El Corazón Del Bosque - Análisis de Textos

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El corazón del bosque

Hecho por: Luca Brizuela Fernández

Respiró por primera vez en un bosquecillo de altos álamos, bajo la sombra del ala de un
colibrí. Su madre era la melodía del arroyo de la montaña y su padre el brillo de la luz del
sol a través de las hojas en forma de moneda.
El bosque la cuidaba, la envolvía con flores silvestres y la hacía reír con el canto de
los pájaros. Cuando lloraba, las mariposas besaban sus mejillas y secaban sus lágrimas. En
pocos años, era más alta que los árboles que brotaron el día de su nacimiento, desarrollo un
alma fuerte, inocente y bondadosa gracias a los cuidados que la naturaleza le brindó.
Cuando las noches eran frías, dormía junto a los cervatillos, acurrucada contra sus
espaldas manchadas mientras sus madres les cantaban canciones de cuna y les contaban
historias. En las cálidas tardes de primavera, se tumbaba en lechos de musgo y hojas caídas
de dulce aroma.
Le encantaba jugar con los pájaros azules, incluso le enseñaron a cantar tan hermoso
como lo hacían ellos. Corría con los cachorros de coyote por los lechos secos de los
arroyos. En los días de lluvia, cuando la tierra olía a cielo, bajaba al lago de la montaña y
nadaba con las nutrias de río.
Vivió una vida feliz durante muchos años en la pequeña arboleda. El bosque y la
ladera de la montaña la querían mucho, conocían el sonido de sus pasos y el tacto de sus
dedos.
Incluso las criaturas más temibles se amansaban en su presencia; los osos le decían
dónde encontrar la miel más dulce, el coro de lobos entonaba sus cantos con una armonía
hueca, esperando verla sonreír. Incluso el león de montaña inclinaba su regia cabeza en su
dirección para después buscar una presa. Ella era el corazón mismo del bosque.
Un día, se despertó por culpa de ciertos sonidos extraños en el bosque. Voces,
torpes y mal definidas, no elevadas como el canto de los pájaros ni firmes como el
murmullo de una cierva. Se subió a la copa de un viejo pino, el cual se enderezó con alegría
ante su contacto.

Hecho por: Luca Brizuela Fernández


Un hombre y su hijo caminaban por el bosque, arrancando ramas de los árboles
jóvenes y pisoteando espuela de caballero bajo sus pies. El hombre era alto y delgado, y el
joven era más o menos de la estatura de la chica, con una sonrisa fría como la piedra del
lecho del río.
Observó todo el día desde una distancia lejana el cómo despejaban un espacio en el
bosquecillo de álamos para acampar, recogían leña, hacían una hoguera, y cuando sacaban
peces del lago con un palo y cuerda para después asarlo sobre las llamas.
Al caer la noche, el bosque tuvo una silenciosa conferencia sobre los extraños. Las
ardillas nerviosas parloteaban, los gamos zapateaban y los búhos hacían callar a todo el
mundo para advertirles que nadie debía acercarse a esos intrusos, y menos a la chica.
A la mañana siguiente, la muchacha lamió las gotas de rocío de las hojas de menta
silvestre y vagó por el bosque, evitando el lugar donde el hombre y su hijo yacían
durmiendo. Tarareaba para sí misma mientras caminaba, y no se fijó en el chico, que se
había levantado al oír su canción y la había seguido.
"¿Cómo te llamas?", preguntó el chico mientras se acercaba; el bosque se volvió
mortalmente silencioso. La chica no tenía nombre, no sabía lo que eran siquiera, puesto a
que en el bosque no había necesidad de tales cosas, pues las criaturas se conocían
demasiado íntimamente como para tener nombres. "¿Tu nombre?", volvió a preguntar,
lentamente. Ella no sabía que responder, por lo que solo encogió de hombros. "Soy Liam",
le dijo el muchacho mientras este fruncía el ceño.
"Liam…", respondió ella, dejando que la palabra cayera de su lengua como las
bayas demasiado maduras de una vid. Liam asintió con la cabeza y se acercó a ella con la
mano extendida. En la palma de su mano descansaba un conejo de madera tallado a mano,
una de las cosas más bellas y extrañas que ella había visto jamás. Preocupada, sabiendo que
los árboles la miraban con desaprobación, le arrebató el conejo y se alejó corriendo,
desapareciendo en el bosque.
El hombre y su hijo se quedaron en la arboleda un día más. Ninguno de los dos
vislumbró a la chica en ese tiempo, y el hombre estaba bastante convencido de que su hijo
la había soñado. Pero Liam sabía la verdad, y el bosque también.
Cuando los intrusos se marcharon, la niña se aferró con fuerza al conejo de madera
y le susurró sus deseos al oído. Las criaturas del bosque le decían que olvidara al

