Módulo LIT 6to
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EL HUMOR Y LA LITERATURA
CONTENIDOS:
Corpus literario:
Ejercicio 2
Ejercicio 3
Historieta 2
Historieta 3
Figura 1
Figura 2
Actividad 5: mirá el episodio 1 del capítulo 14 de la temporada 13 de
Los Simpson titulado: “cuentos de dominio público” y luego respondé:
La parodia.
El concepto de parodia es muy amplio y la teoría literaria lo ha trabajado
exhaustivamente durante los últimos años. Una definición aproximada y frecuente
podría ser que la parodia es una burla de otro texto, en general serio y por supuesto
anterior, o una transformación lúdica de un texto previo. El origen etimológico de esta
palabra refuerza nuestra explicación. La raíz 'odos' del término griego parodia,
significa “canto”. El prefijo 'para' tiene dos significados casi contradictorios. Por un
lado, quiere decir “frente a” o “contra”; al adoptar este sentido, la parodia se define
como 'contra-canto', como oposición o contraste entre dos textos, de los cuales surge
el efecto cómico o ridículo. Ahora bien: en griego, la palabra 'para' también significa “al
lado de” lo que sugiere un acuerdo y una intimidad. Si tomamos en cuenta este
segundo sentido, podemos definir a la parodia como una repetición, pero con
diferencias, sin necesidad de burla.
(Levanta la cabeza.) Y lo que este cabello necesita, señora, no es un corte, sino una
leve intensificación de color.
va sin pagar.
Yo me hubiera casado. Antes sí, pero ahora no. ¿Quién es el audaz que se casa con
las cosas como están hoy?
Yo hace ocho años que estoy de novio. No me parece mal, porque uno antes de
casarse "debe conocerse" o conocer al otro, mejor dicho, que el conocerse uno no
tiene importancia, y conocer al otro, para embromarlo, sí vale.
Mi suegra, o mi futura suegra, me mira y gruñe, cada vez que me ve. Y si yo le sonrío
me muestra los dientes como un mastín. Cuando está de buen humor lo que hace es
negarme el saludo o hacer que no distingue la mano que le extiendo al saludarla, y
eso que para ver lo que no le importa tiene una mirada agudísima.
A los dos años de estar de novio, tanto "ella" como yo nos acordamos que para
casarse se necesita empleo, y si no empleo, cuando menos trabajar con capital propio
o ajeno.
Empecé a buscar empleo. Puede calcularse un término medio de dos años la busca de
empleo. Si tiene suerte, usted se coloca al año y medio, y si anda en la mala, nunca. A
todo esto, mi novia y la madre andaban a la greña. Es curioso: una, contra usted, y la
otra, a su favor, siempre tiran a lo mismo. Mi novia me decía:
Mi suegra, en cambio:
-Usted no tiene razón de protestar, de manera que haga el favor de decirme cuándo se
puede casar.
Yo, miraba. Es extraordinariamente curiosa la mirada del hombre que está entre una
furia amable y otra rabiosa. Se me ocurre que Carlitos Chaplín nació de la conjunción
de dos miradas así. Él estaría sentado en un banquito, la suegra por un lado lo miraba
con fobia, por el otro la novia con pasión, y nació Charles, el de la dolorosa sonrisa
torcida.
Le dije a mi suegra (para mí una futura suegra está en su peor fase durante el
noviazgo), sonriendo con melancolía y resignación, que cuando consiguiera empleo
me casaba y un buen día consigo un puesto, qué puesto, ¡ciento cincuenta pesos!
Casarse con ciento cincuenta pesos significa nada menos que ponerse una soga al
cuello. Reconocerán ustedes con justísima razón, aplacé el matrimonio hasta que me
ascendieran. Mi
novia movió la cabeza aceptando mis razonamientos (cuando son novias, las mujeres
pasan por un fenómeno curioso, aceptan todos los razonamientos; cuando se casan el
fenómeno se invierte, somos los hombres los que tenemos que aceptar sus
razonamientos). Ella aceptó y yo tuve el orgullo de afirmar que mi novia era
inteligente.
