El Modelo de Mujer Falangista y La Mujer de La Falange
El Modelo de Mujer Falangista y La Mujer de La Falange
El Modelo de Mujer Falangista y La Mujer de La Falange
FALANGISTA Y EL
MODELO DE MUJER
FALANGISTA, UNA
IDENTIDAD DIFUSA
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La mujer falangista y el modelo de mujer falangista,
una identidad difusa
La contradicción práctica en el discurso del régimen analizada a través del
feminismo de la diferencia sexual
1. Introducción
En el presente estudio yace el posicionamiento crítico hacia la epistemología tradicional
y patriarcal que planteaba a las mujeres en el régimen franquista como meros sujetos
pasivos, desprovistos de cualquier capacidad de acción y de poder.
A través de una aproximación a los discursos y biografías de las élites de las mujeres
falangistas, se pretende exponer la paradoja vital de la mujer fascista. A su vez, se intenta
unir y mostrar los puntos de unión entre el feminismo de la diferencia sexual que nace a
finales de los años 60 y la capacidad de agencia en los discursos y vida de la Sección
Femenina de la Falange. Para llevar esto a cabo, se presentan teóricas clave de esta
corriente, como Chodorow, Gilligan e Irigaray, que aproximan al encuentro entre estas
realidades que, en un primer momento, parecen tan dispares.
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aparecerán elementos (tan necesarios) como la interseccionalidad, pues el objeto de
estudio, o, más bien, las sujetas de estudio, se limitan a las mujeres fascistas, más
concretamente aquellas que gozaban de poder en los altos mandos. De esta
manera, soy consciente de que me centraré en un análisis limitado, pese a que, bien siendo
feminista, es escueto en cuanto a cis, heterosexual, burgués, blanco y occidental, pues
considero que es el idóneo a la hora de analizar el caso que nos atañe.
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2. El modelo de feminidad en la sociedad española
2.1 El franquismo como regeneración ideológica y moral femenina
Rechazando totalmente cualquier resto de la Segunda República del que parecía emerger
el progreso femenino, el nuevo régimen franquista optó por volver a la tradición previa a
la supuesta crisis de valores. De esta manera, el arquetipo femenino que heredaría y
reconstruiría el régimen franquista era propio de la primera parte del siglo XX, cuyo
modelo estaba basado en el ángel del hogar, donde la tarea de las mujeres ejerciendo su
rol de ama de casa era velar por el correcto funcionamiento familiar y la buena
transmisión moral, jugando éstas un papel clave en la institución familiar y desplegando,
a su vez, una importantísima labor social. De esta manera, las mujeres asumirían un papel
clave en la construcción del Nuevo Estado, mediante la maternidad −considerada
prácticamente una actividad comparable a una profesión− y el cuidado de la institución
familiar −asuntos, ambos dos, de interés público− (Blasco, 2005, p. 57).
Por consiguiente, la mujer sería considerada en base al eterno femenino, donde su papel
debía estar exclusivamente dedicado a la maternidad. Supuestamente, su carácter la
predestinaba a ser llanamente una criatura del amor (Arce, 2015, p. 270), pues se la creía
despojadas de cualquier capacidad de raciocinio superior −infantilizadas e irracionales−,
siempre dispuestas al sacrificio y al dolor, como expone la obra del escritor José María
Pemán, Doce cualidades de la mujer (1947). Estas afirmaciones iban siempre secundadas
y apoyadas en una clara opinión de diferencia intelectual entre los hombres y las mujeres,
donde éstas últimas quedaban claramente en un lugar subordinado. Esta diferenciación
de capacidades promovería una estricta división de las esferas y del mundo laboral en
base al sexo, lo que dotaría al hombre y a la mujer de caracteres antagónicos pero
complementarios. Esto se ve claramente en el extracto de Pequeñas reglas de convivencia
social (1942), un tratado dirigido hacia la población femenina que escribió una de las
dirigentes más importantes de la SF, Carmen Werner:
Nada halaga tanto a la psicología masculina como la sumisión de la mujer y nada complace tanto a la
psicología femenina como la entrega sumisa a la autoridad masculina (cuando es una autoridad querida)
(...) Esta larga historia es para demostraros que si el placer del hombre están en la acción, el verdadero
placer femenino está en la sumisión y el abandono
(Werner, 1942).
