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EL BUSCÓN

Ed. Ignacio Arellano

Noticia textual. Fechas.


El Buscón es obra de juventud de su autor. La redacta probable-
mente en Valladolid, y fue conocida sin duda en copias manuscritas
mucho antes de su publicación. En la situación actual de la crítica
textual sobre la novela se concede valor fundamental a la redacción
representada en el llamado manuscrito B (que perteneció al bibliote-
cario don José Bueno), conservado en el Museo Lázaro Galdiano de
Madrid. El Buscón que se publica por vez primera (Zaragoza, 1626)
al parecer sin el consentimiento de Quevedo, muestra algunas dife-
rencias de importancia respecto del manuscrito B.
Controvertida es también la datación de la obra. Único dato segu-
ro es que se coloca entre 1603 y 1626 (fechas de la muerte de Alonso
Álvarez de Soria, que se menciona en la novela, y de la publicación
de la príncipe en Zaragoza). Las referencias históricas internas_ (sitio
de Ostende, de julio de 1601 a septiembre de 1604, burlas a Pacheco
de Narváez, referencias a diversos poetas...) no son demasiado preci-
sas ni definitorias. La cronología interna de las vicisitudes de Pablos es
poco coherente_: si las referencias del principio remiten a 1603, el
final de la novela debería ocurrir bastantes años más tarde (Pablos ha
pasado de niño a hombre), pero esa misma cronología interna coloca
las escenas finales otra vez hacia 1603, fecha de la muerte del jaque
Alonso Álvarez de Soria, lo que implica una suspensión del proceso
temporal durante la acción del relato. Por la frecuencia de detalles
que remiten a los años de 1603-1604 (muerte de Alonso Álvarez de
Soria, sitio inacabado de Ostende, influencias de la Segunda parte del
Guzmán de Alfarache de Martí, publicado en 1602...) estas parecen
ser las fechas más probables de la redacción de la novela.
La organización de la historia
El Buscón es un relato de la peripecia vital del pícaro don Pablos
de Segovia, desde su infancia a la proyectada fuga a Indias con que
termina la obra. Entre estos dos polos se sitúa una serie de aventuras,
casi siempre catastróficas para el personaje, que fracasa en su búsqueda
de estabilidad económica y social, y cuyos fingimientos de nobleza
son desenmascarados sin cesar. Desde su temprana infamia, hijo de
ladrón y hechicera, don Pablos solo conoce la humillación: el hambre
y las penalidades en el pupilaje del dómine Cabra, y las burlas en la
Universidad de Alcalá dominan el libro I, en el que Pablos se inicia
en los menesteres de la picardía estudiantil. El núcleo del Libro II es
la reunión con su tío verdugo, que le guarda la herencia paterna. A la
vuelta de su estancia en Segovia, donde el tío narra al pícaro la igno-
miniosa muerte del padre y donde asiste a un grotesco banquete, topa
con el hidalgo chirle don Toribio, que lo introduce en la vida busco-
na de la corte. El libro III y último se centra en las peripecias de Pa-
blos como falso noble en diversas facetas, que está a punto de casarse
con una damisela para ser al fin desenmascarado por su antiguo amo
don Diego. Arrojado definitivamente del universo de la nobleza que
intentaba escalar fraudulentamente, se hace cómico (otro oficio infa-
me de pésima consideración social) y se amanceba con la Grajal para
terminar este tramo de su vida con el asesinato de unos corchetes en
un grupo de rufianes, y el proyecto de huir a las Indias para intentar
un cambio de vida que se anuncia igualmente improbable.
La definición de la estructura se relaciona con la interpreta-
ción global del libro: quienes advierten en el Buscón un sentido co-
herente comprometido en cualquiera de las facetas docentes o ide-
ológicas tienden a subrayar la coherencia estructural de su
composición; los que apuestan por la primordial dimensión lingüísti-
ca subrayan la disgregación del esquema narrativo_. No habría que
olvidar, para el cabal entendimiento de esta coherencia o incoheren-
cia, la función que desempeñan en la escritura y génesis del Buscón los
motivos caricaturescos de la literatura aguda de los siglos XVI y
XVII. Desde la inserción en el contexto de las formas literarias vigen-
tes se comprenden mejor ciertos elementos problemáticos desde el
punto de vista de la estructura rigurosa de la narración, entre ellos la
propia perspectiva narradora. Como señala la generalidad de la críti-
ca, en numerosas ocasiones la perspectiva que asume el narrador no
es tanto la del pícaro Pablos, como la de un observador situado por
encima de los sucesos, poseedor de una mentalidad aristocrática que
denuncia al mismo pícaro y a su mundo: un narrador, en suma, cuya
mirada sería más la del propio Quevedo que la de Pablos de Segovia.

Los personajes

La galería de los personajes del Buscón pertenece al retablo


de las figuras_ ridículas que pueblan el resto de su producción satírica
y burlesca, y que protagonizan también entremeses, comedias de
disparates y otros ámbitos de la literatura aurisecular. Se trata de una
humanidad animalizada, sometida a un prisma deformador grotesco,
embarcada en la estafa, el delito, la infamia, la embriaguez, el empa-
cho y el vómito: baste recordar la cofradía de los amigos de Alonso
Ramplón, el verdugo tío de Pablos, y su banquete grotesco descrito
según los modelos del carnaval: personajes que se arrojan a la artesa
para beber como animales y enfangan el suelo de su habitáculo gor-
mando sin inhibiciones una comida que, se sugiere, ha sido confec-
cionada con restos de ahorcados. Recuérse tambien el inolvidable
dómine Cabra, caricatura maestra de Quevedo.
En esta galería de personajes, Don Diego Coronel parecía ser
el único positivo, noble, desenmascarador de Pablos, representante,
de la casta defendida por el narrador y dique de contención contra los
pícaros, pero existía una conocida familia de Coroneles conversos en
Segovia en los tiempos de Quevedo, de los cuales este don Diego del
Buscón sería pariente. Si el apellido Coronel estaba connotado in-
equívocamente para el lector del XVII, don Diego vendría a ser un
representante más (y más peligroso) de los ascendidos ilícitamente a la
nobleza; más peligroso porque su mistificación está teniendo éxito, a
diferencia de la del pobre Pablos, que solo consigue el ridículo.

El estilo
Como en el resto de su obra el ingenio define el estilo quevedia-
no, y más precisamente, en el caso del Buscón, el ingenio burlesco,
extendido en una prodigiosa floración de juegos mentales y verbales.
Las caricaturas de Cabra o de la Guía, las descripciones grotescas del
banquete o la fiesta del rey de gallos se construyen a base de las técni-
cas conceptistas de la agudeza. Destaca la función de la metáfora y la
comparación (agudezas de semejanza) que implican asociaciones sor-
prendentes y animalizaciones o cosificaciones extravagantes e
hiperbólicas en la línea grotesca ya señalada. Nótense en la caricatura
de Cabra las comparaciones o metáforas que asimilan al clérigo (o a
partes de su anatomía) a una cerbatana, avestruz, manojo de sarmien-
tos, tenedor, etc. Otros personajes se comparan con mastines (III, 4),
leones de armas rampantes (III, 4), con pasas y franjas viejas (II, 3),
con culebras (II, 3), lechuzas (III, 1), etc. Abundan las dilogías y, algo
menos, las antanaclasis: la madre del pícaro «no es cristiana vieja»,
aunque está llena de canas y rota (lo cual corresponde a una vieja, I,
1); el padre de Pablos apunta que «muchas veces me hubieran llorado
en el asno, si hubiera cantado en el potro» (I, 1), con juegos de pala-
bras alusivos al paseo en el asno de los reos sacados a la vergüenza
pública después de cantar (‘confesar sus delitos’) en la tortura del
potro (que establece con «asno» un juego de pareja antitética de ani-
males en el sentido recto), etc.

El sentido de la obra
La crítica se polariza en dos interpretaciones: quienes lo ven como
obra de arte estilística orientada a producir en el lector admiración y
placer estético, despojado de efectos didácticos o morales; y la de
quienes insisten en las dimensiones morales y religiosas, que mostrar-
ían el proceso mediante el cual un niño se convierte en un pícaro a
través de su deshonra familiar, sus complejos y frustraciones, y se
constituiría como una meditación en torno al pecado y al delito.
Otros destacan su vertiente de crítica social, en defensa de los valores
aristocráticos, la postura quevediana antisemita, etc.
Para los primeros unos la estructura del relaro es acumulativa; para
otros orgánicamente dispuesta, trabada según un plan bien diseñado.
En la crítica más reciente han surgido interpretaciones desde pre-
supuestos teóricos psicoanalíticos o antropológicos, sociológicos, de
genética textual, etc. que añaden nuevos matices y dimensiones al
libro.
Hay, pues, muchas cosas en la novela. El problema de la interpre-
tación unívoca del Buscón me parece de difícil solución: en realidad
el Buscón, como la mayoría de las obras literarias, admite un asedio
múltiple como documento (fuente que refleja determinadas condi-
ciones sociales, culturales, históricas) y como monumento (obra de
arte en sí misma que puede integrar numerosos aspectos a su vez
observables desde perspectivas múltiples). Defender una dimensión
única será siempre discutible: para quien desee estudiar, por ejemplo,
las relaciones sociales que se traslucen en el Buscón, serán perceptibles,
sin duda, en un primer plano, los ataques a los fraudes del linaje y de
la clase, la crudeza y crueldad que definen los enfrentamientos de
amos y criados, o de los cristianos nuevos y viejos (o cristianos nue-
vos disimulados), la corrupción del sistema de la justicia, la denuncia
de las falsas apariencias, del poder del dinero, etc. Para quien se acer-
que a la obra como lector de literatura (de primordial dimensión
estética) sin duda brillará en primer lugar la portentosa exhibición
verbal como obra de arte del lenguaje.

El Buscón en la novela picaresca.


Normalmente, como se puede comprobar en cualquiera de los
manuales al uso de historia de la literatura, o en estudios específicos_,
el Buscón se adscribe a la novela picaresca. El Buscón nos ofrece en
este sentido, una variedad de tratamiento del relato picaresco, distin-
guible de sus predecesores, pero que continúa un proceso de crea-
ción con conciencia genérica, y que no sería explicable sin los pre-
vios experimentos del Lazarillo y de Mateo Alemán. Se adopta la
técnica de la autobiografía, se exagera la genealogía infame con que
Lazarillo y Guzmán empiezan sus narraciones, se explora el mundo
de la marginalidad, se desenmascara la conducta de los pícaros en su
intento de ascensión social, intento de obligado fracaso, se explora el
tema de la honra... Otro de los rasgos comunes a las principales no-
velas picarescas que cabe resaltar en el Buscón es el del ingenio como
hilo conductor de las aventuras del protagonista_, ingenio que se
agudiza en diversa medida por el aprendizaje a través (generalmente)
de episodios violentos que despiertan la astucia maliciosa del persona-
je, enfrentado a un ambiente hostil en el que la generosidad o la mi-
sericordia brillan por su ausencia.
HISTORIA DE LA VIDA DEL BUSCÓN
LIBRO PRIMERO

CAPÍTULO PRIMERO

En que cuenta quién es el Buscón


Yo, señora1, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo,
natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como
todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamien-
tos que se corría2 de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor
de mejillas y sastre3 de barbas. Dicen que era de muy buena cepa4, y
según él bebía es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza de San
Pedro, hija de Diego de San Juan y nieta de Andrés de San Cristó-
bal5. Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja6, aun vién-
dola con canas y rota, aunque ella, por los nombres y sobrenombres
de sus pasados, quiso esforzar que era decendiente de la gloria. Tuvo

1 Se supone que el narrador envía este relato a un destinatario, en este caso una
«señora». Parece seguir la tradición del Lazarillo. La base de esta edición es el manus-
crito Bueno.
2 correrse: avergonzarse.
3 tundidor: el que iguala con las tijeras el pelo de los paños.
4 buena cepa: juega con el sentido de linaje o familia, y alude a la afición al vino

del tal barbero.


5 Apellidos eran propios de conversos.
6 cristiano viejo: persona sin antepasados judíos o moros.
muy buen parecer para letrado7; mujer de amigas y cuadrilla, y de
pocos enemigos, porque hasta los tres del alma8 no los tuvo por tales;
persona de valor y conocida por quien era. Padeció grandes trabajos9
recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir
que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros10. Probó-
sele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con
el agua, levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de
siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras11.
Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiolo
mucho mi padre, por ser tal que robaba a todos las voluntades12. Por
estas y otras niñerías estuvo preso, y rigores de justicia, de que hom-
bre13 no se puede defender, le sacaron por las calles14. En lo que toca
de medio abajo, tratáronle aquellos señores regaladamente. Iba a la
brida, en bestia segura y de buen paso, con mesura y buen día, mas
de medio arriba, etcétera, que no hay más que decir para quien sabe
lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Diéronle docientos
escogidos, que de allí a seis años se le contaban por encima de la
ropilla15. Más se movía el que se los daba que él, cosa que pareció
muy bien. Divirtiose algo con las alabanzas que iba oyendo de sus
buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado16.
Mi madre, pues, ¡no tuvo calamidades! Un día, alabándomela una
vieja que me crió, decía que era tal su agrado que hechizaba17 a cuan-
tos la trataban. Y decía, no sin sentimiento:
7 parecer: juego de palabras con los sentidos de opinión que se da (como hace un
letrado) y aspecto físico, belleza.
8 los tres del alma: el mundo, el demonio y la carne, que son amigos suyos.
9 trabajos: dificultades.
10 Metía dos dedos en los bolsillos para sacar las monedas; robaba.
11 tuétanos de las faldriqueras: contenido de los bolsillos.
12 Robar las voluntades es caer simpático; pero no les roba precisamente las vo-

luntades.
13 hombre: impersonal, uno.
14 le sacaron por las calles: lo llevaron por las calles, montado en un asno, mientras

el verdugo lo azotaba. Era el castigo habitual para los delincuentes. Todo lo que
sigue se refiere a esto (señores significa jueces; a la brida es con estribos largos, un
modo de cabalgar; de medio arriba se refiere a las espaldas donde recibe los azotes; el
verdugo es pintor de suela porque pinta cardenales con el cuero del látigo; docientos: le
han castigado a doscientos azotes).
15 ropilla: especie de chaleco.
16 lo colorado: chiste; marcas de los azotes.
17 hechizaba: juego de palabras alusivo a la hechicería.
-En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles: unos amanecidos
y otros puestos18, y los más en un día mismo amanecidos y puestos.
Hubo fama que reedificaba doncellas, resuscitaba cabellos encu-
briendo canas, empreñaba piernas con pantorrillas postizas. Y con no
tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las calvas se la cubría, por-
que hacía cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin vivía de
adornar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban
zurcidora de gustos; otros, algebrista19 de voluntades desconcertadas;
otros, juntona; cuál la llamaba enflautadora de miembros y cuál teje-
dora de carnes, y, por mal nombre, alcagüeta. Para unos era tercera,
primera para otros y flux20 para los dineros de todos. Ver, pues, con
la cara de risa que ella oía esto de todos era para dar mil gracias a
Dios.
Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de
imitar en el oficio, mas yo, que siempre tuve pensamientos de caba-
llero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíame mi
padre:
-Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica, sino liberal21.
Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos22:
-Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los
alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran,
otras nos azotan y otras nos cuelgan… no lo puedo decir sin lágrimas
(lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de las que le hab-
ían batanado23 las costillas)… porque no querrían que donde están
hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos
libró la buena astucia. En mi mocedad, siempre andaba por las igle-

18 virgos como soles: unos amanecidos y otros puestos: la madre de Pablos, como bue-
na alcahueta, recomponía los virgos perdidos para que las mujeres pudieran pasar por
vírgenes.
19 algebrista: el que recompone los huesos desencajados. Todas son metáforas de

la alcahueta, que zurce o junta los gustos o apetitos sexuales.


20 tercera, primera, flux: palabras del juego de naipes, usadas metafóricamente. Es

tercera o alcahueta y primera en su oficio; flux era la baza ganadora con la que un
jugador se llevaba el dinero apostado.
21 Quiere decir que no es trabajo manual (de poca categoría social) sino artístico

e intelectual.
22 de manos: con las manos como si estuviera rezando.
23 batanado: golpeado, como la máquina llamada batán golpeaba los paños para

quitarles la grasa.
sias24, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llora-
do en el asno si hubiera cantado en el potro25. Nunca confesé, sino
cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedi-
güeño en caminos26, y a pique de que me esteraran el tragar27 y de
acabar todos mis negocios con diez y seis maravedís: diez de soga y
seis de cáñamo. Mas de todo me ha sacado el punto en boca, el chi-
tón y los nones. Y con esto y mi oficio he sustentado a tu madre lo
más honradamente que he podido.
-¿Cómo a mí sustentado? -dijo ella con grande cólera-. Yo os he
sustentado a vos, y sacádoos de las cárceles con industria28, y man-
tenídoos en ellas con dinero. Si no confesábades, ¿era por vuestro
ánimo o por las bebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis botes!29 Y si
no temiera que me habían de oír en la calle, yo dijera lo de cuando
entré por la chimenea y os saqué por el tejado.
Metilos en paz, diciendo que yo quería aprender virtud resuelta-
mente y ir con mis buenos pensamientos adelante, y que para esto
me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir no se podía hacer
nada. Parecioles bien lo que decía, aunque lo gruñeron un rato entre
los dos. Mi madre se entró adentro, y mi padre fue a rapar a uno (así
lo dijo él) no sé si la barba o la bolsa: lo más ordinario era uno y otro.
Yo me quedé solo, dando gracias a Dios porque me hizo hijo de
padres tan celosos de mi bien.

24 Las iglesias tenían derecho de asilo para los delincuentes.


25 Me hubieran castigado al paseo del asno (ya anotado) si hubiera confesado
(cantado los delitos) en el instrumento de tortura llamado potro.
26 pedigüeño en caminos: irónicamente asaltador de caminantes.
27 esteraran el tragar: ahorcarlo; las esteras se hacían de esparto, pero el esparto que

le iban a poner en la garganta es el de la soga.


28 industria: ingenio.
29 botes: de hechizos, como las referencias siguientes a entrar por la chimenea y

volar por el tejado.


CAPÍTULO SEGUNDO

De cómo fue a la escuela y lo que en ella le sucedió


A otro día30 ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro.
Fui, señora, a la escuela; recibiome muy alegre, diciendo que tenía
cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por
no desmentirle, di muy bien la lición aquella mañana. Sentábame el
maestro junto a sí, ganaba la palmatoria31 los más días por venir antes,
y íbame el postrero por hacer algunos recados a la señora, que así
llamábamos la mujer del maestro. Teníalos a todos con semejantes
caricias obligados; favorecíanme demasiado y con esto creció la envi-
dia en los demás niños. Llegábame de todos a los hijos de caballeros y
personas principales, y particularmente a un hijo de don Alonso Co-
ronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casa a
jugar los días de fiesta, y acompañábale cada día. Los otros, u que
porque no les hablaba u que porque les parecía demasiado punto32 el
mío, siempre andaban poniéndome nombres tocantes al oficio de mi
padre. Unos me llamaban don Navaja, otros don Ventosa33; cuál
decía, por disculpar la invidia, que me quería mal porque mi madre
le había chupado dos hermanitas pequeñas de noche34; otro decía que
a mi padre le habían llevado a su casa para que la limpiase de ratones
(por llamarle gato)35. Unos me decían «zape» cuando pasaba, y otros
«miz». Cuál decía:
-Yo la tiré dos berenjenas a su madre cuando fue obispa36.

30 otro día: día siguiente.


31 palmatoria: una tablita con correas; al alumno más madrugador se le concedía
el dudoso privilegio de castigar a los demás con la palmatoria.
32 punto: orgullo, presunción.
33 Ventosa: vaso de vidrio que se calentaba con estopa encendida para ciertas cu-

raciones. Alude también en navaja y ventosa al arte del robo, que corta y chupa los
dineros.
34 Se decía que las brujas chupaban la sangre de los niños.
35 gato: en lenguaje de germanía significa ladrón. Siguen los juegos con zape y

miz, voces para expulsar o llamar a los gatos.


36 La llama obispa porque a las alcahuetas, cuando las sacaban a la vergüenza les

ponían un gorro (la coroza) parecido a la mitra de un obispo. El público solía tirar
hortalizas a las alcahuetas.
Al fin, con todo cuanto andaban royéndome los zancajos37, nunca
me faltaron, gloria a Dios. Y aunque yo me corría, disimulaba. Todo
lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces
hijo de una puta y hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro (que
aun si lo dijera turbio no me diera por entendido), agarré una piedra
y descalabrele. Fuime a mi madre corriendo que me escondiese; con-
tela el caso; díjome:
-Muy bien hiciste: bien muestras quién eres; sólo anduviste errado
en no preguntarle quién se lo dijo.
Cuando yo oí esto, como siempre tuve altos pensamientos, vol-
vime a ella y roguela me declarase si le podía desmentir con verdad u
que me dijese si me había concebido a escote entre muchos u si era
hijo de mi padre. Riose y dijo:
-¡Ah, noramaza!, ¿eso sabes decir? No serás bobo: gracia tienes.
Muy bien hiciste en quebrarle la cabeza, que esas cosas, aunque sean
verdad, no se han de decir.
Yo con esto quedé como muerto, y dime por novillo de legítimo
matrimonio, determinado de coger lo que pudiese en breves días y
salirme de en casa de mi padre: tanto pudo conmigo la vergüenza.
Disimulé; fue mi padre, curó al muchacho, apaciguolo y volviome a
la escuela, adonde el maestro me recibió con ira, hasta que oyendo la
causa de la riña se le aplacó el enojo, considerando la razón que había
tenido.
En todo esto siempre me visitaba aquel hijo de don Alonso de
Zúñiga, que se llamaba don Diego, porque me quería bien natural-
mente, que yo trocaba con él los peones38 si eran mejores los míos,
dábale de lo que almorzaba y no le pedía de lo que él comía, com-
prábale estampas, enseñábale a luchar, jugaba con él al toro y entre-
teníale siempre. Así que, los más días, sus padres del caballerito, vien-
do cuánto le regocijaba mi compañía, rogaban a los míos que me
dejasen con él a comer y cenar, y aun a dormir los más días. Sucedió,
pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que vi-
niendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguire, el
cual tenía fama de confeso39, que el don Dieguito me dijo:
-Hola, llámale Poncio Pilato y echa a correr.
37 royéndome los zancajos: ‘murmurando de mí’.
38 peones: peonzas.
39 confeso: judío convertido, cristiano nuevo. Aunque Pilatos no era judío, su

asociación con la Pasión de Cristo hace que funcione en este sentido.


Yo, por darle gusto a mi amigo, llamele Poncio Pilato. Corriose
tanto el hombre, que dio a correr tras mí con un cuchillo desnudo
para matarme, de suerte que fue forzoso meterme huyendo en casa
de mi maestro, dando gritos. Entró el hombre tras mí y defendiome
el maestro de que no me matase, asigurándole de castigarme. Y así
luego (aunque señora le rogó por mí, movida de lo que yo la servía,
no aprovechó), mandome desatacar40, y, azotándome, decía tras cada
azote:
-¿Diréis más Poncio Pilato?
Yo respondía:
-No, señor.
Y respondilo veinte veces a otros tantos azotes que me dio. Que-
dé tan escarmentado de decir Poncio Pilato y con tal miedo, que
mandándome el día siguiente decir, como solía, las oraciones a los
otros, llegando al Credo (advierta vuestra merced la inocente mali-
cia), al tiempo de decir «padeció so el poder de Poncio Pilato», acor-
dándome que no había de decir más Pilatos, dije: «padeció so el po-
der de Poncio de Aguirre». Diole al maestro tanta risa de oír mi
simplicidad y de ver el miedo que le había tenido, que me abrazó y
dio una firma en que me perdonaba de azotes las dos primeras veces
que los mereciese. Con esto fui yo muy contento.
En estas niñeces pasé algún tiempo aprendiendo a leer y escrebir.
Llegó (por no enfadar) el de unas Carnestolendas41, y trazando el
maestro de que se holgasen sus muchachos ordenó que hubiese rey
de gallos42. Echamos suertes entre doce señalados por él y cúpome a
mí. Avisé a mis padres que me buscasen galas.
Llegó el día y salí en uno como caballo, mejor dijera en un cofre
vivo, que no anduvo en peores pasos Roberto el Diablo43, según
andaba. Él era rucio, y rodado44 el que iba encima por lo que caía en

40 desatacar: desatar los calzones.


41 Carnestolendas: carnaval.
42 rey de gallos: una diversión de carnaval; el rey de gallos, a caballo, intentaba

cortar el cuello de un gallo colgado.


43 Roberto el Diablo era un personaje legendario autor de muchos crímenes y

maldades (anduvo en muy malos pasos).


44 rucio y rodado: se llamaba rucio rodado el caballo de color pardo con manchas de

otro color. Juega con el sentido de rodar del caballo abajo, por los malos movimien-
tos del animal.
todo. La edad no hay que tratar: biznietos tenía en tahonas45. De su
raza no sé más de que sospecho era de judío, según era medroso y
desdichado46. Iban tras mí los demás niños todos aderezados. Pasamos
por la plaza (aun de acordarme tengo miedo), y llegando cerca de las
mesas de las verduleras (Dios nos libre), agarró mi caballo un repollo
a una, y ni fue visto ni oído cuando lo despachó a las tripas, a las
cuales, como iba rodando por el gaznate, no llegó en mucho tiem-
po47. La bercera (que siempre son desvergonzadas) empezó a dar
voces; llegáronse otras y, con ellas, pícaros, y alzando zanorias garro-
fales, nabos frisones48, tronchos y otras legumbres, empiezan a dar tras
el pobre rey. Yo, viendo que era batalla nabal49 y que no se había de
hacer a caballo, comencé a apearme; mas tal golpe me le dieron al
caballo en la cara, que yendo a empinarse cayó conmigo en una (ha-
blando con perdón) privada50. Púseme cual vuestra merced puede
imaginar. Ya mis muchachos se habían armado de piedras y daban
tras las revendederas, y descalabraron dos.
Yo, a todo esto, después que caí en la privada, era la persona más
necesaria51 de la riña. Vino la justicia, comenzó a hacer información,
prendió a berceras y muchachos, mirando a todos qué armas tenían y
quitándoselas, porque habían sacado algunos dagas de las que traían
por gala, y otros espadas pequeñas. Llegó a mí, y viendo que no tenía
ningunas, porque me las habían quitado y metídolas en una casa a
secar con la capa y sombrero, pidiome, como digo, las armas, al cual
respondí, todo sucio, que si no eran ofensivas contra las narices que
yo no tenía otras. Quiero confesar a vuestra merced que cuando me
empezaron a tirar los tronchos, nabos, etcétera, que, como yo llevaba
plumas en el sombrero, entendiendo que me habían tenido por mi
madre y que la tiraban, como habían hecho otras veces, como necio

45 En las tahonas o molinos trabajaban los caballos retirados de otros trabajos por

viejos y gastados. Imagínese la edad que tendrían los biznietos de esos animales.
46 Otra alusión antisemita, propia de la ideología de la época (y no solo de ella,

claro).
47 El caballo se traga con ansia el repollo, pero como tiene el cuello muy largo,

tarda en llegarle a las tripas.


48 garrofales se aplicaba para indicar un objeto mayor de lo habitual en su clase;

frisones eran un tipo de caballos muy corpulentos; nabo frisón es ‘de gran tamaño’.
49 nabal: juego entre nabal (de nabo) y naval (de nave, por lo cual no hay que

pelear a caballo, como si fuera batalla terrestre).


50 privada: letrina.
51 necesaria: otro juego con el significado de necesaria, letrina.
y muchacho, empecé a decir: «Hermanas, aunque llevo plumas52, no
soy Aldonza de San Pedro, mi madre», como si ellas no lo echaran de
ver por el talle y rostro. El miedo me disculpó la ignorancia, y el
sucederme la desgracia tan de repente.
Pero, volviendo al alguacil, quísome llevar a la cárcel, y no me
llevó porque no hallaba por dónde asirme (tal me había puesto del
lodo). Unos se fueron por una parte y otros por otra, y yo me vine a
mi casa desde la plaza martirizando cuantas narices topaba en el ca-
mino. Entré en ella, conté a mis padres el suceso y corriéronse tanto
de verme de la manera que venía que me quisieron maltratar. Yo
echaba la culpa a las dos leguas de rocín exprimido que me dieron.
Procuraba satisfacerlos, y viendo que no bastaba, salime de su casa y
fuime a ver a mi amigo don Diego, al cual hallé en la suya descala-
brado, y a sus padres resueltos por ello de no inviarle más a la escuela.
Allí tuve nuevas de cómo mi rocín, viéndose en aprieto, se esforzó a
tirar dos coces, y de puro flaco se le desgajaron las dos piernas, y se
quedó sembrado para otro año en el lodo, bien cerca de expirar.
Viéndome, pues, con una fiesta revuelta, un pueblo escandalizado,
los padres corridos, mi amigo descalabrado y el caballo muerto, de-
termineme de no volver más a la escuela ni a casa de mis padres, sino
de quedarme a servir a don Diego u, por mejor decir, en su compañ-
ía, y esto con gran gusto de los suyos, por el que daba mi amistad al
niño. Escribí a mi casa que yo no había menester más ir a la escuela
porque, aunque no sabía bien escribir, para mi intento de ser caballe-
ro lo que se requería era escribir mal53, y que así, desde luego, renun-
ciaba la escuela por no darles gasto, y su casa para ahorrarlos de pesa-
dumbre. Avisé de dónde y cómo quedaba y que hasta que me diesen
licencia no los vería.

52 plumas: se emplumaba a las brujas.


53 Los nobles tenían fama de escribir mal.
CAPÍTULO TERCERO

De cómo fue a un pupilaje por criado de don Diego Coronel


Determinó, pues, don Alonso de poner a su hijo en pupilaje54, lo
uno por apartarle de su regalo y lo otro por ahorrar de cuidado. Supo
que había en Segovia un licenciado Cabra que tenía por oficio el
criar hijos de caballeros, y invió allá el suyo, y a mí para que le
acompañase y sirviese.
Entramos, primero domingo después de Cuaresma, en poder de la
hambre viva, porque tal laceria55 no admite encarecimiento. Él era
un clérigo cerbatana56, largo57 sólo en el talle, una cabeza pequeña,
los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuéva-
nos58, tan hundidos y escuros que era buen sitio el suyo para tiendas
de mercaderes; la nariz de cuerpo de santo, comido el pico, entre
Roma y Francia59, porque se le había comido de unas búas de res-
friado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas
descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre parecía
que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y
pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el
gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida que parecía
se iba a buscar de comer forzada de la necesidad; los brazos secos; las
manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirado de medio
abajo, parecía tenedor u compás, con dos piernas largas y flacas. Su
andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los güesos
como tablillas de San Lázaro60. La habla ética61; la barba grande, que
54 pupilaje: como pupilo en una especie de pensión regida por un «dómine» o
bachiller.
55 laceria: miseria.
56 clérigo cerbatana: como una cerbatana, flaco y largo.
57 largo: chiste con los sentidos de alto y generoso.
58 cuévanos: cestos muy hondos para la vendimia.
59 Roma y Francia: juego de palabras; Roma es la ciudad y como adjetivo signifi-

ca chata; Francia alude al mal francés o sífilis, que producía unas llagas o bubas que
destruían la nariz. Pero la nariz de este avariento la ha dañado un resfriado, no las
bubas de la sífilis, porque esas le hubieran costado el dinero pagado a las prostitutas.
60 tablillas de San Lázaro: tablillas que utilizaban los leprosos para anunciar su pre-

sencia con el ruido.


61 ética: muy débil.
nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que
le daba ver la mano del barbero por su cara que antes se dejaría matar
que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de nosotros.
Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras y guarnicio-
nes de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa. La
sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de
qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de
rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra y desde
lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños. Pa-
recía, con esto y los cabellos largos y la sotana y el bonetón, teatino
lanudo62. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo63. Pues ¿su apo-
sento? Aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo
que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía
en el suelo, y dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas. Al
fin, él era archipobre y protomiseria.
A poder deste, pues, vine, y en su poder estuve con don Diego, y
la noche que llegamos nos señaló nuestro aposento y nos hizo una
plática corta, que aun por no gastar tiempo no duró más. Díjonos lo
que habíamos de hacer. Estuvimos ocupados en esto hasta la hora de
comer. Fuimos allá. Comían los amos primero y servíamos los cria-
dos.
El refitorio64 era un aposento como medio celemín. Sentábanse a
una mesa hasta cinco caballeros. Yo miré lo primero por los gatos, y
como no los vi, pregunté que cómo no los había a un criado antiguo,
el cual, de flaco estaba ya con la marca del pupilaje. Comenzó a en-
ternecerse y dijo:
-¿Cómo gatos? Pues ¿quién os ha dicho a vos que los gatos son
amigos de ayunos y penitencias? En lo gordo se os echa de ver que
sois nuevo. ¿Qué tiene esto de refitorio de jerónimos65 para que se
críen aquí?
Yo, con esto, me comencé a afligir, y más me susté cuando ad-
vertí que todos los que vivían en el pupilaje de antes estaban como

62 teatino lanudo: los teatinos eran miembros de una orden religiosa; lanudo se re-
fiere a los perros. Imagen de la sotana negra y desaseo.
63 filisteo: aquí en el sentido de gigante, como el Goliat de la Biblia.
64 refitorio: comedor, que tenía la forma y tamaño de medio celemín (medida para

granos de algo más de cuatro litros).


65 Los frailes jerónimos tenían fama de darse buena vida.
leznas, con unas caras que parecía se afeitaban con diaquilón66. Sen-
tose el licenciado Cabra y echó la bendición. Comieron una comida
eterna, sin principio ni fin. Trujeron caldo en unas escudillas de ma-
dera, tan claro, que en comer una dellas peligrara Narciso67 más que
en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a
nado tras un garbanzo güérfano y solo que estaba en el suelo68. Decía
Cabra a cada sorbo:
-Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren;
todo lo demás es vicio y gula.
Y, sacando la lengua, la paseaba por los bigotes, lamiéndoselos,
con que dejaba la barba pavonada de caldo. Acabando de decirlo,
echose su escudilla a pechos, diciendo:
-Todo esto es salud, y otro tanto ingenio.
«¡Mal ingenio te acabe!», decía yo entre mí, cuando vi un mozo
medio espíritu y tan flaco, con un plato de carne en las manos, que
parecía que la había quitado de sí mismo. Venía un nabo aventurero
a vueltas de la carne (apenas), y dijo el maestro en viéndole:
-¿Nabo hay? No hay perdiz para mí que se le iguale. Coman, que
me huelgo de verlos comer.
Y tomando el cuchillo por el cuerno69, picole con la punta y
asomándole a las narices, trayéndole en procesión por la portada de la
cara, meciendo la cabeza dos veces, dijo:
-Conforta realmente, y son cordiales70-, que era grande adulador
de las legumbres.
Repartió a cada uno tan poco carnero, que entre lo que se les
pegó en las uñas y se les quedó entre los dientes, pienso que se con-
sumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes71. Ca-
bra los miraba y decía:

66 se afeitaban con diaquilón: parecía que se ponían el ungüento llamado diaquilón,

una pomada desecativa.


67 Narciso: se enamoró de sí mismo al verse en una fuente, en la que se ahogó.
68 suelo: en el fondo del plato.
69 cuerno: los mangos de los cuchillos se hacían de cuerno.
70 cordiales: buenos para el corazón.
71 descomulgadas las tripas de participantes: hay varios juegos de palabras que empie-

zan en consumir, que es comer, gastar y en la misa significa tomar el sacerdote la


comunión: si se consume todo no queda nada para otros comulgantes, que quedan
descomulgados, interpretando esta palabra literalmente (sin poder comulgar, porque
no ha quedado nada). El uso de descomulgar atrae «de participantes», otra vez con
-Coman, que mozos son y me huelgo de ver sus buenas ganas.
¡Mire vuestra merced qué aliño para los que bostezaban de ham-
bre! Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa y en
el plato dos pellejos y unos güesos; y dijo el pupilero:
-Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo
queramos todo.
-¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado -decía yo-, que
tal amenaza has hecho a mis tripas!
Echó la bendición, y dijo:
-Ea, demos lugar a la gentecilla que se repapile72, y váyanse hasta
las dos a hacer ejercicio, no les haga mal lo que han comido.
Entonces yo no pude tener la risa, abriendo toda la boca. Enojose
mucho y díjome que aprendiese modestia y tres u cuatro sentencias
viejas, y fuese.
Sentámonos nosotros, y yo, que vi el negocio malparado y que
mis tripas pedían justicia, como más sano y más fuerte que los otros,
arremetí al plato, como arremetieron todos, y emboqueme de tres
mendrugos los dos y el un pellejo. Comenzaron los otros a gruñir; al
ruido entró Cabra, diciendo:
-Coman como hermanos, pues Dios les da con qué. No riñan,
que para todos hay.
Volviose al sol y dejonos solos. Certifico a vuestra merced que vi
al uno dellos, que se llamaba Jurre, vizcaíno, tan olvidado ya de có-
mo y por dónde se comía, que una cortecilla que le cupo la llevó dos
veces a los ojos y entre tres no le acertaban a encaminar las manos a
la boca. Pedí yo de beber, que los otros, por estar casi en ayunas, no
lo hacían, y diéronme un vaso con agua; y no le hube bien llegado a
la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunión, me le quitó el
mozo espiritado que dije. Levanteme con grande dolor de mi alma,
viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacían
la razón73. Diome gana de descomer, aunque no había comido, digo,

juego de la expresión religiosa (relativa a la excomunión de los que tratan con ex-
comulgados).
72 se repapile: se harte.
73 hacer la razón: responder a un brindis (invitación a beber) bebiendo e invitan-

do a beber. En casa de Cabra se brinda (se ofrece comida y bebida a las tripas) pero
no se hace la razón (no se permite llegar a beber o comer de verdad).
comido, digo, de proveerme74, y pregunté por las necesarias a un
antiguo, y díjome:
-Como no lo son en esta casa, no las hay. Para una vez que os
proveeréis mientras aquí estuviéredes, dondequiera podréis; que aquí
estoy dos meses ha y no he hecho tal cosa sino el día que entré, co-
mo agora vos, de lo que cené en mi casa la noche antes.
¿Como encareceré yo mi tristeza y pena? Fue tanta, que, conside-
rando lo poco que había de entrar en mi cuerpo, no osé, aunque
tenía gana, echar nada dél.
Entretuvímonos hasta la noche. Decíame don Diego que qué har-
ía él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no lo
querían creer. Andaban váguidos75 en aquella casa como en otras
ahítos. Llegó la hora de cenar; pasose la merienda en blanco, y la
cena, ya que no se pasó en blanco se pasó en moreno: pasas y almen-
dras y candil y dos bendiciones, porque se dijese que cenábamos con
bendición.
-Es cosa saludable -decía- cenar poco, para tener el estómago des-
ocupado.
Y citaba una arretahíla de médicos infernales. Decía alabanzas de
la dieta y que se ahorraba un hombre de sueños pesados, sabiendo
que en su casa no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron
y cenamos todos y no cenó ninguno.
Fuímonos a acostar y en toda la noche pudimos yo ni don Diego
dormir, él trazando de quejarse a su padre y pedir que le sacase de
allí, y yo aconsejándole que lo hiciese; aunque últimamente le dije:
-Señor, ¿sabéis de cierto si estamos vivos? Porque yo imagino
que, en la pendencia de las berceras, nos mataron, y que somos áni-
mas que estamos en el Purgatorio. Y así, es por demás decir que nos
saque vuestro padre, si alguno no nos reza en alguna cuenta de per-
dones76 y nos saca de penas con alguna misa en altar previlegiado77.
Entre estas pláticas y un poco que dormimos, se llegó la hora de
levantar. Dieron las seis y llamó Cabra a lición; fuimos y oímosla
todos. Mandáronme leer el primer nominativo a los otros, y era de
manera mi hambre que me dasayuné con la mitad de las razones,
comiéndomelas. Y todo esto creerá quien supiere lo que me contó el
74 proveerme: defecar.
75 váguidos: desmayos.
76 cuenta de perdones: cierta clase de cuentas del rosario.
77 altar previlegiado: el que tiene concedida indulgencia plenaria.
mozo de Cabra, diciendo que una Cuaresma topó muchos hombres,
unos metiendo los pies, otros las manos y otros todo el cuerpo, en el
portal de su casa, y esto por muy gran rato, y mucha gente que venía
a sólo aquello de fuera; y preguntando a uno un día que qué sería
(porque Cabra se enojó de que se lo preguntase) respondió que los
unos tenían sarna y los otros sabañones y que, en metiéndolos en
aquella casa, morían de hambre, de manera que no comían78 desde
allí adelante. Certificome que era verdad, y yo, que conocí la casa, lo
creo. Dígolo porque no parezca encarecimiento lo que dije. Y vol-
viendo a la lición, diola y decorámosla79. Y prosiguió siempre en
aquel modo de vivir que he contado. Solo añadió a la comida tocino
en la olla, por no sé qué que le dijeron un día de hidalguía80 allá fue-
ra. Y así, tenía una ceja de hierro toda agujerada como salvadera81,
abríala y metía un pedazo de tocino en ella, que la llenase, y tornába-
la a cerrar y metíala colgando de un cordel en la olla, para que la
diese algún zumo por los agujeros y quedase para otro día el tocino.
Pareciole después que en esto se gastaba mucho, y dio en solo asomar
el tocino a la olla. Dábase la olla por entendida del tocino y nosotros
comíamos algunas sospechas de pernil. Pasábamoslo con estas cosas
como se puede imaginar.
Don Diego y yo nos vimos tan al cabo82, que, ya que para comer,
al cabo de un mes, no hallábamos remedio, le buscamos para no le-
vantarnos de mañana; y así, trazamos de decir que teníamos algún
mal. No osamos decir calentura, porque no la teniendo era fácil de
conocer el enredo. Dolor de cabeza u muelas era poco estorbo. Di-
jimos, al fin, que nos dolían las tripas y que estábamos muy malos de
achaque de no haber hecho de nuestras personas83 en tres días, fiados
en que a trueque de no gastar dos cuartos en una melecina84, no bus-
caría el remedio. Mas ordenolo el diablo de otra suerte, porque tenía
una que había heredado de su padre, que fue boticario. Supo el mal,

78 comían: juego con los sentidos de comer y picar.


