Garro El Espacio
Garro El Espacio
Garro El Espacio
Resumen: Durante largo tiempo, la crítica literaria ha privilegiado una lectura cronológica del
acontecer revolucionario y de su representación novelística. Sin embargo, el mito de la
Revolución surgió no sólo de la transformación de la lucha en un tiempo eternizado de
renovación identitaria, sino también de la idealización de la geografía de la Revolución.
El estudio propone una lectura de los espacios, narrativos y geográficos, de la novela de la
Revolución a través de cinco obras que convirtieron la sintaxis histórica en una cartografía
simbólica del ser mexicano.
El mito de la Revolución brota por entre los peñascos de Los de abajo, crece y se esparce por
las rutas trazadas en El águila y la serpiente, se multiplica en las voces divergentes de
Campamento, se desgarra en las calles absortas de Al filo del agua y se extravía al llegar a la
piedra aparente de Los recuerdos del porvenir.
A partir de los mitos indígenas de época precolonial hasta llegar a la novela del siglo XX, el
espacio siempre ha participado en la fundación imaginaria de la literatura hispanoamericana.
Su importancia es primordial también en la narrativa mexicana de tema revolucionario donde,
lejos de ser mero escenario, el espacio deviene el significante privilegiado en el que se
articulan relaciones semánticas y desvíos figurales. El estudio se propone analizar cinco
novelas: Los de abajo de Mariano Azuela (1916), El águila y la serpiente de Martín Luis
Guzmán (1928), Campamento de Gregorio López y Fuentes (1931), Al filo del agua de
Agustín Yáñez (1947) y Los recuerdos del porvenir de Elena Garro (1963).
Los de abajo
En Los de abajo el espacio es la dimensión en que se manifiesta plenamente la polisemia del
texto literario. El valor referencial de los lugares − todos reales − resulta muy reducido, en
cambio la densidad de los significados metafóricos y la articulación de su sistema figural
representan el aspecto más original y fascinante de la novela.
En Los de abajo se encuentran: un espacio macroscópico − conjuntivo y conflictivo − en el
que surge, evoluciona y se disgrega el cuento épico; una valoración disyuntiva de los
referentes espaciales y un espacio de la palabra en el que se construye el mito de las hazañas
revolucionarias. En la novela estos espacios son simultáneos, a saber, constituyen un tejido de
significación dinámico.
En el espacio conjuntivo el significado es inmanente a la naturaleza, es la dimensión en que se
manifiesta lo “originariamente poético”:
“Todos ensanchaban sus pulmones como para respirar los horizontes dilatados, la inmensidad
del cielo, el azul de las montañas y el aire fresco, embalsamado de los aromas de la sierra. Y
hacían galopar sus caballos, como si en aquel correr desenfrenado pretendieran posesionarse de
toda la tierra.”1
Ese espacio conjuntivo es el espacio del pathos, en él se anuncian los retos que el héroe tendrá
que enfrentar:
“El río se arrastraba cantando en diminutas cascadas; los pajarillos piaban escondidos en los
“Todo era igual; pero en las piedras, en las ramas secas, en el aire embalsamado y en la
hojarasca, Camila encontraba algo muy extraño: como si todas aquellas cosas tuvieran mucha
tristeza.”3
“La huella negra de los incendios se veía en las casas destechadas, en los pretiles ardidos. Casas
cerradas; y una que otra tienda que permanecía abierta como por sarcasmo, para mostrar sus
desnudos armazones, que recordaban los blancos esqueletos de los caballos diseminados por
1
Mariano Azuela, Los de abajo, edición crítica, Jorge Ruffinelli coord., Madrid, Archivos, CSIC, 1988, p. 49.
2
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 7.
3
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 45.
4
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 135.
En Los de abajo los referentes espaciales son presentados por medio de binomios disyuntivos.
