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El Infierno Segun Lucas

Este documento narra la historia de Lucas, un joven que donó sangre y le informaron posteriormente que dio positivo en la prueba de VIH. Lucas pasa por un proceso de shock y negación inicial ante la noticia. Decide viajar a Bogotá para estudiar periodismo y comenzar su tratamiento. Su familia se sorprende con la decisión pero lo apoyan.

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El Infierno Segun Lucas

Este documento narra la historia de Lucas, un joven que donó sangre y le informaron posteriormente que dio positivo en la prueba de VIH. Lucas pasa por un proceso de shock y negación inicial ante la noticia. Decide viajar a Bogotá para estudiar periodismo y comenzar su tratamiento. Su familia se sorprende con la decisión pero lo apoyan.

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1

El Infierno según Lucas

Robert Rosada Rosero

ISBN

978-958-44-0276-9

Primera edición: enero de 2007.

Teléfonos 2255265 – 3128309779

Email: [email protected]

Tuluá, Valle, Colombia.


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Una brigada de la Cruz Roja que adelantaba una campaña de donación de sangre,

rompió la rutina laboral. Aunque no era amigo de las agujas, ni muy dado a las

acciones filantrópicas, Lucas decidió acudir con los demás compañeros. Una vez

enfrentó los cuestionarios de rigor que preceden a las donaciones, en los que le

preguntaron por su vida y obra, y mientras esperaba el turno, aparecieron las

bromas relacionadas con enfermedades de transmisión sexual. Estas ayudaron a

relajar el ambiente, y a él, en particular, le ayudó a superar el pánico que le

producían los pinchazos. En el fondo le importaba muy poco la jornada de donación;

no se pudo negar porque todos sus compañeros habían aceptado ir.

Pasaron un par de semanas y al llegar los carnés que acreditaban a todos

como donantes, se presentó la primera sorpresa. El suyo llegó acompañado de una

carta en la que le informaron que debía acudir a las instalaciones de la Cruz Roja,

para practicarse algunos exámenes extras, pues en su muestra de sangre

encontraron algunas anomalías. Nuevamente aparecieron las bromas, pero sin

darle mayor importancia al asunto.

El jueves siguiente, luego de la jornada laboral, acudió a la cita a las cinco de

la tarde. Allí lo esperaba una funcionaria, quien al verlo, sorprendida y algo nerviosa,

indagó por su edad. “Tengo 19 años”, contestó Lucas.

Luego de un breve silencio, con voz casi imperceptible le respondió “es usted muy

joven”, invitándolo a esperar al doctor González, quien debía hablarle.

En cuestión de minutos se encontró frente al doctor, quien lo invitó a seguirlo

a su consultorio, no sin antes preguntar nuevamente por su edad. Esta vez la

pregunta le generó gran inquietud, y varias preguntas comenzaron a darle vueltas

por la cabeza. ¿Joven para qué? ¿Por qué tanto rodeo?; mientras caminaba hacia el
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consultorio un escalofrío invadió su cuerpo. Llegaron a la oficina y se sentó frente a

él médico, que con papel y lápiz comenzó a mencionar las razones de las nuevas

pruebas. Enumeró varias patologías como la hepatitis y el sida. En ese momento el

escalofrió se convirtió en un vacío el hijueputa.

Mientras el médico exponía los argumentos, en silencio Lucas rogaba para

que de su boca no saliera la palabra sida. En sus adentros pedía que fuera cualquier

cosa, menos eso. Aunque había escuchado algunas cosas sobre esa enfermedad y

por su mente no pasaba que pudiera tenerla, la sola palabra le producía miedo. Y

mientras Lucas seguía perdido en sus pensamientos. Taciturno. González lo dijo,

“Lo hemos citado porque su muestra de sangre dio positivo en la prueba de sida”;

añadiendo que no era definitivo, que habría que realizar nuevas pruebas.

Hablaba y hablaba, tratando de explicarle sobre la infección. Con un lápiz

hacía esquemas en el papel: círculos, pirámides y mil maricadas; esforzándose para

que le entendiera que no era el fin del mundo. Y aunque hizo un gran trabajo, para

Lucas fue como si él no existiera. Sus palabras eran una diatriba lejana, un murmullo

que acompañaba el torbellino que se formó en su cabeza.

“Si yo no soy maricón”, pensó, pues como muchas personas relacionaba el

tema con el mundo de los homosexuales. ¿Por qué yo?, ¿Qué había hecho?, ¿Qué

iba a pasar?, ¿Qué iba a hacer? Todas esas preguntas sin respuesta, rondaban por

su cabeza.

No sé dió cuenta del tiempo que transcurrió desde que entró al consultorio. Es

más. No le importó. Todo le dio vueltas; el vacío en el pecho se hizo más intenso, y

un nudo en la garganta le impedía contestar las preguntas de González; quien al

darse cuenta de la situación, aunque en verdad, era el único consciente de lo que

pasaba, dijo “no importa, si quiere llorar, llore”. Lucas no necesitaba su aprobación,
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pues en ese momento su única reacción fue un ataque de llanto ahogado y

silencioso, de impotencia y desconcierto. Brotaba de sí sin control, no podía parar y

aunque quiso hablar, no lo podía hacer, cada vez que intentaba responder las

preguntas, la situación se repetía. Lo único que pudo hacer, además de llorar, fue

dar vueltas por el consultorio tratando de hallar una salida, pero era inútil, miraba a

su alrededor y se encontraba con la dura realidad que esas cuatro paredes

encerraban; se sentía tan frágil e impotente como un pajarillo que intenta escapar a

través de un cristal y choca contra él. Trató de controlarse caminando de un lado

para otro si mucho éxito, por lo que el doctor dejó su silla y se acercó. Le dio un

abrazo, diciéndole que si necesitaba un hombro para llorar tenía el de él.

Cuando por fin pudo calmarse, retornaron a las explicaciones y le entregó

información sobre el tema. Habían transcurrido más de dos horas de modo que se

despidieron acordando una cita para el día siguiente, a la misma hora.

Salió de allí como drogado. Todo lo veía lejano como si acabara de entrar a

otra dimensión, a algo desconocido. Por unos minutos me quedó estático. No quería

ir a la casa. La verdad no quería ir a ninguna parte. Sin pensarlo entró a una

heladería que quedaba enfrente. Pidió un helado y comenzó a ojear el documento

sin parar de llorar en silencio. Incluso dejo escapar unas lágrimas. No probó el

helado, pues cuando se repuso un poco, estaba derretido en su copa.

Así trascurrieron tres días. Luego de la jornada de trabajo se dirigía a la cita

con González. La misma película; explicaciones, esquemas y lágrimas, hasta que el

médico dio su trabajo por terminado y lo remitió a la clínica San Pedro para que

comenzara una nueva etapa del tratamiento, pues una nueva prueba confirmó que

era portador del vih.


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II

Dejó el trabajo temporal que tenía en el pueblo y le dijo a su madre que

viajaría a Bogotá. Sorprendida por la noticia y conocedora de la violencia que

afectaba ala ciudad le preguntó si tenía algún problema en el trabajo o con alguien y

por eso decidía irse. La mayoría de jóvenes se han dejado deslumbrar por el

narcotráfico o el „sicariato‟. Entre los „pelaos‟ lo más importante es conseguir plata

rápido y fácil; para algunos su mayor aspiración es vestir ropa de marca Calvin Klein,

Gucci o Levis y zapatillas Nike; además de tener un carro o una motocicleta para

salir a „vacilarse‟ las peladas.

La tranquilizó diciendo que nada de eso pasaba, que su decisión obedecía al

deseo de estudiar y que para lograrlo lo mejor era viajar a Bogotá. Su madre no

pudo ocultar la cara de desilusión, era el menor de cinco hermanos y el único que

vivía con ella, por lo que la noticia la tomó por sorpresa. A pesar de ello nunca se

opuso, le dijo que la decisión era suya y que no se iba a interponer. Eso sí, le dejó

claro que él era responsable de la decisión que acababa de tomar, pues ella no lo

estaba echando, pero tampoco lo iba a atajar.

La madre, que siempre ha sido una persona abnegada, asumió su tristeza en

silencio, tratando de demostrar una fortaleza, que si bien es cierto, tiene, Lucas

sabía que no la blindaba de todos los hechos, así que entendió que para ella era

doloroso que se marchara lejos. Pese a la tristeza que le produjo, no se detuvo a

pensarlo, y sólo tres días después de la conversación había hecho maletas. El día

del viaje llamó a Jaime, un hermano que vivía en Cali, para contarle la decisión.

Al Igual que la mamá respondió con sorpresa, y trató de persuadirlo para que

no tomara las cosas a la ligera, diciendo que él sabía que tenía más posibilidades

para estudiar en Cali, pues aunque la hermana mayor de ambos vivía en Bogotá,
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ella no tenía ni los medios, ni las influencias necesarias para ayudarle a conseguir

un buen trabajo. Sin dejarlo terminar, lo interrumpió aclarando que sólo le estaba

informando y que tendrían tiempo de conversar luego porque ese momento le

hablaba desde un teléfono público en el terminal y debía colgar para que no lo

dejara el autobús.

Llegó un sábado a Bogotá, como llegan todas las personas a la capital: lleno

de sueños e ilusiones. Los de él: estudiar periodismo; sabía que los medios

importantes estaban aquí, por lo que llegó convencido que su futuro no podía estar

en otra parte. Como no discutió con nadie lo del viaje, ni llamó a la hermana, para

avisarle que llegaría a su apartamento, me encontró con la primera sorpresa. Ana

había viajado a Medellín el fin de semana y no regresaría hasta el lunes. A las siete

de la mañana de ese frio sábado de Bogotá se vió sólo en un andén sin saber para

donde coger. Afortunadamente, la señora que le había informado del viaje de la

hermana se ofreció a darle hospedaje en su casa por el fin de semana.

El lunes, cuando se encontró con la hermana le dijo que se había venido a

vivir a Bogotá, y preguntó si podía quedarme a vivir en su apartamento. Sin darle

oportunidad de contestar, aclaró que no tenía porque preocuparse, pues él traía

unos ahorros y ya estaba buscando trabajo, por lo que no iba a causar mayores

inconvenientes. No paro de hablar por un largo rato. Cuando lo hizo, su hermana se

sintió incapaz de decirle que no. La cogió por sorpresa y ante la alegría de verlo,

sólo pudo expresar felicidad.

Los ahorros, que no eran muchos, se le agotaron en un par de vestidos y

corbatas, que debió adquirir para presentarse a las primeras entrevistas de trabajo.

Por cierto, sin mucho éxito, pues no hacía mucho había salido de prestar el servicio

militar y su experiencia laboral era casi nula.


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Así transcurrieron los primeros dos meses y aunque no conseguía trabajo, ya

tenía varios amigos con quien pasar las tardes jugando rana o cartas en la tienda

ubicada en el primer piso donde vivía. Después de otro mes, logró conseguir el

primer empleo.

III

Sin asumir todavía la nueva situación continuó asistiendo al trabajo de

manera habitual. Nadie se imaginó lo que estaba viviendo; al jefe de personal le dijo

qué lo habían citado para confirmar una posible hepatitis pero que en la segunda

prueba había sido descartada. Su versión se hizo creíble porque al igual que los

demás compañeros había recibido el carné que lo acreditaba como donante.

Las noches, sin embargo, ya no eran lo mismo. Llegaba a la casa y luego que

la hermana y el esposo se iban a la cama, él se levantaba y se iba a la terraza. No

importaba el frío bogotano. Allí pasaba horas mirando hacia el firmamento sin

encontrar la respuesta a las mismas preguntas que se hacía desde el día en que le

dieron el diagnóstico. En la soledad de la noche sentía un infinito vacío y unas

ansias incontenibles de llorar. Pese a las noches que pasaba sin dormir logró

mantenerse despierto durante el día por varias semanas.

No pudo ocultar lo que sufría por mucho tiempo. La hermana y el esposo

intuyeron que algo andaba mal, pues sus constantes salidas a la terraza y el llanto

ahogado en la cama, hasta horas cercanas al amanecer, no pasó desapercibido

para ellos. Una noche que regresaba de la terraza al cuarto, Ana prendió la luz. Sin

dar tiempo de nada, preguntó. “¿Qué está pasando?, lo que sea debe confiar en mí”.

Dos minutos después el esposo estaba a su lado. No podía hablar. La voz se le


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cortó y se atacó en llanto. Luego de un fuerte abrazo se sobrepuso y sin más les

conto todo. No supo si ellos entendieron la gravedad del asunto, pues aunque la

hermana no pudo contener el llanto, su actitud fue serena.

Al día siguiente ella acudió hasta donde el médico González, quien le informó

sobre la situación de Lucas y explicó cómo debía actuar. Esto fue muy importante

para todos porque les permitió entender un poco más a fondo el tema, más allá de

los prejuicios y el desconocimiento que por esa época había sobre esta enfermedad.

Acordaron que nadie más debía saberlo, pues Lucas no quería que en su

casa se preocuparan, además como todavía no entendía bien su nueva situación no

se sentía capaz de responder a las preguntas que hicieran.

A pesar de esta decisión como a los seis meses llamó a Jaime a Cali y le

contó. La reacción de él fue diferente a la de Ana; la noticia lo dejo perplejo, es sólo

un poco mayor que Lucas y han sido muy unidos. No podía aceptar que eso le

estuviera pasando a su hermano menor. Los dos lloraron por un largo rato. A partir

de ese momento cada vez que se sentía mal, hablaba con él. Lo llamaba a cualquier

hora de la noche y hablaban durante horas.

Un año después Jaime decidió vivir en Bogotá para estar más cerca. Lucas

nunca estuvo de acuerdo con esa decisión, su hermano estaba muy bien en Cali y

no quería que cambiara su vida por él. A pesar de que le hiso saber que no estaba

dispuesto a aceptar que su situación afectara la vida de la familia, el traslado fue un

hecho.

Mientras que para sus hermanos las cosas siguieron su curso normal, para

Lucas todo empezó a cambiar. Aunque era portador asintomático, asumió que iba a

morir pronto, sin importar lo que realmente estaba pasando.


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En la empresa las cosas no cambiaron y trabajo allí por otros seis meses,

hasta que decidí retirarse. Pensó que si se iba a morir, debía empezar a hacer lo

que realmente le gustaba. Sin pensarlo mandó el trabajo para la mierda. Por esas

cosas de la vida conoció a alguien que ocupaba un importante cargo en un

periódico, y a la semana ya estaba trabajando allá. Durante las entrevistas para ese

trabajo tuvo el primer gran susto. Se „paniquiaba‟ de sólo pensar que en los

exámenes médicos exigidos para ingresar detectaran su condición de portador del

vih. En ese momento su desconocimiento era tal, que cualquier examen que le

exigían le producía mucha angustia.

Aunque trataba de llevar una vida normal, las preguntas del primer día no

desaparecieron, al contrario, le dieron vueltas como un espiral sin fin. Empezó a

devolverse en el tiempo para encontrar las respuestas.

IV

Al terminar el año escolar le pidió a su madre que lo enviara de vacaciones a donde

una tía abuela que vivía en Cali, aunque no era el gran plan, se divertía con los

primos y aprovechaba para dejarse consentir por la tía abuela, motivos para preferir

pasar las vacaciones con ellos antes que quedarse en casa sin hacer nada.

En una mañana soleada el primo Fabián lo invitó para la casa de un amigo,

sus padres salieron de viaje, así que disponían de la casa para hacer lo que

quisieran sin preocuparse de que alguien llegara.

Sin preguntarle a Lucas que quería hacer comenzaron a la lavar la camioneta

que estaba en el garaje, destaparon unas botellas de licor y prendieron los primeros

„porros‟ de marihuana. Al poco tiempo todo era un „despelote‟, la música a todo


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volumen, la casa llena de humo, cual discoteca por la marihuana, y agua por todas

partes. Entre „porro‟ y „porro‟ la tarde se hacía más divertida.

Lucas los observaba, con una cerveza en la mano, sentado en un sofá, sin

entender muy bien qué hacía ahí. Tenía 15 años y no había probado drogas. Le

daba algo de susto lo que pasaba, además tenía en la cabeza a su mamá con la

„cantaleta‟ del cuento de las drogas. Pensó que por nada del mundo se podía enterar

de lo que estaba pasando allí.

Sobre el mediodía el calor era impresionante y Fabián y su amigo, que

estaban completamente mojados, le preguntaron por qué no se bañaba también,

qué si no tenía calor. Ante la insistencia, asintió, pero les dejo en claro que lo haría

en el baño, pues no quería mojar la ropa.

Estaba en la ducha cuando entró Fabián, que sin mediar palabra comenzó a

chupárselo. Sabía que no era correcto y aunque se sintió incómodo empezó a

disfrutar de la mamada que le daba el primo. Él quiso que lo penetrara; en ese

momento le dijo que no se sentía bien y que no quería que pasara nada más. Aun

así le insistió un par de veces y luego lo dejó en paz.

Cuando salió del baño lo estaban esperando para almorzar, pues habían

pedido comida a domicilio. A pesar del hambre que tenía, sólo probó, esperando que

ellos terminaran de comer para pedirle al primo que lo llevara a la casa.

Estaba confundido y aturdido por todo lo que había pasado, de manera que

me negó a acompañarlos a salir de „shoping‟. La tía abuela, que no se alcanzaba a

imaginar lo ocurrido, insistió para que saliera con ellos, segura de que se divertiría.

No tuvo coraje para contarle a ella lo que había pasado.


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Las vacaciones transcurrieron sin mayores alteraciones y al llegar a casa

decidió no contarle a nadie. La experiencia le produjo mucha vergüenza por lo que

prefirió mantenerlo en secreto.

El nuevo trabajo le permitió rentar un apartamento. Aunque en un principio la

hermana no estuvo de acuerdo en que viviera solo, terminó aceptándolo, le explicó

que era lo mejor para todos, pues aunque ellos nunca lo hicieron sentir mal, la

verdad era que Lucas sentía un poco de miedo por ellos, es decir, pensaba que

pudieran tener algún riesgo de infección, sobre todo el sobrino, que estaba como de

cinco años. Sus preocupaciones eran parte del desconocimiento.

El apagón en la época del presidente Gaviria lo devolvió unos años hasta la

adolescencia; con los amigos se vieron obligados a recordar los tiempos en los que

fue más feliz.

Las tardes sin energía hubiesen sido „inmamables‟ de no ser porque todos

los „pelaos‟ de la cuadra se reunían en la tarde para salir del aburrimiento de estar a

oscuras; lo que significaba no tener televisión ni radio. A pesar que todos estaban

creciditos, aprovechaban la oscuridad y jugaban: soldado libertador, ponchao,

policías y ladrones y cuanto juego que conocían de la infancia se les ocurría. Los

mayores se divertían al verlos jugar como „pelaos‟ pequeños. Esas tardes son lo

único positivo que recuerda de esa nefasta crisis.

En medio de los juegos que servían para matar el aburrimiento, conoció su

primer amor. Estaban sentados en círculo, intercalados entre hombres y mujeres,

pasando una carta de naipe, sostenida sólo con los labios, sin dejarla caer para no
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recibir una penitencia. Y pasó lo que no debía pasar. La carta cayó. Sus labios se

encontraron. Fue un segundo, sólo un segundo, pero suficiente para los dos. Se

miraron sin decir palabra, y sin saber, que ese beso fortuito sería el inicio de una

etapa que marcaría sus vidas.

Andrea, estaba terminando una relación afectiva de por lo menos tres años,

con David. Fue su primer novio y su primer amor, y no quería enredarse de nuevo en

serio con nadie. Se encontraba en esa etapa en la que todavía se discute con el ex

novio, si se dan una segunda oportunidad o terminan definitivamente. Sin embargo,

se volvieron amigos muy cercanos, y, mientras Lucas esperaba con paciencia

respetando su decisión, ella empezó una nueva relación con Salvio, otro amigo de

ambos. Era muy duro verla salir con otro, se había enamorado de ella, y no le servía

de nada saber que salía con él sólo por „desparche‟.

Salvio tenía un sitio de salsa que llamado Sones y Cantares, cerca de la

universidad Javeriana. Allí pasaban los fines de semana, que por lo regular

comenzaban el jueves. Era un sitio de encuentro universitario que giraba alrededor

de lo mejor de la salsa, el son, el reggae y, obvio, el licor.

Lo de la universidad para Lucas dejo de ser prioridad. Desde que le dieron el

diagnóstico decidió que si se iba a morir, sería gozándose la vida. Además de

trabajar lo único que le importaba era la rumba. Tenía un grupo de amigos grande

con el que se gozaba todas las rumbas que salieran, y pronto su apartamento se

convirtió en sitio de reunión obligado. No hacía fiestas, pero casi todas terminaban

ahí. Si salían de una discoteca o de una reunión de amigos y no había más que

hacer, se iban para el apartamento de Lucas. Allí todo era permitido: sexo en el

baño, alcohol, y si alguien decidía darse un „pase‟, pues ni modo, que lo hiciera.

Aunque en ese momento no había probado drogas, no era moralista, su teoría


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consistía en que cada cual debía hacer lo que le diera la gana, obvio sin „boletearse‟

ni „boletear‟ el apartamento.

A la mañana siguiente, siempre debía darle cara a la dueña del apartamento

que vivía en el segundo piso, quien después de cada rumba amenazaba con botarlo,

situación que se volvió constante. La señora, una santandereana, que presumía de

su carácter fuerte, en el fondo era una vieja chévere. Como madre soltera no tenía

que vérselas con el marido; su hijo mayor, que era sólo unos años menor que Lucas,

nunca dijo nada, si acaso intercedía a favor de él. Los vecinos se quejaban del ruido,

pero nunca llamaron a la policía, porque sus hijos también estaban allí, además no

se daban cuenta de lo que sucedía en el apartamento. En el fondo eran buenos

muchachos, todos estudiaban o trabajaban, así que lo única preocupación para los

padres era su marcada afición por el licor, y que sus hijas se quedaran con ellos.

Algunos vecinos indignados porque la dueña de la casa no lo desalojaba del

apartamento, decían que Lucas tenía una relación con ella, razón por la que

aguantaba tanto escándalo. Al final las habladurías terminaron volviéndose a favor

él, porque la señora, por darles bronca a sus vecinas, hacía oídos sordos a las

quejas.

La situación con Andrea se repetía: se encontraban en rumbas, salían juntos,

se enrumbaban en el apartamento, pero nada; sólo amigos. Lo que le permitía a

Andrea salir con otros „manes‟, claro que Lucas también salía con otras viejas,

aunque lo de él, se dió como disculpa, pues en el fondo cada vez que ella estaba

con alguien sentía como si se fuera a morir.

Aunque soportaba las cosas en silencio, un día no aguantó, reaccionando

como todos los machos cabríos, o más bien cabrones, cuando otro se acerca a su

hembra. En una rumba Andrea coqueteaba con un „pelao‟, estaban bailando y


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comenzaron a besarse. Encabronado, sin poder reclamarle, aprovechó el

movimiento del baile para pegarle un codazo en la cara al man, haciéndose el

güevon, como si nada pasara, el otro no reaccionó, pero sus amigos respondieron la

agresión formando bronca. El grupo que estaba con Lucas también reaccionó; unos

y otros se desafiaron a pelear. Al final los sacaron a ellos de la fiesta. El hermano de

Andrea que estaba con Lucas la culpó a ella por el incidente, sabía que 15 días

atrás, en otra rumba, se „rumbió‟ con él. “Si no quiere nada con Lucas, pues

entonces no le dé esperanzas”, le reclamó. Estaba puto porque la rumba había

terminado para ellos, también para Andrea, porque el hermano la sacó de la fiesta.

Al día siguiente al verla le pidió disculpas, pues era consciente que los dos no

tenían nada. Como buenos amigos que eran se rieron de la situación sin darle

mayor importancia y luego lo olvidaron. Después de esto, los „pelaos‟ lo molestaban

porque evidenció que estaba enamorado, pese a las andanzas de ella.

Vivian una época de desenfreno, algunos de los muchachos se volvieron un

dolor de cabeza en sus casas y los papas se preocupaban porque vagaban y

tomaban mucho licor.

Así transcurrió el primer año. Se rumbeó con Andrea un par de veces, pero

ella se encargaba de colocarle freno al asunto para que no prosperara. Le tocó ver

cómo terminaba con Salvio y tiempo después se ennoviaba con un tal Mario, que

conoció en Sones. Como el man no era del barrio por lo menos no tenía que verlos

juntos.

La nueva relación no era impedimento para que siguieran siendo los mejores

amigos, incluso compartía más tiempo con Lucas que con su propio novio, con quien

duro un año. Después de Mario tuvo dos relaciones más. Un par de pelados sin

importancia para ella, y aunque eran unos „babosos‟ a Lucas le causaba mucho
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dolor verla con ellos. Podrían ser por „desparche‟, pero aún así, estaban a su lado,

disfrutando de su compañía, de sus caricias y de sus besos. Afortunadamente para

él estas relaciones no duraron. Lucas tampoco era un santo. Para un 31 de

diciembre, cuando todo el mundo está de fiesta, Juan, uno de sus mejores amigos,

quiso aprovechar para echarse por primera vez a Mónica, su novia.

Todos decían que Juan era una güeva que levantaba viejas buenas porque

tenía mucha plata, “como a las viejas las deslumbra el dinero y los carros, pues se le

pegaban”. Esa noche necesitaba un sitio cercano para que el papá de Mónica no se

diera cuenta que se iban a perder por un rato. ¿Dónde?, pues donde Lucas. Así que

le prestó las llaves y se quedó en la rumba mientras él se iba de faena.

Había pasado un buen rato. De pronto el primo de Mónica se acercó a Lucas

y le contó que el papá de ella la estaba buscando, que sabía que estaban

encerrados en el apartamento de él, que por favor los llamara. Sin más remedio salió

hacia el apartamento. Al llegar pudo confirmar que Juan era una güeva, estaba tan

borracho que se quedó dormido y la pelada se había ido. Ahora el problema era que

no sabían para dónde cogió, y el primo de Mónica necesitaba encontrarla para

advertirle que el papá estaba encabronado preguntándola.

Ese no era problema de Lucas, el suyo era poder entrar a dormir pues ya eran

casi las cinco de la mañana y al día siguiente, que digo, en unas horas tenía que ir a

trabajar. Se cansó de tocar, y de regreso para la rumba se encontró con una pelada

que venía de allá; de esas chicas medio puticas. Así que de puro lance le contó que

un amigo estaba en el apartamento y no le abría, qué como ella también se

marchaba de la fiesta, al primero que le abrieran la puerta dejaba quedar al otro. La

vieja sin pensarlo mucho dijo que sí.


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Se devolvió para el apartamento y no fue sino tocar para que el marica de

Juan le abriera la puerta. Le hizo señas a la vieja y mientras llegaba le dijo a Juan

que le tocaba pasarse para la sala pues él necesitaba el cuarto para echarse una

vieja. No podía dejar que ella lo viera, porque como lo conocía de repente se echaba

para atrás y lo dejaba „embalado‟. Aunque al güevon de Juan le había pasado un

poco la borrachera, no se quería salir del cuarto, “quien es la vieja. En la sala hace

mucho frío”, protestó.

En medio de la carrera para que no jodiera más y se abriera, Lucas dijo que

sé „fresqueara‟ que dejaría la puerta sin seguro para que entrara después y se la

„echara‟ también. El cuento resultó. Cuando llegó y preguntó quién estaba ahí, le dijo

“fresca usted no lo conoce”.

Ya en el cuarto no iba a permitir que el borracho se le tirara el „polvo‟, así que

puso el seguro. Juan se pasó todo el tiempo detrás escuchando y viendo todo por un

vidrio que tenía la puerta y como a la hora y media, cuando ya había clareado,

golpeó para que lo dejara entrar al cuarto pues estaba muerto del frío. Al abrir, Lucas

no sólo vió a Juan, también estaba otro „loco‟ que se quedó dormido en la sala

desde antes de la medianoche, en medio de una borrachera. Pese a que Lucas no

se acordaba a qué hora el otro chico se había quedado en su casa, ambos

reclamaban porque haberlos dejado en la sala sin una cobija o una manta para el

frío. Los mataba la curiosidad por saber quién era la vieja, quien tapada hasta la

cabeza con las sabanas no se atrevía a descubrirse porque sabía que ambos la

conocían.

Después de unos minutos y sin poder hacer nada para evitarlo, le tocó dar la

cara. Juan destapó otra botella de ron. Después de varios tragos, Lucas le dio a

escoger entre „coger‟ con él, delante de ellos, o hacer un striptease. Escogió lo
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primero con la condición de estar entre las sabanas, lo cual no fue obstáculo para

que Juan metiera las manos por debajo y se las colocara en el culo a Lucas, para

ayudarlo a empujar, mientras le daba trago. Se estaban divirtiendo de lo lindo. En

medio de la risa de ellos y ante la sorpresa y disgusto de la pelada, Lucas retó a

Juan, a meterse a la cama y echársela también. Afortunadamente para ella, el

güevon no arrancó. Después de todo, la „pelada‟ sólo no quería salir de allí. En un

gesto de gallardía salieron del cuarto para que se pudiera vestir.

Como es costumbre en este país, un primero de enero a las 11 de la mañana,

todos los vecinos están en la calle, algunos barriendo el reguero del día anterior,

otros haciendo asados, o simplemente, pasando la resaca en la tienda de la

esquina. El lío para la vieja era salir del apartamento sin ser vista por todos. Pobre,

aunque se asomó varias veces por la ventana para buscar el momento ideal, preciso

cuando abrió la puerta, otro amigo de Lucas gritó desde la tienda de la esquina que

no cerrara. Todos miraron. Aunque ella se quería morir, los tres se quedaron frescos

pues ante los vecinos, podía haber estado con cualquiera.

Juan y el otro „loco‟ se fueron a la tienda mientras Lucas se vestía. Al llegar, el

marica de Juan ya había contado todo; incluso socializó el cuento del bálsamo que

se volvió famoso. Según él, Lucas le pidió a la pelada que se volteara para tener

sexo anal, y ella había respondido que no, que eso dolía mucho, a lo que Lucas

contestó, “yo te ayudo”, echando mano a un bálsamo para el cabello. Todos los

amigos estaban cagados de la risa y cuando llegó lo cogieron de goce. Tuvieron

tema para rato.

La „pelada‟ no los volvió ni a saludar. Si se los topaba en la calle, agachaba la

cabeza y seguía de largo. Sentía vergüenza. ¿Y ellos?, „fresqueados‟, les importó

un culo.
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VI

El punto culminante con Andrea fue cuando empezó a salir con Juan. Con

Lucas compartían muchas cosas, no sólo las rumbas. Llegaron a tener dinero de los

dos en una sola cuenta y nunca tuvieron una discusión, incluso Juan vivió en el

apartamento de Lucas un par de meses. Aunque tenía más comodidades en su casa

decidió establecerse en la de él para que el papá no se la „montara‟ por mantener de

„farra‟. Juan, era el típico amigo de juventud que todos tienen en esa etapa de la

vida. Por eso le dolió tanto, Lucas lo conocía bien. Sabía que tenía novia y que

salía con Andrea sólo por „echársela‟.

Aunque se sintió traicionado por Juan nunca reclamó. Nunca hablaron sobre

ese asunto. Sabía que esa relación no tenía ningún sentido y que sólo le haría daño

a Andrea. Pensaba que hasta ella lo sabía.

A pesar de su relación con Juan una noche se fueron de rumba los dos.

Nuevamente se „rumbearon‟ y la estaban pasando del putas, hasta que en la

madrugada, y como era costumbre, con más tragos encima de los que cualquier

persona pudiera aguantar se fueron para el apartamento de Lucas. Estando allí llegó

Juan, quien al ver a Andrea la invitó para que se marchara con él. Ella acepto.

Lucas explotó y le dijo cosas que ella no hubiera querido escuchar y que él

hubiese preferido no decir. La trató „remal‟. Por primera y única vez fue grosero y

agresivo con Andrea; sus palabras estaban cargadas de resentimiento, llevaban

veneno. Le reclamaba por todo lo que le hacía. De nada valió, Igual se fue con él.

Al día siguiente, sabía que la había cagado, y esta vez ella estaba muy dolida.

Sintió un vacío el hijueputa y le pareció tenaz que su amistad terminara así. No sólo

era su mejor amiga, sino que además la quería más que cualquiera en este mundo.
20

Los días pasaban lento, y no sabía qué hacer para romper el hielo. Sin saber

cómo o de dónde apareció en su escritorio un recorte de periódico “Para mí es algo

muy profundo. Siempre son pocos los amigos y muchos los conocidos. Lo definitivo

es tener alguien en quien uno confíe. Un amigo es como uno mismo, dice Séneca, y

por eso es tan difícil la amistad. Entonces se deben compartir valores. El amigo tiene

que ser una persona que uno respete. Que sea honesta y transparente, para que la

relación transcienda”. Decía. Lucas sólo le agregó, te quiere Lucas.

Nunca supo cómo llegó allí, pero lo cogió y se dirigió al primer „Timoteo‟ que

vió en el camino, estos sitios en donde venden muñecos, tarjetas y toda clase de

maricadas para enamorados; seleccionó la tarjeta más grande y pidió que le

escribieran el mensaje que encontró en el recorte del periódico. La disculpa, que fue

sincera, dio resultado, nuevamente quedaron bien y la tarjeta se convirtió en parte

de la decoración del cuarto de Andrea.