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De esta manera, podemos ver que el franquismo no estableció un nuevo modelo de
feminidad o de mujer, sino que éste llevaba vigente y estructurado en la sociedad española
desde el comienzo de la misma, gracias a la influencia del catolicismo y al modelo de
familia patriarcal, los cuales consideraban por naturaleza a la mujer un ser irracional,
excesivamente sentimental y sometida al hombre. Es por esto por lo que su espacio debía
ser el privado, cuidando de su familia y guardando la casa, alejada de la esfera pública y
del mundo político. Para garantizar el modelo sociocultural femenino, el régimen ocupó
y vigiló diversos ámbitos de la sociedad sin dudar en entrometerse de una manera política
en distintos ámbitos, como la educación, el trabajo y la moral-ética social, garantizando
así las “buenas y correctas costumbres” gracias a instituciones como la Iglesia Católica o
la Sección Femenina de la Falange (SF). Las nuevas leyes velaban por proteger e
incentivar la institución familiar y reforzar el correcto papel femenino, fomentando la
reproducción, la maternidad y la domesticidad, castigando y reeducando a las que
intentaban vivir fuera de la norma u optaban por una actitud emancipadora (Ibáñez,
Esteve, 2019, pp. 35-54).
Observamos, pues, que la edificación del ideal de feminidad de la Nueva España se erigía
sobre tres pilares: en primer lugar, el ideal de feminidad que aparece en los libros del siglo
XVI pertenecientes al Siglo de Oro español −referentes que ya muchos intelectuales
habían abandonado−, como La instrucción de la mujer cristiana de Luis Vives o La
perfecta casada de Fray Luis de León, donde aparece la representación de una esposa
sobria, sencilla y buena ama de casa gracias al modelo ejemplar de la Virgen María
−siendo ésta a la vez Virgen y Madre− (Morcillo, 2013, p. 77). Una buena esposa debía
someterse y obedecer a su marido, siendo consciente de que su papel en la sociedad se
albergaba en el ángel del hogar, velando por una armoniosa gestión familiar que
repercutiría directamente de manera positiva en la sociedad (Morcillo, 2013, p. 79). En
segundo lugar, distinguimos como ejemplo el discurso religioso de las nuevas encíclicas
papales de Pio XI, donde aparecen unas claras virtudes femeninas con un claro matiz
romántico, pues éstas son propias de la época victoriana, como la pureza, religiosidad y
sumisión, con referentes como Teresa de Ávila, Isabel la Católica o Agustina de Aragón
(Ruiz, 2007, p. 28).
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debido a su inferior capacidad intelectual y física. Esta clara diferenciación jerárquica
entre los roles masculinos y femeninos que caracterizaba a la ideología falangista
encontraba su base en el determinismo biológico; las mujeres debían limitarse a ser
esposas y madres, siendo éste su deber patriótico para con el Nuevo Estado (Morcillo,
2013, p. 71-73). De esta manera, encontramos en el discurso falangista un claro binomio
madre-esposa, siendo éste el supuesto único fin y obligación de la mujer. Dentro del
modelo ideal, encontramos la antítesis del modelo, dos modelos claramente
contrapuestos, como son “María” y “Eva”, personajes que, con su gran carácter
simbólico, servirán como ejemplo a las mujeres de qué ser y qué no ser (Moreno, 2013,
p. 7).
Pero ¿qué pasaba cuándo se trataba de ellas, las falangistas? ¿Qué modelo de mujer
falangista esperaba el régimen? ¿Dónde quedaba su discurso cuando se trataba de sus
vidas?
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3. Agentes e instituciones encargadas de la implantación del modelo de género
3.1 Sección Femenina de FET-JONS (SF)
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4. La contradicción en el discurso del régimen y la diferencia sexual
Podemos distinguir una clara dicotomía entre el modelo de mujer falangista y el modelo
falangista de mujer, donde las primeras poseían un claro protagonismo político dentro del
régimen y las segundas un único papel doméstico, fraguándose una contradicción entre
el discurso y la práctica del régimen.
Así pues, la teoría del régimen sobre la naturaleza femenina que afirmaba el carácter
simplista de las mujeres, quienes debían estar –y estaban– alejadas del mundo masculino
–el cual abarcaba, al fin y al cabo, toda la existencia política–, se contradecía fuertemente
con el importante papel de la SF, que colaboraba con la construcción y refuerzo de la
identidad política de la sociedad, chocando fuertemente la teoría con la realidad (Arce,
2015, p. 271). Su postura con respecto al mundo laboral femenino también era
discordante, pues mientras la propaganda de la SF promocionaba un papel tradicional
para las mujeres, albergado dentro del hogar, la organización transmitía a otras muchas
que el trabajo dignificaba, pues en él se podía encontrar la realización propia o la solución
a una necesidad económica (Richmond, 2003, p. 35).
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feministas. Chodorow consideraba que, dentro del reconocimiento de las diferencias, se
podía –y debía– garantizar la equidad, mediante la afirmación “aquello que es diferente,
no es sinónimo de desigualdad”. Las falangistas se negaron a disociar la “masculinidad”
y la “feminidad” de las relaciones de poder –al contrario de la propuesta feminista–.
