El Conocimiento Del Dios Santo - Capítulo 21 y GUÍA DE ESTUDIOS
El Conocimiento Del Dios Santo - Capítulo 21 y GUÍA DE ESTUDIOS
El Conocimiento Del Dios Santo - Capítulo 21 y GUÍA DE ESTUDIOS
Existe cierto tipo de ministerio del evangelio que es cruel. No lo es intencionalmente, pero esto
no lo hace menos cierto. Se propone magnificar la gracia, pero en realidad lo que hace es todo lo
opuesto. Minimiza el problema del pecado, y pierde contacto con los propósitos de Dios.
El efecto es doble: primero, pintar la obra de la gracia como si fuera menos de lo que en realidad
es; y segundo, dejar a la gente con un evangelio que no es lo suficientemente grande para cubrir
toda la variedad de sus necesidades. En cierta ocasión Isaías describió la miseria de los recursos
inadecuados en términos de camas cortas y mantas angostas (Isaías 28:20), receta segura para el
descontento y la incomodidad a largo plazo, con la posibilidad de contraer una enfermedad seria
por añadidura. En el reino espiritual, ese tipo de ministerio expone a tal infelicidad a todos los que
lo toman con seriedad. Su predominio constituye uno de los mayores impedimentos al
conocimiento de Dios y al crecimiento en la gracia en los tiempos actuales. Esperamos poder hacer
un servicio a alguna persona, denunciándola, y procurando mostrar dónde están sus fallas.
¿Qué clase de ministerio es este? Lo primero que tenemos que decir es que, por triste que
parezca, es un ministerio evangélico. Su base es la aceptación de la Biblia como la Palabra de Dios y
de sus promesas como las seguridades que Dios nos da. Temas comunes son la justificación por la
fe mediante la cruz, el nuevo nacimiento por obra del Espíritu, y una nueva vida en el poder de la
resurrección de Cristo. Su objetivo es el de lograr que se produzca el nuevo nacimiento en la gente
y de allí conducirles a la experiencia más plena que pueda lograrse en la vida de resurrección. En
todo sentido se trata de un ministerio evangélico. Sus errores no son los de aquellos que se alejan
del mensaje evangélico central. Son errores a los cuales únicamente un ministerio evangélico puede
verse expuesto. Esto debe quedar claro desde el comienzo.
Ahora bien: dicho así, en términos generales, estas grandes posibilidades son escriturales y
verdaderas... ¡Y gracias a Dios que sea así! Pero es posible enfatizarlas de tal modo, y como
consecuencia minimizar el lado más duro de la vida cristiana –la disciplina diaria, la guerra
interminable con Satanás y el pecado, el vagar ocasionalmente en la oscuridad, que se cree la
impresión de que la vida cristiana normal es un perfecto lecho de rosas, un estado de cosas en que
todo lo que hay en el jardín es invariablemente hermoso, y que ya no existen problemas, o, si vienen,
no hay más que presentarlos ante el trono de la gracia y de inmediato desaparecen. Esto es sugerir
que el mundo, la carne, y el diablo, no constituirán un problema serio una vez que uno se hace
cristiano; que tampoco acarrearán problemas las circunstancias ni las relaciones personales; y que
se acabarán también los problemas que uno tiene consigo mismo. Tales sugerencias son
perjudiciales por la sencilla razón de que son falsas.
Por supuesto que también puede darse una impresión igualmente desequilibrada desde el otro
extremo. Es posible enfatizar el lado duro de la vida cristiana, y minimizar de tal forma el halagüeño
que se dé la impresión de que la vida cristiana es en gran medida penosa y sombría... ¡como un
infierno en la tierra, con la sola esperanza del cielo en el más allá! No cabe duda de que de tiempo
en tiempo esta es la impresión que se ha dado, como es indudable que el ministerio que estamos
examinando aquí es, en parte, una reacción contra ella. Pero se hace necesario manifestar que, de
estos dos extremos equivocados, el primero es el peor, de la misma manera que las esperanzas
falsas constituyen un mal peor que los falsos temores. El segundo error llevará, en la misericordia
de Dios, a la sorpresa agradable de des cubrir que los cristianos tienen también momentos de
alegría; no solo de tristeza. Pero el primero, que describe la vida cristiana normal como si estuviese
enteramente libre de dificultades y problemas, no puede menos que conducir tarde o temprano a
una amarga desilusión.
