidad del Estado para enfrentar a sus enemigos y proteger a sus
súbditos sí es clave. En tiempos coloniales, los habitantes de Buenos Aires no se cansaban de solicitar a
la corona refuerzos militares y dinero para proteger las fronteras y fue precisamente esa debilidad e inse-
guridad lo que hizo que, en las ocasiones en que los hispano-criollos lograban juntar fuerza e incursionar
en territorio indígena, buscaran dejar una lección ejemplificadora y escarmentar a los indios, fueran o
no “culpables”. Sin embargo, sus conductas nunca dejaron de generar reacciones contraproducentes,
porque una vez iniciadas desencadenaban la previsible espiral de violencia y venganza.
24 Debe notarse que, en los territorios de colonización española, el peso del Estado en las cuestiones
fronterizas fue mayor por ejemplo que en aquellos anexados al imperio británico, en los cuales la
20 Devastación

tancial, sabiendo que sería probable que no volvieran a encontrarse en la misma


situación por un tiempo, y en la esperanza de que la violencia aplicada sirviera
de perdurable lección. No obstante, en general, esa expectativa se reveló errónea,
porque las razzias de venganza sobrevenían ineluctablemente.
Sin embargo, la relación entre masacres y control estatal es objeto de discusión.
Las masacres pueden ocurrir

…dirigidas por una política estatal oficial o […] como resultado de


la falta de control estatal sobre aquellos grupos o colectivos que es-
tán sobre el terreno. Las masacres, en otras palabras, pueden ocurrir
con o sin sanciones oficiales estatales aunque el Estado, especial-
mente en el contexto colonial, con frecuencia cierra los ojos ante las
matanzas de poblaciones indígenas por grupos de colonos que están
geográficamente fuera del centro del poder y sobre los cuales tiene
poco o ningún control.25

Si bien las masacres tienen motivaciones y contextos particulares, en las fronte-


ras coloniales las circunstancias son extraordinariamente repetidas y consisten casi
siempre en

…la alegada destrucción de propiedad valiosa y/o la argüida muer-


te de un colono conjuntamente con una creencia primordial de que
las poblaciones indígenas no tienen derecho a la tierra. En estos ca-
sos, la masacre es una venganza bien planeada, usualmente bajo la
forma de un ataque armado al amanecer sobre un campamento de
hombres, mujeres y niños dormidos.26

En la región que estudiamos, las masacres así definidas sin duda existieron, y es-
tán registradas documentalmente: en este libro se examina un buen número de
ellas, aunque huelga decir que no son la totalidad de las ocurridas, sino únicamente
aquellas cuyo nivel de visibilidad justificó su incorporación.27 Todas se ajustan al
patrón fronterizo clásico: son ataques por sorpresa que los atacantes, asegurándose

acción privada de grupos de civiles resultaba más relevante. Sin embargo, en estos últimos casos
debe tenerse presente que “…más que algo separado o contrario al estado colonial, las actividades
asesinas de la plebe fronteriza constituyen su principal medio de expansión… los oficiales manifies-
tan pena por la anarquía del proceso, mientras se resignan a su inevitabilidad” (Wolfe 2006, 392).
25 Dwyer y Ryan 2015, xv, traducción propia. Los mismos autores (Id., xvii) piensan que, mientras los
perpetradores de un genocidio actúan a las órdenes de un Estado, los ejecutores de una masacre pue-
den no hacerlo, y accionar por sus propios medios y en función de sus intereses. Pero muchos otros
investigadores opinan que no es necesaria la previa existencia de órdenes estatales para que sobreven-
ga un genocidio, y refiriéndose a distintos casos históricos, han cuestionado que las acciones e ideas
genocidas constituyan un patrimonio exclusivo del Estado, señalando que debe prestarse atención a
los actores no estatales en condición de protagonistas relevantes (Gerlach 2006, Court 2008).
26 Dwyer y Ryan 2015, xvi, traducción propia.
27 Ver capítulos 1, 2, 3, 4, 6 y 8 de este volumen.
Introducción 21

la superioridad numérica y tecnológica, consuman en una sucesión de pasos que


Benjamin Madley ya había encontrado en otras áreas.28
Durante la época colonial, los perpetradores –carentes de motivos para ocultar
su proceder– solían mostrarse orgullosos del éxito alcanzado, razón que facilita el
conocimiento científico. La tendencia a encubrir las masacres y negar que hubiesen
tenido lugar es un fenómeno más reciente. Con el fin del Antiguo Régimen y ante la
progresiva constitución de un público lector y un cambio de sensibilidad respecto de
la muerte violenta de personas, la opacidad documental se incrementó. Para descubrir
las masacres es necesario o que sean demasiado notorias como para esconderlas, o que
los participantes (perpetradores, víctimas, testigos) hablen o escriban sobre el hecho.29
Tales masacres –eventos puntuales localizados y temporalmente acotados
abordables en su individualidad– ¿formaron parte acaso de un plan sistemático de
aniquilación que, según las interpretaciones más frecuentes del concepto, pueda
constituir un genocidio?
En una primera aproximación, Raphaël Lemkin definió genocidio en términos
amplios y abarcadores:

Por “genocidio” entendemos la destrucción de una nación o un gru-


po étnico [...] genocidio no significa necesariamente la destrucción
inmediata de una nación, excepto cuando esto se lleva a cabo por
matanzas masivas de todos sus miembros. Más bien quiere aludir a
un plan coordinado de diferentes acciones que pretende destruir los
fundamentos esenciales de la vida de los grupos nacionales, con el
objetivo de aniquilar a los grupos mismos.30

En estudios posteriores, Lemkin relacionó firmemente el genocidio con las políticas


de colonización de nuevos territorios a partir de la expansión europea, y uno de los
ejemplos más significativos para él fue la conquista de América en sus diversas fases.31
No obstante, Naciones Unidas acotó más tarde esa amplitud, debido a restricciones de-
rivadas de la legislación respectiva,32 y otro tanto hicieron distintos estudiosos del tema.

28 Madley 2015; ver capítulo 1 de este volumen.


29 Dwyer y Ryan 2015, xx. Ejemplos de ello pueden verse en los capítulos 3 y 4 de este volumen.
30 Lemkin 1944, 79, traducción propia.
31 McDonnell y Moses 2005; Docker 2008, 16. La idea de que la conquista y colonización europea
de América en sus diversas etapas fue en muchos casos realizada a través de prácticas genocidas ha
sido ampliada por innumerables trabajos; entre muchos otros, Freeman 1995; Maybury-Lewis 2002;
Barkan 2003; Levene 2005, 7-29; Jones 2006, 67-77; Melber 2008, Bartrop 2014.
32 Esa nueva definición adoptada en 1948 sigue a grandes rasgos la propuesta de Lemkin, aunque es
más restrictiva (ONU 1948). Daniel Feierstein (2008, 37-49) argumentó que sus mayores defectos
radican en que (a) se creó un tipo penal que discrimina según las características de las víctimas y (b)
se excluyó de la definición de víctima de genocidio a las personas eliminadas por razones políticas.
Daniel Goldhagen, por su parte, arguye que “las definiciones corrientes de genocidio excluyen las
formas no letales de eliminación, así como los muchos casos de agresiones eliminacionistas letales
que se consideran demasiado reducidas o parciales”, de forma que “el genocidio se ve separado de
fenómenos afines que están interrelacionados sin solución de continuidad” (Goldhagen 2010, 41-42).
22 Devastación

Siguiendo la línea insinuada pero no completada por Lemkin,33 investigadores


posteriores indagaron más en la relación entre colonización y genocidio: una ya
larga tradición académica de estudio de los procesos históricos de expansión euro-
pea sobre los territorios de su “periferia” moderna (América, África, Oceanía) ha
concluido que esa expansión implicó en efecto la consumación de un genocidio
que tuvo por víctimas a las poblaciones originarias.
En síntesis, y según Anthony Dirk Moses, estamos en presencia de dos corrien-
tes teóricas principales en lo concerniente a genocidio. La primera sería la liberal,
basada en que el Estado actúa con la intención de exterminar a un determinado gru-
po por diversas razones: el Holocausto constituye la referencia central e ineludible
de esta corriente y el exterminio del grupo-víctima es físico y no (sólo) cultural.34
La teoría no tiene en cuenta al Estado como articulador de intereses sociales; el sis-
tema económico y la rivalidad interestatal no existen como factores; y tampoco se
toman en consideración las fuerzas sociales que operan detrás de la colonización.
La “avaricia” es definida en términos de un vicio individual y no de una fuerza es-
tructural. En ese orden de ideas, las muertes nativas en el contexto colonial fueron
consecuencias colaterales y no deseadas de la modernización, y no constituyeron
genocidio. En suma, entre colonialismo y genocidio no podría establecerse corre-
lación alguna y el obrar de las sociedades occidentales queda legitimado: se trataría
de una teodicea de cuño hegeliano, en cuyo desarrollo todo tiene un propósito. En
este caso, el progreso y el triunfo de la civilización occidental.35
Una segunda corriente, la post-liberal, al contrario que la anterior, deslegitima
el accionar de las sociedades occidentales en su avance colonial y tiende a equi-
parar colonialismo con genocidio –o al menos a postular una fuerte correlación
entre ambos. Los autores que la representan interpretan que, en la formulación
de Lemkin, el núcleo del concepto pivoteaba sobre la desaparición cultural y no
física de los grupos. También cuestionan que los casos postulados como genoci-
dios deban estar siempre marcados por su comparación con el Holocausto y que
se postule de este su carácter único, inconmensurable, cuya formidable dimensión
lo torna imparangonable con cualquier evento indígena. Para estos autores, la rela-
ción colonialismo-genocidio es estructural. Por ejemplo, Tony Barta caracterizó a
Australia como una sociedad genocida, en el sentido de que los invasores europeos
establecieron una relación de ese tipo con los aborígenes, incluso aunque el Estado
no promoviera un genocidio. Esta relación produjo efectos devastadores no siem-
pre queridos, como enfermedades, hambre y baja de la natalidad. Barta argumenta
entonces que es necesaria una concepción de genocidio “que abarque las relaciones

33 El clásico caso de Tasmania fue uno de los examinados por el propio Lemkin (2007) y luego
retomado por otros autores (cf. Curthoys 2007).
34 Ver Chalk y Jonassohn 2010. Algunos autores diferencian los conceptos de genocidio y etnocidio,
este último referido “no ya la destrucción física de los hombres [...] sino a la de su cultura” (Clas-
tres 1987b, 56). Si aceptáramos esa distinción, podría haber quien argumentase que buena parte de
las políticas hacia los indígenas posteriores a la Campaña del Desierto fueron etnocidas, dada la
preponderancia de una ideología de asimilación y “ciudadanización” (Quijada 1999, 2003, 2006).
35 Moses 2007, 162-165.
Introducción 23

de destrucción, y quite de la palabra el énfasis en las políticas y la intención que


lleva desde su nacimiento”.36
En esa perspectiva, adquiere centralidad la noción de settler colonialism37 que
alude a un colonialismo de índole especial que

…busca reemplazar la población original del territorio colonizado


con una nueva sociedad de pobladores (con frecuencia provenien-
tes de la metrópolis colonial). Esta nueva sociedad necesita tierra, y
por eso este colonialismo depende fundamentalmente del acceso al
territorio. Esto se logra de varias maneras, bien por tratados con los
habitantes originarios o simplemente “tomando posesión.38

Patrick Wolfe ha señalado que los efectos de este colonialismo no cesan aun cuan-
do haya finalizado la situación fronteriza y tampoco concluyen con el confinamien-
to o la asimilación de las poblaciones indígenas. El largo y continuo proceso de
eliminación sigue operando e imprime a la sociedad colonizadora un sello peculiar.
Por esa razón, se constituye en un “genocidio estructural” que no es cosa del pasa-
do, sino que perdura en estado de suspensión o latencia.39
Por su parte, Moses observa que, aunque la teoría post-liberal acierte en encon-
trar una relación estructural entre colonialismo y genocidio, ella es menos una re-
lación causal que una predisposición: bajo ciertas circunstancias, los colonizadores
serán proclives a asesinar masivamente a los nativos, en especial cuando perciban
que el régimen que los favorece está en riesgo.40
Pero esta relación estructural sin más presenta dos dificultades. Una, la de no
contemplar la posibilidad de una escalada hacia conductas genocidas cuando hay
resistencia, y la de un desescalamiento cuando la resistencia mengua o es vencida.
El autor se pregunta de qué modo

36 Barta 2000; cf. Barta 2008. Raymond Evans y Bill Thorpe (2001) crearon el concepto de indige-
nocidio para nombrar el tipo particular de genocidio que habría tenido lugar en Australia, y que
consistiría en el proceso dirigido por un grupo de inmigrantes (y no del Estado) con intenciones
de desplazar definitivamente a los nativos, en la convicción de que la tierra era más valiosa que las
vidas de sus pobladores. El indigenocidio tiene cinco rasgos característicos: invasión intencional y
colonización de la tierra, conquista de los nativos, su asesinato hasta impedir que puedan reprodu-
cirse normalmente como grupo, su clasificación como plaga por los invasores, y la destrucción de
sus sistemas religiosos.
37 La expresión es difícil de trasladar al castellano: literalmente equivaldría a colonialismo de los
colonos, que resulta redundante; otras posibilidades son colonialismo de los pobladores o, como se
la ha traducido también, colonialismo de los pioneros.
38 LeFevre 2015, traducción propia.
39 Wolfe 2006.
40 Moses argumenta, con razón, que no siempre y en todo lugar los imperialismos son genocidas; no lo
son especialmente cuando necesitan utilizar la mano de obra local, como en el caso de los ingleses en
la India. Según él, no es correcto asimilar destrucción cultural y biológica o física, y menos aún usar
la obra de Lemkin en ese sentido, puesto que su énfasis está puesto en la destrucción biológica de
un grupo. Pero ocurre que, al asimilar genocidio a aculturación, es más sencillo establecer vínculos
estructurales entre genocidio y colonialismo, especialmente después de la conquista de los indígenas.
24 Devastación

…políticas de ocupación que no eran inicialmente asesinas pueden


radicalizarse o escalar en una dirección exterminatoria cuando son
resistidas. Si la lógica del colonialismo de los pobladores es ocupar
y explotar la tierra (más que la mano de obra indígena), entonces
muestra momentos genocidas cuando el proceso es puesto bajo pre-
sión y está en crisis.41

La restante: al poner el énfasis causal en la estructura colonial y las relaciones socia-


les objetivas, releva de responsabilidad a los actores individuales. El genocidio no era
la única opción del imperialismo: aunque pudiera asumirse lo contrario, ha ocurrido
que regímenes racistas –tipo apartheid– no acabaron con la población local. A veces
se trató de una opción política: más allá de las condiciones estructurales ofrecidas por
la situación colonial, hubo agentes que llevaron el genocidio adelante de un modo
consciente que debiera impedir la invocación del argumento de las “consecuencias
no queridas”. No obstante y aunque, en general, los administradores metropolitanos
no asumieron la medida política de detener las masacres y las enfermedades –deci-
sión que hubiera obstado al desarrollo de la empresa colonial–, pedían moderación
recurriendo a aquella supuesta inevitabilidad de las malas consecuencias, sin avanzar
más allá. Por eso no puede decirse con franqueza que no hubiera intención genocida
ni responsabilidad: la intención estaba implícita en el proyecto civilizador.42
Ahora bien, ¿cuáles objeciones podrían oponérsele a la idea de que la conquista
y colonización hispano-criolla en la región que estudiamos pueda ser considerada
un genocidio?

2. En primer término, resurge la cuestión del deliberado designio, que para Lemkin
era fundamental: los perpetradores debían tener el propósito demostrable de eliminar
definitivamente a las víctimas. Esta es la coartada que más suele usarse para lavar cul-
pas o desviar la atención. Se dirá: es verdad que hubo exterminio, pero no fue adrede;
se trató de secuelas impensadas del avance de la civilización.43 Pero en nuestro caso la
voluntad sobreentendida o explícitamente expresada en los documentos de borrar a los
indios del mapa aparece una y otra vez con respecto a todos ellos en forma indiscrimi-
nada o a determinados grupos seleccionados de acuerdo a circunstancias de momento,
despejando cualquier duda al respecto.
Sin que deba interpretarse que esta haya sido la primera vez que se manifestó
en el Río de la Plata, ese furor brota con toda claridad en un momento de fuerte
recrudecimiento de la violencia interétnica durante la década de 1770, al menos de
acuerdo a los registros de que disponemos hasta ahora.

41 Moses 2007, 171.


42 Moses 2007, 173-174.
43 Moses incluye algo injustamente a Leo Kuper (1981) entre quienes sostienen esa posición, pero al
hacerlo lo tergiversa. Es cierto que el autor distingue erróneamente como causas a guerras y ma-
sacres por un lado, y a “políticas deliberadas de exterminio” por el otro, como si fueran opuestas;
pero también sostiene que aunque los procesos de colonización no siempre fueron genocidas, sí lo
fueron con frecuencia, por ejemplo en el caso de las Américas y Australia (Kuper 1981, 15-16).
Introducción 25

En 1777, Felipe de Haedo –dirigiéndose a Pedro de Ceballos, primer virrey de


aquella nueva jurisdicción– subrayaba que, a diferencia de la española, la expan-
sión de los portugueses por sus dominios americanos se había logrado quitándoles
“…la vida a todos quantos Yndios se les oponian, ò no querian reducirse â ser sus
amigos”, en base al convencimiento de que los nativos en todas partes “…son
belicosos, inconstantes, y desagradecidos, y se tiene experimentado que siempre
que pueden, quitan la vida, sin reservar à sus venefactores por bien que los tra-
ten”.44 Según la visión del informante, una conducta tan extrema chocaría con el
temperamento más benigno de sus compatriotas, de modo que para salvaguardar
esa bonhomía analizaba posibles alternativas: la primera, tomarlos prisioneros,
“…y colocarlos en parages que se instru[y]an en breve y abrazen la Catholica reli-
gión”;45 pero dado que en la región las reducciones de naturales habían demostrado
su ineficacia, porque no se había logrado la conversión de los reducidos, se inclina-
ba por considerar más efectivo el reparto “para toda clase de Indios”

…entre las familias de las ciudades Villas, lugares, y Estancias;


dando à cada uno medidamente los que necesite para su Seruidumbre
y exercicios, por el termino de diez años que esta dispuesto, y que
al ca[b]o de ellos se sugeten à darles, un recompensativo correspon-
diente al travaxo que ayan emprendido dichos Indios, en especie de
Bacas, Yeguas, Cauallos, Potros, Obexas, ò Plata, con que puedan
comprarlos.46

Mediante esa reducción a la servidumbre en la producción agropecuaria o en el


trabajo doméstico se destruirían “…los enemigos mas crueles de la Naturaleza hu-
mana de estos paizes”, transformándolos en fieles vasallos, tributarios y soldados
defensores de la corona al cabo de pocos años.47
Sin embargo, aquella supuesta benevolencia quedó desmentida ese mismo año.
Ceballos esbozó una entrada general que penetrara en las pampas y derrotase a sus
habitantes, terminando con los inconvenientes que causaban a los españoles en la
frontera unos seres “…tan inhumanos que se deleitan en matar sin perdonar edad,
ni sexo, y solo reservan alguna vez la vida a las Mugeres que se llevan para sus abo-
minables vicios”.48 Si resultaba imposible convertirlos al cristianismo y reducirlos
a vivir en pueblos como hubiera sido debido, se tornaba indispensable “…por la

44 “Informe elevado por don Felipe de Haedo al virrey del Río de la Plata, don Pedro de Cevallos,
sobre la fundación de la Colonia del Sacramento por los portugueses…”, Biblioteca Nacional
-Sección Manuscritos- Documento N. 1984. Publicado en: Revista de la Biblioteca Nacional, XIII
(33): 73, Primer Trimestre de 1945, 92-93. En esta y las siguientes citas se ha mantenido la grafía
original pero se han desarrollado las abreviaturas.
45 “Informe elevado…”, 93.
46 “Informe elevado…”, 93.
47 “Informe elevado…”, 93-94.
48 Pedro de Ceballos a Joseph de Galvez, Buenos Aires, 27 de Noviembre de 1777. AGI, Buenos
Aires, 57 Duplicados del Virrey, 1776-1777, f. 142.
26 Devastación

natural defensa, y la seguridad publica tratar seriamente de perseguirlos hasta su


extinción”.49
Su relevo del cargo ocurrido poco después impidió que el virrey avanzase en
el proyecto. Su sucesor, Joseph de Vértiz, comenzó por solicitar a los responsa-
bles de la defensa fronteriza sus pareceres sobre la conveniencia de concretarlo.
Los maestres de campo consultados se mostraron de acuerdo con el objetivo
final, aunque lo consideraron irrealizable en las circunstancias del momento:

Desde luego se contarían gloriosas estas Provincias si en la execu-


cion se hiciese tan fácil como al pensamiento la entrada General à
los Yndios infieles propuesta por el Excelentísimo Señor Don Pedro
de Cevallos por que consintiendo en ella la extinción de los Barba-
ros que ocupan estas bastas, y desconocidas Campañas, facilitaban
con seguridad el Comercio, Poblaciones, y otros beneficios que re-
sultarían de esta tan util operación, pero nos hallamos con infinitas
dificultades insuperables à nuestra penetración que para el éxito de
la empresa seria preciso vencer, y sin la esperanza de su deseado fin
à que se dirige.50

Pocos años después, el marqués de Loreto, tercer titular del alto oficio, volvió a
acariciar la idea de destruir por completo y mediante un solo golpe a las agru-
paciones nativas de la frontera meridional. En las instrucciones que impartió a
Basilio Villarino y Francisco Xavier de Piera cuando ambos se dirigían a asumir
sus empleos en el fuerte del río Negro les recomendaba tomar conocimiento de
los caminos y pasos cordilleranos utilizados por los indígenas y los puntos donde
generalmente habitaban, “por lo mucho que interesa para el acierto de las operacio-
nes”, con miras a tomar las “disposiciones relativas â perseguirlos, ô exterminarlos
si fuese posible”.51
Francisco de Piera, que iba a ser comandante del establecimiento del Carmen,52
debería buscar a “la Yndiada, en el Cholechoel” y contando con fuerzas para ata-
carla “…lo hara de modo que no puedan escaparse […] en cuyo caso reservara
Vm [solamente] la vidas a las Mugeres y Niños”.53 Estas crueles instrucciones,

49 Ceballos a Galvez, Buenos Aires, 27 de Noviembre de 1777. AGI, Buenos Aires, 57 Duplicados del
Virrey, 1776-1777, f. 142. El resaltado es nuestro.
50 “Dictamen de la Junta de Maestros de Campo sobre la Expedición proyectada contra los indios
Pampas. 1778.” Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (en adelante BNRJ), MS I-29, 9, 59. Los
firmantes son Diego de Salas, Manuel de Pinazo, Ventura Echeverría, Salvador Cabañas, Juan Báez
de Quiroga, Joseph Francisco Amigorena, Joseph Bague y Juan Antonio Hernández.
51 Loreto a Basilio Villarino, Buenos Aires, 24 de Mayo de 1784. AGN IX, 16.04.01. División Colonia
– Sección Gobierno. Costa Patagónica Años 1784-1785.
52 Finalmente no lo sería en ese momento, porque el rey decidió, después de un proceso judicial,
devolver a Juan de la Piedra el cargo de comandante y superintendente del río Negro.
53 “Instrucción reservada que deberá observar el Comandante del establecimiento del Río Negro, D.
Francisco Xavier Piera, en la expedición contra los indios infieles.” BNRJ, MS I-29, 10, 36.
Introducción 27

que implicaban matar a todos los varones adultos, fueron apenas aliviadas por el
comandante Juan de la Piedra cuando agregó las suyas, ordenándole a Piera que si
descubriese asentamientos indios procurase “atacarlos y destruirlos […] reservan-
do [solamente] las [vidas de] mugeres y niños”, pero agregando la posibilidad de
perdonar la vida a quienes

degen los Cavallos y armas, dando muestras de estar sujetos à la


obediencia de Su Magestad y viniéndose à este Establecimiento con
carta de Vm en que asi lo esprese à este Comandante.54

En general y aunque las políticas de la monarquía española en América variaron


según el momento y las condiciones locales,55 puede afirmarse que los encarga-
dos inmediatos de las cuestiones fronterizas rioplatenses fueron muy proclives a
los castigos violentos, y eso por varias razones. En primer lugar, los indios eran
competidores por los recursos –especialmente el ganado– y al mismo tiempo
poblaban las tierras aptas para su crianza. Además, algunos grupos perturbaban
el comercio y la circulación de bienes y personas entre puntos y por rutas vitales,
como la que unía Buenos Aires con Mendoza y Santiago de Chile.56 Unas fronte-
ras demasiado amplias y abiertas dificultaban su control integral y esa dificultad
hacía allí la vida más insegura. Competencia, inseguridad y debilidad en la vi-
gilancia se conjugaban para propiciar la aplicación de una violencia desmedida.
Tanto las acciones como las reacciones españolas, muchas veces a ciegas y en-
caminadas a dar una lección y amedrentar a posibles incursores y merodeadores,
generaban respuestas aún más difíciles de controlar.
La misma cara atroz del Estado volvería a mostrarse con relación a algunos
grupos indígenas una vez concluida la etapa colonial, durante la época de Juan
Manuel de Rosas. Desde sus primeras intervenciones políticas a principios de
la década de 1820, el futuro restaurador negó a los grupos indígenas el status
de sociedades independientes que pudieran considerarse amparadas por el dere-
cho de gentes y sostenía que debían ser asimilados a la condición de bandoleros
punibles como vulgares ladrones o delincuentes comunes.57 En ese sentido, su
pensamiento está distante del posterior discurso legitimador de la invasión de los
territorios indígenas durante la década de 1870, cuando se los tendería a equipa-

54 Juan dela Piedra. “Instrucción reservada al comandante de la expedición contra los indios infieles
del Rio Negro. 1784”. Doc. Nº 2º: “Ynstruccion q.e deverà observar Ygn.º Galadoch Patron dela
Chalupa San Juan Bap.ta enla comisión que se le confiere por estè rio àrriva”. Rio Negro, 24 de
Diciembre de 1784. BNRJ MS I-29, 10, 39.
55 Cf. Weber 2005. Por ejemplo, Francisco de Viedma (el comandante de Carmen de Patagones
anterior a Piedra), mientras compraba diariamente ganado a los indios para el abasto del pueblo,
sugería al virrey la eliminación de los nativos con el objeto de interrumpir las incursiones en la
frontera de Buenos Aires. Sin embargo, nunca dio el menor paso en ese sentido, sabiendo que,
dadas las circunstancias, el objetivo sería de imposible cumplimiento (ver capítulo 6).
56 Villar y Jiménez 2000 y 2003c.
57 Cfr. Acción de Juan M. de Rosas sobre derechos de ganados, AGN, VII, 2066, s.f.; Bechis 1996b;
Alioto 2011a, 183-185.
28 Devastación

rar con la condición de fuerzas extranjeras que era preciso desalojar en nombre
de la integridad nacional.58
La compleja política rosista se tradujo en la meditada trama del negocio pacífi-
co que incluía a indios amigos y aliados,59 aunque al mismo tiempo prescribía una
actitud despiadada respecto de los indígenas hostiles, esto es, quienes se negaban
a ingresar en aquel trato o se rebelaban.60 Con ellos, Rosas fue implacable: los
ranqueles sufrieron varias campañas en las que perdieron centenares de vidas y
recursos,61 percibiéndose claramente en la palabra y en el obrar del gobernador que
su rotunda intención última apuntaba a eliminarlos del mapa étnico de la región.62
Para decirlo sintéticamente: en épocas previas a la Conquista del Desierto, la
inclinación de gobernantes, funcionarios, religiosos y militares a promover políti-
cas de exterminio análogas contra grupos indígenas del Río de la Plata y Chile fue
permanente. En realidad, la diferencia reside no tanto en la voluntad de ejecutar
esas acciones como en la precariedad de los medios militares y las instituciones de
apoyo con que contaban, en contraste con los de los estados nacionales unificados
en las últimas décadas del siglo XIX.
Los funcionarios coloniales de las fronteras meridionales de América estaban
en su mayoría persuadidos de que sólo la imposibilidad de vencerlos definitiva-
mente hacía que debiera tolerarse a los indígenas, en un mero gesto de realismo
político.63 Pero no obstante, en los distintos momentos de una disputa a largo plazo
por el territorio, la violencia fue moneda común y el ideal de eliminar a la pobla-
ción nativa como tal se mantuvo vigente.64
A partir de los inicios de la era moderna, los europeos habían establecido ciertos
códigos de restricción en las acciones de guerra que conformaban el jus in bello,
es decir el derecho vigente entre naciones en tiempos de contienda armada. Esas
reglas (a menudo no escritas) estipulaban, entre otras cosas, un trato humanita-
rio hacia los no combatientes y prisioneros, únicamente cuando se luchaba contra
enemigos “civilizados” a quienes se consideraba iguales. Pero con respecto a los
infieles o “salvajes”, aplicaban, en cambio, la llamada bellum romanum –heredada
justamente del imperio– que eliminaba toda barrera o limitación y consideraba

58 Trinchero 2006, 131.


59 Ratto 1994. En el mejor de los casos, únicamente a estas dos categorías podría referirse la afirmación
de Pedro Navarro Floria acerca de que la política indígena del restaurador fue fundamentalmente
pacífica (2001, 359) y ello cerrando con fuerza los ojos frente a la gran conflictividad –no sólo
en el sentido bélico del término– que singularizó a las relaciones inter-étnicas y fronterizas en su
conjunto, sobre todo durante la década de 1830.
60 Ratto 1996, 1998.
61 Jiménez y Alioto 2007, y ver capítulo 4.
62 Jiménez, Alioto y Villar 2014, ver capítulo 4.
63 Alioto 2014a, ver capítulo 6. Cf. en general, la obra de David Weber (2005, 181); y el análisis de
Florencia Roulet acerca del comportamiento político individual de un funcionario colonial (2002).
64 De todas maneras, y como ha demostrado Rob Harper (2015), es necesaria una interpretación
contextual de las masacres: no basta con la motivación en general, sino que hay que considerar las
circunstancias que las hacen posible.
Introducción 29

al enemigo merecedor de las mayores atrocidades.65 Inclusive los tratadistas del


Derecho de Gentes iluminista establecían esa distinción, sosteniendo que las reglas
no corrían “cuando se está en guerra con una nación feroz, que no observa reglas
ningunas ni sabe dar cuartel”.66
En términos de la relación entre hispano-criollos y nativos en la región, no
faltaron hombres de armas, miembros de la iglesia y civiles que mostraran su vo-
luntad expresa (devenida en acciones concretas tendientes a ese objetivo cuando la
ocasión era propicia) de exterminar a poblaciones enteras que resultaran molestas
por alguna causa, en general relacionada con su resistencia a subordinarse.
En esas oportunidades, se transformaba en papel mojado toda regla usualmente de
rigor en acciones bélicas entre potencias europeas –y en principio aplicables también
a los contextos coloniales–, tendiente a preservar la vida de mujeres, niños y ancianos
y a ejercer violencia sólo en contra de varones adultos en actitud o con capacidad de
combatir. En tales contextos, por el contrario, se permitió y alentó de hecho la muerte
de la mayor cantidad de personas –fueran o no combatientes– con el objetivo de acen-
tuar el derrumbe demográfico de las comunidades enemigas y desencadenar una crisis
que cancelase la capacidad de defender su autonomía y su territorio.
Hacia la conclusión de la época colonial, incluso, cuando en general se admite
una merma en la violencia fronteriza, algunas campañas mostraron conductas reñidas
con la idea de pacificación. Por mencionar sólo un ejemplo, en la campaña realizada
contra la sublevación de los indios de Río Bueno, al sur de Valdivia, en 1792, el ejér-
cito español mató por igual a combatientes y no combatientes, hombres, mujeres y
niños, con la complacencia y estímulo de los franciscanos que lo acompañaban.67 Lo
mismo había ocurrido en 1784 con una partida enviada desde Carmen de Patagones
aguas arriba del río Negro por el comandante Juan de la Piedra, antes de involucrarse
en otra campaña de idénticas características e intenciones que fue truncada por los
indios en Sierra de la Ventana y le costó la vida al propio comandante.68
Podría argumentarse la plausibilidad de que algunos funcionarios militares ha-
yan actuado a su discrecional arbitrio y sin seguir órdenes superiores, y en efecto
así ocurrió en ocasiones; pero a menudo la claridad de las instrucciones recibidas

65 Howard 1994, 3. En este sentido, el Holocausto nazi puede ser visto como el regreso a casa de la
barbarie, aplicada desde los inicios de la expansión sobre el resto del mundo y ejercida ahora en el
centro mismo de Europa, basándola en una concepción racista (Lindqvist 2004, 30-32; Zimmerer
2008); esa idea es conocida como parte de las tesis de Hanna Arendt (1968 [1950]), pero Sven
Lindqvist (2002, 49) notó que ya en 1885 James Anson Farrer señalaba el peligro de que los ofi-
ciales acostumbrados a la barbarie colonial la llevaran consigo de regreso a Europa (Farrer 1885).
Acerca de la existencia de un racismo pre-científico o “arcaico” de potencialidad genocida anterior
al darwinismo y aplicado en América y Australia, ver Finzsch 2005.
66 Vattel 1834, 114. Es asimismo cierto que esos tratadistas fueron parte de una larga tradición intelec-
tual que, en Occidente, cuestionó con variable énfasis el colonialismo y sus procederes violentos:
cf. Fitzmaurice 2010. A esa tradición pertenecía Lemkin, y también las varias generaciones poste-
riores de estudiosos entre los que querríamos contarnos.
67 Ver capítulo 2.
68 Ver capítulo 6. Sobre los conflictos entre indios y cristianos y entre las distintas parcialidades
indígenas de la región en la época considerada, ver Villar y Jiménez 2003a, 2003b, 2003c.
30 Devastación

por escrito demuestra lo contrario. Si a los casos ya aludidos hubiera que agregar
una referencia a tiempos postcoloniales, bastaría con recordar que Juan Manuel de
Rosas, en las campañas contra los ranqueles de la década de 1830 mencionadas
más arriba, dejó categóricas y estrictas consignas de matar a todas las personas que
fuera posible. Y además manifestó su diáfana intención de acabar con el grupo en
su conjunto, exponiendo el designio de exterminarlo sin más.69

3. Una segunda objeción podría girar en torno a la naturaleza bélica de los conflictos,
con el argumento de que lo ocurrido en las fronteras rioplatenses fue una guerra y no
un genocidio y que, como siempre sucede en las guerras, hubo vencedores y venci-
dos con tremendas consecuencias negativas para estos.70 Pero guerra y eliminación
genocida no son opuestos excluyentes; al contrario, la segunda es (o puede ser) parte
de aquella.71 No obstante, la alternancia de periodos de paz y convivencia pacífica no
está excluida y menos aún la posibilidad del comercio: los mismos grupos que ba-
tallan en un momento pueden comerciar en el siguiente. Muchas masacres tuvieron
lugar en tiempo de guerra y contra enemigos declarados,72 pero muchas otras no: en
una serie numerosa de casos que estudiamos, los indígenas no deberían haber tenido
por qué temer, pues eran aliados de sus inesperados predadores e incluso habían reci-
bido promesas de no agresión inmediatamente antes del ataque.73
El modelo de beligerancia que gradualmente fue imponiéndose en la frontera
y terminó por constituirse en una tradición de cómo ejecutar la “guerra contra los
bárbaros” implicaba la incursión sorpresiva en el territorio enemigo, la muerte de
los varones adultos, y la toma de cautivos entre mujeres y niños. Generación tras
generación, desde los primeros tiempos de la conquista española, todo líder militar
u oficial con experiencia de campo transmitió a sus subordinados nociones tácticas
acerca de cuándo y cómo atacar a los campamentos indios.74 La excesiva aproxi-
mación de los indios a la frontera, el crecimiento desusado de su número, las pre-
sencias no habituales entre ellos, el hecho de que poblaran espacios apetecidos o de
que se apropiaran de animales que los cristianos consideraban propios generaban
tensiones constantes y tendían a producir choques y entredichos que conllevaban
la necesidad de la consabida represalia.75

69 Ver capítulo 4.
70 Un ejemplo de esta posición en Bechis 2010a.
71 Lemkin ya lo había percibido así, al definir el concepto de genocidio a partir de la conducta de los
alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
72 Sobre la relación entre genocidio y crímenes de guerra, aunque centrado en casos del siglo XX, ver
los estudios reunidos en Andreopoulos (ed.) 1994.
73 Ver capítulo 1.
74 Una transferencia similar -y quizá relacionada- ocurriría más tarde con las tradiciones de la llamada
guerra contrainsurgente, como la ejecutada por los españoles en Cuba, los franceses en Argelia, los
militares argentinos contra la propia población de su país, y los estadounidenses en muchas partes
del mundo.
75 Nancy Scheper-Hughes y Phillipe Bourgois sostienen que la violencia es mimética, y así como en
el principio homeopático o en la magia imitativa lo semejante produce lo semejante, la violencia
Introducción 31

Al malón, modalidad militar predominante de los indígenas, se contrapuso una


forma simétrica de lucha.76 Los contingentes hispánicos se habituaron rápidamente
(debieron hacerlo) al tipo de combate incursivo –informal, sorpresivo y veloz– an-
tes que a persistir en el enfrentamiento abierto y formalizado de dos ejércitos.77 Se
consolidó entonces una suerte de cultura militar mestiza: ambos “bandos” procu-
raban reunir toda la fuerza que pudiesen, atacar al enemigo de un solo golpe y por
sorpresa, producir el mayor daño posible, llevarse cautivos y animales y –especial-
mente en el caso de los españoles– destruir las reservas de alimentos, las viviendas
y cualquier otro tipo de infraestructura, y los recursos de transporte (caballos).78
Así, la entrada a territorio enemigo pasó a ser un denominador común y las
masacres se hicieron frecuentes. Los españoles, afectados por la escasez de dine-
ro, personal, armas y animales, aprovechaban cuanta oportunidad se presentara de
reunir con esfuerzo los medios necesarios para incursionar, cuidándose luego de
demostrar a sus superiores que la aventura había valido la pena. Ocurrió entonces
que, si no encontraban a las parcialidades buscadas (o no sabían con certeza a quié-
nes buscaban), atacaban a otras en su reemplazo, porque los objetivos a cumplir
siempre demandaban la aplicación de un castigo a las –alegadas– ofensas recibidas
(aunque fuera genéricamente y no recayera sobre los “verdaderos culpables”) para
crear en los nativos un temor perdurable y acreditarse un triunfo que mereciera ser
exhibido políticamente. En la región tuvieron poco efecto práctico –o ninguno– las

produce violencia: por eso es que puede hablarse de cadenas, espirales y espejos de violencia, o de
lo que ambos autores llaman continuum de violencia (Scheper-Hughes y Bourgois 2004).
76 Notemos también que, como señaló Nicolás Richard (2015), en parte del discurso historiográfico
tradicional las conquistas de los territorios indígenas a fines del siglo XIX se pretendieron hechas
sin guerra, porque el término guerra se reservaba a la confrontación entre Estados: entonces son
“expediciones” o “campañas” sin enemigo y sin sujeto.
77 La tendencia a tomar como parámetro general esta forma de combatir -propia de la modernidad e
interna a Europa- está siendo cuestionada: cf. Barkawi 2016.
78 Con esto está ligada la cuestión de la agencia indígena: ¿Decir que los indígenas han sido sólo
víctimas de un genocidio equivale a despojarlos de su rol de agentes históricos y negar el conflicto
y la guerra? Nicholas Thomas afirma que el discurso acerca del dominio colonial sobre pueblos
indefensos es una replicación de otro más antiguo referido a la desaparición de las razas atrasa-
das: niega a los indios agencia y capacidad de resistencia y adaptación; Scheper-Hughes opina,
al contrario, que la antropología se construyó y alimentó de los varios genocidios coloniales y
post-coloniales (ambos citados en Moses y Stone 2007, vi). En el caso regional, no hay duda de
que hubo resistencia y que los nativos tuvieron capacidad de actuar, puesto que las masacres se
relacionaron con la guerra. Semelin (2002) propone que las masacres pueden ser bilaterales (como
en una guerra civil) o unilaterales (el Estado contra sus ciudadanos). ¿Puede afirmarse que en las
fronteras meridionales del Río de la Plata y Chile hubo masacres bilaterales? Más aún, si los indios
hubiesen podido, ¿habrían eliminado a los españoles, en una especie de “genocidio desde abajo” o
de genocidio anticolonial, como ocurrió por ejemplo en Haití? Sobre las atrocidades francesas en
Haití, cf. Girard 2005 y 2013. Hubo históricamente ocasiones en que los nativos subordinados por
un imperio replicaron con un alto nivel de violencia, apelando a prácticas genocidas y generando
lo que Jones y Robins (2009, 3) denominaron “genocidios subalternos”. Nicholas Robins vincula
estos genocidios con prácticas milenaristas, y ha estudiado sistemáticamente dos casos: la rebelión
entre los Pueblos en Nuevo Méjico en 1680 y la Gran Rebelión Andina en el alto Perú en 1780-82
(Robins 2002, 2005 y 2009).
32 Devastación

órdenes reales de que no se utilizara la violencia salvo que mediaran motivos va-
lederos, entre otras razones debido a que la decisión acerca de quiénes la merecían
quedaba deferida al criterio de los responsables locales.
La prueba más palmaria de la vigencia entre los propios españoles de esa cultu-
ra militar creada reside en que los ataques a las tolderías indias muestran un patrón
de comportamiento recurrente a lo largo del tiempo. Las sucesivas generaciones
aprendieron sobre el campo el ejercicio de una guerra peculiar, cuyas prácticas sui
generis se asimilaban y ejercían en especial en los territorios coloniales.79
En las largas disputas territoriales –similares a las ocurridas en otras situaciones
coloniales–, la violencia constituyó un resorte habitualmente aprovechado por las
partes que no puede desvincularse del efecto que la intrusión expansiva del estado
tuvo en las poblaciones indígenas: el de militarizarlas y obligarlas a resistir el avan-
ce a mano armada, la creación, en suma, de una “zona tribal”.80
Es notable la repetición del hecho –ya aludido– de que muchos de los grupos
que fueron víctimas de masacres y violencia masiva no se encontraban en conflicto
con los hispano-criollos, y que no fueron atacados en condiciones de combate: todo
lo contrario, eran grupos que estaban de paz y no tenían motivos para considerarse
en peligro. A la hora de tomar revancha por algún motivo o de ejercer una violencia
ejemplificadora, los cristianos parecían asumir que los grupos indígenas eran inter-
cambiables: si no se ubicaba a los “agresores”, cualquier objetivo resultaba bueno
para sustituirlos. Al calor de la indignación, las fronteras conceptuales y políticas
entre indios amigos y enemigos, indios de paz y de guerra se esfumaban, y una vez
en campaña, cualquiera podía transformarse en víctima.

4. Una tercera cuestión es la sistematicidad y continuidad del proceso. ¿Sólo puede


considerarse como genocidio un plan sistemático y de aplicación permanente dentro
de un periodo acotado? ¿O es aceptable la idea de que lo constituyan una serie de
acciones discontinuas, separadas por periodos de (relativa) paz?81
En el caso de las fronteras que nos interesan, consideramos que fue a la inversa
de lo que en general se piensa: hubo una intención genocida desde el comienzo, pero
no la posibilidad de concretarla totalmente. Siempre existió la intención de quitar a
los nativos de en medio, sostenida por una ideología que, con matices cambiantes,
los definía como bárbaros o salvajes, menos que humanos, y por lo tanto no mere-
cedores de ocupar el territorio que la corona primero y el estado nacional después

79 Aunque convenga recordar que también las experimentaron ciertos europeos rebeldes, como
ocurrió en Flandes.
80 Cf. Ferguson y Whitehead 1992.
81 Algunos autores utilizan el concepto de mass killing para designar una situación intermedia entre
la masacre -considerada un acontecimiento puntual y de una letalidad comparativamente menor- y
el genocidio, extendido en el tiempo y más mortífero: “las matanzas masivas no están, en general,
limitadas geográfica o temporalmente, esto es, ocurren con frecuencia durante un período prolon-
gado e involucran un número más elevado de gente que una masacre. Cuando las matanzas masivas
ocurren, no hay intención de eliminar enteramente al grupo víctima en cuestión. No es genocidio,
aunque puede ser un paso en el camino” (Dwyer y Ryan 2015, xiii, traducción propia).
Introducción 33

reivindicaban como propio. La falta de recursos económicos y militares impidió lle-


var adelante una campaña de eliminación total. Los planes fueron reiteradamente
presentados, pero no pudieron materializarse, dado que el Estado colonial, o bien no
disponía de recursos militares suficientes, o no quería destinarlos a territorios que se
consideraban marginales; y los particulares no podrían haber consumado la empresa
sin la colaboración estatal. Después de la independencia, y especialmente con Rosas,
aparece la posibilidad de que los recursos del Estado se usen para eliminar a pobla-
ciones enteras; y esas posibilidades se incrementarán más aún a medida que el Estado
crezca en sus capacidades militares, económicas, financieras, y políticas.
Si se observan con atención las prolongadas disputas por el dominio de la tie-
rra, podrá constatarse que estuvieron jalonadas por una larga sucesión de pulsos
genocidas. Bastaba que los cristianos se sintieran amenazados para que, reunidas
las fuerzas necesarias, se desatara la violencia sobre los nativos con una inflexibi-
lidad difícil de superar y la intención eliminatoria como logro de máxima. A causa
de ello, las comunidades indígenas debieron ir reconfigurándose, en gran medi-
da a raíz de los detrimentos demográficos, económicos y territoriales infringidos.
Aunque se lo haya percibido como una guerra con agresiones de ambos lados, las
consecuencias sobre las poblaciones indias, dada su menor densidad, fueron tre-
mendamente peores: la pérdida de un cierto número de personas, en especial si eran
jóvenes y mucho más si se trataba de mujeres en edad reproductiva, colocaba la
sustentabilidad grupal en estado crítico, sin que importe en realidad cuán pequeña
pueda parecer la cantidad de víctimas.

5. Una cuarta cuestión, relacionada con la anterior, se expresa en la siguiente pre-


gunta: para considerar que estamos frente a un genocidio ¿debería acreditarse que
los perpetradores perseguían la eliminación de todos los grupos indígenas, o basta-
ría con que se busque sólo la de algunos de ellos? Dejando de lado los ambiciosos
propósitos que inspiraban a los proyectos de organizar grandes entradas (como el
pergeñado por Cevallos), con mayor frecuencia los administradores tenían de an-
temano la certeza de que se les haría imposible la eliminación de todos los nativos,
pero sí tenían la expectativa de provocar la desaparición de ciertas comunidades
que evocaban la idea de una permanente reluctancia, o de aquellos que eran identi-
ficados como seguidores de un líder considerado irreductible.82
Si considerásemos que cada agrupación indígena local –o incluso cada unidad
política (digamos, de manera convencional, cada cacicato)– constituía sólo un seg-
mento de una unidad más amplia y abarcadora, como lo hace por ejemplo Martha
Bechis,83 hasta podría admitirse que las atrocidades cometidas no fuesen considera-

82 Los caciques corsarios de la segunda mitad del siglo XVIII despertaban un furor de ese estilo en
los oficiales de la corona, en especial Llanquetruz (ver Jiménez 2006, 75-93).
83 Bechis 2008. Bechis argumenta convincentemente que el área pan-araucana puede considerarse
una unidad cultural, pero no logra demostrar que se trata de lo que ella llama una unidad social: su
idea de que cada agrupación es un segmento que no puede reproducirse independientemente es para
nosotros errónea, y sus consecuencias van más allá de lo atinente al tema de esta introducción.
34 Devastación

das genocidas, en tanto no se encaminaban a eliminar a la totalidad de un grupo ét-


nico, sino solamente a una fracción del mismo. Pero si en cambio sostuviéramos –y
así lo hacemos en este libro– que una agrupación dada equivale a una unidad en sí,
es evidente que los ataques tuvieron con frecuencia el resultado casi siempre inten-
cional de eliminarlas completamente, o de ponerlas en serio riesgo, dispersándolas
y obligando a los sobrevivientes a rearmarlas luego de superar grandes dificultades.
¿Cómo se relacionan las políticas fronterizas con las necesidades y posibilida-
des económicas de sus gestores? Ya vimos más arriba que la decisión colonial de
preservar o intentar preservar las vidas de los indios ocurre casi siempre cuando su
fuerza de trabajo puede ser utilizada preferencialmente.84
El hecho de que las llanuras del Plata constituyeran espacios abiertos y dedicados
en buena medida a la explotación ganadera extensiva hacía que los indios fueran vis-
tos como predadores de riqueza, para colmo imposibles de frenar a causa de la enor-
me y desconocida extensión que poblaban y de su propio modo de vida “nómade”.
En ese sentido, los nativos componían un conjunto de gente prescindible que hubiera
convenido eliminar. La explotación ganadera con fines comerciales, su exigencia de
nuevas tierras, y la tendencia a desarrollar políticas genocidas contra los habitantes
indígenas de aquellas guardan entre sí una estrecha relación que ya ha sido notada en
variadas regiones fronterizas como Sudáfrica, Australia, y Norteamérica.85
Pero por otra parte, se trataba de una región en la que siempre hubo escasez de
mano de obra, que debió suplirse con esclavos o migrantes del norte. Porque si bien
la ganadería no requería mucho personal, sí la reclamaba la agricultura que lógi-
camente también se practicaba, y más aún y especialmente el servicio doméstico.
De acuerdo con eso, la modalidad militar preferida por los cristianos (matan-
za de los varones adultos y prisión y reparto de mujeres y niños) les reportaba
un doble beneficio: disolvía la amenaza bélica y depredatoria que se ceñía sobre
personas, campos y ganados, a la vez que generaba un flujo de fuerza de trabajo fe-
menina e infantil hacia aquellos rubros en los que los españoles más la echaban de
menos –como el del trabajo doméstico– puesto que su falta implicaba invertir altas
sumas en esclavos, o resignarse a que las mujeres españolas tuvieran que trabajar
en actividades impropias de su rango.
En síntesis: el hecho de que se considere o no un genocidio, ¿se define por las
intenciones, por las características de los hechos perpetrados, o por sus resultados?
Si lo que importa es la intención genocida, en nuestro caso parece existir desde
el principio, aunque no siempre se haya formulado de un modo totalmente claro.

84 Jean-Paul Sartre notó tempranamente que la necesidad de mano de obra indígena en el contexto co-
lonial africano hacía que las demás formas de violencia opresiva no culminaran en genocidio: “¡Po-
bre colono! Su contradicción queda al desnudo. Debería, como hace, según se dice, el ogro, matar
al que captura. Pero eso no es posible. ¿No hace falta acaso que los explote? Al no poder llevar la
matanza hasta el genocidio y la servidumbre hasta el embrutecimiento animal, pierde el control,
la operación se invierte, una implacable lógica lo llevará a la descolonización” (Sartre 1961, 15).
Sin embargo, cuando los colonizadores no supieron cómo enfrentar una guerrilla que involucraba a
todos los pobladores, no dudaron en matar a gran parte de la población civil para aterrorizar al resto.
85 Adhikari 2015.
Introducción 35

No obstante, estuvo presente sin lugar a dudas en la década de 1770, momento a


partir del cual se la encuentra enunciada sin ambages.
Si, por el contrario, fuera definitorio el tipo de acciones consumadas, se cuentan
la mayoría de las que son consideradas parte integrante de un proceso genoci-
da: masacres, eliminación de no combatientes –mujeres, niños, ancianos–, reparto
posterior de los sobrevivientes entre oficiales y familias de los vencedores, y des-
articulación de las comunidades. Aunque no lo estén bajo la forma de un obrar
continuado, sino de una serie de sucesivos eventos discontinuos cuya integración
se percibe en su larga duración.
En cambio, si lo que se tomase en consideración fueran las consecuencias –es
decir, cuánta gente murió y cuánta sobrevivió, y si el grupo agredido subsistió o
no–,86 la calificación de genocidio aplicada a los eventos de épocas anteriores a las
campañas iniciadas en la segunda mitad de los años de 1870 exigiría una adecua-
ción de la escala de nuestra observación. En efecto: como se trata no de operaciones
militares simultáneamente ejecutadas en contra de la totalidad de los grupos indios
existentes en la región, sino de acometidas que afectaron a ciertas comunidades en
particular, podrá afirmarse que hubo genocidio sólo cuando la subsistencia autóno-
ma de una de ellas se haya convertido en inviable a causa del embate. Una inviabi-
lidad de esta magnitud pudo verificarse por tres vías no estrictamente excluyentes
entre sí: desaparición comunitaria a causa de la muerte violenta de todos –resultado
infrecuente– o de la gran mayoría de sus miembros, seguida en este caso por el
reparto de familias o individuos aprisionados entre los hispano-criollos, y por la
dispersión de sobrevivientes en fuga y su posterior incorporación voluntaria a otras
comunidades indígenas, asumiendo una nueva identidad en el marco de procesos
etnogenéticos regionales muy frecuentes y de largo alcance.

IV. Reparto de no combatientes y otras prácticas violentas


1. Hemos visto que las prácticas violentas y atroces perpetradas por los coloniza-
dores no se agotaron en la comisión de masacres. Toda una serie de acciones adi-
cionales colaboraron en sus objetivos crecientes de controlar, desplazar, desposeer,
e incluso eliminar a las poblaciones indígenas.
Ligado a las matanzas estuvo el reparto de los sobrevivientes –su complemen-
to y corolario–, casi siempre mujeres y niños, entre oficiales militares y vecinos.
Ambas acciones se integraban en una secuencia, constituyendo un complejo masa-
cre-reparto invariablemente reiterado en la historia de las fronteras pampeanas.87

86 Por ejemplo, la definición utilizada por Mohamed Adhikari va en ese sentido: “la destrucción física
intencional de un grupo social en su totalidad, o la aniquilación intencional de una parte tan significativa
del grupo que este ya no es capaz de reproducirse biológica o culturalmente” (Adhikari 2015, 2).
87 Ver capítulos 8, 9 y 10. Sólo llamaremos la atención ahora acerca del hecho de que el secuestro de
niños y la separación de sus familias, su apropiación y cambio de identidad, son considerados o
bien constituyentes principales de un genocidio, o bien, en la más frecuente aplicación del derecho
público contemporáneo, como delitos de lesa humanidad que resultan imprescriptibles.
36 Devastación

La guerra que en ellas tuvo lugar propiciaba el descontrol, porque las prácticas no
se cometían contra una población civil cuyos derechos fueran reconocidos.88
El hecho de dejar con vida a mujeres y niños indígenas89 responde en parte a
una necesidad económica: eran personas que podían ser reducidas a la servidumbre
y más fáciles de controlar que los varones adultos, de manera que resultaba mejor
conservarlas vivas.90 Por esa misma razón, su apropiación por parte de institucio-
nes y familias hispano-criollas para destinarlos en general al servicio doméstico
comenzó con la propia colonización, incluso adoptando formas de aparente cari-
dad, como en el caso de los niños acusados de brujería en Chile “rescatados” por
conchavadores para “salvarlos de la muerte” y vendidos luego a los vecinos.91 La
distribución de personas alcanzó su culminación en los años de 1880, aunque con-
tinuó luego hasta el día de hoy.
Un ejemplo de la afligente situación de los no combatientes capturados se evi-
dencia en el alto grado de exposición a los abusos cometidos por quienes debían
cuidar a las prisioneras indias recluidas en la Casa de Recogimiento durante la
época colonial,92 lo mismo que en los repetidos maltratos cotidianos de que fueron
objeto las personas destinadas al servicio en casas particulares.
A muchos años de concluida la etapa colonial, la práctica de reparto y desmem-
bramiento de familias93 –nunca interrumpida– tuvo desde luego, como dijimos, su
más notable expresión durante y después de las campañas roquistas. Sin perjuicio
de las investigaciones que ya han dado cuenta de ello,94 en este volumen se agregan
datos e interpretaciones acerca del nivel de participación de la sociedad civil que
aportan al respecto una visión en cierto sentido más contundente.95

88 Como a pesar del desorden revolucionario ocurrió durante las Guerras de Independencia: cf.
Rabinovich 2013.
89 No faltan casos en que también ellos fueron ultimados durante el ataque con el argumento de que
se habían resistido.
90 Podría decirse que esa también es la lógica indígena, pero la diferencia reside en el status de las
cautivas tomadas por los nativos: ver entre otros Socolow 1987b, Mayo y Latrubesse 1998, Villar
y Jiménez 2001, Ratto 2010.
91 Villar y Jiménez 2001.
92 Ver al respecto el estudio elaborada por Natalia Salerno e incluido en este volumen, capítulo 9.
93 Respecto de esta cuestión y para ilustrar también la vaguedad conceptual que suele campear en el uso
de los términos, recordemos que Burucúa y Kwiatkowski (2008 y 2014), siguiendo la teoría liberal,
señalaron que la existencia de un genocidio se verifica especialmente cuando es un Estado criminal
el que lo planea y ejecuta. En ese orden de ideas, Burucúa considera que en el caso de la Conquista
del Desierto no hubo genocidio, porque no se planeó un exterminio, pero no obstante, en la misma
entrevista, afirma que la dictadura argentina de 1976 sí fue responsable de cometerlo porque “…
jurídicamente el rasgo particular que la define como genocidio es lo que se hizo con los niños, la sus-
tracción de bebés” (Moledo 2009). No queda clara, por lo tanto, la razón que veda el uso del concepto
con relación a las campañas de Roca (promovidas, financiadas y ejecutadas por el Estado), durante las
cuales -y con posterioridad- se sustrajeron niños de ambos sexos y de todas las edades, separándolos
para siempre de sus familias y comunidades.
94 Cf. Mases 2002; Delrio 2005; Delrio, Lenton y Musante 2010; entre otros.
95 La investigación de Pablo Arias sobre este tema se encuentra en el capítulo 10.
Introducción 37

La iglesia legitimó todas esas acciones atroces desplegadas por las fuerzas ar-
madas y los civiles. Los misioneros salesianos, acompañantes de las expediciones,
participaron luego en el reparto de familias, oscilando entre el apoyo entusiasta, el
silencio, y unas tímidas manifestaciones de disconformidad ante el obrar de los mi-
litares, que no se transformaron en denuncias públicas, sino en críticas restringidas
al interior de la orden.96
Otra de las acciones violentas desplegadas contra las comunidades indígenas,
y quizá la menos visible, fue la violencia sexual ejercida sobre mujeres prisio-
neras.97 Su registro es infrecuente, dado que, al contrario de las muertes hechas
“en combate”, no eran conductas de las que los perpetradores pudieran sentirse
orgullosos como para informarlas, dar testimonio público de ellas o dejarlas re-
gistradas de alguna manera. Su ocurrencia entonces, sin duda silenciada y sub-re-
presentada en las fuentes, sólo puede inferirse de documentación menos directa,
por caso, las acusaciones debidas a la prédica de enemigos políticos o de obser-
vadores externos, sensibilizados por la crudeza de los hechos.
Una serie adicional de prácticas estuvo relacionada con la desnaturalización o
destierro de los indígenas, alejados de sus territorios con la intención de castigarlos
y también de neutralizar posibles represalias. Ese recurso fue utilizado con fre-
cuencia por las autoridades coloniales y republicanas de Chile y el Río de la Plata
para “sacar del medio” a aquellos individuos o grupos de personas que, a su modo
de ver, resultaran molestos o peligrosos. Los indígenas temían el desarraigo –lo
concebían uno de los peores destinos posibles– y lo resistieron de todas las maneras
a su alcance.98
Por último, se registra asimismo un conjunto de conductas relacionadas con las
epidemias introducidas desde el Viejo Mundo que provocaron una fuerte mortali-
dad en los indígenas. La conciencia de su relevancia se ha hecho cada vez mayor
entre los estudiosos. Aunque pueda argüirse con cierta razonabilidad que no se
trató de una acción ejecutada ex professo, los europeos no están del todo eximidos
de responsabilidad. La dicotomía violencia y guerra (como forma voluntaria de ex-
terminar o diezmar) versus enfermedades infecciosas (como consecuencia involun-
taria de la invasión y colonización) ve muy aminorada su potencia argumentativa,
en cuanto se consideren ciertas modalidades intermedias que enlazan los extremos
de esa proposición, minando la idea de que se trataría de opuestos irreconciliables.
En distintas épocas, hubo situaciones de descuido y negligencia evidenciados en
el tratamiento de epidemias propagadas entre los prisioneros nativos –típica pero

96 Ver el aporte de Joaquín García Insausti en el capítulo 11. Ya hemos consignado que mucho tiempo
antes, los misioneros franciscanos que acompañaban la expedición de 1792 comandada por Figue-
roa contra los huilliche rebeldes en el sur chileno brindaron sin reservas su asistencia espiritual a las
tropas, en una actitud que se reitera muy a menudo en contextos análogos: ver capítulo 2. Además,
estos casos traen a la memoria la justificación eclesiástica de los crímenes cometidos durante la
última dictadura militar en nuestro país, un apoyo esencial para los perpetradores.
97 Ver capítulo 4.
98 Al tema se refiere la contribución incorporada como capítulo 14 de este volumen.
38 Devastación

no exclusivamente la viruela–, que constituyeron un complemento de la violencia


ejercida en el campo.99
Las prácticas enumeradas en las páginas anteriores no han sido excluyentes,
sino confluyentes: conformaron un complejo integral que puede ser conceptua-
lizado de diversas maneras. Una opción es la de utilizar el concepto genocidio,
cuyo significado en disputa no es unívoco y tal vez nunca lo será. Stein lleva razón
cuando afirma que

[e]n algún grado los argumentos obtienen resonancia por la pesada


carga de oprobio moral que conlleva el concepto genocidio. Como
nota Lang, el término genocidio “ha llegado a ser usado cuando to-
dos los demás términos del oprobio fallan, cuando el hablante o es-
cribiente quiere subrayar una serie de acciones como extraordinarias
en su malevolencia o atrocidad”. Clasificar un caso de estudio como
un ejemplo de genocidio tiene implicancias que conciernen a su im-
portancia académica y también moral. De ahí el grado de resolución
con el cual algunos académicos han argumentado para la clasifica-
ción de ejemplos particulares bajo un título o el otro.100

Otra alternativa sería inclinarse por la noción eliminacionismo propuesta por Da-
niel Goldhagen, cuando se refiere a la suma de las formas en que diversos grupos,
sociedades o estados enfrentaron “a las poblaciones con las que tienen conflictos,
o a las que consideran un peligro que debe ser neutralizado, intentando eliminarlas
o anulando su capacidad de infligir el presunto daño”.101 Con esos propósitos, han
empleado cualquiera de las siguientes cinco formas principales de eliminación:
transformación, represión, expulsión, prevención de su reproducción y exterminio.
Al apuntar a un mismo objetivo común, son intercambiables y se integran a un
continuo de violencia creciente.

V. Historiografía de la violencia en las fronteras meridionales


En cuanto a la atención historiográfica merecida por el uso de la violencia contra
los indios, es posible diferenciar tres etapas sucesivas en los estudios relativos a las
fronteras sur rioplatenses.
En una primera instancia, la historiografía liberal veía en los nativos un salva-
jismo irredimible –expresado principalmente en los malones– francamente opuesto
a la civilización: esos ataques a traición constituían la manifestación culminante
del carácter artero de los incursores. Los historiadores se identificaban con la visión
de los protagonistas hispano-criollos o criollos, haciendo suyos idénticos temores
y ambiciones. Asumían, en suma, que el mundo tal como lo conocían hubiera sido

99 Ver capítulos 12 y 13.


100 Stein 2002, 49, traducción propia.
101 Goldhagen 2010, 29.
Introducción 39

muy distinto si la potencia de una evolución progresiva no hubiese prevalecido


contra la barbarie.102
Una segunda etapa ha tendido a cuestionar la visión de los espacios fronte-
rizos concebidos únicamente en términos de conflicto, enfatizando la existencia
de formas de convivencia más pacífica, modos de articulación antes impensados,
frecuentes contactos interculturales y emergencia de mediadores étnicos. El mundo
mestizo que gracias a esta perspectiva comenzó a salir a la luz mostró la futilidad
de la antinomia civilización-barbarie y de la antigua concepción de límites infran-
queables. Se revisó el carácter de la economía indígena (cuestionando que fuera
predominantemente predatoria) y se examinaron las relaciones interétnicas en su
diversidad, comprobándose que la violencia convivía con el comercio y la diplo-
macia. La productividad de esta perspectiva ha sido extremadamente relevante al
abrir nuevas áreas de interés y complejizar sensiblemente los temas en estudio,
pero no obstante el ejercicio de la violencia en sí, un pan cotidiano para los habitan-
tes de las regiones fronterizas –fueran indios o cristianos– continuó oculta.
Quizá haya influido el hecho de que buena parte de la historiografía acerca de
las consecuencias de la invasión europea sobre América y del contacto interétnico
que sobrevino hizo hincapié sobre todo en la violencia derivada del “choque” inicial,
ciñéndose a la fase de conquista. Pareciese así que, una vez establecidos los estados
coloniales, ese grado de violencia hubiera amainado, dando creciente lugar a una
predominancia de las vías pacíficas de interacción y de convivencia que persistió
hasta segunda mitad del siglo XIX.103 Fue en ese momento, por imperio de un cúmulo
de circunstancias nacionales e internacionales, que los Estados se enfrentaron –en
Argentina y también en Chile– a la tarea de expulsar a los indios de territorios consi-
derados propios e imprescindibles para la consolidación de sus proyectos.
Esta imagen construida sobre la idea de un largo intermezzo de paz, si es discu-
tible aun para los sectores continentales donde los españoles dominaron con mayor
rapidez a las poblaciones nativas y ejercieron control político sobre ellas, lo es mu-
cho más para aquellos casos en que no pudieron (o no quisieron) hacerlo. Durante
todo el prolongado periodo de contacto en que no se dieron las condiciones para
que alguno de los oponentes consumara un golpe definitivo, la violencia fue una
de las claves de la relación. La disputa por tierras, recursos, animales y personas se
mantuvo intensamente vigente.

102 En palabras de Scheper-Hughes y Bourgois, “[d]ependiendo de la posición político-económica que


uno tenga en el (des)orden del mundo, los actos particulares de violencia podrán ser percibidos como
‘depravados’ o ‘gloriosos’, como cuando los hombres-bomba suicidas palestinos y los atacantes del
World Trade Center son vistos alternativamente como mártires o terroristas, o los colonos israelíes y
las fuerzas militares estadounidenses en Medio Oriente como patriotas/libertadores heroicos o bien
como violentos opresores” (Scheper-Hughes y Bourgois 2004, 2, traducción propia).
103 En realidad, esto aplica principalmente para las pampas platenses, pues la Guerra de Chile, sobre
todo en sus momentos más tempranos, tuvo modalidades distintas: la cantidad de población y su
menor movilidad espacial incentivó especialmente en el siglo XVII la esclavitud de los indígenas
y su desnaturalización hacia las posesiones españolas del valle central o al Perú.
40 Devastación

En la tercera etapa de los estudios –la actual– se hace necesario entonces revi-
sitar el tema del uso de la violencia ampliando el rango de observación de manera
que se incorporen a las investigaciones los eventos ocurridos en tiempos coloniales
y post-coloniales y se agreguen otros problemas a los ya examinados.104 Algunos
de los más trascendentes se vinculan con la necesidad de un conocimiento preci-
so acerca de las políticas coloniales hacia los indios y el grado de violencia que
comportaron; del modo en que se los consideraba –sea poseedores de recursos
valiosos (tierra, animales, mujeres), o mano de obra, o enemigos que debían des-
aparecer; de las características que tuvieron los conflictos armados –es decir, si se
desarrollaron en condiciones de igualdad o desigualdad, en términos de una cultura
militar en común que haya sido una adaptación de los europeos a las tácticas de sus
contrincantes, o de los indígenas a las de aquellos, o bien una acomodación mutua;
y de comprobar si existió una política consecuente de exterminio de largo plazo,
o sólo se trató de estrategias circunstanciales que cambiaban con los funcionarios
de turno.
Otra vinculación a estudiar es la existente entre conductas violentas y liderazgo
político: en relación con este tema, habrá que ver de qué manera jugaron sus cartas
los líderes indígenas y los funcionarios estatales; las variaciones de perspectiva
de las autoridades fronterizas con respecto a la aplicación de la violencia y en
punto a sus posibilidades de ejercerla; la medida en que ese ejercicio pasaba por
los intereses personales o grupales de los actores y asimismo por sus posibilidades
materiales, vinculadas con las directivas y recursos metropolitanos. Respecto de
los líderes indios, debiéramos averiguar si les convenía proceder con violencia, y
en este supuesto hasta qué punto,105 considerando incluso los cambios de actitud
perceptibles dentro de los términos cronológicos de un mismo liderazgo, en distin-
tos momentos de su ejercicio.
Es imprescindible tener presente que estamos frente a manifestaciones de vio-
lencia diferenciables no sólo en función de circunstancias de tiempo y lugar, sino
también de los intereses de los actores indígenas, fronterizos y metropolitanos.
Mientras que en Chile colonial tuvo incidencia la importancia asignada al control
de la necesaria mano de obra nativa, en el Río de la Plata los indios fueron mirados
más bien como los dañinos y peligrosos ocupantes de un espacio que debía “lim-
piarse” y extractores de unos animales que eran –o se consideraban– propios.
Patrick Wolfe sintetizó con magistral habilidad la base económica de la expan-
sión del colonialismo poblador, al relacionarla con la agricultura y la ganadería
comerciales, vinculadas al mercado mundial, que son naturalmente expansivas,

104 Desde luego, el tratamiento de estos temas plantea para los historiadores una cantidad de cuestiones
metodológicas y políticas, algunas de las cuales han sido tratadas agudamente en LaCapra 2005.
105 Está claro que era funcional para algunos: es el caso de los mencionados caciques corsarios,
cuya acumulación de bienes arrebatados a los españoles conllevaba un conveniente aumento de
prestigio y poder (Villar y Jiménez 2003c). Para otros, en cambio, seguramente no: ya en el siglo
XIX, Namuncura le aseguraba a Estanislao Zeballos que a Calfucura y su grupo les convenía la
paz, argumentando que sólo ella garantizaba la estabilidad y autonomía territorial y social y la
continuidad del liderazgo ejercido por su padre (Alioto 2011b).
Introducción 41

tienen vocación de permanencia, y se reproducen demandando cada vez mayores


extensiones de tierra y recursos.106
Según el mismo autor señala, el discurso colonial asume que las sociedades in-
dígenas son siempre nómades sin raíces en la tierra, y que la agricultura (a la que
aquellas son ajenas por definición), además de su importancia económica, representa,
a partir precisamente de su conexión con la tierra como medio de vida, “un símbolo
potente de la identidad colonial”.107 Los hispano-criollos regionales sostuvieron esa
misma idea de que los indios eran incapaces de cultivar la tierra, una excusa para
habilitar su expropiación. Falso, desde luego. Los mapuche del actual centro-sur de
Chile eran cultivadores desde antes de la invasión española. De hecho, algunos gru-
pos cordilleranos que practicaban la agricultura debieron abandonarla temporalmen-
te a raíz de la propia presión colonial, que aprovechaba la detección de los campos
cultivados para invadir sus territorios, quemar sus cosechas y vaciar de cereal los
silos de almacenamiento.108 Varios grupos pampeanos practicaron asimismo el cul-
tivo durante el siglo XIX, en la medida en que el paisaje y la situación política lo
permitieran.109 El hecho de que personas ilustradas como Estanislao Zeballos (que
vio las chacras indias en persona) o estudiosos más modernos (que hallaron el cul-
tivo consignado en las fuentes históricas) insistieran en subrayar la inexistencia de
experiencia agrícolo-hortícola, está sin duda vinculado con el rol ideológico que la
agricultura tuvo en la afirmación de la “civilización” frente a la “barbarie”.110

106 “En sí misma, sin embargo, la modernidad no puede explicar la insaciable dinámica según la
cual el colonialismo de los pobladores siempre necesita más tierra. La respuesta que viene con
mayor rapidez a la mente es la agricultura, aunque no es necesariamente la única. Un buen rango
de sectores primarios puede motivar el proyecto. Además de la agricultura, entonces, deberíamos
pensar en términos de forestación, pesca, ganadería y minería… Con la excepción de la agricultu-
ra, sin embargo, (y, para algunos pueblos, la ganadería) nada de eso es suficiente en sí mismo. No
se puede comer madera u oro; la pesca para el mercado mundial requiere fábricas de conservas.
Más aún, tarde o temprano los mineros se irán, mientras que los bosques y los peces se agotarán
o requerirán ser cultivados. La agricultura no sólo sustenta a los otros sectores: es inherentemente
sedentaria, y por lo tanto permanente. En contraste con las industrias extractivas, que dependen
de lo que casualmente haya allí, la agricultura es un cálculo racional de medios/fines orientado a
avalar su propia reproducción, generando capital que se proyecta a un futuro en el cual se repite a
sí mismo… Más aún…, la agricultura sustenta una población mayor que los modos de producción
no sedentarios. En términos coloniales, esto habilita a que la población se expanda por la inmi-
gración continua a expensas de las tierras y recursos nativos. Las inequidades, contradicciones y
pogroms de la sociedad metropolitana aseguran un suministro recurrente de inmigrantes frescos
–especialmente… entre los sin tierra. De esta manera, las motivaciones individuales encajan con
el imperativo de expansión del mercado mundial. Mediante su incesante expansión, la agricultura
(incluyendo, en este sentido, a la ganadería comercial) progresivamente se devora al territorio indí-
gena, en una acumulación originaria que transforma flora y fauna nativas en recursos menguantes
y cercena la reproducción de los modos indígenas de producción. En tal caso, los indígenas son
o bien llevados a la dependencia de la economía introducida, o reducidos a las incursiones que
proveen el clásico pretexto para los escuadrones coloniales de la muerte” (Wolfe 2006, 395).
107 Idem, 396.
108 Ver capítulo 5 de este volumen.
109 Jiménez y Alioto 2007 y 2011a.
110 Culminando su razonamiento, Wolfe se pregunta por qué motivo y dado que los indios son ya agri-
42 Devastación

En el caso rioplatense, la actividad agropecuaria, considerada en el sentido más


amplio del término, revistió decisiva importancia en la conflictividad fronteriza, y
el ganado fue su piedra de toque. En tiempos tempranos, la disputa se desencadenó
en torno a la apropiación de los animales cimarrones que vagaban a su voluntad
por la pradera. Más tarde, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII,
los animales alzados que se internaban tierra adentro, asilvestrándose en épocas de
sequía, también generaron querellas respecto de su aprovechamiento. Las estancias
ganaderas mismas, acompañando a los fuertes, fueron la vanguardia cristiana del
avance fronterizo, conformando una explotación extensiva que necesitaba ingentes
cantidades de tierra para la cría de animales, toda aquella que los propios estan-
cieros y las fuerzas militares estuvieran en cada momento en (siquiera precarias)
condiciones de proteger. A partir de la independencia, la ganadería comenzó a co-
brar una relevancia creciente y pasó a ser la forma predominante de producción y
de conexión de la economía rioplatense con el mercado mundial, centrada ahora
en el litoral pampeano y su feracidad pecuaria.111 Entonces, los grupos económicos
locales interesados en ese negocio se nutrieron con familias antes dedicadas predo-
minantemente al comercio o la minería y crecieron en poder: la nueva élite encon-
traba uno de sus principales incentivos en el avance de la ganadería y la conquista
de nuevas tierras para su desarrollo.112
Mohamed Adhikari ha notado que el avance de la ganadería comercial está
estrechamente ligado con la eliminación y el genocidio de los pueblos indígenas.
No sólo porque tiende a ser expansiva y a ocupar territorios cada vez mayores,
sino porque necesita poca mano de obra y el trabajo indígena no le interesa ni le
resulta valioso. Además, la ubicación dispersa de los establecimientos productivos,
al ocasionar el aislamiento de sus ocupantes, genera en estos temor a los ataques
indígenas, haciéndolos proclives a organizar embates preventivos, cuyas respues-
tas cierran el círculo de una profecía autocumplida.113
El análisis de las vinculaciones entre economía –tanto indígena como his-
pano-criolla y criolla– y violencia genera otros interrogantes. Se hace necesario
saber si el comercio era el reverso antitético de la guerra, o podía ser comple-
mentario o representar una alternativa; y determinar las consecuencias que pudo
haber tenido el establecimiento de relaciones comerciales sobre la aplicación de
medios violentos.

cultores, no se incorporó su productividad a la economía colonial: la respuesta es que el sistema


colonial requiere la supresión de la propiedad colectiva y por esa razón está dispuesto a permitir
que, bajo ciertas condiciones, los indios sean propietarios individuales de tierras, siempre y cuando
no reclamen la propiedad comunal (Wolfe 2006, 397).
111 Durante el período colonial, el negocio ganadero había desempeñado un papel secundario respecto
de la minería de la plata con centro en el Alto Perú.
112 Halperín Donghi 1963. Refiriéndose a Juan Manuel de Rosas, Halperin recordaba que había
“surgido del sector de esa elite que se ha hecho rural para utilizar las ventajas que la nueva
coyuntura ofrece”: Halperin Donghi 2015, 431.
113 Adhikari 2015, 7-8.
Introducción 43

En Chile, por ejemplo, se da el caso de que algunos gobernadores se valieron de


los intercambios con los indios en beneficio propio y desencadenaron entre ellos una
lógica reacción violenta. Tal fue la conducta de Tomás Marín de Poveda que provocó
el levantamiento o rebelión de 1693: la imposición de un monopolio en favor del
mismo gobernador y de sus socios y aliados (vendían caros los productos españoles
y compraban baratos los nativos) colmó la paciencia de los perjudicados.114 Como si
fuera poco, también bajo su gestión y no obstante los riesgos de inducir una reacción,
continuó la saca de piezas humanas en condición de esclavos –expresamente pro-
hibida por la corona–, a través de la utilización de ciertos subterfugios tendientes a
prolongar la manera tradicional de hacerse de mano de obra.115 Los cargos hechos a
las autoridades, los juicios y las acusaciones cruzadas proporcionaron evidencia docu-
mental del provecho económico que los gobernantes extraían de sus posiciones. Estos
negociados no pasaron predominantemente por la recuperación o compra de ganado
que los indios hubieran saqueado según se ha afirmado,116 sino en hacerles la guerra
y esclavizar a los “rebeldes”, estimulando incluso conflictos entre parcialidades, por
un lado; y por otro, en monopolizar el comercio en los pueblos de frontera, tanto con
indios como con españoles. Violencia e intereses económicos se cruzan en más de una
ocasión y entre las causas profundas de la primera pueden hallarse a menudo los se-
gundos. En Chile y además en Patagonia norte se aplicó otra forma de eliminacionis-
mo consistente en la organización de sistemáticas campeadas que, mediante la quema
de las cosechas, la destrucción de bienes y el arrasamiento de la tierra, diezmaban la
base económica nativa para provocar su rendición, obligándolos a avenirse.117
En el Río de la Plata, a las motivaciones económicas ya mencionadas (la com-
petencia por el ganado y la avidez por mano de obra de servicio, infantil y feme-
nina) puede sumarse el maltrato recurrente a indígenas que pasaban a comerciar a
Buenos Aires por parte de vecinos y autoridades, consistente en apropiarse de sus
bienes, apresándolos e incluso deportándolos. El periodo de gran conflictividad que
tuvo lugar a principios de la década de 1780 estuvo en buena parte motivado por la
reacción nativa frente a esos atropellos.118
La reconstrucción de todos estos eventos ofrece, sin duda, sus dificultades. Las
huellas de la violencia deben buscarse en la filigrana de las fuentes y documentos
que atestigüen lo ocurrido,119 pero en ellos los indios casi nunca hablan, sino que

114 Ver capítulo 15.


115 Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009; Villar y Jiménez 2001; Villar, Jiménez y Alioto 2010.
116 Ver Alioto 2011a.
117 Ver capítulo 5. Cf. Urbina Carrasco 2009, 75-106.
118 Como se dijo antes, Jiménez ha elaborado la explicación de que el reclamo por la devolución de los
cautivos indígenas tomados en las entradas españolas, o apresados durante sus visitas a la ciudad,
fue la principal motivación de los malones de esa época.
119 Hay allí una tarea difícil. Cierta historiografía, en forma más o menos explícita, suele experimen-
tar una fascinación por los imperios, productores de cosas importantes que parecen destinadas a
la memoria de la posteridad y -sobre todo- productores de las fuentes escritas que conservan esa
memoria y de las cuales se alimenta el quehacer historiográfico.
44 Devastación

son hablados. Se les adjudica la violencia característica de la barbarie, que justi-


fica una reacción inevitable. Los malones indígenas son descriptos en términos
de sufrimiento y pérdida, de consecuencias nefastas, mientras que las entradas a
territorio indígena se consignan en un tono castrense, aséptico, describiéndose la
victoria, los asesinatos, la toma de cautivos, la quema de viviendas y sementeras
como una práctica normal de la guerra.
Una labor que hemos comenzado aquí, pero que sin duda debe ser continuada
extensamente, es la de examinar qué tipo de continuidades o rupturas existieron
en los discursos y las prácticas violentas a lo largo del período colonial y luego
de la revolución de independencia, de acuerdo a las variaciones que los móviles
políticos e ideológicos hayan experimentado, a raíz de los importantes cambios
estructurales que generó el colapso del orden colonial.
Uno de ellos consistió en que durante los tiempos postcoloniales los intereses
locales pasaron a tener un peso mayor, al par que disminuía la distancia administra-
tiva y militar entre los actores situados en la frontera misma y las altas autoridades
políticas, de modo que los recursos y la atención prestada a los asuntos fronterizos
(vinculados a espacios que ahora más que nunca eran la sede de uno de los principa-
les recursos económicos) fueron en sentido ascendente. Sin perjuicio de lo anterior,
resta aun profundizar el conocimiento de la relación existente entre los funcionarios
de mayor nivel residentes en las capitales, alejados del contacto cotidiano con la
situación de frontera, y los militares y administradores involucrados directamente
en los problemas particulares y atenazados por la doble exigencia de lidiar con la
situación concreta en vinculación estrecha con los actores regionales, guardándose a
la vez de no desatender los mandatos recibidos de sus superiores. Sabemos de casos
contrapuestos, reflejados incluso en el contenido de un mismo documento: habién-
dose impartido la orden de matar, sobreviene la negativa a hacerlo y, al contrario, la
matanza se lleva a cabo, mediando una instrucción contraria.120

VI. Reflexión final


El material reunido en este libro constituye la expresión múltiple del primer acer-
camiento a un tema complejo que requerirá por fuerza mucha mayor atención por
parte de los estudiosos.
Cuando comenzamos a trabajar en su preparación, parecía que estábamos re-
construyendo historias relacionadas con nuestro presente sólo de manera mediata
e indirecta. Pero mientras avanzábamos en la tarea, el ministro de Educación de la
Nación argentina proclamó en la localidad de General Roca, a orillas del emble-
mático río Negro, que el gobierno estaba preparando una “segunda Conquista del
Desierto”. A partir de entonces, las fuerzas de seguridad –federales y provinciales–
comenzaron a perpetrar violentos desalojos de comunidades nativas mapuche y
tehuelche del sur del país, ejerciendo una feroz represión sobre sus integrantes y

120 Confrontar, por ejemplo, los términos del oficio de Andres Mestre a Josef de Galvez, Córdoba, 6
septiembre 1780. AGI, Buenos Aires, 49.
Introducción 45

adherentes a la causa indígena, cuyas consecuencias más crueles y notorias fueron


la desaparición de Santiago Maldonado durante una ilegal irrupción a tierras co-
munitarias seguida del demorado y sospechoso hallazgo de su cuerpo en las aguas
del río Chubut, y el homicidio por la espalda de Rafael Nahuel. Todavía hoy las
tierras continúan siendo objeto de disputa. Los recursos en juego ya no pasan por
los ganados, sino por los depósitos y cursos de agua en cualquiera de sus variantes,
los yacimientos hidrocarburíferos y los espacios de interés turístico existentes den-
tro de reservas nativas instaladas hace más de un siglo, cuando esos recursos (o su
valor estratégico) aun no eran visibles ni justipreciados y únicamente se trataba de
confinar a los vencidos a áreas marginales para la explotación agropecuaria.
Una imprecisa pero decidida argumentación eliminacionista ha comenzado a
ser difundida por el gobierno y los grandes medios de comunicación, basada en
una nueva estigmatización de los indios aprisionados en la categoría de otros ame-
nazantes y en el cuestionamiento a la legitimidad de derechos y demandas, sin que
gravite para impedirlo su expreso reconocimiento constitucional y legislativo.
A pesar del tiempo transcurrido, el anti-indigenismo sigue siendo una parte
esencial de esa curiosa simbiosis ideológica liberal-nacionalista que suscriben las
clases dominantes de nuestros países, de acuerdo con la cual los indígenas serían
invasores extranjeros y los terratenientes e inversores estadounidenses o europeos,
pacíficos vecinos bienvenidos.
El pasado, remoto en apariencia, muestra ahora de nuevo y descarnadamente
sus vínculos con la actualidad. Por esa razón merecieron la pena las investigaciones
hechas y no lo merecería menos su continuidad y difusión.

Bahía Blanca, julio de 2018.


46 Devastación

Mapa 1
Región pampeana, Patagonia septentrional y Araucanía: territorios bajo
control exclusivo o predominante de distintos grupos indígenas, y algunos de
los principales establecimientos estatales fronterizos (siglos XVIII y XIX)
Primera Parte
Masacres y políticas violentas
contra los indígenas
CAPÍTULO I
Violencias imperiales
Masacres de indios en las pampas del
Río de la Plata (siglos XVI‒XVIII)1
Juan Francisco Jiménez – Sebastián L. Alioto – Daniel Villar

1. Introducción2

E
n Argentina son prácticamente inexistentes los estudios relacionados con
prácticas violentas cometidas por agentes gubernamentales contra las nacio-
nes indias de las pampas3 en el curso de las relaciones que estas mantuvieron
con la administración colonial española a partir del siglo XVI.4 Hasta el momento,
la mayoría de las contribuciones producidas se refieren no a esas, sino a las que tu-
vieron lugar durante y después de las campañas de incorporación de los territorios

1 Este trabajo fue publicado originalmente en Revista de Historia de la Universidad Nacional de


Costa Rica, no. 75 (2017), pp. 131-158.
2 En las transcripciones documentales se respetó la ortografía original, salvo que la ininteligibilidad
de alguna palabra o párrafo haya obligado a modernizarla. Se acompaña un mapa en el que
están señalados los principales topónimos relacionados en el artículo y en los papeles de archivo
utilizados. Todas las palabras nativas mencionadas en este artículo pertenecen al mapu dungum, habla
de los reche‒mapuche (los llamados “araucanos” del centro sur chileno, ver nota siguiente) elevada a la
categoría de lengua general (Yannakakis 2012, 673, nota 1), que prevaleció en el área precisamente
a causa de ser la utilizada por ese numeroso conjunto predominante de interlocutores macro-
regionales (Pizzigoni 2012, 789, nota 1). El término comunidad es utilizado en el texto de manera
convencional para denominar a un conjunto de entre cincuenta y doscientos indígenas de ambos
sexos y de todas las edades, liderado por uno o más caciques y organizado en unidades domésticas
residentes en viviendas transportables (toldos en la terminología local), cuyo agrupamiento
constituía un campamento (o toldería).
3 A partir del siglo XVI, Araucanía, pampas y Patagonia norte constituyeron de manera paulatina el
área panaraucana (Bechis 2010b, 48-49), esto es, una región socio-culturalmente homogénea sobre
la base de complejas redes conformadas por todos los grupos nativos existentes. Con respecto a la
historia de estas sociedades indígenas en general, puede recurrirse a una síntesis reciente (Villar 2012,
241-269), y en lo referido específicamente a la historia de los reche-mapuche y su presencia al este de
la Cordillera de los Andes, entre otros, a los aportes de Zapater 1982, 87-105; Schindler 1990; León
Solís 1991; Palermo 1991, 153-192; Mandrini y Ortelli 2002, 237-257; Boccara 2000.
4 Tampoco abundan los aportes relativos a las atrocidades cometidas a lo largo de la primera mitad
del siglo XIX, con posterioridad al colapso del imperio español en Argentina y Chile. De acuerdo a
nuestro conocimiento, los únicos trabajos actualmente disponibles son los propios: Jiménez, Villar
y Alioto 2012; Jiménez, Villar y Alioto 2013; Jiménez, Alioto y Villar 2015.
50 Devastación

nativos a la constitución del estado nacional entre los años 1879 y 1885, es decir,
las más notorias e impactantes por el número de personas involucradas en ellas.5
En vista de ello, daremos un primer paso orientado específicamente a conside-
rar las características de las masacres6 y otras predaciones cometidas por los hispa-
no-criollos a lo largo de los tiempos coloniales. Nos concentraremos en el examen de
las prácticas en sí, con el objetivo central de constatar sus rasgos distintivos y recu-
rrencias y sólo haremos referencia a las circunstancias y contextos en las que ocurrie-
ron en la medida que resulte imprescindible para asegurar la claridad de la exposición.
De acuerdo con los datos relevados hasta el momento, los actos depredatorios
comenzaron a ocurrir, como mínimo, a partir de 1599, esto es, sólo unas décadas
más tarde de que los españoles invadieran la llanura pampeana7 y apenas veinte
años después de su segunda y definitiva instalación,8 y se reiteraron luego perió-
dicamente.
Las acciones violentas en su totalidad afectaron a miembros de sociedades indias
políticamente descentralizadas y soberanas, es decir, no sujetas directamente al do-
minio de la corona, que residían – o circulaban a su voluntad – por territorios amplios
y abiertos, de imposible o muy complejo control para las administraciones, que los
desconocían en su mayor parte, o que tuvieron de ellos noticias imprecisas.9 La in-
sumisión nativa y ese desconocimiento condicionaban el carácter de las relaciones
establecidas que, a partir del siglo XVII en adelante, comenzaron paulatinamente a
pendular entre el uso de la fuerza y las tratativas diplomáticas.10 A lo largo del siglo
XVIII, una creciente incorporación de nuevos protagonistas indígenas provenientes
del centro y sur chileno y de la cordillera de los Andes, que incursionaban o se ins-

5 La producción científica resultante está constituida por un conjunto de trabajos de reciente publi-
cación: Mases 2002; Delrio 2005; Nagy y Papazian 2011; Pérez 2011; entre otros. Una interesante
aunque extensa discusión que aquí no abordaremos por cuestiones de espacio es la referida a la
aplicabilidad del concepto de genocidio al caso del avance del Estado argentino sobre los pueblos
indígenas durante las campañas referidas arriba: ver por ejemplo Lenton (ed.) et al. 2011; Lenton
2014. Debe considerarse asimismo que, en los últimos tiempos, ha aumentado en general el interés
por el tema de las masacres en la historia, como lo revela la difusión y el contenido de tres volúme-
nes colectivos dedicados al tema: Levene y Roberts (eds.) 1999; El Krenz (ed.) 2005; Dwyer y
Ryan (eds.) 2015.
6 En castellano, el término masacre tiene el sentido asignado en su diccionario por la Real Academia
Española, Diccionario de la Lengua Española (Madrid, Real Academia Española de la Lengua,
1992), 1332: “…matanza de personas, por lo general indefensas, producida por ataque armado o
causa parecida”. Matanza, a su vez, presenta una primera acepción referida a los seres humanos, y
otra respecto de los animales y cercana al origen francés de la palabra, asociada con el destazado
practicado por los carniceros en el tajo: Levene 1999, 9. También en castellano suele aludirse
metafóricamente a la matanza como una “carnicería humana”.
7 Armada encabezada por Pedro de Mendoza y Luján, adelantado del Río de la Plata, quien fundó la
primera Buenos Aires en su margen derecha, a principios de febrero de 1536.
8 Juan de Garay y su hueste, provenientes de Asunción del Paraguay, echaron las bases de la futura
capital de Argentina en junio de 1580, aproximadamente en el mismo sitio que los acompañantes
del ya fallecido Mendoza se vieron obligados a abandonar en 1541.
9 Ese desconocimiento persistió hasta tiempos posteriores a 1885.
10 Weber 1998 y 2005.
Violencias imperiales 51

talaron en las pampas y el norte patagónico, se tradujo en una presencia de grupos


indios numerosos y beligerantes atraídos por los recursos regionales. Aliados o en
competencia entre sí y con los indígenas locales según los casos, obligaron a que las
administraciones rioplatenses, de acuerdo a las circunstancias, debieran optar por
encarar negociaciones de paz o enfrentarse a ellos.11 Así se explica la periódica re-
currencia a medios violentos para domeñar a los nativos, y con ello la reiteración de
masacres.
Adicionalmente, también debemos considerar que los ejecutores inmediatos
de la política fronteriza pampeana a menudo tuvieron intereses personales en la
cría de ganado, un botín apetecido por los incursores indígenas, peculiaridad que
concurrió a estimular su tendencia a reprimirlos violentamente, en un intento por
impedir o castigar con dureza la reiteración de los embates nativos. La mayoría de
los oficiales de milicias, responsables militares de las masacres que examinamos en
este artículo, presentan esa característica en común.12
Esas sucesivas agresiones, percibidas por los nativos como daños que reclama-
ban venganza y reparación, en vez de escarmentarlos obligándolos a desistir en el
futuro los comprometía a dar una respuesta que saldase la afrenta generada.
El ad mapu, esto es el conjunto de reglas consuetudinarias que regulaban la vida
indígena, preveía que el menoscabo de los derechos legítimos, sea por sustracción
de animales u otros bienes, o por violencia ejercida sobre la víctima y sus familiares
inmediatos –por ejemplo, el homicidio o la captura de esposas e hijos, en este caso con
el propósito de apropiárselos para sí, de intercambiarlos, o de entregarlos a terceras
personas–, u otros parientes, dependientes y aliados, se resolvía a través de un tautu-
lun, es decir una acción armada en represalia.13 El tautulun involucraba desde luego

11 La bibliografía citada en la nota 3 también puede ser útil para comprender la situación descripta, en
la que aquí no podríamos detenernos por razones de espacio.
12 Por citar los casos más conspicuos, San Martín y Humanés, su hijo San Martín y Gutiérrez de la
Paz, López Osornio y Pinazo, a quienes veremos más adelante encabezando matanzas de indios,
fueron propietarios de ganado y tierras en territorio bonaerense, y explotaron además otros negocios
vinculados al sector rural directa y principalmente afectado por los raids indígenas. Es oportuno
recordar asimismo que los dos últimos iniciaron su carrera en las milicias como cabos de armas de
San Martín y Gutiérrez de la Paz (Cútolo 1978, vol. 4, 256 y vol. 5, 497), y ambos revistaban en sus
tropas cuando se cometieron las masacres de 1739. En una comunicación enviada al virrey Vértiz
y Salcedo, Pinazo reveló su íntimo encono contra los indios, al escribir que el reiterado “robo” de
ganado que estos cometían lo conmocionaba: “…me llega al alma”, le confesaba (Oficio fechado
en Cañada de Escobar, mayo 28 de 1774, Archivo General de la Nación Argentina – en adelante
AGN – IX 1, 5, 2, fojas 382). Acerca de la trayectoria de Pinazo, ver Mayo 2004, 50; y Alemano
2014, 177-208.
13 En oportunidad de prepararse una incursión contra la frontera porteña a raíz de la captura y
desnaturalización del cacique Calelian, la pregunta de un cautivo en diálogo con Bravo, otro
líder nativo, y su respuesta, nos provee de las palabras que ilustran la obligación de auxiliar a los
parientes que fueran víctimas de una ofensa: “Pues, ¿Cómo…cuando Caleleano estaba entre los
Españoles decias que era mal Yndio, y ahora que lo han hechado, decis que te avise mi amo, que à
vos tambien te duele el corazon para ir à ayudarle à matar à Buenos Ayres? A que le respondio, pues
tu amo no te ha dicho que [Calelián] es mi primo hermano, ó no lo sabes; y le dijo el que declara,
sí me lo ha dicho, y yo sé que es tu primo hermano; à que replico el dicho Cacique Bravo, pues
como siendo mi pariente no lo he de ayudar, y mas estando en la obligacion de que cuando yò fui à
52 Devastación

a la víctima y a su ofensor, pero también y sustancialmente a sus respectivos grupos


parentales o coaligados. Si la afrenta era de una magnitud tal que afectaba a la nación
entera, todos sus miembros debían aportar fuerzas y recursos a vengarla, colocándose
bajo el liderazgo de quien fuese elegido para ello y desencadenándose entonces una
guerra (weichan). La parte perjudicada siempre tenía derecho a tomar pertenencias de
los ofensores – y de su grupo de parientes o aliados o de su nación – en cantidades que
superaban la cuantía del resarcimiento del daño en sí mismo. Este excedente consti-
tuía un rubro diferenciable que servía al propósito de compensar al propio ofendido y
a sus parientes y aliados por los costos de la empresa. Así se explica por qué motivo,
producido un tautulun, los incursores se alzaban con ganado y otros bienes en canti-
dad suficiente para indemnizar el daño producido y solventar los costos adicionales
referidos.14
Planteada la cuestión en esos términos, el riesgo de desencadenar una espiral
de violencia, como de hecho ocurrió en más de una oportunidad, era consustancial
a la lógica de los administradores coloniales. Aun cuando no se ignoraba el con-
tenido de la ley indígena, variadas circunstancias solían conjugarse para que se
reaccionara ejerciendo un ataque con una finalidad correctora que inexorablemente
precipitaba su efecto paradojal, incrementando la posibilidad de un contragolpe en
lugar de desalentarla.

2. Matanzas de indios en las pampas: los eventos y sus características


En principio, las matanzas constituyeron una forma expeditiva de obtener efímeras
victorias sobre partidas incursoras y grupos rebeldes, desbaratándolos por com-
pleto. Se advierte también en nuestro caso un comportamiento que se ha señalado
en general, esto es, que los agresores se valen de su superioridad numérica para
infundir terror, sacrificando de manera sistemática y deliberada a no combatientes
y subyugando a los sobrevivientes.15
Las personas atacadas, impedidas de ejercer su defensa o ejerciéndola de una
manera precaria, resultaron victimizadas en espacios circunscriptos por incursores
que actuaban con rapidez y provistos de los medios tecnológicos idóneos y de la
capacidad coercitiva necesaria para considerarse razonablemente colocados más
allá de un riesgo físico apreciable.16 De este modo, la agresión comportó un acto

matar à Buenos Ayres en el pago dela Magdalena fue el con sus tres hijos, su gente y me ayudaron”
(Declaración de Juan Bautista Zamudio, Buenos Aires, 18 julio 1746. Biblioteca Nacional de Río
de Janeiro, Manuscritos 507 (36), Documento 1098).
14 Dos estudiosos de las sociedades indias regionales en el siglo XIX – Claudio Gay y Tomás Guevara
Silva –, así como el cacique mapuche Pascual Coña en el relato de su vida, se han referido a estos
procedimientos, estableciendo inclusive las maneras de cuantificarlos: Gay 1998, 65 (Original de
1863); Guevara Silva 1904, 50; Coña 1930, 132. Sobre venganza, incursión y guerra en general,
véase Boehm 1993, y en el caso regional Boccara 1998, 113-114 y León Solís 1995, 185-233;
acerca del sistema judicial indígena, Jiménez y Alioto 2011b.
15 Robins 2010, 310.
16 Levene 1999, 5-6.
Violencias imperiales 53

de destrucción unilateral, dada la relación de asimetría en la que se encontraban los


oponentes,17 sea porque los victimarios superaban a las víctimas en número, o en
medios, o en ambas cosas a la vez.
Todos los eventos examinados ocurrieron en el transcurso de unas pocas horas,
durante las cuales se exterminaba a la mayoría de los hombres en edad de combatir
y también a no combatientes, y los sobrevivientes – en su mayoría mujeres y niños
– eran distribuidos por los perpetradores,18 quienes los conservaban para sí o los en-
tregaban a terceros, con el propósito de servirse de su fuerza de trabajo.
Aunque hubo perpetradores que trataron de ocultar los sucesos, otros en cambio
optaron por dar a conocer un relato propagandístico, utilizando un lenguaje marcial
y destacando su valentía y los buenos resultados materiales de la empresa. Pero las
bajas de ambos bandos no hablan de una batalla desarrollada en paridad de condi-
ciones. En realidad, son eventos en los que muere casi la totalidad de los indígenas
en edad de combatir, suele no haber combatientes heridos o prisioneros, y tampoco
sobrevivientes que logren abandonar el escenario de la matanza. Esto contrasta
fuertemente con la pequeña o inexistente cantidad de pérdidas experimentadas por
los hispano-criollos, que a menudo sólo registran heridas y contusiones.
En el cuadro que presentamos (Cuadro 1), se ha sintetizado información relati-
va a ocho masacres ocurridas a lo largo de un extenso lapso. No se trata de las úni-
cas, sino de aquellas cuyo registro documental entrega datos en cantidad y calidad
suficientes como para detectar y describir ciertas recurrencias en las conductas de
los perpetradores.19

17 Semelin 2002, s/p. Semelin ha expuesto las características que presentan las masacres en varios
estudios, por ejemplo Semelin 2001, 377‒389; 2007, 167-237.
18 Perpetradores son aquellos que se involucran activamente en las actividades destructivas,
distinguiéndose de quienes las presencian sin involucrarse en forma directa o impedirlas – by-
standers – y de los que auxilian a las víctimas – rescuers –; con respecto a las teorías sobre la
personalidad de los primeros, ver Baum 2008, 117-152. Una masacre no puede ocurrir sin que
los perpetradores, incluso siendo una minoría, la desencadenen imponiendo su voluntad al resto
de sus acompañantes. Al respecto, es muy revelador el estudio de Rob Harper sobre la masacre
de Gnadehütten (Ohio, 1782), durante la cual las milicias revolucionarias tomaron represalias
por matanzas anteriores, contra casi un centenar de indígenas Lenapé que no habían sido los
responsables de ellas: Harper 2015, 81-93.
19 Los documentos de los Archivos Generales de Indias en Sevilla (España), de la Nación Argentina
y de la Biblioteca Nacional en Buenos Aires descriptos a continuación, así como los diarios de los
misioneros jesuitas Tomás Falkner y Pedro Lozano, brindaron la información relativa a las masacres
aludidas en el artículo y sintetizadas en el cuadro. 1599: Carta al rey del gobernador de Buenos Aires,
Diego Rodríguez de Váldez y de la Vanda. 1600, Archivo General de Indias, Audiencia de Charcas (en
adelante abreviado: AGI, ACh), Legajo 27; y Carta de Diego Rodríguez Valdez y de la Vanda al Rey,
Buenos Aires, 17 de Enero de 1600. Documento 3227. Colección Gaspar Viñas, Biblioteca Nacional
de Buenos Aires, en R.A. Molina, Don Diego Rodríguez Valdez y de la Vanda, el tercer gobernador
del Paraguay y Río de la Plata por S. M., después de la repoblación de Buenos Aires (1599-1600)
(Buenos Aires: Ediciones de la Municipalidad, 1949), 183-186; 1680: Carta del gobernador de
Buenos Aires, Joseph de Garro, al rey de España, 4 de marzo de 1681, AGI (Sección Quinta), ACh,
Legajo 28; y Avance a los Yndios en Herrera, José de. Autos remitidos en 1686 diciembre 10 sobre
repartimiento de indios pampas sobrevivientes de la matanza hecha por el capitán Juan de San Martin,
Buenos Aires, 10 diciembre 1686, AGI, ACh, Legajo 282, CME G. 31. 1720: Carta de Juan Cabral
54 Devastación

La primera de la serie analizada tuvo lugar en las sierras de Tandil en 1599 y


la última en el año 1784, a orillas del río Negro. Su realización estuvo a cargo de
agentes estatales y se las organizó desde los niveles intermedios de la administra-
ción fronteriza o por orden de autoridades militares locales con anuencia de sus
superiores.
La reiterada existencia de contusos entre los atacantes revela que los atacados se
defendieron con boleadoras o palos. Salvo alguna mención excepcional, los nativos no
enarbolaron lanzas, su arma de guerra por excelencia.20 Claudio Gay distinguió en su
momento la incursión bélica (malotun, castellanizado malón), precedida por el lógico
aprestamiento de los combatientes, en la que se portaban lanzas e incluso armas de
hierro europeas – por ejemplo, sables o espadas – de otro tipo de enfrentamientos en los
que era lícito defenderse enarbolando hasta improvisados garrotes.21

de Melo al gobernador Bruno de Zavala. Saladillo, 2 noviembre 1720, en ‘Sumaria hecha contra los
Indios Aucaes…sobre las hostilidades, robos, y heridas que han ejecutado con los vecinos de esta
ciudad y muerte en los de las comarcanas. Buenos Aires, 1714-1720’ AGN IX 39. 8. 7. 1739: Thomas
Falkner, Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur (Buenos Aires,
Hachette, 1957) (Original en inglés publicado en 1772), 134; y Pedro Lozano, “Cartas Anuas de la
Provincia de la Compañía de Jesús del Paraguay, 1735-1743”, en Historia de un pueblo desaparecido
a orillas del río Salado bonaerense. Reducción jesuítica de Nuestra Señora de la Concepción de los
Pampas 1740-1753 (ed.) Carlos Antonio Moncaut (Buenos Aires, Ministerio de Economía, 1983),
33. 1775: Oficio de Manuel Pinazo al teniente del rey, Diego de Salas, Turbia, 2 mayo 1775, AGN,
Sala IX 28. 9. 3. 1776a: Copia de Carta escrita por D.n Clemente Lopez desde el Rio Dulce en 16
de septiembre de 1776, AGN IX 28. 9. 4; y Noticia Yndividual delas Yrrupciones que han echo los
Yndios Ynfieles en las Fronteras desde el año de 1767 â esta parte, y lo que en su consequencia se ha
practicado para castigarlas, documento sin fecha ni firma, circa 1778, AGN IX 28.9.5. 1776b: Noticia
Yndividual delas Yrrupciones que han echo los Yndios Ynfieles en las Fronteras desde el año de 1767
â esta parte, y lo que en su consequencia se ha practicado para castigarlas, documento sin fecha ni
firma, circa 1778, AGN IX 28.9.5; Copia de la carta del sargento mayor Manuel Pinazo al teniente
de rey, Diego de Salas, Altos de Troncoso, 1 de octubre de 1776, AGN IX 28.9.4. 1784: Declaración
tomada al sargento Manuel Bores, Carmen de Patagones, 10 de diciembre de 1784, AGN IX 16.4.1.
20 El lugar central ocupado por la lanza en las luchas nativas del área resultó evidente desde un
principio para los españoles de Chile y del Río de la Plata. En su temprano vocabulario del mapu
dungum, Luis de Valdivia definió huayqui como “lança”, y huayquitun como “alançear”: Valdivia
1887 [1606]; y lo mismo hizo Andrés Febrés 1882 [1765], 102. Más tarde, Augusta y Möesbach
limitaron el significado de la palabra huayqui al “aguijón”, es decir, a “la punta de la lanza”:
Augusta 1916, 244; Möesbach 1952, 100-101. Möesbach agregó que la lanza “era la primera de las
armas araucanas.” También las crónicas contienen alusiones al uso preferencial de la lanza y a su
simbolismo como arma por excelencia para enfrentar a los invasores europeos: entre otras, Vivar
1988 [1558], 321; Tribaldos de Toledo 1864 [1634], 22-23; Núñez de Pineda y Bascuñán 1863,
415; y Rosales 1877-1878 [1674], Vol. II, 901. Tribaldos señala que blandir la lanza contra aquellos
constituía “la verdadera ciencia” bélica para los indígenas.
21 Gay 1998, 92.
Violencias imperiales 55

Cuadro 1
Episodios de masacres de indios en el Río de la Plata.

Bajas de los
Año Lugar Bajas de los atacados
atacantes
Una sitio fuerte situado
1599 Un muerto y varios 170 muertos (arcabuceados
en una sierra ochenta
Arias de Rivadeneyra y soldados contusos y despeñados) y otras tantas
leguas “hacia las cordi-
Rodríguez de Ovalle por pedradas personas aprisionadas
lleras de Chile.”*
Un hombre derribado
En un lugar a la vista
a bolazos (contuso)
de la segunda sierra a
1680 y un caballo herido. 40 muertos (la totalidad de
110 leguas a la parte
San Martín y Humanés Volvió a Buenos los atacados)
del Sur de la llanura
Aires toda la gente
bonaerense.**
que salió
1720
Pampa del Saladillo Seis muertos 86 muertos y 50 cautivos
Cabral de Melo
60 muertos incluyendo al
1739 Isla del Carbón en el cacique. Hubo un número
No se mencionan
San Martín y Gutiérrez Río Salado cerca de 40 desconocido de muertos en
bajas
de la Paz leguas de Buenos Aires otros ataques previos duran-
te esta misma entrada.
Toldos del Cacique
1775 Un herido “sin riesgo 40 varones muertos y 4
Chaynaman, área inter‒
Pinazo mayor” chinas***
serrana bonaerense
Toldos del Cacique 30 heridos de bola y
1776a 200 muertos incluyendo 6
Caullamant, área inter‒ uno de lanza, “ningu-
López Osornio caciques
serrana bonaerense no de peligro”
97 muertos, 20 indios
Siete heridos,
1776b Toldos del Cacique Ale- prisioneros, 58 chinas, 38
“pero no de mayor
Pinazo quete, Laguna Blanca. párvulos y otros tantos
cuidado”
parvulitos
4 indios, 11 chinas y 4
criaturas muertas en la
primera toldería; 1 cacique,
Dos tolderías en la Un peón muerto y
1784 7 indios, 3 chinas y 4 cria-
margen norte del Río tres heridos (en total
Bores turas muertas en la segunda.
Negro y en ambos ataques)
Sobrevivió una criatura en
el primer ataque y tres en el
segundo.

* A juzgar por la distancia indicada, el documento alude a las Sierras del Volcán (Sistema de Tandilia
en la terminología contemporánea).
** En este caso, la mayor cantidad de leguas sugiere que se trata de las Sierras de la Ventana.
*** La palabra alude a una mujer indígena, generalmente joven.

Esta ausencia casi total de lanzas confirma la idea de que los indígenas no se
hallaban aprontados armas en mano para librar una acción bélica, sino que fueron
sorprendidos por el ataque, viéndose en la necesidad perentoria de recurrir a cual-
quier elemento defensivo disponible en el momento. En este sentido es ilustrativa
la documentación relativa a los acontecimientos de 1784, al expresar claramente
56 Devastación

que las victimas resistieron utilizando sólo instrumental de caza, cuchillos y palos.
La inocultable discordancia en el cómputo de las “bajas en combate” constituye
en sí misma una demostración del escaso peligro al que se vieron expuestos los
perpetradores. Aún en aquellos casos en que los indígenas presentaron resistencia,
esta se opuso en términos de notable desigualdad, que es la sumatoria de un des-
equilibrio (1) en el número de combatientes, (2) en la situación táctica y (3) en la
tecnología empleada. A continuación, examinaremos estas cuestiones.

3. La disparidad de fuerzas entre contendientes


Uno de los factores del éxito fue la desproporción numérica que separaba a perpe-
tradores y víctimas.
Los primeros disfrutaron de una ventaja significativa, con una única excepción
en el ataque de 1599, en el que unos ciento setenta nativos enfrentaron a treinta y
cinco soldados españoles. No obstante, el mayor número de combatientes quedó
anulado por la ventaja tecnológica de estos últimos. Los indígenas fueron sorpren-
didos en un recinto de limitadas dimensiones –un malal en su terminología– con-
formado por las anfractuosidades del terreno serrano, con un único acceso, que
los protegía aunque restándoles movilidad, y se hallaban munidos solamente de
armas arrojadizas (básicamente instrumental de caza: flechas y boleadoras). Sus
atacantes, en cambio, contaban con defensas adecuadas para sus personas (rodelas,
adargas, cotas y morriones) y los caballos (escaupiles),22 que los pusieron a salvo
de los proyectiles. Hubo entre ellos un único muerto, y se trató precisamente del
comandante de la expedición Antonio Arias de Rivadeneyra, sobrino del gober-
nador de Buenos Aires Rodríguez de Váldez y de la Vanda, a quien los nativos,
luego de flecharle el caballo, empujaron dentro del malal, cayendo en medio de los
resistentes que lo hicieron literalmente pedazos.23
En 1680, esa proporción se invierte. El maestre de campo Juan de San Martín y
Humanés24 inició su entrada a territorio indio a la cabeza de un contingente de cien-
to cincuenta combatientes, sumando milicianos, soldados de la guarnición porteña,

22 “Escaupil” es una castellanización de la voz nahua ichcahuipilli, armadura mexica fabricada con
varias capas superpuestas de algodón trenzado y endurecido que resguardaba principalmente
el torso del combatiente. Como se trataba de un artefacto muy resistente y más liviano que su
equivalente metálico, los españoles lo adoptaron para defensa personal, adecuándolo también para
protección de sus caballos de combate.
23 Relata el gobernador: “…fueron alla 35 soldados y por su capitan don antonio arias de Ribadeneira
y ochenta leguas de esta çiudad açia las cordilleras de Chile dieron en unos indios que estaban en un
sitio fuerte… y aviendo el dicho don antonio tomado una entrada del dicho sitio con 6 caballos…
se llego algo a ellos y flecharonle el caballo por vn ojo Porque los caballos ban armados de unos
escaupeles fuertes y neçesitado a apearse arremetió con los indios que cargaban con vna espada y
rodela y… salio un indio de traves y arremetio con tanta furia que le derribo de un barranco que alli
avia tan alto como 3 tapias y cayo en medio de 100 indios que en un momento lo mataron sin poder
ser socorrido...”: Carta del gobernador de Buenos Aires Diego Rodríguez de Váldez y de la Vanda
al rey. 1600. AGI, ACh, Legajo 27.
24 Sucintos datos biográficos de este personaje y de su hijo San Martín y Gutiérrez de la Paz en San
Martín 1926, 167-169.
Violencias imperiales 57

y encomenderos. Aunque varios expedicionarios defeccionaron durante la marcha


debido a la difícil personalidad del comandante que generó reiteradas protestas,25
los restantes mataron a los cuarenta habitantes de una toldería, a cambio de un
miliciano y un caballo heridos.
En 1720, el capitán Juan Cabral de Melo fue enviado con cien hombres a re-
cuperar ganado apropiado por ciertos incursores indios, con instrucciones de ex-
pulsarlos de la jurisdicción de Buenos Aires. Cabral de Melo ubicó la toldería y
ordenó un ataque sorpresivo, provocando ochenta y seis muertes, con sólo seis
bajas entre los soldados y milicianos que conformaban la columna a su mando. Se
tomaron cautivas cincuenta personas y las mulas y caballos de los indígenas, recu-
perándose asimismo los yeguarizos y bueyes saqueados.26 Mientras los perpetra-
dores aún se encontraban en el lugar de la matanza recibieron información de que
se aproximaba un buen número de nativos con obvios propósitos. De inmediato,
Cabral de Melo y el resto de los oficiales, reunidos en junta de guerra, coincidieron
en que se hallaban en posición desventajosa y decidieron regresar rápidamente a
Buenos Aires para eludir el peligro.
Esa fue una de las primeras ocasiones, si no la primera, en que los españoles
percibieron que la cantidad de potenciales oponentes, aumentada con la creciente
presencia de nativos transcordilleranos y cordilleranos en la región,27 podría mo-
dificar la relación de fuerzas a favor de estos. El hecho de que la mayoría de las
tropas coloniales estuviesen integradas por milicianos con una instrucción militar
ciertamente precaria y sólo por unos pocos soldados profesionales (cuando los ha-
bía) obró a favor de aumentar efectivos y equipos para mantener la superioridad.
En lo posible, se procuró que las expediciones enviadas a territorios indios fueran
numerosas y bien provistas de armas y pertrechos, de modo que pudieran hacer
frente a los eventuales contragolpes indígenas.
De este modo procedió años más tarde (1739) el hijo de San Martín y Humanés,
llamado Juan Ignacio de San Martín y Gutiérrez de la Paz, encargado de castigar a
ciertos nativos que habían asolado la frontera.
Durante esa única entrada, San Martín y Gutiérrez de la Paz y los seiscientos
hombres que lo secundaban perpetraron en realidad tres masacres sucesivas. En
primer término, el comandante lanzó un ataque nocturno contra una toldería que
encontró en su camino, sorprendiendo durante el sueño a sus habitantes, cuyo nú-
mero no conocemos. Ordenó ultimarlos a todos, incluido su cacique, y permitió

25 Si bien se le enviaron refuerzos para compensarlas, estos recién se incorporaron después de la matanza
(Instrucciones del gobernador Joseph de Garro Senei al capitán Juan Baz, Buenos Aires, 13 diciembre
1680, en Real Academia de la Historia, Colección Mata Linares, Tomo XI, fojas 11 a 13).
26 Carta de Juan Cabral de Melo al gobernador Bruno de Zavala. Saladillo, 2 noviembre 1720, “Sumaria
hecha contra los Indios Aucaes…sobre las hostilidades, robos, y heridas que han ejecutado con los
vecinos de esta ciudad y muerte en los de las comarcanas. Buenos Aires, 1714-1720”. AGN IX 39. 8. 7.
27 Acerca de la creciente presencia de indios transcordilleranos en las pampas a partir del siglo XVIII,
citaremos sólo unos pocos títulos de una producción abundante, reiterando alguno ya mencionado:
Crivelli Montero 1991, 6-32 y 1994, 8-32; León Solís 1991; Mandrini y Ortelli 2002; Jiménez y
Villar 2004; Weber 2005.
58 Devastación

luego que los milicianos se entregasen al saqueo.28 Días más tarde, mandó pasar a
degüello a los integrantes de una partida de indios potreadores (captores de caba-
llos salvajes) al pie de las sierras de Tandil, pese a que se aproximaron desarmados
y a que varios milicianos y capitanes afirmaron conocerlos y daban crédito por
ellos. La tercera matanza, documentada con mayor detalle, es la incorporada a
nuestro cuadro. En esta oportunidad, el embate afectó a una toldería habitada por
sesenta guerreros asesinados en su totalidad.29 En esta ocasión, el comandante en
persona mató de un pistoletazo en la cabeza al líder indígena que le exhibía un sal-
voconducto emitido de puño y letra por el gobernador de Buenos Aires Miguel de
Salcedo y Sierra Alta. En ninguno de los casos reseñados, las personas masacradas
fueron los incursores que San Martín debía castigar, a quienes no logró ubicar.
En 1775, el sargento mayor Manuel de Pinazo encabezó un número de tropas
que, aunque no lo conozcamos con precisión, resultó suficiente para terminar con
la vida de cuarenta y cuatro personas, mientras que los agresores sólo debieron
lamentar las heridas leves de un miliciano.
Al año siguiente, en el mes de agosto, un cautivo fugado de los indios informó
a las autoridades bonaerenses que un grupo de quinientos nativos o más concen-
trados al sur del Río Salado se disponían a incursionar sobre las fronteras.30 Según
esa versión, también planeaban llevarse consigo los vacunos y yeguarizos alzados
que durante la estación invernal solían alejarse de las estancias en busca de mejores
pasturas, poniéndose al alcance de los incursores.
Los sargentos mayores Clemente López Osornio, Pinazo y Bernardino Antonio
de Lalinde, reunidos en consejo de guerra, decidieron entonces alistar unos ocho-
cientos milicianos con el propósito de salir a castigarlos y recuperar el ganado que
pudiesen haber arreado consigo.31
Luego de unos días de deambular por los campos, López Osornio recibió noti-
cias de la proximidad de unas tolderías que presumiblemente podrían ser las que
buscaba. En primer término, arremetió con trescientos hombres contra dos campa-
mentos, cuyos ocupantes fueron tomados por sorpresa y arrasados casi sin resis-
tencia, aunque sí la hubo en cambio en un tercero, alertado por el estruendo previo.
Pero no obstante los indios de armas muertos fueron más de doscientos en total,
entre ellos seis caciques, a cambio de treinta contusos (golpeados por boleadoras)
y un único herido de lanza, ninguno de peligro. Además, López Osornio capturó

28 Esta matanza desencadenó una de las más importantes incursiones indias sobre la frontera
bonaerense durante la primera mitad del siglo XVIII, con pérdida de setenta vidas, decenas de
cautivos y miles de cabezas tomados por los incursores: Campetella 2008, 229. Líder principal del
tautulun fue precisamente Calelian –hijo del cacique ejecutado mientras dormía–, a quien hicimos
referencia en una nota anterior. Más tarde, Calelian fue apresado a su vez, remitido a España con
sus capitanes, y ultimado en alta mar al intentar apoderarse del navío que lo trasladaba (Villar
2004).
29 Falkner 1957 [1772], 133; Campetella 2008, 226.
30 Oficio del comandante de la Guardia del Zanjón Juan de Miers al teniente del rey Diego de Salas.
Zanjón, 7 agosto 1776, AGN IX 28.9.4.
31 Acta del consejo de guerra, Buenos Aires, 12 julio 1776, AGN IX 28.9.4.
Violencias imperiales 59

veinticinco presas,32 algunas de corta edad que entregó a los oficiales que “las han
pedido”.33 La naturaleza de las heridas de los milicianos demuestra que los nativos
no alcanzaron a prepararse para luchar.
Pinazo, por su parte, obligó a un indio capturado por sus guías (baqueanos en la
terminología local) a que condujera las tropas hacia el lugar en el que presumible-
mente se encontraban las tolderías buscadas, que no pudieron localizar. Hallaron
otras a las que atacaron “con furor” de madrugada y por sorpresa, ultimando a
noventa y siete personas (noventa y dos indios, tres renegados,34 y dos mujeres).35
Entre los milicianos sólo hubo siete heridos, ninguno de consideración. Se tomaron
prisioneros veinte indios, cincuenta y ocho mujeres, treinta y ocho párvulos y otros
tantos parvulitos, entre los cuales Pinazo seleccionó “el más bonito” y lo remitió al
teniente del rey para que fuese “su page”.36
Nueve años más tarde, veintisiete soldados y pobladores fronterizos comandados
por el sargento mayor Manuel Bores ultimaron a doce hombres (incluido un cacique),
catorce mujeres y ocho criaturas que poblaban en total dos tolderías sucesivamente
atacadas, a las que destruyó prendiéndolas fuego. Los agresores superaban el doble
de los indígenas adultos asesinados y sólo sobrevivieron cuatro criaturas.