El primero entre éstos se funda en el valor primordial del espacio, esto es, su significado
identitario. Los dos términos que lo constituyen son: la sierra − lugar de origen que el
narrador y los protagonistas describen siempre en tono elegíaco − y la planicie que, por ser
espacio ajeno, enemigo, compromete la integridad del protagonista Demetrio Macías. En la
sierra, Demetrio cumple acciones de justicia; en cambio, en la planicie su actuar se vuelve
incorrecto y violento. La identificación entre el héroe y los lugares que habita y atraviesa
adquiere, entonces, un profundo sentido ético:
“La planicie seguía oprimiéndo sus pechos; hablaron de la sierra con entusiasmo y delirio, y
pensaron en ella como en la deseada amante a quien se ha dejado de ver por mucho tiempo.”5
Otra relación disyuntiva particularmente interesante es la que opone los de abajo a los de
arriba, ya no por la lucha social a la que se refiere, sino por la oscilación simbólica entre
sentido literal y figurado con que el autor enlaza el principio y el final de la hazaña épica. En
el primer tiroteo entre los protagonistas y los federales, Demetrio Macías “tendiendo su
treinta-treinta hacia el hilo cristalino del río” exclama: “A los de abajo…A los de abajo”6 en
cambio, en el epílogo, en el último enfrentamiento con el ejército grita: “¡Fuego!... ¡Fuego
sobre los que corran!... ¡A quitarles las alturas!”.7 La interferencia entre el sentido literal y el
sentido metafórico insinua la posibilidad de una inversión de los papeles sociales y mantiene
alta la tensión épica hasta la última página. Ahora son los hombres de Demetrio los de abajo:
alcanzados por los proyectiles enemigos, uno después del otro caen, resbalan, se
desbarrancan y ruedan al fondo del abismo.
El último binomio es el de la confrontación entre el ideal y la realidad de la Revolución. Solís,
el intelectual más consciente, más sincero, más integro de los tres que Azuela esboza, dice:
5
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 107.
6
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 12.
7
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 139
8
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 61.
“Y creyó haber descubierto un símbolo de la revolución en aquellas nubes de humo y en aquellas
nubes de polvo que fraternalmente ascendían, se abrazaban, se confundían y se borraban en la
nada.”9
En esta imagen, en el movimiento vertical y ascendente del humo del tren y en el movimiento
horizontal del polvo de la batalla, se resume la distancia irreducible que separa el ideal
revolucionario de su acontecer cotidiano.
En cuanto al espacio de la palabra con la cual nace el mito de la Revolución, es el mismo
Solís quien, tras describir su propia experiencia revolucionaria como una epopeya del
desencanto, se dirige a Demetrio Macías en estos términos:
“Alberto Solís, con fácil palabra y acento de sinceridad profunda, lo felicitó efusivamente por sus
hechos de armas, por sus aventuras, que lo habían hecho famoso, siendo conocido hasta por los
mismos hombres de la poderosa División del Norte. Y Demetrio, encantado, oía el relato de sus
hazañas, compuestas y aderezadas de tal suerte, que él mismo no las conociera. Por lo demás,
aquello tan bien sonaba a sus oídos, que acabó por contarlas más tarde en el mismo tono y aun
Junto al pathos y al ethos, aparece el logos: la verdad del mito es una verdad de palabra,
independiente de los hechos reales, por lo tanto el comportamiento de Solís es contradictorio
sólo en apariencia. Atribuyendo la elaboración del desencanto y la fundación del mito al
mismo personaje, Azuela crea un conflicto muy denso en significados que muestra la
imposible coincidencia entre realidad, ideal y verdad de la palabra mítica.
Las últimas páginas confirman este denso tejido de relaciones y su inevitable conflictividad
por medio de tres descripciones del espacio a las que corresponden otros tantos tiempos: el
futuro, el pasado y el presente.
El futuro − mejor sería hablar de presente eternizado − a saber, la confrontación dialógica
entre la disgregación de lo “originariamente poético” y la imposibilidad de renunciar a su
búsqueda, encuentra su máxima expresión en la celebérrima frase: “mira esa piedra como ya
no se pára...”11 El pasado, su representación en la palabra verdadera del mito, se cumple en el
enésimo cuento: “en esta misma sierra − dice Demetrio −, yo, sólo con veinte hombres, les
hice más de quinientas bajas a los federales...”12 Y, finalmente, el presente. El presente es el
9
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 72.
10
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 62.
11
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 138.
12
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 138.
tiempo más conflictivo pues acoge la transformación permanente de la identidad. En las
últimas líneas de la novela, por primera vez en el texto, el espacio no refleja el pathos del
héroe, el sentido de las cosas ya no es inmanente: Demetrio se muere y
“Las cigarras entonan su canto imperturbable y misterioso; las palomas cantan con dulzura en
Otra vez el fragmento es contradictorio sólo al parecer, Azuela muestra el tejido más profundo
del texto literario: la dialéctica entre épica y novela, entre la poesía del mundo y la prosa del
mundo se rompe en este punto.
