Resumen DEJA DE SER AMABLE SÉ AUTÉNTICO!
Resumen DEJA DE SER AMABLE SÉ AUTÉNTICO!
Resumen DEJA DE SER AMABLE SÉ AUTÉNTICO!
Hemos aprendido a separarnos de nosotros mismos para estar con los demás. Y aquí
tiene su origen la violencia en la vida diaria: no escucharse a sí mismo conduce, tarde o
temprano, a no escuchar al otro; no respetarse a sí mismo conduce, tarde o temprano,
a no respetar al otro.
Introducción
“Yo era un abogado amable y cortésmente deprimido y desmotivado… hoy me siento
lleno de confianza y alegría.” Así comienza este libro que pretende ayudarnos a
entender y sobretodo a responsabilizarnos de nuestras propias necesidades, pues al
ignorarlas no sólo nos hacemos violencia a nosotros mismos, sino que además
acabaremos irremediablemente violentando a los que nos rodean.
4. que, en el intento de satisfacerla o protegerla, nos lleva a realizar una Demanda negociable.
De esta manera, se favorecen las relaciones verdaderas entre personas libres y
responsables. Sin embargo, la realidad en la que vivimos la mayoría de nosotros nos
lleva a plantearnos dos preguntas retadoras:
El Espacio Mental
La cabeza es sin duda a lo que hemos prestado más atención desde niños, mientras
que los sentimientos y la vida interior ha quedado en segundo plano o peor aún en el
olvido. Somos maestros de la lógica pero nuestra inteligencia emocional suele estar
aún en pañales.
En primer lugar se nos da muy bien juzgar y etiquetar, a penas sabemos nada del
interior de los demás y ya los ordenamos en categorías tales como: burguesa o punky.
Así mismo también hemos aprendido a integrar prejuicios o creencias que no se han
verificado aún, como por ejemplo: “las mujeres no saben conducir” o “hay cosas que
hay que hacer se quiera o no”, “un buen marido debe esto o lo otro”, etc. Con todo
esto hacemos violencia a todos aquellos que juzgamos o prejuzgamos, pues ¿qué hay
de la gente acomodada que realiza un sin fin de acciones solidarias?, ¿qué hay de
todas aquellas mujeres que conducen bien?. También nos hacemos violencia a
nosotros mismos con todas aquellas cosas que nos obligamos a hacer aún cuando no
tienen sentido para nosotros, sólo porque creemos que no hay más remedio, o
simplemente porque no atendemos nuestras verdaderas necesidades.
En segundo lugar hemos aprendido a hablar de forma dual, “o está bien, o está mal” “o
es lógico, o es creativo” “¿quién tienes razón o quién está equivocado”, olvidándonos
que la vida está llena de matices en los cuales puede existir un matemática riguroso
que a su vez es un gran artista creativo, y como consecuencia de ello llegamos a
categorías tan limitadoras como las que nos llevan o bien a ocuparnos de los demás o
bien a ocuparnos de nosotros mismos, como si las dos cosas no pudiesen darse a la
vez.
Ser adulto es separarse de las emociones propias y ante todo quedar bien con los demás y no
molestar.
Para ser amado y aceptado, debo hacer lo quieren o esperan los demás de mi. No lo que yo querría.
Esto deriva en muchas consecuencias que veremos más adelante, pero sobretodo en
que no tenemos apenas vocabulario para describir nuestras emociones, de esta
manera es difícil tomar conciencia de cómo nos sentimos. Pues la clave están en que
reconocer un sentimiento me permite entender sobre qué necesidades tengo. Si, los
sentimientos están ahí para informarnos acerca de nuestras propias necesidades.
Así pues si me siento enfadado seguramente sea porque tengo una necesidad no
satisfecha, en cuanto la identifique podré buscar soluciones para satisfacerla en lugar
de echarle la culpa a otro, por ejemplo, y contribuir a la violencia.
Las necesidades
Si estamos separados de nuestros sentimientos, mucho más lo estamos de nuestras
necesidades, y esto tiene un alto precio que podemos pagar o bien nosotros mismos o
bien los otros. Unas de las consecuencias más frecuentes son:
Nos cuesta tomar decisiones que nos comprometan personalmente, acabamos haciendo cosas que no
queremos.
Dependemos de la mirada ajena. “¿Y tú qué opinas?” o “¿Qué van a pensar de mi?”. Dependemos
del reconocimiento ajeno y somos como una veleta que hace lo mismo que la gente que le rodea.
Debido a que hemos aprendido a satisfacer las necesidades de otros antes que las nuestras, podemos
llegar a un momento de colapso en el que acabemos violentando a los demás, juzgando, criticando o
reprochando.