79 decorámosla: la aprendimos de memoria.
80 hidalguía: como judíos y moros tienen vedado comer cerdo, Cabra añade el

tocino para demostrar que es cristiano viejo.


81 salvadera: vaso con una tapa agujereada para espolvorear polvos secantes sobre

la tinta.
82 al cabo: cerca de la muerte.
83 no haber hecho de nuestras personas: no haber defecado.
84 melecina: lavativa.
y tomola y aderezó una melecina, y haciendo llamar una vieja de
setenta años, tía suya, que le servía de enfermera, dijo que nos echase
sendas gaitas85. Empezaron por don Diego; el desventurado atajose86,
y la vieja, en vez de echársela dentro, disparósela por entre la camisa
y el espinazo y diole con ella en el cogote y vino a servir por defuera
de guarnición la que dentro había de ser aforro. Quedó el mozo
dando gritos; vino Cabra y, viéndolo, dijo que me echasen a mí la
otra, que luego tornarían a don Diego. Yo me resistía, pero no me
valió, porque, teniéndome Cabra y otros, me la echó la vieja, a la
cual, de retorno, di con ella en toda la cara. Enojose Cabra conmigo,
y dijo que él me echaría de su casa, que bien se echaba de ver que era
bellaquería todo. Yo rogaba a Dios que se enojase tanto que me des-
pidiese, mas no lo quiso mi ventura.
Quejábamonos nosotros a don Alonso y el Cabra le hacía creer
que lo hacíamos por no asistir al estudio. Con esto no nos valían
plegarias.
Metió en casa la vieja por ama, para que guisase de comer y sir-
viese a los pupilos, y despidió al criado porque le halló, un viernes a
la mañana, con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasamos con
la vieja Dios lo sabe. Era tan sorda que no oía nada; entendía por
señas; ciega, y tan gran rezadora que un día se le desensartó el rosario
sobre la olla y nos la trujo con el caldo más devoto que he comido.
Unos decían: -«¡Garbanzos negros! Sin duda son de Etiopia». Otro
decía: -«¡Garbanzos con luto! ¿Quién se les habrá muerto?». Mi amo
fue el primero que se encajó una cuenta y, al mascarla, se quebró un
diente. Los viernes solía inviar unos güevos con tantas barbas, a fuer-
za de pelos y canas suyas, que pudieran pretender corregimiento u
abogacía87. Pues meter el badil por el cucharón y inviar una escudilla
de caldo empedrada era ordinario. Mil veces topé yo sabandijas, palos
y estopa de la que hilaba en la olla. Y todo lo metía para que hiciese
presencia en las tripas y abultase.
Pasamos en este trabajo hasta la Cuaresma; vino, y a la entrada de-
lla estuvo malo un compañero. Cabra, por no gastar, detuvo el llamar
médico hasta que ya él pedía confisión más que otra cosa. Llamó
85 gaita: lo mismo que melecina.
86 atajarse: cortarse, desorientarse; don Diego se mueve a destiempo y no le
acierta con la gaita.
87 pretender corrigimiento u abogacía: uno de los rasgos burlescos con que se retrata-

ba a los abogados era una larga barba.


entonces un platicante88, el cual le tomó el pulso y dijo que la ham-
bre le había ganado por la mano en matar aquel hombre. Diéronle el
Sacramento, y el pobre, cuando le vio (que había un día que no ha-
blaba), dijo:
-Señor mío Jesucristo, necesario ha sido el veros entrar en esta ca-
sa para persuadirme que no es el infierno.
Imprimiéronseme estas razones en el corazón. Murió el pobre
mozo, enterrámosle muy pobremente, por ser forastero, y quedamos
todos asombrados89. Divulgose por el pueblo el caso atroz, llegó a
oídos de don Alonso Coronel y, como no tenía otro hijo, desenga-
ñose de los embustes de Cabra y comenzó a dar más crédito a las
razones de dos sombras, que ya estábamos reducidos a tan miserable
estado. Vino a sacarnos del pupilaje y, teniéndonos delante, nos pre-
guntaba por nosotros. Y tales nos vio, que, sin aguardar a más, tra-
tando muy mal de palabra al licenciado Vigilia, nos mandó llevar en
dos sillas90 a casa. Despedímonos de los compañeros, que nos seguían
con los deseos y con los ojos, haciendo las lástimas que hace el que
queda en Argel, viendo venir rescatados por la Trinidad91 sus compa-
ñeros.

CAPÍTULO CUARTO

De la convalecencia y ida a estudiar a Alcalá de Henares


Entramos en casa de don Alonso, y echáronnos en dos camas con
mucho tiento, porque no se nos desparramasen los huesos de puros
roídos de la hambre. Trujeron exploradores que nos buscasen los ojos
por toda la cara, y a mí, como había sido mi trabajo mayor y la ham-
bre imperial, que al fin me trataban como a criado, en buen rato no

88 platicante: aprendiz que acompañaba al médico o cirujano.


89 asombrados: aterrorizados.
90 sillas: de manos.
91 Los frailes trinitarios se dedicaban a rescatar cristianos cautivos.
me los hallaron. Trujeron médicos y mandaron que nos limpiasen
con zorras92 el polvo de las bocas, como a retablos, y bien lo éramos
de duelos93. Ordenaron que nos diesen sustancias y pistos94. ¡Quién
podrá contar, a la primera almendrada95 y a la primera ave, las lumi-
narias que pusieron las tripas de contento? Todo les hacía novedad.
Mandaron los dotores que por nueve días no hablase nadie recio en
nuestro aposento, porque, como estaban güecos los estómagos, sona-
ba en ellos el eco de cualquiera palabra.
Con estas y otras prevenciones, comenzamos a volver y cobrar
algún aliento, pero nunca podían las quijadas desdoblarse, que esta-
ban magras y alforzadas96, y así, se dio orden que cada día nos las
ahormasen con la mano del almirez. Levantábamonos a hacer pinicos
dentro de cuarenta días, y aún parecíamos sombras de otros hombres
y, en lo amarillo y flaco, simiente de los Padres del yermo97. Todo el
día gastábamos en dar gracias a Dios por habernos rescatado de la
captividad del fierísimo Cabra, y rogábamos al Señor que ningún
cristiano cayese en sus manos crueles. Si acaso comiendo alguna vez
nos acordábamos de las mesas del mal pupilero, se nos aumentaba la
hambre tanto, que acrecentábamos la costa aquel día. Solíamos contar
a don Alonso cómo, al sentarse en la mesa, nos decía males de la gula
(no habiéndola él conocido en su vida). Y reíase mucho cuando le
contábamos que, en el mandamiento de No matarás metía perdices y
capones, gallinas y todas las cosas que no quería darnos, y, por el
consiguiente, la hambre, pues parecía que tenía por pecado el matar-
la, y aun el herirla, según regateaba el comer.
Pasáronsenos tres meses en esto, y al cabo, trató don Alonso de
inviar a su hijo a Alcalá a estudiar lo que le faltaba de la Gramática.
Díjome a mí si quería ir, y yo, que no deseaba otra cosa sino salir de
tierra donde se oyese el nombre de aquel malvado perseguidor de
estómagos, ofrecí de servir a su hijo como vería. Y, con esto, diole
un criado para ayo, que le gobernase la casa y tuviese cuenta del di-

92 zorras: plumeros.
93 retablos de duelos: persona llena de dolores y miserias.
94 pisto: sustancia de ave machacada, caldo que se da al enfermo que no puede

mascar.
95 almendrada: jugo de almendra.
96 alforzadas: dobladas, con pliegues y arrugas.
97 Padres del yermo: eremitas.
nero del gasto, que nos daba remitido en cédulas98 para un hombre
que se llamaba Julián Merluza. Pusimos el hato en el carro de un
Diego Monje; era una media camita, y otra de cordeles con ruedas
para meterla debajo de la otra mía y del mayordomo, que se llamaba
Baranda, cinco colchones, ocho sábanas, ocho almohadas, cuatro
tapices, un cofre con ropa blanca, y las demás zarandajas de casa.
Nosotros nos metimos en un coche, salimos a la tardecica, una hora
antes de anochecer, y llegamos a la media noche, poco más, a la
siempre maldita venta de Viveros99.
El ventero era morisco y ladrón, que en mi vida vi perro y gato100
juntos con la paz que aquel día. Hízonos gran fiesta, y como él y los
ministros101 del carretero iban horros102 (que ya había llegado tam-
bién con el hato antes, porque nosotros veníamos de espacio), pegose
al coche, diome a mí la mano para salir del estribo, y díjome si iba a
estudiar. Yo le respondí que sí; metiome adentro, y estaban dos ru-
fianes con unas mujercillas, un cura rezando al olor. Un viejo merca-
der y avariento, procurando olvidarse de cenar, andaba esforzando sus
ojos que se durmiesen en ayunas: arremedaba los bostezos, diciendo:
-«Más me engorda un poco de sueño que cuantos faisanes tiene el
mundo». Dos estudiantes fregones, de los de mantellina103, panzas al
trote104, andaban aparecidos por la venta para engullir. Mi amo, pues,
como más nuevo en la venta y muchacho, dijo:
-Señor güésped, deme lo que hubiere para mí y mis criados.
-Todos lo somos de vuestra merced -dijeron al punto los rufianes-
, y le hemos de servir. Hola, güésped, mirad que este caballero os
agradecerá lo que hiciéredes. Vaciad la dispensa.
Y, diciendo esto, llegose el uno y quitole la capa, y dijo:
-Descanse vuestra merced, mi señor.

98 cédulas: letras de cambio.


99 venta de Viveros: venta de muy mala fama en el camino entre Madrid y Alcalá
de Henares.
100 perro y gato: perro era insulto para los judíos y moriscos, y gato, en germanía

significaba ladrón.
101 ministros: ayudantes.
102 iban horros: puestos de acuerdo para estafar a los viajeros.
103 Las mantellinas eran unas capas cortas que usaban las fregonas, llama a los es-

tudiantes fregones, porque usaban capas parecidas a las de las fregonas.


104 panzas al trote: gorrones.
Y púsola en un poyo. Estaba yo con esto desvanecido105 y hecho
dueño de la venta. Dijo una de las mujeres:
-¡Qué buen talle de caballero! ¿Y va a estudiar? ¿Es vuestra mer-
ced su criado?
Yo respondí, creyendo que era así como lo decían, que yo y el
otro lo éramos. Preguntáronme su nombre, y no bien lo dije, cuando
el uno de los estudiantes se llegó a él medio llorando y, dándole un
abrazo apretadísimo, dijo:
-Oh, mi señor don Diego, ¿quién me dijera a mí, agora diez años,
que había de ver yo a vuestra merced desta manera? ¡Desdichado de
mí, que estoy tal que no me conocerá vuestra merced!
Él se quedó admirado, y yo también, que juráramos entrambos no
haberle visto en nuestra vida. El otro compañero andaba mirando a
don Diego a la cara, y dijo a su amigo:
-¿Es este señor de cuyo padre me dijistes vos tantas cosas? ¡Gran
dicha ha sido nuestra conocelle según está de grande! ¡Dios le guarde!
Y empezó a santiguarse. ¿Quién no creyera que se habían criado
con nosotros? Don Diego se le ofreció mucho, y, preguntándole su
nombre, salió el ventero y puso los manteles y, oliendo la estafa, dijo:
-Dejen eso, que después de cenar se hablará, que se enfría.
Llegó un rufián y puso asientos para todos y una silla para don
Diego, y el otro trujo un plato. Los estudiantes dijeron:
-Cene vuestra merced, que, entre tanto que a nosotros nos adere-
zan lo que hubiere, le serviremos a la mesa.
-¡Jesús! -dijo don Diego-; vuestras mercedes se sienten, si son ser-
vidos.
Y a esto respondieron los rufianes (no hablando con ellos):
-Luego, mi señor, que aún no está todo a punto.
Yo, cuando vi a los unos convidados y a los otros que se convida-
ban, afligime y temí lo que sucedió. Porque los estudiantes tomaron
la ensalada, que era un razonable plato, y, mirando a mi amo, dije-
ron:
-No es razón que, donde está un caballero tan principal, se que-
den estas damas sin comer. Mande vuestra merced que alcancen un
bocado.
Él, haciendo del galán, convidolas. Sentáronse, y entre los dos es-
tudiantes y ellas no dejaron sino un cogollo, en cuatro bocados, el

105 desvanecido: lleno de presunción y vanidad.


cual se comió don Diego. Y, al dársele, aquel maldito estudiante le
dijo:
-Un agüelo tuvo vuestra merced, tío de mi padre, que jamás co-
mió lechugas106; y son malas para la memoria, y más de noche, y éstas
no son tan buenas.
Y, diciendo esto, sepultó un panecillo, y el otro, otro. ¿Pues las
mujeres? Ya daban cuenta de un pan, y el que más comía era el cura,
con el mirar solo. Sentáronse los rufianes con medio cabrito asado y
dos lonjas de tocino y un par de palomas cocidas, y dijeron:
-Pues padre, ¿ahí se está? Llegue y alcance, que mi señor don
Diego nos hace merced a todos. ¡Pesia diez, la Iglesia ha de ser la
primera!
No bien se lo dijeron, cuando se sentó.
Ya, cuando vio mi amo que todos se le habían encajado, comen-
zose a afligir. Repartiéronlo todo y a don Diego dieron no se qué
güesos y alones, diciendo que «del cabrito el güesecito y del ave el
aloncito» y que el refrán lo decía. Con lo cual nosotros comimos
refranes y ellos aves. Lo demás se engulleron el cura y los otros.
Decían los rufianes:
-No cene mucho, señor, que le hará mal.
Y replicaba el maldito estudiante:
-Y más, que es menester hacerse a comer poco para la vida de Al-
calá.
Yo y el otro criado estábamos rogando a Dios que les pusiese en
corazón que dejasen algo. Y ya que lo hubieron comido todo y que
el cura repasaba los güesos de los otros, volvió el un rufián y dijo:
-Oh, pecador de mí, no habemos dejado nada a los criados. Ven-
gan aquí vuestras mercedes. Ah, señor güésped, deles todo lo que
hubiere; vea aquí un doblón.
Tan presto saltó el descomulgado pariente de mi amo (digo el es-
tudiantón) y dijo:
-Aunque vuestra merced me perdone, señor hidalgo, debe de sa-
ber poco de cortesía. ¿Conoce, por dicha, a mi señor primo? Él dará
a sus criados, y aun a los nuestros si los tuviéramos, como nos ha
dado a nosotros.
Y volviéndose a don Diego, que estaba pasmado, dijo:

106 lechugas: en la época se las consideraba debilitadoras de los apetitos sexuales.


Parece que al tal abuelo no le convenían.
-No se enoje vuestra merced, que no le conocían.
Maldiciones le eché cuando vi tan gran disimulación, que no pen-
sé acabar.
Levantaron las mesas, y todos dijeron a don Diego que se acosta-
se. Él quería pagar la cena, y replicáronle que no lo hiciese, que a la
mañana habría lugar. Estuviéronse un rato parlando; preguntole su
nombre al estudiante, y él dijo que se llamaba tal Coronel. (En los
infiernos descanse, dondequiera que está). Vio al avariento que
dormía, y dijo:
-¿Vuestra merced quiere reír? Pues hagamos alguna burla a este
mal viejo, que no ha comido sino un pero en todo el camino, y es
riquísimo.
Los rufianes dijeron:
-Bien haya el licenciado; hágalo, que es razón.
Con esto, se llegó y sacó al pobre viejo, que dormía, de debajo de
los pies unas alforjas, y, desenvolviéndolas, halló una caja, y, como si
fuera de guerra107, hizo gente. Llegáronse todos, y, abriéndola, vio ser
de alcorzas108. Sacó todas cuantas había y en su lugar puso piedras,
palos y lo que halló; y encima dos o tres yesones y un tarazón109 de
teja. Cerró la caja y púsola donde estaba, y dijo:
-Pues aún no basta, que bota tiene el viejo.
Sacola el vino y, desenfundando una almohada de nuestro coche,
después de haber echado un poco de vino debajo, se la llenó de lana
y estopa y la cerró. Con esto, se fueron todos a acostar para una hora
que quedaba o media, y el estudiante lo puso todo en las alforjas, y
en la capilla110 del gabán le echó una gran piedra, y fuese a dormir.
Llegó la hora de caminar; despertaron todos y el viejo todavía
dormía. Llamáronle, y al levantarse no podía levantar la capilla del
gabán. Miró lo que era y el mesonero adrede le riñó, diciendo:
-¡Cuerpo de Dios!, ¿no halló otra cosa que llevarse, padre, sino
esa piedra? ¿Qué les parece a vuestras mercedes si yo no lo hubiera

107 caja... de guerra: las cajas de guerra eran tambores militares, con las que los re-
clutadores atraían a la gente, que es lo que significa hacer gente.
108 alcorzas: un tipo de dulces.
109 tarazón: pedazo.
110 capilla: capucha.
visto? Cosa es que estimo en más de cien ducados, porque es contra
el dolor de estómago111.
Juraba y perjuraba, diciendo que no había metido él tal en la capi-
lla.
Los rufianes hicieron la cuenta, y vino a montar de cena solo
treinta reales, que no entendiera Juan de Leganés112 la suma. Decían
los estudiantes:
-No pide más un ochavo.
Y respondió un rufián:
-No, sino burlárase con este caballero delante de nosotros; aunque
ventero, sabe lo que ha de hacer. Déjese vuestra merced gobernar,
que en mano está113...
Y, tosiendo, cogió el dinero, contolo y, sobrando del que sacó mi
amo cuatro reales, los asió, diciendo:
-Estos le daré de posada, que a estos pícaros con cuatro reales se
les tapa la boca.
Quedamos sustados con el gasto. Almorzamos un bocado, y el
viejo tomó sus alforjas y, porque no viésemos lo que sacaba y no
partir con nadie, desatolas a escuras debajo del gabán, y agarrando un
yesón, echósele en la boca y fuele a hincar una muela y medio diente
que tenía, y por poco los perdiera. Comenzó a escupir y hacer gestos
de asco y de dolor; llegamos todos a él, y el cura el primero, dicién-
dole que qué tenía. Empezose a ofrecer a Satanás; dejó caer las alfor-
jas; llegose a él el estudiante, y dijo:
-¡Arriedro114 vayas, cata la cruz!
Otro abrió un breviario; hiciéronle creer que estaba endemonia-
do, hasta que él mismo dijo lo que era, y pidió que le dejasen enja-
guar la boca con un poco de vino, que él traía bota. Dejáronle y,
sacándola abriola; y echando en un vaso un poco de vino, salió con la
lana y estopa un vino salvaje, tan barbado y velloso, que no se podía
beber ni colar. Entonces acabó de perder la paciencia el viejo, pero,

111 contra el dolor de estómago: se atribuían a las piedras preciosas virtudes contra las
enfermedades y dolencias. Atribuírselas a este pedrusco es una broma del mesonero.
112 Juan de Leganés: un bobo de gran habilidad calculista, famoso en la época.
113 en mano está...: primera parte del refrán «en mano está el pandero que lo sa-

brá bien tañer».


114 arriedro vayas: cierto género de conjuro para ahuyentar al diablo (o por exten-

sión rechazar a alguien); cata la cruz tiene el mismo significado. Tratan al viejo como
si estuviera endemoniado.
viendo las descompuestas carcajadas de risa, tuvo por bien el callar y
subir en el carro con los rufianes y las mujeres. Los estudiantes y el
cura se ensartaron en dos borricos, y nosotros nos subimos en el co-
che, y no bien comenzó a caminar, cuando unos y otros nos comen-
zaron a dar vaya115, declarando la burla. El ventero decía:
-Señor nuevo, a pocas estrenas116 como ésta, envejecerá.
El cura decía:
-Sacerdote soy; allá se lo diré de misas117.
Y el estudiante maldito voceaba:
-Señor primo, otra vez rásquese cuando le coman y no después.
El otro decía:
-Sarna de vuestra merced, señor don Diego.
Nosotros dimos en no hacer caso; Dios sabe cuán corridos íba-
mos. Con estas y otras cosas, llegamos a la villa; apeámonos en un
mesón, y en todo el día, que llegamos a las nueve, acabamos de con-
tar la cena pasada y nunca pudimos en limpio sacar el gasto.

CAPÍTULO QUINTO

De la entrada de Alcalá, patente 118 y burlas que le hicieron


por nuevo
Antes que anocheciese, salimos del mesón a la casa que nos tenían
alquilada, que estaba fuera la puerta de Santiago, patio de estudiantes
donde hay muchos juntos, aunque esta teníamos entre tres moradores
diferentes no más. Era el dueño y güésped de los que creen en Dios
por cortesía o sobre falso; moriscos los llaman en el pueblo. Reci-
biome, pues, el güésped con peor cara que si yo fuera el Santísimo

115 dar vaya: burlarse.


116 estrenas: primer acto con que se comienza alguna cosa.
117 diré de misas: frase irónica por la que una persona se excusa de pagar lo que
debe.
118 patente: dinero que pagaban los novatos a los veteranos.
Sacramento. Ni sé si lo hizo porque le comenzásemos a tener respeto
u por ser natural suyo dellos, que no es mucho que tenga mala con-
dición quien no tiene buena ley. Pusimos nuestro hatillo, acomoda-
mos las camas y lo demás, y dormimos aquella noche.
Amaneció, y helos aquí en camisa a todos los estudiantes de la po-
sada a pedir la patente a mi amo. Él, que no sabía lo que era, pregun-
tome que qué querían, y yo, entre tanto, por lo que podía suceder,
me acomodé entre dos colchones, y solo tenía la media cabeza fuera,
que parecía tortuga. Pidieron dos docenas de reales; diéronselos, y
con tanto comenzaron una grita del diablo, diciendo:
-Viva el compañero, y sea admitido en nuestra amistad. Goce de
las preeminencias de antiguo. Pueda tener sarna, andar manchado y
padecer la hambre que todos.
Y con esto (¡mire vuestra merced qué previlegios!) volaron por la
escalera, y al momento nos vestimos nosotros y tomamos el camino
para escuelas119. A mi amo apadrináronle unos colegiales conocidos
de su padre y entró en su general120; pero yo, que había de entrar en
otro diferente y fui solo, comencé a temblar. Entré en el patio, y no
hube metido bien un pie, cuando me encararon y comenzaron a
decir: -«¡Nuevo!». Yo, por disimular, di en reír, como que no hacía
caso; mas no bastó, porque, llegándose a mí ocho u nueve, comenza-
ron a reírse. Púseme colorado; nunca Dios lo permitiera, pues, al
instante, se puso uno que estaba a mi lado las manos en las narices y,
apartándose, dijo:
-Por resucitar está este Lázaro, según olisca121.
Y con esto todos se apartaron, tapándose las narices. Yo, que me
pensé escapar, puse las manos también y dije:
-Vuestras mercedes tienen razón, que huele muy mal.
Dioles mucha risa y, apartándose, ya estaban juntos hasta ciento.
Comenzaron a escarrar122 y tocar al arma, y en las toses y abrir y ce-
rrar de las bocas, vi que se me aparejaban gargajos. En esto, un man-
chegazo acatarrado hízome alarde de uno terrible, diciendo:
-Esto hago.
Yo entonces, que me vi perdido, dije:
-¡Juro a Dios que ma...!
119 escuelas: el lugar donde estaban las aulas de la universidad.
120 general: el aula abierta y común a todos.
121 olisca: hiede, como un cadáver.
122 escarrar: carraspear preparando las flemas que le van a escupir.
Iba a decir te, pero fue tal la batería123 y lluvia que cayó sobre mí,
que no pude acabar la razón. Yo estaba cubierto el rostro con la capa,
y tan blanco, que todos tiraban a mí; y era de ver cómo tomaban la
puntería. Estaba ya nevado de pies a cabeza, pero un bellaco, vién-
dome cubierto y que no tenía en la cara cosa, arrancó hacia mí di-
ciendo con gran cólera:
-¡Baste, no le deis con el palo!
Que yo, según me trataban, creí dellos que lo harían. Destapeme
por ver lo que era, y, al mismo tiempo, el que daba las voces me
enclavó un gargajo en los dos ojos. Aquí se han de considerar mis
angustias. Levantó la infernal gente una grita que me aturdieron. Y
yo, según lo que echaron sobre mí de sus estómagos, pensé que por
ahorrar de médicos y boticas aguardan nuevos para purgarse. Quisie-
ron tras esto darme de pescozones, pero no había dónde sin llevarse
en las manos la mitad del afeite124 de mi negra125 capa, ya blanca por
mis pecados. Dejáronme, y iba hecho zufaina126 de viejo a pura sali-
va. Fuime a casa, que apenas acerté, y fue ventura el ser de mañana,
pues solo topé dos o tres muchachos, que debían de ser bien inclina-
dos, porque no me tiraron más de cuatro u seis trapajos, y luego me
dejaron.
Entré en casa, y el morisco que me vio, comenzose a reír y a ha-
cer como que quería escupirme. Yo, que temí que lo hiciese, dije:
-Tené, güésped, que no soy Ecce-Homo127.
Nunca lo dijera, porque me dio dos libras de porrazos, dándome
sobre los hombros con las pesas que tenía. Con esta ayuda de costa,
medio derrengado, subí arriba; y, en buscar por dónde asir la sotana y
el manteo para quitármelos, se pasó mucho rato. Al fin, le quité y me
eché en la cama, y colguelo en una azutea. Vino mi amo y, como me
halló durmiendo y no sabía la asquerosa aventura, enojose y comenzó
123 batería: serie de piezas de artillería que disparan, como estos burlones los gar-

gajos; serie de proyectiles.


124 afeite: cosmético.
125 negra: juego entre el color de la capa y el sentido de desgraciada, por la mala

suerte que ha tenido esta capa.


126 zufaina: jofaina, escupidera.
127 que no soy Ecce-Homo: imagen de Cristo con la corona de espinas y cetro de

caña, tal como Pilatos lo enseñó al pueblo judío. Como los judíos escupieron y
vejaron a Cristo, le dice Pablos que no le escupa a él, que no es Cristo: lo llama, en
suma, judío, al huésped. Esta asimilación de moriscos y judíos se comprende en el
contexto.
a darme repelones con tanta prisa, que, a dos más, despierto calvo.
Levanteme dando voces y quejándome, y él, con más cólera, dijo:
-¿Es buen modo de servir ese, Pablos? Ya es otra vida.
Yo, cuando oí decir «otra vida», entendí que era ya muerto, y di-
je:
-Bien me anima vuestra merced en mis trabajos. Vea cuál está
aquella sotana y manteo, que ha servido de pañizuelo a las mayores
narices que se han visto jamás en paso128, y mire estas costillas.
Y con esto, empecé a llorar. Él, viendo mi llanto, creyolo, y, bus-
cando la sotana y viéndola, compadeciose de mí, y dijo:
-Pablo, abre el ojo que asan carne129. Mira por ti, que aquí no
tienes otro padre ni madre.
Contele todo lo que había pasado, y mandome desnudar y llevar a
mi aposento, que era donde dormían cuatro criados de los güéspedes
de casa. Acosteme y dormí; y con esto, a la noche, después de haber
comido y cenado bien, me hallé fuerte y ya como si no hubiera pasa-
do por mí nada. Pero, cuando comienzan desgracias en uno, parece
que nunca se han de acabar, que andan encadenadas y unas traían a
otras. Viniéronse a acostar los otros criados y, saludándome todos, me
preguntaron si estaba malo y cómo estaba en la cama. Yo les conté el
caso y, al punto, como si en ellos no hubiera mal ninguno, se empe-
zaron a santiguar, diciendo:
-No se hiciera entre luteranos. ¿Hay tal maldad?
Otro decía:
-El retor tiene la culpa en no poner remedio. ¿Conocerá los que
eran?
Yo respondí que no, y agradeciles la merced que me mostraban
hacer. Con esto se acabaron de desnudar, acostáronse, mataron la luz,
y dormime yo, que me parecía que estaba con mi padre y mis her-
manos.
Debían de ser las doce, cuando el uno dellos me despertó a puros
gritos, diciendo:
-¡Ay, que me matan! ¡Ladrones!
Sonaban en su cama, entre estas voces, unos golpazos de látigo.
Yo levanté la cabeza y dije:
128 paso: se refiere a los pasos de Semana Santa, donde salen judíos, a los que se

atribuían grandes narices.


129 abre el ojo que asan carne: refrán con el que se avisa a alguien para que esté

prevenido.
-¿Qué es eso?
Y apenas la descubrí, cuando con una maroma me asentaron un
azote con hijos130 en todas las espaldas. Comencé a quejarme; quíse-
me levantar; quejábase el otro también; dábanme a mí solo. Yo co-
mencé a decir:
-¡Justicia de Dios!
Pero menudeaban tanto los azotes sobre mí, que ya no me quedó,
por haberme tirado las frazadas abajo, otro remedio sino el de me-
terme debajo de la cama. Hícelo así, y, al punto, los tres que dormían
empezaron a dar gritos también, y como sonaban los azotes, yo creí
que alguno de fuera nos daba a todos. Entre tanto, aquel maldito que
estaba junto a mí se pasó a mi cama y proveyó en ella, y cubriola,
volviéndose a la suya. Cesaron los azotes, y levantáronse con grandes
gritos todos cuatro, diciendo:
-¡Es gran bellaquería, y no ha de quedar así!
Yo todavía me estaba debajo de la cama, quejándome como perro
cogido entre puertas, tan encogido que parecía galgo con calambre.
Hicieron los otros que cerraban la puerta, y yo entonces salí de don-
de estaba y subime a mi cama, preguntando si acaso les habían hecho
mal. Todos se quejaban de muerte.
Acosteme y cubrime y torné a dormir; y como entre sueños me
revolcase, cuando desperté halleme proveído y hecho una necesaria.
Levantáronse todos, y yo tomé por achaque131 los azotes para no
vestirme. No había diablos que me moviesen de un lado. Estaba con-
fuso, considerando si acaso, con el miedo y la turbación, sin sentirlo,
había hecho aquella vileza, o si entre sueños. Al fin, yo me hallaba
inocente y culpado, y no sabía cómo disculparme.
Los compañeros se llegaron a mí, quejándose y muy disimulados,
a preguntarme cómo estaba; yo les dije que muy malo, porque me
habían dado muchos azotes. Preguntábales yo que qué podía haber
sido, y ellos decían:
-A fe que no se escape, que el matemático132 nos lo dirá. Pero,
dejando esto, veamos si estáis herido, que os quejábades mucho.
Y diciendo esto fueron a levantar la ropa con deseo de afrentar-
me. En esto, mi amo entró diciendo:

130 azote con hijos: látigo de varios ramales.


131 achaque: excusa.
132 matemático: astrólogo.
-¿Es posible, Pablos, que no he de poder contigo? Son las ocho ¿y
estaste en la cama? ¡Levántate enhoramala!
Los otros, por asegurarme, contaron a don Diego el caso todo y
pidiéronle que me dejase dormir. Y decía uno:
-Y si vuestra merced no lo cree, levantá, amigo.
Y agarraba de la ropa. Yo la tenía asida con los dientes por no
mostrar la caca. Y cuando ellos vieron que no había remedio por
aquel camino, dijo uno:
-¡Cuerpo de Dios, y cómo hiede!
Don Diego dijo lo mismo, porque era verdad, y luego, tras él, to-
dos comenzaron a mirar si había en el aposento algún servicio133.
Decían que no se podía estar allí. Dijo uno:
-¡Pues es muy bueno esto para haber de estudiar!
Miraron las camas, y quitáronlas para ver debajo, y dijeron:
-Sin duda debajo de la de Pablos hay algo; pasémosle a una de las
nuestras, y miremos debajo della.
Yo, que veía poco remedio en el negocio y que me iban a echar
la garra, fingí que me había dado mal de corazón: agarreme a los
palos, hice visajes... Ellos, que sabían el misterio, apretaron conmigo,
diciendo:
-¡Gran lástima!
Don Diego me tomó el dedo del corazón134 y, al fin, entre los
cinco me levantaron. Y al alzar las sábanas fue tanta la risa de todos,
viendo los recientes, no ya palominos135, sino palomos grandes, que
se hundía el aposento.
-¡Pobre dél! - decían los bellacos (yo hacía del desmayado)-; tírele
vuestra merced mucho de ese dedo del corazón.
Y mi amo, entendiendo hacerme bien, tanto tiró que me le des-
concertó. Los otros trataron de darme un garrote en los muslos, y
decían:
-El pobrecito agora sin duda se ensució, cuando le dio el mal.
¡Quién dirá lo que yo sentía, lo uno con la vergüenza, descoyun-
tado un dedo, y a peligro de que me diesen garrote! Al fin, de miedo
de que me le diesen, que ya me tenían los cordeles en los muslos,
hice que había vuelto, y por presto que lo hice, como los bellacos
133 servicio: orinal.
134 dedo del corazón: se creía en la época que existía una relación entre el dedo
corazón y el corazón, y que tirando del dedo se aliviaban los males cardíacos.
135 palominos: manchas de excrementos.
iban con malicia, ya me habían hecho dos dedos de señal en cada
pierna. Dejáronme diciendo:
-¡Jesús, y qué flaco sois!
Yo lloraba de enojo, y ellos decían adrede:
-Más va en vuestra salud que en haberos ensuciado. Callá.
Y con esto me pusieron en la cama, después de haberme lavado, y
se fueron.
Yo no hacía a solas sino considerar cómo casi era peor lo que
había pasado en Alcalá en un día, que todo lo que me sucedió con
Cabra. A mediodía me vestí, limpié la sotana lo mejor que pude,
lavándola como gualdrapa, y aguardé a mi amo que, en llegando, me
preguntó cómo estaba. Comieron todos los de la casa y yo, aunque
poco y de mala gana. Y después, juntándonos todos a parlar en el
corredor, los otros criados, después de darme vaya, declararon la
burla. Riéronla todos, doblose mi afrenta, y dije entre mí:
-«Avisón, Pablos, alerta».
Propuse de hacer nueva vida, y con esto, hechos amigos, vivimos
de allí adelante todos los de la casa como hermanos, y en las escuelas
y patios nadie me inquietó más.

CAPÍTULO SEXTO

De las crueldades de la ama, y travesuras que hizo


«Haz como vieres» dice el refrán, y dice bien. De puro considerar
en él, vine a resolverme de ser bellaco con los bellacos, y más, si pu-
diese, que todos. No sé si salí con ello, pero yo aseguro a vuestra
merced que hice todas las diligencias posibles.
Lo primero, yo puse pena de la vida a todos los cochinos que se
entrasen en casa y a los pollos de la ama que del corral pasasen a mi
aposento. Sucedió que un día entraron dos puercos del mejor garbo
que vi en mi vida. Yo estaba jugando con los otros criados, y oilos
gruñir, y dije al uno:
-Vaya y vea quién gruñe en nuestra casa.
Fue y dijo que dos marranos. Yo que lo oí, me enojé tanto que
salí allá diciendo que era mucha bellaquería y atrevimiento venir a
gruñir a casa ajena. Y, diciendo esto, envásole a cada uno, a puerta
cerrada, la espada por los pechos, y luego los acogotamos. Porque no
se oyese el ruido que hacían, todos a la par dábamos grandísimos
gritos como que cantábamos, y así expiraron en nuestras manos. Sa-
camos los vientres, recogimos la sangre y, a puros jergones, los medio
chamuscamos en el corral, de suerte que, cuando vinieron los amos,
ya estaba todo hecho, aunque mal, si no eran los vientres, que aún no
estaban acabadas de hacer las morcillas. Y no por falta de prisa, en
verdad, que, por no detenernos, las habíamos dejado la mitad de lo
que ellas se tenían dentro y nos las comimos las más como se las traía
hechas el cochino en la barriga.
Supo, pues, don Diego el caso, y enojose conmigo de manera que
obligó a los huéspedes (que de risa no se podían valer) a volver por
mí136. Preguntábame don Diego que qué había de decir si me acusa-
ban y me prendía la justicia. A lo cual respondí yo que me llamaría a
hambre, que es el sagrado de los estudiantes; y que, si no me valiese,
diría que como se entraron sin llamar a la puerta como en su casa,
que entendí que eran nuestros. Riéronse todos de las disculpas. Dijo
don Diego:
-A fe, Pablos, que os hacéis a las armas.
Era de notar ver a mi amo tan quieto y religioso y a mí tan travie-
so, que el uno exageraba al otro o la virtud o el vicio.
No cabía el ama de contento conmigo, porque éramos dos al
mohíno137: habíamonos conjurado contra la despensa. Yo era el des-
pensero Judas, de botas a bolsa138, que desde entonces hereda no sé
qué amor a la sisa este oficio. La carne no guardaba en manos de la
ama la orden retórica, porque siempre iba de más a menos; no era
nada carnal, antes, de puro penitente, estaba en los güesos. Y la vez
que podía echar cabra u oveja, no echaba carnero, y si había güesos,

136 volver por mí: defenderme.


137 dos al mohíno: frase tomada del vocabulario del juego, en el que significa con-
chabarse dos contra uno.
138 despensero Judas, de botas a bolsa: Judas, encargado de comprar la comida de los

apóstoles, era representado con una bolsa y botas.


no entraba cosa magra. Era cercenadora139 de porciones como de
moneda, y así hacía unas ollas éticas de puro flacas, unos caldos que a
estar cuajados se pudieran hacer sartas de cristal dellos. Las Pascuas,
por diferenciar, para que estuviese gorda la olla, solía echar cabos de
vela de sebo; y así decía que estaban sus ollas gordas por el cabo140. Y
era verdad, según me lo parló un pabilo que yo masqué un día. Ella
decía, cuando yo estaba delante:
-Mi amo, por cierto que no hay servicio como el de Pablicos, si
él no fuese travieso; consérvele vuestra merced, que bien se le puede
sufrir el ser bellaquillo por la fidelidad; lo mejor de la plaza tray.
Yo, por el consiguiente, decía della lo mismo, y así teníamos en-
gañada la casa. Si se compraba aceite de por junto, carbón o tocino,
escondíamos la mitad y cuando nos parecía decíamos el ama y yo:
-Modérese vuestra merced en el gasto, que en verdad que si se
dan tanta prisa no baste la hacienda del rey. Ya se ha acabado el acei-
te o el carbón. Pero ¿tal prisa le han dado? Mande vuestra merced
comprar más, y a fe que se ha de lucir de otra manera. Denle dineros
a Pablicos.
Dábanmelos y vendíamosles la mitad sisada, y, de lo que comprá-
bamos, sisábamos la otra mitad; y esto era en todo. Y si alguna vez
compraba yo algo en la plaza por lo que valía, reñíamos adrede el
ama y yo. Ella decía:
-No me digas a mí, Pablicos, que estos son dos cuartos de ensala-
da.
Yo hacía que lloraba, daba voces, íbame a quejar a mi señor, y
apretábale para que inviase al mayordomo a sabello, para que callase
la ama, que adrede porfiaba. Iban y sabíanlo, y con esto asegurábamos
al amo y al mayordomo, y quedaban agradecidos, en mí a las obras, y
en el ama al celo de su bien. Decíale don Diego, muy satisfecho de
mí:
-¡Así fuese Pablicos aplicado a virtud como es de fiar! ¿Toda esta
es la lealtad que me decís vos dél?
Tuvímoslos desta manera, chupándolos como sanguijuelas. Yo
apostaré que vuestra merced se espanta de la suma de dinero que
montaba al cabo del año. Ello mucho debió de ser, pero no debía

139 cercenadora: un modo de robar en las monedas era recortarlas o limarlas, para

quedarse con el metal cercenado.