El águila y la serpiente
En El águila y la serpiente se cumple la transición entre la épica y la novela y el espacio
representa, nuevamente, la unidad significante más expresiva.
En las primeras páginas del texto es posible encontrar restos del universo épico-
revolucionario inventado por Azuela: Guzmán − narrador y protagonista − delinea un
“espacio precursor”,14 “un horizonte sobre el cual pesaba, sin tregua, el caer de los
astros.”15 Sin embargo, el sentido ya no es inmanente a la naturaleza sino que es construido
por el protagonista quien proyecta sobre los paisajes sus expectativas, sus entusiasmos, sus
delusiones y sus juicios. Es en virtud de esta diferencia que el espacio en El águila y la
serpiente no puede ser sino dinámico: el itinerario de Guzmán es la tentativa de reconstruir
ese sentido identitario, totalizador, del territorio que en la épica es dado y que la Revolución
permite redefinir.
En El águila y la serpiente el espacio se configura como una interlocución entre el itinerario
recorrido por el protagonista y los lugares del conflicto bélico y político. El primero, el
itinerario, es un camino, subjetivo, de realización del ideal revolucionario; los segundos, los
lugares, representan las oportunidades y los obstáculos con los que el ideal se enfrenta.
Durante un alto en el camino entre Maytorena y Cruz de Piedra (Guaymas), Guzmán dice:
13
Mariano Azuela, Los de abajo, cit., p. 140.
14
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, México, CIA, General de Ediciones, 1970, p. 10.
15
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 11.
abajo; mas el enjambre de las lucecitas de los cigarros, inquieto e infinito a la altura de los ojos,
daba unanimidad múltiple a la doble caravana que iba y venía por nuestro camino, encauzando
En estas, como en todas las descripciones, se vislumbra una acción fundadora: más allá de la
ilusión referencial, los detalles minuciosos de los paisajes, rurales y urbanos, ambicionan la
reconstrucción de un espacio originario.
La dialéctica entre itinerario y lugares representa el núcleo significativo de El águila y la
serpiente: su valor en la novela es estrechamente relacional. Veracruz, Progreso, La Habana,
Nueva York, Ciudad de México, San Antonio, Ciudad Juárez, Nogales, Hermosillo,
Maytorena, Guaymas y un largo etcétera, que en la Ciudad de México se multiplica por calles,
avenidas y plazuelas, además de testimoniar el “ansia alborozada”18 de renovación identitaria
del protagonista, constituyen una verdadera retórica de su camino revolucionario. El valor
documental de los “lienzos episódicos”19 es, por lo tanto, secundario con respecto a la “trama
de los lugares”20 en que se articulan. Secundario pero no marginal puesto que Guzmán
focaliza su mirada también en los infinitos espacios en que se conjuga la Revolución: en el
espacio abierto de los lomeríos y los cerros que recorre, en las “calles negras, solas y
tristes”21 de Coatzacoalcos, en los “detalles ciclópeos”22 de la Ciudad de México y en la
maraña de corredores, salas, antesalas y puertas disimuladas de los palacios del poder. Entre
los numerosos referentes espaciales el puente y la frontera adquieren particular relevancia. El
puente es fundamental en cualquier estrategia bélica y Guzmán lo presenta con estas palabras:
16
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 91.
17
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., pp. 307, 308.
18
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 368.
19
Antonio Castro Leal, La novela de la revolución mexicana, México, Aguilar, 1972, p. 204.
20
Michel De Certeau, L’invenzione del quotidiano, Roma, Lavoro, 2001, p. 150.
21
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 216.
22
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 232.
“El largo puente sobre las aguas del río, azules y poco profundas, estaba dotado de la secreta
virtud de abrir horizontes a las almas contempladoras. Era tosco, feo, inartístico, pero nos ofrecía
siempre cierta fresca novedad, y si no él, lo que de él dimanaba: el paisaje, no muy rico en el
fondo, que era su atmósfera. Más tardábamos en entrar en él, que en sentirnos trasladados a otro
“Esto es un potrero. Cuando la Revolución gane lo limpiaremos. Haremos una ciudad nueva;
“Era aquella una montaña rusa en la soledad del campo y de la noche; pero tan absurda, tan
imprevisible e inexplicable en sus curvas y altibajos que tenía momentos de viaje infinito, sin
origen ni término.”27
23
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 116.
