El Ultimo Relampago en La Tierra - Nicolás Ignacio Giovanna

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El último relámpago en la tierra

La Ruffinetti
Y por fin saber que todo es casi, casi nuestro y casi ajeno, casi cierto y casi sueño.

Horacio Ferrer

Tengo en mí tantos arrepentimientos,

Tantos inútiles presentimientos,

Una fidelidad ciega de perro,

Un corazón que puede ser de hierro

Que no conmueve a veces ni la muerte,

Ni la alegría, ni la buena suerte.

¡Si tengo un corazón es para que arda!

Silvina Ocampo

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Personajes

Amelia, la mujer que nunca quiso ser madre.

Alfredo, cantante de tango en vísperas de cumplir ochenta años.

Emilia, primera hija.

Enrique, segundo hijo.

Las mellizas dragqueen, últimas hijas de Amelia y Alfredo.

Susy, hija de Enrique.

Susy Leiva, la dama del tango.

Tito, el amor de toda la vida de Enrique.

Enfermeras.

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1. La historia vuelve a repetirse

Calor infernal. Casa de campo de la familia.

Alfredo: Está lleno de bichos.

Amelia: ¿Qué bichos?

Alfredo: Bichos por todas partes… alacranes.

Amelia: Es temporada.

Alfredo: ¿Cómo?

Amelia: Que es temporada de alacranes.

Alfredo: Si, ya sé. Se viene tormenta.

Amelia: Hay que sacudir las camas y fijarse en las zapatillas, los lugares oscuros, el

desagüe. La Susy… Me da miedo que sea tan distraída.

Alfredo: ¿Qué cosa?

Amelia: La Susy…

Alfredo: ¿Qué?

Amelia: Que sea tan distraída.

Alfredo: …

Amelia: Las cosas le pasan por el lado y ni cuenta se da. Ni una cosquilla, un

escalofrío, nada. Es chica, piensa que no se va a morir nunca.

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Alfredo: Hay que ponerle tapón a la bacha.

Amelia: Poder vivir como si fuera chica…. ya quisiera yo.

Alfredo: El tapón.

Amelia: Sin dolor en las articulaciones, ni al agacharme para arrancar los yuyos, o para

subirme arriba del Brillante todo el día en el campo al sol.

Alfredo: ¿Dónde está el tapón?

Amelia: El tiempo como el aire y el olvido un pañuelo con el que una se limpia los

mocos de las angustias…

Alfredo: ¿Dónde?

Amelia: En el primer cajón, te dije. Como si fuera chica y no me importara nada salvo

correr desnuda y que afuera llueva para poder rodar por el barro...

Alfredo: Se viene tormenta.

Amelia: Qué sabrás…

Alfredo: El cielo.

Amelia: Despejado.

Alfredo: Un presagio.

Amelia: …

Alfredo: El viento. ¿lo sentís?

Amelia: Igual que siempre.

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Alfredo: No. Esperá, sacate el pulover.

Amelia: Dejá de joder.

Alfredo: Sacalo.

Amelia: Está despejado.

Alfredo: Mirá los pelos de los brazos.

Amelia: Blancos.

Alfredo: Fríos. Se viene una tormenta fuerte.

Amelia: Voy a colgar la ropa ahora.

Alfredo: Viene rápido. Colgás mañana o cuando pase.

Amelia: Ninguna tormenta viene de golpe.

Alfredo: Hay cosas que aunque no parezca vienen de golpe.

Amelia: Cortala.

Alfredo: Cuando te vi por primera vez, un golpe.

Amelia: Ya empezás.

Alfredo: Cuando se murió el Brillante, un golpe.

Amelia: Me cansás.

Alfredo: Cuando nacieron las Marías, el Enrique. Y de golpe los escupiste. En distintos

tiempos, en distintos lugares. La salita, el hospital, la bañadera. Parecía que ni dolor

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sentías. Que traer la vida al mundo era no sé… como ir a hacer una compra, un

mandado. Un trámite hermoso, milagroso.

Amelia: Me cayeron unas gotas.

Alfredo: ¿Qué cosa?

Amelia: Que está chispeando.

Alfredo: ¡No te dije!

Amelia: Yo te dije. De golpe no. Primero un aviso, el presagio del viento, como vos

decís, después un par de gotas que caen, suaves. A los minutos más densas, una atrás de

la otra, atrás de la otra, de la otra. Como si algún Dios estuviera llorando de a poquito

una pena incontenible. Después si, el cielo gris opaco y oscuro como los ojos del tío

Luis: un relámpago que parte el cielo. Y entonces, la niña; la primera María, el rostro de

la virgen en su rostro. Ella misma la empuja de mi vientre. Y al rato, el llanto de la vida,

el enfermero recibiéndola, el rito de este mundo. Y el Enrique, un escupitajo, el corazón

que no late, el grito de tu mamá ¿Te acordás? gritaba que había nacido muerto, y yo

toda transpirada, hice fuerza para no pensar en nada hasta que me devolvieron la

criatura y la tuve en mi pecho y ahí sí, de nuevo, las lágrimas, el rostro de la virgen, el

llanto. La segunda y la tercera María. La una y la otra, seguidas por minutos de

diferencia, viniendo juntas, a compartirse vaya a saber qué, con esa salchichita entre las

piernas y el grito más fuerte de todos, y ninguna virgen, ningún llanto, ningún rito. Un

escalofrío seco en la nuca. Ahora entiendo todo.

Alfredo: ¿Qué es lo que entendes?

Amelia: Ah… escuchás.

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Alfredo: Claro.

Amelia: Escuchás lo que te conviene vos.

Alfredo: Y bueno…

Amelia: Que no todo es lo que parece, Alfredo.

Alfredo: Mirame.

Amelia: ¿Qué tenés?

Alfredo: Nada. Solo mírame.

Amelia: ¿Para qué?

Alfredo: Para verme. ¿Qué ves?

Amelia: Que estás viejo y tonto.

Alfredo: ¿Y qué más?

Amelia: No sé.

Alfredo: Pensá.

Amelia: Flaco.

Alfredo: Y…

Amelia: Y los ojos verdes igual que cuando te conocí. El mismo color, el mismo brillo.

Tienen la misma porfía de siempre, eso veo.

Alfredo: …

Amelia: ¿Tengo razón o no?

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Alfredo: No.

Amelia: ¿Ves? Para qué hablo.

Alfredo: ¿Qué haces esa cara?

Amelia: Ese olor de mierda…

Emilia: (a sí misma, habla sin parar) Hace horas que viajo desde la capital hacia el

campo La Primavera en la camioneta que era de mi papá. Ruta Nacional 36. Pasando

Tancacha se para el motor. Camino de tierra, guadal, un calor insoportable. Se

sobrecalienta o no sé qué mierda, salgo, reviso, estoy toda transpirada, la tierra se me

pega a la piel, menos mal que me traje el termo con café, me tomo un trago ¡si seré hija

de puta! Está hirviendo, me quemo el paladar. Espero que se enfríe. Todo está desierto.

Campo campo campo. Soja soja soja. A lo lejos, unos árboles que son el indicio de

alguna casa, no la mía, no la nuestra. No debe faltar tanto. Espero una hora más o

menos, el celular no tiene señal. No me salva el Google maps. Vuelvo a la camioneta,

me hace renegar, pero arranca. Enseguida reconozco la tranquera de mi casa, el pasto

está alto, lo tengo que llamar al Walter para que lo corte. ¿Cuánto hace que no venía?

Entro sin hacer un solo ruido. Escucho que en el comedor mi mamá discute a los gritos

con mi papá. Las cosas que no cambian nunca. Está todo oscuro, aún así puedo ver

claramente una mesa con una lámpara dorada, el sillón tapizado, los cuadros de los

abuelos, un par de muebles llenos de copas de cristal, platos de cerámica y pequeñas

tacitas, me da miedo mirarlas. No quiero que algo se rompa. Qué traicionera es la

memoria. Voy a cumplir cincuenta años, pero hay cosas que quedan en el cuerpo,

marcadas a fuego, como el tatuaje que nunca me animé a hacer. Una vez le rompí la

fuente regalo de bodas, una de las pocas cosas que le quedaban a mi mamá de la abuela

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Margarita. Me miró fijo, los ojos celestes se le transformaron rojos. Me agarró del

brazo, me zamarreó, me gritó, me golpeó sin querer contra los muebles. Mi papá, que

estaba trabajando en la huerta, vino corriendo ni bien escuchó los golpes y los gritos, se

abalanzó sobre ella con las manos llenas de barro y la apretó fuerte, parecía que se

estaban abrazando. Y que abrazar era una lucha cuerpo a cuerpo. Me sangraba la

cabeza. Siempre había un motivo, o las notas de la escuela, o los novios que tenía, o mi

manera de caminar, de mirar, de comer. Siempre había algo que la sacaba de quicio, que

no le gustaba de mí. A veces pienso que nunca quiso tenerme, porque lo único que

recibí de ella fueron desprecios. También unos ñoquis con salsa exquisitos, hay que

decir todo. Voy a la pieza, abro el placard, en unas cajas hay pelucas, todavía con tierra.

Tres pelucas hermosas con distintos peinados. Las usaba para ir a los bailes, me acuerdo

como si fuera hoy el tiempo que le tomaba cambiarse, que el labial rojo, que la sombra

celeste, que los vestiditos de gasa, el collar de perlas de plástico. No había forma de

interrumpirla en el ritual de belleza rural. Sigo hurgando. En el fondo, una caja más

grande con el vestido de novia, qué cinturita tenía mi mamá, las avispas habrían sentido

envidia al verlo. En una cajita más chiquita, las corbatas de mi papá, y un frasquito

vacío de la colonia barata que usaba, esa que tenía el dibujo de un caballo. Mi papá

cantaba tango. Digo cantaba porque cada vez lo hace menos. La última vez intentó con

la que dice: “Mozo tráigame otra copa…”. No pudo, no sólo porque está sordo -y ahí la

cuestión musical se complica- sino porque a veces le cuesta hablar, no le salen las

palabras, más bien un sonido gutural, grave, profundo, errático. A veces pienso que en

esos momentos es la muerte la que habla y no él. Hay que saber aceptar el fin de las

cosas, me digo, sino una queda como estúpida dándole al pelo con el peine para el

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brushing cuando hace más de cuarenta años que no estamos en los ochenta. (Llega al

comedor, su padre la ve)

Alfredo: Mimita… ¡hija! ¿Llegó bien?

Emilia: Cansada. Te extrañé.

Amelia: ¿A mí no?

Emilia: Ya saltó.

Amelia: Sí, ya sé cómo sos. Todo tu padre.

Alfredo: Leche hervida.

Emilia: (A Amelia) A vos también. A los dos.

Amelia: Bah.

Llegan Susy y Enrique.

Alfredo: ¡Va cayendo gente al baile!

Amelia: ¡Mi solcito! Dele un abrazo a la viejita.

Enrique: Esperame que bajo las cosas mami. (A Emilia) Ayudame, hermana.

Alfredo: ¡Susy hermosa!

Susy: ¡Nono!

Amelia: ¡Escuchá!

Alfredo: ¿Qué cosa?

Amelia: Mi vida, poneme la radio más fuerte…

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Susy: Ahí está, abuela… ¿qué pasa?

Amelia: ¡Susy Leiva!

Alfredo: La dama del tango.

Amelia: Tuvo un accidente fatal…

Alfredo: No puede ser…

Susy: ¿Quién es?

Amelia: La cantante de tango, mi vida…

Susy: ¿Qué le pasó?

Amelia: A ver… déjame escuchar.

Alfredo: Es imposible.

Amelia: ¡Poné más fuerte!

Tito: ¡Buenas!

Alfredo: ¡Tito querido!

Susy: Buenas tardes…

Tito: ¿Y esta señorita tan bella?

Amelia: La hija de Enrique. ¿Cómo estás Tito?

Tito: ¡No te puedo creer! ¿Cuándo creciste tanto? Cuando te conocí apenas tenías unos

meses…

Susy: ¿Unos meses?

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Tito: Claro… tu papá te trajo y… ¡cómo pasan los años! (A Alfredo) Maravillosamente,

¿usted?

Amelia: Volando… A ver… Shh... Un ratito…

Alfredo: Amelia… (A Tito) Bien querido, andando.

Amelia: Shh quiero escuchar esto último….

Tito: Me alegro ¿Cómo está el caballo?

Amelia: Caramba, che.

Alfredo: ¿Cómo?

Tito: ¿Cómo está el caballo don Alfredo?

Alfredo: Cada día más sanito…

Tito: Qué alegría. Valió la pena.

