Políticas CONDITO
Políticas CONDITO
Políticas CONDITO
Mediatizar la fiesta,
programar el festival,
y experimentar los encuentros.
Apuntes en torno a políticas culturales, consumos y comunidades
-2019-
1
El presente trabajo es un esbozo de pensamiento acerca de los vínculos y las comunidades.
En particular nos centraremos en la trama que se genera en torno de las fiestas populares.
Su motivación está dada tanto por tratarse de un área temática de estudio e indagación
personal, como por interpelar algunas de las prácticas artísticas y espacios de gestión
cultural en los cuales nos desempeñamos.
El área específica en la que se asienta este escrito es ‘políticas culturales’, por lo cual, y
ante la evidente vastedad del tema, centraremos algunas cuestiones problematizando en
torno a los ejes ‘participación’ y ‘diversidad’, esencialmente a través de la noción de
‘consumo cultural’. En este sentido, quisiéramos también aclarar que abordamos la
problemática desde la contemporaneidad –en un contexto de mediatización, globalización y
transnacionalización creciente– y situados en el área central del país –Santa Fe, Córdoba y
Entre Ríos–. Este abordaje no pretende ser representativo sino posibilitante de futuras
indagaciones, a la vez que un ejercicio de observación, análisis y comprensión de un
fenómeno complejo y multidimensional.
¿Qué envuelve la realización de un encuentro que es vivido como fiesta? ¿Qué dinámicas o
prácticas se actualizan o ponen en juego? ¿Qué identidades se configuran y cómo se
visibilizan? ¿Qué se compone? ¿Cómo dialoga con los relatos mediáticos que, además de
ser agentes importantes en la trama de construcción de sentidos, lo son en cuanto
moduladores de las experiencias festivas mismas?
Las culturas vuelven al tiempo del mito por medio del rito. Vuelven porque necesitan de
ese momento extracotidiano y de abandono, puesta en suspenso de la existencia ordinaria.
Tomamos a ‘la fiesta’ como una práctica colectiva llevada a cabo, entre otros motivos, para
embellecer la vida y supervivir: pulsión constante en la historia de las mujeres y los
hombres en tanto seres simbólicos. Aquí se inscribe el fenómeno, pero es mucho más que
ello. En materia de política cultural, diremos que la fiesta es una afirmación identidaria y de
reconocimiento, en la medida en que una política cultural refiere a un conjunto de acciones
coordinadas por el Estado –las políticas públicas– y también impulsadas por distintos
colectivos – las políticas privadas–, ambas vinculadas a la actividad cultural de un territorio
o grupo con motivo de crear algún tipo de trasformación. La política cultural es también,
2
sobre todo, un establecimiento y ordenamiento de categorías y colecciones generadores de
un determinado universo simbólico y valorativo, de relaciones y legitimidades en una trama
específica.
Como ya puede advertirse, la fiesta popular es, por lo demás, un escenario de disputas y de
luchas por la participación y visibilidad en la construcción de sentidos hegemónicos1 con
relación a una identidad y a un relato (mito fundante) legitimador. Al decir de modo general
‘fiesta popular’ nos referimos al patrimonio intangible de una comunidad (UNESCO, 2014)
y al hecho de que, como todo bien cultural, remite más a un valor simbólico que a uno
material –aunque ambas dimensiones se entrelacen–. Asimismo, este patrimonio se
manifiesta en la participación que asumen los distintos actores y grupos sociales en la
configuración y visibilidad de determinados modos de vincularse, de hacer y ser con los
otros y el entorno. Es aquí donde emerge el Estado como uno de los agentes principales en
la tarea de posibilitar y garantizar las distintas expresiones: “El espacio de participación del
patrimonio intangible se realiza especialmente en el ámbito público (…) Las prácticas
creativas involucradas aquí tienen que ver con la creatividad que las comunidades
generan.” (Quevedo, 2009, p 124, 125).
