John William Cooke Peronismo y Revolución
John William Cooke Peronismo y Revolución
John William Cooke Peronismo y Revolución
Peronismo y revolución
Granica Editor
Buenos Aires
1971
3ra. Edición junio de 1973
www.elortiba.org
1. Introducción al golpismo institucional
“Reflexionemos antes lo que corresponde hacer y no
imitemos a los atenienses, que primero atacan y luego
discurren”.
PANTAGRUEL
a) ¿El nuevo orden político forma parte también del programa revolu-
cionario del peronismo, o por lo menos, [27] es un paso adelante en ese
sentido? ¿Coincide con nuestras miras, desde que termina con los me-
canismos políticos liberales basados en el juego de los partidos tradi-
cionales? Sea como fuere ¿significa una ventaja para nuestra actividad
política?
Varios meses después de las “elecciones” que las FF.AA. habían ofrecido
el 7 de julio de 1963 a sus compatriotas, el entonces Comandante en
Jefe, general Onganía, seguía reivindicando esa obra maestra del civis-
mo, como cuando dijo en Bahía Blanca, el 19-1-1964, que “la legalidad
imperante es la que se había prometido en el Comunicado 150”.
Y aunque estamos acostumbrados al trato familiar que las FF.AA.
tienen con la Patria, con la cual comparten hazañas, héroes y valores,
nos parece un poco exagerado que en su [38] discurso del 9 de julio
último el presidente, general Onganía, haya declarado que la “Revolu-
ción Argentina” es un suceso que tiene el mismo espíritu y voluntad que
el acto independentista de hace 150 años, porque se hace un poco duro
po “nasserista” — también llamado “azul”—, “que refleja el malestar existente en las filas de las FF.AA.
por la política reaccionaria de sus altos mandos y comprende que ahora ningún golpe de Estado puede
tener éxito sin el apoyo de parte considerable del pueblo”. Más aún, vio en él la clave para constituir la
“amplia coalición democrática” que desde hace treinta años viene proponiendo el comunismo como ins-
trumento de salvación nacional, pase lo que pase. En vista del enfrentamiento entre los “nasseristas” y los
gorilas ultrarreaccionarios, los dirigentes comunistas adelantaron su astuta estrategia: “contribuiremos
primero a la derrota de las camarillas reaccionarias, lo que debilitaría y derrotaría al enemigo principal,
segundo, apoyaremos a les llamadas fuerzas nasserianas y otras similares a conquistar y consolidarse en
el poder a condición de que se forme un gobierno demócrata y nacional” (Informe de V. Codovilla,
21/22-7-6).
Ignoramos silos comunistas contribuyeron al triunfo de los nasseristas en setiembre de ese año,
pero éstos manifestaron su espíritu “unitario” con un diluvio de decretos represivos del peronismo, del
comunismo, actividades contra la Seguridad del Estado, etc., que han consagrado al guidismo como caso
récord en la materia, compensando su infecundidad en los demás aspectos de la acción gubernativa. El
más nasserista de las násseres, el general Villegas, culminó gloriosamente esa performance cuando a
pocos días de la fecha en que asumiría el gobierno “constitucional” de Illia dictó el decreto estableciendo
el régimen de censura cinematográfica que aún soportamos. En esta última vuelta de torniquete colabora-
ron varios astros de la presente constelación como Astigueta, Gelly y Obes, etc., que lograron que tam-
bién nuestro derecho a decidir cuales películas podemos ver, como otros asuntos culturales, se transfiere a
seis o siete mamarrachos tan cerradamente ignorantes como ellos mismos.
aceptar que tenga tanta trascendencia el desalojo de Illia, cuando ape-
nas tres años atrás, el 9 de julio de 1963, el general Osiris Villegas,
hablando como ministro del Interior, establecía una conexión espiritual
entre el acto de 1816 y la elección que dos días antes se había realiza-
do, organizada y presidida por la FF.AA. elección en la que, casualmen-
te, fue elegido Illia.
Si ninguna duda tenemos en cuanto a las carencias del gobierno
depuesto, también es justicia (y contribución a que no se enreden de-
masiado los hechos) reconocer que pudo haber agravado algunos males
o haber dejado de aliviar otros, pero no los creó, sino que venían de
arrastre de los gobiernos de Lonardi, Aramburu, Frondizi y Guido. To-
dos ellos se complementaron para deteriorar los niveles de vida de las
capas humildes, desatar el proceso inflacionario y darle el carácter
acumuladamente vicioso que tiene, gravarnos con una colosal deuda
externa, desvalijar las cajas de previsión, meternos en el redil del FMI,
etc. Y no vemos con qué autoridad los que crearon esos problemas y los
agudizaron exigían ahora de los radicales del pueblo soluciones que
ellos no habían sido capaces de dar en condiciones bastante menos
desastrosas. No defendemos al gobierno de Illia: fue patronal y proimpe-
rialista como los otros; antiperonista como ellos. Sólo gobiernos con
esas calidades pueden existir en el régimen. Somos los que más agra-
vios tenemos contra él, porque está en la dinámica del proceso político-
social que se gobierne contra nosotros; pero por lo menos hay que equi-
pararlo con los otros. Algo más diremos sobre esto en otra parte, pero
ahora hacemos constar que ese gobierno no fue el régimen sino uno de
sus componentes, e Illia uno de los cinco presidentes del régimen y en
muchos conceptos muy superiores a otros anteriores.
Otro punto a poner en claro: la “polarización” no era una treta
comiteril de la UCRP sino el producto de la vida cívica implantada desde
1955. En 1958 Balbín polarizó el “continuismo” y Frondizi las volunta-
des contrarias a la “Revolución Libertadora”; Frondizi, no bien traicionó
su programa y fue [39] el adalid del privilegio nacional y foráneo pola-
rizó a su vez el electorado antiperonista mientras decaía el potencial
numérico de la UCRP y crecía su retórica nacionalista y populista. Es
que la Unión Democrática no fue un hecho circunstancial, sino una ca-
racterística de la realidad electoral argentina desde que apareció el pe-
ronismo netamente diferenciado de los antiguos partidos: en 1946,
1952, 1958, 1962, 1965, hubo frente antiperonista, formalmente es-
tructurado o de hecho, para atajar la horda que amenazaba la ciudade-
la de la democracia para exquisitos.
Parte de esa distorsión de los fenómenos y los móviles y motiva-
ciones de los participantes en el golpe es el estribillo sobre el “vacío de
poder”, que venían machacando los teóricos civiles y recogió el docu-
mento fundamental del nuevo orden. Al comentar la política del gobier-
no radical del pueblo dice: “...y renunció a la autoridad de tal suerte
que las Fuerzas Armadas, más que substituir un poder vienen a ocupar
un vacío de tal autoridad y conducción antes de que decaiga para siem-
pre la dignidad argentina”. (Acta).
Los gobiernos civiles, en medio de la crisis, están condenados a
actuar en el desorden de los conflictos que estallan en todos los niveles
de actividad social, frente a los cuales no tienen la posibilidad de hacer
pesar la autoridad. Independientemente del coeficiente de exactitud que
tenga la afirmación con respecto a la falta de autoridad, de ejecutividad,
de ritmo del gobierno de Illia, juegan en esa convicción la propensión al
autoritarismo de los militares, que trasladan idealmente las posibilida-
des, métodos y condiciones que reinan en el recinto perfectamente
hermético de la institución militar. Los militares argentinos que se reve-
laron como grandes gobernantes —nos estamos refiriendo a su capaci-
dad personal y no haciendo un juicio de valor sobre su obra— actuaban
de manera totalmente diferente de la que es propia de las actividades
castrenses. Roca, Justo, Perón eran dúctiles, flexibles, persuasivos. En
cambio, los que han pensado en trasladar a lo civil los métodos milita-
res sólo han conseguido aplicar mayor represión, emplear la fuerza in-
justa y desproporcionadamente sin conseguir con eso evitar que los
problemas se les escapasen de control. Uriburu y Aramburu bastan
como ejemplo. Al caso de Illia, [40] compáreselo con el de Frondízi, que
no tuvo un mandato más plácido pese a que gobernó con permanente
estado de sitio, Conintes, etcétera.