Amelia: Me lo hicieron perder.

Tito: ¿El accidente?

Amelia: Si, ¿sabés algo?

Tito: Si, venía escuchando… ¡Qué macana!

Alfredo: ¿Qué dice?

Amelia: ¿Cómo fue?

Tito: Venía de una gira. Fue un accidente automovilístico parece…

Amelia: ¿Dónde?

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Tito: Ruta nacional 9.

Alfredo: Buenos Aires.

Amelia: ¡Pobrecita!

Tito: Parecía que el marido viajaba borracho, y llovía. Y bueno, el auto chocó con otro

que venía enfrente…

Amelia: ¿Hoy mismo?

Tito: Si hoy mismo… 4 de octubre…

Alfredo: De 1966.

Tito: Si… eso dijeron en la radio.

Amelia: ¡Qué tragedia!

Alfredo: No te digo yo que eso es imposible.

Susy: Hace cincuenta años.

Alfredo: Se quedó en el pasado la radio… todos se quedan siempre en el pasado.

Tito: ¡Qué raro!

Amelia: No te digo yo… La historia vuelve a repetirse.

Susy: ¿Cómo es posible abuela?

Amelia: Todo siempre se repite, mi cielo, el mismo amor… la misma lluvia…

Tito: (A Susy) ¡Susy!…

Susy: ¿Qué?

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Tito: Por un momento pensé…

Amelia: ¿Viste? Yo siempre digo lo mismo… es igual…

Tito: Si, tiene un aire… ¡Qué impresionante!

Susy: ¿Un aire a quién?

Tito: A Susy Leiva…

Amelia: Sos la dama del tango, mi vida.

Alfredo: No escuches a estos chiflados.

Tito: ¡Ja! Es cierto… no nos escuches… tomé unas copas de más… no me escuchen.

Amelia: Yo no tomé ningún vino. Susy Leiva ha muerto.

Se escucha el sonido seco de un choque. Susy Leiva que está en el fondo del escenario,

tiene un espasmo en todo el cuerpo y cara de golpe. Pega un grito y cae seca al piso.

Entran Enrique y Emilia.

Enrique: ¿Qué pasa acá? Parece que están todos de luto.

Susy: Acabo de morir, pa.

Amelia y Tito: ¡Nuestra dama del tango, en paz descanse!

Enrique: No tengo idea de qué hablan, trajimos vino.

Emilia: El Malbec papi.

Amelia: ¿Y a mí?

Enrique: Blanco mami, como a vos te gusta.

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Emilia: ¿Dónde están las copas?

Amelia: En el aparador, trae las de cristal hija.

Emilia: Bueno… ¿las mellizas?

Alfredo: En el patio, anda a llamarlas Susy, que tenemos que brindar todos.

Tito: Yo ya vengo un poco tomado, estoy bien.

Alfredo: Qué bien ni que bien. Qué le puede hacer una mancha más al tigre…

Tito: Tiene razón Alfredo, sirva no más.

Las mellizas dragqueen: Nos iban a dejar sin el alcohol… ¡Qué descaro!

Amelia: A ver… el destapa corchos… ¡pum!

Las mellizas dragqueen: (Pega el corcho en las tetas de Maria Laura, rebota y pega

en las de Maria Eugenia) ¡Ay mamá! ¡Nos vamos a casar!

Enrique: Al fin. Tiene que ser un milagro.

Las mellizas dragqueen: Cállate vos.

Tito: ¿De cuanto están?

Las mellizas dragqueen: No se le pregunta eso a una mujer.

Tito: Disculpen.

Las mellizas dragqueen: Es joda, Tito. De ocho meses y medio.

Tito: Les falta poquito.

Las mellizas dragqueen: Poquísimo. Mirá, poné la mano. Patean.

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Emilia: Brindemos.

Amelia: Porque al fin estamos todos juntos, unidos, en familia.

Emilia: La historia se repite.

Las mellizas dragqueen: ¡Por nosotras y nuestras bebas que vienen en camino!

Alfredo: Por el Tito también, que siempre nos acompaña.

Tito: Porque siempre tengamos salud. (Lo mira a Enrique).

Amelia: Por Susy Leiva.

Enrique: ¡Por Susy!

Susy: Por los gauchos.

Enrique: ¿Qué decís?

Susy: Y los caballos torturados en la doma.

Enrique: No empieces.

Susy: ¿Qué tiene?

Alfredo: (A Enrique) Nene, tráeme una soda

Enrique: No podés…

Susy: Yo voy, Nono.

Alfredo: ¿Qué te molesta?

Enrique: Lo arruinás, es un vino caro.

Amelia: Dejá, no tiene paladar este viejo.

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Alfredo: ¿Qué sabrá usted?

Susy: ¿Le echo un chorro, Nono?

Alfredo: Mande… basta.

Emilia: ¿Cómo era que le decía la tía a la soda?

Alfredo: ¡Ja!

Emilia: ¿Cómo era?

Susy: ¿Qué tía?

Emilia: La tía Luisa, no la conociste vos, mi vida.

Alfredo: Cada vez que alguien sacaba el sifón decía ¡ahí viene el agua enojada!

Emilia: ¡Agua enojada! Qué ocurrente la tía…

Amelia: Una pava…

Alfredo: ¿Una pava? Mire usted y dígame.

Le tira un chorro de soda en la cara. Amelia le saca el sifón y le devuelve el chorro. Al

principio con bronca, después empieza a reírse y le dispara un chorro a Enrique, y otro

a Susy. Y así van sacándose el sifón y mojándose. A sodazos. Vuelcan vino. Se mojan

por completo. Quedan solo Susy y Alfredo. Ella lo seca con una toalla.

Susy: Nono…

Alfredo: ¿Qué pasa?

Susy: ¿Te puedo preguntar algo?

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Alfredo: Mande.

Susy: ¿Sos feliz?

Alfredo: (Silencio) Tengo muchos momentos de alegría. Algunos maravillosos. Únicos.

Ahora mismo… que la veo sonreír. Pero la verdad es que me parecería un poco cínico

ser feliz en un mundo como este, hija, qué quiere que le diga… ¿Usted?

Susy: ¿Yo? Creo que nos tenemos que extinguir urgente.

Alfredo: ¡Ja! Si. ¿Y mientras tanto?

Susy: ¿Mientras tanto qué?

Alfredo: Aproveche el tiempo m’hijita… que vale el cielo.

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2. Las caricias de mi amor

Silencio. Está todo oscuro, todxs se fueron. Quedan solo Amelia y Alfredo.

Por la ventana la luna está llena, enorme.

Amelia: No voy a escuchar cuando vuelvan. ¡Alfredo!

Alfredo: ¿Qué cosa?

Amelia: Te estoy hablando, hombre.

Alfredo: ¿Y qué te pasa?

Amelia: Digo que no voy a escuchar cuando vuelvan del pueblo.

Alfredo: Yo menos… déjela arrimada.

Amelia: Entran bichos.

Alfredo: ¿Qué bicho va a entrar?

Amelia: Es de noche, todo tipo de bichos.

Alfredo: Bah.

Amelia: ¿Me vas a decir que no?

Alfredo: ¿Qué cosa?

Amelia: Murciélagos, ratas, cucarachas…

Alfredo: No decís que te encantan los animales, y bueno…

Amelia: Los animales si… los bichos no.

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Alfredo: Es lo mismo.

Amelia: Voy a tener que dormir en el sillón.

Alfredo: No van a llegar tarde.

Amelia: ¿Qué sabes vos?

Alfredo: Qué se yo.

Amelia: ¿Ves?

Alfredo: No quisiste darles la llave.

Amelia: ¿Para qué si estamos acá?

Alfredo: Y bueno…

Amelia: ¿Y bueno qué? ¿Querés dormir vos en el sillón?

Alfredo: La ciática, mujer.

Amelia: Ah, te crees que yo la tengo una pinturita.

Alfredo: Tocarán bocina.

Amelía: Me sacás canas verdes.

Alfredo: …

Amelia: Estoy harta de este olor.

Alfredo: ¿Qué olor?

Amelia: El olor de la soja, qué va a ser.

Alfredo: No sé, los chanchos, las gallinas, los caballos.

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Amelia: No, eso no. Son animales como nosotros. ¿O usted emana rosas cuando

transpira o caga? Vamos…

Alfredo: A vos te dan miedo los bichos…

Amelia: Los bichos si, los animales no, te dije.

Alfredo: ¿Entonces?

Amelia: Esta llanura verde que nos envenena la sangre. Algún día me voy a cansar y

voy a prender fuego todo. A ver si así vemos algo más que el horizonte. Una montaña,

un cerro aunque sea del fuego. No me importa el olor a humo, lo prefiero mil veces. Me

gusta, me hace acordar a mi papá.

Alfredo: Sahumaba todo Don Francisco.

Amelia: Todo limpito.

Alfredo: Deme un beso.

Amelia: ¿Qué cosa?

Alfredo: Que me des un beso.

Amelia: ¿Qué te pasa?

Alfredo: No sea arisca mujer.

Amelia acerca sus labios y le da un pico con desgano.

Amelia: Ahí tenes. Me voy a dormir al sillón.

Alfredo: Esperá. ¿Te acordas de esa noche en el establo?

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Amelia: ¿Qué noche? Tengo sueño.

Alfredo: Cuando nos quedamos dormidos y casi se prende fuego todo.

Amelia: Ah sí…

Alfredo: El humo estaba por todas partes, menos mal que me desperté y te zamarreé.

Estabas inconsciente.

Amelia: No, inconsciente no. Un poco mareada.

Alfredo: ¿Te acordás de lo que pasó antes de eso?

Amelia: Si. Me acuerdo que mi papá casi te mata, casi le prendes fuego todo el establo.

Te quisiste hacer el gauchito.

Alfredo: Fue la primera vez que hicimos el amor.

Amelia: ¿Qué decís?

Alfredo: ¿Sí o no?

Amelia: Qué sé yo, fue hace un siglo.

Alfredo: Yo tenía la camisa amarilla como cada vez que iba a tu casa.

Amelia: Si, y el pantalón de pana.

Alfredo: Como si fuera ayer.

Amelia: Bah.

Alfredo: Vos tenías los ojos más celestes que ahora.

Amelia: No sé por qué se te ocurrió cenar ahí, quisiste hacerte el romántico.

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Alfredo: No querías.

Amelia: No.

Alfredo: Pero fuiste.

Amelia: A desgano.

Alfredo: Vamos al establo.

Amelia: ¿Qué?

Alfredo: Hagamos el amor.

Amelia: ¿Estás loco vos?

Alfredo: Como los viejos tiempos.

Amelia: La ciática, hombre. Ya no tenemos quince años…

Alfredo: Vamos ahora.

Amelia: ¡Ja!

Alfredo: Hagamos el amor.

Amelia: Qué amor ni que amor, me voy a dormir al sillón.

Alfredo: Pará.

Amelia: ¡Qué disparate!

Alfredo: Vení.

Alfredo forcejea, los dos terminan cayendo al piso. Quedan cuerpo contra cuerpo. Ríen

a carcajadas

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Amelia: ¡Ja! El hombre fuerte del establo. Te falta el bigote no más y estás igual.

Alfredo: Sacate la ropa.

Amelia: Está lindo el piso, fresquito. ¿Cómo miércoles nos vamos a levantar?

Alfredo: Nos tendrán que levantar los chicos.

Amelia: Qué vergüenza.

Alfredo: Vergüenza es robar.

Amelia: A ver, sacate vos la ropa.

Alfredo: Ayudame.

Amelia: Ahí.

Alfredo: Y el pantalón.

Amelia: Qué cosa seria. Te vas a resfriar.

Alfredo: Ahora usted.

Amelia: Qué ridículo. Gente grande…

Alfredo: ¡Dale!

Los dos quedan desnudos en el piso, se miran. A Amelia se le humedecen los ojos, él le

pasa las manos por las mejillas

Alfredo: ¿Qué pasa?

Amelia: Estamos viejos.

Alfredo: Chocolate por la noticia.

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Amelia: Nos vamos a morir.

Alfredo: …

Amelia: Y no falta mucho.

Alfredo: …

Amelia: ¿Vos no pensás en eso?

Alfredo: No.

Amelia: ¿Sabés que quisiera?

Alfredo: ¿Qué cosa?

Amelia: Margaritas. Volver a la tierra. Que me entierren en tierra fresca, y que me

pongan margaritas encima. No quiero funeral, ni cajón. Es mezquino arrebatarle el

cuerpo a la naturaleza. Que sea un sábado o un domingo para que puedan estar todos…

que llueva un poquito para acentuar la nostalgia y que después salga el sol. Que se vea

un arcoíris. Que digan que el arcoíris salió por mí, que llovió por mí, que paró por mí.

