Quevedo. Buscon Oro Digital
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Los personajes
El estilo
Como en el resto de su obra el ingenio define el estilo quevedia-
no, y más precisamente, en el caso del Buscón, el ingenio burlesco,
extendido en una prodigiosa floración de juegos mentales y verbales.
Las caricaturas de Cabra o de la Guía, las descripciones grotescas del
banquete o la fiesta del rey de gallos se construyen a base de las técni-
cas conceptistas de la agudeza. Destaca la función de la metáfora y la
comparación (agudezas de semejanza) que implican asociaciones sor-
prendentes y animalizaciones o cosificaciones extravagantes e
hiperbólicas en la línea grotesca ya señalada. Nótense en la caricatura
de Cabra las comparaciones o metáforas que asimilan al clérigo (o a
partes de su anatomía) a una cerbatana, avestruz, manojo de sarmien-
tos, tenedor, etc. Otros personajes se comparan con mastines (III, 4),
leones de armas rampantes (III, 4), con pasas y franjas viejas (II, 3),
con culebras (II, 3), lechuzas (III, 1), etc. Abundan las dilogías y, algo
menos, las antanaclasis: la madre del pícaro «no es cristiana vieja»,
aunque está llena de canas y rota (lo cual corresponde a una vieja, I,
1); el padre de Pablos apunta que «muchas veces me hubieran llorado
en el asno, si hubiera cantado en el potro» (I, 1), con juegos de pala-
bras alusivos al paseo en el asno de los reos sacados a la vergüenza
pública después de cantar (‘confesar sus delitos’) en la tortura del
potro (que establece con «asno» un juego de pareja antitética de ani-
males en el sentido recto), etc.
El sentido de la obra
La crítica se polariza en dos interpretaciones: quienes lo ven como
obra de arte estilística orientada a producir en el lector admiración y
placer estético, despojado de efectos didácticos o morales; y la de
quienes insisten en las dimensiones morales y religiosas, que mostrar-
ían el proceso mediante el cual un niño se convierte en un pícaro a
través de su deshonra familiar, sus complejos y frustraciones, y se
constituiría como una meditación en torno al pecado y al delito.
Otros destacan su vertiente de crítica social, en defensa de los valores
aristocráticos, la postura quevediana antisemita, etc.
Para los primeros unos la estructura del relaro es acumulativa; para
otros orgánicamente dispuesta, trabada según un plan bien diseñado.
En la crítica más reciente han surgido interpretaciones desde pre-
supuestos teóricos psicoanalíticos o antropológicos, sociológicos, de
genética textual, etc. que añaden nuevos matices y dimensiones al
libro.
Hay, pues, muchas cosas en la novela. El problema de la interpre-
tación unívoca del Buscón me parece de difícil solución: en realidad
el Buscón, como la mayoría de las obras literarias, admite un asedio
múltiple como documento (fuente que refleja determinadas condi-
ciones sociales, culturales, históricas) y como monumento (obra de
arte en sí misma que puede integrar numerosos aspectos a su vez
observables desde perspectivas múltiples). Defender una dimensión
única será siempre discutible: para quien desee estudiar, por ejemplo,
las relaciones sociales que se traslucen en el Buscón, serán perceptibles,
sin duda, en un primer plano, los ataques a los fraudes del linaje y de
la clase, la crudeza y crueldad que definen los enfrentamientos de
amos y criados, o de los cristianos nuevos y viejos (o cristianos nue-
vos disimulados), la corrupción del sistema de la justicia, la denuncia
de las falsas apariencias, del poder del dinero, etc. Para quien se acer-
que a la obra como lector de literatura (de primordial dimensión
estética) sin duda brillará en primer lugar la portentosa exhibición
verbal como obra de arte del lenguaje.
CAPÍTULO PRIMERO
1 Se supone que el narrador envía este relato a un destinatario, en este caso una
«señora». Parece seguir la tradición del Lazarillo. La base de esta edición es el manus-
crito Bueno.
2 correrse: avergonzarse.
3 tundidor: el que iguala con las tijeras el pelo de los paños.
4 buena cepa: juega con el sentido de linaje o familia, y alude a la afición al vino
luntades.
13 hombre: impersonal, uno.
14 le sacaron por las calles: lo llevaron por las calles, montado en un asno, mientras
el verdugo lo azotaba. Era el castigo habitual para los delincuentes. Todo lo que
sigue se refiere a esto (señores significa jueces; a la brida es con estribos largos, un
modo de cabalgar; de medio arriba se refiere a las espaldas donde recibe los azotes; el
verdugo es pintor de suela porque pinta cardenales con el cuero del látigo; docientos: le
han castigado a doscientos azotes).
15 ropilla: especie de chaleco.
16 lo colorado: chiste; marcas de los azotes.
17 hechizaba: juego de palabras alusivo a la hechicería.
-En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles: unos amanecidos
y otros puestos18, y los más en un día mismo amanecidos y puestos.
Hubo fama que reedificaba doncellas, resuscitaba cabellos encu-
briendo canas, empreñaba piernas con pantorrillas postizas. Y con no
tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las calvas se la cubría, por-
que hacía cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin vivía de
adornar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban
zurcidora de gustos; otros, algebrista19 de voluntades desconcertadas;
otros, juntona; cuál la llamaba enflautadora de miembros y cuál teje-
dora de carnes, y, por mal nombre, alcagüeta. Para unos era tercera,
primera para otros y flux20 para los dineros de todos. Ver, pues, con
la cara de risa que ella oía esto de todos era para dar mil gracias a
Dios.
Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de
imitar en el oficio, mas yo, que siempre tuve pensamientos de caba-
llero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíame mi
padre:
-Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica, sino liberal21.
Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos22:
-Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los
alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran,
otras nos azotan y otras nos cuelgan… no lo puedo decir sin lágrimas
(lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de las que le hab-
ían batanado23 las costillas)… porque no querrían que donde están
hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos
libró la buena astucia. En mi mocedad, siempre andaba por las igle-
18 virgos como soles: unos amanecidos y otros puestos: la madre de Pablos, como bue-
na alcahueta, recomponía los virgos perdidos para que las mujeres pudieran pasar por
vírgenes.
19 algebrista: el que recompone los huesos desencajados. Todas son metáforas de
tercera o alcahueta y primera en su oficio; flux era la baza ganadora con la que un
jugador se llevaba el dinero apostado.
21 Quiere decir que no es trabajo manual (de poca categoría social) sino artístico
e intelectual.
22 de manos: con las manos como si estuviera rezando.
23 batanado: golpeado, como la máquina llamada batán golpeaba los paños para
quitarles la grasa.
sias24, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llora-
do en el asno si hubiera cantado en el potro25. Nunca confesé, sino
cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedi-
güeño en caminos26, y a pique de que me esteraran el tragar27 y de
acabar todos mis negocios con diez y seis maravedís: diez de soga y
seis de cáñamo. Mas de todo me ha sacado el punto en boca, el chi-
tón y los nones. Y con esto y mi oficio he sustentado a tu madre lo
más honradamente que he podido.
-¿Cómo a mí sustentado? -dijo ella con grande cólera-. Yo os he
sustentado a vos, y sacádoos de las cárceles con industria28, y man-
tenídoos en ellas con dinero. Si no confesábades, ¿era por vuestro
ánimo o por las bebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis botes!29 Y si
no temiera que me habían de oír en la calle, yo dijera lo de cuando
entré por la chimenea y os saqué por el tejado.
Metilos en paz, diciendo que yo quería aprender virtud resuelta-
mente y ir con mis buenos pensamientos adelante, y que para esto
me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir no se podía hacer
nada. Parecioles bien lo que decía, aunque lo gruñeron un rato entre
los dos. Mi madre se entró adentro, y mi padre fue a rapar a uno (así
lo dijo él) no sé si la barba o la bolsa: lo más ordinario era uno y otro.
Yo me quedé solo, dando gracias a Dios porque me hizo hijo de
padres tan celosos de mi bien.
raciones. Alude también en navaja y ventosa al arte del robo, que corta y chupa los
dineros.
34 Se decía que las brujas chupaban la sangre de los niños.
35 gato: en lenguaje de germanía significa ladrón. Siguen los juegos con zape y
ponían un gorro (la coroza) parecido a la mitra de un obispo. El público solía tirar
hortalizas a las alcahuetas.
Al fin, con todo cuanto andaban royéndome los zancajos37, nunca
me faltaron, gloria a Dios. Y aunque yo me corría, disimulaba. Todo
lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces
hijo de una puta y hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro (que
aun si lo dijera turbio no me diera por entendido), agarré una piedra
y descalabrele. Fuime a mi madre corriendo que me escondiese; con-
tela el caso; díjome:
-Muy bien hiciste: bien muestras quién eres; sólo anduviste errado
en no preguntarle quién se lo dijo.
Cuando yo oí esto, como siempre tuve altos pensamientos, vol-
vime a ella y roguela me declarase si le podía desmentir con verdad u
que me dijese si me había concebido a escote entre muchos u si era
hijo de mi padre. Riose y dijo:
-¡Ah, noramaza!, ¿eso sabes decir? No serás bobo: gracia tienes.
Muy bien hiciste en quebrarle la cabeza, que esas cosas, aunque sean
verdad, no se han de decir.
Yo con esto quedé como muerto, y dime por novillo de legítimo
matrimonio, determinado de coger lo que pudiese en breves días y
salirme de en casa de mi padre: tanto pudo conmigo la vergüenza.
Disimulé; fue mi padre, curó al muchacho, apaciguolo y volviome a
la escuela, adonde el maestro me recibió con ira, hasta que oyendo la
causa de la riña se le aplacó el enojo, considerando la razón que había
tenido.
En todo esto siempre me visitaba aquel hijo de don Alonso de
Zúñiga, que se llamaba don Diego, porque me quería bien natural-
mente, que yo trocaba con él los peones38 si eran mejores los míos,
dábale de lo que almorzaba y no le pedía de lo que él comía, com-
prábale estampas, enseñábale a luchar, jugaba con él al toro y entre-
teníale siempre. Así que, los más días, sus padres del caballerito, vien-
do cuánto le regocijaba mi compañía, rogaban a los míos que me
dejasen con él a comer y cenar, y aun a dormir los más días. Sucedió,
pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que vi-
niendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguire, el
cual tenía fama de confeso39, que el don Dieguito me dijo:
-Hola, llámale Poncio Pilato y echa a correr.
37 royéndome los zancajos: ‘murmurando de mí’.
38 peones: peonzas.
39 confeso: judío convertido, cristiano nuevo. Aunque Pilatos no era judío, su
otro color. Juega con el sentido de rodar del caballo abajo, por los malos movimien-
tos del animal.
todo. La edad no hay que tratar: biznietos tenía en tahonas45. De su
raza no sé más de que sospecho era de judío, según era medroso y
desdichado46. Iban tras mí los demás niños todos aderezados. Pasamos
por la plaza (aun de acordarme tengo miedo), y llegando cerca de las
mesas de las verduleras (Dios nos libre), agarró mi caballo un repollo
a una, y ni fue visto ni oído cuando lo despachó a las tripas, a las
cuales, como iba rodando por el gaznate, no llegó en mucho tiem-
po47. La bercera (que siempre son desvergonzadas) empezó a dar
voces; llegáronse otras y, con ellas, pícaros, y alzando zanorias garro-
fales, nabos frisones48, tronchos y otras legumbres, empiezan a dar tras
el pobre rey. Yo, viendo que era batalla nabal49 y que no se había de
hacer a caballo, comencé a apearme; mas tal golpe me le dieron al
caballo en la cara, que yendo a empinarse cayó conmigo en una (ha-
blando con perdón) privada50. Púseme cual vuestra merced puede
imaginar. Ya mis muchachos se habían armado de piedras y daban
tras las revendederas, y descalabraron dos.
Yo, a todo esto, después que caí en la privada, era la persona más
necesaria51 de la riña. Vino la justicia, comenzó a hacer información,
prendió a berceras y muchachos, mirando a todos qué armas tenían y
quitándoselas, porque habían sacado algunos dagas de las que traían
por gala, y otros espadas pequeñas. Llegó a mí, y viendo que no tenía
ningunas, porque me las habían quitado y metídolas en una casa a
secar con la capa y sombrero, pidiome, como digo, las armas, al cual
respondí, todo sucio, que si no eran ofensivas contra las narices que
yo no tenía otras. Quiero confesar a vuestra merced que cuando me
empezaron a tirar los tronchos, nabos, etcétera, que, como yo llevaba
plumas en el sombrero, entendiendo que me habían tenido por mi
madre y que la tiraban, como habían hecho otras veces, como necio
45 En las tahonas o molinos trabajaban los caballos retirados de otros trabajos por
viejos y gastados. Imagínese la edad que tendrían los biznietos de esos animales.
46 Otra alusión antisemita, propia de la ideología de la época (y no solo de ella,
claro).
47 El caballo se traga con ansia el repollo, pero como tiene el cuello muy largo,
frisones eran un tipo de caballos muy corpulentos; nabo frisón es ‘de gran tamaño’.
49 nabal: juego entre nabal (de nabo) y naval (de nave, por lo cual no hay que
ca chata; Francia alude al mal francés o sífilis, que producía unas llagas o bubas que
destruían la nariz. Pero la nariz de este avariento la ha dañado un resfriado, no las
bubas de la sífilis, porque esas le hubieran costado el dinero pagado a las prostitutas.
60 tablillas de San Lázaro: tablillas que utilizaban los leprosos para anunciar su pre-
62 teatino lanudo: los teatinos eran miembros de una orden religiosa; lanudo se re-
fiere a los perros. Imagen de la sotana negra y desaseo.
63 filisteo: aquí en el sentido de gigante, como el Goliat de la Biblia.
64 refitorio: comedor, que tenía la forma y tamaño de medio celemín (medida para
juego de la expresión religiosa (relativa a la excomunión de los que tratan con ex-
comulgados).
72 se repapile: se harte.
73 hacer la razón: responder a un brindis (invitación a beber) bebiendo e invitan-
do a beber. En casa de Cabra se brinda (se ofrece comida y bebida a las tripas) pero
no se hace la razón (no se permite llegar a beber o comer de verdad).
comido, digo, de proveerme74, y pregunté por las necesarias a un
antiguo, y díjome:
-Como no lo son en esta casa, no las hay. Para una vez que os
proveeréis mientras aquí estuviéredes, dondequiera podréis; que aquí
estoy dos meses ha y no he hecho tal cosa sino el día que entré, co-
mo agora vos, de lo que cené en mi casa la noche antes.
¿Como encareceré yo mi tristeza y pena? Fue tanta, que, conside-
rando lo poco que había de entrar en mi cuerpo, no osé, aunque
tenía gana, echar nada dél.
Entretuvímonos hasta la noche. Decíame don Diego que qué har-
ía él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo
querían creer. Andaban váguidos75 en aquella casa como en otras
ahítos. Llegó la hora de cenar; pasose la merienda en blanco, y la
cena, ya que no se pasó en blanco se pasó en moreno: pasas y almen-
dras y candil y dos bendiciones, porque se dijese que cenábamos con
bendición.
-Es cosa saludable -decía- cenar poco, para tener el estómago des-
ocupado.
Y citaba una arretahíla de médicos infernales. Decía alabanzas de
la dieta y que se ahorraba un hombre de sueños pesados, sabiendo
que en su casa no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron
y cenamos todos y no cenó ninguno.
Fuímonos a acostar y en toda la noche pudimos yo ni don Diego
dormir, él trazando de quejarse a su padre y pedir que le sacase de
allí, y yo aconsejándole que lo hiciese; aunque últimamente le dije:
-Señor, ¿sabéis de cierto si estamos vivos? Porque yo imagino
que, en la pendencia de las berceras, nos mataron, y que somos áni-
mas que estamos en el Purgatorio. Y así, es por demás decir que nos
saque vuestro padre, si alguno no nos reza en alguna cuenta de per-
dones76 y nos saca de penas con alguna misa en altar previlegiado77.
Entre estas pláticas y un poco que dormimos, se llegó la hora de
levantar. Dieron las seis y llamó Cabra a lición; fuimos y oímosla
todos. Mandáronme leer el primer nominativo a los otros, y era de
manera mi hambre que me dasayuné con la mitad de las razones,
comiéndomelas. Y todo esto creerá quien supiere lo que me contó el
74 proveerme: defecar.
75 váguidos: desmayos.
76 cuenta de perdones: cierta clase de cuentas del rosario.
77 altar previlegiado: el que tiene concedida indulgencia plenaria.
mozo de Cabra, diciendo que una Cuaresma topó muchos hombres,
unos metiendo los pies, otros las manos y otros todo el cuerpo, en el
portal de su casa, y esto por muy gran rato, y mucha gente que venía
a sólo aquello de fuera; y preguntando a uno un día que qué sería
(porque Cabra se enojó de que se lo preguntase) respondió que los
unos tenían sarna y los otros sabañones y que, en metiéndolos en
aquella casa, morían de hambre, de manera que no comían78 desde
allí adelante. Certificome que era verdad, y yo, que conocí la casa, lo
creo. Dígolo porque no parezca encarecimiento lo que dije. Y vol-
viendo a la lición, diola y decorámosla79. Y prosiguió siempre en
aquel modo de vivir que he contado. Solo añadió a la comida tocino
en la olla, por no sé qué que le dijeron un día de hidalguía80 allá fue-
ra. Y así, tenía una ceja de hierro toda agujerada como salvadera81,
abríala y metía un pedazo de tocino en ella, que la llenase, y tornába-
la a cerrar y metíala colgando de un cordel en la olla, para que la
diese algún zumo por los agujeros y quedase para otro día el tocino.
Pareciole después que en esto se gastaba mucho, y dio en solo asomar
el tocino a la olla. Dábase la olla por entendida del tocino y nosotros
comíamos algunas sospechas de pernil. Pasábamoslo con estas cosas
como se puede imaginar.
Don Diego y yo nos vimos tan al cabo82, que, ya que para comer,
al cabo de un mes, no hallábamos remedio, le buscamos para no le-
vantarnos de mañana; y así, trazamos de decir que teníamos algún
mal. No osamos decir calentura, porque no la teniendo era fácil de
conocer el enredo. Dolor de cabeza u muelas era poco estorbo. Di-
jimos, al fin, que nos dolían las tripas y que estábamos muy malos de
achaque de no haber hecho de nuestras personas83 en tres días, fiados
en que a trueque de no gastar dos cuartos en una melecina84, no bus-
caría el remedio. Mas ordenolo el diablo de otra suerte, porque tenía
una que había heredado de su padre, que fue boticario. Supo el mal,
la tinta.
82 al cabo: cerca de la muerte.
