Jäger-Los Ovnis de Hitler

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Jäger

Los Ovnis de Hitler


Por Gonzalo López Pardo y Daslav Maslov Igor

Número de Inscripción de Propiedad Intelectual (Chile): A-28857


Código de registro de propiedad intelectual en Electronic Copyright Office
(ECO) System de Estados Unidos: 1-3GGAO44
Ilustaciones de Daslav Maslov Igor

ISBN : 978-956-402-394-6

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4 Los Ovnis de Hitler
Gonzalo López Pardo
(Santiago, 1973)

Escritor y periodista. En 1994 obtuvo el primer lugar


en el Concurso de Cuentos organizado por el Colegio de
Periodistas de Chile, con el relato Marea de Sal. En 2009
publicó dos novelas gráficas: Tauca, La Era de Hay’n y Cénit,
la aventura tiene rostro de mujer, ambas con Editorial
Visuales. Es autor de la novela Lengua de Brujo (Ediciones
Mythica y Suwalsky Publishers), que ya tiene dos ediciones.
Ha publicado cuentos y relatos en varias revistas y diarios
chilenos.

Mail de contacto: [email protected]

Daslav Maslov
(Punta Arenas, 1972)

Publicista, ilustrador y cineasta, ha trabajado en


agencias de publicidad de varios países ganando más
de 300 premios de creatividad por todo el orbe. Ha
ilustrado alrededor de 30 libros tan diversos de género
que van desde dibujo erótico hasta publicaciones infantiles,
también ha creado dos barajas de naipes y hoy desarrolla
exposiciones e intervenciones artísticas en Chile y Europa.

Mail de contacto: [email protected]

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Para Iñaki Maslov, ¡mi contador de historias y soñador de
mundos favorito!

Dedicado a Gabriel López, mi maestro de la imaginación,


hermoso constructor de mundos nuevos.

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“Dejemos de temer a aquello que se ha aprendido a entender”,
Marie Curie (1867- 1934).

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PRIMERA PARTE

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Nikola Tesla

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1898/Nueva York

A las 20 horas comienza a vibrar el suelo bajo Greenwich Village. Los vecinos de
East Houston Street salen a las calles, escapan suponiendo que un terremoto de grandes
proporciones está a punto de arreciar en el corazón de Nueva York. En segundos, decenas
de chinos e italianos aterrorizados atestan el asfalto en aquel rincón de Manhattan. La
multitud se vuelve un caos de estampidas cruzadas, casi todos los heridos se producen
durante aquellos minutos infaustos.

Decenas de personas asaltan con preguntas a los policías de la estación de Mulberry


Street, que es parte del barrio afectado por el sismo. Los policías intentan tranquilizar
a los desesperados, que se agolpan frente a los mesones del cuartel exigiendo ayuda;
y a la vez aguardan, en apariencia tranquilos, a que el temblor termine.

Pero no termina. Uno de los policías le pregunta a otro si calcula más o menos
cuánto tiempo lleva el temblor de tierra; el aludido, luego de consultar con el inmenso
reloj de pared del cuartel, dice que desde que comenzó ya han pasado unos quince
minutos.

La vibración aumenta su intensidad y echa abajo cuadros, vasos, platos, bandejas


y cuanto artículo de escritorio hay en la estación de policía.

Estallan los vidrios de la comisaría. La gente huye despavorida, sale del cuartel y
corre por Mulberry Street. Dentro de la estación los uniformados tratan de calmar a
los pocos pobladores que van quedando, pero es imposible.

De pronto uno de los agentes propone ir a investigar si aquel fenómeno sísmico


tan inusual tiene como epicentro el laboratorio científico ubicado en el cuarto piso
del número 46 de la calle Houston.

Dos policías corren a toda velocidad calle abajo, esquivando a decenas de chinos
e italianos que, mezclados en una masa humana, siguen tratando inútilmente de
escapar del temblor. Entran al edificio del número 46 de la calle Houston y suben por
las escaleras, apurados, hasta el cuarto piso. Abren a la fuerza una de las puertas del
laboratorio e ingresan desesperados, buscando con quién hablar. Apenas traspasan el
umbral sus cabellos se crispan, atacados de improviso por energía eléctrica estática,
y se levantan hacia el techo. Los oficiales se espantan pero les toma apenas un par de
segundos caer en cuenta de que aquel ambiente es inofensivo, y continúan con su
persecución.

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Cuando abren la puerta de una sala enorme, se apaga el sismo y se corta la energía
estática que malograba los peinados de los policías. En el medio de aquella sala enorme
hay un científico extremadamente alto –unos dos metros de estatura–, un hombre
maduro, muy delgado, quien usa un bigote muy fino, cuyos ojos son de color celeste
refulgente y está vestido de manera muy elegante. Aquel hombre sostiene un martillo.
Mira a los oficiales y, muy serio, les comenta que lo siente mucho pero que han llegado
tarde para contemplar su experimento, pues se ha visto obligado a detenerlo de forma
súbita e inesperada y, añade mirando el martillo, de manera muy inusual.

Aquel científico está en pie al lado de uno de los pilares de hierro que sostiene la
estructura del departamento. Adosada a aquella columna de metal hay una máquina
pequeñísima, un dispositivo dañado por el martillazo reciente, algunos chispazos azules
evidencian su muerte súbita. El científico aclara que ese dispositivo es su oscilador
mecánico, les pregunta qué les parece y asegura que si hace uno más grande podría
cambiar el eje de la Tierra. Los policías lo miran, estupefactos; uno de ellos contesta,
muy contrariado: Señor Nikola Tesla, hoy casi echa por tierra a todo el barrio, debería
tener más cuidado con lo que hace.

El inventor observa durante unos segundos a los oficiales de policía, sopesándolos,


luego se voltea a mirar a su oscilador mecánico estropeado. Sin volver a mirarlos, los
despide ordenándoles que lo disculpen, que tiene mucho que hacer.

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Sociedad Thule

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El hotel Kaiserhof, que estaba ubicado en el centro cívico de Berlín, fue sede
tanto de las reuniones de la sociedad ocultista Thule como del Partido Nacional
Socialista Alemán. Hitler, por ejemplo, lo eligió para reunirse con una multitud
para celebrar luego de ser elegido Canciller, en 1933.

1922/Berlín

Un frío asesino congela los alientos de la treintena de hombres elegantes que entra
por la puerta principal del lujoso hotel Kaiserhof, en el centro de Berlín. Las aceras
están escarchadas, el cielo cerrado amenaza con una nevazón.

A las 19.00 horas se abren las puertas de un inmenso salón oval para recibir a
aquella convención que aglutina a aristócratas, altos empresarios, terratenientes y
banqueros alemanes. Allí esperan treinta minutos, departen fumando pipas, comiendo
embutidos, bebiendo licores; hasta que aparece la hermosa condesa Haila von Westarp
para dar inicio a la ceremonia.

A Haila la acompaña otro noble, el escritor y periodista George Viereck. La condesa


Von Westarp viste una túnica color blanco invierno y usa su cabello castaño suelto –
tan largo que baja unos centímetros de la cintura–. Una diadema plateada corona su
cabeza; en el centro de aquella pequeña aureola destaca un sol negro, un astro cuyos
rayos quebrados lucen como runas.

Haila camina del brazo de George Viereck hasta que se detienen en el centro
del salón oval. Allí el escritor se separa, dejando espacio para el discurso inicial de la
aristócrata.

Haila comienza el discurso de apertura de la reunión: Queridos miembros de la


Sociedad Thule, nos sentimos honradas de ser las primeras y únicas mujeres aceptadas
por ustedes en el seno de esta organización. Para la Sociedad Vril y las Vril Damen es un
privilegio contar con vuestro apoyo. Sin embargo, se nos ha hecho saber que nuestra
presencia bajo el alero de Thule debe justificarse y que para eso, caballeros, hay que
convencerlos a ustedes. De eso se trata el encuentro de hoy. Ahora les pido, por favor,
que le den la bienvenida al resto de Las Hermanas de la Luz.

Entran al salón oval otras cinco mujeres vestidas igual que Haila von Westarp:
túnicas blanco invierno, cabellos sueltos y larguísimos y cabezas coronadas con diademas
plateadas en cuyos centros destacan soles negros. La condesa presenta a las Vrilerinnen
por sus nombres: Traute (cabello rubio ceniciento), Sira (cabello negro azabache),
Chefin (cabello castaño), Gudrun (cabello castaño) y Heike (colorina); y comenta que

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las Vril Damen han sido encontradas de a una, realizando viajes por toda Alemania,
pues cada una de ellas es una médium renombrada que ha accedido a trabajar para la
Sociedad Thule, porque ellas saben que bajo el alero de aquella entidad aristocrática
se juegan el todo por el todo para asegurar el futuro de la raza aria. Las mujeres se
paran a los costados de Haila, flanqueándola. Von Westarp prosigue el discurso, les
comenta a los aristócratas y burgueses reunidos allí que a ella la conocen como Haila
von Westarp pero que como forma parte de las Vril Damen ella ha debido, al igual que
sus Hermanas de la Luz, cambiar su denominación. Y les pide que por favor de ahora
en adelante la llamen Sigrun… Y que sí, efectivamente: ¡todas las Vrilerinnen han
adoptado nombres de Valkirias!

Sigrun exige que el personal del hotel abra las ventanas, porque de otra manera será
imposible realizar la sesión, debido a la cantidad de humo de tabaco que contamina el
ambiente. Y luego continúa como maestra de ceremonias pidiéndoles a los miembros
de Thule que por favor den la bienvenida a la mujer que ha motivado el encuentro.

María Orsic entra en el salón oval del hotel Kaiserhof. Lleva el cabello suelto, es
largo hasta las caderas, liso y rubio dorado; la diadema que la corona es de oro y en
el centro lleva un Sol Negro más grande que los que ostentan las otras médiums. Va
vestida con una túnica blanco invierno ligeramente ceñida, que destaca las formas de
su figura hermosa. Los treinta y tantos asistentes quedan embobados, algunos sueltan
comentarios de admiración que se oyen como murmullos. María es la mujer más hermosa
de su tiempo y ella lo sabe pero no ostenta, se mueve con parsimonia y elegancia. Orsic
se para junto a Sigrun y ambas se inclinan, saludando al pleno de la Sociedad Thule.

Sigrun lanza una invitación, les dice a los señores que cualquiera de ellos puede
intervenir durante la sesión espiritista que está a punto de comenzar, que se sientan
libres de hablarle a María en cualquier momento.

Orsic hace un gesto con la mano derecha y las seis Vrilerinnen la rodean, se toman
de las manos y comienzan a cantar un mantra en lengua muerta. Luego de treinta
segundos de canto hipnótico, María cae en trance: cierra los ojos y cambia la expresión
de su rostro, vuelve a abrirlos y grita muy fuerte, con una voz gruesa: Heil! Y el coro
de aristócratas le contesta: Heil!

La voz y el rostro de María han cambiado, ya no refleja la belleza que deslumbró a


los Thule. Sus músculos se han vuelto de piedra. Sus ojos tienen otra forma, trocaron
de grandes y almendrados a pequeños y cuadrados y lucen cubiertos por una tela
mucosa que opaca el azul original.

Orsic comienza a hablar moviendo solo la mandíbula y el labio inferiores, luce


como la careta de un títere de ventrílocuo. Dice, con voz ronca, que su nombre es
Nudimmud, y su presentación saca murmullos nerviosos entre los Thule; cuatro de

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ellos se espantan y se acercan a las puertas de salida del salón oval.

María prosigue informando que se comunica con los miembros de la Sociedad


Thule porque son gente especial, son El pueblo elegido, y comenta que estuvo en
nuestro planeta hace cuatrocientos mil años y que lo considera un lugar hermoso. La
voz de Orsic parece llegar desde otro lado del universo y nacer en la garganta de una
criatura distinta de cualquiera conocida en la Tierra: sería la forma en que un reptil
descomunal hablaría si su constitución anatómica se lo permitiera.

Se levanta una voz trémula entre el público y pregunta desde dónde les habla aquel
Nudimmud, que dónde está en este instante. Y María/Nudimmud contesta que está en
Aldebarán, un planeta ubicado a 5,6 años luz del nuestro. Dice que hace cuatrocientos
mil años estuvo en aquel lugar que nosotros llamamos Tierra y que tuvo el honor de
crear a los arios.

Se abren a la fuerza las puertas de la sala oval. Doce aristócratas arrancan atropellándose,
intentando pasar por encima de quienes vayan delante; corren despavoridos por los
pasillos del lujoso hotel Kaiserhof y escapan en estampida por las calles escarchadas
de Berlín, que durante aquella noche invernal están vacías.

El salón oval del Hotel Kaiserhof está en silencio. María, poseída por Nudimmud,
pasa su mirada extraña por el público como tratando de reconocer a todos y cada uno
los asistentes. Tres de los miembros de Thule se estremecen de pavor. Se levantan
nuevamente murmullos y comentarios entre los asistentes. El escritor George Viereck
toma la palabra luego de unos segundos incómodos y le pregunta a Nudimmud si es
el creador de la raza humana entera. María en trance contesta que de la raza humana
entera no, pero de los Vril-Il sí.

Viereck vuelve a la carga consultando a Nudimmud qué es lo que tiene que decirles
a los miembros de Thule. María se tambalea, Sigrun la toma por la cintura y la ayuda
a estabilizarse. Orsic en trance sonríe, con una mueca infernal, y grita con su voz de
cocodrilo que hoy lo importante ¡ES EL VRIL!

Las otras médiums detienen el canto en lengua muerta después del grito de María.

Un golpe energético recorre el salón oval. Caen al suelo y se rompen copas, platos
y jarros. Los cabellos de todos los comensales se erizan y quedan levantados, flotando.

María en trance les dice a los miembros de Thule que les trae una buena nueva,
un presente, que les trae el VRIL. El cuerpo de María Orsic se levanta lentamente del
suelo, hasta que las plantas de sus pies quedan a más de un metro. Las otras médiums
sueltan sus manos y se alejan, cada una por su cuenta toma buena distancia; están tan
sorprendidas como el resto.

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María Orsic abre los brazos y junta las piernas, luce crucificada en el aire. Y así,
suspendida, continúa hablando con voz de cocodrilo, les explica a los Thule que el
Vril es Tecnología Sicofísica y que no cualquiera puede manejarla, que el cuerpo de
esta mujer se ha levantado gracias al Vril pero para que se eleven cuerpos mucho
más pesados se necesita mucha más energía y un mejor manejo, que esta Tecnología
Sicofísica les ha permitido a los aldebaranos viajar por el universo y que hace 400 mil
años les ayudó para llegar hasta la Tierra.

Se producen chispas, pequeñas explosiones dentro de la sala, varias en distintos


rincones y en las ropas de quienes se han quedado y observan la performance de la
médium. Un fogonazo mayor obliga a Sigrun a soltar la cintura de María. Con eso basta
para que arranquen otros cinco aristócratas.

Se han quedado dentro del salón, en pie y mirando, George Viereck, Haila von
Westarp, el político Rudolf Hess y el doctor en física Winfried Otto Schumann. Las
médiums y el resto de los invitados que permanece en el lugar están agazapados,
mirando desde lejos.

Se produce un segundo golpe energético, que también recorre el salón oval. Caen al
suelo todos los cuadros que adornaban las paredes. Los cabellos de quienes permanecen
en el lugar vuelven a erizarse y se quedan así. Nuevas chispas, pequeñas explosiones
dentro de la sala, varias en distintos rincones y en las ropas de los participantes.

Después del último y potente chispazo, el cuerpo de María Orsic comienza a


descender. Lo hace muy lento, hasta que queda tendida en el suelo, acostada boca
arriba y con los ojos cerrados, durmiendo profundamente, narcotizada por la posesión
alienígena. Sigrun la toma en brazos y le habla a Viereck, le dice, muy urgida, ¡María
está hirviendo, hay que atenderla! Las otras médiums se acercan a su líder, la rodean
e intentan reanimarla.

Mientras George Viereck corre para atender a María, Rudolf Hess ordena a los
botones del hotel, desesperado, que vayan a buscar ayuda médica, les grita que a aquella
mujer hay que ayudarle de inmediato, porque el futuro de Alemania depende de ello.

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Prisión de Landsberg

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En 1923 Adolf Hitler y Rudolf Hess encabezaron un intento de golpe de estado en
la ciudad de Munich. El partido nazi falló pero sus caudillos salieron muy bien
parados a ojos de la elite nacionalista alemana. Estuvieron presos durante ocho
meses en la fortaleza carcelaria de Landsberg am Lech pero gozaron de numerosos
privilegios, prodigados por los aristócratas y burgueses que los apoyaban. Tenían,
por ejemplo, libertad para recibir a quienes quisieran, en cualquier horario.

1924/ Landsberg am Lech, 65 kilómetros al sur de Munich

Desde el segundo piso de la fortaleza penitenciaria, por una ventanita de la celda


número 7, Adolf Hitler observa un pequeño prado silvestre y luego un par de barracas
donde los prisioneros de Landsberg trabajan reparando tractores y otras máquinas
agrícolas.

Mientras Hitler mira por aquella ventana, Rudolf Hess, su compañero de celda, lo
observa embelesado. Rudolf ve un halo radiante alrededor de su camarada de batallas
y está seguro de que es el escudo espiritual de un Mesías.

Hess está sentado en una pequeña silla de madera que acompaña a una mesa
también pequeña y también de madera. Sobre la mesita hay un ramo de flores envuelto
con un paño rojo. Delante, sobre la cubierta, Rudolf tiene abierto un cuaderno de notas.

Hess le pregunta a Hitler hasta dónde debería llegar el Espacio Vital del nuevo
imperio alemán y Hitler contesta, sin dejar de mirar por la ventana, que hasta aquel
terreno que ahora se conoce como Rusia, aunque, como ya se sabe, la Nación Aria
nunca tuvo ni tendrá límites. Hitler dice que deben volver a hablar con el geógrafo Karl
Haushofer para comenzar a escribir bien ese capítulo de su diario, y le pide a Hess que
por favor haga los arreglos para que lo vean al día siguiente.

Hitler entrecierra los ojos y aprieta ambos lagrimales usando dos dedos de la mano
derecha. Luego le consulta a Rudolf cuánto Tokio les queda; antes de que le pregunten
por qué, argumenta que está muy cansado de pensar in profundis, que necesita salir
pronto de aquella celda pues hay mucho que hacer en las calles de Alemania, porque
la Nación Aria los necesita para despertar. Hess informa que les quedan seis paquetitos
de Tokio y que necesitarán que su gente les lleve más.

Rudolf Hess esparce unos gramos de polvo blanco dentro de un plato y luego
utiliza una hoja de papel blanco para crear dos líneas. Adolf Hitler se acerca a la mesita
e inhala ambas líneas, una por fosa nasal, espera unos segundos en silencio y luego
vuelve a mirar por la ventana. Dice, ensimismado, que lo que realmente le quita el

Los Ovnis de Hitler 21


sueño es la espiritualidad de su gente, que esa espiritualidad hay que defenderla, ya
que es el combustible que llevará a la Nación Aria por el cauce que le pertenece y que
mantendrá su poder durante al menos mil años. Hitler le pide a Hess que le cuente
acerca del Proyecto Jäger, ese del que tanto hablan los miembros de la Sociedad Thule.

Rudolf se tarda en contestar, se toma unos segundos para pensar su respuesta: confiesa
que ha visto prodigios, que en presencia de la médium María Orsic ha experimentado
experiencias difíciles de explicar, que ha visto acontecimientos que desafían a cualquier
intelecto pero que, a pesar de todo, incluso del miedo que le produjo, cree que ha
visto el futuro de la Nación Aria y que eso es, finalmente, el Proyecto Jäger.

Adolf Hitler soba su bigote, lo restriega durante unos segundos, sopesando lo


que va a comentar. Le dice a Hess que habrá que defender a la Nueva Era, que lo que
realmente le preocupa es la ocupación judía del planeta. Dice que necesitarán armas
que lo definan todo cuando sea necesario; armas maravillosas, jamás vistas por sus
enemigos ancestrales, ni siquiera concebidas por sus mentes torcidas. Que por eso le
interesa el Proyecto Jäger.

Hess abre otro sobre repleto con Tokio y arma una línea delante suyo, sobre la
mesita, que aspira con rapidez y maestría. Luego acerca el cuaderno de notas, empuña
una estilográfica y unta la punta de fierro en un tintero; le pregunta a Hitler si van
a continuar escribiendo el futuro ahora, pero Adolf niega con la cabeza y prosigue
consultando. Recuerda que en el centro del Proyecto Jäger está esa mujer austriaca
llamada María Orsic, y pregunta si ya saben si tiene ancestros judíos. Hess asegura que
no tiene sangre judía ni gitana, que la han investigado, que está avalada por el núcleo de
la Sociedad Thule. Y, para reforzar lo que ya ha dicho, Rudolf describe a María, dice que
le parece una mujer modesta en su actuar pero que evidentemente su inteligencia es
muy superior a la media de las mujeres. Comenta que, como cualquiera en su posición,
al principio creyó que la médium era un fraude pero que, hasta donde sabe, no lo es.

Hitler se aleja de la ventana, desdobla una frazada que estaba a los pies de su cama
y se la acomoda sobre los hombros. Luego pregunta si María Orsic es tan inteligente
como se dice. Hess confirma, entusiasmado, que cuando ella está enfrente mira con unos
ojos como de educadora de párvulos, que a su interlocutor lo hace sentir que retrocede
hasta el kindergarten. Dice que cuando ella habla se callan hasta los científicos más
reputados, incluso el doctor Winfried Otto Schumann la escucha sin interrumpirla. Dice
que no parece de este mundo, sino venida desde el mundo germánico antiguo, desde
el Primer Reich. Rudolf Hess comenta que, si no fuera imposible, él diría que María es
una reencarnación de Nefertiti, pues cumple con todos los cánones: la separación de
los ojos, las formas de la nariz y de la frente, el largo del cuello, el aroma a canela que
la acompaña siempre, el cabello dorado, la estatura; dice que es altísima, mucho más
que cualquiera de los soldados arios que ya han reclutado para La Causa.

22 Los Ovnis de Hitler


Hitler lanza una risotada y le grita a su amigo que ¡parece que estuviera enamorado
de María Orsic! A Hess no le hace gracia el comentario, para nada, y contesta muy serio
que Hitler no la conoce, que ya le pasará cuando esté frente a ella. Que nadie olvida a
la médium; que todo lo contrario, pues en su presencia se estimulan ¡todas las fantasías
de un hombre mortal! Hess se adelanta a cualquier juicio de Hitler argumentando que
cree que el Proyecto Jäger está en manos de un prodigio de la naturaleza, que eso es
fräulein Orsic: lo más espléndido de la Naturaleza Aria.

Hitler mira su reloj de pulsera y pregunta si la condesa Haila von Westarp llegará
a las once en punto. Hess corrobora el dato y Adolf consulta sobre la marcha si Haila
es miembro del famoso clan Von Westarp, el de los magnates banqueros asociados con
las petroleras estadounidenses; Hess también ratifica aquel dato. Hitler dice que hay
que cuidar la relación con esa mujer, porque necesitarán de toda la ayuda aria para
salir de aquella celda lo antes posible.