140 por el cabo: bien, perfectamente.
obligar a restitución, porque el ama confesaba y comulgaba de ocho a
ocho días y nunca la vi rastro de imaginación de volver nada ni hacer
escrúpulo, con ser, como digo, una santa.
Traía un rosario al cuello siempre, tan grande, que era más barato
llevar un haz de leña a cuestas. Dél colgaban muchos manojos de
imágines, cruces y cuentas de perdones que hacían ruido de sonajas.
Bendecía las ollas y, al espumar, hacía cruces con el cucharón. Yo
pienso que las conjuraba por sacarles los espíritus, ya que no tenían
carne. En todas las imágines decía que rezaba cada noche por sus
bienhechores; contaba ciento y tantos santos abogados suyos, y en
verdad que había menester todas estas ayudas para desquitarse de lo
que pecaba. Acostábase en un aposento encima del de mi amo, y
rezaba más oraciones que un ciego. Entraba por el Justo Juez y acaba-
ba en el Conquibules, que ella decía, y en la Salve Rehína141. Decía las
oraciones en latín, adrede, por fingirse inocente, de suerte que nos
despedazábamos de risa todos. Tenía otras habilidades: era conqueri-
dora142 de voluntades y corchete143 de gustos, que es lo mismo que
alcagüeta; pero disculpábase conmigo diciendo que le venía de casta,
como al rey de Francia sanar lamparones144.
¿Pensará vuestra merced que siempre estuvimos en paz? Pues
¿quién ignora que dos amigos, como sean cudiciosos, si están juntos,
se han de procurar engañar el uno al otro? «Esta ha de ser ruin con-
migo, pues lo es con su amo», decía yo entre mí; ella debía de decir
lo mismo, porque chocamos de embuste el uno con el otro, y por
poco se descubriera la hilaza. Quedamos enemigos como gatos y
gatos, que en despensa es peor que gatos y perros.
Yo, que me vi ya mal con el ama y que no la podía burlar, bus-
qué nuevas trazas de holgarme y di en lo que llaman los estudiantes
correr o arrebatar. En esto me sucedieron cosas graciosísimas, porque,

141 Justo Juez... Conquibules... Santa Rehína: el Santo Juez era una oración muy

recitada por los ciegos; Conquibules es deformación del credo de san Atanasio que
comienza: «Quicumque vult salvus esse»; la Salve Rehína es la oración a la Virgen.
Imita pronunciaciones vulgares e ignorantes.
142 conqueridora: conquistadora.
143 corchete: broche y ayudante del alguacil que prende a los delincuentes. Explica

enseguida que todo son referencias a la alcahueta, que prende o une los gustos (ape-
titos sexuales).
144 Rey de Francia sanar lamparones: se creía que los reyes de Francia podían curar

los lamparones, inflamación de los ganglios del cuello.


yendo una noche a las nueve (que anda poca gente) por la calle Ma-
yor, vi una confitería y, en ella, un cofín145 de pasas sobre el tablero,
y tomando vuelo, vine a agarrarle y di a correr. El confitero dio tras
mí, y otros criados y vecinos. Yo, como iba cargado, vi que aunque
les llevaba ventaja me habían de alcanzar y, al volver una esquina,
senteme sobre él y envolví la capa a la pierna de presto y empecé a
decir, con la pierna en la mano, fingiéndome pobre:
-¡Ay! ¡Dios se lo perdone, que me ha pisado!
Oyéronme esto y, en llegando, empecé a decir:«Por tan alta Se-
ñora», y lo ordinario de la «hora menguada»146 y «aire corrupto»147.
Ellos se venían desgañifando148, y dijéronme:
-¿Va por aquí un hombre, hermano?
-Ahí adelante, que aquí me pisó, loado sea el Señor.
Arrancaron con esto y fuéronse; quedé solo, lleveme el cofín a ca-
sa, conté la burla, y no quisieron creer que había sucedido así, aun-
que lo celebraron mucho. Por lo cual los convidé para otra noche a
verme correr cajas. Vinieron y, advirtiendo ellos que estaban las cajas
dentro la tienda y que no las podía tomar con la mano, tuviéronlo
por imposible, y más por estar el confitero, por lo que sucedió al otro
de las pasas, alerta. Vine, pues, y metiendo, doce pasos atrás de la
tienda, mano a la espada, que era un estoque recio, partí corriendo y
en llegando a la tienda, dije: -«¡Muera!». Y tiré una estocada por de-
lante del confitero. Él se dejó caer pidiendo confesión, y yo di la
estocada en una caja, y la pasé y saqué en la espada, y me fui con ella.
Quedáronse espantados de ver la traza y muertos de risa de que el
confitero decía que le mirasen, que sin duda le había herido, y que
era un hombre con quien él había tenido palabras. Pero, volviendo
los ojos, como quedaron desbaratadas, al salir de la caja, las que esta-
ban alrededor, echó de ver la burla y empezó a santiguarse que no
pensó acabar. Confieso que nunca me supo cosa tan bien.
Decían los compañeros que yo solo podía sustentar la casa con lo
que corría, que es lo mismo que hurtar, en nombre revesado149. Yo,
como era muchacho y oía que me alababan el ingenio con que salía

145 cofín: clase de cesta o espuerta.


146 hora menguada: hora desgraciada.
147 aire corrupto: mal aire. Algunas enfermedades se atribuían a estos aires. Todo

estos son discursillos que hacían los mendigos para pedir limosna.
148 desgañifando: gritando hasta enronquecer.
149 nombre revesado: en jerga estudiantil.
destas travesuras, animábame para hacer muchas más. Cada día traía la
pretina150 llena de jarras de monjas, que les pedía para beber y me
venía con ellas; introduje que no diesen nada sin prenda primero.
Y, así, prometí a don Diego y a todos los compañeros de quitar
una noche las espadas a la mesma ronda151. Señalose cúal había de ser,
y fuimos juntos, yo delante, y en columbrando152 la justicia, llegueme
con otro de los criados de casa, muy alborotado, y dije:
-¿Justicia?
Respondieron:
-Sí.
-¿Es el corregidor153?
Dijeron que sí. Hínqueme de rodillas y dije:
-Señor, en sus manos de vuestra merced está mi remedio y mi
venganza, y mucho provecho de la república; mande vuestra merced
oírme dos palabras a solas, si quiere una gran prisión.
Apartose; ya los corchetes estaban empuñando las espadas y los al-
guaciles poniendo mano a las varitas154. Yo le dije:
-Señor, yo he venido desde Sevilla siguiendo seis hombres los más
facinorosos del mundo, todos ladrones y matadores de hombres, y
entre ellos viene uno que mató a mi madre y a un hermano mío por
saltearlos, y le está probado esto; y vienen acompañando, según los
he oído decir, a una espía155 francesa; y aun sospecho por lo que les
he oído, que es...(y bajando más la voz dije) Antonio Pérez156.
Con esto, el corregidor dio un salto hacia arriba, y dijo:
-¿Y dónde están?
-Señor, en la casa pública157; no se detenga vuestra merced, que
las ánimas de mi madre y hermano se lo pagarán en oraciones, y el
rey acá.

150 pretina: cinturón, donde Pablos colgaba las jarras que le daban las monjas, y

que él robaba.
151 ronda: la cuadrilla de alguaciles que vigilaban de noche.
152 columbrando: viendo de lejos.
153 corregidor: persona que regía o gobernaba el pueblo o ciudad por delegación

real.
154 varitas: los alguaciles llevaban unas varillas como insignia de su autoridad.
155 espía: era femenino.
156 Antonio Pérez: secretario de Felipe II, acusado de complicidad en el asesinato

de Escobedo. Huyó a Francia.


157 casa pública: burdel.
-¡Jesús! -dijo-, no nos detengamos. ¡Hola, seguidme todos! Dad-
me una rodela158.
Yo entonces le dije, tornándole a apartar:
-Señor, perderse ha vuestra merced si hace eso, porque antes im-
porta que todos vuestras mercedes entren sin espadas, y uno a uno,
que ellos están en los aposentos y traen pistoletes y, en viendo entrar
con espadas, como saben que no la puede traer sino la justicia, dispa-
rarán. Con dagas es mejor, y cogerlos por detrás los brazos, que de-
masiados vamos.
Cuadrole al corregidor la traza, con la cudicia de la prisión. En es-
to llegamos cerca, y el corregidor, advertido, mandó que debajo de
unas hierbas pusiesen todos las espadas escondidas en un campo que
está enfrente casi de la casa; pusiéronlas y caminaron. Yo, que había
avisado al otro que ellos dejarlas y él tomarlas y pescarse a casa fuese
todo uno, hízolo así; y, al entrar todos, quedeme atrás el postrero y,
en entrando ellos mezclados con otra gente que entraba, di cantona-
da159 y emboqueme por una callejuela que va a dar a la Vitoria, que
no me alcanzara un galgo.
Ellos que entraron y no vieron nada, porque no había sino estu-
diantes y pícaros (que es todo uno), comenzaron a buscarme, y no
hallándome sospecharon lo que fue; y yendo a buscar sus espadas no
hallaron media.
¿Quién contara las diligencias que hizo con el retor el corregidor?
Aquella noche anduvieron todos los patios, reconociendo las caras y
mirando las armas. Llegaron a casa, y yo, porque no me conociesen,
estaba echado en la cama con un tocador160 y con una vela en la ma-
no y un Cristo en la otra, y un compañero clérigo ayudándome a
morir, y los demás rezando las letanías. Llegó el retor y la justicia y
viendo el espectáculo se salieron, no persuadiéndose que allí pudiera
haber habido lugar para cosa. No miraron nada, antes el retor me
dijo un responso. Preguntó si estaba ya sin habla y dijéronle que sí; y
con tanto, se fueron desesperados de hallar rastro, jurando el retor de
remitirle161 si le topasen, y el corregidor de ahorcarle fuese quien

158 rodela: escudo redondo pequeño.


159 di cantonada: esquinazo, desaparecí al doblar una esquina o cantón.
160 tocador: gorro de dormir.
161 remitirle: entregarlo al juez. Los estudiantes tenían jurisdicción especial, pero

el rector promete entregarlo a la justicia ordinaria.


fuese. Levanteme de la cama, y hasta hoy no se ha acabado de soleni-
zar la burla en Alcalá.
Y por no ser largo, dejo de contar cómo hacía monte162 la plaza
del pueblo, pues de cajones de tundidores y plateros y mesas de fru-
teras (que nunca se me olvidará la afrenta de cuando fui rey de gallos)
sustentaba la chimenea de casa todo el año. Callo las pinsiones163 que
tenía sobre los habares, viñas y güertos, en todo aquello de alrededor.
Con estas y otras cosas, comencé a cobrar fama de travieso y agudo
entre todos. Favorecíanme los caballeros y apenas me dejaban servir a
don Diego, a quien siempre tuve el respeto que era razón por el
mucho amor que me tenía.

CAPÍTULO SÉTIMO

De la ida de don Diego, y nuevas de la muerte de su padre y


madre, y la resolución que tomó en sus cosas para adelante.
En este tiempo, vino a don Diego una carta de su padre, en cuyo
pliego venía otra de un tío mío llamado Alonso Ramplón, hombre
allegado a toda virtud y muy conocido en Segovia por lo que era
allegado a la justicia, pues cuantas allí se habían hecho, de cuarenta
años a esta parte, han pasado por sus manos. Verdugo era, si va a
decir la verdad, pero una águila en el oficio; vérsele hacer daba gana a
uno de dejarse ahorcar. Este, pues, me escribió una carta a Alcalá,
desde Segovia, en esta forma:

Hijo Pablos (que por el mucho amor que me tenía me llamaba así): las
ocupaciones grandes desta plaza en que me tiene ocupado Su Majestad
no me han dado lugar a hacer esto; que si algo tiene malo el servir al

162 hacía monte: robaba, como en descampado. Y también recoge suficiente leña

para quemar, como si la recogiera del monte.


163 pinsiones: rentas.
Rey, es el trabajo, aunque se desquita con esta negra honrilla de ser sus
criados.
Pésame de daros nuevas de poco gusto. Vuestro padre murió ocho
días ha con el mayor valor que ha muerto hombre en el mundo; dígolo
como quien lo guindó164. Subió en el asno sin poner pie en el estribo;
veníale el sayo vaquero165 que parecía haberse hecho para él, y, como
tenía aquella presencia, nadie le veía con los Cristos delante166 que no le
juzgase por ahorcado. Iba con gran desenfado, mirando a las ventanas y
haciendo cortesías a los que dejaban sus oficios por mirarle; hízose dos
veces los bigotes; mandaba descansar a los confesores, y íbales alabando
lo que decían bueno.
Llegó a la N de palo167, puso el un pie en la escalera, no subió a gatas
ni despacio y, viendo un escalón hendido, volviose a la justicia y dijo
que mandase aderezar aquél para otro, que no todos tenían su hígado.
No os sabré encarecer cuán bien pareció a todos.
Sentose arriba, tiró las arrugas de la ropa atrás, tomó la soga y púsola
en la nuez. Y viendo que el teatino le quería predicar, vuelto a él, le di-
jo: -«Padre, yo lo doy por predicado; vaya un poco de Credo, y acabe-
mos presto, que no querría parecer prolijo». Hízose así; encomendome
que le pusiese la caperuza de lado y que le limpiase las barbas. Yo lo hice
así. Cayó sin encoger las piernas ni hacer gesto; quedó con una gravedad
que no había más que pedir. Hícele cuartos168 y dile por sepoltura los
caminos. Dios sabe lo que a mí me pesa de verle en ellos, haciendo mesa
franca a los grajos. Pero yo entiendo que los pasteleros desta tierra nos
consolarán, acomodándole en los de a cuatro169.
De vuestra madre, aunque está viva agora, casi os puedo decir lo mis-
mo, porque está presa en la Inquisición de Toledo, porque desenterraba
los muertos sin ser murmuradora170. Halláronla en su casa más piernas,

164 guindar: colgar, ahorcar.


165 sayo vaquero: un tipo de ropaje o vestido.
166 con los Cristos delante: la comitiva de los condenados la abrían los crucifijos.
167 N de palo: la horca, que tenía dos palos verticales unidos por uno horizontal.
168 cuartos: a los ahorcados los hacían pedazos y ponían los trozos por los cami-

nos, para escarmiento. Por eso dice que hace mesa franca a los grajos, que se comen
los pedazos del cadáver.
169 de a cuatro: se refiere a los pasteles que costaban cuatro maravedís. Sugiere sa-

tíricamente que los pasteleros usan la carne de los ajusticiados para la masa de sus
pasteles.
170 desenterraba los muertos sin ser murmuradora: desenterrar los muertos era decir mal

de alguien. Pablos se refiere literalmente a que su madre desenterraba los cadáveres


para sus prácticas de hechicería.
brazos y cabezas que en una capilla de milagros171. Y lo menos que hacía
era sobrevirgos y contrahacer doncellas. Dicen que representará en un
auto172 el día de la Trinidad, con cuatrocientos de muerte173. Pésame
que nos deshonra a todos, y a mí principalmente, que, al fin, soy minis-
tro del Rey, y me están mal estos parentescos.
Hijo, aquí ha quedado no sé qué hacienda escondida de vuestros pa-
dres; será en todo hasta cuatrocientos ducados. Vuestro tío soy, y lo que
tengo ha de ser para vos. Vista ésta, os podéis venir aquí, que, con lo que
vos sabéis de latín y retórica, seréis singular en el arte de verdugo. Res-
pondedme luego, y, entre tanto, Dios os guarde.

No puedo negar que sentí mucho la nueva afrenta, pero holgue-


me en parte (tanto pueden los vicios en los padres, que consuela de
sus desgracias, por grandes que sean, a los hijos). Fuime corriendo a
don Diego, que estaba leyendo la carta de su padre, en que le man-
daba que se fuese y que no me llevase en su compañía, movido de las
travesuras mías que había oído decir. Díjome que se determinaba ir y
todo lo que le mandaba su padre, que a él le pesaba de dejarme, y a
mí más; díjome que me acomodaría con otro caballero amigo suyo,
para que le sirviese. Yo, en esto, riéndome, le dije:
-Señor, ya soy otro, y otros mis pensamientos; más alto pico y
más autoridad me importa tener. Porque si hasta agora tenía como
cada cual mi piedra en el rollo174, agora tengo mi padre.
Declarele cómo había muerto tan honradamente como el más es-
tirado, cómo le trincharon y le hicieron moneda175, cómo me había
escrito mi señor tío, el verdugo, desto y de la prisioncilla de mama,
que a él, como a quien sabía quien yo soy, me pude descubrir sin
vergüenza. Lastimose mucho y preguntome que qué pensaba hacer.
Dile cuenta de mis determinaciones; y con tanto, al otro día, él se fue
171 milagros: exvotos u ofrendas de cera u otro material que se cuelgan en las ca-

pillas de los templos como agradecimiento de una curación. Suelen representar el


miembro curado.
172 auto: juega aquí Quevedo con los sentidos de auto: el auto de fe del que va a

ser actriz la madre de Pablos y la representación de un auto sacramental.


173 cuatrocientos de muerte: cuatrocientos azotes que producirán su muerte.
174 tenía... mi piedra en el rollo: era frase hecha que significa ser honrado y de va-

lor reconocido en su pueblo, porque, era costumbre irse a sentar a la grada del rollo
para conversar con los vecinos, y los hombres respetados tenían su puesto fijo. El
rollo era la columna de piedra de la picota u horca, y de ahí el chiste, porque el
padre de Pablos ha sido ahorcado.
175 hicieron moneda: porque le hicieron cuartos, con juego de palabras.
a Segovia harto triste y yo me quedé en la casa disimulando mi des-
ventura.
Quemé la carta porque, perdiéndoseme acaso, no la leyese al-
guien, y comencé a disponer mi partida para Segovia, con fin de
cobrar mi hacienda y conocer mis parientes para huir dellos.
LIBRO SEGUNDO

CAPÍTULO PRIMERO

Del camino de Alcalá para Segovia, y de lo que le sucedió en


él hasta Rejas, donde durmió aquella noche
Llegó el día de apartarme de la mejor vida que hallo haber pasado.
Dios sabe lo que sentí el dejar tantos amigos y apasionados, que eran
sin número. Vendí lo poco que tenía de secreto, para el camino y
con ayuda de unos embustes hice hasta seiscientos reales. Alquilé una
mula y salime de la posada, adonde ya no tenía que sacar más de mi
sombra. ¿Quién contara las angustias del zapatero por lo fiado, las
solicitudes del ama por el salario, las voces del güésped de la casa por
el arrendamiento? Uno decía: -«¡Siempre me lo dijo el corazón!»;
otro: -«¡Bien me decían a mí que éste era un trampista176!». Al fin, yo
salí tan bienquisto del pueblo, que dejé con mi ausencia a la mitad
dél llorando, y a la otra mitad riéndose de los que lloraban.
Yo me iba entretiniendo por el camino, considerando en estas co-
sas, cuando, pasado Torote177, encontré con un hombre en un macho
de albarda, el cual iba hablando entre sí con muy gran prisa y tan
embebecido, que, aun estando a su lado, no me vía. Saludele y salu-

176 trampista: «embustero, petardista que, con ardides y engaños, anda continua-

mente sacando dinero prestado, o géneros fiados, sin ánimo de pagar» (Auts.).
177 Torote: arroyo que demboca en el Henares.
dome; preguntele dónde iba, y después que nos pagamos las respues-
tas, comenzamos luego a tratar de si bajaba el turco178 y de las fuerzas
del rey. Comenzó a decir de qué manera se podía conquistar la Tie-
rra Santa y cómo se ganaría Argel, en los cuales discursos eché de ver
que era loco repúblico179 y de gobierno.
Proseguimos en la conversación (propia de pícaros), y venimos a
dar, de una cosa en otra, en Flandes. Aquí fue ello, que empezó a
suspirar y a decir:
-Más me cuestan a mí esos estados que al rey, porque ha catorce
años que ando con un arbitrio que, si como es imposible no lo fuera,
ya estuviera todo sosegado.
-¿Qué cosa puede ser -le dije yo- que, conviniendo tanto, sea
imposible y no se pueda hacer?
-¿Quién le dice a vuestra merced -dijo luego- que no se puede
hacer?; hacerse puede, que ser imposible es otra cosa. Y si no fuera
por dar pesadumbre, le contara a vuestra merced lo que es; pero allá
se verá, que agora lo pienso imprimir con otros trabajillos, entre los
cuales le doy al rey modo de ganar a Ostende por dos caminos.
Roguele que me los dijese, y, al punto, sacando de las faldriqueras
un gran papel, me mostró pintado el fuerte del enemigo y el nuestro,
y dijo:
-Bien ve vuestra merced que la dificultad de todo está en este pe-
dazo de mar; pues yo doy orden de chuparle todo con esponjas y
quitarle de allí.
Di yo con este desatino una gran risada, y él entonces, mirándo-
me a la cara, me dijo:
-A nadie se lo he dicho que no haya hecho otro tanto, que a to-
dos les da gran contento.
-Ese tengo yo, por cierto -le dije-, de oír cosa tan nueva y tan
bien fundada, pero advierta vuestra merced que ya que chupe el agua
que hubiere entonces, tornará luego la mar a echar más.

178 si bajaba el turco: las maniobras del turco era tema habitual de las conversacio-
nes.
179 loco repúblico: se refiere a los llamados arbitristas, hombres preocupados por la

situación de España y que proponían arbitrios o soluciones para resolver los proble-
mas.
-No hará la mar tal cosa, que lo tengo yo eso muy apurado -me
respondió-, y no hay que tratar; fuera de que yo tengo pensada una
invención para hundir la mar por aquella parte doce estados180.
No le osé replicar de miedo que me dijese que tenía arbitrio para
tirar el cielo acá bajo. No vi en mi vida tan gran orate181. Decíame
que Joanelo182 no había hecho nada, que él trazaba agora de subir
toda el agua de Tajo a Toledo de otra manera más fácil. Y sabido lo
que era, dijo que por ensalmo. ¡Mire vuestra merced quién tal oyó
en el mundo! Y, al cabo, me dijo:
-Y no lo pienso poner en ejecución, si primero el rey no me da
una encomienda183, que la puedo tener muy bien, y tengo una ejecu-
toria184 muy honrada.
Con estas pláticas y desconciertos llegamos a Torrejón, donde se
quedó, que venía a ver una parienta suya.
Yo pasé adelante pereciéndome de risa de los arbitrios en que
ocupaba el tiempo, cuando, Dios y enhorabuena, desde lejos vi una
mula suelta y un hombre junto a ella a pie, que mirando a un libro,
hacía unas rayas que medía con un compás. Daba vueltas y saltos a un
lado y a otro, y de rato en rato, poniendo un dedo encima de otro,
hacía con ellos mil cosas saltando. Yo confieso que entendí por gran
rato (que me paré desde lejos a vello) que era encantador y casi no
me determinaba a pasar. Al fin me determiné, y llegando cerca, sin-
tiome, cerró el libro, y, al poner el pie en el estribo, resbalósele y
cayó. Levantele, y díjome:
-No tomé bien el medio de proporción185 para hacer la circunfe-
rencia al subir.
Yo no le entendí lo que me dijo y luego temí lo que era, porque
más desatinado hombre no ha nacido de las mujeres. Preguntome si
iba a Madrid por línea recta o si iba por camino circunflejo. Yo,
180 estados: medida aproximada de la altura de un hombre.
181 orate: loco.
182 Joanelo: Juanelo Turriano, famoso ingeniero italiano que inventó una maqui-

naria para subir el agua del Tajo a Toledo.


183 encomienda: dignidad de las órdenes militares que llevaba aneja una renta.
184 ejecutoria: documento que certificaba la hidalguía.
185 medio de proporción: lenguaje de esgrima; distancia que se toma para formar la

herida. Este personaje habla en la jerga de los espadachines científicos, los que veían
en la esgrima un arte sujeto a orden y principios matemáticos. Quevedo se burla de
ellos a menudo, especialmente de Pacheco de Narváez, uno de los profesores de la
destreza matemática.
aunque no lo entendí, le dije que circunflejo. Preguntome cúya era la
espada que llevaba al lado. Respondíle que mía, y, mirándola, dijo:
-Esos gavilanes186 habían de ser más largos, para reparar los tajos187
que se forman sobre el centro de las estocadas.
Y empezó a meter una parola tan grande, que me forzó a pregun-
tarle qué materia profesaba. Díjome que él era diestro188 verdadero y
que lo haría bueno en cualquiera parte. Yo, movido a risa, le dije:
-Pues, en verdad, que por lo que yo vi hacer a vuestra merced en
el campo denantes, que más le tenía por encantador, viendo los
círculos189.
-Eso -me dijo- era que se me ofreció una treta por el cuarto
círculo con el compás mayor190, continuando la espada para matar sin
confesión al contrario, porque no diga quién lo hizo, y estaba po-
niéndolo en términos de matemática.
-¿Es posible -le dije yo- que hay matemática en eso?
-No solamente matemática -dijo-, mas teología, filosofía, música
y medicina.
-Esa postrera no lo dudo, pues se trata de matar en esa arte.
-No os burléis -me dijo-, que agora aprendo yo la limpiadera191
contra la espada, haciendo los tajos mayores, que comprehenden en
sí las aspirales de la espada.
-No entiendo cosa de cuantas me decís, chica ni grande.
-Pues este libro las dice -me respondió-, que se llama Grandezas
de la espada192, y es muy bueno y dice milagros; y, para que lo creáis,
en Rejas, que dormiremos esta noche, con dos asadores me veréis

186 gavilanes: hierros que salen de la guarnición de la espada.


187 reparar los tajos: defenderse de los tajos (golpes dados desde la derecha a la iz-
quierda de arriba hacia abajo).
188 diestro: maestro de esgrima.
189 círculos: alude a los que dibujaban los brujos en el suelo, dentro de los cuales

hacían sus conjuros.


190 treta por el cuarto círculo con el compás mayor: un movimiento de esgrima (treta),

según el diseño llamado cuarto círculo (paso de ataque en que la espada describía un
cuarto de círculo). El compás era otro movimiento de pies, y los había de muchas
clases; probablemente juega aquí con el sentido musical de compás mayor (un tiem-
po musical de cuatro compases).
191 limpiadera: cepillo; interpreto: aprendo la manera de quitarme de encima los

ataques enemigos como si fuera polvo, sacudiéndomelos con mi esgrima.


192 Grandezas de la espada: de Luis Pacheco de Narváez; se publicó en Madrid en

1600.
hacer maravillas. Y no dudéis que cualquiera que leyere en este libro
matará a todos los que quisiere.
-U ese libro enseña a ser pestes a los hombres u le compuso algún
dotor.
-¿Cómo dotor? Bien lo entiende -me dijo-: es un gran sabio, y
aun estoy por decir más.
En estas pláticas, llegamos a Rejas. Apeámonos en una posada y,
al apearnos, me advirtió con grandes voces que hiciese un ángulo
obtuso con las piernas y que, reduciéndolas a líneas paralelas, me
pusiese perpendicular en el suelo. El güésped, que me vio reír y le
vio, preguntome que si era indio aquel caballero, que hablaba de
aquella suerte. Pensé con esto perder el juicio. Llegose luego al güés-
ped, y díjole:
-Señor, déme dos asadores para dos o tres ángulos, que al mo-
mento se los volveré.
-¡Jesús! -dijo el güésped-, déme vuestra merced acá los ángulos,
que mi mujer los asará; aunque aves son que no las he oído nombrar.
-¡Que no son aves! -dijo volviéndose a mí-. Mire vuestra merced
lo que es no saber. Deme los asadores, que no los quiero sino para
esgrimir; que quizá le valdrá más lo que me viere hacer hoy que todo
lo que ha ganado en su vida.
En fin, los asadores estaban ocupados, y hubimos de tomar dos
cucharones. No se ha visto cosa tan digna de risa en el mundo. Daba
un salto y decía:
-Con este compás alcanzo más y gano los grados del perfil. Ahora
me aprovecho del movimiento remiso para matar el natural. Ésta
había de ser cuchillada y éste tajo193.
No llegaba a mí desde una legua y andaba alrededor con el cu-
charón, y, como yo me estaba quedo, parecían tretas contra olla194
que se sale. Díjome al fin:
-Esto es lo bueno, y no las borracherías que enseñan estos bellacos
maestros de esgrima, que no saben sino beber.
No lo había acabado de decir, cuando de un aposento salió un
mulatazo195 mostrando las presas196, con un sombrero enjerto en
193 Términos todos de la esgrima; perfil, postura ladeada del cuerpo; los movi-
miento remiso y natural los comenta Pacheco en su libro; cuchillada es el golpe dado
con la espada, levantándola y bajándola, en diversas modalidades.
194 tretas contra olla: movimientos de esgrima no contra un rival, sino contra una

olla, porque los hace con cucharones.


guardasol197 y un coleto de ante debajo de una ropilla198 suelta y llena
de cintas, zambo de piernas a lo águila imperial199, la cara con un per
signum crucis de inimicis suis200, la barba de ganchos201, con unos bigo-
tes de guardamano, y una daga con más rejas que un locutorio de
monjas. Y, mirando al suelo, dijo:
-Yo soy examinado y traigo la carta, y, por el sol que calienta los
panes202, que haga pedazos a quien tratare mal a tanto buen hijo co-
mo profesa la destreza.
Yo, que vi la ocasión, metime en medio, y dije que no hablaba
con él, y que así no tenía por qué picarse.
-Meta mano a la blanca203 si la tray, y apuremos204 cuál es verda-
dera destreza, y déjese de cucharones.
El pobre de mi compañero abrió el libro, y dijo en altas voces:
-Este libro lo dice, y está impreso con licencia del rey, y yo sus-
tentaré que es verdad lo que dice, con el cucharón y sin el cucharón,
aquí y en otra parte, y, si no, midámoslo.
Y sacó el compás, y empezó a decir:
-Este ángulo es obtuso.
Y entonces, el maestro sacó la daga, y dijo:
-Yo no sé quién es Ángulo ni Obtuso, ni en mi vida oí decir tales
hombres; pero, con ésta en la mano, le haré yo pedazos.
Acometió al pobre diablo, el cual empezó a huir, dando saltos por
la casa, diciendo:
195 mulatazo: en la literatura del Siglo de Oro abunda la figura del valentón mu-
lato. Este practica la esgrima a lo silvestre, no científica como el otro loco.
196 presas: colmillos.
197 guardasol: sombrilla; exagera el tamaño del sombrero.
198 coleto: especie de casaca de piel. La ropilla era vestidura corta que se ponía

sobre el jubón.
199 zambo de piernas a lo águila imperial: con las piernas torcidas, como las águilas

de los escudos.
200 per signum crucis de inimicis suis: señal de una cuchillada, en lenguaje agerma-

nado.
201 barba de ganchos: barba muy grande; la daga de ganchos era la que tenía unos

gavilanes grandes para proteger la mano. A lo mismo se refiere cuando habla ense-
guida de los bigotes de guardamano, muy grandes. Todos son rasgos caricaturescos
que caracterizan a los valentones y rufianes de la literatura del Siglo de Oro.
202 panes: trigos.
203 blanca: espada con filo y punta, capaz de herir; frente a la negra, que no tenía

punta y era utilizada en los ejercicios de esgrima.


204 apuremos: averigüemos.
-No me puede dar, que le he ganado los grados del perfil.
Metímoslos en paz el güésped y yo y otra gente que había, aun-
que de risa no me podía mover.
Metieron al buen hombre en su aposento, y a mí con él; cena-
mos, y acostámonos todos los de la casa. Y, a las dos de la mañana,
levántase en camisa y empieza a andar a escuras por el aposento, dan-
do saltos y diciendo en lengua matemática mil disparates. Desperto-
me a mí y, no contento con esto, bajó al güésped para que le diese
luz, diciendo que había hallado objeto fijo a la estocada sagita por la
cuerda205. El güésped se daba a los diablos de que lo despertase, y
tanto le molestó, que le llamó loco. Y con esto, se subió y me dijo
que si me quería levantar vería la treta tan famosa que había hallado
contra el turco y sus alfanjes. Y decía que luego se la quería ir a ense-
ñar al rey, por ser en favor de los católicos.
En esto amaneció, vestímonos todos, pagamos la posada, hicímos-
los amigos a él y al maestro, el cual se apartó diciendo que el libro
que alegaba mi compañero era bueno, pero que hacía más locos que
diestros, porque los más no le entendían.

CAPÍTULO SEGUNDO

De lo que le sucedió hasta llegar a Madrid, con un poeta


Yo tomé mi camino para Madrid, y él se despidió de mí por ir di-
ferente jornada206. Y ya que estaba apartado, volvió con gran prisa y,
llamándome a voces, estando en el campo donde no nos oía nadie,
me dijo al oído:
-Por vida de vuestra merced, que no diga nada de todos los altí-
simos secretos que le he comunicado en materia de destreza, y guár-
delo para sí, pues tiene buen entendimiento.

205 estocada sagita por la cuerda: sigue con su jerga disparatada.


206 jornada: camino.
Yo le prometí de hacerlo. Tornose a partir de mí, y yo empecé a
reírme del secreto tan gracioso.
Con esto, caminé más de una legua que no topé persona. Iba yo
entre mí pensando en las muchas dificultades que tenía para profesar
honra y virtud, pues había menester tapar primero la poca de mis
padres, y luego tener tanta que me desconociesen por ella. Y parec-
íanme a mí tan bien estos pensamientos honrados, que yo me los
agradecía a mí mismo. Decía a solas: «Más se me ha de agradecer a
mí, que no he tenido de quien aprender virtud ni a quien parecer en
ella, que al que la hereda de sus agüelos».
En estas razones y discursos iba cuando topé un clérigo muy viejo
en una mula, que iba camino de Madrid. Trabamos plática, y luego
me preguntó que de dónde venía; yo le dije que de Alcalá.
-Maldiga Dios -dijo él- tan mala gente como hay en ese pueblo,
pues falta entre todos un hombre de discurso207.
Preguntele que cómo o por qué se podía decir tal de lugar donde
asistían tantos doctos varones. Y él, muy enojado, dijo:
-¿Doctos? Yo le diré a vuestra merced qué tan doctos; que ha-
biendo más de catorce años que hago yo en Majalahonda, donde he
sido sacristán, las chanzonetas al Corpus y al Nacimiento, no me
premiaron en el cartel208 unos cantarcicos; y porque vea vuestra mer-
ced la sinrazón, se los he de leer, que yo sé que se holgará.
Y diciendo y haciendo desenvainó una retahíla de coplas pestilen-
ciales, y por la primera, que era ésta, se conocerán las demás:

Pastores, ¿no es lindo chiste,


que es hoy el señor san Corpus Criste?
Hoy es el día de las danzas
en que el Cordero sin mancilla
tanto se humilla,
que visita nuestras panzas,
y entre estas bienaventuranzas
entra en el humano buche.
Suene el lindo sacabuche209,
pues nuestro bien consiste.

207 de discurso: razonable, sensato.


208 cartel: en el que se publicaban los premios de los certámenes poéticos.
209 sacabuche: instrumento de metal, que se alarga y recoge en sí mismo.
Pastores, ¿no es lindo chiste?

-¿Qué pudiera decir más -me dijo- el mismo inventor de los chis-
tes? Mire qué misterios encierra aquella palabra pastores: más me costó
de un mes de estudio.
Yo no pude con esto tener la risa, que a borbollones se me salía
por los ojos y narices, y dando una gran carcajada dije:
-¡Cosa admirable! Pero sólo reparo en que llama vuestra merced
señor san Corpus Criste, y Corpus Christi no es santo, sino el día de la
institución del Sacramento.
-¡Qué lindo es eso! -me respondió, haciendo burla-; yo le daré en
el calendario210, y está canonizado, y apostaré a ello la cabeza.
No pude porfiar, perdido de risa de ver la suma inorancia; antes le
dije cierto que eran dignas de cualquier premio y que no había oído
cosa tan graciosa en mi vida.
-¿No? -dijo al mismo punto-; pues oya vuestra merced un pedaci-
to de un librillo que tengo hecho a las once mil vírgines211, adonde a
cada una he compuesto cincuenta otavas, cosa rica.
Yo, por excusarme de oír tanto millón de otavas, le supliqué que
no me dijese cosa a lo divino. Y así, me comenzó a recitar una co-
media que tenía más jornadas que el camino de Jerusalén. Decíame:
-Hícela en dos días, y éste es el borrador.
Y sería hasta cinco manos de papel212. El título era El arca de Noé.
Hacíase toda entre gallos y ratones, jumentos, raposas, lobos y jabal-
íes, como fábulas de Isopo. Yo le alabé la traza y la invención, a lo
cual me respondió:
-Ello cosa mía es, pero no se ha hecho otra tal en el mundo, y la
novedad es más que todo; y, si yo salgo con hacerla representar, será
cosa famosa.
-¿Cómo se podrá representar -le dije yo-, si han de entrar los
mismos animales, y ellos no hablan?
-Esa es la dificultad, que a no haber ésa, ¿había cosa más alta? Pero
yo tengo pensado de hacerla toda de papagayos, tordos y picazas, que
hablan, y meter para el entremés monas.
210 daré en el calendario: se lo enseñaré en el santoral del calendario.
211 once mil vírgines: se refiere a las once mil vírgenes que fueron martirizadas con
Santa Úrsula. El librillo se acercaría a los cuatro millones y medio de versos.
212 manos de papel: cada mano de papel constaba de veinticinco pliegos; esta co-

media es unas treinta veces más larga que una comedia normal.
-Por cierto, alta cosa es ésa.
-Otras más altas he hecho yo -dijo- por una mujer a quien amo.
Y vea aquí novecientos y un sonetos y doce redondillas (que parecía
que contaba escudos por maravedís213) hechos a las piernas de mi
dama.
Yo le dije que si se las había visto él, y díjome que no había he-
cho tal por las órdenes214 que tenía, pero que iban en profecía215 los
concetos. Yo confieso la verdad, que aunque me holgaba de oírle,
tuve miedo a tantos versos malos, y así, comencé a echar la plática a
otras cosas. Decíale que veía liebres, y él saltaba:
-Pues empezaré por uno donde la comparo a ese animal.
Y empezaba luego; y yo, por divertirle216, decía:
-¿No ve vuestra merced aquella estrella que se ve de día?
A lo cual, dijo:
-En acabando éste, le diré el soneto treinta, en que la llamo estre-
lla, que no parece sino que sabe los intentos dellos.
Afligime tanto con ver que no podía nombrar cosa a que él no
hubiese hecho algún disparate, que cuando vi que llegábamos a Ma-
drid, no cabía de contento, entendiendo que de vergüenza callaría;
pero fue al revés, porque por mostrar lo que era, alzó la voz entrando
por la calle. Yo le supliqué que lo dejase, poniéndole por delante
que, si los niños olían poeta, no quedaría troncho que no se viniese
por sus pies tras nosotros, por estar declarados por locos en una pre-
mática217 que había salido contra ellos, de uno que lo fue y se recogió
a buen vivir. Pidiome que se la leyese si la tenía, muy congojado.
Prometí de hacerlo en la posada. Fuímonos a una, donde él se acos-
tumbraba apear, y hallamos a la puerta más de doce ciegos. Unos le
conocieron por el olor y otros por la voz. Diéronle una barahúnda de

213 contaba escudos por maravedís: mencionar cifras tan altas de poesías recuerdan a

las cifras que habría que emplear si se contara una cantidad de escudos dando su
equivalencia en maravedís; según las épocas un escudo valía entre 350 y 600 mara-
vedís, de modo que si, por ejemplo, se contase 10 escudos en maravedís, habría que
decir «tres mil quinientos maravedís», etc.
214 órdenes: es un sacristán ordenado seguramente de algunas órdenes menores, y

no parece bien que vaya examinando las piernas de las damas, así que se las imagina
(les hace poemas en profecía, adivinando las bellezas desconocidas).
215 en profecía: por revelación. Es decir, inventa los conceptos (metáforas) por

adivinación, pues el decoro en la época no permitía ver las piernas de las mujeres.
216 divertirle: distraerle.
217 premática: leyes que se promulgaban para acabar con ciertos excesos o abusos.
de bienvenido; abrazólos a todos, y luego empezaron unos a pedirle
oración para el Justo Juez en verso grave y sonoro, tal que provocase
a gestos; otros pidieron de las ánimas; y por aquí discurrió, recibien-
do ocho reales de señal de cada uno. Despidiólos, y díjome:
-Más me han de valer de trecientos reales los ciegos; y así, con li-
cencia de vuestra merced, me recogeré agora un poco para hacer
alguna dellas, y en acabando de comer oiremos la premática.
¡Oh vida miserable! Pues ninguna lo es más que la de los locos
que ganan de comer con los que lo son.