83 no haber hecho de nuestras personas: no haber defecado.
84 melecina: lavativa.
y tomola y aderezó una melecina, y haciendo llamar una vieja de
setenta años, tía suya, que le servía de enfermera, dijo que nos echase
sendas gaitas85. Empezaron por don Diego; el desventurado atajose86,
y la vieja, en vez de echársela dentro, disparósela por entre la camisa
y el espinazo y diole con ella en el cogote y vino a servir por defuera
de guarnición la que dentro había de ser aforro. Quedó el mozo
dando gritos; vino Cabra y, viéndolo, dijo que me echasen a mí la
otra, que luego tornarían a don Diego. Yo me resistía, pero no me
valió, porque, teniéndome Cabra y otros, me la echó la vieja, a la
cual, de retorno, di con ella en toda la cara. Enojose Cabra conmigo,
y dijo que él me echaría de su casa, que bien se echaba de ver que era
bellaquería todo. Yo rogaba a Dios que se enojase tanto que me des-
pidiese, mas no lo quiso mi ventura.
Quejábamonos nosotros a don Alonso y el Cabra le hacía creer
que lo hacíamos por no asistir al estudio. Con esto no nos valían
plegarias.
Metió en casa la vieja por ama, para que guisase de comer y sir-
viese a los pupilos, y despidió al criado porque le halló, un viernes a
la mañana, con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasamos con
la vieja Dios lo sabe. Era tan sorda que no oía nada; entendía por
señas; ciega, y tan gran rezadora que un día se le desensartó el rosario
sobre la olla y nos la trujo con el caldo más devoto que he comido.
Unos decían: -«¡Garbanzos negros! Sin duda son de Etiopia». Otro
decía: -«¡Garbanzos con luto! ¿Quién se les habrá muerto?». Mi amo
fue el primero que se encajó una cuenta y, al mascarla, se quebró un
diente. Los viernes solía inviar unos güevos con tantas barbas, a fuer-
za de pelos y canas suyas, que pudieran pretender corregimiento u
abogacía87. Pues meter el badil por el cucharón y inviar una escudilla
de caldo empedrada era ordinario. Mil veces topé yo sabandijas, palos
y estopa de la que hilaba en la olla. Y todo lo metía para que hiciese
presencia en las tripas y abultase.
Pasamos en este trabajo hasta la Cuaresma; vino, y a la entrada de-
lla estuvo malo un compañero. Cabra, por no gastar, detuvo el llamar
médico hasta que ya él pedía confisión más que otra cosa. Llamó
85 gaita: lo mismo que melecina.
86 atajarse: cortarse, desorientarse; don Diego se mueve a destiempo y no le
acierta con la gaita.
87 pretender corrigimiento u abogacía: uno de los rasgos burlescos con que se retrata-
CAPÍTULO CUARTO
92 zorras: plumeros.
93 retablos de duelos: persona llena de dolores y miserias.
94 pisto: sustancia de ave machacada, caldo que se da al enfermo que no puede
mascar.
95 almendrada: jugo de almendra.
96 alforzadas: dobladas, con pliegues y arrugas.
97 Padres del yermo: eremitas.
nero del gasto, que nos daba remitido en cédulas98 para un hombre
que se llamaba Julián Merluza. Pusimos el hato en el carro de un
Diego Monje; era una media camita, y otra de cordeles con ruedas
para meterla debajo de la otra mía y del mayordomo, que se llamaba
Baranda, cinco colchones, ocho sábanas, ocho almohadas, cuatro
tapices, un cofre con ropa blanca, y las demás zarandajas de casa.
Nosotros nos metimos en un coche, salimos a la tardecica, una hora
antes de anochecer, y llegamos a la media noche, poco más, a la
siempre maldita venta de Viveros99.
El ventero era morisco y ladrón, que en mi vida vi perro y gato100
juntos con la paz que aquel día. Hízonos gran fiesta, y como él y los
ministros101 del carretero iban horros102 (que ya había llegado tam-
bién con el hato antes, porque nosotros veníamos de espacio), pegose
al coche, diome a mí la mano para salir del estribo, y díjome si iba a
estudiar. Yo le respondí que sí; metiome adentro, y estaban dos ru-
fianes con unas mujercillas, un cura rezando al olor. Un viejo merca-
der y avariento, procurando olvidarse de cenar, andaba esforzando sus
ojos que se durmiesen en ayunas: arremedaba los bostezos, diciendo:
-«Más me engorda un poco de sueño que cuantos faisanes tiene el
mundo». Dos estudiantes fregones, de los de mantellina103, panzas al
trote104, andaban aparecidos por la venta para engullir. Mi amo, pues,
como más nuevo en la venta y muchacho, dijo:
-Señor güésped, deme lo que hubiere para mí y mis criados.
-Todos lo somos de vuestra merced -dijeron al punto los rufianes-
, y le hemos de servir. Hola, güésped, mirad que este caballero os
agradecerá lo que hiciéredes. Vaciad la dispensa.
Y, diciendo esto, llegose el uno y quitole la capa, y dijo:
-Descanse vuestra merced, mi señor.
significaba ladrón.
101 ministros: ayudantes.
102 iban horros: puestos de acuerdo para estafar a los viajeros.
103 Las mantellinas eran unas capas cortas que usaban las fregonas, llama a los es-
107 caja... de guerra: las cajas de guerra eran tambores militares, con las que los re-
clutadores atraían a la gente, que es lo que significa hacer gente.
108 alcorzas: un tipo de dulces.
109 tarazón: pedazo.
110 capilla: capucha.
visto? Cosa es que estimo en más de cien ducados, porque es contra
el dolor de estómago111.
Juraba y perjuraba, diciendo que no había metido él tal en la capi-
lla.
Los rufianes hicieron la cuenta, y vino a montar de cena solo
treinta reales, que no entendiera Juan de Leganés112 la suma. Decían
los estudiantes:
-No pide más un ochavo.
Y respondió un rufián:
-No, sino burlárase con este caballero delante de nosotros; aunque
ventero, sabe lo que ha de hacer. Déjese vuestra merced gobernar,
que en mano está113...
Y, tosiendo, cogió el dinero, contolo y, sobrando del que sacó mi
amo cuatro reales, los asió, diciendo:
-Estos le daré de posada, que a estos pícaros con cuatro reales se
les tapa la boca.
Quedamos sustados con el gasto. Almorzamos un bocado, y el
viejo tomó sus alforjas y, porque no viésemos lo que sacaba y no
partir con nadie, desatolas a escuras debajo del gabán, y agarrando un
yesón, echósele en la boca y fuele a hincar una muela y medio diente
que tenía, y por poco los perdiera. Comenzó a escupir y hacer gestos
de asco y de dolor; llegamos todos a él, y el cura el primero, dicién-
dole que qué tenía. Empezose a ofrecer a Satanás; dejó caer las alfor-
jas; llegose a él el estudiante, y dijo:
-¡Arriedro114 vayas, cata la cruz!
Otro abrió un breviario; hiciéronle creer que estaba endemonia-
do, hasta que él mismo dijo lo que era, y pidió que le dejasen enja-
guar la boca con un poco de vino, que él traía bota. Dejáronle y,
sacándola abriola; y echando en un vaso un poco de vino, salió con la
lana y estopa un vino salvaje, tan barbado y velloso, que no se podía
beber ni colar. Entonces acabó de perder la paciencia el viejo, pero,
111 contra el dolor de estómago: se atribuían a las piedras preciosas virtudes contra las
enfermedades y dolencias. Atribuírselas a este pedrusco es una broma del mesonero.
112 Juan de Leganés: un bobo de gran habilidad calculista, famoso en la época.
113 en mano está...: primera parte del refrán «en mano está el pandero que lo sa-
sión rechazar a alguien); cata la cruz tiene el mismo significado. Tratan al viejo como
si estuviera endemoniado.
viendo las descompuestas carcajadas de risa, tuvo por bien el callar y
subir en el carro con los rufianes y las mujeres. Los estudiantes y el
cura se ensartaron en dos borricos, y nosotros nos subimos en el co-
che, y no bien comenzó a caminar, cuando unos y otros nos comen-
zaron a dar vaya115, declarando la burla. El ventero decía:
-Señor nuevo, a pocas estrenas116 como ésta, envejecerá.
El cura decía:
-Sacerdote soy; allá se lo diré de misas117.
Y el estudiante maldito voceaba:
-Señor primo, otra vez rásquese cuando le coman y no después.
El otro decía:
-Sarna de vuestra merced, señor don Diego.
Nosotros dimos en no hacer caso; Dios sabe cuán corridos íba-
mos. Con estas y otras cosas, llegamos a la villa; apeámonos en un
mesón, y en todo el día, que llegamos a las nueve, acabamos de con-
tar la cena pasada y nunca pudimos en limpio sacar el gasto.
CAPÍTULO QUINTO
caña, tal como Pilatos lo enseñó al pueblo judío. Como los judíos escupieron y
vejaron a Cristo, le dice Pablos que no le escupa a él, que no es Cristo: lo llama, en
suma, judío, al huésped. Esta asimilación de moriscos y judíos se comprende en el
contexto.
a darme repelones con tanta prisa, que, a dos más, despierto calvo.
Levanteme dando voces y quejándome, y él, con más cólera, dijo:
-¿Es buen modo de servir ese, Pablos? Ya es otra vida.
Yo, cuando oí decir «otra vida», entendí que era ya muerto, y di-
je:
-Bien me anima vuestra merced en mis trabajos. Vea cuál está
aquella sotana y manteo, que ha servido de pañizuelo a las mayores
narices que se han visto jamás en paso128, y mire estas costillas.
Y con esto, empecé a llorar. Él, viendo mi llanto, creyolo, y, bus-
cando la sotana y viéndola, compadeciose de mí, y dijo:
-Pablo, abre el ojo que asan carne129. Mira por ti, que aquí no
tienes otro padre ni madre.
Contele todo lo que había pasado, y mandome desnudar y llevar a
mi aposento, que era donde dormían cuatro criados de los güéspedes
de casa. Acosteme y dormí; y con esto, a la noche, después de haber
comido y cenado bien, me hallé fuerte y ya como si no hubiera pasa-
do por mí nada. Pero, cuando comienzan desgracias en uno, parece
que nunca se han de acabar, que andan encadenadas y unas traían a
otras. Viniéronse a acostar los otros criados y, saludándome todos, me
preguntaron si estaba malo y cómo estaba en la cama. Yo les conté el
caso y, al punto, como si en ellos no hubiera mal ninguno, se empe-
zaron a santiguar, diciendo:
-No se hiciera entre luteranos. ¿Hay tal maldad?
Otro decía:
-El retor tiene la culpa en no poner remedio. ¿Conocerá los que
eran?
Yo respondí que no, y agradeciles la merced que me mostraban
hacer. Con esto se acabaron de desnudar, acostáronse, mataron la luz,
y dormime yo, que me parecía que estaba con mi padre y mis her-
manos.
Debían de ser las doce, cuando el uno dellos me despertó a puros
gritos, diciendo:
-¡Ay, que me matan! ¡Ladrones!
Sonaban en su cama, entre estas voces, unos golpazos de látigo.
Yo levanté la cabeza y dije:
128 paso: se refiere a los pasos de Semana Santa, donde salen judíos, a los que se
prevenido.
-¿Qué es eso?
Y apenas la descubrí, cuando con una maroma me asentaron un
azote con hijos130 en todas las espaldas. Comencé a quejarme; quíse-
me levantar; quejábase el otro también; dábanme a mí solo. Yo co-
mencé a decir:
-¡Justicia de Dios!
Pero menudeaban tanto los azotes sobre mí, que ya no me quedó,
por haberme tirado las frazadas abajo, otro remedio sino el de me-
terme debajo de la cama. Hícelo así, y, al punto, los tres que dormían
empezaron a dar gritos también, y como sonaban los azotes, yo creí
que alguno de fuera nos daba a todos. Entre tanto, aquel maldito que
estaba junto a mí se pasó a mi cama y proveyó en ella, y cubriola,
volviéndose a la suya. Cesaron los azotes, y levantáronse con grandes
gritos todos cuatro, diciendo:
-¡Es gran bellaquería, y no ha de quedar así!
Yo todavía me estaba debajo de la cama, quejándome como perro
cogido entre puertas, tan encogido que parecía galgo con calambre.
Hicieron los otros que cerraban la puerta, y yo entonces salí de don-
de estaba y subime a mi cama, preguntando si acaso les habían hecho
mal. Todos se quejaban de muerte.
Acosteme y cubrime y torné a dormir; y como entre sueños me
revolcase, cuando desperté halleme proveído y hecho una necesaria.
Levantáronse todos, y yo tomé por achaque131 los azotes para no
vestirme. No había diablos que me moviesen de un lado. Estaba con-
fuso, considerando si acaso, con el miedo y la turbación, sin sentirlo,
había hecho aquella vileza, o si entre sueños. Al fin, yo me hallaba
inocente y culpado, y no sabía cómo disculparme.
Los compañeros se llegaron a mí, quejándose y muy disimulados,
a preguntarme cómo estaba; yo les dije que muy malo, porque me
habían dado muchos azotes. Preguntábales yo que qué podía haber
sido, y ellos decían:
-A fe que no se escape, que el matemático132 nos lo dirá. Pero,
dejando esto, veamos si estáis herido, que os quejábades mucho.
Y diciendo esto fueron a levantar la ropa con deseo de afrentar-
me. En esto, mi amo entró diciendo:
CAPÍTULO SEXTO
139 cercenadora: un modo de robar en las monedas era recortarlas o limarlas, para
141 Justo Juez... Conquibules... Santa Rehína: el Santo Juez era una oración muy
recitada por los ciegos; Conquibules es deformación del credo de san Atanasio que
comienza: «Quicumque vult salvus esse»; la Salve Rehína es la oración a la Virgen.
Imita pronunciaciones vulgares e ignorantes.
142 conqueridora: conquistadora.
143 corchete: broche y ayudante del alguacil que prende a los delincuentes. Explica
enseguida que todo son referencias a la alcahueta, que prende o une los gustos (ape-
titos sexuales).
144 Rey de Francia sanar lamparones: se creía que los reyes de Francia podían curar
estos son discursillos que hacían los mendigos para pedir limosna.
148 desgañifando: gritando hasta enronquecer.
149 nombre revesado: en jerga estudiantil.
destas travesuras, animábame para hacer muchas más. Cada día traía la
pretina150 llena de jarras de monjas, que les pedía para beber y me
venía con ellas; introduje que no diesen nada sin prenda primero.
Y, así, prometí a don Diego y a todos los compañeros de quitar
una noche las espadas a la mesma ronda151. Señalose cúal había de ser,
y fuimos juntos, yo delante, y en columbrando152 la justicia, llegueme
con otro de los criados de casa, muy alborotado, y dije:
-¿Justicia?
Respondieron:
-Sí.
-¿Es el corregidor153?
Dijeron que sí. Hínqueme de rodillas y dije:
-Señor, en sus manos de vuestra merced está mi remedio y mi
venganza, y mucho provecho de la república; mande vuestra merced
oírme dos palabras a solas, si quiere una gran prisión.
Apartose; ya los corchetes estaban empuñando las espadas y los al-
guaciles poniendo mano a las varitas154. Yo le dije:
-Señor, yo he venido desde Sevilla siguiendo seis hombres los más
facinorosos del mundo, todos ladrones y matadores de hombres, y
entre ellos viene uno que mató a mi madre y a un hermano mío por
saltearlos, y le está probado esto; y vienen acompañando, según los
he oído decir, a una espía155 francesa; y aun sospecho por lo que les
he oído, que es...(y bajando más la voz dije) Antonio Pérez156.
Con esto, el corregidor dio un salto hacia arriba, y dijo:
-¿Y dónde están?
-Señor, en la casa pública157; no se detenga vuestra merced, que
las ánimas de mi madre y hermano se lo pagarán en oraciones, y el
rey acá.
150 pretina: cinturón, donde Pablos colgaba las jarras que le daban las monjas, y
que él robaba.
151 ronda: la cuadrilla de alguaciles que vigilaban de noche.
152 columbrando: viendo de lejos.
153 corregidor: persona que regía o gobernaba el pueblo o ciudad por delegación
real.
154 varitas: los alguaciles llevaban unas varillas como insignia de su autoridad.
155 espía: era femenino.
156 Antonio Pérez: secretario de Felipe II, acusado de complicidad en el asesinato
CAPÍTULO SÉTIMO
Hijo Pablos (que por el mucho amor que me tenía me llamaba así): las
ocupaciones grandes desta plaza en que me tiene ocupado Su Majestad
no me han dado lugar a hacer esto; que si algo tiene malo el servir al
162 hacía monte: robaba, como en descampado. Y también recoge suficiente leña
nos, para escarmiento. Por eso dice que hace mesa franca a los grajos, que se comen
los pedazos del cadáver.
169 de a cuatro: se refiere a los pasteles que costaban cuatro maravedís. Sugiere sa-
tíricamente que los pasteleros usan la carne de los ajusticiados para la masa de sus
pasteles.
170 desenterraba los muertos sin ser murmuradora: desenterrar los muertos era decir mal
lor reconocido en su pueblo, porque, era costumbre irse a sentar a la grada del rollo
para conversar con los vecinos, y los hombres respetados tenían su puesto fijo. El
rollo era la columna de piedra de la picota u horca, y de ahí el chiste, porque el
padre de Pablos ha sido ahorcado.
175 hicieron moneda: porque le hicieron cuartos, con juego de palabras.
a Segovia harto triste y yo me quedé en la casa disimulando mi des-
ventura.
Quemé la carta porque, perdiéndoseme acaso, no la leyese al-
guien, y comencé a disponer mi partida para Segovia, con fin de
cobrar mi hacienda y conocer mis parientes para huir dellos.
LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO PRIMERO
176 trampista: «embustero, petardista que, con ardides y engaños, anda continua-
mente sacando dinero prestado, o géneros fiados, sin ánimo de pagar» (Auts.).
177 Torote: arroyo que demboca en el Henares.
dome; preguntele dónde iba, y después que nos pagamos las respues-
tas, comenzamos luego a tratar de si bajaba el turco178 y de las fuerzas
del rey. Comenzó a decir de qué manera se podía conquistar la Tie-
rra Santa y cómo se ganaría Argel, en los cuales discursos eché de ver
que era loco repúblico179 y de gobierno.
Proseguimos en la conversación (propia de pícaros), y venimos a
dar, de una cosa en otra, en Flandes. Aquí fue ello, que empezó a
suspirar y a decir:
-Más me cuestan a mí esos estados que al rey, porque ha catorce
años que ando con un arbitrio que, si como es imposible no lo fuera,
ya estuviera todo sosegado.
