Relato Erotico

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Mi primera vez - El profesor de Historia

Mensaje por _ascendenteescorpio » Mié, 16 Nov 2022, 11:31

Nota del autor: Todo lo que subo lleva una continuidad cronológica vital, no obstante, cada
testimonio funciona en sí mismo de forma autoconclusiva, de manera que solo es necesario
leerlo por capítulos si se quiere una experiencia más completa. Este es el testimonio
número 1.

MI PRIMERA VEZ - EL PROFESOR DE HISTORIA

Él siempre me ignoraba. Recuerdo con frustración el levantar la mano, ansioso de dar la


respuesta correcta, mientras él miraba a un lado y a otro de la clase, buscando entre mis
compañeros algo que sabía de sobra que no iba a encontrar. Y es que en aquella clase había
gente inteligente, sí, chavales capaces de memorizar la tabla periódica, resolver con
exactitud las más complicadas ecuaciones o teorizar con éxito sobre genética. Pero a nadie
le interesaba lo más mínimo su asignatura, a nadie le interesaba la Historia más que como
un escalón obligatorio que había que pasar con éxito para poder cursar cuanto antes sus
medicinas, sus ingenierías, sus grados de administración y dirección de empresas.

Pero para mí, la Historia era algo mucho más importante. Era una puerta hacia el pasado
que se nos permitía cruzar de vez en cuando para explicarnos mejor a nosotros mismos. Y
yo, que con 16 años no buscaba sino encontrarme a mí mismo, veía en él y en lo que
enseñaba una forma de llegar a las respuestas que me inquietaban acerca de la humanidad.
Y leía y leía sobre Napoleón, sobre la Revolución rusa, sobre la España del 98 y el mundo
que quedó después del Holocausto. Y tenía las repuestas a sus preguntas sin necesidad de
haberlas estudiado… pero, por mucho que me empeñara, él había decidido no hacerme
ningún caso y volcarse en los profanos de mis compañeros.

No es que fuera un cerebrito, ¿eh? Era un desastre total para aquellas cosas que el mundo
considera prácticas. Pero la historia, la literatura, la filosofía o el latín y el griego sí
conseguían despertar en mí un interés como para acudir al instituto cada mañana. La
Historia, es verdad, primaba por encima de todas ellas, y creo que algo tenía que ver él con
todo eso. A pesar de que nadie le escuchaba, hablaba con pasión de aquellos hechos que
cambiaron el mundo. Y yo no podía parar de escucharle embobado, fijándome cada vez
más en su aura de pensador, de jefe, de maestro…

Tenía unos 60 años, pero no aparentaba mucho más de 50. A pesar de que trabajaba en un
instituto público, llevaba siempre trajes, que encajaban a la perfección con su casi 1,90 de
estatura. Era elegante, masculino y sus ojos, pequeños y cansados, dejaban traslucir una
experiencia vital que oscilaba entre lo triste y lo profundo. Sonreía cuando hablaba de
revoluciones, y se cabreaba cuando recordaba que en España teníamos monarquía. Eso sí,
era taurino y creyente (de misa cada domingo), y nos llamaba ―ateos y animalistas de
mierda‖. Se consideraba ―rojo‖ y jugaba al golf, y nos contaba su vida entre lección y
lección porque a su mujer la tenía ya frita. Todos lo consideraban simpático y atento. Pero a
mí, el que siempre sabía las respuestas, el único que de verdad podría haber hablado con él
de esa Celestina que tanto le gustaba, o apoyarle en que los jacobinos no eran tan mala
gente, a mí… me ignoraba completamente.

Más de una vez traté de acercarme a él de la manera en la que fuera. Me inventaba dudas
cuya respuesta ya sabía e interceptaba su paso a la salida de la clase. Solo quería estar dos
minutos a solas con él, demostrarle que yo era diferente, que había una persona en su clase
amante, como él, de las humanidades. Pero no colaba. Si le preguntaba dudas, me las
despachaba rápido y salía. Sacaba sobresaliente en todos los exámenes, ¿qué dudas más
podía tener? Y ahí me quedaba yo, solo y con cara de imbécil, viendo cómo se alejaba una
vez más con sus libros bajo el brazo.

