Honestiores Humiliores

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Tema 8.

Hispania en época bajoimperial y tardoantigua


Desarrollo del tema
8.1. Introducción
8.2. Las reformas de Diocleciano y Constantino 8.3. Las
nuevas claves económicas
8.4. La sociedad: honestiores y humiliores
8.5. El cristianismo en Hispania
8.6. El fin de la Hispania romana
• 8.1. Introducción
• Durante la llamada “crisis del siglo III” se habían puesto de manifiesto las debilidades
del aparato estatal, así como las profundas tensiones que albergaba la sociedad romana.
• El sistema defensivo del Imperio había sido roto en varios frentes, permitiendo la
entrada de pueblos bárbaros que se habían ido asentando en el interior del Imperio. Las
provincias habían mostrado, en algún caso, su deseo independentista. El ejército no
había sido eficaz para resolver con rapidez los problemas y, lo que era más grave, se
había perdido el prestigio del emperador: cualquier general apoyado por una parte del
ejército se consideraba digno de autoproclamarse emperador.
• Los problemas políticos agravaron la crisis económica y social: bajó la calidad de la
moneda, se hicieron más difíciles las comunicaciones y el comercio, no fue fácil para la
administración la percepción de impuestos y los pequeños campesinos, los colonos y los
esclavos fueron las grandes víctimas de este estado de cosas.
• No debe extrañar, pues, que los pueblos bárbaros invasores encontraran apoyo en los
bajos estratos sociales. Bajo el emperador Aureliano (270-275) aparecieron los
primeros síntomas de la recuperación, pero hasta el gobierno de Diocleciano (284-
305) no se superó la crisis.
• En el caso de Hispania, el periodo más oscuro de su historia en el siglo III es el discutido
episodio de las invasiones francas (con unas fechas que oscilan entre el 256 y el 362 según
el historiador).
• La historiografía tradicional vinculó algunos testimonios arqueológicos que constataban
niveles de destrucción y enterramientos de tesorillos de monedas alrededor de los años
250-270, así como referencias literarias de finales del siglo IV que hablan de invasiones
francas, con las invasiones germanas que sufre todo el Imperio en el 260.
• La revisión crítica de las fuentes que se ha llevado a cabo a lo largo de los últimos años,
matiza las tesis invasionistas y considera que estas no tuvieron un gran impacto en el
devenir histórico de la Península Ibérica en el s. III.
• En la actualidad, se tiende a considerar que la situación administrativa en Hispania no
sufrió apenas modificaciones: la división del territorio era prácticamente igual a la que creó
Augusto. La única modificación digna de mención fue efímera: la creación de la Provincia
Nova Antoniniana en el noroeste peninsular en época de Caracalla, pero en el 241 esta
provincia ya aparece reabsorbida en la Tarraconense.
• 8.2. Las reformas de Diocleciano y Constantino.
• Con Diocleciano se inicia lo que algunos historiadores han llamado el “Dominado”, por el
carácter sacro y el ceremonial religioso de que se rodeaban los emperadores. La reforma
diocleciana afectó a todas las esferas de la política y de la administración: acuñación de una
moneda fuerte en la que se habían elevado los porcentajes de oro y de plata, sistema impositivo
–la capitatio-iugatio- que daba preferencia a la percepción en especies y que responsabilizaba a
todos los ciudadanos del Imperio, incremento del personal burocrático, etc.
• Diocleciano asoció al poder, también con el título de Augustus, a Maximiano, y ambos
adoptaron a sendos Césares, como garantía de continuidad sucesoria, Galerio y Constancio,
una fórmula conocida como Tetrarquía. “Augustos” y “Césares” se ocuparían respectivamente
de las cuatro zonas en que fue distribuido el Imperio.
• Esta asignación de jurisdicciones territoriales conllevó una nueva organización administrativa,
basada en la multiplicación del número de provincias, que pasaron de 48 en el s. III a 104 en el
s. IV: con ello se pretendía evitar la excesiva concentración de fuertes poderes militares y
políticos en ciertos lugares del Imperio, pero lógicamente significó también un fuerte
incremento de la burocracia con sus muchos componentes negativos.
• La necesaria conexión entre gobierno central y provincias aconsejó la reagrupación de éstas
en circunscripciones más amplias, las diócesis, dirigidas por vicarios. La evolución del
sistema llevó después, en época de Constantino (324-337), a la inclusión de estas diócesis
en unidades administrativas superiores, las prefecturas, encomendadas a los prefectos del
pretorio, con funciones administrativas, financieras y judiciales.
