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Contents

Una colaboración de Ciudad del Fuego Celestial & Cosmos Books


Estimado Lector
Sinopsis
Staff
Índice
Dedicatoria
Mapa
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
Agradecimientos
SOBRE LA AUTORA
CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL
COSMOS BOOKS
Notes
UNA COLABORACIÓN DE CIUDAD DEL
FUEGO CELESTIAL Y COSMOS BOOKS
 
ESTIMADO LECTOR:
 
La presente traducción fue posible gracias al trabajo desinteresado
de lectores como tú, es una traducción hecha por fans para otros
fans, por lo tanto, la traducción distará de alguna hecha por una
editorial profesional.
 
 
Este trabajo fue hecho sin fines de lucro, por lo cual nadie obtiene
un beneficio económico del mismo, por eso mismo te instamos a
que ayudes al autor comprando su obra original, ya sea en formato
electrónico, audiolibro, copia física e incluso comprar la traducción
oficial al español si es que llega a salir.
 
 
También te instamos a no compartir capturas de pantalla de
nuestras traducciones en redes sociales o simplemente subir
nuestras traducciones en plataformas como wattpad, ao3 y scribd,
al menos no hasta que haya salido una traducción oficial por parte
de alguna editorial al español, esto para evitar problemas con las
editoriales.
 
 
Las personas partícipes en esta traducción se deslindan de cualquier
acto malintencionado que se haga con la misma.
 
 
Gracias por leer y disfruta la lectura.
SINOPSIS
 
Tamsin es la bruja más poderosa de su generación. Pero después de
cometer el peor pecado mágico, el aquelarre gobernante la exilia y
la maldice con la incapacidad de amar. La única forma en la que
puede recuperar esos sentimientos, aunque sea por un tiempo, es
robar el amor de los demás.
 
 
Wren es una fuente, un tipo raro de persona que está hecha de
magia, a pesar de no poder usarla ella misma. Las fuentes deben
entrenar con el aquelarre tan pronto como descubran sus
habilidades, pero wren, la única cuidadora de su padre enfermo, se
ha pasado la vida ocultando su secreto.
 
 
Cuando una plaga mágica asola el reino, el padre de wren cae
víctima. Para salvarlo, wren propone un trato: si tamsin la ayuda a
atrapar a la bruja oscura responsable de crear la plaga, entonces
wren le dará a tamsin su amor por su padre.
 
 
Por supuesto, los acuerdos amorosos son algo complicado, y estas
dos tienen un viaje largo y peligroso por delante, bueno, si no se
matan primero la una a la otra.
 
—SWEET AND BITTER MAGIC
 
STAFF
TRADUCCIÓN:
AURORA
EMMA BANE
HELKHA HERONDALE
~KVOTHE🗡
LOVELACE
M_CROSSWALKER
MEDUSA
MOON MARCO
NEA
NEMESIS21
NICOLA♡
PANDORA
TATI OH
VEILMONT
WHITE DEMON
WINGS
 
CORRECCIÓN:

BLACKTH RN

HAZE 🍂
EMMA BANE

.♡HERONDALE♡
JEIVI37
KAMYLA
LYN♥
NEA
RONI TURNER
 
EDICIÓN:
MRS. CARSTAIRS~
 
DISEÑO:
VEILMONT
 
EPUB:
jackytkat
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Agradecimientos
Sobre la autora
PARA TI, SI LO NECESITAS.
NUNCA DUDES DE QUE
MERECES QUE TE AMEN.
 

 
MAPA
UNO
Tamsin
Traducido por Tati Oh
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~
 
La sal sabía sosa en la lengua de Tamsin. La agradable especia había
significado algo para ella en algún momento, había marcado una diferencia
cuando la rociaba sobre huevos duros o pescado ahumado. Ahora sabía
igual que lo demás, sabía a desesperación, como el susurro de un fuego a la
distancia. Como el resto de su rancia y desperdiciada vida.
La mujer la miraba expectante. Tamsin sacudió su cabeza.
—La sal de tus lágrimas es inútil para mí. —Y puso la pequeña bolsa
marrón en la mano de la temblorosa mujer.
—Pero mi niñera dijo... que este es el mismo precio que pagó a una bruja
en Wells. —Los ojos de la mujer parecían dispuestos a derramar más sal.
Tamsin parpadeó, su rostro estaba blanco como una pizarra.
—Ve con la bruja en Wells, entonces. —Sabía que la mujer no lo haría.
Tamsin era doce veces más poderosa que la bruja de Wells, y todos, incluida
la nerviosa mujer frente a ella, lo sabían.
Los ojos de la mujer se agrandaron.
—Pero mi hijo.
Extendió el bulto inmóvil que sostenía en sus brazos. Tamsin lo ignoró,
volviéndose hacia la chimenea, que había sido avivada hasta convertirse en
un fuego ardiente que rugía a pesar del calor de pleno verano. Las llamas
bailaron alegremente. Burlonamente. El fuego no logró sacudir el frío en los
huesos de Tamsin. Se apretó más el chal, soltó su larga cabellera, pero no
supuso la menor diferencia. Se estaba congelando.
El fuego crepitaba. La mujer lloraba. Tamsin esperaba.
—Por favor. —La voz de la mujer se quebró al final de la palabra, su
súplica se transformó en un gemido desesperado—. Por favor, salva a mi
hijo.
Pero Tamsin no se volvió. La mujer estaba tan cerca… tan cerca de
pronunciar las cuatro palabras que Tamsin necesitaba oír.
—Haré lo que sea.
Los labios de Tamsin se curvaron. Se volvió, haciendo un gesto para que
la mujer le entregara el fardo de mantas. La mujer vaciló, sus ojos se
lanzaron con nerviosismo sobre los objetos reunidos en la desordenada
mesa de madera de Tamsin: cristales nebulosos y de bordes afilados;
manojos de salvia y lavanda atados con hilo blanco; gruesos libros
encuadernados con cuero, con amarillentas páginas escritas con tinta negra.
Tamsin no necesitaba ninguna de esas cosas, por supuesto. Las brujas
eran verdaderos recipientes, intermediarias que desviaban la magia natural
del mundo que las rodeaba y la empujaban hacia la dirección correcta.
Aun así, en los casi cinco años que llevaba sirviendo a la gente del
pueblo de Ladaugh, había descubierto que la mayoría se sentían más a gusto
en su cabaña cuando tenían algo concreto en lo que concentrarse. Algo que
no fuera ella.
El bebé no se movió cuando pasó de los brazos de la madre a los de
Tamsin. Apartó con un dedo la manta que oscurecía su pequeño rostro.
Estaba de un enfermizo color gris amarillento, el color contrastaba ante la
pálida piel de Tamsin. Su cuerpecito estaba tan febril que casi podía sentir
su calor. Su temperatura era demasiado alta para que su pequeño corazón
pudiera con ella.
Tamsin le murmuró unas cuantas palabras sin sentido al niño. Luego
miró a su madre, casi como si la hubiera olvidado.
—Oh. Mi paga. —Tamsin intentó que su rostro pareciera casual.
Comprensiva—. Solamente necesitaré que me compartas un poco de tu
amor.
Consideró a los dos niños que tenía ante ella. Aunque la mujer se había
llenado de coraje para asistir a la cabaña de Tamsin por devoción a su hijo,
el vínculo emocional entre madre e hija había existido durante dos años
adicionales. Ese nivel de amor incondicional duraría para Tamsin mucho
más que el vínculo con un niño de apenas tres meses.
—El amor por tu hija será mejor. —Tamsin hizo un gesto hacia la niña,
que examinaba los cristales con ojos amplios y pensativos.
La mujer palideció, su rostro se volvió casi tan gris como el de su hijo.
—No puedes estar hablando en serio.
Tamsin se encogió de hombros y meció al bebé con suavidad.
—Me temo que esos son mis términos. Seguro has escuchado rumores en
el mercado.
Hizo todo lo posible por no vacilar. La petición era demasiado
inconcebible por cómo se reflejaba en el rostro de la mujer. Otras brujas
pedían como precio una risa del bebé, un pan recién horneado, un nuevo
caldero de peltre. Sin embargo, el amor era el precio de Tamsin.
Era la única forma de desafiar la maldición que le había sido impuesta
casi cinco años atrás.
Tamsin ya no podía amar y, por lo tanto, estaba condenada a no sentir
cualquiera de las alegrías que la vida podía ofrecer. Solo podía vislumbrar
lo que había perdido quitándole el amor a otro. Si lo agarraba fuerte... y si el
amor de la persona era puro, sería suficiente como para darle algunos
momentos de sentimiento. Para experimentar la calidez del mundo a pesar
de su frío e inútil corazón.
Los ojos de la mujer se habían quedado en blanco, y cuando habló, lo
hizo en voz demasiado baja, como si lo hiciera para sí misma.
—Me lo advirtieron, pero no podía creer que una mujer joven pudiera ser
tan cruel. Tan fría.
—Eso suena como un problema personal. —Tamsin cambió al bebé de
brazo. Sabía que la gente del pueblo hablaba de ella intercambiando
presurosos susurros y palabras enojadas mientras esperaban en el puesto del
carnicero por sus paquetes envueltos en papel. Aun así, Tamsin sabía que la
mujer pagaría. Al final, la gente siempre pagaba.
—Prefiero ir en busca de un duende. —La voz de la mujer se
entrecortaba con sus lágrimas—. El río está a solo dos días caminando.
Tamsin resopló. Ese era el problema con la gente corriente. Amaban la
magia, pero eran terriblemente frívolos cuando se trataba de las
consecuencias. Cambiarían una vaca por un puñado de semillas mágicas.
Ofrecerían su voz a una sirena a cambio de una nariz más pequeña.
Buscarían a los trols que habitaban bajo los puentes de las pantanosas
Tierras del Sur, con la esperanza de que les fuera concedido un deseo. Pero
siempre se pagaba un precio por la impulsividad: de las semillas brotaban
flores que cantaban incesantemente, la nueva nariz estaba siempre
moqueando, y los trols, que eran notoriamente indiferentes a los resultados,
tendían a malinterpretar el objetivo.
La única forma de asegurarse de que una solicitud de magia fuera
equilibrada, legal, y correctamente interpretada, era tratar con una bruja.
Desde el Año de la Oscuridad —un tiempo sobre el que aún se susurraba, a
pesar de los casi treinta años que habían transcurrido—, las relaciones entre
las brujas y la gente corriente habían sido estrechamente reguladas tanto por
el Aquelarre como por la reina para garantizar la seguridad de la gente
corriente y la responsabilidad de la bruja.
Tamsin, a pesar de haber sido expulsada de la academia y desterrada de
la tierra de las brujas, el mundo Interior, no estaba exenta de esa
responsabilidad. Para el caso, su aislamiento y su maldición se agregaron
como recordatorios de que la magia tenía consecuencias. Era una bendición
que se le permitiera practicar magia en el pueblo. Era una misericordia
incluso que ella estuviera viva.
Por supuesto, rara vez se sentía como una misericordia. Pero eso era
probablemente porque el Aquelarre hizo que no pudiera sentir nada.
—Si quieres arriesgarte con un duende, por supuesto, déjame darle
agallas a tu bebé —dijo Tamsin encogiéndose de hombros, ofreciendo el
niño a los brazos de la mujer—. Pero tú y yo sabemos que tu niño no
sobrevivirá a esta noche.
La mujer resopló. Sacudió la cabeza, luego agarró a la niña, que se había
acercado a la mesa de chucherías de Tamsin. La niña se retorció en señal de
protesta. Tamsin arrulló vagamente al inmóvil bebé.
La madre sostuvo a su hija firmemente por los hombros, mirando
tiernamente al enrojecido y pecoso rostro de la niña. Luego la cabeza de la
mujer se levantó de golpe.
—Toma mi amor por mi esposo. —Sus ojos eran salvajes, enfocados en
algo lejano—. Por favor.
Tamsin suspiró, largo y fuerte. La gente siempre trataba de intercambiar
amor romántico por amor incondicional, como si fueran intercambiables.
Pero había una significativa diferencia. El amor condicional era voluble. A
menudo se apagaba y se estancaba, consumiéndose tan rápido que Tamsin
apenas conseguía usarlo un par de veces. El amor de una madre por su hijo,
sin embargo, podría durar varios meses si lo racionaba con cuidado.
Un niño por un niño. Tamsin lo consideraba justo. Pero la mujer sentía lo
contrario. Sus ojos eran tan ardientes como las llamas que rugían en la
chimenea.
—Tómalo —dijo, avanzando hacia la bruja, que todavía estaba acunando
al niño—. Te lo doy de buena gana. Por favor. —Sus ojos ardían—. Te lo
ruego. Tómalo. Debes hacerlo.
Tamsin dio un paso hacia atrás involuntariamente, casi tropezando con
una canasta vacía. Se recuperó rápidamente, tanto en su equilibrio como en
su impasible expresión.
—¿Cuánto tiempo has estado casada?
La mujer frunció el ceño con confusión.
—Tres inviernos
Tamsin lo consideró. Las relaciones más largas a menudo desgastaban
más el amor fructífero, pero siempre existía la posibilidad de que el amor de
la pareja hubiera comenzado a volverse agrio o rancio. Las relaciones más
cortas eran más riesgosas: tenían menos valor romántico, pero podían
proporcionar una recompensa similar si la pareja en cuestión irradiaba
pasión.
La mujer llevaba casada tres años. Tenía dos niños y, si Tamsin no se
equivocaba, otro en camino. Claramente, no era por falta de intentos.
Sintiendo un lapso en la atención de su madre, la pequeña niña se zafó de
su agarre y envolvió su diminuta y regordeta mano alrededor del cuarzo
ubicado al borde de la mesa. Sus ojos estaban muy abiertos llenos de
asombro mientras lo acunaba en su palma.
La mujer se abalanzó hacia adelante, quitando el cuarzo de la mano de su
hija sin tocarlo. Se estrelló contra el suelo cerca de la chimenea de piedra.
La niña dejó escapar un fuerte lamento y corrió hacia el cristal. Pero la
madre fue más rápida, tomando a su hija en brazos. La niña siguió
luchando, golpeando a su madre con sus pequeños puños.
Tamsin sintió una oleada de agradecimiento por la determinación de la
niña. Le recordó a Marlena. Obstinada. Curiosa. Imposible de reñir. El
recuerdo hizo que su sangre se enfriara aún más. Cavando un desesperado y
doloroso agujero en su inútil corazón.
—Bien —espetó, maldiciéndose por dentro en el momento en que la
palabra se deslizó de sus labios. Parecía que su más reciente reserva de
amor: un flechazo del aprendiz de herrero intercambiado por un carrete de
hilo irrompible, no se había agotado tal como ella pensaba. Le había
quedado una pizca de compasión. Y, gracias a su siempre presente
sentimiento de culpa, lo había desperdiciado en una niña chillona de dos
años de edad.
Lo que fuera que Tamsin hubiera sentido, se fue tan rápido como llegó.
Observó impasible cómo la mujer caía de rodillas, sollozando, ya no de
angustia sino de alivio.
—Levántate —dijo Tamsin, su voz era aguda.
La mujer lo hizo.
Le indicó a la mujer que se acercara. La madre dio varios pasos
vacilantes, con los ojos muy abiertos como un ciervo asustado. Tamsin
recorrió la distancia restante rápidamente y colocó su mano sobre el
corazón de la mujer. Ella se retorció bajo su toque.
—Piensa en él —ordenó Tamsin.
La mujer cerró los ojos. Tamsin mantuvo la mirada fija en el rostro de
mujer. La palma de su mano se calentó. El amor de la mujer subió
atravesando el brazo de Tamsin y entró en su torrente sanguíneo. La
habitación comenzó a brillar, el verde de sus hierbas recién recolectadas era
brillante y lustroso; su penetrante olor flotaba en el aire de la tarde,
cosquilleando el interior de su nariz. El ánimo de Tamsin se elevaba
mientras se deleitaba con el calor que se extendía por su cuerpo hasta los
huesos.
Ya había comenzado a gastarlo.
Su mano aún estaba sobre la mujer, se centró en el amor que corría a
través de ella, enviándolo a su centro. Lo dirigió con cuidado hacia su
pecho, al lugar donde su corazón tenía un vacío, inútil para cualquier cosa
que no fuera mantener un pulso estable.
Tamsin puso ese amor en la esquina izquierda de su caja torácica,
tratando de guardarlo lo mejor que pudo, aunque, por supuesto, el amor
nunca puede ser realmente controlado. Era como intentar atrapar moscas en
una jaula. Todo lo que Tamsin podía hacer era tratar de mantener su cordura
y ser lo más sensata posible para usar ese amor solo cuando eligiera acceder
a él. No podía permitirse otro desliz de compasión. No cuando los clientes
eran tan escasos y poco frecuentes.
Cuando estuvo bastante segura de tener todo bien guardado, retiró la
mano. La habitación se oscureció, el olor se desvaneció y el frío regresó,
instalándose en su cuerpo familiarmente, como un gato en su sillón favorito.
La mujer se volvió pálida e inexpresiva.
—Ahora, entonces. —Tamsin volvió su atención al niño en sus brazos.
Pasó un dedo siete veces desde su pequeña frente hasta el puente de su
nariz, sobre sus labios y más allá de su barbilla. La magia fluyó de su dedo,
extendiéndose lentamente a través de la pequeña vida que acunaba. La
cabaña estaba en silencio, salvo por los susurros de Tamsin y el crepitar de
las llamas.
Entonces el bulto se estremeció.
Tamsin retiró su dedo, rompiendo el flujo de la magia. La piel del bebé
ya no era gris, sino como el suave marrón de la piel de su madre. Dos
pequeñas manchas rosadas se extendieron por sus mejillas. Abrió la boca
soltando un chillido tan fuerte que la cabeza de Tamsin comenzó a gritar en
respuesta.
La mujer soltó a su hija mientras luchaba y corrió hacia adelante, casi
arrancando a su hijo de los brazos de Tamsin. Acunó a su bebé mientras
gritaba, con lágrimas cayendo de su rostro.
Tamsin había preferido al niño mientras estaba callado, pero la madre
parecía complacida. Le agradeció con un balbuceo, un húmedo torbellino
antes de tomar a su hija de la mano y salir corriendo de la cabaña.
Tamsin se dejó caer en una silla de madera de duro respaldo y se liberó
de sus botas de cuero. Estiró los tobillos, haciendo una mueca cuando
crujieron. Su cabeza palpitaba y le dolía el dedo más pequeño del pie.
Tamsin sabía que realmente era un precio pequeño a pagar por la magia
que acababa de realizar. La mayoría de las brujas de su edad habrían
quedado postradas en cama durante días después de concentrar y extraer
una enfermedad tan severa del cuerpo de otra persona. Por supuesto, la
mayoría de las brujas de su edad todavía estaban en la academia, donde no
se les permitía realizar tal hechizo en absoluto.
No había otra bruja joven tan poderosa como Tamsin, pero tampoco
había otra bruja joven que hubiera sido maldecida y desterrada del mundo
Interior. Ninguna otra bruja había pasado su decimoséptimo cumpleaños
arrullando sin amor a un bebé, tratando de no encogerse ante los fastidiosos
ojos de su madre.
Porque este dia era su cumpleaños, el primer día de lo que se suponía
que iba a ser el año más importante de su vida. Diecisiete era la edad de
graduación para las brujas de la academia. Era el día en que podían decidir
su destino: quedarse en el mundo Interior y servir al Aquelarre, o ir al
bosque y vivir entre la gente corriente.
Tamsin siempre había temido su decimoséptimo cumpleaños, porque
mientras ella prefería quedarse en el mundo Interior, su hermana, Marlena,
prefería irse de allí.
Al final, la despedida llegó mucho antes de lo que esperaba.
Una vez que Tamsin fue relegada a vivir en Ladaugh, un pueblo de una
provincia agrícola en el mundo ordinario más allá del Bosque, diecisiete se
convirtió en nada más que un número. Ahora era solo un recordatorio de
que había estado sola durante casi cinco años y que sería una vergüenza
incluso por más tiempo que ese.
Tamsin golpeó con la palma de la mano la suave mesa de madera. Se
odiaba por tener ese poder. Nada bueno había salido de él. Si no estuviera
tan desesperada por tomar un descanso de la arremolinada penumbra en su
cabeza y el vacío de su corazón, podría haber colgado su capa. Pero para
sentir, Tamsin necesitaba amor. Y lanzar hechizos para la gente corriente
era la única forma de conseguirlo.
El dolor en su sien golpeaba constantemente contra su cerebro. Tamsin se
levantó a regañadientes, vertió agua con un cucharón desde su cubo a su
tetera de hierro y la puso a calentar sobre el fuego. Apartó las cubiertas de
madera de sus solitarias ventanas y miró hacia afuera. El sol estaba
desapareciendo en el cielo. Varias personas de camino hacia la plaza
señalaban hacia arriba en señal de asombro. Tamsin cerró de golpe las
ventanas. En algún momento de su vida amó los atardeceres. Ahora, no
importaba la hora, el cielo era siempre de un gris singular. Los colores que
alguna vez la habían deleitado estaban dilapidados y apagados.
La tetera aulló, tan penetrante como el llanto del bebé. Mientras sus
largos dedos arrancaban hojas secas de matricaria y capullos de manzanilla
de los bultos que colgaban sobre su fregadero, pensó ociosamente en el
encuentro entre la mujer y su marido esa noche. Al comienzo él estaría
confundido por su desinterés. Luego dolido. Luego resignado. Mañana
difundiría historias sobre la bruja, amenazaría con asaltar la cabaña, incluso
matarla.
Tamsin no estaba preocupada. La gente siempre estaba disparando
oscuras miradas y susurros a su paso cada vez que se aventuraba hacia el
pueblo. Había amantes despreciados que se demoraban fuera de su puerta
principal por largos ratos, pero huían en el momento en que esta se abría.
Tamsin todavía era una niña. Solo eso era suficiente para asustarlos y
alejarlos. Su reputación hacía el resto.
Usando un mortero, redujo las hierbas y pétalos a polvo. Vació los
pedazos con cuidado en un trozo de estopilla, que arrojó en su taza y
sumergió en agua hirviendo. No quería darles a los residuos la oportunidad
de acumularse en el fondo de la taza. No quería darse la oportunidad de
leerlos.
Se hundió en la silla junto al fuego, las plantas de sus pies se encontraban
peligrosamente cerca de la danzante llama. Se movió levemente. Incluso si
colocaba los pies directamente en las brasas, no obtendría ni un poco de
calidez. No obtendría nada más que un dolor punzante.
El vapor salía de la taza en sus manos, el fantasma del calor del té
provocando a sus congelados huesos mientras acariciaba su mejilla. No
sentía nada. Tomó un sorbo de té. No sabía a nada, con una persistente
insinuación de agua de pantano.
No sabía por qué se molestaba.
Arrojó el té al fuego y las llamas chisporrotearon durante un segundo
antes de volver a danzar. Puso los ojos en blanco. Los movimientos
forzaron a volver su atención hacia el trueno en su cabeza, que se agravó
por un incesante golpe en su puerta de entrada.
Exploró la puerta con recelo. La puesta de sol marcaba el final de su
horario laboral, y dado que la mayoría de las personas en Ladaugh la
resentían o la temían, no era objeto de llamadas sociales a menudo.
Caminó hacia adelante y abrió la pequeña ventana en la parte superior de
la puerta para mirar al intruso. Un niño pequeño, de no más de siete u ocho
años, pasaba su peso de un pie descalzo al otro. Probablemente era un peón
en otra de las bromas del hijo del granjero. El hijo del granjero era un niño
estúpido, siempre tratando de superar a la bruja fanfarroneando sobre sus
derechos. Nunca lo logró.
Abrió la puerta, mirando expectante al niño.
—¿Qué?
El pobre chico parecía como si deseara que lo tragara la tierra. Aunque
Tamsin podría haber arreglado eso, esperó a que hablara.
—Perdón, señora —chilló el niño.
—Señorita —espetó Tamsin, poniendo una mano en su cabeza aún
palpitante. El chico la miró inquisitivamente—. No soy tu madre. Me
llamarás señorita.
Los ojos del niño se agrandaron y asintió rápidamente con la cabeza
—¿Señorita? —Tamsin se irguió y asintió con la cabeza—. Dos de los
jinetes de Su Majestad están en la plaza del pueblo. —El chico habló
rápidamente, sus palabras chocaban entre ellas—. Han llamado a una
reunión. Todos deben venir de inmediato. —Terminó con un hipo,
tropezando para recuperar el aliento. Rebotó sobre los dedos de los pies,
claramente ansioso por seguir adelante.
—¿Y te dijeron que llamaras a la bruja? —Tamsin levantó sus oscuras
cejas.
Los ojos del chico estaban tan abiertos que casi se le salieron de la
cabeza.
—No, señora. —Jadeó ante su error—. Señorita. Solo dijeron que todos
tienen que venir rápido.
Tamsin rio sin entusiasmo.
—Muy bien. Mensaje recibido. —Agitó su mano—. Continúa, entonces.
—El rostro del chico se desplomó de alivio. Salió del jardín antes de que
Tamsin cerrara la puerta.
Una reunión en el pueblo. Qué pintoresco. Nada que la reina tuviera que
decir le interesaba. Cualquiera fuera la noticia, recorrería la ciudad cuatro
veces antes de que la luna se posara en el cielo. Seguramente se enteraría
mañana por no menos de seis individuos, cuando fuera al mercado por sus
huevos.
Tal vez habría otro baile real: el hijo del duque del sur estaba llegando a
la edad de casarse y había rechazado a cada caballero y dama que la reina
de Carrow tenía para ofrecer. Era eso, o los ogros finalmente habían
conseguido atravesar las erguidas fortalezas entre las Tierras Baldías y el
Este.
Cualesquiera fueran las noticias, no tenían importancia para Tamsin. A
pesar del hecho de que la relación de la reina Mathilde con la Suma
Consejera del Aquelarre se había mantenido fuerte durante casi veinte años,
Tamsin no podía encontrar en ella la preocupación por la política del mundo
Exterior.
Se rascó el antebrazo izquierdo, donde se suponía que estaba el sello del
Aquelarre. La piel estaba moteada y quemada en el lugar donde estaba la
marca de la que había sido despojada, era un recordatorio de lo que había
hecho.
Un recordatorio de la persona a la que había perdido.
Tamsin soltó un grito ahogado, pasando su brazo por su desordenada
mesa, disfrutando del caos y del ruido que hacían sus cosas mientras caían
al suelo de piedra. Un cristal se astilló. Su taza se rompió repartiendo trozos
de arcilla endurecida por la habitación. Papeles sueltos flotaron hacia el
fuego, las llamas devoraron la oscura tinta hasta que las palabras dejaron de
existir.
Odiaba su cabaña. Era un pequeño y sofocante desastre. No era un hogar.
Nada en Ladaugh era un hogar.
La mano de Tamsin se movió instintivamente hacia su corazón.
Después de todo, era su cumpleaños. No estaría de más usar un poco de
amor. Solo para tener un momento de paz. La maldición de Tamsin la dejó
solo con culpa y arrepentimiento. Su existencia estaba muerta, era una bruja
desterrada, relegada a bajar la fiebre de los bebés y ayudar en las cosechas
de maíz. Había tenido tanto potencial. Podría haber sido mucho más si no
hubiera sido tan impulsiva. Tan descuidada. Si no hubiera estado tan
desesperada.
Ahora Tamsin no era más que amargura, oscuridad y frío, siempre estaba
tan increíblemente fría.
Presionando su mano con más fuerza contra su pecho, cerró ojos y
deshizo el nudo dentro de ella. Extrajo una pequeña pizca del amor de la
mujer por su marido e inmediatamente estaba inundada de calidez. Se quitó
el chal y se movió perezosamente por la casa, su larga falda tejida a mano
hacía cosquillas en los dedos de sus pies, sus dedos recorrieron la colcha
como una nube, sus palmas presionaron contra los lisos bordes de los
cristales. Hurgó en varios frascos sin marcar, en busca de una rama de
canela, luego la acerco a su nariz e inhaló el sutil olor de la especia.
Corrió hacia la ventana y volvió a abrir las cubiertas, su corazón estaba
atorado en su garganta cuando vislumbró el final del atardecer: las rojas
tonalidades desvaneciéndose en los veteados dorados y rosa para luego
transformarse en un negro azulado. Estaba usando demasiado, estaba
desperdiciando su suministro en pequeñas frivolidades, pero necesitaba
hacer una última cosa antes de interrumpirse. Antes de esconder el amor
para cuando necesitara más.
Tamsin cerró la ventana y se volvió hacia la mesa. Tomó una pizca de
condimento de un pequeño saco de cuero y roció varios granos diminutos
en la punta de su lengua.
La sal tenía un sabor picante y brillante.
 

 
DOS
Wren
Traducido por Veilmont
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
La pequeña llama parpadeaba, luego se apagó.  Wren maldijo, su voz
apenas un susurro, más una sugerencia que un sonido.  Si su padre se
despertaba, le rogaría que no se fuera, y pasaría otra hora antes de que ella
pudiera dormirlo.  Para cuando llegara al mercado, todos habrían obtenido
sus huevos de Lensla, la miserable mujer que vivía cerca del pantano, y
Wren se quedaría sin monedas. De nuevo.
Había oído el rumor de que las chicas del norte le habían ofrecido sus
nombres a un Rumpelstiltskin por la capacidad de convertir la paja en
oro. Lo que habría dado por hacer tal intercambio. Wren no necesitaba un
nombre. No si eso significaba que tendría oro de sobra, el estómago lleno y
la medicina adecuada para su padre. Después de todo, le habían puesto el
nombre de un pájaro. No sería una pérdida terrible.
Caminando de puntillas con cuidado por la pequeña habitación, Wren se
encogió cuando tropezó con las botas de su padre al pie de la cama. Hizo
una pausa, manteniendo el aliento atrapado en sus pulmones.  No hubo
ningún sonido de su padre. Exhalando suavemente, Wren se quedó clavada
en el suelo hasta que sus ojos se acostumbraron a la oscuridad.  Solo
entonces se agachó para agarrar las botas, el cuero suave y gastado por los
muchos años protegiendo los pies de su padre. Las colocó con cuidado en
un rincón para no tropezar de nuevo.
Tanteó la puerta, abriéndola lo suficiente para deslizarse antes de cerrarla
rápidamente para proteger la cama de su padre de la luz del sol que se
filtraba a través de las ventanas delanteras de la cabaña.
Wren suspiró de nuevo, esta vez a todo volumen. Había sido una noche
particularmente desagradable, su padre se quejaba de un dolor de cabeza tan
punzante que no podía retener ni la más pequeña cucharada de
agua. Finalmente lo había arrullado para que se durmiera con una compresa
tibia de semillas de mostaza y el toque de una canción, su voz baja y ronca
por su propia falta de sueño.
—Estaría muerto sin ti, pajarito. —Había murmurado su padre, minutos
antes de caer en un sueño intermitente.  Wren deseaba poder atribuir el
sentimiento a una exageración febril, pero era la verdad. Debes prometerme
que nunca me dejarás, Wren, le había dicho su padre, el día después de la
muerte de su madre, porque sin ti, no creo que pudiera sobrevivir. En los
cinco años transcurridos desde entonces, nunca dejaría que ella lo olvidara.
Wren pasó una mano por su cabello, sus dedos atrapados en la trenza
enredada, del mismo tono rojo fuego que el de su madre. La mayoría de los
días quería cortárselo todo, pero eso rompería el corazón de su padre. Y así
mantuvo su cabello, el peso del mismo siempre sobre sus hombros.  Un
recuerdo que siempre tuvo que llevar.
Rápidamente se lavó la cara y las manos, el agua fría despertó sus
sentidos. Se volvió a atar el cabello en una elegante trenza y se puso las
botas, atándolas con rápida eficacia. Se tronó el nudo del cuello y estiró las
manos hacia el techo.  Las pálidas yemas de sus dedos rozaron la parte
inferior de la viga de madera del techo.
Wren estaba empezando a superar su vida.
Cada día luchaba por plegarse en los pedazos pequeños y perfectos que
el mundo demandaba. La aldeana de rostro pecoso que vendía huevos en el
mercado para mantener a su familia.  La hija obediente que pasó cada
momento de vigilia cuidando a su padre perpetuamente enfermo para que
recuperara la salud.  La chica tranquila que intentaba no ahogarse en un
océano de sus propios secretos.
Porque dormir no era lo único que Wren había sacrificado por su padre.
Wren recogió dos cestas grandes y forró su interior con una tela suave y
de colores brillantes.  Con una canasta en cada brazo, se dirigió afuera,
doblando la esquina de su pequeña cabaña con techo de paja hacia el
gallinero. El aire olía a lavanda recién cortada, el aroma flotaba a través de
la mañana en una neblina púrpura. Por supuesto, en realidad no era lavanda
lo que Wren estaba oliendo, era magia.
Ignóralo, ignóralo, ignóralo.
Ella no pudo. La magia se arremolinaba a su alrededor incluso cuando
ella le dio la espalda, acariciando su mejilla, liviana como una pluma,
mientras ahuyentaba a las gallinas de sus nidos. Reunió su pequeña y cálida
recompensa con determinación, limpiando los huevos y metiendo con
cuidado entre los paños de cocina gastados. La magia la envolvió como una
bufanda. Wren golpeó el aire, tratando de disiparlo. No era como si pudiera
hacer algo con la bruma púrpura de la magia. No era una bruja.
Ella era una fuente.
Durante años, Wren había creído que todos veían el mundo como
ella.  Que otras personas podían ver los colores brillantes de la magia
retorciéndose a través del cielo como cintas, reconociendo su olor
acre. Wren no podía imaginar la vida sin el susurro suave y reconfortante de
la magia, sin poder tocar su ligereza como almohada o saborear su toque de
dulzura, como una baya madura lista para estallar.  No fue hasta que se
encontró con las miradas en blanco de sus compañeros de juego que Wren
se dio cuenta de que había algo diferente en ella. Que nadie más podía ver
la nube de magia colorida y arremolinada que siempre colgaba sobre su
cabeza.
Debería haber ido directamente a la Tierra de Brujas.  El Aquelarre
requería que cualquier gente común que creyera que poseía poder entrara en
el Bosque Embrujado, la frontera de árboles encantados que rodeaban su
pueblo.  Si lograban atravesar el bosque hasta la Tierra de Brujas,
entrenarían con el Aquelarre y se forjarían un lugar en el mundo de la
magia.  Si se negaban a venir por su propia voluntad, serían rastreados y
apresados por la fuerza, y nunca se les permitiría regresar al mundo más
allá del Bosque.
Se suponía que Wren estaría allí.  Las fuentes eran muy valoradas:
albergaban magia pura, de la que las brujas podían recurrir para
complementar su propio poder. El Aquelarre la habría acogido sin dudarlo
un momento y la habría mantenido bien compensada por el resto de su vida.
Pero la magia había destrozado a su familia una vez antes.  Durante el
Año de las Tinieblas, cuando sus padres eran jóvenes y recién casados,
habían tenido un hijo, un niño que solo tenía unos días cuando contrajo la
enfermedad provocada por la bruja oscura Evangeline. Wren llegó casi doce
años después. Para entonces, sus padres eran viejos y estaban angustiados,
afligidos y empeñados en el miedo y el odio por todo lo mágico. Cuando
murió su madre, su padre se volvió aún más delicado.
Y entonces Wren mantuvo su verdadero yo oculto. Pasaba una mano por
su trenza, tirando de la trenza suelta para que su padre no se diera cuenta de
que cuando soplaba el viento, ni un solo cabello caía fuera de lugar.  Se
obligó a temblar en invierno, a pesar de que nunca tenía frío, ni siquiera
cuando caminaba descalza por la nieve.  El mundo se inclinó hacia ella,
como reconociéndola semejante. Magia reconociendo magia.
Su padre nunca podría saberlo. Así que Wren trató de ignorar la forma en
que la magia la atraía. Ella eligió no ir a la Tierra de Brujas para entrenar,
como lo requería el edicto del Aquelarre. Mantuvo su distancia de toda la
magia para que no la descubrieran y la castigaran por su deserción.
Wren hizo todo lo posible para fingir que no había querido esa vida de
todos modos.
Después de deslizar el último huevo en su canasta y colocar la tela de
manera protectora alrededor de sus preciosos artículos, Wren cerró el
pestillo del gallinero y se movió rápidamente a través de la puerta principal,
que se cerró de golpe detrás de ella. Hizo una mueca a pesar de sí misma,
pensando en su padre y en su ya inestable sueño.
Una parte más profunda y oscura de ella esperaba haberlo despertado.
Antes de que sus pies se encontraran con el camino, un suave pelaje
negro rozó su tobillo, el desaliñado gato callejero que a menudo merodeaba
por su casa. Wren se arrodilló, balanceando sus cestas mientras lo rascaba
detrás de las orejas. Siempre había tenido un don con los animales: pájaros
posándose en su hombro mientras caminaba hacia la ciudad, perros
siguiéndole obedientemente los talones, incluso caballos que de vez en
cuando le acariciaban el cuello a pesar de que tenía los bolsillos vacíos.
—Lo sé, lo sé. —Wren buscó en su cesta una migaja, pero no encontró
nada—. Estás hambriento. Lo siento. 
Los ojos amarillos del gato la miraron acusadores. 
—Yo también, ya sabes. No es que te importe. 
El gato dejó escapar un suave maullido.
Wren pasó la mano por la espalda enmarañada de la criatura, extrayendo
una rebaba que se había pegado cerca de la base de su cola. El gato mordió
cariñosamente su dedo. 
—Eso es todo lo que puedo hacer —murmuró Wren en tono de disculpa
—. A menos que tenga un muy buen día en el mercado. 
Aunque, por supuesto, eso no era probable. El gato le acarició la rodilla,
dejando un pelaje negro adherido a la lana verde de sus pantalones. 
—Está bien, codicioso. Haré lo mejor que pueda. —Wren le dio al gato
un último rasguño detrás de las orejas, luego se incorporó, con cuidado de
no empujar sus huevos.
El gato le lanzó a Wren una mirada ofendida.
Wren volvió a mirar la bruma púrpura de la magia. Señalaba el camino a
la izquierda, hacia la ciudad de Wells.  Miró a la derecha, hacia
Ladaugh. Era un paseo similar hasta la plaza principal de cada pueblo, pero
el cielo en esa dirección era de un azul claro y normal.
En realidad, ni siquiera era una elección.
La magia hizo a Wren un poco… extraña.  Ella siempre la estaba
espantando lejos, constantemente alisándose el cabello que se erizaba en la
parte de atrás de su cuello en su presencia, siempre tratando de explicar por
qué había detenido una conversación en mitad de una oración, escuchando
un grito que nadie más podía oír. A veces se entregaba a ella, cerraba los
ojos y trataba de atraerla en su dirección, para analizar sus deslumbrantes
cintas y desentrañar sus secretos. Pero allí tuvo menos éxito. En su mayoría,
solo agitaba las manos y se sentía ridícula.
Aun así, la cinta púrpura se sintió como una señal.  Si la seguía, podría
llevarla a un campo de flores silvestres o a un pequeño arroyo que corre con
el agua más fresca que jamás había probado. Podría llevarla a una guarida
de zorros bebés que perseguirían sus colas y acariciarían su brazo con sus
mojadas y negras narices…
Las cestas de Wren pesaron mucho en sus brazos mientras dejaba morir
su sueño.  Necesitaba ir al mercado para intercambiar alimentos y hierbas
para su padre. No podía permitirse la distracción. Y entonces Wren giró a la
derecha, dejando atrás la magia, y su desesperado destello de deseo.
Sus pasos crujieron en el camino a Ladaugh, levantando polvo que
bailaba alrededor de sus tobillos.  Sus cestas se balanceaban alegremente
mientras el camino serpenteaba a través del campo del granjero Haddon,
donde sus cuatro hijos se perseguían con palos. El trigo era alto, casi hasta
la cintura de Wren. Había sido una primavera húmeda, pero el verano había
ahuyentado las nubes, dejando los días frescos, brillantes y cálidos. El sol
ardía en su mejilla. Pronto su rostro se llenaría de pecas y el puente de su
nariz se volvería de un rosa perpetuo.
Wren pasó junto a altísimos fardos de heno e interminables campos de
maíz, deteniéndose una vez para ofrecer su mano a un ratón de campo,
que  se posó en su hombro, sus diminutas garras se enredaron en su
cabello.  Saludó a Amelia, la esposa del carnicero, que estaba cargada con
tres cestas y casi la misma cantidad de niños llorando. Cruzó un gran puente
de piedra y pasó junto a otros que llevaban sus mercancías del mercado en
cestas o atadas a la espalda. A pesar de sus amistosos saludos, sus rostros
estaban serios.
Algo había cambiado desde que cruzó el río. Colgaba amargamente en el
aire, estaba presente en las expresiones sombrías de la gente del
pueblo. Incluso el ratón de campo había corrido por su espalda y se había
adentrado en la alta hierba de verano. Cuando se encontró con una familia,
un padre, una madre y un niño, probablemente mayor de tres años, tirando
de un carro de madera cargado con todo lo que poseían, su curiosidad se
apoderó de ella.
—Hola amigos. —Ella levantó una mano a modo de saludo—. ¿A dónde
van esta mañana?
—Al Sur, por supuesto. —La mujer miró a Wren con los ojos muy
abiertos, su rostro frenético—. ¿No lo has escuchado?  Hay una plaga
arrasando en el reino. 
Se estremeció y acercó a su hijo.
—¿No estabas en la reunión? —preguntó el padre, notando la confusión
de Wren—. La reina Mathilde ha huido de Farn y se ha dirigido al Palacio
de Invierno.  La capital ha sido completamente devastada por la
enfermedad.  Una vez que la plaga pase por las montañas, seremos los
siguientes.
—¿Cuáles son los síntomas? —Wren tiró con fuerza del extremo de su
trenza.  Su padre no podía permitirse otra enfermedad.  Ya tenía fiebre y
estaba postrado en cama, su enfermedad no respondía a sus remedios—.
¿Los tipos habituales?
La mujer negó bruscamente con la cabeza. 
—No es una enfermedad física.
Eso fue un alivio. Los síntomas de su padre eran muy físicos. Lo que sea
que tuviera no era esta plaga.
—Dijeron… —La mujer hizo una pausa, poniendo sus manos sobre las
pequeñas orejas de su hijo. El chico se retorció bajo su toque, enterrando su
rostro en sus pantalones de lino—. Dijeron que se arrastra dentro de tu
mente, absorbe tus recuerdos y tus alegrías.  Deja los cuerpos afligidos
vacíos, como… —La mujer miró de lado a lado, su voz se redujo a apenas
un susurro—. Fantasmas andantes.
El cuerpo de Wren se enfrió.  ¿Qué tipo de enfermedad era lo
suficientemente fuerte como para robarle el alma a una persona?
El padre miró por encima del hombro, camino de Ladaugh, ansioso por
seguir adelante. Pasó un brazo alrededor de su esposa. 
—Disculpe —dijo, sonriendo vacíamente a Wren. Condujo a su familia
hacia adelante, con la espalda doblada por el peso del carro y la cabeza
inclinada por el miedo.  Wren levantó una mano para despedirse, pero la
familia no miró hacia atrás.
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La bulliciosa plaza del pueblo de Ladaugh asaltó los sentidos de Wren
con el chirrido estridente de los cuchillos que se afilaban y el sabroso aroma
de la carne asándose sobre una llama abierta.  Los proveedores llamaron a
todo el mercado, regañando a sus competidores;  los niños jugaban a la
mancha frente al carro del librero. Wren, distraída por su juego, tropezó, su
dedo del pie se enganchó en un adoquín suelto.
—Vaya, nena. —Una mano fuerte la agarró del codo mientras luchaba
por estabilizarse.
—Tor. —Wren sonrió fácilmente.  El sastre era un hombre amable y,
quizás más importante, un cliente constante. Ella miró su chaleco con los
ojos entrecerrados.  La tela brillaba con magia, como si existiera detrás de
una cortina de humo. El patrón comenzaba a marearla un poco.
—¿WREN? —El anciano agitó una mano ante sus ojos para reclamar su
atención. Trató de parecer apenada. Tor sonrió rígidamente—. ¿Cómo está
tu padre?
La propia sonrisa de Wren se deslizó varias muescas. 
—Mal.
El agarre de Tor sobre su brazo se hizo más fuerte. 
—¿La plaga? —Las bolsas debajo de sus ojos eran casi negras. Parecía
que Wren no era la única que se había quedado sin dormir.
Ella sacudió su cabeza. 
—Los síntomas no son los mismos.
Tor aflojó su agarre. 
—Ten cuidado, ¿quieres? Mi primo en Farn envió un cuervo anoche, dijo
que la enfermedad ha devastado la capital como yo no lo creería.  Los
afligidos tienen los ojos vacíos e incluso la tierra se ve afectada. Dijo que el
suelo tembló hasta que se abrió y se tragó a cien personas enteras.
Un escalofrío recorrió la parte posterior del brazo de Wren.  Movió
nerviosamente sus cestas.
Los ojos de Tor estaban oscuros y duros. 
—No estabas viva para el Año de las Tinieblas, pero así es como empezó
la enfermedad también. Hay una nueva bruja oscura. Lo sé. —Se pasó una
mano por su cabello ralo—. El Aquelarre afirmó que nos protegerían, pero
¿por qué las brujas se preocuparían por la gente común? 
Él rio oscuramente. 
—De todos modos, incluso la reina Mathilde ha denunciado al
Aquelarre.  Si nuestra reina está dispuesta a dar la espalda a las brujas,
bueno… —Se calló, frunciendo los labios—. Debe ser malo. Cuídate a ti
misma, ¿quieres? Y ese padre tuyo. —Sus ojos se detuvieron en Wren, su
lástima casi tangible—. Tomaré cinco huevos, si los tienes.
Le ofreció tres agujas, seis botones que no coincidían y un carrete de hilo
negro. Wren aceptó su trueque con gratitud, pasando sus huevos uno por
uno mientras Tor los acomodaba cuidadosamente en su saco.  Ella se
despidió de él y continuó, agradecida por el suelo silencioso y sólido bajo
sus pies.
Wren continuó dando vueltas por el mercado, intercambiando sus huevos
moteados por una cabeza de repollo de hojas moradas, huesos de pavo y
una barra de pan integral denso.  Intercambió bromas con los otros
vendedores, pero a pesar de las sutilezas habituales del día de mercado, el
aire en la plaza era forzado y extraño.
Wren se detuvo para mirar un pequeño carrito de manzanas rosadas
pulidas, sus dedos se demoraron con nostalgia en su piel cerosa.  Había
pasado casi un año desde que había probado la fruta dulce y crujiente. Una
mujer del sur le había encargado a una ninfa del bosque que envenenara una
sola manzana dorada para matar a su hijastra.  Pero el hechizo se había
vuelto rebelde. Los huertos del sur se habían secado y la cosecha de un año
entero se había quemado. Las espantosas llamas verdes se habían visto en
todo el oeste.
Esa mujer había sido una tonta.  Incluso Wren, quien fue la primera en
encontrar una excusa para evitar un encuentro con una bruja, quien cuidó a
su padre hasta que recuperó la salud con hierbas y caldos hechos de la
médula de los huesos en lugar de buscar hechizos y encantamientos, sabía
que era mejor no confiar en una ninfa con veneno.
—Ni siquiera vino a la reunión —susurró una mujer, apartando la
atención de Wren de la suave piel de la manzana—. Apuesto a que ella ya
lo sabía.
—Apuesto a que ella causó todo —respondió una segunda mujer, con el
rostro arrugado.
Wren movió sus cestas e hizo un espectáculo de pulir la manzana en su
falda, escuchando atentamente.
—No me extrañaría de ella.  Siempre pensé que había algo mal
allí. Quiero decir, sus precios —dijo la primera mujer—. No es natural.
—Nada de esa bruja es natural —dijo la otra—. Ella es tan
joven. Demasiado joven, si me preguntas.
Un escalofrío de magia se deslizó por el cuello de Wren. Se sentían como
los ojos insistentes de un extraño, pero más fuertes.  La magia bailó
alrededor de su cuerpo, envolviéndola en un abrazo.  Trató de sacudirla,
pero en su prisa, la manzana se le cayó de la mano y rodó por todo el
mercado, aterrizando a los pies de un calderero que exhibía una exuberante
capa púrpura con bolsillos aparentemente interminables.  La piel una vez
brillante de la manzana quedó rota y magullada.
Las mujeres dejaron de hablar y miraron a Wren, escandalizadas.  El
comerciante comenzó a gritar, su voz baja y ronca, su larga barba castaña
temblaba mientras la miraba con el ceño fruncido.
Wren trató de frenar su corazón palpitante. El precio de las manzanas era
el doble de lo que costaba antes del envenenamiento. La fruta era un manjar
que no podía permitirse.
Wren trató de balbucear una disculpa, pero las palabras se atascaron en
su garganta. La sensación de deslizamiento de ojos en la parte posterior de
su cuello regresó, pero esta vez no fue magia. La gente había comenzado a
mirar.  La cara de Wren estaba en llamas, la fuerte voz del comerciante
resonaba en sus oídos. Ella le ofreció los botones y el hilo de Tor, así como
su barra de pan. El hombre frunció el ceño, pero aceptó su pago. Wren trató
de no llorar mientras recogía la manzana marrón magullada, reposicionaba
sus cestas mucho más livianas y se alejaba.
Solo quedaban dos huevos, sus cáscaras marrones moteadas delicadas y
suaves. Dos apenas eran suficientes para intercambiar por costras secas de
pan.  Aun así, tenía que intentarlo. Wren se tragó el nudo en la garganta y
llamó a la multitud.
—¿Dijiste huevos? —La voz detrás de ella era exuberante como el
terciopelo, oscura como la medianoche.
Wren se dio la vuelta, sus ojos se agrandaron mientras miraba el rostro de
la chica que había hablado.
Tamsin, la bruja de Ladaugh, estaba de pie ante ella, enterrada bajo una
amplia capa de color verde bosque. Wren dio un paso atrás. Había estado
tan desesperada por cambiar que se había olvidado de buscar la fuente de la
magia que había hecho que la manzana cayera sobre los adoquines.  No
había podido observar las vetas de magia roja terrosa, rubicunda como
arcilla húmeda, que irradiaba Tamsin.  Se había olvidado de dar media
vuelta y correr, al diablo con los huevos sin vender.  Había roto la única
regla de la que dependía su vida: nunca encontrarse cara a cara con una
bruja.
—Bueno, ¿tienes huevos o no? —espetó Tamsin. Se echó el pelo hacia
atrás, oscuro como el ala de un cuervo, arqueando una ceja espesa con
desprecio.
Wren estaba teniendo dificultades para encontrar su voz.  Rebuscó
rápidamente en su canasta, casi rompiendo las cáscaras mientras tomaba los
huevos en su mano y se los ofrecía a la bruja.
Tamsin los tomó con los ojos entrecerrados. 
—¿Cuánto?
Wren se encogió de hombros, agitando la otra mano en el aire en un
gesto incierto, mientras luchaba contra el impulso de salir corriendo.  Ella
estaba actuando como una tonta, pero nunca había estado tan cerca de una
bruja en su vida, y ciertamente no una tan poderosa como Tamsin.  Se
retorció bajo la mirada de la bruja. Las motas verdes de los ojos marrones
de Tamsin eran del mismo color que su abrigo.
Tamsin chasqueó la lengua con impaciencia y dejó caer un puñado de
monedas en la canasta de Wren antes de girar sobre sus talones, su abrigo se
ensanchó detrás de ella como una capa. Wren miró boquiabierta tras ella,
captando un toque de salvia fresca en la brisa de la mañana.
Se apresuró a recoger las monedas, casi diez veces más de lo que valían
los huevos, el calor de ellos provocó excitación en su pecho.  Quizás se
había equivocado al mantenerse alejada de las brujas. Wren siempre había
asumido que eran tan horribles como decía su padre.  Pero ahora estaba
claro para ella que la expresión amarga de Tamsin no reflejaba con
precisión la plenitud de su corazón.
Wren atravesó rápidamente el mercado, entregando una moneda de cobre
por una barra de pan tosco y oscuro cinco veces más fino del que se había
separado. Compró hierbas frescas y un corte de venado, pequeños lujos con
los que normalmente no se atrevería a soñar. Y, aun así, a pesar del peso de
sus cestas llenas, quedaba una moneda de plata maciza.
Wren se apresuró a caminar de regreso a casa. Caminó tranquilamente
por la puerta principal, con una sonrisa jugando en sus labios.  Se resbaló
cuando escuchó un ruido en la trastienda. Wren colocó sus cestas en la mesa
y tomó un cucharón de agua, que llevó con cuidado a su padre.
Ella abrió la puerta lentamente, gotas de agua cayendo sobre sus botas. 
—¿Papá?
Hizo un sonido suave, sus labios se curvaron en una débil sonrisa. Wren
lo ayudó a sentarse, inclinó el cucharón suavemente hacia sus labios
resecos. Varias gotas le caían por la barbilla.
—Ahí está mi pajarito —dijo, su voz era un susurro espeso.  Su piel
estaba resbaladiza por el sudor, su cabello más gris incluso de lo que había
sido esa mañana, desvaneciéndose en mechas blancas cerca de sus
sienes.  Parecía asustado.  Pero la reconoció.  Su mente seguía siendo
suya. Wren exhaló un suave suspiro de alivio.
Su padre le puso una mano en la mejilla, su piel estaba escamosa y fina
como el papel. 
—Sabes que estaría perdido sin ti. Muerto, incluso. —Trató de sonreír,
pero fue más como una mueca.
—No digas eso —susurró, con la lengua rancia—. Siempre dices
eso. Vas a estar bien. —Ella le quitó la mano y la volvió a colocar a su lado
debajo de la pesada pila de ásperas mantas de lana—. Te haré un caldo.
—Maldito sea el caldo —dijo, ensanchando la mueca.  Wren fingió una
risa, aunque ambos sabían que poco más podía soportar.
—Duerme —ordenó, y fue un testimonio de la fragilidad de su padre que
ni siquiera trató de luchar contra ella.
Volvió a la sala principal y puso agua, huesos de pavo y hierbas en una
olla a hervir.  Colgó las cestas vacías en sus ganchos cerca de la puerta,
luego dobló los paños de cocina y los guardó a salvo en el armario.
Una vez que todo estuvo en su lugar, Wren acercó una silla a la
chimenea, usándola para alcanzar la jarra marrón en la parte superior de la
repisa.  La jarra era inocua y sencilla, como la propia Wren.  El lugar más
improbable para esconder algo valioso.
Wren miró con recelo la puerta de la habitación de su padre. Él no sabía
nada sobre los magros ahorros que había juntado, las comidas que se había
saltado para escuchar el satisfactorio tintineo de las monedas.  Las gallinas
eran viejas. No podían poner huevos para siempre. Wren necesitaba un plan
de respaldo.
Descorchó la jarra y dejó que las monedas se derramaran sobre la gastada
mesa de madera. Los clasificó en montones: varias de cobre, dos de latón y
una de oro precioso, ya reservadas para los recaudadores de impuestos en
otoño.
Aun así, había mucho que podía hacer con este dinero. Podría guardarlo
en el bolsillo y huir a una nueva vida. Había suficiente para servirla hasta
que se pusiera de pie, encontrara un trabajo y una habitación con una cama
adecuada.  Quizás incluso podría ir a la Tierra de Brujas y finalmente
aprender todo sobre la magia. Sobre quién era ella.
Wren dio la vuelta a la moneda de Tamsin en su mano, aliviada por su
calor.  Lo había sacrificado todo por su padre: su corazón, su futuro, su
magia. Seguramente a ella también le debían algo.
Hubo un chisporroteo y un silbido proveniente de la chimenea.  Con
sentimiento de culpa, barrió las monedas y sus sueños despiertos de regreso
a sus respectivos escondites. Su padre era todo lo que le quedaba. No podía
apartarse de él ahora. Wren suspiró mientras volvía a colocar la jarra en la
repisa de la chimenea y se asomaba a la olla. Volvió a la triste realidad de su
vida. El agua había comenzado a hervir.
 

 
TRES
Tamsin
Traducido por Nea
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Nadie había llamado a Tamsin en cuatro días.
Sus mañanas se convertían en tardes que se fundían en noches como
fuego convertido en brasas que luego se convertía en polvo. Le picaban los
dedos para trabajar. El pánico se encendía en su pecho, aumentando cada
día que su puerta no llamaba. Su reserva de amor seguía disminuyendo.
Gracias a la rápida propagación de la plaga, temía que nunca se volviera
a llenar.
Tamsin trató de distraerse. Se quedó mirando las paredes, buscando
formas en las piedras descoloridas: una nube sobre la chimenea, una espiga
de maíz junto a la grieta de la ventana, y un pequeño perro junto a la puerta
que solo era visible cuando giraba la cabeza y entornaba los ojos con tanta
fuerza que podía sentirlo en su cerebro.
Tamsin cogió una aguja para arreglar varios pares de calcetines de lana
gruesa llenos de agujeros. Se dijo a sí misma que los calcetines se gastaban
tan rápidamente que no valía la pena usar la magia para arreglarlos. No
necesitaba luchar contra el hipo cada vez que su dedo gordo se abría paso a
través de la lana desgastada. Pero, por supuesto, esa no era toda la verdad.
Después de su destierro, la relación de Tamsin con su poder había
cambiado. Atrás quedaron los días en los que cumplía todos los caprichos
con un movimiento de su muñeca. Ya no hacía alarde de sus poderes ni
llevaba sus habilidades al límite. Esta Tamsin ya no confiaba en sus
instintos. Esta Tamsin ya no merecía la comodidad que le proporcionaba su
talento. No cuando ella vivía y Marlena estaba muerta.
La aguja se clavó en la fina piel bajo su uña como si fuera una
confirmación.
Dejando a un lado su costura, Tamsin utilizó un largo atizador de hierro
para avivar las llamas de la chimenea. Ya casi no tenía leña, se le estaban
acabando las provisiones y el sustento. Miró la cesta que había llevado al
mercado cinco días antes. No quedaba nada en su interior, salvo una cabeza
de col verde pálida y un único huevo de color marrón.
Apenas era suficiente para alimentar a un niño, pero Tamsin no podía
molestarse en volver a la plaza del pueblo para llenar su despensa. No
cuando la opinión de la gente del pueblo sobre las brujas había cambiado
tan drásticamente. Ella había pasado de ser tímidamente confiada a ser
totalmente denigrada. Odiada, incluso.
Sus susurros habían arrastrado a Tamsin a casa desde el mercado,
empujando contra su garganta como una capa atada demasiado fuerte. En
los días siguientes, sus acusaciones empezaron a arraigar en las paredes de
su casa, abriendo espacios entre las piedras sueltas, arremolinándose debajo
de la tetera hirviendo, anidando sobre su desgastada alfombra gris hasta que
Tamsin sintió que siempre había vivido con sus palabras.
Su culpa, esta magia oscura. Es peligrosa. Malvada. Aléjate de la bruja.
Tamsin ya había escuchado opiniones similares. Solo que entonces ella
los había merecido.
Ahora estaba sola, atrapada en los confines de su cabaña. Cada día que
pasaba sin una visita, las paredes parecían estar un poco más más cerca, el
techo un poco más bajo. Su casa se estaba cerrando a su alrededor,
centímetro a centímetro. Pronto no podría moverse. Pronto podría ser tan
inútil como se sentía.
Una ligera lluvia comenzó a caer, golpeando un ritmo constante contra el
techo de la cabaña, golpeando suavemente las puertas de madera que
cerraban la ventana. Tamsin se sentó, estoica y silenciosa. Una vez, el
sonido de la lluvia había sido reconfortante, le había dado una mente clara y
una sensación de paz. Pero ahora solo era agua, cayendo del cielo,
golpeando su casa. Un sonido y nada más.
Tamsin cogió el chal que tenía colgado en el respaldo de su silla y lo
envolvió con fuerza alrededor de sus hombros. Se aclaró la garganta, el
sonido se pegaba. Deseó tener a alguien con quien hablar.
Había tenido a alguien, una vez. Leya, con sus grandes ojos, era una
fuente: una chica hecha de pura magia. Pero Tamsin no podía recordar la
risa de su mejor amiga o el calor de su mano en la de Tamsin cuando salían
a hurtadillas de los dormitorios para tumbarse en la larga hierba y mirar las
estrellas. Sin embargo, podía recordar la forma en que su corazón se había
roto cuando Leya gritó a su espalda: «Te vas a arrepentir de esto».
Como siempre, Leya había tenido razón.
Se le hizo un nudo en la garganta al recordarlo. Tamsin buscó su jarra de
agua, con la esperanza de quitar el sabor agrio de su boca. En cambio, en
sus dedos rozaron algo suave. Su mano se cerró alrededor de un libro negro
encuadernado en cuero.
Uno que definitivamente no había estado allí momentos antes.
Tamsin lo lanzó por la habitación como si estuviera en llamas. El libro
patinó y se detuvo, aterrizando abierto a una página blanca y cremosa
cubierta con una escritura de bucle. Con el corazón en vilo, tomó el atizador
de hierro de la chimenea y se acercó al libro como si se tratara de una
criatura salvaje a la que quería domar. Mantuvo sus ojos cuidadosamente
alejados de las palabras garabateadas en las páginas.
Tamsin empujó el libro con el extremo afilado del atizador. El libro no
saltó a la vida, no saltó hacia adelante para atacar. A todos los efectos,
parecía no ser más que un libro.
Pero era más.
Este diario había vivido enterrado en el fondo del armario de Tamsin
durante casi cinco años. Había hecho el viaje desde el Mundo Interior hasta
Ladaugh metido en la cintura de la falda de viaje de Tamsin, la única
reliquia de su antigua vida. Nunca había ojeado sus páginas. Nunca lo había
sacado de su escondite.
Y, sin embargo, aquí estaba ante ella, dispuesto como una maldición.
Tamsin se alejó lentamente del diario, cogiendo una toalla de té. Una vez
que la tuvo en la mano, aspiró con fuerza y se abalanzó sobre el libro,
utilizando el paño para arrojarlo al armario. Cerró las puertas de golpe y se
apoyó en la madera, tratando de recuperar el aliento.
El sabor agrio de la pena había sido sustituido por una sensación de
incomodidad. La casa de Tamsin tenía un orden; todo tenía un lugar. Por
otra parte, había pasado cuatro días sin contacto humano. Comenzaba a
sentirse asfixiada. Tal vez había sacado el diario y simplemente... se había
olvidado.
Tamsin se frotó la nuca con nerviosismo. No podía ser el caso: no había
tocado el diario en años. Fuera lo que fuese que estuviera sucediendo,
Tamsin no era la que lo instigaba.
Ahora llovía con más fuerza, el agua caía con un silbido, luego un
crujido. Tamsin miró distraídamente hacia su chimenea, esperando una
lluvia de chispas mientras una llama devoraba el tronco. Pero el fuego se
había reducido a brasas. El hogar estaba oscuro y vacío.
Fue entonces cuando se dio cuenta del brillo. El cielo se había vuelto de
un enfermizo verde parduzco, y un olor espeso y agudo se acumuló en las
fosas nasales de Tamsin, todo ceniza pútrida y especias quemadas.
Estuvo tentada de cerrar las persianas, prepararse una cerveza para irse a
la cama a dormir. Estaba bastante segura de que estaba teniendo delirios.
Tal vez no había comido lo suficiente.
Entonces vio el humo que salía de su jardín de hierbas. Las llamas
devoraban sus plantas cuidadosamente cultivadas: hojas diminutas de
albahaca, frágiles frondas de romero, finos zarcillos de eneldo. Tamsin se
frotó los ojos rápidamente, pero la escena no cambió. Se quedó mirando,
desconcertada, preguntándose si este malentendido era también parte de su
ilusión.
Estaba lloviendo. Se suponía que nada debería de estar en llamas.
Tamsin, que había estado agarrando el alféizar con tanta fuerza que las
puntas de sus dedos se habían vuelto blancas, se separó de la ventana y
corrió hacia la puerta. La furia la inundó, llenando la vacía caverna en su
pecho.
Había invertido tanto tiempo en su jardín, había cuidado las pequeñas
plantas de semillero hasta convertirse en plantas de pleno derecho, había
visto cómo echaban raíces y explotaban en el suelo que antes era estéril.
Aunque no podía disfrutar de sus olores o de su sutil sabor en la comida, las
había hecho, había cuidado de las plantitas como no se le permitía cuidar de
su propio corazón, de sus recuerdos, de la gente que había amado y perdido.
Solo eran plantas, pero el jardín era todo lo que tenía.
Los dedos de Tamsin tantearon inestablemente con la cerradura, la barra
de metal que se pegaba inútilmente, antes de que finalmente lograra abrirla
con un rasguño que provocó una mueca.
Gotas gigantes de lluvia caían en picado sobre el suelo, convirtiendo la
larga hierba de verano en un marrón chamuscado que apestaba a muerte. El
cielo era más oscuro, oscuro y ominoso.
Hubo un crujido, luego un terrible gemido cuando la valla de Tamsin se
rompió. Uno de los postes de la valla de madera se derrumbó sobre su
parcela de manzanilla. Se apresuró a salir a su jardín solo para que la lluvia
volviera su violencia contra ella, haciendo agujeros en el dobladillo de su
falda, chisporroteando las puntas de su pelo, y dejando ampollas del tamaño
de una gota en su piel. Intentó cubrirse la cara con el brazo, pero el dolor
pronto fue demasiado para soportarlo. De mala gana, se retiró a la seguridad
de su casa de campo y su tejado de pizarra, mientras la fuerte lluvia seguía
carcomiendo la tierra.
Se acomodó temblorosamente en su cama demasiado firme, frotando
alcanfor en las furiosas ronchas rojas. Se había burlado cuando escuchó al
sastre contarle al carnicero cómo el suelo de Farn se había abierto,
tragándose a sus ciudadanos. Pero ahora estaba innegablemente claro: la
plaga se había lanzado usando magia oscura.
El estómago de Tamsin se apretó al pensarlo.
La magia oscura, aunque es atractiva por su poder universal, agotó la
tierra en lugar de la bruja que lanzó el hechizo. A medida que el mundo
trató de compensar la pérdida de sus recursos naturales, la magia que
llenaba sus pozos vacíos se volvió retorcida e impura. Los efectos
secundarios de un hechizo nacido de la magia oscura eran interminables y
horripilantes.
Al fin y al cabo, la magia consistía en el equilibrio. Esa fue la primera
lección que Tamsin había aprendido. La Suma Consejera del Aquelarre
había advertido a la joven bruja que no importaba lo fuerte que se creyera a
sí misma, la magia en sí misma era siempre mucho más poderosa. Y cuando
la magia era sacada directamente de la tierra, la tierra tenía tendencia a
rebelarse.
El corazón vacío de Tamsin se retorcía en su pecho. Cuando pensaba en
el equilibrio, pensaba en su hermana gemela, en sus palmas apretadas
juntas, mirándose a los ojos como en un espejo sin cristal. Juntas, habían
sido su propia clase de magia.
Tamsin deseaba que cuando pensara en Marlena, pudiera recordar lo que
había sentido al amarla. Deseaba poder recordar algo más que la piel fría y
húmeda de su hermana y el inquietante azul de sus labios contra las sábanas
blancas de la enfermería.
Tamsin solo podía recordar haber arañado la tierra fría y húmeda, la
suciedad tan espesa bajo sus uñas que le costó una semana entera limpiarla.
Solo podía recordar cómo las palabras antiguas, descoloridas y manchadas
en el viejo trozo de pergamino se habían atascado en su garganta al
pronunciarlas en voz alta, invocando la magia de la tierra para unir su poder
a la vida de su hermana gemela.
Pero, aunque el hechizo había tenido éxito en salvar a Marlena, la magia
oscura no se había detenido allí. Se había deslizado a través de Tamsin,
tomando vida propia.
Tomando vidas.
Tamsin pasó la mayor parte de sus mañanas preguntándose por qué su
compañera de clase Amma había seguido durmiendo en el dormitorio
cuando el resto de los estudiantes habían evacuado a un terreno más alto.
Agonizó sobre la forma en la que Amma debió haber luchado por respirar
mientras el agua entraba, inundando la habitación en cuestión de segundos.
Cada noche, Tamsin repetía el momento en que la Suma Consejera del
Aquelarre había roto el vínculo entre las hermanas y la vida se había
drenado de Marlena, también.
Ella había hecho eso. Tamsin había causado eso. Dos personas estaban
muertas gracias a su equivocado y desesperado intento de mantener viva a
su hermana.
Bajo las reglas del Aquelarre, el castigo por usar magia oscura era la
muerte. Tamsin había estado lo suficientemente desesperada como para
buscarla de todos modos. Con doce años y siendo imprudente, sabía lo que
había estado dispuesta a sacrificar. Pero su magia oscura no había sido lo
suficientemente fuerte como para pasar más allá del Bosque, la frontera de
árboles que separaba el mundo Interior del mundo Exterior. Su hechizo
había permanecido contenido, y solo los de dentro sabían la enormidad de
lo que había hecho. La plaga, sin embargo, estaba afectando a la gente
corriente a un ritmo vertiginoso, que significaba que el hechizo tenía que
haber sido lanzado por una bruja mayor y más poderosa de lo que había
sido Tamsin.
La Suma Consejera del Aquelarre seguramente estaba echando humo.
Ella era la que había derribado a la bruja oscura treinta años antes, cuando
Evangeline había utilizado la magia oscura para causar su propia plaga. La
Suma Consejera era la que había fundado el Aquelarre, había hecho el
trabajo de su vida para crear e imponer un sistema que educara a las jóvenes
brujas a su cargo su cuidado y prevenir el uso de la magia oscura. Antes del
Aquelarre, el mundo de la magia había sido rebelde y caótico. Ahora había
un orden. Había leyes, procesos y consecuencias.
Hace cinco años, Tamsin había traicionado la confianza de la Suma
Consejera del Aquelarre. Ahora otra bruja había hecho lo mismo.
Las puertas del armario de Tamsin se abrieron de golpe. El diario salió
disparado hacia ella, golpeando su vientre con una impactante fuerza.
Tamsin se tambaleó hacia atrás, jadeando, sus ojos nunca se alejaron del
diario negro.
La primera vez, había sido capaz de descartar la aparición del diario
como algo extraño. La segunda vez, no pudo encontrar una explicación
razonable. Respiró con rapidez y temblor. ¿Lo había invocado al recordar su
propio uso de la magia oscura? O tal vez era la propia magia oscura,
jugando con su equilibrio. Tratando de reavivar su dolor. Hurgando en el
moretón amarillo de la pérdida que intentaba ignorar desesperadamente.
Sea lo que sea que estaba pasando, Tamsin no podía soportar enfrentarse
a ello. Arrojó el libro de nuevo al armario abarrotado, enterrándolo bajo una
colcha apolillada. Luego se dirigió a la chimenea, donde las brasas de su
anterior fuego se habían desvanecido hasta desaparecer. Temblando, cogió
uno de los pocos trozos de leña que quedaban de su escasa pila y lo colocó
entre las cenizas. Jugueteó con el pedernal, sus manos temblorosas fallaron
un golpe una, dos, tres veces antes de ver una chispa. Tamsin le habló al
fuego, con la voz quebrada por el miedo mientras lo animaba. Una vez que
el hogar se llenó con una llama parpadeante, Tamsin se volvió hacia la
mesa.
El diario estaba abierto en una página llena de escritura negra.
Tamsin maldijo, su visión nadaba mientras el pánico subía por su
garganta. Recogió el libro, dispuesta a arrojarlo al fuego, cuando sus ojos se
fijaron en el bucle de una letra T.
Su nombre garabateado con la letra de su hermana.
Marlena siempre había escrito. Durante las clases, las comidas, los
periodos de hechizos libres, siempre estaba garabateando, a veces tan
rápido que la tinta manchaba su página y salpicaba su mano izquierda. Era
desordenada, imprecisa, y parecía que nunca se le acaban los secretos.
Secretos que se negaba a compartir.
Tamsin había intentado a menudo leer por encima del hombro de su
hermana, a veces captaba la insinuación de una palabra antes de que
Marlena cerrara de golpe la tapa o la apartara de un manotazo. Había sido
una parte de su hermana, el libro, las palabras de la página eran una
extensión del alma de Marlena.
Era una de las razones por las que Tamsin nunca se había permitido
abrirlo. No podía soportar mirar la letra de su hermana y sentir nada más
que curiosidad por alguien por quien una vez estuvo dispuesta a morir.
La maldición de Tamsin había sido puesta por el Aquelarre como una
forma de asegurarse de que el amor de Tamsin por otra persona no volviera
a nublar su juicio. Ahora la visión de la escritura de su hermana muerta no
le trajo nada más que una sensación de inquietud.
Incluso mientras se acomodaba en una silla de la cocina, Tamsin trató de
convencerse a sí misma de no hacerlo. Pero sus ojos ya habían comenzado a
captar las frases. La última vez que una bruja había usado magia oscura, dos
niñas habían muerto. Marlena había sido una de ellas. Y ahora que otro
hechizo había sido lanzado, su diario estaba persiguiendo a Tamsin.
Acosándola.
No podía ser una coincidencia. Las cosas o eran, o no eran, decía la
Consejera Mari. Claramente, el diario quería algo de ella. Así que Tamsin
comenzó a leer.
 

Tamsin me está probando de nuevo. Sé que no debería culparla. Sé que son solo mis
propios celos los que asoman de la fea cabeza, pero uno pensaría que es una princesa (una de esas
implacablemente privilegiadas que la gente común se ve obligada a adorar), caminando por los
pasillos, riendo con Leya como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.

Supongo que no lo sabe. Debe ser tan fácil ser ella. Pero para ser honesta (y si no puedes
ser honesta con un libro con papel que no puede responder, ¿dónde puedes serlo?), me pregunto si no
está un poco cansada. Debe ser agotador, tratar de mantener ese nivel de perfección.

He visto cómo la miran los consejeros cuando es su turno de reparto. Hay tanto peso ahí.
Tanta expectativa. Yo, puedo intentarlo hasta que mi cara se ponga roja y mi sangre se vuelva azul y
mi visión se vuelva negra, y ellos solo soltarán ese pequeño suspiro (ya sabes ese suspiro, el que he
tenido toda mi vida desde que mi magia apareció) y me darán una palmadita en la espalda y me dirán
«buen intento», y entonces quiero huir y morir (pero, por supuesto, solo termino postrada en la cama
durante días, con el cerebro nublado y las extremidades tan pesadas que podrían ser rocas).

No sé qué haría sin Amma. Realmente no lo sé. Sí, su vista es cada vez más avanzada,
pero también lo son los dolores de cabeza. ¿Qué es un don si no tienes también una maldición? Estoy
segura de que no lo sé. Pero mi hermana podría.