4. Creación y uso de la ventaja táctica


Los estudios realizados por el historiador norteamericano Benjamin Madley acerca
de las tácticas empleadas en las matanzas de yuki que tuvieron lugar en California
durante la segunda mitad del siglo XIX en términos comparativos con sucesos
equivalentes ocurridos en Tasmania,37 permiten ver las similitudes existentes entre
esos casos y el que analizamos aquí.
Luego de varios ensayos y errores, los colonos californianos y tasmanios esta-
blecieron un procedimiento asimétrico de combatir ordenado en cuatro fases su-
cesivas, que combinaba eficazmente el sigilo, la sorpresa, las emboscadas y los

32 La palabra presa como significante de indígena capturado remite con elocuencia a la caza de
animales. Análogamente, el termino pieza evoca la imagen del esclavo, colocando en el prisionero
supuestamente reluctante la responsabilidad de su captura, según lo establecía el antiguo y socorrido
concepto de guerra justa.
33 Copia de la comunicación de López Osornio, Río Dulce, 16 septiembre 1776, AGN IX 28.9.4.
34 Término utilizado para denominar al hispano criollo que abandonaba voluntariamente su estilo
de vida anterior y se unía a los indios para residir entre ellos y ayudarlos en todos sus propósitos,
en especial guiándolos en incursiones sobre establecimientos fronterizos que resultaban lugares
conocidos para él. Ver al respecto Villar y Jiménez 2005.
35 Luego de terminada la matanza, el sargento mayor hizo ejecutar además a un cacique principal.
36 Las alternativas de la expedición de Pinazo están documentadas en su comunicación de los eventos
al teniente del rey (Copia de la comunicación del sargento mayor Manuel Pinazo al teniente del
rey Diego de Salas, Altos de Troncoso, uno octubre 1776. AGN X 28.9.4); y en unos papeles
anónimos que se titulan “Noticia Yndividual delas Yrrupciones que han echo los Yndios Ynfieles
en las Fronteras desde el año de 1767 â esta parte, y lo que en su consequencia se ha practicado para
castigarlas”. Documento sin fecha ni firma, circa 1778. AGN IX 28.9.5.
37 Madley 2004, 167-192 y 2008, 303-332.
60 Devastación

asesinatos indiscriminados. Su progresión se iniciaba con (1) el reconocimiento


y acercamiento nocturno, que precedía a (2) un ataque al amanecer con armas de
fuego, seguido de (3) una aproximación posterior con armas blancas, y culminaba
con (4) la eliminación de no combatientes.38
En las masacres pampeanas, esas cuatro fases también están presentes. Sin em-
bargo, en algunos embates, la primera resultó siquiera parcialmente innecesaria,
bien sea porque los españoles disponían de información previa acerca de la locali-
zación de sus futuras víctimas, tornando superflua cualquier maniobra preliminar
de reconocimiento; o bien porque los indígenas, aun cuando advirtieron la proxi-
midad de los perpetradores, no recelaron de ella por no haber motivos para temer
un ataque. En 1680, se trataba de indios de paz reducidos a encomienda, lo que de
por sí ilegalizaba el trato violento que recibieron en un lugar conocido por sus en-
comenderos. Los relatos de Falkner y Lozano coinciden en señalar que en 1739 los
atacantes sabían de antemano el lugar donde se hallaban las tolderías. Algo similar
sucedió en 1775, cuando ya hacía unos cinco años que el grupo masacrado había
establecido una alianza con la administración colonial y comerciaba regularmente
en la frontera. En 1776, los agresores comandados por Lalinde impidieron el ale-
jamiento de ciertos indios que estaban en paz con la administración, atacándolos
en su campamento instalado en un lugar acostumbrado y capturando a la mayoría.
Pero el ejemplo por excelencia de ataques a traición lo constituyen los embates
encabezados por Bores en 1784. En septiembre de ese año, un nuevo superinten-
dente del Fuerte de Carmen de Patagones, Juan de la Piedra, impuso una política
francamente agresiva contra los indígenas.39 Un incidente banal consistente en un
arrebato de caballos, dio pie para que de la Piedra, a pocos días de tomar el cargo,
dispusiese que Bores con veintisiete acompañantes recorriera aguas arriba la mar-
gen norte del río Negro en busca de los responsables para trasladarlos al estableci-
miento o castigarlos en caso de ser necesario.
Cuando sus batidores avistaron el primero campamento, constituido por dos
únicos toldos y a sólo cuatro leguas de camino, ordenó a sus subordinados que se
anticiparan a obstruir las posibles vías de escape y se aproximó con el pretexto de
requerir información acerca de un desertor al que manifestaron estar persiguiendo.
En su posterior descripción de los hechos, Bores adujo que, en esas circunstancias,
habían sido agredidos por hombres y chinas armados de cuchillos y palos, a raíz
de lo cual dispuso romper fuego contra ellos. Resultaron muertos todos los adultos
(cuatro varones y once mujeres), así como cuatro de las cinco criaturas existen-
tes, mientras que los atacantes experimentaron la baja de un peón “que murió de
repente sofocado de pelear”.40 Luego se apoderó del ganado de los indios, mandó

38 Madley 2015, 113-119.


39 La política impuesta por de la Piedra, el contexto en que se produjeron las matanzas desatadas por
Bores y el destino final de ambos pueden verse en Alioto 2014a.
40 La frase pertenece a la declaración de Manuel Bores, requerida por las autoridades de Carmen a
su regreso, el 10 diciembre 1784, y conservada en AGN IX 16.4.1, número cinco. Su contenido
permite reconstruir ambos ataques a su cargo.
Violencias imperiales 61

saquear e incendiar ambos toldos, arrojó los cadáveres al río y envió al fuerte al
único niño sobreviviente. Continuó la marcha por unas treinta leguas más y arribó
a otra toldería, utilizando el mismo subterfugio (la captura del miliciano fugitivo)
para entablar diálogo, y distribuyendo además generosas raciones de aguardiente
entre los indios, a quienes sólo embistió cuando su embriaguez dificultaba la resis-
tencia. No obstante, más tarde reiteró su relato de que los atacantes habían sido los
nativos – hombres y mujeres – armados con cuchillos, bolas y palos, viéndose los
hispano-criollos obligados a responder y ultimándolos a todos, con excepción de
tres criaturas, y al costo de tres heridos. Repitió luego la rutina anterior: pegó fuego
a los toldos – que en esta ocasión no albergaban nada de valor –, dejó que el río se
hiciera cargo de los cuerpos, y regresó al fuerte arreando los caballos, yeguas y mu-
las tomadas de los indios, ya enterado por el cacique asesinado de que en adelante
no encontraría otros campamentos que asolar.
Algunas matanzas comenzaron al amanecer, luego de rodear el asentamiento
nativo o de acercarse a él sin ser percibidos al amparo de la oscuridad. Las vícti-
mas, alarmadas por las repentinas descargas y el estrépito consiguiente, sólo atina-
ron a proteger a las mujeres, resistir precariamente, o huir.
El asalto de 1739, descripto por Falkner, responde a esta modalidad. Al alba,
San Martín y Gutiérrez de la Paz ordenó descargar una primera andanada sobre la
gente dormida, con el resultado de que “mataron a muchos con sus mujeres e hi-
jos”. Si bien los sobrevivientes alcanzaron a tomar sus armas para defenderse, una
porción de ellos resultaron ultimados en ese desigual combate y a los restantes se
los degolló después.41
En 1776, los acontecimientos se produjeron de manera similar. Los baquea-
nos habían informado a López Osornio el avizoramiento de una concentración de
haciendas y de fuegos nocturnos que señalaban la existencia de las tolderías que
buscaban. Sin asegurarse previamente de que lo fueran, López Osornio ordenó la
marcha durante una noche sin luna hasta aproximarse a sus blancos, guiándose por
los mugidos del ganado que los indios tenían consigo. A la madrugada lideró un fe-
roz ataque contra una serie de campamentos distribuidos a lo largo de varias leguas.
Como dijimos antes, los ocupantes de los dos primeros, tomados por sorpresa, no
llegaron a ofrecer una resistencia vigorosa, pero en el tercero los indios dieron
pelea y por esa razón las tropas ocupadas en aplastarlos demoraron el avance. El
estrépito de los disparos y la gritería fueron en aumento y pusieron sobre aviso a
los habitantes de las restantes tolderías que lograron escapar.
Otra de las ventajas del ataque repentino fue la calculada distribución de las
tropas para maximizar las ventajas ofrecidas por las armas de fuego,42 superando de

41 Falkner 1957 [1772], 133.


42 Un arma de fuego bien manejada podía producir un resultado devastador para los indios, que
guardaban cuidadosa memoria de su letalidad. En la región hay registro documental de disparos
excepcionales como el realizado por el capitán de milicias Mateo Ortubia. Durante el ataque a una
toldería, Ortubia y sus hombres recibieron la orden de ultimar a algunas personas que escapaban
a caballo buscando refugio en unos montes próximos. Iniciada la persecución, el capitán hizo
puntería con su trabuco y de un único tiro mató a una india y dos muchachitos, y también a la yegua
62 Devastación

esta manera sus limitaciones respecto a manejo, alcance y precisión. Utilizadas en


distancias cortas por tiradores bien apostados, el estruendo y la capacidad destruc-
tiva de la munición, suficiente para atravesar los toldos de cuero, exacerbaban la
desesperación de las víctimas. El mejor ejemplo lo ofrece nuevamente el procedi-
miento utilizado por López Osornio, quien desplegó su caballería en tres columnas
apoyadas por ocho esmeriles.43 El fuego concentrado al frente encerró a los nativos
en un campo de muerte, de manera que el escape les resultara difícil de concretar,
al tiempo que los jinetes atacantes quedaban a resguardo de los disparos.
En la fase siguiente, esa táctica dejaba de ser aconsejable: el fuego cruzado podía
producir bajas durante la mêlée, cuando la distancia entre los victimarios y sus víc-
timas se reducía al mínimo, circunstancia en que las armas blancas resultaban más
adecuadas. Su empleo no requería perder tiempo en la recarga y permitía la elección
de las víctimas. De esta manera, los hombres adultos convertidos en blancos preferen-
ciales morían en el momento y podían ser capturadas vivas las mujeres y los niños,
como ocurrió en varias de las matanzas analizadas. No obstante, hasta el momento
disponemos de un único registro documental que discrimina la chusma44 por cantidad,
género y edad: se trata de las personas aprisionadas en la expedición de 1680.

5. El destino de los sobrevivientes


En el más favorable de los supuestos, sobrevivían al reparto familias reducidas a
su mínima expresión, por lo general bajo un forzado formato monoparental (madre
e hijo pequeño), o individuos aislados.45 El mejor ejemplo de una completa des-
articulación lo constituye el accionar del capitán Francisco Rodríguez de Ovalle,
sustituto de Arias de Rivadeneyra en el comando durante aquella única jornada
de 1599. Luego de consumar la matanza de los ciento setenta varones adultos del
grupo, capturó y dispuso de otras tantas personas de la chusma, que representaban
asimismo el total de las familias existentes.

que los tres montaban (Francisco de Amigorena. 1784. Diario y Relacion de todo lo acaecido en la
Expedición q.e contra los yndios Bárbaros del Monte ô Pampas acabo de hacer con las Milicias de esta
ciudad de Mendoza bajo de mi Mando, con exposicion de los motivos q.e la hicieron precisa. Mendoza,
14 mayo 1784. AGN IX 24.1.1., foja 123: Entrada del 24 de Marzo).
43 Antigua arma de artillería, no manuable, pequeña (de tamaño algo mayor que un falconete), que
disparaba balas de diez onzas, es decir, de aproximadamente unos doscientos ochenta gramos.
44 El término es de origen griego (keleusma) incorporado más tarde al genovés (ciüsma). Inicialmente
designaba a los galeotes (ver este uso durante el siglo XVI en Cervantes, Don Quijote, II-
LXIII), pero también se aplicó a gente vulgar, de baja condición social y económica. La palabra
castellanizada pasó a América y aquí se utilizó para aludir a indígenas no combatientes (niños,
mujeres y personas de mayor edad). En el Río de la Plata y Chile conservó este último significado
también a lo largo de la etapa poscolonial.
45 Los indígenas del área resintieron mucho estos crueles procedimientos, que mantuvieron su
vigencia en tiempos postcoloniales y hasta fines del siglo XIX, una vez definitivamente cancelada
la autonomía de las comunidades nativas (ver por ejemplo Mases 2002). El recuerdo de las
fragmentaciones traumáticas era actualizado una y otra vez y siempre invocado como prueba
incontrastable de los tratos inhumanos experimentados.
Violencias imperiales 63

Habitualmente, la distribución de los prisioneros – mayoritariamente mujeres y


niños – se realizó entre los mismos atacantes u otros vecinos de la frontera y ciudad
de Buenos Aires. Aunque por lo general estos repartos ocurrieron, su mención escri-
ta solía ser escueta. Expresas prohibiciones reales colocaban a tales procedimientos
directamente en terreno de ilegalidad –o abrían serias dudas al respecto– y, como es
lógico, desalentaban mayores explicitaciones, salvo que mediaran circunstancias
extraordinarias que obligaran a hacerlo. Sabemos que ocurrieron principalmente
luego de las expediciones a cargo de Rodríguez de Ovalle, San Martín y Humanés,
Cabral de Melo, López Osornio y Pinazo, a raíz de la información que entregan los
documentos respectivos. Pero disponemos hoy de un único registro generoso en
datos (al que ya hicimos referencia), correspondiente a la maloca46 encabezada por
San Martín y Humanés. La nómina indica que, de un total de sesenta prisioneros,
sólo cuatro fueron varones47 y el resto, mujeres, adolescentes y niños.48 Las que-
jas suscitadas entre algunos de sus acompañantes por la conducta discrecional del
maestre de campo, al disponer un reparto de indios ya encomendados, generaron
denuncias en el momento mismo de los hechos, que las autoridades no pudieron
menos que atender. Pero además se labraron más tarde actuaciones extensas remiti-
das al Consejo de Indias. Su archivo conserva no sólo una lista detallada de las per-
sonas repartidas, sino también un detalle de la distribución en sí misma. El registro
de mujeres indias capturadas con varios hijos y la posterior entrega documentada
de esas mismas mujeres con uno de ellos denota el desmembramiento familiar. Se
permitió que únicamente el de menor edad permaneciera con su madre y se dispuso
por separado de los mayores.
Más allá de las críticas sobrevinientes a posteriori, lo cierto es que las ins-
trucciones previas a la partida de la maloca revelan que el gobernador de Buenos
Aires Joseph de Garro Senei había concedido a San Martín y Humanés un amplio
margen de decisión en base a su criterio personal. Aunque el maestre de campo sólo

46 Se denominaba maloca o montería a la incursión que tuviera por objeto principal un ataque sigiloso
y veloz contra los indígenas, disponiéndose luego del botín cobrado y de las personas capturadas.
47 Entre ellos, un indio encomendado, hecho prisionero junto con algunos otros indígenas
interceptados cuando la columna comenzaba la marcha hacia territorio nativo, y que cumplió
funciones de baqueano para los españoles. Luego de un apremiante interrogatorio, San Martín
y Humanés decidió conservarlo con vida por ser conocedor de la tierra, ordenando la ejecución
sumaria de los restantes: “Un Yndio llamado Yeque, Con su Muger y tres hijos de edad de Diez y
de Seis y la Terçera de Catorçe años Poco mas o menos= El cual fue al Castillo de esta ciudad Por
Ser de la encomienda de Don Fernando de Astudillo y hauer sido Guia de este Real=” (Memoria de
las Yndias y chusma que se apresaron, 27 noviembre 1680. En Autos, remitidos en 1686 diciembre
10 s/repartimiento de indios pampas sobrevivientes de la matanza hecha por el capitán J. de San
Martin. Buenos Aires, 10 diciembre 1686. AGI, ACh, Legajo 282. CME G. 31, folio 20 vuelta).
Además del baqueano, salvaron su vida más tarde un anciano y dos jóvenes de veintidós y veintitrés
años. Al parecer, el anciano sobrevivió, porque era el único adulto de su familia a cargo de tres
niños muy pequeños: “Vn Yndio Viejo con Tres nietos el Vno de Seis meses el otro de Dos años
y Terçero de quatro años Poco mas o menos.” (Memoria citada, folio 20 vuelta-21). Sin embargo,
cuando se registró por escrito el reparto de los prisioneros entre los españoles participantes de la
maloca, el anciano en cuestión se halla ominosamente ausente de la nómina.
48 Memoria citada en la nota anterior, folios 20 a 22.
64 Devastación

debía emplear la fuerza en defensa propia, pudo apartarse deliberadamente de esa


restricción en los hechos por hallarse facultado para determinar cuáles indígenas
fronterizos serían atacados, detenidos, y trasladados a Buenos Aires por las buenas
o por las malas. Incluso luego de ocurrida la matanza y no obstante las primeras
lamentaciones de los encomenderos afectados en sus intereses por las discrecio-
nalidades de San Martín y Humanés, Garro Senei aprobó las determinaciones del
comandante.49
En su posterior informe al rey acerca de lo sucedido, además de reproducir el
relato de la expedición que el propio San Martín y Humanés elaborara, el goberna-
dor trató de justificar el reparto individual de las piezas capturadas echando mano
al argumento de que se realizó previa consulta con el obispo de Buenos Aires Anto-
nio de Azcona Imberto. Según esta versión, el prelado habría estado de acuerdo en
que se las asignara en tenencia a los mismos participantes de la maloca con cargo
de que las adoctrinasen en la fe cristiana y les dieran buen trato.50
En realidad, la invocación de esa aprobación del obispo por parte de Garro
Senei no fue sino una forma de aliviar una responsabilidad que era íntegramente
suya, porque es indiscutible que San Martín y Humanés repartió los cautivos en
cumplimiento de una orden directa del gobernador documentada por escrito en la
instrucción recibida.51 Y ambos sabían bien que el reparto de prisioneros entre los
partícipes de una entrada, salvo situaciones de excepción, violaba expresas prohi-
biciones legales contenidas en las Leyes de Indias y las Ordenanzas de Alfaro de
1612, vigentes en el momento de la expedición.52

49 No olvidemos que las perpetraciones fueron arbitrarias y golpearon a indígenas de quienes ni


siquiera hubiera sido posible argüir que las merecieran.
50 “Por lo qual [San Martín y Humanés] se retiro a esta ciudad con toda la gente que llevo y en
consulta con el Obispo deste obispado D. Antonio Azcona se determino repartir dhos indios y
chusma que quedo, que fueron pocos mas de 60 en las mismas personas que fueron a la maloca
por via de tenencia por aora, con cargo de que las doctrine y agan todo bien tratamiento como lo
haçen porque ni es numero para reducir ni es gente que se puede conservar en union de que se tiene
ya echo mui largas experiencias.” (Informe al rey del gobernador de Buenos Aires don Joseph de
Garro, 4 de marzo de 1681. AGI, ACh, Sección quinta, legajo 28).
51 Billete al Capitán Juan de San Martin Para que repartiese los Yndios apresados, 10 enero 1680.
En Autos remitidos en 1686 diciembre 10 s/repartimiento de indios pampas sobrevivientes de la
matanza hecha por el capitán J. de San Martín en 1680. AGI, ACh, Legajo 282, folio 22).
52 Existía algún antecedente de explícita desaprobación de reparto de indígenas fundado en las
mencionadas prohibiciones legales. Por fiscalía del Consejo de Indias se había emitido dictamen
objetando una distribución de prisioneros nativos dispuesta por el gobernador del Tucumán Alonso
de Mercado y Villacorta. Sin embargo, es necesario consignar que no obstante esa objeción previa,
más tarde (en 1662) el mismo Mercado y Villacorta, desempeñando idéntico cargo en Buenos Aires,
ordenó nuevamente un reparto, esta vez de indios de las pampas: Doucet 1988, 79-98. Ninguna de
ambas decisiones parece haber afectado demasiado su carrera burocrática, que concluyó como
presidente de la Real Audiencia de Panamá. Por otra parte, desde abril de 1639 también estaba
en vigencia el breve Commissum Nobis promulgado por el papa Mateo Barberini (Urbano VIII),
quien retomando la bula Veritas Ipsa (1537) de Alejandro Farnesio (Pablo III) prohibía, bajo
amenaza de excomunión latae sententiae, la reducción de indios a la esclavitud, su compra-venta,
permuta y donación, así como el traslado lejos de su residencia, el despojo de bienes y la sujeción
a servidumbre, en los dominios españoles y portugueses de la América meridional.
Violencias imperiales 65

Todos estos entretelones quedaron expuestos cuando en diciembre de 1683 se


difundió la primera denuncia formal contra San Martin y Humanés promovida por
el defensor de naturales de Buenos Aires, a instancias de los encomenderos que
se habían sentido perjudicados por el reparto.53 El Consejo de Indias procedió con
cautela, ordenando que antes de dar curso a los reclamos se verificara la veracidad
de las acusaciones contra el maestre de campo, consultándose en secreto a ciertos
vecinos de Buenos Aires que en ese momento se hallaban en España, acerca de la
forma en que tuvo lugar la matanza y la distribución posterior de prisioneros. Sólo
una vez conocidas sus respuestas y si resultaba de ellas que los hechos denunciados
fueran ciertos, se les recibiría una declaración en términos legales.54
La pesquisa preliminar permitió comprobar la verosimilitud de las denuncias
y fue recién entonces que se requirió a José de Herrera y Sotomayor, sucesor de
Garro Senei desde 1682, que enviara toda la documentación existente relacionada
con la expedición y el reparto. Además, el rey ordenó al nuevo gobernador que
reuniera a todos los indígenas que estaban en poder de particulares y los entregase
a los sacerdotes doctrineros para formar una reducción con ellos.
Herrera y Sotomayor remitió los documentos solicitados,55 pero argumentó en-
contrarse impedido de cumplir con la restante determinación, debido a que ninguna
de las piezas que se decían repartidas permanecía en esa condición por haber huido
en masa a sus tierras unos sesenta días después de la captura.56
Resulta inverosímil, sin embargo, que los prisioneros lograsen acceder a la in-
formación y los recursos necesarios para fugarse en el lapso de dos meses, teniendo
en cuenta que no había entre ellos varones adultos, sino solamente mujeres, ado-
lescentes y niños. De hecho el grupo más numeroso estaba compuesto por mujeres

53 La denuncia fue presentada por Alonso Guerrero de Ayala (ver carta del capitán Alonso Guerrero
de Ayala al rey, Buenos Aires, 25 enero 1684. AGI, ACh, Legajo 60, ME G17).
54 “Escriuase a D.n Fran.co Lorenço de S.n Millan, ordenandole que luego q.e reciua la carta llame a
Juan Thomas Miluti y a otras personas de las q.e vinieron de B.s Ayres en los Nauios de su cargo,
y con todo Cuidado y Secreto les pregunte, si es Cierto lo q.e se auisa en estas cartas y la noticia
q.e tuuiere de la forma en que sucedió, y siéndolo pase a tomarles Sus declaraciones Judicialmente
y remita los autos desta diligencia quanto antes fuere posible para q.e con vista de ellos se prouea
lo q.e Convenga…” (Autos, remitidos en 1686 diciembre 10 s/repartimiento de indios pampas
sobrevivientes de la matanza hecha por el capitán J. de San Martin. Buenos Aires, 10 diciembre
1686. AGI, ACh, Legajo 282. CME G.31).
55 Autos, remitidos en 1686 diciembre 10 s/repartimiento de indios pampas sobrevivientes de la
matanza hecha por el capitán J. de San Martin. Buenos Aires, 10 diciembre 1686. AGI, ACh,
Legajo 282. CME G.31.
56 En el acta de obediencia a la real cédula recibida, el gobernador dijo textualmente: “…y en quanto
a lo que dha Real Cedula Refiere de que las Sesenta piessas de Yndios e Yndias Muchachos y
Muchachas que fueron aprehendidos y Repartidos entre los Ofiçiales y Soldados que fueron a
la Reduccion y Pacificacion de dhos Yndios no ha lugar [a cumplir] lo que Su Magestad Manda,
Respecto de ser Publico y Constante y nottorio que a los Sesenta Dias Despues que llegaron y
fueron Repartidos No quedo ninguno de dhos Sujetos En esta Çiudad y Su Jurisdiccion por hauer
hecho fuga Retirandose muy Distantes de esta dha Ciudad a Sus tierras Y naturales Como en otras
Muchas ocasiones.” (Obedecimiento, Buenos Aires, 15 abril 1684, AGI, ACh, Legajo 282, folio
uno vuelta).
66 Devastación

con infantes. Sobre un total de cincuenta y cuatro personas repartidas – algo menor
que las capturadas –, diez y seis eran mujeres con un hijo por cabeza. Había cinco
criaturas de pecho; seis tenían entre dos y tres años; cuatro, entre cuatro y seis; y
el restante, ocho años. La justificación del escape hubiese merecido alguna credi-
bilidad mayor, si se refiriera únicamente a las mujeres solas y a los adolescentes de
mayor edad – 21 personas en total –, pero el gobernador la hizo extensiva a todos
los repartidos. Sin embargo, no hemos encontrado evidencia de que la precaria
explicación de Herrera y Sotomayor fuera puesta en duda por el Consejo de Indias.

6. Ausencia de sanciones; y represalias


San Martín y Humanés murió sin recibir sanciones. Se le dieron largas al asunto
que recién concluyó treinta y tres años después de las denuncias que lo originaron,
cuando un nuevo monarca manifestó un tardío disgusto por la conducta del maestre
de campo.57 En la real cédula emitida se adujo que, como el denunciado ya había
fallecido, se imponía atender con equidad los derechos e intereses de sus herederos,
carentes de responsabilidad directa en los hechos investigados. Simplemente se los
reconvino, ordenándoseles que en adelante obedecieran las leyes y órdenes referidas
a los indios.58 Años más tarde, uno de esos herederos – San Martín y Gutiérrez de la
Paz – insistiría en no acatarlas, aunque esta vez el reincidente fue al menos removido
de su cargo. Liviano correctivo, no obstante, si se consideran las graves pérdidas
provocadas por el posterior tautulun desatado a raíz de su irracional crueldad.
Ninguna de las restantes perpetraciones examinadas mereció objeciones por
parte de la administración. Salvo el traspié de San Martín y Gutiérrez de la Paz,
todos los demás comandantes continuaron sus carreras normalmente. Pinazo, por
ejemplo, se retiró del servicio de armas a edad avanzada, en 1783, luego de haber
contado con el invariable apoyo de Juan José de Vértiz y Salcedo, gobernador de
Buenos Aires cuando sucedieron las matanzas de 1775 y 1776, y segundo virrey
del Río de la Plata en la fecha de aquel retiro.
Los indios, en cambio, siempre que pudieron, cobraron venganza según las
prescripciones del ad mapu. Cinco años más tarde de ocurridas las masacres
encabezadas por López Osornio y Pinazo, amenazaron de muerte a ciertos miem-
bros de una comisión negociadora enviada desde la frontera de Buenos Aires –y
en particular a un intérprete que la integraba– enrostrándoles la injusta pérdida de
“muchos parientes” durante aquellas jornadas.59 Y tres años después se cobraron
la vida de Clemente López Osornio, ultimado mientras resistía una incursión
contra su estancia El Rincón de López, a fines de 1783. Un destino similar tuvo

57 La denuncia inicial fue promovida durante el reinado de Carlos II, pero la decisión final la tomó su
sucesor Felipe V.
58 Real Cédula al Gov de B.s Ayres participándole haverse extrañado lo que el Cap.n D.n Juan de S.n
Mrn ejecutó en agravio de los Yndios Pampas; y ordenándole q.e el y sus Subsesores en aquel
Gobierno observen las Leyes y ordenes R.s expedidas tocante a dhos Yndios, Madrid, 2 diciembre
1716. AGI, ACh, Legajo 178.
59 Vignati 1973, 74.
Violencias imperiales 67

Manuel Bores junto a Juan de la Piedra, víctimas de un fatídico encuentro con los
nativos junto con otros participantes de la malograda entrada a los territorios del
sur pampeano que de la Piedra encabezó en 1785.60

7. A modo de conclusión
La corona careció de políticas uniformes respecto de los indígenas autónomos de
las pampas. Las tornaron cambiantes el paso del tiempo y sus efectos sobre con-
textos y ámbitos de aplicación y fue así que el ejercicio de la más plena violencia
convivió con la diplomacia y el comercio. La orientación pudo variar bruscamente
incluso en cortos lapsos61 y no resulta tarea sencilla determinar cuándo privaba el
objetivo de eliminar por completo a ciertos grupos nativos, o una elección consis-
tente de vías pacíficas.
Por otra parte, en el caso rioplatense en particular, aun cuando los propósitos e
instrucciones del rey ejercían su lógica influencia sobre las conductas de los agen-
tes y protagonistas locales, grande fue el influjo circunstancialmente generado por
los intereses de estos últimos. Los encargados de la política fronteriza, que los
tenían a menudo en negocios pecuarios, veían en los incursores nativos un molesto
obstáculo. Por lo tanto, cuando la ocasión y el estado de sus fuerzas lo permitía (lo
que no ocurría con frecuencia), solían mostrarse proclives a una dura represión.
Al compás de tales relaciones oscilantes y conflictivas, se produjeron periódicos
episodios de violencia extrema y efectos demoledores. Las matanzas constituyeron
estrategias para rechazar incursiones o quebrar la resistencia de los nativos que
tomasen armas contra la administración imperial. Su propósito consistió en obtener
un rápido y decisivo resultado que además infundiera pánico en el conjunto de los
grupos indígenas, aterrorizados por la posibilidad de que hasta no combatientes
resultaran muertos o quedasen a merced de los perpetradores, o incluso de que el
golpe imprevisto fuera asestado contra personas ajenas a cualquier responsabilidad
que sirviese para justificarlo.
No se trata de grandes matanzas, espectaculares por sus proporciones y caracte-
rísticas, sino de masacres fractales,62 es decir, aquellas que, por ser cometidas contra
comunidades de un tamaño acotado, si se las considera aisladamente hasta podrían
parecer –valga la palabra– “inocuas”. Pero esta apariencia no debe confundirnos: aun
cuando las víctimas de un solo evento fueran “pocas” (tal el caso, por ejemplo, de los
dos ataques comandados por Bores), si ese número equivale al total, sean o no com-
batientes, la profundidad de los efectos desestructurantes resulta absoluta. Al cabo de
una única jornada, tuvieron lugar la muerte instantánea de algunos, la separación de
los sobrevivientes, la fragmentación de las familias, el extrañamiento posterior y los
destinos finales en medios hostiles alejados del lugar habitual de residencia.63

60 Alioto 2014a.
61 Weber 2005, Alioto 2014a.
62 Mann 2013, 167-182.
63 Las prácticas depredatorias enumeradas son las mismas que, en tiempos recientes, se tuvieron en
68 Devastación

Pero no se trata sólo de ultimar personas o disponer de ellas, sino que se trata
sobre todo de que desaparezca íntegramente la comunidad asolada, para aproxi-
marse al fin deseado –aunque en definitiva irrealizable– de disminuir en lo posible
el riesgo de represalias. El particular cuidado en eliminar a los líderes se inscribe en
esa finalidad, así como el quebranto de las bases bio y socio reproductivas que pro-
duce la pérdida irreversible de autonomía política, objetivo nada desdeñable desde
la óptica de la administración. A la vez, la potencia deletérea de cada perpetración
y la reiteración de los embates a lo largo del tiempo, replicando conductas simila-
res en los atacantes, pone en evidencia una recurrencia en los procedimientos que
es básicamente el resultado de la creación de condiciones tácticas y tecnológicas
abrumadoramente favorables para sus propósitos.
Por último, más allá de los cambiantes contextos históricos vigentes en el pe-
riodo implicado en este artículo, la reiteración de prácticas violentas, inclusive en
sus formas y modos de ejecución, muestra además la persistencia de una tradición
militar (no exclusivamente) hispana, cuyas formas tempranamente aprendidas fue-
ron transmitidas de una generación a la siguiente y se prolongaron en la guerra con
los indios luego del cese del régimen colonial.

cuenta para definir un genocidio (Convención de Naciones Unidas, artículo segundo), más allá
de los debates y polémicas que la construcción de ese concepto trajo aparejadas; ver al respecto
Feierstein 2016, 13-35.
CAPÍTULO II
Han quedado tan amedrentados… La rebelión indígena
de 1792-93 en los llanos de Valdivia y el trato a los
no-combatientes durante la represión hispana1

Sebastián L. Alioto – Juan Francisco Jiménez

1. Introducción. Las leyes de la guerra en Occidente y la situación de las fron-


teras imperiales de la periferia

D
urante el transcurso del siglo XVIII, las élites ilustradas intelectuales y
políticas europeas habían hecho algunos esfuerzos para morigerar las con-
secuencias de la guerra, y se estaba gestando una especie de legislación
internacional al respecto en Europa. Sin embargo, esas nuevas reglas sólo eran de
aplicación obligatoria cuando todos los contendientes del caso fueran naciones “ci-
vilizadas”, a quienes se les reconociera soberanía política y un status de igualdad,
hecho casi siempre garantizado por la existencia de un tipo de organización estatal.
En cambio, cuando se trataba de sociedades no estatales que las potencias euro-
peas enfrentaban en su periferia imperial, esas normas no regían, y las más crueles
conductas eran toleradas y consideradas parte necesaria e inevitable de la guerra
contra los “bárbaros”. Así lo explicitaba el notorio teórico del derecho de gentes
iluminista, Emer de Vattel, estableciendo en su tratado que la vigencia del derecho
dependía de la clase de enemigos que se enfrentase, y que “cuando se está en gue-
rra con una nación feroz, que no observa reglas ningunas ni sabe dar cuartel”, el
castigo más riguroso puede caer incluso sobre las personas de los prisioneros, pues
“son del numero de los culpables”; el rigor de las armas debería ayudar a reducir a
esas poblaciones rebeldes a “las leyes de la humanidad”. 2
Esa distinción, según la cual las normas que recomendaban un trato humanita-
rio a no-combatientes y prisioneros de guerra sólo se aplicaban si los contendientes
eran considerados pares, sigue una tradición muy prolongada en la historia occi-
dental, que puede rastrearse históricamente desde los tiempos de la Grecia clásica
en adelante prácticamente sin interrupción.3 A medida que en la Europa moderna
se fueron delineando políticas de atenuación de las consecuencias de la guerra,4

1 Este artículo fue publicado originalmente en Illes i Imperis, no. 19 (2017), pp. 57-76.
2 Vattel 1834, 114.
3 Ober 1994, 12-26; Stacey 1994, 27-39; Jiménez, Villar y Alioto 2012.
4 Parker 1994, 40-58. En realidad, parte de la distinción entre soldados y no combatientes se fue
formando en el transcurso de la Edad Media europea: mientras que para San Agustín en el siglo V
70 Devastación

algunos grupos de personas quedaron fuera de la conmiseración: los considerados


rebeldes, los paganos y los bárbaros.5 Los indígenas americanos, sobre todo cuando
se resistían al dominio imperial de los invasores, ingresaban en las tres categorías
a la vez. Como no sólo no parecían respetar a Dios ni al rey, sino que tampoco
acataban la ley, las potencias cristianas se consideraban relevadas de respetar ellas
mismas las reglas que refrenaran la violencia. Si esto era cierto como principio
general y a nivel de las élites metropolitanas o de los altos oficiales de las capitales
americanas, lo era mucho más en el convencimiento de los oficiales fronterizos y
sus tropas sobre el campo. Siendo que en general los colonizadores constituían mi-
norías temerosas por su propia supervivencia, actuaban en las oportunidades en que
tenían una superioridad bélica circunstancial sin atenerse a ninguna limitación.6
Entonces, en las fronteras imperiales la violencia solía tomar una forma desme-
dida, cuya brutalidad guardaba cierta proporción con el nivel de amenaza que los co-
lonos percibieran sobre sus vidas y sus posiciones. Las atrocidades tenían además un
fin ejemplificador y pedagógico:7 se dirigían, apartando el fin inmediato de castigar a
los rebeldes, a disuadir a todos los demás de aliarse a ellos o tomar un camino pare-
cido, participando en actividades que contrariasen la voluntad de la corona. Por eso
mismo, esas conductas sanguinarias solían no ser castigadas, sino toleradas e incluso
premiadas por los oficiales superiores y las autoridades jerárquicas.
Este texto se ocupa de un episodio muy bien documentado, en que algunas
agrupaciones nativas tomaron las armas contra los españoles del Reino de Chile,
y de la represión subsiguiente por parte de los representantes de la monarquía.
Además del diario del oficial a cargo de la expedición, contamos con nutrida co-
rrespondencia de los misioneros franciscanos que participaron desde el origen del
conflicto, y de las autoridades civiles y militares de diversos niveles que intervi-
nieron en el asunto. Las fuentes muestran con claridad cuál fue el modo adoptado
para hacer la “guerra a los bárbaros” y la conducta de las tropas en la expedición, y
cuáles fueron los justificativos de las atrocidades cometidas. Otro tipo de documen-
tación nos mostrará a su vez el destino de su principal responsable, y si esa manera
cruel de hacer la guerra trajo o no aparejada su desgracia profesional y personal.8

2. El contexto de la rebelión
A principios de la década de 1790, el gobernador y capitán general del Reino de
Chile, Ambrosio Higgins, se encontraba negociando con las distintas agrupaciones

en el marco de una guerra justa todos podían estar legítimamente sujetos a la muerte, hacia el siglo
XII algunos teóricos de la Iglesia pretendían exonerar a los inermes clérigos, peregrinos, mujeres y
pobres desarmados: Allmand 2010, 328-329.
5 Howard 1994, 5.
6 Jiménez, Villar y Alioto 2013.
7 Parker 1994, 40-58; Goldhagen 2010.
8 La documentación utilizada está depositada principalmente en el Archivo General de Indias
(Sevilla), Archivo del Colegio Propaganda Fide de Chillán (Santiago de Chile) y Archivo General
de Simancas.
Han quedado tan amedrentados 71

nativas de allende la frontera la realización de un nuevo Parlamento General, insti-


tución que hacía tiempo vehiculizaba los acuerdos y pactos políticos entre el Esta-
do colonial y la nación mapuche.9 Varias circunstancias dificultaban su realización,
entre ellas la aparición de una fuerte peste de viruelas que afectó a las poblaciones,
tanto indias como cristianas.10 Pero el principal problema surgió cuando llegaron
noticias de que las agrupaciones huilliche11 de la jurisdicción de Valdivia se habían
levantado en armas contra la corona.
Los territorios sureños, en manos indígenas desde la gran rebelión que comenzó
en 1598 recordada como “el desastre de Curalaba”, estaban siendo objeto de un
rápido reacomodamiento. Sobre todo a partir de la década de 1770, la corona había
decidido que era fundamental integrar el territorio chileno, en especial conectando
a las distantes y aisladas poblaciones de Valdivia y Chiloé, las más australes a la
vez que las más amenazadas por una posible invasión extranjera en épocas de gue-
rra permanente con Inglaterra y otras potencias.
La política a seguir para lograrlo creó fuertes tensiones entre los propios go-
bernadores de ambas jurisdicciones, que propugnaban estrategias diferentes para
lograr el objetivo. Mientras que el de Chiloé Francisco Hurtado, heredero de una
larga tradición chilota de brutales campeadas12 contra las poblaciones indígenas
continentales, era partidario de un avance armado sobre los indios que los obligase
a ceder, Mariano Pusterla, su par valdiviano, proponía una negociación pacífica y
un avance gradual sobre el territorio indígena, basado en la actividad de los misio-
neros y el comercio.13
Higgins apoyaba esta última opción, pues quería evitar conflictos que pudieran
propagarse al resto de las parcialidades fronterizas más septentrionales y desem-

9 Sobre los parlamentos ver por ejemplo Zavala Cepeda 2012, 151-162. Sobre las relaciones fron-
terizas e interétnicas en Chile ha habido una creciente producción desde la década de 1980 que es
imposible reseñar aquí; algunos de los trabajos pioneros en Villalobos et al. 1982; y Villalobos y
Pinto Rodríguez (comps.) 1985.
10 Ver Casanueva 1992, 31-65 y 2000, 203-226; Jiménez y Alioto 2014, 179-202.
11 Huilliche es un etnónimo deíctico que significa “gente del sur”; evidentemente, y por ese carácter
relativo a la posición del hablante, su referencia puede cambiar al tiempo que lo hagan el emisor o
el referente. Los indios de Araucanía solían denominar huilliche a los nativos ubicados al sur del
río Toltén, en las cercanías de Valdivia, como también lo hacemos nosotros (sobre algunos aspec-
tos de la historia de estas poblaciones ver Alcamán 1993, 65-90 y 1997, 29-75; Vergara 2005). Los
pehuenche llamaban huilliche a sus pares cordilleranos que se encontraban más al sur, en especial
en la vertiente oriental de la cordillera y en la zona de los lagos del suroeste de la actual provincia
de Neuquén, a quienes los españoles solían llamar “huilliche de ultracordillera” para diferenciarlos
de los otros. De todos modos, podía suceder que los nombres étnicos se cristalizasen, y pasasen
a denominar de la misma manera a poblaciones que se habían movido en el espacio (por ejemplo
hacia las pampas orientales) o a sus sucesores o parientes: Jiménez 2005.
12 Se denominaba así a las operaciones militares realizadas por numerosas columnas del ejército
hispano que ingresaban repentinamente en el territorio de los “indios de guerra” con el objetivo
de destruir la infra-estructura económica mediante la quema de cosechas y viviendas, y de llevar a
cabo la matanza y robo de ganados, la muerte de los varones en edad de combatir y la captura de
mujeres y niños.
13 Urbina Carrasco 2009.
72 Devastación

bocaran en un alzamiento general de imprevisibles consecuencias. Entonces, para


lograr el objetivo geoestratégico de establecer la apertura de un camino real que
contribuyese a mejorar el tránsito entre Valdivia y Chiloé, los españoles llevaron
adelante negociaciones con los indígenas de la región que implicaban sobre todo la
presencia de misioneros en territorio nativo, escoltados por una guarnición militar.
Se preveía que el complejo misión-fuerte constituyera una solución mixta combi-
natoria del intento pacífico de intervención religiosa con el respaldo de las armas en
caso de resistencia. Pero esa solución tuvo corto alcance: en poco tiempo y como
veremos a continuación, las autoridades decidieron desamparar a las misiones de
los fuertes y con ellos del personal militar que los custodiaba.
Los franciscanos –a diferencia de sus antecesores jesuitas– establecieron mi-
siones fijas, que no servían de centro poblacional o residencia de los nativos,
pero sí de centro de atracción para el intercambio comercial, la celebración de
los sacramentos (bautismo, matrimonio) y la realización de convites de comida
y bebida a los que invitaban los misioneros para granjearse la buena voluntad de
los indios.14
Se crearon así, además de otras más cercanas a Valdivia, las misiones de Río
Bueno y Quinchilca (1777) bien internadas en tierras indias, lo mismo que Dallipu-
lli y Cudico (1787),15 las cuatro ubicadas en las inmediaciones del río Bueno, límite
de los llamados llanos valdivianos. El sistema “suave y pacífico”, al menos en
apariencia, funcionó bien unos años hasta que los indios de la región, que parecían
sosegados, le dieron un fuerte golpe.

3. La rebelión huilliche: la quema de la misión


Sin embargo, y más allá de las apariencias, todo indica que la convivencia de los
misioneros entre los indios no era sencilla, y que algunas de las conductas de los
primeros generaron resentimiento entre los últimos. Un antecedente claro al res-
pecto data de la primavera de 1787: en ese momento los boroanos,16 que habían
secuestrado al obispo Marán durante el viaje del prelado a Concepción, tuvieron la
intención de quemar la misión de Toltén Bajo, en el límite con el territorio huilli-
che. Para ello quisieron sumar la ayuda de los caciques del sur del río, invocando
como aliciente la importancia de tres agravios:

haver quitado los Padres de aquella Micion un Cavallo à un Yndio


Boroano diciendo ser suyo, y asy mismo haver muerto hacia dos
años un Yndio de Boroa de resultas de haver le los Padres Micio-
neros puesto en el Cepo y dado Azotes, y que el Reverendo Padre
Romero havia sacado un entierro de plata, y oro junto à la casa nueba

14 Villar y Jiménez 2007, 241-272.


15 Urbina Carrasco 2009, 220-231.
16 Boroanos o boroganos eran los naturales de la populosa reducción llanista de Boroa, situada al
norte del Río Toltén, en el corazón de la Araucanía.
Han quedado tan amedrentados 73

que havian echo los Padres para mudar la Micion, y que por esto
saldria la peste (abuso que usan) y acabaria con todos.17

La alianza en ciernes fue conjurada por la oportuna llegada de una comisión valdi-
viana. Los indios hicieron retirar a los misioneros, pero no se cobraron vidas entre
estos ni quemaron la misión y tampoco se apropiaron de objetos sagrados; sólo
hubo algunos saqueos menores, tras lo cual negociaron y fueron perdonados.
No obstante, pocos años después los maltratos de los misioneros parecen haber-
se repetido, y según algunas voces pudieron acaso haber sido el detonante inme-
diato de un nuevo levantamiento. Pero el origen de la violencia nativa es confuso,
y hay acusaciones cruzadas. Consultado acerca de las causas de la rebelión, un
misionero dijo que tenía raíces antiguas, y que los indios venían planeándola hacía
tres años, a causa de varios agravios acumulados. Primero, que los españoles ha-
bían incumplido su parte en el trato que dio origen al pedido de misión por parte
de los indios de Río Bueno en 1777, esto es, lograr la protección hispana en caso
de incursiones de sus enemigos, los pehuenche. A menos de un año de su estableci-
miento, y ante un ataque enemigo, los indios solicitaron la ayuda prometida, y sólo
obtuvieron un corto contingente que además tenía orden de no disparar, dejando
que los invasores se llevaran todo el ganado que quisieron; al año siguiente, los
españoles no permitieron que sus indios amigos pasaran en balsa el río para conte-
ner un nuevo avance del enemigo, quedando los agraviados a su merced. Además,
los misioneros denunciaron que a esas ofensas debía añadirse el maltrato de la
guarnición militar a los indios, de modo que “el robar las Haciendas, Violentar a
las Yndias, colgarlas, azotarlas, herirlas, quitar à los Yndios las Mugeres del lado,
y otros delitos de esta naturaleza corrían impunemente”, pues los culpables no eran
castigados por el gobernador.18 El ultraje a los nativos llegó incluso a los caciques,
a algunos de quienes ciertos vecinos españoles agredieron físicamente, además de
no pedir permiso para pasar por sus tierras, algo inadmisible en el ad mapu nativo.19
En esas circunstancias, sobrevino la decisión española de demoler el fuerte y
retirar la guarnición, librando a los franciscanos a su suerte y afán. Aunque ello no
implicó dejarlos del todo desarmados: los misioneros disponían de armas de fuego,
de las cuales los indígenas se apropiaron luego de asaltar las misiones.20

17 Informe del Comisario de Naciones Ignacio Pinuer sobre un parlamento celebrado en la Misión de
Tolten al Governador de Valdivia, Valdivia, 20 de diciembre de 1787. Archivo Nacional de Chile,
Capitanía General, tomo 707, ff. 205R-205V.
18 Fr. Francisco Pérez, “Manifiesto sobre el Alzamiento del Año de 1792”. Santa Bárbara, 4 de di-
ciembre de 1792. Archivo del Colegio Propaganda Fide de Chillán (ACPFCh), vol. 0, f. 52. Un
franciscano decía a manera de ejemplo que “huvo soldado que despues de abusar de una India
gentil, la colgó de un arbol, y azotó”: Fr. Pedro González de Agüeros a Gálvez, Aranjuez, 30 de
marzo de 1793. Archivo General de Indias (AGI), LIMA 1607, s.f.
19 Conjunto de ideas, creencias y prescripciones consuetudinarias que regían la vida de los mapuche.
Sobre el protocolo para viajar por tierra de indios, ver Jiménez y Alioto 2016, 245-270.
20 Los indios no dudaron en usar esas armas contra los españoles: “Tenian algunos fusiles y cartu-
chos, que tomaron de la Mision de Rio-bueno, y de la de Rancu, y un Yndiecillo, que había entre
ellos, q.e fuè Soldado, y desertò por no sè que fechuría, los había instruido en el modo de manejar
74 Devastación

Pero también es verdad que, entre los civiles y militares de Valdivia, corría la
voz de que el seráfico padre Ortiz pudo haber encendido la mecha, al dar de lati-
gazos a un hijo del cacique Queypul, uno de los líderes del alzamiento.21 En este
sentido, las conductas de los misioneros, consistentes en aplicar castigos físicos a
los indios, ya fueran adultos o párvulos cuya educación tuvieran a su cargo, tienden
a repetirse. Esa cruel pedagogía que la sociedad colonial consideraba aceptable,
despertaba la ira de padres y parientes nativos: el ad mapu prohibía castigar físi-
camente a los niños incluso a los propios progenitores, y con mucha más razón a
los extraños.
Otra posible causa fue el temor que generó el rumor de que los españoles que-
rían ejecutar una ofensiva en pinzas y terminar con los indios, y que por eso corrían
tantos correos de un lado a otro entre Concepción, Valdivia y Chiloé: tal, lo que
argumentaron los sublevados de Río Bueno, y también lo que temían los boroanos
que estuvieron a punto de plegarse a la rebelión:

les dixo q.e los de la Imperial tenian Orden del Govern.or de Boroa
de no dejar pasar â ningun Valdiviano para Chile, y q.e si llegase el
Correo se lo llevasen pero para carearlo con un Español q.e tenia allí
Cautivo, y ver q.e objeto tenian tantas Cartas como se cruzan de una
parte à otra; so pena de no hacerlo asi acabarían con todos ellos [...]
Ha cundido entre los Voroanos la especie de que concluida con feli-
cidad la exped.n cont.a los Huylliches, la emprehenden contra todos
los demas de Valdivia, y Chile, por eso quieren impedir la comuni-
cac.n y saberlo cierto por el Correo.22

Lo incuestionable es que, en septiembre de 1792, los nativos que vivían en los


llanos al sur del río Bueno tomaron las armas contra los españoles que reciente-
mente habían instalado allí algunas misiones, dando comienzo a la colonización
del territorio y la apertura del camino real desde Valdivia hasta Chiloé. Grupos
que hasta ese momento se habían mostrado colaborativos con los misioneros y sus
acompañantes súbitamente adoptaron una posición abiertamente hostil hacia ellos.
Según las informaciones, los indios se lanzaron a incendiar las casas y los edifi-
cios eclesiásticos, mataron a sus ocupantes y se llevaron el ganado de las haciendas
españolas de la zona. Circularon versiones terribles acerca de la violencia aplicada
sobre todo respecto de un misionero (fray Antonio Cuzco),23 al que “martirizaron
tres días, quemandole à pausas con tizones encendidos, y cortandole del mismo
modo los pedazos de carne, hasta q.e cansados, le cortaron la cabeza, y arroja-

aquellas armas, y estaban tan òsados, que si los nuestros disparaban un tiro, ellos correspondian
con òtro”: Fr. Angel Pinuer a Josef Ramos Figueroa. Santiago de Chile, 14 de diciembre de 1792.
AGI, LIMA 1607, s.f.
21 Fr. Francisco Pérez, “Manifiesto sobre el Alzamiento...”, cit., f. 58.
22 Oficio del Padre Guardián del Convento de Chillán Fray Benito Delgado al Intendente Gobernador
de Concepción, Chillán, 1 de noviembre de 1792. ACPFCh, vol. 7, f. 242V.
23 El apellido aparece con distintas grafías en los documentos, también Cuzcoo, Cuzio, Cure.
Han quedado tan amedrentados 75

ron el cuerpo al Río”.24 Algo parecido había ocurrido con el portador del correo a
Chiloé, a quien según algunos “le abrieron por el pecho, y vivo le arrancaron las
entrañas, y chuparon la sangre del corazon los principales del hecho, con muchas
supersticiones alusivas al òdio implacable à los Españoles, y venganza, que de
ellos tomaban”;25 mientras que para otros lo habían descuartizado, “amarrandole
cada pie à un Cavallo”.26
Aunque fray Pérez, autor del manifiesto acerca del alzamiento, pensaba que
Queypul y sus aliados no habían querido matar al padre Cuzco, dándole incluso
tiempo a huir, la cuestión es que finalmente lo mataron, y con ese acto cruzaron
un umbral inaceptable: ultimar a un hombre de la Iglesia era considerado un delito
imperdonable de rebelión contra ambas majestades, y legitimaba el relato de unas
gentes bárbaras que sacrificaban sin piedad a los indefensos soldados de Dios. Las
noticias de las crueldades indígenas sirvieron de justificativo a la fulminante ven-
ganza de las armas hispanas.

4. La represión hispana: la Expedición de comandada por Tomás de Figueroa


contra los huilliche de Río Bueno (1792-1793)
Enseguida se armó una expedición de 150 españoles y otros tantos indios amigos
para “castigar a los rebeldes”, al mando del capitán Tomás de Figueroa. Ciertos
nativos que se presentaron pacíficamente a colaborar resultaron acusados de traido-
res y obligados a reconocer su participación en el alzamiento, confesión que trajo
aparejada la horca de sus caciques:

Figueroa los recivio, y agradecio su òferta; pero conociendo [...] q.e


acaso sería aquella alguna trama contra el dispuesta con los del òtro
lado del Río [...] prendió à los principales de la traicion, que luego
confesaron estar de acuerdo con los òtros, para sorprender à los es-
pañoles, luego que comenzasen à pasar el Río, atacandolos por la
frente, y por la espalda, y acabar con todos. Provado el delito de su
traición [...] ahorcò à seis Caciques, ò principales de los q.e vinieron
por amigos.27

En la represión subsiguiente no se hicieron distinciones entre combatientes y


no-combatientes, ni entre hombres, mujeres y niños. Las órdenes que llevaba Fi-
gueroa ya mandaban que no debía “perdonar sexo alguno [...] pues lo tienen me-

24 Fr. Ángel Pinuer a Josef Ramos Figueroa, Santiago de Chile, 14 de diciembre de 1792, AGI, LIMA
1607, s.f.
25 Ibidem.
26 Fr. Benito Delgado a Fr. Manuel María Truxillos, Chillán, 30 de noviembre de 1792. AGI, LIMA
1498, s.f.; también Fr. Francisco Pérez al Padre Guardián Fray Benito Delgado, Valdivia, 17 de
octubre de 1792. ACPFCh, vol. 7, f. 213R.
27 Fr. Ángel Pinuer a Josef Ramos Figueroa, Santiago de Chile, 14 de diciembre de 1792, AGI, LIMA
1607, s.f. El énfasis en cursiva es nuestro.
76 Devastación

recido, y si le pareciere que es conbeniente dejar a los indios amigos prendan y


cautiben las mujeres, les permitirá, como tambien parte de ellas puede hacer presa,
para conducirlas despues a esta Plaza, [...] y ya libre de semejantes enemigos man-
dará quemar sus casas.”28
El comandante las cumplió al pie de la letra. Según un militar que participó en
la entrada, “de los que se encontraron, se hàn muerto entre chicos, y grandes mas
de 100 [indios], fuera de porcion de Yndias, Cholas, y Cholitos, q.e hàn traìdo à
la Plaza”.29 La crueldad desmedida fue usada de manera estratégica, ya que servía
para intimidar a los demás indígenas fronterizos, y persuadirlos de que no tomaran
las armas contra los colonizadores:

En una y otra [alude a las dos misiones] se mantiene un Misionero,


p.a [...] àconsejar à sus Yndios se mantengan fieles, y leales à Dios,
y al Rey, sino quieren experimentar los rigores de su Justicia, como
ya lo experimentaron otros. [...] Ya el 4 del presente Nov.e había
el Govierno preso al Cacique de Valdivia, al de Arique, y otro de
Gagihue con algunos de sus Capitanejos, ò Mozetones de respeto,
por complices en el alzamiento, ò porque sabiendolo, no avisaron; y
tal vez à la hora de esta los habràn ya pasado por las armas, cuyos
castigos habràn intimidado à los demas, y pudieran de este modo
estar ya sosegadas las Misiones... 30

Los españoles usaron del secuestro de mujeres y niños para servirles de guías e
informantes bajo amenaza y tormentos, aunque los métodos respectivos nunca se
explicitan en los documentos. El comandante Figueroa, en efecto, pudo enterarse
de la ubicación de uno de los refugios de los rebeldes, a raíz de los datos propor-
cionados “por una chola q.e se pudo coger con su hijito”. Las tropas cayeron sobre
el lugar “donde hallò à Calvugùr Cacique de Dallipulli, con su gente durmiendo
con sus mugeres. Los soldados deseosos de acabarlos pegaron fuego al Rancho; y

28 Órdenes del gobernador Lucas de Molina, en Vicuña Mackenna, Benjamín, El coronel Don Tomás de
Figueroa, Santiago de Chile, Rafael Jover, 1884, 50-51. No hemos encontrado las órdenes del gober-
nador, pero sabemos que estipulaban que debía acabarse con todos los indios mayores de siete u ocho
años: Fray Pérez sostuvo que la tropa “abrasarà […] quantos hay de la otra vanda de Riobueno, […]
y no sè que será de los q.e pretextan amistad, pues el orden del Govierno es que acaben con todos los
Complices, de siete años para arriba” (Informe de Fray Francisco Pérez al Padre Guardián Fray Be-
nito Delgado, Valdivia, 17-X-1792. Archivo Franciscano de Chillán, Volumen 7, fojas 215-215vta);
y Figueroa dice algo similar dos veces en su diario: primero mandó “a toda mi tropa que a sangre i
fuego persiguiesen a los enemigos, reservando la vida de los que se titulasen cristianos o fuesen pár-
vulos de ocho años para abajo como tambien a las mujeres i cholitos [...] segun se me mandaba por el
señor gobernador de ella en sus instrucciones” (Figueroa 1884 [1792-1793] [Apéndice: Documentos
inéditos, Documento nº 2], 43), y luego “talar a sangre i fuego aquel continente sin perdonar indios
de ocho años para arriba, escepto las mujeres i párvulos” (Ibidem, 72).
29 Ventura Carvallo a Ángel Pinuer, Niebla, 5 Diciembre 1792, AGI LIMA 1607, s.f. El énfasis en
cursiva es nuestro.
30 Fr. Benito Delgado a Fr. Manuel María Truxillos, Chillán, 30 Noviembre 1792. AGI LIMA 1498,
s.f. El énfasis en cursiva es nuestro.
Han quedado tan amedrentados 77

d.n Thomàs de un pistoletazo quitò la tapa de los sesos à un niño que tenia en sus
brazos Calvugùr, el que quedò herido tambien en uno de ellos”.31 Más adelante, los
miembros de una partida mixta de fusileros españoles y lanceros indios (amigos)
alcanzaron a un grupo de pehuenches y huilliches y, además de matar a varios gue-
rreros, “degollaron quatro Yndias, y dos chiquitos”.32
Pero nada de esto fue consignado apropiadamente ni en los partes oficiales, ni
en el diario que Figueroa escribió acerca de su campaña. El comandante sólo citó
los casos en que se capturaron varios indios sospechosos e indias que quedaron
rezagadas en la huida quienes “declararon” revelando la identidad de los caciques
“alzados”, sin aludir jamás a la aplicación de violencia en la toma de esas declara-
ciones.33 Tampoco mencionó las matanzas de indias y cholitos por parte de los es-
pañoles sino que dejó constancia únicamente de que todas fueron capturadas como
prisioneras y sólo se mataron varones adultos. Sólo en una ocasión narra la muerte
de mujeres indígenas, pero las endilga al “furor” de los indios amigos, quienes “no
quisieron perdonar [sus vidas], sin embargo de la órden que se les habia dado de
que no lo verificasen, siendo entre las muertas la mujer del rebelde cacique Queipul
i la de su capitanejo”.34 En el caso de Calvugùr, el capitán relata que “al tiempo de
ir a salir por una de las puertas [el cacique]…le disparé un tiro de pistola logrando
con él herirle”, pero no hace referencia alguna al hijo masacrado que transportaba
alzado, aunque a continuación falta media hoja del documento original por motivos
que desconocemos.35
Fueron los franciscanos quienes consignaron sin escrúpulos los atropellos, aun-
que no para condenarlos. Sólo los mencionaron como parte de los hechos narrados
y más bien argumentando que era un modo inevitable de aleccionar a los rebeldes,
infieles y bárbaros y tomar revancha por el ataque a la misión.36 Ya a esta altura, los
misioneros de la orden eran muy pesimistas sobre las posibilidades de conversión
y redención de los indígenas,37 de manera que es lógico que el uso de la fuerza
armada se les antojara la única manera alternativa de sosegarlos y dominarlos. En
última instancia, así lo exigía su proyecto de forzosa reducción a la vida civilizada
y cristiana, que no debía abandonarse aun cuando implicase sacrificar las vidas de
todos los nativos que presentasen resistencia.

31 Franciscano anónimo al Padre Guardián, Río Bueno, 2 Enero 1793. ACPFCh, vol. 8, ff. 2V-3R.
32 Ibidem, f. 4R.
33 Figueroa 1884 [1792-1793], 20, 22, 44, 45.
34 Figueroa 1884 [1792-1793], 44. Figueroa cuenta también como cosa notable que al pasar su
columna una india que estaba escondida mató a su bebé de pecho “temerosa de ser sentida con el
llanto de su hijo i [que] la matasen”: Ibidem, 45.
35 Figueroa 1884 [1792-1793], 62.
36 En medio de la campaña, el capellán fray Manuel Ortiz exhortó a la tropa a “sacrificarse i morir por
la gloria de la relijion, honor de las armas, i en venganza de las muertes atroces ejecutadas por los
indios rebeldes en los españoles, principalmente la del padre misionero de Rio-Bueno”: Figueroa
1884 [1792-1793], 37.
37 Pinto Rodríguez 1990, 17-119.
78 Devastación

5. El escarmiento
La justicia real se ejerció directamente sobre los cuerpos de los rebeldes ya durante
el transcurso de la campaña, e incluso en ocasión de que los nativos intentaran
tratar la paz. Cuando dos caciques con algunos de sus mocetones se presentaron
con ese propósito, Figueroa ordenó su apresamiento inmediato. En el caso de uno
de ellos llamado Manquepangui, se lo detuvo junto con su comitiva y acto seguido
el “consejo de guerra” que el comandante mantuvo con sus oficiales y los misio-
neros38 que lo acompañaban determinó que debían ser pasados por las armas “…
como se verifico avaleando39 â 18 y despachando â Valdivia 4 Cabezas (sic) que
fueron las de Manquepagi, y sus dos hijos, las que se han escarpeado40 en el torreón
del barro, para que sirvan de escarmiento”.41
Cayumil, el segundo cacique, recibió el mismo tratamiento: su cabeza cortada
fue enviada a Valdivia para su exhibición pública. En el caso de Manquepangui,
además de los dos hijos que sufrieron idéntica suerte, resultaron ejecutados los
restantes varones de su grupo – con la excepción de los menores de 8 años –, las
restantes personas de la chusma (mujeres y niños) repartidas como “esclavas”, sus
casas y cosechas incendiadas y confiscados los ganados.
La decapitación y posterior exhibición de las cabezas en escenarios públicos
debe entenderse en términos de una politización de los cadáveres:

Esto se basa en la idea de que el cadáver es un objeto transicional


tanto para los vencedores como para los vencidos que se centra en
el pasaje desde la vida hacia la muerte [...] el cuerpo se convierte en
un depósito de simbolismo socio-cultural. [...] El cuerpo no solo se
construye socialmente como un objeto de conocimiento, sino que se
“forma culturalmente” a través de las prácticas reales y comporta-
mientos del grupo. Esto significa que la manipulación del cadáver
tiene un significado para los que cometen violencia sobre el mismo,
como para la comunidad a la que esta pertenece. Los cadáveres tie-

38 Como ocurrió en tiempos mucho más recientes durante la última dictadura en Argentina, el militar
autor de las ejecuciones sumarias necesitó preguntar a los eclesiásticos que lo acompañaban si lo
que hacía era correcto en el marco de la moral cristiana: la respuesta aprobatoria de los hombres de
la Iglesia sirvió para tranquilizar las conciencias. Figueroa inquirió al padre Francisco Hernández
antes de dictar la muerte del cacique Manquepan, y después de haberlo hecho: a la segunda requi-
sitoria de “si comprendia que mi resolucion en cuanto haber mandado quitar la vida a Manquepan
i sus secuaces deberia ocasionar a mi conciencia algun escrúpulo i a mi reputacion algun lunar”, el
franciscano contestó que “debia vivir i estar seguro que en todo habia obrado conforme a justicia
i conciencia, añadiéndome que a los delitos cometidos por Manquepan podria él añadir otros mil
enormes... i que por cualquiera de ellos se hubiera hecho merecedor del castigo que esperimentó”:
Figueroa 1884 [1792-1793], 27.
39 Por “baleando”.
40 Por “escarpado”.
41 Carta de Fr. Francisco Pérez al jefe de las misiones, Valdivia, 27 de octubre de 1792; transcripta en
Oficio del Padre Guardían del Convento de Chillán Fray Benito Delgado al Intendente Gobernador
de Concepción, Chillán, 1 de noviembre de 1792. ACPFCh, vol. 7, f. 243R.
Han quedado tan amedrentados 79

nen propiedades únicas que los convierten en símbolos poderosos.


Los humanos nos podemos identificar muy fácilmente con cualquier
manipulación de un cuerpo debido a nuestra capacidad para au-
to-identificarnos a través de nuestros propios cuerpos.42

La manipulación de los cuerpos tiene un significado para quienes la realizan, para


los parientes del difunto y para quienes son testigos. Los funcionarios coloniales
estaban enviado un poderoso mensaje a las comunidades nativas: el precio por
rebelarse contra ambas majestades era muy alto. La vindicta real caería en forma
implacable sobre los cuerpos de los rebeldes y sus comunidades; ambos serían
desmembrados y privados de un futuro. El tratamiento de los cuerpos rebeldes se
asemejaba al otorgado a las piezas de caza: como los animales, los cuerpos huma-
nos eran destazados, y las cabezas exhibidas públicamente en triunfo.43
Mientras que para los funcionarios coloniales se estaba aplicando la justicia del
rey, para los nativos se estaba privando a los difuntos de los rituales necesarios para
garantizar un tránsito seguro en el más allá. No tendrían un velorio – kurawin –, en
su entierro no se celebraría el awn para alejar a los malos espíritus; nadie recitaría
su genealogía ni haría el elogio de sus virtudes; sus cuerpos no reposarían en tum-
bas, ni habría ofrendas para ellos.44 Desamparadas, libradas a su suerte, estas almas
difícilmente pudieran completar el tránsito que las convertiría en antepasados, con
toda seguridad caerían en poder de los agentes del mal y serían transformados en
auxiliares de los mismos, buscando vengarse de aquellos parientes que fueron in-
capaces de cumplir con sus deberes.45
El destino de los vivos tampoco era envidiable. Repartidos entre las familias
decentes de Valdivia, los niños sobrevivientes tendrían que aprender lo que era
vivir y crecer en un mundo sin parientes, situación agravada por su incorporación
subordinada a una sociedad acostumbrada imponer la jerarquía mediante el uso de
la violencia y el terror. Jeffrey Bolster, en su libro sobre los marineros negros en
el Atlántico, señala con acierto que “el humanitarismo no era una norma cultural
a finales del siglo XVIII: el sufrimiento físico, los duros castigos y la explotación
humana eran aceptados en lo que fue en términos generales una época brutal, aun-
que sentimental”.46 Esta observación también vale en nuestro caso, aunque des-

42 Pérez 2012, 13-28, nuestra traducción. Sobre las respectivas prácticas llevadas adelante con las
cabezas de los vencidos por reche-mapuche y españoles, ver Villar y Jiménez 2014, 351-376.
43 Harrison 2012. Sobre la manera en que la justicia real era ejercida sobre los cuerpos rebeldes en
Europa ver Foucault 1989.
44 Sobre los rituales funerarios ver Foerster 1993, 89-90; Faron 1997, 78-87; Dillehay 2007, 180-181.
45 El lector recordará a propósito los clásicos textos griegos que se refieren al mismo tema de la angustia
por la imposibilidad de efectuar las debidas exequias de los muertos caídos en manos enemigas, y la
responsabilidad en ello de parientes y amigos: cf. diversos pasajes de la Ilíada y de la Antígona de
Sófocles.
46 Bolster 1998, 96, traducción propia. Respecto de la manera en que se ejercía la violencia sobre los
subordinados, ya fueran campesinos, ladrones, marineros, o esclavos, ver además Beattie 2001, 304-306;
Kollmann 2012, 230-240; Linebaugh y Rediker 2005, 65-77; Taylor 2006, 112-118; Wegert 1991, 21-41.
80 Devastación

de luego, esto no implique afirmar que los niños provinieran de una sociedad de
“nobles salvajes”. Es evidente que no faltaba allí la violencia interpersonal y de
género, pero por lo general los adultos no empleaban los castigos físicos como
mecanismo de control durante la educación de los niños. De hecho, los misioneros
hispano-criollos se asombraban del comportamiento indulgente de los progenitores
indios respecto de sus hijos, quienes crecían sin conocer el castigo físico y en un
ambiente de paciente tolerancia.47
No hemos encontrado aún testimonios acerca de cómo se sentían estos cautivos
en su nueva situación, pero sí existe reiterada evidencia de que la mayoría de ellos
al llegar a la adolescencia tendía a fugarse regresando a sus tierras, lo que resultó
motivo de preocupación para las autoridades religiosas, que veían malogrados sus
esfuerzos evangelizadores. La Iglesia, al incorporarlos a la cristiandad, pretendía
con el bautismo borrar la identidad previa del niño, quien con la imposición de
un nuevo apelativo perdía algo más que su nombre nativo, puesto que con este
estaban asociados los lazos parentales que se intentaba eliminar.48 Sin embargo,
esa política no resultó del todo exitosa: ya los jesuitas habían comprobado que el
bautismo no cambiaba las inclinaciones culturales de los indios, quienes, en cuanto
se los permitía la madurez de la edad, volvían a sus comunidades de origen y a sus
anteriores costumbres.

6. La carrera militar de Tomás de Figueroa: antes y después de la rebelión


Veamos ahora cuáles eran los antecedentes del capitán Tomás de Figueroa, y cuál
su destino posterior a la campaña.
Figueroa llegó al sur de Chile, a raíz de que se había ordenado su destierro por
un delito cometido en el Palacio Real. Proveniente de una familia con antecedentes
en la actividad militar, entre 1764 y 1772 sirvió como Guardia de Corps, una uni-
dad de elite destinada a cuidar a la familia real y los reales sitios. En aquel último
año, se dispuso su transferencia al Cuerpo de Inválidos destinado en Málaga. Pero
poco antes de su partida fue sorprendido cuando irrumpía en los aposentos priva-
dos de la Mariscala –supervisora de todas las azafatas y criadas de la Reina y figura
importante en la corte– con aparente propósito de robo. Los biógrafos de Figueroa
aseguran que, en realidad, acudía a una cita galante y que, al verse descubierto,
simuló el robo para salvar la honra de su amante.49
Los delitos cometidos en Palacio tenían penas muy severas, y en este caso
Figueroa fue juzgado sumariamente y condenado a muerte. Pero la condena no se
cumplió: según parece, alguien movió influencias en su favor y Carlos III la con-
mutó por la de destierro en la isla de Puerto Rico.

47 Ver al respecto: Olivares 1864, 61-62; Molina 1795 [1787], 119-120.


48 Respecto a la muerte social de los esclavos ver un texto clásico: Patterson 1982.
49 Vicuña Mackenna 1884, pp. 42-43; Roa Urzua 1935, p. 234. En los memoriales presentados quince
años después por la esposa de Figueroa y por él mismo se menciona veladamente el incidente:
Carta de Rosa María Polo al Rey, La Habana, marzo 28 de 1789, Archivo General de Simancas
(AGS), Secretaría de Guerra (SGU), leg. 6890, nº 24, f. 142.
Han quedado tan amedrentados 81

Sin embargo, Figueroa nunca llegó a ese destino, sino que inexplicablemente
apareció en Montevideo:50 sorprendido, Juan José de Vértiz, gobernador de Buenos
Aires, solicitó instrucciones sobre qué hacer con el prisionero, y recibió órdenes de
enviarlo a la isla de Juan Fernández o a Valdivia, donde fue finalmente conducido.
Una vez allí se alistó como soldado distinguido en el Batallón fijo y por varios años
cumplió funciones de instructor de armas. Durante la guerra anglo-española de
1779 a 1783 ocupó la plaza de ayudante en el Castillo de Niebla, fuerte ubicado en
la bahía del Corral, próximo a la desembocadura del río Valdivia y parte integrante
del sistema defensivo del presidio.
Después de haber estado años en condición de desterrado como castigo por
su delito, y con motivo de la exaltación de Carlos IV al trono, Figueroa solicitó al
rey que se lo nombrara capitán agregado con sueldo de tal en la propia Valdivia,
donde pensaba “finalizar su vida” junto a su familia.51 Su buen comportamiento –
atestiguado por el gobernador de Valdivia, los oficiales que fueron sus superiores
y el capellán de la plaza– sumado a ciertas influencias familiares lograron rehabi-
litarlo y garantizarle el grado de capitán en el batallón fijo de Valdivia.52 No hay
que olvidar que Figueroa provenía de una familia de militares que acreditaba un
historial de importantes servicios a favor de la dinastía.53 Como consecuencia de
estas gestiones, Figueroa pasó a desempeñarse en calidad de capitán agregado en
el regimiento de Valdivia, con recomendación de que el empleo se tornase efectivo
con la primera vacante. Fue en esa condición que le tocó hacerse cargo de encabe-
zar la partida que debía reprimir la rebelión huilliche, en lo que constituyó hasta
ese momento, y aparentemente también después, su única actuación importante en
un campo de batalla.
Si se mira bien esa expedición, militarmente hablando, constituyó un éxito. La
insurrección indígena fue sofocada, y los rebeldes castigados con dureza. Pero en
su transcurso y seguramente a partir de los feroces interrogatorios a los que sometía
a sus prisioneros nativos, Figueroa alcanzó un segundo y significativo logro con-
sistente en localizar las ruinas de Osorno, uno de los siete emplazamientos arra-
sados por los indios durante el gran levantamiento de 1598, cuando los españoles

50 Es curiosa e ininteligible la explicación del gobernador: “Este Sugeto es el del robo à la Mariscala, y
à quien le perdonò el Rey de la pena Capital, y se la commutò en Destierro à Puerto Rico: embarcose
con este destino, pero como el Regimiento de Galicia salió de Cadiz en la inteligencia de que iva à
Nueva España hà sucedido el ir este Yndividuo à Buenos Ayres.” El gobernador de Buenos Aires al
Rey, Buenos Aires, 31 de julio de 1775. AGS, SGU, legajo 6890, expediente nº 24, f. 143.
51 Tomás de Figueroa al Rey, Madrid, 23 de junio de 1789. AGS, SGU, leg. 6890, exp. nº 24.
52 “Expediente confinando á D.n Tomas de Figueroa al Presidio de Valdivia q.e estando destinado á
Puerto-Rico fue transportado á Buenos Ayres: Indulto de su delito con motivo de la exaltación del
Rey al trono permitiéndole su regreso á España ò que pudiese establecerse en la Havana: su presen-
tación en esta Corte, y gracia de Capitan agregado al Batallon dela misma Plaza de Valdivia para q.e
viva en ella con su Muger y Fam.a”. Madrid, julio de 1789. AGS, SGU, leg. 6890, exp. nº 24.
53 Durante la guerra de sucesión española que colocó a un Borbón en el trono de España, su abuelo
y dos tíos murieron en el campo de batalla, y otros parientes suyos también se destacaron en la
Armada y en los Reales Ejércitos: Presentación de Tomás de Figueroa al Rey, Madrid, 23 de junio
de 1789, en “Expediente confinando…”, AGS, SGU, leg. 6890, exp. nº 24.
82 Devastación

perdieron todas sus posesiones y los territorios ocupados al sur del río Bio-Bio. La
antigua ciudad se había convertido en legendaria, y por mucho tiempo su búsqueda
se había transformado en una obsesión para los colonos, aunándose en parte con el
mito de los Césares.
Precisamente a partir de ese hallazgo, el gobernador y capitán general Ambrosio
Higgins ordenó la repoblación de Osorno, que le reportó dos trascendentes benefi-
cios. Por un lado, significó para la “frontera de arriba” un enorme avance territorial,
que tenía importancia a la vez económica y político-estratégica: lo primero, porque
dio acceso productivo a los hispanos a los llanos de Río Bueno, una zona ideal para
la cría de ganados y en parte también fértil para la agricultura; lo segundo, porque
generó un nexo entre Valdivia y Chiloé, integrando más firmemente los territorios
sureños que la corona reivindicaba para sí y facilitando las comunicaciones e in-
tercambios. Por otro lado, implicó un fuerte espaldarazo en la carrera política de
Higgins, quien se atribuyó todo el mérito de la ubicación del sitio y su repoblación:
investido por ello con el título de marqués de Osorno, ese antecedente le reportó –y
no poco– su casi inmediato ascenso al cargo de virrey del Perú.
Por todo ello, no puede extrañar el curso que siguió la carrera posterior de Fi-
gueroa. En primer lugar, estaba claro para Higgins que no podía dejarlo a cargo de
la guarnición de Valdivia, porque sabía que los indios le habían tomado un intenso
odio a causa de los excesos que promovió y ejecutó en el curso de la campaña. A
la vez, tampoco podía (o quería) castigarlo de manera ejemplar por su conducta,
toda vez que él mismo se había beneficiado enormemente de sus resultados. Optó
entonces por retirarlo de la escena valdiviana.
Cuando poco tiempo después de finalizada la campaña, se produjo finalmente
una vacante en el Regimiento Fijo de Valdivia, Figueroa no resultó efectivizado en
su cargo tal como se había previsto, sino propuesto para un traslado a Concepción
que Higgins recomendó al ministro de guerra con este argumento:

A mas de que allí sirve hoy de tropieso por la ojeriza que le tienen los
Indios de la Jurisdiccion à vista del exterminio que inhumanamente
causó en sus Tierras y Familias con Tropa de que se le destinó Co-
mandante para castigar y atajar la rebolucion de las Parcialidades de
Rio Bueno, y otras, que asaltaron sus Misiones, y Haciendas de los
Españoles el año proximo pasado, en cuyas circunstancias considero
serà de menos perjuicio, trasladarlo al Batallon de Infanteria dela
Ciudad dela Concepcion.54

Se aceptó la propuesta y Figueroa se trasladó a Concepción, donde dos años des-


pués solicitó el mando de la Compañía de Granaderos del Batallón Fijo de la ciu-
dad. Aunque el puesto era muy ambicionado, pues su ocupante era el segundo en
la línea de mando después del teniente coronel, y competía con otros oficiales de

54 Oficio de Ambrosio Higgins al Conde de Campo de Alange, Santiago de Chile, 18 de agosto de 1793.
En: “Expediente relativo al nombramiento de Tomas de Figueroa como Capitan de la Tercera Compa-
ñía del Batallón Fijo de Concepción”, Madrid, Abril de 1795. AGS, SGU, leg. 6892, exp. Nº 24.
Han quedado tan amedrentados 83

amplia experiencia en combate en Europa, el norte de África y América, el cargo


le fue finalmente otorgado.55
Al cabo de dos años más, Figueroa solicitó el nombramiento de teniente coro-
nel, basándose en su antigüedad y en el mérito de su última acción militar, con-
sistente en haber abordado dos fragatas inglesas en el puerto de Talcahuano, cap-
turándolas con sólo diez de sus granaderos.56 El marqués de Avilés, por entonces
capitán general del Reino de Chile, accedió a la petición, aunque la corona nunca lo
confirmó en el cargo. A pesar de sus tormentosos inicios, Figueroa había alcanzado
un rango importante en menos de diez años. Su desempeño durante la campaña de
1792 no parece haber sido una mancha definitiva en su carrera, ni mucho menos:
el hecho de que en esas jornadas hubiera logrado arrancar a los indios información
sobre el emplazamiento de las ruinas de Osorno lo benefició, permitiéndole migrar
desde un destino marginal en Valdivia a otro mucho más prometedor en Concep-
ción, donde llegó a ocupar una de las máximas posiciones militares del reino.

7. Conclusión
Estamos hablando de épocas en las que en general no había nacido todavía la sensi-
bilidad actual respecto del uso de la violencia indiscriminada y sus consecuencias;
ni había una opinión pública que pudiera enterarse, opinar negativamente o ejercer
presión para evitar esas conductas. Principalmente en los confines imperiales y
maxime tratándose de conflictos con los bárbaros, la inexistencia de una opinión
pública nacional o internacional que condenara las crueldades y de testigos extran-
jeros que las difundieran, como recién comenzaría a ocurrir durante el siglo XIX,57
hacía que no hubiera limitaciones en la aplicación de la fuerza, fuera de lo que los
superiores considerasen pertinente o conveniente de acuerdo al cálculo político
de sus consecuencias posteriores. Por otra parte, la violencia era moneda común
en el seno de los dominios españoles y europeos, que se ejercía tanto en el ámbito
doméstico como con más razón en el público; y mucho más aún si se trataba de
personas que se atrevieran a desafiar con las armas en las manos el orden consti-
tuido o la voluntad real o la sagrada institución eclesiástica, o todo ello al unísono.
A la vez, debe decirse que el uso de la violencia desbocada, aunque sea en el
marco de la guerra y por más que no haya una opinión pública que pueda condenar-
la, exige alguna especie de legitimación y justificación que tranquilice las mentes,
dé sentido a los actos y alivie las conciencias de los perpetradores. En el caso que
examinamos, además de la “razón de estado” que suponía inexcusable el castigo
a los insumisos al rey, los franciscanos se ocuparon en brindar total respaldo a los
crueles actos de disciplinamiento y castigo. Desencantados y desesperanzados de

55 Expediente relativo al nombramiento de Tomas de Figueroa como Capitan de la Compañía de


Granaderos del Batallón Fijo de Concepción. Madrid, Marzo de 1797. AGS, Secretaria de Guerra,
leg. 6893, exp. nº 8.
56 Memorial de Tomas de Figueroa al Rey, Concepción, 16 de julio de 1798. AGS, SGU, leg. 6889,
exp. nº 44.
57 Jiménez y Alioto 2012.
84 Devastación

la posibilidad de conversión de los indígenas, creyendo que sus almas estaban ya


perdidas para la fe, pero también sintiéndose traicionados y amenazados por la
muerte de uno de sus pares, no dudaron en elaborar una justificación ideológica a
las ejecuciones, secuestros y torturas perpetradas por los soldados a quienes acom-
pañaban.
Capítulo III
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros
(principios del siglo XIX)1

Juan Francisco Jiménez – Daniel Villar – Sebastián L. Alioto

Cuando hablan las armas, callan las leyes2


Cicerón, Pro Milone, IV, 11.

1. Introducción

L
os códigos comunes que permiten la comunicación entre quienes comparten
un mismo oficio o actividad siempre incluyen sobreentendidos que, salvo
situaciones excepcionales, nadie considera necesario explicitar. No sólo
porque como es obvio la inmediata comprensión de las personas que están en ante-
cedentes tornaría superflua cualquier explicación, sino porque además un silencio
bien administrado tiene su indudable valor.3
Así suele ocurrir con la escritura generada en el seno de la tradición burocrática
estatal y particularmente con textos militares. Emisores y destinatarios los redacta-
ban sabiendo que una mínima alusión bastaría para que su contraparte comprendie-
se determinadas cuestiones puestas a su consideración.
Sin embargo, la propia eficacia inmediata de ese tácito y habitual entendimiento
crea las condiciones propicias para una eventual ininteligibilidad futura, problema
con el que a menudo se enfrentan los historiadores. No obstante, en algunas ocasio-
nes afortunadas para ese lector venidero, un outsider contemporáneo de los hechos
develaba con su intervención los contenidos silenciados, al aportar una perspectiva
diferente sobre prácticas naturalizadas por los militares y pasadas casi sin palabras
en los documentos oficiales.
Las prácticas a que aludimos han sido definidas por distintos especialistas
como atrocidades, en términos coincidentes: son actos extremos cometidos contra
el cuerpo de la víctima –viva o muerta–, con el propósito adicional de amedrentar a
otras víctimas potenciales y a quienes presencien la escena. En este orden de ideas,
tortura, violación, y laceración (o amputación) de partes del cuerpo se consideran

1 Este texto fue publicado originalmente en Corpus. Archivos Virtuales de la Alteridad Americana,
vol. 2, no. 2 (julio-diciembre 2012).
2 Silent enim leges inter arma.
3 Trouillot 1996.
86 Devastación

comportamientos atroces típicos.4 Michael Humphrey, en el trabajo citado, enfatiza


además el carácter transgresivo de la atrocidad: su perpetración excede con creces
las expectativas y la comprensión de la víctima o de los testigos, es tan extrema-
damente horrorosa que aterroriza a quienes la sufren y la presencian y provoca
una incredulidad vacilante en aquellos que escuchan su relato.5 Nadie escapa a los
efectos de su tenebrosa pedagogía.
Todo ello ocurrió en la oportunidad a la que aquí haremos referencia. Los tes-
timonios se eslabonaron de tal forma que permiten reconstruir hoy un conjunto de
conductas desarrolladas contra los indios del sur chileno, a partir de acontecimien-
tos que tuvieron lugar durante la Guerra a Muerte, en los campos de Valdivia, a
principios del siglo XIX. Hubo frecuentes actos inhumanos; ejecutores y respon-
sables que no aceptaban serlo; un testigo, atónito por las crueldades presenciadas
y dispuesto a difundirlas por escrito; y un lejano lector que las puso en duda. El
extenso repertorio de perpetraciones consumadas incluyó ausencia de respeto por
la vida, honra y afectos de los no beligerantes,6 apropiación y distribución de sus
personas entre los captores,7 aplicación de tormentos (físicos y psicológicos) para
obtener información de los prisioneros –fueran estos combatientes o no lo fueran–,8
“remate” en frío de heridos indefensos,9 ejecuciones sumarias,10 incautación y re-
parto de los bienes del enemigo,11 destrucción total de sus viviendas y plantacio-
nes12 y profanación de sepulturas para adueñarse del ajuar funerario.13
Además de dar cuenta del caso mencionado, en base a los relatos de cuatro pro-
tagonistas y a las justificaciones y comentarios que dos de ellos se vieron obligados
a esbozar a partir de la intervención crítica del tercero –un outsider–, ensayare-
mos una respuesta a la pregunta de si las atrocidades militares constituyeron un
sub-producto de un tipo especial de conflicto –el que tiene lugar cuando sociedades
“tribales” se enfrentan con fuerzas de nivel estatal–;14 si se trataba de “desbordes”
circunstanciales condenados y penados por la superioridad o si, por el contrario,

4 Humphrey 2002; Dwyer 2009, 384, nota 13; Dwyer y Ryan 2015, xviii.
5 Humphrey 2002, viii.
6 En esta nota y las inmediatamente sucesivas, remitiremos la atención del lector a la información
contenida en las fuentes ubicadas más adelante. En todos los casos, la paginación o la foliatura son
las que corresponden originariamente a esos textos. Con respecto a la vida de los no beligerantes,
ver Leighton 1826, 480; y a su honra y afectos, Tupper 1972, 43, 44 (nota al pie).
7 Leighton 1826, 501; Feliú Cruz 1964, 217, 218; Tupper 1972, 42 (nota al pie).
8 Tupper 1972, 40 (en la nota al pie).
9 Leighton 1826, 487.
10 Leighton 1826, 487-488, 489, 490, 492, 493; Feliú Cruz 1964, 214; Tupper 1972, 42, 43 (nota al
pie).
11 Leighton 1826, 501; Feliú Cruz 1964, 212, 214, 217, 218; Tupper 1972, 43 (nota al pie); Verdugo,
fojas 36 vuelta, fojas 37 recta.
12 Leighton 1826, 475, 501.
13 Leighton 1826, 491.
14 Ferguson y Whitehead 1992; Keeley 1996.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 87

conformaban un modo de actuar sistemático; y por último, si las pautas que regían
el enfrentamiento de potencias europeas con enemigos coloniales en el mundo pe-
riférico eran o no diferentes de las vigentes cuando luchaban contra otros estados
occidentales.15
Para examinar las cuestiones propuestas –dejando de lado los partes militares y
otras comunicaciones oficiales–, contamos entonces con el testimonio de quienes,
en un caso por ser un testigo presencial reactivo, o por su participación en las accio-
nes violentas en los restantes, se refirieron –de uno u otro modo– a su perpetración,
resignando los últimos a la reserva que, en otro contexto, hubiera dificultado o
impedido conocerlas.

2. La Guerra a Muerte (1818-1824) y la campaña a Pitrufquén de 1822


2.1. Cuando el ejército de San Martín alcanzó en Chile el triunfo decisivo de Maipú
(abril 1818), las tropas realistas en fuga buscaron refugio en las zonas meridiona-
les, dirigiéndose a las fronteras y a los territorios mapuche. Entre estos –y en gene-
ral entre los pobladores de los ámbitos fronterizos– encontraron numerosos aliados
que, alarmados por la posibilidad de que el quiebre del estado colonial produjese
el de sus propios negocios e intereses, no dudaron en tomar las armas y auxiliarlos
con pertrechos, bastimentos e información estratégica, de manera que la resistencia
pudiese continuar y prosperar. Simultáneamente, otros vieron en la desgracia de los
anteriores la oportunidad de beneficiarse con el nuevo estado de cosas y optaron
por sumarse a las filas de los patriotas, determinados a sofocarla. De este modo, se
desencadenó la Guerra a Muerte, nombre con el que Benjamín Vicuña Mackenna
–su primer historiador (1868)– bautizó a una contienda regional alimentada sustan-
cialmente por aquella dinámica puja –según hoy sabemos–16 y caracterizada por los
cruentos enfrentamientos entre cuerpos armados –las montoneras– compuestos por
soldados y oficiales de ambas partes en pugna y –sobre todo del lado imperial– por
indígenas, pequeños propietarios rurales, comerciantes y campesinos. Durante el
extendido desarrollo de las acciones, varios líderes realistas las encabezaron simul-
tánea o sucesivamente, por ejemplo, Palacios en el área valdiviana, quien logró la
adhesión de distintos grupos nativos del lugar. El propósito de neutralizar ese foco
motivó la organización de un cuerpo expedicionario que partió de Valdivia hacia
a fines de 1822.
2.2. La columna patriota era comandada por el coronel Jorge Beauchef Isnel e
integrada por el capitán William De Vic Tupper Brock, el teniente José Verdugo y
el cirujano militar doctor Thomas Leighton, a quienes presentaremos brevemente.
Beauchef Isnel (1787–1840) había nacido en la región del Loira Superior. In-
gresó tempranamente a la carrera militar, hizo las guerras napoleónicas y fue apri-
sionado en España en 1808. Huyó más tarde a Estados Unidos de Norteamérica
y desde allí pasó a Chile, incorporándose al ejército libertador. Luchó en Cancha

15 Howard 1994.
16 Pinto Rodríguez 1996a, 35.
88 Devastación

Rayada y Maipú y participó en la toma de Valdivia y en las campañas de la frontera


sur, oportunidad en la que asumió el comando de la expedición a Pitrufquén de
1822. Una vez retirado, redactó sus memorias, que no fueron publicadas durante su
vida sino bien entrado el siglo XX,17 aunque sí consultadas en la versión manuscrita
por el historiador Diego Barros Arana.18
Tupper Brock (1800–1830) pertenecía a la gentry de la Isla de Guernsey, en
el Canal de la Mancha; estudió desde muy joven en Francia y luego de un intento
infructuoso de ingresar al ejército británico, se estableció en Cataluña –donde tenía
familiares y se dedicó al comercio. Hacia 1821, tras haberse batido a duelo con
resultado fatal para su contrincante, debió exiliarse en Río de Janeiro y desde allí
viajó a Buenos Aires y más tarde a Chile, con la intención de iniciar una carrera
militar. En Santiago conoció a Beauchef Isnel y este logró que Bernardo O’Higgins
lo nombrase capitán de milicias, incorporándolo a la expedición que tomó Valdivia
y más tarde a la de Pitrufquén. Participó en la guerra del Perú y en ambas campa-
ñas de recuperación de la Isla de Chiloé. Llegó al final de su vida en la batalla de
Lircay, sumado a las filas constitucionales.19 Sus memorias y otros documentos
fueron publicados en Guernsey como parte de un libro familiar (Family Records)
cinco años después de morir Tupper Brock, y sucesivamente reeditados en Londres
(1841), Santiago de Chile (1926), Río de Janeiro (1957) y finalmente en Buenos
Aires.20
Es muy poco lo que sabemos del teniente Verdugo y del doctor Leighton. Del
primero, sólo una mención al pasar de Vicuña Mackenna:

Memorias del capitan don José Verdugo, soldado que tomó parte en
muchos encuentros de aquella guerra [la Guerra a Muerte], i cuyo
trabajo, hecho en Lima en 1852, época en que falleció su autor, con-
servamos inédito en nuestro poder. Por su naturaleza, i la época tar-
día en que se escribió (únicamente por reminiscencias), este docu-
mento es solo de algun valor en cuanto se refiere a lances personales,
i solo en tales casos lo citamos.21

De acuerdo con esta noticia, unos treinta años después de haber luchado como te-
niente en la campaña de Pitrufquén, Verdugo falleció en Perú, retirado con el grado
de capitán, situación que sugiere una carrera militar modesta y posiblemente breve.
Del cirujano, menos todavía. El propio Beauchef Isnel –como veremos más
adelante– comenta que, luego de aquella traumatizante incursión de 1822, Leigh-
ton permaneció radicado en Chile, donde formó familia y continuó el ejercicio de
su profesión, adquiriendo la experiencia que a los ojos del coronel le faltaba cuan-

17 Feliú Cruz 1964.


18 Barros Arana 1897 y 1902.
19 Figueroa 1900, 230-33.
20 Tupper 1972.
21 Vicuña Mackenna 1868, IX.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 89

do hizo una “cándida” denuncia de las atrocidades que vio perpetrar en Pitrufquén.
Así habrá sido, en efecto: en su historia de la práctica médica chilena, Ricardo
Cruz-Coke Madrid, refiriéndose al aporte de extranjeros en el surgimiento de la
medicina nacional a principios del siglo XIX, reseña la composición del cuerpo
de facultativos en Valparaíso hacia 1827, entre cuyos miembros figura Thomas
Leighton.22

3. Testimonios y argumentaciones acerca de los sucesos de la campaña de 1822


La incursión de las fuerzas patriotas de Valdivia contra los rebeldes y sus aliados
indios duró unos quince días, desde el 19 diciembre de 1822 al 4 enero de 1823.
En términos militares, no representó ninguna novedad respecto de otras anteriores:
un contingente compuesto por infantería, caballería –criolla y nativa– y artillería
penetró en territorio enemigo, con el objetivo de aplastar definitivamente la resis-
tencia realista en la zona de Pitrufquén.
Su interés radica, en cambio y según anticipáramos, en la cantidad de testimo-
nios que dejaron los expedicionarios: cuatro protagonistas tomaron la pluma a su
turno para redactar un diario (el doctor Leighton), una extensa carta familiar y una
narración escueta de los hechos (el capitán Tupper Brock) y memorias (el coronel
Beauchef y el teniente Verdugo). Este elaboró el breve texto cedido a Vicuña Mac-
kenna, que es el único hasta hoy inédito: se conserva en el fondo documental que
lleva el nombre del historiador, depositado en el Archivo Nacional de Santiago.
Esos escritos acompañan este artículo.23
Esta excepcional abundancia parcialmente se debió –antes que nada– a que uno
de los miembros de la expedición –el cirujano– decidió publicar sus impresiones
sobre la misma, en particular las situaciones que lo escandalizaron, volviendo visi-
bles prácticas que de otra forma hubieran quedado en sombras.
Leighton, en su doble condición de civil y de extranjero, quedó sorprendido
por los eventos presenciados.24 Su relato, a diferencia de las narraciones militares

22 Cruz-Coke Madrid 1995, 287.


23 En realidad, se seleccionaron los fragmentos pertinentes de las memorias de Beauchef Isnel (Feliú
Cruz 1964) y de los escritos reunidos por Ferdinand Brock Tupper, hermano mayor del capitán
Tupper Brock (Tupper 1972). Ambas publicaciones están hoy agotadas, lo que dificulta el acceso
a ellas. El diario de Leighton (en Miers 1826-2, 472-503) fue traducido para esta presentación por
uno de nosotros (Juan Francisco Jiménez) y hasta donde sabemos es la primera vez que se publica
en castellano: en este caso, optamos por reproducirlo en su totalidad, debido a que también incluye
material valioso acerca de los modos de vida y de las prácticas bélicas indígenas. Asimismo, las
reminiscencias de José Verdugo se incorporaron íntegramente, dada su brevedad.
24 Otro inglés, Charles Darwin, también fue testigo de la similar conducta del ejército en campaña
contra los indios de las pampas, pocos años despues de concluida en Chile la Guerra a Muerte.
Mientras esperaba en Bahía Blanca el arribo del Beagle -agosto de 1833-, escuchó sombríos rela-
tos acerca del trato que recibían los prisioneros -cruelmente torturados para obtener información-
y tuvo además la oportunidad de constatar que las mujeres nativas en edad reproductiva eran
habitualmente pasadas a degüello por los soldados: “When I exclaimed that this appeared rather
inhuman, he answered, “Why, what can be done? They breed so!” Al ver que nadie cuestionaba
estos métodos, consignó en su diario una crítica airada: “Every one here is fully convinced that this
90 Devastación

que tendían a naturalizar conductas agresivas (principalmente con respecto a la


población mapuche), reviste el interés de describir la brutalidad de las tácticas de
tierra arrasada. El cirujano se vio especialmente conturbado por el tratamiento que
recibían los prisioneros, muchos inmolados sin piedad, no sólo por los guerreros
bárbaros –de quienes podía esperarse que no la tuvieran debido a su condición de
tales–, sino también y sorprendentemente por las propias tropas civilizadas. Ense-
guida comprendió que su insistencia en presentar quejas ante los mismos militares
sería inútil. En un primer momento y a medida que los acontecimientos ocurrían,
escribió sobre estos un “curioso diario” –dice Vicuña Mackenna, seguramente sor-
prendido por el inhabitual tono y contenido de la crítica–25 y más tarde se decidió
a difundir los hechos en Europa, enviando el texto a un compatriota y amigo, el
ingeniero en minas John Miers.
Leighton conocía las intenciones de Miers de publicar en Londres un libro sobre
sus viajes por Argentina y Chile, narraciones que en esa época se habían convertido
en un género literario floreciente. En el centro mismo del mundo de entonces, un
público numeroso leía con avidez cada nueva obra acerca de las antiguas colonias
españolas26 y ese interés amplificó las denuncias del cirujano, asegurándole una
audiencia a la que de otro modo no hubiera tenido oportunidad de acceder desde el
lejano arrabal americano donde se encontraba.
Si los oficiales al mando de la columna hubiesen sido todos criollos resultaría
sencillo atribuir su crueldad a la prolongada influencia negativa y concurrente del
catolicismo romano y de la educación española, suscribiendo la idea de una suerte
de continuidad de la leyenda negra. Sin embargo, el principal responsable –Beau-
chef Isnel– y Tupper Brock precisamente no lo eran, de manera que cuando la
denuncia tomó estado público, ambos se sintieron obligados a pronunciarse.
El libro de Miers se editó en 1826 y entre sus lectores estuvo el hermano mayor
del capitán Tupper Brock, a quien le escribió sorprendido pidiéndole explicaciones
sobre su conducta. En la respuesta –destinada a darlas privadamente– el interpela-
do no dudó en subrayar la legitimidad de su proceder presentando un sempiterno

is the most just war because it is against barbarians. Who would believe in this age, in a Christian
civilized country, that such atrocities were committed?” (Darwin 1833, 120). Sin embargo, más
adelante reaccionaría de manera distinta. En febrero de 1836, su visita a Tasmania coincidió con
incursiones de análogas características, durante las cuales se perpetraron toda clase de atrocida-
des para exterminar a los aborígenes de la isla, tales como perseguirlos y acosarlos con perros
rastreadores o suministrarles alimentos envenenados. No obstante, el tono de indignación moral
que le había provocado el accionar de aquel ejército de bandidos, mestizos y mulatos en el sur de
Buenos Aires fue ostensiblemente sustituido por otro más neutro, con el que se refiere al inevitable
límite que, dejando de lado las previas conductas violentas de algunos de sus propios compatriotas
instalados en el lugar, debió ponerse a una sucesión de robos, incendios y muertes “committed by
the blacks”: en este caso, la magnitud de los daños producidos sólo dejó expedito para la mayoría
de los colonos el camino de la reacción, por cruenta que esta sea (Darwin 1833, 534). Respecto al
pensamiento de Darwin acerca del paradigmático enfrentamiento entre salvajes y civilizados y a
la inevitable desaparición de las razas oscuras, ver Brantlinger 2003, Barta 2005 y Lemkin 2005.
25 Vicuña Mackenna 1868, X.
26 Jones 1986; Pratt 1997, 254-271.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 91

argumento de largo linaje y frágil consistencia: el trato que recibían los prisioneros
indios era la exacta contrapartida del que ellos daban a los soldados que caían en
sus manos, descripto este último con un detalle que viniera a compensar de algún
modo las crudas referencias que el destinatario de la carta había leído previamente
en el diario de Leighton.

Todo esto –dice a su hermano– te parecerá monstruosamente cruel,


pero debes recordar que las guerras con los indios se reducen siem-
pre a exterminaciones; los indios nunca dan cuartel, y, en consecuen-
cia, es muy raro que dejen con vida a un hombre blanco que haya caí-
do en su poder. Su modo de ejecutar es este: sostienen al prisionero
rígido, completamente desnudo, y lo ubican en un círculo formado
por indios a caballo. El jefe entonces galopa y lo coge con la punta
de la lanza, arrastrándolo por algunos segundos, teniendo cuidado de
no herirlo en alguna parte vital. Esta operación es repetida por todos
los caballeros presentes27 hasta que su víctima es atravesada en un
lugar importante. Tal es el trato que esperamos recibir de los indios.
Pensarás, sin embargo, que si el hombre blanco diera un ejemplo de
moderación estos salvajes lo comprenderían. Siempre se ha tratado
de hacer eso y nunca con resultados positivos. No es posible conce-
bir lo brutos y traidores que son y cómo están horriblemente despo-
seídos de todo sentimiento de humanidad. En verdad, la conducta de
los hombres blancos hacia ellos es, por lo general, muy cuidadosa y
acompañada de mucha moderación.28

Años después, Beauchef Isnel haría un comentario equivalente en sus memorias:

El cirujano inglés Tomas Leighton que acompaño mi división en esta


corta campaña, escribió detalladamente un largo diario, relación que
hizo imprimir. No recuerdo el título de la obra en que la he leído.
Me contentaré con decir que el cirujano Leighton, cuando escribió
su carta, no tenía la menor experiencia acerca de estas guerras. Pudo
en aquel entonces, haber sido lastimada su filantropía; pero hoy día,
que como profesional se ha establecido en el país y que ha adquirido
la experiencia necesaria para emitir un juicio madurado largos años,
seguramente no escribiría de la misma manera en que lo hizo porque
ha tenido ocasión de ver que la filantropía con estos salvajes es una
candidez, por no decir una necedad.29

Con propósitos y en contextos diferentes, ambos oficiales apelaron, sin embargo,


a una misma justificación, a saber: que la conducta seguida en la lucha contra los

27 Irónicamente gentlemen present en el original.


28 Tupper 1972, 40, nota al pie .
29 Beauchef en Feliú Cruz 1964, 218-219.
92 Devastación

bárbaros era una adaptación a un tipo especial de conflicto que no admitía la apli-
cación de las reglas de la guerra “civilizada”, porque a la barbarie sólo se la derrota
sin dar cuartel.
Al respecto y en un trabajo dedicado al análisis de la conducta de los soldados
británicos durante las guerras coloniales del siglo XIX, Simon Harrison explica
que, por un lado, la cultura militar diferenciaba claramente la guerra con naciones
“civilizadas” de la guerra con naciones “salvajes”. Entre las primeras, existían re-
glas que debían respetarse, mientras que con relación a las segundas sólo era posi-
ble combatir con éxito desplegando una brutalidad extrema. Pero por otro lado, los
civiles –el hermano de Tupper Brock lo era– asumían que los soldados civilizados
debían comportarse civilizadamente siempre.30
Conscientes de esa expectativa pública, Beauchef Isnel y Tupper Brock dis-
currieron entonces por la única vía que tenían disponible. Desde su perspectiva,
coincidieron en argumentar que las palabras de Leighton superaban la intención
“filantrópica” de denunciar atroces perpetraciones cometidas con el consentimien-
to explícito de quienes –por desempeñar el comando– eran tan responsables como
sus ejecutores materiales o quizás más que ellos. En realidad, bien leídas y más allá
del “cándido” propósito humanitario del “inexperto” redactor, su eficacia consistía
precisamente en exhibir al desnudo –aunque fuera de manera no deliberada– los
crudos pero inevitables efectos originados en la suspensión de una norma que no
se aplicaba a la guerra con los “salvajes”. Tal interpretación –mutatis mutandi–,
venía en último término a colocar en cabeza de estos la verdadera responsabilidad
de desencadenar las prácticas afligentes: eran ellos con su previo y simétrico furor
los que sólo dejaban margen para que se los combatiera de esa forma. Lo contrario,
esto es, guerrear en su contra respetando de las normas de la guerra “civilizada”,
hubiera sido una decisión suicida destinada al fracaso.31

30 Harrison 2008, 291-292.


31 En la Memoria correspondiente a 1835, el Ministro de la Guerra y Marina en Chile -José Javier de
Bustamante-, motivado asimismo por una crítica previa y refiriéndose a la conducta de sus tropas
durante ese mismo año, elaboró un apretado resumen de los argumentos justificatorios de la barba-
rie estatal -colonial y republicana- que vale la pena citar completo: “Se lamentan carnicerías, que
con razon hieren la sensibilidad de hombres civilizados í cristianos; se grita contra la estraccion
que se hace a veces de indíjenas de ambos sexos i de todas edades. Respecto la buena fe de los
que solo miran en estos actos la irritacion que produce en los bárbaros el despojo de sus hijos i
mujeres; repruebo también las carnicerías que no sean necesarias en la guerra, pero, debe tenerse
presente que no son aplicables a los bárbaros los principios que rijen entre las naciones civilizadas;
que los jóvenes que se estraen i que se reparten entre nuestras familias, no se hacen esclavos; que
solo los toman para hacerles prestar un moderado servicio, por lo regular doméstico, a trueque
de educarlos en las máximas del cristianismo, i que el civilizarlos es no solo un bien inmenso
para ellos sino también para el Estado, que disminuye con esta presa una raza carnicera enemiga
i destructora de la parte civilizada i útil de nuestra poblacion. Las mujeres, a mas de conseguir
los mencionados bienes, logran también no concebir en sus vientres fieras silvestres tanto mas
peligrosas que el tigre. Nadie ignora que es lícito reducir a toda clase de enemigos, i mui particu-
larmente a los bárbaros a un estado de absoluta nulidad, de modo que no puedan ofender. Si este
pueblo se hallase rodeado de otros civilizados, si se encontrase en medio de la Europa cristiana,
culta i filosófica, i con las mismas dificultades que nosotros para civilizarlos ¿deberían respetar
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 93

4. Las leyes de la guerra en las fronteras de la periferia imperial


De hecho, aquellas conductas brutales que se justificaban en los enfrentamientos
con bárbaros no representaron un quebrantamiento de las leyes de la guerra, sino
lo contrario. Emer de Vattel, teórico prominente del ius gentium iluminista, defen-
día en su obra el uso de la violencia con fines pedagógicos para con cierta clase de
enemigos:

Cuando se está en guerra con una nación feroz, que no observa re-
glas ningunas ni sabe dar cuartel, se la puede castigar en la persona
de los prisioneros que se hacen (pues son del numero de los culpa-
bles), y tratar por este rigor de reducirla á las leyes de la humani-
dad; pero siempre que la severidad no es absolutamente necesaria, se
debe usar de la clemencia.32

Su disquisición es consistente con una tradición occidental muy antigua. Histórica-


mente, las reglas habían experimentado variantes según quiénes fueran los que se
enfrentaban, de manera que las normas de buen trato a no combatientes y prisione-
ros sólo se aplicaban si los contendientes se consideraban pares. Los guerreros de
las distintas poleis griegas del período arcaico, aunque respetaban las regulaciones
que se aceptaban vigentes entre ellas, no trepidaron en descartarlas en las contien-
das con los persas.33 La impiedad de los romanos reforzó su fama bélica: de hecho,
aún en la Edad Media, el enfrentamiento sin cuartel continuaba denominándose
bellum Romanum.34 En esa misma época, ciertas normas eran respetadas en las
guerras entre reyes cristianos, pero devenían inaplicables cuando se luchaba contra
infieles (por caso, musulmanes). No obstante que en la Europa moderna fueran
delineándose políticas de atenuación de las consecuencias de la beligerancia,35 al-
gunos grupos de personas permanecieron excluidos de cualquier forma de la con-
miseración: los considerados rebeldes, los paganos y los bárbaros.36 Los indios,
capaces a los ojos occidentales de reunir en sí hasta las tres condiciones juntas y

o respetarían aquellos pueblos esos derechos de humanidad i filantropía? ¿No es evidente que lo
aniquilarían para preservar sus fronteras de sus frecuentes i horrorosas incursiones? ¿I por qué
entonces se acrimina tanto a nuestros soldados, porque estraen familias como presas de la guerra,
porque incendian algunos campos cuando lo exije la necesidad de la campaña; porque aprehenden
los ganados que el enemigo abandona en una retirada o derrota i no compadecen nuestras familias
constantemente asaltadas i degolladas, nuestras fortunas robadas i nuestros campos incendiados?
Tan estraño modo de discurrir solo puede esplicarse por la simpatía de nuestro corazon hacia un
pueblo valiente, cuyas proezas i gloriosas hazañas han sido cantadas aun por sus enemigos; cantos
que con razón inflaman nuestras almas contra los conquistadores españoles, i que en algunas per-
sonas llega a tal grado, que les hace olvidar que hoi son nuestros enemigos fieros i encarnizados,
como lo fueron de los españoles i lo serán de todo el mundo.” (Bustamante 1902 [1835], 448).
32 Vattel 1834, 114, el resaltado nos pertenece.
33 Ober 1994.
34 Stacey 1994.
35 Parker 1994.
36 Howard 1994, 5.
94 Devastación

a quienes se acusaba de no respetar ninguna ley, únicamente merecían que se les


pagara con más barbarie.
Sin embargo, aunque muy instalada, la idea de que el uso intensivo de la violen-
cia irrestricta constituía un vestigio de incivilidad o salvajismo resiste mal el aná-
lisis histórico de los procedimientos puestos en ejecución por los propios estados
civilizados. En buen número de casos, sus mismos ejércitos la aplicaron sin pausa
desde que se elaboró aquella noción en tiempos arcaicos hasta la actualidad.37 Que
el uso del rigor ilimitado constituya una lógica adaptación al combate con bárba-
ros –como aducían los militares– es un argumento que encuentra único apoyo en
el hecho indiscutible de que los civilizados no reconocían como pares a sus con-
tendientes y, por lo tanto, no los consideraban merecedores de piedad. Sobre todo
en las oportunidades en que tenían una superioridad bélica circunstancial, actuaban
sin atenerse a ninguna restricción.
La violencia que no respeta límites sólo excepcionalmente es casual o constitu-
ye un desborde irracional imposible de frenar a tiempo. De ordinario, su uso estra-
tégico está previsto y se la aplica para sembrar el miedo y obligar a los enemigos
a desistir, o a disuadir a quienes pudieran apoyarlos.38 Por eso mismo, la rebeldía
es fuertemente sancionada. Los españoles primero y luego sus descendientes crio-
llos utilizaron la ficción de considerar rebeldes a quienes en realidad nunca se les
habían subordinado;39 esa supuesta rebeldía los haría acreedores del más severo de
los castigos, dado que los perpetradores reputaban firmemente aceptada la pres-
cripción de que la infidelidad y la traición no pueden tener perdón.
Las conductas atroces no constituían excesos de soldados perturbados cometi-
dos al amparo de la ignorancia o por negligencia disciplinadora de los mandos, sino
un modo de actuar planeado y autorizado por los oficiales y en general convalidado
por los superiores y autoridades jerárquicas. Pero el hecho de que todos compartie-
ran un código de tratamiento bélico de los bárbaros que incluía la necesaria ejecu-
ción de atrocidades aleccionadoras, con frecuencia hace que ellas no se mencionen,
dándolas por sobreentendidas en tanto se trataba del procedimiento normal que
todos conocían y aprobaban.
La revolución de independencia produjo un cambio importante en este aspecto,
que contribuye a explicar una conducta como la de Thomas Leighton en el caso

37 Levene 1999, 9-11.


38 Parker 1994; Goldhagen 2010. Baste repasar el Discurso de Melos (Tucídides, Guerra del Pelopo-
neso, V, 84-116) para recordar que un contendiente poderoso no tolera siquiera la neutralidad de los
débiles y está dispuesto a ejercer -aún contra quienes no están en capacidad de resistirla- una violencia
extrema, bajo el argumento de que, si no lo hiciera así, otros enemigos potenciales podrían sentirse
tentados de enfrentarlo, estimulados por lo que se consideraría una manifestación de blandura.
39 El antiguo instituto de la guerra justa, importado desde el viejo mundo y aplicado por los invasores
españoles contra distintos grupos nativos americanos (Pagden 1988), se basaba en una falacia aná-
loga: si quienes resistían la intromisión, intimados de rendición, no aceptaban el requerimiento de
bajar las armas, podía hacérseles fuerza sin limitaciones y por todos los medios al alcance, y serían
ellos mismos responsables de los daños que les ocasionase su “rebeldía”, hasta el punto de ser lícito
esclavizarlos y desposeerlos de sus bienes, por no haber puesto oportuno fin a la beligerancia.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 95

aludido aquí. La apertura comercial y política impulsó a muchos extranjeros no


hispanos a conocer Sudamérica, a recorrer sus territorios e interiorizarse de sus
realidades y potencialidades. Muchos empezaron a escribir al respecto en Europa,
donde la modernidad dio paulatinamente lugar a una mayor conciencia de lo que
ocurría en el resto del mundo. Esa opinión pública –civil y laica– a menudo rechazó
la brutalidad de la guerra periférica. Entonces, aquello que militares, misioneros y
burócratas habían creído legítimo, ahora no sólo podría salir a la luz, sino que –
una vez conocido– demandaba una justificación que en otros contextos se hubiera
considerado fútil. Esta justificación se apoyó entonces en la supuesta inevitabilidad
de ese comportamiento feroz cuando se enfrenta a enemigos que no dan cuartel:
para sobrevivir es imprescindible responder del mismo modo. El argumento tuvo
larga vida (aún hoy perdura, como es tristemente notorio). Pero limitándonos al
siglo XIX y a las contiendas con los nativos, diremos que se utilizó hasta la derrota
militar y subsiguiente pérdida de autonomía y subalternización de los grupos re-
gionales.
Las pruebas de su falsedad son abundantes e incluyen las referidas al tratamien-
to que los estados civilizados dieron a los considerados rebeldes dentro de la misma
Europa y de sus fronteras, sin participación alguna de bárbaros. Las guerras de
religión del siglo XVI, la represión española en Flandes, o los hechos de la segunda
guerra mundial son unos pocos ejemplos tomados al azar, que podrían multiplicar-
se casi indefinidamente.

5. Fuentes
1. LEIGHTON, Thomas. 1826. Journal of a Military Expedition into the Indian
Territory in Travels in Chile and La Plata including accounts respecting Geogra-
phy, Geology, Statistics, Government, Finances, Agriculture, Manners and Cus-
toms and the Mining Operations in Chile. Collected during a residence of several
years in these countries. By John MIERS. Illustrated with original maps, views,
&c. In Two Volumes. London: Printed for Baldwin, Cradock, and Joy. 1826, vol-
ume 2, 472–503.

Traducción del inglés: Juan Francisco JIMÉNEZ40

/472/ “El relato que le envío”, dice el Dr. Leighton, “es un extracto de mi diario,
que llevé bastante regularmente desde mi llegada; Usted percibirá que está escrito
apresuradamente y sin cuidado. En la situación en que con frecuencia me encontré
no podía ser de otra manera; sin embargo, como siempre anoté las circunstancias tan
pronto como era posible después de que ocurrieron, confío en su corrección y es proba-
ble que, si ahora intentase reducirlo o ampliarlo en detalle, perdiera parte de su interés.

40 Cuidando siempre de no traicionar el sentido que el autor quiso dar a sus palabras y sólo cuando ha
sido inevitable, se modificó la colocación de los signos de puntuación con el objeto de conferirle
mayor claridad a la traducción. Las comillas son las transcriptas en el libro de John Miers. Las
notas al pie han sido agregadas a esta traducción para aclarar algunos nombres.
96 Devastación

“Valdivia, Diciembre 16, 1822. Trescientos infantes fueron embarcados en ca-


noas, y avanzaron río arriba (el Tres Cruces) hacia el lugar de reunión designado
en la frontera India; un único traje de lona, una piel de oveja sobre la que yacer,
un poncho para vestir en tiempo lluvioso y para servir como cobertura durante la
noche, un mosquete y bayoneta, con sesenta rondas de munición, completaban el
equipo de cada soldado; ni bagajes ni tiendas se consideraron necesarias, y, en lo
tocante a las provisiones, se confiaba en la ayuda de los Indios amigos, o en lo que
pudiera tomarse del enemigo.

“Diciembre 17.– A las once a. m., embarqué con el Coronel Beauchef, y luego
de cuatro horas de duro remar, arribé a Tres Cruces: este es un pequeño fuerte, dig-
nificado en los mapas Españoles con el nombre de castillo: /473/ está distante unas
nueve leguas de Valdivia, y se sitúa en la ribera norte del río que pasa a través de esta
ciudad: el fuerte es simplemente un espacio cuadrangular en la cima de un montículo
de tierra, delimitado por unas burdas empalizadas, y rodeado por un foso seco; dentro
del mismo hay montada una pequeña pieza de campaña en cada ángulo, y se erigi-
eron cabañas o barracas para el acomodo de unos cincuenta hombres: fue construido
por los Españoles como una defensa contra los Indios; frecuentemente ha demostra-
do no ser adecuado para este propósito; incluso el año pasado los Indios lo tomaron al
asalto, masacraron la guarnición, y quemaron la aldea vecina. Después de descansar
aquí una hora, proseguimos nuestra ruta a caballo, atravesando un espeso bosque, y
al caer el sol llegamos a San José, distante cinco leguas de Tres Cruces: este era el
lugar del encuentro; el Mayor Rodríguez, con la infantería, el capitán L’Abbè con su
compañía de caballería, y unos sesenta Indios de las vecindades, habían acampado
unas horas antes de nuestra llegada: la apariencia de estos indios, de ninguna manera
confirmó la idea que me había formado previamente de ellos; parecen sumamente
afeminados y sumisos; están por debajo de la estatura común, de tez oscura, rostro
redondo y lleno, ojos negros pequeños y penetrantes, muy poca frente, la cabeza
cubierta de abundante cabello, en muchos casos casi alcanzando las cejas, narices
planas con aberturas amplias, bocas grandes, dientes blancos y regulares, con la ex-
cepción de los dentes canini superiores, que son en general muy grandes y largos;
no tienen barbas, sus cuerpos muy musculosos, sus piernas desproporcionadamente
cortas y generalmente arqueadas.
“El cacique usaba un sombrero y plumas; los demás /474/ en general iban de-
scubiertos; algunos tenían su largo cabello negro flotando libremente sobre sus
hombros, mientras que otros lo ataban en un nudo sobre la coronilla, pero todos
tenían la cabeza rodeada por un pedazo de listón o cinta, generalmente roja, que
añadía mucho al afeminamiento de sus semblantes. Sus vestimentas son muy sim-
ples; el vestido inferior consiste en un pedazo de paño de lana que rodea la cintura
y alcanza aproximadamente los tobillos; el superior, o poncho, es asimismo un
paño de lana, de dos yardas de largo y una yarda y media de ancho, con un tajo en
el medio, suficiente para dejar pasar la cabeza.
Varios estaban vestidos con viejos uniformes españoles, algunos llevaban calz-
as despojadas del pie, pero ninguno usaba zapatos, ni sustitutos para ellos, algunos
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 97

tenían espuelas de cobre, cuyas rodajas medían una pulgada y media de diámetro;
pero, en su mayoría, sus talones estaban equipados con espuelas de madera aguzadas.
Cada indio llevaba su lanza, un arma sumamente engorrosa; la punta es generalmente
la hoja de un cuchillo, una bayoneta rota, o un pedazo de duela afilado y enderezado,
atado al extremo de una caña de entre ocho y doce yardas de largo. Observé que
algunas de las lanzas habían sido forjadas y templadas por la mano del herrero, y
comprendí que les habían sido provistas por los patriotas el año pasado. La lanza se
usa a caballo, o a pie cuando el campo de acción es montañoso o boscoso: nunca se
arroja, sino que, al iniciar una carga, el asta es fuertemente apretada entre el codo y el
costado derecho, tanto en riestre como apoyada: siempre se enfila con la mano dere-
cha y es dirigida por ella. Cuando un Indio es perseguido, nunca abandona su lanza,
sino que la arrastra tras de sí. /475/ Los caciques portan espadas, y todos los Indios
tienen machetes, cuchillos largos y pesados de hoja ancha, que sirven para cortar y
hender; y sin estos no podrían abrirse camino a través de los matorrales de arbustos
rastreros que cubren el país. Aunque son muy diestros en el arte de lanzar el lazo, no
parecen usarlo como arma ofensiva, ni vi ninguna de las bolas o armas arrojadizas
que vuelven tan formidables a los Indios pampas. Los caballos que he visto hasta
ahora son criaturas diminutas y poco fogosas. Unas pocas pieles de ovejas y una silla
de madera excavada del tronco sólido de un árbol, a la que se añaden dos pequeños
estribos de madera, tan pequeños que sólo se puede meter en ellos el dedo gordo del
pie, componen los arreos de montar, de tal manera que las espaldas de los pobres
animales siempre están desolladas. El cacique tenía una vieja silla y bridas españolas,
chapeadas en plata, y estribos de plata que pesaban al menos diez libras cada uno.

“Diciembre 18.– Retomamos nuestra marcha al alba. Veinte Indios la encabe-


zan a unas 100 yardas adelante del resto; les sigue la caballería, y luego la infante-
ría; una pequeña guardia va en la retaguardia con el reducido bagaje que llevamos.
Con nosotros marcha todo el cuerpo de Indios en un estado de confusión muy
clamoroso, que se mantuvo todo el día alimentado por la continua incorporación de
pequeñas partidas; marchamos unas siete leguas a través de un país bien arbolado y
con agua. A las cuatro p. m. nos detuvimos en una pequeña aldea llamada Cheskè;
fue incendiada el año pasado por el Mayor Rodríguez; muchas plantas y cardos
crecían en las callejuelas, y las cercas estropeadas y los huertos de manzanos seña-
laban /476/ los sitios de residencia de una población que debió ser medianamente
numerosa. Unos pocos postes carbonizados de las viviendas testimoniaban que la
mano de los destructores había pasado por allí. En nuestra marcha hacia esta aldea
en ruinas, llamó de repente mi atención que los Indios lanzaran un grito horrendo y
se dispersaran inmediatamente.
“Parece que en la marcha de avance se había visto a un Indio solitario, que de
inmediato abandonó su caballo y se zambulló en la espesura; se sospechaba que era
un espía (un bicho),41 y los Indios, que no se manifestaban urgidos por buscarlo,
fueron animados a hacerlo. Nada puedo encontrar comparable con esta escena, a

41 Quiere decir un bichador, esto es, un espía, o bombero -como también solía llamárselos en la época.
98 Devastación

excepción de una partida de podencos liberados de su correa: algunos salieron al


galope para bloquear los pasos, otros desmontaron y golpeaban las matas con sus
lanzas, reptando a ratos sobre manos y rodillas, poniendo sus orejas sobre el terre-
no, e incluso olfateando, como si pudieran descubrir el rastro de su enemigo por el
aroma. Me apiadé del pobre hombre, porque su escape me pareció imposible. Tan
pronto como se ubicaron los centinelas y se despejó el terreno para el campamento,
fueron sacrificados varios novillos y en un momento se hicieron visibles cientos
de fuegos.
Incomodado por el calor y el vívido resplandor que se dispersaba en todas las
direcciones, me retiré de la bulliciosa escena y me senté debajo de un manzano, al
tiempo que la novedad de mi situación, el fulgor de los fuegos reflejándose en los
morenos semblantes de los soldados atareados en asar la carne todavía palpitante
de los animales y los gritos incesantes de los indios ofrecían abundante material
para el ejercicio de la imaginación.

“Diciembre 19.– El indio visto la última noche fue traído mientras nos prepa-
rábamos para la marcha; /477/ el pobre diablo estaba desnudo hasta la cintura, sus
manos atadas a la espalda y un gran terror reflejado fuertemente en su semblante.
Tan pronto como este desgraciado pudo recuperarse de su extrema agitación, de-
claró que había dejado a su amo, Pedro Xaramillo, con el propósito de reconocer
la ruta; que su amo estaba viajando hacia Valdivia con la intención de rendirse; y
que, al ver sólo Indios armados, había pensado que se trataba de un cuerpo enemigo
que marchaba sobre su tribu; y consciente de que podían matarlo en el terreno sin
escucharlo o dar crédito a cualquier cosa que les contara, había intentado escapar.
Me enteré que este Pedro Xaramillo era el segundo hijo de un viejo Español que
huyó a los Indios, cuando las fuerzas patriotas tomaron posesión por primera vez
de Valdivia: el anciano, conocido entre los Indios por el nombre de Calcaref, poseía
una gran influencia en todas las tribus, había demostrado mucha hostilidad contra
los patriotas y acompañaba a la partida que sorprendió Tres Cruces el año pasado;
en esta ocasión mostró tanta determinación en vengarse que mató con su propia
mano a uno de sus parientes que comandaba el fuerte: en realidad, había sido el
autor y líder de cada ataque hostil contra los patriotas de Valdivia: tiene tres hijos,
el mayor de los cuales fue tomado prisionero dos días antes del comienzo de la
campaña, cuando intentaba pasar hacia Chiloé con cartas de su padre: el segundo,
Pedro, es perseguido por su propio padre por haber manifestado adhesión a la cau-
sa patriota; el menor comanda un cuerpo de Indios bajo la dirección de su padre.
Luego de que el atemorizado /478/ Indio relató su historia, se le devolvieron sus
ropas y fue enviado de regreso con su amo, Pedro Xaramillo, para garantizarle la
protección del coronel y al mismo tiempo se le envió un mensaje, informándo-
le que su hijo mayor todavía permanecía prisionero y que sólo se preservaría su
vida bajo la condición de que Palacios (otro temerario refugiado) y sus seguidores
fueran entregados, algo que el anciano, dada su influencia entre los Indios, podía
lograr con facilidad. Durante la marcha de hoy, pasamos varias viviendas Indias,
todas eran pequeñas y extremadamente toscas en su construcción, formadas solo
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 99

por ásperos postes clavados uno al lado de otro en el terreno y techadas con paja,
una abertura estrecha y baja servía al propósito de una puerta y algunas de ellas
presentaban un orificio en el techo para permitir la salida del humo. Unas pocas
eran grandes y cuadradas y sus paredes parecían estar hechas de arcilla, pero cons-
truidas sin atención a la regularidad o consideración al confort. Sus habitantes las
habían abandonado muy recientemente, pues las cenizas de sus hogares todavía
estaban calientes. No vi utensilios de ningún tipo, excepto una larga batea al lado
de cada choza, excavada en el tronco de un árbol y en la que machacaban las man-
zanas para hacer chicha. Cada una de estas cabañas tenía en su vecindad un recinto
cercado cultivado con gran cuidado: el maíz y las judías blancas grandes parecían
ser los principales productos, aunque también vi patatas, guisantes, cebada y trigo
cuya apariencia hubiera reportado crédito a un granjero inglés. Sobre el mediodía
hicimos alto al lado de un pequeño arroyo. Aquí varios ancianos Indios nos tra-
jeron un líquido lechoso en ollitas /479/ de greda, el que probé, encontrándome
con que era una bebida fermentada de un agradable sabor ligeramente ácido: al
estar agotado y sediento, tome un gran trago y lo hallé muy refrescante. Invité
entonces a mis compañeros a participar de mi deleite, pero rehusaron, riéndose de
mí y explicándome lo que había bebido. Se me dijo que el licor era preparado con
manzanas muy inmaduras: cuando aún no habían adquirido mucha sacarina, las
ancianas las masticaban y escupían el jugo mezclado con saliva en una marmita de
greda, donde fermentaba rápidamente y se transformaba en el brebaje que yo había
probado. Pronto expulsé todo lo que había tomado, formulando el voto tácito de no
beber o comer nunca más cualquier cosa preparada por las manos de un Indio. Tuve
la curiosidad de ir a ver la elaboración de esta bebida nauseabunda: cuatro viejas
horrendas y un niño estaban sentados en el suelo sobre sus traseros, diligentemente
dedicados a masticar manzanas y derramar el jugo en una gran cacerola de arcilla
ubicada en el centro; de tanto en tanto, tomaban un poco de agua y el chico removía
frecuentemente el líquido con una pequeña rama de canelo.
“En la tarde llegamos a Calfacura, la residencia de un poderoso cacique de ese
nombre. Este hombre previamente prestó ayuda a los españoles refugiados, pero el
año anterior, severamente castigado por el Mayor Rodríguez, se había convertido
en un patriota. Era un viejo muy feo, y tan sumamente corpulento que me asombré
de que fuera posible que caminase; hizo un largo discurso en atenuación de su pa-
sada conducta y concluyó haciendo el ofrecimiento propiciatorio de cinco bueyes
gordos, lo que en esta ocasión constituía un abastecimiento /480/ muy oportuno. El
Mayor Rodríguez me indicó el lugar donde el año anterior le disparó a un Indio; su
relato me heló la sangre. Parece que al atacar el lugar, sólo pudo sorprender a una
mujer, su hijo y su hija: esta última era una niña. La tribu había logrado escapar a
sus escondites en los bosques: en vano se amenazó a la mujer y a su hijo con una
muerte inmediata si no revelaban estos sitios ocultos, tampoco tuvieron éxito las
promesas de recompensa; hasta que, enfurecido por su obcecación, el inhumano
mayor obligó al hijo a arrodillarse, postura en la que le disparó un tiro en presencia
de la enajenada mujer y aterrorizada niña. Aún así la madre permanecía obstinada
y cuando se le hizo arrodillarse y los mosquetes le apuntaron, la niña se precipito
100 Devastación

hacia los asesinos, rogándoles que perdonaran la vida a su madre y que ella les
conduciría al refugio donde se encontraban su padre y sus hermanos; la madre
se incorporó enfurecida, abalanzándose sobre su hija a la que intentó estrangular.
La niña fue rescatada de sus garras y conducida al lugar donde había señalado el
refugio, mientras la madre la reconvenía por su degeneración y falta de coraje.
Finalmente expiró en agonía al percibir la matanza de toda su familia, maldiciendo
con sus últimos alientos a los implacables asesinos!
“Nuestros auxiliares Indios sumaban ahora unos 200 hombres y estaban bajo el
mando de un jefe que llevaba el rango de capitán de nuestro ejército y el título de
comisario de Indios: oficiaba como su magistrado en tiempo de paz, y como general
durante /481/ la guerra. Observé que cada Indio portaba una bolsa fabricada con la
piel completa de una cabra, llena con harina ordinaria, pude ver que era harina de
cebada; la preparan sus mujeres, que tuestan el grano y lo muelen entre dos piedras.
Los Indios están muy apegados a esta comida, que mezclan con agua hasta darle
la consistencia de unas gachas gruesas, y le llaman ulpa. Aunque el recuerdo de la
chicha todavía estaba fresco en mi memoria, me animé a probar la ulpa, y la encon-
tré tan buena que me determiné a no beber nada más durante la marcha. Esta noche
tuvimos una maravillosa vista del volcán de Villa Rica, que se yergue hacia el este
a unas veinte leguas de distancia. Un brillo rojizo se observaba a una considerable
altura sobre el cráter; no parecía ni un reflejo, ni una nube, sino más bien una cortina
de fuego líquido suspendida en el aire que no cambiaba su situación ni su forma. Al-
rededor de cada cuatro segundos, de la boca del cráter surgía una luz, al principio de
un rojo desvaído, se volvía nítida con rapidez y luego moría gradualmente. Cuando
la luz del cráter se tornaba más nítida, la expansión roja descripta en primer término
no era observable, pero reaparecía gradualmente a medida que aquella luz decrecía.