Lo que sostenemos nosotros es que, con el fin de apelar en forma convincente a la ansiedad
humana, el tipo de ministerio que estamos analizando se permite prometer en este sentido más de
lo que Dios se ha dispuesto a cumplir en este mundo. Esto, insistimos, es el primer aspecto que lo
señala como cruel. Busca los resultados mediante esperanzas falsas. Desde luego que esa crueldad
no es malicia. Más bien es impulsada por una bondad irresponsable. El predicador quiere ganar a
sus oyentes para Cristo, por ello presenta la vida cristiana como si fuese de color de rosa, procurando
hacer que suene lo más agradable y libre de afanes que pueda con el fin de atraerlos. Pero la
ausencia de un motivo malo, y la presencia de un motivo bueno, de ningún modo reducen el daño
que hacen sus exageraciones.
Porque, como muy bien lo sabe todo pastor, he aquí lo que sucede. Mientras que los oyentes
más equilibrados que han oído este tipo de cosas antes escuchan las promesas del predicador con
cierta reserva, es seguro que habrá otros seriamente interesados que le creerán por completo.
Sobre esta base se convierten; experimentan el nuevo nacimiento; inician la nueva vida gozosos y
seguros de que han dejado atrás todos los antiguos dolores de cabeza y todas las angustias; y luego
descubren que no es así en ningún sentido. Los viejos problemas temperamentales, los problemas
ocasionados por las relaciones personales, las necesidades no satisfechas, las tentaciones
persistentes, siguen siendo reales; en algunos casos, hasta se han intensificado. Dios no les ha hecho
más fáciles las circunstancias en que viven; más bien es a la inversa. El descontento en relación con
la esposa, el esposo, los padres, los parientes políticos, los hijos, los colegas, los vecinos, se hacen
presentes de nuevo. Las tentaciones y los malos hábitos, que la experiencia de la conversión parecía
haber eliminado para siempre, reaparecen. Cuando las grandes olas de alegría los cubrieron durante
las semanas iniciales de su experiencia cristiana, realmente sentían que todos los problemas se
habían solucionado, pero ahora ven que no es así, y que la vida libre de problemas y dificultades no
se ha producido. Las cosas que los desalentaban antes de hacerse cristianos amenazan con volver a
desalentarlos. ¿Qué pueden pensar ahora?
Aquí la verdad está en que el Dios del que se dijo que «como pastor apacentará a su rebaño, en
su brazo llevará los corderos, y en su seno los llevará (Isaías 40:11), cuida con mucha ternura a los
cristianos muy nuevos, igual que la madre a su bebé. Con frecuencia el comienzo de su carrera
cristiana se caracteriza por una gran alegría emocional, notables acontecimientos providenciales,
sorprendentes respuestas à la oración, y resultados inmediatos en sus primeros intentos de dar
testimonio; así Dios los anima, y los fundamenta en la nueva vida. Pero cuando se hacen más fuertes
y están en condiciones de soportar más, los somete a una disciplina más rigurosa. Los expone al
grado de pruebas que sean capaces de tolerar, mediante la presión de influencias opuestas y
desconcertantes... no a más (véase la promesa en 1 Corintios 10:13), pero tampoco a menos (véase
la admonición en Hechos 14:22). Así va edificando nuestro carácter, fortaleciendo nuestra fe, y
preparándonos para ayudar a otros. De este modo cristaliza nuestro sentido de los valores. Así
también se glorifica en nuestras vidas, porque en nuestra debilidad perfecciona su fortaleza.
No hay nada antinatural, por lo tanto, en el aumento de las tentaciones, los conflictos y las
presiones cuando el cristiano aprende a andar con Dios; todo lo contrario, algo estaría mal si así no
ocurriese. Pero el cristiano al que se le ha dicho que la vida cristiana normal está libre de sombras y
dificultades no puede menos que llegar a la conclusión (cuando en su experiencia comienzan a
amontonarse nuevamente las imperfecciones y los desaciertos) de que debe haberse alejado de lo
que es normal. «Algo ha fallado –dirá–, ¡esto ya no funciona!», y la pregunta que se hará será esta:
¿Cómo puedo hacer que vuelva a «funcionar»?
EL REMEDIO EQUIVOCADO
Aquí es donde aparece el segundo aspecto cruel del ministerio que estamos considerando.
Habiendo creado la esclavitud –porque es eso justamente–, haciéndoles creer a los creyentes
nuevos que deben considerar todas las experiencias de frustración y perplejidad como señales de
un cristiano subnormal, proceden a crear un mayor grado de esclavitud al imponer un remedio que
es una especie de chaleco de fuerza con el cual se han de eliminar dichas experiencias. Dicho
remedio consiste en insistir en diagnosticar esa «luchas, que equivale a derrota», como un retroceso
ocasionado por falta de «consagración» y fe. Al comienzo (así se le dice), el convertido se había
entregado totalmente a ese Salvador que acababa de encontrar; de ahí su alegría. Pero luego se ha
enfriado o se ha descuidado, ha limitado su obediencia en alguna forma, o ha dejado de confiar en
el Señor Jesús paso a paso, y es por ello que se encuentra en ese estado.