Un gendarme de la prisión de Landsberg se para al otro lado de la reja y habla


hacia la celda que comparten Hitler y Hess, les dice que la condesa Von Westarp ha
venido a visitarlos y pregunta si la hace pasar. Adolf asiente.

La médium llega cinco minutos después, acompañada de otras dos mujeres. Las
tres van vestidas con túnicas de color blanco invierno y llevan sus larguísimos cabellos
sueltos. Son hermosas, Hitler y Hess se quedan sin habla cuando aparecen junto a dos
gendarmes –que las miran con caras de brutos– en la puerta de la celda. Las muchachas
entran y la condesa se presenta, dice que su nombre es Sigrun y que las muchachas
que la acompañan son Traute (cabello rubio ceniciento) y Heike (colorina), que ellas
son Hermanas de la Luz y que necesitan hablar con ellos.

Los dos hombres se excusan por las condiciones en las que están viviendo y las
invitan a sentarse sobre la cama de Hess. Hitler se sienta enfrente, en su cama. Sigrun
observa el libro que descansa sobre la almohada que usa el líder de la resistencia
política callejera del movimiento: es un viejo ejemplar de Los principios de la herencia
humana y la higiene racial, de Eugen Fischer. Adolf se da cuenta, cruzan miradas y
ambos sonríen. Rudolf se acomoda en la única silla que poseen.

Hitler comenta que tenía la esperanza de que fräulein Orsic se presentara ahí
también. A lo que Sigrun contesta que no ha podido presentarse pues está muy ocupada
en el desarrollo del proyecto que la Sociedad Thule le ha encargado, que les envía
parabienes a ambos y felicitaciones por su pronta liberación.

Hitler y Hess están boquiabiertos. Tardan unos segundos en reaccionar. Hess


inquiere, ¿De que habla, condesa? Sigrun reafirma que pronto serán liberados, que
desde la Sociedad Thule se han realizado gestiones al más alto nivel para que ambos
salgan de Landsberg lo antes posible, pues son imprescindibles para el movimiento

Los Ovnis de Hitler 23


ario. Sigrun le comenta a Hitler que él ha impresionado a mucha gente que ama a su
madre patria.

Hitler y Hess, sonrientes, se congratulan de manera muy parca. Adolf se pone en


pie, lleva las manos atrás de su espalda y echa a andar por el poco espacio que queda
en la celda. Luego de unos segundos, y sin dejar de caminar, pregunta por qué las han
elegido a ellas para darle esta alentadora noticia, si ha sido orden de la Sociedad Thule.

Sigrun frunce el ceño, se pone muy seria, le da firmeza a su voz y aclara la situación,
explica que las Vril Damen son dueñas de la compañía aeronáutica Más allá de la Máquina
de Vuelo, que están constituidas desde hace meses y funcionando gracias a una fusión
de capitales metalúrgicos y químicos alemanes y petroleros estadounidenses. Que
con la compañía les va bien pero necesitan que el orden político se restablezca, que
surja una fuerza revitalizadora del espíritu alemán. Que ellas creen que aquel esfuerzo
debe ser impulsado por líderes como Hitler, un hombre carismático y firme a la vez,
una figura sólida y representativa de la mejor tradición aria. Como consecuencia, las
Vril Damen están dispuestas a solventar parte de sus gastos personales y políticos y a
afirmar, como sea necesario, aquel liderazgo tan vigoroso. Haila le dice a Hitler, muy
enojada, que como ve, ellas no son mandaderas de nadie, son parte importante del
mensaje y del futuro de la Nación Aria.

Hitler se detiene y sonríe. Cruza miradas con la condesa Von Westarp y vuelve a
sentarse. ¿Más allá de la Máquina de Vuelo?, comenta casi en voz baja y las mujeres
asienten subiendo y bajando sus cabezas. Hitler dice que asume que ese nombre tiene
que ver con el desarrollo de la tecnología Vril, y las mujeres vuelven a confirmar. Hitler
les pide que por favor le expliquen en qué consiste el Proyecto Jäger.

Sigrun carraspea y asume el discurso, le dice a Hitler que esto que va a explicarle es
lo que María Orsic les ha explicado a las Vril Damen. Es ella, María, quien recibe desde el
planeta Aldebarán la información que el grupo de médiums está vaciando en el Proyecto
Jäger. Haila explica que la materia no produce energía, allí no está alojada, no es así
como funciona la mecánica universal, que en la materia no hay más energía que la que
recibe del entorno. Esa energía que está en el entorno es el Vril, que es consecuencia
natural del movimiento de los grandes astros por el cosmos. El Proyecto Jäger está
abriendo las puertas hacia el dominio del Vril. Haila explica que por ahora lo que les
interesa no son tanto los objetos que deben mover sino la forma en que canalizarán
la energía que los moverá. Dice que el manejo del Vril es Tecnología Sicofísica y que
se necesitan cuerpos humanos especializados en aquel tipo de canalizaciones, que no
cualquiera puede, pero que ellas, por razones que desconocen, pueden manejarla.

Hitler frunce el ceño y mira directamente a los ojos de Rudolf Hess, quien responde
arqueando las cejas y levantando sus hombros. Adolf le consulta a Sigrun si entiende
bien: que las médiums son capaces de mover la energía universal, el Vril, con fuerza que

24 Los Ovnis de Hitler


emerge desde sus mentes. Y las tres mujeres asienten subiendo y bajando sus cabezas.

Adolf cruza los brazos, aprieta los labios y deja escapar una exhalación larga. Dice,
incrédulo, que habrá que ver eso alguna vez. Sigrun reacciona ante el comentario
poniéndose en pie; las otras médiums la imitan. La condesa replica aclarándole a Hitler
que esos estudios sicofísicos son patrimonio de su compañía, que tal vez alguna vez él
podrá maravillarse con los alcances de su trabajo; que por ahora lo que necesitan es
que Hitler y Hess hagan su trabajo en las calles, que desplieguen todas sus capacidades
políticas para llegar pronto lo más alto posible en el gobierno alemán.

Sigrun se adelanta y le estira la mano a Hitler, quien reacciona devolviendo el gesto.


Luego la condesa y Hess se despiden de manera idéntica. Rudolf Hess consulta si su
liberación tiene fecha, y la mujer contesta que por supuesto, que en dos días estarán
de vuelta en libertad, que lo que ambos hicieron en Munich significa mucho para su
gente, que nunca los olvidarán.

Cuando las médiums dejan la celda de Landsberg, Hitler le pide a Hess que retomen
los apuntes de su diario de vida, porque aquel libro será parte de la propaganda que
desea desplegar en el núcleo político alemán.

Hess se acomoda frente al manuscrito pero frena el ímpetu y voltea a mirar a su


compañero de celda. Durante unos segundos se detiene en la mirada azul intenso de
Hitler y sentencia: Amigo, tú no tienes reemplazo. Eres tú y nadie más que tú. Tú serás
el gobierno y serás el Imperio, tú serás Alemania. Me has dicho que seré tu diputado,
que en caso de que la salud o la suerte te fallen, yo deberé asumir la conducción pero
es imposible. Nadie puede ni podrá reemplazarte, eres el único líder, eres el único
guía espiritual: Du bist mein Führer!

Los Ovnis de Hitler 25


Nueva York, década de 1930

26 Los Ovnis de Hitler


1933/Nueva York
El paso del tiempo le ha jugado en contra. Nikola Tesla es un anciano muy delgado
que usa un bigotito desarreglado y el cabello cano partido al medio. Sale por la puerta
del hotel New Yorker portando un cambucho de papel. Echa a andar por la Octava
Avenida a paso cansino. Durante la primera cuadra saluda en italiano a un vendedor
de diarios de origen napolitano, en ruso a un vendedor de pescado y en inglés con
acento de Nueva Orleans a un niño afroamericano que lustra zapatos.

El viejo avanza lento, observando alegremente el paisaje urbano, pues a esa hora
de la mañana la ciudad bulle, el comercio funciona a toda máquina, las calles están
atestadas. Luego de unos segundos el anciano se ve obligado a evitar la construcción
de un edificio inmenso, una obra de fierros y concreto en progreso –a la que le queda
mucho tiempo para que esté en pie–.

En el Bryant Park tres transeúntes, que lucen como estudiantes universitarios, le


brindan reverencias al abuelo largo y flaco, y luego le lanzan comentarios simpáticos.
Uno pregunta que cuándo podrán ver el próximo acto de magia, otro consulta que
con qué los va a deslumbrar la próxima vez y el otro bromea preguntando por qué
no se lleva flotando a todos los políticos de la alcaldía. El anciano sonríe y responde
sacudiendo la mano derecha, pues con la otra sujeta el cambucho.

Tesla pasa caminando junto al frontis de la Biblioteca Pública de Nueva York.


Minutos más tarde llega hasta la esquina de Quinta Avenida con calle 42, se sienta sobre
un banco, abre el cambucho, saca un puñado de migas de pan, las tira sobre el suelo
y en segundos el espacio se repleta de palomas hambrientas, que devoran las migajas.

Cuando ya no le quedan más migajas el anciano se levanta con delicadeza, cruza


suavemente el mar de palomas que se juntó a su alrededor y vuelve a caminar.

El viejo entra al edificio ubicado en el 33-35 de la South Avenue, se mete al ascensor


y cierra la puerta. Luego de unos segundos llega a la azotea. Camina lentamente hasta
pararse frente a una casucha de madera, una construcción endeble y manchada con
excremento de pájaros.

El anciano se acerca a la puerta del palomar, quita el candado, abre la puerta y entra.
Las palomas se acercan para saludarlo. Dentro del criadero, el viejo ajusta las botellas
del agua y rellena los contenedores y busca alimento dentro de unos sacos enormes,
lo distribuye entre los receptáculos que usan las aves y luego se queda observando
cómo comen y beben.

Los Ovnis de Hitler 27


Algo llama su atención fuera del palomar. Nikola Tesla arquea el entrecejo y lentamente
sale del criadero de aves. Una paloma mensajera ha llegado a la azotea, trae un mensaje
enrollado en un tubo amarrado en su pata derecha. Es un ave inmensa, mucho más
grande y musculosa que las otras palomas que cría. El pájaro luce agotadísimo, apenas
se mueve. El hombre lo toma y lo lleva hasta la casucha. Una vez dentro, saca el mensaje
de la pata del ave y lo guarda dentro de uno de los bolsillos de su chaquetón. Luego
mete a la paloma dentro de una caja y la deja descansar. El animal se duerme ipso facto.

Tesla sale del palomar, saca el mensaje tubular desde el bolsillo de su chaquetón,
lo desenrolla y lo lee en silencio. Pasan diez segundos y comenta en voz baja que el
asunto se está complicando.

28 Los Ovnis de Hitler


1933/Berlín
Una paloma mensajera inmensa –mucho más que una normal– aterriza en una
pajarera descomunal, ubicada en el patio de la mansión de la familia Von Westarp en
Berlín. Se detiene en la puerta del criadero y comienza a picotear los despojos de
comida que han caído afuera. En su pata derecha porta un tubo con un mensaje.

La figura de una mujer sale por una puerta trasera de la mansión Von Westarp y
camina hacia la palomera. La mujer va muy abrigada, cubierta desde las rodillas hasta la
cabeza con un chaquetón de lana muy elegante y grueso de color rojo. La mujer llega
hasta la palomera, toma al pájaro recién llegado, saca el tubo anular que lleva en la
pata derecha, abre la puerta del palomar y guarda al ave. Mientras camina de regreso
a la mansión, la mujer desenrolla el mensaje y lo lee.

La mujer entra a la cocina de mansión. Da unos pasos y guarda en un bolsillo de


su chaquetón rojo el mensaje que llegó con la paloma. Antes de abrir una puerta de
salida de la cocina y cambiar de ambiente dentro de la casona, se quita la capucha del
abrigo. Es María Orsic; lleva el cabello tomado en un moño.

María entra a una biblioteca descomunal, tan amplia como una plazoleta: un área
de lectura rodeada por muros de cuatro metros de alto transformados en estantes,
más de cinco mil tomos a disposición; varias mesas, sillas y sillones distribuidos en la
sala. En el medio, descansando y leyendo sentadas sobre un sofá de cuero, hay dos
mujeres vestidas con saris color blanco invierno. Ambas levantan las miradas cuando
María aparece en la biblioteca.

Una de las mujeres es Haila von Westarp o Sigrun, ella está leyendo la novela Vril:
The Power of the Coming Race, del barón Edward Bulwer-Lytton. La otra es Traute,
quien lee La Doctrina Secreta, de Madame Blavatsky.

María se acerca a las mujeres, se quita el abrigo rojo, lo deja en el respaldo de una
silla. Está vestida igual, con el sari blanco invierno. Antes de sentarse sobre el sofá, se
suelta el cabello.

María hace un gesto con la mano derecha y las otras dos mujeres se ponen en pie.
Las tres caminan hacia una pequeña sala, contigua a la biblioteca.

La sala está casi vacía. Sobre el suelo hay apenas tres esterillas que les sirven a las
médiums para sentarse con las piernas cruzadas. En cada esterilla descansa una tiara,

Los Ovnis de Hitler 29


dos plateadas y una dorada. Se sientan, se acomodan las coronillas –María se pone la
dorada– cierran los ojos y comienzan a cantar un mantra en lengua muerta.

Luego de tres minutos meditando, María Orsic abre los ojos y comunica que las
mujeres han logrado canalizar con éxito, pues ella ya tiene la fecha y el lugar.

Haila von Westarp (o Sigrun) recibe en la puerta de su mansión berlinesa a dos


hombres vestidos de manera muy elegante. El más viejo es estadounidense, el magnate
petrolero William Farish, el otro es muy joven y alemán, Otto Adolf Eichmann.

Sigrun y sus invitados caminan por un pasillo oscuro y largo, dentro de la mansión
Von Westarp, bajan dos niveles usando una escalera en espiral, hasta que entran en
un sótano amplísimo, de techo muy alto y bien iluminado por lámparas muy grandes.
En aquel búnker trabajan las Vril Damen, con María Orsic a la cabeza, y un grupo de
científicos, todos vestidos –incluidas las mujeres– con delantales blancos. Los hombres
revisan planos y discuten en voz alta acerca de lo que están viendo. Las mujeres observan
la maqueta de una nave, un platillo volador que ha sido armado con madera y descansa
sobre la cubierta de una mesa redonda muy amplia.

Ninguno de los miembros del Proyecto Jäger nota a los recién llegados. Sigrun
se ve obligada a introducirlos, dice que les presenta al señor William Farish, él es
representante en Berlín de la empresa americana Standard Oil, y a herr Adolf Eichmann,
representante de Vacuum Oil Company, que ellos vienen a ponerse al día respecto de
los avances del Proyecto Jäger y les pide que por favor contesten todas sus preguntas,
porque ambas empresas están financiando la mayor parte de su trabajo.

William Farish se acerca a María Orsic y le extiende la mano derecha, la médium


contesta recibiendo el saludo e inclinándose. Farish aprovecha el gesto, le besa la mano
y la adula comentando que a él le habían advertido que caería rendido ante la belleza
de la médium y que sus socios tenían toda la razón del mundo.

Adolf Eichmann, en cambio, como un autómata, se acerca a conversar con el doctor


Winfried Otto Schumann y le dice que quiere saber si ya tienen solucionado el problema
del almacenamiento y la conducción de la energía en la nave VRIL-1; consulta luego
de saludar solo por cortesía, pues asegura que sus superiores están preocupados por
la gran inversión que están efectuando.

Es María quien contesta. Suelta la mano de William Farish, muestra la maqueta de


la nave y se adelanta a Schumann, responde que saben que para burlar la mecánica
con la que funciona la fuerza de gravedad se necesitarán grandes cantidades de energía
y que han recibido un nuevo mensaje desde Aldebarán al respecto. Los invita, a ellos

30 Los Ovnis de Hitler


dos y a cuantos lo deseen, a conocer el primer vuelo tripulado del Proyecto Jäger. Le
cuenta que ya tiene una fecha, que será en febrero del próximo año, que ya no queda
mucho pero el equipo técnico necesita los meses que faltan para coordinar todo,
con el objetivo de que la prueba resulte de acuerdo con las expectativas de todos los
interesados.

Adolf Eichmann se acerca a María, queda frente a la maqueta, la observa durante


unos segundos y consulta si la mujer tiene a disposición algo más que mensajes enviados
desde el espacio exterior y juguetes de artesanía, porque él está allí en representación
de gente muy poderosa, gente que no se permite grandes decepciones.

William Farish, molesto por la impertinencia y la soberbia de Adolf Eichmann,


intercede por María, cuenta que estuvo presente en el hotel Kaiserhof y que él y unos
cuantos más pueden atestiguar a favor de las habilidades de fräulein Orsic, pues a
través de ella han sido testigos de actos extraordinarios. Asegura que en Standard Oil
están seguros de que el Proyecto Jäger tendrá éxito y de que cambiará la historia de la
humanidad para siempre.

María se acerca unos centímetros a Eichmann, quien es mucho más bajo, y clava su
mirada azul profundo en la vista seria y dura del interventor, le dice que en unos meses
pueden volver él y los observadores que Vacuum Oil Company estime convenientes,
que puede venir incluso el mismísimo señor John D. Rockefeller, que será bienvenido
siempre.

Se hace un silencio incómodo. María y Eichmann continúan mirándose casi sin


pestañear. Sigrun, muy nerviosa, desarma el trance invitando a los visitantes a conocer
más detalles, asegura que su equipo científico estará feliz de contestar cualquier duda
que tengan, y les promete que luego subirán todos para departir alrededor de una
buena mesa alemana los placeres de una serie de exclusivas recetas berlinesas.

La batalla síquica entre María y Eichmann dura veinte segundos más, hasta que el
representante de Vacuum Oil Company desvía la mirada y vuelve a echar un ojo a la
maqueta. Todas las mujeres –incluida Sigrun– sonríen satisfechas. El único hombre
que imita aquella sonrisa es el doctor Winfried Otto Schumann. El resto de los hombres
luce amedrentado.

Los Ovnis de Hitler 31


32 Los Ovnis de Hitler
SEGUNDA PARTE

Los Ovnis de Hitler 33


Heinrich Himmler

34 Los Ovnis de Hitler


Heinrich Himmler dirigió a las temibles SS entre 1929 y 1945. Presidió el imperio
ideológico nacionalsocialista, conocido ahora por su vocación esotérica, pero
además se hizo cargo de buena parte del aparato burocrático del Tercer Reich.
Entre sus responsabilidades estaba el plan denominado Solución Final, cuyo
objetivo era eliminar a todos los judíos de Europa.

1934/Berlín
Heinrich Himmler, encargado de las SS, está en calzoncillos y camiseta. Se mira al
espejo en el baño de su casa. Revisa su bigotito y el cabello bien corto sobre la coronilla
y rapado a los costados. Hace muecas de satisfacción, le gusta lo que ve.

Se sienta sobre la tapa del WC y realiza ejercicios con mancuernas para sus brazos.
Cuando termina siente sus músculos hinchados, toca sus brazos y vuelve a las muecas
de aprobación y a las sonrisas soberbias. Es un enano sin hombros, sin presencia física.
Luce patético.

Himmler abre el botiquín que está detrás del espejo e inaugura un paquete de
estimulantes rotulado como Pervitin. Llena un vaso con agua y traga dos pastillas, una
detrás de la otra.

Himmler está vestido con su traje de líder de las Waffen SS y sentado frente a su
desayuno, pero no lo toca aún. Espolvorea un paquetito de cocaína sobre la mesa de
su comedor, lo ordena como línea delgada usando la cucharilla para el café y lo inhala.

Himmler termina el desayuno, se levanta, se acerca a su esposa, Margarete, la besa


con todo el amor del mundo y emprende hacia la puerta de salida.

Himmler sale de su residencia. Afuera lo esperaba un automóvil oficial que lo lleva


al edificio del Reichskanzler.

Himmler entra a su oficina a las 08.00 horas; lo verifica en un reloj de pared. Su


secretaria, una jovencita llamada Hedwig Potthast, recibe su abrigo y su sombrero y
los cuelga en un perchero.

Rápidamente Hedwig va hasta su escritorio y toma una libreta de notas, que está
abierta en la página que contiene la agenda de Himmler para aquel día.

Hedwig Potthast entra al despacho, donde su jefe acomoda la silla para enfrentar su
escritorio y comenzar el día, y se para un metro antes del mueble, lista para comentar
y coordinar.

Los Ovnis de Hitler 35


Hedwig tiene voz de niña asustada: dice que el Führer los ha citado a todos a las
9 de la mañana en punto. Los convocados son Rudolf Hess, Karl Haushofer y Heinrich
Himmler.

Himmler frunce el ceño y mira su reloj de bolsillo, donde ve que son las 08.07
AM. Le llama la atención que la citación de Hitler sea tan temprano y comenta que
normalmente estas reuniones son al mediodía. Hedwig Potthast asiente subiendo y
bajando la cabeza.

Himmler repara en su secretaria, la mira de arriba abajo, la sopesa. La muchacha


se incomoda pero no se mueve. Himmler le ordena que se acerque y la chica responde
Ja, mein Reichsführer.

El líder de las SS obliga a Hedwig Potthast a pararse justo al lado de la silla donde
él está sentado y le pide que le pase la libreta abierta en la página que contiene su
agenda matutina, quiere revisar bien los horarios y las actividades, pues habrá que
hacer cambios en la agenda y la secretaria tendrá que avisar a los afectados.

Durante unos segundos Himmler lee en silencio, hasta que de pronto, sin avisar,
el jefe nazi mete la mano por debajo de la falda de Hedwig Potthast.

Adolf Hitler, Rudolf Hess, el geógrafo Karl Haushofer y el encargado de las SS,
Heinrich Himmler, están dentro del despacho privado del Führer en el Reichskanzler.
Revisan un mapa de más de un metro cuadrado que representa a toda Europa. Uno de
los dedos índices de Haushofer apunta a Polonia, dice que la expansión aria comienza
ahí, pero que deben considerar que la reconquista de Europa solo se concretará cuando
la bota nazi pise la cabeza de la serpiente comunista que reina en el Kremlin.

Adolf Hitler levanta la cabeza, echa las manos detrás de la espalda y comienza a
caminar. El Führer deambula por su despacho, resuenan sus taconeos dentro de la
oficina. Comenta que la Lebensraum no es más que un ejercicio de memoria, que
todo el planeta perteneció a la raza aria hace muchos siglos… que el mundo era de
sus antepasados, de los gigantes albinos que ahora viven dormidos en Los Himalayas
y Los Andes. Dice que los alemanes tienen el derecho moral y biológico de volver
adquirir aquellos territorios que les fueron usurpados por las razas animales. Y asegura
que aunque no será fácil, pues el Demonio Rojo de Moscú es fuerte como el hielo de
Aldebarán, confía en la fiereza y la fuerza de los soldados arios.

Karl Haushofer, quien sigue atento los movimientos de la caminata de Hitler, le


consulta al líder si sabe cuánto les va a costar aquel movimiento militar y político, que
es un monto que él ni siquiera se puede imaginar.