Me ascendieron a doscientos pesos. Cierto es que doscientos pesos son más que
ciento cincuenta, pero el día que me ascendieron descubrí que con un poco de
paciencia se podía esperar otro ascenso más, y pasaron dos años. Mi novia puso cara
de "piola", y entonces con gesto digno de un héroe hice cuentas. Cuentas claras y
más largas que las cuentas griegas que, según me han dicho, eran interminables. Le
demostré con el lápiz en una mano, el catálogo de los muebles en otra y un
presupuesto de Longobardi encima de la mesa, que era imposible todo casorio sin un
sueldo mínimo de trescientos pesos, cuando menos, doscientos cincuenta.
Casándose con doscientos cincuenta había que invitar con masas podridas a los
amigos.
Mi futura suegra escupía veneno. Sus ímpetus llevaban un ritmo mental sumamente
curioso, pues oscilaban entre el homicidio compuesto y el asesinato simple. Al mismo
tiempo que me sonreía con las mandíbulas, me daba puñaladas con los ojos. Yo la
miraba con la tierna mirada de un borracho consuetudinario que espera "morir por su
ideal". Mi novia, pobrecita, inclinaba la cabeza meditando en las broncas intestinas,
esas verdaderas batallas de conceptos forajidos que se largan cuando el damnificado
se encuentra ausente.
Al final se impuso el criterio del aumento. Mi suegra estuvo una semana en que se
moría y no se moría; luego resolvió martirizar a sus prójimos durante un tiempo más y
no se murió. Al contrario, parecía veinte años más joven que cuando la conociera.
Manifestó deseos de hacer un contrato treintanario por la casa que ocupaba, propósito
que me espeluznó. Dijo algo entre dientes que me sonó a esto: "Le llevaré flores". Me
imagino que su antojo de llevarme flores no llegaría hasta la Chacarita. En fin, a todas
luces mi futura suegra reveló la intención de vivir hasta el día que me aumentaran el
sueldo a mil pesos.
Casarse bajo un régimen revolucionario sería demostrar hasta la evidencia que se está
loco. O cuando menos que se tienen alteradas las facultades mentales.
Fuente: ARLT, ROBERTO, Aguafuertes porteñas. Buenos Aires, Futuro, 1950 (págs.
160-162)
Actividades propuestas:
2. ¿Por qué dice que antes sí se hubiese casado pero ahora no?
3. ¿Qué discursos sociales acerca del casamiento son reconocibles en este texto?
¿Qué otros circulan en nuestra época?
1
El profesor Ferguson en verdad no bebía.
ALEGORÍAS DE LA
DICTADURA
"La alegoría llega cuando describir la realidad ya no sirve” José
Saramago.
Escritor portugués, Premio Nobel de Literatura 1998
“Escribir acerca del horror es un trabajo de reelaboración del pasado que se topa con la
dificultad de nombrar lo indecible”
Ignacio Scerbo
El 30 de agosto de 1980 —conocido como “el día de la vergüenza del libro argentino”—, la
policía de la provincia de Buenos Aires realizó un “biblicidio”: quemó en Sarandí más de 1,5
millones de libros y fascículos pertenecientes al Centro Editor de América Latina (CEAL),
mientras otra gran cantidad fue incautada.
Fuente: Zunino, C. et. Al. (2007) Lengua y Literatura 6 ES. La Plata: DGCyE. Pp.
120-121.
NO ES CULPA SUYA (2001)
JORGE ACCAME
LA CULPA
DESAPARICIONES
NO MÁS QUE los esperábamos, cada uno tenía su fecha y su hora, pero eso sí, sin
apuro, fumando despacio, de cuando en cuando el negro López venía con café y
entonces dejábamos de trabajar y comentábamos las novedades, casi siempre lo
mismo, la visita del jefe, los cambios de arriba, las performances en San Isidro.