Si se quiere aludir con esa afirmación del Acta a la poca efectivi-
dad del gobierno derrocado frente a los apremiantes problemas del país,
repetimos que es la crisis del régimen la que los inhibe, a ese o a cual-
quier otro gobierno, para dar soluciones, puesto que éstas presuponen
cambiar las estructuras pero no sólo les estructuras políticas sino el con-
junto de estructuras que constituyen en un sistema de relaciones pro-
pio de un determinado ordenamiento, económico-social y político.
Si lo que se pretende decir es que dicho gobierno era particular-
mente inepto y mantenía una desconcertante pasividad ante males sus-
ceptibles de ser remediados o atenuados, no se comprende entonces por
qué se cambió el regimen político y no simplemente esos mandatarios.
Pero además, en esos juicios no se hace más que revelar nuevamente el
falseamiento del sistema representativo por la acción de la FF.AA., que
se atribuyen el arbitraje sobre la calidad de las autoridades elegidas —
elegidas en un proceso al que nosotros negamos legitimidad pero que
las FF.AA. organizaron como modelo de democracia y no pueden negar-
lo en ese aspecto. No ha sido ese el primer gobierno objeto de una opo-
sición virulenta y acusado de conducir al país a una catástrofe segura.
Ocurre eso mismo en países donde la democracia funciona normalmen-
te y la renovación periódica de los poderes permite reemplazar el elenco
gobernante si la opinión mayoritaria le es adversa.
¿Hubo en la Argentina una oposición más violenta, más total, que
negara todo mérito y desconociera su legalidad, la honradez, la aptitud
y las intenciones del gobierno que la que combatió a Perón? Y sin em-
bargo no pasaba de un treinta por ciento de los votantes el respaldo a
esa manera de pensar, y los que dirigían esa campaña sin tregua eran
los mismos que la opinión pública sindicaba como culpable de haber
liquidado el patrimonio material y moral de la Nación con anterioridad
al advenimiento del peronismo.
Pero ya sabemos que aquel gobierno era eficaz y popular y el que
acaba de caer no lo era. Lo cual no mejora la posición moral de las
FF.AA. ¿De dónde surge su aptitud y su derecho [41] para quebrar la
legalidad que ellas habían impuesto? Y si la legalidad está viciada, ¿por
qué no restablecerla?
En el Acta de la Revolución y en los discursos de los protagonis-
tas del hecho militar, se insiste en que, pese a lo que ocurría, las
FF.AA., “no sólo no entorpecieron la acción del gobierno sino por el con-
trario buscaron todas las formas posibles de colaboración, por la suge-
rencia, la opinión seria y desinteresada, el asesoramiento profesional,
todo ello como intento sincero de mantener la vigencia de las institucio-
nes y evitar nuevos males a nuestro sufrido pueblo argentino”.
La imagen que se buscaba implantar en el pensamiento de la gen-
te, de un gobierno al borde del abismo y las FF.AA., tratando de salvarlo
de su propia locura y de salvar por sobre todo al país, hasta que al fi-
nal, viendo que no había ninguna esperanza de rectificaciones, no les
quedó sino proceder quirúrgicamente es una construcción de la propa-
ganda y además, una de las expresiones del modo de pensar, de la ima-
gen de sí mismos y de los otros nucleamientos que tienen nuestras cor-
poraciones militares. Las relaciones gobierno radical-fuerzas armadas-
régimen militar no son únicamente temas de interés político general si-
no que nos atañen muy directamente. Porque del examen de las razones
para el golpe que dan sus autores va resultando que, valiéndose de
hechos ciertos referentes a lo inadecuado que resultaba el partido radi-
cal para encarar las dificultades de la Argentina contemporánea, las
FF.AA., han creado un sistema de justificaciones y una teoría de su toma
del poder. La política de ese régimen nuevo tiene que estar centrada en
una concepción y una estrategia con respecto al peronismo, por ser éste
el factor que altera los esquemas habituales para dirimir los conflictos
socioeconómicos y de poder, de manera que si nuestra proscripción no
constituye el delito que da lugar a la condena del sistema electoral, y si
nuestra presencia en la consulta electoral de marzo próximo constituye,
por el contrario, el fundamento principal y no mencionado del curso de
acción adoptado por las FF.AA, entonces se puede comprender más cla-
ramente cuáles son nuestras reales relaciones con ellas, y sus posibles
derivaciones futuras.
La “ilegalidad”, la “inautenticidad”, la “autenticidad”, el [42] juicio
sobre la “opción”, no son, evidentemente, nociones idénticas en los mili-
tares y en nosotros, su esencia, los hechos objetivos que se definen con
alguno de esos términos, los motivos para considerarlos dañosos, las
maneras de superar las situaciones perjudiciales que nos crean, son
más disímiles a medida que pasamos de los textos, donde parecen re-
vestir un carácter absoluto, a dilucidar los contenidos diversos con que
los carga cada uno de los agentes sociales, según sea la posición que
ocupa dentro del complejo de relaciones que entrelazan la vida colecti-
va.
La afirmación sobre la prescindencia mantenida por las FF.AA.,
salvo para orientar al gobierno con buenos consejos y llamados de aten-
ción sobre peligros que éste descuidaba es absolutamente falsa.
1º) No es verdad que las FF. AA., intervinieron en última instan-
cia, ante una situación anárquica. Ellas eran el factor principal de esa
anarquía, pues no solamente constituían una amenaza permanente pa-
ra el gobierno, sino que toda la política estaba condicionada por esa cir-
cunstancia. Los partidos y grupos opositores predicaban el golpe y ac-
tuaban en una forma que trataba de aumentar las apariencias caóticas
de la situación nacional porque sabían, como todo el mundo, que se
podía jugar a esa carta con muchas probabilidades de acertar. Las
agrupaciones que giran en torno a los engranajes de la propaganda nor-
teamericana y que son especialistas en “anticomunismo” y antiperonis-
mo, integradas por elementos que reprochan al golpe de 1955 el no
haber realizado una “depuración” en forma, todo ese mundo de delato-
res, enemigos de las masas populares a las que consideran juguetes del
totalitarismo, promotores de escándalos en torno a la supuesta acción
de agentes rojos, resabios del fascismo —algunos argentinos, otros per-
tenecientes a grupos que se exilaron de países centroeuropeos al fin de
la guerra— y ultraconservadores, en una palabra, todas esas fuerzas
minoritarias que viven a la sombra de los servicios de informaciones
locales y de la CIA o las que participan de las aspiraciones a ver implan-
tada una tiranía militar que proceda a sangre y fuego, cuando vieron
que ese objetivo era muy factible multiplicaron su algarabía para „hacer
clima”. Las FF.AA. recogían multiplicado por una [43] minoría que am-
plificaba su voz a través de la prensa “seria” lo que ellas mismas sem-
braban.
Desde el punto de vista de las soluciones que el pueblo necesita,
lo mismo quedarían irresueltas con presión militar o sin ella sobre el
gobierno civil, pero la verdad es que ese hostigamiento existía y cada vez
más convertía al golpe en una cosa inevitable: no podía haber solucio-
nes, y por lo tanto la justificación para poner fin al poder civil era uno
de los datos que éste no podía modificar hiciera lo que hiciera.