-¿Qué cosa puede ser -le dije yo- que, conviniendo tanto, sea
imposible y no se pueda hacer?
-¿Quién le dice a vuestra merced -dijo luego- que no se puede
hacer?; hacerse puede, que ser imposible es otra cosa. Y si no fuera
por dar pesadumbre, le contara a vuestra merced lo que es; pero allá
se verá, que agora lo pienso imprimir con otros trabajillos, entre los
cuales le doy al rey modo de ganar a Ostende por dos caminos.
Roguele que me los dijese, y, al punto, sacando de las faldriqueras
un gran papel, me mostró pintado el fuerte del enemigo y el nuestro,
y dijo:
-Bien ve vuestra merced que la dificultad de todo está en este pe-
dazo de mar; pues yo doy orden de chuparle todo con esponjas y
quitarle de allí.
Di yo con este desatino una gran risada, y él entonces, mirándo-
me a la cara, me dijo:
-A nadie se lo he dicho que no haya hecho otro tanto, que a to-
dos les da gran contento.
-Ese tengo yo, por cierto -le dije-, de oír cosa tan nueva y tan
bien fundada, pero advierta vuestra merced que ya que chupe el agua
que hubiere entonces, tornará luego la mar a echar más.
178 si bajaba el turco: las maniobras del turco era tema habitual de las conversacio-
nes.
179 loco repúblico: se refiere a los llamados arbitristas, hombres preocupados por la
situación de España y que proponían arbitrios o soluciones para resolver los proble-
mas.
-No hará la mar tal cosa, que lo tengo yo eso muy apurado -me
respondió-, y no hay que tratar; fuera de que yo tengo pensada una
invención para hundir la mar por aquella parte doce estados180.
No le osé replicar de miedo que me dijese que tenía arbitrio para
tirar el cielo acá bajo. No vi en mi vida tan gran orate181. Decíame
que Joanelo182 no había hecho nada, que él trazaba agora de subir
toda el agua de Tajo a Toledo de otra manera más fácil. Y sabido lo
que era, dijo que por ensalmo. ¡Mire vuestra merced quién tal oyó
en el mundo! Y, al cabo, me dijo:
-Y no lo pienso poner en ejecución, si primero el rey no me da
una encomienda183, que la puedo tener muy bien, y tengo una ejecu-
toria184 muy honrada.
Con estas pláticas y desconciertos llegamos a Torrejón, donde se
quedó, que venía a ver una parienta suya.
Yo pasé adelante pereciéndome de risa de los arbitrios en que
ocupaba el tiempo, cuando, Dios y enhorabuena, desde lejos vi una
mula suelta y un hombre junto a ella a pie, que mirando a un libro,
hacía unas rayas que medía con un compás. Daba vueltas y saltos a un
lado y a otro, y de rato en rato, poniendo un dedo encima de otro,
hacía con ellos mil cosas saltando. Yo confieso que entendí por gran
rato (que me paré desde lejos a vello) que era encantador y casi no
me determinaba a pasar. Al fin me determiné, y llegando cerca, sin-
tiome, cerró el libro, y, al poner el pie en el estribo, resbalósele y
cayó. Levantele, y díjome:
-No tomé bien el medio de proporción185 para hacer la circunfe-
rencia al subir.
Yo no le entendí lo que me dijo y luego temí lo que era, porque
más desatinado hombre no ha nacido de las mujeres. Preguntome si
iba a Madrid por línea recta o si iba por camino circunflejo. Yo,
180 estados: medida aproximada de la altura de un hombre.
181 orate: loco.
182 Joanelo: Juanelo Turriano, famoso ingeniero italiano que inventó una maqui-
herida. Este personaje habla en la jerga de los espadachines científicos, los que veían
en la esgrima un arte sujeto a orden y principios matemáticos. Quevedo se burla de
ellos a menudo, especialmente de Pacheco de Narváez, uno de los profesores de la
destreza matemática.
aunque no lo entendí, le dije que circunflejo. Preguntome cúya era la
espada que llevaba al lado. Respondíle que mía, y, mirándola, dijo:
-Esos gavilanes186 habían de ser más largos, para reparar los tajos187
que se forman sobre el centro de las estocadas.
Y empezó a meter una parola tan grande, que me forzó a pregun-
tarle qué materia profesaba. Díjome que él era diestro188 verdadero y
que lo haría bueno en cualquiera parte. Yo, movido a risa, le dije:
-Pues, en verdad, que por lo que yo vi hacer a vuestra merced en
el campo denantes, que más le tenía por encantador, viendo los
círculos189.
-Eso -me dijo- era que se me ofreció una treta por el cuarto
círculo con el compás mayor190, continuando la espada para matar sin
confesión al contrario, porque no diga quién lo hizo, y estaba po-
niéndolo en términos de matemática.
-¿Es posible -le dije yo- que hay matemática en eso?
-No solamente matemática -dijo-, mas teología, filosofía, música
y medicina.
-Esa postrera no lo dudo, pues se trata de matar en esa arte.
-No os burléis -me dijo-, que agora aprendo yo la limpiadera191
contra la espada, haciendo los tajos mayores, que comprehenden en
sí las aspirales de la espada.
-No entiendo cosa de cuantas me decís, chica ni grande.
-Pues este libro las dice -me respondió-, que se llama Grandezas
de la espada192, y es muy bueno y dice milagros; y, para que lo creáis,
en Rejas, que dormiremos esta noche, con dos asadores me veréis
según el diseño llamado cuarto círculo (paso de ataque en que la espada describía un
cuarto de círculo). El compás era otro movimiento de pies, y los había de muchas
clases; probablemente juega aquí con el sentido musical de compás mayor (un tiem-
po musical de cuatro compases).
191 limpiadera: cepillo; interpreto: aprendo la manera de quitarme de encima los
1600.
hacer maravillas. Y no dudéis que cualquiera que leyere en este libro
matará a todos los que quisiere.
-U ese libro enseña a ser pestes a los hombres u le compuso algún
dotor.
-¿Cómo dotor? Bien lo entiende -me dijo-: es un gran sabio, y
aun estoy por decir más.
En estas pláticas, llegamos a Rejas. Apeámonos en una posada y,
al apearnos, me advirtió con grandes voces que hiciese un ángulo
obtuso con las piernas y que, reduciéndolas a líneas paralelas, me
pusiese perpendicular en el suelo. El güésped, que me vio reír y le
vio, preguntome que si era indio aquel caballero, que hablaba de
aquella suerte. Pensé con esto perder el juicio. Llegose luego al güés-
ped, y díjole:
-Señor, déme dos asadores para dos o tres ángulos, que al mo-
mento se los volveré.
-¡Jesús! -dijo el güésped-, déme vuestra merced acá los ángulos,
que mi mujer los asará; aunque aves son que no las he oído nombrar.
-¡Que no son aves! -dijo volviéndose a mí-. Mire vuestra merced
lo que es no saber. Deme los asadores, que no los quiero sino para
esgrimir; que quizá le valdrá más lo que me viere hacer hoy que todo
lo que ha ganado en su vida.
En fin, los asadores estaban ocupados, y hubimos de tomar dos
cucharones. No se ha visto cosa tan digna de risa en el mundo. Daba
un salto y decía:
-Con este compás alcanzo más y gano los grados del perfil. Ahora
me aprovecho del movimiento remiso para matar el natural. Ésta
había de ser cuchillada y éste tajo193.
No llegaba a mí desde una legua y andaba alrededor con el cu-
charón, y, como yo me estaba quedo, parecían tretas contra olla194
que se sale. Díjome al fin:
-Esto es lo bueno, y no las borracherías que enseñan estos bellacos
maestros de esgrima, que no saben sino beber.
No lo había acabado de decir, cuando de un aposento salió un
mulatazo195 mostrando las presas196, con un sombrero enjerto en
193 Términos todos de la esgrima; perfil, postura ladeada del cuerpo; los movi-
miento remiso y natural los comenta Pacheco en su libro; cuchillada es el golpe dado
con la espada, levantándola y bajándola, en diversas modalidades.
194 tretas contra olla: movimientos de esgrima no contra un rival, sino contra una
sobre el jubón.
199 zambo de piernas a lo águila imperial: con las piernas torcidas, como las águilas
de los escudos.
200 per signum crucis de inimicis suis: señal de una cuchillada, en lenguaje agerma-
nado.
201 barba de ganchos: barba muy grande; la daga de ganchos era la que tenía unos
gavilanes grandes para proteger la mano. A lo mismo se refiere cuando habla ense-
guida de los bigotes de guardamano, muy grandes. Todos son rasgos caricaturescos
que caracterizan a los valentones y rufianes de la literatura del Siglo de Oro.
202 panes: trigos.
203 blanca: espada con filo y punta, capaz de herir; frente a la negra, que no tenía
CAPÍTULO SEGUNDO
-¿Qué pudiera decir más -me dijo- el mismo inventor de los chis-
tes? Mire qué misterios encierra aquella palabra pastores: más me costó
de un mes de estudio.
Yo no pude con esto tener la risa, que a borbollones se me salía
por los ojos y narices, y dando una gran carcajada dije:
-¡Cosa admirable! Pero sólo reparo en que llama vuestra merced
señor san Corpus Criste, y Corpus Christi no es santo, sino el día de la
institución del Sacramento.
-¡Qué lindo es eso! -me respondió, haciendo burla-; yo le daré en
el calendario210, y está canonizado, y apostaré a ello la cabeza.
No pude porfiar, perdido de risa de ver la suma inorancia; antes le
dije cierto que eran dignas de cualquier premio y que no había oído
cosa tan graciosa en mi vida.
-¿No? -dijo al mismo punto-; pues oya vuestra merced un pedaci-
to de un librillo que tengo hecho a las once mil vírgines211, adonde a
cada una he compuesto cincuenta otavas, cosa rica.
Yo, por excusarme de oír tanto millón de otavas, le supliqué que
no me dijese cosa a lo divino. Y así, me comenzó a recitar una co-
media que tenía más jornadas que el camino de Jerusalén. Decíame:
-Hícela en dos días, y éste es el borrador.
Y sería hasta cinco manos de papel212. El título era El arca de Noé.
Hacíase toda entre gallos y ratones, jumentos, raposas, lobos y jabal-
íes, como fábulas de Isopo. Yo le alabé la traza y la invención, a lo
cual me respondió:
-Ello cosa mía es, pero no se ha hecho otra tal en el mundo, y la
novedad es más que todo; y, si yo salgo con hacerla representar, será
cosa famosa.
-¿Cómo se podrá representar -le dije yo-, si han de entrar los
mismos animales, y ellos no hablan?
-Esa es la dificultad, que a no haber ésa, ¿había cosa más alta? Pero
yo tengo pensado de hacerla toda de papagayos, tordos y picazas, que
hablan, y meter para el entremés monas.
210 daré en el calendario: se lo enseñaré en el santoral del calendario.
211 once mil vírgines: se refiere a las once mil vírgenes que fueron martirizadas con
Santa Úrsula. El librillo se acercaría a los cuatro millones y medio de versos.
212 manos de papel: cada mano de papel constaba de veinticinco pliegos; esta co-
media es unas treinta veces más larga que una comedia normal.
-Por cierto, alta cosa es ésa.
-Otras más altas he hecho yo -dijo- por una mujer a quien amo.
Y vea aquí novecientos y un sonetos y doce redondillas (que parecía
que contaba escudos por maravedís213) hechos a las piernas de mi
dama.
Yo le dije que si se las había visto él, y díjome que no había he-
cho tal por las órdenes214 que tenía, pero que iban en profecía215 los
concetos. Yo confieso la verdad, que aunque me holgaba de oírle,
tuve miedo a tantos versos malos, y así, comencé a echar la plática a
otras cosas. Decíale que veía liebres, y él saltaba:
-Pues empezaré por uno donde la comparo a ese animal.
Y empezaba luego; y yo, por divertirle216, decía:
-¿No ve vuestra merced aquella estrella que se ve de día?
A lo cual, dijo:
-En acabando éste, le diré el soneto treinta, en que la llamo estre-
lla, que no parece sino que sabe los intentos dellos.
Afligime tanto con ver que no podía nombrar cosa a que él no
hubiese hecho algún disparate, que cuando vi que llegábamos a Ma-
drid, no cabía de contento, entendiendo que de vergüenza callaría;
pero fue al revés, porque por mostrar lo que era, alzó la voz entrando
por la calle. Yo le supliqué que lo dejase, poniéndole por delante
que, si los niños olían poeta, no quedaría troncho que no se viniese
por sus pies tras nosotros, por estar declarados por locos en una pre-
mática217 que había salido contra ellos, de uno que lo fue y se recogió
a buen vivir. Pidiome que se la leyese si la tenía, muy congojado.
Prometí de hacerlo en la posada. Fuímonos a una, donde él se acos-
tumbraba apear, y hallamos a la puerta más de doce ciegos. Unos le
conocieron por el olor y otros por la voz. Diéronle una barahúnda de
213 contaba escudos por maravedís: mencionar cifras tan altas de poesías recuerdan a
las cifras que habría que emplear si se contara una cantidad de escudos dando su
equivalencia en maravedís; según las épocas un escudo valía entre 350 y 600 mara-
vedís, de modo que si, por ejemplo, se contase 10 escudos en maravedís, habría que
decir «tres mil quinientos maravedís», etc.
214 órdenes: es un sacristán ordenado seguramente de algunas órdenes menores, y
no parece bien que vaya examinando las piernas de las damas, así que se las imagina
(les hace poemas en profecía, adivinando las bellezas desconocidas).
215 en profecía: por revelación. Es decir, inventa los conceptos (metáforas) por
adivinación, pues el decoro en la época no permitía ver las piernas de las mujeres.
216 divertirle: distraerle.
217 premática: leyes que se promulgaban para acabar con ciertos excesos o abusos.
de bienvenido; abrazólos a todos, y luego empezaron unos a pedirle
oración para el Justo Juez en verso grave y sonoro, tal que provocase
a gestos; otros pidieron de las ánimas; y por aquí discurrió, recibien-
do ocho reales de señal de cada uno. Despidiólos, y díjome:
-Más me han de valer de trecientos reales los ciegos; y así, con li-
cencia de vuestra merced, me recogeré agora un poco para hacer
alguna dellas, y en acabando de comer oiremos la premática.
¡Oh vida miserable! Pues ninguna lo es más que la de los locos
que ganan de comer con los que lo son.
CAPÍTULO TERCERO
218 Premática... güeros, chirles y hebenes: esta premática debió de ser uno de los
opúsculos festivos tempranos de Quevedo, que luego incluyó en el Buscón. Güero:
vacío, sin sustancia, como los huevos hueros; chirle: excremento de oveja, y también
un tipo de uva silvestre que da vino muy malo; hebén: variedad de uva de poca
calidad. Todas las metáforas aluden a lo vano, insustancial y malo de las obras poéti-
cas.
Cayome a mí muy en gracia oírle decir esto, como si él fuera muy
albillo o moscatel219. Dejé el prólogo y comencé el primer capítulo
que decía:
219 albillo o moscatel: uvas de mejor calidad, que se oponen a las chirles y hebenes
citadas antes.
220 cejas, dientes, listones y zapatilla: tópicos utilizados de las poesías amorosas, que
elogian cejas y dientes y agradecen las prendas de favor que dan las damas, como
listones (cintas de seda) o zapatillas.
221 poetas públicos y cantoneros: metáfora que los asimila a las prostitutas que se re-
femenina, muy tópica. Por eso llama a sus coplas caniculares y nunca anochecidas,
porque siempre están con sol, como días veraniegos. Las pasas, que menciona des-
pués, se secaban al sol.
223 seta: secta.
224 estatuas de Nabuco: alusión al episodio recogido en el libro de Daniel, II, 31-
35, en el que Nabucodonosor, rey de Babilonia, sueña con una estatua con la cabeza
de oro, el pecho de plata, el vientre de bronce, las piernas de hierro y los pies de
barro.
Aquí no lo pudo sufrir el sacristán y, levantándose en pie, dijo:
-¡Mas no, sino quitarnos las haciendas! No pase vuestra merced
adelante, que sobre eso pienso ir al Papa y gastar lo que tengo. Bue-
no es que yo, que soy eclesiástico, había de padecer ese agravio. Yo
probaré que las coplas del poeta clérigo no están sujetas a tal premáti-
ca y luego quiero irlo a averiguar ante la justicia.
En parte me dio gana de reír, pero, por no detenerme, que se me
hacía tarde, le dije:
-Señor, esta premática es hecha por gracia, que no tiene fuerza ni
apremia, por estar falta de autoridad.
-¡Pecador de mí! -dijo muy alborotado-, avisara vuestra merced y
hubiérame ahorrado la mayor pesadumbre del mundo. ¿Sabe vuestra
merced lo que es hallarse un hombre con ochocientas mil coplas de
contado y oír eso? Prosiga vuestra merced, y Dios le perdone el susto
que me dio.
Proseguí diciendo:
Iten, advirtiendo que después que dejaron de ser moros (aunque to-
davía conservan algunas reliquias) se han metido a pastores225, por lo cual
andan los ganados flacos de beber sus lágrimas, chamuscados con sus
ánimas encendidas, y tan embebecidos en su música, que no pacen,
mandamos que dejen el tal oficio, señalando ermitas a los amigos de so-
ledad. Y a los demás, por ser oficio alegre y de pullas, que se acomoden
en mozos de mulas.
Esto le cayó muy en gracia, porque traía él una sotana con canas,
de puro vieja, y con tantas cazcarrias que para enterrarle no era me-
nester más de estregársela encima. El manteo, se podían estercolar
con él dos heredades229.
Y así, medio riendo, le dije que mandaban también tener entre los
desesperados230 que se ahorcan y despeñan, y que como a tales, no las
enterrasen en sagrado a las mujeres que se enamoran de poeta a secas.
Y que, advirtiendo a la gran cosecha de redondillas, canciones y so-
netos que había habido en estos años fértiles, mandaban que los lega-
jos que por sus deméritos escapaban de las especerías, fuesen a las
necesarias sin apelación231.
Y, por acabar, llegué al postrer capítulo, que decía así:
Pero advirtiendo, con ojos de piedad, a que hay tres géneros de gentes
en la república tan sumamente miserables, que no pueden vivir sin los
tales poetas, como son farsantes232, ciegos y sacristanes, mandamos que
pueda haber algunos oficiales públicos desta arte, con tal que puedan te-
ner carta de examen de los caciques de los poetas que fueren en aquellas
partes, limitando a los poetas de farsantes que no acaben los entremeses
con palos ni diablos, ni las comedias en casamientos, ni hagan las trazas
con papeles o cintas. Y a los de ciegos, que no sucedan en Tetuán los
casos, desterrándoles estos vocablos: cristián, amada, humanal y pundonores;
y mandándoles que, para decir la presente obra, no digan zozobra. Y a los
de sacristanes, que no hagan los villancicos con Gil ni Pascual, que no
jueguen del vocablo, ni hagan los pensamientos de tornillo233, que,
mudándoles el nombre, se vuelvan a cada fiesta. Y, finalmente, manda-
229 heredades: podían estercolar dos campos, dos fincas.