• El gobernador de la diócesis, el vicarius, tenía la responsabilidad de cuidar por la buena
administración de las provincias y de las ciudades. Él era también el juez a quien podían
apelar los provinciales, y por el numeroso equipo de funcionarios dependientes de él -en
torno a 300-, con misiones muy específicas (encargados de la correspondencia, de las
finanzas, de las tropas...), podemos suponer que ejercía un minucioso control de todos los
asuntos de su diócesis.
• Los gobernadores de provincia o praesides eran los responsables de todos los sectores de
la administración ordinaria en el ámbito territorial de la misma.
• La península Ibérica fue afectada lógicamente, como todo el resto del Imperio, por esta nueva
división administrativa, cuyo punto de partida se fecha hacia el 298 n. e.
• Las provincias de Hispania quedaron integradas en la diocesis Hispaniarum.
• Con Diocleciano, en el 298 d.C., la antigua Citerior fue dividida en tres provincias:
• Tarraconensis – Carthaginiensis - Gallaecia.
• La Lusitania y la Baetica continuaron como hasta entonces.
• Se añadió una sexta provincia, la Mauritania Tingitana, que, por su situación, tenía una
comunicación más fácil con la Península Ibérica que con su vecina provincia africana, la
Mauritania Caesariensis.
• Posteriormente, entre 365 y 385, de la Carthaginiensis se desgajó la nueva provincia de las islas
Baleares, con lo que el conjunto de la diócesis, para entonces incluida en la prefectura de las
Galias, contó con siete provincias.
La administración provincial y municipal
• Todos los cambios territoriales iniciados por Diocleciano que se sucedieron durante todo el Bajo Imperio afectaron también al
organigrama administrativo. La fragmentación de las provincias obligó a aumentar el número de funcionarios y a añadir
nuevos cargos.
• El prefecto del pretorio: A partir de Constantino, los prefectos del pretorio dejarán de tener funciones militares (jefes de la guardia
pretoriana) para desempeñar funciones civiles en los nuevos territorios. En Occidente, la diócesis de Hispania se integrará a
Galia y Britania en la prefectura de las Galias. El prefecto del pretorio es el último responsable del orden público y de la
administración local, ya que de él dependen los vicarios, gobernadores provinciales y autoridades municipales. Es también el
delegado de la justicia imperial y cumple funciones legislativas (edictos y reglamentos de administración pública).
• Los vicarios: son los gobernadores de cada diócesis. Ejecutan las decisiones que se toman en la prefectura. Disponían de un
abundante personal de funcionarios que se ocupaban de la correspondencia, tareas judiciales, financieras, etc. La
responsabilidad más importante que tenían era la de la recaudación de lo tributado en su diócesis.
• Gobernadores provinciales: A partir de Diocleciano son elegidos exclusivamente por el emperador. Eran los responsables de
mantener el orden en su provincia, administrar justicia y garantizar el buen estado de las infraestructuras públicas.
• Administradores municipales: El cambio más significativo es la incorporación del curator civitatis, funcionario nombrado por la
cancillería imperial y, a partir del 363, por la curia. Al principio se limitaba a la recaudación de impuestos, pero con el tiempo
asumirá más responsabilidades. De él dependerán los duoviros, ediles y cuestores. Asimismo, el defensor ciuitatis tendrá a partir
de Valentiniano I una mayor importancia a causa de los abusos crecientes de los recaudadores de impuestos.
• 8.3. Las nuevas claves económicas
• Desde finales del siglo II se habían hecho presentes en el Imperio una serie de
transformaciones que afectaron a las estructuras en las que se había basado el sistema
administrativo y socioeconómico romano. Estas transformaciones consistieron
fundamentalmente en una crisis económica acelerada por la extensión del latifundio, que
rompió el equilibrio en las relaciones sociales dentro del marco de la ciudad, la unidad básica
de gobierno.
• Durante los dos primeros siglos del Imperio, los propietarios de tierras (en general medianas)
eran en buena proporción gentes pertenecientes a la oligarquía municipal, que mantenían
relaciones estrechas con su ciudad mediante el cumplimiento de las magistraturas comunales
y la satisfacción de liberalidades públicas (evergetismo) en sus correspondientes municipios.
• La crisis del trabajo esclavo como forma de producción puso en entredicho la rentabilidad de
la mediana propiedad, a la que aquél servía de base, y dio paso al proceso de formación del
latifundio extraterritorial cultivado por colonos semilibres.