En este punto consideramos necesario realizar algunas precisiones conceptuales a partir de
las cuales estamos pensando el fenómeno, a la vez que puntualizar que el ámbito de las
festividades que venimos trabajando se centra en pensar las fiestas de corte más folclórico,
en las cuales la música y la danza esencialmente, acompañadas por la gastronomía y las
producciones artesanales, son sus cardinales expresiones. Principalmente, en virtud de
nuestro propósito de pensar los vínculos y las comunidades, situamos una diferencia entre
lo que entendemos por ‘festival’ de lo que concebimos por una ‘fiesta’2.
Un festival remite a un espectáculo o evento cuyo principal valor es exhibitivo y donde los
roles de participación están bien diferenciados en cuanto quiénes son, por un lado, los
1
Tomamos el concepto gramsciano de hegemonía en su apropiación por parte de los Estudios Culturales
ingleses y su adopción en Latinoamérica: “Una hegemonía es siempre un proceso compuesto de experiencias,
relaciones y actos y no se produce de un modo pasivo: es permanentemente desafiada y resistida por otras
presiones que constituyen los momentos contrahegemónicos o de hegemonías alternativas. Si la hegemonía,
por definición, siempre es dominante, jamás lo es de un modo total o exclusivo, en la visión de Williams, por
lo que los procesos culturales no deben ser vistos como simplemente adaptativos sino como un proceso
complejo y vivo en el que se articulan y enfrentan la dominación y la resistencia” (Portantiero, 2002, p. 119)
2
Sugerimos para la ampliación de estos dos conceptos, la lectura de trabajos de Díaz, C (2009) y Hopkins
(2008).
3
protagonistas –artistas programados y puestos artesanales y gastronómicos autorizados– y,
por otro, quiénes asisten a dicho programa, pagando o no una entrada3. El festival puede
pensarse también como un servicio ofrecido al consumo, en su concepción menos creativa
y más reduccionista. Ahora bien, cuando nos situamos en una fiesta estamos haciendo
referencia a un espacio/tiempo en el cual la participación se encuentra más diseminada y no
tan tajante entre quienes “hacen/muestran/tocan” y quienes asisten, cuyo principal motor
reside en el ser/hacer comunidad, reforzar lazos y producir identidad cultural4. En esto,
como en todo fenómeno cultural, sería muy desacertado caer en binarismos tajantes y
cerrados. De hecho, vemos hoy que es casi imposible sustraer de una fiesta popular algo
que nace y es característico del espectáculo en el ámbito del folclore: su cariz escénico –
con Andrés Chazarreta a la cabeza (Diaz, 2009)–. Aun cuando quienes se suben al
escenario son los mismos vecinos organizadores del encuentro, aquel es hoy prácticamente
ineludible.5
Latinoamérica tiene una larga tradición en celebraciones festivas con características,
fundamentos y orígenes de lo más sincréticos, y son fieles exponentes de los procesos de
hibridación cultural estudiados por García Canclini6. En Argentina podemos localizar
infinidad de festejos que combinan distintas tradiciones y temáticas (pueblos originarios;
carnavales; fiestas cívicas; religiosas; artísticas; folclóricas, etc.)7. Asistimos a una oferta
3
La gratuidad o no de este tipo de eventos, así como los aspectos relacionados con la movilidad, son puntos
fundamentales para la garantía de la accesibilidad, la participación y la diversidad en la configuración de una
política pública en cultura, siendo la articulación con políticas de otras esferas una moneda corriente
4
Sugerimos ver la noción de Patrimonio e identidad Cultural tal como se encuentra expreso en UNESCO
(2014)
5
Este fenómeno de traspaso de fiesta a espectáculo, atravesado por los procesos de mediatización y
mercantilización de la cultura, son trabajados Bisbal (2001) con referencia a Walter Benjamin, y lo especifica
haciendo la distinción ente valor cultural y valor de exhibición de un bien cultural.