230 desesperados: suicidas.
231 Que los papeles poéticos que no sirvieran ni para envolver especias fueran
y ocasiones sin más que cambiar el nombre del santo o la ocasión. Todo el pasaje es
burla de los tópicos de las comedias y de las poesías vulgares de estos poetrastos.
mos a todos los poetas en común que se descarten de Júpiter, Venus,
Apolo y otros dioses, so pena de que los tendrán por abogados a la hora
de su muerte.
elogiado por Cervantes, Lope o Quevedo), Vicente Espinel (autor del Marcos de
Obregón), Francisco de Figueroa, llamado «el divino», de filiación garcilasiana, o el
menos conocido Pedro Padilla (autor de Jardín espiritual, 1585). Lope y Ercilla no
necesitan nota.
237 gregüescos: calzones.
238 el puerto: Fuenfría, en la sierra de Guadarrama.
239 en cuerpo y en alma: pobremente vestido.
240 frascos: recipientes para la pólvora.
241 órganos...papeles: los soldados llevaban sus hojas de servicios en unos tubos de
destino de estos soldados vagabundos, y también por estar siempre en los atrios y
aledaños de San Felipe (los cementerios estaban en las iglesias).
246 entretenimiento: juego con los sentidos de sueldo que se da para el manteni-
(lenguaje militar) y el partido o ganancia anticipada que se concede a otro para igua-
lar el exceso, que se reconoce en habilidad o destreza (lenguaje del juego).
248 güéspedas: posaderas, hostaleras.
249 a rogar... con nuestros cuerpos: interpreto «estamos en tal necesidad que nos te-
las cicatrices.
257 Bernardo: se trata de Bernardo del Carpio, famoso héroe español, como el
Cid.
258 García de Paredes, Julián Romero: el primero luchó a las órdenes del Gran Ca-
pitán; era natural de Trujillo y muy famoso por sus grandes fuerzas que le valieron el
apodo de «el Sansón de Extremadura»; Julián Romero fue maestre de campo en
Flandes con don Luis de Requesens, gobernador de los Países Bajos en 1573.
-¿Pues qué otro? ¿No me ve la mella que tengo en los dientes?
No tratemos desto, que parece mal alabarse el hombre.
Yendo en estas conversaciones, topamos en un borrico un ermi-
taño, con una barba tan larga que hacía lodos con ella, macilento y
vestido de paño pardo. Saludamos con el Deo gracias acostumbrado, y
empezó a alabar los trigos y en ellos la misericordia del Señor. Saltó
el soldado, y dijo:
-¡Ah, padre!, más espesas he visto yo las picas sobre mí, y, ¡voto a
Cristo!, que hice en el saco de Amberes lo que pude; sí, ¡juro a Dios!
El ermitaño le reprehendió que no jurase tanto, a lo cual dijo:
-Padre, bien se echa de ver que no es soldado, pues me reprehen-
de mi propio oficio.
Diome a mí gran risa de ver en lo que ponía la soldadesca, y eché
de ver que era algún picarón gallina, porque ya entre soldados no hay
costumbre más aborrecida de los de más importancia, cuando no de
todos. El ermitaño le dijo:
-Y ¿dónde dejó vuestra merced el saco259 de Amberes, que ése me
parece de las Navas260, y que sería de más abrigo el de Amberes?
Riose mucho el soldado de la pregunta, y el ermitaño de su des-
nudez, y con tanto llegamos a la falda del puerto, el ermitaño rezan-
do el rosario en una carga de leña hecha bolas, de manera que a cada
avemaría, sonaba un cabe261; el soldado iba comparando las peñas a
los castillos que había visto, y mirando cuál lugar era fuerte y adónde
se había de plantar la artillería. Yo iba mirando tanto el rosariazo del
ermitaño, con las cuentas frisonas262, como la espada del soldado.
-¡Oh, cómo volaría yo con pólvora gran parte deste puerto -
decía-, y hiciera buena obra a los caminantes!
259 saco de Amberes: el ermitaño, jugando del vocablo, se burla del vestido del
soldado, y le pregunta por el saco (vestido áspero de sayal que usaba la gente del
campo y los que querían hacer penitencia) de Amberes, porque el que lleva el solda-
do más parece, por su vejez y harapos, el saco de las Navas (alusión a la batalla de las
Navas de Tolosa, en 1212).
260 Navas: referencia a la batalla de las Navas de Tolosa, que tuvo lugar en 1212,
y en la que las tropas cristianas bajo el mando de Alfonso VIII derrotaron a los almo-
hades. Por tanto, el saco que lleva el soldado es tan viejo que parece del tiempo de
las Navas, unos cuatrocientos años antes.
261 cabe: golpe que en el juego de la argolla da una bola a otra; las cuentas del ro-
sario son tan gordas como bolas para el juego de argolla; el rosario como signo de
hipocresía es frecuente en la picaresca.
262 cuentas frisonas: de gran tamaño.
-No hay tal como hacer buenas obras -decía el santero. Y pujaba
un suspiro por remate. Iba entre sí rezando a silbos oraciones de cu-
lebra.
En estas cosas divertidos, llegamos a Cercedilla. Entramos en la
posada todos tres juntos, ya anochecido; mandamos aderezar la cena -
era viernes-, y, entre tanto, el ermitaño dijo:
-Entretengámonos un rato, que la ociosidad es madre de los vi-
cios; juguemos avemarías.
Y dejó caer de la manga el descuadernado263. Diome a mí gran
risa el ver aquello, considerando en las cuentas. El soldado dijo:
-No, sino juguemos hasta cien reales que yo traigo, en amistad.
Yo, cudicioso, dije que jugaría otros tantos, y el ermitaño, por no
hacer mal tercio, acetó, y dijo que allí llevaba el aceite de la lámpa-
ra264, que eran hasta ducientos reales. Yo confieso que pensé ser su
lechuza y bebérsele, pero ansí le sucedan todos sus intentos al turco.
Fue el juego al parar265, y lo bueno fue que dijo que no sabía el
juego y hizo que se le enseñásemos. Dejonos el bienaventurado hacer
dos manos, y luego nos la dio tal, que no dejó blanca en la mesa.
Heredonos en vida; retiraba el ladrón con las ancas de la mano266 que
era lástima. Perdía una sencilla y acertaba doce maliciosas267. El sol-
dado echaba a cada suerte doce votos y otros tantos peses, aforrados en
por vidas. Yo me comí las uñas, y el fraile ocupaba las suyas en mi
moneda. No dejaba santo que no llamaba; nuestras cartas eran como
el Mesías, que nunca venían y las aguardábamos siempre.
Acabó de pelarnos; quisímosle jugar sobre prendas, y él, tras ha-
berme ganado a mí seiscientos reales, que era lo que llevaba, y al
soldado los ciento, dijo que aquello era entretenimiento y que éra-
mos prójimos, y que no había de tratar de otra cosa.
272 antecristos de las monedas de España: los genoveses eran los principales banque-
ros de la Corona española. Abundan referencias satíricas contra ellos.
273 Visanzón: Besanzón, centro económico de gran importancia en la época.
274 músicos de uña: ladrones.
275 cambio: banquero.
276 cantonera: prostituta.
fad277. Enternecíme, y entré algo desconocido de como salí, con
punta de barba, bien vestido.
Dejé la compañía; y considerando en quién conocería a mi tío -
fuera del rollo- mejor en el pueblo, no hallé nadie de quien echar
mano. Lleguéme a mucha gente a preguntar por Alonso Ramplón, y
nadie me daba razón dél, diciendo que no le conocían. Holgué mu-
cho de ver tantos hombres de bien en mi pueblo, cuando, estando en
esto, oí al precursor de la penca278 hacer de garganta y a mi tío de las
suyas. Venía una procesión de desnudos, todos descaperuzados, de-
lante de mi tío, y él, muy haciéndose de pencas279, con una en la
mano, tocando un pasacalles públicas en las costillas de cinco laú-
des280, sino que llevaban sogas por cuerdas. Yo, que estaba notando
esto con un hombre a quien había dicho, preguntando por él, que
era yo un gran caballero, veo a mi buen tío que, echando en mí los
ojos (por pasar cerca), arremetió a abrazarme, llamándome sobrino.
Penséme morir de vergüenza; no volví a despedirme de aquel con
quien estaba. Fuime con él y díjome:
-Aquí te podrás ir mientras cumplo con esta gente; que ya vamos
de vuelta y hoy comerás conmigo.
Yo, que me vi a caballo, y que en aquella sarta parecería punto
menos de azotado, dije que le aguardaría allí; y así, me aparté tan
avergonzado, que a no depender dél la cobranza de mi hacienda, no
lo hablara más en mi vida ni pareciera entre gentes.
Acabó de repasarles las espaldas, volvió y llevome a su casa, donde
me apeé y comimos.
277 Josafad: como los cuartos (monedas) se guardan en las bolsas, el padre de Pa-
blos, que está hecho cuartos (pedazos) irá en bolsas al Juicio Final. El Valle de Josafat
es el lugar donde será el Juicio Final, según la Profecía de Joel, 3, 12.
278 precursor de la penca: pregonero que iba delante del condenado y del verdugo
látigo y al oficio del verdugo. Quizá tenga también su valor habitual, ya que, según
comenta más tarde, ha sido sobornado y golpea con poco entusiasmo.
280 laúdes: siguiendo con las metáforas musicales llama laúdes a los presos, que en
vez de cuerdas (como es propio de los instrumentos de cuerda) llevan sogas (por las
ligaduras o por los ramales del látigo).
CAPÍTULO CUARTO
281 hiciéronse la mamona: gesto que se solía hacer por burla, poniendo los cinco
dedos en la cara del otro, aplastando la nariz.
282 devanado: envuelto.
283 chirimía: expresión metafórica para inidicar un porquero; chirimía es instru-
mento parecido a la dulzaina, y alude aquí chistosamente al cuerno que los porque-
ros solían tocar para llamar a los cerdos (comedores de bellotas).
zurdo y bizco284, un sombrero con más falda que un monte y más
copa que un nogal, la espada con más gavilanes que la caza del rey,
un coleto de ante. Traía la cara de punto, porque a puros chirlos la
tenía toda hilvanada. Entró y sentose, saludando a los de casa; y a mi
tío le dijo:
-A fe, Alonso, que lo han pagado bien el Romo y el Garroso.
Saltó el de las ánimas y dijo:
-Cuatro ducados di yo a Flechilla, verdugo de Ocaña, porque
aguijase el burro, y porque no llevase la penca de tres suelas, cuando
me palmearon285.
-¡Vive Dios! -dijo el corchete-, que se lo pagué yo sobrado a Jua-
nazo en Murcia, porque iba el borrico con un paseo de pato y el
bellaco me los asentó de manera que no se levantaron sino ron-
chas286.
Y el porquero, concomiéndose287, dijo:
-Con virgo están mis espaldas.
-A cada puerco le viene su San Martín -dijo el demandador288.
-De eso me puedo alabar yo -dijo mi buen tío- entre cuantos
manejan la zurriaga, que, al que se me encomienda, hago lo que
debo. Sesenta me dieron los de hoy y llevaron unos azotes de amigo,
con penca sencilla.
Yo que vi cuán honrada gente era la que hablaba mi tío, confieso
que me puse colorado, de suerte que no pude disimular la vergüenza.
Echómelo de ver el corchete y dijo:
-¿Es el padre el que padeció el otro día, a quien se dieron ciertos
empujones en el envés289?
284 mulato zurdo y bizco: tres notas muy negativas en la ideología del tiempo.
285 palmearon: azotaron.
286 iba el borrico...ronchas: paseo es el modo de andar los animales; el borrico va
tan lento como un pato, y a pesar de lo que tarda en recorrer las calles (lo que da
tiempo suficiente para que el verdugo haga su labor) el verdugo se las ingenia para
golpear de modo que solo hace ronchas y no heridas.
287 concomiéndose: moviendo hombros y espaldas como si sintiera picazón; el ges-
to denuncia que el porquero intuye los golpes del látigo, auque no ha recibido,
según dice, ningún castigo.
288 demandador: persona que pedía limosna; se refiere al animero.
289 Es el padre...envés?: parece que el corchete confunde a Pablos con un clérigo
(va con manteo estudiantil, ropa también clerical) y le pregunta si ha sido azotado (si
le han dado empujones, golpes, en el envés, la espalda).
Yo respondí que no era hombre que padecía como ellos. En esto,
se levantó mi tío y dijo:
-Es mi sobrino, maeso290 en Alcalá, gran supuesto291.
Pidiéronme perdón y ofreciéronme toda caricia. Yo rabiaba ya
por comer y por cobrar mi hacienda y huir de mi tío. Pusieron las
mesas; y por una soguilla, en un sombrero, como suben la limosna
los de la cárcel, subían la comida de un bodegón que estaba a las
espaldas de la casa, en unos mendrugos de platos y retacillos de cánta-
ros y tinajas. No podrá nadie encarecer mi sentimiento y afrenta.
Sentáronse a comer, en cabecera el demandador. Diciendo: «La Igle-
sia en mejor lugar; siéntese, padre», echó la bendición mi tío y como
estaba hecho a santiguar espaldas, parecían más amagos de azotes que
de cruces. Y los demás nos sentamos sin orden. No quiero decir lo
que comimos; sólo que eran todas cosas para beber. Sorbióse el cor-
chete tres de puro tinto. Brindome a mí el porquero; me las cogía al
vuelo y hacía más razones que decíamos todos292. No había memoria
de agua y menos voluntad della.
Parecieron en la mesa cinco pasteles de a cuatro. Y tomando un
hisopo, después de haber quitado las hojaldres, dijeron un responso
todos, con su requiem aeternam, por el ánima del difunto cuyas eran
aquellas carnes. Dijo mi tío:
-Ya os acordáis, sobrino, lo que os escribí de vuestro padre.
Vínoseme a la memoria; ellos comieron, pero yo pasé con los
suelos293 solos, y quedeme con la costumbre; y así, siempre que como
pasteles rezo una avemaría por el que Dios haya.
Menudeose sobre dos jarros; y era de suerte lo que hicieron el
corchete y el de las ánimas, que se pusieron las suyas tales, que tra-
yendo un plato de salchichas que parecía de dedos de negro, dijo
uno:
-¡Qué mulata está la olla!
fondo destinado para los gastos propios de la iglesia y el culto. Estos lo destinan a
vino, no precisamente a gastos religiosos.
CAPÍTULO QUINTO
305 jinete de gaznates: el verdugo, que se montaba encima de los ahorcados para
otros, simplemente un juego de palabras, por alusión a un rucio rodado, con man-
chas más oscuras sobre su pelo blanquecino.
308 de portante: portante es el paso ligero de las caballerías; quiere decir que el hi-
311 ceja: en los vestidos, lo que sobresale de la tela principal: adorno, guarnición,
dobladillo. O sea, no lleva camisa, sino solamente una parte (ceja) para hacer creer
que la lleva. También juega con el sentido parte del cuerpo al establecer correspon-
dencia con ojo.
312 tapado el rabo de medio ojo: tapadas de medio ojo eran las mujeres que llevaban
el manto dejando asomar un ojo. Este harapiento lleva descubierto otro ojo, el tras-
ero.
313 atacado únicamente: con una sola agujeta.
314 cachondas: calzas acuchilladas, con aberturas para dejar ver el forro de otro co-
lor.
-Señor licenciado, no es oro todo lo que reluce. Debiole parecer
a vuestra merced, en viendo el cuello abierto y mi presencia, que era
un conde de Irlos315. Como destas hojaldres cubren en el mundo lo
que vuestra merced ha tentado.
Yo le dije que le aseguraba de que me había persuadido a muy di-
ferentes cosas de las que vía.
-Pues aún no ha visto nada vuestra merced -replicó-, que hay tan-
to que ver en mí como tengo, porque nada cubro. Veme aquí vues-
tra merced un hidalgo hecho y derecho, de casa de solar montañés316,
que, si como sustento la nobleza, me sustentara, no hubiera más que
pedir. Pero ya, señor licenciado, sin pan y carne no se sustenta buena
sangre, y por la misericordia de Dios, todos la tienen colorada y no
puede ser hijo de algo el que no tiene nada. Ya he caído en la cuenta
de las ejecutorias, después que, hallándome en ayunas un día, no me
quisieron dar sobre ella en un bodegón dos tajadas; pues, ¡decir que
no tiene letras de oro! Pero más valiera el oro en las píldoras317 que
en las letras, y de más provecho es. Y, con todo, hay muy pocas letras
con oro. He vendido hasta mi sepoltura, por no tener sobre qué caer
muerto, que la hacienda de mi padre Toribio Rodríguez Vallejo
Gómez de Ampuero (que todos estos nombres tenía), se perdió en
una fianza. Sólo el don me ha quedado por vender y soy tan desgra-
ciado que no hallo nadie con necesidad dél, pues quien no le tiene
por ante le tiene por postre, como el remendón, azadón, pendón,
blandón, bordón y otros así318.
Confieso que, aunque iban mezcladas con risa, las calamidades del
dicho hidalgo me enternecieron. Preguntele cómo se llamaba y
adónde iba y a qué. Dijo que todos los nombres de su padre: don
Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y Jordán. No se vio
jamás nombre tan campanudo, porque acababa en dan y empezaba en
don, como son de badajo. Tras esto dijo que iba a la corte, porque un
los nobles, pero que se había extendido mucho. Es motivo muy reiterado en toda la
literatura áurea y en Quevedo.
mayorazgo319 roído como él, en un pueblo corto, olía mal a dos días,
y no se podía sustentar, y que por eso se iba a la patria común, adon-
de caben todos y adonde hay mesas francas para estómagos aventure-
ros.
-Y nunca, cuando entro en ella, me faltan cien reales en la bolsa,
cama, de comer y refocilo320 de lo vedado, porque la industria en la
corte es piedra filosofal321, que vuelve en oro cuanto toca.
Yo vi el cielo abierto y, en son de entretenimiento para el cami-
no, le rogué que me contase cómo y con quiénes y de qué manera
viven en la Corte los que no tenían, como él, porque me parecía
dificultoso en este tiempo, que no sólo se contenta cada uno con sus
cosas, sino que aun solicitan las ajenas.