A estas alturas debéis de pensar que soy un acosador de campeonato, pero os juro que no
buscaba de él más que un poco de aprobación. Entonces era un chaval flacucho y taciturno,
guapete pero aún sin hacer del todo, y aunque tenía mi grupo de amigos, no era la persona
más popular de mi instituto. Solo quería una figura de autoridad a la que parecerme y él me
resultaba muy atractivo en ese sentido. Bueno, y también en otros, porque para mi
desgracia, había empezado a imaginarme algunas cosas acerca de mi profesor que estaban
bien lejos de las fantasías de mis compañeros con respecto a las chicas de mi clase….

Me estaba volviendo loco, así que tenía que tomar una decisión. Tenía que encontrar la
manera de ganarme el respeto de mi profesor y acabar con ese nosequé que me revolvía las
entrañas cada vez que le veía y que era un revoltijo incomprensible de ansiedad, frustración
y deseo.

Así que suspendí un examen. A propósito, claro. Me inventé hechos históricos aleatorios,
coloqué ciudades inventadas en el mapa y comenté el texto que nos propuso como si fuera
una foto del Tuenti. Era la primera vez en mi vida que hacía alarde de tanta imaginación…
y aunque no os lo creáis, conseguí mi objetivo.
Al darme el examen, el profesor arqueó una de sus pobladas cejas y me pidió que fuera a
verle al departamento de sociales esa tarde.

-Si te crees que puedes vacilarme, te equivocas.

La clase se inundó de un silencio sepulcral... pocas veces en mi vida me he sentido tan


incómodo. Incluso me arrepentí de lo que había hecho. Pero ya no había vuelta atrás. Así
que bajé la cabeza, asentí y guardé mi primera obra de ficción debajo del pupitre.
A los profesores que eran jefes de departamento les tocaba guardia por la tarde en el
departamento una vez por semana para resolver todos los problemas derivados de esa
asignatura. No había por las tardes mucha más gente en el instituto, a excepción de las
señoras de la limpieza, algún bedel, o gente que iba a algunas actividades extraescolares
como teatro (de lo que también os tendré que hablar otro día, dado que estaba apuntado a
ese grupo y algo ocurrió una vez en el backstage…).

Yo apenas había podido comer debido a los nervios. No había imaginado que podía caerme
una reprimenda sino una leve atención por su parte, una excusa para repasar conceptos.
Ahora tendría que explicarle por qué había hecho lo que había hecho y no encontraba las
palabras por las que empezar. Iba a ser un completo desastre.

Subí las escaleras de los despachos y toqué la puerta del departamento de sociales. Él
preguntó quién era y yo le dije mi nombre. Me pidió que pasara y yo lo hice, cerrando la
puerta tras de mí. El despacho estaba lleno de libros y mapas políticos y físicos de España,
de Europa, del Mundo. Deseé poder teletransportarme a cualquiera de esos lugares,
mientras me acercaba a la mesa donde él ordenaba unos papeles.

Estaba con su traje entero, y una camisa levemente sudada. Debía llevar un tiempo
trabajando. Me pidió con un gesto que me sentara, sin levantar la vista de sus papeles.
Estuvo un rato corrigiendo algunos puntos hasta que, por fin, se dignó a levantar la vista y
clavarme una mirada desafiante:

-Vas a explicarme ahora, por favor, qué razones te he dado para que pienses que soy
gilipollas.

Siempre hablaba así. Mezclaba la mayor cortesía con los tacos más directos.

-Yo… es que….

No me salían las palabras. Normal, ¿qué iba a decirle? ―¿es que quería que me hiciera caso,
profe?

-Es que, ¿qué? Has dicho que las causas de la Segunda Guerra Mundial empiezan en el
Peloponeso.

-Bueno, es que… yo había leído…

-¿Me dices la verdad? – me interrumpió, tajante.


Respiré y me armé de valor. Lo mejor era ser sinceros y punto.

-Verás, es que llevo mucho tiempo leyendo, informándome… me encanta la historia y creo
que es lo que voy a estudiar…

Arqueó las cejas, sorprendido.

-… y me daba mucha rabia que me ignorases en clase. Me estoy esforzando bastante para
aprender lo máximo posible de ti, y tú me ignoras hasta cuando levanto la mano. Supongo
que quería revelarme y este examen ha sido mi revolución.