“Diciembre 20.– Avanzamos unas cinco leguas, el camino atravesaba un bos-


que denso y era muy malo. A la noche, alcanzamos un claro donde levantamos
nuestras tiendas. Estaba muy fatigado con este día de marcha, porque habíamos
atravesado un bosque aburrido y deprimente, en el que la espesura no dejaba ver ni
un pájaro. La estrechez y precariedad del camino /482/ impedían toda oportunidad
para la conversación y dado que se requería toda mi atención para evitar que el
caballo tropezara, me vi incluso privado de la meditación.

“Diciembre 21.– Recomenzamos nuestra marcha antes del alba y continuamos


con gran perseverancia durante el día para llegar a Pituvquin42 antes de que oscure-
ciera; los caminos eran muy malos, y en algunas partes se volvían intransitables por
una especie de arbusto rastrero, llamado Quilo43 que tiene un crecimiento notable-
mente rápido y obstruye las rutas en pocos días. Los estrechos y poco frecuentados

42 Así escrito por Pitrufquen. Podrá verse que, en adelante, este geónimo se repite unas veces con
esta misma grafía, otras con pequeñas variantes. Siempre se trata del mismo sitio.
43 Así escrito por quila (Chusquea quila), una gramínea con cuyos tallos, que alcanzan gran altura y
son resistentes, solían fabricar los indígenas el astil de sus lanzas. 
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 101

caminos a través de estas florestas, se vuelven pronto infranqueables. Esto nos


ocasionó muchas molestias; las tropas eran obligadas con frecuencia a detenerse,
a estar de pie con el agua hasta sus rodillas, mientras los indios despejaban el ca-
mino con sus machetes. Nuestras caras y manos estaban seriamente rasguñadas y
rasgadas nuestras ropas. Los que íbamos montados recibimos las molestias más
grandes, porque con frecuencia nos enredábamos tanto que nuestros caballos con-
tinuaban su marcha debajo de nosotros. Hacia el mediodía, nuestro progreso se vio
interrumpido por un río tan profundo que no habría sido transitable si no fuera por
un reborde de rocas que lo cruzaba oblicuamente sobre el que la corriente corría
con tal velocidad que vadearlo se convertía en un asunto serio. Varios de nuestros
hombres resultaron arrastrados y sólo los salvó la diligencia de los Indios, que eran
todos diestros nadadores. Poco antes del anochecer salimos del bosque y fuimos
recompensados por la vista de un hermoso paisaje, extendido hasta donde llegaba
nuestra mirada: estaba cubierto por el verdor más /483/ delicioso y lo atravesaba un
ancho río, tan terso y transparente como el cristal, que fluía hacia el mar. Hacia el
este, la Cordillera semejaba un negro bastión, estupendo e impenetrable, que veda-
ra todo progreso en esa dirección. Estaba presidida por el majestuoso cono cubierto
de nieve del volcán de Villarica, al que nos habíamos acercado estrechamente. En
este delicioso valle no se distinguía el menor vestigio de habitación humana. Os-
cureció antes de que llegásemos a la ribera del río y para nuestra gran desilusión,
no encontramos a nadie que nos recibiera, pues esperábamos que se nos reunieran
1000 Indios amigos y así obtener el suministro de provisiones que necesitábamos
mucho. La mortificación se marcó en todos los semblantes; oprimidos por la fatiga
y el hambre, se aposentaron con la perspectiva de verse obligados al día siguiente
a sacrificar sus jamelgos para subsistir. Esa noche intenté observar la apariencia
del volcán; pero agotado por la jornada, pronto fui superado por el sueño e insen-
siblemente extravié en el olvido todo recuerdo del romántico lugar en el que me
encontraba.

“Domingo, Diciembre 22.– El sol había alcanzado una altura considerable an-
tes de que yo me liberase de mi inconsciencia; me despertaron todos los poderes de
los rayos solares actuando con fuerza sobre mi rostro y encontré a nuestro campa-
mento en movimiento. Unos pocos Indios habían llegado, trayendo consigo cuatro
novillos que no se consintió que continuaran vivos por más tiempo; la apatía oca-
sionada por la fatiga de ayer fue reemplazada por una actividad inusual y el /484 /
apetito más voraz.
En menos de diez minutos, los animales fueron sacrificados, destazados, y cada
hombre tuvo su porción ya chisporroteando y asándose sobre el fuego. Como se
ordenó que las tropas descansaran aquí este día, fui a reconocer las vecindades y
a cada paso observé las cenizas de alguna vivienda India recientemente destruida.
Toda la tierra parecía haber sido cultivada hacía poco tiempo; manzanos y perales
eran muy abundantes y existían muchos indicios de que una comunidad numerosa
había habitado las riberas del río. Varias tribus de los alrededores aliadas entre sí
destruyeron esta aldea de Pitovquin, instigadas por los refugiados Españoles, de-
102 Devastación

bido a que los Indios de Pitovquin se unieron a la causa patriota. Unos pocos que
lograron escapar de la venganza del fuego y la espada todavía eran cazados como
bestias en los bosques por sus enemigos. Encontramos abundancia de papas y ju-
días creciendo silvestres y todo el país estaba profusamente cubierto con frutillas
salvajes de un sabor muy delicioso. Esta noche registré que la combustión del vol-
cán de Villarica seguía tan activa y tan brillante como en la noche del 19.

“Diciembre 23.– Recibimos reportes de que Palacios estaba a unas pocas leguas
de nosotros y que avanzaba hacia nuestro campamento, bajo la sospecha de que
aquí sólo los Indios estaban reuniendo sus fuerzas con el propósito de invadir sus
posesiones. El Coronel Beauchef determinó sorprenderlo si fuera posible y con
esta intención seleccionó 100 hombres de la infantería, /485/ a quienes reunió con
50 jinetes y todos los indios auxiliares bajo el comando del mayor Rodríguez y
como era probable que hubiera algo de lucha, se me ordenó que los acompañara.
El coronel permanecería a retaguardia con el resto de su fuerza, intentando cruzar
el río y avanzar hacia Borroa, donde suponía que se situaban los cuarteles genera-
les del enemigo. Partimos de conformidad con lo dispuesto y después de marchar
durante dos leguas, hicimos un alto para refrescar a nuestros hombres. En este mo-
mento, los Indios realizaron un simulacro de lucha, a veces cargando a todo galope,
otras desmontando y peleando a pie; produjeron una gran gritería, aunque en sus
maniobras, si así pudiera denominárselas, no parecía existir la menor regularidad o
disciplina. En algunas de sus cargas, se aproximaron tanto a nosotros que el mayor,
sospechando una traición, ordenó a nuestras tropas cargar sus armas y permanecer
preparados. Aunque no existieran motivos para estas sospechas, posteriormente
quedaría demostrado que la precaución fue afortunada. Después de una corta con-
sulta, se determinó enviar a cincuenta de los Indios mejor montados a explorar el
camino; así se hizo, la caballería pasó a través de un profundo cenagal y desapa-
reció en el bosque y la infantería, en su intento de seguirla, pronto se hundió en el
lodo hasta encima de la cintura: en este momento excitó nuestra atención un ruido
confuso y pronto distinguimos la voz del capitán L’Abbè llamando a los Indios
para que avanzasen –requerimiento que obedecieron con la mayor presteza.
Estuve entre los últimos que pasaron la Barranca y encontré a las tropas en
cierto desorden, encerrados en un área pequeña rodeada por profundos acantilados
llenos de grandes árboles y arbustos impenetrables que solo tenía /486/ dos salidas;
una, el paso por el que habíamos entrado desde la Barranca –la otra, un estrecho
paso opuesto a ella que conducía al bosque ubicado más arriba. Los cincuenta
Indios enviados en avanzada se habían dado inesperadamente de bruces con el ene-
migo y fueron instantáneamente derrotados; al retroceder, cayeron sobre nuestra
caballería y junto con ella sobre la infantería, quedando todos apiñados en el área
pequeña ya descrita. El orden se restableció rápidamente, formando la infantería en
línea, la caballería en el flanco derecho y los Indios en el izquierdo. Enseguida per-
cibimos que el enemigo comenzaba a avanzar precipitadamente hacia nosotros des-
de arriba; los gritos horribles que llenaban el aire anunciaban que el bosque estaba
lleno de ellos. En este momento de temeroso suspenso, se despachó un correo a
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 103

Pitovquin para informar al coronel de nuestra situación. Sólo teníamos dos alterna-
tivas; o nos retirábamos a nuestro cuartel general, o forzábamos el paso controlado
por los Indios; fue elegida esta última: un sargento y cinco hombres condujeron el
avance, siendo precedida su carga por una andanada de mosquetes, porque debido a
lo cerrado del bosque no podíamos ver más allá de diez yardas delante de nosotros.
La infantería avanzó luego en una columna y después de la primera descarga de
mosquetes, los gritos de nuestros auxiliares Indios y el resonar de los cascos de los
caballos nos anunció que el enemigo había huido. Por mi parte, me apresuraba en
la retaguardia, primero pisando lanzas rotas y luego los cuerpos de los Indios muer-
tos y agonizantes que ofrecían la visión mas espantosa que nunca vi: previamente
desnudos para el combate y extendidos sobre el terreno, se retorcían en las agonías
de la muerte y /487/ mordían el polvo mientras su sangre fluía lentamente de las
grandes heridas, excepto cuando era propulsada más profusamente por sus profun-
dos suspiros y lamentaciones. A medida que pasaban a su lado, nuestros soldados
remataban a estos pobres miserables, no por algún sentimiento de humanidad, sino
por uno de salvaje barbarie. Pronto llegamos a un espacio despejado, desde donde
podía verse al enemigo huyendo a la distancia, envuelto en una nube de polvo: tu-
vieron éxito en lograr su escape; debido a que estaban mucho mejor montados que
nuestra caballería, se abandonó la persecución.
Mientras descansábamos sobre nuestras armas, fuimos agradablemente sor-
prendidos por el regreso del Sr. Arengoen, un caballero sueco que acompañó el
avance de la partida de Indios y de quien nos imaginábamos que había sido tomado
prisionero. Nos contó que al principio cabalgó osadamente en medio del enemigo,
pensando que se trataba de una partida de Indios en camino a reunirse con nosotros,
sólo descubrió su error al recibir la embestida de una lanza India, que detuvo dispa-
rándole un pistoletazo al agresor; luego clavó espuelas y se internó en la espesura,
desde donde escuchó claramente el fuego de los mosquetes que lo condujo hacia
nosotros. Poco después trajeron un prisionero, sus captores lo habían desnudado
totalmente, conduciéndolo montado en una mula a la presencia del mayor. Al prin-
cipio intentó negar que hubiera tomado las armas en nuestra contra; pero cuando
se le presentaron pruebas, no pudo extraérsele una palabra más: fue nuevamente
enviado a los Indios, que lo apartaron unos pocos pasos y procedieron a ejecutarlo
con frialdad.
Yo no esperaba que semejante barbarie se tolerara /488/ delante de soldados
Cristianos y quedé escandalizado al ser testigo de tal inhumanidad. Un cacique le
dio el primer golpe sobre la cabeza con un sable, después fue despachado con re-
petidos lanzazos y estocadas. La víctima demostró ese coraje pasivo que a menudo
se encuentra entre los bárbaros: al encontrar vana toda resistencia y todo escape sin
esperanza, aunque los primeros golpes no fueron mortales, no grito ni gimió, sino
que apretó sus dientes y reprimió su respiración, sufriendo pacientemente todo su
dolor hasta que finalmente sus feroces asesinos lo ultimaron. Nuestros oficiales y
soldados miraron con la mayor sang froid, más aún, con secreto placer, como si
estuvieran acostumbrados a espectáculos similares. Observé que cada indio cla-
vó su lanza en el cuerpo de la víctima y me dijeron que entre ellos se considera
104 Devastación

deshonroso volver al hogar luego de una expedición bélica sin haber mojado sus
lanzas en la sangre del enemigo. Encontré también que era una costumbre invaria-
ble entre los Indios matar inmediatamente a sus prisioneros; –siempre se exceptúa
a los caciques de esta regla, ellos son rescatados; así, igualmente, los ancianos,
por los que, en ocasiones, muestran un gran respeto. Hacia el ocaso acampamos
al costado de un pequeño río, a alguna distancia más allá del cual, sobre la ribera
opuesta, también descansó el enemigo. Aquí descubrimos a un Indio herido que fue
inmediatamente ejecutado. Nuestras pérdidas del día fueron un Indio muerto y un
soldado de caballería herido; las del enemigo se estimaron en alrededor de treinta
muertos.
Pasamos la noche en continua zozobra, debido a la gran bulla y confusión que
provenía del campamento enemigo; /489/ la gritería se oía claramente. Pude dormir
poco, porque mi imaginación era presa de las crueles escenas presenciadas durante
el día y cientos de veces me condolí de verme asociado con tales monstruos inhu-
manos.
“Diciembre 24.– Esta mañana, al rayar el alba, fueron conducidos tres prisio-
neros desnudos, ejecutándolos instantáneamente. Hacia las ocho, a. m., el coronel
se unió a nosotros con el resto de la fuerza. Pudo haber llegado anoche, pero ni con
promesas ni con amenazas logró persuadir a sus guías Indios de que atravesaran el
campo de batalla después del ocaso; en cuanto vieron los cuerpos de los muertos
esparcidos sobre el terreno rehusaron continuar. Avanzamos ahora, sin pérdida de
tiempo, en persecución del enemigo, pero partieron antes que nosotros y no vemos
señal de ellos. Nuestra ruta sigue la margen izquierda del río anteriormente men-
cionado. El terreno es uniformemente llano y superamos varios campos cercados
en donde crecen porotos y guisantes bien cultivados: en uno de ellos sorprendimos
a una mujer y un niño, quienes, aterrorizados por las amenazas, nos condujeron ha-
cia la familia: que consistía en un Indio viejo, su hijo, tres mujeres jóvenes y cinco
niños, dos de ellos de pecho. Dos de las mujeres jóvenes eran realmente bellas, una
en particular que tenía ojos azules y una tez hermosa y sonrosada. Los hombres
quedaron a cargo de la guardia; las mujeres y niños fueron tomados por los Indios
con una avidez que demostraba lo mucho que valoraban su presa. Las mujeres no
parecieron preocuparse mucho por el cambio de amos, sino que montaron detrás de
sus nuevos pretendientes con aparente indiferencia /490/ y entraron de inmediato
en íntima conversación con ellos. La separación de sus niños no pareció afectar-
las mucho más, porque aunque derramaron unas pocas lágrimas, ni los abrazaron
ni los besaron. Hacia las 5, p. m., acampamos en un gran sembrado de porotos
próximos al tiempo de la cosecha, ofreciendo un buen abastecimiento para nuestras
tropas. Este terreno se me antojó el más encantador que hubiese visto jamás, con
tal combinación de bosques y agua, variedad de colinas y valles, que difícilmente
pudiera imaginarse. Posiblemente el enemigo habría cruzado el río por aquí; pero
era imposible vadear la corriente y dado que ellos habían llevado todas las canoas
a la orilla opuesta, los intentos posteriores de perseguirlos resultaron infructuosos.
Me dirigí hacia la guardia con la intención de conversar con los prisioneros,
pero quedé escandalizado al enterarme de que habían sido muertos a bayonetazos
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 105

por nuestras tropas en el camino, siguiendo órdenes del oficial que estaba a cargo
de su custodia: el anciano fue muerto en seguida, el joven escapó con tres heridas
de bayoneta en su cuerpo. Esta es la primera vez que nuestros propios soldados
se vieron involucrados en el deliberado asesinato de sus prisioneros; ellos son sin
duda tan bárbaros e insensibles como aquellos que llevan el nombre de Indios sal-
vajes. Por la noche, una cantidad de fuegos atrajo mi atención y me encaminé hacia
ellos para conocer su causa, encontrando a cada soldado provisto de una gran olla
de barro en la que hervían guisantes y porotos y a varios ya borrachos: asombrado
por el hecho, tuve deseos de saber cómo se habían procurado los utensilios y la be-
bida: mi sorpresa concluyó al enterarme de /491/ que cerca de nuestro campamento
había un cementerio de los Indios, quienes, según su costumbre, entierran a cada
difunto con sus utensilios domésticos, un talego de harina tostada y una jarra de
chicha, que se conserva durante mucho tiempo, dado que la boca de la jarra se sella
bien. Allí se habían procurado los soldados abundantes utensilios de cocina y la
sidra con la que se embriagaron. Hice una visita a estos cementerios y encontré los
cuerpos depositados en pequeñas canoas ubicadas generalmente en un foso cavado
al costado de un declive. De acuerdo a sus nociones supersticiosas, los Indios creen
que navegarán hacia el sol, de manera que sus canoas se fabrican cuidadosamente
para que sean estancas. Se presta mucha atención a la preparación de la harina y de
la chicha, pues se supone que tienen que durarles durante el viaje. Normalmente,
cada hombre fabrica su propia canoa, de manera que mientras vive en este mundo
la utiliza como arcón en su vivienda. Nuestra gente parecía desesperanzada por las
pocas perspectivas de someter a los Indios o de aprender a Palacios o sus segui-
dores.

“Diciembre 25.– Temprano esta mañana la caballería fue enviada a forrajear.


A las once, a. m., Calcaref (el viejo español, padre de Pedro Xaramilla,44 ya men-
cionado) fue traído por los Indios. Lo encontraron a pie y solo. Parecía tener unos
sesenta años de edad, sano y recio, con rasgos grandes que, aunque bastante pesa-
dos, revelaban inteligencia y astucia. Nos informó que los enemigos que atacamos
el veintitrés eran unos 250 Indios, entre quienes estaba Palacios y sus seguidores;
marchaban para dar un malón (un término Indio que significa sorpresa, saqueo y
asesinato) /492/ a los Indios de Pitovquin, y cuando encontraron a nuestra vanguar-
dia, se desmontaron para enfrentarla sin sospechar la proximidad del grueso de
nuestras tropas. A raíz de ello, los Indios se dispersaron y él, que los acompañaba,
fue sorprendido y capturado por nuestros Indios cuando trataba de regresar a su
hogar. Dijo que Palacios y su familia se hallaban cerca de su casa y se ofreció a
guiarnos hasta el lugar donde se refugiaban. En consecuencia, se despachó al Capi-
tán Tupper con el viejo, llevando una fuerte partida con él. Sobre las cinco, p. m.,
fueron traídas tres mujeres jóvenes, dos de ellas las hijas de Calcaref; otra partida
de caballería sorprendió a dos Indios y un muchacho español, aunque Palacios, que
habría estado en su compañía en esta oportunidad, logró escapar: el muchacho fue

44 Así escrito por Xaramillo.


106 Devastación

enviado al campamento, y los pobres Indios fueron asesinados, como es usual. Se


trajeron varias vacas lecheras con sus terneros: el pobre anciano derramó lágrimas
cuando las vio, porque dijo que su familia dependía principalmente de ellas para
su subsistencia.

“Diciembre 26.– El capitán L’Abbè recibió órdenes de avanzar con la caballería


hacia Pucallan, situado más adelante a unas cuatro horas de marcha, donde se supo-
nía que Palacios se había refugiado. Hacia las 2, p. m., regresaron el capitán Tupper
y su partida luego de pasar la noche anterior en los bosques. Trajeron al hijo más
joven de Calcaref en una litera: parecía tener unos veinte y cuatro años de edad,
había estado afectado por una parálisis en sus extremidades inferiores durante al-
gunos meses y aún continuaba indefenso: el cuidado y la atención verdaderamente
impresionante que le prestaban su padre y hermanas ofrecía un con-/493/ traste
singular con la dureza y falta de sentimientos que había visto en todos los demás. A
las cuatro, p. m., se ordenó que las tropas retrogradaran hacia Pitovquin. Mientras
nos preparábamos para iniciar la marcha, escuché que algunos de nuestros oficiales
superiores se quejaban al comandante de la división de que hubiera traído al más
joven de los hijos de Calcaref en vez de haberlo eliminado a la bayoneta en los
bosques, y se dio orden al oficial de guardia para que lo ejecutara durante la mar-
cha de la tarde. Escandalizado por esta inhumanidad monstruosa, me determiné a
usar toda estratagema posible para salvarlo. Por lo tanto, advertí secretamente a las
jóvenes mujeres del peligro que amenazaba la vida de su hermano y les requerí ve-
hementemente que no lo dejasen solo un momento, presumiendo que los bárbaros,
aun salvajes como eran, no tendrían corazón como para matarlo en presencia de las
mujeres. Durante la marcha, uno de nuestros jefes principales envío a alguien para
ver si sus órdenes habían sido cumplidas y si no, para que se retirase a las mujeres.
Me escabullí para ver a las muchachas, las aconsejé aún más fuertemente y ofrecí
una excusa por ellas al comandante. Tuve el placer de ver que mi estratagema fun-
cionó tan bien que todos llegaron a salvo al lugar de nuestro campamento.

“Diciembre 27.– Continuamos nuestra marcha placenteramente hacia Pitov-


quin; a lo largo de todo el camino, el terreno está cubierto con las fresas más de-
liciosas. Encontramos los cuerpos de los Indios que cayeron en la acción del 23
totalmente consumidos por los cóndores y otras aves de presa: solo quedaban los
huesos como señal del sitio donde habían sido ultimados. Alcanzamos Pitovquin y
acampamos cerca /494/ del lugar donde habíamos descansado el 21. Durante el día,
nuestro prisionero enfermo era celosamente vigilado por sus hermanas para no dar
ninguna oportunidad de que se ejecutaran las intenciones del comandante.

“Diciembre 28.– Hoy nos visitaron varios caciques y trajeron algunos bueyes
como regalo. El capitán L’Abbè se nos unió luego de su incursión en busca de Pa-
lacios: trajo consigo cuarenta y cinco novillos, quince potrillos y otros suministros.
Describió el país en el que estuvo como mucho más rico y mucho mejor cultivado
que cualquiera por el que hubiéramos pasado hasta el momento. Los aterrorizados
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 107

Indios huyeron en todas las direcciones, abandonando su propiedad a merced de los


destructores; ¡clemencia! ¡guay de ellos! no tuvieron ninguna: el pobre Indio fue
cazado como una bestia de presa y muerto en el sitio donde se lo capturara. Sería la-
mentable que escapara un solo Indio que pudiera transmitir a sus compatriotas cuál
era la causa de esta guerra exterminadora librada contra ellos –el crimen de apoyar
a Palacios y sus seguidores. El joven Calcaref pareció mejorar durante su viaje y
con la intención de dejarlo a salvo, lo informé al coronel, asegurándole que, bajo
un cuidado apropiado, su salud se podría restablecer fácilmente; propuse que se lo
enviara a Valdivia con sus hermanas. Me alegré de que esta propuesta fuese acep-
tada y permanecí feliz en la idea de haber sido útil en salvar la vida de una criatura
sufriente. Nuestro objetivo ahora es cruzar el río (¿Toltén?) y penetrar en Borrea,45
país habi-/495/ tado por una raza de Indios belicosos, cuyo aspecto y traza se dice
que son similares a los de los europeos del norte. Esta fue la raza que mantuvo una
furiosa guerra contra los españoles en el pasado, destruyendo las ciudades de Impe-
rial y Villarica, matando a todos los varones y llevándose a las mujeres. Ya me he
encontrado con varios Indios que encajan en esta descripción: sus rasgos recuerdan
fuertemente a los de los Europeos y tienen una tez más sonrosada que las otras
tribus, que les llaman Uingues,46 el mismo nombre que aplican a los Europeos. He
preguntado a algunos de estos Uingues por una genealogía tradicional que pudiese
arrojar luz sobre su origen, pero no he obtenido ninguna información. Esta tarde par-
te de nuestra compañía de granaderos pasó el río, preparando nuestro movimiento.

“Diciembre 29.– Una lluvia muy intensa cayó durante la noche y el tiempo
todavía continúa nublado. Nuestras tropas cruzan el río tan lentamente que hicimos
pocos progresos, pasando sólo sesenta hombres en el curso del día. El río tiene tres
cuartos de milla de ancho y tenemos una sola canoa que con dificultad puede llevar
a seis soldados y su equipo. Una vez apartada de la orilla, la canoa es arrastrada
aguas abajo con gran rapidez, a pesar de los esfuerzos de cuatro Indios lozanos
que, aunque utilizan sus remos para frenar la violencia de la corriente, no pueden
impedir ser llevados a una milla del punto de partida. Por lo tanto, se pierde mucho
tiempo remontando la canoa contra una corriente /496/ tan rápida; lo que se realiza
a fuerza de caballos que la remolcan desde la ribera. Varias mujeres Indias visita-
ron nuestro campamento el día de hoy, trayendo frutillas, guisantes y piñones para
vender. No pretendían dinero, preferían el trueque y la sal era muy apreciada. Todas
estas mujeres estaban extremadamente sucias y parecían afectadas por sarna: su
vestimenta es muy similar a la de los hombres, sólo que en lugar de un poncho
llevan una pieza de tela de lana echada sobre el hombro derecho y pasada sobre
el brazo izquierdo, de manera que exponen el hombro y parte del seno de aquel
costado. El modo de adornar sus cabezas les da un aspecto muy ridículo, porque
dividen su cabello, que es muy largo, en dos bandas, cada una de ellas trenzada y

45 Así escrito por Boroa.


46 Así escrito por huinca, el nombre que en mapu dungum alude en general a quienes no son mapuche
y en especial a los cristianos.
108 Devastación

cubierta por una cinta, que luego de rodear la cabeza en direcciones opuestas, caen
sobre una y otra oreja, de manera que parecen estar armadas con un par de cuernos,
unos azules, otros rojos y algunos coloreados en parte, de acuerdo con el matiz de
la cinta que adorna su cabello. Los frutos llamados piñones son del tamaño de las
almendras y de forma parecida, pero mas curvados y angostos; están cubiertos con
una cáscara al igual que la castaña, fruto a cuyo sabor recuerdan, especialmente
cuando están hervidos o tostados. Sólo se encuentran en esta Cordillera y latitudes
más meridionales y son el fruto de una especie de pino que, según se dice, crece
hasta gran altura.47 Los pehuenches, una tribu vagabunda que habita la Cordillera
/497/ e ignora el arte de cultivar la tierra, usa los piñones como sustituto del pan
y las patatas: verdaderamente me parecieron un delicado componente de la dieta.
Llovió durante el día entero y todos nosotros estábamos calados hasta los huesos.

“Diciembre 30.– El clima aún continúa muy desfavorable; con muchos proble-
mas, pero sin ningún accidente serio, todas nuestras tropas cruzaron el río

“Diciembre 31.– Llovió a cántaros durante toda la noche. El terreno en que


hemos acampado es un simple banco de arena sin ninguna vegetación, a excepción
de unos arbustos mal desarrollados; así que carecimos del menor reparo: en esta
situación, nos alarmó el grito de ¡Los Indios! ¡Los Indios! Formamos con rapidez,
pero afortunadamente se trató de una falsa alarma, porque si hubiera sido cierta nos
hubiéramos encontrado en una situación complicada, dado que sólo un mosquete
de cada diez estaba en condiciones de uso. Sobre el mediodía, el tiempo aclaró algo
y luego de marchar media legua acampamos en una pequeña llanura protegida por
cierta cantidad de grandes árboles. Varios caciques con sus séquitos, sumando en
total unas 150 personas, nos hicieron una visita de homenaje y amistad: galoparon
alrededor de nosotros varias veces, blandiendo sus espadas y haciendo un gran
sonido ululante, al tiempo que se golpeaban repetidamente la boca con sus ma-
nos, aumentando de esta manera el estrépito de sus gritos: finalmente sofrenaron
sus caballos enfrente de las tropas, que estaban formadas en línea para hacer una
exhibición de fuerza tan grande como fuera posible; preguntaron si nuestras armas
no habían sido dañadas por la lluvia y cuando la compañía de granaderos disparó
sus fusiles hombre por hombre, lanzaron otro horrible /498/ grito de alegría. Los
tambores y pífanos tocaron algunos aires vivos que los incitaron a realizar cabrio-
las extravagantes, presentando la apariencia más ridícula: habían llamado en su
auxilio cada prenda de adorno que pudieron reunir –vestían andrajosos uniformes
españoles, gorras, sombreros con plumas, morriones, plumas, viejos cordones de
oro y plata, etcétera, ostentados de la manera más irrisoria: era imposible contener
una carcajada al presenciar esa extraordinaria exhibición.
“Enero 1, 1823. – El día comenzó con buen tiempo y después de una rápida
inspección de nuestras armas, reiniciamos nuestra marcha. En el curso de dos ho-

47 En el texto de Miers, se aclara al pie: “El piñón es el fruto del pinus chilensis”. La denominación
taxonómica actual ya no es esa, sino Araucaria araucana.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 109

ras, luego de subir una cuesta empinada, llegamos a una extensa llanura, tan plana
como un campo de bolos. Allí nos esperaban unos 200 Indios. Se ordenó que las
tropas se detuvieran, cuando los Indios se aproximaron y comenzaron a dar una
larga perorata: presentaron varias demandas absurdas, más en procura de satisfacer
venganzas privadas que en cumplimiento del objeto de la campaña, que por su-
puesto fueron rechazadas resueltamente por el coronel. Los Indios, aparentemente
sorprendidos e irritados por el poco respeto concedido a su pretensión, comenzaron
a hacer uso de un lenguaje amenazante y gestos hostiles: las tropas se formaron
de inmediato en cuadro y el asunto pareció haber llegado a un punto extremo: sin
embargo, los Indios, percibiendo la firme conducta del coronel, cedieron por último
en todos los asuntos. Al mediodía, llegamos al final de la llanura e hicimos alto para
almorzar en un huerto. Eran visibles en los alrededores los vestigios de recientes
de-/499/ vastaciones, se veían viviendas quemadas en todas las direcciones, cercas
derribadas y huesos humanos esparcidos sobre el terreno, signos de una guerra
devastadora. Habíamos llegado a las fronteras del país enemigo y nos proponíamos
asolar su refugio esa noche. Durante la tarde atravesamos un bosque y cada pocos
cientos de yardas nuestra marcha fue obstaculizada por barricadas levantadas con
grandes árboles derribados y atravesados sobre el camino. Al ocaso, sorprendimos
a dos mujeres y dos niños ocupados en recolectar frutillas; nos aseguraron que
estábamos cerca del enemigo y nuestros Indios suplicaron al coronel que esperara
hasta la próxima mañana. Después de una exploración adicional, resultó que aún
nos hallábamos a una considerable distancia y proseguimos nuestra marcha. No
obstante, los Indios avanzaban con un cuidado extremo que hacía suponer que nos
enfrentaríamos con el enemigo a cada recodo del camino.
Cerca de las nueve de la noche detuvimos la marcha, debido al pedido urgente
de los Indios; sin embargo, no se permitió prender fuegos y cada cuerpo estaba en
alerta; imaginábamos escuchar a corta distancia un ladrido de perros y cacareo de
gallos. A las 12 salió la luna, avanzamos nuevamente y en una hora llegamos a otra
aldea desierta, de la que el enemigo se había retirado a un refugio que se encontraba
a una legua y media de distancia: consiguientemente nos detuvimos en ella.

“Enero 2.– Reiniciamos nuestra marcha al romper el día y después de avanzar


una legua, nos vimos en la necesidad de dejar caballería y bagaje detrás de nosotros,
debido a los obstáculos /500/ que oponían a nuestro progreso las numerosas barri-
cadas, fosos y quebradas que encontrábamos. Caminando a veces y otras gateando
sobre nuestras manos y rodillas, descubrimos en media hora las viviendas de los
Indios que aún no sospechaban nuestra presencia. Sin embargo, pronto oímos resonar
la alarma en toda la aldea que, seguida por los chillidos de las mujeres, anunciaba
el terror de la gente; nuestras tropas se lanzaron en una carga, demasiado tardía para
ganar la entrada, dado que su progreso se vio frenado por el malal, que es el nombre
indio para su fortaleza, o refugio fortificado utilizado sólo en tiempo de peligro. Cada
tribu posee un malal y en esta ocasión estaba construido sobre una eminencia, cuyo
acceso había sido defendido por empalizadas de ocho a nueve pies de alto: estas cru-
zaban el camino que ascendía a la colina; estaban plantadas cerca unas de otras, con
110 Devastación

troneras a cada lado para la mosquetería: en el frente había un foso profundo y a am-
bos costados de la eminencia, un hondo precipicio que impedía toda aproximación.
Detrás de la empalizada alcanzamos a distinguir Indios y Españoles que parecían
decididos a resistir: en consecuencia se dieron órdenes de que avanzara la compañía
de granaderos, pero el enemigo no esperó el ataque y huyeron después de descargar
sus pocos mosquetes al azar; nuestras tropas perdieron algo de tiempo en escalar la
empalizada; y después de una hora de cacería estéril, cesamos de perseguirlos debido
a que estábamos muy agotados. Se enviaron pequeñas partidas a rastrear los bosques
y luego de un rato reiniciamos nuestro avance. En ese momento, descubrimos que un
hombre había sido herido por uno de los tiros disparados al azar desde el malal. Lo
llevamos /501/ lejos, junto con varias mujeres y niños prisioneros, unas 300 ovejas,
varios caballos, novillos, cerdos, etcétera. Se dio licencia a los soldados para matar
y destruir cualquier bien del enemigo, y por consiguiente, a nuestro regreso al lugar
donde dejamos la caballería, las viviendas, materiales e implementos de todo tipo
habían sido incendiados y todas las plantaciones destruidas, cometiéndose los daños
más perversos cada vez que surgía la oportunidad. Pequeñas partidas quedaron de
guardia todo el día, algunas yendo, otras viniendo, llevando consigo mujeres, niños,
bueyes, ovejas, etcétera; muchos indios fueron masacrados en los bosques. Nuestro
campamento se abarrotó de ganado y parecía una gran feria: comenzaron a surgir
serias reyertas sobre la división del botín; las mayores peleas se referían a mujeres
y niños; por ello, fue necesario que se diera la orden de que todos los prisioneros y
despojos debían estar a cargo de la guardia. Dos prisioneros traídos durante el día
no fueron ejecutados, porque algunos de nuestros auxiliares los reclamaron como
parientes. Dos mujeres y sus hijos fueron liberados e instruidos para que informaran
a su cacique que si venía al campamento, se suspenderían las hostilidades en su con-
tra; su persona y la de sus asistentes estarían a salvo y se le permitiría marcharse tan
pronto como se llegara a un acuerdo.

“Enero 3.– Esta última noche, nos precipitamos en gran confusión debido a
una falsa alarma ocasionada por el sargento de guardia, que disparó sobre uno de
nuestros Indios dispersos, al que confundió con enemigos; su ejemplo fue seguido
a lo largo de toda la línea y se requirió cierto tiempo para restaurar el orden. Hacia
el mediodía el cacique /502/ Millan, confiando en las promesas del coronel, vino
al campamento; parece un hombre maduro muy respetable y deseoso de acceder a
todas las proposiciones que se le hicieron. Luego de prometer que regresaría en la
mañana, fue despedido.

“Enero 4.– El cacique Millan volvió temprano, trayendo consigo a varios an-
cianos, caciques e Indios de influencia en el distrito vecino, cada uno de los cua-
les, a su turno, dirigió al coronel un discurso elogioso. En esta ocasión, la edad
parecía tener preferencia, porque aun cuando había entre ellos varios caciques de
rango considerable, los ancianos siempre hablaban primero: sus discursos eran
muy largos; no realizaban pausas ni buscaban las palabras; Tampoco hacían uso
de ademanes, gesticulación o énfasis. Nuestros auxiliares Indios, que mantenían
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 111

con nuestros visitantes una enemistad mortal, crearon cuanto obstáculo fue posi-
ble en el camino del acuerdo. Incluso le pidieron permiso al coronel para hacer
una matanza con Millan y sus amigos; cuando la solicitud fue rechazada, roga-
ron con insistencia que se tolerara la inmolación de uno de ellos en homenaje al
espíritu de uno de sus compañeros que Millan y sus aliados habían capturado a
traición, simulando una negociación. A pesar de un firme rechazo y de la amena-
za de inmediata represalia si se concretaba el menor intento en ese sentido, uno
de los caciques que acompañaban a Millan fue apuñalado a traición durante la
noche: aunque se realizó la más estricta investigación para identificar al perpetra-
dor, resultó en vano. El acto, no obstante, fue muy aplaudido en el campamento
de los Indios.
“Nada de particular ocurrió durante el resto /503/ de la campaña: se firmó un
tratado con todos los Indios enemigos y nosotros volvimos sobre nuestros pasos
camino a Valdivia, a donde llegamos el día 13. Los Indios se comprometieron a
entregarnos a Palacios y a sus seguidores y permanecer en paz con sus vecinos
patriotas, términos que han sido observados religiosamente.”

2. FELIÚ CRUZ, Guillermo. Memorias militares para servir a la Historia de la


Independencia de Chile del Coronel Jorge Beauchef. Santiago de Chile, Ediciones
Andrés Bello, 1964, 211- 219.

/211/ Capítulo LIII. Expedición contra las montoneras del Norte.


Mi expedición por tierra estaba preparada de antemano.
Resolví mi salida para el 17 de diciembre, y la efectué.
La división se componía de 500 hombres de infantería y una compañía de ca-
ballería.
El Comisario de Naciones don Luis Aburto, que reemplazó al señor Uribe, me
acompañó. Salimos por el mismo camino de mi anterior expedición. Vinieron otra
vez los indios amigos a cumplimentarme en la misma pampa, algunos llegaron
armados para acompañarme; los admití. Luego estuvimos en Pitrufquén.
Por entonces había muerto el cacique Calfucurá y toda su indiada se unió a mi
división; obraban de buena fe; tenían agravios que vengar con los indios de Boroa,
donde se habían retirado los montoneros de Palacios, luego que supieron mi entra-
da en la tierra de los indios.
Acampé en Pitrufquén par dar un descanso de dos días a la tropa.
/212/ Es imposible ver sitios más pintorescos y de vegetación más vigorosa.
Los caballos se perdían en los pastos. El bosque era un manzanar; los prados es-
taban cubiertos de fresas infinitamente más fragantes que las cultivadas. Todas las
mujeres de los indios de Pitrufquen vinieron al campamento cargadas de frutillas y
otras frutas silvestres a hacer sus cambalaches con los soldados.
En aquel entonces yo tomaba todas las noticias posibles sobre la dirección que
había seguido Palacios para ver el modo de apoderarme de él.
Estos indios me daban pocas esperanzas, o ninguna, por la inmensidad de las
montañas de Boroa y la facilidad que tenían de esconderse en ellas.
112 Devastación

Sin embargo, me decían, si podemos entrar en el Malal del cacique principal,


que les ha dado refugio, se podría adelantar mucho y quizás al cacique a entregarlo.
Malal es nombre que dan los indios a un sitio fortificado por la naturaleza y que
tiene sólo una entrada muy angosta.
Antes de pasar el río de Pitrufquen, grande y caudaloso y con pocos medios
de atravesarlo, pregunté a los indios si más abajo había algún vado por donde los
montoneros podían cruzarlo. Me contestaron que podían hacerlo a nado cuatro
leguas más abajo, en el lugar llamado Donquil.
Resolví, entonces, mandar un fuerte destacamento a reconocer este camino an-
tes de emprender el paso del río y evitar ser atacado en este acto que no podía efec-
tuarse sin mucho desorden. Sólo tenía dos canoas de los indios, que podían llevar
doce hombres en cada viaje, y todavía, dejando andar las canoas en la corriente y
después tirarlas con caballos por ambos lados. Esta maniobra me debía tomar mu-
cho tiempo, y como he dicho, ocasionar desorden. La caballada debía pasar a nado
y las monturas en la canoa. Se organizó el destacamento y se puso a las órdenes
del Mayor Rodríguez. Se componía de 100 granaderos al mando de Tupper y la
compañía de caballería al mando del Capitán Labbé.
Todos los indios de Pitrufquén y más diez cazadores que se habían reunido de
la compañía que tenía en el interior el cacique patriota Venancio Coñuepan for-
maban el resto. Estos cazadores se encontraban desde hacia mucho tiempo en la
tierra de los indios y habían adoptado todas las costumbres de los salvajes. Sólo se
diferenciaban de ellos en las armas, pues éstos cargaban tercerola y sable. De otro
modo era imposible distinguirlos: vestido, idioma, pelo largo y suelto, tenían varias
mujeres, en fin, iguales y se hallaban muy contentos con esta vida errante.
Los indios los apreciaban mucho por sus armas de fuego que mantenían con
mucho cuidado. Vivían del pillaje y del botín que hacían entre los indios enemigos
de la patria.
El Teniente de Cazadores Montero, hombre de mucha fama por su bravura,
mandaba la compañía. Los cazadores y los indios de Pitrufquen se ofrecieron para
formar la vanguardia y se pusieron en camino.
Yo me quedé en el campo con el resto de la infantería y algunos indios. A las
pocas horas de haber salido recibí aviso del Mayor, en el cual me de- /213/ cía que
los indios de la vanguardia habían tenido un fuerte choque con los de Boroa, que
los tenían todos al frente con Palacios y su montonera y que los socorriera.
Inmediatamente me puse en camino con el resto de la división.
Eran las cinco de la tarde cuando me encontré con algunos indios heridos y uno
de los cazadores que tenía tres lanzazos en el cuerpo.
Este infeliz no se lamentaba de sus heridas, sino de la pérdida de su tercerola
que los enemigos le habían quitado en la refriega. Fue indecible el contento de este
hombre cuando le reemplacé su pérdida. Luego le pregunté lo que había sucedido.

“Estábamos caminando –me dijo– mi Coronel, delante con los indios


de Pitrufquén, sin pensar en nada, cuando en un estrecho de la mon-
taña nos hemos encontrado cara a cara con los indios de Boroa. Tam-
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 113

poco ellos nos habían sentido. Luego se armó una pelea muy fuerte,
mientras avanzaba la infantería que estaba lejos. Habíamos adelan-
tado demasiado y estábamos en derrota cuando llegó la infantería y
reanudó el combate. Aquí se encontraba Palacios y él mandaba; pero
nuestra gente marchó siempre adelante.”

Oído este relato mandé curar por el cirujano de la división, que era don Tomás
Leighton, inglés, a los heridos. Seguí marchando. Era ya de noche cuando llegue
al lugar de la refriega.
Me fue imposible hacer avanzar a los indios que me guiaban, un paso adelante
de los muertos que estaban allí. Es la costumbre, y tampoco les gusta caminar de
noche. Me vi de este modo obligado a pasar la noche en aquel lugar.
Al amanecer me puse otra vez en marcha.
Tenía poco cuidado, pues no me había llegado otro aviso. Encontré en el cami-
no treinta o cuarenta muertos. A las pocas horas estaba reunido con el destacamento
cerca de un río. El Mayor no se había atrevido a cruzarlo.
Pocos instantes antes había aparecido Palacios al otro lado diciendo fanfarro-
nadas.
Me dieron cuenta de la pérdida del Capitán de Artillería Arengreen, que había
querido acompañarme con su amigo Tupper, lo que ocasionó un pesar general en
la división. Pero al poco rato, lo veíamos salir de la montaña en la cual se había
escondido. Nos alegramos mucho de esta resurrección, pues muchos soldados de-
cían haberlo visto lanceado. Nos dijo que, efectivamente, los indios le dispararon
varios lanzazos. No lo hirieron gracias a que su buen caballo lo salvó, pudiendo
ganar la montaña. Los indios no se atrevieron a seguirlo temiendo, sin duda, alguna
emboscada de la infantería.
/214/ –“Ciertamente –continuó– he cometido una gran imprudencia adelantán-
dome demasiado y casi me ha costado la vida. Aún no sabía cómo eran los indios.”

Lo felicitamos y le recomendamos que otra vez no fuese tan imprudente. En


realidad, hubiera sido una gran pérdida para el ejército. Se trataba de un distinguido
oficial de artillería, muy instruido, de nacionalidad sueca que prestó muy buenos
servicios a Chile siendo encargado de la maestranza.
Pasado el río, entramos en una pampa bastante grande. Un cabo que marchaba
adelante con cuatro hombres, mató de un balazo, a mucha distancia, a un cacique
que estaba revolviendo un buen caballo. Los otros al verlo caer, huyeron a rienda
suelta. El cabo se apoderó del caballo y de todo el apero guarnecido de plata. Supi-
mos después que era lo que llaman los indios un capitanejo y de los más valientes
de Boroa.
Seguimos siempre adelante sin encontrar más que algunas mujeres, con sus
hijos, escondidas en la montaña. Los indios de Pitrufquén las tomaban prisioneras.
Eran de mucho precio para ellos. Llegamos a Donquil, pero ya los indios habían
pasado al otro lado del río. Si el Mayor hubiese seguido adelante, cuando los en-
contró, habrían caído muchos al paso del río; pero tuvieron todo el día y la noche
114 Devastación

para atravesarlo sin apuro. Los que hubieran quedado a este lado habrían sido los
de Palacios.
El Mayor creyó que tenían una gran emboscada juzgó prudente esperarme.
Tuve que aprobarlo, pues los oficiales del destacamento querían seguir adelante
y atacar.
Acampé en Donquil.
Al momento mandé organizar partidas para recorrer la montaña. A las cinco
llegó uno de los indios de Pitrufquén trayendo al lenguaraz Caleufo. Este se les pre-
sentó creyendo hablar con los indios de Palacios; como lo conocían, lo agarraron.
La casualidad puso en mis manos la cabeza principal de la montonera, ya que los
otros no eran nada sin él. El Gobernador de Valdivia le había hecho varias veces
proposiciones muy ventajosas a este demonio, y nunca quiso admitirlas, sino hacer
cuanto mal podía a la plaza. En el acto mandé traer la familia de este hombre, que
estaba escondida en la montaña. Se componía de dos o tres hijas, bien bonitas, y un
hombre. Este estaba enteramente tullido; otro encontrábase todavía preso en Valdi-
via. Llegaron después las partidas al mando del Capitán Labbé y Teniente Tupper:
tomaron un muchacho que bebía agua en un estero y que servía a Palacios, el que
estaba escondido muy cerca en la montaña. Al grito que dio el muchacho, cuando
lo pescaron, huyó el facineroso, sin lo cual hubiera caído también.
Hice formar un Consejo de Guerra verbal para juzgar a Caleufo.
Fue sentenciado a la pena capital por traidor a la patria, acusado y confeso de
varios homicidios. Ejecutado en el acto, su cabeza fue puesta en un palo plantado
en el mismo lugar de su fusilamiento para servir de ejemplo a los demás.
/215/ Encontramos en Donquil todo lo necesario para la mantención de la divi-
sión. Los animales vacunos que se hallaban en la montaña eran enormes; se puede
decir sin exageración, eran casi el doble de los que generalmente se encuentran en
la región.
Después de un día de descanso marché otra vez a Pitrufquén, pasando el río,
y continué preocupándome de la acción de Boroa, felicitándome interiormente de
haber mandado el destacamento a descubrir y reconocer el camino de Donquil. De
este modo, evité una sorpresa y desconcerté enteramente el plan de los montoneros.
Consistía en atacarme al paso del río, encontrándome desprevenido y en desorden.

Capítulo LIV. La indiada amenaza la expedición cerca de Pitrufquen.


Al llegar a Pitrufquén, tuve noticia de que al otro lado del río se estaba reunien-
do una gran indiada.
Al momento me dispuse a atravesarlo, lo que se efectuó en día y medio. Luego
que la división estuvo reunida, acampada en una pampa, me anunciaron que dos
caciques querían hablar conmigo.
Di orden a la avanzada que los dejaran pasar.
Se me presentaron como amigos y solicitaron acompañarme en la maloca que
yo iba a dar a los indios de Boroa, pues tenían sus agravios con éstos y todos los
acompañantes eran indios patriotas, siendo la mayor parte de los pertenecientes a
Venancio y Moquegua.
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 115

Efectivamente, los diez cazadores conocían a estos caciques. Les pregunté dón-
de estaban y cuántos venían. Me contestaron que venían como 800 y que estaban
acampados muy cerca; que a mi primera jornada hacia Boroa se encontrarían con-
migo en una pampa que había que atravesar.
Todo se convino con el Comisario don Luis Aburto.
A pesar de habérseme presentado como amigos, en estos caciques reconocía
yo cuán frecuentes eran las traiciones de estos salvajes y no me fiaba enteramente
de ellos; de modo que al entrar en la precitada pampa, mi división se encontraba
formada en cuadro.
Apenas había dado algunos pasos cuando salieron de todas partes del bosque,
a rienda suelta, gritando como si hubieran ido a atacarme. Habían tenido la pre-
caución de dejar sus lanzas, de otro modo, los hubiera recibido con un rocío de
balazos, no obstante la amistad que me habían ofrecido. Aparecie-/216/ ron como
unos 500 hombres, tan pronto como estuvieron a corta distancia de mis tropas,
hicieron alto y se apearon los principales. Avanzaron como treinta pasos de mi
cuadro y pidieron que fuese a hablar con ellos. Fui inmediatamente, acompañado
del Comisario de Indios Aburto. Luego formaron círculo alrededor nuestro y em-
pezaron su Parlamento.
Yo hacia un largo rato que estaba impacientado por sus griterías, cuando vi a
Aburto mudar de semblante. Comprendí por el tono alto e imperioso que trataban
de infundirnos miedo. Al instante, puse el sable en mano y a planazos deshice el
círculo. Pegando a los más gritones, gané la columna y llamé al Comisario que
estaba pálido como un muerto. Le ordené que les dijera que se marchasen y si no
lo hacían los iba a exterminar a balazos. Luego cambiaron de tono y rogaron al
Comisario que me sosegase y que harían lo que quisiera.
Yo estaba furioso por el atrevimiento de estos demonios. Pronto se me aproximó
Aburto y le pregunté de qué trataban, para haber causado la alteración que noté en su
semblante. Me contesto que efectivamente, los caciques nos amenazaban. Querían
que disolviera mi división, tomar cada uno una parte de mis tropas, hacer la guerra
como la entendían y me amenazaban con matarme allí mismo si no consentía.
Mi Comisario temblaba y decía que eran indios muy bravos. Me dieron ganas
de reírme y se me quitó la cólera por la absurdidad de los salvajes.
¡Pretender intimidarme casi en medio de mis soldados!
Como 500 a 600 hombres a caballo hacen mucho bulto, creyeron poder dictar-
me sus intenciones, pero se desengañaron muy pronto. Al fin, me hicieron tantas
sumisiones que les permití acompañarme bajo la condición de que el primero que
levantase la voz o faltase a mis órdenes sería fusilado.
El deseo de robar los hizo pasar por todo.
Sabían que los indios de Boroa tenían mucha hacienda y nunca habían podido
entrar en su Malal.

Capítulo LV. La expedición consigue entrar al malal de Boroa. Se concluye


la montonera del Norte de Valdivia y queda abierta la comunicación con la
provincia de Concepción.
116 Devastación

Continuamos adelante, sin fiarme mucho de los salvajes; pero mis precauciones
fueron inútiles. Se portaron muy bien y me sirvieron de mucho, porque eran muy
prácticos en esas inmensas montañas y en el Malal de Boroa.
Después de mil precauciones necias que acostumbran en sus guerras y que me
hicieron observarlos, llegamos a un paso muy estrecho, luego a una que-/217/ bra-
da muy escabrosa llena de monte alto y al frente una palizada que tenía comunica-
ción por un árbol cortado, al cual me acerqué con algunos granaderos.
En el acto recibí una descarga que hirió a dos de ellos. Saltamos encima del
árbol y nos hicimos dueños de la palizada y del Malal. Penetraron los indios con
nosotros. Serían unos cincuenta los que solicitaron acompañar la división a pie,
porque no se podía penetrar a caballo.
Nos apoderamos de muchas mujeres y niños. Los indios enemigos huían al es-
pesor de los bosques; mis soldados, divididos en pequeñas partidas, los perseguían
en todas direcciones. Nos apoderamos de una gran cantidad de ganado lanar y va-
cuno de rara hermosura, algunos excelentes caballos, muchas yeguas, etc.
Establecí mi campamento en medio del malal, e hice recorrer la montaña por
todos los puntos accesibles; pero sin fruto. Resolví llamar una india vieja, la bruja
del cacique Melalican, principal cabeza de la indiada de Boroa.
En cuanto me la prestaron, le encargué que fuese de parte mía a ofrecer palabras
de paz el cacique y que se presentase sin recelos a hablar conmigo. Que de este
modo todos los niños y mujeres que estaban en mi poder, podrían cobrar su liber-
tad; que también se le devolvería una parte de su hacienda, con la única condición
de que me entregase a Palacios; que debía reconocer que, por causa de éste, había
llegado la guerra a sus tierras; que tenía fuerzas para destruirlo si persistía en soste-
ner a ese facineroso cobarde, el cual no sabía más que huir cuando se le presentaba
el peligro y si no, que viese que entre los muertos en las dos refriegas, no había
otros que sus propios indios.
Salió la vieja y en menos de dos horas estaba el cacique en mi presencia.
Me parecía incomprensible que este hombre y muchos otros que lo acompaña-
ban, estuviesen ocultos casi en medio de mi tropa. Con seguridad se habrían dejado
matar todas las mujeres antes de descubrir el lugar en donde aquéllos estaban ocul-
tos. La fidelidad y castidad de estas mujeres es muy extraordinaria en medio de esta
vida salvaje; no se abandonan ni a la fuerza ni al terror.
Apenas estuvo el cacique Melalican entre nosotros, cuando corrió hasta él un
niño de 4 o 5 años, que se asió de sus piernas sin querer soltarlo, corriéndole las lá-
grimas de sus ojos; era su hijo. Este hombre se quedó parado con mucha dignidad,
porque se creen superiores a nosotros. Esta escena me enterneció mucho.
Le entregué su niño sin condición alguna, acción de la cual me pareció muy
agradecido. Lo convidé a sentarse a mi lado y se llamó al Comisario Aburto para
que le explicara lo que se quería de él.
Ya la vieja lo tenía prevenido.
A la proposición del Comisario de entregar a Palacios, respondió que los días
anteriores se había separado de su indiada; que en absoluto sabía dónde se hallaba,
pero que respondía llevárnoslo él mismo dentro de quin-/218/ ce días a la plaza. Se
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 117

le contestó que otras veces los indios nos habían engañado y que viera lo que hacía.
Volvió a repetir lo que había dicho y que cumpliría fielmente su palabra.
Entonces se le aseguró la paz.
En caso contrario pronto me tendría otra vez en su tierra y por aquel entonces
no habría perdón.
A continuación fueron puestas en libertad todas las mujeres y todos los niños.
Casi todos los oficiales tenían algunos.
Yo di el ejemplo: tenía una niñita que me había pedido mi querida Teresita. Hubo
sus resentimientos entre los oficiales, pues las damas de la capital aprecian mucho
las chinitas, que suelen ser muy buenas criadas; pero lo había prometido. Sólo tomé
los animales necesarios para el regreso de mi división a Valdivia. Los demás, fueron
entregados al cacique. Con todo, como acostumbran, al desaparecer al otro día, se
llevaron los indios que me habían acompañado, muchas mujeres, niños y hacienda.
Propuse a los diez cazadores seguir en mi división. Sólo dos aceptaron, los de-
más se volvieron al Malal de Venancio. Les hice distribuir tabaco, papel, cartuchos
y otras frioleras.
Se fueron muy contentos.
Emprendí mi retirada hacia Valdivia, la que se verificó sin la menor novedad.
Mi corta campaña duró un mes, en al cual fueron mantenidos 600 hombres a
costa de los indios rebeldes.
Todos los soldados venían provistos de mantas u otros tejidos hechos por los
indios.
De esta manera se concluyó la montonera del norte de Valdivia y quedó abierta
la comunicación con la provincia de Concepción, resultado importantísimo, porque
ha sido duradero.
El cacique Melalican cumplió su palabra: Palacios fue entregado por él mismo
en la plaza y fusilado.
El cirujano inglés Tomas Leighton, que acompaño mi división en esta corta
campaña, escribió detalladamente un largo diario, relación que hizo imprimir.
No recuerdo el título de la obra en que la he leído.
Me contentaré con decir que el cirujano Leighton, cuando escribió su carta, no
tenía la menor experiencia acerca de estas guerras. Pudo en aquel entonces, haber
sido lastimada su filantropía; pero hoy día, que como profesional se ha establecido
en el país y que ha adquirido la experiencia necesaria para emitir un juicio madu-
rado largos años, y seguramente no escribiría de la misma manera en que lo hizo
porque ha tenido ocasión de ver que la fi-/219/ lantropía con estos salvajes es una
candidez, por no decir una necedad. A pesar de todo, estaré con las posturas filan-
trópicas cuando no dañen la reputación ajena.

3. TUPPER, William de Vic. Carta a Río de Janeiro a su hermano Ferdinand


Brock Tupper Esq., fechada en Santiago de Chile, 4 octubre 1829, en TUPPER,
Ferdinand B. 1972. Memorias del Coronel Tupper. Santiago de Chile, Editorial Fran-
cisco de Aguirre, 1972, 40-45.
118 Devastación

/40/ “En respuesta a algunas preguntas del hermano relativas a la narración


hecha por el médico inglés Dr. Leighton, sobre /41/ una expedición en 1822 al te-
rritorio de los indios, publicada en Miers’ travels in Chile, escribió desde Santiago
en octubre de 1929:
Cerca de un mes antes de la expedición que Leighton narra, me envió el coronel
Beauchef con treinta hombres a tratar de sorpren-/42/ der a Palacios en su madriguera,
situada en territorio indiano, distante a cuarenta o cincuenta leguas al norte de Valdivia.
La proyectada sorpresa fue planeada de acuerdo con la información prestada
por un desertor, que había vivido algún tiempo /43/ con Palacios. Se ofreció para
guiarme y aseguraba que podría ser alcanzado el escondite del bandolero en una
sola noche. Nos aprontábamos para eso y, después de la más fatigosa marcha noc-
turna, llegamos al amanecer sólo a las fronteras del territorio /44/ de los indios de
Toltén. Si tienes un buen mapa verás ese río hacia abajo. Eran tales indios amigos
nuestros y me afirmaron que no alcanzaríamos el refugio de Palacios en menos de
tres días de penosa marcha.
Entonces comprendí que Beauchef había sido groseramente engañado y que
no tenía ninguna esperanza de victoria en el objeto de mi expedición. Pero enton-
ces era yo demasiado joven en mi entusiasmo para desistir fácilmente y retornar.
Continué adelante, puedo decir, solamente por divertirme y para echar una mirada
y verificar las costumbres de los indios que eran allí entonces muy numerosos. Fui
obsequiado por algunos caciques; tuve escaramuzas con otros. Hasta pretendí con-
quistar a las ninfas de la región, pero no fui bien acogido. Una belleza salvaje me
dio un terrible golpe en la oreja, que por poco me dejó tendido en el suelo.
Al tercer día casi fui sorprendido por el propio Palacios, al frente de doscientos
o trescientos indios. Sin embargo, no me sobresaltó. Ocupé buena posición de de-
fensa y mostré tal confianza que –como el mismo Palacios me confesó después– él
y los indios que lo acompañaban consideraron que sería muy difícil el ataque. Me
retiré luego, y me persiguió hasta que crucé el Toltén. Ahí me dejó.
No obstante que eran mis amigos, los indios del Toltén no me acompañaron,
porque creían que marchaba a una muerte /45/ segura. Palacios era muy temido por
ellos. Era natural de Valdivia, habiendo servido en el Ejército español como sargen-
to, y hablaba perfectamente el lenguaje de los aborígenes. Tempo después cayó en
manos de los patriotas y fue fusilado en Valdivia, adonde llegó en la misma ocasión
en que, con la primera expedición a Chiloé, tocamos aquel puerto. Allí conversé
con él durante más de una hora.

Nota al pie (se inicia en la página 40 y concluye en la 44) El cirujano Tomas


Leighton acompañó a la división del coronel Beauchef en su lucha contra Palacios
en 1822. En su Diario emitió juicios por las disposiciones de aquel bastante conde-
natorias, cosa que disgustó mucho al coronel. El Diario de Leighton se incluyó en
el último capítulo de Travels in Chile and La Plata (Viajes por Chile /41/ y La Pla-
ta), del fracasado ingeniero inglés John Miers, libro editado en Londres en 1826.
Después de relatarle a Ferdinand su aventura con los indios del Toltén. Tupper
le dice en la misma carta (que tenemos a la vista): “Un mes después de eso, en
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 119

diciembre de 1822, comenzamos la expedición de la cual habla Leighton. Yo iba


con la división que, al mando del mayor Rodríguez, fue enviada contra Palacios.
Divisamos al enemigo en medio del camino y después de una pequeña escara-
muza lo hicimos huir. Perdieron seis hombres y nosotros tuvimos sólo dos o tres
heridos. Rodríguez se comportó de la manera más cobarde, pues debíamos haber
manejado a los indios con más rudeza. Cuando nos atacaron nos estábamos refres-
cando en la orilla de un hermoso río, el Pitrufquén o Toltén. Es el mismo río, pero
que se denomina distinto en diferentes partes; forma la frontera entre la provincia
de Concepción y Valdivia. Inmediatamente después de la lucha propuse continuar
nuestra marcha hacia el norte a través del paraje más hermoso que yo nunca he
visto en mi vida. Un día, estando yo en la avanzada de la división, como a media
legua, con 16 infantes, espié a una vieja mujer indígena recogiendo habas en un
campo. La sorprendí junto a un niño y, a través del intérprete, le pregunté por el
resto de su gente (Los indios, cuando son invadidos, tienen el hábito de ocultarse
en lo más recóndito de los bosques). Ella estuvo muy obstinada, pero un pequeño
pinchazo de bayoneta la puso razonable. La acompañé con seis de mis hombres,
atravesando junglas y bosques casi impenetrables, al menos por dos o tres leguas.
En definitiva llegué a convencerme de que estaba jugando conmigo y fui obligado
a recurrí a otros argumentos más prácticos. Nos condujo entonces muy quieta ha-
cia el escondite de los suyos. Arribamos completamente desapercibidos por estos.
Los indios, situados en círculo en un lugar que habían despejado, eran unos diez o
doce hombres y como otras tantas mujeres y niños. Estaban hablando en voz muy
alta, como es usual entre ellos. Ordené a mi gente que apuntaran sus armas y yo
dirigí mi rifle (uno que me dio Elisha Tupper) contra un hombre que aparentaba
ser más bien el jefe de todos. Cuando estaba a punto de disparar el gatillo el /42/
hombre tomó un niño en sus brazos, en tal posición que resultaba casi imposible
abatirlo a él solo, por lo cual, en vez de exterminarlos, ordené a mis hombres que se
precipitaran cerca de ellos. No pueden imaginarse el grito aterrado que dieron. No
ofrecieron resistencia pero huyeron en la más grande confusión. Sólo apresamos
a cinco de ellos, fuera de todas las mujeres y niños. Los conduje a la división. Los
varones fueron enviados inmediatamente a retaguardia y atravesados a la bayoneta
por la escolta. Llevé lejos de eso a las mujeres y niños. Algunos de nuestra tropa y
otros, simpatizantes de los indios, se reservaron unos pocos niños y niñas de unos
seis años para conducirlos a Santiago, donde son muy apreciados como sirvientes.
Todos ellos lamentaron su suerte en llantos muy ruidosos, pero estaban pasable-
mente resignados en pocos días.
“Todo esto –sigue diciendo Tupper a su hermano– te parecerá monstruosamen-
te cruel, pero debes recordar que las guerras con los indios se reducen siempre a
exterminaciones; los indios nunca dan cuartel, y, en consecuencia, es muy raro que
dejen con vida a un hombre blanco que haya caído en su poder. Su modo de ejecutar
es este: sostienen al prisionero rígido, completamente desnudo, y lo ubican en un
círculo formado por indios a caballo. El jefe entonces galopa y lo coge con la punta
de la lanza, arrastrándolo por algunos segundos, teniendo cuidado de no herirlo
en alguna parte vital. Esta operación es repetida por todos los señores presentes
120 Devastación

(gentlemen present, sic) hasta que su víctima es atravesada en un lugar importante.


Tal es el trato que esperamos recibir de los indios. Pensarás, sin embargo, que si el
hombre blanco diera un ejemplo de moderación estos salvajes lo comprenderían.
Siempre se ha tratado de hacer eso y nunca con resultados positivos. No es posible
concebir lo brutos y traidores que son y cómo están horriblemente desposeídos de
todo sentimiento de humanidad. En verdad, la conducta de los hombres blancos
hacia ellos es, por lo general, muy cuidadosa y acompañada de mucha moderación.
Los blancos tienen muchas cosas que perder en una guerra con los indios, y éstos
muchas que ganar en una guerra con los blancos. Por consecuencia las agresiones
vienen casi sin excepción de los indios. Los aborígenes del Sur de Chile poseen
una gran fuerza muscular y son muy valientes: son excesivamente flojos y realizan
poco, pero cabalgan y combaten.
/43/ “Viven en las mejores chozas que pueden construir –sigue diciendo más
adelante el coronel Tupper a su hermano Ferdinand–, pero nadan en la inmundicia
y pocos son los que no tienen sarna. En verdad, tus filósofos pueden hacer bulla
en torno a la inocencia y belleza de la vida salvaje, pero eso no disminuye su real
desagrado y brutalidad.
“Para concluir esta cansadora narración, diré que después atacamos el Malal
o el refugio del cacique Millian y, con pocas probabilidades, nos hicimos dueños
de él. Allí encontramos cien cabezas de ganado vacuno y unas mil ovejas, de las
cuales comimos en abundancia. Al poco tiempo Caleufo fue tomado prisionero. Fui
enviado con él en busca de su familia y, aparte de listo hijo citado por Leighton,
hice prisioneras entre su tribu a hijas muy bonitas, las que lucían decentes. Estuve
bastante estúpido en relación a las heroínas de mi historia, no siendo particular-
mente respetables; de hecho, fuí más tarde informado por los oficiales que a estas
princesas (princesses, sic) les habían sucedido las cosas más indecentes en la tienda
del coronel y los mayores, durante todas esas noches. El joven hijo de Caleufo era
llevado por nosotros en una litera, pues pretendía sufrir los efectos de un ataque
de parálisis, y te puedo asegurar que no lo atravesé a la bayoneta en el bosque
solamente porque esperaba de él una información referente a Palacios. Por eso no
merezco el elogio que Leighton indirectamente me confiere. Lo cierto es que ese
bribón de indio estaba sólo aparentando; al poco tiempo después de llegar a Valdi-
via la guardia estaba distraída cuando él tomo por sus propios pies la senda del río
y de la montaña. Fue muerto antes de que hiciera más daño.
El viejo Caleufo –sigue narrando Tupper– fue fusilado al llegar a Valdivia. Era
un lenguaraz o intérprete y Capitán de Indios (palabras en castellano en el origi-
nal) en las fuerzas de España, país al cual continuó fiel. Creo que había nacido en
Valdivia; era un hombre blanco, excesivamente bravo e intrépido. Trasladó a su
familia entera dentro del territorio indígena cuando los realistas fueron expulsados
de Valdivia (por Lord Cochrane en 1820) y mantuvo una cruel guerra contra los
patriotas, hasta el momento de su muerte.
“El Coronel Beauchef, después de imponerles castigos sumarios a los más re-
beldes, llamó a todos los caciques del sur del río Imperial a juntarse en una asam-
blea y acordó una paz general. Desde entonces las comunicaciones para el correo
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 121

están abiertas entre Concepción y /44/ Valdivia, permaneciendo los indios atemo-
rizados por nuestra fuerza. Durante todo esto la conducta del coronel Beauchef fue
merecedora de los más altos elogios, no obstante lo cual, la sensibilidad del doctor
Leighton pudo ocasionalmente ser herida. La división retornó a Valdivia después
de pasar en el territorio indígena durante un mes” (Según carta original que per-
tenece a la colección del señor Manuel Bianchi, citada en la Bibliografía de este
volumen).

4. MEMORIAS DEL CAPITÁN DON JOSÉ VERDUGO (Archivo Nacio-


nal de Santiago de Chile, Fondo Vicuña Mackenna, Volumen 139, fojas 36 recta a
37 vuelta).

/Fojas 36 recta/ En el mes de Diciembre del mismo año de 822. Oficio el Coro-
nel Beauchefe […] si nuestra compañia estava lista para espedicionar ala tierra
delos Araucanos en perseguimiento del Bandido Palacio Jefe de una division de
Godos malvados y asesinos que se hallaban entre los Yndios, y al mismo tiempo
ordeno el Governador dela Ciudad de Osorno pusiese 500 Yndios Guilliches para
marchar con nosotros; salimos en el mismo mes de Disiembre con 112 hombres
que tenia nuestra Compañia, mas 50 milicianos, y como 600 Yndios boluntarios
que se ofrecieron a venir muchos mas, y todos mui patriotas. Como en aquella
prov.a llueve hasta en verano los aguaseros nos ysieron demorar mas de 20 dias
para llegar al punto de San Jose donde nos haviamos de reunir con la fuerza de
Ynfanteria que salida de la plaza de Valdivia con el Coronel Beauchefe, alos 4 dias
de estar en San Jose, llego la fuerza de ynfanteria que se componia serca de mil
hombres; y rreunidos ya todos seguimos la marcha introdusiendonos en la tierra de
los Araucanos, llegamos al lugar de pituquen, y al otro dia sorprendimos un campo
de yndios Enemigos que venian con la yntencion de asaltarnos en la noche donde
estavamos acampados, mas como ese dia haviamos emprendido la marcha nos fui-
mos a encontrar como a las dose del dia donde los batimos muriendo bastante de
ellos, y los demas escaparon al monte; seguimos despues de esto la marcha hasta
que nos alojamos, aquella noche no nos dejaron dormir por que toda ella se pasaron
los Enemigos tirandonos tiros y los Yndios con sus alaridos en forma de pegar la
carga, segun cos-/fojas 36 vuelta/ tumbre de ellos. Al otro dia quedo nuestro cam-
pamento en el mismo punto, y nombraron ami Cap.n con toda nuestra Compañia
para marchar almalal de Palacio, caminamos y como alas cinco del dia llegamos á
el y como conmigo harian tres dias havia tenido un disgusto quiso bengarse con
migo en aquel momento, y me ordeno que escogiese 25 soldados; para que dentra-
se adentro del malal yo le contes48 que no tenia que escoger pues todos para mi eran
buenos, entonse[s] me contest.to el tome los que guste, entonse[s] di la orden salie-
sen 25 soldados de la derecha, ami bos salio toda la comp.a (esto lo hasian por que
yo era para con mis soldados mui estimado) entonse[s] tuve que nombrarlos uno
auno y cuando estavan listo[s], me ordeno mi Cap.n dejase los sables y que llevase

48 Así escrito por contesté.


122 Devastación

solo caravinas, y seme dio un soldado que delos enemigo[s] se havia pasado a no-
sotros, y este era muy baquiano, dentramos al monte apie pues acavallo no havia
dentrada por aquel punto, y luego que pase con mi tropa un rio Ancho, por en sima
de un arvol boltiado y que atravesava de un lado a otro, me dijo el baquiano me
quedase alli mientra el yva a espiar al enemigo asegurandome que no havia media
cuadra donde devian estar los cuarteles fue ynmediatamente volvio y entonse[s]
abanse yo con mi tropa siempre por el bosque, y al concluir este havia una pampa
corta y ala orilla estavan las ramadas de sus cuarteles, me aprosime yo vien a ellos
como a 20 pasos y los beo que estan ocupados en aser sus almuersos ala orilla de
los fogones, dispuse mis 25 soldados vien ordenados mande preparar y apuntar
muien secreto, y la voz de fuego, la di en toda la fuerza de mi vos, yse [in]media-
tamente la de carga; el enemigo arranco inmediatamente al bosque pues estava
serca, como la descarga que yse aser fue tan serca, ylos enemigo serian cuando mas
unos 40, y se hallaban rodiados a cinco fogones, en yleras en que estavan asiendo
sus asados, yollas de Guisos, nose perdieron balas muchas por que de la descarga
quedaron 14 muertos y 7 mal heridos, y en los que arrancaron al monte no dejarian
de ir algunos herido[s], y muchos mas ubiera pillado pero mis soldados seme entre-
tuvieron en el despojo de las monturas de los Enemigos, y de los mui buenos asa-
dos que hacian, y como estavan contanta nesesidad, me costo usar del rigor del
sable para aserlos que cogiesen sus armas y abansasen, y como no llevavan mas
Arma que las Caravinas, era preciso aserlos cargar, y despues abanse al Bosque,
llevar sus asados y comiendo sobre la marcha; yno haviendo en contrado ya enemi-
go ninguno; en contre muchas Bacas y mantas; entonse sali del Bosque ymande el
parte al Cap.n y que me mandara los cavallos para llevar un piño de Bacas, que
adistansia de doce cuadras mas arriva havia dentrada para Cavallos, al malar; luego
el Cap.n como estava serca por el punto donde ya havia dentrado a pie, tuvo la
notisia, y me mando los Cavallos; y en cuanto yse montar a mi tropa, comense a
rrodiar Bacas y sali afuera con 86 de ellas, mis soldados hallaron un buen votin de
7 cargas de petacas, llenas con ropa de toda laya, y muchas alhajas de plata y oro y
monturas mui antiguas chapiados con plata y con 6 pares de charreteras, divisas
militares, de todo lo que era ropa y cosas de monturas, y mantas las repartio el cap.n
entre la tropa; y los prendas de plata, como ser fuentes, platos Bandejas, cuviertos
con cucharas, ma-/fojas 37 recta/ tes, saumadores, espuelas y otras prendas mas
que no hago mencion, los tomo el prometiendo a la tropa que con aquella les yva
aser un bestuario, lo que no se vio nunca. Concluido todo esto marchamos a rreu-
nirnos con el Ejercito llevando la banda de cornetas monturas, chapiados con plata,
una charretela de plata puesta en la frente de sus cavallos, y las 86 Reses que sir-
vieron al ejercito mui atiempo por que tenia mucha necesidad de ellas, y tan pronto
que llegamos al ejersito que serian las 2 de la tarde se comensaron a matar Bacas,
y hasi que la tropa comio, me mandaron para que marchase al lugar de pocoyan,
dandome 50 soldados de mi compañia y 25 soldados de Ynfanteria, al mando de su
Alferes Solis, dandome por vaquiano al soldado que se havia pasado del enemigo
a nosotros; camine dos dias suviendo unas montañas ynmensas, sin haver en con-
trado una pampa ni de 2 v.as donde alojar de noche, el terser dia camine abajar la
Atrocidades civilizadas en la guerra contra los bárbaros 123

Cordillera y cuando yvamos allegar me dijo el soldado Guia, Señor aqui en este
lugar hay mas de dos mil Yndios, y lleva V mui poca fuerza, en fin bajamos al dicho
lugar, que es una pampa mui larga y mui vonita, porun lado la sircula un Rio cau-
daloso, por otro una Cordillera mui alta. En cuanto baje ya abajo se presentaron
como 300 Yndios, pero como yo ynmediatamente tome la posesion de bajo de un
mansanal no pudieron descuvrir la fuerza, y cuando ellos se allegaron los 25 Yn-
fantes rompieron fuego, y los Yndios bolvieron cara y entones los Carge yo con mi
Cavalleria; y como la noche ya serro escaparon todos al monte, entonse comense
arrodiar Caballos, Bacas y ganado obejano, y ha eso de las dies de la noche me vine
arreunir conla Ynfanteria, y la pase toda la noche sobre las Armas, a causa que al-
gunos tiros que venian a tirarnos algunos Españoles, que andavanse con ellos. Al
otro dia me encuentro con 250 Bacas, y con 60 Cavallos de lo mejor que alli hay,
con mas de 14.mil obejas las que havia yntentando de aserlas degollar por no poder
marchar con ellas, a Causa de la cierra que tenia que pasar, pero determine dejarlas
y marche con las Bacas y Cavallos; a los 3 dias en la noche vine adar al punto don-
de havia dejado el ejercito cuando seme havia dado la Comision, y no haviendole
encontrado alli, tuve que alojarme en el mismo punto; esa noche me llovio mucho,
ytuve que pasar parado con toda mi tropa en formacion con las Armas en la mano
y mi ganado de presa arreta guardia y ala orilla de un Rio, pues el enemigo no seso
toda la noche estar tirando sus tiros, y dando los gritos, me mataron un soldado yme
yrieron 3 ylos que resivieron mas valas fueron las Vacas, y los cavallos, pues la
noche estava mui obcura y un temporal, mui grande y por eso no alcansavan a ver
mi formacion, y tambien porque yo no quise tirarles un solo tiro, y esperava que se
me asercasen vien para aser mis fuegos. En cuanto aclaro, el Enemigo no paresio a
incomodarme, pero yo me hallava todo confuso, sin poder discurrir para donde
tomaria pues no savia que diresion habia tomado el ejercito, ni podia tomar Guella
alguna por lo mucho que havia llovido en la noche; y que el Jefe del ejercito no
ubiera sido /fojas 37 vuelta/ para mandarme un propio avisandome para donde
haria su marcha, en este apuro me consulte con el soldado baquiano, y este dijo que
talves ubiese tomado el ejercito por pituquen; tome pues esta direcion, y alos tres
dias llegue a Tolten donde allo al ejercito que estava pasando el Rio, y luego me fui
ami Compañia donde estava mi Cap.n aquien hasiendole los cargos por no haverme
mandado ningun conosimiento de la direcion que havia tomado el ejercito; este me
contesto que un Yndio havia venido a decir al Jefe que yo havia sido batido por los
Yndios de pocoyan y que todos haviamos peresido sin escapar uno, y que el Jefe
viendo que yo me dilatava le avia creido. Mi llegada al ejercito alegro mucho tanto
porque todos ya me consideravan perdido como por la mucha Cavallada que lleba-
va, y mayormente las 248 Bacas que lleva[va] pues de las primeras ya no les que-
daba mas que por ese dia. Como el ejercito estava la mayor parte de otra banda del
Rio, estava tamvien el Jefe, tube que yr adar cuenta de mi comision, este me resivio
mui vien disiendome ya no esperava verlo a V. mas pues tuve notisias mui siertas
de haver peresido V. y toda su tropa. En dos dias paso todo el ejercito el Rio pues
lo berificamos en canoas mui pequeñas y el Rio alli es grande y correntoso, y an-
cho, Cuando ya estuvo todo el ejercito al otro lado del Rio ypuesto en orden para
su marcha, y formado en Batalla fuimos rodiados de un campo de Yndios de mas
de 5000, que en el medio de un llano nos hecharon al medio: para asernos honores
(pues eran Yndios amigos) segun costumbre de ellos; sin embargo nosotros estava-
mos reselosos, y cuando se retiraron como cuatro cuadras de nosotros, y volvieron
formandose como para darnos un Carga, mi Cap.n se haserco ami y me dijo, mi
teniente, si en algo le he ofendido perdoneme por dios, pues aqui todos bamos a ser
victima[s], no ve V. como la yndiada se han divido al frente retaguardia a derecha,
ysquierda, y senos ban a benir ala Carga, esto me estava diciendo mi Cap.n cuando
soltaron un grande grito en una vos toda la Yndiada, y enseguida, se viene asi a
nosotros con sus lansas en Ristradas, formando un ruido espantoso, y una griteria
horrorosa, pero al llegar sobre nuestras filas bolvieron cara con mucha prontitud, y
bolbieron a cargar el campo, dejandonos a nosotros en la obscuridad del polvo,
siendo esta una costumbre que ellos tienen en seña de honor, y el gusto que mani-
fiestan por hallarse con Jentes amiga.
Concluida[s] las seremonias de los indios, marchamos en derechura al malal de
Guiliqui que era donde tenian gana los Yndios de entrar, pues no lo havian podido
aser por que en dho malal havia mucha yndiada, godos y amas havian como 400
hombres de fusil, y al otro dia llegamos, y todas las yndiadas nuestras rodiaron la
montaña y mi compañia de cavalleria tambien, y el Coronel Bauchefe dentro conla
Ynfanteria adentro, que despues de un vivo fuego se tomo el malal, con algunos
pricioneros y todos los demas sefueron a los bosques, y el malal quedo entregado
a los Yndios de boroa que ally yban con nosotros, trayendo nuestro ejercito para la
plaza de Vald.a y haviendo llegado al lugar de San Jose la Ynfanteria se embarco
para Valdivia, yami seme destino con mi Comp.a y los Yndios Guilliches para la
Ciudad de Osorno, y mi Cap.n sevino a Vald.a y yo llegue a Osorno alos 20 dias de
marcha, porlo mucho que nos llobio en todo el Camino.
CAPÍTULO IV
Campañas de aniquilación, masacres, reparto de botín
y violencia sexual contra los indios de la pampa
centro-oriental en la época de Rosas (1833-1836)

Juan Francisco Jiménez – Sebastián Leandro Alioto – Daniel Villar

Muchacho, ¿de quién es esta tumba?


Shakespeare, Hamlet, 5, I.1

1. Introducción

E
l objetivo central de esta contribución, cuyo tema –hasta donde alcanza
nuestro conocimiento– carece de estudios precedentes con respecto a la épo-
ca y al área en estudio,2 consistirá en examinar las prácticas depredatorias
ejecutadas contra los grupos nativos localizados en la pampa centro-oriental que
mencionaremos más adelante, a lo largo del período que media entre la expedición
al desierto comandada por Juan Manuel de Rosas en 1833 y el invierno de 1836, y
establecer sus características recurrentes.
Desde que desempeñaba el cargo de comandante general de las milicias de la
campaña bonaerense (entre 1827 y 1829) y con posterioridad, a partir del momento
en que asumió por primera vez la gobernación de Buenos Aires en diciembre de
ese último año, Rosas dedicó un esfuerzo sostenido a la elaboración de su políti-
ca interétnica. Siendo gobernador, puso en formal funcionamiento un programa
dotado de financiamiento público denominado negocio pacífico de los indios, que
comportaba una previa clasificación de las sociedades indígenas de las pampas en
tres categorías: amigos, aliados, y hostiles o enemigos.3
Las dos primeras ofrecían una precaria seguridad a menudo más aparente que
efectiva, mientras que la tercera implicaba lógicamente la peor de las situaciones,
a la que amigos y aliados también podían verse arrastrados en caso de que Rosas
determinara que incumplían las obligaciones contraídas con él, o en la que se ha-
llaban de suyo instalados aquellos que se hubieran mostrado renuentes a asumirlas.
Tales fueron los casos, respectivamente, de ciertos boroganos y ranqueles.

1 Whose grave’s this, sirrah?


2 Salvo dos ponencias de nuestra autoría en las que expusimos avances en esta investigación: Jiménez
y Alioto 2013; Jiménez, Alioto y Villar 2015.
3 Ratto 1994a y 1994b.
126 Devastación

Sobre todo durante los años treinta, el gobernador reprochaba a los ranqueles
una sostenida hostilidad –retribuida con creces–, estimulada por el hecho adicional
de ver en los campamentos de Mamil Mapu un hospedaje seguro para enemigos
políticos que gastaban el tiempo del exilio en soliviantar a los anfitriones en su
contra: esa doble percepción negativa colocó a los habitantes del país del monte en
el ojo de la tormenta.
La situación de los boroganos había sido distinta. Ingresaron y se mantuvieron
en la condición de aliados en términos de una compleja y conflictiva vinculación
con Rosas que culminó de una manera dramática, dando lugar a violentas expedi-
ciones que afectaron a uno de los sectores del grupo y que constituirán el motivo
de nuestro actual interés.4
Las prácticas mencionadas incluyeron matanzas de combatientes y no com-
batientes, distribución de mujeres y niños, reparto de botín entre los atacantes y
violencia sexual ejercida contra las prisioneras indígenas.

2. Los hechos
La gran entrada a Mamil Mapu planificada en 1833 contó entre sus objetivos pri-
mordiales el de exterminar a los ranqueles mediante las operaciones combinadas
de un trío de columnas que debían ingresar a sus territorios, encerrándolos en una
trampa de la que les resultase imposible escapar. No sin razón se ha considerado
que, en términos actuales, Rosas estuvo empeñado en un verdadero proceso de lim-
pieza étnica:5 había dispuesto que no se les diera cuartel y que fuesen eliminadas o
dispersadas todas las personas capturadas, principalmente los hombres adultos en
condiciones de hacer la guerra.
De acuerdo con lo previsto, los avances de la división derecha y el enfrenta-
miento de la división central con la armada de Llanquetruz y sus aliados en la bata-
lla de Las Acollaradas constituyeron los dos primeros de una serie de eventos ocu-
rridos en el término de tres años. Ambos se diferencian de los que examinaremos
con posterioridad en que se trató de matanzas producidas en acciones de guerra,
mientras que las restantes tuvieron lugar una vez concluida la campaña, en contex-
tos distintos y por obra de expediciones particulares, principalmente entre fines de
1834 y mediados de 1836.6 En la ejecución de estas últimas cumplió un papel clave
la guarnición estacionada en Fortaleza Argentina: la ventajosa ubicación de este

4 Este caso ha sido abordado por Silvia Ratto, autora de completos estudios acerca de las relaciones
de alianza de los boroganos con Rosas y el colapso posterior del grupo; por nuestra parte, nos
hemos interesado en la situación particular que motivó las matanzas y depredaciones a que aludi-
remos aquí. La interacción de los ranqueles con el restaurador fue examinada por varios autores,
aludiendo a distintos momentos y procesos. Es conveniente, entonces, dirigir la atención del lector
interesado en estos temas a las contribuciones más recientes, que enumeraremos a continuación sin
intención de agotar la nómina: Bechis 1996a; Fernández 1998; Ratto 2005; Villar y Jiménez 2011,
115-170.
5 Jiménez y Alioto 2007, 9-10.
6 Anschutz, 1944; Bernal, 1997; Ratto, 1994a, 1994b.
Campañas de aniquilación... 127

fuerte aledaño al pueblo de Bahía Blanca permitía la profunda penetración de sus


tropas en tierras indígenas bajo el formato de raudas expediciones de búsqueda y
destrucción que asolaban los asentamientos nativos; se eliminaba a los combatien-
tes que opusieran resistencia y a los prisioneros masculinos, mientras que las mu-
jeres jóvenes y los niños eran cautivados y transportados al establecimiento militar.

2. 1. No obstante que la meta programada en 1833 no llegó a cumplirse total-


mente, las operaciones bélicas de las dos divisiones mencionadas produjeron un
número importante de muertes entre los nativos, una cantidad vagamente consigna-
da de heridos, y el rescate o cautiverio de centenares de personas de ambos sexos,
además de un cuantioso botín.
Los datos respectivos provienen de dos fuentes principales: el diario del coro-
nel Jorge Velazco de Escandón, oficial de la división derecha encabezada por el
general Félix de Aldao; y los partes del comandante de la división central general
José Ruiz Huidobro.
La información incorporada por Velazco de Escandón muestra el impacto del
avance sobre las poblaciones nativas. Entre el uno de marzo y el 12 de octubre de
1833, los expedicionarios mataron a 65 mocetones, 24 mujeres y 4 caciques; apri-
sionaron a 269 indígenas y rescataron 31 cautivos cristianos, apropiándose además
de un importante botín constituido por 823 caballares, 368 vacunos y 12.040 ovi-
nos y caprinos.7
En las Acollaradas, el 16 de marzo del mismo año y según el parte de Ruiz
Huidobro,8 se habrían enfrentado 400 expedicionarios con 800 indígenas, aunque
un mocetón participante en la batalla y capturado más tarde informó que, en rea-
lidad, los combatientes fueron “trescientos y pico”, muertos en su “mayor parte”.9
El propio Rosas viene a confirmar este último diagnóstico, exponiendo los efectos
deletéreos que el encuentro con la división central (y los ataques de la derecha)
tuvieron sobre los vencidos:

Que los Ranqueles tambien han quedado pocos despues que los han
muerto por el centro en la jornada del 16 de marzo, pues q. ivan
muchos con Llanquetrur, y de los golpes q. enseguida tuvieron por
la Derecha. Y en efecto si es como se dice la perdida q. estas Tribus
han sufrido ha sido mucho mayor q. lo q. indican los partes, pues
considerable numero de eridos fueron á morir á gran distancia.10

No obstante, en ninguno de esos dos supuestos, las bajas de Las Acollaradas guar-
dan proporcionalidad: las nativas ascendieron a 160 personas, y sólo 12 entre sus

7 Velazco 1936 [1833].


8 Velazco 1936 [1833], 116; Fernández 1998, 163.
9 Velazco 1936 [1833], 85.
10 Carta de Rosas a Juan Facundo Quiroga, Río Colorado, 15 julio 1833, Archivo General de la
Nación [en adelante AGN] X 25.7.5.
128 Devastación

contrincantes; y en heridos, un número indeterminado pero alto entre los indios se


contrapone con los escasos 22 que se contaron en las fuerzas criollas. Por último,
si bien existe coincidencia documental en que la caballada de los vencidos fue ín-
tegramente arrebatada, también surgen discrepancias en cuanto a su cantidad: Ruiz
Huidobro consigna 700 “y más”, pero el anciano cacique Barbón en un testimonio
posterior eleva el total a mil caballos “de los mejores”.
Aún luego de que las divisiones central y derecha batieran con intensidad el
territorio nativo, el gobernador insistía en recomendar al coronel Pedro Ramos que
estuviera atento a fusilar subrepticiamente a los indígenas dispersos sorprendidos
durante la marcha, ordenándole que invocase la aplicación de la ley de fugas ante
cualquier pregunta incómoda sobre su destino:

…pero sino, lo qe. debe V. hacer es luego qe. ya enteramte. no los


necesite para tomarles declaraciones, puede hacer al marchar un dia
quedar atras una guardia vien instruida al Gefe encargado qe. me
parece puede para esto ser bueno Valle, quien luego qe. ya no haya
nadie en el campo, los puede ladear al monte, y allí fusilarlos. Digo
esto asi porqe. despues de prisioneros y rendidos da lástima matar
hombres, y los Indios qe. van con V. qe. lo vean aunqe. quizas les
gustaria esto porqe. asi son sus costumbres, pero no es lo mejor. Mas
como no hay donde tenerlos seguro vale mas q. mueran y no expo-
nerse a que se vaian y causen algun mal. Si despues echasen menos
los Yndios a los dhos prisioneros, y le preguntasen los Cavezas q. se
han echo los prisioneros puede V. decirles qe. habiendose querido es-
capar y teniendo orden la Guardia de qe. si los pillara por escaparse
los fusilase habia cumplido dha. orden.11

2. 2. Los acontecimientos restantes corresponden al periodo octubre de 1834–mayo


de 1836, tratándose en este caso de ataques dirigidos contra distintas parcialidades
nativas seleccionadas de antemano y de un fusilamiento en masa.12
A continuación, describiremos brevemente sus resultados, comenzando por los
que se lanzaron contra ranqueles.
El primer embate13 se desarrolló entre el 25 de octubre y el 11 de noviem-
bre de 1834 y estuvo a cargo de una columna proveniente de Fuerte Argentino en
Bahía Blanca, encabezada por el coronel Francisco Sosa14 y aliados indios. Los
expedicionarios avanzaron sobre los nativos, en momentos que la mayoría de los
combatientes se encontraban participando de una incursión a Río Cuarto. Durante

11 Oficio de Rosas a Ramos, Río Colorado, 2 septiembre 1833, AGN X 27.5.7.


12 Los documentos depositados en AGN de los que se extrajeron los datos correspondientes a estos
ataques están indicados, bien en el texto, bien al pie del cuadro que sintetiza la información.
13 En todas las agresiones fechadas en el lapso octubre 1834 - julio de 1836, prisioneros y cautivos
pertenecen a ambos sexos, aunque sólo excepcionalmente se indique a cuál de manera expresa.
14 Francisco Sosa (apodado Pancho Sosa o Pancho, el Ñato) fue un notorio operador bélico y político
de Rosas en sus relaciones con los indígenas del área.
Campañas de aniquilación... 129

la marcha, capturaron a siete de los únicos diez mocetones que permanecían en


las tolderías acompañando a las familias del grupo y vigilando sus haciendas, y
en los toldos a los tres restantes que fueron fusilados junto con los anteriores. Los
no combatientes –192 personas de distintas edades– resultaron aprisionados en su
totalidad, al tiempo que se rescataban 45 cautivos. El botín estuvo constituido por
600 caballos, 300 vacunos y 7.000 ovejas y cabras.15
Al año siguiente, entre el 26 de febrero y el 7 de marzo, el coronel Ramón Maza
y sus hombres se lanzaron contra otros campamentos, ultimando a 133 hombres y
67 mujeres, a la vez que se capturaban 353 mujeres y 3 hombres y se rescataban 34
cautivos. Las haciendas tomadas por los atacantes se componían de 132 caballos,
200 vacas, 2000 ovejas y 300 cabras.
Entre el 21 y el 25 de abril de ese mismo año (1835), el mayor Félix Carbajal
y sus tropas atacaron por sorpresa una toldería, donde ultimaron a 24 hombres y
4 mujeres y tomaron prisioneros a 130 indios de pelea, 4 caciques y 600 personas
de las familias. Se rescataron 33 cautivos y se cobró un botín conformado por 10
vacunos y 800 ovejas.
Poco después, en una operación iniciada el 10 de noviembre y concluida el 2
del mes siguiente, una división que también partió de Fuerte Argentino al mando
del coronel Martiniano Rodríguez avanzó sobre otros toldos en los que produjo 83
muertos y tomó 303 prisioneros, recuperando 51 cautivos. En esta ocasión, el botín
incluyó 100 equinos y 7 bueyes.
Entre el 13 de abril y el uno de julio de 1836, fuerzas conjuntas de Buenos
Aires y Córdoba bajo las órdenes de los coroneles Maza y Argañaráz embistieron
un campamento y mataron a 93 hombres y 12 mujeres, tomaron 102 prisioneros y
liberaron a 12 cautivos, cobrando un botín de 154 caballos.16
A esta altura, Rosas continuaba negándose de manera sistemática a cualquier
negociación con los ranqueles, a pesar de la predisposición demostrada al menos
por una porción de ellos en cuya sinceridad afirmaba no confiar, y proyectando
ataques en su contra. Por esta razón, los indígenas liderados por Llanquetur y Painé
habían optado por alejarse de las fronteras en dirección al oeste; pero otros, en
cambio, encabezados por Carriagué iniciaron conversaciones de paz con el gober-
nador de Córdoba Manuel López, obrando bajo la presunción de que así podrían
neutralizar el peligro de una agresión desde Fuerte Argentino17 y le ofrecieron radi-
carse donde les fuese indicado. En principio y aunque López también recelaba de
la buena fe de Carriagué –a quien suponía en disimulado contacto con Llanquetur–,

15 Oficio de Sosa a Rosas, fechado en Salinas Grandes el 11 noviembre 1834, AGN X 24.8.6.
16 Los partes emitidos por cada uno de los oficiales a cargo presentan cierto grado de discrepancia en
las cifras informadas. Cuando las dudas generadas por esas diferencias no pudieron ser superadas,
optamos por consignar las cantidades más bajas.
17 Al respecto, Manuel Corvalán -edecán de Rosas- le informaba a Francisco Sosa “…que dho Ca-
rriague como que les ha tomado terror panico a los soldados de nuestra Provincia anda loco por
hacer pases con aquellos Goviernos y especialm.te con el de Cordova, pues q.e ya en ninguna parte
se encuentra libre de un abance de las tropas situadas en Bahia Blanca…” (Corvalán a Sosa, marzo
25 de 1836, AGN. X-25.3.2).
130 Devastación

la perspectiva de que una reducción voluntaria adelgazase el número de los indios


hostiles lo movió a permitir que unas decenas de guerreros con sus familias se
instalasen en cercanías de La Carlota,18 aceptando los cautivos que le fueron en-
tregados para abrir el diálogo.19 No obstante, Rosas, inalterablemente persuadido
de que la única solución al problema ranquel consistía en obtener su aniquilación,
presionó a López para que volviera sobre sus pasos y se plegara a este objetivo.20
Poco dispuesto a contradecirlo, el gobernador cordobés desertó de su previo com-
promiso y organizó un ataque sorpresivo contra las tolderías vecinas a La Carlota,
ordenando la muerte de todas las personas adultas, sin distinciones de género.21 En
una fecha que no surge con precisión de los documentos respectivos, pero que posi-
blemente haya sido los días 19 y 20 de mayo de 1836, doscientos hombres del Regi-
miento de Auxiliares de los Andes, otros tantos soldados regulares de Córdoba y un
número impreciso de milicianos encargados del arreo agredieron por sorpresa a los
indios.22 Imposibilitados de organizar cualquier resistencia, murieron en esa ocasión
156 indios de pelea (entre ellos 4 caciques y varios capitanejos) y 33 mujeres, resul-
tando apresadas más de 180 personas de la chusma y tomados unos 150 caballos, a la
vez que fueron recuperados 37 cautivos de ambos sexos –computando dentro de ese
número los que los ranqueles habían entregado al acordar su instalación en cercanías
de la villa.23 La masacre concluyó “sin exposición de un solo soldado”.
2. 3. En la misma época se produjeron otras dos matanzas que se distinguen de las
reseñadas hasta aquí en que sus víctimas no fueron ranquelinos.
Ambas tuvieron que ver con la agresión a ciertos boroganos, objetivamente
aliados del gobierno provincial pero sospechados –con razón– por el coronel Sosa

18 En realidad, López había pensado en el envío de una parte importante de los indígenas asentados
en La Carlota a la frontera con el Chaco para sortear el peligro de mantenerlos reunidos en
cercanías de la villa sin ser del todo confiables (AGN 25.2.1., fojas 623). Este proyecto no alcanzó
a concretarse por la razón que veremos enseguida.
19 Oficio de López a Rosas, La Carlota, 17 marzo 1836, AGN 25.2.1, fojas 623-624; y Estado q.e
manifiesta el número, y clases de Yndios q.e hasta hoy se hallan reducidos en esta Villa de la
Carlota, y el n.o de Cautivos Restituidos, La Carlota, 02 abril 1836, AGN X 25.2.1, foja 707.
20 La documentación acerca de estos eventos sugiere que, en un principio, Rosas y López convinieron
que el gobernador de Córdoba atrajera a todos los ranqueles con promesas de paz para arrasarlos una
vez que se confiasen: “…acordaron con S. E. [se refiere a Rosas] en que dho Gov.r Dn Manuel Lopes
siguiese entreteniendo con tratados de paces a los yndios Yanquetruz, Payne, Carriague, etc, cosa que
se asentasen y que luego que estubieran bien descuidados pegarles un golpe definitivo”. Más tarde,
López creyó percibir sinceridad en las ofertas y gestos de Carriagué y varió su conducta, avanzando
en las tratativas. Este fue el cambio que provocó el desagrado de Rosas y el desistimiento posterior
del gobernador de Córdoba: “…el referido Señor [López] creyo de buena fee consentir en tratados
reales lo que era un [una palabra ilegible; ¿ardid, engaño?] para lo contrario= Esto asi lo escrivio a S.
E. [Rosas] mas este le contesto que de ningún modo convenia en que quedase vivo un solo yndio de
esos que eran tan malos y tan acostumbrados a la matanza y robo desde que nacieron…” (Oficio ya
citado de Corvalán a Sosa, marzo 25 de 1836, AGN. X-25.3.2).
21 Oficio de López al coronel Argañaráz, La Carlota, 23 abril 1836, AGN X 25.2.1, fojas 800-801.
22 Oficio del coronel Manuel Corvalán al mayor Ramón Maza, Buenos Aires, 24 mayo 1836, AGN
25.2.5, foja 203.
23 López a Rosas, 07 junio 1836, AGN X 25.2.1, fojas 944.
Campañas de aniquilación... 131

de no estar francamente dispuestos a auxiliarlo en contra de los ranqueles y de


mantener encubiertos contactos con ellos. Por esos motivos fueron acusados de
deslealtad, aunque enseguida veremos que existe otra razón adicional de índole
personal que contribuyó decisivamente a que se los masacrase.
En un contexto de complejos enfrentamientos,24 había partido de Fuerte Argen-
tino en Bahía Blanca una columna comandada por Sosa con el objetivo de atacar
al grupo borogano liderado por el cacique Cañiuquir. La conformaban un número
no determinado de hombres pertenecientes al Regimiento de Blandengues, con el
auxilio de unos 470 indios amigos y aliados encabezados por Venancio Coñuepan
y otros caciques, cantidad esta última equivalente al total de los lanceros indígenas
con quienes se enfrentarían.
Al amanecer del 22 de marzo de 1836, los atacantes se lanzaron contra los cam-
pamentos de Cañiuquir ubicados en sitios conocidos por ellos, sorprendiendo a los
indígenas que aún se encontraban durmiendo. Las acciones concluyeron en tres ho-
ras con más de 200 indios muertos y un número considerable de heridos. Entre los
agresores, sólo hubo 2 bajas, más un herido y 3 contusos. Las familias capturadas
superaron las 600 personas y se rescataron 22 cristianos. El botín se compuso de
algunos yeguarizos, 500 vacunos, más de 8.000 ovejas y todo el “menaje” existente
en los toldos que quedó en manos de los soldados. En esa oportunidad, Cañiuquir y
algunos mocetones lograron escapar gracias a sus buenos caballos.25

24 A ellos nos hemos referido en un trabajo anterior al que remitimos la atención del lector interesado
(Villar y Jiménez 2011, 128 ss.). Limitémonos a decir aquí que Sosa estaba enemistado con el
cacique Cañiuquir (por entonces vacilante y controversial aliado del gobierno provincial) por he-
chos ocurridos durante un ataque previo contra ciertos ranqueles y la subsiguiente distribución de
cautivos y demás botín entre los vencedores. En esa ocasión y a juicio del coronel, Cañiuquir había
obstaculizado las acciones bélicas y el reparto posterior de prisioneros, animales y otros bienes,
tratando así de reducir los daños para los vencidos entre quienes alegaba tener parientes y amigos.
A raíz de estos hechos, Sosa le cobró una profunda inquina, argumentando que Cañiuquir actuaba
con duplicidad. Pretextando además que el cacique se habría coaligado con ranqueles y con indios
de la ultra-cordillera para atacar la frontera, lanzó en su contra los dos ataques que veremos ense-
guida, a despecho incluso de las dudas que generaba en Rosas la real existencia de esa coalición, y
de sus explícitas instrucciones a Sosa advirtiéndole que no iniciase acciones bélicas riesgosas para
la seguridad fronteriza, salvo que el gobierno se lo ordenase.
25 La memoria nativa presenta estos hechos de una manera distinta a la reflejada en los documentos
oficiales. Santiago Avendaño -siete años cautivo de los ranqueles y hondo conocedor del mundo
indígena- relató que largo tiempo después, frente a un auditorio de muchas personas (entre ellas,
el propio Avendaño), el cacique Pittü afirmó que Cañiuquir había enviado un emisario a Rosas,
quejándose del primer ataque de Sosa en su contra que juzgaba inmerecido por hallarse en paz con
el gobierno: “Fue oído el mensajero y despachado en el acto conduciendo cincuenta yeguas, aguar-
diente y ropa y mucho conducto de palabras. Le hacía decir Rosas a Cañiuquir, que Pancho Ñato
había invadido sin orden y que tomaba medidas para castigarlo por haber ido a perturbar el sosiego
de sus aliados, que en vista de sus necesidades y compadeciéndose sobremanera le mandaba 50 ye-
guas gordas, dos barriles de aguardiente y ropa hasta que le restituya todo [el botín tomado por las
tropas]”. Pero ese resultó ser un nuevo engaño: “…Cañiuquir fue víctima de su credulidad, pues
cuando esto decía Rosas para consolar a su amigo, daba nueva orden al Ñato para que repitiera su
golpe…” (Papeles de Avendaño, en Archivo Estanislao Zeballos [AEZ], Complejo Museográfico
Doctor Enrique Udaondo de Luján, folio 379 y vuelta).
132 Devastación

La embestida se repitió un mes más tarde, en un violento episodio final que


nuevamente comenzó de modo repentino al amanecer del 26 de abril y estuvo a
cargo de cuatro divisiones de la misma procedencia y bajo el mismo comando. Las
fuerzas atacantes se dispusieron de manera tal que Cañiuquir y los suyos quedaron
encerrados en un espacio del que les resultó imposible evadirse y dentro del cual
tuvo lugar la matanza de más de 200 indígenas, 5 caciques –incluido el propio Ca-
ñiuquir– y 7 capitanejos, a cambio de un soldado muerto, 3 heridos y 7 contusos.
Se rescataron 2 cautivos, aprisionándose a unos 100 integrantes remanentes de las
familias. El botín estuvo integrado principalmente por una gran caballada de 4.000
animales, a la que se agregaron 50 vacunos y algunos lanares.

2. 4. El fusilamiento masivo ocurrió a mediados de 1836 y afectó a indígenas que


inicialmente habían compartido el destino común de encontrarse presos por dife-
rentes causas en Fuerte Argentino.26 Procedían de tres orígenes distintos, como
distintas eran asimismo las razones de su reclusión, pero se los remitió juntos a
Buenos Aires donde fueron ultimados.
Un conjunto estaba integrado por Namuncura, hermano del cacique Calfucu-
ra, y un grupo de acompañantes que arribaron al fuerte en noviembre de 1834,
enviados para explicar las razones de su ataque a los boroganos en el Médano de
Masallé27 y dar cuenta de su intención de permanecer en la región: a estos se los
detuvo a la espera de que el gobernador determinase el camino a seguir. El segundo
incluía a un contingente de indios procedentes de Chile apresados por las tropas en
agosto de 1835, cuya actitud despertó dudas en las autoridades de la guarnición,
decidiéndose que permanecieran retenidos hasta que se estableciera con certeza
cuáles eran realmente las intenciones que traían. En tercer término, se agregan unos
indios boroganos entregados por sus propios caciques bajo la sospecha de haber
tenido subrepticios contactos con los ranqueles.28
En total, se trataba de unas 100 personas29 que saturaban las escasas instalacio-
nes disponibles en el fuerte. Los calabozos estaban colmados y el control de los
prisioneros, acollarados y colocados en cepos, demandaba un servicio de vigilancia
que restaba recursos para otras actividades esenciales en un puesto fronterizo avan-
zado y no particularmente seguro.
La percepción del riesgo creado por esa aglomeración, la recomendación del
gobernador en el sentido de que no convenía mantener reunidos a tantos indíge-
nas cuyas intenciones despertaran recelo, y las reservas de los responsables de la

26 Con respecto a estos hechos, ver Jiménez, Alioto y Villar 2016 y sus citas documentales.
27 Con relación a estos acontecimientos, ver Ratto 2005.
28 Recordemos que los boroganos eran aliados del gobierno, vinculación que explica el motivo por
el cual estas personas fueron entregadas a las autoridades en un gesto de lealtad.
29 Si bien la documentación no permite establecer la cantidad exacta de prisioneros, se mencionan
en ella algunos números parciales que sugieren que el total pudo superar incluso la centena. Por
ejemplo, los boroganos acusados de tener trato con ranqueles parecen haber sido 13 personas;
unos 64, los indígenas que se acercaron a parlamentar; y a ellos deben agregarse Namuncura y sus
acompañantes.
Campañas de aniquilación... 133

guarnición acerca de la sinceridad de las intenciones de Namuncura y los suyos y


de los indígenas arribados desde territorio extra-andino se combinaron para decidir
la suerte de los presos. Sosa recomendó que se los trasladase a Buenos Aires, sugi-
riendo su fusilamiento30 y el gobernador estuvo de acuerdo, ordenando que fueran
embarcados en el bergantín Río de la Plata con ese destino.31
El navío partió de Bahía Blanca a fines de junio de 1836. Apenas iniciado el
viaje, los prisioneros, posiblemente conscientes del destino que les esperaba, se
amotinaron y hubo entonces un enfrentamiento con sus guardianes que ocasionó
algunas bajas de ambas partes. Los indígenas fueron luego reducidos, a excepción
de unos 15 que se apoderaron de una chalupa e hicieron tierra en la costa inme-
diata, donde personal de la guarnición recapturó aproximadamente a la mitad. Los
restantes fugitivos desaparecieron en los extensos cangrejales de la ría y aunque
sus perseguidores los dieron por muertos, quizá hayan logrado ponerse a salvo: al
menos, no hay registro de que se hubiesen hallado los cuerpos.32
El 8 de julio siguiente todos los que arribaron a Buenos Aires fueron fusilados
(el mismo oficio número 379 da cuenta del hecho). No es posible descartar que,
junto con ellos, hayan sido sacrificadas al menos una parte de los sobrevivientes
aprisionados en los ataques de marzo y abril a las tolderías de Cañiuquir, y otros
nativos encarcelados en la ciudad, incluyendo mujeres y niños.33

3. Síntesis y comparación estadística de los datos


Los eventos considerados no fueron, desde luego, los únicos existentes, sino aque-
llos que, en parangón con otros acontecimientos análogos, ofrecen mayor informa-
ción, permitiéndonos percibir sus características recurrentes. Para complementar
su descripción, hemos ordenado sintéticamente los datos respectivos en dos cua-
dros que se ubican más adelante.
El titulado Pérdidas experimentadas por los indígenas (1833-1836) resume
la información que hemos volcado precedentemente. De izquierda a derecha, se
consignan las fechas de las acciones de guerra (1833) y de las incursiones particu-
lares (1834-1836), la identidad y grado de los oficiales a cargo de los mismos, la
cantidad de muertos y de prisioneros y cautivos indígenas, y la cuantía del botín
cobrado, con sus respectivos totales.
El segundo (Cuadro comparativo de las bajas experimentadas 1834-1836)
confronta el número de muertos y prisioneros nativos y cristianos, excluyendo
las acciones de guerra y considerando únicamente las incursiones particulares. La
desproporción es sencillamente abrumadora: sólo un muerto, cinco heridos y cua-

30 Oficios en AGN X 25.4.1a, Documento 138, y AGN IX 25.3.2, Documento 378.


31 Oficio en AGN X 25.3.2., Documento 58.
32 Oficio en AGN X 25.3.2, Documento 379.
33 Sobre el papel de la ficcionalidad en la divulgación de estos sucesos, el uso faccioso de la
información respectiva, y las diferencias existentes respecto de su registro documental, ver
Salvatore 2014, 1-31.
134 Devastación

tro desaparecidos totalizan los daños en el caso de las tropas, contra 619 ranqueles
–incluyendo varios líderes, combatientes y no combatientes–, a los que se añaden
1.867 prisioneros.
Los gráficos ilustran las (des) proporciones existentes entre muertos indios y
bajas criollas, discriminados por episodio (Gráfico 1) y en términos comparativos
(Gráfico 2); muertos y prisioneros indios comparados con las bajas criollas, discri-
minados por episodio (Gráfico 3); y por último, una comparación proporcional de
muertos y prisioneros indios (Gráfico Cuatro); muertos indios desagregados por
episodio y por género (Gráfico Cinco) y en proporciones (Gráfico Seis).

4. Violencia sexual
En ocasión de ataques como los descriptos, si bien la generalidad de los documen-
tos oficiales no contiene menciones a ella, la violencia sexual ejercida sobre nativas
aprisionadas existió y así lo demuestran las referencias contenidas en otros textos.
Es añeja la recurrencia al argumento de la circunstancia excepcional, según el cual
los soldados urgidos por el deseo sexual en un contexto de alteración de las reglas
morales de conducta producían un desquicio derivado del hecho de hallarse reuni-
dos lejos del control de sus propias comunidades.34 Pero los estudios más recientes,
en cambio, analizan el ejercicio de la violencia sexual como una práctica colectiva
que depende menos de las desviaciones psicológicas de los protagonistas que de
situaciones y motivaciones sociales e históricas que la propician y le dan lugar.
En nuestra región, las violaciones ocurrieron luego de una masacre y fueron
llevadas a cabo colectiva y públicamente, de modo que ninguno de los oficiales
presentes pudo ignorarlas, algunos participaron de ellas y otros no hicieron nada
por impedirlas.
Santiago Avendaño señaló la reiteración de esta conducta depredatoria en la
que, al parecer, las tropas de Fuerte Argentino en Bahía Blanca se destacaron entre
otras. Esa guarnición protagonizó agresiones contra mujeres ranqueles en 1834 y
boroganas en 1836, durante dos de las operaciones militares más importantes en las
que participó por entonces. En sus apuntes, el otrora cautivo se refirió al trato que
recibieron las primeras en el ataque de la primavera de 1834:

Los soldados desenfrenados atropellaron a las chinas que estaban


llenas de terror, y hechando pié a tierra les quitaron cuanto éstas te-
nian en su cuerpo cometiendo toda clase de violaciones y de excesos
brutales. Todas fueron conducidas al campamento donde sufrieron
tanto mas de lo que habian sufrido hantes, porque se veian de mano
en mano y en poder de unos hombres cristianos, pero mas deshones-
tos mas brutos y mas obsenos que podian haber conocido…35

34 Durante décadas, diversas variantes del feminismo lucharon para cambiar esta perspectiva,
buscando que la violencia sexual fuera considerada una violación a los derechos humanos y no un
asalto individual.
35 Papeles de Avendaño en AEZ, folio 565.
Campañas de aniquilación... 135

También el sargento mayor Juan Cornell, incorporado “de particular” a esa ex-
pedición, aludió a las mismas violaciones masivas aunque refiriéndose a ellas con
un eufemismo:

Allí me hallé yo cuando este suceso, de particular, porque había ob-


tenido mi separación del servicio, y vi cometer desórdenes con aque-
llas desgraciadas familias en el mismo cuadro, por Pancho el ñato,
sin que Valle36 pudiera estorbarlos, que ruboriza el decirlo…37

Los indígenas, por su parte, conservaron vívida memoria de los atropellos. En la


alocución ya referida, el cacique Pittü trajo a colación abusos análogos ocurridos
en ocasión de las matanzas encabezadas por Sosa en 1836:

Cuando fue invadido Cañiuquir, le llevaron casi 700 cautivos. Mu-


jeres, muchachas y criaturas chicas. Las mujeres fueron entregadas
a los negros, soldados deshonestos y crueles. La más hermosa china
tenía que acostarse con un negro hediondo a venado. No se miraban
como a mujeres, sino como a yeguas. Se las tenía en medio de los
soldados, les decían cuanta palabra indecente es capaz de decir la
boca de un cristiano...38

La denuncia de Cornell está contenida en un documento presentado a las autorida-


des del ejército en 1864, muchos años después de la muerte de Sosa y Del Valle.
Tardíamente, le asignó la responsabilidad al primero, pero introdujo asimismo la
socorrida justificación de que los atropellos pudieron haberse evitado o interrum-
pido en el momento mediante la intervención de otro oficial capaz de imponer su
autoridad –alguien con más temple que del Valle, según sugiere.39 De este modo,
filtró en su discurso le insinuación de que el descontrol ocurrió excepcionalmente,
porque ese día no surgió quien lo impidiera. Sin embargo, la presencia de Sosa en
las dos oportunidades descriptas y separadas por alrededor de un año y medio, más
que un exceso aislado cometido por algunos perpetradores fuera de sí, deja entrever
un proceder reiterado, cuya sistematicidad no alcanza a percibirse con mayor diafa-
nidad sólo porque sus autores retacearon su comentario por escrito, o lo omitieron.
Sosa tenía razones para mostrarse parco.40 Rosas, más atento al riesgo de los con-
tragolpes nativos y sus efectos que a la suerte de los indígenas y sobre todo de los
ranqueles (fueran o no combatientes), lo había amonestado por escrito, criticándole
su propensión a actuar según los dictados de la voluntad y advirtiéndole que debía

36 Se refiere a Narciso del Valle, el otro oficial superior que integraba el comando de la expedición.
37 Cornell, 1995, 42.
38 Papeles de Avendaño, AEZ, folios 379-379 vuelta.
39 Aunque como hemos visto, del Valle no se mostraba titubeante, sino que, en opinión del propio
Rosas, “era bueno” para consumar atrocidades.
40 Hasta donde llega nuestro conocimiento, tampoco del Valle u otros oficiales de la guarnición se
expresaron con respecto a los atropellos.
136 Devastación

atenerse estrictamente a las instrucciones del gobierno, indicación que el coronel


no obedeció en oportunidad de los ataques a Cañiuquir. Si los planeó y ejecutó sin
la venia previa del gobernador, ese constituye un obvio motivo para medir sus pa-
labras en los documentos oficiales redactados luego de perpetrados.
Por otra parte, lo cierto es que las violaciones integraban la experiencia coti-
diana de las tropas, como lo confirma el reciente estudio de Alejandro Rabinovich
acerca de las guerras de Independencia. Las mujeres criollas residentes en la ve-
cindad de las guarniciones solían ser víctimas de abusos sexuales protagonizados
por soldados, situación que se agravaba cuando las “‘circunstancias normales’ de
la vida cuartelera se veían trastocadas”, generándose periodos de caos en los que
las amenazas contra las personas de los no combatientes (y sus propiedades) se in-
crementaban debido a un sostenido clima de conflicto.41 Aunque en principio algu-
nas de las descripciones presentadas por Rabinovich presentan ciertas similitudes
con la de Avendaño, existe una diferencia importante: la violencia ejercida en las
cercanías de los establecimientos militares era resultado de prácticas individuales
y cuando se trató de ataques grupales, fueron cometidos por soldados entregados
a actividades delictivas en un contexto de serio desorden. Además, en estos casos
las autoridades militares se preocupaban por sancionar a los responsables, según lo
demuestra la existencia misma de la documentación sumarial utilizada por el autor,
si bien en última instancia y por exigencias del servicio el Estado podía indultar a
los violadores, reincorporándolos al ejército.42
Pero cuando los atropellos afectaban a nativos y sus familias la cuestión ex-
perimentaba un vuelco radical. Aunque ninguna persona familiarizada con la vida
fronteriza ignoraba su ocurrencia43 –y Rosas menos que nadie–, no se esperaba
que el Estado asumiera la obligación de castigar a los perpetradores, en tanto las
violaciones y el resto de las atrocidades cometidas se producían en el curso de una
guerra contra los bárbaros. Los mandos superiores no aplicaban castigos a los res-
ponsables, ni los reconvenían por permitirlas, consintiendo que la cuestión pasase
en silencio.44
En cambio, sí era previsible que los propios parientes, aliados y amigos de
las víctimas aplicaran justicia bajo la forma de una represalia dirigida contra los
ofensores. Por esta razón, Rosas ponía tanto cuidado en advertir que no se ejerciera

41 Acerca de la violencia sexual, ver Rabinovich, 2013, 129-136; y con respecto a las amenazas
contra las propiedades, Fradkin y Ratto, 2011.
42 Rabinovich, 2013, 134-135.
43 Al punto que las perpetraciones llegaron a oídos de los emigrados unitarios en Montevideo. José
Rivera Indarte -uno de ellos- se ocupó de incorporarlas a la nómina de crímenes horribles repro-
chados al gobernador de Buenos Aires: “Después de repartir como esclavos á los niños indios…
entregó las mujeres y doncellas pampas tomadas prisioneras, á la brutal lascivia de la tropa, en
calidad de esclavas, y con derecho de azotarlas y darles muerte, si intentaban escapar como se
egecutó con varias” (Rivera Indarte, 1853, 200).
44 En general, no existía la preocupación de evitar daños a los no combatientes o moderar sus efectos:
la ejecución de mujeres y niños indios a sangre fría, por ejemplo, era habitual y así lo demuestra la
propia información que hemos presentado.
Campañas de aniquilación... 137

violencia sino en aquellos casos en que se determinase previamente la necesidad de


desencadenarla, recomendando obrar a tiempo y prepararse luego para rechazar el
contragolpe. De hecho, las matanzas, violaciones y toma de prisioneros y botín en-
cabezadas por Sosa en 1836 generaron una inmediata venganza que costó vidas de
los miembros de la guarnición de Fuerte Argentino, los indios amigos (inclusive la
de Venancio Coñuepan), y los vecinos del pueblo aledaño, así como la apropiación
de una importante cantidad de ganado en los establecimientos rurales cercanos a
Bahía Blanca: varios de estos últimos fueron incendiados y destruidos, entre ellos
la estancia de Francisco Sosa ubicada en Sauce Grande.45

5. Síntesis final
Los datos aportados permiten afirmar que la característica distintiva de la consu-
mación de las masacres consiste en que se llevan a cabo contra personas despre-
venidas –o carentes de motivos para esperar un ataque– ubicadas en sitios que los
agresores conocen de antemano, como en general lo ha señalado Mark Levene.46
La sorpresividad y violencia de las embestidas –respaldadas por una marcada supe-
rioridad numérica y ventajas de índole táctica–47 se conjugan para asegurar el éxito
de un verdadero acto de destrucción unilateral con riesgo mínimo para sus autores.
El grupo atacante está integrado por un número habitualmente acotado de per-
petradores activos de las atrocidades, a quienes secundan otras personas que co-
laboran de un modo menos intenso en su consumación. A ellos suele sumarse un
tercer conjunto que, aunque sin impedir las agresiones, llega a prestar algún auxilio
a las víctimas. Incluso puede ocurrir que a posteriori y a veces públicamente un
miembro de este último sector difunda con mayor o menor detalle los hechos pre-
senciados, condoliéndose del destino de los agraviados y exponiendo a los princi-
pales responsables.48
La evidente asimetría en las fuerzas de quienes se enfrentan es revelada por la
gran diferencia en el número de bajas, heridos y prisioneros –muy superior en los
atacados–, así como por el hecho de que estos últimos cuenten con una cantidad
importante de no combatientes muertos.49 Los atacantes cautivan personas de am-
bos sexos y distintas edades que luego son ejecutadas o extrañadas de su tierra, y

45 El desarrollo de esta venganza y sus resultados pueden verse en Villar y Jiménez 2011.
46 Levene 1999, 5.
47 Semelin 2001, 2007.
48 Hemos visto que en la región y también durante el siglo XIX (1822), se registra al menos un caso
de difusión pública de perpetraciones cometidas en una expedición contra los indígenas (Cfr. Ca-
pítulo III de este libro, página 83 y siguientes). El relato publicado en Londres por encargo de Tho-
mas Leighton, médico de la columna expedicionaria, obligó al comandante de las tropas coronel
Jorge Beauchef Isnel y a uno de sus oficiales -el capitán Ferdinand de Vic Tupper Brock- a esbozar
sendas justificaciones de los hechos denunciados, a las que se sumó luego el relato de otro militar
participante -el teniente José Verdugo-, esta vez relacionado con el reparto de botín arrebatado a
los nativos, discrecional e injusto a los ojos del narrador: ver Jiménez, Villar y Alioto 2012.
49 Semelin 2007, 167-237.
138 Devastación

cobran el botín existente, cuya concentración en los puntos atacados constituye un


indicador adicional de la imprevisión del embate que impide poner los bienes a
salvo.
Tratándose de grupos parentales políticamente descentralizados conformados
por unos pocos centenares de personas a lo sumo, la saca de prisioneros o su elimi-
nación obstruye su reproducción social. De modo análogo, la toma de botín excede
–aunque lo incluya– el habitual propósito de premiar la participación de los ejecu-
tores e implica a un mismo tiempo la desarticulación de la economía comunitaria.
Los casos examinados evidencian además que la conjunción de tales procedi-
mientos llenó la función adicional de materializar un mensaje coactivo y disuasorio
dirigido a las sociedades indias regionales en su conjunto, desalentando eventuales
intentos de desoír las prescripciones impuestas por el programa de relaciones fron-
terizas del gobierno.
También se presenta aquí la asociación entre acciones de guerra, violaciones
y otros abusos sexuales que ha sido constante en diversos momentos y lugares
del mundo.50 Recurrentemente, los conflictos bélicos dieron ocasión a este tipo de
perpetraciones, a menudo no bajo la forma del solitario asalto de un descontrolado
(modalidad que tampoco restaría gravedad al hecho), sino como una práctica co-
lectiva y organizada. Los estudios sobre violencia sexual en el marco de conflictos
armados, demuestran, en efecto, que se trata de una forma idiosincrásica51 y como
todo acto de violencia extrema, se aplica al objetivo de marcar distancia entre dos
grupos o de generarla.52 La violación de personas aprisionadas encierra un men-
saje cuyo propósito puede consistir en demostrar la humillante incapacidad de los
vencidos para proteger a los miembros más vulnerables de su comunidad,53 debi-
litar la voluntad de resistencia y facilitar la dominación y el proceso de limpieza
étnica, generar abismos identitarios que ya no podrán ser transpuestos,54 o realzar
la importancia de los perpetradores frente a unos oponentes que previamente los
hubiesen despreciado.55 Algo de todo eso estuvo presente en los casos locales.
Estos últimos se encuadran, al igual que otros parecidos, en las denominadas
prácticas intersticiales, es decir, aquellas prácticas conformantes de “…patrones

50 Respecto de la ubicuidad del fenómeno, ver el trabajo pionero de Susan Brownmiller (1975)
referido a los grandes conflictos del siglo XX.
51 La literatura acerca del uso de la violencia sexual como arma de guerra es amplísima y tiende
a crecer constantemente. La gran mayoría de los estudios revela perpetraciones cometidas por
hombres contra mujeres (Brownmiller 1975; Buss 2009; Card 1996 y 1997; Farwell 2004; Franco
2007; Wood 2012), Sin embargo también se verifican abusos cometidos por hombres contra otros
hombres (Trexler 1995), menos aludidos que los anteriores quizá a causa de una sub-representa-
ción y no a su menor frecuencia.
52 Harrison 1993 y 2012.
53 Como señaló en su momento Susan Brownmiller, “…es un mensaje pasado entre hombres –la
prueba vívida de la derrota del otro” (Brownmiller 1975, 13); al respecto ver también Card 1996;
Farwell 2004; Franco 2007; Buss 2009.
54 Hayden 2000.
55 Asch 2000.
Campañas de aniquilación... 139

de comportamiento transgresor que expresan metáforas culturales de maneras


prohibidas o no convencionales”.56 Son conductas que se encuentran en un punto
intermedio entre la práctica normativa en términos sociales y el comportamiento
de una persona perturbada. Una de sus principales características es que su ocu-
rrencia suele eclipsarse repentinamente una vez que cambian las situaciones que
la propiciaron. No sólo dejan de acontecer, sino que –salvo para los afectados, sus
parientes y amigos– se desvanecen en la conciencia pública y la memoria social,
para re-surgir recién durante un futuro contexto análogo.
Estamos entonces frente a una forma de atrocidad que también integra la estructura
del conflicto entre civilizados y bárbaros, no admite ser reducida a la categoría de mero
subproducto indeseado de esta contienda57 y se da con frecuencia cuando los ejércitos
regulares se enfrentan a quienes no reconocen el status de pares combatientes.58
De hecho, ya desde la segunda mitad del siglo XVIII, conductas tales como las
descriptas no tenían por qué ser necesariamente calificadas como un quebranta-

56 Harrison 2012, 192, traducción propia.


57 Jiménez, Villar y Alioto 2012.
58 En función de esa relación asimétrica, los bárbaros aprisionados quedaron consuetudinariamente
al margen de la protección establecida por leyes internacionales. Por ejemplo, durante la Rebelión
de los Herero en África sudoccidental bajo dominio colonial alemán (1904-1907), los miembros
de la Schuztztruppe abusaron en forma sistemática de las prisioneras aprovechando una tolerancia
de sus superiores que fue incluso mayor que la admitida ante el pillaje y el saqueo en escenarios
no europeos (Hull 2005, 150-151). Durante la Guerra de Independencia de Argelia, por men-
cionar otro caso conspicuo, las tropas francesas emplearon la táctica del abuso sexual metódico
para castigar a las aldeas sospechosas de colaborar con los combatientes del FLN. El ejército en
operaciones de búsqueda, solía apartar a las mujeres abusándolas luego: al igual que lo ocurrido
antes con respecto a los indios de la región pampeana (siglo XIX) y a los herero, los atropellos ar-
gelinos también constituyeron actos colectivos. La actitud de la oficialidad colonial osciló entre la
denuncia y el incentivo. Algunos jefes militares se ocuparon de que todos los responsables fueran
castigados, mientras que otros, aunque no desalentaban a los soldados, les recomendaron mayor
discreción. A los ojos de los franceses, la participación activa de las mujeres argelinas en la lucha
de liberación las transformaba en un objetivo bélico lícito, sujeto al mismo tratamiento que los
varones, y esto incluía la violación integrada a la tortura (Branche 2004, 141-142; 2009, 250-251).
Por último, durante la guerra de Vietnam, encontramos otra conducta equivalente. Son famosas las
revelaciones del marine Ed Treratola respecto de la complicidad generalizada de las autoridades
militares con la ejecución de atrocidades. Cuando una unidad tenía a su cargo patrullajes prolon-
gados, los hombres se deslizaban en una aldea, secuestraban a una mujer y la violaban en grupo.
Después y según fuera su estado de ánimo, los perpetradores liberaban o mataban a la víctima. En
ocasiones, estas violaciones ocurrían cada noche y -ante la queja de los campesinos- los oficia-
les nunca disuadían a sus soldados de continuar, simplemente les sugerían que se calmaran, que
dejaran pasar más tiempo entre las perpetraciones (Bourke 2008, 187). Un estudio realizado por
una asociación de veteranos contra la guerra (VVAW: Vietnam Veterans Against War) demostró la
amplia difusión de la práctica y las diversas formas que adoptaba (Weaver 2010, 52-59). Se podría
pensar que este abordaje presenta algún sesgo tendencioso, pero otras publicaciones sociológicas
independientes demostraron que existió una correlación directa entre la experiencia en combate
de un soldado y su participación en atrocidades. De los veteranos entrevistados que entraron en
“combate pesado”, el 100 % manifestó haber sido testigo de atrocidades o de haber ejecutado
prisioneros; el porcentaje disminuye a un 80% para quienes participaron en combates de “inten-
sidad moderada” y disminuye a un 8% para los que se vieron involucrados en combates de “baja
intensidad” (Bourke 2008, 179; Strayer y Ellenhorn 1975).
140 Devastación

miento de las leyes de la guerra. En torno al derecho de gentes, Emer de Vattel ra-
zonaba que la aplicación de violencia a cierta clase particular de contendientes era
lícita en tanto persiguiera fines pedagógicos. En ese sentido, argumentó que cuando
la guerra se hace contra una nación feroz –y los indios americanos lo eran por
antonomasia según la tradición europea– que no observa regla alguna ni sabe dar
cuartel, se volvía lícito someterla con rigor a las leyes de la humanidad, castigando
incluso a los prisioneros, que al fin y al cabo también eran culpables.59 Aunque el
autor se inclinaba por un trato clemente si la severidad no fuera absolutamente
necesaria, opinaba que la decisión en uno u otro sentido debía quedar supeditada a
las circunstancias particulares y constituía una facultad deferida a los responsables
de conducir las acciones bélicas. Pero precisamente estos aducían que los nativos
siempre se comportaban con extrema crueldad, de modo que consideraban una
apabullante ingenuidad –y muy peligrosa– tratarlos con una clemencia que por
definición les era ajena.60
Por último, aunque resulta incuestionable que lo tuvieron, es técnicamente im-
posible medir con precisión el impacto demográfico de las matanzas desencade-
nadas contra indígenas de la pampa centro-oriental en general y los ranqueles en
particular durante la década de 1830. Esto se debe a la obvia razón de que sus
poblaciones nunca fueron censadas. Sólo disponemos de apreciaciones o cuentas
efectuadas con relación a parcialidades particulares, en distintos momentos y si-
tuaciones.
Precisamente a título de estimación y en una perspectiva comparativa, el resul-
tado del combate de Las Acollaradas resulta útil con este fin. Ya dijimos que en esa
oportunidad la armada indígena estuvo integrada por trescientos hombres como
mínimo y ochocientos como máximo, diferencia de cifras originada en el conteni-
do discrepante de los documentos referidos al enfrentamiento. En fecha inmediata-
mente posterior a las masacres, Ramón Maza, uno de los oficiales de Rosas situado
sobre el terreno, informó al gobernador que los principales líderes ranqueles –el
propio Llanquetruz y su hijo Pichun, Painé y Elan– sólo estaban en condiciones
de reunir un número de combatientes que no superaba en total las ciento cincuenta
personas.61 La gran merma en la cantidad de hombres de armas –cualquiera sea la
que se elija como punto de partida para el cotejo (300 u 800)– da una pauta orien-
tativa de la letal incidencia de aquellas matanzas: los combatientes se redujeron a
la mitad o a aproximadamente la quinta parte, según se opte por una u otra. Es casi
innecesario agregar que la reducción de sus familias fue bastante mayor, dado los
volúmenes alcanzados por la captura de no combatientes.