2º) Nadie se llama a engaño con respecto al sentido de esa “colabora-
ción” de los hombres de armas. En todo caso, el argumento vendría a
ser así: derrocaron al presidente porque no les hizo caso; para que lo
dejasen gobernar debía actuar en la forma que le indicasen. ¡Bravo! Esa
es la “sincera” y “desinteresada” colaboración. Claro que ésa, como las
restantes afirmaciones del documento de la Junta Revolucionaria, par-
ten del mismo dogma: el de que las FF.AA. tiene razón, son la razón. Si
hubiesen sido respetuosas de la misma legalidad que ellas impusieron,
debieron haber asesorado, aconsejado y atenerse a lo que el P. E. resol-
viese. Para eso la Constitución ha establece que los centros de decisión,
y los principios que dicen sostener las FF.AA., se basan en que no sean
suplantados por otros. Se presume que la opinión pública está repre-
sentada por los mandatarios del P. E., por los delegados al poder par-
lamentario y por otras formas institucionalizadas de coparticipación en
el gobierno, y que cuenta, además de esos vehículos de expresión, con
la prensa, la libertad de opinión y de reunión, la de peticionar, etc., etc.
(Que eso estaba desvirtuado por el fraude es un argumento, repetirnos,
que podemos hacer nosotros; pero no las FF.AA., ni quienes no habían
cuestionado la legitimidad constitucional del poder).
3º) De las discrepancias que existían con la acción del gobierno radical,
la popular no tenía cómo expresarse. Nadie pensó, en el régimen, que
valía la pena que se expresase. Pero las restantes, las que son parte del
régimen, gozaban de todas las garantías y medios para hacerse conocer.
Si el gobierno les prestó atención, aparte de que no le aconsejaban nada
que fuese más beneficioso para el país que lo que ya se estaba hacien-
do, no hizo más que acogerse a la ley. Lo que [44] ocurre es que una
cosa son las opiniones, a favor o en contra del gobierno, y otra cosa las
opiniones respaldadas con cañones, tanques, soldados, aviones, sub-
marinos y portaaviones. No es la mayor dosis de verdad o de razón lo
que confirió peso al asesoramiento militar, sino sus armas, que por cier-
to no se les han dado —y pagado— para que hagan valer sus opiniones
políticas.
4º) Ni siquiera pueden alegar —lo que sería moralmente argumentable
aunque constitucionalmente la calificación no variaría— que encontro-
nazos con el gobierno se produjeron por defender posiciones populares
y de interés para la Nación. Ya hemos definido negativamente al presi-
dente depuesto pero los puntos de irritación con el Ejército no demues-
tran que éste fuese el que sostuvo las mejores posiciones: las FF.AA.
querían mandar tropas de ocupación para ayudar a Estados Unidos en
el crimen contra el pueblo de la República Dominicana, Illia no; querían
darle impulso a la Fuerza Interamericana de Paz para que existiese un
guardián armado permanente que custodiara los intereses norteameri-
canos y de las oligarquías continentales, Illia no tenía igual entusiasmo;
las FF. AA. querían medidas en Tucumán contra la “acción roja”, Illia
no las tomó; en el problema limítrofe con Chile, las FFAA. querían pro-
ceder violentamente, Illia no. Esto es suficiente y no necesitamos seguir
la enumeración con asuntos menores. En todas las controversias cono-
cidas, aún dentro de una política que estaba subordinada a los desig-
nios imperialistas, la actuación del presidente si hubiese respondido al
asesoramiento de las FF.AA., hubiese sido infinitamente peor y aún más
grande el bochorno nacional.
2
Un caso muy conocido es el del proyecto de Código Penal suscripto por el ministro José Eduardo Coll,
que sostenía: “La Constitución consagra un régimen político bajo el cual se respetan derechos y se dan
garantías que responden a amparar sentimientos, ideas y tradiciones argentinas. En consecuencia, no es
posible tratar con los mismos principios jurídicos actos de propaganda (comunista, anarquista, etc.) que
tienden a destruir esos principios esenciales y otros hechos e ideas, que si bien alteran o intentan alterar el
orden político, como es el llamado fascismo, se proponen ampararlos y, precisamente, busca en su acción
protegerlos mejor”. Allí se resume la filosofía de nuestra clase dirigente, antes y ahora: mientras se prote-
gen los “principios esenciales” tradicionales, —o sea, el orden social y económico—, las formas políticas
son intercambiables, de acuerdo al criterio democracia en la conservación del statu quo.
tan aliándose con nuestros enemigos de entonces, de 1955 y de siem-
pre; y se prestan a asaltar sindicatos apoyados por la policía como los
comunistas en 1955.
Los epígonos que todavía intentan cohonestar posiciones fascistas
con las del peronismo son, por sobre todo, infradotados, y no valen ni el
tiempo que lleva una refutación, que debe hacerse en el terreno de la
lógica, que les es ajeno. Están para justificar la Unión Democrática y el
gorilismo extremo, que es un irracionalismo simétrico; como éste sostu-
vo siempre que el peronismo es fascista, han aparecido fascistas reza-
gados que se dicen peronistas para darles la razón 3 . Y [76] junto a es-
tos reaccionarios de última hora, siempre ha habido una capa de entre-
gados y apóstatas para que la oligarquía tenga algo concreto que sirva
de pretexto para despreciarnos.
Sin embargo, nuestros jerarcas, que son hombres “realistas” y no
creen más que en lo concreto, han declarado que “se abre la perspectiva
hacia un venturoso proceso argentinista” (62 de Pie), que “nos encon-
tramos ante el momento expectantes del despegue” (José Alonso), que
“adelantan su decidido apoyo a los enunciados contenidos en la pro-
clama revolucionaria” (Sindicato de la Carne), que “nadie tiene derecho
a frustrar esta esperanza” (Sindicato de Luz y Fuerza), etc. Vandor,
March, Taccone, Coria, Izetta, han decorado con su presencia las cere-
monias de la dictadura, han avalado sus modalidades antipopulares,
han silenciado sus atropellos y exaltado una presunta orientación na-
cional. ¿Qué planes tiene el gobierno militar que sean una alternativa
frente al “desarrollismo” neocapitalista, qué política capaz de validar la
confianza de los jerarcas y fascinar a los embarulladores del “antilibera-
lismo”?
Estas aclaraciones que hacemos tienen el propósito de salir al
cruce de los heraldos de las posiciones confusas, de los filósofos de las
brumas, de los abanderados de la nada.
3
Para los jóvenes y los desmemoriados: Cuando en vísperas de la elección presidencial de 1946 el De-
partamento de Estado lanzó un “Libro Azul” demostrando que Perón y sus seguidores eran nazifascistas,
la CGT de entonces, la del 17 de octubre, aclaró perfectamente la verdad del sentir de nuestras masas,
respondiendo al gobierno yanki: “Fuimos y somos antifascistas y antitotalitarios, y por eso luchamos
denodadamente contra Hitler y Mussolini, cuando Wall Street, coaligada con otros sectores del imperia-
lismo capitalista mundial, alimentaba con sus dineros robados a los sudores y necesidades de los proleta-
rios, a la bestia nazifascista” [...] “Cuando el pueblo español luchó valientemente contra la oligarquía
interna y contra la invasión nazifascista, nuestra solidaridad…” etc. Y recordaba que durante la vigencia
del pacto germano-soviético, los dirigentes y organizaciones obreras controladas por los comunistas
“formulaban declaraciones elogiando al régimen nazi” y el diario La Hora se servía de los informativos
de la agencia nazi Transocean.