36 Los Ovnis de Hitler


Rudolf Hess interviene contestando que están trabajando en aquel presupuesto,
que tienen recursos, una buena cantidad para empezar, pero obtendrán más una vez
que añadan Moscú a su territorio, que la clave está en enarbolar su bandera sobre la
Plaza Roja.

Heinrich Himmler sube y baja la cabeza en señal de aprobación a lo que escucha.


Hitler de pronto lo señala directamente y el líder de las SS sonríe, honrado. El Führer
dice que hay presupuesto y una estrategia multidimensional para su Lebensraum,
que toda Alemania está detrás de aquel ideal. Comenta que Himmler, por ejemplo,
comanda una serie de iniciativas menos convencionales para apoyar sus esfuerzos de
reconquista y que están muy esperanzados en sus progresos.

Heinrich Himmler golpea los tacones, se cuadra y grita Danke, main Führer!
Comenta que su líder les ha encargado la creación de un grupo especial de intelectuales
y sabios arios, quienes ya se dedican a investigar el alcance territorial y del espíritu de
su raza, a rescatar y restituir las tradiciones germánicas y a difundir la cultura tradicional
alemana entre la población. Comenta que ahora están coordinando las acciones con
distintos grupos de colaboradores.

La presentación de Himmler saca aplausos entre los comensales. Luego Hitler se


dirige a Rudolf Hess y sobre la marcha comenta que su gran compañero en este camino
de reconquista, su querido Rudolf, les tiene una propuesta muy interesante. Hitler le
da el pase a Hess para que cuente de qué se trata su propuesta y Rudolf lanza a manera
de primicia que este viernes están todos invitados a la demostración del primer vuelo
tripulado del Proyecto Jäger.

El comentario suelta vítores de Himmler y Haushofer. El líder SS pide más


antecedentes. Mientras responde, Rudolf mira directo a Hitler, quien asiente, avalando
totalmente a su lugarteniente. Hess dice que prefiere que la sorpresa hable por sí sola,
que espera que el viernes todos se convenzan con lo que verán, pues, a decir verdad,
el mismo no sabe qué ocurrirá. Lo único que puede adelantar es que esa mujer, María
Orsic, es impresionante.

Hitler se detiene frente al mapa de Europa. Lo observa durante unos segundos


y luego consulta dónde se realizará el primer vuelo tripulado del Proyecto Jäger.
Hess contesta de inmediato, estaba esperando por la pregunta, dice que en el monte
Untersberg.

Se hace un silencio. Los cuatro comensales se han emocionado. El nombre del monte
les evoca emociones. Hitler echa más leña al fuego comentando que por debajo de la
cadena montañosa de Untersberg las energías telúricas se cruzan, que dentro de sus
cavernas duermen sueños eternos Barba Roja y Carlomagno, esperando resurrección.
Y luego pregunta quién eligió el monte Untersberg para el vuelo de prueba.

Los Ovnis de Hitler 37


Hess traga cortito y responde bajando la voz que fräulein Orsic asegura que el
lugar le fue dictado por entidades aldebaranas.

Haushofer habla susurrando, dice que el monte Untersberg es un lugar geomántico,


que es un portal interdimensional.

Rudolf Hess baja la cabeza, pega la mirada en las puntas de las botas de Adolf y
consulta si el Führer está contento con la elección del lugar de lanzamiento, si cubre
las expectativas mínimas del líder espiritual del Imperio.

Hitler, muy serio, asegura que es el lugar perfecto, le pide a Hess que felicite a
Ms. Orsic de su parte y que le asegure que la cúpula nazi estará en Los Alpes el viernes
por la mañana.

38 Los Ovnis de Hitler


Los Ovnis de Hitler 39
George Viereck

40 Los Ovnis de Hitler


1934/Nueva York

El escritor George Viereck y el científico Nikola Tesla almuerzan en el salón de comidas


del elegante hotel Waldorf-Astoria. La mesa está llena con platos de diversos calados.
Viereck bebe vino y come puré de papas y zapallo con carne de cerdo acompañada con
repollo en escabeche. Tesla bebe agua y el plato que se está sirviendo es vegetariano.

Tesla le comenta a Viereck que hace mucho tiempo que quiere preguntarle por qué
confía tanto en aquella mujer llamada María Orsic, si él no puede entender una palabra
de lo que han compartido usando las palomas mensajeras, porque el científico imagina
–obviamente– que Viereck trató de leer las cartas aunque están escritas en sánscrito.

Ambos sonríen. Luego comen de sus respectivos platos, beben de sus respectivos
vasos y tragan. Viereck, ladino, le pregunta al Nikola si con María Orsic está compartiendo
información acerca de su Rayo de la Muerte, y ambos estallan en risas.

Tesla contesta, al final de una carcajada, que le parece importante dejar en claro
que él no le puso ese nombre, El Rayo de la Muerte, que así lo bautizó la prensa
neoyorquina. Y que, por lo demás, no es un rayo, que le parece un concepto muy
idiota, que la prensa de Nueva York lo describió así para que la gente que no entiende
nada de lo que hace el ingeniero pueda acceder de alguna manera al experimento.
Luego aclara que su investigación, que está bien desarrollada por lo demás, es acerca
de un impulso de alta energía eléctrica que, en forma concéntrica, puede ser lanzado
desde una torre hacia cualquier parte del mundo, pero que el proyecto lo que busca es
distribuir energía, no defender a nuestro planeta ante un eventual ataque extraterrestre.
Tesla aprovecha y arguye que él nunca piensa en crear armas, así es que le pide a Viereck
que no se preocupe, porque con María Orsic no está compartiendo información acerca
de ningún Rayo de la Muerte, que lo que sí han compartido, teóricamente, es una serie
de conocimientos acerca de energía antigravitacional.

Ambos vuelven a reír, a mascar, beber y tragar. Y luego Tesla vuelve a preguntar,
porque Viereck no le ha contestado, por qué confía en María Orsic si no tiene idea de
qué han compartido a través de palomas mensajeras.

Viereck cambia su expresión, se torna serio y explica que su relación con María
Orsic es contractual, que primero los miembros de la Sociedad Thule la investigaron
a ella para saber si por sus venas croatas corría sangre judía o gitana y que, cuando
se le constató limpia, el grupo ocultista mandó a investigar a su pasado y presente
político, para estar seguros de que en su cabeza no existieran trazos de gérmenes

Los Ovnis de Hitler 41


comunistas. Cuando aquello también resultó satisfactorio se buscó en su pasado
familiar a algún pariente con enfermedades mentales, pero no se encontraron señales
ni de neurasténicos ni de mongólicos ni de esquizoides; se supo, sí, que los padres
de María son un arquitecto croata de renombre en Zagreb, llamado Tomislav, y una
excelente bailarina de ballet serbo-croata muy famosa en Viena, llamada Sabine, ambos
excepcionalmente sanos y notablemente bellos físicamente. Que todas las inversiones
realizadas en el proyecto de investigación que lidera Ms. Orsic son auditadas por gente
de Standard Oil y Vacuum Oil Company, que hasta ahora, y hasta donde él sabe, no ha
habido fallas, que las médiums, las Vril Damen, son en extremo hábiles administrando
recursos, probablemente debido a la formación aristocrática de la condesa Haila von
Westarp, quien se mantiene a cargo de la empresa que ellas han creado. Que el nuevo
gobierno alemán, encabezado por el canciller Adolf Hitler, sigue muy de cerca los
avances del proyecto Jäger y que ha puesto a disposición todo lo necesario para que se
desarrolle, que sus autoridades asistirán a la primera prueba tripulada, que esa es una
muestra más de que todo el asunto está bajo control, de que el actuar de María Orsic
tiene la cancha bien delimitada, que no puede desviarse un milímetro sin ser vigilada. Y
luego George Viereck inhala profundo, exhala lento, hasta bostezar, y se queda callado.

Nikola Tesla ha perdido el habla. Mira a Viereck como buscando más explicaciones.
El escritor, sin macular el silencio que se hizo entre los ambos, tiene en el rostro una
expresión que parece decir ¿y qué más quieres que te diga?

El saludo inesperado de un comensal los devuelve a la vida dentro del restaurante


del hotel Waldorf-Astoria. Un hombre muy bien vestido grita el nombre del científico:
¿¡Pero no es usted Nikola Tesla, el hombre más inteligente del mundo, cómo está usted!?

Tesla despierta del trance momentáneo para contestar de manera muy cortés y
familiar, ¡Cómo está usted, don Carmine Esposito, dueño de la mejor pizzería fuera
de Italia!

Comensales de otras meses consultan a Tesla que cuándo realizará otra de sus
conocidas presentaciones, donde mezcla ciencia y actos de magia, que están esperando
por alguna sorpresa. Y el ingeniero contesta que pronto, que está a punto de mostrar
algo nunca antes visto. La mayoría de los comensales estalla en vítores y aplausos luego
del comentario de Tesla. Durante unos segundos el ambiente se desordena.

Cuando el ruido dentro del salón vuelve a la calma, Tesla termina su plato y bebe
un sorbo largo de agua. A Viereck aún le falta para terminar de almorzar, sigue por
su lado y escucha atentamente cuando el científico sentencia que si llega a intuir que
en Alemania están ocupando sus conocimientos para crear armas se retirará a seguir
haciendo espectáculos de magia para los neoyorquinos.

Viereck bebe el último trago de su copa de vino. Termina su almuerzo. Sonríe y

42 Los Ovnis de Hitler


contesta que mientras Tesla no le entregue a María Orsic los planos de su máquina
para producir terremotos, no habrá problemas…

Vuelven a sonreír. Tesla comenta, jocoso, que está seguro de que si le dan un año
para trabajar con su oscilador mecánico y algunas cargas explosivas, sería capaz de partir
el planeta en dos. Y sobre la marcha lanza una segunda sentencia: le explica a Viereck
que él no ha sido un libro abierto con María Orsic, que no le ha entregado todo lo que
sabe, porque eso sería irresponsable de su parte. Le asegura a Viereck que el primer
vuelo tripulado del Proyecto Jäger será un éxito, que no tiene dudas al respecto, pero
que su funcionamiento tendrá límites.

Viereck cambia la mueca, desde sonrisa franca hasta seriedad ansiosa. No le gustó
para nada lo último que tuvo que escuchar.

Los Ovnis de Hitler 43


Monte Unstersberg

44 Los Ovnis de Hitler


1934/Monte Untersberg

Una caravana de automóviles cruza una zona rural, un valle donde comienza el
ascenso, por una cuesta, hacia el monte Untersberg. Son cinco camiones y una decena
de automóviles más pequeños, donde destacan dos carros muy lujosos.

La caravana llega a destino, al claro en una ladera del monte donde se realizará la
prueba de vuelo. El lugar exacto donde la nave debe ubicarse para el despegue está
marcado con una gran representación de la Runa Sigel, cuyo significado tiene que ver
con la totalidad del mundo conocido y la energía vital, pues representa la fuerza que
el sol envía a la Tierra:

Desde uno de los lujosos autos de la caravana bajan Adolf Hitler, Rudolf Hess,
Karl Haushofer y Heinrich Himmler. El líder de las SS camina hasta encontrarse con el
físico Winfried Otto Schumann. Se saludan protocolarmente. Hitler, Hess y Haushofer
son rodeados por oficiales de las SS y esperan a que el doctor en física se acerque a
saludarles. Schumann les da la bienvenida y les pide que por favor lo acompañen al
interior de una de las cuevas del monte Untersberg.

En el lugar se ha levantado un campamento científico pequeño. Los líderes nazi,


sus escoltas y el doctor Schumann pasan por entre grupos de técnicos ensimismados
en sus trabajos, ninguno repara en la presencia del Führer.

Llegan hasta la entrada de la cueva y se encuentran con el VRIL-1. La nave luce


imponente, reluciente. Las siete médiums y un grupo de técnicos realizan los últimos
ajustes en el platillo. Ninguno, ni siquiera María Orsic, repara en la presencia de la
cúpula nazi.

Se acercan a la máquina, Hitler acaricia el fuselaje y le exige a Schumann que le


explique cómo funciona y que sea todo lo técnico que tenga que ser, que él hará su
mejor esfuerzo por comprender.

Schumann explica que, en su base, la nave tiene un condensador discoidal lo


suficientemente grande como para elevar la máquina verticalmente, y otros dos
condensadores más pequeños para impulsarla en el aire y controlar su dirección. Que
nunca perderá estabilidad porque le instalaron un giroscopio. Que la cabina ha sido
diseñada para dos personas. Que tiene ojos hechos con lentes ubicados por todo el

Los Ovnis de Hitler 45


fuselaje, lo que permite ver en todas direcciones mientras se viaja. Y que en el centro
hay un accionador eléctrico que la pondrá en funcionamiento…

Heinrich Himmler aprovecha el impulso y pregunta por los estanques de combustible,


porque a simple vista no se encuentran. Y Schumann responde que esa formidable
máquina está equipada con un sistema antigravitatorio por campo electromagnético, que
NO CUENTA con una vía de alimentación energética... Que eso se lo hizo ver a María Orsic
en su debido momento y que la respuesta de la médium fue que debían condicionarse
a la información que recibían desde Aldebarán a través de las canalizaciones… y que
aquellas canalizaciones omitían algo tan fundamental para cualquier máquina como
los dispositivos de almacenamiento de energía.

Hitler se detiene, deja de acariciar el fuselaje del VRIL-1 y le pregunta directamente


a Schumann si él sabe cómo se realizará la prueba y si tiene alguna esperanza de que la
máquina funcione, si el viaje que todos los invitados han realizado desde Berlín tendrá
recompensa o será pérdida de tiempo valiosísimo para Alemania. Y Schumann, entre
fastidiado y resignado, se limita a contestar lo que puede, que en menos de una hora
aquellas dudas quedarán despejadas.

Comienza el protocolo para la prueba. La nave ya está estacionada sobre la losa


de despegue, justo sobre la gran Runa Sigel que el equipo científico pintó días antes.

Los técnicos se ubican a diez metros de distancia del VRIL-1, atentos. Los invitados
más lejos todavía, detrás de una barrera de metal, a veinte metros.

Entre los invitados están los miembros de la cúpula nazi, Adolf Hitler, Rudolf
Hess, Karl Haushofer y Heinrich Himmler; y de parte de los financistas William Farish,
representante en Berlín de la empresa estadounidense Standard Oil, y Adolf Eichmann,
representante de Vacuum Oil Company, compañía que también pertenece a la familia
estadounidense Rockefeller.

Las médiums María Orsic, Sigrun y Traute ingresan a la zona de despegue vestidas
con sus túnicas blanco invierno, con los cabellos sueltos y usando tiaras con soles negros
al centro; se detienen frente a la nave, se paran justo sobre la punta que sobresale de
la runa dibujada en el suelo.

Desde una carpa, y junto a un concentrado doctor Schumann, sale un piloto, un


entusiasta joven que sonríe hacia los asistentes. Está vestido con traje de piloto nazi de
aviones de guerra, lleva una suástica en el brazo derecho. El aviador sube al VRIL-1 y
comienza, en conjunto con Schumann, a revisar los comandos de la nave. Desde fuera
los invitados pueden ver parte de lo que ocurre dentro de la nave porque la tapa de

46 Los Ovnis de Hitler


la cabina está levantada, abierta.

Schumann hace una seña al equipo de ingenieros para que se aleje un poco más;
mira a María y le asiente subiendo y bajando la cabeza.

María devuelve el gesto a pesar de que no sale de su actitud concentrada. Les habla
a las Vril Damen y comienzan a recitar un mantra en lengua sumeria, inentendible
para el resto.

Schumann se despide del piloto deseándole Viel glück!, cierra la escotilla, baja del
VRIL-1 y camina hasta acomodarse junto al resto del equipo científico, a unos quince
metros de la nave.

Pasan cinco minutos. El canto monótono de las médiums aburre a la gente. Técnicos
e ingenieros siguen en la misma posición expectante. Políticos, representantes del
empresariado y miembros de la Sociedad Thule se impacientan, murmullan entre ellos.
Himmler, Haushofer y Eichmann comparten sarcasmos. Schumann se mantiene muy
serio. Hitler observa callado y serio, no habla con nadie.

Los espectadores escuchan un zumbido que hace vibrar tanto al piso como al
aire en aquella meseta montañosa. Se produce una conmoción moderada, que saca
comentarios entre los espectadores.

El doctor Schumann le habla por radio al piloto para que vuelva a concentrarse
en el tablero de control del VRIL-1. Dentro de la nave el muchacho, muy serio, asume
la posición.

Haushofer golpea el hombro de Himmler y le recomienda que mire a las Vril Damen:
los cabellos de las tres médiums se están levantando y se agitan como si estuvieran
siendo sometidos por corrientes de aire –o de agua, como si estuvieran bajo el mar–.
Es un movimiento sutil pero visible.

Aumenta el volumen de aquel zumbido que baja desde el cielo. Ya no solo se mecen
los cabellos de las Vril Damen, también los arbustos aledaños. La tierra tiembla con
fuerzas. Los espectadores se inquietan. Algunos técnicos se ocultan tras las máquinas
con las que trabajan.

Se iluminan las cimas de las montañas, se pintan de azul intenso. Violentamente,


por el oeste, aparece un rayo que cae directo sobre el VRIL-1. El golpe es iracundo y
ruidoso, el fogonazo los encandila a todos en aquella meseta. Sin embargo, a pesar
de la rudeza del golpe de luz, para cuando los espectadores recuperan la vista todo
en el paisaje está intacto.

Los Ovnis de Hitler 47


El piloto dentro del VRIL-1 vuelve del encandilamiento que le produjo el fogonazo
que cayó del cielo. Abre lentamente los ojos y se da cuenta de que el tablero de la nave
está completamente encendido y que el propio platillo volador tiembla, que su motor
está funcionando, que está lleno de energía. El muchacho sonríe y se comunica por
radio con el doctor Schumann.

Por fuera la nave está intacta. La recorren algunos hilillos eléctricos de luz azul,
que aparecen encima y desaparecen en los alrededores, absorbidos por la tierra del
monte Untersberg.

Las Vril Damen dejan de cantar el mantra en sumerio y se alejan unos metros de
la nave.

María hace una señal a Schumann, quien luego se dirige por radio al piloto, quien
dentro del VRIL-1 asiente y acciona comandos dentro de la cabina.

La panza del VRIL-1 se ilumina de color violeta. El público se impacta, algunos


dejan escapar gritos de asombro.

La base de la nave comienza a girar. De a poco el movimiento se vuelve más rápido,


hasta que el aparato completo se eleva 30 metros. El público exclama, maravillado.

El VRIL-1 inicia su primer vuelo. Alcanza a hacer algunas figuras en el cielo. Hasta
que de pronto enfila directo contra la falda del monte Untersberg, se estrella y estalla
como un fuego de artificio.

48 Los Ovnis de Hitler


Los Ovnis de Hitler 49
50 Los Ovnis de Hitler
1935/Berlín

Hitler, Himmler, Hess y el doctor Winfried Schumann conversan alrededor del


escritorio del dictador, dentro el despacho del Führer en la Cancillería alemana. Hitler
se muestra muy interesado. Himmler se frota las manos de felicidad. Hess casi no
pestañea. El doctor Schumann les cuenta cómo se ha desarrollado el Proyecto Jäger
luego de la primera prueba, aquella en el monte Untersberg.

Schumann comenta que dos meses después el VRIL-2, una navecilla con forma
de platillo idéntica a la primera versión, también recibió la descarga azul de un rayo
repentino, pero que ardió y explotó en la loza donde estaba, que no alcanzó a elevarse.
Que luego el equipo probó cambiando el diseño, pero tampoco hubo éxito; que el
VRIL-3, por ejemplo, era un poco más alargado y plano que sus antecesores e incluso
pudo sobrevolar los hangares donde se desarrolla el proyecto, que realizó una serie de
maniobras, pero cuando el piloto aceleró la nave se deshizo en el cielo. Que el cuarto
prototipo fue otra falla innombrable y que el equipo había perdido sus esperanzas
hasta que despegó el VRIL-5, pues aquella nave cambió las cosas.

El VRIL-5 es más grande que los anteriores, la tripulación es de cuatro personas


sentadas. Descansa sobre una base de piedra pero cubierta con lozas. Esas mismas
lozas cubren el fuselaje completo de la nave: es un aparato distinto a la vista, entre
otras razones porque brilla mucho. La plataforma de lanzamiento está justo fuera del
hangar número 1 de Berlín, rodeada por técnicos –donde destaca el propio doctor
Schumann– y por las Vril Damen –todas con cabellos larguísimos y sueltos, vestidas
con túnicas blanco invierno–, quienes le echan las últimas miradas a la nave.

Dentro de la Cancillería Schumann les explica a los líderes nazi que para el VRIL-5
se usaron las últimas canalizaciones mediúmnicas de María Orsic, donde entre otras
especificaciones llegó un plano con el sistema que crea y almacena energía para alimentar
al VRIL-5 mientras vuela. Que, hasta donde él sabe, se acabaron los rayos extraños que
caían sobre las naves del proyecto desde cielos extrañamente despejados.

En el hangar donde se desarrolla el proyecto, la tripulación del VRIL-5 entra en la


cabina. Los cuatro pilotos de guerra –con suásticas en sus uniformes– se sientan frente
a las consolas de control, donde son ayudados por técnicos de diversa índole para
ajustar asientos y cinturones y verificar el funcionamiento de los tableros de control.

Los Ovnis de Hitler 51


Técnicos y las Vril Damen se alejan del VRIL-5. Se echa a andar el dispositivo de
carga de energía. La panza de la nave genera una luz violeta que pinta a las lozas de la
plataforma y del vehículo. El VRIL-5 comienza a elevarse.

En la Cancillería, el doctor Schumann explica que en el VRIL-5 se instaló el dispositivo


descrito en las últimas canalizaciones de María Orsic. Se trata de tres discos de tamaños
distintos: seis, ocho y siete metros, unidos por un eje común, un agujero de un metro
de largo y 80 centímetros de ancho. Los discos de arriba y abajo giran y el del medio
se mantiene estabilizado porque va pegado a la estructura de la nave. Cuando el motor
funciona, los discos giran en direcciones opuestas, generando un campo de rotación
electromagnético... Schumann pide disculpas a los líderes nazi porque tiene muy claro
que el dispositivo que genera la energía antigravitacional es difícil de imaginar, pero
que mirado desde afuera parece una campana enorme.

En el hangar, el VRIL-5 toma altura, está a varios cientos de metros del suelo.
Comienza a moverse hacia delante, primero lentamente, luego a más velocidad.
Hasta que de pronto, sin aviso, agarra un vuelo inaudito, recorre cinco kilómetros en
milisegundos y desaparece.

En la Cancillería, el doctor Schumann explica, aún sorprendido y consternado,


que el VRIL-5 desapareció justo frente a sus ojos, que durante segundos nadie en el
equipo, ni técnicos ni médiums, supo qué hacer ni qué decir. Y que luego los atacó
la desesperanza que ha caracterizado al grupo científico que trabaja en el proyecto,
porque es muy difícil laborar en aquellas condiciones tan lejanas al método científico
propiamente tal.

