El Ultimo Relampago en La Tierra - Nicolás Ignacio Giovanna
El Ultimo Relampago en La Tierra - Nicolás Ignacio Giovanna
El Ultimo Relampago en La Tierra - Nicolás Ignacio Giovanna
La Ruffinetti
Y por fin saber que todo es casi, casi nuestro y casi ajeno, casi cierto y casi sueño.
Horacio Ferrer
Silvina Ocampo
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Personajes
Enfermeras.
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1. La historia vuelve a repetirse
Amelia: Es temporada.
Alfredo: ¿Cómo?
Amelia: Hay que sacudir las camas y fijarse en las zapatillas, los lugares oscuros, el
Amelia: La Susy…
Alfredo: ¿Qué?
Alfredo: …
Amelia: Las cosas le pasan por el lado y ni cuenta se da. Ni una cosquilla, un
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Alfredo: Hay que ponerle tapón a la bacha.
Alfredo: El tapón.
Amelia: Sin dolor en las articulaciones, ni al agacharme para arrancar los yuyos, o para
Amelia: El tiempo como el aire y el olvido un pañuelo con el que una se limpia los
Alfredo: ¿Dónde?
Amelia: En el primer cajón, te dije. Como si fuera chica y no me importara nada salvo
correr desnuda y que afuera llueva para poder rodar por el barro...
Alfredo: El cielo.
Amelia: Despejado.
Alfredo: Un presagio.
Amelia: …
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Alfredo: No. Esperá, sacate el pulover.
Alfredo: Sacalo.
Amelia: Blancos.
Amelia: Cortala.
Amelia: Ya empezás.
Amelia: Me cansás.
Alfredo: Cuando nacieron las Marías, el Enrique. Y de golpe los escupiste. En distintos
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sentías. Que traer la vida al mundo era no sé… como ir a hacer una compra, un
Amelia: Yo te dije. De golpe no. Primero un aviso, el presagio del viento, como vos
decís, después un par de gotas que caen, suaves. A los minutos más densas, una atrás de
la otra, atrás de la otra, de la otra. Como si algún Dios estuviera llorando de a poquito
una pena incontenible. Después si, el cielo gris opaco y oscuro como los ojos del tío
Luis: un relámpago que parte el cielo. Y entonces, la niña; la primera María, el rostro de
que no late, el grito de tu mamá ¿Te acordás? gritaba que había nacido muerto, y yo
toda transpirada, hice fuerza para no pensar en nada hasta que me devolvieron la
criatura y la tuve en mi pecho y ahí sí, de nuevo, las lágrimas, el rostro de la virgen, el
diferencia, viniendo juntas, a compartirse vaya a saber qué, con esa salchichita entre las
piernas y el grito más fuerte de todos, y ninguna virgen, ningún llanto, ningún rito. Un
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Alfredo: Claro.
Alfredo: Y bueno…
Alfredo: Mirame.
Amelia: No sé.
Alfredo: Pensá.
Amelia: Flaco.
Alfredo: Y…
Amelia: Y los ojos verdes igual que cuando te conocí. El mismo color, el mismo brillo.
Alfredo: …
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Alfredo: No.
Emilia: (a sí misma, habla sin parar) Hace horas que viajo desde la capital hacia el
campo La Primavera en la camioneta que era de mi papá. Ruta Nacional 36. Pasando
pega a la piel, menos mal que me traje el termo con café, me tomo un trago ¡si seré hija
de puta! Está hirviendo, me quemo el paladar. Espero que se enfríe. Todo está desierto.
Campo campo campo. Soja soja soja. A lo lejos, unos árboles que son el indicio de
alguna casa, no la mía, no la nuestra. No debe faltar tanto. Espero una hora más o
está alto, lo tengo que llamar al Walter para que lo corte. ¿Cuánto hace que no venía?
Entro sin hacer un solo ruido. Escucho que en el comedor mi mamá discute a los gritos
con mi papá. Las cosas que no cambian nunca. Está todo oscuro, aún así puedo ver
claramente una mesa con una lámpara dorada, el sillón tapizado, los cuadros de los
memoria. Voy a cumplir cincuenta años, pero hay cosas que quedan en el cuerpo,
marcadas a fuego, como el tatuaje que nunca me animé a hacer. Una vez le rompí la
fuente regalo de bodas, una de las pocas cosas que le quedaban a mi mamá de la abuela
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Margarita. Me miró fijo, los ojos celestes se le transformaron rojos. Me agarró del
brazo, me zamarreó, me gritó, me golpeó sin querer contra los muebles. Mi papá, que
estaba trabajando en la huerta, vino corriendo ni bien escuchó los golpes y los gritos, se
abalanzó sobre ella con las manos llenas de barro y la apretó fuerte, parecía que se
estaban abrazando. Y que abrazar era una lucha cuerpo a cuerpo. Me sangraba la
cabeza. Siempre había un motivo, o las notas de la escuela, o los novios que tenía, o mi
manera de caminar, de mirar, de comer. Siempre había algo que la sacaba de quicio, que
no le gustaba de mí. A veces pienso que nunca quiso tenerme, porque lo único que
recibí de ella fueron desprecios. También unos ñoquis con salsa exquisitos, hay que
decir todo. Voy a la pieza, abro el placard, en unas cajas hay pelucas, todavía con tierra.
Tres pelucas hermosas con distintos peinados. Las usaba para ir a los bailes, me acuerdo
como si fuera hoy el tiempo que le tomaba cambiarse, que el labial rojo, que la sombra
celeste, que los vestiditos de gasa, el collar de perlas de plástico. No había forma de
interrumpirla en el ritual de belleza rural. Sigo hurgando. En el fondo, una caja más
grande con el vestido de novia, qué cinturita tenía mi mamá, las avispas habrían sentido
envidia al verlo. En una cajita más chiquita, las corbatas de mi papá, y un frasquito
vacío de la colonia barata que usaba, esa que tenía el dibujo de un caballo. Mi papá
cantaba tango. Digo cantaba porque cada vez lo hace menos. La última vez intentó con
la que dice: “Mozo tráigame otra copa…”. No pudo, no sólo porque está sordo -y ahí la
cuestión musical se complica- sino porque a veces le cuesta hablar, no le salen las
palabras, más bien un sonido gutural, grave, profundo, errático. A veces pienso que en
esos momentos es la muerte la que habla y no él. Hay que saber aceptar el fin de las
cosas, me digo, sino una queda como estúpida dándole al pelo con el peine para el
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brushing cuando hace más de cuarenta años que no estamos en los ochenta. (Llega al
Amelia: ¿A mí no?
Emilia: Ya saltó.
Amelia: Bah.
Enrique: Esperame que bajo las cosas mami. (A Emilia) Ayudame, hermana.
Susy: ¡Nono!
Amelia: ¡Escuchá!
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Susy: Ahí está, abuela… ¿qué pasa?
Alfredo: Es imposible.
Tito: ¡Buenas!
Tito: ¡No te puedo creer! ¿Cuándo creciste tanto? Cuando te conocí apenas tenías unos
meses…
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Tito: Claro… tu papá te trajo y… ¡cómo pasan los años! (A Alfredo) Maravillosamente,
¿usted?
Alfredo: ¿Cómo?
Amelia: ¿Dónde?