CAPÍTULO TERCERO

De lo que hizo en Madrid, y lo que le sucedió hasta llegar a


Cercedilla, donde durmió
Recogiose un rato a estudiar herejías y necedades para los ciegos.
Entre tanto se hizo hora de comer; comimos, y luego pidiome que le
leyese la premática. Yo, por no haber otra cosa que hacer, la saqué y
se la leí. La cual pongo aquí, por haberme parecido aguda y conve-
niente a lo que se quiso reprehender en ella. Decía en este tenor:

Premática del desengaño contra los poetas güeros, chirles y hebenes218


Diole al sacristán la mayor risa del mundo, y dijo:
-¡Hablara yo para mañana! Por Dios, que entendí que hablaba
conmigo, y es sólo contra los poetas hebenes.

218 Premática... güeros, chirles y hebenes: esta premática debió de ser uno de los
opúsculos festivos tempranos de Quevedo, que luego incluyó en el Buscón. Güero:
vacío, sin sustancia, como los huevos hueros; chirle: excremento de oveja, y también
un tipo de uva silvestre que da vino muy malo; hebén: variedad de uva de poca
calidad. Todas las metáforas aluden a lo vano, insustancial y malo de las obras poéti-
cas.
Cayome a mí muy en gracia oírle decir esto, como si él fuera muy
albillo o moscatel219. Dejé el prólogo y comencé el primer capítulo
que decía:

Atendiendo a que este género de sabandijas que llaman poetas son


nuestros prójimos y cristianos, aunque malos; viendo que todo el año
adoran cejas, dientes, listones y zapatilla220, haciendo otros pecados más
inormes, mandamos que la Semana Santa recojan a todos los poetas
públicos y cantoneros221, como a malas mujeres, y que los prediquen, sa-
cando Cristos para convertirlos. Y para esto señalamos casas de arrepen-
tidos.
Iten, advirtiendo los grandes buchornos que hay en las caniculares y
nunca anochecidas coplas de los poetas de sol222, como pasas, a fuerza de
los soles y estrellas que gastan en hacerlas, les ponemos perpetuo silencio
en las cosas del cielo, señalando meses vedados a las musas, como a la ca-
za y pesca, porque no se agoten con la prisa que las dan.
Iten, habiendo considerado que esta seta223 infernal de hombres con-
denados a perpetuo conceto, despedazadores del vocablo y volteadores
de razones, han pegado el dicho achaque de poesía a las mujeres, decla-
ramos que nos tenemos por desquitados con este mal que las hemos
hecho, del que nos hicieron en la manzana. Y, por cuanto el siglo está
pobre y necesitado, mandamos quemar las coplas de los poetas, como
franjas viejas, para sacar el oro, plata y perlas, pues en los más versos ha-
cen sus damas de todos metales, como estatuas de Nabuco224.

219 albillo o moscatel: uvas de mejor calidad, que se oponen a las chirles y hebenes
citadas antes.
220 cejas, dientes, listones y zapatilla: tópicos utilizados de las poesías amorosas, que

elogian cejas y dientes y agradecen las prendas de favor que dan las damas, como
listones (cintas de seda) o zapatillas.
221 poetas públicos y cantoneros: metáfora que los asimila a las prostitutas que se re-

cogían en Semana Santa para intentar convertirlas con predicaciones y ejercicios


espirituales.
222 poetas de sol: se burla de la abundancia de la metáfora del sol para la belleza

femenina, muy tópica. Por eso llama a sus coplas caniculares y nunca anochecidas,
porque siempre están con sol, como días veraniegos. Las pasas, que menciona des-
pués, se secaban al sol.
223 seta: secta.
224 estatuas de Nabuco: alusión al episodio recogido en el libro de Daniel, II, 31-

35, en el que Nabucodonosor, rey de Babilonia, sueña con una estatua con la cabeza
de oro, el pecho de plata, el vientre de bronce, las piernas de hierro y los pies de
barro.
Aquí no lo pudo sufrir el sacristán y, levantándose en pie, dijo:
-¡Mas no, sino quitarnos las haciendas! No pase vuestra merced
adelante, que sobre eso pienso ir al Papa y gastar lo que tengo. Bue-
no es que yo, que soy eclesiástico, había de padecer ese agravio. Yo
probaré que las coplas del poeta clérigo no están sujetas a tal premáti-
ca y luego quiero irlo a averiguar ante la justicia.
En parte me dio gana de reír, pero, por no detenerme, que se me
hacía tarde, le dije:
-Señor, esta premática es hecha por gracia, que no tiene fuerza ni
apremia, por estar falta de autoridad.
-¡Pecador de mí! -dijo muy alborotado-, avisara vuestra merced y
hubiérame ahorrado la mayor pesadumbre del mundo. ¿Sabe vuestra
merced lo que es hallarse un hombre con ochocientas mil coplas de
contado y oír eso? Prosiga vuestra merced, y Dios le perdone el susto
que me dio.
Proseguí diciendo:

Iten, advirtiendo que después que dejaron de ser moros (aunque to-
davía conservan algunas reliquias) se han metido a pastores225, por lo cual
andan los ganados flacos de beber sus lágrimas, chamuscados con sus
ánimas encendidas, y tan embebecidos en su música, que no pacen,
mandamos que dejen el tal oficio, señalando ermitas a los amigos de so-
ledad. Y a los demás, por ser oficio alegre y de pullas, que se acomoden
en mozos de mulas.

-¡Algún puto, cornudo, bujarrón226 y judío -dijo en altas voces-


ordenó tal cosa! Y si supiera quién era, yo le hiciera una sátira con
tales coplas que le pesara a él y a todos cuantos las vieran de verlas.
¡Miren qué bien le estaría a un hombre lampiño como yo la ermi-
ta227! ¡O a un hombre vinajeroso y sacristando228, ser mozo de mulas!
Ea, señor, que son grandes pesadumbres esas.
-Ya le he dicho a vuestra merced -repliqué- que son burlas, y que
las oiga como tales.

225 dejaron de ser moros...metido a pastores: a la moda de los romances moriscos le


siguió la de los pastoriles.
226 bujarrón: como puto, sodomita.
227 Los ermitaños llevaban grandes barbas. Los clérigos solían ir rapados.
228 vinajeroso y sacristando: palabras inventadas por Quevedo, porque el sacristán

sirve en la misa con las vinajeras.


Proseguí diciendo:

Que por estorbar los grandes hurtos, mandábamos que no se pasasen


coplas de Aragón a Castilla, ni de Italia a España, so pena de andar bien
vestido el poeta que tal hiciese, y, si reincidiese, de andar limpio un ho-
ra.

Esto le cayó muy en gracia, porque traía él una sotana con canas,
de puro vieja, y con tantas cazcarrias que para enterrarle no era me-
nester más de estregársela encima. El manteo, se podían estercolar
con él dos heredades229.
Y así, medio riendo, le dije que mandaban también tener entre los
desesperados230 que se ahorcan y despeñan, y que como a tales, no las
enterrasen en sagrado a las mujeres que se enamoran de poeta a secas.
Y que, advirtiendo a la gran cosecha de redondillas, canciones y so-
netos que había habido en estos años fértiles, mandaban que los lega-
jos que por sus deméritos escapaban de las especerías, fuesen a las
necesarias sin apelación231.
Y, por acabar, llegué al postrer capítulo, que decía así:

Pero advirtiendo, con ojos de piedad, a que hay tres géneros de gentes
en la república tan sumamente miserables, que no pueden vivir sin los
tales poetas, como son farsantes232, ciegos y sacristanes, mandamos que
pueda haber algunos oficiales públicos desta arte, con tal que puedan te-
ner carta de examen de los caciques de los poetas que fueren en aquellas
partes, limitando a los poetas de farsantes que no acaben los entremeses
con palos ni diablos, ni las comedias en casamientos, ni hagan las trazas
con papeles o cintas. Y a los de ciegos, que no sucedan en Tetuán los
casos, desterrándoles estos vocablos: cristián, amada, humanal y pundonores;
y mandándoles que, para decir la presente obra, no digan zozobra. Y a los
de sacristanes, que no hagan los villancicos con Gil ni Pascual, que no
jueguen del vocablo, ni hagan los pensamientos de tornillo233, que,
mudándoles el nombre, se vuelvan a cada fiesta. Y, finalmente, manda-
229 heredades: podían estercolar dos campos, dos fincas.
230 desesperados: suicidas.
231 Que los papeles poéticos que no sirvieran ni para envolver especias fueran

utilizados en las letrinas.


232 farsantes: actores.
233 pensamientos de tornillo: capaces de dar la vuelta para adaptarse a distintas fiestas

y ocasiones sin más que cambiar el nombre del santo o la ocasión. Todo el pasaje es
burla de los tópicos de las comedias y de las poesías vulgares de estos poetrastos.
mos a todos los poetas en común que se descarten de Júpiter, Venus,
Apolo y otros dioses, so pena de que los tendrán por abogados a la hora
de su muerte.

A todos los que oyeron la premática pareció cuanto bien se puede


decir, y todos me pidieron traslado234 de ella. Sólo el sacristanejo
empezó a jurar por vida de las vísperas solenes, introibo y chiries235, que
era sátira contra él, por lo que decía de los ciegos, y que él sabía me-
jor lo que había de hacer que naide. Y últimamente dijo:
-Hombre soy yo que he estado en un aposento con Liñán236, y he
comido más de dos veces con Espinel.
Y que había estado en Madrid tan cerca de Lope de Vega como
lo estaba de mí, y que había visto a don Alonso de Ercilla mil veces,
y que tenía en su casa un retrato del divino Figueroa, y que había
comprado los gregüescos237 que dejó Padilla cuando se metió fraile, y
que hoy día los traía, y malos. Enseñolos, y dioles esto a todos tanta
risa, que no querían salir de la posada.
Al fin, ya eran las dos, y como era forzoso el camino, salimos de
Madrid. Yo me despedí dél, aunque me pesaba, y comencé a caminar
para el puerto238. Quiso Dios que, porque no fuese pensando en mal,
me topase con un soldado. Iba en cuerpo y en alma239, el cuello en el
sombrero, los calzones vueltos, la camisa en la espada, la espada al
hombro, los zapatos en la faldriquera, alpargates y medias de lienzo,
sus frascos240 en la pretina y un poco de órgano en cajas de hoja de
lata para papeles241. Luego trabamos plática; preguntome si venía de
la Corte; dije que de paso había estado en ella.

234 traslado: copia.


235 vísperas, introibo y chiries: vísperas es una de las horas del oficio divino; introi-
bo y kiries partes de la misa.
236 Liñán: cita una serie de famosos poetas de la época: Pedro Liñán Riaza (muy

elogiado por Cervantes, Lope o Quevedo), Vicente Espinel (autor del Marcos de
Obregón), Francisco de Figueroa, llamado «el divino», de filiación garcilasiana, o el
menos conocido Pedro Padilla (autor de Jardín espiritual, 1585). Lope y Ercilla no
necesitan nota.
237 gregüescos: calzones.
238 el puerto: Fuenfría, en la sierra de Guadarrama.
239 en cuerpo y en alma: pobremente vestido.
240 frascos: recipientes para la pólvora.
241 órganos...papeles: los soldados llevaban sus hojas de servicios en unos tubos de

hoja de lata parecidos a los tubos de los órganos.


-No está para más -dijo luego- que es pueblo para gente ruin.
Más quiero, ¡voto a Cristo!, estar en un sitio, la nieve a la cinta, he-
cho un reloj242, comiendo madera, que sufriendo las supercherías que
se hacen a un hombre de bien. Y en llegando a ese lugarcito del
diablo, nos remiten a la sopa243 y al coche de los pobres en San Feli-
pe244, donde cada día, en corrillos, se hace consejo de estado y guerra
en pie y desabrigada. Y en vida nos hacen soldados en pena245 por los
cimenterios, y si pedimos entretenimiento246, nos envían a la come-
dia, y, si ventajas247, a los jugadores. Y, con esto, comidos de piojos y
güéspedas248, nos volvemos en este pelo a rogar a los moros y herejes
con nuestros cuerpos249.
A esto le dije yo que advirtiese que en la Corte había de todo y
que estimaban mucho a cualquier hombre de suerte.
-¿Qué estiman -dijo muy enojado- si he estado yo ahí seis meses
pretendiendo una bandera250, tras veinte años de servicios y haber
perdido mi sangre en servicio del rey, como lo dicen estas heridas?
Y quiso desatacarse. Y dije:
-Señor mío, desatacarse más es brindar a puto251 que enseñar heri-
das.

242 hecho un reloj: armado. Lo de «comiendo madera» parece ponderación del

hambre y las necesidades que pasan los soldados.


243 sopa: comida que daban a los pobres en los conventos.
244 San Felipe: se refiere a las gradas del monasterio de San Felipe el Real, lugar

de reunión de personas ociosas, en que se comentaban los temas de actualidad (de


estado y guerra).
245 soldados en pena: como almas en pena; por alusión a la falta de ocupación y

destino de estos soldados vagabundos, y también por estar siempre en los atrios y
aledaños de San Felipe (los cementerios estaban en las iglesias).
246 entretenimiento: juego con los sentidos de sueldo que se da para el manteni-

miento del que ha servido y pasatiempo.


247 ventajas: nuevo juego, pues ventaja significa sueldo sobreañadido al común

(lenguaje militar) y el partido o ganancia anticipada que se concede a otro para igua-
lar el exceso, que se reconoce en habilidad o destreza (lenguaje del juego).
248 güéspedas: posaderas, hostaleras.
249 a rogar... con nuestros cuerpos: interpreto «estamos en tal necesidad que nos te-

nemos que ir a pedir mantenimiento a los moros y herejes, a cambio de nuestros


cuerpos, como hacen las prostitutas más miserables»; metafóricamente viene a decir
«nos obligan a volver a la guerra» (donde arriesgan sus cuerpos).
250 bandera: pide el mando de una compañía de soldados.
251 brindar a puto: si se desataca y se baja los calzones enseñará el trasero, lo que

parece ofrecimiento (brindis) a un homosexual (puto).


Creo que pretendía introducir en picazos252 algunas almorranas.
Luego, en los calcañares, me enseñó otras dos señales y dijo que eran
balas; y yo saqué, por otras dos mías que tengo, que habían sido sa-
bañones. Y las balas pocas veces se andan a roer zancajos. Estaba de-
rrengado de algún palo que le dieron porque se dormía haciendo
guarda y decía que era de un astillazo. Quitose el sombrero y mos-
trome el rostro; calzaba dieciséis puntos253 de cara, que tantos tenía
en una cuchillada que le partía las narices. Tenía otros tres chirlos254,
que se la volvían mapa a puras líneas.
-Estas me dieron -dijo- defendiendo a París, en servicio de Dios y
del rey, por quien veo trinchado mi gesto255, y no he recibido sino
buenas palabras, que agora tienen lugar de malas obras. Lea estos
papeles -me dijo-, por vida del licenciado, que no ha salido en cam-
paña, ¡voto a Cristo!, hombre, ¡vive Dios!, tan señalado256.
Y decía verdad, porque lo estaba a puros golpes. Comenzó a sacar
cañones de hoja de lata y a enseñarme papeles, que debían de ser de
otro a quien había tomado el nombre. Yo los leí y dije mil cosas en
su alabanza, y que el Cid ni Bernardo257 no habían hecho lo que él.
Saltó en esto, y dijo:
-¿Cómo lo que yo? ¡Voto a Dios!, ni lo que García de Paredes,
Julián Romero258 y otros hombres de bien, ¡pese al diablo! Sé que
entonces no había artillería, ¡voto a Dios!, que no hubiera Bernardo
para un hora en este tiempo. Pregunte vuestra merced en Flandes por
la hazaña del Mellado, y verá lo que le dicen.
-¿Es vuestra merced acaso? -le dije yo.
Y él respondió:

252 picazos: heridas de pica.


253 calzaba dieciséis puntos: los zapatos se medían en puntos: de ahí la metáfora de
calzar. Pero los puntos de la cara del soldado son de sutura de la cuchillada que tiene.
254 chirlos: cuchilladas.
255 gesto: rostro.
256 señalado: aquí con el doble sentido de destacado, importante, y marcado por

las cicatrices.
257 Bernardo: se trata de Bernardo del Carpio, famoso héroe español, como el

Cid.
258 García de Paredes, Julián Romero: el primero luchó a las órdenes del Gran Ca-

pitán; era natural de Trujillo y muy famoso por sus grandes fuerzas que le valieron el
apodo de «el Sansón de Extremadura»; Julián Romero fue maestre de campo en
Flandes con don Luis de Requesens, gobernador de los Países Bajos en 1573.
-¿Pues qué otro? ¿No me ve la mella que tengo en los dientes?
No tratemos desto, que parece mal alabarse el hombre.
Yendo en estas conversaciones, topamos en un borrico un ermi-
taño, con una barba tan larga que hacía lodos con ella, macilento y
vestido de paño pardo. Saludamos con el Deo gracias acostumbrado, y
empezó a alabar los trigos y en ellos la misericordia del Señor. Saltó
el soldado, y dijo:
-¡Ah, padre!, más espesas he visto yo las picas sobre mí, y, ¡voto a
Cristo!, que hice en el saco de Amberes lo que pude; sí, ¡juro a Dios!
El ermitaño le reprehendió que no jurase tanto, a lo cual dijo:
-Padre, bien se echa de ver que no es soldado, pues me reprehen-
de mi propio oficio.
Diome a mí gran risa de ver en lo que ponía la soldadesca, y eché
de ver que era algún picarón gallina, porque ya entre soldados no hay
costumbre más aborrecida de los de más importancia, cuando no de
todos. El ermitaño le dijo:
-Y ¿dónde dejó vuestra merced el saco259 de Amberes, que ése me
parece de las Navas260, y que sería de más abrigo el de Amberes?
Riose mucho el soldado de la pregunta, y el ermitaño de su des-
nudez, y con tanto llegamos a la falda del puerto, el ermitaño rezan-
do el rosario en una carga de leña hecha bolas, de manera que a cada
avemaría, sonaba un cabe261; el soldado iba comparando las peñas a
los castillos que había visto, y mirando cuál lugar era fuerte y adónde
se había de plantar la artillería. Yo iba mirando tanto el rosariazo del
ermitaño, con las cuentas frisonas262, como la espada del soldado.
-¡Oh, cómo volaría yo con pólvora gran parte deste puerto -
decía-, y hiciera buena obra a los caminantes!

259 saco de Amberes: el ermitaño, jugando del vocablo, se burla del vestido del
soldado, y le pregunta por el saco (vestido áspero de sayal que usaba la gente del
campo y los que querían hacer penitencia) de Amberes, porque el que lleva el solda-
do más parece, por su vejez y harapos, el saco de las Navas (alusión a la batalla de las
Navas de Tolosa, en 1212).
260 Navas: referencia a la batalla de las Navas de Tolosa, que tuvo lugar en 1212,

y en la que las tropas cristianas bajo el mando de Alfonso VIII derrotaron a los almo-
hades. Por tanto, el saco que lleva el soldado es tan viejo que parece del tiempo de
las Navas, unos cuatrocientos años antes.
261 cabe: golpe que en el juego de la argolla da una bola a otra; las cuentas del ro-

sario son tan gordas como bolas para el juego de argolla; el rosario como signo de
hipocresía es frecuente en la picaresca.
262 cuentas frisonas: de gran tamaño.
-No hay tal como hacer buenas obras -decía el santero. Y pujaba
un suspiro por remate. Iba entre sí rezando a silbos oraciones de cu-
lebra.
En estas cosas divertidos, llegamos a Cercedilla. Entramos en la
posada todos tres juntos, ya anochecido; mandamos aderezar la cena -
era viernes-, y, entre tanto, el ermitaño dijo:
-Entretengámonos un rato, que la ociosidad es madre de los vi-
cios; juguemos avemarías.
Y dejó caer de la manga el descuadernado263. Diome a mí gran
risa el ver aquello, considerando en las cuentas. El soldado dijo:
-No, sino juguemos hasta cien reales que yo traigo, en amistad.
Yo, cudicioso, dije que jugaría otros tantos, y el ermitaño, por no
hacer mal tercio, acetó, y dijo que allí llevaba el aceite de la lámpa-
ra264, que eran hasta ducientos reales. Yo confieso que pensé ser su
lechuza y bebérsele, pero ansí le sucedan todos sus intentos al turco.
Fue el juego al parar265, y lo bueno fue que dijo que no sabía el
juego y hizo que se le enseñásemos. Dejonos el bienaventurado hacer
dos manos, y luego nos la dio tal, que no dejó blanca en la mesa.
Heredonos en vida; retiraba el ladrón con las ancas de la mano266 que
era lástima. Perdía una sencilla y acertaba doce maliciosas267. El sol-
dado echaba a cada suerte doce votos y otros tantos peses, aforrados en
por vidas. Yo me comí las uñas, y el fraile ocupaba las suyas en mi
moneda. No dejaba santo que no llamaba; nuestras cartas eran como
el Mesías, que nunca venían y las aguardábamos siempre.
Acabó de pelarnos; quisímosle jugar sobre prendas, y él, tras ha-
berme ganado a mí seiscientos reales, que era lo que llevaba, y al
soldado los ciento, dijo que aquello era entretenimiento y que éra-
mos prójimos, y que no había de tratar de otra cosa.

263 descuadernado: los naipes.


264 aceite de la lámpara: dinero para comprar aceite para la lámpara de su ermita.
Pablos piensa ser su «lechuza» porque las lechuzas se beben el aceite de las lámparas,
es decir, piensa ganarle el dinero.
265 parar: era juego típico de los tahúres.
266 ancas de la mano: la parte inferior de la mano puesta de canto; gesto típico pa-

ra recoger de la mesa el dinero.


267 Perdía una sencilla y acertaba doce maliciosas: perdía una mano sencilla, de pe-

queñas apuestas, y acertaba doce de más cantidad. Nótese la antítesis dilógica en la


contraposición de sencillo, ingenuo, de condición sincera y malicioso, astuto, mali-
cioso de condición.
-No juren -decía-, que a mí, porque me encomendaba a Dios,
me ha sucedido bien.
Y como nosotros no sabíamos la habilidad que tenía de los dedos
a la muñeca, creímoslo, y el soldado juró de no jurar más, y yo de la
misma suerte.
-¡Pesia tal! -decía el pobre alférez (que él me dijo entonces que lo
era)-, entre luteranos y moros me he visto, pero no he padecido tal
despojo.
Él se reía a todo esto. Tornó a sacar el rosario para rezar. Yo, que
no tenía ya blanca, pedile que me diese de cenar, y que pagase hasta
Segovia la posada por los dos, que íbamos in puribus268. Prometió
hacerlo. Metiose sesenta güevos, ¡no vi tal en mi vida! Dijo que se
iba a acostar.
Dormimos todos en una sala con otra gente que estaba allí, por-
que los aposentos estaban tomados para otros. Yo me acosté con
harta tristeza; y el soldado llamó al güésped y le encomendó sus pa-
peles, en las cajas de lata que los traía, y un envoltorio de camisas
jubiladas. Acostámonos; el padre se persinó y nosotros nos santigua-
mos dél. Durmió; yo estuve desvelado, trazando cómo quitarle el
dinero. El soldado hablaba entre sueños de los cien reales, como si no
estuvieran sin remedio.
Hízose hora de levantar. Pedí yo luz muy aprisa; trujéronla, y el
güésped el envoltorio al soldado, y olvidáronsele los papeles. El po-
bre alférez hundió la casa a gritos, pidiendo que le diese los servicios.
El güésped se turbó y como todos decíamos que se los diese, fue
corriendo y trujo tres bacines269, diciendo:
-He ahí para cada uno el suyo. ¿Quieren más servicios?
Que él entendió que nos habían dado cámaras270. Aquí fue ella,
que se levantó el soldado con la espada tras el güésped, en camisa,
jurando que le había de matar porque hacía burla dél, que se había
hallado en la Naval271, San Quintín y otras, trayendo servicios en
lugar de los papeles que le había dado. Todos salimos tras él a tenerle,
y aun no podíamos. Decía el güésped:

268 in puribus: desnudos, sin nada.


269 servicios... bacines: chiste basado el doble significado de servicios: orinales y ho-
jas en las que se recogían los méritos.
270 cámaras: diarrea.
271 Naval: la batalla de Lepanto.
-Señor, su merced pidió servicios; yo no estoy obligado a saber
que en lengua soldada se llaman así los papeles de las hazañas.
Apaciguámoslos y tornamos al aposento. El ermitaño, receloso, se
quedó en la cama, diciendo que le había hecho mal el susto. Pagó
por nosotros y salímonos del pueblo para el puerto, enfadados del
término del ermitaño y de ver que no le habíamos podido quitar el
dinero.
Topamos con un ginovés, digo con uno destos antecristos de las
monedas de España272, que subía el puerto con un paje detrás, y él
con su guardasol, muy a lo dineroso. Trabamos conversación con él;
todo lo llevaba a materia de maravedís, que es gente que naturalmen-
te nació para bolsas. Comenzó a nombrar a Visanzón273, y si era bien
dar dineros o no a Visanzón, tanto que el soldado y yo le pregunta-
mos que quién era aquel caballero. A lo cual respondió, riéndose:
-Es un pueblo de Italia, donde se juntan los hombres de negocios,
que acá llamamos fulleros de pluma, a poner los precios por donde se
gobierna la moneda.
De lo cual sacamos que en Visanzón se lleva el compás a los músi-
cos de uña274. Entretúvonos el camino contando que estaba perdido
porque había quebrado un cambio275, que le tenía más de sesenta mil
escudos. Y todo lo juraba por su conciencia; aunque yo pienso que
conciencia en mercader es como virgo en cantonera276, que se vende
sin haberle. Nadie, casi, tiene conciencia, de todos los deste trato;
porque como oyen decir que muerde por muy poco, han dado en
dejarla con el ombligo en naciendo.
En estas pláticas, vimos los muros de Segovia, y a mí se me alegra-
ron los ojos, a pesar de la memoria, que, con los sucesos de Cabra,
me contradecía el contento. Llegué al pueblo y a la entrada vi a mi
padre en el camino, aguardando ir en bolsas, hecho cuartos, a Josa-

272 antecristos de las monedas de España: los genoveses eran los principales banque-
ros de la Corona española. Abundan referencias satíricas contra ellos.
273 Visanzón: Besanzón, centro económico de gran importancia en la época.
274 músicos de uña: ladrones.
275 cambio: banquero.
276 cantonera: prostituta.
fad277. Enternecíme, y entré algo desconocido de como salí, con
punta de barba, bien vestido.
Dejé la compañía; y considerando en quién conocería a mi tío -
fuera del rollo- mejor en el pueblo, no hallé nadie de quien echar
mano. Lleguéme a mucha gente a preguntar por Alonso Ramplón, y
nadie me daba razón dél, diciendo que no le conocían. Holgué mu-
cho de ver tantos hombres de bien en mi pueblo, cuando, estando en
esto, oí al precursor de la penca278 hacer de garganta y a mi tío de las
suyas. Venía una procesión de desnudos, todos descaperuzados, de-
lante de mi tío, y él, muy haciéndose de pencas279, con una en la
mano, tocando un pasacalles públicas en las costillas de cinco laú-
des280, sino que llevaban sogas por cuerdas. Yo, que estaba notando
esto con un hombre a quien había dicho, preguntando por él, que
era yo un gran caballero, veo a mi buen tío que, echando en mí los
ojos (por pasar cerca), arremetió a abrazarme, llamándome sobrino.
Penséme morir de vergüenza; no volví a despedirme de aquel con
quien estaba. Fuime con él y díjome:
-Aquí te podrás ir mientras cumplo con esta gente; que ya vamos
de vuelta y hoy comerás conmigo.
Yo, que me vi a caballo, y que en aquella sarta parecería punto
menos de azotado, dije que le aguardaría allí; y así, me aparté tan
avergonzado, que a no depender dél la cobranza de mi hacienda, no
lo hablara más en mi vida ni pareciera entre gentes.
Acabó de repasarles las espaldas, volvió y llevome a su casa, donde
me apeé y comimos.

277 Josafad: como los cuartos (monedas) se guardan en las bolsas, el padre de Pa-

blos, que está hecho cuartos (pedazos) irá en bolsas al Juicio Final. El Valle de Josafat
es el lugar donde será el Juicio Final, según la Profecía de Joel, 3, 12.
278 precursor de la penca: pregonero que iba delante del condenado y del verdugo

(manejador este de la penca o látigo).


279 hacerse de pencas: hacerse de rogar, remolonear, pero aquí alude a la penca del

látigo y al oficio del verdugo. Quizá tenga también su valor habitual, ya que, según
comenta más tarde, ha sido sobornado y golpea con poco entusiasmo.
280 laúdes: siguiendo con las metáforas musicales llama laúdes a los presos, que en

vez de cuerdas (como es propio de los instrumentos de cuerda) llevan sogas (por las
ligaduras o por los ramales del látigo).
CAPÍTULO CUARTO

Del hospedaje de su tío, y visitas, la cobranza de su hacienda


y vuelta a la Corte
Tenía mi buen tío su alojamiento junto al matadero, en casa de
un aguador. Entramos en ella, y díjome:
-No es alcázar la posada, pero yo os prometo, sobrino, que es a
propósito para dar expediente a mis negocios.
Subimos por una escalera, que sólo aguardé a ver lo que me su-
cedía en lo alto, para si se diferenciaba en algo de la horca. Entramos
en un aposento tan bajo, que andábamos por él como quien recibe
bendiciones, con las cabezas bajas. Colgó la penca en un clavo, que
estaba con otros de que colgaban cordeles, lazos, cuchillos, escarpias y
otras herramientas del oficio. Díjome que por qué no me quitaba el
manteo y me sentaba; yo le dije que no lo tenía de costumbre. Dios
sabe cuál estaba de ver la infamia de mi tío, el cual me dijo que había
tenido ventura en topar con él en tan buena ocasión, porque comería
bien, que tenía convidados unos amigos.
En esto, entró por la puerta, con una ropa hasta los pies, morada,
uno de los que piden para las ánimas, y haciendo son con la cajita,
dijo:
-Tanto me han valido a mí las ánimas hoy, como a ti los azotados:
encaja.
Hiciéronse la mamona281 el uno al otro. Arremangose el desalma-
do animero el sayazo, y quedó con unas piernas zambas en gregües-
cos de lienzo, y empezó a bailar y decir que si había venido Clemen-
te. Dijo mi tío que no, cuando, Dios y enhorabuena, devanado282 en
un trapo, y con unos zuecos, entró un chirimía283 de la bellota, digo,
un porquero. Conocile por el (hablando con perdón) cuerno que
traía en la mano. Salúdonos a su manera y tras él entró un mulato

281 hiciéronse la mamona: gesto que se solía hacer por burla, poniendo los cinco
dedos en la cara del otro, aplastando la nariz.
282 devanado: envuelto.
283 chirimía: expresión metafórica para inidicar un porquero; chirimía es instru-

mento parecido a la dulzaina, y alude aquí chistosamente al cuerno que los porque-
ros solían tocar para llamar a los cerdos (comedores de bellotas).
zurdo y bizco284, un sombrero con más falda que un monte y más
copa que un nogal, la espada con más gavilanes que la caza del rey,
un coleto de ante. Traía la cara de punto, porque a puros chirlos la
tenía toda hilvanada. Entró y sentose, saludando a los de casa; y a mi
tío le dijo:
-A fe, Alonso, que lo han pagado bien el Romo y el Garroso.
Saltó el de las ánimas y dijo:
-Cuatro ducados di yo a Flechilla, verdugo de Ocaña, porque
aguijase el burro, y porque no llevase la penca de tres suelas, cuando
me palmearon285.
-¡Vive Dios! -dijo el corchete-, que se lo pagué yo sobrado a Jua-
nazo en Murcia, porque iba el borrico con un paseo de pato y el
bellaco me los asentó de manera que no se levantaron sino ron-
chas286.
Y el porquero, concomiéndose287, dijo:
-Con virgo están mis espaldas.
-A cada puerco le viene su San Martín -dijo el demandador288.
-De eso me puedo alabar yo -dijo mi buen tío- entre cuantos
manejan la zurriaga, que, al que se me encomienda, hago lo que
debo. Sesenta me dieron los de hoy y llevaron unos azotes de amigo,
con penca sencilla.
Yo que vi cuán honrada gente era la que hablaba mi tío, confieso
que me puse colorado, de suerte que no pude disimular la vergüenza.
Echómelo de ver el corchete y dijo:
-¿Es el padre el que padeció el otro día, a quien se dieron ciertos
empujones en el envés289?

284 mulato zurdo y bizco: tres notas muy negativas en la ideología del tiempo.
285 palmearon: azotaron.
286 iba el borrico...ronchas: paseo es el modo de andar los animales; el borrico va

tan lento como un pato, y a pesar de lo que tarda en recorrer las calles (lo que da
tiempo suficiente para que el verdugo haga su labor) el verdugo se las ingenia para
golpear de modo que solo hace ronchas y no heridas.
287 concomiéndose: moviendo hombros y espaldas como si sintiera picazón; el ges-

to denuncia que el porquero intuye los golpes del látigo, auque no ha recibido,
según dice, ningún castigo.
288 demandador: persona que pedía limosna; se refiere al animero.
289 Es el padre...envés?: parece que el corchete confunde a Pablos con un clérigo

(va con manteo estudiantil, ropa también clerical) y le pregunta si ha sido azotado (si
le han dado empujones, golpes, en el envés, la espalda).
Yo respondí que no era hombre que padecía como ellos. En esto,
se levantó mi tío y dijo:
-Es mi sobrino, maeso290 en Alcalá, gran supuesto291.
Pidiéronme perdón y ofreciéronme toda caricia. Yo rabiaba ya
por comer y por cobrar mi hacienda y huir de mi tío. Pusieron las
mesas; y por una soguilla, en un sombrero, como suben la limosna
los de la cárcel, subían la comida de un bodegón que estaba a las
espaldas de la casa, en unos mendrugos de platos y retacillos de cánta-
ros y tinajas. No podrá nadie encarecer mi sentimiento y afrenta.
Sentáronse a comer, en cabecera el demandador. Diciendo: «La Igle-
sia en mejor lugar; siéntese, padre», echó la bendición mi tío y como
estaba hecho a santiguar espaldas, parecían más amagos de azotes que
de cruces. Y los demás nos sentamos sin orden. No quiero decir lo
que comimos; sólo que eran todas cosas para beber. Sorbióse el cor-
chete tres de puro tinto. Brindome a mí el porquero; me las cogía al
vuelo y hacía más razones que decíamos todos292. No había memoria
de agua y menos voluntad della.
Parecieron en la mesa cinco pasteles de a cuatro. Y tomando un
hisopo, después de haber quitado las hojaldres, dijeron un responso
todos, con su requiem aeternam, por el ánima del difunto cuyas eran
aquellas carnes. Dijo mi tío:
-Ya os acordáis, sobrino, lo que os escribí de vuestro padre.
Vínoseme a la memoria; ellos comieron, pero yo pasé con los
suelos293 solos, y quedeme con la costumbre; y así, siempre que como
pasteles rezo una avemaría por el que Dios haya.
Menudeose sobre dos jarros; y era de suerte lo que hicieron el
corchete y el de las ánimas, que se pusieron las suyas tales, que tra-
yendo un plato de salchichas que parecía de dedos de negro, dijo
uno:
-¡Qué mulata está la olla!

290 maeso: maestro.


291 gran supuesto: hombre importante.
292 me las cogía...todos: cogía al vuelo mis razones (dilogía con el sentido me en-

tendía rápidamente, y el de beber: hacer la razón es corresponder a los brindis); hacía


más razones (bebía más) que palabras (razones: palabras) decíamos. En el sentido
intelectual razón abre la serie que se continúa en memoria (de agua) y voluntad (de
beberla).
293 suelos: el hojaldre inferior de los pasteles.
Ya mi tío estaba tal, que alargando la mano y asiendo una dijo,
con la voz algo áspera y ronca, el un ojo medio acostado y el otro
nadando en mosto:
-Sobrino, por este pan de Dios que crió a su imagen y semejanza,
que no he comido en mi vida mejor carne tinta.
Yo que vi al corchete que, alargando la mano, tomó el salero y
dijo: «Caliente está este caldo», y que el porquero se llevó el puño de
sal, diciendo: «Es bueno el avisillo294 para beber», y se lo chocló295 en
la boca, comencé a reír por una parte y a rabiar por otra.
Trujeron caldo, y el de las ánimas tomó con entrambas manos una
escudilla, diciendo: «Dios bendijo la limpieza», y alzándola para sor-
berla, por llevarla a la boca, se la puso en el carrillo, y volcándola se
asó en caldo y se puso todo de arriba abajo que era vergüenza. Él,
que se vio así, fuese a levantar y, como pesaba algo la cabeza, quiso
ahirmar296 sobre la mesa, que era destas movedizas; trastornola, y
manchó a los demás; y tras esto decía que el porquero le había empu-
jado. El porquero que vio que el otro se le caía encima, levantose y,
alzando el instrumento de güeso297, le dio con él una trompetada.
Asiéronse a puños, y estando juntos los dos y teniéndole el demanda-
dor mordido de un carrillo, con los vuelcos y alteración, el porquero
vomitó cuanto había comido en las barbas del de la demanda. Mi tío,
que estaba más en su juicio, decía que quién había traído a su casa
tantos clérigos.
Yo que los vi que ya, en suma, multiplicaban, metí en paz la bre-
ga, desasí a los dos, y levanté del suelo al corchete, el cual estaba llo-
rando con gran tristeza; eché a mi tío en la cama, el cual hizo cortesía
a un velador298 de palo que tenía, pensando que era convidado; quité
el cuerno al porquero, el cual, ya que dormían los otros, no había
hacerle callar, diciendo que le diesen su cuerno, porque no había
habido jamás quien supiese en él más tonadas y que le quería tañer
con el órgano. Al fin, yo no me aparté dellos hasta que vi que dorm-
ían.

294 avisillo: aperitivo.


295 chocló: se lo embutió.
296 ahirmar: apoyarse.
297 instrumento de güeso: el cuerno.
298 velador: candelero.
Salime de casa; entretúveme en ver mi tierra toda la tarde, pasé
por la casa de Cabra, tuve nueva de que ya era muerto, y no cuidé de
preguntar de qué, sabiendo que hay hambre en el mundo.
Torné a casa a la noche, habiendo pasado cuatro horas, y hallé al
uno despierto y que andaba a gatas por el aposento buscando la puer-
ta y diciendo que se les había perdido la casa. Levantele, y dejé dor-
mir a los demás hasta las once de la noche que despertaron; y espe-
rezándose preguntó mi tío que qué hora era. Respondió el porquero
(que aún no la había desollado299) que no era nada sino la siesta y que
hacía grandes buchornos. El demandador, como pudo, dijo que le
diesen su cajilla: -«Mucho han holgado las ánimas para tener a su
cargo mi sustento»; y fuese, en lugar de ir a la puerta, a la ventana y
como vio estrellas comenzó a llamar a los otros con grandes voces,
diciendo que el cielo estaba estrellado a mediodía, y que había un
gran eclís300. Santiguáronse todos y besaron la tierra.
Yo, que vi la bellaquería del demandador, escandaliceme mucho y
propuse de guardarme de semejantes hombres. Con estas vilezas y
infamias que vía yo, ya me crecía por puntos el deseo de verme entre
gente principal y caballeros. Despachelos a todos uno por uno lo
mejor que pude, acosté a mi tío, que, aunque no tenía zorra tenía
raposa, y yo acomodeme sobre mis vestidos y algunas ropas de los
que Dios tenga, que estaban por allí.
Pasamos desta manera la noche. A la mañana, traté con mi tío de
reconocer mi hacienda y cobralla. Despertó diciendo que estaba mo-
lido y que no sabía de qué. El aposento estaba, parte con las enjagua-
duras301 de las monas, parte con las aguas que habían hecho de no
beberlas302, hecho una taberna de vinos de retorno. Levantose, trata-
mos largo en mis cosas, y tuve harto trabajo por ser hombre tan bo-
rracho y rústico. Al fin le reduje a que me diera noticia de parte de
mi hacienda, aunque no de toda, y así, me la dio de unos trecientos
ducados que mi buen padre había ganado por sus puños, y dejádolos
en confianza de una buena mujer a cuya sombra se hurtaba diez le-
guas a la redonda.

299 no la había desollado: se refiere a desollar la zorra: dormir la borrachera.


300 eclís: eclipse, considerado signo de catástrofes.
301 enjaguaduras: los vómitos y orines de los borrachos (monas).
302 aguas que habían hecho de no beberlas: orines provocados por el vino, no por el

agua (hacer aguas: orinar). Vinos de retorno: vomitados, orinados.