Hasta tal punto podemos haber estado sometidos a las necesidades de otros que podemos
llegar imponer a otros (con los que si nos atrevemos) lo que queremos de modo autoritario e
inapelable: “Debes ir porque lo digo yo”.
Podemos también llegar a estar tan agotados de intentar hacer valer nuestras necesidades
que podemos llegar a la rendición y encerrarnos en nosotros mismos.
Por tanto, es importante comprender qué es lo que nos pasa por dentro y cuáles son
nuestras necesidades, ya que desde esa comprensión podremos encontrar una
solución para satisfacerla, o bien nosotros mismos, o bien con ayuda del otro,
expresándola de modo claro y acompañándola de una petición o demanda. Sólo así, el
otro sabrá cómo ayudarnos y estará más predispuesto a escucharnos.
La demanda
Al formular una demanda concreta, salimos de la expectativa, de ese desespero
porque el otro nos comprenda y satisfaga, pues si el otro no entiende qué es lo que
nos pasa o cómo puede ayudarnos lo más usual es que huya o simplemente no nos
ayude como esperamos. Esto quiere decir, que somos nosotros los que debemos
hacernos cargo de nuestra necesidad y por tanto de su satisfacción, sin embargo
solemos confundir necesidad con demanda.
Por ejemplo, una pareja se reúne tras el trabajo en casa. El marido le dice a la mujer
que necesita salir a cenar para despejarse, pero la mujer le indica que tiene la
necesidad de quedarse en casa y ver una peli. Esto deriva en una fuerte discusión. Tras
consultar con Thomas (el autor), este le pregunta al marido qué necesidad real había
detrás de la demanda de salir a cenar, este le contesta que relajarse (no tener que
fregar luego) y pasar un tiempo con su mujer (pues en toda la semana no habían
tenido momentos para ellos). A su vez la mujer, explicó que su necesidad real era
también la de descansar y tener un momento íntimo con su marido, de ahí la idea de
la cena.
De este ejemplo podemos entrever que en realidad ambos tenían la misma necesidad:
descansar e intimar, sin embargo, pero lo que hicieron fue tomar su demanda por una
necesidad fundamental. Demandas que ambos rechazaron sin concesión. La solución
fue que entiendo claramente la necesidad real del uno y del otro, formular una
demanda negociable para llegar a un acuerdo que satisficiera esa necesidad.
Muchos de nosotros pensamos que obrar bien o ayudar a los demás es incompatible
con ocuparse de uno mismo, esta forma de pensamiento dual nos lleva en algunos
casos al agotamiento y con el tiempo a la pérdida de disponibilidad, humor, etc., hasta
tal punto que por ejemplo en el caso de los médicos o docentes pueden aparecer
negligencias en cuanto a la atención humana. En estos casos, puede ser que
consigamos “obviar u ocultar” las necesidades propias, pero estas no pueden ser
eliminadas, están siempre ahí esperando a ser satisfechas y no prestarles atención
conlleva una elevada dosis de violencia hacia nosotros mismos.
Por ello, es importante formular demandas claras y precisas que permitan concretar
nuestras necesidades teniendo en cuenta que: si bien nosotros somos los últimos
responsables de satisfacer nuestras necesidades, lo mismo ocurre con la gente a la
que prestamos ayuda. Tener esto claro, puede ayudarnos a no caer en el agotamiento
por complacer a los demás.
lo que me indica una necesidad: necesito saber si hay algo que no va bien, necesito comprender y
quizás ayudar
por tanto mi demanda, será ir a verificar cómo se siente y si puedo hacer algo para aliviarle.
Así, en lugar de decirle “estoy harto de que me pongas mala cara” e iniciar un acto de
violencia hacia él; puedo usar mi inteligencia emocional y decirle: “Al ver que has salido
de la habitación en mitad de la comida sin hablar (observación), me siento preocupado
(sentimiento) y querría saber si algo te preocupa y si puedo ayudarte (necesidad +
demanda).
La mayoría de la veces cuando queremos indicar cómo nos sentimos utilizamos términos que no se
correponden con un sentimiento, sino más bien con una interpretación de la realidad, por ejemplo:
“siento que todo está perdido…” o “me siento traicionado, abandonado, manipulado, rechazado…”.
Lo que hacemos aquí es atribuir a otros la responsabilidad de lo que vivimos, nos des-
responsabilizamos (tú eres un traidor, eres un manipulador, etc). Por tanto, es importante aprender a
diferenciar los sentimientos auténticos “me siento triste, preocupado, decepcionado, etc” de los
sentimientos que conllevan una interpretación y/o juicio. Así conseguiremos no sólo más
conocimiento y seguridad en nosotros mismos, sino también depurar nuestro lenguaje y conciencia
de lo que genera oposición, división y separación de los demás. Trabajemos pues nuestro lenguaje y
responsabilidad.