Después del vacilón de Andrea con Juan, y a pesar de lo que los amigos

decían de ella, se ennoviaron a comienzos de año. Las cosas desde el principio no

fueron fáciles, estaban en una sociedad de doble moral. Si eres hombre y salís o te

„echás‟ varias viejas, sos un duro, un bacán, un perro. Es algo aceptado, nadie lo

descalifica por eso, al contrario, entre los amigos es del putas. Pero si es una vieja la

que lo hace, no la bajan de perra, puta, fufa, zorra o loba. Todo el mundo las

descalifica sin compasión.

A Lucas no le importó, la conocía. Sabía todo lo que había hecho. Nadie tenía

que contarle nada. Conocía sus valores, sabía que era sensible, dulce, delicada y

cariñosa. Una „pelada‟ súper. Entendía que pasaban por una etapa de desenfreno.
21

De manera que siguió adelante, aunque muchos, comenzando por la mamá de

Andrea, decían que era un error, que lo único que iban a conseguir era dañar la

amistad.

Llevaban como dos meses de novios y como Lucas sentía que era lo mejor

que le estaba pasando, aprovechó las vacaciones para invitarla a Cali; quería pasar

unos días con la familia y de paso estar solos, lejos de todos. A ella la idea no le

pareció tan buena y rechazó la invitación, de manera que tuvo que viajar solo.

Todos los días hablaban por teléfono, pero después de la primera semana la

sintió distante, intuyó que algo pasaba. Ya no sentía el mismo entusiasmo cuando

conversaban. Al regresar a Bogotá entendió todo.

En su ausencia estuvo hablando con David, el ex novio. Él no se resignaba a

perderla, y de cuando en cuando aparecía para pedirle que volvieran. Ahora resultó

que mientras Lucas estuvo fuera de la ciudad, se vieron un par de veces, decidiendo

volver. Luego de un partido de microfútbol en el que jugaron varios de los

muchachos se reunieron en la casa de Andrea para tomar unos tragos,

aprovechando que sus padres no estaban. Allí tuvo que verlos todo el tiempo juntos.

Se sintió un güevon. Impotente frente a lo que pasaba. Todo se iba a la

mierda en su cara sin poder hacer nada. Tomó más licor que todos, tratando de

llenar con alcohol el vacío que sentía. Luego de varias botellas en un rincón de la

casa lloro. Sí, lloro desconsolado. Se tomó unos tragos más y decidió salir de allí.

Al día siguiente, Andrea le preguntó por qué se había ido en el estado de

embriaguez en que estaba, sabiendo que se podía quedar en su casa. Lo que tal

vez ella no entendía, era que Lucas no pudo soportar que estuviera con alguien más

enfrente de él. Aún dolido, aprovechó la conversación para hacerle saber que

aceptaba su decisión de volver con David, pero pidió que le explicara la decisión de
22

terminarle de esa manera. “Nos vamos a casar”, contestó Andrea. La miro a los ojos,

diciendo que entendía y le deseó suerte. Era lo mínimo que podía hacer, aceptarlo

con la frente en alto, con dignidad

Salió de su casa desecho. El pecho se le contraía y las ideas le daban vueltas

en la cabeza sin ninguna claridad. ¡Entendía!, pura mierda. Cada día que pasaba se

sentía peor, llegaba al apartamento y se tiraba en la cama mirando hacia el techo,

sin encontrar las razones por las que se sentía así. Lloraba, y aunque le dolió todo

lo que pasaba, no entendía porque no podía dejar de sentir todo lo que sentía, y lo

que es peor, por qué no podía dejar de amarla. Dejo de salir, no quería ver a nadie,

escasamente iba de la casa al trabajo y de éste a la casa.

Ella que lo conocía, se dio cuenta que no estaba bien. Le escribió una nota

diciéndole que lo quería y lo especial que era. Le pidió que no estuviera mal, porque

ella no lo podía soportar, que él tenía muchas cosas lindas para dar. “No te mereces

estar así”, concluía.

Dos semanas después Andrea le pidió que le pintara unos dibujos que

necesitaba como ayudas didácticas para las clases de inglés; era profesora de un

colegio. No se pudo negar, pasó toda la mañana dibujando. En la tarde ella fue

hasta el apartamento de Lucas para darle las gracias. Abrió la puerta y se tiró de

nuevo en la cama para seguir viendo el noticiero. Llevaba una minifalda imponente,

se veía lindísima o más bien muy „buena‟. La miro de abajo a arriba. Sus ojos

expresaron deseo, y ella se sonrojó pidiéndole que no la mirara así. Después de

hablar un rato se besaron. Una explosión de caricias recorrió sus cuerpos. En el

cuarto sólo se respiraba deseo, ganas.

No hubo tiempo de quitarse la ropa. Lucas bajó un poco la cremallera de la

blusa para besar sus senos. Bordeándolos con la lengua y aferrándose a ellos. Que
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lindos se veían: juguetones, apretados entre sus manos y su boca. Mientras la

besaba la quitó las medias veladas y subió su falda, pues no aguantaba más. Ella lo

despojó de la ropa interior. Todos los sentimientos reprimidos se desbordaron en

ese momento, se olvido de la realidad del país que mostraba el noticiero para entrar

en la única realidad que le importaba de verdad. Durante los siguientes minutos, lo

único que escuchó fueron sus gemidos y respiración entrecortada. Terminaron de

hacer el amor sin detenerse a pensar en nada.

No se habían repuesto del todo, y Andrea recordó que tenía una cita con el

ortodoncista, pidiéndole que la acompañara. Mientras se daba una ducha, ella fue

hasta su casa e hizo lo propio.

En el consultorio se encontraron con Camilo, el hermano menor de Andrea,

quien no pudo ocultar la sorpresa al verlos juntos. Camilo era de los mejores amigos

de Lucas, y no le gustaba que saliera con su hermana.

Luego de cumplir la cita, los acompañó de regreso a la casa. Allí se encontró

con David, que llegaba a hacerle visita a Andrea. Después de un corto saludo

Lucas se despidió con una sensación de descanso que no podía explicar, sintió

pesar por David. “Si se quería casar, que se case”, dijo para sí. No pasaron más de

20 días y se enteró que Andrea había terminado su noviazgo con él.

Todos estos hechos no le hacían olvidar su otra realidad. Las mismas

preguntas sin repuesta, las noches sin conciliar el sueño y las lágrimas contra la

almohada. Pensaba en él, en Andrea. En lo que la amaba.

Al comienzo le era muy difícil aceptar las cosas sin cuestionar los hechos del

pasado; buscó respuesta en las actuaciones propias y en las de la familia. Quería

encontrar un culpable, una razón. Y así se devolvía constantemente en el tiempo,

perdiéndose en los recuerdos.


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VII

Regresó de las vacaciones en Cali sin contarle a nadie su experiencia.

La vida en el pueblo continuaba y cada día se ponía más interesante para un

muchacho de 15 años. Sus hermanos mayores empezaron a trabajar en unos bares

que eran de propiedad de un tío. Un par de cantinas ubicadas en la zona de

tolerancia de la ciudad. En cada cantina o whiskeria, como les llaman en Bogotá,

trabajaban un promedio de quince a veinte mujeres, que vivían en el mismo lugar.

Los dueños de los bares recorren los pueblos del norte del Valle y del viejo

Caldas para reclutarlas; unas no tienen problema para viajar con su nuevo patrón, a

otras en cambio hay que comprarles la deuda, o sea, toca darles dinero para que

paguen a su antiguo patrón las deudas que han contraído con él, para poderse

marchar.

Las deudas son un negocio. Los jefes les prestan plata para que compren

ropa, coloretes, lociones y cuanta chuchería venden los „cacharreros‟ que van de

pueblo en pueblo, y en otras ocasiones les prestan para que tomen trago en los días

que no hay muchos clientes. Contraen deudas hasta por medio millón de pesos y

quedan amarradas a su jefe. Se vuelven como una mercancía. Las más bonitas son

las más apreciadas, y pueden generar riñas entre los dueños de cantinas. Cuando

uno se da cuenta que otro viene a llevarse sus chicas, se arma la hijueputa. Ellas

son la base del negocio.

Las viejas más andariegas, que gustan estar de pueblo en pueblo, no esperan

a que vaya alguien a comprar su deuda, sino que en cualquier descuido se vuelan

sin pagar. El negocio, o trafico de blancas como lo denominan las autoridades,

obliga a contar con un buen grupo de personas que ayuden no sólo a reclutarlas,

sino también a cuidarlas.


25

Los dos hermanos de Lucas y los primos hacían parte de ese batallón de

muchachos, con edades entre los 16 y los 22 años. Aunque eran demasiado jóvenes

para estar entre putas y borrachos, se divertían de lo lindo. Tenían revólveres o

pistolas por si las cosas se ponían feas con los ebrios, o con los que se las dan de

„Juan Charrasqueado‟ y forman tropel para irse sin pagar la cuenta.

La sensación de poder, que da llevar un arma al cinto, y mandar sobre esas

pobres mujeres los hacía sentirse más hombres de lo que realmente eran, aunque

algunos no podían ocultar su cara de peladitos; queriendo actuar como grandes se

veían enfrentados a sus impulsos que los delataban, estaban en la edad en la cual la

libido se expresa con mayor fuerza y no ahorraban esfuerzos para desfogar toda su

arrechera juvenil.

Las peleas con los borrachos siempre se resolvían a favor de los dueños de

las cantinas; los muchachos „frenteaban‟ a golpes a los borrachos que armaban

escándalo. Con el pretexto de que el tipo iba a acabar con la cantina, le daban con

todo, y de remate, los policías, que diariamente recibían mordida, se tranzaban con

5.000 o 10.000 pesos, llevaban a pata hasta la patrulla al tipo, que debía pasar la

noche en la estación.

Algunos se lo merecían. Como el que cogió a una de las viejas a golpes por

que no se lo mamaba. Uno de los primos de Lucas tuvo que intervenir; al comienzo

trato de arreglar con el man por las buenas. Le preguntó a la vieja que si el tipo le

había pagado por ese servicio, ella entre sollozos respondió que no, que sólo

acordaron un polvo y que el hijueputa, ahora quería los tres servicios.

El man lanzando improperios, alegaba que la vieja era una puta y que él hacía

con ella lo que le diera la gana. Se lanzó sobre ella para seguirle cascando. Sin más

remedio el primo sacó el revólver y se lo estrelló en la cara. Enseguida los demás le


26

cayeron a patadas hasta que llegó la Policía y se lo llevó todo reventado. Muchos se

iban así, cascados, sin plata y sin echar el polvo.

Inicialmente, esa era una realidad lejana para Lucas, que estaba dedicado al

estudio. Empezó a ir a este sitio a llevar alguna razón de la mamá a los hermanos, o

por iniciativa propia, a pedirles dinero para ir a sus rumbas. Poco a poco se fue

familiarizando con las circunstancias que se presentaban en las cantinas, sobre todo

los fines de semana, pues cuando no estudiaba, a veces pasaba y les ayudaba con

la música. Así era más fácil „retacarlos‟ por plata.

Se convirtió en la novedad y la sensación entre las putas que trabajaban allí.

Estaban acostumbradas a tratar con „gañanes‟ y él era un „pelado‟ decente, que las

trataba bien. Además cuando no tenían mucho trabajo se sentaba a hablar con ellas

durante horas. Aprendió a conocerlas. Se dió cuenta que eran mujeres con

sentimientos, madres e hijas, que trabajaban para sostener a sus hijos y madres

ancianas y, aunque algunas trabajan en la prostitución con gusto, la mayoría lo

hacía empujada por el hambre y la pobreza.

Dejó de verlas como simples putas, les tenía lástima, y ellas disfrutaban tanto

de su compañía que le regalaban plata, invitaban trago y le pedían comida cuando

iba los fines de semana a hacer de disc jockey. En esta feria de lujuria pronto perdió

la virginidad. Era una pelada de 17 años llamaba Naslí; nunca supo si era su

verdadero nombre o el artístico, igual no importaba, era hermosa, como la mayoría

de las que trabajaban allí, y él no la quería para casarme.

Aunque le daba algo de susto, un primo, solo dos años mayor que él, lo

animó. Estaba en el cuarto con la vieja y alcanzó a escuchar que el hermano mayor

preguntó por él. Con sorna el primo le señaló el cuarto. El hermano reclamó por lo
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que estaba sucediendo y éste se le emputó y le dijo que dejara la maricada que

Lucas ya estaba muy grande y era hora de que se „echara‟ una vieja.

El sexo se le convirtió en un vicio, como los video juegos; cada vez quería

más. En un par de meses me había „echado‟ más viejas que las que cualquier chico

de su edad hubiera soñado. Se sentía como un record man, y se hubiese convertido

en la envidia de sus compañeros de colegio, de no ser porque nunca les contó. Le

daba vergüenza que supieran que se „culiaba‟ las putas del bar del tío.

En medio de las luces de colores y la algarabía propia de estos sitios conoció

a Carmenza, una chica de 23 años, hija de la dueña de otra whiskeria. Aunque al

comienzo ella le tuvo bronca, porque decía que era muy „picado‟, al poco tiempo se

convirtió en la musa de sus deseos sexuales. No esperaba hasta el fin de semana

para visitar a Carmenza, comenzó a pasar en las noches, y de la mano de ella

seguía explorando ese otro mundo que se abría frente a él, mostrándole las mieles

del placer y la lujuria.

Llevaba una doble vida. Seguía en el colegio con sus actividades normales;

cursaba grado once, y como los demás chicos del colegio tenía novia y casi todos

los días la visitaba, como es normal a esa edad. Llegaba sobre la nueve de la noche

para explorar juntos los primeros besos, caricias y deseos. Con ella era tímido,

nunca presionaba este tipo de situaciones, que se daban por los impulsos juveniles.

Sobre la diez y media de la noche concluía la visita y salía corriendo a entregarse en

los brazos de Carmenza, quién le calmaba la „parola‟ y la arrechera con que salía

de la casa de la novia.

Comenzó a frecuentarla más seguido hasta altas horas de la noche. Su

madre se dio cuenta y un día cualquiera fue hasta allá y lo sacó regañado,

increpándolo porque al día siguiente tenía que ir al colegio. La señora Esthercita le


28

hizo pasar una pena de puta madre. Le recordó que no era más que un mocoso y

que si quería echar su vida a perder, tomando licor con viejas, pues que debía

esperar hasta que tuviera la capacidad de mantenerse por sus propios medios,

porque mientras ella lo hiciera tenía que someterme a sus reglas. Lo cogió de un

brazo y cruzo el lugar con él. Los pocos tipos que había en el bar y las viejas que

trabajaban allí se cagaron de la risa. Lucas, que se creía el duro de la película

porque era el amante de la dueña del sitio, tuvo que aguantarse las burlas de las

putitas que trabajaban allí durante varios días.

Por unas semanas logró frenar sus visitas. Lo que no pudo evitar es que se

encontrara con la primera consecuencia de su desbordado gusto por el sexo. Unas

pequeñas úlceras le aparecieron en el pene. Como era lógico, estaba muerto de

vergüenza y de susto, y no le quiso contar a nadie, hasta que el miedo lo venció y le

dijo al hermano mayor. Él sin hacer mayores preguntas lo llevó a donde un amigo de

una farmacia para que le aplicara unas inyecciones y le recetara antibióticos.

Estaba muy preocupado, había terminado el colegio y en dos semanas se iba

con los compañeros para Cartagena y Santa Marta. No podía creer pasaba; se

aproximaba el viaje más esperado por todos y él con una maldita venérea.

Afortunadamente, los millones de penicilina que le aplicaron, surtieron efecto.

Ofendido con Carmenza reclamó indignado y no la volvió a visitar. Al regresar del

viaje solo tuvo una semana para compartir con la novia y amigos, las acostumbradas

despedidas, antes de irse a prestar el servicio militar obligatorio. A ella no la volvió a

ver.

Aunque estaba muy molesto por lo ocurrido con Carmenza, no podía dejar de

pensar en ella, no estaba enamorado pero en las noches de guardia en el batallón

recordaba las noches que pasaba con ella, menos frías y menos aburridas, por
29

supuesto. A esa edad Lucas era un mar de pasión. Luego de tres meses de encierro

tuvo su primera licencia. Al llegar al pueblo no pudo evitar verla y sin mayores

reclamos se fueron a la cama. Al día siguiente se encontró con los primos y, claro,

tenían que celebrar que estuviera de permiso. Casi acaban todo el licor de uno de

los negocios.

Se quedaron dormidos de la borrachera. En la madrugada despertó sin saber

dónde se encontraba y, sin reponerse, se dio cuenta que alguien cabalgaba en su

verga. Sin entender bien lo que pasaba reconoció a Milton, un „pelado‟ que trabajaba

con los primos. Cuando Lucas lo enfrentó, le dijo “fresco, no haga escama”. Aunque

lo amenazó con decirle al tío, la vergüenza no lo dejó. No se imaginaba frente al tío

diciendo “Milton se sentó en mi verga mientras yo dormía perdido de la borrachera”.

De modo que nadie se enteró. Tiempo después al comentar el suceso con unos de

mis primos se dió cuenta que la situación se había presentado con algunos de ellos,

sólo que no le dieron la trascendencia ni la importancia que él le dió.

Nuevamente aparecieron las pequeñas ulceras en el pené. Se sentía

agobiado, pues encerrado en el cuartel sin tener relaciones con nadie habían

aparecido en un par de ocasiones. Solo vino a entenderlo en Bogotá, cuando una

doctora que lo atendió por lo del diagnóstico de vih, le explicó que tenía un herpes

genital, patología que no desaparece sino que se puede controlar con un

medicamento específico, y que reaparece cuando hay una baja en las defensas, por

estrés o por algún contacto sexual.

VIII

Después del último episodio con Andrea decidió recapitular sobre su vida.

Desde que le dieron el diagnóstico estaba dedicado a la rumba porque creía que se
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iba a morir. Se había bebido un par de años y nada. Entonces empezó a pensar en

las metas que le habían traído a Bogotá, y luego de mucho darle vueltas ingresó a

la universidad, animado por un compañero de la empresa.

Pasaban los días y aunque Andrea había terminado con David no se atrevía a

buscarla. Al contrario, trató de establecer una prudente distancia con ella, de modo,

que lo que hiciera o dejara de hacer, no le afectara o causara daño. Lucas la seguía

queriendo, de manera que lo mejor para él, en ese momento, era no estar cerca de

ella. El ingreso a la universidad no sólo le permitió encaminar sus energías hacia las

nuevas responsabilidades, sino que ocupó el tiempo libre y esto ayudó a su

propósito de no pensar en ella.

A pesar del distanciamiento continuaban siendo buenos amigos, por lo que lo

invitó a una fiesta donde Laurita, una amiga en común. Nada formal, una reunión de

amigos para bailar y tomar. La historia se repitió. Al tiempo que bailaba con él,

coqueteaba con otro „pelado‟, por supuesto, Lucas se sintió como un güevon, pues

aunque era cierto que los dos no tenían nada, ella lo había invitado y no le parecía

bien que le pidiera que la acompañara a una fiesta para restregarle a otro en la cara.

No sólo le reclamó, sino que le advirtió que no iba a aguantar que le viera la cara de

marica “no te quiero ver bailar más con ese tipo”, dijo.

El man que estaba de conquista, aprovechó una baladita americana, para

sacarla a la pista. Ella encantada hizo caso omiso a lo que Lucas de dijo. No

terminaban de llegar a la pista cuando la tomó por un brazo, recordándole lo que le

había dicho minutos antes. Andrea, histérica gritó que los dos no tenían nada, que

no la jodiera, “no tienes derecho para hacerme reclamos”. Lucas contestó que le

importaba un culo, y que si lo quería retar, pues entonces que bailara con el tipo.

“Baile, por qué no baila”, le dijo en tono desafiante.


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El maricón que estaba con ella intervino, con tono y cara de divertirse con la

situación. “No hay problema viejo, si quiere baile usted con ella”, dijo. Lucas lo miró y

le contestó que no fuera sapo. Se aguantó las ganas de meterle un golpe porque no

se quería tirar la rumba de Laurita. En ese momento los dos entendieron que él no

estaba jugando. Andrea se dirigió a la cocina y se puso a llorar mientras le daba

explicaciones al man. Esto le molestó más a Lucas, al punto, que le importó un culo

tirarse esa puta fiesta.

Se dirigió hasta donde estaban y le dijo que dejara el show. Discutían cuando

el pendejo intervino de nuevo. “Mire hijo de puta, usted no se meta que no es con

usted. Si le afecta mucho o está muy puto, vamos a la calle y nos arreglamos los

dos”, dijo Lucas. Finalmente, el man entendió que el cuento no era con él y se abrió.

La rumba duró hasta el amanecer.

Al día siguiente, con Andrea a comentaban sobre el ridículo que habían hecho

en la fiesta de Laurita, siendo sorprendidos por ella y unas amigas que también

habían asistido a la rumba. Al verlos juntos, sin hacer comentarios, los saludaron,

hicieron cara de ahí están pintados y siguieron su camino.

Continuaron con una prudente distancia, hasta una tarde de junio que Lucas

se tomaba unas cervezas en la esquina de la casa, cuando ella pasó y se detuvo a

saludarlo. Nelson, un amigo de ambos, la invitó a una cerveza. Luego de conversar

un rato se fueron al parque para presenciar un partido de micro que jugaban los

muchachos, después de los cuales siempre terminaban tomando o armando alguna

rumba. En medio del grupo sus miradas se encontraban. No necesitaron decir

palabra para entender que querían estar solos, que había algo muy fuerte entre los

dos. Sin pensarlo y a la primera oportunidad, se marcharon sin llamar la atención.

Ambos conocían a los muchachos y sabían que si los veían marcharse la


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mofa que les armarían sería de puta madre. Llegaron al apartamento y se

entregaron con todo. Fue algo especial, era más que sexo, era pasión viva, amor,

deseos truncados. A partir de ese día empezaron una nueva etapa, sólo que en esta

ocasión Lucas iba prevenido. No quería subirse en esa nube para luego estrellarse

contra el pavimento.

Empezaron a salir como amigos y aunque Andrea le pidió que se hicieran

novios él decía que no, que mejor seguían así. Ella quería recuperar el tiempo

perdido, quería amarlo con todo, deseaba ser su novia, tanto como él había

deseado, sólo que ahora Lucas no estaba dispuesto. La seguía amando, pero todo

lo que había pasado entre ellos lo endureció y ahora quería manejar la situación.

Estaba dolido, y sin quererlo llegó a devolverle algo de lo que ella le había

dado. Una ex novia llamó para saludar, había comprado boletas para una fiesta y le

pidió que la acompañara. Sintió pena de negarse. Esa noche tuvo que „enredar‟ a

Andrea para abrirse para la fiesta, sin que ella se diera cuenta. Pidió a los hermanos

de Andrea que estaban de salida, que lo llevaran a recoger a la amiga. Como eran

tan amigos no creyó que le contarían a la hermana que él se iba de programa. Lo

dejaron en el apartamento de la „pelada‟ y al regresar a su casa cogieron de „goce‟ a

Andrea, porque mientras ella estaba encerrada en la casa, Lucas se iba de rumba

con otra vieja.

Andrea se llenó de rabia y sin pensarlo se fue a su apartamento a esperarlo.

Convenció a la dueña de que se le habían quedado las llaves para que le permitiera

romper un vidrio de una puerta que comunicaba el apartamento con un patio interno

de la casa. Como estaba de alterada, si la dejan tumba la puerta.

Cuando salían del baile unos amigos de la ex novia de Lucas propusieron ir

su apartamento a seguir la „farra‟. Él estaba „remamado‟, pero estuvo de acuerdo. Al


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final un par de viejas decidieron que era mejor dejarlo para otro día, pues también

estaban cansadas. Tomada la decisión lo llevaron hasta el apartamento y se

marcharon. Al abrir la puerta del cuarto no podía creer lo que veía, Andrea estaba en

su cama llorando. Comenzó a reclamarle. Medio borracho, no le paró muchas bolas,

lo único que pensó fue en el show que hubiese armado si llega con esa gente a

seguir la rumba allí. Esperó hasta que se calmó y luego le explicó que no entendía

porque había hecho todo eso, si los dos no tenían ningún compromiso. Luego de

hablar un rato se quedaron dormidos. La relación no cambió, continuaron saliendo,

pero este episodio minó la confianza de Andrea, que hasta ese día siempre había

estado segura de lo que Lucas sentía por ella.

Tiempo después, mientras celebraban la fiesta de fin de año, Lucas se

„rumbeó‟ con una chica, sin importar que estuviera en la propia casa de Andrea, con

toda la familia presente. A estas reuniones asisten familiares, amigos y vecinos. Lo

que pasa en ellas, por tanto, es de conocimiento público. Cuando la chica con la cual

estaba se fue no tuvo problema en „vacilarse‟ a otra. Técnicamente no eran novios,

entonces, como en los viejos tiempos, cada uno podía hacer lo que le diera la gana.

Esta vez Lucas se pasó. Sin embargo, esta vez ella trató de no darle importancia al

asunto, pero todos se dieron cuenta de lo que pasó.

Por esos días Andrea estaba descansando, pues no empezaba clases sino

hasta finales de enero. Así que Lucas aprovechó las vacaciones de la empresa para

invitarla a un viaje. Le propuso San Andrés. Nuevamente, y como había sucedido el

año anterior, le dijo que no. No pensaba arruinar sus vacaciones por ella, así que

cambió de rumbo y armó viaje para Aruba.

El primo Fabián dejó Cali para radicarse allí luego de pasar una temporada en

Europa. Las dos primeras semanas las pasó donde Javier, hermano de Fabián que
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también vivía en la isla. Él y su esposa se encargaron del tour turístico. Lo llevaron a

recorrer las playas y los sitios más importantes. Javier conocía a Fabián y sabía que

si lo dejaba de guía, Lucas sólo conocería la vida nocturna de la isla. Le quedaba

una semana y ya estaba „mamado‟ de las salidas en familia, el sol, las playas y los

recorridos con cámara de video a bordo. A él gustaba mucho la rumba y no

pensaba venirse sin disfrutarla.

Cambió de guía para salir de rumba con Fabián y unos amigos. Recorrían las

mejores discotecas de Oranjestad, la capital. Las noches eran frenéticas: luces,

música electrónica, mucho whisky y cerveza y, por supuesto, las drogas hacían

parte de esas salidas, que se extendían hasta el amanecer. Una noche dejaron la

disco, tomando una de las avenidas que van paralelas al mar. El „pelado‟ que

conducía se detuvo en un sitio solitario y luego de darse un pase de coca le pasó la

droga a Fabián que hizo lo mismo, después se dio vuelta y le ofreció a Lucas que

estaba en el asiento trasero. Él primo dijo que no, que Lucas no consumía. El amigo,

en un español medio enredado, mitad papiamento, lengua nativa de la isla, le

contestó que él no podía saber si a su primo le gustaba, que lo dejara decidir, pues a

lo mejor le provocaba. Nuevamente se dio vuelta y le alcanzó la droga. En medio de

la euforia que tenía por el licor y a pesar del temor que le producía, se dió un pase.

Siguieron por la circunvalar con el radio a buen volumen. El sonido del mar, la

música y las luces de los autos que venían en sentido opuesto lo llevaron a un

estado de frenesí, que se interrumpía sólo cuando le alcanzaban la botella de licor u

otro pase.

Despertó al mediodía, desnudo y cubierto por una sábana blanca, en un

apartamento que no reconocía. En medio del dolor de cabeza trataba de recordar,

sin mucho éxito, como había terminado la noche anterior. Lo último que recordaba
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era que iba en el auto. Fabián le alcanzó un jugo de naranja. Entonces entendió que

había pasado la noche con él.

Después de estas rumbas, a Lucas le daba más duro el guayabo moral que el

físico, se cuestionaba por lo sucedido. Durmió el resto del día y en la noche salieron

nuevamente. Al regresar y un poco más sobrio que la noche anterior, le expresó a

Fabián que no le gustaba lo que había pasado. Qué él no era marica y que estas

vainas lo confundían. Recordó lo sucedido en Cali, cuando era sólo un adolescente,

y la vergüenza que sintió por mucho tiempo. Fabián respondió que no debía

preocuparme por eso, que lo que había pasado no lo convertía en marica y, que por

el contrario, él creía que era muy macho. No discutieron más, sabía que Fabián

como gay veía las cosas de manera diferente. No tenía caso.

Luego de darle muchas vueltas al asunto, y para no seguir sintiéndose mal,

decidió que las vacaciones son un paréntesis en la vida, que son cosas que se viven

y se dejan atrás en el momento que se regresa a la cotidianidad de la vida.

Al llegar a Bogotá estuvo muy ocupado poniéndome al día con la universidad.

Las clases habían iniciado una semana antes, por lo que estaba muy atrasado. Un

par de días después Andrea le dijo que era hora de que tomaran una decisión. O

estábamos juntos o no. Él también quería formalizar un noviazgo, pero seguía con

miedo comprometerse. Ella insistió en que tenía mucho para darle, y expresó que

podía estar tranquilo que lo amaba y lo único que quería era que le diera la

oportunidad de demostrármelo. Después de discutirlo decidieron ser novios.

Comenzó la etapa más feliz de su vida, gozaba la compañía de la mujer más

maravillosa que conocía. Compartían el mayor tiempo que podían. Mimos, besos y

caricias hacían parte de su rutina. Andrea se preocupaba por sus cosas, y el

apartamento de Lucas, de su mano, pronto se convirtió en el lugar ideal para dejar


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volar todas sus fantasías. Allí nada importaba. Una noche que llegaron de una

rumba; bailando se fueron despojando de la ropa, tirándola hacia cualquier parte.

Desnudo me dirigió a la ventana que daba a la calle y se sentó en la orilla. Invitó a

Andrea para que se sentara en sus piernas. La boca dejó los labios de ella para

desplazarse por su cuello, hombros y senos. La cogió de las caderas y sus piernas

rodeaban su cintura. El viento suave hacía que las cortinas juguetearan con sus

figuras desnudas. Estaban tan sumidos en su juego amoroso que no sentían en el

cuerpo, el aire frío de las dos de la mañana, ni importó que en el parque del frente, a

sólo tres pisos de ellos, hubiese un grupo de „pelaos‟ tomando trago. Los cabrones

se dieron cuenta de todo pero no armaron „alboroto‟ para no arruinar la „culiada‟,

pues de seguro gozaron tanto viendo, como ellos.

Sabían cómo empezaban sus fines de semana juntos pero no cómo

terminarían. No dejaron la rumba, ahora la compartían como pareja, algo que seguía

mortificando a los padres de Andrea. Un viernes luego de asistir a un concierto en el

estadio El Campín, al que fueron con Camilo y su primo Carlos, le pidió que se

quedara en su casa, ya que estaba cansado y tenía que trabajar al otro día

temprano. Además le parecía una „cagada‟ que llevándolos hasta allá ella se fuera

con él. Sin embargo, ella insistía en pasar la noche en el apartamento. Tuvo que

recordarle que estaba cansado y que los dos sabían que si pasaban la noche juntos

no podría descansar. Un poco molesta lo aceptó.

IX

La relación iba muy bien, sólo que a él le mortificaba que Andrea no supiera la

verdad. Muchas veces pensó en contarle pero la quería mucho y el miedo a perderla
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después de todo lo que había costado llegar a estar juntos lo impedía. No sólo era lo

que él sentía, también era muy complicado que ella entendiera porque insistía tanto

en los preservativos cuando tenían relaciones. Eran unos locos de mierda. En

muchas ocasiones hacían el amor en el cuarto de sus hermanos, a media mañana,

mientras el resto de la familia, a unos pocos pasos disfrutaba del desayuno. Para los

dos no había espacios vedados u horas inadecuadas, cualquier oportunidad o lugar

eran indicados. Se reían al recordar las veces en que hacían el amor en las

escaleras. A las once de la noche terminaba la visita y Andrea lo acompañaba hasta

la puerta. En el camino del segundo al primer piso los besos y las caricias de

despedida se hacían más intensos. Cuando la abrazaba ella podía sentir su „pinga‟

dura y caliente y él podía sentir la humedad de su „concha‟. Contenían la respiración

y medio desnudos se entregaban al placer de amar. Sabían que en cualquier

momento alguien los podría sorprender en medio del puje y el empuje. Aun así, las

ganas eran más fuertes. El susto que producía la posibilidad de ser descubiertos los

excitaba más. Todo era rápido, sagaz y silencioso. Al llegar al clímax, se mordían los

labios para no gritar.

En un afán de esos y él „chimbiando‟ con condones. A Andrea le parecía una

„maricada‟ que se preocupara tanto. Decía que no era necesario que los usaran. Al

final, Lucas siempre la convencía argumentando que no sólo era un embarazo, sino

que su responsabilidad era protegerse. Esta situación lo llenaba de angustia, por

engañar a la mujer que amaba.

Pero no era sólo la situación con Andrea. Se afligía por el peso de llevar ese

secreto; en muchas ocasiones pensó en contarle también a los amigos para que se

protegieran y no tuvieran que pasar lo que él estaba viviendo. Sentía que era su

obligación. Incluso lo discutió con el médico, quien le explicó que la gente no estaba
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preparada para eso y que de pronto la reacción no era la mejor. Consideraba que

debía mantener su situación en secreto, pues aunque la intención era buena la

responsabilidad de los demás no era suya.