Por no cansar a vuestra merced, vengo a decir que cobré y em-
bolsé mi dinero, el cual mi tío no había bebido ni gastado, que fue
harto para ser hombre de tan poca razón, porque pensaba que yo me
graduaría con éste, y que, estudiando, podría ser cardenal, que, como
estaba en su mano hacerlos303, no lo tenía por dificultoso. Díjome, en
viendo que los tenía:
-Hijo Pablos, mucha culpa tendrás si no medras y eres bueno,
pues tienes a quién parecer. Dinero llevas; yo no te he de faltar, que
cuanto sirvo y cuanto tengo, para ti lo quiero.
Agradecile mucho la oferta. Gastamos el día en pláticas desatina-
das y en pagar las visitas a los personajes dichos. Pasaron la tarde en
jugar a la taba mi tío, el porquero y demandador. Éste jugaba misas
como si fuera otra cosa. Era de ver cómo se barajaban la taba: co-
giéndola en el aire al que la echaba, y meciéndola en la muñeca, se la
tornaban a dar. Sacaban de taba como de naipe, para la fábrica de la
sed304, porque había siempre un jarro en medio.
Vino la noche; ellos se fueron; acostámonos mi tío y yo, cada uno
en su cama, que ya había prevenido para mí un colchón. Amaneció y
antes que él despertase yo me levanté y me fui a una posada, sin que
me sintiese; torné a cerrar la puerta por de fuera y echele la llave por
una gatera.
Como he dicho, me fui a un mesón a esconder y aguardar como-
didad para ir a la Corte. Dejele en el aposento una carta cerrada que
contenía mi ida y las causas, avisándole que no me buscase, porque
eternamente no lo había de ver.

303 hacerlos: hacía cardenales con el látigo. Es un juego de palabras trtadicional al


que se muestra muy aficionado Quevedo.
304 la fábrica de la sed: expresión paródica: fábrica llaman en iglesias y catedrales el

fondo destinado para los gastos propios de la iglesia y el culto. Estos lo destinan a
vino, no precisamente a gastos religiosos.
CAPÍTULO QUINTO

De su huida, y los sucesos en ella hasta la Corte


Partía aquella mañana del mesón un arriero con cargas a la Corte.
Llevaba un jumento; alquilómele, y salime a aguardarle a la puerta
fuera del lugar. Salió, espeteme en el dicho y empecé mi jornada. Iba
entre mí diciendo: «Allá quedarás, bellaco, deshonrabuenos, jinete de
gaznates305».
Consideraba yo que iba a la corte, adonde nadie me conocía, que
era la cosa que más me consolaba, y que había de valerme por mi
habilidad allí. Propuse de colgar los hábitos en llegando y de sacar
vestidos nuevos cortos al uso. Pero volvamos a las cosas que el dicho
de mi tío hacía, ofendido con la carta, que decía en esta forma:
Señor Alonso Ramplón: tras haberme Dios hecho tan señaladas mer-
cedes como quitarme de delante a mi buen padre y tener a mi madre en
Toledo, donde, por lo menos, sé que hará humo306, no me faltaba sino
ver hacer en vuestra merced lo que en otros hace. Yo pretendo ser uno
de mi linaje, que dos es imposible, si no vengo a sus manos, y trinchán-
dome, como hace a otros. No pregunte por mí ni me nombre, porque
me importa negar la sangre que tenemos. Sirva al rey, y adiós.

No hay que encarecer las blasfemias y oprobios que diría contra


mí. Volvamos a mi camino. Yo iba caballero en el rucio de la Man-
cha307, y bien deseoso de no topar nadie, cuando desde lejos vi venir
un hidalgo de portante308, con su capa puesta, espada ceñida, calzas
atacadas309 y botas, y al parecer bien puesto, el cuello abierto310, más

305 jinete de gaznates: el verdugo, que se montaba encima de los ahorcados para

acelerar con el peso el ahorcamiento.


306 hará humo: quemada por la Inquisición.
307 rucio de la Mancha: algunos críticos ven alusión al rucio de Sancho Panza;

otros, simplemente un juego de palabras, por alusión a un rucio rodado, con man-
chas más oscuras sobre su pelo blanquecino.
308 de portante: portante es el paso ligero de las caballerías; quiere decir que el hi-

dalgo viene a paso ligero, y lo asimila a una caballería..


309 calzas atacadas: una especie de calzones que se ataban (atacaban) con cintas

(llamadas agujetas) a la cintura.


310 cuello abierto: los cuellos eran adornos de lienzo cuyos pliegues se almidona-

ban y abrían con molde de hierro.


de roto que de molde, el sombrero de lado. Sospeché que era algún
caballero que dejaba atrás su coche; y ansí, emparejando, le saludé.
Mirome y dijo:
-Irá vuestra merced, señor licenciado, en ese borrico con harto
más descanso que yo con todo mi aparato.
Yo, que entendí que lo decía por coche y criados que dejaba
atrás, dije:
-En verdad, señor, que lo tengo por más apacible caminar que el
del coche, porque aunque vuestra merced vendrá en el que tray de-
trás con regalo, aquellos vuelcos que da inquietan.
-¿Cuál coche detrás? -dijo él muy alborotado.
Y, al volver atrás, como hizo fuerza, se le cayeron las calzas, por-
que se le rompió una agujeta que traía, la cual era tan sola que, tras
verme muerto de risa de verle, me pidió una prestada. Yo, que vi
que de la camisa no se vía sino una ceja311, y que traía tapado el rabo
de medio ojo312, le dije:
-Por Dios, señor, si vuestra merced no aguarda a sus criados, yo
no puedo socorrerle, porque vengo también atacado únicamente313.
-Si hace vuestra merced burla -dijo él, con las cachondas314 de la
mano-, vaya, porque no entiendo eso de los criados.
Y aclaróseme tanto en materia de ser pobre, que me confesó, a
media legua que anduvimos, que, si no le hacía merced de dejarle
subir en el borrico un rato, no le era posible pasar adelante, por ir
cansado de caminar con las bragas en los puños; y, movido a compa-
sión, me apeé y, como él no podía soltar las calzas, húbele yo de
subir. Y espantome lo que descubrí en el tocamiento, porque, por la
parte de atrás, que cubría la capa, traía las cuchilladas con entretelas
de nalga pura. Él, que sintió lo que le había visto, como discreto, se
previno diciendo:

311 ceja: en los vestidos, lo que sobresale de la tela principal: adorno, guarnición,

dobladillo. O sea, no lleva camisa, sino solamente una parte (ceja) para hacer creer
que la lleva. También juega con el sentido parte del cuerpo al establecer correspon-
dencia con ojo.
312 tapado el rabo de medio ojo: tapadas de medio ojo eran las mujeres que llevaban

el manto dejando asomar un ojo. Este harapiento lleva descubierto otro ojo, el tras-
ero.
313 atacado únicamente: con una sola agujeta.
314 cachondas: calzas acuchilladas, con aberturas para dejar ver el forro de otro co-

lor.
-Señor licenciado, no es oro todo lo que reluce. Debiole parecer
a vuestra merced, en viendo el cuello abierto y mi presencia, que era
un conde de Irlos315. Como destas hojaldres cubren en el mundo lo
que vuestra merced ha tentado.
Yo le dije que le aseguraba de que me había persuadido a muy di-
ferentes cosas de las que vía.
-Pues aún no ha visto nada vuestra merced -replicó-, que hay tan-
to que ver en mí como tengo, porque nada cubro. Veme aquí vues-
tra merced un hidalgo hecho y derecho, de casa de solar montañés316,
que, si como sustento la nobleza, me sustentara, no hubiera más que
pedir. Pero ya, señor licenciado, sin pan y carne no se sustenta buena
sangre, y por la misericordia de Dios, todos la tienen colorada y no
puede ser hijo de algo el que no tiene nada. Ya he caído en la cuenta
de las ejecutorias, después que, hallándome en ayunas un día, no me
quisieron dar sobre ella en un bodegón dos tajadas; pues, ¡decir que
no tiene letras de oro! Pero más valiera el oro en las píldoras317 que
en las letras, y de más provecho es. Y, con todo, hay muy pocas letras
con oro. He vendido hasta mi sepoltura, por no tener sobre qué caer
muerto, que la hacienda de mi padre Toribio Rodríguez Vallejo
Gómez de Ampuero (que todos estos nombres tenía), se perdió en
una fianza. Sólo el don me ha quedado por vender y soy tan desgra-
ciado que no hallo nadie con necesidad dél, pues quien no le tiene
por ante le tiene por postre, como el remendón, azadón, pendón,
blandón, bordón y otros así318.
Confieso que, aunque iban mezcladas con risa, las calamidades del
dicho hidalgo me enternecieron. Preguntele cómo se llamaba y
adónde iba y a qué. Dijo que todos los nombres de su padre: don
Toribio Rodríguez Vallejo Gómez de Ampuero y Jordán. No se vio
jamás nombre tan campanudo, porque acababa en dan y empezaba en
don, como son de badajo. Tras esto dijo que iba a la corte, porque un

315 conde de Irlos: personaje del romancero.


316 solar montañés: de estirpe procedente de la Montaña (Asturias, Cantabria,
Burgos...), que era signo de hidalguía probada.
317 oro en las píldoras: se doraban las píldoras para disimular el sabor.
318 Sátira del abuso del don, que en el Siglo de Oro solo tenían derecho a llevar

los nobles, pero que se había extendido mucho. Es motivo muy reiterado en toda la
literatura áurea y en Quevedo.
mayorazgo319 roído como él, en un pueblo corto, olía mal a dos días,
y no se podía sustentar, y que por eso se iba a la patria común, adon-
de caben todos y adonde hay mesas francas para estómagos aventure-
ros.
-Y nunca, cuando entro en ella, me faltan cien reales en la bolsa,
cama, de comer y refocilo320 de lo vedado, porque la industria en la
corte es piedra filosofal321, que vuelve en oro cuanto toca.
Yo vi el cielo abierto y, en son de entretenimiento para el cami-
no, le rogué que me contase cómo y con quiénes y de qué manera
viven en la Corte los que no tenían, como él, porque me parecía
dificultoso en este tiempo, que no sólo se contenta cada uno con sus
cosas, sino que aun solicitan las ajenas.
-Muchos hay desos -dijo-, y muchos de estotros. Es la lisonja lla-
ve maestra, que abre a todas voluntades en tales pueblos. Y porque
no se le haga dificultoso lo que digo, oiga mis sucesos y mis trazas, y
se asegurará de esa duda.

CAPÍTULO SEXTO

En que prosigue el camino y lo prometido de su vida y costum-


bres
-Lo primero ha de saber que en la Corte hay siempre el más necio
y el más sabio, más rico y más pobre, y los extremos de todas las co-
sas; que disimula los malos y esconde los buenos, y que en ella hay
unos géneros de gentes como yo, que no se les conoce raíz ni mue-
ble, ni otra cepa de la de que decienden los tales. Entre nosotros nos

319 mayorazgo: el hijo mayor que hereda el patrimonio familiar o la misma insti-
tución hereditaria; patrimonio inexistente en este hidalgo.
320 refocilo: placer (sexual).
321 En la corte es el ingenio (industria) como la piedra filosofal, que todo lo con-

vierte en oro.
diferenciamos con diferentes nombres: unos nos llamamos caballeros
hebenes; otros, güeros, chanflones, chirles, traspillados y caninos.
Es nuestra abogada la industria; pagamos las más veces los estó-
magos de vacío, que es gran trabajo traer la comida en manos ajenas.
Somos susto de los banquetes, polilla de los bodegones, cáncer de las
ollas y convidados por fuerza. Sustentámonos así del aire, y andamos
contentos. Somos gente que comemos un puerro y representamos un
capón. Entrará uno a visitarnos en nuestras casas y hallarán nuestros
aposentos llenos de güesos de carnero y aves, mondaduras de frutas,
la puerta embarazada con plumas y pellejos de gazapos; todo lo cual
cogemos de parte de noche por el pueblo para honrarnos con ello de
día. Reñimos en entrando el huésped: «¿Es posible que no he de ser
yo poderoso para que barra esa moza? Perdone vuestra merced, que
han comido aquí unos amigos, y estos criados...», etc. Quien no nos
conoce cree que es así, y pasa por convite.
Pues ¿qué diré del modo de comer en casas ajenas? En hablando a
uno media vez, sabemos su casa, vámosle a ver, y siempre a la hora
de mascar, que se sepa que está en la mesa. Decimos que nos llevan
sus amores, porque tal entendimiento, etc. Si nos preguntan si hemos
comido, si ellos no han empezado decimos que no; si nos convidan,
no aguardamos a segundo envite, porque destas aguardadas nos han
sucedido grandes vigilias. Si han empezado, decimos que sí; y, aun-
que parta muy bien el ave, pan o carne el que fuere, para tomar oca-
sión de engullir un bocado, decimos:
-Ahora deje vuestra merced, que le quiero servir de maestresala322,
que solía, Dios le tenga en el cielo (y nombramos un señor muerto,
duque o conde), gustar más de verme partir que de comer.
Diciendo esto, tomamos el cuchillo y partimos bocaditos, y al
cabo decimos:
-¡Oh, qué bien güele! Cierto que haría agravio a la guisandera en
no probarlo. ¡Qué buena mano tiene!
Y diciendo y haciendo, va en pruebas el medio plato: el nabo por
ser nabo, el tocino por ser tocino, y todo por lo que es. Cuando esto
nos falta, ya tenemos sopa de algún convento aplazada; no la toma-
mos en público, sino a lo escondido, haciendo creer a los frailes que
es más devoción que necesidad.

322 maestresala: el que cuidaba de los detalles y el servicio de la comida en las ca-
sas nobles.
Es de ver uno de nosotros en una casa de juego, con el cuidado
que sirve y despabila las velas, tray orinales, cómo mete naipes y so-
leniza las cosas del que gana, todo por un triste real de barato323.
Tenemos de memoria, para lo que toca a vestirnos, toda la ropería
vieja. Y como en otras partes hay hora señalada para oración, la te-
nemos nosotros para remendarnos. Son de ver a las mañanas las di-
versidades de cosas que sanamos; que como tenemos por enemigo
declarado al sol, por cuanto nos descubre los remiendos, puntadas y
trapos, nos ponemos, abiertas las piernas, a la mañana a su rayo, y en
la sombra del suelo vemos las que hacen los andrajos y hilachas de las
entrepiernas. Es de ver cómo quitamos cuchilladas de atrás para po-
blar lo de adelante; y solemos traer la trasera tan pacífica, por falta de
cuchilladas, que se queda en las puras bayetas324. Sábelo sola la capa, y
guardámonos de días de aire, y de subir por escaleras claras o a caba-
llo. Estudiamos posturas contra la luz, pues, en día claro, andamos las
piernas muy juntas, y hacemos las reverencias con solos los tobillos,
porque, si se abren las rodillas, se verá el ventanaje.
No hay cosa en todos nuestros cuerpos que no haya sido otra cosa
y no tenga historia. Verbi gratia: bien ve vuestra merced -dijo- esta
ropilla; pues primero fue gregüescos, nieta de una capa y bisnieta de
un capuz325, que fue en su principio, y ahora espera salir para sole-
tas326 y otras cosas. Los escarpines327, primero son pañizuelos328, ha-
biendo sido toallas, y antes camisas, hijas de sábanas; y, después de
todo, los aprovechamos para papel, y en el papel escribimos, y des-
pués hacemos dél polvos para resucitar los zapatos, que de incurables
los he visto hacer revivir con semejantes medicamentos.
Pues ¿qué diré del modo con que de noche nos apartamos de las
luces, porque no se vean los herreruelos329 calvos y las ropillas lampi-
ñas?; que no hay más pelo en ellas que en un guijarro, que es Dios

323 barato: la propina que daban los ganadores de un juego a los que miraban y

hacían ciertos servicios, como los mencionados. Los jugadores del Siglo de Oro no
se levantaban de la mesa ni para orinar, y los mirones traían los bacines.
324 bayetas: tela de lana de mala calidad.
325 capuz: vestidura larga a manera de capa, que se utilizaba, encima de otra ropa,

como luto.
326 soletas: plantilla de tela para reforzar las plantas de las medias.
327 escarpines: funda de lienzo que se ponía sobre el pie debajo de la calza.
328 pañizuelos: pañuelos.
329 herreruelos: capa corta. Los llama calvos, porque están sin pelo de gastados.
servido de dárnosle en la barba y quitárnosle en la capa. Pero, por no
gastar con barberos, prevenimos siempre de aguardar a que otro de
los nuestros tenga también pelambre y entonces nos la quitamos el
uno al otro, conforme lo del Evangelio: «Ayudaos como buenos
hermanos».
Traemos gran cuenta en no andar los unos por las casas de los
otros, si sabemos que alguno trata la misma gente que otro. Es de ver
cómo andan los estómagos en celo.
Estamos obligados a andar a caballo una vez cada mes, aunque sea
en pollino330, por las calles públicas; y obligados a ir en coche una vez
en el año, aunque sea en la arquilla331 o trasera. Pero, si alguna vez
vamos dentro del coche, es de considerar que siempre es en el estri-
bo332, con todo el pescuezo de fuera, haciendo cortesías porque nos
vean todos, y hablando a los amigos y conocidos, aunque miren a
otra parte.
Si nos come333 delante de algunas damas, tenemos traza para ras-
carnos en público sin que se vea; si es en el muslo, contamos que
vimos un soldado atravesado desde tal parte a tal parte, y señalamos
con las manos aquellas que nos comen, rascándonos en vez de ense-
ñarlas. Si es en la iglesia, y come en el pecho, nos damos sanctus, aun-
que sea al introibo334. Levantámonos, y arrimándonos a una esquina en
son de empinarnos para ver algo, nos rascamos.
¿Qué diré del mentir? Jamás se halla verdad en nuestra boca. En-
cajamos duques y condes en las conversaciones, unos por amigos,
otros por deudos; y advertimos que los tales señores, o estén muertos
o muy lejos.
Y lo que más es de notar es que nunca nos enamoramos sino de
pane lucrando335, que veda la orden damas melindrosas por lindas que
sean; y así, siempre andamos en recuesta336 con una bodegonera por
la comida, con la güéspeda por la posada, con la que abre los cuellos

330 aunque sea en pollino: es decir, aunque fueran condenados a pasear como con-
denados.
331 arquilla: parte trasera, donde se llevaban los bultos.
332 estribo: en el lado de la portezuela, para ir asomados.
333 come: pica.
334 sanctus... introibo: parte de la Misa donde los fieles se golpean tres veces el pe-

cho. El introibo es otra parte de la Misa.


335 pane lucrando: para ganar el pan.
336 en recuesta: cortejando.
por los que tray el hombre. Y aunque, comiendo tan poco y bebien-
do tan mal, no se puede cumplir con tantas337, por su tanda todas
están contentas.
Quien ve estas botas mías, ¿cómo pensará que andan caballeras en
las piernas en pelo, sin media ni otra cosa? Y quien viere este cuello,
¿por qué ha de pensar que no tengo camisa? Pues todo ello le puede
faltar a un caballero, señor licenciado, pero cuello abierto y almido-
nado, no. Lo uno, porque así es gran ornato de la persona y después
de haberle vuelto de una parte a otra, es de sustento, porque se cena
el hombre en el almidón con sus fondos en mugre, chupándole con
destreza.
Y al fin, señor licenciado, un caballero de nosotros ha de tener
más faltas que una preñada de nueve meses, y con esto vive en la
Corte; y ya se ve en prosperidad y con dineros y ya en el espital338.
Pero, en fin, se vive, y el que se sabe bandear es rey, con poco que
tenga.
Tanto gusté de las estrañas maneras de vivir del hidalgo, y tanto
me embebecí, que, divertido339 con ellas y con otras, me llegué a pie
hasta las Rozas, adonde nos quedamos aquella noche. Cenó conmigo
el dicho hidalgo, que no traía blanca y yo me hallaba obligado a sus
avisos, porque con ellos abrí los ojos a muchas cosas, inclinándome a
la chirlería340. Declarele mis deseos antes que nos acostásemos; abra-
zome mil veces, diciendo que siempre esperó que habían de hacer
impresión sus razones en hombre de tan buen entendimiento. Ofre-
ciome favor para introducirme en la Corte con los demás cofrades
del estafón, y posada en compañía de todos. Acetela, no declarándole
que tenía los escudos que llevaba, sino hasta cien reales solos. Los
cuales bastaron, con la buena obra que le había hecho y hacía, a obli-
garle a mi amistad.
Comprele del huésped tres agujetas, atacose, dormimos aquella
noche, madrugamos, y dimos con nuestros cuerpos en Madrid.

337 no se puede cumplir con tantas: no se puede satisfacer sexualmente a tantas mu-
jeres.
338 espital: hospital.
339 divertido: distraído.
340 chirlería: vida de los chirles, trapisondista y vagabunda.
LIBRO TERCERO Y ÚLTIMO DE LA PRIMERA PARTE DE
LA VIDA DEL BUSCÓN

CAPÍTULO PRIMERO

De lo que le sucedió en la corte luego que llegó hasta que


amaneció
Entramos en la Corte a las diez de la mañana; fuímonos a apear,
de conformidad, en casa de los amigos de don Toribio. Llegó a la
puerta; llamó; abriole una vejezuela muy pobremente abrigada, rostro
cáscara de nuez, mordiscada de facciones, cargada de espaldas y de
años. Preguntó por los amigos, y respondió, con un chillido crespo,
que habían ido a buscar341. Estuvimos solos hasta que dieron las doce,
pasando el tiempo él en animarme a la profesión de la vida barata, y
yo en atender a todo.
A las doce y media, entró por la puerta una estantigua342 vestida
de bayeta343 hasta los pies, punto menos de Arias Gonzalo, que al
mismo Portugal344 empalagara de bayetas. Habláronse los dos en

341 buscar: robar, rapiñear.


342 estantigua: fantasma.
343 bayeta: paño flojo utilizado para el luto. En el reto de Zamora, muy cantado

en un ciclo de romances, Arias Gonzalo pierde a tres hijos y sale de luto en los fune-
rales; la bayeta hasta los pies remite al capuz, vestidura de luto.
344 Portugal: los portugueses se caracterizan en la literatura del Siglo de Oro por

algunos tópicos, entre ellos el de vestir bayetas.


germanía345, de lo cual resultó darme un abrazo y ofrecérseme. Ha-
blamos un rato, y sacó un guante con diez y seis reales y una carta,
con la cual, diciendo que era licencia para pedir para una pobre, los
había allegado. Vació el guante y sacó otro, y doblolos a usanza de
médico346. Yo le pregunté que por qué no se los ponía, y dijo que
por ser entrambos de una mano, que era treta para tener guantes.
A todo esto, noté que no se desarrebozaba347, y pregunté, como
nuevo, para saber la causa de estar siempre envuelto en la capa, a lo
cual respondió:
-Hijo, tengo en las espaldas una gatera, acompañada de un re-
miendo de lanilla y de una mancha de aceite; que en mi hato, aun-
que caminéis a cualquiera parte, nunca saldréis de la Mancha, que
parece que hago caravanas348 para lechuza u que retozo con algunos
candiles. Este pedazo de arrebozo lo disimula todo.
Desarrebozose, y hallé que debajo de la sotana traía gran bulto.
Yo pensé que eran calzas, porque eran a modo dellas, cuando él, para
entrarse a espulgar, se arremangó y vi que eran dos rodajas de cartón
que traía atadas a la cintura y encajadas en los muslos, de suerte que
hacían apariencia debajo del luto; porque el tal no traía camisa ni
gregüescos, que apenas tenía qué espulgar según andaba desnudo.
Entró al espulgadero y volvió una tablilla como las que ponen en las
sacristías, que decía: «Espulgador hay», porque no entrase otro. Gran-
des gracias di a Dios, viendo cuánto dio a los hombres en darles in-
dustria, ya que les quitase riquezas.
-Yo -dijo mi buen amigo- vengo del camino con mal de calzas, y
así, me habré menester recoger a remendar.
Preguntó si había algunos retazos, que la vieja recogía trapos dos
días en la semana por las calles, como las que tratan en papel, para
acomodar jubones incurables, ropillas tísicas y con dolor de costado
de los caballeros. Dijo que no y que por falta de harapos se estaba,

345 germanía: era el lenguaje de la gente de la gente del hampa, de los rufianes.
346 guante... a usanza de médico: los médicos llevaban guantes, que en principio
eran cuestión de asepsia y luego se convierten en signo ostentoso; solían llevarlos
doblados.
347 desarrebozaba: no se quitaba el rebozo (la capa o manto con que se cubre la

cara).
348 hago caravanas: hacer diligencias para conseguir algo; dice esto porque las le-

chuzas beben el aceite y él va manchado de aceite (por eso nunca sale de la Mancha,
po las manchas que lleva).
quince días había, en la cama, de mal de zaragüelles349, don Lorenzo
Iñíguez del Pedroso.
En esto estábamos, cuando vino uno con sus botas de camino y su
vestido pardo, con un sombrero, prendidas las faldas por los dos la-
dos. Supo mi venida de los demás y hablome con mucho afecto.
Quitose la capa, y traía (¡mire vuestra merced quién tal pensara!) la
ropilla de pardo paño la delantera, y la trasera de lienzo blanco, con
sus fondos en sudor. No pude tener la risa, y él, con gran disimula-
ción, dijo:
-Harase a las armas, y no se reirá. Yo apostaré que no sabe por
qué traigo este sombrero con la falda presa arriba.
Yo dije que por galantería, y por dar lugar a la vista.
-Antes por estorbarla -dijo-; sepa que es porque no tiene toqui-
lla350, y que así no lo echan de ver.
Y diciendo esto sacó más de veinte cartas y otros tantos reales, di-
ciendo que no había podido dar aquellas. Traía cada una un real de
porte351, y eran hechas por él mismo. Ponía la firma de quien le pa-
recía, escribía nuevas que inventaba a las personas más honradas, y
dábalas en aquel traje, cobrando los portes. Y esto hacía cada mes,
cosa que me espantó ver la novedad de la vida.
Entraron luego otros dos, el uno con una ropilla de paño, larga
hasta el medio valón352, y su capa de lo mismo, levantando el cuello
porque no se viese el anjeo353, que estaba roto. Los valones eran de
chamelote354, mas no era más de lo que se descubría, y lo demás de
bayeta colorada. Éste venía dando voces con el otro, que traía valona
por no tener cuello, y unos frascos por no tener capa, y una muleta
con una pierna liada en trapajos y pellejos, por no tener más de una
calza. Hacíase soldado, y habíalo sido en los alojamientos y hasta la
mar. Contaba extraños servicios suyos, y a título de soldado entraba
en cualquiera parte. Decía el de la ropilla y casi gregüescos:

349 zaragüelles: calzones anchos y con pliegues.


350 toquilla: cinta que adorna el sombrero.
351 porte: en el Siglo de Oro los pagaba el que recibía la carta, no el que la envia-

ba, lo que facilitaba el engaño.


352 valón: género de calzones.
353 anjeo: tela basta que se fabricaba en Anjou.
354 chamelote: tela fina hecha de pelo de camello. Por ser más fina la pone donde

pueda verse.
-La mitad me debéis, o por lo menos mucha parte, y si no me la
dais, ¡juro a Dios...!
-No jure a Dios -dijo el otro-, que en llegando a casa no soy cojo
y os daré con esta muleta mil palos.
Si daréis no daréis y en los mentises acostumbrados, arremetió el
uno al otro y, asiéndose, se salieron con los pedazos de los vestidos
en las manos a los primeros estirones y no fue mucho. Metímoslos en
paz y preguntamos la causa de la pendencia. Dijo el soldado:
-¿A mí chanzas? ¡No llevaréis ni medio! Han de saber vuestras
mercedes que estando hoy en San Salvador355, llegó un niño a este
pobrete y le dijo que si era yo el alférez Joan de Lorenzana, y dijo
que sí, atento a que le vio no sé qué cosa que traía en las manos.
Llevómele, y dijo, nombrándome alférez: «Mire vuestra merced qué
le quiere este niño». Yo que luego entendí la flor356, aceté. Recibí el
recado y con él doce pañizuelos, y respondí a su madre, que los in-
viaba a algún hombre de aquel nombre. Pídeme agora la mitad. Yo
antes me haré pedazos otra vez que tal dé. Todos los han de romper
mis narices.
Juzgóse la causa en su favor. Sólo se le contradijo lo del sonar con
ellos, mandándole que los entregase a la vieja, para honrar la comu-
nidad haciendo dellos unos cuellos y unos remates de mangas que se
viesen y representasen camisas; que el sonarse estaba vedado en la
orden, si no era en el aire, u de saetilla a coz de dedo357.
Era de ver, llegada la noche, cómo nos acostamos en dos camas,
tan juntos que parecíamos herramienta en estuche358. Pasose la cena
de claro en claro359. No se desnudaron los más, que, con acostarse
como andaban de día, cumplieron con el preceto de dormir en cue-
ros.

355 San Salvador: iglesia de Madrid detrás de la calle Mayor.


356 flor: la trampa.
357 saetilla a coz de dedo: lanzando el moco aire.
358 estuche: caja donde se guardaban las tijeras, punzones, cuchillos, etc.
359 de en claro en claro: sin cena.
CAPÍTULO SEGUNDO

En que prosigue la materia comenzada y cuenta algunos raros


sucesos
Amaneció el Señor, y pusímonos todos en arma360. Ya estaba yo
tan hallado361 con ellos como si todos fuéramos hermanos (que esta
facilidad y dulzura se halla siempre en las cosas malas). Era de ver a
uno ponerse la camisa de doce veces, dividida en doce trapos, di-
ciendo una oración a cada uno, como sacerdote que se viste. A cuál
se le perdía una pierna en los callejones de las calzas y la venía a hallar
donde menos convenía asomada. Otro pedía guía para ponerse el
jubón, y en media hora se podía averiguar con él.
Acabado esto, que no fue poco de ver, todos empuñaron aguja y
hilo para hacer un punteado en un rasgado y otro. Cuál, para culcu-
sirse362 debajo del brazo, estirándole, se hacía L. Uno, hincado de
rodillas, arremedando un cinco de guarismo, socorría a los caño-
nes363. Otro, por plegar las entrepiernas, metiendo la cabeza entre
ellas, se hacía un ovillo. No pintó tan extrañas posturas Bosco364 co-
mo yo vi, porque ellos cosían y la vieja les daba los materiales, trapos
y arrapiezos365 de diferentes colores, los cuales había traído el soldado.
Acabose la hora del remedio (que así la llamaban ellos) y fuéronse
mirando unos a otros lo que quedaba mal parado. Determinaron de
irse fuera, y yo dije que antes trazasen mi vestido, porque quería
gastar los cien reales en uno y quitarme la sotana.
-Eso no -dijeron ellos-; el dinero se dé al depósito, y vistámosle
de lo reservado. Luego, señalémosle su diócesi366 en el pueblo, adon-
de él solo busque y apolille367.
Pareciome bien; deposité el dinero y en un instante de la sotanilla
me hicieron ropilla de luto de paño, y acortando el herreruelo quedó

360 ponerse en arma: prepararse para la tarea.


361 hallado: contento.
362 culcusirse: remendarse.
363 cañones: medias de seda, largas y ajustadas..
364 Bosco: Quevedo cita varias veces al famoso pintor.
365 arrapiezos: harapos, pedazos de trapo.
366 diócesi: distrito, zona.
367 apolille: estafe y rapiñe.
bueno. Lo que sobró de paño trocaron a un sombrero viejo reteñido;
pusiéronle por toquilla unos algodones de tintero368 muy bien pues-
tos. El cuello y los valones me quitaron y en su lugar me pusieron
unas calzas atacadas, con cuchilladas no más de por delante, que lados
y trasera eran unas gamuzas. Las medias calzas de seda aun no eran
medias, porque no llegaban más de cuatro dedos más abajo de la
rodilla; los cuales cuatro dedos cubría una bota justa sobre la media
colorada que yo traía. El cuello estaba todo abierto, de puro roto;
pusiéronmele y dijeron:
-El cuello está trabajoso369 por detrás y por los lados. Vuestra mer-
ced, si le mirare uno, ha de ir volviéndose con él, como la flor del
sol370 con el sol; si fueren dos y miraren por los lados, saque pies371; y,
para los de atrás, traiga siempre el sombrero caído sobre el cogote, de
suerte que la falda cubra el cuello y descubra toda la frente, y al que
preguntare que por qué anda así respóndale que porque puede andar
con la cara descubierta por todo el mundo.
Diéronme una caja con hilo negro y hilo blanco, seda, cordel y
aguja, dedal, paño, lienzo, raso y otros retacillos, y un cuchillo; pu-
siéronme una espuela en la pretina, yesca y eslabón372 en una bolsa de
cuero, diciendo:
-Con esta caja puede ir por todo el mundo, sin haber menester
amigos ni deudos; en ésta se encierra todo nuestro remedio. Tómela
y guárdela.
Señaláronme por cuartel para buscar mi vida el de San Luis; y así,
empecé mi jornada, saliendo de casa con los otros, aunque por ser
nuevo me dieron para empezar la estafa, como a misacantano373, por
padrino el mismo que me trujo y convirtió.
Salimos de casa con paso tardo, los rosarios en la mano; tomamos
el camino para mi barrio señalado. A todos hacíamos cortesías; a los

368 algodones de tintero: los algodones (u otra clase de borra) que ponían en los

tinteros para que la pluma no cogiese demasiada tinta y echase borrones. Los usan
aquí por adorno del sombrero.
369 trabajoso: muy gastado.
370 flor del sol: girasol.
371 saque pies: váyase retirando.
372 eslabón: el eslabón (una pieza de hierro) golpeaba al pedernal para sacar chis-

pas y encender la yesca.


373 misacantano: los misacantanos (sacerdotes que cantan por primera vez misa)

tenían padrinos.
hombres quitábamos el sombrero, deseando hacer los mismo con sus
capas; a las mujeres hacíamos reverencias, que se huelgan con ellas y
con las paternidades374 mucho. A uno decía mi buen ayo: «Mañana
me traen dineros»; a otro: «Aguárdeme vuestra merced un día, que
me tray en palabras el banco». Cuál le pedía la capa, quién le daba
prisa por la pretina; en lo cual conocí que era tan amigo de sus ami-
gos, que no tenía cosa suya375. Andábamos haciendo culebra de una
acera a otra por no topar con casas de acreedores. Ya le pedía uno el
alquiler de la casa, otro el de la espada y otro el de las sábanas y cami-
sas, de manera que eché de ver que era caballero de alquiler, como
mula.
Sucedió, pues, que vio desde lejos un hombre que le sacaba los
ojos376, según dijo, por una deuda, mas no podía el dinero. Y porque
no le conociese soltó de detrás de las orejas el cabello, que traía reco-
gido, y quedó nazareno377, entre ermitaño y caballero lanudo; plan-
tose un parche en un ojo y púsose a hablar italiano conmigo. Esto
pudo hacer mientras el otro venía, que aún no le había visto, por
estar ocupado en chismes con una vieja. Digo de verdad que vi al
hombre dar vueltas alrededor, como perro que se quiere echar; hac-
íase más cruces que un ensalmador378, y fuese diciendo:
-¡Jesús!, pensé que era él. A quien bueyes ha perdido379..., etc.
Yo moríame de risa de ver la figura de mi amigo. Entrose en un
portal a recoger la melena y el parche, y dijo:
-Estos son los aderezos de negar deudas. Aprendé, hermano, que
veréis mil cosas destas en el pueblo.

374 reverencias...paternidades: juego de palabras; reverencia, además del gesto cor-


tés, es tratamiento para religiososos, lo mismo que paternidad. En paternidad hay sin
duda también alusión obscena: se huelgan con religiososos y se huelgan con los actos
que acaban en paternidad, con actos sexuales. Además el motivo de la potencia
sexual de los frailes era tópico.
375 no tenía cosa suya: aplica irónicamente la frase hecha que expresa generosidad

para significar que todo lo tiene prestado, y así no tiene cosa suya.
376 sacaba los ojos: le exigía con mucha insistencía que pagase la deuda.
377 nazareno: con melenas. Los nazarenos (como Sansón) no se cortaban el cabe-

llo.
378 ensalmador: el que hacía ensalmos, que acompañaba de santiguaduras y gestos

de cruces.
379 A quien bueyes ha perdido: primera parte de un refrán que continúa: cencerros le

suenan en el oído.
Pasamos adelante y en una esquina, por ser de mañana, tomamos
dos tajadas de alcotín380 y agua ardiente de una picarona, que nos lo
dio de gracia, después de dar el bienvenido a mi adestrador. Y díjo-
me:
-Con esto vaya el hombre381 descuidado de comer hoy; y, por lo
menos, esto no puede faltar.
Afligime yo, considerando que aún teníamos en duda la comida, y
repliqué afligido por parte de mi estómago. A lo cual respondió:
-Poca fe tienes con la religión y orden de los caninos. No falta el
Señor a los cuervos ni a los grajos ni aun a los escribanos, ¿y había de
faltar a los traspillados?382. Poco estómago tienes.
-Es verdad -dije-, pero temo mucho tener menos y nada en él.
En esto estábamos, y dio un reloj las doce; y como yo era nuevo
en el trato, no les cayó en gracia a mis tripas el alcotín, y tenía ham-
bre como si tal no hubiera comido. Renovada, pues, la memoria con
la hora, volvime al amigo y dije:
-Hermano, este de la hambre es recio noviciado; estaba hecho el
hombre a comer más que un sabañón383, y hanme metido a vigilias.
Si vos no lo sentís, no es mucho, que criado con hambre desde niño,
como el otro rey con ponzoña384, os sustentéis ya con ella. No os veo
hacer diligencia vehemente para mascar, y así, yo determino de hacer
la que pudiere.
-¡Cuerpo de Dios -replicó- con vos! Pues dan agora las doce, ¿y
tanta prisa? Tenéis muy puntuales ganas y ejecutivas, y han menester
llevar en paciencia algunas pagas atrasadas. ¡No, sino comer todo el
día! ¿Qué más hacen los animales? No se escribe que jamás caballero
nuestro haya tenido cámaras385; que antes, de puro mal proveídos, no
nos proveemos. Ya os he dicho que a nadie falta Dios. Y si tanta

380 alcotín: palabra sin averiguar; solían tomar aguardiente con una conserva (lla-

mada letuario). Este alcotín sugiere Rey Hazas que sea «alcocín o malcocinado» un
guiso de menudos de carnero.
381 hombre: otra vez con valor de pronombre indefinido.
382 No falta...traspillados: parodia del pasaje evangélico de Lucas, 12, 24 y ss. so-

bre el abandono en la Providencia divina. La inclusión de escribanos en la serie de


cuervos y grajos es peyorativa: una de las tantas sátiras contra los escribanos.
383 comer más que un sabañón: el sabañón pica mucho, y comer significa también

picar. La frase que usa Pablos es proverbial.


384 rey con ponzoña: Mitrídates, rey del Ponto, tomaba venenos para inmunizarse.
385 cámaras: diarrea.
prisa tenéis, yo me voy a la sopa de San Jerónimo386, adonde hay
aquellos frailes de leche como capones387, y allí haré el buche. Si vois
queréis seguirme, venid, y si no, cada uno a sus aventuras.
-Adiós -dije yo-, que no son tan cortas mis faltas, que se hayan de
suplir con sobras de otros. Cada uno eche por su calle.
Mi amigo iba pisando tieso, y mirándose a los pies; sacó unas mi-
gajas de pan que traía para el efeto siempre en una cajuela, y de-
rramóselas por la barba y vestido, de suerte que parecía haber comi-
do. Ya yo iba tosiendo y escarbando388, por disimular mi flaqueza,
limpiándome los bigotes, arrebozado y la capa sobre el hombro iz-
quierdo, jugando con el decenario389, que lo era porque no tenía más
de diez cuentas. Todos los que me vían me juzgaban por comido, y
si fuera de piojos no erraran.
Iba yo fiado en mis escudillos, aunque me remordía la conciencia
el ser contra la orden comer a su costa quien vive de tripas horras390
en el mundo. Yo me iba determinando a quebrar el ayuno, y llegué
con esto a la esquina de la calle de San Luis, adonde vivía un pastele-
ro. Asomábase uno de a ocho tostado391, y con aquel resuello del
horno tropezome en las narices y al instante me quedé del modo que
andaba, como el perro perdiguero con el aliento de la caza, puestos
en él los ojos. Le miré con tanto ahínco, que se secó el pastel como
un aojado392. Allí es de contemplar las trazas que yo daba para hurtar-
le; resolvíame otra vez a pagarlo.
En esto, me dio la una. Angustieme de manera que me determiné
a zamparme en un bodegón de los que están por allí. Yo que iba
haciendo punta393 a uno, Dios que lo quiso, topo con un licenciado

386 sopa de san Jerónimo: la que servían a los pobres en el convento de san Jeró-
nimo.
387 frailes de leche como capones: frailes gordos y bien tratados, como los capones de

leche (que se cebaban con leche).


388 escarbando: Pablos va limpiando sus dientes, como si hubiera comido.
389 decenario: sarta de diez cuentas pequeñas y una mayor, para rezar el rosario.

Pablos no lleva un verdadero decenario sino un rosario normal roto.


390 tripas horras: tripas gorronas, que comen sin pagar. Se basa en la expresión sa-

lir horro, que significaba salir sin pagar su parte.


391 uno de ocho tostado: pastel de ocho maravedís.
392 aojado: al que le echan el mal de ojo.
393 haciendo punta: dirigiéndome. Hacer punta es volar el halcón en diversas direc-

ciones para tomar la mejor posición de ataque contra su presa.