Este era el modo de pensar casi total de las masas, y está reiterado continuamente por las organi-
zaciones políticas y obreras del Movimiento. El Partido Laborista, del cual Perón fue el afiliado No 1,
establecía en su Declaración de Principios: “No tendrán cabida en nuestras filas los reaccionarios, los
totalitarios y ninguno de los núcleos de la oligarquía”.
nomistas, políticos y burócratas diversos las usan. Cuando ahora ese
anuncio viene entre los toques de clarín y el redoble de tambores de un
gobierno con la suma del poder, muchos tienen derecho a pensar que
por fin esa panacea pasará a ser una realidad que nos ponga en camino
hacia las soluciones totales.
4
En una de sus escapadas hacia lo esotérico, el comentarista Grondona explica que el gran error de Illia
consistió en no comprender “que su misión era, en definitiva, viabilizar el encuentro del caudillo con la
Nación”. “La Nación y el caudillo se buscan entre mil crisis hasta que, para bien o para mal, celebran un
misterioso matrimonio” (30-7). Si alguien cree que el Dr. Grondona se ha sumado a las huestes del retor-
nismo, se equivoca: ese caudillo es Onganía, cuyo idilio con la República es lógico que Illia no haya
facilitado porque ignoraría, como todos nosotros, que existía. Las “nupcias” misteriosas de esa pareja
romántica se realizarán, suponemos, con todas las formalidades civiles y religiosas como corresponde a la
alta respetabilidad del régimen; de cualquier manera, lo que vemos por ahora más se parece a una viola-
ción cometida en banda.
ra plantear la rebeldía, no para apaciguar sino para agitar. De lo que
más lo acusaron sus enemigos fue de “agitador”, y él declaró que lo era
y muy honrado de serlo. También allí está la clave del problema en sus
aspectos psicológicos: el odio inextinguible de la oligarquía [106] hacia
el que desempeñó el papel de factor y símbolo de esa transición violenta
hacia una dimensión nueva en la lucha por el poder.
Y aunque Grondona y los profetas menores del nuevo orden hayan di-
seminado la teoría de que debe superarse el “falso conflicto” peronismo
vs. antiperonismo, y los burgueses de alma bondadosa piensen que es
una lástima que los argentinos estemos divididos porque sí cuando ser-
ía tan fácil que todos nos entendiéramos y nos dedicásemos a construir
el gran país, etc. etc., la verdad es que esa antinomia “peronismo-
antiperonismo” es la forma concreta en que se da la lucha de de clases
en este período de nuestro devenir. Por eso es que contra el peronismo
se ejerció la violencia durante todo el tiempo, sea en la forma negativa
de vedarle sus derechos, sea bajo las formas activas de la represión.
El multipartidismo se transformó en una competencia entre las
fuerzas políticas que forman los sectores del régimen y la “democracia”
en un libre juego de estos partidos oficiales, que no sólo no cuestionan
el orden económico-social sino que, gracias a la proporcionalidad, se
dividían los cargos representativos.
Pero claro que ese multipartidismo no expresaba los conflictos
globales de nuestra sociedad, sino las parcialidades existentes en el
bloque histórico formado por las clases agónicas pero poseedoras de la
fuerza. El otro bloque estaba excluido, pero su presencia amenazaba a
todos en conjunto e imprimía virulencia a esos enfrentamientos secun-
darios. Cuando hay proscripción mayoritaria, la Unión Democrática no
necesita polarizarse y sus integrantes hacen resaltar las diferencias que
los separan entre sí, que en ese circuito cerrado pierden su carácter re-
lativo para convertirse en oposiciones absolutas.
Ese choque era por momentos de suma violencia, sin amenguar la
sensación de transitoriedad de una política sin salidas. Las fórmulas
salvadoras de cada grupo son celajes que se disuelven no bien entran
en contacto con lo concreto. Alsogaray y Frigerio se pelean antes y des-
pués de la presidencia de Frondizi, pero ambos han sido colaboradores
en puestos claves de ese presidente.
El peronismo complica la situación; es un codiciado [108] capital
electoral que ningún partido está dispuesto a permitir que el otro usu-
fructúe en las opciones que se ofrecen; desde el gobierno, hay que bus-
car cómo eliminarlo, porque de le contrario, lo hacen los militares a cos-
ta de los eventuales detentadores del poder civil. Y las FF.AA. están, a
su vez, interviniendo directa o indirectamente, atentas a cada circuns-
tancia en que parece que el poder civil es impotente para contener a los
partidarios de la “tiranía”.
El Movimiento es la expresión de la crisis general del sistema bur-
gués argentino, pues representa a las clases sociales cuyas reivindica-
ciones no pueden lograrse en el marco del institucionalismo actual. Si
fuese como sus burócratas no crearía ningún problema, pero detrás de
la mansedumbre de los dirigentes está ese peligro oscuro que por ins-
tinto las clases dominantes saben que desbordará a los calígrafos que
exhiben su dócil disposición desde los cargos políticos o sindicales.
El régimen no puede institucionalizarse porque el peronismo obtendría
el gobierno y aunque no formule ningún programa antiburgués, la ob-
tención de satisfacciones mínimamente compatibles con las expectati-
vas populares y las exigencias de autodeterminación que son consubs-
tanciales a su masa llevarían a la alteración del orden social existente.
El régimen, entonces, tiene fuerza sólo para mantenerse, a costa de
transgredir los principios democráticos que invoca como razón de su
existencia. El peronismo, por su parte, jaquea el régimen, agudiza su cri-
sis, le impide institucionalizarse, pero no tiene fuerza para suplantarlo,
cosa que solo será posible por métodos revolucionarios.
De ahí que la burocracia peronista, que por cierto no cayó del cie-
lo y responde a déficits de nuestro Movimiento (que hemos señalado en
trabajos autocríticos y aquí no vienen al caso) representa al Movimiento
en su más bajo nivel pues como estructura del nucleamiento de la masa
popular —política, administrativa, sindical, etc.— el peronismo oficial
siempre ha estado muy por debajo de su calidad como movimiento de
masas. El espontaneísmo ha sido lo que le ha deparado sus grandes
jornadas triunfales, pero las condiciones exigen hace tiempo que dé el
paso de la rebeldía a la [109] revolución y para eso necesita la política
que oriente sus acciones dentro de una estrategia global, a partir de
concepciones teóricas que superen al reformismo, al burocratismo y a la
improvisación.
Las transformaciones que han tenido lugar desde 1945 han cam-
biado el carácter del fraude como sistema para gobernar; antes se hacía
fraude el día del comicio y los perjudicados no tenían más remedio que
esperar hasta las próximas elecciones —en que les volvían a impedir
que votasen—. Pero, por la forma en que ahora se da la lucha de clases,
éste no es un fraude entre partidos burgueses, sino que es el fraude que
le hace un régimen clasista a la mayoría compuesta principalmente por
los trabajadores; la lucha es permanente, cotidiana y en todos los nive-
les de la actividad.