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Tito: Ruta nacional 9.
Amelia: ¡Pobrecita!
Tito: Parecía que el marido viajaba borracho, y llovía. Y bueno, el auto chocó con otro
Alfredo: De 1966.
Susy: ¿Qué?
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Tito: Por un momento pensé…
Tito: ¡Ja! Es cierto… no nos escuches… tomé unas copas de más… no me escuchen.
Se escucha el sonido seco de un choque. Susy Leiva que está en el fondo del escenario,
tiene un espasmo en todo el cuerpo y cara de golpe. Pega un grito y cae seca al piso.
Amelia: ¿Y a mí?
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Emilia: ¿Dónde están las copas?
Alfredo: En el patio, anda a llamarlas Susy, que tenemos que brindar todos.
Alfredo: Qué bien ni que bien. Qué le puede hacer una mancha más al tigre…
Las mellizas dragqueen: Nos iban a dejar sin el alcohol… ¡Qué descaro!
Las mellizas dragqueen: (Pega el corcho en las tetas de Maria Laura, rebota y pega
Tito: Disculpen.
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Emilia: Brindemos.
Las mellizas dragqueen: ¡Por nosotras y nuestras bebas que vienen en camino!
Enrique: No empieces.
Enrique: No podés…
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Alfredo: ¿Qué sabrá usted?
Alfredo: ¡Ja!
Alfredo: Cada vez que alguien sacaba el sifón decía ¡ahí viene el agua enojada!
principio con bronca, después empieza a reírse y le dispara un chorro a Enrique, y otro
a Susy. Y así van sacándose el sifón y mojándose. A sodazos. Vuelcan vino. Se mojan
por completo. Quedan solo Susy y Alfredo. Ella lo seca con una toalla.
Susy: Nono…
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Alfredo: Mande.
Ahora mismo… que la veo sonreír. Pero la verdad es que me parecería un poco cínico
ser feliz en un mundo como este, hija, qué quiere que le diga… ¿Usted?
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2. Las caricias de mi amor
Silencio. Está todo oscuro, todxs se fueron. Quedan solo Amelia y Alfredo.
Alfredo: Bah.
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Alfredo: Es lo mismo.
Amelia: ¿Ves?
Alfredo: Y bueno…
Alfredo: …
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Amelia: No, eso no. Son animales como nosotros. ¿O usted emana rosas cuando
Alfredo: ¿Entonces?
Amelia: Esta llanura verde que nos envenena la sangre. Algún día me voy a cansar y
voy a prender fuego todo. A ver si así vemos algo más que el horizonte. Una montaña,
un cerro aunque sea del fuego. No me importa el olor a humo, lo prefiero mil veces. Me
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Amelia: ¿Qué noche? Tengo sueño.
Amelia: Ah sí…
Alfredo: El humo estaba por todas partes, menos mal que me desperté y te zamarreé.
Estabas inconsciente.
Amelia: Si. Me acuerdo que mi papá casi te mata, casi le prendes fuego todo el establo.
Alfredo: Yo tenía la camisa amarilla como cada vez que iba a tu casa.
Amelia: Bah.
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Alfredo: No querías.
Amelia: No.
Amelia: A desgano.
Amelia: ¿Qué?
Amelia: ¡Ja!
Alfredo: Pará.
Alfredo: Vení.
Alfredo forcejea, los dos terminan cayendo al piso. Quedan cuerpo contra cuerpo. Ríen
a carcajadas
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Amelia: ¡Ja! El hombre fuerte del establo. Te falta el bigote no más y estás igual.
Amelia: Está lindo el piso, fresquito. ¿Cómo miércoles nos vamos a levantar?
Alfredo: Ayudame.
Amelia: Ahí.
Alfredo: Y el pantalón.
Alfredo: ¡Dale!
Los dos quedan desnudos en el piso, se miran. A Amelia se le humedecen los ojos, él le
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Amelia: Nos vamos a morir.
Alfredo: …
Alfredo: …
Alfredo: No.
cuerpo a la naturaleza. Que sea un sábado o un domingo para que puedan estar todos…
que llueva un poquito para acentuar la nostalgia y que después salga el sol. Que se vea
un arcoíris. Que digan que el arcoíris salió por mí, que llovió por mí, que paró por mí.
Que no me olviden nunca. Quiero morir dormida, en la cama, en nuestra cama de toda
la vida, con las sábanas blancas, planchadas, almidonadas. Y con el camisón rosado, y
los rulos hechos. ¡Bah! Si seré pretenciosa y estúpida. Ya hablo pavadas, como vos. Me
estás contagiando.
Se besan, se acarician con una ternura insoportable. Infantil, íntima. Alfredo intenta
subirse arriba de Amelia, pero no puede, ella se da vuelta y quedan en posición fetal los
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dos. Alfredo intenta algunos movimientos con la pelvis hasta que se cansa. El llanto de
Amelia se va yendo, como se va el mar cuando la marea baja, como se van los ciervos
dragqueen, Enrique, Tito, Susy, Emilia. Enrique la agarra a Amelia por las axilas, la
Emilia: ¿Tito?
Emilia: ¿Vos?
Enrique: ¿Qué?
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Enrique: Les puede pasar cualquier cosa.
Emilia: Si…
Emilia: Está chiflado. Quiso subir al techo de su casa de noche. ¡A quién se le ocurre!
Tito: ¿Cómo?
Emilia: Si… entró en un delirio, según él vio una luz que lo llamaba. Era la abuela
Margarita que le decía que subiera, que tenía algo para él, que se apurara. Y bueno, puso
la escalera y subió.
Emilia: Cayó, se quebró la cadera. Los hijos escucharon el ruido sordo, seco y salieron
corriendo.
Emilia: Son como niños. No les podés sacar los ojos de encima… Tomá el café.
Tito: Gracias.
Tito: Gracias.
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Tito: (A Enrique) Vení.
Enrique: ¿A dónde?
Tito: Mirá, vení… (Lo agarra del brazo) ¿Te contó tu papá?
sed. Tu papá y el Humberto lo rescataron. Está acá ahora. Cuando me contó se largó a
llorar, dice que es igual al Brillante, el caballo que tenía tu mamá. Blanco como la luna,
con unas manchas marrones en los ojos y en las patas. Está hermoso. La semana pasada
Enrique:…
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Enrique: …
Tito: ¡Ja! No, claro… Hay que tirar la casa por la ventana… ¿Y después?
Tito: Claro…
Enrique: …
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Tito: Me gusta cuando estás cansado. Cuando los ojos se te caen. Y el pelo se te
Tito: Siempre.
Tito: A mí no me importa que el tiempo pase, ahora nos vemos y sigo pensando que sos
hermoso. ¿Qué?
Tito: Bancatela.
Enrique: Ya sabés.
Tito: Vos también sabés. Esta es mi tierra, soy feliz entre los chanchos y los caballos,
cuidando las gallinas, la huerta, ayudar a mi papá, al tuyo. Me levanto temprano, pongo
la pava, me siento debajo de los árboles, respiro, un café, no sé. No puedo irme de acá.
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Enrique: Yo me sentía más solo que la mierda.
Tito: …
Tito: …
Enrique: Ah…
Tito: ¿Qué?
Tito: No me lo pediste.