Flechilla, amigo mío, que venía haldeando394 por la calle abajo, con
más barros395 que la cara de un sanguino396, y tantos rabos397, que
parecía chirrión con sotana, pulpo graduado o mercader que cargaba
para Italia. Arremetió a mí en viéndome, que, según estaba, fue mu-
cho conocerme. Yo le abracé; preguntome cómo estaba; díjele lue-
go:
-¡Ah, señor licenciado, qué de cosas tengo que contarle! Sólo me
pesa de que me he de ir esta noche y no habrá lugar.
-Eso me pesa a mí -replicó-, y si no fuera por ser tarde y voy con
prisa a comer, me detuviera más, porque me aguarda una hermana
casada y su marido.
-¿Que aquí está mi soña398 Ana? Aunque lo deje todo, vamos, que
quiero hacer lo que estoy obligado.
Abrí los ojos oyendo que no había comido. Fuime con él y em-
pecele a contar que una mujercilla que él había querido mucho en
Alcalá, sabía yo dónde estaba, y que le podía dar entrada en su casa.
Pegósele luego al alma el envite, que fue industria tratarle de cosa de
gusto. Llegamos tratando en ello a su casa. Entramos; yo me ofrecí
mucho a su cuñado y hermana, y ellos, no persuadiéndose a otra cosa
sino a que yo venía convidado por venir a tal hora, comenzaron a
decir que si lo supieran que habían de tener tan buen güésped que
hubieran prevenido algo. Yo cogí la ocasión y convideme, diciendo
que yo era de casa y amigo viejo y que se me hiciera agravio en tra-
tarme con cumplimiento.
Sentáronse y senteme; y porque el otro lo llevase mejor, que ni
me había convidado ni le pasaba por la imaginación, de rato en rato
le pegaba399 yo con la mozuela, diciendo que me había preguntado
por él y que le tenía en el alma y otras mentiras deste modo; con lo
cual llevaba mejor el verme engullir, porque tal destrozo como yo
394 haldeando: moviendo las faldas. Recuérdese que los estudiantes llevaban sota-
nas.
395 barros: juego de palabras entre salpicaduras de lodo y granos que salían en el
rostro.
396
sanguino: de complexión sanguínea.
397
rabos: salpicaduras de barro en la ropa; suciedad. De ahí que lo compare con
un chirrión o carrillo de la basura, o con un pulpo que tiene muchos rabos o tentá-
culos. Lo de mercader que carga para Italia puede aludir a la fama de homosexuales
de los italianos, a través de rabo «culo».
398 soña: señora.
399 pegaba: engañaba.
hice en el ante400, no lo hiciera una bala en el de un coleto. Vino la
olla, y comímela en dos bocados casi toda, sin malicia, pero con prisa
tan fiera, que parecía que aun entre los dientes no la tenía bien segu-
ra. Dios es mi padre, que no come un cuerpo más presto el montón
de la Antigua de Valladolid401, que le deshace en veinte y cuatro
horas, que yo despaché el ordinario402; pues fue con más prisa que un
extraordinario el correo. Ellos bien debían notar los fieros tragos del
caldo y el modo de agotar la escudilla, la persecución de los güesos y
el destrozo de la carne. Y si va a decir verdad, entre burla y juego,
empedré la faltriquera de mendrugos.
Levantose la mesa; apartámonos yo y el licenciado a hablar de la
ida en casa de la dicha. Yo se lo facilité mucho. Y estando hablando
con él a una ventana, hice que me llamaban de la calle, y dije:
-¿A mí, señor? Ya bajo.
Pedile licencia, diciendo que luego volvía. Quedome aguardando
hasta hoy, que desaparecí por lo del pan comido y la compañía des-
hecha403. Topome otras muchas veces, y disculpeme con él, contán-
dole mil embustes que no importan para el caso.
Fuime por las calles de Dios, llegué a la puerta de Guadalajara404,
y senteme en un banco de los que tienen en sus puertas los mercade-
res. Quiso Dios que llegaron a la tienda dos de las que piden prestado
sobre sus caras, tapadas de medio ojo, con su vieja y pajecillo. Pre-
guntaron si había algún terciopelo de labor extraordinaria. Yo em-
pecé luego, para trabar conversación, a jugar del vocablo, de tercio y
pelado y pelo y apelo y pospelo405, y no dejé güeso sano a la razón. Sentí
que les había dado mi libertad algún seguro de algo de la tienda, y
yo, como quien no aventuraba a perder nada, ofrecilas lo que quisie-
sen. Regatearon, diciendo que no tomaban de quien no conocían.
Yo me aproveché de la ocasión, diciendo que había sido atrevimien-
to ofrecerles nada, pero que me hiciesen merced de acetar unas telas

400 ante: principios de la comida y piel con que hacían los coletos.
401 Antigua de Valladolid: se creía que la tierra del cementerio de Nuestra Señora
de la Antigua había sido traída por los cruzados, y consumía rápidamente los cadáve-
res que se enterraban allí.
402 ordinario: juego dilógico entre el gasto diario que uno tiene para la casa y co-

rreo que viene todas las semanas.


403 pan comido y la compañía deshecha: refrán que se aplica a los ingratos.
404 puerta de Guadalajara: zona de Madrid de tiendas y mercaderes.
405 tercio...pospelo: juegos de palabras típicos de la época.
que me habían traído de Milán, que a la noche llevaría un paje que
les dije que era mío, por estar enfrente aguardando a su amo, que
estaba en otra tienda, por lo cual estaba descaperuzado. Y para que
me tuviesen por hombre de partes406 y conocido, no hacía sino quitar
el sombrero a todos los oidores407 y caballeros que pasaban, y sin
conocer a ninguno les hacía cortesías como si los tratara familiarmen-
te. Ellas se cegaron con esto y con unos cien escudos en oro que yo
saqué de los que traía, con achaque408 de dar limosna a un pobre que
me la pidió.
Pareciolas irse, por ser ya tarde, y así me pidieron licencia, advir-
tiéndome con el secreto que había de ir el paje. Yo las pedí por favor
y como en gracia un rosario engazado en oro que llevaba la más bo-
nita dellas, en prendas de que las había de ver a otro día sin falta.
Regatearon dármele; yo les ofrecía en prendas los cien escudos, y
dijéronme su casa; y con intento de estafarme en más, se fiaron de mí
y preguntáronme mi posada, diciendo que no podía entrar paje en la
suya a todas horas, por ser gente principal.
Yo las llevé por la calle Mayor, y al entrar en la de las Carretas,
escogí la casa que mejor y más grande me pareció. Tenía un coche
sin caballos a la puerta. Díjeles que aquella era y que allí estaba ella y
el coche y dueño para servirlas. Nombreme don Álvaro de Córdoba
y entreme por la puerta delante de sus ojos. Y acuérdome que, cuan-
do salimos de la tienda, llamé uno de los pajes con gran autoridad,
con la mano. Hice que le decía que se quedasen todos y que me
aguardasen allí (que así dije yo que lo había dicho); y la verdad es que
le pregunté si era criado del comendador mi tío. Dijo que no; y con
tanto, acomodé los criados ajenos como buen caballero.
Llegó la noche escura y acogímonos a casa todos. Entré y hallé al
soldado de los trapos con una hacha de cera que le dieron para
acompañar un difunto y se vino con ella. Llamábase éste Magazo,
natural de Olías409; había sido capitán en una comedia y combatido
con moros en una danza. A los de Flandes decía que había estado en
la China; y a los de la China, en Flandes. Trataba de formar un cam-

406 hombre de partes: de importancia.


407 oidores: una clase de juez de bastante categoría.
408 con achaque: con excusa.
409 Olías: Olías del Rey, provincia de Toledo.
po410 y nunca supo sino espulgarse en él. Nombraba castillos y apenas
los había visto en los ochavos411. Celebraba mucho la memoria del
señor don Juan412, y oile decir yo muchas veces de Luis Quijada413
que había sido honra de amigos. Nombraba turcos, galeones y capi-
tanes, todos los que había leído en unas coplas que andaban desto; y
como él no sabía nada de mar, porque no tenía de naval más del
comer nabos, dijo, contando la batalla que había vencido el señor
don Juan en Lepanto, que aquel Lepanto fue un moro muy bravo,
como no sabía el pobrete que era nombre del mar. Pasábamos con él
lindos ratos.
Entró luego mi compañero, deshechas las narices y toda la cabeza
entrapajada, lleno de sangre y muy sucio. Preguntámosle la causa, y
dijo que había ido a la sopa de San Jerónimo y que pidió porción
doblada, diciendo que era para unas personas honradas y pobres.
Quitáronselo a los otros mendigos para dárselo, y ellos, con el enojo,
siguiéronle, y vieron que, en un rincón detrás de la puerta, estaba
sorbiendo con gran valor. Y sobre si era bien hecho engañar por
engullir y quitar a otros para sí, se levantaron voces y tras ellas palos,
y tras los palos chichones y tolondrones en su pobre cabeza. Embis-
tiéronle con los jarros, y el daño de las narices se le hizo uno con una
escudilla de palo que se la dio a oler con más prisa que convenía.
Quitáronle la espada, salió a las voces el portero y aun no los podía
meter en paz. En fin, se vio en tanto peligro el pobre hermano, que
decía: «¡Yo volveré lo que he comido!»; y aun no bastaba, que ya no
reparaban sino en que pedía para otros y no se preciaba de sopón414.
«¡Miren el todo trapos, como muñeca de niños, más triste que paste-
lería en Cuaresma415, con más agujeros que una flauta y más remien-
dos que una pía416 y más manchas que un jaspe417 y más puntos418

410 campo: signifca ejército; juega con el sentido de campiña, donde va a quitarse

las pulgas este personaje.


411 castillos...ochavos: esta moneda de Castilla llevaba un castillo en el anverso.
412 don Juan: don Juan de Austria, vencedor en Lepanto.
413 Luis Quijada: Luis Méndez de Quijada, ayo de don Juan de Austria.
414 sopón: persona que come la sopa de los conventos.
415 pastelería en Cuaresma: como los pasteles se hacían de carne no se podían co-

mer en Cuaresma, tiempo de abstinencia.


416 pía: caballo o yegua de piel manchada en forma de remiendos.
417 jaspe: mármol de varios colores.
418 puntos: notas musicales. Alude al punto de honra u orgullo y presunción del

bellaco.
que un libro de música (decía un estudiantón destos de la capacha419,
gorronazo); que hay hombre en la sopa del bendito santo que puede
ser obispo u otra cualquier dignidad y se afrenta un don Peluche de
comer! ¡Graduado estoy de bachiller en artes por Sigüenza420!». Me-
tiose el portero de por medio, viendo que un vejezuelo que allí esta-
ba decía que, aunque acudía al brodio421, que era decendiente de los
godos422 y que tenía deudos.
Aquí lo dejó, porque el compañero estaba ya fuera desaprensando
los güesos.

CAPÍTULO TERCERO

En que prosigue la misma materia, hasta dar con todos en la


cárcel
Entró Merlo Díaz, hecha la pretina una sarta de búcaros y vi-
dros423, los cuales, pidiendo de beber en los tornos de las monjas,
había agarrado con poco temor de Dios. Mas sacole de la puja424 don
Lorenzo del Pedroso, el cual entró con una capa muy buena, la cual
había trocado en una mesa de trucos425 a la suya, que no se la cubrie-
ra pelo al que la llevó, por ser desbarbada. Usaba éste quitarse la capa
como que quería jugar, y ponerla con las otras, y luego, como que

419 de la capacha: que comía de limosna; hace referencia los hermanos de la capa-

cha, frailes de San Juan de Dios que pedían con una capacha para los pobres.
420 Sigüenza: una de las universidades menores, con estudios de muy poco pres-

tigio.
421 brodio: caldo, sopa de los conventos.
422 decendiente de los godos: ser de los godos o hacerse de los godos significa ser

noble o presumir de ello; los godos eran tenidos por antepasados de la nobleza de
España, no contaminada de moros y judíos.
423 búcaros y vidros: vasos de barro y vasos de cristal.
424 sacóle de la puja: le superó.
425 mesa de trucos: juego proveniente de Italia parecido al billar.
no hacía partido, iba por su capa y tomaba la que mejor le parecía y
salíase. Usábalo en los juegos de argolla426 y bolos.
Mas todo fue nada para ver entrar a don Cosme, cercado de mu-
chachos con lamparones, cáncer y lepra, heridos y mancos, el cual se
había hecho ensalmador con unas santiguaduras y oraciones que hab-
ía aprendido de una vieja. Ganaba éste por todos, porque si el que
venía a curarse no traía bulto debajo de la capa, no sonaba dinero en
faldriquera, o no piaban algunos capones, no había lugar. Tenía aso-
lado medio reino. Hacía creer cuanto quería, porque no ha nacido tal
artífice en el mentir; tanto, que aun por descuido no decía verdad.
Hablaba del Niño Jesús, entraba en las casas con Deo gracias, decía lo
del «Espíritu Santo sea con todos».... Traía todo ajuar de hipócrita:
un rosario con unas cuentas frisonas; al descuido hacía que se le viese
por debajo de la capa un trozo de diciplina salpicada con sangre de las
narices; hacía creer, concomiéndose, que los piojos eran silicios y que
la hambre canina eran ayunos voluntarios. Contaba tentaciones; en
nombrando al demonio, decía «Dios no libre y nos guarde»; besaba la
tierra al entrar en la iglesia; llamábase indigno; no levantaba los ojos a
las mujeres, pero las faldas sí. Con estas cosas, traía el pueblo tal, que
se encomendaban a él, y era como encomendarse al diablo. Porque él
era jugador y lo otro (ciertos los llaman, y por mal nombre fulleros).
Juraba el nombre de Dios unas veces en vano y otras en vacío. Pues
en lo que toca a mujeres, tenía seis hijos y preñadas dos santeras427. Al
fin, de los mandamientos de Dios, los que no quebraba, hendía.
Vino Polanco haciendo gran ruido, y pidió su saco pardo, cruz
grande, barba larga postiza y campanilla. Andaba de noche desta suer-
te, diciendo: «Acordaos de la muerte y haced bien para las ánimas...»,
etc. Con esto cogía mucha limosna y entrábase en las casas que veía
abiertas; si no había testigos ni estorbo, robaba cuanto había; si le
topaban, tocaba la campanilla y decía con una voz que él fingía muy
penitente: «Acordaos, hermanos...», etc.
Todas estas trazas de hurtar y modos extraordinarios conocí, por
espacio de un mes, en ellos. Volvamos agora a que les enseñé el rosa-
rio y conté el cuento. Celebraron mucho la traza, y recibióle la vieja
por su cuenta y razón para venderle. La cual se iba por las casas di-
ciendo que era de una doncella pobre y que se deshacía dél para co-

426 juegos de argolla: juego en el que se metía una bola por la argolla.
427 santeras: mujeres que cuidaban de las ermitas.
mer. Y ya tenía para cada cosa su embuste y su trapaza428. Lloraba la
vieja a cada paso, enclavijaba las manos y suspiraba de lo amargo;
llamaba hijos a todos. Traía, encima de muy buena camisa, jubón,
ropa, saya y manteo, un saco de sayal roto, de un amigo ermitaño
que tenía en las cuestas de Alcalá. Esta gobernaba el hato429, aconse-
jaba y encubría.
Quiso, pues, el diablo, que nunca está ocioso en cosas tocantes a
sus siervos, que yendo a vender no sé qué ropa y otras cosillas a una
casa, conoció uno no sé qué hacienda suya. Trujo un alguacil, y aga-
rráronme la vieja, que se llamaba la madre Labruscas430. Confesó
luego todo el caso y dijo cómo vivíamos todos y que éramos caballe-
ros de rapiña. Dejola el alguacil en la cárcel, y vino a casa, y halló en
ella a todos mis compañeros y a mí con ellos. Traía media docena de
corchetes, verdugos de a pie, y dio con todo el colegio buscón en la
cárcel, adonde se vio en gran peligro la caballería.

CAPÍTULO CUARTO

En que trata los sucesos de la cárcel, hasta salir la vieja


azotada, los compañeros a la vergüenza y él en fiado
Echáronnos, en entrando, a cada uno dos pares de grillos y sumié-
ronnos en un calabozo. Yo, que me vi ir allá, aprovecheme del dine-
ro que traía conmigo y, sacando un doblón, díjele al carcelero:
-Señor, oígame vuestra merced en secreto.
Y para que lo hiciese, dile escudo como cara431. En viéndolos, me
apartó.

428 trapaza: artificio engañoso, trampa.


429 hato: la compañía de los buscones.
430 Labruscas: como otros nombres del Buscón, es burlesco; labrusca es uva sil-

vestre y agria.
431 como cara: le da la cara, habla con él, y le da dinero para sobornarlo.
-Suplico a vuestra merced -le dije- que se duela de un hombre de
bien.
Busquele las manos, y, como sus palmas432 estaban hechas a llevar
semejantes dátiles, cerró con433 los dichos veinte y seis434, diciendo:
-Yo averiguaré la enfermedad y, si no es urgente, bajará al ce-
po435.
Yo conocí la deshecha436, y respondíle humilde. Dejóme fuera, y
a los amigos descolgáronlos abajo.
Dejo de contar la risa tan grande que, en la cárcel y por las calles,
había con nosotros; porque, como nos traían atados y a empellones,
unos sin capas y otros con ellas arrastrando, eran de ver unos cuerpos
pías remendados, y otros aloques437 de tinto y blanco. A cuál, por
asirle de alguna parte sigura, por estar todo tan manido438, le agarraba
el corchete de las puras carnes, y aun no hallaba de qué asir, según los
tenía roídos la hambre. Otros iban dejando a los corchetes en las
manos los pedazos de ropillas y gregüescos; al quitar la soga en que
venían ensartados, se salían pegados los andrajos.
Al fin, yo fui, llegada la noche, a dormir a la sala de los linajes439.
Diéronme mi camilla. Era de ver algunos dormir envainados, sin
quitarse nada; otros, desnudarse de un golpe todo cuanto traían en-
cima como culebras440; cuáles jugaban. Y, al fin, cerrados, se mató la
luz. Olvidamos todos los grillos. Era de ver a los que no tenían cama
llegar y asir de los pies al acostado y sacarlo arrastrando en medio de
la sala y encajarse en la cama, y aquel asir de otro para acomodarse.
Estaba el servicio a mi cabecera; vime forzado, a intercesión de
mis narices, a decirles que mudasen a otra parte el vedriado441. Y
sobre si le viene muy ancho o no, como si me hubieran tomado la

432 palmas: aquí con sus dos sentidos: parte de la mano y de las palmeras.
433 cerrar con: arremeter con furia.
434 veinte y seis: veintiséis reales. Era el valor del doblón.
435 cepo: instrumento de castigo, de madera, con agujeros para sujetar la garganta

o las piernas de los presos.


436 deshecha: disimulo.
437 aloques: vino mezcla de tinto y blanco.
438 manido: gastado.
439 sala de los linajes: irónico; era la sala destinada a la gente principal y noble.
440 como culebras: alude al cambio de piel de las culebras.
441 vedriado: orinal de barro vidriado.
medida con el bacín, tuvimos palabras. Usé el oficio de adelantado442,
que es mejor a veces serlo de un cachete que de un reino, y metile a
uno media pretina en la cara. Él, por levantarse aprisa, derramole, y al
ruido despertó el concurso. Asábamonos a pretinazos a escuras, y era
tanto el mal olor, que hubieron de levantarse todos.
Alzose el grito. El alcaide, sospechando que se le iban algunos va-
sallos, subió corriendo, armado, con toda su cuadrilla; abrió la sala,
entró luz y informose del caso. Condenáronme todos; yo me discul-
paba con decir que en toda la noche me habían dejado cerrar los
ojos. El carcelero, pareciéndole que por no dejarme zabullir en lo
hondo443 le daría otro doblón, asió del caso y mandome bajar allá.
Determineme a consentir, antes que a pellizcar el talego más de lo
que lo estaba. Fui llevado abajo; recibiéronme con arbórbola444 y
placer los amigos.
Dormí aquella noche algo desabrigado. Amaneció el Señor, y sa-
limos del calabozo. Vímonos las caras, y lo primero que nos fue noti-
ficado fue dar para la limpieza, como si en una noche lo hubiera yo
ensuciado todo, so pena de culebrazo445 fino. Yo di luego seis reales;
mis compañeros no tenían qué dar, y así, quedaron remitidos para la
noche.
Había en el calabozo un mozo tuerto, alto, abigotado, mohíno de
cara, cargado de espaldas y de azotes en ellas. Traía más hierro que
Vizcaya, dos pares de grillos y una cadena de portada. Llamábanle el
Jayán446. Decía que estaba preso por cosas de aire447, y así, sospechaba
yo si era por algunas fuelles, chirimías o abanicos, y decíale si era por
algo desto. Respondía que no, que eran cosas de atrás. Yo pensé que
pecados viejos quería decir, y averigüé que por puto. Cuando el
alcaide le reñía por alguna travesura, le llamaba botiller448 del verdu-

442 adelantado: juego de palabras: el que da primero y gobernador de una provin-


cia.
443
zabullir en lo hondo: bajarlo a los calabozos peores.
444
arbórbola: bullicio y alegría.
445 culebrazo: burla pesada que se hacía al preso recién llegado que no había pa-

gado la patente del novato.


446 Jayán: jayán significa gigantón, hombre de muchas fuerzas.
447 cosas de aire: alude, por lo que dice después, a la homosexualidad. Cosas de

aire significa cosas de poca importancia, pero aquí, a través de la referencia a la ven-
tosidad (aire trasero), apunta a la sodomía.
448 botiller: persona que tenía a su cargo la despensa del señor. El alcaide guarda

la despensa, los presos, para el verdugo.


go y depositario general de culpas. Otras veces le amenazaba dicien-
do:
-¿Qué te arriesgas, pobrete, con el que ha de hacer humo449? Dios
es Dios, que te vendimie450 de camino.
Había confesado éste, y era tan maldito, que traíamos todos con
carlancas451, como mastines, las traseras, y no había quien se osase
ventosear, de miedo de acordarle dónde tenía las asentaderas.
Éste hacía amistad con otro que llamaban Robledo, y por otro
nombre el Trepado. Decía que estaba preso por liberalidades; y, en-
tendido, eran de manos en pescar lo que topaba. Éste había sido más
azotado que postillón452: no había verdugo que no hubiese probado
la mano en él. Tenía la cara con tantas cuchilladas, que, a descubrirse
puntos, no se la ganara un flux453. Tenía menos las orejas454 y pegadas
las narices, aunque no tan bien como la cuchillada que se las partía.
A estos se llegaban otros cuatro hombres, rapantes455 como leones
de armas, todos agrillados, gente de azotes y galeras, chilindrón456
legítimo. Decían ellos que presto podrían decir que habían servido a
su rey por mar457 y por tierra. No se podrá creer la notable alegría
con que aguardaban su despacho.
Todos estos, mohínos de ver que mis compañeros no contribuían,
ordenaron a la noche de darlos culebra de cáñamo, con una soga
dedicada al efeto.
Vino la noche. Fuímonos ahuchados458 a la postrera faldriquera de
la casa. Mataron la luz; yo metime luego debajo de la tarima. Empe-

449 el que ha de hacer humo: el castigo de los sodomitas era la hoguera.


450 vendimiar: en germanía matar.
451 carlancas: collares armados de puntas que ponían a los perros para defenderse

de los lobos; estos presos tienen que ponerse carlancas en el trasero para evitar las
atenciones del puto.
452 postillón: caballo del mozo que iba delante de la posta mostrándoles el cami-

no.
453 puntos...flux: tenía más puntos de sutura que los que reúne la suerte triunfa-

dora del flux (más de 55 puntos: es una exageración).


454 Tenía menos las orejas: a los ladrones se les cortaban las orejas como castigo.
455 rapantes: ladrones; en los escudos heráldicos, león rapante es el que muestra

las garras tendidas.


456 chilindrón: es otro juego en que las cartas principales son tres; parece aludir a

las «virtudes» de estos cuatro: que son gente con grillos, de azotes y de galeras.
457 servido a su Rey por mar: en las galeras reales; han sido galeotes.
458 ahuchados: como metidos en una hucha.
zaron a silbar dos dellos, y otro a dar sogazos. Los buenos caballeros,
que vieron el negocio de revuelta, se apretaron de manera las carnes
ayunas (cenadas, comidas y almorzadas de sarna y piojos), que cupie-
ron todos en un resquicio de la tarima. Estaban como liendres en
cabellos o chinches en cama. Sonaban los golpes en la tabla; callaban
los dichos. Los bellacos, que vieron que no se quejaban, dejaron el
dar azotes y empezaron a tirar ladrillos, piedras y cascote que tenían
recogido. Allí fue ella, que uno le halló el cogote a don Toribio y le
levantó una pantorrilla459 en él de dos dedos. Comenzó a dar voces
que le mataban. Los bellacos, porque no se oyesen sus aullidos, can-
taban todos juntos y hacían ruido con las prisiones460. Él, por escon-
derse, asió de los otros para meterse debajo. Allí fue el ver cómo, con
la fuerza que hacían, les sonaban los güesos.
Acabaron su vida las ropillas; no quedaba andrajo en pie. Menu-
deaban tanto las piedras y cascotes, que, dentro de poco tiempo, tenía
el dicho don Toribio más golpes en la cabeza que una ropilla abier-
ta461. Y no hallando remedio contra el granizo, viéndose, sin santi-
dad, cerca de morir San Esteban462, dijo que le dejasen salir, que él
pagaría luego y daría sus vestidos en prendas. Consintiéronselo, y a
pesar de los otros, que se defendían con él, descalabrado y como
pudo, se levantó y pasó a mi lado.
Los otros, por presto que acordaron a hacer lo mismo, ya tenían
las chollas463 con más tejas que pelos. Ofrecieron para pagar la patente
sus vestidos, haciendo cuenta que era mejor entrarse en la cama por
desnudos que por heridos. Y así, aquella noche los dejaron y a la
mañana les pidieron que se desnudasen y se halló que de todos sus
vestidos juntos no se podía hacer una mecha a un candil.
Quedáronse en la cama, digo envueltos en una manta, la cual era
la que llaman ruana, donde se espulgan todos. Empezaron luego a
sentir el abrigo de la manta, porque había piojo con hambre canina, y
otro que, en un brazo ayuno dellos, quebraba ayuno de ocho días;

459 pantorrilla: hinchazón.


460 prisiones: cadenas.
461 más golpes en la cabeza que una ropilla abierta: golpes se llamaban también las

portezuelas que se echan en las ropillas y otros vestidos para cubrir los bolsillos.
462 San Esteban: murió lapidado.
463 chollas: cabezas.
habíalos frisones y otros que se podían echar a la oreja de un toro464.
Pensaron aquella mañana ser almorzados dellos; quitáronse la manta,
maldiciendo su fortuna, deshaciéndose a puras uñadas.
Yo salime del calabozo, diciéndoles que me perdonasen si no les
hiciese mucha compañía, porque me importaba no hacérsela. Torné
a repasarle las manos al carcelero con tres de a ocho465 y, sabiendo
quién era el escribano de la causa, inviele a llamar con un picarillo.
Vino, metile en un aposento, y empecele a decir, después de haber
tratado de la causa, cómo yo tenía no sé que dinero. Supliquele que
me lo guardase, y que, en lo que hubiese lugar, favoreciese la causa
de un hijodalgo desgraciado que, por engaño, había incurrido en tal
delito.
-Crea vuestra merced -dijo, después de haber pescado la mos-
ca466-, que en nosotros está todo el juego, y que si uno da en no ser
hombre de bien, puede hacer mucho mal. Más tengo yo en galeras
de balde, por mi gusto, que hay letras en el proceso. Fíese de mí y
crea que le sacaré a paz y a salvo.
Fuese con esto y volviose desde la puerta a pedirme algo para el
buen Diego García, el alguacil, que importaba acallarle con mordaza
de plata, y apuntome no sé qué del relator, para ayuda de comerse
cláusula entera467. Dijo:
-Un relator, señor, con arcar las cejas, levantar la voz, dar una pa-
tada para hacer atender al alcalde divertido468, hacer una acción, des-
truye a un cristiano.
Dime por entendido y añadí otros cincuenta reales; y en pago me
dijo que enderezase el cuello de la capa, y dos remedios para el cata-
rro que tenía de la frialdad del calabozo; y últimamente me dijo,
mirándome con grillos:
-Ahorre de pesadumbre, que, con ocho reales que dé al alcaide, le
aliviará; que esta es gente que no hace virtud si no es por interés.

464 oreja de un toro: es decir, tan grandes y feroces como los perros alanos, que se
usaban para combatir con los toros, y atacaban a los astados mordiéndolos por las
orejas.
465 tres de a ocho: tres reales de a ocho. Eran monedas de plata.
466 mosca: lenguaje de germanía, dinero.
467 ayuda de comerse cláusula entera: construcción creada a partir de ayuda de costa,

que era el dinero extra que se daba a algunos funcionarios. Aquí es el dinero para
sobornar al relator para que se salte algunas acusaciones en el proceso.
468 divertido: distraído.
Cayome en gracia la advertencia. Al fin, él se fue. Yo di al carce-
lero un escudo; quitome los grillos.
Dejábame entrar en su casa. Tenía una ballena por mujer y dos
hijas del diablo, feas y necias, y de la vida469, a pesar de sus caras.
Sucedió que el carcelero (se llamaba tal Blandones de San Pablo, y la
mujer doña Ana Moráez470) vino a comer, estando yo allí, muy eno-
jado y bufando. No quiso comer. La mujer, recelando alguna gran
pesadumbre, se llegó a él, y le enfadó tanto con las acostumbradas
importunidades, que dijo:
-¿Qué ha de ser, si el bellaco ladrón de Almendros, el aposenta-
dor471, me ha dicho, teniendo palabras con él sobre el arrendamiento,
que vos no sois limpia472?
-¿Tantos rabos me ha quitado el bellaco? -dijo ella-; por el siglo
de mi agüelo, que no sois hombre, pues no le pelastes las barbas.
¿Llamo yo a sus criadas que me limpien?
Y volviéndose a mí, dijo:
-Vale Dios que no me podrá decir que soy judía como él, que, de
cuatro cuartos que tiene, los dos son de villano, y los otros ocho
maravedís, de hebreo. A fe, señor don Pablos, que si yo lo oyera, que
yo le acordara de que tiene las espaldas en el aspa del San Andrés473.
Entonces, muy afligido, el alcaide respondió:
-¡Ay, mujer, que callé porque dijo que en esa teníades vos dos o
tres madejas! Que lo sucio no os lo dijo por lo puerco, sino por el no
lo comer.
-Luego ¿judía dijo que era? ¿Y con esa paciencia lo decís, buenos
tiempos? ¿Así sentís la honra de doña Ana Moráez, hija de Esteban
Rubio y Joan de Madrid474, que sabe Dios y todo el mundo?
-¡Cómo! ¿Hija -dije yo- de Joan de Madrid?

469 de la vida: prostitutas.


470 San Pablo... Moráez: los apellidos revelan el origen converso y morisco del
carcelero y de su esposa.
471 aposentador: persona encargada de buscar alojamiento a los funcionarios de la

Corte.
472 limpia: la acusa de no ser limpia de sangre, de no ser cristiana vieja; hace el

chiste con el sentido literal de limpio, y de ahí la mención de los rabos o salpicaduras
de barro.
473 aspa del San Andrés: cruz que llevaban cosida a la espalda los penitenciados

por la Inquisición; también el instrumento con el que se hacían las madejas.


474 Esteban Rubio y Joan de Madrid: tiene dos padres, que al parecer la han enge-

drado de mancomún, como le pasaba a Guzmán de Alfarache.


-De Joan de Madrid, el de Auñón.
-Voto a Dios -dije yo- que el bellaco que tal dijo es un judío, pu-
to y cornudo.
Y volviéndome a ellas:
-Joan de Madrid, mi señor, que esté en el cielo, fue primo her-
mano de mi padre. Y daré yo probanza de quién es y cómo; y esto
me toca a mí. Y si salgo de la cárcel, yo le haré desdecir cien veces al
bellaco. Ejecutoria tengo en el pueblo, tocante a entrambos, con
letras de oro.
Alegráronse con el nuevo pariente y cobraron ánimo con lo de la
ejecutoria. Y ni yo la tenía, ni sabía quiénes eran. Comenzó el mari-
do a quererse informar del parentesco por menudo. Yo, porque no
me cogiese en mentira, hice que me salía de enojado, votando y
jurando. Tuviéronme, diciendo que no se tratase más dello. Yo, de
rato en rato, salía muy al descuido con decir:
-¡Joan de Madrid! ¡Burlando es la probanza que yo tengo suya!
Otras veces decía:
-¡Joan de Madrid, el mayor! Su padre de Joan de Madrid fue casa-
do con Ana de Acevedo, la gorda.
Y callaba otro poco. Al fin, con estas cosas, el alcaide me daba de
comer y cama en su casa, y el escribano, solicitado dél y cohechado
con el dinero, lo hizo tan bien, que sacaron a la vieja delante de to-
dos en un palafrén pardo475 a la brida, con un músico de culpas476
delante. Era el pregón: «¡A esta mujer, por ladrona!». Llevábale el
compás en las costillas el verdugo, según lo que le habían recetado los
señores de los ropones477. Luego seguían todos mis compañeros, en
los overos de echar agua478, sin sombreros y las caras descubiertas.
Sacábanlos a la vergüenza, y cada uno, de puro roto, llevaba la suya
de fuera.

475 palafrén pardo: alude irónicamente al asno.


476 músico de culpas: el pregonero que proclama los delitos del reo que va en bu-
rro por las calles acostunbradas, mientras lo azota el verdugo.
477 señores de los ropones: los jueces, que visten togas.
478 overos de echar agua: overo es color de caballo, y aquí metonímicamente «ca-

ballo», pero el complemento «de echar agua» nos precisa que no son caballos, sino
asnos, que eran las caballerías que llevaban los aguadores, y en los que salían los reos
a la vergüenza.
Desterráronlos por seis años. Yo salí en fiado, por virtud del escri-
bano. Y el relator no se descuidó, porque mudó tono, habló quedo y
ronco, brincó razones y mascó cláusulas enteras.

CAPÍTULO QUINTO

De cómo tomó posada, y la desgracia que le sucedió en ella


Salí de la cárcel. Halleme solo y sin los amigos; aunque me avisa-
ron que iban camino de Sevilla a costa de la caridad, no los quise
seguir.
Determineme de ir a una posada, donde hallé una moza rubia y
blanca, miradora, alegre, a veces entremetida, y a veces entresacada y
salida479. Zaceaba480 un poco; tenía miedo a los ratones; preciábase de
manos y, por enseñarlas, siempre despabilaba las velas, partía la comi-
da en la mesa, en la iglesia siempre tenía puestas las manos, por las
calles iba enseñando siempre cuál casa era de uno y cuál de otro; en
el estrado481 de contino tenía un alfiler que prender en el tocado; si se
jugaba a algún juego, era siempre el de pizpirigaña482, por ser cosa de
mostrar manos. Hacía que bostezaba adrede, sin tener gana, por mos-
trar los dientes y hacer cruces483 en la boca. Al fin, toda la casa tenía
ya tan manoseada que enfadaba ya a sus mismos padres.
Hospedáronme muy bien en su casa, porque tenían trato de alqui-
larla, con muy buena ropa, a tres moradores: fui el uno yo, el otro un
portugués, y un catalán. Hiciéronme muy buena acogida.

479 entremetida..., entresacada y salida: todos estos vocablos se refieren a las activi-

dades sexuales de la mujer.


480 Zaceaba: ceceaba; era signo de afectación juvenil, como los detalles del miedo

a los ratones y enseñar las manos para que vean lo bonitas que las tiene.
481 estrado: habitación, con una tarima, en la que las mujeres recibían a las visitas.
482 pizpirigaña: juego de niños en que uno pellizca las manos a los demás.
483 cruces: cuando se bostezaba era costumbre hacer una cruz en la boca.
A mí no me pareció mal la moza para el deleite, y lo otro la co-
modidad de hallármela en casa. Di en poner en ella los ojos; contába-
les cuentos que yo tenía estudiados para entretener; traíalas nuevas484,
aunque nunca las hubiese; servíalas en todo lo que era de balde. Díje-
las que sabía encatamentos y que era nigromante, que haría que pare-
ciese que se hundía la casa y que se abrasaba y otras cosas que ellas,
como buenas creedoras, tragaron. Granjeé una voluntad en todos
agradecida, pero no enamorada, que como no estaba tan bien vestido
como era razón, aunque ya me había mejorado algo de ropa por
medio del alcaide, a quien visitaba siempre, conservando la sangre485
a pura carne y pan que le comía, no hacían de mí el caso que era
razón.
Di, para acreditarme de rico que lo disimulaba, en enviar a mi ca-
sa amigos a buscarme cuando no estaba en ella. Entró uno, el prime-
ro, preguntando por el señor don Ramiro de Guzmán, que así dije
que era mi nombre, porque los amigos me habían dicho que no era
de costa mudarse los nombres y que era útil. Al fin preguntó por don
Ramiro, «un hombre de negocios rico, que hizo agora tres asientos
con el rey». Desconociéronme en esto las húespedas y respondieron
que allí no vivía sino un don Ramiro de Guzmán, más roto que rico,
pequeño de cuerpo, feo de cara y pobre.
-Ése es -replicó- el que yo digo. Y no quisiera más renta al servi-
cio de Dios que la que tiene a más de dos mil ducados.
Contoles otros embustes, quedáronse espantadas, y él las dejó una
cédula de cambio fingida, que traía a cobrar en mí, de nueve mil
escudos. Díjoles que me la diesen para que la acetase y fuese.
Creyeron la riqueza la niña y la madre y acotáronme486 luego para
marido. Vine yo con gran disimulación, y en entrando me dieron la
cédula diciendo:
-Dineros y amor mal se encubren, señor don Ramiro. ¿Cómo
que nos esconda vuestra merced quién es, debiéndonos tanta volun-
tad?
Yo hice como que me había disgustado por el dejar de la cédula y
fuime a mi aposento. Era de ver cómo, en creyendo que tenía dine-
ro, me decían que todo me estaba bien, celebraban mis palabras, no
484 nuevas: noticias.
485 conservando la sangre: dilogía: conserva el parentesco con Ana Moráez y go-
rronea.
486 acotáronme: me señalaron.
había tal donaire como el mío. Yo, que las vi tan cebadas, declarele
mi voluntad a la muchacha y ella me oyó contentísima, diciéndome
mil lisonjas.
Apartámonos, y una noche di para confirmarlas más en mi rique-
za: cerreme en mi aposento, que estaba dividido del suyo con sólo un
tabique muy delgado, y sacando cincuenta escudos estuve contándo-
los en la mesa tantas veces que oyeron contar seis mil escudos. Fue
esto de verme con tanto dinero de contado para ellas todo lo que yo
podía desear, porque dieron en desvelarse para regalarme y servirme.
El portugués se llamaba o siñor Vasco de Meneses, caballero de la
cartilla487, digo de Christus. Traía su capa de luto, botas488, cuello
pequeño y mostachos grandes. Ardía por doña Berenguela de Roble-
do, que así se llamaba. Enamorábala sentándose a conversación y
suspirando más que beata en sermón de Cuaresma. Cantaba mal, y
siempre andaba apuntando489 con él el catalán, el cual era la criatura
más triste y miserable que Dios crió; comía a tercianas490, de tres a
tres días, y el pan tan duro que apenas le pudiera morder491 un maldi-
ciente. Pretendía por lo bravo, y si no era el poner güevos no le fal-
taba otra cosa para gallina, porque cacareaba notablemente.
Como vieron los dos que yo iba tan adelante, dieron en decir mal
de mí. El portugués decía que era un piojoso, pícaro, desarropado; el
catalán me trataba de cobarde y vil. Yo lo sabía todo y a veces lo oía,
pero no me hallaba con ánimo para responder. Al fin, la moza me
hablaba y recibía mis billetes492. Comenzaba por lo ordinario: «Este
atrevimiento, su mucha hermosura de vuestra merced..»; decía lo de
«me abraso», trataba de «penar», ofrecíame por esclavo, firmaba el
corazón con la saeta... Al fin, llegamos a los túes, y yo, para alimentar
más el crédito de mi calidad, salime de casa y alquilé una mula, y
arrebozado y mudando la voz, vine a la posada y pregunté por mí

487 caballero de la cartilla, digo de Christus: es caballero de la orden de Christus


(fundada por el rey don Dionís de Portugal en 1312) y este término (Christus) era el
primero de las cartillas para aprender a leer.
488 capa de luto, botas: eran rasgos de la vestimenta de los portugueses, que siem-

pre se mencionan en las caricaturas del Siglo de Oro.


