Fallo Portal de Belen
Fallo Portal de Belen
Fallo Portal de Belen
Republica
Suprema Corte:
-I-
A fs. 31/38 vta., la Asociación Civil sin Fines de Lucro Portal de Belén
promovió acción de amparo contra el Ministerio de Salud y Acción Social de
la Nación (en adelante M.S. y A.S.), a fin de que se le ordene revocar la
autorización y se prohiba la fabricación, distribución y comercialización
del fármaco de Laboratorios Gabor S.A., cuyo nombre comercial es
"Imediat", pues se trata de una píldora con efectos abortivos, encubierta
bajo la denominación eufemística de "anticoncepción de emergencia".
Fundó su pretensión -en síntesis- en que el derecho a la vida humana desde
la concepción tiene raigambre constitucional, en forma expresa a partir de
1994, por la incorporación de diversos tratados internacionales, de donde
deviene contraria a la Carta Magna la autorización administrativa otorgada
para la fabricación y comercialización de una especialidad medicinal que,
como uno de sus efectos, tiende a impedir que un óvulo humano fecundado
anide en el útero materno, lo que constituye la muerte, por aborto, de un
ser humano ya concebido.
A fin de probar el fundamento científico de su demanda, acompañó un
informe producido por un especialista, explicativo de la acción del
producto y adujo que el propio fabricante admitió -veladamente- que aquél
tiene la virtualidad de actuar con posterioridad a la concepción,
impidiendo el desarrollo normal de la persona humana, según surge de la
interpretación que formuló del prospecto que adjuntó.
Dijo que, al producirse tales efectos, se corroboran la ilegalidad del
acto impugnado, vicio al que atribuyó un carácter manifiesto, desde que se
trata de una contradicción total, absoluta y grosera de aquel derecho
constitucional.
-II-
A fs. 190/209, la Cámara Federal de Apelaciones de Córdoba (Sala B), al
hacer lugar a la apelación deducida por el Estado demandado, dejó sin
efecto el fallo de la instancia anterior, que ordenó revocar la
autorización conferida y prohibir la fabricación, distribución y
comercialización del fármaco mencionado.
Para así resolver, en primer término, sus integrantes desestimaron en
forma unánime los agravios relativos a la extemporaneidad de la acción
instaurada y a la falta de legitimación de la actora. En segundo lugar,
los señores jueces que conformaron la mayoría -y con apoyo en precedentes
propios y de V.E. que citaron-, entendieron, en esencia, que el ámbito
restringido de la acción de amparo resultaba improcedente para ingresar al
conocimiento y resolución de cuestiones que, como en el sub lite,
requieren una mayor amplitud de debate y prueba.
Desde esta perspectiva, señalaron que la pretensión de la actora exige un
pronunciamiento acerca del trascendente tema del comienzo de la vida
humana, de la concepción, que responda a los siguientes interrogantes: ¿la
fecundación del espermatozoide y el óvulo constituye per se el acto de la
concepción o el comienzo de la vida humana?, ¿se requiere para el inicio
de la vida, la implementación o anidación del óvulo fecundado en el útero
materno?.
Frente a la magnitud de los interrogantes y a la negativa opuesta por el
Estado Nacional al progreso de la acción, consideraron que dilucidar el
tema, por su carácter eminentemente médico-científico, exige la
ponderación de elementos de juicio abundantes, contundentes y precisos,
que sirvan y colaboren en la formación de la convicción necesaria para
fundar la sentencia definitiva. En tales circunstancias, la vía del amparo
resulta inadecuada por su limitado contenido probatorio.
-III-
Contra tal pronunciamiento, la actora dedujo el recurso extraordinario
obrante a fs. 236/264, cuya concesión por el a quo (fs. 307/309) trae el
asunto a conocimiento del Tribunal.
Afirma que la sentencia es definitiva, pues si bien rechaza el amparo por
cuestiones procesales, le impide proteger el derecho de incidencia
colectiva a la vida humana, desde el momento de la concepción, vulnerado
por la acción farmacológica del "Imediat".
También aduce la existencia de cuestión federal, toda vez que se discute
la inteligencia de las normas de jerarquía constitucional que reconocen el
derecho a la vida desde la concepción, del art. 43 de la Carta Fundamental
y la validez del certificado 45.273 del M.S. y A.S., que aprobó la
fabricación y comercialización del medicamento.