59 Vattel 1834, 114.


60 En esta premisa se apoyaba la respuesta de Beauchef Isnel a la denuncia del doctor Leighton en el
caso de la citada expedición a Pitrufquen de 1822. Sólo la inexperiencia de un médico joven recién
llegado a la frontera -adujo el coronel- podía justificar que reclamase ingenuamente una conducta
humanitaria para con aquellos que nunca estarían dispuestos a dispensarla: las normas que estable-
cían el buen trato de no combatientes y prisioneros no se aplicaban a los indígenas, a quienes no se
los consideraba pares.
61 Oficio de Maza a Rosas, fechado en La Escondida, uno de julio de 1836, AGN Sala X, 25.2.5.
Campañas de aniquilación... 141

Pero sin embargo, el oscuro pronóstico de Eugenio del Busto que el restaurador
celebraba a fines de 1834 (“Me dice V. q.e ahora hay la mejor disposición…para
exterminar de remate a los citados Ranqueles, y que esto lo vería yo muy pron-
to…”) no se cumpliría. La mejor prueba de ello quedó registrada por la pluma de
Lucio Mansilla. En 1870, anotó en el Epílogo de su relato que la población de las
tolderías ranqueles estaba constituida por una colorida multitud de “ocho a diez mil
almas”,62 vivo testimonio de la recuperación experimentada en menos de cuarenta
años, mediando la aplicación de una política etnogénetica exitosa,63 si bien en un
contexto alejado del fragor que se abatiera sobre ellos en tiempos de Rosas.

Cuadro 1
Pérdidas experimentadas por los indígenas (1833-1836)

Prisioneros
Fecha Expedición Muertos Botín
Cautivos *

823 caballares
1 marzo - general Félix 4 caciques
269 prisionero/as 12.040 ovinos y
A 12 octubre Aldao (División 65 mocetones
31 cautivos/as caprinos **
1833 Derecha) 24 mujeres
368 vacunos

16 marzo
1833 general José Ruiz 160 muertos, nú- Entre 700 y
B (Batalla de Huidobro (Divi- mero no precisado No precisado 1000 caballos
las Acolla- sión del Centro) de heridos *** ****
radas)
25 octubre
coronel Francisco 600 caballos

Sosa (División 192 prisionero/as 300 vacunos
1 11 noviem- 10 muertos
Bahía Blanca y 45 cautivo/as 7.000 ovejas y
bre
boroganos aliados) . cabras
1834

26 febrero 356 prisioneros 132 caballos


– coronel Ramón 133 varones y (3 hombres y 353 2.000 ovejas y
2
7 marzo Maza 67 mujeres mujeres) 300 cabras
1835 34 cautivo/as 200 vacas

4 caciques
21 - 25 130 indios de pelea
mayor Félix 24 indios 10 vacas
3 abril 600 indios de
Carbajal 4 mujeres 800 ovejas
1835 chusma
33 cautivo/as

10 noviem- teniente coronel 7 bueyes


bre – 2 Martiniano Ro- 303 prisionero/as 100 equinos
4 83 muertos
diciembre dríguez (División 51 cautivo/as (caballos y
1835 Bahía Blanca) yeguas)

62 Mansilla 1993, II-640.


63 Jiménez y Alioto 2007.
142 Devastación

Maza / Argañaráz
13 abril –
(Fuerzas conjuntas 93 varones 102 prisionero/as
5 1 julio 154 caballos
de Buenos Aires y 12 mujeres 12 cautivo/as
1836
Córdoba)

coronel graduado Más de 200 indios


Más de 600
22 marzo Francisco Sosa muertos y un nú- 8.000 ovejas
6 prisioneros/as
1836 Arroyo del Pesca- mero considerable 500 vacas
22 cautivos/as
do (Guaminí) de heridos
Coronel graduado
Francisco Sosa 5 caciques
26 abril 100 prisioneros/as 4.000 equinos
7 66 leguas al 7 capitanejos,
1836 2 cautivos 50 vacunos
Noroeste de Bahía 200 mocetones
Blanca

19 y 20 4 caciques,
coronel Pantaleón 180 prisionero/as
8 mayo 152 mocetones y 150 caballos
Argañaráz 37 cautivo/as
1836 33 mujeres

6.659 (o 6.959)
equinos
1.140 hombres 2.836 prisioneros
Totales 30.140 ovejas y
140 mujeres 267 cautivos
cabras
1.435 vacunos

Referencias
* Los prisioneros son indígenas; los cautivos, cristianos rescatados.

A) ** No están discriminados en el diario de Jorge Velazco (1937 [1833).


B) *** Ruiz Huidobro informa de un enfrentamiento con 800 indios. Según el testimonio de uno
de los mocetones presente en la batalla y capturado posteriormente por los mendocinos, los com-
batientes ranqueles habían sido “300 y pico” y “fueron muertos la mayor parte” (Velazco 1937
[1833]: 85). Este último dato resulta confirmado por documentación posterior: “Que los Ranque-
les tambien han quedado pocos despues que los han muerto por el centro en la jornada del 16 de
marzo, pues q. ivan muchos con Llanquetrur, y de los golpes q. enseguida tuvieron por la Derecha.
Y en efecto si es como se dice la perdida q. estas Tribus han sufrido han sido mucho mayor q.
lo q. indican los partes, pues considerable numero de heridos fueron á morir á gran distancia.”
(Carta de Juan Manuel de Rosas a Facundo Quiroga, Río Colorado, 15 julio 1833. AGN- 25-7-5).
**** Ruiz Huidobro habla de 700 caballos y más; el cacique Barbón le informó a los mendocinos
que habían sido mil “de los mejores” (Parte de Ruiz Huidobro en Fernández 1998: 163; Velazco
1937 [1833]: 116)
1) El número tan pequeño de muertos se debió a que la mayoría de los mocetones ranqueles
estaban ausentes en una expedición contra Río IV (Oficio del coronel graduado Francisco Sosa a
Rosas, Salinas Grandes, 11 noviembre 1834. AGN X 24.8.6). En el oficio de Sosa se especifica el
número de bajas ranqueles: siete mocetones capturados durante la marcha y tres tomados prisio-
neros en la toldería; todos fueron ejecutados.
2) Oficio del coronel Ramón Maza a Rosas, Guaminí, 25 abril 1835. AGN X 29.1.5.
3) Oficio del mayor Félix Carbajal al coronel Maza, Laguna de los Muertos, 5 junio 1835. AGN
X 29.1.5.
4) Oficio de Juan Zelarrayán a Rosas, Nahuel Mapu, 27 noviembre 1835. AGN X 25.4.1
5) Los partes de la columna al mando del coronel Argañaráz y los de la expedición comandada por
Maza presentan alguna diferencia en las cifras. En los casos de duda, hemos optado por consignar
Campañas de aniquilación... 143

la más baja (Oficio del coronel Algañaraz al gobernador Lopez, La Amarga, 12 mayo 1836. AGN
X 25.2.1.; oficio del capitán Eugenio del Busto a Maza, Campamento de Lauquen, 11 mayo 1836.
AGN X 25-2-5).
6) Oficio de Francisco Sosa a Juan Manuel de Rosas, Bahía Blanca, 7 abril 1836. AGN X 2.5.2.
7) Oficio de Sosa a Rosas, Fuerte Argentino, 2 mayo 1836, AGN X 25.3.2.
8) Oficio del gobernador de Córdoba Juan Manuel López a Rosas, La Carlota, 7 junio 1836. AGN
X 25.2.1.

Cuadro 2
Pérdidas experimentadas por los indígenas y por las tropas criollas

Muertos y
Muertos Prisioneros
  Fecha Expedición heridos de
indios indios
las tropas

25 octu- coronel Sosa


bre–11 (División Bahía 192 prisione-
1 10 muertos 1 herido
noviembre Blanca y boroganos ros/as
1834 aliados)

26 febrero – 7 133 varones 3 varones


2 coronel Maza 1 herido
marzo 1835 67 mujeres 353 indias

4 caciques
21 - 25 abril 24 indios 130 indios de
3 mayor Carbajal Ninguno
1835 4 chinas pelea
600 de chusma

10 noviem- teniente coronel 1 muerto, 1


bre – Rodríguez 303 prisione- herido y
4 83 muertos
2 diciembre (División Bahía ras/os 4 desapare-
1835 Blanca) cidos

No se men-
cionan bajas
Maza / Argañaráz
13 abril – cordobesas;
(Fuerzas conjuntas 93 varones 102 prisione-
5 1 julio la columna
de Buenos Aires y 12 mujeres ras/os
1836 de Buenos
Córdoba)
Aires sufrió
2 heridos.

coronel Más de 200 2 soldados


7 abril Francisco Sosa Número con- Más de 600 muertos 1
6
1836 Arroyo del Pescado siderable de prisioneros/as herido
(Guaminí) heridos 3 contusos
144 Devastación

1 lancero
coronel
5 caciques muerto
2 mayo Francisco Sosa 100 prisione-
7 7 capitanejos, 3 soldados
1836 Sesenta y seis leguas ros/as
200 mocetones heridos
al NE de Bahía Blanca
7 contusos

4 caciques No se
19 y 20 mayo 180 prisione-
8 coronel Argañaráz 152 mocetones mencionan
1836 ras/os
33 mujeres bajas

4 muertos
9 heridos
2.567 prisio-
Totales 1.027 muertos 10 contusos
neros
4 desapare-
cidos

Gráfico 1
Muertos indios y bajas criollas por episodio, 1833-1836
Campañas de aniquilación... 145

Gráfico 2
Muertos indios y bajas criollas en proporciones, 1833-1836

Gráfico 3
Muertos y prisioneros indios y bajas criollas por episodio, 1833-1836
146 Devastación

Gráfico 4
Muertos y prisioneros indios en proporciones, 1833-1836

Gráfico 5
Muertos indios por género por episodio, 1833-1836
Campañas de aniquilación... 147

Gráfico 6
Muertos indios por género en proporciones, 1833-1836
CAPÍTULO V
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos
Violencia interétnica y manejo de recursos silvestres
y domésticos en tierras de los pehuenches (Aluminé,
siglo XVII)1

Daniel Villar – Juan Francisco Jiménez

1. Introducción

A
un cuando se trate de aportes producidos a la luz de perspectivas diversas,
la evaluación que antropólogos e historiadores interesados en el estudio de
las Sociedades Indígenas de Patagonia norte y las pampas2 realizaron de
sus actividades de caza y recolección, agrícolo-hortícolas y pastoriles, a menudo
se tradujo en resultados poco felices o al menos insuficientes. Nos proponemos
considerar aquí una mayor evidencia documental y un conjunto de reveladores
precedentes que concurrirán a debilitar la injustificada persistencia de esas contri-
buciones.
Con frecuencia, ha predominado no sólo una cierta elaboración “atemporal”
de la información, sino también la tendencia (I) a considerar las actividades men-
cionadas mutuamente excluyentes; (II) a evaluar de una manera insatisfactoria la
importancia relativa de cada una; (III) a suponer tardía la adquisición de prácticas
agrícolas en la región; (IV) a pasar por alto la posibilidad de que, en el marco de
determinados procesos históricos –cuyas singularidades se encuentran, en general,
ausentes del análisis–, esas prácticas fuesen combinadas o alternadas de distintas
formas, e incluso desechadas en ciertos casos; (V) a ignorar la incidencia de facto-
res climáticos y ambientales.
I. La aceptación de la primera de esas opciones implica sostener que la incor-
poración de prácticas agrícolas –y hortícolas–3 presupuso el abandono superador

1 Este trabajo fue publicado originalmente en Revista Española de Antropología Americana, vol. 40
no. 2 (2010), pp. 95-123. Una primera versión más sintética fue presentada en las XII Jornadas
Inter-Escuelas / Departamentos de Historia, que tuvieron lugar en la Facultad de Humanidades
de la Universidad Nacional de Tucumán, a mediados de septiembre de 2007. Los comentarios
recibidos en esa oportunidad han sido tomados en cuenta, así como las sugerencias posteriores y el
material bibliográfico aportados por el doctor Gustavo Politis. Los autores agradecen su generosa y
estimulante lectura del manuscripto.
2 Actual territorio de la República Argentina.
3 La horticultura muy rara vez (por no decir nunca) es objeto de tratamiento particular; por lo general,
se la presenta subsumida a las prácticas agrícolas.
150 Devastación

de las actividades cinegético-recolectoras.4 No obstante, esta misma perspectiva


sorprendentemente suele sumar la alternativa opuesta, es decir, que la caza y la
recolección puedan sustituir a la agricultura,5 contradicción que ya ha sido señala-
da.6 En efecto, una práctica a priori considerada preferible (y por lo tanto exitosa)
vendría a ser reemplazada, sin embargo, por otra –devaluada– que no podría garan-
tizar un resultado análogo. No obstante la existencia de datos reveladores de esta
última posibilidad de reemplazo, el punto es que, en la perspectiva desde la que
tradicionalmente se la ha formulado, la “regresión” al manejo de recursos silvestres
no encuentra amparo conceptual.
II. La opción descripta en el apartado precedente trae aparejada la concomitan-
te imposibilidad de considerar de manera equilibrada la importancia alternativa que
pudieron tener unas y otras actividades en determinados momentos de un proceso
prolongado de contacto interétnico y en el decurso de condiciones ambientales y
climáticas cambiantes. Su evaluación comparte la misma base argumental de que la
demorada presencia de prácticas agrícolas supone la automática –aunque a menudo
discursivamente ambigua– desvalorización de la caza y la recolección.
III. Se sigue de lo anterior que esta perspectiva tampoco ha sido proclive a
considerar la posibilidad de una combinación o alternancia de prácticas que se
encontraran disponibles en conjunto. Está claro que, si a priori se ha determinado
la superioridad de unas en términos excluyentes, no podrá mediar predisposición
a aceptar que los Indígenas hubiesen enfatizando ciertas actividades en detrimento
de otras o incluso abandonando transitoriamente algunas, en la medida que así lo
aconsejaran alternativas singulares.
Sin embargo, variando el enfoque, una aproximación al proceso de contacto
interétnico –particularmente el que tuvo lugar en tierras de los Pehuenches durante
el siglo XVII–, ofrece pruebas de la plasticidad con que los grupos nativos actua-
ron en momentos complejos y conflictivos, demostrando que no se encontraban
inexorablemente sujetos a una única posibilidad. Nuestro objetivo será, entonces,
presentar evidencias que ayuden al abandono de explicaciones estereotipadas y a la
apertura del debate acerca de los distintos modos de obtención y gestión de recur-
sos en un marco de fricción inter-étnica.
Para concretar ese propósito, además de precisar brevemente la ubicación y
extensión del área a la que habremos de referirnos, comenzaremos por enunciar
a título de ejemplos algunas de las posiciones que, en medida variable y desde
ángulos diversos, exhiben los rasgos deficitarios que expusimos anteriormente, o
avanzan siquiera un paso –aunque exiguo– por el sendero de su superación.

4 Este tipo de elaboración suele presentarse acompañado de la presunción de que, en ciertos casos, la
caza y la recolección pueden persistir durante un tiempo relegadas a un lugar de importancia menor
para desaparecer luego.
5 En cierto discurso, la ausencia de domésticos vegetales suele asociarse a menudo con un incremento
del “robo de ganado” y el “pillaje” en establecimientos fronterizos.
6 Mandrini y Ortelli 2002, 249.
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 151

Luego, desarrollaremos nuestra argumentación, sumando la consideración de


conceptos elaborados en estudios relativos a otras Sociedades Nativas americanas
y con apoyo en las fuentes documentales que componen la base empírica.

2. La tierra de los Pehuenches


Hasta donde llega nuestro conocimiento, por vez primera y sintetizando informa-
ción con la lógica imprecisión resultante de referirse a territorios malamente co-
nocidos y no sometidos al control colonial, Jerónimo Pietas –maestre de campo
del reyno de Chile en tiempos de la gobernación de Gabriel Cano de Aponte– in-
formaba a este último, desde Concepción, acerca de la ubicación geográfica de la
denominada tierra de los Pehuenches.
El maestre de campo señalaba que varias parcialidades7 ocupaban esa tierra, mu-
dándose “de unas partes á otras”, aunque sin alejarse ni salir “de los distritos que les
pertenecen”, llamados “…en general la tierra de los Pehuenches, y sólo se distinguen
las parcialidades por los nombres de los caciques.”8 Años más tarde, sobre la base del
informe referido y en uno de sus dictámenes, el Protector de Indios de la Real Au-
diencia de Santiago incluiría datos adicionales acerca de la localización de esas mis-
mas poblaciones, pronunciándose en términos análogos, pero agregando que se en-
contraba enfrente “…del volcán de la Laja hasta el Río que sale de Naguelguape…”.9
Estos espacios comprenden –lato sensu y según puede confirmarse con la consulta
cartográfica– las cuencas de los ríos Agrio al norte y Aluminé al sur,10 ocupados
por bosques de Araucaria araucana, el árbol del pewen. En el actual territorio
argentino, la dispersión contemporánea de estos bosques queda incluida en juris-
dicción neuquina entre aproximadamente 37º 30’ y 39º 40’ de latitud Sur,11 aunque
es posible que, hace más de trescientos años, fuese mayor.12 El corazón del área de
dispersión de las piñoneras está ubicado en Rucachoroi y Hueyeltue.
A estas tierras y con las reservas lógicas, entonces, nos referiremos en particular.

7 Tanto Pietas como el Protector de Indios hacían uso en sus descripciones de marbetes étnicos car-
dinales -como Puelches (gentes del este) o Guillichis (gentes del sur)- para referirse a parcialidades
vecinas entre sí, vinculadas por alianza y parentesco y situadas en los valles cordilleranos, en para-
jes donde “…toda la tierra…” era conocida “…con la denominación de tierra de los Peguenches…”
(Dictamen referido en el texto, fojas 266 y vuelta). En esta oportunidad, dejaremos de lado el trata-
miento de las numerosísimas cuestiones referidas al problema de denominaciones y clasificaciones
étnicas que en su conjunto merecen el enfático reproche de haber servido más para enturbiar nuestra
comprensión del tema, que para mejorarla.
8 Pietas 1719, fojas 250 y vuelta.
9 Dictamen del Fiscal Protector de Indios de la Real Audiencia de Santiago, Santiago de Chile, 28
noviembre 1777, en Archivo Nacional, Capitanía General, volumen 636, fojas 266 y 266 vuelta. El
espejo de la Laja se desarrolla aproximadamente ente los 37º 10’ al Norte y los 37º 30’ al Sur; y la
embocadura del Limay alrededor de 41º, todos de Latitud meridional.
10 Confrontar los tres mapas elaborados por Max Rothkugel, correspondientes al segmento 37º - 40°
de Latitud Sur (Rothkugel 1916, láminas sin paginación).
11 Rothkugel 1916, 141.
12 Rechene, Roveloti, López Cerero, Burschel & Bava 2003/2004, 5.
152 Devastación

Mapa 2
Cuencas de los ríos Agrio y Aluminé: la tierra de los pehuenches en el siglo
XVII. El área destacada corresponde a la dispersión actual de la Araucaria

3. Antecedentes
Según lo dicho, hemos seleccionado un conjunto de aportes que, no obstante dife-
rir en sus fechas de elaboración, presentan en común referencias a los modos de
obtención y al manejo de recursos entre los Pueblos Indígenas del área. Se ofrecen
aquí con el propósito de ejemplificar la forma en que los estudios antropológicos e
históricos han evaluado la cuestión.
3. 1. En 1939 y en condiciones de producción científica muy distintas a las actua-
les, Milcíades Vignati, en su monografía sobre los Indios Poyas, trajo a colación
únicamente las crónicas de Jerónimo Pietas13 y Olivares,14 combinando sus con-
tenidos para destacar la importancia de algunas raíces “…que sin sembrar dan las
campañas…” y de dos tipos de fruto silvestre (muchi y laurapu), utilizados para

13 Pietas 1719.
14 Olivares 1865 [1736].
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 153

elaborar una chicha local según palabras del jesuita15 que encuentran su comple-
mento en la previa descripción de Don Jerónimo, acerca de que aquellas mismas
raíces se consumían convertidas en harina.16 Sin embargo, unas pocas páginas
antes, el mismo Olivares hizo referencia a la existencia de cultivo hortícola en el
área, mención que Vignati pasa por alto, aunque no pudo ignorarla: “Su alimento
es la caza, porque en estas partes por el mucho frío no se dan las sementeras;
solo en la isla [del lago Nahuel Huapi] se dan algunas papas i quinua i arvejas o
guisantes…”.17
Años más tarde, el mismo autor elaboró una serie de notas que acompañaron
su lectura etnográfica de la carta relación del misionero jesuita Nicolás Mascardi.18
No obstante la claridad de esa carta, Vignati se obstinó en atribuir la actualización
de prácticas agrícolas y hortícolas ya existentes entre los Nativos y referidas por el
sacerdote –incluida la mención a “las rozas”, es decir, al sistema de tala y quema–
a una “autosugestión” del ignaciano, de quien afirma que no sospechaba “…cuán
difícil es transformar a un nómade en sedentario y hacer de un cazador un recolec-
tor…”.19 Acto seguido, identifica caprichosamente “los humos” producidos por las
rozas con “las humaredas” que, según conjetura,

…servían ya entonces para ubicar la situación de las agrupaciones


eventuales de indígenas que, si bien en la mayor parte de los casos
las hacían para buscarse y encontrarse, en la presente circunstancia
impresiona como que se trataba de una entidad poco belicosa que
temía delatar el lugar donde aposentaba…20

3. 2. En la etnología del territorio de la actual provincia de Neuquén elaborada por


Rodolfo Casamiquela21 también están ausentes las referencias a las prácticas agrí-
colas nativas durante los siglos XVII y XVIII. El índice temático de la obra registra
varias menciones de los términos caza y cazadores, pero los vinculados al cultivo
(horticultura u horticultores, agricultura o agricultores, sementeras) están exclui-
dos. Sin embargo, no podría aducirse que la omisión de esas prácticas se deba a que
las fuentes utilizadas por el autor no las reflejen.
En efecto, Casamiquela citó el trabajo de Félix de San Martín acerca de la ubi-
cación del boquete cordillerano que los españoles llamaban Paso de la Villarrica
(1940). En ese texto, San Martín, a su vez, se refirió in extenso a la crónica de
Diego de Rosales, quien, por su parte, transcribió el relato de Luis Ponce de León,

15 Olivares 1865 [1736], 512.


16 Vignati 1939.
17 Olivares 1865 [1736], 509.
18 Ver en especial Mascardi en Vignati 1963, 496-497.
19 Vignati 1963, 510, nota 11.
20 Vignati 1963, 510, nota 12.
21 Casamiquela 1995.
154 Devastación

cuyo objetivo en 1648 fue “…maloquear y pelear con los indios y los holandeses,22
si los hallara en tierra y en sus sementeras…”.23 San Martín relacionó incluso el
dato de Rosales y el número de víctimas de la entrada en cuestión, concluyendo
que la crónica muestra “…cuán numerosa debió ser la población indígena de la re-
gión, pues si nada más que en la ribera del Epú-Lauquén,24 de bien poco desarrollo,
había más de quinientos moradores.., cuántos más no habría en los feraces campos
vecinos…”, y que también nos permite ver “…que se trataba de centros poblados
sedentarios, desde que se habla de ‘sementeras´”.25 Más allá de que hoy ya sea
imposible compartir los términos conceptuales subyacentes a esa conclusión,26 lo
cierto es que demuestran que el autor puso la mención de sembrados explícitamen-
te al alcance de sus lectores.
La otra fuente utilizada por Casamiquela donde se mencionan sementeras y
rozas ya la conocemos: se trata de la carta relación de Mascardi, que cita extensa-
mente,27 recurriendo al texto de Guillermo Furlong Cardiff28 y sin detenerse en el
asunto.
3. 3. En trabajos más recientes, encontraremos un reconocimiento de la evidencia
de prácticas agrícolas en los grupos indígenas que motivan nuestro interés. Pero en
estos casos, se las presenta como adquisiciones relativamente tardías, incorporadas
durante el siglo XVIII, que tuvieron lugar principalmente a raíz del contacto de los
Indígenas locales con “araucanos”.
Así, María Teresa Boschin, en sus trabajos sobre la historia de las “…socieda-
des cazadoras del área Pilcaniyeu”, “…con economía cazadora y pastoril, siglos
XVII y XVIII…”,29 elaborados en base a fuentes utilizadas tanto por Vignati como
por Casamiquela, mencionó el cultivo de algunas especies vegetales, incorporán-
dolo a un contexto de transformaciones iniciado recién a principios del siglo XVIII:

Olivares´s reading provides a linguistic and ethnic approach con-


firming that conveyed by Mascardi…At the beginning of the eig-
thteenth century, regional identities flourished with their corres-
ponding linguistic singularities…The Poya tongue had become the
region´s lingua franca; the ´Nahuel Huapi Puelche´ had acquired

22 La incorporación de dos belicosos holandeses -y un negro fugitivo- a las fuerzas de los Nativos era
conocida a través de referencias que había brindado el propio Ponce de León, líder de una maloca
anterior dirigida contra la misma área. Lógicamente, la presencia de esas personas despertaba
inquietud entre los oficiales responsables de la seguridad fronteriza, en épocas de prolongadas
guerras intermitentes entre España y Holanda.
23 Cita de Rosales en San Martín 1940, 26-27.
24 El extremo meridional de Epulafquen está ubicado sobre los 39º 50’ de Latitud Sur.
25 San Martín 1940, 34-35.
26 Vale decir la automática asociación entre sementeras y población numerosa y sedentaria.
27 Casamiquela 1995, 40-48.
28 Furlong Cardiff 1963, 120.
29 Boschin 1997, 5.
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 155

equestrian mobility and introduced the first cultivation –quinoa,


potato and pea…30

Un segundo caso prácticamente contemporáneo que apunta en similar sentido


es el de María Lidia Varela. En 1996, con cita –entre muchos otros– de los tres
precedentes que acabamos de mencionar (Vignati, Casamiquela y Boschin), ca-
racterizó a los habitantes de la Patagonia nordoccidental (Poyas y Puelches del
Norte) durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII, como integrantes de
“la formación económico-social cazadora recolectora”. Su posterior relación con
araucanos que ingresaron a la Patagonia argentina, sumada a ciertos cambios
generados en su propio seno, promovió la evolución de estos grupos hacia una
formación social más compleja, dado que aquellos presentaban “un modo de
producción tribal”, basado en la producción de alimentos, en este caso en la agri-
cultura y la ganadería.31
Por último y refiriéndose a las transformaciones experimentadas por las pobla-
ciones nativas del actual territorio de Neuquén, Gladys Varela y Luz María Font
hicieron hincapié sobre todo en la difusión de prácticas ganaderas perceptible du-
rante el siglo XVIII en el marco de un proceso de homogeneización generalizado:
“…Estos cambios económicos se reflejaron en la organización socio-política y en
la cosmovisión de los indígenas que dejaron de estar sujetos a los ciclos de la caza
y la recolección...”.32
Frente al destacado papel asignado en la explicación a la ganadería y al manejo
de yeguarizos, las actividades agrícolas permanecen relegadas a un plano secunda-
rio. Sin embargo, también se menciona el sitio arqueológico Chenque Haichol, de
cuyos datos se desprende que, a principios de nuestra era, los habitantes del lugar
“…llegaron a conocer el maíz y la calabaza…”, posiblemente obtenidos “…a tra-
vés del trueque, todo ello sin dejar de practicar la caza y la recolección…”.33
Las prácticas agrícolas aparecen más nítidamente reflejadas en el texto, cuando
se incorpora información proveniente del siglo XIX tardío.34 De esta manera, se
crea un contexto referencial presidido por la idea de que se trata de adquisiciones
muy recientes y a menudo de importancia limitada, sobre todo en comparación con
las actividades ganadero-pastoriles.35

30 Boschin 2002, 84.


31 Varela 1996, 229.
32 Varela y Font en Varela, Font, Cúneo y Manara 2001, 17-18.
33 Varela y Font en Varela, Font, Cúneo y Manara 2001, 12.
34 Las fuentes mencionadas son la crónica del viaje que Guillermo Cox protagonizó a principios de
la década de 1860 y los partes militares de la cuarta división fechados veinte años más tarde, con
cita de Olascoaga.
35 Varela y Font en Varela, Font, Cúneo y Manara 2001, 28-29. Algo similar ocurre con la mención del
reemplazo del toldo tradicional de cueros por la ruca chilena (llamada rancho, ver Lenz 1979, 688)
en la zona cordillerana, que las autoras consideran cumplido “para fines del siglo XIX”. Sin embargo,
Jerónimo Luis de Cabrera y sus acompañantes vieron ranchos en la región ya a principios del siglo XVII
(Jiménez 1998, 182, 186) y años más tarde, pero siempre dentro de ese siglo y en la misma área, tanto
156 Devastación

Podemos concluir, entonces y en resumen, que en una selección de trabajos


publicados en nuestro país a lo largo de más de sesenta años (1939-2001) se veri-
fica la constitución de una explicación perdurable que (a) en principio subraya la
importancia de la caza y de la recolección y la ausencia de manejo de vegetales
domesticados, y más tarde (b) agrega la noción de su incorporación tardía, escasa o
limitadamente desarrollada, y (c) supone –a menudo en una forma discursivamente
implícita o ambigua– un abandono de las formas predatorias, sobre todo en benefi-
cio de prácticas pastoriles o ganaderas.
Más allá de los distintos momentos de la secuencia de producción a los que
pertenecen y de las diferencias existentes entre los autores, los trabajos enumerados
no están totalmente divorciados entre sí. Así lo demuestran las cadenas de citas que
se reiteran en ellos36 y el hecho objetivo de que no se verifica una incorporación
progresiva de datos novedosos.

4. Elementos para el análisis. Los estudios amazónicos


Nos hemos preguntado, entonces, si no sería útil variar la perspectiva y pasar a
una valoración del manejo de prácticas económicas por parte de las poblaciones
que habitaban las tierras pehuenches en el siglo XVII en vinculación con procesos
históricos propios de la constitución de una zona tribal –para utilizar un concepto
reciente creado por Ferguson y Whitehead–37 y característicos de nuestro caso de
estudio, asumiendo una lógica distinta a la que impregna los aportes comentados.
En ese orden de ideas, resulta oportuno que traigamos a la discusión elaboraciones
referidas a situaciones que presenten en común con la nuestra los elementos defi-
nitorios de aquel concepto.
Encontramos que un buen número de estudios sobre los procesos iniciados en
la Amazonía durante los siglos XVII y XVIII se adecuan a ese propósito.38 Antes

Billagrán como Córdoba y Figueroa quemaron rucas durante las campeadas que encabezaron (Relación
escrita por el teniente general de Caballería Alonso de Córdoba y Figueroa…1673. Biblioteca Nacional
de Santiago de Chile (BN), Biblioteca Medina (BM), Manuscriptos originales, volumen 311, fojas 85).
36 Ciertas veces reproduciendo incluso omisiones u errores existentes en las contribuciones
precedentes.
37 Ferguson y Whitehead 1992, 3-4. Sin perjuicio de la remisión al texto sugerido, digamos breve-
mente que los autores citados proponen que el contacto entre sociedades estatales y sociedades
políticamente descentralizadas, al crear expectativas de distinto tipo en estas últimas con respecto
a los nuevos bienes, tecnologías y enfermedades introducidas desencadenó modificaciones en los
patrones tradicionales de conducta. Así, el manejo de los conflictos, el ejercicio de la violencia y
las prácticas bélicas experimentaron notorias transformaciones. En general, se advierte un incre-
mento de la conflictividad traducido en una militarización general de la zona de fricción.
38 Naturalmente, existen trabajos elaborados en análogo sentido con respecto a Sociedades Nativas
americanas de otras épocas y áreas que también sería posible considerar en detalle. No lo haremos
exclusivamente por razones de espacio, pero a título de ejemplos podríamos señalar dos aportes
referidos a épocas prehistóricas: a) el de Madsen y Simms (1998) acerca del denominado Comple-
jo Fremont, ubicado en territorio del actual estado de Utah (E. U. A.). Se expone el caso de varias
poblaciones involucradas con una amplia gama de actividades de producción que incluían horti-
cultura de tiempo completo, horticultura y forrajeo, y caza-recolección combinada con vegetales
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 157

de avanzar, abriremos un paréntesis para anticiparnos al argumento de que una


propuesta de comparación automática se revelaría insostenible. Nuestro propósito
está distante de sugerirla, sino que consiste en valernos de ciertos conceptos y
diagnósticos elaborados en aquel ámbito para aplicarlos a un examen inicial de
nuestro caso.
William Balée ha observado que, frente los intentos de los invasores portugue-
ses por establecer una situación de dominación efectiva en el área, las Sociedades
Indígenas de la cuenca baja del Amazonas desarrollaron cinco estrategias básicas
distintas.39
I. La primera consistió en organizar una resistencia armada, pero el camino de
la guerra a menudo condujo a la destrucción de los Nativos. Entre muchos otros,
un ejemplo lo constituye la historia de los Mura, habitantes de los pantanos de
Autazes, en el curso inferior del río Madeira.40 Durante casi medio siglo, libraron
una lucha sin cuartel contra los portugueses, hasta que no tuvieron más alternati-
va que acordar la paz en 1784, cuando el grupo se encontraba en vísperas de ser
diezmado.41
II. La segunda fue la de ofrecer colaboración bélica para la captura de piezas
humanas provenientes de los grupos rebeldes, cumpliendo funciones de soldados
étnicos. Un ejemplo paradigmático del ejercicio de esta opción está representado
por los Munducurú. Luego de una primera etapa de resistencia armada (1770-1795)
y motivados por el reconocimiento de la superioridad militar de los portugueses y
por el deseo de acceder a bienes de producción transoceánica (como telas y ma-
chetes) abandonaron rápidamente la posición beligerante y optaron por el estable-
cimiento de alianzas.42 Los hombres se emplearon como mercenarios y porteadores
y las mujeres cultivaron y procesaron extraordinaria cantidad de mandioca para
producir la fariña, harina que servía como ración de emergencia de comerciantes y
exploradores portugueses.43

domésticos obtenidos por intercambio. Los autores destacan la flexibilidad y adaptabilidad que
permitía pasar de la horticultura al forrajeo, o que al forrajeo se agregasen actividades agrícolas,
en dependencia con factores culturales y ambientales que podían experimentar cambios dentro del
históricamente breve lapso de una vida individual, o permanecer relativamente estables por perío-
dos más extensos (Madsen y Simms 1998, 257), situación que presenta características análogas a
las que refleja la evidencia presentada en este trabajo; b) Otra contribución interesante en vincula-
ción con temas similares es la debida a Adolfo Gil sobre el sur de la actual provincia de Mendoza
(Gil 2003 y también Gil, Tykot, Meme y Shellnutt 2006).
39 Cfr. la cita de Balée en Rival 2002, 12.
40 O de los llamados Botocudos de lengua Gé (Wright y Carneiro da Cunha 1999, 341-345; Langfur
2002, 2005).
41 Hemming 1978, 438-440, Sweet 1992, Wright y Carneiro da Cunha 1999, 358-362.
42 Murphy 1956, 1957, 1958, 1960, 8; Murphy y Steward 1956.
43 En un momento posterior, cuando se inició el ciclo del caucho, la dependencia del mercado se
incrementó más aún, involucrando transformaciones en los liderazgos del grupo y su patrón de
asentamientos (Burkhalter y Murpy 1989; Murphy 1960; Murphy y Steward 1956).
158 Devastación

III. En tercer lugar, se presenta la adopción de un estilo móvil de vida, ex-


clusivamente dependiente de recursos silvestres, con abandono de la horticultura.
Este proceso, denominado horticultural regression, implicó el paso gradual de una
horticultura plena a una versión empobrecida (basada en el cultivo de la mandioca
y del maíz) y por último, a una franca dependencia de los recursos silvestres.44 Los
Huaorani que habitaban los territorios ubicados entre los ríos Napo y Curacay (ac-
tualmente en la Amazonía ecuatoriana) representan el caso de quienes emplearon
en forma sistemática una combinación de agresividad y movilidad45 para oponerse
al contacto con los recién llegados y mantener control sobre su hábitat.46
Otras poblaciones, por último, prefirieron migrar, abandonando sus territorios
para eludir a los intrusos. Entre estos, tenemos:
IV. a quienes adoptaron decisivamente una economía recolectora dependiente
de recursos silvestres y articulada con un patrón de alta movilidad; y
V. los que conservaron cultivos de crecimiento rápido –tales como la mandioca
dulce y el maíz–, combinándolos con lapsos anuales de movilidad intensa, durante
los cuales los recursos silvestres proveían la mayor cantidad de alimentos. Así, por
ejemplo, los Araweté pasaban parte del año (marzo-octubre) instalados en sus al-
deas, y moviéndose por el espacio entre los meses de noviembre y febrero. En este
momento volvían a reunirse en inmediaciones de los terrenos sembrados, dando
comienzo al restante segmento del ciclo.47

44 Balée 1995, 98-102.


45 Su estrategia les valió fama de violentos, al punto que sus vecinos Naporuna, de habla kechwa, los
llamaron aukas, el mismo deíctico peyorativo que otros hablantes de esa lengua aplicaron a los
Reche y que estos re-significaron positivamente (ver Villar y Jiménez 2006).
46 Rival 1998, 235-237; 2001, 101; 2002, 39-43; Robarcheck y Robarchek 1996, 191-193; 1998,
20-26. Fueron cazadores con cerbatana de varias especies de monos y aves; de pecaríes de cuello
blanco con lanzas de madera (Yost y Kelley 1986; Rival 1996, 2001); y recolectores de frutos y
vegetales silvestres, con marcada preferencia por varios tipos de palmera, complementados con
el cultivo de mandioca y maíz. El patrón de asentamientos también combinaba casas comunales
situadas preferentemente en la cima de las colinas con residencias secundarias en los territorios de
cacería, y los movimientos no se realizaban de una manera azarosa, sino por sectores de la selva
donde la acción antrópica era intensa y se revelaba, por ejemplo, en la concentración de recursos
vegetales en áreas seleccionadas y específicas (Rival 1998, 237-240; 2002, 68-93; 2006). Muchas
sociedades amazónicas ocuparon áreas selváticas modificadas por su propia actividad, invisible a
los ojos de un extraño que sólo percibe una distribución aparentemente caótica de la vegetación,
pero ordenada y relevante para los Nativos de la región (ver Descola 2005, con respecto a los
huertos ashuar). Quizá hasta un 18 % de la superficie de los bosques amazónicos fue transformada
por acción de sus pobladores originarios (Denevan 1992, Peters 2000). Inclusive, Balée describe
la utilización de los recursos vegetales semi-domesticados existentes en huertos ya abandonados
(Balée 1993, 105), práctica no sólo característica de los trekkers como los Huaorani (Rival 1998,
237-239; 2002; 2006, 581-583), sino por horticultores como los Ka’apor, (Balée 1994, 116-136;
1995, 102-106) y Kayapó (Posey 1985, 1994, 1998), y cazadores-recolectores como los Nukak
(Politis 1996, 1999, 2001, 2007; Politis, Martínez y Rodríguez 1997), Sironó y Yuqui (Balée
1993, 2001; y Stearman 1984, 1991, con respecto a los segundos).
47 Viveiros de Castro 1992, 92-98. David Maybury-Lewis describió un patrón similar para el caso de
los Akwē-Shavante. (Maybury-Lewis 1974, 48, 53-59).
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 159

Dentro de una modalidad análoga, los Parakanãs representan un caso singular e


interesante. A principios del siglo XX, el grupo se dividió en dos bloques: el orien-
tal distribuyó su tiempo entre aldeas y campamentos semi-permanentes, mientras
que el occidental optó por un patrón de alta movilidad, desarrollando prolongados
trekkings por sus territorios, y recién volvieron a la vida en aldeas y a una mayor
dependencia de la horticultura, luego de su pacificación por los funcionarios del
FUNAI.48 Es evidente que un observador que ignorara la previa historia en común
y se encontrase frente a poblaciones que, aunque ocupaban un mismo espacio y
compartían otros rasgos culturales, desplegaban estrategias productivas tan dife-
rentes podría quedar persuadido de hallarse en presencia de dos grupos distintos.
Precisamente, una situación de este tipo se verificó en el caso de los Nambi-
quara49 y motivó la polémica que tuvo lugar entre Levi-Strauss y Aspelin,50 con
respecto a la imagen distorsionada que –de acuerdo a la crítica del segundo– el
primero había construido de los Nativos en cuestión. El punto a subrayar aquí es
que, con independencia de quién lleve la razón –y es posible que, como ocurre
habitualmente, ambos contendientes y quienes habían aportado previamente otros
elementos de juicio o los agregaron más tarde51 hayan tenido parte de ella–, esa
discusión demuestra que el momento y las condiciones de observación de las eco-
nomías nativas –y de su forma de vida en general– son importantes a la hora de
elaborar explicaciones e interpretaciones.
Puede ocurrir que un observador fugaz caiga en el error de tomar por defini-
tivas y universales prácticas transitorias y reversibles, y a la inversa; así como
también podría suceder que una mayor o menor opacidad –o la invisibilidad– de
ciertos factores en realidad combinados haya condicionado una sesgada percepción
circunstancial, creando la interpretación de un antagonismo excluyente o de una
importancia diferencial inexistente.52 Estos percances ocurren aún cuando la obser-
vación se realice en persona y tomando todos los recaudos; cuanto más inminente
será el riesgo, si nuestro juicio debe guiarse ineludiblemente por un conjunto de
afirmaciones hecha por otros hace trescientos años, en circunstancias cambiantes y
desde ópticas diferentes.
En síntesis –y en buena medida a raíz del impacto producido por el contacto
conflictivo con los europeos y sus descendientes–, vemos la recurrencia a distintos
modos de explotación de diversos recursos, con los que, a su vez, se establecen

48 Fausto 2001, 77-78, 107-130.


49 Levi-Strauss 1973.
50 Levi-Strauss 1976, Aspelin 1976, 1979.
51 Price y Cook, 1969; Price 1978.
52 Richard White presenta el caso de un observador circunstancial de los Choctaws a fines del siglo
XVIII: frente a una estrategia combinatoria en el manejo de los recursos, transmitió una falsa
impresión acerca de la impericia nativa en la caza, justamente porque la observación fue hecha
durante el lapso anual en que esa actividad cumplía un papel de importancia menor, relegada a
ciertas áreas marginales del territorio. El relato, basado en una percepción errónea, se convirtió
más tarde en una referencia ineludible para todos los investigadores interesados en aquel grupo
(ver White 1988, 16-33).
160 Devastación

variados tipos de vinculación, según se los haya domesticado, se los mantenga en


una condición de semi-domesticidad, o se los aproveche directamente en su estado
silvestre. Así, tenemos (a) un estilo de vida aldeano articulado con la práctica de
una horticultura compleja en base a un conjunto numeroso de cultígenos; (b) otro,
que combinaba la vida aldeana y el trekking a lo largo del ciclo productivo, acu-
diendo a la explotación intermitente de vegetales domésticos, semi-domésticos y
silvestres;53 y por último, (c) el de los cazadores-recolectores-pescadores a tiempo
completo.54 A estas modalidades se agrega –lo reiteramos– la incidencia de factores
climáticos y ambientales.

5. Campeadas y malocas
Ambas actividades –que enseguida describiremos– encaradas desde los espacios
fronterizos del sur chileno representaron la adaptación local de una modalidad que se
reiteró en las guerras de expansión europea en ultramar. Lawence Keeley observó esa
recurrencia a nivel general, y describió además las “técnicas no ortodoxas” adoptadas
por las tropas para alcanzar la victoria contra “sus oponentes más primitivos”, entre
ellas la destrucción de la infraestructura económica y de los medios de subsistencia
(por ejemplo, viviendas, depósitos de comida, sembradíos y ganados), utilizando los
conocimientos, la pericia y la fuerza bélica de scouts y auxiliares indígenas.55
Así, en los confines meridionales del imperio las campeadas constituyeron ope-
raciones a cargo de gran número de soldados que ingresaban a los territorios indí-
genas con el objetivo de ocasionar serias lesiones a su economía, obligándolos de
esta manera a solicitar la paz. Las operaciones principales consistían precisamente
en destruir viviendas y cosechas, y arrebatar las reservas de alimentos y los anima-
les que pudieran hallarse. Dada la superioridad numérica del enemigo, los Nativos
no encontraban más remedio que ocultarse en montes y bosques, esperando a que
pasase el turbión: “El ejército entero –dice Gerónimo de Quiroga– es dueño de la
campaña, porque a la parte donde se arrima lo abrasa todo, sin que los indios tengan
fuerzas ni valor para acometerle…”.56
Las malocas o monterías, en cambio, eran protagonizadas por un contingente
reducido de españoles y un grupo numeroso de indios amigos,57 organizados sobre
todo para capturar piezas humanas que luego serían vendidas como mano de obra
esclava. En este caso, el éxito dependía del sigilo y la velocidad,

53 Una alternativa con respecto a esta ha sido sugerida por Gustavo Politis, refiriéndola a los Nukak.
En este caso, se presenta una horticultura a muy pequeña escala, dentro de un patrón básico caza-
dor-recolector, en ausencia de vida aldeana temporal, explotándose plantas domesticadas dispues-
tas bajo la forma de parches, en un marco de alta movilidad
54 No olvidemos que en la región, también la pesca (una forma sui generis de la caza) proporcionó
importante cantidad de proteínas.
55 Keeley 1996, 74.
56 Quiroga 1979 [1690], 311.
57 Andrea Ruiz Esquide-Figueroa ha demostrado la tipicidad de esa diferencia numérica (1993, 20-
21, cuadro I).
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 161

…porque las malocas o monterías hechas en lejanas tierras a gente


neutral eran contra justicia y razón cristiana, pues no la había para
asaltar de noche como fieras a hombres que estaban en sus casas y
tierras,…apresándolos…y vendiéndolos como esclavos.58

La importancia económica de las malocas esclavistas se incrementó hacia me-


diados del siglo XVII, cuando el precio de los esclavos provenientes de África
aumentó notablemente, debido a las dificultades que experimentó la trata como
consecuencia de la rebelión del duque de Braganza. A raíz de la secesión portugue-
sa, los tratantes de esa procedencia fueron excluidos de los mercados coloniales
españoles. En palabras de Eugene Berger:

Finally, slave raiding was given even more impetus when the Por-
tuguese revolution of 1640 interrupted the activities of Portuguese
African slave traders and raised prices for Chile´s indigenous slaves.
Cost shot up 250 pesos per slave to 600 and 700 pesos during this pe-
riod. The prevalence of slave taking raids meant that for the first time
since the conquest of Chile, there was little talk of a major offensive
and quick end to the War.59

El aumento del precio de los esclavos africanos vino entonces a estimular las ape-
tencias de los monteros, animados por la posibilidad de satisfacer con fuerza de
trabajo indígena la demanda de mano de obra a un costo conveniente, sobre todo
si se tiene en cuenta que una parte importante del esfuerzo de captura y sus riesgos
era transferido a los indios amigos. La prueba más elocuente del éxito del negocio
resulta de un simple cotejo entre los doscientos mil pesos obtenidos por Lazo de la
Vega, gobernador del Reyno de Chile entre 1629 y 163960 y el millón de pesos –una
fortuna para la época– que Vicente Carvallo i Goyeneche testimonia que obtuvo
Juan Henríquez, ocupante del mismo cargo entre los años 1670 y 1682.61 Se ve
claro que la empresa involucraba un vasto conjunto de intereses favorecidos por su
éxito: desde el gobernador y los oficiales de mayor graduación que recogían la parte
del león hasta los soldados y los indios amigos, beneficiarios de una porción menor,
pasando por los demandantes de mano de obra regionales y extra-regionales que se
la procuraban así a un precio acomodado en comparación con el desembolso que,
en caso de oferta disponible, les hubiera exigido la adquisición de piezas africanas.
El ciclo de campeadas y monterías llegaría a su conclusión hacia fines del
siglo XVII, como resultado de una combinación de factores ideológicos y eco-
nómicos. En primer lugar, la Compañía de Jesús –estimulada por los magros be-
neficios obtenidos en su esfuerzo por cristianizar a los Reche– argumentaba que

58 Quiroga 1979 [1690], 310.


59 Berger 2006, 148.
60 Berger 2006, 147, nota 416.
61 Carvallo i Goyeneche 1875 [1796], 166.
162 Devastación

sólo la disminución del nivel de conflicto interétnico podría crear las condiciones
favorables para su intervención. Esta aminoración, a su vez, únicamente sobre-
vendría cuando desapareciese la posibilidad de hacer negocio, vendiendo como
esclavos a los Indígenas capturados en acción bélica. Persuadidos de sus razones,
los misioneros insistieron una y otra vez con tenacidad en que debían ser abolidas
las reales cédulas que autorizaban la esclavitud de los indios de guerra y final-
mente vieron atendidos sus reclamos. La corona dictó una serie de medidas en
consonancia con las peticiones recibidas.62 Entre ellas, se destacan la prohibición
de trasladar indios de depósito a Lima –emitida en 1683– y más tarde la ilegali-
zación de la reducción a la condición de esclavos, de los Nativos capturados,63
que quitó sustento lícito a las malocas. La Real Audiencia de Santiago tomó a su
cargo la vigilancia del cumplimiento estricto de estas disposiciones.64
En concurrencia con ello y como lo sugiere Sergio Villalobos, es posible que el
paulatino aumento de la población mestiza en el Valle Central del reino haya generado
una oferta alternativa de fuerza de trabajo para las haciendas cerealeras de Santiago
y Concepción, en el marco de una coyuntura favorable a la actividad agrícola. En
efecto, a partir de 1687, se incrementó la demanda peruana de trigo atendida con la
producción chilena, a precios muy ventajosos.65 La rápida prosperidad del negocio
contribuyó a desarrollar en sus beneficiarios una nueva sensibilidad con respecto al
conflicto interétnico. Las malocas pasaron a ser evaluadas como una de las causas que
podrían provocar las temidas rebeliones indias, seria amenaza para la prosperidad.66
Por los motivos sintéticamente presentados, el advenimiento del siglo XVIII
estaría caracterizado por una reorientación de intereses y prácticas que llevaría al

62 No puede descartarse, por otra parte, que el breve Commissum Nobis promulgado por el papa
Maffeo Barberini (Urbano VIII) en abril de 1639 haya ejercido en el ánimo regio siquiera un
mínimo del influjo disuasorio que en apariencia lo inspiraba. Se prohibían en él -bajo amenaza de
excomunión latae sententiae-, la reducción de los indios a la esclavitud, su compra-venta, permuta
y donación, así como el traslado lejos de su residencia, el despojo de bienes y la sujeción a servi-
dumbre, en las posesiones coloniales hispano-lusitanas de Sudamérica. Está claro, desde luego,
que esa influencia fue lenta, tardía e imperfecta, como también lo está que los gobernadores y los
monteros de Chile no demostraron especial sensibilidad.
63 Hanisch 1981, 8, 64; Villalobos 1989, 17; Foerster 1996, 273.
64 Berger 2006, 190, nota 575.
65 Barros Arana 1999, 218-220; Bengoa 1988; 55; Bauer 1994, 32; Berger 2006, 188. A fines de ese
año, el Perú central había sufrido las consecuencias de un tremendo terremoto que arruinó los
campos y los sistemas de riego en los valles costeros, afectando sobre todo el cultivo de trigo.
66 Estaba fresco todavía el recuerdo del notable levantamiento general de 1655, cuando los indios
de paz y de guerra se coaligaron para alzarse y destruyeron casi totalmente los establecimientos
productivos españoles situados al norte del río Bío Bío. En esa ocasión, una de las motivaciones
importantes de la rebelión giró en torno a la reducción a la esclavitud de piezas humanas capturadas
en acción bélica, tema que involucraba los intereses de ciertos caciques amigos que soportaban con
sus hombres la mayor parte del esfuerzo de montería y recogían luego sólo una porción menor del
botín. Para conocer con más detalle estas motivaciones, ver la relación anónima de 1655 titulada
Descripción y cosas notables del Reyno de Chile para quando se trate en el año de 1655 del notable
levantamiento que los Indios hicieron en el, en Biblioteca Nacional de Madrid, Manuscrito 2384, en
especial folio 257 (Esta relación fue parcialmente publicada por Jimena Obregón Iturra [1991]).
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 163

paulatino abandono de la extracción violenta de piezas humanas, sustituida por el


progresivo interés en la producción de ponchos y mantas indígenas.

6. Las estrategias indígenas


Por su parte y para hacer frente a las condiciones que el prolongado conflicto
con los invasores les planteaba, agravadas por la incidencia destructiva de cam-
peadas y malocas, la sociedad reche se había transformado de manera plástica,
acentuada y veloz. Durante los siglos XVI y XVII, los Indígenas no trepidaron
en abandonar su costumbre de poblar los valles fluviales ocupándolos con densos
asentamientos, para convertirse en habitantes “inciertos, mudables y ocultos”
de un mundo alejado de la presencia amenazante de los españoles: los grandes
caseríos, las viviendas amplias con varias puertas, los sembradíos vecinos a ellas
y los ganados que pastaban en sus alrededores pasaron a ser recuerdos de un
tiempo anterior y distinto.67
En 1621, Jerónimo Luis de Cabrera, al frente de numerosa armada y prove-
niente de Córdoba, luego de internarse más de doscientas leguas en dirección
general al Sudoeste, aproximándose a la cordillera, llegó hasta el sitio que los
expedicionarios llamaron Valle de Cutan, encontrándose allí frente a centenares
de Nativos.68
La identificación de Cutan con Rucachoroi –denominación que alude a un ce-
rro, un valle, un arroyo y una laguna integrados a un paisaje común–69 fue hecha
por Sánchez Labrador,70 refiriéndose precisamente a la entrada de Cabrera:

…Aviendo con tantas prevenciones hecho camino cosa de 200. Le-


guas, llegó á un sitio llamado Rucachoroguen, en que hizo alto toda
la tropa. Acampados con buen orden los Españoles vieron venir so-
bre sí como cinco mil Indios guerreros escogidos de distintas parcia-
lidades…y se vio obligado D.n Jerónimo á retirarse y desistir de la
conquista.71

67 Bengoa 2003, 301.


68 Las poblaciones de Cutan estaban vinculadas al ayllarewe de Villarrica, uno de los más poderosos
de la Araucanía; así lo demuestra la declaración del ex-cautivo Feliciano Llanos: “la villa rica
estará de los dichos Indios donde llegó Don Jerónimo como diez leguas, y este testigo estava de
ella ocho leguas, donde vivía el Cacique su amo [quien recibió] aviso…pidiéndole socorro porque
havían llegado españoles a su tierra y que le enviasen gente…y fue corriendo la flecha que es la
señal para que fuese gente…” (Declaración brindada en Córdoba, el uno julio 1635, en BN, BM,
Manuscriptos originales, volumen 311, fojas 248-249).
69 Vuletin 1979, 310, Alvarez 1983, 136. El topónimo se mantiene vigente en la actual provincia de
Neuquén y designa un lago, un arroyo y una población. De esos parajes era nativo don Damasio
Caitru, protagonista del recordado documental de Jorge Prelorán -titulado Araucanos de Ruca-
choroy- e inmejorable expositor de los múltiples beneficios que su pueblo recibió y recibe de las
piñoneras (Álvarez 1983, 169-180).
70 Así lo destacó en su momento Eduardo Crivelli Montero (2000, 13).
71 Sánchez Labrador 1936 [1772], 21.
164 Devastación

Dejando de lado la agresividad con que los Nativos recibieron a Cabrera y su gente
(prueba palmaria de que no era la primera vez que se topaban con europeos), las
actividades económicas, el patrón de asentamiento y la lengua, entre otros rasgos
igualmente significativos, permitieron confirmar que se trataba de Indios de la gue-
rra de Chile radicados al este de los Andes.
Los silos donde estos Indígenas “ocultaban” sus alimentos fueron objeto de
reiterada mención en la encuesta judicial que años después se llevó a cabo en la
ciudad de Córdoba. En la relación de la entrada, el mismo Cabrera relató:

…caminamos por este Valle de Cutan con igual trabajo de nieves


malos pasos despeñaderos y a pié porque sin gente ni Cavallos ape-
nas podriamos ir sueltos = dos leguas y á las dos de la tarde llega-
mos donde estava el cacique cutan con hasta veinte Indios que nos
recibieron y agazajaron en cuatro casas que allí havia que esta gente
como es de la guerra de aquel reyno viven con esta division por
aquellos guaycos y quebradas en que consiste la fuerza y defensa
como en no tener como no tenian ninguna comida en sus casas sino
apartada y enterrada y cuvierta en silos que la necesidad de algunos
soldados descubrio =”.72

Pedro Pérez –vecino de San Luis– que había participado de la entrada, agregó que
Don Jerònimo

…pasó al valle de Cutan…y halló población de Indios de guerra


de Chile muy bien pertrechados y armados…y las comidas en silos
como lo tienen los Indios de guerra en el estado de Arauco ocultas
para que los españoles no se aprovechen de ellas ni las hallen para
quitárselas y el dicho Don Jerónimo estubo en el dicho valle de cutan
con grande riesgo un dia y una noche.73

La utilización de silos subterráneos para preservar las reservas de alimentos consti-


tuía entre los Reche una práctica asociada al trekking que ya había referido mucho
tiempo antes Jerónimo de Vivar, quien también menciona la habilidad desarrollada
por algunos soldados para detectarlos.74 A lo largo de los primeros cincuenta años de
la Guerra de Arauco, la guerra de los silos representó una parte importante de la ac-
tividad bélica en general. Tanto Indígenas como españoles habían desarrollado técni-
cas, los primeros para ocultar sus reservas y acceder luego a ellas mientras se movían
en el espacio, y los segundos para hallar los escondrijos y saquearlos o destruirlos.

72 Real Cédula de S. M. el Rey dirigida a don Diego de Portugal, Presidente de la Real Audiencia
del Río de la Plata, sobre la navegación del estrecho de Magallanes, en BN, BM, Manuscritos,
volumen 128, pieza 2308, fojas 199-200.
73 Declaración de Pedro Pérez, Córdoba, 21 julio 1625, en Auto expedido por la Real Audiencia del
Río de la Plata sobre el castigo que merecen ciertos indios rebeldes de Chile, sin mención de lugar,
1625; BN, BM, Manuscritos, volumen 128, pieza 2309, fojas 260-261.
74 Vivar 1998 [1558], 56-57.
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 165

Alonso de Góngora y Marmolejo, por ejemplo, describió un incidente que de-


muestra hasta qué punto eran capaces de llegar los Reche en su preocupación por
conservar las reservas alimentarias fuera del alcance de los invasores. Durante el
verano de 1558, los indios de Tucapel incendiaron sus viviendas para que las ceni-
zas ocultaran los silos construidos en el piso de las mismas, sacrificio que en este
caso resultó infructuoso, porque la intencionalidad del fuego despertó la curiosidad
de los soldados que terminaron por hallar trigo, cebada y maíz.75
El incidente sirve, de paso, para confirmar que el proceso de sustitución del
maíz por cereales europeos ya estaba en marcha a mediados del siglo XVI.76 El tri-
go y la cebada fueron usufructuados por los Reche mediante una serie de prácticas
novedosas, sembrándolos en medio de los montes y aprovechando su maduración
temprana para cosecharlos y disponer del producto antes de la época en que los
españoles, una vez que habían concluido las propias tareas de siega de los mismos
cereales, iniciaban las incursiones.
En el caso de los habitantes del Valle de Cutan, a esta ventaja se sumaba la de
que su territorio estuviera ubicado dentro del área de dispersión de la Araucaria
araucana o árbol del pewen:

…donde tienen hecha su población los Indios de Chile y muchas


crías de ganado y yeguas y ovejas y carneros de castilla y de la tierra
y trigo y cebada y alberxas y lentexas y havas y madi que es otra
semilla de aquel reino y grandes arboles de pinares – y el trigo estaba
recojido en silos que estaba segado y habían muchas chacaras por
segar y en lo mas alto de las caderas de aquellas cordilleras tenian
los dichos trigos y barbechos de trigo y cevada y muchas papas por
coger y todo el campo estaba lleno de frutillares…77

Tanto el alejamiento de las poblaciones y la dispersión de las viviendas como de


los terrenos sembrados con las distintas especies enumeradas en el memorial y el
ocultamiento de reservas desnudan toda su importancia estratégica, cuando se las
considera en relación con campeadas y malocas.
Las enormes dificultades en enfrentar el poder de fuego del ejército real durante
las campeadas determinó que los Nativos, además de evitar las batallas frontales,
alejaran sus lugares de habitación y terrenos de labor de los espacios cercanos a las
fronteras, dispersándolos y disimulándolos en el paisaje e instalándolos en sitios

75 Góngora y Marmolejo 1862 [1575], 76.


76 Como lo testimonió González de Nájera (1882 [1614], 76) y lo señaló Miguel Palermo (1988, 72)
en su trabajo pionero sobre la incorporación de vegetales domésticos introducidos, a diferencia
de algunos autores chilenos que optan por asignar el momento de iniciación de esa sustitución al
cambio de siglo (Torrejón y Cisternas 2002, 733; Bengoa 2003, 301-303).
77 Memorial de Luis Jerónimo de Cabrera, Córdoba, 24 julio 1625; Real Cédula de S. M. el Rey
dirigida a don Diego de Portugal, Presidente de la Real Audiencia del Río de la Plata, sobre la
navegación del estrecho de Magallanes, en BN, BM, Manuscritos, volumen 128, pieza 2308, fojas
239-240.
166 Devastación

de difícil acceso y tránsito, con el evidente objeto de salvaguardar vidas, cosechas,


reservas y animales, pero también para obstaculizar las operaciones del ejército
que naturalmente podía permanecer en campaña sólo un tiempo limitado. Así lo
observaron una multitud de comentaristas de fines de siglo XVI y de la centuria
siguiente.78 Entre ellos, se destaca Miguel de Olaverría por su diáfana descripción
de esos cambios que había percibido ya en los últimos años del 1500, reflejándolos
en un informe que dirigió a su rey:

…si por algún camino se pudiera obligarles a reducirse era por


este de las talas de comida, porque quitándosela generalmente se
necesitan y reciven daño de todo género.., para reparo de lo cual
son tan sagaces y astutos y ayudados de la experiencia que tienen
de la guerra y trabajos an echo una cosa que no la inventara nadie
sino ellos que es aver dado desde que don Alonso de Sotomayor
les començo a hacer guerra en hacer grandes rocas y talas de mon-
tañas en lo más áspero y encima de los cerros y en estas rocas y
sitios donde no ay hombres humanos que puedan entrar ni ir…
hacen las mas de sus sementeras endonde se las da con mucha
abundancia por la grañidísima fertilidad de aquella tierra y assi
proceden estos indios al dia de oy seguros de no verse con necesi-
dad de bastimentos…79

No podríamos haber encontrado palabras más ajustadas para dar cuenta precisa
de lo que pasó a ser una agricultura y horticultura de guerra. En situaciones de
conflicto, se generaron estas islas de recursos en puntos seleccionados del paisaje,
a menudo vecinos a los senderos que los Nativos conocían y frecuentaban, de tal
manera que esos sembradíos ocultos, aunque inaccesibles para un extraño, eran
perfectamente identificables para los guerreros y sus familias y estaban disponibles
cuando la presencia de los enemigos les impedía acercarse sin riesgo a sus terrenos
permanentes de cultivo.80
Tanta fue la notoriedad de esa actividad, que cualquier persona familiarizada
con las costumbres reche no dudaría en predecir acciones bélicas, si las vegas de-
jaban de ser cultivadas y se recurría a la siembra de emergencia. El cacique Na-
guelquirque, acusado a fines del siglo XVI de organizar un alzamiento, admitió que
la mejor prueba de que se preparaba la rebelión fue que “…no [se han] sembrado

78 Por ejemplo, Olaverría (1852 [1594]); Ocaña (1995 [1600], 37); González de Nájera (1971 [1614],
48 y 175-178); Tribaldos de Toledo (1864 [1634], 90); Anónimo de 1655 en Obregón Iturra 1991,
159; Solórzano y Velasco (1852 [1657], 426-427); Rosales (1877 [1674], 221); y Quiroga (1979
[1690], 21)
79 Olaverría 1852 [1594], 37-38.
80 Posey creó un concepto de análogo contenido -jardines de guerra (war gardens)- en sus estudios
sobre poblaciones amazónicas en general y especialmente acerca de los Kayapó (1994, 277-278).
Conductas similares han sido descriptas por Rival en el caso de los Huaorani (Rival 1998) y por
Ferguson con respecto a los Yanomami (Ferguson 1998).
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 167

chacaras en la tierra llana, sino…en las montañas de Chumpulli…”, donde se en-


viaron “… mozetones y sus bueies a las dchas. Montañas…y a los Zerros altos para
que…sembrasen sus chacaras por las miras que tenían de alzarse y retirarse allí.”81
Sus palabras se ven confirmadas por Quiroga, refiriéndose a los mismos he-
chos: “…todos los prácticos an conocido que este movimiento asido fuera de tiem-
po, porque nunca se mueben hasta coger sus cosechas, y ponerlas en los montes,
porque sin ellas no pueden mantenerse.”82
No obstante la rigurosidad del clima, ciertos sectores apartados de la cordillera
se adecuaban al propósito de sembrar superficies acotadas en algunos valles, según
puede verse en la descripción de Diego de Rosales:

…en los riscos y nieves de la cordillera cogen sus trigos y zebadas en


abundancia los Pegüenches, aunque son poco labradores y con muy
poco que siembran se contentan, atenidos a la grande abundancia de
Piñones83…Porque de entre las peñas y la nieve salen unos altísimos
pinos que dan unos piñones del tamaño de las vellotas, de que en-
cierran gran cantidad, y dellos hazen pan para comer y chicha para
beber y los generos de guisados que quieren. Consérvanse cuatro o
cinco años frescos como el primer día metidos en silos de agua...La
zebada la siembran antes de que comience a nevar y pequeñita y cu-
bren montes altísimos de nieve y se está debajo della los seis y ocho
meses, y en aviéndose derretido la nieve, que le da el sol, sube con
gran pujanza y madura al tiempo que la otra que se siembra donde
no ay nieve.84

Pero la dispersión y ocultamiento de asentamientos y reservas para neutralizar los


efectos de las agresiones militares mostró sus limitaciones en dos sentidos. En
primer lugar, esa solución demandaba la reposición periódica de los alimentos en-
silados, alternativa que se veía imposibilitada cuando los españoles reiteraban la
tala de las cosechas en varias campeadas sucesivas. El mismo Quiroga nos hace
ver con claridad que ninguna agrupación nativa lo podía soportar:

81 Declaración de Naguelquirque, Concepción, 12 noviembre 1693, en Juicio contra Juan Pichuñan


y otros, BN, BM, Tomo 323, fojas 160.
82 Carta del Maestre de Campo General Gerónimo de Quiroga escrita a esta Real Audiencia, noti-
ciándola de los sucesos de la Frontera y origen que tubo la inquietud de los Yndios de Moquegua.
Concepción, 20 enero 1694, Archivo Nacional de Santiago (AN), Real Audiencia (RA), Volumen
3003, fojas 109.
83 Uno de los rasgos ventajosos de la araucaria -como observó Rosales- es su adaptación a las bajas
temperaturas cordilleranas y su resistencia a las heladas: “La temperatura media anual oscila
alrededor de 8º centígrados, con un período libre de heladas de noviembre a marzo (en el lago
Aluminé, ubicado en el centro de la distribución de la especie en Argentina). Araucaria araucana
es la única especie del género que soporta heladas (Aagesen 1993), lo que le permite habitar en
esa zona.” (Rechene, Roveloti, López Cerero, Burschel y Bava 2003-2004, 4).
84 Rosales 1877-1878 [1674], 192.
168 Devastación

…esto es infalible, que el General que se pusiese en campaña tres


veranos, reducirá la gente más rebelde del Reyno, porque ningún
bárbaro puede ser tan obstinado como un león o un tigre, y ése se
reduce con el hambre viniéndose a los pueblos a buscar su sustento,
si no le halla en los montes; y estos indios no tienen en los suyos
fruta silvestre, y en talándoles la campaña el primer año, no tienen
qué comer en el segundo, y repetido este trabajo por segunda vez, es
preciso que se rindan y sujeten por no perecer…85

Y en segundo término, si tenía lugar una maloca, la dispersión de los guerreros y


sus familias, al debilitar la resistencia concertada, podía terminar por favorecer la
sorpresiva y veloz acción de los monteros.
En este contexto, el alejamiento hacia zonas que estuviesen a salvo del peligro,
opacando su presencia y la ubicación de sus recursos vino a combinarse, a medida
que el tiempo transcurría, con un abandono temporario o, al menos, un decreci-
miento en la importancia de las actividades hortícolo-agrícolas –una “regresión” en
los términos de Balée– y un concomitante énfasis en la caza y recolección, precisa-
mente con el objetivo de colocarse en mejores condiciones para neutralizar a la vez
la eficacia de campeadas y monterías.86 Así lo testimonió Mascardi, cuando relata:

En este parlamento [el que mantuvo con los Indígenas], fueron ex-
hortándose cada uno a sembrar y tener casas y modo de vivir, y a
recibir mi enseñanza y a quitar pecados, y en particular a quitar he-
chizos de sus tierras y a olvidar enojos pasados. Porque con mi veni-
da empezaban ya a vivir sin temores ni recelos de ser maloqueados,
conforme yo les había prometido. Y así, después del parlamento,
vinieron casi todos a agradecerme de nuevo la venida a sus tierras,
y que si en tiempos pasados vivían de sólo la caza y yerbas o raíces
silvestres, en adelante harían sus casas y sementeras y quemarían sus
rozas al medio día, sin recelo de que se viesen los humos.87

85 Quiroga 1979 [1690], 209-210.


86 El abandono de prácticas agrícolas y un paralelo énfasis en la caza y recolección por parte de
sociedades nativas enfrentadas a las presiones características de una zona tribal no constituyen un
fenómeno infrecuente. En Amazonía se presentan varios casos. Quizá el más conspicuo sea el ya
citado de los Yanomami, descripto por Brian Ferguson en términos coincidentemente muy simi-
lares a los que utilizó Nicolás Mascardi en el siglo XVII. Desde mediados del siglo XVIII hasta
principios del XX, la economía de los Yanomami fluctuó entre la agricultura y una combinación de
caza y recolección, estrategia que se vincula a la presencia en sus territorios de partidas esclavistas
portuguesas y españolas primero y luego venezolanas y brasileñas. La intensa actividad de estos
predadores sociales -como los denomina el autor- determinó la inconveniencia de practicar rozas:
el ruido provocado por el desmonte y el humo de la quema los hubiesen guiado hacia sus víctimas
(Ferguson 1998, 295).
87 Mascardi en Furlong 1963, 120.
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 169

Los enojos pasados habían determinado, entonces, la recurrencia a la caza y la


recolección de yerbas o raíces silvestres, con abandono temporario de la práctica
de sembrar y tener casas que ahora retomarían, frente a la formal promesa de que
no habrían de reiterarse las malocas y de que la quema hecha a plena luz no se
convertiría en la señal que guiase a los monteros hasta el lugar donde despreveni-
damente trabajaba la gente reunida.
Tres años más tarde, el misionero informaba que las cosechas habían vuelto a
ser abundantes:

…sólo la falta de sustento me maltrató algo los primeros años, por


haberme recibido la tierra con carne de caballo y pan de raíces de
pangue, y aseo muy escaso; pero ya después de mi venida se han
animado los indios á sembrar y yo les he buscado semillas y traído-
selas de Chiloé, y con lo que han sembrado de trigo, cebada, habas,
arvejas y otras legumbres hay abundancia ya en la tierra…88

7. Factores climáticos y ambientales


En nuestro caso de estudio, además de disminuir o neutralizar los efectos dañosos
provocados por las incursiones de los españoles, la programación de movimientos
territoriales, el almacenamiento de reservas, la diversificación de recursos y el in-
tercambio también constituyeron estrategias destinadas a amortiguar el impacto de
la escasez motivada por factores climáticos y ambientales,89 ya sea bajo la forma de
oscilaciones estacionales –más previsibles– o interanuales, entre estas, las fluctua-
ciones climáticas que inciden en la capacidad sustentadora del ambiente, en grado
variable de acuerdo a su escala.
En este sentido, se ha propuesto que los recursos silvestres combinados con una
economía agro-hortícola y pastoril suelen cumplir cuatro requerimientos básicos:
(I) distribución y densidad propicios para una recolección intensiva, (II) alto poten-
cial de almacenamiento, (III) patrón interanual de variabilidad independiente de la
producción agrícola, y (IV) patrón de disponibilidad estacional compatible con el
ciclo agrícola –y hortícola en nuestro caso.90
La Araucaria araucana reúne todas estas características, en especial la última,
como lo demuestran los estudios existentes sobre los bosques de los Valles de Ru-
chachoroy y Tromén. La productividad irregular de la especie se acentúa al aso-
ciarse con eventos El Niño (ENOS), cada dos o tres años, debido a que las grandes

88 Mascardi [1673] citado en Téllez Lugaro 1994, 273.


89 Halstead y O’Shea 1989, 3.
90 (O’Shea 1989, 59. Esta propuesta no es, sin embargo, de aplicación universal: en el caso amazónico,
por ejemplo, existen recursos silvestres que articulan adecuadamente con la horticultura y no se
almacenan, y las huertas (chagras) son multi-estratificadas, esto es, incluyen varios cultígenos
que se plantan mezclados, permitiendo cosechas a lo largo de prácticamente todo el ciclo anual
(Gustavo Politis, comunicación personal).
170 Devastación

lluvias durante el período de polinización (septiembre-enero) la desmerecen. En


cambio, las sequías vinculadas a la fase fría conocida como La Niña contribuyen
a aumentarla.91 Quiere decir, entonces, que las circunstancias favorables a la abun-
dancia de pewenes vulneran la productividad del trigo, seriamente lesionada por las
sequías de primavera y verano, con lo que se abre la posibilidad de complementa-
ción entre ambos vegetales.
Los estudios de reconstrucción del clima en la cordillera a lo largo de los últimos
mil años indican que durante del período 1680-1740 hubo doce eventos ENOS, dos
de ellos muy severos,92 eventos que, a su vez, se vinculan con la variación de las
condiciones de glaciación típicas de la Pequeña Edad del Hielo.93
Por lo tanto, si la productividad agrícola se volvió cada vez más azarosa debi-
do a las condiciones climáticas de disminución de las temperaturas e incremento
en la frecuencia de las sequías, no podría resultar extraño que la estrategia nativa
frente al deterioro de la producción triguera, haya consistido en incrementar la
recolección de piñones,94 beneficiados por esas mismas condiciones, e inclusive en
enfatizar paralelamente la caza.
Precisamente, en la década de 1730, cuando puede afirmarse que el ciclo de
campeadas y malocas ya había concluido y, por lo tanto, su amenaza no podría
argumentarse para justificar la disminución o ausencia de la actividad agrícolo-hor-
tícola, Miguel de Olivares refiere, sin embargo, la importancia que en el área ha
vuelto a cobrar la caza de avestruces y guanacos, destaca la relevancia de la hi-
pofagia nativa y reduce la de aquella actividad, limitándola –como lo señalamos
antes– a los cultivos que se dan en la isla del Nahuel Huapi.
Pero en este caso, nuestra atención debe atender al énfasis con que el jesuita
vincula explícitamente ese panorama con rigurosas condiciones climáticas, en es-
pecial con respecto a la tierra de los pehuenches:

La otra cordillera divide a estos puelches de los indios de Chile por


todas aquellas tierras que llaman pehuenches, por cuya razón esta
tierra es frijidísima, donde todo el año nieva i hiela, sin que en ella se
den aquellas semillas que pueden servir para el alimento…95

91 Sanguinetti, Maresca, González Peñalba y Chauchard 2001, 29; Sanguinetti, Maresca, Lozano,
González Peñalba y. Chauchard 2001, 21.
92 Villalba 1994, 188.
93 Boninsegna 1995; Delgado, Masiokas, Villaba, Trombotto, Ripalta, Hernández y Cali 2002;
Villalba 1994 y Villalba et al. 1998.
94 La importancia del piñoneo se mantuvo con inalterable vigor en tiempos históricos (Aldunate y
Villagrán 1992), no sólo para los grupos que habitaban el área de dispersión de las araucarias, sino
también para quienes ocupaban los llanos centrales de Araucanía, como lo hizo notar Claudio Gay
con respecto a “los indios de los llanos de Angol y de Puren” (1858, 416). En estudios etnobotánicos
realizados contemporáneamente, se ha destacado la continuidad de esta práctica, ya sea referida
a poblaciones que residen al occidente de las montañas, en Ikalma (Herrmann 2005, 2006); o
instaladas en la estepa neuquina, que realizan largas incursiones anuales hasta las piñoneras para
proveerse de sus frutos (Ladio 2004, 31; Ladio y Lozada 2000, 67; 2001, 371-72; 2003, 948-949).
95 Olivares 1865 [1736], 509.
Seguros de no verse con necesidad de bastimentos 171

8. Palabras finales
Una revisión contextualizadora de la evidencia referida a la época y al área aquí
delimitada sugiere que la agricultura, horticultura, pastoreo, recolección y caza
no conformaron modalidades excluyentes –principalmente las dos primeras en
detrimento de las dos últimas–, sino, en realidad, un conjunto de actividades dis-
ponibles, entre las que los Indígenas se encontraban en condiciones de optar, arti-
culándolas lógicamente con las alternativas del hostil y prolongado contacto con
los hispano-criollos. Del análisis documental, se desprende la existencia de una
planificación de estrategias preferenciales o combinatorias, seleccionadas con fle-
xibilidad de acuerdo a circunstancias cambiantes que demandaron asimismo aten-
der a la incidencia de condiciones climáticas y ambientales.
Siendo así, debe superarse la reducción del problema a una antinomia de dudosa
consistencia entre la explotación de recursos silvestres y domésticos. Resulta conve-
niente y enriquecedora una percepción que incorpore los resultados de los estudios
realizados para otras sociedades indígenas y examine la información disponible a la
luz de sus contenidos conceptuales. En el caso de los aportes amazónicos que he-
mos incorporado, no sólo vemos –como en el nuestro– las alternativas y efectos de
la resistencia armada nativa contra los invasores europeos –y también la infaltable
colaboración con ellos–, sino además el abandono y reactualización de prácticas tra-
dicionales, la recurrencia a otras desusadas en el pasado y una plástica armonización
en términos de conveniencia, a medida que crecía el nivel de conflicto.
Hoy nos hemos limitado a avanzar un trecho en la consideración de los efectos
que ese conflicto interétnico tuvo sobre las actividades de las poblaciones nativas
instaladas en las tierras de los pehuenches durante el siglo XVII. En una atmósfera
de violencia y en el marco de constitución de una zona tribal quedan inscriptas la
instalación de una economía bélica y una variación en los patrones de residencia y
movilidad, traducidos en estrategias de distanciamiento y ocultamiento de personas
y recursos –la guerra de los silos–, combinando la retirada de la población a posi-
ciones de difícil acceso para colocarla fuera del alcance de campeadas y malocas,
con un mayor énfasis en la explotación de recursos silvestres vegetales y animales;
ello, acompañado por una adecuación de los cultivos agrícolas y hortícolas –o su
temporario abandono– y del manejo del ganado, tanto en lo referido a las especies
involucradas –que tempranamente incluyeron las introducidas por el enemigo–,
como a las modalidades de implantación, cosecha y cría, para tornarlas compa-
tibles con las variaciones estacionales o interanuales provocadas por factores de
orden climático y ambiental.
Aunque sea mucho lo que aún nos falta conocer, un análisis futuro más extenso
y prolijo despojado de preconceptos y estereotipos y su proyección a otras áreas
de estudio, abriendo nuestra percepción y echando mano a nuevos elementos con-
ceptuales –que surgirán tan pronto como se cambie la perspectiva que ha persistido
hasta el momento– promoverá una veloz superación de posiciones, en pronto be-
neficio de una interpretación más adecuada de la historia de los Pueblos Nativos
de la región.
CAPÍTULO VI
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias
diplomacia, comercio y uso de la violencia en los inicios
del fuerte del Carmen de Río Negro (1779-1785)1

Sebastián L. Alioto

Introducción

E
l memorable David J. Weber escribió que los funcionarios españoles encarga-
dos de la fronteras del imperio durante la época de los borbones solían oscilar
entre dos políticas distintas: la de hacer la guerra, incluso de exterminio, a
los nativos de las regiones que pretendían dominar, y la de favorecer un tratamiento
más pacífico y negociado, basado en la diplomacia y el comercio, acorde al ideario
del siglo de las luces.2 Según su aguda mirada, la inclinación de las autoridades
locales por una u otra de las opciones no estaba desvinculada de las posibilidades
de triunfo que se avizorasen con la opción militar, y el costo que ella podía tener, en
comparación con la vía pacífica.3 Otros estudiosos se dedicaron, antes y después de
la publicación de ese libro, a analizar los comportamientos de distintos funcionarios
borbónicos frente los desafíos que los nativos planteaban al imperio.4
Este estudio, adentrándose por esa huella, se concentra en las políticas segui-
das sucesivamente por los dos primeros comisarios superintendentes de la colonia
meridional de Carmen de río Negro –Francisco de Viedma y Juan de la Piedra–,
para ver cómo sus distintas visiones estratégicas derivaron en acciones que tuvie-
ron consecuencias muy diferentes, tanto para sus protagonistas directos como para
la población que debían gobernar. Esto ocurrió a pesar de que la concepción de
fondo de ambos funcionarios acerca de la naturaleza de los indios, de lo indeseable
de su presencia y de las dificultades que significaban para los planes de la corona
fuera muy similar. No era su equipamiento ideológico lo que los distinguió, sino
un desigual cálculo de la relación de fuerzas en la que estaban inmersos, de los
medios que era aconsejable aplicar y de las decisiones que correspondía tomar
en consecuencia. Los resultados de sus respectivas gestiones no pudieron ser más
contrastantes: los destinos de ambas personas, y el estado de la población misma

1 Este artículo fue publicado originalmente en Prohistoria, no. 21 (ene-jun. 2014), pp. 55-84.
2 Sobre la diplomacia y los tratados de paz en las pampas en esta época, ver Levaggi 2000; sobre el
caso de Córdoba ver Tamagnini y Pérez Zavala 2009 y Rustán 2010.
3 Weber 2005.
4 Ver por ejemplo el volumen compilado por Lidia Nacuzzi (2002).
174 Devastación

cuando la dejaron, dicen bastante sobre el éxito o el fracaso de sus acciones, aún
cuando desde luego se trate de conceptos difíciles de medir.
Se utilizará especialmente la documentación existente en la sección Costa Pa-
tagónica del Archivo General de la Nación (en adelante AGN), consistente sobre
todo en la correspondencia que ambos comandantes intercambiaron con los virre-
yes, que eran sus superiores directos. Ese conjunto principal se complementará
con papeles inéditos provenientes de otras secciones del mismo archivo y de los
Archivos General de Indias y de Simancas.
Dado que los indígenas no dejaron registro escrito de sus propias visiones e
interpretaciones de los eventos, sólo podremos aproximarnos a ellas a partir de la
óptica de los funcionarios coloniales. Las dificultades metodológicas inherentes
a esa aproximación exigen poner especial cuidado en reconocer el sesgo que los
prejuicios etnocéntricos pudieron introducir en los testimonios, para sortearlo con
éxito. En el caso específico que nos ocupa, y no obstante que no dispongamos de
un registro de la perspectiva nativa acerca de la política de Viedma y de la Piedra,
los hechos, a veces tan significativos que las palabras, acudirán en nuestra ayuda
para dar cuenta de la reacción generada por aquella.

La fundación de Carmen de Patagones y el gobierno de Francisco de Viedma


A finales de la década de 1770, la corona decidió fundar nuevas poblaciones en la
costa atlántica, destinadas sobre todo a resguardar un territorio que, aunque reivin-
dicado como propio ante las demás potencias europeas, no fue realmente poblado
ni dominado por los españoles. La revalorización del frente oceánico operada en
esa época, que resultó entre otras cosas en la creación del virreinato del Río de la
Plata, sumada al impacto causado por la obra de Thomas Falkner –cuyas palabras
parecían destinadas a tentar al gobierno inglés a hacerse del control de la zona para
tomar Chile desde allí–, apuraron la ejecución de una nueva política de poblamien-
to.5 Además, y a escala continental, en la segunda mitad del siglo la monarquía
siguió una política caracterizada por lo que Lucena Giraldo llama “una conciencia
geográfica territorialista”, basada en “la aceptación de que la ocupación física del
continente americano y su control estatal directo debían ser parte sustancial de
cualquier programa de reformas”; es entonces que el Estado borbónico6

5 Falkner 1957 [1772], Mandrini 2003, Navarro Floria 1994; Zusman 1999 y 2001; Luiz 2005.
6 Ha habido en los últimos años un debate acerca de organización política de la monarquía hispánica
y la noción de Estado. A mi criterio, esa discusión se refiere o debería referirse no tanto a si se
trataba o no de un Estado (cosa que, a mi juicio, es indudable), sino a qué tipo de Estado era. Como
sostiene Carzolio, la monarquía hispánica era “un espacio menos homogéneo y centralizado de lo
que suponía la historia política tradicional hasta los años setenta (...), compuesto por múltiples y
diversas sociedades con rasgos propios y dinámicas particulares”, mereciendo por ello, de parte de
muchos historiadores, los calificativos de agregativa y jurisdiccional: cf. Carzolio 2011 (ver allí un
resumen de la bibliografía que sostiene esa perspectiva). Desde luego que, en comparación con la
época de los Habsburgo, los Borbones implantaron (primero en la península, y luego en América)
un sistema político más centralizado y menos dependiente de los poderes locales, aunque estos
no perdieron del todo su influencia, tanto más cuanto más lejos se estuviera de la metrópoli y los
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 175

se implanta en las áreas marginales, las ordena de acuerdo con una


nueva lógica de organización territorial e intenta articular un efec-
tivo control social y político del espacio. En lugar de la tradicional
organización misional, la nueva ideología, laica y regalista, verá en
la fijación de unos límites respetados y en la ubicación permanente
de españoles en las fronteras la única garantía para evitar las su-
blevaciones indígenas, las intromisiones misionales en los fines del
Estado, la expansión del contrabando y el establecimiento de otras
potencias europeas.7

La amenaza expansionista de las demás potencias se complementaba con el temor


de que alguna de ellas pudiera instalarse en alianza y con ayuda de los indígenas
no sometidos.8
En diciembre de 1778 zarpó de Montevideo una flota que debía poner los ci-
mientos de varias nuevas poblaciones, al mando de Juan de la Piedra, nombrado
superintendente de los futuros establecimientos. Sin embargo, luego de fundar el
primero en San José,9 Piedra retornó a su punto de partida, aduciendo que las naves
eran insuficientes para proseguir la expedición hasta San Julián como estaba pre-
visto, y pretendiendo que se le entregaran refuerzos en navíos, personas y víveres.
Esa decisión le costó cara. El virrey Vértiz, basado en los diarios del propio Piedra
y de su acompañante Francisco de Viedma10 y en informes de distintos oficiales
(que en la visión del comisario “hicieron gavilla” y eran partidarios de los herma-

principales núcleos político-económicos americanos, y más cerca de los bordes del imperio: ver
Lucena Giraldo 2011; algunos autores sin embargo niegan que haya una discontinuidad notable
entre ambos periodos: Arrieta Alberdi 2009-2010; una vindicación de las características estatales
de la monarquía hispánica en Artola Gallego 1990. Algunos de los autores que dudan de ese carác-
ter estatal lo hacen porque toman como paradigma los estados nacionales construidos en el siglo
XIX: sobre esa discusión ver Amores Carredano 2011. En todo caso, en el marco del contacto y
la situación fronteriza, el contraste entre el Estado español y las sociedades no estatales es muy
marcado: las diferencias en cuanto a niveles de decisión política, capacidad coactiva y coercitiva de
los líderes, especialización, complejidad administrativa, y facultades económicas de la autoridad
política (como la capacidad de exigir tributo y la redistribución estratificada) son enormes. Sobre
esto resultan útiles las conceptualizaciones de la antropología política que comparan sociedades
centralizadas y descentralizadas: ver un resumen en Lewellen 2009; un análisis de las conflictivas
interacciones mutuas entre estados coloniales y sociedades descentralizadas en Whitehead 1992.
7 Lucena Giraldo 1996, 268; ver también Weber 1998. Las reformas borbónicas, a pesar de su ca-
rácter centralizador, tuvieron impactos diferentes de acuerdo a las condiciones particulares de cada
región; ver por ej. lo ocurrido en Charcas: Serulnikov 2009.
8 Lázaro Ávila 1996, 285. Ese temor no era del todo nuevo: fue el mismo que había impulsado a re-
cuperar y refundar Valdivia en 1645 luego de una excursión holandesa, y que siguió vigente durante
el siglo siguiente: León Solís 1994.
9 San José se fundó en lo que se llamaba la Bahía sin Fondo, en el actual golfo de San Matías y en la
orilla norte de la hoy denominada península Valdés. En general sobre San José ver Bianchi Villeli
2010; una reconstrucción de los planos históricos del fuerte en Bianchi Villeli et al. 2013.
10 Francisco de Viedma había sido nombrado superintendente de la futura colonia de San Julián y
viajaba en el mismo convoy hacia ese destino, al igual que su hermano Antonio designado tesorero
y contador a las órdenes de Juan de la Piedra.
176 Devastación

nos Viedma),11 formuló al superintendente una serie de cargos, suspendiéndolo en


sus funciones hasta que el rey decidiera al respecto. Sobrevino entonces un largo
proceso: hasta ser eximido de culpa, el desplazado estuvo cinco años enzarzado en
batallas judiciales.12 Mientras tanto, Francisco de Viedma quedó a cargo de los es-
tablecimientos sureños y bajo su mando se fundó en la desembocadura del río Ne-
gro, descubierta por Basilio Villarino, la nueva población del Fuerte del Carmen,
que se transformaría en el bastión principal de la presencia española en la región.13
Hacia marzo de 1783, los registros computan alrededor de 170 vecinos racionados,
a los que habría que sumar 70 albañiles y peones, y las fuerzas militares.14 Y el
censo que mandó hacer Juan de la Piedra a poco de su llegada al fuerte, en octubre
de 1784, enumera 149 civiles, más otras 220 personas entre funcionarios, tropa de
infantería y personal de marina.15
Durante su administración, Viedma se manejó con gran pragmatismo. Sabiendo
que dependía del todo de las buenas relaciones con los nativos, mantuvo con ellos
relaciones diplomáticas, intentó conformarlos en cuanto pudo, y llevó adelante un
fructuoso comercio, mediante el cual intercambiaba los efectos que le llegaban
por barco desde Buenos Aires (aguardiente, vino, chaquiras y demás bujerías) por

11 En su defensa ante el Consejo de Indias, Piedra culpó de su situación por un lado a una sorda
disputa de poder entre el virrey y el intendente; por otro, a los informes que ambos recibieron de
algunos de sus subordinados en la expedición, a quienes consideraba complotados en su contra.
Piedra argumentó que Francisco de Viedma merced a “su genio bullicioso habia fastidiado à los
embarcados en su compañia” (Defensa de Juan de la Piedra, “Principales motivos: Reales Ordenes,
Oficios y sucesos acaecidos en los años 1778, 1779 y en 1780 para la formacion de poblaciones
en la Costa Oriental llamada Patagonica...” AGN, Fondo Biblioteca Nacional –en adelante BN–,
tomo 167, documento nº 0218, f. 57V), y que “por querer mandar Viedma antes de tiempo” dispuso
“motu propio fuera de sazon reconocimientos en tierra” (Idem, f. 58R); luego se fue convenciendo
de “la pasion de mandar en D. Francisco de Viedma y observando que atraia parcialidades con los
oficiales de la tropa” (Ibidem, f. 62V); antes de partir de San José recibió cartas del oficial Nicolás
García que atribuyó a Viedma, por su “insultante estilo y clara demostracion de sublevacion” (Ibi-
dem, fs. 67V y 68R); finalmente interceptó una serie de informes que el oficial Manuel Márquez
dirigía a las distintas autoridades de Buenos Aires cuestionando el accionar de Piedra: este sostuvo
que Francisco y Antonio de Viedma y los oficiales de infantería Nicolás García y Manuel Márquez
fueron los que “hicieron gavilla [en su contra] en el Puerto de San José” (Ibidem, f. 71V); en los
fundamentos de Vertiz para suspenderlo, el comandante veía “los artificios y maquinaciones que
con clara mala fe y comprobables suposiciones entrega dicho papel, en el que hallaba tambien
palpable el abrigo y aplauso que tuvieron los de[l partido de] Marquez” (Ibidem, f. 92V). Cuando
el Rey absolvió a Piedra y lo repuso en la administración, decidió que ambos hermanos Viedma,
Nicolás García y Manuel Márquez “sean tambien apercibidos por los graves ecsesos que se advier-
ten en sus respectivos procedimientos y conductas” (Carta de Joseph de Galvez al virrey de Buenos
Aires, El Pardo, 8-2-1784. AGN, BN, tomo 167, documento nº 0183, s.f.).
12 Retomaré este asunto en la sección siguiente.
13 Entraigas 1960, pp. 22-62.
14 Biedma 1905, pp. 92-95. El fuerte debió recibir más población gallega, pero muchos de los que
llegaron a Buenos Aires fueron devueltos finalmente a la península.
15 Entraigas 1960, pp. 268-271; “Relacion de los sueldos efectibos que oy dia existen en estos
establecimientos”, Carmen, 4-11-1784. AGN, IX, 16.4.1., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 177

ganado en pie, tanto caballar como vacuno.16 A pesar de que en el fondo hubiera
querido terminar con las poblaciones indias que lo separaban de la capital virreinal
y que en ese momento conducían una gran ofensiva contra la campaña bonaerense,
conocía la imposibilidad de hacerlo desde su posición, y con realismo político se
amoldó a las circunstancias que le tocaron en suerte. Recibía con suma frecuencia
partidas indígenas que llegaban para mantener un intercambio mercantil; a la vez,
parlamentaba y negociaba con los caciques de cada agrupación, a quienes “rega-
laba” con los dones que,17 como aprendió rápidamente, eran imprescindibles para
aceitar las buenas relaciones diplomáticas con los líderes étnicos.18
El fuerte del Carmen se estableció a manera de enclave en territorio indígena
en una época de graves conflictos entre los grupos indios pampeanos y sus aliados
y el gobierno colonial de Buenos Aires:19 una serie de episodios que ofendieron a

16 Alioto 2011a.
17 Los dones fueron definidos como una forma especial de intercambio por Marcel Mauss, para quien
lo distintivo en ellos era que generaban una obligación y una dependencia recíproca entre los par-
ticipantes, creando un círculo de don-contradon que en principio no debía interrumpirse: Mauss
1971 [1924], pp. 155-268. Su conceptualización fue ampliamente retomada por distintos autores,
casi siempre del campo de la antropología económica, comparándola sobre todo con el intercambio
mercantil. Al respecto hay al menos dos posturas teóricas: quienes los consideran dos tipos de inter-
cambio absolutamente contrapuestos (por ejemplo Gregory 1982) y quienes creen que las diferen-
cias han sido exageradas por una tendencia al exotismo antropológico (cf. Bourdieu 1995 [1977];
y Appadurai 1991). En el caso que nos ocupa, las visitas de las partidas indígenas se desarrollaban
del siguiente modo: los líderes se presentaban ante Viedma, estableciéndose un diálogo diplomático
que iba acompañado por el intercambio de “regalos” o dones, o por la entrega de ellos de parte de
Viedma (en general, los dones se entregan de una parte a otra sin especificar el tiempo en que se
concretará la contrapartida, y con el sello de la generosidad, que Mauss consideraba una “mentira
social”: la contrapartida es esperada, y su no ocurrencia equivale al descrédito y la interrupción de
la relación recíproca). Esos dones, a la vez que simbolizaban y materializaban la buena voluntad ne-
gociadora, “pagaban” la información que brindaban los caciques, los convencían de la conveniencia
de mantener relaciones pacíficas con los colonos, les permitían obtener recursos que confirmaban
su liderazgo, y habilitaban la posibilidad de que los restantes miembros de la partida ejercieran los
intercambios –esta vez, bajo la forma de un trueque, es decir, cambiando inmediatamente unas cosas
por otras de valor equivalente. En cuanto al trueque, resulta sensato coincidir con Appadurai en
considerarlo un tipo especial del intercambio mercantil, en el cual el dinero no tiene ningún papel y
por lo tanto se permutan bienes o servicios sin su intermediación: Appadurai 1991, p. 26.
18 La capacidad de Viedma para adaptarse veloz y eficazmente al trato con indígenas, en lo cual no
tenía ninguna experiencia previa, es resaltada en Nacuzzi 2002. Desde luego, Viedma no fue el
único: muchos otros funcionarios fronterizos comprendieron la lógica de la reciprocidad indígena,
la utilizaron en su práctica e hicieron esfuerzos por institucionalizarla: ver el caso del gobernador
Agustín de Jáuregui en Chile, en León Solís 1991, pp. 154-160; sobre Francisco de Amigorena en
Mendoza ver Roulet 1999-2001. Sobre el concepto de reciprocidad, ver Sahlins 1983, pp. 203-296.
19 A lo largo del siglo XVIII, los contactos interétnicos en las fronteras rioplatenses se fueron hacien-
do más frecuentes, incluyendo alternativamente (e incluso hasta en forma simultánea) relaciones
pacíficas basadas en el intercambio y la concertación de paces, y las incursiones y la guerra, en los
distintos puntos fronterizos (Buenos Aires, Córdoba, San Luis, Mendoza). Las redes de relaciones,
los intercambios y la circulación de personas incluían para esta época a las poblaciones nativas
cordilleranas y trans-cordilleranas, que desde luego también mantenían relaciones con las locali-
dades fronterizas chilenas. Sobre las alternativas de la guerra ver Villar y Jiménez 2003b; sobre la
diplomacia ver Levaggi 2000. Acerca de la formación de las mencionadas redes a nivel regional ver
178 Devastación

los nativos desembocaron en la segunda mitad de la década de 1770 en una guerra


abierta, que tuvo acaso su punto más alto en agosto de 1780 con el famoso malón
al partido de Luján, y que duró hasta 1784, es decir, todo el tiempo en que Viedma
gobernó en Carmen.
El primer virrey del Río de la Plata, Pedro de Cevallos, pergeñó un plan ofen-
sivo contra los grupos de las pampas, consistente en una entrada general de varias
columnas que penetraría coordinadamente en territorio indígena. Cuando Vertiz
asumió el cargo en su reemplazo, se encontró con esa iniciativa aprobada por la
corona, pero aún no ejecutada. En vista de ello, el nuevo funcionario prefirió ensa-
yar en principio un incremento en las defensas, disponiendo en guardias y fortines
un núcleo de tropas regulares y una mayoría de milicianos de refuerzo. El ensayo
resultó un fiasco: los indígenas vulneraron en repetidas ocasiones las instalaciones
fronterizas, entre ellas la de Luján, asolada por el famoso malón del 28 de agosto
de 1780. Vertiz volvió entonces al programa de Cevallos, y antes de abandonar
su puesto dejó aprontada una expedición conjunta que reunió 2.500 milicianos.
Al asumir, el tercer virrey, marqués de Loreto, se encontró con que las fuerzas ya
habían emprendido la marcha, dispuestas en tres columnas: una que partió desde la
frontera de Buenos Aires (Magdalena), otra desde la de Córdoba (Río Cuarto) y la
restante de la de Mendoza (San Carlos). Dadas las expectativas, la entrada también
resultó un fracaso: la columna porteña sólo rechazó un malón en curso y destruyó
unas tolderías ranqueles.20
El derrumbe de ambas alternativas (ofensiva y defensiva) mostró que la volun-
tad innovadora de los borbones con respecto a la frontera rioplatense encontraba
rápidamente sus límites, impuestos sobre el terreno por la realidad indígena local, a
la que a menudo se agregaban serias limitaciones presupuestarias. Sucedió así que
sus reformas llegaran

…a un punto muerto en el plano militar. Se habían probado todas


las variables.., y una por una habían mostrado sus falencias. Si no
era posible lograr una salida militar al conflicto, era el momento de
pensar en llegar a un acuerdo pacífico con los “Indios Bárbaros”.
Esta nueva actitud se materializó en agosto de 1784 en la [favora-
ble] recepción que recibió una nueva propuesta de canje de cautivos
realizada por Lorenzo Calpisquis. (...) Este cambio [de actitud en los
administradores coloniales] fue percibido por el cacique Negro que
también se presentó en Buenos Aires, donde fue bien recibido por el

entre otros Palermo 1991; León Solís 1991; Pinto Rodríguez 1996b; Mandrini 2001. El invariable
objetivo (predominante o exclusivo) de abastecer con ganado a los mercados chilenos como eje
principal de las actividades económicas indígenas ha sido recientemente cuestionado con relación
al período que media entre 1750 y 1830: ver Alioto 2011a.
20 Carta del marqués de Loreto al ministro de Indias Joseph de Gálvez. Buenos Aires, 3 de Junio
de 1784. Archivo General de Indias (en adelante AGI), Audiencia de Buenos Aires, Legajo 68;
Jiménez 2005; León Solís et al. 1997: los autores insisten en las dificultades organizativas y presu-
puestarias que implicaban los recurrentes planes de entrada general a territorio indígena.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 179

Marqués de Loreto. Esto significó el comienzo de una nueva era de


paz en la región, [y] el restablecimiento de las relaciones comercia-
les entre ambas sociedades.21

A mediados de 1784, comenzó entonces una lenta negociación de paces con los
distintos grupos nativos involucrados, acompañada por la reapertura de Buenos
Aires como centro de intercambio.22
Durante esos años conflictivos, el tránsito terrestre desde y hacia Buenos Ai-
res había sido virtualmente imposible para los pobladores del Carmen, y por otra
parte, los bienes trasladados por mar no eran todo lo abundantes que se requería,
y estuvieron sujetos a demoras y a pérdidas. Esas circunstancias concurrieron para
que el superintendente Francisco de Viedma se encontrara desde el principio con
un problema de abasto de la nueva población.
Paradójicamente, el virrey pretendía que Carmen de Patagones se convirtiera en
una colonia agrícola-ganadera rápidamente autoabastecida. Para ello se enviaron
contingentes de pobladores gallegos y asturianos, indicándoseles que debían cul-
tivar la tierra para proporcionarse su propio sustento con implementos y semillas
suministrados por el Estado. Un problema consistió en conseguir bueyes para las
tareas agrícolas, ya que la embarcación que transportaba algunos al fuerte quedó
varada y nunca llegó a destino.23 Con el objeto de solucionarlo, Viedma comenzó
a comprar caballares a los indios, pretendiendo que los labradores los utilizaran
como bestias de tiro, aunque estos protestasen porque no sabían arar con ellos.24
Los animales se adquirieron mediante el recurso del aguardiente que, según el su-
perintendente, era “el único medio” para atraer a los nativos.25
La importancia que esta bebida tuvo en su relación con los indígenas no puede,
en efecto, subestimarse. Viedma compró todo el licor que tuvo a mano, aun obte-
niéndolo de barcos que sólo recalaban de pasada; y se quejaba permanentemente al
virrey cuando no se lo enviaban –lo mismo que el vino– o las remesas se atrasaban.
A veces llegaba mayor cantidad por cuenta de particulares que del Estado y el su-
perintendente no dudaba en adquirírselo a los mercaderes privados, aunque fuera

21 Jiménez 2005, p. 47. Cf. Crivelli Montero 1991, pp. 26-27.


22 El rol de Carmen como centro de intercambio privilegiado en buena parte se debió a la oclusión de
Buenos Aires en esa misma función, a raíz de las agresivas acciones que las autoridades virreinales di-
rigieron contra casi todos los grupos indígenas de las pampas y sus aliados. El intercambio en la capital
volvió a florecer cuando se reestablecieron las relaciones pacíficas con esos grupos: sobre el comercio
en estos años inmediatamente posteriores a las paces, ver Jiménez y Alioto 2013; Galarza 2012.
23 Gorla 1983, p. 24.
24 Carta del comandante superintendente de Carmen, Francisco de Viedma, al virrey del Río de la
Plata, Juan Josef de Vertiz, Fuerte del Carmen, 29-2-1780. AGN, IX, 16.3.4., sin foliación. Carta
de Juan Josef de Vertiz a Francisco de Viedma, Buenos Aires, 26-6-1780. AGN, IX, 16.3.4., sin
foliación.
25 Carta de Francisco de Viedma a Juan Josef de Vertiz, Fuerte del Carmen, 1-3-1780. AGN,
IX, 16.3.4., s.f. En todas las citas en lo sucesivo, la ortografía ha sido levemente modificada y
modernizada.
180 Devastación

a precios mayores;26 tampoco en fijar él mismo su precio, para evitar maniobras


especulativas con un producto tan sensible.27 Según decía, la única manera de bajar
el valor del brebaje se reducía a abastecer la colonia de cuenta de la Real Hacien-
da, puesto que su consumo era mayor a 400 barriles por año.28 Cuánto de ello se
destinaba realmente a la compra de animales y cuánto al consumo propio, no lo
sabemos. El aguardiente, por momentos escaso y caro, constituía un gran negocio
para los pulperos; pero ello no impidió su uso como bien de cambio con los indios,
en frecuentes trueques que hicieron que los rebaños rionegrinos crecieran.
En octubre de 1781, Viedma reiteró sus reclamos respecto a que “aguardiente
ha venido muy poco, y presto no quedaremos sin tener con qué comprar Bacas,
y Caballos a los Yndios”;29 se le enviaron entonces ovejas y 2.000 cuchillos, que
acaso sirvieran a idéntico propósito de trueque. Para el mismo fin también se usaba
tabaco, que estaba estancado por el Rey, a pesar de lo cual obviamente el contra-
bando florecía con holgura:

Luego que viene una Embarcación del Rio de la Plata decae la venta,
y hasta que se consume el contrabando no vuelve a tener Aumento.
El gasto de aquí es de consideración con la frequencia de los Yndios
en cambio de Cueros, Caballos, y demás frioleras que traen.30

Además del alcohol, el tabaco y la yerba, los indios consideraban valiosos otros bie-
nes, como la “Bayeta […], cuentas encarnadas, azules, y blancas de las pequeñas que
llaman granates, y también bastantes cascabeles que es lo que les gusta mucho…”.31
¿Pero quiénes eran esos indios? Por la ruta del río Negro circulaban distintas
agrupaciones y caciques.32 Los más nombrados y conocidos, el cacique Negro o
Chanel y el cacique Chulilaquin o Chulilaquini, mantenían una enemistad recípro-
ca. De Chanel se decía que tenía sus tolderías ora a orillas del río Colorado, ora
en las del río Sauce Grande, y también que visitaba periódicamente las sierras de
Casuatí (de la Ventana) y del Vulcan en busca de yeguas cimarronas. Chanel y sus
pampas participaron de los malones contra la frontera bonaerense en estos prime-

26 Carta de Viedma a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 25-11-1783. AGN, IX, 16.3.12., s.f.
27 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 8-12-1781. AGN, IX, 16.3.8., s.f.
28 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 8-12-1781. AGN, IX, 16.3.8., s.f. A principios de 1783, ante el
reclamo de las autoridades de Buenos Aires, se devuelven algunos de los barriles utilizados, pero
no todos porque se gastan muchos “ultimamente lo que lleban los Yndios en cambio de Caballos y
Bacas”: Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 14-1-1783. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
29 Carta de Francisco de Viedma al Intendente de Ejército y Real Hacienda, Manuel Ignacio Fernández,
Carmen, 21-10-1781. AGN, IX, 16.3.8.
30 Carta de Francisco de Viedma a Manuel I. Fernández, Carmen, 10-1-1782. AGN, IX, 16.3.9., s.f.
Sobre la Real Renta de Tabaco en el virreinato y el contrabando de ese producto ver Socolow
1987a, 295-299.
31 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 24-3-1780. AGN, IX, 16.3.4.
32 Sobre los grupos de la región nord-patagónica y la cuestión de las identidades étnicas, ver
especialmente Nacuzzi 1998.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 181

ros años de la década del ´80, al mismo tiempo que mantenían relaciones pacíficas
y vendían ganados a las autoridades del Carmen. Viedma, como veremos, sabía de
esta aparente dualidad y lo consideraba íntimamente un enemigo, pero no estaba en
posición de negarse al intercambio con él.
En cuanto a Chulilaquin, se le daba gran importancia a su apoyo para la su-
pervivencia de la población, en apariencia porque contaba con mucha gente y por
lo tanto con un poder militar temible. Este cacique y sus seguidores, de “nacion
Tiguelchu”, además de frecuentar las sierras del Vulcan en busca de bagualada,
se desplazaban por el río Negro, de mar a cordillera y viceversa. Promediando la
década de 1790, el misionero Francisco Menéndez los encontró en las montañas,
cerca del lago Nahuel Huapi, instalados en 53 toldos.33 En ese momento el cacique
le mostró una certificación extendida por Florencio Núñez, comandante de San
José, diciendo que había estado en las inmediaciones de los establecimientos cinco
años y que era un cacique de paz.34
De todas maneras, Chulilaquin no ejercía un dominio excluyente sobre aquella
ruta. Periódicamente, los llamados “aucas”, indios cordilleranos y ultracordillera-
nos presumiblemente de origen pehuenche y reche-mapuche bajaban por el río en
su camino hacia las pampas. Venían también a hacerse de ganados: bien cazándolos
ellos mismos, bien por intercambio con otros grupos locales, o bien tomándolos
por la fuerza, debían llevarse de vuelta hacia el poniente un número de animales
que justificara tan largo viaje.35
Varios cautivos escapados en esa misma época de sus captores indígenas confir-
maron la existencia y el carácter del tráfico interétnico que fue central en la super-
vivencia del fuerte.36 También relataron que el cacique Negro era uno de sus pro-
tagonistas privilegiados, y que hizo un uso político de los bienes obtenidos a partir
de las transas, buscando la adhesión de otros grupos a sus proyectos de invadir las
fronteras.37 El ex-cautivo Francisco Galban dejó claro que los bienes (“aguardiente,
tabaco y yerba”) que ofrecía a sus aliados los aucas, “lo agencian con los españoles
que estan en el Rio Negro con quienes tiene el Casique negro la paz”, es decir, los
conseguía en Carmen de Patagones.38

33 Si contamos entre 7 y 9 personas por toldo, lo cual constituye un promedio aceptable, obtenemos
que había allí entre 370 y 480 personas.
34 Menéndez 1900 [1795], 417.
35 Menéndez 1900 [1795], 420.
36 Declaración de Matheo Funes, Luján, 28-10-1780. AGN, IX, 1.7.4., 212 vta. En esta época de con-
flicto y en sus incursiones a la frontera de Buenos Aires, los indígenas tomaron una gran cantidad
de cautivos, algunos de los cuales escaparon de sus captores y luego fueron interrogados por las
autoridades fronterizas acerca de las condiciones de su cautiverio, los grupos nativos que conocie-
ron, los lugares donde habían estado y los caminos que habían transitado. Ese es el caso de Funes
y de los siguientes testimonios que citaremos.
37 Declaración de Francisco Galban ante el Sargento Mayor de Milicias, Clemente Lopez Osorno,
Rincón del Salado, 27-10-1780. AGN, IX, 1.4.5., fs. 560-560 vta.
38 Declaración de Francisco Galban ante el Sargento Mayor de Milicias Clemente Lopez Osorno,
Rincón del Salado, 27-10-1780. AGN, IX, 1.4.5., f. 561 vta.
182 Devastación

Hipólito Bustos, huido de las tolderías del mismo líder sobre el río Colorado
aprovechando “la embriaguez de los Yndios”, aseguraba que la borrachera tuvo
lugar gracias al aguardiente adquirido en el Carmen, a cuyos habitantes españoles
“llevan ganado los yndios para trocarlos por esta Bebida, tabaco y yerba, que les ha
visto traer de dicho Paraje”.39 Nicolás Romero, un cuarto cautivo, atestiguó que el
trueque consistía en recibir caballos de los indios, a cambio de aguardiente, yerba y
tabaco.40 En cuanto a las cautivas, una mujer que lo fue dio testimonio certero de que
los españoles del Carmen las estaban rescatando, y que el pago involucraba “ropa
y aguardiente”, es decir, los mismos bienes que para la compra de ganado.41 Final-
mente y para despejar toda duda, otro de los cautivos identificó al punto de los inter-
cambios con el nombre que comenzaron a darle los indígenas: Buenos Aires chico.42
Viedma tenía clara conciencia de que parte del ganado comprado a los indios
a cambio de aguardiente provenía de los recientes malones contra la frontera de
Buenos Aires, en especial los vacunos. Respecto del cacique Negro o Chanel, don
Francisco recibió del cacique Chulilaquini noticias “de haver entrado en las fronte-
ras de Bs. Ayres aliado con el Aucáz, y ahora estár dispuesto p.ª repetir el avance”.
Ante esa actitud hostil en Buenos Aires de quien en Carmen se comportaba como
amigo, se preguntaba Viedma,

si he de seguir tratándole como hasta aquí, ó si lo he de prender, y


remitir bajo de Partida de registro con su Indiada, pues a todos me
determino por medio del Aguardiente á prenderlos sin que se me es-
cape uno, ni cueste una gota de sangre: ellos han de venir á vender lo
que hurtan en Buenos Ayres pues este es el trato que ahora tienen.43

Las reservas e inquietudes no constituían suficiente obstáculo para que el super-


intendente comprara todos los animales a su alcance, en pro del crecimiento y
bienestar de la colonia. Los trueques eran transados por pequeñas partidas indíge-
nas de ambos sexos que entraban al Carmen, como lo hacían también en Buenos
Aires y otros puntos fronterizos, presentándose por el nombre del cacique al que
respondían.44
Pero no sólo las autoridades compraban caballos, también lo hacían los po-
bladores y sobre todo la tropa.45 En enero de 1781, se llevó a cabo un recuento

39 Declaración de Hipólito Bustos ante el Ayudante Mayor del Cuerpo de Blandengues de la Frontera,
Sebastián de la Calle, Chascomús, 8-12-1780. AGN, IX, 1.4.3., f. 110 vta.
40 Declaración de Nicolás Romero ante el Ayudante Mayor del Cuerpo de Blandengues de la Frontera,
Sebastián de la Calle, Guardia del Monte, 14-1-1781. AGN IX, 1.4.6., fs. 184-184 vta.
41 Declaración de Paula Santana ante el comandante del Fortín de Areco, Areco, 23-2-1781. AGN IX,
1.6.2., f. 263 vta.
42 Declaración de Teodoro Flores ante el Comandante de Chascomús, Pedro Nicolás Escribano,
Chascomús, 15-3-1781. AGN IX, 1.4.3., f. 189.
43 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 2-10-1780. AGN, IX, 16.3.5., s.f.
44 Viedma 1938 [1781], p. 504; ver otros varios casos en el mismo diario.
45 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 8-1-1781. AGN, IX, 16.3.6., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 183

del ganado existente en el Carmen: 80 vacas compradas a los indios, 2 bueyes


carreteros traídos desde San José, 213 caballos y 11 mulas; todos ellos trocados por
“Aguardiente Bayeta, Sombreros, Yerba y Bugerias”.46 Los particulares por otra
parte habían comprado 102 animales, y aunque no se aclara de qué especies, con
toda probabilidad se trataba de caballares. Viedma consideraba su deber “comprar
quanto Ganado y Cavallos traigan pues es el mayor fomento de las obras, y subsis-
tencia de estas Poblaciones”.47
A partir de febrero de 1782, los informes comienzan a hablar seriamente de la
venta de bovinos por parte de los indios. En ese momento se produjo la llegada de
Francisco de Piera y la comitiva del piloto Pablo Zizur, que en el camino habían
comprado más de 120 reses; entusiasmado, Viedma anunció que los “Yndios Au-
caces” estaban provistos con abundancia de ganado vacuno y pretendían trocarlo
en el fuerte, y si de Buenos Aires se enviaban las suficientes mercancías para el
trueque “se consigue en menos de un año (si los Yndios no varían de idea) se aco-
pie en el Establecimiento à precios equitativos al Rey cuanto Ganado necesite para
las labores, y abasto público.”48 Viedma había pagado parte de las 124 cabezas que
trajo Francisco de Piera “à cambio de Aguardiente, Ropas, Yerba, y abalorios”; y
pedía que se le enviasen provisiones, aunque fueran de dudosa calidad:

doscientos tercios de Yerba averiada, y de mala calidad de modo que


aquella que se deseche en los Almacenes à mi me sirve muchísimo
para estos Ynfieles, y de Aguardiente de la Tierra el mas inferior, y
que menos precio tenga cien Barriles por que en el estado en que se
hallan los Yndios si se suspende el gratificarles, todo lo perdemos, y
el modo de lograr la más útil economía, es valerse de estos medios.49

En la lista de los bienes solicitados a cambio por los indios se incluían ropas, fre-
nos, estribos y espuelas, y adornos en general utilizados por las mujeres, sobre todo
las cuentas o chaquiras.
El sistema dio frutos, pese a sus flancos débiles. Aun cuando en noviembre de
1781, los indios se llevaron 300 caballos del establecimiento,50 a mediados del año
siguiente Viedma afirmó tener más de 900 cabezas,51 incluidas las 199 que compró
en ese momento de manos de los caciques Toro y Negro (o Chanel).52 Entre solda-

46 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 12-1-1781. AGN, IX, 16.3.6., s.f.