Ellos, claro, no podían saber que los estábamos esperando, lo que se dice
esperando, esas cosas tenían que pasar sin escombro, ustedes proceden
tranquilos, palabra del jefe, cada tanto lo repetía por las dudas, ustedes la van
piano piano, total era fácil, si algo patinaba no se la iban a tomar con nosotros, los
responsables estaban arriba y el jefe era de ley, ustedes tranquilos, muchachos, si
hay lío aquí la cara la doy yo, lo único que les pido es que no se me vayan a
equivocar de sujeto, primero la averiguación para no meter la pata y después
pueden proceder nomás. Francamente no daban trabajo, el jefe había elegido
oficinas funcionales para que no se amontonaran, y nosotros los recibíamos de a
uno como corresponde, con todo el tiempo necesario. Para educados nosotros,
che, el jefe lo decía vuelta a vuelta y era cierto, todo sincronizado que reíte de las
IBM, aquí se trabajaba con vaselina, minga de apuro ni de córranse adelante.
Teníamos tiempo para los cafecitos y los pronósticos del domingo, y el jefe era el
primero en venir a buscar las fijas que para eso el flaco Bianchetti era
propiamente un oráculo. Así que todos los días lo mismo, llegábamos con los
diarios, el negro López traía el primer café y al rato empezaban a caer para el
trámite. La convocatoria decía eso, trámite que le concierne, nosotros solamente
ahí esperando. Ahora que eso sí, aunque venga en papel amarillo una
convocatoria siempre tiene un aire serio; por eso María Elena la había mirado
muchas veces en su casa, el sello verde rodeando la firma ilegible y las
indicaciones de fecha y lugar. En el ómnibus volvió a sacarla de la cartera y le dio
cuerda al reloj para más seguridad. La citaban a una oficina de la calle Maza, era
raro que ahí hubiera un ministerio pero su hermana había dicho que estaban
instalando oficinas en cualquier parte porque los ministerios ya resultaban chicos,
y apenas se bajó del ómnibus vio que debía ser cierto, el barrio era cualquier cosa,
con casas de tres o cuatro pisos y sobre todo mucho comercio al por menor, hasta
algunos árboles de los pocos que iban quedando en la zona. «Por lo menos tendrá
una bandera», pensó María Elena al acercarse a la cuadra del setecientos, a lo
mejor era como las embajadas que estaban en los barrios residenciales pero se
distinguían desde lejos por el trapo de colores en algún balcón. Aunque el número
figuraba clarito en la convocatoria, la sorprendió no ver la bandera patria y por
un momento se quedó en la esquina (era demasiado temprano, podía hacer
tiempo) y sin ninguna razón le preguntó al del quiosco de diarios si en esa cuadra
estaba la Dirección. —Claro que está —dijo el hombre—, ahí a la mitad de cuadra,
pero antes por qué no se queda un poquito para hacerme compañía, mire lo solo
que estoy. —A la vuelta —le sonrió María Elena yéndose sin apuro y consultando
una vez más el papel amarillo. Casi no había tráfico ni gente, un gato delante de
un almacén y una gorda con una nena que salían de un zaguán. Los pocos autos
estaban estacionados a la altura de la Dirección, casi todos con alguien en el
volante leyendo el diario o fumando. La entrada era angosta como todas en la
cuadra, con un zaguán de mayólicas y la escalera al fondo; la chapa en la puerta
parecía apenas la de un médico o un dentista, sucia y con un papel pegado en la
parte de abajo para tapar alguna de las inscripciones. Era raro que no hubiese
ascensor, un tercer piso y tener que subir a pie después de ese papel tan serio con
el sello verde y la firma y todo.