Enrique: Te supliqué.
Tito: No inventes.
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Tito: No sé, yo no…
Enrique: No quisiste.
Tito: Perdón.
Tito: Perdón...
Voy en el sulqui de mi tío directo a la escuela. Llueve, pero mi mamá no me deja faltar
ni un día. Así esté enfermo, no se falta. Muchas veces, a escondidas, pongo la frente lo
más cerca que puedo de la plancha, pero es implacable. Tomamos el camino principal,
mi papá se moja, pero está acostumbrado. De repente una manada de toros salvajes se
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nos cruza, mi tío frena los caballos de golpe. Desbarrancamos. Me caigo, me embarro.
Los toros enfrentan a nuestros caballos y pelean como nunca antes vi pelear a nadie, un
toro le clava los cuernos en el pecho al Tornado, y lo mata. Sangre por todas partes. Mi
papá no hace nada. Por el camino de al lado viene otro sulqui. Los toros escapan. Mi tío
hace señas para frenarlo, le pide por favor que me lleve al colegio, que le haga ese favor.
El señor asiente con la cabeza y mi tío me sube. Veo unos ojos gigantes verdes. Tito,
susurro. No sé cómo se llama, apenas lo veo es lo único que me sale decir. Tito, sí.
¿Vos? Quique. Él también está todo empapado. Saltos y pozos. Agárrense grita el señor,
el papá de Tito. Y nos agarramos fuerte el uno al otro. Los cuerpos mojados. El
guardapolvo translúcido. En un retobe del caballo nuestras bocas se juntan sin querer y
de golpe. Y cuando todo se vuelve a acomodar, lo volvemos a hacer. Juntamos las bocas
hasta que llegamos al colegio y las separamos justo antes de que su padre nos ve. Estoy
seguro que el Tito se dio cuenta que yo tenía en la boca el sabor de la bronca del
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3. Yo tengo la sangre caliente
Amelia: ¡Claro! La Chocha y el Albino. Están entusiasmados los viejos. Supongo que
mañana mismo llegan de Punta del agua. Tu padre está preparando una canción. Dice
que va a ser la última vez que va a cantar. Que aprovecha para retirarse.
Amelia: Eh… la de… esa que dice: Mozo sírvame otra copa y sírvase de algo el que
Enrique: Es linda…
Emilia: Le dio unos golpecitos suaves a una copa con una cuchara y todo el mundo se
calló la boca.
Las mellizas dragqueen: Tenía puesto ese traje cremita, con la camisa celeste.
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Emilia: Y corbata blanca.
Las mellizas dragqueen: El Albino, que era un señor con todas las letras, se ruborizaba
ver a la Chocha, porque eso era lo que transmitía, una chochura, un goce, un placer
desenfrenado.
Amelia: Se olvida mucho de las cosas. La última vez que la cruce no me reconoció, me
saludó con un abrazo y me dijo ¡tanto tiempo! Aunque me miró como si fuera una
desconocida.
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Las mellizas dragqueen: ¡Pobrecita!
Amelia: Un horror. Prefiero que me corten una pierna o un brazo a olvidarme de todo.
Amelia: Es la verdad. Toda una vida desperdiciada. Ni a los hijos reconoce. El Albino
dice que hay momentos que está lúcida, como si nada pasara. Pero cada vez son menos,
Las mellizas dragqueen: Cuando nos trepábamos a los rollos de alfalfa y esperábamos
que caiga el sol, que todo se ponga azul oscuro para atraparlas.
Las mellizas dragqueen: Las soltábamos enseguida. Si, horrible. Qué manía que
tenemos los humanos de querer capturar todo lo que nos parece hermoso. Como si lo
quisiéramos retener lo más posible. Eso hacíamos. Podíamos estar horas mirando lo
hermosas que eran. No podíamos entender como un bicho podía ser también una luz que
volara.
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Amelia: Si, lo sigue haciendo.
Amelia: Ahora más. Porque él hace esfuerzos enormes para que retenga, para que se
acuerde. Pero el olvido es como una aspiradora, chupa todo. Y no hay pedagogía que
Las mellizas dragqueen: La odia porque la ama, odia que el olvido le chupe el amor.
Amelia: Cuando se los ponen en las manos lo toca como cuando tenía veinte años.
Amelia: Si, no lo pueden creer, dicen los neurólogos que es una parte del cerebro que la
enfermedad no tocó.
Amelia: Si no la van a tener que dopar. Y da una pena verla así de ida.
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Enrique: Uff qué rico.
Enrique: Pastel de papas sin carne, no es pastel de papas. Que coma ensalada y no
Emilia: ¡Enrique!
Susy: No quiero la carne ni la sangre de nadie en el estómago. ¿Por qué te cuesta tanto
Susy: Las carneadas, los frigoríficos, las granjas, el feed lot, las gallinas hacinadas,
olvidas de la abuela Dora? Que aunque pedía mucho que vayamos a verla, vos no
querías, porque te daba miedo y te asustaba verla así. ¿Sabes qué? En cada visita las
remeras le quedaban más grandes, como una nena que jugaba a ser un fantasma con
sábanas viejas, haciéndole buh al que sea que le pasara al lado, con la piel pegada a los
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huesos. No se le entendía nada lo que decía, quería decir muchas cosas al mismo
tiempo, las cosas que nunca dijo y que ahora quería decir de golpe. La última vez que la
vi estaba en el hospital, perdida, pero apenas me vio dijo ‘Mi Susy’, no me decía así
desde los seis años. Estaba llena de cables y aparatos. Estiró las manos para que fuera a
abrazarla, y fui con cuidado, sonreía, fue el abrazo más raro que di en la vida, como
la fuerza justa para decir chau. En dos horas se murió. A los pocos años le siguió mamá,
exactamente lo mismo que la abuela, las remeras grandes, el juego del fantasma, la
quimioterapia, los tres años, las dos semanas, el día de vida. Qué fácil te olvidas de las
cosas papá.
Susy: Cómanse una vaca viva si quieren. Un perro, una paloma. (Se va).
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Enrique: No se metan.
Enrique: No me busquen.
Enrique: Los voy a hacer mierda. Putos de mierda. Me tienen harto en esta familia todo
el mundo con sus arranques, sus teatros. Parece que el único cuerdo soy yo. Están mal
de la cabeza. Mal. Mal. Tienen que encerrarlos. No sé quién carajo les metió esas ideas
(Señalando a Alfredo) Este infeliz que nunca tuvo los huevos para pegarles una patada y
sacarlos a la calle cuando hacía falta. Ahora no hay quien los pare a estos travestis.
Alfredo: No insulten a las ratas que son más nobles que este sabandija.
Las mellizas dragqueen: Te vas a tener que lavar la boca con jaboneta. Infeliz, nunca
pudiste hacer lo quisiste, porque tenes miedo de aflojar el corazón. La argolla del culo
tenés que aflojar vos... Sos un cagón, pensás que podés decirle a todo el mundo lo que
tiene que hacer, cómo tiene que vivir. ¿Y vos? ¡Ja! Nos meamos de la risa.