En ese contexto, desarrolla sus argumentos para demostrar que existen
elementos objetivos, en la Constitución Nacional y en toda la tradición
jurídica argentina, que protegen siempre al ser humano "desde la
concepción", independientemente de las discusiones ideológicas o
científicas respecto del momento de la "anidación" o del comienzo de la
vida. Cita, en apoyo de su postura, la Convención de los Derechos del
Niño, la Convención Americana de Derechos Humanos y otros tratados
internacionales con rango constitucional (art. 75, inc. 22), así como
diversas disposiciones del Código Civil y constituciones provinciales.
Por otra parte, critica la sentencia porque importa una denegación de
justicia y, en la práctica, deja sin efecto una garantía constitucional, a
la vez que viola el principio in dubio pro homine. Ello es así, toda vez
que los jueces afirman que conocen el derecho vigente, pero cuando se les
trae a resolución una causa en donde se demuestra que el fármaco actúa
como antiimplantorio, manifiestan que sus dudas les impide resolver el
tema y rechazan la acción. Con este proceder, tornaron ineficaz e
inaplicable el precepto constitucional y, además, denegaron la protección
de la vida humana antes de la anidación.
Por último, sostiene que el fallo es arbitrario, por violar el principio
de congruencia -al admitir un agravio no planteado oportunamente-, por
resultar autocontradictorio, porque después de desestimar el amparo por
considerar insuficiente la prueba, entienden que es abstracta el acta de
la Comisión Nacional de Bioética; por contener afirmaciones dogmáticas
-vgr. cuando señala que el embarazo de una mujer comenzaría con la
anidación- y, finalmente, por prescindir de prueba dirimente -el informe
de la citada comisión-.
-IV-
Cabe recordar que las sentencias que rechazan la acción de amparo pero
dejan subsistente el acceso a la revisión judicial a través de la
instancia ordinaria, no tienen carácter definitivo (conf. doctrina de
Fallos: 311:1357 y 2319). Sin embargo, tal principio no es absoluto y
admite excepciones cuando lo decidido causa un agravio de imposible o muy
dificultosa reparación ulterior (Fallos: 315:1361 y sus citas; 316:1909;
317:164), categoría en la que V.E. incluyó, entre otros, a los
pronunciamientos que ponían en juego derechos de naturaleza alimentaria
(Fallos: 315:1059), o cuando resultaba verosímil el corte en el suministro
de un servicio esencial (Fallos: 312:1367; 314:1038).
En mi opinión, en el sub examine se configura un supuesto excepcional que
permite habilitar la instancia del art. 14 de la ley 48, pues, aunque la
decisión del a quo, formalmente no impediría iniciar una acción ordinaria
para dilucidar las cuestiones discutidas, a fin de evitar la frustración
de una garantía constitucional, por la posibilidad cierta de afectación
del derecho esencial a la vida que podría ocasionar el fallo recurrido
hasta tanto aquélla se resuelva, se impone flexibilizar el cumplimiento
del aludido requisito. Máxime, cuando sería aplicable la doctrina de V.E.
en materia de gravedad institucional. En efecto, tal como tuve oportunidad
de señalar in re: T.421.XXXVI. "T., S. c/ Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires s/ amparo", con cita de Fallos: 257:132; 260:114; 295:376 y 879;
298:732; 300:1102, entre otros: "...el Tribunal ha reconocido que, en su
función de intérprete y salvaguardia último de las disposiciones de la
Constitución Nacional, de cuya efectividad y vigencia depende una adecuada
convivencia social, es pertinente en ocasiones de gravedad obviar ápices
formales que obstarían al ejercicio de tal elevada función" (conf.
dictamen del 8 de enero de 2001).