47 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 12-1-1781. AGN, IX, 16.3.6., s.f.
48 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 8-1-1782. AGN, IX, 16.3.9., s.f.
49 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 8-1-1782. AGN, IX, 16.3.9., s.f.
50 Carta de Vertiz a Viedma, Montevideo, 27-11-1781. AGN, IX, 16.3.7., s.f.
51 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 5-6-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
52 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 5-6-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f. La lista de bienes trocados
incluye víveres –en especial aguardiente y harina–, ropa y adornos o “bujerías”. Además, el 1º de
junio se compraron un número indeterminado de caballos y 16 vacas a 30 indios entre quienes se
hallaban los dos Cabral, padre e hijo, el cacique Guacham alias Maciel, un sobrino de Calpisquis y
un pariente de Toro.
184 Devastación

dos y peones, veintidós hombres las resguardaban, ubicados en un fuerte provisio-


nal cinco leguas aguas arriba por la banda del sur, a causa de la falta de pastos que
se experimentaba en las inmediaciones del fuerte.53 Un año después, en noviembre
de 1782, ya eran 1.180 las reses existentes en Patagones.54
Disponemos de un inventario del ganado existente en el Carmen en octubre de
1783: había entonces 1.757 vacunos (entre ellos 69 bueyes “dados por el Rey a los
pobladores” y 28 “bacas de particulares”), 1.029 caballares (entre ellos, 22 dados
por el Rey y 160 de particulares) y 90 ovejunos.55 Un año después, otro recuento
similar totaliza 2.033 vacunos y 1.118 caballares.56 La diferencia en el stock no se
da tanto en los yeguarizos, que se mantienen, sino en los vacunos, que a pesar del
consumo que se ha hecho han aumentado en 300 cabezas en un año.
En estos mismos momentos que venimos considerando, las noticias de la insta-
lación de los establecimientos y el tipo de intercambio que se estaba generando con
los grupos nativos corrían velozmente hasta el otro lado de la cordillera. El capitán
de amigos de Maquegua, Fermín Villagrán, advirtió entonces a sus superiores que
se había enterado entre los huilliches de la existencia de poblaciones cristianas
sobre la costa del mar. El maestre de campo de la frontera de Chile, Ambrosio Hi-
ggins, mandó entonces que se le tomase declaración a Villagrán acerca de aquello
que conocía al respecto. Y preguntado sobre cautivas cristianas, refirió que según le
había comentado un huilliche “en otro Lugar de mas adentro las havian, y que es-
tas ya los Españoles las estavan comprando; y preguntandole àl dicho Yndio que,
que Españoles las compraban, Respondio que eran unos que estavan en un Parage
nombrado Muileu”; la ubicación de ese paraje era:

donde entra al Mar el Rio Nepquen de la otra Parte de las Cordille-


ras: Y preguntadole que numero de Gente Española havria en aquel
Lugar Respondio que havrian mil; mas le pregunto dicho Capitan al
Yndio, que de que armas uzavan; y Respondio que tenian Cañones
de Artilleria muchos y grandes segun la Esplicacion del Yndio; [...]
Preguntadole que como, ô con que se mantenian alli dichos Espa-
ñoles Respondio el Yndio que luego que llegaron havian padesido
muchas nesecidades, y que en el dia se bastimentaban por los dichos
Yndios con Bacas, Cavallos, que les llevaban â vender y que los
dichos Españoles salian tamvien de dies en dies a tratar con ellos, y
haser este Conchavo; y añadio dicho Yndio que los dichos Españoles
desian que de aquel Establesimiento â su tierra habrian solo ocho

53 Carta de Viedma a Francisco Xavier de Piera, Carmen, 28-6-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
54 Carta del Intendente Manuel I. Fernández a Viedma, Buenos Aires, 1-11-1782. AGN, IX, 16.3.10.,
s.f.
55 “Estado que manifiesta los Ganados de todas especies que tiene el Rey, y los Particulares en el
Establecimiento del Rio Negro de la costa Patagonica oy dia de la fecha”, Carmen, 1-10-1783.
AGN, IX, 16.3.12., s.f.
56 “Relacion de los Animales que ay en el Establecimiento del Rio Negro oy dia de la fecha...”,
Carmen, 16-10-1784. AGN, IX, 16.4.1., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 185

dias de Navegacion, y que lo que lleva declarado no solo lo supo


por este Yndio, sino por otros tres mas quienes le relasionaron lo
mismo.57

Con motivo de una segunda declaración ampliatoria de la anterior, el capitán se ex-


tendió sobre el tema, aseverando que los rionegrinos comerciaban “con el Cazique
Curi-guentu” (seguramente el cacique Negro), quien les vendía “Bacas, Cavallos,
y Ovejas por vino, aguardiente, Ropa, Espuelas, y añil que salen con sus Escopetas
â dicho Conchavo”.58
Parte del ganado adquirido se destinaba al abasto de la población. Viedma de-
seaba que los planteles ganaderos se autosustentaran, y que con la venta para el
abasto se pagaran las compras de animales, además de los sueldos de los peones de
la Estancia del Rey:

redituan al año cerca de tres mil pesos con solo treinta Reses que se
maten al mes, y à proporcion de lo que se aumente el Ganado, y sean
las Matanzas seràn las utilidades que resulten.59

Podemos calcular, según los datos brindados por Viedma, que los bienes trocados
por ganado a los indios se elevaban a no más de $4 por cabeza,60 lo cual reafirma la
conveniencia de su compra, porque se trata de un precio muy bajo respecto a otros
puntos de colonización española. Mientras que una res en Valdivia, al otro lado
de la cordillera, costaba cerca de $10 por cabeza, en Carmen en cambio se podía
vender a $8 con una ganancia neta igual a la suma invertida en la compra. Convenía
entonces abastecer a los pobladores con carne fresca y no importar carne salada por
mar; para cuidar ese buen negocio Viedma designó a un cabo con sueldo de 8 pesos
mensuales, decisión que le fue aprobada por la Junta Superior de Real Hacienda.61
La política de Viedma, a pesar de sus buenos resultados, no tuvo siempre la
mejor acogida en Buenos Aires. Aunque el comercio con los nativos era bien vis-
to, no ocurría lo mismo con respecto a los gastos generados por los dones que el
comisario entregaba a los caciques que visitaban el fuerte, sabiendo que eran im-

57 Primera declaración del capitán de amigos de Maquegua Fermín Villagran ante el comandante
de Los Ángeles Joseph Prieto, tomada por orden del maestre de campo Ambrosio Higgins, Los
Ángeles, 7-12-1781. BNC, MM, vol. 337, fs. 731-732, resaltado en el original.
58 Segunda declaración de Fermín Villagran, Concepción, 8-2-1782. BNC, MM, 337, f. 736, resaltado
en el original.
59 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 24-9-1783. AGN, IX, 16.3.12., s.f.
60 En septiembre de 1783 se informó que en el año que pasaba (17-9-1782 al 30-9-1783) se habían
matado 204 reses vacunas, 191 a $8, 6 a $12, 1 ternero a $4 y otras 8 reses a $5 “que es poco mas del
costo que tienen al Rey”: Carta de Viedma a Fernández, Carmen, 1-10-1783. AGN, IX, 16.3.12.,
s.f. En noviembre de ese año otra cuenta del abasto que cubre el mes anterior suma $183 con 4
reales por la venta de 24 reses vacunas y 1 ternera, es decir poco menos de $8 la res. Viedma a de
Paula Sanz, Carmen, 25-11-1783. AGN, IX, 16.3.12., s.f.
61 Carta de Viedma a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 25-11-1783. AGN, IX, 16.3.12., s.f.; respuesta
30-6-1784, AGN, IX, 16.3.12., s.f.
186 Devastación

prescindibles para establecer y mantener unas buenas relaciones diplomáticas. En


la perspectiva de las reformas borbónicas, debían establecerse relaciones pacíficas
con los indígenas, pero ahorrando a la vez los escasos recursos de la Real Ha-
cienda: entonces, los ministros y oficiales responsables exigían que las paces con
los nativos se mantuvieran principalmente mediante un comercio absolutamente
“equilibrado” en el sentido mercantil, en el cual cada cosa tuviera su contrapartida
inmediata. Siguiendo esas ideas, un asesor del Intendente de Real Hacienda criti-
caba la costumbre establecida por Viedma en el río Negro “de regalar a los Yndios
a manos llenas con cresidas porciones de Arina Aguard.te Yerva, Bujerías, y otras
cosas con grave perjuicio de la R.l Haz.da”; en lugar de ello debía estimularse el co-
mercio, considerado fuente de riquezas y desarrollo, y medio de atracción para que
los indígenas abrazaran el modo de vida y la religión cristianos. Si se debía echar
mano a dones diplomáticos que no tuvieran una contrapartida contante y sonante
–a eso consideraban “regalar” a los indios–, debía hacerse con objetos de muy poco
valor (“frioleras”), ahorrando los recursos del rey. En un informe reservado (cuyo
autor se desconoce) y producido a pedido del Intendente con respecto a los gastos
ocasionados por Viedma, se dice que

No se niega que sea precisso regalarles p.a atraerlos y conseguir p.r


este medio los buenos efectos q.e son consiguient.s de su amistad,
pero esto devia sèr con frioleras de poca importancia, y reservar los
viberes, y otras cosas de valor para comerciarlas con los mismos
Yndios dejando libertad para ello a los Poblador.s y demas abitantes
de aquella Poblacion q.e no la tienen y se les prohibe rigurosam.te p.r
q.e no se puede negar q.e en todas partes del Mundo el Comercio es el
maior atractivo de voluntades, como q.e impuestos los Indios de q.e
los nuestros les havian de comprar las Pieles de Quillapi, y de otras
clases, Botas de cuero, Riendas, Lazos, Ponchos, de los asen los Pe-
guenches, sudaderos para Caballos, Plumeros, y otras varias cosas
q.e solo ellos las asen, y fabrican bendrian con gusto conduciendolas
aunque fuese de mui lejos, sabiendo q.e en cambio avian de llevar
Arina, Aguard.te Yerva, Frenos, espuelas ropa de la tierra, y otras
cosas q.e ya se sabe apetesen.62

En reemplazo de las armas, el comercio se avizoraba como una forma barata y


razonable de domesticar a los nativos hostiles, acostumbrándolos por medio del
intercambio al trato pacífico y conveniente a ambas partes:

continuado este buen trato se les preparava poco a poco el animo


con dulzura para recibir despues n.ra S.ta fe Catolica lo q.e no dudo se
conseguiria biendo los Yndios q.e no se pretendia dominarlos, sino
su amistad suministrandoles todo lo necessario para ocurrir asus ur-

62 Anónimo, Informe reservado al Intendente de Ejército y Real Hacienda Manuel I. Fernandez,


Buenos Aires, 12-3-1782. AGN, IX, 16.3.9., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 187

jencias, por medio de un Comercio reciproco, con lo que se lograva


tambien les fuese grato el trato con los españoles.63

Esa política respondía a una debilidad manifiesta de las armas españolas en los
confines del imperio, así como a la escasez de recursos para afrontar la guerra en
los frentes fronterizos, a la vez que proliferaban los conflictos con otras potencias
europeas.64 De allí que se insistiera en que debía dispensarse un buen trato a los
indígenas, evitando que los vecinos cristianos creasen roces que desembocaran en
enfrentamientos de embrollada resolución: se tenía conciencia de que el destrato
había sido la causa “de no lograrse las piadosas intenciones del soberano, y aun el
q.e muchos Yndios hayan abandonado n.ra Relijion q.e ya havian abrazado”.65
El nudo de los desafíos que la presencia indígena imponía a la colonia de Carmen
de Patagones fue advertido brillantemente por Francisco de Viedma en una carta fun-
damental para comprender la situación de los primeros años de su existencia. El esta-
blecimiento, beneficiado exclusivamente por mar, no podía adquirir por ese medio los
animales necesarios para los fines que se proponía. Las opciones entonces eran dos:
comprar las reses a los indios, o intentar abrir un camino por tierra que la comunicara
con Buenos Aires. Tal como estaba dada la situación diplomática del momento –un
duro conflicto con buen número de grupos nativos en las fronteras bonaerenses– la
apertura del camino sólo podía hacerse por medios violentos. Viedma, impulsor él
mismo del método de comercio pacífico quizá más por conciencia de la propia debi-
lidad que por íntima convicción, varias veces se vio cuestionado desde Buenos Aires
por su prodigalidad para con los indios. Acaso intentando ir a tono con la política ofi-
cial que había predominado hasta el momento, y para evitar ser tildado de “blando”, el
superintendente ofrecía la opción agresiva del desalojo liso y llano de las tribus que se
ubicaban en el trayecto; pero al mismo tiempo oponía sus propias objeciones:

Para prender a Chanel Calpisquis Toro, y otros Caciq.s en este des-


tino me sobran fuerzas, sin q.e cueste una gota de Sangre, pero q.e
emos de sacar de esto? atraernos muchos y poderosos Enemigos,
pribarnos de los Mejores Auxilios q.e logra el Establecim.to en los
Caballos y Ganados. y estar en continuo movim.to para defendernos
de sus Asechanzas las q.e pueden atraernos los perjuicios q.e se dexan
considerados por estas solidas reflexiones.66

63 Anónimo, Informe reservado..., cit.


64 Recordemos que la época estuvo señalada por repetidas guerras con Inglaterra, a lo que debe
sumarse la rebelión andina encabezada por Tupac Amaru, que absorbió gran cantidad de recursos.
65 Anónimo, Informe reservado..., cit. En el caso del establecimiento patagónico, las autoridades de
Buenos Aires sabían de su especial debilidad. Sirvan de ejemplo las constancias de un sumario
abierto por Viedma contra el poblador Antonio Cañadas en 1781: el fiscal del virreinato calificó
de “excecrando delito” el hecho de que el sumariado haya herido a un indio con un tiro de fusil,
“resentido de que los Caballos de estos le havian causado algun daño en la Huerta que cultivava”,
y recomienda las más duras sanciones para el infractor: AGN, IX, 16.3.7., s.f.
66 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 1-6-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
188 Devastación

Un efímero triunfo bélico sólo serviría para generar incesantes discordias, pero
además causaría el corte del suministro de animales por parte de los indios, única
fuente disponible en ese momento. La opción restante, más pacífica, de seguir com-
prándoselos habría de alentar los “robos” en la frontera de Buenos Aires, de manera
que el problema se constituía en un callejón sin salida.

pues para el fomento de Estos Establecim.tos debe contarse, ò con los


Yndios, o con (la comunicacion por tierra) dha. apertura del camino
si apelamos a los Yndios, por de contado a de estar entendido VE
q.e essas fronteras cada vez ande ser mas infestadas con sus robos,
y Correrias por q.e todas las presas vienen aqui a benderlas: Y si
apelamos à la apertura de el camino por tierra es ìndispensable des-
truirlos enteramente. La proporcion de uno ô otro la tiene VE en su
mano, y solo espero su superior resolución porq.e el asunto es grabe
de mucha traxendencia à el Estado, y mis buelos son mui cortos para
juzgarlo.67

Viedma, comprador entusiasta de ganado que probablemente fuera en parte –sobre


todo el vacuno– producto de los malones de esos años estaba convencido de que
sus propias compras eran un incentivo para el “robo” y el padecimiento de la fron-
tera del Salado:

Si VE determina qe. continue con la misma fee y Amistad con los


Yndios podra servir de govierno a VE quanto llebo espuesto sobre
las compradas qe. se les hazen de Ganados Ponchos caballos &a qe.
son el maior estimulo aque padezcan las fronteras de essa Capital.68

Sin embargo, respecto a la opción violenta que había propuesto ya el año anterior
de apresar al cacique Negro (Chanel) y remitirlo a Buenos Aires, Viedma la sabía
ya imposible a esta altura. Chulilaquini, a quien contaba como aliado para derro-
tar a Negro, se había retirado hacia la cordillera; y el comisario conocía ahora la
enorme red de alianzas parentales que unía a los diferentes grupos y su tenaz pro-
pensión a la vendetta y la incursión en caso de ser agredidos, como había sufrido
en carne propia en un caso si se quiere menor:

El Caciqe. Negro esta mui unido con todos los Caciqs. de qe. llebo
echa relacion [Calpisquis, Toro y Guchulap], y ande bengar su agra-
vio. El robo de la Caballada el dia 3 de Mayo del año pasado proce-
dio de la muerte del Capitan Chiquito. y siendo mui corta la Yndiada
de su Padre nos hizieron tan mala obra qe. podremos inferir de la qe.
tenemos a la vista.69

67 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 1-6-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.


68 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 1-6-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
69 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 1-6-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 189

La última reflexión no deja dudas: ante la conciencia de la propia debilidad, es


mejor no forzar una guerra cuyo resultado no puede asegurarse que sea positivo de
antemano:

mientras qe. aqui logren [los indios] el despacho de sus ventas, y


dulce acojida con qe. se les trata me parece no ande hazer daño maior,
por sus propias utilidades, pero si se rompe con ellos sin destruirlos
emos de tener una continua guerra, porqe. no ay maior Enemigo, qe.
aquel qe. se le agravia y no se le destruie, dexandole fuerzas a sus
venganzas.70

De todas maneras, Viedma intentó deshacerse con métodos no del todo ortodoxos
de los indígenas que consideraba enemigos más peligrosos. En el caso del cacique
llamado Francisco, proyectó atraerlo a Carmen y luego envenenarle la comida,
pero el invitado resistió

Ba el Soldado [...] Ruiz con el Medicam.to, q.e nezesita q.e le emos


recetado a el Caciq.e Franc.º quien a resistido a quasi igual parte de
otro equibalente y por mas actibo le embia Pabon esse, q.e no llego
a tiempo esta mañana [...]. Esta diligencia importa se execute como
VM sabe, y q.e sea con todo dissimulo y secreto pues es mal Enemi-
go y no sabemos si se lograra igual ocasion.71

El mismo día, el oficial encargado de esta misión propia de los Borgia respondía
que “no obstante haver la sasonado [la comida] con mucha manteca, y asucar, assi
la q.e correspondia à Franc.º como atodos los de su Familia”, el cacique había comi-
do sólo dos bocados y mandó a guardarla; el comisionado sugirió que sería mejor
suministrarle el veneno en un líquido, para lo cual ya los tenía “convidados p.a que
mañana vengan à veber aguardiente, y àcomer pan con asucar”.72
La estratagema no funcionó porque un mes más tarde se dice que Francisco está
en Sierra de la Ventana buscando vacas y yeguas; algunos de sus indios que queda-
ron en el río Negro, con unas 26 de sus tolderías y 300 caballos, estaban terminando
de procesar cueros para ir al establecimiento a trocarlos por aguardiente.73
El caso del intento contra el cacique Francisco muestra también el modo de
proceder de Viedma: contra quien consideraba un enemigo molesto que sería mejor
eliminar, no llevó adelante una ofensiva militar, sino que buscó un modo avieso y
solapado de actuar, sabiendo que el ataque frontal y abierto era poco practicable y
podía tener funestas consecuencias dado el estado de evidente debilidad del fuerte.

70 Carta de Viedma a Vertiz, Carmen, 1-6-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.


71 Carta de Viedma a Piera, Carmen, 28-7-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
72 Carta de Piera a Viedma, Carmen, 28-7-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
73 Carta de Piera a Viedma, Carmen, 22-8-1782. AGN, IX, 16.3.10., s.f.
190 Devastación

El gobierno de Juan de la Piedra: violencia e incursiones a tierra de los indios


En los años de 1783 y 1784 hubo novedades políticas en el sur. En agosto de 1783
el rey decidió despoblar los establecimientos de San José y San Julián, y preservar
solamente el de Carmen –aunque finalmente por una contraorden oportuna el de
San José fue conservado–; a la vez, dió por concluida la gestión de Francisco de
Viedma en el cargo de comisario superintendente para designarlo gobernador e
intendente de Santa Cruz de la Sierra y Cochabamba en el Alto Perú, lo que signi-
ficaba un ascenso y un premio a su labor, pues se trataba ciertamente de un destino
mucho más apetecible para un funcionario español de la época que las marginales
costas patagónicas.74 En febrero de 1784 Viedma abandonó finalmente el fuerte que
había fundado para dirigirse al norte.75
Luego de un interinato, el cargo de superintendente fue ocupado por el encar-
gado original –ahora repuesto– Juan de la Piedra, quien, como vimos, había debido
defenderse de una serie de acusaciones en su contra. Después de su apartamiento,
el virrey le abrió proceso y lo condenó; pero la apelación del encartado en Madrid,
donde movió importantes influencias, resultó exitosa, pues el rey lo encontró ino-
cente de los cargos, lo absolvió y ordenó que se lo reintegrase a la administración.
El nuevo funcionario tenía una visión un tanto diferente acerca de cómo debía
llevarse adelante la relación con los vecinos indígenas, más confiada en la violen-
cia que en la negociación. Sus actitudes tal vez no estuvieran desligadas del gran
esfuerzo, la frustración y el resentimiento provocados por el desarrollo del juicio
en su contra. Quizá también quisiera diferenciarse de Viedma, a quien consideraba,
como vimos, responsable de haber difundido con intenciones conspirativas las
noticias que motivaron su suspensión: en su defensa, criticó a Viedma y a Vertiz
por confiar y negociar con el cacique Negro, “de quien siempre Piedra receló”, y
que “es el caudillo que mas se ha estado esmerando [...] en las hostilidades de las
fronteras”; al tiempo que también fustigaba los “ecsesivos gastos” de su política
conciliadora, distante de “aquella economia que tuvieron al principio”.76
Piedra llegó a Carmen en septiembre de 1784, con una expedición armada
como nunca antes se había visto: tres zumacas y 144 hombres, de los cuales la
mitad eran militares: según concluye Raúl Entraigas, desde el principio el nuevo
comisario “iba en son de guerra”.77 Enseguida comenzaron las escaramuzas y la
represión armada a los grupos que se ubicaban en el área. Pero aunque se trataba
de un número de hombres considerable para la breve historia del establecimiento

74 Sobre la burocracia borbónica en Buenos Aires y las perspectivas que podía tener un funcionario de
la época ver Socolow 1987a.
75 Estando en Buenos Aires, Viedma escribió una disertación sobre los establecimientos patagónicos
dirigida al virrey Loreto: Viedma 1836a. Mientras gobernaba Santa Cruz, también elaboró una
descripción de esa región altoperuana: ver Viedma 1836b. Una conceptualización del oriente
boliviano como una zona también fronteriza, basada en parte en la obra de Viedma, en Morgan
2013.
76 Defensa de Juan de la Piedra, “Principales motivos...”, cit., f. 119R.
77 Entraigas 1960, p. 268.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 191

y suficientes para su defensa, eran fuerzas relativamente escasas para los planes
ofensivos que Piedra resolvió luego llevar adelante.
A poco de llegar, y tras un incidente que dos peones tuvieron con unos indios
que les quitaron los caballos cerca del fuerte,78 Piedra ordenó al sargento Manuel
Bores que remontara el río Negro con 27 hombres bien armados a “traer á los
Indios” que se encontraban en la banda norte “ó castigarlos en caso necesario”;79
los movimientos de la tropa indican claramente que se disponían a consumar una
matanza. En primer lugar, encontraron dos toldos con un pequeño grupo de indios
a cuatro leguas del fuerte, en el denominado potrero de Chulilaquin. Les tomaron
primero la caballada, luego les cerraron la salida del potrero, y por último los cerca-
ron para impedirles escapar. El sargento mandó “que nó matasen á las mugeres, ni
criatura alguna” según había ordenado el superintendente, “á nó sér que nos insis-
tiesen sin querer venirse al Establecimiento”. Pero como los asediados resistieron,
los soldados mataron a cuatro indios, once chinas y cuatro criaturas; sólo un niño
se salvó de la masacre.80
La partida siguió remontando el río, y a treinta leguas de Carmen encontró la
toldería de Francisco. El cacique, que había tolerado los venenos de Viedma, no
pudo con las balas de los enviados del nuevo comandante: aunque estos simularon
acercarse en son de paz, se desplegaron para bloquear la huida de los indios y los
atacaron con armas de fuego. La improvisada defensa consistió sólo en el uso de
dagas, bolas y palos, con el previsible resultado de la muerte del cacique, siete
indios, tres chinas y cuatro niños. Otras tres criaturas fueron llevadas cautivas al
fuerte, junto con la caballada y los despojos. Para eliminar las huellas de la ma-
tanza ocurrida, se incendiaron los toldos y los cadáveres de sus ocupantes fueron
arrojados al río.81
A de la Piedra no le bastó, sin embargo, con esa “limpieza” realizada –según
glosó el virrey– “por no dejar Yndios en la ynmediacion que incomodasen los es-

78 Declaraciones de los pobladores Antonio Garcia, Damasio Marcos, y Bernardo Baltuille ante
Domingo Piera, Río Negro, 7 de diciembre de 1784. AGN, IX, 16.4.1., s.f.
79 Juan de la Piedra, Orden para que declare Manuel Bores, Carmen, 10 de diciembre de 1784. AGN,
IX, 16.4.1., sin foliación. La expedición armada por el río Negro generó un pequeño expediente,
en el que constan las órdenes que dio Piedra a quienes la encabezaron, y las declaraciones que hizo
tomar a los protagonistas acerca de los hechos.
80 Se definen como masacres aquellos acontecimientos en los que un grupo de personas imposibilitadas
de defenderse son asesinadas por otro que dispone de los medios y el poder necesarios para hacerlo
sin peligro para sí, en una situación claramente asimétrica que lo favorece unilateralmente: Levene
1999, p. 5; Semelin 2007, pp. 167-237. Las masacres efectuadas contra grupos indígenas fueron
frecuentes durante el largo período de contacto en la región: Jiménez, Villar y Alioto 2013. Se
explica en este último trabajo que el signo más claro de la ocurrencia de masacres es la disparidad
de víctimas entre los dos grupos enfrentados, resultante de una desigualdad en el número de
combatientes, la situación táctica y la tecnología empleada. La forma de asegurarse esas ventajas
era actuar por sorpresa, casi siempre avanzando por la noche y atacando a la hora del amanecer.
81 Declaración del sargento Manuel Bores ordenada por Juan de la Piedra, Carmen de Patagones, 10
de diciembre de 1784. AGN, IX, 16.4.1., sin foliación.
192 Devastación

tablecimientos.”82 En realidad, sólo se trató del primer paso en pos de un proyecto


más ambicioso, consistente en armar una expedición que salió desde Carmen de
Patagones liderada por él mismo, con el fin de despejar el camino terrestre hacia
Buenos Aires de los habitantes indeseables que perturbaban el tránsito.
Como vimos antes, a mediados de ese año se había lanzado una ofensiva coor-
dinada desde tres puntos (Buenos Aires, Córdoba y Mendoza) que debía servir para
encerrar a los indios.83 El mismo día (3 de junio de 1784) en que se vio obligado
a dar cuenta del paupérrimo resultado de una campaña planeada y ejecutada antes
de su gestión,84 Loreto escribió al ministro Gálvez que en una próxima ocasión
se atacaría también desde el río Negro: “combinaremos para batir a los Yndios
en tenaza: desde la frontera y desde allá”.85 Su plan consistía en fingir amistad y
buen trato, “llevando en la superficie ideas pacíficas”, pero orientado en realidad
a la “ofención y persecución solícita de las tolderías que no se hiciesen reducibles
a mis proposiciones”.86 Con ese propósito, dio instrucciones a Francisco de Piera
(comandante interino de Patagones en ese momento) y después a este último, de
que mantuvieran un buen trato con los indios y sólo atacaran cuando se pudiera
asestar un “golpe cierto, seguro y de importancia.”87
Pero cuando finalmente Juan de la Piedra se hizo cargo del gobierno de la colo-
nia, la oportunidad de llevar adelante una política ofensiva había pasado. Aunque
la Corona había aprobado en su momento la entrada combinada, alentando una
política ofensiva,88 la endémica falta de recursos de la Real Hacienda y la poca
disponibilidad de los milicianos de todas las jurisdicciones a arriesgar sus vidas,

82 Carta del virrey del Río de la Plata marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, febrero
de 1785. AGN IX, 8-1-16.
83 Este plan es de larga data, y fue estratégicamente definido en varias ocasiones durante un largo
período: la espera hasta su eventual realización a fines de la década de 1870 por el Estado argentino
no se debió a que el plan no existiera, sino a las nuevas capacidades estatales y a las nuevas
condiciones (militares, económicas, políticas) que lo posibilitaron.
84 Carta del marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 3 de junio de 1784. AGI, Buenos
Aires 68, s.f.
85 Carta del marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 3 de junio de 1784. AGI, Buenos
Aires 328, cit. en Entraigas 1960, p. 257.
86 Loreto a Gálvez, 16 de febrero de 1785. AGN IX, 8-1-16.
87 Loreto a Gálvez, 16 de febrero de 1785. AGN IX, 8-1-16. Comentando el hecho de que al hablar de
esa estrategia de pinzas Loreto afirma que Francisco de Viedma fue consultado y estuvo de acuerdo,
Raúl Entraigas asegura que “el bueno de don Francisco habrá sido simplemente un convidado de
piedra en esa reunión cuyos planes se oponían a su salvadora política del buen trato a los indios”:
Entraigas 1960, p. 278. Pero sabemos que Viedma no se oponía de cuajo a la guerra ofensiva contra
los nativos, sino que su prudencia táctica se lo desaconsejó durante el período en que estuvo al
frente del fuerte. No es improbable que a la distancia, y sin tener que hacerse cargo de las conse-
cuencias, aprobase lo propuesto por el virrey. La misma opinión en Gorla 1983, p. 127.
88 Vertiz había informado de su plan de ofensiva combinada al Rey a fines de 1783: Carta de Juan
Joseph de Vertiz a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 31-12-1783. AGI, Buenos Aires 66, s.f. La Co-
rona aprobó esa manera de contener los ataques indios y procurar “el exterminio de estos Barbaros
infieles”: Carta de Joseph de Galvez al marqués de Loreto, Aranjuez, 5-6-1784. AGN, BN, tomo
167, documento 0185.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 193

estropear sus cabalgaduras y dejar sus trabajos rurales por ninguna paga y poco be-
neficio hacían imposible su repetición.89 Esa suma de circunstancias poco propicias
obligó a que Loreto, desde Buenos Aires, fuera buscando las paces con los grupos
indios, mediante negociaciones que empezaron a sucederse a partir de agosto del
mismo año. Sin embargo Piedra, inalterablemente persuadido de la eficacia de una
estrategia agresiva, continuó adelante con la preparación de una expedición al nú-
cleo del territorio indígena, en la zona serrana del sur bonaerense. No existe prueba
documental de que haya recibido para ello órdenes superiores, ni tampoco tuvo
prevista una combinación de su salida con otra desde la capital:90 según le comu-
nicó más tarde Loreto a Gálvez, el comandante había actuado por su cuenta y sin
coordinar el ataque con Buenos Aires,91 para “aprovechar ocaciones, que él calculó
favorables”.92 Si Piedra esperaba ejecutar una expedición combinada (como Loreto
había planeado en junio), lo más lógico hubiera sido que fuese el virrey quien de-
cidiese cuál era el momento propicio para el ataque, impartiendo las órdenes para
ello y tomando el resto de las disposiciones del caso para asegurar el éxito, o al
menos que ambas autoridades aunaran esfuerzos de común acuerdo. Como vimos,
así había ocurrido durante la primera mitad de 1784 cuando el virrey hizo salir las
tres columnas a batir las pampas: en un contexto de esas características, Juan de la
Piedra habría tenido la compañía que le haría falta a fines del mismo año. Pero no
fue así: cuando Loreto recibió finalmente los mensajes de Lázaro Gómez (el alfé-
rez interinamente al mando de la expedición a causa de la muerte de Piedra) desde
Sierra de la Ventana, se enteró de que a este le extrañó recibir pliegos del virrey y
ver que “tratando yo [Loreto] de ótras materias nada expresava sobre la salida que
havia écho Piedra”, pero más aún le había llamado la atención “no haver encontra-
do entre los Papeles que reconocio por su muerte, orden ni instruzion alguna para
ella”, sorprendiéndose entonces “de que tal se hubiese ejecutado”.93
La desinteligencia pudo deberse a que los altos funcionarios forzosamente de-
legaban en sus subordinados ciertas decisiones referidas al manejo de los asuntos

89 Sobre estas dificultades ver León Solís et al. 1997 y Jiménez 2005.
90 La correspondencia entre el virrey y el superintendente no registra disposiciones de Loreto al
respecto, y Piedra tampoco hace alusión a ellas.
91 Según Loreto se trató de “una salida que dispuso por si mismo sin haversele ordenado aun, ni el
dado tiempo en sus avisos para auxiliarsele: y lo que es mas, haver dexado el Fuerte del río Negro
de su cargo reducido en Fuerzas y recursos, prefiriendo unas operaciones para las cuales detallo por
si solo la jente que havia de salir, y quedar sin esperar confirmacyon”: Carta de Loreto a Gálvez,
Buenos Aires, 16-2-1785. AGN IX, 8.1.16. Loreto esperaba de los comandantes de Carmen que le
enviaran “adequadamente las noticias que necesitava” pero siempre “reservandome la execucion
à la sazon y tiempo que conbiniese y fuese componible con otras ocurrencias y en tal caso”; en
cambio, Piedra se condujo de un modo “que parece dictar desde un Quartel General sobre sus
destacamentos y ni aun assi dexava proporcion y espacios para conbinarse à sus ideas”: Carta de
Loreto a Gálvez, Buenos Aires, 16-2-1785. AGN IX, 8.1.16.
92 Carta de Loreto a Gálvez, 16-2-1785. AGN IX, 8-1-16.
93 Loreto a Gálvez, 18-2-1785. AGN IX, 8-1-16. Las abundantes abreviaturas fueron desplegadas
en este caso. En los legajos correspondientes de Costa Patagónica tampoco hay instrucciones, ni
escritos en los que Piedra se refiera a haberlas recibido.
194 Devastación

fronterizos, asumiendo que, por encontrarse en el terreno, conocían mejor la si-


tuación local y se hallaban en condiciones de actuar en lo inmediato sin esperar
las instrucciones que podían demorarse. La mejor prueba de la existencia de esta
práctica consuetudinaria está constituida por la correspondencia que pocos años
antes de los tiempos que nos ocupan, el entonces gobernador Vertiz envió a Manuel
Pinazo, comandante de la frontera de Buenos Aires, expresándole:

como la practica y conocimiento que a Vsted le asisten, le dà margen


à ilustrarse de sus designios, y medidas que se puedan arreglar (...),
encargo a vstèd, que asi en esta ocasión, como en todas las demàs
que se ofrezcan de esta naturaleza, vsando de mi voz y facultades de-
termine, quanto estime conducente al abrigo y defensa de estas fron-
teras, remitiendo las Partidas de milicias que sean mas proporciona-
das à aquel fin, comisionando los Oficiales que conceptuase vstèd
mas aptos, para el desempeño de lo que se les ordenase, noticiando
a los demas Sargentos mayores y Comandantes de las Guardias de
esta Jurisdiccion, de esta mi resolución, y a mi las resultas de todo,
con la puntualidad que exijan la naturaleza, y circunstancias de los
asumptos que ocurran.94

En otra carta le confiere idénticas facultades para decidir en su nombre, siempre


manteniéndolo informado y dando cuenta de lo que ocurriese: “se servirá Vstèd
prestando mi nombre, dar todas las providencias oportunas a resguardar esas fron-
teras de toda imbacion que mediten àquellos infieles dándome puntales avisos de
las disposiciones que arreglàse y noticias que ocurran”.95 Si esa fue la conducta res-
pecto de un comandante de frontera que se encontraba a tiro de chasqui de Buenos
Aires, con cuánta más razón sucedería respecto al comandante de un fuerte que se
encontraba mucho más distante y a menudo sólo accesible por mar luego de una
navegación de varios días.
Lo cierto es que el superintendente patagónico armó sus fuerzas y se dispuso al
ataque, enviando a Loreto sobre la marcha un simple aviso de su partida. El virrey
no estuvo entonces en condiciones de preparar una segunda columna complemen-
taria desde Buenos Aires. Además de la tardía recepción de la novedad, se lo impi-
dió la sequía, sumada al hecho de que los milicianos estaban –como siempre en la
época estival– empleados en la cosecha.96
En la carta que Piedra dejó a quien debía suplirlo en su función, dijo que se
dirigía a

94 Carta del gobernador de Buenos Aires Juan Josef de Vertiz al comandante Manuel Pinazo, Buenos
Aires, 31-5-1774. Archivo General de Simancas, Secretaría de Guerra, Leg. 6820.
95 Carta del gobernador Juan Josef de Vertiz al comandante Manuel Pinazo, Buenos Aires, 20-9-1774.
Archivo General de Simancas, Secretaría de Guerra, Leg. 6820.
96 Lamentablemente no contamos con la respuesta del virrey al aviso de Piedra, del 13 de enero de
1785: Debía estar en AGN, IX, 16.4.2., pero no está.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 195

encontrar Indios infieles qe cruzan este terreno practicando contra los


christianos qe encuentran, quantas átrocidades se antojan á su bar-
barie, y aun imbadiendo las inmediaciones de Bs Ays á pesar de las
fronteras armadas qe con tanto dispendio del erario se mantienen en
la defensiba penetrando por ellas y aciendo los lamentables destro-
zos que es notorio, traiendose las mugeres á cautiberio, para el uso
de sus brutalidades; sin que el continuado buen trato y regalos echos
á manos llenas por nra. parte les áya movido al menor agradecimien-
to, ni aun continencia en sus excesos: Llego el caso yá de atajar en
el modo posible tanto perjuicio como á sufrido el Estado Rl Acienda
sosiego de las Poblaciones, y aun la religion misma.97

Las circunstancias no permitieron que el superintendente llevara más de 200 hom-


bres entre tropa, peones y presidiarios, no obstante tratarse de una cantidad muy
inferior a la necesaria para atacar una zona nodal para las sociedades indígenas de
la época: recuérdese al respecto que el año anterior, la expedición proveniente de la
campaña bonaerense contó 1.100 hombres –que ascendían a 2.500 sumando los de
las otras dos columnas–; y que ninguna entrada a tierras indias en esos tiempos (in-
cluyendo las –en principio– pacíficas expediciones a Salinas Grandes) se autorizaba
con menos de 800 a 1.000 hombres, cifra que se consideraba suficiente para asegu-
rar superioridad frente a los ataques de los nativos. Piedra subestimó las fuerzas de
sus enemigos, asegurando a Loreto que –según sus informantes– “el número de los
indios no era tanto, y que se hallaban dispersos”, por lo que creía fácil “situarse sin
el mayor estorbo en el ventajoso sitio de Sierra de la Ventana, y en él fortificarse”.98
Aun cuando se declaró su amigo, Piedra atacó al cacique Negro en el río Co-
lorado, provocando su huida, tomándole sus animales y matando a la gente que
halló.99 Desde allí se dirigió hacia las sierras donde esperaba encontrar, y encontró,
a los principales grupos indios de la región.
El resultado desastroso podía sospecharse de antemano, dado lo precario y mal
pensado de la empresa: Juan de la Piedra, Basilio Villarino, Francisco Xavier de
Piera y Manuel Bores –estos dos últimos comandantes de la sangrienta expedición
por el río Negro–100 y varios soldados (38 personas en total) fueron muertos por
los indios del cacique Negro, Calpisquis y otros grupos situados en Sierra de la
Ventana en enero de 1785. Muchos otros se salvaron de una represalia en verdad
mesurada, considerando los antecedentes del caso.
Esta sería la última tentativa de invasión violenta por parte de los españoles en
la época colonial: de ahí en más se privilegiaron los esfuerzos por la vía pacífica, y

97 Carta de Juan de la Piedra a Isidro Bermudez, Río Negro, 26-12-1784. AGN, IX, 16.4.1., s.f.
98 Carta del marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 16-2-1785. AGN, IX, 8-1-16, s.f.
99 Carta del marqués de Loreto a Joseph de Gálvez, Buenos Aires, 18-2-1785. AGN, IX, 8-1-16, s.f.
100 Que los comandantes fueron muertos en represalia por los ataques anteriores surge de las palabras
de Loreto: “porque entre los Barbar.s habia alg.s que los tenian en cuenta, por sus antiguos
encuentros”: Carta de Loreto a Gálvez, Buenos Aires, 18-2-1785. AGN, IX, 8-1-16.
196 Devastación

un comercio relativamente tranquilo en Buenos Aires y otros puntos iría reempla-


zando al uso de las armas.
Los sobrevivientes quedaron cautivos, y fue necesario intentar ganarse la buena
voluntad de sus captores con dones que recuperaran la buena fe. Abundantes rega-
los se enviaron

[...] à el Cacique Negro alias Chanel, y Maciel, para que estos soli-
citasen la buena armonia con las Yndiadas de la Sierra de la Benta-
na con el fin de que permitieran la venida à este Establecimiento el
resto de la Expedicion que salio de aqui, y estava acampada en el
rio Sauce distante noventa leguas, y mejor trato de los Cautivos que
quedaron èntre ellos...101

Las gestiones del virrey desde la capital y del comandante interino desde el río
Negro dieron resultado: 155 hombres llegaron nuevamente a Carmen, entre ellos
León Ortiz de Rosas, de célebre descendencia. Los indígenas optaron por privile-
giar la diplomacia porque encontrándose en busca de la paz, el resultado del en-
frentamiento los había colocado en una situación de mayor fuerza para alcanzarla.
En lo que respecta a las existencia de semovientes, las consecuencias del inten-
to de De la Piedra fueron funestas para el fuerte. Gran parte de la caballada del rey
y otra pedida en préstamo a particulares –en total entre 600 y 700 animales utili-
zados para montar la expedición– quedó en manos indígenas. Y el stock ganadero
quedó reducido a 1.319 vacas, 482 caballos y 76 ovejas.102
No obstante y a pesar de esas sensibles mermas, en un informe escrito por un
funcionario respecto de la situación general del Carmen, se lee cierto optimismo
sobre las condiciones del lugar para la cría de ganados, pues el autor confiaba en
que, dada la infertilidad de los terrenos fuera del valle fluvial, se haría difícil que
los animales escaparan en busca de mejores pastos. Pero a la vez se lamentaba de
la falta de caballares ocasionada por la malhadada expedición:

El Ganado Bacuno que en el dia existe en esta llanura ascendera à


mil y trescientas cavezas poco mas ò menos y segun la Procreacion
que se esperimenta dentro de mui pocos años llegarà a una abun-
dancia capaz de abastecer una Provincia numerosa porque como los
campos fuera de ella son escasos de agua y Pastos no tiene como ex-
traviarse rès alguna y de esta suerte con facilidad se puede custodiar
y domar para las labores de la tierra y otras urgencias en caso de que
los Yndios se roben las Cavalladas (cosa que esta sucediendo cada
dia) y de esta suerte siempre de una ò de otra especie se halla surtido
el Pueblo de animales.

101 Carta de Pedro Gonzalez Gallegos a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 28-2-1785. AGN, IX, 16.4.2.,
s.f. Ver “Noticia de lo que se remite a los Yndios”, Carmen, 9-2-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
102 “Relacion del Ganado Bacuno, Caballos, Yeguas, Potrillos, Mulas Burros, Obejas, y Bueyes”,
Carmen, 26-2-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 197

En esta ocasion se esta esperimentando la falta de cavallos en este


Puesto pues haviendo se llevado en la Expedicion a los Yndios seis-
cientos ò setecientos que havia en este establecim.to quedo sin este
ausilio tan necesario; y si hubiera abido Bueyes domados se pudiera
socorrer esta necesidad.103

La falta de caballos provocada por la pérdida de esos centenares utilizados en la


incursión fallida obligaba a reestablecer buenas relaciones con los indígenas, pues
eran estos los únicos al alcance para reaprovisionarse de un insumo imprescindible;
los españoles resistían la idea de domar las yeguas existentes en la zona, que eran
más de 300, por la cantidad de mano de obra que insumiría ese trabajo:104

Un Trozo de Yeguada me han dicho que ay pero estas como indomitas


aunque pudieran dar dentro de Pocos años cavallada para la subsisten-
cia de este destino es un ganado tan malo de guardar que no es posible
tener sujeto â menos de que no haiga treinta ò quarenta hombres que
estos no se dedicasen à otra cosa mas que à domarlas que tambien de
esta forma se podia suplir la falta de aquellos, y ultimamente Señor es
tanta la necesidad que ay de cavallos que es indispensable entablar de
nuevo la amistad con los Yndios para que buelban à surtir este Estable-
cim.to como estaba antes por medio del regalo como se ha hecho a los
principios pues de lo contrario mui poco, ô nada se podra adelantar.105

En el invierno de ese mismo año, la indefensión y la situación tensa creada con los
grupos nativos hizo que otra parte de los rodeos fuera arrebatada en un malón. En ju-
nio y julio, el cacique Gergona “y su Yndiada, y otras de Nacion Tehuelchus”, se lleva-
ron más de 400 reses vacunas, 100 caballos, algunas yeguas y todas las ovejas (85) de
la banda sur del río, custodiada por el recientemente creado fuerte San Xavier, situado
algunos kilómetros río arriba.106 Por la inseguridad que expresaban los encargados,
se prefirió ubicar a los animales restantes (900 vacunos y 590 equinos),107 en lugares
diferentes, para evitar que los enemigos pudieran llevárselos todos de una vez.108

103 Carta de Bernardo Tafor a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 20-2-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
104 Solía ocurrir en las regiones fronterizas de toda América que los animales se asilvestrasen por falta
de mano de obra para el cuidado y pastoreo, o a causa de las sequías. Que las yeguas se hicieran
baguales no era infrecuente, porque se las mantenía en un estado de tan poca atención que de por
sí no distaba mucho de la condición salvaje. En cuanto a la doma, había maneras rápidas de rea-
lizarla, pero dejaban resabiados a muchos animales; obtenerlos buenos y mansos para silla o tiro
implicaba, en cambio, una tarea bastante más lenta y trabajosa.
105 Carta de Bernardo Tafor a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 20-2-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
106 Carta de Bernardo Tafor a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 6-8-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.; Carta
de Pedro González Gallegos a Francisco de Paula Sanz, Carmen, 6-8-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
107 Relación del ganado existente en Carmen de Patagones, 6-8-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
108 A pesar de las pérdidas de alrededor de 100 caballares, en este recuento los mismos exceden en
más de 100 individuos a los que había en el verano, lo cual parece indicar que durante ese lapso se
adquirieron de los indios unos doscientos.
198 Devastación

La ardua situación demandaba como siempre la salida más simple, es decir, la


adquisición de animales a quienes los tenían disponibles. El Intendente de Real
Hacienda recomendaba:

entre tanto [se restituyen a sus dueños los caballos prestados para la
expedición], procurará VM con el mismo acuerdo remediar la urg.ª
en el mexor modo posible, asi de Bueyes como de Cavallos, com-
prandolos a los Ynfieles en el num.º mui preciso, y con el posible
ahorro de la R.l Haz.ª.109

En septiembre del año siguiente se adquirieron de cuenta de la Real Hacienda 42


vacas y 37 caballos a los “los Yndios Aucas, y Tehuelchus”, a lo que el Intendente
sugería que “se vaya con detenida mano en verificàr estas ò semexantes compras, à
menos que la necesidad no obligue à la R.l Hacienda à hacèr estos gastos”.110
Lentamente, los nuevos encargados de la administración del establecimiento rio-
negrino volvieron a encauzar su política hacia el trato diplomático, los regalos y el in-
tercambio mercantil, privilegiando la búsqueda de relaciones pacíficas con los indíge-
nas. Aunque significase un costo económico que siempre despertaba las quejas de los
encargados de la Real Hacienda, resultaba en última instancia un precio menor al que
los españoles debieron pagar por el uso insensato de la violencia. El realismo político
que primó de allí en más se hizo cargo de cuál era la relación de fuerzas del momento,
y cuál la verdadera situación geopolítica y económica del fuerte, dejando de lado los
sueños voluntaristas que el infortunado de la Piedra creyó al alcance de la mano.

Conclusiones
La comparación entre las acciones e ideas de los funcionarios que estudiamos y que
sucesivamente ocuparon el mismo cargo es iluminadora. Muestra, por un lado, la
sorda disputa vigente en la época entre dos maneras (diferenciables táctica aunque
quizá no estratégicamente) de lidiar con las relaciones interétnicas: violencia ofen-
siva versus relaciones pacíficas basadas en el comercio; dos maneras que no eran
de por sí mutuamente excluyentes, pues de hecho varios funcionarios borbónicos
contemporáneos las combinaron alternativamente,111 pero en los casos revisados
aquí queda claro que, en la práctica, una prevaleció sobre la restante. Por otro,
desnuda la tensión entre el realismo, la prudencia y la sensatez políticas y el volun-
tarismo, la intrepidez y las ansias de fama que se verificaba en las conductas de los
administradores coloniales de regiones fronterizas.112

109 Carta de Francisco de Paula Sanz a Isidro Bermudes, Buenos Aires, 5-8-1785. AGN, IX, 16.4.2., s.f.
110 Carta de Francisco de Paula Sanz al comandante de Río Negro, Buenos Aires, 19-9-1786. AGN,
IX, 16.4.3., s.f.
111 Por ejemplo, funcionarios contemporáneos como Francisco de Amigorena en Mendoza y Ambrosio
Higgins en la frontera chilena del Bío-Bío echaron mano, bien a la aplicación de fuerza, bien a los
acuerdos: sobre Amigorena ver Roulet 2002; sobre Higgins ver Donoso 1941.
112 Por otra parte, es oportuno agregar que no era inhabitual la coexistencia de modos encontrados de
Dos políticas fronterizas y sus consecuencias 199

Finalmente, los acontecimientos aquí referidos dejan ver la debilidad relativa


de las armas españolas en los espacios periféricos, aún cuando los funcionarios
responsables no siempre tuvieran total conciencia de ella: de su contacto con los
indios, solían extraer lecciones contradictorias, puesto que se trató de una época
en que se estaba dirimiendo un nuevo statu quo a partir de frecuentes pruebas de
fuerza entre los contendientes.
Es sorprendente percibir que lo que separaba a ambos protagonistas no fuera
un ideario claramente opuesto acerca del carácter de los indígenas, ni del papel que
les cabía en el imperio español, ni de los objetivos que la corona debía perseguir
al respecto. Los dos compartían la convicción de que se trataba de ocupantes in-
deseables de un espacio considerado propio y ninguno dudaba de que hubiera sido
mejor que desaparecieran.
Pero Francisco de Viedma sabía que, por mucho que la anhelara, la eliminación
de los indios era imposible en aquel contexto y buscó entonces la forma de convi-
vir con ellos, combinando el intercambio, los regalos y la diplomacia, con algunas
maniobras para contener a los que consideraba más insubordinados. De las dos
vías de aprovisionamiento que el mismo definió (compra de animales a los indios
manteniendo con ellos buenas relaciones, o violento despeje del camino a Buenos
Aires), se inclinó resuelta y sensatamente por la primera.
Juan de la Piedra, en cambio, parecía estar convencido de que el exterminio
nativo a sangre y fuego, fundado en la prepotencia de las armas españolas, era una
solución posible además de deseable. Su error nos hace ver que las políticas fron-
terizas estuvieron impregnadas en mucho de ideología, pero más aún libradas al
cálculo político y al pragmatismo de sus responsables sobre el terreno.
Mientras que Viedma condujo exitosamente la colonia, aseguró su abasteci-
miento y la protegió de la mayor parte de los posibles ataques a los que estaba
expuesta, De la Piedra, con más medios y más hombres a su disposición, dilapidó
lo hecho hasta entonces. La imprudencia costó lo suyo: varios líderes principales
muertos (incluido el superintendente mismo), más de ciento cincuenta prisioneros
por los que hubo que pagar rescate y 700 caballos en manos indias, en el curso de
una sola expedición. Pero la derrota implicó también la temporaria indefensión
posterior del Carmen, que, además de vivir horas de zozobra, fue atacado y perdió

tratar con indios no sujetos al control directo de la administración colonial. Conocemos al menos
dos casos contemporáneos del presente pero que, al contrario de este, se dieron con personajes que
ejercieron sus funciones de forma simultánea y no sucesiva. El más cercano espacialmente se dio
en ocasión de la apertura del camino que contribuiría a vincular Valdivia y Chiloé en territorios in-
dígenas del sur chileno. Los intentos pacíficos y negociadores del gobernador valdiviano Mariano
Pusterla con el propósito de garantizar el éxito de la empresa chocaron con las ansias bélicas del
gobernador de Chiloé, Francisco Hurtado, empeñado en allanar la resistencia nativa; al igual que
en el siguiente, la disputa se dio a favor de una cierta imprecisión administrativa relativa al alcance
de las facultades que la corona delegaba en cada uno de los funcionarios: Urbina Carrasco 2009,
pp. 264-286. El restante tuvo lugar en la frontera norte de Nueva España: mientras el brigadier
general Jacobo Ugarte y Loyola promovía una política pacífica respecto de los apaches, su subor-
dinado el coronel Juan de Ugalde llevó adelante una violenta expedición de castigo que desbarató
los intentos del primero: Santiago 2011.
200 Devastación

asimismo mucho ganado y yeguarizos, debiendo acometer una recuperación lenta


y trabajosa.
Diferencias tan ilustrativas como las relativas al estado en que dejaron el esta-
blecimiento luego de sus respectivas administraciones son asimismo las que dis-
tancian los destinos personales de ambos burócratas. Francisco de Viedma resultó
recompensado con un ascenso que lo llevó a una posición expectable en una región
incomparablemente más rica e importante que un fuerte de avanzada en el sur bo-
naerense, se convirtió en un hombre de consulta para la toma de decisiones acerca
de la Patagonia, y terminó sus días como gobernador de Santa Cruz de la Sierra en
1809. Juan de la Piedra, en cambio, murió violentamente a manos de los mismos
indios que pretendía eliminar, quienes ese día cruel brindaron al virrey Loreto y sus
subordinados una persuasiva lección política sobre la conveniencia de manejar con
templanza las relaciones interétnicas.
Los funcionarios subalternos del imperio, aunque en ciertos casos debieran ate-
nerse a instrucciones detalladas, en otros disponían sin embargo de un apreciable
margen de maniobra, lo que resulta lógico dadas las distancias y las dificultades de
comunicación propias de la época y el hecho de ser ellos quienes estaban en con-
tacto directo con la realidad local y sus condicionantes. Es innegable que, al menos
en parte, las decisiones de ambos comisarios estuvieron determinadas por las polí-
ticas centrales de Buenos Aires: Viedma ejerció su mando en el momento en que la
guerra defensiva se veía en la capital como preferente a la ofensiva; Piedra lo hizo
luego de que la operación militar combinada planificada por Vertiz, aunque modes-
ta en resultados, pareció viable, y también debe recordarse que su llegada a Carmen
fue contemporánea con el plan de ataque “en pinzas” imaginado por Loreto.
Pero asimismo es cierto que ambos estuvieron en condiciones de manejarse con
un margen de arbitrio personal que cada uno utilizó a su manera. En una época en
que Vértiz en Buenos Aires mantenía vivo el conflicto con los grupos indios negán-
dose mantener negociaciones diplomáticas, a canjear cautivos y a recibir partidas
comerciales, Viedma, consciente de su propia debilidad, se esforzó por mantener el
curso de acción contrario. Y cuando se le cuestionó su dispendiosidad, la defendió
como el único medio posible de sostener esa política negociadora. Del otro lado,
mientras el marqués de Loreto se esforzaba por restaurar relaciones y negociar la
paz con los caciques de las pampas, postergando su primer plan de avance, Piedra
se lanzó, avisando tardíamente y sin esperar refuerzos –que finalmente nunca lle-
garían– a una aventura militar onerosa en vidas y recursos.
CAPÍTULO VII
En lo alto de una pica
Manipulación ritual, transaccional y política de las
cabezas de los vencidos en las fronteras indígenas de
América meridional (Araucanía y las pampas, siglos
XVI-XIX)1

Daniel Villar – Juan Francisco Jiménez

1
. Cualquier parte del cuerpo humano seccionada ex professo transmite un
mensaje. Sea que el mutilador la exhiba públicamente frente a propios y ex-
traños, la incorpore a la celebración de la victoria en que la obtuvo o a una
conmemoración posterior, la envíe a sus aliados o la arroje a los pies de los venci-
dos y los suyos, ese mensaje variará de acuerdo al contexto y a su receptor: como
observa Patricia Palmer, el despojo siempre habla, pero dice cosas diferentes.2
La manipulación de fragmentos corporales de un enemigo constituye un rasgo
cultural generalizado y comúnmente cabezas, cráneos y extremidades se encuen-
tran entre ellos. Su captura fue y es objeto de alguna forma de consagración, para
ingresar luego a la categoría de trofeos que adquieren una semanticidad relevan-
te.3 Richard Chacon y David Dye proporcionan información que lo demuestra,
basándose en una extensa revisión que desalienta dudas en torno a su antigüedad
y universalidad: el origen se pierde en los tiempos prehistóricos, se la perpetra en
todos los continentes y la ejecutan todas las naciones, incluso hasta hoy mismo.4
La mayoría de los ejércitos coloniales, por sí o vicariamente, practicaron la
caza de cabezas desde los comienzos de la expansión europea. En América del
Norte, británicos y franceses pagaron recompensas a sus aliados nativos por testas
y cabelleras;5 también lo hicieron holandeses y portugueses en Asia, estimulando

1 Este artículo fue publicado originalmente en Indiana, no. 31 (2014), pp. 351-376.
2 Palmer 2007. Nos limitaremos a ofrecer dos ejemplos, aunque podrían multiplicarse: los
significados que, de acuerdo a sus tradiciones culturales respectivas, los algonquinos y sus aliados
ingleses dieron a la donación de una cabeza enemiga durante la Guerra Pequot de 1637 (Lipman
2008), y en general al intercambio de pieles de lobo negro (Coleman 2003, 2004, 48-49; Coates
1999). La entrega de una testa por parte de los nativos implicaba una ratificación de la alianza; y
la de una piel, voluntad de restaurar o mantener buenas relaciones; para los europeos, en cambio,
ambos gestos exteriorizaban reconocimiento de superioridad y subordinación de los indígenas.
3 Hoskins 1996, 20.
4 Chacon y Dye 2007.
5 Axtell 1982, 1996; Axtell y Sturtevant 1980; Lipman 2008; Lozier 2003.
202 Devastación

decapitaciones;6 la dinastía de los Brooke las llevó a cabo en Sarawak;7 durante las
guerras imperiales en el África decimonónica, las tropas victorianas,8 francesas,9 y
alemanas10 la reiteraron mil veces y asimismo los italianos en Etiopía en tiempos
tan recientes como la década de 1930.11 Lo paradójico de la situación es que tropas
de países civilizados y cristianos incurrieran en las mismas salvajes atrocidades
cuya supresión se argumentaba que justificaría por sí sola la impostergabilidad de
la empresa colonial.
Andrew Lipman considera que, en este orden de ideas y en términos de encuen-
tros coloniales, cabezas, scalps y miembros de los vencidos admiten parangón con
aquellos artefactos que Nicholas Thomas denominó entangled objects, impregna-
dos de tantos significados que no admitirían ser referidos con exclusividad a un
único contexto cultural.12

2. A partir del siglo XVI, también en Araucanía y Río de la Plata convergieron dos
tradiciones culturales distintas relacionadas con la manipulación de cabezas y otros
fragmentos del cuerpo. Por un lado la europea, en la que la decapitación e incluso
el desmembramiento demostraban que el poder soberano monopolizaba la potestad
de desencadenar un escarmiento de extremo rigor. Cometido un crimen que cons-
tituyese una amenaza contra la soberanía real y, simultánea y consecuentemente,
contra el orden y estabilidad del reino, se desencadenaba una operación dominante
sobre el cuerpo del autor que se desarrollaba frente a la multitud, en medio de un
gran ritual.13

6 Knapp 2003; Roque 2010.


7 Wadley 2001 y 2004.
8 Harrison 2008.
9 Taithe 2009.
10 Winans 1994.
11 Di Luna 2007.
12 Lipman 2008, 4; Thomas 1991, 1-23.Entre muchas disponibles, una muestra de estos objetos en-
tremezclados es la renombrada tsantsa shuar, vista en términos de su compleja circulación. Ori-
ginariamente, se hallaba vinculaba a una forma organizada y coherente de violencia: durante su
caza, la cabeza seccionada adquiría relevancia ritual, mientras que el acto mismo de obtenerla era
consagrado y conmemorado (Hoskins 1996, 2). Más tarde, trasponía los límites de ese marco inicial
y atravesaba distintas etapas a lo largo de una dilatada existencia. Sucesivamente sería receptáculo
de un alma musiak involucrada en ritos de fertilidad o de reproducción (Karsten 1923, 47; Harner
1994; Taylor 1993, 671-674) y costosa mercancía (Ross 1988, 31-33, Rubenstein 2007, 359-360, y
Steel 1999, 754-755). Se transformaría luego en un objeto exótico exhibido en un museo o en una
colección privada, síntesis de horripilante salvajismo, de la razonabilidad de su aniquilación y de
la potencia y alcance del brazo estatal. Y por último, en tiempos recientes, la testa reducida se ha
convertido en prueba tangible de la desmesura de exhibir restos humanos y en punto de apoyo para
el estímulo de una nueva sensibilidad (Rubenstein 2007).
13 Foucault 1989, 59-62; en ese mismo sentido, Palmer 1993; McGlynn 2009.
En lo alto de una pica 203

Mapa 3
Araucanía histórica: territorios reche-mapuche extendidos entre los ríos Bío
Bío y Toltén, en situación de contacto fronterizo hacia el Norte con el Reyno
de Chile

Por otro, los nativos insertos en la trama de relaciones establecidas con el impe-
rio y más tarde con las dos repúblicas emergentes –Argentina y Chile– operaban
asimismo con cabezas y otros segmentos del cuerpo masacrado de sus enemigos.
Pero entre los reche-mapuche14 esa costumbre integraba una tradición pan-andina

14 Se trata de dos etnónimos que remiten a un conjunto de grupos indígenas que habitaban el centro sur
chileno. En tiempos anteriores a la invasión española, los reche (los verdaderos hombres) ocupaban
los territorios que median entre las latitudes de la actual ciudad de Santiago de Chile y del golfo de Re-
loncavi. A partir de mediados del siglo XVI y con motivo de la configuración de espacios fronterizos
generados a raíz de la irrupción imperial, se constituyó progresivamente la Araucanía, denominación
dada por los invasores a la región limitada por los ríos Bío Bío (al norte) y Toltén (al meridión) que
204 Devastación

relacionada a su vez con las tierras bajas del continente que formaba parte de un
complejo guerrero destinado a facilitar los medios para la reproducción simbólica
del cuerpo social.15
No sólo con respecto a los reche-mapuche sino en general, los rituales que
rodeaban la ejecución de un prisionero entre los nativos americanos y entre los eu-
ropeos fueron, en su origen, muy distintos. Para los europeos, el cuerpo pertenecía
al estado, el ritual de la ejecución estaba a cargo de sus agentes y el cuerpo –o sus
fragmentos– era públicamente exhibido como advertencia.16 En Europa, el verdugo
–una única persona dedicada de por vida a un oficio impuro y carente de nobleza–
tenía a su cargo el torvo procesamiento del cadáver y disponía de sus partes para
abastecer a farmacéuticos y legos,17 quienes empleaban la sangre, la grasa y la piel
en la fabricación de remedios.18 Por el contrario, en el caso de muchas sociedades
nativas americanas, hombres y mujeres, niños y adultos se reunían en torno al des-
pojo y participaban festivamente de su manipulación.
De este modo, una cabeza expuesta en el extremo de una pica podía representar
a la vez una exhibición ritual o la coerción estatal ejercida sobre un rebelde. El
donante nativo de ese trofeo se vería a sí mismo y sería visto por su nación como
oferente de un regalo valioso, pero en cambio se convertiría en cruel verdugo, ne-
gativamente connotado, a los ojos europeos.
Esta doble concurrencia produjo mezclas de significados que irían variando con
el tiempo, tema que ocupará las páginas siguientes.
3. La práctica reche de sacrificar, decapitar y consumir al enemigo capturado en ba-
talla se regía por el antiguo principio andino de que la incorporación de sustancias

permaneció bajo control indígena predominante hasta el siglo XIX (ver mapa respectivo). Pasado
el tiempo y a medida que cobraban mayor importancia las reivindicaciones territoriales surgió, po-
siblemente durante el siglo XVIII tardío, el nombre restante (los hombres de la tierra), que pone el
acento en ellas. Su lengua, en la que se expresan ambos nombres étnicos (y los términos que se vayan
introduciendo a continuación en el texto) era y es mapu dungun (el habla de la tierra) convertida en
medio de comunicación de uso general en las pampas y el norte patagónico de la actual República
Argentina, a medida que, a partir del 1500, se intensificaron las antiguas vinculaciones entre las socie-
dades nativas ubicadas a los dos costados de la cordillera de los Andes (ver Boccara 1998; Mandrini
y Ortelli 2002, 237-257; Villar y Jiménez 2003b, 123-171; y Zavala Cepeda 2011, entre otros aportes
relativos a la denominada araucanización de las pampas).
15 Arnold y Hastorf 2008.
16 Whitehead 2002, 241.
17 Robin 1964, Stuart 2000.
18 Molinié-Fioravanti 1991, 85; Pribyl 2010, 133-135; Stuart 2000, 157-160. Como uno de los reme-
dios más afamados se elaboraba con porciones de cuerpos embalsamados verdaderos -obtenidos en
Egipto- o falsos (Dannenfeldt 1984; Gordon-Grube 1988, 1993; Himmelman 1997; Noble 2011,
18-23; Sugg 2008)-, Paracelso llegó al extremo de incluir en su definición de momia el cuerpo de
cualquier persona sana que muriera de muerte no natural, preferentemente los ahorcados o ejecu-
tados en la rueda y Oswall Croll -uno de sus seguidores- recomendaba emplear el cuerpo de un
ahorcado pelirrojo y joven para la fabricación de remedios (la receta en Noble 2011, 6). Sólo las
personas más adineradas podían acceder a estos costosos medicamentos. La creencia en las virtudes
curativas de los cuerpos de los ejecutados pervivió en la medicina popular hasta comienzos del
siglo XX (Peacock 1896; Pribyl 2010).
En lo alto de una pica 205

vitales favorecía e incrementaba la fertilidad agrícola, la prolongación de la vida


humana y el sostenimiento del orden cosmológico.19 Con arreglo a esa lógica, se
procuraba la apropiación de aquellas que contribuyeran a perpetuar la identidad del
grupo vencedor. Esta operación permitía, entre otras cosas, reforzar lazos entre vivos
y difuntos, incorporar las cualidades del cuerpo individual del enemigo –y en con-
trapartida debilitarlo socialmente– y sellar alianzas.20 La cabeza de una persona, su
corazón y su sangre constituían depósitos de energías vitales. Para llegar a ellas, el
cuerpo debía ser sometido a un tratamiento ritual largo y complejo en fases sucesivas.
Luego de la decapitación –cathúloncon–, se pasaba al ñamculu, la exhibición
de la cabeza seccionada y la ruidosa celebración del éxito bélico. En su descripción
de ambas instancias, Diego de Rosales deja ver el efecto disuasorio que ellas ejer-
cían sobre el ánimo de los enemigos:

En derribando…a alguno de los enemigos, se avalanzan luego a el, y


mas si es capitan, o persona de importancia, y…le cortan la cabeza,
y luego lo levantan en una pica, y se atropan…a cantar victoria con
ella. Y causa, tan gran desmayo al enemigo, al oir…cantar victoria,
y el ver la cabeza…enarbolada; que todos paran, y cessan de pelear,
teniendolo por mal aguero, y por señal de que todos han de morir…21

La testa adquiría más tarde la dimensión de un mensaje de estímulo dirigido a las


comunidades receptoras de su envío, incitándolas a luchar.22 La importancia de la
persona a quien había pertenecido potenciaba su eficacia comunicativa e incremen-
taba la posibilidad de lograr una movilización entre el círculo de aliados. Final-
mente, los guerreros organizaban un gran festín (cahuin o convite), durante el cual
la multitud bailaba el puruloncon, una danza guerrera, en torno al resto expuesto.

19 Arnold y Hastorf 2008, 221.


20 Boccara 1998.
21 Rosales 1877-1878 [1674], I-121.
22 Dos documentos del siglo XVIII muestran que tanto la mano como la cabeza de un enemigo muerto
servían para correr la flecha, es decir, para convocar a los aliados a una acción bélica. En el prime-
ro, se recogió el testimonio de un mensajero indígena, quien relató por encargo de qué cacique y a
qué reducciones había llevado la mano en cuestión, invitando a las armas (Declaraciones tomadas
por el Comis.o General de la Cav.a Archivo General de Indias -AGI-, Audiencia de Chile -ACh-,
257, N. 21.7.2, fojas 547 y 548). Y en el restante, dos conchavadores (comerciantes hispano-crio-
llos en territorios indios) manifestaron haberse encontrado con un nativo “…que lleva en una Coleu
[quila, caña de la planta Chusquea culeou con la que se fabricaban las astas de las lanzas] ensartada
una mano derecha con tres dedos de un Español corriendo la flecha con ella provocando à guerra
a todos los Yndios, y que despues tuvieron noticia con los Yndios havian despedasado à…[un]
mozo español de edad de catorce años…” y además agregaron que “…oieron decir que el Padre
Misionero dela Ymperial alta havia pedido una Caveza de español (que tambien andavan traiendo
por aquellos contornos corriendo la flecha con ella) para enterrarla, y no se la quisieron dar…”
(Declaraciones tomadas por fray Pedro Espiñeira a Francisco Córdoba, Esteban y Lázaro Ruiz en
Nacimiento, el 28 enero 1767. AGI, ACh, 257. N. 21.7.2, fojas 571-571 vuelta). Asimismo, Diego
de Rosales ilustra el punto, narrando las desventuras de un capitán español capturado en Curalaba,
a quien “…mataron en Puren en una borrachera para hazer fiesta con su cabeza y convocar gente
para la guerra…” (Rosales 1877-1878, II-301, 302).
206 Devastación

La cabeza de Pedro de Valdivia, muerto por los reche en Tucapel (1553), fue
exhibida en alguna de esas formas. Jerónimo de Bibar, quien obtuvo información
de los yanaconas que acompañaban al adelantado y salvaron sus vidas a duras
penas, relata que la colocaron:

…en la puerta del señor principal en un palo y otras dos cabezas con
ella, y tenianlas alli por grandeza, porque aquellos…habian sido los
mas valientes, y contaban cosas del gobernador y de los dos españo-
les que habian hecho aquel dia…23

No obstante, el destino de esa cabeza es incierto. Pedro Mariño de Lovera incluso


sugiere que habría resultado destrozada a raíz de un fuerte golpe de porra que causó
la muerte del gobernador.24 Pero también hay quien ofrece un relato distinto en el
que recorrió íntegramente las estaciones del tratamiento póstumo que los reche
conferían a las de los enemigos famosos.
No todas las testas cobradas en batalla alcanzaron la postrera condición de ra-
ri-lonko (cabeza trofeo) empleado para brindar:

…y sentándose a beber la chicha, que para esto está preparada, saca


la cabeza de algun gobernador o capitan de mucho nombre…[y] con
el casco de ella brinda a los caciques, sin que beba en el la gente
común. Oi que estas cabezas las tienen guardadas…por pressas de
grande estima, que solo salen para una conjuracion y para abrir la
guerra y publicarla: que assi andan las cabezas de los christianos y de
los gobernadores y capitanes que han muerto en esta guerra de Chile!
que sirven de vasos para beber chicha en ellas…25

Tal fue el destino de la calva de Martín García Oñez de Loyola, gobernador de Chi-
le ultimado por los reche en Curalaba, a fines de diciembre de 1598. Vicente Car-
vallo i Goyeneche relata que, en un exceso de “necia confianza”, Oñez de Loyola

23 Bibar 1966 [1558], 171.


24 Mariño de Lovera 1865, 156, 157. Mariño de Lovera también refiere el hecho improbable de que
los captores de Valdivia le llenaran la boca de oro fundido, obligándolo a ingerir aquello que ansia-
ba. Diego de Rosales lo puso en duda: “Algunos an querido dezir que, como los Parthos quitaron la
vida a Marco Craso echándole oro derretido en la voca, que assi dieron la muerte a Valdivia, dán-
dole a beber oro para que se hartasse su codicia…” (Rosales 1877-1878 [1674], I-501). La mención
de Mariño, en efecto, se emparienta mucho más con el episodio de la historia de Roma que indica
el jesuita que con el relato de Heródoto (Historia, I-CCXIV) acerca de la sumersión de la cabeza
seccionada de Ciro por orden de su vencedora Tomyris, reina de los Masagetas, en un recipiente
lleno de sangre para hartarlo de lo mismo que se había cansado de derramar (Mariño de Lovera
1865, 157-158). El tormento del triunviro, en cambio, casi idéntico al que se dice que experimentó
Valdivia, fue relatado por Dion Casio (Historia de Roma, III-447), irónicamente rememorado por
Dante Alighieri -Crasso, dilci, che ‘l sai: di che sapore è l’oro? (Commedia, Purgatorio XX, 115-
117)- y repetidamente adjudicado -en palabras- a la bárbara crueldad de distintos grupos nativos
americanos y -en imagen- a los Taínos por obra de Teodoro de Bry.
25 Rosales 1877-1878 [1674], I-147, 148.
En lo alto de una pica 207

dispuso su campamento y se “abandonó a dormir”, descuido que aprovecharon


sus enemigos para lancear a todos los españoles al amanecer, sin darles tiempo a
defenderse.26 Y el padre Rosales agrega que la cabeza del gobernador:

…fue el mayor triunfo y el estandarte que guardó Pelantaro27 y con-


servan sus descendientes y le sacan para todos los alzamientos, que
es como sacar el estandarte real para que todos le sigan. Y en las
fiestas grandes la sacan, y beben su chicha en el casco solamente los
caciques y personas grandes…28

Pero en este caso ya se percibe en la actitud de los captores un matiz distinto.


Luego de diez años, ofrecieron devolver el cráneo como gesto de reparación y
buena voluntad: “…para mostrar quan de voluntad daban la paz, hizieron una gran
fineza.., que fué traerle al Coronel [Miguel de Silva] la cabeza del Gobernador
Martin García de Loyola, que la estimaban por una gran presea…”.29 En el pasado,
los reche no habían mostrado una disposición similar. El mismo cronista señala,
en efecto, que la cabeza de Pedro de Valdivia, una vez convertida en rari-lonko,
quedó en poder de Caupolicán y luego “…como por vinculo de un mayorazgo…”
la fueron heredando sus descendientes y “…aunque algunas vezes an dado la paz,
la an tenido oculta, sin querérsela dar a los españoles por mas pagas que les han
ofrecido…”.30
4. En el campo español, la exposición pública de una cabeza también implicaba la
publicidad de la victoria, subrayando ante todo la capacidad punitiva del imperio y
lanzando una advertencia hacia el futuro, sin que el despojo recibiera ningún tra-
tamiento que privilegiase su conservación como medio idóneo para reactualizar el
éxito obtenido.
El propósito aniquilatorio apuntaba a quienes sesgadamente se llamaba rebeldes,
indios de guerra, las individualidades reche que hacían de la contienda su ocupa-
ción, atraídos por el prestigio social que les reportaría una fama que no podrían ga-
nar de otra manera. El éxito bélico potenciaba una dinámica particular y se gober-
naba por una lógica de revalidación constante, comprometiendo a sus protagonistas
en la realización de empresas progresivamente más arriesgadas y obligándolos a
asumir mayores compromisos, hasta que la muerte los encontrara con las armas en
las manos.31
Así lo documenta en el siglo XVII el testimonio del dominico Juan Falcón, quien
luego de vivir un prolongado cautiverio iniciado durante la destrucción de Valdivia
en 1599, llamó sobresalientes a estos guerreros (weichafe) a tiempo completo,

26 Carvallo i Goyeneche 1875 [1795], 219.


27 Pelantraru fue el toqui (lider militar) de los reche en Curalaba.
28 Rosales 1877-1878 [1674], II-303.
29 Rosales 1877-1878 [1674], II-473.
30 Rosales 1877-1878 [1674], I-501.
31 Clastres 1987a, 240-242.
208 Devastación

…que no siembran ni cogen ni entienden otra cosa mas de inquie-


tar los españoles corriéndoles la tierra por diversas partes…fuera de
hombres labradores que ay mucha cantidad, que no tratan de ninguna
manera de la guerra sino de labrar la tierra…32

Otros dos testimonios contemporáneos confirman las palabras de Falcón. Pailla-


guala, lonko33 de Quechereguas, en declaración prestada en 1614, también define
a esos combatientes como “soldados”;34 y un año más tarde, Diego de Medina –un
cautivo recuperado– nos indica la existencia de tres mil indios de guerra en una po-
blación masculina de diez mil personas.35
Según todos estos antecedentes, entonces, la sociedad reche fue una sociedad
“con guerreros” en la que sólo un sector de la población masculina se dedica-
ba exclusivamente a la actividad bélica, mientras que el resto lo hacía de manera
parcial.36 Esa especialización era posible gracias a que se activaba una forma de
comportamiento reciprocitario: los restantes miembros de la comunidad asumían la
obligación de sustituir la fuerza de trabajo de los hombres de guerra en la obtención
de lo necesario para su supervivencia, a cambio de que ellos no descuidasen sus
responsabilidades en defensa y beneficio de toda la nación. Se trata de una variante
de la minga (del qechwa mink’a, mincacuni), modalidad a la que se atribuye origen
andino, pero que estuvo presente en muchas regiones de Sudamérica, por ejemplo,
entre las comunidades indígenas de Chile y las pampas.37 Luis Tribaldos de Toledo
y Santiago de Tesillo, dos cronistas del siglo XVII, aluden a ella. Dice el primero:

…[los cargos de la guerra] solo se emplean en hombres diestros de


buenas manos, robusta complexión, atrevidos, mañosos y bien afor-
tunados…;…son muy recatados en no necesitar jamás otra ocupa-
ción ni servicio personal a los que para la guerra una vez son esco-
jidos y señalados; porque nunca se entretienen en cultivar la tierra
como labradores, ni en trato de pastoría, viviendo bien tratados en
materia de sustento a costa de la jente mecánica y plebeya, pues por
decreto y determinación de sus leyes y estatutos están continuamente
a punto bien proveidos de armas para defenderse y ofender, ejecu-

32 Declaración de fray Luis Falcón, fechada en Santiago, 18 junio 1614, Archivo Nacional de Chile
(AN), Fondo Morla Vicuña (MV), Volumen 293, fojas 106-107.
33 Este término, que literalmente significa cabeza, designa a quien ocupa una posición de liderazgo:
un cacique en el vocabulario español.
34 Declaración de Paillaguala…en el fuerte de Nacimiento, febrero de 1614, Biblioteca Nacional de
Chile (BN) Sala Medina, Manuscritos (MM), Tomo 112, Documento 1918, fojas 281.
35 Declaración de Diego de Medina, fechada en Concepción, 13 abril 1615, BN, MM, Tomo 111,
Documento 1782, fojas 260.
36 Clastres 1987a, 220-221.
37 Refiriéndose a la minga, Juan Ignacio Molina destacó además que hasta “...los españoles campesinos
han adoptado también este método, prevaliéndose de la misma industria para concluir sus labores
de campo.” (Molina 1795 [1787], 123).
En lo alto de una pica 209

tando prontamente cualquier empresa militar que justificadamente


se ofrezca.38

Y agrega Tesillo:

…Su conservación nace de no tener otro oficio ni ocupación que


ser soldados, y para esto introducen a las mujeres en la agricultura.
Ellas cultivan los campos y asisten a todos los ejercicios caseros, y
al varón en quien reconocen incapacidad para la guerra, con pusila-
nimidad de corazón, le hacen pastor de ganados.39

No resulta extraño, por lo tanto, que fuese este sector el que exigiese atención per-
manente de parte de las autoridades coloniales. Diego de Rosales nos informa que
ya durante el mismo siglo XVII, se empleaba el término corsario para denominar a
los líderes guerreros, como ocurrió en el caso de Queupuante, uno de los primeros
en recibirlo:

… Este año de treinta, y uno tubo el Maestro de Campo Don Fernan-


do de Cea un gran sucesso, gozando de su fortuna el estado de Arau-
co en correrias y malocas, y entre otras, hizo una muy a la medida
del deseo, que el gobernador tenia, de coger al mayor corsario, que
tenia la tierra …el barbaro Queupuante, uno de los generales de toda
la tierra de guerra, que fue el Indio de mayor consexo, mas sagaz
y mejor soldado, que se tiene notizia aver avido de esta guerra de
Chile. El qual viuia con tal cuidado, que aunque intentaron diversas
vezes cogerle… se les desvanecia siempre. Porque tenia diuersos
ranchos y los mudaba a menudo…Y siempre arrimado a un monte,
que le seruia de muro, y de sagrado, para ponerse en huida. Y este
Indio no sembraba, ni cuidaba de eso: sino de guardar y reconocer
los caminos; y toda la tierra le tributaba de sus sementeras, para que
estubiese desembarazado para acudir a la guerra, y a la defensa de
la patria.40

Queupuante representa, en efecto, un arquetipo del corsario y las vidas de otros líde-
res posteriores replican la suya. Sus renombradas habilidades y éxitos como guerrero
y toqui de Purén transformaron su eliminación en un asunto central. El gobernador
Francisco Lasso de la Vega, viendo las dificultades extremas de la empresa, se pro-
puso aliviarlas buscando la ayuda de traidores:

…el gobernador maquinaba incesable en su prision o en su muerte,


y como estas cosas se habian de conseguir por los indios amigos de

38 Tribaldos de Toledo 1864 [1634], 18.


39 Tesillo 1864 [1647], 24.
40 Rosales 1877-1878 [1674], III-93.
210 Devastación

Arauco, no quedó corto en las dádivas, ni escaso en las promesas


causa notable del interés, en los de esta nacion, notables efectos:
todo jenero de este interes, en ellos es el antídoto de sus corazones.41

Acerca de cómo logró su objetivo hay al menos dos versiones. Rosales y Tesillo
coinciden en que el cacique mantenía excepcionales precauciones para eludir ata-
ques sorpresivos.42 Pero el jesuita atribuye a la infidencia de una de las esposas
del corsario que se le haya dado muerte: por imprudencia o despecho, ella habría
revelado información que luego sirvió a ese fin.43 Tesillo, en cambio, adjudicó el
éxito de la empresa a la eficacia de la maloca44 organizada por Lasso de la Vega.45
El corsario –en inferioridad de condiciones y sin posibilidades de escape– se
enfrentó en soledad a sus atacantes hasta caer. Su cabeza fue presentada al maestre
de campo en Arauco y llevada más tarde a Santiago, en cuya plaza principal se la
expuso, en medio de una importante celebración: “…se dieron muchas gracias a
Nuestro Señor, y con repique de campanas, luminarias, y achones, se celebrô la
fiesta, y la cabeza de Queupuante, se puso en la plaza de Santiago en un palo, para
triunfo de tan gran victoria…”.46 El mayoritario espacio que ocupa la descripción
del acoso y muerte de Queupuante en el informe de las actividades militares del
año 1631 –relación anónima que el historiador chileno Diego Barros Arana consi-
deró salida de la pluma de Tesillo– deja ver la trascendencia asignada a la aniqui-
lación del corsario. Allí se alude además al destino de su familia, cuyos miembros
fueron rápidamente capturados o eliminados.47
No caben dudas de que los indios amigos de Arauco jugaron un papel central,
como tampoco de que las autoridades coloniales no vacilaban en afrontar todos
los costos necesarios para eliminar a un líder rebelde. Esa metodología inaugurada
bajo los Habsburgos mantuvo su vigencia con la entronización de los Borbones.
También en el siglo XVIII, hubo casos de famosos corsarios vicariamente elimina-
dos con intervención de aliados indígenas de la corona.

41 Tesillo 1864 [1647], 51-52.


42 Rosales 1877-1878 [1674], III-93; Tesillo 1864 [1647], 51-52.
43 Rosales 1877-1878 [1674], III-93.
44 Las malocas o monterías se hallaban a cargo de pocos españoles acompañados por numerosos
indios amigos, desproporción que constituía un rasgo típico (Ruiz Esquide-Figueroa 1993, 20-21,
cuadro I). El buen suceso de las entradas a territorio indio dependía de la velocidad y el sigilo de los
monteros, que aprovechaban para sacar piezas humanas, aunque no siempre fuesen indios vencidos
en justa guerra, como se estilaba argumentar para justificar un redituable negocio (Quiroga 1979
[1690], 310).
45 Tesillo 1864 [1647], 51-52. Tesillo destacó la actividad del gobernador, otorgándole gran parte del
crédito, pero Rosales, por varios años misionero en Arauco y lector de la crónica de Tesillo, afirma
que esa versión no se ajusta exactamente a lo sucedido y subraya la deslealtad de la esposa (Rosales
1877-1878 [1674], III-96).
46 Rosales 1877-1878 [1674], III-96.
47 Anónimo, 1864 [1632], 110.
En lo alto de una pica 211

5. Aunque las operaciones sobre el cuerpo enemigo mantuvieron su vigencia, a


medida que comenzó a decrecer el tenor confrontativo de las relaciones inter-étni-
cas, parecen disminuir en frecuencia. Con el paso del tiempo, sin que cesaran, se
advierten ciertas variaciones en las conductas nativas, como lo anticipa el temprano
gesto constituido por la gran fineza de devolver el cráneo de Oñez de Loyola.
La constitución de espacios fronterizos propicios para el desarrollo de variados
intereses y negocios –entre ellos los de una parte de la dirigencia indígena, por eso
mismo inclinada a la concertación– tuvo innegable incidencia en estas modifica-
ciones. La administración colonial, a su vez, estimuló las tareas de vigilancia de
las poblaciones nativas y en ese contexto de mayor control cotidiano, las prácticas
mutilatorias y los mensajes se realizaron y vehiculizaron con una mayor cautela.
Mientras el propósito de las grandes rebeliones iniciales consistió en expulsar a
los invasores europeos, las partes seccionadas circulaban con amplitud y hablaban
libremente a los indígenas dentro de su propio campo soberano. Pero luego, a me-
dida que esa pretensión se transformó en más y más inalcanzable y las relaciones,
aunque no exentas de tensiones, se encaminaron paulatinamente por caminos de
negociación, la reserva y la prudencia fueron imponiéndose por razones estraté-
gicas, en tanto que, tratándose de comportamientos que preanunciaban la guerra,
eran objeto de especial atención. En 1767 el cacique Curiñancu de Angol, líder de
un alzamiento inminente, envió al lonko Antivilu “…una mano, y un brazo con la
manga de Camisa y solapa que bestía…”, y el capitán de amigos, rápidamente en-
terado de la novedad, le amonestó por ello y el cacique “…se lo negó, y al cavo de
tres horas le confeso la verdad.., pero [aduciendo] que luego la havia devuelto...”.48
No obstante, Antivilu no devolvió el macabro resto como dijera, sino que lo
envió a sus aliados huiliche, recomendándoles que “…de los Españoles que tenían
Cautibos procurasen ensangrentar con uno de ellos sus lanzas, y…les despacho…
un brazo de un español con camissa todavía el dicho brazo…”.49
Al mismo tiempo que se incorporaban estas variantes a los protocolos de la in-
surgencia indígena, las autoridades coloniales mercantilizaron abiertamente la cap-
tura de cabezas. Se ofrecieron recompensas a quienes se prestasen a la eliminación
de un oponente peligroso, trayendo el despojo ante las autoridades como prueba de
cumplimiento y condición de pago.
Según Vicente Carvallo i Goyeneche, Ambrosio Higgins –por ese entonces co-
mandante interino de la frontera de Concepción– persuadido de la licitud del pro-
cedimiento, no dudó utilizarlo para aniquilar al toqui Aillapangui:

…Su política ganó con dádivas i promesas la voluntad de otros ca-


ciques…i les entró por el partido de que ellos mismos fuesen los
ejecutores de la decapitación de su compatriota. Tiró don Ambrosio

48 Declaración de José Baldevenito, en Nacimiento, 16 marzo 1767, AGI, ACh, 257, fojas 357-357
vuelta.
49 Oficio del comandante de Tucapel Jacinto de Arraigada al maestre de campo Salvador Cabrito,
Tucapel, 27 enero 1767, AGI, ACh, 257, fojas 150-150 vuelta.
212 Devastación

este otro rasgo de su política sin solicitar el permiso del gobernador


[Agustín de Jáuregui y Aldecoa]. Estaba persuadido de que le era
lícito, porque no conocia otro medio de cortar aquellas irrupciones
que el de quitar del pais de los vivientes a los jefes que…las dirijian.
Conocía tambien que la bondad i rectitud del gobernador…no era
capaz de acomodarse a este modo de pensar, i entregado en brazos de
la fortuna, se arrojó temerario a una empresa, en cuyo éxito depositó
toda su felicidad o su desdicha.50

Varias malocas sucesivas obligaron a Aillapangui al abandono de su reducción,


buscando refugio entre ciertos aliados pewenche, pero hasta allí lo persiguieron sus
enemigos, dándole muerte.51
La cabeza de Aillapangui fue entregada a quien realizara el encargo y exhibida
en medio de festejos. El cronista valdiviano critica los agasajos, centrándose no
sólo en su atroz perpetración, sino en que había sido obra de traidores pagos:

…fué conducida la cabeza en triunfo hasta la plaza de los Anjeles…i


este horroroso espectáculo que debió poner espanto a la humanidad
aunque se hubiera ejecutado en formal batalla, se celebró en la casa
de don Ambrosio entre alegres abundantísimos brindis.., con que
fueron festejados los indios.52

Aunque Carvallo sostenga que el comandante actuó por su cuenta, la compasión


que adjudica a Jáuregui, si existió, ciertamente debería ser considerada excepcio-
nal dentro de una práctica standard y continuada de aniquilar por cualquier medio
a los caciques rebeldes. En efecto: años más tarde, el gobernador Ambrosio de
Benavides Medina volvió a autorizar al mismo Higgins para que conviniese con
varios líderes la persecución y muerte del corsario Llanketruz,53 cuyos partidarios,
al asediar a sus contrincantes los pewenche de Malargüe –aliados de la adminis-
tración colonial–, gritaban desafiantes y a voz en cuello: “…que hiciesen llamar â
sus amigos los Mendocinos q.e viniesen en su ayuda que ellos los aguardaban, y q.e

50 Carvallo i Goyeneche 1875 [1795], 401-402.


51 Higgins al gobernador Jáuregui y Aldecoa, en Los Angeles, 22 noviembre 1776, AN, Capitanía
General (CG), Volumen 25, fojas 207; también citado por Leonardo León Solís -1999, 220.
52 Carvallo i Goyeneche 1875 [1795], 404.
53 También al este de la cordillera de los Andes se había hecho visible la actividad de una serie
de grupos provenientes de los territorios ubicados al oeste de aquella y de los valles andinos e
instalados en el monte pampeano centro-oriental (ver mapa de la región pampeana), lejos del
control de las administraciones fronterizas y de los esfuerzos disciplinadores de los caciques
aliados con la corona. Sus líderes corsarios mantenían un nivel de confrontación que superaba la
tolerancia colonial. El cacique Llanketruz posiblemente haya sido el más relevante entre ellos. Se
remite la atención del lector a dos trabajos referidos a su manera de captar seguidores y construir
poder, mediante una materialización del éxito bélico obtenido contra los hispano criollos y los
nativos coaligados con ellos (Villar y Jiménez 2003c; Jiménez 2006).
En lo alto de una pica 213

no avian de hirse sin llevar sus cavesas para vever chichas en ellas”.54 Nuevamente
de un mismo objeto simbólico –la cabeza seccionada– fluían sentidos distintos
que se mezclaban. Mientras prevalecía la condición de mercancía en los tratos de
los administradores coloniales con sus aliados indígenas encargados de cortarla,
Llanketruz y sus partidarios reactualizaban el antiguo motivo del rari-lonko, inte-
grante del soporte ideológico legitimador de las tempranas rebeliones generales y
de su arsenal propagandístico, para dar renovado contenido político a una conducta
reluctante inserta en un contexto distinto.
Benavides Medina no dudó en justificar el proceder invocando la existencia de
precedentes y se sintió facultado para afectar fondos de la hacienda real:

[si] …conviene procurar la decapitacion de estos contrarios, puede


arbitrar para ello los medios mas seguros y precavidos…caso de no
haver otro arbitrio para castigarlos, pues libro a V. S. a este fin todas
mis facultades, sin restriccion de los caudales que fuesen preciso de
Real Hacienda, que estarán prontos.., haviendose de dirigir la mate-
ria segun creo se ha hecho en ocasiones de goviernos anteriores por
pagos a otros caudillos Indios de fuerza y predominio en la tierra,
que verifiquen la acción.55

Pero también el gobernador intendente de Córdoba Rafael de Sobremonte cele-


bró una entrevista con algunos lonkos pewenche, a quienes ofreció ayuda militar
para enfrentar a Llanquetruz, prometiendo el pago de una importante recompensa
a quien le presentara la cabeza del corsario: “…y ofreciendo en caso necessario
auxiliarles con gente y armas como tambien darles premio de Yeguas y regalos
que apetecen si me traen la cabeza de Llanquetur como V. E me lo previene…”. El
destinatario autorizó rápidamente la continuación de las gestiones.56
Los comisionados dieron cumplimiento a la tarea encomendada: el 16 de di-
ciembre de 1788, Llanquetruz fue ultimado durante un ataque de fuerzas indígenas
combinadas con un pequeño grupo de tiradores encabezado por Francisco Vivan-
co57 y su cabeza se entregó al comandante de la plaza chilena de Los Ángeles.58

54 Comandante del fuerte de San Carlos Francisco Esquivel Aldao al comandante de armas de
Mendoza José Francisco de Amigorena, 29 junio 1787, Archivo Histórico de la Provincia de
Mendoza (AHPM), Carpeta 65, Documento 52.
55 Benavides Medina a Higgins, en Santiago de Chile, 13 febrero 1786, AN, CG, 776, fojas 288
vuelta-289.
56 Sobremonte al virrey marqués de Loreto, en Mendoza, 10 enero 1788, Archivo General de la
Nación Argentina [AGN] Sala IX 11.4.5. La respuesta de Loreto a Sobremonte (fechada en Buenos
Aires el uno febrero 1788) se conserva en ese mismo legajo.
57 Vivanco a Pedro Nolasco del Río, 29 diciembre 1788, AN, Fondo Morla Vicuña (FMV), Volumen
24, Pieza 14, folios 139 a 140 vuelta; y también en AGI, ACh, Volumen 211.
58 Antonio Valdez a Higgins, Los Ángeles, 3 abril 1789, AN, FMV, Volumen 24, Pieza 14, folio 139;
y también en AGI ACh, Volumen 211.
214 Devastación

La testa del corsario sirvió asimismo para que Higgins, obsesivamente pendiente
del progreso de su carrera política,59 incrementara su prestigio. Una vez recibido el
despojo, el premio acordado con los captores fue inmediatamente cancelado:

…Adjunta acompaño una razon de las especies repartidas de agazajo


â varios Casiques y Mozetones que salieron â la Plaza de los Angeles
con motivo…de presentar al Comandante de Armas de esta Frontera
la cabeza del rebelde…Llanquitur, â fin de que mande Vm pagar su
importe de ochenta y tres p.s â disposicion del mismo Comandante,
del Ramo de Agazajo…60

Los funcionarios rioplatenses, en cambio, tuvieron una actitud muy distinta y no


se mostraron urgidos por entregar la sustanciosa cantidad prometida de quinientos
yeguarizos. Dieron comienzo a un regateo tendiente, por un lado, a disminuir el
número de animales, y por el otro, a conseguirlos al precio más beneficioso para
“…para proporcionar asi el menor gasto de los Ramos de Fronteras, ô de los de
Real Hazienda...”.61
Pero además de la preocupación por proteger las arcas del rey, esa conducta
también revela el disgusto de Loreto ante la evidente estrategia autopromocional de
Higgins.62 Los pewenche, encabezados por el cacique Curilipe, rival de Llanketruz,
en vez de cumplir su compromiso de entregar la cabeza del corsario en Mendoza,
habían optado por hacerlo ante el “…Comandante de la plaza de los Angeles por
modo de obsequio como es uso entre… estos infieles”.63 Y esa circunstancia fue la
que permitió que Higgins se atribuyera más fácilmente todo el crédito por el resul-
tado obtenido, como lo evidencia el tono del extenso oficio a Valdés. En él exaltó la
trascendencia del logro mediante un íntegro repaso de la trayectoria del decapitado,
con el propósito de mostrar que su extrema peligrosidad justificaba la aniquilación,

59 Que culminaría con su designación posterior como virrey del Perú (1796), ennoblecido con el título
de marqués de Osorno.
60 Higgins al intendente de Concepción, en La Serena, 14 febrero 1789, AN CG, Volumen 70, Carta
33, fojas 432 vuelta-433 recta.
61 Sobremonte a Loreto, fechada en Córdoba, 5 febrero 1789, AGN IX 30.8.4.
62 Durante su gobierno, el marqués de Loreto mantuvo reiterados conflictos con funcionarios civiles y
eclesiásticos por cuestiones de jurisdicción y celos personales. En su estudio sobre los burócratas en
épocas del virreinato porteño, Susan Socolow dice de él “…for all accounts he was a difficult man
to deal with, deeply suspicious and irascible” (Socolow 1987a, 119). La mención a las expediciones
de 1784 incorporada por Higgins al texto del oficio librado a Antonio Valdés en el que comunicó
la derrota y muerte de Llanquetruz indudablemente debió molestar a Loreto: la costosa entrada
general a los territorios indígenas que tuvo lugar ese año fue planeada y organizada por el antecesor
del marqués -Juan José de Vértiz y Salcedo, quién cesó en su mandato casi contemporáneamente
con ella. Los magros resultados de la empresa estuvieron muy distantes de los que su inspirador
había previsto, y las circunstancias quisieron que Loreto, en el momento mismo de asumir
el cargo, debiera enfrentar la ingrata tarea de explicar ante el ministro de Indias José Gálvez el
escaso beneficio extraído de una inversión cuantiosa. Don Ambrosio, pues, agigantaba su mérito,
induciendo una tácita comparación con el fracaso previo.
63 Higgins a Antonio Valdés, 3 abril 1789, AN AMV, Volumen 24, Pieza 14, fojas 138 vuelta-139.
En lo alto de una pica 215

y subrayar asimismo la importancia de haberlo eliminado64 y por añadidura, a cam-


bio de un módico valor invertido en obsequios para los ejecutores.
El mismo 3 de abril, Higgins escribió en términos similares al virrey en Bue-
nos Aires y este, enterado de las novedades, ordenó a Sobremonte que le hiciera
conocer su perspectiva de lo ocurrido. El gobernador presentó su propia versión de
los hechos, preocupándose por hacer explícito lo que don Ambrosio callaba, esto
es, los esfuerzos realizados desde Mendoza para ultimar a Llanquetruz y la larga
colaboración mantenida a ese fin con el Reyno de Chile:

…en las circunstancias del acaecimiento es la grande distancia de Men-


doza en que se hallaba Pichintur, Caniguan y Currulupi principales Ca-
ciques Peguenches; pudieron mas bien recibir el auxilio de la Frontera
de la Concepcion que de la nuestra..; pero tampoco es dudable… las
providencias de V. E. para interesar a los Pehuenches en el vencimien-
to de Llanquetur…para que siempre que se acercasen… estos Indios â
pedir el auxilio se les facilitase por la suma importancia para las de este
distrito de deshacerse de este perjudicial Casique Dieron â mi ver el pri-
mer impulso y mobimiento al suceso ventajoso que se ha conseguido...65

La actitud de omitir la actuación de los funcionarios rioplatenses, que a cualquier


persona hubiera desagradado, irritó particularmente al virrey. Higgins pasó en ab-
soluto silencio que los mendocinos hubieran organizado tres expediciones en con-
tra de Llanquetruz entre 1786 y 1788, causándole importantes bajas aunque no
lograran su objetivo de eliminarlo.66 Tampoco aludió al abastecimiento que Men-
doza proporcionara a la partida de milicianos que acompañó a los Pehuenche en el
ataque final, ni reconoció el hecho de que las tropas mendocinas no participaron en
esa expedición sólo por razones de distancia.
Loreto, indignado, se abroqueló entonces en su negativa a entregar los yegua-
rizos. Verse obligado a comprarlos y cederlos sin obtener crédito alguno, mientras
Higgins, en cambio, se apropiaba de todo el mérito por sólo ochenta y tres pe-
sos fue demasiado para el marqués. Los pewenche tendrían que esperar que algún
día un nuevo virrey se decidiese a cancelar la recompensa. Tres años más tarde,
todavía continuaban reclamándola y ante una nueva presentación en ese sentido,
Sobremonte debió volver a explicar todo el engorroso asunto al sucesor de Loreto,
Nicolás de Arredondo.67
6. Una vez concluida la dominación colonial, las decapitaciones no cesaron, pero
los dos casos que expondremos demuestran que la significación de los mensajes
se vio modificada con la incorporación de otros elementos que tornan todavía más
intrincado su sentido.

64 Ver fojas 134 recta-136 vuelta.


65 Sobremonte a Loreto, en Córdoba, 5 julio 1789, AGN, IX 11.4.5.
66 Amigorena a Sobremonte, en Mendoza, 24 octubre 1787, AGN, IX 5.9.6.
67 Sobremonte a Arredondo, en Córdoba, uno octubre 1791, AGN IX 30.4.8.
216 Devastación

En 1829, Juan Manuel de Rosas, uno de los miembros relevantes del podero-
so sector ganadero de Buenos Aires, asumió por primera vez la gobernación de
esa provincia, manteniéndose en una posición de poder que se prolongaría hasta
1852. Una de sus permanentes preocupaciones estuvo constituida por las relacio-
nes interétnicas, dado que el control nativo sobre los territorios de la llanura her-
bácea bonaerense y la seguridad de los rentables negocios rurales de Rosas y el
grupo económico que integraba eran términos difícilmente conciliables. Instituyó
entonces un programa al que denominó “negocio pacífico de los indios” dotado de
financiamiento y organizado para cooptar a los grupos que pudieran considerarse
“amigos” y “aliados” del gobierno mediante la asignación de obsequios (esto es,
la donación sobre todo a los líderes indios de ciertos bienes de consumo, prendas,
adornos y aperos, a título de reconocimiento personal y para estimular su adhe-
sión) y raciones. El racionamiento implicaba asumir el formal compromiso de una
entrega periódica principalmente de bienes de consumo y animales en cantidades
preestablecidas a un grupo indígena en su conjunto, exigiendo como contrapres-
tación el mantenimiento de la paz o auxilio bélico. En términos de la taxonomía
política de Rosas, el ingreso al “negocio pacífico” exigía que “amigos” y “aliados”
se comprometiesen en la tarea de combatir a los “enemigos”, es decir, aquellos
que no se avenían a incorporarse en ninguna de las dos categorías anteriores y ex-
presaban hostilidad bajo la forma de embates contra estancias y establecimientos
fronterizos, por sus propios medios o alentando la participación de indios de Chile
y la cordillera.68
En ese contexto y con respecto a la primera de ambas situaciones antes mencio-
nadas, la novedad estuvo constituida por la incorporación de indígenas coaligados
con los criollos a una instancia de juzgamiento de otros nativos,69 compartiendo la
decisión de ajusticiarlos y exponer luego la cabeza de su líder como advertencia a
los partidarios que aún conservaban la libertad.
En Fuerte Argentino –inmediato al pueblo de Bahía Blanca, al sudoeste de la
provincia de Buenos Aires–, tuvo lugar a mediados de 1832, un peculiar consejo de
guerra presidido por el comandante Martiniano Rodríguez e integrado por la oficia-
lidad del establecimiento militar junto con la inhabitual participación de ciertos ca-
ciques boroganos, aliados con el gobierno.70 Los reos sometidos a juzgamiento en

68 Silvia Ratto es autora de completos estudios acerca del “negocio pacífico” (1994a, 1994b y 1998).
69 También a Ratto se le debe el examen de las implicancias sociales, políticas y jurídicas del caso
(2005, 219-249).
70 Boroganos (o borogas) fue el nombre con el que se conoció a un grupo procedente de la región
trascordillerana de Boroa, al sur de Chile, que migró hacia las pampas para instalarse en el área de
Salinas Grandes: ver Ratto 1996. El primer paso migratorio pudo haber ocurrido recién al finalizar
la Guerra a Muerte en territorio meridional chileno (en los años 1823-1824) desencadenada con
participación indígena como consecuencia de la derrota realista en Maipú, considerando que al
menos una parte de los boroganos pertenecían al bando vencido; o quizá con anterioridad a su
iniciación, para sustraerse al conflicto, o contemporáneamente con él. Ello, sin perjuicio de que
en tiempos posteriores puedan haberse trasladado a las pampas otras personas o contingentes de la
misma procedencia.
En lo alto de una pica 217

esa oportunidad fueron el cacique Toriano y algunas de las personas que formaban
parte de un nutrido contingente que lo acompañó a las pampas ese mismo año. Las
tropas provinciales habían capturado al lider en una sorpresiva maniobra, trasla-
dándolo al fuerte, donde se preveía retenerlo hasta recibir instrucciones de Rosas.71
No obstante, los borogas, también enfrentados con Toriano y su gente, exigie-
ron que los prisioneros les fueran entregados para hacer justicia a la usanza, pero
la solicitud no prosperó. Se les ofreció en cambio un lugar en el consejo, desusada
decisión con la que se quiso compensar el rechazo previo. Finalmente y luego de
un trámite sumario que en lo sustancial se redujo a consultar las opiniones de los
oficiales y caciques presentes, los prisioneros fueron condenados a muerte y fusila-
dos con el acuerdo y en presencia de los líderes boroganos.
A continuación, la cabeza de Toriano fue seccionada y expuesta públicamente en
la punta de una lanza, como advertencia a sus seguidores. El capitán Robert Fitz Roy
–que poco despues estuvo en Bahía Blanca al comando del bergantín Beagle– relató
que sólo viéndola, los parciales del anciano cacique se convencieron de su muerte:

…Toriano was shot in cold blood; with another cacique and several
Indians of inferior note; and his head was afterwards cut off, and pre-
served for some time at the fort, in order to convince his adherents
of his death…So high was his acknowledged character as a warrior
that his followers supposed him invincible; and until convinced by
the melancholy spectacle seen by their spies, they would not believe
him gone.72

El caso restante, ocurrido en 1836, coincidió con el colapso definitivo del mismo
grupo borogano provocado por la concurrencia de dos factores principales. En pri-
mer término, la creciente injerencia del gobernador Rosas en los asuntos internos
de la comunidad, con la que aún mantenía aquella relación de alianza inestable: el
difícil manejo de esa vinculación y la conveniencia de su continuidad constituían
motivo de disensión entre sus líderes, algunos de ellos más inclinados que otros a
sostenerla en los términos pretendidos por el gobierno y todos políticamente debi-
litados por su intervención.
En segundo término, el acaecer de un golpe de mano dado por indígenas que se
sintieron alentados por la oportunidad de sustituir con ventaja a los boroganos en
el rol asignado por el estado provincial.73 Ese ataque desembocó en el homicidio

71 Los objetivos y acciones de Toriano en las pampas pueden verse en Villar y Jiménez 2003a, 131-
286.
72 Fitz-Roy 1839, II-106.
73 El gobernador esperaba que los boroganos, instalados en la zona de Salinas Grandes (ver el mapa
de la región pampeana que acompaña este artículo), cumpliesen la función de defender una de
las rutas principales de acceso a la pampa bonaerense, evitando las incursiones que afectaban el
desenvolvimiento de la actividad ganadera en ese territorio. No siempre lo hicieron, por diversos
motivos, y eso contribuyó a inestabilizar sus acuerdos con Rosas. Sobre el colapso boroga, ver las
contribuciones ya citadas de Silvia Ratto.
218 Devastación

de los caciques más cercanos a Rosas y la desarticulación de la comunidad, cuyos


miembros siguieron caminos distintos –que no es del caso exponer aquí– en un pro-
ceso que incluyó un nuevo pacto del estado provincial con los agresores victoriosos.
Nuestra atención se dirige a Cañiuquir, uno de los líderes borogas sobrevivien-
tes. Aunque manteniendo en apariencia la alianza que lo vinculaba con el goberna-
dor, este cacique intensificó un riesgoso acercamiento a los ranqueles, “enemigos”
indígenas por excelencia de Rosas.74 No obstante, la formal subsistencia del pacto
lo obligaba a participar con su gente en las incursiones ordenadas precisamente
contra esos indios “hostiles”. Esa conducta dual le permitía anticipar información
estratégica a quienes serían atacados e interceder más tarde en favor de la libera-
ción de familias aprisionadas, con el argumento de que se trataba de sus amigos o
parientes. Pero a la vez, lo malquistó con Francisco Sosa, el comandante militar de
esas campañas, y con Venancio Coñuepan,75 cabeza de los “indios amigos” que lo
secundaban.
Todos los integrantes de la tropa (y más que nadie oficiales y caciques “ami-
gos”) se mostraban muy celosos de la distribución del botín cobrado durante los
ataques, uno de cuyos componentes importantes eran los cautivos, y por lo tanto
mal predispuestos a consentir que se excluyeran personas del reparto debido a los
reclamos de Cañiuquir. Escribió Sosa al respecto:

...al fin no ha resultado mas que…todos los indios que ellos [los bo-
roganos de Cañiuquir] tomaron heran sus parientes y los aprovecha-
ban de suerte que si no hubiera venido Caniuquil estoy seguro que
no hubiera quedado un solo Ranquel.76

La situación de rispidez llegó al extremo de desencadenar dos ataques dirigidos


por Sosa y Coñuepan contra el propio Cañiuquir y su gente, en respuesta a los
“engaños” del cacique y sin el consentimiento previo de Rosas. Del primero lo-
gró escapar con sus mocetones, aunque los atacantes se apropiaron de un nutrido
botín:

...más de seiscientas personas de sus familias.., majadas de gana-


do lanar en numero de mas de ocho mil, como quinientas cavezas
Bacuno, algunos Caballos, y el todo de su menaje y servicio de
sus hogares que como legitimo votin, obra en manos de nuestros
soldados...77

74 Dada la relativa abundancia de estudios acerca de los ranqueles, ofreceremos una única referencia
a una síntesis de su historia: Fernández 1998. Este grupo indígena estuvo radicado en la pampa
centro-oriental (nuevamente se remite la atención del lector al mapa correspondiente).
75 En los papeles de archivo, este líder es nombrado indistintamente Venancio, Venancio Coñuepan, o
Coñuepan, variantes que utilizamos en el texto.
76 Sosa al gobernador Rosas, Salinas Grandes, 24 noviembre 1834, AGN X 24. 8. 6.
77 Sosa al gobernador Rosas, Bahía Blanca, 7 abril 1836, AGN X 25. 3. 2.
En lo alto de una pica 219

En la segunda oportunidad, Cañiuquir perdió la vida y se cobraron prisioneros


trasladados a Bahía Blanca e incorporados a los indios amigos de la guarnición:
“…Cañiuquir, aun quando se puso en guardia,…fue concluido para siempre, á
compañando [su] cadaver a mas de doscientos yndios que quedaron tendidos en el
campo…”. También se tomaron

…Cincuenta cavezas Bacuno: algun otro pequeño rebaño lanar, El


Calculado número de más de cuatro mil entre Yeguarizos y Caballar.
El unico resto de dos Cautivos de ambos sexos que quedaban en po-
der de los concluidos rebeldes Borogas…con un centenar del resto
de su Chusma entre Chico y grande quedo en poder de las armas Fe-
derales… [El cadáver de Cañiuquir] …quedo hayi para escarmiento
de los yndios rebeldes su caveza en un palo, sobre la sima de una
pequeña Colina del Desierto...78

El ataque contra el grupo del cacique y su propia muerte y decapitación constitu-


yeron mucho más una represalia de Sosa y Venancio por las conductas previas de
Cañiuquir, que la pretendida advertencia. En apoyo de este aserto obran dos ele-
mentos de juicio: uno, la constatación de que Sosa actuó sin la autorización explí-
cita del gobernador y a instancias de su inquina contra el líder decapitado; otro, el
desencadenamiento posterior de una venganza –tautulun– que alcanzó a Coñuepan
unos meses después, en agosto de 1836.
Con relación al primero, valga como prueba el oficio que Rosas ordenó a su
edecán que le enviara a Sosa, manifestándole su insatisfacción frente a los ataques
a Cañiuquir y reprendiéndolo por haberle obligado a

…trabajar para ponerse en guardia, tanto mas que nada sabe hasta
hoy comunicado por V. S. a este respecto, lo que le es sumamente
extraño, pues…debió V. S. haberle comunicado el motivo poderoso
que le obligaba a marchar sobre Cañiuquir sin esperar orden termi-
nante superior de S. E. para ello...79

Con respecto a la represalia, Rosas previó que sobrevendría y quiso evitarla. Or-
denó a Sosa una rápida devolución de los cautivos, que ya eran reclamados por
intermedio de otros aliados:

…S. E. previene a V. S. que puede hacerle al referido [cacique] Alon


la entrega de las personas que pertenezcan á él y á sus indios...Bien
conoce S. E. que las que fuese estaran quizas las mas en poder de los
mismos indios amigos que se hallan en esas inmediaciones pertene-
cientes a D. Venancio y Meligur y que para exigirse las sera preciso
regalarles algo; y es por esta razón que faculta a V. S. para pagar por

78 Rodríguez al inspector general Agustín de Pinedo, 2 agosto 1836, AGN IX 25. 3. 2.


79 Oficio de la gobernación a Sosa, Buenos Aires, 13 abril 1836, AGN. X 25, 3, 2.
220 Devastación

cada persona.., desde cincuenta hasta trescientos pesos: es decir que


según la clase de la persona asi puede ser la paga al que la tenga, ya
sea indio, ó cristiano de tropa, oficial ó becino...80

Pero Sosa falleció sorpresivamente unos días después –el 5 de agosto– y el remedio
destinado a aplacar los ánimos no alcanzó a concretarse. El 24 del mismo mes, una
porción de los boroganos incorporada al grupo de indios “amigos”81 se alzó en ar-
mas en las tolderías vecinas al fuerte, ultimando a Venancio y a muchos de quienes
permanecieron leales a él, y recuperaron las familias cautivas. Los incursores se di-
rigieron luego hacia las estancias de la zona (entre ellas la que perteneciera a Sosa),
las incendiaron, se apropiaron de unas tres mil cabezas de ganado, y por último se
dirigieron a reunirse con los ranqueles hostiles al gobernador.82
7. Hemos visto entonces que a partir de la convergencia de dos tradiciones cultura-
les distintas, los respectivos propósitos que gobernaban la manipulación del cuerpo
de los enemigos vencidos, antes claramente diferenciables entre sí, inician un ca-
mino de transformaciones que “mezcla” sus sentidos. Los procesamientos rituales
pasarán a coexistir y se “contaminarán” con otras prácticas. Al don representado
por la entrega de una cabeza seccionada y manipulada ritualmente se agrega luego,
por efecto de las nuevas formas de hacer la guerra, su conversión en mercancía. El
valor transaccional podrá ser objeto de regateo e implicar la capitalización de un ré-
dito político cuyo cálculo dependerá de las circunstancias, que a veces aconsejaban
delegar la acción punitiva en aliados indígenas para evitar un riesgo gravoso. Por
último, la manipulación de una cabeza se verificará en contextos de disputas polí-
ticas o generadas por el reparto de botín, respondiendo a intereses circunstanciales
decididamente adheridos a lógicas impuestas, muy diferentes de las que presidían
las conductas tradicionales de los nativos.

80 Oficio de la gobernación a Sosa, Buenos Aires, 29 julio 1836, AGN X 25. 3. 2.


81 Oficio del 5 septiembre 1836, AGN X 25. 3. 2.
82 Baigorria 1977, 57. El coronel unitario Manuel Baigorria estaba en esa época refugiado entre los
ranqueles, situación que lo convierte en un testigo privilegiado de estos acontecimientos, narrados
en sus memorias.
Segunda Parte
Toma de cautivos, apropiación
de niños y reparto de familias
CAPÍTULO VIII
Por aquel escaso servicio doméstico
El destino de los niños y mujeres nativas cautivados en
las guerras fronterizas en el Río de la Plata, 1775-1801

Juan Francisco Jiménez – Sebastián L. Alioto

…tiene noticia haverse conducido à esta Capital algunos indios Charruas


de pequeña edad, y que por disposicion de V. E. se ponen en Casas de perso-
nas conocidas, donde se sabe que puede asistírseles con alimento, y vestua-
rio, dándoseles al mismo tiempo la educación christiana que necesitan, por
aquel escaso servicio domestico, de que en su pequeña edad son capaces.1

1. Introducción

L
a captura y posterior reparto de niños y mujeres nativos prisioneros fue uno
los aspectos más conspicuos del severo rostro que mostraron los Estados
invasores “civilizados” a los grupos amerindios que quedaron fuera de su
control. A todo lo largo del continente americano, los colonizadores aprisionaron,
traficaron y repartieron indígenas, que sirvieron como mano de obra con distintos
status según el caso.
En el Río de la Plata, la frontera sur de Buenos Aires y la Banda Oriental fueron
también escenario de ese tipo de prácticas: si bien estas comenzaron tempranamen-
te en el siglo XVII y continuaron hasta bien entrado el siglo XIX, culminando con
los repartos masivos de la décadas de 1870 y 1880,2 en este trabajo nos concentra-
remos en las ocurridas durante la segunda mitad del siglo XVIII. Entonces, en el
marco de relaciones cada vez más tirantes entre los españoles de Buenos Aires y
los nativos, una serie de incursiones de los primeros a territorio indígena se trans-
formaron en violentas masacres, en las cuales sendos grupos vieron severamente
diezmada su población masculina, y ni siquiera la chusma quedó exenta del furor
de los ataques. Los sobrevivientes cautivados por las fuerzas milicianas y regulares
fueron trasladados a la capital del virreinato y, o bien repartidos entre los oficial-
es participantes, o bien entregados a las autoridades civiles. Estas comenzaban el
proceso de incorporación de los cautivos a la sociedad colonial bautizándolos, y

1 Petición de Vicente García Grande y Cardenas al Virrey, Buenos Aires, 10 julio 1801. AGN IX
25.1.5.
2 Sobre los repartos de la época de las “Campañas al desierto”, ver entre otros Arias 2013; Nagy y
Papazian 2011, Mases 2002, Papazian y Nagy 2010a y 2010b; Pérez Zavala 2012.
224 Devastación

luego los distribuían entre las personas “decentes” de Buenos Aires, a quienes se
encargaba la obligación de alimentarlos, vestirlos y brindarles educación religiosa
a cambio de adquirir derechos sobre su fuerza de trabajo.
Una documentación variada proveniente del Archivo General de la Nación Ar-
gentina nos permite reconstruir (con diferente nivel de detalle y certeza según el
caso, dada la fragmentariedad de los registros) tanto las expediciones hispano-cri-
ollas y sus resultados en términos de víctimas y cautivos, como el destino posterior
de estos últimos, su número, y en algunos casos la identidad de sus apropiadores.
La información revela la correlación existente entre masacres y repartos de
niños y mujeres: los segundos constituyen un complemento y corolario inevita-
ble de las primeras. Desde el punto de vista comunitario, las consecuencias son
congruentes: a la pérdida de la vida de unos se agrega el menoscabo de la libertad
y la identidad étnica de los otros, haciendo que la supervivencia del grupo como
entidad autónoma se vea severamente comprometida.

2. Cautiverio, apropiación y tráfico de personas


La apropiación de mujeres y niños formaba parte del tráfico de personas que, según
Ferguson y Whitehead, fue uno de los rasgos más conspicuos de los espacios defi-
nidos como zonas tribales, es decir, aquellas áreas afectadas de manera continuada
por la proximidad de una sociedad colonizadora de nivel estatal, aunque no bajo su
administración directa:

El tercer aspecto es el tráfico de trabajadores cautivos, que de todos


los “productos” indígenas es el que implica un mayor nivel de uso
de la fuerza como acompañamiento necesario del comercio. El trá-
fico de esclavos sostuvo la elaboración de Estados militaristas en
toda África occidental, algo que Law llama “subimperialismo indí-
gena”… Esta es una buena caracterización, aun cuando, como en el
noreste de Sudamérica, las incursiones eran realizadas por pueblos
no estatales… En Norteamérica también, extensas áreas alejadas de
la frontera sufrieron el efecto disruptivo de las incursiones nativas
para capturar esclavos para los europeos…3

3 Ferguson y Whitehead 1992, 23. El proceso está registrado a lo largo y ancho de América y fue
practicado por todas las sociedades colonizadoras. Sin pretender agotar una extensa bibliografía,
mencionaremos algunos títulos referidos a las colonias francesas del Canadá y Luisiana (ver Ek-
berg 2007, Lee 2012; Rushfort 2012), a las colonias británicas de Nueva Inglaterra (Fickes 2000)
y de las Carolinas y Georgia (Ethridge y Shuck-Hall 2009; Gallay 2002; Gallay 2009; Kelton
2007; Snyder 2010); en el Sudoeste de los actuales Estados Unidos, lo practicaron colonos es-
pañoles (Bailey 1964; Barr 2005, 2007 y 2009; Blackhawk 2006; Brooks 2002; Brugge 1965 y
1968; Ebright y Hendricks 2006; Gutierrez 1991; Jones 2000; Raél-Gálvez 2002; Silverman 2011;
Snow 1929) y los mormones (Bennion 2012; Blackhawk 2006; Muhlestein 1991); en California, lo
hicieron los norteamericanos (Magliari 2004 y 2012); los portugueses, en Brasil (Hemming 1978;
Langfur y Chaves de Resende 2014; Pinto 1997; Sommer 2005; Whitehead 2011), y nuevamente
los españoles en Chile (Díaz Blanco 2011a; Guarda 1980; Hanisch Espíndola 1981; Jara 1971;
Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009; Urbina Carraco 2009; Valenzuela Márquez 2009 y 2011;
Por aquel escaso servicio doméstico 225

En muchos lugares, en efecto, los colonizadores demandaron de los nativos pie-


zas humanas, generando guerras interétnicas interminables. En otros, sin embargo,
ellos mismos tomaron indígenas cautivos y se encargaron de su posterior asignación.
Este es el caso de los eventos que analizaremos aquí. Los cautivos fueron apro-
piados por fuerzas milicianas y regulares, y repartidos entre los oficiales partici-
pantes o trasladados a la capital del virreinato y entregados a las autoridades civi-
les. Ellas comenzaban el proceso de incorporación de los prisioneros a la sociedad
colonial bautizándolos, y luego los redistribuían entre las personas decentes de
Buenos Aires, a quienes se encargaba que se ocuparan de sus siguientes fases. Los
apropiadores tenían la obligación de alimentar a los indios, vestirlos y garantizar
una educación religiosa completa, y a cambio adquirían derechos sobre la fuerza de
trabajo de las personas puestas bajo su tutela.
Además de ocuparnos de averiguar quiénes eran los prisioneros y los avatares
de su reparto, demostraremos que se trataba de los sobrevivientes de sendas ma-
tanzas efectuadas poco antes sobre sus grupos, de modo que su distribución viene
a constituir la última etapa de un intento de desarticulación total de la comunidad
de origen. En los casos considerados aquí y sin duda en otros, el par consecutivo
masacre-reparto conformaba un modus operandi clásico de las entradas españolas
sobre territorio y poblaciones nativas.
En principio, de tales repartos posteriores a las entradas deberían haber quedado
varios registros sucesivos y complementarios: a) los documentos militares que con-
signan el resultado de la expedición respectiva, incluyendo la cantidad de prisioneros;
b) la nómina de estos últimos con la identificación de los participantes en la masacre
(oficiales, soldados o milicianos) que los hubieran recibido durante la campaña misma;
c) el listado de los prisioneros concentrados en algún lugar de la ciudad, en su caso, por
ejemplo, en la Casa de Recogimiento, y la constancia posterior de su asignación a dis-
tintas familias de Buenos Aires; y d) los asientos de bautismo de los indios repartidos.
Pero a menudo el cuerpo documental conservado es fragmentario: a excepción
del primer tipo de documentos (casi siempre existente en el archivo), los demás
suelen estar ausentes. De todas maneras, la disponibilidad, aunque menguada, ha-
bilita igualmente una reconstrucción siquiera parcial de los hechos.
De las numerosas entradas contra los nativos en el Río de la Plata, nos con-
centraremos en dos: una, previa a la fundación de la Casa de Recogidas y la otra,
posterior. En ambos casos, es posible identificar el número de niños entregados, su
sexo y edad; en el segundo, consta además la identidad de sus apropiadores. En el
primero, dada la inexistencia de los datos mencionados más arriba bajo los aparta-
dos b) y c) –la Casa de Recogimiento aún no se había establecido–, recurrimos a la
información procedente de las comandancias de frontera respecto a las expedicio-
nes y sus resultados, cruzándola con los registros bautismales, en busca de ubicar la
última fase del proceso de incorporación colonial (apartado d) precedente).