El remedio, por lo tanto, es que descubra su error, se arrepienta y lo confiese; que se vuelva a
consagrar a Cristo y que mantenga la consagración a diario; que aprenda el hábito, cuando le vienen
las tentaciones y surjan los problemas, de pasárselos a Cristo para que él se los resuelva. Si así obra
(según se afirma), andará, en el sentido teológico tanto como el metafórico, en el mejor de los
mundos.
Ahora bien, cierto es que, si el creyente se vuelve descuidado para con Dios, y vuelve a caer
deliberadamente en pecado el gozo interior y la paz tienden a disminuir, y el descontento se
evidencia en su ánimo en forma cada vez más marcada. Los que por su unión con Cristo están
muertos al pecado (Romanos 6:4) –es decir, los que han descartado el pecado como principio rector
de sus vidas– ya no pueden encontrar en él ni siquiera ese grado limitado de placer que les daba
antes que hubiesen nacido de nuevo. No pueden emprender caminos torcidos sin poner en peligro
el favor de Dios para con ellos; de eso se encargará Dios mismo: «Por la iniquidad de su codicia me
enojé, y lo herí, escondí mi rostro y me indigné; y él siguió rebelde por el camino de su corazón
(Isaías 57:17). Así es como reacciona Dios con los hijos que se descarrían. Los apóstatas no
regenerados pueden ser a veces almas alegres, pero invariablemente el cristiano que se descarrila
se siente miserable. De modo que el cristiano que se pregunta a sí mismo:
pecados, sobre todo, practicados voluntariamente. Si así fuera, entonces el remedio que se receta
más arriba, es, por lo menos en líneas generales, el más adecuado.
Pero puede que no sea así; y tarde o temprano habrá un momento en la vida de todo cristiano
en que no lo será. Tarde o temprano la realidad será que es Dios quien está ejercitando a su hijo –a
ese hijo consagrado– por la senda de la santidad adulta, como fue el caso de Job, de algunos de los
salmistas, y de los destinatarios de la Epístola a los Hebreos. Para ellos, Dios emplea el método de
exponerlos a fuertes ataques del mundo, la carne y el diablo, a fin de que su poder de resistencia
aumente y su carácter como hombres de Dios se haga más firme. Como hemos dicho más arriba,
todos los hijos de Dios son sometidos a este tratamiento; es parte de la «disciplina del Señor
(Hebreos 12:5, que recuerda a Job 5:17; Proverbios 3:11) a la que somete a todo hijo al que ama. Y
si es esto lo que le ocurre al cristiano que se siente confundido, entonces el remedio que se sugiere
resultará desastroso.
Porque, ¿qué hace ese remedio? Sentencia a los cristianos fieles y dedicados a una vida
farragosa de buscar cada día fallas inexistentes en su consagración, en la creencia de que, si
pudiesen descubrirlas y confesarlas, podrían entonces recuperar la experiencia de una inocencia
espiritual que Dios en realidad quiere que abandonen ya. Por lo tanto, no solo produce regresión y
falta de realidad en lo espiritual, sino que los coloca involuntariamente en pugna con el Dios que les
ha sustraído el inocente brillo de la infancia espiritual, con su enorme dosis de alegría y
complaciente pasividad, precisamente con el fin de conducirlos a una experiencia más madura y
adulta. Para los padres terrenales los niños pequeños constituyen un motivo de alegría; pero no les
gusta, por no decir otra cosa, que cuando los hijos crecen quieran volver a ser niños, y se sienten
tristes o alarmados si sus hijos muestran actitudes infantiles. Así es, exactamente, con nuestro Padre
celestial. Dios quiere que crezcamos en Cristo Jesús, que no nos quedemos como niños. Pero la
orientación que estamos considerando aquí nos pone en situación antagónica con Dios en este caso,
y nos coloca frente a un retorno a la etapa infantil, como si esto fuese el bien supremo.
Repetimos que esto constituye una crueldad, igual que la costumbre china de vendar los pies
de las niñas de modo que quedan deformados permanentemente; el hecho de que el motivo pueda
ser bueno no cuenta para nada, no modifica la situación. El efecto menos pernicioso de aceptar el
remedio propuesto será el de impedir el desarrollo espiritual: dará como resultado una clase de
evangélicos adultos pero infantiles; sonrientes, pero irresponsables y centrados en sí mismos. El
efecto más pernicioso, entre creyentes sinceros y honestos, será la introspección morbosa, la
histeria, los trastornos mentales y la pérdida de la fe, por lo menos en su forma evangélica.