En la soledad de su cuarto muchas veces lloró y renegó de su realidad. Le

parecía injusto que no pudiera llevar una vida normal, como el resto de sus amigos.

Desesperado, sin saber qué hacer, muchas veces pensó en el suicidio. No era la

primera vez que lo hacía, este pensamiento siempre lo acompañaba, sólo que se

hacía más fuerte cuando entraba en crisis.

Desde que empezó a asumir su nueva situación vió en el suicidio una válvula

de escape. La idea de estar en cama con una enfermedad terminal lo asustaba;

desde entonces, ha pensado que no va a permitir que esta infección lo lleve a un

estado de deterioro. No lo soportaría. Además cree que es la decisión más libre del

hombre, pues no se escoge nacer. Nadie le pregunta si quiere venir a este mundo

de mierda, o si acepta las condiciones que le van a tocar. Entonces, ¿por qué no se

puede tener el derecho de escoger el día que se quiere morir?

El suicidio, se convirtió en el paracaídas de emergencia; si las cosas salen

mal con el principal, te queda éste. Soportar estas crisis solo, no era fácil. Sin

embargo se reponía y trataba de continuar con la vida de manera normal, aunque

cada vez se sentía peor. No podía aguantar más, quería quitarme ese peso de

encima y empezó a buscar el momento para decirle la verdad a Andrea.

Una noche en un bar, mientras todos se divertían, Lucas apuraba uno trago

tras otro, pensando en la forma de decírselo. No sabía si sería capaz de enfrentarla.

Habían tomado mucho, pero estaba decidido a hablar con ella. Al llegar al

apartamento muerto de susto, se preguntó. ¿Dónde comenzar? ¿Cómo le iba a

decir? ¿Cuál sería su reacción? Ya en la cama empezaron a besarse, apurados para


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quitarse la ropa, en un derroche de pasión. Entonces se detuvo y dijo que tenían que

hablar. Ella no quería parar, continuó besándolo y le pidió que lo dejaran para

después. La interrumpió diciendo que tenía que ser ahora. Sentí un vacío y un par

de lágrimas recorrieron su rostro. Sin saber cómo, se lo dijo. Así no más, sin darle

vueltas.

Andrea lo abrazó y los dos lloraron como niños, sin poder detenerse. Con su

dulzura habitual le tomaba la cara y lo besaba. Le dijo que no me preocupara, que

siempre estaría con él. Preguntó, eso sí, desde cuando lo sabía y por qué no se lo

había dicho antes. Dijo que no entendía la decisión de sufrir solo, si sabía que ella lo

amaba.

Luego de llorar juntos por un rato le pidió que hicieran el amor, incluso sugirió

que no tuvieran protección, pues a ella no le importaba. Aunque en todo momento

sintió su apoyo no pudo decirle que llevaba varios años con esto. Le dijo que hacía

como un año. Creyó, que como cada uno conocía su propio pasado, era mejor que

pensara que cualquiera de los dos pudo adquirir el virus. Como se dejó ganar de sus

miedos y perdió la oportunidad de ser totalmente sincero, la sensación de

culpabilidad lo siguió agobiando.

Aunque la actitud de Andrea lo tranquilizó, no dejaba de inquietarse. Nunca

un reclamo ni una pregunta, como si no se preocupaba por ella. Decía que

únicamente le interesaba que él estuviera bien.

La relación no cambió. Sólo que ahora Lucas tenía menos tiempo libre. En el

día estaba en la universidad y trabajaba de cinco de la tarde a una de la mañana, lo

que les impedía compartir como antes.

Desde que estaban juntos Andrea cambió, ahora sólo salía con él, o si quería

salir con sus amigas le preguntaba si estaba de acuerdo. En cambio Lucas siguió
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bebiendo con sus amigos, descuidando la relación. Muchos fines de semana la dejo

esperando. No la visitaba, o llegaba con „tragos‟ en la cabeza. Estaba seguro que

ella lo quería, así que no se detuvo a pensar en lo que le estaba haciendo a la

relación.

Entre tanto, ella comenzó a llenarse de dudas, su inseguridad crecía cada día.

Empezó a sentir miedo de que Lucas pudiera terminar. Él, sin darse cuenta de lo

que sucedía no hizo nada para cambiar. Para él todo iba muy bien. Cuando

compartían todo era del putas, así que no tenía de qué preocuparse. Nunca

discutieron lo que pasaba. Y claro, llegó la gota que derramó la copa.

Un domingo le pidió que lo acompañara a ver por televisión la final del

campeonato colombiano de fútbol. Aunque era a la diez de la mañana, su equipo

jugaba, y quería ver el partido con los amigos en un bar. Le dijo que se adelantara

que ella lo alcanzaría luego. Antes de terminar el primer tiempo llegó, y en el

intermedio le dijo que debía ir hasta su casa nuevamente, que la esperara. Fue a

cambiarse pues tenían una invitación a almorzar. Lucas no le vió problema al

asunto, su equipo en ese momento era el campeón. Lo único que le preocupaba era

que la cerveza estuviera bien fría y que el árbitro diera el pitazo final. Incluso, se

olvidó del almuerzo.

Terminó el partido y ella no llegó. El que sí llegó fue Juan, quien lo invitó para

la carrera 15; allá se reunían los hinchas del equipo a celebrar hasta altas horas de

la noche. Al llegar se unieron a la caravana, olvidándose de todo lo demás. Sobre

las cuatro de la tarde regresaron al barrio. Estaban tomando licor en una tienda

enfrente del parque cuando ella llegó y le reclamó delante de los muchachos.

Sin darle importancia, Lucas sólo contestó que era muy tarde para ir al

almuerzo y que él se quedaría celebrando, que se quedara con él. Furiosa, no


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entendió sus razones, por lo que debió marcharse sola para el almuerzo y él se

quedó con los amigos.

Al día siguiente, a las once de la noche, llamó al trabajo y en medio de

sollozos le dijo que ella lo había pensado muy bien y que era mejor que terminaran.

No lo tomó en serio, pensó que lo decía porque estaba molesta por lo del día

anterior. Contestó que listo, que luego hablarían.

Sólo se volvieron a ver hasta el fin de semana, para discutirlo. No hubo

mucho que discutir, ella ya había tomado la decisión y no estuvo dispuesta a

reconsiderarlo. Sin embargo, en las noches lo seguía llamando al periódico,

situación que Lucas aprovechaba para tratar de arreglar las cosas, pues estaba

seguro que lo quería y que iba a revertir su decisión. Pasaron un par de semanas y

dejó de llamar. Luego se dió cuenta que después de que colgaba se encerraba a

llorar en su cuarto, hasta altas horas de la noche. Ante esta situación la mamá le dijo

que si había tomado una decisión que la afrontara.

Poco a poco, la distancia se hizo mayor, sin que decidieran hablar

abiertamente para afrontar la situación con madurez. Cada uno se quedó con la

propia idea de las causas por las que se terminó la relación. Para Lucas era claro

que ella había tomado la decisión de terminar por inseguridad, temía que él la dejara

y pensó que si ella lo hacía antes iba a sufrir menos. Sin darse cuenta acabaron con

lo mejor que tenían. Con ella se sentía pleno, no necesitaba buscar nada en otra

mujer y nunca lo hizo. Pero no se lo dijo, pensó que ella lo sabía y que no era

necesario que le hiciera saber que era la persona más maravillosa que conocía, que

la amaba.

A ella le sucedía lo mismo, con Lucas encontró el equilibrio, la pasión, el

amor. Y a pesar de todo lo que los unía y lo que sentían no encontraron la manera
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de decir las cosas. Los dos sufrían la ruptura, pero el orgullo les impedía reconocerlo

y hablar con claridad. Pasaron seis semanas y comenzó a salir con otro „pelao‟ por

„desparche‟, convencida de que un clavo saca otro clavo, mientras él ahogaba sus

penas en alcohol.

A la seis de la mañana fue por tercera vez al baño, esa madrugada, y sólo

hasta ese momento, se dió cuenta que estaba vomitando sangre. Llevaba dos días

bebiendo y como había llegado borracho no se dió cuenta de lo que sucedía. Con la

claridad del día pudo observar el baño. La sangre escurría por las paredes, el

lavamanos, la tasa y el piso. Impresionado por lo que veía, lo que le quedaba de la

borrachera, se le fue para la mierda.

Enseguida tomó el teléfono y pidió un taxi. Mientras el móvil llegaba, llamó a

la hermana para contarle que se sentía mal y salía para la Clínica San Pedro. Le

explicó que no era nada grave, pero que sí al mediodía no la había llamado, que se

comunicara con la clínica para averiguar por él. Luego que le aplicaron varias bolsas

de suero y un par de inyecciones, en la tarde le dieron de alta; el galeno que lo

atendió consideró que no era grave.

Salió para el apartamento de la hermana, pues contrario a lo que decía el

hijueputa médico, se sentía muy mal. Después de una muy mala noche, en la

mañana, volvió a vomitar sangre. Cuando Ana vio el baño casi se cae, pero en

medio del susto que tenía lo llevó nuevamente a la clínica. Allí, mientras se retorcía

de dolor, hacían el mismo papeleo del día anterior. Finalmente, y después de

sobrevivir al papeleo, en urgencias le pusieron suero y le introdujeron una sonda por


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la nariz hasta el estómago. Según la médica que lo atendió esta vez, presentaba una

fuerte hemorragia causada por una gastritis crónica. Y contrario a lo que pensaba el

cabrón que lo atendió el día anterior, dijo que si no llegan a tiempo, su vida habría

corrido riesgo, ya que empezaba a presentar síntomas de anemia por la cantidad de

sangre perdida.

Esta complicación no tuvo nada que ver con su condición de portador del vih,

pues según los especialistas se presentó por un exceso en el consumo de alcohol y

por los malos hábitos alimenticios que llevaba. Lo anterior lo llevó a replantear

nuevamente la vida. Estuvo una semana en la clínica y además de la hermana el

único que lo visito fue Camilo. Y una compañera de la universidad; una chica

intensa que no entendía que Lucas no quería nada con ella. Apareció allá y casi lo

mata. Los que quería ver no aparecieron ni en pintura. Ninguno de sus amigos lo

visitó, ni siquiera Andrea se apareció por allá.

¿Tenía amigos? ¿O sólo eran conocidos de farra? Comenzó a preguntarse.

La hermana que sufría mucho por el ritmo de vida que él llevaba se encargó de

recordárselo todos los días. Ya en el apartamento, Andrea lo visitó; fue muy dulce y

especial, y aunque Lucas estaba bastante dolido porque no fue a la clínica se sintió

muy bien por su visita. Luego Ana le contó que ella pasaba todos los días a

preguntarle por su estado de salud y que fue a visitarlo porque no le dieron permiso

en el trabajo. Duró dos meses en recuperación, alejado de los placeres de la vida

mundana y, obvio, de los amigos.

Recuperado pasó a visitar a Andrea. Hablaron toda una tarde. Discutieron

sobre la relación, reconociendo que aún se querían. Incluso se besaron. Lucas le

pidió que dejara al man para que se dieran otra oportunidad. Y aunque ella quería lo

mismo le dijo que no lo podía dejar así no más, que el „pelado‟ era muy buena gente
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y que ella no le quería hacer daño. Le pidió tiempo. Molesto Lucas respondió que

era inaceptable que mientras él insistía en que volvieran, ella pidiera tiempo para

estar con otro. Dejaron las cosas así y no volvieron a hablar de ello.

Desconcertado por su actitud comenzó a compartir más con los compañeros

de la universidad y, como ahora tomaba menos licor, poco a poco se fue alejando de

los amigos del barrio y de la propia Andrea. Sin ponerse de acuerdo evitaban los

encuentros para no hacerse daño. Empezó a dedicarle más tiempo al trekking y al

montañismo, deporte que practicaba con Camilo, Carlos y Julián, este último

hermano de Laurita y muy amigo de los tres.

A pesar de todos los esfuerzos que hacía para olvidarla no podía sacarla de

su cabeza. Durante muchas noches le quitó el sueño y muchas tardes se perdía en

clase por estar pensando en ella. En las noches, en la soledad de la casa releía las

notas que le había enviado y las cartas que le escribió. Así se pasó el tiempo sin que

nada cambiara.

Al año siguiente, inició prácticas de periodismo en una cadena de noticias a

nivel nacional. Tenía un ritmo de locos: de siete de la mañana a doce del día, estaba

en la emisora; de una y media de la tarde hasta las cinco, en la universidad; y de

seis de la tarde a una de la mañana en el trabajo. Me tiraba en la cama agotado, las

escasas cuatro horas que dormía eran insuficientes por lo que no tenía tiempo de

pensar en nada ni en nadie. Los pocos espacios que le quedaban los utilizaba para

leer o adelantar los compromisos de la universidad. Y así durante los siguientes seis

meses.

XI
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Durante el siguiente semestre tuvo una relación con una compañera de la

universidad. Diana, una niñita de 17 años, que dejó su natal Barranquilla para venir

a estudiar a Bogotá. A Lucas no lo „mataba‟, pero salía con ella por „desparche‟.

Diana se las „botaba‟ todas y los compañeros lo presionaban para que saliera con

ella, “decían que le hiciera, que nada perdía, que ese virgo era para él”. Los amigos

de la universidad no se equivocaron, luego de muchas salidas y de varias rumbas en

el apartamento, se cumplió su presagio.

Sin proponérselo le creó falsas ilusiones a esta niña, que pronto se ilusionó

con la relación, creyendo que la tomaba en serio. Estaba „tragadísima‟ y mientras

Lucas hacía hasta lo imposible por evitar cualquier situación que lo comprometiera,

ella aprovechó una ocasión en la cual la mamá vino a visitarla para organizar una

reunión con el fin de que los compañeros más allegados y, por supuesto, yo el novio,

la conociera. La dejó „plantada‟, todos fueron menos él. Pensó que aparecía por allá,

era como oficializar la cosa y no quería nada de eso.

Al final de semestre Diana viajó a su ciudad natal para pasar las vacaciones

con sus padres. Lucas que llevaba varias semanas buscando la manera de

despegarla pensó que debía aprovechar esa oportunidad. No la llamó sino una vez

durante todas las vacaciones. Volvieron a hablar cuando reiniciaron las clases.

Convencida que todavía tenían algo llegó haciéndole reclamos por el abandono. Él,

sin embargo, se limitó a contestar que lo que había pasado entre los dos era eso,

pasado. Que no quería tener nada con ella, “uno no escoge a quién querer,

simplemente sucede y ya”, dijo. No lo planeó, su único error había sido seguirle el

juego a los compañeros, y ahora le estaba haciendo mucho daño a esa „pelada‟.

Este episodio le valió el odio de las compañeras por mucho tiempo. Las

mujeres suelen asumir las batallas ajenas como propias, además las viejas suelen
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olvidar que en todos los encuentros de amor siempre hay un perdedor. Es algo

inevitable. Pero ellas no lo querían entender, así que durante un buen tiempo se

ganó el desprecio de casi todo el sexo femenino del curso, hasta cuando los ánimos

se calmaron y las cosas volvieron a la normalidad.

Cada semestre aparecen compañeros nuevos, que se van colgando en las

materias y que deben integrarse a los grupos que vienen de atrás. Así conoció a

Julia, quien estaba en último semestre pero que debía ponerse al día con un par de

materias. Desde la segunda clase le buscó el lado y se volvió tan intensa que a los

pocos días los compañeros ya le habían armado cuento con ella. Los más cercanos

le decían de frente “marica, esa vieja está que se lo come”. Lucas sabía que era

cierto, pero siempre lo negaba, pues aunque la vieja estaba buena, no le gustaba y

no le hacía gracia que lo jodieran con ella.

A Julia, por el contrario, no le importaban los comentarios. Aprovechó un

trabajo para ponerle una cita. Debían leer un libro y hacer un análisis para sustentar

en clase y, ella que estaba buscando la oportunidad para cazarlo, aprovechó que

trabajaba en una emisora de la capital para trazar un plan que no podía fallar. En el

poco tiempo que lo conocía sabía que le gustaba descrestar en clase con la calidad

de sus trabajos. Porque a pesar de que era un vago de los buenos, académicamente

también era de los mejores, nunca se tiro una materia y sus promedios siempre

estuvieron por encima de cuatro. A ella se le ocurrió la brillante idea de llamar al

autor del libro para entrevistarlo, de manera hábil logró que el propio escritor hiciera

un análisis de su obra, como quien dice el mismo tipo hizo el trabajo y ellos

quedaron como los duros del curso; nadie aparecería con un análisis que además

contara con una entrevista de el escritor.


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Llamó y le contó a Lucas lo que tenía, diciendo que no tendría problema en

compartir la grabación con él, pero que no se la podía prestar, sino que tendrían que

oírla juntos. Tal como ella lo pensó le puso una cita en su apartamento el sábado por

la tarde, para escuchar la grabación. Allí trato de convencerla que le dejara la cinta

hasta el lunes para escucharla con calma y poder extraer lo más importante. Luego

de mucho insistir, sin ningún resultado, comenzó a ceder y con una botella de ron en

la cabeza y al ritmo de buena música terminaron haciendo el amor, digo, teniendo

sexo. Aunque ella logró su objetivo, él consiguió la grabación por todo el fin de

semana. A las siete de la mañana se despertó en una de las situaciones más

desagradables por las que una persona puede pasar; amaneció con alguien con

quien no quería estar. Porque una cosa es „echarse‟ un polvo con cualquiera

ayudado con unos traguitos y otra muy diferente es despertar en los brazos de ese

cualquiera cuando ya estás completamente sobrio.

Julia que ignoraba lo que Lucas sentía y pensaba en ese momento, al

despertar, comenzó a acariciarlo de manera cariñosa. Incómodo ante la situación

ideó la forma de sacarla de su cama, de forma diplomática. Después de pensarlo

mucho se le ocurrió decir que dos compañeros llegaban a las ocho para hacer otro

trabajo, qué no tenía problema pero que ella decidía si se quería encontrar con ellos.

Sin pensarlo se vistió y se marchó. Lucas si tenía un compromiso con los

muchachos, solo que a la una de la tarde. El lunes la saludo de manera habitual y le

devolvió la cinta. Aunque los dos consiguieron lo que querían, Julia no lo volvió a

saludar. Estaba convencida que lo sucedido el fin de semana era el inicio de una

relación seria y como se encontró con la realidad se llenó de motivos y comenzó a

actuar como víctima, olvidando que ella armó la película. Pero claro, nuevamente

ante los ojos de todos, el hijo de puta era Lucas.


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En medio de esos rollos, y sin comprometerse en serio con nadie, Andrea se

le salió del corazón. Entendió que estaba preparado para dejar la relación atrás

cuando pudo desprenderse de sus recuerdos físicos. Una noche sacó todas las

notas y cartas que le envió, y por última vez miró y releyó sus escritos. Luego quemó

todo en una fogata improvisada en la cocina del apartamento. Era claro que no iba a

olvidar todo lo que habían pasado, pero ya no le hacía daño pensar en ella o verla

con alguien. La prueba de fuego se presentó una a tarde que visitó a su mamá.

Lucas seguía pasando por su casa, pues además de ser muy amigo de los

hermanos, los papás lo apreciaban mucho, sobre todo la mamá lo quería y le tenía

mucha confianza; después de todo, para ella se había vuelto como parte de la

familia.

Al preguntarle por Andrea no pudo evitar contarle que estaba en embarazo.

Con ironía y sarcasmo le dijo que la felicitaba porque iba a ser abuela. Entonces, la

señora le contó que Andrea pasaba por una situación muy difícil, porque era algo

que no había planeado, que estaba muy triste y lloraba mucho, y continuó

contándole que los únicos que conocían del embarazo eran ella y la hermana de

Andrea. Al escuchar todo el relato se sintió como una basura. Se había dejado llevar

por la rabia y no había entendido que la señora le contaba porque necesitaba

compartir su pena con alguien. Apenado por la actitud se disculpó y dió las gracias

por confiarle algo tan personal. Tiempo después cuando ya le habían contado al

papá y a los hermanos, la hermana de Andrea, le soltó la noticia para ver qué cara

ponía. La sorprendida fue ella, sin inmutarse dijo que lo sabia hacía rato.

A pesar de que éramos vecinos, desde que se enteró que estaba embarazada

no se veían, ni hablaban. Al juzgar por la cara que puso cuando se encontraron,

Lucas pensó que ella había evitado el encuentro. Para entonces ya era evidente su
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barriga. Por unos segundos no se movió. Lo miró y su cara se descompuso. Se veía

tristeza en su mirada; distante sintió como si con ella dijera que sabía que había

cometido un error, y a la vez le pedía que no la juzgara. Lucas no supo que pensaba

ella en ese momento, pero su actitud le produjo mucha tristeza. Sintió pena por ella,

por él, por los dos. Luego de un lánguido saludo se despidieron.

En muchas ocasiones habían soñado con ese bebé. Incluso la mamá le había

contado que en una conversación con el papá, sobre su relación, y ante la sorpresa

de éste, confesó que esperaba que tuvieran un hijo, ya que ellos conocían a Lucas y

lo apreciaban mucho, además sabían cuán enamorados estaban. Según la mamá,

no importaba que no estuviéramos casados, pues era mejor eso y no que luego se

dejaran y Andrea terminara por ahí metiendo las patas con otro. Como sucedió.

XII

La vida de Lucas no cambió. Cuando tenía tiempo asistía a bares con los

compañeros de la universidad o a fiestas en el club de la empresa. Allí conoció a

Rita, una periodista recién egresada de la universidad que llegaba a hacer

reportearía en la sección Metropolitana. Un compañero los presentó, y aunque hubo

empatía no volvieron a hablar hasta después de un buen tiempo. Luego de un par

de encuentros fortuitos en los que dialogaban por largo rato se hicieron buenos

amigos. Era diferente a las demás, pues a pesar de que venía de una de las mejores

universidades, no llegaba con la prepotencia de las otras viejas. Era una persona

sencilla, humilde y amiguera.

Cada vez se veían con mayor frecuencia. Salían a cine a tomar café o a

bailar. Se volvieron confidentes. Lucas le contó lo su relación con Andrea y ella le


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confió apartes de su vida. Disfrutaban hablando de los dos, de las cosas más

simples y por supuesto de las importantes. Empezó a conocerla, se dió cuenta que

no había podido superar una relación pasada que le hizo mucho daño, por lo que

trató de que hablara de ello para que pudiera superarlo. Rita era extrovertida, pero

su formación conservadora y sus principios moralistas le impedían disfrutar la vida a

plenitud. Era cuadriculada, estaba educada para estudiar una carrera profesional,

casarse y tener hijitos. Una vida simple y aburrida. Los placeres de la vida, incluso

los sexuales, parecían ajenos a ella, prohibidos. No era su culpa, así la habían

formado. Lucas empezó a sacarle todas esas „cucarachas‟ de la cabeza.

Ahora que no „vagaba‟ tanto le dedicaba más tiempo al trekking y al

montañismo. Los fines de semana recorrían con Camilo, Carlos y Julián los páramos

de la meseta cundiboyacense. Eran caminatas de 16 a 35 kilómetros, las cuales

alternaban con escalada en roca y muro, como parte del entrenamiento para las

salidas a hacer montañismo a los nevados. Ese año fue muy productivo: fueron al

Parque de los Nevados, la Sierra Nevada del Cocuy y al Nevado del Tolima. En

muchas ocasiones salía sólo con Camilo, ya que Carlos entró en la etapa de la

rumba y las viejas y Julián andaba „retragado‟ de la novia, por lo que preferían pasar

los fines de semana en Bogotá.

Camilo y Lucas no tenían compromisos con nadie, ya que aunque en

ocasiones salíamos con alguna „pelada‟, no formalizaban nada. Camilo llegó a

expresar su preocupación por no encontrar una „pelada‟ que le moviera el piso,

incluso había llegado a pensar que sí sería qué se estaba volviendo gay. El

comentario le quedó dando vueltas en la cabeza a Lucas; él tenía más motivos para

pensar en eso, no sólo eran los hechos pasados, unas semanas atrás se había

presentado una situación similar.


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Salió de una rumba con Alexander, un amigo del barrio, como era muy tarde y

estaban borrachos él se quedó en su apartamento. En la madrugada se despertaron

e intercambiaron caricias. Él vivía con la novia, que además era amiga Lucas, por lo

que los dos hicieron como sí no hubiera pasado nada. Nunca hablaron del asunto.

Pero eso no era todo, además de lo sucedido con Alexander Lucas había empezado

a tener sueños eróticos con pelados: en uno de esos viajes de su inconsciente se

encontró nuevamente en el Ejército; caminaba por los alojamientos del batallón y a

su paso veía a los soldados comprometidos en actitudes sexuales; desde una simple

caricia hasta la penetración, algunos estaban completamente desnudos, otros a

medio vestir, en los camarotes o en el piso, estaban por todos lados y los que no se

hallaban haciendo nada caminaban como él, con absoluta naturalidad. En ocasiones

eran figuras masculinas que no conocía, en otras apareció el propio Camilo.

Despertaba angustiado, no entendía por qué tenía estos sueños. Le asustaba

pensar que las preocupaciones de Camilo, eran una realidad que él se negaba a

aceptar. Sin comentarle a nadie, y menos a él, comenzó a preocuparse por el

asunto.

A pesar de todo el mierdero que tenía en la cabeza trató de llevar las cosas

de manera normal. En los días siguientes organizaron con Camilo un viaje por la

costa pacífica, con escala en el hermoso Lago Calima, en el Valle del Cauca.

Salieron de Buenaventura hasta llegar a Bocas de San Juan, en límites con el

Chocó. De ese viaje, inolvidable la noche que se enrumbaron en un sitio conocido

como la Barra; un caserío entre Juanchaco y Bocas de San Juan. Ubicado a unos

doscientos metros de la playa, por lo que no se puede ver desde ésta. Allí no hay

energía y las casas son palafitos, viviendas construidas en madera sobre estacas y

techos de palma.
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Levantaron la carpa al lado de una casa construida a la orilla de la playa. En

la noche decidieron hasta el caserío a buscar una cerveza. Tremenda sorpresa la

que se llevaron, en medio de la oscuridad y del silencio de la selva, encontraron tres

casas iluminadas por una planta que funcionaba con gasolina. La luz que salía de

los bombillos era tenue, pero suficiente para iluminar la muchedumbre que bailaba al

compás de la salsa que brotaba de un viejo equipo de sonido.

Como en esta región llueve casi todos los días, les tocó hacer piruetas para

esquivar los charcos y el barro de las diminutas calles que separan los palafitos.

Después de varias metidas de pata lograron llegar al frente y se ubicaron en otra de

las casuchas iluminadas, que hacía las veces de tienda. Desde de allí observaban

el jolgorio mientras disfrutaban bebiendo cerveza. Algunos nativos les hacían la

charla con el fin de que les invitaran un trago. Conversando con un negrito, al que

invitaron una „fría‟, se enteraron que no era una fiesta familiar, sino una especie de

discoteca, por lo que Camilo preguntó si podíamos ir.

El tipo que estaba con ellos habló con el dueño y en minutos les dieron una

mesa. El patrón no sólo puso la mesa, también sentó a las tres mejores negritas que

estaban en el lugar, claro, él también se instaló con ellos. Al iniciar cada nueva

canción indicaba a las „peladas‟ que bailaran con Camilo o Lucas. El licor, por

supuesto, corría por cuenta ellos. La sensación era nueva y extraña. Dos pelados de

color blanco en medio de una rumba de negros en el interior de la Costa Pacífica.

Nos veían como dos bombillos más en medio de tanta oscuridad.

En la madrugada se precipitó “un „aguacero‟ de padre y señor mío”, no paró de llover

en toda la noche. Mientras afuera todo se inundaba y el agua empezaba a subir

amenazando con meterse a las casas, adentro era un hervidero humano. Al

despuntar el alba, casi sin poderse sostener de la borrachera, salieron de allí en


53

medio del „aguacero‟. Caminaron con el agua por encima de las rodillas los

doscientos metros que separaban el caserío de la casa de la playa, y empapados se

metimos en la carpa. Sólo al despertar se dieron cuenta que la carpa se había

inundado por la lluvia, que habían pasado la noche en un charco y que sus cosas

estaban todas mojadas. Camilo, tímido e introvertido, actitud propia de las personas

del interior del país, tuvo que dejar atrás el pudor y se la pasó todo el día en ropa

interior, hasta que las demás prendas se secaron. Pero eso, no era lo peor. Al

revisar las billeteras se dieron cuenta que éstas estaban revolcadas y que no

teníamos un solo peso. Era obvio que los habían robado, pues los documentos de

Lucas aparecieron en la billetera de Camilo y los de él en la de Lucas. Camilo se

ofuscó por lo sucedido y dijo que prefería regresar. Perdió la motivación para seguir

hasta la desembocadura del río San Juan, que era el objetivo. Estaba muy

„achantado‟ porque lo habían dejado sin nada, llevaba todo en efectivo y no le

dejaron ni para el pasaje de regreso a Bogotá.

Luego de revisar las maletas se dieron cuenta que les quedaba algo de

dinero, el suficiente para pasar otro día. Entonces Lucas le dijo que se „fresqueara‟,

que por lo menos a él le habían dejado las tarjetas, y al llegar a Buenaventura

sacaban dinero de un cajero automático, “estábamos juntos y la plata mía, también

es suya”, dijo. Finalmente, y luego de discutirlo por un rato, lo convenció para que

no desistiera del recorrido. De regreso, en Bogotá gozaron recordando el asunto; en

broma decían que por lo menos habían sido víctimas de un robo y no de una

violación.

XIII
54

En el trabajo le habían montado una relación con Rita. Comentarios iban y

venían sin que llegara a importarles, por el contrario se divertían, así que no se

preocupaban por negarlo. La verdad, Lucas también había notado que Rita era muy

especial con él y como sus compañeros pensaba que se había enamorado o que por

lo menos, como decían ellos, le cargaba ganas. Él la consideraba como una persona

chévere: tenían muchas cosas en común, compartían principios y valores y, además,

la pasaban bien, pero nada más. Estaba seguro que no era su tipo, sabía cuando

alguien lo „mataba‟ y éste no era el caso.

A pesar de que tenían intereses diferentes seguían saliendo como amigos.

Pronto confirmó que se había enamorado de él. Era „recagada‟, ya que aunque la

quería como amiga no pretendía tener nada más con ella, y antes de que se hiciera

alguna ilusión prefirió hacérselo saber. Simplemente, no la podía ver como algo más

que una buena amiga, no le nacía. Esta situación lo hizo sentir muy mal. Él vivió lo

mismo con Andrea por mucho tiempo y entendía por lo que ella pasaba.

Por esos días debía viajar a Cali a cumplir con un compromiso familiar. Su

hermano Jaime se casaba y como él era el padrino tenía que conseguir una

madrina. Después de darle muchas vueltas le dijo a Rita, era su mejor amiga y podía

ayudarle en esto. Ella quedó encantada con la propuesta, así que lo único que

faltaba era empacar maletas. Llegaron un viernes a Cali y en la noche salieron a dar

una vuelta con unos amigos y su primo Ricardo. Al regresar al apartamento Rita y

Lucas decidieron tomar otras cervezas en una terraza que había en la entrada del

conjunto. Al calor de la noche y con varias cervezas en la cabeza, comenzó a

reclamarle por su actitud. Decía que no entendía porque él no quería tener nada con

ella. Y lo peor aparecieron las lágrimas. Incomodo no entendía por qué putas las

mujeres no podían hablar sin llorar.


55

Trató de explicarle de una y otra manera, pero ella no entendía. A medida que

avanzaba la conversación se fue poniendo más intensa, hasta que lo acorraló.

¿Usted sigue „tragado‟ de Andrea o es homosexual?, le dijo. Le contestó que ni lo

uno ni lo otro. Pero ella insistía en obtener una razón. Así que le pareció buena idea

contarle lo del diagnóstico. Varias veces pensó en decírselo, pero no se decidía, así

que ésta podía ser la oportunidad de matar dos pájaros de un solo tiro. Le contaba

la verdad y se la quitaba de encima. Pero no fue así. Después de escuchar sus

argumentos le explicó que ella lo amaba y que ese amor estaba por encima de todo,

que no importaba lo que pasara, siempre estaría con él. Lo apoyaría en todo. Quedó

sin palabras, ya no encontró que decir. Ahora el que dejaba escapar unas lágrimas

era Lucas. Los dos teníamos motivos para llorar, y lo hicieron hasta desahogarse por

completo.

Cuando todo se calmó entraron a la casa, y a pesar de que les organizaron

habitaciones separadas, decidieron quedarse juntos. Nuevamente la cagó. Quería

que ella se olvidara de él como pareja y permitió que pasara esto.

El sábado en la tarde cumplieron el compromiso en la iglesia en la noche

asistieron a la reunión. Ella no la pasó muy bien, Lucas estuvo muy distante y ella

esperaba que él estuviera más atento. Incluso un amigo del hermano lo llamó y le

dijo que tratara de atenderla, pues era obvio que ella no se sentía cómoda, ni se

estaba divirtiendo y eso no estaba bien, ya que ella había viajado con él desde

Bogotá y no precisamente para aburrirse. A pesar de sentirse incomodo, el amigo

del hermano tenía razón; estaba mamado de explicarle a la familia que ella no era la

novia, que sólo éramos amigos. Durante toda la noche preguntaron la misma

mierda, cuando no era una prima o un amigo, era una tía. Claro que ella no tenía la

culpa. Así que a partir de ese momento trató de ser más atento.
56

Regresaron el lunes a Bogotá y esa misma semana se fue con unos compañeros de

la universidad para San Andrés, una isla en el Caribe colombiano. Después de este

viaje su vida no sería igual.