24
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 57.
25
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 49.
26
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 12.
27
Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, cit., p. 168.
Campamento
El espacio circunscrito de Campamento equilibra los excesos itinerantes de El águila y la
serpiente. En cierto sentido, la novela de López y Fuentes puede considerarse una relectura de
las obras escritas por Azuela y Guzmán: en efecto, la descomposición cinematográfica del
espacio en fotogramas y microsecuencias narrativas, que propone el autor, es posible y
literariamente eficaz porque se refiere a un espacio que ya ha sido representado y que
pertenece ya al imaginario colectivo asociado a la Revolución.
En Campamento el espacio es un elemento expresivo fecundo: muestra cierto valor estético,
se perfila como principio organizativo de la narración y entreteje una fascinante dialéctica
entre unidades aristotélicas y cinematografía.
La sugestión del paisaje se expresa por medio de descripciones minuciosas y escuetas:
“Una nube tan leve como un encaje cubre un octavo de oriente y bien pronto se interpone entre la
luna y el campamento. El vientecillo sopla más impregnado de frescura, y, sin embargo, el
“De lado a lado del camino, en los lindes, distantes del valle, las altas selvas de apretados
follajes. En pleno valle, dominándose desde la ranchería, el río de blanquecinas chorreras. Monte
y otras aún, se reducen a los solos sustantivos y a los adverbios que permiten situarlos:
“Una hondonada. Una cuesta al frente. Peñascales a los lados. Arriba la neblina.”30
La precisión de los detalles en la indeterminación del espacio en que se mueven los personajes
− el narrador no ofrece ninguna indicación que permita orientarse en el campamento −
reproduce en el lector la sensación de caminar a tientas en la obscuridad de la noche.
Muy a menudo, el espacio se hace predicado, perfilándose − incierto en las formas y en las
direcciones − en los movimientos de los anónimos protagonistas acomodados en el
28
Gregorio López y Fuentes, Campamento, en Antonio Castro Leal, La novela de la Revolución Mexicana,
Madrid, Aguilar, 1972, p. 211.
29
Gregorio López y Fuentes, Campamento, cit., p. 185.
30
Gregorio López y Fuentes, Campamento, cit., p. 195.
campamento. Al llegar a la ranchería, los revolucionarios desfilan, siguen, pasan, cruzan,
avanzan, se detienen, se esparcen, se dispersan, van y vienen en un “apretado hormiguear”.31
En Campamento, por lo tanto, el espacio es verbo y nombre: descripción y narración se
entrelazan a tal punto que el texto parece más un guión de cine que una novela. Los
fragmentos de las historias contadas corren sincrónicamente y son yuxtapuestos por el
narrador en un juego de encuadres y disolvencias.
La mirada del narrador se para en los detalles, los dilata, así que el espacio acaba por
organizar también el tiempo metereológico − “no se sabe si amanece o si es la luz de la luna
la que alumbra”32 − y el tiempo del cuento, que de fogata en fogata, se multiplica en infinitas
voces. A veces, es exactamente la alternancia entre éstas y el silencio que esboza,
timidamente, las dimensiones del espacio: el eco de los cuentos de los demás y el repetirse de
las preguntas de la viejecita que anda buscando a su hijo de grupo en grupo − el joven se ha
juntado a la Revolución durante la noche − ofrecen vagas indicaciones sobre la extensión del
campamento.
En esta novela, más que en otras, el espacio del cuento adquiere un papel fundamental pues es
sólo por medio de las palabras que sabemos de la Revolución y de las pequeñas acciones de
sus protagonistas más humildes. La leyenda − para retomar un hermoso pasaje de Los de
abajo − la forjan los pobres: se forma aquí, en la superposición de mil voces anónimas.