Ahora bien, el procedimiento inicial del gorilismo era efectivo a
corto plazo, pero requería la violencia continua y cada vez en mayor in-
tensidad, transformando al régimen en una rudimentaria tiranía ejerci-
da por las fuerzas armadas. Pasada esa fase, el régimen buscó la “nor-
malidad”, mediante la “integración” del peronismo. Desmentida la tesis
que éramos una multitudinaria acumulación de papanatas encandila-
dos por los trucos que hacia Perón con el aparato del Estado, se pro-
curó que aceptásemos ser absorbidos hacia una coparticipación margi-
nal del poder, como parte de un frentismo en que nos resignábamos a
las posiciones secundarias en el aparato político del Estado. Las direc-
ciones burocráticas no tenían otra política de poder que ese electoralis-
mo o la de servir como fuerza de apoyo a los diversos intentos golpistas
que fueron configurándose. El golpismo y el electoralismo con candidatos
“potables” y visto bueno militar no eran vías antagónicas sino dos hipóte-
sis de un mismo planteo, que implica la renuncia del peronismo a su
razón de ser como instrumento de las fuerzas trabajadoras para la con-
quista del poder. Lo que calificarnos como “dirección burocrática” es,
precisamente, la imposibilidad de superar esa alternativa porque opera
con los mismos valores y preceptos del régimen con el cual estamos en-
frentados. Ambos términos de la alternativa —golpismo y electoralismo
pitagórico— son igualmente suicidas, el peronismo, incapaz de traducir
su número en fuerza, presta el [110] número a los que detentan la fuerza,
subordinándose a sus designios. Con lo que se acepta, tácitamente, la
proscripción del peronismo; es decir, se pacta sacrificando las necesi-
dades y anhelos de nuestro pueblo, que necesita tomar directamente el
poder.
Esto no siempre estaba inspirado por la traición o la venalidad. Resulta
de un déficit de conducción, de metodología, de comprensión teórica de
la realidad nacional. Somos incompatibles con el régimen, de manera que
esas tácticas oportunistas no podrán cumplir con el designio de incor-
porarnos a él; a lo sumo le daríamos una prórroga, pero a costa de de-
clinar nuestro papel como expresión política de las masas. Que la buro-
cracia ignore los antagonismos fundamentales de la sociedad argentina
actual y se desplace hacia los conflictos secundarios entre las fuerzas
del régimen no significa que también va a desplazar contradicciones que
son parte de la realidad objetiva y que sólo momentáneamente pueden
dejar de repercutir en la práctica de la clase trabajadora.
Precisamente esas pretensiones son las que dan por tierra con toda la
concepción de la “Revolución”, porque llevan en sí mismas el fatalismo
del fracaso. Transforman en política del Estado la visión irreal que las
FF.AA. tienen de sí mismas y de la comunidad cuyos destinos han re-
suelto dirigir. Pretender que el gobierno es apolítico, neutral en los con-
flictos sociales y ubicado por encima de todas las divisiones, puede ser
una creencia genuina en el presidente y los jefes militares, pero esa ver-
dad subjetiva es objetivamente imposible.
Porque las FF.AA. no son tina institución neutral, ni sus principios
son conceptos incontaminados de ideología ni su actividad y pensamiento
son extrapolíticos, ni los particularis….
Hay quienes sostienen que el Ejército es un microcosmos y por lo
tanto reproduce en cierto modo el macrocosmos de la Nación. No habría
así corte alguno con la comunidad civil cuyos fenómenos se manifestar-
ían en esta porción armada. Esta opinión encierra contrasentidos que
saltan a la vista: el peronismo predomina en lo civil y sin embargo sólo
tiene repercusiones negativas en el ámbito castrense.
Menos mecanicista es la tesis que prevalece en los cultores de los
valores militares (y en los propios militares). [148] Según ellos las
FF.AA.: a) son parte de nuestra sociedad, vibran al ritmo de ésta; y b)
no se mezclan en las divisiones facciosas de la política; se guían por
principios que están por encima de las ideologías e intereses de los sec-
tores civiles. En esta concepción se basa el paso dado para hacerse car-
go de la conducción del país.
Contra esto pueden adelantarse dos objeciones básicas. La prime-
ra es fáctica y consiste en todo lo que hemos dicho sobre la actuación
protagónica que los militares han tenido en nuestra política. Puede no
percibirse con claridad en la década del 30, donde su presencia en el
primer plano político fue efímera (aunque el golpe del 6 de setiembre fue
la transición del gobierno popular a trece años de fraude); pero no pue-
de ignorarse que desde 1955, aun cuando había gobiernos civiles, las
FF. AA. participaron en diversas formas y, sobre todo, mantuvieron el
derecho a veto sobre la acción de los mandatarios. La segunda: un
núcleo de la población que fuera la quintaesencia de sus virtudes, este-
rilizado contra sus impurezas sería algo aparte, una élite que constituye
una categoría cualitativamente diferenciada del común.
Aunque se aluda al origen de clase media de gran parte de sus je-
fes para negar que los militares constituyen una casta y un cuerpo con
sentido exclusivista, el argumento no es válido, pues las FF.AA. no son
determinadas por las clases de origen de sus miembros, sino que son
canales de ascenso social. No constituyen una continuidad con el resto
de la ciudadanía sino que son corporaciones altamente especializadas y
adscriptas a valores que son los de las clases altas. Son instituciones
formativas que moldean las personalidad de sus miembros desde que
tienen quince años, dentro de sistemas de valores y concepciones filosó-
ficas que no sufren la erosión del contacto propio de la convivencia en
un medio social abierto y se integran en las conciencias incuestionadas
por la confrontación con otras teorías en medio de la experiencia social.
Las FF.AA. no son, como ellos creen, una representación del con-
junto de los componentes sociales, ni un núcleo “neutral” frente a las
contradicciones entre ellos. Son una parcialidad. Podemos pasar por al-
to su participación en la política desde setiembre de 1935, para que no
se piense que hacemos hincapié en las acciones pasadas de un enemigo
que ahora quiere enterrar el hacha de la guerra, y tomar otro dato que
define su naturaleza en la presente etapa: las doctrinas de la “frontera
interior”, de la “guerra contrarrevolucionaria”, en que se asignan una
función específica como parcialidad enrolada en un orden, aliada a los
intereses locales y foráneos privilegiados por ese orden, cuya defensa
confunden con la de la Nación y declara la guerra por anticipado a
cualquiera que trate de llevar a la práctica un intento de reformarlo o
que simplemente se alce porque la opresión se le vuelve insoportable.
Este papel como guardianes del orden no se modifica porque las FF.AA.
consideren que esos adversarios del régimen son agentes extranjeros y
califiquen su función represiva como lucha contra una amenaza exte-
rior; las cosas son por su naturaleza y no por el nombre que se les da, y
esas patrañas no son serias más que como propaganda. Tampoco son
una novedad, ya que siempre la opresión ha sido justificada en nombre
de ideales intangibles.
Todo esto es preciso tenerlo presente para saber por qué desearnos
terminar con el demoliberalismo, cuál es su intrínseca superchería, y
entonces se puede valorar la actitud de los burócratas que proclaman
que se ha logrado ese objetivo cuando lo que ha ocurrido es que se des-
truyó la superestructura político-electoral pero no lo que esa superes-
tructura ocultaba. También se comprende cómo la ideología forma parte
de la evolución de la sociedad explotadora y justifica y oculta su depen-
dencia, su carácter de instrumento de los intereses unilaterales domi-
nantes.
La ideología expresa la relación del hombre con las condiciones de
su vida, tal como él las vive; por medio de ella se inserta en el sistema
de relaciones que existen entre la base económica de la sociedad y la
superestructura, cohesionando en su conciencia los diversos niveles
objetivos de la vida social. Pero actualmente, utilizada por las clases
dominantes, no registra directamente esas relaciones sino que da (vi-
mos) una representación invertida de ellas. Para tomar una forma con-
temporánea de condicionamiento ideológico: las ideologías que [153]
difunden los medios de comunicación de masas (especialmente la TV),
imprimen en el público la imagen de una igualdad formal entre indivi-
duos, variados pero idénticos, que aparecen integrados en la comunidad
política abstracta de la Nación; el espectador, que es parte de esa co-
munidad, se identifica con ella, pero de hecho lo está haciendo con el
conjunto de sus relaciones reales, entre las cuales están las de su ex-
plotación por capitalistas.