¿Se atreverían a posicionarse a día de hoy las mujeres falangistas como feministas de la
diferencia?
Pilar Primo de Rivera cambió –sin llegar a desafiar– la doctrina joseantoniana que patentó
su hermano, la cual pretendía la creación del prototipo ideal de una mujer fuerte y sana,
capaz de mantener su actividad de vida dentro del ámbito doméstico. Esta base ideológica
estaba bien presente en la teoría de los altos mandos, pero ¿qué ocurría con la práctica?
Las élites de mujeres falangistas –y también de Acción Católica– estaban bien alejadas
de aquel arquetipo de ángel del hogar sometido a la voluntad masculina; eran mujeres
independientes, en su mayoría solteras, fuertes, con poder político y representación
pública (Richmond, 2003, p. 39).
(...) ved, mujeres, cómo hemos hecho virtud capital de una virtud, la abnegación, que es, sobre todo,
vuestra. Ojalá lleguemos en ella a tanta altura, ojalá lleguemos a ser en ésto tan femeninos, que algún
día podáis de veras considerarnos ¡hombres!
Tras este discurso, las falangistas legitiman sus comportamientos masculinizados con el
fin de justificar su ardua militancia política. Su “feminidad natural” –o al menos, la que
se esperaba de ellas– era sustituida por su simbiosis entre características masculinas (o
masculinizadas) y femeninas, con el fin de desempeñar un importante papel público.
Nosotros sabemos hasta dónde cala la misión entrañable de la mujer, y nos guardaremos muy bien de
tratarla nunca como tonta destinataria de piropos. Tampoco somos feministas. No entendemos que la
manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnífico destino y entregarla a funciones
varoniles. A mí siempre me ha dado tristeza ver a la mujer en ejercicios de hombre, toda afanada y
desquiciada en una rivalidad donde lleva —entre la morbosa complacencia de los competidores
masculinos— todas las de perder. El verdadero feminismo no debiera consistir en querer para las
mujeres las funciones que hoy se estiman superiores, sino en rodear cada vez de mayor dignidad humana
y social a las funciones femeninas.
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Dentro del discurso de José Antonio Primo de Rivera (el cual es el único que encontramos
dedicado exclusivamente a las mujeres) instaura el discurso del rechazo a los principios
igualitarios (el feminismo de la igualdad), remarcando la diferencia entre hombres y
mujeres. Dentro de esta diferencia, las masculinas se muestran superiores a las femeninas,
pero sin llegar a ese matiz misógino propio del siglo XIX.
El servicio de la mujer es heroico, militar, pero femenino. Un fusil en manos de una mujer deshonra al
fusil, a la pobre infeliz que lo lleva y a los hombres que lo contemplan. Por otra parte, es ilimitado el
campo de estas actividades puramente femeninas. La religión, la beneficencia, los hospitales, la
puericultura, los oficios, la música, el arte, la oficina (...). Sin perder uno solo de sus atributos, antes
bien, exaltándolos todos en una armónica conjunción humana y femenina. La mujer tiene hoy una tarea,
una ingente tarea que cumplir.
En el discurso teórico de la Sección Femenina, ellas dejaban claro que su función política-
social se había fundado de manera forzosa, pues ellas bien hubieran querido desempeñar
su rol femenino como cualquier buena mujer, dedicándose a su familia y al hogar, pero
debían realizar un sacrificio en favor de la reconstrucción de España y de la
reconstrucción político-moral de las españolas (Fernández, 2008, p. 208).
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activamente en política, siendo oradoras en distintos mítines, escondiendo armas de sus
compañeros o participando en revueltas violentas.
De esta manera, muchas de ellas durante la Guerra Civil no es que limitaran sus
actividades en la retaguardia como enfermeras o auxiliares, sino que incluso fueron
encarceladas o muchas de ellas tuvieron que esconderse (Gahete, 2014, p. 404). Esto
demuestra que no acababan de comulgar con el propio modelo de género que intentaban
implantar, pues participaban de una manera más que activa y violenta en la política del
régimen (Morant, 2018, pp. 19-20), modernizando así, en cierta manera, las mismas
relaciones de género y disolviendo la marcada dicotomía entre el espacio privado/público
(Blasco, 2014, p. 75).