Hitler arruga el ceño mientras consulta si se sabe qué ocurrió con la nave. Schumann
contesta que una hora más tarde, luego de que el platillo desapareció, llamaron al
hangar los guardias del límite norte del aeródromo –la propiedad estatal donde se
realiza el proyecto–, pues ahí estaba la nave, metida dentro de un pequeño bosque.

Hitler se pone en pie y echa a andar por el despacho, llevando las manos detrás de
su espalda. Pregunta por el estado de la tripulación y si a través de ellos pudieron saber
a dónde fue el VRIL-5. Pero Schumann contesta que nadie volvió, que no encontraron a
los pilotos dentro del VRIL-5 ni en los alrededores. Solo la nave, nada más, ni siquiera
un girón de ropa…

Los tres políticos fruncen sus ceños. Hitler vuelve a acercarse a su escritorio y le
pide a Hess que le convide un poco de Tokio. Hess la espolvorea sobre el escritorio
y, luego de alinearla usando una hoja de papel blanco, inhalan ambos. Adolf se dirige

52 Los Ovnis de Hitler


a Schumann, mostrando el polvo blanco sobre la madera. Pero el físico se excusa
amablemente argumentando que si consume un energizante a esa hora no dormirá
en toda la noche.

Himmler extrae de uno de los bolsillos de su chaqueta un paquete tubular donde


se lee Pervitin, lo abre, toma un comprimido, se lo echa a la boca y lo traga con agua.
Luego el propio Himmler pregunta por las condiciones de la nave.

El VRIL-5 está metido dentro de un bosquecillo. Luce entero pero estropeado,


y no solo por el eventual aterrizaje forzoso. Le faltan piezas de las lozas que antes
cubrían por completo su fuselaje y que eran radiantes; ahora son opacas, trajinadas,
han envejecido. Un grupo de técnicos revisa la nave por todos lados. Seis de las siete
Vril Damen observan desde lejos.
María Orsic y el doctor Schumann están dentro del VRIL-5. El interior huele mal,
ambos tapan sus narices tratando de escaparle al asco. La cabina luce como si alguien
hubiera vivido mucho tiempo allí y hubiera tenido que comer, dormir y defecar sin
poder salir. Las paredes y las consolas están manchadas, y es imposible saber qué
provocó aquellas máculas.

En la Cancillería, Schumann comenta que le hicieron varios exámenes a la nave,


pues el desgaste por dentro y por fuera era escandaloso, y que todo indica que el viaje
que hizo es inverosímil.
Hitler se sienta ante su escritorio, frente a Hess, Himmler y Schumann. El físico
dice que los ingenieros que estudiaron la nave aseguran que el aparato estuvo afuera,
lejos, quién sabe dónde, durante por lo menos cien años.
Los tres políticos quedan boquiabiertos. Hitler le pide a Schumann que explique
de qué está hablando y el doctor especula diciendo que creen que el VRIL-5 hizo un
viaje a través del tiempo, que aparentemente el VRIL-5 o fue cien años hacia el pasado
o hacia el futuro, y que no tienen idea de a qué parte del universo.

Silencio. Los comensales se miran unos a otros, sin reaccionar. De pronto Himmler,
estupefacto, pregunta si el equipo científico cree que el VRIL-5 viajó a Aldebarán. El
doctor Schumann sube y baja los hombros, no tiene la menor idea de lo que ha pasado.
Contesta diciendo que cumple con avisarles, que justo en esos momentos María Orsic
y sus Vril Damen se encuentran canalizando más mensajes desde el espacio exterior.
Que el grupo de científicos trata de entender qué pasó con el VRIL-5 pero no tiene
respuestas para nada, ni acerca del viaje ni de la suerte de los pilotos.

Adolf Hitler se pone en pie y vuelve a caminar con las manos detrás de la espalda.
Se detiene, se levanta sobre las puntas de los pies y ordena que ya es hora de que el
Tercer Reich tome cartas en este asunto. Le comunica a Himmler que queda a cargo

Los Ovnis de Hitler 53


del Proyecto Jäger y luego se dirige al doctor Schumann, le dice que si lo que los
científicos infieren hasta ahora es cierto, el futuro de Alemania está asegurado, pero
que para cerciorarse Alemania pondrá a disposición del proyecto todos los recursos
que sea necesario.

Rudolf Hess y Heinrich Himmler salen de la oficina del Adolf Hitler en la Cancillería.
Hess mira el suelo, las puntas de sus botas mientras avanza por un pasillo amplio.
Himmler, embelesado, ve hacia el frente con los ojos bien abiertos, sin pestañear. Son
autómatas ensimismados en futuros distintos pero marcados por los mismos designios.
Hess le pregunta a Himmler si puede acompañarlo hasta su oficina, que ahí deben
conversar aspectos importantísimos acerca de lo que vendrá.

En cuanto se quedan solos dentro del despacho de Hess, el segundo hombre del
Reich le consulta a Himmler si sopesa el encargo del Führer, si entiende qué implica
manejar aquel arsenal de armas excepcionales; y el líder de las SS responde que por
supuesto, que pondrá a disposición del Proyecto Jäger todos los recursos que sean
necesarios.

Hess se sienta sobre una silla e invita a Himmler a que lo imite. Cuando están frente
a frente Hess acomoda las manos sobre las rodillas, endereza bien su columna y trata
de hablar pero en primera instancia no puede. El discurso se le ahoga en la garganta,
en una emoción contenida. Sus ojos se repletan con lágrimas. Cuando por fin puede
abrir la boca, dice ¿Sabías que Heinrich I de Sajonia, hijo de Otón de Sajonia, podía
curar las escrófulas que causaba la tuberculosis? Le bastaba con tocar a su súbdito
enfermo y esas bolas horrendas y pestilentes se desvanecían. Los príncipes alemanes
sabían de sus poderes especiales y le temían y le respetaban; pero el pueblo lo amaba,
pues podía obrar milagros. Tú, estimado Heinrich, eres el encargado de la facturación
de los milagros que debe realizar nuestro Führer: ¿estás seguro de que entiendes tu
encomienda?

Himmler baja la mirada, la pega en las puntas de las botas de Rudolf y frunce el
ceño. Sus ojos se han llenado de lágrimas.

54 Los Ovnis de Hitler


Los Ovnis de Hitler 55
1936/Nueva York – Colorado (Estados Unidos)

El escritor George Viereck abre la puerta de su departamento y enciende la luz.


La residencia es muy fina pero luce polvorienta y levemente desordenada, papeles y
libros por doquier.

Mira las dos maletas que conforman su equipaje, que descansa en medio de la sala
de estar para volver a emprender viaje, y luego entra a su escritorio. Se acerca a una
repisa enorme, donde solo hay revistas –no libros–. Chequea revistas antiguas. Cada
una anuncia en portada entrevistas a conocidas personalidades de principios del siglo
XX: Sigmund Freud, Albert Einstein, Nikola Tesla, Adolf Hitler. En esta última destaca
una foto en la que Hitler y Viereck aparecen sonrientes y estrechando las manos.

Viereck sonríe melancólico. Deja la revista donde aparece con Tesla sobre su
escritorio. Apaga la luz, camina hacia el interior del departamento y entra a su dormitorio.

La habitación del hotel New Yorker donde se aloja Nikola Tesla es un desorden
polvoriento, hay papeles sueltos y/o ajados por doquier.

Sobre la mesa escritorio descansa un gato viejo, en cuyo cuello cuelga una plaquita
que dice Macka –que en croata significa “Gato”–. El animal mira por la ventana.

Al lado del gato está el anciano Nikola Tesla, café en mano, asomado a la ventana
para observar a la fauna humana que deambula durante la madrugada entre la calle
Cuarenta y Cuatro y la Octava Avenida. Tesla es enorme, más de dos metros de altura.
Siente frío. Está cansado. No le queda más que pellejo, tiene pocos dientes y su postizo
apenas sirve para cubrir la cavidad de su boca, cuya musculatura luce floja, cuyos labios
cuelgan; es un hombre hirsuto y aquello acentúa el tamaño de su nariz ganchuda.

Tesla acaricia al gato, deja el tazón de café, vacío, sobre la cubierta de su escritorio
y emprende hacia su dormitorio. Luego de un par de segundos sale portando una
maleta grande y un bolso de mano.

Tesla y Viereck se encuentran, cada uno portando su equipaje, frente al enorme


reloj del hall de la estación Gran Central de Nueva York. Se saludan amablemente,

56 Los Ovnis de Hitler


consultan sus relojes y caminan juntos hasta un andén.

Minutos más tarde suben al vagón de lujo de un tren. Un funcionario de ferrocarriles


anuncia a viva voz que el transporte comenzará su viaje en treinta minutos.

Tesla y Viereck acomodan sus equipajes dentro de dormitorios contiguos. Ambos


salen y se encuentran en el pasillo. El periodista pregunta cuánto les tomará el viaje
hasta Colorado Springs y si en alguna estación tendrán tiempo para que él envíe
correspondencia hacia Alemania. El científico contesta que serán unas diez horas hasta
su destino y que podrá enviar su correo en cualquiera de las próximas estaciones.

Tesla y Viereck cenan y comparten, muy amenos, en el vagón comedor de la primera


clase de aquel tren.

Los Ovnis de Hitler 57


58 Los Ovnis de Hitler
1936/Berlín
El VRIL-6 vuela a toda velocidad por sobre los hangares del proyecto aeroespacial.

Es una nave más grande aún que el modelo anterior, en la cabina hay seis pilotos
controlándola. La tripulación es guiada por la propia María Orsic, quien camina dentro
del aparato dando instrucciones.

El VRIL-6 aterriza suavemente, de manera vertical, frente a uno de los hangares


del proyecto aeroespacial. Se posa sobre una pista cubierta con losas relucientes. Se
abre la escotilla y la primera en bajar es María Orsic.

Abajo, junto a la pista de aterrizaje, María se encuentra con Winfried Otto Schumann,
otros técnicos del proyecto y con Heinrich Himmler, quien viste como Reichsführer de
las SS y es escoltado por cuatro oficiales de aquellas fuerzas especiales –cuatro tipos
altísimos, rubios y de ojos azules que visten uniformes negros, como corresponde a la
oficialidad de aquel cuerpo paramilitar de protección para la cúpula nacionalsocialista–.

Himmler felicita a Orsic y a Schumann por los avances del proyecto y consulta
cómo vislumbran su futuro cercano. Schumann contesta que han avanzado pero que
aún no encuentran la forma en que el VRIL-6 pueda almacenar suficiente energía
como para realizar viajes largos, que es lo que pretende el Führer, que el sistema de
almacenamiento no es suficiente y que los vuelos gastan cantidades inusitadas de
energías, sobre todo cuando la nave acelera. María complementa informando que las
médiums han redoblado esfuerzos para canalizar más información desde Aldebarán.

Himmler sonríe y les informa que ya han encontrado una nueva casa para el
Proyecto Jäger y que están acomodando las instalaciones para recibirlo cuanto antes,
les asegura que más o menos en un año podrán mudarse tranquilamente, todos, a las
instalaciones del castillo de Wewelsburg.

Los Ovnis de Hitler 59


Torre Tesla

60 Los Ovnis de Hitler


La Estación Experimental de Nikola Tesla fue construida en la localidad
estadounidense de Colorado Springs en 1899. Allí el genio croata estudió la
electricidad de alta tensión y la transmisión de energía inalámbrica, y construyó
la bobina Tesla más grande, que medía casi 16 metros de diámetro.

1936/Colorado Springs

Es de noche. Tesla y Viereck comparten dentro de la casa de campo que el científico


compró hace años en Colorado Springs. Conversan frente a la chimenea encendida.
El escritor le cuenta al ingeniero acerca de los alcances de su último libro y el anciano
escucha atentamente.

Tesla se levanta y le pide a Viereck que lo acompañe. El escritor también se pone


en pie y ambos enfilan desde la pieza donde domina la chimenea hacia una puerta
de madera. La abren, la traspasan y entran en un taller inmenso, que mide ciento
cincuenta metros cuadrados. Hay máquinas en todos los rincones, armazones metálicos
distribuidos dentro del cuarto –unos pequeños, unos medianos y otros inmensos–,
piezas y herramientas de metal sobre grandes mesones que además están atiborrados
con planos y papeles escritos con datos y precisiones matemáticas. Tesla sigue caminando
hasta otra puerta de madera, Viereck lo acompaña; también la traspasan y entran a un
cuarto pequeño, de unos seis metros cuadrados, donde hay un solo aparato, instalado
sobre una mesa gruesa de patas muy firmes. Es una radio; delante hay un micrófono.
Frente a la mesa que sostiene aquel dispositivo hay una silla. Tesla se sienta y le pide
a Viereck que por favor guarde silencio durante unos segundos. Tesla levanta una
palanca, dispuesta en uno de los costados de la radio, y el aparato se enciende. Los
cabellos de ambos hombres se electrifican y se levantan. Pequeños rayos eléctricos de
color azul recorren el cuarto.

Se escucha la voz de una mujer por los parlantes de la radio. Tesla le contesta.
Viereck reconoce de inmediato la voz de María Orsic y se pone contento. La médium
saluda y también se alegra de saber que al otro lado está Viereck. Pero de inmediato
cambia el tono y les comenta lo que está ocurriendo: les avisa que el proyecto se verá
obligado a cambiar de sede, que se van a Wewelsburg en poco tiempo y que allá las
comunicaciones radiales serán imposibles, que deberán encontrar una forma nueva
de comunicación, porque aquella mudanza no es más que la forma más atenazadora
que tiene el régimen nazi de controlar el desarrollo del Vril y sus naves. Tesla responde
que Viereck viajará lo antes posible a Alemania, que le llevará un encargo suyo a Orsic
y que con eso los técnicos podrán seguir avanzando. Pero además, y sobre la marcha,
Tesla comenta –pues ha escuchado malas noticias, también por radio, ya que se ha
comunicado con Europa– que el nacionalsocialismo le parece peligroso, que las

Los Ovnis de Hitler 61


ambiciones de Hitler para con el Proyecto Jäger le parecen impropias y aclara que no
estará dispuesto a continuar ayudando a distancia si se entera de que sus conocimientos
son utilizados para la creación de armas.

Se hace un silencio, que María rompe asegurando que ella tampoco está dispuesta
para ambiciones bélicas de ningún tipo. Pero cuando la mujer está terminando de
contestar la comunicación se corta.

Tesla apaga el radio. Los cabellos de ambos hombres se relajan de inmediato; y


los dos tratan de arreglar sus peinados lo mejor que pueden usando las manos. El
científico se levanta y le pide a Viereck que lo acompañe de vuelta a la pieza donde
reina la chimenea, pues necesita calor para apaciguar los malestares que afligen a sus
huesos viejos.

Llegan a la chimenea, se sientan justo frente a las llamas y Viereck comenta que
también ha escuchado que Alemania podría movilizar pronto sus tropas por territorio
europeo, pero que todo lo que sabe le ha llegado como rumor.

Aparecen dos gatos y se acercan a Nikola Tesla, quien los recibe, los toma con
delicadeza y los acaricia. Y cuando los acaricia los lomos de los animales se encienden,
parecen bufandas de luz azulada. Viereck exclama, maravillado, que aquello le parece
un milagro. Tesla, sin perder su compostura relajada, le aclara que todos los cuerpos
en el universo son conductores de energía, que en este caso su cuerpo ha canalizado
la electricidad que produjo el aparato de radio con el que se comunicaron con María
Orsic y que aquella energía pasará ahora desde los gatos a cualquier otro rincón de su
casona en Colorado Springs, que lo que está ocurriendo no es un milagro.

Tesla de pronto mira muy serio a Viereck, directo a los ojos, y le dice, a manera
de sentencia, que el encargo que Viereck llevará a Alemania será el último mensaje
que compartirá con María Orsic, que ese será su legado para el Proyecto Jäger, que no
piensa seguir participando a distancia de un proyecto cuyos alcances lucen cada vez
más oscuros.

62 Los Ovnis de Hitler


Los Ovnis de Hitler 63
Castillo de Wewelsburg

64 Los Ovnis de Hitler


Heinrich Himmler arrendó por cien años (a partir de 1934), en nombre del Tercer
Reich, el castillo de Wewelsburg al Distrito de Büren. Su idea era transformar a
esta construcción en la ciudad más importante del planeta, en el centro ideológico
y religioso de la ariosofía. En sus terrenos, además de la academia SS más
importante, se construyeron campos de concentración.

1937/Castillo de Wewelsburg

Heinrich Himmler y un par de colaboradores, los tres vestidos con uniformes de


las SS, están afuera del castillo de Wewelsburg, junto al portón de entrada, el castillo
mismo no se ve. El portón de la reja de entrada es dominado por un inmenso Sol
Negro cuyos sus rayos quebrados son runas: una representación gigante de la figura
que corona las diademas que siempre portan las Hermanas de la Luz cada vez que
canalizan. Aparcado muy cerca hay un automóvil de lujo, donde un chofer espera. Los
tres SS están arrodillados y mirando el suelo de tierra húmeda.

En la tierra húmeda, dentro de un pequeño hoyo que cavaron minutos antes, hay
24 tabletas de marfil muy pequeñas que ostentan runas talladas. Himmler explica,
mirando al suelo, que aquel alfabeto se llama futharc, que está compuesto por 24
símbolos y cada uno tiene su significado; que es uno de los pocos vestigios visibles
de la primera cultura aria, que son su herencia y que todos los arios deben conocerlo
porque tiene un gran poder energético. Himmler asegura que lo que ahora ve en las
runas son excelentes augurios.

Himmler guarda las tablitas de marfil dentro de una bolsita de cuero negro que
luego mete dentro de un bolsillo interior de su abrigo. Se para frente a los dos miembros
de las SS y les discursea que como alemanes son herederos de una raza muy antigua,
la más antigua de todas, que gobernó el planeta durante siglos antes de que fuera
traicionada por las razas animales y cayera en decadencia. Y que como descendientes
de aquella raza primigenia son herederos de todo el planeta.

A los dos soldados SS los recorren escalofríos y se les llenan los ojos de lágrimas.
Himmler mira hacia el interior de la propiedad y comenta que las runas le han entregado
visiones hermosas. Que las salas de meditación dentro del castillo serán las cunas de
los pensadores más importantes de la historia y que gracias a sus consejos los soldados
nazi serán invencibles. Wewelsburg será el centro ideológico de la bendita raza aria.
El ser humano ya no descenderá del mono, ya no será una creación del dios cristiano,
sino de las SS; su líder será el Führer, su patria el Reich, su religión la pureza de sangre.
Wewelsburg será el núcleo de un imperio que durará para siempre, hasta que el Universo
se transforme en otro más grande dominado por un Sol Negro.

Los Ovnis de Hitler 65


Heinrich Himmler les ordena con una seña y los tres caminan hacia el auto.
Se suben los cuatro, incluido el chofer –quien fumaba despreocupado, afirmado
contra el capó del coche–, y el vehículo comienza a trasladarse hacia el interior de
la propiedad. Himmler conversa como si fuera un guía turístico comentando que el
castillo tiene forma de punta de lanza y apunta hacia el sur, hacia la Antártica, que es
donde geográficamente se ubica el origen de la raza aria. Dice que aquel castillo es el
Regressus ad uterum de los nazi, pues con él penetrarán a la Madre Tierra y con su
semen perfecto reanimarán a sus ancestros, quienes viven durmiendo dentro de las
montañas más grandes del planeta, que están en Los Alpes, en los Himalayas y en Los
Andes. Finalmente les pregunta a los dos jóvenes si se dan cuenta de la importancia
de Wewelsburg.

Delante aparece en esplendor el castillo de Wewelsburg. Hay camiones cargados


con áridos y obreros trabajando, construyen los fundamentos de un edificio nuevo,
pues los nazi están ampliando y modificando la estructura original. Himmler explica
que en un futuro muy cercano aquella fortaleza será una ciudad incluso más grande
que Berlín y que albergará a la biblioteca más importante de la historia, mucho más
gloriosa que lo que fue Alejandría.

El auto está llegando a la entrada del castillo de Wewelsburg y se encuentra con un


grupo de jóvenes en pantalones cortos y camisetas, todos rubios y altos, que va saliendo
a trotar por los alrededores. El vehículo avanza lentamente y aparece actividad juvenil
bullente, pues la fortaleza es una especie de colegio/universidad SS. Los muchachos que
acompañan a Himmler lanzan gritos de entusiasmo. Himmler, orgulloso, les asegura
que allí se está labrando el futuro de los superhombres.

El auto se detiene frente a la Torre Sur del castillo de Wewelsburg, donde está el
despacho de Himmler. El jefe de las SS agradece y despide al chofer, se bajan él y los
dos muchachos en uniforme y el auto se va.

Una vez abajo, Himmler les pide que ahora vayan y aseguren el futuro de su raza,
se cuadra y grita Heil, Hitler! Los muchachos le responden al unísono y cuadrándose,
el mismo Heil, Hitler! y luego se alejan hacia el interior de castillo.

Himmler entra a la Torre Sur. Sube por una escalera en caracol, entra a su oficina
y se encuentra con su secretaria, Gerta, una joven muy rubia y regordeta, de curvas
generosas. Ella se pone en pie en cuanto entra su jefe y él la saluda y le pide que lo
acompañe hasta su escritorio. Él se sienta y ella queda en pie, libreta en mano, esperando
a que el Reichsführer le dicte.

Himmler pregunta cómo se llama la masajista bávara, esa que tiene tan buenas
manos, y Gerta contesta que se llama Ilse. Himmler dice que la necesita para mañana
en la mañana, porque hoy por la tarde llega el Führer y el Reichsführer necesita estar

66 Los Ovnis de Hitler


muy relajado. Gerta dice que la citará en cuanto su jefe termine de dictarle tareas.

Himmler toma el auricular de su teléfono, marca un número y exige hablar con


un subalterno. Una vez que le contestan, Himmler ordena que se ejecute la orden de
inmediato: que a los diez sindicalistas y sus familiares los quiere a todos muertos antes
de mediodía.

Himmler corta el teléfono, mira a Gerta a los ojos y sonríe. Ella le devuelve el gesto.

Se escucha un alboroto afuera. Gerta y Himmler se asoman a la ventana. Frente a


la Torre Sur, por fuera del castillo, se extiende una loma pedregosa y húmeda, cubierta
en la parte de abajo por decenas de tumbas alineadas: en cada lápida se leen muy
claramente las letras rúnicas SS. Justo al lado del cementerio están levantando una
plataforma de lanzamiento/aterrizaje para las naves del Proyecto Jäger; es idéntica a la
que se construyó en el hangar de Berlín: base de concreto y cubierta con lozas relucientes
de color blanco invierno. Himmler comenta que en aquel cementerio descansan los
restos de soldados SS muertos en las revueltas de Munich, que están allí esperando
órdenes para volver desde el más allá.