Que no me olviden nunca. Quiero morir dormida, en la cama, en nuestra cama de toda

la vida, con las sábanas blancas, planchadas, almidonadas. Y con el camisón rosado, y

los rulos hechos. ¡Bah! Si seré pretenciosa y estúpida. Ya hablo pavadas, como vos. Me

estás contagiando.

Alfredo: La amo así.

Amelia: Yo a usted. Así de pavo.

Se besan, se acarician con una ternura insoportable. Infantil, íntima. Alfredo intenta

subirse arriba de Amelia, pero no puede, ella se da vuelta y quedan en posición fetal los

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dos. Alfredo intenta algunos movimientos con la pelvis hasta que se cansa. El llanto de

Amelia se va yendo, como se va el mar cuando la marea baja, como se van los ciervos

cuando escuchan el disparo. Se duermen. La puerta se abre y entran Las mellizas

dragqueen, Enrique, Tito, Susy, Emilia. Enrique la agarra a Amelia por las axilas, la

carga y la lleva a la cama. Las mellizas hacen lo mismo con Alfredo.

Emilia: Voy a preparar café. ¿Quién quiere?

Las mellizas dragqueen: (Agitadas) Nos vamos a dormir.

Susy: Yo también, gracias tía.

Emilia: ¿Tito?

Tito: Por favor.

Emilia: ¿Te quedás a dormir?

Enrique: Si, se queda a dormir.

Emilia: ¿Vos?

Enrique: ¿Qué?

Emilia: ¿Querés café?

Enrique: No. Estoy cansado.

Emilia: Qué plato encontrarlos así.

Enrique: ¿Así como?

Emilia: Así, abrazados… en bolas.

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Enrique: Les puede pasar cualquier cosa.

Emilia: Si…

Enrique: El tío Vívano se quebró la cadera haciéndose el artista también.

Emilia: Bueno… el tío Vívano…

Enrique: ¿Qué tiene?

Emilia: Está chiflado. Quiso subir al techo de su casa de noche. ¡A quién se le ocurre!

Tito: ¿Cómo?

Emilia: Si… entró en un delirio, según él vio una luz que lo llamaba. Era la abuela

Margarita que le decía que subiera, que tenía algo para él, que se apurara. Y bueno, puso

la escalera y subió.

Tito: ¿Y qué pasó?

Emilia: Cayó, se quebró la cadera. Los hijos escucharon el ruido sordo, seco y salieron

corriendo.

Tito: Es que cuando se ponen grande son muy frágiles.

Emilia: Son como niños. No les podés sacar los ojos de encima… Tomá el café.

Tito: Gracias.

Emilia: Me voy a tomarlo a la pieza. Lo que necesites avísame.

Tito: Gracias.

Emilia: Hasta mañana.

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Tito: (A Enrique) Vení.

Enrique: ¿A dónde?

Tito: Acompañame al establo.

Enrique: Estoy cansado.

Tito: Quiero mostrarte algo.

Enrique: ¿Qué cosa?

Tito: Mirá, vení… (Lo agarra del brazo) ¿Te contó tu papá?

Enrique: ¿Qué cosa?

Tito: Lo del caballo.

Enrique: No me dijo nada…

Tito: Encontraron un caballo en el arroyo. Estaba tirado, agotado, muerto de hambre y

sed. Tu papá y el Humberto lo rescataron. Está acá ahora. Cuando me contó se largó a

llorar, dice que es igual al Brillante, el caballo que tenía tu mamá. Blanco como la luna,

con unas manchas marrones en los ojos y en las patas. Está hermoso. La semana pasada

daba calambre. Es como si hubiera nacido de nuevo.

Enrique:…

Tito: Hacía mucho que no venías.

Enrique: Si… la vida…

Tito: Se te extrañaba por acá…

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Enrique: …

Tito: ¿Hasta cuándo te quedás?

Enrique: Hasta el cumpleaños de mi papá.

Tito: Escuché que van a hacer una fiesta grande.

Enrique: si… no siempre se cumplen ochenta.

Tito: ¡Ja! No, claro… Hay que tirar la casa por la ventana… ¿Y después?

Enrique: Me vuelvo a Córdoba.

Tito: Claro…

Enrique: ¿Qué pasa?

Tito: Nada… te extrañé.

Enrique: …

Tito: Está bien.

Enrique: ¿Qué cosa?

Tito: No hace falta que digas nada.

Enrique: Estás lindo.

Tito: Vos también.

Enrique: No, en serio te digo.

Tito: Yo también hablo en serio, Quique.

Enrique: Deja… yo no. Estoy siempre cansado.

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Tito: Me gusta cuando estás cansado. Cuando los ojos se te caen. Y el pelo se te

encrespa. No peleás tanto…

Enrique: Decís eso porque…

Tito: Porque te quiero.

Enrique: Eso era antes.

Tito: Eso fue siempre.

Enrique: Pensé que antes…

Tito: Siempre.

Enrique: Pasó mucho tiempo.

Tito: A mí no me importa que el tiempo pase, ahora nos vemos y sigo pensando que sos

hermoso. ¿Qué?

Enrique: Me haces poner rojo.

Tito: Bancatela.

Enrique: ¿Por qué te quedaste acá?

Tito: ¿Por qué te fuiste?

Enrique: Ya sabés.

Tito: Vos también sabés. Esta es mi tierra, soy feliz entre los chanchos y los caballos,

cuidando las gallinas, la huerta, ayudar a mi papá, al tuyo. Me levanto temprano, pongo

la pava, me siento debajo de los árboles, respiro, un café, no sé. No puedo irme de acá.

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Enrique: Yo me sentía más solo que la mierda.

Tito: …

Enrique: ¿Vos no estás solo?

Tito: …

Enrique: Ah…

Tito: ¿Qué?

Enrique: Hay algo que no me enteré.

Tito: Vos te fuiste y la vida sigue.

Enrique: Más vale. ¿Estás con alguien?

Tito: Te voy a querer siempre…

Enrique: ¿Qué tiene que ver? ¿Estás con alguien?

Tito: Nunca te voy a olvidar.

Enrique: ¿Por qué no viniste conmigo?

Tito: No me lo pediste.

Enrique: No hacía falta.

Tito: Para mí sí.

Enrique: Te supliqué.

Tito: No inventes.

Enrique: Que te quedes conmigo.

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Tito: No sé, yo no…

Enrique: No quisiste.

Tito: No hubieras podido.

Enrique: ¿Qué decís?

Tito: Que no hubieras podido, Quique… vivir… así… como yo.

Enrique: ¿Qué decís?

Tito: Perdón.

Enrique: ¡Qué decís!

Tito: Perdón...

Enrique: Sos un pelotudo.

Tito: Vuelvo a mi casa. Descansá.

Enrique: No voy a descansar nada.

Tito: Hasta mañana.

Enrique: Andá a cagar.

Se queda dormido en el sillón como si fuera un niño. Suspiros y ronquidos. Soñando

con los ojos cerrado dice:

Voy en el sulqui de mi tío directo a la escuela. Llueve, pero mi mamá no me deja faltar

ni un día. Así esté enfermo, no se falta. Muchas veces, a escondidas, pongo la frente lo

más cerca que puedo de la plancha, pero es implacable. Tomamos el camino principal,

mi papá se moja, pero está acostumbrado. De repente una manada de toros salvajes se

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nos cruza, mi tío frena los caballos de golpe. Desbarrancamos. Me caigo, me embarro.

Los toros enfrentan a nuestros caballos y pelean como nunca antes vi pelear a nadie, un

toro le clava los cuernos en el pecho al Tornado, y lo mata. Sangre por todas partes. Mi

papá no hace nada. Por el camino de al lado viene otro sulqui. Los toros escapan. Mi tío

hace señas para frenarlo, le pide por favor que me lleve al colegio, que le haga ese favor.

El señor asiente con la cabeza y mi tío me sube. Veo unos ojos gigantes verdes. Tito,

susurro. No sé cómo se llama, apenas lo veo es lo único que me sale decir. Tito, sí.

¿Vos? Quique. Él también está todo empapado. Saltos y pozos. Agárrense grita el señor,

el papá de Tito. Y nos agarramos fuerte el uno al otro. Los cuerpos mojados. El

guardapolvo translúcido. En un retobe del caballo nuestras bocas se juntan sin querer y

de golpe. Y cuando todo se vuelve a acomodar, lo volvemos a hacer. Juntamos las bocas

hasta que llegamos al colegio y las separamos justo antes de que su padre nos ve. Estoy

seguro que el Tito se dio cuenta que yo tenía en la boca el sabor de la bronca del

Tornado, el sabor de la sangre. El sabor salado de las lágrimas.

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3. Yo tengo la sangre caliente

Comedor de la casa. La familia unida.

Enrique: Ma… ¿vienen los de la banda al final?

Amelia: ¡Claro! La Chocha y el Albino. Están entusiasmados los viejos. Supongo que

mañana mismo llegan de Punta del agua. Tu padre está preparando una canción. Dice

que va a ser la última vez que va a cantar. Que aprovecha para retirarse.

Enrique: Siempre dice lo mismo… ¿Cuál?

Amelia: Eh… la de… esa que dice: Mozo sírvame otra copa y sírvase de algo el que

quiera tomar, que ando muy solo… bla bla bla.

Enrique: Es linda…

Amelia: A mí también me gusta, corazón.

Emilia: Me acuerdo cuando la cantó para mi cumpleaños…

Susy: Yo también me acuerdo.

Susy Leiva: (Aparece entre tinieblas) Yo también.

Las mellizas dragqueen: (A Susy Leiva) Vos no estabas.

Emilia: Le dio unos golpecitos suaves a una copa con una cuchara y todo el mundo se

calló la boca.

Las mellizas dragqueen: Tenía puesto ese traje cremita, con la camisa celeste.

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Emilia: Y corbata blanca.

Las mellizas dragqueen: Todo un mozo.

Emilia: Y el bigote, fue el último año del bigote.

Las mellizas dragqueen: Después se lo hachó para siempre.

Emilia: La Chocha tocaba el bandoneón como una bestia.

Las mellizas dragqueen: Tenía orgasmos múltiples mientras tocaba.

Emilia: Ah, no soy la única que se daba cuenta.

Susy Leiva: ¡Qué envidia!

Las mellizas dragqueen: El Albino, que era un señor con todas las letras, se ruborizaba

cuando la veía entrar en éxtasis.

Amelia: Y si… daba un poco de vergüenza ajena.

Las mellizas dragqueen: ¿Qué vergüenza? Era un espectáculo. No la podías dejar de

ver a la Chocha, porque eso era lo que transmitía, una chochura, un goce, un placer

desenfrenado.

Emilia: Arduo el trabajo del Albino.

Las mellizas dragqueen: Superar el bandoneón.

Emilia: ¿Ahora cómo está, mami?

Amelia: Se olvida mucho de las cosas. La última vez que la cruce no me reconoció, me

saludó con un abrazo y me dijo ¡tanto tiempo! Aunque me miró como si fuera una

desconocida.

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Las mellizas dragqueen: ¡Pobrecita!

Amelia: Un horror. Prefiero que me corten una pierna o un brazo a olvidarme de todo.

Las mellizas dragqueen: ¡No digas eso!

Amelia: Es la verdad. Toda una vida desperdiciada. Ni a los hijos reconoce. El Albino

dice que hay momentos que está lúcida, como si nada pasara. Pero cada vez son menos,

como luciérnagas, se están acabando.

Las mellizas dragqueen: Es cierto, ya no se ven luciérnagas en el campo.

Emilia: Antes estaba lleno.

Las mellizas dragqueen: Cuando nos trepábamos a los rollos de alfalfa y esperábamos

que caiga el sol, que todo se ponga azul oscuro para atraparlas.

Emilia: Las encerrábamos en unos frasquitos.

Susy: Qué horrible.

Las mellizas dragqueen: Las soltábamos enseguida. Si, horrible. Qué manía que

tenemos los humanos de querer capturar todo lo que nos parece hermoso. Como si lo

quisiéramos retener lo más posible. Eso hacíamos. Podíamos estar horas mirando lo

hermosas que eran. No podíamos entender como un bicho podía ser también una luz que

volara.

Susy: ¿Al Albino lo reconoce?

Amelia: Las veces lúcidas, las luciérnagas.

Susy: Comía banana con sal.

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Amelia: Si, lo sigue haciendo.

Las mellizas dragqueen: La presión.