-Muchos hay desos -dijo-, y muchos de estotros. Es la lisonja lla-
ve maestra, que abre a todas voluntades en tales pueblos. Y porque
no se le haga dificultoso lo que digo, oiga mis sucesos y mis trazas, y
se asegurará de esa duda.
CAPÍTULO SEXTO
319 mayorazgo: el hijo mayor que hereda el patrimonio familiar o la misma insti-
tución hereditaria; patrimonio inexistente en este hidalgo.
320 refocilo: placer (sexual).
321 En la corte es el ingenio (industria) como la piedra filosofal, que todo lo con-
vierte en oro.
diferenciamos con diferentes nombres: unos nos llamamos caballeros
hebenes; otros, güeros, chanflones, chirles, traspillados y caninos.
Es nuestra abogada la industria; pagamos las más veces los estó-
magos de vacío, que es gran trabajo traer la comida en manos ajenas.
Somos susto de los banquetes, polilla de los bodegones, cáncer de las
ollas y convidados por fuerza. Sustentámonos así del aire, y andamos
contentos. Somos gente que comemos un puerro y representamos un
capón. Entrará uno a visitarnos en nuestras casas y hallarán nuestros
aposentos llenos de güesos de carnero y aves, mondaduras de frutas,
la puerta embarazada con plumas y pellejos de gazapos; todo lo cual
cogemos de parte de noche por el pueblo para honrarnos con ello de
día. Reñimos en entrando el huésped: «¿Es posible que no he de ser
yo poderoso para que barra esa moza? Perdone vuestra merced, que
han comido aquí unos amigos, y estos criados...», etc. Quien no nos
conoce cree que es así, y pasa por convite.
Pues ¿qué diré del modo de comer en casas ajenas? En hablando a
uno media vez, sabemos su casa, vámosle a ver, y siempre a la hora
de mascar, que se sepa que está en la mesa. Decimos que nos llevan
sus amores, porque tal entendimiento, etc. Si nos preguntan si hemos
comido, si ellos no han empezado decimos que no; si nos convidan,
no aguardamos a segundo envite, porque destas aguardadas nos han
sucedido grandes vigilias. Si han empezado, decimos que sí; y, aun-
que parta muy bien el ave, pan o carne el que fuere, para tomar oca-
sión de engullir un bocado, decimos:
-Ahora deje vuestra merced, que le quiero servir de maestresala322,
que solía, Dios le tenga en el cielo (y nombramos un señor muerto,
duque o conde), gustar más de verme partir que de comer.
Diciendo esto, tomamos el cuchillo y partimos bocaditos, y al
cabo decimos:
-¡Oh, qué bien güele! Cierto que haría agravio a la guisandera en
no probarlo. ¡Qué buena mano tiene!
Y diciendo y haciendo, va en pruebas el medio plato: el nabo por
ser nabo, el tocino por ser tocino, y todo por lo que es. Cuando esto
nos falta, ya tenemos sopa de algún convento aplazada; no la toma-
mos en público, sino a lo escondido, haciendo creer a los frailes que
es más devoción que necesidad.
322 maestresala: el que cuidaba de los detalles y el servicio de la comida en las ca-
sas nobles.
Es de ver uno de nosotros en una casa de juego, con el cuidado
que sirve y despabila las velas, tray orinales, cómo mete naipes y so-
leniza las cosas del que gana, todo por un triste real de barato323.
Tenemos de memoria, para lo que toca a vestirnos, toda la ropería
vieja. Y como en otras partes hay hora señalada para oración, la te-
nemos nosotros para remendarnos. Son de ver a las mañanas las di-
versidades de cosas que sanamos; que como tenemos por enemigo
declarado al sol, por cuanto nos descubre los remiendos, puntadas y
trapos, nos ponemos, abiertas las piernas, a la mañana a su rayo, y en
la sombra del suelo vemos las que hacen los andrajos y hilachas de las
entrepiernas. Es de ver cómo quitamos cuchilladas de atrás para po-
blar lo de adelante; y solemos traer la trasera tan pacífica, por falta de
cuchilladas, que se queda en las puras bayetas324. Sábelo sola la capa, y
guardámonos de días de aire, y de subir por escaleras claras o a caba-
llo. Estudiamos posturas contra la luz, pues, en día claro, andamos las
piernas muy juntas, y hacemos las reverencias con solos los tobillos,
porque, si se abren las rodillas, se verá el ventanaje.
No hay cosa en todos nuestros cuerpos que no haya sido otra cosa
y no tenga historia. Verbi gratia: bien ve vuestra merced -dijo- esta
ropilla; pues primero fue gregüescos, nieta de una capa y bisnieta de
un capuz325, que fue en su principio, y ahora espera salir para sole-
tas326 y otras cosas. Los escarpines327, primero son pañizuelos328, ha-
biendo sido toallas, y antes camisas, hijas de sábanas; y, después de
todo, los aprovechamos para papel, y en el papel escribimos, y des-
pués hacemos dél polvos para resucitar los zapatos, que de incurables
los he visto hacer revivir con semejantes medicamentos.
Pues ¿qué diré del modo con que de noche nos apartamos de las
luces, porque no se vean los herreruelos329 calvos y las ropillas lampi-
ñas?; que no hay más pelo en ellas que en un guijarro, que es Dios
323 barato: la propina que daban los ganadores de un juego a los que miraban y
hacían ciertos servicios, como los mencionados. Los jugadores del Siglo de Oro no
se levantaban de la mesa ni para orinar, y los mirones traían los bacines.
324 bayetas: tela de lana de mala calidad.
325 capuz: vestidura larga a manera de capa, que se utilizaba, encima de otra ropa,
como luto.
326 soletas: plantilla de tela para reforzar las plantas de las medias.
327 escarpines: funda de lienzo que se ponía sobre el pie debajo de la calza.
328 pañizuelos: pañuelos.
329 herreruelos: capa corta. Los llama calvos, porque están sin pelo de gastados.
servido de dárnosle en la barba y quitárnosle en la capa. Pero, por no
gastar con barberos, prevenimos siempre de aguardar a que otro de
los nuestros tenga también pelambre y entonces nos la quitamos el
uno al otro, conforme lo del Evangelio: «Ayudaos como buenos
hermanos».
Traemos gran cuenta en no andar los unos por las casas de los
otros, si sabemos que alguno trata la misma gente que otro. Es de ver
cómo andan los estómagos en celo.
Estamos obligados a andar a caballo una vez cada mes, aunque sea
en pollino330, por las calles públicas; y obligados a ir en coche una vez
en el año, aunque sea en la arquilla331 o trasera. Pero, si alguna vez
vamos dentro del coche, es de considerar que siempre es en el estri-
bo332, con todo el pescuezo de fuera, haciendo cortesías porque nos
vean todos, y hablando a los amigos y conocidos, aunque miren a
otra parte.
Si nos come333 delante de algunas damas, tenemos traza para ras-
carnos en público sin que se vea; si es en el muslo, contamos que
vimos un soldado atravesado desde tal parte a tal parte, y señalamos
con las manos aquellas que nos comen, rascándonos en vez de ense-
ñarlas. Si es en la iglesia, y come en el pecho, nos damos sanctus, aun-
que sea al introibo334. Levantámonos, y arrimándonos a una esquina en
son de empinarnos para ver algo, nos rascamos.
¿Qué diré del mentir? Jamás se halla verdad en nuestra boca. En-
cajamos duques y condes en las conversaciones, unos por amigos,
otros por deudos; y advertimos que los tales señores, o estén muertos
o muy lejos.
Y lo que más es de notar es que nunca nos enamoramos sino de
pane lucrando335, que veda la orden damas melindrosas por lindas que
sean; y así, siempre andamos en recuesta336 con una bodegonera por
la comida, con la güéspeda por la posada, con la que abre los cuellos
330 aunque sea en pollino: es decir, aunque fueran condenados a pasear como con-
denados.
331 arquilla: parte trasera, donde se llevaban los bultos.
332 estribo: en el lado de la portezuela, para ir asomados.
333 come: pica.
334 sanctus... introibo: parte de la Misa donde los fieles se golpean tres veces el pe-
337 no se puede cumplir con tantas: no se puede satisfacer sexualmente a tantas mu-
jeres.
338 espital: hospital.
339 divertido: distraído.
340 chirlería: vida de los chirles, trapisondista y vagabunda.
LIBRO TERCERO Y ÚLTIMO DE LA PRIMERA PARTE DE
LA VIDA DEL BUSCÓN
CAPÍTULO PRIMERO
en un ciclo de romances, Arias Gonzalo pierde a tres hijos y sale de luto en los fune-
rales; la bayeta hasta los pies remite al capuz, vestidura de luto.
344 Portugal: los portugueses se caracterizan en la literatura del Siglo de Oro por
345 germanía: era el lenguaje de la gente de la gente del hampa, de los rufianes.
346 guante... a usanza de médico: los médicos llevaban guantes, que en principio
eran cuestión de asepsia y luego se convierten en signo ostentoso; solían llevarlos
doblados.
347 desarrebozaba: no se quitaba el rebozo (la capa o manto con que se cubre la
cara).
348 hago caravanas: hacer diligencias para conseguir algo; dice esto porque las le-
chuzas beben el aceite y él va manchado de aceite (por eso nunca sale de la Mancha,
po las manchas que lleva).
quince días había, en la cama, de mal de zaragüelles349, don Lorenzo
Iñíguez del Pedroso.
En esto estábamos, cuando vino uno con sus botas de camino y su
vestido pardo, con un sombrero, prendidas las faldas por los dos la-
dos. Supo mi venida de los demás y hablome con mucho afecto.
Quitose la capa, y traía (¡mire vuestra merced quién tal pensara!) la
ropilla de pardo paño la delantera, y la trasera de lienzo blanco, con
sus fondos en sudor. No pude tener la risa, y él, con gran disimula-
ción, dijo:
-Harase a las armas, y no se reirá. Yo apostaré que no sabe por
qué traigo este sombrero con la falda presa arriba.
Yo dije que por galantería, y por dar lugar a la vista.
-Antes por estorbarla -dijo-; sepa que es porque no tiene toqui-
lla350, y que así no lo echan de ver.
Y diciendo esto sacó más de veinte cartas y otros tantos reales, di-
ciendo que no había podido dar aquellas. Traía cada una un real de
porte351, y eran hechas por él mismo. Ponía la firma de quien le pa-
recía, escribía nuevas que inventaba a las personas más honradas, y
dábalas en aquel traje, cobrando los portes. Y esto hacía cada mes,
cosa que me espantó ver la novedad de la vida.
Entraron luego otros dos, el uno con una ropilla de paño, larga
hasta el medio valón352, y su capa de lo mismo, levantando el cuello
porque no se viese el anjeo353, que estaba roto. Los valones eran de
chamelote354, mas no era más de lo que se descubría, y lo demás de
bayeta colorada. Éste venía dando voces con el otro, que traía valona
por no tener cuello, y unos frascos por no tener capa, y una muleta
con una pierna liada en trapajos y pellejos, por no tener más de una
calza. Hacíase soldado, y habíalo sido en los alojamientos y hasta la
mar. Contaba extraños servicios suyos, y a título de soldado entraba
en cualquiera parte. Decía el de la ropilla y casi gregüescos:
pueda verse.
-La mitad me debéis, o por lo menos mucha parte, y si no me la
dais, ¡juro a Dios...!
-No jure a Dios -dijo el otro-, que en llegando a casa no soy cojo
y os daré con esta muleta mil palos.
Si daréis no daréis y en los mentises acostumbrados, arremetió el
uno al otro y, asiéndose, se salieron con los pedazos de los vestidos
en las manos a los primeros estirones y no fue mucho. Metímoslos en
paz y preguntamos la causa de la pendencia. Dijo el soldado:
-¿A mí chanzas? ¡No llevaréis ni medio! Han de saber vuestras
mercedes que estando hoy en San Salvador355, llegó un niño a este
pobrete y le dijo que si era yo el alférez Joan de Lorenzana, y dijo
que sí, atento a que le vio no sé qué cosa que traía en las manos.
Llevómele, y dijo, nombrándome alférez: «Mire vuestra merced qué
le quiere este niño». Yo que luego entendí la flor356, aceté. Recibí el
recado y con él doce pañizuelos, y respondí a su madre, que los in-
viaba a algún hombre de aquel nombre. Pídeme agora la mitad. Yo
antes me haré pedazos otra vez que tal dé. Todos los han de romper
mis narices.
Juzgóse la causa en su favor. Sólo se le contradijo lo del sonar con
ellos, mandándole que los entregase a la vieja, para honrar la comu-
nidad haciendo dellos unos cuellos y unos remates de mangas que se
viesen y representasen camisas; que el sonarse estaba vedado en la
orden, si no era en el aire, u de saetilla a coz de dedo357.
Era de ver, llegada la noche, cómo nos acostamos en dos camas,
tan juntos que parecíamos herramienta en estuche358. Pasose la cena
de claro en claro359. No se desnudaron los más, que, con acostarse
como andaban de día, cumplieron con el preceto de dormir en cue-
ros.
368 algodones de tintero: los algodones (u otra clase de borra) que ponían en los
tinteros para que la pluma no cogiese demasiada tinta y echase borrones. Los usan
aquí por adorno del sombrero.
369 trabajoso: muy gastado.
370 flor del sol: girasol.
371 saque pies: váyase retirando.
372 eslabón: el eslabón (una pieza de hierro) golpeaba al pedernal para sacar chis-
tenían padrinos.
hombres quitábamos el sombrero, deseando hacer los mismo con sus
capas; a las mujeres hacíamos reverencias, que se huelgan con ellas y
con las paternidades374 mucho. A uno decía mi buen ayo: «Mañana
me traen dineros»; a otro: «Aguárdeme vuestra merced un día, que
me tray en palabras el banco». Cuál le pedía la capa, quién le daba
prisa por la pretina; en lo cual conocí que era tan amigo de sus ami-
gos, que no tenía cosa suya375. Andábamos haciendo culebra de una
acera a otra por no topar con casas de acreedores. Ya le pedía uno el
alquiler de la casa, otro el de la espada y otro el de las sábanas y cami-
sas, de manera que eché de ver que era caballero de alquiler, como
mula.
Sucedió, pues, que vio desde lejos un hombre que le sacaba los
ojos376, según dijo, por una deuda, mas no podía el dinero. Y porque
no le conociese soltó de detrás de las orejas el cabello, que traía reco-
gido, y quedó nazareno377, entre ermitaño y caballero lanudo; plan-
tose un parche en un ojo y púsose a hablar italiano conmigo. Esto
pudo hacer mientras el otro venía, que aún no le había visto, por
estar ocupado en chismes con una vieja. Digo de verdad que vi al
hombre dar vueltas alrededor, como perro que se quiere echar; hac-
íase más cruces que un ensalmador378, y fuese diciendo:
-¡Jesús!, pensé que era él. A quien bueyes ha perdido379..., etc.
Yo moríame de risa de ver la figura de mi amigo. Entrose en un
portal a recoger la melena y el parche, y dijo:
-Estos son los aderezos de negar deudas. Aprendé, hermano, que
veréis mil cosas destas en el pueblo.
para significar que todo lo tiene prestado, y así no tiene cosa suya.
376 sacaba los ojos: le exigía con mucha insistencía que pagase la deuda.
377 nazareno: con melenas. Los nazarenos (como Sansón) no se cortaban el cabe-
llo.
378 ensalmador: el que hacía ensalmos, que acompañaba de santiguaduras y gestos
de cruces.
379 A quien bueyes ha perdido: primera parte de un refrán que continúa: cencerros le
suenan en el oído.
Pasamos adelante y en una esquina, por ser de mañana, tomamos
dos tajadas de alcotín380 y agua ardiente de una picarona, que nos lo
dio de gracia, después de dar el bienvenido a mi adestrador. Y díjo-
me:
-Con esto vaya el hombre381 descuidado de comer hoy; y, por lo
menos, esto no puede faltar.
Afligime yo, considerando que aún teníamos en duda la comida, y
repliqué afligido por parte de mi estómago. A lo cual respondió:
-Poca fe tienes con la religión y orden de los caninos. No falta el
Señor a los cuervos ni a los grajos ni aun a los escribanos, ¿y había de
faltar a los traspillados?382. Poco estómago tienes.
-Es verdad -dije-, pero temo mucho tener menos y nada en él.
En esto estábamos, y dio un reloj las doce; y como yo era nuevo
en el trato, no les cayó en gracia a mis tripas el alcotín, y tenía ham-
bre como si tal no hubiera comido. Renovada, pues, la memoria con
la hora, volvime al amigo y dije:
-Hermano, este de la hambre es recio noviciado; estaba hecho el
hombre a comer más que un sabañón383, y hanme metido a vigilias.
Si vos no lo sentís, no es mucho, que criado con hambre desde niño,
como el otro rey con ponzoña384, os sustentéis ya con ella. No os veo
hacer diligencia vehemente para mascar, y así, yo determino de hacer
la que pudiere.
-¡Cuerpo de Dios -replicó- con vos! Pues dan agora las doce, ¿y
tanta prisa? Tenéis muy puntuales ganas y ejecutivas, y han menester
llevar en paciencia algunas pagas atrasadas. ¡No, sino comer todo el
día! ¿Qué más hacen los animales? No se escribe que jamás caballero
nuestro haya tenido cámaras385; que antes, de puro mal proveídos, no
nos proveemos. Ya os he dicho que a nadie falta Dios. Y si tanta
380 alcotín: palabra sin averiguar; solían tomar aguardiente con una conserva (lla-
mada letuario). Este alcotín sugiere Rey Hazas que sea «alcocín o malcocinado» un
guiso de menudos de carnero.
381 hombre: otra vez con valor de pronombre indefinido.
382 No falta...traspillados: parodia del pasaje evangélico de Lucas, 12, 24 y ss. so-
386 sopa de san Jerónimo: la que servían a los pobres en el convento de san Jeró-
nimo.
387 frailes de leche como capones: frailes gordos y bien tratados, como los capones de
400 ante: principios de la comida y piel con que hacían los coletos.
401 Antigua de Valladolid: se creía que la tierra del cementerio de Nuestra Señora
de la Antigua había sido traída por los cruzados, y consumía rápidamente los cadáve-
res que se enterraban allí.
402 ordinario: juego dilógico entre el gasto diario que uno tiene para la casa y co-
410 campo: signifca ejército; juega con el sentido de campiña, donde va a quitarse
bellaco.
que un libro de música (decía un estudiantón destos de la capacha419,
gorronazo); que hay hombre en la sopa del bendito santo que puede
ser obispo u otra cualquier dignidad y se afrenta un don Peluche de
comer! ¡Graduado estoy de bachiller en artes por Sigüenza420!». Me-
tiose el portero de por medio, viendo que un vejezuelo que allí esta-
ba decía que, aunque acudía al brodio421, que era decendiente de los
godos422 y que tenía deudos.