La puerta del tercero estaba cerrada y no se veía ni timbre ni chapa. María Elena
tanteó el picaporte y la puerta se abrió sin ruido; el humo del tabaco le llegó antes
que las mayólicas verdosas del pasillo y los bancos a los dos lados con la gente
sentada. No eran muchos, pero con ese humo y el pasillo tan angosto parecía que
se tocaban con las rodillas, las dos señoras ancianas, el señor calvo y el muchacho
de la corbata verde. Seguro que habían estado hablando para matar el tiempo,
justo al abrir la puerta María Elena alcanzó un final de frase de una de las
señoras, pero como siempre se quedaron callados de golpe mirando a la que
llegaba último, y también como siempre y sintiéndose tan sonsa María Elena se
puso colorada y apenas si le salió la voz para decir buenos días y quedarse parada
al lado de la puerta hasta que el muchacho le hizo una seña mostrándole el banco
vacío a su lado. Justo cuando se sentaba, dándole las gracias, la puerta del otro
extremo del pasillo se entornó para dejar salir a un hombre de pelo colorado que
se abrió paso entre las rodillas de los otros sin molestarse en pedir permiso. El
empleado mantuvo la puerta abierta con un pie, esperando hasta que una de las
dos señoras se enderezó dificultosamente y disculpándose pasó entre María Elena
y el señor calvo; la puerta de salida y la de la oficina se cerraron casi al mismo
tiempo, y los que quedaban empezaron de nuevo a charlar, estirándose un poco
en los bancos que crujían. Cada uno tenía su tema, como siempre, el señor calvo
la lentitud de los trámites, si esto es así la primera vez qué se puede esperar,
dígame un poco, más de media hora para total qué, a lo mejor cuatro preguntas y
chau, por lo menos supongo.
—No se crea —dijo el muchacho de la corbata verde—, yo es la segunda vez y le
aseguro que no es tan corto, entre que copian todo a máquina y por ahí uno no se
acuerda bien de una fecha, esas cosas, al final dura bastante. El señor calvo y la
señora anciana lo escuchaban interesados porque para ellos era evidentemente la
primera vez, lo mismo que María Elena aunque no se sentía con derecho a entrar
en la conversación. El señor calvo quería saber cuánto tiempo pasaba entre la
primera y la segunda convocatoria, y el muchacho explicó que en su caso había
sido cosa de tres días. ¿Pero por qué dos convocatorias?, quiso preguntar María
Elena, y otra vez sintió que le subían los colores a la cara y esperó que alguien le
hablara y le diera confianza, la dejara formar parte, no ser ya más la última. La
señora anciana había sacado un frasquito como de sales y lo olía suspirando.
Capaz que tanto humo la estaba descomponiendo, el muchacho se ofreció a
apagar el cigarrillo y el señor calvo dijo que claro, que ese pasillo era una
vergüenza, mejor apagaban los cigarrillos si se sentía mal, pero la señora dijo que
no, un poco de fatiga solamente que se le pasaba enseguida, en su casa el marido y
los hijos fumaban todo el tiempo, ya casi no me doy cuenta. María Elena que
también había tenido ganas de sacar un cigarrillo vio que los hombres apagaban
los suyos, que el muchacho lo aplastaba contra la suela del zapato, siempre se
fuma demasiado cuando se tiene que esperar, la otra vez había sido peor porque
había siete u ocho personas antes, y al final ya no se veía nada en el pasillo con
tanto humo.
—La vida es una sala de espera —dijo el señor calvo, pisando el cigarrillo con
mucho cuidado y mirándose las manos como si ya no supiera qué hacer con ellas,
y la señora anciana suspiró un asentimiento de muchos años y guardó el frasquito
justo cuando se abría la puerta del fondo y la otra señora salía con ese aire que
todos le envidiaron, el buenos días casi compasivo al llegar a la puerta de salida.
Pero entonces no se tardaba tanto, pensó María Elena, tres personas antes que
ella, pongamos tres cuartos de hora, claro que en una de ésas el trámite se hacía
más largo con algunos, el muchacho ya había estado una primera vez y lo había
dicho. Pero cuando el señor calvo entró en la oficina, María Elena se animó a
preguntar para estar más segura, y el muchacho se quedó pensando y después
dijo que la primera vez algunos habían tardado mucho y otros menos, nunca se
podía saber. La señora anciana hizo notar que la otra señora había salido casi
enseguida, pero el señor de pelo colorado había tardado una eternidad. —Menos
mal que quedamos pocos —dijo María Elena—, estos lugares deprimen.