XIV

Estaba parado en el muelle esperando una lancha que los llevara a Johnny

Cay, un islote que se encuentra enfrente de la isla, sitio obligado para los turistas,

cuando lo vió. Sus miradas se encontraron, sin entender que pasaba sintió algo

especial. Minutos después se embarcaron. Durante el recorrido cruzaron un par de

miradas más. Aunque pasó todo el día con sus amigos, no dejó de pensar en lo

ocurrido.

En la tarde mientras esperaban la lancha de regreso se encontraron

nuevamente, luego de un corto silencio, entablaron conversación. Antes de que

llegaran los compañeros de Lucas al lugar, le alcanzó a comentar que viajaba solo,

que era de Ibagué, y que se llamaba Felipe. De regreso se sentaron juntos para

seguir conversando. También le dijo que aunque su familia vivía en Ibagué él

estudiaba en Bogotá y que los próximos seis meses viviría en su casa, pues estaba

terminando medicina y debía hacer el internado en el hospital de su ciudad natal.

Lucas le contó que vivía solo, que trabajaba en un medio de comunicación

importante y que también estaba terminando carrera. Conversaron hasta llegar

nuevamente al muelle. Se despidieron con la sensación de que no se volverían a

ver.

Al día siguiente organizaron un tour en un submarino que tiene el fondo

transparente para que la gente pueda apreciar las especies marinas. Éste no llega
57

hasta el muelle por lo que unas lanchas llevan y recogen a los turistas. Al abordar el

barco se encontraron con las personas que esperaban por la lancha para su

regreso, entre ellas, estaba Felipe. Intercambiaron un corto saludo y se despidieron

diciendo que se verían luego. Felipe dijo que en la noche regresaba a Bogotá y que

como no tenía su número de teléfono no entendía cómo iban a hacer. Lucas asintió

con la cabeza e intercambiaron números, seguros de que no se verían más en la

isla. Lo que no sabían era que después del paseo en submarino los dejaban en la

playa de otro islote y los recogían en la tarde.

Mamado del mar se sentó en una cabaña a tomar cerveza y a comentar con

un tipo que estaba al lado, y que había hecho el tour con ellos, lo aburrido que había

sido el famoso recorrido marino. Al ver que los muchachos regresaban de la playa

pidió cerveza para que los acompañaran. Aunque sabían que a Lucas le gustaba

bastante el licor, se sorprendieron al ver la cantidad de botellas que se había tomado

con el tipo. Mientras conversaban, sus amigos comentaron que el „pelao‟ que él

había conocido, estaba en la playa solo como una „güeva‟. Sin pensarlo dijo que le

invitaran una cerveza. Como a ellos les pareció bien le hizo señas a Felipe para que

se acercara.

Entre cerveza y cerveza se fue la tarde. A las cinco y media, de regreso,

entraron a un sitio que había enfrente del muelle para seguir tomando. Felipe se

sentó al lado Lucas y mientras todos hablaban mierda y se reían con las anécdotas

que contaban, Felipe comenzó a tocarle la verga por debajo de la mesa. Aunque le

pareció una actitud bastante lanzada no hizo nada para evitarlo, la verdad también lo

estaba disfrutando. A las siete y media de la noche se despidió porque tenía vuelo a

las nueve. Mientras esperaba el taxi le pidió a Lucas que lo acompañara hasta el
58

hotel a cambiarse y recoger el equipaje. Dijo que no, que estaba con los

compañeros y que eso no quedaba bien. Luego de despedirlo continuaron bebiendo.

Pese a pagar la cuenta dos veces para irse, seguíamos pidiendo cerveza.

Como las nueve, apareció Felipe en un taxi. Hicieron mucha algarabía al verlo, lo

hacían de regreso a Bogotá. En medio de la alegría contó que le habían aplazado el

viaje para las doce de la noche, de modo que dejó las maletas en el aeropuerto y se

devolvió con la esperanza de que todavía estuvieran ahí. Después de dos cervezas

salieron para el hotel a cambiarse de ropa, porque armaron plan para Blue Day, la

mejor discoteca de San Andrés. Al llegar al hotel los muchachos entraron derecho al

comedor. Lucas se excusó diciendo que cuando tomaba no le gustaba comer. Felipe

dijo lo mismo. Querían aprovechar para estar solos, así que mientras ellos comían

subieron a la habitación.

Felipe intentó besarlo pero Lucas lo esquivó. Explicó que nunca había besado

a un hombre y que se sentía un poco incómodo. Un tanto desconcertado por su

reacción Felipe se disculpó y dijo que él no quería presionar. Lucas consciente de

que le había permitido llegar hasta allá, trató de suavizar la situación. Superado el

incidente comenzaron a acariciarse mientras se quitaban la ropa. Luego se sentó en

la orilla de la cama y se la chupó mientras Lucas seguía de pie. Cuando los demás

subieron, Lucas se daba una ducha y Felipe lo esperaba viendo televisión.

Felipe estaba „achantado‟ porque estaba muy tarde y su vuelo salía a las

doce, aun así se fue con ellos a la discoteca. El ambiente estaba del putas, así que

llamaron a confirmar el vuelo con la esperanza de que nuevamente fuera aplazado.

Quedó para la una de la mañana. La noticia cayó muy bien pues se podría quedar

otro rato. Faltando como diez minutos para la una se despidieron con la promesa de
59

llamarse. Después le contaría que el puto vuelo salió a las cuatro de la mañana,

pero que le dio „mamera‟ devolverse para la discoteca.

El jueves en la noche, en medio de una borrachera la hijueputa, llegaron a

Bogotá. Tirado en la cama, lo primero que quiso hacer fue llamar a Felipe, pero no

encontró el bendito número de teléfono. Se estaba quedando dormido cuando sonó

el dichoso aparato. Era él, había estado pendiente de que llegara para saludar y

preguntar cómo le había acabado de ir, además quería avisar que iba a venir a

Bogotá porque quería verlo. Al día siguiente se encontramos en la noche. Después

comer quedaron parados a la salida del restaurante sin saber qué hacer. Por unos

segundos no hablaron nada, hasta que Lucas preguntó si quería pasar a su

apartamento. No tenía ganas de hacer nada más, había tomado mucho en las

vacaciones y al llegar a Bogotá lo cogió una gripa tenaz; con fiebre y dolor de

huesos, que lo tiró a la cama. Salió a la calle sólo porque él había viajado. Felipe

entendió la situación y le pareció bien que se fueran para la casa. Aprovecharon el

tiempo para hablar y conocerse mejor, y claro, le tocó cuidar a Lucas, pues en la

madrugada la fiebre le subió y fue necesario colocarle paños de agua fría. Pasaron

el fin de semana juntos.

El sábado siguiente Lucas organizó una rumba en su apartamento para

celebrar el inicio de semestre, además de los compañeros, asistió su hermano

Jaime, la esposa y Rita. Felipe se las arregló para no hacer turno ese fin de semana

en el hospital y poder viajar a Bogotá. Las cosas iban muy bien hasta que a la media

noche Rita llamó a Lucas al cuarto y en medio de lágrimas le reclamó. Decía que la

ignoraba, que parecía que no se daba cuenta que ella lo amaba. En medio de esa

situación tan incómoda; por cierto, no era la primera vez que se presentaba, le dijo

que él sí entendía lo que ella sentía, pero que no podía hacer nada porque
60

simplemente no sentía lo mismo, que también la quería mucho pero como amiga. Le

recordó que ya se lo había dicho y que ella debía entenderlo así. Le explico que lo

sucedido en Cali había sido un error, que nunca debió pasar. Después de un rato se

calmó y regresaron a la sala. Se estaba tomando un vaso de ron para tratar de

superar el mal rato cuando le vió la cara a Felipe. Estaba molesto. No entendía por

qué se encerró con una vieja en el cuarto por más de media hora. Le tocó bajarse

otro trago para coger fuerzas y explicar todo el rollo con Rita.

Después de todo la rumba salió bien; los más vagos se fueron a las siete de

la mañana. Lucas, sólo tuvo que aguantar los reclamos de Rita, darle explicaciones

a Felipe y reírse de los comentarios sarcásticos de Diana, la ex novia de la

universidad, que no desaprovechaba oportunidad para recordarle que era un hijo de

puta. Y en parte tenía razón. Se había portado como un cerdo con ella. La primera

vez que se la quiso „echar‟ estaba tan borracho, que escasamente recordó cómo

llegar a la casa. La „retacó‟ para que se lo „diera‟ y ella, nada. Que le daba miedo de

un embarazo, que no había estado con nadie y no se sentía preparada, y todas esas

pendejadas que esbozan las mujeres cuando han sido educadas con la idea de que

la virginidad es un tesoro. Mamado de insistir y más caliente que negro en baile le

dijo que por lo menos le corriera la „paja‟. Entre asustada y apenada, y con la mano

temblorosa le cogió la „pija‟. Como no sabía qué hacer, a Lucas le tocó colocar su

mano encima de la de ella y explicarle cómo se hacía. Al día siguiente se sentía

como un degenerado, corrompiendo a esa niña. La culpa no era sólo suya; sus

compañeros hacían el papel de celestina y le daban „pedal‟ para que se lo pidiera, y

ella, sabiendo que estaba un poco atrasada en esos temas, insistía en meterse con

un vago como él.


61

XV

Para Lucas todo era nuevo. Sus anteriores encuentros sexuales con hombres

habían sido solo sexo y en otras circunstancias. Esto era diferente, Felipe le movía

el piso. Además desde que había terminado con Andrea esperaba que llegara

alguien y le despertara los mismos sentimientos que despertó ella. Sin saber cómo

encontró a la persona que estaba esperando, sólo que nunca imaginó, que quién lo

iba a hacer sentir nuevamente mariposas en el estómago, sería un hombre. Debió

empezar a enfrentar sus miedos. Tuvo que decidir: o renunciaba a todo lo que

sentía, o se enfrentaba a la realidad de su sexualidad y a sus propios prejuicios. No

era fácil, pues aunque no era prejuicioso y tenía un par de amigos gays,

compañeros de la empresa, había sido educado como macho en una familia de

cinco hijos y una sola hermana mujer. Antes de conocer a Felipe pensaba como la

mayoría de las personas; que las relaciones entre los homosexuales eran puro sexo,

que en éstas no existían los sentimientos. Que eran como los chimpancés que se

apareaban por instinto, por satisfacer sus impulsos sexuales. Ideas que tuvo que

empezar a replantear, convencido por su propia experiencia.

No era sólo empezar a aceptar su sexualidad y todo lo que se venía encima,

también estaba su situación de portador. Aunque trataba de que no afectara las

demás actividades de su vida, no podía separar las cosas, le era imposible. Se

sentía muy bien con Felipe pero no quería repetir lo que había sentido con Andrea,

no estaba dispuesto a pasar las mismas angustias por engañarlo. Pensaba que él

debía conocer la verdad desde el comienzo y decidir si quería seguir adelante con la

relación. Siempre intentaba de ser responsable, se cuidaba y cuidaba a las personas

que estaban con él. ¿Pero quién garantiza que los condones son seguros? Nadie.
62

Así que vivía con el temor y la angustia de joderle la vida a otro. Era algo muy tenaz.

Creía que lo ideal era decir las cosas antes de estar con alguien.

Lucas pensaba que saberlo no los haría menos vulnerables al virus, pero, por

lo menos, quedaba más tranquilo, pues no le mentía a nadie. Y aunque eso

pensaba, en la realidad las cosas no son tan simples. No podía andar con un letrero

en la frente anunciando que era portador, o persona viviendo con vih. Nada de

sidoso. En eso son claros los lineamientos dados por Onusida, los grupos de apoyo

y los Defensores de Derechos Humanos. Para ellos la palabra portador, aunque

médicamente es aceptada, es discriminatoria, pues las personas no son canecas

que andan por ahí portando el virus. Consideran que son personas que les ha

tocado asumir una condición que no escogieron y que por sí sola es difícil de llevar,

de modo que prefieren decir persona viviendo con vih, para humanizar la situación

de los millones de afectados por la pandemia.

A Lucas le importaba un culo. Ni ser portador lo hacía más infeliz, ni ser

persona viviendo con vih aminoraba sus problemas. La realidad es cruda, una

simple palabra no la podía cambiar. De manera, que sea como sea que lo quisieran

llamar, no podía decírselo a todo el mundo. A pesar de los 40 millones de personas

que viven con la infección, de los 20 millones de muertes por sida, en dos décadas,

y de que cada minuto en el mundo cinco jóvenes adquirían el virus, la gente seguía

llena de prejuicios. Así que sin importar lo que pensaba, las circunstancias lo

obligaban a callar. Decidió que sólo se lo diría a quien considerara que era

importante para él, ya que la experiencia le enseñó que no podía estar tranquilo y

que no se puede empezar una relación en serio, cuando se miente. Las demás

relaciones las asumía con responsabilidad, utilizaba los medios de protección que
63

existían. Suena crudo, pero esa era su vida y no conocía un decálogo que le

enseñara a vivirla. Tenía que escoger lo mejor para él, sin dañar a los demás.

Sabía que no faltan los moralistas que le echan la culpa a la pérdida de los

valores y todas esa maricadas que predican. Lucas entendía de valores, pero sabía

que por sí solos no definen el destino. Repetía, “nadie escoge vivir con esta mierda.

Las cosas pasan y ya, te toca aceptarlas”. A él le importaban las personas que

quería, por eso le contó a su primo Ricardo y a su mejor amigo en la empresa, para

que se cuidaran. Sí, a pesar de que había decidido no contarle a nadie más de la

familia lo hizo con Ricardo. Para unas vacaciones que viajo a Cali, „mamado‟ del

calor y del tedio de la ciudad decidieron ir los dos solos para la finca de una tía,

cerca de Cali. Allá siempre encontraban algo que hacer: pescar en los lagos, montar

a caballo o simplemente colocar la música a todo volumen mientras se tomaban

unos tragos, sin que nadie los jodiera. Muchos de los „pelaos‟ de Cali armaban el

mismo plan, ésta es una zona en la que abundan las fincas de recreo, entonces lo

que comenzaba como unos traguitos de „desparche‟ a veces terminaba convertido

en unas súper rumbas, pues su primo conocía a casi todos los „pelaos‟ y „peladas‟

que iban.

Una noche en la piscina, solos, y con unos tragos de ron en la cabeza para

mitigar el frío, Ricardo le decía lo mucho que lo admiraba porque tenía una vida muy

„chimba‟: vivía solo y recorría el país practicando deportes extremos y rumbiando;

tenía un buen trabajo y estaba terminando la universidad. A sus 17 años, Ricardo

veía en Lucas una mi vida perfecta. A él le dolió pensar que toda esa belleza no era

más que un espejismo que había decidido vivir y que vendía a la familia como una

realidad. No se pudo contener y dejó salir unas lágrimas. Dijo que todos tenían

problemas y que los suyos eran peores de lo que él se podía imaginar. Le expresó lo
64

mucho que lo quería. Ricardo era un reflejo suyo, sólo que con un par de años

menos. Le gustaba la rumba y empezaba a vivir el desenfreno del sexo juvenil. No

tuvo que pensarlo mucho, le contó que era portador del virus que causaba el sida y

que él tenía que cuidarse para que no corriera con la misma suerte, que eso era muy

tenaz. Con los ojos encharcados se abrazaron fuerte durante unos segundos, luego

se miraron sin decir palabra y se cagaron risa. Se dieron otro chapuzón y salieron

corriendo de esa puta piscina pues por estar quietos hablando mierda se les estaban

congelando hasta los huevos. Esta confidencia los unió más; el chico era loquísimo,

en ocasiones le preguntaba por sus cosas delante de la gente con la mayor

naturalidad. La primera vez, Lucas se sorprendió, pero después le contestaba con la

misma frescura pues como él decía, nadie sabía de qué putas estaban hablando.

A pesar de su corta edad Ricardo manejó las cosas con discreción y seriedad,

nunca lo comentó con nadie. Aunque Lucas le contó para que tomara conciencia y

se cuidara, cuando hablaba con él, o con el compañero de la empresa al que

también le había contado, e incluso con su hermano Jaime, que lo sabía desde

antes de casarse, al preguntarles si ellos se protegían en todas las relaciones

sexuales. Se quedaban callados. Lucas pensaba que por una extraña razón

consideraban que a ellos nunca les iba a pasar. Muchas personas se escudan en el

hecho de que no son maricones, que es una enfermedad de homosexuales y de

putas. Entonces le dió la razón a su médico, él no podía asumir la responsabilidad

de los demás. No es tan simple como decir “yo soy portador cuídese para que no le

pase a usted”.

Lucas aprendió que debía pensar en la reacción que podían tener las

personas, si iban a respetar su intimidad o si por el contrario salían corriendo a

contárselo a todo el mundo. Tenía una idea diferente a la de otras personas


65

afectadas por el vih. Le parecía patético que aparecieran en programas, entrevistas

o dando testimonios de vida, diciendo que era lo mejor que les había pasado porque

se reencontraron con Dios, o que han aprendido a valorar más la vida y mil

cabronadas más. Pura mierda. Esto es lo peor que le había pasado a él, y por más

que las personas cercanas lo quisieran, nadie nunca iba llegar a sentir ni a

comprender por lo que tenía que vivir.

La situación de vivir con el vih no sólo lo afectaba física y emocionalmente,

también le había cambiado el diario vivir. Dentro de las nuevas actividades que

agregó a su agenda se encuentran: controles médicos, exámenes, consultas por

complicaciones como: dermatitis, bronquitis, cálculos renales y deficiencia

hipotiroidea; todas causadas por los medicamentos antiretrovirales que debía tomar

para controlar el virus. Además debía soportar efectos secundarios como náuseas,

mareo o vómito. A pesar de todo, debía seguir tomando los famosos cócteles, es

decir, hasta diez pastillas diarias, para que no aparecieran complicaciones graves

como: citomegalovirus, toxoplasmosis, neumonía, trombosis y demás enfermedades

oportunistas (se les llama así porque atacan cuando el cuerpo no tiene defensas o

éstas son muy bajas) que se presentan cuando el virus no es controlado, y llevan a

los pacientes a estado terminal (sida), y a la muerte.

Lucas sufría con las visitas a las diferentes oficinas para cumplir con los

trámites administrativos, autorizaciones de exámenes especializados y

medicamentos. Amén, de las personas que tienen que instaurar tutelas ante los

jueces, invocando la protección inmediata de los derechos constitucionales

fundamentales, para que las Empresas Prestadoras de Salud (EPS), les presten

atención o suministren los medicamentos que están por fuera del Plan Obligatorio de

Salud – o paquete de servicios que deben prestar las EPS, según la ley.
66

En este campo se volvió un duro. La primera vez, acudió a los estrados para pedirle

a un juez que le ordenara a una institución estatal la entrega de medicamentos que

le había formulado el médico, y que hacían parte de su tratamiento. Las terapias

antiretrovirales no se pueden interrumpir debido a que el virus aprovecharía ese

lapso para mutar y crear resistencia al medicamento, lo que obligaría a intentar con

otros cócteles (combinaciones de drogas). El problema es que después de más de

20 años de investigación científica solo había un total de 18 medicamentos para

combinar entre sí, y aunque la mayoría de ellos están en el país solo nueve están

incluidos en el POS. La clínica venía suministrando las medicinas a Lucas, de

manera corriente, hasta que un día cualquiera le informaron que estaban agotadas.

Luego de mes y medio de insistir ante la EPS instauró una acción de tutela. Porque

la justicia colombiana podrá tener muchas deficiencias, pero este artículo es una

joya de la Constitución, “Toda persona tendrá acción de tutela para reclamar ante los

jueces, en todo momento y lugar, mediante un procedimiento preferente y sumario,

por sí misma o por quién actué a su nombre, la protección inmediata de sus

derechos constitucionales fundamentales, cuando quiera que estos resulten

vulnerados o amenazados por la acción o la omisión de cualquier autoridad pública.

La protección consistirá en una orden para que aquel de respecto de quien se

solicita la tutela, actué o se abstenga de hacerlo. El fallo, que será de inmediato

cumplimiento, podrá impugnarse ante el juez competente y, en todo caso, este lo

remitirá a la Corte Constitucional para su eventual revisión.

Esta acción solo procederá cuando el afectado no disponga de otro medio de

defensa judicial, salvo que aquella se utilice como mecanismo transitorio para evitar

un perjuicio irremediable.
67

En ningún caso podrán transcurrir más de diez días entre la solicitud de la tutela y su

resolución” aunque cuando se desatiende a un paciente vih positivo éste puede

contraer una enfermedad mortal, y ese sí que es un perjuicio irremediable, trece días

después acudió a recibir el fallo judicial. El juez falló en su contra. Quedó „pasmado‟,

trató de ser fuerte pero no pudo evitar que los ojos se le aguaran. La funcionaria

judicial que le dio la sentencia, tal vez conmovida por su actitud de impotencia, le

dijo que en los siguientes tres días podía impugnar el fallo ante una autoridad judicial

superior. ¿Impugnar? Después de un golpe de esos, Lucas no quería saber de

jueces ni de nada. La realidad, no se parecía a las películas en donde aparece al

lado el abogado y familiares para abrazarlo en caso de perder, o llorar de alegría

cuando la sentencia es a favor. No, esta oficina era fría. Un cuarto con cuatro

escritorios y arrumes de expedientes por todos lados, hasta en el piso, y los

funcionarios entregan los fallos, como se entregaran la vueltas luego, de comprar un

café. Lucas estaba allí parado, completamente solo.

Al comparecer ante el juez, el gerente de la clínica informó que en ese preciso

momento podía suministrar los medicamentos, por lo que dejaba de vulnerar los

derechos de los pacientes que habían instaurado acciones de tutela, y al no haber

derechos violados el juez debía absolverlos de responsabilidad. Éste es un juego en

el que el director de la entidad prestadora de salud siempre gana. De manera

arbitraria deja de suministrar los medicamentos y cuando se ve acosado por las

acciones judiciales simplemente comparece para decir que sí puede cumplir con su

obligación, por lo que termina ganando los casos. Y claro, las estadísticas no

mienten. Cuando es requerido por un medio de comunicación o por una auditoría se

excusa en que la mayoría de procesos fueron fallados a su favor. Y ¿Quién pierde?

La justicia, porque como en muchos casos vuelve y se la pasan de „gorra‟, y los


68

pacientes que interrumpen los tratamientos. Pero esas son la reglas del juego en

esta absurda Colombia. A veces se pierde.

Cansado de una atención limitada decidió cambiarme a una Empresa

Prestadora de Salud privada. Primero tuvo que sortear infinidad de trabas para

lograr la afiliación. Por ley ninguna EPS puede rechazar a un paciente,

independiente de la patología que presente. El nuevo médico le ordenó exámenes

de laboratorio para conocer el estado actual de la infección y determinar el

tratamiento a seguir. Y aquí fue „Troya‟, nuevamente. La prueba de carga viral, que

mide la cantidad de virus que hay en la sangre no se encontraba dentro del POS y,

claro, la nueva EPS se negaba a realizarla. Entonces a Luquitas le tocó hacer de

tripas corazón y volver a los estrados. Esta vez me fue con todos los „fierros‟:

argumenté su derecho a la vida, la igualdad, la dignidad humana y a un adecuado

nivel de vida “el art. 25 reza: toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado

que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la

alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales

necesarios”; colocando los artículos puntuales que defienden cada uno de esos

derechos y subrayando en negrilla los apartes más contundentes de cada concepto,

y además le recordó al juez que éstos estaban consagrados en la Constitución

Política de Colombia, en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en el

Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y en la Convención Americana

de Derechos Humanos. Parecía que el alma de „Perry Maison‟ se hubiera apoderado

de él. Esta vez no tuvieron cómo evadir su responsabilidad. Ganó el segundo round.

Pero las cosas con la justicia no son tan fáciles. Las leyes y las normas están

escritas y siendo acucioso podía entenderlas e interpretarlas, sólo que la decisión

final la toma una persona basado en sus propios juicios. No de otra manera se
69

explica que otro juez haya fallado una tutela por los mismos hechos y derechos de

forma negativa. En vista de que era el mismo caso que Lucas había ganado, decidió

ayudarle a presentar dicha tutela a un „pelao‟ que se encontró en el consultorio del

médico y que se hallaba en su misma situación. Elemental dijo, “solo hay que

cambiar el nombre del demandante y hecho, ganamos”. Pero que va, el juez falló en

contra. Lucas no lo podía creer, se sentía mal. El man confió en él y le había fallado.

No podía entender cómo en menos de un mes dos jueces decidían una misma

demanda con diferente resolución. No sabía qué decirle, igual no había mucho que

decir. Lo único que se le ocurrió fue explicarle que no todo estaba perdido pues

teníamos tres días para impugnar el fallo. El otro dejó de confiar en él como asesor

jurídico o se olvidó de ese recurso, porque no lo volvió a llamar. Infortunadamente,

ésta no fue la última vez que tuvo que hacer de jurista. Un año y medio después

debió volver a los estrados. Los últimos exámenes de laboratorio mostraron un

aumento en la creatinina, lo que significa que los riñones no están filtrando de

manera adecuada los residuos de un medicamento, el cual debe ser suspendido

para que no cause una complicación renal. Ante este cuadro clínico el médico

tratante decidió suspender dicho medicamento y remplazarlo por otro, que no estaba

dentro del POS. Vuelve y juega, ahora tenía que presentar una acción de tutela

reclamando los mismos derechos pero en una situación diferente. En cumplimiento

del Artículo 37 y el Decreto 2591/91 el demandante debe manifestar bajo juramento

que no ha presentado ninguna otra acción de tutela por los mismos hechos y

derechos. Y en los tres casos en que Lucas acudió a la Tutela, invocó los mismos

derechos pero ante diferentes hechos.

Este artículo ha sido tan usado que muchos jueces y funcionarios públicos

bajo diferentes argumentos han pedido su abolición. Y lo que es peor muchos


70

congresistas que han sido elegidos para que legislen a favor del pueblo están

pensado en meterle mano. Ahí están pintados los políticos, el pueblo los elige y ellos

le retribuyen la confianza jodiéndolos.

Qué ironía, Lucas no sólo tenía que luchar contra los estragos que causan

los medicamentos en su organismo sino que además le tocaba pelear para poder

tomarlos.

“¿En qué íbamos? En que vivir con vih le permite a muchos reencontrarse con Dios.

Me reencontré con Dios decían, pues linda manera de reencontrarse con él.

Mentirosos de mierda, no son más que unos pobres hijueputas que se escudan en

esas maricadas para evadir la realidad”, afirmaba Lucas.

Las cosas hay que tomarlas como son, en su caso se negó a contárselo a

toda la familia y amigos, pues estaba seguro que todas las personas no lo entienden

igual. Además prefería que lo siguieran tratando como a alguien normal, aunque no

le había pasado, no soportaba la idea de que lo vieran como alguien diferente o que

fueran especiales con él por esta situación, o lo que es peor, que le tuvieran pesar.

“Quien te quiere, te debe querer por lo que eres”, decía.

XVI

Todavía en la cama y con una jaqueca la „berraca‟, causada por los tragos de

la noche anterior, tuvo que enfrentar a Felipe. Sin proponérselo dejó unas pastas

encima de la mesa de noche, que reconoció por ser médico. Las tomó en la mano y

preguntó por ellas. Sintió un vacío en el estómago, aunque había decidido hablar

esa tarde con él, lo cogió por sorpresa. Se quedó callado por un instante, lo miró a

los ojos y dijo que no preguntara pendejadas que él sabía muy bien que eran.
71

Respondió que era obvio que sabía, pero lo que quería saber es por qué estaban

allí. Seguro de lo que tenía que hacer le contó, como había pensado, prefería

renunciar a todo lo que estaba sintiendo, y quedarse otra vez solo, a tener que vivir

con mentiras. Ya había pasado por ello y no estaba dispuesto a repetirlo. De manera

que le pidió disculpas por no decírselo en San Andrés, dijo que entendiera que no

podía andar por ahí contándole a todo el mundo, y finalizó diciendo que ahí estaba la

puerta por si se quería ir, que no se preocupara que entendería.

Nuevamente el sorprendido fue él. Felipe contestó que la culpa también era

de él, por dejarse llevar de los impulsos, que no debió chupárselo en el primer

encuentro, pues en ese momento era un desconocido para él, y no debía andar por

ahí echándose a la boca la verga de alguien que apenas acababa de conocer.

Luego de abrazarlo y darle un beso dijo que dejara de ser bobo, pues no renunciaría

a todo lo que habían comenzado a vivir sólo por eso. Continuó diciendo lo bien que

se sentía cuando estaban juntos, y lo importante que se había vuelto para él, desde

el momento en que lo conoció. Enseguida, cambio el tema y propuso que se

levantaran para ir a buscar algo de comer, pues se estaba muriendo de hambre.

Llevaban todo el día en la cama y no se dieron cuenta que había oscurecido. Sin

discutir más sobre la cuestión, salieron a y luego Lucas lo acompañó a tomar el bus

para su ciudad, ya que al otro día tenía turno en el hospital a primera hora.

La relación cada vez se hacía más intensa. Se llamaban hasta cuatro veces al

día, a cualquier hora. Si Lucas estaba en clase en la universidad y no le podía

responder lo hacía tan pronto salía. Y si lo llamaba en medio de alguna cirugía,

contestaba una enfermera y decía que el doctor devolvería la llamada. No importaba

la hora siempre lo hizo. Felipe era muy especial, llamaba en la mañana y en la

noche, además cuando tenía turno en el hospital, llamaba a cualquier hora de la


72

madrugada. A Lucas no le importaba que lo despertara, duraban horas en el

teléfono. Cuando él tenía turno de noche en el periódico hacía lo mismo.

Como no podía viajar cada fin semana a Bogotá, pues cada dos semanas le

tocaba de médico disponible en el hospital, varias veces se apareció entre semana.

Llegaba a las siete de la noche y compartían hasta las tres de la mañana, hora en

que debía emprender el viaje de regreso a su ciudad, para recibir turno a las siete de

la mañana. Un gran esfuerzo, Ibagué está a tres horas de recorrido de Bogotá, lo

hacía que el viaje fuera un poco pesado. Una noche cuándo Lucas ya estaba en la

cama, golpearon la puerta. Se sorprendió, eran las once y estaba lloviendo. ¿Quién

podría necesitarlo a esa hora? Se preguntó. Sorpresa. Al abrir la puerta, Felipe

estaba ahí parado, empapado y temblando de frío. Le pareció una locura, eran las

once de la noche y debía regresar a las tres de la madrugada. Pero así era Felipe.

Sin perder tiempo se metieron a la cama para calentarse. Con él, Felipe exploraba

cada rincón de su piel. Recorría su cuerpo con sus besos, comenzaba por el cuello y

luego desplazaba sus labios suavemente por cada una de sus vértebras hasta llegar

a la línea que lo conducía directo a esa parte hasta entonces inexplorada de su

cuerpo. Pasaba por sus huevos y terminaba con una tremenda mamada. En medio

de caricias recobraban fuerzas para correrse la „paja‟.

Desfogaban toda su arrechera y luego se quedaban dormidos hasta que el

implacable reloj les recordaba que debían separarse. Durante sus visitas relámpago

dormían poco. Hacia un par de semanas, Lucas no lo había podido besar en la boca

y ahora las zonas inexploradas de su cuerpo lo arrastraban por un nuevo universo

de placer. Después de dos meses, en que Felipe hacía los mayores esfuerzos para

que estuvieran juntos, Lucas pensó que también debería viajar. No se lo dijo a Felipe

esperando que lo invitara, y él que había pensado lo mismo, no lo decía esperando


73

que Lucas tomara la iniciativa. La situación causó el primer malestar. Como no lo

discutieron, no podían saber que estaba pensando el otro. Superado el escollo,

Lucas viajó el siguiente fin de semana. El sábado en la tarde le mostró los mejores

lugares de la ciudad y en la noche se fueron a una discoteca. Al regresar a casa

querían expresarse todo el cariño contenido por estar en un sitio público. En la

soledad del cuarto entendieron que había llegado el momento de follar de verdad.

Disfrutaban con las caricias y corriéndose la paja pero hacía rato que Lucas sentía

ganas de estar dentro de su cuerpo. Felipe también lo deseaba, pero ninguno de los

dos había querido forzar la situación. Aunque ambos eran unos putos de mierda, en

este momento sentían el cosquilleo y el susto de la primera vez. Cuando Felipe le

colocó el condón, sintió la pija más dura y más grande que siempre. Poco a poco y

con la firmeza de un madero el pene de Lucas lo penetró completamente. Con una

mano Felipe se aferró a su cuerpo y con la otra se sujetaba a la sabana mientras

disfrutaba los movimientos suaves de sus impulsos. Cuando éstos se hicieron más

fuertes entraron un estado de frenesí total. Llegaron al final. Cuál final. Fue el

comienzo de muchas noches de sexo sin descanso. A partir de ese momento no se

querían separar.