Hecho por: Luca Brizuela Fernández


muchacho, le rogaban que se uniera a sus juegos. Durante semanas, no se atrevió a hacer
ninguna de las dos cosas.
Pasó un año, y en algún momento de ese tiempo la niña estuvo a punto de olvidar a
Liam. Dejó el conejo de madera bajo el viejo pino. Volvió a jugar con las nutrias y a cantar
con los gorriones. El bosque volvió a estar completo, entero y feliz. Entonces, Liam y su
padre regresaron.
Esta vez, la chica fue más audaz y se reunió con Liam en la arboleda mientras su
padre pescaba en el lago y el muchacho estaba descansando en la hoguera. Él no levantó la
vista del fuego cuando ella apareció, sólo sonrió a las suaves llamas. “¡Sabía que eras
real!", susurró; ella le devolvió la sonrisa.
Liam y su padre volvían al bosque una vez cada primavera. Cada año, para disgusto
del bosque, Liam y la hermosa chica pasaban mucho tiempo juntos bajo la sombra de las
ramas de los pinos, acurrucados en el aroma de las agujas caídas que se pegaban a su piel.
Hablaban de sus vidas y reían cada vez que podían. A la muchacha le encantaba
hablar en el torpe idioma de Liam, al igual que a él le asombraba lo bien que ella conocía el
bosque, lo profundamente que la misteriosa jovencita pertenecía a él.
El tercer año que se encontraron, Liam le robó un beso a la chica bajo el pino. El
cuarto año, la chica le robó dos besos y Liam le robó una caricia a la piel de la chica. Un
día, después de muchos años de robar besos, se robaron mucho más, y se quedaron a la
sombra del pino en un ensueño sin aliento.
Poco después de ese día, Liam y su padre volvieron a salir del bosque; la niña cayó
enferma. El bosque no la regañó, sólo suspiró ante lo inevitable de todo ello y la cuidó lo
mejor que pudo. Con el tiempo, se puso mejor y más fuerte. También se hizo más plena y
sintió la aterradora alegría de la vida en su interior.
Dio a luz a una niña bajo la sombra de los álamos, una hija con piel de flor silvestre
y ojos llenos de deseos. La chica le dio a su hija el pequeño conejo de madera para que
jugara y, cuando llegó la primavera, las dos esperaron bajo el pino el regreso de Liam.
Cuando regresó, esta vez sin su padre, su fría sonrisa no duró mucho. Su semblante
se ensombreció al ver a su hija, dormida en un lecho de agujas de pino. Sabía que esa niña,
como su madre, no era humana, no del todo. Y ese conocimiento le hizo temblar.

Hecho por: Luca Brizuela Fernández


Liam no pudo oír la voz de su amada por encima del sonido del miedo, que corría
en rápidos blancos dentro de sus oídos. Se enfureció, más contra sí mismo que con la chica,
pero el bosque lo escuchó y se erizó ante su furia.
La muchacha no lloró ni suplicó cuando él se dio la vuelta y comenzó a descender
por la ladera de la montaña. Simplemente recogió a su hija y abandonó la sombra del pino
por última vez con un suave adiós. La ingenua podía perdonar y olvidar, pero el bosque no.

Liam no logró bajar la montaña. Cuando la muchacha descubrió lo que el bosque


había hecho, salió en busca del cuerpo de Liam, pensando que podría enterrar al hombre
que amaba bajo el pino donde ella se enamoró perdidamente de él. Dejó a su hija junto a los
cervatillos al tierno cuidado del bosquecillo de álamos donde se había criado, prometiendo
que volvería.
Buscó durante días; le preguntó al bosque muchas veces dónde estaba el cuerpo,
pero él no le decía dónde estaba, así que vagó sin rumbo fijo. Los pájaros, con suaves
gorjeos, le advirtieron que volviera con su hija. Los lobos la invitaron a sumar su pérdida a
su sombrío canto y a permitirse sanar. El puma no dijo nada, se limitó a acariciar su mano y
a señalarle su hogar.
A pesar de todo, la decidida mujer no dejó de buscar a Liam. El bosque lloró por
ella y con ella; lágrimas amargas de arrepentimiento al igual que amor.
Después de mucho tiempo, lo encontró; tendido en un campo de espuelas de
caballería y cardos, con los ojos abiertos al sol. Ella se acercó a él, y sus ojos se llenaron
con lágrimas. El mismísimo corazón del bosque se acostó junto al hombre que amaba y no
se levantó.
Hasta el día de hoy, todas las criaturas del bosque se reúnen al borde de ese campo a
principios de la primavera. Llevan consigo a la hija de la chica, para mostrarle las flores
silvestres que florecen sobre el lugar donde yacen sus padres.

Hecho por: Luca Brizuela Fernández


Hecho por: Luca Brizuela Fernández

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