A veces desearía (y sí, sé que desear es inútil, después de todo mi madre es mi madre,
después de todo) que supiera lo que es ser ella. Saberlo de verdad. Entiendo que es una cosa extraña
querer sentir lo que una chica que tiene la misma cara que yo siente (aunque mantengo que yo soy la
más guapa; algo debo tener), pero ahí se acaban las similitudes.
¿Sabes que solíamos cambiar de lugar todo el tiempo, riéndonos detrás de nuestros
pequeños puños mientras engañábamos a algunas de las brujas más inteligentes del mundo para que
nos llamaran por nuestros nombres equivocados? (Por supuesto que no lo sabías; eres un diario).
Jugamos a ese juego durante años, y siempre funcionaba, hasta el día en que salieron chispas de sus
dedos por primera vez y los míos permanecieron perfectamente normales. Hasta que no hubo más
bromas a nadie porque su magia era un río y la mía era una gota de lluvia. Todavía recuerdo el día en
que no pude ser Tamsin y me di cuenta de que lo único que quedaba por ser era yo.

Fue el peor día de mi vida.

 
 

 
CUATRO
Wren
Traducido por Veilmont
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
El panadero no tenía pan.
Fue poco después del amanecer.  El mercado de Wells no había estado
abierto más que en cuestión de minutos, pero ya se habían recogido los
panes, no quedaba nada más que un puñado de migas y una ligera capa de
polvo blanco. Wren trató de no dejar que su rostro se torciera en una mueca
mientras examinaba los restos.
—Los que vendí tenían cerca de dos días —dijo la panadera,
retorciéndose las manos nerviosamente—. Anoche encontré mi harina
convertida en cenizas, justo en el barril. —Su voz era baja, casi como si ella
misma no lo creyera.
Junto a la panadera estaba su esposa, llorando constantemente en
un pañuelo amarillento.  Ambas mujeres tenían sombras oscuras debajo de
los ojos. Ambas miraron sombríamente alrededor del escaso mercado.
La mayoría de los comerciantes ni siquiera se habían molestado en
venir.  Los que lo habían hecho estaban armados con mercancías que
carecían de su vivacidad habitual.  Las patatas estaban marchitas, sus
cáscaras casi negras, sus ojos floreciendo extraños, raíces nudosas más
grandes que el almidón mismo.  La leche, una vez blanca como la nieve
fresca, ahora brillaba con un enfermizo azul plateado en botellas que solo
estaban medio llenas.  El único vendedor con un puesto completamente
abastecido era un calderero que vendía botellas de poción púrpura brillante
PREVENTIVOS DE PLAGA, decía su cartel por el precio criminal de plata
pura. Wren no estaba segura de si la razón por la que su puesto estaba vacío
de clientes era el precio de venta o la promesa imposible de la poción.
Incluso su propia canasta era más liviana de lo habitual. El gallinero se
había llenado con el hedor a azufre, y aunque había buscado por todas
partes, no había encontrado nada más que nido tras nido vacío. Las gallinas
habían estado inquietantemente quietas, nada como los graznidos habituales
y las plumas erizadas que se producen cuando las crías de dragón se cuelan
dentro y se tragan los huevos todavía calientes enteros. No era una criatura
la que le había robado los huevos. Fue la plaga.
Wren rechazó la serie de disculpas de la panadera. No culpó a la mujer
por su desgracia.  Todo era más difícil estos días.  Las tensiones entre las
brujas y la gente común estaban en su punto más alto. La Suma Consejera
del Aquelarre había emitido una declaración proclamando el surgimiento de
otra bruja oscura, que había usado magia oscura para crear la plaga que
roba la memoria.  Las mentes fueron las primeras en desaparecer, pero,
como sabían todos los que habían sobrevivido al Año de las Tinieblas, era
solo cuestión de tiempo antes de que los cuerpos siguieran.
Los cultivos se estaban marchitando. Olas gigantes de agua fluían por las
calles, empapando los tobillos de todos y arruinando sus zapatos. Los lobos
habían abandonado los bosques y habían comenzado a darse un festín con
los animales de la granja. El hijo menor del granjero Haddon insistió en que
empezarían a comerse a las niñas a continuación.
Salir de la casa había comenzado a sentirse como si se lanzara,
desarmada, a través de una zona de batalla. Wren no había querido salir, no
después de las gotas de lluvia que habían dejado el olor a piel
chisporroteante, pero su armario estaba a una última cebolla, y si su padre
iba a mejorar, necesitaba algo sólido para comer.
Su sistema no podía soportar la decepción del hambre.
El de ella no podía soportar la decepción de decepcionarlo.
—Hay tanto silencio. —La voz de Wren no era más que un susurro. Los
ojos de la panadera se oscurecieron como las densas nubes grises que
colgaban del cielo.
—La mayoría despegó hacia el oeste, hacia el mar.  Como si la
enfermedad no pudiera llegar al agua. —Ella frunció el ceño, sus ojos
brillaban con molestia—. Algunos se preocupan por los caídos.  El resto,
bueno…
No necesitaba terminar.
A su alrededor, el aire crepitaba con energía cáustica, el ruido de pasos
dispersos, el susurro de las capas cuando los que las llevaban las apretaban
más alrededor de la nariz y la boca a pesar del calor del sol de verano. El
primer caso había afectado a la ciudad de Wells tres días antes. Durante dos
días la plaga se limitó a los enfermos y ancianos, pero luego, ayer, un niño
de diez años había llegado corriendo a la plaza del pueblo, gritando que su
hermana se había caído al suelo antes de saltar y correr, gritando, hacia los
campos...
La gente del pueblo había enviado un grupo de búsqueda, pero nadie la
había encontrado.  Ahora los vecinos se miraban entre sí con recelo,
buscando síntomas. Nadie sabía cómo prevenir la plaga. Solo sabían que se
estaba extendiendo por su ciudad más rápido que el viento, que había
comenzado a rugir a velocidades capaces de derribar a un buey. El mundo
se estaba desmoronando y ni una sola persona sabía cómo salvarlo. Apenas
sabían cómo salvarse.
Wren se despidió sombríamente de la panadera y de su esposa.  Cada
paso que daba la inquietaba. La magia de las piedras bajo sus pies la hizo
sentir como si alguien estuviera batiendo mantequilla dentro de su
estómago.
Se abrió paso rápidamente por el resto del mercado, recogiendo una col
floja y un trozo de carne tan pequeño que no llenaría a un niño. Wren se
encogió mientras se separaba con dos monedas de cobre.  Sus ahorros ya
estaban disminuyendo.
En el borde del mercado, un sabor nauseabundo se apoderó de ella, como
si su lengua estuviera cubierta de ceniza. Su atención se fijó en algo que se
movía rápidamente a través de la plaza.  Al principio pensó que era una
serpiente, pero tras una inspección más cercana, se dio cuenta de que era
magia, espesa, oscura y viscosa, rezumando a través de los adoquines.
Wren nunca había visto una magia tan espantosa. Cuanto más la miraba,
más claro quedaba que la sombra que se deslizaba era magia oscura. Presa
del pánico, Wren trató de detenerla, trató de recuperarla con su mente, pero,
por supuesto, su esfuerzo no hizo ninguna diferencia. La magia continuó sin
interrupciones, arrastrándose con determinación detrás de una pareja que
caminaba del brazo en medio de la plaza.
Wren quería llamarlos, para detener la magia que corría rápidamente
hacia su presa, pero, por supuesto, no había nada que pudiera hacer. Incluso
si se revelara a sí misma como una fuente y le dijera a la pareja lo que vio,
sería inútil tratar de convencerlos de un peligro que no podrían ver por sí
mismos. Podrían pensar que ella era una bruja.
Y así se quedó quieta y miró con horror mientras la magia oscura se
envolvía alrededor del tobillo del hombre y lo tiraba bruscamente al
suelo.  Golpeó los adoquines con un ruido sordo, su cabeza rebotó sin
fuerzas una vez antes de detenerse.  La mujer cayó de rodillas a su lado,
sacudiendo su hombro con insistencia.
—Henry —gritó la mujer—. Que alguien ayude a mi marido.
Un círculo de espectadores cautelosos se reunió, pero mantuvo la
distancia. Wren se estremeció, se le puso la piel de gallina en los brazos
mientras veía la magia oscura deslizarse a lo largo del cuerpo del hombre
como una horda de arañas.  Cuando la magia llegó a su boca,
vaciló.  Entonces la oscuridad desapareció por su nariz.  Todo el ser del
hombre se estremeció, y luego jadeó, sus ojos se abrieron de golpe. Incluso
desde donde estaba Wren, podía ver la locura en su interior.
—Henry. —La esposa del hombre se arrojó sobre él, las lágrimas aún
caían de su rostro.  Pero en lugar de devolverle el abrazo, el hombre
manoseó a su esposa, empujándola y alejándola hasta que pudo retroceder.
—¿Qué estás haciendo? —Los dientes del hombre castañeteaban
salvajemente—. ¿Qué quieres?
La mujer dejó de sollozar. 
—Henry, por favor, soy yo. —Se lanzó hacia adelante, agarrando a su
marido del brazo. La sacudió bruscamente, su miedo era palpable.
—No me toques —dijo el hombre—. Por favor, déjame en paz.
La multitud de espectadores comenzó a dispersarse.  Los signos de la
plaga fueron evidentes en las acciones del hombre. Nadie quería arriesgarse
a la contaminación.  Wren, sin embargo, pareció no poder apartar los ojos
cuando el hombre se puso de pie temblorosamente. La mujer se arrojó a su
tobillo. 
—Tu nombre es Henry. Soy tu esposa. Tenemos tres hijos.
La expresión del hombre era inquietante.  Las palabras de la mujer no
significaban nada para él, eran tan imposibles que ni siquiera podía
comprender su significado. Se inclinó, tratando de arrancar a la mujer de su
brazo.
—Por favor, Henry. —La mujer había vuelto a sollozar—. Sabes quién
soy. Me amas. 
Su voz se quebró, su desesperación tangible.  Envió un escalofrío a la
columna de Wren.
Mientras tanto, el hombre permaneció sin cambios, tratando
metódicamente de apartar a la mujer de su persona. La esposa se aferró con
fuerza, pero al final el hombre triunfó.
—No sé quién eres ni lo que quieres —dijo el hombre, su voz
retumbando en la plaza vacía—. Pero, mujer, déjame en paz. 
Con eso se dio la vuelta y huyó, dejando a su esposa llorando y arrugada
sobre los adoquines.
Mientras corría, una cortina negra de magia se arrastró detrás de él como
un sudario.
El corazón de Wren dolía por la mujer. Su instinto era ofrecer consuelo,
pero al final, el miedo ganó, como solía hacer. Se echó al hombro la cesta
casi vacía y se dirigió rápidamente por el sendero que conducía a su
cabaña. Ahora que sabía qué buscar, comenzó a notar que la magia oscura
se aferraba a las casas de los afligidos como una sombra. Ahora, con solo
una mirada al humo emanando de las chimeneas de sus vecinos, pudo
identificar quién sería la próxima víctima de la plaga.
Fue demasiado. Su estómago se revolvió con inquietud mientras inhalaba
el hedor sulfuroso de la magia oscura.  La enfermedad se estaba
extendiendo.  Era solo cuestión de tiempo antes de que llegara por su
padre. Se sorprendió de que aún no hubiera golpeado.
Wren se estremeció mientras maniobraba alrededor de un parche de
maleza con espinas afiladas.  Tropezó, se hundió en un charco de barro
burbujeante y caminó directamente hacia la rama de un árbol que estaba
atascada de lado de su tronco caído. Le desgarró el hombro, le agarró la
manga y le abrió la piel.
Wren maldijo, luchando por liberarse de las garras del afilado
palo. Estaba tan acostumbrada a que las ramas se doblaran lejos de ella que
se había olvidado de prestar atención a lo que la rodeaba. Tres diminutas
gotas de sangre empaparon el fino lino de su camisa. Wren puso los ojos en
blanco, maldiciendo su torpeza, cuando su atención se fijó en una cinta
negra recién desplegada. Su mandíbula se apretó con pavor antes de que sus
ojos hubieran terminado de rastrear el rastro de magia hasta el gastado
techo de paja de su propia cabaña.
Corrió a casa tan rápido que tuvo problemas para detenerse. Sus manos
temblorosas lucharon con el pestillo de la puerta principal el tiempo
suficiente para que finalmente decidiera saltar sobre ella.  Se movió
torpemente, sin gracia. Demasiado impulso la empujó hacia la puerta.  No
tuvo tiempo de considerar sus acciones, no pensó en lo que vendría
después;  simplemente cayó en la habitación del frente de la cabaña, el
nombre de su padre en sus labios.
—Papá. —La voz de Wren se volvió plana. La puerta de la habitación de
su padre. Estaba entreabierta, la luz del sol se derramaba en el espacio
normalmente oscurecido. No se oyó ningún sonido, ni el movimiento de las
sábanas ni ningún murmullo de dolor.
Solo silencio.
—Papá. —Wren habló con más fuerza esta vez, una mano en la puerta de
su habitación, la otra tirando del extremo de su trenza con tanta fuerza que
le dolía la cabeza.  Necesitaba ver cómo estaba y, sin embargo, no podía
soportarlo.
Tenía un sabor metálico en la lengua. Un gemido bajo y retumbante vino
de la trastienda. Una corriente de aire atravesó la habitación, a pesar de que
la puerta principal estaba cerrada y las ventanas selladas. Wren se tragó el
nudo en la garganta. Ella tenía que saberlo.
Se abrió paso hacia la habitación. Todo su cuerpo se relajó al ver a su
padre sentado en la cama. Él estaba sonriendo.
—Bueno, hola. —La voz de su padre era firme y fuerte.
Wren no podía recordar la última vez que lo había visto tan bien.  Sus
rodillas, que se habían debilitado por la oleada de pánico, cedieron de
alivio. Se hundió en el borde de la cama, con cuidado de evitar sus pies.
—¿Qué ocurre? —Su padre examinó su rostro con simpatía.
—Pensé… —Wren luchó por recuperar el aliento.
El sabor cobrizo todavía se sentaba en su lengua, pero ver a su padre tan
alerta y vivo le dificultaba tomar en serio el sabor de la magia.  Fue solo
porque había visto la escena en el mercado por lo que había entrado en
pánico. De repente se sintió ridícula.
—Te preocupas demasiado. —Su padre le dio a Wren una mirada
mordaz. Ella no tenía la energía para protestar. Él estaba en lo correcto. La
preocupación había reemplazado cualquier pasatiempo, cualquier esperanza
o sueño para el futuro—. De hecho, estoy empezando a pensar que a mis
pulmones les vendría bien un poco de aire fresco. ¿Qué dices si damos un
paseo?
La sonrisa de Wren vaciló. El mundo exterior se había vuelto tan volátil
y cruel que su padre difícilmente lo reconocería. 
—No estoy tan segura de eso. —Hizo un gesto a su padre para que se
inclinara hacia adelante, acomodando las almohadas que se habían
aplastado debajo de su espalda.
—Basta con eso. —Se rió su padre, haciendo a un lado su esfuerzo—. De
verdad, Eve, estoy bien.
Wren se congeló. 
—¿Qué?
—Te preocupas demasiado, Evie. Estoy bien.
Nada acerca de que su padre llamara a Wren por el nombre de su madre
estaba bien. Wren se volvió hacia él. 
—Papá.
Pero la palabra no tenía peso. Su rostro se contrajo por la confusión. Sus
ojos vidriosos miraron más allá de Wren.  Miró directamente a través de
ella.
—No —dijo ella.  Su padre se estremeció ante su tono áspero, pero por
una vez a Wren no le importó. Ella solo podía ver lo que vendría después:
Perdería su espíritu resistente y olvidaría a su familia por completo. Todos
esos años de cuidarlo hasta que recuperara la salud habrían sido en vano.
—Déjame buscarte algo de comer. —La voz de Wren tembló, pero hizo
todo lo posible por mantener una sonrisa en su rostro mientras guiaba a su
padre de regreso a las almohadas y avanzaba lentamente fuera de la
habitación, cerrando la puerta detrás de ella.  No tenía intención de
cocinar; simplemente necesitaba una razón racional para huir de la mirada
vacía de su padre.
Wren caminó por el suelo de la habitación principal, tirando de su
trenza. La magia oscura ahora colgaba tan bajo en el cielo que podía verla
por todas las ventanas. Cubría la cabaña como una capa. Murmuró palabras
sin sentido en voz baja mientras corría todas las contraventanas. Se hundió
en una silla, apoyó los codos en la mesa y sostuvo la cabeza entre las
manos.
Ella se había esforzado mucho.  Había sido tan cuidadosa.  Había
quemado salvia para purificar su pequeño espacio. Le había puesto bayas de
saúco en su té y caldo. Se había tapado la boca cada vez que salía de la
cabaña y, a su regreso, se había fregado las manos hasta que estaban en
carne viva y rojas.  Sin embargo, su padre había sido golpeado de todos
modos. Se sentía personal, como si la propia Wren hubiera hecho algo para
causarlo. Como si no hubiera protegido a su padre como debería.
Pero Wren había hecho todo por él, había renunciado a todo por él. Toda
su vida había sido un sacrificio sin fin, ignorando el rugido del hambre
mientras ofrecía su porción de caldo a su padre, vendiendo huevos cuando
debería haber estado asistiendo a la escuela con los niños del pueblo,
manteniéndose lejos de las Brujas para que su padre nunca lo supiera. Lo
que ella realmente era.
O tal vez fue culpa suya, pero no por las razones que pensaba. Tal vez su
constante deseo, el dolor en su pecho cada vez que se alejaba de la magia, el
asombro que sentía al estar de pie ante Tamsin la bruja; tal vez esas cosas
eran la razón por la que se había enfermado.
Quizás Wren había comprometido a su padre no con sus acciones sino
con sus pensamientos.
Y estaba  comprometido, su existencia ya borrada de su memoria.  Si su
padre no recordaba a su hija, todos los sacrificios de Wren habían sido en
vano. Su vida no dejaría absolutamente ninguna marca en el mundo. Podría
haber atravesado el Bosque Embrujado y haber entrado en la Tierra de
Brujas.  Podría haber estudiado con el Aquelarre, aprender a aprovechar
toda la magia que se arremolinaba dentro de ella.  Ella podría haber sido
diferente. Ella podría haber sido más.
Si su padre sucumbía a la plaga, Wren no tendría nada mil veces más.
Su sacrificio tenía que importar.  Su decisión de poner a su padre en
primer lugar tenía que importar.
Wren apoyó las manos sobre la mesa desnuda, miró sus dedos largos y
torcidos, sus uñas sucias, sus cutículas ensangrentadas.  Wren tenía las
manos de un trabajador. Las manos de alguien que no se rindió.
Entonces ella no lo haría.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
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El cielo se había vuelto de un verde brillante. El aire tenía un toque de


bilis. Wren se llevó una manga a la nariz, pero el olor se filtró a través de su
piel, instalándose en la parte posterior de su boca sobre el ya amargo sabor
de la desesperación.  Se apresuró por el camino hacia Wells, pasando
rápidamente por los mismos peligros que había encontrado solo unas horas
antes. Su cuerpo se movía rápidamente, pero su corazón estaba pesado, su
ansiedad la abrumaba.
Metió la mano en el bolsillo y tocó la plata para tranquilizarse.  Fue la
última de las monedas de Tamsin. Quizás era una tontería gastar la moneda
de una bruja en un remedio vendido por un calderero, pero era la única
opción que podía ver a través de la niebla de pánico que se había apoderado
de su cerebro.
La plaza del pueblo estaba aún más desierta que antes. La panadera y su
esposa habían empacado.  El carnicero también había cerrado su
puesto.  Solo quedaban el calderero y una mujer que ofrecía ramos de
hierbas marchitas.
—¿Es suficiente? —Wren se paró ante el hombre arrugado, la moneda de
plata apretada entre sus dedos temblorosos.
—¿Qué es eso? —El calderero no levantó la vista de donde estaba
preocupado con su exhibición de pequeños frascos de vidrio.  El líquido
púrpura brillante del interior chapoteó alegremente.
—Tengo plata —dijo Wren bruscamente—. ¿Será suficiente?
El calderero finalmente miró hacia arriba. 
—Eso bastará, muchacha.  Aunque a tus modales les vendría bien un
toque de trabajo. —El anciano esbozó una sonrisa sin varios dientes.
Wren frunció los labios, tratando de contener un suspiro.  Forzó una
sonrisa. Lejos de ella poner a prueba los límites de un calderero.
—Eso está mejor —dijo, ofreciendo la palma de su mano por su moneda.
Wren trató de no encogerse cuando se lo entregó.  Sabía que estaba
siendo imprudente, gastando impulsivamente, pero su padre estaba
afligido.  No tuvo tiempo que perder preocupándose. Wren siempre estaba
preocupada. Wren siempre estaba perdida.
Esta vez, ella podría hacer.
Pero en el momento en que la moneda golpeó la piel del calderero, su
rostro se oscureció. 
—Ah, muchacha. Alguien ha sido engañada.
Wren miró con recelo alrededor de la plaza desierta. 
—¿Qué quieres decir?
El calderero arrugó la nariz. 
—Esta es la moneda de una bruja.
—¿Una qué?
El calderero le sonrió con tristeza. 
—Una falsa. Una vez cambié a una bruja mi dedo gordo del pie derecho
por la capacidad de detectar una moneda falsa.  Proviene muy útil en mi
línea de negocio, déjame decirte. De todos modos, si tuviera que adivinar,
diría que este fue una vez un botón. De cualquier manera… —Se encogió
de hombros en tono de disculpa y se lo devolvió a Wren.
—¿Esta moneda no es real?
El calderero dejó escapar un pequeño suspiro de exasperación. 
—Eso es lo que te dije. ¿Alguna posibilidad de que tengas otra?
Pero Wren apenas lo escuchó, tan fuerte era la furia que corría por su
sangre. Tamsin no solo la había hecho parecer una tonta, sino que también
le había dado a Wren muchas monedas, monedas que Wren había gastado
en bienes y mercancías, lo que convirtió a Wren en una ladrona también.
Tal descuido, tal crueldad, cuando la gente común ya estaba sufriendo,
era insondable.  La bruja necesitaba responder por sus acciones.  Por lo
menos, Tamsin necesitaba proporcionar a Wren suficientes monedas
verdaderas para pagar su deuda y asegurar un frasco de la poción del
calderero para su padre.  Si él se había enfermado debido a los oscuros
pensamientos de Wren, ella debía curarlo también.
Y entonces Wren le dijo al calderero una lúgubre despedida y se preparó
para extorsionar a una bruja.
 

 
CINCO
Tamsin
Traducido por Nicola♡
Corregido por Jeivi37
Editado por Mrs. Carstairs~
 
El chillido era más alto de lo usual.
Tamsin se extendió por una almohada para amortiguar los agudos
graznidos de las aves de alas negras que se habían encaramado en su valla
arruinada. Las aves estaban inquietas especialmente en las primeras horas
de la tarde, cuando Tamsin había tomado una siesta. Pero en vez de cerrarse
sobre tela, sus dedos atraparon algo desconocido que cayó en piezas contra
su palma.
Tamsin apenas abrió un párpado.
Había flores en todas partes. De tallo largo, objetos de pétalos blancos
que cubrían cada centímetro de su colcha de retazos, cubriendo a lo largo de
su cuerpo desde su cuello a los dedos de sus pies. Tamsin se movió de la
cama derribando el contenido de su mesita de noche al piso. Un libro negro
encuadernado en cuero aterrizó a sus pies. Su aparición inexplicable era
incluso más inquietante que la de las flores.
La primera entrada del diario le había desestabilizado. Tamsin nunca
había sabido que su hermana fuese celosa. Marlena no era una bruja
talentosa, pero no había necesitado magia. Ella había sido del tipo decidida,
una persona segura que todos adoraban, el tipo de chica que todos querían
como su mejor amiga. Ella había sido inalcanzable, misteriosa y especial.
Ella tampoco había querido tener nada que ver con Tamsin. Tan pronto
como se habían mudado a los dormitorios de la academia, Tamsin se había
encontrado a sí misma en constante competencia por la atención de su
hermana, y peor que eso, en el lado perdedor de ello.
Tamsin siempre había sido aplaudida por su poder, recibido atención
especial por parte del Gran Consejero, admiración de sus profesores. Pero
en la academia había descubierto que obtener atención no era la misma cosa
que ser querida.
Ella había estado tan celosa de la manera fácil en la que Marlena hacía
amigos. La manera en la que las personas se preocupaban por ella a pesar
de su falta de talento. Tamsin nunca se había imaginado que Marlena
pudiese estar celosa de ella.
No tenía sentido. Seguramente no podía ser verdad. Por eso Tamsin había
enterrado el libro debajo de la tierra de su jardín arruinado, prometiéndose a
sí misma que no dejaría que las palabras del diario contaminasen su
memoria.
Claramente, eso tenía otros planes.
Tamsin ignoró deliberadamente el pequeño libro de cuero mientras usaba
un brazo para barrer las flores fuera de la manta. Cayeron al piso, pétalos
blancos flotando hacia abajo como nieve o como cenizas. Ambas eran
probables estos días, a pesar del hecho de que era mitad del verano.
Todo en el mundo entero estaba mal.
Tamsin estudió el caos en su diminuta cabaña, brazos cruzados
apretadamente contra su pecho. Solo necesitaba respirar, eso era todo. Cerró
sus ojos e inhaló bruscamente.
Cuando los abrió, el diario estaba posado en su cama.
—Esto no es divertido. —La voz de Tamsin quebrada por el desuso. Pero
nadie respondió. Al contrario, una ráfaga de viento sopló por la habitación,
agitando las páginas del diario. Tamsin miró alrededor con cautela. La
ventana estaba cerrada.
El miedo la paralizó, como una mano envuelta alrededor de su garganta.
Esto no era su imaginación. No estaba siendo paranoica. Algo estaba
sucediendo, algo más allá de su alcance. Tamsin estaba muy acostumbrada
a estar en control. No estaba disfrutando la alternativa.
Pasando una mano por su cabello, Tamsin se hundió vacilantemente en el
borde de la cama. Cada parte de ella estaba temblando, si bien por el frío o
por el miedo, Tamsin no lo podía decir. La magia oscura estaba asolando el
mundo y el diario de su hermana muerta la estaba provocando. Era el
castigo que estaba previsto, pero el tiempo no tenía sentido. Ella había
tenido el diario por años. Cinco silenciosos y solitarios años. ¿Por qué
ahora?
—¿Qué quieres, Marlena? —susurró Tamsin suavemente, recorriendo un
dedo ociosamente a lo largo de un pétalo perdido en su colcha. Intentó girar
la página del diario usando solo la uña de su dedo meñique, pero el papel no
se movía. Intentó más duro, inútil. Tamsin incluso intentó cerrar el libro,
pero la portada era como acero. Solo había una entrada que el diario quería
que ella lea. Así que Tamsin lo hizo.
 
Me desperté en la enfermería. De nuevo. Honestamente, bien podría solo mudarme aquí.
¿Quién necesita un dormitorio cuando puede tener picazón, sábanas almidonadas y los dulces tonos
de la voz de la Sanadora Elthe ordenando que me despierte?

Estuve fuera por casi doce horas esta vez. Me está tomando más tiempo recuperarme.
Solía perder la conciencia por unos minutos, lo cual era molesto pero manejable. Pero ahora estoy
empezando a perder horas. Trozos de mis días desaparecen. Estoy perdiendo mi propia vida. A este
paso, pasaré más de mi existencia durmiendo que viviendo.

Odio que no pueda confiar en mi cuerpo. Que mi mente necesite tomar descansos. No
tengo control. Estoy a merced de mí misma. Y estoy tan celosa de esas personas que pueden hacer
cualquier cosa que quieren hacer. Ir a donde quieren ir. Ser lo que quieren ser sin considerar las
consecuencias.

Personas como Tamsin.

Ella vino de visita, por supuesto, cargada con un enorme ramo de lilas. Ellas ni siquiera
florecen en esta época del año, pero puedo apreciar el esfuerzo, incluso cuando sus pétalos son del
mismo color del ralo y sanitizado interior de la enfermería. Tuvimos una conversación bastante
buena, pero entonces, mientras se estaba yendo, subió mi manta hasta mi barbilla y acarició mi
mejilla como si fuese un pájaro bebé que se había caído del nido. Algunas veces me pregunto si ella
ama esto, toda la preocupación por mí, la maternidad (porque sabemos que nuestra madre no tiene
tiempo para tales cosas), el ayudar. Ella siempre está tratando de ayudar.

Simplemente no puedo dejarla. Y sé que a veces puedo ser cruel, pero no podía evitar
sentir resentimiento que, donde estaba, tendida en la cama la enfermería, probablemente deberían
nombrarla después de mí y ella ni siquiera parecía tener más que un padrastro después de realizar el
mismo hechizo. Tanto para «la magia tiene consecuencias». Tamsin no tiene idea de cómo me siento
y aún peor, nunca lo hará.

 
Tamsin intentó girar la página, pero el diario no se movía. Era como si
Marlena despertara su interés y luego le negara información adicional.
Lanzó el libro de vuelta a la cama. Ella no había pretendido que sus
acciones resultaran tan condescendientes. Ella en verdad había querido
ayudar.
Siempre había habido un desequilibrio entre ellas. No importaba cuan
duro trabajase Marlena, la magia solo parecía herirla, volverse a sí misma
contra ella. La magia dejaba a Marlena mareada y adormecida. A veces le
tomaba días volver a su estado habitual.
Tamsin, por otra parte, apenas necesitaba parpadear y la magia se vertía a
través de ella, siempre a su disposición. La lección que había acabado con
Marlena en la enfermería esa vez le había generado a Tamsin nada más que
una débil presión en su oído, la cual reventó al momento que bostezó. Salía
ilesa de los hechizos, mientras que su hermana se deslizaba lentamente en
un sueño.
Pero su magia sí tenía consecuencias. Tamsin ahora las sufría todos los
días de su sombría y amarga existencia. Y sufría esas consecuencias por su
hermana. Por el hechizo que Tamsin había usado para salvarla.
No importó, al final.
Todavía había echado flores en la tumba de su hermana.
Tamsin miró al pétalo que continuaba agarrando, a los tallos esparcidos a
través del piso. Eran lirios, la flor favorita de Marlena. Las que Tamsin
siempre le había llevado a su mesita de noche. Las que había dejado en la
tierra compactada durante su adiós final. ¿Alguien la estaba amenazando?
¿Eran estas flores las mismas que yacerían en su tumba también?
Estaba teniendo problemas para respirar. Jadeó grandes tragos de aire
hipeando, ahogándose y escupiendo mientras la habitación se inclinaba y
oscurecía alrededor de ella. Antes, ella había estado nerviosa. Pero ahora
ella estaba real y verdaderamente asustada.
Necesitaba calmarse, pero mientras metía sus uñas en la piel de su palma,
sabía que no podía hacerlo sola. Buscó dentro un hilo para sujetar y
persuadir al amor a salir de su escondite. Instantáneamente estaba invadida
con una calidez estabilizadora. Tomó tres grandes y calmantes
respiraciones. La habitación dejó de girar. Su visión dejó de disminuir.
Entonces estaba inundada de nuevo con el helado apretón del miedo.
Desesperada, Tamsin intentó sacar más amor, pero descubrió que no
había nada dentro de ella para sostener. Lo último del joven amor de madre
se había ido y no tenía idea absoluta de cuándo repondría su reserva.
Después de haber explicado a varios padres con ojos llorosos que ella no
podría revertir los efectos de la magia oscura, la gente de Ladaugh le habían
dado un amplio espacio. En el mercado ellos elaboraban sus opiniones
sobre Tamsin indiscutiblemente claras: Ella era una mancha en el mundo,
totalmente culpable.
Esas eran las mismas palabras susurradas por sus compañeras brujas,
justo antes de que el Aquelarre hubiese votado para desterrarla de Interior.
Un golpe resonó en su puerta principal, tan duro que amenazaba con
sacar la puerta de sus bisagras. Afuera, las aves graznaban y chillaban. El
picaporte se movió. La sangre de Tamsin se congeló. Intentó imaginar qué
tipo de persona posiblemente podría estar en el otro lado. Lanzó una mirada
a las flores en el piso. Al libro en su cama.
Ella no estaba lista para enfrentar su pasado.
Hubo un segundo de dichoso silencio. Incluso las aves afuera dejaron sus
graznidos. Entonces la persona empezó a gritar. La voz fuerte y alta no
sonaba especialmente amenazante, pero Tamsin no iba a correr ningún
riesgo. Caminó hacia la puerta, deteniéndose en la mesa para tomar un
cuchillo, todavía aceitoso de untar mantequilla en una rebanada de pan.
Tamsin lo sostuvo con cuidado en frente de ella mientras se deslizaba a un
lado del pestillo y abría la puerta.
La chica dejó de gritar. Porque se trataba de una chica de la aldea, su
cabello largo recogido en una trenza desordenada, sus pantalones llenos de
huecos hábilmente reparados, sus botas casi cayéndose de sus pies. Su
frente estaba apretada por la frustración, su boca todavía fruncida, lista para
gritar de nuevo. Sus amplios ojos grises captaron el cuchillo de Tamsin.
—Pensé que eras una bruja.
La voz de la chica era melódica, aunque irritante, como una canción
cantada en la clave incorrecta. Había algo sobre la extraña que le era
familiar, pese a que Tamsin estaba teniendo problemas en ubicarla. Miró
enfadada a la chica en un intento de contrarrestar su incertidumbre.
La extraña parecía indiferente al escrutinio de Tamsin. Ella simplemente
eludió el cuchillo y rozó bruscamente a Tamsin al pasar a la cabaña sin
mirar atrás.
—Sí, por favor, pasa —murmuró Tamsin sombríamente en voz baja,
cerrando la puerta detrás de la chica. Dejó el cerrojo sin cerrar.
La chica se desplomó en una de las sillas de la cocina de Tamsin, con la
cara roja y jadeando. Sudor goteando de su sien.
—Supongo que sabes por qué estoy aquí, entonces.
—Supongo que no —chasqueó Tamsin, su guardia en alto mientras
miraba cautelosamente a las flores cubriendo el suelo. Ella no sabía quién
era esta chica, por qué le parecía familiar, o qué estaba haciendo ella en su
casa. A Tamsin no le gustaba no saber cosas.
—Mi padre ha sido afectado por la plaga.
—Siento tu pérdida. —Tamsin no lo sentía en absoluto. De hecho, estaba
bastante aliviada. Esta chica no había venido a acabar con ella. Ella era solo
otra persona ordinaria desesperada por una cura.
La expresión de la extraña se arrugó. Tiró del final de su larga trenza tan
bruscamente que el cuero cabelludo de Tamsin empezó a doler en
solidaridad.
—Esto no es una pérdida —insistió ella—. El gitano vende un preventivo
de la plaga. Dice que es una cura. Es por lo que estoy aquí, en realidad...
—Las infusiones del gitano no harán más que darte una indigestión —la
cortó Tamsin—. Si hubiese una cura a la plaga, ¿crees que alguien de este
pueblo hubiese caído víctima de ello?
La chica parpadeó desconcertadamente a ella.
—¿Qué significa eso?
Tamsin se levantó. Se suponía que su reputación la precedía, no obstante,
de algún modo la chica no parecía muy impresionada.
—Que soy muy buena en mi trabajo.
—Muy buena en robar huevos, más bien —murmuró la extraña en voz
baja.
El reconocimiento encajó. La última vez que Tamsin había visto a esta
chica, ella había estado balbuceando patéticamente en el mercado, incapaz
de poner precio a sus huevos. El alivio fue abrumador. Cuando el golpeteo
había empezado, Tamsin había temido un enfrentamiento cara a cara con
una bruja enojada. En vez de eso, estaba manteniendo una reunión con una
chica que vendía huevos. Dejó salir una carcajada sin humor. Los ojos de la
chica se oscurecieron.
—No sé qué es tan divertido sobre robar a una chica con un padre
enfermo —dijo ella, tirando nuevamente de la cola de su trenza—. Es un
crimen, eso es lo que es.
Tamsin se encogió de hombros.
—Te di monedas.
—Monedas falsas —dijo la chica bruscamente—. Me debes.
Tamsin inhaló con sorpresa.
—No lo hago.
Una expresión pretenciosa se extendió por el rostro de la chica.
—Me robaste. Demando un pago. Yo… te reportaré.
Tamsin levantó una ceja.
—¿A quién?
La chica miró alrededor de la cabaña, claramente buscando una
respuesta.
—Lo hablaré con el Aquelarre.
Tamsin se estaba molestando. Sí, le había dado a la chica algunos
botones encantados para parecer monedas, pero ella había estado haciendo
lo mismo a comerciantes de Ladaugh por años. Ninguno de ellos había
lanzado un ataque. Ninguno de ellos había tenido la audacia de presentarse
en su cabaña y demandarle un pago. La gente del pueblo le podría estar
dando un amplio espacio en el presente, pero por lo menos eso demostraba
que todavía la respetaban. Por lo menos ellos sabían –y temían– lo que ella
podía hacer.
Esta chica no tenía respeto. Su pequeña nariz estaba arrugada, como si
oliese algo inesperado que no sabía cómo ubicarlo. Sus ojos recorrían
alrededor de la habitación, quedándose por varios segundos en el techo,
antes de forzar a su mirada de vuelta a Tamsin, quien estaba todavía
mirándola con desconfianza. Era terriblemente extraña.
—El Aquelarre nunca escucharía a los que son como tú. Solo corta por lo
sano y vete.
Los ojos grises de la chica se abrieron con furia.
—¿Me escucharían si fuese una fuente?
Tamsin miró a la chica de arriba abajo. La gran audacia de su afirmación
era casi impresionante.
—Bueno, no lo eres, así que eso es más bien un debatible hipotético, ¿no
crees?
—¿Cómo sabes que no lo soy? —La chica hizo sobresalir su barbilla,
desafiante.
Tamsin la miró sin comprender.
—Porque pareces de mi edad. Conocí a cada persona que estudió en la
academia y ni siquiera sé tu nombre.
La chica frunció el ceño.
—Soy...
—No, no —dijo Tamsin, sosteniendo sus manos en sus orejas—. No lo
sé, pero más importante —Ella se inclinó más cerca y susurró con
complicidad—, no me importa. Ahora deja de perder mi tiempo y sal de mi
casa.
La chica se quedó boquiabierta ante ella. Tamsin desenredó
distraídamente un nudo en su cabello. El combate verbal había sido
entretenido, si algo más. Una distracción bienvenida de flores y libros
encuadernados en cuero. Le había dado un atisbo momentáneo de
sentimiento; no alegría, por supuesto, pero algo. Ahora, sin embargo, quería
que la chica se fuera.
—Vamos entonces. —Le dio a la chica un saludo de despedida.
—Mi nombre es Wren.
Tamsin levantó ambas cejas.
—¿Bien por ti?
La chica, Wren, empujó su silla lejos de la mesa con un terrible chirrido.
—¿Son todas las brujas tan espantosas? —Sonaba como si ella realmente
no quisiera una respuesta.
Tamsin frunció sus labios, pero no dijo nada. Deja a la chica creer lo que
quisiera. No sería la primera.
—Como sea, aquí. —Wren se puso en pie y sacó una carta del bolsillo
trasero de sus pantalones—. Estaba clavado a tu puerta principal. No sales
mucho, ¿verdad? —Sus ojos permanecieron en los de Tamsin por un
momento antes de arrastrarse a través de la polvorienta cabaña.
Tamsin arrebató el pergamino del agarre de la chica, su irritación
desvaneciéndose mientras alcanzaba a ver el sello estampado en la cera de
sellado.
—¿Dónde lo conseguiste? —Su voz era brusca.
Wren lucía confundida.
—La puerta principal. Ya lo dije… —Se calló mientras Tamsin devolvía
su atención a las palabras expuestas en tinta negra.
 
Debido al rápido deterioro de las relaciones entre brujas y gente
común, el Aquelarre la invita cordialmente a unirse a la cacería de la bruja
oscura. Volver a Interior para registrarse. La que localice a la bruja
responsable de la magia oscura será recompensada con favores sin
limitaciones. Todo lo que su mágico corazón desee.
Feliz cacería.
 
Estaba firmado con el nombre del Gran Consejero.
Tamsin se había quedado un poco aturdida. Volver a Within, decía la
carta, pero ella no podía, ¿o sí? No después de lo que había hecho. Fue
desterrada, después de todo. Aunque la nota había llegado a su umbral.
Alguien quería que regresara. Tenía sentido, en realidad. Tamsin era la
única bruja viva que había incursionado en magia negra.
El resto había sido condenado a muerte.
Solo ella sabía qué se sentía sostener ese poder crudo y eléctrico en sus
manos. Solo ella sabía cuán desesperada tenía que estar una persona para
usarla. Solo ella sabía lo que era sufrir las consecuencias.
Probablemente eso le daba información valiosa. Ella entendía. Ella podía
unirse. Y si Tamsin encontraba a la bruja oscura, todo Interior estaría en
deuda con ella. Ella podría detener el conjuro antes de que alguien perdiese
su vida. Ella podría redimirse a sí misma a los ojos del Aquelarre.
Si el Aquelarre la perdonaba, quizás un día Tamsin podría perdonarse a sí
misma también.
—¿Vas a ir?
Tamsin chilló, soltando la carta mientras se alejaba de la voz en su oído.
Se había olvidado completamente de Wren.
—¿Por qué estabas leyendo sobre mi hombro? —Tamsin quitó un
cabello perdido de su cara, intentando recuperar la compostura.
—Todo tu rostro se comprimió. —Wren intentó imitar la expresión de la
bruja—. Me dio curiosidad. —Se encogió de hombros ligeramente, como si
no se entrometiera en lo más mínimo—. Entonces, ¿vas?
—No. —Tamsin presionó sus labios juntos en una línea fina. Toda la
posibilidad del momento se había desvanecido. Ella no merecía ser
perdonada. Ella había sido desterrada por una razón. Quien sea que haya
enviado la invitación simplemente no había estado prestando atención. Era
un hechizo general, nada más.
—Pero es magia negra. —Wren había tomado la carta del piso y estaba
pinchando violentamente con su dedo—. Lo dice justo aquí.
—Sé lo que es la magia negra —chasqueó Tamsin. Tenía que sacar a la
chica de su casa.
—Bueno, entonces, ¿por qué no la quieres detener? —La chica niveló su
mirada a la de Tamsin, casi como si estuviera viendo al corazón de ella.
—Sí quiero. —Las palabras escaparon de los labios de Tamsin antes de
que las pudiese detener.
—Brillante. —Los ojos de Wren estaban luminosos—. Iremos juntas
entonces.
—¿De qué estás hablando?
—Ya te lo dije —dijo ella, su ceño arrugado con confusión. Tomó una
respiración larga y profunda—. Soy una fuente.
Tamsin se empezó a preocupar por la salud mental de la chica.
—No —dijo ella, tomando un cuidadoso paso hacia atrás—, no lo eres.
Wren cruzó la habitación con sorprendente rapidez. Alcanzó la mano de
Tamsin y entrelazó sus dedos. Tamsin empezó a luchar, trató de alejar a la
chica extraña de ella, pero incluso mientras se agitaba, algo desconocido y
cálido se propagó a través de ella, subiendo por su brazo, situándose en su
pecho, revoloteando en su estómago. Por un momento se sintió como un
sentimiento.
Al inicio Tamsin pensó que era la simple falta de familiaridad del toque
de otra persona, que la sensación vino de sostener la mano de una chica que
probablemente era bonita. Antes del curso, chicas lindas siempre le habían
dado a Tamsin una sensación de aleteo. Pero el entendimiento cayó en su
lugar. Era la forma en la que se había sentido con Leya cuando habían
trabajado juntas en lecciones como bruja y fuente. Tamsin era como un
balde bajado a un pozo. La fuente era el agua, derramándose sobre cada
superficie de Tamsin, llenándola hasta el borde con magia.
Wren había estado diciendo la verdad.
Ella no solo era una fuente, sino una fuerte, aunque caóticamente
desentrenada. Ella albergaba el tipo de magia que permitiría a Tamsin
caminar a través de las paredes simplemente asintiendo con la cabeza a la
piedra sólida. Un día Tamsin podría ser capaz de manipular los corazones y
mentes de gente común, apenas con un movimiento de su muñeca. Con la
ayuda de Wren, algún día Tamsin podría ser lo suficientemente fuerte para
cruzar de una esquina del mundo a otra con un solo paso.
Actualmente, ese tipo de magia era meramente una aspiración, debido a
los estragos que causaría en el cuerpo de una bruja, sin mencionar el peligro
que representaba una fuente sin entrenamiento. Las fuentes estaban hechas
de magia y dejar salir demasiado de ella muy rápidamente tenía el potencial
de lanzar a sus seres al caos. Se podían compensar en exceso y
sobrecalentar sus órganos. Accidentalmente podrían drenar todo el calor de
su cuerpo y congelarse hasta la muerte. Pero con el entrenamiento correcto
y cooperación entre bruja y fuente, las posibilidades se volvían infinitas.
Vergüenza helada la inundó como un balde de agua. Tamsin no tenía
derecho de imaginar la posibilidad de un poder mayor. De hecho, ella
merecía tener mucho menos.
Soltó la mano de Wren y la sensación se detuvo. Tamsin estudió el rostro
de la chica, la simetría natural de la misma. Un rubor rosado se había
esparcido a lo largo de sus mejillas pecosas. Tamsin intentó imaginar el
marchar a la academia para pedir una licencia de caza con esta chica
extraña y desconocida a cuestas. Al Aquelarre le daría un ataque.
En los primeros días de su ascenso al poder, la bruja oscura Evangeline
había seleccionado a las fuentes primero. Desde entonces, las fuentes no
vivían en Interior; ellas no eran criadas o educadas junto con las brujas. De
hecho, muchas brujas temían a las fuentes, porque conocían los susurros de
los ancianos: que las fuentes tenían el potencial de alcanzar el corazón del
poder de una bruja y cortar su acceso a la magia por completo.
Pero había páginas faltantes de los escritos de los ancianos. Páginas cuya
ausencia implicaba un secreto que las fuentes no querían que las brujas
descubrieran. Evangeline, quien nunca había tenido miedo de nadie,
dispuso revelar cuál podría ser ese secreto.
Ella dedicó años a socavar el mundo por la verdad, buscando a esos
quienes estaban hechos de magia que ella tan desesperadamente ansiaba.
Evangeline usó sus encantos para ganar la confianza de una fuente,
silenciando su propio poder hasta que la fuente creía que ella era gente
común, hasta que la bruja hubo halagado lo suficiente a la fuente para
aprender qué conjuros lanzados de la magia de una fuente no dejaban una
sola consecuencia en el ser de una bruja. Una fuente podía proveer a una
bruja poder casi ilimitado.
Poder que Evangeline no había tenido problemas en tomar.
Pero por supuesto, las fuentes todavía eran personas. Ellas necesitaban
descanso, cuidado, ternura. Evangeline no les ofreció ninguna de esas
cosas. Cuando sus limitaciones humanas se volvieron muy molestas, se
deshizo de ellas y recurrió a la tierra, extrayendo mediante un sifón su
magia y enviando al mundo al caos. Así empezó el Año de Oscuridad.
Después de la caída de Evangeline, el Aquelarre se volvió militante sobre
reunir niños mágicos. Las fuentes, ellos ahora sabían, eran puertas naturales
al uso de la magia negra. Donde antes, Interior había sido solo para brujas,
ahora el Aquelarre buscaba en los cuatro rincones del mundo a brujas y
fuentes por igual. Las acogían juntas en la academia, donde las podían
vigilar. Entrenarlas. Protegerlas. Estudiarlas.
Tamsin no sabía cómo Wren había logrado escabullirse del sistema.
Si ellas tuvieran que ir a Interior, sería bastante extraña la vuelta a casa
para ambas.
Tamsin sacudió su cabeza violentamente. No podía creer que estaba
considerando la idea siquiera.
—No voy a ir. —No podía. Sus ojos cayeron en el diario, todavía abierto
en la cama. No podía poner un pie en Interior. No después de lo que le
había hecho a Marlena. No después de lo que le había pasado a Amma.
—Por favor. —Wren estaba frente a ella nuevamente, sus amplios ojos
grises con emoción. Tamsin no sintió empatía por ella. No podía—. Tengo
que terminar con la plaga. —La chica mordió su labio, claramente luchando
con algo—. Y necesito tu ayuda para hacerlo.
Tamsin pateó un pétalo de flor perdido. Por lo menos, el presentimiento
que había sentido al inicio cuando Wren entró a su cabaña había casi
desaparecido. La chica no la estaba amenazando. Pero era irritante.
—¿Por qué esto es tan importante para ti?
Wren envolvió sus brazos alrededor de ella misma como una capa.
—Mi padre.
Un zumbido empezó en la parte trasera del cerebro de Tamsin.
—Te preocupas por tu padre, ¿no?
Wren miró a Tamsin con confusión.
—Por supuesto que lo hago. Amo a mi padre más que a nada en este
mundo. Él es todo lo que tengo.
El zumbido aumentó.
—¿Y ese es el por qué quieres detener la plaga?
—Tengo que salvarlo. —Wren dio un paso hacia adelante, cerrando el
espacio entre ellas—. Por favor. —Tamsin dio un paso hacia atrás. Wren dio
otro hacia adelante—. Haré lo que sea.
El zumbido en la cabeza de Tamsin se detuvo, dejando un perfecto nivel
de tranquilidad. De repente había dos opciones, cada una de ellas
apetecible. O bien accedía a ayudar a la chica y le pagaba en amor, tan
bueno y puro que le duraría años, o Wren palidecería ante el precio
solicitado y dejaría a Tamsin sola de una vez por todas.
Cualquier resultado bastaría.
—Está bien —dijo Tamsin finalmente—. Te ayudaré a cazar a la bruja
oscura.
Wren exhaló un sollozo tan brusco que colapsó en el piso, un bulto de
codos y rodillas. Tamsin empujó la bola de chica cautelosamente con un
dedo del pie.
—Pero requiero un pago. Y tengo que advertirte, no soy barata.
Wren miró a Tamsin con los ojos húmedos.
—No tengo mucho dinero.
—No acepto dinero. —Una sonrisa burlona se extendió en los labios de
Tamsin. Tenía la ventaja de nuevo. Se sentía familiar. Se sentía correcto—.
Negocio en amor.
 
 
 

 
SEIS
Wren
Traducido por Veilmont
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
—Pero no quiero amarte.
Las palabras de incredulidad estallaron antes de que Wren tuviera tiempo
de apreciar realmente lo que estaba diciendo. 
—Creo que eso es un poco… extraño, ¿no? —Retrocedió rápidamente,
tratando de abatir el juicio que irradiaba la bruja—. ¿Obligar a alguien a
enamorarse de ti? 
Las mejillas de Wren ardieron de vergüenza.  Estaba segura de que su
rostro estaba tan rojo ardiente como su cabello.
Tamsin suspiró con cansancio, poniendo los ojos en blanco tan atrás que
Wren solo podía ver los blancos. 
—No quiero que me ames.
—Oh. — Eso fue un alivio. Wren había escuchado historias de pociones
de amor, que hacían a una persona altamente sugestionable, siempre a
disposición de otra. Entera disposición.  La idea de ser controlada,
especialmente por gente como Tamsin, era nada menos que horrible.
—Quiero tu amor por tu padre.
La totalidad de la demanda de Tamsin golpeó a Wren como una carga de
ladrillos.  Toda su vida había dependido de ser la hija obediente de su
padre. ¿Qué pasaría si ella ya no lo fuera? ¿Quién sería ella?
Estaría muerto sin ti, pajarito.  La voz de su padre resonó en su
oído. Toda su vida, Wren había sabido que esa era la verdad.
¿Pero qué si no era cierto? Otra voz ahogó el recuerdo, esta más oscura,
más aguda. ¿Sería este el modo de averiguarlo?
—Absolutamente no. —Wren rechazó el malvado pensamiento. El costo
fue simplemente demasiado alto.
—Ni siquiera lo consideraste. —La voz de Tamsin había adquirido un
particular quejido.
—¿Entiendes de lo que me estás pidiendo que me separe?
Wren se mostró incrédula. Si ya no amara a su padre, no le importaría
mucho que muriera de la plaga o no.  Toda su búsqueda sería
discutible. Incluso si lograran terminar de alguna manera con la plaga, ¿no
moriría su padre de hambre una vez que Wren no sintiera ningún vínculo,
ningún deber de continuar cuidándolo? La vida de su padre estaba en juego
de cualquier manera.
—El amor no es algo que deba tomarse a la ligera.
Tamsin se rió sin humor, con expresión irónica. 
—No lo sabría.
Wren frunció el ceño, incluso cuando la comprensión llegó a ella.  El
desapego inquietantemente helado de la bruja. La monotonía detrás de sus
ojos marrones. 
—No puedes amar.
—Bueno, no tienes que parecer tan presumida al respecto —espetó
Tamsin.
—Sabes, eso en realidad tiene bastante sentido —dijo Wren, riendo a
través del pánico que se había asentado en su pecho—. Me costaba entender
cómo una persona podía pedir algo tan cruel, pero ahora lo
comprendo. Eres desalmada.
Wren se deleitó con la mirada de dolor que cruzó por el rostro de
Tamsin. Quizás era la proximidad de la chica de corazón vacío, o el hecho
de que estaba actuando tan frívolamente acerca de tomar lo más valioso que
Wren tenía para ofrecer, pero quería que a la bruja le doliera tanto como a
ella. 
—¿Qué harías con él, de todos modos?
—Eso no es de tu incumbencia —dijo Tamsin bruscamente.
—Por supuesto que lo es.
Pero la bruja se había apartado de Wren.  Tamsin agarró una escoba y
empezó a barrer las flores de pétalos blancos del suelo hacia la chimenea.
—Si no lo amo, nadie lo amará. —La voz de Wren era débil con la
verdad.
—Si fallamos, no creo que eso importe mucho. —La escoba se erizó
contra la chimenea de piedra—. Los muertos no pueden amarte a ti.
Wren retrocedió como si la hubieran abofeteado.  Tamsin habló de la
muerte con tanta naturalidad. A Wren le habían enseñado a temerle, pero
sonaba como si Tamsin y la muerte fueran viejas amigas.  Envió un
escalofrío por la columna de Wren.
—Eres un monstruo —susurró.  Los hombros de la bruja se
tensaron.  Pero cuando se volvió, no habló, solo miró a Wren con sus
interminables ojos oscuros.
Wren necesitaba un momento lejos de la cabaña, sus consecuencias y su
vertiginosa variedad de magia.  Quería exhalar sin que su respiración
interrumpiera las arremolinadas cintas rojas en la tierra que colgaban
alrededor de Tamsin. Había charcos de poder alrededor de la cabaña que se
sentían como hundirse en arenas movedizas. Su cabeza estaba pesada por la
imposibilidad del precio de la bruja. Todo era demasiado.
Tamsin chasqueó la lengua contra el paladar, pero no dijo nada.
Wren se movió hacia la puerta, desesperada por una bocanada de aire que
no supiera como la marca de magia particular de Tamsin: el brillante y
amargo bocado de hierbas frescas. Necesitaba volver a la seguridad de su
hogar, al consuelo de saber que sus sentimientos eran los suyos. Wren se
había equivocado al acudir a la bruja. Para intentar algo diferente a lo que
siempre había sabido.
—Adiós, entonces —dijo, los modales ganando a pesar de sí misma.
Wren pensó que vio algo parecido al alivio en el rostro de Tamsin cuando
cerró la puerta detrás de ella.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
: ✵ : ✧ : ✵ *: ✧: ✵ : ✧:

El gato había vuelto, maullando por leche. 


—Lo siento, amigo. —Wren se movió para acariciar su sedosa cabeza—.
No tengo nada para dar.
El gato siseó y el pelaje de su espalda se erizó.  Sus ojos amarillos la
miraron con recelo.
—Está bien —dijo Wren en voz baja, sosteniendo su mano frente a ella
—. Soy solo yo. Todo está bien. 
Ella se estiró lentamente hacia al callejero, pero su zarpa se encontró con
la de ella en el aire, cortando agudos rasguños rojos en su palma. Siseó de
nuevo antes de retroceder lentamente y cautelosamente, lejos. Wren observó
con horror cómo la magia oscura se aferraba a su figura en retirada como
una sombra.
Otra víctima de la plaga. Otro de sus sacrificios olvidado.
Wren miró la nube de magia que se aferraba al techo de la cabaña, el
color tan oscuro como el alquitrán, el olor casi tan terrible. Era peor de lo
que había sido antes, lo que significaba que su padre también debía estar
peor. Wren abrió la puerta principal, su corazón se preparó para una vista
terrible.
Su padre estaba en la mesa, cortando una cebolla con su navaja. Estaba
absorto en su trabajo, con el ceño fruncido con familiaridad por la
concentración. Wren no lo había visto concentrado en bastante tiempo. Ella
no lo había visto parado en aún más tiempo.
La puerta se cerró con un portazo.  Su padre miró hacia arriba, una
expresión levemente perpleja se extendió por su rostro.
—Oh hola. —Le ofreció a su hija una sonrisa vacilante.
Wren casi se derrumba de alivio.  Su padre se veía mejor que en
años. Tenía color en las mejillas. Sus movimientos eran firmes y seguros.
Y pensar que hubo un momento en el que estuvo a punto de decirle que
sí a Tamsin.  Wren contuvo una risa.  Ella había estado exagerando.  De
nuevo. Ella no necesitaba a la bruja. No necesitaba su expresión amarga o
sus exigencias imposibles.  Wren tenía el control de la situación. Su padre
iba a estar bien.
Se dejó caer contra el marco de la puerta y comenzó a desatarse las
botas. Había caminado la distancia de dos pueblos y de regreso. Sus pies la
estaban matando.
—¿Puedo ayudarte?
Wren se detuvo, la mano todavía enredada en sus cordones. La sonrisa de
su padre se había convertido en una mueca cautelosa. 
—Soy yo. —Habló suavemente, luchando contra los músculos de su
rostro, forzando una sonrisa que hizo que sus mejillas ardieran por el
esfuerzo.
Los ojos de su padre se entrecerraron. 
—Lo siento, pero no sé quién eres.
El corazón de Wren dio un vuelco. Todo su cuerpo quedó en silencio por
un momento de dolor abrasador al rojo vivo. Estaba preparada para que su
padre la llamara por el nombre de su madre. Ella no estaba lista para que él
las olvidara a ambas.
—Yo… —Pero no importaba lo que dijera, así que Wren cerró la
boca. Se detuvo en el umbral de su pequeña cabaña, mirando la poca vida
que habían mantenido. Al padre que la había convencido de que la familia
era el fin último.
Sin ti, no creo que pudiera sobrevivir.
Pero ahora que ya no llevaba el recuerdo de su esposa muerta y su hija
perdida, de repente no estaba postrado en la cama por su dolor.  Sin el
recuerdo de Wren, la hija que atendió todas sus necesidades, finalmente
pudo pararse sobre sus propios pies.
Aun así, Wren sabía que no estaría bien por mucho tiempo.  La magia
oscura se arremolinaba por la pequeña habitación.  Había reclamado su
memoria. Era solo cuestión de tiempo antes de que su padre también fuera
víctima de las consecuencias físicas de la plaga.
Wren reprimió un grito. Tiró con fuerza del extremo de la trenza, tirando
hasta que le dolió la cabeza.  Necesitaba pensar.  Tenía que encontrar una
forma de evitar esto.
Sus ojos se posaron en su saco de dormir de retazos en la esquina. Podía
decirle a su padre que ella era la chica de la limpieza. Ella podía asegurarse
un lugar en su casa, podría ocuparse de las tareas diarias de limpieza,
cocinar y cuidar sin levantar sus sospechas.
Wren podría seguir cargando con el peso de la casa, del bienestar
emocional de su padre.  Ella podría seguir sacrificándose, todo mientras
desempeñaba el papel de una sirvienta.  Quizás a medida que pasaba el
tiempo, su padre se sentiría más cariñoso con ella. Quizás algún día incluso
llegue a pensar en ella como una hija.
El pensamiento se atascó en la garganta de Wren. Su padre no la conocía,
lo que significaba que no podía amarla. No podía apoyarse en su amor por
una persona que no existía.
Oh.
Entonces eso fue todo, ¿no?  Lo que la bruja había estado tratando de
decirle. No importaba cuánto amaba a su padre si la plaga se cobraba su
vida de la forma en que ya había reclamado su memoria.  Wren podía
abrazar con tanta fuerza como quisiera su amor por él, podía afirmar que
era todo lo que era, pero esa identidad ya no existiría si su padre no
sobrevivía.
No había otra forma.  Para que sus sacrificios fueran importantes, Wren
tenía que renunciar a lo que más amaba.  El amor la había impulsado en
cada paso de sus diecisiete años, por lo que el amor la guiaría de nuevo,
hasta que ya no pudiera.
Wren suspiró, armándose de valor. La respuesta fue tan clara que resultó
inevitable. Difícilmente fue una elección en absoluto. Si su padre ya no la
conocía, no había lugar para ella aquí.
Lo que significaba que era libre de irse.
Libre.
Qué extraño concepto, después de soñar con la palabra por  muchos
años.  Casi no significaba nada, tan grandes eran las posibilidades que
abarcaba.
Pero entonces sus ojos se encontraron con el ceño fruncido de su padre y
temió estar enferma. Era fácil especular. Era otra cosa hacer.
—Perdóname. —Wren se aclaró la garganta, bajando la voz, con la
esperanza de sonar más segura de lo que se sentía—. Permítame
presentarme. —Dio un paso atrás con cuidado para darle espacio a su padre.
Sus ojos recorrieron la habitación. Si iba a viajar con Tamsin a la Tierra
de Brujas, necesitaba una forma de sacar sus cosas de la cabaña sin que su
padre pensara que era una ladrona.
—Estoy aquí para cobrar sus impuestos. —Su voz salió apresurada, las
palabras chocando entre sí.  Respiró temblorosa y tranquilizadora—.
Nuestros registros muestran que ha estado enfermo.  Si bien fuimos lo
suficientemente generosos como para permitirle aplazar, ya no podemos
extender esa cortesía. Su pago ahora está drásticamente atrasado.
El rostro de su padre palideció. Todavía sabía lo que eran los impuestos,
al menos, aunque ese conocimiento no hizo que Wren se sintiera mejor en
lo más mínimo.
—Yo… —Sus ojos miraron con impotencia alrededor de la
habitación. No sabía nada sobre el alijo de ahorros que Wren había juntado
—. No tengo nada que ofrecerte. No hay comida en mi armario, salvo esta
cebolla. 
Le temblaban las manos. El corazón de Wren se estaba rompiendo.  No
iba a poder hacer esto si lo sentía, así que Wren evocó la imagen de la
persona más insensible que conocía y trató de emular a Tamsin.
Ella inhaló y se incorporó en toda su estatura. 
—En ese caso, tomaré algunas de sus pertenencias, artículos valorados lo
suficientemente alto como para aliviar su deuda. Confío en que no pelearás
conmigo por esto.  La reina Mathilde no mira con buenos ojos a los que
eluden sus deberes.
Su padre se pasó una mano por la nuca. 
—Yo, eh, supongo que estará bien.
Wren asintió y se movió deliberadamente por la habitación, tratando de
mirar los objetos que aparecían en sus primeros recuerdos como si fueran
nuevos. Se inclinó sobre una silla que había construido su padre y acarició
la alfombra que había hecho su madre, manteniendo el rostro preocupado
de su padre siempre en su línea de visión. Una vez que estuvo segura de que
sabía lo que necesitaba, Wren le pidió que le señalara un saco de arpillera.
Wren llenó la bolsa rápidamente.  Tenía muy pocas cosas: un par de
pantalones extra, dos camisas limpias, una aguja, hilo, calcetines gruesos,
un trozo de cuerda, ropa interior, trapos para sus mensuales y un paño de
cocina bordado.  Dejó la jarra para el final, sus ojos escudriñaron la repisa
de la chimenea como arbitrariamente.  Después de un momento de
contemplación por etapas, Wren logró encogerse de hombros y suspirar con
altivez.
—Supongo que esto servirá —dijo, sacándolo de su lugar y fingiendo
sorpresa cuando su contenido tintineó. Se movió rápidamente hacia la mesa,
donde sacudió las monedas, dejándolas caer con fuerza sobre la
mesa. Comenzó a separar las monedas en dos montones.
Los ojos de su padre estaban tan abiertos como platos. Miró la mesa con
la boca abierta como si nunca antes hubiera visto tanto dinero en un solo
lugar.
En ese momento, Wren entendió que su padre nunca había sabido
realmente hasta dónde había llegado por él: las noches de insomnio, su
estómago vacío, la magia fluyendo inútilmente a través de sus  venas.  No
sabía si el dolor de estómago se debía al orgullo o a la tristeza.
—Éstos. —Empujó la primera pila más grande hacia el final de la mesa
—. Se reservarán para nuestra próxima colección. 
Los verdaderos recaudadores de impuestos vencen en menos de una
temporada.  A Wren le dolió darse cuenta de que no sabía si estaría de
regreso para entonces. Cuando ya no amara a su padre, ¿sentiría el deber de
regresar?
—Y estos —dijo Wren, guardándose apresuradamente en el bolsillo la
pila más pequeña de monedas—, alivian el resto de su deuda.
 Mantuvo la cabeza gacha mientras ataba el saco con un nudo apretado y
se lo cargaba al hombro.
Mientras se dirigía hacia la puerta, sus ojos se posaron en las botas de su
padre.  Estaban exactamente donde las había dejado esas pocas mañanas
atrás, cuando su mayor miedo no era más que una fiebre. Wren miró sus
propias botas andrajosas, luego a su padre. La nube sobre él se hacía más
grande. Pronto apenas recordaría cómo atarse los cordones. No necesitaría
las botas. Ella sí.
—Una última cosa. —Wren sonrió ampliamente, en tono de disculpa,
mientras recogía las botas—. Ya está. 
Sus ojos se detuvieron en el rostro de su padre.
—Adiós —susurró.
Su padre levantó una mano en un gesto poco entusiasta.
—Te quiero.
Wren sabía que sus palabras lo confundirían, sabía que lo atravesarían,
pero necesitaba decirlas, necesitaba pronunciarlas una última vez mientras
aún eran ciertas.
Por un breve momento, sus ojos se encontraron. El vacío de la expresión
de su padre rompió el corazón de Wren en un millón de pedazos.
Ella salió por la puerta antes de que él pudiera responder, deteniéndose
solo en la puerta para quitarse su lamentable excusa de las botas y ponerse
el par gastado pero resistente de su padre.  Wren los ató tan fuerte como
pudo.  Eran varios tamaños más grandes, pero con un poco de acolchado
seguramente serían suficientes.
Dejó a su propio par en ruinas colgando de la puerta, sus suelas rotas
eran la única prueba que quedaba de que alguna vez había estado allí.
Se puso en camino de regreso hacia Ladaugh, su carga mucho más
pesada que antes. Movió el saco al otro hombro, el tintineo de las monedas
en su bolsillo le recordó que todavía tenía asuntos pendientes.
Wren podría haber estado dejando a su padre atrás, pero eso no
significaba que lo estuviera dejando solo.
Abrió la puerta de la sastrería, agradecida de encontrarla vacía, salvo por
Tor, que estaba estudiando los números en un escritorio en la parte de
atrás.  Él pareció sorprendido de verla.  Wren no podía culparlo.  Llevaba
tanto tiempo reparando su propia ropa que apenas recordaba la última vez
que había comprado algo nuevo.
—Tengo un favor que pedir —dijo Wren, en lugar de un saludo.
El anciano la miró con curiosidad. 
—Continúa, entonces.
Wren dejó caer su saco con un golpe suave. 
—Mi padre se ha afligido. Tengo que irme de la ciudad, pero necesito
asegurarme de que se ocupara de él.  Aliméntelo, hidrátelo, manténgalo
adentro para que no se lastime.
La ira brilló en los ojos de Tor. 
—Eres una chica dulce, pero seguro que no puedes pedirme que me
ponga en ese tipo de peligro.
Wren lo miró desesperadamente. 
—No tienes que entrar.  Solo deja algo de comida en el escalón, toca la
puerta y corre.
Sacó la mano del bolsillo y dejó caer un lío de  monedas en su
escritorio.  Chocaron salvajemente.  Un cuarto de cobre rodó hasta el
suelo. Wren lo detuvo con su pie.
—Por favor, Tor. —Presionó la moneda rebelde sobre el escritorio con un
tintineo agudo.
Tor no apartó la mirada.
—Por favor.
—¿Y a dónde vas? —Cuando el sastre finalmente habló, Wren supo que
era lo más cercano a un acuerdo que probablemente llegaría.
—No me creerías —dijo Wren en voz baja—. Por favor. —Se inclinó
para volver a atar su bolso—. Cuídalo. Necesita a alguien.
El sastre dejó escapar un suspiro largo y bajo. 
—Bien —dijo—. Haré todo lo que pueda hasta que no pueda.
Wren tenía la intención de abrazar al hombre, pero se contuvo. 
—Gracias —dijo en cambio, y esperaba que fuera suficiente.
Tor deslizó las monedas en su bolsillo y se despidió de ella. La carga de
Wren no era necesariamente más ligera, pero se sentía más manejable.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
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Wren no se molestó en llamar. Simplemente irrumpió en la cabaña de la