Se quedó en silencio, con la mirada fija en mí, por primera vez desde que le conocía.

-¿Y creías que suspender mi examen era la mejor forma de llamar mi atención?

Asentí ligeramente. Entonces, y para mi sorpresa, él empezó a reír.

-Vaya, y yo que pensaba que eras solo un pelota… y resulta que tienes los cojones del
tamaño de Espartero.

La risa se me contagió y entonces él se levantó.

-¿Quieres estudiar historia de verdad?

-Sí, me encantaría.

El profesor se dirigió hacia la estantería y empezó a rebuscar entre los libros, muy activo,
de pronto.

-Entonces tienes que leer eso lo primero. Es un tratado sobre el por qué de la historia que
creo que puede ayudarte.

Me levanté, emocionado, y fui hacia la estantería. Me enseñó el libro y, mientras yo lo


ojeaba, se puso a buscar otros. Pero entonces su paquete rozó contra mi culo, muy
levemente pero lo suficiente como para activar algo dentro de mí. Un impulso eléctrico que
recorrió mis genitales y me hizo palidecer. Él, lejos de apartarse, se apretó más contra mí,
haciendo como que buscaba el libro. Y yo, sin saber muy bien por qué, también me apreté
contra él. Tenía algo duro latiendo debajo de él, y yo, virgen completamente, empecé a
notar cómo la adrenalina bañaba todo mi cuerpo.

Me volví hacia él, esperando verle sonriente, bromeando, pero tenía el rostro muy serio.
-Sal, por favor.

Yo me quedé planchado. Pero si él había empezado…

-Pero…

-No me hagas repetírtelo. Esto no está bien.

Me dirigí hacia la salida, acompañado por él. No pude evitar fijarme en su paquete, un
bulto erecto debajo del traje. Él me observó y trató de taparse. Fue hacia la puerta y, cuando
estaba apunto de abrirla, yo, no sé por qué, le toqué directamente el paquete. El primero de
mi vida. Estaba duro y blando a la vez. Caliente, debajo del traje y del calzoncillo. Él puso
los ojos en blanco y, de pronto, me besó.

Sé que debería sentirme terriblemente mal porque mi primer beso con 16 años me lo diera
un profesor de 60. Pero, chico, fue uno de los mejores besos que me han dado nunca y al fin
y al cabo, él me había dado la opción de huir de aquello. Fue primero suave, luego más
intenso y acabó metiéndome la lengua hasta el fondo. Se apartó, con el rostro compungido:

-¿Estás bien?

Yo asentí, aunque no sé muy bien si lo estaba. Demasiadas emociones cabalgando dentro


de mí. Él fue a la puerta y la cerró con llave.

-¿Eres un tío maduro, a que sí?, ¿a que esto es una cosa que queda entre nosotros?

-Claro – respondí.

Él suspiró. Es como si de verdad hubiera estado mucho tiempo sufriendo por dar rienda
suelta a aquello y solo en aquel momento fuera capaz de gestionarlo. Luego se dirigió de
nuevo hacia mí y no estuvimos besando durante unos minutos, mientras él tocaba mi
paquete primero, y mi culo después. Yo también le tocaba a él el suyo e incluso metí la
mano por el pantalón de su traje, buscando aquello que ya había intuido antes. Y lo
encontré. Grande, gordo, húmedo… y regalándome una sensación extraña que nunca se
olvida. La de tocar un pene que no es el tuyo, y que además babeaba intensamente por lo
que estaba a punto de ocurrir.

El profesor me bajó la cabeza sin dejar de tocarme el culo y yo abrí la boca mientras le
bajaba los pantalones. Me encontré con su polla completamente erecta y enmarcada en un
vello púbico abundante y canoso. Un fuerte olor a precum, orín y sudor me inundó cuando
me la metí en la boca. Era la primera mamada de mi vida, y no creo que se me diera tan
mal, porque él no paraba de suspirar mientras mi lengua adolescente bajaba y subía por su
glande.

De pronto, me levantó y me bajó enteramente los pantalones. Yo hice lo mismo con los
suyos, y luego su corbata, su camisa, sus zapatos… Él me puso los pies en la cara, nada
más despojarse de sus calcetines.