En este mismo orden de ideas, estimo oportuno poner de relieve que "el
derecho a la vida, más que un derecho no enumerado en los términos del
art. 33 de la Constitución Nacional, es un derecho implícito, ya que el
ejercicio de los derechos reconocidos expresamente requieren
necesariamente de él" (conf. dictamen del suscripto del 22 de febrero de
1999, in re, A.186.XXXIV. "Asociación Benghalensis y otros c/ Ministerio
de Salud y Acción Social -Estado Nacional s/ amparo ley 16.986", a cuyos
fundamentos y conclusiones se remitió V.E. en su sentencia del 1 de junio
de 2000), así como que recientemente el Tribunal ha reiterado, en igual
sentido, que aquél es el primer derecho de la persona humana que resulta
reconocido y garantizado por la Constitución Nacional, y que el hombre es
el eje y el centro de todo el sistema jurídico y en tanto fin en sí mismo
-más allá de su naturaleza transcendente- su persona es inviolable y
constituye valor fundamental con respecto al cual los restantes valores
tienen siempre carácter instrumental (in re C.823.XXXV. "Campodónico de
Beviacqua, Ana Carina c/ Ministerio de Salud y Acción Social. Secretaría
de Programas de Salud y Banco de Drogas Neoplásicas", resuelta el 24 de
octubre de 2000, con sus citas).
-V-
Sentado lo anterior, es menester destacar que el Estado Nacional, en todas
las instancias, ha sido representado por integrantes del Ministerio
Público Fiscal, cuya titularidad superior ejerzo, circunstancia que impone
precisar y delimitar mi intervención.
En efecto, a fin de poder cumplir fielmente con los deberes impuestos por
el art. 120 de la Constitución Nacional, la ley 24.946 excluye
expresamente de las funciones del Ministerio Público a la representación
del Estado Nacional en juicio (art. 27), dispone un proceso gradual para
que aquél designe a sus letrados (art. 68) y deroga la ley 17.516, “en
cuanto se refiere(n) a la representación por los procuradores fiscales y
el Procurador General de la Nación en asuntos de jurisdicción voluntaria o
contenciosa en que el fisco demande o sea demandado y toda otra norma que
resulte contradictoria con la presente ley” (art. 76). Empero, tal
exclusión todavía no es total, debido a que el art. 68, segundo párrafo,
dispone que aquella representación se seguirá ejerciendo, tanto en los
juicios en trámite como en los que se iniciaren, hasta el reemplazo
efectivo de los magistrados del Ministerio Público Fiscal por nuevos
letrados integrantes del Cuerpo de Abogados del Estado, situación que se
verifica en el sub judice, en el que subsiste el régimen de la ley citada
en último término.
Si bien en numerosos precedentes análogos mi intervención ante el Tribunal
se limitó a pronunciarme sobre la admisibilidad formal del recurso
extraordinario deducido, a fin de no afectar el derecho de las partes en
virtud de una doble actuación de este Ministerio Público, pienso que en el
sub lite, donde se halla en juego nada menos que el derecho a la vida,
deben tener ineludible primacía los intereses que debo tutelar en atención
al deber que me imponen los arts. 25, incs. b y g y 33, inc. a, ap. 5, de
la ley 24.946 y, en consecuencia, expedirme en todo lo que concierne a
ellos.
Máxime, cuando lo expuesto no significa en modo alguno afectar el derecho
de defensa de las partes, una de las principales manifestaciones del
debido proceso legal, principio cardinal por el cual también debo velar
(conf. art. 25, inc. h, de la mencionada ley), ya que, por un lado -tal
como lo manifesté- me expido en defensa de la legalidad y de los intereses
generales de la sociedad y, por el otro, el Estado Nacional fue
adecuadamente defendido por la señora fiscal federal en las instancias
previas, quien, incluso, intervino en la sustanciación del remedio
extraordinario.
-VI-
En esa inteligencia, advierto -en lo que es materia del recurso- que el a
quo desestimó la acción de amparo por considerar que la resolución del
tema debatido exigía mayor amplitud de debate y prueba y descalificó la
rendida en el expediente, por entender que resultaba escasa.
A mi modo de ver, tal decisión importa un criterio en extremo formalista,
que atenta contra la efectiva protección de los derechos que aquel
instituto busca asegurar, por un doble orden de razones. En primer
término, porque no acredita en forma concreta cuáles eran los elementos
probatorios que no se pudieron utilizar para dilucidar la cuestión, así
como la incidencia que éstos hubieran podido tener sobre el resultado
final del proceso. Esta omisión en que incurre la sentencia es
trascendental, ya que demuestra su deficiente fundamentación, pues, en
casos como el de autos, los jueces no pueden limitarse a afirmar que el
tema sometido a controversia requiere mayor debate y prueba, máxime cuando
la parte interesada ni siquiera menciona los medios de los cuales se vio
privada para fundar su posición, ni mantuvo el agravio ante la alzada (fs.