Susy: Peleaban mucho ellos dos, ¿no?

Amelia: Ahora más. Porque él hace esfuerzos enormes para que retenga, para que se

acuerde. Pero el olvido es como una aspiradora, chupa todo. Y no hay pedagogía que

baste, ni paciencia que abrace. Entonces el Albino la aprendió a odiar.

Las mellizas dragqueen: La odia porque la ama, odia que el olvido le chupe el amor.

Amelia: No le puede dar ni un beso que se pone como loca.

Las mellizas dragqueen: ¿Y el bandoneón?

Amelia: Cuando se los ponen en las manos lo toca como cuando tenía veinte años.

Las mellizas dragqueen: ¿Con los orgasmos y todo?

Amelia: Si, no lo pueden creer, dicen los neurólogos que es una parte del cerebro que la

enfermedad no tocó.

Emilia: ¡Qué maravilla! ¿Y va a tocar acá?

Amelia: No creo, con suerte la va a traer. Ojalá no se ponga como loca.

Emilia: Ojalá que no.

Amelia: Si no la van a tener que dopar. Y da una pena verla así de ida.

Enrique: Me pica el bagre ¿Qué vamos a comer mami?

Amelia: Pastel de papas…

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Enrique: Uff qué rico.

Susy: Yo no como carne Nona… me hago otra cosa.

Enrique: Deje de joder.

Amelia: No le pongo carne.

Enrique: Pastel de papas sin carne, no es pastel de papas. Que coma ensalada y no

rompa las pelotas.

Emilia: ¡Enrique!

Amelia: Lo hago mitad y mitad.

Enrique: Caprichosa la nena.

Susy: Me tenés harta papá. Estoy cansada. No molesto a nadie.

Enrique: Yo estoy cansado. Los huevos al piso me tenés…

Susy: No quiero la carne ni la sangre de nadie en el estómago. ¿Por qué te cuesta tanto

entenderlo? No necesito el sufrimiento, la tortura, el odio adentro mio.

Enrique: ¿Quién te llenó la cabeza?

Susy: Las carneadas, los frigoríficos, las granjas, el feed lot, las gallinas hacinadas,

hormonadas, explotadas, las modificaciones genéticas, la falta de agua, los desmontes.

Este olor de porquería. El glifosato, los problemas en los pulmones, el cáncer. ¿O te

olvidas de la abuela Dora? Que aunque pedía mucho que vayamos a verla, vos no

querías, porque te daba miedo y te asustaba verla así. ¿Sabes qué? En cada visita las

remeras le quedaban más grandes, como una nena que jugaba a ser un fantasma con

sábanas viejas, haciéndole buh al que sea que le pasara al lado, con la piel pegada a los

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huesos. No se le entendía nada lo que decía, quería decir muchas cosas al mismo

tiempo, las cosas que nunca dijo y que ahora quería decir de golpe. La última vez que la

vi estaba en el hospital, perdida, pero apenas me vio dijo ‘Mi Susy’, no me decía así

desde los seis años. Estaba llena de cables y aparatos. Estiró las manos para que fuera a

abrazarla, y fui con cuidado, sonreía, fue el abrazo más raro que di en la vida, como

aferrarme al cadáver de un animal atropellado en la ruta que apenas le queda un respiro,

la fuerza justa para decir chau. En dos horas se murió. A los pocos años le siguió mamá,

exactamente lo mismo que la abuela, las remeras grandes, el juego del fantasma, la

quimioterapia, los tres años, las dos semanas, el día de vida. Qué fácil te olvidas de las

cosas papá.

Amelia: Bueno mi amor… ya está… nos calmemos.

Susy: Yo estoy tranquila. (A Enrique) ¿Vos?

Enrique: Le voy a dar un sopapo a esta mocosa.

Alfredo: Para un poco.

Enrique: Vos no me decís que pare.

Alfredo: Te digo lo que se me da la gana porque soy tu padre.

Amelia: Basta. Se acabó. Paren la mano.

Susy: Cómanse una vaca viva si quieren. Un perro, una paloma. (Se va).

Amelia: Cielo… (Sale detrás de Susy).

Enrique: Dejala. Que se cague de hambre.

Las mellizas dragqueen: Sos un imbécil.

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Enrique: No se metan.

Las mellizas dragqueen: Te merecés el odio de tu hija.

Enrique: No me busquen.

Las mellizas dragqueen: Y de Tito.

Enrique: Los voy a hacer mierda. Putos de mierda. Me tienen harto en esta familia todo

el mundo con sus arranques, sus teatros. Parece que el único cuerdo soy yo. Están mal

de la cabeza. Mal. Mal. Tienen que encerrarlos. No sé quién carajo les metió esas ideas

(Señalando a Alfredo) Este infeliz que nunca tuvo los huevos para pegarles una patada y

sacarlos a la calle cuando hacía falta. Ahora no hay quien los pare a estos travestis.

Las mellizas dragqueen: Se te tuerza la boca, pedazo de rata.

Alfredo: No insulten a las ratas que son más nobles que este sabandija.

Enrique: Nobles las pelotas. Maricones.

Las mellizas dragqueen: Te vas a tener que lavar la boca con jaboneta. Infeliz, nunca

pudiste hacer lo quisiste, porque tenes miedo de aflojar el corazón. La argolla del culo

tenés que aflojar vos... Sos un cagón, pensás que podés decirle a todo el mundo lo que

tiene que hacer, cómo tiene que vivir. ¿Y vos? ¡Ja! Nos meamos de la risa.

Enrique: Locas de mierda. A mi me va muy bien así como estoy. Pero ustedes son unas

muertas de hambre, ni el espíritu santo se las quiere coger.

Se agarran a trompadas. Emilia se pone en medio, intenta separarlxs pero no puede.

Cae el piso. Amelia grita, cuidado con las criaturas, pero nadie la escucha. Enrique y

las mellizas dragqueen pelean como animales, se agarran de los pelos y tiran

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manotazos pesados. Las mellizas lo tienen a Enrique contra el piso, lo dejan casi sin

respiración, están a punto de matarlo, de arrebatarle la vida, como un alacrán. Las dos

al mismo tiempo lo sueltan. Están transpiradxs. Enrique rojo, tose, le cuesta respirar, se

arrastra por el piso, balbucea cosas. Entra Tito, se tira al piso con él, lo sostiene, le da

agua, lo besa.

Las mellizas dragqueen: Nunca más nos vuelvas a poner una mano encima.

Se van, quedan solos Enrique y Tito en el piso.

Tito: No cambiás más …

Enrique: Dejame.

Tito: No te dejo nada.

Enrique: Me quiero morir.

Tito: Me partirías el corazón.

Enrique: Mentira.

Tito: Vos no dejarías que se me partiera el corazón.

Enrique: ¿Qué decis?

Tito: ¿O no?

Enrique: Una sola vez.

Tito: ¿Por qué no te quedas un tiempo más?

Enrique: El trabajo…

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Tito: Unos días más, para que podamos estar un poco juntos, hablar bien.

Enrique: ¿No estamos hablando bien?

Tito: ¡Mirate!

Enrique: La familia es un veneno.

Tito: No podés ser así.

Enrique: Me tienen harto.

Tito: Tenés que calmarte un poco, te va a hacer mal.

Enrique: Hago lo que puedo.

Tito: Podes mucho más que eso…

Enrique: ¿Qué sabes vos?

Tito: Yo conozco algo que los otros no.

Enrique: ¿Y qué mierda es eso que según vos conoces?

Tito: La ternura, mi amor.

Canta, en un susurro de ángel, al oído de Enrique:

“Vos, que me hiciste llorar.../ Vos, que eras todo rencor.../ Mensaje.../ Mensaje con que

te digo/ Que soy tu amigo/ Y tiro del carro contigo.../ Yo, tan chiquito y desnudo/ Lo

mismo te ayudo/ Cerquita de Dios.”1

Enrique: (Muy bajito, casi como en un delirio, se rinde) Te amo.

1
Mensaje de Pablo Goyeneche

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Tito: Dormite, mi amor. Ya está.

Enrique se duerme, Tito le pone una almohada en la cabeza, le da un beso en la frente y

se va en puntas de pie.

Enrique: (dormido sueña con los ojos abiertos) Estamos en el arroyo cerca de su casa.

Nos tiramos encima del mantel de flores de mi mamá. Sacamos una botella de Ginebra

y bizcochitos de grasa con azúcar. Un trago, un bizcochito. Vemos como los caballos

llegan de a uno a tomar agua, se demoran lo más que pueden con el hocico en el agua.

No nos miramos, solo nos pasamos la botella. Hasta que el me toca. Todavía no, pienso.

Así que le saco la mano, la mirada fija en el agua que corre. Tomo otro trago y otro. Se

acerca y me alejo. Otro trago y otro. La garganta ya está caliente como si fuera la fogata

de un bosque. Otro trago y otro. Todo da vueltas. Olvido hasta mi nombre. Solo un

mareo y la palabra Tito en los labios. Recién ahí sí, como el cruce de los toros salvajes,

me abalanzo encima de él y en una trompada pego mis labios a los suyos. Él quiere

besar, yo solo puedo apretar fuerte. Me empuja, pero no quiero irme de ahí, no quiero

dejar de apretar.. Tito, es lo único que sé decir. En el forcejeo gana su fuerza y caigo al

arroyo. Tenemos los labios rojos rojos. Avanzo y vuelvo a pegar mis labios, más fuerte

que antes. La corriente me ayuda, siento su lengua y la dejo entrar, siento su mano en

mis piernas y la dejo entrar. Me saca la ropa, se saca la ropa. Todo mareado, otro trago.

Solo Tito. Me apoya sus labios rotos y recorre mi piel de gallina- Todo mi cuerpo

recorre con su lengua hasta que llega bien abajo. Me la chupa. Tito, grito, pero quiero

decir que pare, que se aleje, que no soy maricón como él. Pero como no tengo palabras

lo empujo y le pego una patada. Y junto mis labios a los suyos. Y grito Tito y él todo

rojo. Y Tito y ¡paf! le pego una cachetada con el dorso de la mano, bien abierta, bien

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generosa. Y después un cabezazo que nos deja la frente sangrando. Tito y me arrepiento

y me largo a llorar y lo abrazo. Tito y rompe en llanto él. Tito y me dice te perdono. Tito

y te quiero. Tito y me pasa la mano temblorosa llena de sangre por el pelo con una

ternura violenta, como si en ese gesto estuviera de verdad la manada de toros salvajes

chocando contra el sulqui cuando nos conocimos. Tito y nos quedamos dormidos en el

arroyo. El sabor de la sangre del Tornado. Tito y un zumbido. Tito. Tito. Tito.

Se despierta de golpe. Pega un grito como el aullido de un lobo: ¡Tito!

Amelia: ¡Nene! ¿Qué te pasó?

Enrique: Nada, mami. ¿Dónde está Tito?

Amelia: Tenés la cara toda golpeada.

Enrique: Me caí. ¿Y Tito?

Amelia: ¿En qué momento?

Enrique: No sé… ¿Se fue?

Amelia: Si, se fue hace rato. Mirá como tenés el ojo…

Enrique: Necesito descansar.

Amelia: Bueno, pero andá a tu pieza. No te quedes ahí en el piso. Me da miedo por los

bichos.

Enrique: ¿Qué bichos?

Amelia: ¿No te dijo tu padre?

Enrique: No…

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Amelia: Alacranes, nene, hay por todas partes. Tu padre encontró uno en el galpón y

Las mellizas otro en el baño.

Enrique: De algo hay que morirse.

Amelia: No digas pavadas. Y ponete hielo en la cara que parecés un esperpento así todo

hinchado…

Enrique: Ayudame a levantar.

Amelia: Bueno, dame un beso. Te amo hijo.

Enrique: Descansá mami.

Amelia: (Se va. Mira el piso en el que hace rato estaba dormida junto a Alfredo. A sí

misma) ¡Descansar! ¡Si, claro! Como si fuera fácil descansar en esta casa. He

descansado en muchos lugares… Si, fueron tantos los lugares en los que dormí que me

cuesta acordarme de todos o tener uno preferido, aunque elegiría cualquiera a esta casa

fría llena de gente que grita y se agarra a las trompadas por cualquier cosa. Siempre me

costó dormir. Me asusta ese momento en el que una pierde la conciencia. Me da miedo

porque las noches son capaces de revelar el estado de las manos, las arrugas y las

manchas, el tiempo pasa y nos quedamos dormidos, así de simple. Como un ejercicio

que se practica toda la vida. Un ensayo casi interminable, casi ininterrumpido, casi

eterno, casi nuestro. Me acuerdo cuando me quedé dormida arriba de mi caballo, el

Brillante. Habíamos viajado por el campo todo el día. Yo estaba harta de arrancarle la

leche a las vacas con mis propias manos. Habré tenido siete años, ocho como mucho.