El viaje fue un éxito. No sólo la parte íntima, Lucas también pudo conocer la

familia de Felipe, y cómo vivía, algo importante para él, quien al relacionarme con

las personas, creía que la mejor manera de conocerlas era conocer su entorno. A

partir de ese fin de semana se turnaban cada quince días para viajar. La relación se

convirtió en lo más importante, Felipe ocupaba casi todos sus pensamientos y su

tiempo. Se olvidó de las salidas a escalar, a practicar trekking, de los viajes a los

nevados, y obvio, de las farras de dos y tres días con los muchachos del barrio. Ya

casi no se veía con Camilo y los demás „pelaos‟. Tomó la decisión de cambiar de
74

barrio. Pensó que como estaban las cosas sus viejos amigos se podrían dar cuenta

de su nueva vida, y no se sentía preparado para enfrentar a todo el mundo. A los

pocos días se mudó para un edificio de apartamentos. No conocía a nadie; ni

vecinos ni amigos ni nada. Fue como comenzar una nueva vida.

Sin embargo, le seguía preocupando Rita. Aunque había sido claro con ella

la última vez, sentía la obligación de contarle. Era su mejor amiga y no podía

engañarla. Además recordaba con claridad la forma como lo acorraló en Cali,

cuando le preguntó si era gay y él dijo que no. Le preocupaba que tarde o temprano

se enterara y pensara que todo este tiempo la había engañado. Quería explicarle

cómo se habían dado las cosas, que entendiera que cuando los dos hablaron en

Cali, él no tenía clara su sexualidad. Quería decirle, que incluso, en ese mismo

momento no podía decir que estaba totalmente seguro. Aunque se sentía muy bien,

no podía olvidar, y menos borrar todo lo que había vivido y sentido en el pasado.

Desde la rumba en su apartamento no se veían. Rita llamó para contarle que

renunciaría porque le ofrecieron un cargo mejor en otro lado. La nueva situación

facilitó las cosas, ya no se verían en la empresa. Además después de su última

conversación, ella había comenzado una lucha interna por sacarlo de su mente y de

su corazón y Lucas estaba muy ocupado con su nueva relación. Cada vez que

hablaban, Rita proponía un encuentro, que era rechazado por Lucas con la disculpa

del trabajo o compromisos de la universidad. No la evitaba, la verdad quería hablar

con ella, pero el poco tiempo que le quedaba libre lo compartía con Felipe. Sus

contactos se limitaron a llamadas esporádicas.


75

XVII

Al comenzar el nuevo semestre en la universidad Lucas conoció a Sebastián.

Hubo empatía desde el primer día. Él había aplazado el semestre anterior y ahora le

tocaba ver clases con Lucas. Se volvieron inseparables, el uno se convirtió en la

sombra del otro. Si en la universidad alguien necesitaba a Sebastián y no lo

encontraba le preguntaban a Lucas, y al contrario, si era a Lucas a quien buscaban.

Preparaban los trabajos y exposiciones de grupo en su apartamento, y en muchas

ocasiones terminaban tomando licor. Los jueves o los viernes después de clases

siempre iban a algún bar cerca de la universidad para echarse una cerveza. Se

volvieron tan unidos, que Sebastián lo llamaba a la empresa sólo a saludar, y si

Lucas le colocaba un mensaje al beeper, no le importaba que estuviera con la novia,

buscaba un teléfono y contestaba.

La nueva situación no era fácil de manejar, vivía una relación homosexual sin

que nadie se diera cuenta. Se sentía muy bien con lo que estaba viviendo, pero le

angustiaba no poder contarle a nadie. Así que una noche en un bar, después de

hablar con Felipe por teléfono, le contó a Sebastián que quién llamaba no era una

novia, sino un „pelado‟ con el que tenía una relación. Sintió libertad para contarle

todo. Pensó que como era un amigo nuevo, no le tenía que dar mayores

explicaciones, si lo aceptaba bien y si no, pues qué le iba a hacer. Cada uno por su

lado. La relación con „Sebas‟ no cambio, poco tiempo después conoció a Felipe.

A la novia de Sebastián pronto le molestó tal cercanía. A „Sebas‟ se le ocurrió

comentarle que Lucas era gay, y ella, que sin saberlo, no podía entender por qué

pasaban tanto tiempo juntos ni las llamadas, comenzó a sentir celos. Pese a

conocer a su novio, le parecía raro que dos amigos fueran tan cercanos, y más

teniendo en cuenta, que se había enterado de su homosexualidad. Lo propio


76

sucedió con Felipe, quien pronto le preguntó a Lucas si „Sebas‟ le gustaba.

Sebastián era un pelado muy inteligente, no sólo estudiaba comunicación social con

Lucas, sino que en la mañana estudiaba lenguas modernas en otra universidad. Sin

embargo, éste no era su principal atractivo. Tenía cara de niño bonito, de los que no

rompen un plato y una sonrisa hermosa. Las viejas vivían „matadas‟ y los manes le

decían „Sebasman‟, por „gomelo‟.

Durante ese semestre todo transcurrió sin sobresaltos. El primero de enero

Lucas debía asistir a la celebración de los cincuenta años de la mamá, como se iba

a reunir toda la familia no podía faltar. Con Felipe decidieron pasar Navidad juntos y

cada uno pasaría Año Nuevo con sus respectivas familias. Su hermano Jaime,

único familiar en Bogotá, pues Ana se había regresado a vivir a Cali, le pidió que

pasara la noche buena con ellos. No se pudo negar, y tuvo que explicar que Felipe

estaba en Bogotá y que pasaría con él. Sin sospechar nada, Jaime respondió que no

había problema, que lo invitara. A Jaime no le parecía rara su amistad con Felipe,

desde que vivía en Bogotá se acostumbró a ver que los amigos de Lucas se

quedaran en su apartamento.

En el cumpleaños de la mamá estuvieron los abuelos, todos los tíos y una

cantidad abrumadora de primos, hasta se encontró nuevamente con Fabián, que

vino desde Aruba. En la madrugada, cuando la rumba empezaba a decaer y las

personas arman grupitos para hablar y tomarse unos tragos, Fabián preguntó a

Lucas por su vida. Con toda libertad le contó de su relación con Felipe. Por primera

vez, podía hablar con alguien de la familia sobre sus dudas y temores. Fabián le

habló de su propia experiencia y lo tranquilizó; le dijo que lo importante era que

viviera su vida como la sentía, que la familia tarde o temprano debía entenderlo, y

que si no lo entendían, pues de malas, que se fueran a la mierda. Según Fabián


77

cada persona decide como afrontar la vida y nadie tiene derecho a interferir. En

medio de la conversación apareció Jaime. Fabián y Lucas se miraron por un instante

quedándose en silencio. Sin pensarlo, apoyado por la presencia del primo, decidió

contarle todo. Su hermano no sólo era el apoyo emocional, sino que también era su

mejor amigo. Aunque Jaime se sorprendió, lo tomó con tranquilidad. Lo abrazó y dijo

que si era lo que quería y lo hacía feliz, él lo entendía y lo apoyaba. Rodeado de su

madre, hermanos y primos, en la ciudad en donde había pasado la niñez y

adolescencia, no pudo dejar de pensar en los días felices. La verdad, todo había

pasado tan rápido, que no se dió cuenta en qué momento se le enredó tanto la vida.

Entonces, echó a volar sus recuerdos.

Tenía diez años y su mirada se perdía en lo más alto de la Cordillera Central.

Desde la ventana del salón de clases observaba la inmensidad del Valle y contaba

los meses, las semanas y los días para salir a vacaciones. A esa edad lo que más le

gustaba era pasar el período de descanso con su viejo. La señora Esther y don

Antonio Jaramillo habían decidido divorciarse cuando Lucas apenas tenía cuatro

años, desde entonces su tiempo con él se limitaba a algunos fines de semana y al

período vacacional. La historia oficial dice que su mamá se cansó de las constantes

infidelidades del papá y un día cogió a sus cinco hijos y se marchó para la casa del

abuelo materno. A pesar de que eran otras épocas el viejo la apoyó, pues no estaba

dispuesto a permitir que su hija y sus nietos pasaran mala vida. El señor Jaramillo,

como era ganadero y dueño de la única carnicería que había en el pueblo en donde

él y el abuelo de Lucas tenían sus respectivas fincas. Así que recorría todas las

ferias ganaderas de la región en busca de las mejores reces y según dicen,

aprovechaba para amarrar unas cuantas vaquitas de las otras, de las que la querida

madre de Lucas, no estaba dispuesta a tolerar. Esa parte de la historia es real, sólo
78

que a Lucas se le hace que la señora Esther nunca quiso verdaderamente a don

Antonio. Confrontando versiones y atando cabos llegó a su propia conclusión.

Por allá a mediados de los sesentas, Antonio trabajaba con el abuelo y era

una de sus personas de confianza, por lo que constantemente tenía que pasar hasta

la casa de los viejos. A sus veintidós años era una „pinta‟. Ojos verdes, cabello rubio

y buen porte, tanto, que las fotos que conserva en blanco y negro, dejan ver a un

muchacho guapo que no tenía nada que envidiarle a una de las estrellas de las

películas americanas de la época. La madre de Lucas, una chiquilla de escasos

quince años, no se llevaba muy bien con la mamá; cansada del encierro al que se

veía sometida, sin que le permitieran tener amigos y mucho menos novio, encontró

su salvación en el joven Antonio. Sus únicas salidas se limitaban a los paseos

obligados a la iglesia. En él, no sólo encontró a un hombre apuesto sino la

posibilidad de zafarse del yugo de la mamá, y con la complacencia del padre, a

pesar de sus escasos quince años, pronto contrajeron nupcias.

Luego de casi doce años de matrimonio, con cinco hijos pequeños, a la

señora le da por divorciarse, sin más. “No, una mujer con cinco hijos que quiera a su

esposo no toma esa decisión con la determinación que lo hizo su mamá, y menos en

esa época, por más que éste le sea infiel” decía Lucas, mientras recordaba las

veces que su papá rogó en medio de las lágrimas para que reconsiderara su

decisión, y ella inamovible. Un año después del divorcio, la mamá se caso

nuevamente, al parecer con el amor de su vida. En eso se parecían, ella también

fue una persona sensata que quiso buscar la felicidad siguiendo lo que su corazón y

las ganas le decían.

Volviendo a las vacaciones. Con el papá llegaba la libertad. Adiós

compromisos escolares, visitas a la iglesia y demás tareas domésticas que su mamá


79

les imponía. El pueblo donde él vivía era pequeñito, empotrado en las estribaciones

de la cordillera central. Por una carretera sin asfaltar y luego de cruzar el río se

llegaba a una plaza de calles empinadas en la que sobresalía los corrales para el

ganado, un kiosco en donde se realizaban las fiestas patronales y la carnicería del

papá. Rodeando la plaza estaban las casas de las principales familias del pueblo y,

obvio, la iglesia.

Por cada uno de los puntos cardinales de la plazoleta se expandían unas dos

cuadras de casitas que se perdían en medio del verdor de la naturaleza. Los días en

ese villorrio diminuto transcurrían en calma. La calma de los viejos tiempos, aquellos

en que no había guerrilla ni paramilitares. Aunque siempre encontraba algo que

hacer, los jueves, sábados y domingos, días de mercado, eran los más especiales.

Don Antonio debía ir como a las dos de la mañana al matadero del pueblo vecino

para cerciorarse de que el sacrificio de sus reses estuviera en orden. Y con él estaba

Lucas, a su lado, orgulloso del viejo. Cuando le preguntaban que si no le daba pesar

levantarlo a esa hora para que lo acompañara, él respondía que no lo podía evitar

pues cuando se despertaba el muchachito ya estaba esperándolo en el viejo jeep

Willis. Era cierto, sabía que si no se despertaba por sus propios medios, el viejo no

lo haría y lo dejaba durmiendo. Disfrutaba estar con él mientras hacía negocios; que

todos se dieran cuenta que era el hijo de don Antonio Jaramillo, incluso se ponía

sombrero para parecérsele. Al papá también le gustaba que lo acompañara, y

cuando le llevaban café o aguardiente para el frío decía “denle uno al muchacho

para que se vaya volviendo verraquito”. Lucas se mandaba el aguardiente sin hacer

gestos y él le daba una palmadita en la espalda en señal de aprobación.

En las tardes después de que pasaba el agite del mercado se iba con Jaime y

los demás „pelaos‟ del pueblo a pajarear con cauchera, a jugar fútbol, montar a
80

caballo o simplemente a recoger guayabas por los potreros. Y mientras se divertían,

la señora Esthercita sufría. Le molestaba que estuvieran con el papá porque según

ella por andar pendiente de sus negocios no se preocupaba por la alimentación y

además les permitía estar todo el día en la calle sin Dios ni ley. Tenía razón, pero los

chicos lo pasaban del putas.

No se preocupaban por tener un almuerzo o una cena caliente, si sentían

hambre iban a una de la tiendas del pueblo y pedían lo que querían que el viejo

luego pagaba. Todo el mundo lo conocía; no solo era el dueño de la carnicería,

también tenía una cantina, un supermercado, un par de fincas ganaderas y cafeteras

y para completar era el político.

Había que verlo montado en su caballo realizando labores de ganadería. Con

sus ojos verdes, cabello rubio y su sombrero, lo único que lo diferenciaba del

Hombre Marlboro, el de los comerciales de televisión, era que él no usaba botas

texanas, sino unas botas amarillas que usan los ingenieros en los pozos petroleros,

y que en lugar de sobrero vaquero usaba uno aguadeño. Por supuesto, tampoco

conocía el jean, el señor Jaramillo se enfundaba en sus pantalones de lino, los

primeros pantalones de jean los conoció varios años después, cuando los hijos

osaron regalarle unos, para una fiesta del padre.

Éste era el mejor de los espectáculos: el ganado manso venía adelante y

atrás traían los novillos bravos, que corrían como enloquecidos por el pueblo

mientras los vaqueros trataban de enlazarlos para controlarlos y conducirlos a los

corrales. En minutos las calles quedaban desoladas, todas las personas se

encerraban en las casas y desde las ventanas y balcones observaban el trabajo de

vaquería. Lucas se sentía viendo una película, sólo que en vivo y en directo.
81

A pesar de que tenían mucho en que entretenerse, una de las actividades

favoritas eran las escapadas al río. Se ponían de acuerdo con los otros chicos y se

veían en el charco más grande; una piscina natural de aguas cristalinas, rodeada de

piedras y árboles. Como ninguno podía llegar con la ropa mojada para no

arriesgarse a un regaño o en el peor de los casos a unos correazos se despojaban

de todo. Cansados de nadar se tiraban desnudos en las piedras a tomar el sol y a

hablar de sus aventuras sexuales, que en la mayoría de los casos, no eran más que

fantasías que inventaban para despertar la envidia o risa de los otros „pelaos‟,

porque en realidad a esa edad algunos ni siquiera sabían correrse la paja. Pero ahí

estaban; ocho o diez chiquillos felices: disfrutando de la transparencia del agua, de

la inmensidad del cielo azul, de su desnudez y sobre todo, de la inocencia de los

primeros años.

¿Y ahora qué le quedaba? Nada. La última vez que pudo ir al pueblo, parecía

un lugar fantasma. Fue muy triste ver las calles solas y las casas abandonadas,

exhibiendo en sus paredes toda clase de mensajes amenazantes, alusivos a la

guerrilla de las Farc. Los pocos pobladores que se quedaron desafiando la

irracionalidad de los grupos armados no podían ocultar el miedo. Todos miran con

desconfianza y los pocos que lo reconocieron se negaron a creer que haya tenido

las agallas de ir hasta allá.

XVIII

Los primeros días de enero estuvieron marcados por una fuerte ansiedad.

Felipe debía regresar a Bogotá a terminar su año como médico interno, rotando

durante los siguientes seis meses, por diferentes hospitales y clínicas de la red
82

pública de la ciudad. En varias ocasiones hablaron sobre su regreso y habían

acordado que lo mejor era no vivir juntos, por lo menos en el comienzo, pues

aunque llevaban seis meses de relación, no sabían si estaban preparados para vivir

en pareja. La situación no era fácil. El papá de Felipe le había cortado la ayuda

económica desde que se enteró que era homosexual. Se las tenía que arreglar para

subsistir con lo poco que le podía dar la mamá, que en apariencia aceptaba la

realidad, decidió seguir apoyándolo hasta que terminara la universidad.

La verdad era otra, la vieja sufría, como madre le había tocado aceptar la

sexualidad de Felipe, era su hijo y no podía hacer nada. En un par de ocasiones que

Lucas habló con ella se dió cuenta que no lo entendía, vivía mortificaba por tener un

hijo gay, y no soportaba que el esposo le echara la culpa a ella, de la

homosexualidad del hijo.

Felipe debía decidir entre vivir con un hermano que residía también en Bogotá

o conseguir un compañero para compartir los gastos de un apartamento. Aunque se

decidió por lo segundo llegó primero a casa de Lucas, mientras organizaba las

cosas. Pasaron las dos primeras semanas y sin darse cuenta terminaron

conviviendo. Lo deseaban desde que iniciaron la relación, querían compartir más,

pues los primeros meses estuvieron marcados por la distancia y los viajes de fin de

semana. Sólo que les daba susto, les inquietaba la idea de compartir sus vidas,

pensaban que de pronto no funcionaba.

Pese a las dudas asumieron el reto y de su mano, Lucas fue aprendiendo a

vivir su nueva realidad. Aunque Felipe era tres años menor, había definido su

sexualidad desde la adolescencia. Conocía casi todos los sitios gay de la ciudad,

había tenido varias parejas, e incluso había sostenido una relación estable de más

de tres años.
83

Con el correr de los días se dieron cuenta que las palabras de Jaime no eran

retórica, su comportamiento reflejaba una madurez que sorprendía; Lucas lo

conocía y sabía que a pesar de su juventud, él y la esposa eran muy conservadores.

Pensaba que al igual que sucedía con la familia de Felipe lo entendía sólo de

dientes para afuera. Pero no, se volvieron más unidos.

Los invitaban a almorzar al apartamento, y en muchas ocasiones llamaba

para que los invitaran, le gustaba ver los partidos de fútbol, su gran pasión, con

ellos. Aunque las cosas marchaban bien Lucas sabía que necesitaba hablar sin

tragos en la cabeza con Jaime. Entendía que tuviera muchas preguntas y si no las

hacía, era porque le daba pena o encontraba cómo abordar el tema. Convencido

también de la necesidad de hablar, tomó la iniciativa y una tarde en el apartamento

de él dialogaron abiertamente. Tuvo que responder las típicas preguntas. ¿Por qué?

¿Desde cuándo? Y si en su decisión había influido el hecho de ser portador. Fue un

ejercicio enriquecedor para los dos. A Jaime le permitió entender más a fondo las

cosas, además veía con buenos ojos la relación con Felipe; a su juicio desde que

salían juntos la actitud del hermano era más positiva frente a la vida, había dejado

de tomar licor y se cuidaba más. A Lucas también le sirvió, aunque se sorprendió

con la manera como asumía las cosas, lo sintió sincero.

Con Felipe llevaban la vida de cualquier pareja. No sólo compartían sus vidas,

sino también sueños y metas. Se apoyaban mutuamente en la universidad y

disfrutaban de todas las actividades, por simples que parecieran. Cocinaban,

ordenaban el apartamento, salían ejercitarse y pasaban tardes enteras „arrunchados‟

haciendo pereza o viendo televisión. Para Lucas era increíble, nunca imaginó estar

en una situación así, se sentía feliz.


84

Pasaron los meses y la relación como es normal, bajo en intensidad, cosa que

entendían, ahora no sólo se veían los fines de semana, compartían todos los días.

Como toda relación, tuvo sus altibajos y en algunas ocasiones se vio afectada por

incidentes que no pudieron evitar, aunque construyeron un nuevo espacio, no

pudieron borrar al resto del mundo.

Antes de conocer a Felipe, creó lazos de afecto con muchas personas que, a

pesar de las nuevas circunstancias, seguían presentes, además no quería que

desaparecieran de su vida por completo, continuaban siendo muy importantes.

Quiso mantenerlas a una prudente distancia, no siempre con éxito. Tuvo que sortear

un par de visitas que llegaron a incomodarlos; a Rita se le ocurrió la brillante idea de

pasar por el apartamento a saludar sin avisar. Esa mañana Felipe se encontraba

durmiendo pues había tenido turno de noche, y Lucas aprovechaba para leer. Como

no esperaban visita ignoró el llamado insistente del citófono, que empezaba a

molestarle pero que me negaba a atender porque no quería estar para nadie.

Extrañado porque no respondía el portero del edificio le dijo a Rita que

probablemente el citófono se había descompuesto, estaba seguro que Lucas se

encontraba, pues no lo había visto salir. Como un acto de cortesía le pidió que lo

esperara mientras subía al apartamento a avisarle su llegada. En dos minutos

estaba golpeando la puerta, convencido de su eficiencia, le hizo saber que abajo se

encontraba la señorita Rita “que le digo”.

Sorprendido por el anuncio Lucas preguntó si había dicho que se encontraba.

Ante su respuesta no tuvo otra alternativa que mandarla a entrar; Rita seguía siendo

su mejor amiga y no podía cometer la descortesía de mandarle a decir que no la

quería ver. El tipo sin saberlo la había „cagado‟, lo puso en una situación bastante

incómoda.
85

Al verla la saludó como si nada hubiese ocurrido, dijo que no escuchó el

timbre debido al alto volumen de la música, de manera natural trató de explicar que

Felipe dormía profundo porque estaba trasnochado. Rita no hizo preguntas.

Tratando de manejar la situación le pidió que se quedara a almorzar, por lo que

conversaron amenamente hasta que Felipe se despertó.

Aunque Felipe entendía que era su amiga, le molestaba que se vieran, creía

que seguía enamorada de Lucas y decía que se le notaba de lejos, las ganas que le

tenía. Al final no pasó de ser un rato desagradable. Cómo el día en que Camilo y

Julián pasaron por el apartamento.

Los „pelaos‟ organizaban una salida a un nevado y decidieron pasar para

saber si Lucas podría ir. Como era costumbre, cuando planeaban los viajes, llevaron

una botella de ron para escuchar música mientras discutían los pormenores de la

travesía. Aunque la situación era un tanto incomoda a Lucas le dio mucho gusto ver

a los muchachos. Felipe, se puso muy serio y continuó viendo televisión en el cuarto,

a pesar que Camilo en varias ocasiones lo invitó para que se sentara a tomar y a

charlar con ellos. Los chicos que estaban acostumbrados a estar en casa de Lucas

como si fuera la de ellos, se sintieron un poco incómodos por la actitud de Felipe y

hasta por la de su amigo. Aunque intentó actuar de manera normal se notaba un

tanto distante e intranquilo. Era claro que pasaba algo y ellos lo comprendieron. A

pesar de todo no hicieron preguntas y después de medianoche se marcharon. Felipe

quedó disgustado porque había bebido con los muchachos, y aunque trató de

explicarle que eran sus amigos y no podía hacerles un desplante no lo entendió y

duró enojado hasta el siguiente día.

Estos hechos no se dieron sólo por Lucas. La mamá de Felipe sufrió una

complicación médica bastante delicada y tuvo que viajar a Bogotá a iniciar un


86

tratamiento. La vieja aprovechó su estado para chantajearlo; le pidió que estuviera

con ella para que la acompañara y tocó escoger entre que él se fuera a vivir al

apartamento del hermano o aguantársela. Pasaban por un buen momento y no

querían separarse, así que a Lucas le tocó soportar la inoportuna visita por casi dos

meses. Fue muy complicado estar juntos, les tocó utilizar toda su imaginación para

no incomodar a la señora. Si bien, eran respetuosos a la hora de expresarse afecto,

ella no podía ocultar el malestar por su relación. Ellos, sin embargo, no le dieron

mucha mente a esas „chimbadas‟. Cuando querían hablar en privado iban a la

cocina a fumar y tomar café. La vieja bajaba todo el volumen al televisor para tratar

de escuchar lo que hacían. Aunque en la mayoría de los casos sólo querían estar

solos para hablar, en ocasiones terminaban haciendo cosas. Muchas veces sólo lo

hacían porque se divertía con la situación.

El problema de la „cucha‟ no era con Lucas, era propio, interno, le dolía

enfrentar la realidad y en muchas ocasiones aprovechándose de su estado logró

indisponerlos. Se tuvieron que privar de salir por no dejarla sola y en otras

oportunidades les tocó armar plan familiar. Llegó a ser tan difícil de soportar que el

propio Felipe estaba „mamado‟, pese a ser su mamá.

La salud de la señora era delicada y Felipe sufría mucho porque en parte lo

culpaban a él, aunque no era el causante de la enfermedad, la angustia que le

generaba su condición de gay, supuestamente, contribuyó a que empeorara. Lucas

aguantó porque lo quería y sentía la obligación de apoyarlo, además, no podía

ponerlo a escoger entre su mamá y la relación.

Para mitad de año las cosas dieron un giro, que aunque esperado los llenó de

zozobra. Felipe se graduó y ahora debía viajar a una población distante de Ibagué
87

media hora, para cumplir con el rural; condición exigida por el gobierno a los

profesionales de la salud, como requisito para poder ejercer.

Nuevamente se veían obligados a sostener una relación en la distancia.

Sabían que no iba a ser fácil, una cosa es vivir esas circunstancias en medio de la

euforia y la confusión del enamoramiento y otra muy diferente un año después,

cuando el éxtasis pasajero comienza a ceder. Además, por experiencia, sabían lo

frustrante que es querer estar con alguien y no poder. Ya habían sufrido esa

aflicción, ese desasosiego, y les asustaba la idea de estar separados, sentían

amenazado lo que habían construido, aunque estaban bien, nadie podía asegurar

que en la distancia, la relación se mantuviera fuerte por otros seis meses. Sin más

remedio y con mucha tristeza lo asumieron.

XIX

Con Felipe se fue parte de su vida. Se había acostumbrado a su presencia, él

copaba todos sus espacios, y ahora que no estaba se sentía vacío. La soledad del

apartamento le abrumaba y para rematar tuvo que distanciarse de Sebastián, quién

debió aplazar el semestre; su papá pasaba por una situación económica difícil y le

dio a escoger entre las dos carreras que hacía, no podía pagar ambas.

„Sebas‟ se había convertido en su amigo más cercano, ya que con Camilo,

Carlos y Julián, sólo hablaba por teléfono. Se había entregado por completo a su

relación con Felipe y en esas circunstancias ellos no encajaban ahí, no los había

vuelto a ver, y las pocas personas que Felipe le presentó eran sólo amistades de

rumba. Aunque ya habían superado una época separados, en esta ocasión era más

difícil, ahora no contaba con „Sebas‟, que se dedicó por completo a la tesis de grado
88

de la otra carrera y a la novia, perdiendo contacto. Él con su amistad y compañía le

ayudó a pasar la congoja y los bajonazos de ánimo de su primera etapa con Felipe.

A los dos los unía algo muy fuerte, varias veces le expresó a Lucas que lo

admiraba y quería, e incluso le reclamaba por estar con Felipe. Lucas nunca

entendió del todo la actitud de „Sebas‟. Le inquietaba, era demasiado especial; no le

importó que viviera con Felipe, continúo visitando el apartamento y en muchas

ocasiones terminaron bebiendo los tres.

Lucas no pudo evitar pensar que „Sebas‟ tenía dudas sobre su sexualidad, su

actitud le recordaba a sí mismo, antes de conocer a Felipe. No podía negar que le

atraía, él tenía algo que despertaba un no sé que en los demás, no era sólo la

apariencia física, era su conjunto. A pesar de que a Felipe le caía muy bien no pudo

negar que en muchas ocasiones le seguía inquietando su cercanía. Pronto se sintió

más solo que nunca, en un abrir y cerrar de ojos se habían ido las dos personas más

cercanas, en el último año.

Durante el primer mes hablaban por teléfono varias veces por semana y a

pesar de que el recorrido ahora era de casi cuatro horas, Lucas lo visitó en el

dichoso pueblo. Las llamadas se volvieron más distantes, en muchas ocasiones no

lo encontraba en el hospital y aunque le dejaba mensajes, varias veces no devolvió

las llamadas, ya no hacía los mismos esfuerzos para que se vieran. Lucas sintió el

cambio en la voz sin lograr entender por qué. De un momento a otro, Felipe parecía

haber perdido el interés en la relación. Pasó casi mes y medio sin que ninguno de

los viajara, decidiendo que él viniera para pasar un fin de semana juntos fuera de la

Bogotá.

El reencuentro no pudo resultar peor. Discutieron porque Felipe vio unos

preservativos en la maleta de Lucas y le pareció que era una insinuación sexual. Se


89

molestó porque según él, eso demostraba que a Lucas lo que más le importaba

cuando nos veían era el sexo. Discutimos durante mucho rato; lo único que

consiguieron fue „cagarse‟ la salida.

Durante el viaje de regreso no cruzaron palabra. Lucas se sintió horrible,

sabía que las cosas estaban mal, pero no quería terminar, se sentía impotente. A

pesar de todo durante el recorrido se decidió. Aclaraban las cosas o terminaban de

una vez por todas. En el apartamento con cabeza fría y después de una larga

conversación decidieron seguir juntos, tomaron la decisión de replantear las cosas;

eran conscientes que tenían problemas y que si no querían botar todo a la basura

debían hacer un esfuerzo por mantener la relación viva.

Lo de los preservativos era una discusión vieja. A Felipe nunca le afectó la

condición de portador de Lucas, a pesar de ser médico y de conocer las conductas

de riesgo de la infección nunca se preocupó por ello. En repetidas ocasiones cuando

tenían relaciones le pidió que no se protegieran; le parecían una „mamera‟ los

condones y prefería no usarlos. Para Lucas era una situación difícil, aunque él tenía

los suficientes elementos de juicio para tomar esa decisión no podía dejar de pensar

que también era su responsabilidad, llevaba varios años viviendo con esa situación y

sabía que era una mierda, que no era un juego.

Lucas decía que él no podía entenderlo porque nadie siente el dolor de otro

hasta que no está en la misma situación. Trataba de hacerle entender que era una

irresponsabilidad poner su vida en riesgo. A Felipe no le importaba, lo ponía entre la

espada y la pared; o se tiraba los momentos íntimos discutiendo sobre el mismo

tema o ignoraba el riesgo. Lo desconcertaba, no entendía su actitud. Restándole

importancia al asunto, mientras él se angustiaba.


90

Durante todo el tiempo que llevaban juntos esta situación había sido muy

incómoda. Afortunadamente para Lucas, tuvo que rotar por el programa de vih de la

clínica a la que él asistía. Allá pudo ver las cosas desde otra óptica y comprendió

que el enamoramiento y la pasión no se pueden confundir con irresponsabilidad, y

entendió que la mejor manera de compartir su cariño era cuidándose. Esa era la

mejor muestra de solidaridad y de amor.

Las cosas habían cambiado, pero Lucas siempre trataba de tener

preservativos a la mano; no porque pensara que todos los encuentros debían

terminar en sexo, sino por precaución, lo conocía y se conocía, y sabía que en

cualquier momento se dejaban llevar por la pasión. Estaba seguro que si no tenían

preservativos en uno de esos instantes Felipe insistiría para que tuvieran sexo sin

ellos, por eso los llevó a ese viaje. Aunque en esa ocasión los preservativos se

convirtieron en el motivo para dañar el reencuentro, no se arrepintió de llevarlos.

Lucas no negaba que la actitud de Felipe le permitió, por primera vez desde

que conocía su diagnóstico, sentirme pleno con alguien; sin verdades a medias. Con

él compartían secretos, cosas que a nadie contaban por vergüenza. Además aunque

no era la primera persona que conociendo la situación lo aceptaba, ya lo habían

hecho Andrea y Rita, él era la persona que amaba en este momento.

Superada la primera gran crisis, con el afán de mantener la relación viva,

Felipe viajó como a los veinte días a Bogotá. Aunque se comprometieron a hacer un

esfuerzo las cosas no volvieron a ser como antes. El afecto continuaba vivo, pero se

perdió la pasión, el ánimo; Ya no tenía los detalles que lo hicieron tan especial.

Lucas tuvo la sensación que no había nada que hacer, por más que lo quería, de

nada le servía si Felipe no sentía lo mismo. La distancia y el desconcierto que esa

situación le causaba lo llevaron a cometer errores.


91

Una noche que Rita pasó a visitarlo, lo encontró aburrido. Le propuso que se

tomaran unos tragos mientras conversaban. Entre whisky y whisky le contó todo lo

de su relación con Felipe y los motivos que tuvo para no contarle antes. Se

sorprendió; ni un solo reclamo ni un reproche. Aunque ella decía que ya había

enterrado todo lo que sentía por él, le dolía. Lucas sentía que aún lo amaba; lo veía

en su mirada, en sus palabras, en las reacciones, aunque lo quería ocultar no pudo,

las lágrimas aparecieron. La situación era tenaz. Lucas se sentía mal por Felipe pero

también por Rita. Ella era una persona muy especial. Buena hija, buena hermana y

súper, como amiga. Como mujer creo que es la persona que cualquier hombre

quisiera como esposa. A pesar de todo estaba ahí escuchando al tipo que quería

diciéndole que estaba mal por otro hombre.

Después de botella y media de whisky se fueron a la cama. Se volteó hacia el

otro lado pues quería evitar cualquier tipo de contacto, sabía que no se sentía bien,

además estaba borracho, en esas circunstancias cualquier cosa podía pasar. Tuvo

el control hasta que despertó en la madrugada; Rita lo tenía abrazado y en medio de

los tragos y de la complicidad de la noche, pasó lo que había tratado de evitar. Los

dos sabían que no era correcto, de manera que no hablaron sobre el asunto, era

mejor callar que enfrentarlo.