Pero las FF.AA. no van a tocar nada de eso, salvo mediante la “libre em-
presa”, los planes de desarrollo y las recetas de los economistas que
pertenecen a las empresas burguesas. ¿Es que todos los militares son
crueles y carecen de un mínimo de solidaridad humana? No, es que
ellos están por “las jerarquías”, por “el orden”, por el “derecho de pro-
piedad”, es decir, están por todo lo que causa los males; pero en lugar
de ver que allí están los engranajes que trituran a los seres humanos y
sangran a nuestro país, lo reverencian bajo los disfraces de gran de
abstracciones.
También los dueños y tratantes de esclavos se oponían a que se
terminase con el sistema y argumentaban a favor de la situación impe-
rante invocando el orden, la libertad de comercio, la propiedad privada,
Dios, etc. Léase a los segregacionistas del Sur de Estados Unidos, a los
racistas de Rhodesia, a cualquier comunidad de opresores, y se encon-
trarán argumentos muy parecidos a los que sostienen los opresores de
aquí. La forma de violencia sobre los seres humanos es ahora, en com-
paración, menos visible, menos grosera, pero no menos real. Las FF.AA.
no salieron de sus cuarteles para terminar con la explotación; salieron
para terminar con el desorden y [166] restablecer la “autoridad”. Como
si el orden o la autoridad fuesen fines en sí mismos. Ellos tienen un
sentido en la vida disciplinada de lo militar, pero otro muy diferente en
la vida social. En ésta, no son valores primordiales, sino que tienen ca-
tegoría instrumental; orden sí, cuando sirve para afianzar o lograr la
justicia y la libertad. Y lucha contra el orden cuando es el orden del in-
movilismo social, la indefensión nacional, la perpetuación de la ignomi-
nia.
Es que todo forma parte de la misma ideología. Las FF.AA. creen
en el “equilibrio” social, en el respeto por el orden. Pero el orden no exis-
te: es el punto de vista humano el que pone el orden en una situación
social dada.
El orden, el equilibrio, no es más que un desequilibrio social que se
ha institucionalizado. Tampoco hay jerarquías preestablecidas o de ori-
gen divino o representativas de los grandes valores que nombran tan
frecuentemente. Las jerarquías son hechos sociales, las establece el po-
der en sus diversas formas. La jerarquía del general y la del teniente
son funcionales dentro de una institución que tiene por fin la defensa
armada. Pero la jerarquía de la gente “señorial” es una creación de la
economía. Ningún peón ni obrero es “señorial”, y en cambio cualquier
estanciero que venga seguido a la capital lo es. Lo es todo un estrato de
la sociedad, constituido por los que son o han sido dueños de la tierra y
los que siguen sus módulos de conducta fieles a una “tradición” que
ellos mismos crearon y sacralizaron de esa axiología, en saber aceptar
las estratificaciones existentes, comprendiendo, que si ellos no están en
los peldaños superiores es porque no les corresponde. Cada vez que
desde las jerarquías se reconocen a algún servidor los atributos de la
belleza del alma, con toda seguridad que es un alcahuete, un servil o un
pobre diablo que se tomó en serio las jerarquías patronales y “conserva
su lugar”, de manera que es tratado paternalmente y recoge la limosna
de los elogios: “es de la gente como ya no va quedando”. Porque los infe-
riores se definen a partir de los superiores, en relación con su conducta
hacia ellos.
Estos privilegios de nacimiento y de situación social que se pre-
sentan como atributos de la sangre o bienes de la gracia [167] divina, o
recompensas a la superioridad personal, forman parte de una serie de
jerarquías que tienen un origen económico-social, aunque aparecen
trasmutadas en valores espirituales. Las FF.AA. defienden ese orden,
como si formase parte del patrimonio moral de los argentinos (“afirma la
prevalencia de los valores morales sobre los materiales”, Onganía), e
identifican esa custodia con una función patriótica. Sin embargo, ese
orden es un escándalo en cuanto lo desmenuzamos en las relaciones
concretas que unen a los individuos en la actividad privada. Las FF. AA.
lo consideran como un todo estructurado y armonioso, sin advertir que
el Estado —de cuyos órganos son parte— es el encuadre formal que co-
hesiona externamente el campo concreto de intercambios competitivos
de la sociedad civil, teóricamente constituida por un sinnúmero de “vo-
luntades autónomas”. Es el Estado el que de la sociedad civil capitalis-
ta, desigual y anarquizada, hace un orden, que organiza el funciona-
miento de la sociedad civil, al tiempo que mantiene su atomización.
Los llamados a la “empresa común” y a la “unidad de los argenti-
nos” son una convocatoria a convalidar la propia esclavitud. El progra-
ma de la “revolución” expresado por el general Onganía, establece: “Se
asegura plenamente el ejercicio de la propiedad”; “Hacer respetar la au-
toridad, la propiedad, y el derecho ajeno”. Esta trilogía campea en toda
la ideología de la política del régimen militar.
La política de la “revolución” recoge todos esos mitos, algunos de
origen liberal otros puramente clerical-reaccionarios, casi todos comu-
nes a una y otra ideología. Su concepción social reposa sobre las ten-
dencias con que los sociólogos tratan de dar cuenta de la contradicción
fundamental del capitalismo, la que crea el carácter social del proceso
productivo y el carácter privado de la apropiación del producto, o sea
entre la socialización de las fuerzas productivas y la propiedad privada
de los medios de producción; contradicción que se agudiza por el carác-
ter monopolítico del capitalismo moderno. Contra el viejo pensamiento
liberal, se ha producido una evolución en la apreciación de la sociedad
ante el hecho concreto de que el “individuo” del esquema liberal se en-
cuentra, en la práctica, integrado en organizaciones y grupos por su
participación en [168] la producción (sindicatos, organizaciones patro-
nales), y otras formas de asociación a diferentes niveles de la vida colec-
tiva. Eso originó la perspectiva de la sociedad no teniendo como centro
el hombre atomístico del viejo liberalismo, sino como “totalidad”, como
conjunto de corporaciones (políticas, gremiales, educativas, de trabajo,
etc.). Una sociedad vendría a ser el conjunto de todos esos elementos
empíricos, cohesionados en un equilibrio integrativo donde las fuerzas
se compensan. Hay versiones de mayor o menor refinamiento a partir
de estos principios, pero todas se basan en negar la lucha de clases y la
hegemonía de un bloque de intereses sobre otro. Esa es la vertiente “so-
cial” del gobierno, que coexiste perfectamente con el liberalismo libre-
empresista y el anatema contra el intervencionismo estatal.
Como la “Revolución” cree en esa apacible imagen, busca la “con-
ciliación”, la “tregua”, el “pacto social”, reduciendo la lucha de clases a
la confluencia de representantes de las fuerzas en pugna a la mesa de
acuerdos “patrióticos”, atribuyendo al “extremismo” cualquier acto que
revele la futilidad de semejante empresa. Pero la lucha de clases sólo se
atenúa con la extrema riqueza de los países adelantados, es allí también
donde funciona el régimen democrático que es un lujo de la opulencia.
En cambio en la Argentina, así como no funcionó este último tampoco
hay atenuación posible de una lucha que está agudizada por la crisis
del sistema económico y que llega periódicamente al punto de incandes-
cencia. Lo que habrá serán instancias de conciliación y fuerza para re-
primir a los díscolos5. [169]
5
El gobierno militar oscila entre dos actitudes al enunciar los objetivos que tiene en vista para restablecer
la “democracia”. Por una parte, el general Onganía ha expresado que, oportunamente, se volverá a los
partidos políticos y a la democracia representativa; otros voceros, como el ministro del interior, han
hablado de integrar a la comunidad a través de las “asociaciones intermedias”, o alguna de las fórmulas
que designan a municipalidades, asociaciones diversas, etc. Es una de las creaciones de los teóricos que
Los consejeros del general Ongania ie han hecho caer en una que
será posible por la desocupación y la acción represiva.
