Hola Andres, Soy María Otra Vez PDF
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El diario
La página en blanco
La sorpresa
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Cerré el cuaderno, le coloqué el candado,
guardé la llave en el bolsillo de mi pijama y me
quedé dormida.
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Rostro arrebolado
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, no sé quién eres,
pero ya no voy a preguntártelo. Me late que
cualquiera que sea la respuesta me pondrá los pelos
de punta. Seguiré escribiendo porque no tengo
nada más que hacer hasta dentro de tres semanas.
Si tú quieres, acompáñame, de lo contrario puedes
irte… prometo que no me enojaré, ya estoy
acostumbrada a estar sola.
La hepatitis va bien. No siento nada extraño.
El hígado se recupera sin demasiada alharaca
(salvo por el color de mi piel).
La última vez te conté la historia de Jerry
Manuel y sus secuaces y me extraña que tu digas
que sientes lástima por él. Pues yo siento rabia.
Pero no cualquier rabia, sino la del tipo
imaginativa—fantasiosa—vengativa—light.
¿Sabes lo que es eso? Es un tipo de rabia que yo
inventé como beneficio exclusivo para todas las
personas tímidas como yo, que no tenemos agallas
para enfrentarnos a los fuertes. Se aplica así:
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Al día siguiente, Andrés respondió:
Me gusta cómo eres.
¿Qué harías si tuvieras otra vida?
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Andrés respondió:
¿Crees en los genios? ¿Qué deseo le pedirías al
genio de la lámpara?
***
pero estoy
segura de que si tuviera uno delante de mí me
caería muerta del susto. ¿Los has visto en la tele?
¡Son horribles! Normalmente son señores
gigantescos que pesan más de 200 kilos y salen de
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Andrés respondió:
¡Tú eres la reina de la hepatitis!
¡Reina del amarillo patito!
¡Reina del pesimismo!
Si el genio te concediera un deseo, ¿qué
escribirías en tu diario?
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los días.
En la puerta me encontré con ese torpe, cara de
sapo, que se llama Jerry Manuel. Tan pronto me
vio, intentó esconderse… ¡Me tiene miedo, el muy
cobarde, lo sé!
No quise gastar mi tiempo en él, lo vi
escondido detrás de un árbol y le grité:
—Más tarde me ocuparé de ti, batracio.
Luego me encontré con mis mejores amigas
Chiki, Tiki, Pupi, Pili y Loli, las más populares del
colegio.
Ellas vinieron con la noticia de que Elías se
muere por mí. Yo les dije que no tenía idea de
quién me estaban hablando y ellas comenzaron a
describirlo:
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Al día siguiente, Andrés respondió con una
sola palabra (¿es esa una palabra?) que me dejó
desconcertada. En medio de la página, con letras
enormes, decía:
¡Puajjj!
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, escribí debajo.
a la
que no le gusta la soledad. Cuando mi tío Pedro se
divorció de una señora que le pegaba con la sartén
en la cabeza, recuerdo haberlo escuchado decir que
le estaba costando mucho trabajo volver a vivir
solo.
—¡No me gusta vivir así, necesito compañía!,
creo que no debí separarme de Angelita –decía él.
Y yo no entendía cómo podía extrañar la
compañía de su mujer, que era tan simpática,
cálida y amable como Frankenstein. Al poco
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—Dale.
—Cuando sientas mucho, mucho miedo…
piensa que te conviertes en una persona de piedra
y que nada te hace daño. Piensa que si alguien te
grita, sus palabras rebotarán en tu cuerpo duro.
Piensa que si alguien quiere golpearte, sus manos
se lastimarán en tu piel de piedra.
—¡Eso me gusta, Elsa!
—Bueno, vamos a hacer una prueba si has
aprendido.
—Dale.
—Mira, María, ahora que estamos aquí en
este árbol, y que no podemos movernos
demasiado, porque nos caeríamos de cara contra el
piso, te digo que detrás de ti, en una de las ramas,
hay una araña peluda que se acerca poco a poco a
tu cabeza.
«Cabeza» fue la última palabra que escuché.
Me tiré al piso al siguiente segundo sin importarme
que este se encontrara a cuatro metros de distancia
y mi cabeza fue, precisamente, lo que se quebró.
Evidentemente no había conseguido convertirme
en una roca.
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Al día siguiente Andrés preguntó:
Cuando te miras al espejo…
¿qué ves?
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—¿Cuál? ¡Enséñame!
— Ignóralo.
—¡¿Qué?!
—Eso, lo que oíste, la mejor forma de acabar
con el enemigo es ignorándolo, pero
manteniéndote siempre alerta. Mira mi mano.
Mi tío abrió su mano delante de mí y me dijo:
«Golpéala».
Yo intenté hacerlo pero él me esquivó. Volví
a intentarlo y fracasé. En el tercer intento no me
fue mejor; parecía que mi tío sabía de dónde y en
qué momento iba a venir el golpe y por eso podía
retirar su mano a tiempo.
— Pero, tío, yo no puedo hacer eso.
—¡Claro que puedes! La primera regla que
debes aprender es que nadie, jamás, podrá
golpearte si no le ofreces un lugar de tu cuerpo o
de tu alma para que lo haga ¿Me entiendes?
—Creo que no.
—Mira esta pared, María, yo puedo golpearla
porque está aquí y no se mueve. Pero si la pared
me esquivara yo no podría darle un golpe. Si tú no
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La vida normal
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Capítulo final