bruja y tiró su saco junto a la puerta, sobresaltando a Tamsin tan
intensamente que cayó de una silla de la cocina al suelo con un fuerte golpe.
—De acuerdo.
El rostro de la bruja brilló con sorpresa. 
—¿De acuerdo qué?
—Está bien, lo haré. Te pagaré con amor.
—Pensé que era un monstruo. —Tamsin estaba de nuevo en pie, una
mano en su cadera, su ceja arqueada en desafío.
Las mejillas de Wren ardieron. Ella había hablado precipitadamente, dejó
que su ira hiciera lo mejor de ella. ¿Y si la bruja había sido tan insultada
que se negaba a aceptar?
—Lo siento —dijo, tratando de elegir sus palabras con cuidado—. No
debería haber… yo no estaba… —Tamsin la observó luchar, con una ceja
levantada. Wren finalmente se dejó caer en el silencio. La habitación estaba
en silencio, salvo por el crepitar del fuego.
—Bien. — Hubo un destello de algo frenético detrás de los ojos de la
bruja. La emoción y el miedo lucharon por reclamar su expresión. Eso puso
a Wren ansiosa. Aprensiva. Aun así, la palabra ofreció un alivio bienvenido
del sofocante silencio entre ellas.
—Dame tu mano. —Tamsin extendió la suya, mostrando una palma larga
y dedos delgados.
Wren dio un paso atrás, acunando sus manos cerca de su corazón. 
—¿Por qué?
—No trabajo hasta que recibo mi paga. Me pagas con amor; te acompaño
en tu cacería. ¿Lo haremos? —Le dio a Wren una mirada fulminante, como
si pensara que tal vez no entendía.
Wren negó con la cabeza bruscamente. 
—Si te doy mi amor ahora, ya no tendré motivación para acabar con la
plaga. Eso no tiene ningún sentido.
Tamsin frunció el ceño. 
—No veo cómo ese es mi problema.
—Si quieres mi amor por mi padre, es tu problema. —Wren estaba
fanfarroneando.  Necesitaba a Tamsin mucho más de lo que la bruja la
necesitaba a ella.
—No me gustan los problemas —dijo Tamsin—. No hay trato. —Se dio
la vuelta, con la columna rígida—. Me pagas por adelantado, o no me
pagas.
El corazón de Wren se hundió hasta los pies. Hace solo unos momentos,
los ojos de la chica brillaron hambrientos. Ahora ella se rehusaba. Aun así,
había algo desesperado persistiendo en el chasquido de su voz.
—¿Y si te doy una probada? 
Wren dio un paso adelante inadvertidamente.  La bruja giró sobre sus
talones para mirarla de nuevo. 
—Solo un  poco —aclaró rápidamente—. Para que sepas que soy buena
para esto. ¿Funcionaría esto?
Wren ya se había resignado a este destino.  Entonces, ¿y si llegaba un
poco antes de lo que esperaba?
La bruja acortó la distancia entre ellas con un rápido paso.  Tamsin
envolvió sus dedos como garras alrededor de la muñeca de Wren con
fuerza. 
—Piensa en él —exigió.
Wren lo hizo.  Ella evocó la imagen de su padre, su sonrisa, sus ojos
arrugados en las esquinas, su mata de cabello castaño con parches grises. Y
mientras Wren pensaba, sintió un tirón justo detrás de su corazón. Al igual
que cuando las dos se tocaron por primera vez, Wren sintió que algo dentro
de ella fluía hacia la bruja, como si Wren fuera un río que se abría al mar de
Tamsin.
—¿Qué estás haciendo? —Wren trató de apartarse, pero Tamsin solo se
aferró con más fuerza. Wren olió una bocanada de hierbas frescas, sintió el
cosquilleo de una brisa de verano en la parte posterior de su cuello, a pesar
de que la cabaña estaba bastante sellada al mundo exterior.
Las facciones de la bruja cambiaron. Una sonrisa flotó suavemente en su
rostro, un rostro muy agradable, Wren tuvo que admitir a regañadientes,
cuando no estaba tenso en un ceño fruncido.  Tamsin parecía más
joven. Más amigable. Más libre.
—Concéntrate. —La bruja le dio un suave codazo, y Wren volvió a la
imagen de su padre. Su sonrisa, su cabello moteado de gris. Sus ojos.
¿De qué color eran sus ojos?
—¡Detente! —chilló, arrancando su brazo del brazo de la bruja.  Si la
bruja aguantaba más, Wren temía perder la capacidad de imaginarse el
rostro de su padre por completo.
En el momento en que rompió el contacto, la expresión de Tamsin
cambió y su sonrisa se convirtió en una mueca de desprecio.  La persona
suave y gentil se había ido, como si hubiera sido un fantasma. Un espejismo
de una niña. Era como si esa versión de Tamsin nunca hubiera existido.
—¿Ahora qué? —La voz de la bruja era impaciente, el resplandor rosado
se desvaneció rápidamente de sus mejillas.
—No pude… no puedo recordar de qué color son sus ojos.
Tamsin chasqueó la lengua. 
—Eso es normal. —Ella rechazó la expresión frenética de Wren, dándose
la vuelta—. No es como si supieras de qué color son mis ojos.
—Son marrones —respondió Wren automáticamente. La bruja se volvió
hacia ella con las cejas levantadas y los ojos marrones muy abiertos.
—¿Y qué? —demandó Wren, tratando de calmar el pánico que zumbaba
en su cerebro—. Tomas mi amor y yo obtengo… ¿qué?
—Mi contrato. —Tamsin levantó los labios fingiendo una sonrisa—. Te
acompaño con la intención de buscar a la bruja oscura y asegurar la
bendición del Aquelarre.  Una vez que la caza esté completa, ya sea de
nuestra mano o de otra persona, me darás el amor que sientes por tu
padre. Después de eso, no tendremos que volver a vernos nunca más.
Wren tragó saliva con dificultad, su boca seca. 
—Está bien —dijo finalmente—. ¿Dónde firmo?
Tamsin frunció el ceño. 
—¿Firmar? No firmas nada.
—¿Qué, entonces se supone que debemos confiar la una en la otra? —
Fue el turno de Wren de levantar las cejas.
—Por supuesto que no. —Tamsin pareció disgustada—. Todos los pactos
relacionados con el futuro intercambio de amor deben sellarse con un
beso. El beso sirve como tu promesa.
Quizás era lo último que esperaba Wren. Se retorció bajo la mirada de la
bruja, cien emociones corriendo por su cabeza. Había compartido un beso
incómodo que le hizo chocar los dientes con el hijo mayor del granjero
Haddon, pero nunca había besado a una chica.  Ciertamente no se lo había
imaginado sucediendo así por primera vez.
—Confía en mí —dijo Tamsin, malinterpretando su vacilación—.
Tampoco me complace esto. 
Dejó escapar una pequeña risa, ligera y musical, como una flauta. 
—¿Lo entiendes? ¿Por mi maldición? —Ella se calló, frunciendo el ceño,
como si se sorprendiera de sí misma.  Ella le dio a Wren una mirada
escrutadora—. Tu amor fue más fuerte de lo que pensaba. 
Entonces el rostro de Tamsin se oscureció de nuevo, las comisuras de sus
labios se deslizaron hacia atrás en un pequeño ceño fruncido. 
—No parezcas tan asustada;  es solo un beso rápido.  ¿Seguro
que has besado a alguien antes?
La curiosidad de Wren por los cambios de humor de la bruja rápidamente
se convirtió en resentimiento. Ella exhaló un suspiro gigante, su expresión
era severa. 
—Vamos, entonces, terminemos con esto… —Pero antes de que pudiera
terminar la frase, la bruja dio un paso adelante y la hizo callar con un beso.
SIETE
Tamsin
Traducido por Nea
Corregido por Roni Turner
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Técnicamente, Wren besaba muy bien. Era una pena que no provocara
absolutamente nada en Tamsin, ni mariposas, ni un cálido brillo, ningún
fuego que ardiera en lo más profundo y oscuro de su interior.
Ella sabía lo que debía sentir, había sentido esas cosas antes con Leya,
sus labios apretados detrás de los estantes en el rincón más polvoriento de la
biblioteca, junto a los libros con una magia tan antigua que prácticamente
roncaban.
Hubo un segundo, un solo segundo en el que el pequeño destello de amor
trató de escaparse de su alcance, cuando Tamsin creyó sentir un revoloteo
en su estómago. Pero tan rápido como lo sintió, la sensación desapareció.
Apartó sus labios de los de Wren y envió un lazo negro enrollándose
alrededor de la pálida garganta de la chica.
Wren arañó ante la magia, con la voz alta y jadeante.
—¿Qué está pasando? —gritó la fuente—. ¿Qué has hecho?
Tamsin simplemente se quedó quieta, dejando que la magia envolviera
una cinta alrededor su propio cuello y se atara limpiamente en un lazo.
—Es solo una cinta —dijo, parpadeando en blanco ante el enorme pánico
de Wren—. Si dejas de manosearla, verás que no te ha hecho daño. —Se
apartó el cabello para mostrarle a Wren su propia garganta—. ¿Ves? Yo
también tengo una. —Tiró bruscamente del extremo de la cinta, pero el
nudo no se movió—. No va a va a ninguna parte, así que no pierdas el
tiempo intentándolo.
Wren aspiró temblorosamente un pequeño suspiro.
—Pero... ¿por qué?
—Por si acaso. —Tamsin barrió alrededor de la mesa, levantando una
cesta del suelo y la colgó en una percha junto a la puerta—. En caso de que
decidas negarme lo que me corresponde, el lazo te estrangulará. —Sus
hombros se levantaron ligeramente, casi como un hipo. Era una explicación
bastante simple. Pensó que debía tomarse las cosas con calma con Wren. A
pesar de ser una fuente, no parecía estar particularmente versada en la
magia.
Wren no se tomó muy bien la noticia. Respiraba rápidamente, el aire se
le escapaba por la boca en pequeños jadeos. Una pequeña gota de sudor
bajaba por su sien.
—Tú también tienes uno —consiguió decir finalmente. Había una
acusación en su voz.
—Sí, bueno, es un pacto —dijo Tamsin con rotundidad. Ella realmente
pensó que debería explicarse por sí misma—. Hicimos falta dos de nosotras
para hacerlo, lo que significa que es posible que cualquiera de nosotras lo
rompa. —Ella agitó su mano despreocupadamente—. Piensa en ello como
seguridad. No lo olvides: yo también estoy ligada a ti.
—Oh, bien —dijo Wren en tono sombrío.
Tamsin cerró los ojos mientras exhalaba su frustración. Wren estaba
siendo bastante dramática. Después de todo, la decisión de cazar había sido
su idea. Tamsin no había pedido nada de esto. Esto no era un juego, no era
algo que debían tomar a la ligera. La magia oscura estaba ahí fuera, y si no
podían encontrar a la bruja responsable, era imposible saber lo que podría
pasar, tanto al mundo como a ellas.
El golpe de un armario sacó a Tamsin de sus pensamientos. Sus músculos
se tensaron, su cuerpo se inundó de pánico mientras esperaba que el peso
del diario de su hermana se abalanzara sobre ella. No podía soportar otra
entrada. No aquí, delante de esta ridícula chica. No ahora, sabiendo lo que
tenían que hacer. Donde tenían que ir.
Pero era solo Wren, hurgando en su armario y sacando un montón de
objetos en sus brazos.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tamsin, desconcertada, mientras
Wren arrojaba plumas, cristales, un manojo de salvia seca y una baraja de
tarot sobre la mesa de la cocina.
—Empacando para ti, ya que pareces incapaz de hacerlo tú misma. —
Wren señaló el lugar donde Tamsin seguía congelada—. ¿Tienes una bolsa?
—Increíble. —Tamsin sacudió la cabeza con asombro.
Wren frunció el ceño.
—¿Qué es increíble?
—Cómo alguien lleno de tanta magia puede saber tan poco sobre ella. —
Tamsin recogió los objetos y los metió desordenadamente en el armario—.
Esas son baratijas para engañar a las simples mentes de la gente común. —
Dejó que sus ojos recorrieran a Wren, que parecía más y más ordinaria con
cada momento que pasaba. La chica se retorció bajo su mirada.
Cuando Tamsin finalmente se aburrió de hacer que Wren estuviera
incómoda, agitó sus dedos, y una pequeña mochila se llenó con una muda
de ropa y varios fardos de hierbas. Por un momento consideró invocar el
diario, pero el pánico que sentía no había desaparecido del todo. Había
leído las anotaciones que le había pedido de ella. Sabía cómo se había
sentido su hermana, podía saborear la amargura que goteaba de cada
página.
Marlena estaba resentida, y Tamsin nunca lo supo. Pero ahora lo sabía,
con la escritura de su hermana grabada en su memoria, la frustración y el
dolor preservados en las páginas que Tamsin había leído. Ella no quería
conocer el lado de Marlena que el diario mostraba.
Y así lo mandó a escarbar bajo su colchón, lanzando un hechizo de
adherencia al libro por si acaso. Como consecuencia, Tamsin tosió hasta
que su garganta quedó en carne viva. Wren lo observó todo, con la boca
abierta, sus ojos recorriendo el cuerpo de Tamsin, no como si la estuviera
mirando, sino como si estuviera mirando a través de ella.
—¿Qué? —Tamsin se echó la bolsa al hombro, repentinamente cohibida.
—Lo siento. —Wren cerró la boca—. Es solo que realmente nunca he
visto magia proveniente de una bruja.
Tamsin dio un paso atrás.
—¿Puedes ver mi magia? —Se sintió vagamente acosada, como si Wren
supiera más sobre Tamsin de lo que Tamsin sabía de sí misma.
—Puedo ver toda la magia. —Wren ofreció el fantasma de una sonrisa
—. Te lo dije, ¿recuerdas? Puedo ayudar en la caza. No soy la carga que me
haces parecer.
Tamsin lo dudaba mucho. Sin embargo, si iban a encontrar a la bruja
oscura, la capacidad de rastrear la magia era probable que fuera útil en
algún momento, aunque no tenía intención de decírselo a Wren. Tamsin
volvió a mover los dedos. El fuego se apagó solo; las persianas se cerraron
solas. La casa quedó en silencio y en calma. Silenciosa, excepto por Wren,
que olfateó con fuerza, con la nariz arrugada por el esfuerzo. Tamsin la
miró con desconfianza.
—¿Me estás oliendo?
—No —espetó Wren, apartándose rápidamente.
—Lo estás haciendo —dijo Tamsin, soltando una carcajada—. Estás
oliendo mi magia. —Leya también había estado distraída, más atenta al
mundo a su alrededor que Tamsin, pero incluso ella no había sido tan obvia
como lo era Wren.
—No estaba… —Wren se quedó sin palabras, sus hombros encorvados,
su cuerpo rígido.
—Claro que no. —Tamsin suspiró profundamente, la cinta alrededor de
su cuello se tensó ligeramente, como si se burlara de su impulsividad,
burlándose de su decisión de aceptar esta búsqueda imposible con esta
persona ridícula—. Vamos —dijo, sacando su capa de la percha y saliendo
por la puerta principal y salió por la puerta principal al aire gris de la tarde,
con Wren pisándole los talones.
Mientras caminaban desde su casa hasta la plaza del pueblo, Tamsin
tenía que mirar por encima de su hombro cada poco tiempo para asegurarse
de que Wren seguía allí. Los ojos de la chica se aferraban al cielo,
entrecerrando los ojos hacia el techo de cada cabaña que pasaban. Se detuvo
más de una vez, mordiéndose el labio con tanta fuerza que le salía sangre.
Tamsin odiaba la idea de que hubiera algo que Wren pudiera ver que ella
no podía, que el mundo guardaba secretos que solo Wren podía revelar.
Sabía que era más poderosa que Wren, que en realidad no podía hacer nada
con su magia además de albergarla. Sin embargo, después de tantos años de
ser la mejor, Tamsin no disfrutaba de la sensación de insuficiencia que
venía de saber que la fuente podía hacer algo que ella no podía.
—Wren —dijo finalmente Tamsin, cambiando su bolsa al otro hombro.
El mundo Interior estaba ya a casi cinco días de camino de Ladaugh. Al
ritmo actual de Wren, les llevaría cerca de diez—. ¿Podemos al menos salir
de la aldea antes de que se ponga el sol?
Wren se sobresaltó.
—Perdón, ¿qué?
Tamsin suspiró exasperada.
—Camina. Más rápido.
Wren se subió la bolsa al hombro y se apresuró a alcanzarla. Miró hacia
atrás.
—Está empeorando —dijo en voz baja—. La plaga, quiero decir. —
Señaló algo que Tamsin no podía ver—. ¿Qué clase de persona lanza un
hechizo que roba recuerdos? —Miró fijamente a Tamsin, como si esperara
una respuesta.
—Alguien con algo que quiere olvidar —dijo Tamsin en voz baja.
—Es malo —dijo Wren, y se mordió el labio inferior—. Para despojar
todo lo que hace que una persona sea humana. ¿Y luego robarle la vida?
¿Para qué sirve todo eso?
Tamsin no lo sabía. Parecía despiadadamente cruel. Prolongar la muerte
quitando primero las cosas que hacían que la vida valiera la pena. Hay una
diferencia entre existir y vivir. Eso era algo que Tamsin conocía bien.
—No puedo imaginar qué clase de monstruo elige usar la magia oscura.
—Wren se estremeció—. Seguro que hasta las brujas tienen moral.
Tamsin se quedó fría. A pesar del hecho de que Wren no podía saber
sobre su pasado, todavía se sentía personal.
—Realmente caminas con extraordinaria lentitud —espetó—. Si vamos a
acabar con la plaga, tenemos que salir primero de Ladaugh.
Miró a su compañera, que cerró la boca y volvió los ojos a la tierra que
había debajo de ella.
Cuando llegaron a la plaza, Tamsin dejó de caminar bruscamente,
provocando que Wren, que seguía mirando al suelo, se abalanzara sobre
ella, enviando una chispa de calor a través del hombro de Tamsin.
La plaza de la ciudad estaba sorprendentemente animada para una tarde
sombría. Un pequeño grupo de aldeanos observaba cómo unos cincuenta y
tantos forasteros se movían bebiendo de la fuente, intercambiando pan y
nueces. Los carros de madera estaban cargados con sillones, barriles de
agua e incluso camas. Las mujeres acorralaban a los niños, gritando
instrucciones a los recién llegados, con sus agudas voces que se las llevaba
el viento. Sus ropas estaban cubiertas de polvo y suciedad, sus rostros
tostados por el sol, sus ojos cansados.
Tamsin examinó sus mercancías, ricamente coloreadas y doradas, cosas
lo suficientemente finas como para haber venido de Farn, la ciudad de la
reina. Eso explicaría el cansancio del grupo. Farn era la última ciudad del
Reino de Carrow antes del Bosque que conducía a Interior. La caravana
había llegado desde el lugar al que Tamsin y Wren se dirigían. El Camino
de la Reina las llevaría a la ciudad de Farn, pero primero debían viajar a
través de las laberínticas cavernas bajo las montañas que dividían el país.
Algunos viajeros odiaban la oscura humedad de las cuevas, pero Tamsin
prefería la facilidad de un camino existente a la idea de escalar una
montaña.
Contemplaron la procesión en silencio, la melancolía se instaló en el
estómago de Tamsin al contemplar los rostros cansados del interminable
desfile de gente. Captó retazos de sus conversaciones mientras pasaban. La
palabra bruja siempre iba acompañada de un ceño fruncido.
—¿Qué ha pasado con sus caballos? —Los ojos de Wren se clavaron en
los carros, que, aunque con arneses para los animales gigantes, eran tirados
por varios hombres en su lugar.
—Arañas —dijo una voz a su izquierda. Wren saltó, y Tamsin se ajustó
la capa para no delatar su propia sorpresa. Era una anciana, encorvada casi
por la mitad, envuelta en un desgastado manto marrón.
—¿Qué es eso, Madre? —El tono de Wren era imperturbablemente
cortés, a pesar del hecho de que la mujer era más una arpía que una amable
abuela.
—Arañas —repitió la mujer. Su voz era quebradiza, pero una chispa
detrás de sus ojos delataba la alegría de difundir los chismes—. Vinieron de
las grandes cavernas bajo la montaña hace dos días. Se llevaron a los
caballos en la noche.
Tamsin se tensó con comprensión, pero Wren frunció el ceño.
—Eso no parece correcto —dijo, mirando a la mujer con desconfianza—.
Harían falta millones de arañas para llevarse un caballo. No puede ser. Es
probable que se hayan asustado.
—Oh, estaban muy asustados. —La mujer le dio a Wren una sonrisa de
lástima—. Pero no, querida. Solo se necesita una araña si esa araña es lo
suficientemente grande.
Wren soltó una carcajada que rozó la histeria.
—No puedes decir... —Agitó las manos, gesticulando salvajemente—.
Eso no es... —Miró a Tamsin y sus ojos se abrieron de par en par con horror
—. No pueden ser...
Pero por supuesto que podían. Ese era el problema con la magia oscura.
La gente siempre asumía que las historias eran exageradas, que la verdad no
era tan terrible, cuando en realidad era lo contrario.
Incluso cinco años antes, con doce años y llena de sueños ansiosos y una
imaginación imposible, Tamsin no había sabido las consecuencias del
hechizo que había lanzado con la esperanza de salvar la vida de su hermana.
Había arrasado el mundo en su interior con una venganza inimaginable
incluso en sus pesadillas más paralizantes.
La tierra, despojada de su magia, se balanceaba como un barco en el mar.
Los árboles se estrellaron contra el suelo como martillos contra yunques.
Los relámpagos iluminaron el cielo, convirtiéndolo en un espeluznante y
mortal color púrpura. El agua inundó las calles, se coló por las grietas de las
ventanas y llenó los dormitorios hasta el borde. La mayoría de las chicas
salieron.
Solo una no.
Ahora otra bruja había desatado la magia oscura. Cuanto más tiempo
permaneciera en funcionamiento, más agresivamente se rebelaría el mundo,
lo que significaba que las arañas lo suficientemente grandes como para
comer caballos serían la menor de las preocupaciones de Wren.
Tamsin, sin embargo, estaba lo suficientemente preocupada por ambas.
Wren la miró con recelo.
—¿Estamos...? —Tamsin sacudió la cabeza bruscamente, intentando que
la estúpida se callara, pero Wren no parecía darse cuenta—. ¿Pasaremos por
esas cavernas en nuestro camino?
La anciana miró a Tamsin con desconfianza.
—¿Qué hacen dos chicas como ustedes dirigiéndose hacia el norte? Allí
no hay más que destrucción. —Sus ojos se entrecerraron—. A menos, claro,
que una de ustedes sea una bruja.
Tamsin trató de reírse alegremente, pero salió sonando más bien un
ladrido.
—Por supuesto que no. No vamos a ninguna parte. —Le lanzó una
mirada aguda a Wren antes de volverse hacia la mujer—. A decir verdad,
me temo que mi prima ha comenzado a mostrar síntomas de la plaga. Será
mejor que te vayas, anciana, no sea que te contagies tú también.
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par y se apresuró a reunirse
con la caravana con la capa apretada contra la nariz y la boca.
—Oh, eso fue horrible —dijo Wren con tristeza—. Estaba tan asustada.
Tamsin dio un fuerte codazo a la chica.
—No puedes ir por ahí gritando sobre ir al norte cuando la gente se está
moviendo hacia el sur en masa. Los únicos que irán al norte serán las
brujas. Llamar la atención de esa manera hacia nosotras solo hará que el
viaje sea más difícil. —Tamsin se frotó su antebrazo izquierdo
distraídamente.
Estaba corriendo un riesgo gigantesco, el tipo de riesgo que Wren no
podía apreciar. Pero Tamsin estaba al límite, sola en un mar de juicios, una
ráfaga de incertidumbre y miedo. No sabía si el lugar donde había nacido la
recibiría de nuevo. No sabía si todavía tenía un hogar.
La boca de Wren estaba preparada.
—Parece que te gusta la atención —dijo amargamente, sonando para
todo el mundo como si estuviera leyendo del diario de Marlena.
Tamsin se erizó. Durante los últimos cinco años había hecho todo lo
posible para servir a la gente de Ladaugh y mantener la cabeza baja. Para
mantenerse fuera del centro de atención. Para no ser más que una bruja
común.
—Vamos. —Tiró de la muñeca de Wren, desequilibrándola mientras se
alejaban de la plaza. El camino todavía estaba lleno de gente que seguía a la
caravana. Tamsin quería caminar en paz, así que las condujo a los campos
de maíz. Les costó un poco de trabajo moverse a través de los gigantescos
tallos verdes, pero la falta de gente hizo que el esfuerzo valiera la pena.
—Vale —murmuró Wren detrás de ella—, esto es ridículo.
Tamsin la ignoró. Tropezar con los campos de maíz sería la menos de sus
preocupaciones mientras seguían el Camino de la Reina hacia el norte, más
allá de las enjutas montañas que se elevaban como picos en la distancia. En
la cima del pico más alto estaba el palacio donde la Reina Matilde mantenía
a su corte. Debajo de él se encontraba la capital en ruinas de Farn. Más allá
de la ciudad propiamente dicha estaba el Bosque.
La gente común contaba a sus hijos no mágicos historias nocturnas sobre
los peligros del bosque: bandidos, gigantes y lobos, cada uno más mortífero
que el anterior, dependiendo de quién lo contara, pero en realidad era solo
una franja de encantos y encantamientos que hacían imposible para la gente
común pasar a través de la aparentemente interminable extensión de
árboles. El Bosque les impedía viajar al mundo Interior. El Interior era para
las brujas.
Brujas que no eran Tamsin.
De hecho, no sabía si se le permitiría atravesar los árboles. Tal vez los
antiguos hechizos percibirían la cicatriz en su brazo y se negarían a separar
las ramas serpenteantes. Es posible que la Suma Consejera hubiera puesto
una protección alrededor del Bosque para evitar que Tamsin regresara. Cada
paso incierto que diera podría ser en vano.
El no saber era la peor parte, arañando sus entrañas como las afiladas
uñas del gato de la Consejera Mari, que nunca le había gustado, pero había
adorado a Marlena.
El peso del recuerdo de su hermana inclinó la cabeza de Tamsin,
enviando un dolor punzante en la espalda. Era un peso complicado,
incómodo y desigual. Durante mucho tiempo, Tamsin había llorado a la
hermana que recordaba, aunque, por supuesto, su maldición había
difuminado algunos de los bordes de Marlena. Pero ahora, gracias al diario,
Tamsin estaba empezando a temer que la hermana que creía haber conocido
nunca había existido en absoluto. Que la Marlena que extrañaba era un
producto de su imaginación. Sus recuerdos deformados. Su desesperación.
Tamsin se rascó el brazo izquierdo, con las uñas clavadas en la cicatriz.
Ya estaba agotada, y aún no habían salido de Ladaugh.
Al menos el diario no estaba con ella. Su suave cubierta de cuero no
podía clavarse en su costado. Sus palabras no podían nadar ante sus ojos.
Tamsin estaba agradecida por las pequeñas misericordias. Pequeñas
misericordias como el silencio.
Demasiado silencio.
Tamsin se dio la vuelta, encontrándose cara a cara con interminables
espigas de maíz. Wren no aparecía por ningún lado. Tamsin, habiendo
estado envuelta en sus propios recuerdos fragmentados, no tenía idea de
cuánto tiempo había desaparecido.
—¿Wren? —No había querido formularlo como una pregunta. Las
declaraciones eran controladas. Las preguntas eran dependientes. Y si había
una cosa que Tamsin no quería, era depender de Wren.
No hubo respuesta. En contra de su buen juicio, Tamsin gritó el nombre
de Wren de nuevo, más fuerte esta vez. Un crujido, varios tallos se erizaron,
balanceándose ligeramente con la brisa de la tarde. Tamsin contuvo la
respiración. El sonido era caótico, una maraña de pies que hacía difícil
determinar si los miembros pertenecían a un humano o a un animal. Intentó
alejar el miedo que subía por su columna vertebral. Las arañas gigantes eran
solo el principio. Quizás había escarabajos venenosos, o el espantapájaros
del granjero había cobrado vida. Tal vez se había llevado a Wren, atándola
al poste para mantener vigilados los cultivos.
Tamsin acarició el lazo que llevaba al cuello, un rayo de esperanza que se
arremolinaba en su pecho. Si Wren estaba muerta, la cinta se desplegaría.
Tamsin sería libre de volver a casa y olvidar esta idea tan terrible. Pero la
cinta permanecía firmemente atada a su cuello. Tamsin suspiró con fastidio.
Wren no estaba muerta, entonces.
—Wren. —Esta vez no fue una pregunta.
—¿Qué? —Wren llegó a través del campo, balanceándose y agachándose
entre los tallos. Sus ojos estaban tan abiertos como los de un bebé ciervo, la
primavera en su paso es más alegre que el primer día cálido de la temporada
—. Vi estas flores en el camino. —Empujó un puñado de flores silvestres a
Tamsin. Las delgadas raíces de las flores estaban perfectamente intactas.
Parecía que Wren no había recogido las flores, sino que había engatusado
suavemente a las raíces para que se despegaran del suelo.
Tamsin se quedó mirando el ramo sin comprender.
—¿Qué se supone que debo hacer con ellas?
—¿Mirarlas? —Wren arrugó la frente con confusión—. ¿Olerlas?
—Eso parece una extraordinaria pérdida de tiempo.
La mandíbula de Wren cayó mientras examinaba la expresión enjuta de
Tamsin.
—¿Ni siquiera puedes amar una flor?
Tamsin apretó la mandíbula con furia.
—¿Y qué?
—Eso es muy triste. —Los ojos de Wren eran amplios, pero no burlones.
Frunció el ceño—. Entonces, cuando miras estas flores, ¿qué ves? —
Empujó el puñado de flores en las manos de Tamsin, que no estaba
dispuesta a sostenerlo.
—Los pétalos son... ¿blancos? —Tamsin se llevó un tallo a la nariz e
inhaló. No olía a nada, por supuesto—. Esto es ridículo. —Tiró las flores al
suelo, y luego las pisoteó fuertemente con su talón.
Wren se estremeció.
—Les has hecho daño.
—Son flores.
—Tienen magia —insistió Wren—. Pueden sentir.
Tamsin puso los ojos en blanco.
—¿Qué dijeron cuando las pisoteé? —Su voz era chillona, burlona. Wren
parecía dolida.
—No dijeron más que un grito. —Se tiró de la trenza—. De todos
modos, los pétalos no son blancos; son rosados, como el cielo justo antes de
que se ponga el sol. Su aroma es dulce, como la hierba después de una
lluvia de verano. —Se agachó y pasó un dedo por un pétalo—. Y son
suaves, como un pollito.
Tamsin hizo un gesto de fastidio.
—No lo son.
—Lo son —insistió Wren. La seriedad de su expresión solo sirvió para
alimentar la furia de Tamsin. Esta chica no solo podía sentir, sino que
describía las cosas lo suficientemente mal como para que Tamsin recordara
exactamente cuánto del mundo se estaba perdiendo. Lo suficientemente
bien como para que se sintiera más hambrienta aún.
—No tenemos que hablar.
—Oh. —Tamsin podía oír el dolor en la voz de Wren, pero el repentino
silencio era tan dichoso que le costaba encontrar dentro de sí misma la
forma de preocuparse.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
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El sol estaba bajo en el cielo cuando los campos de maíz se abrieron en


una vasta extensión de hierba. Tamsin y Wren estaban ahora lejos del
camino, aunque si Tamsin entornaba los ojos, podía distinguir las formas de
la gente que se dirigía al pueblo que ella y Wren finalmente habían dejado.
La hierba bajo sus pies era pantanosa y húmeda a pesar de que no había
llovido en semanas.
—Alto. —Tamsin extendió una mano. Wren se abalanzó sobre ella—.
Tengo hambre.
Wren recuperó el equilibrio.
—Oh, bien, has traído comida.
Tamsin frunció el ceño.
—¿No has traído nada?
Los ojos de Wren se entrecerraron.
—¿Tú tampoco has traído nada?
Tamsin se encogió de hombros.
—Bueno, creí que tú traerías algunas.
Wren la miró boquiabierta.
—¿Se supone que ahora tengo que leer tu mente?
—Eso nos ahorraría a las dos bastantes problemas, sí.
—Eres imposible —resopló Wren, arrojándose sobre un muro de piedra
que serpenteaba por el valle.
Tamsin la ignoró. Al fin y al cabo, estaban en tierras de cultivo. No sería
terriblemente difícil convocar algo apropiado para cenar. Alcanzó a Wren.
La chica apartó su mano.
—¿Qué estás haciendo?
—Quiero algo de tu magia. Necesito mantenerme en pie. Tenemos un
gran viaje por delante. —Agarró el brazo de Wren y atrajo la magia de la
fuente hacia ella. Susurró un hechizo de invocación, y en unos instantes
había un auténtico festín: una barra de pan aún humeante del horno, cuatro
eslabones de salchicha y una cesta de peras. Tamsin apenas podía creer lo
sencillo que había sido. No sintió nada, ninguna consecuencia, ni siquiera
un momento de mareo por el esfuerzo.
Para algunos, podría haber sido un momento emocionante, pero Tamsin
se negó a deleitarse con el poder sin consecuencias. No quería dar lugar a
más similitudes entre ella y la bruja oscura Evangeline de las que ya tenía.
Wren la miró boquiabierta.
—No puedes tomar mi magia sin preguntar. —Pero sus ojos traicionaron
tanto como su asombro y como su hambre, y se puso a comer, metiéndose
un puñado tras otro en la boca. Realmente era bastante feroz.
Wren dejó de masticar a mitad de camino.
—Espera. —Puso su trozo de pan en el paño de cocina con el que había
aparecido—. ¿De dónde viene esto?
Tamsin se encogió de hombros.
—Lo invoqué desde una granja cercana.
Wren la miró indignada.
—Pero eso es horrible. Ahora alguien no tiene pan para la noche. ¿Y si
estas peras fueran para una tarta?
Tamsin sacudió la cabeza sin comprender.
—¿Entonces no harán una tarta? —Arrancó un trozo de pan y lo masticó
lentamente.
Wren parecía dolida.
—¿Alguna vez has querido algo?
—He querido mucho —espetó Tamsin, aunque su tono era suavizado por
el pan que tenía en la boca. No le gustaba que esta chica actuase como si la
conociera después de haber viajado juntas por menos de un día.
—Increíble —murmuró Wren a sus manos.
—Bien. —Tamsin tragó con dificultad—. Mantén tu moral. Muérete de
hambre por lo que a mí respecta.
Wren se sentó, con los brazos cruzados, mirando fijamente a cualquier
parte menos a la comida. Tamsin siguió comiendo. La comida era insípida,
pero aun así se las arregló para dar un espectáculo de disfrute, gimiendo y
gimiendo mientras daba varios bocados exagerados.
Finalmente, Wren abandonó su actitud lastimera y luchó por la última
salchicha.
—Me lo imaginaba. —Tamsin dio un mordisco triunfal a la pera más
grande.
Wren frunció el ceño y dirigió su atención hacia un pájaro que se había
posado en la pared junto a ella, murmurando a la criatura en voz baja.
Tamsin sonrió a través del bocado de fruta, aunque el bocado estaba carente
de placer. Eso era lo único que tenía a veces: su rencor. No le hizo ningún
amigo, pero le dio algo en lo que concentrarse. Algo que sentir. Lo imaginó
como un fuego dentro de ella, incluso cuando sus miembros se congelaban,
mientras la gente fruncía el ceño y se apartaba, mientras su casa vacía
resonaba en soledad.
¿Quién era Wren para decir que nunca había querido? Había perdido.
Había anhelado. Se había instalado en una vida para la que no estaba
destinada. Se suponía que Tamsin nunca debió estar sola. Era una gemela,
una parte de un conjunto de hermanas. Se suponía que siempre había sido
Tamsin y Marlena, pronunciadas en un solo aliento para que sus nombres
chocaran entre sí de la forma en que sus vidas habían chocado una vez.
De nuevo Tamsin pensó en el diario, que se abalanzaba sobre ella cada
oportunidad que tenía. Su pasado volvía a perseguirla por todas partes, la
magia oscura en el aire, las palabras de su hermana nadando ante sus ojos.
Pero Tamsin tenía el tipo de pasado que debía permanecer enterrado. Si se
aferraba demasiado a él, solo sería arrastrada a sus profundidades oscuras.
Se suponía que los gemelos son iguales, dos caras de la misma moneda,
solo que ella y su hermana no lo eran y nunca lo habían sido. Tamsin fue
codiciosa, había robado toda la fuerza en el vientre de su madre. No había
dejado nada para su hermana, así que esa magia había sido su perdición. Así
que, al final, Marlena había muerto de la misma cosa que hizo a Tamsin tan
fuerte.
Wren estaba equivocada.
Tamsin había querido.
Tamsin quería darse la vuelta y correr de nuevo hacia Ladaugh, quería
estar lejos de la casa donde ya no era bienvenida. Quería que su hermana
fuera más que un recuerdo.
Como ahora, la nada que Tamsin sentía cuando pensaba en su hermana,
el modo en que Marlena siempre tomaba las notas altas cuando cantaban
canciones que resonaban en los techos abovedados del Gran Salón de la de
la academia, la forma en que se hacía nudos en el pelo cuando estaba
ansiosa, la forma en que nunca prestaba a nadie toda su atención... hacían
que Tamsin quisiera gritar. Pero el querer, Tamsin sabía, no engendraba
nada, por lo que su grito resonó en su interior. No dejó nada más que
silencio sonando en su cabeza.
 
 

 
OCHO
Wren
Traducido por Wings
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Wren nunca antes había pasado la noche debajo de un puente.
—Estás actuando como una niña —espetó Tamsin desde las sombras
mientras colocaba la mochila debajo de su cabeza y se cubría con el abrigo
como si fuera una manta.
—Pero los trolls viven debajo de los puentes. —Wren vaciló, tirando de
su trenza con ansiedad. Tenía problemas para olvidarse de las historias que
le habían contado de niña, las advertencias que le había dado un padre que
le temía a todo lo mágico y una madre que no sabía nada del mundo
exterior.
—Me retracto. Un niño tiene más sentido común que tú. —Wren no
podía ver el rostro de Tamsin, pero estaba segura de que la bruja había
puesto los ojos en blanco—. Los trolls son nativos del sur. Sobreviven en
climas cálidos y pantanosos. —Tamsin se dio la vuelta, de espaldas a Wren,
con la voz ahogada—. Ahora sal de mi vista y vete a dormir.
Wren vaciló, mirando el cielo estrellado, pero finalmente cedió,
instalándose lo más lejos posible de Tamsin.
La bruja roncaba, pero el sueño invadió a Wren.
Habían planeado detenerse en una posada. Tamsin había esperado un
baño. Wren había esperado a otras personas, a cualquiera que no fuera
Tamsin con su risa amarga y sus constantes lloriqueos sobre sus pies. La
chica, probablemente, no tendría más de diecisiete años como Wren y, sin
embargo, se quejaba más que cualquier anciana, incluso Saroya, la mujer de
Wells que había pasado años tocando el arpa para Oöna, la reina de los
gigantes. Las manos de Saroya estaban nudosas y arruinadas, pero siempre
tenía una sonrisa sobria para Wren los días de mercado.
Si Wren no hubiera visto a Tamsin llena de un momentáneo destello de
amor, no habría creído que los labios de la bruja pudieran hacer otra cosa
que burlarse. Y besar.
Pero eso no venía al caso.
Efectivamente, incluso mientras Tamsin dormía, su rostro estaba
arrugado por el disgusto. Wren pensó que los músculos de Tamsin debían
estar agotados por la tensión. La propia Wren estaba agotada simplemente
por mirar la expresión amarga de Tamsin durante todo un día.
Incluso la cercanía con la bruja se estaba extinguiendo. Wren parecía
sentirse atraída por Tamsin de la misma manera que la magia se sentía
atraída por Wren. Si bien no deseaba estar más cerca de Tamsin de lo que
era absolutamente necesario, no parecía poder evitarlo. Tamsin también la
había mantenido cerca. La bruja parecía creer que tenía rienda suelta sobre
el poder de Wren. Tres veces ese día había pinchado su hombro con su dedo
largo, enviando hielo a través del cuerpo de Wren mientras su magia se
movía hacia Tamsin.
Como si el viaje no hubiera sido lo suficientemente difícil. Wren estiró el
cuello. Sus piernas se sentían débiles y pegajosas mientras se estiraba en la
tierra. Caminaba a menudo, pero no tan lejos. Y no con tal caos, las cintas
de magia oscura y natural se enroscaban entre sí como serpientes, el olor
agridulce de ellas nublando sus fosas nasales.
Habían llegado a un pueblo cuando se ponía el sol, el olor a azufre
abrumaba a Wren en el momento en que pusieron un pie en los adoquines.
La luz de la pequeña linterna que llevaba Tamsin había sido lo
suficientemente fuerte como para iluminar ventanas y puertas tapiadas
desde el exterior. La madera, clavada en las puertas de entrada de casi la
mitad de las cabañas, estaba deformada y agrietada como si un animal
hubiera intentado escapar del cautiverio. Tamsin había descartado las casas
como abandonadas, pero Wren podía ver las cintas negras de magia oscura
que colgaban sobre las cabañas. Había gente plagada atrapada dentro.
El entenderlo le había revuelto el estómago. Wren sabía que no
importaba lo desesperada que estuviera por una cama, no podían quedarse
en una ciudad con personas que tratarían a los demás de esa manera. Y así
siguieron caminando y se establecieron en el arroyo seco debajo de un
puente de piedra.
La bruja soltó un ronquido gigantesco, espeso y flemático. Era injusto
que el sueño llegara a Tamsin tan fácilmente. Wren no podía recordar una
noche que no hubiera pasado dando vueltas y vueltas, su mente repitiendo
sus acciones y sus palabras, analizando lo que podría haber hecho para
parecer más normal, las cosas que podría haber dicho para ser más amable.
Preocupada por cómo podría haber servido mejor a su padre. Wren apenas
podía recordar la última vez que se había despertado sintiéndose renovada.
No sabía por qué había asumido que las cosas serían diferentes ahora. Sin
embargo, todo lo demás lo fue. La misma Wren era diferente, yacía debajo
de un puente en una pequeña ciudad, lejos de casa y de todo lo que había
conocido.
Wren, lo más lejos que había llegado era el mercado de Ladaugh, a
menudo había soñado con el mundo más amplio y, sin embargo, nunca
había entendido exactamente cuán vasto sería cuando llegara allí. El cielo
nunca paraba de extenderse; las rocas bajo sus pies eran infinitas. Con cada
paso, ella crecía. La pequeña niña con la pequeña vida en la pequeña aldea
estaba comenzando a crecer. Había mucho que ver.
Puede que nunca termine de buscar.
Wren se había sacrificado tanto, sin saber exactamente lo que eso
significaba. Pero ahora, rodeada de flores con colores que nunca había
aprendido a nombrar, viendo pasar a la gente con ropa cortada de telas que
ella nunca había tocado, oyendo voces con acentos que no podía ubicar, un
recordatorio de tantas ciudades que aún no conocía. Wren volvió a sentir
algo oscuro detrás de su fea cabeza. Ese pensamiento maligno y sofocante
de que había enfermado a su padre porque anhelaba más.
El rostro de su padre flotó ante ella. Partes de su memoria estaban
confusas, sus ojos todavía la evitaban, pero estaba allí. Él estaba allí,
todavía, tanto en su cabeza como en su corazón.
Pero no por mucho tiempo, se recordó a sí misma, luchando contra una
ola de náuseas. Porque Wren había abandonado lo único en lo que siempre
podía depender: su padre. Lo había dejado atrás, desvaneciéndose, como
brasas muriendo en el hogar. Había elegido hacerlo.
Y cuando él se haya ido de verdad, desapareciendo de cada centímetro de
su corazón, Wren no sabía quién sería ella o si el intercambio se sentiría
justificado. ¿Valdría la pena al final, cuando por fin podría abrazar todas las
partes de sí misma que había pasado tanto tiempo tratando de negar?
La magia había matado a su hermano, y Wren sentía ese peso por
completo cada vez que el viento cambiaba y ella saboreaba la luz del sol.
Cada vez que una estrella cruzaba el cielo y su propio corazón brillaba.
Wren era más de lo que su vida le había permitido ser. Cuando ya no amara
a su padre, ¿amaría su libertad más de lo que nunca lo había amado a él?
Su garganta se apretó, dificultando la respiración. Wren inhaló
lentamente, tratando de concentrarse en el flujo de aire a través de sus
pulmones en lugar del sonido irregular de su respiración. Se sentía un poco
mareada.
Y luego una voz, tan débil que casi no la escucha. Una palabra diminuta
y aterrorizada:
—Ayuda.
Wren se sentó tan rápido que el mundo a su alrededor comenzó a girar.
Tamsin no se movió.
Por un momento no hubo nada más que la noche. Luego, la voz de
nuevo. Más fuerte esta vez. Desesperada. Asustada.
—Ayuda.
Wren se volvió hacia Tamsin, que todavía tenía el ceño fruncido en
sueños. Se movió para sacudirla, pero se detuvo antes de que sus dedos
pudieran cerrarse alrededor del hombro de la bruja. Tamsin ya era la
persona más irritable que Wren había conocido, y eso era en sus horas de
vigilia. Se estremeció al pensar en la ira que provocaría si sacaba a la bruja
del sueño.
Con cuidado, para no generar ni un sonido, Wren se puso de pie. Tropezó
a través de parches de hierba afilada de verano con piernas temblorosas.
Cuando estuvo lo suficientemente lejos como para no despertar a la bruja,
ella también gritó.
—¿Hola?
—¿Hola? —La voz de nuevo, emocionada y ansiosa—. Estoy aquí.
La noche estaba tranquila, la luz de las estrellas no iluminaba nada más
que las rocas a sus pies.
—¿Dónde?
—Aquí —insistió la voz. Wren dio la vuelta, pero no había nadie ahí—.
No —dijo la voz, suspirando profundamente—. No allí. Aquí abajo. —Algo
pegajoso le rozó el tobillo. Wren chilló, saltando hacia atrás—. Cuidado —
espetó la voz, ofendida. Wren miró hacia la hierba en sombras.
Era una rana
Wren no sabía si reírse o huir.
—No entiendo. —Probablemente estaba delirando.
La rana la miró con ojos saltones, lamiendo su larga lengua para atrapar
una mosca que pasaba.
—Soy un caballero —decía simplemente—. Maldito por una bruja
malvada.
—Conozco una de esas —murmuró a pesar de sí misma.
La rana pareció aliviada, tanto como podría hacerlo una rana.
—¿Entonces me ayudarás?
Wren se inclinó para arrodillarse en la hierba, los guijarros presionando
incómodamente sus rodillas.
—¿Ayudarte cómo?
—Mi padre estará muy agradecido —continuó la rana, como si no la
hubiera escuchado—. Es un duque, ¿sabes? Por supuesto serás
recompensada generosamente. —La criatura estaba hablando muy rápido.
—¿Ayudarte cómo? —preguntó Wren de nuevo, la curiosidad se apoderó
de ella.
—¡Oh! —La rana saltaba arriba y abajo sobre sus esponjosos dedos—.
Es realmente muy simple. Todo lo que tienes que hacer es darme un beso.
—¿Un beso? —Wren frunció el ceño.
—Eso es todo, solo un beso y se acabó. Realmente no es nada. Solo
recógeme, dame un golpe rápido y estaré en deuda contigo para siempre.
Wren cambió su peso sobre sus talones. Parecía demasiado simple. La
respuesta la hizo sospechar, aunque no entendía exactamente por qué.
—¿Por qué fuiste maldecido? —preguntó, tratando de ganar tiempo.
La rana parpadeó hacia ella.
—Fue un simple malentendido —dijo—, ella tenía un temperamento
horrible. Ni siquiera me dejaba explicarle.
Eso ciertamente sonaba como alguien a quien Wren conocía. Sintió una
punzada de simpatía por... ¿La rana? ¿Caballero?
—Está bien. —Después de todo, era solo un beso. Algo que ella podría
dar fácilmente. Un acto que podía tomar para ayudar a alguien, de la forma
en que no pudo ayudar a su padre. La forma en que no pudo evitarlo. Y fue
una pregunta tan simple. Labios presionados contra labios. Nada más. ¿No
acababa de besar a Tamsin? Ciertamente no era como si eso hubiera
significado algo.
Wren le ofreció la mano a la rana, que saltó sobre ella. Su piel estaba
húmeda y resbaladiza contra su palma. No era la sensación más
reconfortante, pero, supuso, solo tomaría un segundo. Un segundo para
liberar a una persona de un hechizo terrible. Seguramente valió la pena un
solo momento de absurdidad.
Wren se llevó la mano a la cara. La rana le guiñó. Su larga lengua rosada
salió de su boca hacia su palma. Se estremeció, su propia lengua se inundó
con un fuerte y metálico sabor. Quizás si solo cerrara los ojos…
—WREN. —Sus ojos se abrieron de golpe—. ¿Qué estás haciendo? —
La bruja caminó hacia ella, con el pelo revuelto, una mejilla rosada y con
las costuras de su mochila impresas.
Wren miró desesperadamente entre la bruja y la rana, que esperaba
pacientemente en su mano.
—Necesita ayuda —dijo rápidamente, levantando la rana para que
Tamsin pudiera verla—. Es un caballero que convirtieron en rana.
Tamsin dio un paso adelante, entrecerrando los ojos a la criatura en la
palma de Wren. Su rostro era ilegible a la luz de las estrellas.
—En primer lugar —dijo bruscamente—, eso es un sapo.
Wren entrecerró los ojos.
—Pero...fue maldecido por una bruja.
Tamsin le lanzó una mirada fulminante.
—¿Ah, de verdad?
—Sí —dijo, con la confianza menguando mientras miraba a la criatura
que se tambaleaba nerviosamente—. Entonces... ¿no eres un caballero? —
Se sintió bastante tonta al dirigirse a un sapo.
Tamsin se rió disimuladamente.
—No, es un pequeño duendecillo del pantano que debería ser aplastado
—dijo, arrebatando el sapo de la mano de Wren. Wren jadeó cuando la
criatura cayó. Tamsin puso los ojos en blanco—. No sé cuánto tiempo debió
haber tardado ese en saltar aquí desde el sur, pero tienes suerte de que me
despertara. Si lo hubieras besado, también te habrías convertido en un sapo.
Los ojos de Wren se abrieron con horror. Trató de limpiar todo rastro del
sapo de su mano y dejarlo en la hierba. Ella solo había intentado ayudar.
Todo lo que Wren siempre quiso hacer fue ayudar, sin embargo, una y otra
vez, ella fue la que resultó herida.
—Regla de oro —dijo Tamsin, mirándola—. Nunca confíes en algo que
habla cuando no debería.
Wren dejó de rascarse la piel de la palma.
—¿Pero y si sí hubiera sido un caballero?
—Aún deberías haberte ido. —La bruja se encogió de hombros
ligeramente—. No puedes salvar a todo el mundo. Menos si eres un sapo.
—Parecía como si estuviera reprimiendo una sonrisa.
—No es gracioso —dijo Wren bruscamente, poniéndose de pie y
volviéndose hacia el puente.
—Es algo gracioso —dijo Tamsin, siguiéndola—. Si tan solo pudiera
reír.
Wren no respondió.
Ella era una fuente, una chica hecha de magia, y, aun así, casi había sido
engañada por un sapo. Era otra cosa que no sabía. Otro nuevo defecto.
Normalmente, a Wren no le habría importado la lección. Pero Tamsin había
sido testigo.
No es que a Wren le importara lo que Tamsin pensara de ella. Era que
sabía que Tamsin la estaba juzgando por no saber nada sobre magia. Por
aceptar un viaje que no estaba ni cerca de ser capaz de completar. Por
preocuparse tanto por su padre que estaba dispuesta a sacrificar todo por él,
incluso cuando él no se lo había pedido.
Era que sabía que Tamsin podía ver todo lo que Wren odiaba de sí
misma. Que Tamsin no se equivocó al pensar que Wren no era digna de su
poder. Eso, tal vez, Wren no lo era.
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Wren se despertó sobresaltada por el blanco cegador del cielo matutino.


Estaba temblando, como si su ser hubiera sido empapado en agua helada.
Su lengua, espesa por el sueño, contenía un leve sabor a cerezas. Ella inhaló
temblorosamente. La miel flotaba en el aire.
Magia.
Mientras se apresuraba a sentarse derecha, su pie tocó algo sólido. Se
quitó el sueño de los ojos mientras alcanzaba el pequeño libro
encuadernado en cuero.
Wren frunció el ceño. Era un libro bonito, el cuero negro liso y
desgastado de una manera muy querida. Pero no lo había notado antes entre
las cosas de Tamsin y no pensó que la bruja simplemente dejaría algo por
ahí para las miradas indiscretas.
Su humor se ensombreció al recordar que la bruja la había visto casi
presionar sus labios contra los de un sapo. No le vendría mal a Wren ganar
un poco de influencia. Sin embargo, cuando intentó abrir la tapa del libro,
no se movió. Ella gruñó y tiró y empujó y, sí, incluso pateó, pero aun así el
libro no se abría.
Su falta de cooperación solo sirvió para hacerla más curiosa. ¿Qué tipo
de secretos poseía Tamsin que ella guardaría en un libro tan bien protegido?
Tal vez contenía hechizos especiales para ser una gruñona, o tal vez una
lista de personas a las que quería hechizar. Wren se rió, olvidándose de sí
misma.
Los ojos de Tamsin se abrieron de golpe. Al principio parecía vulnerable,
atrapada entre el sueño y la vigilia. Pero luego sus ojos se fijaron en el libro
en las manos de Wren, y se sentó, su rostro tan blanco como una hoja. Wren
podría haber jurado que vio el miedo destellar detrás de los ojos de la bruja.
—¿De dónde sacaste eso? —preguntó Tamsin, con el rostro pasando de
un verde enfermizo a un enrojecido rojo furioso.
—Yo no... —Wren se quedó boquiabierta ante la enorme reacción de la
bruja. Era solo un libro—. Lo acabo de encontrar. Allí. —Señaló el parche
de tierra donde había estado. Los ojos de Tamsin apenas dejaron el libro.
Wren se lo ofreció gentilmente.
En el segundo en que el libro estuvo en su mano, la bruja se relajó. Pero
su alivio no duró mucho.
—Levántate. —Tamsin chasqueó los dedos y tenía la mochila en la mano
—. Tenemos que irnos.
—¿Por qué? —Wren recogió sus cosas con torpeza, sus extremidades
aún pesadas por el cansancio—. ¿Qué ocurre?
—Nada. —Tamsin guardó el libro con cuidado en la cintura de su falda
larga y salió pisando fuerte de debajo del puente.
El aire de la mañana era fresco y brillante mientras subían por la orilla
del río y salían a la carretera. El cielo estaba teñido de rosa. Los pájaros
crujieron sus alas, despertando sus voces con pequeños chillidos.
—¿Qué es eso? —Wren se apresuró a alcanzar a la bruja, asintiendo
intencionadamente hacia el libro, que descansaba en la cadera izquierda de
Tamsin.
Tamsin presionó distraídamente una mano sobre la suave funda de cuero.
—Nada.
—Claramente no es nada —dijo Wren—. Prácticamente te desmayaste
cuando me viste sosteniéndolo.
Tamsin le lanzó una mirada fulminante.
—No se abrió para mí, si eso te hace sentir mejor —agregó Wren
oscuramente, casi como una ocurrencia tardía. La bruja pareció un poco
aliviada—. Lo que me hace preguntarme —continuó, alcanzando a la bruja,
sus dedos rozando la muñeca de Tamsin—, qué es lo que no quieres que
vea. ¿Escribes poesía? ¿Eres la primera poeta romántica sin corazón?
Wren estaba positivamente emocionada por el pensamiento.
—Detente —espetó Tamsin, su voz áspera y rota.
Wren se detuvo con la mano extendida. Se miraron la una a la otra en
silencio.
—Es privado —dijo finalmente Tamsin, su tono suave pero dolorido.
—Está bien —dijo Wren, con la misma tranquilidad—. Lo siento. Es
privado.
A ella no le agradaba ser castigada. Solo había sentido curiosidad,
queriendo un poco de información sobre la chica que era Tamsin. Wren ya
había compartido mucho: su padre, su amor, su ingenuidad. Pero Tamsin
era un libro cerrado. Literalmente.
Caminó penosamente detrás de la bruja, sus pies levantaron más polvo
del que tal vez era necesario mientras pasaban por un amplio campo lleno
de balas de heno del tamaño de caballos. En el momento en que comenzó a
desear tener a alguien amable con quien hablar, un pájaro pasó volando
junto a ella. Casi sin pensar, Wren ofreció su dedo. La pequeña criatura
aterrizó sobre él y casi chilló de sorpresa. Su diminuto cuerpo era
rechoncho y redondo, sus plumas moteadas de marrón y blanco. Era un
reyezuelo, o un Wren, el pajarito del que había obtenido su nombre. Se
sintió como una señal.
—Hola, amigo —le susurró suavemente a la criatura, y su pico naranja
tembló furiosamente mientras soltaba una serie de silbidos agudos en
respuesta.
—Oh, tienes que estar bromeando. —Tamsin se había detenido, sus ojos
se detuvieron en la mano que sostenía al pajarito. Wren le devolvió la
mirada desafiante, pero sus mejillas ardieron con vergüenza—. No intentes
besarlo —advirtió Tamsin, poniendo los ojos en blanco mientras se volvía
hacia la carretera.
Wren le sacó la lengua a la espalda de la bruja.
—Está enojada —le dijo al pájaro—. A ella no le gusta cuando hablo,
pero a ti no te importa, ¿verdad? —Usó un dedo para acariciar
cuidadosamente las suaves plumas del reyezuelo. Dejó escapar un silbido
agradecido—. Así es —dijo Wren en voz baja—. Te gusto, así como soy. El
problema no soy yo, después de todo. Es ella.
El pequeño pájaro le dio un suave mordisco a su dedo antes de alejarse
revoloteando hacia los árboles, todavía gorjeando una ráfaga de silbidos.
Los ojos de Wren se clavaron en la espalda de Tamsin. Era una presencia
tan imposible, siempre diciendo lo que quería, tomando lo que necesitaba,
sin preocuparse nunca por nadie más o por lo que pudieran pensar de ella.
Wren sintió una punzada de envidia mientras miraba a la bruja caminar, con
la cabeza erguida y los hombros hacia atrás, como si no le importara qué
ojos miraban su rostro. Como si quisiera ser vista.
Wren había pasado gran parte de su vida tratando de ser más pequeña,
tratando de ocupar menos espacio. Temía por los ojos de los demás, le
preocupaba que alguien pudiera ver el poder que había trabajado tan duro
para suprimir. Wren se mantuvo pequeña y sin pretensiones con la
esperanza de que, si nadie le decía lo que quería escuchar, ella podría
decirse a sí misma que lo que quería no importaba. Incluso ahora caminaba
encorvada, con los hombros caídos y la espalda doblada. Sus botas se
movieron contra la tierra, como si tuviera demasiado miedo de siquiera
levantar los pies completamente del suelo.
Cuanto más notaba sus diferencias, más difícil le resultaba a Wren
apartar los ojos de la bruja. Ella enderezó los hombros, y sacudió sus
extremidades. Quería algo de la confianza de la bruja. Quería darle a la
bruja algo de su autocontrol. Wren estaba tan concentrada en comparar sus
rasgos de personalidad que no notó que la bruja dejaba de caminar. Se
precipitó directamente a Tamsin. Una sacudida de frío, agudo como el hielo,
le recorrió la nuca.
Un granero estaba en llamas. El olor era terrible, como el momento
después de una matanza, empalagosamente rancio y teñido de miedo. Las
llamas se dispararon y saltaron, de un azul brillante y ardiente. Este no era
un incendio ordinario. El humo se elevó del granero, espeso y tóxico,
mezclándose con la magia oscura que flotaba sobre el techo como una nube.
Diminutas chispas explotaron en el cielo de la mañana, tan brillantes que
quemaron los ojos de Wren. Las brasas llovían desde el techo, atrapando la
hierba seca del verano debajo. El campo empezó a humear. Wren miró con
pánico mientras medía la longitud de la tierra de cultivo, los fardos gigantes
de heno que habían pasado. Todo se consumiría por el fuego en un instante.
Todo el campo ardería hasta llegar a las casas con las ventanas y puertas
tapiadas. El pueblo ardería. Y la gente que estaba dentro ardería con él.
El pánico se apoderó de la garganta de Wren. Se acercó a Tamsin, que
miraba las llamas furiosas con los ojos muy abiertos.
—Tenemos que hacer algo.
El camino estaba vacío, el campo abandonado; el granjero y su familia
tal vez todavía dormían profundamente en sus camas. No había nadie
alrededor para ayudar, nadie para detener el fuego excepto ellas.
Pero Tamsin negó con la cabeza.
—No podemos simplemente apagarlo con agua. Es magia oscura.
Llevaría casi un día sofocar llamas así, incluso si usara tu poder.
—Pero nosotras podemos detenerlo —dijo Wren, tirando de la muñeca
de la bruja. No podía creer que tuviera que luchar contra Tamsin por esto.
Sabía que la chica era fría, pero esto era una negligencia que rozaba la
maldad pura—. No podemos dejar que el pueblo se queme.
—¿Qué parte de «llevaría casi un día» no entiendes? —Tamsin no se
quebró, pero su tono áspero aún le dolía—. Si alguien nos ve aquí, pensará
que estamos involucradas. Si descubren que soy una bruja, no dudarán en
arrojarme a las llamas también. Si quieres dejar esta tierra con vida,
tenemos que irnos. Ahora.
El sabor amargo y rancio del terror se instaló en la lengua de Wren.
—¿Estás diciendo que no haremos nada?
—No podemos salvar a todos, Wren. —Wren podría haber jurado que los
ojos de Tamsin brillaron con tristeza—. Es el fuego o tu padre. Elige.
El horror se acumuló en el estómago de Wren mientras veía arder el
granero, observaba las llamas correr a través de la hierba de verano. Su
cuerpo estaba resbaladizo por el sudor. Y, sin embargo, incluso mientras
trataba de considerarlo, solo había una respuesta que podía dar.
—Mi padre —susurró con voz ronca. Tamsin asintió bruscamente y
siguió caminando. La viga del granero chisporroteó y se partió. Cayó al
suelo con un gran crujido atronador. Para Wren, sonó como un desgarro.
Vivir con la sensación de que el mundo estaba en llamas, Wren ahora
sabía que, no era nada comparado con verlo arder.
 

 
NUEVE
Tamsin
Traducido por Nea
Corregido por BLACKTH ➰RN
Editado por Mrs. Carstairs~
 
No había forma de evitarlo. Iban a tener que escalar una montaña.
—¿Estás seguro de que este es el único camino? —preguntó Tamsin al
escuálido hombre delante de ella, su pelo enmarañado con suciedad, su
hedor tan rancio que sus ojos empezaban a llorar. Tenía hambre y estaba
agotada. La montaña se cernía sobre ellos, proyectando una sombra tan
oscura que la mañana parecía un crepúsculo.
—Lo siento, muchacha —dijo, su voz sorprendentemente suave para un
hombre tan mugriento—, pero el túnel está colapsado. Si quieres llegar a
Farn, el único camino es hacia arriba y por encima. Vamos a tomar la ruta
escénica.
—No puedo creer esto —gimió Wren mientras miraba la entrada de la
caverna, que estaba completamente hundida—. Esa caravana vino por aquí
hace apenas unos días.
—No pensé que lamentarías tanto perderte las arañas gigantes. —Pero la
burla de Tamsin cayó en saco roto. Realmente era un lío horrible. Las rocas
se habían derrumbado para crear un muro interminable de piedra y arena,
decorado con ramas rotas, musgo marchito y vegetación en
descomposición. Era una maravilla que la montaña entera no se hubiera
agrietado por la mitad.
Sin embargo, había gran actividad. Varios hombres tan sucios como el
que tenía delante estaban sacando rocas de la boca de la caverna. Se
llamaban y gritaban unos a otros, y sus voces cascajosas llenaban el aire de
la mañana. Varias personas más limpias se quedaron cerca de la caverna,
inseguras en medio del caos. Una de las mujeres parecía lo suficientemente
familiar como para que Tamsin se levantara la capucha de su capa para
ocultar su rostro. No necesitaba que la reconocieran precisamente aquí.
—Cualquiera de ustedes que quiera subir, reúnanse —gritó el escuálido,
y sucio—. Me llamo Boor, y los llevaré hacia arriba. Por un precio, por
supuesto. —El hombre sonrió para revelar una boca sin dientes.
—¿Cuál será ese precio? —Un hombre delgado y con ropas de viajero
miraba a Boor con desconfianza—. ¿Y qué clase de nombre es Boor?
—La clase de nombre que me queda bien —dijo Boor—. Son seis platas
por persona. Diez para ti, sin embargo —dijo al hombre, que se quedó
boquiabierto.
—¿Seis platas? —Wren se volvió hacia Tamsin con horror. Ella sacó un
puñado de monedas de su bolsillo—. No tengo suficiente para las dos.
—Guarda eso —espetó Tamsin—. Estos hombres son bandidos.
Probablemente volaron las cavernas ellos mismos para poder hacer algo de
dinero extra. —Rebuscó en su capa hasta que encontró con dos pequeños
botones negros. Susurró una palabra calladamente y los botones brillaron en
oro—. Esto debería satisfacerlos —dijo, sacudiendo su mano izquierda, que
se le había adormecido.
—Pero... —se interrumpió Wren, con cara de incertidumbre.
—Bandidos —dijo Tamsin de nuevo. La chica era realmente demasiado
amable para su propio bien. A veces la gente terrible se merecía las cosas
terribles que les pasaban. Tamsin dejó caer las monedas en la mano de Boor
—. Quédate con el cambio —dijo, con la voz baja—. No hago preguntas si
me ofreces la misma cortesía. —Los ojos de Boor brillaron en acuerdo.
Solo otros tres se adelantaron para ofrecer a los hombres sus monedas. El
resto se volvió por donde había venido, con los rostros ensombrecidos.
Tamsin estudió al grupo restante y sus desesperadas expresiones
decididas. La gente común se desplazaba en masa hacia el sur. Cualquiera
que se dirija intencionadamente al norte, hacia la plaga, debe de dirigirse
hacia algo que valoraba más que a su vida. Más que a sus recuerdos. Tal
vez, como Wren, esperaba salvar a alguien que amaba. Tal vez, como
Tamsin, estaba en su camino a casa.
—Muy bien, entonces —gritó un segundo hombre, haciendo señas al
grupo de gente con una mano grande y mugrienta—. Vamos. Espero que
estén listos para escalar.
Los llevó alrededor de la boca en ruinas de la caverna a un conjunto de
empinadas escaleras de piedra construidas en la ladera de la montaña.
—Por supuesto que no. —Wren se detuvo junto a Tamsin, sacudiendo la
cabeza con vehemencia—. No voy a subir eso. —Ella bajó su voz a un
susurro—. Eres una bruja. No puedes simplemente... —Agitó su mano
vagamente en el aire—. ¿Hacernos pasar por magia?
Tamsin le dio un fuerte codazo.
—¿Podrías no decir eso? —Miró a sus compañeros de viaje. Por lo que
ella sabía, tratarían de apedrearla en la cima de la montaña—. Y no, no
puedo simplemente «hacernos pasar por magia». —Su susurro no ocultó su
tono de disgusto—. ¿Qué crees que hace una bruja?
Wren frunció el ceño.
—No lo sé. ¿Lo que quiera?
Tamsin frunció los labios, molesta. Difícilmente hubiera creído que
alguien con una reserva tan fuerte de magia pudiera saber tan poco sobre
ella, excepto que había estado en el camino con Wren durante varios días,
así que, por supuesto, podía.
—No es tan fácil —susurró Tamsin, manteniendo la voz baja—. ¿Soy
poderosa? Por supuesto. ¿Puedo llevarnos a la cima de una montaña sin
perder una pierna? —Frunció el ceño de forma teatral—. Es poco probable.
—Pero soy una fuente. Seguro que eso ayudaría.
—Genial, así que solo perderé la mitad de la pierna. —Tamsin puso los
ojos en blanco, pero Wren aún parecía confundida. Tamsin suspiró. Iba a
tener que explicar como si estuviera enseñando a un niño—. Piensa en ello
como en una balanza. —Tamsin extendió sus dos manos, con las palmas
hacia arriba—. La cantidad de magia que requeriría para movernos hacia
arriba y sobre la piedra es inmensa. Si tomo esa cantidad ahora —Dejó caer
su mano izquierda y levantó la derecha—, voy a tener que devolverla. —Se
miró la mano derecha, que tenía cerca de la oreja—. ¿De dónde va a salir
esa energía? No he dormido, así que no me sobra nada. —Lanzó una mirada
sombría a Wren—. Y soy responsable no solo de mí, sino también de ti. Eso
es ahora el doble de la magia que necesito. —Ella hundió su mano
izquierda aún más profundo, por lo que colgaba cerca de su cadera.
Wren abrió la boca para protestar, pero Tamsin la cortó con una mirada.
—Bien, digamos que te saco la magia. —Movió su mano izquierda hacia
arriba para que quedara cerca de su cintura y dejó que la derecha cayera
cerca de su hombro—. No has sido entrenada adecuadamente, así que es
probable que te sobrepases y ofrezcas demasiado rápidamente, lo que
agotaría tus recursos, sin mencionar que probablemente te enfermarías,
dejándome con la mayor parte del trabajo pesado. Eso es todavía una gran
cantidad de energía que tengo que compensar. Así que o bien la magia elige
por mí y pierdo un miembro —Hizo un balance con sus manos—, o duermo
durante el próximo medio siglo en un intento de pagar mi deuda con la
tierra. Aunque sería un precioso cadáver dormido, estoy segura... —Sonrió
sarcásticamente a Wren—, que sería más fácil si te sobrepusieras y
empezaras a subir las escaleras.
Wren la miró fijamente, con la boca abierta.
—Hay una barandilla. Estarás bien. —Tamsin golpeó el hombro de la
chica—. Ve. —Sorprendentemente, Wren obedeció, cayendo en el paso
detrás de dos mujeres de mediana edad.
Tamsin la observó subir los primeros escalones antes de suspirar e inició
su propio ascenso. No se preocupó por la barandilla. Los escalones eran
claramente obra de brujas. Sabía que no se caería. En su lugar, Tamsin
jugueteó con el diario metido en la cintura de su falda.
Había estado tan segura de que había escapado de las garras del diario.
Pero había sido una tontería, había sido una tontería olvidar que cuando la
magia oscura se apoderaba de algo, empujaba y empujaba hasta que lo
destruía.
Las piernas le ardían mientras seguía subiendo. Las escaleras eran cortas
y empinadas, lo suficientemente anchas como para que cupieran dos
escaladores uno al lado del otro. Un tapiz de espeso musgo se aferraba a la
ladera de la cima, dando al aire una calidad pesada y húmeda. Cuanto más
subían, más difícil se hacía respirar. Sin embargo, Wren seguía insistiendo
en hablar.
—Esa explicación parecía un poco simplista. —Miró por encima del
hombro a Tamsin, y luego se detuvo, agarrando la barandilla con los
nudillos blancos—. No debería haber mirado hacia abajo.
—Error de novato. —Tamsin chasqueó la lengua—. Y lo he explicado de
forma simplista porque parece que es la única forma de hacerte entender.
El rostro de Wren se agrió.
—No es mi culpa no saber las cosas. No tienes que ser tan
condescendiente.
—En realidad —dijo Tamsin, manteniendo sus propios ojos en la parte
posterior de la cabeza de Wren para que no se desviaran hacia el suelo más
abajo—, es tu culpa. Se supone que debes informar al Aquelarre al
reconocer tu talento para que puedan entrenarte. Técnicamente, has roto la
más alta ley del Mundo Interior.
—¿Dónde? —Wren hizo una pausa, frunciendo el ceño.
Tamsin también se detuvo.
—El Mundo Interior —repitió. La cara de Wren permaneció en blanco
—. La tierra del Aquelarre. Más allá del Bosque.
El rostro de Wren se iluminó con comprensión.
—Oh. No sabía que tenía un nombre propio. La mayoría de la gente lo
llama simplemente las Tierras de las Brujas.
—¿Las Tierras de las Brujas? —Tamsin no se habría sorprendido al saber
que sus cejas se habían unido permanentemente a su línea de cabello—. ¿Es
todo un cuento para la gente común?
Wren parecía un poco avergonzada.
—En su mayoría. Sí.
Tamsin suspiró mientras seguían subiendo.
—Sabes, es bastante hermoso aquí arriba —dijo Wren después de varios
pasos más—. Huele a sal, y esa brisa... —Ella suspiró satisfecha mientras el
viento las azotaba, haciendo que el pelo de Tamsin se le cayera en la cara.
—¿Y? —Trató de sonar cruzada, pero como estaba extrayendo el pelo de
su boca, sonó más como un murmullo.
—Y el cielo. Es tan azul que es prácticamente claro. Es casi como si
estuviéramos lo suficientemente arriba del mundo como para que la plaga
no exista. Que la magia oscura no pudiera alcanzarnos. —Había una pizca
de esperanza en la voz de Wren, como si hablarlo pudiera hacerlo.
Tamsin miró a su alrededor, con una punzada de añoranza en el pecho. A
menudo se olvidaba de la cantidad de mundo que su maldición le impedía
disfrutar. Incluso los colores eran imposibles de recordar. A los ojos de
Tamsin, no era más que subir por la ladera de una roca gigantesca. Ella no
obtuvo ningún placer del acto, ningún disfrute de la altura, solo una vuelta
de estómago cuando su pie fallaba un paso. No había nada hermoso aquí,
sino la capacidad de Wren de ser nauseabundamente optimista. Aun así,
guardó silencio. Las palabras de Wren eran algo, incluso aunque fueran
simples y fugaces. No eran un sentimiento, pero eran un recuerdo de uno.
Una persona puede sentir. Una persona podía lastimarse. Tamsin deseaba
que hubiera más matices en su espectro emocional personal. Era agotador,
estar enojada. Sentirse amargada. Sacó el diario de su cadera y lo giró en
sus manos.
—Bien, en serio, ¿qué es eso?
Tamsin no había notado que Wren había dejado de caminar.
—Nada —dijo rápidamente. Pero Wren no se movió.
—Tu cara se ve extraña. —Miró sospechosamente a Tamsin desde su
escalón.
—Mi cara está bien —espetó Tamsin—. Sigue caminando.
—No soy una idiota. —Las palabras de Wren fueron un desafío—. Sé
que crees que soy estúpida, pero no lo soy. Me estás ocultando algo.
Tamsin suspiró. Por un momento consideró decirle a la fuente todo. Toda
su historia, todo sobre su hermana, sobre su destierro, todo ello. Pero si lo
hacía, los sentimientos de Wren hacia ella cambiarían. Dejaría de estar
asombrada y empezaría a tener miedo.
Con el mundo en caos y la magia oscura cada vez más fuerte, la única
manera de que Tamsin sobreviviera a este viaje al Mundo Interior era ir con
alguien que no conociera todas las partes profundas y oscuras de ella. Para
que su trato funcionara, Tamsin no podía mostrar ninguna debilidad.
—Lo digo en serio. —Wren observó a Tamsin con los ojos nublados—.
Puedes confiar en mí.
—¿Confiar en ti? —Tamsin se rio, dura y áspera, pero no sintió ningún
alivio—. Ni siquiera confías en ti misma. No sabes nada de tu magia, nada
sobre mi mundo. Así que no pretendas saber algo sobre mí.
Wren dejó caer las manos y miró incrédula a Tamsin.
—Eso es solo porque estás demasiado ausente para compartir una sola
cosa conmigo. Te he hecho muchas preguntas, y todo lo que me has dado
son respuestas a medias, que se han desvanecido porque piensas que soy
una tonta. Pues tú también lo eres. —Wren sacudió la cabeza.
—Bien —dijo Tamsin—. Te lo diré. —Si Wren quería llamarla tonta,
actuaría como tal—. Son notas de amor. De un admirador secreto. —Eso
hizo reír a Wren. Tamsin acomodó sus hombros y pasó con cuidado por
delante de Wren. El grupo estaba casi cien pasos por delante de ellas—.
Solo porque no hayas sido víctima de mi encanto no significa que otras
personas no me encuentren encantadora.
Wren se apresuró a alcanzarla.
—Estás mintiendo.
—Esa es mi prerrogativa —dijo Tamsin por encima del hombro—. No
soy una de las gentes de la feria.
Wren la miró fijamente.
—Eres imposible —siseó—. Desearía nunca haberte conocido. Estaría
mejor con mi padre. Al menos él me aprecia.
—¿Estás segura de eso? —Por lo que pudo averiguar, el padre de Wren
era un hombre egoísta y viejo. El tipo de persona que tomaba, pero nunca
daba. Sin embargo, al escuchar a Wren hablar de él, su padre también
podría haber sido un santo.
Wren entrecerró los ojos.
—¿De qué estás hablando?
Tamsin se encogió de hombros.
—No te apresures a pensar que tus sacrificios son apreciados.
La cara de Wren se había puesto roja.
—¿Qué significa eso?
—Que no te has unido al Aquelarre. —No era que Tamsin lamentara que
ella y Wren no hubieran sido compañeras de clase, la chica era exasperante
en el mejor de los casos, pero no podía ignorar el destello de interés que se
desprendía de los ojos de Wren cada vez que Tamsin hablaba de magia. No
era curiosidad inocente. Era un hambre cruda y poderosa.
—No podía. —Los ojos de Wren se abrieron de par en par—. Para
cuando entendí lo que era, mi madre había muerto. Yo era todo lo que le
quedaba a mi padre. No podía dejarlo.
Tamsin arqueó una ceja.
—¿Por qué no?
—Era mi deber.
—¿Por qué?
—¿Qué quieres decir con «por qué»? —espetó Wren.
Tamsin se encogió de hombros.
—¿Por qué renunciaste a tu vida por la de tu padre?
—Eso no es lo que pasó —dijo Wren con fiereza—. Él habría muerto sin
mí.
Tamsin la miró fríamente.
—Estoy segura de que le gustaba decirte eso.
Wren parecía a punto de llorar.
—Quiero a mi padre.
—Conveniente, teniendo en cuenta que es mi pago. —Tamsin suspiró,
peinando su largo cabello alrededor de sus hombros—. Pero el hecho de
que lo ames no significa que él te ame también.
Wren dejó escapar una risa incrédula.
—Sabes, me da tanta pena que no seas capaz de amar. Pero ahora me
pregunto si tal vez habrías sido así de todos modos. No te importa nada ni
nadie. Así que puedes meterte cuanto quieras conmigo y con mi padre y mis
decisiones, pero al menos sé que quiero a alguien. Al menos tengo a alguien
por quien haría cualquier cosa. Alguien por quien daría mi vida para
proteger. ¿Puedes decir lo mismo? —La voz de Wren alcanzó un registro
tan alto que bien podría haber estado gritando. Pero sus palabras cortaron a
Tamsin en el centro de su inútil y oscuro corazón.
—No tienes ni idea de lo que estás hablando —dijo ella, con la voz
temblorosa. Sus manos estaban cerradas en puños, el mundo se tambaleaba
en los bordes.
Tamsin estaba tan acostumbrada a ver el dolor y la tristeza como una
extensión del amor que casi había olvidado que tenía capacidad para ello.
Pero ahora, aquí, no estaba herida porque se preocupara por alguien. Ella
estaba herida porque no lo hacía. Porque no podía. Porque la inútil chica de
pie ante ella tenía habilidades que Tamsin no tenía. Para ver la magia. Para
amar a su familia. Para avergonzar a Tamsin por opciones que Wren no
conocía.
—¿Quién te ha hecho daño? —Wren miró a la bruja con los ojos
entrecerrados, su voz era apenas un susurro, casi perdido en el viento que
había comenzado a rugir.
Tamsin no dijo nada.
Wren la miró por un momento, con la decepción grabada en su rostro,
antes de pasar por delante de ella y subir las escaleras de dos en dos para
alcanzar al resto del grupo.
Tamsin la dejó irse y el diario cayó abierto en sus manos. Miró los
garabatos de Marlena. La respuesta a la pregunta de Wren era complicada.
Había mucha gente a la que Tamsin culpaba de su dolor. Pero el hecho era
que, al final, la persona a la que más culpaba era ella misma.
 