¿Qué es lo que tiene de malo esta enseñanza en lo fundamental? Es digna de crítica desde
muchos ángulos. Demuestra incomprensión de la enseñanza bíblica sobre la santificación y la lucha
del cristiano. No entiende el significado del crecimiento en la gracia. No entiende lo que significa el
obrar del pecado que mora en el creyente. Confunde la vida cristiana aquí en la tierra con la vida
cristiana como ella ha de ser en el cielo. Concibe incorrectamente la psicología de la obediencia
cristiana (actividad impulsada por el Espíritu y no pasividad inculcada por el Espíritu). Pero la crítica
fundamental es sin duda la de que pierde de vista el método y el propósito de la gracia. Tratemos
de explicar más esto.
¿Qué es la gracia? En el Nuevo Testamento, la gracia significa el amor de Dios en acción para
con los hombres, que merecían lo opuesto del amor. La gracia significa que Dios se mueve en cielos
y tierra para salvar a los pecadores, que no podían mover un dedo para salvarse a sí mismos. La
gracia significa que Dios envía a su Hijo unigénito a descender al infierno en la cruz para que nosotros
los culpables pudiéramos ser reconciliados con Dios y recibidos en el cielo. «Al que no conoció
pecado, por nosotros [Dios] lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él» (2 Corintios 5:21).
El Nuevo Testamento conoce una voluntad de gracia y una obra de gracia. La primera es el plan
eterno de Dios para salvar; la segunda es «la buena obra» de Dios «en vosotros» (Filipenses 1:6),
mediante la cual induce a los hombres a entrar en una comunión viviente con Cristo (1 Corintios
1:9), los levanta de la muerte a la vida (Efesios 2:1-6), los sella como propiedad suya mediante el
don del Espíritu (Efesios 1:13s), los transforma a la imagen de Cristo (2 Corintios 3:18), y finalmente
resucitará sus cuerpos en gloria (Romanos 8:30; 1 Corintios 15:47-54).
Entre los investigadores protestantes estaba de moda hace algunos años decir que la gracia
significa la actitud de amor de Dios a diferencia de su obra de amor, pero se trata de una distinción
que no tiene base en las Escrituras. Por ejemplo, en 1 Corintios 15:10 –«por la gracia de Dios soy lo
que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo»– la palabra «gracia» denota claramente la
obra de amor de Dios en Pablo, por la que hizo de él primero un cristiano y luego un ministro del
evangelio.
¿Cómo lleva a cabo Dios este propósito? No ya protegiéndonos de los ataques del mundo, la
carne y el diablo, ni resguardándonos de circunstancias frustrantes y penosas, ni tampoco
escudándonos de los problemas y dificultades que nos ocasionan nuestro temperamento y
psicología personales; sino, más bien, exponiéndonos a todas esas cosas, con el propósito de
abrumarnos con un sentido de nuestra propia incapacidad y de hacer que nos aferremos más
fuertemente de él. En el contexto humano, esta es la razón básica de que Dios nos llene la vida de
problemas y dificultades de todo tipo; la idea es asegurar que aprendamos a recurrir a él. La razón
de que la Biblia dedique tanto tiempo a reiterar que Dios es una roca fuerte, defensa firme, seguro
refugio y auxilio para los débiles es que el Señor dedica mucho tiempo a enseñarnos que somos
débiles, tanto mental como moralmente, y no se atreve a confiar en que nosotros mismos
encontremos el camino recto.
Cuando vamos por una senda derecha sintiéndonos muy bien, y alguien nos toma del brazo
para ayudamos, es muy probable que nos sacudamos de él con impaciencia; pero cuando nos
encontramos en algún lugar difícil, en la oscuridad, bajo una amenazadora tormenta y sin fuerzas, y
alguien nos toma del brazo para ayudamos, con seguridad que nos hemos de apoyar en él con
gratitud. Y Dios quiere que nos demos cuenta de que el paso por la vida es difícil y complejo, a fin
de que aprendamos a apoyamos en él con gratitud. Por lo tanto, él toma medidas a fin de lograr
que perdamos la confianza en nosotros mismos y aprendamos a confiar en él; según la frase bíblica
clásica relativa al secreto de la vida del hombre piadoso: «Espera en Jehová».
EL DIOS RESTAURADOR
Este concepto tiene muchas implicaciones. Una de las más notables es la de que Dios llega a
usar nuestros pecados y errores para este fin. Con mucha frecuencia se vale de la disciplina
educativa de los fracasos y errores. Es notable comprobar la considerable proporción de la Biblia
que se refiere a hombres de Dios que cometen errores, y a los que Dios disciplina.