—Hay que tomarlo con filosofía —dijo el muchacho—, no se olvide que va a tener
que volver, así que mejor quedarse tranquila. Cuando yo vine la primera vez no
había nadie con quien hablar, éramos un montón pero no sé, no se congeniaba, y
en cambio hoy desde que llegué el tiempo va pasando bien porque se cambian
ideas.
A María Elena le gustaba seguir charlando con el muchacho y la señora, casi no
sintió pasar el tiempo hasta que el señor calvo salió y la señora se levantó con una
rapidez que no le habrían sospechado a sus años, la pobre quería acabar rápido
con los trámites.
—Bueno, ahora nosotros —dijo el muchacho—. ¿No le molesta si fumo un pitillo?
No aguanto más, pero la señora parecía tan descompuesta… —Yo también tengo
ganas de fumar. Aceptó el cigarrillo que él le ofrecía y se dijeron sus nombres,
dónde trabajaban, les hacía bien cambiar impresiones olvidándose del pasillo, del
silencio que por momentos parecía demasiado, como si las calles y la gente
hubieran quedado muy lejos. María Elena también había vivido en Floresta pero
de chica, ahora vivía por Constitución. A Carlos no le gustaba ese barrio, prefería
el oeste, mejor aire, los árboles. Su ideal hubiera sido vivir en Villa del Parque,
cuando se casara a lo mejor alquilaba un departamento por ese lado, su futuro
suegro le había prometido ayudarlo, era un señor con muchas relaciones y en una
de ésas conseguía algo.
—Yo no sé por qué, pero algo me dice que voy a vivir toda mi vida por
Constitución —dijo María Elena—. No está tan mal, después de todo. Y si alguna
vez…
Vio abrirse la puerta del fondo y miró casi sorprendida al muchacho que le
sonreía al levantarse, ya ve cómo pasó el tiempo charlando, la señora los saludaba
amablemente, parecía tan contenta de irse, todo el mundo tenía un aire más joven
y más ágil al salir, como un peso que les hubieran quitado de encima, el trámite
acabado, una diligencia menos y afuera la calle, los cafés donde a lo mejor
entrarían a tomarse una copita o un té para sentirse realmente del otro lado de la
sala de espera y los formularios. Ahora el tiempo se le iba a hacer más largo a
María Elena sola, aunque si todo seguía así Carlos saldría bastante pronto, pero
en una de ésas tardaba más que los otros porque era la segunda vez y vaya a saber
qué trámite tendría.
Casi no comprendió al principio cuando vio abrirse la puerta y el empleado la
miró y le hizo un gesto con la cabeza para que pasara. Pensó que entonces era así,
que Carlos tendría que quedarse todavía un rato llenando papeles y que
entretanto se ocuparían de ella. Saludó al empleado y entró en la oficina; apenas
había pasado la puerta cuando otro empleado le mostró una silla delante de un
escritorio negro. Había varios empleados en la oficina, solamente hombres, pero
no vio a Carlos. Del otro lado del escritorio un empleado de cara enfermiza miraba
una planilla; sin levantar los ojos tendió la mano y María Elena tardó en
comprender que le estaba pidiendo la convocatoria, de golpe se dio cuenta y la
buscó un poco perdida, murmurando excusas, sacó dos o tres cosas de la cartera
hasta encontrar el papel amarillo. —Vaya llenando esto —dijo el empleado
alcanzándole un formulario—. Con mayúsculas, bien clarito.
Eran las pavadas de siempre, nombre y apellido, edad, sexo, domicilio. Entre dos
palabras María Elena sintió como que algo le molestaba, algo que no estaba del
todo claro. No en la planilla, donde era fácil ir llenando los huecos; algo afuera,
algo que faltaba o que no estaba en su sitio. Dejó de escribir y echó una mirada
alrededor, las otras mesas con los empleados trabajando o hablando entre ellos,
las paredes sucias con carteles y fotos, las dos ventanas, la puerta por donde había
entrado, la única puerta de la oficina. Profesión, y al lado la línea punteada;
automáticamente rellenó el hueco. La única puerta de la oficina, pero Carlos no
estaba ahí. Antigüedad en el empleo. Con mayúsculas, bien clarito. Cuando firmó
al pie, el empleado la estaba mirando como si hubiera tardado demasiado en
llenar la planilla. Estudió un momento el papel, no le encontró defectos y lo
guardó en una carpeta. El resto fueron preguntas, algunas inútiles porque ella ya
las había contestado en la planilla, pero también sobre la familia, los cambios de
domicilio en los últimos años, los seguros, si viajaba con frecuencia y adónde, si
había sacado pasaporte o pensaba sacarlo. Nadie parecía preocuparse mucho por
las respuestas, y en todo caso el empleado no las anotaba. Bruscamente le dijo a
María Elena que podía irse y que volviera tres días después a las once; no hacía
falta convocatoria por escrito, pero que no se le fuera a olvidar.