Aquí lo dejó, porque el compañero estaba ya fuera desaprensando
los güesos.
CAPÍTULO TERCERO
419 de la capacha: que comía de limosna; hace referencia los hermanos de la capa-
cha, frailes de San Juan de Dios que pedían con una capacha para los pobres.
420 Sigüenza: una de las universidades menores, con estudios de muy poco pres-
tigio.
421 brodio: caldo, sopa de los conventos.
422 decendiente de los godos: ser de los godos o hacerse de los godos significa ser
noble o presumir de ello; los godos eran tenidos por antepasados de la nobleza de
España, no contaminada de moros y judíos.
423 búcaros y vidros: vasos de barro y vasos de cristal.
424 sacóle de la puja: le superó.
425 mesa de trucos: juego proveniente de Italia parecido al billar.
no hacía partido, iba por su capa y tomaba la que mejor le parecía y
salíase. Usábalo en los juegos de argolla426 y bolos.
Mas todo fue nada para ver entrar a don Cosme, cercado de mu-
chachos con lamparones, cáncer y lepra, heridos y mancos, el cual se
había hecho ensalmador con unas santiguaduras y oraciones que hab-
ía aprendido de una vieja. Ganaba éste por todos, porque si el que
venía a curarse no traía bulto debajo de la capa, no sonaba dinero en
faldriquera, o no piaban algunos capones, no había lugar. Tenía aso-
lado medio reino. Hacía creer cuanto quería, porque no ha nacido tal
artífice en el mentir; tanto, que aun por descuido no decía verdad.
Hablaba del Niño Jesús, entraba en las casas con Deo gracias, decía lo
del «Espíritu Santo sea con todos».... Traía todo ajuar de hipócrita:
un rosario con unas cuentas frisonas; al descuido hacía que se le viese
por debajo de la capa un trozo de diciplina salpicada con sangre de las
narices; hacía creer, concomiéndose, que los piojos eran silicios y que
la hambre canina eran ayunos voluntarios. Contaba tentaciones; en
nombrando al demonio, decía «Dios no libre y nos guarde»; besaba la
tierra al entrar en la iglesia; llamábase indigno; no levantaba los ojos a
las mujeres, pero las faldas sí. Con estas cosas, traía el pueblo tal, que
se encomendaban a él, y era como encomendarse al diablo. Porque él
era jugador y lo otro (ciertos los llaman, y por mal nombre fulleros).
Juraba el nombre de Dios unas veces en vano y otras en vacío. Pues
en lo que toca a mujeres, tenía seis hijos y preñadas dos santeras427. Al
fin, de los mandamientos de Dios, los que no quebraba, hendía.
Vino Polanco haciendo gran ruido, y pidió su saco pardo, cruz
grande, barba larga postiza y campanilla. Andaba de noche desta suer-
te, diciendo: «Acordaos de la muerte y haced bien para las ánimas...»,
etc. Con esto cogía mucha limosna y entrábase en las casas que veía
abiertas; si no había testigos ni estorbo, robaba cuanto había; si le
topaban, tocaba la campanilla y decía con una voz que él fingía muy
penitente: «Acordaos, hermanos...», etc.
Todas estas trazas de hurtar y modos extraordinarios conocí, por
espacio de un mes, en ellos. Volvamos agora a que les enseñé el rosa-
rio y conté el cuento. Celebraron mucho la traza, y recibióle la vieja
por su cuenta y razón para venderle. La cual se iba por las casas di-
ciendo que era de una doncella pobre y que se deshacía dél para co-
426 juegos de argolla: juego en el que se metía una bola por la argolla.
427 santeras: mujeres que cuidaban de las ermitas.
mer. Y ya tenía para cada cosa su embuste y su trapaza428. Lloraba la
vieja a cada paso, enclavijaba las manos y suspiraba de lo amargo;
llamaba hijos a todos. Traía, encima de muy buena camisa, jubón,
ropa, saya y manteo, un saco de sayal roto, de un amigo ermitaño
que tenía en las cuestas de Alcalá. Esta gobernaba el hato429, aconse-
jaba y encubría.
Quiso, pues, el diablo, que nunca está ocioso en cosas tocantes a
sus siervos, que yendo a vender no sé qué ropa y otras cosillas a una
casa, conoció uno no sé qué hacienda suya. Trujo un alguacil, y aga-
rráronme la vieja, que se llamaba la madre Labruscas430. Confesó
luego todo el caso y dijo cómo vivíamos todos y que éramos caballe-
ros de rapiña. Dejola el alguacil en la cárcel, y vino a casa, y halló en
ella a todos mis compañeros y a mí con ellos. Traía media docena de
corchetes, verdugos de a pie, y dio con todo el colegio buscón en la
cárcel, adonde se vio en gran peligro la caballería.
CAPÍTULO CUARTO
vestre y agria.
431 como cara: le da la cara, habla con él, y le da dinero para sobornarlo.
-Suplico a vuestra merced -le dije- que se duela de un hombre de
bien.
Busquele las manos, y, como sus palmas432 estaban hechas a llevar
semejantes dátiles, cerró con433 los dichos veinte y seis434, diciendo:
-Yo averiguaré la enfermedad y, si no es urgente, bajará al ce-
po435.
Yo conocí la deshecha436, y respondíle humilde. Dejóme fuera, y
a los amigos descolgáronlos abajo.
Dejo de contar la risa tan grande que, en la cárcel y por las calles,
había con nosotros; porque, como nos traían atados y a empellones,
unos sin capas y otros con ellas arrastrando, eran de ver unos cuerpos
pías remendados, y otros aloques437 de tinto y blanco. A cuál, por
asirle de alguna parte sigura, por estar todo tan manido438, le agarraba
el corchete de las puras carnes, y aun no hallaba de qué asir, según los
tenía roídos la hambre. Otros iban dejando a los corchetes en las
manos los pedazos de ropillas y gregüescos; al quitar la soga en que
venían ensartados, se salían pegados los andrajos.
Al fin, yo fui, llegada la noche, a dormir a la sala de los linajes439.
Diéronme mi camilla. Era de ver algunos dormir envainados, sin
quitarse nada; otros, desnudarse de un golpe todo cuanto traían en-
cima como culebras440; cuáles jugaban. Y, al fin, cerrados, se mató la
luz. Olvidamos todos los grillos. Era de ver a los que no tenían cama
llegar y asir de los pies al acostado y sacarlo arrastrando en medio de
la sala y encajarse en la cama, y aquel asir de otro para acomodarse.
Estaba el servicio a mi cabecera; vime forzado, a intercesión de
mis narices, a decirles que mudasen a otra parte el vedriado441. Y
sobre si le viene muy ancho o no, como si me hubieran tomado la
432 palmas: aquí con sus dos sentidos: parte de la mano y de las palmeras.
433 cerrar con: arremeter con furia.
434 veinte y seis: veintiséis reales. Era el valor del doblón.
435 cepo: instrumento de castigo, de madera, con agujeros para sujetar la garganta
aire significa cosas de poca importancia, pero aquí, a través de la referencia a la ven-
tosidad (aire trasero), apunta a la sodomía.
448 botiller: persona que tenía a su cargo la despensa del señor. El alcaide guarda
de los lobos; estos presos tienen que ponerse carlancas en el trasero para evitar las
atenciones del puto.
452 postillón: caballo del mozo que iba delante de la posta mostrándoles el cami-
no.
453 puntos...flux: tenía más puntos de sutura que los que reúne la suerte triunfa-
las «virtudes» de estos cuatro: que son gente con grillos, de azotes y de galeras.
457 servido a su Rey por mar: en las galeras reales; han sido galeotes.
458 ahuchados: como metidos en una hucha.
zaron a silbar dos dellos, y otro a dar sogazos. Los buenos caballeros,
que vieron el negocio de revuelta, se apretaron de manera las carnes
ayunas (cenadas, comidas y almorzadas de sarna y piojos), que cupie-
ron todos en un resquicio de la tarima. Estaban como liendres en
cabellos o chinches en cama. Sonaban los golpes en la tabla; callaban
los dichos. Los bellacos, que vieron que no se quejaban, dejaron el
dar azotes y empezaron a tirar ladrillos, piedras y cascote que tenían
recogido. Allí fue ella, que uno le halló el cogote a don Toribio y le
levantó una pantorrilla459 en él de dos dedos. Comenzó a dar voces
que le mataban. Los bellacos, porque no se oyesen sus aullidos, can-
taban todos juntos y hacían ruido con las prisiones460. Él, por escon-
derse, asió de los otros para meterse debajo. Allí fue el ver cómo, con
la fuerza que hacían, les sonaban los güesos.
Acabaron su vida las ropillas; no quedaba andrajo en pie. Menu-
deaban tanto las piedras y cascotes, que, dentro de poco tiempo, tenía
el dicho don Toribio más golpes en la cabeza que una ropilla abier-
ta461. Y no hallando remedio contra el granizo, viéndose, sin santi-
dad, cerca de morir San Esteban462, dijo que le dejasen salir, que él
pagaría luego y daría sus vestidos en prendas. Consintiéronselo, y a
pesar de los otros, que se defendían con él, descalabrado y como
pudo, se levantó y pasó a mi lado.
Los otros, por presto que acordaron a hacer lo mismo, ya tenían
las chollas463 con más tejas que pelos. Ofrecieron para pagar la patente
sus vestidos, haciendo cuenta que era mejor entrarse en la cama por
desnudos que por heridos. Y así, aquella noche los dejaron y a la
mañana les pidieron que se desnudasen y se halló que de todos sus
vestidos juntos no se podía hacer una mecha a un candil.
Quedáronse en la cama, digo envueltos en una manta, la cual era
la que llaman ruana, donde se espulgan todos. Empezaron luego a
sentir el abrigo de la manta, porque había piojo con hambre canina, y
otro que, en un brazo ayuno dellos, quebraba ayuno de ocho días;
portezuelas que se echan en las ropillas y otros vestidos para cubrir los bolsillos.
462 San Esteban: murió lapidado.
463 chollas: cabezas.
habíalos frisones y otros que se podían echar a la oreja de un toro464.
Pensaron aquella mañana ser almorzados dellos; quitáronse la manta,
maldiciendo su fortuna, deshaciéndose a puras uñadas.
Yo salime del calabozo, diciéndoles que me perdonasen si no les
hiciese mucha compañía, porque me importaba no hacérsela. Torné
a repasarle las manos al carcelero con tres de a ocho465 y, sabiendo
quién era el escribano de la causa, inviele a llamar con un picarillo.
Vino, metile en un aposento, y empecele a decir, después de haber
tratado de la causa, cómo yo tenía no sé que dinero. Supliquele que
me lo guardase, y que, en lo que hubiese lugar, favoreciese la causa
de un hijodalgo desgraciado que, por engaño, había incurrido en tal
delito.
-Crea vuestra merced -dijo, después de haber pescado la mos-
ca466-, que en nosotros está todo el juego, y que si uno da en no ser
hombre de bien, puede hacer mucho mal. Más tengo yo en galeras
de balde, por mi gusto, que hay letras en el proceso. Fíese de mí y
crea que le sacaré a paz y a salvo.
Fuese con esto y volviose desde la puerta a pedirme algo para el
buen Diego García, el alguacil, que importaba acallarle con mordaza
de plata, y apuntome no sé qué del relator, para ayuda de comerse
cláusula entera467. Dijo:
-Un relator, señor, con arcar las cejas, levantar la voz, dar una pa-
tada para hacer atender al alcalde divertido468, hacer una acción, des-
truye a un cristiano.
Dime por entendido y añadí otros cincuenta reales; y en pago me
dijo que enderezase el cuello de la capa, y dos remedios para el cata-
rro que tenía de la frialdad del calabozo; y últimamente me dijo,
mirándome con grillos:
-Ahorre de pesadumbre, que, con ocho reales que dé al alcaide, le
aliviará; que esta es gente que no hace virtud si no es por interés.
464 oreja de un toro: es decir, tan grandes y feroces como los perros alanos, que se
usaban para combatir con los toros, y atacaban a los astados mordiéndolos por las
orejas.
465 tres de a ocho: tres reales de a ocho. Eran monedas de plata.
466 mosca: lenguaje de germanía, dinero.
467 ayuda de comerse cláusula entera: construcción creada a partir de ayuda de costa,
que era el dinero extra que se daba a algunos funcionarios. Aquí es el dinero para
sobornar al relator para que se salte algunas acusaciones en el proceso.
468 divertido: distraído.
Cayome en gracia la advertencia. Al fin, él se fue. Yo di al carce-
lero un escudo; quitome los grillos.
Dejábame entrar en su casa. Tenía una ballena por mujer y dos
hijas del diablo, feas y necias, y de la vida469, a pesar de sus caras.
Sucedió que el carcelero (se llamaba tal Blandones de San Pablo, y la
mujer doña Ana Moráez470) vino a comer, estando yo allí, muy eno-
jado y bufando. No quiso comer. La mujer, recelando alguna gran
pesadumbre, se llegó a él, y le enfadó tanto con las acostumbradas
importunidades, que dijo:
-¿Qué ha de ser, si el bellaco ladrón de Almendros, el aposenta-
dor471, me ha dicho, teniendo palabras con él sobre el arrendamiento,
que vos no sois limpia472?
-¿Tantos rabos me ha quitado el bellaco? -dijo ella-; por el siglo
de mi agüelo, que no sois hombre, pues no le pelastes las barbas.
¿Llamo yo a sus criadas que me limpien?
Y volviéndose a mí, dijo:
-Vale Dios que no me podrá decir que soy judía como él, que, de
cuatro cuartos que tiene, los dos son de villano, y los otros ocho
maravedís, de hebreo. A fe, señor don Pablos, que si yo lo oyera, que
yo le acordara de que tiene las espaldas en el aspa del San Andrés473.
Entonces, muy afligido, el alcaide respondió:
-¡Ay, mujer, que callé porque dijo que en esa teníades vos dos o
tres madejas! Que lo sucio no os lo dijo por lo puerco, sino por el no
lo comer.
-Luego ¿judía dijo que era? ¿Y con esa paciencia lo decís, buenos
tiempos? ¿Así sentís la honra de doña Ana Moráez, hija de Esteban
Rubio y Joan de Madrid474, que sabe Dios y todo el mundo?
-¡Cómo! ¿Hija -dije yo- de Joan de Madrid?
Corte.
472 limpia: la acusa de no ser limpia de sangre, de no ser cristiana vieja; hace el
chiste con el sentido literal de limpio, y de ahí la mención de los rabos o salpicaduras
de barro.
473 aspa del San Andrés: cruz que llevaban cosida a la espalda los penitenciados
ballo», pero el complemento «de echar agua» nos precisa que no son caballos, sino
asnos, que eran las caballerías que llevaban los aguadores, y en los que salían los reos
a la vergüenza.
Desterráronlos por seis años. Yo salí en fiado, por virtud del escri-
bano. Y el relator no se descuidó, porque mudó tono, habló quedo y
ronco, brincó razones y mascó cláusulas enteras.
CAPÍTULO QUINTO
479 entremetida..., entresacada y salida: todos estos vocablos se refieren a las activi-
a los ratones y enseñar las manos para que vean lo bonitas que las tiene.
481 estrado: habitación, con una tarima, en la que las mujeres recibían a las visitas.
482 pizpirigaña: juego de niños en que uno pellizca las manos a los demás.
483 cruces: cuando se bostezaba era costumbre hacer una cruz en la boca.
A mí no me pareció mal la moza para el deleite, y lo otro la co-
modidad de hallármela en casa. Di en poner en ella los ojos; contába-
les cuentos que yo tenía estudiados para entretener; traíalas nuevas484,
aunque nunca las hubiese; servíalas en todo lo que era de balde. Díje-
las que sabía encatamentos y que era nigromante, que haría que pare-
ciese que se hundía la casa y que se abrasaba y otras cosas que ellas,
como buenas creedoras, tragaron. Granjeé una voluntad en todos
agradecida, pero no enamorada, que como no estaba tan bien vestido
como era razón, aunque ya me había mejorado algo de ropa por
medio del alcaide, a quien visitaba siempre, conservando la sangre485
a pura carne y pan que le comía, no hacían de mí el caso que era
razón.
Di, para acreditarme de rico que lo disimulaba, en enviar a mi ca-
sa amigos a buscarme cuando no estaba en ella. Entró uno, el prime-
ro, preguntando por el señor don Ramiro de Guzmán, que así dije
que era mi nombre, porque los amigos me habían dicho que no era
de costa mudarse los nombres y que era útil. Al fin preguntó por don
Ramiro, «un hombre de negocios rico, que hizo agora tres asientos
con el rey». Desconociéronme en esto las húespedas y respondieron
que allí no vivía sino un don Ramiro de Guzmán, más roto que rico,
pequeño de cuerpo, feo de cara y pobre.
-Ése es -replicó- el que yo digo. Y no quisiera más renta al servi-
cio de Dios que la que tiene a más de dos mil ducados.
Contoles otros embustes, quedáronse espantadas, y él las dejó una
cédula de cambio fingida, que traía a cobrar en mí, de nueve mil
escudos. Díjoles que me la diesen para que la acetase y fuese.
Creyeron la riqueza la niña y la madre y acotáronme486 luego para
marido. Vine yo con gran disimulación, y en entrando me dieron la
cédula diciendo:
-Dineros y amor mal se encubren, señor don Ramiro. ¿Cómo
que nos esconda vuestra merced quién es, debiéndonos tanta volun-
tad?
Yo hice como que me había disgustado por el dejar de la cédula y
fuime a mi aposento. Era de ver cómo, en creyendo que tenía dine-
ro, me decían que todo me estaba bien, celebraban mis palabras, no
484 nuevas: noticias.
485 conservando la sangre: dilogía: conserva el parentesco con Ana Moráez y go-
rronea.
486 acotáronme: me señalaron.
había tal donaire como el mío. Yo, que las vi tan cebadas, declarele
mi voluntad a la muchacha y ella me oyó contentísima, diciéndome
mil lisonjas.
Apartámonos, y una noche di para confirmarlas más en mi rique-
za: cerreme en mi aposento, que estaba dividido del suyo con sólo un
tabique muy delgado, y sacando cincuenta escudos estuve contándo-
los en la mesa tantas veces que oyeron contar seis mil escudos. Fue
esto de verme con tanto dinero de contado para ellas todo lo que yo
podía desear, porque dieron en desvelarse para regalarme y servirme.