Estaba transpirada, y el Brillante iba lento, estaba cansado también. Entonces fuimos

derecho al arroyo. Mamá no nos dejaba ir al arroyo, a veces se ponía bravo, decía ella y

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tenía razón. Podía transformarse cuando la lluvia lo envalentonaba. Rugía a sus anchas,

se convertía en río, en mar, en tempestad. Pero no nos importó nada, estábamos muertos

de sed. Tomamos agua desesperados, como si estuviéramos en el medio del desierto, el

Brillante comió unas flores, un poco de pasto y después se tiró al piso, al lado mío, para

que lo acaricie. Siempre hacía eso, se tiraba y me miraba con esos ojos marrones como

piel de oso, me pedía que le saque todo, las monturas, las riendas, todo y lo hacía sin

chistar, lo dejaba desnudo, como la vida lo trajo al mundo. En esos momentos el

Brillante lloraba. Le caían lágrimas, lo juro. Mi mamá nunca me creyó, nunca creyó que

a un animal le podían caer lágrimas de tristeza como a un humano. Esa tarde lloró y se

quedó dormido. Me dormí encima de él peinándole las crines. Fue la cama más suave y

más dura de todas. La más viva. La más triste. Aunque sí, he dormido en el piso, en

asientos de colectivos, apoyada en paredes, en tierra húmeda y seca, en la piedra. En

carpa, en esos viajes que duraban una semana con todos los chicos a cuestas en Yacanto

o El Durazno o Mina Clavero. He dormido sola, bien acompañada, con mi papá una

vez, mi mamá ninguna. Mi tía, mi abuela, mis sobrinos. Con Alfredo, casi sesenta años.

Dormí abrazada de mi hijo justo después de darlo a luz, cuando me lo pusieron en el

pecho y me desmayé. Y cuando me desperté no estaba, y mi suegra gritaba como una

hiena que había nacido muerto. Dormí con el espanto de una madre que pierde a su hijo.

Dormí boca abajo, boca arriba, en posición fetal, con una pierna afuera en verano, con

las dos adentro en invierno. Dormí mucho y ronqué mucho. Y soñé mucho mientras

dormía. Con el Brillante soñé… que no se moría nunca. Era inmortal y libre y no

lloraba. Se reía. Se cagaba de risa el Brillante mientras corría por los campos de

girasoles y yo corría al lado de él con un vestido livianito como el viento. Pero el

Brillante si se murió, no pudo correr nunca libre por el campo. Un día desapareció y mi

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papá dijo que se había perdido. Con el tiempo supe que lo habían llevado al frigorífico.

Que el Brillante se había convertido en mortadela barata, opaca, que quizás yo misma

había comido la carne sobre la que dormí. Y desde ese momento tengo una bronca en la

garganta que no puedo quitar de encima. Grito y carraspeo a ver si se me va. Pero

cuando alguien aparece de repente o dice mi nombre o aplaude con las manos o llora,

vuelve el odio. Me despierto todas las noches con esa bronca equina que viene de no sé

dónde pero muy profundo. Es que no existe ni existirá una cama más suave y más dura

y más tierna que la que el Brillante me regaló con su cuerpo esa noche en el arroyo. Si

alguien me preguntara, le diría que me quedaría toda la vida ahí. Dejaría todo, la casa

del campo, la huerta, Alfredo, mis hijos, el collar de perlas, todo dejaría por volver a

estar con el Brillante, por dormir una vez más arriba de su lomo.

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4. Qué vida tonta esta

Cuarto de baño. Susy Leiva aparece entre tinieblas.

Las mellizas dragqueen: ¡Susy!

Susy Leiva: ¿Sí?

Las mellizas dragqueen: ¿Nos firmás un autógrafo?

Susy Leiva: Por supuesto, muchachas, ¿dónde?

Las mellizas dragqueen: Acá en la teta izquierda.

Susy Leiva: ¿Tienen bolígrafo?

Las mellizas dragqueen: Tenga.

Susy Leiva: Ahí está. ¡Qué extraño! Hubiera jurado que mis fans estaban todos

muertos…

Las mellizas dragqueen: ¡Pero cómo mujer! El mundo entero la ama.

Susy Leiva: ¿Les parece?

Las mellizas dragqueen: ¡Claro! Nosotras la escuchamos desde chiquititas. Y no

hemos dejado de hacerlo. También queremos ser cantantes o actrices como usted…

Susy Leiva: Me parece bien, son profesiones honestas…

Las mellizas dragqueen: ¿Cómo es que empezó a cantar?

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Susy Leiva: Descubrí que podía cantar cuando era muy pequeñita. Un día me puse a

llorar y descubrí que tenía una voz aguda y poderosa, una voz que venía dentro de mí.

Entonces, todos los días, apenas me levantaba subía al techo. Mi madre me preguntaba

¿Dónde va usted tan apresurada? Voy a llorar, contestaba, porque creía que cantar era

llorar. Y así canté siempre. Las penas y las alegrías, como ese tango que dice:

“Cantando yo le di mi corazón, mi amor / y desde que se fue yo canto mi dolor”.

Las mellizas dragqueen: ¿Y la actuación?

Susy Leiva: Cuando tenía que cantar muchas veces una misma canción, quiero decir…

cuando tenía que llorar muchas veces, practicaba al frente del espejo. ¡Y lo bien que me

salía en el baño de mi casa! ¡Las escenas que me inventaba para ser otra! Porque no

podía cantar siendo yo misma. Tenía que ser otra. Tenía que actuar. Frente al espejo

descubrí una catarata de gestos de otras. De mis abuelas, mi madre, mis tías, mis

amigas, las desconocidas que me cruzaba, las maestras, la panadera, las chinitas que me

odiaban por linda. Y en cada presentación le pedía a alguna de ellas que me tomara el

cuerpo, que me tomara la vida. Lo mismo hice en los sets de cine. Me abandoné para

que aparezca otra. No sé, siempre pensé que eso era actuar.

Las mellizas dragqueen: ¡Qué maravilla Susy!

Susy Leiva: ¡No se si maravilla! Una aprendía a los golpes, equivocándose como burra.

No había otra opción. Me acuerdo cuando hicimos Dos quijotes sobre ruedas. Había

una escena en la que yo me tenía que insinuar a los dos camioneros, como una…

Las mellizas dragqueen: ¿Como una puta?

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Susy Leiva: Eso, sí. Mi personaje se les insinuaba para que la llevaran a la ciudad. Su

hijo estaba enfermo, a punto de morir, y necesitaba urgente comprarle la medicación.

Pero era muy pobre y no tenía cómo ir. Entonces ve el camión y lo frena. Y los

camioneros se obnubilan con la belleza de esta mujer, con la belleza mía. Y yo ahí tenía

que bajarme un poco el escote y hablar más…

Las mellizas dragqueen: ¿Susurrando? ¿A lo trola?

Susy Leiva: Eso, si… y las piernas también las tenía que tener al aire, y…

Las mellizas dragqueen: ¿Y se te veía un poco el culo?

Susy Leiva: Si, se me veía un poco. Y tenía que decir un texto… no muy largo… pero

que me daba mucho pudor…

Las mellizas dragqueen: (Actuando como Susy Leiva) ¡Llévenme señores camioneros!

¡Háganme suya! ¡Mójenme el bizcocho!

Susy Leiva: En esa escena y en todo el rodaje yo pensé en la Catalina. Una mocita que

me había robado un novio. Estábamos en un baile, ella se acercó muy cocorita y empezó

a hablar con él, ignorándome por completo, con una voz…

Las mellizas dragqueen: De actriz porno.

Susy Leiva: Sugerente diría yo… se acomodaba el pelo, y se bajaba el escote

haciéndose la distraída. Entonces pensé en todos esos movimientos de Catalina, en

cómo se le habían encendido las mejillas y cómo le brillaban los ojos. Cómo ardía esa

muchachita en frente de mi novio. No fui yo la que interpretó las líneas que estaban en

el guión, no fui yo la que mostró…

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Mellizas dragqueen: El orto.

Susy Leiva: Ni las…

Mellizas dragqueen: Tetas.

Susy Leiva: Ni la que tuvo que filmar una escena…

Mellizas dragqueen: Cogiendo.

Susy Leiva: Con los dos camioneros. Fue un escándalo para la época. ¡Imagínense!

Una mujer así en una película, que hacía todo por su hijo. Que se estaba por morir. ¡No

había manera de juzgarla! Y entonces pensé que Catalina tenía corazón, que si su hijo se

hubiera enfermado -el hijo que tuvo con el novio que me robó-, hubiera sido capaz de

dejar todo, de entregar el cuerpo, el alma, la vida, por su hijo. Y entonces, cuando

terminé de grabar me largué a llorar. Porque su alma tocó mi alma. ¿Me explico? Tan

fuerte me tomó el alma que no podía dormir, pensando que su hijo podría estar enfermo.

¡Yo había tomado prestada su vida para hacer una película! Y entonces supe que sí, que

actuar era tomar prestada una vida. Una cosa así no podía ser gratuita. Hay un precio

que pagar. Siempre hay un precio que pagar, muchachas. Por meses no pude dormir…

Hasta que fui a verla. Fui hasta su casa. En una mansión vivía la…

Las mellizas dragqueen: Hija de puta.

Susy Leiva: Y tenían siete perros de raza, dos niñitos rubios de ojos verdes y cuando

golpeé las manos y la vi, estaba embarazada. La panza grande como la de ustedes. Más

rubia que nunca, más bella que nunca, más…

Las mellizas dragqueen: Trola que nunca.

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Susy Leiva: La abracé. Ella no supo qué hacer, porque no entendía ni quién era yo.

Las mellizas dragqueen: ¿No se acordaba?

Susy Leiva: No se acordaba.

Las mellizas dragqueen: ¡Qué atorranta!

Susy Leiva: Y cuando le dije mi nombre, agachó la cabeza, se llevó la mano a la boca y

susurró: la dama del tango. Asentí, ella hizo una reverencia. Pase, por favor. Sólo vine a

saludar. Pase, que pongo el agua para un té. La admiramos mucho en casa… la

escuchamos mucho.

Las mellizas dragqueen: ¿Y el tipo?

Susy Leiva: A él no lo quería ni ver, solo quería saber si los chicos estaban bien, si ella

estaba bien. Si no había alterado para siempre la vida de esta pobre mujer.

Las mellizas dragqueen: Pobre nada…

Susy Leiva: Si, claro, pobre nada. Ahora era rica. Más rica que yo, que me pelé el…

Las mellizas dragqueen: Ojete.

Susy Leiva: Para ganar todo lo que tengo, lo que tuve.

Las mellizas dragqueen: ¿Y entonces?

Susy Leiva: Y entonces tomé el té. Me quedé callada un rato, no sabía cómo explicarle

por qué estaba ahí. Así que dije que estaba recorriendo el lugar porque íbamos a filmar

una película allí, y que quería conocer a la gente…

Las mellizas dragqueen: Chamuyaste lindo.

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Susy Leiva: Ella me contó un montón de cosas. Me dijo que el marido…y cuando

nombró marido tuve que tragar saliva porque…

Las mellizas dragqueen: ¡Porque podría haber sido el tuyo!

Susy Leiva: Podría haber sido el mío… me dijo que hizo unos negocios que salieron

bien, muy bien, unas ventas que multiplicaron el patrimonio y que rápidamente se

habían podido comprar la mansión… después se quedó callada, se le pusieron vidriosos

los ojos. Le tomé la mano, las tenía frías como las de un muerto. Y ahí me dijo que uno

de sus hijos…

Las mellizas dragqueen: Qué uno de sus hijos…

Susy Leiva: Había fallecido el verano pasado….

Las mellizas dragqueen: Otro más tenía, ¡como los conejos la loca!

Susy Leiva: Valentino, dijo, y se le metió un nudo a la garganta, que más que un nudo

era su corazón que no la dejaba hablar. Y yo empecé a temblar, y tuve que soltarle la

mano porque no la podía controlar, me las agarré y las llevé a la falda para que se

calmaran. Había ido ella sola con los tres niños al río, a pasar el día. El marido…

Las mellizas dragqueen: Que podría haber sido tuyo y solo tuyo.