Himmler mira su reloj de pulsera, vuelve a su escritorio, levanta el auricular del


teléfono y pide a la operadora que lo comunique con su casa. Cuando le contestan le
dice a su esposa que solo quería saludarlas y decirles, a ella y a su hija, que las ama,
que espera llegar pronto a casa. Pero sobre la marcha comenta que mañana es el gran
día y que el Führer va a estar en Wewelsburg… Himmler se despide cariñosamente
de su esposa.

Himmler cuelga y vuelve a mirar por la ventana. Gerta lo imita. Se miran, se sonríen.
Heinrich se para detrás de Gerta y le suelta el cabello, que llevaba tomado en un moño.
Es un cabello dorado, muy bello, el líder SS primero lo acaricia y después lo huele. De
pronto Himmler abraza a Gerta por la espalda y comienza a rozar su entrepierna con
los glúteos abultados de la muchacha, quien responde con un gemido leve. Himmler
arrecia manoseando los senos, que son anchos y vigorosos.

Himmler susurra al oído de Gerta que según su profesor de yoga la mejor forma
de preparar a una mujer para un buen coito es masajear sus senos al menos durante
cuatro minutos, siguiendo las direcciones del instinto. Gerta se deja manosear pero
argumenta que no quiere que le pase lo mismo que a Hedwig Potthast, la antigua
secretaria de Himmler, quien tiene dos hijos del Reichsführer pero que fue desterrada
a los Alpes. Gerta termina diciendo que no quiere que la esposa de Himmler se entere.

Himmler sigue en lo suyo y murmura que los miembros de las SS tienen el mandato
gubernamental y divino de vivir al menos en bigamia, pues deben esparcir la pureza
de su sangre por toda la Tierra; que su esposa, Margarete, sabe todo y que está de

Los Ovnis de Hitler 67


acuerdo, que no hay problemas, que Gerta no debe preocuparse por nada.

En el interior de la Torre Norte del castillo de Wewelsburg, dentro de la oficina de


María Orsic, se encuentran la propia María, Sigrun, Traute, Sira, Chefin, Gudrun y Heike,
quienes están en compañía del doctor Winfried Otto Schumann y otros tres técnicos
del Programa Jäger; revisan los datos obtenidos durante las últimas canalizaciones
espiritistas de las Hermanas de la Luz.

De pronto entra Heinrich Himmler, quien llega acompañado por una guardia
personal de cuatro soldados SS, muy fornidos y vestidos con uniformes negros de la
oficialidad. Todos los presentes guardan silencio. Antes de saludar, Himmler se toma
unos segundos para observar a las mujeres; quienes visten túnicas blanco invierno y
llevan sus larguísimos cabellos sueltos. Himmler comenta que no hay nada más bello
en este mundo que la belleza aria.

María Orsic las presenta, dice que ellas son las Vrilerinnen y comenta que sin su
ayuda para ella sería imposible llevar a cabo este proyecto tan vital para el Tercer Reich.
Himmler junta las manos detrás de su espalda, se levanta sobre los talones y a nombre
del Führer les agradece por sus esfuerzos.

El líder de las SS pega la mirada en la mesa donde está el material de trabajo y


le llama la atención que muchos de los datos estén escritos en pequeños papelitos
rectangulares, muchos de ellos arrugados, todos ellos con los extremos encorvados,
como si hubieran pasado metidos mucho tiempo dentro de pequeños tubos. Himmler
se acerca y lee algunos, pero no reconoce palabras, porque están escritos en sánscrito
–cuestión que ni siquiera atisba–, así es que se limita a asentir y a sonreír.

Himmler explica que el Führer llegará al día siguiente, que lo hará tempranísimo
pero antes siquiera de presentarse ante el equipo técnico del Proyecto Jäger atenderá
asuntos de su incumbencia. Sin embargo en la noche, como está previsto, el guía
espiritual del Reich participará junto a todos en el castillo de la ceremonia que está
programada. Luego le consulta a Orsic si tiene todo listo y María asegura que todo
saldrá como se ha planeado.

Himmler pega sus ojos en María, quien no quita la mirada. Himmler sonríe; María
no, es un témpano, no se le mueve un músculo. Pasan unos segundos muy incómodos
para el resto de los presentes, hasta que Himmler asegura que al día siguiente realizará
otra visita, esa vez de inspección. Luego espeta un buenas tardes y se larga acompañado
por sus cuatro guardaespaldas.

68 Los Ovnis de Hitler


Himmler camina por un pasillo interior del castillo de Wewelsburg. Va vestido con
tenida deportiva: pantalones cortos de color negro, camisa de mangas largas de color
café claro –con una suástica en el brazo derecho–, medias largas blancas –hasta las
rodillas– y zapatos negros. Lo acompaña su guardia personal de cuatro oficiales SS.
Avanzan hasta que llegan frente a una puerta antigua, de madera. Himmler la abre y
adentro se encuentra con tres hombres vestidos de manera idéntica a él: Adolf Hitler,
Rudolf Hess y el general SS Jakob Wilhelm Hauer, el profesor de yoga.

Están dentro de una sala abovedada muy amplia y casi vacía. El suelo de cerámica
es dominado por un inmenso Sol Negro. Sobre el suelo, además, hay cuatro pieles de
oveja pelibuey, una delante y las otras tres ordenadas una al lado de la otra.

Himmler se cuadra y saluda Heil Hitler! El resto contesta cortésmente.

Con un gesto, el general Jakob Wilhelm Hauer los invita a sentarse sobre las pieles
de ovejas pelibuey. Cuando los jerarcas nazi se sientan, Hauer les pide que junten las
palmas de las manos al centro de sus pechos, cierren sus ojos y comiencen a respirar
profundo y lento.

Adolf Hitler, Rudolf Hess y Heinrich Himmler realizan el mudra e inhalan profundo.

En el descampado que está detrás de la Torre Sur del castillo, frente a las tumbas
de los SS, las Vril Damen, el doctor Schumann y los técnicos del Proyecto Jäger trabajan
para terminar la plataforma que resistirá a la nave. El grupo conversa, comparte ideas,
discute sin alterarse sobre la loma que soporta al armatoste de concreto y lozas. Las
lozas brillan a pesar de que el día está nublado y gris.

Suena una trompeta y por el sureste aparece el comienzo de una procesión pagana.
El cortejo avanza rápido, a paso marcial, y es multitudinario: soldados SS –oficiales al
frente– y decenas de alumnos de Wewelsburg, todos liderados por Heinrich Himmler
y un hombre vestido como druida o sacerdote, con una capa negra parecida a la de
los dominicos. El desfile se detiene frente al camposanto. Himmler sigue camino hasta
alcanzar a los encargados del Proyecto Jäger.

Himmler se dirige a María Orsic, le comenta que no se ve la nave por ninguna


parte y le pregunta si estará a tiempo para las 21 horas, ya que cada vez falta menos.
Orsic contesta que todo saldrá como se ha planeado.

Los Ovnis de Hitler 69


Vuelve a sonar la trompeta y a llamar la atención sobre el cortejo fúnebre. Los
SS se han detenido frente a cuatro agujeros rectangulares cavados en el cementerio
para recibir a cuatro ataúdes. Llegan los féretros pero no los entierran de inmediato.
El druida negro ordena que abran los cajones. Un hedor nauseabundo se toma la
loma. Varios de los muchachos más jóvenes de la comitiva comienzan a vomitar; dos
se desmayan. Todos los técnicos del Proyecto Jäger se alejan de la colina rápidamente;
los imitan Schumann y las Vrilerinnen; salvo María, quien se queda junto a Himmler
y no luce alterada.

Himmler le pregunta a María si no le molesta lo que ve y huele y la mujer contesta


que no pero que no entiende qué está ocurriendo.

El sacerdote oscuro acaricia, a cada uno en su momento, los rostros de los cuatro
muertos, que llevan ropas de oficiales SS. Uno tiene la cara deforme, como estaría
tras el impacto de un proyectil; el druida lo observa y lo besa en la frente. Himmler,
emocionado por la solemnidad, le cuenta a María que aquellos oficiales murieron
en combate y que aquella ceremonia pretende que sus almas sagradas iluminen las
actividades del castillo.

El monje herético realiza gestos rituales variados hasta que se aleja. Un grupo de
personas con aspecto descuidado, que no son militares, baja los ataúdes y comienza a
palearles tierra encima. María también se toma un tiempo para observarlos. Himmler
le explica que esos son comunistas, alemanes de mala cuna y traicioneros, quienes
fueron detenidos por conspiración contra el Reich y a quienes en Wewelsburg les
encontraron una manera digna para pagar sus deudas.

Hitler, acompañado por Hess, Himmler y el general Jakob Wilhelm Hauer,


todos vestidos con trajes de oficiales, visitan las instalaciones interiores del castillo.
Consecutivamente: la sala de los doce apóstoles o doce caballeros arios, llamada
GruppenführerSaal; un salón circular con doce columnas y un inmenso Sol Negro
reinando en el centro del suelo de mármol y ostentando doce rayos formados cada
uno por dos runas Sigel; una cripta construida bajo la GruppenführerSaal para realizar
ritos telequinéticos, conocida como Walhalla, donde hay doce asientos de piedra y un
círculo central limitado por un muro circular, mientras en el techo reina una suástica
hecha con azulejos.

Hitler se muestra complacido con el paseo y luego pide ayuda a Himmler, le explica
que requiere a la masajista bávara, esa de las manos de seda, pues necesita que le alivien
la espalda, ya que espera estar bien para la ceremonia que comenzará a las 21 horas en
punto. Himmler hace una reverencia y asegura que de inmediato ubicará a la masajista.

70 Los Ovnis de Hitler


¿Confías en Himmler? La pregunta toma por sorpresa a Hess, quien tartamudea
antes de responder que no, que nunca le ha gustado la presencia de aquel mocoso
católico conservador en el seno de la Cancillería. ¿Crees que podrá con este encargo?
Y Rudolf contesta, de inmediato, que lo que ocurra aquella noche debiera decidir
su futuro. Hitler sonríe y asiente subiendo y bajando la cabeza. He pensado que,
si Heinrich no da la talla hoy, el Proyecto Jäger debería pasar a la Wehrmacht, pues
debiera estar en los mismos registros que la Luftwaffe, creo que Göring lo haría muy
bien, ¿qué dices, Rudolf?

Rudolf Hess se toma unos segundos, está hilvanando, le cuesta mucho después
del jab en el mentón que le propinó el Führer, trata de que no se note que lo han
noqueado. Parpadea. Arruga el ceño. Aprieta sus labios hasta que pierden todo el color
y escupe como una bestia malherida: Göring es un pedante. Ahora mismo cree… está
seguro de que es el número dos del Reich. ¡¿De verdad le entregarías las llaves del
futuro espiritual del Imperio a ese drogadicto perdido!?

Hitler sonríe y replica: Se acerca la guerra, mi gran amigo. Se vienen tiempos


aciagos. Tal vez necesitemos echar mano a todo, incluso a lo peor de lo nuestro.

Alrededor de la plataforma de lanzamiento del VRIL-7 hay doscientos soldados SS,


todos armados. Himmler les habla fuerte y claro, ¡custodiar al Führer es la consigna!

De pronto aparecen Hitler y Hess, caminando lentamente hacia el predio. Se


detienen unos segundos justo al lado del cementerio de pequeñas cruces de piedra
donde están sepultados decenas de oficiales SS. Los escolta una guardia de ocho
soldados alemanes armados.

Los doscientos soldados SS y Heinrich Himmler gritan, con entusiasmo, un Heil


Hitler! atronador.

Por orden de Himmler, la guardia de doscientos soldados SS se acerca a Adolf Hitler


y Rudolf Hess y se forma a su alrededor, circundándolos. El grupo completo camina
hacia la plataforma de lanzamiento, que refulge bajo la luz de la luna; y aquella luz le
da un tono azulado. Hitler pide que le den acceso para ver el armatoste. Una vez al
lado, el Führer comenta que la plataforma es muy bonita, que se parece al Santo Grial
del que hablan en Gladstonebury, y sobre la marcha pregunta dónde está el VRIL-7,
porque según su reloj de pulsera faltan cinco minutos para las 21 horas.

Los Ovnis de Hitler 71


Hitler y Hess suben los cuellos de sus gabanes, los espanta el frío, que arrecia en
aquella colina debido a una brisa húmeda que corre rodeando al castillo de Wewelsburg.
Hess le pregunta a Himmler dónde está el equipo del Proyecto Jäger, pues no ve a nadie,
ni siquiera a Schumann. Hess luego mira su reloj de pulsera: son las 21 horas en punto.

Se enciende una serie de luces en el cielo, justo encima de las cabezas de los 204
nazis reunidos al lado del cementerio. Cuatro luces inmensas, discos de color violeta
que comienzan a girar en el sentido de las agujas del reloj.

Los poderosos SS caen presa de un pánico infantil. El movimiento de las luces en


el cielo pinta en el suelo a la estampida de nazis en uniforme. Decenas de oficiales
armados hasta los dientes corren hacia el castillo para encontrar refugio o se parapetan
detrás de las lápidas de sus compañeros muertos. Solo una veintena cierra filas para
continuar defendiendo las vidas de sus líderes ante un eventual ataque aéreo.

La nave comienza a bajar lentamente sobre en el predio de Wewelsburg. Dos


soldados SS le disparan, pero los proyectiles son repelidos por el fuselaje, que queda
intacto. Himmler grita la orden de que cese el fuego y exige que los miedosos vuelvan
a acercarse al Führer so pena de muerte.

El platillo volador se posa sobre la estructura de piedra y cerámica que los técnicos
del Proyecto Jäger construyeron horas antes. La luz violeta que expelen sus propulsores
se esparce por el valle, iluminando la noche fría, pintando los rostros sobrecogidos de
los nazis, manchando las sombras del castillo Wewelsburg.

Hitler repara en que no se oye un sonido, se lo comenta a Hess, quien contesta que
los enemigos no oirán llegar a la nave VRIL-7, que con una flota de máquinas idénticas
ganarán la guerra mucho antes de lo suponían.

Por el rostro de Hess caen lagrimones. Otros oficiales SS lloran. Adolf Hitler está
orgulloso.

El VRIL-7 termina de aterrizar y ya se ve de cuerpo entero. Sobre la cubierta de


la nave, donde el diseño del fuselaje imita las formas de los anillos de Saturno, hay
pintadas cuatro suásticas oficiales –sobre fondos blanco y rojo–, cada una señalando
hacia un punto cardinal.

El platillo se ha posado con la gracia de una abeja sobre la representación megalítica


del Grial y apaga sus propulsores. Vuelven las penumbras al terreno de Wewelsburg,
reaparece el viento para la multitud de nazis y los despierta del trance en el que habían
entrado ante la visión del VRIL-7; comienzan a tiritar.

Se abre una compuerta en la coronilla del platillo volador y deja escapar un haz

72 Los Ovnis de Hitler


plateado que mancha otra vez las nubes negras que cubren el cielo de Westfalia. La figura
contorneada de una mujer aparece cortando la refulgencia. Se detiene unos segundos
fuera de la escotilla recién abierta, mueve la cabeza observando a la concurrencia,
como pensando en si sería buena idea descender en medio de centenas de oficiales
SS armados y asustados. De pronto la mujer misteriosa comienza a levitar.

Rudolf Hess, extasiado, le grita a María Orsic que ella es un instrumento divino
para la raza aria, pues a través de ella sus antepasados les han enviado aquel regalo
maravilloso desde Aldebarán.

Para cuando María detiene su vuelo ante la cúpula del partido nacionalsocialista,
y Hess, Himmler y Hitler pueden observar su rostro perfecto, de ojos azules y cabello
dorado y coronado por un Sol Negro en el centro de la diadema que lo sujeta, los
otros tripulantes ya han bajado. Son las otras hermosas Vrilerinnen, con sus cabellos
sueltos, entre ellas la condesa Von Westarp o Sigrun.

María Orsic le habla directamente a Hitler, le comunica que la presencia Nudimmud


le saluda desde muy lejos y celebra que por fin los alemanes hayan podido encontrar
la forma de hacer funcionar la Tecnología Sicofísica del Vril. Le dice que aquella nave
es un regalo para su raza. Con ella podrán empezar por reconquistar la Tierra. Y luego
iremos más allá, porque Nudimmud nos quiere pronto en Aldebarán. El Tercer Reich
durará mucho más de mil años, comunica María.

Adolf Hitler quiere contestar como Jefe de Estado y de Gobierno pero no puede,
sus labios hacen amagos infructuosos por expeler alguna palabra pero ni siquiera
tartamudea.

Dentro de la oficina de Himmler en el castillo de Wewelsburg están reunidos Hitler,


Hess, Himmler, María Orsic, Sigrun y el doctor Schumann. Conversan sentados, han
cerrado el círculo de la charla acercando sillas y sillones.

Hitler, Hess e Himmler sonríen, lucen extasiados. Lo que vieron ha superado a


sus imaginaciones.

Hitler pregunta cuál es la autonomía de vuelo del VRIL-7 y Schumann contesta


que, hasta donde entienden, debieran ser varios millones de kilómetros. Himmler
consulta cuántos prototipos existen y Schumann responde que el que está afuera es
el único terminado. Hess quiere saber cómo funciona y Schumann dice que intentará
explicarlo con conceptos simples, aunque nada en el Proyecto Jäger lo es… que la
máquina funciona con electromagnetismo generado por implosiones; no debido a
explosiones, como ocurre con todos los motores a combustión conocidos... Aquel

Los Ovnis de Hitler 73


electromagnetismo es lo que María y sus Hermanas de la Luz llaman Vril y que antes
les llegaba desde Aldebarán convertido en aquellos rayos tan poderosos –como aquel
que la cúpula nazi presenció en el monte Untersberg–. Pero que ahora, gracias a la
información obtenida por las Vrilerinnen, el equipo de científicos ha podido construir un
motor que crea Vril. Que son las médiums quienes lo mueven y lo canalizan; Schumann
asegura que ellas son vitales para el proyecto, que sin ellas el proyecto no funciona,
las máquinas no vuelan, que ya lo han intentado en los hangares de Berlín y en las
instalaciones que les construyeron en Wewelsburg, pero que han fallado siempre: la
presencia de las Vril Damen es una condición sine qua non.

Hitler se pone muy serio y dice, casi en voz baja, a modo de arenga, que esas naves
serán sus armas definitivas.

Diez segundos de silencio incómodo. Schumann y María se miran, definiendo quién


contesta. Schumann se adelanta diciendo que por ahora tienen dudas importantes, que
no saben cuánta energía necesita cada nave para funcionar de manera óptima, que en
los modelos anteriores –salvo el número cinco, que tuvo un final distinto– casi siempre
el exceso de energía destruyó los tableros y las naves se volvieron incontrolables, que
en esas condiciones sería muy peligroso habilitar vehículos para las tropas, que habría
grandes posibilidades de perder a muchos valiosos pilotos de guerra.

Otros diez segundos de silencio incómodo. Hitler y María cruzan miradas. Hitler
rompe el status dirigiéndose a la médium, diciéndole que ella es la fuente de este
conocimiento en la Tierra y que si puede decirle cuándo podrán los nazi viajar a
Aldebarán. María carraspea antes de responder que ella no es la fuente de nada, que
es apenas un instrumento de aquella sabiduría y que, como filtro, lo único que puede
asegurarle es lo que le ha llegado desde Aldebarán, que los aldebaranos le han contado
que la Tierra es solo el primer paso, que luego vendrá Marte, que en un par de años
los arios, hijos de los Anunnaki, podrán pisar la Madre Tierra de Aldebarán, pero que
los alemanes deben ser pacientes porque la tecnología del Vril es difícil de manejar.

Hitler entrecierra los párpados, no le gusta lo que acaba de escuchar y comienza a


impacientarse. Le pregunta a María si es cierto que solo las médiums pueden manejar
el Vril y María contesta que hasta ahora solo las Vrilerinnen poseen esa facultad, que
no es que ellas quieran adueñarse de aquella tecnología, pero que por ahora solo
ellas pueden manejarla. Espera unos segundos y luego complementa asegurando que
pronto les llegará más información acerca de cómo manipularla mejor, que eso les
ha adelantado la presencia Nudimmud, que el doctor Schumann espera que gracias a
las próximas instrucciones los arios sepan cómo hacerlo para que sus pilotos tengan
autonomía energética en sus vuelos.

Otros diez segundos de silencio incómodo. Hitler arruga el ceño, está comenzando
a irritarse. Sin dejar de mirar a María le habla al doctor Schumann, le consulta cuál es

74 Los Ovnis de Hitler


el estado del Proyecto Jäger en estos momentos. Y Schumann responde que María y
las Vril Damen han canalizado los planos de dos prototipos de grandes dimensiones,
que los VRIL-8 y 9 debieran poder transportar a unas 30 personas cada uno y, hasta
donde han podido traducir y calcular, los aparatos podrían transportar algo más que
solo gente.

Himmler interviene, perdiendo la paciencia, pregunta si están hablando de armas


de alto impacto y Schumann le dice que es lo que creen pero deben seguir estudiando.

Hitler se pone en pie. El resto de los invitados se levanta, espantado, imitando


al Führer, quien eleva la voz para ordenar que dentro de muy poco los nazi tendrán
a una flotilla de naves VRIL participando en todos los frentes de las campañas que se
avecinan y que aquello no es una consulta, sino una orden perentoria.

Hitler se despide y sale de la oficina de Himmler. El resto se pone en pie y saluda


de manera protocolar: Heil, Hitler!

Himmler le habla directamente a María Orsic, le ordena que ella debe apurar los
procesos, que Alemania necesita ahora de estas armas maravillosas.

María Orsic asiente con la cabeza pero no dice nada. Mira al doctor Schumann,
quien cierra los párpados y menea la cabeza.

Los Ovnis de Hitler 75


76 Los Ovnis de Hitler
La Alemania nazi comenzó las ocupaciones militares en 1935, cuando recuperó
el territorio de la Cuenca del Sarre, administrado por la Sociedad de Naciones. En
1938 invadió Austria y parte de Checoslovaquia.

1939/Polonia

Doce tanques de la Wehrmacht avanzan por un campo de batalla cubierto de


muertos. Cinco de aquellos tanques disparan contra las fortificaciones de un pueblo
polaco, cuyas tropas responden con el fuego de sus fusiles. Detrás de los tanques
aparece la infantería alemana, más de cien soldados, quienes rematan con bayonetas
a los sobrevivientes de la artillería de los panzer.

Justo a la entrada de aquel pueblo polaco, los tanques y los soldados nazi detienen
su andar y dejan tiempo y espacio para el ataque de la Luftwaffe. Dos bombarderos
dejan caer sus cargas en el centro de la ciudad, donde se había parapetado la resistencia.
Las bombas destrozan a las defensas polacas.

Luego del bombardeo de la Luftwaffe, la Wehrmacht retoma el avance. Panzer y


soldados en infantería penetran en el pueblo. A su paso van destrozando lo que queda
de resistencia. Hasta que los tanques llegan a la plaza central, donde el oficial polaco
de más alto rango se rinde ante la superioridad del ataque relámpago germano.