—Sí, señor —dijo María Elena levantándose—, entonces el jueves a las once.
—Que le vaya bien —dijo el empleado sin mirarla. En el pasillo no había nadie, y
recorrerlo fue como para todos los otros, un apurarse, un respirar liviano, unas
ganas de llegar a la calle y dejar lo otro atrás. María Elena abrió la puerta de
salida y al empezar a bajar la escalera pensó de nuevo en Carlos, era raro que
Carlos no hubiera salido como los otros. Era raro porque la oficina tenía
solamente una puerta, claro que en una de ésas no había mirado bien porque eso
no podía ser, el empleado había abierto la puerta para que ella entrara y Carlos no
se había cruzado con ella, no había salido primero como todos los otros, el hombre
del pelo colorado, las señoras, todos menos Carlos. El sol se estrellaba contra la
vereda, era el ruido y el aire de la calle; María Elena caminó unos pasos y se
quedó parada al lado de un árbol, en un sitio donde no había autos estacionados.
Miró hacia la puerta de la casa, se dijo que iba a esperar un momento para ver
salir a Carlos. No podía ser que Carlos no saliera, todos habían salido al terminar
el trámite. Pensó que acaso él tardaba porque era el único que había venido por
segunda vez; vaya a saber, a lo mejor era eso. Parecía tan raro no haberlo visto en
la oficina, aunque a lo mejor había una puerta disimulada por los carteles, algo
que se le había escapado, pero lo mismo era raro porque todo el mundo había
salido por el pasillo como ella, todos los que habían venido por primera vez
habían salido por el pasillo. Antes de irse (había esperado un rato, pero ya no
podía seguir así) pensó que el jueves tendría que volver. Capaz que entonces las
cosas cambiaban y que la hacían salir por otro lado aunque no supiera por dónde
ni por qué. Ella no, claro, pero nosotros sí lo sabíamos, nosotros la estaríamos
esperando a ella y a los otros, fumando despacito y charlando mientras el negro
López preparaba otro de los tantos cafés de la mañana.
GRAFFITI (1980)
JULIO CORTÁZAR
Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo
gracia encontrar un dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un
capricho y sólo la segunda vez te diste cuenta que era intencionado y entonces lo
miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las
precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, acercarse con
indiferencia y nunca mirar los grafitti de frente sino desde la otra acera o en
diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote en seguida.
Tu propio juego había empezado por aburrimiento, no era en verdad una
protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de queda, la prohibición
amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te divertía
hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el término grafitti, tan de crítico
de arte) y de cuando en cuando venir a verlos y hasta con un poco de suerte asistir
a la llegada del camión municipal y a los insultos inútiles de los empleados
mientras borraban los dibujos. Poco les importaba que no fueran dibujos
políticos, la prohibición abarcaba cualquier cosa, y si algún niño se hubiera
atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo lo hubieran borrado entre
palabrotas y amenazas. En la ciudad ya no se sabía demasiado de que lado estaba
verdaderamente el miedo; quizás por eso te divertía dominar el tuyo y cada tanto
elegir el lugar y la hora propicios para hacer un dibujo.
Nunca habías corrido peligro porque sabías elegir bien, y en el tiempo que
transcurría hasta que llegaban los camiones de limpieza se abría para vos algo
como un espacio más limpio donde casi cabía la esperanza. Mirando desde lejos tu
dibujo podías ver a la gente que le echaba una ojeada al pasar, nadie se detenía
por supuesto pero nadie dejaba de mirar el dibujo, a veces una rápida
composición abstracta en dos colores, un perfil de pájaro o dos figuras enlazadas.