Villar y Jiménez 2001, Villalobos 2005) y en Carmen de Patagones (Davies Lenoble 2012 y 2013).
226 Devastación

3. Las expediciones de 1776 en las pampas de Buenos Aires y el reparto de


mujeres y niños
a) Las expediciones de 1776
En la década de 1770, las relaciones interétnicas entre nativos e hispano-criollos en
las fronteras de Buenos Aires crecieron acentuadamente en rispidez, de modo que
en la segunda mitad de ese decenio y la primera del siguiente alcanzaron una hos-
tilidad cada vez más franca. Durante esos años, se organizaron varias expediciones
dirigidas contra indígenas desde la que se estaba transformando en capital virreinal
(ver Cuadro 1). Vamos a referirnos en particular a la doble expedición que asoló la
llanura pampeana en el invierno de 1776, concentrándonos en la documentación
relativa al reparto de mujeres y niños en la ciudad.
En el otoño de 1775, el sargento mayor Manuel Pinazo pudo cumplir el objetivo
largamente meditado de emprender una expedición contra los ranqueles, encabe-
zando personalmente una fuerte columna que se internó tierra adentro en busca de
las tolderías del cacique Catruen. Sólo el azar impidió que sorprendiera a los na-
tivos: la presencia de uno de sus baqueanos fue advertida antes del avance, dando
tiempo para la huida de los invadidos.4
Frustrado por el tropiezo, Pinazo continuó su marcha y atacó por sorpresa los tol-
dos del cacique auca Chaynaman, al que acusaba de proteger a los fugitivos: el
resultado fue la muerte de cuarenta varones adultos y cuatro mujeres, la captura de
otras varias y niños que repartió entre sus oficiales –aunque estaba prohibido – y
la obtención de gran cantidad de botín que fue también distribuido entre los mili-
cianos.5
Pinazo y los demás oficiales de frontera no quedaron conformes con los resul-
tados obtenidos, puesto que, a su juicio, los muchos grupos indígenas que potrea-
ban en las pampas amenazaban la propiedad de animales que los hispano-criollos
consideraban propios.6 En el invierno de 1776, en medio de rumores sobre ataques
indígenas y la intención de los aucas de capturar el ganado alzado alejado hacia el
interior de la tierra, un consejo de guerra conformado por los sargentos mayores
Pinazo, Clemente López Osorno y Bernardino Antonio de Lalinde decidió organi-
zar una entrada con ochocientos hombres con la finalidad de castigar a los aucas
o de proceder a una recogida general del ganado alzado, en caso de no encontrar a
los nativos.7

4 Oficio del sargento mayor al teniente de rey, Diego de Salas, Turbia, 2 mayo 1775. AGN IX 29.2.4.
5 Oficio del sargento mayor al teniente del rey Diego de Salas, Turbia, 2 mayo 1775. AGN IX 29.2.4.
6 El ganado se alzaba por las recurrentes sequías de la época, sustrayéndose al control inmediato
de los hispano-criollos, y marchaba hacia el sur y el oeste en busca de ojos de agua superficiales
ubicados en lugares desde donde los indios podían arrearlo con facilidad.
7 Copia Acta del Consejo de Guerra celebrado por los sargentos mayores Manuel Pinazo, Clemente
López y Bernardino Antonio de Lalinde, Buenos Aires, 12 julio 1776. AGN IX 28.9.4.
Por aquel escaso servicio doméstico 227

Cuadro 1
Operaciones dirigidas contra los indígenas desde Buenos Aires (1775-1784)*

Año Comandante Tropa Bajas Indias


Toldos de Catruen: 6 indios muertos y 4 captu-
rados
Toldos de Chanaima: 40 indios y 4 chinas muertas
1775 Pinazo Sin datos La chusma se repartió entre la tropa a excepción
de 20 cautivas y niños que fueron enviados a
Buenos Aires y 10 varones a Montevideo.
Muertos: 50 personas; capturados: 30 personas.
200 muertos, 25 apresados, algunos repartidos
1776 López Osorno 750
entre los oficiales.
Toldos de Alequete y Guenal:
1776 Pinazo 425 92 indios, 2 chinas, 3 cristianos
20 indios, 58 chinas, 38 parbulitos, 38 adultos.
En persecución de indios maloqueros:
1777 Hernández 350 4 indios muertos, un renegado,
una india y un indiecito apresados
La expedición trajo a Buenos Aires las chinas de
1778 Trillo 350
10 tolderias.
La expedición no encontró los toldos que se ha-
1779 Sardeñ Sin datos bían propuesto atacar, pero eliminó algunas parti-
das de indios potreadores que hallaron a su paso.
Alcanzaron a 500 maloqueros (400 hombres
396 (22 dragones,
acompañados por 100 mujeres) en la Laguna de
1780 Sardeñ 98 blandengues,
Esquivel y en el combate que tuvo lugar mataron
276 milicianos)
a 26 varones.
En las Salinas de Santa Isabel, donde se hallaban
1784 Balcarce Sin datos las tolderias de Catruen, fueron muertos 93 hom-
bres y capturados 86 mujeres y niños.

Referencia
*1775: Oficio del teniente del rey Diego de Salas al gobernador Vertiz, Buenos Aires, 28 junio 1775.
AGN IX. 28.9.3. Oficio del sargento mayor al teniente del rey Diego de Salas, Turbia 2 mayo 1775.
AGN IX 28.9.3. 1776. Copia de Carta escrita por D.n Clem.e López desde el río dulce en 16 de spre
de 1776. AGN IX 28.9.4. Oficio del sargento mayor Manuel Pinazo al teniente del rey Diego de Salas,
Cañada de la Paja, 28 diciembre 1776. AGN IX 28.9.4. Copia de Carta del sargento mayor Manuel
Pinazo al teniente del rey Diego de Salas, Altos de Troncoso, 1 octubre 1776. AGN IX 28.9.4. 77): 1777:
Oficio de Hernández a Diego de Salas, Pergamino, 3 noviembre 1777. AGN IX 1.5.6.; 1778: Carta de
Vértiz a Juan Gómez, Buenos Aires, 28 septiembre1778. AGN IX 1.4.5., Oficio de Juan Gonzáles a
virrey Vértiz, Melinque, 9 noviembre 1778. AGN IX 1.4.5. foja 698 rta-698 vta.1779; Oficio de Juan
José de Sardeñ a Juan José de Vértiz, Campo entre los Cerrillos, 9 diciembre 1779. En Testimonio del
Expediente obrado por el Superior Gobierno de Buenos Aires, sobre haberse denegado las paces a los
Indios Aucaces. AGI ABA Legajo 60, foja 4 - 5 vta. 1780: Diario de los acontecimientos acontecidos
con el Destacam.to q.e se hallaba en el Fuerte de la Laguna del Monte destinado a invadir los Yndios
enemigos q.e segun noticias identicas se esperaba entrasen a ostilizar nra Frontera. Chascomus, 6
diciembre 1780. AGN IX 1.4.6. 1784: Oficio del Virrey de Buenos Aires, marques de Loreto al ministro
Galvez, Buenos Aires, 3 junio 1784. AGI ABuenos Aires, Legajo 68.
228 Devastación

Con la venia del gobernador Vértiz, comenzaron a concentrar milicianos en la


frontera de Luján. Esos movimientos atemorizaron a dos de los caciques aliados
–Alequete y Zorronel– quienes, creyendo curarse en salud, se retiraron tierra aden-
tro. Paradójicamente, esa retirada selló su destino: una columna de Blandengues y
milicianos los persiguió y en un ataque sorpresivo a sus tolderías, capturaron a va-
rias familias, aunque la mayoría logró fugarse.8 Descontento, Pinazo marchó en su
persecución al mando de cuatrocientos milicianos,9 hasta que finalmente encontró
las tolderías de Alequete y las devastó completamente:

[…] de suerte que buscando los toldos…se encontraron con 53 cuyas


cavezas eran los Casique Alequete, y Guenal, mas viendose empe-
ñada la gente despues de aver padecido 3 dias sin comer. La madru-
gada del 24 del pasado … cargaron con tal furor sobre dhos toldos,
no obstante hallarlos muy exparcidos, … que murieron 92 yndios,
dos chinas, y tres cristianos que vivian con ellos, y se cautibaron 20
yndios, cincuenta y ocho chinas, 38 parbulitos y 38 adultos delos
quales remito á VS el mas bonito p.a su page, sin que de nuestra
gente peligrase alguno pues solo huvo siete eridos, pero no de mayor
cuidado, é yndependiente de los muertos que arriba se expresan hice
matar á Gualachine, y otro yndio que lo acompañaba.10

El ataque produjo pocas bajas entre los milicianos y un abundante botín bajo la
forma de indios prisioneros, que –aparte del obsequiado al teniente del rey– fueron
repartidos entre los oficiales participantes de la expedición.
Por su parte, la columna al mando de López Osorno se internó en busca de la
agrupación del cacique Guchulap, moviéndose casi a ciegas por la llanura y elimi-
nado a su paso a varias partidas de indios potreadores.11 Pese a la resistencia de sus
propios milicianos, el sargento mayor ordenó que la marcha continuase hasta que
encontró a los nativos en un amplio valle de la Sierra de la Ventana. Lanzándose
por sorpresa contra las tolderías enemigas, las tropas desataron una matanza sin
que los atacados tuviesen oportunidad de defenderse:

[…] finalm.e pasan de doscientos yndios de armas los muertos en-


tre ellos los caciques siguientes. Caullaman, Catuyaguhi, y su hijo
contralaf, Catulaf, y su hijo Milanguaiqui, Canquepani, y 25 presos
algunas presas chicas, que siendo del agrado de VS las entregaré á
algunos ofic.s Que me las han pedido; … tengo 30 heridos de vola-
zos, y entre ellos uno de chuza.12

8 Carta de Diego de Salas al Gobernador Vértiz, Buenos Aires 19 septiembre 1776. AGN IX 28.9.4.
9 Carta de Diego de Salas al gobernador Vértiz, Buenos Aires 19 septiembre 1776. AGN IX 28.9.4.
10 Copia de Carta del sargento mayor Manuel Pinazo al teniente del rey Diego de Salas, Altos de
Troncoso, 1 octubre 1776. AGN IX 28.9.4.
11 Copia de Carta escrita por Clemente López desde Río Dulce en 16 de septiembre de 1776. AGN IX 28.9.4.
12 Idem anterior. Los datos indicativos de la sorpresa del ataque que culminó en masacre son las
Por aquel escaso servicio doméstico 229

Esta es, en síntesis, la información que entregan los documentos militares. Pa-
semos ahora a examinar los asientos bautismales.

b) El reparto de mujeres y niños según los libros de bautismo


Al regreso de las expediciones del invierno de 1776, debió producirse el reparto
de las mujeres y niños prisioneros. En evidente correlación con este reparto, entre
octubre y diciembre de ese año, en los asientos de distintas parroquias de Buenos
Aires se registra el bautismo de un número inusual de personas descriptas como
“indios pampas”. Los libros respectivos de las Parroquias Inmaculada Concepción
y de Nuestra Señora de la Piedad, así como de la Catedral de Buenos Aires, brindan
los datos de veintisiete niños y niñas ungidos en la ciudad entre octubre y diciem-
bre de 1776. Su edad promedio es de 2,73 años, y el rango etario va de los cinco
meses a los diez años (ver Cuadro 2). La ausencia de mujeres adultas bautizadas
no implica su inexistencia, puesto que varias debieron haber sido repartidas en ese
momento: más adelante, se discutirán los motivos de esa ausencia.

Cuadro 2
Baustismos de indios pampas en Buenos Aires, año 1776.*
Parroquia Inmaculada Concepción
Nombres Fecha Género Edad
Margarita 04 octubre 1776 F 4 años
Dionisia 09 octubre 1776 F 2 años
Juan Dionisio 13 octubre 1776 M 4 meses
María del Rosario 14 octubre 1776 F 4 años
María Manuela 14 octubre 1776 F 4 años
Manuel 21 octubre 1776 M 3 años
Hilario 02 diciembre 1776 M 1 año
María del Rosario 28 diciembre 1776 F 2 años
Catedral de Buenos Aires
Fernando 09 octubre 1776 M 5 meses
Juana Josefa 09 octubre 1776 F 1 año y dos meses
María Tadea 13 octubre 1776 F 4 años
María del Rosario 21 octubre 1776 F 8 meses

nulas bajas sufridas por los milicianos (en palabras del mismo López Osorno, sólo se reportaron 30
heridos de bolas y 1 de lanza), demostrativas de que los guerreros muertos no tuvieron ocasión de
organizarse para cargar contra los milicianos. La manera recurrente de llevar adelante estos ataques
está descripta en Jiménez, Alioto y Villar 2017.
230 Devastación

José Antonio 21 octubre 1776 M 3 años


María Mercedes 21 octubre 1776 F 1 año
María de los Dolores 22 octubre 1776 F 4 años
María Mercedes Tadea 28 octubre 1776 F 6 años
Cristóbal Ramón 29 octubre 1776 M 1 año
María del Rosario 29 octubre 1776 F 10 meses
Miguel Victoriano 31 octubre 1776 M 3 años
Martín Domingo 12 noviembre 1776 M 2 años
María Josefa 16 noviembre 1776 F 1 año
Mariano Francisco 17 noviembre 1776 M 3 años y medio
Pascual 23 noviembre 1776 M 3 años
María Mercedes 23 noviembre 1776 F Sin datos.
Atanasio José 30 noviembre 1776 M 9 o 10 años
Parroquia Nuesttra Señora de la Piedad
María de la Piedad 08 octubre 1776 F 2 años
Juan José 05 noviembre 1776 M 7 años
Edad promedio: 2,73 años

Referencia
*Los datos se encuentran en las siguientes localizaciones: Nuestra Señora de la Inmaculada
Concepción: 1. Bautizos 1770-1790 Libro de acientos de bautizados Yndios Negros, Mulatos y
demas gentío pertenecientes â esta Parroquia de la Pur.ma Concep.on desta Ciudad de la SS.ma
Trin.d y Puerto de S.ta Maria de Bu.s Ay.s por prim.o de Hen.o del año de 1770. En: Parroquía
Inmaculada Concepción Bautizos Gente de Color 1770-1802. 2. Bautismos de Gente de Serv.o
Hijos de Mestizas Mulatas y Negras pertenecientes al Ministerio parrochial de esta Santa Yglesia
Cath.l de Buenos Ayres. Siendo Sus Curas Rectores=. El D.r D.n Miguel de Leyva y el D.r D.n
Jose Antonio de Oro. Empiesa en 15 de Junio de 1770. 3. Libro de Bautismos de Gente de Ser-
vicio de Buenos Aires en esta Cathedral siendo sus Curas Rectores el D.r D.n Josseff Antonio de
Oro y el D.r D.n Juan Caietano Fern.z de Aguero: y Siendo el primer año en que esta Mui Noble
y Leal Ciudad es ya Capital del Virreynato, que dignamente exerce el Excelentissimo Señor Don
Pedro de Sevallos, su primer Virrey que entro a ella el dia quinze de octubre de este año de 1777.
Nuestra Señora de la Piedad: Bautismos 1769-1848 (1770-1785). Libro Segundo Parroquial
de Bautismos de este Curato de Nra S.ra de la Piedad Comenzado en Buenos Ayres el dia 22 de
Octubre de 1782 (con otra letra: Blancos y de Color). Vol. II: Años 1782-1793. Catedral de Bue-
nos Aires: Libro de Bauptismos de Gente de Servicio en esta Cathedral de Buenos Aires siendo
Dignissimo Obispo el Yl.mo y Rev.mo S.or Dn Fr. Sebastian Malvar y Pinto Electo Arzobispo de
Santiago de Galicia y gobernando el Ex.mo S.or Virrey Don Juan Joseph de Vertiz. Año de 1783.
Siendo Curas Rectores los Doctores Don Juan Cayetano Fernandez de Agüero y D.n Vicente de
Arroyo. Todo online en: https://familysearch.org/archives/.
Por aquel escaso servicio doméstico 231

4. Los Charrúas y Minuanes repartidos en 1801


Entre el 10 y el 14 de julio de 1801, Bernabé Ruiz, alférez encargado de la Residen-
cia, o Casa de Recogidas,13 entregó en custodia unas 65 mujeres y niños charrúas
y minuanes a 20 vecinos de la ciudad de Buenos Aires.14 Estas personas formaban
parte de un conjunto de prisioneros capturados en la Banda Oriental en junio de ese
mismo año en tres enfrentamientos sostenidos por el capitán de Blandengues José
Pacheco15 y constituían el cuarto contingente de cautivos de esa pertenencia étnica
trasladados a Buenos Aires entre 1798 y 1801: en ese lapso, los desnaturalizados su-
maron unos 156 individuos, mayoritariamente mujeres y niños pequeños,16quienes
en todas las ocasiones fueron entregados de inmediato a familias avecindadas en la
capital para que se hicieran cargo de ellos. Esta práctica contrasta con lo ocurrido
en la década de 1780, cuando las indias pampas habían debido soportar un periodo
de reclusión en la Residencia durante el cual se les impusieron los rudimentos de
la fe católica, se las bautizó y se les enseñó el castellano, antes de ser finalmente
repartidas y dadas en custodia en casas decentes para que continuaran su educación
a cambio de servicios domésticos.17
Miguel Lastarría atribuyó ese cambio de política a una decisión del virrey
Avilés,18 pero en realidad había ocurrido durante la administración de su antecesor,
Antonio Olaguer Feliú. El motivo de la modificación se encuentra en un oficio del
Fiscal Protector de Naturales al virrey, en el que se sugiere el reparto directo, debi-
do al riesgo de que las nativas se contagiasen de viruelas si se las mantenía reunidas
en la Casa de Residencia:

13 No hay consenso respecto de la fecha en que comenzó a funcionar la Casa de Recogidas. Al parecer
fue fundada en 1773 por el entonces gobernador Vértiz (de Palma 2009, 18). Adriana Porta admite
esta fecha, pero agrega que la presencia estable de mujeres recién se registra a partir de noviembre
de 1777, y lo atribuye a una re-organización de la institución o a una laguna en el registro (Porta
2007, 399). Sin duda, existen lagunas en el registro documental. La mayor parte de la documenta-
ción conservada se encuentra depositada en un único legajo incompleto (AGN IX 21.2.5.): “Los
años de 1774, 1775, 1776, 1781, 1782, 1795, y 1798 no constituyen parte de él. Asimismo habrá
años en los cuales un solo documento ha llegado hasta nosotros como: 1773, 1780, 1784, 1791,
1793, y 1794” (De Palma 2009, 18). Aún para los años en que se conservan mayor cantidad de
documentos no hay certeza de que estén todos: en el caso de las cautivas charrúas y minuanas
repartidas a principios del siglo XIX, se sabe que se realizaron tres envíos entre 1800 y 1801 (ver
Erbig 2015, 249). Cada una de estas remesas debió generar un expediente de reparto, y sin embargo
solo se conserva uno de 1801, que es el que analizamos.
14 Relación de Chinas distribuidas, Buenos Aires, 21 julio 1801, AGN IX 25.1.5.
15 Parte del capitán de Blandengues José Pacheco al marqués de Aviles, Yacuy, 24 junio 1806, en
Acosta y Lara 1989, 196-198.
16 Ver Table 5.1. en Erbigh 2015, 249.
17 Aguirre 2006 y Salerno 2014.
18 Dice Lastarría: “Quando llegó el Marqués de Avilés á Buenos Ayres halló varias mugeres chicas y
adultas Charruas y Minuanes depositadas en una Casa de los Exjesuitas, que llaman la residencia; y
las fue entregando á las personas pudientes, y de buenas costumbres que quisieron hacerse cargo de
mantenerlas, é instruirlas en la vida civil y Christiana; estando á la mira los Parrocos, y los Alcaldes
de Varrio” (Lastarria 1914 [1805], 273-74).
232 Devastación

El Then.te de Blandengues D.n Jorge Pacheco me remitio desde el


Puerto de S.n Josef ocho chinas Minuanas con cinco Parvulos p.a q.e
las pusiera en seguro desposito á disposición de V.E. En Su consq.a
las he hecho trasladar ala Reclusion dela Residencia y lo aviso a
V.E. esperando se sirva prevenirme si gusta de que se den à Perso-
nas de buenas costumbres y suficientes posibles que las solicitan, asi
para facilitar su civilidad, instrucc.n y educacion cristiana como p.a
libertarlas de la peste de virhuelas q.e se ha propagado entre las de su
clase en aq.lla casa con muerte de muchas de ellas.19

Cuadro 3
Apropiadores de Charruas y Minuanes repartidos en Buenos Aires, julio de 1801*
Apropiador/a Adultas Niños Infantes
V 4 años
María Teresa García 25 años
F 4 años
Gregorio Ramos Expindola 40 años F. 1,5 años
Mariano, José Sánchez 36 años F. 4 meses
Vicente García Grande y Cárdenas 24 años F. 6 meses
María Antonia Suio 36 años F. 1 mes
Laureana Mancilla 20-21 años F. 1 a 1,5 años
José Antonio Sánchez 22 a 24 años F. 6 a 7 meses
Ana Ynes Seyer 24 años F. 5 meses
Manuel Igncencio de Uriarte F. 7 a 8 años
Josefa Gabriela Ramos Mexica F. 2 a 3 años
Martina Palacios 40 años 8 meses
José Ignacio de Picazarri 20 años 3-4 meses
Tomasa Escalada F. 6 a 8 años
Buenaventura Berenguier M. 5 años
Mauricio Berlanga M. 6 a 7 años
José García Martínez de Casares M. S/D
Agustin Rameri 20 años M. 2 a 3 años
Francisco María Sempol 20 años F. 1 mes
Juan Claveria F. 3 años
Bernarda Perez de la Rosa 38 años F. 1 mes
Gregorio Ramos Expindola Mejia F 9 años
Bartolina de San Luis y Boyso 40 años
María Concepción S/D S/D
Referencia
* Fuente: AGN IX 21.2.5.

19 Exmo S.or Pasqual Ibañez al virrey Olaguer Feliú. Buenos Ayres, 5 de oct.bre de 1797. AGN IX
2.9.2.
Por aquel escaso servicio doméstico 233

Tabulamos en este trabajo la información acerca del reparto de 37 personas entre


adultos (casi todas mujeres) y niños (ver Cuadro 3).20 En este caso, dado que el re-
parto se hizo desde la Casa, el registro es más completo y directo: conocemos, ade-
más del sexo y la edad de los cautivos, la identidad de sus apropiadores y cuántas
personas correspondieron a cada cual. También figuran las progenitoras, ausentes
en el caso de los bautismos de 1776: cuando eran madres de párvulos cuya edad no
superase el año y medio (es decir, casi siempre), fueron entregadas junto con ellos,
aunque también hay un caso en que se otorgó a una misma persona una madre con
dos niños de cuatro años; otros pequeños de mayor edad fueron con frecuencia
asignados solos, sin que sepamos si fue porque sus madres murieron, no fueron
capturadas, o lo fueron y se repartieron por separado.

5. El status de los cautivos


Los indígenas cautivos ingresaban en una zona gris: no podría decirse que fueran
adoptados por sus apropiadores, ni que se tratase de criados propiamente dichos y
tampoco esclavos. No obstante, su posición estaba más cercana a este último status
que al primero, aunque no se los pudiese definir stricto sensu como esclavizados,
porque no habían sido adquiridos mediante una transacción mercantil. Sus recepto-
res tampoco disponían de plenos derechos sobre ellos, que les eran entregados bajo
la condición de que dieran adecuada cuenta de su trato, pudiendo cesar la guarda
en caso de incumplimiento de las obligaciones impuestas, permitiéndose entonces
la asignación a otra persona.
Pero al mismo tiempo, los tutelados compartían algunos de los rasgos estructu-
rales asociados a la figura de los esclavos. Experimentaban la pérdida de su identi-
dad previa, proceso que comenzaba con la extracción violenta de su entorno, can-
celándose de hecho los lazos con su grupo parental, cancelación literal y definitiva
cuando se trataba de los únicos sobrevivientes de su grupo:
Desde el punto de vista estructural, dice Meillassoux, la esclavitud debe ser
vista como un proceso que involucra varias fases transicionales. El esclavo es vio-
lentamente arrancado de su medio. Es de-socializado y despersonalizado. Este pro-
ceso de negación social constituye la primera, esencialmente externa, fase de la es-
clavización. La siguiente fase incluye la paradoja de presentarlo como un no-ser.21

20 El número de prisioneros traídos desde la Banda Oriental fue mayor, pero algunas personas
murieron antes de ser repartidas y las restantes quedaron alojadas en la Casa.
21 Patterson 1982, 38. Un indicio lingüístico de esa indiferenciación está expresado por el rótulo de
“chusma” bajo el cual se incorporaban todas las mujeres y los niños.
234 Devastación

A continuación, despojados de su propio nombre,22 el bautismo era sólo el


rito inicial de la sustitución identitaria, simbólicamente complementaria de su
apropiación material,23 que podía concluir con la imposición del apellido de su
apropiador.24
A ese rito fueron sometidas entre 1770 y 1786 las ciento once personas que
hemos podido identificar hasta el momento, la mayoría menores de edad –dentro
de un rango que va desde los 4 meses a los 9 años–, y además algunas adolescentes
y unas pocas mujeres adultas. Decíamos antes que la inexistencia casi total de
adultos de ambos sexos en los registros parroquiales no implica lógicamente su
ausencia entre los cautivos.25 Debemos preguntarnos entonces por qué están poco
representados. De un modo tentativo, diremos que quizá sea porque los adultos
mostraban mayor renuencia a abandonar sus propias prácticas culturales con el
resultado de que se resistían a los intentos de conversión, y sólo cedían al bautismo
luego de varios años de cautiverio o enfrentados a la muerte. A la vez, el bautismo
frecuente de cautivos infantiles o juveniles tal vez sea la expresión lo contrario, es
decir, una mayor permeabilidad y predisposición a absorber y conservar un adoc-
trinamiento recibido precisamente a una edad inmadura.

6. Conclusiones
Hemos visto con claridad de qué manera el reparto de las mujeres y los niños sobre-
vivientes fungía como complemento de las expediciones militares hispano-criollas
sobre poblaciones indígenas, a menudo culminadas en masacres. Esas personas,
separadas de sus territorios y grupos de origen, se enfrentaban luego a una nueva

22 Orlando Patterson, en el trabajo ya citado, subraya la importancia del nombre individual: “La se-
gunda mayor característica del ritual de esclavización involucraba el cambio del nombre del es-
clavo. El nombre de un hombre es, desde luego, más que una simple manera de llamarlo. Es la
señal verbal de su entera identidad, su ser-en-el-mundo como una persona diferenciada. También
establece y hace pública la relación con sus parientes. En muchas sociedades el nombre de una per-
sona tiene cualidades mágicas; nuevos nombres se reciben en la iniciación a la adultez, o en cultos
y sociedades secretas, y el nombre de la víctima se vislumbra en la brujería y hechicería practicada
contra él” (Patterson 1982, 54-55, traducción propia).
23 Al mismo tiempo, frente a un futuro reclamo por parte de parientes o de la comunidad de origen
del tutelado, ningún sacerdote, misionero u obispo aceptaría ceder un alma nueva, de modo que el
sacramento bautismal obraba como una garantía adicional de la perduración del vínculo constituido
con los apropiadores.
24 En esta fase de nuestra investigación, no podemos afirmar completamente que este siempre fuera
el caso, aunque existen indicios de que lo era. En una sumaria realizada en Mendoza en 1779, por
ejemplo, José Guzmán declaró ser hijo del cacique Curiquanque y relató que siendo niño, cuando
sus padres fueron muertos por los Pewenche, entró a servir al comisario Pedro José Guzmán, de
quien tomó el apellido: “A la primera pregunta dixo; Que el se llama Jose Guzman y q.e dho apelli-
do havia adquirido por haver estado siete años sirviendo al Comisario D.n Pedro Jose Guzman, que
es natural de las pampas hijo del cacique Curiquanque ya difunto… (Declaración de José Guzmán,
Indio Pampa Ladino, Mendoza, 25 marzo 1779, AGN IX 11.4.5.).
25 Por el contrario, contamos con evidencia que indica que representaban un porcentaje importante de
los contingentes capturados: por ejemplo, en 1775, Manuel Pinazo envió 30 indios y 10 muchachos
a Buenos Aires; y lo mismo indican las listas de prisioneras en la Casa de Recogidas.
Por aquel escaso servicio doméstico 235

vida como servidores de las familias avecindadas de Buenos Aires, donde eran
consideradas valiosas dada la escasez de servicio doméstico.
Respecto de los grupos de origen, la combinación de masacres y repartos con-
figuraban duros golpes a su supervivencia como tales. Aun dejando momentánea-
mente de lado las pérdidas de varones y mujeres adultos durante las matanzas, la
cantidad y calidad de las personas que conformaban la chusma capturada y distri-
buida bastaba para impedir la recuperación demográfica. Cada una de estas chinas
repartidas, cada uno de los párvulos entregados la amenazaba seriamente. Según
cálculos hechos para otros casos análogos, bastaba con la pérdida de un diez por
ciento de las mujeres fértiles y de una cohorte juvenil para que tal recuperación se
viese obstaculizada al extremo.26
Más allá de la fragmentariedad del registro que revela cuál fue el destino de
esos sobrevivientes y aun cuando no se encuentren disponibles todas las piezas
del rompecabezas, las conservadas nos dan una primera pauta de lo ocurrido y
nos brindan también algunos detalles acerca de las personas repartidas y de sus
apropiadores.
Los casos estudiados –y otros que no fueron incluidos aquí– muestran que las
prácticas de reparto de personas, desintegración de grupos y de lazos parentales, e
incorporación de indígenas en posiciones subordinadas a la sociedad hispano-cri-
olla –que cobrarían gran notoriedad tras la conquista definitiva de las poblaciones
indígenas a fines del siglo XIX– tuvieron antecedentes menos conspicuos en la
época colonial.

26 “Robbie Ethridge (2009:15) estima que en una jefatura simple de entre 2000 y 5000 personas, la
captura de sólo 200 a 500 mujeres y niños deprimiría significativamente la fertilidad por la pérdida
de mujeres en edad de procrear, eliminaría un estrato de jóvenes miembros del grupo, y haría la
recuperación de la población casi imposible” (Cameron 2015: 181).
CAPÍTULO IX
Cautivas indígenas
Abusos, violencia y malos tratos en el Buenos Aires
colonial

Natalia Salerno

Introducción

E
n los numerosos enfrentamientos que se produjeron entre las sociedades in-
dígenas y la sociedad colonial, a lo largo de los años, fueron ejecutados y
capturados una gran cantidad de mujeres y niños. El destino de estas muje-
res, tanto pampas como charrúas y minuanas –que constituyen los casos analizados
en este trabajo– tomadas como cautivas fue de lo más diverso, siendo víctimas de
varias formas e instancias de violencia. La separación forzada de sus propias fami-
lias y entorno cercano constituyó la primera etapa y la que dio paso a las siguientes,
ya que fueron alejadas de sus lugares de origen y obligadas a vivir en regiones
distantes, especialmente en los pueblos de misiones o trasladadas a Buenos Aires
y enviadas, después de un reparto, a trabajar en casas de hispano-criollos “respeta-
dos” o bien a la Casa de Reclusión de la Residencia. Este reclusorio presentó una
serie de características que lo hicieron singular en comparación con instituciones
análogas ubicadas en otros puntos del continente. El tiempo de permanencia allí
fue muy variable, siendo gran parte de ellas retiradas del recogimiento después de
algún tiempo y entregadas a funcionarios, militares o religiosos para que llevaran
adelante tareas domésticas en sus propiedades.
En esta situación de vulnerabilidad –viviendo en una ciudad que desconocían,
con todo lo que ello implicaba,1 alejadas de sus afectos y de allegados que pudieran
brindarles ayuda y hasta desconociendo la lengua de castilla–, muchas de ellas
fueron sometidas a golpes, malos tratos e inclusive violaciones por parte de los res-
ponsables de su cuidado, que se aprovecharon de estas circunstancias, tanto dentro
del reclusorio como en casas de particulares, a pesar de las instrucciones virreinales
en sentido contrario.

1 La ciudad era considerada un lugar muy riesgoso por los grupos nativos, a raíz de un sinnúmero de
experiencias negativas sufridas a lo largo del tiempo. Su memoria social acumulaba información,
transferida de una generación a la siguiente, acerca de contagios de enfermedades letales y de muertes
ocurridas en la capital, por mencionar sólo las más reiteradas. El peligro era ciertamente amenazador
para personas que estaban alejadas de sus campamentos y sin contacto con parientes que pudieran
darles apoyo en circunstancias graves, o simplemente aliviarles en algo con su presencia la vida diaria.
Con respecto a la ciudad como sitio peligroso y lugar de muerte, véase Jiménez y Alioto 2013.
238 Devastación

En este trabajo analizaremos los casos de un grupo de indias pampas que vi-
vieron en la Residencia a merced de un encargado sin escrúpulos, y de una india
minuana que desempeñaba trabajos domésticos en el domicilio de un oficial de
Blandengues, a la luz de los sumarios respectivos que reflejan las formas de vio-
lencia a las que fueron sometidas. Y asimismo, el escaso grado de atención que
recibieron los reclamos de las víctimas, quienes más allá de su propia condición
desventajosa de casta y de ser depositarias de los prejuicios masculinos, hicieron
lo posible por efectuarlos.

Campañas punitivas contra charrúas y minuanos y distribución de cautivos


Durante siglos, tanto charrúas como minuanos, ubicados al este del Río de la Plata
y del Río Paraná, resistieron el avance de la sociedad colonial, aunque los espacios
ocupados fueron reduciéndose a medida que transcurría el tiempo y se sucedían los
enfrentamientos. Diego Bracco señala que la particularidad de este avance radicaba
en que estaba conformado por tres frentes principales de asedio: el español desde el
oeste, a partir del Río Paraná; el jesuítico-guaraní desde el norte, siendo sus avan-
zadas los pueblos de Yapeyú y San Borja; y el portugués desde el este, sobre todo
a partir de la fundación de Río Grande del Sur en 1737.2
Charrúas y minuanos habitaban un enorme territorio cuya superficie excedía la
del actual Uruguay. En un informe del año 1749, el gobernador José de Andonaegui
escribió al marqués de la Ensenada, ministro de Indias del rey Fernando VI, que
desde las inmediaciones de Colonia del Sacramento hasta Río Grande habitaban
“los indios infieles minuanes” que se mantenían “de robar ganados y caballadas de
los vecinos y estancias de Montevideo. Se compone esta nación (según noticias) de
tres a cuatro mil, y entre ellos, como mil indios de armas”.3
Si bien los indígenas no siempre fueron derrotados, a la larga terminaron ven-
cidos medio siglo antes que otros grupos residentes en espacios de fronteras de
características semejantes, debiéndose esto, entre otras cosas, a la imposibilidad de
proteger y mantener a resguardo a sus mujeres y niños, ejecutados y capturados en
gran número por las fuerzas reales, con un daño inmenso para sus posibilidades de
reproducción social. A mediados del siglo XVIII, la mayor proporción de hombres
respecto a las mujeres, niños y ancianos indicaría que para entonces una importan-
te cantidad de estos últimos se había instalado en las reducciones jesuíticas y en
diversos poblados coloniales, generándose una situación de máximo riesgo para la
perpetuación del predominio minuano.4
Pese a que el gobernador de Buenos Aires había dado órdenes de pasar a cuchi-
llo a quienes no se sometieran, la amenaza provocó un aumento de la interacción
hostil. Las campañas contra charrúas y minuanos encabezadas por el maestre de
campo Manuel Domínguez en 1751 y el comandante de Yapeyú teniente coronel

2 Bracco 2014.
3 Bracco 2014, 119.
4 Bracco 2014, 119.
Cautivas indígenas 239

Francisco Rodrigo en 1798 son las más importantes por su impacto sobre los ven-
cidos.5
De la expedición de Rodrigo se desconocen los datos relevantes, a causa de
no haberse localizado el diario de la misma, pero se sabe sin embargo que logró
derrotarlos completamente después de más de cuatro meses de campaña y que los
prisioneros, tanto mujeres como niños, “pasaron en carretas por Mandisubi rumbo
a Salto Grande, de donde fueron embarcados a Buenos Aires”.6
El destino de las mujeres y los niños capturados –charrúas y minuanos– fue
de lo más diverso. Constituyeron en total ochenta y cinco personas trasladadas en
distintas partidas: doce fueron transportadas por la balandra Nuestra Señora de
Monserrat, según el parte emitido por José Francisco Centurión el 29 de agosto de
1798; veinticinco mujeres y niños se colocaron a cargo de Juan Sequeira el 26 de
septiembre de 1798, quien posteriormente también los trasladó a la capital; catorce
mujeres adultas y once niños de pecho se destinaron a la Casa de Reclusión de la
Residencia, donde consta su recepción el 6 de octubre de 1798 por el sargento de
Dragones Bernabé Ruiz, encargado de la institución; y por último los restantes
veintitrés, de distintas edades, quedaron bajo el control de Benito Ocampos, regis-
trándose cinco fallecimientos durante su traslado a Buenos Aires, de acuerdo a la
información fechada el 13 de octubre de 1798 por el ya mencionado Centurión.7
La mayoría de las mujeres aprisionadas ingresaron bien a la Casa de Reclu-
sión o bien a domicilios particulares. Algunas charrúas y minuanas vivieron en el
reclusorio durante años y otras, en cambio, fueras retiradas de allí luego de una
permanencia relativamente breve y entregadas al cuidado de funcionarios –o de sus
viudas e hijos–, militares, religiosos y vecinos en general para que desempeñaran
funciones de servicio doméstico.
La descripción de estos procedimientos hecha por Miguel de Lastarría en sus
declaraciones y resoluciones en defensa de los indios (fechadas en 1804) fue repro-
ducida por Jeffrey Erbig:

When the Marquis of Avilés arrived in Buenos Aires, he found Cha-


rrúa and Minuán women, young and adult, who had been deposited
in a former Jesuit house called the residence. These women were
entrusted to wealthy people with good morals, who wanted to take
charge of maintaining them and instructing them in civil and Chris-
tian life, under the watch of the parish priests and the neighborhood
mayors.8

5 Acosta y Lara 1988.


6 Acosta y Lara 1988, 139.
7 Acosta y Lara 1988, 147-148.
8 “Quando llegó el Marqués de Avilés á Buenos Ayres halló varias mugeres chicas y adultas Charruas
y Minuanes depositadas en una Casa de los Exjesuitas, que llaman la residencia; y las fue entregando
á las personas pudientes, y de buenas costumbres que quisieron hacerse cargo de mantenerlas, é
instruirlas en la vida civil y Christiana; estando á la mira los Parrocos, y los Alcaldes de Varrio”
(Erbig 2005, 241). En 1801, durante el virreinato de Joaquín del Pino, se reguló la distribución de
240 Devastación

De la documentación respaldatoria de las distribuciones, se conserva sólo una


elaborada por el encargado de la Casa de Recogimiento álferez Ruiz en 1801 y
sintetizada en el cuadro siguiente. A la izquierda se consigna el nombre de los be-
neficiarios (y la condición de algunos de ellos) y a la derecha el sexo y edad de las
personas asignadas.9

Beneficiarios de la distribución Personas asignadas

D.a Tomasa Escalada India de 6/8 años

D.n Gregorio Ramos Mejia India de 9/10 años

D.n Agustin Rameri (capitan de Blandengues) India de 20 años con su hijo de 2/3 años

D.n Man.l Ynocencio de Uriarte (capitan de Milicias


India de 7/8 años
de Cavalleria)

D.a Josefa Gabriela Ramos Mexia India de 2/3 años

D.n Mauricio Berlanga (teniente de Yngenieros) Indio de 6/7 años

D. Josef Yngacio de Picazarri (presbitero)


n
India adulta con un niño menor de 2 años *
S. comand. de Yngenieros Josef Garcia Martinez
r te
India adulta *
de Caseres

D.a Maria Teresa Garcia (viuda del S.r Presidente


India de 25 con niña y niño de 4 años.
electo que fue de Chile)

D.n Vicente Garcia Grande y Cardenas (D.r) India de 24 años y su hijo/a de 6 meses

D. Mariano Josef Sanches clerigo


n
India de 36 años con su hijo/a de 4 meses
India de 40 años con su hijo/a de un año y
D.a Francisca Xaviera Espindola
medio.
D.a Ana Ygnes Leyes India de 24 años con su hijo/a de 5 meses

D.n Buenavent.a Berenguèr Indio de 4 años

D.n Fran.co Maria Semplo (Ayudante de Guarda Al-


India de 20 años con su hijo/a de un mes
macenes de Artilleria)
D.n Josef Sanches (visitad.r de la R.l R.ta de Tavacos
India de 22/24 años con su hijo/a de 6/7 meses
de Montev.o)

cautivos indígenas en Buenos Aires, estableciéndose que se asignarían a perpetuidad a quienes los
solicitasen para labores domésticas en sus propios hogares. Aunque no debían abonar un precio por
ellos, contraían formalmente la obligación de darles buen trato, brindarles educación religiosa y
proveerlos de ropa y sustento, quedando prohibido ocuparlos en trabajos duros y excesivos.
9 AGN, División Colonia, Sala IX, 25-1-5. El documento fue reproducido respetando la versión
consultada. No hemos consignado el sexo de algunos de los niños/as asignados, debido a que la
fuente no lo especifica.
Cautivas indígenas 241

India de 20/21 años con su hijo/a de 1/ 1 año


D.a Laureana Mansilla
y medio
D.a Maria Antonia Suso India de 36 años con su hijo/a de 1 mes
D. Martina Palacios
a
India de 40 años con su hijo/a de 8 meses

S.or Vartolina de S.n Luis y Borja India de 40 años

D.a Bernarda Perez dela Cruz (vecina) India de 38 años con su hijo/a de 1 mes

D.n Juan Claveria (vecino) India de 3 años

D.a Maria Concepcion India adulta *

Referencia
* No se encontraron los recibos en los que constan las edades

La breve nota de recibo de los prisioneros firmada por los interesados se agregaba al
pie de una previa solicitud de estos en la que manifestaban su expectativa de partici-
par de la distribución de mujeres y niños. A modo de ejemplo, reproducimos las pe-
ticiones suscriptas por Vicente Garcia Grande y Cardenas y Mariano Josef Sanches.

Exmo Señor
El D.r D.n Vicente Garcia Grande y Cardenas hace presente à V. E.
con el mayor respeto: Que tiene noticia haverse conducido à esta Ca-
pital algunos indios Charruas de pequeña edad, y que por disposicion
de V. E. se ponen en Casas de personas conocidas, donde se sabe que
puede asistírseles con alimento, y vestuario, dándoseles al mismo
tiempo la educación christiana que necesitan, por aquel escaso ser-
vicio domestico, de que en su pequeña edad son capaces: con cuya
ocasión, y necesitando el exponente, y su familia uno de estos indios.
A V. E. Sup.ca se sirva mandar se le entreguen el que mas le acomode
à su esposa D.a Theresa de Marcos, en concepto de que sera asistido,
y educado, y darà cuenta de su persona, quando se le pida, ò quando
el suplicante quiera despedirlo, à el S.r Fiscal Protector de Naturales:
en lo que recivirà merced. Buen.s Air.s 10 de Jul.o de 1801
He recivido vna China de edad de 24 años, con cria que sera de seis
meses. Buen.s Air.s 15 de Julio de 1801.
D.r D.n Vicente Garcia y Grande y Cardenas.10

Exmo Señor
D.n Mariano Josef Sanches Clerigo Prendero y domiciliario de este
obispado ante V.E. con su m.or respecto. Parece y dice; tiene entendi-
do que de orden de V. E. se estan repartiendo en casas de honrrades

10 AGN, División Colonia, Sala IX, 25-1-5.


242 Devastación

y conducta una Parte de Chinas que han llegado de la otra Vanda; y


deseando el que Sup.ca hacerse cargo de una de ellas, o en su defecto
de un chinito para imponerlo en nra sagrada religion, bestirlo y de-
mas necesario acuyo logro
A V. E. rendidam.te sup.co se digne mandar por su Sup.or Dec.to que el
encargado de ellas me las ponga de manifiesto para elegir la que me
paresca mas a proposito para el que deseo que en todo ello recivire
especial merced.

Exmo Señor
Exmo S.or
Mariano Josef Sanches
Certifico Yo el Clerigo Presbytero D.n Mariano Josef Sanches q.e he
recibido de mano del Alferes encargado de la Residencia una China
como de edad de treinta y seis años con cria de quatro Meses y p.a
q.e conste doy este en B.s A.s en 16 de Julio de 1801. Mariano Josef
Sanchez.11

En principio, el contenido de los registros de la Casa de Recogimiento sugiere que


las preferencias de los solicitantes se inclinaban en primer lugar por mujeres jóve-
nes y niños y niñas en condiciones aptas para desempeñarse en el trabajo, siendo
menos demandadas aquellas personas de mayor edad o –por el contrario– todavía
poco competentes a causa de sus pocos años, aceptadas cuando no quedaba otro
camino disponible. Así, Bartolina de San Luis y Borja no tuvo más alternativa que
hacerse de una persona mucho mayor que la infanta o adolescente pretendida en
su petición, mientras que Juan Claveria debió resignar drásticamente su objetivo
inicial de retirar cuatro adultos (tres varones y una mujer) que fueron reemplazados
por una niñita de solo tres años de edad:

Exmo S.or
S.or Vartolina de S.n Luis y Borja, ante V.E. con mi mayor rendim.to
dice: Que en el estado deplorable de necesidad à que se halla reduci-
da sosteniendo una Escuela Publica de Enseñanza p.a Niñas nunca hà
podido conseguir se le den unas indiecitas Chiriguanas p.a educarlas
y enseñarles los principios de ntra religion à cusa de haverse reparti-
do entre otras personas con anterioridad. En cuya atención haviendo
llegado en estas días una crecida partida de ellos ocurre à la vondad
de V.E. a fin de que se sirva dispensarle la caridad de mandar q.e àl
indicado objeto se le entregue una de 7 à 14 años q.e es merced q.e
espera recibir de la alta benignidad de V.E:

11 AGN, División Colonia, Sala IX, 25-1-5.


Cautivas indígenas 243

Exmo S.or
///
E recibido de el Alferes encargado de la Recidencia Vna China como
de Quarenta años y para q.e conste doy este en B.s Ay.s en 18 de Julio
de 1801 Sor Bartolina boise.12

Exmo Señor Virrey


D.n Juan Claveria Vezino de esta Capital ante V.E. con el debido
respecto paresco y digo. Que hallandome con proporción para vestir,
educar y sostener tres chinos y una chinas para mi Madre Politica D.a
Benedicta Ortega, ocurro ala benignidad de V.E. se sirva mandar se
me entreguen dichas quatro pzas delas que existen en la Residencia
obligándome como llevo dicho a su educación y demas que llevo
relacionado y el de dar Cuenta a V.E. de qualquiera ocurrencia que
acaezca, Por tanto
A V.E.
E recebido del Alferes encargado de la Residencia Vna Chinita como
de edad de tres años, y para q.e conste doy este en 16 de Julio de
1801. Juan Claveria.13

La Casa de Recogidas de Buenos Aires


Realicemos ahora un breve recorrido por los antecedentes y principales caracterís-
ticas de la Casa de Recogidas para comprender la razón de que hayan sido indíge-
nas prisioneras muchas de las pupilas internadas en ella.
Los dos estados femeninos deseables –el matrimonio o la vida religiosa– cons-
tituyeron mandatos no siempre suficientes para impedir que algunas mujeres se
apartaran de ellos, pagando el alto precio de ser vistas como socialmente peligrosas
por su propensión a transgredir los códigos de conducta tradicionales que se busca-
ba perpetuar. Este grupo de personalidades incluía limosneras, prostitutas, esposas
adúlteras o indóciles, e inclusive féminas solitarias que solían ser encarceladas por
el simple hecho de considerárselas elementos de perturbación. Pero las cárceles de
mujeres (galeras) no aseguraban la “regeneración” de personas que, en realidad,
no habían cometido delitos que justificasen una reclusión en establecimientos de
carácter exclusivamente punitivo.14
A partir de esa argumentación, la corona proyectó la creación de espacios dis-
tintos, en los que la recuperación y transformación de las pupilas se alcanzase a
través del trabajo y la oración. En un principio, durante todo el siglo XVI y hasta

12 AGN, División Colonia, Sala IX, 25-1-5.


13 AGN, División Colonia, Sala IX, 25-1-5.
14 Pérez Baltasar 1985, 13.
244 Devastación

mediados del XVII, el alcance en América de las Casas de Recogidas15 fue limita-
do. Recién hacia finales del siglo XVII la situación cambió radicalmente a raíz del
apoyo explícito que desde Madrid se brindó a la creación de instituciones de este
tipo a través de una serie de leyes.
De acuerdo con este precedente, la intención explícita de fundar una Casa de
Recogidas en Buenos Aires siguiendo el modelo peninsular y los lineamientos esti-
pulados por las autoridades se puso a consideración en el Cabildo porteño durante
la sesión del 15 de noviembre de 1753, cuando el secretario del obispo Cayetano
Marcellano y Agramunt informó al cuerpo que el prelado “…se Allaba Con Animo
de fabricar Una Casa para recogidaz, para lo cual Andaba Pidiendo limosna.”16
No obstante esa declarada predisposición, habría que esperar hasta septiembre de

15 El estudio realizado por Mauricio Onetto Pávez (2009a y 2009b) constituye un trabajo esencial
para introducirse en el tema de los reclusorios. El autor presentó los posibles soportes ideológi-
cos bajo los que se erigieron, pero deteniéndose fundamentalmente en el caso americano y dando
cuenta de sus particularidades y las diferencias que los separaban de los surgidos en la península.
Su análisis se centró principalmente en el caso de la Casa de Recogidas de Santiago de Chile, si
bien tuvo presente las creadas en los dos centros principales del poder imperial -México y Perú.
Años antes, Josefina Muriel (1974) había escrito un libro universalmente citado sobre la relación
entre los sexos y el rol de las mujeres en la sociedad colonial, describiendo los caminos posibles
que sus vidas podían recorrer y los riesgos que acarreaba desviarse de los mandatos socialmente
asignados. Incorporó además una suerte de inventario de los recogimientos coloniales de Nueva
España, que incluye datos de tipo burocrático acerca de su organización y desenvolvimiento y
ofrece información relativa a fundaciones, diseño arquitectónico y planes de construcción de los
distintos edificios, nómina y funciones de los encargados de los reclusorios y recopilación de las
reglamentaciones internas y sus variaciones a lo largo de los años. Dado que Muriel dedicó atención
particular a varias residencias (Jesús de la Penitencia del Hospital de la Misericordia, de Santa
Mónica, de Nuestra Señora de la Asunción, de San Miguel de Belem, de Santa María Magdalena
y del Hospicio de Nuestra Señora de Covadonga, entre otros), es muy abundante el cúmulo de
información reunido, exhaustividad de tratamiento que justifica la ineludible visita a su obra. En
esta misma línea se inscribe la contribución de Patricia Peña González (1998) acerca del hospital
de almas de Santiago de Chile, acotado a un caso específico y centrándose fundamentalmente en
aspectos institucionales, desde su fundación hasta su cierre definitivo. Al igual que Muriel, analizó
los roles femeninos en la sociedad de la época, focalizándose en la descripción de aquellos desea-
bles y tradicionalmente aceptados, claramente distintos de otros que se apartaban del ideal y por
eso mismo eran considerados potencialmente peligrosos y merecedores de un tratamiento especial.
La Casa de Recogidas surgió, entonces, como consecuencia de la política tutelar del estado español
hacia estas últimas situaciones femeninas, proponiéndose antes que nada su regeneración espiritual,
esto es, su corrección por medio de la fe. Peña González describió los procedimientos que se ponían
en marcha desde el momento del ingreso de las reclusas, concentrándose recurrentemente en la
situación particular de varias hispano-criollas y haciendo referencia esporádica -y hasta de carácter
anecdótico- a la presencia de pupilas indígenas. Los aportes referidos a la Casa de Recogidas de
Santiago demuestran que, sobre la base de un diseño de carácter universal planeado originaria-
mente, se llevaron a cabo adaptaciones particulares posteriores con el propósito de adecuar cada
funcionamiento a una realidad local material y culturalmente más precaria, característica de las
sociedades ubicadas en los bordes menos importantes del imperio. Así sucedió también con el caso
porteño, y esa peculiar adaptación del establecimiento contribuye a explicar el motivo de que haya
sido utilizado como depósito de cautivos indígenas, en consonancia con las particularidades de las
relaciones inter-étnicas regionales.
16 Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (en adelante, AECBA), 15 de noviembre de
1753, p. 345.
Cautivas indígenas 245

1767 para que el alcalde solicitara acuerdo con la gestión de una autorización real
que permitiera instalar un reclusorio en el colegio de la residencia de los jesuitas
expulsados hacía pocos meses.17
El complejo edilicio comúnmente conocido como La Residencia estuvo situado
en la Calle de Belén del barrio del Alto18 y había sido administrado durante los pri-
meros años por los ignacianos, quienes se encargaron de construir la Iglesia Nues-
tra Señora de Belén en el centro del predio. Luego de su expulsión, la congregación
bethlemita se hizo cargo de los edificios, en los cuales se instalaron el Hospital de
Hombres, la Casa de Recogidas y el Hospicio de Pobres. Vecinas a estas construc-
ciones, estaban emplazadas las Casas Redituantes, cuyo alquiler allegaba fondos
afectados al mantenimiento del complejo.
Si bien no resulta posible determinar a ciencia cierta la fecha exacta a partir de
la cual la Casa comenzó a funcionar, la presencia estable de mujeres internadas se
encuentra documentada desde noviembre de 1777, como ya lo observó Adriana
Porta.19 Otro tanto ocurre con respecto al momento preciso en que la institución
cesó en su funcionamiento, dado que las referencias documentales se interrumpen
abruptamente en 1805.20
Las reclusas pertenecían a todas las castas. Se cuentan entre ellas, en efecto,
españolas, mestizas, pardas, negras e indias. Las hubo solteras, casadas o en vías
de divorcio. No debe pensarse, sin embargo, que la residencia sólo albergara a mu-

17 AECBA. 23 de septiembre de 1767, p. 526.


18 Llamado así por estar emplazado sobre un sector elevado de la ciudad, en las cercanías del primitivo
puerto. Su ubicación coincide parcialmente con el actual San Telmo.
19 Porta 2010, 104.
20 Para analizar en detalle la situación de las mujeres recluidas en la Casa de Recogidas de Buenos
Aires como así también aspectos burocráticos e institucionales de la misma, resulta necesario dar
cuenta y profundizar en el análisis de los siguientes trabajos. El primer aporte al que nos referire-
mos está constituido por un interesante artículo de María Dolores Pérez Baltasar (1985). En él se
ofrece al lector una clasificación de los recogimientos creados en España y en América a partir del
siglo XVI, según fuera la condición de las reclusas depositadas en ellos. La autora distinguió entre
Casas de corrección específicas para féminas de mala conducta recluidas por la fuerza, y Casas
de recogidas para arrepentidas que se internaron por voluntad propia o por decisión de padres o
maridos. No obstante, fue imposible mantener esa diferenciación en todos los casos. En algunos
sitios, debido principalmente a limitaciones de financiamiento, se creó una sola institución que
albergaba a todas las mujeres recogidas sin distinción alguna. Pérez Baltasar, luego de describir
aspectos institucionales de estos establecimientos en general, se ocupó de la situación particular de
la Casa de Reclusión porteña. Se centró en el momento de su fundación y en sus primeros años,
pero sin embargo y a pesar de que las mujeres indígenas eran notorias pupilas del recogimiento, su
situación específica no constituyó un tema de interés central y las alusiones a ellas son exiguas. Más
recientemente, María Paula de Palma (2009) examinó la situación de las mujeres recluidas en esta
Casa entre 1773 y 1806, analizando especialmente qué tipo de situaciones influían en la decisión
de aislarlas, qué causas y consecuencias emanaban de esa marginación, y en qué medida el encierro
terminaba refrendando el orden social imperante. Por último, Adriana Mabel Porta (2010) examinó
las actuaciones sumarias realizadas para investigar a un encargado de la Casa de Recogimiento de
Buenos Aires acusado de trato ilícito con las internas. La pesquisa de Porta giró en torno a esta
persona, a los delitos reprochados, y a la actividad judicial y su resultado, aunque la información
que aporta acerca de la situación particular de las indias continúa siendo escasa.
246 Devastación

jeres de mala reputación. También se enviaba, con carácter preventivo, a quienes


hubieran sido abandonadas por sus esposos, estaban enfermas o eran viudas.
Para cumplir con los objetivos propuestos, la institución contó con personal
masculino y femenino a cargo de labores específicas relacionadas con su sexo. Las
tareas que tenían que ver con la dirección, la sanidad y el adoctrinamiento eran
desempeñadas siempre por hombres. El reclusorio tenía un director, responsable
máximo de lo que allí sucediera, quien delegaba gran parte de sus funciones en la
figura del encargado que, aunque no vivía en el lugar, residía cerca del complejo
como una forma de facilitar su presencia continuada. Alternándose según su dispo-
nibilidad, dos sacerdotes acudían a celebrar misas y distribuir los sacramentos, y
al mismo tiempo, el recogimiento recibía la asistencia de médicos que era requeri-
da en casos de urgencia. Completaban el personal dos sargentos pertenecientes al
Cuerpo de Dragones, encargados de la vigilancia.
El personal que trataba a diario con las reclusas fue, en cambio, invariablemen-
te femenino. De esta manera, las mujeres desempeñaban tareas que en cierto sen-
tido implicaban una continuidad de sus labores domésticas y que estaban relacio-
nadas con su “naturaleza maternal”, encasillamiento que las mantenía alejadas de
la toma de decisiones relevantes. La Casa contaba con una correctora que actuaba
como una especie de madre de las reclusas, a quienes debía precisamente proteger
y reprender. A través de su persona el discurso institucional se volvía así cotidiano
y doméstico.21 Ella era la única persona autorizada tanto a vivir dentro de la institu-
ción como a guardar las llaves de la misma. También se disponía de una intérprete,
cuya intermediación era imprescindible para comunicarse con las indígenas de la
región que no hablaran la llamada lengua de Castilla.
Las reclusas estaban sometidas a un estricto control y seguimiento. La mayor
parte del día la ocupaban en actividades religiosas, dedicando las horas restantes a
las tareas domésticas. Podían ser enviadas fuera de la institución para realizar dis-
tintas labores pero tenían expresamente prohibido salir solas. Debían estar acom-
pañadas por soldados de la guardia en todo momento.
El tiempo de permanencia de una reclusa en la residencia no parece haber esta-
do regulado de antemano con precisión, sino que dependía más bien de las caracte-
rísticas de cada caso en particular. Hubo personas que vivieron allí meses o años y
otras, durante el resto de sus vidas.
Muchas veces ocurrieron casos en los que las cautivas, luego de una breve
estadía en la residencia, fueron repartidas en domicilios de funcionarios civiles
y militares, para incorporarse como parte del servicio doméstico de sus hogares.
Sobre todo cuando asolaban enfermedades y era sumamente riesgoso mantenerlas
a todas confinadas en un mismo sitio.

21 Zárate, 1995, 172.


Cautivas indígenas 247

Mujeres indígenas y sus hijos en la Casa de Recogidas


Los informes elaborados por los encargados de la residencia comunicando al virrey
las novedades diarias consignan a menudo el ingreso de nativas de la pampas pro-
venientes de diferentes tolderías, además de las charrúas y minuanas ya menciona-
das. Estas mujeres, de todas las edades, permanecieron depositadas durante meses
o años (a veces acompañadas de sus hijos pequeños), con los objetivos políticos de
ser intercambiadas si fuera posible por hispanocriollos capturados por indígenas en
un período de fuerte conflicto interétnico22 (a diferencia de lo que ocurría con las

22 A lo largo del siglo XVII, Buenos Aires había dado la espalda a las llanuras, concentrando su
atención en el Atlántico, Potosí y Paraguay (Mandrini 1997, 27). Los Habsburgo y en un principio
también los Borbones no concedieron demasiada atención hacia los que consideraban territorios
marginales o periféricos del imperio, principalmente debido a la escasez de riquezas que pudieran
generar beneficios inmediatos, razón por la cual existía una cierta propensión a concebir el trato
con los indígenas no sometidos de la región desde una lógica represiva. No obstante, a medida
que fue avanzando el siglo XVIII, la situación experimentaría cambios importantes debido a la
concurrencia de distintos factores. Entre ellos, es inevitable mencionar (a) las rápidas transforma-
ciones experimentadas en la situación política de los territorios nativos ubicados al sur del reino de
Chile en combinación con (b) las aspiraciones de una nueva generación de líderes indígenas y (c)
el interés despertado en varios de ellos por el control de los recursos existentes en las llanuras del
este -sobre todo los vacunos y yeguarizos asilvestrados y cimarrones existentes en los campos de
castas ubicados en las pampas bonaerenses-, pero también por (d) las oportunidades de intercambio
o apropiación de botín que ofrecían las fronteras aledañas y sus establecimientos. Al mismo tiempo,
una sucesión de conflictos europeos en los que Madrid se encontró comprometida exigió que se
atendiesen con mayor cuidado la presencia más numerosa y confrontativa de indígenas en la región,
dado el temor (a la postre injustificado) de que las potencias enemigas pudieran intentar golpes de
mano sobre las posesiones rioplatenses con la conformidad de los nativos o incluso con su activa
colaboración. Pero las decisiones políticas destinadas a fortalecer la presencia hispano-criolla e
imponer la paz en la región a menudo no fueron las adecuadas y su ejecución generó un resulta-
do paradojal. La violencia inter-étnica estimulada por las pretensiones de disciplinamiento de los
oficiales reales y la incidencia de la lógica indígena de la reparación de los daños (con respecto al
concepto de daño y su reparación en términos de la legalidad nativa, ver Villar, Jiménez y Alioto
2008, 148-170) producidos por aquella hizo crecer el problema en vez de reducirlo. Una serie de
incursiones y contra-incursiones recíprocas protagonizadas por todos los participantes de la vincu-
lación fronteriza en particular durante los años de la década de 1780 (ya fundado el virreynato en
1776, y el fuerte de Carmen de Patagones en 1779, ubicado en pleno territorio bajo control nativo)
constituyeron uno de los momentos más álgidos. Visto que el camino elegido no siempre era el con-
veniente, los consejeros ilustrados de la corona recomendaron que la represión se reservase única-
mente para los casos que la justificaran, sustituyéndola en los restantes por una conducta diferente
(aunque no enteramente nueva), de carácter conciliador, donde la diplomacia y el comercio fueron
protagonistas. No obstante y tal como lo explicó David Weber (1998, 168-169), las nuevas políticas
nunca reemplazaron por completo a las anteriores “ni en su letra ni en su implementación”, debido
a que llevar a la práctica unas u otras quedaba en buena medida librado a la iniciativa de los fun-
cionarios ejecutores que en algunos casos optaron por la negociación, pero en otros se inclinaron
decisivamente por la variante contraria. Así, por ejemplo, el primer virrey del Río de la Plata, Pedro
Antonio de Ceballos Cortés y Calderón (1776-1778), se mostró propenso a alcanzar el someti-
miento de las poblaciones indias mediante la aplicación predominante de la fuerza. En cambio su
sucesor Juan José de Vértiz y Salcedo (1778-1784), aun sin compartir plenamente esa perspectiva,
planificó sin embargo la avanzada hispano-criolla sobre las tierras aborígenes, militarizando las
áreas fronterizas mediante nuevas instalaciones y mejoramientos en la línea de fuertes y fortines, a
la vez que estimulaba su poblamiento. En este contexto, la captura de hombres y mujeres indígenas
durante las operaciones ofensivas y su intercambio por cautivos hispano-criollos en ocasión de
248 Devastación

charrúas y minuanas, en cuyo caso la principal finalidad fue la desnaturalización y


que nunca regresaran a sus lugares de origen), y también, como adelantamos, para
ser afectadas al servicio doméstico en casas de la ciudad. De manera tal que resul-
ta evidente que la institución no solo estuvo destinada a rectificar la conducta de
mujeres de mala vida, sino que funcionó también como prisión para ciertas chinas
capturadas, que eran retenidas a la espera de una destinación posterior. A título de
ejemplo, se ofrecen dos constancias de intercambios de indias por cristianas sus-
criptas por el director de la Casa:

…se entreguen al Yndio Ladino Juancho las Chinas Truntut, Nu-


guilan su hija, Quesit, Quintumay y su hija en rescate de la Cautiva
Christiana Maria Gomez q.e ha traido al efecto ofreciendo conducir
en otro viaje tres hijos de la misma que quedan en poder de distintos
Casiq.s y p.r los que debe recibir igual num.o de Ynfieles.23

…se entregue la China Ynfiel HumMayllan al Cazique Toro en res-


cate del Muchacho Cautivo q.e debe hazerse entrega à…Su Madre
residente en el Monte Grande à cuyo efecto ha de encargarse de el su
Padrino Bernardo Sosa Blandengue de la Comp.a de Chascomus.24

Más allá de la heterogeneidad del conjunto de las mujeres residentes, un importante


porcentaje de las mismas eran indias, cuyo número a veces superaba ampliamente
al del resto de las internas, como puede apreciarse al comparar dos documentos: la
Relación de Yndios é Yndias Pampas25 que se hallaban en la Casa de la Residencia
para julio de 1785 –escrita por el encargado el 15 de ese mismo mes– y la Razón
individual26 de las mujeres que también vivían allí para la misma fecha, elaborada
12 días después.
En base al contenido de ambos documentos, hemos elaborado las nóminas in-
cluidas en los cuadros siguientes.

las concertativas, así como la toma recíproca de rehenes, fueron alternativas muy frecuentes que
contribuyen a explicar la presencia de mujeres indígenas en la Casa de Recogidas. La institución,
si bien había sido creada con otros objetivos, fue utilizada -a falta de un sitio más adecuado- para
mantenerlas recluidas bajo control, mientras se desplegaban los medios disciplinarios que asegu-
rasen un adoctrinamiento adecuado. Tanto así, que en ciertos momentos su número dentro de la
residencia fue sensiblemente elevado.
23 AGN, División Colonia, Sala IX, 21-1-5., 24 de junio de 1786.
24 AGN, División Colonia, Sala IX, 21-1-5., 3 de octubre de 1786.
25 AGN, División Colonia, Sala IX, 21-1-5., 15 de julio de 1785.
26 AGN, División Colonia, Sala IX, 21-1-5., 27 de julio de 1785.
Cautivas indígenas 249

Nómina de indias recluidas


En base a la relación de yndios é yndias pampas, julio de 1785

Años de
Nombres Procedencia Permanencia
Edad
Isabel Toldería del cacique Alquiamon 40 8 años

Antonia Toldería del cacique Alquiamon 40 8 años

María Rosa Toldería del cacique Alquiamon 40 8 años

Petrona Toldería del cacique Alquiamon 60 8 años

Pascuala Toldería del cacique Alquiamon 44 8 años

Melchora Toldería del cacique Alquiamon 62 8 años

Tadea Toldería del cacique Tomás 28 5 años

Ignacia Toldería del cacique Tomás 40 5 años

Francisca Toldería del cacique Tomás 30 5 años

Pascuala Toldería del cacique Tomás 26 5 años

Micaela Toldería del cacique Tomás 30 5 años

Catalina No se especifica 30 1 año

Santa María No se especifica 40 1 año

Josefa No se especifica 70 1 año

Narcisa No se especifica 18 o 19 1 año

Entre 20
19 indias No se especifica 1 año
y 70
Entre 25
11 indias Islas Patagónicas* 6 meses
y 40 años

Francisca Navarro No se especifica 60 6 meses

Margarita No se especifica 10 1 año

Inés No se especifica 13 1 año

Total: 48 personas

* Es el nombre de las Islas Malvinas, a las que solían ser enviados indígenas desnaturalizados.
250 Devastación

Nómina de las restantes recluidas


En base a la razón individual, julio de 1785

Años de Estado
Nombres Castas Permanencia
Edad civil
María del Carmen
Mestiza 30 años Soltera 5 años
Romero

Nicolasa del Castillo Española 30 años Casada 4 años

Agustina Sanmartín Negra (esclava) 30 años Soltera 4 años

Rita Simoino Portuguesa-Española 40 años Casada 4 años

Sebastiana Peña Española 30 años Casada 3 años

Ramona González Mestiza 35 años Soltera 3 años

María Mercedes India 30 años Casada 3 años

Petrona Flores Parda libre 40 años Soltera 3 años

Catalina García India Guaraní 26 años Soltera 2 años

Manuela Tebes Española 30 años Soltera 3 años

María Zárate India 30 años Soltera 2 años

Ventura Molina India 25 años Casada 2 años

Martina Pereyra Parda libre 35 años ----- 2 años

María de la Cruz
India Guaraní 28/30 años Soltera 2 años
Medina

María Nicolasa Mestiza 40 años Soltera 2 años

María Rosa Añasco India 26 años Casada 7 años

María Candelaria
Española 60 años Casada 4 meses
Figueredo

Petrona Viñas Parda libre ---- Casada 7 años

Manuela Sayago Española 25 años Casada 2 meses

Petrona Sayago Española 24 años Casada 2 meses

Total: 20 personas
Cautivas indígenas 251

Como puede apreciarse, en julio de 1785 residían en el reclusorio 48 indias


procedentes de las pampas, a las que se suman 6 indias no incorporadas al listado
de mujeres pampas presuntamente oriundas de otras regiones, según lo sugiere el
hecho de que haya entre ellas dos guaraníes. En su conjunto superaban ampliamen-
te a las restantes catorce mujeres de otras castas (españolas, mestizas, pardas, y
una negra esclava).

Porcentaje de mujeres en la Casa de Recogidas

20%
Indias pampenas (48)
9%
Indias no pampeanas (6)
71%
Españolas, mestizas, pardas,
negras esclavas (14)

En cuanto a los niños internados, muchos eran hijos pequeños que ingresaron al esta-
blecimiento en compañía de sus madres y otros nacieron allí. En la Relación de Yndios
é Yndias Pampas citada se consignaron 19 pequeños de ambos sexos que permanecían
en el reclusorio por tiempo indefinido. Se incluyen en el siguiente cuadro.

Nómina de niñas y niños de las pampas recluidos


En base a la Relación de Yndios é Yndias pampas, julio de 1785

Nombre Procedencia Años de edad Permanencia

Ana María No se especifica 7 1 año

María Isabel No se especifica 5 1 año

María del Carmen No se especifica 4 1 año

Antonia No se especifica 5 1 año

Josefa No se especifica 4 1 año

Nicolasa No se especifica 5 1 año


252 Devastación

Dominga No se especifica 2 1 año

Columba No se especifica 2 1 año

Rosa No se especifica 8 1 año

Total: 9 niñas

Martín No se especifica 5 1 año

José No se especifica 5 1 año

Juan Bautista No se especifica 5 1 año

Mariano No se especifica 6 1 año

Juan José No se especifica 7 1 año

Juan Pedro No se especifica 8 1 año

Juan Pablo No se especifica 7 1 año

Cipriano No se especifica 2 1 año

Tomás No se especifica 2 1 año

Bernabé No se especifica 2 1 año

Total: 10 niños

A las restantes pupilas no se les permitía mantener a sus hijos consigo, sino que
estos vivían con sus padres. En caso de no tenerlo y carecer de la protección de
algún otro familiar cercano, eran remitidos a la Casa de Expósitos, sin que parezca
haber excepciones a la regla de impedir la convivencia en reclusión, ni siquiera por
un breve lapso. La situación de los indígenas era claramente distinta, porque los
niños compartían la condición de cautivos y potenciales rehenes, razón que hacía
conveniente mantenerlos reunidos con sus madres.

Violaciones y malos tratos de cautivas en la Casa de Recogimiento


A pesar de las públicas expresiones de las autoridades en el sentido de que las
cautivas debían ser bien tratadas y protegidas el tiempo que durara su cautiverio,
esos deseos no siempre se cumplieron. En los hechos, la Casa distó bastante de
alcanzar el objetivo de convertirse en la institución modelo que sus promotores
afirmaban haber imaginado. En más de una ocasión, los encargados hicieron uso y
abuso de su poder para satisfacer apetencias o expectativas personales contrarias a
Cautivas indígenas 253

los propósitos de recuperación y regeneración femenina que inspiraron en teoría la


creación de reclusorios.
Una cruda muestra de los malos tratos que sufrieron las residentes está conte-
nida en el sumario27 que en marzo de 1784, apenas recibido su cargo,28 el virrey
Nicolás Cristóbal del Campo, marqués de Loreto, ordenó que se efectuara contra
el sargento de la Asamblea de Infantería Francisco Calvete, de 36 años, natural de
Sevilla, encargado de la Casa de Recogidas desde aproximadamente 1779, por
acusaciones de adulterio y trato ilícito con las reclusas. En sus declaraciones, inter-
nas y correctoras hicieron referencia a un sistema de premios y castigos aplicado
por Calvete para obtener favores sexuales.
Las víctimas eran temporalmente ocupadas como repartidoras de tareas en el
refectorio y una vez que sus compañeras abandonaban el lugar para cumplir con
los quehaceres asignados, quedaban a solas con el encargado y a merced de sus
solicitaciones. A quienes se mostraban receptivas, Calvete les prometía cierto trato
preferencial, sobre todo en la distribución de comida, e incluso la libertad. En un
sitio donde la rutina cotidiana era pródiga en carencias y en el que la gran mayoría
de las pupilas se hallaban internadas en contra de su voluntad, ofertas de esa ín-
dole podían ser difíciles de desdeñar, pero no obstante, hubo quienes no cedieron
o comentaron con terceros las propuestas del encargado. En las declaraciones, se
mencionan reiteradamente las amenazas y los golpes como recursos utilizados por
el sargento para evitar que sus abusos se divulgaran o para reprimir todo aquello
que considerara una infidencia. Al respecto María Inés Pereyra, hija de la correcto-
ra María Josefa Escobar Cabral, declaró que:

… oyo entre las recojidas referían les avia dho no contasen lo q.e pa-
saba con el, pues si lo decían lo avian de pasar mal.., sospechándose
por esto tendría con ellas trato ylisito, y querria estuviese oculto Que
los mas de los días les hacia este razonam.to señalando avia muerto
una de castigo q.e le avia dado por q.e se avia alabado de q.e la soli-
cito.29

El perpetrador hizo objeto a las pupilas de constantes vejámenes, especialmente a


las mujeres indígenas aprovechándose de la situación de vulnerabilidad en la que
se encontraban, ya que algunas de ellas ni siquiera hablaban la lengua de Castilla
y no contaban con la asistencia de familiares a los que pudieran confiarles lo que
estaban viviendo. Calvete procuró guardar los abusos en secreto, amedrentando

27 Un sumario consistía en un conjunto de actuaciones que constituían la etapa preliminar de un


eventual juicio dependiente de su resultado. Durante la tramitación sumarial, se aportaban datos
referentes al supuesto delito y a las circunstancias en las que presuntamente se había realizado,
recogiéndose testimonios sobre los hechos que pusieron en marcha la investigación y dándosele
oportuna intervención a los imputados.
28 Loreto se hizo cargo de la responsabilidad el día 7 de ese mes y año y la mantuvo hasta fines de
1789.
29 AGN, División Colonia, Sala IX, 23-10-8, 7 de abril de 1784.
254 Devastación

a sus víctimas con amenazas de represalias y cooptando voluntades mediante la


distribución arbitraria de favores que aliviaran la rigurosidad de la rutina cotidiana.
Se aseguró así impunidad, fortalecida además por una trama de encubrimientos y
complicidades y una política de continua desacreditación de aquellas personas que
podrían denunciarlo.
También con respecto a los embarazos, la documentación entrega información
que revela la desaprensión y el trato cruel del sumariado sobre las pupilas, en par-
ticular si se trataba de indias. En una ocasión se rehusó a permitir que las propias
reclusas u otras residentes en el vecindario amamantasen a una criatura que acaba-
ba de parir una pampa y que aparentemente era producto de sus relaciones con él.
Esta decisión agravó el cuadro de debilidad que afectaba al recién nacido, quien a
los pocos días murió en la Casa de Expósitos, donde había sido remitido.
Otra china de igual procedencia que la anterior llamada Petrona, a quien iróni-
camente apodaban La Sargenta porque no se le asignaban tareas y siempre estaba
muy aseada y vestida con ropa “decente”, mantuvo relaciones sexuales con Calvete
en varias oportunidades presumiblemente a cambio de esos beneficios, quedando
embarazada. Unas hierbas que el sargento le proveyó para provocar un aborto no
sólo interrumpieron la gestación, sino que causaron la muerte de la madre pocos
días después. Varias reclusas relataron en sus declaraciones que Petrona volvía
llorando de sus entrevistas con el encargado, comentándoles con enojo que Calvete
era un mal hombre.30
La situación habría continuado indefinidamente en esos términos, si las ma-
niobras del abusador no hubiesen comprometido a una española, cuyo embarazo
detonó el escándalo. Las autoridades, condicionadas por su fingido celo previo en
salvar almas, desterrando malas costumbres y promoviendo las buenas, se vieron
obligadas a iniciar una investigación. Principalmente en base a testimonios feme-
ninos, se reunieron evidencias en contra del sargento pesquisado, demostrándose
además la negligencia e irresponsabilidad de los restantes responsables del buen
funcionamiento de la institución.
Finalmente, Calvete fue hallado responsable de los delitos de adulterio, aman-
cebamiento y trato ilícito, y debido a que su accionar se había llevado a cabo en el
interior de una institución eclesiástica, remitieron la causa para su análisis al Tribu-
nal de la Inquisición. El comisario inquisitorial –Juan Baltazar Maciel– estableció
la culpabilidad del reo por el delito de sacrilegio, ya que indujo a las pupilas a que
mintieran al momento de la confesión. Con respecto a los restantes delitos impu-
tados a Calvete, el comisario decidió no expedirse por considerar que en los mis-
mos no estaba comprometida la incumbencia inquisitorial. A su criterio, en efecto,
Calvete no había violentado dogmas y principios de la Iglesia, y tampoco existía
siquiera una sospecha que pusiera en tela de juicio la fe de su creencia.
A pesar de la gravedad de su comportamiento delictivo, el sargento estuvo en-
carcelado sólo durante quince meses, parte de los cuales transcurrieron mientras se
tramitaba el sumario. El 18 de julio de 1785, luego de resolver que lo alcanzaba el

30 AGN, División Colonia, Sala IX, 23-10-8.


Cautivas indígenas 255

beneficio del indulto general decretado para celebrar el nacimiento del hijo de la
princesa María Luisa de Parma –el futuro rey Fernando VII–, el virrey ordenó que
se lo pusiera en libertad.

Violencia en domicilios particulares


Esta situación de abusos y manipulaciones también se repitió durante la prestación
de servicio doméstico a cargo de mujeres indígenas en domicilios particulares.
En febrero de 1799, a instancias del capitán de Blandengues Manuel Martínez,
se abrió un sumario contra Nicolasa López Miranda, mujer del alférez Esteban
Hernández, a causa de los malos tratos que se le propinaban a la china minuana
Francisca que estaba a su cuidado.31
Francisca había sido cautivada junto con numerosas mujeres y niños durante la
campaña emprendida por el teniente coronel Rodrigo en el año 1798, y remitida a
Buenos Aires. Según manifestó el denunciante, la china vivió una temporada en la
Casa de Recogidas de Buenos Aires, de donde fue retirada por la misma Nicolasa
con permiso concedido por el virrey, para realizar tareas domésticas en su hogar
conyugal ubicado en el fuerte de Rojas, como de costumbre bajo la única condición
de que sería bien tratada e instruida en los principios católicos.
La enorme conveniencia de una asignación de este tipo salta a la vista en cuanto
consideremos que, hacia el año 1798, el sueldo de un alférez de Blandengues as-
cendía a 25 pesos mensuales, mientras que una esclava africana de 20 a 23 años de
edad se ofrecía en venta en el El Telégrafo Mercantil por 300 pesos. Sin esfuerzo
alguno se percibe, no sólo que contar con una excedía totalmente las posibilida-
des de Hernández –quien hubiera debido disponer del sueldo de un año íntegro
para adquirirla–, sino la magnitud de la ventaja extraída de la fuerza de trabajo de
Francisca. No debe extrañarnos entonces que la patrona aceptara sin objeciones la
obligación que se le imponía, aunque los hechos posteriores demostraran que no
tenía ninguna intención de cumplirla
Aunque la minuana no se daba a entender claramente en castellano, se las ama-
ñó para comunicarle a Martínez que estaba siendo sometida a tan severos tormen-
tos que “orrorisaba vér las eridas que tenia”.32 Su ama fue formalmente advertida
de que debía cesar en ese trato riguroso, mostrándose compasiva y moderando
los castigos. Al no haber una reacción favorable, Francisca reiteró sus quejas ante
las autoridades del fuerte, produciéndose un altercado verbal entre el capitán y la
esposa de Hernández seguido de una investigación formal, en cuyo desarrollo varios
soldados se convirtieron en testigos, ya que la habitación en la que prácticamente
todos los días se imponían las reprensiones a la india, desde alrededor de las once o
doce de la noche hasta unas tres horas después, lindaba con la guardia.
Según los dichos del capitán y los soldados y de acuerdo con las manifestaciones
de su ama, la razón de los correctivos estaría relacionada con las dificultades que

31 AGN, División colonia, Sala IX, 1-6-6.


32 Informe del capitán Martínez en AGN, División colonia, Sala IX, 1-6-6.
256 Devastación

representaba para Francisca el aprendizaje de la doctrina católica. Pero si hubiera


sido verdaderamente así, Nicolasa debió prever que la precariedad de la comunica-
ción encarnaría un obstáculo para la transmisión de contenidos de índole religiosa
–sobre todo a altas horas de la noche y después de una agotadora jornada de traba-
jo– y que la represión física continua no haría desaparecer la dificultad.
Pero lo más sorprendente es que los lonjazos aparentemente efectuados con una
guasca33 y en presencia de Hernández se concentraban siempre en los muslos y los
glúteos de la india mientras se hallaba atada con cuerdas, y eran tan inclementes y
numerosos que esta no podía mantenerse en pie. La observación se impone: ¿qué
sentido tenía castigar a la única doméstica de la casa al punto de dejarla inutilizada
para cualquier labor? Tan dramática llegó a ser la situación que Francisca intentó
fugarse, ocultándose en el foso del fuerte donde horas después la descubrieron los
soldados.
Pese a las constancias sumariales adversas a la razonabilidad de las excusas
esgrimidas y a la complicidad de Hernández al no impedir los abusos cometidos
por su esposa, tampoco aquí –como ocurrió en el caso de Calvete– se aplicaron
sanciones a los responsables. Al contrario: aunque en ningún momento los perpe-
tradores interrumpieron los rigurosos tormentos, aquel fue ascendido a teniente en
mayo de 1799. La situación de violencia sólo cesó cuando Martínez decidió enviar
nuevamente a la desventurada Francisca a la Casa de Recogimiento para que per-
maneciera allí a la espera de otra destinación.
No obstante que las cautivas indias residentes en el recogimiento (o las entrega-
das para desempeñar trabajos domésticos) no podrían ser lícitamente asimiladas a
la condición de esclavas,34 sí es posible destacar la existencia de ciertos elementos
comunes relativos a las prerrogativas asumidas sobre las mujeres y sus cuerpos
por los responsables de brindarles protección. En ambas situaciones, el control y la
utilización de los cuerpos dominados, incluso la obligación de proveer a aquellos
sus servicios sexuales, se constituyen en características cruciales del vínculo, más
allá de las limitaciones impuestas por las regulaciones teológicas o legales.35
La situación de inferioridad social en la que se hallaban las nativas, el haber
sido destinadas a sitios muy distantes de sus lugares de origen, el hecho de no
hablar fluidamente el castellano, y su aislamiento y carencia de medios contribuyó
a generar un contexto en el que los abusos podían constituirse en una dolorosa
realidad cotidiana todavía no suficientemente estudiada.36

33 Americanismo proveniente de la lengua quechua que designa una tira larga de cuero sobado que
puede utilizarse como manea o látigo.
34 No existe una denominación conceptual que defina la condición de estas mujeres en la sociedad
colonial: no eran esclavas propiamente tales, pero tampoco criadas. Su inserción se ubica en una
zona gris por demás ambigua.
35 Ver al respecto Elbourne 2014, 1.
36 Nos referimos en particular a la carencia de estudios existente en el caso del Río de la Plata, tanto
en lo concerniente a cautivas indígenas como a esclavas, pese a que con respecto a estas últimas sí
los hay en cierta abundancia para otras regiones.
Cautivas indígenas 257

Fuentes
Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires (1907), Buenos Aires, Talleres
Gráficos de la Penitenciaría Nacional.
Archivo General de la Nación (AGN). División Colonia, Sala IX, 25-1-5. Casa de
Recogidas.
Archivo General de la Nación (AGN). División Colonia, Sala IX, 21-1-5. Casa de
Recogidas.
Archivo General de la Nación (AGN). División Colonia, Sala IX, 23-10-8. Casa
de Recogidas.
Archivo General de la Nación (AGN). División Colonia, Sala IX, 1-6-6. Coman-
dancia De Fronteras.
CAPÍTULO X
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio
Estructural. Colocaciones de niños, niñas y mujeres
indígenas en el último cuarto del siglo XIX

Pablo D. Arias

Introducción

H
acia 1876 era una costumbre ya antigua. Desde el siglo XVI las partidas
militares que se internaban en territorio indígena capturaban niños, niñas y
mujeres para incorporar como mano de obra forzada en las urbes nacien-
tes y en los establecimientos rurales en expansión.1 Y, a pesar de que la creencia
más extendida considera que esta práctica se desarrolló especialmente en tiempos
de la “Conquista del desierto”, la abducción de pequeños, pequeñas y muchachas
provenientes de pueblos originarios continuó al menos hasta el pasado cercano, a
finales del siglo XX.2
Este largo continuum requiere un discernimiento periodizador que permita ad-
vertir las características propias de cada etapa. Los móviles, las legitimaciones y la
magnitud numérica difirieron en cada momento. Pero es fundamental –en sintonía
con el planteo al que arribó Carla Villalta en su análisis sobre la apropiación de
niños durante la última dictadura– tener presente que, si existieron pulsos en los
que esta práctica alcanzó la escala dramática de una catástrofe demográfica para los
pueblos originarios –con cientos y miles de individuos arrancados de forma súbita
de sus familias y entregados a hogares o instituciones blancos–, eso fue posible
gracias a la preexistencia y a la permanencia de una tradición naturalizada menos
espectacular cuantitativamente pero no menos traumática –consistente en la acep-
tación o en la invisibilización de periódicas abducciones de individuos.
Precisamente por eso elijo para esta investigación un período que se inicia en
1876 y no en 1878, según se estila en los estudios sobre la “Conquista del desierto”.
Ese recorte permite constatar que ya las incursiones previas a las conducidas por
Julio A. Roca acostumbraban capturar a indígenas no combatientes y entregarlos a
personas o familias blancas. Aunque la cantidad de individuos abducidos fue mu-
cho menor en el período 1876-1877,3 el carácter periódico de esas incorporaciones

1 Villar y Jiménez 2001; Jiménez, Villar y Alioto 2012.


2 Latashen 1994.
3 De los 1.013 casos que hallé para el período 1876-1886, sólo 24 se produjeron en los dos primeros
años.
260 Devastación

forzosas constituyó un soporte institucional que posibilitó y legitimó a las apropia-


ciones masivas que sucederían luego.
En las páginas siguientes presentaré algunos aspectos aún no señalados sobre
las apropiaciones enmarcadas en las campañas militares que se impulsaron entre
1876 y 1886 y que aspiraban al exterminio de los pueblos originarios en las re-
giones pampeana, patagónica y chaqueña. El análisis de la complementariedad y
conflictividad entre las instancias “filantrópica” y militar en cuanto al destino de
los no combatientes capturados ofrece una perspectiva privilegiada para examinar
las transformaciones de un sistema de gestión de las poblaciones que, además de
conveniente, debía mostrarse ahora como “moderno” y “civilizado”. Con ese obje-
tivo se convocó a las damas que se organizaban en la Sociedad de Beneficencia de
Buenos Aires (en adelante SB).
Durante las entregas efectuadas por esta institución entre diciembre y febrero
de 1879 y las realizadas hacia finales de 1885 se verificaron conflictos que eviden-
cian un triple desplazamiento: de lo bélico a lo hogareño, de lo religioso a lo laico y
de lo episódico a lo estructural. Sin dejar de implicar un ejercicio masivo de violen-
cia extrema, el genocidio se sutilizó y se convirtió en una operación de transforma-
ción compulsiva que tomó forma en ámbitos “domésticos”. Una “femenización”
de los últimos pasos de la embestida, daba forma así a lo que podemos denominar
“crímenes de tiempo de paz” (Basaglia), “genocidio invisible” (Scheper-Hughes)
o “genocidio estructural” (Wolfe).4 Y esa nueva fase del genocidio se amparaba en
una política “maternalista”. Las damas de la elite moral civilizadora asumían un rol
moralizador y nacionalizante.

Lo habitual y lo excepcional
En la producción existente sobre el tema para este período el trabajo más exhausti-
vo y documentado es indudablemente el de Enrique Mases, quien estudió el destino
que se dio en la Argentina de entresiglos a los miembros de las comunidades venci-
das. Además de proponer interpretaciones esclarecedoras en cuanto a la dimensión
capitalista del fenómeno y de reconocer de forma minuciosa las contradicciones y
pugnas que se manifestaron en las políticas efectuadas por la sociedad que perpetró
las apropiaciones, este trabajo está ampliamente documentado. El autor combinó
fuentes diversas (registros y documentos oficiales y eclesiásticos, memorias, fuen-
tes periodísticas, etc.) que le permitieron reconstruir una síntesis fundamental y
sólida. Nuestra exploración se inspira, en gran parte, en las líneas de trabajo que él
inauguró. Su estudio, en rigor, excede el de interés de nuestra investigación, dado
que en aquél Mases se propuso examinar el proceso más amplio del destino de las
poblaciones vencidas, no sólo de las mujeres y los niños, sino incluyendo a los
hombres en edad apta para la actividad militar.
Al indagar el caso particular de la distribución de mujeres y niños, Mases ob-
servó el papel fundamental –aunque no exclusivo– que tuvo la SB. Pero, según

4 Basaglia 1977; Scheper-Hughes 2003; Wolfe 2006.


Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 261

afirmó, para reconstruir ese protagonismo se vio obligado a acudir a fuentes ajenas
a esta institución dado que en sus archivos “no aparecen testimonios referidos a la
cuestión”.5 En consecuencia, las fuentes alternativas a que acudió ofrecieron un
camino menos directo pero, en virtud de sus resultados, evidentemente eficaz para
arribar a una comprensión substancial del tema. Aún así, en ese estado de la cues-
tión, la ausencia de un registro directo y elaborado por las propias responsables de
la SB constituiría un silencio inquietante. ¿Qué pensarían las propias encargadas
sobre su rol en la distribución de los niños, las niñas y las mujeres indígenas? ¿Cuál
habría sido el criterio organizador de esa actividad? La certeza indirecta e irrefu-
table de que el reparto fue una actividad pautada, publicitada y repetida resulta
también perturbadora al confrontarse con una aparente ausencia total de registros
precisos. ¿Cuáles fueron esas pautas? ¿Cuántas personas se repartían en esas en-
tregas? ¿Cuántos eran pequeños? ¿Quiénes eran, concretamente, los apropiadores?
¿Quiénes los entregados?
Seguidamente intentaré responder a algunos de estos interrogantes. Para ha-
cerlo dispongo de información que permite complementar los relevamientos ya
realizados. La exploración documental emprendida desde el año 2009 permitió
hallar que, además de su archivo usual, la SB contó también con un registro en el
que se conservaba la documentación relativa a circunstancias excepcionales que
requerían un esfuerzo administrativo y logístico infrecuente.6 En este apartado se
consignaba la información referida a las tareas de beneficencia desarrolladas en
contextos de catástrofes ambientales como “insolaciones masivas”, terremotos e
inundaciones, o ante la repentina y sostenida propagación de enfermedades con-
tagiosas y el consecuente incremento extraordinario de la mortalidad, o frente a
las crisis humanitarias derivadas de coyunturas históricas tales como la guerra al
Paraguay o la “asistencia a los heridos por la revolución” hacia 1886.
En el primer volumen del legajo de Servicios Excepcionales, donde se recoge
y ordena documentación producida en el período de 1823 a 1900, aparecen –y
profusamente– testimonios referidos a la entrega de niños, niñas y mujeres indí-
genas. Entre las fojas 015 y 254 se ordenan nóminas de los indígenas colocados
por la SB en 1878 y 1885, cartas con pedidos de entrega, copias de denuncias por
apropiaciones que eluden la mediación de las damas de esta institución, registros
de apropiadores, solicitudes de informe sobre la situación de indígenas colocados,
pedidos de jueces y fiscales, cartas de apropiadores, etcétera.
La SB no fue la única institución encargada de estas entregas. También las hubo
a cargo de la Defensoría de Pobres e Incapaces y del propio ejército.

5 Mases 2010 [2002], 121.


6 Accedí a esa fuente por primera vez en el año 2012 gracias a la orientación de Alejandro Jankowski,
quien fuera referencista del Archivo General de la Nación, y al Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (CLACSO), que me facilitó los recursos para realizar la primera parte de la
investigación. En cuanto al auxilio teórico, bibliográfico y anímico agradezco a Juan F. Jiménez,
quien en repetidas ocasiones me alentó a profundizar el trabajo. Así también, debo expresar mi
agradecimiento a Deolinda Kalfinawuel, cuya narración de su historia de vida me empujó hace ya
ocho años a estudiar este tema.
262 Devastación

Mediante una esforzada tarea de compilación de registros diversos, Mases ha-


bía logrado elaborar un listado –que reconoció incompleto– con el detalle de 475
entregas de individuos a distintos apropiadores identificados. En esa nómina con-
signó también casos de entrega de varones adultos y jóvenes. Por nuestra parte,
el recuento de las entregas mencionadas en los listados hallados en el legajo de
Servicios Extraordinarios de la SB arrojó el número de 425 apropiaciones de ni-
ños, niñas y mujeres. Confrontando el relevamiento de las entregas hechas por esta
institución con una revisión de las Actas de Bautismo de las Parroquias de Buenos
Aires durante el período 1876-1880, pude ordenar una nómina con el detalle de
1.013 casos, de los que 295 están efectivamente mencionados en el listado de Ma-
ses y otros dos casos parecen coincidir, aunque no tengo aún elementos suficientes
para asegurarlo. En consecuencia, complementando nuestro trabajo con aquél, se
arriba a un listado de 1.013 + 180/2 casos de entregas con precisiones sobre los
apropiadores.
Es necesario aclarar que este número constituye apenas una muestra muy par-
cial por varias razones. Sólo se consideraron entregas producidas en Buenos Aires.
No se contemplan las realizadas en Mendoza, Río Cuarto, Tucumán, Rosario, Ba-
hía Blanca y otras localidades. Tampoco figuran en ese conteo las apropiaciones
producidas in situ por militares o soldados, que tomaban individuos sin mediación
de la SB ni de la Defensoría. Por mi parte, además, sólo revisé el período 1876-
1880 y luego finales de 1885. Es decir que falta en mi relevamiento la considera-
ción de las capturas realizadas durante la Campaña al Río Negro, la Campaña a los
Andes del Sur, y las incursiones en el extremo sur.
Pero al margen de este aporte cuantitativo, la documentación provee un caudal
de datos directos e indirectos que posibilita avanzar en la interpretación de este
pasaje de nuestra historia. La observación detenida de este legajo permite revisar
el modo en que se pensaba y legitimaba las apropiaciones, la relación del sistema
de entregas con la racionalización burocrática del estado moderno en proceso de
consolidación, las pugnas y complementaciones entre distintas instituciones o re-
particiones estatales y la evolución en el sistema de control y de incorporación de
los vencidos.

La SB como complemento de la maquinaria de la guerra


Guerra y beneficencia constituyeron un complejo entramado de intervenciones
drásticas en la vida de los indígenas capturados. Pero la relación de la SB con la
guerra de conquista no se inició con la colocación de los sobrevivientes aprisiona-
dos. Además de los vínculos sociales y parentales que ligaban a las damas bene-
factoras con los hombres responsables de la embestida,7 en varias ocasiones estas
desarrollaron actividades de caridad que conformaron una parte integrante de la

7 Cabe aclarar que conforme se acercó el umbral hacia el siglo XX y más aún en las primeras
décadas de éste la SB comenzó a constituir un espacio abierto también a la participación de mujeres
provenientes de los sectores medios en ascenso (Ciafardo 1990).
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 263

maquinaria de la guerra. Ya desde los años inmediatamente anteriores a la conquis-


ta propiamente dicha la SB ejercía un rol complementario a las avanzadas militares
y eclesiásticas sobre el territorio indígena. En octubre de 1874, con apenas diez
días en la presidencia, Nicolás Avellaneda encomendaba a esa institución la misión
de socorrer a las familias de los guardias nacionales en campaña.8 Se delegó enton-
ces en la Sociedad tareas tales como la elaboración de un padrón de familias,9 la
preparación de un orden de mérito “según la necesidad de cada una” de las mujeres
familiares de los guardias,10 y la consecuente distribución de los recursos que se
asignarían para su socorro.11 El poder ejecutivo se valía así de la estructura de la SB
para llevar a cabo parte del sostenimiento de la maquinaria de guerra. Y más allá de
administrar recursos públicos que se le asignaban con misiones preestablecidas, las
damas de la Sociedad también constituyeron una fuente de financiación de “explo-
raciones cristianizadoras” por iniciativa propia.12
Una vez que la conquista militar se desató, la SB protagonizó el papel de una
contraparte humanitaria que complementaba a la violencia. En abril de 1879 las au-
toridades militares a cargo del confinamiento de indígenas en la isla Martín García
se comunicaron con Micaela C. de Paz, su presidenta, solicitando que esta insti-
tución albergara a las familias que se encontraban “libres ya de la peste”.13 Meses
después, Ema Van Praet de Napp, sucesora a cargo de la Sociedad, recibía una carta
de Francisco Arrache14 quien expresaba el agradecimiento por el auxilio que las
benéficas damas habían hecho llegar a los indios atacados por la viruela en Junín.
A pesar de esta articulación funcional es necesario subrayar que, por un lado,
si bien la SB constituyó un complemento de la maquinaria de la guerra, lo hizo
siempre como un componente autónomo y que, por otro lado, aunque formó parte
de la embestida, su actividad se pretendió benefactora. Hacia 1878, la función de
gestionar las entregas de niños, niñas y mujeres provenientes de las poblaciones
atacadas le fue asignada por la Comandancia General. En 1885 fue el Ministro de
Guerra y Marina quien les encomendó nuevamente esa intervención. Está claro
entonces que, si bien no era orgánico, al menos de modo informal, existió un canal
por el que la comunicación y delegación de tareas fue posible. Los esfuerzos de
ambas instancias podían combinarse en una división del trabajo que suponía ido-
neidades diferenciadas.

8 Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 099.
9 AGN, Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 099.
10 AGN, Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 102.
11 AGN, Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 104.
12 Tal el caso con su auxilio financiero al sacerdote Federico Aneiros en septiembre de 1875. AGN,
Sala 7, Legajo SB - SE, 1823-1900, F 115 a 117.
13 Carta de José Romero a Micaela C. de Paz, presidenta de la SB, 22 de abril de 1879, AGN, Sala 7,
SB – SE, 1823-1900, F 138.
14 Francisco Arrache era entonces pro-secretario del Arzobispado. En diciembre de 1878 recibió de la SB
un niño indígena de diez años (AGN, Sala 7, Legajo SB – SE, 1823-1900, F 132), al que bautizó con su
propio nombre un año después (Libro de Bautismos Parroquia La Merced, Volumen 47, F 558.).
264 Devastación

Esta atribución les fue delegada, es decir, concedida, otorgada en un acto que
bajo la explícita actitud del reconocimiento a sus capacidades, revalidaba una re-
lación asimétrica, una merced en la que las damas recibían facultades que les eran
conferidas desde arriba. Pero aún así, asumieron su empresa con la determinación
de quien se sabe idóneo además de mandatado. Las damas de la SB defendieron
enérgicamente su derecho a ejercer esa atribución de forma exclusiva y autónoma.15
Existieron al menos dos causas que fundaron esta designación. En primer lu-
gar un aspecto político y operativo hacía conveniente al estado contar con el con-
curso de la SB. En el momento en que se iniciaba el proceso de racionalización
administrativa propio de la consolidación del estado-nación, era preciso laicizar
atribuciones tradicionalmente eclesiásticas. Un sistema moderno de control buro-
crático aún en ciernes se vería superado por situaciones que exigieran un esfuerzo
administrativo excepcional como el arribo de centenares de personas cautivadas y
su reparto. De seguro la iglesia se prestaría presurosa a auxiliar en esa tarea. Ya los
salesianos venían bregando por conservar para sí a los niños capturados desde el
inicio de la campaña. Sin embargo, para la perspectiva liberal de la clase dirigente
de la época, conceder a los sacerdotes semejante tarea hubiese implicado un retraso
en el proyecto modernizador.
Otra causa que debió influir en la designación de la SB para la colocación de
mujeres y niños capturados, obedeció a una estrategia exculpatoria que consistía
en reemplazar el ataque bélico por la supuesta protección. El perfil benéfico de la
institución ofrecía la posibilidad de aparentar una compensación con respecto a la
violencia ejercida durante la avanzada militar. La división del trabajo civilizador
estaba marcada por el género. Si los hombres habían llevado a cabo la embestida
exponiendo el rostro más severo del estado, a las damas les correspondía ahora la
misión más amable de discernir y determinar el destino más conveniente para las
criaturas y para los más frágiles sobrevivientes.
Las necesidades de laicizar el control burocrático de las poblaciones y de des-
militarizar esta fase final de la conquista, sumadas a una división sexual del trabajo
entre los miembros de la oligarquía, fundamentaron la designación de la SB para
la colocación de los prisioneros no combatientes de las comunidades vencidas. En
el marco de la consolidación del estado-nación, absorbiendo atribuciones antes
propias de la iglesia y los militares, la SB asumió entonces un rol protagónico en la
institucionalización de los resultados de la conquista.

Un sistema naciente
Pero esa presumida idoneidad sería puesta a prueba duramente. En principio, a juz-
gar por la lectura de los primeros legajos donde constan las entregas, es manifiesto
que la elaboración de los registros resultó vacilante y probablemente dificultosa. A
diferencia de la estandarización que caracterizará a la burocracia moderna, en estas

15 Según ha demostrado Donna Guy (2000), este celo por conservar su autonomía fue una característica
propia de la SB a lo largo de toda su historia.
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 265

nóminas abundan enmiendas, ajustes e inconsistencias. Al avanzar en su revisión


se hace evidente que no existió un sistema claro antes de iniciarlas o, en todo caso,
que este debió modificarse conforme se avanzaba en la colocación.
El registro correspondiente a las entregas efectuadas en diciembre de 1878 pue-
de dividirse en tramos donde la información seleccionada y registrada es diferente.
Tal vez distintas/os secretarias/os sucediéndose en la tarea utilizaran criterios parti-
culares. De seguro, además, se acentuarían las dificultades para obtener, entender y
registrar información relativa a personas que en muchos casos no hablaban el mis-
mo idioma que quienes los inquirían.16 Pero lo que pareciera revelarse ciertamente
al observar estas nóminas es que esa discontinuidad o variabilidad de criterio con
que se las elaboró manifiesta un sistema naciente. En líneas generales, los registros
parecen evolucionar hacia una síntesis cada vez mayor. Probablemente el fragor de
una actividad que se extendía requiriendo consignar cientos y cientos de entregas,
tal vez el hastío creciente de los/as secretarios/as los condujera a ir sacrificando
cada vez más información.
Los datos se reducen paulatinamente y en principio se restringe de manera con-
comitante la posibilidad de reconstruir algunos aspectos específicos de las apropia-
ciones. La edad –aproximada– de los colocados, el paradero de los tutores cons-
tituyen información a la que, por medio de esta fuente, sólo se puede acceder en
algunos casos.
Sin embargo, si nuestro interés se dirige a indagar los modos en que las en-
tregas eran pensadas por sus perpetradores, esa ausencia de información se torna
significativa. A medida que se incrementaba la necesidad de resumir la descripción
de cada entrega, se omitía la mención a los datos que se creía prescindibles. Esas
omisiones expresan entonces cuáles eran, para el criterio de las “benefactoras”,
los datos menos importantes de las apropiaciones. Si sobre el inicio del registro se
consignaban la edad aproximada, el nombre y hasta en algunas ocasiones la filia-
ción de las personas entregadas, la identidad de éstas terminará limitándose sobre
los últimos casos registrados a la inscripción “una id_” como abreviación de “una
india”. Es decir que, según se desprende del registro, ni el nombre ni la filiación
de las personas que las damas se encargaban de colocar tenían importancia. No
era necesario inscribir los elementos de identidad que los/as capturados/as debían
cancelar. Las huellas de los linajes comenzaban a desdibujarse.

16 Entre febrero y marzo de 1879 se desarrolló un debate entre redactores de los diarios El Siglo y
La América del Sur. Este último era un órgano de prensa católico, y desde las columnas de El
Siglo se criticaba que los sacerdotes sólo se preocuparan por bautizar a los indígenas y no por
registrarlos como ciudadanos en un padrón. La América del Sur se defendía entre otros argumentos
cuestionando “¿Cómo formaría el colega –redactor de El Siglo– el registro que quiere, ignorando el
nombre de los padres, el dia y el lugar del nacimiento, y hasta el nombre de los que fuera á inscribir?
Si la autoridad pública tratara de establecer semejante registro, tendría que contentarse con apuntar,
por medio de un lenguaraz, un cúmulo de noticias inciertas, contradictorias é insuficientes, creando
par ello un cuerpo de empleados adiestrados en la escritura de la lengua pampa.” (La América del
Sur, “‘El Siglo’ y los indios”, miércoles 5 de marzo de 1879)
266 Devastación

Pujas por el monopolio del derecho a las entregas. Maternalismo y patriarcado


Aunque las damas se encontraran avaladas en su nueva tarea por la cesión formal
de responsabilidades, su rol sería disputado. No se produjo un sencillo traspaso de
atribuciones de uno a otro ámbito. Tanto los militares de carrera como los soldados
más rasos pretendían ser merecedores indisputables del derecho de apropiación
sobre niños, niñas o mujeres que capturaban. Por otra parte, también se suscitaron
disputas con reparticiones estatales como la Defensoría, con instituciones, corpora-
ciones y sectores de la sociedad porteña. Esta conflictividad evidenció la magnitud
del interés por estas apropiaciones y las resistencias a admitir que una agrupación
de mujeres desarrollara una actividad de reconocida trascendencia y que implicaba
una cuota ostensible de poder.
Con respecto a la pugna preexistente entre el estado y la iglesia, la SB ofició
como una tercera parte que permitió amortiguar el conflicto. Organización laica
y autónoma pero de compromiso indiscutido con la religiosidad católica, la SB
ofrecía la apariencia de un escenario neutral que, amparado en la autoridad moral
que los propios clérigos atribuían entonces a la mujer en la conformación familiar
promovida, permitiría al estado evitar la injerencia directa de la iglesia. Entre los
apropiadores de las entregas efectuadas por la SB figuran sacerdotes como el ya
mencionado F. Arrache o las Hermanas del Huerto. La iglesia continuaba siendo
beneficiada por la entrega de personas, pero ahora accedía a ella por intermedio de
una institución laica.
Entre los militares la apropiación de niños y niñas constituía una larga tradi-
ción. Trabajos de Daniel Villar, Juan Francisco Jimenez y Sebastián Alioto vienen
demostrando que durante los siglos XVII, XVIII y la primera parte del XIX, al
internarse en territorio indígena, las tropas buscaban capturar niños y mujeres y
que incluso lo hacían con el objetivo de obsequiarlos después.17 La aparición de
esta nueva instancia de administración de los capturados significó un cambio al que
muchos militares –ante todo entre las segundas líneas de mando– fueron renuentes
a adaptarse.
Pero no se trataba sólo de la inercia de una costumbre. Había al menos dos
factores fundamentales para esa renuencia por parte de los militares. El primero de
ellos consiste en que, bajo la forma de una donación, la entrega de prisioneros o
prisioneras a los subalternos consolidaba vínculos de lealtad en la tropa. Quienes
fueron beneficiarios de este tipo de entregas en el campo de batalla –v.gr. el inge-
niero francés Alfred Ébelot18 o los soldados que, según el relato del comandante
Manuel Prado,19 recibieron de Villegas el permiso para quedarse con las viudas de
los indios que acababan de asesinar– asumían un compromiso de agradecimiento
perdurable e ineludible con su superior. El rol de distribuidor de prisioneros y pri-
sioneras elevaba al jefe entre la fratría masculina de la soldadesca. Por otra parte,

17 Villar y Jiménez 2001, 43; Jiménez, Villar y Alioto 2012, 7 et passim.


18 Ebelot 1879, 140.
19 Prado [1907] 1976, 100.
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 267

en ocasión de ser cuestionados por la apropiación de niños, niñas o mujeres, los


hombres de armas invocaban de manera invariable el mismo argumento: en tanto
que combatientes, su esfuerzo en el campo de batalla los hacía merecedores de esa
recompensa.20
Es cierto que ya desde las entregas de 1878 se mencionaba en los registros de la
SB la entrega de niños, niñas y mujeres a algunos militares,21 pero la mayor parte
de las apropiaciones efectuadas por éstos eludía aquella instancia. En el detalle de
una de las entregas realizadas en 1878 se tomó la siguiente nota: “[Señora] Boni-
facio [sic] Lastra, llebó á la india vieja Feliciana. Esta ruega se reclame á su hija
Martina que la tiene el lenguaras Ramon Plaza en el Cuartel 6 de línea_”.22 No se
trataba de casos aislados sino de un sistema de distribución diferencial. Antes de su
entrega, se separaba a los prisioneros en un contingente con los más demandados
–jóvenes, en edad productiva– y otro con quienes eran percibidos más como una
carga –niños muy pequeños, eventualmente con sus madres o ancianos.23 Los pri-
meros eran alojados en establecimientos militares y “el resto en el corralón de la se-
ñora de Cascallares”24 –esto es: instalaciones de la SB que ella presidía. Entretanto,
los periódicos anunciaban semana a semana el reparto de indias e indiecitos en la
SB y la Sra. Micaela Cascallares de Paz se encontraba “asediada por los pedidos”.25
El periódico católico La América del Sur publicó entonces una denuncia sobre este
sistema de reparto al que consideraba causa de la separación de madres e hijos.26
Es curioso que una secuencia casi idéntica se produjo durante las entregas de
1885: ante el anuncio del arribo de contingentes de prisioneros indígenas y su re-
parto por intermedio de la SB se generó una demanda que se iría mostrando como
imposible de abastecer; las damas benefactoras descubrieron entonces que una red
informal de apropiadores militares se les anticipaba extrayendo a las mujeres jóve-
nes antes de que pudieran distribuirlas, y seguidamente la prensa recibió y publicó
una resonante denuncia contra la separación de madres e hijos que resultaba de
esta práctica.
Para 1885 las matronas decidieron plantarse de forma enérgica ante los mili-
tares que las eludían y continuaban apropiándose de personas por el tradicional
método directo. El conflicto entre esos apropiadores militares y las damas escaló
rápidamente de uno en otro ámbito. Los niveles judicial, periodístico y político
constituyeron un campo de batalla diverso y en todos ellos quedó rastro documen-

20 V. gr. El Nacional, “El reparto de las indias”, 6 de noviembre de 1885.


21 AGN, Sala 7, SB – SE, 1823-1900, F 129: “Familia del Sr. [Rodolfo] Kratzenstein Capitan del 6
de Linea se entregó indiesita”. En la misma foja se consigna la entrega de “una indiesita” al Tte.
Samuel Wilde. Más adelante se mencionan entregas a la familia de Martín Graz (F 131), de Thomas
O’Gorman (F 133), al “Comandante Fernández” (F 134).
22 AGN, Sala7, SB – SE, 1823-1900, F 132.
23 Mases [2002] 2010, 124.
24 El Porteño, 28 de diciembre de 1878.
25 El Porteño, 29 de enero de 1879.
26 La América del Sur, “Indios”, viernes 16 de mayo de 1879.
268 Devastación

tal. El más célebre de los documentos que dejó este conflicto es sin duda la nota
periodística –citada en cuanta recensión sobre “entregas de indios” se ha escrito en
los últimos años– titulada “Espectáculo bárbaro”, que se publicó el 31 de octubre
de 1885 en el diario La Nación. Allí se describía el modo en que, apenas llegados
los prisioneros, se iniciaba una sucesión de entregas informales. Quienes acredita-
ban una recomendación del Estado Mayor del Ejército accedían sin más trámite a
la entrega de uno o dos indígenas. En ese aspecto, el mecanismo relatado no parece
diferir demasiado del que llevaban a cabo las damas de la SB. En sus registros tam-
bién aparecen alusiones a entregas por recomendación.27 Sin embargo, el artículo
periodístico repetía con renovado énfasis una denuncia ya formulada en 1879, que
había impulsado la aprobación de decretos y disposiciones correspondientes y que
inspiró la adhesión de las benefactoras. En esa crónica –como en otros artículos pe-
riodísticos previos28 y en el decreto 11316 de 187929– se expresaba la preocupación
por la práctica de separar a los niños de sus madres en las entregas. Las escenas
descritas en el texto eran desgarradoras y exponían el espectáculo vergonzante de
los pretendidos civilizadores arrancando hijos de los brazos de sus madres frente a
un amplio público probablemente anheloso de repetir la hazaña.30 Los periodistas
documentaron de forma palmaria un aspecto de las apropiaciones que en otros
registros sólo se puede suponer. Llantos desconsolados, gritos en lenguas descono-
cidas, madres e hijos separados brutalmente, apropiadores codiciosos e impiadosos
compitiendo entre sí.
Contra este espectáculo, la SB diseñó una identidad que pretendió mostrarse
sensible y racional. En su pugna con los militares que se les adelantaban apropián-
dose de personas antes de su intervención, las benefactoras asumieron un rol com-
bativo en defensa del vínculo madre-hijo de los apropiados. Si en 1878 se leía en la
prensa porteña la sugerencia al general Roca de que enviara las familias indígenas
a los cuarteles militares y no a la SB, porque allí no podían ingresar “quienes tienen
órden de la inspección”,31 ahora eran las damas las que ingresaban a los cuarteles
en inspección. En sus incursiones en esas instalaciones tenían la oportunidad de
asistir a situaciones como la siguiente:

en el cuartel, en uno de los rincones estaba ayer tirada una pobre


india, lanzando los mas terribles lamentos, en medio de los dolores
del parto. Nadie se preocupaba de ella, y si no hubiera sido por una

27 V. gr. AGN, Sala7, SB – SE, 1823-1900, F 130: ‘Sr. Federico Vense, domiciliado, calle Tacuarí N°
247 recibió á Horacio indio de 10 a 11 años recomendado por el Sr. De Caneba’. F 133: ‘[Señora]
Senovia B. de O’Gorman- recomendada por la Sra de Roca- llevó á la india Lorenza con un hijo
Felix de 5 á 6 años’.
28 V. gr. El Porteño, 3 de mayo de 1879, La América del Sur, “Indios”, viernes 16 de mayo de 1879,
El Nacional, 20 de mayo de 1885.
29 Galindez 1940, 201-202.
30 Testimonios análogos se registraron en Australia hacia mediados de la década de 1880: Haebich
2000, 211.
31 El Porteño, 29 de diciembre de 1878.
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 269

de las damas presentes, que la hizo conducir al Hospital de Mujeres,


habría alumbrado allí y no habría sido atendida seguramente.32

La imagen de estas mujeres ingresando en un espacio masculino y violento a res-


catar a madres indígenas parturientas y a tratar de recomponer lazos filiales rotos
por los hombres de armas que habían “arrancado de los brazos de las indias á cria-
turas de corta edad que lloraban sin consuelo al verse separadas bruscamente de
sus madres”,33 se alineaba en un amplio movimiento político transnacional. Desde
el último cuarto del siglo XIX se extendió en los países occidentales una corriente
reformista que se ha denominado “maternalista”. El contexto general era el de los
avances de los imperios sobre las poblaciones no blancas. En distintas latitudes la
expansión imperialista se apuntalaba en la imagen de la mujer blanca como pivote
moral.34 Asumiendo la misión moralizadora que se les asignaba, las mujeres de las
élites diseñaron sus estrategias de intervención política y social en contraposición
a la violencia que caracterizaba a las intervenciones masculinas.35 Entre las carac-
terísticas que a su entender definen aquella política maternalista, Margaret Jacob
ha señalado que: 1) se basaba en elevar la maternidad como la más sacra de las
ocupaciones para una mujer, 2) justificaba la participación de las mujeres en las
reformas sociales entendiéndola como una extensión natural de su rol socializador
en tanto que madres, 3) las mujeres blancas actuaban de modo maternal con otras
mujeres a las que consideraban merecedoras de rescate y elevación, y finalmente
4) defendían el rol doméstico y materno como el más adecuado para otras mujeres,
pero no para ellas mismas.36
Las repercusiones de las denuncias fueron trascendentes. A diferencia de lo
acontecido en las entregas del año 1878, en 1885 las damas de la SB hicieron firmar
un formulario de compromiso a los apropiadores. Elaborado en letra de molde, al
lado del espacio destinado a la anotación de la fecha, el formulario tenía impreso,
como dato preestablecido, el nombre del mes: Noviembre. Es decir que se había
impreso apenas después del escándalo periodístico.37 En estos documentos se debía
consignar el nombre de la apropiada –por la formulación del texto se preestablecía
que las personas entregadas serían mujeres y niñas–, y de la apropiadora –también
rotulada con género femenino en el formulario. Un espacio estaba explícitamente
destinado para tomar registro de la dirección de la apropiadora y se reservaba un
espacio final para que ésta rubricara su compromiso. En cada una de las cláusulas
del compromiso se subrayaba la superioridad moral de la apropiadora, que se obli-
gaba a vestir, alimentar, catequizar a la indígena colocada.

32 El Nacional, “El reparto de las indias”, viernes 6 de noviembre de 1885.


33 La Nación, “Espectáculo bárbaro”, 31 de octubre de 1885.
34 Ware 2015.
35 Ware 2015, 240; Haebich 2000, 351.
36 Jacob 2009, 89.
37 Ver Fig. 1. Este tipo de documento fue un precedente del formulario de compromiso que una década
después estableció la SB para las entregas de niños (Villalta 2012, 46).
270 Devastación

Lo cierto es que ningún formulario semejante habían firmado, por ejemplo, el


comandante Manuel Sosa y los capitanes Manuel Pizarro y Antonio Sáenz, quie-
nes, según denunciaron las damas de la SB y explicó luego el Ministro de Guerra y
Marina, habían sido responsables “de la desaparición de algunos indios, que fueron
puestos á disposición de esa Sociedad y depositados en el Cuartel del Regimiento
6 de Caballería”. Los militares mencionados “contrariando las órdenes superiores
que disponían que las indias depositadas en el Cuartel del Regimiento 6 de Caba-
llería de línea, fueran puestas a disposición de la Sociedad de Beneficencia, con
prohibición de disponer de ellas […] se ha[bía]n no solo apropiado indias, sino que
las ha[bía]n entregado á D. Guillermo Almanza y Sra. de Sotelo, sin autorización
de la Sociedad [de Beneficencia. Todo esto gracias a que][…] el Capitan D. Manuel
Aleman, estando de servicio, ha[bía] permitido que se sacaran indias del Cuartel,
sin el correspondiente permiso de dicha Sociedad.”38 Esta denuncia culminó con
la exigencia por parte del Ministro de Guerra y Marina de la devolución inmediata
de las personas apropiadas –a excepción de las que había tomado Almanza–, con
un “apercibimiento serio” al comandante Sosa y con una sanción de tres días de
arresto para los capitanes Aleman, Pizarro y Sáenz.
Los militares reprendidos habían pretendido justificar su accionar –uno solo
de los oficiales se había apropiado de “unas veinte mujeres”– aduciendo “que su
trabajo les había costado conquistar el desierto”.39 Manuel Sosa, por su parte, luego
de devolver tres familias compuestas por diez personas, expresó su “dolor” ante la
injusticia de haber sido reconvenido por primera vez en toda su carrera de “servicio
a la Patria” y porque su falta había sido “comentada por toda la prensa de la capi-
tal”.40 La experiencia habría resultado frustrante para el comandante, quien había
asistido directamente al reparto de mujeres indígenas que ordenó en el campo de
batalla Conrado Villegas.41
También en la esfera civil se concitó un arduo conflicto comparable. Las dispu-
tas entre la Defensoría de Pobres e Incapaces y la SB sobre la tutela y el derecho
a discernir la colocación óptima de los niños “abandonados” o “huérfanos” ya se
había iniciado con antelación, en la misma década de 1870.42 Tras los escándalos
por las entregas que se produjeron sobre todo en el verano 1878/79, la Defensoría
logró la aprobación de un decreto que la facultaba a hacerse cargo con exclusividad
de las próximas entregas.43

38 AGN, Sala7, SB – SE, 1823-1900, F 245.


39 Ambas citas entrecomilladas corresponden a El Nacional, “El reparto de las indias”, viernes 6 de
noviembre de 1885.
40 AGN, Sala7, SB – SE, 1823-1900, F 250, Carta de Manuel Sosa “A la Señora Presidenta de la
Sociedad de Beneficencia, Dna. Ana C. de Perdriel”, 29 de noviembre de 1885.
41 Prado [1907] 1976, 100.
42 Villalta 2012, 50.
43 El decreto fue firmado por Avellaneda el 22 de agosto de 1879. Su transcripción fue publicada en
Galindez 1940, 201-202.
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 271

Del mismo modo que con los militares, la cuestión de género fue el marco en el
que se desarrolló la confrontación. Los defensores parecían disfrutar al desestimar
las denuncias que las damas de la SB efectuaban acusando maltrato por parte de
las tutoras respecto a las indígenas colocadas.44 Y se dirigían hacia las matronas
en un tono burlón y desembozadamente machista: “La Sra. Presidenta –escribía
el defensor Ramón de O. César a Luisa Muñoz de Cantilo, presidenta de la SB en
1884– incurre en errores, excusables en Señoras, pero que no por eso dejan de ser
graves”.45 Si las damas desplegaban sus intervenciones sociales en nombre de lo
maternal, los defensores se dirigían hacia ellas con una deferencia irónica que se
pretendía paternal.
Luego de los ataques militares sobre las poblaciones indígenas, la figura de la
mujer había sido útil para representar cierta exculpación de la responsabilidad por
las atrocidades cometidas. Se subrayó en esas circunstancias una caracterización
que entendía a lo femenino como especialmente sensible y emotivo. En un giro
posterior los varones volvían a detentar un influjo prevalente amparados no ya en
su capacidad guerrera sino en las dotes burocráticas que les posibilitaba el ejercicio
pretendidamente destacado de la racionalidad. Así lo afirmaba por ejemplo una
nota periodística de la época: “puede un defensor no tener todo el cariño de un pa-
dre por sus hijos ni mucho menos, pero debe tener, como padre, el mismo interés,
la misma conmiseración por todas esas criaturas, estendiendo [sic] su protección
sobre todas”. Para ello “el buen sentido servirá de guía para discernir en las cues-
tiones que debe dilucidar ó en las medidas que debe adoptar, dentro de la esfera de
sus facultades, lo que conviene al bienestar de sus protegidos”.46

Conclusión. Colonialismo de pioneros y genocidio estructural


La avanzada militar de finales del siglo XIX sobre los territorios pampeano, pata-
gónico y chaqueño inauguró un período de desestructuración forzosa de las pautas
de articulación social propias de los pueblos atacados. El carácter brutal y espec-
tacularizado de esa embestida se ha visibilizado históricamente y se documenta
caracterizado como un evento “extraordinario”. Sin embargo, más allá de esta cir-
cunstancia específica, entre las comunidades de los pueblos originarios, las fami-
lias siguieron expuestas a un genocidio invisible47 consistente tanto en la persisten-
cia de la práctica de apropiación de niños como en una operación de moralización
por la que se les pretendió instilar un ethos capitalista.
La SB tuvo un rol determinante en la transición de una etapa en la que se ejecu-
tó la violencia física de modo abierto y cuyos especialistas habían sido los militares

44 AGN, Sala 7, SB – Defensorías de menores, 1824-1904, F 100 y 101, Carta de Pedro Roberts a la
Presidenta de la Sociedad de Beneficencia, Buenos Aires, 2 de noviembre de 1888.
45 AGN, Sala 7, SB – Defensorías de menores, 1824-1904, F 086.
46 Las expresiones entrecomilladas fueron extraídas de El Nacional, “Los desvalidos ante el Ministerio
Pupilar”, miércoles 4 de marzo de 1885, mi resaltado.
47 Sheper-Huges 2003.
272 Devastación

a una nueva fase de gestión de las poblaciones marcada por una violencia burocrá-
tica que se mostraba como benéfica. La remoción de niños y mujeres de sus grupos
de pertenencia, su traslado compulsivo y postrera “colocación” entre familias de la
sociedad hegemónica en condiciones de agudísima asimetría constituyó una prác-
tica recurrente desde entonces.48
Las entregas efectuadas por la SB, en consecuencia, demarcan el umbral entre
el final de la conquista militar y el comienzo de una fase en la que la violencia se
hará estructural.49 Los desmembramientos parentales gestionados por la SB abren
esa etapa en la que la invasión deja de ser un evento y pasa a constituir una estruc-
tura.50 Bajo la forma aparente del desarrollo paulatino de una sociedad “pionera” se
consolidará en lo siguiente un sistema social que ejercerá una permanente violencia
simbólica sobre las poblaciones originarias. La convicción de que estas constituyen
vestigios de un pueblo condenado a la desaparición hará ver a las apropiaciones de
niños indígenas –ahora sugeridas, posibilitadas y legitimadas por distintos “traba-
jadores sociales”– como una forma de caridad que posibilita la salvación de los
niños al garantizarle su incorporación a la sociedad hegemónica.
Estas políticas no son una excepcionalidad de nuestra historia. Se repiten de
modo comparable –no análogo, está claro– en la historia de otros estados moder-
nos consolidados desde el siglo XIX sobre el genocidio de pueblos originarios.
Tal el caso de los Estados Unidos y Australia. Para describir estos procesos, se ha
acuñado la categoría de settler colonialism, que permitió comprender la dimen-
sión aniquiladora de prácticas que se presentaron contemporáneamente como
benefactoras.
Una versión de esta categoría ajustada a la historia de Patagonia sería, a nues-
tro entender, la de colonialismo de los pioneros. Sintéticamente definimos a esta
noción como el montaje de un sistema en el que, a través de una épica fundacio-
nal, se produjo la configuración de un tipo de colonialismo novedoso de muy sutil
visibilidad documental pero de dimensiones y efectos poderosos. Detrás de las
caracterizaciones heroicas de los pioneros austeros y sacrificados asoman nuevos
protagonismos y funciones sociales. En una atmósfera doméstica idealizada la mu-
jer irrumpe como protagonista insoslayable de la nueva fase colonizadora. A su rol
de estoica compañera se añadirá el de moralizadora, responsable –junto con los
sacerdotes salesianos– de infundir un ethos capitalista y de sancionar las conductas
que no se ciñan a él.
Subrayamos finalmente que el colonialismo de los pioneros se caracterizaría
ante todo por constituir un fenómeno de larga proyección: lo que en la campaña
militar fue provisional y operativo se tornó estructural. Las sociedades nacientes se
fundaron sobre la convicción entre los sectores hegemónicos de la inferioridad de

48 Latashen (1994) ha realizado una compilación de testimonios y documentación judicial que


demuestra la persistencia de las apropiaciones de niños mapuches en la zona de Neuquén hasta
mediados de la década de 1990.
49 Wolfe 2006, 388.
50 Wolfe 2008, 103.
Sociedad de Beneficencia, Maternalismo y Genocidio Estructural 273

lo indígena y de su irremisible tendencia a la desaparición. Las conductas paterna-


listas y minorizantes se desarrollaron junto con prácticas etnocidas. Y todo esto se
produjo sobre un telón de constante desplazamiento territorial.
CAPÍTULO XI
Quindi... acqua in bocca e silenzio
Producción de olvido y memoria en los testimonios sa-
lesianos sobre la Conquista del Desierto (1879-1885)

Joaquín García Insausti

E
n 1875, miembros de la Congregación Salesiana arribaron a la Argentina con
la expresa orden de Juan Bosco, su fundador, de dedicarse a la evangelización
de los pueblos indígenas de la región pampeana y patagónica. Luego de varios
intentos frustrados, su primera entrada a la región se dio en calidad de acompañantes de
la división comandada por el general Roca, en la campaña al Rio Negro de 1879. Des-
de ese momento y hasta 1885, el accionar misionero llevado a cabo desde su base en
Carmen de Patagones los llevó a presenciar el resultado de la “Conquista del Desierto”.
En esos años, estos sacerdotes italianos poco conocedores de las prácticas que
habitualmente realizaban los militares en la frontera con el objetivo de someter
a las poblaciones indígenas fueron testigos de primera mano de las atrocidades
cometidas contra ellas. En el presente trabajo examinaremos los testimonios ela-
borados por los miembros de la Congregación –en tanto observadores extraños a
la realidad local– acerca de las situaciones presenciadas para ver de qué manera
procesaron sus vivencias y determinar si puede afirmarse o no que aquellos testi-
monios hayan constituido explícitas denuncias de lo sucedido.
En primer lugar, se contextualizará la llegada de la Congregación Salesiana al
país y su ingreso a los territorios de pampas y Patagonia, para pasar luego a revisar
los testimonios de su experiencia sobre las expediciones militares, sus significados
e implicancias.