-Chupa ahí, venga…

Empecé a comerle los pies y él se volvió loco. Olían zapato, a calcetín sudado, pero me
encantaban. Eran pies grandes, de hombre alto, con los dedos fuertes y la planta dura.
Mientras, él se fue quitando lo que le quedaba hasta dejar al descubierto un pecho ya
mayor, pero plagado de vello, tripita y un collar dorado con una cruz cristiana.

-¿Quieres que te folle? ¿O no crees que…?

-Fóllame, sí…

Yo ya estaba en las puertas del Paraíso y no iba a conformarme con las vistas.
Instintivamente, como había visto hacer en algún que otro vídeo porno de internet, me tiré
sobre la mesa, con el culo en pompa. Él soltó un suspiro y, con mucho cuidado, bajó hacia
mi culo y empezó a chuparlo, mientras metía un dedo, y luego otro, para irlo abriendo. A
mí me dolía, pero aguantaba.

-Si te duele me dices, ¿eh, peque?

Eso de ―peque‖ me puso a cien. Él se dio cuenta, me escupió en el culo y se colocó con su
polla delante de mi culo, restregándose.

-Voy a entrar, peque.

Entró poco a poco, abriéndose paso dentro de mí. A mí de dolía y excitaba a partes iguales
hasta que descubrí, al notar con mi culo su abundante vello púbico, que había llegado al
final. Estábamos unidos. Fusionados.

-Qué gusto, joder…

Empezó a moverse rítmicamente, disfrutando de mí. Yo me masturbaba mientras para


dilatar mejor, a la vez que él bufaba de puro placer. Solté algún gemido, pero él enseguida
me tapó la boca con su mano. Fuerte, grande. En el dedo, llevaba su anillo de casado.
-Calladito, Peque- susurró- no nos pueden pillar.

Y así, con la mano delante de mi boca, empezó a moverse más fuerte. A mí me dolía y traté
de hacérselo entender, pero él estaba demasiado enfocado en taladrarme el culo.

-Shh… tranquilo, disfruta, shhh…

Continuó penetrándome, cada vez más fuerte. Yo me masturbaba a la par, pero sentía que
no podía más. Él empujaba cada vez más y más hasta que, de pronto, me susurró a la oreja:

-Peque, me voy a correr. Dentro de ti, ¿vale? Te voy a llenar de leche.

-¡Sí! – grité yo -¡córrete, venga!

Entonces me empecé a masturbar más fuerte, mientras notaba que él aumentaba aún más el
ritmo. De pronto, soltó un grito y me sentí inundar con la semilla de mi maestro. Poco
después, me corrí yo, sobre su escritorio y como nunca antes lo había hecho,
completamente estimulado a nivel prostático y mental.

Él se quedó dentro de mí, jadeando, durante un rato. Luego salió y noté su semen resbalarse
por mis piernas y mis muslos. Levanté la vista y le encontré apesumbrado, incómodo,
vistiéndose a toda prisa. Nunca le había visto tan inseguro ni tan adorable.

-Venga, vístete, no vayan a habernos oído.

Yo me acerqué a él y le di un pico. Él me correspondió.

-Tranquilo, ¿vale? – le dije – Todo está bien.

-¿Seguro? – En sus ojos había preocupación, arrepentimiento y súplica.

-Claro -respondí – Esto es algo que queríamos los dos y que nadie más tiene por qué saber.

Era mi primera vez y ahí estaba consolando a mi profesor de 60 que acababa de correrse
dentro de mí. Os estaréis preguntando qué tipo de tío soy como para verme envuelto en este
tipo de situaciones, pero ya os adelanto que nunca (ni siquiera de adolescente) he sido un
tío normal.

-Y podemos hacerlo más veces… -comenté.


Él sonrió, y entonces fue él quien me dio el pico.

-Sí que eres un tío maduro. Puedo fiarme de ti.

Yo entonces terminé de vestirme, con su leche aún dentro de mí. Me despedí, un tanto
incómodo, y entonces él se acercó a mí con el libro.

-No te olvides de esto.

-Muchas gracias...

Salí por la puerta y escuché su voz, por detrás, anudándose la corbata.

-Y la próxima vez, ven a verme a mi despacho. Si crees que te ignoro es porque llevo
fijándome en ti desde el primer día.

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