Una sola vez escribiste una frase, con tiza negra: A mí también me duele. No duró
dos horas, y esta vez la policía en persona la hizo desaparecer. Después solamente
seguiste haciendo dibujos.
Cuando el otro apareció al lado del tuyo casi tuviste miedo, de golpe el peligro se
volvía doble, alguien se animaba como vos a divertirse al borde de la cárcel o algo
peor, y ese alguien como si fuera poco era una mujer. Vos mismo no podías
probártelo, había algo diferente y mejor que las pruebas más rotundas: un trazo,
una predilección por las tizas cálidas, un aura. A lo mejor como andabas solo te
imaginaste por compensación; la admiraste, tuviste miedo por ella, esperaste que
fuera la única vez, casi te delataste cuando ella volvió a dibujar al lado de otro
dibujo tuyo, unas ganas de reír, de quedarte ahí delante como si los policías fueran
ciegos o idiotas.
Casi en seguida se te ocurrió que ella buscaría una respuesta, que volvería a su
dibujo como vos volvías ahora a los tuyos, y aunque el peligro era cada vez mayor
después de los atentados en el mercado te atreviste a acercarte al garage, a rondar
la manzana, a tomar interminables cervezas en el café de la esquina. Era absurdo
porque ella no se detendría después de ver tu dibujo, cualquiera de las muchas
mujeres que iban y venían podía ser ella. Al amanecer del segundo día elegiste un
paredón gris y dibujaste un triángulo blanco rodeado de manchas como hojas de
roble; desde el mismo café de la esquina podías ver el paredón (ya habían
limpiado la puerta del garage y una patrulla volvía y volvía rabiosa), al anochecer
te alejaste un poco pero eligiendo diferentes puntos de mira, desplazándote de un
sitio a otro, comprando mínimas cosas en las tiendas para no llamar demasiado la
atención. Ya era noche cerrada cuando oíste la sirena y los proyectores te
barrieron los ojos. Había un confuso amontonamiento junto al paredón, corriste
contra toda sensatez y sólo te ayudó el azar de un auto dando vuelta a la esquina y
frenando al ver el carro celular, su bulto te protegió y viste la lucha, un pelo negro
tironeado por manos enguantadas, los puntapiés y los alaridos, la visión
entrecortada de unos pantalones azules antes de que la tiraran en el carro y se la
llevaran.
Mucho después (era horrible temblar así, era horrible pensar que eso pasaba por
culpa de tu dibujo en el paredón gris) te mezclaste con otras gentes y alcanzaste a
ver un esbozo en azul, los trazos de ese naranja que era como su nombre o su
boca, ella así en ese dibujo truncado que los policías habían borroneado antes de
llevársela; quedaba lo bastante como para comprender que había querido
responder a tu triángulo con otra figura, un círculo o acaso un espiral, una forma
llena y hermosa, algo como un sí o un siempre o un ahora.
Lo sabías muy bien, te sobraría tiempo para imaginar los detalles de lo que estaría
sucediendo en el cuartel central; en la ciudad todo eso rezumaba poco a poco, la
gente estaba al tanto del destino de los prisioneros, y si a veces volvían a ver a uno
que otro, hubieran preferido no verlos y que al igual que la mayoría se perdieran en
ese silencio que nadie se atrevía a quebrar. Lo sabías de sobra, esa noche la ginebra
no te ayudaría más a morderte las manos, a pisotear tizas de colores antes de
perderte en la borrachera y en el llanto.