Lucas se sentía como un culo. Rita, no era la principal causa de sus

divagaciones. Era Felipe, no sólo pensaba que lo había traicionado, sentía que se

había traicionado a sí mismo; siempre había sostenido que lo más importante en una

relación es la sinceridad, el respeto y la comunicación: entonces comenzaba a

traicionar sus propios principios.

No pudo dejar de sentirme mal, era una sensación insoportable que lo

acompañó durante un par de semanas. Pero ahí no paró el asunto. Desde que
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Felipe se había ido comenzó a hablar seguido con Leonardo, uno de los „pelaos‟ que

le había presentado, quien a pesar de tener una relación estable con Jorge, otro

médico, que hacía parte del grupo con el que salían a rumbear, le pedía a Lucas que

tuvieran algo. En varias ocasiones dijo que no. Pues no sólo estaba muy bien con

Felipe sino que le parecía „cagada‟ que Leonardo le propusiera eso mientras

sostenía una relación con Jorge.

A Leonardo, por supuesto, la relación con Jorge no le preocupaba, estaba con

él por „desparche‟, por no estar sólo, o por cualquier otra maricada, lo cierto era que

no lo quería. No necesitaba decirlo, era algo evidente y aún así continuaban juntos.

Lucas trató de hacerle entender que si tenían algo en esas circunstancias, él podía

salir lastimado, “estoy muy „encarretado‟ con Felipe y nunca te tomaría en serio”. Le

decía. A pesar de los argumentos insistía, decía que no le importaba, lo único que

quería era que Lucas le diera la oportunidad de tener una relación seria él. A Lucas

el „pelao‟ le caía bien y como no era cansón con el cuento, no veía problema en ser

amigos, además Leonardo también era portador. Esta situación los unió mucho, era

la primera vez en tantos años de vivir con esa mierda que conocía a alguien que

pasaba por una situación similar a la él; los dos eran profesionales, tenían casi la

misma edad y trataban de llevar el asunto de la mejor manera posible. Duraban

tardes enteras conversando, incluso le contaba los problemas con Felipe y, obvio,

sabía los de él con Jorge.

Sin reponerse de la situación con Rita, la volvió a cagar. Leonardo lo invitó a

una fiesta y aunque en un principio dijo que no, lo convenció de que salir era lo

mejor en épocas de aburrimiento y de crisis. El güevon se pegó una borrachera de

puta madre, y Lucas que estaba mejor que él lo llevó a su apartamento. Consideró

que no era responsable dejarlo ir para su casa en ese estado. Leonardo aprovechó
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la situación para buscarme el lado y Lucas le siguió el juego. Luego lo asaltó la

duda, pensó que Leonardo realmente no estaba tan borracho sino que fingió para

quedarse en su apartamento.

Nuevamente se sintió „remal‟. Lo agarró un sentimiento de culpa el hijueputa;

no podía seguir excusándose en el cuento de que estaba borracho, aunque el

alcohol había sido una constante en todas las cagadas de su vida, debía asumir lo

que hizo. No podía seguir así; tomándose unos tragos, embarrándola y después de

dos semanas hacer como si nada. La situación se le estaba volviendo un infierno, y

llegó a justificarse echándole parte de la culpa a Felipe, creía que él tenía cierta

responsabilidad en todo.

Arrancó el último mes del año y Felipe vino a visitarlo. Como en las últimas

ocasiones en que se habían visto, salieron a comer, disfrutando de la compañía,

pero en la soledad de la habitación, cuando las pasiones aparecen y se le da rienda

suelta al deseo, las cosas no funcionaron. Felipe era apático y distante; se excusó

por estar cansado. Lucas se dio cuenta del cambio. Tenía dos opciones; enfrenta la

realidad o se hacía el güevon. Se decidió por la primera opción y le propuso que

discutieran nuevamente la situación. Los dos sabían que las cosas habían cambiado

y se negaban a enfrentarlo. Lucas tomó la iniciativa diciendo que no estaba

dispuesto a estar con alguien en esas condiciones, que si alguno de los dos no se

sentía pleno en la relación lo mejor era terminar; Además expresó que era mejor

hacerlo ahora antes de que más adelante, sin quererlo, se hicieran daño. Sintió un

vacío infinito, le decía a la persona que amaba que terminaran. “Aceptar la verdad es

muy duro, pero vivir engañado es peor”, agregó. Sabía que Felipe lo seguía

queriendo por todo lo que habían vivido, pero entendía que sus sentimientos habían

cambiado. Ya no sentía lo mismo.


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Felipe escuchó en silencio, y luego, dijo que lo quería mucho y no deseaba

estar solo. Cada minuto que pasaba Lucas se sentía peor, con cada palabra la

sensación de dolor interior aumentaba. A pesar de ello no echó marcha atrás.

Contestó que esa no era una razón suficiente para estar con alguien, qué a él

también le daba miedo estar solo, pero que estaba dispuesto a enfrentarlo y que él

debía hacer lo mismo.

Finalmente, Felipe aceptó los argumentos y decidieron terminar. Fue una

noche larga, todo estaba dicho. En medio de algunas lágrimas se abrazaron,

permaneciendo así hasta que el sueño los venció. En la mañana estuvieron

tranquilos, y aunque no hablaron mucho durante el desayuno, se trataron con cariño.

No podían ocultar lo que sentían, un raro silencio se apoderó del ambiente. No era

fácil afrontar la situación, se acostaron siendo pareja y despertaron como amigos. La

decisión les dolía a los dos, tal vez más a Lucas, había dado mucho por esta

relación y aún lo seguía amando. Y como es sabido por todos, quién da más en una

relación, es quién más sufre cuando termina.

Los siguientes días fueron desastrosos. Sus pensamientos dejaron de ser

claros, se perdía en divagaciones que no conducían a ninguna parte. Sin darse

cuenta una profunda tristeza se apoderó de él. No le importó la Navidad; las luces,

las fiestas y la algarabía que lo había hecho tan feliz en otras épocas no significaban

nada en este momento, sólo quería estar solo. Como pretendía evitar las reuniones

decidió no viajar a Cali a pasar Navidad con la familia; Jaime había viajado como

todos los años. Se quedó solo en Bogotá, como quería. Nadie pudo hacerlo cambiar

de opinión.

Un día antes de noche buena se dirigió, en la mañana, a la peluquería, en el

camino se encontró con un amigo, que „vagaba‟ con él en la época en que salía con
95

Andrea; le dio mucho gusto verlo y como en los viejos tiempos se pusieron a tomar.

Entre cerveza y cerveza no sólo olvidó la peluquería, sino que también olvidó que

era el día de su cumpleaños. A las seis de la tarde regresó al apartamento lo

bastante borracho. Cayó en la cama fundido, hasta que sobre las nueve y media de

la noche el insistente repicar del teléfono lo despertó. Al otro lado de la línea estaba

Leonardo, que lo invitó a rumbear; iba a salir con unos amigos y se acordó que

Lucas cumplía años, le pareció muy buena idea llamarlo para ver si quería salir con

ellos.

Al comienzo estuvo distante. Triste porque nadie lo había llamado. Le parecía

tenaz lo que estaba sucediendo: por primera vez pasaba un cumpleaños solo en una

discoteca, rodeado de una cantidad de gente que no significaban nada para él.

Pasaba un trago con otro, quería olvidarse de todo, sin lograr sacarse a Felipe de la

cabeza. Su olvido era el que más me dolía. A la medianoche dejo atrás la tristeza,

tenía en la cabeza los tragos suficientes para pasarla bien. A las cinco de la mañana

bajaron de La Calera, y Leonardo y Jorge decidieron que se quedara con ellos en la

casa del primero, pues estaba muy borracho.

Despertó en casa de Leonardo con un guayabo el hijueputa, había bebido el

trago suficiente para emborrachar a una escuadra completa de soldados. Seguía

tirado en la cama cuando Leonardo le alcanzó el teléfono, no pudo ocultar la

sorpresa: Felipe llamaba a felicitarlo por el cumpleaños. Al escuchar su voz lo único

que se le ocurrió decirle es que si no le parecía que era como muy tarde. Felipe, sin

embargo, explicó que había llamado en varias ocasiones el día anterior y un par de

veces en la mañana de hoy, como no contestó se le ocurrió llamar a casa de

Leonardo para preguntarle si sabía algo de él. Sólo hasta ese momento Lucas

entendió porque no recibió llamadas de nadie: la mamá, hermanos, algunos amigos


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y el propio Felipe lo habían intentado, pero como estuvo la mayor parte del tiempo

por fuera del apartamento y por esos días había perdido el celular, nunca lo

ubicaron. Superado el impasse agradeció la llamada quedando en hablar luego.

Aunque Leonardo lo invitó a pasar la noche de Navidad en su casa con la

familia, prefirió aceptar la invitación de Rita, quien enterada de que estaba solo le

propuso pasarla en su casa. En su estado, le dio igual, se inclinó por el ofrecimiento

de ella porque tenía más confianza con su familia. Después de medianoche regresó

al apartamento y aprovechó para llamar a Felipe; seguía siendo muy importante y

quiso desearle lo mejor, luego de unas cortas palabras quedaron en verse antes de

fin de año.

Por cosas del destino retomó comunicación con Andrea. Luego de hablar en

un par de ocasiones por teléfono, quedaron de encontrarse. Unos días después se

vieron en un centro comercial, al que acudió con su hija de dos años. Una tarde

„bacanísima‟: Andrea lo acompañó a comprar los pasajes para su viaje de

vacaciones y luego entraron a una pizzería. Mientras comían y tomaban unas

cervezas la nena se echó encima una malteada y una gaseosa, ante la angustia de

la mamá, que se moría de pena mientras él se divertía. Después compraron algunas

cosas, recorrieron el centro comercial y terminaron en la zona de juegos infantiles,

de donde salieron sólo cuando la niña le había dado dos veces la vuelta al lugar.

Se sentía raro, las veía a las dos y se veía sí mismo. Parecían la familia que

habían soñado tantas veces. Aunque habían pasado varios años no pudo negar que

le movió fibras muy sensibles, sintió que aún la amaba, diferente sí, pero la amaba.

Incluso llegó a pensar que la nena no sería un impedimento para estar nuevamente

juntos. Sobre las nueve de la noche se despidieron con la condición de encontrarse

nuevamente cuando regresara de su viaje. Esta vez solos.


97

El 30 de diciembre se encontró con Felipe, había pasado casi un mes desde

que terminaron. Felipe lucia feliz, sin darle vueltas al asunto comentó que un par de

días después de resolver su situación, había conocido a un „pelao‟ que le llamaba

mucho la atención. Sin rodeos agregó que salieron un par de veces y que se

reencontrarían al volver de vacaciones de la universidad, ya que el amigo viajó a

otra ciudad a pasar la Navidad con su familia. Sin detenerse a pensar en lo que

sintió Lucas en ese momento, preguntó si lo podía llamar desde el apartamento.

Lucas quedó en silencio por unos segundos, y luego dijo “no jodas güevon, que vas

a llamar a tu nuevo novio desde mi apartamento. Esta es tu casa, pero ten un poco

respeto”.

Aunque duraron un buen rato disgustados, lo superaron y salieron a tomar

unas cervezas. Al otro día, durante el almuerzo, Lucas comentó que emprendería un

viaje por Argentina y Brasil, pues había quedado de visitar a Adrián y otros amigos

que tenía en el país „gaucho‟. Felipe que siempre había sido de buen comer, no

pasó un solo bocado más. Molesto, le reclamó porque a menos de un mes de haber

terminado se fuera a ver con otra persona. Lucas respondió que no era lo que él

pensaba; explicó que como ya no iban a hacer el viaje que había propuesto antes de

que terminar, él hizo nuevos planes. “No entiendo tu reclamo. No soy quien dos días

después de haber terminado se había „encarretado‟ con un „pelao‟, dijo Lucas. A

pesar de todo, se sintió bien por su reclamo, esto le demostraba que había sido

importante para Felipe y qué, de alguna manera, lo seguía siendo.

Antes de que viajar de regreso a Ibagué, fueron a tomar otras cervezas en la

tarde. Al despedirse, Felipe preguntó si tenía planes para la noche invitándolo a

viajar con él para pasar el fin de año. A Lucas le pareció buena idea, sin pensarlo

abordaron el autobús.
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Esa noche se dió cuenta que en la casa de Felipe creían que todavía eran

pareja porque éste no le comentó a nadie que habían terminado. Uno de sus

hermanos se sorprendió cuando al preguntarle a Lucas por la relación, respondió

que no estaban juntos, que eran muy buenos amigos. El hermano de Felipe no

podía creer que estuvieran compartiendo el fin de año si ser pareja. La noche

trascurrió normal, después de la una de la mañana, se marcharon a un bar para

hablar un rato a solas. De regreso, en la soledad del cuarto, no pudieron evitar las

tentaciones del sexo. No fue igual, esta vez, fue solo sexo.

Aún con la resaca del día anterior, antes de emprender el viaje de regreso a

Bogotá, Lucas le dijo a Felipe que pensaba que lo mejor era no hablar ni verse por

un buen tiempo. “estas muy ilusionado con tu nueva relación y yo necesito tomar

distancia para que no me afecte”, agregó con un nudo en la garganta. Felipe no

estuvo de acuerdo, debió aceptar pues tampoco había mucho que discutir, sólo

aceptarlo con respeto.

XX

Unos días antes de viajar al exterior, Lucas estuvo de visita en Cali para

despedirme de la familia y asistir a una reunión de egresados del colegio,

organizada por varios compañeros que aún vivían en la ciudad. El negro Delgado,

uno de los más „vagos‟, administrador del club Campestre hizo de anfitrión. El

hijueputa se lució esa noche, no sólo reservó el uso del club para la reunión sino que

también puso toda su infraestructura a disposición de la reunión. Allí estaban: la

negra Ana Laura, la gordita Maritza; el puto del James, Yarumo; le decían así porque

le encantaba la yerba en la época de colegio. Y claro, no podían faltar las secretarias

que aún se sentían jóvenes y el viejo sinvergüenza del „toño‟, el profesor de


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educación física, que por cierto era más „periquero‟ que todos los muchachos juntos.

Aunque a Lucas le dió un gusto el hijueputa verlo, después de varios años, le llamó

la atención su estado físico. Conservaba su jovialidad y su buen estado de ánimo

pero se le veía acabado, anciano; algunos decían que el viejo, ahora que estaba

retirado, le pegaba más duro a las drogas y al alcohol. No mentían, al cabo de un

par de horas estaba en una voladora de puta madre. Estaban, porque el ron corría a

cantaros. Todos tenían algo que contar: estudio, viajes, trabajo, y claro todos

querían impresionar. De entrada, Lucas llevaba a los que seguían viviendo allá.

Estaba terminando carrera universitaria, trabajaba en un medio de comunicación

importante de la capital, se vestía como chico de ciudad, y para completar, llegó su

equipo de fotografía completo: cámara canon, varios lentes y mil „maricadas‟ más,

que a simple vista descrestaron al grupo. La negra Ana, fiel a su estilo de siempre

dijo que estaba „rebueno‟: mientras bailaban le pasó la lengua por el cuello

susurrándole al oído que ahora sí, le haría cositas ricas. Lucas siguió el juego, sabía

que la gran puta sólo lo quería „achantar‟ delante de todos. Pero él había crecido, y

mucho. Le dijo, “no negrita, cuando estudiábamos y lo pedía para dejar de correrme

la paja, me decías que yo era un cagón. Ahora, que como tú dices, estoy rebueno,

no me voy a fijar en una negra culiona como vos, mírate no más: con bananos, las

tetas y el culo caído. Se nota que por esa concha han pasado kilómetros de pinga”.

Todos se cagaron de risa. Incluso ella, que lo único que pudo decir fue cabroncito

hijo de puta.

La rumba trascurrió en medio de chanzas, trago, el striptease de varios

compañeros, para las habituales fotos del recuerdo. Como a la una de la mañana a

alguien se le ocurrió que debían trasladarse a las piscinas. Nadie protesto, a esa

hora la mayoría estaban bastante borrachos y algunos se habían zampado su „porro‟


100

o su pase de coca. En minutos todos se despojaron la ropa; como era una fiesta

nadie llevó traje de baño, aunque algunas viejas se las quisieron dar de pudorosas,

al final aceptaron meterse al agua en ropa interior, con la condición de que apagaran

las luces de la piscina. ¡Pudorosas! Cuando todos estaban en el agua a los hombres

les importó un culo la promesa y mandaron prender los reflectores. Qué espectáculo.

Hasta las secretarias, muy dignas ellas en el colegio, posaron para las fotos con el

brasier en la cabeza y los calzones en la mano, alzándolos de la misma manera que

los jugadores de fútbol agitan las camisetas, al celebrar un gol. En medio de ese

desorden todos se querían „echar‟ a Lorena. Seguía igual de „buena‟ que en la época

del colegio. La verdad, Lucas solo tenía un leve recuerdo de ella. Por allá cuando se

volaban de clase para ir a tomar ron y a nadar a la bocatoma del acueducto. Igual

que hoy les tocaba nadar en ropa interior. La recuerda en brasier y en una

pantalonetica diminuta, recostada en el pecho de su novio, que según contó aún

seguían juntos; él en interiores sin poder disimular la „parola‟ causaba por tener

encima a la novia medio desnuda. Pobre flaco con la „pija‟ a reventar y sin poder

„echársela‟. Por más ganas que tuviera de pichar, (culiar), así se dice en esta zona

del país, se las aguantaba para no quedar ante todos como una „culiona‟ a la que se

tiraban por ahí en cualquier pastal. Porque así estuviera con el novio ese sería el

comentario.

Mientras todos en la piscina le hablaban babosadas tratando de seducirla,

Lucas pasaba su mano por el abdomen. Suave, lentamente. Deteniéndome en su

ombligo. Arrimándole la verga por detrás para que la sintiera. Los demás le hablaban

mierda, Lucas la calentaba. Al comienzo muy seria, lo miraba con cara de qué estás

haciendo güevon, luego movía su cuerpo de manera sutil para que su mano se

deslizara hasta su concha y la estimulara. Los otros que no eran pendejos le


101

ofrecían trago a Lucas para obligarlo a sacar las manos del agua. Se empujaba un

trago y seguía con su juego de caricias acuáticas. De nada les servía el „pataleo‟, en

esta carrera él ya tenía el trofeo en la mano.

Se alejaron del grupo hacia un costado de la piscina donde comenzaron a

besarse. La flaca no sólo estaba muy rica sino que besaba de puta madre. Querían

„culiar‟ allí mismo, pero se preocupaban por la presencia de los demás. Al dar un

rápido vistazo por el lugar se dieron cuenta que en el otro extremo ya estaba

„culiando‟ „Yarumo‟ con una de las secretarias. En la otra esquina James „culiaba‟

con Maritza. Todos estaban dentro del agua y aún así era evidente. El movimiento

hacia olitas delatadoras. A la mierda el pudor, que venga otro trago y un „pase‟, por

si las moscas. No aguantaron más; poco a poco, como quien no está haciendo nada

se la fue metiendo hasta los huevos. Con una mano se sostenía de la orilla y con la

otra la agarraba a ella, que rodeaba su cintura con los pies. Se olvidaron que

estaban enfrente de muchas personas, hasta que la gran puta de Ana, se paró justo

sobre su mano. Lucas a punto de venirse, miró hacia arriba para verle la cara a la

negra. “Quítese de ahí güevona que se tira el polvo”, dijo. Pero no, ella se dirigió a

todos y gritó “hay que rico „culean‟ estos dos, miren”, todos chiflaron. Adiós polvo,

aunque continuaron besándose como si nada pasara, le tocó sacársela

disimuladamente para no hacer mucha „escama‟.

Tuvo que aguantar las chanzas de los muchachos. Todos le decían a Lucas

que „tramó‟ a la flaca, que se había „echado‟ a la vieja más buena. Aunque era

cierto, respondía serio, diciendo que no hablaran así de la „pelada‟ que sólo se

habían gozado. A las cinco de la mañana cada uno empezó a salir del club como

podía. La flaca le dio el teléfono, pidiéndole que no la llamara ese día pues iba a
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estar ocupada con el novio. Aunque Lucas se fue del lugar con ganas de estar a

solas con Lorena y acabar lo que habían empezado esa noche, nunca la llamó.

Pasadas las doce del día, de no ser por el puto calor no sale de la cama.

Corrió a la tienda de la esquina a comprar una cerveza para pasar el malestar, al

regresar, tamaña sorpresa. Uno de los chicos que trabajaba en el club y que se

había gozado todo el desorden de la noche anterior vivía enseguida de su casa. El

„pelao‟ lo miró y soltó una risita burlona. Seguro que pensó que era un „periquero‟ y

un puto de miedo. Lucas se cagó de risa. Estaba fresco, volvía a ser el Luquitas de

siempre, esta vez ante un grupo grande de ex compañeros.

Aparentemente se veía tranquilo y disfrutaba de lo que se presentaba pero en

realidad su estado de ánimo no era el mejor. Fácilmente pasaba de la exaltación a la

tristeza sin que los demás lo notaran.

A mediados del mes de enero se fue de viaje, convencido que la distancia y el

cambio de ambiente le ayudarían a superar el inmenso dolor que aún sentía por la

ruptura de la relación con Felipe. Aunque lo vivido con los viejos amigos lo sacó del

aburrimiento y le dio un nuevo aire, su recuerdo continuaba dándole vueltas por la

cabeza.

Al comienzo las cosas salieron como lo había planeado; en el día visitaba

museos, plazas y cuanto sitio de interés se atravesara en su recorrido, y en las

noches se gozaba la vida nocturna de cada una de las ciudades que visitaba.

Después de la tercera semana, cuando la euforia de la novedad pasó y empezó a

sentir el cansancio de tres semanas de intenso itinerario turístico, volvió a pensar en

Felipe. Quería verlo, quería saber cómo estaba. Se encontraba a miles de kilómetros

y aun así no podía evitar el vacío que le producía su ausencia. No pudo aguantar y

llamó; lo intentó en dos ocasiones, sin lograr hablar con él. Dejo los datos para que
103

le devolviera la llamada. Adrián y Luciana se dieron cuenta que Lucas estaba bajo

de nota y le dijeron que dejara de ser „boludo‟, que aprovechara los últimos días para

divertirse, que no se viajaba tantos kilómetros para estar aburrido. La noche anterior

al viaje de regreso salió con otros chicos a un pub para despedirse. A las dos de la

mañana Adrián y Lucas salieron para Hangar 18, uno de los boliches gay más

conocidos de Córdoba. Las cervezas que se tomamos con los muchachos le

hicieron olvidar de la tristeza. Adrián le recordó que había pasado en blanco en

América, la discoteca gay más grande de Buenos Aires, y hoy tenía la última

oportunidad. En medio de risas, Lucas contestó que esa noche mandaba para la

puta mierda a Felipe y se levantaba un „pibe‟ o dejaba de llamarme Lucas. A las

cinco de la madrugada Adri se fue por estar muy cansado; como el departamento

quedaba muy cerca del boliche Lucas decidió quedarse otro rato solo.

Las personas empezaban a abandonar el lugar. Se sentó al lado de la pista a

tomarme una cerveza mientras observaba bailar a los „pelaos‟ que aún quedaban.

Lotería. Un „pibe‟ le pidió fuego para encender un cigarrillo. Luego de hablar un rato

lo invitó a su departamento a tomar cerveza. Su compañero de apartamento había

viajado a pasar el verano con los papás y él tuvo que quedarse en Córdoba porque

tenía un laboru de medio tiempo después de la universidad. Eran las siete de la

mañana y Lucas tenía vuelo a las once, no tenía sentido seguir hablando mierda

para conocerse más. A lo mejor ni se volverían a ver. Así que a lo iban. A „coger‟,

como se dice en Argentina, hasta que se quedaron dormidos.

Néstor, así se llamaba el pibito, puso el reloj despertador a las ocho y media

de la mañana. Medio dormidos salieron a tomar un taxi que los llevara hasta el

departamento de Adri. Preocupado, faltaban dos horas para que saliera su vuelo, al

verlo le recriminó a Lucas por irresponsable. Adri tenía razón en preocuparse. Irse a
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„coger‟ con un chico al que acaba de conocer, en una ciudad desconocida y en otro

país, es una insensatez. Lucas sólo dijo que los momentos de locura son los que

terminan dándole sabor a la vida.

Con todo y que estaba retrasado alcanzó a darse un baño y a tomar un súper

desayuno que le preparó Luciana de despedida: huevos, pan, café y jugo de

naranja. Aunque había aprendido a tomar „mate‟: lo beben todo el puto día: en la

casa, en la universidad, en el laboru y hasta en los parques, no se había

acostumbrado a desayunar con esa agüita de hierbas y galletas como lo hacían

ellos. Así que la Luchi pensó que ese sería un lindo gesto.

Para su regreso se había olvidado de Andrea, los días por fuera se

encargaron de apagar la llama que empezaba a encenderse de nuevo. Las demás

cosas continuaban su rumbo normal, nada cambiaba. La única novedad era una

nota de Leonardo en la que se despedía, durante la ausencia de Lucas viajó a los

Estados Unidos a radicarse allá.

A finales de febrero recibió la esperada llamada de Felipe. Se comunicó para

avisar que pasaría por el apartamento a recoger sus pertenecías. Nuevamente

discutieron. Felipe se molestó porque le pareció una descortesía que Lucas no le

ayudara a empacar sus cosas. Lucas le dijo que él las había traído, él se las debía

llevar, no le prestó atención y siguió viendo televisión.

Fue un encuentro „culísimo‟; marcado por palabras cortantes y actitudes

arrogantes de parte y parte, como si ambos estuvieran molestos por algo. Un mes

después se verían nuevamente para el grado de Lucas, al que Felipe decidió asistir

para estar con él en ese momento tan importante. Al día siguiente sacó tiempo para

acompañarlo a practicarse la prueba del vih, aunque no era la primera vez que se la

hacía no dejaban de sentir algo de susto. Como en los dos casos anteriores, en los
105

que se practicó la prueba estando con Lucas, el resultado fue negativo. Lucas se

sintió feliz, hacía tres meses habían terminado y ese examen le daba la tranquilidad

de saber que él estaba bien. Lo que pasara de ahí en adelante era únicamente su

responsabilidad.

Contentos, sacaron tiempo para hablar. Mientras caminaban hicieron un

recorrido por sus mejores momentos. Discutieron sobre lo que había significado la

relación para los dos y lo que significaba cada uno para el otro. Se disculparon por la

actitud del último encuentro y decidieron que si volvían a hablar o encontrarse tenía

que ser como buenos amigos, no había razón para que se diera de otra manera.

Aunque aparentemente se encontraba más tranquilo, seguía con la idea de

cambiar todo lo que le recordara su tiempo con Felipe. Convencido que un cambio

radical le ayudaría a superar la situación y animado por las expectativas creadas por

su nueva situación profesional, decidió aceptar un cargo que le venían ofreciendo en

otra empresa y comenzó a buscar un nuevo apartamento.

Las cosas marcharon bien los primeros días, pero pronto empezó a extrañar

la presión y el estrés causado por el día a día de un medio de comunicación de

circulación diario. En su nuevo cargo no se presentaban mayores alteraciones y la

calma de la oficina pronto produjo un efecto contrario al que necesitaba. Después de

un par de meses no soportó a las personas que trabajaban con él, el ambiente del

lugar le exasperaba, las expectativas que tenía cuando decidió aceptar el cargo

habían desaparecido. No importó dejarlo todo. Sin consultar con nadie renunció.

Se encerró en el apartamento sin encontrar motivación para nada, dentro de

esas cuatro paredes tuvo más tiempo para aburrirse y para tratar de pensar. Las

noches se volvieron más largas y tediosas, no quería saber de nada, ni de nadie.


106

Sin motivación, sin ocupaciones, sin responsabilidades y sin amigos, pronto

comenzó a pensar en la muerte. Su vieja compañera, la que siempre estuvo con él

en los momentos difíciles, aparecía de nuevo para hacerle compañía. Le recordaba

que siempre había estado ahí y le susurraba al oído que tal vez este era el momento

para que la acompañara.

Las salidas se limitaron al cumplimiento de obligaciones como el pago de la

renta, de servicios y la visita al supermercado, al cual iba a abastecerse de whisky,

cervezas y cigarrillos, además de un par de latas, jugo de naranja y café. El mundo

exterior dejó de existir; las noches se repetían como en un carrusel. Dejaba las

cortinas abiertas para no encender luces, colocaba música y, en ese ambiente

lúgubre, se perdía en los recuerdos que le traían las melodías. Divagaba sobre lo

que había sido su vida. Recorría uno a uno cada momento; la alegría de la niñez, los

ímpetus de la adolescencia, la tristeza del diagnóstico, la felicidad con Andrea, y las

ilusiones con Felipe. Sus recuerdos lo ofuscaban. Empezó a dudar de las razones

que tuvo Felipe para estar con él; los detalles y los bellos momentos decían que

realmente lo amo, pero no podía dejar de pensar por la difícil situación económica

que pasaba cuando lo conoció, ni sus problemas con la enfermedad de la mamá.

Muchas veces lo vió llorar y sólo Lucas estuvo ahí para apoyarlo. Pensaba

que tan pronto como solucionó sus cosas se había marchado, y ahora que él lo

necesitaba, no le importó. Sintió rabia. Lo había idealizado y ahora que no estaban

juntos empezó a verlo como realmente era. Definitivamente, como dice Nietzsche “El

amor es el estado en que el hombre ve las cosas, más que en ningún otro, tal como

no son. En él se manifiesta cabalmente el poder de la ilusión, lo mismo que el de la

transfiguración. Quien ama soporta más que de ordinario; aguanta todo”


107

Por experiencia, sabía que no le quiso hacer daño, nadie hace sufrir a una

persona que ha sido importante. En el fondo creía que había sido importante en la

vida de Felipe, sólo que ahora sus sentimientos habían cambiado sin que él pudiera

hacer nada. También era consciente que nadie escoge a quien amar, ni por cuánto

tiempo. Simplemente se ama y punto. El mismo lo había vivido, sólo que ahora no lo

podía entender, había mucho dolor para pensar con claridad. Y así todo se repetía

en un círculo vicioso que no conducía a ninguna parte, ahora nada parecía tener

sentido.

Tirado en un sofá, con la vista puesta sobre las luces de los edificios del

frente, veía una salida. Pensaba en el vacío y sabía que estaba ahí, cerca, muy

cerca. Sólo esa ventana lo separaba de la solución definitiva, muchas veces lo

pensó, pero no se decidía a lanzarse del quinto piso del apartamento. Estaba

convencido que esta era la única solución, pero pensaba que si se tiraba y quedaba

vivo la cura resultaría peor que la enfermedad. Recordaba a Héctor Lavoe, el

famoso cantante de cantantes, quien sobrevivió al lanzarse de un noveno piso en

San Juan, Puerto Rico. La voz, como le decían, tuvo que vivir una penosa

recuperación y luego apareció cantando en televisión medio desbaratado. Daba

lástima el tipo. La suerte jugo en su contra y le tocó seguir engrosando la lista de

suicidas fracasados hasta que una sobredosis de droga se lo llevó. Desechó esa

idea, “había sido „vago‟ pero nuca un vicioso malogrado”, se dijo.

Como pensaba que el suicidio era el camino más fácil para acabar con su vida,

seguía analizando alternativas: un tiro en la cabeza; primero debía contar con un

arma, primer escollo, pues aunque vive en uno de los países más violentos del

mundo, el monopolio de las armas está en poder de las fuerzas del estado y de los

delincuentes, y si una persona decente tiene la mala fortuna de ser sorprendido con
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una, se va derechito para la cárcel y ahí sí se jode todo el plan. Pensaba además si

el tiro se lo iba a dar en un costado de la cabeza o si introducía el cañón del arma

dentro de la boca para luego disparar. El primer caso lo descartó por no ofrecer una

seguridad del cien por ciento; conocía de alguien que se había inclinado por esta

opción y falló, la bala no logró penetrar el hueso parietal. El segundo caso también lo

descartó, éste no sólo ofrecía un porcentaje más alto de eficiencia, sino que también

tiene la cualidad de dejar regados los sesos de la víctima contra la pared. Se negó a

dejar una escena tan dramática como último recuerdo de su existencia.

Quiso intentar con la cicuta o cualquier otro bebedizo de origen biológico o

químico, que para el caso da igual. Éste sí fue un asunto complicado, sus dotes de

chamán o „yerbatero‟ haría dudar hasta al más creyente de los cristianos,

incluyéndolo a el mismo; cómo confiar en alguien que no puede diferenciar una

planta de caléndula, de una de hierbabuena. Ni pensar en una inyección letal, con el

pánico que le tenía a las agujas, de seguro se desmayaría al primer intento.

El silbido de los trenes se le convirtió en una invitación tentadora, pero ésta

tampoco llamó su atención; aunque muchos enamorados despechados o

desilusionados de la vida se arrojan a su paso, el espectáculo de miembros regados

por la carrilera es tan dramático y quizás más, que el de los sesos contra la pared.