¿Cómo seguir siento uno mismo estando con los demás? y ¿cómo estar con los demás sin dejar de
ser uno mismo? Aunque por lo general esto suele resolverse con la violencia: obligo al otro a hacer
lo que yo quiero o bien me obligo a mi mismo a hacer lo que quiere el otro. Existe otra alternativa:
La relación ante todo. Las cosas del día a día (intendencia, administración, gestión) vendrán
después. Muchas veces dejamos de lado al otro porque tenemos que “acabar de planchar o
lavar el coche”, es decir, no tenemos tiempo y estamos más ocupados en “hacer” que en
“ser”. Debemos saber identificar bien nuestras prioridades.
Nuestras necesidades tienen más necesidad de ser reconocidas que de ser satisfechas. No
elegir siempre satisfacer una necesidad porque existe otra más importante, no significa que
no debamos prestarle atención, el simple hecho de darle espacio y ser consciente de ella,
hace que nuestra decisiones tengan más sentido y por tanto podemos recupera el bienestar a
pesar de dejar alguna necesidad insatisfecha.
Concreta: es la demanda la que da su “posibilidad” a la necesidad de ser satisfecha, evitando así que
se quede en el limbo del olvido o la incomprensión.
Realista: buscar, en principio la cosa más mínima que se pueda hacer, y a continuación vendrá el
resto. A veces, si nos hacemos o solicitamos a otros una demanda demasiado grande, puede que
huyamos de ella porque a priori nos resultará demasiado dura o difícil.
Positiva: evitar construir frase que separen, comparen, violenten, juzguen al otro. Por ejemplo en
lugar de decir ” Estoy trabajando, ¿puedes hacer el favor de bajar la música?”, podríamos decir
“Necesito tranquilidad para trabajar una hora más. ¿Estarías de acuerdo en dejar de escuchar música
una hora o en seguir escuchándola en otra habitación?”. El lector puede intentar adivinar cómo se
sentiría en cada una de las situaciones y elegir en consecuencia qué tipo de lenguaje es más
favorecedor para llegar a un entendimiento con el otro.
Negociable: de no ser así, todo lo anterior no serviría de nada, pues violentaríamos al otro
con nuestra exigencia. Es el carácter negociable de la demanda lo que crea el espacio del
encuentro.
Si no formulamos una demanda, es como si no nos concediéramos derecho a existir.
Nos quedamos en una necesidad virtual y no ocupamos nuestro verdadero lugar en la
relación. Por otro lado si no formulamos más que órdenes y exigencias es como si el
otro no tuviese derecho a existir.
Practicando este tipo de demanda sabemos que vamos a intentar buscar juntos una
solución que satisfaga a las dos partes, o aceptar al menos que estamos en
desacuerdo sin renunciar ninguno de los dos a si mismo.
Thomas nos propone seguir 4 etapas para practicar la escucha con empatía:
No hacer nada. Escuchar a otro sin hacer nada supone haber integrado profundamente la confianza
de que todo ser tiene en sí todos los recursos necesarios para la curación o la plenitud. Los recursos
están ahí, lo que falta es su visibilidad. Actuar así, sin hacer nada, sólo escuchando, demanda mucha
seguridad interior.
Prestar atención a los sentimientos y las necesidades del otro. No se trata de hacerse cargo del otro,
sino de aportarle nuestra presencia, es decir, de ponerse en su lugar preguntándome qué sentirá en
estos momentos o qué necesidades tendría yo si me sintiera así.
Reflejar los sentimientos y las necesidades del otro. No necesito estar de acuerdo con lo que dice el
otro, el hecho de parafrasear o repetir lo que me ha dicho para comprobar si lo he entendido no
significa que esté de acuerdo, pero si que le entiendo y que empatizo con él a través de mi presencia.
Constatar un relajamiento de la tensión, una distensión física en el otro, que suele manifestarse con
un suspiro. El lenguaje corporal puede indicarnos si la otra persona se siente comprendida o si está
preparada para escucharnos.
El Encuentro
Como hemos visto, cuando funcionamos separados de nuestros sentimientos y
necesidades, nuestra comunicación y relaciones se ven perjudicadas. En el momento
en el que funcionamos sólo en el plano mental nuestras conversaciones pueden
encontrarse vacías de significado, intercambiamos informaciones pobres como
“pásame la sal” “ven a recogerme a la estación” “no te olvides de sacar la basura”. En
caso de conflicto argumentamos “Quién tiene razón o quién está equivocado”. Esto
nos lleva a que muchas veces no nos entendemos en la relación, parece que hablemos
otro idioma y acabamos por enfrentarnos y utilizar palabras cortantes.
Por otro lado, el hecho de juzgar a otros y de que otros nos juzguen nos puede llevar a
dificultar aún más la relación con nosotros mismo y los demás, pues tenderemos a
mostrar una fachada intermedia entre lo que realmente somos y lo que se espera de
nosotros o lo que está socialmente aceptado. ¿Cómo vamos a entendernos si nos
convertimos o convertimos al otro en una fachada?