Enrique: Locas de mierda. A mi me va muy bien así como estoy. Pero ustedes son unas
Cae el piso. Amelia grita, cuidado con las criaturas, pero nadie la escucha. Enrique y
las mellizas dragqueen pelean como animales, se agarran de los pelos y tiran
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manotazos pesados. Las mellizas lo tienen a Enrique contra el piso, lo dejan casi sin
respiración, están a punto de matarlo, de arrebatarle la vida, como un alacrán. Las dos
al mismo tiempo lo sueltan. Están transpiradxs. Enrique rojo, tose, le cuesta respirar, se
arrastra por el piso, balbucea cosas. Entra Tito, se tira al piso con él, lo sostiene, le da
agua, lo besa.
Las mellizas dragqueen: Nunca más nos vuelvas a poner una mano encima.
Enrique: Dejame.
Enrique: Mentira.
Tito: ¿O no?
Enrique: El trabajo…
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Tito: Unos días más, para que podamos estar un poco juntos, hablar bien.
Tito: ¡Mirate!
“Vos, que me hiciste llorar.../ Vos, que eras todo rencor.../ Mensaje.../ Mensaje con que
te digo/ Que soy tu amigo/ Y tiro del carro contigo.../ Yo, tan chiquito y desnudo/ Lo
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Mensaje de Pablo Goyeneche
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Tito: Dormite, mi amor. Ya está.
se va en puntas de pie.
Enrique: (dormido sueña con los ojos abiertos) Estamos en el arroyo cerca de su casa.
Nos tiramos encima del mantel de flores de mi mamá. Sacamos una botella de Ginebra
y bizcochitos de grasa con azúcar. Un trago, un bizcochito. Vemos como los caballos
llegan de a uno a tomar agua, se demoran lo más que pueden con el hocico en el agua.
No nos miramos, solo nos pasamos la botella. Hasta que el me toca. Todavía no, pienso.
Así que le saco la mano, la mirada fija en el agua que corre. Tomo otro trago y otro. Se
acerca y me alejo. Otro trago y otro. La garganta ya está caliente como si fuera la fogata
de un bosque. Otro trago y otro. Todo da vueltas. Olvido hasta mi nombre. Solo un
mareo y la palabra Tito en los labios. Recién ahí sí, como el cruce de los toros salvajes,
me abalanzo encima de él y en una trompada pego mis labios a los suyos. Él quiere
besar, yo solo puedo apretar fuerte. Me empuja, pero no quiero irme de ahí, no quiero
dejar de apretar.. Tito, es lo único que sé decir. En el forcejeo gana su fuerza y caigo al
arroyo. Tenemos los labios rojos rojos. Avanzo y vuelvo a pegar mis labios, más fuerte
que antes. La corriente me ayuda, siento su lengua y la dejo entrar, siento su mano en
mis piernas y la dejo entrar. Me saca la ropa, se saca la ropa. Todo mareado, otro trago.
Solo Tito. Me apoya sus labios rotos y recorre mi piel de gallina- Todo mi cuerpo
recorre con su lengua hasta que llega bien abajo. Me la chupa. Tito, grito, pero quiero
decir que pare, que se aleje, que no soy maricón como él. Pero como no tengo palabras
lo empujo y le pego una patada. Y junto mis labios a los suyos. Y grito Tito y él todo
rojo. Y Tito y ¡paf! le pego una cachetada con el dorso de la mano, bien abierta, bien
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generosa. Y después un cabezazo que nos deja la frente sangrando. Tito y me arrepiento
y me largo a llorar y lo abrazo. Tito y rompe en llanto él. Tito y me dice te perdono. Tito
y te quiero. Tito y me pasa la mano temblorosa llena de sangre por el pelo con una
ternura violenta, como si en ese gesto estuviera de verdad la manada de toros salvajes
chocando contra el sulqui cuando nos conocimos. Tito y nos quedamos dormidos en el
arroyo. El sabor de la sangre del Tornado. Tito y un zumbido. Tito. Tito. Tito.
Amelia: Bueno, pero andá a tu pieza. No te quedes ahí en el piso. Me da miedo por los
bichos.
Enrique: No…
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Amelia: Alacranes, nene, hay por todas partes. Tu padre encontró uno en el galpón y
Amelia: No digas pavadas. Y ponete hielo en la cara que parecés un esperpento así todo
hinchado…
Amelia: (Se va. Mira el piso en el que hace rato estaba dormida junto a Alfredo. A sí
misma) ¡Descansar! ¡Si, claro! Como si fuera fácil descansar en esta casa. He
descansado en muchos lugares… Si, fueron tantos los lugares en los que dormí que me
cuesta acordarme de todos o tener uno preferido, aunque elegiría cualquiera a esta casa
fría llena de gente que grita y se agarra a las trompadas por cualquier cosa. Siempre me
costó dormir. Me asusta ese momento en el que una pierde la conciencia. Me da miedo
porque las noches son capaces de revelar el estado de las manos, las arrugas y las
manchas, el tiempo pasa y nos quedamos dormidos, así de simple. Como un ejercicio
que se practica toda la vida. Un ensayo casi interminable, casi ininterrumpido, casi
Brillante. Habíamos viajado por el campo todo el día. Yo estaba harta de arrancarle la
leche a las vacas con mis propias manos. Habré tenido siete años, ocho como mucho.
Estaba transpirada, y el Brillante iba lento, estaba cansado también. Entonces fuimos
derecho al arroyo. Mamá no nos dejaba ir al arroyo, a veces se ponía bravo, decía ella y
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tenía razón. Podía transformarse cuando la lluvia lo envalentonaba. Rugía a sus anchas,
se convertía en río, en mar, en tempestad. Pero no nos importó nada, estábamos muertos
Brillante comió unas flores, un poco de pasto y después se tiró al piso, al lado mío, para
que lo acaricie. Siempre hacía eso, se tiraba y me miraba con esos ojos marrones como
piel de oso, me pedía que le saque todo, las monturas, las riendas, todo y lo hacía sin
Brillante lloraba. Le caían lágrimas, lo juro. Mi mamá nunca me creyó, nunca creyó que
a un animal le podían caer lágrimas de tristeza como a un humano. Esa tarde lloró y se
quedó dormido. Me dormí encima de él peinándole las crines. Fue la cama más suave y
más dura de todas. La más viva. La más triste. Aunque sí, he dormido en el piso, en
carpa, en esos viajes que duraban una semana con todos los chicos a cuestas en Yacanto
o El Durazno o Mina Clavero. He dormido sola, bien acompañada, con mi papá una
vez, mi mamá ninguna. Mi tía, mi abuela, mis sobrinos. Con Alfredo, casi sesenta años.
hiena que había nacido muerto. Dormí con el espanto de una madre que pierde a su hijo.
Dormí boca abajo, boca arriba, en posición fetal, con una pierna afuera en verano, con
las dos adentro en invierno. Dormí mucho y ronqué mucho. Y soñé mucho mientras
dormía. Con el Brillante soñé… que no se moría nunca. Era inmortal y libre y no
lloraba. Se reía. Se cagaba de risa el Brillante mientras corría por los campos de
Brillante si se murió, no pudo correr nunca libre por el campo. Un día desapareció y mi
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papá dijo que se había perdido. Con el tiempo supe que lo habían llevado al frigorífico.