Desistió

Le quedaron dos opciones: el ahorcamiento o morir ahogado como la poetisa

argentina Alfonsina Storni; quien fiel a su espíritu romántico, comenzó a caminar de

la playa hacia el horizonte para que el mar se la llevara. Y lo logró, sólo que antes

debió tragarse unas buenas bocanadas de agua salada. Su proeza quedó

inmortalizada en el poema “Alfonsina y el mar”. En la primera, la imagen de Judas

rondó por su cabeza, y la verdad no tenía ningún sentimiento de culpa, ni nada de


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que arrepentirme, así que definitivamente no. Éste no era el método ideal para él.

La segunda le llamaba la atención pues un amigo le había contado que leyó en un

libro que los ahogados, a medida que llena sus pulmones de agua experimentan una

sensación de alucinación, como cuando se está drogado. “Sí, ese es el que yo

necesito”, pensó Lucas. Su entusiasmo bajo al imaginar la puta agua salada

quemándole la garganta, era un excelente nadador y estaba seguro que después del

primer trago buscaría desesperadamente la superficie. Además odiaba la poesía. Lo

más cerca que estaría de Alfonsina, seguiría siendo la noche que se sentó en su

mesa en el famoso café Tortoni, en Buenos Aires.

Cansado de darle vueltas al asunto se sintió desilusionado, llevaba días

planeando la que había considerado la manera más fácil de terminar con un ciclo

que juzgaba cumplido y se dió cuenta que buscar la muerte es casi tan complicado

como la misma existencia. Envuelto en una cantidad de raciocinios sin sentido veía

como se agotaban las botellas y los cigarrillos, hasta que lo vencía el sueño. Dormía

casi todo el día levantándose sólo cuando el rugido del estómago se hacía

insoportable. Tomaba jugo de naranja para pasar la resaca, destapaba una lata de

comida para calmar las tripas y preparaba la cafetera, de modo que alcanzará para

todo el día.

Entró en un estado de depresión profunda, caracterizado por un fuerte

decaimiento del ánimo y un marcado desinterés por la vida. Muchas veces en plena

calle experimentaba un inmenso vacío. La tristeza se apoderaba de él, sin poder

evitarlo las lágrimas rodaban por su cara. Tratando de disimularlo para no llamar la

atención apretaba los dientes y lloraba en silencio.

Cuando las tardes empezaron a hacerse insoportables acudió a la marihuana,

la había probado en un par de ocasiones cuando andaba de rumba, y aunque no le


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gustaban mucho sus efectos sabía que ésta producía sueño. Así que se tiraba en la

cama y se metía un porro, pronto todo le daba vueltas; sus pensamientos y la

realidad: los objetos de la habitación giraban sobre su cabeza hasta perderse en un

estado de enajenación que lo sacaba de la realidad por unos minutos, luego de los

cuales quedaba dormido durante horas.

Una tarde se decidió y llamó a la madre para despedirse. Se le quebró la voz.

No había terminado de saludar y ella interrumpió para preguntarle que tenía, pues lo

escuchaba diferente. Sólo atinó a decir que estaba aburrido, se sentía un poco solo.

Ante su respuesta se echó a llorar, pensó que algo malo sucedía pues en tantos

años nunca había escuchado a Lucas decir que estaba triste, aburrido o solo. Tenía

razón, la familia siempre lo había visto como una persona feliz: tenía un buen

trabajo, había estudiado la carrera que siempre había querido, rumbeaba y viajaba

cuando deseaba. Aparentemente no tenía problemas, era un poco crazy pero nada

más. Tratando de tranquilizarla explicó que no era nada y colgó.

Tomó nuevamente el teléfono para llamar a Jaime. Del otro lado escuchó la

voz de Jorge, el amigo de Leonardo. Había confundido los números, sin más

remedio saludó. Jorge al darse cuenta de su estado le pidió que no fuera a hacer

nada, que él atendía un par de consultas en la clínica y salía para el apartamento. A

la hora llegó con cara de preocupado. Mientras prendía un cigarrillo pidió una

cerveza para acompañarlo, y sin darle vueltas al asunto, preguntó que por qué

estaba así. “No sé, desde hace un par de meses le he perdido el gusto a todo, nada

me motiva en la puta vida. No quiero seguir, estoy mamado con toda esta mierda, es

que esto no es fácil. Claro vos no podés entender”, dijo Lucas.

Tan pronto terminó de hablar lo abrazó, dijo que sabía todo, pues en una

ocasión vio unas pastillas en el apartamento que le hicieron pensar que uno de los
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dos, refiriéndose a Felipe y a él, era portador; al comentarle a Leonardo sobre la

dudas que tenía éste le aclaro que el portador era Lucas. Después de explicarle,

trató de subirle el ánimo. Le recordó que tenía una carrera y era muy joven, decía

que había manejado esto muy bien por mucho tiempo, que no podía echarme para

atrás ahora. Durante toda la tarde trató de hacerlo entrar en razón. Entrada la noche,

después de varias cervezas, Lucas dijo que se sentía mejor, le dio las gracias por

venir y le pidió que se fuera, aún quería hablar con el hermano y se hacía tarde.

Tomó el teléfono y le pidió a Jaime que pasara por el apartamento que

necesitaba hablar con él urgentemente, antes de colgar le sugirió que comprara

unas cervezas pues se habían acabado y no quería salir a la calle.

Con Jaime las cosas fueron más difíciles. Al enterarse de la situación se

descompuso, en medio de las lágrimas le pidió que pensara bien las cosas. Se le

notaba la angustia, le dolía ver a Lucas así, trataba de calmarse, pero no podía.

Luego de una larga conversación, Jaime dijo que trataba de entender su decisión y

aunque la respetaba, sabía lo que pensaba sobre el suicidio, por nada del mundo

podía aceptarlo.

Le pidió que pensara en la mamá y en el dolor que le causaría. Después lo

abrazó fuerte. No quería dejarlo solo, temía que hiciera alguna tontería. Lucas, que

también estaba más tranquilo, lo convenció para que se marchara, prometiéndole

que no haría nada.

XXI

Jorge comenzó a llamarlo todos los días y a visitarlo con frecuencia. Pasaba

por el apartamento y lo convencía para que salieran a cine, e insistía en que debía

volver a salir a rumbear, incluso le hizo asistir a dos citas donde un siquiatra amigo.
112

Jaime, entretanto, lo invitaba a comer y trataba de pasar Lucas el mayor tiempo

posible. Sin ponerse de acuerdo los dos estaban en la tarea de sacarlo de su

encierro y de hacerle ver de nuevo las cosas, de manera positiva. Después de un

mes de mucha insistencia, aceptó ir a vivir con el hermano. Aunque al comienzo

pasaba todo el día acostado sin hacer nada, pronto retomó la lectura, y lo más

importante, dejo de beber y de fumar.

Ahora tenía que enfrentar otra dificultad. Su organismo comenzó a presentar

resistencia a uno de los medicamentos que hacían parte de la terapia antirectroviral.

Todo el tiempo estaba sediento y a pesar de que ingería muchísimo líquido no

lograba disipar la sensación de sequedad en la boca. La cantidad de bebidas que

tomaba no le dejaban espacio para los alimentos sólidos, pronto empezó a

experimentar fuertes nauseas y vómito. Hacía grandes esfuerzos para comer pero

casi todos los alimentos le causaban repulsión. Era bastante incomodo para todos,

se sentaban a cenar y de repente Lucas salía corriendo para el baño. En ocasiones

lograba vomitar, en otras quedaba con la sensación truncada. Se encerraba en el

baño tratando de reponerse y en muchas ocasiones lloró de impotencia y

desesperación. En la mayoría de los casos no regresaba a la mesa. Prefería

encerrarme en su cuarto para que Jaime y la esposa no se sintieran más afectados.

Se sentía tan mal que todos los días se dormía con la ilusión de no despertar. Cada

día se sentía más débil y aunque desde muy chico había sido un buen deportista

ahora se cansaba subiendo las escaleras del apartamento.

Trató por todos los medios de tolerar el medicamento pero finalmente debió

suspenderlo, la situación se había vuelto inmanejable. Además de iniciar una terapia

antirectroviral nueva, tuvo que comenzar un tratamiento con Levotiroxina, para

estimular la tiroides. Ésta glándula sufrió alteraciones por causa de los


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antirectrovirales, lo que explicaba el desaliento, el sueño y el excesivo frío que

sentía. Luego de dos semanas se dieron los primeros resultados: recuperó el apetito

y las energías para practicar actividades físicas. El trabajo de recuperación debía ser

fuerte, alcanzó a perder seis kilos.

Al siquiatra no volvió, nunca le habían caído bien, si iba con un problema, los

malditos le sacaban diez, además a éste, en la segunda cita se le ocurrió recetalme

antidepresivos. Una bomba. Alcohol, algo de droga, nicotina y ahora antidepresivos.

Le dio pena con Jorge pero se negó a ese tipo de ayuda, le explicó que era algo

personal. Lucas detestaba la posición arrogante de esos cretinos; odiaba su actitud

de tener la solución para todo, creerse perfectos y estar por encima de los demás.

Siempre había creído que lo peor para un siquiatra era curar a sus pacientes, la

artimaña es enredarlos más para que duren mayor tiempo en tratamiento y mantener

el negocio. Lucas conocía a uno que era muy amable, pero cuando lo veía le parecía

que el maldito siempre estaba analizando a las personas. Sabía que el desgraciado

tenía más problemas emocionales que todos sus pacientes juntos, pero su profesión

le permitía tener una posición económica muy prospera. Se daba buena vida y

excelentes vacaciones, aparentado ser feliz al lado de muchachitos que en

ocasiones eran menores que él hasta en más de diez años, pero que estaban a su

lado por las comodidades que les podía brindar. Por supuesto, no estaba dispuesto

a contribuir con las vacaciones de uno de esos hijueputas.

A Jorge no le molestó su decisión, aunque no la compartía por obvias

razones. La aceptó y más bien insistió en que debía salir a divertirse, lo conocía,

sabía que le gustaba la rumba y creía que ésta era una buena forma de volver a la

normalidad.
114

En su afán por sacarlo del letargo, un sábado llamó para que fueran a La

Calera con Juan Andrés, un „pelao‟ que había llegado de Cali el día anterior.

Aunque no estaba muy animado no se negó. Jorge lo recogió en el apartamento y se

dirigieron a un café donde los esperaban Juan Andrés e Iván, otro amigo de Jorge,

que irónicamente también era siquiatra. Se encontraron temprano, decidiendo tomar

un café y conversar un rato antes de irse para la discoteca. Aunque el saludo fue

muy parco, pronto entraron en confianza, la charla giró en torno a la música y al

cine, una de las grandes pasiones de Lucas, que se mostró atento e interesado.

Sin darse cuenta despertó la curiosidad de Juan Andrés, quién al bajar del

auto en el aparcadero de la discoteca se acercó para continuar la conversación,

pese a que Lucas se tornaba distante. Había ido muchas veces a ese lugar con

Felipe y los recuerdos lo pusieron triste: por largo rato estuvo como callado, el

„pelao‟ que se dio cuenta de su actitud, extrañado tomó distancia también y se dirigió

hacia donde estaba Iván para hablar con él.

A pesar del buen ambiente que reinaba estaba aburridísimo en esa discoteca.

Jorge se había entretenido con unos amigos que encontró; Iván y Juan Andrés

bailaban en un extremo de la pista y él estaba como a dos metros de ellos,

moviéndome solo como una güeva. Sabía que era culpa suya, había puesto la

barrera y por tanto era él quien debía romperla. Se acercó a Juan Andrés y le

preguntó cómo la estaba pasando. Éste respondió que más o menos. Lucas dijo que

el ambiente estaba bien pero que ellos estaban muy dispersos, que bailaran juntos.

No pasó mucho rato para que empezaran a pasarla del putas. Lucas veía un brillo

raro en la mirada, su actitud le hacía pensar que aquí estaba pasando algo más.

Juan Andrés aprovechaba la música para acercarse tratando de encontrar una

respuesta. Como también estaba sintiendo algo muy „bacano‟, decidió esperar para
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seguirle el juego, hasta saber qué tipo de relación tenia él con Jorge, quién seguía

embolatado saludando a sus amigos.

Luego de pensarlo por un rato expresó sus dudas a Juan Andrés, quien soltó

la risa explicándole que ellos eran solamente amigos y que había venido a Bogotá

atendiendo la invitación que Jorge le había hecho muchas veces. No hablaron más

del asunto, se dedicaron a pasarla bien, hasta que apareció Jorge y le pidió a Juan

Andrés que lo acompañara a traer unos tragos. Ante la negativa de éste, Jorge salió

extrañado a traerlos, en compañía de Iván y luego se perdió nuevamente. Lucas y

Juan Andrés ni lo notaron, estaban „encarretadísimos‟ sin darse cuenta que Jorge

estaba puto, hasta que apareció de nuevo pasado de tragos y llamó a Juan Andrés a

un lado para hablar. Luego buscó a Lucas y le reclamó airadamente. No quiso

discutir, lo vió muy alterado.

Después de la escenita, Juan Andrés se sentó al lado de Iván, entre

„achantado‟ y enojado mientras Lucas se hizo en otro lado sintiéndose como un culo;

el „pelao‟ dijo que no tenía nada con Jorge y como éste se la había pasado toda la

noche con sus amigos no entendía porque aparecía borracho a hacer reclamos. No

sólo se cagó la rumba, sino que siguió tomando como loco. La situación se tornó tan

incomoda que Iván, Juan Andrés y Lucas decidieron pedir un taxi y marcharse.

Jorge bajó con los otros „manes‟ que se encontró allá, después de las cinco de la

mañana.

Aunque los tres se quedamos a dormir en la casa de Iván, Lucas no entendía

la reacción de Juan Andrés, incluso llegó a pensar que si tenía algo con Jorge y que

por eso ahora estaba distante. Acostado en un sofácama de la sala no pudo conciliar

el sueño; ellos se quedaron hablando en la otra habitación, Iván, que se dio cuenta

de su estado, varias veces salió y le dijo que tratara de dormir, que lo qué había
116

pasado no era para que le quitara el sueño. A la diez de la mañana se sentaron junto

a Lucas a conversar sobre lo sucedido. Iván y Juan Andrés estaban muy molestos

con Jorge, no entendían como luego de invitarnos a todos, se pegaba tremenda

borrachera, se tiraba la rumba y de remate los dejaba allá tirados. Lucas, seguía

confundido; estuvo más bien callado, en parte se sentía culpable por todo el rollo de

la noche anterior.

Se tomó un jugo y se despidió de Iván que seguía hablando con él. Dejo el

número de teléfono por sin Juan Andrés quería hablarle. Cuando iba de salida Juan

apareció y le dijo que si me marchaba sin despedirme. Al verlo se sonrió y contestó

que como se había encerrado en la habitación creyó que no quería saber nada de él.

Se dieron un abrazo y beso.

Al regresar al apartamento sólo quería dormir y olvidarse de todo, aunque

Juan Andrés le movió el piso no pudo sacarse de la cabeza el incidente con Jorge.

Se estaba portando muy bien con él y le parecía una cagada todo lo que había

pasado.

En medio del agotamiento logré conciliar el sueño, pero no habían pasado

más de veinte minutos cuando el repicar del teléfono lo despertó. Al otro lado de la

línea estaba Jorge, con la „rasca‟ viva, llamaba para seguir reclamando. Lucas trató

de explicar lo que había pasado pero no entendía razones; dijo que aunque era

cierto que él no tenía nada con Juan Andrés, éste si le gustaba, que pensaba

decírselo, pero que cuando regresó con los tragos los vio bailando y besándose, por

lo que decidió devolverse para donde los amigos que se había encontrado al llegar a

la discoteca. Ante esto sólo pudo decir que cuando alguien te interesa no lo invita un

sitio y lo deja solo mientras se emborracha con los amigos que se encuentra. Él

continuaba furioso y lo trato de hijueputa nuevamente, pese a que Lucas creía que
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Jorge en parte tenía razón, le dijo que cuando estuviera más calmado, o por lo

menos en sano juicio, volverían a hablar.

No pudo conciliar nuevamente el sueño, de manera que se levantó y se fue

con Jaime y la esposa a almorzar, sin dejar de pensar en Juan Andrés. Quería

regresar pronto al apartamento, estaba seguro que llamaría. Y no se equivocó, sobre

las cinco de la tarde llamó para decir que había decidido regresar a Cali esa misma

noche, aunque inicialmente se iba a quedar un día más, el incidente de la noche

anterior lo hizo sentir muy mal y prefería irse.

Dijo que estaba en la casa de Jorge y quería verlo para despedirse, que

habían aclarado las cosas y que aquel no tenía problema. Durante el encuentro

aprovecharon para conocerse un poco más, hablaron de lo que estaba pasando

entre los dos; Juan André expresó que sentía algo muy „bacano‟, pero que le parecía

tenaz iniciar una relación en la distancia, ya que por experiencia sabía que esto era

muy duro. Aunque lo sintió sincero, su actitud era un poco extraña, como si estuviera

prevenido por algo. Luego de más de tres horas de hablar, sin lograr convencerlo de

quedarse, lo acompañó al terminal de autobuses.

Después de toda esta película sentía nuevamente los embates del

enamoramiento. A la mañana siguiente Juan Andrés llamó para avisar que había

llegado bien y para preguntar cómo estaba; a partir de entonces comenzaron a

comunicarse varias veces a la semana por medio del teléfono o de la Internet.

Pasaban los días y la ansiedad por no poder verse crecía, al igual que la inquietud

de Lucas por un mensaje que recibió en el celular. “Quiero que nos veamos para

que hablemos seriamente. Cuídate”, Juan Andrés.

Pasaron dos semanas, ante la impaciencia por verlo y enfrentar el asunto

importante del que hablaba, decidió viajar a Cali y aprovechar para contarle que era
118

portador. Sentía que las cosas podían trascender y prefería que hubiese claridad

desde el comienzo. El „pelao‟ le gustaba mucho, pero estaba dispuesto a dejar las

cosas así, antes que tener que ocultar la realidad. Así que fueron a un bar y allí le

dijo que antes de que discutieran sobre los dos tenía que contarle algo muy

personal, era muy importante que él lo supiera. Dijo que después de saberlo podía

tomar la decisión que quisiera, que en cualquier caso estaba encantado de

conocerlo.

Mientras Lucas trataba de encontrar las palabras adecuadas, Juan Andrés

interrumpió: le dijo que se ahorrara el discurso que él lo sabía todo, Jorge le había

contado en la discoteca luego que los vio juntos. Un tanto sorprendido contestó que

hubiese preferido decírselo él, que ese era uno de los motivos por los que viajó y

aunque le disgustaba que se hubiese enterado por otro lado, estaba ahí para que

aclarar las cosas.

Empezó a entender la actitud que tomó desde el incidente en la discoteca: en

medio de la borrachera y disgustado por lo que había visto, Jorge le contó que Lucas

era portador, colocando en duda las intenciones que tuvo para ocultarlo, indicando

que seguro no eran las mejores. Juan Andrés, con sólo 19 años, quinto semestre de

universidad, desconocía casi todo sobre el vih y el sida; no tenía claro cuáles eran

las conductas de riesgo, los métodos de protección y, obviamente, no sabía la

diferencia entre una persona asintomática y una persona en estado terminal. La

ignorancia sobre el tema, sumado a lo que dijo Jorge, hizo que se llenara de pánico

y de rabia. No entendía por qué Lucas podría querer hacerle dañó. Sentía ira con él

mismo, aunque tenía razones de peso para odiarlo no podía, al contrario, algo en su

interior le impedía sacarlo de la mente y quería creer que todo era mentira.
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Fueron dos semanas de desasosiego, sin poder aquietar las alteraciones del

ánimo ni mitigar las turbaciones que esta situación le producía. Sólo pudo decir que

nada de lo que le habían dicho era cierto, le contó que durante la relación con Felipe

éste se había practicado la prueba tres veces y que todas habían salido negativas.

Concluyo diciendo qué él decidía si le creía o no. Más tranquilo, Juan Andrés dijo

que la decisión de viajar hasta Cali a contarle le dada a entender que las cosas eran

diferentes.

Aclarada la situación aprovecharon el tiempo y el espacio que les dejaron sus

padres, quienes viajaron el fin de semana a otra ciudad, para conocerse mejor.

Solos, en su casa de Juan Andrés, pasaron horas enteras hablando y escuchando

música; necesitaban conocer sus gustos y diferencias y debían aprovechar el poco

tiempo que tenían, aunque ser homosexual no es un delito, las personas que

decidían vivir su sexualidad de una manera diferente y hacer cosas tan normales,

como hablar o compartir una tarde viendo televisión, se requiere de la complicidad

de la soledad, o lo que es peor, se ven obligados a expresar sus sentimientos en

guetos. Para la gran mayoría de las personas los homosexuales son anormales y

cuando comparten un espacio es para encerrase a follar como locos, pero contrario

a estos prejuicios ellos pasaron el tiempo conversando; no faltaron las caricias ni las

expresiones de cariño, y debieron contener los impulsos sexuales, para ir con calma,

aunque Juan Andrés tenía mayor claridad sobre el tema, seguía sintiendo algo de

miedo.

En cuanto a Lucas, no tenía interés en presionar cualquier situación, pues

ésta se podría tornar desagradable. Había aprendido eso de Felipe, que le enseñó a

entender su sexualidad, a punto de paciencia y de cariño. Ahora el turno era para él,
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debía esperar a que Juan Andrés dominara sus miedos y temores por sí solo, para

poder estar plenamente.

El domingo fueron a una discoteca. Aunque sabían que los padres de Juan

Andrés llegaban ese lunes, decidieron quedarse juntos esa noche. Se levantaron al

medio día, con la modorra normal que suele dar después de rumbear hasta el

amanecer. Acosados por el calor infernal se metieron al baño. El sonido del agua fría

no acalla el sonido del deseo y la pasión. Se perdieron disfrutando la fricción de sus

cuerpos. Gozaron con cada roce de piel, cada gemido, cada caricia, cada beso.

Salieron de la ducha porque a Juan Andrés le cogió un afán el hijueputa,

quería que irse a almorzar antes de que llegaran los papás y los encontraran ahí.

Estaban terminando de vestirse cuando escucharon el sonido de un auto en todo el

frente de la casa. Lucas salió corriendo y se sentó en la sala para hacerles creer que

hacía poco había llegado y lo estaba esperando. Los viejos saludaron de manera

cordial, pero en su cara de veía que no les había gustado ni poquito verlo allí. Juan

Andrés, que se había quedado en el cuarto terminando de vestirse salió, saludo y

luego de preguntar por el viaje, dijo que lo habían cogido de salida porque en ese

mismo instante salía a almorzar.

Quedó muy intranquilo. Sus viejos habían visto a Lucas el viernes, cuando

pasó por la casa a buscarlo, lo que hacía suponer que se habían imaginado que

aprovecharon su ausencia para estar juntos en la casa. Pensó que le iban a armar

toda una película con el cuento de que era un irresponsable, al abusar de la

confianza que le daban, a la más mínima oportunidad. Finalmente, no dijeron nada.

Según Juan Andrés, a sus viejos le da tanto miedo enfrentar lo de su

homosexualidad que prefieren quedarse con la duda a tener que sostener una

conversación sobre el tema.


121

XXII

Sin superar la euforia con que llegó de Cali, recibió la llamada de un viejo

amigo del periódico que le informó que Sebastián llevaba varios días llamando, pues

necesitaba verlo con urgencia; había dejado los números de teléfono para que se

comunicara cuanto antes.

Por la contundencia del mensaje se comunicó inmediatamente, sin importar

que fuera casi media noche, estaba entusiasmado por tener nuevamente noticias de

él, después de un año en el que no tuvieron ningún tipo de contacto. Luego de un

corto saludo, Sebastián le contó que se iba a casar el día siguiente, llevaba más de

un mes tratando de ubicarlo para que asistiera a la ceremonia; estaba tomándose

unos tragos con unos amigos y lo esperaba. Sorprendido por la noticia, y luego de

hacerle un par de bromas, Lucas respondió que no podía acompañarlo, tenía un

compromiso fuera de la ciudad y debía viajar en la mañana. Un poco ofuscado por la

respuesta dijo que no le podía hacer eso, que sabía lo importante que era para él

que estuviera allí. Después de discutirlo un par de minutos, Lucas salió para su

apartamento, decidió que como no lo acompañaría a la boda, por lo menos estaría

con él en su último día de soltero.

En el salón, buscaron un lugar para hablar sobre los dos y lo que habían

hecho durante el último año. Sebastián preguntó por Felipe, “seguís con el „mancito‟

ese”, dijo. La pregunta no sorprendió a Lucas, no era la primera vez que expresaba

su desacuerdo con la relación. Lo que lo inquietó fue la cara de satisfacción cuando

le dijo que no. Nuevamente, y como en los viejos tiempos, su actitud era

desconcertante: a unas horas de casarse, le interesaba saber si había dejado a

Felipe, y estar al corriente de con quién andaba en este momento.


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En la mañana, cuando todos se fueron le pidió cancelar el viaje para que se

quedara acompañándolo, se sentía muy mal; había vomitado varias veces y aunque

Lucas le preparó una soda con limón, no se reponía de la borrachera de la noche

anterior. Para completar mientras estaba en el baño llamó la novia, que debió hablar

con Lucas porque él no la pudo atender. Aunque trató de disimular su malestar, no

pudo ocultar su disgusto, ni siquiera dejó mensaje.

Sebastián no le dio importancia al asunto, insistió para que se quedara con él,

por lo menos hasta que se sintiera mejor. Lucas prefería quedarse, no sólo por el

estado en que estaba el „Sebas‟, sino porque también se sentía muy bien, pero se

había comprometido a viajar con Rita desde hacía un par de semanas, y no podía

ser tan hijueputa, de dejarla metida a última hora. Tenía muchas ganas de hablar

con ella, era la única persona a la que le confiaba sus cosas íntimas pues aunque

sabía que podía contar con Jaime, no se atrevía a hablar de sus relaciones con él,

era como incómodo para los dos. Una cosa era que Jaime entendiera y apoyara la

decisión que había tomado frente a su sexualidad y otra muy diferente que se

volvieran íntimos y hablaran de hombres con naturalidad. Sin más remedio se dieron

un fuerte abrazo y quedaron en comunicarse al regresar.

Con Rita seguían siendo buenos amigos, aunque a veces duraban tiempo sin

verse, cuando estaba de ánimo salían a tomar café, a cine, bailar o simplemente a

conversar. Comenzó contándole lo que pasó con „Sebas‟ y luego aprovechó y le

contó lo de Juan Andrés. A pesar de que en muchas ocasiones dijo que lo había

superado, que no le afectaba lo que Lucas hiciera, siempre dejaba ver que le seguía

doliendo. Se notaba en su expresión. A veces Lucas callaba cosas para no hacerle

daño, pero ella insistía en saber, lo conocía tanto que se daba cuenta cuando algo

importante le pasaba.
123

Ella también le contaba sobre sus relaciones. Sabía que podía contar con él,

que si tenía alguna duda en Lucas encontraría respuesta. Aunque a veces el mismo

dudara de sus virtudes para aconsejar. Su fortaleza consistía en la manera

pragmática de ver las cosas y la forma directa en que expresaba sus opiniones. Las

conversaciones eran muy íntimas y, aunque Rita le contaba sus cosas porque era la

única persona con quien podía hablar abiertamente, a Lucas le pareció que lo hacía

para demostrarle que también tenía otras personas en quien pensar, que

efectivamente ya había superado todo.

Al dejar la tranquilidad del campo, alejado de la civilización e incomunicado,

pues en la zona no entraba la señal de celular, llegó inquieto por saber de

Sebastián; durante el fin de semana no dejó de pensar en él, preocupado por el

estado en que lo había dejado. Tan borracho que llegó a pensar que no se despertó

para ir a su matrimonio. Al llegar al apartamento encontró un mensaje en el que le

informaba que todo había salido bien.

Unos días después, Sebastián llamó pasadas las once de la noche, estaba

bebiendo con el hermano y unos amigos, y quería que Lucas fuera hasta allá. Pese

al entusiasmo, contestó que no podía ir, “no tengo dinero, es tarde y estoy al otro

extremo de la ciudad”. Sin detenerse a pensar Sebastián dijo que tomara un taxi que

él lo pagaba. Aunque era tenaz salir a esa hora del apartamento sin plata, no se

pudo negar, ante tanta insistencia, y después de casi diez minutos de discutirlo salió

para su apartamento.

No sólo pagó el taxi, sino que todos los presentes se dieron cuenta de lo que

hizo con tal de que Lucas fuera, incluso la esposa. Pese a sentirse feliz de verlo,

Lucas no dejaba de sentirse incómodo, aunque ella se mostró formal y atenta, fue
124

clara en señalar que intentó persuadirlo para que no llamara, explicó que le parecía

muy tarde para atravesar media ciudad.

Esa noche, en la cocina, mientras buscaba con que prender un cigarrillo

apareció „Sebas‟, quien le alcanzó las cerillas y lo abrazó “lo quiero resto”, le dijo. El

hermano, que vió la escena desde la sala, comentó luego que „Sebas‟ le había dicho

en varias ocasiones que lo admiraba y quería „resto‟. Dijo además que cada que

bebía hablaba de él y le daba por llamarlo. Los comentarios del hermano de

Sebastián desconcertaron a Lucas, se conocían desde la época en que estudiaban,

sabía que era gay. No supo si le quiso decir algo o simplemente fue un comentario.

Lo cierto es que „Sebas‟ hacía cosas que generaban dudas en los demás.

Una noche llamó a las tres de la mañana, llegó de rumbear con la esposa y se le

ocurrió comunicarse. Extrañado, Lucas preguntó por qué hacía eso. Respondió que

si molestaba, a lo que contestó que no. “Simplemente quería saludar e invitarte a

almorzar”, agregó „Sebas‟. Ante la respuesta sólo pudo decir que no había problema

pero que prefería que lo llamara en el día, consideraba que ese tipo de cosas

podrían molestar a la esposa. A él no le preocupó; no sólo tenía cara de niño lindo e

ingenuo, sino que actuaba como tal. Ese era uno de sus encantos.

A Lucas le encantaba lo que hacía, sin embargo decidió tomar distancia. La

época de la universidad había pasado, ahora Sebastián era un hombre casado, si

tenía dudas sobre su sexualidad, debía resolverlas él. Además Lucas tenía otras

cosas en qué pensar. Empezaba a recuperarse de una crisis depresiva y

consideraba que no debía meterme en semejante rollo.

Pasó un tiempo sin que hablaran, hasta que nuevamente Sebastián llamó;

esta vez lo hizo para despedirse, había decidido irse a vivir a Miami. La noticia no

sorprendió Lucas, había viajado un par de veces y siempre tuvo la idea de radicarse
125

allá, lo que llamó su atención fue que viajara solo, llevaba menos de un año de

casado. No pudo dejar de sentir tristeza, sabía que pasaría mucho tiempo para que

se volvieran a ver. Fue la última vez que hablaron.

Superada la nueva etapa con Sebastián se dedicó por completo a su relación

con Juan Andrés, que se fortalecía más, al punto que sólo deseaban estar juntos,

aunque hablaban seguido, contaban los días para volver a verse, lo deseaban más

que nada, pero entendían que las condiciones los obligaban a aceptar la distancia

hasta que uno de los dos pudiera viajar. Con ansiedad esperaron el siguiente puente

festivo para que Juan Andrés pudiera viajar de nuevo a Bogotá.

Lejos de la familia, amigos y compañeros de la universidad no tenían que

preocuparse; en Cali Juan André vivía prevenido, pendiente de no encontrarse a

nadie conocido. Vivía paranoico, pensaba que si se encontraban a alguien,

enseguida se daban cuenta que tenían una relación. Lucas sólo trataba de entender

sus temores. La situación de Juan Andrés era complicada, aunque había asumido

su sexualidad desde hacía varios años y sus padres lo sabían, se negaban a

aceptarlo. Pensaban que estaba equivocado y tarde o temprano iba a recapacitar.

Para agravar la situación eran cristianos. Creían que su hijo vivía en constante

pecado, a un paso del infierno, de la condena eterna. Sufrían por ello. Vivían

pendientes de con quién andaba o a donde salía, y desaprobaban cualquier persona

que no fuera un compañero de la universidad, les atormentaba pensar en lo que

pudiera hacer el hijo con alguien diferente a los amigos que ellos le conocían.

Esta situación hacía muy complicada la relación en Cali, por ello disfrutaban

más cuando se veían en Bogotá: una ciudad cosmopolita y moderna de más de siete

millones de habitantes. Un amalgama en donde confluyen diferentes expresiones

sociales y en la que cada persona encuentra un lugar. Hay infinidad de cafés, bares
126

y discotecas gay, y se puede ir a cualquier centro comercial, a cine, comer o

degustar un helado, sin el temor de encontrarse a la mitad de las personas que se

conocen.

Todos los días encontraban un plan diferente para compartir en la ciudad, y lo

mejor, cuando querían regresar al apartamento sabían que contaban con ese lugar

en el que podían estar juntos sin tener que escondernos de nadie. Llegaron de un

bar y en la intimidad del cuarto comenzaron un juego sexual. Sabía de los temores

de Juan Andrés así que preguntó hasta donde quería llegar. Sentía algo de susto

pero se mostró tranquilo. Se olvidaron de las palabras y comenzaron a disfrutar cada

caricia, cada beso, cada rincón de piel. Dos cuerpos que se entrelazaron en medio

del sudor, de la pasión, del amor. Hasta llegar al mejor de los orgasmos.