Los Ovnis de Hitler 77


Rockefeller Center

78 Los Ovnis de Hitler


1939/Nueva York

El empresario petrolero estadounidense William Farish entra al edificio de la


compañía Socony, subsidiaria de Standard Oil en Nueva York. Pasea por el lobby
hasta los ascensores, se mete a uno y sube hasta el último piso. Baja en aquel nivel,
donde es recibido amablemente por un hombre alto y delgado, quien lo acompaña
por un corredor hasta la oficina del presidente de Socony. Se abre la puerta y Farish es
recibido por John D. Rockefeller Jr. en un despacho inmenso. Antes de que se sienten
a conversar, el hombre alto y delgado, secretario de Rockefeller, le ofrece un trago al
recién llegado, quien acepta agradecido que le sirvan un whisky en las rocas.

John D. Rockefeller Jr. le ofrece a William Farish un habano. Ambos encienden sus
puros cuando el secretario deja el despacho del presidente de la compañía. Una vez
solos Farish le comenta a su jefe que la situación en Alemania se está complicando,
que Adolf Hitler está mostrando su verdadero rostro, que no es un socio leal, que tiene
una historia política muy sucia, marcada por sus traiciones para con los aristócratas,
industriales y banqueros alemanes que lo llevaron al poder, por los asesinatos
políticos que ha ordenado realizar y por la forma en que se ha comportado durante los
primeros meses de las ocupaciones nazi de Austria, Checoslovaquia y Polonia. Farish
le comenta a Rockefeller Jr. que el nazismo ha reclutado a Adolf Eichmann, quien ya
no es representante de Vacuum Oil Company en Berlín, porque ha decidido aceptar
el llamado patrio que le hizo personalmente Hitler para que se hiciera cargo de parte
de la administración del Estado.

Ambos empresarios se toman unos segundos para fumar y beber. Rockefeller Jr.
pregunta si el resto de las inversiones europeas está en buen camino y Farish contesta
que por el momento sí, pero que el rumor que corre es que Hitler pretende mucho
más que Polonia, y que tanto Turquía como Rusia se están preparando para conflictos
importantes. Farish dice que las explotaciones petroleras en ambos países están
funcionando pero que la salud de aquellas faenas depende de que el conflicto no
se extienda. Rockefeller Jr. contesta que por ahora está todo tranquilo porque tanto
la Luftwaffe como la Wehrmacht dependen de los combustibles y de los aceites de
Standard Oil para funcionar, así es que Hitler no podría, aunque quisiera, ponerles la
bota encima, le pide a Farish que se despreocupe, porque mientras Estados Unidos
no se meta en el conflicto no tendrán problemas ni para funcionar en Europa ni para
vender sus productos como lo están haciendo, y que, hasta donde él sabe, Estados
Unidos no pretende participar. Pero sí le comenta, Rockefeller Jr. a Farish, que le
preocupa especialmente el futuro del Proyecto Jäger, porque ha quedado huérfano
dentro de la maraña geopolítica que Hitler entreteje tanto en Alemania como dentro

Los Ovnis de Hitler 79


de Europa, y le dice que quiere saber qué está pasando, hasta dónde han llegado los
avances del proyecto, quiere saber si es verdad lo que sus espías le han contado, que
las naves ya pueden volar grandes distancias.

William Farish contesta que es efectivo, que el proyecto ahora se desarrolla en


instalaciones nazi, que ni los representantes de Standard Oil ni los de Vacuum Oil
Company pueden entrar a los hangares donde se produce, pues el propio Hitler le
entregó tales responsabilidades a un personaje tan extraño como desconocido, un tal
Heinrich Himmler, de quien Farish sabe poco y nada.

A Rockefeller Jr. le preocupa especialmente la pérdida de la inversión, porque


el Proyecto Jäger para él no representa solo un problema militar, sino geopolítico y
económico, dice que quien controle un tipo tan poderoso de energía y tan distinto
del combustible fósil, terminará dominando efectivamente el planeta, y que no se
imagina un futuro donde ese dominador no sea Standard Oil. Rockefeller Jr. le da una
piteada a su habano, termina de beber su whisky en las rocas e informa, a manera de
confesión –baja el tono de su voz para comentarlo– que deberá informar a algunas
autoridades norteamericanas acerca de lo que está ocurriendo con el Proyecto Jäger,
pues tal vez no sería mala idea que Estados Unidos considerara al menos entrar en
aquella competencia energética.

John D. Rockefeller Jr. le pide a William Farish que apriete un tanto el nudo sobre
el cuello del escritor George Viereck, porque Standard Oil necesita que las naves VRIL
sigan funcionando a media máquina, requiere que aún no sean exitosos. Farish fuma,
termina de beber su whisky en las rocas y asiente.

Rockefeller Jr. le pregunta si desea acompañarlo con otro trago de escocés con
hielo, Farish vuelve a asentir y a sonreír. Rockefeller grita el nombre de su secretario,
el hombre alto y delgado entra a la oficina de su jefe, recibe la orden de servir otro par
de whiskies, la cumple y obedece cuando se le pide que salga de inmediato.

Rockefeller Jr. le pregunta a Farish si es verdad lo que se dice acerca de María


Orsic, que produce erecciones repentinas e involuntarias si un hombre se acerca a un
metro de distancia. Farish sonríe y asegura que eso sucede incluso a varios metros de
distancia, claro que con los hombres cuyas hormonas están bien puestas, que no es el
caso del maricón de George Viereck. Ambos magnates ríen de buena gana, hasta que
sus rostros se tornan colorados.

Dentro del laboratorio que Tesla arrienda en el cuarto piso del número 46 de la
calle Houston, en Manhattan, Nikola le pregunta a George Viereck si efectivamente se
considera nazi, porque ahora que Hitler ha invadido Austria, Checoslovaquia y Polonia

80 Los Ovnis de Hitler


aquella afirmación ya no es políticamente tan aceptada como en 1933. El escritor
contesta que se siente alemán por sobre todas las cosas, y que el amor por su patria es
superior a cualquier otro mandato espiritual, que por el alma alemana él está dispuesto
incluso a entregar la vida.

Tesla le pregunta a Viereck qué tanto sabe de María Orsic y le pide que sea
específico, que no se quede en la mera intuición, que le cuente qué saben los nazi de
ella y qué opinan los líderes de la cúpula alemana acerca de los alcances del Proyecto
Jäger. Viereck contesta que él conoce el plan de María Orsic, que también lo conocen
la condesa Haila von Westarp y el doctor Winfried Otto Schumann, pero que nadie más
tiene siquiera idea de lo que Orsic pretende. El resto de las Vril Damen participa en la
puesta en escena pero ninguna sabe realmente en qué están metidas. Tesla suspira y
consulta qué significa conocer el plan de María Orsic, pues él mismo no lo tiene claro.
Y Viereck responde contando una historia:

1922/Munich

María abre los ojos y no reconoce dónde está. Yace sobre una cama muy amplia,
está tapada solo con una sábana blanca. Le han puesto un pijama que no es suyo. El
dormitorio es amplio, tiene un ventanal muy grande pero tapado con cortinas gruesas,
apenas pasa la luz.

María se incorpora y se encuentra de bruces con el rostro sonriente de Haila von


Westarp. Haila lleva el cabello corto. Se miran unos segundos sin atinar, ninguna, a
decir nada. Finalmente, Haila sonríe y le consulta a María si se siente bien. La médium
asiente pero no entra en detalles. La condesa consulta si le duele la cabeza. María niega
sin abrir la boca. A Haila no le queda otra que sonreír; pero es una sonrisa incómoda,
tal como el momento. Me llamo Haila, dice la aristócrata, y estás en mi casa.

Haila von Westarp le explica a María Orsic que aquel dormitorio es parte de la
propiedad que la familia Von Westarp tiene en Munich, que no supieron a dónde llevarla
cuando se desmayó durante aquel trance tan extraño y que espera que no le moleste
el atrevimiento de cambiar su ropa por aquel pijama.

María sonríe pero está muy incómoda, parece un animal enjaulado que asume su
encierro con resentimiento. Orsic consulta cuánto tiempo estuvo inconsciente y Haila
responde que unas diez horas, que parece que lo que ella hizo fue muy peligroso, que
lo que hizo los tomó por sorpresa a todos, incluso a George Viereck y a ella.

María se amurra y levanta los hombros, dejando entrever que no tiene idea de qué

Los Ovnis de Hitler 81


sucedió hace unas diez horas. Haila se aproxima, se sienta sobre la cama, al lado de
María, le toma una mano, se acerca para hablar susurrando y le pregunta a la médium
cómo lo hizo para elevarse y flotar por el aire.

María niega con la cabeza, sigue sin responder con palabras. Haila cambia el tono,
se vuelve seria, desafiante, le asevera a María que entiende que no quiera reconocerlo,
pues imagina que los magos nunca revelan sus secretos. Haila le suelta la mano a María,
se levanta y se acerca a la puerta del dormitorio. Toma el pomo y, antes de abrir, le
comenta a María que justo afuera está el escritor George Viereck, quien quiere conocer
a la médium pero no se ha atrevido a entrar porque le parece impropio si María no le
brinda su autorización. María asiente con la cabeza y Haila abre la puerta. Entra Viereck,
quien de inmediato celebra la belleza de la muchacha acostada, a pesar de que asegura
no sentir predilección por las mujeres.

El comentario de Viereck suelta sonrisas en María y Haila. El escritor se sienta


al otro lado de la cama y mira directo a los ojos de la médium. Le dice que fue muy
peligroso lo que hizo, pero que es lo más valiente que ha visto en su puta vida. María
vuelve a negar con la cabeza y suelta una risita nerviosa.

Viereck cambia el tono y se pone muy serio. Le pregunta si de verdad no sabe de


qué están hablando, si no recuerda que voló por el salón de fiestas de la casona de la
familia Von Westarp en Munich, durante su presentación ante los miembros muniqueses
de la Sociedad Thule, y que casi mató de la impresión a la casi mitad de los nobles de
Alemania y Austria.

Las mujeres vuelven a reír. Pero Viereck, muy serio, clava su mirada en los ojos
hermosos de María. El escritor baja la voz para confesar que no es la primera vez que
ve un acto como el de María, aunque reconoce que estuvo soberbia, que el truco salió
a la perfección…

María arruga el entrecejo y presiona sus labios con tal fuerza que pierden color.
Se sienta bien, endereza su espalda y la pega al respaldo de la cama. Se ve enorme.
Mientras habla va cambiando la atención sobre sus interlocutores. Haila se intimida,
se echa unos pasos para atrás. Viereck se mantiene en su posición, la expresión de su
rostro no varía. María les confiesa que no sabe cuál es el motivo ni vislumbra el objetivo
que ellos persiguen con la encerrona en que la han metido. Explica que lo que ha
sufrido en trance se manifiesta en vigilia a través de una serie de dolores corporales que
le cuesta explicar, pues afectan a casi todo su cuerpo. Dice que su mente divaga entre
imágenes que supone fueron hechos reales y otras que le parecen robadas de la peor
novela de terror de la historia; que no sabe cómo discriminar entre lo que ocurrió y lo
que imagina. Asegura que no puede responderles, ni a ellos ni a nadie, por algo que
se canaliza a través de su cuerpo físico pero de manera totalmente involuntaria. No
sabe bien quiénes son ellos –Haila y Viereck– ni qué pretenden obtener de ella, pero

82 Los Ovnis de Hitler


les pide respeto por su condición física y algo de piedad para con su ignorancia, pues
la mezcla le produce una sensación de náusea y deseos de salir corriendo de aquel
dormitorio, pero que no lo hace porque no tiene fuerzas. Y concluye exigiéndoles que
la dejen descansar.

Pasan diez segundos en silencio, mirándose. María y Viereck sostienen sus miradas;
es un mini round mental. Hasta que el escritor aclara que aquello no es una emboscada,
sino una conversación que pretende que ellos –Haila y él– encausen sus intereses
políticos. Dice, con charme clasista, que ellos son gente elegante, que jamás tomarían
ventaja de una mujer en una condición mental y física complicadas. Haila complementa
diciendo que aquella es su casa, que María es su huésped, que jamás permitiría que
nadie abusara de uno de sus huéspedes.

María sigue muy seria y con el entrecejo arrugado. Viereck contraataca comentando
que a ellos les interesa un pedazo de mierda qué fue lo que ella canalizó a través de su
cuerpo o de su mente, que no pretenden meterse en eso. Haila retoma argumentando
que se viven tiempos convulsos en Alemania, tiempos de traiciones entre correligionarios
o entre familiares de alta alcurnia, que ya nadie puede vivir sin mirar por encima del
hombro, pues incluso han mandado a matar a gente muy importante.

María, muy seria, los sigue con la mirada. No habla, su conducta es adrede, quiere
escuchar lo que le están diciendo. Viereck le comenta que lo que ella está haciendo
es impresionante. Y Haila le dice que ellos necesitan ser parte de aquel espectáculo,
que van a apoyarla con dinero y con todas las influencias que tienen en Alemania y el
resto de Europa.

María, fastidiada, baja la cabeza. Pega la mirada unos segundos en la sábana –blanca
y suave– que cubre y remarca sus formas. Luego de unos segundos levanta la mirada:
tiene los ojos llorosos y la piel de su rostro ha enrojecido. Emprende una defensa
argumentando que si pudiera explicarles lo que ocurre con ella, lo haría, pero que no
sabe cómo pasa lo que pasa; que no sabe si es un fenómeno o una enfermedad, pero
que desde niña le complica la existencia. Asegura que no tiene nada valioso que pueda
interesarle a nadie en especial y que ellos –Haila y Viereck– están perdiendo su tiempo.

Viereck se pone en pie, muy teatral, camina hacia la puerta, sale unos segundos de
la pieza y vuelve con un dispositivo en la mano derecha, una cajita pequeña conectada a
una serie de cables eléctricos, y la deja sobre la cama, al lado de María Orsic, quien pega
la mirada en el artilugio. El escritor le dice a la mujer croata que cuando tuvieron que
quitarle la ropa para ponerle aquel pijama que es propiedad de Haila, se encontraron
con aquel objeto eléctrico adosado en su cintura.

María se relaja, desapega la espalda del respaldo. Ya no luce tan grande. Mantiene
su silencio, a la espera del jaque mate de los aristócratas.

Los Ovnis de Hitler 83


María Orsic

84 Los Ovnis de Hitler


Viereck procura el remate asegurando que María usó aquel dispositivo para volar
por el salón de la mansión Von Westarp y, tal vez, para modificar el sonido de su voz
durante la sesión espiritista que la presentó ante la cúpula muniquesa de la Sociedad
Thule. El poeta dice que no tienen idea de qué ni cómo lo hizo, que le mostró el aparato
al doctor en Física Winfried Otto Schumann y que tampoco sabe para qué sirve, que ni
siquiera pudo encenderlo. Y concluye enrostrándole a María que ella es un prodigio
y que Haila y él necesitan su ayuda.

María tapa su boca y mira a los dos nobles consecutivamente. Está pensando,
parece relativamente convencida, la encerrona aristocrática parece haber funcionado.
Haila complementa la emboscada diciendo que obtendrán su ayuda de una u otra
forma, por las buenas o las otras, porque todos aquellos esfuerzos no son para ellos,
sino para asegurar un buen futuro para Alemania.

1939/De vuelta en Nueva York

Tesla le pregunta a Viereck si María tiene alguna idea del poder geoestratégico que
está recibiendo, si el escritor cree que la muchacha posee algún conocimiento, aunque
sea vago, acerca de aeronáutica. Y Viereck contesta que cree que no, que sin dudas es
una ingeniera autodidacta impresionante, pero que su intelecto está limitado al acto
de prestidigitación, que en tiempos de paz seguramente ella se habría vuelto famosa,
pues su belleza encandila, porque sobre un escenario habría sido rutilante, pero que
nada más, que sin la presencia en Berlín del doctor en Física Winfried Otto Schumann
el desarrollo del Proyecto Jäger habría sido imposible.

Tesla pregunta por la situación de María ante el poderío nazi, si Viereck cree que
los nazi comparten la idea de que la intelectualidad de María está limitada. Y Viereck
comenta que los nazi tienen las manos semiatadas, porque las evidencias sobre los
avances de las naves VRIL son tan sorprendentes como indiscutibles; que ellos no han
podido encontrar manchas en la biografía de María ni en sus familiares, que el devenir
de su historia personal no tiene fugas, que además está bien conectada dentro de
Alemania, que tiene la bendición de la aristocracia y la burguesía germana ariosófica
–quienes son, a su vez, los financistas de Hitler y su gente–, y que además ha obtenido
reconocimiento de los petroleros estadounidenses, quienes son los grandes financistas
del proyecto.

Tesla camina hacia el interior de su laboratorio, le hace una seña a Viereck para
que lo acompañe. Se acercan a un motor cuadrado, de metal muy grueso, que tiene
una palanca. Tesla mira a Viereck a los ojos, se tapa la boca con el índice de su mano

Los Ovnis de Hitler 85


derecha, emite el sonido ¡shhh!, levanta la palanca del motor cuadrado y el interior
del laboratorio se electrifica por completo; los cabellos de ambos hombres se erizan,
se levantan y flamean hacia el techo. Tesla le dice a Viereck que no solo ha aprendido
a transmitir señales de radio, sino que también a interferirlas cuando es necesario,
que sabe que todos sus laboratorios y su habitación en el hotel New Yorker han sido
intervenidos por espías del gobierno estadounidense y que ahora ha electrificado el
ambiente para que ninguna palabra de las que están a punto de compartir sea captada
por ningún tipo de instrumento. Viereck siente cosquillas por todo su cuerpo, se lo
comunica a Tesla y el científico le dice que se relaje, que es normal y totalmente inocuo.

Tesla le dice a Viereck que le entregará un diario manuscrito, un códice con tapas
de madera que él mismo ha encuadernado, y que aquello será lo último que le enviará
a María, que ya no seguirá participando en el Proyecto Jäger porque desde hace meses
han quedado en evidencia las verdaderas ambiciones del régimen nacionalsocialista
y que él no está dispuesto a responsabilizarse por las locuras bélicas de un grupo de
sicópatas esquizoides. Le pide a Viereck que le envíe todo su cariño a María, porque sabe
que ella está sufriendo con la situación; que le explique a Orsic que tampoco volverán
a comunicarse por radio, porque Tesla ya no quiere saber nada del Proyecto Jäger; que
le diga a la muchacha que le habría encantado conocerla, que es muy raro que dos
croatas nacidos en pueblos distintos se hayan encontrado en condiciones intelectuales
tan similares, que ha disfrutado de los conocimientos que María le ha compartido y de
la locura hermosa de pensar el primer sistema antigravitacional de la historia.

Tesla se aparta unos metros de Viereck, camina hacia un mueble grande, que tiene
vitrinas y varios cajones, abre un cajón y extrae el códice del que había hablado. Camina
de vuelta hasta Viereck, le entrega el diario; se abrazan, se separan y Tesla baja la palanca
del motor cuadrado. Se apaga la energía que electrificaba el aire del laboratorio y se
relajan los cabellos de ambos hombres.

Tesla le pregunta a Viereck si cree que podrá viajar pronto a Berlín y el escritor
contesta que no lo sabe pero que lo intentará otra vez, porque desde que comenzaron
las ocupaciones de Polonia y Checoslovaquia es muy difícil llegar a Alemania por avión.

86 Los Ovnis de Hitler


1940/Castillo de Wewelsburg

Penumbra. Una puerta cerrada. Se escucha la voz horrorizada de una mujer que
está siendo atacada; viene desde dentro del dormitorio. La mujer suplica que por favor
se detengan y el atacante expele primero un gruñido y luego le grita que es una perra
maldita y que como buena puta debería estar agradecida.

Una serie de golpes detrás de la puerta cerrada. La golpiza, finalmente, ha acallado


a la mujer que está siendo ultrajada. El atacante realiza el ultraje. Se oyen susurros de
comparsa, hombres riendo suavemente, lanzando vítores en voz baja. Luego silencio.

Se abre la puerta del dormitorio y sale Heinrich Himmler con la ropa desordenada,
el rostro y los ojos enrojecidos, las venas de la cara marcadas, empapado en su
transpiración. Luego salen de la pieza cuatro guardias vestidos con los uniformes
negros de la oficialidad SS. Himmler se siente satisfecho y asegura que esa puta que
se quedó dentro del dormitorio estaba tan rica como se veía.

Los oficiales SS estallan en risas mientras los cinco se alejan por un pasillo del
castillo de Wewelsburg.

Penumbra. María Orsic abre la cortina de su dormitorio. Le da la espalda a la


puerta. Está en camisón, las formas de su cuerpo hermoso se pegan a la tela, su cabello
está suelto y desordenado. Se queda mirando el paisaje del exterior del castillo de
Wewelsburg durante unos segundos, hasta que alguien toca a la puerta. María, con
desgano, pregunta ¿quién es? sin darse vuelta. La médium Traute se identifica y le grita
que por favor abra la puerta de inmediato, que algo le pasa a Sigrun.

María se voltea, camina apresurada y abre la puerta. Entran Traute y Gudrun,


quienes abrazan a Sigrun. María pregunta qué paso y cuando Sigrun levanta el rostro
Orsic se percata de que tiene varios moretones; uno especialmente grande le cierra el
ojo izquierdo. Traute acusa que fue el duende de mierda de Himmler.

María toma a Sigrun en brazos como si no pesara más que un bebé y la lleva en
vilo hasta su cama, la acuesta y la arropa. Luego mira a las otras Vril Damen y les pide
que se preparen para ir a trabajar y ordena que no mencionen a nadie una palabra de
lo que le ha ocurrido a Sigrun, ni siquiera al doctor Schumann.

Los Ovnis de Hitler 87


Traute y Gudrun miran a María boquiabiertas, absolutamente sorprendidas, pero
luego de unos segundos sopesando salen del dormitorio de la médium.

María cierra la puerta y se acerca a su cama. Sigrun la mira con el ojo que puede
abrir. María se sienta sobre las sábanas y acaricia una mejilla de Sigrun, quien suelta
una lágrima.

Llaman con suavidad. María Orsic abre la puerta de su dormitorio y deja entrar a
una mujer vestida con delantal blanco. Se saludan cortésmente. La mujer camina hacia
la pequeña mesa redonda que sostiene cuadernos y apuntes –todos apilados para dejar
espacio– que está al lado de la ventana, y deposita allí una bandeja que porta dos jarros
llenos y dos vasos de vidrio recién lavados. La mujer se va sin dirigir la mirada hacia
Sigrun, quien descansa arropada hasta las orejas dentro de la cama de María.

La cocinera sale de la pieza, María la despide con amabilidad; luego se voltea y


levanta la voz levemente como para sacar a Sigrun del sopor en el que se encuentra.
La condesa se incorpora y, a duras penas, lidiando con dolores corporales múltiples,
se sienta en la cama y acomoda espalda y cabeza contra el respaldo. Su ojo tumefacto
luce muy mal.

María camina hacia la mesa redonda donde descansa la bandeja recién llegada.
Toma un jarro y llena uno de los vasos. Esta es una mezcla de valeriana con melisa,
te ayudará a calmarte. Le acerca el recipiente de vidrio a Sigrun; quien mientras traga
cierra los ojos. Orsic vuelve a la mesa y llena el otro vaso con el contenido del otro jarro;
luego va hacia el baño y regresa transportando un frasco de vidrio lleno con bolas de
algodón. Saca una, toma el vaso recién servido, se acerca a la cama, se sienta al lado
de Sigrun, le cuenta que aquella es una infusión de hinojo y equinácea y presiona el
algodón empapado contra el ojo herido.