Que el Brillante se había convertido en mortadela barata, opaca, que quizás yo misma
había comido la carne sobre la que dormí. Y desde ese momento tengo una bronca en la
garganta que no puedo quitar de encima. Grito y carraspeo a ver si se me va. Pero
cuando alguien aparece de repente o dice mi nombre o aplaude con las manos o llora,
vuelve el odio. Me despierto todas las noches con esa bronca equina que viene de no sé
dónde pero muy profundo. Es que no existe ni existirá una cama más suave y más dura
y más tierna que la que el Brillante me regaló con su cuerpo esa noche en el arroyo. Si
alguien me preguntara, le diría que me quedaría toda la vida ahí. Dejaría todo, la casa
del campo, la huerta, Alfredo, mis hijos, el collar de perlas, todo dejaría por volver a
estar con el Brillante, por dormir una vez más arriba de su lomo.
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4. Qué vida tonta esta
Susy Leiva: Ahí está. ¡Qué extraño! Hubiera jurado que mis fans estaban todos
muertos…
hemos dejado de hacerlo. También queremos ser cantantes o actrices como usted…
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Susy Leiva: Descubrí que podía cantar cuando era muy pequeñita. Un día me puse a
llorar y descubrí que tenía una voz aguda y poderosa, una voz que venía dentro de mí.
Entonces, todos los días, apenas me levantaba subía al techo. Mi madre me preguntaba
¿Dónde va usted tan apresurada? Voy a llorar, contestaba, porque creía que cantar era
llorar. Y así canté siempre. Las penas y las alegrías, como ese tango que dice:
Susy Leiva: Cuando tenía que cantar muchas veces una misma canción, quiero decir…
cuando tenía que llorar muchas veces, practicaba al frente del espejo. ¡Y lo bien que me
salía en el baño de mi casa! ¡Las escenas que me inventaba para ser otra! Porque no
podía cantar siendo yo misma. Tenía que ser otra. Tenía que actuar. Frente al espejo
descubrí una catarata de gestos de otras. De mis abuelas, mi madre, mis tías, mis
amigas, las desconocidas que me cruzaba, las maestras, la panadera, las chinitas que me
odiaban por linda. Y en cada presentación le pedía a alguna de ellas que me tomara el
cuerpo, que me tomara la vida. Lo mismo hice en los sets de cine. Me abandoné para
que aparezca otra. No sé, siempre pensé que eso era actuar.
Susy Leiva: ¡No se si maravilla! Una aprendía a los golpes, equivocándose como burra.
No había otra opción. Me acuerdo cuando hicimos Dos quijotes sobre ruedas. Había
una escena en la que yo me tenía que insinuar a los dos camioneros, como una…
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Susy Leiva: Eso, sí. Mi personaje se les insinuaba para que la llevaran a la ciudad. Su
Pero era muy pobre y no tenía cómo ir. Entonces ve el camión y lo frena. Y los
camioneros se obnubilan con la belleza de esta mujer, con la belleza mía. Y yo ahí tenía
Susy Leiva: Eso, si… y las piernas también las tenía que tener al aire, y…
Susy Leiva: Si, se me veía un poco. Y tenía que decir un texto… no muy largo… pero
Las mellizas dragqueen: (Actuando como Susy Leiva) ¡Llévenme señores camioneros!
Susy Leiva: En esa escena y en todo el rodaje yo pensé en la Catalina. Una mocita que
me había robado un novio. Estábamos en un baile, ella se acercó muy cocorita y empezó
cómo se le habían encendido las mejillas y cómo le brillaban los ojos. Cómo ardía esa
muchachita en frente de mi novio. No fui yo la que interpretó las líneas que estaban en
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Mellizas dragqueen: El orto.
Susy Leiva: Con los dos camioneros. Fue un escándalo para la época. ¡Imagínense!
Una mujer así en una película, que hacía todo por su hijo. Que se estaba por morir. ¡No
había manera de juzgarla! Y entonces pensé que Catalina tenía corazón, que si su hijo se
hubiera enfermado -el hijo que tuvo con el novio que me robó-, hubiera sido capaz de
dejar todo, de entregar el cuerpo, el alma, la vida, por su hijo. Y entonces, cuando
terminé de grabar me largué a llorar. Porque su alma tocó mi alma. ¿Me explico? Tan
fuerte me tomó el alma que no podía dormir, pensando que su hijo podría estar enfermo.
¡Yo había tomado prestada su vida para hacer una película! Y entonces supe que sí, que
actuar era tomar prestada una vida. Una cosa así no podía ser gratuita. Hay un precio
que pagar. Siempre hay un precio que pagar, muchachas. Por meses no pude dormir…
Hasta que fui a verla. Fui hasta su casa. En una mansión vivía la…
Susy Leiva: Y tenían siete perros de raza, dos niñitos rubios de ojos verdes y cuando
golpeé las manos y la vi, estaba embarazada. La panza grande como la de ustedes. Más
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Susy Leiva: La abracé. Ella no supo qué hacer, porque no entendía ni quién era yo.
Susy Leiva: Y cuando le dije mi nombre, agachó la cabeza, se llevó la mano a la boca y
susurró: la dama del tango. Asentí, ella hizo una reverencia. Pase, por favor. Sólo vine a
saludar. Pase, que pongo el agua para un té. La admiramos mucho en casa… la
escuchamos mucho.
Susy Leiva: A él no lo quería ni ver, solo quería saber si los chicos estaban bien, si ella
estaba bien. Si no había alterado para siempre la vida de esta pobre mujer.
Susy Leiva: Si, claro, pobre nada. Ahora era rica. Más rica que yo, que me pelé el…
Susy Leiva: Y entonces tomé el té. Me quedé callada un rato, no sabía cómo explicarle
por qué estaba ahí. Así que dije que estaba recorriendo el lugar porque íbamos a filmar
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Susy Leiva: Ella me contó un montón de cosas. Me dijo que el marido…y cuando
Susy Leiva: Podría haber sido el mío… me dijo que hizo unos negocios que salieron
bien, muy bien, unas ventas que multiplicaron el patrimonio y que rápidamente se
los ojos. Le tomé la mano, las tenía frías como las de un muerto. Y ahí me dijo que uno
de sus hijos…
Las mellizas dragqueen: Otro más tenía, ¡como los conejos la loca!
Susy Leiva: Valentino, dijo, y se le metió un nudo a la garganta, que más que un nudo
era su corazón que no la dejaba hablar. Y yo empecé a temblar, y tuve que soltarle la
mano porque no la podía controlar, me las agarré y las llevé a la falda para que se
calmaran. Había ido ella sola con los tres niños al río, a pasar el día. El marido…
Las mellizas dragqueen: Que podría haber sido tuyo y solo tuyo.
Susy Leiva: Estaba en plenas negociaciones en la Capital. Entonces ella tan regia
decidió pasar el día en el río. Llegó tranquila con las criaturas, puso las reposeras,
Valentino, el niño, que no tenía más de tres años, se metió al agua. Se creyó sirena sin
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aunque pataleaba como caballo… era tan chiquito, ¡cómo iba a saber nadar! Ella abrió
los ojos grandes y miró por todos lados y le faltaba un niño. Miró al río y no vió nada. Y
empezó a gritar desesperada. Los otros dos lloraban, no entendían nada. Se metió y
buscó y buscó. Y gritó, pero no había nadie en el río ese día. Estaba sola. Y de repente
vio un bultito blanco y corrió como una perra corre por un pedazo de carne cruda para
hincarle los dientes. Valentino no respiraba más, tenía los pulmones llenos de agua. Le
besó la boca, pero no supo hacer la respiración para salvarle la vida. Y volvió a gritar.