Después de un fin de semana espectacular, a Juan Andrés le pareció

increíble la manera en que Jaime y la esposa aceptaban la relación. Sin falsos

moralismos ni escandalizarse porque estuvieran juntos. A Lucas no le sorprendía,

desde que lo sabían fueron muy claros, habían dicho que mientras asumiera su

nueva condición con seriedad y responsabilidad no veían problema. Otra cosa sería

que llegara hecho una marica: entaconado, hablando o caminado raro, o

acompañado de una persona así. Coincidían en que una cosa es asumir la

condición de gay y otra muy diferente es la maricada.

En lo personal Lucas creía que cada persona decidía cómo quiere que lo

vean los demás, y en su caso estaba de acuerdo con la posición del hermano,

consideraba que la intimidad de cada persona es eso, íntima, y que a nadie más le

debe importar. En ese sentido no tenía problema, escogía muy bien con quién

andar.
127

Sabían que además de superar las circunstancias que se daban en Cali,

debían vencer también la distancia para poder estar juntos. Con el correr de los días

la ansiedad crecía, no se conformaban con hablar por teléfono o con mensajes de

Internet. Juan Andrés decidió escribir una carta para expresar lo que sentía.

Recorro nuestros lugares y sólo me lleno de ti. - Dice en la parte superior -

Ole!!! Lucas.

Como sé que estás bien no voy a preguntarte nuevamente como estás, pero sí

puedo decirte que me alegro mucho cada vez que me lo dices.

Te escribo porque quería que sintieras la emoción de recibir noticias

de alguien que te quiere.

Sé que en la era de la revolución tecnológica, el Internet me hubiera ahorrado,

no sólo algunos pesos, sino también dos o tres días de retraso, además de la

fatiga de escribir a mano.

Pero hay algo que no te hubiera podido enviar, y es mi esencia.

Cuando recibas esta carta, en cambio, vas a sentirme a tu lado,

porque quién más que yo, que escribí cada palabra me encargaré

de leértela al oído y esperaré a tú lado por cada sonrisa que me

merezca y cada beso que me regales.

Vos que me conoces sabes que no soy la persona más expresiva,

pero hoy quiero decirte que por tu causa soy feliz.

A lo mejor ya te lo había dicho antes, a lo mejor estás cansado

de oírlo, pero sabes qué es lo mejor de todo: aún no me he cansado

de decírtelo.

¿Sabes? he pensado mucho en el futuro, en lo que quiero para ti y para mí,


128

Y aunque las cosas no son, ni serán fáciles, deseo que todo pueda salir como lo

soñamos.

No quiero ponerme trascendental, pero quiero que sepas que deseo,

que con paciencia y tranquilidad podamos construir un futuro juntos.

Con todo esto te envío un beso muy grande, con la esperanza, de que

muy pronto, no sólo podamos vernos, sino que por fin podamos estar juntos.

Gracias por hacerme tan feliz,

Por colmar mis sueños e ilusiones

Y amarme como soy.

Te quiere.

Juan Andrés

Al leer este mensaje, sólo quería estar con él, que supiera que también era

muy importante y que mientras pudiera, haría lo que estuviese a su alcance para

estar juntos.

Convencido de que era lo mejor armó viaje para Cali. Los primeros días

fueron del putas, no sólo pudo estar cerca de Juan Andrés, sino que después de

muchos años, volvió a estar junto a la familia. Son súper especiales, la mamá y la

hermana se refieren a él como el niño, y los hermanos mayores, Jóse y Fernando,

arman cantidad de planes y programas para que no se aburra. Ni hablar de los

primos. En Lucas ven un „bacan‟ que no se escandaliza por nada, alguien a quien le

pueden contar todas sus andanzas con la tranquilidad de contar con un amigo que

los entiende, aconseja y guarda la espalda. Cuando los viejos les están dando

„cantaleta‟ porque „vagan‟ o „parrandean‟ sale en su defensa, les recuerda que ellos

también habían hechos sus „cagadas‟ y que todos los jóvenes son iguales, sólo que
129

los tiempos cambian y ellos se han vuelto viejos. También explicaba que se podía

rumbear sin descuidar las responsabilidades, que lo miraran a él. A pesar de todo lo

que Lucas hacía, en la parte académica y laboral nadie tenía nada que reprocharle.

Terminaba sino convenciéndolos, por lo menos calmándolos.

Cada uno de sus primitos tenía una anécdota agradable que contar de

cuando han estado juntos. Sus primeras rumbas, los mejores paseos y hasta las

peores borracheras. Siempre que se ven la pasan „rebién‟. La mamá de Lucas se

queja porque la única manera de que ellos la visiten o la llamen es cuando él está,

opinión que comparten sus hermanos.

Todo parecía marchar bien, pero pronto se dió cuenta que las circunstancias

que los rodeaban se interponía en lo que sentían. Luego de dos semanas, cuando la

euforia de los primeros días bajo, casi no se podían ver. Juan Andrés hacía grandes

esfuerzos para no hacer sentir mal a sus padres y además se preocupaba

demasiado ante la posibilidad de encontrarse a algún compañero de la universidad.

Lucas entendía que no quisiera que nadie se enterara de su verdadera sexualidad,

igual, en su casa sólo sabía Jaime, pero no podía evitar sentir molestia por su

cambio de actitud. Se convirtió en una persona distante y llena de inseguridad,

siempre estaba ocupado, a pesar de que estaban en la misma ciudad no

encontraban un espacio para los dos.

Un mes después decidió regresar a Bogotá, no tenía sentido estar allá en esas

circunstancias, aunque le costó mucho aceptar que lo mejor era terminar, estaba

decidido a hacerlo. Cada vez les producía más angustia la situación que vivían y era

mejor cortar a tiempo que seguir sufriendo por un imposible. Sentía que era muy

tenaz querer estar con la persona que amaba y no poder sentir su apoyo, compañía
130

y en muchas ocasiones, un simple abrazo. Ante la imposibilidad de hacerlo, se

siente mucho dolor e incluso rabia, impotente frente a lo que pasa.

Cuando se vieron, resultó que Juan Andrés pensaba lo mismo. Así que con

todo el sufrimiento que la decisión les produjo decidieron continuar como amigos. Se

despidieron en medio de un silencio sepulcral. Lucas no entendía cómo las cosas

habían cambiado en tan poco tiempo. Seguía pensando en la carta, en cada

palabra, en cada frase, en cada momento, y ahora estaban ahí, enterrando todas las

ilusiones, ni siquiera se pudieron dar un abrazo, estaban en un sitio público, así que

después de una fría despedida de mano cada uno se marcho por su lado. Atrás

quedó, la pasión, el deseo y el amor.

Terminó el sueño. Y aunque cuando se acaba algo importante casi siempre

quedan heridas, para Lucas había valido la pena. No sólo recuperó la confianza,

sino que toda esta vivencia lo sacó de la mazmorra en que se encontraba y fue vital

a la hora de superar la crisis que vivió.

XXIII

En Bogotá quiso tomar las cosas con calma. Deseaba estar bien. Había

superado el desequilibrio que le causo el fin de la relación con Felipe, entendía que

no podía volver a ese estado. Llegó a la vieja urbe que lo había visto ser feliz en

otras épocas y aunque traía el corazón roto y la cabeza echa mierda, sintió alegría

de volver. No me había dado cuenta pero en ese momento supo que amaba a esta

ciudad.

Transcurrieron unos minutos y el corredor del terminal quedó solo. Caminó

para abordar un taxi. En el recorrido iba „elevado‟, pensando en lo que dejo atrás.
131

Por un instante se fijo en el taxista, un tipo de saco de paño, gafas y barba pulida.

Pensó, “otro profesional que se quedó sin trabajo en este país de mierda”. Luego de

unos segundos lo miró y exclamó - bonito día eh - el conductor contestó que había

estado lloviendo en los días anteriores. No hubo un comentario más hasta llegar al

destino.

Sacó un billete de veinte mil pesos, y el taxista, como es costumbre en esta

ciudad, dijo que no tenía vueltas. Sin buena cara Lucas dijo que lo cambiara. La

verdad no venía de ánimo como para ir él, por el contrario pensó “profesional, este

hijueputa. Todos son la misma mierda, definitivamente, había llegado a mi ciudad”.

En la tarde fue al cine. Durante el recorrido hasta el teatro, por la ventana del

autobús pasaban autos, personas, calles y nada a la vez, su mirada estaba pérdida

y la mente en los recuerdos. Infidelidad, era el nombre de la película que está a la

entrada de la sala. Aunque no era su caso, durante la función pensó, que tal vez,

ésta no es la mejor opción para salir del aburrimiento y de la soledad, como en su

propia historia, los personajes terminaron solos.

Salió del teatro caminando en dirección contraria a los autos, las calles lucían

desiertas. El deseo de encontrar un cigarrillo tuvo que esperar, en el recorrido sólo

se encontró con las luces de los semáforos al cruzar cada esquina y la de los

propios autos. Al doblar en una calle, luego de veinte pasos encontró un vendedor

callejero, de los que llevan un cajoncito colgado al pecho. Compró un cigarrillo y

continúo su camino. En medio del bullicio y las luces de las discotecas que están a

lado y lado de la calle, frente a él desfilan vendedores, „gómelos‟ en busca de

rumba, „desparchados‟, y uno que otro „pelao‟ borracho, más autos, gente y más

gente.
132

Se detuvo en un restaurante, ubicándose en una de las mesas que están en

la parte de afuera, para seguir disfrutando del espectáculo. Pidió carne al carbón y

una cerveza. Mientras comía se fijo en unos jóvenes que se encontraban en la parte

de afuera de una licorería, enseguida del restaurante. En estado de alicoramiento y

en forma festiva entonan canciones con uno de esos „locos‟ que va por ahí haciendo

maricadas para que las personas le den un par de monedas; un tipo negro que

animado por los jóvenes canta: Cali Pachanguero, El Ratón, Azul, un rock en

español y cuanta mierda se le viene a la cabeza. En medio de las risas una de las

chicas entona a dúo con el negro.

Vengo a emborracharme corazón, para olvidar un loco amor. Qué más que

amor, fue un sueño. Más risas. Continúa el desfile de canciones pasadas con licor.

Por un momento, Lucas retomó la canción, la conocía desde sus tiempos con

Andrea. Sin darse cuenta ahora el que la entonaba era él.

Vengo a emborracharme corazón, para olvidar un loco amor. Qué más que amor,

fue un sueño. Y aquí vengo para eso, para borrar antiguos besos en los labios de

otra boca. Vengo por los dos mi copa a alzar, para después así brindar. Por los

fracasos del amor...

Por un instante no existió nada. Sólo los malditos recuerdos, que avivados por

la canción le daban vueltas en la cabeza. Pidió la cuenta. Abandonó el sitio y se

dirigió hacía uno de los bares de la zona. Aunque el sitio estaba lleno logró ubicarse

en la barra. Tomó un par de tragos mientras miraba brincar a la gente al ritmo del

rock, el pop y el trance. Regresó al apartamento más tranquilo. En varias ocasiones

había disfrutado de esta ciudad solo y hoy lo había vuelto a hacer. Además se

reencontró con una de sus pasiones, el cine; disfrutaba las películas independientes,
133

europeas, latinoamericanas o asiáticas, que están lejos de los reflectores de

Hollywood, cintas que hacen de los sentimientos sus mejores efectos especiales.

Dos semanas después escribió a Juan Andrés, como un ejercicio

constructivo, que le permitiera sacar todo lo que sentía; también le expresó todos

sus pensamientos.

- ole, como vas de cosas.

Gracias por los bellos momentos que pasamos.

¿Sabes? aunque tengo claras las cosas no puedo dejar de pensarte, de extrañarte,

de quererte y de desearte como un loco.

Lo he intentado, pero no puedo, en ocasiones el vacío en el pecho es muy fuerte.

Bueno, creo que es normal cuando uno siente que ha perdido algo o, a alguien

importante.

Lamento no haber compartido más cosas y momentos juntos, pero así es la vida.

Espero que de esta experiencia te queden cosas positivas, aunque estas relaciones

a veces nos golpean, también nos brindan la oportunidad de crecer.

Por mi parte creo entender tu situación; a veces no es fácil aceptar las cosas como

se nos presentan, y aprender a vivir con ellas sin hacerle daño a quienes nos

rodean, es aún más complicado. Eso sí, espero no perder la ilusión de soñar.

Ojalá tus cosas evolucionen de manera positiva para que puedas ser feliz, eres del

putas y te lo mereces.

Aunque tengo pensamientos encontrados y la cabeza revolcada quiero que sepas

que voy a estar bien.

Gracias por recordarme que siempre hay alguien más importante y que ese alguien,

es uno mismo. Tú me lo escribiste en un mensaje y todos los días lo leo para no


134

olvidarlo "Ninguna persona merece tus lágrimas, y quien las merezca no te hará

llorar"

Perdona el papel y estas notas pero es lo que pienso y quería compartirlo con vos.

Nuevamente gracias por todo, te extrañare mucho.

Te quiero resto.

Lucas.

Juan Andrés recibió con alegría su carta, era una misiva llena de reflexiones

y, aunque estaba claro que le dolía la forma en que terminaron, en ella no expresaba

rabia o rencor, al contrario, rescataba las cosas positivas y se mostraba comprensivo

con las demás. No fue una despedida, marcó el comienzo de una gran amistad,

aunque las cosas no funcionaron era claro que tenían mucho en común. Estaban de

acuerdo en la manera de asumir y aceptar la sexualidad, en la importancia de la

preparación profesional e intelectual, compartían metas y objetivos y, sobre todo,

sabían valorar a las personas por lo que son, por su esencia. ¿Cómo renunciar a

alguien así? Imposible. Continuaron en contacto. Se llamaban periódicamente y

cada vez que Lucas visitaba la familia aprovechaban para conversar, comer un

helado o tomarse una cerveza.

Lejos de las viejas alteraciones emocionales, sumido en una apacible

tranquilidad trató de organizar las ideas. Sentía que era el momento de comenzar de

nuevo, de trazar nuevas metas y objetivos, para ello era necesario que encontrara

nuevas motivaciones para vivir. Debía dejar atrás la nostalgia y tratar de

reencontrarme a sí mismo, buscando en su interior la tranquilidad que necesitaba

para continuar. Repasó cada momento de su existencia con el fin de identificar las

cosas que lo afligían y lo llevaron al estado depresivo en que estuvo sumido.


135

Esa etapa reflexiva se rompió abruptamente con la aparición de Felipe, llamó

a preguntar cómo se encontraba, reclamó porque Lucas estuvo muy perdido y ni

siquiera le regalaba una llamada. Un poco sorprendido por su aparición repentina

contestó que él también tenía sus teléfonos, que cuando quisiera saber de él,

simplemente necesitaba marcar. Aunque al comienzo la conversación fue un poco

tensa, luego hablaron como viejos amigos.

Volverían a hablar en un par de ocasiones más. Lucas entendía que pese de

alegría por escucharlo y saber de él, en este momento tenía claro que si deseaba

comenzar de nuevo debía enterrar definitivamente todo aquello que en el pasado le

hizo daño. Con Felipe vivió cosas „bacanas‟, pero también le había dejado sumido

en un estado muy fuerte de aflicción. Ahora que podía pensar las cosas con cabeza

fría decidió no hablar más con él. Pensó que podría no ser definitivo, pero por lo

menos por ahora esa era la decisión. Un futuro quería verlo a los ojos y no sentir

nada.

Infortunadamente, no se podía desprender de todo. Pensó en su situación

como portador del vih y tuvo la seguridad que debía convivir con ello durante el resto

de sus días.

Luego de tantos años logró aceptarlo. Aprendió a sortear los prejuicios de la

gente, las estrictas formulaciones médicas y hasta los chistes sobre „sidosos‟, que le

tocaba escuchar. Aparentemente nada de eso lo afecta, por lo menos eso creía. Lo

difícil de manejar es el proceso interno. Esta condición le cambió por completo, no

sólo modificó su conducta sino que también condicionaba su relación con los demás,

veía la vida de una manera diferente. Era algo que no escogió vivir sin embargo

aprendió a aceptarlo de manera pragmática, no porque fuera la voluntad de Dios,

como dicen los que siempre buscan una justificación divina para todos los males
136

humanos. No, aceptó porque no tenía otra opción. Hasta ahora había decidido vivir,

sin pensar en los designios celestiales. Desde que tenía uso de entendimiento

estaba de pelea con Dios y con sus representantes en la tierra. Dudoba mucho de

su existencia. Si existiera, cosa que nadie le había podido probar hasta ahora, no

creía que sea una providencia o un ser bondadoso. ¿A quién se le ocurre que un

padre va a poner a un hijo, al que creo a su imagen y semejanza, en una situación

tan jodida? se negó a creerlo; los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos, lo

contrario es contra natura; y ¿Qué decir del ejercito de fariseos que lo representan

en la tierra? No son más que vendedores de ilusiones, profesionales de la mentira y

la doble moral que se lucran con la fe, o más bien con la ignorancia de la gente. Los

veía parados en sus púlpitos invocando la palabra de su padre creador para

condenar la conducta errada de los feligreses; y no muy lejos de allí, en muchas

ocasiones, en la propia casa de Dios, protagonizaban las más grotescas

aberraciones. Lucas sabía que no era el más indicado para cuestionar estos hechos,

y no pretendía hacerlo, sólo cuestionaba su doble moral.

Desde muy chico su querida madre les inculcó el fervor por la fe cristiana.

Recordaba que cuando tenía ocho años la señora Esther, los hacía ir a misa de seis

de la tarde todos los domingos. Salían de la casa unos minutos antes y se iban en

grupo como borregos para la iglesia los „pachitos‟, o sea, la iglesia San Francisco.

“Madrecita mía, no sabes cuánto sufríamos esas misas; que la homilía, la comunión,

el sermón y nosotros lo único que podíamos escuchar era el rugir de tripas”,

recordaba divertido. Mientras pensaban en la cena los minutos se hacían eternos,

esperando que dieran la siete de la noche y el bendito cura dijera “podes ir en paz”.

Para él y sus hermanos, lo mejor de la misa dominical era llegar a casa y encontrar

la cena calientica, y quedarse con la plata de los diezmos.


137

En las misas dominicales no paraba el fervor. Llegaba Semana Santa con

todos los oficios que se celebran en ella; desde el domingo de ramos hasta la

resurrección. Y ahí estaba la señora Esther con sus hijos en primera fila. A las diez

de la mañana, en el Valle del Cauca, el sol quema más que las llamas del

mismísimo infierno, y aún así, debían aguantar el recorrido de la bendita procesión,

que duraba hasta las doce del día y guardar fuerzas para en horas de la noche

recorrer las principales iglesias de la ciudad en la visita de monumentos. No

entendía porque tanta carrera, tenían todo el año para visitarlos y a todo el mundo le

daba por hacerlo en la misma noche. Para rematar el día sábado los llevaba con

unas botellitas llenas de agua dizque para que el cura las bendiga en la famosa misa

de gallos, que empezaba a las diez y se alargaba hasta la medianoche. “A esa hora

que agua bendita ni que nada, que me traigan una almohada y si es posible la cama

que los ojos se me cierran”. Así le toco aguantar varios años más, hasta que tuvo la

edad suficiente para decidir por sí mismo, si quería asistir a esas correrías.

El viejo Antonio, en cambio, a pesar de ser conservador y un paisa de

„racamandaca‟ nunca jodió con cuestiones de fe. Lo más cerca que vió al papá de la

iglesia, fue cuando compartía con el padre Roa. El cura iba a oficiar la misa al

pueblito donde el viejo tenía sus fincas y, aprovechaba el viaje a la zona rural para

darse un día de campo después de celebrar la eucaristía. Había que ver al curita

toda la tarde tomado cerveza o aguardiente con don Antonio Jaramillo mientras

hablaban de negocios y hasta de viejas. Porque el papá de Lucas como buen

ganadero era „aguardientero‟. El viejo decía que le divertían las tardes con el padre

Roa porque éste era un buen conversador pero que él hacía mucho tiempo había

dejado de creer en curas. Por caminos diferentes, padre e hijo llegaron a una misma
138

conclusión: las diferentes iglesias que hay en la tierra no son más que un negocio

alimentado por millones de desprevenidos creyentes.

Dejó a un lado sus conflictos con la fe y siguió desenmarañando en el

laberinto de los recuerdos, la causa de su desorden emocional e inevitablemente

llegó a ese terreno resbaladizo y complejo que es la sexualidad. No necesitaba

profundizar mucho para darse cuenta que estaba inmerso en un mar de dudas. En lo

que llevaba de vida había mostrado un desaforado apetito sexual y una fuerte

propensión al placer carnal, condición que lo había conducido por diferentes

caminos sin encontrar la ruta para la tranquilidad personal, por el contrario, la

intranquilidad se había acentuado en los últimos años. Quebrantó todos los

parámetros que tenía establecidos, sumergiéndose en un estado de confusión.

No era el primero que debía afrontar la condición de homosexual, desde la

antigua Grecia, destacados hombres y mujeres han vivido este tipo de relaciones y

no por ello su obra dejó de ser valiosa para la humanidad. Entonces ¿Qué es lo que

mortifica su existir? Tal vez, el hecho de haber despertado tarde a ella. Creía que

quienes descubren su inclinación sexual con los primeros ímpetus de la

adolescencia, van moldeando no sólo su personalidad sino todo su entorno de

acuerdo a lo que sienten, pero quienes descubrían en su interior esa fuerza cuando

tenían prácticamente definida la vida, se encontraban con un muro complicado de

romper; afrontar el proceso interno de aceptación, los prejuicios sociales y en

muchos casos, el rechazo de familia y amigos.

En ese proceso de entendimiento de su sexualidad quiso saber en qué punto

se encontraba, tuvo la oportunidad de vivir el enamoramiento puro, sincero y

verdadero con una mujer, y la verdad es que esa experiencia no fue diferente

cuando la sostuvo con un hombre.


139

Vivió plenamente cada una de esas relaciones, al igual que sufrió cuando llegaron a

su fin. Esto lo confundía, no tenía clara su condición de heterosexual y tampoco se

ubicaba plenamente como homosexual. Se sentía muy bien como hombre; pensaba

como tal, veía el mundo con ojos de varón y le gusta sentirme así porque esa es su

esencia, pero a la hora de relacionarse con alguien no tenía problema en que fuera

hombre o mujer. Había amado por encima de eso. Para su médico era claro que era

bisexual. Los antecedentes y la forma en que asumía la sexualidad lo ubicaban

dentro de ese grupo, para él, en cambio, era menos claro, cuando trataba de

entender todo para saber en cuál de los extremos se encontraba resultaba que no

pertenecía a ninguno, que estaba en el centro.

En ese proceso de reconocimiento interior llegó a la conclusión que debía

enfrentar la situación, que aunque no la había escogido, como el vih, ahora hacía

parte de su vida.

XXIV

La luz de las velas, la música suave y una buena cerveza hicieron parte del

ambiente apacible que marcó el reencuentro con Andrea. Por fin, y luego de haber

trascurrido más de un año desde su último encuentro en el centro comercial,

cumplían el compromiso de encontrarse nuevamente.

El sólo hecho de pensar en verla lo ponía nervioso, habían pasado casi seis

años desde que habían terminado y no dejaba de sentir cierto cosquilleo interior.

Fue un encuentro diferente, esta vez hablaron abiertamente de lo que había sido su

relación, los buenos y los malos momentos. Por primera vez, hablaron sobre su

situación de portador y el riesgo en que ella estuvo; aunque Lucas expresó lo


140

mucho que le inquietaba y la intranquilidad que le producía su decisión de no

realizarse la prueba, mantuvo su posición.

No lo interesaba saberlo, “no me importó en su momento y no me importa ahora.

Nunca pienso en eso, y si ha de pasarme, que sea lo que Dios quiera”, dijo.

Ofuscado por su respuesta le recordó que tenía esposo y una hija. Sus palabras no

la alteraron, conservó la dulzura de su rostro y el brillo de sus ojos se hizo más

intenso.

Le tomó la cara con sus manos y dijo que no me preocupara, que ella estaba

tranquila y él debía estar igual; pensaba mucho en él y que nada de lo que pasara

podía borrar los momentos que habían vivido juntos, eso era lo más importante. En

ese momento volvió a sentir toda su calidez, su ternura, su cariño. Entendió porque

la había amado tanto y porque aún después de tanto tiempo la seguía queriendo. Se

sintieron extraños, los dos ahí riendo con cada recuerdo, cada palabra, cada gesto;

como si el tiempo no pasara, despertando sentimientos que parecían enterrados y

recurriendo a la nostalgia para ser felices, aunque fuera sólo por un rato, porque

además de sus sentimientos, era todo lo que podían compartir ahora.

Aunque querían detener el tiempo para vivir ese momento eternamente,

debieron despedirse, cada uno tenía una realidad que enfrentar. Lo habían deseado

durante todo el encuentro y en ese instante no valió la razón. Aunque espontáneo y

sutil, ese beso fue más que el encuentro fugaz de unos labios, o un arranque pueril

de pasión, era la reafirmación de unos sentimientos que se negaban a morir y que

en ese momento les producía una alegría incomprensible.

Lucas se alejó sin mirar atrás; quería correr, gritar, que todos supieran que se

sentía feliz. Se olvidó por completo de un compromiso que había adquirido con Rita,

debía llevar media hora esperándolo, aunque tenía presente la cita, la olvidó por
141

estar con Andrea. Debió correr, después de todo era la única persona que le

quedaba. Conocía su condición de portador y había sufrido por sus relaciones, pero

seguía firme, inamovible. No podía decir que incondicional, porque lo quería, y esa

ya es una condición, Lucas creía que a pesar de todo, ella esperaba que en algún

momento le devolviera parte de lo que le ofrecía.

Llegó tarde a la cita, no alcanzaron la función, de manera que caminaron por

un rato hasta que encontraron un lugar en donde tomar unas cervezas. Un sitio

pequeño y oscuro, adornado con afiches de viejas glorias de la salsa, y obvio,

amenizado por el sonido ensordecedor de la misma. Aunque en un tiempo disfrutó

de esos sitios ahora no llenaban su gusto, prefería otro tipo de música; menos

bohemia, menos bullanguera. Rita, los disfrutaba; le encantaban bailar, si le siguen

la cuerda no para de hacerlo en toda la noche. A veces creo que en el baile

encuentra una forma de liberación o que simplemente lo disfruta porque despertó

tarde a la rumba y aún no había quemado esa etapa.

No pudo evitar contarle lo de Andrea, trató de explicar todo lo que había

sentido y le comentó que no la volvería a ver, no quería que ninguno de los dos

alimentara la posibilidad de volver a estar juntos, no podía negar que a veces lo

deseaba y que la idea le daba vueltas en la cabeza, pero las cosas habían

cambiado. Ahora cada uno tenía una vida por resolver, en su caso no estaba

preparado para contarle la confusión que tenía con lo de la sexualidad y todo lo que

había afrontado por ello, es posible que lo entendiera, pero prefería que se quedara

con los bellos recuerdos de lo que habían vivido. Además estaba tratando de colocar

en orden sus ideas para no cometer más errores. Insistir en algo del pasado podría

ser uno de ellos.


142

Despejado el asunto de Andrea se concentraron en ellos. Rita tomó la

palabra, quería decir lo que pensaba y expresar todo lo que sentía. Comenzó

diciendo que tenía claro que no la amaba, que la quería pero que no llegaría a

amarla como mujer; sabía que compartían muchas cosas en este momento porque

estaban solos, pero que era consciente que alguno de los dos encontraba a alguien

se distanciarían nuevamente. Aclaró que esperaba que apareciera alguien en su

vida que le despertara todos los sentimientos que él había despertado y que cuando

ese alguien apareciera la que se iba a distanciar es ella.

No se equivocaba, estaban juntos para huir de la soledad, pero ¿por qué

aguantó tanto?, ¿Por qué no simplemente lo borro de su vida? En ese mismo

momento se dio la respuesta. Tenía dos opciones: o lo mandaba a la mierda y con él

todo lo que sentía o decidía conservarlo como amigo. Decidió lo segundo. Lucas dijo

que estaba muy crazy, recalcó lo absurdo de relacionarse con él en las condiciones

en que ella lo hacía. Su respuesta fue contundente. “No, simplemente decidí vivir, y

eso lo aprendí de ti, si estoy un poco loca eso también lo aprendí de vos, dijo.

Continuó diciendo que era una persona especial, que si tuviera que cambiar algo, lo

único que cambiaría sería su gusto por los hombres, aunque lo había soportado

sabía que era algo que nunca iba a cambiar. Sus palabras reflejaron una gran

tristeza. Lucas sintió el dolor en su expresión, le dolieron sus lágrimas. Era claro que

sufría por todo lo que vivía y él no podía hacer nada para evitarlo; ni siquiera había

podido evitar que las cosas le afectaran, cómo iba a hacer para no causarle daño a

otro. Se sintió tan impotente, que no pudo evitar que las lágrimas rodaran por su

cara.
143

Después de esa noche una pregunta vagaba por su pensamiento “¿Qué vas a hacer

ahora Lucas? Y siempre la misma respuesta. No lo sé. No lo sé. Maldita sea, no lo

sé”.

Consciente de la mierda de vida que tenía, después de escuchar a Rita no

estaba dispuesto a hacer sufrir a alguien más. Desde la adolescencia actuó como un

potro desbocado; sin riendas, sin cercas, sin detenerme ante los obstáculos, se

devoró la llanura y ahora no veía para donde correr. Por primera vez se sintió

cansado; era joven, pero la intensidad con que vivió cada momento de la vida lo

llevo a pensar que ya hizo todo lo que tenía que hacer. No estaba triste, ni

deprimido, tenía la tranquilidad suficiente para pensar las cosas con cabeza fría.

Continuó eliminando las cosas que de una u otra manera alteraban su

tranquilidad, y era claro que la decisión de ocultarle a la familia su verdadera

situación de salud, se convirtió en una carga emocional muy fuerte que había

llegado a su límite. Durante años había mantenido al margen a sus hermanos

mayores y a la mamá del diagnóstico, sabía que la noticia los podía afectar tanto

como lo hizo con él en su momento. Lo había vivido con Ana y Jaime, quería

evitarles ese sufrimiento, sobre todo a la mamá. Estaban tan preocupados que

llegaron a pensar que su estado de salud era grave. Paradójicamente los motivos

que lo hicieron callar, ahora le indicaban que tenía que ser claro con ellos para

sacarlos de la angustia que padecían.

Decidido a dejar todo en orden pidió sugerencias al médico sobre la forma

como debía enfrentar la familia con lo del diagnóstico para correr el riesgo de

alarmarlos. El médico fue contundente. Dijo que no se debía preocupar, que era un

tipo preparado y sabría cómo enfrentar esta situación, lo importante es mantener el

control demostrando que conoces el problema y la manera de manejarlo; fue


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enfático en decir que a toda costa debía evitar las lágrimas y finalizó asegurando

que su reacción iba ser muy buena. “Usted es un buen muchacho, es buen hijo, no

se pelea con sus hermanos y les ha dado motivos para estar orgullosos, lo único que

puede esperar de ellos es cariño”, concluyó. El tipo lo conocía más de lo que Lucas

creía; había aprovechado que Jaime fue a su consultorio por una formulación para

hablar con él y conocer otros aspectos de su vida que los dos no habían tenido

oportunidad de discutir.

Habló con mucha tranquilidad, explicándo la diferencia entre un portador

asintomático y un enfermo en etapa terminal, conversó con propiedad con cada uno

de ellos y al final logró que dejaran a un lado el mar de dudas que los ahogaba; les

explicó que si había hecho todo lo que quería durante estos años podría seguir

haciéndolo durante el tiempo que le diera la gana. No hubo reproches, nada de

dramas ni de lágrimas, sólo un par de preguntas.

No tenía deudas pendientes con la familia, lo de la sexualidad decidió dejarlo

para después, cada cosa su tiempo. Tenía resuelto el problema del vih, la

preocupación inmediata, no quería meterse en camisa de once varas tratando de

explicar lo de su homosexualidad. Quedó con un sentimiento de paz interior y con la

sensación de haber tenido la oportunidad de hacer todo lo que deseaba y de vivir

momentos de euforia que le hicieron sentir feliz, porque la verdadera felicidad son

esos instantes de regocijo que le hacían olvidar, por lo menos de manera pasajera,

que su vida era una mierda.

¿Qué más podía pedir? Disfrutó los embates del enamoramiento y cada

triunfo que significaba alcanzar las pequeñas metas en lo académico y lo

profesional. De igual manera, había sufrido el desenamoramiento y las frustraciones

de los sueños rotos. Llorado y reído. Ese dulce sabor que le da el dolor y el
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sufrimiento al existir había hecho que las personas lo conocieran verdaderamente,

compartieran con él cada momento, así después hubieran tenido que llorar por ello,

como lo había hecho él en tantas ocasiones.

Por esa manera intensa con que enfrentó cada cosa, sintió que no tenía más

por hacer. Reía al recordar las declaraciones de un artista español, excelente actor y

mejor cantante, al responder un cuestionamiento sobre su sexualidad “Tengo el

privilegio de haber sido amado por hombres y mujeres”, Lucas no se enorgullecía de

ello, sólo estaba seguro que había sido un privilegio.

Tomó en serio el pensamiento que tantas veces le dio vueltas en la cabeza.

Sintió que había cumplido su recorrido; así como en su momento decidió afrontar

todo lo que tuvo que vivir, se sentía libre para emprender el último viaje.
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