6
García Canclini (1989) describe y analiza las nuevas modalidades de organización de la cultura en
Latinoamérica. Según el autor las mismas se encuentran atravesadas por la hibridación de las tradiciones de
clases, etnias y naciones, y desglosa tres procesos claves para explicarla: La quiebra y mezcla de las
colecciones que organizaban los sistemas culturales; la desterritorialización de los procesos simbólicos; la
expansión de los géneros impuros.
7
Para un panorama informativo y analítico acerca del fenómeno, sugerimos consultar en SINCA (2006) Allí,
además de observar las manifestación locales y regionales del fenómeno, nos sitúa en pensar su interrelación
con otras prácticas y consumos, así como la idiosincrática distribución en el país, donde los altos índices de
concentración económica y geográfica de la industria cultural (nucleado en un puñado de empresas nacionales
y transnacionales) no se comprueban en otras actividades como el turismo cultural, las fiestas populares, las
bibliotecas, la preservación patrimonial y las actividades comunitarias, que poseen una capilaridad a nivel
territorial que alcanza inclusive las zonas donde se manifiestan los bolsones de necesidades básicas
insatisfechas.
4
simbólica heterogénea en constante renovación y articulación, con raíces indígenas en
algunos lugares, mestizas y criollas en otras, y también con aquello que proviene de la
interacción de lo local con lo nacional y transnacional. En este proceso, como ya se ha
dicho, las fiestas populares pueden acercarse más a encuentros ligados a la socialización,
afirmación y construcción identitaria, o bien a un espectáculo signado por la lógica
mercantil. En el medio hay muchos atravesamientos y disputas, específicamente cuando se
trata del ámbito de lo folclórico.8
En este contexto las nociones de diversidad y pluralismo cultural hacen su aparición. Si la
cultura no es un espacio homogéneo, no habría por qué cercenar lo que viene a
transformarla, y, en este sentido, emerge un debate acerca de la desigual capacidad por
parte de las culturas locales para operar frente a las industrias y monopolios globales.
Mattelart (2013) subraya la importancia de no hacer caso omiso a las estructuras del
sistema global puesto que, caso contrario, “es grande el peligro de dejar que se crea que el
libre juego de las interacciones culturales puede ser suficiente para garantizar la diversidad
cultural” (Mattelart, 2013, p. 771) En el mismo ensayo, el autor propone no desestimar la
importancia de las políticas culturales para garantizar tal diversidad, sobre todo en este
momento en que “las lógicas crecientes de comercialización y de concentración que
atraviesan el sistema transnacional las hacen tanto más necesarias” (Op. Cit., p772)
Así pues, volvemos la atención al Estado como actor fundamental en el direccionamiento
de estos procesos: “Solo la acción pública nos garantiza la incorporación de criterios de
equidad, la promoción de la diversidad y la protección del patrimonio cultural de nuestras
sociedades…) (Quevedo, 2009, p. 6). Asimismo, su imprescindible rol en la materia, no
quita que también sea un espacio de sospechas y críticas, puesto que, siguiendo al autor
citado, “su acción siempre está atravesada por ideologías o proyectos de país muy
diferentes y que cambian no solo cuando cambia un gobierno sino cuando cambia un elenco
de funcionarios” (Ibid). Por tales motivos, destacamos como parte importante del proceso
de gestación y desarrollo de las políticas culturales, a la emergencia de otros actores por
8
En este aspecto, podemos retomar la crítica de Stuart Hall hacia las nociones de identidad y cultura nacional
como definidas según un a priori y cerrado, y, en cuanto tales, como “producciones ideológicas que están
llamadas a absorber las diferencias que componen la nación —sean de clase, sexo, étnicas o regionales—, a
fin de presentarla como «una entidad homogénea»” (Mattelart, 2013, p.763)
5
fuera del Estado, en diálogo y contrapunto con este, tales como el mercado, pero también
las lógicas de trabajo autogestiva y de corte comunitario.9