Mi hermana tiene secretos. No es que sea algo nuevo para ella.
¿Sabías que ella encontró su poder casi tres años antes que yo? Y se negó a
decírselo a alguien para que pudiéramos entrar en la academia al mismo
tiempo. Ella quería tanto que hiciéramos todo juntas que ni siquiera me lo
dijo durante más de un año. Es una suerte que Vera no fuera el tipo de
persona que nos viste con trajes a juego, pero sé que Tamsin lo deseaba.
Cada vez que me cambiaba el pelo, ella cambiaba el suyo también. Si yo
empezaba a vestir de verde, ella encantaría toda su ropa del mismo tono.
Estaba tan desesperada porque fuéramos iguales que nunca se detuvo a
considerar lo fundamentalmente diferentes que éramos.
Pero eso no viene al caso. Ahora mismo, algo está pasando, algo
raro, incluso para ella. Sigue mirándome toda llorosa y con los ojos
desviados, y sus labios están agrietados. Es un indicio de que tiene un
secreto.
Tamsin es tan bondadosa que siempre quiere ser honesta y pura, y
la única manera de mantenerse callada es cerrar la boca de un mordisco. Y
ella solo se cierne sobre mí. No importa la hora, siempre está asomando la
cabeza como para comprobar que no he muerto.
No es que sea la única. La sanadora Elthe me mira como si
hubiera vuelto a la vida. Deberías haberlo visto: El momento en que abrí
los ojos, ella jadeó y se agarró el corazón como si hubiera visto un
fantasma. Aparentemente, estuve inconsciente durante casi una semana, mi
pulso era tan débil, casi inexistente. Todo el mundo esperaba que me
muriera. En cambio, se están preparando para darme de alta. Así es:
¡puedo dejar este terrible y estéril lugar!
Así que sí, aquí estoy, de vuelta entre los vivos.
Fundamentalmente no me estoy muriendo, lo cual, lo sé, es inusual para
mí. Sin embargo, mi hermana sigue mordiéndose la lengua. Está guardando
un secreto, algo más grande de lo que nunca ha guardado, y la está
comiendo viva. Amma me dijo que ha estado peleando con Leya. Y ellas
nunca se pelean. Sinceramente, es asqueroso lo unidas que están.
Aparentemente, Tamsin ha estado sentada sola, siempre golpeando su pie
en el suelo o su pluma contra la mesa, tan agitada que ya ni siquiera
participa en las lecciones. La niña de oro de Interior se ha deshecho de
repente. Pero ¿¿por qué??
Ni siquiera se ha molestado en lavarse las uñas. Están llenas de
suciedad. Quiero decir, honestamente... uno pensaría que ella se
preocuparía un poco más por las apariencias. Pero tal vez soy solo yo.
 
Tamsin y Marlena tenían doce años cuando ocurrió. En una lección
particularmente tensa, los estudiantes habían sido encargados de luchar
contra las llamas azules de un fuego encantado. El intento de Marlena la
hizo caer al suelo. Cuando Tamsin abandonó su propia llama para ayudar a
su hermana, el fuego se multiplicó por diez, hiriendo a varios estudiantes e
incinerando el escritorio del instructor.
—Eres superior —le dijo la Suma Consejera mientras Tamsin se sentaba
castigada, en las cámaras de piedra de la mujer—. Incluso en el útero, tú
sentiste el poder de tu madre, y lo tomaste para ti. —Los ojos de la Suma
Consejera bailaban con algo terriblemente cercano al orgullo—. Pero —
advirtió—, si sigues preocupándote por Marlena, nunca alcanzarás todo tu
potencial. Entonces tomaste una decisión. Debes honrarla ahora.
Pasó casi una semana, pero Marlena seguía sin despertar. La sanadora
Elthe estaba cada vez más preocupada, sus labios se apretaban en la más
fina de las líneas cada vez que Tamsin se presentaba a preguntar por su
hermana. Aunque la sanadora no lo decía en voz alta, Tamsin sabía la
verdad: su hermana iba a morir.
Marlena siempre había sido débil, comprometida incluso por el más
mínimo uso de la magia. Pero la gemela de Tamsin no era de las que se
quedaban de brazos cruzados. Ella siempre siguió adelante. Se esforzó más
de lo que debía. Terminó en la enfermería tan a menudo como dormía en su
propio dormitorio, todo mientras Tamsin seguía haciéndose más fuerte, su
resistencia más larga, su poder tangible. La magia se basa en el equilibrio,
pero las hermanas estaban tan desequilibradas como era posible.
Tamsin había apelado a la Suma Consejera, le había rogado que atendiera
a Marlena, que usara una fuente, que usara cualquier medio necesario para
despertar a su hermana. Pero la Suma Consejera se había negado.
—Uno no debe hacer escarceos con la muerte —le dijo a Tamsin, con los
labios fruncidos hacia abajo.
—Hay una regla de los retornos. Es una regla que las brujas no podemos
permitirnos romper. Porque la muerte no es amable. No entiende. Solo se
alimenta. —La mujer había sonreído a Tamsin con tristeza—. Algún día lo
entenderás.
Pero Tamsin no lo hizo.
Si tenía suficiente poder para dos personas, debería ser capaz de
compartirlo con otra. O así lo había razonado mientras pasaba horas
buscando un hechizo que le permitiera compartir su fuerza. Cuando no
encontró ninguno, Tamsin dirigió su atención a otra parte. Se escabulló de
su dormitorio al anochecer, buscando brujas ancianas en tabernas sombrías
que susurraban historias sobre Evangeline y la magia oscura. Cuando se
enteró de que Evangeline y la Suma Consejera habían sido mejores amigas,
Tamsin se coló en el estudio de la Suma Consejera, un lugar donde era de
confianza y bienvenida, y robó páginas de sus notas privadas. Cuando tuvo
todo lo que necesitaba, Tamsin le rogó a Leya que la acompañara la noche
que intentara el hechizo, pero la fuente se negó. Leya comprendió las
consecuencias que Tamsin había decidido ignorar.
Así que Tamsin se las ingenió para llevar a cabo el antiguo ritual sola.
Ella invocó la magia oscura prohibida de la arcilla fría del suelo, clavó sus
dedos en la tierra, y pronunció las temibles y cáusticas palabras que ataban
la vida de su hermana al poder de Tamsin.
Había funcionado, por un tiempo.
Y entonces llegaron las lluvias.
 
 
DIEZ
Wren
Traducido por Nemesis21
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~

 
Wren subió las escaleras de dos en dos. Incluso mientras subía pisando
fuerte, mantuvo un ojo en Tamsin casi tres metros más abajo. Claramente,
la bruja no podía molestarse con ella. Tamsin ni siquiera miraba por donde
pisaba. En cambio, su rostro estaba enterrado en ese libro. Rodeada de sus
propios secretos.
Bien.
Wren solo había estado tratando de ayudar. Pero últimamente había
comenzado a preocuparse de que estar dispuesta a ofrecer ayuda, un rasgo
que siempre había considerado una fortaleza, en realidad podría ser una
debilidad.
Cuando aceptó renunciar a su amor por su padre, pensó que estaba
eligiendo hacer algo noble. Algo bueno. Pero si su ayuda siempre dolía,
bueno, ¿qué estaba haciendo realmente?
Su pie se atascó en la escalera de piedra. Estaba escalando, eso era, una
montaña en compañía de bandidos. Bandidos. Honestamente. Y la peor
parte, Wren sabía, era que tanto como subían, tenían que volver a bajar. En
su miseria, se precipitó hacia la mujer rechoncha que tenía delante, que no
estaba tan sin aliento como ella.
—¿Por qué nos detenemos?
La mujer se encogió de hombros.
—Pregúntale. ¿Cuál es su nombre? ¿Boomer?
—Boor —dijo el hombre, jadeando levemente—. Y nos detenemos
porque estamos aquí.
Wren miró a su alrededor sin comprender.
—¿Dónde?
Boor chasqueó la lengua en voz alta, como si ella lo decepcionara.
—El palacio, muchacha. Hemos llegado al palacio.
Wren palideció.
—¿El palacio de la reina?
—No, el palacio del cerdo —espetó—. Por supuesto, el palacio de la
reina.
—Pero… —Wren apenas podía creer que ella era la única que protestaba
—. Pensé que nos ibas a llevar a Farn.
—Bueno, naturalmente puedes llegar a la ciudad de la reina desde el
palacio de la reina. —Boor suspiró con fuerza—. Santos, muchacha, eres
muy exigente para una chica que se dirige al norte. —Sus ojos se
detuvieron en los de ella con complicidad, casi como si pudiera ver la
magia moviéndose dentro de ella.
Wren se movió bajo su mirada.
—Pero… estamos a mitad de camino de una montaña.
Boor puso los ojos en blanco, su expresión pellizcada le recordaba a la de
Tamsin.
—Exactamente. ¿No te contó tu madre las historias del palacio de la
montaña? ¿Cómo gobierna la reina por encima de sus súbditos?
—Mi madre está muerta —dijo Wren sin pensar.
Boor pareció incómodo. Pateó distraídamente una escalera agrietada.
—Bueno, el palacio no está realmente en una montaña, ¿verdad? Está en
una montaña. Todos saben eso. Pero lo que no todos saben es cómo entrar
por la entrada trasera. Por suerte para ti, tienes uno de los mejores guías
turísticos de Occidente.
Buscó a tientas en la vegetación hasta que su mano se agarró a algo
sólido. Dio un fuerte tirón y una puerta del color del musgo se abrió hacia
adelante, revelando una cámara oscura. Wren miró por encima del hombro,
pero Tamsin todavía estaba muy atrás.
—¿Qué es este lugar? —Wren vaciló en la entrada de la cámara.
—Ruta de escape. En caso de revuelta. O una plaga que roba la memoria.
—La risa de Boor salió más como una tos—. Adelante, muchacha. ¿Dónde
está tu amiga?
—Ella no es mi amiga —espetó Wren.
—Está bien, está bien, sin intención de hacer daño. —Boor negó con la
cabeza y extendió las manos, protectoras.
Wren puso los ojos en blanco y salió al pasillo de piedra. Sus pasos
resonaban contra el techo bajo. El pasillo era largo y achaparrado, la luz
detrás de ellos se atenuaba a cada paso. Los viajeros más altos tuvieron que
caminar encorvados.
Algo se deslizó por el suelo, y en su terror Wren tropezó, su pie se atascó
en un hueco en la piedra. Una mano tan fría como el hielo se cerró
alrededor de su brazo. Wren chilló.
—Cálmate, ¿quieres? Estoy tratando de ayudarte.
—¿Tamsin? —Wren apenas logró evitar gritar de nuevo.
—¿Quién más podría ser?
—Oh, no lo sé, un bandido. —El tono de Wren fue mordaz.
—Oye —llegó el jadeo indignado de Boor.
—Estoy segura de que estos hombres son muy agradables —dijo Tamsin
en voz alta—. ¿Podrías callarte, por favor? —espetó ella, bajando la voz a
un susurro—. No me hacen preguntas; no les pregunto nada.
Wren se burló.
—¿No crees que quizás deberíamos? ¿Cómo sabemos que esto es incluso
un palacio? ¿Cómo supieron de esta entrada? —No podía creer que hubiera
permitido que hombres peligrosos la condujeran a través de pasadizos
oscuros. Había estado en la carretera solo unos días y ya había abandonado
su sentido habitual.
Wren sintió a la bruja moverse a su lado.
—Mira, tú eres quien los siguió hasta aquí. Sabías tan bien como yo que
necesitábamos un camino hacia adelante. Tenían una forma. Ahora deja de
hacer preguntas. Es muy irritante.
Se unieron al resto del grupo, que estaba acurrucado alrededor de una
gran puerta de acero. Boor se abrió camino hacia adelante, una cerilla
ardiendo entre sus dedos.
—No puedo creer que podamos ver el interior del palacio —susurró una
de las mujeres en voz alta a su compañera.
—Odio decepcionarlos mucho, pero no queda mucho por ver —dijo
Boor, abriendo la puerta de acero y haciendo un gesto para que el grupo
entrara. La mujer que había susurrado se apresuró a avanzar, pero Wren se
quedó atrás.
—¿No tiene guardias el palacio? ¿Crees que hay un batallón de
caballeros armados al otro lado de esta puerta listos para despedazarnos? —
Miró desesperadamente a Tamsin, que no parecía compartir su
preocupación.
—De ninguna manera. La reina huyó a su palacio de invierno antes de
que la noticia de la plaga hubiera llegado a nuestro pueblo —dijo Tamsin,
sacudiendo la cabeza ligeramente—. Este palacio está abandonado. De
todos modos, le apostaría una moneda de verdad a que estos bandidos ya
han atravesado todo el lugar y se han llevado cada cosa de valor para sí
mismos.
Cuando Wren se enteró por primera vez de la plaga por esa familia en el
camino a las afueras de Ladaugh, habían mencionado algo similar sobre la
reina y su palacio de invierno. Aun así, se quedó al final de la línea, lista
para huir por el pasillo largo y oscuro al primer indicio de peligro. Pero
todo lo que escuchó fue la carcajada maníaca de Boor.
Tamsin avanzó rápidamente, entrecerrando los ojos a la luz de los
aposentos de la reina. Wren la siguió a regañadientes, el vidrio crujiendo
bajo su bota.
—Te lo dije —dijo Tamsin mientras Wren observaba la habitación
diezmada con sus cortinas rotas y almohadas rotas, sus retratos cortados y
sus cajones saqueados.
—Está bien, entonces —dijo Boor, empujando el lomo vacío de un libro
con la punta de su bota—. Estoy fuera. Mantenga su salud, o cualquier
mentira que la gente esté ofreciendo en estos días. —Escupió ruidosamente
sobre la alfombra sucia.
—¿Eso es todo? —La voz de Tamsin era plana—. ¿Hasta aquí nos
llevas? —Suspiró oscuramente, cruzando los brazos sobre su pecho. Boor
asintió afirmativamente, luego se escabulló por las sombras del pasadizo
para tomar las monedas de otro grupo de viajeros desprevenidos.
Wren comenzaba a sentirse un poco mareada. El sabor acre de la ceniza
se quedó atrapado en la parte posterior de su garganta. Tosió, los ojos
llorosos por el terrible sabor. Mientras parpadeaba, tratando de recuperar su
concentración, su atención se fijó en una sombra de magia, espesa y negra,
enrollada como una cuerda. Se deslizó por el suelo de mármol, atrayendo la
atención de Wren hasta que no pudo ignorarlo más, sus pies se movieron
antes de que su cerebro se pusiera al día.
—¿Qué vas a…? —Detrás de ella, Wren escuchó a Tamsin suspirar,
escuchó el reticente chasquido de su capa mientras caminaba tras ella,
dejando atrás a los bandidos y sus compañeros de viaje. Wren siguió la
magia por un laberinto de pasillos con retratos enmarcados en oro y llenos
de montones de armaduras deslustradas. Incluso la gente de las pinturas
frunció el ceño ante el caos: los charcos de agua (o algo peor) en las
esquinas de los pasillos; el hedor a repollo y huevos podridos que se
pegaban a las cortinas de terciopelo, que colgaban hecha jirones; los tapices
rasgados; las espadas dobladas. Las ventanas de cristal gigantes se hicieron
añicos. Unas marañas de enredaderas de un verde intenso se abrieron paso
hacia el interior, serpenteando por los pilares de mármol. El moho negro se
hundió en las alfombras.
Entonces lo perdió de vista, en medio de los escombros. Todo estaba
envuelto en sombras. Todo estaba negro y sombrío. Después de quedarse
indefensa en medio de la alfombra esponjosa, dejó que Tamsin la empujara
a regañadientes hacia una escalera de caracol y la bajara, con los pies en
silencio contra la piedra mientras descendían.
Wren estaba teniendo problemas para mantenerse callada.
—Oh —jadeó una y otra vez mientras entraban habitación tras habitación
en ruinas. Los fantasmas de las mejores galas estaban por todas partes en el
comedor, desde los candelabros nudosos hasta los charcos de cálices de
peltre derretido y las largas mesas de madera ahora reducidas a leña. En lo
que probablemente había sido una vez la biblioteca, se encontraron con
varias piras, ahora solo cenizas. El hedor a sudor y miedo manchaba las
exuberantes alfombras, y no se podía encontrar ni un solo libro en la
interminable extensión de estantes.
La gente estaba apiñada en los rincones, sus rostros demacrados, sus
cuerpos envueltos en las cintas negras de magia oscura.
Wren y Tamsin encontraron el primer signo verdadero de vida en las
cocinas. Wren asumió que la pelea era de un animal, incluso cuando la
forma emergió de la despensa, ella todavía pensó que era un perro callejero.
No fue hasta que la cosa se enderezó que se dio cuenta de que era un niño.
—No —dijo, agarrando la muñeca de Tamsin antes de que pudiera lanzar
un hechizo. Wren dio un paso adelante y se arrodilló. El niño la miró con
recelo, con los ojos muy abiertos y la ropa ennegrecida por el hollín. Agarró
con cuidado un corazón de manzana podrido.
—Huele fatal —dijo la bruja, con la voz ahogada detrás de la manga.
Wren le lanzó una mirada feroz.
—Hola. —Le dedicó al niño una sonrisa cuidadosa—. ¿Tienes hambre?
—Los ojos del niño recorrieron su rostro con desdén. La respuesta fue tan
obvia que resultó ser grosera—. Aquí. —Wren dejó caer su saco y rebuscó
en busca de un pedazo del pan, ahora un poco duro, que Tamsin había
robado para cenar la noche anterior. Wren extendió la ofrenda con cuidado.
El niño no dijo nada. Luego se abalanzó, agarrando el pan con una mano
mientras sostenía con fuerza el corazón de la manzana con la otra—. ¿Estás
solo? —preguntó ella.
El niño negó con la cabeza, las migas volaron mientras se metía el pan en
la boca con un puño pequeño y sucio.
—Mi mamá está aquí. —Sus palabras fueron distorsionadas a través de
su mordisco gigante—. Ella está herida.
—¿Me muestras? —Wren mantuvo su voz suave. Cuidadosa. El niño la
miró y las migajas se derramaron de sus labios. Luego asintió con la cabeza.
—¿Qué estás haciendo? —susurró Tamsin con brusquedad.
—Su madre está herida. Tenemos que ayudarla.
Detrás de ella, la bruja refunfuñó.
—Realmente no. Por lo que sabes, nos llevará a un grupo de saqueadores
que usarán nuestros cuerpos como leña.
Wren se volvió, la ira hirviendo en sus venas.
—¿No tienes compasión? ¿Sin simpatía por nadie más que por ti misma?
Tamsin la miró sin comprender.
—No —dijo finalmente—. Estoy maldita. Ese era el punto.
—Bien. —Wren dejó escapar un gemido de frustración. No debería haber
esperado algo mejor de Tamsin, pero por supuesto que lo había hecho.
Siempre buscaba lo mejor en las personas, incluso cuando le daban motivos
para no hacerlo—. Entonces vete. Pero voy a ver si puedo ayudar. —Se
volvió para seguir al niño, que se había alejado corriendo, más allá de los
hornos gigantes y las canastas de frutas y verduras volcadas. El piso de la
cocina estaba lleno de pieles de cebolla podridas, huesos de pollo rotos y
montones de polvo tan espeso y gris que podrían haber sido los cadáveres
de ratones.
Wren se apresuró a perseguir al niño, que había tomado un giro a la
derecha. Algo se aflojó en su pecho cuando escuchó los pasos de Tamsin
detrás de ella. La bruja seguía refunfuñando, pero estaba allí. Wren se
volvió a tiempo para ver al niño desaparecer a través de una trampilla en el
suelo. Tamsin la agarró por la muñeca.
—No puedes hablar en serio. —Tamsin la miró con dureza—. Esto es
estúpido, incluso para ti. No sabes quién o qué podría estar acechando ahí
abajo. Es muy peligroso.
A Wren no le importó. Todo lo que podía pensar era el vacío en los ojos
del niño, la forma en que el hambre lo había despojado y debilitado.
Esperando. Ella también había sido así. Wren sabía lo que era sentir
hambre, no solo el gruñido del estómago, sino la punzada de culpa, el
miedo de merecer la enfermiza e imposible sensación. El mareo. La
desesperanza.
Ahora no podía dar la espalda. No cuando sabía tan íntimamente a qué se
enfrentaba ese niño. Wren se soltó del agarre de Tamsin que la sostenía de
la muñeca y siguió al niño a través de la trampilla.
El hedor era mucho peor abajo, acre, caliente y rancio. Wren se tensó con
cada pelea, cada resoplido, cada sollozo. La oscuridad era tan profunda que
no podía ver nada, ni siquiera con el ojo de su mente. Cuando una pequeña
llama azul cobró vida, momentáneamente perdió el rumbo.
Tamsin bajó de un salto el último peldaño de la escalera, la luz que
sostenía iluminaba el disgusto en su rostro.
—Oye. —La voz de la bruja era dura—. Para.
Wren miró hacia abajo. El niño había presionado un cuchillo de cocina
contra su cadera, la punta asomando su piel a través de la fina tela.
—Él no lo haría… —Pero Wren se apagó ante la determinación en el
rostro del niño.
—¿Qué quieres? —La voz que venía de las sombras era ronca y tenue,
como el croar de un sapo. Tamsin alzó más su luz. Wren se preparó, pero
solo iluminó el rostro de una mujer, la derrota escrita en las bolsas de color
púrpura debajo de sus ojos, en los grasientos mechones de cabello, en la
tierra que se pegaba a su ropa.
—Soy Wren. —Ella sonrió con cautela. La mujer no parecía temible, ni
el niño se había movido para romperle la piel con el cuchillo—. Solo quería
ver si podía ayudar.
La mujer se movió, con gran sacrificio. Dejó escapar un gemido,
profundo y gutural, como una cerda a punto de parir. Fue entonces cuando
Wren vio que la comparación continuaba. El vientre de la mujer estaba
hinchado, evidente incluso a través de sus muchas capas de ropa mugrienta.
—No puedes ayudarme —gimió la mujer, con una mano apoyada en su
estómago—. No hay nada que pueda ayudar ahora. Leo, ven. —Su acento
era agudo, como las mujeres de la caravana por la que habían pasado en
Ladaugh, sus vocales rápidas y apenas aparentes.
Wren sintió que el niño se movía, la presión desapareció mientras se
retiraba. Dio un paso vacilante más cerca.
—¿Estás adolorida?
La mujer gruñó. ¿O se rio? Quizás ninguno. Tal vez ambos.
—No sé. Todo lo que sé es que este bebé debía nacer hace tres semanas.
Ella todavía está ahí, pateando. No saldrá. No ahora, tal vez nunca, gracias
a esta plaga. —Ella miró sombríamente su estómago—. No puedo decir que
la culpo. —Miró a Wren—. No, muchacha, déjame en paz. No se puede
hacer nada. De todos modos, ella está más segura aquí que afuera.
La resignación de la mujer fue tan absoluta que Wren no supo qué hacer.
—Aquí. —Buscó a tientas en su bolso algunas monedas—. Toma estas,
al menos. —El cuerpo de Wren se estremeció mientras las sostenía, su
cerebro se rebelaba contra la ofrenda de su corazón. Pero la mujer le sonrió
con tristeza.
—Ah, muchacha, entonces no eres de aquí. Las monedas no te dan nada.
No hay nada que conseguir. La reina se ha ido, nos dejó morir. —Su rostro
se ensombreció—. No importó que dejara todos mis años para cocinar su
comida. Fregué sus patatas, las hice, horneé sus pasteles con pajaritos en la
corteza, y todo lo que tengo para mostrar es esta vida miserable. No confíes
en una reina, niña. Ni siquiera cuando su rostro brilla como el sol al probar
uno de tus asados. Nunca aprendas a amar a alguien intocable. Solo te
decepcionarán al final.
La garganta de Wren se apretó, y sintió que su corazón también se apretó
ante las palabras de la mujer, aunque no pudo determinar qué de ellas,
exactamente, la afectaban tanto.
—No —dijo finalmente, con la voz quebrada a pesar de sus mejores
esfuerzos—. No morirás. —Se volvió hacia Tamsin, que se retorcía las
manos con impotencia—. Detén eso —le ordenó Wren, tratando de
controlarse—. Consíguele algo de comida a esta mujer. Déjala con fuego
interminable y mantas para mantener el calor.
Tamsin abrió mucho los ojos en señal de protesta, tratando de
comunicarse sin hablar. Wren suspiró.
—Madre, no puedo ayudarte a dar a luz a tu hijo, pero puedo asegurarme
de que estés bien cuidada con la comida, las mantas y el fuego. ¿Protestarás
si estos artículos vienen de manos de brujas? —Miró a la mujer, que
parpadeó inexpresiva.
—Muchacha, no puedo moverme. No me importa de dónde venga la
ayuda, solo que así sea.
—Bien entonces. —Wren se volvió hacia Tamsin—. Eso lo resuelve.
Aquí. —Le ofreció la mano a la bruja.
—¿Para qué es eso? —Tamsin la estudió con recelo.
—Para ayudar —espetó Wren—. Sigues olvidando que puedo ayudar.
Tamsin alcanzó a Wren y sus dedos congelados se cerraron alrededor de
la palma de Wren. Wren se estremeció, tanto por la conmoción como por lo
rápido que la bruja se había resignado a ayudar. Observó cómo su magia
fluía hacia Tamsin, volviéndose del color de la arcilla. Hubo un crujido, el
sonido de una llama. Tamsin pronunció algunas palabras. La magia se
arremolinaba alrededor de la bruja y Wren, y por un momento las dos
estuvieron rodeadas por un tornado de luz. Fue extrañamente íntimo,
arruinado, por supuesto, por el ceño fruncido de Tamsin.
Objetos brotaron de su magia, instalándose alrededor de la mujer y su
hijo: montones de mantas, velas y pedernal, hogazas de pan moreno denso
aún humeante, lazos de salchichas regordetas, canastas de manzanas rojas
crujientes.
Los ojos de la mujer estaban tan abiertos que amenazaban con caerse de
su rostro. Leo, el niño, ya se había abalanzado, con una salchicha entera
colgando de su boca. Las lágrimas se derramaron por las mejillas de la
mujer.
—Gracias —dijo, con la voz quebrada—. No puedo agradecerte lo
suficiente.
—Entonces no lo hagas —dijo Wren en voz baja—. Simplemente
cuídate. —Quería prometerle una cura a la mujer, quería tranquilizarla de la
forma en que no podía tranquilizarse a sí misma. Pero no podía ofrecerle a
la mujer nada más de lo que ya le había dado. Aun así, la mujer logró
esbozar una pequeña sonrisa antes de colapsar de nuevo en lágrimas.
Wren se volvió para acompañar a Tamsin a subir la escalera, pero la
mujer la detuvo.
—Por ahí —dijo, señalando hacia la oscuridad—. Así es como trajeron
vino de contrabando desde el este. Dicen que la reina es pura de corazón. —
La mujer puso mala cara—. Pero aún ama su bebida. Hay otra trampilla que
te llevará montaña abajo y te llevará al centro de Farn. Cuídate. Aquí hay
hombres con cuchillos más afilados que mi Leo.
Ella despeinó el cabello del niño, pero el niño estaba tan sumergido en su
salchicha que no miró hacia arriba. Wren se despidió de ellos, con el
corazón apesadumbrado. Había hecho algo, pero no fue suficiente.
—Bueno, eso fue toda la producción —dijo Tamsin, moviendo su
muñeca hacia la trampilla. Una cuerda mágica se arremolinaba alrededor
del anillo de hierro y lo abrió sin esfuerzo. La luz del día inundó la
habitación oscura.
—Eso —dijo Wren, sonriendo serenamente a la bruja—. Se llamaba
bondad. Pensé que te vendría bien una lección. —Su tono era de castigo,
pero no cruel. Porque Tamsin la había ayudado, y más de buena gana de lo
que Wren esperaba. Le había recordado ese destello que había visto de
Tamsin lleno de amor, abierto, pensativo y lleno de esperanza.
Wren miró hacia abajo a través del agujero en el suelo. Los peldaños de
las escaleras colgaban de la ladera de la montaña. Se preguntó por la
dedicación de los hombres que llevaban cajas de vino hasta un punto de
entrada tan precario. Las cosas que la gente hacía por deber. Se deslizó con
cuidado sobre los peldaños, sus pies encontraron un firme apoyo, sus dedos
envolvieron la plancha con tanta fuerza como pudieron. Aún quedaba un
largo camino por recorrer.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
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A mitad de camino por la ladera de la montaña, Wren miró a Tamsin, que


estaba varios peldaños más arriba. No podía ver nada más que las suelas
gastadas de las botas de la bruja y el dobladillo de su falda polvoriento y
cubierto de rebabas. Wren tenía un nivel similar de suciedad. Había
empezado a respirar principalmente por la boca para evitar su propio olor
agridulce. Sus esperanzas aumentaban cada vez que se cruzaban con la
orilla de un río o un arroyo y, sin embargo, cada vez que se acercaba lo
suficiente al sonido del agua que corría, el lodo fangoso y burbujeante que
llenaba las orillas la desanimaba. Sin la capacidad de conjurar de Tamsin,
Wren no habría bebido ni una gota en días.
El talón de Tamsin cayó sobre los dedos de Wren. Ella gritó, soltándose
por un precario segundo para sacudir el dolor que irradiaba a través de su
mano. Tamsin estiró el cuello hacia abajo para ver qué estaba haciendo.
—¿Qué pasó?
—Me distraje. —Los dedos de Wren se habían vuelto morados.
—Algo nuevo y diferente para ti —murmuró Tamsin.
Wren le lanzó una mirada penetrante, pero continuó su descenso. Todo
estaba en silencio salvo por el aleteo de la brisa y el omnipresente murmullo
de la piedra. Últimamente, incluso el sonido de la magia se había vuelto
amargo. Donde una vez había cantado la piedra, ahora gimió. Los árboles
que habían susurrado, ahora chillaron. Incluso el agua, que solía tintinear
alegremente, como campanas o monedas de cobre, ahora sonaba con
rigidez, como hierro contra un yunque.
Después de unos minutos, Tamsin dejó de moverse y la miró.
—No robé nada de eso.
Wren parpadeó, sin seguir.
—Lo siento, ¿qué?
—La comida y las mantas que le dimos a la mujer —dijo Tamsin—. Lo
conjuré. Nuevo, solo para ella. Nunca pensé de dónde venían las cosas antes
de ti. Pero esta vez lo hice. Nadie se quedó esperando porque la ayudamos.
Wren la miró, frunciendo ligeramente el ceño.
—¿Está bien?
—Solo pensé, si estás distraída porque estás tratando de encontrar otra
forma de sermonearme, debes saber que no lo robé. —Las comisuras de la
boca de Tamsin se volvieron ligeramente hacia abajo antes de que ella
negara con la cabeza—. Fue más trabajo, mucho más, pero lo hice. Así que
realmente, realmente no necesito otro discurso, ¿de acuerdo?
—Mmm. —Wren hizo un ruido suave y evasivo. No pudo evitar sentir
que Tamsin estaba tratando de ser amable. Realmente no estaba
funcionando, pero parecía que lo estaba intentando. Eso fue algo—.
¿Quizás terminemos esta conversación cuando ambas estemos en tierra
firme?
—No hay conversación que tener —dijo Tamsin rápidamente—. Solo
pensé que deberías saberlo. No mires hacia abajo.
Por supuesto, eso fue exactamente lo que hizo Wren. Habían recorrido un
largo camino, pero la altura aún era vertiginosa.
—Sí —dijo temblorosa—, ahora me voy a centrar en estos peldaños.
Pero no fue tan simple. Comenzó a considerar a Tamsin, la forma en que
la bruja carecía de su mordisco habitual. La forma en que había sido casi
amable. Wren sabía que Tamsin le estaba ocultando secretos, el libro
encuadernado en cuero, por ejemplo, y la forma en que sus ojos se nublaban
a veces, como si estuviera mirando muy, muy lejos, su tono sarcástico era
un claro mecanismo de defensa para algún tipo de dolor, pero ahora se
preguntaba si Tamsin también tenía otros secretos. Secretos sobre sí misma,
sobre la persona que sería sin su maldición. La persona que sería si pudiera
amar.
Wren negó con la cabeza. Estaba siendo ridícula. Sacó a la bruja de su
mente, se centró en mantenerse firme y equilibrada. Le temblaban los
brazos. Su estómago gruñó. Aun así, descendieron. Cuando finalmente su
pie encontró tierra firme, Wren estaba exhausta, tanto de endurecer su
mente como de manipular su cuerpo. Tamsin saltó desde el último peldaño,
sus botas golpeando los adoquines con un ruido sordo.
Habían salido a un callejón. Los edificios que las rodeaban eran extraños,
un revoltijo de madera oscura y piedra clara, apretujados y apilados unos
sobre otros como pilas de monedas. Wren nunca había visto nada como eso.
La gente de Farn prácticamente vivía una encima de la otra, mientras que su
vecino más cercano estaba a un campo de maíz entero de distancia.
Tamsin, esquivando los charcos y la basura desechada, las condujo por
debajo de varios arcos colgantes y por pequeños escalones construidos en la
colina inclinada. Wren la siguió, mirando sus pies. Estaba inquietantemente
silenciosa. A pesar de la cantidad de edificios, parecía haber muy poca
gente en ellos. Las personas con las que se encontraron tenían los ojos
vacíos, acurrucados en los rincones, vestidos con harapos sucios, cubiertos
con sus propios enfermos. La marca negra de la plaga colgaba sobre los
afligidos como mantas. Aun así, temblaban a pesar del calor de la tarde. Sus
parches de cabello lacio y grasiento, sus huesos quebradizos, sus
expresiones en blanco, la perseguirían incluso después de su muerte.
¿Era así como se veía su padre ahora?
Con el estómago todavía retorciéndose incómodamente, Wren se
apresuró a seguir a Tamsin, que se había detenido unos buenos treinta pasos
más adelante, donde el callejón serpenteante se abría al centro de la ciudad.
Wren se detuvo a su lado.
Esto debió haber sido un mercado una vez, una plaza gigante llena de
vendedores y bienes y mercancías. Pero ahora una gran grieta había
atravesado los adoquines para crear un vasto cañón. Wren dio un paso hacia
adelante con cuidado, todavía lejos del borde, pero en un mejor punto de
vista. Muy abajo yacían los restos astillados de puestos y carros de madera,
los cadáveres de caballos y los huesos de muchas, muchas personas.
Pájaros negros gigantes, con las plumas de un azul brillante a la luz del
atardecer, volaban en círculos sobre sus cabezas. Varios encaramados en la
caja torácica gigante de un caballo, inspeccionando sus dominios. Uno tenía
una tira de carne colgando de su pico. El hedor era abrumador, el sol tan
fuerte contra el pavimento que el calor brillaba ante sus ojos.
La bilis subió a la parte posterior de la garganta de Wren. Se sintió
repentina y violentamente enferma sobre los adoquines.
—Sácame de aquí —dijo bruscamente, sin aliento, su visión se volvió
irregular mientras luchaba por llenar sus pulmones de aire—. Por favor, no
puedo mirar más. No puedo.
Tamsin puso los ojos en blanco.
—Muy bien. Debería haber adivinado que tendrías un estómago débil. —
Pero se llevó a Wren y le ofreció una esquina de su capa—. Para
enmascarar el olor. —Wren lo tomó. Si bien la capa tenía un olor a
humedad de tantos días en el camino, todavía había un indicio de la magia
de Tamsin, el mordisco de hierbas frescas.
Wren se centró en esas hierbas, enumerando todas las que pudo para
distraerse de los horrores que había visto. Romero. Eneldo. Tomillo. Sabio.
Estragón. Las plumas negras de los pájaros brillaban de azul bajo el sol.
Wren jadeó y se estremeció, tropezando detrás de Tamsin, sin saber a dónde
se dirigían, sin importarle en lo más mínimo mientras se alejaran del
agujero en el suelo y del rancio y podrido olor de los muertos.
 

 
ONCE
Tamsin
Traducido por m_Crosswalker
Corregido por Emma Bane
Editado por Mrs. Carstairs~

 
Si Tamsin no hubiera estado tan concentrada en acorralar a una Wren
sonriente y farfulladora, habría notado a los hombres. Había dos de ellos en
el callejón de enfrente, cada uno dos veces más grandes que ambas chicas
tanto en altura como en masa, sus pieles eran tan pálidas que eran casi
traslúcidas. Uno estaba doblado sobre un cadáver, rebuscando en los
bolsillos del pobre hombre. El otro estaba sacando tierra de sus uñas con un
cuchillo.
Tamsin se detuvo. Wren, con su rostro aún enterrado en la capa de
Tamsin, embistió contra ella, causando que Tamsin tropezara y maldijera.
Los hombres las miraron con interés. El del frente era alto, con cabello
largo tan rubio que parecía blanco. Estaba trenzado en espesas sogas que
fueron amarradas debajo de su barbilla como una segunda barba. El hombre
detrás de él tenía cabello castaño hasta su cintura, su barba era igual de
larga.
―¿Por qué nos detenemos…? Oh… ―Los ojos de Wren se estrecharon
cuando se percató de la escena frente a ella.
Tamsin agarró la muñeca de Wren bruscamente en advertencia, chispas
de magia se acumularon en su palma. Wren era propensa a actuar
precipitadamente en nombre de la moralidad. Estos hombres estaban
robando a los muertos. Difícilmente podías confiar en Wren para mantener
su boca cerrada. Y, de hecho, mientras se daba cuenta de lo que pasaba, su
expresión cambió de confusa a desdén. 
—¿Qué están…? ¡Auch! —El grito era para Tamsin, que había clavado
sus uñas profundamente en la carne de la chica.
—Oh, vamos, ven —dijo el hombre del cabello rubio, su acento
entrecortado, su tono de burla—. No muerdo. —Les enseñó una sonrisa
resplandeciente, más desconcertante ante la blancura excepcional de sus
dientes. Una dentadura cegadora estaba fuera de lugar respecto a la
apariencia áspera y dura del hombre. Su vestimenta estaba manchada y
desgastada, sus botas recubiertas de suciedad y usaba una serie de cuchillos
que lucían cada vez más feroces en su cinturón negro. El del cabello
castaño usaba una piel mugrienta y mate, y llevaba un arco gigante tirado
sobre su hombro.
Tamsin tragó pesadamente. El hombre rubio empuñó sus cuchillos
demasiado delicadamente como para haberlos robado, lo que significaba
que era de Oranthe, la villa invernal en el norte. Los cazadores de Oranthe
eran bien conocidos tanto por su violencia como por sus supersticiones. No
eran el tipo de hombre que querrías encontrarte en un callejón oscurecido,
por el sol que se estaba poniendo, yendo a la deriva detrás de los edificios
de piedra de la ciudad y bañando las calles con sombras.
—No deberían estar en las calles solas —dijo el del cabello oscuro—.
Necesitan a alguien que las proteja. Por suerte para ustedes, aceptamos todo
tipo de pagos. —Les dedicó una sonrisa lobuna, revelando dientes
estridentes.
—No, gracias. —Tamsin mantuvo su voz cortante e indiferente—.
Estamos bien. —Dio un paso hacia atrás, jalando a Wren con ella. Los ojos
del hombre se estrecharon y rápidamente cruzó los adoquines. Tan rápido
que Tamsin sabía que sería inútil tratar de correr más que ellos.
—¿Qué —dijo, su aliento caliente y pútrido incluso desde la distancia—,
tan bien? —Observó a Tamsin con desdén.
El rubio caminó hacia ellos sin prisa. 
—Quizás tu amiga se sienta diferente. —Sacó una mano mugrienta, sus
uñas rellenas con tierra, su piel manchada con sangre. Wren retrocedió. El
rostro del hombre se convirtió en furia y se movió para agarrarla.
Tamsin sacudió su muñeca. Las largas trenzas del hombre cayeron en un
montón sobre los adoquines. Trenzas que le habrían llevado años crecer,
incontables asesinatos que ganar. El hombre tropezó hacia atrás, sus ojos se
ampliaron, primero por el pánico al darse cuenta de que su cabello había
sido rapado, luego por la furia al darse cuenta de que fue Tamsin la que lo
había hecho.
—¡Bruja! —rugió, alcanzando el cuchillo más largo de su cinturón. Junto
a él, el hombre del cabello oscuro se había quitado el arco de su hombro.
Tamsin pestañeó rápidamente, tratando de quitarse los puntos de luz
flotante que habían aparecido en su visión como consecuencia del hechizo.
Wren tiró de su mano con urgencia, pero fue inútil. No podían esquivar a
los hombres que estaban frunciendo el ceño hacia ellas con sus armas
afuera. No fue hasta que Tamsin sintió una ráfaga de magia fluyendo por su
brazo que se dio cuenta de que Wren no estaba tratando de llevarla lejos.
Estaba tratando de ayudar. La visión de Tamsin se aclaró. El hombre de
cabello rubio, que había localizado su cuchillo preferido, se detuvo en seco,
sus ojos estaban en las manos entrelazadas de Tamsin y Wren.
—¿Qué es esto? —su gruñido se volvió una mueca mientras examinaba a
Wren con desprecio—. ¿Dejas que una bruja te toque? —Prácticamente
escupió en la dirección de Tamsin—. Y, aun así, ¿retrocedes ante mí? —Dio
un paso deliberado hacia adelante. Cuidadoso. Contenido. El momento
antes de matar.
—Mi gente está muriendo debido a ti y a los tuyos —dijo, toda su furia
dirigida ahora hacia Tamsin. Sostuvo su cuchillo con indiferencia, de un
modo que contradecía su habilidad—. Tu muerte no cambiará eso —dijo
mientras Tamsin y Wren dieron un paso hacia atrás—, pero ciertamente
hará que me sienta mejor.
Les enseñó otra sonrisa cegadora y luego se inclinó hacia adelante, la
punta de su cuchillo apuntando a la base de la garganta de Tamsin.
Tamsin no tuvo tiempo para pensar. Con una mano envuelta en la de
Wren, pronunció un largo hilo de palabras, las severas consonantes cortaban
mientras salían de su boca, y la magia fluyó a través de ella tan segura
como la sangre a través de sus venas.
El suelo debajo de los pies del hombre rubio tembló y se rompió. Ambos
hombres fueron sacudidos hacia abajo, sus figuras enormes cayendo a
través de los adoquines y golpeando el fondo del hoyo improvisado de
Tamsin con un golpe sordo tan fuerte que el suelo tembló una segunda vez.
Los hombres estaban atrapados en una versión más pequeña de la grieta
enorme de la plaza, del tamaño exacto para sus dos cuerpos gigantes y la
profundidad justa para que, incluso si uno escalaba sobre los hombros del
otro, no serían capaces de salir. Wren se apresuró hacia el borde y se asomó
a la oscuridad, pero Tamsin quedó atrás.
Sin la calidez de la magia de Wren, el frío comenzó a deslizarse en sus
huesos. La adrenalina había comenzado a irse, dejándola con la sensación
pegajosa y deslizante de equivocación. Una vez más había actuado
irracionalmente, escogiendo acción por encima de la consideración. Una
vez más, había usado su poder para herir.
Los hombres debajo estaban callados. Tamsin tragó la bilis que se
elevaba por su garganta. Pronto Wren giraría y la miraría con horror
desenmascarado. Se daría cuenta de la enormidad del poder de Tamsin y el
hecho de que no merecía usarlo, no cuando continuaba destruyendo las
vidas de tantos.
Tamsin cerró sus ojos. No podía soportar ver ese gesto particular de dolor
esparcido alrededor del rostro redondo de Wren. Antes, ella había sido solo
otra bruja para Wren. Pero eso estaba a punto de cambiar, y por alguna
extraña razón, no quería que Wren la viera por el monstruo que realmente
era.
—Ayudé, ¿verdad?
Los ojos de Tamsin se abrieron. Wren estaba mirándola ansiosamente, su
expresión amplia y esperanzada.
El estómago de Tamsin se encogió. 
—Usé tu magia, si es a lo que te refieres. —Se preparó a sí misma para la
mirada de horror que de seguro vendría cuando Wren se diera cuenta de que
había ayudado a eliminar a dos hombres.
En vez de eso, Wren sonrió de oreja a oreja. 
—Eso fue increíble. Quiero decir, estoy cansada, pero también me
siento… eufórica. Oh, tienes un poco de sangre. —Wren alcanzó la esquina
de la capa de Tamsin y la usó para quitar la raya de rojo de la muesca del
cuello de Tamsin—. Siempre me enseñaron a no herir a nadie, pero estoy
segura de que se lo merecían. ¿Está mal que me sienta de este modo? ¿Qué
es esto que estoy sintiendo? ¿Por qué estoy hablando tanto? —Su rostro
estaba sonrojado, sus hombros elevándose y cayendo con cada pequeño
intento de tomar aire.
Tamsin miró a la chica cautelosamente. Algo estaba diferente en ella.
Lucía más alta de algún modo, su rostro vívido y deslumbrante de un modo
que Tamsin nunca había notado. Lucía asentada. Presente. Viva.
Era completamente lo opuesto a lo que Tamsin había esperado. Pero la
alegría estaba allí, escrita en el rostro de Wren tan clara como el día. Un
sentimiento tan lejano de Tamsin que todo lo que podía hacer era
maravillarse ante ello.
—¿Qué? —La sonrisa de Wren desapareció un poco—. ¿Qué sucede?
—Nada —dijo Tamsin, más confiada de lo que se sentía. Si Wren no fue
disuadida por su acción, si sentía algo bueno, entonces quizás eso
significaba que Tamsin no era tan terrible como se sentía actualmente.
Quizás eso significaba que sus acciones estaban justificadas.
—La confianza te sienta bien —le dijo honestamente a la chica—. Te ves
más alta.
—¿Qué? —farfulló Wren, presionando una mano en su mejilla.
Tamsin frunció sus ojos sin comprender. 
—¿Por qué te agitas?
—Yo… —Wren la miraba boquiabierta—. Tú me acabas de hacer un
cumplido. —Su tono era acusatorio.
Tamsin dio un paso hacia atrás. 
—No lo hice. —No había tenido la intención de hacerlo, al menos. Solo
había estado haciendo una observación. Wren sí lucía mejor cuando no
estaba encorvada, cuando no estaba tocando su pelo o quitándose las
cutículas. Wren siempre estaba preocupada, por supuesto que Tamsin
notaría cuando no lo estaba.
Parecía bastante simple. No sabía por qué Wren había comenzado a
sonrojarse por todos lados. Tamsin enderezó su capa. 
—Vamos entonces.
—Espera. —Wren miró por encima de su hombro, mordiéndose el labio
mientras miraba hacia el hoyo. El corazón de Tamsin se hundió. Mientras
más miraba la chica, más segura estaba Tamsin de que Wren había
cambiado de idea sobre la situación—. ¿Crees que van a morir allí? —Wren
se giró hacia Tamsin, con preocupación en sus ojos.
—No lo sé. —La voz de Tamsin era tan suave que difícilmente pudo
oírla ella misma. No quería que Wren le diera la espalda ahora. No cuando
estaban tan cerca del Bosque. Tamsin no tenía la fuerza suficiente para
adentrarse sola. Sería demasiado fácil irse.
Wren estuvo en silencio por lo que pareció una eternidad, los ojos fijados
en el hoyo enorme de la tierra. Luego pareció tomar algún tipo de decisión,
asintiendo una vez, de forma brusca y breve. 
—Quiero su cuchillo. Con el que te cortó.
Tamsin pestañeó hacia ella sin comprender. 
—¿Por qué?
A Wren le tomó un momento responder. 
—Así no podrá volver a usarlo.
—¿Acaso sabes usar un cuchillo? —Solo podía imaginar el tipo de daño
inadvertido que Wren podría hacer con ese tipo de arma. Aun así, había
algo más, algo en ella que quería ver cómo luciría Wren sosteniendo uno.
Y así que Tamsin no esperó una respuesta. Simplemente lo llamó y la
cosa viciosa y bella flotó por los aires hacia ella como una flecha. Lo
admiró por un momento, el grabado tan delicado que solo pudo haber sido
hecho con una aguja, antes de entregárselo a Wren, que metió la hoja en su
cinturón como si siempre hubiera pertenecido a allí.
Se giraron, un silencio sorprendentemente amistoso entre ellas. Ni
Tamsin ni Wren miraron hacia atrás.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
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Estaban cerca del Bosque. Tamsin podía oírlo, el viento deslizándose


suave a través de las hojas, los nombres de las runas talladas en los troncos
retorcidos hechas por las manos de los ancestros. Era una magia ancestral,
pesada y poderosa.
Una magia que Tamsin no había esperado presenciar de nuevo.
Pasó una mano por la piel moteada de su brazo izquierdo. Se preguntó si
el Bosque la reconocería, o si habría enviado un llamado alertando al
Aquelarre de su inminente regreso. Esperaba que no fuera tan específico.
Esperaba que sintiera solo su poder y le ofreciera entrada.
Odiaba no estar segura.
—¿Qué sucede? —Wren estaba a casi diez pasos frente a ella. Tamsin no
se había dado cuenta de que había dejado de caminar.
—Nada. —Pero su tono no fue tan seguro como esperaba. Solo ofrecía la
prueba de que lo opuesto era la realidad.
Wren frunció el ceño, pero no la presionó. Apenas esperó a que Tamsin
la alcanzara antes de continuar.
Los árboles se hacían más ruidosos, sus crujidos y gemidos recordándole
a Tamsin la última vez que había hecho su camino a través del Bosque
enredado, lejos de la vida y del mundo que siempre había conocido. Lejos
del cuerpo sin vida de su hermana. Maldecida para estar siempre sola.
Seguía recordando el modo en que los árboles habían gritado mientras ella
apresuraba su paso.
Cuando Evangelina, la bruja oscura, había sido capturada usando magia
oscura, la Suma Consejera la había asesinado. Todos, incluyendo a la
misma Tamsin, habían esperado que ella tuviera el mismo destino.
Pero en vez de eso, la Suma Consejera la había desterrado. La habían
maldecido, sí, pero la habían dejado irse viva. Había tenido doce años. Una
niña. Aun así, el resto del Aquelarre la había querido muerta. Estaba segura
de que aún lo hacían.
Si trataban de asesinarla a su regreso, se preguntaba si le importaría.
Tamsin había tenido una relación frágil con la vida. Todavía le parecía
extraño estar viva mientras su hermana estaba muerta. Parecía como si la
vida de los gemelos debería ser similar al balance requerido de magia y de
tierra. Uno no estaba bien sin el otro. Uno no debería morir sin el otro. Ese
era el por qué ella había trabajado tanto en salvar la vida de Marlene.
Tamsin tropezó, desnivelada por más que sus memorias. Un bolsillo de
su capa se rasgó, como si estuviera lleno con piedras en lugar de un delgado
libro negro. Suspiró, el mensaje era claro como el día. Sacó el diario y,
efectivamente, las páginas se abrieron en una nueva entrada.
Después de lanzarle una rápida mirada a Wren, que estaba tarareando
para sí misma mientras caminaba con su rostro mirando hacia el cielo,
Tamsin regresó a las palabras de su hermana. La escritura a mano
derramada por toda la página. La tinta derramada con lágrimas.
El corazón de Tamsin se encogió. Debería haber sabido que esta página
se aproximaba. Había estado llevando la cuenta de las fechas, las páginas
que el diario escogía enseñarle. Todo llevaba a este terrible momento
cuando el mundo comenzó a despedazarse.
Quería cerrar el libro, pero la cubierta no se movería. En vez de eso miró
a las palabras de Marlene, recordándose a sí misma que todo era su culpa.
 
No quiero escribirlo. No puedo escribirlo. Porque si lo escribo,
significa que es verdad, y Amma no puede estar muerta. ¿Lo ves? Luce
ridículo, escrito en palabras. Las chicas no mueren en el Mundo Interior.
Las brujas no mueren (a menos que sean yo, pero incluso ni siquiera yo
morí a pesar de la cantidad de veces que me dijeron que mis oportunidades
eran lúgubres). Me odio a mí misma por hacer esto sobre mí. Por intentar
ser graciosa del modo que no eres cuando algo ha desgarrado tu corazón y
te ha dejado insensible. Vacío. Frío.
Ha estado lloviendo por treinta y un días, y mi mejor amiga está
muerta. Ahogada en su propia cama. Es cruel el modo en que la magia
funciona. Amma tenía clarividencia, así que nadie pensó que tendrían que
advertirle. Todos pensaron que sería la primera en salir. Pero ese día tenía
dolor de cabeza. Había venido a mi habitación, me pidió dormir en mi
cama, pero había acabado de regresar de la enfermería y no quería
recostarme en una habitación oscura. Así que la envié lejos. Lejos a una
habitación donde el agua entró por el alféizar hasta que llenó sus
pulmones.
Está muerta. Y el mundo está mal. Ha tomado una inclinación,
solo un ligero ángulo, todo afilado, incluso con toda el agua. Todo se ha
ido.
Tamsin dejó de hablar. Lo juro, pensarías que fue su mejor amiga
la que murió por el modo en que lo lleva, los ojos bordeados de rojo. Ni
siquiera le gustaba Amma. Siempre la resentía, creo, porque Amma me
«robó». No es que sea robo si vas voluntariamente. Pero Tamsin nunca
entendió, ¿verdad? No, siempre era sobre lo que ella quería. Quién pensó
que yo era. Quién ella quería que fuera. Siempre era sobre Tamsin. Nunca
era sobre mí.
Ni siquiera ha venido a verme. No es que la dejaría, pero
rechazaría a todos, incluso a La Suma Consejera, aunque por supuesto ella
no ha tenido el tiempo. Se está volviendo nerviosa, puedes notarlo. Nadie
sabe qué sucede, ni siquiera el Aquelarre. Su agarre está aflojándose. Y no
puede permitirse soltarlo.
Yo, por otro lado, no tengo más que perder.
 
—En serio, ¿qué te ocurre? —Las manos de Wren estaban en sus labios,
su expresión imposible de descifrar.
—Nada. —El tono de Tamsin era particularmente vicioso, una octava
chirriante que usualmente detenía a Wren de seguir presionando del modo
que siempre lo hacía. Las páginas de Marlene estaban cambiando; su
resentimiento ahora estaba matizado con odio. Su resentimiento era ahora
disgusto. Tamsin siempre había pensado que había hecho un buen trabajo
ocultando su culpa y aflicción sobre la muerte de Amma. Pero Marlene
había visto a través de ella.
Y no había dicho nada.
—Tamsin. —Eso fue todo lo que dijo Wren, solo su nombre, en una voz
tan paciente que hacía que quisiera gritar. Ella estaba mirando al libro aún
abierto en las manos temblorosas de Tamsin.
Tamsin merecía esta incertidumbre, el amargo sabor a miedo en su
lengua, y Wren merecía la verdad. Pero si Tamsin lograba atravesar el
Bosque, si era capaz de poner un pie en el Mundo Interior, necesitaba a
alguien a su lado. Alguien que no la mirara con temor. Con miedo.
Wren no podía saber que Tamsin era una asesina, a pesar de lo
inadvertido. Le daría la espalda, saldría corriendo de ahí, y cualquier
probabilidad de encontrar a la bruja responsable de la magia oscura se
desvanecería. Tamsin no era lo suficientemente valiente para adentrarse en
el Bosque por ella misma. Necesitaba a Wren. Lo que significaba que solo
podía ofrecerle un vistazo de su pasado.
—La última vez que una bruja usó magia oscura, una chica de mi clase
murió. Dos chicas, de hecho. —El vacío de su voz no era fingido. La dejó
caer con el diario, empujándolo en un bolsillo así desaparecería de la vista
—. Ver el mundo como es ahora, lo… lo trae de vuelta. Cada cosa horrible.
Quiero detenerlo, pero… tengo miedo.
No podía creer que lo había dicho en voz alta.
Al parecer, tampoco Wren podía creerlo. 
—¿Por qué no me lo dijiste? —Miró a Tamsin con ojos amplios, la
empatía pegándose a cada sílaba que pronunciaba. La suavidad de su tono
hacía que Tamsin se sintiera culpable. Aun así, tenía que admitir que se
sentía bien tener a alguien que no supiera la verdad. Una chica que no la
mirara como si fuera un monstruo.
—Duele demasiado —admitió finalmente Tamsin, revelando por solo un
momento la verdad—. El recuerdo. Estar aquí. Yo… —Se desvaneció
impotente, el bosque amenazador enfrente, más grande y más terrible que
sus recuerdos. Alzándose más alto que su miedo. ¿Y si los árboles no le
ofrecían entrada?
Oh, ¿pero si lo hacían?
Tamsin había nacido en el Mundo Interior, nunca se había movido a
través del Bosque en su camino hacia el mundo de la magia. No sabía qué
esperar. No podía estimar qué sucedería luego.
—Iremos juntas. —La voz de Wren no era más que un susurro, su rostro
cauteloso pero esperanzado—. Hacia el Bosque. —Le ofreció una mano a
Tamsin, que la miró inexpresiva—. No estás sola —intentó de nuevo Wren
—, no tienes por qué tener miedo.
Pero las palabras eran lo suficientemente ajenas para no tener sentido.
Tamsin estaba sola y siempre lo estaría. Era la naturaleza de su maldición.
La naturaleza de ella.
Cuando no intentó tomar la mano de Wren, esta tomó la de ella en su
lugar, y Tamsin dejó que la guiara a través del enredo de árboles.
—¿Estás lista? —Wren le dio a Tamsin una mirada significativa.
Ambas sabían que la respuesta era no. Ambas sabían que al final la
respuesta no importaba.
Su estómago se retorcía, Tamsin presionó una mano contra un tronco
anudado. Con un crujido y un gemido, las ramas comenzaron a retirarse,
girándose lejos de su toque como una mano del fuego. En vez de
encontrarse aliviada por el hecho de que los árboles estaban preparados para
ofrecerle entrada, el ser entero de Tamsin estaba cargado con un enorme y
profundo miedo.
—No sé qué es lo que encontraremos aquí —susurró, la verdad amarga
en su lengua. Le había preguntado a Leya cómo había sido caminar por
entre los árboles. A Leya le había dado un escalofrío, sin darle una
respuesta completa. Todo lo que le había ofrecido era que se sentía como si
el Bosque le estuviera haciendo dos preguntas: ¿Eres una de nosotras? y
¿Podrás sobrevivir?
—Está bien. —Los ojos de Wren eran amplios, llenos de un asombro que
Tamsin no pudo comprender. Quizás era la certeza de la fuente de su propio
poder, un concepto inimaginable para Tamsin, que solo podía pensar en sus
propios fallos. Pero luego Wren sonrió, y el anhelo en ella era tan real que
hacía que Tamsin quisiera pellizcarla—. He estado esperando toda mi vida
por descubrirlo.
—Eres afortunada —dijo Tamsin, su sarcasmo borrado por el trino de
miedo en su voz.
—Somos afortunadas —dijo Wren, apretando la mano de Tamsin.
La bruja tomó una respiración profunda, Wren enderezó sus hombros, y
ambas entraron en la sombra del Bosque.
 

 
DOCE
Wren
Traducido por Nemesis21
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~

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Estaba oscuro bajo el dosel de los árboles, la luna se asomaba a través de


las hojas gruesas en astillas lo suficientemente anchas para dar la ilusión de
luz. El silencio de la arboleda había dado paso a susurros en un idioma que
Wren no podía entender, susurros implacables que se volvían más urgentes
con cada paso que daba.
Ella estaba completamente sola ahora. Solo una niña en una arboleda, su
mano vacía, su piel fría por el fantasma del apretón de Tamsin. En el
momento en que puso un pie en el interior de los árboles, éstos fueron
arrancados. Y aunque Wren la había llamado, no había señales de los ojos
marrones de la bruja, ni una cascada de cabello oscuro y suave. Solo estaba
Wren.
Wren y magia resbaladiza y sedosa.
Había alterado algo cuando entró en el bosque. Se movía a su alrededor
como si fuera una piedra lanzando ondas en un estanque. La magia dentro
de ella se sintió atraída por la magia de este lugar. El poder dentro de ella
suplicaba pertenecer a los árboles.
Ella pensó que debería entrar en pánico. Pensó que debería tener miedo.
En cambio, algo dentro de ella se hinchó. Estaba en el Bosque Embrujado.
Era un momento con el que se había pasado la vida soñando, el tipo de
sueño que existía solo en la parte más oscura de la noche. Nunca se le había
ocurrido que un sueño así pudiera hacerse realidad. Sin embargo, aquí
estaba ella, entre los árboles. Cada paso hacia adelante la acercaba al
mundo interior. A la Tierra de Brujas.
Al lugar al que pertenecía.
Mientras más tiempo había pasado Wren en la carretera con Tamsin, y
cuanto más aprendía sobre el mundo que siempre se había negado a sí
misma, estaba más segura de que necesitaba verlo. Ella tenía que saberlo.
No más correr. Era hora de empezar a abrazar su verdadero yo.
Y Tamsin sacó a relucir su verdadero yo. Allí se estaba formando una
amabilidad tentativa. Derribar a los hombres juntas había sido emocionante,
había hecho que Wren se sintiera invencible. Le había hecho sentir que la
conexión entre ellas no era una coincidencia, que estaban destinadas a
encontrarse la una a la otra.
Y luego, antes de entrar en el bosque, todo su arduo trabajo había valido
la pena. Tamsin había compartido un secreto por su propia voluntad.
Finalmente había dejado de luchar contra Wren, había dejado de esconderse
y había ofrecido una visión momentánea de la verdadera vulnerabilidad.
Estaban progresando. Progreso hacia qué, Wren no lo sabía. Pero se sentía
como algo vasto, salvaje e importante.
Casi tan importante como la forma en que el cabello se erizó en sus
brazos, la forma en que un escalofrío le recorrió la espalda. La forma en que
la picante y cálida especia del solsticio se posó en su lengua. Su cuerpo
estaba en desacuerdo con su mente. La magia la envolvió perezosamente.
Sin embargo, no podía ceder del todo. En el fondo de su mente, la voz de su
padre se demoraba.
Advirtiéndole de la forma en que la magia se infiltraba para corromper
un alma.
Wren se detuvo ante un anillo de árboles, con los troncos cubiertos de
símbolos, tallas toscas e ininteligibles que parecían tan imposibles como
sonaban los susurros. Entre los baúles colgaba una fina capa de magia,
delgada y delicada como una telaraña. Wren lo rozó con los dedos,
buscando un indicio de dolor o calor agudo. En cambio, la magia susurró
contra su mano como una pluma sobre la piel suave.
Se movió como si se moviera a través del agua, el constante goteo de
magia la inundó. Más allá de la brillante cascada de poder, los colores se
volvieron tan nítidos que Wren pudo saborearlos. Exuberantes lavandas,
lilas, violetas, rosas ruborizadas como azúcar en polvo y azules celestes
cremosos se asentaron en su lengua.
Los árboles a su alrededor crujían y gemían, sus ramas se elevaban hacia
el cielo. Las flores silvestres a sus pies abrieron la boca para respirar
profundamente. La presencia de Wren había movido algo. Había provocado
que el Bosque Embrujado se despertara.
Cada vez que levantaba un pie, diminutos hongos venenosos estallaban
en su camino, sus rojos brillantes contra el marrón húmedo y musgoso del
suelo del bosque. Ella estaba alterando el Bosque Embrujado, dejando una
marca. Estaba exactamente donde se suponía que debía estar. El bosque la
necesitaba.
Por primera vez, Wren se sintió poderosa.
Y luego los susurros cambiaron. Sus palabras se volvieron descifrables,
los acentos familiares. Las consonantes golpearon contra la parte posterior
de los dientes. De la misma manera que su padre rodeó sus O. Su corazón
se atascó en su garganta. La fuerza que había sentido hace unos momentos
se disipó.
—¡No! —gritó la voz de su padre, y Wren supo exactamente a quién se
enfrentaba. El recuerdo se arremolinaba a su alrededor, vívido pero
inestable.
Volvía a ser una niña, de apenas ocho años, agazapada en el gallinero,
rodeada de los graznidos de las gallinas. Sus plumas se erizaron cuando ella
invadió su espacio, pero las ignoró, presionando su ojo contra un agujero en
las tablillas de madera deformadas.
Una bruja estaba en la puerta, suspirando con cansancio, ya cansada del
malhumorado y ordinario hombre que agitaba el dedo en su cara. A Wren le
había sorprendido la edad que tenía su padre. Siempre había sabido que sus
padres estaban más cerca de las edades de los abuelos de sus compañeros de
juego, que perder a su primer bebé era una pérdida que nunca habían
superado. Que había aparecido tantos años después, cuando finalmente
habían perdido toda esperanza. Pero fue duro ver el mechón de su cabello
blanco junto a la melena encantada y brillante de la bruja.
—Mi hijo fue asesinado durante el Año de las Tinieblas —insistía su
padre—. Aléjate de aquí antes de que te obligue.
Incluso Wren, que había estado acurrucada en el gallinero durante horas
ante la insistencia de su padre, con las rodillas enrojecidas por la huella de
la paja debajo de ellas, sabía que la amenaza estaba vacía. Su padre no era
un hombre cruel. Simplemente tenía miedo. Lo había tenido desde el
momento en que el granjero llamó a la puerta para hacerle saber que había
una bruja en la ciudad.
—No me quitarán otro hijo. —Su padre hervía a fuego lento y furioso,
despotricaba y deliraba, la ira volvía su rostro rubicundo y rojo. Su miedo
era tan denso que Wren casi se ahoga con él. Pero el dolor detrás de sus
ojos, su fervor frenético, fue suficiente para mantenerla en silencio a pesar
de la forma en que vio el aire crujir y brillar alrededor de la bruja. Le dolía
el pequeño corazón, tan desesperada estaba por ser descubierta. Pero la
bruja nunca miró hacia el gallinero. En cambio, suspiró
desapasionadamente. Entonces Wren parpadeó y la mujer se fue.
Mientras revivía el recuerdo, el Bosque Embrujado se oscurecía, los
colores se convertían en sombras, la noche era interminable y sofocante. De
repente le tomó un gran esfuerzo forzar sus piernas hacia adelante. El
rugido vertiginoso de los árboles resonaba en sus oídos como el furioso
batir del agua a través de una rueda. Todo era impreciso, como una nota
fuera de tono o una llama demasiado brillante. Wren quería salir
arrastrándose de su propia piel. Su corazón estaba martilleando. Y a pesar
de todo, una preocupación se abrió camino en su cabeza. Mal, parecía decir,
pero Wren no podía decir si era su entorno o ella misma lo que estaba mal.
La palabra repicaba sin cesar, como una campana, la oscuridad de su
tono recorría su cuerpo como los escarabajos que a veces se arrastraban por
las costras de pan rancio en el armario. Esto está mal. Quizás no debería
haber venido aquí. Tal vez lograría atravesar los árboles y descubriría que
las brujas no la querían en absoluto.
¿Sería castigada por haberlas evadido tanto tiempo?
Algo está mal. Wren se tapó los oídos con las manos.
—¿Qué ocurre? —Esta voz era diferente a la de su cabeza. Wren levantó
los ojos de donde estaban fijos en la hierba y jadeó al ver el contorno
brillante y reluciente de la mujer frente a ella. Era su madre, familiar en sus
anchas caderas y brazos gruesos, su cabello rojo amontonado sobre su
cabeza. Sus mejillas estaban regordetas y tenían un leve toque de rosa. Ella
parecía tan viva. Lo cual, por supuesto, no podría ser. Su padre había
quemado el cuerpo. Wren lo había ayudado a esparcir las cenizas al viento.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó su madre. Wren se mordió el
labio con tanta fuerza que sangró. Se concentró en el dolor, el olor brillante
y oxidado en su lengua. No lloraría. No podía llorar.
—Soy mágica, mamá —dijo, las palabras se le atascaron en la garganta.
Su madre la miró, resplandeciente.
—La magia mató a tu hermano, ¿sabes?
—Lo sé.
—¿Eres malvada, Wren?
—No, mamá. —Wren dio un paso adelante, pero cuando extendió una
mano hacia su madre, la atravesó. Wren sabía que era solo un truco de la
luz, una prueba de los árboles, pero la decepción aún la golpeó como una
ola.
—Entonces vete —dijo su madre, su voz ronca y aguda, su figura
brillando más rápido, como si la magia se estuviera desvaneciendo—. Da la
vuelta y vete a casa. De vuelta a tu padre. Donde perteneces.
Wren contuvo el nudo que le subía a la garganta.
—Yo también pertenezco aquí.
—Sálvate —dijo su madre. Pero no era su madre, en realidad no. Quizás
era su imagen, pero no su corazón.
—Te lo mostraré —dijo Wren, con cuidado y en silencio—. Estoy bien.
—Y aunque el arrepentimiento se arremolinaba en su pecho, aunque sintió
que su corazón se partía una y otra vez, se alejó, pasó la imagen de su
madre y se adentró más en el Bosque Embrujado.
Ahora sabía que era la única salida.
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Tamsin estaba gritando.


Wren corrió hacia ella, tropezando con ramas afiladas atascadas en la
tierra fangosa y saltando sobre troncos cuyo ancho equiparaba la altura de
ella. Cuando encontró a la bruja, los ojos de Tamsin estaban muy abiertos
por el horror, su rostro estaba pálido, su mirada fija en algo que Wren no
podía ver.
—No es real —dijo Wren en voz baja, con la mano sobre el hombro de
Tamsin—. Lo que sea que estés viendo, no es real. —Cuando Wren la tocó
ligeramente, Tamsin gritó de alarma, su rostro se arrugó por la esperanza y
la desesperación mientras miraba a la chica que tenía delante.
—Está bien —dijo Wren, su voz temblorosa revelaba lo poco que ella
misma lo creía—. Estás bien.
—No lo estoy. —La boca de Tamsin se torció con ironía, todo su cuerpo
todavía temblaba—. No lo estoy.
Wren tiró de la cola de su trenza para evitar alcanzar a la bruja.
—¿Qué te mostró? —Porque estaba claro que Tamsin se había
encontrado cara a cara con algo inquietante, algo tan horrible como lo que
Wren había enfrentado.
—Nada. —Los ojos de Tamsin se oscurecieron, su mente muy lejos,
envuelta en otro secreto que Wren no conocía.
—Vi a mi madre. —Wren aún podía ver su brillante contorno, la
esperanza en sus ojos de que Wren escuchara y abandonara su búsqueda—.
Ella me dijo que no me rindiera a mi magia. Para volver a casa con mi
padre. Y me alejé. Porque sabía que tenía que seguir adelante. La dejé atrás.
—Miró a la bruja a los ojos y la hizo aferrarse al horror de lo que había
enfrentado—. Así que no actúes como si fueras la única que ha sufrido.
Tamsin no apartó la mirada. Finalmente suspiró con resignación.
—¿Esa chica que murió? Yo soy quien la mató.
Wren sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.
—¿Qué?
—No era mi intención —dijo Tamsin, parpadeando furiosamente—.
Estaba tratando de salvar la vida de alguien.
El hecho de que Tamsin, la persona más egoísta y egocéntrica que Wren
había conocido, hubiera intentado hacer algo tan inmenso por otra persona
era tan insondable que resultaba imposible.
—De todos modos, no funcionó. Se perdieron dos vidas gracias a mi
hechizo. Y tengo que vivir con eso. Yo lo hice. —La bruja se ocupó de
ajustarse la capa, con el rostro encogido—. Nadie me dejará olvidarlo. Ni
siquiera el bosque.
Wren empezó a caminar, el cerebro zumbaba. Siempre había sospechado
que el pasado de Tamsin estaba lleno de tensiones, pero ahora se dio cuenta
de que había subestimado las profundidades del dolor de la bruja. El peso
monumental de la culpa que cargaba.
—¿Adónde vas? —Tamsin corrió tras ella.
—A sacarnos de aquí. Estos árboles no nos derrotarán. —Wren se
adelantó con la barbilla levantada y los hombros hacia atrás. Ella era
mágica y no perdería ante el Bosque Embrujado—. Apresúrate.
—Me estoy apurando —dijo Tamsin, su respiración entrecortada
mientras se esforzaba por mantener el ritmo.
—Tus piernas son más largas que las mías —dijo Wren, tratando de
mantener su voz ligera, aunque su estómago todavía estaba revuelto con la
comprensión de exactamente cuánto poder tenía Tamsin. Una cosa era verla
convocar comida o fuego. Otra cosa era imaginarla con suficiente magia
para acabar con una vida.
Se estremeció, esperando que pasara como una reacción a las sombras a
su alrededor, la brisa soplando directamente en sus caras. Los susurros de
los árboles se habían desvanecido hasta convertirse en un sordo zumbido en
sus oídos. En la distancia había puntitos de luz, brillantes y titilantes como
estrellas. La oscuridad que se había deslizado por su garganta, amenazando
con asfixiarla, estaba comenzando a disiparse. Empezaba a sentirse ella
misma de nuevo. Estable. Lo que solo podía significar que estaban casi al
otro lado.
Wren tomó la mano de Tamsin y tiró de la bruja hacia adelante,
ignorando su grito de sorpresa. Todo lo que importaba era salir del Bosque
Embrujado. Tamsin le suplicó que redujera la velocidad, pero Wren no
pudo, no lo haría, hasta que vio una brecha en los árboles, hasta que se
extrajo de sus troncos enredados y sus ramas necesitadas.
Fuera del Bosque Embrujado, la noche era fresca y tranquila. Wren dejó
caer su saco y se dio la vuelta, mareada por la libertad del amplio espacio
abierto. Lo había logrado. Estaba en la Tierra de Brujas, estaba en el mundo
Interior.
—¿Qué estás haciendo? —Tamsin liberó su mano del agarre de Wren,
todavía jadeando. Sin embargo, a pesar de su tono de desconcierto, sus ojos
se abrieron con alivio.
—Celebrando. —Lo habían hecho. Lo habían logrado. A pesar de los
horrores que había presenciado, finalmente también tenía una prueba pura e
indiscutible de que pertenecía al mundo de la magia.
—Te ves ridícula —dijo Tamsin, sus ojos recorriendo la noche vacía.
—¿No estás un poco emocionada? —Wren dejó de girar—. ¿No creciste
aquí? ¿La gente no se alegrará de verte?
—¿Satisfecha? —El rostro de Tamsin decayó, sus facciones dolían.
Parecía una persona completamente diferente. No la chica fría que se había
reído cuando Wren exigió el pago de sus huevos robados. Esta Tamsin
parecía triste. Vulnerable. Temerosa.
—Esa no es la palabra que usaría —ronroneó una voz. Wren y Tamsin se
dieron la vuelta para encontrar a una chica de su edad, con los labios
pintados de un rojo intenso y el pelo oscuro y brillante. Una capa larga y
negra le cubría los anchos hombros, dándole la cualidad de una sombra. Sus
ojos, brillantes y frenéticos, estaban fijos en Tamsin. Sus labios se curvaron
en una sonrisa maliciosa—. Oh, Tamsin. Sé que el Aquelarre llamó a todas
las brujas, pero seguramente no pensaste que eso se refería a ti también.
Wren se volvió hacia Tamsin, confundida por el tono burlón de la
extraña. Pero Tamsin no miró a Wren a los ojos. Ella miró al frente, su
rostro aún más pálido que de costumbre. Parecía resignada, una emoción
tan completamente extraña en su rostro usualmente presumido.
—Leya. —Algo oscuro y pesado flotaba en el aire entre la bruja y la
extraña. Wren se encontró desesperada por captar la atención de Tamsin,
pero no miró en su dirección—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Yo vivo aquí, ¿recuerdas?
Tamsin cambió su peso con torpeza.
—Me refiero a la frontera.
—Vera me pidió que la acompañara durante su patrulla. Nunca se sabe
quién podría caminar por el bosque. —Leya hizo girar un rizo oscuro
alrededor de su dedo—. Ahora trabajo para el Aquelarre.
Tamsin palideció.
—¿Vera está aquí?
Antes de que Leya pudiera responder, apareció una mujer donde no había
habido una mujer antes. Se movió rápidamente por la hierba con pasos
largos y cortos. La mujer era muy hermosa y absolutamente aterradora. Su
magia se enroscó sobre ella, menos como una cinta y más como una cuerda.
Gruesa. Robusta. Fuerte, quizás demasiado fuerte.
Ella era la bruja en la historia de toda la gente común, la que encantaba a
los padres mientras robaba bebés de sus camas, que tenía un rostro hermoso
pero un corazón frío y podrido. Parecía como si pudiera morder el acero.
—Tamsin. —La mujer finalmente habló con una voz tan exuberante
como el vino envenenado—. Te ves… bien. —Sus ojos se detuvieron en la
falda embarrada y el cabello enredado de Tamsin. Wren reconoció la
expresión de la mandíbula de Tamsin, el fuego desafiante en sus ojos. Sus
defensas estaban altas. Esta no era una mujer en la que confiara.
—Suma Consejera. —Tamsin asintió con deferencia a la mujer. Su voz
estaba extrañamente estrangulada.
—¡Oh, vamos! —dijo la mujer, sus labios rojo sangre se curvaron en una
sonrisa depredadora—. ¿Esa es la forma de saludar a tu madre?
 