• Tanto estas grandes propiedades, como las que, por donaciones y confiscaciones, fueron
cayendo directamente en manos de los emperadores, sustraían a las ciudades de sus medios
de subsistencia, medios que se vieron obligadas a recabar de los propietarios de tierras
municipales. Si tenemos en cuenta las dificultades económicas con que éstos ya se
enfrentaban, obligados a competir con un latifundio más rentable, no debe extrañar que se
vieran precipitados a un proceso de empobrecimiento y de ruina, al que arrastraron a sus
ciudades. La ruina de estos propietarios no estaba causada por el cumplimiento de sus
obligaciones respecto a la ciudad, sino por el aumento de los impuestos estatales a que se
vieron sometidos al empeorar la situación financiera del Imperio.
• Estos fenómenos no podían dejar de repercutir en el desarrollo de la producción y en el
propio nivel de vida, que descendió sensiblemente desde comienzos del siglo III. El
aumento del proletariado urbano, engrosado con los propietarios arruinados, aceleró el
aumento de gastos de las clases ricas de los municipios, que se vieron empujadas a sostener
una beneficencia pública para mantener el orden social, causa de su propia ruina. Se
preparaban así, en esta desfavorable coyuntura, las bases económicas sobre las que habría
de asentarse la sociedad de la Antigüedad tardía, cuyo eje fundamental de sustentación no
sería ya la ciudad.
• El régimen latifundista significó la aparición de nuevas relaciones en la producción. Frente al sistema esclavista, en
regresión, se fue imponiendo el del colonato como forma imperante de trabajo en la tierra. Su práctica generalizada
terminó por recibir con Diocleciano, a finales del siglo III, una fundamentación jurídica, por la que el campesino,
que recibía tierras de cultivo pertenecientes a un latifundista, se vinculaba de forma vitalicia y hereditaria al suelo
que trabajaba, en una condición de semilibre. También el campesino libre, a través de la institución del patrocinio,
establecía lazos de relación con un poderoso que, a cambio de una suma de dinero, le protegía contra los
recaudadores del fisco.
• Colonato y patrocinio llevaron a una simplificación de las relaciones sociales, acercando a los estratos bajos de la
población, libres y esclavos. La pérdida de la importancia de la esclavitud como base de producción económica, por
un lado, y la limitación de libertad de los trabajadores del campo y de la ciudad, por otro, terminaron por hacer
coincidir las condiciones socioeconómicas y jurídicas de unos y otros en un único grupo social, el de los humiliores,
frente a la clase dominante de los honestiores, separados por un abismo, que recibió una fundamentación jurídica.
• La iugatio-capitatio era la base tributaria establecida a partir de la cantidad de unidades de tierra —iugadas— aptas para
ser cultivadas y aprovechadas por un trabajador agrario apto —caput—. La cantidad de iugadas por caput podía oscilar
entre las 5 (1,35 Ha) en caso de buena viña, a las 90 (25 Ha) en caso de suelos de cereal pobres. La capacidad de
producción —a efectos tributarios— de una mujer generalmente era la mitad de un hombre. El rendimiento
obtenido era puramente teórico y virtual, pero constituía la base para exigir la cuota tributaria.
"Pero lo que en verdad provocó una auténtica catástrofe pública y un duelo general fue el
censo que se impuso a todas las provincias y ciudades. Se enviaron a todas partes inspectores
que todo lo removían provocando una especie de estado de guerra y de cautividad insufribles.
Los campos eran medidos terrón a terrón, las vides y los árboles contados uno a uno, se
registraban los animales de todo tipo, se anotaba el número de personas; se reunía en las
ciudades a toda la población rústica y urbana, las plazas, todas, rebosaban de familias
amontonadas como rebaños, cada uno acudía con sus hijos y sus esclavos. (...) No había
exención ni para la edad, ni para la salud. Se incluía a los enfermos e incapacitados, se
calculaba la edad de cada uno, a los niños se les añadían años y a los viejos se les quitaban (...)
El resultado de estas medidas fue que había que pagar por la propia cabeza y por la propia
vida. Sin embargo no se tenía confianza en los mismos inspectores, por lo que, tras unos, se
enviaban otros en la esperanza de que localizasen nuevos recursos imponibles; y para que no
diese la impresión de que su misión había resultado vana, duplicaban sistemáticamente las
tasas a su libre antojo, aunque no encontrasen nada nuevo. Entretanto disminuía el número de
animales y los hombres morían, más no se dejaba de pagar impuestos por los muertos: ni
vivir, ni morir gratis era posible ya..."
Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores. [En torno al 318 d.C.]
• 8.4. La sociedad: honestiores y humiliores.
Los honestiores:
• Frente a los tres órdenes privilegiados, que formaban la cúspide de la pirámide social
durante el Alto Imperio -senadores, caballeros y decuriones-, en la Antigüedad tardía, con
la ruina de las oligarquías municipales y la desaparición del orden ecuestre, asimilado a la
clase senatorial, también se simplificó el grupo dominante de la sociedad.