Llegado este punto, planteamos un nudo importante que permite indagar la problemática de
las fiestas populares englobado en el concepto de consumo cultural. Adscribimos a la
noción de consumo trabajada por García Canclini y retomada en varios trabajos a propósito
de los consumos culturales en Latinoamérica (Yúdice, 2001; Bisbal:2001). Tal concepción
puede sintetizarse como el conjunto de procesos socioculturales en los cuales se realiza la
apropiación y el uso de determinados bienes y servicios. En este sentido, el consumo juega
un rol fundamental en el desarrollo simbólico y cultural de las sociedades, en la
combinación de racionalidades, expectativas, historias y relaciones sociales. Es el consumo
cultural uno de los principales lugares en el cual se “construye la racionalidad integradora y
comunicativa de una sociedad (y) debe asegurarse en su acceso y apropiación, pues permite
la reducción de inequidades, contribuye a la participación comunitaria, desarrolla sujetos
críticos y fortalece el espacio público” (Quevedo, 2009, p.19)
El consumo es un modo de visibilizar la participación cultural, por lo cual también es un
derecho que posibilita la diversidad, equidad y creación de espacios comunes. Desde tal
perspectiva la cultura remite a redes de significados actualizados por individuos y
comunidades, y por ello, también puede pensársela como una performática que no solo
provee de sentidos y valores, sino que, en el habitar (celebrar, ritualizar), los produce,
reproduce y/o transforma (Fisher, 2011) (Butler, 2014)10.
Para concluir, dejamos unas líneas de pensamiento que nos sugiere la temática, más
cercanas a las resonancias que a las recetas o recomendaciones. Si la cultura toda puede ser
pensada como una producción performática (Fisher, 2011), de manera casi insoslayable es
posible comenzar a replantearnos muchos de los “textos” que recibimos, leemos y
reproducimos, o al menos ofrecer cierta sospecha y cuestionamiento de origen. Si bien es
9
Podemos dar muchos ejemplos de una u otra lógica y de su mutua imbricación. En lo que a organización
cooperativa y entrecruzamiento entre prácticas artísticas y vida cotidiana respecta, destacamos el Encuentro
Nacional Cultural de San Antonio de Arredondo por su relato fundante, su proyección en el tiempo y la
multiplicación/contagio de algunos modos en otros encuentros. Cfr. Díaz, C.; Díaz, N.; Páez, F. (2013)
10
Desde hace un par de años la TV Pública realiza un programa llamado “Festival del País” en el cual la
fiesta devenida espectáculo ahora también deviene relato mediático, y esto no se da sin contener mutuas
imbricaciones e interrelaciones. La misma tiene inicio los primeros días de enero y se extiende hasta entrado
el mes de marzo, con transmisiones en vivo todas las noches –acompañadas de notas especiales durante el día
y multiplicadas a modo de contenidos para la web– de distintos Festivales, Fiestas y Carnavales que tienen
lugar en nuestro país, y cuyo máximo exponente es el Festival de Cosquin.
6
en la actuación y reiteración en una determinada temporalidad que se termina fijando un
modo (de identidad, de género, de vincularse) también es desde esa actuación que alguna
transformación puede producirse 11. Así, explorar los modos en que las comunidades se
expresan, consumen y participan en y desde expresiones ligadas al tiempo extracotidiano y
a manifestaciones artísticas, nos resulta clave para comprender el entramado significativo y
algunos horizontes próximos en los cuales se afirman como colectivos. En palabras de
Frith:
no es que los grupos sociales coinciden en valores que luego se expresan en sus
actividades culturales (el supuesto de los modelos de homología), sino que sólo
consiguen reconocerse a sí mismos como grupos (como una organización particular
de intereses individuales y sociales, de mismidad y diferencia) por medio de la
actividad cultural, por medio del juicio estético. Hacer música no es una forma de
expresar ideas; es una forma de vivirlas. (2004, p.187)
11
Cfr. Butler, 1999.
7
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