138/143 vta.).
En segundo término, porque pese a las extensas consideraciones que
formularon los magistrados en cuanto a la entidad de la prueba para fundar
su decisión, en realidad, en un comportamiento contradictorio, evaluaron
la existente en autos, tanto de la que ofreció la actora -que fue sus-
tanciada- como de la que acompañó el Estado en oportunidad de presentar el
informe del art. 8 de la ley 16.986, y concluyeron que resultaba
“insuficiente” para resolver la controversia. Este criterio no sólo no
alcanza para sustentar la decisión que finalmente adoptaron, sino que
además, se desentiende de la posición de las partes en cuanto consideraron
que aquéllas permitían resolver el amparo.
En tales condiciones, el a quo, so pretexto de necesitar amplitud de
debate, evitó pronunciarse sobre el tema sujeto a revisión y cumplir con
la función específica del Poder Judicial. Del mismo modo, el fallo apelado
carece de sustento para ser considerado como acto jurisdiccional válido y
debe ser revocado, en los términos de la doctrina de la Corte sobre
arbitrariedad de sentencias.
Por otra parte, no se me escapa que, en principio, la apreciación de las
piezas probatorias es función reservada a los jueces de la causa y que el
amparo no tiene por fin reemplazar a los medios ordinarios para la
solución de controversias (Fallos: 320:2711), pero considero que, en casos
como el sub examine, por la trascendencia de los derechos comprometidos,
es necesarios evitar decisiones que -como la recurrida- con excesivo rigor
formal, desatiendan la pronta resolución de asuntos que pueden afectar al
derecho a la vida, cuya defensa es misión ineludible de todos los poderes
de la República.
Al respecto, cabe recordar que, en oportunidad de dictaminar en la citada
causa T.421.XXXVI, esta Procuración General sostuvo que nuestro país ha
dado rango constitucional a tratados internacionales que han reconocido la
existencia de la persona desde el momento mismo de su concepción,
reconocimiento que implica, a partir de ese instante, la posibilidad de
adquirir derechos.
En efecto, la Convención Americana sobre Derechos Humanos en su art. 4.1
dispone: “Toda persona tiene derecho a que se respete su vida. Este
derecho estará protegido por la ley, y en general, a partir del momento de
la concepción”; mientras que, por su parte, el preámbulo de la Convención
sobre los Derechos del Niño destaca: “el niño por su falta de madurez,
física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la
debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento”.
Desde esta perspectiva, no caben dudas que todo niño -siempre otorgando al
vocablo la acepción amplia contenida en la convención que tutela sus
derechos- es merecedor de las garantías y protecciones que se desprenden
de la naturaleza humana y de su condición de tal, desde su concepción, en
la medida que el derecho del niño a la vida no se adscribe a una
entelequia (“...desde la concepción...”) sino que responde -y debe
responder, para no ser totalmente desconocido- a una realidad concreta y
dinámica (conf. dictamen citado).
Es por ello que su tutela legal para ser real y efectiva, debe empezar
desde el momento en que el individuo vive, es decir, desde la vida
intrauterina, porque, siempre según mi modo de ver, es claro también que
esa protección se acentúa conforme es mayor la indefensión de la persona,
ya fuere por su minoridad o por no haber nacido aún.
Lo expuesto reafirma la necesidad de adoptar resoluciones, en forma
expedita, por parte de los jueces, que resulten aptas para dilucidar
cuestiones como las que se debaten en el sub lite, sin obstáculos de
índole formal que podrían frustrar definitivamente los derechos en juego,
tal como sucedería -a mi modo de ver- si se remite su examen a un juicio
ordinario.
-VII-
Por todo ello, opino que corresponde declarar formalmente admisible el
recurso extraordinario interpuesto por la actora, por aplicación de la
doctrina en materia de gravedad institucional, revocar la sentencia en
cuanto fue materia de aquél y devolver las actuaciones al tribunal de
origen para que, por quien corresponda, dicte una nueva ajustada a
derecho.
Buenos Aries, 24 de abril de 2001.
NICOLAS EDUARDO BECERRA