• Los clarissimi, como se denominaban los senadores, constituían un grupo restringido cuyos
miembros estaban estrechamente ligados entre sí por intereses de clase como grupo
dirigente político, social y económico. La tierra fundamentalmente, pero también los
negocios, constituían su base de poder económico, plasmado en las lujosas villae, que,
fuera del ámbito de las ciudades, les servían de residencia y de centro de producción
económica autárquica de sus propiedades, cultivadas por colonos.
• A partir de Constantino, se integraron en esta aristocracia los obispos católicos, a quienes
los privilegios y donaciones imperiales en favor de la Iglesia y las dádivas de los fieles
proporcionaron un poder económico y una influencia política y social que terminaron por
convertirlos en el factor dominante en las ciudades. Esta aristocracia, en las convulsiones
de las invasiones bárbaras, logró integrarse como grupo dominante con la nobleza
germánica y compartir con ella los privilegios políticos y sociales en los albores de la Edad
Media.
Los humiliores:
• La población libre agrícola y artesana, así como los libertos y esclavos, vieron acercarse su
condición de hecho. En el campo, coexistieron trabajadores libres y esclavos con muy pocas
diferencias socioeconómicas -aunque se mantuvieron las jurídicas-, como colonos, ligados a la
dependencia de los grandes señores y vinculados a la tierra que cultivaban, en una situación
que preludia la servidumbre de la gleba medieval.
• Por lo que respecta a los trabajadores no vinculados a la agricultura -artesanado, comercio y
servicios-, desarrolladas en el ámbito de la ciudad, con un peso específico muy reducido frente
al del sector agrícola, sus condiciones parecen haber sido más favorables que las
correspondientes a los trabajadores del campo. También, como los colonos, los artesanos
reunidos en corporaciones profesionales, fueron vinculados hereditariamente a su oficio por el
Estado, que necesitaba asegurarse sus servicios. Estaban sometidos a una fuerte presión fiscal
y a la prestación de trabajo obligatorio y gratuito -los munera sordida-, pero se beneficiaban de
las liberalidades que, con todo, seguían prestándose en la ciudad.
• Con un nivel socioeconómico más elevado, aunque incluidos en el status jurídico de los
humiliores, hay que considerar finalmente a la gran masa de funcionarios de la administración
provincial, a los profesionales de carácter liberal: médicos, arquitectos, abogados, pedagogos y
a los comerciantes dedicados al tráfico marítimo.
• 8.5. El cristianismo en Hispania
• La expansión del cristianismo primitivo en Hispania se suele vincular a las estrechas relaciones
con los soldados de la Legio VII Gemina y las comunidades cristianas de África. Su
vehículo de expansión sería el elemento militar, a través de la Vía de la Plata y sus
interconexiones con Gallaecia y Caesaraugusta. Se han encontrado varios rasgos de influencia
africana en el cristianismo español primitivo: el análisis filológico de los primeros documentos de
la Iglesia (como las actas del Concilio de Elvira -Iliberris), la arquitectura de las primeras basílicas
el elemento militar y origen africano de los primeros mártires hispanos e incluso características de
la propia liturgia. No obstante, a lo largo de los últimos años se están presentando pruebas que
sugieren influencias orientales e italianas en el cristianismo primitivo hispano, y no solo africanas.
• De lo temprano y extenso de la cristianización en Hispania, sobre todo en zonas urbanas, fueron
muestra los mártires de las persecuciones de finales del siglo III y comienzos del siglo IV; y
concilios como el de Iliberris (de fecha incierta, entre el 300 y el 324). En sus 81 cánones, todos
de carácter disciplinar, se encuentra la ley eclesiástica más antigua concerniente al celibato del
clero, la institución de las vírgenes consagradas, referencias al uso de imágenes, a las relaciones
con paganos, judíos y herejes, etc.
• La instauración del cristianismo como religión oficial del Imperio con Teodosio (379-395),
emperador de origen hispano, hizo que se extendiera en perjuicio de los cultos tradicionales.
La organización de la Iglesia
• En términos generales, la Iglesia reinterpreta las divisiones administrativas romanas para su
organización territorial. Las ciudades serán sedes episcopales, y términos como municipium,
ciuitas, conuentus, provincia y diócesis pasan a tener significado religioso. La división
territorial menor era la de las parochiae.
• La organización interna de la Iglesia y las cuestiones doctrinales y disciplinares se resolvían
en los concilios que reunían a los diferentes obispos. Los principales concilios que hubo en
la Península Ibérica durante el Bajo Imperio fueron el de Elvira a comienzos del s. IV,
Caesaraugusta (380) y Toledo (400).