TRECE
Tamsin
Traducido por ~Kvothe🗡
Corregido por Lyn♡
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Estaba oscuro en la torre, las sombras negras de la noche se filtraban a
través del suelo de piedra gris, sin embargo, Tamsin no necesitaba una
antorcha. Podría haber mantenido los ojos cerrados por lo bien que conocía
los giros y vueltas desde la puerta principal de la academia hasta las
cámaras del Alto Consejero. 
Tamsin pasó una mano contra la pared fría y curva, sus dedos arrastrando
la forma en que sus pies querían mientras seguía los pasos recortados de su
madre; izquierda, derecha, derecha, después otra vez a la izquierda antes de
ascender un sinuoso conjunto de escaleras. 
Había tenido que dejar a Wren en el Gran Salón para enfrentarse a los
Seis sola. Esas seis brujas antiguas eran todo lo que quedaba de la vieja
guardia, los líderes antes de que Vera y sus amigos derribaran a la bruja
oscura Evangeline y fundaran el Aquelarre. Los Seis siempre habían sido
performativos; después de todo, su negligencia fue la razón por la que
Evangeline había logrado invocar magia oscura en primer lugar. Eran
testaferros del poder sin seguimiento. La ley mágica no fue dictada ni
aplicada, por lo que las brujas vagaban libres, aprovechándose de la gente
común y de los demás por igual. Los Seis habían vivido con magia tanto
tiempo que habían olvidado que podía corromperse. Podía inspirar el caos.
Podía destruir. 
Después de Evangeline, los Seis habían cedido el control del Interior al
Aquelarre. Fueron llamados para ayudar en las raras ocasiones en el
Aquelarre no podía. Con Vera distraída por Tamsin, y el resto del Aquelarre
cazando a la bruja oscura, les quedaba a los Seis interrogar a Wren, una
chica sin marca que había caminado por el Bosque. Tamsin quería estar allí
con ella. Pero lo que Tamsin quería no importaba cuando se enfrentaba a su
madre. 
Por supuesto que Vera la había estado esperando. Tamsin había sido tonta
al creer que podía regresar a Interior y de alguna manera evadir a todas las
personas que tan desesperadamente deseaba evitar. La Suma Consejera
sabía todo lo que sucedía en Interior. Naturalmente, ella sabría quién venía
a través del Bosque. 
De vuelta en los sagrados pasillos de la academia, Tamsin estaba casi
asfixiada por sus recuerdos. No podía escapar de su pasado, ni siquiera en
su presente mientras seguía a su madre cada vez más arriba por las escaleras
caracol. El Bosque había reverberado con los gritos de Amma. Le había
mostrado el contorno brillante del cuerpo de Marlena cayendo al suelo.
Entonces se había enfrentado a Leya, su sonrisa engreída y los ojos
brillantes que Tamsin había amado cuando tenía un corazón. Se merecía el
veneno de Leya. Se habían separado mal. Tamsin le había pedido a Leya
que lo sacrificara todo, pero no le había ofrecido nada a cambio. 
Había estado tan consumida con Marlena que había olvidado cómo
preocuparse por los demás.
Vera tocó la manija de una puerta de piedra gris y susurró una palabra
tranquila. Una cerradura hizo clic y la puerta se abrió, revelando sus
cámaras privadas. La antecámara albergaba dos puertas más, ambas hechas
de madera. A la izquierda estaba la oficina de Vera donde trabajaba y
disciplinaba. A la derecha estaba su dormitorio, con su enorme cama con
dosel y bañera de oro. Tamsin y Marlena habían dormido en su habitación
cuando eran niñas, pero una vez que su magia hizo su aparición, se les
asignaron camas en los dormitorios con los otros estudiantes. 
En lugar de instalarse en su cámara personal y dejar de tomar cualquiera
de sus numerosos sillones de felpa, Vera introdujo a Tamsin en su estudio,
indicándole que se sentara en la silla de respaldo recto reservada para
aquellos que se enfrentaban a la ira de Vera. 
—Estaré contigo en breve —dijo, mostrando a su hija una sonrisa que
solo eran dientes. Y luego cerró la puerta detrás de ella. 
La habitación era más pequeña de lo que Tamsin había recordado, el aire
rancio. Los estantes altos todavía estaban abarrotados de libros; el plumero
de plumas de cuervo de su madre todavía estaba en el amplio escritorio. La
capa favorita de Vera, hecha de terciopelo negro como la medianoche,
colgaba de una clavija cerca de la puerta. Pero las sillas se habían movido
varios centímetros a la izquierda, el ladrillo de la chimenea reemplazado
por piedra. Las cintas que Vera quemó ahora estaban hechas de cera blanca
en lugar de la negra que una vez había preferido. Cosas pequeñas, apenas
perceptibles. Pero Tamsin las notó todas. 
Cinco años habían cambiado la habitación, en la forma en que ella
también había cambiado. 
Se estremeció en su silla, el borde afilado del diario de Marlena cavando
en su cadera. Sacó el pequeño libro negro, lo dio vuelta en sus manos.
Tamsin nunca había imaginado que estaría aquí de nuevo, sofocándose en la
pequeña habitación de la torre, enfrentando cada terrible decisión que había
tomado. Corrió un dedo a través de los bordes irregulares del diario, su
corazón se hundió cuando se abrió. 
Otra vez no. Ahora no. Aquí no.
Pero no podía no mirar. La curva de la letra de su hermana era como un
hechizo persuadiéndola a acercarse, atrayéndola más cerca. 
 
No vas a creer esto (por supuesto que no lo harás; solo eres un
diario), pero alguien del Interior está usando magia oscura. Las lluvias, los
incendios, el temblor, la muerte de Amma. Todo es consecuencia de un
hechizo. La decisión estúpida y egoísta de alguien, su necesidad de poder,
es la razón por la que mi mejor amiga está muerta. Estoy tan furiosa que
estoy temblando.
Vera se está cayendo a pedazos. Ella ha estado encerrada en su
estudio; ha dejado de presentarse a clases. No importa lo que aprendamos
si el mundo va a terminar. E incluso si el mundo no termina, el mundo de
Vera podría hacerlo. Ella pensó que Evangeline era la peor de las cosas.
Ella y el Aquelarre han estado trabajando tan duro para construir un nuevo
mundo, para ganarse la confianza de la gente común nuevamente. Pero ya
se está deshaciendo, y bajo su reinado.
La única bendición es que la magia oscura no se ha extendido
más allá del Bosque. El mundo Más Allá aún no sabe lo que está
sucediendo en el Mundo Interior. Así que, naturalmente, Vera convocó a
Arwyn a casa para poner fin a esto de una vez por todas. Así es, el miembro
más aterrador del Aquelarre está de vuelta, con sus ojos brillantes de
esmeralda y su sonrisa tan afilada como cuchillos.
No envidio a quien sea responsable de este lío. Quienquiera que
sea, Arwyn los rastreará con su nariz inquietantemente sintonizada y su
horrible ejército de esqueletos. Y luego, una vez que se encuentre a la bruja
oscura, tendrán que enfrentar la ira de mi madre, una mujer aterrorizada
de perder su posición de poder.
Me pregunto si la matarán.
Y digo «la» porque sé quién lo hizo. Bueno, creo que sí, de todos
modos. Puede que no estemos muy cerca en estos días, pero todavía puedo
decir cuándo Tamsin está ocultando algo. Y ella es un desastre. Durmiendo
todo el tiempo, su poder desvaneciéndose dentro y fuera. Parece
demacrada, como si de repente estuviera envejecida cien años. Ella es
culpable de algo. Esta es la única explicación.
Mi hermana es la razón por la que mi mejor amiga está muerta, y
para ser honesta, estoy teniendo dificultades para convencerme de que ella
no merece lo que se le viene encima. Amma está muerta por algo que hizo
Tamsin.
Pero lo que no entiendo es por qué. No tiene ningún sentido.
Tamsin tiene más poder en su mano izquierda que el resto de nuestra clase
junta. Ella no necesita magia oscura. Ella nunca usaría magia oscura,
porque eso sería romper una regla, y Tamsin es tan pegajosa para las
reglas que me dan ganas de gritar. Pero esto… esto es algo completamente
diferente.
¿Qué esconde mi hermana? ¿Qué hizo Tamsin?
 
Era la misma pregunta que su madre le había hecho cuando Arwyn la
llevó al Gran Salón, arrojando a Tamsin, de doce años, al suelo de mármol
frente a los otros miembros del Aquelarre.
—¿Qué hiciste? —Los dedos de Vera habían cavado tan profundamente
en la piel de Tamsin mientras marchaba con su hija por la interminable
escalera a sus cámaras, que Tamsin había tenido moretones durante
semanas. Vera había arrojado a su hija a una silla y se había alumbrado con
las grietas ya evidentes en su habitual expresión prístina. 
—Ella iba a morir. —La voz de Tamsin era pequeña.
—Te dije que no. —Las palabras de su madre fueron lo suficientemente
agudas como para cortar la piel, pero Tamsin ni siquiera se estremeció—.
¿Crees que esto fue fácil para mí, sabiendo que mi hija iba a morir? ¿Crees
que eres la única que se preocupa por ella?
—Pe… pero —tartamudeó Tamsin, con la voz ronca—. Tú no…
—No podía —espetó Vera—. Yo quería. Pero te lo dije: No
incursionamos en la muerte. —La cara de su madre estaba llena de dolor—.
Me has puesto en una posición terrible, ¿lo sabes? ¿Tienes alguna idea de lo
que sucederá cuando esto salga? Mi hija, mi niña, la razón de toda esta
destrucción. Me expulsarán. Te matarán. ¿Te detuviste a pensar? ¿Alguna
vez piensas? —Pero su voz había perdido su filo—. Con una decisión
estúpida y tonta, me has quitado a mis dos hijas. 
—¿De qué estás hablando? Marlena está viva.
Vera frunció los labios.
—Cuando rompamos el vínculo entre ustedes, y lo romperemos —dijo,
deteniendo las protestas de Tamsin incluso antes de abrir la boca—,
Marlena no sobrevivirá. Tu magia es lo único que la mantiene viva. Cuando
se rompa el vínculo, la perderemos de nuevo. Y tú, bueno... —Vera se
ocupó de los papeles sobre su escritorio—. Tampoco creo que el Aquelarre
te permita vivir.
Sin embargo, aquí estaba, cinco años después, una serie de recuerdos,
culpa y maldad. Tamsin había sobrevivido. Su hermana no. Y ella cargaba
con eso todos los días de su vida.
La puerta se abrió y la Suma Consejera volvió a entrar. Se apoyó contra
la esquina de su escritorio, y por un momento no dijo nada, simplemente
miró a su hija. 
—Qué…
—Yo…
Hablaron al mismo tiempo, luego hicieron una pausa, avergonzadas. Sus
palabras cayeron entre sí como cuerpos chocando. La habitación estaba
desequilibrada. No eran madre e hija; eran dos extrañas. No sabían qué
decir.
—Me alegro de que estés aquí —logró decir Vera, con sus uñas
golpeando contra el escritorio. 
Tamsin apenas pudo contener su conmoción. Su madre había sido la que
lanzó su maldición, la que la empujó al Bosque, diciéndole en términos
inequívocos que nunca regresara. Por supuesto, eso había sido una bondad,
ya que ella había perdonado a su hija de la muerte. Aun así, Tamsin nunca
había podido sacudirse la sensación de que la muerte podría haber sido la
opción más amable. Cinco años de culpa fueron suficientes para drenar la
voluntad de vivir de cualquier persona, ya sea que pudieran sentir amor o
no.
Pero luego tomó la cara de su madre, realmente miró. Vio arrugas
alrededor de la boca de Vera. Su madre siempre se había visto prístina: su
cabello negro brillante, sus labios rojos vivos, uñas largas, mejillas
enrojecidas, debido a los numerosos hechizos que la mantenían joven y
hermosa. Pero había una grieta en su composición, notable solo de cerca.
Algo andaba mal. Algo estaba destrozando a su madre. 
—No hice esto, si eso es lo que estás pensando. La magia oscura. Yo no
lo haría. —Tamsin odiaba lo pequeña que sonaba. Sentada allí frente a su
madre, se sintió como una niña. 
Vera sonrió triste.
—¿Qué? —La expresión de su madre era inquietante. Como si hubiera
más en la historia de lo que ya había sucedido—. Mírate —dijo Vera,
levantando una mano para acariciar la mejilla de Tamsin.
Tamsin la miró fijamente, la mano de Vera como el viento sobre su piel.
No sintió ningún deseo de saludar a su madre de una manera similar. Ni
siquiera podía reunir una sonrisa. 
—No hice esto —dijo de nuevo, su voz más fuerte esta vez. Implorando.
Necesitaba que Vera entendiera. Ella era diferente. Ella era constante. Ella
era cuidadosa—. Quiero ayudar. ¿Quién mejor para encontrar a la bruja
oscura que yo?
Su madre le dio una mirada penetrante.
—¿Quién realmente? 
—Yo sería una ventaja. Una ayuda. He sido testigo de los horrores que
este hechizo ha provocado. Lo veo ahora. Lo entiendo. Sé que lo que hice
estuvo mal. Déjame arreglarlo. Déjame ayudar. —Sus nudillos estaban
blancos, sus uñas presionadas tan profundamente en la carne de sus palmas
que los pliegues probablemente persistirían durante horas.
Mientras tanto, la cara de Vera no dejó ver nada.
—Me alegro de que te sientas así —dijo al final, con los ojos puestos en
Tamsin—. Porque necesito tu ayuda.
—¿La necesitas? —Tamsin se sentó hacia adelante en su silla, el temor
olvidado. Ella había apelado contra su madre, y en lugar de rechazarla,
como había temido, su madre le estaba dando la bienvenida.
—Tengo conocimientos —dijo Vera—, que amenazan mi posición como
Suma Consejera. Si se descubriera, perdería todo lo que he pasado mi vida
construyendo: el mejor mundo donde nuestro poder es mayor que la
moneda, más fuerte que el amor, esencial de una manera que no se puede
negar. —Hizo una pausa, dejando que sus palabras colgaran pesadas en el
aire viciado—. Sé quién es la bruja oscura.
Tamsin la dejó exhalar lentamente mientras las palabras de su madre se
hundían.
—Entonces, ¿por qué no has detenido esto? —La peste, la magia oscura,
todo podría terminar tan pronto como Vera dijera la palabra. La forma en
que lo había hecho cuando había sido el hechizo de Tamsin. Cuando había
sido Evangeline. 
Vera había inculcado un entendimiento en sus hijas de que el destino de
Mundo Interior era digno del sacrificio final. Evangeline había sido la
mejor amiga de Vera, Tamsin su hija. Al final, no había importado. Mundo
Interior era más importante que el individual, más grande que la familia.
Las decisiones que Vera había tomado para la vida de Marlena, para el
futuro de Tamsin, eran prueba de ello.
La vacilación se extendía por la cara de Vera como una máscara. Su
incertidumbre la hacía parecer pequeña.
—No puedo. 
Fue estremecedor escuchar esa frase de la líder del Aquelarre. Su madre
era la bruja más poderosa del mundo. Ella podía hacer cualquier cosa.
—¿Por qué no? —La voz de Tamsin era tan tranquila que no estaba
segura de haber hablado en voz alta. 
—Porque este fue mi error. Un error de cálculo. —Vera se apartó de su
escritorio y se movió hacia sus estanterías. Se mantuvo de espaldas a
Tamsin, sus dedos cepillando las portadas de los libros que contenían
hechizos que eran tan antiguos como el mundo—. Cuando eres la Suma
Consejera del Aquelarre, tu lealtad debe estar con todas las brujas —dijo,
tirando de un libro delgado del estante superior y revoloteando ociosamente
a través de las páginas—. Pero cuando eres madre… —Se agazapo,
luciendo incómoda—. A veces tus prioridades cambian. 
Tamsin frunció el ceño. Vera nunca había parecido particularmente
interesada en ser madre. Ciertamente, ella había sido en la vida de sus hijas,
como su maestra, una figura de autoridad, incluso una mentora. Pero no una
madre. Su relación no era cálida. Tamsin era una persona, nacida de otra
persona, valorada y apreciada por su poder. Nada más.
—Pero no me contactaste. Ni una sola vez en cinco años escuché de ti. 
Vera cerró el libro y se lo agarró al pecho.
—Sabía que seguirías tu camino. Eres fuerte. Siempre ibas a sobrevivir.
Tu hermana, sin embargo… Ella se alejó de nuevo, con los ojos muy lejos. 
—No lo hizo. —Tamsin odiaba lo amargada que sonaba. No fue culpa de
Vera que Marlena estuviera muerta. Era suya. Sus decisiones precipitadas y
su necesidad desesperada de ser amada habían hecho esto. Y pasara lo que
pasara, siempre tendría que llevarlo, como una piedra en el bolsillo, con
cada paso que daba en esta tierra. 
—Lo siento —dijo Vera, sus ojos todavía se enfocaban en las estrellas
que brillaban fuera de la pequeña ventana de la torre—. Era la única
manera. La única forma en que la vida Interior podría continuar como de
costumbre. 
Tamsin sabía que estaba hablando de su negativa a salvar a Marlena.
Tamsin vio el razonamiento de su madre a pesar del hecho de que no lo
entendía. Uno no podía venir antes que muchos. Como Vera había dicho, su
lealtad tenía que estar con todas las brujas. 
—Fue mi culpa —susurró Tamsin, con el aliento enganchado en el
pecho.
Vera dejó el libro en su escritorio.
—No, Tamsin, fue mía. No podías quedarte aquí. Tú lo sabías. Te
habrían matado. Debería haberte matado, pero eras tan joven. Tenías tanto
potencial, y… eras mi hija. No podía soportar perderte. Así que te envié
lejos.
—Me lo merecía —dijo Tamsin, y las palabras se sintieron bien.
Honestas—. La maté. A Amma, también.
Vera suspiró, pasando una mano a través de su río de rizos.
—Me temo que no es tan simple. —Juró oscuramente bajo su aliento—.
Esperaba que esto fuera más fácil, pero no hay tiempo para hacerlo bien. —
Exhaló bruscamente, moviéndose hacia atrás para pararse frente a su hija,
su expresión arrepentida.
—Tamsin… —La voz de su madre tembló—. La bruja oscura es
Marlena. Tu hermana no está muerta. 
 
CATORCE
Wren
Traducido por Medusa
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Las muñecas de Wren fueron atadas, con las rodillas apretadas contra un
suelo de mármol implacable.  Parpadeó adormilada en la habitación
tenuemente iluminada, tratando de que sus ojos se acostumbraran.  Era
enorme, con techos abovedados, ventanas altas y columnas
ornamentadas.  El techo alto creaba una cámara de sonido imposible: la
música, los chillidos, el lirismo de hechizos pasados, rebotando sobre las
vigas en una cacofonía tan caótica y chirriante que Wren quiso taparse los
oídos con las manos y salir corriendo de la habitación gritando.
En cambio, respiró hondo, tratando de calmar los nervios que
revoloteaban en su pecho. La oscuridad era pesada y espesa a pesar de los
cientos de cirios que cubrían las paredes. Aunque cada vela goteaba cera, el
fuego tarareaba una melodía que le decía a Wren que la llama nunca llegaría
al final de la mecha. La luz nunca se apagaría.
Wren se movió, volviendo su atención a los casi veinte brujos que se
filtraban en la habitación. Algunos, con la magia de los colores del arcoíris,
se alineaban en las paredes de piedra, con ojos curiosos y expresiones
apagadas.  Otros eran más estoicos, su magia más antigua, menos colorida
pero más refinada, grises como el cielo o la piedra.
Los Seis con magia antigua estaban directamente frente a ella. La nariz
de Wren estaba abrumada por los fuertes aromas de su poder (lluvia,
relámpagos, higos, papel, sudor y hierro, respectivamente), y sus ojos
flotaban con los relucientes y protectores encantamientos que llevaban
como capas.  Si tuviera que adivinar, ubicaría sus edades entre cien y
trescientos años.
Wren se retorció dentro de sus ataduras, sus oídos zumbaban. La magia
sobrante seguía pinchándola amenazadoramente, como hierros de
fuego. Ella estaba en la Tierra de Brujas, pero no se parecía en nada a lo que
había imaginado.  Se había imaginado llegar con gracia, exudando
confianza, su poder hablando por sí mismo. En cambio, estaba sucia, atada
y rota.
Deseó que Tamsin estuviera con ella. También esperaba no volver a ver a
Tamsin nunca más.  Respiró hondo, tratando de calmar los nervios que
revoloteaban en su pecho. ¿Cómo pudo Tamsin haber mantenido a su madre
en secreto?
Incluso las brujas tienen madres, Wren.  Prácticamente podía oír la
expresión plana de Tamsin, podía imaginarse perfectamente el giro de sus
ojos.  No era como si Wren hubiera asumido que Tamsin
compartiría todos sus secretos. Lo que fue sorprendente fue la magnitud de
los secretos, la verdad del pasado de Tamsin.  Todavía había tantas cosas
sobre Tamsin que no sabía.
Las muchas preguntas de Wren fueron silenciadas cuando vio a los seis
brujos antiguos que todavía la miraban con sospecha.
—Esta reunión de los Seis entra en sesión. —El brujo que olía a papel
habló.  Era un anciano arrugado casi encorvado, sus ojos de un blanco
lechoso.  Era quizás la persona más vieja que Wren había visto en su
vida. Sin embargo, su voz era fuerte.
—No te reconozco —resopló el anciano—, aunque, por supuesto, se sabe
que mi memoria falla. —Dos de los seis intercambiaron miradas
significativas—. ¿Quién eres y qué estás haciendo con la desterrada bruja
Tamsin?
Wren no pudo hacer nada más que mirarlo
boquiabierta. ¿Desterrada?  Trató de alcanzar su trenza, pero sus muñecas
estaban atadas, la magia caliente contra su piel.
—¿Bien? —preguntó el anciano.
Wren estaba teniendo dificultades para encontrar su voz.
—Ella logró atravesar el bosque, Barrow —dijo una mujer de cabello
gris, su voz más paciente de lo que sugería su expresión—. Eso significa
que ella es mágica.  La única pregunta es, ¿de qué tipo? —Volvió su
atención a Wren—. ¿Cuál es tu nombre?
—Wren —se las arregló para decir.
—Bueno, Wren —dijo la mujer—, ¿eres una bruja?
Wren recorrió la habitación con la mirada. Ella respiró hondo. 
—No —dijo finalmente.
Los susurros se abrieron paso por el pasillo.
—Leya —llamó una segunda mujer de pelo gris—. Ven aquí.
Leya, la chica de labios rojos que las había encontrado en la frontera, dio
un paso adelante, estudiando a Wren con interés.  Un aura de magia, un
espectro completo de colores, diferente de las hebras individuales poseídas
por las brujas, colgaba perezosamente sobre su cabeza como una
corona. No había duda: Leya era una fuente.
No fue hasta que los ojos marrones de la chica se deslizaron hacia el
mismo espacio sobre la cabeza de Wren que Wren recordó que Leya, como
fuente, también podía ver la magia de Wren.
La fuente dio un paso adelante, rodeando a Wren de forma
depredadora. Se tocó los labios rojos con un dedo teatralmente. Los nervios
revoloteaban en el estómago de Wren.  Toda su vida había escondido su
verdadero yo de su padre, del mundo. Ahora sería revelada ante una sala
entera llena de brujas.
Leya dejó de moverse. Difícilmente podría ser mayor que Tamsin.  Sus
ojos eran calculadores, pero no del todo desagradables.  Cuando extendió
una mano para tocar a Wren, los labios de Leya se arquearon hacia abajo,
como si se disculpara.
Se movió, más rápido que un rayo, para envolver su mano alrededor de la
muñeca de Wren. Hubo una sacudida en la sangre de Wren. Los dedos de la
fuente eran como fuego. La magia de Wren se deslizó hacia ella como una
serpiente, haciendo que su piel se retorciera.  Leya hizo un pequeño y
pensativo sonido, luego soltó el brazo de Wren, dejando atrás el persistente
aroma de la espuma del océano y la luz de las estrellas.
—Ella es una fuente. —Leya se volvió hacia los Seis—. Lo
suficientemente fuerte, pero muy indisciplinada.
Los seis brujos estallaron en una ráfaga de susurros acalorados, sus voces
rebotando siniestramente en las paredes de mármol negro. Pero Wren solo
tenía ojos para Leya, su mandíbula orgullosa, la energía inquieta en sus
manos.  Las dos tenían el mismo poder, pero habían tenido vidas muy
diferentes. Wren se había mantenido oculta a sí misma y a su magia. Leya
había sido moldeada por el Aquelarre. Era como mirar un reflejo en el agua
ondulada. Un destello de lo que podría haber sido Wren.
—Tranquilícense. —La bruja de cabello gris que había hablado primero
estaba de pie, con las manos levantadas. El pasillo quedó en silencio.  La
bruja se volvió hacia Wren—. Ahora que sabemos qué eres, ¿por qué no nos
dices qué estás haciendo aquí?
Wren miró desesperadamente alrededor de la habitación en busca de una
cara amiga. Una vez más, deseó que Tamsin estuviera allí, armada con un
golpe rápido o un comentario severo.  En cambio, estaba sola,
completamente fuera de su alcance. Todo lo que tenía era la verdad. 
—Tamsin y yo estamos aquí para cazar.
Leya dejó escapar un pequeño balbuceo de incredulidad.
La mujer de cabello gris levantó una mano. 
—¿Lo están? —Miró a Wren con cauteloso interés—. ¿Y por qué
deberíamos permitirte cazar?  ¿Una bruja desterrada y una fuente no
registrada?
Wren tragó. No le gustó la forma en que la mujer había dicho la palabra
no registrado.  La hacía sonar como una criminal. Alguien que había sido
intencionalmente negligente en lugar de partirse en dos, la mitad de su
corazón con la magia dentro de ella, la otra mitad con su temible padre.
—Porque somos un equipo, unidos por un contrato mágicamente
vinculante. No tenemos más remedio que cazar. A menos que quieras sumar
nuestras vidas al recuento de muertos de tu bruja oscura. —Su voz
temblaba, su corazón latía como el frenético aleteo de las alas de una
polilla. Apenas podía creer el descaro de sus palabras. Más que eso, apenas
podía creer la verdad de ellas.
Los susurros se acumulaban unos sobre otros como la lluvia durante una
tormenta de verano.
—Muy bien. —La primera mujer apretó las yemas de los dedos—. Se te
permitirá cazar. —El corazón de Wren se hinchó—. Pero hemos llegado a
otro veredicto: cuando la bruja oscura haya sido vencida, regresarás aquí
para comenzar tu entrenamiento.  A partir de este día, no podrás atravesar
los árboles y regresar al mundo de la gente común. Tu único lugar será aquí,
dentro.
Wren se quedó paralizada, con las palmas de las manos sudorosas y
frías. 
—¿Las fuentes no pueden dejar el mundo Interior?
Odiaba la forma en que le temblaba la voz, tan débil que caía plana
contra el suelo de mármol oscuro.
La bruja enarcó una ceja blanca. 
—Se permite que las  fuentes  se vayan, salvo aprobación.  Tú, sin
embargo, no.
Wren la miró boquiabierta. 
—¿Por qué?
—Porque nos negaste tu poder. Las fuentes son peligrosas, Wren. Seguro
que conoces las historias. Incluso la gente corriente las dice. Tu poder hizo
posible el ascenso de la bruja oscura Evangeline. Las fuentes permiten que
las brujas utilicen la magia sin consecuencias. Sin sentir los efectos de sus
hechizos, las brujas se vuelven codiciosas.  Luego recurren a la magia
oscura por su facilidad, sin importar el costo. Necesitamos asegurarnos de
que estés debidamente protegida tanto de las brujas como de ti misma. Para
hacer eso, debes permanecer dentro.
—Pero… —Wren recorrió la habitación en busca de una pizca de
simpatía. Ella estaba siendo culpada por las acciones de una bruja. Pero los
ojos de los Seis la atravesaron. Los ojos de Leya no se encontraron con los
suyos.
—No hay nada más que decir. —La bruja tosió con delicadeza—. ¿Estás
de acuerdo en servir al Aquelarre?
Ahora, cuando ella no los quería, Wren podía sentir cada ojo en la
habitación.
Una vez que ya no amara a su padre, ¿tendría derecho a dejarlo
también?  Se sintió mal estar de acuerdo.  Renunciar a la posibilidad de
volver a verlo. Pero cuando miró los rostros estoicos del Aquelarre, Wren
supo que, una vez más, la elección a la que se enfrentaba solo tenía una
respuesta. Si quería vivir, si quería encontrar una cura para la plaga, la única
respuesta era sí.
—Estoy de acuerdo en servir al Aquelarre. —Su voz destilaba
resentimiento, pero al Aquelarre no parecía importarle. Ella fue liberada de
sus ataduras. Sin embargo, antes de que pudiera frotar la piel en carne viva
alrededor de sus muñecas, la mujer se acercó para agarrarla, entrecerrando
los ojos hacia el brazo izquierdo de Wren.  Wren se retorció bajo la piel
caliente de la bruja, pero su agarre era como el hierro.
—Leya, ven.
La chica se acercó a la plataforma. Ella todavía se negó a mirar a Wren a
los ojos, incluso cuando le ofreció la mano a la mujer.
La nube sobre la cabeza de Leya se arremolinaba, extendiendo una veta
violeta.  La fuente envió su magia hacia adelante, corriendo hacia la bruja
hasta que el color desapareció de la nube que colgaba sobre su cabeza. Era
una danza intrincada, la magia se arremolinaba a través del resonante
salón.  Wren miró con la boca abierta.  Era la primera vez que veía una
fuente en el trabajo.
Cuando la magia violeta descansó por completo en las manos de la bruja,
comenzó a hablar: palabras guturales y retorcidas.  Mientras lo hacía, un
calor cegador se extendió por la parte interna del brazo de Wren como si
estuviera siendo apuñalada por mil agujas.  La tinta se deslizó por su piel,
arreglándose en un arco en picada coronado por una línea de cuatro
círculos, cada uno cruzando el siguiente.  La línea curva ocupaba casi la
mitad de su antebrazo, la tinta negra como la noche. Tan pronto como la
bruja dejó caer su brazo, Wren se escabulló hacia atrás, manoseando la
tinta. No manchó.
—Ahora eres una ciudadana de Interior —dijo la mujer—. No hay lugar
para ti en el mundo más allá de los árboles. —Ella asintió secamente—.
Aquí está tu licencia de caza. —Envió un rollo de pergamino a toda
velocidad por el aire. Wren lo atrapó temblorosamente y se lo guardó en el
bolsillo—. Despedida.
Hubo una ráfaga de movimiento, el crujir de huesos cuando los Seis se
retiraron de la plataforma, saliendo del gran salón con pasos ligeros.  La
multitud de brujas que se había reunido en la parte trasera del salón se
dispersó más lentamente, sus ojos se detuvieron en Wren y su nueva marca.
—Bienvenida al redil. —La melódica voz de Leya sonaba como un canto
fúnebre.
—Gracias.  Por todo —dijo Wren sarcásticamente, poniendo una mano
sobre su tatuaje.  La piel todavía estaba caliente donde la tinta se había
quemado en su piel.
—El dolor no durará. —Leya se echó hacia atrás la manga para mostrar
el mismo símbolo. El negro de la tinta se había desvanecido. Parecía menos
severo, de alguna manera más suave, todas líneas curvas y formas redondas
—. Crecerá para ser parte de ti. Cada círculo es para un elemento: agua,
viento, fuego, tierra.  —Golpeó cada círculo al tiempo—. Para recordarnos
la fuente de todo.
Wren resopló a su pesar.
—Oh, Dios. Tienes sentido del humor. —Leya miró sombríamente hacia
las espaldas de los Seis que se retiraban.
Las piernas de Wren se habían cansado de sostenerla. Ella se hundió en
el suelo, el mármol helado contra su piel incluso a través de sus pantalones
gastados. No podía molestarse en preocuparse.
Leya suspiró con impaciencia, pero también se deslizó hasta el suelo y se
colocó la falda larga a su alrededor.
—Nunca he conocido a otra fuente. —Las palabras salieron de la boca de
Wren antes de que pudiera apartarlas. Estaba furiosa con Leya, pero eso no
significaba que no sintiera curiosidad por ella también.
—Somos muy valiosas.
—Estoy segura de que eso es lo que el Aquelarre quiere que creas.
Leya frunció el ceño tan rápidamente que Wren se preguntó si lo había
imaginado. 
—El Aquelarre quiere que creas muchas cosas, pero esto es, de hecho,
cierto. Hay cientos de brujas, pero solo un puñado de fuentes. Es por eso
por lo que hicieron todos esos susurros intimidantes antes. Tu magia es muy
valiosa para ellos.
—No parecían preocuparse mucho por mí. —Wren jugo con el cordón de
su bota.
Leya enarcó las cejas tan alto que casi desaparecieron en su cabello. 
—Eso es porque te tienen miedo. Cuando las brujas lanzan un hechizo,
las agota física y mentalmente. Hay un límite para su poder.  Pero con una
fuente, pueden traspasar esos límites, dar pasos mucho más allá del alcance
de sus limitaciones.  Las brujas pueden hacer magia, pero
nosotras somos magia.
Todavía era extraño escuchar a alguien referirse a ella como tal. 
—Nunca ha habido un poco de magia en mi familia. Ni siquiera como un
jardinero excepcionalmente talentoso.
—No es broma —ronroneó Leya, sus vocales largas y redondas—.
Están… pasando muchas cosas allí. —Agitó la mano vagamente cerca de la
oreja de Wren—. Es bastante ruidoso.
Wren frunció el ceño. Siempre estaba tan preocupada por la magia que la
rodeaba que nunca se había detenido a considerar cómo era su magia.
—Durante años intenté reprimirlo. La enfermedad de Evangeline mató a
mi hermano, por lo que mi padre odia la magia. No quería que me tuviera
miedo.
Leya hizo un suave chasquido con la lengua. 
—Puedo decir. Tu poder se mueve de una manera tan forzada. Es como
si estuvieras luchando demasiado contra lo que eres. —Sus ojos se
enfocaron intensamente en el espacio sobre la cabeza de Wren—. Deberías
rendirte. Serás mucho más poderosa de lo que ya eres. —Le dio a Wren una
mirada significativa.
—El poder está sobrevalorado.
—El poder lo es todo. —La sonrisa de Leya no se encontró con sus ojos
—. Especialmente para Tamsin.
—El poder puede ser todo para Tamsin, pero la verdad ciertamente no lo
es. Ni siquiera me dijo que estaba desterrada. —Wren atacó la palabra de la
forma en que deseaba poder atacar a su compañera de viaje.
Leya rio entre dientes. 
—No es particularmente comunicativa, ¿verdad?  Algunas cosas nunca
cambian.
Wren tiró de su trenza, tratando de luchar contra la inquietud que se
instalaba en su estómago. Leya y Tamsin tenían historia. Tenía sentido. Las
dos tenían aproximadamente la misma edad. Ambas habían crecido en la
Tierra de Brujas. Probablemente habían estudiado juntas.
—¿La conoces, entonces? —Wren trató de sonar indiferente, a pesar de
su repentina y desesperada necesidad de saber cada cosa sobre la bruja.
—Podría decirse. —Leya rio oscuramente—. Ella era mi mejor amiga.
—¿Era? —Wren se aferró al tiempo pasado.
—La amo. —Leya se encogió de hombros—. Pensé que ella sentía lo
mismo, pero todo lo que le importaba era el poder.  Cuando no quise
compartir el mío con ella, bueno… no puedo confiar en una bruja,
¿verdad? —Algo frenético brilló detrás de los ojos de Leya.
Wren intentó y no pudo luchar contra el recuerdo de su reunión.  El
vitriolo en la voz de Leya.  La dimisión en Tamsin.  Había algo entre
ellas. Algo que ni siquiera una ausencia de cinco años podría curar. 
—De todos modos, no importaba. —La voz de Leya era plana—. Al
final, todo se redujo a Marlena.
Algo atrapado en el pecho de Wren, un lento hundimiento de esperanza
que no se había dado cuenta de que había estado cargando. La idea de que
hubiera habido alguien en la vida de Tamsin más fascinante que Leya, la
hermosa chica sentada frente a ella, era intimidante.
La idea de que Wren se sintiera intimidada por una chica que nunca
había escuchado mencionar a Tamsin era mucho más preocupante.  No
entendía por qué le importaba, por qué estaba tirada en el suelo,
chismeando con Leya, cuando toda la trayectoria de su vida había
cambiado. Nunca podría volver a Ladaugh.  Nunca volvería a ver el rostro
de su padre.
—¿Quién es Marlena? —Wren trató de sonar frívola, pero el zumbido en
su cuerpo dejó en claro exactamente lo mucho que quería saber.  Quería
saber el tipo de chica que le había robado el corazón a Tamsin cuando ella
tenía un corazón que robar.  Quería saber qué tipo de chica había amado
Tamsin. Ella quería… Wren quería a la bruja.
El sentimiento era sorprendente pero seguro. Insondable pero totalmente
cierto. Wren no sabía cuándo había sucedido, cuándo había comenzado a
ver a Tamsin como alguien a quien desear.  Nunca aprendas a amar a
alguien intocable,  había dicho la mujer de Farn, pero, por supuesto, Wren
había desobedecido.  Se había encontrado en esta situación imposible:
enamorarse de una chica que no podía amar.
Odiaba que Leya estuviera allí para presenciarlo.
La otra chica simplemente miró a Wren.  Entonces la comprensión
apareció en su rostro. 
—Ella no te lo dijo. —Leya se echó a reír, un sonido histérico e
incrédulo que resonó en la habitación vacía.
—¿Decirme qué? —Las mejillas de Wren se estaban calentando.  Su
antebrazo, donde yacía el símbolo del Aquelarre, le picaba con tanta fuerza
que le dolía.
—Oh.  Oh no. —Incluso mientras Leya continuaba riendo, sus ojos
examinaron a Wren con lástima—. Ni siquiera sabes lo que no sabes,
¿verdad?
Las mejillas de Wren se sonrojaron de frustración. Odiaba que la trataran
como a una niña. 
—Sé cosas, somos un equipo.
—Estoy segura de que eso es lo que te dijo. —Leya se puso de pie—.
Ten cuidado.
Le dedicó a Wren una pequeña sonrisa, el rojo de sus labios chillón
contra sus dientes blancos. Luego se dio la vuelta y se alejó, el murmullo de
su falda resonando como una risa, dejando a Wren sola en el pasillo que se
oscurecía.
 

 
QUINCE
Tamsin
Traducido por ~Kvothe🗡
Corregido por Haze 🍂
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Tu hermana no está muerta. 
Tamsin había pasado cinco años anhelando esas palabras, pero ahora que
se enfrentaba a ellas, no sabía cómo reaccionar. Quería gritar, quería
vomitar, quería lanzar el diario de su hermana al otro lado de la habitación.
Era más de lo que ella esperaba sentir, teniendo en cuenta que no tenía
reserva de amor en su corazón. Era más, pero todavía no era suficiente. 
Marlena estaba viva. Ella estaba ahí fuera, en algún lugar. Durante cinco
años, la gemela de Tamsin había vivido, y ella nunca lo había sabido. 
—Pero la vi. —Una incredulidad persistente empujó su camino hacia
adelante. Tamsin se había visto obligada a pararse en el mármol negro del
Gran Salón y ver morir a su hermana—. Cuando rompiste el vínculo, ella
colapsó. Puse flores en su tumba.
La traición fue tan enorme que se sintió tan vasta e imposible como el
mar. 
Vera frunció los labios, luciendo incómoda.
—El vínculo nunca se cortó por completo. Fue inteligente, atar la vida de
tu hermana a tu poder. Hizo casi imposible que la fuente extrajera la magia
oscura en su totalidad. Como buscar una aguja en un pajar. Quedó un
pequeño hilo. 
—¿Cuándo te enteraste? —La respiración de Tamsin venía en ataques
irregulares. 
—Inmediatamente después de que se rompió el vínculo, llevé el cuerpo
de tu hermana a la torre norte. Necesitaba un momento a solas para
despedirme. Una madre nunca debe vivir más que su hija. —Vera olisqueó
bruscamente—. Mientras la agarraba con la mano helada, sentí un pulso tan
débil que pensé que lo estaba imaginando. Pero no. Ella todavía se aferró a
la línea de vida entre ustedes dos. Así que la mantuve escondida en la torre.
Tú y yo enterramos un ataúd vacío.
—Ella permaneció dormida todos estos años. Fue un regalo realmente. Si
el Aquelarre alguna vez hubiera descubierto que había sobrevivido, si
hubieran adivinado que todavía había un toque de magia oscura entre
ustedes... —Ella se alejó, sus largas uñas rastrillando a través de su cabello
—. Tomé la decisión de poner a mi familia primero. Hice lo que tenía que
hacer para salvar a mi hija. Y el mundo lo está pagando ahora.
Tamsin rio amargamente. Había pasado tantos años llorando a su
hermana. Culpándose a sí misma. Dejó escapar su respiración lentamente,
tratando de controlar la rabia que burbujea debajo de su piel.
—Todos estos años estuvo viva y nunca me lo dijiste. 
Vera al menos tuvo la decencia de parecer culpable.
—Cuando se trataba de Marlena, tenías una gran necesidad de probarte a
ti misma, una necesidad de ser su campeona, de asegurar su amor. Después
de lo que habías hecho, no podía dejar que te quedaras aquí. Pero sabía que
la única manera de hacer que te fueras era hacerte creer lo peor.
—Hice lo que tenía que hacer. La salvé cuando tú no lo harías. —Tamsin
todavía recordaba el ceño fruncido pellizcado de Vera, la mirada dura en sus
ojos mientras rechazaba la súplica de Tamsin—. Puede que no haya sido
poderosa, pero aun así valía la pena salvarla.
Vera suspiró.
—Siempre estabas tan concentrada en lo que estaba justo frente a ti que
nunca podías ver el panorama general. Amabas tanto a Marlena que te
olvidaste del resto del mundo. Pero todo lo que ella siempre quiso fue el
mundo. Y tus acciones casi lo destruyen. 
Era todo tan imposible que Tamsin apenas podía entenderlo.
—No entiendo. Si Marlena está dormida, ¿cómo es ella la bruja oscura?
—Observó el diario, que aún sujetaba entre sus manos con los nudillos
blancos. 
—Finalmente despertó. —Vera miró al suelo—. Tu hermana despertó y
escapó de la torre norte la mañana de tu decimoséptimo cumpleaños. 
Tamsin sacudió la cabeza sin entender
—¿Qué quieres decir con «escapó»? ¿Cómo?
—No lo sé. —Vera parecía dolida—. Ella no debería haber sido capaz de
hacerlo. Utilicé salas de sangre para mantenerla encerrada dentro. A una
bruja ordinaria le habría tomado meses deshacer el número de
encantamientos. Pero ella era solo… se fue. 
Vera se apartó del escritorio, con los zapatos golpeando contra la piedra
del suelo.
—Solo había un pequeño hilo de magia oscura entre ustedes dos, lo
suficiente para mantener viva a Marlena. No esperaba que despertara.
Ciertamente no esperaba que ella lo usara para sus propios fines. Para huir
de la Academia. Para lanzar su propio hechizo. —Vera se acomodó
cuidadosamente detrás de su escritorio, con las manos dobladas sobre varios
trozos dispersos de pergamino. 
Su propio hechizo. Seguramente eso no podía significar que la plaga
había venido de su hermana. La enfermedad de Evangeline se había
dirigido a aquellos sin poder. Marlena sabía lo que era sufrir a manos de la
magia, había sido franca sobre la intolerancia y crueldad de la bruja oscura
hacia la gente común. Ella nunca habría lanzado un hechizo que sometió a
otros al mismo terrible destino.
—Ella no lo haría. —Tamsin negó con la cabeza—. Ella no podía. Ella
no tiene la resistencia. No tiene sentido.
—Y sin embargo… —Vera suspiró cansada—. Traté de reprimir la plaga,
pero la magia detrás de ella es demasiado furiosa. Demasiado cruda. No
podía seguirla todo el día. 
Tamsin nunca antes había escuchado a su madre admitir una limitación a
su poder. Reveló la magnitud de su situación. La urgencia, la necesidad de
lo que estaban enfrentando. La realidad en la que se había convertido una
desafortunada decisión. 
—Después de Evangeline, formamos el Aquelarre para que nunca más
tuviéramos que presenciar tal brutalidad. —Vera masajeó sus sienes, sus
ojos se cerraron—. Solo recientemente pudimos reparar las relaciones entre
las brujas y la gente común. Esta plaga no puede continuar. El hechizo debe
romperse.
Vera se estremeció ligeramente en su asiento.
»Me temo que pronto será demasiado tarde para devolver al mundo a la
forma en que era. El Aquelarre está agotado. La reina quiere que una bruja
se queme por esto. Si alguien se entera de la verdad, no tengo ninguna duda
de que el resto del Aquelarre me despojará de mi título y te matará para
romper el vínculo de magia oscura que aún existe entre tú y tu hermana. Sin
tu poder alimentándola, Marlena también perderá la vida. —Su madre
estaba viendo a Tamsin con una emoción que no podía nombrar—. Es tu
vínculo el que mantiene viva a tu hermana. Debes encontrar una manera de
romperlo. Debes detener su hechizo.
—¿Yo? —Tamsin balbuceó—. Pero si lo rompo, ella morirá. —Necesitó
todo lo que tenía para ahogar las palabras.
Vera se inclinó sobre el escritorio.
—Tal vez. Pero tal vez no. Si trabajan juntas.
—¿Cómo? —Tamsin despreciaba la desesperación en su voz—. Marlena
me odia. —La verdad de esto se retorció en sus entrañas como un cuchillo.
Vera sonrió con tristeza.
—Ella no te odia. Simplemente son personas diferentes. Y nunca
estuviste dispuesta a admitirlo. —Ella enderezó la pila de libros a su lado
—. Encuentra a tu hermana, Tamsin. Hagan las paces. Terminen con esto —
imploró Vera—, para todos nosotros.
Y luego se levantó de su escritorio y se dirigió hacia la puerta, dándole a
Tamsin un asentimiento brusco. Volvió a ser Suma Consejera Vera. La
madre de Tamsin se había ido.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
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Era extraño la forma en que la luz todavía caía en la misma inclinación a


través de las ventanas altas, la luna se acumulaba en el suelo bajo sus pies.
Tamsin pisó con cuidado, su falda susurrando contra sus tobillos mientras se
arrastraba por el pasillo de la manera en que lo había hecho tantas veces
antes. Solo que esta vez no se escabullía de la cama para encontrarse con
Leya, con una flama escondida debajo de su capa. Las dos no se
extenderían en el suelo de la biblioteca, ocultas por las pilas polvorientas,
compartiendo secretos y, ocasionalmente, suave, buscando besos. Había una
deliciosa esperanza en la oscuridad entonces.
Ahora el ala oeste estaba vacía, las puertas de los dormitorios se
abrieron, revelando camas hechas con ardor, zapatos solitarios, túnicas
arrugadas. Los habitantes de esas habitaciones las habían abandonado a
toda prisa, probablemente enviados de regreso a sus familias a raíz de la
nueva oscuridad. La oscuridad de Marlena. Se necesitó algo de eficacia para
siquiera pensar el nombre de su hermana en tal contexto. No tenía sentido.
Tamsin hizo una pausa, con los ojos en las cuatro camas abandonadas de
una habitación. Ella y Marlena, asignadas al mismo dormitorio de forma
inferior, habían reclamado literas superiores. Tamsin había querido ver a su
hermana en todo momento. Marlena quería estar más cerca del cielo. 
Se apoyó contra el marco de la puerta, cayendo ligeramente contra la
madera lisa. Cinco años. Llevaba años creyendo que su hermana estaba
muerta. Cinco años y nunca había sospechado. Nunca dudó. Y todo el
tiempo, Marlena había dormido, encerrada en una torre detrás de un escudo
de hechizos. 
¿Habría querido que Tamsin la rescatara? ¿O habría estado agradecida de
dejarla sola por primera vez?
Cualquiera de las dos opciones la hizo sentir enferma. De cualquier
manera, le había fallado a Marlena por no ser suficiente o por ser
demasiado. 
Era la razón por la que Vera había insistido en su maldición. Cuando
Tamsin amaba, amaba demasiado. La hizo peligrosa. Nunca antes eso había
sido tan claro. El amor de Tamsin lastima a la gente. 
Se frotó los ojos con la parte trasera de sus manos, deseando
desesperadamente poder llorar. Cualquier cosa para liberar el terrible dolor
en su pecho, la rigidez de su corazón, la culpa que se acumulaba en sus
pulmones. Todo fue culpa suya. 
No tenía idea de lo que le iba a decir a Wren. 
Wren. 
Casi se había olvidado de la fuente, dejándola sola para enfrentar a los
Seis. Tamsin se apresuró hasta el final del pasillo, vacilando cuando la
puerta se abrió antes de llegar a ella. Se tensó, esperando una reprimenda o
un jadeo mientras la persona del otro lado registraba su presencia. En
cambio, se encontró con un familiar ceño fruncido de labios rojos. 
Era extraño saber lo que una vez Leya le había hecho sentir. Porque
mientras la miraba ahora, no veía nada más que una niña. 
—¿Me estás siguiendo? 
Leya puso los ojos en blanco.
—De nuevo —dijo, con la voz plana—, vivo aquí, así que de hecho se
podría argumentar que tú estás siguiéndome a mí. 
Tamsin se balanceó ligeramente, el agotamiento se arrastraba a través de
sus huesos como una helada matutina. Usó la pared para estabilizarse,
apoyó la cabeza contra ella. 
Los ojos de Leya se entrecerraron.
—No hagas eso.
—¿Hacer qué? —Tamsin levantó a regañadientes su mejilla de la piedra.
—Hacerme sentir lástima por ti. No puedo manejar eso. —Sus palabras
fueron más duras que su tono. 
—Lo siento —dijo Tamsin—. No he dormido en dos días.
Leya rio.
—No es broma. Te ves horrible.
—Lo siento —dijo Tamsin de nuevo. 
Leya olisqueó.
—¿Qué te pasa?
—¿A qué te refieres?
—Quiero decir que fuiste mi mejor amiga durante diez años, y me has
pedido más disculpas en cinco minutos de lo que alguna vez lo hiciste. 
Tamsin suspiró, con la culpa en su pecho. Otra víctima de su descuido.
—Lo siento —repitió, y luego hizo un guiño. Leya resopló.
—Ella realmente te hizo un número, ¿no? Puedo ver la seriedad escrita
en todo tu rostro. 
—¿Quién?
Leya parpadeó sin comprender.
—Mi reemplazo.
—¿Wren?
—No —espetó Leya—, la otra fuente que trajiste. Sí, Wren. —Se
desplomó contra la pared junto a Tamsin, presionando un pie detrás de ella
—. ¿Cómo la viste? Pensé que teníamos todas las fuentes en los cuatro
rincones del mundo.
Tamsin también lo pensaba hasta que Wren apareció en su puerta.
—Ella vino a mí. 
—Por supuesto que lo hizo —murmuró Leya oscuramente. 
—¿Qué significa eso? —Tamsin volvió la cabeza para enfrentar a la
chica que una vez había sido su amiga. 
—Que siempre ibas a estar bien, sin importar lo que pasara. —Leya se
alejó de Tamsin, con los ojos puestos en la ventana al otro lado del pasillo
—. Significa que hice lo correcto, diciéndote que no. 
Tamsin frunció el ceño.
—Eso no tiene ningún sentido.
La risa de Leya resonó en el pasillo vacío.
—¿Alguna vez te preocupaste por mí? ¿Siquiera un poco? ¿Siquiera
como una amiga? —Sus ojos se deslizaron por la cara de Tamsin con
esperanza—. Antes, quiero decir. 
—Por supuesto que lo hice. —La pregunta era insondable. A pesar de
que no recordaba haber amado a Leya, sabía que lo había hecho. Ella había
estado asombrada de ella, la forma en que la magia era tan intrínseca a su
persona, la confianza que había poseído. La forma en que hizo que Tamsin
se sintiera importante y llena de potencial. 
—Entonces, ¿por qué me pediste que te ayudara? —Leya se cepilló el
cabello frente a sus ojos de la manera en que siempre hacía cuando estaba
cerca de las lágrimas—. Me habrían matado, y no te importó en absoluto. 
—Eso no es cierto. —Pero tal vez de alguna manera lo fue. 
Tamsin había pensado que su regreso al mundo Interno sería una
oportunidad para la redención. Una forma de corregir las cosas. Pero
todavía había mucho de qué arrepentirse.
—Simplemente no le hagas lo mismo a Wren —susurró Leya, sonando
resignada—. A ella le gustas, ya sabes. —Tamsin casi se golpea la cabeza
contra la pared con sorpresa. 
—¿Wren? —Las palabras de Leya fueron insondables—. No, no es
cierto. Soy horrible.
Leya rio.
—Ahora, en eso podemos estar de acuerdo. —Se alejó de la pared—.
Buena suerte —dijo—, con lo que viniste a hacer aquí.
—Gracias. —Tamsin corrió un dedo distraídamente contra la cinta negra
alrededor de su garganta—. La voy a necesitar. 
—Probablemente no —dijo Leya, sonriendo con tristeza antes de
continuar por el pasillo.
Era todo lo que Tamsin iba a conseguir en el camino del adiós.
DIECISÉIS
Wren
Traducido por Medusa
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Wren estaba inquieta. Aunque las llamas de las antorchas de las paredes
aún brillaban, el cielo exterior se había aclarado. La nueva marca en su piel
había dejado de latir y se había convertido en un dolor firme y seguro.
Tamsin seguía sin aparecer.
Wren cambió de posición en el suelo de mármol.  Había perdido la
sensibilidad en una de sus piernas, pero estaba demasiado exhausta para
ponerse de pie.  Tamborileó un ritmo vacío en el suelo con los dedos,
jugando al compás de los ecos de la magia que flotaban cerca de las vigas.
Leya había dejado a Wren a solas con sus pensamientos, y en lugar de
desentrañar el significado detrás del revoloteo de su estómago y  con la
envidia retorcida en sus entrañas, Wren había cedido a los sonidos de la
magia: sus notas amplias y vertiginosas, sus raspaduras rechinantes, su
pulso tranquilizador e inmutable.
El salón estaba lleno de eso, la historia de cada magia jamás realizada
dentro de los confines de sus paredes negras. Algunos hechizos se llenaron
de esperanza;  otros lloraban como olas rompiendo.  Wren logró encontrar
una melodía: varias notas brillantes y cuidadosas que se repetían
continuamente. Intentó silbar, pero sus labios se secaron por el esfuerzo.
Wren vaciló, una nota se atascó en su garganta cuando la puerta en la
parte trasera del pasillo se abrió. Se puso de pie, tambaleándose levemente
mientras ponía peso sobre su pierna muerta.
Tamsin se movió rápidamente hacia adelante, las bajas llamas azules
cortaron una sombra aguda en su rostro.  Su mandíbula estaba tensa, su
expresión dura. Podría haber sido tallada en piedra si no fuera por la fiereza
en sus ojos.
Era una incertidumbre, más contenida que la energía bruta de Leya, pero
menos concentrada que el fuego que Wren había detectado dentro de la
Suma Consejera Vera.  Algo andaba mal, pero incluso cuando Wren
entendió que había ocurrido un evento de gran magnitud, vio a Tamsin
esconderse detrás de su expresión de acero, la vio construir de nuevo las
paredes que la mantenían a salvo.
—Hola —dijo simplemente.
—¿Hola? —Wren la miró parpadeando sin comprender—. ¿Eso es todo
lo que tienes que decirme?  Supongo que no debería sorprenderme,
considerando qué más no podrías molestarte en decirme.  ¿No solo fuiste
desterrada, sino que tu madre es la jefa del Aquelarre?  —Ella levantó las
manos, impotente—. ¿Fue todo esto solo una broma para ti?  ¿Soy  una
broma?
—No eres una broma. —Tamsin se pasó la mano por la cara.
—Bueno, me estás haciendo sentir como una. —Wren estuvo tentada a
gritar, pensó que escuchar su ira rebotar en el techo abovedado podría
liberarla un poco, pero en lugar de eso, se derrumbó, su pierna izquierda
cedió y la envió de regreso al suelo.
Tamsin la miró con inquietud. 
—¿Estás bien?
La risa de Wren fue una cosa malvada y gruñona que le atravesó la
garganta y trajo lágrimas a sus ojos.
—No. —Luchó por mantener el nivel de voz, pero en cambio salió como
un gruñido.
Tamsin simplemente parpadeó.  Ella no presionó, no le pidió que se
explicara. Wren deseaba que lo hiciera. Pero cuando Tamsin le ofreció una
mano gélida para ayudarla a ponerse de pie, Wren la tomó.
—Siempre tienes tanto frío —dijo, mientras Tamsin la levantaba. Nariz
con nariz con la bruja, Wren de repente se dio cuenta del sabor rancio en su
boca. Ella contuvo la respiración.
La bruja la miró divertida. 
—Quizás solo estás caliente.
Un rubor se deslizó por las mejillas de Wren, la cercanía de Tamsin
desconcertante. Apartó la mano y se ocupó de su cabello, desenredando su
trenza y cepillándolo con los dedos.
—Tienes el pelo rojo —dijo Tamsin, con los ojos entrecerrados, como si
acabara de darse cuenta. Wren frunció el ceño, tirando de una hebra, que era
el mismo bronce cobrizo que siempre había sido. No había esperado que
Tamsin pasara su viaje poniéndose poética sobre su apariencia, pero una
observación tan básica dejó más claro lo poco que le importaba realmente a
la bruja.  Hizo un trabajo rápido para volver a atar su trenza.  Leya tenía
razón.  Ella no era más que un peón en el juego de la bruja.  Fácil de
sacrificar.
—¿Estás lista para cazar, entonces? —Wren miró a Tamsin con el ceño
fruncido—. En caso de que lo hayas olvidado, no tenemos otra opción. —
Tiró desesperadamente de la cinta alrededor de su cuello—. Al menos los
Seis estuvieron de acuerdo conmigo allí.
Tamsin parpadeó sorprendida.
—Sí, nos otorgaron una licencia —dijo Wren sombríamente, alcanzando
el papel en su bolsillo y ofreciéndolo a la bruja. Mientras se inclinaba hacia
adelante, su manga se deslizó, revelando los círculos de tinta oscura y la
piel rosada hinchada debajo de ella.
Tamsin dejó escapar una respiración baja y completa.  La mirada de la
bruja se detuvo en ella como una mano flotando sobre la llama de una vela.
—¿Te marcaron? —No alcanzó el pergamino.
—Buen trabajo manteniendo el tuyo oculto —dijo Wren, más
lacónicamente de lo que esperaba—. Me tomó completamente
desprevenida. Duele también. —Ella acunó su brazo hinchado con cuidado.
—No tengo uno. —Tamsin empezó a arremangarse—. Bueno —dijo
secamente—, ya no.
Wren jadeó al ver la piel quemada y moteada, retorcida y estirada.
—¿Qué pasó?
—Fui desterrada. —La manga se deslizó hacia atrás por su brazo. Tamsin
intentó sonreír. Falló—. Entonces…
—¿Entonces? —Wren arqueó las cejas—. No puedes pensar que ese es el
final de esta conversación.
—¿No es así?
Tamsin giró sobre sus talones y caminó hacia la puerta, con su capa
verde ondeando detrás de ella. Sus pasos repiquetearon a través del piso de
mármol, las velas proyectaban sombras interminables a través de su
expresión determinada.  Wren suspiró profundamente mientras corría tras
ella.  Ella no sabía por qué se molestaba.  Leya tenía razón: Tamsin era
incluso más egoísta y engreída de lo que Wren le había dado crédito.
Siguió a la bruja a través de un vertiginoso laberinto de pasillos de piedra
y finalmente salió a la luz de la mañana. Solo que no era por la mañana, no
por más de un puñado de momentos a la vez. El sol tenía problemas para
quedarse quieto, rayas de magia oscura lo empujaban por el cielo tan rápido
que cuando Tamsin y Wren bajaron los escalones de la entrada, los suaves
rosados del amanecer se habían desvanecido en los afilados dorados de la
media tarde.
—Oh. —A pesar de que sabía que era un efecto secundario de la plaga,
Wren no pudo evitar detenerse a mirar mientras el sol navegaba detrás de
una cadena montañosa y el cielo estallaba en una deslumbrante puesta de
sol. La magia en la Tierra de Brujas era tan fuerte que era como si a Wren
se le hubiera dado un nuevo conjunto de sentidos.  Los colores eran más
vivos. La puesta de sol olía como el momento antes de conciliar el sueño—.
¿No es hermoso?
A su lado, Tamsin se tensó. Wren tiró de su trenza con sentimiento de
culpa. Seguía olvidando que la bruja no podía disfrutar ni siquiera en las
cosas más simples.  No era de extrañar que todos sus bordes fueran tan
afilados. No tenía nada suave en lo que aterrizar.
—Parece que el cielo está en llamas. —Wren habló con cuidado,
manteniendo los ojos fijos en los colores que cambiaban rápidamente—.
Justo encima de las montañas, la luz es tan brillante como un narciso o
mantequilla recién batida. Entonces ahí… —Señaló hacia las rayas de color
naranja brillante—. Es el mismo color que una nueva llama. O mi cabello.
—Ella mordió su mejilla para evitar reír—. El naranja se refleja en las
nubes, volviéndolas rojas como manzanas en otoño. Luego es azul, solo la
escoria de una nueva mañana, pero allá —Wren señaló el cielo que se
oscurecía—, esa parte se ha vuelto púrpura como la piel de una ciruela
demasiado madura. ¿Sabes, del tipo que gotea jugo por tu barbilla cuando
lo muerdes?
Wren miró tentativamente a Tamsin, cuyos ojos estaban muy abiertos y
vidriosos. 
—¿Estás bien?
Tamsin se estremeció y apretó la mano en un puño. Wren se dio cuenta
demasiado tarde de que había sobrepasado sus límites tentativos. El hecho
de que encontrara belleza en los colores vivos no significaba que Tamsin
quisiera escuchar algo que no podía apreciar.  Sus descripciones habían
enfurecido a la bruja, le habían dado a Tamsin más pruebas de que Wren era
frívola y tonta. Cerró los ojos, esperando el golpe.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tamsin.
Wren abrió los ojos. El cielo estaba ahora tan negro como la tinta. La luz
de la luna se acumuló en el rostro de la bruja, iluminando su expresión
cautelosa. Ella no se había movido ni una pulgada.
—Pensé que me ibas a pegar. —La voz de Wren salió con un grito
ahogado; se reía a pesar de sí misma.
—¿Golpearte? —La frente de Tamsin se arrugó con genuina confusión.
Wren señaló con torpeza la mano apretada de Tamsin. La bruja le dio una
mirada curiosa antes de desplegar su puño, revelando pequeñas hendiduras
en forma de media luna en su palma.
—Viejo hábito —dijo, todavía mirando a Wren con extrañeza—. Es estar
de vuelta aquí.  Recordando. —Ella miró por encima del hombro
nerviosamente, como si hubiera revelado demasiado—. Vamos.  Tenemos
una bruja que cazar. 
Tamsin chasqueó los dedos y aparecieron sus cosas. La bruja se echó la
mochila al hombro y empezó a caminar.
—¿A dónde vamos? —Tamsin no respondió.  Wren recogió su propio
bolso y se apresuró a alcanzarla—.  Me debes unas cien explicaciones,
¿sabes?
—Aquí no —dijo Tamsin con firmeza.  Wren se quedó en silencio, no
queriendo poner a prueba su suerte.
Y así, mientras el sol salía y se ponía con imprudente abandono, viajaron
a través de la Tierra de Brujas. Arrastraron los pies a través de la hierba
ennegrecida que casi golpeó las rodillas de Wren, la ceniza y el carbón
cubrían su lengua con cada paso. Pasaron por un valle de hongos venenosos
más altos que dos hombres adultos, hongos gigantes con manchas que olían
a pimienta. Evitaron los pasos de las cabañas que caminaban por su propia
voluntad, sus grandes dedos con garras se clavaban en la tierra y se alejaron
de los pozos que pedían monedas a gritos.
Lucharon a través de pantanos y marismas, más allá de rocas gigantes
que gritaban consejos inútiles, y se agacharon por pasadizos escarpados que
hicieron que la piel de Wren se erizara con el toque de un millón de
insectos.
Sin embargo, a pesar de lo lejos que viajaron, a pesar de las colinas que
treparon y los valles que atravesaron, Wren siempre podía ver el reluciente
castillo negro con una mirada intimidante detrás de ella, sus ventanas
gigantes como ojos observando cada uno de sus movimientos. Esperando su
regreso.
Wren esperaba que el resto de la Tierra de Brujas no fuera tan
grande. Nada tan hermoso y frío podría sentirse como en casa. 
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La posada se llamaba Wandering Woes1, que a Wren le pareció un toque


demasiado apropiado.  Sin duda, llevaba más tristeza de la que le
correspondía. Si las bolsas violáceas debajo de los ojos de Tamsin eran una
indicación, la bruja también lo estaba.  Ella también tenía todas las
respuestas.
—Ahora finalmente… —Mientras Wren empujaba la puerta principal,
sus palabras fueron olvidadas.  Desde el exterior, la posada parecía no ser
más que una cabaña, una pequeña estructura de piedra con un cuidado techo
de paja. Había esperado encontrar una cocina acogedora, quizás una o dos
habitaciones para alquilar.  Pero por dentro era tan grandioso como un
palacio.
La sala principal era del mismo tamaño que la sala de mármol de la
academia, pero era mucho más acogedora. Diminutas luces blancas flotaban
cerca del techo, centelleando como estrellas.  La pared trasera estaba
cubierta de hiedra, lo que le daba a la habitación un olor fresco, justo
después de la lluvia. En el centro había largas mesas de madera, equipadas
con sillas coloridas que no combinaban.  Había un bar con cientos de
botellas de líquidos claros con pétalos brillantes y especias oscuras.  La
porcelana con dibujos de flores estaba en cada lugar, cada taza llena de té
humeante que Wren sabía que nunca se enfriaría.  La posada era
encantadora. Fue acogedor. Cantó absolutamente con encantamientos.
También estaba lleno de brujas.
Brujas cuyas cabezas se volvieron hacia ellas tan pronto como la
campana sobre la puerta principal sonó alegremente.  Wren trató de
contarlos a todos, pero su magia no se quedó quieta. Se movía como una
flecha y serpenteaba por la habitación, disparando chispas de todos los
colores que había visto (y algunos que no había visto), hablando en cientos
de lenguas diferentes.  Las brujas en esa habitación eran de los cuatro
rincones del mundo. Eran de diferentes edades, tenían diferentes talentos,
diferentes complexiones, diferentes recuerdos, pero todos estaban unidos
por la misma cosa: la magia.
—Bueno, este lugar solía estar desierto —dijo Tamsin con tono sombrío
—. Vamos. —Agarró la muñeca de Wren—. Busquemos un asiento.  La
gente ya está empezando a hablar.
Y lo estaban. Un zumbido enérgico llenó la habitación, el zumbido de los
chismes se extendió como un reguero de pólvora.
—…tiene algo de valor al mostrar su rostro aquí —susurró una bruja de
cabello rubio mientras pasaban. Hubo un murmullo de asentimiento de los
demás en su mesa—. Preferiría morir, si hubiera sido yo. Todos sabemos lo
que hizo. ¿Cómo sabemos que no lo ha vuelto a hacer? Deberíamos estar
cazándola.
Hubo una carcajada, dura y cortante como una esquina de piedra. Tamsin
se encogió de hombros;  apretó la mandíbula. Wren corrió tras ella, varios
pares de ojos perforando la parte posterior de su cuello. Se dirigieron al otro
extremo de la posada, donde una anciana estaba limpiando una mesa larga.
—Hazel. —La voz de Tamsin era suave.  Tentativa.  La mujer dejó de
limpiar, pero no se dio la vuelta. Wren miró a Tamsin, que parecía nerviosa.
Finalmente, la mujer se volvió, revelando una cascada de largos cabellos
plateados y ojos nublados. 
—¿Me engañan mis oídos?
—Nunca lo habían hecho antes, así que no puedo imaginar por qué
empezarían ahora. —Tamsin miró sus zapatos, riendo sin humor.
El rostro de la mujer se iluminó con una amplia sonrisa. Ella extendió
una mano arrugada, haciendo señas a Tamsin para que se uniera a ella. Ella
lo hizo, alejándose de Wren, repentinamente tímida cuando la anciana hizo
un escándalo por ella.
—Mis ojos se han rendido, pero sé que eres más adorable que nunca. Mi
niña, pensé que te habías ido para siempre.
El rostro de Tamsin decayó levemente. 
—Yo debería haberme ido.
—Bueno, estás aquí ahora, y eso es todo lo que importa.  ¿Tienes
hambre? Creo que queda un poco de estofado de la cena. Ven.
La mujer llevó a Tamsin de la mano. Wren se mordió el labio para no reír
y se sentó en una silla de terciopelo azul medianoche. Fue extraño ver a
Tamsin bajar la guardia. Parecía más joven, las líneas nítidas de su rostro se
relajaron ligeramente. Quizás fue la cálida llama anaranjada que parpadeaba
por la habitación o la forma en que todo el cuerpo de Tamsin había perdido
algo de su rigidez tan pronto como la anciana la tomó de la mano.
Wren tronó el nudo en su cuello, cerrando los ojos mientras lo
hacía. Probablemente podría quedarse dormida en el acto. Cuando abrió los
ojos, una taza de té con motivos de sauce y un platillo a juego habían
aparecido frente a ella. Wren curvó sus manos alrededor de la taza, que se
había llenado de té humeante.
Tamsin regresó después de varios minutos con dos cuencos de
estofado. Hazel la siguió, dejando caer un plato de hojaldras. La mujer olía
a mantequilla recién batida, sus cintas mágicas de un verde herbal.
—Oh, ahora —dijo la anciana, volviéndose finalmente hacia Wren—.
¿Quién es ella?
—Ya me diste dos cuencos, Hazel. No puedes fingir que eres ignorante
ahora solo para recibir una presentación.  —Las palabras de Tamsin eran
duras, pero su tono era suave. Hazel agarró el hombro de Tamsin con un
firme, pero amoroso apretón.
—Soy Wren. —Ella vaciló, sin saber si debía extender la mano.
—Lo sé.  —La anciana soltó una carcajada, pero fue una risa cálida e
inclusiva—. Las dejaré con la comida y les prepararé un cuarto.
Tamsin se acomodó en el lujoso sillón rosa frente a Wren. 
—Lo siento por ella,  tiene buenas intenciones, pero tiende a
entrometerse.
—Ella es buena. —Wren sopló suavemente sobre una cucharada de
estofado.
—A veces nos quedábamos aquí cuando necesitábamos un descanso de
los dormitorios.  Cuando queríamos sentir que alguien realmente se
preocupaba por nosotras, ya que Vera nunca parecía tener tiempo. —Tamsin
pasó un dedo pálido por el borde de su taza de té.
—¿Nosotras? —¿Estaba Wren sentada en el mismo asiento que Leya
había ocupado una vez?
Tamsin se sobresaltó. 
—Lo siento, yo. Me refiero a mí. —Ella tomó un sorbo de té—. Hazel es
amable. Quizás demasiado amable.
—No hay tal cosa —dijo Wren deliberadamente, tratando de aplacar la
sospecha de su estómago—. Deberías probarlo alguna vez.
—Ja, ja. —La voz de Tamsin era plana.
Wren tomó un sorbo de té solo para tener algo que hacer con sus manos. 
—Entonces —dijo finalmente, tratando de mantener su voz ligera—,
¿pasaremos la noche aquí? —Ella miró por la ventana.  El sol ya estaba
saliendo—. ¿El día? La forma en que la magia oscura empuja al sol a través
del cielo, he visto tantos amaneceres que ya no tengo ningún concepto del
tiempo.
Tamsin casi rio. 
—Supongamos que ahora no importa.  Lo único que importa es
encontrarla.
¿Ella?
Seguramente Tamsin se refería a la bruja oscura, aunque su certeza de
que la bruja oscura era una mujer era una novedad.
—Tamsin. —Wren miró a su alrededor, tratando de mantener su
expresión ligera.  El murmullo de los chismes todavía flotaba por la
habitación, pero las brujas ahora parecían más concentradas en sus
conversaciones que en Wren y Tamsin—. ¿Podrías decirme qué está
pasando?
Tamsin se pasó una mano por el pelo enredado.
—Realmente necesito un baño.
Wren suspiró profundamente. 
—¿Dejarás de evitar mis preguntas?  Si vamos a hacer esto, necesito
saber a qué nos enfrentamos. —Golpeó con las uñas su taza de té, un suave
tintineo llenó el aire vacío entre ellas mientras miraba a la bruja. Tamsin
apartó la mirada primero.
La boca de Wren se agrió con el silencio de la bruja. 
—Sé cómo guardar un secreto, ¿sabes? No tan bien como tú, obviamente
—dijo a propósito—. ¿Desterrada? Quiero decir, ¿realmente no pensaste en
mencionar eso antes de obligarme a sellar un contrato?
—¿No te enseñó tu padre a no firmar contratos con brujas? —Tamsin
arqueó las cejas—. Somos notoriamente buenas en redacción
increíblemente precisa.
—Lo hizo, en realidad. —Wren trató de reprimir la punzada que sintió
ante la mención de su padre. Trató de olvidar la nueva realidad de su vida
—. De todos modos, pensé que me ibas a dar respuestas. —Miró a la bruja
expectante—. Mi paciencia se está agotando.
Tamsin resopló. 
—No, no lo está. Nunca eres otra cosa que buena, paciente y amable. —
Sus ojos parpadearon sobre Wren—. Lo cual, francamente, es muy molesto.
Wren puso los ojos en blanco afablemente. 
—Si tú lo dices. ¿Entonces?
Antes de que Tamsin pudiera responder, el estómago de Wren emitió un
feroz gruñido. Ella sonrió en tono de disculpa y se abalanzó sobre el pastel
más cercano.  No recordaba la última vez que se detuvieron a
comer.  Tampoco podía recordar la última vez que habían dormido
adecuadamente.
—No te ahogues —dijo Tamsin, mirando a Wren meterse la mitad del
pastel en su boca a la vez.
Wren dejó escapar un suave gemido.  La comida estaba caliente, las
especias picantes y la masa crujiente. Quizás era la cosa más maravillosa
que había comido en su vida.
Tamsin la miraba con horror. 
—Pareces un animal.
—Te ves como un animal —replicó Wren vertiginosamente, con la boca
llena. Un trozo de pasta le cayó sobre la camisa.
Tamsin arrugó la nariz. 
—Bien hecho.  Eso fue devastador.  Verdaderamente. —Cogió su propio
pastel.  Por primera vez en días, casi parecía relajada.  Pero Wren todavía
estaba nerviosa.  Nosotras.  Ella. Había algo que la bruja aún mantenía en
secreto.
Alguien.
—Tamsin, ¿quién es Marlena?
Tamsin estuvo a punto de atragantarse con el pastel. Tosió salvajemente,
su cara se puso roja.  Wren luchó contra el impulso de levantarse y
ayudarla. Se limitó a mirar, esperando, hasta que Tamsin se hubo calmado y
tomó un trago gigante de la taza de té que tenía delante.  Los labios de la
bruja presionada en una línea firme. Luego, después de otro momento de
vacilación, cuando Wren estaba segura de que la bruja no respondería,
Tamsin dijo:
—Mi hermana.
Wren había pensado que ya no podría sorprenderse por las revelaciones
de Tamsin, pero esta le dio un puñetazo en el estómago.
—¿Tienes una hermana?
Algo complicado cruzó por el rostro de Tamsin. 
—Una gemela.
—Entonces, antes, cuando dijiste que lo único que importa es
encontrarla, ¿te referías a la bruja oscura o a tu hermana?
La bruja miró nerviosamente por encima del hombro. 
—Te lo explicaré todo mañana.
Wren dejó caer el bocado restante de su masa, con los ojos encendidos. 
—No, no lo harás. Lo explicarás ahora. —Esperaba no sonar tan nerviosa
como se sentía. La desviación de Tamsin la estaba poniendo nerviosa.
—Mañana —susurró Tamsin con brusquedad—. Cuando no haya tanta
gente alrededor. —Sus ojos revolotearon a través de las muchas capas de
colores de las brujas en la habitación—. Lo prometo.
Sostuvo la mirada de Wren.
—Mi padre me enseñó a no firmar nunca contratos con brujas —dijo
Wren con ironía.
Aun así, no quería provocar una escena en medio de tanta
magia. Entonces, en contra de su mejor juicio, Wren no dijo nada mientras
la bruja se ponía de pie, su estofado intacto.
Wren vio cómo la cola de la capa verde de Tamsin desaparecía por la
escalera de caracol hacia las habitaciones de arriba.  Un encantador violín
tocaba una canción lenta, suave y familiar.  Golpeó algo en su corazón,
pinchó un lugar ya magullado.
Una hermana gemela.  Casi habría pensado que era una broma.  Y, sin
embargo, no había nada de gracioso en el dolor que se había acumulado en
los ojos de Tamsin.
Wren se metió el último bocado de masa en la boca.  Había tantas
preguntas que hacer cuando finalmente llegó la mañana.  Sin embargo, la
que Wren encontró más apremiante fue: ¿Por qué, cuando Tamsin habló de
su hermana, había tocado el bulto en forma de libro en el bolsillo de su
capa?
 