Ya era demasiado tarde. Tenía un cachorrito menos, dijo. Me partió el alma. Tragué
Susy Leiva: Y pasó justo el mes que filmé Dos quijotes. Cuando dijo las fechas sentí
que me desmayaba. Una culpa descomunal. Más grande que el sol y la luna.
Susy Leiva: Nunca había sentido un sentimiento igual. Comencé a rezar, ella seguía
una letanía que no podía parar para escucharla, porque el peso de lo que había hecho me
estaba aplastando.
Susy Leiva: Volví a decirle que lo sentía mucho, le apreté la mano y me fui. Nunca más
actué, no hice más películas, no hice más teatro. Ni un solo gesto de otra. Tuve que ser
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yo misma. Porque entendí que actuar no era para mi, que podía arruinarle la vida a las
personas. Y de eso no se vuelve. Hay que tener tripa para actuar, mentir miente
cualquiera. ¿No? Para actuar, hay que… no sé… hay que tener el nombre flojo, las
Susy Leiva: Y sobre todo: el corazón fuerte. Abierto y fuerte. Sano. Sólo así se puede
Las mellizas dragqueen: ¡Susy! Nos partís al medio. ¿Y cómo te fue siendo vos
misma?
Susy Leiva: Exactamente así. Y mi cara fue un show de gestos de horror y espanto.
Desafiné como…
Susy Leiva: La gente abucheaba, algunos se iban. Para salir del paso fingí un desmayo.
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Susy Leiva: Que me salvó la vida.
Susy Leiva: Por eso, muchachas, me salvó la vida el accidente. La verdad es que no sé
Se escucha el sonido seco de un choque. Susy Leiva tiene un espasmo en todo el cuerpo
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Amelia: Es la verdad. Ya van a ver ustedes, malagradecidas, cuando tengan mi edad y
Las mellizas dragqueen: Nosotras vamos a envejecer con dignidad… Vamos a hacer
yoga y pilates, quien te dice un lifting por acá, un bótox por allá, un ácido hialurónico
en la jeta. Con todas las cosas que hay para hacer hoy. Nos vamos a teñir el pelo de
Amelia: Malagradecidas… tendría que haberme quedado con los chanchos. (A Susy)
Amelia: Y… mírame… una no puede hacer… lo que hacía antes… pero bueno, de
Amelia: …
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Amelia: Nunca me lo preguntaron.
Las mellizas dragqueen: Es que nunca te vimos bailar, cómo íbamos a saber.
Amelia: Me hubiera gustado bailar ballet. El lago de los cisnes, una cosa así. Ser como
Maya Plisetskaya. La rusa. En otra vida me hubiera gustado mover las manos con la
delicadeza con la que ella las movía. Y poder flotar, saltar y girar, y que parezca que no
hago ningún esfuerzo. Que soy un pájaro, sin columna vertebral, ni huesos que me
atrapen. Que los bailarines me alcen por los aires, y ponerme esos tutús maravillosos. Y
las coronas.
Amelia: Ser una princesa, o una reina, o una campesina no me importa, pero bailar
como duquesa, como condesa. Ser dueña de todos los movimientos que se me cante
Amelia: Decís eso porque tenés quince años, mi cielo. ¿Vos sabes cómo es la vida
cuando se crece?
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Emilia: Se desmayó en el baño. Llamen a la ambulancia.
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5. Ya no cantan mis labios.
Emilia: ¿Y?
Emilia: ¿Qué?
Emilia: ¿Cómo que solo hay que esperar? Algo se tiene que poder hacer,
Amelia: No…
Las mellizas dragqueen: El hígado está muy tomado por el cáncer. Por eso venía
Las mellizas dragqueen: Le van a hacer una sonda ahora para poder alimentarlo.
Amelia: Ya no podrá comer ni beber por la boca, solo por un tubo de plástico…
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Las mellizas dragqueen: Es tarde. Una operación para extirparlo lo puede matar. Está
muy débil.
Amelia: Nunca en la vida una enfermedad, ni internado, ni nada. Qué desgracia. ¿Cómo
vamos a hacer?
Amelia: Si, ahora estamos todos, después ustedes se van y me quedo sola. Nos dejan
tirados acá…
Aparece Alfredo en una silla de ruedas con una enfermera que es Susy Leiva
Alfredo: No lloren corazones… crezcan. Que la vida da golpes peores. Estoy… (Hace
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Emilia: Bueno ahora váyanse, que lo tengo que cambiar.
Enrique: Dormirmos acá, le digo al Tito que traiga algo para comer.
Emilia: ¿Qué?
Alfredo: ¿Cómo?
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Alfredo: La vida, nena… yo te bañaba a vos, que te cepillaba el pelo, que te daba de
comer, hasta los pañales te cambié, te curé los raspones, te subí al hombro para que
Emilia: Papi, la vida da golpes peores, como siempre decís vos. A ver, déjame.
Alfredo: (Habla con dificultad mientras Emilia le cambia el pañal) No, mijita. Ya no
escucho nada. El tractor, los campos, el viaje a Jacarandá. Nada de nada. Ni siquiera sé
cómo es la voz de tu madre. Adivino su enojo por los ojos, las manos. El delantal que se
le arruga. Las arrugas de su cara. Usted, sus labios, no sé por qué escucho cuando habla
la voz de cuando tenía ocho años. Va a cumplir cincuenta, ja. Me estoy poniendo viejo y
tonto como dice tu madre. Mi hijo, mi nieta, los amantes, los novios, las novias. Solo
labios que se mueven, manos que se agitan, pelos que se encrespan. Mi propia voz.
(Silencio) No sé quién habla por mí, qué sonido habla por mí. No puedo saber si es
la muerte, si la artrosis la que habla cuando hablo. Sólo sé que mi cuerpo se mueve, que
mi cuerpo duele. Que mis ojos se cierran. Que el tango termina. (Silencio. Respira con
dificultad) Me duele la piel, sí. Me estoy convirtiendo en un animal, que con la llegada
del verano la piel se descascara. Me tocan y llegan hasta el fondo de mi cuerpo. Una
caricia mínima, un roce, tiene la fuerza de, no sé, la fuerza de la música. La fuerza de
Gardel. De los aplausos, de las cachetadas. (Toma aire, como si arrancara de nuevo -la
vida-) Estoy cansado, y cada cosa que toco es una orquesta. Las sábanas, el almohadón
de la silla, las camisas, los calzones, los pantalones, las medias. El mundo entero me
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entra por la piel, me duele por la piel. Y no puedo con todo el dolor del mundo. Es raro
hablar en silencio. Ahora lo único que escucho nítido son los relámpagos cuando
Por largos minutos interminables todo se queda en silencio absoluto, nadie se mueve,
Alfredo: ¡Con la dama del tango! Ahí está, impecable. ¿No la ves?
Susy Leiva: ¡Qué alucinación! Más respeto. (Amaga con irse ofendida).
sé si voy a poder.
Alfredo: 80.
Alfredo: ¿Cómo?