La novela respeta las unidades aristotélicas de tiempo y espacio hasta el último capítulo, el
XXVI, en que el final se consuma a la orilla de un río. En realidad, en Campamento hay
también cierta unidad de acción pues el actuar de la multitud de los personajes, por ser
anónimos, adquiere un valor unitario. Ésta es la metáfora que propone López y Fuentes, la
pronuncia un coronel ex-federal:
“No hacen falta nombres. Los nombres al menos en la revolución, no hacen falta para nada. Sería
lo mismo que intentar poner nombres a las olas de un río, y somos algo así como un río muy
caudaloso. Comenzaron unos cuantos allá muy lejos; hilitos de agua. Caminaron y se les unieron
otros hilitos de agua. [...] Después fueron arroyos los que se incorporaron. Por último fueron ríos
Quizá si este río no es el mismo que se encuentra en las últimas páginas del libro. El “ancho
arenal color de chocolate”34 arrastra el cadáver del coronel ex-federal quien, tras pronunciar
31
Gregorio López y Fuentes, Campamento, cit., p. 182.
32
Gregorio López y Fuentes, Campamento, cit., p. 226.
33
Gregorio López y Fuentes, Campamento, cit., p. 189.
34
Gregorio López y Fuentes, Campamento, cit., p. 244.
esa frase embebida de espíritu igualitario, muestra de no nutrir otro deseo que el de mandar.
Furioso, frente a la resistencia a vadear el río de los más débiles, el coronel echa al agua un
inválido y un muchacho. Es matado enseguida por su subteniente y después arrebatado por las
aguas revueltas del río.
El recurso a las técnicas del cine − los encuadres, los desplazamientos de cámara y el montaje
− recrea eficazmente la heterogeneidad de la acción revolucionaria, la conflictividad de sus
ideales y la divergencia de sus resultados con respecto al mito. Las unidades aristotélicas, en
cambio, encauzan las tantas vidas anónimas, de otro modo imposibles de contar.
El interés de Campamento reside especialmente en esta dialéctica entre lo uno y lo múltiple y
en el significado que ésta adquiere: en efecto, la unidad de tiempo, espacio y acción no
caracteriza la épica sino la tragedia, y ésta es tal vez la única huella de subjetividad que pasa
por el ojo objetivo de la cámara de López y Fuentes.
“Pueblo sin alameda. Pueblo de sol, reseco, brillante. Pilones de cantera, consumidos, en las
“Camisas de fuerza batidas por el aire, contorsionados los puños y las faldas, golpeando las
casas y el silencio en vuelo de pájaro ciego, negro, con alas de vampiro, de tecolote, de gavilán;
con alas de paloma, sí, de paloma torpe, recién escapada, que luego volverá, barrotes adentro.”37
y, finalmente − última cita de un capítulo que merecería ser transcrito por entero:
35
Agustín Yáñez, Al filo del agua, México, Porrúa, 1955, p. 112.
36
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 4.
37
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 7.
“en las noches de luna hay dulce tristeza en los pilones exangües de la plaza, cuyas piedras
reverberan melancolía por un ausente pensamiento nazareno y una emoción samaritana, también
ausente. Nunca estas pilas, ni en las noches de luna, quien sabe si ni en las más negras noches,
han oído un diálogo de amor; nunca vienen a sentarse más que deseos de soledad.”38
“Foscura de las casas y del cielo. Ya las altas Cruces de las fachadas han sido envueltas por la
sombra. Ya brillan las estrellas. Noche total, espeluznante, sin que cesen gritos, descargas,
38
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 8.
39
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit. p. 48.
40
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 167.
41
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 379.
42
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 126.
guarda la memoria oral del pueblo − el Plan de San Luis Potosí y el podrá decir, por fin:
“¡estamos al filo del agua!”43
En términos figurales, el espacio de Al filo del agua es la dimensión de la búsqueda y la
realización del propio destino, es el lugar en que los personajes − cuyas vidas son todas
absolutamente singulares, todas absolutamente escindidas − viven el conflicto permanente de
la identidad.
