Antropologia Tema IV. Sesión 1 - La Inteligencia
Antropologia Tema IV. Sesión 1 - La Inteligencia
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1. INTRODUCCIÓN
Muchas personas desean vivir una vida intensa, plena pero no aciertan en las
decisiones o no saben cuáles deben tomar. Uno de los temores existenciales que a veces
paralizan a algunos es el miedo a empeñarse en algo con todas las fuerzas, con ilusión,
hasta dar lo mejor de sí mismo... y comprobar después que estaba equivocado, o que le
habían engañado, y que -en consecuencia- todo el esfuerzo no ha servido para nada.
Este temor lleva con frecuencia a no creer en los propios sueños, proyectos, objetivos...
para evitar la frustración que surgiría si al fin se viese que eran falsos. Ese
empequeñecimiento de las ilusiones –la pusilanimidad- impide empeñarse a fondo en
las relaciones afectivas, en las tareas profesionales, en las elecciones vitales...
1 Como, entre otras, en las propuestas del pensamiento débil de Gianni Vattimo, el escepticismo de Thomas Nagel o
Markus Gabriel, el post-estructuralismo de Foucault o de la verdad líquida de Bauman
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muchos casos, los que persiguen ideales no se arrepienten del empeño con que han
trabajado aunque no hayan alcanzado a convertirlos en realidad. Como se verá en su
momento, la buena voluntad es un factor más decisivo que una buena inteligencia.
3. Sin ser la única condición, aún así, vivir bien depende en parte de saber pensar bien,
con exactitud, haciéndose cargo de las situaciones, sin simplificar los problemas
difíciles que la vida plantea, o sin preocuparse obsesivamente con problemas poco
importantes.
2. LA PRESUNCIÓN DE VERDAD
2 Para que pueda darse esa comprehensión, es necesario que la inteligencia se identifique con el ser del sujeto, como
sucede solamente en Dios. Cfr. S. Th. I, q. 14, a. 2, 3 y 4; y q. 87, a. 2.
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Pero esa hipótesis no puede llegar a convertirse en una tesis, en una premisa de
partida, porque –de forma circular- se negaría a sí misma al estar obligados a dudar de
la conveniencia de la duda.
2. De ahí que, en el universo mental de cada uno, haya que ser cuidadoso a la hora de
distinguir entre las opiniones personales que se apoyan en nuestras inclinaciones, las
convicciones –creencias más o menos fundadas- y los conocimientos verdaderos, que se
pueden dar por evidencia o por demostración.
Las creencias personales nacen del aprendizaje, de lo que otros nos transmiten
sin que exista una experiencia personal de ellas. Esta falta de experiencia –como
veremos- no significa que no sean aceptables o que no sean racionales. Creemos al
médico que diagnostica una enfermedad aunque no veamos personalmente los síntomas,
y no sería racional desconfiar de un médico honesto y suficientemente preparado en su
especialidad. Quizá puede ser oportuno en ese caso pedir un segundo diagnóstico para
eliminar la posibilidad de algún error, o incluso un tercero... pero no sería lógico alargar
ese proceso indefinidamente. El proceso creencial es una forma racional de
conocimiento, aunque haya que distinguir las creencias que tienen un fundamento
racional y aquellas que no lo tienen. Gran parte de lo que sabemos se debe a esa forma
de adquirir conocimientos.
3. Para ser rigurosos en nuestra forma de pensar, es necesario tener en cuenta los límites
de la inteligencia en general y, además, los límites de nuestro conocimiento personal.
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Saber que somos parcialmente ignorantes, es decir, ser consciente de los límites
de lo que somos capaces de explicar, nos permite seguir progresando. Nos planteamos
problemas y preguntas para las que carecemos de respuesta por el momento.
Observamos datos que exigen una explicación, que aún no alcanzamos. Esa conciencia
impulsa la investigación, el análisis de los problemas complejos, la experimentación,
etc.
Se entiende aquí la eficacia como un valor que se sitúa por encima de la verdad.
En ocasiones, decir la verdad es algo inútil o aparentemente perjudicial para el interés
personal o colectivo. Confesar algo que uno ha hecho mal puede dañar los propios
intereses. El niño que se excusa, el político que oculta datos, el empresario que altera
sus cuentas, el estudiante que copia, quien finge estar enamorado sin estarlo, etc.
consiguen unos resultados que serían más difíciles de alcanzar por otros medios. Mentir,
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en esos casos, parece eficaz: permite alcanzar los objetivos que uno se ha propuesto y
eliminar los obstáculos que podrían nacer de los errores cometidos.
- la falta de autoestima que tienen muchas personas, que genera en ellas una
fuerte inseguridad a la hora de manifestar sus opiniones, convicciones, deseos, etc. No
es infrecuente que muchas personas tengan un mundo interior propio que no se atreven
a compartir con otros por miedo a ser considerados raros o ingenuos, o a ser objeto de
burla o de desprecio por el entorno inmediato.
3. La confianza social no implica que todas las verdades tengan que ser compartidas con
otros. Hay verdades que, por su propia naturaleza, son secretas para una persona, o para
un grupo de personas.
El amigo que cuenta al amigo algo íntimo no lo hace para que éste último lo
comparta con cualquiera, ni siquiera con otras personas cercanas. Se entiende así
aunque esa confidencia no cuente con la protección legal de ser hecha ante notario, con
cláusulas de restricción.
Ser sincero significa también ser capaz de guardar las verdades que otros
depositan en uno mismo. Tres ámbitos de ese tipo de compromiso con la verdad son a)
la confidencia entre personas singulares; b) el secreto profesional, que obliga a silenciar
lo que se sabe sobre otras personas como efecto del ejercicio profesional: el médico, el
abogado, el administrativo de un banco, etc.; y c) en el catolicismo, el sigilo
sacramental del sacerdote.