Sí, pero los días pasaban y ya no sabías vivir de otra manera. Volviste a
abandonar tu trabajo para dar vueltas por las calles, mirar fugitivamente las
paredes y las puertas donde ella y vos habían dibujado. Todo limpio, todo claro;
nada, ni siquiera una flor dibujada por la inocencia de un colegial que roba una
tiza en la clase y no resiste el placer de usarla. Tampoco vos pudiste resistir, y un
mes después te levantaste al amanecer y volviste a la calle del garage. No había
patrullas, las paredes estaban perfectamente limpias; un gato te miró cauteloso
desde un portal cuando sacaste las tizas y en el mismo lugar, allí donde ella había
dejado su dibujo, llenaste las maderas con un grito verde, una roja llamarada de
reconocimiento y de amor, envolviste tu dibujo con un óvalo que era también tu
boca y la suya y la esperanza. Los pasos en la esquina te lanzaron a una carrera
afelpada, al refugio de una pila de cajones vacíos; un borracho vacilante se acercó
canturreando, quiso patear al gato y cayó boca abajo a los pies del dibujo. Te fuiste
lentamente, ya seguro, y con el primer sol dormiste como no habías dormido en
mucho tiempo.
Esa misma mañana miraste desde lejos: no lo habían borrado todavía. Volviste al
mediodía: casi inconcebiblemente seguía ahí. La agitación en los suburbios
(habías escuchado los noticiosos) alejaban a la patrulla de su rutina; al anochecer
volviste a verlo como tanta gente lo había visto a lo largo del día. Esperaste hasta
las tres de la mañana para regresar, la calle estaba vacía y negra. Desde lejos
descubriste otro dibujo, sólo vos podrías haberlo distinguido tan pequeño en lo
alto y a la izquierda del tuyo. Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo
tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violetas de donde parecía saltar una
cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé
¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido
sentido ahora? De alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que
siguieras. Algo tenía que dejarte antes de volverme a mi refugio donde ya no
había ningún espejo, solamente un hueco para esconderme hasta el fin en la más
completa oscuridad, recordando tantas cosas y a veces, así como había imaginado
tu vida, imaginando que hacías otros dibujos, que salías por la noche para hacer
otros dibujos.
A MÍ TAMBIÉN ME DUELE
https://www.youtube.com/watch?v=AveFU7jMPR0
VUELOS (1998)
LA BERSUIT
Te desprendes de mí
yo me quedo en vos
ya mis ojos son barro en la inundación
que crece, decrece, aparece y se va
y mis ojos son barro en la inundación
sólo voy a volver
siempre me vas a ver.
VUELOS DE LA MUERTE
1. ¿Qué saben sobre los llamados “Vuelos de la muerte”? Busquen
información al respecto y escriban brevemente de qué se trataban
dichas operaciones.
2. Vuelvan a leer la letra de la canción. ¿Qué relaciones pueden establecer
con los “Vuelos de la muerte? ¿Quién es la voz de la canción, y a quién
le habla?
3. ¿Qué creen que significan estos versos? Analícenlos.
a- No me ves, pero ahí voy/A buscar tu prisión/De llaves que solo
cierran
b- Y el nylon abrió sus alas en mí/Tu cara se borra/Se tiñe de gris
c- Te desprendes de mí/Yo me quedo en vos
d- Sólo verás en mí/Siempre a través de mí/Un paisaje de espanto
Para escuchar la canción, pueden hacer click en el enlace o escanear el código
QR desde sus celulares.
https://www.youtube.com/watch?v=dMI07zZgNAc
Ya no sé qué hacer
ni tengo con quién.
La gente duda en empezar
la tarea dura de cosechar,
lo poco que queda se va a perder
si, como le dije, no ponemos fe
y celeridad.
Extraído de https://www.pagina12.com.ar/1999/99-08/99-08-
17/pag26.htm.
https://youtu.be/5ZL0zJA7Z84
ALGUNAS IMÁGENES Y VIÑETAS PARA ANALIZAR
PARA IR CERRANDO…
¿Qué sintieron al leer los textos propuestos en esta unidad? ¿Cuál les gustó
más, y cuál menos? ¿Por qué? ¿Conocen algún otro cuento/poema/
canción/película que sea una alegoría de la dictadura? ¿Qué les parecieron los
recursos empleados por los autores para referirse indirectamente a hechos tan
dolorosos de nuestra historia? Escriban una reflexión personal para integrar
todo lo visto durante este período.
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