Lo que nos propone Thomas es conectarnos con nosotros mismos, siendo honestos
en cuanto a qué sentimos y qué necesitamos y desde ahí conectarnos con el otro
entendiendo qué siente y qué necesita, hasta el momento en que lleguemos a un
acuerdo, o aceptemos que estamos en desacuerdo.
No hemos aprendido a ser amados tal como somos, sino tal como los demás querrían
que fuéramos. Esto tiene una doble vertiente y es que también esperamos que los
otros correspondan a nuestras expectativas. Así, no aprendemos a amar a los demás
tal y como son, sino como querríamos que fuesen, esto es el amor condicionado.
El amor incondicional o “el encuentro”, tiene lugar entre dos seres, no entre dos roles.
Siempre dejando espacio para que la otra persona y nosotros mismos podamos
disfrutar del crecimiento y la evolución personal.
Sin embargo, por lo general vivimos la diferencia como una amenaza, si el otro es
distinto a mi, puede que yo tenga que cambiar, adaptarme, ser lo que espera de mi. El
miedo, es el sentimiento más habitual que sentimos con esta forma de pensar, si
hemos aprendido a hacer para complacer al otro, nunca estamos totalmente seguros
de hacer “lo debido”. Vivimos con el medio a la desaprobación, a la crítica o a la
indiferencia. Tenemos miedo de ocupar nuestro sitio, de existir verdaderamente, de
afirmar nuestra identidad, porque no estamos seguros de merecer ser amados tal
como somos. Así el otro se convierte en el “enemigo o juez” que no nos permite ser
nosotros mismos, cuando en realidad esa responsabilidad o decisión es sólo nuestra.
Si llevamos una máscara y el otro también, eso no es una relación sino un baile de
disfraces, según Thomas. No nos une sino que nos aísla. Las relaciones se vuelven
asépticas y tendemos incluso a ¡mentir para ser amable! Esto no ayuda a nuestra
confianza y tampoco a la confianza del otro en nosotros, pues ¿cómo me hace sentir
que cada vez que alguien me dice si, en realidad por dentro está diciendo no? Tener
que imaginar constantemente cuáles podrían ser la verdaderas razones del otro es
agotador y puede volverse contra él.
Es muy probablemente el miedo a los conflictos lo que nos lleva a decir “si” cuando en
realidad querríamos decir “no” ante la petición de cualquier persona. Otra vez, el
miedo. “¿Puedo seguir siendo amado si entro en conflicto?” ”¿Sigo siendo amable si no
estoy de acuerdo?” Sin embargo, de no empezar a apreciarnos a nosotros mismos lo
suficiente como para ser auténticos, corremos el riesgo de pasarnos la vida buscando
desesperadamente una apreciación desmesurada por parte de los demás.
Método
Aprender a comunicarse según la metodología de la “Comunicación No Violenta” exige
entrenamiento y mucha repetición. Thomas nos propone 3 minutos, 3 veces al día.
Tres minutos de escucha de uno mismo, sin juicios, ni reproches, ni proyectos, ni
preocupaciones. Tres minutos para hacer balance del estado interior y sentir que
estamos ahí, presentes, al menos tres veces al día. Cuanto más familiarizado esté uno
con sus emociones y necesidades, cuanto mejor podrá comprender las necesidades y
emociones del otro.
Aplicando los consejos prácticos y muy claros que el autor nos ofrece, conseguirás
volver a conectarte contigo mismo y dejar atrás ese hábito de poner a los demás
siempre por delante de ti. Descubrirás cómo mantener relaciones equilibradas sin
renunciar a ti mismo, ni tampoco a tus prioridades.
Considero que la Comunicación No Violenta es un tema indispensable para cualquier
persona interesada en el Crecimiento Personal, recomiendo encarecidamente a los
interesados en este tema que busquen información al respecto porque puede
ayudarnos mucho tanto en nuestra vida personal como a nivel profesional en nuestras
relaciones con los demás.
Puntos Fuertes
Al final del libro hay una lista de sentimientos y otra de necesidades, que puede ayudarnos a
iniciarnos en la práctica de la Comunicación No Violenta.
Muchos ejemplos, muy ilustrativos, salidos de los cursos de formación y terapias de Thomas, así
como de su propia experiencia personal.
Si este es el primer libro de desarrollo personal que lees, seguramente te cambiará la vida. Sino,
estoy segura de que te ayudará a revisar conceptos que te vendrá muy bien para el futuro.
Puntos Débiles
El libro tiene más de 10 años y puede ser que algunos conceptos, sean ya conocidos por el lector
veterano en estos temas.