Porque la “totalidad” política riel Estado capitalista es una Unidad
objetiva de elementos en contradicción, funcionales u no-funcionales a la
vez, bajo la hegemonía de determinadas clases. El mantenimiento del
orden no es, entonces, la preservación de una mítica armonía de ele-
mentos que funcionalmente tienden a cohesionarse en la Nación, sino la
coerción que mantiene la unidad garantizando el statu-quo. Las FF.AA.
no defienden “el orden” sino éste orden, que es el impuesto por los explo-
tadores. No se constituyen en defensoras de un orden que existía inde-
pendientemente de ellas, que corresponde a valores extrahumanos, pa-
trióticos y divinos, sino que forman parte de ese arden, como elemento
interno de él. Antes como respaldo, ahora directamente. No son una
fuerza que corre a la defensa de un orden fijado de acuerdo a un modelo
de valores, sino que en el acto de defenderlo lo crean, le dan continuidad
como hecho humano producto de la acción de las fuerzas económicas
predominantes en el capitalismo en perjuicio de los que carecen de bie-
nes. El “individualismo con motivaciones puramente materiales” que el
general Onganía señala como una de las causas de nuestros males, es
el que impera en nuestra sociedad, apoyado por las FF.AA., el general
Onganía y los planes de la “Revolución Argentina”.
Las idealizaciones del lenguaje burgués, aunque vengan con los
pífanos y tambores de su traspaso al idioma patriótico militar, siguen
siendo la justificación de las realidades más sórdidas de la convivencia
humana. ¿Por qué desde hace tiempo había que despolitizar a los gre-
mios, a la Universidad y si era posible a todo el país civil, como ahora,
pero no por cierto que no a la FF..? ¿Por qué, en ese sentido, se negaba
a los sindicatos, que responden a una realidad social y económica de la
vida civil, lo que asumían y asumen como privilegio las FF.AA. que sólo
tienen existencia institucional como protección de la soberanía de los
ciudadanos, como ejecutor y no como sustituto de esa voluntad? ¿Esa
libertad sin límites, esa libertad de la cual —según la Junta Revolucio-
naria y el general Onganía— algunos abusaban, acaso nosotros la
hemos conocido? Parece una befa hablarle al pueblo de abuso [170] de
la libertad. Lo que hemos conocido es la falta de libertad, el exceso de
autoridad, de represión, de coacción. Los que han tenido y han abusado
de su libertad, producto de la negación de la libertad de los demás, son
los que ahora siguen gozando de ella, unos como capitalistas, otros co-
mo guardianes.
Los militares creen que perciben la realidad en su totalidad, tal
cual es. Pero lo que conocen verdaderamente son fragmentos de ella,
que están integrados en el conjunto de representaciones que constituye
la “ideología”. Porque la ideo- logia no es algo que se elige o se va con-
formando, sino que es ese conjunto de ideas, valores, representaciones
que ya existen en esa sociedad y conforman la conciencia de todos los
buscan “integrar” a la población a través de organismos no políticos, cumplir con la “democracia” y con
la “despolitización”. Ese engendro corporativo también intenta borrar la lucha de clases, sepultándola
bajo un enramado de formas asociativas basadas en otros motivos que los de la común situación en el
proceso productivo que sólo jugarían para las tratativas exclusivamente gremiales apolitizadas.
que nacen en ella. La experiencia de cada individuo no se graba sobre
una conciencia en blanco sino que esa experiencia se vive ya con el
condicionamiento que es parte de la existencia misma en la comunidad.
La ideología, que los militares —y los analistas burgueses— creen
que es un hecho puramente subjetivo, se da efectivamente como hecho
de la subjetividad de cada individuo, pero es el conjunto, el medio so-
cial, el que imprime los contenidos y las formas de ese desarrollo subje-
tivo. Dicho de otra manera, la ideología es una estructura, que existe
objetivamente como componente de la vida de relación, y el pensamien-
to revolucionario puede analizar, prescindiendo de los particularismos
de cada caso-individuo aislado. La conciencia revolucionaria es una su-
peración de esa ideología que forma parte del orden social, no oponién-
dole ninguna superioridad mediante una hipotética “comparación”, sino
penetrando en los hechos sociales de los que esa ideología burguesa
forma parte.
Los militares afirman su superioridad en base a las mismas es-
tructuras ideológicas con que el burgués cree en la suya, pues ambos
están condicionados por el mismo contexto social. La ideología les per-
mite reconocer su propia “calidad” de integrantes de los estratos supe-
riores, que se les aparece como un hecho divino o natural y les presenta
su predominio económico o político como el ejercicio de un imperativo
moral: mandan “obedeciendo” a un deber moral superior.
Bajo la neblina espiritualista de las declaraciones, lo que defien-
den las FF.AA. es un conjunto de relaciones concretas [171] entre hom-
bres concretos, de carne y hueso, relaciones que ahora se consolidan
asegurando la multiplicación del lucro obtenido mediante un despojo de
nuestros trabajadores, despojo que no es sólo económico sino una men-
gua de su esencia humana. La ideología de las FF.AA. borra esta reali-
dad y su propio papel en ella; el orden, la autoridad, las jerarquías,
desprovistos de todo vestigio de historicidad, se subliman en valores
excelsos y los miembros de la minoría parasitaria, sobre el país silen-
ciado, se felicitan entre sí como beneméritos de la Patria.
La esencia de la dictadura y la función que cumplen las FF.AA. en esta
etapa
Por lo dicho se comprende que la institucionalización de la hegemonía
clasista en las estructuras estatales no se produce en forma directa sino
por una serie de mediaciones, de una trama de interrelaciones entre la
base económica, los valores y sistemas normativos e ideológicos y las
formas jurídicas positivas que rigen la vida de la comunidad. Sin entrar
en más precisiones que escaparían a nuestro tema, queremos poner el
acento en el carácter no-mecánico de esas relaciones, de modo que lo
político-estatal no es un reflejo directo e inmediato de los hechos
económicos-sociales —como „lo conciben ciertas simplificaciones eco-
nomicistas— sino que tiene cierta autonomía, si bien relativa, propia de
su especificidad dentro de la organización total de la sociedad.
En los estados corporativos (tanto en el feudalismo como en los regíme-
nes fascistas) los privilegios de las clases dominantes son consagrados
en su inmediatez, impuestos a la sociedad como hecho empírico, aun-
que justificado ideológicamente. En el capitalismo moderno, en cambio,
se presentan bajo las formas universales de un Estado que abstracta-
mente condensa los intereses del conjunto de la población. Vale decir,
que el Estado expresa los intereses políticos de las clases dominantes,
presentando sus intereses económico-sociales propiamente dichos como
necesidades generales, como un crecimiento y un [172] progreso de las
fuerzas nacionales en una trasmutación donde quedan escamoteados
los contenidos clasistas.
En la Argentina, repetimos, esa „universalización” fue realizada
por una clase comercial y latifundista parasitaria que no podía repre-
sentar a la sociedad global y cuya prosperidad estaba en contraposición
con las condiciones de una acumulación capitalista interna.