• La Iglesia se organizó de manera muy centralizada y jerárquica. A la cabeza de la misma
estaba el Papa y, tras él, los concilios que agrupaban a los representantes episcopales de
cada diócesis. Por debajo de ellos se situaba el obispo metropolitano, cuya sede era la
capital de cada provincia eclesiástica. Tras los obispos, se encontraban presbíteros, diáconos
y clérigos.
• Durante el siglo IV, la Iglesia depende principalmente de las dádivas de sus devotos más
acomodados, pero a partir del s. V, sus posesiones aumentaron exponencialmente, llegando
a controlar municipios enteros (Segovia, Coca o Buitrago). Además, recibía subvenciones
estatales, exenciones fiscales, donaciones y la explotación económica de sus propiedades.
• 8.6. El fin de la Hispania romana
• Los disturbios y guerras por el poder entre los que se deshace el sistema de la tetrarquía
para dar paso a la era de Constantino, apenas afectaron a la península, que permaneció
tranquila a lo largo de la dinastía constantiniana y por espacio de todo el siglo IV, en el
que las noticias sobre Hispania son muy esporádicas y de escaso interés.
• Este anonimato ha sido considerado como índice de un período de calma y tranquilidad, e
incluso de recuperación económica de la península, en medio de las luchas por el trono de
la segunda mitad del siglo, que se cierran con la instauración del hispano Teodosio (379-
395).
• A su muerte, el Imperio quedó dividido en dos partes, de la que la occidental, en la que se
incluía Hispania, correspondió a su hijo Honorio. Las usurpaciones, como consecuencia
de la debilidad del poder central volvieron a repetirse, pero ahora Hispania no
permanecerá ajena a las luchas. Es en el contexto de estas luchas cuando se abren las
puertas de la península a pueblos bárbaros que terminarán acabando con el dominio
romano en su territorio.
• Contra Honorio, se alzó en 407 un usurpador, Constantino III, que, dueño de la Galia,
necesitaba para fortalecerse extender su dominio a la vecina Hispania. Envió́ para ello a la
península a su hijo Constante, asesorado por un prestigioso general, Geroncio, que, aun
con dificultad, logró vencer en el interior a las tropas privadas que opusieron a los
intrusos los familiares de Teodosio, mientras otros contingentes también privados
acudían a defender los Pirineos contra los refuerzos enviados por Constantino III en
apoyo de Constante y Geroncio, constituidos por bárbaros galos, los llamados honoriaci.
Con su ayuda, la península cayó en manos del usurpador.
• Geroncio, sin embargo, quiso capitalizar la victoria en su propio beneficio y se rebeló
contra Constantino, proclamando como emperador para la diocesis Hispaniarum a
Máximo. Para fortalecer su posición, Geroncio, que había ganado a su causa a los
honoriaci, defensores ahora de los pasos pirenaicos, se puso en contacto con los bárbaros
asentados en el sur de la Galia, que pudieron penetrar así́ en la península el año 409. Así
es como los suevos, vándalos y alanos franquearon los Pirineos y sembraron, según los
relatos de Hidacio, la devastación y el horror.
• Poco después de la caída de Geroncio y Máximo, murió́ Constantino III y la Tarraconense quedó
bajo el control del emperador Honorio, en 411.
• Mientras, en la parte occidental y en el Sur, los bárbaros se repartían por sorteo las zonas sobre las
que establecerse:
• Los alanos se asentaron en Lusitania y parte de la Cartaginense,
• Los vándalos silingios en la Bética.
• La Gallaecia fue dividida en dos partes: el Oeste para los suevos y el resto de la provincia para los
vándalos hasdingos.
• En el 416, los visigodos penetraron en Hispania y mediante un foedus con Constancio, que les
permitía instalarse en Aquitania, lograron liberar casi toda la Península, excepto Galicia, del control
bárbaro. Los vándalos pasaron a África y los alanos fueron casi exterminados.
• Desde el 438 hasta el 456, los suevos decidieron la conquista sistemática de las regiones del sur y
oeste de la Península. Las operaciones de conquista venían acompañadas de saqueos y pillajes en la
Cartaginense y la Tarraconense, en connivencia con las bandas de bagaudas. En el 455 comienza
de nuevo la ofensiva goda en Hispania. En el 469, Eurico, rey godo, decide separar la Península del
desfallecido Imperio Romano y en el 472, la Tarraconense, que había sido el último vestigio
imperial en Hispania, pasa al control del rey godo.

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