Susy Leiva: Estaba en plenas negociaciones en la Capital. Entonces ella tan regia

decidió pasar el día en el río. Llegó tranquila con las criaturas, puso las reposeras,

desplegó un mantel con dibujitos de ángeles en el piso, y sacó sándwiches y jugos.

Después de la comida se le empezaron a cerrar los ojos, estaba como en entresueño. Y

Valentino, el niño, que no tenía más de tres años, se metió al agua. Se creyó sirena sin

mar, el pobrecito. La corriente suave bastó para tumbarlo y llevarlo a lo hondo. Y

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aunque pataleaba como caballo… era tan chiquito, ¡cómo iba a saber nadar! Ella abrió

los ojos grandes y miró por todos lados y le faltaba un niño. Miró al río y no vió nada. Y

empezó a gritar desesperada. Los otros dos lloraban, no entendían nada. Se metió y

buscó y buscó. Y gritó, pero no había nadie en el río ese día. Estaba sola. Y de repente

vio un bultito blanco y corrió como una perra corre por un pedazo de carne cruda para

hincarle los dientes. Valentino no respiraba más, tenía los pulmones llenos de agua. Le

besó la boca, pero no supo hacer la respiración para salvarle la vida. Y volvió a gritar.

Ya era demasiado tarde. Tenía un cachorrito menos, dijo. Me partió el alma. Tragué

saliva, y le dije Lo siento mucho.

Las mellizas dragqueen: ¡Ay Susy!

Susy Leiva: Y pasó justo el mes que filmé Dos quijotes. Cuando dijo las fechas sentí

que me desmayaba. Una culpa descomunal. Más grande que el sol y la luna.

Las mellizas dragqueen: Pero no tenías nada que ver, Susy…

Susy Leiva: Nunca había sentido un sentimiento igual. Comencé a rezar, ella seguía

hablando, pero ya no la escuchaba. Diostesalve María llenaerasdegracia bendita tu

eresentretodaslasmujeres y bendito eselfrutodetuvientre Jesús SantaMariamadredeDios

ruegapor nosotrospecadores ahorayenlahora denuestramuerte Amén. Entré en un trance,

una letanía que no podía parar para escucharla, porque el peso de lo que había hecho me

estaba aplastando.

Las mellizas dragqueen: ¿Y qué hiciste?

Susy Leiva: Volví a decirle que lo sentía mucho, le apreté la mano y me fui. Nunca más

actué, no hice más películas, no hice más teatro. Ni un solo gesto de otra. Tuve que ser

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yo misma. Porque entendí que actuar no era para mi, que podía arruinarle la vida a las

personas. Y de eso no se vuelve. Hay que tener tripa para actuar, mentir miente

cualquiera. ¿No? Para actuar, hay que… no sé… hay que tener el nombre flojo, las

piernas flojas, la panza, la pelvis.

Las mellizas dragqueen: ¡El ano!

Susy Leiva: Y sobre todo: el corazón fuerte. Abierto y fuerte. Sano. Sólo así se puede

algo parecido a la verdad. Y yo no puedo. No podía.

Las mellizas dragqueen: ¡Susy! Nos partís al medio. ¿Y cómo te fue siendo vos

misma?

Susy Leiva: Terrible. Dí…

Las mellizas dragqueen: ¿Asco?

Susy Leiva: Si… transpire…

Las mellizas dragqueen: ¿Cómo testigo falso?

Susy Leiva: Exactamente así. Y mi cara fue un show de gestos de horror y espanto.

Desafiné como…

Las mellizas dragqueen: Perra.

Susy Leiva: La gente abucheaba, algunos se iban. Para salir del paso fingí un desmayo.

Mentí. Nunca me había permitido mentir en el escenario, no me quedó otra. Fue la

última vez que canté, porque después vino el…

Las mellizas dragqueen: Accidente.

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Susy Leiva: Que me salvó la vida.

Las mellizas dragqueen: Pero te mataste…

Susy Leiva: Por eso, muchachas, me salvó la vida el accidente. La verdad es que no sé

qué hubiera sido de mí.

Se escucha el sonido seco de un choque. Susy Leiva tiene un espasmo en todo el cuerpo

y cara de golpe. Desaparece con dolor entre tinieblas. Entra Amelia.

Amelia: Yo antes era feliz, no como ahora.

Las mellizas dragqueen: ¿Qué decís mami?

Amelia: Nada. Hablo sola. Estoy vieja.

Las mellizas dragqueen: ¿Y?

Amelia: Y ya no puedo hacer nada.

Las mellizas dragqueen: Podes hacer un montón de cosas.

Susy: ¿Qué pasa abuela? ¿Estás bien?

Amelia: Bien, no. Es triste, Susy.

Susy: ¿Qué cosa Nona?

Amelia: Llegar a vieja.

Susy: No digas eso.

Las mellizas dragqueen: Dejala, es puro drama la doña.

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Amelia: Es la verdad. Ya van a ver ustedes, malagradecidas, cuando tengan mi edad y

les duelan las rodillas.

Las mellizas dragqueen: Nosotras vamos a envejecer con dignidad… Vamos a hacer

yoga y pilates, quien te dice un lifting por acá, un bótox por allá, un ácido hialurónico

en la jeta. Con todas las cosas que hay para hacer hoy. Nos vamos a teñir el pelo de

fucsia, vamos a ser unas viejas regias.

Amelia: Malagradecidas… tendría que haberme quedado con los chanchos. (A Susy)

No sabés qué feo es envejecer, mi cielo.

Susy: ¿Por qué decís eso Nona?

Amelia: Y… mírame… una no puede hacer… lo que hacía antes… pero bueno, de

alguna manera ya lo hizo… y lo hecho, hecho está ¿verdad?

Susy: ¡Más vale! ¿Quién te quita lo bailado?

Amelia: …

Susy: ¿Qué quisieras hacer ahora?

Amelia: ¿Ahora ahora?

Susy: Si, con todas tus fuerzas ¿qué harías?

Amelia: Eso mismo… bailar.

Las mellizas dragqueen: ¿Bailar?

Amelia: Si, bailar.

Las mellizas dragqueen: No sabíamos que te gustaba bailar.

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Amelia: Nunca me lo preguntaron.

Las mellizas dragqueen: Es que nunca te vimos bailar, cómo íbamos a saber.

Amelia: Me hubiera gustado bailar ballet. El lago de los cisnes, una cosa así. Ser como

Maya Plisetskaya. La rusa. En otra vida me hubiera gustado mover las manos con la

delicadeza con la que ella las movía. Y poder flotar, saltar y girar, y que parezca que no

hago ningún esfuerzo. Que soy un pájaro, sin columna vertebral, ni huesos que me

atrapen. Que los bailarines me alcen por los aires, y ponerme esos tutús maravillosos. Y

las coronas.

Las mellizas dragqueen: ¡Tiaras comunistas!

Amelia: Ser una princesa, o una reina, o una campesina no me importa, pero bailar

como duquesa, como condesa. Ser dueña de todos los movimientos que se me cante

hacer. Libre ¿me entendés? Ahora ya es tarde…

Susy: Nunca es tarde.

Amelia: Decís eso porque tenés quince años, mi cielo. ¿Vos sabes cómo es la vida

cuando se crece?

Susy: ¿Cómo Nona?

Amelia: Como un animalito que se te va de la mano. Escurridizo. Y una vez que se te

va, no hay forma de atraparlo de nuevo.

Las mellizas dragqueen: Cada loca con su tema…

Emilia: (Con el corazón en la nuca) ¡Chicas! ¡El papi!

Las mellizas dragqueen: ¿Qué pasa?

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Emilia: Se desmayó en el baño. Llamen a la ambulancia.

Amelia: ¡Por dios!

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5. Ya no cantan mis labios.

Hospital del pueblo. Sala de espera. Habitación número 9.

Emilia: ¿Qué dijeron los médicos?

Las mellizas dragqueen: (Llorando) Ya le hicieron todos los estudios.

Emilia: ¿Y?

Las mellizas dragqueen: La biopsia.

Amelia: Tiene cáncer gástrico.

Emilia: ¿Qué?

Amelia: No tiene cura. Solo hay que esperar.

Emilia: ¿Cómo que solo hay que esperar? Algo se tiene que poder hacer,

Amelia: No…

Las mellizas dragqueen: El hígado está muy tomado por el cáncer. Por eso venía

vomitando tanto el papi… y comiendo tan poco…

Emilia: ¿Cómo puede ser?

Las mellizas dragqueen: Le van a hacer una sonda ahora para poder alimentarlo.

Amelia: Ya no podrá comer ni beber por la boca, solo por un tubo de plástico…

Emilia: No puede ser que no se pueda hacer nada.

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Las mellizas dragqueen: Es tarde. Una operación para extirparlo lo puede matar. Está

muy débil.

Emilia: Con lo fuerte que es el papi.

Amelia: Nunca en la vida una enfermedad, ni internado, ni nada. Qué desgracia. ¿Cómo

vamos a hacer?

Las mellizas dragqueen: Mañana es el cumpleaños…

Emilia: Esperemos. Mañana vemos, capaz puede volver a casa.

Las mellizas dragqueen: Si, estaría más tranquilo en casa.

Amelia: ¿Y quién lo va cuidar?

Emilia: Estamos todos.

Amelia: Si, ahora estamos todos, después ustedes se van y me quedo sola. Nos dejan

tirados acá…

Aparece Alfredo en una silla de ruedas con una enfermera que es Susy Leiva

disfrazada. Está pálido. Sonríe como diciendo ‘qué le vamos a hacer’.

Las mellizas dragqueen: (Llorando dramáticamente) ¡Papi! ¿Cómo estás?

Alfredo: No lloren corazones… crezcan. Que la vida da golpes peores. Estoy… (Hace

más o menos con la mano) para atrás. Pero ando…

Emilia: Bueno papi, va a estar todo bien.

Enrique: Es fuerte el viejo (Alfredo revolea los ojos).

Las mellizas dragqueen: Va a estar todo bien.

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Emilia: Bueno ahora váyanse, que lo tengo que cambiar.

Amelia: Que lo haga la enfermera para eso está.

Susy Leiva: No tengo problema.

Emilia: Prefiero hacerlo yo. ¿Puede ser?

Susy Leiva: Por supuesto, lo que necesite aquí estaré.

Las mellizas dragqueen: Te ayudamos.

Emilia: No hace falta, vayan a descansar.

Amelia: Yo me quedo acá.

Enrique: Dormirmos acá, le digo al Tito que traiga algo para comer.

Salen todxs, excepto Emilia y Alfredo. Habitación número 9

Emilia: Dale, papi, dejame.

Alfredo: No puede ser Emilia.

Emilia: ¿Qué?

Alfredo: Que esto se dé vuelta.

Emilia: ¿Qué cosa?

Alfredo: ¿Cómo?

Emilia: ¿Qué qué cosa se de vuelta?

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Alfredo: La vida, nena… yo te bañaba a vos, que te cepillaba el pelo, que te daba de

comer, hasta los pañales te cambié, te curé los raspones, te subí al hombro para que

pudieras ver todo desde lo alto...

Emilia: Papi, la vida da golpes peores, como siempre decís vos. A ver, déjame.

Alfredo: ¿Cómo decís?

Emilia: Que la vida da golpes peores, papi. ¿Me escuchás?

Alfredo: (Habla con dificultad mientras Emilia le cambia el pañal) No, mijita. Ya no

escucho nada. El tractor, los campos, el viaje a Jacarandá. Nada de nada. Ni siquiera sé

cómo es la voz de tu madre. Adivino su enojo por los ojos, las manos. El delantal que se

le arruga. Las arrugas de su cara. Usted, sus labios, no sé por qué escucho cuando habla

la voz de cuando tenía ocho años. Va a cumplir cincuenta, ja. Me estoy poniendo viejo y

tonto como dice tu madre. Mi hijo, mi nieta, los amantes, los novios, las novias. Solo

labios que se mueven, manos que se agitan, pelos que se encrespan. Mi propia voz.

(Silencio) No sé quién habla por mí, qué sonido habla por mí. No puedo saber si es

grave, aguda, si es la voz de un hombre, una mujer, un bicho. No sé si es la infancia, si

la muerte, si la artrosis la que habla cuando hablo. Sólo sé que mi cuerpo se mueve, que

mi cuerpo duele. Que mis ojos se cierran. Que el tango termina. (Silencio. Respira con

dificultad) Me duele la piel, sí. Me estoy convirtiendo en un animal, que con la llegada

del verano la piel se descascara. Me tocan y llegan hasta el fondo de mi cuerpo. Una

caricia mínima, un roce, tiene la fuerza de, no sé, la fuerza de la música. La fuerza de

Gardel. De los aplausos, de las cachetadas. (Toma aire, como si arrancara de nuevo -la

vida-) Estoy cansado, y cada cosa que toco es una orquesta. Las sábanas, el almohadón

de la silla, las camisas, los calzones, los pantalones, las medias. El mundo entero me

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entra por la piel, me duele por la piel. Y no puedo con todo el dolor del mundo. Es raro

hablar en silencio. Ahora lo único que escucho nítido son los relámpagos cuando

rompen la tierra como si fueran el castigo de algún Dios.