 
DIECISIETE
Tamsin
Traducido por Tati Oh
Corregido por Lyn♡
Editado por Mrs. Carstairs~

 
El mundo estaba oscuro.
Tamsin miró a través de las cortinas, esperando ver la luz, pero el sol
había detenido su ciclo. El cielo estaba vacío. En silencio.
Exhaló, encendiendo una pequeña llama, la cual acunó en la palma de su
mano. Wren todavía estaba adormecida, su cuerpo tendido sobre la pequeña
cama frente a ella. La fuente de magia había hecho bastante ruido hasta que
finalmente pudo ir a la cama, suspirando y tosiendo con falsedad, arrojando
ambas botas a través de la habitación en un fuerte golpe al mismo tiempo.
Sin embargo, Tamsin no se movió hasta que escuchó la lenta respiración de
Wren.
No había sido su intención eludirla, había tenido la intención de
mantener la verdad sobre Marlena lo más cerca posible de su corazón con la
esperanza de que ella fuera capaz de sentirla. Pero escuchar el nombre de su
hermana en boca de Wren había sido más de lo que podía soportar.
Esa pequeña verdad, ese alivio de confesión, le había costado su
superioridad.
Se puso las botas y la capa; entonces, teniendo cuidado de no perturbar la
llama, se escabulló por la chirriante puerta de la pequeña habitación en el
ático.
Era más de lo que cualquier otro posadero le hubiera podido ofrecer. No
solo tenían camas con colchones, sino que la habitación incluso tenía un
baño. No era más grande que un sombrío armario, pero, aun así, Tamsin
finalmente tuvo tiempo para lavar y desenredar su cabello, y cambiarse la
ropa que había estado usando durante días. Había comenzado a oler
bastante rancio. Tamsin sabía que nunca podría agradecer lo suficiente a
Hazel por su amabilidad e inquebrantable lealtad, aunque no la merecía.
Apagó su pequeña llama mientras entraba a la muy iluminada habitación
principal. A pesar de la oscuridad en el exterior, algunas brujas estaban
despiertas, dispersas, practicando sus artificios, tratando de encontrar una
manera de rastrear a la bruja oscura. De rastrear a Marlena.
Su hermana estaba viva y afuera, en alguna parte. Había sido ella todo el
tiempo. Tamsin siguió pasando de sentirse tonta a enojada, desde disfrutar
del alivio hasta encogerse de miedo. Marlena no estaba muerta. Su hermana
no estaba muerta. Lo que significaba que el hechizo de Tamsin no la había
matado.
No sabía si sentirse culpable. Aún tenía la muerte de Amma en su
conciencia. Su magia oscura estuvo a punto de destruir Mundo Interior.
Ciertamente, no estaba libre de culpa. Tamsin todavía tenía mucho que
compensar.
Un grupo de brujas adolescentes estaba riendo desde la esquina donde se
encontraban estudiando un antiguo grimorio. Se turnaban para conjurar
pociones en la pared trasera, usando raíces de ginseng y lavanda seca, hojas
de laurel y corteza de fresno, machacándolo todo hasta obtener un fino
polvo, que recolectaron con cuidado en pequeñas bolsas de cuero guardadas
en sus bolsillos.
Una bruja de mayor edad estaba inclinada sobre su mesa, con un trozo de
cuarzo en una de sus manos, y obsidiana en la otra. Tenía los ojos cerrados;
sus labios se movieron en silencio. Frunció el ceño y dejó caer la obsidiana
sobre la mesa, su mano buscó la piedra más próxima. Agarró un suave ónix
negro. Abrió sus ojos. Frunció el ceño. Y comenzó a buscar entre sus
piedras otra vez.
En el otro extremo de la mesa, Rhys, una bruja que había estado un par
de años delante de Tamsin en la escuela, estaba barajando sus cartas de
tarot, rodeada de varias brujas más jóvenes. Repartieron una mano,
frunciendo sus labios pintados de negro mientras se miraban ansiosas unas a
otras.
—Quédate tranquila —espetaron, ajustando sus naipes—. Si no respetas
a la baraja, ella no te respetará. —Los ojos de Rhys revolotearon a través de
la habitación hasta Tamsin, que rápidamente se sentó en la silla más
cercana, llenando la taza de té delante de ella.
Rhys le había dado a Tamsin la misma lección años atrás. Su lectura
había sido correcta en ese momento, había estado actuando descaradamente,
y su impulsividad le había jugado en contra al final.
Tamsin tomó su té y entrecerró los ojos mirando los residuos. Las hojas
estaban agrupadas en el fondo, pero no podía encontrarles ningún sentido.
Tamsin no tenía habilidades para la adivinación. Ella estaba más
relacionada a la acción. Lo cual era, como sabía, el único problema.
Dejó la taza a un lado y sacó el diario de Marlena de los pliegues de su
manto. Ahora que su hermana estaba viva, las palabras en su interior
adquirieron otra importancia. Una nueva carga. La puerta de la posada se
abrió y las páginas del diario salieron volando. Tamsin no sabía por qué el
libro se había enojado. Ella ya estaba leyéndolo. Sabía que su hermana
estaba viva. Leer sus palabras solo serviría para recordarle la pérdida que
pensó que había sufrido y el dolor que ahora sentía. Pero Tamsin nunca
había sido alguien que se protegiera del dolor, por lo que continuó leyendo.
 
Yo tenía razón. Por lo general, esas son mis tres palabras favoritas, pero escribirlas hoy
no me trae alegría. Arwyn entró al Gran Salón con esa horrible flauta suya y su horrible manada,
cantando que había encontrado a la bruja oscura. Deberías haber visto su rostro: sus dientes
totalmente retorcidos prácticamente se caían de su boca, sonriendo ampliamente. ¿Y luego contra
quién carga, sino contra Tamsin?

Yo tenía razón. Pero, por otro lado, estaba muy equivocada.

Por supuesto, Vera se enfureció, levantándola y sacándola del pasillo tan rápido como
sus tacones pudieron hacerlo. El resto de la habitación se redujo a susurros. ¿Qué podría estar
haciendo Tamsin con un poder como ese? Se iba a unir al Aquelarre algún día, todo el mundo estaba
seguro de eso. Era la candidata ideal: talentosa, devota, entusiasta, desinteresada hasta el extremo.
Habría dado su vida por ser la encargada de proteger Mundo Interior. En cambio, parece que ella dio
su vida por protegerme.
Está bien. ¿Esa magia oscura que realizó? Es la razón por la que estoy viva. Sin
preguntarme, sacó magia de la tierra y ató mi vida a su poder. Entonces no solo Tamsin es
responsable por las lluvias, los incendios, por Amma, sino que yo también lo soy. Tamsin hizo esto
para salvarme, lo que significa que soy cómplice. Soy parte de esto, lo quiera o no.

Y la odio por eso.

Vera me llevó a su oficina una vez que terminó con Tamsin, y durante un rato se limitó a
observarme. Fue extraño, como si estuviera tratando de memorizar mi rostro, lo que es absurdo ya
que es igual al de Tamsin. Pero luego me dijo que tenía que romper el vínculo. Era su deber o algo
que sonaba como oficial. Quisiera poder decir que me sorprendió. Sé que Vera me ama, ama a
Tamsin también, por supuesto, pero más ama a Mundo Interior.

Ni siquiera le guardo rencor por eso. Realmente no lo hago. Ojalá supiera lo que
significa amar tanto algo que dejarías morir a tu propia hija. Ella no lo dijo, por supuesto, pero podía
verlo en sus ojos. Cuando remuevan el poder de Tamsin de mí, yo moriré.

La mortalidad es extraña, en cierto modo. Antes, siempre me enfrentaba por largos


periodos a los cuidados de enfermería, y desde que supe que existía la posibilidad de morir, tuve
miedo.

Pero ahora que mi vida tiene una fecha de expiración, parece que no puedo permitirme
sentir... nada en absoluto.

 
Tamsin se quedó mirando la arrugada página. Había tomado el mayor
riesgo de su corta vida, había alejado a su mejor amiga, perdido el respeto
de su madre y sus maestras, todo para poder salvar a su hermana. Y ahora
estaba más claro que nunca que había cometido un error. Marlena no estaba
agradecida por lo que había hecho. La odiaba por eso.
Apoyó la cabeza entre sus manos. De ninguna forma podría haberse
detenido y simplemente a ver cómo su hermana se desvanecía. Estaban
unidas por un vínculo más fuerte que la magia oscura. Si los roles se
hubieran invertido, ¿Marlena no habría hecho lo mismo para salvarla?
La horrible verdad llegó a ella de forma escalofriante, atravesando su
cuerpo con un estremecimiento tan grande que su codo arrojó la taza de té
hacia el suelo, donde se rompió en cien piezas. Maldijo y cayó de rodillas,
recolectando cuidadosamente los pedazos en la palma de su mano.
—Pensé que eras una bruja. —Tamsin se tensó ante el sonido de la voz
de Wren, pero no levantó la vista. Continuó recogiendo los fragmentos de
porcelana con diseños de rosas.
—Tamsin. —Wren le dio un suave puntapié con su bota—. Vamos. Es
hora de que me digas la verdad.
Tamsin suspiró y se puso de pie, arrojando los fragmentos de porcelana
sin ceremonias sobre la mesa
—No veo qué más te debería contar —mintió.
—Tienes una hermana.
Tamsin luchó contra el impulso de corregir la conjugación de Wren. Ella
estaba tan acostumbrada a pensar que tuvo una hermana.
—Te lo iba a decir —dijo rápidamente—. Pero las cosas son complicadas
Wren frunció el ceño.
—O tienes una hermana o no la tienes
Tamsin estuvo a punto de reír.
—Exactamente. Es por eso que es complicado. —Exhaló, el mero acto
de verla respirando parecía adjudicarle varias miradas de enojo. Sabía que
otras brujas le tenían resentimiento, algunas porque había usado magia
oscura, otras porque continuaba con vida. Aun así, hasta ahora la reacción
por su regreso había sido gélida, en el mejor de los casos.
Ella invocó sus pertenecías, sus bolsas aparecieron a sus pies.
—Me despediré de Hazel y luego nos vamos.
—¿Nos vamos? —Los ojos de Wren recorrieron la habitación—. ¿Por
qué?
—Nos hemos quedado más tiempo del que somos bienvenidas. —Tamsin
alzó su mochila sobre su hombro, asintiendo con la cabeza hacia el grupo
de brujas de edad escolar, que susurraban apresuradamente, con los ojos
fijos en ellas.
—¿A dónde vamos entonces? —Wren tomó su bolso, con cara afligida.
Tamsin se pasó una mano por el pelo, el temor dio un tono amargo a sus
palabras.
—A un lugar donde pueda decirte la verdad.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
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—Déjame entenderlo. —La voz de Wren amortiguada desde atrás de su


manga, su expresión era imposible de descifrar mientras se movían
cuidadosamente en la oscuridad—. ¿La bruja oscura es tu hermana gemela,
pensabas que había muerto, pero no fue así gracias al vínculo de magia
oscura existente entre ustedes dos?
El suelo estaba tan blando… y húmedo bajo sus pies. El olor de azufre
impregnaba todo, había inundado sus fosas nasales en el momento habían
abierto la puerta para salir de Wandering Woes. Wren se tapó la nariz, pero
Tamsin no se molestó en hacerlo. No lo podía evitar. No se sorprendería si
el hedor a huevos podridos se aferraba a su piel durante el resto de sus días.
—Sí.
—¿Sí qué?
—Sí, así es. —Pero decirle a Wren la verdad no había hecho que Tamsin
se sintiera mejor. De hecho, la había hecho sentir peor. Al final, todo volvía
a Tamsin.
—Está bien —dijo Wren, entrecerrando los ojos a la bruja, con los labios
fruncidos—. Pero yo no entiendo qué tiene que ver esto con ese librito
negro en tu bolsillo.
—¿Qué? —Tamsin estaba tan sorprendida que su pie chapoteó
peligrosamente cerca de un turbio charco. Ella había esperado ver a Wren
llorando, gritando, apartándose de ella una vez que supiera la verdad. Pero
la subestimó. En lugar de huir, Wren se mantuvo firme.
—Tu hermana es la bruja oscura —repitió—. Lo que significa que tú
sabes a quién nos enfrentamos. Yo no. Por eso necesito que me cuentes
todo. —Parecía como si fuera a derrumbarse bajo el peso de todas las
evasiones y mentiras de Tamsin—. Entonces —dijo intencionalmente—, el
libro.
—Es de ella —admitió finalmente Tamsin, hurgando en el bolsillo de su
capa y sacando el diario—. Es de Marlena.
Wren soltó una pequeña risa.
—¿Qué sucede? —espetó Tamsin, bastante molesta—. ¿Por qué te estás
riendo de mí?
—Lo siento —dijo Wren, con una mano en su pecho—. Solo es que me
siento tan tonta. Cuando Leya mencionó a Marlena por primera vez,
pensé... —Dio un paso adelante, luego chilló cuando su pie se hundió en un
parche fangoso de césped. Se apresuró a recuperar el equilibrio, pero el
suelo tragó su pierna en un profundo chapoteo.
Tamsin se abalanzó para agarrar el codo de Wren, pero cuando los dedos
de sus pies comenzaron a deslizarse hacia el lodo también, retrocedió,
soltando el brazo de Wren.
Los ojos de Wren se abrieron ante la traición.
—¿Qué estás haciendo?
—Deja de agitarte —ordenó Tamsin, encantando su linterna para que
flotara junto a su hombro y buscando a tientas las amarras de su capa—. No
puedo salvarte si yo también me hundo.
El rostro de Wren se torció como si la hubieran pellizcado, impaciente
mientras luchaba y se retorcía, hundiéndose más profundamente en el lodo
con cada movimiento. Tamsin se quitó la capa, agarró el dobladillo con
fuerza, y arrojó la capucha a Wren.
—Agárrala. Y deja de moverte. Te hundirás más profundamente si sigues
retorciéndote
—El lodo está frío —gimió Wren mientras se apresuraba a agarrar la
capa—. Y apesta.
Tamsin tiró de la capa, la tela verde esmeralda se resbalaba debajo de sus
palmas sudorosas. Wren estaba sumergida hasta la cintura. Si no tenía
cuidado, se hundiría por completo.
—La pierna derecha primero. Despacio. Despacio. —La voz de Tamsin
se tensaba.
—Está atascada —dijo Wren con los dientes apretados mientras se
hundía un par de pulgadas más.
—Tal vez es un pantano. Los pantanos son principalmente agua, después
de todo. ¿Puedes nadar?
—No. —Aun así, Wren se echó hacia atrás, esbozando una mueca de
dolor—. Siento que me estoy hundiendo más. —Lo estaba, pero Tamsin no
quería decírselo.
—Mueve tu pierna derecha hacia arriba. No, arriba. —El corazón de
Tamsin golpeaba fuerte en sus oídos.
Con un fuerte gruñido de esfuerzo, Wren liberó una pierna. Tamsin vio la
insinuación de una bota de cuero gigante. Wren luchó, tirando con fuerza de
la capa, y a pesar de sus brazos temblorosos, Tamsin logró mantenerla a
flote. Después de un inmenso esfuerzo, y varios sonidos guturales, Wren
liberó su segunda pierna. Tamsin tiró apresuradamente de ella.
Wren jadeaba salvajemente, con el cabello pegado a su frente sudorosa.
Tamsin extendió la mano para apartarlo. Ella captó un leve olor a lavanda
antes de ser sofocado por el hedor de la interminable noche. Tamsin
murmuró unas pocas palabras, y los pantalones de Wren se secaron
instantáneamente.
Wren, todavía luchando por recuperar el aliento, ofreció a Tamsin una
dulce mirada.
—Gracias.
Tamsin se encogió de hombros y volvió a abrocharse la capa.
—No puedes morir ahora. Finalmente tenemos una ventaja. —Pero su
intento de humor fracasó, sus manos temblorosas la delataban.
—Me refería a los pantalones. —Wren le ofreció una sonrisa—. Pero
supongo que gracias también por salvarme la vida. —Dio un paso adelante
y ató la capa de Tamsin rápidamente—. Ya está.
Mientras se miraban torpemente la una a la otra, Tamsin sintió el suave
olor a lavanda otra vez. Algo en Wren era diferente.
—¡Oh! —dijo Tamsin finalmente—. Tus ojos son verdes.
Extrañamente, Wren no parecía tan sorprendida
—¿Y?
—Eran grises antes.
—No. —Wren frunció el ceño—. Estoy bastante segura de que mis ojos
siempre han sido verdes.
Tamsin negó con la cabeza fuertemente. Recordó los ojos de Wren: el
color de la pizarra, el gris de la piedra empapada por la lluvia. Este nuevo
color era vívido e impactante. Le daban ganas de mirarlo profundamente.
Le daban ganas de apartar la mirada.
—¿Por qué estas mirando mis ojos, de todos modos? —El tono de Wren
era juguetón, pero su sonrisa era cautelosa.
—No lo hago —espetó Tamsin, a pesar de que obviamente lo había
hecho. Se apartó, dejando la linterna atrás para Wren.
Incluso mientras se alejaba, escuchaba los pasos de Wren siguiéndola.
Tamsin se dijo a sí misma que era la oscuridad lo que sacudía todo.
Había estado poco tiempo despierta, pero ya se sentía exhausta, lista para
volver a dormir. La oscuridad hacía que todo se sintiera más cercano, más
íntimo, cuando todo lo que había hecho era salvar a Wren del barro. La
oscuridad incluso jugaba malas pasadas con sus ojos, cambiándolos de
color, entregando a Tamsin atisbos de otra vida, una en la que notaba el olor
del cabello de una persona o el color de sus ojos simplemente con mirarlos.
Pero esa no era ella. Ese no era el objetivo de su vida. Y entonces Tamsin
juró que no dejaría que la oscuridad jugara con su mente. Ella no dejaría
que la oscuridad ganara y rompiera su ya inútil corazón.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
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La posadera del Fickle Fare también reconoció a Tamsin. Pero aquel no


era un feliz reencuentro.
—Todo lo que tengo es una choza —dijo la mujer de la mirada aguda,
sus ojos eran brillantes y críticos—. Solía usarla para mantener mis cabras.
Pero la arreglamos. Un poco.
Tamsin abrió la boca para protestar, pero la mujer miró de reojo hacia el
brazo izquierdo de Tamsin, como si pudiera ver la piel moteada a través de
las capas de vestimenta. Fue suficiente para hacerla callar. Esta posadera
sabía exactamente de lo que ella era responsable. Sabía que le habían
quitado el sello del Aquelarre. Sin ello, Tamsin no tenía más estatus que el
de una niña tropezando con Mundo Interior por primera vez, su magia era
tumultuosa y salvaje. No era respetada. Ella no importaba. Aunque, su
madre era la Alta Concejera, y ella tenía una licencia de caza emitida por el
Aquelarre. La mujer no se atrevió a rechazarla por completo.
—Bien. —Tamsin giró sobre sus talones y se abrió camino a través de la
pequeña cabaña hasta la choza de atrás. La puerta golpeó la pequeña cama
mientras se abría. La habitación era prácticamente un armario.
—¿Dónde está la otra cama? —Tamsin detectó una pizca de pánico la
voz de Wren.
—No te preocupes —dijo Tamsin, dando un paso tentativo hacia el
pequeño espacio. Sus pantorrillas chocaron con el marco de la cama—. Voy
a conjurar otra. Podríamos ponerla... aquí. —Señaló un espacio que era
apenas lo suficientemente grande como para que cupieran ambas de pie.
Tamsin cerró los ojos y trató de concentrarse.
—Esto es ridículo, nos vas a matar. —Wren puso una mano en el brazo
de Tamsin para detenerla, pero pareció tener el efecto contrario. Diminutas
chispas flotaron de su mano. Ella se apresuró a apagarlas antes de que la
colcha se incendiara.
—¿Estás bien?
—Bien —espetó Tamsin, avergonzada. Ella siempre tuvo el control de su
magia. Realmente se estaba comportando como una niña—. Podemos
simplemente...
Ambas miraron la pequeña cama. Wren tiró del extremo de su trenza.
—¿En qué lado de la cama duermes?
Tamsin la miró sin comprender.
—Duermo en una cama. No prefiero ningún lado
Wren exhaló con fuerza.
—Bien. Tomaré el lado de la pared; tú te puedes acomodar aquí.
Tamsin parpadeó varias veces con rapidez.
—¿Vamos a compartir esta cama?
—A menos que quieras dormir en el suelo. —Wren señaló la superficie
de piedra cubierta de suciedad, polvo y moho.
—¿Por qué yo tengo que dormir en el suelo?
—Porque estás llena de secretos. Si los traes a todos a esta cama, no
quedará espacio para mí. —Wren se echó a reír. Sus extrañas risitas
entrecortadas casi hicieron reír a Tamsin también. Pero, al contrario, estaba
sobria por la logística. Cómo encajarían ambas. Cómo es que se suponía
que debía mentir para no molestar a Wren, no tocarla sin necesidad, no
invadir su espacio, no quería hacerla sentir incómoda.
Cuando Wren finalmente dejó de reír, se deslizó hacia la pared, dejando a
Tamsin un poco de espacio en la cama. La bruja se acomodó con cuidado en
el colchón gastado y se deslizó debajo de un edredón deshilachado.
—¿No quieres que consiga una almohada al menos? —Un escalofrío se
había infiltrado entre sus huesos a pesar de estar envuelta en una fina
manta. Estaba de frente a la espalda de Wren, todo su cuerpo estaba tenso,
tratando de no tocarla.
—Secretos —le recordó Wren, lo que hizo que Tamsin suspirara con
frustración.
—Lo siento —susurró Tamsin en la oscuridad—. Simplemente no quería
que dejaras de mirarme en la forma que lo haces.
Wren se movió, volviéndose hacia Tamsin.
—¿Cómo?
Sus rostros estaban tan cerca.
—Como si tal vez no fuera tan terrible como siempre pensé era.
—No eres tan terrible —murmuró Wren, sus ojos cayendo, sus palabras
llenas de sueño.
Tamsin se dio la vuelta antes de que Wren pudiera cambiar de opinión.
Tumbada en silencio, escuchando el silbido del viento a través de las
grietas en las paredes, cada una con sus propias preocupaciones. Con sus
propios temores. Tamsin sintió algo más. Un parpadeo, como las chispas
que se había disparado de sus dedos. Ella no había estado tan cerca de otra
persona en años. Ciertamente no de alguien tan bueno como Wren.
Porque Tamsin tuvo que admitir a regañadientes que Wren no solo era
mejor persona que ella, sino que también era quien la hizo querer medir sus
palabras, pensar en sus acciones.
Wren hizo que ella quisiera ser mejor.
—¿Tamsin? —La voz de Wren sonaba suave en la oscuridad. Tentativa.
Frágil.
Tamsin se tensó, segura de que, si hablaba, Wren le pediría que mudara
al suelo. No podía. No lo haría. Tamsin necesitaba el calor que irradiaba la
piel. Necesitaba creer que realmente olía a lavanda cada vez que Wren se
movía a su lado.
Wren, siempre describiendo puestas de sol y explicando olores, le dio a
Tamsin, un atisbo del mundo que la maldición le había arrebatado. El tacto
de Wren ofrecía la calidez que alguna vez había sido tan esquiva. Tamsin
necesitaba a Wren, por mucho que no quisiera admitirlo. Y entonces, se
recostó quieta y no respondió. Cuando Wren no volvió a hablar, Tamsin
exhaló con suavidad, dejando que su mente corriera en círculos a su
alrededor, dejándola preguntar y dejándola desear, hasta que el ascenso y la
caída de la respiración de Wren se convirtieran en una canción de cuna que
la envió a dormir.
 
 
 
DIECIOCHO
Wren
Traducido por Pandora
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Wren se despertó con la espalda contra la pared, la mejilla en el hombro
de Tamsin y las piernas entrelazadas. Inevitable, se dijo a sí misma, cuando
dos personas comparten una cama pequeña.
Aun así, la lógica no pudo controlar el aleteo en su pecho.
Tamsin olía a sal y salvia, su piel sorprendentemente cálida para alguien
tan frío. Wren se estiró para apartar el cabello de Tamsin de su rostro y sus
dedos golpearon la cinta alrededor del cuello de la bruja. Las mariposas en
su estómago dejaron de aletear. Wren estaba en deuda con la bruja, con cada
faceta cruel y fría de ella.  Tal vez Wren ni siquiera se preocupaba por
Tamsin tanto como la envidiaba a ella, a su actitud arrogante, a su
propensión absolutamente exasperante a mantener secretos y a su negativa a
considerar los sentimientos de cualquiera que no fuera ella misma.
Wren tocó los sedosos rizos de Tamsin mientras se los quitaba de los
ojos.  Era cierto que Tamsin era descarada y complicada.  Aun así, no se
podía negar que había algo suave en ella, algo dulce que se esforzaba
mucho en disfrazar. Hubo momentos, destellos de una sonrisa, el brillo de
sus ojos oscuros, cuando Wren volvía a ver a la persona detrás de la
maldición, la chica que Tamsin era, pero no podía mostrar.  La chica que
Tamsin podría haber sido si hubiera amado.
Cuando Tamsin hablaba de su hermana, quedaba claro lo mucho que
todavía le importaba, maldita sea. Anoche, incluso, mientras maniobraban a
través de la incomodidad de compartir una cama, era casi como
si…  No.  Wren no dejaría que su imaginación se desvaneciera de esa
manera.  Siempre había sido una soñadora.  Una idealista.  Incluso ahora,
Wren estaba bastante segura de que podría vivir para siempre con esos
pequeños destellos de Tamsin.  Que incluso el más mínimo indicio del
verdadero corazón de la bruja sería suficiente para sostenerla.
Patética, se dijo a sí misma mientras sacaba el otro brazo de debajo de la
cabeza de Tamsin. La bruja suspiró profundamente y rodó de espaldas sobre
su costado, de modo que se enfrentó a Wren.  Sus ojos todavía estaban
cerrados, su rostro relajado mientras dormía.  Tamsin era innegablemente
hermosa, siempre, pero sin la tensión y la ira omnipresentes que mantenía
en la conciencia, se veía diferente. Más joven. Difícilmente había un año de
diferencia entre ellas, pero la carga que llevaba Tamsin la envejecía. Wren
podría ayudar, si tan solo Tamsin confiara en ella. Pero, por supuesto, no era
tan simple.
Wren quería llorar por la ironía de haberse enamorado de una chica con
un corazón inútil.
Con cuidado, tan lentamente que pensó que podría tirar de un músculo,
Wren trepó sobre la forma dormida de Tamsin.  No quería que la bruja
despertara, no quería tener la necesaria, pero incómoda, conversación sobre
compartir un espacio para dormir y cómo eso no significaba nada en
absoluto.
Wren sabía que nada aún podía significar tanto.
Cruzó la choza y se puso las botas de su padre. Sentía una punzada en el
pecho al pensar en él, dando vueltas y vueltas en su pequeña cabaña. Trató
de imaginarse su rostro, pero para su horror descubrió que la imagen se
estaba desvaneciendo.  Ella ya había perdido el color de sus ojos por
Tamsin. Cuando el rostro de su padre no tenía sentido para su corazón, no
tendría ninguna razón para aferrarse al resto.  Él se deslizaría
silenciosamente de la vanguardia de su memoria, sería solo otra persona
con la que se había cruzado en este gran ancho mundo.
Quizás eso fuese lo mejor. Sin duda, sería más fácil no recordar lo que
había perdido.
¿No era esa la razón por la que Tamsin parecía tan derrotada? Todos los
días había tenido el recuerdo de su hermana. De la compañera de clase que
había muerto a causa de ella.  No es de extrañar que la bruja fuera tan
cerrada y fría.  No había lugar en ella para nada más que la culpa, el
resentimiento y el miedo.  Toda su vida era un recordatorio de su
fracaso. Del precipitado error de una niña.
Eso no debería ser suficiente para definirla. Necesitaba la oportunidad de
perdonarse a sí misma.  Para hacer las cosas bien.  Pero para hacer eso,
tenían que encontrar a Marlena. Wren miró a Tamsin, que todavía estaba
roncando ligeramente. Sacó la capa verde de la bruja del pie de la cama y
abrió la puerta lentamente para que no crujiera. Se abrió paso a través de la
oscuridad hasta la posada, con la esperanza de calentarse las manos frías
con una taza de té. El té siempre tenía una forma de ayudar a Wren a pensar.
Esta posada no era tan bonita como la otra, pero lo único que ambos
lugares tenían en común era que estaban llenos de brujas. Manteniendo la
cabeza gacha, Wren se sentó en una silla en la cabecera de una mesa casi
vacía.  El té se vertió en una jarra de metal, con toques de bergamota y
cardamomo haciéndole cosquillas en la nariz. Wren tomó un largo sorbo. El
té descendió con facilidad, lo suficientemente caliente para calmarla, pero
no tanto como para quemarle la lengua.
Se puso a trabajar revisando metódicamente los bolsillos de la capa de
Tamsin. Encontró hilo y botones en uno, en otro una corteza de queso tan
dura que podría haber sido una piedra.  Un tercero contenía una pequeña
bolsa marrón de hierbas secas;  otro contenía un cristal rosa
redondo. Ninguno de los artículos brillaba con calor en su mano. Ninguno
de ellos era mágico.  La pila de baratijas siguió creciendo, apareciendo
nuevos bolsillos tan pronto como pensó que los había encontrado
todos. Pero ninguno tenía el diario de Marlena.
Wren se detuvo, frustrada.  Tomó un sorbo de té.  Había querido hacer
algo, actuar ella misma.  Tamsin era tan cautelosa cuando se trataba del
diario de Marlena, como si tuviera secretos que podrían revelársele a Wren,
secretos que Tamsin no quería compartir.  Ella nunca se lo habría dado a
Wren voluntariamente. Pero si iban a encontrar a Marlena, necesitaban un
punto de partida.
Wren quería hacer eso por ellas. Quería contribuir, hacer más que ofrecer
magia cuando necesitaban comer. Ella quería demostrar a Tamsin que eran
un equipo, que la bruja la necesitaba tanto como Tamsin era necesaria para
Wren.
Pero para hacer eso, primero tenía que encontrar el diario en las
profundidades de la capa de Tamsin.  No leerlo, porque eso sería una
violación de una perfecta desconocida, y si Marlena se parecía en algo a su
hermana, Wren sabía que era mejor no provocar su ira.
Más bien, esperaba tener una idea de Marlena y su magia. Si conociera el
olor, la sensación del poder de Marlena, tal vez podría seguir ese rastro
hasta la persona real.
Wren tomó otro sorbo de té.  Buscaba como una persona común.  No
estaba buscando como una fuente. Dejó la jarra y extendió la capa sobre la
mesa.  Cerró los ojos, con las manos recorriendo lentamente la gruesa
tela.  Prestó atención a la sensación, esperando calor, esperando un indicio
de que algo encantado estaba cerca.  Su mente estaba tan ocupada
preocupándose por qué esperar que casi no notó el sabor de la miel en su
lengua.  Se detuvo, sus manos se cernieron sobre un pliegue en el lado
izquierdo de la capa.  Bajó los dedos y sintió el fantasma de un
pinchazo. Allí.
Wren sacó el delgado volumen de su bolsillo, la cubierta de cuero suave
y gastada, los bordes del papel manchados y rasgados. Al principio no pudo
abrir la tapa.  Luego, cuando el libro finalmente se abrió en su mano, se
encontró con una página en blanco tras otra.
—Está bien —murmuró Wren—. No quieres revelarte a mí.  Está
bien. No me conoces. —Se sintió bastante tonta hablando con un libro.
Un hechizo de invocación pasó zumbando por su oreja derecha. Wren se
sobresaltó, mirando alrededor de la habitación a las brujas inmersas en su
oficio.  Una bruja cantó suavemente sobre un libro lleno de runas
garabateadas; otra removió hierbas en su taza de té.  Un grupo de niñas de
no más de doce años estaba convocando cosas del otro lado de la
habitación, compitiendo entre sí para ver quién podía alcanzar el hechizo
primero.
Ninguna de ellas rehuía a su magia.
Es como si estuvieras luchando con demasiada fuerza contra quién eres,
había dicho Leya. Sucumbe.
Wren abrió una página en blanco al azar. Lentamente frotó el papel entre
el pulgar y el índice, liberando los rastros de magia para que pudiera
leerlos. Se llevó el pergamino a la nariz.
Primero llegó el abrumador hedor del azufre. Wren se atragantó, pero se
obligó a respirar a través de él. Era el mismo olor que había inundado sus
fosas nasales mientras caminaban por el pantano, el mismo olor que
rodeaba a las víctimas de la plaga. Era el hedor de la magia oscura. Estaba
en el camino correcto.
Después de que el olor a huevos podridos se disipó, Wren captó una
pizca de sal.  Su cabello se revolvió, como si recibiera una suave
brisa. Cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear los rastros de magia
en la habitación y escuchar lo que revelaba el papel.
Un crujido, como el chasquido de ramitas. El estallido de un trueno, un
destello brillante detrás de sus párpados cerrados como un relámpago.  Su
boca tenía un sabor amargo, como madera chamuscada. Y a pesar de todo,
Wren se sintió arrullada por un rugido rítmico, aunque no sabía de dónde
venía. Quizás fue la tierra misma.
—¿Qué estás haciendo?
La magia murió tan rápido como había llegado, las imágenes huyeron tan
rápido que Wren comenzó a preguntarse si alguna vez habían estado
allí. Abrió los ojos para encontrar a Tamsin mirando a Wren y al diario con
aprensión.
—No me dejaba leerlo —explicó Wren tímidamente, mostrándole a
Tamsin las páginas en blanco—. No es que lo hubiera hecho, incluso si
pudiera —agregó rápidamente. El rostro de la bruja se relajó—. Pero puedo
oler la magia. —Trató de aferrarse a la sal, el relámpago y la ceniza amarga
—. Solo pensé…
—Eso es cierto. —Tamsin se acomodó en el asiento frente a Wren y se
inclinó hacia adelante sobre los codos—. ¿Entonces a qué huele la mía? —
Estaba mirando directamente a los ojos de Wren, sus labios se torcieron en
una sonrisa traviesa.
Wren se congeló.  Era extrañamente íntimo, describiendo un olor a la
persona de quien emanaba. 
—Hierbas frescas —logró decir finalmente—. Romero y salvia, sobre
todo.  A veces albahaca.  Eneldo. —Su rostro enrojeció.  Wren estaba
resentida con su cuerpo por traicionar tan despiadadamente sus
sentimientos.
—Eh. —Tamsin todavía la miraba fijamente—. Bueno, entonces, ¿qué
encontraste?
Wren le dijo a la bruja lo que había probado, oído y sentido. La expresión
de Tamsin se suavizó con cada detalle, sus ojos lejanos.
Cuando Wren mencionó el rugido rítmico y el olor a sal, la atención de
Tamsin volvió al presente. 
—Sé dónde está Marlena.
—¿Lo sabes? —Fue el turno de Wren de inclinarse sobre la mesa. Había
esperado que sus pistas la ayudaran, no que lo resolviera—. Espera, ¿de
verdad hice algo bien?
Tamsin volvió a fruncir el ceño. 
—¿Qué quieres decir?
Wren se retorció, repentinamente consciente de sí misma. 
—Simplemente… tiendo a no ser muy útil.  Puedo vender un huevo y
hacer un caldo, pero aparte de eso, mis habilidades son bastante limitadas.
—Ella se encogió de hombros y jugueteó con la esquina de la capa de
Tamsin.
—Deja eso —la regañó Tamsin. Las manos de Wren dejaron de moverse,
pero Tamsin negó con la cabeza—. No la capa. Tu falta de autoestima.  Es
muy irritante. Tienes un poder con el que la mayoría de la gente no puede
soñar. Empieza a actuar como tal. Tú importas. —Tamsin miró a Wren a los
ojos, enviando una sacudida de energía a través de su sangre—. Ahora ven.
—Tamsin se apartó de la mesa y le hizo un gesto a Wren para que le
entregara la capa—. Tenemos bastante camino por delante.
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Wren nunca había sido de las que temían a la oscuridad, pero la noche
interminable había cambiado eso.  Se agarró con fuerza a su linterna, la
pequeña llama azul bailando como el miedo en su estómago con cada paso
que daba.  Los extraños sonidos de la noche sin fin, chillidos, aullidos y
raspaduras la mantuvieron cerca de Tamsin. Tan cerca que siguió pisando
los tacones de las botas de la bruja, ganándose miradas sombrías y suspiros
cansados.
Siguieron un camino estrecho que las llevó lejos de Fickle Fare, a un
denso parche de bosque. El aire estaba cargado de magia, lo que dificultaba
la respiración.  Una fina niebla se aferraba a los árboles y los cubría de
gotitas tan grandes y redondas como perlas a la luz de la lámpara. Entre los
árboles muy unidos había interminables parcelas de zarzas, las espinas tan
afiladas que Wren y Tamsin tuvieron que detenerse y abrirse camino por
temor a ser atrapadas para siempre.
Todo estaba en silencio, salvo por el crujir de las ramas y de sus ropas
mientras trabajaban para salir de las garras del bosque.  Wren casi lloró de
alegría cuando los árboles se abrieron a una cañada, toda colinas onduladas
y anillos de hierba espesa.  El musgo bajo sus pies zumbaba suavemente,
una nota sólida y solitaria, que reverberaba en su pecho, tomando el lugar
de los latidos de su corazón. Ella se convirtió en el sonido.
La cañada estaba llena de formaciones rocosas: espirales gigantes,
zigzags salvajes, torres altas y racimos cuidadosos.  Wren hizo ademán de
pasar por debajo de una losa de roca que se balanceaba sobre dos piedras
altas, pero Tamsin tiró de ella hacia atrás.
—Mejor no —dijo—, a menos que quieras caer directamente al cielo.
—Al menos entonces tendría una idea de a dónde vamos —murmuró
Wren, pero su corazón no estaba en eso.
—No puedo creer que no haya pensado en esto antes. Yo debería haberlo
sabido. —La expresión de tristeza de Tamsin le dijo a Wren que no se
refería simplemente a su destino, sino a la propia Marlena.
—¿Cómo podrías haberlo sabido? —Wren extendió una mano para tocar
el hombro de Tamsin, pero Tamsin se tensó. Wren apartó su mano.
—Ella es mi hermana gemela. —Tamsin la envolvió con fuerza con la
capa—. Se suponía que debía saberlo.
Wren tiró de su trenza. No sabía nada sobre ser hermana, pero sabía algo
sobre lo que se sentía fallar a la familia. 
—No es tu culpa. —Wren pateó la hierba—. Sé que no te importa lo que
tengo para decir, pero espero que sepas que es verdad.
—Lo hago, ya lo sabes. —La voz de Tamsin era vacilante. Wren frunció
el ceño—. Cuidado —aclaró Tamsin, mirando con determinación sus botas.
Wren luchó por mantener una sonrisa fuera de su rostro incluso mientras
se frotaba la piel de gallina que se alineaba en la parte posterior de sus
brazos.  No quería asustar a Tamsin con sus emociones, especialmente
porque sabía que Tamsin no había dicho sus palabras con el sentido que
Wren quería que lo hiciera.
Ella no podía referirse a ellas de esa manera.
La bruja las condujo por la ladera de una colina hasta el nivel del
suelo. Caminaron juntas en silencio, Wren luchando contra el impulso de
detenerse y recolectar manojos de flores silvestres, sus pétalos de color
púrpura oscuro, azul brillante, rosa vivo.  No quería que Tamsin la
considerara frívola. No quería retrasarlas.
No volvieron a hablar hasta que llegaron a un río rugiente, el agua se
movía tan rápido y su magia tan inconexa que dejó a Wren con náuseas y
temblores.
—Cuidado —dijo Tamsin—. Las piedras se vuelven resbaladizas. —
Luego se abrió camino con cuidado a través de los escalones planos que
ofrecían un camino a través del agua enfurecida. Wren exhaló bruscamente
y la siguió, deseando que sus pies la mantuvieran erguida.
En el otro lado había otro bosque, solo que este no era ni exuberante ni
verde.  Era más el fantasma de un bosque, troncos y ramas desnudos,
ennegrecidos y quemados.  Ceniza se posó en la lengua de Wren, el sabor
familiar. Sintió una oleada de orgullo, a pesar del lúgubre paisaje. Su magia
las había llevado allí.
Wren estaba tan distraída que se olvidó de mirar sus pies. Tropezó con
una rama gigante y se desplomó sobre la dura tierra, el viento le quitaba los
pulmones. Se apresuró a agarrar su linterna, que había caído a su lado, y la
levantó para investigar.
Inmediatamente deseó no haberlo hecho.
No era una rama con la que se había tropezado, sino un  hueso.  Lo que
parecía ser madera nudosa y petrificada era en realidad un conjunto gigante
de astas todavía unidas a un esqueleto afilado y blanco como la
nieve. Había un hedor terrible a venado en mal estado. Wren estuvo a punto
de vomitar allí mismo, en la hierba.
Y luego, ante sus ojos, los huesos comenzaron a moverse.
Tamsin tiró de Wren para que se pusiera de pie.  Estaba demasiado
asustada para protestar por el dolor que le recorrió el brazo. El esqueleto
gimió, traqueteando y tintineando mientras se levantaba a cuatro patas. Una
canción compuesta por tres notas altas y agudas reverberó a través de los
árboles. Envió un escalofrío por la columna vertebral de Wren. Le puso la
piel de gallina.
—Está bien, ahora escúchame —dijo Tamsin, su voz tan tranquila que
apenas era un susurro—. Voy a necesitar que mantengas la calma.
—Creo que hemos superado eso. —Wren había cerrado los ojos con
fuerza con la esperanza de contener las lágrimas que le hacían cosquillas en
los bordes. Nunca había visto algo tan horrible. Un ciervo sin piel, con nada
más que el duro interior que le daba forma, ya no era un animal.  Era un
monstruo—. ¿Es magia oscura?
—Peor —dijo Tamsin con voz dura—. Es uno de los exploradores de
Arwyn.
El nombre no significaba nada para Wren, pero la expresión de terror en
el rostro de Tamsin le decía suficiente.  No tenía ningún deseo de
encontrarse cara a cara con el tipo de bruja que crearía una criatura tan
espantosa. 
—¿Quién es Arwyn?
Los ojos de Tamsin parpadearon alrededor del bosque oscuro, la luz de
su llama proyectaba sombras extrañas y galopantes sobre la tierra. 
—Ella es una del aquelarre. Ella es, eh… —Tamsin se apagó, los ojos se
detuvieron en el esqueleto—. Ella es la que me entregó.
Sin pensarlo, Wren puso una mano sobre el hombro de Tamsin. La bruja
se estremeció levemente, pero no se apartó.
La horrible canción volvió a resonar en el claro, mucho más cerca esta
vez.  El esqueleto que tenían ante ellas levantó la cabeza en el aire,
absorto. El cuero y el aceite se aferraron a la brisa. El aire vibraba con el
crujido y el estrépito de los huesos. Arwyn se acercaba, trayendo consigo
una manada de espías esqueléticos.  Un pie grande pisó una rama, el
chasquido resonó en el aire vacío.
Tamsin se había vuelto blanca como una sábana.
—Vamos. —Sin pensarlo, Wren tomó la mano de Tamsin.  Fue un
testimonio del estado de la bruja que no protestó; ella simplemente se dejó
llevar. Los árboles eran enjutos y delgados, apenas lo bastante grandes para
darles cobertura.  Pero Wren quería mantenerse oculta, quería proteger a
Tamsin de los pasos, el interminable chasquido que llenaba el aire.
Se apiñaron detrás del tronco más grande que Wren pudo encontrar, con
los hombros apretados, las manos aún entrelazadas. Wren trató de calmar su
respiración temblorosa, pero no podía decir si la raíz era el miedo o su
proximidad a la bruja.
—Está bien —susurró Wren en voz baja, incluso cuando el crack se hizo
más fuerte.  Incluso cuando sabía que su tranquilidad era una
mentira. Tamsin estaba luchando contra los recuerdos, estaba obsesionada
por su pasado a cada paso. Wren quería salvarla, pero no sabía cómo.
Entonces algo le dio un codazo en la otra mano, algo suave, duro y
frío. El hueso blanco de la cornamenta de un ciervo.
Wren gritó cuando el esqueleto explorador la empujó, haciendo que tanto
Wren como la bruja cayeran al aire libre.  Aterrizaron en un montón, sus
rostros cerca, el cuerpo de Tamsin presionado contra el de ella.  Wren
apenas notó que la rama se clavaba en su espalda. Estaba encantada con los
labios de la bruja. Estaban redondeados en una pequeña O de sorpresa, tan
cerca que Wren podía sentir su aliento caliente en su mejilla.  Por un
momento, Wren se olvidó de los bosques que las rodeaban, los esqueletos,
Arwyn, la plaga. Por un momento solo estaba Tamsin.
Los ojos de la bruja buscaron los suyos, el aire entre ellas silencioso y
forzado.  La magia entre ellas era lo suficientemente espesa como para
cortarla.
Y luego Arwyn se aclaró la garganta, los huesos de sus esqueletos
lacayos chocaron mientras se asentaban.
—Bueno, bueno, bueno —dijo, su voz aguda como un viento de invierno
silbando a través de las ramas desnudas. Su piel era tan translúcida como la
escarcha de la mañana, su cabello rapado hasta su cráneo. Sus ojos verdes
brillaban a la débil luz de su linterna, tan gélidos como el resto de ella—.
¿Qué tenemos aquí?
 

 
DIECINUEVE
Tamsin
Traducido por Tati Oh
Corregido por Lyn♡
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Estaban perdidas.
Tamsin lo sintió por la forma en que Wren se movió. Lo sabía incluso
antes de mirar a los ojos de la rastreadora. No había calidez allí, ni había
esperado que la hubiera. Arwyn era precisa. Exigente. Independiente.
Siempre lo había sido. Cuando Tamsin era una niña, estaba asombrada por
esa mujer, por la forma en que se comportaba, la autoridad que irradiaba.
Ella era la única bruja en el mundo que se atrevía a entrar en las
habitaciones de Vera sin cita previa.
Esa reverencia ya no existía. No era que Tamsin estuviera resentida con
Arwyn por entregarla, después de todo, el Aquelarre existía con el único
propósito de prevenir la propagación de la magia oscura. Arwyn solo había
estado haciendo su trabajo. Era solo que se sentía avergonzada de haber
sido atrapada por la bruja que más había respetado en el mundo. Era en la
forma en que el rostro de Arwyn se torció de disgusto al ver el aspecto
demacrado de la niña de doce años. Como si Tamsin no fuera solo tonta,
sino una extraña. La decepción en su voz le había dolido más que sus duras
palabras.
No había un rastro de esa decepción ahora que la mujer se dirigía hacia
las dos mientras yacían en un cúmulo de hojas arrugadas en el suelo del
bosque. Ahora solo había ira, candente como un hierro en el fuego. Tamsin
se puso de pie, poniendo la mayor distancia posible entre ella y Wren.
Se concentró en las botas de Arwyn, tratando de no pensar en la extraña
agitación de su pecho. Tratando de olvidar la sensación de su cuerpo
presionado contra el de Wren, un cuerpo que era tan suave y cálido, y de
movimientos casi guturales, profundos y desesperados en su interior. Quería
saber lo que significaba y, tal vez más importante, cómo era posible que
pudiera sentir algo.
—Hola —dijo Tamsin, finalmente, mirando a los ojos de la bruja con
toda la dignidad que pudo reunir.
Arwyn resopló. Aparentemente, Tamsin no había reunido suficiente
dignidad.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí?
Tamsin se sorprendió al descubrir que Arwyn estaba, de verdad,
esperando una respuesta. Por lo general, las preguntas de la rastreadora eran
retóricas. Ella sabía todo lo que había sucedido en Mundo Interior y quería
que todos lo supieran.
Era desagradable ver a la mujer luchar con su curiosidad.
—Estamos aquí de caza —dijo Wren, con las mejillas todavía
enrojecidas. 
Tamsin le lanzó una mirada penetrante. La chica no pudo descifrarla.
La boca de Arwyn simuló una falsa sonrisa. 
—¿Están, ahora? —Sus ojos evaluaron en silencio a Wren, su ropa con
parches, sus mejillas rosadas, su nariz pecosa y su mirada ansiosa, brillante
y desafiante. Tamsin se sintió repentinamente protectora, resintiendo cómo
la mirada de Arwyn se quedaba fija en las grandes botas de Wren. Como si
su apariencia de alguna manera la hiciera indigna de respeto.
—Sí —chilló Wren, aunque no sonaba absolutamente convincente.
—Interesante. —Arwyn volvió su gélida mirada hasta Tamsin—. Y,
¿quién aprobó esto? —Sus dedos se movieron como si estuvieran listos para
lanzar un hechizo vinculante, listos para poner hierro alrededor de las
muñecas de Tamsin y arrastrarla de regreso a la academia.
—La Suma Consejera. —Tamsin odiaba la forma en que le temblaba la
voz. 
Las cejas casi invisibles de Arwyn se alzaron
—¿Vera sabe que estás aquí?
Cualquiera que no conociera a la rastreadora podría no haber detectado el
dolor en su voz, pero Tamsin la conocía, había pasado tantos años
estudiando sus gestos y su tono. Arwyn se sentía traicionada. Vera había
mantenido la verdad en secreto, había apoyado a su hija cuando más la
necesitaba. Encendiendo algo dentro de Tamsin, algo casi esperanzador.
Quizás aún tenía una familia después de todo.
—Sí. —Cuando Tamsin volvió a hablar, su voz era más fuerte. Sacó la
licencia de caza del bolsillo de su capa y se la ofreció a la rastreadora en
señal de prueba. Su mano no vaciló.
La expresión de Arwyn era amarga. Detrás de ella, su ejército de
esqueletos chasqueaba de modo amenazador. En algún lugar, muy lejos, un
pájaro cantó.
—Le dije a tu madre que estaba cometiendo un error cuando te desterró.
Le dije que te matara.
Tamsin había esperado que su maldición la hiciera impermeable a ese
tipo de dolor. Pero, claramente lo sintió, cada penetrante centímetro de
dolor. No era que ella pensara que Arwyn estaba mal. Sino que se
preguntaba, si ella tenía razón.
Si la hubiesen asesinado, como lo requería la precedente, nada de esto
estaría sucediendo. Marlena no habría convocado la plaga. La magia oscura
no estaría devastando la tierra. Arwyn no estaría mirándola con renovado
desdén.
—Bueno, pero está viva —dijo Wren, en un tono más alto esta vez—. Y
ella es, probablemente, tu mejor oportunidad para encontrar a esta bruja
oscura. Por lo que deberías dejarnos continuar. —Miró a Tamsin con cariño.
Tamsin sintió una oleada de calidez. Wren sabía todo sobre ella, todas sus
piezas dañadas y desordenadas, y creía en ella de todas formas. La voz de
Wren silenció algunas de las dudas que atravesaban de la cabeza de Tamsin.
Si Tamsin hubiera muerto, Marlena no estaría viva. Wren no estaría
parada aquí, con los ojos ardiendo en fuego como Tamsin nunca antes la
había visto. Para bien o para mal, Tamsin estaba aquí. Viva. Y había
cometido errores.
Ahora tenía la oportunidad de arreglar algunos de ellos.
—¿Nuestra mejor oportunidad? —Los ojos de Arwyn se llenaron de
lástima—. ¿De dónde la sacaste? —preguntó a Tamsin con una falsa sonrisa
—. Parece un perrito guardián ladrando.
—Simplemente estoy diciendo la verdad —dijo Wren, su bravuconería
disminuyó levemente—. El que seas demasiado arrogante como para no
verlo, no significa que no sea cierto.
Las manos de Arwyn se cerraron en puños. Tamsin dio un paso hacia
Wren para protegerla de la ira de la bruja. Pero Arwyn simplemente rio
entre dientes.
—¿Creen que perdería mi tiempo con gente como ustedes dos? —Su
ejército de esqueletos crujió y se asentó—. Si tu madre te hubiera matado
cuando le dije que lo hiciera, no estaríamos en este lío. Pero ella me
traicionó, nos traicionó a todas cuando te dejó ir. Nuestra autoridad fue
arrojada por la ventana. Y ahora hay alguien más, amenazando nuestras
fronteras. Tratando de salirse con la suya.
Tamsin tragó con dificultad, la culpa se agitó en su estómago. Arwyn
tenía razón, por supuesto. Ella siempre tenía la razón.
—Las reglas existen por una razón —continuó bruscamente—. Después
de Evangeline, el Aquelarre hizo la promesa de mantener a las brujas en el
más alto nivel. Para nunca fallar. Pero tu madre lo hizo. Y puede que nunca
la perdone por eso. —Arwyn exhaló, profundo y fuerte—. ¿Tú crees que
esto era lo que yo quería? ¿Monitorear la actividad de las brujas,
asegurándome de que no se aprovechen de la gente común? ¿Crees que
disfruto recorriendo el mundo en busca de hechizos de amor no
correspondidos? —Miró a Tamsin enarcando las cejas—. Podría haber sido
mejor. Todas podríamos haberlo sido. Pero hicimos una promesa, por el
bien del mundo. Por el bien de todas las brujas. Y tú la rompiste.
—Lo siento —dijo Tamsin finalmente, con la mano en el bolsillo que
contenía el diario de su hermana—. Sé que no importa, que no cambia nada,
pero lo siento. Desearía no haberlo hecho, pero lo hice. Por esa razón
regresé: para ayudar a hacer las cosas bien.
La rastreadora puso los ojos en blanco. 
—Tienes el sentimentalismo de tu madre. Le dije a Vera que dejarte vivir
fue un error, pero ella nunca me escucha cuando es realmente importante,
¿verdad? —continuó Arwyn—. Debe estar bastante desesperada para
haberte dejado regresar a Mundo Interior. Y así es como le pagas su
amabilidad. —Sus ojos volaron de Tamsin a Wren y de vuelta—.
Paseándote por el bosque mientras el mundo se cae a pedazos. Ella siempre
esperaba más de ti de lo que debería. Una hija, una decepción; y la otra, una
desgracia. —Arwyn frunció los labios pensativamente mientras otra brisa
sopló a través de los árboles vacíos—. Dejaré que continúen, entonces. No
vuelvas a tropezar con mis exploradores a menos que tengas algo útil para
compartir.
Arwyn sacó una pequeña flauta de marfil de su cinturón y comenzó a
tocar una espeluznante canción que hizo que a Tamsin le dolieran los
dientes. La manada de esqueletos saltó en señal de alerta, siguiéndola
mientras se alejaba, huesos chocando contra huesos. Su manada aún le daba
escalofríos a Tamsin. Ellos habían permanecido junto a Arwyn por años,
pero Tamsin nunca había podido averiguar cómo la bruja comandaba a los
esqueletos con tanta facilidad. A pesar de toda su destreza, Tamsin no podía
mover ni el cráneo de un ratón.
—Bueno —dijo Wren finalmente, una vez que los pasos ya no se
escuchaban—. Ahora sé por qué parecías estar tan asustada.
—Y Arwyn estaba de buen humor. —Tamsin sabía que estaba siendo
frívola, pero era más fácil a dejar que las palabras de la rastreadora la
hirieran.
—Ella es aterradora, no puedo imaginar cómo es que tú... —Wren se
calló y ladeó la cabeza. Escuchando—. ¿Qué sucede con estos árboles? 
Tamsin no podía oír nada. 
—No sé a qué te refieres.
—Mira. —Wren se subió las mangas—. Tengo la piel erizada.
Tamsin miró fijamente la piel pecosa de Wren, los pequeños pinchazos
de frío, miedo o ambos que surgieron en su superficie. Por alguna
indescriptible razón, comenzó a preguntarse cómo sería toda la piel que no
podía ver.
—Tamsin. —La voz de Wren sonaba aguda, como cuando tenía miedo
—. Por favor. Los árboles están en silencio. Es peor a que estén gritando. Es
como si estuvieran tratando de respirar bajo el agua. Es un sonido
amortiguado. Quiero salir de aquí.
Agarró el brazo de Tamsin justo donde había estado el sello del
Aquelarre que le fue quitado. Era la razón por la que Tamsin mantenía su
piel cubierta, un recordatorio visible de lo que había provocado su
impulsividad. Pero bajo el toque de Wren, no sintió el peso de la cicatriz.
En vez de eso, sintió un atisbo de posibilidad. De redención.
Y luego asintió, tomó a Wren por la cintura y la sacó del bosque.
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Escuchó el mar antes de verlo. El sonido en sus oídos ahogó sus dudas,
dominó los nervios agitados que hacían temblar sus manos y sudar sus
palmas.
—Me siento terrible. —La voz de Wren casi se alejaba flotando con el
viento.
—¿Por qué? —Tamsin se volvió hacia ella, sorprendida—. ¿Qué
hiciste? 
Wren frunció el ceño
—No hice nada. Quiero decir, me duele el estómago. Creo que voy a
vomitar.
Tamsin arrugó la nariz. 
—Por favor, no lo hagas
Wren le lanzó una mirada punzante. 
—Bueno, obviamente no lo haré si puedo evitarlo. Solo siento este...
sonido metálico. —Agitó su mano alrededor salvajemente—. Este rugido…
que no puedo reconocer, el aire es denso, y ¡Oh! —Se había vuelto hacia el
océano, la pequeña luz de su linterna era apenas suficiente como para
iluminar una ola—. ¿Qué es toda esa agua?
Tamsin tardó un momento en darse cuenta de que Wren nunca había
visto el océano antes. 
—¿El… mar?
Los ojos de Wren se agrandaron, aparentemente olvidando las náuseas.
Corrió hacia adelante como una niña, inclinándose para tomar el agua del
océano entre sus manos.
—Está cantando. —Wren se volvió, sonriendo plácidamente—. Es una
hermosa canción. Lamento que no puedas oírla.
La ligereza de su voz y la profundidad de su mirada eran preocupantes.
Tamsin tiró de ella fuera del agua. Wren se encontraba ya hundida hasta los
tobillos.
—Tus zapatos están todos mojados ahora —dijo Tamsin para sofocar sus
protestas—. Si no hubiera venido a salvarte, habrías caminado directamente
al mar.
—Pero la canción. Era una canción tan hermosa. El agua solo quería que
le agregara mi voz. —Wren sonaba soñadora, suave como un susurro.
Luego su rostro se relajó. Ella dejó de caminar y vomitó ruidosamente
sobre la arena. Tamsin retrocedió y se pellizcó la nariz.
Wren limpió su boca, su rostro estaba pálido y resbaladizo por el sudor.
—Algo está realmente mal aquí. —Sus ojos buscaron con cautela la
costa, salpicada de dunas de arena, sembrada de grandes lotes de madera
seca apiladas tan alto como una pared. Y, más allá de eso, algo más grande.
Una luz a la distancia—. ¿Crees que es ella?
Una mezcla de pánico y emoción brotó en el pecho de Tamsin mientras
se movía hacia la luz. Revolvió y se hundió en la arena de la duna. Sus
piernas gritaban de frustración, sus manos agarrando los fríos y ásperos
granos en un intento por estabilizarse. Era como tratar de agarrar una
cascada.
Cuando Tamsin llegó a la cima, su entusiasmo se desvaneció. Allí había
una casa... pero quizás llamarla casa era demasiado generoso. Tenía la
estructura de una casa: paredes, puertas, ventanas, techo; pero cuanto más
cerca estaban, más evidente era que no poseía las cosas que hacían
habitable una casa. Las columnas frontales estaban derrumbadas, la
chimenea estaba hundida, las bisagras de las puertas se habían oxidado, y
todo estaba cubierto con una gruesa capa de polvo.
—Bueno, esto parece prometedor. —A su lado, Wren se estremeció
respirando fuerte y jadeante. Se llevó una mano a la boca, todo su cuerpo
tensándose antes de doblarse y vomitar de nuevo en la arena. Tamsin corrió
tras ella y quitó la trenza de Wren de su hombro, asegurándola para no
dañarse.
Wren se enderezó.
—Gracias —murmuró débilmente—. Es el azufre. ¿Lo hueles?
El viento se agitó y, de repente, Tamsin lo sintió. Era un terrible hedor, el
olor impregnaba cada centímetro de ella. Estuvo cerca de vomitar también.
En lugar de eso, movió su cabeza, tratando de cubrirse la nariz y la boca
mientras aún entraba aire en sus pulmones.
—Hay tanta magia oscura aquí —dijo Wren mientras se acercaba a la
casa, su piel de un verde enfermizo ante la débil luz que entraba a raudales
por la sucia ventana delantera—. Tu hermana tiene que estar aquí en algún
lado. —Parecía como si fuera a desmayarse.
Tamsin dejó huellas en los polvorientos escalones de la entrada. Alzo un
puño para llamar a la puerta, la madera estaba podrida y desgastada. Pero
antes de que ella incluso rozara la puerta con sus nudillos, se abrió,
traqueteando sus inútiles bisagras y cayendo al suelo con un estruendo más
fuerte que las olas.
Una potencial sensación de alarma despertó en la cabeza de Tamsin,
chorreando como la pegajosa clara de un huevo. No sabía lo que encontraría
cuando finalmente estuviera cara a cara con su hermana. No sabía cómo
sería esta nueva Marlena. Aún no había nada que hacer más que seguir
adelante. Dio un paso vacilante en la entrada de la casa en ruinas. Wren, con
una mano cubriendo su boca, la siguió.
El interior era tan lúgubre como el exterior. Las vigas de madera,
podridas por el tiempo y la sal del mar, hundidas y desmoronadas, dejando
el techo tan bajo que a menudo Tamsin tenía que agacharse. Las tablas del
suelo estaban sueltas, varias faltaban por completo. Una tabla se dobló
cuando Wren puso un pie encima. Tamsin tuvo que jalar de ella por el codo
para evitar que cayera.
Las cortinas estaban rotas, las sillas volcadas y los cristales de las
ventanas quebrados, pero por más que buscaban a través de la destrucción y
los escombros de cada habitación, incluso desafiando una desvencijada
escalera que las llevaba hasta el nivel superior: Marlena no aparecía por
ningún lado.
—No entiendo. —Wren se había acurrucado como una bola, todo su
cuerpo temblaba—. Puedo sentir la magia oscura. Ella debería estar aquí.
Tamsin miró los clavos doblados, los vidrios rotos y los fragmentos de
espejo, pero no había nada que indicara que su hermana había estado alguna
vez allí. Marlena era tan esquiva como siempre lo había sido. Tamsin se
desplomó en el suelo, mitad frustración, mitad alivio. 
—No tiene sentido.
Sacó el diario de su bolsillo, pero por primera vez la cubierta estaba
quieta y tranquila.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó, veneno goteaba de cada una de sus
palabras.
Wren levantó la vista de sus rodillas, sus ojos reflejaban charcos de
lástima. Lo mejor de Tamsin no fue suficiente. No era suficiente. Nunca lo
había sido.
—¿Por favor? —Tamsin odiaba lo débil que sonaba. Tan joven,
vulnerable y asustada.
Una ráfaga de viento, la brisa perfumada con sal, sopló a través de la
ventana rota, despeinando el cabello de Tamsin y haciendo crujir las
páginas del diario de Marlena. El libro se abrió sobre su regazo. Tamsin
jadeó, el sonido fue como un silbido en la oscura y lúgubre habitación. Se
sentía demasiado fácil. Un truco. Una trampa. Pero allí estaban las palabras
en la descabellada escritura de su hermana, Apareciendo ante ella. Gritando
su nombre. Wren, su rostro estaba aún de un blanco fantasmal, se arrastró
más cerca de Tamsin, su cabello rozaba la mejilla de la bruja mientras
ambas se inclinaban hacia adelante para leer.
 
Casi no me molesto en escribir. ¿Qué puedes decir cuando sabes
que no vivirás para escribir de nuevo al día siguiente? Es bastante presión,
tratar de asegurarme de que mis últimas palabras sean lo suficientemente
buenas. No es que realmente sepa lo que significa suficientemente buenas.
Siempre he sido yo quien está raspando, agarrándome con las uñas de la
parte inferior de la cuerda, colgando por mi vida. Supongo que, al menos,
podré relajarme finalmente. Parar de intentarlo demasiado, incluso si sigo
terminando exactamente donde siempre he estado.
Sigo escribiendo notas a Amma, doblándolas en la forma que su
abuela en Kathos le enseñó. Pequeñas grullas, delicados cisnes, ranas
geométricas. Ella solía hechizarlas, enviarlas brincando hasta mi escritorio,
flotando por el aire como si estuvieran volando. Todo lo que podía hacer fue
deslizar mis propias notas en su bolsillo, pero ella fingía estar encantada de
todos modos. Sigo escribiendo y doblando, escribiendo y doblando. Tengo
una colección de animales de papel.
Todas las notas dicen lo mismo: Vuelve.
Supongo que si mañana todo sale como espero que salga,
cumpliré mi deseo. No será Amma quien volverá, sino yo quien ira hasta
allá. Pero al menos estaremos juntas.
Y nunca más tendré que volver a ver a mi hermana. Es gracioso,
odiar a alguien que comparte tu rostro. Cada vez que me veo en el espejo,
me estremezco. Así es que destrocé todos. Mi habitación ya no tiene una
sola superficie reflectante, ni siquiera una cuchara. No quiero recordar lo
que hice. No quiero recordad que soy la mitad de un terrible todo.
No he ido a verla. La tienen en una torre. Espero que tenga una
ventana para que pueda ver cómo el bosque arde en una terrible llama azul.
Vera trató de apagarla, acarreando no menos de siete fuentes con ella. Eso
no fue suficiente.
Nunca es suficiente, ¿verdad? Intentamos una y otra vez hacer
nuestro mejor esfuerzo, y no importa, al final soy solo una persona, definida
por mi poder, o por la falta de él. Solo tengo un corazón.
Me pregunto qué será del mundo sin él. 
Sin mí.
Me pregunto qué será de Tamsin sin mí también.
 
A su lado, Wren inhaló profundamente. Tamsin bajó la mirada hasta el
diario, tratando de ignorar la forma en que los ojos de Wren se detuvieron
en su rostro. Estaba caliente y fría al mismo tiempo, un retorcido desliz de
maldad instalándose en sus huesos. Odiaba que Wren hubiera visto palabras
de su hermana.
Tamsin odiaba haberlas visto también.
Arrojó el diario al suelo junto a ella, abrazándose a sí misma. No sabía
que el bosque estaba en llamas. Allí no había ventana, solo un pequeño
catre en el que apenas había podido ajustarse. Se había sentido tan cansada.
La magia oscura no requería un esfuerzo físico de la bruja que la usaba,
pero Tamsin lo había sentido emocionalmente. La realidad de lo que había
hecho, las consecuencias de su hechizo, la había dejado rota. Exhausta. Un
caparazón de la chica que ella había sido alguna vez.
Y luego, al día siguiente en el Gran Salón, cuando el Aquelarre había ido
a romper el vínculo, Marlena podía mirar a Tamsin a los ojos. Soria, una de
las integrantes del Aquelarre, les había pedido que se pusieran frente a
frente, sus narices estaban a escasos centímetros de distancia, y aun así
Marlena no quiso mirarla. Tamsin estaba desesperada, había buscado su
mano, pero la consejera Mari rápidamente la sujetó. 
De manera que Tamsin no podía hacer nada más que ver cómo Soria
cavaba profundamente en el espacio entre ambas. Localizó el vínculo, y
Vera lo cortó rápidamente, como un cuchillo pasando a través de la carne.
Tamsin había sentido que la vida regresaba a ella al mismo tiempo que
salía de su hermana.
Lo que había hecho se deshizo en un abrir y cerrar de ojos.
Ella nunca olvidaría el sonido del cuerpo de su hermana golpeando el
suelo. Y ahora sabía que después de ese horrible día, Marlena había tomado
su lugar en la torre, apartada del mundo por paredes de piedra sin siquiera
una ventana.
—No sé qué hacer. —La voz de Tamsin era áspera—. No sé cómo
encontrarla. Nunca supe. Nunca la conocí del todo. —Pateó ociosamente un
fragmento de espejo roto.
Por un breve momento, juró haber visto algo destellando en sus
profundidades.
Ella y Marlena habían jugado un juego cuando eran pequeñas donde se
sentaban frente a frente, moviéndose al mismo tiempo, las mismas
expresiones. En aquel entonces, el vidrio imaginario entre ellas era claro y
nítido. Y luego su magia aparecía, dejando grietas a través de ambas.
Grietas que aún permanecían.
Tamsin recogió el fragmento de espejo y le dio vuelta en sus manos. Se
sobresaltó cuando el cristal captó el reflejo de un segundo par de ojos
marrones parpadeando detrás de ella. Ojos idénticos a los suyos.
Dejó caer el espejo y se volvió hacia su hermana.
—Hola, Tamsin. —La voz de Marlena era tan oscura como el cielo
nocturno, e igual de infinita—. Veo que encontraste mi diario.
 