Al mismo tiempo, la maternidad se sitúa como herramienta para localizar y situar a las
mujeres en la esfera doméstica, creando una base para la diferenciación y separación clara
de las esferas (Chodorow, 1978, p. 18), ¿podríamos a través de esto explicar la soltería
generalizada y la no-maternidad de las mujeres falangistas? Es decir, a través de la
ocupación de los espacios públicos y políticos (tradicionalmente masculinos), lograron
excusarse y no caer en el ejercicio obligatorio –por aquel entonces– de la maternidad. De
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la misma manera, observamos de manera clara el interés fascista por perpetuar el rol de
madre como reproductora y educadora, para así, reforzar y asegurar la continuidad de la
estructura familiar patriarcal.
“La mujer en la actualidad puede decirse casi, que no es ya una menor sujeta a tutela, como lo era antes.
Dentro de su contextura específica irrenunciable, ha conseguido, por supuesto, enormes conquistas de
igualdad con el hombre. No en contra ni enfrente, sino en cuanto a eliminar discriminaciones que le
impedían desenvolver sus capacidades, relegadas casi siempre a los exclusivos menesteres caseros o a
trabajos secundarios. Ahora la mujer estudia, trabaja, se afana en política, en principio es un miembro
igualitario dentro de la sociedad. Esto, más o menos, ya está aceptado.”
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entre 1945 y 1975. Durante los cuarenta, observamos un modelo biologista, que reclama
el papel de la mujer en el hogar, como cuidadora, esposa y madre. Ya en los setenta,
durante el desarrollismo y la apertura del régimen, observamos cómo las mujeres se abren
paso de manera generalizada al mundo laboral externo (de manera complementaria con
los hombres), trabajando dentro y fuera del hogar.
Pero ¿hasta qué punto podemos considerar que esa redimensión de los espacios hizo
permutar sus roles tradicionales biológicos y de educadoras morales?
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5. Conclusiones
Nos encontramos con una doble dirección del discurso de la Sección Femenina, donde,
por un lado, las falangistas defendían y promulgaban el esencialismo biológico,
recalcando el papel maternal de las mujeres, y, por otra parte, la propia élite de las filas
se negaba a asimilar y aplicar este mensaje. De esta manera, podríamos concluir que la
gran mayoría de altos mandos de la SF –e incluso muchas militantes rasas– contradecían
su vida con su discurso basado en la sumisión, en la domesticidad y en la misión maternal,
pues al mismo tiempo que las falangistas reconducían a las mujeres al espacio privado,
éstas se hacían con un importante lugar en el ámbito público y político.
Las mujeres de la Sección Femenina forjaron una identidad propia, la identidad de mujer
falangista, alejada y diferenciada de sus compañeros hombres, pero, de la misma forma,
bien alejada de lo que se esperaba de cualquier mujer española de la dictadura. Por tanto,
se produce una doble configuración identitaria para estas mujeres, la falangista
(masculina, indisolublemente ligada al discurso socio-político del poder) y femenina
(mediante la obediencia y sumisión).
Pese a esto, la obediencia, el respeto y la sumisión a los hombres del partido era requisito
indispensable, lo que demuestra que su diferencia no era parte de un primus inter pares,
por mucho que vendieran y compraran el discurso de la complementariedad de los sexos
y roles. Sí, asimilaron en su discurso la complementariedad entre hombres y mujeres y la
convivencia y fluidez del cumplimiento de los roles de cada uno (que, según decían,
parecían darse a la perfección). Pero, también hemos de ser conscientes que el discurso
de la diferencia penetraba ya en todas las sociedades en el primer tercio del siglo XX.
Discurso del que, evidentemente, se inspiraría el feminismo de la diferencia sexual.
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Ellas, las falangistas, al igual que las propuestas teóricas de la diferencia, mostraban que
el efecto de la diferencia sexual era el establecimiento de formas diferentes y profundas
de estar en el mundo entre hombres y mujeres, más allá de que ésta diferencia fuera
entendida como resultado de elementos biológicos (falangistas) o históricos (feministas).
Esquivando su papel en el hogar, el matrimonio y la maternidad, estas mujeres de altos
mandos se ganaron un espacio propio, donde, a través de la educación (eso sí,
diferenciada) consiguieron labrarse un camino y unos ingresos económicos a través del
trabajo remunerado (total excepción para las mujeres españolas de aquel entonces).
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6. Bibliografía
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GILLIGAN, Carol. In a different voice: Psychological theory and women’s development.
Harvard University Press, 1993.
GILLIGAN, Carol. La ética del cuidado. Fundació Víctor Grífols i Lucas, 2013.
IRIGARAY, Luce. El cuerpo a cuerpo con la madre. Debate feminista, 1994, vol. 10, p.
32-44.
MORANT i ARIÑO, Toni: “Las mujeres que también fueron fascistas: los primeros años
de la Sección Femenina de Falange en una mirada transnacional”, en Historia del presente
n° 32, 2018, pp. 11-26.
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