Por largos minutos interminables todo se queda en silencio absoluto, nadie se mueve,

nadie respira. Silencio de sepulcro. Entre tinieblas, aparece Susy Leiva.

Alfredo: ¡Si te habré escuchado a vos!

Susy Leiva: ¿A mí?

Emilia: ¿Con quién hablás?

Alfredo: ¡Con la dama del tango! Ahí está, impecable. ¿No la ves?

Emilia: No papi, estamos solos acá. Es una alucinación.

Susy Leiva: ¡Qué alucinación! Más respeto. (Amaga con irse ofendida).

Alfredo: ¡Espere Susy! Mañana venga a cantar una canción… es mi cumpleaños. Yo no

sé si voy a poder.

Susy Leiva: ¿Cuántos cumple?

Alfredo: 80.

Susy Leiva: A la perinola…

Alfredo: ¿Vio? Toda una vida…

Susy Leiva: ¡Qué macana terminar así!

Alfredo: ¿Cómo?

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Susy Leiva: Ay, perdone… no quise…

Alfredo: No la escuché.

Susy Leiva: Menos mal. ¿Cuál quiere?

Alfredo: ¿Qué cosa?

Susy Leiva: Cuál canción.

Alfredo: Tormenta.

Silencio.

Susy Leiva: Verá… esa nunca la he cantado.

Alfredo: Entonces otra, usted diga.

Susy Leiva: No, no, no… Don Alfredo. Mañana le cantaré esa canción.

Alfredo tose desesperadamente, luego vomita un líquido negro como la noche.

¡Por favor, una enfermera!

Emilia: ¡Enfermera!

Entra Tito vestido de enfermera. Susy Leiva sale asustada.

Tito: ¿Está todo en orden?

Emilia: Mi papá está con vómitos…

Tito: Bien, lo voy a revisar. Esperen afuera por favor.

Salen

Alfredo: (Tosiendo) Estoy para atrás.

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Tito: Tranquilo… le voy a limpiar esto.

Alfredo: Gracias querida, qué color feo tiene.

Se queda mirando a la enfermera largo rato mientras le limpia el pecho que está negro.

¿Tito?

Tito: ¿Perdón?

Alfredo: ¿Tito? ¡Sos vos! ¡Milagro!

Tito: Tiene que descansar.

Alfredo: ¿Qué hacés vestido así? Pensé que te habías… que te habían…

Tito: Cálmese. Todavía no. Más tarde…

Alfredo: ¿Cómo?

Tito: Todo es posible en este mundo.

Alfredo: ¡La Virgen del Pilar!

Tito: Ahora descanse.

Alfredo: Yo sabía que no podía ser cierto. Que mi hijo...

Tito: Mañana va a poder hablar todo lo que quiera ¿sí?

Alfredo: ¡Esperá Tito!

Tito: ¿Necesita algo más?

Alfredo: Acercate por favor.

Tito: ¿Si?

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Alfredo: Más.

Tito se acerca, Alfredo estira el cuello y muy suave, con la poca fuerza que le queda, le

da un beso en la boca que dura unos minutos.

Tito: Que descanse.

Afuera de la Habitación 9.

Las mellizas dragqueen: ¡Susy!

Susy: ¿Qué?

Las mellizas dragqueen: Perdón vida, la llamamos a Susy Leiva. ¿La viste por alguna

parte?

Susy: Si, está en la sala de espera. Le digo que venga para acá.

Las mellizas dragqueen: Gracias mi sol. (Mientras esperan ensayan la coreografía del

número final, Tormenta.)

Susy Leiva: (Entra entre tinieblas) ¿Me llamaron?

Las mellizas dragqueen: ¡Sí! Nos quedó una pregunta para hacerte, es urgente…

¿Estás bien?

Susy Leiva: Tuve un accidente fatal en la ruta (Repite el espasmo en el cuerpo y la cara

de golpe)

Las mellizas dragqueen: ¡Pobrecita!

Susy Leiva: No pasa nada, la vida da golpes más fuertes.

Las mellizas dragqueen: Papá siempre dice lo mismo.

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Susy Leiva: ¿Qué me quieren preguntar?

Las mellizas dragqueen: No queremos ser indiscretas.

Susy Leiva: Suelten. (Dramática) No me queda mucho tiempo.

Las mellizas dragqueen: ¿Libertad Lamarque era gay?

Susy Leiva: ¿Qué cosa?

Las mellizas dragqueen: Si era torta…

Susy Leiva: No las entiendo.

Las mellizas dragqueen: ¡Lesbiana! ¡Tortillera! Usted sabe.

Susy Leiva: Ay, ¡cómo se les ocurre una cosa así!

Las mellizas dragqueen: Rumores.

Susy Leiva: …

Las mellizas dragqueen: Cuando el río suena…

Susy Leiva: Piedras trae.

Las mellizas dragqueen: (Eufóricas) ¡Estábamos seguras que le gustaba el atún!

Susy Leiva: Paren un poco. Si no se calman no les cuento nada.

Las mellizas dragqueen: Discúlpenos. Es que sabíamos que la historia del tango no

podía ser toda paki.

Susy Leiva: Lo que voy a contar lo sé de buena fuente.

Las mellizas dragqueen: Mas valeria que lynch.

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Susy Leiva: Quiero decir, no es de oído. ¿Me entienden?

Las mellizas dragqueen: Perfectamente.

Susy Leiva: La primera mujer de la que se enamoró Libertad fue Evita.

Las mellizas dragqueen: ¿Duarte?

Susy Leiva: Duarte. Se enamoró cuando hicieron La cabalgata del circo.

Las mellizas dragqueen: ¿Pero no es que se habían peleado hasta el cachetazo?

Susy Leiva: Si, todo el mundo dijo que se habían peleado. Pero lo que hubo en aquella

pelea no fue un cachetazo. Fue un beso.

Las mellizas dragqueen: ¿Cómo?

Susy Leiva: Así como escuchan, muchachas. Se callaron la boca de un beso. Pero mira

si iban a decir lo que pasó. En cambio, a los productores y a la farandulería les convino

hacerlas enemigas. Y mirá si les habrá salido bien la vuelta de tuerca que hasta hoy…

Las mellizas dragqueen: Sigue viva la leyenda…

Susy Leiva: Eso… sigue viva la leyenda equivocada.

Las mellizas dragqueen: ¿Y lo que dicen del exilio? ¿Perón prohibió a Libertad por el

tema ese?

Susy Leiva: ¡Patrañas! Libertad se fue porque Evita le rompió el corazón. Y ventiló por

todas partes que la habían cancelado porque no soportaba el amor no correspondido. Y

después Evita se convirtió en Evita, la veías hasta en las figuritas. ¡Mirá si no va a

querer rajar!

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Las mellizas dragqueen: ¿A Evita no le pintó la tortilla?

Susy Leiva: Parece que al principio sí. Porque aprovechaban el tiempo en camarines

para arreglarse la ropa…

Las mellizas dragqueen: Manosearse.

Susy Leiva: Y retocarse el labial…

Las mellizas dragqueen: Chapar.

Susy Leiva: Y, bueno, cerciorarse de que las bragas…

Las mellizas dragqueen: Tocarse la concha.

Susy Leiva: Pero de la noche a la mañana, Evita le empezó a cortar el rostro. Habían

ido demasiado lejos y había que ponerle un freno. Además estaba empezando la relación

con el General. El poder pesa más que la…

Las mellizas dragqueen: Calentura.

Susy Leiva: Después vino todo lo otro, la Jefa espiritual de la Nación, la guerra contra

Las damas de la beneficencia, la Fundación, el Voto Femenino, la Madre de los

Descamisados.

Las mellizas dragqueen: El cáncer.

Susy Leiva: Si… Se me vino el mundo abajo.

Las mellizas dragqueen: ¿La conociste?

Susy Leiva: Canté una vez para el General y la Señora.

Las mellizas dragqueen: ¿Qué?

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Susy Leiva: En un bar de Recoleta. Sólo una canción, porque había muchos cantantes

más, y todos querían estar, y se empujaban. Eso no me gustó nada. Así que hice lo mío

y me retiré. La señora pidió verme antes de irme.

Las mellizas dragqueen: ¿Y?

Susy Leiva: …

Las mellizas dragqueen: ¿Te quiso levantar?

Susy Leiva: ¡Qué dicen! ¿Cómo se les ocurre?

Las mellizas dragqueen: La fama que le estás haciendo...,

Susy Leiva: Ninguna fama. Me felicitó por mi presentación, mi carrera, mi voz. Me

halagó el vestido.

Las mellizas dragqueen: ¡Te quiso levantar!

Susy Leiva: Era un vestido verde esmeralda precioso que llegaba al suelo, corte

sirena…

Las mellizas dragqueen: ¿Y vos qué le dijiste?

Susy Leiva: Le devolví el halago, le dije que tenía unos pendientes preciosos. Eran

unos rubíes preciosísimos. Entonces ella repitió el gesto de España.

Las mellizas dragqueen: ¿Qué gesto?

Susy Leiva: Cuando estuvo en Zaragoza fue a visitar a la Virgen del Pilar

Las mellizas dragqueen: Ah, sí, era católica hasta las tetas.

Susy Leiva: No tanto… tenía una adoración por las Vírgenes.

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Las mellizas dragqueen: Se debe haber puesto contenta con la peli de Madonna.

Susy Leiva: Entonces ella me preguntó ¿Te gustan? Yo volví a decir que sí, y tal como

lo había hecho ante la Virgen, lo hizo ante mí, se sacó los dos pendientes y me los puso

en la mano. Tuyos, dijo. Agachó la cabeza y se retiró con los guardaespaldas.

Las mellizas dragqueen: ¡Susy! Esta historia es para escribir un libro…

Susy Leiva: ¡Escríbanlo por mí!

Sacan una navaja pequeñita como el dedo meñique, se hacen un corte en la teta

izquierda, tocan la sangre y le dan la mano a Susy Leiva. Se escucha el sonido seco de

un choque. Susy Leiva tiene un espasmo en todo el cuerpo y cara de golpe. Cae seca al

piso, muerta entre tinieblas. A último momento la boca se le arquea como para esbozar

una sonrisa, que será su último gesto en este mundo.

Sala de espera del hospital del pueblo. Todxs duermen profundamente.

Enrique: (Sueña) El papi me pide que vaya al establo de Don Giraudo y le pida

prestadas unas monturas que necesita para el fin de semana. Agarro al Pardo y voy. No

son tantos kilómetros. El día no puede estar más hermoso. Hacía años, muchos años que

no montaba un caballo. El Pardo es el consentido de mi papá. Es el más mansito. Casi

que no hay que hacer esfuerzo, ni tirar de las riendas ni nada. Va solito, a paso ligero.

Pasamos López, Centurión, Arístides. El olor a alfalfa. Si habré saltado de rollo en rollo

hasta cansarme. Llego a la tranquera de Don Giraudo. Lo veo a Tito que está cerca del

establo. Estoy a punto de llamarlo. Sale otro hombre, se ríen. ¿Me vieron? ¿Se ríen de

mí? ¿De mi caballo? Qué mierda les pasa. Abro sigiloso la tranquera. Al Pardo le digo

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que se quede ahí quietito. Es obediente el Pardo, mansito. Me acerco. Tito y el otro

hombre se abrazan. Me acerco otro poco por los arbustos. Más rápido. Se siguen riendo.

¿Por qué mierda se ríen? Entran juntos al establo. Corro y me tropiezo, pero me levanto

rápido, rengo. Miro por la ventana. Se dan la mano, sonríen. Juntan los labios con los

labios. Entro. Las puertas golpean fuerte. Tengo los ojos desorbitados. Los dos me

miran con espanto. ¿Qué te pasa? Los besos, las risas, las manos entrelazadas. No

pienso en nada, estoy acelerado. Corro, galopando hacia ellos.

Tito: Quique ¿estás bien?

Enrique: No sé de dónde viene esta fuerza.

Tito: Despertate, amor, estás soñando. Pará.

Enrique: No es de adentro mío, viene de otro lugar más lejos. Viene del Tornado,

luchando ese día de lluvia con los toros salvajes. De ahí viene.