 
VEINTE
Wren
Traducido por Pandora
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Wren estaba viendo doble. Por supuesto, sabía que la hermana de Tamsin
se parecería a ella.  Después de todo, eran gemelas.  Aun así, era
desconcertante  lo  idénticas que eran: el pelo largo y oscuro, los ojos
redondos castaños. La forma en que sus frentes se arrugaban y pellizcaban
cuando fruncían el ceño. Sus expresiones eran incluso las mismas: el ceño
fruncido que Wren había visto a menudo en el rostro de Tamsin se asentó
cómodamente en el de Marlena mientras se elevaba sobre ellas.
—¿Cómo has estado, hermana?
Sus voces también eran las mismas.  Exuberantes y oscuras como la
noche.
—Estás viva —dijo Tamsin, poniéndose de pie temblorosa.  Incluso
tenían la misma altura.  Wren se llevó una mano a los ojos, pero cuando
miró hacia atrás, las hermanas permanecieron sin cambios.  Exactamente
iguales.
—Bien descrito. —El ceño todavía estaba en su lugar en el rostro de
Marlena.
—No lo sabía. —El corazón de Wren se rompió de la misma manera que
lo hizo la voz de Tamsin. Tamsin miraba a su hermana como si fuera un
fantasma.
—Sí, bueno, yo tampoco hasta hace poco. —Marlena puso los ojos en
blanco—. ¿Quién es tu amiga? —Finalmente se volvió hacia Wren, quien se
sintió cohibida bajo la mirada crítica de Marlena.
—Soy Wren. —Ella se incorporó, vacilando levemente cuando otra
bocanada de azufre serpenteó en sus pulmones. Tragó saliva con dificultad,
forzando la bilis que amenazaba con subir a su garganta.
—Eh. —Marlena no parecía particularmente interesada en ella.
Wren no podía culparla.  El aire entre las hermanas estaba lleno de
tensión y lleno de palabras no dichas.  Wren se preguntó si debería
disculparse, pero entonces, ¿a dónde iría?
—Me alegra que estés aquí —dijo Marlena, su atención firmemente fija
en Tamsin—. No estaba segura de que te dejasen volver a Interior.
—Habría venido aquí antes, si lo hubiera sabido. —El rostro de Tamsin
estaba dolido.
Marlena soltó una carcajada. 
—Por supuesto que lo habrías hecho. Siempre la hermana cariñosa. Sabía
que podía contar contigo.  Aunque... —Marlena hizo una pausa, con la
mirada lejana—, las últimas semanas han sido bastante reveladoras. ¿Sabías
que la vida es bastante pacífica cuando no tienes que compararte con tu
hermana?  ¿A la «chica dorada» de Mundo Interior?  —Los labios de
Marlena se habían curvado en una mueca de desprecio—. ¿Sabías que una
vez que te fuiste, encontré mi propio poder? Ahora puedo hacer la magia
adecuada.  Entonces, tal vez no era que  yo  fuera la débil.  Tal vez era
que me estabas reteniendo.
Marlena envió un chorro de chispas de sus manos.  La habitación a su
alrededor se transformó ante sus ojos: una chimenea de piedra se construyó
rápidamente, albergando un fuego anaranjado rugiente.  Las paredes se
alineaban con estanterías y plantas gigantes en macetas.  Una alfombra se
desenrolló a sus pies, deslizándose silenciosamente bajo sus zapatos.  El
espejo roto se recompuso y se colgó de una pared sobre dos sillones
verdes. Un candelabro serpenteaba alrededor de las vigas recién reparadas,
bañándolas a todas con una cálida luz amarilla.
La magia de Marlena hizo que Wren se mareara. Se hundió en silencio en
la alfombra de felpa, aunque ninguna de las hermanas pareció darse
cuenta.  Marlena sonreía triunfalmente.  Tamsin miraba a su hermana con
asombro.  Wren también estudió a Marlena.  Había esperado que la chica
mostrara algún signo de cansancio, había esperado que la magia le quitara
algo. En cambio, prácticamente parecía brillar.
Lo que significaba que estaba usando magia oscura.
—Nunca me viste como una persona —dijo Marlena, rodeando a Tamsin
como un depredador—. Siempre fui algo digna de lástima. Pero no te pedí
que me salvaras. —Su voz era aguda como el acero.
—Lo sé —dijo Tamsin desesperadamente—. Lo sé, y lo siento
mucho. Fue mi culpa. Todo.
—No puedes hacer mi vida por ti —espetó Marlena—. Cada vez que me
mirabas, podía ver la culpa nadando en tus ojos. Era como si no pudieras
creer que pudiera ser feliz si no era tan fuerte como tú. Pero yo lo era. Hasta
que me hiciste preguntarme si no debería estarlo. —Ella se echó a reír, un
chirrido roto—. Entonces, ¿estás feliz ahora que tengo poder ilimitado? —
Movió los brazos salvajemente a un lado para que cada libro cayera de su
lugar en el estante—. ¿Es esto lo que querías que fuera?
La habitación que las rodeaba comenzó a temblar. Había un cañón entre
las hermanas, todo su resentimiento tácito en el silencio que colgaba
pesado.  Marlena frunció el ceño, su ira era palpable.  Tamsin se replegó
sobre sí misma, con los hombros hundidos y la cabeza gacha.
Si Tamsin no podía igualar la ira de su hermana, Wren se haría cargo de
buena gana y ocuparía su lugar.  No podía ser una coincidencia que el
mismo día que Marlena se escapó de la torre, la gente común comenzó a
enfermarse.
—¿Por qué una plaga? —Trató de mantener el nivel de voz, aunque la
magia que Marlena había usado para sacudir la habitación había dejado una
presión contra el pecho de Wren. Luchó por respirar.
Marlena se giró hacia Wren, mirándola como si fuera un insecto debajo
de una bota. 
—¿De qué estás hablando?
Wren se puso de pie temblorosa. Marlena era una actriz aceptable. Pero
Wren no se dejó engañar. La plaga fue tan destructiva, tan omnipresente e
ineludible, que era imposible ignorarla. 
—Tu hechizo está desgarrando la tierra, drenando el color y la vida de las
cosas.  La gente está enferma, sus recuerdos borrados y sus corazones
rotos. Tu magia está lastimando a la gente, Marlena.
Marlena se limitó a parpadear. 
—No tengo ni idea de lo que estás hablando.
—La plaga que está borrando los recuerdos de la mente de gente común.
—A Wren le costaba imaginar que Marlena, independientemente de la ira
que pudiera sentir hacia su hermana, pudiera ser realmente tan cruel, tan
indiferente.
Marlena negó con la cabeza sin comprender. 
—No tengo conocimiento de tal hechizo. Yo no haría algo así. No soy
Evangeline. No soy Tamsin.
Tamsin, que había estado quieta y en silencio, se estremeció.
—Eso no es justo. —La voz de Wren era baja pero llena de
advertencia.  Trató de mirar a Tamsin a los ojos, pero la bruja miraba
fijamente al suelo con determinación.
Marlena le lanzó una mirada de disgusto. 
—¿Y quién eres tú para sermonearme sobre lo que es o no es justo?
—Mi padre está enfermo —dijo Wren, su corazón se apretó al pensar en
él, su presencia ya borrosa en su mente—. Ha sido derribado por tu hechizo.
—Ya te lo dije —dijo Marlena, alzando la voz—, no he lanzado ningún
hechizo.  Estuve durmiendo en una torre durante cinco años,
porque ella decidió vincular mi supervivencia con la de ella. —Señaló con
el dedo a Tamsin, su brazo temblaba con el mismo veneno en su voz—. No
le pedí que usara magia oscura, magia que mató a mi mejor amiga y
prácticamente quemó a Interior hasta los cimientos.  Pero ella lo hizo de
todos modos. Y ahora que estoy viva, ahora que tengo la posibilidad de una
vida real, ¿quieres culparme de lo que esté sucediendo en el mundo? No lo
creo.
Wren exhaló bruscamente. Cuando Tamsin usó magia oscura, sucedieron
cosas extrañas a su vez. Los incendios. La destrucción. La muerte. Nada de
eso procedía de Tamsin. El caos había surgido de su hechizo.
Una vez que se rompió el vínculo, el mundo volvió silenciosamente a la
normalidad.  El hilo entre las hermanas había estado inactivo mientras
Marlena dormía, los efectos secundarios inexistentes hasta que Marlena
escapó de la torre, sacando fuerza del vínculo que aún unía a las
hermanas. Al hacerlo, había despertado la magia oscura que había dormido
a su lado durante casi cinco años.
Y entonces Wren entendió. La plaga no era un hechizo que había lanzado
Marlena.  Fue un efecto secundario de la magia oscura. Otra consecuencia
del hechizo de cinco años de Tamsin.
—No. —La desesperación en la voz de Tamsin le dijo a Wren que la
bruja también había reconstruido la respuesta—. Esto no puede ser por
mí.  No otra vez. —Miró impotente alrededor de la habitación, sus ojos
finalmente se encontraron con los de Wren—. No quise decir... nunca quise
lastimar a nadie.
Tamsin estaba angustiada. Rota. Eso quedó claro con solo mirarla. Algo
en Wren se rompió cuando percibió el dolor detrás de los ojos de Tamsin.
—Lo sé —dijo Wren. Y lo sabía. Su padre podría estar enfermo por el
hechizo de Tamsin, pero eso no significaba que ella le diera la espalda a la
bruja.  Tamsin había comenzado su viaje con dureza y arrogancia,
desconfianza y burla.  Pero a medida que avanzaban, la bruja se había
desenredado, mostrando los lados suaves, dulces y vulnerables de sí
misma.  Wren sabía que la plaga era solo un efecto secundario.  No fue
magia nacida de la malicia. Fue una buena intención que salió terriblemente
mal.
No necesitaba castigar a Tamsin por sus decisiones.  Tamsin ya estaba
teniendo suficiente de eso.
—Qué momento tan tierno —espetó Marlena—. Pero yo voy necesitar
que una de ustedes me explique exactamente lo que está pasando.
Tamsin miró nerviosamente a Wren, quien asintió alentadoramente.
—La magia que tienes, el poder que sientes… —Tamsin tragó saliva—.
Es por el vínculo de magia oscura entre nosotras.  Nunca se rompió por
completo. Así es como sobreviviste. Por eso tienes esta fuerza. La magia no
te afecta como solía hacerlo porque estás usando magia oscura. No eres tú
quien siente las consecuencias. La tierra lo hace. —Tamsin respiró hondo,
retorciendo el dobladillo de su capa con sus manos ágiles—. Y cuando te
apoyaste en nuestro vínculo para romper las barreras de Vera, el mundo se
rebeló. La plaga de la que habló Wren es por nosotras. Un efecto secundario
de nuestro hechizo.
—¿Nuestro  hechizo? —Marlena rio amargamente—. Oh, no.  No.  No
puedes culparme de esto. Todo lo que hice fue darme la libertad que me
merecía. No hice nada más. No pedí esto.
—Sé que no lo hiciste. —Tamsin dio un paso hacia su hermana—. Y sé
que no tengo derecho a pedirte nada.
Marlena resopló. 
—Eso es —dijo sombríamente—. No lo tienes.
—Pero —continuó Tamsin, con los hombros erguidos con determinación
—. Tenemos que romper el vínculo entre nosotras.  Es la única forma de
restaurar el mundo a la forma en que era.
—Oh, ¿romper el vínculo  que  creaste?  ¿Renunciar a la vida  que  me
impusiste? —Marlena miró fijamente a Tamsin—. Vera dejó bastante claro
hace todos esos años que, si rompemos este vínculo, moriré.  Así que
gracias, pero no gracias. —Marlena puso los ojos en blanco y les dio la
espalda a ambas, dejándose caer en un sillón.
El rostro de Tamsin palideció.  Wren estaba paralizada por la
incertidumbre.  Eso había  sido bastante ridículo de su parte suponer que
Marlena sacrificaría felizmente su segunda oportunidad en la vida.  Incluso
si era una segunda oportunidad que ella no había pedido.  Incluso con el
mundo en juego. Pero si el vínculo no se rompía, existía la posibilidad de
que el aquelarre matara a Tamsin, y luego las vidas de ambas hermanas se
perderían en el proceso.
—¿Qué hay de Amma? —La voz de Wren se sintió especialmente fuerte
en la habitación silenciosa.
Marlena se puso rígida.
—La perdiste por un efecto secundario de la magia oscura. Ahora, otros
están perdiendo a sus seres queridos por lo mismo. Pero puedes hacer algo
al respecto. Puedes ayudarnos a acabar con esto.
El rostro de Marlena estaba oculto por una cascada de cabello, pero sus
manos estaban con los nudillos blancos y temblaban mientras se agarraba al
sillón.  Una taza de té, colocada delicadamente sobre un platillo, se hizo
añicos, haciendo volar fragmentos de porcelana.  Desde su esquina, Wren
percibió una bocanada de azufre. La magia oscura de la que extraía Marlena
estaba tan cerca que podía tocarla. Las náuseas la inundaron como una ola y
la bilis le subió por la garganta. Su piel estaba húmeda y fría
—¿Cómo  te  atreves? —Cada una de las palabras de Marlena pareció
apuñalar a Wren en el corazón. Las cuerdas se deslizaron alrededor de sus
piernas y cintura. Luchó por liberarse de las ataduras de Marlena, pero sus
manos se enredaron en las cintas negras de magia que serpenteaban a su
alrededor, manteniéndola en su lugar.
—Marlena. —El tono de Tamsin era de advertencia, pero su hermana no
dio indicios de haberla oído.
—Es posible que hayas leído mi diario. —Marlena se puso de pie,
lanzando una mirada oscura a Tamsin antes de devolver su atención a Wren
—. Pero no presumas de pensar que sabes algo sobre mí.  ¿Crees que yo
quería esto?  —La voz de Marlena hizo cosquillas en el oído de Wren, y
Wren se estremeció. El calor de la ira de Marlena permaneció en su piel—.
Perdí cinco años  de mi vida.  Mi mejor amiga está  muerta.  Mi madre no
podía reconocer mi existencia, para que no la mataran, y mi
propia  hermana  es la razón por la que estoy en esta situación en primer
lugar.  Así que no —dijo Marlena, su voz goteando veneno—, finjas que
somos iguales.  No cuando la miras como lo haces.  Eres solo otra de los
infinitos admiradores de mi hermana.
El estómago de Wren se retorció, sus mejillas calientes de
vergüenza.  Sintió los ojos de Tamsin sobre ella, pero se negó a
mirarlos. Marlena conocía a Wren desde hacía dos minutos, y ya había visto
a través de ella. Quizás Marlena tenía razón después de todo. Wren no tenía
idea de lo que estaba haciendo. Estaba tan por encima de su cabeza que era
ridículo.
—Marlena. —La voz de Tamsin tropezó con el nombre de su hermana.
—Oh, no empieces. —Marlena se volvió hacia ella y se pasó la mano por
el mechón de pelo. Todavía era sorprendente lo parecidas que se veían las
hermanas—. Odio esto. Odio quien soy a tu alrededor.  ¿Crees que quiero
ser así de miserable?  ¿Resentida?  Todo lo que quería era atravesar la
academia y salir de Interior y tan lejos de ti como pudiera.  ¿Sabes lo
increíble que hubiera sido vivir una vida en el anonimato?  ¿Qué nadie
supiera que Vera era mi madre, que nadie supiera que eras mi hermana?
Marlena se pasó una mano por la cara. 
—Amma me iba a llevar a Kathos.  En un barco.  Iba a ver un país
completamente nuevo. —Sus ojos estaban muy abiertos y lejos, su voz
suave, casi tierna—. Íbamos a construirme una nueva vida.  Y luego  te
la  llevaste. —Las lágrimas se pegaban a las pestañas de Marlena como
moscas a una telaraña—. También hiciste que ella muriera por mi culpa. Y
no tuve más remedio que vivir con eso. —Dejó escapar una risa
áspera. Quizás fue un sollozo. De cualquier manera, el sonido se deslizó por
la piel de Wren como un centenar de escarabajos.
—¿Tienes idea de lo que es perder a un ser querido? —Marlena dio un
paso hacia Tamsin, sus movimientos rápidos y precisos.
—Sí —dijo Tamsin, su voz tan tranquila que Wren luchó por escucharla
—. Te perdí.
Un jarrón de flores blancas cayó de una mesa y se hizo añicos en el
suelo.
—No hagas eso —dijo Marlena, con las manos temblorosas—. No
me perdiste; tomaste una decisión sin mi consentimiento. Toda esta charla
sobre cómo me salvaste, pero ¿alguna vez te detuviste a pensar que tal vez
no necesitaba ser salvada?  ¿Que no me veía a mí misma como alguien
digno de lástima?
Tamsin se crispó, con las manos en puños, presionando las uñas en las
palmas de las manos como lo hacía cuando estaba frustrada o
asustada.  Wren esperaba que no fuera lo último.  La magia oscura flotaba
sobre ellas con su pútrido hedor y su helado agarre. Si bien Tamsin pudo
haber sido quien llamó a la magia oscura hace tantos años, ya no la
controlaba. Ahora estaba completamente en manos de Marlena.  Y, por la
forma en que la bruja sonreía a Tamsin y Wren, parecía dispuesta a usarla.
—No tienes que pelear con nosotras, Marlena —dijo Wren, sus muñecas
gritando bajo sus ataduras.
—Oh, vamos. —Marlena soltó una carcajada, amarga y cruda—. ¿Por
qué crees que llamé a Tamsin aquí? Ciertamente no fue para hablar.
La mano de Tamsin rozó la pierna de Wren, aflojando sus ataduras. Wren
se escapó rápidamente de las cuerdas de Marlena, dejándolas caer al suelo
con un ruido sordo.
Desde el otro lado de la habitación, Marlena derribó un sillón. Tamsin se
apartó del camino. 
—No parezcas tan preocupada, hermana. Solo estoy experimentando —
dijo Marlena, su voz ligera y aireada—. Oh, pero no quieres eso, ¿verdad?
—Ella frunció los labios en un puchero exagerado—. No quieres que sea
fuerte.  Me quieres débil para poder cuidar de mí. Para que puedas seguir
siendo superior.  Pero tengo que admitir que tener poder es tan divertido
como siempre lo hiciste parecer.
—Pero es magia oscura. —Tamsin habló con los dientes apretados—. No
estás sintiendo las consecuencias.
—Oh, ¿y tú las sientes? —El rostro de Marlena se contrajo.
—Las siento todos los días —dijo Tamsin, su voz cruda y honesta—. Sé
lo que es llevar ese peso. No quiero eso para ti.
—Por supuesto que no —espetó Marlena, una ráfaga de viento aullante
soplando a través de la habitación.  Las plantas temblaron en sus
macetas; las páginas de los libros del suelo se agitaban y crujían—. Nunca
quisiste nada para mí. Ese es completamente mi punto.
La mano de Tamsin rozó la de Wren, tan suavemente que podría haber
sido un accidente. Wren la miró con el ceño fruncido, pero la mirada de
Tamsin no se apartó de Marlena.  Cuando los dedos de Tamsin se
encontraron de nuevo con los de Wren, se dio cuenta de lo que estaba
sucediendo. Tamsin estaba pidiendo permiso.
Tamsin iba a luchar contra su hermana y, para combatir la magia oscura
de Marlena, necesitaba una fuente. Necesitaba a Wren.
Un trueno aplaudió. Un relámpago bañó la habitación de luz blanca. Aun
así, Wren vaciló. Cuando comenzaron su viaje por primera vez, Wren había
estado dispuesta a hacer lo que fuera necesario para acabar con la bruja
oscura. Estaba dispuesta a sacrificar una vida por cientos de otras. Pero era
diferente ver a Marlena en persona. Ver a Tamsin mirarla. Tamsin nunca se
perdonaría a sí misma si algo le sucediera a Marlena.  Wren nunca se
perdonaría a sí misma si algo le sucediera a Tamsin.  Pero la pelea se
perdería de cualquier manera si Wren no ofrecía su magia.
Cerró los ojos, tratando de recordar las palabras de Leya, de enfocar su
poder y llevarlo todo al frente. Trató de imaginarlo saliendo de ella como un
arroyo.  Lento y constante, un arroyo balbuceante en lugar de un río
rugiente.
Wren tomó la mano de Tamsin, chispas volando mientras la magia surgía
entre ellas. Tamsin apretó los dedos de Wren. Wren le devolvió el apretón,
enviándole a la bruja todo lo que tenía. Todo lo que tenía miedo de decir. La
mano húmeda de Wren se aferró con fuerza a los dedos helados de la bruja
mientras Tamsin extraía con cuidado la magia de Wren y se preparaba para
volverlo todo en contra de su hermana.
 

 
VEINTIUNO
Tamsin
Traducido por Tati Oh
Corregido por Haze 🍂
Editado por Mrs. Carstairs~
 
La primera vez que Tamsin y Marlena pelearon, tenían cinco años de
edad. Tamsin estuvo llorando durante una hora. Ella siempre había sido más
sensible, más emocional. Marlena le había lanzado a su hermana una
mirada cautelosa antes de volver su atención al juguete que había sido la
causa: unos bloques encantados que les regaló la consejera Mari.
En un intento por distanciarse de su gemela llorona, Marlena usó los
bloques para construir un castillo a su alrededor para que Tamsin no pudiera
entrar. Era la primera vez que había un muro entre ellas, y Tamsin lo
odiaba, empujó contra la torre de Marlena con su hombro y con sus manos,
en vano. La ira y el dolor se arremolinaron dentro de ella, y, desesperada,
trató de derribar la torre con su mente. Así lo hizo, los bloques cayeron,
dejando a su hermana a la vista otra vez. Marlena parpadeó sorprendida y le
preguntó a Tamsin cómo había derribado su torre.
Tamsin le dijo que no sabía. Pero había sentido un cálido resplandor en
su interior, casi como si el poder hubiera ido directamente desde ella a los
bloques de construcción. Era un rayo de magia, e incluso en ese entonces,
joven y curiosa, Tamsin no pudo decir ni una palabra, no pudo darle a su
hermana ningún detalle de las diferencias que podría haber entre ellas.
Tamsin guardó su magia y esperó a que Marlena la nivelara.
No era tan diferente ahora que Marlena estaba frente a ella, su pasado, el
muro entre ellas, y la calidez de la magia de Wren llenando el vacío en el
pecho de Tamsin. Su piel bailaba con electricidad, de la misma manera que
sucedía siempre que Wren estaba cerca.
Un platillo se hizo añicos y los fragmentos resbalaron por el suelo.
—Lo siento. —El rostro de Marlena estaba marcado con una siniestra
alegría. Sus ojos brillaban como cristal tallado.
—No lo sientes. —Los hombros de Tamsin se tensaron. La absoluta
magnitud del momento pesaba tanto sobre ella que amenazaba con
romperla a la mitad.
—Tengo que admitir que esto es muy emocionante. —Había maldad en
la sonrisa de Marlena, curvada en forma de burla—. Saber que tengo
suficiente poder para superarte.
Ahora que había leído el diario de su hermana, Tamsin podía señalar el
momento en que Marlena se había llenado de odio. En el momento preciso
que Tamsin lanzó el hechizo, Marlena había cambiado, su ira supuraba a
medida que la magia oscura crecía dentro de ella. Estaba claro que mientras
Marlena dormía, esa oscuridad, el odio por su hermana, había continuado
creciendo.
Con Tamsin, el tiempo había hecho lo contrario. Por cinco años había
mantenido el recuerdo de Marlena cerca de su corazón vacío, y mientras
que ella apenas podía recordar lo que se sentía amar a una hermana, Tamsin
siempre se había aferrado a los sentimientos que tenía.
Ahora comenzaba a darse cuenta de que el amor no siempre era
suficiente.
Su amor la había traído hasta aquí. Su amor la había llevado a hacer algo
imperdonable. No culpaba a Marlena por su odio. De hecho, lo entendía.
Había pasado tantos años diciéndose que había hecho lo que era mejor para
Marlena. En lugar de eso, estaba claro que solo había hecho lo que era
mejor para ella misma.
Ahora se enfrentaba a otra decisión: ¿qué era lo mejor para Marlena, o lo
mejor para el mundo?
Tenía miedo de equivocarse en la respuesta por segunda vez.
En su mano había suficiente magia para detener a su hermana. Pero
Tamsin casi había asesinado a Marlena una vez. No sabía si podía hacerlo
de nuevo. No sabía si su corazón retorcido e inútil se lo permitiría.
—Por favor, no me obligues a hacer esto.
—¿Hacer qué? —Marlena sonrió burlándose. Todavía era extraño ver su
rostro.
—No sabes lo que esta conexión entre nosotras le ha hecho al mundo. —
Tamsin dio un paso vacilante, su mano deslizándose de la mano de Wren—.
Las montañas se están desmoronando. Las personas se están olvidando de
quiénes son. Si continuamos así, la tierra no podrá aguantarte y, ¿qué bien
hará tu poder entonces?
—¿Qué quieres que haga? —gruñó Marlena, observando el mundo con la
mirada de un animal salvaje en vez de la mirada de una chica. Tamsin se
preguntó por su belleza. Ella estaba tan intacta, tan viva, tal vez por haber
engañado a la muerte.
—Ayúdame —dijo Tamsin, extendiendo una mano para tocar la mejilla
de su hermana—. Lo siento mucho, Marlena. Nunca quise que las cosas
resultaran así. No quise herirte entonces. No quiero herirte ahora.
Marlena retrocedió ante el toque de Tamsin.
—Pero ¿y si yo sí quiero lastimarte? Nunca piensas en lo que quiere el
resto, ¿verdad?
—¿Me estás diciendo que no hay nada que pueda hacer para mostrar mi
arrepentimiento? ¿No hay siquiera una pequeña parte de ti que esté feliz de
verme? —Tamsin odiaba la forma en que su voz temblaba. Ella era otra vez
una niña dejada fuera de la torre de su hermana, no queriendo nada más que
entrar.
—Oh, Tamsin. —La voz de Marlena llenó la habitación—. Seguramente
tienes claro a estas alturas que esta no será una reunión con
sentimentalismo. —Dio un paso hacia adelante, la luz de las velas se
reflejaba en el brillo de sus ojos marrones—. No, tú estás aquí para tomar
mi lugar como la hermana durmiente.
Marlena se movía por la habitación con extraña gracia, lanzando chispas
que astillaban el piso de madera bajo sus pies. Un fuerte golpe estremeció el
aire y la habitación se meció con un violento temblor. El polvo flotó hacia
abajo, manchando el cabello de Wren y llenando los pulmones de Tamsin.
Tosió, con un profundo y cortante sonido que dejó su garganta adolorida.
—Si estás dormida, nuestro vínculo no se romperá. —Marlena sonrió
cruelmente, caminando lentamente mientras la habitación seguía temblando
—. Te dejaré aquí para dormir mientras escapo de este miserable lugar para
siempre. Luego finalmente, finalmente seré libre.
No quedaba nada familiar para Tamsin en los ojos de su hermana. La
Marlena que ella había conocido podría haber sido brusca, pero no era
cruel. No lastimaba a otros por diversión. Tamsin juntó su magia con la de
Wren, su calor flotando en sus dedos y chispeando en sus dedos.
Se regocijó con el poder puro. Esta era ella, esta era quien estaba
destinada a ser. Podría detener todo ahora con un solo movimiento de
muñeca. Comandar a su enemiga. Demostrar su destreza. Apuntó con un
rayo de luz a su hermana. Pero en el último segundo, Marlena se volvió
hacia ella. Tamsin vaciló, cambiando el curso de su magia para que
golpeara la pared en su lugar. Su hermana estaba viva. Ella no podía ser la
que cambiara eso.
Los ojos de Marlena miraron la pared en ruinas.
—Vamos. No es divertido si no es una pelea justa.
Pero nada entre las dos había sido justo. Tamsin envió un destello de luz
a través de la habitación hacia su hermana, lo suficientemente brillante
como para cegar la vista. Quería desorientar a Marlena, conseguir que se
detuviera el tiempo suficiente como para atraparla y contenerla. Pero
Marlena simplemente dejó escapar una risita burlona, más brillante que la
luz que emanaba por toda la habitación. Fácilmente esquivó el
deslumbrante hechizo que Tamsin le lanzó.
Tamsin sintió el hechizo en su espalda. Estaba fuera de práctica,
descompensada, dejó escapar demasiada reserva. Si no tenía cuidado,
gastaría la magia de Wren demasiado rápido. Marlena envió una sacudida a
través del brazo de Tamsin que la dejó sentada sobre una silla rota. Tamsin
maldijo, su hombro y la base de su espalda ahora dolían de igual manera.
Alzó una mano para defenderse, invocando un muro de resistencia a su
alrededor mientras ella se recuperaba del ataque.
Marlena disparó una rápida sucesión de chispas y hechizos hacia ella, la
magia se hundía en el endeble escudo de Tamsin. Haciéndose más débil a
cada minuto, la punzada en su espalda se hacía más aguda mientras más
sostenía el hechizo.
Tamsin hizo una mueca a través de la barrera de magia, mirando
envidiosamente a Marlena, que lanzaba sus hechizos casi con pereza.
Irreflexivamente.
La habitación sufrió otro temblor amenazador. No fue hasta que Marlena
miró nerviosa los temblorosos rayos, que Tamsin entendió que el temblor
no era producto de Marlena, sino una consecuencia de su poder. Su
hermana no estaba acostumbrada a poseer tal cantidad de magia. Se sentía
más cómoda, Tamsin y Wren no tenían ninguna posibilidad contra ella. Pero
la magia todavía le era desconocida.
Tamsin bajó su escudo y solo sintió un mínimo calor disparando desde la
punta de sus dedos. Tenía muy poca magia de Wren para aprovechar. El
siguiente hechizo tendría que venir solo de ella. Tamsin susurró varias
palabras en voz suave, y una ola de agua se estrelló sobre Marlena,
lanzándola de espaldas y dejándola expuesta.
Era el momento perfecto para lanzar un hechizo de desarme, pero Tamsin
también se desplomó en el suelo, sus huesos gritaban por el esfuerzo. Wren,
quien se había acurrucado cerca de los estantes vacíos, se apresuró hasta
ella, envolviendo entre sus manos húmedas las temblorosas manos de
Tamsin.
—¿Qué estás haciendo? —Wren siguió lanzando miradas a Marlena,
quien balbuceaba en el suelo.
—No puedo lastimarla. —Las lágrimas se mezclaron con el sudor que
goteaba de sus mejillas. Wren acarició la cara de Tamsin, sus manos eran
cálidas. Mientras más la acariciaba, más sordo se volvía el dolor en su
cuerpo. El chillido de sus huesos se convirtió en susurro, luego en silencio.
Los ojos de Tamsin buscaron la temblorosa imagen de Marlena, pero su
hermana no estaba allí. Tamsin maldijo. La habitación era pequeña. No
había lugar donde Marlena se pudiera esconder. Sin embargo, había
desaparecido.
—Wren. —Tamsin pronunció su nombre con tanta suavidad que sus
labios apenas se movieron. Wren frunció el ceño, inclinándose más cerca de
Tamsin, pero antes de que ella pudiera susurrar una advertencia, unos
pálidos dedos estaban enredados en el cabello de Wren, tirando de ella hacia
arriba, lejos de Tamsin. Su ausencia la puso a temblar otra vez.
Marlena envolvió su mano alrededor del cuello de Wren. Wren jadeó
pidiendo aire, lágrimas nadaban en sus ojos. Marlena arrojó a Wren con una
fuerza demasiado grande para ser suya. El cuerpo de Wren se estrelló contra
una pared lejana. Se estremeció y permaneció inmóvil.
Tamsin reaccionó antes de que su mente lo hiciera. Se lanzó hacia
adelante, luchando con su hermana, pero Marlena desapareció otra vez.
Tamsin tropezó y se agarró de la pata de una mesa volcada.
La cabeza de Wren se había inclinado hacia un lado, sus ojos
permanecían cerrados. Un fino hilo de sangre corría por su sien. Tamsin
quería gritarle a Wren para que despertara, no podía morir, no ahora. Wren
no podía dejar a Tamsin. No antes de que Tamsin comprendiera sus
sentimientos. No antes de que ella descubriera por qué tenía estos
sentimientos.
—Marlena, no puedes... —Tamsin no sabía cómo poner su dolor en
palabras.
—Sí, puedo. —Marlena apareció allí de repente, con la mirada aguda
mientras su voz se elevaba—. Tú lo hiciste. —Miró a Tamsin, la acusación
nadaba en sus ojos—. ¿Tan celosa estabas? Odiabas que yo tuviera alguien
que se preocupara por mí porque, por despecho, la alejaste de mí.
Tamsin no supo qué decir. Su hechizo había matado a Amma sin
advertencia, y eso lo lamentaba más de lo que podía expresar. Pero no
quería que su hermana cargara con el mismo nivel de culpa. No podía
permitir que el corazón de Marlena tuviera otro desastre en su ya magullada
y maltratada superficie.
—Lo siento —dijo, sabiendo que las palabras eran inútiles.
Chispas salieron disparadas de los dedos de Marlena, pero no eran nada
en comparación con el fuego detrás de sus ojos
—¿Por qué no peleas? —Ella soltó un chillido, desenfrenado y salvaje,
como el aullido de un lobo hambriento—. No puedo ganar si no lo intentas.
—Se apartó el pelo de los ojos con el dorso de su brazo—. Tú eres quien
me hizo así. —Extendió los brazos—. ¿No es esto lo que querías?
Tamsin negó con tristeza
—Nunca quise esto.
Un gemido se sintió tras ella. Wren estaba empezando a moverse. Tamsin
se volvió hacia el cuerpo inerte de Wren, pero cuando comenzó a avanzar,
una barrera invisible la detuvo en seco.
El cuerpo de Wren se agitó y sacudió con pequeños espasmos. Se
retorció y el pelo rojo de su trenza cayó, pegado a su sudorosa frente.
Tamsin miraba impotente mientras Wren se estremecía, el dolor estaba
claramente escrito en su rostro.
—Detente. —Tamsin arañó el escudo, sus dedos no encontraron nada
que sostener. No había nada que derribar, ningún muro que atravesar. Todo
lo que podía hacer era ver a Wren gritando mientras su hermana reía, en voz
baja y aguda—. Detente.
Marlena no se detuvo. Su hechizo no cesó. Pero la habitación lo hizo.
Una grieta, más profunda que la anterior, se abrió paso a través del suelo,
separando a las hermanas para que permanecieran en lados opuestos.
—Parece que se ha trazado una línea. —El tono de Marlena era irónico.
Eso hizo temblar a Tamsin de furia, la rabia se arrastraba a través de ella,
alimentándola de una manera que nunca antes había sentido. Ahora que
Marlena había herido a Wren una vez, lo haría de nuevo. La próxima vez,
Marlena podría incluso matarla.
La vida de Wren estaba en manos de Tamsin, le había pertenecido desde
que sus labios se encontraron por primera vez, sellando un pacto. Tamsin
había puesto a Wren en peligro llevándola a Mundo Interior. No había
considerado las consecuencias, como no había considerado el resultado de
salvar a su hermana hace tantos años atrás.
Tamsin cortó el aire, enviando los fragmentos de una taza de té rota
volando hacia Marlena, quien se alejó con facilidad, disparando ráfagas de
relámpago de vuelta. Tamsin trataba de mantener la atención de Marlena
únicamente en ella, para comprarle algo de tiempo a Wren.
Entrecerró los ojos, concentrándose en las rodillas de Marlena mientras
le lanzaba un hechizo aturdidor. Marlena tropezó, maldiciendo oscuramente
mientras casi se cae. El estómago de Tamsin se retorcía de culpa, viendo a
su hermana mientras sufría por su mano. Pero al otro lado de la habitación,
Wren se había quedado quieta, cubierta en una capa de sudor, su hermosa
piel pálida como un fantasma en medio de la oscura habitación.
Marlena lanzó cintas negras por el aire. Tamsin disparó un torrente de
hechizos, pero las cintas de Marlena se abrieron paso serpenteando las
defensas de Tamsin. Una se deslizó alrededor de su tobillo, dándole una
extenuante sacudida. Dominar sus extremidades se volvió casi imposible.
Aunque el cerebro de Tamsin gritaba para que sus piernas se movieran, y
sus labios tomaban la forma de su próximo hechizo, su cuerpo no
respondía. Una pesadez la abrumaba, el agotamiento recorría sus
extremidades. No quería nada más que cerrar los ojos y descansar entre los
restos del destrozado inmobiliario de Marlena.
Enfocando su energía restante en los afilados fragmentos de madera a su
alrededor, envió la pata de una silla a toda velocidad atravesando la
habitación. Marlena la apartó sin vacilar. Tamsin luchó contra sus párpados
cayendo, sin éxito. El latido en su cabeza retornó. La magia estaba
pasándole factura, mientras Marlena permanecía ilesa.
—Duerme, Tamsin. —La voz de Marlena era lejana, y luego muy
cercana. Tamsin se obligó a abrir los ojos. El rostro de su hermana nadaba
ante ella—. Duerme ahora. —La mano de Marlena rozó la mejilla de
Tamsin casi con ternura—. Sin ti, finalmente seré libre.
El cuerpo de Tamsin gritó que se levantara, que se defendiera. Se lo
debía a ella misma, a Wren, al mundo que caía en pedazos. Estaba tan cerca
de salvarlos a todos, y, sin embargo, incluso mientras lo pensaba, la luz
comenzó a desvanecerse. Estaba tan, tan cansada. Cansada de intentarlo y
cansada de fracasar. Quizás sería mejor rendirse. Cedió.
La habitación se estremeció con violencia. El rugido del océano casi
ahogó las palabras de Marlena.
—Buenas noches hermana. —Marlena levantó los brazos, determinación
en su rostro.
Fue apropiado, de cierta manera. Tamsin siempre había estado dispuesta a
dar su vida por su hermana. Ahora finalmente lo haría.
VEINTIDÓS
Wren
Traducido por Moon Marco
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
El  día que murió su madre, la tierra se había movido bajo los pies de
Wren, un gran temblor retumbante que reflejó la ruptura de su
corazón.  Mientras su padre se ponía a trabajar metódicamente en la
construcción de la pira en la que quemaría el cuerpo de su esposa, Wren
luchó por encontrar el equilibrio en un suelo que no se quedaba
quieto. Intentó recuperar su lugar en un mundo que ya no tenía sentido.
Nadie más había mencionado jamás el temblor. Ni siquiera su padre, que
había estado trabajando a escasos metros del suelo donde estaba Wren. Pero
ella siempre había sabido que era la tierra abriendo sus brazos para darle la
bienvenida a su madre al polvo del que había venido.
Cuando el suelo debajo de la habitación de Marlena comenzó a temblar,
Wren se preguntó a quién reclamaría esta vez. Trató de abrir los ojos, pero
los sintió cerrados. Sus huesos estaban pesados y doloridos.
Un zumbido agudo resonó en sus oídos, como mil abejas bebés. Hubo un
destello de luz tan brillante que Wren pudo verlo a través de sus
párpados. Un traqueteo. El olor de la salvia carbonizada fue superado por el
hedor de la leche agria. Otro estruendo, más fuerte esta vez. Un juramento
suave. Un suspiro. Y en algún lugar, muy lejos, el estrépito del mar.
Wren abrió los ojos de golpe. La habitación estaba arruinada. Las sillas
se volcaron, la porcelana se hizo añicos, las mesas se rompieron y una
grieta profunda atravesó el suelo. Una figura estaba arrodillada junto a una
pila de almohadas.
Marlena. ¿O era Tamsin? Su visión estaba borrosa. No podía distinguir a
las hermanas.
Wren intentó concentrarse.  Su cabeza palpitaba de dolor;  su lengua
estaba seca; su visión borrosa. Era extraño que Marlena tuviera almohadas
del mismo color que la capa de Tamsin.  Su cerebro zumbaba
lánguidamente. Debería decírselo a Tamsin. Quizás encontraría divertida la
coincidencia. Tal vez si pudiera hacer reír a Tamsin, una risa real, solo una
vez, eso sería suficiente para terminar con todo esto. Wren recorrió con la
mirada la habitación, pero la bruja no estaba por ningún lado.
Un movimiento.  La figura arrodillada pasó una mano por la pila de
almohadas, un rizo oscuro se enganchó en su dedo. El corazón de Wren se
apretó cuando se dio cuenta de que era Tamsin en el suelo, Marlena encima
de ella. Las cintas de la magia roja terrosa de Tamsin no eran más gruesas
que una aguja de coser. Tamsin estaba vulnerable. Incapaz de defenderse.
Wren apoyó las manos en la pared detrás de ella, la estructura estaba
gruñendo como un estómago vacío.  Se incorporó lo más lentamente
posible, sin querer llamar la atención de Marlena. Sus músculos gritaron en
protesta.  Le dolía el cuerpo como si hubiera recibido una paliza de un
garrote con mil alfileres diminutos. Todo dolía.
—Sin ti, finalmente seré libre. —El tono de Marlena era extrañamente
afligido, como había sido el del padre de Wren mientras esparcía las cenizas
de su esposa al viento—. Buenas noches hermana.
—No lo hagas. —La palabra se le escapó antes de que Wren pudiera
pensarlo mejor.  Y realmente, debería haberlo pensado, porque ahora tenía
toda la atención de una bruja armada con magia oscura. Wren no podía usar
su propio poder, no podía defenderse. Todo lo que pudo hacer fue ver cómo
la oscuridad se arremolinaba alrededor de Marlena. Cintas de magia oscura
se adherían a la chica como un sudario. Pero su atención ya no estaba fija
en su hermana.  Los diminutos hilos de la magia rojo arcilla de Tamsin
todavía colgaban alrededor de su cabeza. Ella todavía estaba viva.
—Pensé que te había matado. —Los ojos de Marlena brillaron con
fastidio cuando se apartó de la figura inerte de Tamsin—. Puede que
necesite a Tamsin con vida, pero no te necesito a ti también. —Disparó una
chispa a Wren sin entusiasmo, pero Wren, que pudo ver la magia antes de
que fuera lanzada, la esquivó.
La nariz de Marlena se arrugó con disgusto cuando la chispa golpeó la
pared al lado de Wren, y el temblor de la habitación se convirtió en un
rugido en toda regla. Marlena miró con recelo una gran grieta que se deslizó
rápidamente hacia el techo.  El estómago de Wren se apretó.  Con Marlena
lanzando hechizos a un ritmo tan vertiginoso, no se sabía el efecto que la
plaga estaba teniendo en el mundo más allá de los árboles.
La magia oscura estaba prohibida porque estaba desequilibrada.  Era un
poder extraído directamente de la tierra sin que se ofreciera nada a
cambio. Cuando Tamsin describió la reacción de la tierra a la magia oscura,
hizo que pareciera que el mundo se estaba comportando mal: el mundo se
rebeló. Pero, ¿de qué otra manera podría existir la tierra si no fuera por el
poder que tenía justo debajo de la superficie? Era la magia que hacía caer la
lluvia, la magia que hacía crecer los árboles, la magia que guiaba los
vientos.  Fue la magia la que hizo florecer las flores y dio a luz a los
animales y provocaba que el sol brillara.
Ahora Marlena estaba robando esa magia, tomando y tomando y nunca
regresando. El sol había desaparecido del cielo. La gente estaba perdiendo
la memoria. El agua aullaba y la piedra chillaba. La tierra no se rebelaba.
La tierra estaba muriendo.
—Detente. —Wren se maravilló de lo autoritaria que sonaba a pesar del
miedo que albergaba cada centímetro de su cuerpo—. Esa magia no te
pertenece.
Marlena simplemente puso los ojos en blanco y lanzó otra lluvia de
chispas a través de la habitación. Wren los esquivó de nuevo. La grieta en el
techo se ensanchó. Una franja de cielo nocturno se asomó, tan negra como
la magia que rodeaba a la hermana de Tamsin. No tenía ni una sola estrella.
La noche interminable estaba tan desesperada como se sentía Wren. No
podía evadir los hechizos de Marlena para siempre.  Eventualmente, su
cuerpo cedería al dolor, o la tierra se abriría y se la tragaría por
completo.  No servía de nada huir.  Marlena necesitaba ser detenida, pero
Wren solo podía sentir la magia, no luchar contra ella.
Lo estaba haciendo de nuevo. Socavando sus habilidades antes de darse
la oportunidad de intentarlo.  Wren era quien las había guiado a
Marlena.  Usando sus sentidos.  Tomándose su tiempo.  Intentando no solo
encontrar la magia sino comprenderla. Quizás si pensara en Marlena como
una hoja más de papel en su diario, podría desentrañar el hilo de magia que
aún unía a las hermanas.  Podría encontrar una manera de detenerla, no
como una bruja, sino como una fuente.
—¿Por qué me miras así? —Marlena había dejado de disparar chispas y
miraba a Wren con expresión cautelosa.  El polvo caía de las grietas del
techo, manchando su cabello oscuro de gris.
—¿Cómo? —Wren no estaba segura de cómo lucía su rostro, pero
mantuvo la expresión en su lugar.
—Como si no me tuvieras miedo. —Marlena apretó sus delgados labios
hasta que casi desaparecieron—. Podría matarte, ¿sabes? —Pero esta vez no
parecía tan segura.
La tierra bajo sus pies dio otro estruendo.  Marlena miró a su alrededor
con nerviosismo.
—Lo sé —dijo Wren lentamente, en voz baja, la forma persuasiva en la
que a veces hablaba con sus gallinas—. Pero matarme no es una buena idea.
—Ella miró hacia la grieta en el techo.  No quería que Marlena usara su
poder. La habitación estaba hecha un desastre, su estructura era tan precaria
como el plan de Wren. En cualquier momento podría colapsar.
Los ojos de Marlena estudiaron a Wren con sospecha. Eran tan parecidos
a los de Tamsin que a Wren le dolía. 
—¿Por qué no?
—Porque podría ayudarte. —Wren luchó por alejar el miedo de su rostro.
Los labios de Marlena se arquearon hacia arriba en el fantasma de una
sonrisa.  Sus ojos brillaron.  Wren tragó saliva.  La magia raspó su camino
por su garganta, dejándola tan ronca como si hubiera estado gritando.
—¿Y por qué harías eso? —Marlena la miró de una manera que la hizo
sentirse expuesta. La mirada de la bruja se detuvo en todos los moretones y
cicatrices de Wren, todos sus lugares tiernos.
—Porque sé lo que se siente quedarse atrás. —La voz de Wren se
quebró, su respiración se entrecortaba a mitad de la oración ante la cruda
verdad de sus palabras—. Sé lo que es cuando lo mejor de ti no es
suficiente.
El rostro de Marlena se ensombreció, pero la magia que se arremolinaba
a su alrededor no se movió para atacar. 
—¿Es así?
—Lo es. —Wren dio un paso cauteloso hacia la chica. Su corazón latía
más rápido que el aleteo de un colibrí. Tenía la lengua seca, el sabor agrio y
salado del aire cubría sus dientes. El miedo era un animal, sin invitación y
sin ser solicitado, que dejaba destrucción a su paso. Ella no se rendiría.
La bruja estudió a Wren por un momento antes de que sus dedos salieran
disparados y se cerraran alrededor de la muñeca de Wren.  La piel de
Marlena estaba tan caliente como un fuego ardiente. Su toque envió una ola
de náuseas a través de Wren, junto con algo más oscuro.  Una emoción,
desesperada y pesada, se instaló en su pecho. Wren forzó su atención más
allá del sentimiento, hacia Marlena y su piel ardiente, tratando de encontrar
la magia de la chica sin revelar demasiado la suya propia.
Era agotador.  Wren estaba rechazando su propia magia, canalizándola
para que goteara de ella en lugar de verterse. También se estaba impulsando
hacia el poder de Marlena, manteniendo sus sentidos alerta, buscando el
corazón de la magia oscura de la chica.
El agarre de Marlena se apretó, sus dedos se clavaron con fuerza en la
piel de Wren. Wren gritó, perdiendo la concentración. Los ojos de Marlena
brillaban salvajemente, sus dientes mostraban una sonrisa feroz.  Luego
envió a Wren volando a través de la habitación.
Wren aterrizó de costado, su codo crujiendo contra el suelo, el dolor
atravesó su cuerpo tan rápidamente que Wren pudo sentirlo en sus
dientes.  Ella gritó, su cuerpo temblaba mientras se acurrucaba sobre sí
misma, tratando de no llorar.
—Debes pensar que soy una tonta —dijo Marlena, elevándose sobre
Wren—. Al igual que todos los demás, me subestimas. Realmente deberías
darme un poco más de crédito.
La magia candente se filtró en Wren hasta que sus órganos, su piel, su
corazón, estaban en llamas.  Un grito resonó en la habitación.  Le tomó
mucho tiempo reconocerlo como suyo.
—Detente. —La voz de Tamsin se quebró como la tierra debajo de
ellas.  Estaba de rodillas, con el pelo pegado a la frente sudorosa, los ojos
apagados y oscuros mientras jadeaba para recuperar el
aliento.  Increíblemente, Marlena obedeció la orden de su hermana y miró
con confusión mientras Tamsin rasgaba el suelo roto con sus propias manos,
arrancaba la madera astillada y hundía los dedos en la tierra.
Wren trató de levantarse, pero apenas podía ver a través del dolor. Iba a
enfermarse, la magia oscura dominaba cada uno de sus sentidos. Su visión
comenzaba a desvanecerse.  Ella era inútil.  Era tan inútil como siempre
había temido.
Tamsin comenzó a susurrar, tan suavemente que Wren no pudo entender
lo que estaba diciendo, solo que estaba llamando a la tierra, pidiendo su
poder. No fue hasta que el olor a azufre la hizo toser en la parte posterior de
su garganta que Wren se dio cuenta de lo que estaba haciendo Tamsin.
Ella también estaba invocando magia oscura.
Era tan tonto que Wren apenas podía creer que fuera cierto. Sin embargo,
todas las señales lo indicaban: el hedor a azufre, el retumbar de la tierra en
protesta, las cintas negras como la tinta que se aferraban a la bruja como
una sombra.
Pero más fuerte que la determinación de Tamsin, que incluso el miedo de
Wren, fue el grito desesperado de la tierra.  No tenía magia de sobra, y si
Tamsin usaba su poder contra su hermana, el acto resultaría en algo tan
terrible que Wren ni siquiera podría imaginarlo.  Todo lo que tenía era la
terrible llamada del mundo, fuerte e insistente, dentro de su cabeza.
Si tan solo hubiera algo que ella pudiera hacer. Pero albergaba demasiado
sonido: el grito de su propio cuerpo, el clamor de la tierra, los gritos de
frustración de Marlena. Tamsin continuó susurrando, el aire a su alrededor
brillaba como un escudo.  Las chispas de su hermana rebotaron en el
hechizo brillante y chocaron contra las paredes.  Los estridentes ruidos las
partieron en pedazos. Más y más de la oscuridad interminable de la noche
se derramaba en la habitación.
Con la atención de Marlena enfocada en otra parte, la visión de Wren
comenzó a regresar.  Miró desesperadamente a las hermanas.  Cada rostro
mostraba determinación. Cada una había tomado su decisión.  A Wren le
dolía el brazo, los huesos estaban destrozados por su caída.  Se puso de
rodillas, temblorosa, con los ojos fijos en Tamsin.  Tenía que llamar la
atención de la bruja. Tenía que detenerla antes de que el mundo se rompiera
de una manera que no pudiera repararse. Antes de que Tamsin hiciera algo
de lo que siempre se arrepentiría.
Mientras agarraba los hilos de magia oscura que había extraído de la
tierra, algo crudo cruzó por el rostro de Tamsin.  Wren conocía bien la
expresión. Le había pasado a ella misma. Fue doloroso, repentino como una
tormenta de verano y dos veces más destructivo. En ese momento, cuando
Tamsin atacaba, golpeaba hasta matar.
Pero antes de que Wren pudiera llamarla, Marlena se lanzó hacia
adelante, agarró el cabello de Tamsin con un puño blanco y golpeó la
cabeza de su hermana contra el suelo. Tamsin dejó escapar un grito terrible,
empeorado por el hecho de que duró solo unos segundos.
La habitación estaba en silencio, humo a la deriva y moviéndose
mientras la ceniza se esparcía por sus pies y la madera se desmoronaba
sobre sus cabezas. Wren no pudo ver nada más que las olas frenéticas de la
magia oscura de Marlena. No podía ver a Tamsin, no podía aspirar una sola
bocanada de hierbas, no vio ningún hilo de magia, rojo o negro, emanando
de ella. No podía ver nada más que a Marlena, parada sola en medio de la
habitación.
Así que Wren saltó hacia la chica, su brazo arruinado pegado a su
costado, la voz chillaba, alcanzando tonos que incluso ella misma no podía
oír. Su brazo roto gritaba con cada minúsculo empujón mientras Marlena se
retorcía bajo su agarre. El humo atrapó los pulmones de Wren. Luchó por
respirar, tosiendo fuerte con sonidos rasposos. Sus piernas amenazaban con
colapsar bajo su peso.
Marlena maldijo, sus manos en el cabello de Wren, tirando con tanta
fuerza que Wren pensó que su cuero cabelludo podría arrancarse de su
cabeza.  Wren arañó a Marlena con su brazo sano, siguiendo sus instintos,
no sus pensamientos. Dejando que sus sentidos guiaran, no su miedo.
—Detén esto. —Se atragantó, su ira casi tan caliente como la piel de
Marlena—. Vas a acabar con  todo.  —La furia la golpeó como una ola,
como el viento en un túnel, como si estuviera chupando la vida de su
entorno. El movimiento casi la derriba. Porque no era la ira, sino la magia,
desconocida y pesada, lo que se juntaba en Wren. Se acercó a Marlena, no
con sus manos, sino con esa magia. Y ella tiró.
Hubo un chasquido.
Inmediatamente, Marlena quedó flácida y cayó al suelo.  El mundo se
apagó, luego de repente se volvió abrumadoramente brillante, como si Wren
hubiera mirado al sol.  Una ráfaga la atravesó, como un viento aullante de
verano.  Ella fue derribada al suelo, pero aterrizó suavemente, la magia se
enroscó protectoramente a su alrededor.
El sonido reverberó en sus oídos incluso cuando hizo eco en un patrón
diferente a través de la habitación brumosa.  El dolor latía en su cuerpo,
febril y persistente. Había un inconfundible olor a azufre, abrumado por el
hedor de las peras podridas.
La magia oscura se aferraba a la habitación como telarañas, proyectando
sombras espesas sobre todo. El aire estaba pesado. Wren contuvo el aliento,
pero se sintió como si hubiera una almohada presionada contra su rostro. El
esfuerzo fue tan grande que resultó casi imposible. Hubo otro relámpago, y
cuando la luz se desvaneció, también lo hizo la oscuridad.  Aún era de
noche, pero la magia comenzó a disiparse como una vela apagada, los hilos
restantes de negro flotaban perezosamente como humo hacia el
cielo.  Aparecieron estrellas, sus tenues luces parpadeando a través de las
grietas del techo.
El suelo había dejado de temblar.
El cuerpo de Marlena estaba esparcido por el suelo.  Silencioso.
Inmóvil. Wren probó el dorso de su mano contra la frente de Marlena. La
piel de la chica ya no estaba caliente, sus mejillas ya no estaban enrojecidas
de vida. Su respiración casi había cesado.
—¿Wren? —La voz de Tamsin era débil—. ¿Qué ha pasado?  ¿Dónde
estás?
Wren se alejó de la forma inerte de Marlena, con los ojos muy abiertos e
incrédulos.  Solo había tenido la intención de detener a Marlena, no de
destruirla.  Se tiró de la trenza con manos temblorosas, pero el cuero
cabelludo ya le dolía por el ataque de Marlena.  Su método para centrarse
habitualmente no hizo nada por calmarla.
—Estoy… aquí —llamó, su voz atrapada en su garganta, su voz
carrasposa y asustada. Inspeccionó los restos de la habitación, con los ojos
en busca de una sombra. Acunaba el brazo roto como un bebé sobre ella. El
dolor se había desvanecido de una quemadura de fuego a un latido sordo sin
fin.  No estaba segura de que pudiera sentir nada.  Ella había roto algo en
Marlena, algo irreparable, si el cuerpo inerte de la bruja era alguna
indicación. Ella no sabía cómo podía enfrentarse a Tamsin.
Una sombra se adelantó, sus pasos temblorosos e inseguros.  Tamsin se
detuvo en medio del piso junto al cuerpo de Marlena. El humo se enroscó
alrededor de sus pómulos afilados.  Su piel brillaba como leche a la tenue
luz de las estrellas. Wren captó una bocanada de salvia fresca.
Pero en lugar de gritar, como Wren esperaba que hiciera Tamsin, la bruja
la puso de pie y la rodeó con los brazos con tanta fuerza que le costaba
respirar.  Juntas se pararon entre los escombros, encerradas en un abrazo
mientras el mundo giraba lentamente a su alrededor.
 

 
VEINTITRÉS
Tamsin
Traducido por Helkha Herondale
Corregido por Nea
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Tamsin se aferró a Wren para salvar su vida. Y de hecho se sentía como
si la fuente era lo único que estaba evitando que se cayera a pedazos, de
romperse tan fácilmente como una taza de té en el suelo de madera. Un
pequeño silbido zumbaba incesantemente en su oído izquierdo. Había un
martilleo constante en su sien, donde su cabeza había chocado con las tablas
del suelo. Sus brazos estaban arañados, brillantes gotas de sangre envolvían
sus muñecas como ataduras. Sin embargo, el dolor de su cuerpo no era nada
comparado con los añicos de su corazón. 
El hecho de que Tamsin no pudiera amar era irrelevante cuando se
enfrentaba con el hecho de ver a su hermana tirada sin vida en el suelo. La
boca de Marlena colgaba abierta, como si tuviera más que decir. Sus ojos
estaban vacíos. Era como un puñetazo en el estómago, una puñalada en el
costado, el ver a su hermana desplegada en la misma posición exacta en la
que había estado hace cinco años, la primera vez que Tamsin había visto
morir a Marlena. 
Lo único que Tamsin siempre se había prometido a sí misma era que
nunca volvería a herir a alguien a quien amaba, pero luego, en otro
momento de desesperación, ella había buscado de nuevo la magia negra,
esta vez para ponerse en contra de su hermana en lugar de salvarla. 
Ella era exactamente la misma chica estúpida e impulsiva que siempre
había sido. No había crecido en lo absoluto. Su dolor, su culpa, toda su
práctica en autocontrol, en realidad no la habían mejorado. De hecho, aquí
estaba de pie, cerrando sus ojos con fuerza para no tener que digerir el
cuerpo sin vida de su hermana. Estaba de vuelta exactamente donde había
comenzado.
—Lo siento. —El susurro de Wren fue más ligero que una pluma—.
Tamsin, lo siento mucho. 
La fuente se apartó de ella, con el rostro surcado de lágrimas. Ella acunó
su brazo como un bebé, el hueso estaba astillado y torpe. 
—Detente. —Tamsin agradeció poder concentrarse en el brazo
destrozado de Wren. Estaba roto en al menos dos lugares. Wren aspiró una
profunda bocanada de aire al toque de Tamsin, su expresión delataba
exactamente cuánto dolor estaba sintiendo. Concentrándose en las fracturas
una a la vez, Tamsin sacó la poca fuerza que le quedaba hacia al frente,
enviándola a los músculos desgarrados y huesos astillados. Era como raspar
el fondo de un barril vacío. Wren también estaba desprovista de magia, sus
reservas estaban agotadas por la pelea. De modo que Tamsin trabajó
lentamente. Wren se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, suave como el
mar.
—¿Me odias? —La voz de Wren era tan baja. Sus ojos se desviaron
hacia donde yacía Marlena, tendida en el suelo de madera. 
—¿Cómo podría odiarte? —Y Tamsin lo decía en serio. ¿Cómo podría
odiar a Wren por algo que ella misma había estado preparada para hacer?
Sus ojos rozaron la fuente aun sollozando ante ella. Los ojos de Wren
estaban vidriosos por las lágrimas, su cabello veteado de polvo y sudor. Ella
tenía arañazos color rosa brillante en la mejilla, y su piel estaba tan blanca
como una hoja de papel, las pecas esparcidas por su nariz más pronunciadas
que nunca. Tamsin quería contar todas y cada una, memorizarlas todas para
que incluso cuando cerrara los ojos, ella viera una constelación de Wren. 
Extendió la mano para enjuagar las lágrimas de la muchacha,
estremeciéndose cuando su piel se encontró con la de Wren. Una ráfaga,
pesada y caliente, la recorrió como una ola de náuseas. La sensación pasó
tan rápido como había empezado, pero en su ausencia, Tamsin fue
consciente de un tipo diferente de ligereza. Como si alguien hubiera
levantado un objeto especialmente pesado de un saco colgado a su espalda,
aligerando su carga.
Facilitando su camino a seguir. 
Ella mantuvo su mano en la mejilla de Wren. Esta chica extraña había
logrado desequilibrar el mundo entero de Tamsin. Había apartado a Tamsin
del vacío y la estaba dirigiendo hacia algo… más. Algo desesperado,
anhelante y esperanzador. Algo puro. Cuando estaba con Wren, las cosas
eran diferentes. Ella era diferente, y Tamsin no tenía idea del porqué.
—Estás sangrando. —Wren señaló la muñeca de Tamsin, donde una
corriente de sangre roja y brillante brotaba y goteaba por su brazo como una
cascada. 
Wren se inclinó hacia adelante para examinar la herida de Tamsin, su
cabello caía como una cortina, protegiéndolas a los dos del peligro y las
crueldades del mundo. Tamsin deseaba poder permanecer juntas y
escondidas para siempre. 
Tamsin siempre había tenido miedo del para siempre. Era demasiado
amplio, abarcaba demasiado. Dejaba demasiado margen para el error y la
decepción. Pero Tamsin le había mostrado a Wren todos los pedazos rotos y
desordenados de sí misma, y aun así Wren no había huido. En cambio, se
paró ante Tamsin, mordiendo su labio inferior en concentración mientras
rasgaba un trozo de tela de la parte inferior de su camisa. Ella la envolvió
tiernamente alrededor de la herida, a pesar de que Tamsin era una bruja y
podía curarla ella misma. Los ojos de Wren se movieron rápidamente para
encontrarse con los de Tamsin. Su intensidad provocó una sacudida en el
estómago de Tamsin. Las mejillas de Wren se sonrojaron.
—¿Qué? —Ella todavía sostenía la mano de Tamsin. 
—Yo…—Tamsin se puso repentinamente nerviosa. Las palabras no
parecían suficiente. Se sentían demasiado—. Nada. —Ella estaba
confundida. Afligida. No supo qué decir. Su hermana estaba muerta. De
nuevo. No sabía cómo sobreviviría su corazón roto. 
El rostro de Wren cayó entre una sonrisa y un ceño fruncido. Ella estudió
a Tamsin, con los ojos clavados en el centro de ella buscando la respuesta a
una pregunta tácita. Tamsin odiaba este temor, esta incertidumbre. 
Deseó poder empezar de nuevo. Deseó poder golpear la puerta en la cara
de Wren, ignorar la forma en que sus pecas bailaban en su nariz a la luz del
sol, desconectar su estúpida y melódica voz y alejar su bondad. Tamsin
deseó no haber regresado nunca a Mundo Interior en absoluto. 
Si se hubiera quedado en Ladaugh, Marlena todavía estaría viva. Al
menos, no estaría muerta por la mano de Tamsin. Porque Wren era una
extensión de Tamsin, en virtud de su pacto. Ella había traído la fuente aquí.
Por eso Tamsin se odiaba por querer a Wren. 
Después de todo lo que había sucedido, a pesar del cuerpo sin vida de
Marlena en el piso, Tamsin quería consolar a Wren. 
No tenía el más mínimo sentido. 
Tamsin se aguantó de todos modos. El sentido no era nada en medio del
choque de las olas de dolor. Necesitaba tocar a alguien, necesitaba
recordarse a ella misma que era sólida. Que no se iría simplemente
flotando. Su mano todavía acunaba la de Wren, un torrente de calor subió
por su piel perennemente fría, Tamsin intentó no pensar. Intentó no temer.
Simplemente intentó escuchar el corazón inactivo en su pecho. Inhaló
temblorosamente, captando el aroma de Wren, sudor dulce mezclado con
algo suave y floral. Era un olor agradable, cálido y seguro. Hizo que Tamsin
se sintiera segura en lugar de temblorosa e insegura. Pero no se suponía que
oliera cosas agradables. Solo cosas horribles como azufre y hedor a comida
podrida. Este reconfortante aroma no tenía lugar en su nariz. El
nerviosísimo de su estómago, eso era más familiar. 
Wren todavía la estaba mirando. Sus rostros estaban lo suficientemente
cerca y Tamsin podía ver los diferentes tonos de los ojos de Wren. Un verde
bosque alrededor del anillo, desvaneciéndose en un marrón amarillento, del
color de las hojas de otoño. Qué colores tan vivos. Tamsin no solo pudo
distinguir los tonos, si no que podía describirlos, de la forma en que Wren
había descrito las puestas de sol. 
Algo estaba pasando. 
Tamsin vaciló. Tamsin nunca vacilaba; simplemente tomaba lo que
quería y no pensaba en ello. Pero ella había visto la destrucción que su amor
había forjado. ¿Qué podía decir que no sucedería de nuevo? 
Se apartó de Wren y miró con determinación al suelo. 
Sus ojos captaron un destello de movimiento junto al fuego, tan rápido
que Tamsin trató de decirse a sí misma que era solo su dolor. En realidad,
no había visto el dedo de Marlena moverse. 
Pero luego se escuchó un gemido bajo. 
Y su hermana se movió.
Tamsin estuvo al lado de Marlena en segundos, recogiendo la mano
helada de Marlena en la suya vendada. Era una escena tan familiar. Tamsin
preocupándose por su hermana, flotando. Apiñándola. Se preguntó si
debería dejarlo ir. 
Marlena tomó la decisión por ella, trepando y saliéndose del agarre de
Tamsin. Se mordió el labio, con los ojos cautelosos mientras extendía los
brazos, preparada para atacar. Tamsin esperó el golpe. Ella se lo merecía
después de lo que casi había hecho. Pero ningún hechizo estalló, ni siquiera
una lluvia de chispas. Marlena parecía desconcertada, su frustración se
convirtió rápidamente en enfado.
—Vamos —dijo, con la voz quebrada mientras se esforzaba, intentando
sacar su magia. Pero el aire entre ellas permaneció vacío. 
—Yo no… —Marlena miró a Tamsin con los ojos enloquecidos.
Desesperada. 
—No hay nada de donde tomarla. No puedo alcanzar la magia. 
—¿Qué pasó? —Tamsin se volvió hacia Wren—. Cuando pensabas que
la habías matado.
Wren parecía insegura.
—No lo sé. Pensé que te había matado a ti, así que usé mi magia para
alcanzarla. Hubo un chasquido y luego… 
Ella se calló, retorciéndose las manos en señal de disculpa mientras se
encogía de hombros. 
Se rumoraba que fuentes muy fuertes podían evitar que las brujas
accedieran a la magia, pero Tamsin nunca había sido testigo de ello, nunca
había escuchado que sucediera en algún lugar que no fuera los escritos
antiguos. Era un rumor. No podía ser cierto. Una fuente inexperta no podría
utilizar ese tipo de impulso crudo. 
O quizá fue la falta de formación. Quizá Wren finalmente dejó de pensar
y comenzó a hacer. Tamsin se quedó sin aliento en la garganta. Si Wren
realmente había cortado el acceso de Marlena a la magia, eso significaba
que la magia ya no podía lastimarla. Significaba que el hilo entre ellas
estaba roto, sin embargo, su hermana seguiría viviendo. 
Tamsin se hundió de nuevo en el suelo, con lágrimas en los ojos. Estaba
exhausta. Abrumada por la imposibilidad de todo. 
—¿Qué me hizo ella? —Pero no había veneno en la voz de Marlena.
Sonaba derrotada. Absoluta y completamente destrozada.
—Tu magia se ha ido, Marlena —susurró Tamsin en voz baja.
La cara de Marlena palideció.
—¿Toda?
—Pensé que eso era lo que querías —dijo Tamsin con amargura—.
Ahora eres libre. Nuestro vínculo está roto. 
—Eso no fue lo que quise decir. —Marlena se movió incómoda,
desplomándose contra las piedras del fuego—. Tamsin, no quise… 
—¿Dejarme saber cuánto me odias? —Tamsin rio tristemente—. Lo
dejaste suficientemente claro. 
Marlena parecía afligida.
—No te odio. Yo…te guardo rencor. 
—Oh, claro, eso está mejor —espetó Tamsin. 
—Lo es, en realidad —dijo Wren—. El resentimiento puede
desvanecerse. El odio quema brillantemente. 
Las hermanas la miraron con sorpresa.
—Sé una cosa o dos sobre lo que se siente resentirse contigo —dijo
Wren, mirando a Tamsin tímidamente. 
Sorprendentemente, Marlena rio. Una risa suave y burbujeante que
contenía mucha menos malicia de la que esperaba Tamsin. No fue la
malvada y retorcida risa de la magia oscura. Era la misma risa que había
tenido de niña. 
—Eres despiadada —dijo Marlena, sacudiendo la cabeza—. Exactamente
su tipo.
Tamsin le lanzó a su hermana una mirada furiosa. Marlena rio de nuevo,
la sonrisa era extraña en su rostro. Había pasado tanto tiempo desde que
Tamsin había visto la expresión de su hermana libre de odio que casi no le
importaba que la risa fuera a sus expensas. 
Pero, demasiado rápido, Marlena se puso seria.
—¿Qué pasa ahora entonces? ¿Ahora que no tengo nada, ni siquiera una
chispa de magia a mi nombre? ¿Qué tipo de recompensa te concederá Vera
por desarmar a su pícara hija?
Tamsin frunció el ceño.
—No es por eso por lo que me envió. No es por eso por lo que vine. 
—Ah, entonces sí hay una recompensa. —Marlena se apartó del fuego—.
Me pregunto qué me hará. Me escapé de la prisión de su torre, después de
todo. Arrojé al mundo al caos usando magia oscura. Y ahora no poseo ni un
solo hilo de poder. Qué desgracia. Tal vez debería haber muerto después de
todo. 
—Detente. —La voz de Tamsin era áspera, su corazón se rompía
mientras su hermana hablaba con tanta ligereza sobre su existencia. 
—¿Por qué? —preguntó Marlena, alzando la voz—. No es como si
tuviera más opciones. ¿Qué se supone que haga? Soy una bruja sin magia.
¿Cuál es el punto?
—Estás viva —espetó Tamsin—. Para bien o para mal, eso es lo que
eres. ¿Por qué no puede ser suficiente? 
—¿Sería suficiente para ti? 
Tamsin vaciló.
Marlena sonrió con tristeza.
—No lo creo. 
Tamsin suspiró profundamente. Esto no estaba yendo como ella
esperaba.
—Lo siento —dijo con suavidad—. Lamento que yo… 
—No lo hagas. —La voz de Marlena se quebró—. Por favor, no lo hagas.
Disculparte podría hacerte sentir mejor, pero a mí solo me hace sentir peor.
Así que detente.
—Yo… —Tamsin parpadeó ante su hermana con impotencia. No tenía
idea de qué decir. No sabía lo que Malena quería de ella, o si quería algo en
absoluto. 
—Ya es suficiente. —La voz de Wren era aguda—. Ustedes dos. Ambas
están vivas. Juntas. Tienen la oportunidad de empezar de nuevo. Una
verdadera oportunidad. Y las dos son tontas si no la aceptan. 
Giró sobre sus talones y se escabulló, agachándose a través de la pared
rota hacia la noche. La verdad de sus palabras cayó como una piedra en el
estómago de Tamsin. 
—Marlena, yo…
—Obviamente vas a ir tras ella. —No era una pregunta, era más un
mandato—. Sé que te maldijeron, pero incluso tú debes poder ver lo que
está pasando entre ustedes dos. —Marlena rodó los ojos, como si de todas
formas no le importara. 
—¿Qué?
—No seas idiota. Ve tras ella. 
—Pero tú y yo… —Tamsin calló. Ella no sabía lo que necesitaban hacer.
Solo que el espacio entre ellas todavía estaba estancado y vacío. 
—Todavía no. —Marlena parecía afligida—. Todavía no puedo. ¿Está
bien?
Tamsin miró a su hermana, realmente la miró. Su ojo izquierdo estaba
más pequeño que el derecho. Tenía un hoyuelo en su mejilla izquierda, y su
mandíbula era ligeramente cuadrada. Tamsin había pasado tanto tiempo
tratando de encajar a ambas en la misma caja que no se tomó el tiempo para
ver cómo habían crecido por su cuenta. 
—Está bien —dijo, la enormidad de sus sentimientos era imposible de
expresar en palabras. 
Se dio la vuelta y siguió a Wren a través de la pared destrozada hacia la
playa. Miró hacia el oscuro cielo nocturno. La luna era como una astilla, no
más gruesa que un trozo de hilo. Las estrellas brillaban arriba, ofreciendo a
la noche una tranquilidad que la oscuridad interminable no había tenido.
Cerró los ojos y respiró el aire fresco de la noche. 
Wren estaba veinte pasos por delante, mirando al mar. 
—El océano se ve diferente —dijo Wren, con los ojos fijos en el agua
mientras Tamsin se acercaba a ella. 
El mar se había calmado, las olas ya no eran tormentosas si no rítmicas,
subiendo y retrocediendo suavemente, suaves como una canción de cuna,
dejando la arena oscura donde habían estado las olas. 
—¿Crees que se acabó? ¿La plaga? —La voz de Wren era tan
esperanzadora que Tamsin no podía soportar mirarla a la cara. Pensó que
ello podría romperla. 
—No lo sé. Eso espero. —Tamsin estudió las pilas de madera a la deriva
como si fueran fortalezas guardando un secreto, que mantenían cautiva una
respuesta. Se suponía que tenían que decir algo. Algo que ella debía
entender sobre Wren y la forma que ella hacía sentir a Tamsin. Que hacía
sentir a Tamsin. 
Se volvió hacia Wren, su piel estaba pálida en la oscuridad, su cabello
salvaje y enredado sobre su cabeza como una corona. El poder se veía bien
en Wren. Acentuaba su rostro áspero y salvaje. Tamsin abrió la boca para
decírselo, pero antes que pudiera hablar, Wren levantó la mano. 
—Me alegra que no hayas muerto —dijo Wren. 
Estaba demasiado oscuro para saber si se estaba sonrojando, pero Tamsin
se imaginó que lo estaba, el familiar rubor rosado arrastrándose desde las
mejillas de Wren hasta sus sienes. Tamsin sonrió. El silencio era tan pesado
como es el aire antes de una tormenta.
Tamsin dio un paso hacia Wren, el espacio entre ellas era prácticamente
nulo. Llevó una mano a la cara de Wren, su pulgar cepillando el polvo de su
mejilla pecosa, el resto de sus dedos enredándose en el cabello de Wren. 
—Wren, yo… —Era como si se hubiera olvidado de hablar. Como si
hubiera olvidado lo que eran las palabras y para qué servían en la cara de
esta chica con esos ojos ardientes y esa sonrisa fantasma. Por un momento,
ninguna de ellas se movió, el aire crujiendo a su alrededor como una lluvia
de chispas. 
—Está bien —dijo Wren, malinterpretando su vacilación. Ella se deslizó
con cuidado fuera del agarre de Tamsin, una mano deteniéndose en la de
ella, hasta que se apartó por completo, dejando a Tamsin sola con un
sentimiento desconocido y exasperante de querer y el miedo de que nunca
se detendría. 