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Susy Leiva: Ay, perdone… no quise…
Alfredo: No la escuché.
Alfredo: Tormenta.
Silencio.
Susy Leiva: No, no, no… Don Alfredo. Mañana le cantaré esa canción.
Emilia: ¡Enfermera!
Salen
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Tito: Tranquilo… le voy a limpiar esto.
Se queda mirando a la enfermera largo rato mientras le limpia el pecho que está negro.
¿Tito?
Tito: ¿Perdón?
Alfredo: ¿Qué hacés vestido así? Pensé que te habías… que te habían…
Alfredo: ¿Cómo?
Tito: ¿Si?
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Alfredo: Más.
Tito se acerca, Alfredo estira el cuello y muy suave, con la poca fuerza que le queda, le
Afuera de la Habitación 9.
Susy: ¿Qué?
Las mellizas dragqueen: Perdón vida, la llamamos a Susy Leiva. ¿La viste por alguna
parte?
Susy: Si, está en la sala de espera. Le digo que venga para acá.
Las mellizas dragqueen: Gracias mi sol. (Mientras esperan ensayan la coreografía del
Las mellizas dragqueen: ¡Sí! Nos quedó una pregunta para hacerte, es urgente…
¿Estás bien?
Susy Leiva: Tuve un accidente fatal en la ruta (Repite el espasmo en el cuerpo y la cara
de golpe)
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Susy Leiva: ¿Qué me quieren preguntar?
Susy Leiva: …
Las mellizas dragqueen: Discúlpenos. Es que sabíamos que la historia del tango no
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Susy Leiva: Quiero decir, no es de oído. ¿Me entienden?
Susy Leiva: Si, todo el mundo dijo que se habían peleado. Pero lo que hubo en aquella
Susy Leiva: Así como escuchan, muchachas. Se callaron la boca de un beso. Pero mira
si iban a decir lo que pasó. En cambio, a los productores y a la farandulería les convino
hacerlas enemigas. Y mirá si les habrá salido bien la vuelta de tuerca que hasta hoy…
Las mellizas dragqueen: ¿Y lo que dicen del exilio? ¿Perón prohibió a Libertad por el
tema ese?
Susy Leiva: ¡Patrañas! Libertad se fue porque Evita le rompió el corazón. Y ventiló por
querer rajar!
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Las mellizas dragqueen: ¿A Evita no le pintó la tortilla?
Susy Leiva: Parece que al principio sí. Porque aprovechaban el tiempo en camarines
Susy Leiva: Pero de la noche a la mañana, Evita le empezó a cortar el rostro. Habían
ido demasiado lejos y había que ponerle un freno. Además estaba empezando la relación
Susy Leiva: Después vino todo lo otro, la Jefa espiritual de la Nación, la guerra contra
Descamisados.
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Susy Leiva: En un bar de Recoleta. Sólo una canción, porque había muchos cantantes
más, y todos querían estar, y se empujaban. Eso no me gustó nada. Así que hice lo mío
Susy Leiva: …
halagó el vestido.
Susy Leiva: Era un vestido verde esmeralda precioso que llegaba al suelo, corte
sirena…
Susy Leiva: Le devolví el halago, le dije que tenía unos pendientes preciosos. Eran
Susy Leiva: Cuando estuvo en Zaragoza fue a visitar a la Virgen del Pilar
Las mellizas dragqueen: Ah, sí, era católica hasta las tetas.
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Las mellizas dragqueen: Se debe haber puesto contenta con la peli de Madonna.
Susy Leiva: Entonces ella me preguntó ¿Te gustan? Yo volví a decir que sí, y tal como
lo había hecho ante la Virgen, lo hizo ante mí, se sacó los dos pendientes y me los puso
Sacan una navaja pequeñita como el dedo meñique, se hacen un corte en la teta
izquierda, tocan la sangre y le dan la mano a Susy Leiva. Se escucha el sonido seco de
un choque. Susy Leiva tiene un espasmo en todo el cuerpo y cara de golpe. Cae seca al
piso, muerta entre tinieblas. A último momento la boca se le arquea como para esbozar
Enrique: (Sueña) El papi me pide que vaya al establo de Don Giraudo y le pida
prestadas unas monturas que necesita para el fin de semana. Agarro al Pardo y voy. No
son tantos kilómetros. El día no puede estar más hermoso. Hacía años, muchos años que
que no hay que hacer esfuerzo, ni tirar de las riendas ni nada. Va solito, a paso ligero.
Pasamos López, Centurión, Arístides. El olor a alfalfa. Si habré saltado de rollo en rollo
hasta cansarme. Llego a la tranquera de Don Giraudo. Lo veo a Tito que está cerca del
establo. Estoy a punto de llamarlo. Sale otro hombre, se ríen. ¿Me vieron? ¿Se ríen de
mí? ¿De mi caballo? Qué mierda les pasa. Abro sigiloso la tranquera. Al Pardo le digo
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que se quede ahí quietito. Es obediente el Pardo, mansito. Me acerco. Tito y el otro
hombre se abrazan. Me acerco otro poco por los arbustos. Más rápido. Se siguen riendo.
¿Por qué mierda se ríen? Entran juntos al establo. Corro y me tropiezo, pero me levanto
rápido, rengo. Miro por la ventana. Se dan la mano, sonríen. Juntan los labios con los
labios. Entro. Las puertas golpean fuerte. Tengo los ojos desorbitados. Los dos me
miran con espanto. ¿Qué te pasa? Los besos, las risas, las manos entrelazadas. No
Enrique: No es de adentro mío, viene de otro lugar más lejos. Viene del Tornado,
luchando ese día de lluvia con los toros salvajes. De ahí viene.
Enrique: Agarro la montura que me pidió mi papá y una estaca. Y sigo corriendo y
corriendo.
Enrique: Cuando llego al cuerpo de Tito busco el golpe de las bocas y Ajjjjjjjjj le
Enrique se despierta con el grito de Tito, que está desangrando a sus pies, suelta la
estaca. Con la delicadeza que no tuvo nunca en la vida junta sus labios a los de Tito y
rompe a llorar como un niño. Se mira las manos, las tiene rosas porque la sangre que
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brota del pecho de Tito es rosa no roja. Por detrás aparecen Las mellizas dragqueen
"¡Déjame!/ No quiero que me beses/ No quiero que me toques/ Me lastiman esas manos/
me lastiman y me queman./ Besos brujos, besos brujos/ Que son una cadena de
desdicha y de dolor/ Besos brujos/ Yo no quiero que mi boca maldecida / Traiga más
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Besos Brujos interpretada por Libertad Lamarque. Letra: Alfredo Malerba/Rodolfo Sciammarella.
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6. La última tormenta
Amelia: A ver… recuéstense en el sillón. Denme la mano. No pasa nada, esto es así.
Emilia: ¡Mami!
Susy: Ya está.
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Amelia: Está tibia. (A Emilia) Ayudalas a desvestir.
Amelia: ¡Pujen!
(Todxs pujan)
Emilia: Denme las manos. Ahí está. No me claven las uñas. Ay, que hijas de puta. No
peguen, mierda.
concha de la loraaaaaaaaa.
Un silencio sordo. Amelia recibe a las dos criaturas que nacen. Una se la da a Emilia.