El proyecto misionero salesiano


La Congregación Salesiana fue fundada por Juan Bosco el 18 de diciembre de 1859,
inicialmente con el objetivo de contener y evangelizar a los jóvenes marginales que
abundaban en Turín a mediados del siglo XIX. No obstante, pronto comenzaron
a desarrollar una labor misional, siendo Argentina el primer país extraeuropeo en
recibirlos. Aunque traían el propósito de cristianizar a las poblaciones indígenas de
la región pampeana y patagónica, durante los primeros años de estadía en Buenos
Aires, un grupo se dedicó a atender a los inmigrantes italianos en la iglesia Mater
Misericordiae, junto a la cual fundaron en 1878 el Colegio Pio IX de Artes y Ofi-
cios, mientras otros se instalaban en San Nicolás de los Arroyos a fin de constituir
un centro desde el cual desarrollar la tarea con los nativos.1

1 Bruno 1993, 628-629.


276 Devastación

Con la intención de profundizar su labor evangelizadora, iniciaron tratativas


simultáneas frente al estado argentino y la Santa Sede. En relación al primero, el
inspector salesiano Francesco Bodratto presentó un proyecto donde expuso los pla-
nes de la Congregación: obtener la concesión de un territorio misionero propio y el
manejo de la cuestión indígena en exclusividad, manteniéndose solamente el apoyo
económico estatal que ya irregularmente se venía proporcionando y un aporte ini-
cial de infraestructura. En un contexto de marcado anticlericalismo, los salesianos
destacaban la posibilidad de que su actuación fuera un medio de “argentinizar” a
los indígenas.
Ante la Santa Sede, en mayo 1876, Don Bosco presentó un pedido de creación
de una zona de misión en la Patagonia, a partir de la instauración de un vicariato
o prefectura apostólica. La buena relación que unía al superior de la orden con Pio
IX y León XIII, sumada a la reorganización institucional que tenía lugar en el Va-
ticano, promovieron la buena recepción de la solicitud.
En Argentina ocurrió lo contrario. Debido al cambio de clima político que so-
brevino hacia fines de los setenta, cuando concluía la presidencia de Avellaneda,
la concreción de la iniciativa se demoró. Tanto las autoridades civiles como las
eclesiásticas la consideraron una intromisión papal en su jurisdicción.
No obstante, se lograron ciertos avances favorables al proyecto de la congrega-
ción. En 1879, los sacerdotes salesianos Santiago Costamagna y Luis Botta pudie-
ron acompañar a monseñor Espinoza –capellán del ejército nacional– en la expe-
dición al río Negro de la columna comandada por Roca. Y en agosto de ese mismo
año, el arzobispo de Buenos Aires León Federico Aneiros les ofreció la parroquia
de Carmen de Patagones. De esta manera, se llegó a una solución provisoria de
compromiso, un punto intermedio en el cual la congregación de Don Bosco queda-
ba bajo la jurisdicción de la diócesis porteña, sin mengua de sus fuertes lazos con
Roma.2
La situación permaneció irresuelta algunos años, generándose un clima de ten-
sión diplomática, incertidumbre jurídica y conflictos ideológicos que reviste su
importancia para el análisis de la acción misional salesiana.

“Da por resultado la cantidad de 14.172 indios suprimidos de la pampa”: la


Conquista del Desierto
Entre 1878 y 1885, el estado nacional en vías de consolidación llevó a cabo campa-
ñas militares contra las sociedades indígenas de las pampas y Nord-patagonia con
el objetivo de someterlas e incorporar sus territorios, recursos y poblaciones. La
llamada “Conquista del Desierto” tuvo una primera etapa ofensiva a cargo de pe-
queños contingentes que entre julio de 1878 y enero de 1879 ejecutaron 26 ataques
con el fin de debilitar la resistencia de los nativos. La segunda, en cambio, consistió
en una ofensiva total cumplida por cinco divisiones del ejército que operaron so-
bre los territorios pampeanos hasta arribar a la orilla del río Negro. La ocupación

2 Gamero 2001, 55.


Quindi... acqua in bocca e silenzio 277

definitiva de la Patagonia norte concluyó con las expediciones encabezadas por


Conrado Villegas al lago Nahuel Huapi en 1881 y a los Andes en 1882. Posterior-
mente, entre 1884 y 1885, las fuerzas de Lorenzo Vintter, designado gobernador
de Patagonia, lograron apresar a los jefes Inacayal y Foyel y someter al cacique
Valentín Sayhueque.3
La desarticulación del modo de vida de las sociedades indígenas se alcanzó
mediante la aplicación de procedimientos extremadamente violentos que impac-
taron dolorosamente entre los vencidos. Resulta suficientemente conocido que a
la muerte de centenares de guerreros durante los enfrentamientos se sumaron los
fusilamientos de buena parte de los combatientes que habían depuesto sus armas; el
aprisionamiento masivo de no combatientes –mujeres, niños y personas ancianas–,
la separación compulsiva de las familias y la apropiación de sus miembros para el
desempeño de servicios personales; la reclusión de los sobrevivientes en precarios
depósitos a la intemperie durante las operaciones, las carencias de todo tipo y el
asedio de la omnipresente viruela.4
Según consta en la Memoria del Departamento de Guerra y Marina del año
1879, tomando solo en consideración la expedición al Rio Negro comandada por
Roca, el saldo fue de “1.271 indios de lanza prisioneros, 1.313 indios de lanza
muertos en combate, 10.539 indios de chusma prisioneros y 1.049 indios reducidos
voluntariamente”.5 Estas cifras, que no incluyen “el número considerable de indios
muertos en las persecuciones y a consecuencia del hambre en el seno mismo del
desierto”,6 nos permiten apreciar la magnitud de la ofensiva y su impacto sobre las
poblaciones sometidas.

“No puedo decirle lo que hemos padecido”.7 Testimonios salesianos sobre la


Conquista del Desierto
En varias ocasiones, los misioneros salesianos acompañaron las expediciones mili-
tares: hemos mencionado ya la participación de Costamagna y Botta en la del Rio
Negro en 1879, y agregamos ahora la presencia de Jose Fagnano en los avances
hasta el lago Nahuel Huapi unos dos años más tarde.

3 Ratto 2013, 266.


4 Villar 2012, 269. Estas prácticas no solo se produjeron en el caso abordado aquí, sino que son
comunes con otras situaciones ocurridas durante la expansión imperialista a fines del siglo XIX.
En sus relatos militares de la expansión europea sobre África, los protagonistas comentan de
una manera naturalizada las acciones que tomaron contra las poblaciones locales, tales como la
ejecución de los vencidos, la destrucción de aldeas, el saqueo de recursos y la violencia sexual.
Se las consideraba necesarias para someter a los nativos que se mostraban incapaces de aceptar
voluntariamente la dominación, y por lo tanto legitimadas (Taithe 2009).
5 Roca 1879, VI.
6 Roca 1879, VI.
7 Traducción del original en italiano “Non posso dirle ciò che abbiamo patito” (Bollettino Salesiano,
1879c, 5). La traducción de las citas originales en italiano fue realizada por la Profesora Valeria
Galduroz, a quien agradezco su colaboración.
278 Devastación

Con la finalidad de adquirir conocimiento de primera mano acerca de la percep-


ción que los sacerdotes tuvieron de las prácticas concretas aplicadas por las fuerzas
estatales para el sometimiento de los nativos, visitamos tres repositorios: el Archivo
Salesiano Central de la ciudad de Roma, el Archivo Central Salesiano de Buenos
Aires, y el Archivo Salesiano ARS8 ubicado en Bahía Blanca. La búsqueda resultó
infructuosa: dejando de lado algunas menciones tangenciales, en ninguno de ellos
fue posible ubicar fuentes documentales que abordaran directamente la temática.
Afortunadamente, dispusimos de las cartas redactadas por los misioneros y publi-
cadas en el Bolletino Salesiano,9 que entregaron información y de las cuales fueron
extraídas la mayoría de las citas que utilizaremos a continuación.
Más allá de que la imposibilidad de acceder a documentación inédita pueda
deberse en alguna medida a dificultades inherentes a la investigación, la situación
da pie para pensar las variables que intervienen en la construcción de narrativas
históricas. Las fuentes documentales a las que el historiador recurre son, en la gran
mayoría de los casos, el resultado final de un ciclo de sucesivos silenciamientos.
Es posible identificar cuatro momentos en que el silencio interfiere en el proceso
de producción histórica: el momento de la elaboración de las fuentes; el momento
de la constitución de los archivos; el momento de la construcción de narrativas
sobe el tema y finalmente el momento de reflexión retrospectiva en que se lleva a
cabo el análisis histórico.10 En ese orden de ideas, cualquier narrativa histórica es
resultado de la articulación de un conjunto particular de silencios, e indagar sobre
lo que expresan estos silencios constituye una herramienta importante para salvar
la distancia existente entre los hechos y las fuentes que los tratan.
En el caso que estamos abordando, la falta de testimonios explícitos producidos
por los salesianos que ejercían su labor misional entre los indios agredidos permite
inferir que nos encontramos ante el resultado de silenciamientos deliberados. Vea-
mos qué dicen y qué callan con la intención de avanzar en la exploración de los
silencios.
Las primeras referencias a las acciones armadas contra los pueblos nativos se
encuentran en el Bolletino Salesiano de mayo de 1879. Este texto, contemporáneo
con la participación de Costamagna y Botta en la expedición al Rio Negro, hace
una mención a los tratos que recibieron los vencidos en las instancias previas:

En 28 expediciones y con una ofensiva encarnizada, las armas Ar-


gentinas lograron desalojar de sus tolderías a estos antiguos señores
del desierto, ahuyentarlos, masacrarlos y apresar a no menos de cin-

8 En adelante referido como “AS ARS”


9 Bolletino Salesiano es una publicación mensual que, desde 1877, elabora la Congregación
Salesiana. En los años del período analizado, la edición del boletín se hacía en la ciudad de Turín
y desde allí era enviado a todas las casas salesianas ubicadas en Italia y el sur de Francia. Durante
la primera mitad de la década de 1880, comenzó a remitirse también a aquellas que se abrieron en
Argentina, Brasil y España y a partir de 1886, se editó en Argentina una versión local en español
del original.
10 Troulliot 1995, 26.
Quindi... acqua in bocca e silenzio 279

co mil, dejando en poder de las llamas cientos de leguas de campo


por obra de las mismas tribus, que se internaron en los desfiladeros
de la Cordillera, baluarte natural entre las Pampas y Chile.

Un despacho entonces expedido desde las fronteras al Gobierno


anunciaba que los indios de la Pampa estaban exterminados. Entre
los prisioneros, los aptos para portar armas fueron incorporados al
ejército, los otros internados en las provincias. ¿Y sus familias y sus
hijitos? … ¡Como si fueran objeto de compra, prenda o botín, fueron
distribuidos a quien los pidiera!11

De manera similar se expresaba Juan Bosco12 al escribir La Patagonia e le Terre


Australi del continente Americano, obra que sirvió de fundamento para su proyec-
to evangelizador. Allí, retomando el planteo desarrollado por Frédéric Lacroix en
su libro Patagonie, Terre-du-feu et archipel des Malouines,13 comentaba que “la
conducta de exterminio que aún en la actualidad practica la República Argentina”14
constituía el mayor obstáculo para la pacificación de los indígenas y su consecuen-
te evangelización.
Si nos guiáramos por ambas expresiones diríamos que, en principio, la congre-
gación parece tener una visión crítica de las acciones emprendidas por las fuerzas
armadas argentinas. Aún cuando la difusión de esa visión crítica fue en realidad
muy restringida, al circular por medios que no tenían distribución amplia y que
además no estaban editados en castellano, es visible en los textos que los sacer-
dotes conocían el cruento resultado de las acciones. Queda por ver entonces cómo
procesaron la experiencia y qué testimonio dejaron de ello.
En primer lugar, analizaremos lo que dice –y lo que calla– la corresponden-
cia epistolar de Costamagna. El primero de sus testimonios proviene de una carta
enviada a Don Bosco desde Carhué el 27 de abril de 1879, mientras se estaba pre-
parando la expedición, y fue publicado en el Bolletino de julio del mismo año. La
participación del redactor en la empresa militar, contraria a los planes originales de
la congregación, es justificada en estos términos:

¿Pero qué tienen que hacer el Ministro de la Guerra y los militares


en una misión solo de paz? Mi querido Don Bosco, ¡es necesario
adaptarse o por amor o por la fuerza! En esta circunstancia, es con-
veniente que la cruz vaya detrás de la espada, ¡y paciencia! – El
Ministro había sabido de nuestra Misión, y como él también debía
ir a Carhué, para ir luego a extender el territorio Argentino hasta
el remoto Río Negro, ofreció a Monseñor Arzobispo sus servicios,

11 Bolletino Salesiano 1879a, 4-5. El resaltado, tanto en esta cita como en las futuras, fue agregado por
nosotros.
12 Bosco 1986 [1876].
13 Lacroix 1840.
14 Bosco 1986 [1876], 78.
280 Devastación

prometiendo asistirnos y defendernos en tan largo y peligroso viaje.


– El Arzobispo aceptó, y nosotros inclinamos la cabeza, y partimos
en calidad de misionarios y capellanes militares al mismo tiempo.15

Luego de varios intentos fallidos de establecer un centro misional autónomo que


les permitiera comenzar la evangelización, Costamagna –enfrentando los hechos
en vías de consumación– apelaba enérgicamente en esa misiva a la conveniencia de
asumir un comportamiento pragmático para aprovechar las oportunidades brinda-
das por el gobierno. Sin embargo, esta actitud colaborativa inicial –que unos meses
después les permitiría establecer su base misional en la parroquia de Carmen de
Patagones–, parece más tarde ceder en intensidad. Concluido el avance, el 25 de
mayo de 1879 desde Choele-Choel comenta:

Mientras los otros compañeros de misión llegan yo estoy catequizan-


do a algunas pobres Indias, a las que le mataron al señor, el padre,
¡y el marido! ¡No es para maravillarse, por lo tanto, si a veces,
armado de la caridad de Cristo, grito contra esta barbarie civil! No
puedo decirle todo…16

En junio, de regreso en Patagones, amplía el relato de lo acontecido:

Yo no soy un hombre que aprecie ciertos hechos y ciertos derechos,


que aquellos hombres que se dicen civilizados querrían tener sobre
otros, a los que llaman bárbaros…; por el hecho de que, queriendo
yo hacer ciertas apreciaciones temería errar, entonces… boca cerra-
da y silencio…17

Al día siguiente dejando que todos los otros celebraran la fiesta pa-
tria del 25 de Mayo, busqué […] a mis Indios, prisioneros de guerra,
para catequizarlos. La miseria en la que los encontré es algo extraor-
dinario. Semidesnudos estaban algunos, no tenían otra cosa que una
piel de cordero para cubrirse; no tenían toldos, sino que dormían al
aire libre sin ningún reparo.18

Aun cuando opte por mantener la boca cerrada, es evidente que las experiencias
vividas sobre el terreno han modificado su percepción, pero no es posible saber en
qué medida y de qué modo. Si las relató con más detalle por escrito, hasta ahora no
ha sido posible acceder al contenido de ese o esos textos. No obstante, su delibe-
rado callar es una forma eficaz de transmitir sin palabras una opinión desfavorable
acerca de la legitimidad del derecho ejercido en nombre de la civilización. La ex-

15 Bolletino Salesiano 1879b, 10.


16 Bolletino Salesiano 1879c, 5.
17 Bolletino Salesiano 1879d, 2.
18 Bolletino Salesiano 1879d, 4.
Quindi... acqua in bocca e silenzio 281

presión en italiano –“Quindi... acqua in bocca e silenzio”– expresa la decisión de


no revelar un secreto,19 ¿cuál?, ¿por qué decide no comunicarlo?
Antes de arriesgar posibles respuestas para estas preguntas, compararemos los
testimonios de Costamagna con los de otros dos salesianos en particular –José
Fagnano y Domingo Milanesio–, encargados de continuar adelante con las tareas
misionales.
En la reseña de actividades realizadas durante la expedición al Nahuel Huapi en
1881, las fuerzas armadas vuelven a recibir de Fagnano una consideración negativa
similar a la anterior de Costamagna:

En el mes de junio anunciábamos que el Sacerdote Don Giuseppe


Fagnano, jefe de nuestras Misiones de la Patagonia, había partido
hacia el interior de aquella vasta región en compañía de unos dos
mil soldados, con el objetivo de suavizar los rigores de las armas
en defensa de esos pobres salvajes, y ver de salvar a alguno de ellos
por medio de la Religión. El viaje era largo y peligroso; peligroso
sobre todo en la circunstancia en la que se hacía, es decir, junto con
un ejército conquistador.20

Y a continuación:

…La mayor parte de los Indios advertidos a tiempo huyeron, aban-


donando su ganado, escondiéndose en los bosques y pasando al te-
rritorio de Chile. Sin embargo cayeron en las manos de los soldados
algunos cientos, entre hombres, mujeres o niños.21

Fagnano no hizo menciones específicas al tratamiento dado a los prisioneros que,


en cambio, sí fueron más explícitas cuando Milanesio describió el estado de los
indígenas recluidos en Conesa. En febrero de 1883 le escribía a Don Bosco:

En los 15 días que pasé en Conesa, vi mucha miseria por tener el


Gobierno de la República suspendida la ración de comida a todos
los Indios, menos a los pocos destinados al servicio público. Tal ra-
ción consistía en 3 libras de carne, en 4 onzas de arroz, 4 de pan o
galleta, en sal, tabaco u otros artículos. Usted bien puede imaginar
cuánto han debido sufrir esos pobres infelices, especialmente los
jóvenes huérfanos y abandonados y los viejos. Era una escena que
me destrozaba el corazón. Intenté ayudarlos por todos los medios
posibles, pero no pude lograrlo como habría querido y como ellos
lo necesitaban.22

19 Zingarelli 2010, 42.


20 Bolletino Salesiano 1881, 8.
21 Bolletino Salesiano 1881, 8.
22 Bolletino Salesiano 1883, 112.
282 Devastación

Esta cita es la primera que alude de manera concreta a una medida gubernamen-
tal contra los prisioneros, señalando las condiciones negativas en las que quedaron
colocados a raíz de la restricción impuesta. Hasta el momento, las observaciones se
habían limitado a comentarios generales, poco específicos.
Otras referencias provienen de la documentación de archivo, en particular de
la Breve relación de las misiones de la Patagonia hecho el 29 setiembre de 1887
escrita por Antonio Ricardi.23 El autor, secretario del vicario apostólico de la Pata-
gonia Septentrional, Monseñor Cagliero, criticó el “militarismo patagónico”, esto
es, el accionar liberal y anticlerical de la oficialidad argentina, cuyo máximo expo-
nente seria la figura de Conrado Villegas. Ricardi colocaba en un plano similar de
gravedad el trato ofensivo hacia los miembros de la congregación y los crímenes y
vejámenes sufridos por la población indígena:

Don Fagnano en la primera expedición al lago Nahuel Huapì con-


templó uno de los actos más execrandos: que se suelen cometer de-
bajo del sol, perpetrado por un teniente. “Padre, le dijo el inhumano
¿quiere ver Ud. una linda escena? Pues mire” y dando de espuela
à su corcel y allegàndose à un pobre indio que seguía su camino,
“párese”, le clama en tono amenazador. Párase el infeliz temblando
y el feroz soldado también se apea, baja del caballo, desenvaina la
espada y le degüella. Alaridos y ayes lastimeros lanzó el indígena
en aquel momento y gimiendo en seguida y agitándose en un lago
de sangre desfallece y muere. –No es para mí– narrar el dolor y el
espanto de Don Fagnano, quien, si no hubiera sido impedido por la
ley de la caridad y también por el peligro en que se hallaba, hallán-
dose en medio de fascinerosos, hubiera acometido al sanguinario, le
hubiera deshecho, aniquilado. En otra circunstancia los indios so-
metidos que caminaban à donde quería el tirano vencedor fueron
bárbaramente maltratados, apedreados, degollados y afusilados tan
solo por el gusto brutal de ver una horrible matanza.24

La cita remite a situaciones vividas por Fagnano durante la expedición al Nahuel


Huapi en 1881, si bien este mismo no las mencionaba en la carta citada más arriba,
cuando hacía alusión a los peligros de misionar “junto con un ejército conquista-
dor”.25 El hecho de que Ricardi comentase sucesos que él no había protagonizado
conjugado con el silencio del testigo presencial revela que las atrocidades cometi-
das eran conocidas por los miembros de la congregación, aunque no se la consig-
nase por escrito.

23 Antonio Ricardi, “Breve relación de las misiones de la Patagonia hecho el 29 setiembre de 1887”.
Archivo Salesiano ARS, Colección Paesa, Relaciones - R5; aunque fue publicado por Nicoletti y
Fresia (2014), hemos consultado el documento original.
24 AS ARS, Rl-R5, 5-6.
25 Bolletino Salesiano 1881, 8.
Quindi... acqua in bocca e silenzio 283

Vistas las referencias en su conjunto, se observa una doble variación relaciona-


da con su cronología por un lado, y con su circulación por el otro. Con el paso del
tiempo y a pesar de no alcanzar nunca a convertirse en sistemáticas y frecuentes,
las menciones críticas a los actos inhumanos cometidos por fuerzas armadas y
gobierno devienen ligeramente más explícitas. Y en cuanto a lo segundo, la infor-
mación es vertida con reserva en el boletín debido al carácter público de la publica-
ción, mientras se difunde con mayor amplitud hacia el interior de la congregación y
entre sus miembros. La dificultad en ubicar registros sobre el tema en los archivos
refuerza la inferencia de que estos se manejaban de manera reservada, evitando
consignarlos por escrito.

Acerca del silencio


Las citas presentadas, pese a su somera formulación, describen acciones militares
que se consideran suficientes para definir un genocidio26 en el texto de la Conven-
ción para la Prevención y la Sanción del Crimen de Genocidio de 1948.27
En este sentido, los salesianos hacían referencia al cumplimiento de una volun-
tad de exterminio –“Un despacho entonces expedido desde las fronteras al Gobier-
no anunciaba que los indios de la Pampa estaban exterminados”–28 y reafirmaban
la cifra oficial de víctimas consignada en la Memoria del Departamento de Guerra
y Marina del año 1879 citada más arriba.
Aunque las descripciones exponen matanzas de miembros del grupo,29 lesión
grave a la integridad física o mental de los mismos,30 y traslado de niños fuera de su
comunidad para incorporarlos forzadamente a otra,31 no podrían ser consideradas
como explícitas denuncias de las atrocidades cometidas por el gobierno argentino.
El imperativo de silencio planteado con elocuencia por Costamagna conservó su
eficacia y ello nos lleva a retomar el interrogante planteado acerca de la decisión
de callar.
Un elemento presente en algunas de las citas presentadas es la mención a que la
situación en la que se encuentran no les permitiría hacer o decir más que lo efecti-
vamente dicen o hacen. Sin perjuicio de los reparos que estos argumentos puedan
generar y de la riesgosidad personal que enfrentaran, lo cierto es que durante esos

26 Delrío et al. 2010.


27 ONU 1948. El articulo II de dicha convención establece, en efecto, que “…se entiende por genocidio
cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir, total o
parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal: a) matanza de miembros del
grupo; b) lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) sometimiento
intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total
o parcial; d) medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) traslado por
fuerza de niños del grupo a otro grupo”.
28 Bolletino Salesiano 1879a, 5.
29 AS ARS, Rl-R5, 6.
30 Bolletino Salesiano 1883, 112.
31 Bolletino Salesiano 1879a, 5.
284 Devastación

años de cruentas campañas la situación de los salesianos era extremadamente ines-


table. Su ingreso a los territorios de misión estuvo condicionado por una fuerte
indefinición jurídica que, si bien en la práctica no les impidió iniciar el desarrollo
de sus proyectos, tampoco les brindaba un respaldo institucional firme. En medio
del vacío legal producido por la inexistencia de vínculos legales entre el estado
argentino y la Santa Sede, sólo la capacidad negociadora de algunos miembros
connotados como Cagliero permitió la permanencia de la orden en la región y su
posterior consolidación.
María Andrea Nicoletti ha propuesto que el proyecto salesiano se vio profun-
damente transformado por la experiencia de contacto inicial. En su perspectiva,
la idea de una estrecha colaboración con el gobierno argentino habría cambiado
luego de que los misioneros vivenciaron las condiciones de miseria a las que fueron
sometidas las poblaciones vencidas. En contrapartida, surgió entonces una actitud
que presentaba a los miembros de la congregación como los únicos capaces de ve-
lar por la integridad física y espiritual de los indígenas, distanciándose del accionar
gubernamental.32
Extendiendo esta línea de razonamiento, agregamos que el mutismo salesiano
respecto de las atrocidades presenciadas se encontraría relacionado con la voluntad
congregacional de llegar a constituir en la Patagonia un territorio exclusivo para
su desempeño evangélico. Una denuncia abierta de las atrocidades cometidas por
las fuerzas armadas hubiera generado descontento en el Gobierno, rompiendo el
precario equilibrio en que se sostenía su permanencia en la región. El temor de
desencadenar una ruptura suscitó la cautela y esta engrendró la difusión difusa y
restringida, o el silencio.

Palabras finales
En el presente trabajo hemos analizado los testimonios producidos por los miem-
bros de la congregación salesiana en tanto observadores de las acciones atroces
ejecutadas por las fuerzas del estado nacional contra las poblaciones nativas de la
región pampeana y patagónica. Aunque se encuentren en ellos algunas menciones a
masacres, suspensión de raciones suministradas a prisioneros recluidos en campos,
y traslado forzoso de niños, están lejos de constituir textos de denuncia.
Se observa, por el contrario, un deliberado designio de silenciamiento explíci-
tamente consignado por escrito, o la simple omisión del asunto, compatibles con
el propósito de no enemistarse con el gobierno para favorecer el mantenimiento
de condiciones de interacción compatibles con su proyecto de permanencia en la
región. Se sigue de lo dicho que la investigación se beneficiaría a futuro con el
examen de los testimonios elaborados por los salesianos cuando la congregación
ya contara con bases institucionales sólidas en nuestro país, por caso, durante el
establecimiento de sus misiones fueguinas, ocurrido a posteriori (hacia fines de la
década de 1880). Los nuevos datos permitirían ampliar el conocimiento disponible

32 Nicoletti 2008, 74-78.


Quindi... acqua in bocca e silenzio 285

acerca de la predisposición –o la sostenida renuencia– a formular denuncias sis-


temáticas sobre los abusos contra indígenas, cuando una publicidad amplia de las
mismas ya no pudiera afectar la continuidad de la tarea misional.

Fuentes documentales
Bollettino Salesiano, 1879a. Año III, N° 5.
Bollettino Salesiano, 1879b. Año III, N° 7.
Bollettino Salesiano, 1879c. Año III, N° 8.
Bollettino Salesiano, 1879d. Año III, N° 10.
Bollettino Salesiano, 1881. Año V, N° 10.
Bollettino Salesiano, 1883. Año VII, N° 7.
Tercera Parte
Enfermedades, descuidos y
consecuencias
CAPÍTULO XII
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad
de indígenas recluidos (Río de la Plata, fines del siglo
XVIII)

Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto

L
as enfermedades epidémicas introducidas por los europeos a partir de la
conquista afectaron masiva y profundamente a los nativos de toda América,
produciendo una crisis demográfica casi sin precedentes que impidió su re-
cuperación hasta los niveles previos a la invasión.
El aislamiento de esas poblaciones con respecto a los habitantes del Viejo Mun-
do, junto con su relativa uniformidad genética debida al carácter reciente del pobla-
miento humano originario del Nuevo, hizo que enfermedades endémicas y de mo-
derados efectos letales del otro lado del océano devinieran altamente destructivas
en tierras americanas. Los brotes de viruela, en especial –aunque no únicamente–,
diezmaron a las poblaciones indígenas en forma periódica y recurrente.
En el Río de la Plata –lejano borde meridional del imperio español– esa situa-
ción también se verificó, desde luego que ajustada a las características propias del
lugar. Con relación a indios prisioneros, el objetivo de impedir su fuga utilizando
la menor cantidad posible de guardianes privó por sobre la prevención sanitaria y
la seguridad. En algunas oportunidades, las autoridades coloniales concentraron
y aislaron a los enfermos junto con personas en peligro de enfermarse, agravando
con ello el natural riesgo de contagio e incrementando más aún la morbilidad varió-
lica que de por sí afectaba a los indios. Por otra parte, los agentes microbianos en-
contraron en los sujetos encerrados huéspedes propicios debido a su mala alimen-
tación y al previsible stress experimentado. Las consecuencias negativas de esas
políticas de concentración y aislamiento, se agravaban cuando los responsables de
las instituciones respectivas cumplían negligentemente sus funciones.
En el caso que se examina, se proyectaron sobre las mujeres y niños nativos
recluidos en la Casa de Recogidas de Buenos Aires a raíz de los intensos conflic-
tos fronterizos que involucraban a sus grupos, durante la década de 1780. En esa
época, las habitantes del lugar y su descendencia sufrieron tres brotes epidémicos
registrados, aunque se considerará en particular el que tuvo lugar en el invierno de
1789. Se trata de un evento muy bien documentado, acerca del cual se ha logrado
una reconstrucción completa: la manera en que la peste llegó al continente por la
ruta de la trata de esclavos y se introdujo más tarde en la ciudad de Buenos Aires;
cómo penetró en la Casa de Recogidas, qué medidas se tomaron allí y qué impacto
tuvieron sobre los nativos internados –es decir, qué proporción enfermó y murió a
raíz de la enfermedad– y cuál fue la conducta posterior de las autoridades coloniales.
290 Devastación

Además, se examinará en detalle el procedimiento que debieron seguir los


administradores coloniales, en cumplimiento de dos Reales Órdenes emitidas al
respecto en 1785 y 1788 y de las prescripciones del manual médico en el que
se basaban, distribuido profusamente por la corona en sus colonias americanas
en un intento de normalizar las prácticas médicas. Ese manual recomendaba el
aislamiento inmediato de las personas que mostrasen síntomas de la enfermedad,
instituyéndose un lazareto al cuidado de individuos inmunizados con el fin de que
los enfermos no tuvieran contacto con individuos sanos. De suyo, en ese momento
el aislamiento ya no constituía una medida novedosa, pues hay evidencia de que
en el Recogimiento se aplicó al menos una vez en 1785, cuando se detectó otro
proceso infeccioso.
Sin embargo, durante el brote de 1789, ninguna de las medidas fue implemen-
tada por los encargados de la seguridad de los prisioneros; y aún así, ni el virrey
ni otras autoridades superiores cuestionaron la negligencia. En los requerimientos
librados a los encargados de la casa se percibe un mayor interés por la salvación
de las almas de las personas infectadas que por sus cuerpos. En el presente caso, ni
siquiera alcanzó, para asegurar un mejor cuidado a los enfermos, la eventual im-
portancia política y diplomática que el canje de las indígenas recluidas y sus hijos
pudiera tener en la concertación de paces con los grupos a los que pertenecían y con
los que se mantenían en ese momento serios conflictos.
Una proporción importante de la población internada enfermó y murió en esa
ocasión, según dan cuenta detallada los registros documentales de la Casa de Re-
cogidas –que permanecen inéditos– a los que se suman otras fuentes adicionales
numerosas que permiten recuperar las circunstancias de contexto. Este conjunto
de antecedentes nos habilitará a reconstruir el derrotero de la viruela, las políticas
sanitarias de la corona en contraste con la irresponsable gestión de las autoridades
coloniales pese a la vigencia de normas precisas, y sus consecuencias posteriores
sobre indígenas en situación de letal encierro.

Enfermedades introducidas y políticas sanitarias coloniales


La discusión acerca de las consecuencias de la invasión europea sobre las poblacio-
nes indígenas ha girado en general en torno a los primeros momentos del contacto;
se debate entonces si la caída demográfica se debió principalmente a la violencia
desplegada por los conquistadores, o a las enfermedades que estos trajeron del
viejo continente. La segunda hipótesis parece en principio exculpar a los invaso-
res, en tanto no podían controlar el contagio. Pero si se estudia el desarrollo de las
enfermedades durante toda la época colonial, y se amplía el espectro a las políticas
imperiales hacia los indígenas, el panorama es distinto.
Aunque la corona española no tuviera intención de exterminar a los indígenas
americanos y, de hecho, promulgara una amplia legislación protegiéndolos, mu-
chas de las políticas llevadas adelante por sus agentes facilitaron la difusión de las
enfermedades europeas, creando con ellas una relación sinérgica y potenciando sus
efectos devastadores.
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas recluidos 291

La más notoria fue el programa de concentración de las poblaciones nativas


en pueblos, aldeas, misiones y reducciones, práctica que alteró profundamente sus
patrones de asentamiento y de subsistencia, volviéndolas más vulnerables a la en-
fermedad, al concentrar en lugares reducidos a personas bajo stress alimenticio y
social. Tal como plantea el historiador David Sweet:

La experiencia más común entre los indios de las misiones de fron-


tera era la muerte prematura. La mayoría de las personas que iban
a vivir a las misiones morían más pronto de lo que habría sido el
caso de otra manera –a veces en unos pocos meses– como resultado
directo de haber entrado en asociaciones íntimas con europeos, sus
microorganismos mórbidos, y su régimen “civilizador”.1

La combinación del contacto con los microbios y las condiciones de concentración


en la que los neófitos vivían (a lo que se sumaba la mala alimentación), hacía que
la población de las misiones se viera afectada recurrentemente por epidemias que
la diezmaban. Desde el punto de vista demográfico, entonces, las misiones fueron
deficitarias: su población sólo podía incrementarse, o incluso mantenerse, median-
te la incorporación constante de nuevo personal proveniente de comunidades in-
dependientes.2
La situación de pérdida demográfica a causa de enfermedades introducidas,
registrado para las misiones españolas en general, encuentra un ejemplo bien do-
cumentado en las misiones franciscanas en California durante el siglo XVIII.3 La
práctica de encerrar a las mujeres célibes durante la noche en edificios separados y
superpoblados, que recibían el nombre de monjeríos, aunque destinada en principio
a controlar la sexualidad de las mujeres y protegerlas, en ocasión de una epidemia
brindaba un escenario ideal para el contagio de enfermedades infecciosas.4
Estas políticas de concentración, sumadas a aquellas tendientes a extraer tributo
y fuerza de trabajo de poblaciones en franca disminución demográfica, y a otras
destinadas suprimir las creencias locales, no contribuían precisamente al bienestar
de sus destinatarios.5

1 Sweet 1995, 11.


2 Sweet 1995.
3 Jackson 1992; Lightfoot 2005 75-80; Sandos 2004, 111-127; Sweet 1995, 11-17; Thornton 1987,
83-85; Walker y Johnson 1992 y 1994.
4 Una descripción de este edificio se encuentra en Voss 2005.
5 Una síntesis de la discusión en Robins 2011. A diferencia de otras potencias coloniales, no se ha
encontrado evidencia a la fecha de que los españoles emplearan deliberadamente medios de guerra
bacteriológica contra los nativos entre los siglos XVI-XVIII. En la literatura consultada sólo existe
un caso demostrado del empleo del virus en la guerra bacteriológica, y fue realizado en un contexto
excepcional: ocurrió en Ohio durante la rebelión de Pontiac, cuando una alianza pan-tribal logró
destruir siete de los doce fuertes británicos. El comandante de Detroit –coronel Bouquet–, al verse
sitiado y sin tener perspectivas de recibir refuerzos, distribuyó mantas y pañuelos infectados entre
los sitiadores para obligarlos a levantar el asedio (Fenn 2000; Finzsch 2008; Knollenbeerg 1954 y
Mayor 1995). Finzch (2008) sugiere que algo similar ocurrió en 1789 en la bahía de Sydney.
292 Devastación

La Casa de Reclusión o de Recogimiento en Buenos Aires


La Casa de Recogimiento capitalina era un lugar de depósito o confinamiento de
mujeres en el que la concentración de personas de diversa pertenencia étnica y con-
dición social en el medio de la ciudad exponía a las reclusas al contacto esporádico
con los virus. A lo largo de los siglos XVII y XVIII, en la mayoría de las ciudades
más o menos importantes de los dominios americanos –Buenos Aires entre ellas–
tuvo lugar la fundación de estas Casas de Recogimiento, una institución que desde
los tiempos del rey Felipe V había sido presentada como una alternativa a la reclu-
sión lisa y llana en galeras o cárceles femeninas.6
Aunque se desconoce la fecha precisa, la casa porteña debe haber sido fundada
hacia 1773 por el gobernador Juan José Vértiz, quien aprovechó la existencia de
conjunto complejo de edificios perteneciente a la expulsada orden jesuita. Este
lugar, conocido como La Residencia, fue empleado por la orden para la realización
de retiros espirituales e incluía una iglesia y otras construcciones a las que se les
dieron distintos destinos. Su gran capacidad permitió acomodar allí la sede del
Cuerpo de Dragones, un Hospicio de Pobres y Mendigos, y el Hospital Bethlemita
de Hombres, además de la Casa de Recogidas.7
Se trataba de un lugar de disciplinamiento y control para aquellos sectores fe-
meninos de la sociedad colonial cuya conducta amenazara las nociones de decencia
y honor de una comunidad patriarcal. Su población constaba de colorido conjunto
de limosneras, alegradoras de la vida, personalidades propensas al escándalo, des-
componedoras de matrimonios o rebeldes domésticas transitoriamente depositadas
por sus propios maridos, a los que se agregaban a veces sus hijos de corta edad.
Esta población carcelaria reflejaba en su interior la estructura del conjunto so-
cial, ya que estaban representados todos los sectores y castas de la sociedad riopla-
tense del momento: peninsulares, criollas, negras bozales, mulatas, pardas, tapes,
y finalmente, indias pampas prisioneras. Además de la instrucción religiosa, las
reclusas pasaban sus horas ocupadas en oficios más terrestres: hilar y tejer, buscar
agua y víveres, hacer mandados fuera de la casa.
Como dijimos, en Buenos Aires la Casa de Recogimiento sirvió como prisión
para la chusma capturada en los frecuentes enfrentamientos fronterizos entre las
tropas hispano-criollas y las sociedades nativas, que fueron frecuentes en las déca-
das de 1770 y 1780. En el Archivo General de la Nación (AGN) tres legajos de la
Sala IX reúnen información sobre el recogimiento porteño.8
El primero de esos legajos contiene una serie temporalmente discontinua de
comunicaciones breves acerca de las novedades cotidianas, redactadas por los
encargados de la casa entre diciembre de 1777 y octubre de 1789 para conoci-
miento de las instancias administrativas superiores, y de recuentos que sintetizan

6 Porta 2010; Pérez Baltasar 1985.


7 Porta 2010, 103.
8 AGN, Sala IX, 21, 1, 5. Casa de Reclusión; 32, 2, 6. División Colonia, Sección Gobierno,
Criminales 1780, Legajo 17, Expediente 17 y 23.10.8. División Colonia, Sección Gobierno, Guerra
y Marina 1785, Legajo 20, Expediente 5.
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas recluidos 293

el estado de la población recogida y la identidad de sus componentes. Los restan-


tes están constituido por dos expedientes, el primero es un único registro relati-
vamente extenso consistente en la información sustanciada en 1780 con motivo
de una fuga de pupilas, eventos que parecen haber sido frecuentes y el segundo
contiene un sumario en el que se investigó los delitos cometidos por el sargento
de Infantería de Asamblea Francisco Calvete, director de la casa entre 1780 y
1784. Calvete fue acusado de malversación de fondos, maltrato a las prisioneras
y de haber mantenido relaciones sexuales con varias de ellas, embarazando al
menos a cinco internas. El expediente consta de unas 140 fojas, las 120 primera
numeradas y las últimas veinte no, y ofrece una visión muy detallada del funcio-
namiento cotidiano de la casa.

Introducción de la enfermedad en Buenos Aires


En su carácter de puerto de ingreso de la trata africana al continente, Buenos Aires
se vio expuesto regularmente a las enfermedades introducidas con los contingentes
de esclavos.9 Para evitar sus efectos, las autoridades metropolitanas y locales desa-
rrollaron durante el siglo XVIII mecanismos de cuarentena que se aplicaban a los
embarques de esclavos importados.10
En la segunda mitad del siglo XVIII la situación se deterioró, pues las grandes
compañías comerciales fueron reemplazadas por mercaderes locales que tenían
una menor capacidad económica para encajar las pérdidas debidas a la cuaren-
tena, y usaban su influencia dentro de la administración colonial para volver más
laxos los controles. Los tratantes porteños tenían además como socios y fuente de
abastecimiento a los traficantes portugueses en África o en Brasil,11 y es sabido
que las condiciones sanitarias en los barcos negreros portugueses eran las peores,
pues fueron los últimos en adoptar las medidas profilácticas de la inoculación y las
cuarentenas.12 La laxitud en los controles permitía que a veces los comerciantes no
respetaran el lapso de aislamiento, o que en ocasiones introdujeran sus contingen-
tes de esclavos quebrantando las reglas sin más, que fue la forma en que la viruela
llegó a Buenos Aires en 1789.13
A pesar de la existencia de una legislación que imponía el aislamiento riguro-
so de los esclavos enfermos que arribaran al Río de la Plata, en Buenos Aires la

9 Las condiciones de la trata favorecían la difusión de la enfermedad entre los esclavos. De hecho la
viruela era, después de la disentería, la principal causa de mortalidad de las piezas en tránsito entre
África y las plantaciones esclavistas del Nuevo Mundo (Curtin 1967; Kiple 2002, 144; Postma
2004, 245; Rawley y Behrendt 2005, 250). En el caso de Buenos Aires, durante la segunda mitad
del siglo XVIII la situación se agravó por el hecho que señalaremos a continuación en el texto
principal.
10 Santos y Thomas 2008; Santos et al. 2010.
11 Borucki 2009 y 2010.
12 Respecto a las condiciones de la trata desarrollada por los portugueses en el último tercio del XVIII,
ver Alden y Miller 1987a y 1987b; Miller 1988, 431; Ribeiro 2008, 147.
13 Alden y Miller 1987a, 60.
294 Devastación

práctica no se hizo efectiva hasta 1793, cuando una epidemia introducida por “una
partida de Negros” hizo que en seis meses muriesen “dos mil y tantas criaturas y
no Solam.te en la Capital sino que inficiono la campaña hasta Mendoza arrasando
la infancia q.e apenas escaparon la mitad.”14
Las medidas tomadas por el virrey Arredondo consistieron en tres puntos: a)
todo cargamento de esclavos que ingresase a la ciudad debía desembarcar en Ba-
rracas y no en la ciudad propiamente dicha; b) todo contingente que superase las
cuatro “piezas” debía contar con el visto bueno de las autoridades correspondien-
tes; el permiso sólo se concedía luego de que estas constatasen el perfecto estado de
salud del lote, la ausencia de enfermedades durante una temporada de treinta días
de estadía en Montevideo; y finalmente, c) se prohibía que los esclavos se bañaran
en otro paraje que no fuere el Riachuelo.15

Posibles vías de introducción de la enfermedad en la Casa


Las reclusas internadas en la Casa de Recogimiento no estaban aisladas, como
podrían sugerirlo los objetivos de la institución. Las indias internadas salían de
ella cotidianamente para cumplir distintas tareas que las ponían en contacto con la
población de la ciudad y de ese modo quedaban expuestas a los contagios. La reali-
zación de mandados para otras internadas que disponían de mayores recursos, o el
lavado en el río de la lana cruda utilizada para sus tejidos, por ejemplo, les permitía
frecuentar la costa y la Recova y visitar las pulperías y tiendas del entorno, sectores
muy concurridos que podían crear un riesgo de infecciones:

…para el trajin de salir fuera todas las empleaba [a las prisioneras] á


comprar p.a las demas presas, y labar lana al rio, las que hiban solas
á dhas empleamientos.16

Además, cuando Buenos Aires se convirtió en capital del virreynato, el número


de sus pobladores creció rápidamente, generándose entonces un agudo déficit de
viviendas. El alquiler de cuartos fue insoslayable para muchos de los recién lle-
gados, incluidos burócratas y pequeños comerciantes, y naturalmente una impor-
tante fuente de ingresos para los propietarios.17 En ese contexto, las autoridades
se mostraban preocupadas porque los locatarios, apresurados por asegurarse las
ofertas, solían rentar habitaciones donde habían muerto enfermos de viruelas sin
desinfectarlas previamente, añadiendo de esta manera un nuevo e imprevisto pe-
ligro sanitario. El encargado de la Casa de Recogidas Francisco Calvete llevó su

14 Dictamen del Licenciado Joseph Capdevilla, Buenos Aires, 9-I-1805. En: “Sobre la arribada á
Montev.o de la Fragata merc.te Portugesa el Joaquin con esclavatura consignada á D.n Martin de
Alzaga”. AGN IX 36.2.3, fojas 211-213vta.
15 Bando sobre entrada y manutención de negros bozales. Buenos Aires, 2-XII-1793 AGN IX8.10.7,
Libro V, fojas 129-130 citado por Gárbano, 2008.
16 Declaración del sargento Calvete, Buenos Aires, 16 abril 1784, AGN IX 23.10.8., foja 68vta.
17 Socolow, 1987, 178-178; 1991, 78-79; Santos et al., 2010, 218.
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas recluidos 295

imprudencia al extremo de afectar las propias instalaciones de la residencia como


depósito de esclavos.18
Queda claro en resumen que entre el interior de la Casa de Residencia y el
exterior existía un movimiento diario y regular de personas –incluidas las propias
prisioneras– que facilitaba la exposición a los contagios.

La epidemia de 1789
El 22 de julio de 1788, es decir un año antes del brote epidémico, la Casa de
Residencia albergaba a unos 43 prisioneros nativos, 33 mujeres y 10 varones.19
En la documentación no aparecen nuevos ingresos y se mencionan, en cambio,
algunas muertes, por lo que el número de internados debió mantenerse en torno a
las cuatro decenas. El surgimiento de la viruela quedó rápidamente reflejado en la
documentación, porque el director de la Casa de Recogidas informaba con regula-
ridad al virrey acerca de los decesos ocurridos mediante oficios breves en los que
se mencionaba el nombre del difunto, su edad y su origen. Estos datos permiten
que nos hagamos una idea de la duración del brote, y a qué sector de la población
del reclusorio afectó. La primera muerte claramente adjudicada a la enfermedad
sucedió el 30 de junio de 1789 y la última, el 2 de agosto siguiente. Sucumbieron
doce personas, es decir, más de un cuarto del total de los indios apresados, las dos
terceras partes menores o adolescentes (ocho)20 y el resto jóvenes y ancianas (dos
en cada caso).
El sufrimiento de los presos debe medirse no solo por el alto nivel de pérdida
de vidas,21 sino también por la experiencia traumática de los desahuciados y los
sobrevivientes, al convertirse en testigos impotentes de sucesivos fallecimientos
sin poder sustraerse a la situación de encierro.

18 Lo hizo, al menos, en una ocasión, según el siguiente documento: “Certificamos nosotros abajo
firmantes que nos consta de ciencia cierta que el Negro llamado Diego embargado por su ponerse
de el Sargento D.n Fran.co Calvete pertenece à D.n Josè Garcia Cevallos, que à su propartida para
Lima con procion de Negros que tubo ospedados en la casa de Residencia lo dexò al cuidado del
dho Calvete que corria al reparo de ellas, por estar enfermo para su buelta…” Buenos Aires, 2 julio
1784. AGN IX. 23.10.10, s/n.
19 “Razon individual de las Mugeres que actualm.te se hallan en la Casa de Recogidas de esta Capital,
incluiendo con separacion las Yndias Pampas è Yndios, que pasa el Director de dha Casa al
Excelentisimo Señor Marq.s de Loreto Virrey y Capn Grâl actual”. Buenos Aires, 22 julio 1788.
AGN IX 21.1.5.
20 No disponemos de datos relativos al comportamiento de la enfermedad en el resto de la ciudad, pero
existen algunos indicios que señalan un patrón análogo. Susan Socolow encontró que en la casa
del comerciante peninsular Gaspar de Santa Coloma, las únicas víctimas de la epidemia también
fueron niños: el primero de agosto falleció Gaspar, su hijo, y un mes después Martina, una huérfana
agregada a la casa como criada (los certificados de defunción se encuentran en el libro de Difuntos
de la Iglesia de la Merced, ver Socolow 1991, 162 y 189 nota 19).
21 De un pequeño grupo de cuatro indias enviadas desde Carmen de Patagones, sólo sobrevivió una.
296 Devastación

Cuadro 1
individuos muertos en la epidemia de 1789*
Fecha Nombre Edad Cristiano/a Pertenencia
Remitida de patagones
Sin mención
30-VI-1789 Francisca Navarro Sí con otras tres. Llegaron a
de edad
la residencia en 1788
Fue capturada en 1784
por la columna al mando
03-VII-1789 Antonia 11 años Sí de Balcarce durante la en-
trada general de ese mis-
mo año.

Remitida de Patagones
05-VII-1789 Teresa 9 años Sí con otras tres. Ingresaron
a la Residencia en 1788.

Sin mención
07-VII-1789 Dominga Martínez Sí Sin datos
de edad
Fue capturado en 1784
por la columna al mando
09-VII-1789 Juan José 12 años Sí de Balcarce durante la en-
trada general de ese mis-
mo año.
Fue capturada en 1784
por la columna al mando
Dominga de los An-
11-VII-1789 6 años Sí de Balcarce durante la en-
geles
trada general de ese mis-
mo año.
Fue capturada en 1784
por la columna al mando
11-VII-1789 Isabel 11 años Sí de Balcarce durante la en-
trada general de ese mis-
mo año.

Fue capturado en 1784


por la columna al mando
20-VII-1789 Manuel 18 años Sí de Balcarce durante la en-
trada general de ese mis-
mo año.

Fue capturado en 1784


por la columna al mando
23-VII-1789 Bernabé 6 años Sí de Balcarce durante la en-
trada general de ese mis-
mo año.

Fue capturada en 1784


por la columna al man-
28-VII-1789 Francisca Xaviera Anciana Sí do de Balcarce durante
la entrada general de ese
mismo año.
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas recluidos 297

Fue capturada en 1784


por la columna al man-
28-VII-1789 María Mercedes Muy anciana Sí do de Balcarce durante
la entrada general de ese
mismo año.

Fue capturado en 1784


por la columna al man-
02-VIII-1789 Juan 18 a 20 años Sí do de Balcarce durante
la entrada general de ese
mismo año.

Referencias
Fuentes: Oficios del director de la Casa de Residencia al virrey informándole la muerte de la India
Francisca Navarro. Buenos Aires, 30 junio 1789. AGN IX 21-1-5; de la India Antonia. Buenos Aires, 3
julio 1789. AGN IX 21-1-5; de la China Teresa. Buenos Aires, 5 julio 1789. AGN IX 21-1-5; de la India
Cristiana Dominga Martínez Buenos Aires, 7 julio 1789. AGN IX 21-1-5; del Indiecito llamado Juan
Joseph. Buenos Aires, 9 julio 1789. AGN IX 21-1-5; de las Indias Dominga de los Angeles e Isabel.
Buenos Aires, 11 julio 1789. AGN IX 21-1-5; del Indio Manuel. Buenos Aires, 20 julio 1789. AGN IX
21-1-5; del Indio cristiano Bernabé. Buenos Aires, 23 julio 1789. AGN IX 21-1-5; de las Indias Francis-
ca Xaviera y María Mercedes. Buenos Aires, 28 julio 1789. AGN IX 21-1-5; y del Indio Juan. Buenos
Aires, 2 agosto 1789. AGN IX 21-1-5.

Negligencia en el tratamiento
Aunque la ciudad de Buenos Aires estaba expuesta irremisiblemente al peligro de
la viruela a causa del constante ingreso de barcos negreros, las consecuencias po-
drían haberse moderado si las autoridades locales hubieran sido más rigurosas en
la aplicación de las medidas sanitarias impulsadas por la corona.
Las políticas de cuarentena y aislamiento fueron recomendadas en la Real Or-
den del 15 de abril de 1785. Junto con ella, el ministro de Indias José de Gálvez
envió a las colonias un folleto con instrucciones acerca de cómo proceder durante
un brote variólico. En realidad, se trataba de un libro escrito por el médico Fran-
cisco Gil, quien proponía mantener un sistema de lazaretos donde los enfermos
serían atendidos por personas que ya hubieran padecido la enfermedad y que, por
lo tanto, estuvieran inmunizadas. Debía aislarse a toda costa a los enfermos, y su
contacto con los facultativos se reduciría al máximo, además de otras varias medi-
das profilácticas.22
El Despacho Universal de Indias financió esa primera edición y se encargó de
distribuirla por todas las dependencias coloniales: entre mayo y septiembre de 1785
se enviaron en total 3.500 ejemplares de la obra de Gil, en tres tandas, a todas las de-
pendencias americanas junto con la Real Orden.23 El virrey de Buenos Aires recibió
ciento cincuenta ejemplares para distribuir el primero de septiembre de 1785.24

22 Gil 1784, 57-66.


23 Expediente Sobre la remision â Yndias de los Ympresos que tratan el modo de preservar â los
Pueblos de Viruelas. AGI Indiferente General, 1335.
24 Oficio del marqués de Loreto al ministro de Indias José de Galvez, Buenos Aires, uno septiembre
1785. AGI Indiferente General 1335, s/p.
298 Devastación

La Real Orden no dejaba lugar a dudas sobre la manera de proceder en caso de


epidemia:

…dispondrá V. que luego que se manifieste la invasión de Viruelas


en algún Pueblo de su jurisdicción se transporte el primer Virolento,
y los que le sucedieren en esta enfermedad, á la Ermita, ó Casa de
Campo que V. hubiese destinado, ó mandado hacer á la distancia
competente de la Poblacion, y en parage saludable, pero situado de
suerte que los Ayres, que regularmente corran en la comarca no pue-
da comunicar el contagio a los Pueblos, ni Haciendas inmediatas;
bien que según el dictamen general de los Profesores, y las experien-
cias que se han repetido, esta enfermedad pestilentes solo se propaga
por el contagio con los enfermos, ó cosas que les sirven.25

Pese a que fue el mismo virrey Loreto quien recibió el decreto, y a que contaba
con un número suficiente de ejemplares de la Disertación a mano, con ocasión
de la epidemia de 1789 ni los encargados de la Casa de Residencia ni el propio
virrey hicieron mención alguna a esta obra. Según la correspondencia que man-
tuvieron entre sí, los primeros no tomaron ninguna de las medidas de aislamiento
prescriptas,26 y el segundo no mostró preocupación alguna porque se adoptaran y
cumplieran. Su única inquietud se redujo a preguntar si una de las enfermas había
muerto bautizada:

Por el Oficio de Vm de ayèr quedo enterado de havèr fallecido de vi-


ruelas la Yndiecita Antonia, una de las remitidas por el Comand.te de
Front.a D.n Fran.co Valcarce: y en su conseq.a prevengo à Vm aclare si
murio cristiana ò Ynfiel.27

La respuesta no tardó en llegar: Antonia había sido bautizada antes de morir, y de


todos los nativos de la Casa de Residencia, solo dos presas antiguas permanecían
fieles a su antigua religión:

El Director de la Casa de Recogidas de esta Capital en virtud de lo


que V. E. le previene aclare si la Yndiesita Antonia que acaba de
fallecer estos dias de Virguelas, si murio Cristiana ò Ynfiel, dice que
excepto dos Yndias antiguas, no tiene V. E. en todas las que hay en
dha casa ninguna q.e no sea Cristiana, y las mas de ellas se confiesan

25 Real Orden, Aranjuez, 15 junio 1785. AGI Indiferente General, 1335, s/p.
26 En una oportunidad anterior (1785), se aisló a un niño enfermo por temor a que contagiara al resto
de los residentes: “Assi mismo avisa, que de los Yndios pequeños de el Cacique negro hay uno
como de 8 a.s ya Cristiano con Virguelas, el que se ha puesto con q.n lo asista en un quarto à parte
à fin de precaver no se contagien los otros” (Oficio del director de la Casa de Recojidas al virrey,
Buenos Aires, 17 junio 1785. AGN IX 2.1.5.)
27 Oficio del virrey marqués de Loreto a Joseph Antonio Acosta, Buenos Aires, 4 julio 1789. AGN IX
21.1.5.
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas recluidos 299

y aun comulgan. Muchas es cierto q.e han habido que se han resistido
à recivir el S.to Bautismo, pero quando se han visto enfermas grave-
mente, han pedido el agua del S.to Bautismo, y han muerto cristianas.
No dudo, que el noble y piadoso Corazon de V. E. tan celoso por el
bien de las Almas se llene de complasencia, y mucho mas quando V.
E. es el instrum.to paraq.e ellas hayan logravo recivir el S.to Baut.mo.28

Esa zozobra por el destino de las almas y el paralelo descuido de los cuerpos evi-
denciado en el incumplimiento de las normas de profilaxis promovidas por la coro-
na, recién se modificó en 1793. Fue necesario que murieran 2.500 niños –la mitad
de la población infantil de la ciudad– para que se hiciera efectiva una política de
aislamiento de los enfermos, y aún así no muy rigurosamente.
Esta actitud desidiosa contrasta fuertemente con la práctica de los nativos de
la región, que rápidamente comprendieron la necesidad de separar y poner en cua-
rentena a los enfermos, dejándoles techo, alimentos y bebidas, y controlando su
evolución:

Conocen que la viruela es contagiosa y así lo mismo es asomar entre


ellos que dejan al paciente solo, se muda el toldo lejos y cada tres
dias vienen algunos á ver los enfermos por varlovento, les dejan co-
mida y bebida y prosiguen haciendo lo mismo con todos hasta que
sanen ó mueran que es lo comun.29

Al mismo tiempo que disminuía la propalación del mal, la insularidad de los con-
tagiados aumentaba sus posibilidades de supervivencia,30 y resultaba crucial para
cortar el contagio. Un ex-cautivo declaró que, habiéndolo aprisionado los indios
junto con su hijo, en uno de los malones contra la frontera de Buenos Aires en
1752, apenas vieron los captores que el niño tenía viruelas, los abandonaron a am-
bos; y a poco de caminar, encontraron a un indio en la misma situación:

y q.e como le hubiesen dado las Virguelas a dho. su hijo los dejaron
a pie en medio Campo y se fueron, y despues que su hijo se medio
alento se fueron ápie siguiendolos por el rastro á los dhos Yndios y
llegaron aun toldo donde havian dejado vn Yndio enfermo de Vir-
guelas y alli pararon y de alli fue de donde se huieron...31

Si bien un paciente aislado y regularmente asistido tenía mayores posibilidades


de librarse de la muerte, el hecho de que a menudo enfermaran simultáneamente

28 Oficio de Joseph Antonio Acosta a Loreto, Buenos Aires, 6 julio 1789. AGN IX 21.1.5.
29 Aguirre 1949 [1793], 340-341.
30 Cfr. Jones 2003, 732-733; Kelton 2004, 64.
31 Declaración del cautivo Eusebio del Barrio, 11 agosto 1752, en Cabildo de Buenos Aires,
“Información presentada... sobre la reducción de Pampas a cargo de la Cía. de Jesús”, AGI (copias
del Museo Etnográfico de Buenos Aires carpeta J. 16), Audiencia de Charcas, 221, fs. 52V-53R.
300 Devastación

la mayoría de los miembros de una parcialidad indígena –por definición pequeña


en número de integrantes– aumentaba la letalidad local de la viruela, debido a la
escasez de personas que estuviesen en condiciones de brindar alimento, agua y
abrigo a los infectados.
No obstante, la práctica nativa de separación de los enfermos como medida pro-
filáctica se mantuvo, aunque se reiterara entre sus enemigos la conclusión errrónea
de que se trataba de un abandono guiado por el temor, la desidia y el desinterés.
Baste un ejemplo casi un siglo posterior a la epidemia de 1789. Un observador
especializado, el cirujano militar Luis Orlandini, médico de una de las brigadas
integrantes de la Tercera División al mando de Eduardo Racedo, en campaña ter-
minal contra los ranqueles durante el año 1878, todavía incurría en ese supuesto
error de apreciación:

Los indios tienen a esta enfermedad un miedo espantoso, a los pri-


meros casos se alborota una tribu, la madre abandona a sus hijos y
éstos a sus padres en casos de enfermedad: el miedo puede en todos
ellos más que el amor filial; se le abandona al enfermo de una manera
miserable, dejándolo solamente entregado a la providencia, limitan-
do los cuidados sólo a una vasija con agua, algo con qué taparse y el
abrigo que pudiera prestarle algún monte en caso de existir o sino el
desierto mismo le sirve de habitación.32

Conclusiones
La sola concentración de prisioneros en un único lugar, sobre todo si está situa-
do en una ciudad por cuyo puerto ingresan regularmente esclavos portadores de
enfermedades contagiosas, es de por si un acto de irresponsabilidad; si se añaden
factores como una alimentación insuficiente o ausencia de instalaciones o abrigo
adecuados, la situación se torna aún más peligrosa; y si se suma el hecho de que al
parecer se ignoraron todas las medidas profilácticas recomendadas por la corona
para los casos de brotes epidémicos, la práctica se vuelve directamente un acto de
negligencia criminal.33
Al menos en dos ocasiones –1785 y 1788– la corona envió Reales Ordenes
para que se crearan lazaretos, aislando a los enfermos, y pese a esto las autoridades
locales parecieran haber hecho caso omiso de la voluntad real. Ante un diagnóstico
certero –de hecho, la aparición de viruela fue registrada claramente por escrito– no
se menciona la instalación del lazareto y sólo se elevan sucesivos informes dando

32 Informe del Cirujano Luis Orlandini, Pitre-Lauquen, 1 agosto 1879, en Racedo 1940, 244.
33 La suma de estos factores -mala alimentación, sobrepoblación y maltrato, combinadas con las
enfermedades- generaron en los internados para niños nativos en Norteamérica tasas de mortalidad
equivalentes a las de los campos de concentración nazis (Churchil 2004, 95-96). Respecto de las
condiciones sanitarias en los internados que funcionaron en Australia, Canadá y Estados Unidos a
partir de la década de 1880, ver asimismo Churchil 2004, 95-97 y Jacobs 2006, 221; 2009, 259-260.
Viruela, negligencia sanitaria colonial y mortalidad de indígenas recluidos 301

cuenta de las muertes ocurridas, como si se tratase de un mal contra el que nada
pudiera hacerse. La preocupación mayor consistió en averiguar el estado de con-
versión al cristianismo de los nativos, dejando los cuerpos librados a su suerte. Así
lo revelan las reiteradas consultas acerca de si se tomó la precaución de bautizar
a los variólicos antes de que sobreviniera la muerte, y la simultánea ausencia de
interés por saber si se hizo o no todo lo posible para evitar el deceso. Ese orden de
prioridades no era novedoso, sino que, por el contrario, constituyó un fenómeno de
larga duración, típico de las autoridades civiles pero también de los misioneros de
la época colonial y de sus sucesores criollos.
Por otra parte, las prisioneras nativas constituían prendas de importancia políti-
ca, de modo que la negligencia con que la administración colonial las colocaba en
riesgo de vida adquiría un carácter especialmente grave dado que su restitución o
canje contribuía sin duda a la concertación de paces con los grupos hostiles de los
que provenían.
La muerte de esas personas, al clausurar esa opción, lógicamente hacía crecer
el resentimiento de parientes y aliados, dando lugar a la prolongación de los con-
flictos en un momento de elevada fricción fronteriza y creando la posibilidad de
una represalia que contribuyese a espiralar la violencia, en detrimento –además– de
la liberación de los cristianos capturados, retenidos en las tolderías a la espera de
concretar los intercambios.
CAPÍTULO XIII
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela
sobre las poblaciones nativas de la región pampeano-
nordpatagónica (décadas de 1780 y 1880)1

Juan Francisco Jiménez – Sebastián L. Alioto

1. Introducción

L
as enfermedades epidémicas introducidas por los europeos a partir de la
conquista afectaron masiva y profundamente a los nativos de toda América,
produciendo una crisis demográfica casi sin precedentes que impidió su re-
cuperación hasta los niveles previos a la invasión.
El aislamiento de esas poblaciones con respecto a los habitantes del Viejo Mun-
do,2 hizo que enfermedades endémicas y de menor efecto letal del otro lado del
océano devinieran epidémicas y altamente destructivas en tierras americanas. Los
brotes de viruela, en especial –aunque no únicamente–, diezmaron a los nativos en
forma periódica y recurrente.
El debate acerca de las consecuencias de la invasión europea sobre las pobla-
ciones indígenas ha girado en general en torno a los primeros momentos del con-
tacto; se discute entonces si la caída demográfica se debió principalmente a la vio-
lencia desplegada por los conquistadores, o a las enfermedades que estos trajeron
del viejo continente. La segunda hipótesis parece en principio exculpar a los invas-
ores, en tanto no podían controlar el contagio. Pero si se estudia el desarrollo de
las epidemias durante toda la época colonial y el primer siglo republicano, y se in-
corporan al análisis las políticas imperiales hacia los nativos, el panorama cambia.
Varios autores que estudiaron el fenómeno de la pérdida demográfica consid-
eran que ella fue fruto del efecto combinado de la enfermedad con los conflictos
provocados por la colonización europea y sus secuelas, que en algunas regiones
incluyeron cautiverio, desplazamiento de poblaciones y destrucción de la infrae-
structura económica nativa.3

1 Este artículo fue publicado originalmente en Revista de Estudios Marítimos y Sociales, no. 11
(2017), pp, 114-147.
2 Además, para algunos autores como Black (1992), al aislamiento continental debe sumarse una
relativa uniformidad genética de los nativos americanos debida al carácter reciente del poblamiento
humano originario del Nuevo Mundo; el asunto es aún objeto de debate.
3 Johanson 1982; Larsen 1994, Kelton 2007, Jones 2015, Jones et al. 2015 y Livi-Bacci 2006.
304 Devastación

Aunque se aceptara que la corona española no tuvo intención de exterminar a


los nativos, y aun cuando admitiéramos que quisiera protegerlos mediante la prom-
ulgación de una amplia legislación, lo cierto es que muchas de las políticas llevadas
adelante por sus agentes facilitaron la difusión de las enfermedades introducidas,
creando una relación sinérgica y potenciando sus efectos devastadores.
La más notoria fue el programa de agrupar a las poblaciones en pueblos, al-
deas, misiones y reducciones. A menudo, esta práctica alteró profundamente los
patrones tradicionales de asentamiento y de subsistencia indígenas, volviéndolos
más vulnerables a la enfermedad, en tanto se concentraba en espacios reducidos a
personas bajo stress alimentario y social. La vida en misiones ilustra el resultado
de tales políticas:

La experiencia más común entre los indios de las misiones de fron-


tera era la muerte prematura. La mayoría de las personas que iban
a vivir allí sucumbían más rápidamente que en otras circunstancias
–a veces en unos pocos meses–, como resultado directo de haber
entrado en íntima asociación con europeos, sus microorganismos
mórbidos, y su régimen “civilizador”.4

El contacto con los microbios combinado con las condiciones en las que los neófi-
tos vivían (sumados a una mala alimentación), hacía que la población se viera afec-
tada recurrentemente por epidemias deletéreas. Desde el punto de vista demográfi-
co, entonces, las misiones fueron deficitarias: su tamaño sólo podía incrementarse,
o simplemente mantenerse, mediante la incorporación constante de nuevo personal
proveniente de comunidades independientes.5
Las estrategias de concentración, agregadas a aquellas tendientes a extraer tri-
buto y fuerza de trabajo en un contexto de franca caída demográfica y a suprimir
las creencias locales, no contribuían precisamente al bienestar de los nativos, más
allá de cuáles fuesen las intenciones de quienes las planificaban.6
En el Río de la Plata –lejano borde meridional del imperio español– esa si-
tuación también se verificó, desde luego que ajustada a las características propias
del lugar. Las sociedades nativas regionales permanecieron durante siglos fuera
del control colonial, estableciéndose una amplia frontera con conexiones cada vez
más frecuentes; hacia fines del siglo XVIII, Buenos Aires, flamante capital del
virreinato rioplatense, incrementó su importancia como centro principal de las ne-

4 Sweet 1995, 11; la traducción nos pertenece.


5 Sweet 1995. La situación de deterioro a causa de enfermedades introducidas, registrado para las mi-
siones españolas en general, encuentra un ejemplo bien documentado en las californianas instaladas
por los franciscanos durante el siglo XVIII (Jackson 1992; Lightfoot 2005, 75-80; Sandos 2004,
111-127; Sweet 1995, 11-17; Thornton 1987, 83-85; Walker y Johnson 1992 y 1994). La práctica de
encerrar a las mujeres célibes durante la noche en edificios separados y superpoblados que recibían
el nombre de monjeríos (cf. Voss 2005), aunque destinada en principio a protegerlas y controlar su
sexualidad, creaba un escenario ideal para el contagio en ocasión de una epidemia.
6 Una síntesis de la discusión en Robins 2010.
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 305

gociaciones diplomáticas y del comercio interétnico con los indios de las pampas
y Nordpatagonia, y también como el centro desde donde partían las campañas mi-
litares hacia territorio indígena. Los cautivos obtenidos en esas expediciones eran
llevados a la ciudad como prisioneros.
A la vez, Buenos Aires exhibía en esos tiempos una cierta prosperidad cre-
ciente, basada principalmente en la exportación de metales preciosos y cueros y la
importación de esclavos africanos. Este ingreso de piezas humanas, una de las vías
primordiales de entrada del virus variólico,7 generó brotes epidémicos cada vez
más frecuentes que desde la capital se expandían hacia el resto del virreinato, pero
también más allá de la frontera ingresando a los territorios indígenas. Esa condi-
ción de ciudad portuaria y comercial y de centro político regional la convirtió en un
grave riesgo sanitario y epidemiológico.
A partir de los frecuentes conflictos interétnicos de las décadas de 1770 y 1780,
los indígenas (especialmente mujeres y niños) aprisionados en las campañas mili-
tares fueron encerrados en condiciones que facilitaron su contagio de viruelas. Por
lo que se sabe y tal como anticipáramos en una de las notas previas, los españoles
no usaron la enfermedad deliberadamente para matar, pero sí desarrollaron políti-
cas que, aunque no tuvieran ese objetivo, lograban facilitar la difusión del virus:
confinamiento –mantener gente presa en Buenos Aires equivalía a exponerlos a un
alto riesgo epidemiológico –, hacinamiento, y falta de medidas preventivas antes
y durante los brotes epidémicos generaron niveles importantes de morbilidad y de
mortalidad en la población cautiva.
A continuación, presentaremos dos estudios de caso entre 1780 y 1789, que se
caracterizan porque si bien pudiera objetarse que no involucraron grandes pérdidas
de vidas en términos absolutos, muestran un resultado muy negativo si se los con-
sidera en proporción a la reducida escala demográfica de las sociedades nativas en
cuestión, y en combinación con las previas muertes de los familiares del grupo en
“combates” que a menudo fueron masacres.8

7 Las condiciones de la trata favorecían esa difusión. De hecho la viruela era, después de la disente-
ría, la principal causa de mortalidad en los esclavos en tránsito entre África y las plantaciones es-
clavistas del Nuevo Mundo (Curtin 1968; Kiple 2002, 144; Postma 2004, 245; Rawley y Behrendt
2005, 250). Para evitar sus efectos, las autoridades metropolitanas y locales desarrollaron durante
el siglo XVIII mecanismos de cuarentena que se aplicaban a los embarques de esclavos (Santos y
Thomas 2008; Santos et al. 2010). En la segunda mitad del siglo XVIII, las grandes compañías
comerciales fueron reemplazadas por mercaderes que tenían una menor capacidad económica para
hacer frente a las pérdidas eventuales producidas durante las cuarentenas. Con el propósito de
eludirlas, utilizaron sus influencias locales dentro de la administración colonial, de manera que
pudieran concretarse y finiquitarse las ventas antes de que un crecimiento aleatorio del número
de muertes perjudicase la rentabilidad del negocio. El resultado de quebrantar las reglas fue que
en ocasiones no se impuso el período de cuarentena y se introdujeron contingentes infectados: en
1789, la viruela ingresó al puerto de esa forma (Alden y Miller 1987a, 60). Además, los traficantes
porteños tenían como socios y fuente de abastecimiento a los traficantes portugueses en África o
en Brasil (Borucki 2009 y 2010), y es sabido que las condiciones sanitarias en los barcos negreros
de esa procedencia eran las peores, pues fueron los últimos en adoptar medidas profilácticas de
inoculación y aislamiento (Alden y Miller 1987a y 1987b; Miller 1988, 431; Ribeiro 2008, 147).
8 Jiménez, Alioto y Villar 2017; Jiménez y Alioto 2017.
306 Devastación

El objetivo de impedir la fuga de los prisioneros utilizando la menor cantidad


posible de guardianes primó por sobre la prevención sanitaria y la seguridad. En
algunas oportunidades, las autoridades coloniales concentraron y aislaron a los en-
fermos junto con personas sanas, agravando con ello el natural riesgo de contagio
e incrementando más aún la morbilidad variólica. Por otra parte, los agentes micro-
bianos encontraron en los sujetos encerrados huéspedes propicios debido a su mala
alimentación y a su situación de stress. Las consecuencias negativas de estas políti-
cas se agravaban cuando los responsables de las instituciones respectivas cumplían
negligentemente sus funciones.
En los casos a examinar, se vieron afectadas mujeres y niños nativos recluidos
en la Casa de Recogidas de Buenos Aires a raíz de los intensos conflictos que in-
volucraron a sus grupos, durante la década de 1780. Se explorará en detalle el pro-
cedimiento que debieron seguir los administradores coloniales, en cumplimiento
de dos Reales Órdenes emitidas al respecto en 1785 y 1788 y de las prescripciones
del manual médico en el que se basaban, distribuido profusamente por la corona en
sus colonias americanas en un intento de normalizar las prácticas médicas. En es-
tos eventos enfermó y murió una proporción importante de la población internada,
según dan cuenta detallada los registros documentales del recogimiento, a los que
se suman otras fuentes vinculadas a la administración política y militar fronteriza
que permiten recuperar las circunstancias de contexto.
Veremos luego que un siglo después, durante las campañas militares que pusie-
ron fin a la autonomía indígena, las conductas negligentes respecto de los prisio-
neros indígenas se repitieron, a pesar de que se contaba con personal médico es-
pecializado. En parte porque el camino a seguir fue decidido por los comandantes
militares antes que por los facultativos, las medidas precautorias no se tomaron a
tiempo, dando oportunidad al virus de expandirse entre los cautivos, cuya situación
de concentración colaboró a difundirla a gran velocidad.

2. Epidemias y políticas sanitarias coloniales


Sabemos que los propios indígenas encontraban una vinculación estrecha entre
vida urbana, concentración poblacional, sedentarismo y enfermedades infecciosas,
como lo revela la argumentación del cacique pampa Ignacio Muturo ante el padre
jesuita Lucas Cavallero, que pretendía establecerlos en misión:

Pues lo que nos da cuidado es que lo mismo es poblarse los pampas


que venir la peste y acabarnos. ¿Tú no tienes noticia de lo que nos
sucedió en Areco? Pues, apenas se juntaron aquí con su corregidor
más trescientos pampas cuando luego los acabó la peste Igual es lo
que sucedio a los demás pueblos que todos se acaban y consumen.
Pues, ¿qué nos puede suceder a nosotros sino lo mismo? lo mismo es
poblarse los pampas que venir la peste y acabarnos.9

9 Page 2007, 440-441.


Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 307

Esta razón los persuadía de la inconveniencia de ese modo de vida como regla
para su propio establecimiento.
Dado que Buenos Aires fue un centro de concentración de indígenas aprisiona-
dos en las campañas militares, los sobrevivientes de las entradas españolas, además
de sufrir la desarticulación de sus familias, quedaron expuestos a un riesgo alto
desde el punto de vista epidemiológico, verificándose también allí el vaticinio de
Muturo, según veremos enseguida.

La epidemia de 1780
En abril de 1780 el encargado de la Guardia de Chascomús envió preso a Buenos
Aires a un indio acusado de complicidad con recientes incursores fronterizos.
A los pocos días, las autoridades virreinales reclamaron que se enviara tam-
bién a la capital a la mujer e hijos del preso, que habían quedado en la guardia.
El comandante respondió que tres niños habían enfermado y muerto: “en el mez
de Mayo los conduje a ésa Ciudad y al instante de aver llegado enfermaron de las
bribuelas de cuya enfermedad han muerto dos hijos y el otro murio aqui antes de
llevarla”; en cuanto a la madre, “dicha china esta todabia enferma y siempre de q.e
no muera tengo de pedirla a S.E. por q.e tiene tratado de casarse con un Esclavo mio
despues q.e se haga Christiana”.10
En suma, toda la familia enfermó entre abril y mayo de 1780. Pero no fueron
los únicos: los libros de defunciones de las parroquias de Buenos Aires muestran
que otras 16 personas fallecieron entre marzo y julio de ese año (ver Cuadro 1).11
En los asientos de difuntos, si bien no aparece mencionada la causa de la defunción
(no era obligatorio consignarla, ni tampoco la edad de las personas), se anota, en
cambio, el nombre y apellido de los padres en el caso de los párvulos.12 Gracias a

10 Pedro Nicolas Escribano a Joseph de Vertiz, Chascomús, Julio 4 de 1780.AGN IX, 1.4.2., f. 59.
11 Para elaborar el cuadro consultamos los libros de defunciones de tres parroquias porteñas: Nuestra
Señora de la Inmaculada Concepción, Libro de Defunciones de Gente de Color 1700-1800; Nuestra
Señora de la Piedad, Libro de Defunciones 1767-1823; y Nuestra Señora de Montserrat, Libro
de Defunciones 1770-1800, en “Argentina, Capital Federal, registros parroquiales, 1737-1977”,
Disponibles en: https://familysearch.org/pal (consultado el 8, 9, 10 y 11de noviembre de 2013).
Esas son las parroquias que tienen datos disponibles sobre el asunto, faltando únicamente, de las
existentes en ese momento, la de San Nicolás de Bari, que no tiene registros de defunciones: cf.
http://www.arzbaires.org.ar/inicio/parroquias1886.html. Debe tenerse en cuenta que se trata de
un registro fragmentario, no siempre completo y lleno de hiatos, debido a la insuficiencia de los
modos de asiento de la época, y sobre todo a las vicisitudes posteriores que implicaron la pérdida
de material documental. Acerca de esta documentación, cf. Siegrist 2011.
12 Para este brote epidémico contamos únicamente con estos datos indirectos provenientes de los
libros parroquiales, dado que los registros de la Casa de Residencia están incompletos para este
año. Existen lagunas en ese corpus documental: la mayor parte de la documentación conservada
se encuentra depositada en un solo legajo del Archivo General de la Nación (AGN IX 21.2.5.), que
también está incompleto: “Los años de 1774, 1775, 1776, 1781, 1782, 1795, y 1798 no constituyen
parte de él. Asimismo habrá años en los cuales un solo documento ha llegado hasta nosotros como:
1773, 1780, 1784, 1791, 1793, y 1794” (De Palma 2009, 18). Aún para los años en que se conservan
mayor cantidad de documentos no hay certeza de que estén todos.
308 Devastación

ello, llegamos a saber que Mariano, integrante de la lista, fue uno de los hijos de la
china aludida por Escribano (llamada María) y abatida por la viruela, circunstancia
que refuerza la probabilidad de que la concentración de decesos en esos meses se
deba a un brote que no ha sido explícitamente registrado.13

La epidemia de 1789
Un año antes de este evento epidémico, el 22 de julio de 1788, la Casa de Residen-
cia albergaba a unos 43 prisioneros nativos –33 mujeres y 10 varones.14 En docu-
mentación de fecha posterior a esa no aparecen nuevos ingresos, y sí se mencionan
algunas muertes, por lo que el número real de prisioneros a mediados de 1789 debía
rondar las cuatro decenas. Tenemos conocimiento del brote de viruelas, porque el
director informaba regularmente al virrey de los decesos ocurridos en oficios bre-
ves que consignaban el nombre del difunto, su edad y su origen; esa información
permite conocer la duración del problema, y a qué sector de la población recogida
afectó mayormente. La primera muerte adjudicada a la enfermedad es del 15 de
junio de 1789 y la última, del 2 de agosto siguiente– y fallecieron trece personas,
es decir, más de un cuarto del total de nativos recluidos (ver Cuadro 2). La mayor
parte de los muertos eran menores o adolescentes (un 60%);15 el resto se divide
entre jóvenes (dos) y ancianas (dos).
De estas trece víctimas, nueve eran ranqueles del País de los Médanos o Leu
Mapu16 capturadas en una campaña realizada en 1784 por Francisco Balcarce; según

13 Buenos Aires fue azotada por varios brotes epidémicos de viruela y otras enfermedades infecto-
contagiosas durante el siglo XVIII; de hecho, tiene el dudoso privilegio de ser la capital continental
con el mayor número de brotes en esa centuria: “Buenos Aires led the continent’s mayor cities with
the greater number of smallpox epidemics reported during this century. It had nine, in 1700, 1705,
1733, 1734, 1738, 1744, 1770, 1778 and 1792-93” (Hopkins 2002, 220). Hopkins cuenta nueve, pero
seguramente el número fue superior, si tenemos en cuenta que en esa lista no figuran, por ejemplo, los
dos episodios estudiados en este trabajo. Estos eventos ocurrieron en el marco de un fuerte crecimiento
poblacional: los cálculos a partir del padrón de 1778 hablan de una población que rondaría las 37.000
personas, de las cuales 24.000 vivían en la ciudad y 13.000 en el área rural (Cuesta 2006; cf. una breve
discusión sobre las cifras en Wainer 2010). Según Lyman Johnson, la tasa de mortalidad era comparable
a la europea contemporánea, de entre el 21 y el 27 por mil (Johnson 1979), aunque otros estiman 32 por
mil, que es la que había también en 1810. Desde luego que la viruela afectaba fuertemente a la población
hispano-criolla, especialmente a los niños, con un alto índice de letalidad: en Europa, y se asume que
asimismo en Buenos Aires, mataba a más del 80 % de los niños infectados (Cowen 2012).
14 Razon individual de las Mugeres que actualm.te se hallan en la Casa de Recogidas de esta Capital,
incluiendo con separacion las Yndias Pampas è Yndios, que pasa el Director de dha Casa al
Excelentisimo Señor Marq.s de Loreto Virrey y Capn Grâl actual. Buenos Aires, 22 julio1788.
AGN IX 21.1.5.
15 Sobre el comportamiento de la enfermedad en el resto de la ciudad existen indicios que apuntan
a un patrón análogo. Susan Socolow encontró que en la casa del comerciante peninsular Gaspar
de Santa Coloma sólo murieron niños durante el brote: el primero de agosto falleció Gaspar –hijo
del propietario–, y un mes después Martina, una huérfana agregada como criada (los certificados
respectivos se encuentran en el Libro de Difuntos de la Iglesia de la Merced, ver Socolow 1991,
162 y 189 nota 19).
16 Sobre esta agrupación, ver Villar y Jiménez 2013.
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 309

un listado realizado en la Casa en 1788, había 11 mujeres y un número no determinado


de varones ingresados luego de esa entrada. Sabemos por los informes de la campaña
que Balcarce atacó un asentamiento en las Salinas de Santa Isabel, “…en quio encuen-
tro quedaron muertos 93 Ynfieles, y pricioneros 86 mugeres, y niños de ambos sexos
con q.e ha regresado”,17 y que esos toldos fueron los del cacique Catruen.18 Las lagunas
existentes en la documentación de la Casa de Recogimiento nos impiden saber con
claridad qué ocurrió con este conjunto de 86 prisioneros; es probable que un número
importante de ellos fuera rescatado por sus familiares durante los intercambios de
cautivos que se llevaron a cabo en 1786, 1787 y 1788 en Salinas Grandes y Buenos
Aires.19 Sí nos consta que el 21 de abril de 1785 el director de la Casa de Recogidas le
informaba al Virrey haber entregado al Sargento Chinchón “once Yndias por orden de
V.E. todas pertenecientes à la partida q.e se cogio en la Entrada Grâl.”.20 Unos meses
después, en julio de 1785, quedaban en la Residencia 11 mujeres y 10 niños,21 de los
cuales 9 mujeres y 2 niños murieron en la epidemia de 1789.
El impacto de este ataque sobre la población ranquel puede ser evaluado conside-
rando información proveniente de una década antes. En noviembre de 1774, se cal-
culaba que los varones ranqueles en condiciones de tomar las armas sumaban entre
300 y 400.22 Quiere decir que, en una única embestida, el grupo perdió un número de
combatientes (93) equivalente a aproximadamente una cuarta parte de los estimados
en aquella oportunidad. Pero además su demografía resultó doblemente afectada por
la captura de 86 personas que representaban la pérdida de un porcentaje importante
de las mujeres en edad fértil y de un conjunto de miembros jóvenes.23 Para colmo de
males, cualquier recuperación posterior debió verse demorada por un brote de viruela
surgido en las tolderías, a raíz del contagio desencadenado por una partida comercial
que se había infectado en Buenos Aires durante el invierno de 1789.24
Las consecuencias letales de una epidemia como esa de 1789 se constatan asi-
mismo en el caso de otro pequeño número de prisioneras nativas. En julio de 1788,

17 Oficio del Virrey Loreto al Ministro de Indias José de Gálvez, Buenos Aires, 3-VI-1784 AGI ABA 68.
18 “Quelos Caciques Alcaluan, Cayulquis, Catumillan, y Catruel, estan inmediatos à los Montes
dela Laguna de S.ta Ysabel, en cuia inmediaz.n mataron los Españoles à los dela Tolderia del dho
Catruel”: Relacion de lo que en virtud de las preguntas hechas de S.E. à un Yndio hà declarado.
Buenos Aires, 7-IX-1784 AGI IX 1.7.4, foja 517.
19 Aun así, la viruela también acechó a los sobrevivientes del ataque de 1784: cuando el cacique
Catruen visitó Buenos Aries junto con su mujer, ambos se contagiaron y murieron, y otros de sus
acompañantes llevaron la enfermedad de regreso a los toldos; cf. Jiménez y Alioto 2013.
20 Oficio de Jose Antonio Acosta al Virrey Loreto, 11-IV-1785 AGN IX 2.1.5.
21 Relacion que manifiesta las Yndias è Yndios Pampas que se hallan existentes de el actual Y.mo Señor
Virrey como assi mismo de las que se hallan Bautizadas de unas y otras en la Casa de la Residencia
con especificacion de el numero de las antiguas, y delas que han entrado en tiempo es à Saver.
Buenos Aires, 15-XII-1785. AGI IX 21.1.5.
22 Oficio del Comandante del Fuerte del Zanjón, Juan de Mier, al Gobernador de Buenos Aires,
Zanjón, 8-XI-1774 AGN IX 1.5.4.
23 Jiménez y Alioto 2017.
24 Jiménez y Alioto 2013.
310 Devastación

el virrey Loreto encomendó al capellán de la Casa de Recogimiento que se hiciera


cargo de cuatro indias remitidas desde el fuerte de Carmen de Río Negro, que debían
permanecer allí “... con buen trato, y seguridad”.25 Pero las autoridades de la Resi-
dencia separaron y dieron tratamiento preferencial únicamente a María de la Concep-
ción, una muchacha “de bellas facciones”, quien manifestó deseos de ser cristiana y
de no querer retornar a tierras indígenas. Las otras tres que continuaron presas en la
Casa murieron en un corto lapso durante el brote del año siguiente. Si tomáramos
ese pequeño núcleo como universo, resulta que la letalidad variólica osciló entre el
75 y el 100 por ciento (dependiendo de si se incluye o no a María de la Concepción).
Aunque ese dato resulta fundamental, el sufrimiento de los afectados no se
mide sólo por la pérdida de vidas. También es traumática la experiencia de los
sobrevivientes y de los desahuciados, rodeados por personas contagiadas que mue-
ren una a una, mientras se carece de la más mínima posibilidad de hacer algo para
evitarlo. No obstante y como veremos a continuación, los funcionarios pudieron y
debieron haber hecho algo para evitar semejantes resultados.

Distintos comportamientos con relación al tratamiento de la enfermedad


Aunque la ciudad de Buenos Aires estaba irremisiblemente expuesta al riesgo de
una infección variólica debido principalmente a la habitualidad del comercio es-
clavista, una aplicación más rigurosa de las medidas sanitarias impulsadas por la
corona podría haber moderado las consecuencias de un brote.
Las políticas de cuarentena y aislamiento habían sido recomendadas por Real
Orden del 15 de abril de 1785. Y junto con ella, el ministro de Indias José de Gálvez
envió a las colonias un folleto con instrucciones acerca de cómo proceder durante
una epidemia de viruelas. En realidad, el folleto era un libro escrito por el médico
Francisco Gil, quien proponía mantener un sistema de lazaretos donde los enfer-
mos fueran atendidos por personas que hubiesen padecido la enfermedad y que por
lo tanto estuvieran inmunizadas. Insistía en recomendar el aislamiento a toda costa
de los enfermos y la reducción al mínimo de su contacto con los facultativos, así
como otras varias medidas profilácticas.26
El Despacho Universal de Indias, además de financiar esa primera edición, se
encargó de distribuirla por todas las dependencias coloniales: entre mayo y sep-

25 Loreto a Joseph Antonio de Acosta, Buenos Aires, 17 de Julio de 1788. AGN, IX, 21-1-5, s.f.
26 Gil 1784, 57-66. Debe recordarse que ni entonces ni después hubo tratamiento efectivo que curase
la enfermedad provocada por el virus Variola; las acciones entonces debían estar enfocadas a la
prevención. Históricamente, las primeras fueron las de aislamiento, la cuarentena y el cordón
sanitario, tempranamente surgidas en la Europa medieval. Durante el siglo XVIII los europeos
comenzaron a experimentar con formas inducidas de inmunización: primero la inoculación traída
de Oriente, y después la vacunación, tras los experimentos de Jenner en Inglaterra: esta última, a
pesar de su evidente eficacia, fue avanzando lentamente al compás de la creciente medicalización,
hasta erradicar la enfermedad en la década de 1970. En Buenos Aires, Miguel O’Gorman, a cargo
del recientemente creado Protomedicato, organizó en 1785 la práctica de la variolización (Veronelli
y Veronelli 2004, 87); y en 1803, la corona española envió a las colonias la expedición Balmis
llevando la vacuna (Ibidem; cf. Luque 1940-41; Santos y Lalouf 2009; Méndez Elizalde 2011).
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 311

tiembre de 1785 se enviaron en total 3.500 ejemplares, en tres tandas, acompañan-


do la Real Orden mencionada.27 El virrey de Buenos Aires recibió ciento cincuenta
para distribuir, el primero de septiembre de 1785.28
La manera de proceder estaba claramente establecida en el texto de la disposi-
ción del rey:

…dispondrá V. que luego que se manifieste la invasión de Viruelas


en algún Pueblo de su jurisdicción se transporte el primer Virolento,
y los que le sucedieren en esta enfermedad, á la Ermita, ó Casa de
Campo que V. hubiese destinado, ó mandado hacer á la distancia
competente de la Poblacion, y en parage saludable, pero situado de
suerte que los Ayres, que regularmente corran en la comarca no pue-
da comunicar el contagio a los Pueblos, ni Haciendas inmediatas;
bien que según el dictamen general de los Profesores, y las experien-
cias que se han repetido, esta enfermedad pestilentes solo se propaga
por el contagio con los enfermos, ó cosas que le sirven.29

Pese a que el virrey Loreto conocía el decreto, contaba desde 1785 con un número
suficiente de ejemplares de la Disertación de Gil, y continuaba en el cargo en ocasión
de la epidemia de 1789, ni él, ni los encargados de la Casa de Residencia hicieron
caso alguno de sus prescripciones. Según la correspondencia que mantuvieron entre
sí, los últimos no tomaron ninguna de las medidas de aislamiento, y el alto funcio-
nario no demostró preocupación por asegurarse que se adoptaran y cumplieran.30 Su
única inquietud se redujo a averiguar si una de las difuntas había muerto bautizada:

Por el Oficio de Vm de ayèr quedo enterado de havèr fallecido de vi-


ruelas la Yndiecita Antonia, una de las remitidas por el Comand.te de
Front.a D.n Fran.co Valcarce: y en su conseq.a prevengo à Vm aclare si
murio cristiana ò Ynfiel.31

La respuesta no tardó en llegar: Antonia había sido bautizada antes de morir, y de


todos los nativos recluidos en la Casa, sólo dos pupilas permanecían fieles a sus
creencias:

27 Expediente Sobre la remision â Yndias de los Ympresos que tratan el modo de preservar â los
Pueblos de Viruelas. Archivo General de Indias [AGI], Indiferente General, 1335.
28 Cf. el oficio dirigido por el marqués de Loreto al ministro de Indias José de Gálvez, desde Buenos
Aires, en esa fecha, AGI, Indiferente General 1335, s/p.
29 Real Orden, Aranjuez, 15 junio 1785, AGI, Indiferente General, 1335, s/p.
30 En una ocasión previa, en cambio, se había aislado a un niño enfermo por temor a que contagiara
al resto de los residentes: “Assi mismo avisa, que de los Yndios pequeños de el Cacique negro hay
uno como de 8 a.s ya Cristiano con Virguelas, el que se ha puesto con q.n lo asista en un quarto à
parte à fin de precaver no se contagien los otros” (Oficio del director de la Casa de Recojidas al
virrey, Buenos Aires, 17 junio 1785. AGN IX 2.1.5.)
31 Oficio del virrey marqués de Loreto a Joseph Antonio Acosta, Buenos Aires, 4 julio 1789. AGN IX
21.1.5.
312 Devastación

El Director de la Casa de Recogidas de esta Capital en virtud de lo


que V.E. le previene aclare si la Yndiesita Antonia que acaba de falle-
cer estos dias de Virguelas, si murio Cristiana ò Ynfiel, dice que ex-
cepto dos Yndias antiguas, no tiene V.E. en todas las que hay en dha
casa ninguna q.e no sea Cristiana, y las mas de ellas se confiesan y aun
comulgan. Muchas es cierto q.e han habido que se han resistido à reci-
vir el S.to Bautismo, pero quando se han visto enfermas gravemente,
han pedido el agua del S.to Bautismo, y han muerto cristianas. No
dudo, que el noble y piadoso Corazon de V.E. tan celoso por el bien
de las Almas se llene de complasencia, y mucho mas quando V.E. es
el instrum.to para q.e ellas hayan logravo recivir el S.to Baut.mo.32

Esta preocupación por las almas, y el paralelo descuido por los cuerpos eviden-
ciado en el incumplimiento de las normas de profilaxis promovidas por la corona,
recién se modificaría en 1793.33 Fue necesario que durante ese año una epidemia
variólica de mayor poder letal que las anteriores provocara la muerte de la mitad de
la población infantil porteña (unos 2.500 niños)34 para que se optara por aislar a los
enfermos, y aun así no muy rigurosamente.
Contra lo que pudiera suponerse, la actitud de los nativos contrastaba nítida-
mente con esa irresponsable negligencia administrativa. Ellos comprendían bien la
necesidad de apartar a los enfermos, poniéndolos en cuarentena y cuando sobreve-
nía la peste, separaban a los infectados sin vacilar, proveyéndoles techo, alimentos
y bebidas, y ocupándose de controlar su evolución:

Conocen que la viruela es contagiosa y así lo mismo es asomar entre


ellos que dejan al paciente solo, se muda el toldo lejos y cada tres
dias vienen algunos á ver los enfermos por barlovento,35 les dejan
comida y bebida y prosiguen haciendo lo mismo con todos hasta que
sanen ó mueran que es lo comun.36

El tratamiento, al mismo tiempo que disminuía la propalación del mal al impedir


el contagio,37 aumentaba las posibilidades de supervivencia de los enfermos, que

32 Oficio de Joseph Antonio Acosta al virrey Loreto, Buenos Aires, 6 julio 1789, AGN IX 21.1.5.
33 En el siglo XIX se replica la conducta de priorizar la salvación de las almas por sobre el cuidado
del cuerpo; al respecto, ver Di Liscia 2000.
34 La epidemia de 1793 hizo que en seis meses muriesen “dos mil y tantas criaturas y no Solam.te en
la Capital sino que inficiono la campaña hasta Mendoza arrasando la infancia q.e apenas escaparon
la mitad” (Dictamen del Licenciado Joseph Capdevilla, Buenos Aires, 9 enero 1805. En Sobre la
arribada á Montev.o de la Fragata merc.te Portugesa el Joaquin con esclavatura consignada á D.n
Martin de Alzaga. AGN IX 36.2.3, fojas 211-213vta.).
35 Es decir, con el viento a favor de los visitantes, para que las miasmas dispersadas por el enfermo no
lleguen hasta ellos.
36 Aguirre 1949 [1793], 340-341. Sobre las concepciones y tratamientos indígenas de la viruela,
centrado en el caso de la frontera de Chile, cf. Jiménez y Alioto 2014.
37 Que el aislamiento resultaba crucial para cortar el contagio lo demuestra el caso de un cautivo que
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 313

por encontrarse regularmente asistidos tenían mayores posibilidades de sobrevi-


da38 –aunque debieran soportar la enfermedad en soledad. Pero claro está que, en
contrapartida, si la viruela infectaba simultáneamente a la mayoría de los miembros
de un grupo, aumentaría su letalidad debido precisamente a la escasez de personas
que pudiesen brindar alimento, agua y abrigo a los enfermos.
No obstante la sensatez de separar a las personas sanas de los varicosos y su efi-
cacia en términos sanitarios, esa práctica fue a menudo confundida con un abando-
no inhumano. Cien años después de la época que estamos considerando, el cirujano
militar Luis Orlandini, cumpliendo funciones en la brigada al mando del coronel
Racedo que invadió el territorio ranquel en la pampa central como parte integrante
de las campañas de Roca, confirmaba la vigencia de ese procedimiento entre los
indios, pero la atribuía al miedo, la ignorancia y la brutalidad:

Los indios tienen a esta enfermedad un miedo espantoso, a los pri-


meros casos se alborota una tribu, la madre abandona a sus hijos y
éstos a sus padres en casos de enfermedad: el miedo puede en todos
ellos más que el amor filial; se le abandona al enfermo de una manera
miserable, dejándolo solamente entregado a la providencia, limitan-
do los cuidados sólo a una vasija con agua, algo con qué taparse y el
abrigo que pudiera prestarle algún monte en caso de existir o sino el
desierto mismo le sirve de habitación.39

Una prueba indirecta de que los españoles advirtieron, aunque tardíamente, el error
de su política de hacinamiento se encuentra en lo sucedido algunos años después
con los indios charrúas y minuanes que resultaron prisioneros en las campañas
militares dirigidas contra ellos en 1801. En esa ocasión, los reclusos (sobre todo
mujeres y niños) también fueron trasladados la Casa de Residencia de Buenos Ai-

en 1752, habiéndolo aprisionado los indios a él y a su hijo, apenas vieron que este tenía viruelas los
abandonaron a ambos a pie en el medio del campo; caminaron entonces un trecho hasta encontrar
otro indígena en la misma situación sanitaria y permanecieron en su toldo; días después, algo
mejorado el hijo, escaparon de ese lugar y llegaron a la frontera (Declaración del cautivo Eusebio
del Barrio, 11 agosto 1752, en Cabildo de Buenos Aires, Información presentada... sobre la
reducción de Pampas a cargo de la Cía. de Jesús, AGI [copias del Museo Etnográfico de Buenos
Aires carpeta J. 16], Audiencia de Charcas, 221, fojas 52 vuelta y 53 recta).
38 Jones 2003, 732-733; Kelton 2004, 64. Esta práctica de exclusión y alejamiento para tratar con
la viruela no fue exclusiva de las poblaciones locales. En un estudio reciente sobre la reacción
Cherokee frente a la enfermedad, Kelton (2015, 89-96) analiza la forma en que los sanadores
nativos habían desarrollado, a mediados del siglo XVIII, un conjunto de medidas tendientes a lidiar
eficazmente con ella: a) aislaban a los enfermos mandándolos a los bosques en donde se les enviaba
alimentos, leña y medicinas; b) llevaban adelante una ceremonia colectiva tendiente a proteger
a sus comunidades de la enfermedad, que duraba siete días y durante la cual la aldea quedaba
aislada del mundo exterior; los participantes tenían instrucciones precisas de no abandonar la casa
comunal en donde se desarrollaba, sólo podían ir a sus casas a buscar comida, y si por alguna razón
abandonaban las aldeas debían viajar de noche y “por el bosque y no por los caminos principales”;
los extraños no eran bienvenidos, y c) desaconsejaban viajar hacia lugares donde sabían que la
enfermedad estaba activa.
39 Informe del cirujano Luis Orlandini, Pitre-Lauquen, 1 agosto 1879, en Racedo 1940, 244.
314 Devastación

res, pero al contrario de lo que ocurrió con los pampas en 1788, enseguida fueron
repartidos entre distintas familias de la capital.
En efecto, desde el 10 al 14 de julio de 1801, Bernabé Ruiz, alférez encargado
de la Residencia, entregó en custodia a veinte vecinos de la ciudad40 unas 65 mu-
jeres y niños charrúas y minuanes que integraban un contingente de prisioneros
recientemente capturados en la Banda Oriental en junio de ese mismo año durante
tres enfrentamientos sostenidos por el capitán de Blandengues José Pacheco.41 Este
fue el cuarto conjunto de charrúas y minuanes trasladado a Buenos Aires entre
1798 y 1801: en ese lapso los prisioneros desnaturalizados sumaron unos 156 indi-
viduos, en su mayoría mujeres y niños pequeños,42 quienes en todas las ocasiones
fueron rápidamente entregados a familias avecindadas para que se hicieran cargo
de ellos. Esta práctica contrasta con el caso de las prisioneras pampas en la década
de 1780, quienes debieron soportar un periodo de reclusión en la Residencia duran-
te el cual se les enseñaban los rudimentos de la fe católica, se las bautizaba y se les
enseñaba castellano, antes de ser finalmente repartidas y dadas en custodia en casas
decentes para que continuaran su educación a cambio de su servicio doméstico.43
Este cambio de política fue atribuido por Miguel Lastarria al marques de Avi-
lés,44 pero en realidad había ocurrido durante la administración de su antecesor,
Antonio Olaguer Feliú. ¿Cuál fue el motivo de la modificación? La respuesta se
encuentra en un oficio del Fiscal Protector de Naturales al virrey, en el que se su-
giere el reparto directo, debido a las posibilidades de contagiarse de viruelas si las
nativas eran mantenidas juntas en la Casa de Residencia:

El Then.te de Blandengues D.n Jorge Pacheco me remitio desde el


Puerto de S.n Josef ocho chinas Minuanas con cinco Parvulos p.a q.e
las pusiera en seguro desposito á disposición de V.E. En Su consq.a
las he hecho trasladar ala Reclusion dela Residencia y lo aviso a
V.E. esperando se sirva prevenirme si gusta de que se den à Perso-
nas de buenas costumbres y suficientes posibles que las solicitan, asi
para facilitar su civilidad, instrucc.n y educacion cristiana como p.a
libertarlas de la peste de virhuelas q.e se ha propagado entre las de
su clase en aq.lla casa con muerte de muchas de ellas. Buenos Ayres,
5 de oct.bre de 1797.45

40 Relación de Chinas distribuidas, Buenos Aires 21-VII-1801, AGN IX 25.1.5.


41 Parte del capitán de Blandengues José Pacheco al marqués de Aviles, Yacuy, 24-VI-1806 en Acosta
y Lara 1989, 196-198.
42 Cf. Table 5.1. en Erbigh 2015, 249.
43 Aguirre 2006 y Salerno 2014.
44 “Quando llegó el Marqués de Avilés á Buenos Ayres halló varias mugeres chicas y adultas Charruas
y Minuanes depositadas en una Casa de los Exjesuitas, que llaman la residencia; y las fue entregando
á las personas pudientes, y de buenas costumbres que quisieron hacerse cargo de mantenerlas, é
instruirlas en la vida civil y Christiana; estando á la mira los Parrocos, y los Alcaldes de Varrio”
(Lastarria 1914 [1805], 273-74).
45 Exmo S.or Pasqual Ibañez al virrey Olaguer Feliú. Buenos Ayres, 5 de oct.bre de 1797. AGN IX 2.9.2.
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 315

Esta mudanza reconoció los riesgos de mantener juntas en un solo lugar a per-
sonas que eran vulnerables a la enfermedad, aunque muy tardíamente en compa-
ración con la temprana asociación que los nativos advirtieron entre epidemia y
concentración poblacional.46

3. Viruela y concentración durante la Campaña al Desierto


Un siglo después de los casos que analizamos antes, el ya conformado estado na-
cional argentino decidió apropiarse definitivamente de los territorios pampeano-pa-
tagónicos que estaban fuera de su control, más allá de la “frontera sur”. Durante
la década de 1870 se sucedieron varias expediciones militares que culminaron a
fines del decenio en una gran ofensiva a cargo de varias columnas, que aseguró la
dispersión de los grupos indios, la muerte de combatientes y la toma de prisioneros
entre los sobrevivientes.
En ese contexto, la descuidada concentración de cautivos volvió a causar daños
en la población nativa, como lo demuestran los sucesos ocurridos durante el avance
de la Tercera División Expedicionaria que se internó en territorio ranquel bajo el
comando de Eduardo Racedo. Pese a que la expedición contaba con personal mé-
dico, las decisiones respecto de las condiciones sanitarias de los cautivos no fueron
tomadas por los médicos, sino por el oficial superior a cargo.
En los partes de Racedo, la primera mención a la enfermedad es del 10 de mayo
de 1879:

A la una y media de la tarde, llegamos a Leuvú-Carreta, y acampa-


mos allí después de andar cinco leguas. Un rato después, el coman-
dante Meana acompañado de varios oficiales llegó a nuestro cam-
pamento y me dio cuenta que uno de los prisioneros estaba enfermo
de viruela. Con esta noticia me puse en cuidado, pues temí que este
horrible flagelo se desarrollara en la División.47

Se advierte que el temor de Racedo no era por los cautivos que conducía, sino por
una eventual propagación entre su propia tropa; sin embargo y pese a ello, no tomó
ninguna medida profiláctica hasta el día 17 de marzo, cuando ya se habían enfer-
mado varios nativos. En ese momento, ordenó la vacunación de los indios, siempre
con el objetivo de que no se contagiasen los soldados:

46 Desde luego, no fue esta la única vía por la que los nativos de la región sufrieron el contagio de
enfermedades infecciosas. La principal, por el contrario, consistió en los frecuentes contactos vinculados
con el comercio: por ejemplo, una vez establecidas las paces en la segunda mitad de la década de 1780,
fueron muy numerosas las partidas indígenas que ingresaron a Buenos Aires con fines mercantiles y
diplomáticos, convirtiéndose no sólo en potenciales víctimas de las epidemias sino en involuntarios
vectores de contagio dentro de sus comunidades de origen. En el caso de la viruela, el período de
latencia asintomática coincidía con el tiempo que, por lo común, demandaba el retorno de un viajero a
las tolderías, de manera que la presencia de la enfermedad recién era advertida cuando se desencadenaba
entre sus habitantes, que carecían de remedio efectivo para curarla: cf. Jiménez y Alioto 2013.
47 Racedo 1940 [1878], 42.
316 Devastación

En la División no se desarrollaba aun la viruela, que tan alarmados


nos tenía, después de los primeros casos que ocurrieron. A todos los
indios prisioneros se les izo inocular la vacuna, a fin de evitar la
propagación de tan funesta enfermedad, que podía muy bien diezmar
las fuerzas.48

Recién el 22 de mayo, doce días después de la aparición del brote, se construyó el


primer lazareto para aislar a las víctimas:49

Los temores que de tiempo atrás abrigábamos respecto al desarro-


llo de la viruela estaban ya realizados. Varios casos de este horri-
ble flagelo tuvieron lugar en la fecha. Mandé trabajar sin pérdida de
tiempo, un ramadón de grandes dimensiones, y retirado 15 cuadras
del campamento: lo destiné para lazareto, al cual debían trasladarse
todos los atacados de viruela. En las circunstancias que atravesá-
bamos no podían tomarse otras medidas preventivas. Las fuerzas
tenían que estar reunidas y por consiguiente lo solo que podía ha-
cerse para evitar en algo el contagio era aislarla, en lo posible de los
atacados… Hasta ese momento la enfermedad sólo se cebaba en los
desgraciados indios, que encontraba mejor preparados por su falta de
higiene; pero eso no alejaba nuestros temores ni podía librarnos de la
compasión que nos causaban aquellos infelices.50

Meses después, cuando ya la enfermedad parecía algo inmanejable, Racedo solici-


tó a sus oficiales médicos – Dupon y Orlandini – la presentación de informes sobre
el mejor modo de lidiar con la enfermedad. Ante el requerimiento, los doctores
produjeron un acta en conjunto, y además cada uno de ellos elaboró un informe
individual. Lo curioso es que, en estos últimos, sus autores no mencionan el lapso
de doce días transcurrido antes de que se tomaran medidas, pese a que en el acta
recomendaban la vacunación y la re-vacunación como medidas indispensables.51
El doctor Dupon señala que la enfermedad estaba entre los nativos y que recién
el 28 de mayo apareció en un grupo de prisioneros tomados a Baigorrita:

48 Racedo 1940 [1878], 51.


49 La sabiduría médica de mediados del siglo XIX sostenía que las enfermedades eran de dos tipos,
epidémicas o de contagio. Las primeras –tifus, peste bubónica, fiebre amarilla, cólera y malaria– se
movían rápidamente y afectaban a grandes cantidades de personas que no habían estado expuestas
a la enfermedad. Las segundas se movían más lentamente de un enfermo al siguiente, y podían
ser contenidas aislando a las personas (Morris 2007, 32). En la segunda mitad del siglo XIX la
vacunación se había establecido firmemente como un mecanismo eficaz de combatir la viruela, al
menos entre los profesionales médicos, y sin embargo no había alcanzado un carácter generalizado
entre la población. Una vez declarado un brote de viruela el aislamiento del enfermo se consideraba
la principal medida a tomar (ver Coni 1878, 7; Penna 1885, 163-180).
50 Racedo 1940 [1878], 57
51 Informe de los doctores Orlandini y Dupon, Pitre-Lauquen, 1 de agosto de 1879. En: Racedo 1940
[1879], 236.
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 317

[…] El 28 de mayo, al tomar prisioneros los indios y chusma per-


tenecientes al cacique Baigorrita, encontramos varios enfermos de
viruela, uno, en el período de disecación, otros en el de erupción. El
señor teniente coronel D. R. Roca adoptó la medida de llevarlos a re-
taguardia y distantes de la columna; a fin de evitar que se desarrolla-
se más la epidemia entre los prisioneros, así como entre las fuerzas
nacionales. Pero, como varios estaban en el periodo de incubación
27 más se enfermaron de viruela, dando así un total de 34 virulentos.
A fin de evitar la mortandad y obedeciendo a la práctica que aconseja
inocular el virus de la viruela para transformar la viruela confluente
en viruela discreta, o para producir la varioloide, inoculó a un cierto
número de prisioneros el virus virulento. Tuvieron en efecto, la va-
rioloide o una viruela muy benigna.52

La memoria de Orlandini no es tan precisa al respecto, pero afirma que la enferme-


dad apareció en forma epidémica en mayo de ese año,53 y sin comprometerse con
las fechas asegura que las medidas tomadas por Racedo fueron acertadas desde el
primer momento:

Desde los primeros casos que se presentaron V.S. tomó las medidas
necesarias y más acertadas, siendo sin duda de ellas, el aislamiento
absoluto de los virolentos, mandando que se observasen escrupu-
losamente los preceptos higiénicos que en tal caso se requieren. A
pesar de todo esto, el número de enfermos aumento día a día y fue de
imperiosa necesidad la improvisación de un lazareto lejos del cam-
pamento y en un paraje adecuado y libre.54

De este modo, el lapso de diez días que los responsables militares le dieron a la
enfermedad para actuar entre los prisioneros no quedó registrado en los informes
médicos. El resultado fue que de los 641 ranqueles prisioneros en Pitre-Lauquen,
153 murieron de viruela y otras enfermedades, es decir, cerca del 25% del total
(ver Cuadro 3).
La conducta de Racedo y sus superiores no fue excepcional, ni difiere mucho
de lo actuado en situaciones equivalentes en la misma época por fuerzas armadas
que montaron campos de concentración de prisioneros.55 En todos los casos, la

52 Informe del doctor Dupon, 1 de agosto de 1879. En: Racedo 1940 [1879], 214.
53 Memorial del doctor Orlandini, sin mención de fecha ni lugar, en Racedo 1940 [1879], 244.
54 Memorial del doctor Orlandini, en Racedo 1940 [1879], 245.
55 Ver al respecto lo sucedido con los campesinos cubanos durante la política de reconcentración de
Valeriano Weyler en 1896-1897 (Tone 2005, 193-224); con el internamiento de los civiles Boers en
campos de concentración como parte de la política de tierra arrasada para terminar con las guerrillas
propuesta por Herbert H. Kitchener en 1900 (Scholtz 2005, 122-124; Hull 2005, 183-187; Totten y
Bartorp 2008, 84-85; Van Heyningen, 2009); y con el uso de campos por el ejército alemán durante
la revuelta de los Herero de 1904 y años siguientes (Hull 2005, 186-196 y Erichsen 2005).
318 Devastación

capacidad logística de los ejércitos no era suficiente como para garantizar un sumi-
nistro adecuado de alimentos para los presos, por no mencionar la imposibilidad
de asegurar un estado sanitario adecuado. Sin embargo, esta imposibilidad no sirve
de excusa, pues las autoridades militares debían ser conscientes de sus limitaciones
antes de tomar medidas que afectaran a los no-combatientes. En este caso, además,
la demora en actuar fue el principal acto de negligencia: las decisiones de inocular
y de aislar a los enfermos, que debieron haberse tomado enseguida, se pospusieron
hasta que el nivel de contagio fue mucho mayor al inicial.
La actitud de Racedo tampoco fue única en el marco de aquella “Campaña del
Desierto”. Si bien se practicó la vacunación de prisioneros, es sabido que muchos
murieron de viruela durante, y después de la campaña. Las actas de defunción de
la parroquia de Martín García muestran que la epidemia variólica de 1879 provocó
gran cantidad de muertes entre los reclusos de la isla.56 En el propio campo de con-
centración de la isla, el cirujano Sabino O’Donnell, tras recibir una partida de 148
indios presos, escribió lo siguiente:

… concluí de vacunar a todos los indios del depósito… Induda-


blemente venían ya impregnados o contagiados. Al vacunarlos se
ha desarrollado entre ellos, llegando hoy el número de virulentos a
once, de los que fallecieron dos hoy temprano… El trabajo pesado y
laborioso no podrá menos que ser nocivo a muchos de ellos… en la
debilidad en que se hallan los más, por su falta de buena alimenta-
ción, en las penurias que viven padeciendo; el abatimiento moral…
y además las enfermedades que [crecen].57

Sabemos además que, a pesar de la cuarentena que se les impuso, los prisioneros
indios que fueron repartidos en Buenos Aires entre las familias porteñas pudieron
ser los vectores que dieron lugar a una serie de epidemias que afectaron a la ciudad
en esos años: “profesionales, vecinos y autoridades vinculaban [las epidemias] a
la introducción de indígenas sin vacunación y susceptibles a viruela confluente,
aunque también podía deberse a un aumento demográfico en las áreas urbanas más
desfavorecidas”.58

4. Conclusiones
Los indígenas de la región pampeana (y del área panaraucana en general) sen-
tían un fuerte rechazo por la vida urbana y todo lo que representase concentración

56 Papazian y Nagy 2010a, 81 n. 17.


57 El cirujano Sabino O’Donnell al 2º Jefe de la Isla cnel. M. Matoso, Archivo General de la Armada,
Caja 15280, 26-12-1879, citado en Papazian y Nagy 2010a, 85.
58 Di Liscia 2011, 417. Esta autora sostiene que entre los indígenas eran más frecuentes que entre los
criollos las versiones más mortíferas de la viruela, llamadas confluente y hemorrágica. Los criollos
siguieron sufriendo la enfermedad hasta fines del siglo XIX, pero solían sufrir la variante más
benigna, llamada “discreta”: Di Liscia 2000 y 2011.
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 319

poblacional.59 Según les dictaba su experiencia, la consecuencia directa de esas


aglomeraciones era la propagación de enfermedades contagiosas que tenían con-
secuencias mortales.
Desde ese punto de vista, las políticas de concentración forzada de cautivos
indígenas que los hispano-criollos primero y los agentes del estado más tarde lle-
varon adelante tuvieron ese mismo efecto, puesto que los prisioneros eran deposi-
tados en condiciones que facilitaban la ocurrencia de brotes infecciosos.
Dos cuestiones deben subrayarse, a modo de conclusión.
Una, que en los casos estudiados no se siguieron los procedimientos aconseja-
dos por la ciencia médica, ya fuera por negligencia, desinterés, o falta de recursos
para hacerlo. Entonces, la mortalidad fue alta y en condiciones que podrían haberse
evitado dado el estado del conocimiento y las prescripciones conocidas en las épo-
cas correspondientes.
Finalmente, que las reiteradas defunciones de prisioneros debieran percibir-
se como parte de una política más general de recurrente afectación de la vida de
los nativos. Las personas así expuestas a las enfermedades eran sobrevivientes de
expediciones militares que constituyeron masacres, en cuyo transcurso murió una
cantidad importante de personas, sin duda elevada en términos proporcionales al
tamaño de las poblaciones pampeanas.60 Además, los cautivos fueron mujeres y
niños que garantizaban la continuidad reproductiva de sus grupos de origen, de
modo que sus fallecimientos, por el carácter confluyente de todas estas prácticas
(masacres, muerte de prisioneros por enfermedades, y reparto entre familias) im-
plicaban una creciente amenazada para aquella.