 
VEINTICUATRO
Wren
Traducido por Aurora
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
Los  árboles se estremecieron y suspiraron.  Cuando Wren y Tamsin
pasaron por primera vez por el bosque vacío, las ramas eran largas y
delgadas.  Los troncos habían destacado como esqueletos, su vacío
dolorosamente claro. Ahora, aunque las ramas todavía estaban desnudas, la
corteza estaba cobrando nueva vida. El color se filtraba hacia arriba desde
las raíces nudosas tan lentamente como el agua que gotea de una bomba
rota.  Wren miró hacia arriba.  Los troncos eran más altos, como si los
árboles finalmente estuvieran erguidos.  Hubo un zumbido en la madera,
todavía suave como un susurro, un latido como un corazón luchando por
volver a la vida.
Había potencial en esos árboles. Una promesa de que el mundo algún día
podría encontrar su equilibrio una vez más.
Por encima de sus ramas, el cielo estaba tan oscuro como siempre. Casi
cien pasos más adelante, Marlena llevaba una linterna, la luz se balanceaba
y se movía mientras caminaba entre los árboles.
Junto a Wren, Tamsin estaba en silencio, con los ojos fijos en la nuca de
su hermana. Wren le dio un ligero codazo a la bruja. 
—Deberías ir a hablar con ella.
Tal vez era porque Wren sabía que nunca tendría la oportunidad de
volver a ver a su padre; nunca podría contarle sobre su magia, su
crecimiento, el nuevo mundo, de que se había encontrado a sí misma; que
necesitaba que Tamsin y su hermana se reconciliaran. Marlena estaba justo
ahí;  esa oportunidad, esa cercanía, era un regalo que quería que la bruja
entendiera.
—Ella no quiere hablar conmigo —dijo Tamsin sin apartar los ojos de
Marlena.
—No lo sabes hasta que lo intentas. —Wren trató de sonar alentadora.
—No se puede arreglar todo, lo sabes. —Tamsin finalmente la estaba
mirando—. Sé que quieres, pero a veces no es tan fácil.
Eso era algo que Wren sabía bastante bien.  Cada paso que daba
arrastrando los pies la llevaba más cerca de la academia. No quería volver,
pero, por supuesto, no tenía otra opción.  Ella estaba unida a esta tierra
desconocida. Su poder ligado a la de ellos.
Tamsin parecía igualmente angustiada. Aun así, Wren estaba agradecida
por la compañía. Había esperado que Tamsin se uniera a ella en su regreso
para poder reclamar la bendición, pero había asumido que Marlena resistiría
más.  Sin embargo, mientras se preparaban para regresar a la academia, la
chica las había seguido miserablemente hasta la puerta.
—Ya no tengo magia, y no soy muy buena pescando —había proclamado
oscuramente Marlena cuando se enfrentó a las miradas interrogantes de
Wren y Tamsin—. Si no puedo sustentarme, no sirve de nada quedarme
aquí. —Aun así, sus ojos se habían detenido en la habitación destrozada
antes de girar con determinación sobre sus talones y encabezar el camino a
través de la playa.
Incluso la tierra olía diferente a la que tenía a su llegada. El pútrido hedor
de la magia oscura se había disipado, dominado por el dulce aroma de una
noche de verano.  Wren respiró el aire caliente en sus pulmones, lo dejó
correr hacia su cabeza. Sabía a libertad, algo que sabía que duraría poco.
Sin embargo, ni ella ni Tamsin caminaban con tanta renuncia como
Marlena.  Antes de que pudiera hablar al respecto, Wren apretó el paso,
corriendo para unirse a la hermana de Tamsin.
—¿Qué quiere ella?  —preguntó Marlena rotundamente, claramente
luchando contra el instinto de mirar por encima del hombro a Tamsin con el
ceño fruncido.
—Nada —dijo Wren con sinceridad—. Quería ver cómo te estaba yendo.
Marlena rio, vacía. 
—Tan bien como se puede esperar, es decir, terriblemente.
—Nunca pensé que conocería a alguien más hosca que Tamsin —dijo
Wren sin pensar.
Marlena evaluó a Wren por un segundo antes de permitir que su rostro se
dividiera en una pequeña sonrisa. 
—Sí, bueno —dijo finalmente—. Tamsin no puede ser la mejor en todo. 
Wren rio suavemente. 
—Supongo que no.
Marlena exhaló lentamente y se pasó una mano por el pelo. 
—Lo siento, por cierto —dijo—. Por intentar, ya sabes, matarte. No era
mi intención. La magia oscura me hizo… no sé qué. Ya no sé quién soy.
Wren se mordió el labio, la culpabilidad inundándola.  Ella era la que
debería disculparse. Ella había sellado el destino de la chica sin ni siquiera
saberlo. 
—Bueno —dijo con cuidado—. ¿Quién quieres ser?
Marlena parpadeó varias veces, casi sin comprender. 
—No sé.
—En el lado positivo —dijo Wren, ofreciéndole a Marlena una sonrisa
de esperanza—, eso significa que ahora puedes averiguarlo.
Marlena parecía bastante aturdida. Wren desaceleró su paso para darle a
la chica algo de privacidad para considerar su futuro de nuevo.
—¿Entonces? —La voz de Tamsin era ansiosa, sus ojos nuevamente se
fijaron en su hermana.
—Solo dale tiempo —dijo Wren gentilmente.
Tamsin suspiró profundamente. 
—Eso es a lo que temo.
—Tengo algo que podría animarte —dijo Wren, aunque la idea de lo que
vendría después no la alegraba.  Le dolía todo el cuerpo. Su mente estaba
cansada. Su corazón latía con fuerza. Mejor entregar la última reliquia de su
antigua vida cuando ya estaba herida. ¿Qué era una contusión más cuando
ya estaba negra y azul?
Tamsin la miró con curiosidad. 
—No necesito nada de ti.
—En realidad, sí. —Resignación envalentonándola, Wren apretó un dedo
a la cinta alrededor del cuello de Tamsin—. Cazamos la bruja
oscura.  Terminamos con la plaga.  Nuestro tiempo juntas casi
termina. Ahora tengo que darte mi amor. —Ella tragó con dificultad.
—¿Tu amor? —Tamsin la miró con sorpresa—. Me dijiste que no querías
amarme.
Wren no sabía si reír o llorar.  La conversación en la cabaña
sofocantemente calurosa de Tamsin se sintió como si hubiera tenido lugar
hace años. Mucho había cambiado. Ella vaciló, mordiéndose el labio ya en
carne viva hasta que el olor metálico de la sangre se extendió por su
lengua. Tamsin le había dado una oportunidad. Hablar de sus sentimientos
de forma libre y completa.
Por un momento, Wren consideró tomarlo.  El rostro de Tamsin no se
contrajo por la confusión. En cambio, parecía casi esperanzada.  Pero, por
supuesto, eso era una tontería. Solo unas horas antes, Tamsin había estado
tan cerca que no habría costado ningún esfuerzo cerrar el espacio entre
ellas.  Pero la bruja había dudado.  Ella no quería a
Wren. Ella no podía quererla.
—Mi amor por mi padre, quiero decir —aclaró Wren, aplastando el
aleteo en su pecho. Podría haber sido su imaginación, pero Tamsin pareció
decepcionada—. A menos que… —Se calló, su audacia la abandonó tan
repentinamente como había aparecido.
—¿A menos que qué? —Tamsin empujó a Wren.
—A menos que nada —dijo Wren rápidamente. Fue demasiado. Todo era
demasiado—. Solo toma el amor que te prometí y dejémoslo así.
—Oh. —Tamsin parecía herida.
Wren suspiró, un gran sonido melancólico.  Se odiaba a sí misma por
perder las últimas horas juntas, por hacer encogerse a Tamsin. Se odiaba a
sí misma por haber pasado tanto tiempo pensando en Tamsin cuando
debería haberse preocupado por su padre.  Se odiaba a sí misma por hacer
siempre lo que pensaba que debía hacer en lugar de lo que ella quería. No la
llevó a ninguna parte, no ganó nada más que dolor.
—Estás actuando extraña. —La voz de Tamsin estaba lejos—. ¿Qué
ocurre?
El amor era una criatura poderosa y terrible.  Wren se negó a
alimentarlo.  Si no admitía sus sentimientos para sí misma, entonces no
tendría que negarse a sí misma la felicidad.
Nuevamente.
Una y otra vez, Wren se había mantenido alejada de lo que quería
basándose únicamente en lo que pensaba que los demás esperaban de
ella.  Ella había sacrificado todo antes de que lo hubiesen pedido, pero
incluso si eso le había ayudado, se había destruido.  Lenta pero
indudablemente, Wren se había convertido en nada más que sus sacrificios.
—Wren. —La mano de Tamsin estaba sobre su hombro.
Wren la miró desesperadamente, preguntándose cuándo finalmente se
permitiría dejar de pensar y tomar lo que quería del mundo.
—Yo… —Wren tomó la mano de Tamsin, pero la bruja dio un paso atrás
con cuidado.
—No puedo hacer esto —dijo Tamsin, con ojos tristes.
Wren se había equivocado antes, aún podía doler.  Su corazón se partió
audiblemente por la mitad, enviando escalofríos a través de su cuerpo. Se le
encogió el estómago, se le heló la sangre.
—¿Por qué no? —Fue menos un susurro que una súplica.
—No podría hacerte esto. —Tamsin dio un paso adelante, su mano
acariciando la mejilla de Wren, su piel fría contra la de Wren. Fresco, pero
no frío. Algo era diferente.
—¿Hacer qué? —susurró Wren en la palma de Tamsin, su corazón
revoloteando tan rápido que se sintió mareada.  Quería gritar que Tamsin
podía hacerle cualquier cosa y que no le importaría ni un poco.
—No puedo aceptar tu amor por tu padre —dijo Tamsin, pasando sus
largos dedos por el cabello enredado de Wren—. Porque eso te
lastimaría. Y no quiero hacerte daño.
No era lo que Wren esperaba. Estaba segura de que Tamsin había visto la
forma en que la miraba, hambrienta, como si fuera a consumir a la
bruja. Estaba segura de que Tamsin rechazaría sus sentimientos, la negaría y
la dejaría derrotada. No esperaba que el aire a su alrededor se detuviera. No
se había atrevido a soñar que Tamsin la miraría con tanta ternura, tanto
temor. 
—¿Por qué?
—Porque creo que me estoy enamorando de ti.
Lo absurdo la golpeó antes de que las palabras salieran siquiera de la
boca de la bruja.  La lengua de Wren se volvió amarga y su estómago se
agitó como el mar inestable. 
—Eso no tiene gracia, Tamsin. —Las comisuras de los ojos le ardían y
luchó por hablar por encima del nudo que se le formaba en la garganta—.
No es gracioso en lo más mínimo. —Las lágrimas empaparon las mejillas,
corrían por su rostro, deslizándose por su barbilla y la caída al suelo del
bosque. Wren era una fea llorona, lo sabía, pero no importaba, no ahora que
Tamsin había decidido hacer una broma de ella, una burla de sus
sentimientos muy reales.
Wren jadeó a través de su furia. Se había atrevido a tener esperanzas, a
pensar que era diferente, que tal vez incluso podría romper la maldición de
Tamsin como siempre lo hacía el amor verdadero en las historias. Pero no
tenía derecho a creerse especial.  Estaba claro que no se había ganado
incluso un mínimo de respeto de Tamsin. Ella no era una heroína. Ella era
un chiste. Una tonta.
El viaje que habían hecho juntas no significaba nada. No había cambiado
nada. Tamsin era tan cruel como siempre, igual de fría e insensible. Wren se
secó los ojos con la manga y vio inadvertidamente el rostro de Tamsin. La
bruja se puso de pie, estupefacta.
—¿Qué pasa? —Tamsin miraba con horror cómo Wren lloraba—. ¿Lo
hice… mal?
—Si tu intención era hacerme sentir tonta, entonces ciertamente lo has
logrado —espetó con la boca llena de lágrimas saladas.
—¿De qué estás hablando? —Tamsin avanzó, pero Wren retrocedió hasta
que su espalda se encontró con la rígida corteza de un árbol.
—No puedes amar a nadie. No es amable fingir que lo haces, no cuando
yo… —Se calló, las lágrimas aún corrían por su rostro. Sacó un pañuelo del
bolsillo y se sonó la nariz sin delicadeza.
Tamsin se retorció la capa entre las manos. 
—Mira, sé cómo suena. —La bruja dio un paso hacia ella.  Wren se
apretó aún más firmemente en la corteza del tronco de un árbol—. Pero
creo que sí, y yo creo… —Tamsin respiró profundamente—. Creo que me
amas, también.
Wren se mordió el labio ya sensible.
—¿Yo? —Odiaba su frío y distante tono. Esto no era como se suponía
que tenía que suceder. Los sentimientos significaban algo.  Se suponía que
debían ser expresados lentamente, con cuidado. Con ternura.  Sin embargo,
Tamsin simplemente había lanzado los suyos al aire libre sin pensarlo dos
veces. Imprudente, como de costumbre.
Tamsin la miró con los ojos entrecerrados. 
—Creo que lo haces.
Wren se sorbió la nariz, encontrando difícil mantener el contacto visual. 
—¿Qué te hace decir eso?
Tamsin miró hacia el suelo del bosque. 
—Porque cuando estás cerca de mí, huelo la lavanda en tu
cabello. Cuando sonríes, capto un sabor de miel. Tu piel está caliente contra
la mía, y cuando me tocas, siento más que magia. —Ella dio una patada a
una piedra, con el rostro sonrojado—. Nada de esto debería ser posible, no
con mi maldición.  Solo he sido capaz de experimentar ese tipo de alegría
cuando estaba experimentando con el sentimiento del amor robado.  Mis
reservas están vacías, lo han estado durante mucho tiempo, así que estoy
empezando a preguntarme si, tal vez, estoy tomando los tuyos. —Tamsin
levantó la vista de la hierba, sus ojos aburridos esperanzados en Wren—.
¿…porque tú me amas a mí?
Algo se aflojó en el pecho de Wren. 
—¿Lo percibes?
Tamsin dio un paso hacia ella. 
—Cuando estoy contigo, lo hago.
Wren estudió los ojos de Tamsin, la calidez que parpadeaba en sus
profundidades.  Tenía dificultad para respirar.  Su corazón martilleaba, más
fuerte incluso que el zumbido de los árboles. Pero luego frunció el ceño.
—¿Esto significa que solo me amas porque sientes amor? Eso no es…
quiero decir, no quiero… —Se calló, gimiendo de frustración por su
incapacidad para articular—. Quiero que me ames porque lo haces, no
porque tengas que hacerlo.
Los ojos de Tamsin se abrieron como platos. 
—No es así como funciona. Puedo sentir cuando he tomado el amor de
otro, pero ese amor nunca me ha obligado a devolverlo. Si así fuera cómo
funcionaba la maldición, ahora estaría comprometida con la mitad de
Ladaugh.  No. —Ella negó con la cabeza con firmeza—. Siento cuando
estoy contigo, pero te amo porque lo hago.
Wren tragó saliva con dificultad, la cinta negra alrededor de su cuello se
tensó contra sus protestas sordas. 
—Pero todavía te debo. —Ella señaló a su collar—. Si no te pago,
moriré.
Tamsin sonrió vacilante. 
—Es posible que ese pacto no esté muy matizado. —Ella se rió
suavemente para sí—. Todo lo que se requiere de ti era el amor. Creo que ya
podrías estar pagando tu deuda.  Si  me amas, quiero decir. —Sus ojos de
repente se abrieron de horror—. ¿Lo haces? ¿Quererme?
Tamsin tropezó con sus palabras, de repente rendida. Fue la primera vez
que Wren había visto a la bruja nada menos que compuesta.  Su frágil
cáscara se había deslizado, revelando a alguien esperanzadora e incierta.
Había un poco de presión, considerando todo.  Wren quería que su
respuesta fuera perfecta. Pero también quería que fuera verdad.
—Creo que sí.  Pero ¿y si no dura para siempre?  ¿Y si algún día me
detengo? ¿Te deberé de nuevo entonces? —No se dio cuenta de que estaba
tirando de su trenza hasta que Tamsin apartó pacientemente sus manos y
envolvió los dedos de Wren entre los suyos.
—No puedo pedirte por nada más de lo que sientes ahora. Pero eso es
suficiente. Tú, ahora, son suficientes.
Wren trató de apartar la mirada, tan intensa era la mirada de Tamsin. Eso
la puso nerviosa.  Había tanto que no podía prometer, tanto que no podía
controlar. Algún día podría dejar de amar a Tamsin, o quizás Tamsin dejaría
de amarla.  Podrían ser destrozadas por el Aquelarre.  El mundo podría
ridiculizarlas.
O  Wren finalmente podría permitirse ser feliz, por imposible que
pareciera. Ella podría ceder en lugar de darse por vencida incluso antes de
haber comenzado.
—Está bien. —Wren no estaba segura de si habló o simplemente asintió
con la cabeza, pero no importaba.  Los ojos de Tamsin estaban en los de
ella; sus dedos estaban entrelazados, la piel se deleitaba en contacto con la
piel. Cada centímetro de Wren zumbaba con anticipación mientras Tamsin
se acercaba, aun así, hasta que no hubo más espacio entre ellas.  Quizás
nunca lo hubo.
No era la primera vez que las dos se besaban, pero era la primera vez que
ambas se daban cuenta de lo que era. El acto en sí no fue diferente, todavía
labios sobre labios, agrietados, húmedos y cálidos.  Pero la intención lo
era.  Este beso era una pregunta, una respuesta, dedos cruzados y una
promesa cumplida. Era esperanza. Era posibilidad. Eran chispas a través de
la piel de Wren y un aleteo en su estómago. Fueron manos errantes, toques
suaves y calor persistente.  Era una corteza presionada contra su
espalda.  Fueron pequeños jadeos, la boca de Tamsin se dividió en una
sonrisa que Wren igualó con la suya. Wren quiso recordar cada segundo,
queriendo estar al tanto de cada sensación única, pero era como tratar de
contar las estrellas.  Nunca antes había sido tan consciente de cuántas
maneras se podía sentir. Querer. Necesitar.
El segundo beso fue muy parecido.
El tercero de alguna manera fue aún más.
Después de eso, Wren dejó de contar.
En cambio, se concentró en la forma en que su piel temblaba bajo el
toque de la bruja, en cómo nunca antes había considerado el cuello como un
lugar particularmente adecuado para besar; oh, qué tonta había sido; qué
tierna podía ser una lengua.  Besar a la bruja le dio a Wren la misma
sensación que la magia. Besar a Tamsin también hizo que Wren se sintiera
mágica.
—Llamaste. —Una luz azul brilló detrás de los párpados cerrados de
Wren.
—¿Qué, Marlena? —Tamsin sonaba genuinamente irritada mientras se
apartaba de Wren.
—Pensé que te habías perdido. —Marlena hizo un puchero—. No era
como si yo fuera a seguir caminando hacia la academia sola. Ahora veo que
estabas… comprometida de otra manera. —Ella arrugó la nariz, una suave
sonrisa jugando en sus labios.
—Cállate. —Tamsin suspiró, pasando una mano por su cabello. Ella miró
tímidamente a Wren, quien estaba teniendo problemas para contener su
gigantesca sonrisa—. Mejor muévete.
El estómago de Wren dio un vuelco, esta vez por una razón
completamente diferente. No quería volver a entrar en ese pasillo resonante,
no quería pararse ante el Aquelarre.  No quería quedarse dentro,
especialmente cuando Tamsin no podía.
Sus dedos se aflojaron. Tamsin le lanzó a Wren una mirada curiosa, pero
Wren plasmó una sonrisa y se obligó a sostener su mano con más
fuerza. Había cedido a un deseo y ya se enfrentaba a la posibilidad de que
se lo quitaran.
Así era el mundo.
—Espera —Tamsin redujo la velocidad, tirando de Wren hacia atrás—,
déjame… —Ella movió un dedo, y la cinta alrededor del cuello de Wren
flotó suavemente hasta el suelo.  Wren se inclinó para agarrarlo, pero se
disolvió en la nada antes de que pudiera alcanzarlo.  Wren miró con
curiosidad a Tamsin, quien se encogió de hombros—. Ahora no tienes que
dudar. Eres libre.
Wren abrió la boca, luego cerró los labios con fuerza, forzándolos a
sonreír. 
—¿Qué tal el tuyo?
Tamsin tocó el collar y se encogió de hombros. 
—Supongo que me he encariñado bastante. —Miró a Wren mientras
hablaba. Wren se estremeció con un curioso placer, entrelazando sus dedos
con los de Tamsin nuevamente.
La piel de la bruja estaba caliente contra la de Wren.
 

 
VEINTICINCO
Tamsin
Traducido por Lovelace
Corregido por Nea
Editado por Mrs. Carstairs~

 
Lograron llegar a Wandering Woes justo cuando el sol se alzaba por
primera vez en días. Las tres habían sido derrotadas, golpeadas y
mallugadas, tanto por dentro como por fuera. La posada de Hazel era el
único lugar donde se sentían lo suficientemente seguras para detenerse con
Marlena a cuestas.
Wren y Marlena alcanzaron la puerta principal de la posada, listas para
colapsar, pero Tamsin no podía despegar los ojos del cielo. Estaba lleno de
colores: como azules, rosas pálidos y radiantes naranjas casi del mismo
tono que el cabello de Wren. El paisaje hizo llorar a Tamsin. Se dijo a sí
misma que era el cansancio. El que estuviera enamorada no significaba que
lo estuviera al grado de llorar por los colores cayendo como cascada sobre
el cielo.
Pero lo estaba. Las lágrimas se deslizaban silenciosamente por sus
mejillas. Tamsin usó su capa, la cual se había quitado y colgado de un brazo
cuando le había dado demasiado calor, para secarse la cara. A su lado, Wren
no dijo nada, simplemente tomó su mano y le dio un apretón alentador.
Durmieron durante el día y la mayor parte de la noche, pero Tamsin no
sintió ningún alivio. La amenaza del Aquelarre flotaba como una nube
negra sobre su cabeza. Estaba afligida por la idea de enfrentar a Vera. De
tener que reconocer el vínculo, de admitir que ella era la bruja responsable
de todo.
Cuando partieron, se marcharon con un paquete de miel, queso y pan de
una Hazel con ojos llorosos, Tamsin también lloró un poco. Marlena, como
era usual, no se contuvo, lloraba con frecuencia y de forma espantosa. Pero,
sin la magia negra distorsionando las emociones de su hermana, cada día
Tamsin reconocía a Marlena un poco más.
Una vez llegaron a las puertas doradas de la academia, el sol se plantaba
firmemente en el sol del atardecer, Marlena dudó.
—No quiero hacer esto.
Tampoco Tamsin. Había hecho lo que Vera le había pedido, había
detenido la magia oscura y salvado a su hermana. Pero si el Aquelarre se
enteraba que la plaga solo era otro efecto colateral de su hechizo de cuando
tenía cinco años, Tamsin temía lo que podrían hacerle.
Tenía miedo de tener que dejar a Wren cuando lo suyo apenas estaba
comenzando. Gran parte de ella estaba atada a Mundo Interior. Tamsin no
sabía cómo iba a dejarlo atrás otra vez.
Se giró hacia su hermana, cuyos ojos se veían inquietos, las comisuras de
su boca caídas. Su espejo imaginario aún tenía grietas. Algunos fragmentos
se habían roto por completo, roto en tantos pedazos que el daño nunca se
repararía por completo. Sin embrago, mientras Tamsin miraba los ojos de su
hermana, se vio a sí misma. Esperaba que Marlena también se viera a sí
misma en Tamsin.
—Vamos —dijo Tamsin, ofreciéndole una mano a su hermana—. Iremos
juntas.
Abrió las puertas delanteras con un zumbido, la luz del sol
extendiéndose, iluminando el suelo de mármol oscuro. El aire era denso,
silencioso y viciado. Recorrieron su camino a través del laberinto de pasillo
sin toparse con un alma.
Tamsin lideró el camino por las familiares escaleras hasta la torre de la
Suma Consejera, apretando los dedos de Marlena con tanta fuerza que
temía que los suyos propios se adormecieran. Wren las seguía por detrás,
con preocupación en su rostro iluminado por las parpadeantes llamas azules
de las antorchas que recubrían las paredes. Tamsin las dejó entrar a la
antecámara, deteniéndose ante la puerta del despacho de su madre. Había
luz proveniente de la rendija debajo de la puerta.
—Entren. —La voz de Vera estaba tensa, llamándolas a entrar antes de
que siquiera tocaran. Tamsin empujó la puerta abriéndola, Marlena y Wren
a sus talones. Vera alzó la mirada desde el papel que estaba examinando.
Sus ojos se abrieron mientras veía las caras de sus hijas, ambas
increíblemente vivas.
En su prisa por alcanzarlas, Vera tiró la silla al suelo. Después, estaba
sobre ellas, sus brazos tirando de sus hijas hacia su pecho de la forma en la
que las había sostenido cuando eran niñas. Solo que ahora estaban casi tan
altas como su madre. A pesar de eso, el toque de Vera se sintió cálido a
través del pecho de Tamsin. Su corazón recién trabajando sintió los efectos
del alivio de su madre.
—¿El vínculo? —Vera se separó de ella, sus ojos yendo de un lado a otro
entre los rostros idénticos de Tamsin y Marlena.
—Está roto —afirmó Tamsin. Miró a Wren, quien estaba merodeando
con incomodad en la puerta—. Gracias a la nueva fuente del Aquelarre.
Wren saludó torpemente a Vera. Su estómago se retorció con ansiedad,
Tamsin observó a su madre acoger a Wren. Esperaba que la valoración de
Vera fuera positiva.
—¿Y qué hay sobre la plaga? —Los ojos de Vera regresaron a Marlena,
la desconfianza se abrió paso hacia el frente.
—Marlena, no —intervino Tamsin rápidamente, dando un paso adelante
para proteger a su hermana de la mirada escudriñadora de su madre—. Fue
otro efecto secundario de mi hechizo. —Retorció el dobladillo de su capa
con nerviosismo—. Si vas a castigar a alguien, castígame a mí.
La mirada de Vera se detuvo en Tamsin por un momento, luego suspiró
pesadamente.
—Siempre fuiste un poco mártir, querida —dijo, colocando un mechón
de cabellos detrás de la oreja de Tamsin.
Detrás de ella, Marlena resopló.
—¿Un poco?
Ella y Vera compartieron una pequeña sonrisa. Tamsin carraspeó. No le
parecía, particularmente, que intercambiaran una broma entre ellas a su
expensa.
—Ya has sido castigada —continuó Vera—. No creo que debamos
agregar tiempo a oración.
Tamsin frunció el ceño. Había estado preparada para ser desterrada por
segunda vez, incluso ejecutada. Seguro era lo menos que merecía por causar
daño a tanta gente. Por poner al Aquelarre en una posición imposible. Por
forzar a su madre entre elegir entre sus hijas y Mundo Interior.
—Sin embargo, hay algunas otras cosas por discutir —dijo Vera, dando
un paso hacia atrás para recargarse sobre su escritorio—. Está, por supuesto,
el asunto de la bendición.
Junto a Tamsin, Marlena se puso rígida. Tamsin recordó la frivolidad de
su hermana, su creencia de que Tamsin había llegado tras ella solo porque
estaba dispuesta a ganar algo a cambio. Y ciertamente, Tamsin podía pensar
en tantas formas de usar la bendición. Pero no quería que su hermana
pensara que era una oportunista. No quería pedir el perdón para ella misma
cuando no creía que lo mereciera. Sin embrago, Wren merecía vivir una
vida que haya escogido por sí misma, no una que fue forzada hacia ella.
—No necesito una bendición —dijo Tamsin rápidamente—. No obstante
—añadió, girando hacia Wren—, Wren debería tomarla. Pide lo que
quieras. Lo que sea que desees.
—¿Qué? —balbuceó Wren—. No puedo.
—Sí puedes. —Tamsin dio un paso hacia ella—. Te involucré en todo
esto. Ahora puedo liberarte. Ve a casa. A estar con tu padre. Lo que sea que
quieras, tómalo.
—Yo… —Wren miró temblorosamente de Tamsin a Marlena luego a
Vera—. De acuerdo. —Asintió con determinación—. Sé lo que quiero.
—Muy bien. —Vera miró con curiosidad a Tamsin y Wren.
—Le pediré a la asamblea el perdón de Tamsin y sus transgresiones y
que le dé la bienvenida de regreso a Interior.
—¿Qué? —Tamsin parpadeó anonada. Había pensado que Wren pediría
ser liberada de Interior y que juntas regresarían a Ladaugh. No había
anticipado que Wren renunciaría a su libertad por la de Tamsin.
Sin embargo, el rostro de Vera estaba comprimido.
—No sé si eso es algo que la asamblea permitiría.
—Es la bruja más poderosa del mundo —dijo Wren—. ¿Quieres decir
que no puedes convencerlos? —Tiró brevemente de su trenza—. En serio
piensa que el mundo que se va a reparar por sí mismo, ¿verdad? Necesita a
Tamsin. —Sus ojos escanearon a Tamsin con apreciación.
—Wren, no creo… —Pero Tamsin no sabía lo que no pensaba. El
altruismo de la acción de Wren era más de lo que merecía.
—Shh —dijo Wren bruscamente—. Estoy tratando de hacerle un favor al
Aquelarre.
Vera dejó salir una pequeña risa.
—Parece que mi hija finalmente ha conocido la pareja ideal. —Posó su
mirada en Wren—. Iré al Aquelarre. Les presentaré la situación y les
preguntaré por el veredicto. —Presionó sus palmas juntas debajo de su
barbilla, sus ojos sobre las tres chicas—. Todas ustedes quédense quietas.
Volveré pronto con una respuesta.
Vera se movió rápidamente por las habitaciones, la puerta de cerró
firmemente detrás de ella. El cuarto se sintió de repente sofocantemente
pequeño. Tamsin se dejó caer sobre una de las sillas de duro respaldo. Wren
se apoyó contra el marco de la puerta. Marlena merodeaba detrás del
escritorio de su madre, presionando sus dedos sobre los lomos de los libros
antiguos.
—Bien, todo ha sido arreglado para ustedes, entonces. —La voz de
Marlena sonaba resentida—. Debe ser lindo.
—No sabemos lo que dirá la asamblea —dijo Tamsin rápidamente, a la
defensiva. Gran parte de su vida colgaba sobre la balanza del veredicto de
la asamblea. Arwyn, especialmente, iba a ponerse difícil.
—Te dejarán regresar. —Marlena rio silenciosamente—. Wren tiene
razón. Te necesitan. A mí, por otro lado… —Se detuvo, sacando un libro
del estante y hojeando las páginas.
—Podrías quedarte aquí —insistió Tamsin—. Hay muchas cosas que
podrías hacer. Podrías trabajar en la biblioteca. Siempre has amado los
libros. Podrías escribir. Investigar. No necesitas magia.
Marlena cerró el libro con un fuerte golpe.
—Lo estás haciendo otra vez.
—¿Haciendo qué? —Tamsin sostuvo la silla con fuerza. Marlena sabía la
forma de hacerla sentir tonta cuando solo trataba de ser gentil.
—Decidiendo mi vida por mí —dijo, empujando el libro de vuelta al
estante—. No quiero quedarme en Interior. Hay todo un mundo allá fuera
llena de gente no mágica. Ahora soy uno de ellos. —Sonrió, sin que su
sonrisa alcance sus ojos—. Siempre pensé que un día podría ir a Kathos.
Ahora puedo. —Llevó una de sus manos a su rostro girándose. Tamsin
conocía lo suficiente a su hermana como para reconocer cuando necesitaba
un momento.
Giró sobre su silla hacia Wren, cuyo rostro reflejaba preocupación. Sus
ojos se cerraban por el cansancio, su cabello estaba alborotado.
—Pudiste haber utilizado la bendición para salvarte a ti misma —dijo
Tamsin en voz baja—. Pensé que eso harías. Pudimos haber vuelto a
Ladaugh juntas. Hubiera sido una vida decente.
—No hubiera sido suficiente. —Tamsin estaba sorprendida de ver fuego
en los ojos de Wren—. Tienes poder. Lo vi de vuelta allá, junto al océano.
Puedes ser mucho más que una bruja del pueblo satisfaciendo los caprichos
de gente ordinaria.
Tamsin frunció el ceño.
—No merezco eso.
Al estar de vuelta en Interior, había visto aún más de cerca la destrucción
que su impulso había causado. Ver a su hermana llorar por una pérdida de la
que nunca se recuperará completamente, Tamsin sentía las consecuencias de
sus acciones de manera más personal. Estaba más segura que nunca de que
no pertenecía aquí entre la gente a la que había traicionado. La gente a la
que había herido.
—¿Qué significa eso de «merecer»? —Wren la miró con los ojos
entrecerrados, como si realmente quisiera una respuesta—. ¿Pasarás toda tu
vida sintiéndote culpable por lo que hiciste? ¿O tratarás de redimirte con
acciones y hazañas? Sanar toma tiempo. —Wren miró a Marlena, quien
seguía dándoles la espalda, sus hombros se sacudían con silenciosos
sollozos—. Perdonar toma tiempo. Pero nada de eso pasará hasta que lo
permitas.
Wren enrolló un mechón de cabello alrededor de su dedo con fiereza.
—Me dijiste que pidiera lo que quisiera. Y quiero quedarme. Me escondí
de mi magia por tanto tiempo, peleé contra las partes de mí que eran
difíciles de explicar. Ahora quiero saber quién soy y qué quiero ser. No
quiero detenerme a mí misma.
Rio un poco a través de sus brillantes ojos.
—Desearía poder decírselo a mi padre. Desearía poder enseñarle quién
soy en verdad. Todos estos años me di a mí misma por perdida para ser lo
que pensaba que él quería. Pero esta es la verdad. Esta soy yo.
Se inclinó para acariciar la mejilla de Tamsin son su pulgar.
—Y esta eres tú. Eras una niña. Perdida y desesperada y asustada.
Cometiste un error. Pero si no te perdonas a ti misma, entonces nadie más lo
hará.
Tamsin se estremeció ante el ligero toque de Wren. Ante la gravedad en
sus ojos.
Se sentía demasiado sencillo. Seguir adelante, cargando el peso de lo que
había hecho sin dejar que eso la detuviera. Era un delicado equilibrio. Justo
como la magia. Justo como las familias y las relaciones y hermanas que
compartían la misma cara, pero no el mismo corazón.
Tamsin cruzó la habitación hasta Marlena y enrolló sus brazos alrededor
de ella, descansando su barbilla en su hombro. Al principio, su hermana se
puso rígida, las lágrimas aún corrían por sus mejillas. Pero luego se dejó
apoyar en Tamsin y se derrumbó en sollozos. Tamsin la sostuvo cerca, la sal
de sus lágrimas se mezclaba con las de Marlena, una mano sobre el pelo de
su hermana, mientras hacía lo que podía para dejar de intentar arreglar y
simplemente existir. Dos chicas, no mitades, sino dos totalidades
imperfectas.
Ambas suficientes.
La puerta abrió con un suave clic. Vera aclaró su garganta. Marlena se
sacudió del agarre de Tamsin, limpiando sus ojos con su manga. Su madre
miró a sus hijas con inquietud, sus brazos estaban cruzados con fuerza sobre
su pecho.
Había una pequeña mancha de kohl negro debajo del ojo izquierdo de
Vera. Una cosa diminuta, sin duda, pero tranquilizó un poco a Tamsin.
Todos ellos, sin importar el poder o los errores pasados, eran total y
completamente humanos.
—El Aquelarre ha decidido. —El tono de voz de Vera no dejaba ver nada
—. Les expliqué que la plaga no cortó por completo el vínculo, lo que
significa que todo esto ocurrió debido a nuestra negligencia. —Vera no se
movió ni un poco—. Sin embargo, el Aquelarre cree que debemos mantener
tu destierro.
Tamsin se quedó paralizada. Detrás de ella, escuchó la fuerte respiración
de Marlena y un gritó ahogado de Wren. Tamsin no pudo reunir la energía
necesaria para enfadarse. Todo de lo que era capaz estaba vacío.
—Para tu suerte, yo tengo la última palabra. —El fantasma de una
sonrisa apareció en los labios rojos de Vera, no obstante, desapareció antes
de que Tamsin pudiera decidir si era verdadera—. Guardaste mi secreto. Te
debo más que una bendición. Como la Suma Consejera, concedo tu
maldición y levanto tu destierro. Podrás regresar a Interior y vivir entre
nosotros. Ayudarás en la revitalización, devolviendo a Interior a su antigua
gloria. Finalizarás tus estudios. Y te comportarás tan bien como te sea
posible. —La sonrisa regresó al rostro de Vera. Esta vez, ahí permaneció.
—¿Si a ella se le permite quedarse, eso significa que soy libre de irme?
—La voz de Marlena sonaba entrecortada, su cara enrojecida al igual que
sus ojos—. ¿Ahora que la verdad salió a la luz? Mi magia se ha ido. No
tengo nada que ofrecerle a Mundo Interior. Así que me gustaría irme.
Vera estudió con tristeza el rostro de Marlena.
—Por supuesto que puedes —dijo en voz baja—. Pero, sabes la forma en
la que el bosque funciona. Si no tienes magia, podrás irte, pero nunca
podrás volver.
—Lo sé —dijo Marlena, tan rápido que era claro que ya había
considerado cada ángulo.
Tamsin admiraba a su hermana y su seguridad. Estaba tan decidida a
caminar por los árboles y dejar a Interior detrás. La misma cosa que se
había sentido como un castigo para Tamsin era la libertad para Marlena.
—Solo necesito algunas provisiones. Algo de comida, ropa y monedas
para asegurar mi pasaje en un barco.
Vera frunció los labios.
—No me gusta la idea de que te aventures allá afuera por tu cuenta, sin
magia para defenderte.
—Iremos con ella —dijo rápidamente Tamsin—. Solo a los muelles —
aclaró con la esperanza de apaciguar la mirada interrogante de Marlena—.
Para despedirla. Hay otra cosa que necesitamos hacer allá en el Mundo
Exterior. ¿Nos darías un poco de tiempo antes de que Wren comience su
entrenamiento como fuente?
—Supongo que el Aquelarre podría necesitar algo de tiempo para
acostumbrarse a la idea de tu regreso. —Vera asintió vacilante—. Pero no
deben entretenerse. Hay mucho que hacer antes de que la vida pueda
continuar según lo planeado. La tierra nos necesita. Y necesitamos que la
gente común vuelva a confiar en nosotros. —Vera extendió su mano—.
Ahora dame tu brazo.
Tamsin se levantó la manga de su brazo. La piel pálida estaba manchada
y cicatrizada donde Vera había quemado su marca. Tamsin nunca lo había
arreglado. Había pensado que era el castigo que le correspondía por haber
defraudado a su hermana. Marlena había muerto, y Tamsin tenía una
cicatriz. Se había sentido como algo apropiado. Sin embargo, incluso
mientras Tamsin miraba a su hermana, decidida y llena de vida, descubrió
que no quería perder el recuerdo de lo que había sido. El perdón que aún
necesitaba ganarse. Lo agradecida que estaba ahora
—Tal vez el otro sería mejor —dijo Tamsin, ofreciéndolo. Su madre
asintió, trazando su dedo sobre la piel de su hija.
La tinta negra siguió su toque, acumulándose en un arco descendente que
ocupaba la mitad de su antebrazo, coronado por cuatro círculos, cada uno
cruzándose con el siguiente. El sigilo del Aquelarre se instaló en su piel.
Un millón de pequeños pinchazos le dieron la bienvenida a casa a
Tamsin.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
: ✵ : ✧ : ✵ *: ✧: ✵ : ✧:

Dos días al norte del Bosque, llegaron a los muelles y pudieron asegurar
el pasaje de Marlena en un barco a Kathos. Iría a encontrar a la familia de
Amma, la abuela de la que siempre había hablado con tanto cariño. Iba a
construir la vida que siempre había soñado.
Su paseo por el Bosque había sido inquietantemente silencioso. Era casi
como si los árboles hubieran estado conteniendo la respiración, esperando a
que las hermanas hablaran. Tamsin siguió el ejemplo de Marlena. No quería
cruzar la línea, decir algo fuera de lugar o hacer las cosas aún más
complicadas de lo que ya eran.
Y eran complicadas. Ahora que su maldición había sido levantada,
nuevos sentimientos liberados zumbaban a su alrededor como un enjambre
de abejas. Cada emoción era aguda y punzante, su atención pasaba de la
esperanza al arrepentimiento, de la adoración a la vergüenza. Sentía tanto
que era abrumador. Las hojas de los árboles eran tan verdes que hacían que
sus ojos dolieran. La brisa le hacía cosquillas en el cuello, distrayéndola y
deleitándola. Había nacido en el mundo de nuevo.
Pero los nuevos sentimientos de Tamsin no anulaban su dolor. Ella
amaba a Marlena de nuevo, cada parte de su hermana, incluyendo las partes
de ella que estaban enfadadas y heridas. Saber que era la razón de ese dolor
pesaba sobre Tamsin. No estaba acostumbrada a equivocarse. No estaba
acostumbrada a las consecuencias que perduraban en su corazón en lugar de
su cabeza. Pero ahora las estaba viviendo, reconociendo el hecho de que le
había robado tanto a su hermana. Le había dado una vida que no había
consentido vivir.
Sin embargo, Marlena, aunque sus aristas se habían suavizado desde que
el vínculo se había roto, no había dado ninguna indicación de que tuviera
algo que decir. Y así, las tres habían caminado en silencio a través de la
quietud de los árboles, Wren lanzando miradas nerviosas entre las
hermanas.
Mientras caminaban, los árboles no les ofrecían ningún horror. No hubo
chillidos o aullidos. El silencio era suficiente castigo.
Cuando salieron del Bosque, Marlena no miró atrás. Y ahora, mientras
estaban en el muelle, Tamsin se dio cuenta de que ella era la que se quedaría
atrás.
—Supongo que entonces esto es todo. —Marlena trató de sonreír, pero
sus manos estaban en su pelo, atando los mechones en un centenar de
pequeños nudos. Estaba nerviosa, aunque no quisiera demostrarlo—. Adiós.
—Se mordió el labio y se dio la vuelta.
Tamsin se quedó de pie, congelada en el suelo. No podía ver a su
hermana alejarse con eso como la última palabra entre ellas. No podía ser
todo. No con tantas cosas sin decir.
Wren claramente sentía lo mismo. Empujó a Tamsin con tanta fuerza que
tropezó, golpeando su dedo del pie en la desgasta y envejecida madera del
muelle.
—Marlena. —Tamsin utilizó el hombro de su hermana para estabilizarse.
Marlena puso una mano en el codo de Tamsin, casi distraídamente,
enderezándola.
—Tengo que irme —dijo, desenredándose suavemente del agarre de su
hermana.
Tamsin miró hacia el muelle, donde la tripulación seguía cargando el
barco, arrojando sacos y barriles al almacén.
—Parece que te queda un minuto. Por favor.
Marlena suspiró suavemente, pero asintió. Observó a Tamsin expectante.
—Esto te pertenece. —Tamsin extendió el diario, sus dedos se
detuvieron en la desgastada cubierta de cuero—. Ojalá lo hubiera leído
antes. Ojalá hubiera sabido hace tiempo lo que realmente pensabas de mí.
Nunca debería habernos metido en este lío.
Tamsin se aclaró la garganta, todavía sorprendida por los pinchazos en
las esquinas de sus ojos.
—Sé que me dijiste que no me disculpara, pero lo siento, Marlena. Siento
no haberte visto como algo más que lo que yo quería que fueras. Te he
fallado. Y tienes todo el derecho a odiarme por ello.
Marlena hojeó descuidadamente el diario.
—Nunca te he odiado, sabes. No de verdad. —Levantó la vista de las
páginas hacia su hermana—. Simplemente nunca quise ser tú. Tú querías
que fuéramos iguales, y yo sentía que siempre te decepcionaba siendo yo.
—Pero me gusta cómo eres —susurró Tamsin, retorciendo su capa entre
sus manos.
—A mí también. —Marlena rio con soltura—. Pero tengo que descubrir
quién soy ahora. Sin Amma. Sin la magia. Sin Vera. —Aclaró su garganta
—. Sin ti. —Miró hacia el agua.
—Solo quiero que seas feliz. —Tamsin dirigió su mirada al mar también
—. Espero que encuentres lo que buscas ahí fuera. Espero que un día me
escribas sobre tu nueva vida. Y espero que algún día haya un lugar para mí
en ella.
Marlena tomó la mano de Tamsin.
—Yo también lo espero.
Se quedaron allí, tomadas de la mano, mientras los marineros gritaban,
las olas chocaban, los pájaros cantaban, y la esperanza florecía en el jardín
del corazón de Tamsin.
Todavía no estaba perdonada. Puede que nunca lo estuviera. Pero era un
comienzo. Dejar ir era el primer paso.
Tal vez, un día, las dos se encontrarían de nuevo y tomarían el siguiente
barco juntas.
 
 
VEINTISÉIS
Wren
Traducido por White Demon
Corregido por Kamyla
Editado por Mrs. Carstairs~
 
El mundo estaba despertando.
Las reservas de magia de la tierra seguían agotadas. Wren seguía oyendo
los gritos de la piedra, la respiración apagada de los árboles, la
incertidumbre del agua. Pero también percibía la esperanza. Cada vez que
podía, apoyaba una mano en una roca, pasaba los dedos por el agua fresca
de un estanque reflectante. Ofrecía gotas de su propia magia a la tierra
como recordatorio de lo que había sido. Una promesa de lo que estaba por
venir. Y el mundo salió a su encuentro.
Había mucho trabajo por hacer. Llevaban casi cuatro días de camino, y la
mayor parte del tiempo lo dedicaron a abrirse paso entre las ramas rotas, los
montones de hojas podridas y los turbios charcos marrones. La destrucción
que presenciaron fue interminable. El hecho de que el sol hubiera vuelto al
cielo solo sirvió para iluminar lo roto que estaba el mundo. Ni una sola
estructura de la ciudad de Farn seguía en pie; el laberinto de callejones
estaba lleno de escombros de casas, las posesiones abandonadas de los que
huían de la plaga y de su posible desaparición. El hedor de la muerte
perduró durante todo un día en todas las direcciones.
Grupos de gente asustada se apiñaban en las afueras de la ciudad,
montando campamentos en campos de tierra muerta y cultivos marchitos,
con sus carros dispuestos en círculos apretados, estudiando a Tamsin y
Wren con recelo, a pesar de que ellas les dieron a estos grupos su espacio.
La gente estaba hambrienta, sucia y derrotada. La ira que les había servido
en los primeros días de la plaga se había reducido a nada, visible en sus
hombros encorvados y sus ojos apagados.
Wren quería tranquilizarlos, prometerles que estarían a salvo, pero nadie
estaba dispuesto a hablar con extraños, y menos con alguien tan limpia y
bien vestida. No había pruebas de que hubieran sufrido, aunque, por
supuesto, no todas las cicatrices podían verse.
Ahora estaban en las tierras bajas, a solo un día de Ladaugh y de la
campiña que Wren siempre había llamado hogar. Pero la tierra carecía de
color. Todo era tan estoico y triste.
—¿En qué estás pensando? —La mano de Tamsin rozó ligeramente su
brazo, sus ojos la estudiaban y estaban serios. Ya no llevaba su capa verde.
En su lugar, sus brazos estaban desnudos, su piel fantasmalmente pálida
finalmente expuesta a la luz del día.
—En nada. —Los pasos de Wren crujieron contra la grava del camino.
Tamsin la miró con escepticismo—. Y en todo. —Lanzó una pequeña
sonrisa a la bruja—. Simplemente resulta abrumador.
Señaló su entorno: las pesadas nubes blancas que colgaban del cielo; los
desechos (zapatos sin suela, cuchillos desgastados, cuerdas rotas, ropa
desgarrada, sacos vacíos) que cubrían el camino; el campo de hierba alta de
verano a su izquierda, muerto, seco y prácticamente pidiendo que se
incendiara.
—No sé cómo vamos a arreglar esto. —Se agarró el labio inferior entre
los dientes—. ¿Vamos a ser capaces de arreglar esto?
Tamsin suspiró, el tipo de suspiro cansado que Wren había llegado a
asociar con ella.
—No lo sé. Vera ciertamente parece pensar que sí.
—¿Y tú qué crees? —Se acercó a la bruja.
—Que es terriblemente pronto en nuestra relación para que conozca a tu
padre. —El tono de Tamsin era ligero, pero su sonrisa no llegaba a sus ojos.
Su padre.
La inquietud recorrió a Wren como un fuerte viento. Cada paso se sentía
de repente como una lucha, la inquietud se extendía por ella mientras se
preocupaba por lo que podría encontrar. No había certeza de que sus
recuerdos pudieran ser reemplazados. Que incluso siguiera teniendo su
vida. La cabaña podría haberse derrumbado debido a los fuertes vientos o al
temblor de la tierra. Podría haber muerto de hambre.
Aun así, estaba agradecida con Tamsin por darle la oportunidad de
averiguarlo. Habría sido inútil, atrapada dentro, sin saber el destino de su
padre. Era una amabilidad para la que apenas podía encontrar palabras. Si
su padre estaba muerto, ella sería capaz de ponerlo a descansar. Si seguía
vivo, tendría la oportunidad de darle una despedida adecuada y revelar por
fin la verdad de quién y qué era ella.
Su mandíbula se apretó. Ninguna de las dos posibilidades era el resultado
ideal, pero ambos eran honorables. Los deberes de una hija.
Tamsin le dio un suave golpecito en la mejilla.
—Deja de hacer eso. Te vas a estropear los dientes.
Wren le lanzó una mirada amarga. Dormir tan cerca de otra persona
había puesto en evidencia todos sus malos hábitos. Tamsin la reprendía
constantemente por rechinar los dientes. Wren había empezado a burlarse
de Tamsin por sus ronquidos. Sin embargo, no cambiaría la cercanía de la
bruja por nada. Ni siquiera por un sueño más reparador.
Con esfuerzo, relajó la mandíbula. Golpeó la mano libre contra la pierna,
con un ritmo sacudido que reflejaba el silbido del viento. Tamsin dejó de
caminar, cogiendo la otra mano para quedar frente a Wren.
—Todo va a estar bien. —Estudió a Wren cuidadosamente con esos
grandes ojos marrones. Había una suavidad que hizo que Wren se quedara
sin aliento. Había emoción en ellos.
—¿Realmente crees que lo estará? —Intentó zafarse del agarre de
Tamsin. Era demasiado, Tamsin tenía demasiada bondad dentro de sí, y la
hacía sentir culpable por tener tanto, por alegrarse de haber dejado atrás a
su padre por una aventura que la había llevado lejos de casa y le había dado
una nueva.
La bruja puso una mano bajo la barbilla de Wren y la obligó a levantar
los ojos.
—Así es. Por eso estamos haciendo esto. Para que no tengas que
preguntártelo.
—Creo que estoy tan nerviosa porque deseo dejarlo. No se suponía que
lo hiciera, siempre lo prometí, pero... —Se interrumpió, sacudiendo la
cabeza. Era algo demasiado imposible de expresar con palabras. Lo mucho
que deseaba estudiar Mundo Interior y abrazar su poder. Lo mal que
siempre se sentía por abrigar ese deseo.
—Tienes permitido tener tu propia vida. —La expresión de Tamsin era
conflictiva—. Se te permite desear cosas. Dejar atrás a la gente. Crecer. —
Miró hacia atrás, hacia el camino, aunque Marlena ya se había ido—. Te
veo. Siempre he visto lo que podrías hacer. Lo que podrías ser si te lo
permitieras. —Wren trató de apartarse, pero los ojos de Tamsin eran tan
fieros que descubrió que no podía moverse—. Entonces, ¿qué es lo que
deseas, Wren?
—A ti —susurró ella, acercándose y rodeando con sus brazos la cintura
de la bruja.
—Eso es hacer trampa —susurró Tamsin, a centímetros de los labios de
Wren.
—No lo es —insistió Wren. Durante mucho tiempo, había intentado ser
exactamente lo que los demás querían. Había cedido sin pensarlo dos veces.
Había ignorado sus propios deseos. Sus propias necesidades. Pero ya no.
Estar con Tamsin la hacía audaz—. Te deseo. ¿Puedo tenerte?
Rozó sus labios con los de Tamsin. La bruja dejó escapar un pequeño
suspiro de satisfacción, y luego susurró:
—Sí.
・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚ ・゚
: ✵ : ✧ : ✵ *: ✧: ✵ : ✧:

La plaza del pueblo de Ladaugh estaba desierta. Los puestos


abandonados estaban llenos de verduras ennegrecidas y podridas y de
pancartas rotas. La bomba de agua goteaba sin cesar, con pequeñas gotas
cayendo al suelo. Algunos de los adoquines se habían agrietado. Unos
gigantescos pájaros negros, cuyas plumas brillaban de color azul a la luz del
sol, se elevaban sobre los restos. Wren se estremeció pensando en Farn,
pero Tamsin la hizo avanzar.
La mayoría de las cabañas tenían las ventanas selladas. Algunas aún
tenían sombras de magia oscura aferradas a los tejados. Pero todas las
cabañas de piedra seguían en pie. Eso alivió un poco el miedo de Wren.
Pero solo un poco.
—¿Y si está muerto?
—No lo está. —Tamsin miró el camino vacío con cautela, con un tono
incierto.
—¿Y si no me recuerda, entonces?
La mano de Tamsin se estrechó alrededor de la de Wren.
—Eres bastante difícil de olvidar.
Wren sonrió a su pesar. Sin embargo, su estómago se revolvía como el
océano durante una tormenta.
Se detuvo de nuevo en la puerta principal. Las botas que había dejado
atrás ya no estaban. Se tragó el pánico que le subía por la garganta.
—No creo que pueda hacerlo.
Su corazón latía con fuerza, su respiración era rápida e inestable. Tuvo la
sensación de que algo se arrastraba por sus pies. Miró hacia abajo. No era
su imaginación. Era un gato, su gato callejero. Estaba bastante delgado, con
el pelaje negro enmarañado y manchado de suciedad, pero por lo demás no
tenía mal aspecto. Volvió a frotarse contra sus tobillos y sus grandes ojos
amarillos la miraron con esperanza. Las lágrimas brotaron en las esquinas
de sus ojos y el alivio la invadió como una ola. Él la conocía. El gato la
conocía, lo que significaba que su padre también podría recordarla. Wren
cogió al gato en brazos, le alisó el mugriento pelaje y le rascó detrás de las
orejas.
Tamsin arrugó la nariz ante la criatura, con las manos bien sujetas a los
costados.
—Es bueno, lo juro. —Wren lo sostuvo como un bebé hacia la bruja.
Tamsin ofreció un dedo a regañadientes y le dio tres golpecitos al gato en
la parte superior de la cabeza. La criatura le siseó. Tamsin se apartó de un
salto, frunciendo el ceño.
—No me interesa.
—Estás haciendo el ridículo. —Wren le dio otro apretón al gato. Él luchó
en su abrazo, tratando de ganar su libertad. Finalmente lo dejó ir. Se lamió
la pata delantera, pareciendo insultado.
—Bueno, el gato se acuerda de mí. Eso es una buena señal, ¿no crees? —
Se quedó mirando, inmóvil, la puerta principal de la casa de campo. Podía
perder todo el tiempo que quisiera ante la puerta, pero eso no cambiaría lo
que le esperaba dentro. Mejor, entonces, acabar de una vez.
Atravesó el portón y se acercó a la puerta, con la madera despojada y
áspera bajo las yemas de sus dedos, cuando esta se abrió y dejó ver a un
hombre. Wren retrocedió a trompicones.
No era su padre.
—¿Tor? —Wren se esforzó por entender la escena—. ¿Qué estás
haciendo aquí?
El sastre la miraba con la misma incredulidad.
—Solo comprobando a tu padre, como me pediste.
Wren se esforzó por formular una respuesta. En su lugar, se arrojó sobre
el sastre, sollozando en su camisa.
—¿Está vivo?
El sastre le dio unas palmaditas en la cabeza.
—Fue extraño. Había una oscuridad, negra como la tinta, que cubría la
tierra. Y entonces, hace seis días, esa oscuridad se disipó. Fue como si la
tormenta se desatara. Y todos, todos los afligidos, sus recuerdos volvieron a
aparecer.
—¿Puedo verlo? —Ella se apresuró a secarse las lágrimas con el dorso
de las manos.
—Es tu casa. —Tor pasó junto a ella a la luz de la tarde. Sus ojos se
posaron en Tamsin, que permanecía torpemente detrás de Wren. Frunció el
ceño y se dio la vuelta.
—Ve, entonces —dijo ella, volviéndose hacia Wren, que había dudado
con sus dedos en la puerta principal—. Estaré aquí si me necesitas. —La
bruja le ofreció una suave sonrisa—. Ve.
Wren entró en la casa. La cabaña era sofocante, con el fuego rugiendo a
pesar de la temperatura exterior. El hedor de las hierbas chamuscadas
(romero ennegrecido, tomillo tostado) flotaba en el aire espeso. Wren tosió
y se llevó una mano a la nariz.
Estaba de pie en medio de la habitación, sobre la alfombra raída tejida
por la mano de su madre. La puerta de la habitación estaba abierta solo una
rendija. Las mantas crujían dentro. Un hombre emitió una tos.
—¿Papá?
Un respiro. Luego la voz de su padre, tímida, incrédula:
—¿Wren?
—Papá. —Wren abrió la puerta de golpe, y las lágrimas volvieron a
brotar mientras su estómago luchaba por deshacerse, mientras la opresión
de su pecho se aflojaba. Su padre estaba sentado, vestido y sonriendo. No
solo estaba vivo, sino que se acordaba de ella.
—Pajarito. —Sus ojos brillaron al verla—. ¿Son esas mis botas?
Wren se miró los pies. Casi había olvidado que las botas no eran suyas.
—No pensé que las echaras de menos. —Se desató los cordones, se quitó
las botas y las colocó contra la pared, donde debían estar. Seguramente
Tamsin podría conjurar un nuevo par sin quejarse mucho—. Aquí tienes. —
Sonrió con culpabilidad—. Ni siquiera te darías cuenta de que se han ido.
Su padre soltó una carcajada, fuerte y cálida en el pequeño espacio.
—No, supongo que no. Tor me ha dicho que fui muy difícil de manejar
durante un tiempo. —Soltó una risa suave, que se convirtió rápidamente en
una tos. Cuando por fin consiguió respirar entre los resoplidos, centró toda
su atención en ella—. Ahora cuéntame —dijo, palmeando la cama a su lado
—. ¿Dónde has estado?
Wren se mordió el labio. Había tanto que contarle. Mucho que él no
entendería. Había crecido durante el viaje, pero ahora, ante su padre, se
sentía de nuevo como una niña temerosa. Quería asegurarle que seguía
siendo su hija. Que solo era un poco diferente, y que eso no debía cambiar
la forma en que él la miraba. Que lo que ella era no tenía nada que ver con
la pérdida de su hermano.
Pero incluso mientras se preocupaba, Wren sabía que cualquiera que
fuera la reacción de su padre, no cambiaría lo bien que se sentía al aceptar
lo que era. Así que se sentó y le dijo la verdad.
—He estado fuera, papá —dijo Wren, tirando de su trenza—. Fui a la
Tierra de Brujas y ayudé a acabar con la plaga.
Su padre la miró incrédulo.
—No, no lo hiciste —dijo finalmente, frunciendo el ceño—. Las únicas
personas que pueden atravesar el Bosque de las Brujas son las brujas. Y tú
no eres una bruja.
—No, no lo soy. —Los nervios de Wren volvieron, más fuertes esta vez,
de modo que sintió su miedo hasta en los dedos de los pies. Deseó que
Tamsin la hubiera seguido dentro—. Pero soy una fuente.
Su padre sacudió la cabeza sin comprender.
Ella respiró profundamente.
—Soy mágica.
Él parpadeó, con el ceño fruncido.
—¿Estás segura?
El corazón de Wren se hundió.
—Lo he sabido durante años. Lo he mantenido oculto porque no quería
que tú… —Se interrumpió, con la voz quebrada.
Su padre se sentó más erguido, con una expresión cargada de una
emoción que Wren no podía identificar.
—¿No querías que yo qué?
—Que me tuvieras miedo —terminó Wren, con la boca temblorosa—.
No quería que dejaras de amarme por lo que la magia le hizo a mi hermano.
Durante demasiado tiempo, había protegido a su padre del desamor
reprimiendo sus propios deseos. Había vivido para servirle a expensas de sí
misma. Eso era lo que él quería de ella. Ese era su papel como hija. Y, sin
embargo, en lugar de parecer satisfecho con su sacrificio, su padre parecía...
devastado.
—¿Mantuviste esto oculto porque me temías? —Él agachó la cabeza, la
vergüenza irradiaba de él—. No hay nada en el mundo que puedas hacer
para que deje de amarte. Que no supieras… —Se interrumpió, mirando sus
sábanas—. Eso es culpa mía, no tuya. —Se pasó una mano por la cara—.
Lo siento, pajarito. Siento mucho haberte fallado. —Levantó la vista hacia
ella, con una sonrisa triste asomando entre su barba desaliñada—. Las cosas
serán diferentes a partir de ahora.
Wren se movió en el delgado colchón.
—En realidad, por eso estoy aquí. —Se cruzó las manos en el regazo.
Respiró profundamente—. He venido a despedirme. El Aquelarre quiere
que entrene en Interior, y yo quiero ir. —El ceño de su padre se arrugó con
confusión—. Me voy a vivir a la Tierra de Brujas —aclaró ella.
Su padre estudió su rostro y sus ojos, del mismo color verde que los
suyos, se clavaron en ella.
—¿Y esto es lo que quieres?
La pregunta quedó en el aire. Finalmente, Wren asintió.
—Es lo que siempre he querido.
Su padre puso su mano húmeda sobre la de ella.
—Entonces ve, pajarito. —Su sonrisa era pequeña pero verdadera—. Ve
y haz el bien. —Se aclaró la garganta—. Ya es hora de que yo haga lo
mismo. No puedo seguir dejando que el pasado me retenga. Siento mucho
haber dejado que te retuviera a ti.
Se miraron fijamente, las palabras no pronunciadas llenaban el espacio.
Wren no sabía cómo despedirse, así que no lo hizo. Besó a su padre en la
frente, le alisó las sábanas y salió de la pequeña habitación, intentando que
no viera cómo le temblaban las manos.
Tamsin estaba de pie en medio de la alfombra, mirando su escaso hogar.
Wren se acercó a ella por detrás y le rodeó la cintura con los brazos.
Tamsin cruzó sus brazos alrededor de los de Wren.
—¿Estás lista?
Wren se separó de la bruja y miró alrededor de la pequeña habitación.
Había pasado muchos años aquí negándose a sí misma porque pensaba que
eso era lo que se esperaba. Lo que se suponía que debía hacer. Se tiró de la
cola de su trenza.
—Solo una última cosa. —Sacó el cuchillo de su cinturón, la delicada y
ornamentada hoja robada al cazador Orathen en Farn. Todavía le temblaban
las manos. Le ofreció la hoja a Tamsin, que la miró sin comprender.
—¿Qué se supone que debo hacer con esto? —Wren le tendió la trenza.
Los ojos de Tamsin se abrieron de par en par con sorpresa—. ¿Estás segura?
Ella asintió.
—Córtala.
Tamsin miró con recelo el cuchillo que tenía en la mano.
—¿No puedo usar la magia? ¿Y si te abro el cuello?
Wren levantó las cejas.
—O podrías tener cuidado y no abrirme el cuello.
Tamsin puso los ojos en blanco.
—Bien.
Wren contuvo la respiración mientras la bruja le cortaba y serruchaba el
pelo con el cuchillo hasta que la trenza cayó sin fuerzas en sus manos. Era
pesada. Wren sacudió la cabeza salvajemente, admirando el trabajo de
Tamsin en la parte posterior de un cazo. Las puntas de su pelo mal rapado
apenas rozaban su mandíbula. No podía tirar de él, apenas podía recogerlo
en un mechón para atarlo en la parte posterior de su cabeza. Ahora su pelo
no se parecía en nada al de su madre. Era exactamente como ella quería.
Wren arrojó la trenza al fuego y vio cómo el peso de las expectativas del
mundo se convertía en humo. Abrió una ventana para dejar salir el olor. Su
pelo era del mismo color que las llamas.
 

 
VEINTISIETE
Tamsin
Traducido por Emma Bane
Corregido por ♡Herondale♡
Editado por Mrs. Carstairs~

 
Tamsin nunca había sido sentimental. Incluso antes de que su maldición
le hubiera arrebatado el instinto de quedarse con los buenos recuerdos,
estaba más interesada en lo que estaba por venir que en lo que había sido.
Quizás eso habría cambiado cuando perdiera a Marlena. Pero para entonces,
ya no podía sentir, por lo que no podía aferrarse. No podía aferrarse a
momentos pasados. Ahora, por supuesto, todo era diferente, razón por la
cual se paró en la puerta principal de su cabaña, con la mano presionada
contra la madera torcida y descascarada. 
—¿Estás… bien? —Wren la miró con ese pliegue entre las cejas que
Tamsin siempre quería pellizcar.
—Estoy bien —espetó Tamsin, los viejos hábitos eran difíciles de
abandonar. Sonrió tímidamente—. Estoy bien. —Intentó de nuevo,
manteniendo su voz suave—. Yo solo… —Miró sus botas polvorientas—.
Quería despedirme. 
La boca de Wren se torció.
—¿En serio?
—Cállate —dijo Tamsin, pero con dulzura—. Sé que es estúpido, pero…
¿Cómo podía expresarlo con palabras? Durante años, la cabaña era todo
lo que había tenido. Se había acurrucado junto al fuego para calentar sus
huesos poco cooperadores. Se había parado en medio de su piso,
intercambiando magia por distintas variedades de amor lo suficientemente
fuertes como para otorgarle la alegría de una sola puesta de sol. Allí había
hecho todo lo posible para hacer de su vida algo por lo que valiera la pena
sobrevivir.
Ahora era algo que valía la pena vivir.
Alcanzó la mano de Wren, suave, pequeña y cálida en la suya. Una
chispa pasó entre ellas como una sonrisa secreta. La tensión en sus hombros
disminuyó. Ella tomó una bocanada de aire de verano. Dulce como el sol.
Como la risa de Wren. Como la forma en la que la piel junto a sus ojos se
arrugaba cuando sonreía.
Todavía era extraño, el calor que se deslizaba por su piel, el deseo que
tenía de inclinar su rostro hacia el cielo. Abrió los brazos, llevando la mano
de Wren con ella.
—¿Qué estás haciendo? 
Tamsin abrió los ojos. Wren la estaba mirando con inquietud. 
—El sol. —Tamsin hizo un gesto hacia arriba—. ¿No lo sientes? —Vio
la ceja levantada de Wren—. Oh, no empieces. Has recogido todas las flores
silvestres que hemos pasado. El océano te canta. Escuchas a los árboles
respirar. 
Wren sonrió culpablemente. 
—Puede que tenga una tendencia a distraerme algunas veces. De
acuerdo, muchas veces —añadió con rapidez, dándole un golpecito en el
hombro juguetonamente. 
—Eres de lo peor —murmuró Tamsin, bajando los brazos sin soltar la
mano de Wren. 
—Me amas. —La sonrisa de Wren amenazaba con salir de su cara, era
tan amplia.
—Alguien tiene mucha confianza, ¿no? —Tamsin sacó un mechón de
cabello de detrás de la oreja de Wren, todavía sorprendida por el nuevo
largo de su cabello. Le sentaba bien. Le impedía esconderse. Wren incluso
se irguió aún más.
—Pero sí que me amas —insistió, arrugando su nariz pecosa. Era claro
que esperaba una respuesta. 
—Sí. —Tamsin sonrió, empujando la puerta de su cabaña para abrirla.
Todo estaba exactamente como lo había dejado. Nada se había
reordenado por sí solo en su ausencia. Todas sus cosas estaban guardadas a
salvo en el armario. Pétalos de flores yacían olvidados en la chimenea, sus
bordes marrones y curvos. La habitación estaba viciada por las sombras y el
polvo. Tamsin abrió las ventanas, dejando que la luz entrara.
—Es más pequeña de lo que recuerdo. —Wren se detuvo en el marco de
la puerta, sus ojos se quedaron en el techo, trazando cintas de magia que
Tamsin no podía ver.
—¿Lo es? —Era difícil ver el lugar objetivamente. Había vivido muchos
de sus peores años aquí, enojada, fría, y sola. Viviendo con la idea de lo que
significaba ser una bruja sin hogar. Una chica que no podía amar.
—O tal vez eres más. No lo sé... —Wren sacó una silla y cayó en ella—.
No sé lo que estoy tratando de decir. 
—Está bien —dijo Tamsin, instalándose frente a ella—. Tenemos todo el
tiempo del mundo. 
—No es así. —Wren golpeó sus dedos en la mesa—. Vera espera que
regresemos pronto. 
Tamsin frunció los labios. 
—No quise decirlo literalmente —dijo, más bien sombría—. Estaba
tratando de ser dulce. 
—Oh. —Los ojos de Wren se ampliaron—. Oh no, lo siento. Lo arruiné.
Dijiste… —Se detuvo, mordiendo su pulgar mientras pensaba—. Dijiste
«tenemos todo el tiempo del mundo», y la respuesta correcta debió haber
sido… —Wren entrecerró los ojos, mirando a Tamsin de esa forma que
hace, cuando ve a través de su piel, en lo más profundo de su corazón. Los
labios de Wren cambiaron a una suave sonrisa, y movió sus pestañas—. ¿Lo
tenemos?
—Oh, shh. —Tamsin puso los ojos en blanco, pero de todas formas se
inclinó sobre la mesa y entrelazó los dedos de Wren con los suyos.
Siempre buscaba el contacto con Wren. Siempre entrelazaban sus dedos,
presionaban palmas, se besaban. Pero era todo tan nuevo, tan increíble, que,
si Tamsin pasaba incluso un momento sin su contacto, comenzaba a temer
que la próxima vez que se tocaran, ya no sintiera una chispa. Que un día se
despertaría para descubrir que todo había sido un sueño. Los momentos
eran tan fugaces. Tan frágiles. Todo lo que Tamsin podía hacer era aferrarse
a las cosas que importaban y esperar a que eso fuera suficiente.
Tamsin se acercó a Wren, e inexplicablemente, imposiblemente,
maravillosamente, Wren se acercó también. 
Se sentaron, acurrucadas juntas en la cabaña que la había alojado en
muchos de sus peores días. Tamsin consideró hacer té solo para tener algo
que hacer. Pero no se trataba de hacer algo; se trataba de aferrarse a un
momento final en el lugar que había sido su hogar. Se trataba de saber que
nunca regresaría.
¿Era tonto llorar por un lugar que en última instancia había sido
temporal? ¿Esa falta de permanencia lo hizo de alguna forma menos hogar?
Pero, de nuevo, en esa cama había llorado por su hermana, su vida, la
distancia entre el antes y el después. En esa mesa había gritado su furia,
había explorado su rabia porque era una emoción en la que podía deleitarse.
En esa alfombra había caminado, tratando de cansarse, tratando de llamar al
sueño cuando estar despierta se volvía insoportable. 
Wren apretó su mano. 
—¿Tienes miedo?
Al otro lado de la mesa, Tamsin se sobresaltó. 
—¿De qué?
Wren hizo un gesto vago con su mano libre, mirando alrededor de la
habitación. Cuando finalmente encontró la palabra, salió sin aliento. 
—Todo. 
Tamsin se echó a reír, con un hipo indefenso de júbilo. 
—Sí. —Esa pequeña palabra no fue suficiente. Todavía quedaban tantas
cosas que no sabían. Tanto que aún podría salir mal. 
Wren exhaló ligeramente. 
—Yo también. 
Tamsin apretó sus dedos con más fuerza antes de soltarlos. Miró hacia la
mesa, sus ojos marrones en los ojos verdes de Wren, sus manos ya con
ganas de tocar el cabello rojo de Wren, sus oídos anhelando el latido
constante del corazón de Wren. Pero ella quería un momento de anhelo. Un
momento para apreciar lo que una persona deseaba cuando podía una vez
más, desear. 
Tamsin podía desear, así que lo hizo. 
El rostro de Wren estaba pintado de dorado. El sol había comenzado a
ponerse, esparciendo colores a través de la pequeña habitación. Tamsin se
puso de pie, su falda se movía detrás de ella. Nunca envejecería, los colores
saturaban sus ojos, llenando la extensión de su pecho: el corazón que nunca
había esperado que volviera a la vida. Tamsin se apoyó en el alféizar de la
ventana, sus nudillos blancos mientras el sol pintaba el cielo. 
Escuchó el roce de una silla, sintió un calor corporal detrás de ella, una
mano sobre la suya. 
Quedaba un largo camino por recorrer. Tantos obstáculos que aún no
habían encontrado. Quizás este amor duraría solo una temporada. Quizás
duraría para siempre. Pero de las muchas cosas a las que temía Tamsin,
Wren no era una de ellas. 
El amor no era una de ellas. 
Y así se mantuvo de pie, con su cuerpo presionado contra el de ella, sus
corazones latiendo al mismo tiempo, y tenía esperanza. Tamsin se volvió
hacia Wren, cerró los ojos, y probó la alegría.
 

 
Agradecimientos
En primer lugar, mi infinita gratitud a Sarah McCabe, sin la cual este libro
no existiría y sin la cual yo sería una escritora menor. Gracias por darme
una oportunidad.
Para Jim McCarthy, mi agente, cuyo trabajo para priorizar y ubicar las
historias queer en el mundo es una de las muchas razones por las que estoy
tan agradecido de tenerlo en mi equipo. Gracias por su orientación y
aliento, siempre.
A todo el equipo de S & S / PULSE / McElderry, Karen Sherman, Erica
Stahler, a Virginia Allyn por convertir mi mapa de rasguños de pollo en
algo verdaderamente fantástico. A Tara Phillips por dar vida a Tamsin y
Wren exactamente como las imaginé, y a Laura Eckes, que convirtió el arte
de tara en la portada de mis sueños, gracias a ambos por hacerme llorar
junto a ese buzón en Twenty-Third Street.
Kelly Quindlen, te prometí un párrafo y has hecho todo lo posible para
merecerlo. Empezaste como una autora a la que admiraba y ahora eres una
amiga a la que admiro aún más. Gracias por tu honestidad, tu ingenio y tu
entusiasmo. A Jen Cox-Shah, por sus ojos en mis palabras, su corazón y su
sinceridad. No sé qué haría sin ustedes dos. Gracias a ambas por ser puertos
en la tormenta de la vida.
A Kiana Nguyen, quien me hace reír más que nadie y quien me mantiene
honesto. Su aporte es invaluable y su orientación es un regalo. A Carey
Blankenship, que me empuja hacia adelante y siempre me mantiene en el
café. A rey noble, que envía mensajes de texto de pánico nocturnos y me
obliga a soñar en grande. A Ashley Shuttleworth, quien ha estado conmigo
en cada paso del camino en este viaje: tener un amigo en el camino ha
marcado la diferencia. A Rachel Kellis por dejarme siempre gritar. Este
párrafo es una prueba de que puedes hacer amigos en internet.
A Katarina Havana, cuya amistad no se puede reducir a palabras. Gracias
por el vino, la risa y las lágrimas nocturnas en el sofá, por animarme cuando
esto todavía era solo un rayo de sueño. A los OG_OB (Kat, Whitney,
Claire, Tara, Rachel, Sophia, Dylon, Cedric y Becky) por dejarme siempre
cambiar de tema en las reuniones. A PK Weston, quien me dijo que debería
haber estudiado inglés. A las “tías” por… bueno, todo. A los Buchanan,
especialmente a Pat, por el entusiasmo y la alegría interminables. Estoy tan,
tan agradecida de tenerte de mi lado.
Para mi familia: mi abuela Charmaine, que creyó en mí antes que yo y que
ha sido una campeona en cada paso del camino. Gracias por contestar
siempre el teléfono cuando llamo con buenas noticias. A Dylan y Rosa por
compartir siempre mi emoción.
Mis padres me inculcaron mi amor por las palabras y los libros desde el
principio. Gracias a mi papá, por contar cuentos para dormir que han
sobrevivido todos estos años, por dejarme practicar mis acentos cuando leo
en voz alta y por hacerme sentir siempre que escribir un libro era una
cuestión de "cuándo", en lugar de "si". Gracias a mi mamá, por llevarme a
las cafeterías para leer, por escribirme cuentos para navidad. Gracias por ser
siempre mi primera lectora (y por leer este libro más de diez veces). Tu
aportación es invaluable y no sé quién sería yo ni cómo sería mi escritura
sin ti.
A mi esposa, Katie, sin quien nada de esto sería posible. Lo sabes, por
supuesto, pero todavía quería que lo vieras impreso. Una vez te prometí
todas mis palabras, así que anímate sabiendo que cada una es por y para ti.
Y finalmente, gracias a mi yo solitaria e insegura de quince años, por pasar
más tiempo escribiendo en diarios que prestando atención en clase. Si se
necesitan diez mil horas para convertirse en un experto, eres la razón por la
que encontré mi voz como escritora.
 
 
SOBRE LA AUTORA
 
ADRIENNE TOOLEY creció en el sur de California, se especializó en
teatro musical en Pittsburgh y ahora vive en Brooklyn con su esposa, seis
guitarras y un banyo. Además de escribir novelas, es una cantante y
compositora que actualmente ha lanzado tres bpa de indie-folk. Sweet &
Bitter Magic es su novela debut.
Visítala en adriennetooley.com
 
AUTORA FOTOGRAFIADA POR SYLVIE ROSOKOFF
 
CIUDAD DEL FUEGO CELESTIAL

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