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Amelia: Cuidado con los cuernos.
Se escuchan los llantos de lxs bebés. Todxs lloran. Entra Tito disfrazado de enfermera,
Amelia: ¿Qué son? Ahí está el cordón. (A Emilia) Guardalo hija, en el frasquito.
Las mellizas dragqueen: Ciervas, cariño. Hemos parido dos ciervitas del bosque
Amelia: Es un milagro.
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Susy Leiva: ¡Santísima virgen!
Amelia: Ninguna foto, mi vida. Este es nuestro secreto. El secreto más hermoso que
tendremos.
Las mellizas dragqueen: Ningún secreto mamá. Sacá, sacá. Algún día nuestras ciervas
saldrán por la tele. Por los campos, por las rutas, por los pueblos. Van a maravillar al
que se les cruce con su belleza. Van a correr lejos, a emigrar a países lejanos y exóticos.
Las van a adorar como si fueran Diosas. Porque se les ve a la legua la sangre rosa, la
piel transparente como plástico de colchoneta inflable. (Solo la voz de Maria Eugenia,
que al principio se asusta de escucharse sola, sin su hermana, que está agitada.) Y no
habrá insultos, ni golpizas, ni disparos, los cazadores se van a suicidar todos porque las
astas de nuestras hijas solo podrán deslumbrar hasta la locura. Esa es la maldición con
la que nacieron. (Se calla Maria Eugenia, ahora solo la voz de Maria Laura) Recibirán
premios. Plata. Mar del plata. Mucha plata. Serán millonarias, pero jamás ambiciosas o
los disparos del cazador. Y ustedes ya no tienen que escapar, cielos, ¡nacieron con la
sangre rosa! Susana Gimenez las va a sentar en el sillón de su living room, pero no para
entrevistarlas, sino para pasarles el mando del programa, para que levanten el teléfono y
en vez de decir ¡ganaste un millón de pesos! digan que los dinosaurios no murieron, que
están ahí afuera en forma de milico, vedette, yuta, senador. En Hollywood harán
Natalie Portman y Salma Hayek, que quede por escrito. No menos ¿eh? Nuestras hijas
serán las actrices protagónicas, nadie podrá representarlas mejor, ni hacer prostéticos
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que sean más reales que sus propias astas. Cuando un par de viejas ricas, las últimas en
la tierra, quieran arrancarles el cuero para hacerse un tapado, ellas correrán con los
genes de los animales. Ágiles como mecheras. Fuertes como rugbiers. Agresivas como
boxeadoras. Dulces y tiernas como maestras rurales. (Maria Eugenia) Nuestras hijas
ciervas llevarán el nombre del viento y del agua y del fuego y la tierra. Serán
Maria Laura) ¿Así se dice? (Maria Laura) Qué sé yo. (Maria Eugenia) Y cualquier
celeste ni blanco. Porque desde entonces no habrá otra patria que la patria de las putas,
de las tortas, de las trolas, las maricas, lxs animales marginadxs: las hienas, las zorras,
las yeguas, las perras. La patria de sus madres. (Juntas)Y si alguien les quiere poner una
mano encima, o tirar una piedra, o serruchar sus astas: nos conocerán desde el infierno.
Volveremos con cuchillos y bombas molotov para hacer bosta al que haga falta.
graduación romperán en mil pedazos los títulos y después prenderán fuego todo. No
habrá más universidades, se quedarán ellas con los saberes universales y los repartirán
entre los suyos sin mezquindad. Saldrán en las tapas de los diarios con un escándalo
nuevo todos los días hasta la eternidad. Serán inmortales a su pesar. Tendrán dolores
cervicales insoportables por el peso de sus astas, que van a crecer mucho mamá… van a
rascar el cielo con los cuernos.. (Una sola) Van a ser gigantes nuestras hijas. Se van a
enamorar muchas veces, y van a vivir los romances más ridículos y más cursis. Eso sí,
nadie les va a romper el corazón, no se van a atrever. (La otra) Conocerán a su abuelo
solo a través de nuestras historias. Por favor, que no mueran las historias, mamá,
hermana, señora enfermera ¿usted conoció a nuestro papá? Don Alfredo ¿No? Igual
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cuente una historia a nuestras hijas. Una historia feliz. Si no existe, invéntela, que las
historias están para eso. No le digan que murió de cáncer. No le digan la sequía, la
sangre envenenada, los animales agonizando. Digan: su abuelo amó a sus madres como
ningún otro hombre lo hizo. Y digan: su abuelo fue un hombre maravilloso. La gente
decía, dice, que era, es, de otro planeta. Por lo bueno, por lo manso. Digan: una vez,
cuando las Marías eran chiquitas como cabritas, se encerraron en el cuarto de baño,
hurgaron las pinturas de la abuela, se colorearon la cara. Los labios rojos, los párpados
estampa olas de mar. Siguieron hurgando hasta que en uno de los cajones encontraron
Que yo lo vi primero. Que a mí me combina mejor. Que yo nací primera. Que es del
tono de mi piel. Hasta que prrrr el collar se parte el medio y las perlas saltan por todos
lados como ranas. Alfredo alcanza a ver cómo del baño sale una legión de perlas, y ve a
congelado, como jugando a la estatua. Después, por favor, saquense las manos de la
cara que las quiero ver. Lo hacen con el miedo y el espanto de quien ha cometido un
crimen que merece un castigo atroz. Sonríe, se le llenan los ojos de lágrimas y dice:
Pucha que están bellas che… ¡qué macana! Y se pone a juntar una por una las perlas. Su
madre nos va a matar, ¿saben? Nunca le contó a mamá lo que vio esa tarde en la que nos
(Maria Laura) Y cuando nos pusimos el primer rubor en público y el primer vestido y
las tetas de silicona barata, no dijo que ya conocía la historia, que ya había visto a esas
dos mujeres en el cuarto de baño con un collar de perlas hecho pelota. Se asombró
sutilmente y repitió las palabras ‘¡Qué bellas!’, ‘¡qué macana!’. (Juntas, más juntas que
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antes, que nunca) Esa historia cuenten. Y prepárense todos muy bien, agarrense de algo
fuerte, porque va haber una estampida de ciervos salvajes cuando nuestras hijas tomen
envión, andarán miles con ellas, la seguirán como discípulxs, adeptxs al brillo de sus
cuernos. Será la plaga más hermosa, más violenta de la humanidad. Y será nuestra.
Mueren las dos en la bañera, las ciervas bebé lloran. Enrique entra con la torta
de cumpleaños de su padre, que está muerto en la silla de ruedas. Solo que nadie tuvo
tiempo a reparar, salvo las mellizas. Cuando descubre la sangre en la bañera, se le cae
la torta del espanto y las velas le prenden fuego el pantalón. Tito, que sigue vestido de
enfermera, le tira agua para apagar las llamas, después lo besa desesperadamente, lo
llora. Emilia le da un beso en la frente. Lo pasean por el campo. Caen del cielo
margaritas. Amelia llora, se desmaya, se recompone, agarra a sus nietas ciervas, mira
hacia el cielo, las acuna con un tango, que todxs cantan a coro:
Perdidx en la tormenta
De mi noche interminable
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Para seguir3
Apagón
3
Canción de Enrique Santos Discépolo.
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