59 La vida urbana cambió de manera permanente el modo de vida de las poblaciones que se vieron
arrastradas a ella. Desde el punto de vista de quienes la adoptaron, pasó a ser la forma organizativa
por excelencia, mientras que la opción de otras gentes por maneras alternativas de agregación fue
vista como primitiva, incompleta, indeseable.
En su expansión colonial ultramarina, los europeos encontraron pueblos que aborrecían de la vida
urbana y se resistían a adoptarla cuando la posibilidad les era ofrecida – y lo era con frecuencia,
puesto que uno de los medios de control colonial más eficaces consistía en su reducción a misiones
o a pueblos de indios, que se esperaba facilitasen además su conversión al cristianismo a cargo de
los religiosos. La distinción, fuertemente ideológica y en clave de disputa, de civilización versus
barbarie implicaba para los colonizadores la legitimación de su propio modo de vida, la denigración
de cualquier otra posibilidad diferente, y la palmaria demostración, en suma, de la inferioridad
de aquellos que no accedían a reducirse a población, a pesar de las ventajas que se suponía que
ello ofrecía. La resistencia de los indios, tomada como irracional por los colonizadores, no lo era
tanto, no sólo porque manteniendo la dispersión de los asentamientos evitaban la pérdida de su
autonomía; también porque, como comprobaron rápidamente, la concentración poblacional los
hacía especialmente vulnerables a las enfermedades epidémicas.
60 Jiménez, Alioto y Villar 2017. Cf. también Jiménez, Villar y Alioto 2012; Alioto y Jiménez 2017.
320 Devastación

Cuadro 1
prisioneras indias muertas en la epidemia de 1780 en Buenos Aires

Nombre Fecha Edad Apropiador Derechos


criada en casa de Miguel
Petrona 28-marzo s/d India soltera 2 pesos
Barrionuevo.
Yndia pampa cristiana
María Catalina 17-abril s/d Adulta en poder de Miguel Lo- Limosna
pez
Yndia Pampa criada en
María Antonia 11 - mayo s/d Párvula Limosna
casa de Pascual Castro
Mariano 13 mayo s/d Párvulo hijo de María india Auca Limosna
Juana 1-junio s/d s/d Yndia Pampa Limosna
Agutina 3-junio s/d s/d Yndia Pampa Limosna
De casa de Ramón Ro-
Santiago 4-junio s/d Párvulo 2 pesos
dríguez
Nación Aucá, criada en
Maria 19-junio s/d Párvula casa de Mª Josefa San- 2 pesos
tellan
Indio pampa educado
Gernonimo 26-junio s/d párvulo 2 pesos
por Andrés Billelche
Yndia soltera en poder
Petrona 26-junio s/d adulta de Roque Jacinto Bar- 2 pesos
bosa
Yndia pampa criada en
Josefa 28-junio s/d soltera Limosna
lo de Pedro Callejas
Hija de Petrona Yndia
Josefa 5 julio s/d párvula 2 pesos
Pampa
Yndia pampa criada en
Margarita 8 – Julio 9 años Limosna
casa de Josefa Olivares
Francisca Rita 14-Julio 12 soltera Yndia pampa Limosna
Yndio Pampa criado en
Agustín 16 –julio s/d soltero 2 pesos
casa de José Barragan
Yndia Pampa criada en
Rosa 31-julio s/d s/d Limosna
casa de Josefa Olivares
Políticas de confinamiento e impacto de la viruela... 321

Cuadro 2
indígenas prisioneros muertos en la epidemia de 1789*

Fecha Nombre Edad Cristiano/a Procedencia


Remitida de Patagones con
Sin mención
15-VI-1789 María del Carmen Sí otras tres. Ingresaron a la
de edad
Residencia en 1788
Remitida de Patagones con
Francisca Na- Sin mención
30-VI-1789 Sí otras tres. Ingresaron a la
varro de edad
Residencia en 1788
Fue capturada durante la
03-VII-1789 Antonia 11 años Sí
entrada general de 1784.
Remitida de Patagones con
05-VII-1789 Teresa 9 años Sí otras tres. Ingresaron a la
Residencia en 1788.
Dominga Sin mención
07-VII-1789 Sí Sin datos
Martínez de edad
Fue capturado durante la
09-VII-1789 Juan José 12 años Sí
entrada general de 1784.
Dominga de los Fue capturada durante la
11-VII-1789 6 años Sí
Angeles entrada general de 1784.
Fue capturada durante la
11-VII-1789 Isabel 11 años Sí
entrada general de 1784.
Fue capturado durante la
20-VII-1789 Manuel 18 años Sí
entrada general de 1784.
Fue capturado durante la
23-VII-1789 Bernabé 6 años Sí
entrada general de 1784.
Fue capturada durante la
28-VII-1789 Francisca Xaviera Anciana Sí
entrada general de 1784.
Muy anci- Fue capturada durante la
28-VII-1789 María Mercedes Sí
ana entrada general de 1784.
Fue capturado durante la
02-VIII-1789 Juan 18 a 20 años Sí
entrada general de 1784.
Referencias
Fuentes: sucesivos oficios del director de la Casa de Residencia al virrey informándole las muertes de
las siguientes personas: India Francisca Navarro, Buenos Aires, 30 junio 1789; India Antonia, Buenos
Aires, 3 julio 1789; China Teresa, Buenos Aires, 5 julio 1789; India Cristiana Dominga Martínez, Bue-
nos Aires, 7 julio 1789; Indiecito llamado Juan Joseph, Buenos Aires, 9 julio 1789; Indias Dominga de
los Angeles e Isabel, Buenos Aires, 11 julio 1789; Indio Manuel, Buenos Aires, 20 julio 1789; Indio
cristiano Bernabé, Buenos Aires, 23 julio 1789; Indias Francisca Xaviera y María Mercedes, Buenos
Aires, 28 julio 1789; Indio Juan, Buenos Aires, 2 agosto 1789. Todos los documentos citados se encuen-
tran depositados en AGN IX 21-1-5.
322 Devastación

Cuadro 3
Tasa de Mortalidad en la población nativa prisionera en los tres casos pre-
sentados*

Fecha Prisioneros Muertos de Viruela Porcentaje


1780 5 3 60%
1789 45 13 29%
1879 641 153 24%

Referencia
Fuentes: Caso I: Oficio del Comandante de Chascomus, Pedro Nicolas Escribano al Virrey Veriz, Chas-
comus, 19-IV-1780. AGN IX 1.4.3. foja 55 y Oficio del Comandante de Chascomus, Pedro Nicolas
Escribano al Virrey Vertiz, Chascomus, 4-VII-1780, fojas 59 y 59 vta.; Caso II: Razon individual de
las Mugeres que actualm.te se hallan en la Casa de Recogidas de esta Capital, incluiendo con separa-
cion las Yndias Pampas è Yndios, que pasa el Director de dha Casa al Excelentisimo Señor Marq.s de
Loreto Virrey y Cap.n Grâl actual. Buenos Aires, 22-VII-1788 AGN IX 21.1.5, Oficio del Virrey Loreto
al Director de la Casa de la Residencia, José Antonio Acosta, Buenos Aires, 26-VII-1788. AGN IX
21.1.5.; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos Aires, 15-VI-1789, AGN
IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos Aires, 30-VI-1789,
AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos Aires, 3-VII-
1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos Aires,
5-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Buenos
Aires, 7-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto, Bue-
nos Aires, 9-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey Loreto,
Buenos Aires, 11-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al Virrey
Loreto, Buenos Aires, 20-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia al
Virrey Loreto, Buenos Aires, 23-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Residencia
al Virrey Loreto, Buenos Aires, 28-VII-1789, AGN IX 25.1.5; Oficio del Director de la Casa de Resi-
dencia al Virrey Loreto, Buenos Aires, 2-VIII-1789, AGN IX 25.1.5; Caso III: Estado que demuestra
el número de prisioneros tomados por la 3ra División con especificación de: altas y bajas. En: Racedo
1940 [1879], 307.
Cuarta Parte
Desnaturalizaciones
y rebeliones
CAPÍTULO XIV
Indios desnaturalizados por mar en el área panaraucana
Resistencia, fugas y motines (Siglos XVIII y XIX)

Juan Francisco Jiménez - Sebastián L. Alioto - Daniel Villar

Introducción

E
n distintos lugares de la región pampeana, norte patagónico y Araucanía y
en contextos y situaciones de conflicto diferentes a lo largo de la historia
de las naciones indias que habitaron su vastedad, los cristianos desnatura-
lizaron prisioneros nativos, transportándolos lejos de sus territorios. El riesgo de
ese escarmiento fue tan temido y desolador que su sola mención cobró eficacia
argumentativa y era invocada incluso por los propios líderes indígenas, conscientes
de su potencialidad disuasoria o disciplinadora. De la materialización del peligro y
sus consecuencias hablan los hechos, y de su uso discursivo recibimos fragmentos
amortiguados por el paso del tiempo.
La antigua práctica de la desnaturalización había formado parte habitual de los
castigos aplicados a los indios de guerra en el sur de Chile, reducidos a la condi-
ción de esclavos y con frecuencia trasladados a Santiago o al Perú. Los nativos la
percibían como un acrecentamiento adicional particularmente gravoso de la deuda
que las agresiones de los wingka generaban sin pausa desde el siglo XVI, sobre
todo porque en la mayoría de los casos implicaba la desintegración de comunida-
des y familias, motivo de persistente encono.1
La experiencia de la desnaturalización por vía marítima en particular fue para
los indígenas mucho más que un lejano recuerdo del pasado. Su vigencia se pro-
longó en relación a los conflictos interétnicos que tuvieron lugar en otros sectores
del borde meridional del imperio durante los siglos XVIII y XIX. En las pampas
y norte de Patagonia las autoridades coloniales, pero también las postcoloniales y
nacionales ordenaron a menudo la deportación de líderes nativos y de miembros
combatientes y no combatientes de sus parcialidades a la Banda Oriental, a las Islas
Malvinas, o finalmente a la Isla de Martín García.2

1 Las cuestiones de esa creciente deuda social y de las prácticas vindicatorias, incursivas y bélicas
incorporadas a las normas de vida indígenas (ad mapu en mapu dungum) han sido tratadas en
distintos trabajos. Sin ánimo de agotar la nómina, dirigimos la atención del lector a las citas en
notas más abajo.
2 No obstante su importancia, estas últimas y numerosas deportaciones no serán objeto de tratamiento
en esta ocasión.
326 Devastación

La cautividad y sus consecuencias habían constituido uno de los destinos posi-


bles para los insumisos, aunque no siempre pasivamente aceptado. Hubo quienes
buscaron la manera de recuperar su libertad y, según fuesen las circunstancias,
intentaron fugarse aprovechando los puntos ciegos en los sistemas de vigilancia
de sus captores, o apelando a las acciones armadas en los casos más extremos para
hacerse con el control de los navíos en que viajaban.
El objeto de esta ponencia consiste, entonces, en exponer las circunstancias en
que estos hechos tuvieron lugar, y en lo posible sus motivaciones y rasgos recurren-
tes, desarrollando al mismo tiempo una aproximación a las estrategias planificadas
para recuperar la libertad en el curso de una desnaturalización y del traslado por
mar de los prisioneros, considerando los casos de sublevación a bordo y las fugas
verificadas en el área.
Con el propósito de completar nuestra presentación aprovechando los elemen-
tos que tienen en común, nos hemos valido de estudios relativos a otras fugas y su-
blevaciones, en particular las rebeliones de esclavos africanos durante el viaje por
el Atlántico. Entre estos, los motines a bordo guiados por el intento de capturar el
barco, eliminar a la tripulación y alcanzar un puerto seguro, también representaron
una forma posible de resistencia eficaz en términos de acción colectiva.3

El discurso
Las palabras que evocan el extrañamiento por mar llegan hasta nosotros bajo la
forma de auténticas narrativas del horror.
En lo que se refiere a la región pampeano-nordpatagónica, escuchamos jirones
de ese discurso, admoniciones de viva voz transcriptas por los administradores
fronterizos coloniales y criollos como prueba de la reluctancia indígena. Así por
ejemplo, durante el invierno de 1788, en el curso de las guerras entre pehuenche y
huilliche de esa segunda mitad del siglo, uno de los caciques beligerantes, el cor-
sario Llanketur, se dirigía a los parciales de su enemigo –el lider pehuenche Ancan
Amún– sitiados en un malal de Malargüe, asegurándoles que los españoles, a quie-
nes los asediados insensatamente consideraban aliados consecuentes, terminarían
por traicionarlos, matándolos o “llevándolos en un navío a su tierra”, castigo con
cuya evocación esperaba desactivar siquiera en parte esa colaboración.
Poco antes (1779), en medio de unas arduas negociaciones de paz precedidas
y jalonadas por episodios violentos, el cacique Calpisqui se negaba empecinada-
mente a viajar a Buenos Aires para concretarlas, en vista del previo encarcela-
miento preventivo de su hermano Cayupilqui en la ciudad. En esa época, se habían
producido también las deportaciones de los caciques Flamenco (1770) y Toroñan
(1774), y en el mismo año de 1779, las de Lincognir, Lincopangui y Valerio, todos

3 Con relación a estas cuestiones, Greene 1944; Piersen 1977; Inikori 1996; Bly 1998, pp. 180-181;
Behrendt et al. 2001; Richardson 2001, 2003; Postma 2004, 2008; Alexander 2007; Smallwood
2007; Taylor 2006; Marcum y Skarbek 2014.
Indios desnaturalizados... 327

aprisionados en la frontera sin que mediaran agresiones de su parte.4 Como se ad-


vierte, la renuencia de Calpisqui estaba plenamente justificada, sobre todo por la
arbitrariedad de los castigos aplicados.
Años más tarde (a fines de 1830), cuando se vivía una cruenta guerra fronteriza
en el sudoeste bonaerense, el cacique Chocori, esforzándose por mantener unidos
a sus seguidores, los amenazaba diciéndoles que

…los cristianos de Bahía Blanca, los quieren tener inmediatos, para


embarcarlos en las naves que estan esperando, y conducirlos, há ha-
serlos esclavos, ál otro lado del mar.5

A fines de la década de 1850, el cacique Pittü, rememorando la muerte del líder


borogano Cañiuquir ocurrida en 1836, aconsejaba a su gente que desconfiara de los
cristianos con estas palabras:

Murió Cañiuquir y muchos con él. Cautivadas sus mujeres y sus hi-
jos que ya muchos habrán hido a morir al otro lado del mar... ¿Qué
dicen de esto? ¿Se puede uno confiar?6

Además, el terrible castigo también podía ser augurado y en este caso, mostraba
plenamente su efecto disuasorio. Carripilun, sobrino de aquel Llanketruz que men-
cionamos antes, le manifestaba a Luis de la Cruz:

…las muchas viejas que hay entre mis gentes...siempre me anuncian


ruina en mi ida á Buenos Ayres, y ahora estas Viejas de mi Casa han
soñado que me echarán al otro lado del Mar...7

Muchos años separan las emisiones de todas estas palabras que, sin embargo, sor-
prenden por su similitud. En principio, es posible identificarlas con un tópico del
discurso del aukan, una incitación a la rebeldía o a la resistencia que actualiza la
memoria histórica de eventos reales.8
Pero además integran la etnografía indígena de los cristianos y presentan ca-
racterísticas análogas a las que Joseph Jastrzembski percibió en referencias apache
respecto de sus contendientes mexicanos, a quienes los chiricahua consideraban un
compendio de la cobardía y la traición.9 Se trata de un discurso dramático dotado
de un particular énfasis agregado por el narrador, quien en ciertos casos lo comple-

4 Ver el cuadro que las sintetiza al final del texto.


5 Cfr. Diario del Cantón de Bahía Blanca y Fortaleza de la Guardia Argentina, agosto-diciembre de
1830, folio 95, transcripto en Villar (ed.) et al. 1998, 228.
6 Avendaño 1997, 141.
7 Archivo General de Indias, Audiencia de Charcas, Legajo 179, folios 113-113 vuelta.
8 Sobre el aukan ver Villar y Jiménez 2003c; sobre la noción de deuda, Föerster 1991, 194; sobre la
esclavitud y la desnaturalización en Chile, Jara 1971; Zavala Cepeda 2011; Obregón Iturra y Zavala
Cepeda 2009; Valenzuela Márquez 2009 y 2011; Díaz Blanco 2011a; y Alioto 2014b, entre otros.
9 Jastrzembski 1994 y 1995.
328 Devastación

menta con su propia inclusión como protagonista de los eventos ocurridos, recursos
ambos que contribuyen a reafirmar la veracidad de un relato, cuyo almacenamiento
en la memoria colectiva explica su larga persistencia y permanente reactualización.
Entre los indios de nuestra región (como asimismo entre los apache) se verifi-
caba la frecuente alusión a las ciudades traicioneras, aquellos espacios (warria en
mapu dungum) tan distintos a los propios, en los que el arribo de una partida para
negociar o comerciar colocaba a sus integrantes en riesgo cierto de ser atacados a
traición, eliminados, y dispersados los sobrevivientes.10
No es casual, por cierto, que los comerciantes indios que las visitaban recibie-
sen un nombre específico (huinca hutran) que distinguía ese quehacer peligroso, el
ingreso a un mundo ajeno donde la vida siempre estaba en juego.
En ese contexto, la desnaturalización se convertía entonces en el último acto de
una desaparición. Quienes quedaban atrás intuían un largo viaje sin retorno de los
ausentes, cuyo punto de partida estaba inexorablemente relacionado con las pobla-
ciones y ciudades habitadas por cristianos.
Veamos ahora los acontecimientos en sí mismos.

Las deportaciones
En cuanto a las deportaciones en sí, durante el periodo y en los espacios objeto
de análisis, pueden dividirse en dos categorías, teniendo en cuenta el número de
afectados y sus destinos.
En primer lugar, encontramos eventos que involucraron a una persona o a una
cantidad pequeña de personas trasladada a grandes distancias.
Dejando a un lado el destino peninsular ciertamente excepcional de Calelián y sus
compañeros (que conoceremos enseguida), en las pampas se reitera Malvinas como
lugar más habitual de confinamiento, sobre todo si se trata de líderes indígenas que se
consideraban peligrosos. En general, se trató de una o pocas personas a quienes se des-
vinculaba radicalmente de sus comunidades, aislándolas en un lugar que, por sus ca-
racterísticas geográficas, población existente y condiciones de vida, tornaba inviable
una sublevación. Tampoco se registran amotinamientos durante esas navegaciones.
Asimismo, cierta documentación entrega tenues datos que indirectamente per-
miten inferir deportaciones femeninas al archipiélago. Se trata, por ejemplo, de la
mención a once mujeres de entre veinticinco y cuarenta años que fueron remitidas
desde las Islas Patagónicas de regreso a Buenos Aires a principios de 1785 y con-
finadas en la Casa de Recogidas capitalina. Su presencia y procedencia quedaron
asentadas en la Relación de Yndios e Yndias pampas elaborada por la administra-
ción de la residencia en julio de ese año.11

10 Lance Blyth analizó las relaciones particularmente violentas entre los chiricahua y la población
mejicana de Janos y percibió varios ejemplos de esa conducta predatoria, y también los sucesos
de Casas Grandes en 1880, cuando los apache negociaron la paz para comerciar, permitiéndoseles
entonces entrar y salir de la ciudad durante varios días, hasta que bajaron la guardia y fueron
víctimas de una artero ataque (Blyth 2012, 198-199).
11 AGN, División Colonia, Sala IX, 21.1.5., 15 julio 1785. En este caso, la documentación no nos deja
Indios desnaturalizados... 329

En segundo lugar y por lo general, los contingentes más numerosos, como fue-
ron los integrantes de los grupos de Calelian, de Toroñan y de Lincopangui, solían
ser deportados a la Banda Oriental. Montevideo y San Francisco Soriano fueron
dos sitios de reclusión que se reiteran. Un viaje como este no daba lugar a subleva-
ciones, debido a que su brevedad impedía detectar las debilidades en el sistema de
vigilancia, reunir recursos y planificar una acción colectiva.
No obstante, en otros casos e independientemente de la extensión de la nave-
gación, cuando una embarcación se hallaba en proximidades de la costa, se echó
mano al intento de fuga con alguna probabilidad de éxito.
Alonso de Ovalle, cronista del reino de Chile, durante una navegación hacia
Lima en la que se avanzaba siempre con la tierra a la vista, fue testigo de la “buena
maña” de un grupo de prisioneros nativos que esperaron la oportunidad en que les
pareció que el barco se aproximaba al continente más de lo habitual para lanzarse
al agua “sin ser sentidos”, de modo que, cuando los echaron de menos, ya fue tarde
para recapturarlos.12 Días después, un indio anciano que integraba el grupo de los
anteriores y a quien el narrador supone que ellos habían preferido no sumarlo a la
peligrosa huida en razón de su edad, no quiso conformarse con que pudiera decirse
de él que permaneció a bordo por cobardía. Sorpresivamente, acuchilló entonces
a su amo y saltó sobre la borda, yéndose “como azogue entre las manos”, aunque
luego le dieron muerte a tiros, sin lograr que cesase de nadar y se entregase.13
En términos similares y muchos años más tarde (1788), se registra el escape del
cacique Canelo y de un compañero, quienes se arrojaron con rapidez al agua apro-
vechando un descuido de sus captores y hallándose el bergantín que los trasladaba
en la boca del Río Negro. Canelo perdió la vida en el mar, pero el restante fugado
logró alcanzar la costa.14

Los motines
Hubo dos célebres amotinamientos.
1. El primero de ellos fue encabezado por el cacique Calelian y tuvo lugar a bordo
del Asia en 1745. Aquí sólo presentaremos una breve contextualización del evento,
remitiendo la atención del lector interesado en conocer con más detalle las causas y
circunstancias de la deportación de Calelian y de los restantes protagonistas nativos
de la sublevación a los dos trabajos que se mencionan en la nota al pie.15
Luego de los acuerdos de 1742 establecidos en Sierra de la Ventana por Cris-
tóbal Cabral de Melo con un conjunto de siete caciques de las pampas, se abrió un
lapso durante el cual se intensificó el comercio inter-étnico. La mayor afluencia de

ver si fueron deportadas todas al mismo tiempo o no, y tampoco si volvieron juntas a Buenos Aires
o separadamente.
12 Ovalle 1646, 96.
13 Ovalle 1646, 96-97.
14 Buscaglia 2015, 69.
15 Villar 2004, Campetella 2008.
330 Devastación

nativos a los establecimientos de la frontera generó en los responsables de su se-


guridad el recelo de que la coyuntura fuese aprovechada para adquirir información
sobre el estado defensivo de la campaña.
A comienzos de julio de 1744 y en medio de ese clima de suspicacias, Calelian
se presentó en las inmediaciones de Luján acompañado por una nutrida partida
comercial integrada por unas doscientas personas, entre ellas tres caciques de tierra
adentro. Solicitaron el correspondiente permiso para ingresar y durante diez días
estuvieron realizando sus intercambios en el lugar, pero el 18 de julio el cacique
se retiró repentinamente sin concluirlos. Al parecer, se habría molestado a raíz de
ciertas restricciones impuestas por las autoridades locales sobre las transacciones
con ganado, motivadas por el hecho de que, durante la sequía del año anterior,
muchos animales se habían alejado en busca de aguadas más allá del río Salado,
provocando una escasez que determinó esa decisión.16
El 28 de julio, es decir, unos días después de la retirada de Calelian, un malón se
lanzó contra las estancias lujanenses, produciendo la muerte de quince personas y
el aprisionamiento de otras cuarenta. Los incursores se alzaron con una importante
cantidad de ganado, si bien la mayoría de las cabezas y diez cautivos fueron recu-
perados por las tropas enviadas en persecución de los incursores. Como entre los
treinta maloqueros muertos en este encuentro, se encontraba uno de los caciques de
tierra adentro que habían acompañado a Calelian, se abrió una investigación para
averiguar si este había participado del ataque.17
Simultáneamente y en prueba de buena fe, el propio Calelian envió mensajeros
a Buenos Aires, declarándose ajeno a la incursión y ofreciendo instalarse con su
grupo donde las autoridades españolas indicaran. El Cabildo, consultado por el go-
bernador sobre la decisión a tomar, encargó al procurador Luis de Escobar aquella
pesquisa.
Pese a que no pudo establecer la responsabilidad de Calelian de manera conclu-
yente, Escobar recomendó rechazar la oferta de paz. Sin embargo, Ortiz de Rozas
optó por el camino contrario y acordó con el cacique la instalación de su toldería
en las inmediaciones de Luján.
Disconforme con esa decisión, el Cabildo resolvió elevar una queja al monarca
insistiendo en su conclusión de que Calelian y su grupo habían participado del
malón. El gobernador, inquieto por el curso confrontativo que tomaba el desacuer-
do y deseoso de disminuir tensiones con los cabildantes, volvió sobre sus pasos y
ordenó la detención de aquellos.
Tomados por sorpresa en el lugar donde se habían establecido de conformidad
con lo pactado, todos los miembros de la parcialidad fueron aprisionados y mien-

16 María Andrea Campetella señala que el Cabildo, alarmado por la poca disponibilidad de cabezas,
había solicitado al gobernador Domingo Ortiz de Rozas que la solucionase (2008, 303, nota 6).
17 Expediente seguido para esclarecer si el Cacique Calelián y sus parciales han sido cómplices en el
robo de haciendas, despojo de casas, muertes y cautiverios que ejecutaron los Indios en el Pago de
Luján, por el mes de julio de 1744. Año de 1744, en copias de documentos del Archivo General de
Indias depositadas en Carpetas del Museo Etnográfico de la Universidad de Buenos Aires.
Indios desnaturalizados... 331

tras la mayoría de los hombres, mujeres y niños eran deportados a la Banda Orien-
tal, al cacique y a doce de sus hombres se los internó en la cárcel de Buenos Aires.
Posteriormente, para neutralizar el peligro de fuga y con el propósito de dejar su
castigo en manos del rey, Ortiz de Rosas dispuso que se los transportase a España
en el navío Asia que en ese momento se estaba aparejando.
El Asia era una fragata de sesenta y cinco cañones construida en el arsenal de
la Habana en 1735. Integró como nave insignia la malograda flota despachada por
Madrid en 1740 al mando del almirante José Alfonso Pizarro para impedir los ata-
ques ingleses a los establecimientos españoles sobre las costas del Pacífico que se
proponía llevar a cabo la expedición comandada por George Anson.18
Ninguno de los navíos bajo el comando de Pizarro logró cruzar el Cabo de
Hornos y la mayoría de ellos se perdió en distintas circunstancias y momentos a lo
largo de la frustrada empresa. En febrero de 1742, luego de fracasar en dos intentos
de atravesar el Paso de Drake, el Asia fue fondeado en Montevideo. En octubre de
1743, se decidió que el almirante volviera de Chile (donde había viajado por tierra)
y regresara a España embarcado en la fragata, llevando consigo los caudales que
pudiera entregarle el virrey del Perú.19
Pero la inspección realizada a bordo determinó que el Asia no se encontraba en
condiciones de navegar. Además de desarbolado del palo mayor y del trinquete,
toda la obra por encima de la línea de flotación estaba podrida a causa de una pro-
longada falta de mantenimiento.
Dado que Montevideo no era el lugar adecuado para realizar reparaciones, so-
bre todo a causa de las dificultades en conseguir los materiales necesarios para
el reemplazo de los mástiles perdidos, se dispuso el traslado de la nave a Buenos
Aires.20
Una vez concluidos los trabajos, sobrevino la dificultad de reunir la tripula-
ción requerida. El Asia había salido de Cádiz en 1740 con setecientos tripulantes.21
En su primer intento de cruzar hacia el Pacífico perdió la mitad de la dotación22
y durante la larga estadía en Montevideo desertaron varios hombres debido a la
ausencia de pagas, de modo que, al momento de soltar nuevamente amarras, se
hallaban a bordo sólo 291 tripulantes –únicamente cincuenta y nueve eran marine-
ros–,23 número que incluía una cierta cantidad de prisioneros europeos –veintisiete

18 Villar 2004, 28-35.


19 Oficio del rey al marqués de Villa García, San Ildefonso, 1 octubre 1743. Archivo General de
Simancas [AGSim], Secretaría de Marina [SM], Legajo 399-1, Documento 197.
20 Oficio de Miguel Lastarria al virrey, Montevideo, 28 febrero 1745, AGSim, SM, Legajo 399-1,
Documento 234.
21 Fernández Duro 1867, 18.
22 Fernández Duro 1867, 19.
23 El total de tripulantes surge del Estado de los ôfiz.es de Estado maior, maiores, Ynfanteria, Ofiz.s
de Mar, de Artilleria, Artill.s Marin.s Grum.te Pag.s Criad.s y Prissioneros que en Rev.ta pasada en
primero del Corr.te en la enssen.da de Montevideo se hallaron efectivos. A bordo del Navio siguiente.
Montevideo, 25 octubre 1744, AGSim, SM, Legajo 399-1, Documento 241.
332 Devastación

ingleses y portugueses–,24 además de Calelián y sus doce compañeros. Por lo tanto,


la tripulación se encontraba muy por debajo del número originario (alrededor de
trescientas personas menos) y la marinería se vio recargada en sus obligaciones,
factor que contribuye a explicar fallas en la vigilancia.
El Asia transportaba asimismo gran cantidad de plata amonedada y labrada y de
oro, estimados por Alexander Campbell (a quien conoceremos enseguida) en unos
cinco millones de dólares, aunque no todos ellos declarados.
Principalmente, son cuatro las fuentes que permiten reconstruir las circunstan-
cias del motín. Dos de ellas se deben a la pluma de ingleses embarcados en el Asia:
los guardiamarinas Isaac Morris –en calidad de prisionero– y el nombrado Camp-
bell –un ex-camarada de armas de Morris ahora reconciliado y dispuesto a pasar al
servicio de la corona española;25 las otras dos están constituidas por los informes
oficiales dirigidos al marqués de Ensenada por el comisario de guerra Manuel Die-
go de Escobedo y el almirante Pizarro, protagonistas de los hechos. Más allá de
algunas diferencias menores, en términos generales estos relatos son compatibles
y se complementan entre sí.26
Por otra parte, Richard Walter, capellán de la expedición encabezada por George
Anson (a la que Morris y Campbell estuvieron originariamente incorporados), redac-
tó y publicó un diario de ese prolongado viaje (1740-1744) en el que también descri-
bió el amotinamiento.27 Morris transcribió textualmente la narración de Walter en su
propio relato para no “tergiversar” –afirma– sus propios recuerdos. Debe interpretar-
se entonces que las vivencias del prisionero coinciden con la versión del capellán.28
La revuelta ocurrió el 17 de octubre de 1745, a las 9 de la noche, en el castillo
de popa29 y a los tres días de soltadas las amarras.30
Durante ese breve lapso, Calelian y sus compañeros se armaron con cuchillos
y una especie de boleadoras fabricadas con lonjas de cuero a las que ataron balas
de dos cabezas, sustrayéndolas del alcázar donde se hallaban emplazados un par de
pequeños cañones.31

24 La cantidad de prisioneros está consignada en el Estado de los Of.s maior.s de Mar, de Artilleria
Gente de àmbas proffecion.s de Ynfanteria de su Guarniz.on q.e sirven à su Magestad en este Vagel
con expresion de Pasag.s Plata y efectos que conduce. Concurvion, 20 enero 1746. AGSim, SM,
Legajo 399-2, Documento 883).
25 Barros Arana 1886, 129; Villar 2004, 15.
26 Las versiones más detalladas del motín aparecen en los escritos de Morris y Campbell. El segundo,
precisamente en su condición de reconciliado disfrutaba de una cierta libertad de movimientos que
le permitió enterarse de mayores detalles que su ex-conmilitón. No obstante, la narración de Morris
ha sido bastante más visitada que la de Campbell. Los informes de Escobedo y Pizarro y el resto de
la documentación relativa al Asia se conservan en los legajos de la Secretaria de Marina del Archivo
General de Simancas y por lo que sabemos no han sido citados hasta el momento.
27 Walter 1744, 187 y siguientes.
28 Morris 2004 [1751], 121 y siguientes.
29 Campbell 1747; Morris 2004 [1751], 124; Escobedo 1746; Pizarro 1746.
30 Campbell 1747; Morris 2004 [1751], 121; Escobedo 1746; Pizarro 1746.
31 Campbell 1747; Morris 2004 [1751], 123.
Indios desnaturalizados... 333

Aunque el almirante Pizarro, por su parte, se limitó a mencionar que los amo-
tinados esgrimieron cuchillos de marinero y nada agregó del restante armamento,
Morris añade que los indios habían estado cortando en secreto las lonjas de cuero,
ocultándolas luego cuidadosamente, y que se adueñaron de cuchillos con punta
aguzada llamados holandeses, de uso habitual en los barcos.
Si fue así –y todo indica que lo fue– la lasitud con que se vigilaba a los nativos
resultaría difícil de superar y la responsabilidad de Pizarro al respecto es indudable.
Quizá el hecho de que se hubiese dispuesto que los indios prestaran algún servicio
en la maniobra del barco, como expresa Morris32 y el mismo almirante lo confirma
en su informe,33 contribuya a explicar siquiera parcialmente que los controles no
fueran tan estrictos, franqueándoles el acceso a los cuchillos, cueros y balas sin ser
notados.
El amotinamiento se precipitó al sobrevenir un maltrato sufrido por Calelian
a manos de un oficial español, que le ordenó de mala manera subir a la arboladu-
ra. El cacique se negó y aquel la emprendió a golpes, dejándolo ensangrentado y
tendido en la cubierta.34 Apenas recuperado Calelián, él y los suyos reaccionaron
con violencia y lograron eliminar a once personas (oficiales y marineros) y herir
a veintisiete, de los cuales fallecieron cinco en días posteriores, según el cómputo
oficial.35 Las cifras proporcionadas por Campbell coinciden respecto al número
de muertos, difieren en los heridos, y son inexactas en cuanto a que el capitán del
barco y dos oficiales se contasen entre los fallecidos.36
Los nativos se mantuvieron firmemente adueñados del castillo de popa a lo lar-
go de dos o tres horas, mientras los españoles trataban con dificultad de organizar
el contra-ataque, durante el cual finalmente mataron a pistoletazos a Calelian y dos
de sus seguidores.37 El resto decidió arrojarse al mar para privar a los cristianos del
placer de matarlos, como gritaban a voz en cuello.38
Campbell y Morris denuncian la morosa cobardía de los oficiales españoles,
y el primero se atribuye, junto con otro oficial irlandés, la enérgica exhortación a

32 Morris 2004 ([1751], 121-122.


33 “Entre los òchenta hombres que el Governador de Buenos Ayres remitió a este bordo para ayuda
de su tripulación embio doze Yndios Pampas, compreendido un Cazique llamado Valeriano [por
Calelian]”: Oficio de José Pizarro al marqués de la Ensenada, fechado en Concurvion, 20 enero
1746 y conservado en AGSim, SM, Legajo 399-2, Documento 882, énfasis agregado.
34 Morris 2004 [1751], 123-124.
35 Ver Relacion que comprehende los ôfficiales de Grrâ y demas Gente de Mar y Ynfanteria que han
muerto y quedaron heridos la noche del dia 17 de Ôctubre proximo pasado en la Cruel â levosia que
en ella executaron Doze Yndios Pampas Ynfieles que venian embarcados en este Vagel, AGSim,
SM, Legajo 399-2, Documento 889).
36 Dice Campbell: “Encontraron once hombres muertos, entre los cuales estaba el capitán del barco y
dos de sus compañeros. Treinta y ocho resultaron heridos, de los cuales cinco murieron de resultas
de sus heridas. Un jesuita resulto con un brazo roto y muy mal herido.” (Campbell 1747, traducción
de JFJ).
37 Morris y Diego de Escobedo señalan que Calelian murió de esta forma.
38 Campbell 1747.
334 Devastación

responder con rapidez al golpe de los sublevados. Todos los autores concuerdan en
que los indígenas actuaron solos, aunque en el relato de Morris vemos a Calelián
tratando de sumar sin éxito a los prisioneros ingleses.39 Al no conseguir aliados, los
doce hombres decidieron aventurarse, aun cuando fuera difícilmente alcanzable el
objetivo de controlar una tripulación numerosa.40 Seguramente los impulsaba el
estar conscientes de que el paso del tiempo obraba en su contra, al alejarlos más y
más de la costa y del punto de partida.
Con respecto a ese fallido intento de coaligarse, debe agregarse que, dentro del
conjunto de prisioneros (tanto los consultados por Calelian como los restantes),
había gente con experiencia en navegación y muchos de armas tomar. Si hubieran
estado enterados de la existencia a bordo de un enorme caudal en plata y oro, quizá
podrían haberse sentido estimulados a actuar de acuerdo con los nativos para apo-
derarse del barco. Pero salvo la mención de Campbell sobre la fortuna embarcada,
facilitada por su proximidad a los oficiales españoles, nadie parece haber estado al
tanto de la valiosa carga. Morris, por lo pronto, no la menciona.

2. El restante motín ocurrió a bordo del bergantín Río de la Pata y se produjo


en ocasión de ser enviados a Buenos Aires desde el fuerte de Bahía Blanca un
conjunto de indígenas que provenían de tres grupos distintos. El primero de ellos,
encabezado por Namuncura (hermano de Calfucura), se había presentado en aquel
establecimiento hacia fines de noviembre de 1834, luego de que hubieran atacado
a los boroganos instalados en el Médano de Masallé, con el propósito de parlamen-
tar con los responsables de la guarnición para hacerles conocer los motivos de la
agresión; el segundo, integrado por indígenas arribados a la región desde el sur de
Chile, fue apresado por tropas del fuerte en agosto de 1835; y el último reunía a
ciertos boroganos que habían sido entregados a las autoridades militares por sus
propios caciques, bajo sospecha de tener tratos con los ranqueles en ese entonces
enfrentados al gobierno provincial.
Los acontecimientos que rodean el ataque a los boroganos en Masallé han sido
abordados en distintos trabajos, razón que torna innecesario extenderse aquí sobre
estos sucesos: basta con recurrir a esos aportes.41
En lo referido al segundo contingente, las circunstancias en las que fueron apre-
sados y retenidos en el fuerte, sintéticamente descriptas, son las siguientes. El 8
de agosto de 1835, se presentaron en Bahía Blanca dos chasques enviados por un
contingente de indígenas de ultracordillera con mensajes dirigidos a Venancio Co-
ñuepan –cacique amigo de la guarnición– y al coronel Francisco Sosa, comandante

39 Morris 2004 [1751], 122-123.


40 La cifra oficial es cuatrocientos cuatro (Estado de los Of.s maior.s de Mar, de Artilleria Gente
de àmbas proffecion.s de Ynfanteria de su Guarniz.on q.e sirven à su Magestad en este Vagel con
expresion de Pasag.s Plata y efectos que conduce. Concurvion, 20 enero 1746. AGSim, SM, Legajo
399-2, Documento 883). Morris afirma que eran “cerca de 500 hombres” (Morris 2004 [1751],
125) y Campbell fija la cantidad en 440, entre ellos treinta oficiales comisionados (Campbell
1747).
41 Ratto 1996, 21-34; Ratto 2005, 219-249; Villar & Jiménez 2011, 124 y siguientes.
Indios desnaturalizados... 335

de los Blandengues de la Frontera y operador de confianza del gobernador Juan


Manuel de Rosas en asuntos indios.42
Pretendían que el primero –pariente y conocedor de varias de las personas que
se aproximaban– se prestase a garantizar frente al segundo sus pacíficas intencio-
nes para acudir luego a parlamentar. Sosa y Venancio simularon aceptar, aunque su
verdadera intención fue atraerlos al fuerte y detenerlos, con el objetivo de averiguar
luego los verdaderos motivos de su presencia.43
Esa detención se concretó el 17 de agosto siguiente, cuando se presentó en el
fuerte una embajada que encabezaban los caciques Cayupan e Inalican –hermanos
de Venancio– compuesta por nueve capitanejos y 54 mocetones.44
En conversaciones posteriores, Sosa logró establecer que ambos líderes y sus
grupos se habían enfrentado en Chile con fuerzas del gobierno y sus aliados enca-
bezados por el cacique Colipí. Vencidos en distintos encuentros, decidieron tras-
pasar la cordillera en búsqueda de refugio y ya en territorio neuquino fueron nue-
vamente batidos en enero de 1835, esta vez por una columna al mando del capitán
Zúñiga enviada con ese objetivo,45 derrota que los llevó a aproximarse a Bahía
Blanca en procura del amparo de Venancio, a quien sabían bien relacionado con el
gobernador Rosas, y con el propio Sosa.
Este último informó a don Juan Manuel las novedades producidas y recibió
como respuesta una carta extensa que, entre distintos temas, aprobó las decisiones
del destinatario con respecto a los nativos aprisionados, aunque previniéndole al
mismo tiempo que, como ya se disponía de suficientes indios amigos en el fuerte,
sería inconveniente concentrar en torno a él un número mayor. Asimismo, le re-
comendaba que vigilase estrictamente a los apresados para evitar que obtuviesen
información estratégica sobre la guarnición y más aún que se fugaran luego de
haberla adquirido.46
El 16 de septiembre, sin haber recibido todavía el oficio librado cuatro días
antes, Sosa volvió a escribir al gobernador, relatándole sus últimas averiguaciones
sobre las intenciones de los indios prisioneros.47 En primer lugar, con ayuda de
Venancio descubrió que había entre ellos un capitanejo y dos mocetones enviados
por Calfucura para averiguar si su hermano Namuncura y la gente detenida en el
fuerte aún se encontraban vivos. En segundo término, que Calfucura había acorda-
do previamente con Cayupan e Inalican que, si lo estaban, interesasen a Venancio y
a los oficiales de la guarnición para que intercediesen frente a Rosas solicitándole
la liberación de los prisioneros. Asimismo, agregó que, al enterarse de los vínculos

42 Oficio de Juan Zelarrayán a Juan Manuel de Rosas. Bahía Blanca, 8 agosto 1835, Archivo General
de la Nación [en adelante AGN] X 25.1.4a. Documento 109.
43 Cfr. el mismo documento citado anteriormente.
44 AGN X 25.1.4a. Documento 132.
45 Estos incidentes se encuentran detallados en tres informes publicados en la Memoria de Guerra y
Marina del Gobierno de la República de Chile, año 1835, Documentos números 23, 24 y 25.
46 Oficio de Rosas a Sosa, Buenos Aires, 12 septiembre 1835, AGN X 25.1.4a., Documento 137.
47 AGN X 25.1.4a., Documento 138.
336 Devastación

existentes entre Calfucura y los indios de Chile, Coñuepan comenzó a dudar de las
verdaderas intenciones de los embajadores y sus mandantes.
Es en ese momento que Sosa, alarmado por las averiguaciones de Venancio y
temiendo que la guarnición no pudiera controlar eventuales fugas o repeler ataques
riesgosos para la seguridad del establecimiento, sugirió descomprimir la peligro-
sa situación trasladando los prisioneros a Buenos Aires. El fuerte, en verdad, no
contaba con instalaciones suficientes para alojar a tantos detenidos: sólo la gente
de Namuncurá colmaba los calabozos disponibles y un rancho. Se los mantenía
inmovilizados con cepos o acollarados para dificultar sus movimientos y tanto en
esas condiciones de reclusión como en las periódicas salidas a realizar las tareas de
limpieza que se les habían impuesto se hacía imprescindible distraer soldados de
otras actividades para afectarlos a su estricta vigilancia.48
Persuadido de la seriedad de las razones esgrimidas por Sosa a las que se agre-
gaban informes adicionales que el propio Rosas recogió por otros conductos, el go-
bernador ordenó al comandante de la guarnición Martiniano Rodríguez, con fecha
28 de abril de 1836, que embarcase hacia Buenos Aires a todos los prisioneros en
el bergantín Río de la Plata.49
El traslado se realizó el 30 de junio siguiente e incluyó a Namuncura y al resto
de los indígenas capturados junto con él en 1834, a los apresados en 1835 y a los
boroganos entregados por sus caciques. En esa ocasión, Sosa le hizo llegar a Rosas
su sugerencia de que todos fueran eliminados a su arribo.50
A diferencia del Asia, el Río de la Plata en particular carece de biografía. Nada
sabemos de él, salvo que su capitán fue Santiago Dasso, un marino ligado a la mo-
desta actividad naviera regional en esa etapa fundacional. Durante años, al coman-
do de distintos barcos, cubrió la ruta marítima que vinculaba Buenos Aires, Bahía
Blanca y Carmen de Patagones, transportando personas, mercancías y correo, prin-
cipalmente por cuenta del gobierno.
Pero en términos generales, los bergantines, dotados de dos palos y de un ve-
lamen de gran superficie y distintos formatos combinados, eran naves rápidas y de
buena maniobrabilidad, si bien no estaban acondicionados para el transporte de pri-
sioneros, de manera que no se disponía de instalaciones que facilitaran su control.
El grueso de la información relativa al motín y a los antecedentes de los pri-
sioneros embarcados está contenido, como venimos viendo, en las cartas y oficios
intercambiados por las autoridades del fuerte y el gobierno provincial en momentos
más o menos contemporáneos con su ocurrencia, actualmente depositados en el
Archivo General de la Nación, Secretaría de Rosas. Existen además una serie de
textos posteriores (documentales y ficcionales) referidos sobre todo al fusilamiento
de los indígenas embarcados en el Río de la Plata, cuya ejecución masiva fue uno
de los crímenes reprochados al restaurador en términos político-propagandísticos
e incluso en el terreno judicial después de Caseros. Ricardo Salvatore ha analiza-

48 AGN X 25.4.1a, Documento 138.


49 AGN X 25.3.2., Documento 58.
50 AGN IX 25.3.2., Documento 378.
Indios desnaturalizados... 337

do esos materiales en el único trabajo que conocemos específicamente dedicado a


estos acontecimientos.51
También los indios, hasta muchos años después de 1836, solían traer a colación
en tono de dura crítica el ajusticiamiento a sangre fría y en masa de aquellos prisio-
neros, un acto cuya crueldad opaca evocaciones concretas del motín que lo prece-
dió. Quizá la más conocida de esas recriminaciones sea la que el cacique ranquel
Paiketruz Güor le espetó a Lucio Mansilla, echándole en cara el crimen cometido
“por su tío” cuando mandó a ultimar decenas de indios en el cuartel del Retiro.52
En síntesis: la sublevación generó una limitada producción documental y tex-
tual que no admite comparación con el caso del Asia y que resulta apenas suficiente
para reconstruirla en trazos gruesos.
El motín se desencadenó apenas iniciada la navegación, seguramente estimu-
lado por los rumores de que los prisioneros serían ejecutados en Buenos Aires. La
documentación no explica con detalle el modo, pero lo cierto es que los indios,
transportados en cubierta, se lanzaron imprevistamente contra la tripulación, y que
hubo muertos en ambos bandos. Luego, mientras un grupo más numeroso era final-
mente sometido, otro menor –compuesto por entre doce y quince personas– logró
abordar una chalupa de salvamento, dirigiéndose hacia la costa cercana.
De estos últimos, seis fueron recapturados y los restantes se perdieron de vis-
ta, ocultándose “en los juncales”, donde las autoridades suponen que perecieron,53
aunque el hecho de que no se hallaran los cuerpos quizá indique que salvaron sus
vidas y recuperaron la libertad.
Los retenidos a bordo resultaron fusilados al llegar, según los términos de ese
mismo oficio suscripto por Corvalán el 12 de septiembre.

Palabras finales
Agreguemos, por último, que, aunque los motines descriptos son los únicos dos
registrados en la región en el término de un siglo, esa infrecuencia –sin perjuicio
de que pudiera haber algún otro que desconocemos– no debiera dar pábulo por sí
sola a la conclusión de que fueron pocos. En realidad, expresa la excepcionalidad
de las circunstancias en las que pudo tener lugar un botín protagonizado por hom-
bres carentes de experiencia marinera e impulsados únicamente por la desesperada
situación de extrañamiento que vivían.
Es una buena prueba de ello que los motines en barcos esclavistas, encarados
por prisioneros que en cierta medida se hallaban en condiciones personales y en
circunstancias análogas a los indios sublevados, tampoco fueron muchos aunque
provocaron gran impacto.

51 Salvatore 2014, 1-31.


52 Mansilla 1967, II, 102.
53 Oficio de Manuel Corvalán al segundo jefe de Blandengues en Bahía Blanca, septiembre 12 de
1836, AGN X 25.3.2. Documento 379.
338 Devastación

David Richardson, definiéndolos como “actos colectivos de violencia o resis-


tencia realizados por los esclavos, africanos o no” y que “involucran la muerte de
al menos una persona”54 ha comprobado su infrecuencia,55 debida sobre todo a que
se trataba de la forma extrema de una serie de actos de resistencia que incluía la
huelga de hambre, el suicidio y otras modalidades individuales. Es indudable que
los objetivos ambiciosos de un motín, consistentes nada menos que en capturar el
barco, eliminar y reducir a una tripulación entrenada en el manejo de armas y de
esclavos, tomar a cargo la maniobra y alcanzar un puerto seguro, puso límites a su
ocurrencia.
Se han identificado así sólo 388 insurrecciones durante toda la historia de la
trata, concentrándose la mayoría (350) entre 1680 y 1802.56 Para dimensionar esa
relación, es necesario tener en cuenta que se registran unos 27.233 viajes “negre-
ros” para todo el periodo,57 de manera que hubo un evento de estas características
cada setenta viajes.
Amotinarse era una muestra de auténtica determinación y coraje por parte de
sus protagonistas masculinos y femeninos, sobre todo porque capitanes y armado-
res no solían distraerse del hecho incontestable de que, tratándose de mercaderías,
medios de transporte y mano de obra muy valiosos, debían evitarse a toda costa
muertes, destrucción y pérdida de ganancias.58 No se escatimaba tiempo y energía
en prevención, circunstancias que condicionaron en gran medida la modalidad y
condiciones del tráfico.
En los casos tratados aquí, en cambio, se dieron una serie de otras circunstan-
cias que contribuyeron a crear un escenario más favorable para una acción colecti-
va de este tipo. A saber:
Las tareas de navegación y de vigilancia no podían cumplirse de la manera ade-
cuada, en el Asia por tener su dotación incompleta, y en el Río de la Plata por ser
comparativamente alto el número de prisioneros transportados con respecto al de
sus custodios y al resto de la tripulación. Ambas situaciones alentaron y en cierto
modo facilitaron los planes de los amotinados.
El hecho de que Calelian y los suyos pudieran sustraer cuero, cuchillos y balas
a los cañones sin ser descubiertos por nadie constituye además una muestra de
negligencia, debilidad o impericia por parte de sus vigiladores. Otro tanto puede
decirse del empleo en tareas de marinería, que les permitió desplazarse por el barco
y familiarizarse con él, al punto de ubicar los lugares que almacenaban aquellos
elementos peligrosos de los que luego se valdrían.59

54 Richardson 2003, 201.


55 De las múltiples formas de resistencia africana ante la trata, el motín en los barcos “negreros” es,
por otra parte, una de las menos estudiadas: Uya 1970; Bly 1998, 180-181; Behrendt et al. 2001;
Richardson 2001, 2003; Postma 2008.
56 Richardson 2001, 69-93.
57 Behrendt et al. 2001, 455.
58 Taylor 2006, 67-84.
59 Aun en los barcos de la trata podían producirse descuidos fatales: en el navío Meermin, se
Indios desnaturalizados... 339

En el mismo orden de ideas y aunque no sepamos de qué manera las obtuvieron


ni cuáles fueron, el cruento combate que tuvo lugar en la cubierta del bergantín
implica el manejo de armas por parte de los sublevados, otra demostración de la
existencia de fallas graves en los dispositivos de seguridad.
Por último, los sublevados, en virtud de su común origen, hablaban el mismo
idioma entre sí y muchos de ellos –como ocurrió con Calelian, de quien se afirma
que era muy ladino–60 comprendían adicionalmente el castellano, lo que facilitaba
la comunicación interna y externa, además de permitir la escucha clandestina de
las conversaciones de custodios y tripulantes. El mismo Eric Taylor ha hecho hin-
capié en la importancia de estas condiciones, que podían favorecer la rebelión,61 o
dificultarla un tanto si, por el contrario, se daba un contexto de incomunicación por
mediar ininteligibilidad recíproca entre los amotinados, como podía suceder en un
barco de trata cargado con personas de procedencias diversas.

encomendó a unos esclavos que limpiasen las azagayas empleadas luego en el motín; en el De Zon,
la caja de herramientas de carpintería quedó por un instante al alcance de los prisioneros que se
sublevarían (Alexander 2007).
60 El término remite precisamente a la idea de que se trata de una persona que habla la lengua de
Castilla y está familiarizada con las costumbres de los cristianos.
61 Taylor 2006, 41-66.
340 Devastación

Cuadro 1
Deportaciones (siglo XVIII)

Cacique Fecha Circunstancias de su Captura Destino


En base a sospechas generadas en el Ca-
bildo, se lo acusó de haber participado en
un malón a Lujan (1742). Detenido en un
ataque sorpresivo cuando estaba en paz con Banda Oriental
Calelian 1745
los porteños, su grupo fue enviado a la Ban- España
da Oriental, mientras que al cacique y otros
doce hombres se los embarcó más tarde ha-
cia España.
Fue aprisionado en ocasión de presentarse
en la frontera para solicitar a las autorida-
des que se abstuvieran de intervenir en un
conflicto entre aucas y peguelchus. Poste-
riormente se lo trasladó a Malvinas con uno
Flamenco 1770 Malvinas Montevideo
de sus hijos. En 1778 lo trajeron a Monte-
video, y en 1784 se le permitió volver a las
pampas para que sirviera de baqueano en la
entrada general de ese año. Su hijo murió
en Malvinas.
Se lo detuvo durante un viaje de comercio
a la frontera de Chascomús, acusado de
rebelarse. Fue deportado con su grupo a la
Toroñan 1774 Banda Oriental
Banda Oriental y allí permaneció, a pesar
de haberse comprobado luego la falsedad
de la acusación.
Lincopangui llegó a Luján con una partida
comercial de 30 personas, fue detenido para
evitar que informara de los preparativos de
una expedición militar que sorprendería a
Lincopangui los aucas, mientras se llevaba a cabo una
Noviembre Malvinas
y negociación de paz. Valerio corrió exacta-
de 1779 Banda Oriental
Valerio mente la misma suerte también en Luján
cuando se presentó a comerciar a la cabeza
de cuatro personas. Ambos caciques fueron
enviados a Malvinas y sus acompañantes a
la Banda Oriental.
En medio de una situación conflictiva,
Lincognir se presentó en la frontera, en-
cabezando una embajada que llevaba una
propuesta de paz. Las autoridades sos-
Noviembre
Lincognir pecharon que se trataba de una maniobra Malvinas
de 1779
dilatoria para ganar tiempo y apresaron a
los enviados, mientras lanzaban un ataque
preventivo contra la gente que lo enviaba.
El cacique fue enviado a Malvinas.
Indios desnaturalizados... 341

Se presentó en la guardia de Chascomús


liderando una partida comercial y llevando
para entregar una cautiva india rescatada de
los tehuelches. Fue detenido para evitar que
Noviembre
Cayupilqui informase de los aprestos de una expedi- Buenos Aires (España)
de 1779
ción militar. Mientras permanecía interna-
do en la cárcel porteña, se estuvo conside-
rando una propuesta de Vertiz de enviarlo
a España, cosa que finalmente no sucedió.
Canelo resultó detenido en San José, en
ocasión de hacer una visita a ese fuerte.
Encabezaba una partida de dos hombres y
dos mujeres. Las autoridades locales sos-
pechaban que había participado en varios
robos de ganado en Carmen de Patagones
Carmen de Patagones
Canelo 1788 y lo acusaron además de traer un caballo
Buenos Aires
robado en su tropilla. Se lo envió por mar
al Carmen, pero durante el trayecto se lanzó
al agua acompañado de uno de los hombres
y se ahogó. Las dos mujeres fallecieron de
viruelas en Buenos Aires, donde se las ha-
bía remitido.

Fuentes. Calelian: Villar 2004, Campetella 2008. Flamenco: Crivelli Montero 1991, Taruselli 2010.
Toroñan: Villar & Jiménez 2013. Lincopangui y Valerio: Crivelli Montero 1991; Oficio de Francisco
Valcarce al Virrey Arredondo, Luján, 12 noviembre 1791 (Archivo General de la Nación [AGN] IX
1.6.5. foja 164). Lincognir: Crivelli 1991, Testimonio del Expediente óbrado ene. Superior Gobierno
de Buenos Aires, sobre haberse denegado las Pazes alos Indios Aucazes, Buenos Aires, 23 octubre
1780 (Archivo General de Indias [AGI], Audiencia de Buenos Aires [ABA], 60); Cayupilqui: Oficio de
Francisco Valcarce al Virrey Arredondo, Luján, 12 noviembre 1792 (AGN IX 1.6.5. foja 164), Oficio
del Comandante de Chascomús José Peralta al Virrey Vertiz, Chascomús, 19 noviembre 1779 (AGN
IX 1.4.3., foja 39), Oficio del Comandante de Chascomús José Peralta al Virrey Vertiz, Chascomús,
30 noviembre1779 (AGN IX 1.4.3., fojas 40), Oficio del Comandante de Chascomús José Peralta al
Virrey Vertiz, Chascomús, 4 diciembre 1779 (AGN IX 1.4.3., fojas 41), y Oficio del Virrey Vertiz a José
de Galvez, Buenos Aires, 1 enero 1781 (AGI, ABA 60). Canelo: Buscaglia 2015.
CAPÍTULO XV
La rebelión indígena de 1693
Desnaturalización, violencia y comercio
en la frontera de Chile1
Sebastián Leandro Alioto

...con el embeleco de sacar ocho o dies que dijeron ser


brujos sacaron mas de sesenta criaturas de sus familias que
aumentan con sus lagrimas las humedades deste pueblo.2

...como el amor de la patria es tan dulce i tan connatural,


sienten mucho el dejarla, y mucho mas el mal recibimiento
que hallan en los dueños de las tierras ajenas, que ya les
quitan las mujeres, ya las hijas, i les obligan a rozar los
montes por escojer para si los mejores valles.3

E
n el año de 1693, casi un siglo después del gran levantamiento indígena
que destruyó las siete ciudades españolas de la Araucanía,4 y media centu-
ria después de que las paces de Quillín (1641) pusieran provisorio fin a la
Guerra de Chile iniciada con aquel, una nueva rebelión indígena puso en vilo a la
estructura colonial hispana en la región centro-sur chilena.

1 Este texto fue publicado originalmente en Anuario de Estudios Americanos, vol. 71 no. 2 (julio-
diciembre 2014), pp. 507-537.
2 Archivo Nacional de Chile (ANC), Real Audiencia, 3003, f. 98v. Carta de Jerónimo de Quiroga a
la Real Audiencia de Chile, Concepción, 24 de marzo de 1694. Otra copia en Archivo General de
Indias (AGI), Chile, 125.
3 Rosales 1910 [1672], 209.
4 En 1598 se produjo un levantamiento general de los nativos de la Araucanía, a quienes los españoles
pretendían haber sometido desde mediados del siglo XVI, principalmente debido a los abusos come-
tidos por los encomenderos, que utilizaban la mano de obra indígena sobre todo para extraer oro de
lavaderos (sobre la importancia del oro y del control de la mano de obra indígena ver Zavala Cepeda
2014). Cayeron en manos indias y fueron destruidas las siete ciudades fundadas al sur del río Bio-Bio,
cuya población debió refugiarse en Concepción y en la isla de Chiloé. A partir de entonces, ese curso
fluvial constituyó el límite fronterizo entre ambas sociedades. Francis Goicovich (2002, 2006, 2007)
ve allí el paso de la “etapa de conquista” a una “etapa de transición” caracterizada por la tensión entre
los proyectos de misioneros y de vecinos y militares respecto de la dominación de los nativos. Sobre
detalles de la rebelión y su época ver especialmente el clásico libro de Crescente Errázuriz (1881) y
el trabajo de Goicovich (2002). Las negociaciones de paz de los años previos a la rebelión son vistos
por Zavala Cepeda, Dillehay y Payàs (2013) como una forma temprana de pacto fronterizo semejante
a los parlamentos que se institucionalizarían en el siglo siguiente.
344 Devastación

La rebelión se fue gestando durante un tiempo, y tuvo varias causas con-


fluyentes que se reforzaron entre sí; su estudio nos aparta de la visión tradicional
e hispanófila que tuvo de ella Diego Barros Arana en su obra clásica sobre la his-
toria chilena, en la cual adjudicó el conflicto a la inconstancia y barbarie de los
nativos.5 La primera y quizá más importante estuvo vinculada con la relocalización
forzosa o desnaturalización de indios. En 1674 la corona española prohibió defini-
tivamente la esclavitud de los “indios de guerra” de la Araucanía, que había estado
legalizada desde la promulgación de una Real Cédula en 1608, aunque se había
puesto en práctica mucho antes.6 La prohibición de organizar malocas esclavistas7
generó la búsqueda de nuevas formas de hacerse de mano de obra indígena forzada
o “indios de servicio”. Ese contexto hace comprensibles los sucesos; un papel no
menor cumplieron, de un lado, el plan de urbanización y reorganización espacial
que tenía en mente el gobernador Tomás Marín de Poveda8 y, de otro, sus proyectos
de enriquecimiento personal.
Habida cuenta del carácter ilegal de la esclavitud, Marín de Poveda aprovechó
las denuncias por brujería para, mediante el castigo de desnaturalización y depósi-
to, ejercer una política sistemática de castigo y de traslado poblacional cuyas fi-
nalidades económicas y políticas no pueden ocultársenos. El traslado forzoso de
indígenas hacia las cercanías de las poblaciones españolas perseguía en definitiva
el no tan secreto fin de instalarlas en proximidad de localidades que demandaban
fuerza de trabajo, y por tanto seguía la “lógica de control y acercamiento de la
mano de obra [a las poblaciones hispanas], puesto que la falta de ‘brazos’ para el
trabajo fue recurrente”.9
Una segunda serie de causas gira en torno al comercio en la frontera. La confor-
mación de un espacio fronterizo a partir de la impotencia hispana para consolidar
la conquista llevó a que las alternativas de la violencia y la guerra convivieran con
otros cursos de interacción que podrían considerarse en principio más pacíficos,
como el intercambio comercial. Sin embargo, las formas que tomara el comercio
también podían generar fricciones, y de hecho lo hicieron en el caso que estudi-

5 Barros Arana 1999, 189-214. Una visión más semejante a la nuestra en Obregón Iturra 2011.
6 La Real Cédula no se ejecutó hasta 1610, y entre 1610 y 1674 conoció épocas de derogación
temporal, especialmente durante la Guerra Defensiva (1612-1626), catorce años en los que la
disposición estuvo anulada por órdenes de Felipe III y el virrey marqués de Montesclaros. Un
estudio de las prácticas del comercio esclavista durante el período de legalidad en Díaz Blanco
2011a.
7 Sobre la relación entre guerra y esclavitud indígena durante la Guerra de Arauco, ver el clásico
trabajo de Jara (1971). Sobre las malocas esclavistas del siglo XVII realizadas desde Chiloé, ver
Urbina Carrasco 2009, 75-106.
8 Recordemos que en el Reyno de Chile el gobernador, además de cumplir funciones militares en su
condición de capitán general, presidía la Audiencia de la jurisdicción.
9 Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009, 21. La desnaturalización estuvo lógicamente vinculada a
la esclavitud desde el siglo XVI, puesto que los indígenas tomados como esclavos eran siempre
relocalizados ya fuera en puntos de la frontera, en Chile central o en Perú, con vistas a su explotación
económica (Valenzuela Márquez 2011); sobre la relocalización en el valle de Aconcagua vinculada
al servicio personal ver Contreras Cruces 2013.
La rebelión indígena de 1693 345

aremos, porque podía ocurrir que los ministros y oficiales reales acapararan en su
favor el tráfico, sacando ventaja del escaso control que se ejercía sobre ellos, y ob-
teniendo así un beneficio económico extraordinario en desmedro de los pequeños
comerciantes, que no tenían oportunidad de oponerse, y de los propios indígenas.
La manipulación del intercambio también podía terminar motivando descontento y
violencia en la frontera, en tanto se afectaran intereses y aquellos derechos que los
nativos consideraran adquiridos para sí.
En febrero de 1694, la Audiencia del Reyno de Chile, que había recibido varias
denuncias al respecto, entre ellas las del ex-maestre de campo Jerónimo de Quiro-
ga, decidió realizar una averiguación para informar al rey de las acusaciones que
pesaban sobre Marín de Poveda. El enfrentamiento político entre el presidente y
sus colaboradores (civiles, militares y eclesiásticos) por un lado, y los oidores de
la Real Audiencia y ciertos oficiales fronterizos desplazados –como es el caso de
Quiroga– por otro, nos permite visibilizar documentalmente un estado de cosas
que en circunstancias distintas hubiese pasado inadvertido. El expediente que esa
contienda generó10 arroja una luz esclarecedora sobre los juegos de intereses que
pesaban en la región fronteriza, y que resultaron en el ejercicio de violencia contra
los nativos, provocando su reacción.
Dos tipos de acusaciones inquietaban, entonces, al presidente y sus agentes.
Una, vinculada con la política de desnaturalización de los indígenas: la ambición
de reducirlos a pueblos y a misiones y de hacerse de trabajadores indígenas,
aprovechando las enemistades internas y las acusaciones de brujería, llevó a cas-
tigar a muchas familias con la relocalización forzada, forjando en los nativos una
reacción basada en el temor. La restante, con los intereses económicos en juego: el
presidente sostenía un comercio con los indios monopolizándolo en su sola mano,
autorizando solamente el conchavo11 a personas de su confianza; también mane-
jaba el comercio fronterizo a través de sus propias tiendas instaladas en todas las
poblaciones de la frontera, impidiendo que otros comerciantes pudieran hacerlo
por su cuenta. El contenido de las denuncias se ve complementado por las cartas
escritas por Jerónimo de Quiroga contra la administración del gobernador, y una
serie de documentos adicionales que ayudan a completar una imagen de lo que
ocurría en aquellos años en el poco tranquilo Reino de Chile. Esas fuentes, de
gran importancia tanto por la diversidad de actores que toman la palabra, como

10 AGI, Chile, 125, fs. 1r-82r. “Expediente sobre las discordias entre la Audiencia y el Gobernador
D.n Tomas Marín: años de 1661 à 1702”. La implantación inicial de la Real Audiencia en Santiago
implicó, como en otras partes de América, conflictos de competencia con las élites locales nucleadas
en el Cabildo, que pronto se reacomodaron (Valenzuela Márquez 1998); pero la convivencia con
los gobernadores no siempre fue tranquila, como ocurrió en este caso: ver las repetidas quejas de
Marín al rey sobre la oposición de la Audiencia a sus políticas en Pinedo, 2011, 147-150; sobre la
rivalidad de Marín con la Audiencia y con Jerónimo de Quiroga, ver Carvallo i Goyeneche 1875
[1787], 200-204.
11 Así se denominaba en la época al intercambio comercial, en especial al que tenía lugar entre
españoles e indios. Los españoles que se dedicaban a ese comercio interétnico eran llamados
conchavadores.
346 Devastación

por su conocimiento de los asuntos fronterizos y el papel que en ellos jugaban,


no han sido escasamente consideradas por los pocos autores que anteriormente se
ocuparon del tema. La enemistad política que movía a los protagonistas ayuda a
entender cuestiones que en la documentación oficial producida por el gobernador y
sus colaboradores quedan interesadamente veladas, dificultando la comprensión de
las motivaciones que movían a los indígenas.12
Trataremos las distintas cuestiones por separado. En primer lugar veremos qué
decisiones políticas tomó Marín respecto de los indígenas, en especial las vincu-
ladas con el traslado compulsivo de población, cuál fue la reacción de los nativos,
y cuáles las condiciones del ejército real para enfrentarla; luego repasaremos lo
vinculado al manejo del comercio fronterizo; finalmente, en las conclusiones se en-
saya una explicación que integra los aspectos más salientes de la rebelión y analiza
cómo se conectaban entre sí.

Reducción y violencia: la política fronteriza inicial de Tomás Marín de Poveda


Tomás Marín de Poveda, nombrado presidente, gobernador y capitán general del
Reyno de Chile algunos años antes, tomó posesión del cargo en enero de 1692, tra-
yendo consigo una corta tropa desde la península y tras haber pasado un año en
Buenos Aires. Marín llegó al cargo gracias no a una larga carrera administrativa, sino
a la influencia de su familia en España, especialmente de un tío arzobispo.13 Una de
sus primeras preocupaciones fue la situación de la frontera; en septiembre se trasladó
a Concepción, llevando consigo el situado para pago de los sueldos atrasados de la
tropa, y en diciembre hizo un parlamento en el tercio y plaza de Yumbel. Durante
ese encuentro propuso a los indios reducirse a pueblos y misión, a lo que, según él,
respondieron “todos los caciques unánimes y conformes con muy buena voluntad de
admitir los ministros evangélicos y todo lo demás que se les propuso en orden a su
reducción”.14 Fue justo en este momento que el término “parlamento” pasó a designar
en Chile el “acto de concertación de paces entre españoles y mapuches”.15
Cumplía así, en principio, las órdenes que se le habían dado en la corte, donde
se hacía caso a los misioneros que aseguraban que la reducción a pueblos y la evan-
gelización eran la mejor y más duradera manera de pacificar a los nativos. Marín
recortó la cantidad de oficiales militares, destinando esa porción del presupuesto

12 Esa documentación oficial, consistente sobre todo en cartas del propio Marín de Poveda al Rey, fue
utilizada extensamente por Diego Barros Arana (1999) y por Javier Pinedo (2011).
13 Sobre la familia y sus vínculos en la península, ver Andújar Castillo y Felices de la Fuente 2011;
Sánchez Ramos 2011.
14 Carta de Marín de Poveda al Rey, 26 de abril de 1693, citada en Barros Arana, 1999, 193. Fue justo
en este momento que el término “parlamento” pasó a designar en Chile el “acto de concertación de
paces entre españoles y mapuches”: Zavala Cepeda 2012, 154.
15 Zavala Cepeda 2012, 154. Leonardo León (1992), que transcribió y analizó extensamente el texto
producto del parlamento, lo consideró el inicio de un nuevo pacto colonial hispano-araucano; su
estudio se interesa más por las novedades retóricas que allí aparecen que por el cumplimiento
efectivo de las promesas mutuas realizadas en el parlamento.
La rebelión indígena de 1693 347

ahorrado a sostener nuevas misiones.16 Esta ambición de reducción misional de los


reche/mapuche17 no sometidos por las armas se probó imposible durante todo el
periodo colonial, y esta vez no fue la excepción: chocaba frontalmente con el modo
de vida de aquellos, que defendía la dispersión de sus asentamientos y repudiaba
visceralmente la concentración poblacional pretendida, en tanto comportaba ade-
más la sumisión al dominio de misioneros y autoridades civiles y militares.
La visión de los indígenas –e incluso de otros protagonistas españoles de la
frontera– acerca de las políticas llevadas adelante por Marín fue muy distinta de
la perspectiva pretendidamente mesiánica con que el gobernador le escribía al rey.
Según un oficial fronterizo, ya en aquel parlamento de Yumbel el capitán general
invitó a los indios a convertirse y dejar la poliginia, cosa que no les gustó nada.
Pero sobre todo intentó imponerles la prohibición de darse justicia a sí mismos se-
gún mandaba el ad mapu,18 proponiéndoles que denunciaran las infracciones a los
españoles. De este modo y con la excusa de una conducta humanitaria, se deseaba
asegurar la intervención colonial en los asuntos de los nativos y en particular el
castigo de los brujos, pues “avia sido capitulado del Parlam.to Gen.l se les admi-
nistraria Justicia contra este Genero de delinquentes”.19
El rey aprobó la reducción de puestos militares para solventar las misiones.20
Pero además Marín proyectaba una más amplia readecuación del espacio chileno,
planificada en varias fases. Primero, sacar los fuertes de territorio indígena;21 luego,
fundar villas o pequeñas poblaciones en el camino entre Santiago y Concepción,

16 Barros Arana 1999, 195. No debe considerarse, sin embargo, que durante el siglo XVII chileno
misiones y fuertes hayan estado separados, pues iban de la mano, lo mismo que la evangelización
y el control militar de los indios, a quienes se aspiraba a mantener bajo la doble tutela de la Iglesia
y del monarca: Valenzuela Márquez 2011, 62-66.
17 Acerca de la compleja condición étnica de los indígenas de la región ha habido una discusión en
los últimos tiempos: Boccara (1998) ha visto un proceso de etnogénesis que, a partir del contacto
con los europeos, transformó a los antiguos reche del siglo XVI en mapuche para el siglo XVIII.
Zavala, en cambio, rechaza esa doble designación enfatizando la ausencia de una franca ruptura
identitaria y la evidente continuidad étnica que, a pesar de los cambios sufridos durante ese largo
período, presentaron los mapuche históricos, en una línea que el propio pueblo mapuche reivindica
hasta la actualidad (Zavala Cepeda 2003).
18 El ad mapu era el conjunto de ideas, creencias y prescripciones tradicionales de los reche/mapuche.
Entre sus reglas, una de las más notables era la que obligaba a los parientes de un muerto o agraviado
a vengar el daño y buscar justicia para su grupo parental. Esa costumbre resistía la intervención de
una fuerza externa y superior que la impartiera; en los grandes cacicatos de origen mapuche de las
pampas, por ejemplo, recién en el siglo XIX se percibirá una tendencia en los caciques a concentrar
en sus personas funciones judiciales aceptadas como tales por las partes en conflicto (Jiménez y
Alioto 2011).
19 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 113r. Carta del Cabildo de la Concepción al Rey, Concepción, 20
de septiembre de 1695. En las citas documentales, las abreviaturas han sido desplegadas, se han
separado las palabras que están escritas juntas, y se colocó mayúsculas en los nombres propios. Por
lo demás, se mantuvo la grafía original de los documentos.
20 AGI, Chile, 159, sin foliación. Carta del rey a Tomás Marín de Poveda, Madrid, 21 de febrero de
1695.
21 Petit-Breuilh Sepúlveda 2011, 136-137.
348 Devastación

donde los españoles estaban muy dispersos en las haciendas: una de ellas fue Talca,
a orillas del Maule,22 donde, como veremos, el gobernador mandó a asentar una
parte de los indios desnaturalizados.
Dentro del marco de esos intentos de reforma, una de las decisiones de más gra-
ves consecuencias de la política fronteriza de Marín fue el cambio en el elenco de
encargados superiores de las relaciones interétnicas. Reemplazó al maestre de campo
Jerónimo de Quiroga23 y al comisario de naciones24 Fermín de Villagrán por Alonso
de Figueroa y Antonio de Soto Pedreros respectivamente. El presidente tomó esa
decisión a pesar de que los indígenas habían advertido a las autoridades en distintas
ocasiones que rechazaban terminantemente la designación de Figueroa, y sabiendo
además que habían amenazado con alzarse en el caso de que se produjera.25 Tanto es
así que ya el anterior gobernador Joseph de Garro se había abstenido de nombrarlo
para el cargo, sabiendo de la mala fama que tenía entre los indios26 y aunque Marín
de Poveda prometió lo mismo, no cumplió; los nativos aseguraban que

mienttras estubiese por Maestro de Campo dho Don Alonso de figue-


roa, habian de bivir, con grande desconfiansa Y que no havían de es-
tar, con quietud por los malos trattamienttos, que les hacía dho Don
Alonso de figueroa y la poca palabra que ttenía quando los llamaba.27

¿En qué consistían esos malos tratamientos? Aparentemente, Figueroa se las había
ingeniado, con su destrato, para disgustar a todos los nativos en general, incluso a
los costinos28 que siempre fueron aliados de los españoles. Encontrándose de visita

22 Díaz Blanco 2011b. El villorio de entonces fue el origen de la actual ciudad del mismo nombre.
23 Quiroga tuvo, a partir del desplazamiento de su cargo y del desacuerdo con las políticas fronterizas
que impuso el nuevo presidente, una disputa política y personal con él que llegó a niveles muy
ríspidos: Medina 1906, 714-716; Barros Arana 1999, 207 nota 28. Obregón Iturra piensa que es
posible que la última parte de su obra histórica sobre la guerra de Chile (Quiroga 1979 [1610]),
referida a la segunda mitad del siglo XVII, le fuera secuestrada junto con otros papeles por orden
del gobernador Marín: Obregón Iturra 2011, 109. Sobre la visión crítica de Quiroga respecto de las
políticas seguidas en la frontera de Arauco, ver Espino López 2012.
24 Sobre esta institución ver Villalobos 1982, 183-187.
25 AGI, Chile, 125, f. 10r. Declaración de Juan de Cisneros, “Expediente sobre las discordias…”.
26 AGI, Chile, 125, f. 45r. Testimonio del capitán Juan de Ugarte Urrispuro, “Expediente sobre las
discordias...”.
27 AGI, Chile, 125, f. 61r. Declaración del alférez Joseph del Portillo, “Expediente sobre las
discordias…”. Lo mismo declararon otros testigos, como el vecino Juan Flores (“Expediente…”,
fs. 36v-37r) y el capitán Juan Francisco de Artasgos (“Expediente…”, fs. 66v-67r).
28 Los españoles denominaban así a los indígenas situados sobre la costa del mar, al occidente de
las montañas de Nahuelbuta; y llamaban llanistas a los grupos que ocupaban los valles y llanos
interpuestos entre esas montañas y la cordillera de los Andes. Goicovich (2006, 2007) afirma que
las grandes alianzas geoétnicas que en el siglo XVII (y aun más en el XVIII) conformarían los
vutanmapus estaban esbozadas ya en la rebelión de 1598, pero solamente en ocasión de guerra;
sería gradualmente durante la centuria siguiente que los vutanmapus se hicieron confederaciones
visibles a los efectos de concertar la paz en los parlamentos. Sobre la organización sociopolítica
mapuche ver Boccara, 1998 y Zavala Cepeda y Dillehay, 2010.
La rebelión indígena de 1693 349

por la zona, “dio de palos aun Casique Prinsipal” que no salió lo suficientemente
rápido a recibirle.29 Otros testigos aseguraron también que el propio presidente
Marín agredió a un líder indio presente en el parlamento de Yumbel: según uno de
ellos, le “dio de guantadas”, provocando que el agraviado se retirase disgustado.30
A un cacique costino que le reclamó mayores regalos y que le reprochó que “devía
haser mas aprecio del dando alguna cossa a sus criados”, Don Tomás

le trato de borracho Y le respondio que estava pobre y que benia a


estas tierras a buscar su bida y no a Regalar Y que replicandole dho
Casique que se devía hacer mucho Casso del, porque tenía seis mill
lansas a su mandar, le dió de bastonasos dho Señor Don Thomas,
le echo en el suelo y lo apuñetió y dio de coses, Y lo descalabro, y
que dho casique se fue muy sentido, Y diciendole a dho Señor Don
Thomas que afilase sus lansas Y que no quiso bajar dho Casique a los
Parlamentos que hubo despues de este Suseso.31

Jerónimo de Quiroga denunció también que los costinos se quejaban de los “malos
tratamientos” del nuevo maestre de campo, entre los que incluían “averles hecho
sembrar grandes cantidades de trigo en tres parajes de sus tierras para sus intereses
con sus bueyes, arados y personas” sin pagarles ni darles alimento.32 Y agregaban
que Figueroa también los obligaba a pescar para él sin pagarles, trabajo por el que
siempre se les había remunerado.33
Pero estos agravios, sean o no totalmente verdaderos, fueron solo complemen-
tarios de los sucesos que realmente generaron gran inquietud entre las reducciones
indígenas, y que trataremos a continuación.

Desnaturalizaciones y reacción indígena


La esclavitud de los indios, uno de los motores principales del largo conflicto
hispano-indígena en Chile, tuvo su período de práctica legal entre 1608 y 1674,
aunque había comenzado antes de su legalización formal, y tendería a perdurar
después, en tanto las élites chilenas no se resignaban a perder una fuente de mano
de obra que les resultaba vital, ya que la población criolla pobre era todavía escasa
y demasiado caros los esclavos negros.34

29 AGI, Chile, 125, f. 23r. Testimonio del alférez Luis de Oría, “Expediente sobre las discordias…”.
30 AGI, Chile, 125, f. 55r. Testimonio de Joseph de Picabea, “Expediente sobre las discordias…”.
31 AGI, Chile, 125, fs. 59v-60r. Declaración del alférez Luis de Fonseca, “Expediente sobre las
discordias…”.
32 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 106v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 20 de enero de 1694.
33 AGI, Chile, 125, f. 62v. Declaración del alférez Joseph del Portillo, “Expediente sobre las
discordias…”.
34 Según Valenzuela (2009, 236), hacia fines del XVII la acumulación y disponibilidad de una masa
de peones mestizos empieza a hacer obsoleta la esclavitud indígena. De acuerdo con Contreras
350 Devastación

Una de las modalidades de perduración de la apropiación de mano de obra


forzada fueron las denominadas ventas a la usanza del pays. En la práctica, se
distorsionó una forma de intercambio mediante la cual un grupo indígena cedía
temporaria y voluntariamente la fuerza de trabajo de una persona a los españoles
a cambio de dinero, generándose luego un “mercado clandestino de compra-venta
de personas, […] basado en un sistema de apropiación cuasi forzada de mano de
obra”,35 que sin embargo encontraba justificación legal y moral.36 No obstante que
la corona, ante los abusos cometidos, terminó prohibiendo la usanza,37 en la prác-
tica siguió existiendo –aunque en una escala menor–, en algunos lugares incluso
hasta fines de la colonia.38
A partir de 1674, cuando una real cédula prohibió la esclavitud indígena, se
buscó otra manera de sacar indios de la tierra: los españoles se llevaban o sacaban
o rescataban a los parientes de personas acusadas de ser kalkus –brujos–39 muchas
veces con el estímulo de los soldados hispanos que reclamaban las piezas. Tam-
bién con esa excusa solía venderse a los niños huérfanos o a aquellas familias que
quedaran sin parentela que las defendiera. Eso originó una cantidad enorme de
conflictos entre agrupaciones indígenas,

porque los parientes de los muertos y vendidos por esclavos ofendi-


dos, salian a la venganza, i, como entre ellos no hai justicia, sino que
cada uno se la hace, se encendia gravisimo fuego entre las familias,
i habia muertes, odios i bandos.40

Entre las distintas formas que los españoles encontraron para seguir procurándose
mano de obra indígena, la desnaturalización ocupó, al menos en el momento que
nos interesa, un lugar importante. Es cierto que lo había tenido desde la conquista,

Cruces, luego de 1674 y alejado el fantasma de la esclavitud muchos indios amigos empezaron
a pasar a tierras españolas para trabajar voluntariamente (Contreras Cruces 2005-6, 16), proceso
que continuó en el siglo XVIII. Las vías de ingreso de trabajadores indios fueron entonces dos: la
forzada de antiguos esclavos o depositados que se quedaban, o el ingreso de trabajadores libres
y voluntarios; a medida que avanzaba el tiempo, los segundos tendieron a predominar sobre los
primeros (Contreras Cruces 2005-6, 28-29).
35 Villar y Jiménez 2001, 39; ver Rosales 1910 [1672], 204-205.
36 Valenzuela Márquez 2009, 240.
37 Rosales 1910 [1672], 205-206; Obregón Iturra y Zavala Cepeda 2009.
38 Sobre la continuidad de las prácticas esclavistas a pesar de la prohibición real ver Obregón Iturra y
Zavala Cepeda, 2009. En sus cartas, Jerónimo de Quiroga desnuda su continuidad a fines del siglo
XVII, y relata cómo debió luchar para que el gobernador de Valdivia cumpliera con la devolución
de las piezas tomadas ilegalmente. En las ciudades sureñas de Valdivia y Osorno, la costumbre
siguió vigente hasta el final de la época colonial (Guarda 1980), al igual que en las pampas y la
cordillera (Villar y Jiménez 2001).
39 Los mapuche creían que ninguna persona joven moría naturalmente, sino por causa de un daño que
le era provocado por un brujo; siguiendo el admapu, que prescribía que el grupo de parientes de un
muerto tenía la obligación de vengarlo, los brujos eran irremisiblemente ajusticiados por los grupos
indígenas (Jiménez y Alioto 2011b).
40 Rosales 1910 [1672] 201.
La rebelión indígena de 1693 351

pues se complementaba con la esclavitud: después de su captura en maloca, el tras-


lado de los indios esclavizados facilitaba su explotación económica allí donde los
trabajadores fueran más requeridos (en muchas ocasiones, el destino era el Perú;
en otras, el valle central chileno); por otro lado, desde el punto de vista político, el
destierro parecía asegurar una ventaja bélica a los hispanos, al extrañar a los indí-
genas de las tierras que sin duda procuraban defender.41
La desnaturalización era, desde el punto de vista nativo, un castigo extremo:
consistía en sacar a las personas individuales, familias o incluso grupos enteros de
su lugar de origen –de donde habían nacido, es decir, de donde eran naturales–,
de la contención de sus redes de parentesco, de sus lugares sagrados,42 y dejarlas
indefensas en su nueva situación, como ilustra Rosales en nuestro segundo epígra-
fe.43 Según el jesuita, dos razones solían invocarse para justificar el destierro: una,
facilitar su evangelización y reformar sus “bárbaras costumbres”; la otra, evitar que
en sus tierras se alzaran “más facilmente y cuando quieren”.44 En ambos casos, los
hechos ocurridos hasta entonces desmentían ambos argumentos, y especialmente
el segundo, ya que precisamente la saca de personas tendía a generar malestar y
reacciones violentas por parte de los indios.
Ante la inexistencia formal de la institución esclavista y la ilegalidad del pro-
cedimiento maloquero de toma de piezas, el gobernador Marín de Poveda pergeñó
una nueva política que combinaba prácticas anteriores con una novedosa e insi-
diosa intervención estatal en los asuntos indígenas, que articulaba denuncias por
kalkutun y delaciones por intento de rebelión, con saca de personas y desnaturali-
zación como castigo.
Según el testimonio del capitán Juan de Cisneros, el problema comenzó cuan-
do Marín de Poveda envió al comisario de naciones Antonio de Soto Pedreros a
visitar unas parcialidades de indios amigos.45 Soto empezó recorriendo las de la

41 Valenzuela Márquez 2009, 244-249.


42 James Merrell (2000) ha hecho una descripción aleccionadora sobre las pérdidas que comportaba
para un grupo el hecho de abandonar sus lugares tradicionales de habitación, en su caso refiriéndose
a indígenas de Norteamérica que debieron mudarse a causa de las enfermedades introducidas y la
consiguiente despoblación. Recientemente, fueron impuestos a los mapuche contemporáneos que
viven en reservas procesos de relocalización forzada con motivo de la construcción de grandes represas
hidroéléctricas, provocando una similar “ruptura de redes sociales basadas en los lazos de vecindad,
parentesco y amistad que garantizaban el intercambio de bienes y servicios” (Balazote y Radovich
2003, s. p.); los autores señalan que no sólo las familias trasladadas fueron afectadas por la pérdida,
sino también las que se quedaron en sus campos; lo mismo puede aplicarse en el caso que nos ocupa.
43 Un caso conocido en el Río de la Plata fue la relocalización de los indígenas de los valles
calchaquíes luego de su derrota a mediados del siglo XVII: Carlón 2007; Boixadós 2011. Florencia
Carlón profundiza en las consecuencias desarticuladoras de la relocalización para los quilmes, cuya
población se redujo considerablemente en los primeros años a causa del cambio ambiental, las
enfermedades y la explotación económica.
44 Rosales 1910 [1672], 210.
45 En el siglo XVII chileno, se denominaba indios amigos a los que ayudaban a los españoles en la
guerra, a manera de soldados étnicos: ver Ruiz-Esquide Figueroa 1993; Valenzuela Márquez 2009,
237-241. Sobre la dicotomía amigos-enemigos, ver entre otros Obregón Iturra 2008a.
352 Devastación

costa, donde algunos caciques acusaron a unas familias vecinas suyas de brujería,
“diciendo que tenían benenos para matarlos”; con esa excusa, el capitán

los saco a ellos y assus familias, desnaturalizándolos Y que no obst-


tante que alegavan dhos yndios de no ser culpa de sus hijos, la que se
les ymputaba se ejecutto el sacarlos desu naturaleza a ellos, sus hijos
y sus mugeres poniendoles en diferenttes partes.46

Los “brujos” costinos fueron enviados “dela otra parte del río Maule” a 40 leguas
de Concepción, es decir, en las cercanías de la recién fundada localidad de Talca,
y con ellos se formó un pueblo en el que, según los vecinos notables de aquella
ciudad, gozaban “del pasto espiritual con sumo provecho de sus almas”, pero so-
bre todo y más importante, con provecho de los habitantes españoles de la región
“quienes pagandoles su trabaxo sebalen dellos para el cultivo de sus labranças”.47
Según otro testigo, las sacas en el butalmapu de la costa fueron al menos dos, una
en la reducción de Arauco y la otra en Tucapel:

de orden de dho Señor Don Thomas se sacaron de la Reducion de


Arauco asta cosa de Sinquenta yndios que no save este testigo donde
paran oy y que despues segunda bes bio este testigo que traían des-
naturalissados de la Reduccion de tucapel otra porcion de Yndios
Y que los an traydo de esta banda del rio de Maule menos algunas
piessas que se reparttieron a diferentes personas en la ciudad de la
conzepcion.48

El comisario Soto siguió luego su camino por las reducciones de los llanos, donde
también recibió quejas acerca de los brujos: de la delación surgió una imputación
contra varias personas que fueron sometidas a juicio por haber hecho juntas secre-
tas con el fin de matar a los indios amigos de los españoles. No nos detendremos en
las interesantes circunstancias del juicio, que han sido objeto de una consideración
inicial.49 Baste decir que de los testimonios extraídos bajo tortura se supo que había

46 AGI, Chile, 125, f. 6v. Testimonio del capitán Juan de Cisneros, “Expediente sobre las
discordias…”. El cabildo de Concepción afirmó que fueron los propios caciques los que pidieron
“que los extragesen de aquellos paises en castigo de sus delitos”: ANC, Real Audiencia, 3003, f.
113r. Carta del Cabildo de la Concepción al Rey, Concepción, 20 de septiembre de 1695.
47 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 113r. Carta del Cabildo de la Concepción al Rey, Concepción, 20 de
septiembre de 1695.
48 AGI, Chile, 125, f. 19v. Testimonio del alférez Luis de Oría, “Expediente sobre las discordias…”.
Según Quiroga, Soto Pedreros sacó “de las Provincias reducidas poco mas o menos de sesenta
personas con pretexto de que las cabezas de estas familias eran brujos”; y que “de la sacada de
estos dos últimos brujos resulto en los indios una gran desconfianza de los Ministros de este
gobierno, porque es notorio a todos la mala Voluntad que tiene al Mro de Campo g.l respecto de
las hostilidades que hizo cuando los indios eran esclabos”: ANC, Real Audiencia, vol. 3003, fs.
103r-103v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile, Concepción, 20 de enero
de 1694.
49 Villar, Jiménez y Alioto 2010.
La rebelión indígena de 1693 353

un clima de descontento y de sublevación general, que “había corrido la flecha”,50


y que había planes de matar a los caciques amigos que se opusieran a una guerra
abierta con los españoles; todo derivó en una serie de acusaciones que involucra-
ban a otros caciques indígenas en el plan de sublevación armada.
Para solucionar el problema en que se encontraba, viéndose en vísperas de un
levantamiento general, Marín convocó a un nuevo parlamento en la ciudad de Con-
cepción, contra la costumbre establecida de hacerlos en la frontera. Mil quinientos
indios estuvieron durante quince días hospedados en las casas de los vecinos de la
ciudad, y sintiéndose allí como en tierra extranjera no se consideraban en libertad
de presentar quejas. En el momento de máxima tensión del encuentro, uno de los
nativos imputados en el juicio acusó a dos de los caciques asistentes de promover el
alzamiento y aunque ambos lo negaron, la atmósfera se hizo poco menos que irres-
pirable por el clima de mutua sospecha. Encerrado en la difícil situación política
que él mismo había creado y deseoso de superarla, Marín decidió responsabilizar
de la rebelión a los indios ayllacuriche, ausentes de la reunión.51
Los señalados ayllacuriche habían tenido sus razones para no hacerse pre-
sentes. Los inquietaba el maestre de campo Alonso de Figueroa, quien ya había
ocupado ese mismo puesto durante la gestión de Juan de Henríquez (1670-1682),
gobernador enormemente enriquecido mediante el tráfico de esclavos nativos.52 En
aquella época, Figueroa sacó a los indios del cacique Ayllacuriche, ejecutado por
los españoles en 1674,53 y los puso en depósito sesenta leguas adentro del territorio
español, dando lugar al temor y odio que le profesaban.
La institución del depósito había dado ocasión de que Henríquez urdiera un sub-
terfugio en beneficio de los hacendados españoles para esquivar la cédula de prohibi-
ción de la esclavitud de 1674. El gobernador debía obedecer la orden real de no hacer
piezas en lo sucesivo, pero tenía el problema de que los hacendados se resistían a des-
prenderse de sus esclavos. Su solución de compromiso fue dejarlos en depósito, o sea
“en poder de sus dueños, recibiendo salario por su trabajo, hasta que se resolviera su

50 Cuando se intentaba un levantamiento contra los españoles, quienes lo impulsaban enviaban a sus
posibles aliados una flecha que simbolizaba la intención de iniciar la guerra; la aceptación del envío
implicaba el acuerdo en participar, y quien acordaba podía a su vez promover la adhesión de otras
reducciones, haciendo circular el objeto del mismo modo.
51 El etnónimo ayllacuriche (escrito en itálica en este artículo) responde a la costumbre española
de nombrar a un grupo con referencia al cacique que los lideraba: en este caso, a los antiguos
seguidores del cacique Ayllacuriche, del rewe de Viluco, se los denominaba con ese mismo nombre,
convertido así en una etiqueta étnica.
52 Valenzuela Márquez 2009, 235; Obregón Iturra (2011, 113-114), a partir de la obra de Córdoba y
Figueroa, calcula en 175.000 pesos la fortuna acumulada por Henríquez, que fue protector de Marín
cuando este servía en la frontera y posiblemente representara su modelo político a seguir. José
Toribio Medina, sin adjudicarla exclusivamente al tráfico de piezas, eleva la suma a 700.000 pesos,
y afirma que fue “el gobernador que más rico salió del reino”: Medina 1906, 403.
53 Según Rosales, Ayllacuriche no tenía la actitud decididamente hostil que le adjudicaban los
españoles, sino que a veces no salía a negociar por el temor, bien fundado, de que los cristianos
atacarían a su gente para tomar piezas; de hecho, cuando ofreció la paz le secuestraron a los
mensajeros diplomáticos enviados y lo maloquearon: Rosales 1910 [1672], 191, 211.
354 Devastación

situación”.54 Según Eugene Korth, sin embargo, los indios depositados eran “puestos
bajo la custodia de algún hacendado que accediera a vigilar a los prisioneros a cam-
bio del privilegio de aprovecharse de su trabajo”.55 El hacendado debía compensarlos
por la labor que realizaran, pero eso sólo implicaba darles comida, casa y vestido, y
velar por su buena conducta, y no incluía el pago de un salario.56 En 1686, Carlos II
aprobó el plan de depósitos y en 1688 estableció que los indios no debían ser incor-
porados a encomiendas existentes, sino que quedarían bajo la custodia de quienes
hubieran sido designados por diez años, durante los cuales tributarían sólo al real te-
soro.57 Sin embargo, la corona aceptó en algunos casos que “los esclavos depositados
se agregaran a las encomiendas existentes o se formaran con ellos otras nuevas, si
eran numerosos”.58 Además, nuevos depósitos de indios se solicitaron sobre naturales
apresados en la guerra (o hijos de éstos), exigiéndose constancia escrita acerca de la
acción en que hubieren sido tomados, o la declaración de testigos de los hechos.59 Por
último, en 1703, Felipe V ordenó la cesación de todos los depósitos de indios

y que quedasen libres todos los que hubieren sido de esa especie,
dejando sin ninguna fuerza las asimentaciones o pueblos que de ellos
se hubiese hecho en las estancias del Reino y que tanto los indígenas
de encomiendas como los de depósitos y yanaconas, fueran reduci-
dos a parajes y sitios comodos.60

La decisión generó lamentos y oposición en las autoridades locales, que de nuevo


arguyeron que ni españoles ni criollos tenían otro medio de mantenerse si no era
con el trabajo de los indios, “porque el cultivo de la tierra cesa donde no hay quien
tome el azadón y el arado”, y a lo impracticable de procurarse el trabajo de negros
y mulatos por su escasez y alto costo en relación a la corta riqueza de las haciendas.
Los verdaderos motivos económicos de la resistencia se ocultaban luego ideoló-
gicamente con la excusa de procurar el bien de los propios nativos, que se verían
perjudicados por la medida por su poco amor al trabajo (“que es la cosa que más
aborrecen”) y su reticencia a abrazar la fe cristiana, “siendo su adoración, el vino,

54 Hanisch 1981.
55 Korth 1968, 201.
56 Entonces, el sistema de depósito y custodia “era poco más que una variación del servicio personal, pero
con la importante distinción de que los prisioneros asignados al hacendado español no le pertenecían
en el sentido en que sus indios de encomienda sí lo hacían. Teóricamente al menos, meramente le eran
confiados hasta que la corona o bien aprobara el sistema o bien ordenase alguna otra disposición para
con los hostiles tomados en la guerra” (Korth 1968, 201-202) La medida se justificaba argumentando
la conveniencia de que los indios no volvieran a sus tierras como mandaba la cédula, porque entonces
abandonarían para siempre la cristiandad. El control ejercido por los hacendados no era absoluto: podían
ser privados de los servicios de los indios, si estos se quejaban a los corregidores por malos tratos.
57 Korth 1968, 203.
58 Valenzuela Márquez 2009, 236. Rosales aprobaba los depósitos como forma alternativa a la
esclavitud, que condenaba fuertemente: Rosales 1910 [1672], 245.
59 González Pomes 1966, 25.
60 González Pomes 1966, 15-16.
La rebelión indígena de 1693 355

las mujeres y la ociosidad”; además, se les daría la chance de escapar y unirse a los
fronterizos.61 Cuando se extinguió el sistema de depósitos de indios, sin embargo,
muchos de ellos no retornaron a sus tierras sino que “se asentaron cerca de sus an-
tiguos lugares de residencia forzosa, esta vez como hombres libres”.62
Pero ese no fue el caso de los ayllacuriche, que por cierto no se hallaban tan a
gusto en tierras españolas. Muchos de ellos se escaparon, reuniéndose con indios
fugados de otros depósitos:

…en unas tierras apartadas de esta Ciudad sesenta leguas quedaron


algunas familias de la reducion de Ayllacuriche a quien quito la vida
el S.or D.n Juan Enrriquez y deposito toda sujente y a estas familias
sean agregado algunos indios fugitivos del deposito en que estaban
puestos.63

Los indios de esa reducción no olvidaban que cuando Figueroa había sido goberna-
dor de Purén durante el mando de Henríquez,

saco injustam.te y debajo del seguro de su palabra a estos Ayllacu-


riches, y siendo los que oi se hallan en esta reducion delincuentes, y
el M.re de Campo el arbitro de las armas de este Exercito justam.te
desconfiaron de salir a su llamado porque siempre se presume que
será malo en aquel genero de mal que uno tiene de costumbre.64

Fue así que, desconfiando justamente de las intenciones de Figueroa dados sus antece-
dentes en la materia, doscientos indios se excusaron de concurrir a Concepción,

porque son fugitivos del deposito de Aillacuriche y como delinquen-


tes temieron la prisión, especialmente viendo en el puesto de M. de
campo Gov.or a D. Alonso de Figueroa que fue el que Antes debajo
de la fee publica los apreso según es su común sentir.65

Pero ante las acusaciones cruzadas de las cuales finalmente poco de importancia
pudo obtenerse sobre las intenciones de rebelión –y aprovechando que la ausen-
cia daba pábulo a la sospecha de alzamiento–, Marín envió sacar a los renuentes
ayllacuriche con las armas, aprovechando que eran pocos y sospechando que no
generarían resistencia. Para ello comprometió además a los indios amigos a que

61 González Pomes 1966, 26.


62 Contreras Cruces 2005-2006, 8.
63 ANC, Real Audiencia, vol. 3003, f. 104r. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de
Chile, Concepción, 20 de enero de 1694.
64 ANC, Real Audiencia, vol. 3003, f. 104r. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de
Chile, Concepción, 20 de enero de 1694.
65 ANC, Real Audiencia, 3003, fs. 95v-96r. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de
Chile, Concepción, 24 de marzo de 1694.
356 Devastación

se obligasen a desnaturalisar dhos yndios de Aylla Curichi Y que


Yría con dhos yndios el comisario de naciones Pedreros Y que de
echo fue el dho Pedreros con dhos yndios cassiques y saco asta cien-
to Y quarenta familias poco mas o menos las quales pusieron en la
Reduccion del fuertte de San christobal de yndios Amigos que esta
media legua del tercio de Yumbel.66

Se produjo entonces un desacuerdo con los indios amigos respecto de qué hacer
con esas ciento cuarenta familias: finalmente se procedió como quería el goberna-
dor y en lugar de repartirlos se ubicaron en los llanos todos juntos, en la reducción
de San Cristóbal, “con grave perjuicio” de los indios amigos y españoles por sus
“depravadas costumbres” e infidelidad.67 Esa reducción y misión de indios amigos
estaba unos kilómetros al norte del Bio-Bio, muy cerca de Yumbel, unas de las
principales guarniciones militares españolas de la frontera, con lo cual se aseguraba
una estricta vigilancia armada de los recién llegados.68
Atónitos ante lo que estaba sucediendo, algunos indios protestaron, solicitando
que las autoridades españolas liberaran a los presos, porque eran sus parientes; pero
no fueron escuchados. La insensata conducta del gobierno dio motivo a los demás
para alzarse, sospechando que la saca de familias se estaba transformando en una
política habitual con cualquier excusa, y que por lo tanto el riesgo de sufrirla los
alcanzaba a todos.
El carácter decisivo de las recurrentes desnaturalizaciones en el malestar de los
indios y en el levantamiento general constituye una convicción casi unánime de
los testigos.69 El alférez Joseph del Portillo brindó una información más completa
sobre la cuestión, que confirma que el traslado había tenido el propósito de acercar
indios a los poblados españoles para aprovecharse de su trabajo:

Dijo que en quantto a las causas del dho alsamiento lo que a oydo
decir es, que con prettesto de brujerías se sacaron muchos yndios,
de las Reduciones de Maquegua y sus contornos, Y que algunos de
dhos indios […] estavan en talca, a la orilla del Río de Maule, de esta
partte de la Ciudad de Santiago, Y asimesmo oyo decir, que otros de
dhos yndios se quedaron a Travajar, en las aciendas del maestro de
Campo Don Alonso de figueroa, Y que otros se havían repartido a
diferenttes personas y aviendo pasado este testigo a la tierra adentro
despues de susedido el alsamiento oyo decir algunos Capitanes y

66 AGI, Chile, 125, f. 8v. Declaración de Juan de Cisneros, “Expediente sobre las discordias…”.
67 AGI, Chile, 125, f. 21v. Declaración del alférez Luis de Oría, “Expediente sobre las discordias…”.
68 Ver datos sobre la localización y el volumen de las guarniciones fronterizas en Obregón Iturra
2008b.
69 AGI, Chile, 125, f. 37r. “Expediente sobre las discordias…”. El vecino Juan Flores dijo haber visto
a los indios desnaturalizados “de esta otra banda del río Maule”. El testigo alférez Fonseca sostuvo
que el levantamiento se debió a las desnaturalizaciones y a haber hecho parlamentos en Yumbel y
en Concepción.
La rebelión indígena de 1693 357

soldados de las plasas que dho alsamiento, se havia orijinado del


sentimientto con que quedaron los yndios por causa de haver sacado
los que ya quedan referidos, y el ttemor con que bivían de que se
ysiese con ellos, lo mesmo.70

Resulta notorio que la relocalización de gente no fue únicamente un castigo penal:


también comportó una manera de hacerse de mano de obra forzada de manera gra-
tuita para el propio maestre de campo y personas de su confianza y, acaso mediante
pago, para otros vecinos de la zona. A la vez, favorecía la población de la recién
fundada localidad de Talca, uno de los desvelos del gobernador.
Pero la desnaturalización aplicada a los indígenas acusados, lejos de ser ejemplifi-
cadora como pretendían los españoles, resultó contraproducente, porque expandió
entre los nativos el temor de que cualquiera pudiera recibir idéntico castigo. Qui-
roga descarta otras hipótesis sobre las causas del alzamiento y terminantemente
afirma que la causa fue

ver estos miserables [indios] que sacaban familias enteras co[n] titu-
lo de brujos para transportarlos aotras partes y condenarlos a perpe-
tua servidumbre, y temer cada uno que con sus personas, y familia
se haria mañana lo mesmo, y ver cuan a proposito eran los nuevos
cabos del Exercito para estas operaciones.71

Según Carvallo i Goyeneche, el discurso de Millapal, el cacique de Maquegua que


encabezó la rebelión, se afincaba con fuerza en la idea de rechazar el destierro y la
intervención española en las cuestiones indígenas:

ellos vivian en sus tierras sin apetecer otras, i que en ellas tenian
cuanto necesitaban para pasar la vida, i que el gobernador desistiese
del empeño de estraerlos de los montes donde residian gustosos en
pleno i libre uso de las costumbres que heredaron de sus predeceso-
res; i porque no seria facil hacerles abandonar sus machis, sus brujos
i sus adivinos, de quienes se valian para la curacion de sus dolencias,
como los españoles de sus médicos.72

Liderados por Millapal, una cantidad de entre 1.500 y 3.000 indios tomaron las
armas y sorprendieron en mala situación al ejército español, al que no hicieron
más daño únicamente porque extrañan “la cercanía desus casas y el amor de sus
mugeres, y dela Chicha, y lo principal porque no tienen cabesa [líder]”.73 Los 3.000

70 AGI, Chile, 125, fs. 60v- 61r. Declaración del alférez Joseph del Portillo, “Expediente sobre las
discordias…”,
71 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 109r. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 20 de enero de 1694.
72 Carvallo i Goyeneche, 1875 [1787], 196.
73 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 108v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 20 de enero de 1694.
358 Devastación

indios calculados por Quiroga no eran todos maqueguanos ni seguidores de Milla-


pal, que sólo tenía 600 lanzas; en efecto, si 200 más eran de los Ayllacuriche, pue-
de sospecharse que la alianza de los rebeldes abarcaría muchas más reducciones,
próximas y lejanas.74
Mientras el comisario de naciones Soto Pedreros sacaba a los ayllacuriche, los
rebeldes, ya en abierta actitud bélica, se dirigieron en su búsqueda para matarlo y
como no lo encontraron ultimaron al capitán español de la reducción. Marín de Pove-
da, decidido a hacer guerra, despachó una expedición al mando de Soto Pedreros con
2.500 indios amigos de la costa y Purén con una escuadra de arcabuceros. El comisa-
rio encontró a los alzados en el río Quepe, y en su irreflexivo impulso por batirlos se
lanzó imprudentemente a cruzarlo, ocasión que aquellos aprovecharon para terminar
con su vida y la de tres caciquillos amigos, determinando la retirada de los españoles.
El gobernador debió sustituirlo nuevamente por Villagrán, quien se abocó a re-
organizar un ejército muy debilitado como consecuencia de varios factores conflu-
yentes. En realidad, la situación castrense había sido precaria durante todo el XVII;
los soldados vivían miserablemente del situado, y algunos de la toma de piezas en
la guerra mientras duró la esclavitud.75 En época de Marín, se agregó el problema
de la falta de pan para el mantenimiento de la tropa, porque “abiendose enbiado a
Lima el pan con que seabia de mantener el egercito no hubo con que sustentarle”.76
Francisco Reynoso, en su carta a la Real Audiencia, opina que debió haberse salido
a campaña para componer las cosas, pero agrega que el presidente no pudo hacerlo
“poraber enviado el trigo a vender a Lima y consertandose con el probehedor ra-
cionero en plaza alos Soldados no aviendo donde comprar el pan para sustento”.77

74 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 97r. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 24 de marzo de 1694. De hecho, por lo que había logrado averiguar en el juicio antes
mencionado, Marín de Poveda debió sospechar que algo así podría ocurrir, porque los acusados
que participaron en las reuniones preparatorias del abortado alzamiento hablaban allí de un amplio
arco de alianzas que partiendo de Viluco (la tierra de Ayllacuriche) reunía prácticamente a todos los
llanistas, a algunos rewes de la costa e incluso a pehuenches de ultracordillera. Quienes impulsaban
el alzamiento venían trabajando esa alianza desde hacía cuatro años, invocando agravios que
giraban sobre todo alrededor de las ventajas y la soberbia de los indios amigos de los españoles, que
llevaban a trabajar a los mocetones, quienes muchas veces morían de enfermedades introducidas:
“estos Caziques amigos de españoles nos tienen Sujetos y abasallados y en qualquier Cossa que
Se ofreze ellos se lleban toda la honrra y estimazion y no se haze Casso de nosotros y Si ay alguna
faena ellos son los que Suben a Cauallo y bienen a sacar nuestros mozetones para llevarlos al
trauajo y ellos se llevan los provechos y agasajos de los españoles y a nosotros nos tratan como a
perros y Sin hazer casso de mi Como Si fueramos Sus esclavos” (Declaración de Naguelquirque,
en “Juicio a Juan Pichuñan y otros”, Biblioteca Nacional de Chile, Manuscritos Medina, 323, fs.
149-150). El hecho de que en cuatro años no hubieran podido aun realizar el levantamiento general
que sí precipitó y catalizó la actuación del gobernador habla claramente sobre la importancia de su
intervención, aunque también marca que los indígenas tenían razones previas de descontento con
los españoles y sus aliados nativos.
75 Vargas, 1993; Contreras Cruces 2011.
76 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 97v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 24 de marzo de 1694.
77 ANC, Real Audiencia, 3003, fs. 101r-101v. Carta de Francisco Reynoso a la Real Audiencia de
Chile, Concepción, 12 de enero de 1694. Otra copia en AGI, Chile, 125.
La rebelión indígena de 1693 359

En efecto, la cosecha peruana había fracasado y Marín vio un negocio en ello. No


dudó entonces en poner en riesgo el abasto local, vendiendo casi toda la producción
cerealera de Chile, a pesar de que el Cabildo se había opuesto a que la realizara.78
Otra acusación señala que el gobernador vendió trigo por su cuenta y que, por
lo tanto, hubo que abonar en metálico el situado, por falta de cereal. En conse-
cuencia, los soldados debieron adquirir en plata su sustento, obligada conducta que
siempre estimulaba maniobras especulativas para despojarlos.79
La falta de caballadas aptas para la guerra también constituyó un factor perju-
dicial. Eran momentos en que los campos españoles se dedicaban más a la cría de
mulas exportables al Perú que a la de yeguarizos. Quiroga recomendaba

cortar la cria de mulas en este obispado... porque no ai otro decurso


para montar el ex.to sino la cria de potros y criandose solo ellos no
eran los bastantes para estar bien montados, y asi se conpraban todos
los años dos mil caballos con el situado; oi salen de aqui nuebe o
dies mil mulas cada año y deste interes se aplica la atencion y si no
salieran quedaban otros tantos rosines.80

Siendo la caballería un arma fundamental al punto de considerársela la llave misma


de la guerra, constituía una mala noticia que el ejército estuviera “desmontado por-
que toda la aplicasion se pone en el comersio de las mulas y asi faltaban caballos
con que moberse”.81

El monopolio del conchavo con los indios y las tiendas fronterizas de Marín
de Poveda
Si la desnaturalización fue el móvil principal del conflicto, y la pobre situación
del ejército un elemento facilitador, otra de las causas que los testigos invocaron
para explicar el malestar y el consiguiente levantamiento de los indios radicaba en
que las autoridades prohibieron a los conchavadores españoles pasar a comerciar
a la tierra de indios, salvo con una autorización expresa que sólo se daba a ciertas
personas adictas al gobernador, en especial religiosos y lenguaraces o capitanes de
amigos.82

78 Obregón Iturra 2011.


79 Precisamente por esa razón, el virrey del Perú optaba de ordinario por enviar “el situado con ropa
cada año, para que este Exercito se vista, porque en plata no es para el soldado, sino para quien lo
empeña”: ANC, Real Audiencia, 3003, f. 109v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia
de Chile, Concepción, 20 de enero de 1694. Otra copia en AGI, Chile, 125.
80 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 99v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 24 de marzo de 1694.
81 ANC, Real Audiencia, 3003, f. 97v. Carta de Jerónimo de Quiroga a la Real Audiencia de Chile,
Concepción, 24 de marzo de 1694.
82 En el reyno de Chile se instituyó, en época de Henríquez, la figura de los capitanes de amigos,
españoles que vivían entre los indígenas e informaban a las autoridades españolas acerca de sus
novedades: Villalobos 1982, 187-195. Su conocimiento de la lengua indígena los hacía mediadores
360 Devastación

Según testificó el alférez Luis de Oría, Marín tenía prohibido a los vecinos de
Concepción el comercio con los naturales, requisando las mulas y las mercancías a
los que se atrevieran a pasar tierra adentro. Sólo lo permitía a los lenguas oficiales
de sus plazas, que introducían vino y otros géneros.83 Para algunos declarantes,
todos ellos dependían del presidente, quien en última instancia detentaba el mono-
polio.84 La nueva política comercial perjudicaba a la vez a los vecinos penquistas,
que no podían usufructuar el negocio mercantil, y a los indios, porque al ir “todo
por una sola mano”85 no conseguían un precio justo para sus productos. Era el
momento en que el negocio de los esclavos declinaba y comenzaba a establecerse
entonces el clásico comercio fronterizo aún más asentado en el siglo siguiente. Los
españoles vendían vino, ropa y objetos de metal de su propia producción o importa-
dos de la península, y compraban ponchos y mantas de manufactura indígena, que
alcanzaban buen valor en los mercados coloniales.86 El impulso que llegó a tomar
ese intercambio, en un momento posterior, preocupó a las autoridades eclesiásticas
y civiles porque en pago de los ponchos indígenas los españoles vendían sus pro-
pios caballos, debilitando las defensas militares hispanas y a la vez mermando la
base imponible de los diezmos.87
El capitán Antonio de Erize confirmó que el presidente tenía “embarazado” o
dificultado el intercambio, según lo había oído de un comerciante. El alférez Luis
de Fonseca pensaba también que eran las limitaciones al comercio “de vino y otros
géneros” lo que enojaba los nativos, pues “anadie seda lizencia para el detodos los
becinos y soldados de la fronttera sino es alos curas de los tercios a los quales se
permite comerciar solo con tres cargas de vino”.88 El alférez Joseph del Portillo
explicó que durante el mando de Jerónimo de Quiroga en la frontera los concha-
vadores entraban libremente las veces que quisieran a la tierra de indios. Pero con
posterioridad a que Marín de Poveda y el maestre de campo Figueroa prohibieran
el comercio a través de un bando, comenzó a requerirse para ejercerlo una venia
oficial que las autoridades eran remisas a otorgar. El hecho de que sólo después
de que ocurriera el levantamiento se relajase el control entrañó un reconocimiento
implícito de que esa fue una de sus causas.89

lingüísticos de primer orden, lo mismo que ocurría con los misioneros; del lado rioplatense, en
cambio, los mediadores hispano-criollos fueron menos abundantes.
83 La venta de vino a los indios alcanzó una importancia tal para los españoles que un siglo después
las autoridades soñaban con que generaría en los nativos una profunda dependencia y que esta
eventualmente les reportaría su definitiva sumisión; además, daba a los productores vinícolas del
Penco una salida segura a su producción, que no encontraban en el mercado colonial peruano:
Alioto y Jiménez 2010, 190-194.
84 AGI, Chile, 125, f. 10r. Declaración de Juan de Cisneros, “Expediente sobre las discordias…”.
85 Declaración de Juan de Cisneros, “Expediente…”, f. 10r; declaración de Luis de Fonseca,
“Expediente…”, f. 56r.
86 León Solís 1991, 88-93; Boccara 1998, 295-302.
87 León Solis 1991; Alioto y Jiménez 2010; Alioto 2011a, 153-157.
88 AGI, Chile, 125, f. 56r. Declaración de Antonio de Erize, “Expediente sobre las discordias…”
89 AGI, Chile, 125, fs. 61r-62r. Declaración de Joseph del Portillo, “Expediente sobre las discordias…”
La rebelión indígena de 1693 361

El monopolio del comercio interétnico se complementaba con el que tenía lugar


en las plazas y tercios fronterizos, del que eran víctimas, en este caso, los soldados
y vecinos de la frontera del Bio-Bio. El procedimiento utilizado para hacer llegar el
situado hasta aquellas lejanas dependencias imperiales continuamente propiciaba
las arbitrariedades cometidas con la tropa, a raíz de la manipulación de sus suel-
dos.90 El capitán Juan Francisco de Hartazgos testimonió que durante el mandato
de Marín de Poveda todo el ejército se aprovisionaba en las tiendas que dependían
del presidente, mientras que los demás comerciantes locales no se atrevían a in-
volucrarse en el negocio porque sospechaban que no se les pagaría en tiempo y
forma.91
Según Juan de Cisneros, el gobernador tenía tiendas en Concepción, Arauco y
la Estancia del Rey, pero Luis de Oría aseguró que Marín no sólo las tenía allí, sino
también en Tucapel, Purén, Yumbel, Chillán y Maule: lo sabía como testigo direc-
to, porque fue a llevar ropa a esos lugares. Es posible que parte de esas tiendas las
manejasen dos parientes que el presidente trajo consigo a Chile, su hermano Anto-
nio y su sobrino José, de quienes se sabe que eran comerciantes en Concepción y
que fueron acusados de contrabando por el sucesor de Marín de Poveda, Francisco
Ibáñez de Peralta.92 En los puntos de la frontera en que había corregidores, Marín
les mandaba mercancías para vender de su cuenta; y hasta en Chiloé vendía vino,
ropa y lana para hacer mantas, quitando el comercio a los locales.
El vecino Juan Flores dijo conocer de qué manera abastecía el gobernador sus
tiendas: había mandado a Lima una recua de mulas que volvió cargada con una par-
va de ropa para vender por importe de 200.000 pesos. En cambio, Erize sospechaba
que transportó mercaderías desde Buenos Aires cuando viajó a Chile para asumir
su cargo, luego de permanecer allá un año.
El capitán Juan de Ugarte, por último, agregaba que el presidente no sólo mo-
nopolizaba la venta de mercancías a los indios, sino también la compra, acaparando
todos los géneros negociados, al punto de que no se conseguían.

Desenlace y conclusiones
La rebelión fue finalmente sofocada por una gran campaña militar en octubre de
1794. El propio Marín de Poveda se puso a la cabeza de los 1.600 soldados espa-
ñoles y 2.000 indios amigos que había reunido, y logró que los nativos se allanasen

90 Para evitar los abusos y la inseguridad de los traslados por mar desde el Callao, se propuso que el
situado viajase por tierra desde Potosí, pero ello provocó una lentitud mucho mayor en el tránsito
y no solucionó los problemas de abastecimiento: ver Barros Arana 1999. En la plaza de Valdivia,
donde las partidas llegaban obligatoriamente por la vía marítima dado el carácter aislado de la
ciudad, los gobernadores también tuvieron participación en ese tipo de negocios, consistentes en
quedarse con la plata de los sueldos a cambio de mercancías sobrevaluadas que los soldados no
tenían más remedio que adquirir: Alioto 2011a, 143-145.
91 AGI, Chile, 125, fs. 67r-67v. Declaración de Juan Francisco de Artasgos, “Expediente sobre las
discordias…”.
92 Silva 2007, 198.
362 Devastación

a participar de un parlamento realizado en Choque Choque hacia fines de aquel


año.93 Todos los caciques principales presentes, incluido Millapal, protestaron obe-
diencia y juraron que no habían sido parte de la conjura. Pero según el relato del
gobernador, uno de ellos admitió que los mocetones habían matado españoles por-
que tenían “miedo a que los sacasen de sus tierras”. 94
Que la amenaza de desnaturalización tuvo un papel central es indudable. Hasta
Diego Barros Arana, que elabora una versión de los hechos favorable al gobernador
y a su política y que adjudica el levantamiento a la inconstancia y barbarie de los
indios, admite que “es posible también que en las medidas tomadas por los españo-
les entrase por mucha parte el deseo de sacar prisioneros que llevar a las estancias
del norte, castigo que se daba a los llamados culpables”.95
La saca de familias tuvo al menos dos motivos. Uno fue el de favorecer per-
sonalmente a Marín de Poveda y a sus oficiales y amigos, que se aprovecharon
del trabajo de algunos de los indios desplazados para sus propias haciendas. Otro
formó parte del plan más general de urbanización promovido por el gobernador,
que a su vez estaba vinculado a la labor misional: los clérigos habían convencido
a la corte, y también al presidente, de que eran muy eficaces para la conversión de
los indios (exhibían como prueba de ello la gran cantidad de bautismos realizados),
pero que lo serían aún más si tanto cristianos como indios se reducían a pueblos,
que era la mejor manera de adoctrinarlos. Según aseguraba Carvallo un siglo des-
pués de los sucesos, el “éxito” de los misioneros había persuadido a Marín de que
“era llegado el tiempo de reducir a los indios de Chile a civilizacion, i se propuso
quitarles los hechiceros i adivinos, sacarles de los montes i unirles en las llanuras
de sus provincias”,96 con las consecuencias que ya conocemos.
Ante la resistencia a seguir las políticas impuestas, los nativos reprimidos por
insurrectos fueron acusados, como siempre, de una doble infidelidad: a la “ver-
dadera religión” cristiana que no querían abrazar, y a la corona real, a quien se
supone que debían subordinarse sin miramientos. La sola decisión de no concurrir
a un parlamento, considerada suficiente prueba de rebeldía, hizo recaer sobre los
ausentes el castigo de la saca y destierro. Pero aun cuando se insistía en reprochar
a los remisos la típica inconstancia del bárbaro, en realidad la razón principal de
su desconfianza y temor radicó en la inconsulta novedad introducida por los espa-

93 Un resumen de lo tratado en ese parlamento en Contreras 2010, 82-83; cf. Obregón 2011.
94 Carta de Marín de Poveda al rey, en Barros Arana 1999, 199. De todo el expediente que citamos
(que se cierra con un sellado de enero de 1795), el único testigo que invoca otras causas para la
rebelión es Sebastián de Espinoza: afirma que, según le dijo a su vez el lengua Andrés de Yllescas,
la rebelión se debió a la planchada de calles que les hicieron hacer a los indios, y a que el gobernador
suspendió las mitas de indios y fomentó el ocio... Pero cuando le hicieron otras preguntas de la
sumaria, confirmó que sí se sacó gente de “arriba” al otro lado del Maule, que el presidente sí tenía
estancado el comercio, y que explotaba sus propias tiendas en la frontera: AGI, Chile, 125, fs. 31r
y ss. “Expediente sobre las discordias…”. Mocetones eran los jóvenes varones en condiciones de
combatir.
95 Barros Arana 1999, 197.
96 Carvallo y Goyeneche 1875, 196.
La rebelión indígena de 1693 363

ñoles. El desacostumbrado señalamiento de un punto de reunión fuera de la fron-


tera constituyó una sorpresiva anomalía en el trato inter-étnico que despertó en los
convocados lógicas prevenciones y les hizo concebir la inconveniencia de asistir.
Marín intentó una nueva política decididamente intrusiva sobre las poblaciones in-
dígenas no sometidas al control colonial. Su intervención sobre los asuntos judiciales
nativos por causa de brujerías promovió la delación y generó la posibilidad de vengar
agravios por interpósita persona, dando a los españoles la oportunidad de castigar
a aquellos que los indios amigos considerasen sus enemigos o a quienes quisieran
perjudicar por venganza o por cualquier otro motivo. Esa intervención generó un des-
equilibrio y una gran suspicacia. La división entre indios amigos e indios enemigos,
hostiles o rebeldes se hizo más pronunciada a partir de esta nueva política, porque
mientras los primeros se sentían a salvo y gozaban de los beneficios de la amistad con
los españoles, los demás se veían en riesgo de perder incluso sus propias casas y el
lugar que habitaban, además de la libertad, en caso de ser acusados por los anteriores.
El episodio se muestra como una bisagra entre dos siglos, que tendrán como eje
principal dos problemas distintos, aunque desde luego no haya un corte abrupto en-
tre ellos. Durante el XVII, la principal preocupación de los españoles en su relación
con los nativos fue la de hacerse de mano de obra esclava para compensar la esca-
sez de brazos que los afligía. Buena parte de las autoridades civiles y militares, e
incluso los soldados, hicieron fortuna mediante el comercio de esclavos indígenas.
Acabada la esclavitud formalmente permitida, se buscaron otros medios de procu-
rársela, entre los que no se descartaba el uso de castigos como la desnaturalización
y la saca de familias enteras hacia tierras de españoles.
En la centuria siguiente, en cambio, si bien la preocupación por la mano de
obra indígena seguirá vigente y también las formas para-legales e ilegales de
conseguirla, el énfasis del vínculo irá virando hacia las relaciones comerciales
y el intercambio.97 Aunque exista la tentación de llamar pacíficas a estas últimas
–y lo son, comparadas con situaciones de guerra abierta–, no resultaban serlo
tanto si se toma en cuenta que ese intercambio creaba a su vez considerables fric-
ciones. Sin duda que el comercio de piezas o las ventas a la usanza constituían
situaciones generadoras de violencia en sí mismas; pero aun cuando se tratase
de vino o ponchos las reacciones podían sobrevenir al no respetarse la volun-
tad de las partes, los protocolos de interacción o, como en este caso, cuando su
acaparamiento o interferencia por parte de las autoridades estatales era tomado
por una ofensa. La preocupación de Marín por multiplicar las villas y pueblos de
la región y asentar allí a mayor cantidad de gente como manera de adelantar la
civilización también es parte de las tendencias que se impondrían en el siglo de
las luces.
Eso no debe ocultar que parte de las motivaciones que movían al gobernador
eran económicas. Unas lo eran en un sentido general: sus decisiones se dirigían
a facilitar a los españoles que gobernaba el acceso a la imprescindible mano de
obra indígena. Otras, únicamente respecto de sus finanzas personales y familiares:

97 Un resumen del intercambio hispano-indígena en el siglo XVIII en Zavala Cepeda 2011, 217-233.
364 Devastación

estaba intentando recuperar los fondos que él mismo y su familia habían invertido
en su ascenso fulgurante, y no omitió medio que pudiera llevarlo en ese sendero.98
Sin embargo, los objetivos del laborioso Marín se mostraban incompatibles
con los medios de que disponía. Careciendo de los suficientes, no debió intentar
la pacificación de los indios por la fuerza, ni emprender una política francamente
disruptiva respecto del estado de cosas heredado. Pero así lo hizo y en oportunidad
de la rebelión, el ejército no estuvo en condiciones de salir en campaña por falta de
pan y de caballada. Y si se salvó de soportar consecuencias peores fue únicamente
porque en un momento dado los nativos decidieron no contraatacar.
Por añadidura, también sus distintos propósitos eran inconciliables entre sí. Ins-
talar misiones que tomaran el lugar de la milicia y recortar los puestos de oficiales
militares fronterizos, pero a la vez sacar familias indígenas para poblar con ellas
tierras españolas, y crear por añadidura un monopolio del comercio fronterizo en
su favor constituían metas provocativas que no podían buscarse simultáneamente
sin desatar la reacción de los nativos.
No obstante, Marín presentó una versión exitosa de su manejo de las relaciones
con los indios, y el despliegue de tropas y el parlamento de 1694 fueron interpre-
tados entonces y después como un triunfo; pero no faltaron quienes señalaran que
las paces establecidas eran indignas, porque el gobernador las firmó para tapar sus
errores anteriores y evitar que se hablase

de la muertte que avian dado al Comisario General de naciones Pe-


dreros y al capitan Miguel de quiroga y que no vbiesse misiones ni
se ablase de Brujos, Y que las pases havian deser por el tiempo que
quisiesen dhos indios.99

A pesar de su visión triunfalista, el presidente debió dar marcha atrás con muchas
de las disposiciones que tomó para pacificar el país y sólo su capacidad de neutra-
lizar enemigos e interceptarles la correspondencia,100 así como la importancia de
sus vínculos en España lo salvaron de una peor suerte y fama. La sentencia recaída
en el juicio de residencia liberó de culpa y cargo al ya finado ex-presidente; todos
los testimoniantes hablaron maravillas de su actuación, de la fundación de nuevas
misiones, y de cómo había pacificado a los indios mediante los dos parlamentos

98 Barros Arana ya había sugerido que su carrera no ameritaba que se lo nombrara en cargo tan elevado,
y que posiblemente su ascenso se debía a la venalidad: Barros Arana 1999, 190. Ángel Sanz Tapia
encontró que Marín de Poveda había comprado el cargo por 44.000 pesos, una alta cifra que no
volvió a repetirse en el caso de Chile (Sanz 2009, 164, 232, 323, 326). Andújar Castillo (2011,
81-88) analiza el posible origen del dinero que permitió semejante pago, debido principalmente a
la colaboración de la familia, liderada por su tío Bartolomé González de Poveda, presidente de la
Audiencia de La Plata y luego arzobispo; Obregón (2011, 106) sugiere además que quizá el mismo
Marín de Poveda hubiera hecho fortuna con el tráfico de esclavos indios durante la gobernación de
Henríquez.
99 Declaración del alférez Luis de Oría, “Expediente sobre las discordias…”, AGI, Chile, 125, f. 22r.
100 Sobre las persecuciones y el secuestro de correspondencia ver las cartas citadas de Francisco
Reynoso y Jerónimo de Quiroga, en AN, Real Audiencia, 3003 y AGI, Chile, 125.
La rebelión indígena de 1693 365

que realizó.101 Sus influencias en la corte lograron contrarrestar las acusaciones, y


en Chile nadie parecía recordar, o todos simularon olvidar, los graves sucesos del
año 1693, cuando la gente de la tierra se sublevó, no sin motivos, contra los vica-
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Sobre los autores

Sebastián L. Alioto es doctor en Historia, Profesor Asistente de la Universidad Na-


cional del Sur e Investigador Asistente del CONICET. Investigador en Historia indí-
gena y de las fronteras de la región pampeana y nord-patagónica (siglos XVI-XIX).

Juan Francisco Jiménez es doctor en Historia, Profesor Adjunto del Departamento


de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur. Investigador en Historia indí-
gena y de las fronteras de la región pampeana y nord-patagónica (siglos XVI-XIX).

Daniel Villar es doctor en Historia, Profesor Consulto de la Universidad Nacional


del Sur y miembro del cuerpo docente del Doctorado en Historia en su Departa-
mento de Humanidades. Investigador en Historia indígena y de las fronteras de la
región pampeana y nord-patagónica (siglos XVI-XIX).

Natalia Salerno, Pablo D. Arias y Joaquín García Insausti son licenciados en Historia
y doctorandos en la misma disciplina en el Departamento de Humanidades de la
Universidad Nacional del Sur, donde la primera ejerce también la docencia de grado.
Créditos editoriales

Los compiladores agradecen a las siguientes revistas por haber publicado los
artículos originales, y por haber prestado su conformidad para su reimpresión en
este libro (en orden alfabético):

• Anuario de Estudios Americanos, Escuela de Estudios Hispano Americanos


(Sevilla, España).

• Corpus. Archivos virtuales de la alteridad americana. (Mendoza, Argentina).

• Illes i Imperis, Grup de Recerca en Imperis, Metròpolis i Societats Extraeuro-


pees (Barcelona, España).

• Indiana, Ibero-Amerikanisches Institut (Berlín, Alemania).

• Prohistoria. Historia, Políticas de la Historia (Rosario, Argentina).

• Revista de Estudios Marítimos y Sociales, Grupo de Estudios Sociales Maríti-


mos – Universidad Nacional de Mar del Plata (Mar del Plata, Argentina).

• Revista de Historia, Universidad Nacional de Costa Rica (San José de Costa


Rica).

• Revista Española de Antropología Americana, Universidad Complutense de


Madrid (Madrid, España).

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