6
El ejemplo no es arbitrario, era parte del Plan Prehisch y lo defendieron los economistas de Lonardi,
encabezados por Coll Benegas. Dio la casualidad que entre los “liberadores” se había filtrado un hombre
de buena voluntad, el Dr. Cerrutti Costa, que como ministro de Trabaio enfrentó esos planes que le abrie-
ron los ojos sobre el significado del golpe setembrino al cual había adherido influído por la propaganda
antiperonista. Su colaborador, Dr. Bledel, ha publicado un trabajo donde relata los pormenores de esa
política destinada a fabricar miseria para que los patrones se capitalizasen.
[192] Lo que ahora nos ofrece el gobierno, bajo promesas de un
salto histórico, es el programita de los economistas burgueses. No había
para qué ir a buscarlo a costa de disolver los partidos: cualquiera de
ellos lo tiene, éste no es ni de los técnicamente mejores ni de los menos
dañosos. Nos olvidábamos, los militares ponen la “eficacia”. Pero como
todos sus valores, es externa al plan, porque es la eficacia para supri-
mir las críticas y reprimir las protestas de los perjudicados.
Este programa se apoya en la creencia de que las contradicciones
se irán repartiendo en el tiempo y resolviéndose a sí mismas por la apli-
cación de medidas correctivas. Es una tesis de gran prestigio. Jamás se
ha visto que haya funcionado pero tal vez funcione algún día en alguna
parte. Lo que no comprendemos es por qué llamarle “revolución” si no
es más que el viejo programismo liberal con la técnica como elemento
de propulsión. En todo caso, ¿esa es la alternativa que se pretende que
aceptemos en lugar de un verdadero programa revolucionario? ¿resig-
narse a esperar, sufrir nuevas privaciones para tan magros adelantos?
A los peronistas se nos elimina primero mediante la “despolitiza-
ción” y luego se nos integra a nivel “técnico”, y encima se aspira a que
nos prestemos de buen grado.
Pero se equivocan al suponer que el programa sea lo que dicen las de-
claraciones etéreas del moralismo oficial (y no entramos a considerar la
validez de ese sistema ético, desde que no admitimos una discusión
abstracta sobre una axiología que debe apreciarse en relación con sus
efectos sociales).
Y se equivocan al creer que la técnica es apolítica, neutral.
Suponiendo que se cumpliesen los moderados objetivos económicos:
¿quién dice que ese progreso económico trae progreso social, que dismi-
nuye las diferencias de ingreso entre las clases? 7 No hay poder extraso-
cial que tome las resoluciones finales sobre la distribución de las inver-
siones, los sectores a desarrollar, las ventajas a otorgar, las restriccio-
nes, etc. [193]
¿Quién tiene el poder de decisión, la burguesía o los trabajado-
res? Esta pregunta concreta será respondida con alguna entelequia, re-
sultante de la conciliación entre clases; pero dicho poder lo tiene la bur-
guesía, porque el sistema es el de ella.
¿Y qué hacer para que las empresas inviertan en los sectores de mayor
interés general y no en los de mayor ganancia? Por descontado que na-
da, porque eso iría contra .la libertad de empresa. Puede invertir el Es-
tado, cuyas actividades económicas son “supletorias”, cubriendo lo que
no interesa a la empresa privada; pero entonces quiere decir que el Es-
tado debe invertir en las actividades que no atraen a los capitalistas
privados, o esa, en donde hay déficit. ¿Y no es que hay que suprimir las
empresas estatales y eliminar el déficit de las que queden? ¿Y qué valor
tienen los planes “indicativos” si el Estado no interfiere en el juego de
7 El plan de estabilización de 1959, también trazado de acuerdo a los lineamientos del FMI, determinó un
aumento del 113 % en el costo de la vida, mientras el producto bruto por habitante descendía en un 7,5%.
las iniciativas privadas, es decir, si no ejerce ninguna clase de coerción?
¿Cómo puede confiarse a esta altura en que ese mecanismo sea el auto-
rregulador de la economía? El programa —considerado como un con-
junto de fines y de medios para alcanzarlos— no es tal: es una apuesta
a que la libre empresa traerá la prosperidad, una convicción muy ex-
pandida entre los empresarios que quieren manos libres y los militares
mal informados, pero que no tiene por qué compartir el pueblo. Y esas
no son, como se ve, opciones técnicas, son decisiones políticas, no las
van a resolver ni los actuarios ni los estadígrafos.
La clase de medidas que está dentro del espíritu del plan sólo son apli-
cables temporaria y parcialmente, y no conseguirán otra cosa que crear
algunos focos de superganancias, sin contrarrestar el proceso general,
que seguirá los fatales rumbos de la economía libre. Porque se ha de
saber que los miembros de esa élite de patriotas formada por banque-
ros, empresarios, financistas, terratenientes, después de todo son
humanos: exigen algunas condiciones para actuar como benefactores
de la comunidad. Y los capitales que vendrán a participar en el salvataje
también; tratados de garantías para las inversiones, los obreros metidos
en caja, facilidades para remesar las ganancias, etc., todo esto lo ha
prometido el [194] gobierno, y Alsogaray ha sido bien detallista. El Es-
tado intervendrá en lo económico-social, no tenemos dudas, porque tie-
ne que asegurar las condiciones para ese desarrollo, que no capitali-
zarán al país sino que lo desangrarán aún más.
La desigualdad de ingresos no traerá más inversiones que las que
sirvan para superexplotarnos; las devaluaciones desplazarán el ahorro
hacia la especulación a corto plazo para estar a salvo de las subas de
precios internos; las ganancias de los monopolios cuando vuelvan al
país serán en forma de préstamos que cargarán la balanza de pagos; la
renta se diluirá por mil intersticios de libreempresismo, la estabilización
producirá su habitual impacto sobre la economía del pueblo y estabili-
zará sólo las ganancias de los consorcios; las inversiones que vengan a
aprovechar la piedra libre de este régimen que niega la existencia del
imperialismo, no sólo harán negocios gravosos para nosotros, sino que
aumentarán aún más nuestra dependencia; etcétera.
8
Una dualidad en la explicación causal permite llegar a esa conclusión tranquilizadora: mientras el capi-
talismo norteamericano es la realización suprema de los ideales burgueses de “libertad”, en la URSS
resulta de un proceso que obedece a un determinismo tecnológico.
9
El que este elenco sea, a pesar de eso, de una pobreza técnica increíble, no debe hacemos perder de vista
que lo esencialmente errónea es la concepción tecnológica.
cionalismo” sin conciencia nacional, los autoritarios orgánicos de toda
laya—. Se habla de una “Universidad al servicio del país”, pero se le pi-
de que esté estúpidamente embotada en el cientificismo, desvinculada
de los problemas vivos y actuales, de los que afectan nuestro destino
como las guerras coloniales y semicoloníales, la presencia del imperia-
lismo, la suerte de la clase obrera. Eso queda afuera como “política”.
Todos están de acuerdo en la “autonomía”, la libertad (relativa) de
cátedra, y otros principios semejantes; lo que no quieren es la politiza-
ción. Quieren precisamente lo que era y es el rasgo que nosotros comba-
timos en la Universidad, y que predomina en las ciencias sociales: la
supuesta “objetividad”, el rechazo de los valores para considerar a una
ciencia no valorativa, no política. Pero lo que se considera no valer son
los viejos valores del statu quo, de la cultura imperialista, que se toman
por datos objetivos cuando no son más que datos cargados de una de-
terminada valoración y politización.
La soberanía es indivisible
CHESTERTON
Esta Argentina donde los niños y los sueños mueren des nutridos
donde los explotadores dietan las condiciones de la convivencia, esta
Argentina no la queremos. Esta unidad patriotera de obediencia al privi-
legio y sometimiento a la fuerza no es la nuestra, y contra ella procla-
mamos la unidad de todas las fuerzas patrióticas antiimperialistas que
no se doblegará ante el statu quo y sus guardias de hierro.