Abraham, al que fue prometido un hijo pero a quien se le hizo esperar antes que la promesa se
cumpliera, pierde la paciencia, comete el error de pretender hacer de protagonista de la
providencia, y tiene un hijo de nombre Ismael; teniendo que esperar trece años más antes de que
Dios le vuelva a hablar (Génesis 6:16-17:1). Moisés comete el error de tratar de salvar al pueblo
mediante el recurso de intentar hacer valer sus derechos con actos de agresividad, matando a un
egipcio y tratando de resolver los problemas individuales de los israelitas entre sí. Como resultado
de ello fue desterrado por muchas décadas, viviendo en el desierto, para que aprendiera a no
vanagloriarse ante sus propios ojos. David comete una serie de errores –seduce a Betsabé y hace
matar a Urías, descuida a su familia, hace contar al pueblo con fines de prestigio– y en cada caso es
castigado amargamente. Jonás comete el error de huir ante el llamado de Dios; y acaba por
despertar a la realidad en el vientre de un gran pez.
Así podríamos seguir. Pero lo que corresponde recalcar es que el error humano, y el inmediato
desagrado divino, en ninguno de los casos fue el fin de la historia. Abraham aprendió a esperar que
se cumpliese el tiempo de Dios. Moisés se curó de la confianza en sus propios recursos (en realidad,
su ulterior apocamiento fue casi pecaminoso, Éxodo 4:14). David encontró arrepentimiento después
de cada una de sus caídas, y estaba más cerca de Dios al final que al comienzo. Jonás oró desde el
vientre del pez y vivió para cumplir su misión en Nínive.
Dios puede obtener efectos positivos hasta de nuestro comportamiento más necio; el Señor
restablece los años que se ha lleva- do la langosta. Dicen que los que jamás cometen errores nunca
hacen nada; por cierto, que los hombres mencionados arriba cometieron errores, pero a través de
sus errores Dios les enseñó a conocer su gracia, y a aferrarse a él de un modo que nunca se hubiera
logrado de otra forma. ¿Tiene el lector algún sentido de fracaso? ¿Sabe que ha cometido algún error
abominable? La solución es volver a Dios; su gracia restauradora está a nuestra disposición.
La falta de realidad en la religión es una cosa maldita. La falta de realidad es la maldición del
tipo de doctrina que hemos expuesto en este capítulo. La falta de realidad para con Dios es la
enfermedad que arruina en gran medida al cristianismo moderno. Necesitamos que Dios nos haga
realistas en cuanto a nosotros mismos y a él. Quizá haya algo para nosotros en el famoso himno en
el que John Newton describe el paso hacia el tipo de realidad que estamos intentando propiciar.
Debate:
1. En este capítulo Packer critica cierto tipo de ministerio evangélico. ¿Por qué es cruel dicho
ministerio? ¿Qué es lo que hace que sea un ministerio evangélico? Entonces, ¿qué tiene de
malo?
2. Según la sección «Doctrinas mal aplicadas, ¿qué es lo que recalca este ministerio acerca de
la diferencia que produce en la vida de una persona la conversión al cristianismo? Aun
cuando dichas cosas sean verdad, ¿cuál es el error de hacer énfasis en las mismas?
3. ¿Qué significa esta declaración: «Con el fin de apelar en forma convincente a la ansiedad
humana, el tipo de ministerio que estamos analizando se permite prometer … más de lo
que Dios se ha dispuesto a cumplir en este mundo»?
4. ¿Qué efecto produce esta promesa?
5. ¿Por qué suele haber diferencias entre lo que experimenta un cristiano muy joven y uno
más maduro?
6. ¿Cuál es su edad espiritual? ¿Cómo le ayuda Packer a entender su situación actual?
7. ¿Qué remedio propone el ministerio que aquí se trata para las luchas de la vida cristiana?
8. ¿Cuándo resulta indicado dicho remedio? ¿Cuándo resulta desastroso? ¿Por qué?
9. Al principio de la sección «Perdiendo de vista la gracia», Packer hace varias críticas. ¿Cuáles
son?
10. ¿Qué es la gracia? ¿Qué propósito tiene? ¿Cómo cumple Dios este propósito?
11. Packer expresa que la maldición principal de este tipo de enseñanza es la falta de realidad.
¿Qué realidad describe el himno de John Newton?
12. ¿Dónde se ha topado usted con la enseñanza a la que se opone Packer?
Resumen:
¿Cuál es el error principal del ministerio que critica Packer?