Tito: Me asustas. ¿Qué te pasa? ¿Qué pesadilla es esta? Solta. Despertate.

Enrique: Agarro la montura que me pidió mi papá y una estaca. Y sigo corriendo y

corriendo.

Tito: ¡Mi amor!

Enrique: Cuando llego al cuerpo de Tito busco el golpe de las bocas y Ajjjjjjjjj le

entierro la estaca en el pecho. Y un silencio sordo.

Enrique se despierta con el grito de Tito, que está desangrando a sus pies, suelta la

estaca. Con la delicadeza que no tuvo nunca en la vida junta sus labios a los de Tito y

rompe a llorar como un niño. Se mira las manos, las tiene rosas porque la sangre que

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brota del pecho de Tito es rosa no roja. Por detrás aparecen Las mellizas dragqueen

junto con Susy Leiva y cantan:

"¡Déjame!/ No quiero que me beses/ No quiero que me toques/ Me lastiman esas manos/

me lastiman y me queman./ Besos brujos, besos brujos/ Que son una cadena de

desdicha y de dolor/ Besos brujos/ Yo no quiero que mi boca maldecida / Traiga más

desesperanza en mi alma/ En mi vida/ Besos brujos/ ¡Ay, si pudiera arrancarme de los

labios esta maldición!"2

2
Besos Brujos interpretada por Libertad Lamarque. Letra: Alfredo Malerba/Rodolfo Sciammarella.

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6. La última tormenta

Afuera llueve. Relámpagos. Casa de campo.

Las mellizas dragqueen: ¡Contracciones!

Amelia: Respiren. Calma.

Las mellizas dragqueen: Es muy muy fuerte.

Amelia: A ver… recuéstense en el sillón. Denme la mano. No pasa nada, esto es así.

Las mellizas dragqueen: No, no. Pongan la bañera.

Amelia: Esperen… Susy, mi cielo, poné agua en la bañera. Y prepará toallas.

Emilia: ¿Llamo a la ambulancia?

Las mellizas dragqueen: Ninguna ambulancia. Acá.

Emilia: ¡Mami!

Amelia: ¿Qué pasa?

Emilia: Rompieron bolsa.

Amelia: ¡Susy! ¡La bañera! ¡Ya!

Emilia: No van a entrar las dos.

Amelia: Si, lo practicamos. Entran las dos perfecto.

Susy: Ya está.

Las mellizas dragqueen: Ahhhhhhhhhhhhh.

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Amelia: Está tibia. (A Emilia) Ayudalas a desvestir.

Las mellizas dragqueen: La bombacha no.

Amelia: Cómo que no. Se tienen que sacar todo. No miramos.

Las mellizas dragqueen: No miren. Ayyyyyy. No damos más. Dolorrrrr.

Amelia: Esperen. Respiren.

Emilia: Ahora sí.

Amelia: ¡Pujen!

(Todxs pujan)

Amelia: Bien, mis chiquitas. Hacen bien.

Susy: Bien tías.

Emilia: Denme las manos. Ahí está. No me claven las uñas. Ay, que hijas de puta. No

peguen, mierda.

Amelia: Se ponen nerviosas.

Emilia: No sean bestias. Me sangra la mano.

Susy: ¡Pujen! ¡Pujen!

Las mellizas dragqueen: Ahhhhhhhhhhhhh Ayyyyyyyyyy Dueleeeeeeeeeeee como la

concha de la loraaaaaaaaa.

Un silencio sordo. Amelia recibe a las dos criaturas que nacen. Una se la da a Emilia.

Que se asusta. Pues lxs bebes nacieron con astas de ciervxs.

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Amelia: Cuidado con los cuernos.

Emilia: ¿Qué es esto?

Susy: ¿Cómo es posible?

Las mellizas dragqueen: (exhaustas, transpiradas) ¿Qué pasó?

Se escuchan los llantos de lxs bebés. Todxs lloran. Entra Tito disfrazado de enfermera,

le sigue Susy Leiva que se levanta de la muerte entre tinieblas.

Tito: Permiso…. ¿Necesitan?…

Amelia: La toalla, querida. Y el bisturí.

Tito: Ahí tiene. ¿Qué son?

Amelia: ¿Qué son? Ahí está el cordón. (A Emilia) Guardalo hija, en el frasquito.

Las mellizas dragqueen: Ciervas, cariño. Hemos parido dos ciervitas del bosque

hermosas, a ver mamá. Las queremos tener en brazos.

Amelia: Si, pero tengan cuidado con los cuernos.

Susy: Se dice astas abuela.

Amelia: Tengo tantas cosas que aprender…

Tito: ¿Cómo es posible?

Amelia: Es un milagro.

Emilia: Una bendición. Papá duerme.

Tito: Realmente un milagro.

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Susy Leiva: ¡Santísima virgen!

Susy: ¿Les puedo sacar una foto?

Amelia: Ninguna foto, mi vida. Este es nuestro secreto. El secreto más hermoso que

tendremos.

Las mellizas dragqueen: Ningún secreto mamá. Sacá, sacá. Algún día nuestras ciervas

saldrán por la tele. Por los campos, por las rutas, por los pueblos. Van a maravillar al

que se les cruce con su belleza. Van a correr lejos, a emigrar a países lejanos y exóticos.

Las van a adorar como si fueran Diosas. Porque se les ve a la legua la sangre rosa, la

piel transparente como plástico de colchoneta inflable. (Solo la voz de Maria Eugenia,

que al principio se asusta de escucharse sola, sin su hermana, que está agitada.) Y no

habrá insultos, ni golpizas, ni disparos, los cazadores se van a suicidar todos porque las

astas de nuestras hijas solo podrán deslumbrar hasta la locura. Esa es la maldición con

la que nacieron. (Se calla Maria Eugenia, ahora solo la voz de Maria Laura) Recibirán

premios. Plata. Mar del plata. Mucha plata. Serán millonarias, pero jamás ambiciosas o

mezquinas. ¿Escuchan? Porque la ambición de un ciervo no es otra más que escapar de

los disparos del cazador. Y ustedes ya no tienen que escapar, cielos, ¡nacieron con la

sangre rosa! Susana Gimenez las va a sentar en el sillón de su living room, pero no para

entrevistarlas, sino para pasarles el mando del programa, para que levanten el teléfono y

en vez de decir ¡ganaste un millón de pesos! digan que los dinosaurios no murieron, que

están ahí afuera en forma de milico, vedette, yuta, senador. En Hollywood harán

documentales y películas. En la serie de nuestras vidas queremos que nos interpreten

Natalie Portman y Salma Hayek, que quede por escrito. No menos ¿eh? Nuestras hijas

serán las actrices protagónicas, nadie podrá representarlas mejor, ni hacer prostéticos

79
que sean más reales que sus propias astas. Cuando un par de viejas ricas, las últimas en

la tierra, quieran arrancarles el cuero para hacerse un tapado, ellas correrán con los

genes de los animales. Ágiles como mecheras. Fuertes como rugbiers. Agresivas como

boxeadoras. Dulces y tiernas como maestras rurales. (Maria Eugenia) Nuestras hijas

ciervas llevarán el nombre del viento y del agua y del fuego y la tierra. Serán

abanderadas en la escuela secundaria. Llevarán la bandera del orgullo interespecie (A

Maria Laura) ¿Así se dice? (Maria Laura) Qué sé yo. (Maria Eugenia) Y cualquier

símbolo patrio, nacionalista, lo escupirán con rabia y lo cagarán encima. No habrá ni

celeste ni blanco. Porque desde entonces no habrá otra patria que la patria de las putas,

de las tortas, de las trolas, las maricas, lxs animales marginadxs: las hienas, las zorras,

las yeguas, las perras. La patria de sus madres. (Juntas)Y si alguien les quiere poner una

mano encima, o tirar una piedra, o serruchar sus astas: nos conocerán desde el infierno.

Volveremos con cuchillos y bombas molotov para hacer bosta al que haga falta.

Nuestras hijas se graduarán con honores en las universidades más prestigiosas. En la

graduación romperán en mil pedazos los títulos y después prenderán fuego todo. No

habrá más universidades, se quedarán ellas con los saberes universales y los repartirán

entre los suyos sin mezquindad. Saldrán en las tapas de los diarios con un escándalo

nuevo todos los días hasta la eternidad. Serán inmortales a su pesar. Tendrán dolores

cervicales insoportables por el peso de sus astas, que van a crecer mucho mamá… van a

rascar el cielo con los cuernos.. (Una sola) Van a ser gigantes nuestras hijas. Se van a

enamorar muchas veces, y van a vivir los romances más ridículos y más cursis. Eso sí,

nadie les va a romper el corazón, no se van a atrever. (La otra) Conocerán a su abuelo

solo a través de nuestras historias. Por favor, que no mueran las historias, mamá,

hermana, señora enfermera ¿usted conoció a nuestro papá? Don Alfredo ¿No? Igual

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cuente una historia a nuestras hijas. Una historia feliz. Si no existe, invéntela, que las

historias están para eso. No le digan que murió de cáncer. No le digan la sequía, la

sangre envenenada, los animales agonizando. Digan: su abuelo amó a sus madres como

ningún otro hombre lo hizo. Y digan: su abuelo fue un hombre maravilloso. La gente

decía, dice, que era, es, de otro planeta. Por lo bueno, por lo manso. Digan: una vez,

cuando las Marías eran chiquitas como cabritas, se encerraron en el cuarto de baño,

hurgaron las pinturas de la abuela, se colorearon la cara. Los labios rojos, los párpados

celestes. Y después se pusieron vestidos. Una el amarillo de girasoles. Otra el azul

estampa olas de mar. Siguieron hurgando hasta que en uno de los cajones encontraron

un collar de perlas preciosísimo. Todas dragueadas empezaron a pelearse por el collar.

Que yo lo vi primero. Que a mí me combina mejor. Que yo nací primera. Que es del

tono de mi piel. Hasta que prrrr el collar se parte el medio y las perlas saltan por todos

lados como ranas. Alfredo alcanza a ver cómo del baño sale una legión de perlas, y ve a

las cabritas atrincheradas en la bañera, montadas, tapándose la cara. Primero se queda

congelado, como jugando a la estatua. Después, por favor, saquense las manos de la

cara que las quiero ver. Lo hacen con el miedo y el espanto de quien ha cometido un

crimen que merece un castigo atroz. Sonríe, se le llenan los ojos de lágrimas y dice:

Pucha que están bellas che… ¡qué macana! Y se pone a juntar una por una las perlas. Su

madre nos va a matar, ¿saben? Nunca le contó a mamá lo que vio esa tarde en la que nos

convertimos en señoritas (Solo Maria Eugenia) con la sangre en la bombacha y todo…

(Maria Laura) Y cuando nos pusimos el primer rubor en público y el primer vestido y

las tetas de silicona barata, no dijo que ya conocía la historia, que ya había visto a esas

dos mujeres en el cuarto de baño con un collar de perlas hecho pelota. Se asombró

sutilmente y repitió las palabras ‘¡Qué bellas!’, ‘¡qué macana!’. (Juntas, más juntas que

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antes, que nunca) Esa historia cuenten. Y prepárense todos muy bien, agarrense de algo

fuerte, porque va haber una estampida de ciervos salvajes cuando nuestras hijas tomen

envión, andarán miles con ellas, la seguirán como discípulxs, adeptxs al brillo de sus

cuernos. Será la plaga más hermosa, más violenta de la humanidad. Y será nuestra.

Mueren las dos en la bañera, las ciervas bebé lloran. Enrique entra con la torta

de cumpleaños de su padre, que está muerto en la silla de ruedas. Solo que nadie tuvo

tiempo a reparar, salvo las mellizas. Cuando descubre la sangre en la bañera, se le cae

la torta del espanto y las velas le prenden fuego el pantalón. Tito, que sigue vestido de

enfermera, le tira agua para apagar las llamas, después lo besa desesperadamente, lo

desviste y le hace el amor. Susy se da cuenta que su abuelo ya no respira. Lo abraza y

llora. Emilia le da un beso en la frente. Lo pasean por el campo. Caen del cielo

margaritas. Amelia llora, se desmaya, se recompone, agarra a sus nietas ciervas, mira

hacia el cielo, las acuna con un tango, que todxs cantan a coro:

Aullando entre relámpagos

Perdidx en la tormenta

De mi noche interminable

Dios, busco tu nombre

No quiero que tu rayo

Me enceguezca para siempre

Porque preciso luz

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Para seguir3

Apagón

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Canción de Enrique Santos Discépolo.

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