Sigrun carraspea y traga, le duele limpiar su garganta, se queja mientras el bolo


pasa por su tráquea. Agradezco tus hierbas porque se llevan el sabor de mi sangre.
María quita el algodón embebido en hinojo y equinácea, besa la cabeza de su Hermana
de la Luz y la abraza. Y se abrazan.

Sigrun tartamudea: Dime que vale la pena… ¿Sabes qué tenían en común Caterina
Llull i Sabastida, Juana Millán y Sarah Breedlove?, todas fueron empresarias a pesar
de que ni siquiera sabían leer. Juana Millán imprimía libros, imagínate… ¿Y nosotras,
María, que de una u otra forma lo hemos tenido casi todo, que somos empresarias
alemanas?… A nosotras nos violan los hombres que pretenden revivir al viejo mundo
para crear uno nuevo. Nos están usando, nos están exprimiendo y, cuando obtengan
lo que buscan, lo más probable es que vuelvan a violarnos, y tal vez nos maten. Me

88 Los Ovnis de Hitler


duele todo el cuerpo, María, cada poro… Sin embargo, más me duele el alma, la
siento quebrada. Dime que vale la pena…

La cabeza de Sigrun descansa contra el pecho de María, quien acaricia el cabello


de la mujer herida. Ambas miran hacia delante sin parpadear. Orsic recuerda:

1903/Berlín

El sol se ha escondido en Berlín pero su luz aún no se apaga; el cielo estrellado


está manchado con matices anaranjados y violeta, que se van oscureciendo a medida
que la luz solar pierde fuerza.

María Orsic es una niña de ocho años que conversa con su madre, Sabine –una
extraordinaria bailarina de ballet–, en el patio de la casa familiar, junto a la puerta de
un palomar. El criadero es una caseta grande y de color blanco, cuya pintura se ha
descascarado; adentro hay varias decenas de palomas mensajeras de distintos tamaños
y tintes. ¿Sabes cuál es el truco con las palomas mensajeras?, dice Sabine, Estas aves
no van a ninguna parte, nunca se escapan porque aman a sus familias. Cuando una
paloma mensajera vuela es porque está volviendo a su casa. Dentro del palomar, las
aves parece que conversan en su idioma de zureos y arrullos.

María sonríe y luego se separa suavemente de su madre y echa andar hacia la casa,
que tiene la puerta abierta. Cuando Sabine pregunta que a dónde va, la niña contesta
que quiere dibujar.

María camina dentro de su casa buscando implementos para dibujar: lápices de


madera, masa de pan comprimida y vuelta a amasar, que usa como goma de borrar,
y dos hojas blancas y grandes, que saca del escritorio/tablero de su padre –Thomas,
quien es arquitecto–. La casa está iluminada con velas y lámparas que funcionan con
aceite de ballena. Está abierta la puerta que da al patio de la casa.

María sale al patio, allí están sus padres, sus hermanos y sus abuelos, sentados,
parados o caminando alrededor de una mesa tosca y larga hecha con maderos. Es una
noche tibia. María se sienta a la mesa, acomoda los implementos para dibujar entre
los trastos de una cena que terminó hace rato y comienza a dibujar en una de las hojas
de papel blanco. Los adultos de su familia conversan y sus hermanos juegan, ninguno
repara en lo que está haciendo María.

De pronto uno de los hermanos señala al cielo y grita. ¡Miren! ¡Qué es eso!

Los Ovnis de Hitler 89


Todos los familiares –incluida María– miran hacia el cielo estrellado de Berlín,
donde cinco luces azules giran lentamente en el sentido de las agujas del reloj y se
trasladan, también con suavidad, de sur a norte. Todos los familiares reaccionan con
expresiones de emoción e incredulidad: ¡Moj Boze sto je to! ¡Sranje na Boga!

María mira hacia el cielo. Sus ojos lucen perdidos. Ha entrado en trance hipnótico.
Sin quitar la vista del firmamento, con los ojos pegados en el Ovni, la niña cambia la
hoja de papel, pone la que estaba en blanco sobre aquella en la que bosquejaba a una
bailarina de ballet, y comienza a dibujar usando las dos manos, un lápiz en cada una.

El Ovni gira más rápido. En segundos toma una velocidad inverosímil. Los Orsic
gritan de emoción: ¡Ooohhh! ¡Sranje!

María sigue dibujando pero sin mirar su obra. Continúa observando el cielo sin
correr la vista, en trance. El resto de su familia no la ve, pues el Ovni se ha robado
toda la atención.

Las cinco luces del Objeto Volador giran tan rápido que se funden y se transforman
en un rayo de luz azul resplandeciente, en un círculo que gira en el sentido de las
agujas del reloj.

De improviso aquella luz sale despedida hacia el espacio estrellado y se pierde


en un punto indefinido, detrás de unas nubes oscuras. Los Orsic quedan exaltados,
comentando a gritos lo que acaban de ver, entre risas y garabatos arrebatados por la
emoción: ¡Santo Dios! ¡¿Vieron esa mierda?!

La conversación luego del avistamiento dura unos segundos más, hasta que la madre
de María se da cuenta de que la niña sigue mirando el cielo, continúa dibujando con
ambas manos y que la situación no es normal, que parece perturbada: la madre cree
que su hija se ha espantado con lo que acaba de suceder. Sabine se acerca, la siguen
el padre y los abuelos. Los hermanos observan a distancia. ¡¿Hija, qué pasa!? ¡¿María,
estás bien!?

María no responde, sigue ensimismada. Los padres se desesperan, la madre le


toma el rostro y le grita que despierte, el padre la zarandea. La niña recién sale de
aquel ensueño cuando uno de sus hermanos le quita el papel donde sigue dibujando.

María vuelve en sí y mira su alrededor. No entiende por qué tanto escándalo.


Sabine la abraza. El resto de la familia guarda silencio. Además de tener la mirada aún
perdida, María luce tan cansada como si recién hubiera corrido varios kilómetros.
Mamá, quiero dormir.

El hermano que se quedó con el dibujo se lo acerca al padre, quien sigue alterado

90 Los Ovnis de Hitler


por lo que ocurrió con su hija. Thomas mira el papel, se detiene a observarlo y frunce
el ceño, extrañado. Se lo acerca a Sabine y le pregunta ¿Tú viste algo parecido a esto?

La madre mira el dibujo y menea la cabeza, negando. Luego acompaña a María


hacia el interior de la casa, las abuelas las siguen. El padre, los abuelos y los hermanos
se quedan en el patio viéndolas partir hacia los dormitorios.

Uno de los abuelos le pide a Thomas que le enseñe el dibujo y, después de


observarlo –también extrañado–, pregunta ¿Esto lo dibujó la niña?

Thomas Orsic responde en silencio, subiendo y bajando la cabeza, mientras vuelve


a mirar el dibujo: es la versión infantil de un platillo volador enorme, que navega sobre
un rayo de color azul.

1940/Castillo de Wewelsburg

María está sentada sobre la cama, empina su vaso y bebe infusión. En frente está
Sigrun, con otro vaso en la mano, preparándose para escuchar. Nací en un muy mundo
muy limitado. Nací imaginando un futuro que probablemente jamás se concretará.
Cuando tenía doce años imaginé que existía una energía negra y fría que lo mueve
todo, a todo el universo. Imaginé que en el cosmos no hay vacíos, que no existe el vacío
pues lo que no llena la materia lo llena la energía; entonces, si así era, bastaba con
gobernar aquella energía para viajar por siempre. Dos años después yo vi esa energía,
una noche, cuando se acercaba el otoño, la vi en vigilia, estaba bien despierta, la vi
flotando sobre el cielo de Berlín. Yo tenía catorce años, edad suficiente como saber
que si le decía a alguien que había visto energía oscura flotando sobre el cielo de mi
ciudad, con seguridad me llevarían al médico. Además ya tenía mala fama, de bruja
o de loca, incluso dentro de mi familia. Así es que me apliqué en tratar de probar
que aquella energía existe. Tardé dos años en escribir una fórmula matemática. Lo
logré, primero la escribí en alemán y luego pedí que me pagaran clases de latín. A
los dieciocho años por fin pude escribir en latín la fórmula que prueba la existencia
de esa energía negra y fría, pero muy pronto descubrí que muy pocas personas en el
mundo pueden entenderla… ¿Qué por qué la escribí en latín? Porque es la lengua
más precisa de la historia humana, nunca ha habido otra igual; por eso el Derecho
se escribe en latín. Y yo necesitaba que mi fórmula fuera precisa.

María recibe el vaso que usaba Sigrun, se levanta y deja ambos recipientes –
también el que ella utilizaba– sobre la bandeja, que a su vez descansa sobre la mesa/
escritorio de Orsic. Sé que lo que acabo de contarte no explica nada, pero para mí
es lo más parecido a una explicación. Nací así, querida. Lo que hago me sale desde

Los Ovnis de Hitler 91


Sigrun

92 Los Ovnis de Hitler


las entrañas; manejo conocimientos que para la mayoría son inmanejables y no sé
por qué. Yo no creo que la vida de un ser humano sea resultado de lo que puede o
no ofrecerle su entorno, creo que un ser humano puede extraer lo que quiera y le
convenga de su entorno para realizar sus deseos. Esta es la realidad que nos tocó,
Haila. Es perversa. Sé que para la mayoría puede ser insoportable. Pero yo aprendí
desde pequeña a deleitarme con todo lo que veo y aprendo. Vivir en Berlín, en este
tiempo, me abrió un nuevo mundo, el mundo de la ciencia, donde el conocimiento
se adquiere con total libertad y es útil para quien pueda apreciarlo. Digamos que el
mío es un sueño, sí, pero no patriota, es más bien humanista, es un sueño científico,
y lo estoy cumpliendo justo en estos momentos. He llegado tan lejos que ya no puedo
dejarlo, porque en ninguna otra parte del planeta me permitirían empezar desde
cero un proyecto tan inconmensurablemente costoso. ¿Me preguntas si vale la pena?,
pues para mí sí.

Sigrun se desliza por las ropas de la cama hasta que las cubiertas tapan su barbilla,
cierra los ojos y contesta que probablemente su familia seguirá el derrotero marcado
por otros de los clanes aristocráticos que conformaron la Sociedad Thule, que saldrán
por Austria, luego cruzarán Hungría, Rumania y Bulgaria hasta llegar a Turquía, donde
los Von Westarp conocen a una casta de místicos sufíes, los derviches mevledíes, quienes
les brindarán apoyo tanto físico como espiritual. Dice que los Von Sebottendorf y los
Von Arco auf Valley usaron la misma vía de escape, que hasta donde se sabe en ciertos
círculos aristócratas ellos están viviendo allá, a salvo bajo el alero de los espiritualistas
islámicos. Le dice a María que ella también está considerada en su plan de escape y
que extenderá invitaciones para el resto de las Hermanas de la Luz. Ahora necesito,
dormir, hermosa. Parece que tus hierbas mágicas surtieron efecto.

Los técnicos del Proyecto Jäger supervisan la construcción de una nave enorme,
mucho mayor que las anteriores, pero que también tiene forma de platillo. María
Orsic sostiene en sus manos, abierto, el códice y cuaderno de notas que antes Nikola
Tesla le entregó a George Viereck en Nueva York, lo lee y luego observa el prototipo,
comparando.

De pronto una voz detrás de la espalda de Orsic. Himmler trata de sorprenderla


preguntando si aquellas notas han sido tomadas durante sus canalizaciones espirituales.
Pero María no se sorprende. Ni siquiera se da vuelta, contesta sin quitar la vista del
cuaderno de notas, dice que efectivamente son producto de sus canalizaciones y que
gracias a la guía del doctor Winfried Schumann cree que ha llegado a entender.

María por fin se voltea y, sonriendo, mira directo a los ojos de Himmler. El líder
de las SS se muestra entre sorprendido y desilusionado, pues no inoculó el miedo
que pretendía en la médium. María le pregunta si quiere conocer la nave JÄGER-1 por

Los Ovnis de Hitler 93


dentro y, Himmler, recuperándose de la desilusión, contesta que por supuesto.

Técnicos del proyecto supervisan la construcción del interior del enorme platillo
volador. El doctor Winfried Otto Schumann está a cargo, revisa las instalaciones de las
consolas de conducción del aparato. En cuanto ven a Himmler subiendo al transporte,
tanto Schumann como el resto de los técnicos grita Heil!

María le ofrece un tur a Himmler. El aparato es muy grande por dentro, luce igual
que un ferry como para cien personas sentadas. María comenta que, según entienden
luego de revisar cientos de veces los documentos que han recabado gracias a las
canalizaciones espirituales de los mensajes extraterrestres, con aquel aparato o con
uno muy similar los arios debieran poder llegar hasta el planeta Aldebarán.

Himmler y María caminan dentro del JÄGER-1. Orsic explica que allí caben más de
cien personas cómodamente, que las bodegas pueden albergar comida y otros bártulos
como para aguantar sin tribulaciones un par de meses de viaje.

Llegan hasta la sala de motores. Himmler luce impresionado… pero de inmediato


desafía a la médium. Le espeta que si aquellos motores pueden llegar hasta Aldebarán
en poco tiempo, ¿por qué no podrían estar ahora en Londres ayudando a derribar a
esos malditos Spitfire? Las venas del rostro de Himmler parece que fueran a explotar.
Sus ojos se vuelven rojos de ira. Sube el volumen de su voz inesperadamente para
gritarle a María que el Führer cree que esas malditas máquinas no sirven para nada y
que ella, Orsic, debe cambiar esa percepción o su futuro se volverá ruinoso, igual que
para su grupo de brujas malditas.

Himmler emprende retirada hacia la salida del JÄGER-1, pero antes de desaparecer
de escena le grita a María que Hitler quiere que una de esas porquerías voladoras lance
bombas pronto sobre Londres, que a Orsic se le acabó el tiempo de los milagros, pues
ha empezado el momento de la guerra para el grupo de mentirosos del Proyecto Jäger.

María se despide de Sigrun. Se abrazan, la condesa –con el rostro amoratado, el


ojo aún cerrado por la hinchazón– llora y Orsic le acaricia el cabello. Haila se sube al
auto de lujo que ha llegado a buscarla. Detrás de Sigrun entra en el vehículo el escritor
George Viereck, quien cruza miradas con María. El transporte echa a andar y la mujer
croata lo sigue hasta que se pierde, camino al portón de salida de Wewelsburg.

Junto a María están las otras Vril Damen, Traute, Sira, Gudrun, Chefin, y Heike.
Todas observan al automóvil pero ninguna llora.

Himmler, quien hasta ahora miraba desde lejos, se acerca y le habla a María. Le

94 Los Ovnis de Hitler


pregunta si la condesa estará bien, porque lucía enferma durante los últimos días.
María no se da vuelta, sigue mirando lontananza mientras contesta que todas las
Vrilerinnen están pagando con sus vidas, que el Vril les hace daño, que el exceso de
energía va minando primero el intelecto y luego la memoria, porque transportar toda
esa fuerza a través de sus cuerpos está destruyendo sus mentes. Que ninguna de las
Vril Damen duerme más de tres horas cada noche, que todas han padecido episodios
de debilidad emocional y síquica, que todas sufren extrañas visiones en vigilia que más
bien parecen extraídas de pesadillas. María dice que entiende a Sigrun y a su familia,
que quiere protegerla.

Himmler se para al lado de María, su cabeza apenas llega al hombro de la médium.


Muy serio le pregunta si también se siente en peligro. Y María responde que en estos
días todos están en peligro, porque eso es lo que ocurre cuando un país está en guerra.

María se ha recostado sobre su cama para leer el manuscrito que Tesla le hizo llegar
a través de George Viereck. Toma notas en otro cuaderno, uno propio que descansa al
costado, sobre la cubrecama. La cubre la luz de una lámpara de velador.

Las penumbras esconden la puerta de entrada al dormitorio de María. De pronto


se escucha un estruendo, crujen los goznes y en el dintel aparece recortada la figura
minúscula de Heinrich Himmler. Detrás de él se vislumbran los contornos de los
cuerpos uniformados de cuatro oficiales SS. Orsic pregunta, con voz trémula, si quien
está en el dintel es Himmler.

Heinrich Himmler entra al dormitorio de María Orsic con paso decidido. Su


rostro y sus ojos lucen enrojecidos de ira, los bordes de las aletas de su nariz están
manchados con polvo blanco: ha consumido una sobredosis de cocaína. Lo acompañan
y lo flanquean los cuatro oficiales SS. Se acerca decidido al aposento de la médium.

María cierra los dos cuadernos de apuntes, se pone en pie y le pregunta a Himmler
si está bien.

La túnica que cubre a María deja ver sus formas hermosas. Himmler la recorre con
la mirada –sin escrúpulos– y comienza a caminar lentamente a su alrededor. María se
incomoda pero no se mueve y vuelve a preguntarle a Heinrich si se encuentra bien.

Himmler roza el dorso de su mano derecha contra uno de los glúteos perfectos de
María y la médium se estremece. El líder de las SS sigue caminando y vuelve a pararse
delante de la mujer. Le ordena con voz firme que lo acompañe afuera. María deja
escapar una mueca de asco, pues el Reichsführer huele a mierda.

Los Ovnis de Hitler 95


Himmler le muestra a María la puerta del dormitorio. María va al armario, saca un
abrigo, se lo pone, lo cierra y salen todos de la pieza.

Los cuadernos de apuntes quedan, cerrados, sobre la cubrecamas.

María es llevada hasta el cementerio de lápidas SS. Allí la esperan las otras Vril
Damen, Traute, Sira, Gudrun, Chefin, y Heike. A ellas también las vigilan soldados SS
vestidos con los uniformes negros de la oficialidad.

Siete tumbas han sido profanadas, los ataúdes están al aire libre y cerrados, junto
a las excavaciones respectivas. Orsic y su comitiva hostil, encabezada por Heinrich
Himmler, se paran justo delante de las mortajas. Las otras Vrilerinnen son obligadas
por sus custodios a moverse con rapidez, hasta que las ubican junto a María.

Himmler luce fuera de sí, extasiado y narcotizado. Parece que sus ojos y que
las venas de sus sienes van estallar. María no deja escapar un gesto, observa como
sopesando cuándo, por dónde y cómo emprender la retirada. Si siente miedo no se
nota, no se ve condenada a muerte, como sí lucen sus Hermanas de la Luz, quienes
tiemblan –Gudrun incluso lloriquea–.

Himmler ordena, iracundo, que ¡Ahora traigan a las putas!

Un grupo de soldados SS llega escoltando a un piño de siete mujeres vestidas en


harapos pero especialmente hermosas: todas rubias, altas y relativamente bien formadas;
pero están en muy malas condiciones, son esclavas. Los SS obligan, a cada una de estas
prisioneras, a pararse delante de los ataúdes: una mujer por féretro. Luego aparecen
corriendo siete alemanes altos y rubios vestidos en ropa interior y se detienen delante
de cada una de las esclavas.

Las prisioneras lloran y ruegan en idiomas diversos. Himmler, con cara de lunático
desquiciado, se acerca a María, quien vuelve a sentirse invadida por un asco visceral
debido al hedor que emana el jerarca nazi. El líder SS dice que esas mujeres esclavas
son putas del norte de Europa.

Grupos de soldados fuerzan a las mujeres a recostarse de espaldas sobre los ataúdes.
Los alemanes rubios en ropa interior se quitan los calzoncillos. Mientras las prisioneras
son violadas, Himmler le explica a María que esas esclavas nórdicas son depositarias
ahora de semen ario, pues con ese ritual los nazi se están asegurando de que las almas
de sus guerreros muertos vuelvan a corporizarse. Dice que gracias a esa práctica están
recobrando este mundo para ellos; porque este planeta es ario. Y finalmente le grita
fuerte, muy cerca del rostro, que ella, María, no es más que una esclava para los arios.

96 Los Ovnis de Hitler


Uno a uno los violadores van eyaculando dentro de sus víctimas, quienes gritan
de dolor y angustia. Himmler continúa hablándole a María, dice que se asegurará
de sacar lo mejor de ella, de exprimirla, lo mismo que a esas brujas de mierda que
la acompañan. Heinrich asegura que el Führer está aburrido de sus retrasos y ahora
no está en Wewelsburg la puta de la condesa Haila von Westarp, así es que no tiene
quién proteja su ineficacia. Que ahora él, Himmler, está a cargo ciento por ciento del
proyecto y que todas esas brujas putas de mierda tendrán que rendir cuentas ante un
jefe mucho más severo.

Uno a uno los violadores se van levantando. Algunos escupen en los rostros de
las mujeres que acaban de violar. Soldados SS fuerzan a las esclavas a levantarse; todas
y cada una tienen sus vestimentas ensangrentadas a la altura de las entrepiernas. Las
obligan a caminar, aunque apenas pueden mantenerse en pie. Se las llevan a golpes,
empujones y malas palabras. María las sigue con la mirada hasta que se pierden en el
paisaje.

Himmler, con ojos desorbitados, le dice a María que ahora esas mujeres se van a
Berlín, que van a vigilarlas hasta que paran, pues solo les interesan los bebés que los
soldados SS han dejado en sus vientres, que luego verán cómo se deshacen de ellas.

Himmler se empina para acercarse todo lo que pueda a la boca de María, quien
vuelve a remecerse de asco. Himmler, enloquecido, le consulta a María si no le gusta
cómo huele y le dice que es una puta croata hija de gitanos de mierda. Le asegura que
ella, María, aprenderá a besar el terreno que pisan las botas SS. Y le ordena que vuelva
a su cama y duerma todo lo que pueda, porque mañana terminará lo que tenga que
terminar para que esa nave de mierda que está construyendo pueda lanzar bombas
sobre Londres y Moscú. Vuelve a subir el tono para asegurarle a María que se le acabó
la ciencia ficción, porque sus cuentos de bruja no sirven con él.

Himmler escupe una orden y un grupo de soldados SS escolta a la fuerza a todas


las Vrilerinnen de vuelta al castillo de Wewelsburg.

María y las Vril Damen trabajan en el JÄGER-1. Las acompañan Schumann y sus
técnicos. La noticia se ha esparcido, el equipo completo luce condenado al cadalso,
trabajan pero sin energía, con las miradas perdidas, con manos temblorosas. María,
específicamente, no se ve aterrada; como sí las Vril Damen o el propio Schumann,
quienes se mueven y hablan con torpezas, cuyos labios tiritan cuando quieren conversar
sobre cualquier tema. María luce en una pieza pero pensando; está entera y habla con
claridad.

Entra al hangar un oficial SS vestido con su uniforme negro, camina directo y rápido

Los Ovnis de Hitler 97


hasta que se para frente a María y le informa que Himmler requiere conversar con ella
de inmediato, que la espera en el salón de recepción del Castillo de Wewelsburg y que
él, el oficial, está ahí para escoltarla.