489 apuntando: disputando, riñendo.
490 tercianas: fiebre intermitente que repite al tercer día.
491 morder: también significaba murmurar.
492 billetes: cartas de amor.
mismo, diciendo si vivía allí su merced del señor don Ramiro de
Guzmán, señor del Valcerrado y Villorete.
-Aquí vive -respondió la niña- un caballero de ese nombre, pe-
queño de cuerpo.
Y, por las señas, dije yo que era él, y las supliqué que le dijesen
que Diego de Solórzana, su mayordomo que fue de las depositar-
ías493, pasaba a las cobranzas y le había venido a besar las manos. Con
esto me fui y volví a casa de allí a un rato.
Recibiéronme con la mayor alegría del mundo, diciendo que para
qué les tenía escondido el ser señor de Valcerrado y Villorete. Dié-
ronme el recado. Con esto la muchacha se remató, cudiciosa de ma-
rido tan rico, y trazó de que la fuese a hablar a la una de la noche por
un corredor que caía a un tejado, donde estaba la ventana de su apo-
sento.
El diablo, que es agudo en todo, ordenó que venida la noche, yo,
deseoso de gozar la ocasión, me subí al corredor, y por pasar desde él
al tejado que había de ser vánseme los pies y doy en el de un vecino
escribano tan desatinado golpe que quebré todas las tejas y quedaron
estampadas en las costillas. Al ruido despertó la media casa y, pensan-
do que eran ladrones (que son antojadizos dellos los deste oficio),
subieron al tejado. Yo, que vi esto, quíseme esconder detrás de una
chimenea y fue aumentar la sospecha, porque el escribano y dos cria-
dos y un hermano me molieron a palos y me ataron a vista de mi
dama, sin bastarme ninguna diligencia. Mas ella se reía mucho, por-
que como yo la había dicho que sabía hacer burlas y encantamentos,
pensó que había caído por gracia y nigromancia y no hacía sino de-
cirme que subiese, que bastaba ya. Con esto, y con los palos y puña-
das que me dieron, daba aullidos; y era lo bueno que ella pensaba
que todo era artificio y no acababa de reír.
Comenzó luego a hacer la causa494 y, porque me sonaron unas
llaves en la faldriquera, dijo y escribió que eran ganzúas y aunque las
vio, sin haber remedio de que no lo fuesen. Díjele que era don Ra-
miro de Guzmán y riose mucho. Yo, triste, que me había visto moler
a palos delante de mi dama, y me vi llevar preso sin razón y con mal
nombre, no sabía qué hacerme. Hincábame de rodillas, y ni por esas
ni por esotras bastaba con el escribano.

493 depositarías: tesorerías.


494 hacer la causa: instruir el proceso judicial.
Todo esto pasaba en el tejado, que los tales, aun de las tejas arri-
ba495 levantan falsos testimonios. Dieron orden de bajarme abajo y lo
hicieron por una ventana que caía a una pieza que servía de cocina.

CAPÍTULO SEXTO

Prosigue el cuento, con otros varios sucesos


No cerré los ojos en toda la noche, considerando mi desgracia,
que no fue dar en el tejado, sino en las manos del escribano. Y cuan-
do me acordaba de lo de las ganzúas y las hojas que había escrito en
la causa, echaba de ver que no hay cosa que tanto crezca como culpa
en poder de escribano.
Pasé la noche en revolver trazas; unas veces me determinaba a ro-
gárselo por Jesucristo, y considerando lo que le pasó con ellos vivo,
no me atrevía. Mil veces me quise desatar, pero sentíame luego y
levantábase a visitarme los nudos, que más velaba él en cómo forjaría
el embuste que yo en mi provecho. Madrugó al amanecer y vistiose a
hora que en toda su casa no había otros levantados sino él y los testi-
monios. Agarró la correa y tornome a repasar las costillas, reprehen-
diéndome el mal vicio de hurtar como quien tan bien le sabía.
En esto estábamos, él dándome y yo casi determinado de darle a
él dineros, que es la sangre con que se labran semejantes diamantes496,
cuando, incitados y forzados de los ruegos de mi querida, que me
había visto caer y apalear, desengañada de que no era encanto sino
desdicha, entraron el portugués y el catalán; y en viendo el escribano
que me hablaban, desenvainando la pluma, los quiso espetar por
cómplices en el proceso.
El portugués no lo pudo sufrir, y tratole algo mal de palabra, di-
ciendo que él era un caballero «fidalgo de casa du rey», y que yo era
495 tejas arriba: lo relativo al cielo.
496 diamantes: se creía que los diamantes se labraban con la sangre del macho ca-
brío.
un «home muito fidalgo», y que era bellaquería tenerme atado. Co-
menzome a desatar y al punto el escribano clamó: «¡Resistencia!»; y
dos criados suyos, entre corchetes y ganapanes, pisaron las capas,
deshiciéronse los cuellos, como lo suelen hacer para representar las
puñadas que no ha habido, y pedían favor al rey497. Los dos, al fin,
me desataron, y viendo el escribano que no había quien le ayudase,
dijo:
-¡Voto a Dios que esto no se puede hacer conmigo y que a no ser
vuestras mercedes quien son, les podría costar caro! Manden conten-
tar estos testigos y echen de ver que les sirvo sin interés.
Yo vi luego la letra498; saqué ocho reales y díselos, y aun estuve
por volverle los palos que me había dado; pero, por no confesar que
los había recibido, lo dejé y me fui con ellos, dando las gracias de mi
libertad y rescate.
Entré en casa con la cara rozada de puros mojicones499 y las espal-
das algo mohínas de los varapalos. Reíase el catalán mucho y decía a
la niña que se casase conmigo para volver el refrán al revés, y que no
fuese tras cornudo apaleado, sino tras apaleado cornudo. Tratábame
de resuelto y sacudido500, por los palos; traíame afrentado con estos
equívocos. Si entraba a visitarlos, trataban501 luego de varear; otras
veces, de leña y madera.
Yo, que me vi corrido y afrentado, y que ya me iban dando en la
flor502 de lo rico, comencé a trazar de salirme de casa; y, para no
pagar comida, cama ni posada, que montaba algunos reales, y sacar
mi hato libre, traté con un licenciado Brandalagas, natural de Horni-
llos y con otros dos amigos suyos, que me viniesen una noche a
prender. Llegaron la señalada y requirieron a la güéspeda que venían
de parte del Santo Oficio y que convenía secreto. Temblaron todas,
por lo que yo me había hecho nigromántico con ellas. Al sacarme a
mí callaron; pero, al ver sacar el hato, pidieron embargo por la deu-
da, y respondieron que eran bienes de la Inquisición. Con esto no
chistó alma terrena.

497 favor al rey: grito con que la justicia pedía ayuda.


498 vi luego la letra: comprendí enseguida lo que quería decir.
499 mojicones: puñetazos.
500 sacudido: dilogía: castigado con golpes y de mal carácter.
501 trataban: hablaban de varas y palos, aludiendo a la paliza recibida, para burlar-

se de él.
502 flor: trampa, engaño.
Dejáronles salir y quedaron diciendo que siempre lo temieron.
Contaban al catalán y al portugués lo de aquellos que me venían a
buscar; decían entrambos que eran demonios y que yo tenía fami-
liar503. Y cuando les contaban del dinero que yo había contado, de-
cían que parecía dinero, pero que no lo era; de ninguna suerte per-
suadiéronse a ello.
Yo saqué mi ropa y comida horra504. Di traza, con los que me
ayudaron, de mudar de hábito y ponerme calza de obra505 y vestido
al uso, cuellos grandes y un lacayo en menudos506: dos lacayuelos,
que entonces era uso. Animáronme a ello, poniéndome por delante
el provecho que se me siguiría de casarme con la ostentación, a título
de rico, y que era cosa que sucedía muchas veces en la Corte. Y aún
añadieron que ellos me encaminarían parte conveniente y que me
estuviese bien, y con algún arcaduz507 por donde se guiase. Yo, ne-
gro508 cudicioso de pescar mujer, determineme. Visité no sé cuántas
almonedas509 y compré mi aderezo de casar. Supe dónde se alquila-
ban caballos y espeteme en uno el primer día, y no hallé lacayo.
Salime a la calle Mayor y púseme enfrente de una tienda de jae-
ces, como que concertaba alguno. Llegáronse dos caballeros, cada
cual con su lacayo. Preguntáronme si concertaba uno de plata que
tenía en las manos; yo solté la prosa y con mil cortesías los detuve un
rato. En fin, dijeron que se querían ir al Prado510 a bureo511 un poco,
y yo, que si no lo tenían a enfado, que los acompañaría. Dejé dicho
al mercader que si viniesen allí mis pajes y un lacayo, que los enca-
minase al Prado. Di señas de la librea512 y metime entre los dos y

503 familiar: diablo familiar, que se decía tenían los brujos en redomas, anillos u

otros objetos, y que servían a los que habían hecho pacto con el diablo.
504 horra: sin pagar.
505 calza de obra: calzas adornadas.
506 lacayo en menudos: en metáfora de moneda, en calderilla: en vez de un lacayo

lleva dos lacayuelos, como si dijéramos hace una moneda mayor a base de monedas
pequeñas. Es chiste folklórico. Lacayo: mozo que precede al caballero cuando éste va
a caballo. Encargado de los caballos.
507 arcaduz: medio por el que se consigue el fin pretendido.
508 negro: desgraciado, infeliz.
509 almonedas: subastas públicas.
510 Prado: el paseo del Prado era lugar de enorme importancia social en la época.
511 bureo: entretenimiento.
512 librea: uniforme que vestían los criados de los grandes señores. Son todo em-

bustes de Pablos.
caminamos. Yo iba considerando que a nadie que nos veía era posi-
ble el determinar cúyos eran los lacayos, ni cuál era el que no le lle-
vaba.
Empecé a hablar muy recio de las cañas513 de Talavera y de un
caballo que tenía porcelana514; encarecíales mucho el roldanejo515 que
esperaba de Córdoba. En topando algún paje, caballo o lacayo, los
hacía parar y les preguntaba cúyo era, y decía de las señales y si le
querían vender; hacíale dar dos vueltas en la calle y aunque no la
tuviese le ponía una falta en el freno y decía lo que había de hacer
para remediarlo. Y quiso mi ventura que topé muchas ocasiones de
hacer esto. Y porque los otros iban embelesados y, a mi parecer,
diciendo: «¿Quién será este tagarote516 escuderón?», porque el uno
llevaba un hábito517 en los pechos, y el otro una cadena de diamantes
(que era hábito y encomienda518 todo junto), dije yo que andaba en
busca de buenos caballos para mí y a otro primo mío, que entrába-
mos en unas fiestas.
Llegamos al Prado y, en entrando, saqué el pie del estribo y puse
el talón por defuera y empecé a pasear. Llevaba la capa echada sobre
el hombro y el sombrero en la mano. Mirábanme todos; cuál decía:
«Éste yo le he visto a pie»; otro: «¡Hola!, lindo va el buscón». Yo
hacía como que no oía nada, y paseaba.
Llegáronse a un coche de damas los dos y pidiéronme que picar-
dease un rato. Dejeles la parte de las mozas y tomé el estribo de ma-
dre y tía. Eran las vejezuelas alegres, la una de cincuenta y la otra
punto menos. Díjelas mil ternezas, y oíanme; que no hay mujer, por

513 cañas: fiestas especie de torneo de nobles, en que se luchaba con cañas. Pablos

presume de nobleza.
514 porcelana: color blanco y azulado.
515 roldanejo: palabra no aclarada por los comentaristas; sugiero que se trate de

otra denominación del color de la montura, quizá derivación de roldana, rueda:


podría referirse a un caballo roano o ruano, o rodado, el que tiene manchas redondas
de otro color. Los caballos cordobeses eran muy famosos.
516 tagarote: hidalgo gorrón.
517 hábito: insignia de una de las cuatro órdenes militares, que eran señal de lim-

pieza de sangre y nobleza.


518 cadena de diamantes, que era hábito y encomienda: dentro de la orden militar el

cargo de comendador era de superior categoría, y tenía rentas; hace un chiste sobre
el poder del dinero y la riqueza: los diamantes tienen más categoría que el simple
hábito: son a la vez hábito y encomienda (la encomienda tenía, como he dicho,
renta).
vieja que sea, que tenga tantos años como presunción. Prometilas
regalos y preguntelas del estado de aquellas señoras, y respondieron
que doncellas, y se les echaba de ver en la plática. Yo dije lo ordina-
rio: que las viesen colocadas como merecían; y agradoles mucho la
palabra colocadas. Preguntáronme, tras esto, que en qué me entretenía
en la Corte. Yo les dije que en huir de un padre y madre que me
querían casar contra mi voluntad con mujer fea y necia y mal nacida,
por el mucho dote.
-Y yo, señoras, quiero más una mujer limpia en cueros, que una
judía poderosa, que, por la bondad de Dios, mi mayorazgo vale al
pie519 de cuatro mil ducados de renta y, si salgo con un pleito que
traigo en buenos puntos, no habré menester nada.
Saltó tan presto la tía:
-¡Ay, señor, y cómo le quiero bien! No se case sino con su gusto
y mujer de casta, que le prometo que, con ser yo no muy rica, no he
querido casar mi sobrina, con haberle salido ricos casamientos, por
no ser de calidad. Ella pobre es, que no tiene sino seis mil ducados de
dote, pero no debe nada a nadie en sangre.
-Eso creo muy bien -dije yo.
En esto, las doncellicas remataron la conversación con pedir algo
de merendar a mis amigos:

Mirábase el uno a otro,


y a todos tiembla la barba520.

Yo, que vi ocasión, dije que echaba menos521 mis pajes, por no
tener con quien inviar a casa por unas cajas522 que tenía. Agradecié-
ronmelo, y yo las supliqué se fuesen a la Casa del Campo al otro día,
y que yo las inviaría algo fiambre. Acetaron luego; dijéronme su casa
y preguntaron la mía. Y, con tanto, se apartó el coche, y yo y los
compañeros comenzamos a caminar a casa.
Ellos, que me vieron largo523 en lo de la merienda, aficionáronse,
y por obligarme me suplicaron cenase con ellos aquella noche. Hí-
ceme algo de rogar, aunque poco, y cené con ellos, haciendo bajar a
519 al pie: aproximadamente.
520 Mirábase...barba: cita del romancero, aquí en forma paródica.
521 echaba menos: echaba de menos.
522 cajas: cajas de confituras para convidarlas.
523 largo: generoso.
a buscar mis criados y jurando de echarlos de casa. Dieron las diez, y
yo dije que era plazo de cierto martelo524 y que, así, me diesen licen-
cia. Fuime, quedando concertados de vernos a la tarde, en la Casa del
Campo.
Fui a dar el caballo al alquilador y desde allí a mi casa. Hallé los
compañeros jugando quinolicas525. Conteles el caso y el concierto
hecho, y determinamos de enviar la merienda sin falta y gastar do-
cientos reales en ella.
Acostámonos con estas determinaciones. Yo confieso que no pu-
de dormir en toda la noche con el cuidado de lo que había de hacer
con el dote. Y lo que más me tenía en duda era el hacer dél una casa
o darlo a censo526, que no sabía yo cuál sería mejor y de más prove-
cho.

CAPÍTULO SÉTIMO

En que se prosigue lo mismo, con otros sucesos y desgracias


que le sucedieron
Amaneció, y despertamos a dar traza en los criados, plata y me-
rienda. En fin, como el dinero ha dado en mandarlo todo y no hay
quien le pierda el respeto, pagándoselo a un repostero527 de un señor,
me dio plata, y la sirvió él y tres criados.
Pasose la mañana en aderezar lo necesario, y a la tarde ya yo tenía
alquilado mi caballito. Tomé el camino, a la hora señalada, para la
Casa del Campo. Llevaba toda la pretina llena de papeles, como me-
moriales, y desabotonados seis botones de la ropilla, y asomados unos

524 martelo: cortejo amoroso.


525 quinolicas: un juego de naipes, las quínolas.
526 censo: no abe gastárselo en hacerse una casa o establecer una renta sobre su

capital (darlo a censo).


527 repostero: encargado del servicio de la mesa y de la plata de la casa de un no-

ble.
papeles. Llegué, y ya estaban allá las dichas y los caballeros y todo528.
Recibiéronme ellas con mucho amor y ellos llamándome de vos529,
en señal de familiaridad. Había dicho que me llamaba don Filipe
Tristán, y en todo el día había otra cosa sino don Filipe acá y don
Filipe allá. Yo comencé a decir que me había visto tan ocupado con
negocios de Su Majestad y cuentas de mi mayorazgo que había temi-
do el no poder cumplir; y que, así, las apercibía a merienda de repen-
te530.
En esto llegó el respostero con su jarcia531, plata y mozos; los otros
y ellas no hacían sino mirarme y callar. Mandele que fuese al cenador
y aderezase allí, que entretanto nos íbamos a los estanques. Llegáron-
se a mí las viejas a hacerme regalos, y holgueme de ver descubiertas
las niñas, porque no he visto, desde que Dios me crió, tan linda cosa
como aquella en quien yo tenía asestado el matrimonio: blanca, ru-
bia, colorada, boca pequeña, dientes menudos y espesos, buena nariz,
ojos rasgados y verdes, alta de cuerpo, lindas manazas y zazosita. La
otra no era mala, pero tenía más desenvoltura, y dábame sospechas de
hocicada532.
Fuimos a los estanques, vímoslo todo y, en el discurso conocí que
la mi desposada corría peligro en tiempo de Herodes, por inocente.
No sabía, pero como yo no quiero las mujeres para consejeras ni
bufonas, sino para acostarme con ellas, y si son feas y discretas es lo
mismo que acostarse con Aristóteles o Séneca o con un libro, procú-
rolas de buenas partes para el arte de las ofensas533; que, cuando sea
boba, harto sabe si me sabe bien. Esto me consoló. Llegamos cerca
del cenador, y al pasar una enramada, prendióseme en un árbol la
guarnición del cuello y desgarrose un poco. Llegó la niña, y pren-
diómelo con un alfiler de plata, y dijo la madre que inviase el cuello a
su casa al otro día, que allá lo aderezaría doña Ana, que así se llamaba
la niña.
Estaba todo cumplidísimo; mucho que merendar, caliente y fiam-
bre, frutas y dulces. Levantaron los manteles y, estando en esto, vi

528 y todo: también.


529 llamándome de vos: el vos era de menosprecio, a menos que fuera de confian-
za, como aquí. El cortés y formal era «vuestra merced».
530 de repente: improvisada.
531 jarcia: conjunto de cosas para algún fin.
532 hocicada: besuqueada.
533 arte de las ofensas: la actividad sexual.
venir un caballero con dos criados por la güerta adelante y, cuando
no me cato534, conozco a mi buen don Diego Coronel. Acercose a
mí, y como estaba en aquel hábito, no hacía sino mirarme. Habló a
las mujeres y tratolas de primas; y a todo esto no hacía sino volver y
mirarme. Yo me estaba hablando con el repostero y los otros dos,
que eran sus amigos, estaban en gran conversación con él.
Preguntoles, según se echó de ver después, mi nombre, y ellos di-
jeron:
-Don Filipe Tristán, un caballero muy honrado y rico.
Veíale yo santiguarse. Al fin, delante dellas y de todos, se llegó a
mí y dijo:
-Vuestra merced me perdone, que por Dios que le tenía, hasta
que supe su nombre, por bien diferente de lo que es; que no he visto
cosa tan parecida a un criado que yo tuve en Segovia, que se llamaba
Pablillos, hijo de un barbero del mismo lugar.
Riéronse todos mucho, y yo me esforcé para que no me desmin-
tiese la color, y díjele que tenía deseo de ver aquel hombre, porque
me habían dicho infinitos que le era parecidísimo.
-¡Jesús! -decía el Don Diego-. ¿Cómo parecido? El talle, la habla,
los meneos, hasta en esa señal de la frente, que en vuestra merced
debe de ser herida y en él fue un palo que le dieron entrando a hur-
tar unas gallinas. ¡No he visto tal cosa! Digo, señor, que es admira-
ción grande, y que no he visto cosa tan parecida.
-Dolo al diablo -dije yo-; ¿y no ahorcaron ese ganapán?
Entonces las viejas, tía y madre, dijeron que cómo era posible que
a un caballero tan principal se pareciese un pícaro tan bajo como
aquél. Y porque no sospechase nada dellas, dijo la una:
-Yo le conozco muy bien al señor don Filipe, que es el que nos
hospedó por orden de mi marido, que fue gran amigo suyo, en Oca-
ña.
Yo entendí la letra, y dije que mi voluntad era y sería de servirlas
con mi poco posible en todas partes.
El don Diego se me ofreció y me pidió perdón del agravio que
me había hecho en tenerme por el hijo del barbero. Y añadía:

534 cuando no me cato: cuando no lo esperaba.


-No creerá vuestra merced: su madre era hechicera y un poco pu-
ta, y su padre ladrón y su tío verdugo, y él el más ruin hombre y más
mal inclinado tacaño535 del mundo.
Yo decía con unos empujoncillos de risa:
-¡Gentil bergantón! ¡Hideputa pícaro!
Y, por de dentro, considere el pío letor lo que sentiría mi gallo-
fería536. Estaba, aunque lo disimulaba, como en brasas.
Tratamos de venirnos al lugar. Yo y los otros dos nos despedimos,
y don Diego se entró con ellas en el coche. Preguntolas que qué era
la merienda y el estar conmigo; y la madre y tía dijeron cómo yo era
un mayorazgo de tantos ducados de renta y que me quería casar con
Anica; que se informase y vería si era cosa, no sólo acertada, sino de
mucha honra para todo su linaje.
En esto pasaron el camino hasta su casa, que era en la calle del
Arenal a San Filipe. Nosotros nos fuimos a casa juntos, como la otra
noche. Pidiéronme que jugase, cudiciosos de pelarme. Yo entendiles
la flor y senteme. Sacaron naipes: estaban hechos537. Perdí una mano.
Di en irme por abajo538, y ganeles cosa de trecientos reales; y con
tanto, me despedí y vine a mi casa.
Topé a mis compañeros, licenciado Brandalagas y Pero López, los
cuales estaban estudiando en unos dados tretas flamantes. En vién-
dome lo dejaron, cudiciosos de preguntarme lo que me había sucedi-
do. Yo venía cariacontecido y encapotado539; no les dije más de que
me había visto en un grande aprieto. Conteles cómo me había topa-
do con don Diego y lo que me había sucedido. Consoláronme,
aconsejando que disimulase y no desistiese de la pretensión por nin-
gún camino ni manera.
En esto, supimos que se jugaba en casa de un vecino boticario
juego de parar. Entendíalo yo entonces razonablemente, porque tenía
más flores que un mayo540 y barajas hechas lindas. Determinámonos
de ir a darles un muerto541 (que así se llama el enterrar una bolsa);
invié los amigos delante, entraron en la pieza y dijeron si gustarían de

535 tacaño: pícaro.


536 gallofería: vida de ocioso, de pícaro.
537 hechos: marcados.
538 irme por abajo: una trampa en el juego.
539 encapotado: enojado.
540 más flores que un mayo: dilogía de flores: plantas y trampas.
541 darles un muerto: ganarles el dinero con trampas.
jugar con un fraile que acababa de llegar a curarse en cas de unas
primas suyas, que venía enfermo y traía talegos como el brazo y una
calza de doblones. Crecioles a todos el ojo y clamaron:
-¡Venga el fraile norabuena!
-Es hombre grave en la orden -replicó Pero López- y, como ha
salido, se quiere entretener, que él más lo hace por la conversación.
-Venga, y sea por lo que fuere.
-No ha de entrar nadie de fuera, por el recato -dijo Brandalagas.
-No hay tratar deso -respondió el güésped-; ni criados.
Con esto, ellos quedaron ciertos del caso, y creída la mentira.
Vinieron los acólitos542, y ya yo estaba con un tocador en la cabe-
za por disimular la corona543 y fingir la enfermedad; sahuméme con
paja544 y afeitéme de tercianas545, con una color de cera amarilla, y mi
hábito de fraile, unos antojos y mi barba, que por ser atusada no des-
ayudaba. Entré muy humilde, senteme, comenzose el juego. Ellos
levantaban bien; iban tres al mohíno546, pero quedaron mohínos los
tres, porque yo, que sabía más que ellos, les di tal gatada547 que, en
espacio de tres horas, me llevé más de mil y trecientos reales. Di ba-
ratos548 y, con mi «¡loado sea Nuestro Señor!», me despedí, en-
cargándoles que no recibiesen escándalo de verme jugar, que era
entretenimiento y no otra cosa. Los otros, que habían perdido cuanto
tenían, dábanse a mil diablos. Despedime, y salímonos fuera.
Venimos a casa a la una y media y acostámonos después de haber
partido la ganancia. Consoleme con esto algo de lo sucedido y, a la
mañana, me levanté a buscar mi caballo y no hallé por alquilar nin-
guno; en lo cual conocí que había otros muchos como yo. Pues an-
dar a pie pareciera mal, y más entonces, fuime a San Filipe y topeme
con un lacayo de un letrado que tenía un caballo y le aguardaba, que
se había acabado de apear a oír misa. Metile cuatro reales en la mano,

542 acólitos: monaguillo. Aquí se refiere a sus compinches.


543 corona: tonsura clerical que no tiene; se tapa la cabeza con un gorro.
544 sahuméme con paja: me perfumé con humo de paja. Se trata de la paja de Me-

ca, que era una hierba medicinal.


545 afeitéme de tercianas: se da algún cosmético que le deje amarillento, como el

que sufre de la fiebre.


546 tres al mohíno: tres contra él.
547 di tal gatada: les robé.
548 baratos: propinas a los mirones.
porque, mientras su amo estaba en la iglesia me dejase dar dos vueltas
en el caballo por la calle del Arenal, que era la de mi señora.
Consintió, subí en el caballo y di dos vueltas calle arriba y calle
abajo sin ver nada; y, al dar la tercera, asomose doña Ana. Yo que la
vi, y no sabía las mañas del caballo ni era buen jinete, quise hacer
galantería: dile dos varazos, tirele de la rienda; empínase y, tirando
dos coces, aprieta a correr y da conmigo por las orejas en un charco.
Yo que me vi así, y rodeado de niños que se habían llegado, y de-
lante de mi señora, empecé a decir:
-¡Oh, hideputa! ¡No fuérades vos valenzuela549! Estas temeridades
me han de acabar. Habíanme dicho las mañas y quise porfiar con él.
Traía el lacayo ya el caballo, que se paró luego. Yo torné a subir;
y, al ruido, se había asomado don Diego Coronel, que vivía en la
misma casa de sus primas. Yo que le vi, me demudé. Preguntome si
había sido algo; dije que no, aunque tenía estropeada una pierna.
Dábame el lacayo prisa, porque no saliese su amo y lo viese, que
había de ir a palacio. Y soy tan desgraciado que, estándome diciendo
el lacayo que nos fuésemos, llega por detrás el letradillo, y conocien-
do su rocín, arremete al lacayo y empieza a darle de puñadas, dicien-
do en altas voces que qué bellaquería era dar su caballo a nadie. Y lo
peor fue que, volviéndose a mí, dijo que me apease con Dios, muy
enojado. Todo pasaba a vista de mi dama y de don Diego: no se ha
visto en tanta vergüenza ningún azotado. Estaba tristísimo de ver dos
desgracias tan grandes en un palmo de tierra. Al fin, me hube de
apear; subió el letrado y fuese. Y yo, por hacer la deshecha550, que-
deme hablando desde la calle con don Diego y dije:
-En mi vida subí en tan mala bestia. Está ahí mi caballo overo551
en San Filipe, y es desbocado552 en la carrera y trotón. Dije como yo
le corría y hacía parar; dijeron que allí estaba uno en que no lo haría,
y era éste deste licenciado. Quise probarlo. No se puede creer qué
duro es de caderas; y con mala silla, fue milagro no matarme.
-Sí fue -dijo don Diego-; y, con todo, parece que se siente vues-
tra merced de esa pierna.
-Sí siento -dije yo-; y me querría ir a tomar mi caballo y a casa.

549 valenzuela: casta de caballos muy famosa en su época.


550 hacer la desecha: disimular.
551 overo: caballo de color claro.
552 desbocado: el caballo que no obedece el freno.
La muchacha quedó satisfecha y con lástima de mi caída, mas el
don Diego cobró mala sospecha de lo del letrado, y fue totalmente
causa de mi desdicha, fuera de otras muchas que me sucedieron. Y la
mayor y fundamento de las otras fue que cuando llegué a casa y fui a
ver una arca, adonde tenía en una maleta todo el dinero que me
había quedado de mi herencia y lo que había ganado, menos cien
reales que yo traía conmigo, hallé quel buen licenciado Brandalagas y
Pedro López habían cargado con ello y no parecían. Quedé como
muerto, sin saber qué consejo tomar de mi remedio. Decía entre mí:
«¡Malhaya quien fía en hacienda mal ganada, que se va como se vie-
ne! ¡Triste de mí! ¿Qué haré?». No sabía si irme a buscarlos, si dar
parte a la justicia. Esto no me parecía bien, porque, si los prendían,
habían de aclarar lo del hábito y otras cosas, y era morir en la horca.
Pues seguirlos, no sabía por dónde. Al fin, por no perder también el
casamiento, que ya yo me consideraba remediado con el dote, de-
terminé de quedarme y apretarlo sumamente.
Comí, y a la tarde alquilé mi caballico y fuime hacia la calle; y
como no llevaba lacayo, por no pasar sin él, aguardaba a la esquina,
antes de entrar, a que pasase algún hombre que lo pareciese, y en
pasando, partía detrás dél, haciéndole lacayo sin serlo; y en llegando
al fin de la calle, metíame detrás de la esquina hasta que volviese otro
que lo pareciese; metíame detrás y daba otra vuelta.
Yo no sé si fue la fuerza de la verdad de ser yo el mismo pícaro
que sospechaba don Diego, o si fue la sospecha del caballo del letra-
do, u qué se fue, que don Diego se puso a inquerir quién era y de
qué vivía y me espiaba. En fin, tanto hizo, que por el más extraordi-
nario camino del mundo supo la verdad; porque yo apretaba en lo
del casamiento, por papeles, bravamente, y él, acosado de ellas, que
tenían deseo de acabarlo, andando en mi busca, topó con el licencia-
do Flechilla, que fue el que me convidó a comer cuando yo estaba
con los caballeros. Y éste, enojado de cómo yo no le había vuelto a
ver, hablando con don Diego y sabiendo cómo yo había sido su cria-
do, le dijo de la suerte que me encontró cuando me llevó a comer y
que no había dos días que me había topado a caballo muy bien pues-
to, y le había contado cómo me casaba riquísimamente.
No aguardó más don Diego, y volviéndose a su casa, encontró
con los dos caballeros del hábito y cadena amigos míos, junto a la
Puerta del Sol, y contoles lo que pasaba y díjoles que se aparejasen553
y, en viéndome a la noche en la calle, que me magulasen554 los cas-
cos; y que me conocerían en la capa que él traía, que la llevaría yo.
Concertáronse, y, en entrando en la calle, topáronme y disimularon
de suerte los tres, que jamás pensé que eran tan amigos míos como
entonces. Estuvímonos en conversación, tratando de lo que sería
bien hacer a la noche, hasta el avemaría555. Entonces, despidiéndose
los dos, echaron hacía abajo, y yo y don Diego quedamos solos y
echamos a San Filipe.
Llegando a la entrada de la calle de la Paz, dijo don Diego:
-Por vida de don Filipe, que troquemos capas, que me importa
pasar por aquí y que no me conozcan.
-Sea en buen hora -dije yo.
Tomé la suya inocentemente y dile la mía. Ofrecile mi persona
para hacerle espaldas556, mas él, que tenía trazado el deshacerme las
mías, dijo que le importaba ir solo, que me fuese.
No bien me aparté dél con su capa, cuando ordena el diablo que
dos que lo aguardaban para cintarearlo557 por una mujercilla, enten-
diendo por la capa que yo era don Diego, levantan y empiezan una
lluvia de espaldarazos sobre mí. Yo di voces, y en ellas y la cara co-
nocieron que no era yo. Huyeron, y yo quedeme en la calle con los
cintarazos. Disimulé tres o cuatro chichones que tenía y detúveme
un rato, que no osé entrar en la calle, de miedo. En fin, a las doce,
que era a la hora que solía hablar con ella, llegué a la puerta; y, em-
parejando, cierra558 uno de los que me aguardaban por don Diego,
con un garrote conmigo, y dame dos palos en las piernas y derríbame
en el suelo; y llega el otro y dame un trasquilón de oreja a oreja y
quítanme la capa, y déjanme en el suelo, diciendo:
-¡Así pagan los pícaros embustidores559 mal nacidos!
Comencé a dar gritos y a pedir confisión; y como no sabía lo que
era, aunque sospechaba por las palabras que acaso era el güésped de

553 aparejasen: preparasen.


554 magulasen los cascos: magullasen la cabeza.
555 avemaría: la última hora del día en que empieza la noche, por la costumbre

de rezar al toque de las campanas el Ángelus.


556 hacerle espaldas: protegerlo.
557 cintarearlo: darle golpe con la espada.
558 cierra: ataca.
559 embustidores: embusteros.
quien me había salido con la traza de la Inquisición, o el carcelero
burlado, o mis compañeros huidos...; y, al fin, yo esperaba de tantas
partes la cuchillada, que no sabía a quién echársela; pero nunca sos-
peché en don Diego ni en lo que era, daba voces:
-¡A los capeadores560!
A ellas vino la justicia; levantáronme y, viendo mi cara con una
zanja de un palmo y sin capa ni saber lo que era, asiéronme para lle-
varme a curar. Metiéronme en casa de un barbero, curome, pre-
guntáronme dónde vivía, y lleváronme allá.
Acostáronme, y quedé aquella noche confuso, viendo mi cara de
dos pedazos y tan lisiadas las piernas de los palos, que no me podía
tener en ellas ni las sentía, robado, y de manera que ni podía seguir a
los amigos, ni tratar del casamiento, ni estar en la Corte, ni estar fue-
ra.

CAPÍTULO OTAVO

De su cura y otros sucesos peregrinos


He aquí a la mañana amanece a mi cabecera la güéspeda de casa,
vieja de bien, arrugada y llena de afeite, que parecía higo enharinado,
niña si se lo preguntaban, con su cara de muesca, entre chufa y casta-
ña apilada561, tartamuda, barbada y bizca y roma; no le faltaba una
gota para bruja. Tenía buena fama en el lugar, y echábase a dormir562
con ella y con cuantos querían; templaba gustos y careaba placeres563.
Llamábase la Paloma; alquilaba su casa y era corredora para alquilar
otras. En todo el año no se vaciaba la posada de gente.
Era de ver cómo ensayaba una muchaha en el taparse, lo primero
enseñándola cuáles cosas había de descubrir de su cara. A la de bue-

560 capeadores: ladrones de capas.


561 castaña apilada: castaña pilonga.
562 y echábase a dormir: alude al refrán: cobra buena fama y échate a dormir.
563 templaba gustos y careaba placeres: es alcahueta.
nos dientes, que riese siempre, hasta en los pésames; a la de buenas
manos, se las enseñaba a esgrimir; a la rubia, un bamboleo de cabellos
y un asomo de vedijas por el manto y la toca extremado; a buenos
ojos, lindos bailes con las niñas y dormidillos564, cerrándolos, y eleva-
ciones mirando arriba. Pues tratada en materia de afeites, cuervos565
entraban y les corregía las caras de manera que, al entrar en sus casas,
de puro blancas no las conocían sus maridos. Enlucía manos y gar-
gantas como paredes, acicalaba dientes, arrancaba el vello. Tenía un
bebedizo que llamaba Herodes, porque con él mataba los niños en las
barrigas y hacía malparir y mal empreñar. Y en lo que ella era más
extremada era en arremedar virgos y adobar doncellas. En solos ocho
días que yo estuve en casa, la vi hacer todo esto. Y, para remate de lo
que era, enseñaba a pelar566, y refranes que dijesen las mujeres. Allí
les decía cómo habían de encajar la joya567: las niñas por gracia; las
mozas por deuda; y las viejas por respeto y obligación. Enseñaba
pediduras para dinero seco568 y pediduras para cadenas y sortijas. Ci-
taba a la Vidaña, su concurrente en Alcalá, y a la Plañosa, en Burgos,
a Muñatones la de Salamanca.
Esto he dicho para que se me tenga lástima de ver a las manos que
vine y se ponderen mejor las razones que me dijo; y empezó por
estas palabras, que siempre hablaba por refranes:
-De donde sacan y no pon, hijo don Filipe, presto llegan al hon-
dón; de tales polvos, tales lodos; de tales bodas, tales tortas. Yo no te
entiendo, ni sé tu manera de vivir. Mozo eres, no me espanto que
hagas algunas travesuras, sin mirar que, durmiendo, caminamos a la
güesa569: yo, como montón de tierra570, te lo puedo decir. ¡Qué cosa
es que me digan a mí que has desperdiciado mucha hacienda sin
saber cómo, y que te han visto aquí ya estudiante, ya pícaro, y ya
caballero, y todo por las compañías! Dime con quién andas, hijo, y
direte quién eres; cada oveja con su pareja; sábete, hijo, que de la
mano a la boca se pierde la sopa. Anda, bobillo, que si te inquietaban

564 dormidillos: medio cerrados, entornados, una forma de coqueteo.


565 cuervos: con la cara negra.
566 pelar: pelar o arruinar a los galanes.
567 encajar la joya: aprovechar la ocasión para pedir la joya a los galanes.
568 dinero seco: dinero sin más (no otro tipo de regalos).
569 güesa: sepultura.
570 montón de tierra: muy vieja.
mujeres, bien sabes tú que soy yo fiel571 perpetuo, en esta tierra, de
esa mercaduría, y que me sustento de las posturas, así que enseño
como que pongo572, y que nos damos con ellas573 en casa; y no an-
darte con un pícaro y otro pícaro, tras una alcorzada574 y otra redo-
madona575 que gasta las faldas con quien hace sus mangas576. Yo te
juro que hubieras ahorrado muchos ducados si te hubieras encomen-
dado a mí, porque no soy nada amiga de dineros. Y por mis entena-
dos577 y difuntos, y así yo haya buen acabamiento, que aun lo que me
debes de la posada no te lo pidiera agora, a no haberlo menester para
unas candelicas y hierbas (que trataba en botes578, sin ser boticaria, y,
si la untaban las manos579, se untaba y salía de noche por la puerta del
humo580).
Yo que vi que había acabado la plática y sermón en pedirme, que,
con ser su tema, acabó en él y no comenzó, como todos hacen, no
me espanté de la visita, que no me la había hecho otra vez mientras
había sido su güésped, si no fue un día que me vino a dar satisfacio-
nes de que había oído que me habían dicho no sé qué de hechizos y

571 fiel: el que vigila las mercancías que se venden y la rectitud de los pesos y
medidas; la precedente serie de refranes caracteriza, desde la Celestina, a las viejas
alcahuetas.
572 me sustento de las posturas, así que enseño como que pongo: el primer juego po-

lisémico arranca del sentido de postura precio que por justicia se pone a las cosas
comestibles, que es el que corresponde a la metáfora del fiel que acaba de emplear;
pero sigue la polisemia: me gano la vida con las posturas (gestos) que enseño a mis
pupilas; con las posturas sexuales que ellas hacen en el coito; con los afeites («postu-
ra» es afeite con que las mujeres se componen el rostro) que hago.
573 damos con ellas: la expresión darse con ellas se aplicaba a las cosas baratas.
574 alcorzada: las alcorzas eran unos dulces recubiertos de azúcar: puede aludir a

la dulzura afectada o melindre, o a los afeites con que se maquillan.