El portugués se llamaba o siñor Vasco de Meneses, caballero de la
cartilla487, digo de Christus. Traía su capa de luto, botas488, cuello
pequeño y mostachos grandes. Ardía por doña Berenguela de Roble-
do, que así se llamaba. Enamorábala sentándose a conversación y
suspirando más que beata en sermón de Cuaresma. Cantaba mal, y
siempre andaba apuntando489 con él el catalán, el cual era la criatura
más triste y miserable que Dios crió; comía a tercianas490, de tres a
tres días, y el pan tan duro que apenas le pudiera morder491 un maldi-
ciente. Pretendía por lo bravo, y si no era el poner güevos no le fal-
taba otra cosa para gallina, porque cacareaba notablemente.
Como vieron los dos que yo iba tan adelante, dieron en decir mal
de mí. El portugués decía que era un piojoso, pícaro, desarropado; el
catalán me trataba de cobarde y vil. Yo lo sabía todo y a veces lo oía,
pero no me hallaba con ánimo para responder. Al fin, la moza me
hablaba y recibía mis billetes492. Comenzaba por lo ordinario: «Este
atrevimiento, su mucha hermosura de vuestra merced..»; decía lo de
«me abraso», trataba de «penar», ofrecíame por esclavo, firmaba el
corazón con la saeta... Al fin, llegamos a los túes, y yo, para alimentar
más el crédito de mi calidad, salime de casa y alquilé una mula, y
arrebozado y mudando la voz, vine a la posada y pregunté por mí
CAPÍTULO SEXTO
se de él.
502 flor: trampa, engaño.
Dejáronles salir y quedaron diciendo que siempre lo temieron.
Contaban al catalán y al portugués lo de aquellos que me venían a
buscar; decían entrambos que eran demonios y que yo tenía fami-
liar503. Y cuando les contaban del dinero que yo había contado, de-
cían que parecía dinero, pero que no lo era; de ninguna suerte per-
suadiéronse a ello.
Yo saqué mi ropa y comida horra504. Di traza, con los que me
ayudaron, de mudar de hábito y ponerme calza de obra505 y vestido
al uso, cuellos grandes y un lacayo en menudos506: dos lacayuelos,
que entonces era uso. Animáronme a ello, poniéndome por delante
el provecho que se me siguiría de casarme con la ostentación, a título
de rico, y que era cosa que sucedía muchas veces en la Corte. Y aún
añadieron que ellos me encaminarían parte conveniente y que me
estuviese bien, y con algún arcaduz507 por donde se guiase. Yo, ne-
gro508 cudicioso de pescar mujer, determineme. Visité no sé cuántas
almonedas509 y compré mi aderezo de casar. Supe dónde se alquila-
ban caballos y espeteme en uno el primer día, y no hallé lacayo.
Salime a la calle Mayor y púseme enfrente de una tienda de jae-
ces, como que concertaba alguno. Llegáronse dos caballeros, cada
cual con su lacayo. Preguntáronme si concertaba uno de plata que
tenía en las manos; yo solté la prosa y con mil cortesías los detuve un
rato. En fin, dijeron que se querían ir al Prado510 a bureo511 un poco,
y yo, que si no lo tenían a enfado, que los acompañaría. Dejé dicho
al mercader que si viniesen allí mis pajes y un lacayo, que los enca-
minase al Prado. Di señas de la librea512 y metime entre los dos y
503 familiar: diablo familiar, que se decía tenían los brujos en redomas, anillos u
otros objetos, y que servían a los que habían hecho pacto con el diablo.
504 horra: sin pagar.
505 calza de obra: calzas adornadas.
506 lacayo en menudos: en metáfora de moneda, en calderilla: en vez de un lacayo
lleva dos lacayuelos, como si dijéramos hace una moneda mayor a base de monedas
pequeñas. Es chiste folklórico. Lacayo: mozo que precede al caballero cuando éste va
a caballo. Encargado de los caballos.
507 arcaduz: medio por el que se consigue el fin pretendido.
508 negro: desgraciado, infeliz.
509 almonedas: subastas públicas.
510 Prado: el paseo del Prado era lugar de enorme importancia social en la época.
511 bureo: entretenimiento.
512 librea: uniforme que vestían los criados de los grandes señores. Son todo em-
bustes de Pablos.
caminamos. Yo iba considerando que a nadie que nos veía era posi-
ble el determinar cúyos eran los lacayos, ni cuál era el que no le lle-
vaba.
Empecé a hablar muy recio de las cañas513 de Talavera y de un
caballo que tenía porcelana514; encarecíales mucho el roldanejo515 que
esperaba de Córdoba. En topando algún paje, caballo o lacayo, los
hacía parar y les preguntaba cúyo era, y decía de las señales y si le
querían vender; hacíale dar dos vueltas en la calle y aunque no la
tuviese le ponía una falta en el freno y decía lo que había de hacer
para remediarlo. Y quiso mi ventura que topé muchas ocasiones de
hacer esto. Y porque los otros iban embelesados y, a mi parecer,
diciendo: «¿Quién será este tagarote516 escuderón?», porque el uno
llevaba un hábito517 en los pechos, y el otro una cadena de diamantes
(que era hábito y encomienda518 todo junto), dije yo que andaba en
busca de buenos caballos para mí y a otro primo mío, que entrába-
mos en unas fiestas.
Llegamos al Prado y, en entrando, saqué el pie del estribo y puse
el talón por defuera y empecé a pasear. Llevaba la capa echada sobre
el hombro y el sombrero en la mano. Mirábanme todos; cuál decía:
«Éste yo le he visto a pie»; otro: «¡Hola!, lindo va el buscón». Yo
hacía como que no oía nada, y paseaba.
Llegáronse a un coche de damas los dos y pidiéronme que picar-
dease un rato. Dejeles la parte de las mozas y tomé el estribo de ma-
dre y tía. Eran las vejezuelas alegres, la una de cincuenta y la otra
punto menos. Díjelas mil ternezas, y oíanme; que no hay mujer, por
513 cañas: fiestas especie de torneo de nobles, en que se luchaba con cañas. Pablos
presume de nobleza.
514 porcelana: color blanco y azulado.
515 roldanejo: palabra no aclarada por los comentaristas; sugiero que se trate de
cargo de comendador era de superior categoría, y tenía rentas; hace un chiste sobre
el poder del dinero y la riqueza: los diamantes tienen más categoría que el simple
hábito: son a la vez hábito y encomienda (la encomienda tenía, como he dicho,
renta).
vieja que sea, que tenga tantos años como presunción. Prometilas
regalos y preguntelas del estado de aquellas señoras, y respondieron
que doncellas, y se les echaba de ver en la plática. Yo dije lo ordina-
rio: que las viesen colocadas como merecían; y agradoles mucho la
palabra colocadas. Preguntáronme, tras esto, que en qué me entretenía
en la Corte. Yo les dije que en huir de un padre y madre que me
querían casar contra mi voluntad con mujer fea y necia y mal nacida,
por el mucho dote.
-Y yo, señoras, quiero más una mujer limpia en cueros, que una
judía poderosa, que, por la bondad de Dios, mi mayorazgo vale al
pie519 de cuatro mil ducados de renta y, si salgo con un pleito que
traigo en buenos puntos, no habré menester nada.
Saltó tan presto la tía:
-¡Ay, señor, y cómo le quiero bien! No se case sino con su gusto
y mujer de casta, que le prometo que, con ser yo no muy rica, no he
querido casar mi sobrina, con haberle salido ricos casamientos, por
no ser de calidad. Ella pobre es, que no tiene sino seis mil ducados de
dote, pero no debe nada a nadie en sangre.
-Eso creo muy bien -dije yo.
En esto, las doncellicas remataron la conversación con pedir algo
de merendar a mis amigos:
Yo, que vi ocasión, dije que echaba menos521 mis pajes, por no
tener con quien inviar a casa por unas cajas522 que tenía. Agradecié-
ronmelo, y yo las supliqué se fuesen a la Casa del Campo al otro día,
y que yo las inviaría algo fiambre. Acetaron luego; dijéronme su casa
y preguntaron la mía. Y, con tanto, se apartó el coche, y yo y los
compañeros comenzamos a caminar a casa.
Ellos, que me vieron largo523 en lo de la merienda, aficionáronse,
y por obligarme me suplicaron cenase con ellos aquella noche. Hí-
ceme algo de rogar, aunque poco, y cené con ellos, haciendo bajar a
519 al pie: aproximadamente.
520 Mirábase...barba: cita del romancero, aquí en forma paródica.
521 echaba menos: echaba de menos.
522 cajas: cajas de confituras para convidarlas.
523 largo: generoso.
a buscar mis criados y jurando de echarlos de casa. Dieron las diez, y
yo dije que era plazo de cierto martelo524 y que, así, me diesen licen-
cia. Fuime, quedando concertados de vernos a la tarde, en la Casa del
Campo.
Fui a dar el caballo al alquilador y desde allí a mi casa. Hallé los
compañeros jugando quinolicas525. Conteles el caso y el concierto
hecho, y determinamos de enviar la merienda sin falta y gastar do-
cientos reales en ella.
Acostámonos con estas determinaciones. Yo confieso que no pu-
de dormir en toda la noche con el cuidado de lo que había de hacer
con el dote. Y lo que más me tenía en duda era el hacer dél una casa
o darlo a censo526, que no sabía yo cuál sería mejor y de más prove-
cho.
CAPÍTULO SÉTIMO
ble.
papeles. Llegué, y ya estaban allá las dichas y los caballeros y todo528.
Recibiéronme ellas con mucho amor y ellos llamándome de vos529,
en señal de familiaridad. Había dicho que me llamaba don Filipe
Tristán, y en todo el día había otra cosa sino don Filipe acá y don
Filipe allá. Yo comencé a decir que me había visto tan ocupado con
negocios de Su Majestad y cuentas de mi mayorazgo que había temi-
do el no poder cumplir; y que, así, las apercibía a merienda de repen-
te530.
En esto llegó el respostero con su jarcia531, plata y mozos; los otros
y ellas no hacían sino mirarme y callar. Mandele que fuese al cenador
y aderezase allí, que entretanto nos íbamos a los estanques. Llegáron-
se a mí las viejas a hacerme regalos, y holgueme de ver descubiertas
las niñas, porque no he visto, desde que Dios me crió, tan linda cosa
como aquella en quien yo tenía asestado el matrimonio: blanca, ru-
bia, colorada, boca pequeña, dientes menudos y espesos, buena nariz,
ojos rasgados y verdes, alta de cuerpo, lindas manazas y zazosita. La
otra no era mala, pero tenía más desenvoltura, y dábame sospechas de
hocicada532.
Fuimos a los estanques, vímoslo todo y, en el discurso conocí que
la mi desposada corría peligro en tiempo de Herodes, por inocente.
No sabía, pero como yo no quiero las mujeres para consejeras ni
bufonas, sino para acostarme con ellas, y si son feas y discretas es lo
mismo que acostarse con Aristóteles o Séneca o con un libro, procú-
rolas de buenas partes para el arte de las ofensas533; que, cuando sea
boba, harto sabe si me sabe bien. Esto me consoló. Llegamos cerca
del cenador, y al pasar una enramada, prendióseme en un árbol la
guarnición del cuello y desgarrose un poco. Llegó la niña, y pren-
diómelo con un alfiler de plata, y dijo la madre que inviase el cuello a
su casa al otro día, que allá lo aderezaría doña Ana, que así se llamaba
la niña.
Estaba todo cumplidísimo; mucho que merendar, caliente y fiam-
bre, frutas y dulces. Levantaron los manteles y, estando en esto, vi
CAPÍTULO OTAVO
571 fiel: el que vigila las mercancías que se venden y la rectitud de los pesos y
medidas; la precedente serie de refranes caracteriza, desde la Celestina, a las viejas
alcahuetas.
572 me sustento de las posturas, así que enseño como que pongo: el primer juego po-
lisémico arranca del sentido de postura precio que por justicia se pone a las cosas
comestibles, que es el que corresponde a la metáfora del fiel que acaba de emplear;
pero sigue la polisemia: me gano la vida con las posturas (gestos) que enseño a mis
pupilas; con las posturas sexuales que ellas hacen en el coito; con los afeites («postu-
ra» es afeite con que las mujeres se componen el rostro) que hago.
573 damos con ellas: la expresión darse con ellas se aplicaba a las cosas baratas.
574 alcorzada: las alcorzas eran unos dulces recubiertos de azúcar: puede aludir a
de los cosméticos.
576 gasta las faldas con quien hace sus mangas: el primer juego se establece en la co-
rrespondencia de dos partes del vestido; en gastar las faldas hay alusión erótica (con-
cede sus favores); y en mangas alusión al pago (hacerse un negocio de mangas era
hacerse con soborno, según Covarrubias); hay en el conjunto una adaptación inge-
niosa de a frase «de haldas o de mangas» (por las buenas o por las malas).
577 entenados: antepasados.
578 botes: de pócimas brujeriles.
579 untaban las manos: sobornaban.
580 se untaba y salía de noche por la puerta del humo: se decía que las brujas se unta-
ban con ungüentos para salir a volar y reunirse en el aquelarre con el diablo. Puerta
del humo: la chimenea, por donde las brujas salen volando.
que la quisieron prender y escondió la calle; vínome a desengañar y a
decir que era otra de su nombre.
Yo la conté su dinero y estándosele dando, la desventura, que
nunca me olvida, y el diablo, que se acuerda de mí, trazó que la ven-
ían a prender por amancebada y sabían que estaba el amigo en casa.
Entraron en mi aposento; como me vieron en la cama y a ella con-
migo, cerraron con ella y conmigo y diéronme cuatro o seis empe-
llones muy grandes y arrastráronme fuera de la cama. A ella la tenían
asida otros dos, tratándola de alcagüeta y bruja. ¡Quién tal pensara de
una mujer que hacía la vida referida!
A las voces del alguacil y a mis quejas, el amigo, que era un frute-
ro que estaba en el aposento de adentro, dio a correr. Ellos, que lo
vieron y supieron por lo que decía otro güésped de casa que yo lo
era581, arrancaron tras el picaño, y asiéronle, y dejáronme a mí repe-
lado y apuñeado; y con todo mi trabajo, me reía de lo que los pica-
rones decían a la Guía. Porque uno la miraba y decía:
-¡Qué bien os estará una mitra582, madre, y lo que me holgaré de
veros consagrar tres mil nabos a vuestro servicio!
Otro:
-Ya tienen escogidas plumas los señores alcaldes, para que entréis
bizarra.
Al fin, trujeron el picarón, y atáronlos entrambos. Pidiéronme
perdón y dejáronme solo. Yo quedé algo aliviado de ver a mi buena
güéspeda en el estado que tenía sus negocios; y así, no tenía otro
cuidado sino el de levantarme a tiempo que la tirase mi naranja.
Aunque, según las cosas que contaba una criada que quedó en casa,
yo desconfié de su prisión, porque me dijo no sé qué de volar, y
otras cosas que no me sonaron bien.
Estuve en la casa curándome ocho días, y apenas podía salir; dié-
ronme doce puntos en la cara y hube de ponerme muletas. Halléme
sin dinero, porque los cien reales se consumieron en la cura, comida
y posada; y así, para no hacer más gasto no tiniendo dinero, deter-
miné de salirme con dos muletas de la casa y vender mi vestido, cue-
llos y jubones, que era todo muy bueno. Hícelo y compré con lo
que me dieron un coleto de cordobán583 viejo y un jubonazo de
581 yo lo era: que yo era huésped.
582 mitra: coroza que se ponía a hechiceras y alcahuetas. Cuando las sacaban a la
vergüenza el público les tiraba hortalizas y frutas; otro castigo era emplumarlas.
583 cordobán: piel de cabrito adobada y aderezada.
estopa famoso, mi gabán de pobre, remendado y largo, mis polainas y
zapatos grandes, la capilla del gabán en la cabeza; un Cristo de bronce
traía colgando del cuello, y un rosario.
Impúsome584 en la voz y frases doloridas de pedir un pobre que
entendía de la arte mucho; y así, comencé luego a ejercitallo por las
calles. Cosime sesenta reales que me sobraron en el jubón; y con esto
me metí a pobre, fiado en mi buena prosa. Anduve ocho días por las
calles, aullando en esta forma, con voz dolorida y realzamiento de
plegarias: «¡Dalde, buen cristiano, siervo del Señor, al pobre lisiado y
llagado; que me veo y me deseo!». Esto decía los días de trabajo, pero
los días de fiesta comenzaba con diferente voz, y decía: «¡Fieles cris-
tianos y devotos del Señor! ¡Por tan alta princesa como la Reina de
los Ángeles, Madre de Dios, dalde una limosna al pobre tullido y
lastimado de la mano del Señor!». Y paraba un poco, que es de gran-
de importancia, y luego añadía: «¡Un aire corruto, en hora mengua-
da, trabajando en una viña, me trabó mis miembros, que me vi sano
y bueno como se ven y se vean, loado sea el Señor!».
Venían con esto los ochavos trompicando, y ganaba mucho dine-
ro. Y ganara más, si no se me atravesara un mocetón mal encarado,
manco de los brazos y con una pierna menos, que me rondaba las
mismas calles en un carretón y cogía más limosna con pedir mal cria-
do. Decía con voz ronca, rematando en chillido: «¡Acordaos, siervos
de Jesucristo, del castigado del Señor por sus pecados! ¡Dalde al pobre
lo que Dios reciba!». Y añadía: «¡Por el buen Jesú!»; y ganaba que era
un juicio585. Yo advertí, y no me dije más Jesús, sino quitábale la s, y
movía a más devoción. Al fin, yo mudé de frasecicas y cogía maravi-
llosa mosca586.
Llevaba metidas entrambas piernas en una bolsa de cuero, y liadas,
y mis dos muletas. Dormía en un portal de un cirujano, con un po-
bre de cantón587, uno de los mayores bellacos que Dios crió. Estaba
riquísimo, y era como nuestro retor; ganaba más que todos; tenía una
potra588 muy grande, y atábase con un cordel el brazo por arriba, y
parecía que tenía hinchada la mano y manca, y calentura, todo junto.
Poníase echado boca arriba en su puesto, y con la potra defuera, tan
584 impúsome: me enseñó.
585 que era un juicio: muchísimo.
586 mosca: dinero.
587 pobre de cantón: pobre que pedía en una esquina.
588 potra: hernia.
grande como una bola de puente, y decía: «¡Miren la pobreza y el
regalo que hace el Señor al cristiano!». Si pasaba mujer decía: «¡Ah,
señora hermosa, sea Dios en su ánima!». Y las más, porque las llamase
así, le daban limosna y pasaban por allí aunque no fuese camino para
sus visitas. Si pasaba un soldadico: «¡Ah, señor capitán!», decía; y si
otro hombre cualquiera: «¡Ah, señor caballero!». Si iba alguno en
coche, luego le llamaba señoría, y si clérigo en mula, señor arcediano.