En la dialéctica interna al pueblo, entre lo uno y lo plural, la tensión vertical viene
representada por la relación de dominación-subordinación ejercida por la iglesia sobre los
feligreses y por la comunidad de feligreses, como conjunto, sobre cada individuo. A este
nivel, el espacio se configura como dimensión homogénea, continua, cerrada: es el espacio de
las calles abandonadas, de la plaza recogida, del confinamiento,44 y de la letanía litúrgica que
encauza la vida de cada cual. La tensión horizontal de la dialéctica entre lo uno y lo plural, en
cambio, es representada por los conflictos individuales, por la lucha entre ávidos deseos y
miedos amenazantes que “rechinan en las cerraduras de las puertas, en los goznes resecos
de las ventanas.”45
Complementaria y estrechamente entrelazada a la dialéctica entre lo uno y lo plural es la
dialéctica entre lo propio y lo ajeno, en que el pueblo se enfrenta “con otros pueblos, con la
capital, con el Mundo, enemigo del alma.”46 Aquí la tensión horizontal viene representada por
las relaciones que se establecen entre los habitantes del pueblo y los fuereños, se configura
pues como la dimensión en la cual los individuos corren peligro de extraviarse pero también
de encontrarse. Éstas son las emociones que Vitoria provoca en Gabriel, joven campanero:
43
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 376.
44
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 193.
45
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit, p. 7.
46
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 149.
47
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 189.
alcobas y cocinas en tinieblas.48 La inexorabilidad de la disciplina litúrgica, el espacio sordo,
hecho de silencios y sollozos ahogados49 que crea, ya no puede contrarrestar la historia:
“Lloran los niños. Por modo tan incontenible y creciente, que sus llantos rompen la clausura,
suben a las azoteas, caen a la calle, redoblan el espeluzno de la noche, atropellados por carreras,
48
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 380.
49
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 60.
50
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 380.
51
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 350.
52
Agustín Yáñez, Al filo del agua, cit., p. 14.
53
Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, México, FCE, 1992, p.171.
Por medio de este extrañamiento Garro restituye el texto literario al arte: reivindica su
opacidad − que la realidad chocante de la Revolución había arrinconado por largo tiempo − y
ensalza las potencialidades expresivas que acercan la novela al teatro, lugar en que “las
palabras se llenaban de paisajes misteriosos”.54
La identidad de Ixtepec es, al mismo tiempo singular, la suya como narrador y como
protagonista, y colectiva, la que comparte con sus habitantes. En este pasaje se encuentran
todas:
“No. Nadie venía. Nadie se acordaba de nosotros. Sólo éramos la piedra sobre la cual caen los
golpes repetidos como una imperturbabile gota de agua. Era viernes. La noche estaba inmóvil, se
oía el respirar pesado de las montañas secas que me encierran, el cielo negro sin nubes había
bajado hasta tocar tierra, un calor tenebroso volvía invisibles los perfiles de las casas.”55
“El día amaneció radiante y nuevo. Las hojas fortalecidas por la lluvia brillaban en todos los
tonos del verde. Del campo llegaba un olor a tierra nueva y de los montes húmedos se desprendía
un vapor cargado de esencias. El río, crecido después de tantos meses de sequía, avanzaba por su
“Las esquinas se volvían de plata y oro. Los contrafuertes de las casas se abultaban en el aire de
la tarde y se afilaban hasta volverse irreales en la luz del amanecer. Los árboles cambiaban de
54
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, México, Editorial Joaquín Mortiz, 1963, p. 119.
55
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 165.
56
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 64.
57
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 15.
58
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 118.
59
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 32.
60
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 114.
forma. Los pasos de los hombres sacaban sonidos de piedra y las calles se llenaban de tambores.
“que todavía había algo y que él seguiría rebotando de día en día como una piedra lanzada en
En esta novela, publicada casi cincuenta años después de Los de abajo, el desencanto se
vuelve feroz: no sólo el mito no es posible por la amistad sangrienta entre los porfiristas
católicos y los revolucionarios ateos70 sino que seguirán viniendo:
61
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 118.
62
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 154.
63
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 37.
64
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 107.
65
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 260.
66
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 72.
67
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 161.
68
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 85.
69
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 272.
70
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 72.
“otros militares a regalarle tierras a Rodolfito y a repetir los ahorcados en un silencio diferente y
Finalmente, en la última página el lector se topa con la piedra aparente sobre la que estaba
sentado Ixtepec al principio de la novela para contar su historia. Es Isabel Moncada, el
personaje con la identidad irrimediablemente escindida entre dos mundos y dos amores. Su
transformación puede ser interpretada de distintas maneras: como una reescritura del pasaje
bíblico en que la mujer de Lot, por inconstante en el camino de su salvación, se convierte en
estatua de sal; pero también como símbolo de un porvenir imperfecto. El oxímoron más
auténtico, al final, es la identidad.
71
Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, cit., p. 292.
BIBLIOGRAFÍA
Fuentes
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