575 redomadona: astuta, taimada. Pero puede hacer también referencia a redoma,

de los cosméticos.
576 gasta las faldas con quien hace sus mangas: el primer juego se establece en la co-

rrespondencia de dos partes del vestido; en gastar las faldas hay alusión erótica (con-
cede sus favores); y en mangas alusión al pago (hacerse un negocio de mangas era
hacerse con soborno, según Covarrubias); hay en el conjunto una adaptación inge-
niosa de a frase «de haldas o de mangas» (por las buenas o por las malas).
577 entenados: antepasados.
578 botes: de pócimas brujeriles.
579 untaban las manos: sobornaban.
580 se untaba y salía de noche por la puerta del humo: se decía que las brujas se unta-

ban con ungüentos para salir a volar y reunirse en el aquelarre con el diablo. Puerta
del humo: la chimenea, por donde las brujas salen volando.
que la quisieron prender y escondió la calle; vínome a desengañar y a
decir que era otra de su nombre.
Yo la conté su dinero y estándosele dando, la desventura, que
nunca me olvida, y el diablo, que se acuerda de mí, trazó que la ven-
ían a prender por amancebada y sabían que estaba el amigo en casa.
Entraron en mi aposento; como me vieron en la cama y a ella con-
migo, cerraron con ella y conmigo y diéronme cuatro o seis empe-
llones muy grandes y arrastráronme fuera de la cama. A ella la tenían
asida otros dos, tratándola de alcagüeta y bruja. ¡Quién tal pensara de
una mujer que hacía la vida referida!
A las voces del alguacil y a mis quejas, el amigo, que era un frute-
ro que estaba en el aposento de adentro, dio a correr. Ellos, que lo
vieron y supieron por lo que decía otro güésped de casa que yo lo
era581, arrancaron tras el picaño, y asiéronle, y dejáronme a mí repe-
lado y apuñeado; y con todo mi trabajo, me reía de lo que los pica-
rones decían a la Guía. Porque uno la miraba y decía:
-¡Qué bien os estará una mitra582, madre, y lo que me holgaré de
veros consagrar tres mil nabos a vuestro servicio!
Otro:
-Ya tienen escogidas plumas los señores alcaldes, para que entréis
bizarra.
Al fin, trujeron el picarón, y atáronlos entrambos. Pidiéronme
perdón y dejáronme solo. Yo quedé algo aliviado de ver a mi buena
güéspeda en el estado que tenía sus negocios; y así, no tenía otro
cuidado sino el de levantarme a tiempo que la tirase mi naranja.
Aunque, según las cosas que contaba una criada que quedó en casa,
yo desconfié de su prisión, porque me dijo no sé qué de volar, y
otras cosas que no me sonaron bien.
Estuve en la casa curándome ocho días, y apenas podía salir; dié-
ronme doce puntos en la cara y hube de ponerme muletas. Halléme
sin dinero, porque los cien reales se consumieron en la cura, comida
y posada; y así, para no hacer más gasto no tiniendo dinero, deter-
miné de salirme con dos muletas de la casa y vender mi vestido, cue-
llos y jubones, que era todo muy bueno. Hícelo y compré con lo
que me dieron un coleto de cordobán583 viejo y un jubonazo de
581 yo lo era: que yo era huésped.
582 mitra: coroza que se ponía a hechiceras y alcahuetas. Cuando las sacaban a la
vergüenza el público les tiraba hortalizas y frutas; otro castigo era emplumarlas.
583 cordobán: piel de cabrito adobada y aderezada.
estopa famoso, mi gabán de pobre, remendado y largo, mis polainas y
zapatos grandes, la capilla del gabán en la cabeza; un Cristo de bronce
traía colgando del cuello, y un rosario.
Impúsome584 en la voz y frases doloridas de pedir un pobre que
entendía de la arte mucho; y así, comencé luego a ejercitallo por las
calles. Cosime sesenta reales que me sobraron en el jubón; y con esto
me metí a pobre, fiado en mi buena prosa. Anduve ocho días por las
calles, aullando en esta forma, con voz dolorida y realzamiento de
plegarias: «¡Dalde, buen cristiano, siervo del Señor, al pobre lisiado y
llagado; que me veo y me deseo!». Esto decía los días de trabajo, pero
los días de fiesta comenzaba con diferente voz, y decía: «¡Fieles cris-
tianos y devotos del Señor! ¡Por tan alta princesa como la Reina de
los Ángeles, Madre de Dios, dalde una limosna al pobre tullido y
lastimado de la mano del Señor!». Y paraba un poco, que es de gran-
de importancia, y luego añadía: «¡Un aire corruto, en hora mengua-
da, trabajando en una viña, me trabó mis miembros, que me vi sano
y bueno como se ven y se vean, loado sea el Señor!».
Venían con esto los ochavos trompicando, y ganaba mucho dine-
ro. Y ganara más, si no se me atravesara un mocetón mal encarado,
manco de los brazos y con una pierna menos, que me rondaba las
mismas calles en un carretón y cogía más limosna con pedir mal cria-
do. Decía con voz ronca, rematando en chillido: «¡Acordaos, siervos
de Jesucristo, del castigado del Señor por sus pecados! ¡Dalde al pobre
lo que Dios reciba!». Y añadía: «¡Por el buen Jesú!»; y ganaba que era
un juicio585. Yo advertí, y no me dije más Jesús, sino quitábale la s, y
movía a más devoción. Al fin, yo mudé de frasecicas y cogía maravi-
llosa mosca586.
Llevaba metidas entrambas piernas en una bolsa de cuero, y liadas,
y mis dos muletas. Dormía en un portal de un cirujano, con un po-
bre de cantón587, uno de los mayores bellacos que Dios crió. Estaba
riquísimo, y era como nuestro retor; ganaba más que todos; tenía una
potra588 muy grande, y atábase con un cordel el brazo por arriba, y
parecía que tenía hinchada la mano y manca, y calentura, todo junto.
Poníase echado boca arriba en su puesto, y con la potra defuera, tan
584 impúsome: me enseñó.
585 que era un juicio: muchísimo.
586 mosca: dinero.
587 pobre de cantón: pobre que pedía en una esquina.
588 potra: hernia.
grande como una bola de puente, y decía: «¡Miren la pobreza y el
regalo que hace el Señor al cristiano!». Si pasaba mujer decía: «¡Ah,
señora hermosa, sea Dios en su ánima!». Y las más, porque las llamase
así, le daban limosna y pasaban por allí aunque no fuese camino para
sus visitas. Si pasaba un soldadico: «¡Ah, señor capitán!», decía; y si
otro hombre cualquiera: «¡Ah, señor caballero!». Si iba alguno en
coche, luego le llamaba señoría, y si clérigo en mula, señor arcediano.
En fin, él adulaba terriblemente. Tenía modo diferente para pedir los
días de los santos; y vine a tener tanta amistad con él, que me descu-
brió un secreto con que en dos días estuvimos ricos. Y era que este
tal pobre tenía tres muchachos pequeños que recogían limosna por
las calles y hurtaban lo que podían; dábanle cuenta a él, y todo lo
guardaba. Iba a la parte con dos niños de la cajuela589 en las sangrías
que hacían dellas, y tomé el mismo arbitrio, y él me encaminó la
gentecica a propósito.
Halleme en menos de un mes con más de docientos reales horros.
Y últimamente me declaró, con intento que nos fuésemos juntos, el
mayor secreto y la más alta industria que cupo en mendigo, y la hi-
cimos entrambos. Y era que hurtábamos niños, cada día, entre los
dos, cuatro o cinco; pregonábanlos, y salíamos nosotros a preguntar
las señas, y decíamos: -«Por cierto, señor, que le topé a tal hora, y
que si no llego, que le mata un carro; en casa está». Dábannos el ha-
llazgo590, y veníamos a enriquecer de manera que me hallé yo con
cincuenta escudos, y ya sano de las piernas, aunque las traía entrapa-
jadas591.
Determiné de salirme de la corte, y tomar mi camino para Tole-
do, donde ni conocía ni me conocía nadie. Al fin, yo me determiné;
compré un vestido pardo, cuello y espada, y despedíme de Valcázar,
que era el pobre que dije, y busqué por los mesones en qué ir a To-
ledo.

589 cajuela: cepillo, cajita para recoger dinero. Los niños pedían limosna para fines

religiosos y robaban parte del dinero de la cajuela.


590 hallazgo: recompensa por hallar lo perdido.
591 entrapajadas: atadas con paños para curar algún golpe o herida.
CAPÍTULO NOVENO

En que se hace representante, poeta y galán de monja


Topé en un paraje una compañía de farsantes que iban a Toledo.
Llevaban tres carros, y quiso Dios que entre los compañeros iba uno
que lo había sido mío del estudio en Alcalá, y había renegado y me-
tídose al oficio. Díjele lo que me importaba ir allá y salir de la Corte;
y apenas el hombre me conocía con la cuchillada, y no hacía sino
santiguarse de mi per signum crucis. Al fin me hizo amistad, por mi
dinero, de alcanzar de los demás lugar para que yo fuese con ellos.
Íbamos barajados hombres y mujeres, y una entre ellas, la bailari-
na, que también hacía las reinas y papeles graves en la comedia, me
pareció estremada sabandija. Acertó a estar su marido a mi lado, y yo,
sin pensar a quien hablaba, llevado del deseo de amor y gozarla592,
díjele:
-A esta mujer, ¿por qué orden la podremos hablar para gastar con
su merced unos veinte escudos, que me ha parecido bien por ser
hermosa?
-No me lo está a mí el decirlo, que soy su marido -dijo el hom-
bre-, ni tratar deso; pero sin pasión, que no me mueve ninguna, se
puede gastar con ella cualquier dinero, porque tales carnes no tiene el
suelo593, ni tal juguetoncica.
Y diciendo esto saltó del carro y fuese al otro, según pareció por
darme lugar que la hablase.
Cayome en gracia la respuesta del hombre y eché de ver que éstos
son de los que dijera algún bellaco que cumplen el preceto de San
Pablo594 de tener mujeres como si nos la tuviesen, torciendo la sen-
tencia en malicia. Yo gocé de la ocasión, hablela, y preguntome que
adónde iba y algo de mi vida. Al fin, tras muchas palabras, dejamos
concertadas para Toledo las obras. Íbamonos holgando por el camino
mucho.

592 gozarla: tener relaciones sexuales con ella.


593 el suelo: el mundo.
594 San Pablo: Epístola I a los Corintios: «que los que tienen mujer vivan como si

no la tuvieran».
Yo, acaso, comencé a representar un pedazo de la comedia de San
Alejo595, que me acordaba de cuando muchacho, y representelo de
suerte que les di cudicia. Y sabiendo, por lo que yo le dije a mi ami-
go que iba en la compañía, mis desgracias y descomodidades, díjome
que si quería entrar en la danza con ellos. Encareciéronme tanto la
vida de la farándula, y yo, que tenía necesidad de arrimo y me había
parecido bien la moza, concerteme por dos años con el autor596.
Hícele escritura de estar con él, y diome mi ración y representacio-
nes597. Y con tanto, llegamos a Toledo.
Diéronme que estudiar tres o cuatro loas598 y papeles de barba599,
que los acomodaba bien con mi voz. Yo puse cuidado en todo y
eché la primera loa en el lugar. Era de una nave, de lo que son todas,
que venía destrozada y sin provisión; decía lo de «éste es el puerto»,
llamaba a la gente «senado», pedía perdón de las faltas y silencio, y
entreme. Hubo un víctor de rezado600, y al fin parecí bien en el tea-
tro.
Representamos una comedia de un representante601 nuestro; que
yo me admiré de que fuesen poetas, porque pensaba que el serlo era
de hombres muy doctos y sabios y no de gente tan sumamente lega.
Y está ya de manera esto que no hay autor que no escriba comedias
ni representante que no haga su farsa de moros y cristianos; que me
acuerdo yo antes, que si no eran comedias del buen Lope de Vega, y
Ramón602, no había otra cosa.
Al fin, hízose la comedia el primer día, y no la entendió nadie; al
segundo, empezámosla, y quiso Dios que empezaba por una guerra, y
salía yo armado y con rodela, que, si no, a manos de mal membrillo,
tronchos y badeas603, acabo. No se ha visto tal torbellino, y ello me-

595 comedia de San Alejo: no se ha identificado exactamente esta comedia; podría


una del P. Diego Calleja u otra de Juan López de Úbeda.
596 actor: empresario y director de la compañía teatral.
597 ración y representaciones: los actores recibían una cantidad fija durante el tiem-

po de duración del contrato (ración) y otra por cada representación (representaciones).


598 loas: prólogo o preludio en verso con que se iniciaban las representaciones

teatrales.
599 papeles de barba: papeles de hombre maduro.
600 víctor de rezado: aprobación moderada.
601 representante: actor.
602 Ramón: fray Alonso Remón (1561-1632), dramaturgo de fama en la época.
603 badeas: género de melón insípido. El público descontento lanzaba objetos a

los actores.
recíalo la comedia, porque traía un rey de Normandía, sin propósito,
en hábito de ermitaño, y metía dos lacayos por hacer reír y al desatar
de la maraña no había más de casarse todos y allá vas. Al fin tuvimos
nuestro merecido.
Tratamos todos muy mal al compañero poeta, y yo principalmen-
te, diciéndole que mirase de la que nos habíamos escapado y escar-
mentase. Díjome que, jurado a Dios, que no era suyo nada de la
comedia, sino que de un paso604 tomado de uno y otro de otro, había
hecho aquella capa de pobre, de remiendo, y que el daño no había
estado sino en lo mal zurcido. Confesome que los farsantes que hac-
ían comedias todo les obligaba a restitución, porque se aprovechaban
de cuanto habían representado, y que era muy fácil, y que el interés
de sacar trecientos o cuatrocientos reales les ponía aquellos riesgos; lo
otro, que, como andaban por esos lugares, les leían unos y otros co-
medias: -«Tomámoslas para verlas, llevámonoslas y con añadir una
necedad y quitar una cosa bien dicha, decimos que es nuestra». Y
declarome como no había habido farsante jamás que supiese hacer
una copla de otra manera.
No me pareció mal la traza, y yo confieso que me incliné a ella,
por hallarme con algún natural a la poesía; y más, que tenía yo cono-
cimiento con algunos poetas y había leído a Garcilaso; y así, deter-
miné de dar en el arte. Y con esto y la farsanta y representar, pasaba
la vida. Que pasado un mes que había que estábamos en Toledo,
haciendo comedias buenas y enmendando el yerro pasado, ya yo
tenía nombre, y habían llegado a llamarme Alonsete, que yo había
dicho llamarme Alonso; y por otro nombre me llamaban el Cruel, por
serlo una figura que había hecho con gran aceptación de los mosque-
teros605 y chusma vulgar. Tenía ya tres pares de vestidos y autores que
me pretendían sonsacar de la compañía. Hablaba de entender de la
comedia, murmuraba de los famosos, reprehendía los gestos a Pine-
do, daba mi voto en el reposo natural de Sánchez, llamaba bonico a
Morales606, pedíanme el parecer en el adorno de los teatros y trazar
las apariencias607. Si alguno venía a leer comedia, yo era el que la oía.

604 paso: lance de comedia.


605 mosqueteros: los espectadores más populares, que veían las comedias de pie en
el patio; eran muy ruidosos y temidos por los autores.
606 Pinedo...Sánchez...Morales: actores famosos en la época.
607 adorno de los teatros y trazar las apariencias: los recursos de escenografía.
Al fin, animado con este aplauso, me desvirgué de poeta en un
romancico y luego hice un entremés608, y no pareció mal. Atrevime a
una comedia y, porque no escapase de ser divina cosa, la hice de
Nuestra Señora del Rosario. Comenzaba con chirimías, había sus
ánimas de purgatorio y sus demonios, que se usaban entonces, con su
«bu, bu» al salir, y «ri, ri» al entrar; caíale muy en gracia al lugar el
nombre de Satán en las coplas y el tratar luego de si cayó del cielo y
tal. En fin, mi comedia se hizo y pareció muy bien.
No me daba manos609 a trabajar, porque acudían a mí enamora-
dos, unos por coplas de cejas y otros de ojos, cuál soneto de manos y
cuál romancico para cabellos. Para cada cosa tenía su precio, aunque,
como había otras tiendas, porque acudiesen a la mía, hacía barato.
¿Pues villancicos? Hervía en sacristanes y demandaderas610 de monjas;
ciegos me sustentaban a pura oración, ocho reales de cada una; y me
acuerdo que hice entonces la del Justo Juez, grave y sonorosa, que
provocaba a gestos. Escribí para un ciego, que las sacó en su nombre,
las famosas que empiezan:

Madre del Verbo humanal,


Hija del Padre divino,
dame gracia virginal, etc.

Fui el primero que introdujo acabar las coplas como los sermones,
con «aquí gracia y después gloria», en esta copla de un cautivo de
Tetuán:

Pidámosle sin falacia


al alto Rey sin escoria,
pues ve nuestra pertinacia,
que nos quiera dar su gracia,
y después allá la gloria. Amén.

Estaba viento en popa con estas cosas, rico y próspero, y tal, que
casi aspiraba ya a ser autor. Tenía mi casa muy bien aderezada, por-
que había dado, para tener tapicería barata, en un arbitrio del diablo,
608 entremés: pieza corta cómica que se representaba entre los actos de la come-
dia.
609 No me daba manos: no daba abasto.
610 demandadera: recadera.
y fue de comprar reposteros de tabernas611, y colgarlos. Costáronme
veinte y cinco o treinta reales, y eran más para ver que cuantos tiene
el rey, pues por éstos se veía de puro rotos y por esotros no se verá
nada.
Sucediome un día la mejor cosa del mundo, que, aunque es en mi
afrenta, la he de contar. Yo me recogía en mi posada, el día que es-
cribía comedia, al desván, y allí me estaba y allí comía; subía una
moza con la vianda y dejábamela allí. Yo tenía por costumbre escribir
representando recio, como si lo hiciera en el tablado. Ordena el dia-
blo que, a la hora y punto que la moza iba subiendo por la escalera,
que era angosta y escura, con los platos y olla, yo estaba en un paso
de una montería612, y daba grandes gritos componiendo mi comedia;
y decía:

Guarda el oso, guarda el oso,


que me deja hecho pedazos,
y baja tras ti furioso;

que entendió la moza (que era gallega613), como oyó decir «baja
tras ti» y «me deja», que era verdad y que la avisaba. Va a huir y, con
la turbación, písase la saya y rueda toda la escalera, derrama la olla y
quiebra los platos y sale dando gritos a la calle diciendo que mataba
un oso a un hombre. Y por presto que yo acudí ya estaba toda la
vecindad conmigo preguntando por el oso; y aun contándoles yo
como había sido ignorancia de la moza, porque era lo que he referi-
do de la comedia, aun no lo querían creer; no comí aquel día. Supié-
ronlo los compañeros, y fue celebrado el cuento en la ciudad. Y des-
tas cosas me sucedieron muchas mientras perseveré en el oficio de
poeta y no salí del mal estado.
Sucedió, pues, que a mi autor (que siempre paran en esto), sa-
biendo que en Toledo le había ido bien, le ejecutaron614 no sé por
qué deudas y le pusieron en la cárcel, con lo cual nos desmembramos
todos y echó cada uno por su parte. Yo, si va a decir verdad, aunque

611 reposteros de tabernas: solían poner en las puertas de las tabernas una especie de
tapiz o cortina, a modo de repostero (tapiz con las armas de una casa noble). Hay
muchas referencias de estas carpetas o reposteros tabernarios.
612 paso de una montería: en una escena de caza.
613 gallega: los gallegos tenían fama de brutos.
614 ejecutaron: embargaron.
los compañeros me querían guiar a otras compañías, como no aspira-
ba a semejantes oficios y el andar en ellos era por necesidad, ya que
me vía con dineros y bien puesto, no traté de más que de holgarme.
Despedime de todos; fuéronse, y yo, que entendí salir de mala vi-
da con no ser farsante, si no lo ha vuestra merced por enojo, di en
amante de red615, como cofia, y por hablar más claro, en pretendiente
de Antecristo616, que es lo mismo que galán de monjas. Tuve ocasión
para dar en esto porque una, a cuya petición había yo hecho muchos
villancicos, se aficionó en un auto del Corpus de mí, viéndome re-
presentar un San Juan Evangelista (que lo era ella617). Regalábame la
mujer con cuidado y habíame dicho que sólo sentía que fuese farsan-
te, porque yo había fingido que era hijo de un gran caballero, y
dábala compasión. Al fin, me determiné de escribirla lo siguiente:

CARTA
Más por agradar a vuestra merced que por hacer lo que me importaba,
he dejado la compañía; que, para mí, cualquiera sin la suya es soledad.
Ya seré tanto más suyo, cuanto soy más mío. Avíseme cuándo habrá lo-
cutorio, y sabré juntamente cuándo tendré gusto, etc.

Llevó el billetico la andadera; no se podrá creer el contento de la


buena monja sabiendo mi nuevo estado. Respondiome desta manera:

RESPUESTA
De sus buenos sucesos, antes aguardo los parabienes que los doy, y me
pesara dello a no saber que mi voluntad y su provecho es todo uno. Po-
demos decir que ha vuelto en sí; no resta agora sino perseverancia que se
mida con la que yo tendré. El locutorio dudo por hoy, pero no deje de
venirse vuestra merced a vísperas618, que allí nos veremos, y luego por
las vistas619, y quizá podré yo hacer alguna pandilla620 a la abadesa. Y
adiós, etc.

615 amante de red: galán de monjas. Se refiere a las rejas de los locutorios. Hay
numerosas críticas y sátiras contra esta práctica poco edificante del galanteo a las
monjas. Juega con el sentido de red, redecilla para recoger el pelo.
616 pretendiente de Antecristo: se decía que el Anticristo nacería de una monja.
617 que lo era ella: era monja devota de san Juan Evangelista, bando enemigo de

las devotas de San Juan Bautista.


618 vísperas: una de las horas del oficio divino, a la puesta del sol.
619 vistas: galerías o ventanas de los conventos de monjas.
620 pandilla: engaño.
Contentome el papel, que realmente la monja tenía buen enten-
dimiento y era hermosa. Comí y púseme el vestido con que solía
hacer los galanes en las comedias. Fuime derecho a la iglesia, recé y
luego empecé a repasar todos los lazos y agujeros de la red con los
ojos, para ver si parecía, cuando, Dios y enhorabuena, que más era
diablo y en hora mala, oigo la seña antigua: empieza a toser, y yo a
toser; y andaba una tosidura de Barrabás. Arremedábamos un catarro
y parecía que habían echado pimiento en la iglesia. Al fin, yo estaba
cansado de toser, cuando se me asoma a la red una vieja tosiendo, y
eché de ver mi desventura; que es peligrosísima seña en los conven-
tos, porque, como es seña a las mozas, es costumbre en las viejas, y
hay hombre que piensa que es reclamo de ruiseñor y le sale después
graznido de cuervo.
Estuve gran rato en la iglesia, hasta que empezaron vísperas. Oilas
todas, que por esto llaman a los enamorados de monjas «solenes621
enamorados», por lo que tienen de vísperas, y tienen también que
nunca salen de vísperas del contento, porque no se les llega el día
jamás.
No se creerá los pares de vísperas que yo oí. Estaba con dos varas
de gaznate más del que tenía cuando entré en los amores, a puro
estirarme para ver, gran compañero del sacristán y monacillo, y muy
bien recibido del vicario, que era hombre de humor. Andaba tan
tieso, que parecía que almorzaba asadores y que comía virotes622.
Fuime a las vistas, y allá, con ser una plazuela bien grande, era
menester inviar a tomar lugar a las doce, como para comedia nueva:
hervía en devotos. Al fin, me puse en donde pude; y podíanse ir a
ver, por cosas raras, las diferentes posturas de los amantes. Cuál, sin
pestañear, mirando, con su mano puesta en la espada y la otra con el
rosario, estaba como figura de piedra sobre sepulcro; otro, alzadas las
manos y extendidos los brazos a lo seráfico623, recibiendo las llagas;
cuál, con la boca más abierta que la de mujer pedigüeña, sin hablar
palabra, la enseñaba a su querida las entrañas por el gaznate; otro,
pegado a la pared, dando pesadumbre a los ladrillos, parecía medirse
con la esquina; cuál se paseaba como si le hubieran de querer por el

621 solenes: alude chistosamente a las vísperas solemnes.


622 virotes: saetas.
623 seráfico: como San Francisco de Asís recibiendo las llagas de Cristo.
portante624, como a macho; otro, con una cartica en la mano, a uso
de cazador con carne, parecía que llamaba halcón. Los celosos eran
otra banda; éstos, unos estaban en corrillos riéndose y mirando a ellas;
otros, leyendo coplas y enseñándoselas; cuál, para dar picón625, pasaba
por el terrero626 con una mujer de la mano; y cuál hablaba con una
criada echadiza627 que le daba un recado.
Esto era de la parte de abajo y nuestra, pero de la de arriba, adon-
de estaban las monjas, era cosa de ver también; porque las vistas era
una torrecilla llena de rendijas toda y una pared con deshilados, que
ya parecía salvadera y ya pomo de olor628. Estaban todos los agujeros
poblados de brújulas629; allí se veía una pepitoria630, una mano y
acullá un pie; en otra parte había cosas de sábado631: cabezas y len-
guas, aunque faltaban sesos; a otro lado se mostraba buhonería632: una
enseñaba el rosario, cuál mecía el pañizuelo, en otra parte colgaba un
guante, allí salía un listón verde. Unas hablaban algo recio, otras tos-
ían; cuál hacía la seña de los sombrereros, como si sacara arañas, cece-
ando633.
En verano es de ver cómo no sólo se calienten al sol, sino se cha-
muscan; que es gran gusto verlas a ellas tan crudas634 y a ellos tan
asados. En ivierno acontece, con la humidad, nacerle a uno de noso-
tros berros y arboledas en el cuerpo. No hay nieve que se nos escape

624 por el portante: paso apresurado de las caballerías.


625 dar picón: dar celos.
626 terrero: espacio libre delante de un edificio. En el terrero se solía galantear a

las damas.
627 echadiza: lo creo imitación de «carta echadiza» (por lo de dar un recado o

mensaje, esta criada es como una carta); echadizas llamaban a las cartas disimuladas y
enviadas en secreto.
628 pomos de olor: recipiente de perfume que se solía poner al fuego para perfu-

mar los aposentos. Estaba perforado, como la salvadera; de ahí las metáforas para la
pared agrietada y agujereada.
629 brújulas: llamaban brujulear en los juegos de naipes ir adivinando la carta des-

cubriendo poco a poco las líneas o pintas de los naipes; así se distinguen, muy poqui-
to, las monjas en sus rejas..
630 pepitoria: guisado que se hacía con las extremidades de las aves.
631 cosas de sábado: en diversos lugares de Castilla el sábado se comía guisado de

cabezas, sesos y asaduras de animales.


632 buhonería: los buhoneros vendían cintas, pañuelos, guantes, etc.
633 seña... ceceando: debía de ser una seña muy característica de llamada para atra-

er a los clientes que pasaban; hay bastantes referencias. Incluía la llamada «ce, ce».
634 crudas: juego de palabras: sin cocinar y desdeñosas.
ni lluvia que se nos pase por alto; y todo esto, al cabo, es para ver a
una mujer por red y vidrieras, como güeso de santo; es como ena-
morarse de un tordo635 en jaula, si habla, y, si calla, de un retrato. Los
favores son todos toques, que nunca llegan a cabes636: un paloteadi-
co637 con los dedos. Hincan las cabezas en las rejas y apúntanse los
requiebros por las troneras. Aman al escondite. ¡Y verlos hablar que-
dito y de rezado! ¡Pues sufrir una vieja que riñe, una portera que
manda y una tornera que miente! Y lo mejor es ver cómo nos piden
celos de las de acá fuera, diciendo que el verdadero amor es el suyo,
y las causas tan endemoniadas que hallan para probarlo.
Al fin, yo llamaba ya «señora» a la abadesa, «padre» al vicario y
«hermano» al sacristán, cosas todas que, con el tiempo y el curso,
alcanza un desesperado. Empezáronme a enfadar las torneras con
despedirme y las monjas con pedirme. Consideré cuán caro me cos-
taba el infierno, que a otros se da tan barato y en esta vida, por tan
descansados caminos. Veía que me condenaba a puñados y que me
iba al infierno por sólo el sentido del tacto. Si hablaba, solía, porque
no me oyesen los demás que estaban en las rejas, juntar tanto con
ellas la cabeza, que por dos días siguientes traía los hierros estampados
en la frente, y hablaba como sacerdote que dice las palabras de la
consagración. No me veía nadie que no decía: «¡Maldito seas, bellaco
monjil!», y otras cosas peores.
Todo esto me tenía revolviendo pareceres638 y casi determinado a
dejar la monja, aunque perdiese mi sustento. Y determineme el día
de San Juan Evangelista, porque acabé de conocer lo que son las
monjas. Y no quiera vuestra merced saber más de que las Bautistas
todas enronquecieron adrede, y sacaron tales voces, que, en vez de
cantar la misa, la gimieron; no se lavaron las caras y se vistieron de
viejo. Y los devotos de las Bautistas, por desautorizar la fiesta, truje-
ron banquetas en lugar de sillas a la iglesia, y muchos pícaros del ras-
tro639. Cuando yo vi que las unas por el un santo y las otras por el

635 tordos: imitan la voz humana.


636 toques...cabes: vocablos del juego de la argolla con una clara connotación se-
xual: los galanes de monjas sólo pueden tocar, pero no llegan a consumar el acto
sexual.
637 paloteadico: el paloteado es danza rústica que se hace con unos palos en las ma-

nos que se van haciendo chocar.


638 revolviendo pareceres: reflexionando.
639 pícaros del rastro: pícaros del matadero.
otro, trataban indecentemente dellos, cogiéndola a mi monja, con
título de rifárselos, cincuenta escudos de cosas de labor, medias de
seda, bolsicos de ámbar y dulces, tomé mi camino para Sevilla, te-
miendo que, si más aguardaba, había de ver nacer mandrágoras640 en
los locutorios.
Lo que la monja hizo de sentimiento, más por lo que la llevaba
que por mí, considérelo el pío letor.

CAPÍTULO DÉCIMO

De lo que le sucedió en Sevilla hasta embarcarse a Indias


Pasé el camino de Toledo a Sevilla prósperamente, porque, como
yo tenía ya mis principios de fullero y llevaba dados cargados641 con
nueva pasta de mayor y de menor642, y tenía la mano derecha encu-
bridora de un dado -pues preñada de cuatro, paría tres-, llevaba gran
provisión de cartones de lo ancho y de lo largo para hacer garrotes de
morros y ballestilla643, y así, no se me escapaba dinero.
Dejo de referir otras muchas flores644, porque, a decirlas todas, me
tuvieran más por ramillete que por hombre; y también, porque antes
fuera dar que imitar, que referir vicios de que huyan los hombres.
Mas quizá declarando yo algunas chanzas y modos de hablar, estarán
más avisados los ignorantes, y los que leyeron mi libro serán engaña-
dos por su culpa.

640 mandrágoras: planta que crece en lugares sombríos y húmedos; hay muchas
creencias y supersticiones asociadas a la mandrágora, de tipo sexual, que complican
las connotaciones del pasaje. Se creía que era remedio contra la esterilidad e impo-
tencia.
641 cargados: trucados.
642 pasta de mayor y de menor: trucados para sacar uno u otro número según la

apuesta.
643 garrotes de morros y ballestilla: marcas tramposas de los naipes.
644 flores: trampas.
No te fíes, hombre, en dar tú la baraja, que te la trocarán al des-
pabilar de una vela. Guarda el naipe de tocamientos, raspados o bru-
ñidos, cosa con que se conocen los azares645. Y por si fueres pícaro,
letor, advierte que, en cocinas y caballerizas, pican con un alfiler u
doblan los azares, para conocerlos por lo hendido. Si tratares con
gente honrada, guárdate del naipe, que desde la estampa fue concebi-
do en pecado, y que, con traer atravesado el papel, dice lo que vie-
ne646. No te fíes de naipe limpio, que, al que da vista y retén647, lo
más jabonado es sucio. Advierte que, a la carteta648, el que hace los
naipes que no doble más arqueadas las figuras, fuera de los reyes, que
las demás cartas, porque el tal doblar649 es por tu dinero difunto. A la
primera, mira no den de arriba las que descarta el que da y procura
que no se pidan cartas u por los dedos en el naipe u por las primeras
letras de las palabras.
No quiero darte luz de más cosas; éstas bastan para saber que has
de vivir con cautela, pues es cierto que son infinitas las maulas650 que
te callo. «Dar muerte» llaman quitar el dinero, y con propiedad; «re-
vesa» llaman la treta contra el amigo, que de puro revesada no la
entiende; «dobles» son los que acarrean sencillos651 para que los de-
suellen estos rastreros652 de bolsas; «blanco» llaman al sano de malicia
y bueno como el pan, y «negro» al que deja en blanco sus diligencias.
Yo, pues, con este lenguaje y con estas flores, llegué a Sevilla; con
el dinero de las camaradas653, gané el alquiler de las mulas, y la comi-
da y dineros a los güéspedes de las posadas. Fuime luego a apear al
mesón del Moro, donde me topó un condicípulo mío de Alcalá, que
se llamaba Mata, y agora se decía, por parecerle nombre de poco

645 azares: cartas perdedoras.


646 atravesado el papel, dice lo que viene: interpreto este atravesado como referencia
a las pintas o rayas que lleva cada carta, de modo que cuando se ven se adivina la
carta; hay juego de palabras con atravesado, avieso, de mala condición e intención;
este papel atravesado sigue siendo avieso a pesar, paradójicamente, de que dice cla-
ramente su valor en las pintas.
647 da vista y retén: se trata de una fullería.
648 carteta: juego de naipes también conocido con el nombre de parar.
649 doblar: tocar a muerto las campanas.
650 maulas: trampas.
651 sencillos: incautos.
652 rastreros: matarifes.
653 camaradas: compañeros. Era femenino.
ruido, Matorral. Trataba en vidas654 y era tendero de cuchilladas, y
no le iba mal. Traía la muestra dellas en su cara y, por las que le hab-
ían dado, concertaba tamaño y hondura de las que había de dar. De-
cía: «No hay tal maestro como el bien acuchillado»; y tenía razón,
porque la cara era una cuera, y él un cuero655. Díjome que me había
de ir a cenar con él y otros camaradas, y que ellos me volverían al
mesón.
Fui; llegamos a su posada, y dijo:
-Ea, quite la capa vuacé656, y parezca hombre, que verá esta noche
todos los buenos hijos de Jevilla. Y porque no lo tengan por ma-
ricón, ahaje657 ese cuello y agobie de espaldas; la capa caída, que
siempre nosotros andamos de capa caída; ese hocico, de tornillo,
gestos a un lado y a otro; y haga vucé de las j, h, y de las h, j. Diga
conmigo: jerida, mojino, jumo, Pahería658, mohar659, habalí y harro de
vino.
Tomelo de memoria. Prestome una daga, que en lo ancho era al-
fanje, y, en lo largo, de comedimiento suyo no se llamaba espada,
que bien podía.
-Bébase -me dijo- esta media azumbre660 de vino puro, que, si no
da vaharada, no parecerá valiente661.
Estando en esto, y yo, con lo bebido atolondrado, entraron cuatro
dellos, con cuatro zapatos de gotoso662 por caras, andando a lo co-
lumpio, no cubiertos con las capas sino fajados por los lomos; los
sombreros empinados sobre la frente, altas las faldillas de delante, que
parecían diademas; un par de herrerías enteras por guarniciones de
dagas y espadas; las conteras, en conversación con el calcañar dere-

654 trataba en vidas: era matón a sueldo.


655 cuera...cuero: la cara parecía una cuera (un tipo de jubón o chaquetilla que se
hacía de cuero y solía ir acuchillada, con aberturas para dejar ver la ropa de debajo);
y él un cuero por lo borracho (cuero e odre de vino y por extensión borracho).
656 vuacé: vuestra merced en el lenguaje pícaro.
657 ahaje: abaje. Imita la pronunciación de los maleantes, como en otras palabras

del pasaje.
658 Pahería: calle de la Pajería, en Sevilla.
659 mohar: acuchillar, apuñalar.
660 azumbre: medida de líquido equivalente a unos dos litros.
661 valiente: matón.
662 zapatos de gotoso: caras llena de cicatrices. Los enfermos de gota tenían que

llevar los zapatos grandes, de muchos puntos y a veces rotos y abiertos.


cho; los ojos derribados, la vista fuerte; bigotes buidos663 a lo cuerno,
y barbas turcas664, como caballos.
Hiciéronnos un gesto con la boca, y luego a mi amigo le dijeron,
con voces mohínas, sisando palabras:
-Seidor665.
-So666 compadre -respondió mi ayo.
Sentáronse; y, para preguntar quién era yo, no hablaron palabra,
sino el uno miró a Matorrales, y, abriendo la boca y empujando hacía
mí el lado de abajo, me señaló. A lo cual mi maestro de novicios
satisfizo empuñando la barba y mirando hacia abajo. Y con esto, se
levantaron todos y me abrazaron, y yo a ellos, que fue lo mismo que
si catara cuatro diferentes vinos.
Llegó la hora de cenar; vinieron a servir unos pícaros que los bra-
vos llaman «cañones»667. Sentámonos a la mesa; apareciose luego el
alcaparrón668; empezaron, por bienvenido, a beber a mi honra, que
yo, hasta que la vi beber, no entendí que tenía tanta. Vino pescado y
carne, y todo con apetitos de sed669. Estaba una artesa en el suelo
llena de vino, y allí se echaba de buces el que quería hacer la razón;
contentome la penadilla670; a dos veces671, no hubo hombre que co-
nociese al otro.
Empezaron pláticas de guerra; menudeábanse los juramentos; mu-
rieron, de brindis a brindis, veinte o treinta sin confesión; recetáron-
sele al asistente672 mil puñaladas; tratose de la buena memoria de
Domingo Tiznado y Gayón; derramose vino en cantidad al ánima de
Escamilla673; los que las cogieron tristes, lloraron tiernamente al mal
logrado Alonso Álvarez. Y a mi compañero, con estas cosas, se le

663 buidos: afilados.


664 barbas turcas: barbas grandes.
665 Seidor: servidor.
666 So: señor.
667 cañones: criados de valientes.
668 alcaparrón: alcaparra grande que servía de aperitivo.
669 apetitos: incentivos para beber más.
670 penadilla: irónico, pues la taza penada era la pequeña con boca estrecha de la

que se bebía con dificultad.


671 vez: cantidad que se bebe de un golpe.
672 asistente: corregidor de Sevilla.
673 Domingo Tiznado y Gayón...Escamilla: matones famosos en Sevilla, como

Alonso Álvarez.
desconcertó el reloj de la cabeza y dijo, algo ronco, tomando un pan
con las dos manos y mirando a la luz:
-Por ésta, que es la cara de Dios674, y por aquella luz que salió por
la boca del ángel675, que si vucedes quieren, que esta noche hemos de
dar al corchete que siguió al pobre Tuerto676.
Levantose entre ellos alarido disforme y, desnudando las dagas, lo
juraron poniendo las manos cada uno en el borde de la artesa, y
echándose sobre ella de hocicos, dijeron:
-Así como bebemos este vino, hemos de beberle la sangre a todo
acechador677.
-¿Quién es este Alonso Álvarez -pregunté- que tanto se ha senti-
do su muerte?
-Mancebito -dijo el uno- lidiador ahigadado678, mozo de manos y
buen compañero. ¡Vamos, que me retientan los dimoños!
Con esto, salimos de casa a montería de corchetes679. Yo, como
iba entregado al vino y había renunciado en su poder mis sentidos,
no advertí al riesgo que me ponía. Llegamos a la calle de la Mar,
donde encaró con nosotros la ronda. No bien la columbraron, cuan-
do, sacando las espadas, la embistieron. Yo hice lo mismo y limpia-
mos dos cuerpos de corchetes de sus malditas ánimas al primer en-
cuentro. El alguacil puso la justicia en sus pies y apeló por la calle
arriba dando voces. No lo pudimos seguir, por haber cargado delan-
tero680. Y, al fin, nos acogimos a la Iglesia Mayor, donde nos ampa-
ramos del rigor de la justicia y dormimos lo necesario para espumar el
vino que hervía en los cascos. Y vueltos ya en nuestro acuerdo, me
espantaba yo de ver que hubiese perdido la justicia dos corchetes y
huido el alguacil de un racimo de uvas, que entonces lo éramos no-
sotros.

674 cara de Dios: el pan.


675 Del Rosal en su libro La razón de algunos refranes, escribe: «Por esta luz que
salió por boca de ángel. Porque diciendo Dios fiat lux, y con la palabra [dándola] el
ser en un mesmo tiempo, salió por boca de ángel, que es por boca de Dios, llamado
ángel en las sagradas letras, como largamente nota el doctísimo Fray Luis de León en
el libro que escribió de los Nombres de Cristo».
676 Tuerto: Alonso Álvarez.
677 acechador: espía.
678 ahigadado: con valor, valiente.
679 montería de corchetes: a la caza de corchetes.
680 haber cargado delantero: estar borrachos.
Pasábamoslo en la iglesia notablemente, porque, al olor de los re-
traídos681, vinieron ninfas682, desnudándose para vestirnos. Aficionó-
seme la Grajales; vistiome de nuevo de sus colores. Súpome bien y
mejor que todas esta vida; y así, propuse de navegar en ansias683 con
la Grajal hasta morir. Estudié la jacarandina684, y en pocos días era
rabí685 de los otros rufianes.
La justicia no se descuidaba de buscarnos; rondábanos la puerta,
pero, con todo, de media noche abajo, rondábamos disfrazados. Yo,
que vi que duraba mucho este negocio, y más la fortuna en perse-
guirme, no de escarmentado, que no soy tan cuerdo, sino de cansa-
do, como obstinado pecador, determiné, consultándolo primero con
la Grajal, de pasarme a Indias con ella a ver si, mudando mundo y
tierra, mejoraría mi suerte. Y fueme peor, como vuestra merced verá
en la segunda parte, pues nunca mejora su estado quien muda sola-
mente de lugar, y no de vida y costumbres.

681 retraídos: refugiados en lugar sagrado.


682 ninfas: prostitutas; lenguaje de germanía.
683 navegar en ansias: quedarme a vivir con ella para siempre, como si estuviera

condenado a galeras.
684 jacarandina: forma de vida y lenguaje de los rufianes.
685 rabí: maestro de la ley judía.

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