En fin, él adulaba terriblemente. Tenía modo diferente para pedir los
días de los santos; y vine a tener tanta amistad con él, que me descu-
brió un secreto con que en dos días estuvimos ricos. Y era que este
tal pobre tenía tres muchachos pequeños que recogían limosna por
las calles y hurtaban lo que podían; dábanle cuenta a él, y todo lo
guardaba. Iba a la parte con dos niños de la cajuela589 en las sangrías
que hacían dellas, y tomé el mismo arbitrio, y él me encaminó la
gentecica a propósito.
Halleme en menos de un mes con más de docientos reales horros.
Y últimamente me declaró, con intento que nos fuésemos juntos, el
mayor secreto y la más alta industria que cupo en mendigo, y la hi-
cimos entrambos. Y era que hurtábamos niños, cada día, entre los
dos, cuatro o cinco; pregonábanlos, y salíamos nosotros a preguntar
las señas, y decíamos: -«Por cierto, señor, que le topé a tal hora, y
que si no llego, que le mata un carro; en casa está». Dábannos el ha-
llazgo590, y veníamos a enriquecer de manera que me hallé yo con
cincuenta escudos, y ya sano de las piernas, aunque las traía entrapa-
jadas591.
Determiné de salirme de la corte, y tomar mi camino para Tole-
do, donde ni conocía ni me conocía nadie. Al fin, yo me determiné;
compré un vestido pardo, cuello y espada, y despedíme de Valcázar,
que era el pobre que dije, y busqué por los mesones en qué ir a To-
ledo.
589 cajuela: cepillo, cajita para recoger dinero. Los niños pedían limosna para fines
no la tuvieran».
Yo, acaso, comencé a representar un pedazo de la comedia de San
Alejo595, que me acordaba de cuando muchacho, y representelo de
suerte que les di cudicia. Y sabiendo, por lo que yo le dije a mi ami-
go que iba en la compañía, mis desgracias y descomodidades, díjome
que si quería entrar en la danza con ellos. Encareciéronme tanto la
vida de la farándula, y yo, que tenía necesidad de arrimo y me había
parecido bien la moza, concerteme por dos años con el autor596.
Hícele escritura de estar con él, y diome mi ración y representacio-
nes597. Y con tanto, llegamos a Toledo.
Diéronme que estudiar tres o cuatro loas598 y papeles de barba599,
que los acomodaba bien con mi voz. Yo puse cuidado en todo y
eché la primera loa en el lugar. Era de una nave, de lo que son todas,
que venía destrozada y sin provisión; decía lo de «éste es el puerto»,
llamaba a la gente «senado», pedía perdón de las faltas y silencio, y
entreme. Hubo un víctor de rezado600, y al fin parecí bien en el tea-
tro.
Representamos una comedia de un representante601 nuestro; que
yo me admiré de que fuesen poetas, porque pensaba que el serlo era
de hombres muy doctos y sabios y no de gente tan sumamente lega.
Y está ya de manera esto que no hay autor que no escriba comedias
ni representante que no haga su farsa de moros y cristianos; que me
acuerdo yo antes, que si no eran comedias del buen Lope de Vega, y
Ramón602, no había otra cosa.
Al fin, hízose la comedia el primer día, y no la entendió nadie; al
segundo, empezámosla, y quiso Dios que empezaba por una guerra, y
salía yo armado y con rodela, que, si no, a manos de mal membrillo,
tronchos y badeas603, acabo. No se ha visto tal torbellino, y ello me-
teatrales.
599 papeles de barba: papeles de hombre maduro.
600 víctor de rezado: aprobación moderada.
601 representante: actor.
602 Ramón: fray Alonso Remón (1561-1632), dramaturgo de fama en la época.
603 badeas: género de melón insípido. El público descontento lanzaba objetos a
los actores.
recíalo la comedia, porque traía un rey de Normandía, sin propósito,
en hábito de ermitaño, y metía dos lacayos por hacer reír y al desatar
de la maraña no había más de casarse todos y allá vas. Al fin tuvimos
nuestro merecido.
Tratamos todos muy mal al compañero poeta, y yo principalmen-
te, diciéndole que mirase de la que nos habíamos escapado y escar-
mentase. Díjome que, jurado a Dios, que no era suyo nada de la
comedia, sino que de un paso604 tomado de uno y otro de otro, había
hecho aquella capa de pobre, de remiendo, y que el daño no había
estado sino en lo mal zurcido. Confesome que los farsantes que hac-
ían comedias todo les obligaba a restitución, porque se aprovechaban
de cuanto habían representado, y que era muy fácil, y que el interés
de sacar trecientos o cuatrocientos reales les ponía aquellos riesgos; lo
otro, que, como andaban por esos lugares, les leían unos y otros co-
medias: -«Tomámoslas para verlas, llevámonoslas y con añadir una
necedad y quitar una cosa bien dicha, decimos que es nuestra». Y
declarome como no había habido farsante jamás que supiese hacer
una copla de otra manera.
No me pareció mal la traza, y yo confieso que me incliné a ella,
por hallarme con algún natural a la poesía; y más, que tenía yo cono-
cimiento con algunos poetas y había leído a Garcilaso; y así, deter-
miné de dar en el arte. Y con esto y la farsanta y representar, pasaba
la vida. Que pasado un mes que había que estábamos en Toledo,
haciendo comedias buenas y enmendando el yerro pasado, ya yo
tenía nombre, y habían llegado a llamarme Alonsete, que yo había
dicho llamarme Alonso; y por otro nombre me llamaban el Cruel, por
serlo una figura que había hecho con gran aceptación de los mosque-
teros605 y chusma vulgar. Tenía ya tres pares de vestidos y autores que
me pretendían sonsacar de la compañía. Hablaba de entender de la
comedia, murmuraba de los famosos, reprehendía los gestos a Pine-
do, daba mi voto en el reposo natural de Sánchez, llamaba bonico a
Morales606, pedíanme el parecer en el adorno de los teatros y trazar
las apariencias607. Si alguno venía a leer comedia, yo era el que la oía.
Fui el primero que introdujo acabar las coplas como los sermones,
con «aquí gracia y después gloria», en esta copla de un cautivo de
Tetuán:
Estaba viento en popa con estas cosas, rico y próspero, y tal, que
casi aspiraba ya a ser autor. Tenía mi casa muy bien aderezada, por-
que había dado, para tener tapicería barata, en un arbitrio del diablo,
608 entremés: pieza corta cómica que se representaba entre los actos de la come-
dia.
609 No me daba manos: no daba abasto.
610 demandadera: recadera.
y fue de comprar reposteros de tabernas611, y colgarlos. Costáronme
veinte y cinco o treinta reales, y eran más para ver que cuantos tiene
el rey, pues por éstos se veía de puro rotos y por esotros no se verá
nada.
Sucediome un día la mejor cosa del mundo, que, aunque es en mi
afrenta, la he de contar. Yo me recogía en mi posada, el día que es-
cribía comedia, al desván, y allí me estaba y allí comía; subía una
moza con la vianda y dejábamela allí. Yo tenía por costumbre escribir
representando recio, como si lo hiciera en el tablado. Ordena el dia-
blo que, a la hora y punto que la moza iba subiendo por la escalera,
que era angosta y escura, con los platos y olla, yo estaba en un paso
de una montería612, y daba grandes gritos componiendo mi comedia;
y decía:
que entendió la moza (que era gallega613), como oyó decir «baja
tras ti» y «me deja», que era verdad y que la avisaba. Va a huir y, con
la turbación, písase la saya y rueda toda la escalera, derrama la olla y
quiebra los platos y sale dando gritos a la calle diciendo que mataba
un oso a un hombre. Y por presto que yo acudí ya estaba toda la
vecindad conmigo preguntando por el oso; y aun contándoles yo
como había sido ignorancia de la moza, porque era lo que he referi-
do de la comedia, aun no lo querían creer; no comí aquel día. Supié-
ronlo los compañeros, y fue celebrado el cuento en la ciudad. Y des-
tas cosas me sucedieron muchas mientras perseveré en el oficio de
poeta y no salí del mal estado.
Sucedió, pues, que a mi autor (que siempre paran en esto), sa-
biendo que en Toledo le había ido bien, le ejecutaron614 no sé por
qué deudas y le pusieron en la cárcel, con lo cual nos desmembramos
todos y echó cada uno por su parte. Yo, si va a decir verdad, aunque
611 reposteros de tabernas: solían poner en las puertas de las tabernas una especie de
tapiz o cortina, a modo de repostero (tapiz con las armas de una casa noble). Hay
muchas referencias de estas carpetas o reposteros tabernarios.
612 paso de una montería: en una escena de caza.
613 gallega: los gallegos tenían fama de brutos.
614 ejecutaron: embargaron.
los compañeros me querían guiar a otras compañías, como no aspira-
ba a semejantes oficios y el andar en ellos era por necesidad, ya que
me vía con dineros y bien puesto, no traté de más que de holgarme.
Despedime de todos; fuéronse, y yo, que entendí salir de mala vi-
da con no ser farsante, si no lo ha vuestra merced por enojo, di en
amante de red615, como cofia, y por hablar más claro, en pretendiente
de Antecristo616, que es lo mismo que galán de monjas. Tuve ocasión
para dar en esto porque una, a cuya petición había yo hecho muchos
villancicos, se aficionó en un auto del Corpus de mí, viéndome re-
presentar un San Juan Evangelista (que lo era ella617). Regalábame la
mujer con cuidado y habíame dicho que sólo sentía que fuese farsan-
te, porque yo había fingido que era hijo de un gran caballero, y
dábala compasión. Al fin, me determiné de escribirla lo siguiente:
CARTA
Más por agradar a vuestra merced que por hacer lo que me importaba,
he dejado la compañía; que, para mí, cualquiera sin la suya es soledad.
Ya seré tanto más suyo, cuanto soy más mío. Avíseme cuándo habrá lo-
cutorio, y sabré juntamente cuándo tendré gusto, etc.
RESPUESTA
De sus buenos sucesos, antes aguardo los parabienes que los doy, y me
pesara dello a no saber que mi voluntad y su provecho es todo uno. Po-
demos decir que ha vuelto en sí; no resta agora sino perseverancia que se
mida con la que yo tendré. El locutorio dudo por hoy, pero no deje de
venirse vuestra merced a vísperas618, que allí nos veremos, y luego por
las vistas619, y quizá podré yo hacer alguna pandilla620 a la abadesa. Y
adiós, etc.
615 amante de red: galán de monjas. Se refiere a las rejas de los locutorios. Hay
numerosas críticas y sátiras contra esta práctica poco edificante del galanteo a las
monjas. Juega con el sentido de red, redecilla para recoger el pelo.
616 pretendiente de Antecristo: se decía que el Anticristo nacería de una monja.
617 que lo era ella: era monja devota de san Juan Evangelista, bando enemigo de
las damas.
627 echadiza: lo creo imitación de «carta echadiza» (por lo de dar un recado o
mensaje, esta criada es como una carta); echadizas llamaban a las cartas disimuladas y
enviadas en secreto.
628 pomos de olor: recipiente de perfume que se solía poner al fuego para perfu-
mar los aposentos. Estaba perforado, como la salvadera; de ahí las metáforas para la
pared agrietada y agujereada.
629 brújulas: llamaban brujulear en los juegos de naipes ir adivinando la carta des-
cubriendo poco a poco las líneas o pintas de los naipes; así se distinguen, muy poqui-
to, las monjas en sus rejas..
630 pepitoria: guisado que se hacía con las extremidades de las aves.
631 cosas de sábado: en diversos lugares de Castilla el sábado se comía guisado de
er a los clientes que pasaban; hay bastantes referencias. Incluía la llamada «ce, ce».
634 crudas: juego de palabras: sin cocinar y desdeñosas.
ni lluvia que se nos pase por alto; y todo esto, al cabo, es para ver a
una mujer por red y vidrieras, como güeso de santo; es como ena-
morarse de un tordo635 en jaula, si habla, y, si calla, de un retrato. Los
favores son todos toques, que nunca llegan a cabes636: un paloteadi-
co637 con los dedos. Hincan las cabezas en las rejas y apúntanse los
requiebros por las troneras. Aman al escondite. ¡Y verlos hablar que-
dito y de rezado! ¡Pues sufrir una vieja que riñe, una portera que
manda y una tornera que miente! Y lo mejor es ver cómo nos piden
celos de las de acá fuera, diciendo que el verdadero amor es el suyo,
y las causas tan endemoniadas que hallan para probarlo.
Al fin, yo llamaba ya «señora» a la abadesa, «padre» al vicario y
«hermano» al sacristán, cosas todas que, con el tiempo y el curso,
alcanza un desesperado. Empezáronme a enfadar las torneras con
despedirme y las monjas con pedirme. Consideré cuán caro me cos-
taba el infierno, que a otros se da tan barato y en esta vida, por tan
descansados caminos. Veía que me condenaba a puñados y que me
iba al infierno por sólo el sentido del tacto. Si hablaba, solía, porque
no me oyesen los demás que estaban en las rejas, juntar tanto con
ellas la cabeza, que por dos días siguientes traía los hierros estampados
en la frente, y hablaba como sacerdote que dice las palabras de la
consagración. No me veía nadie que no decía: «¡Maldito seas, bellaco
monjil!», y otras cosas peores.
Todo esto me tenía revolviendo pareceres638 y casi determinado a
dejar la monja, aunque perdiese mi sustento. Y determineme el día
de San Juan Evangelista, porque acabé de conocer lo que son las
monjas. Y no quiera vuestra merced saber más de que las Bautistas
todas enronquecieron adrede, y sacaron tales voces, que, en vez de
cantar la misa, la gimieron; no se lavaron las caras y se vistieron de
viejo. Y los devotos de las Bautistas, por desautorizar la fiesta, truje-
ron banquetas en lugar de sillas a la iglesia, y muchos pícaros del ras-
tro639. Cuando yo vi que las unas por el un santo y las otras por el
CAPÍTULO DÉCIMO
640 mandrágoras: planta que crece en lugares sombríos y húmedos; hay muchas
creencias y supersticiones asociadas a la mandrágora, de tipo sexual, que complican
las connotaciones del pasaje. Se creía que era remedio contra la esterilidad e impo-
tencia.
641 cargados: trucados.
642 pasta de mayor y de menor: trucados para sacar uno u otro número según la
apuesta.
643 garrotes de morros y ballestilla: marcas tramposas de los naipes.
644 flores: trampas.
No te fíes, hombre, en dar tú la baraja, que te la trocarán al des-
pabilar de una vela. Guarda el naipe de tocamientos, raspados o bru-
ñidos, cosa con que se conocen los azares645. Y por si fueres pícaro,
letor, advierte que, en cocinas y caballerizas, pican con un alfiler u
doblan los azares, para conocerlos por lo hendido. Si tratares con
gente honrada, guárdate del naipe, que desde la estampa fue concebi-
do en pecado, y que, con traer atravesado el papel, dice lo que vie-
ne646. No te fíes de naipe limpio, que, al que da vista y retén647, lo
más jabonado es sucio. Advierte que, a la carteta648, el que hace los
naipes que no doble más arqueadas las figuras, fuera de los reyes, que
las demás cartas, porque el tal doblar649 es por tu dinero difunto. A la
primera, mira no den de arriba las que descarta el que da y procura
que no se pidan cartas u por los dedos en el naipe u por las primeras
letras de las palabras.
No quiero darte luz de más cosas; éstas bastan para saber que has
de vivir con cautela, pues es cierto que son infinitas las maulas650 que
te callo. «Dar muerte» llaman quitar el dinero, y con propiedad; «re-
vesa» llaman la treta contra el amigo, que de puro revesada no la
entiende; «dobles» son los que acarrean sencillos651 para que los de-
suellen estos rastreros652 de bolsas; «blanco» llaman al sano de malicia
y bueno como el pan, y «negro» al que deja en blanco sus diligencias.
Yo, pues, con este lenguaje y con estas flores, llegué a Sevilla; con
el dinero de las camaradas653, gané el alquiler de las mulas, y la comi-
da y dineros a los güéspedes de las posadas. Fuime luego a apear al
mesón del Moro, donde me topó un condicípulo mío de Alcalá, que
se llamaba Mata, y agora se decía, por parecerle nombre de poco
del pasaje.
658 Pahería: calle de la Pajería, en Sevilla.
659 mohar: acuchillar, apuñalar.
660 azumbre: medida de líquido equivalente a unos dos litros.
661 valiente: matón.
662 zapatos de gotoso: caras llena de cicatrices. Los enfermos de gota tenían que
Alonso Álvarez.
desconcertó el reloj de la cabeza y dijo, algo ronco, tomando un pan
con las dos manos y mirando a la luz:
-Por ésta, que es la cara de Dios674, y por aquella luz que salió por
la boca del ángel675, que si vucedes quieren, que esta noche hemos de
dar al corchete que siguió al pobre Tuerto676.
Levantose entre ellos alarido disforme y, desnudando las dagas, lo
juraron poniendo las manos cada uno en el borde de la artesa, y
echándose sobre ella de hocicos, dijeron:
-Así como bebemos este vino, hemos de beberle la sangre a todo
acechador677.
-¿Quién es este Alonso Álvarez -pregunté- que tanto se ha senti-
do su muerte?
-Mancebito -dijo el uno- lidiador ahigadado678, mozo de manos y
buen compañero. ¡Vamos, que me retientan los dimoños!
Con esto, salimos de casa a montería de corchetes679. Yo, como
iba entregado al vino y había renunciado en su poder mis sentidos,
no advertí al riesgo que me ponía. Llegamos a la calle de la Mar,
donde encaró con nosotros la ronda. No bien la columbraron, cuan-
do, sacando las espadas, la embistieron. Yo hice lo mismo y limpia-
mos dos cuerpos de corchetes de sus malditas ánimas al primer en-
cuentro. El alguacil puso la justicia en sus pies y apeló por la calle
arriba dando voces. No lo pudimos seguir, por haber cargado delan-
tero680. Y, al fin, nos acogimos a la Iglesia Mayor, donde nos ampa-
ramos del rigor de la justicia y dormimos lo necesario para espumar el
vino que hervía en los cascos. Y vueltos ya en nuestro acuerdo, me
espantaba yo de ver que hubiese perdido la justicia dos corchetes y
huido el alguacil de un racimo de uvas, que entonces lo éramos no-
sotros.
condenado a galeras.
684 jacarandina: forma de vida y lenguaje de los rufianes.
685 rabí: maestro de la ley judía.