María deja lo que estaba haciendo, echa miradas a los técnicos y a las Vril Damen
y sale del taller donde se desarrolla el Proyecto Jäger, delante del soldado que llegó a
buscarla.

Orsic llega hasta el hall de acceso del castillo de Wewelsburg, escoltada por el
soldado SS que fue a buscarla al hangar del Proyecto Jäger. Hay alboroto, está lleno de
criadas y soldados en tareas de todo tipo. La médium echa un vistazo, le parece muy
extraño. El soldado que la escolta le pide que por favor salgan de allí, que Himmler la
espera en el acceso exterior.

María y el soldado salen del castillo por la puerta principal y se encuentran con
una comitiva de automóviles negros de lujo. Destaca el Mercedes Benz 770K Grosser
descapotable donde viajará Himmler. El líder de las SS, aseado y vestido de lujo, se
acerca a María para informarle que el Führer lo requiere en Berlín, que no estará en el
castillo durante por tiempo, que vivirá en la capital hasta que los arios encuentren la
solución final para el problema que les significa la presencia de sus enemigos acérrimos
en este planeta. Heinrich le dice a la médium que parece que ella y su gente tienen un
segundo aire, le aconseja que lo aproveche bien, porque en cuanto él vuelva se hará
cargo de aquello que dejó inconcluso.

Himmler levanta un brazo e indica hacia la puerta de entrada al castillo de Wewelsburg,


donde está parado el general SS Jakob Wilhelm Hauer, el profesor de yoga, vestido de
negro entero y usando unas botas largas, que llegan casi hasta sus rodillas. Himmler
lo presenta a la distancia, dice que el general Hauer lo reemplazará mientras termine
sus responsabilidades en Berlín. Le advierte a María que Jakob Wilhelm es un hombre
muy calmo pero tiene sus límites, y le recomienda que trate de que ni ella ni su gente
traspasen esos límites o el general se verá obligado a utilizar métodos poco amables.

Himmler se cuadra, taconea y grita para la multitud que se ha reunido para la


despedida, Heil, Hitler!, y todos en la entrada del castillo responden de igual forma.

María se voltea, cruza miradas con el general SS Jakob Wilhelm Hauer y luego
emprende de vuelta al interior del Castillo.

98 Los Ovnis de Hitler


Los Ovnis de Hitler 99
100 Los Ovnis de Hitler
TERCERA PARTE

Los Ovnis de Hitler 101


Rudolf Hess

102 Los Ovnis de Hitler


1941/Augsburgo-Berlín-South Lanarkshire

La ciudad de Alejandría era ruidosa. Tal vez había libros por aquí y por allá,
probablemente muchos de ellos enigmáticos y únicos, seguro que escondidos,
privados de luz en bóvedas silentes. Pero Alejandría no era una gran biblioteca sino
un gran mercado. Rudolf Hess tenía que aclararlo en cada mitin donde el tema salía a
colación, que él sabía cómo eran las cosas, que la sabiduría no rebosaba en las calles
alejandrinas, que la piedra y la roca normalmente estaban manchadas con excrementos
de animales domésticos para transporte, que las palabras no estaban escritas en papiros
sempiternos sino que eran gritadas a pura y mera garganta por comerciantes callejeros,
por vendedores proscritos o en voz baja por proxenetas. Alejandría prosperaba pero
no gracias a la sabiduría allí almacenada en rollos, ni por las traducciones de textos
sagrados de las tres grandes religiones de libros, sino debido a los caudales que atraía
su puerto y a sus bodegas siempre atiborradas de alimentos.

Alejandría le parece a Hess de otra vida, no de sus primeros años de infancia


sino de alguna pre-encarnación. Le parece que aquel calor en sus mejillas no es un
recuerdo, sino un invento provocado por alguna lectura estrambótica. Que los olores
de las comidas especiadas, marcados a fuego en algún lugar de su sistema límbico, son
invenciones en vez de recurrencias de su memoria. Porque Hess nunca fue egipcio, ni
por vocación ni por educación. Su padre se preocupó de que fuera germánico, teutón de
palabra y escritura. Porque Hess es, por sobre todo y antes que nada, un buen cristiano
y un alemán medular. El mejor recuerdo que guarda de Egipto es que allí aprendió a
hablar inglés británico con acento prácticamente perfecto, pues casi todos sus amigos
de barrio eran ingleses, porque en aquellos tiempos Alejandría era británica.

Hess le cuenta su experiencia en Alejandría al jerarca nacionalsocialista Alfred


Rosenberg mientras almuerzan en privado en Augsburgo. Cuando termina aquel
encuentro, Rosenberg viaja a Los Alpes a entrevistarse con Hitler. Rudolf, por su lado,
vuelve a su casa. A las 20:00 horas bebe un té junto su esposa Ilse; su hijo, Wolf Rüdiger,
ya está durmiendo. A las 21 horas besa a su esposa en los labios y le informa que el
Führer le ha pedido que viaje hasta Los Alpes y que estará con el guía espiritual de la
nación aria al menos durante una semana. A las 22 horas Rudolf e Ilse Hess hacen el
amor por última vez.

A Rudolf Hess le fascina el inglés pronunciado por actores británicos sobre un


escenario teatral. ¡Le parece tan elegante! Lo había escuchado en Alejandría, después
en Munich –poco antes de que se enlistara como aviador para la Gran Guerra–, luego
en Londres, durante una visita junto a su amigo Eduardo, cuando el inglés todavía era

Los Ovnis de Hitler 103


príncipe de Gales, e incluso en Edimburgo, en el castillo de su amigo personal, el duque
de Hamilton. Ha hablado el idioma inglés durante casi toda su vida y por eso cree que
los orgullosos británicos se acomodan tan bien a su compañía. Eso y además el hecho
de que tanto el príncipe Eduardo como el duque de Hamilton admiran a rabiar tanto a
la figura como a las acciones políticas y militares de Adolf Hitler. Incluso el Führer, antes
de que Hermann Göring, el Reichsmarschall de la Luftwaffe, fallara en la conquista del
reino de ultramar, pensaba que Eduardo sería un excelente representante del Imperio,
era su elegido para cuando Londres estuviera a sus pies.

A las 12.00 horas Rudolf Hess llega hasta la pista de la Luftwaffe en Augsburgo
y prepara su bombardero Messerschmitt Bf 110 de color negro para una misión de
paz. Le quita todas las municiones, no deja siquiera un casquillo que pueda producir
malos entendidos, y se apertrecha con ropas y bártulos que eventualmente le permitan
sobrevivir a las malas condiciones climáticas de Escocia.

Cerca de las 18 horas despega desde Augsburgo hacia el noroeste. Sabe que los
sábado tanto los enemigos como la Luftwaffe bajan sus guardias durante unas horas.
Viaja sin ser detectado por los radares alemanes hasta superar la línea costera de los
Países Bajos. A las 19:30, cuando alcanza la altura de Texel, gira en 90 grados a la
derecha y vuela recto durante unos 30 minutos; luego vuelve a virar en 90 grados
hacia el norte y desciende para viajar a baja altura sobre el Mar del Norte. A esa hora
ya reina la noche más oscura en el norte del mundo. Por unos minutos Hess guarda
la esperanza de que será un itinerario sin sobresaltos. Hasta que se da cuenta de que
por su cola aparece un Spitfire.

El avión inglés comienza a disparar en cuanto está a tiro. A Hess se le vienen de


inmediato a la memoria las refriegas de la Gran Guerra. Ya ha estado en las mismas.
Ya sabe lo que tiene que hacer. Opta por sorprender al caza. El Messerschmitt Bf 110
tiene fama de pesado, de difícil de maniobrar, de mal diseñado. Supone que el piloto
británico que lo persigue tiene en cuenta aquello, supone que el inglés confía en la
superioridad de su propia máquina ante el aeroplano alemán. Por eso Hess, de pronto
y sin aspavientos, primero alza el vuelo hasta tomar gran altura y luego vuela en picada
sobre el Mar del Norte para, finalmente, estabilizar su aparato sobre la superficie del
agua, casi rozando las olas con la panza. El Spitfire da vueltas sobre la masa negra de
océano gélido durante horas, hasta que el piloto se ve obligado a informar a su base
que ha perdido al bimotor nazi y que las alarmas deben encenderse tanto en el norte
de Europa como en las costas de Gran Bretaña.

Hess tiene todo preparado, lo ha acordado con el duque de Hamilton: después de


alcanzar las costas escocesas aterrizará en la pista privada de la Casa Dungavel, pues
las luces estarán encendidas. Aquella propiedad ostenta dos hangares donde hay cajas

104 Los Ovnis de Hitler


de repuestos y dos depósitos de combustible comprados meses antes en Augsburgo,
con el fin de rellenar los estanques del Messerschmitt Bf 110 para cuando Hess vuele
de vuelta a Alemania, una semana más tarde más o menos.

Sin embargo Rudolf va nervioso. Para que su plan funcione debe coordinar él y
coincidir tantas circunstancias que más bien vuela jugando con el destino. Todos sus
músculos están tensos –le duele especialmente donde se juntan su cuello y su espalda–,
siente el estómago apretado, sus tripas punzan, transpira frío, le parece que el avión se
ha transformado en un congelador. Cerca de las 21 horas intercepta comunicaciones
de radionavegación provenientes de radiofaros emplazados en las costas de Dinamarca.
Sabe que basta con que su bombardero sea captado por un radar aliado para que en
minutos sea presa de aviones caza, y él no tiene cómo repeler ningún ataque.

Continúa volando bajo, como buen piloto de guerra, pero varía el trayecto para
soslayar a los radares, se mueve en zigzag cubriendo trayectos paralelos que duran
20 minutos cada uno. Hasta que, a eso de las 22 horas, agarra rumbo a las playas
noroccidentales de Escocia. A las 22.22 ya está sobre la localidad de Embleton y solo
le quedan 30 minutos de combustible.

Jorge de Kent es un tipo alto, rubio, delgado, buen mozo y elegante, un conquistador
bisexual, un mentiroso con fama de doble e incluso triple agente. Pero Rudolf Hess
cree que es su amigo y, además, un legítimo monarquista europeo: después de todo
estuvo a punto de asumir el trono británico cuando abdicó su primo Eduardo y en la
mira del propio Führer durante la primera arremetida nazi contra el reino isleño para
que se encargara de todos los asuntos en Londres una vez que la suástica reinara en vez
de Jorge VI. Y como buen filonazi, Kent, duque de Hamilton, se ofrece para recibir a
Hess en sus tierras escocesas para comenzar desde allí la misión política más importante
de todas: tratar de convencer al primer ministro, Winston Churchill, de que es posible
negociar un armisticio con Berlín. Sin embargo, cuando el Messerschmitt Bf 110 pasa
por encima de la pista de aterrizaje las luces están apagadas, lo mismo que en la Casa
Dungavel. Hess suspira, desilusionado.

Cerca de las 23 horas el combustible solo le regala unos 5 o 7 minutos de vuelo al


bombardero negro, a Hess no le queda más remedio que echar mano al peor escenario
de su temerario plan. Se devuelve hacia el oeste y, cuando está otra vez cerca de la
costa, se deshace de los tanques adicionales de combustible, vira en 180° y vuelve a
buscar la propiedad de Hamilton, donde planea realizar un aterrizaje de emergencia.
Pero tampoco la encuentra.

Hess, ya sin esperanzas, dice en voz alta, con la garganta aterida por un llanto que
nunca suelta, que un tipo como él, un hombre de principios, no tiene nada que hacer
en un mundo como aquel, donde ninguna palabra vale un papiermark, donde los
caballeros son pura mierda chovinista del pasado. Y luego hace lo único que puede:

Los Ovnis de Hitler 105


eleva el bombardero, lo estabiliza y lo deja planear, pues ya no le queda combustible.

El campo a oscuras, el levantamiento de una niebla blanca que amenaza con


engrosarse hasta ocultar el terreno al ojo desnudo, y el hecho de que las hélices
del bimotor ya ni siquiera se mueven, obligan a Hess a abandonar la nave. Pretende
accionar la palanca al costado de su asiento de piloto pero el eyector no funciona.
Ese es, precisamente, uno de los errores en el diseño del Messerschmitt Bf 110, si el
avión se avería en el aire se transforma inmediatamente en un ataúd. Hess lo tenía en
cuenta pero jamás pensó que le ocurriría ni que tendría que usar el último truco de su
arsenal de piloto avezado. A las 23.18 horas Hess invierte la posición del bimotor, lo
pone cabeza abajo, manualmente suelta el techo de la cabina –que vuela hacia atrás a
toda velocidad–, afloja los cinturones de seguridad y se deja caer al vacío. Un minuto
después, en el aire, cae inconsciente.

Cuando abre los ojos, el bimotor Messerschmitt se está estrellando en las afueras de
la localidad de South Lanarkshire. Hess aún flota en el aire. Abre su paracaídas; el jalón
hacia arriba casi le saca los hombros y lo obliga a vomitar lo poco que aún tenía en las
tripas. Sabe que está por tocar tierra pero le es imposible reaccionar adecuadamente.
Hess aterriza muy mal y se parte en varias partes el tobillo derecho. Pero solo se da
cuenta cuando, horas más tarde, trata de levantarse y se va bruces porque el pie diestro
no puede responderle.

Rudolf Hess se mantiene un par de horas afirmando la espalda contra un árbol y


tratando de aguantar el dolor en su pierna derecha gracias al poder de su respiración
(de los ejercicios que en algún momento le había enseñado el capitán SS Jakob Wilhelm
Hauer, profesor de yoga en el castillo de Wewelsburg). Está con los ojos cerrados,
tratando de concentrarse en la entrada y la salida del aire helado de Escocia por sus
fosas nasales, hasta que de pronto, sin aviso previo, siente las púas de un rastrillo
amenazando su garganta y escucha el rarísimo inglés campesino del rubicundo y
barbudo David McLean, quien le pregunta quién mierda es y what the fuck are you
doing on my land?!

1941/Berlín

No hallan respuestas aunque las buscan durante días. Se arman comisiones de


alto nivel, todas de emergencia, pero no encuentran nada que clarifique qué diablos
está pasando. A Adolf Hitler lo asalta una serie de rabietas que termina con cerámicas,
vajilla y decoraciones destruidas en diversas oficinas del Reichskanzler. Pasa una semana
completa en aquellos menesteres, hasta que entre espías y especialistas en inteligencia
nazi llegan a una sola y dura conclusión: Rudolf Hess, mano derecha y mejor amigo

106 Los Ovnis de Hitler


durante décadas del todopoderoso Führer, había planeado escapar desde hacía años,
solo estaba esperando el momento preciso.

El Führer se maldice porque fue incapaz de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo
frente sus narices. Sus informantes le explican cómo fue el devenir de aquella vileza
silenciosa:

Durante el verano de 1940 Rudolf Hess solicitó un avión para supuestamente


realizar vuelos de entrenamiento. Primero se lo pidió al general Ernst Udet, pero el
uniformado denegó el permiso porque Hess no tenía un permiso especial del propio
Hitler. Udet era un héroe condecorado en las dos grandes guerras del continente, así es
que Hess no podía presionarlo. Tuvo que probar con el profesor Willy Messerschmitt,
en la ciudad de Augsburgo. Hess lo hizo a sabiendas de que aquel ingeniero tenía mala
fama, pues sus diseños nunca funcionaban de manera óptima. Y con Messerschmitt
le fue bien, probablemente porque él mismo no se consideraba digno de molestar al
Führer con una petición del segundo a bordo en la causa nacionalsocialista, aunque
fuera peculiar. Hess pudo echarle encima su rango en el partido y en el gobierno de
Hitler, y el diseñador no pudo negarle un avión al lugarteniente del Führer. Rudolf
estuvo durante meses probando modelos y demostró ser un piloto tan experimentado
e inteligente que incluso terminó aconsejando a Messerschmitt algunas mejoras
técnicas para el Bf 110. Le sugirió, por ejemplo, que instalara tanques especiales de
combustible como reserva, bajo las alas, que permitieran al piloto volar durante más
tiempo y más lejos.

Durante todo el otoño de 1940 Hess estuvo recibiendo informes climáticos diarios
desde Noruega y se familiarizó con la estación meteorológica danesa de Kalundborg
para emplearla como transmisor de rumbo. Por las noches estudió la ruta de vuelo
hacia Escocia usando un plano que mantenía colgado en una de las paredes de su
escritorio personal, en su residencia familiar de Berlín; que su esposa vio decenas
veces sin sospechar de qué se trataba.

Rudolf escogió la tarde de un sábado a sabiendas de que Hitler pasaba los fines
de semana en su residencia alpina de Berchtesgaden y de que estaría ocupado viendo
cuestiones de partido con el jerarca nacionalsocialista Alfred Rosenberg. Hess le pidió
a su secretario personal que calculara bien los tiempos para viajar en auto y llegar a las
montañas cuando estuviera atardeciendo, con el fin de que el Führer recibiera la carta
que explicaba su decisión y comportamiento poco antes de irse a acostar y no pudiera
reaccionar a tiempo. Hess sabía que todas las tardes, poco después de las veinte horas,
el doctor Theodore Morell, médico personal de Adolf, inyectaba soporíferos poderosos
en la sangre del Canciller. Cuando Hitler terminó de leer aquella misiva estalló en ira
y Morell se vio obligado de duplicar la dosis de calmantes.

Para Adolf no es suficiente conocer el plan personal de Hess, quien a través de su

Los Ovnis de Hitler 107


carta asegura que su objetivo es alcanzar un acuerdo de paz con los británicos gracias a
los nexos que los nazis mantienen desde hace décadas con buena parte de la aristocracia
isleña. Rudolf asegura en su escrito que solo un armisticio con Londres permitirá que
Alemania caiga sobre Moscú con tranquilidad, que es el gran objetivo del avance militar
germano. El Führer, en cambio, teme que en realidad el de Hess sea un mero acto de
traición, pues hace años que viene perdiendo terreno político ante otras figuras del
nacionalsocialismo: primero debido al carisma del comandante del aire, Hermann
Göring, cuyo esplendoroso futuro como segundo del Reich se ha vuelto nebuloso
después de la victoria aplastante de la Royal Air Force sobre la Luftwaffe; y luego con
Martin Bormann: un mastín burocrático tan gordo que su nuca y su cuello forman un
todo abultado, tan mal agestado –cabello corto casi rapado a navaja y con una nariz
grande, roja y ancha como el pomo de una palanca de cambios– que a primera vista
cualquiera puede pensar que se trata de un gánster que habla tan bajo y ronco como
el zumbido de las alas de un escarabajo; es el encargado de las finanzas en el Partido
Nacional Socialista Obrero Alemán, un animal de argucias oscuras, dado al chisme y
al comidillo palaciego, tan evidentemente ansioso de poder que no oculta sus ganas
de apartar a quien tenga que apartar para hacerse del puesto a la diestra del Führer.

Hitler teme que Hess se vengue tratando de filtrar hacia el enemigo los planes
de expansión del Tercer Reich y que, como consecuencia, la Operación Barbarroja
fracase. Y motivado por aquella majamama de teorías imaginarias, el Führer declara
abiertamente, ante el público alemán y la prensa extranjera, que su ex Stellvertreter
des Führers ha perdido la razón y manda a llamar a Heinrich Himmler con urgencia
de alerta roja, pues necesita que las naves del Proyecto Jäger cumplan a la brevedad
su primer objetivo de guerra.

1941/South Lanarkshire

El inglés con acento bien británico adquirido en Alejandría no le sirve para nada a
Rudolf Hess. El campesino escocés David McLean no le cree ni media palabra cuando le
asegura que se llamaba Alfred Horn, que es capitán inglés, que su avión se ha estrellado
por problemas mecánicos y necesita ubicar a su amigo personal Jorge de Kent, el
duque de Hamilton. McLean atiende con buena fe cristiana las heridas de Hess, incluso
entablilló el tobillo fracturado, pero llamó en cuanto pudo a la policía local, que a su
vez pidió asistencia al Ejército británico, que de inmediato envió a un par de efectivos
para que se hiciera cargo del extraño oficial alemán que, según McLean, curiosamente
hablaba bastante bien el idioma de la reina.

Hess no revela su identidad hasta que queda en evidencia, cuando tiene que
presentarse ante el propio duque de Hamilton como emisario oficial del Tercer Reich

108 Los Ovnis de Hitler


cuyo objetivo es conseguir un acuerdo de paz entre Alemania e Inglaterra.

Dos días más tarde el campesino David McLean aparece, entrevistado por la televisión
estatal británica, contándole al mundo por pantallas y altoparlantes que efectivamente
él ha atrapado al jerarca nazi Rudolf Hess usando las puntas de su rastrillo y que el
prisionero se encuentra en manos del ejército británico en suelo escocés. El primer
ministro, Winston Churchill, telefonea a South Lanarkshire para informarse sobre la
situación y, cuando se entera de que Jorge de Kent está a cargo del interrogatorio
a Hess, envía de inmediato a agentes del MI6 para contrarrestar posibles arranques
fascistas en Escocia.

Sin embargo Jorge de Kent alcanza a agenciarse un tiempo. Usando la influencia


de su título nobiliario y cargos militares, exige a los oficiales que detuvieron a Rudolf
Hess en la residencia del campesino David McLean que le dejen solo con él y otros
tres de los aristócratas más influyentes de todo el Reino, pues necesitan informarse en
profundidad sobre los planes de aquel visitante inesperado.

Además del duque de Hamilton, durante el interrogatorio participan el diplomático


sir Ivone Augustine Kirkpatrick, Subsecretario Permanente de Estado para Asuntos
Exteriores; William Maxwell Aitken, conocido como Lord Beaverbrook, banquero anglo-
canadiense, magnate de la prensa y escritor; y sir John Simon, político que durante su
vida de servicio público ha ocupado varios altos cargos en el gabinete de la primera
magistratura desde el comienzo de la Gran Guerra.

Kirkpatrick le pregunta a Hess si pretende negociar directamente con el rey y el


aludido responde que ha viajado para ofrecer una salida pacífica a quienes quieran
escuchar, que si el rey quiere participar, perfecto, pero que si no, supone que habrá
otros oídos abiertos. Y complementa argumentando que Alemania no necesita que el
conflicto se extienda demasiado. Más bien lo contrario… aunque Berlín tiene a mano
recursos que le permitirán ganar la guerra pronto.

Lord Beaverbrook se impacienta y le pide a Rudolf que vaya al grano, no tienen


tiempo para alargar la conversación, pues el MI6 puede llegar en cualquier momento.
Hess contesta que será sincero porque confía en sus aliados filonazi británicos,
confidencia que el Führer se lanzará pronto sobre Moscú, pues Alemania necesita tanto
el territorio ruso como ciertas instalaciones ubicadas en el norte siberiano; asegura
que la Luftwaffe no pudo con la Royal Air Force en su primer intento pero que Berlín
vendrá de nuevo, que Churchill no ganó nada, solo lo retrasó. Lord Beaverbrook suelta
una carcajada y replica ¡Vaya, amigo: si a usted no le funciona esta negociación, Hitler
personalmente le cortará la cabeza!

El Duque de Hamilton ataja la amargura de aquella broma negra aduciendo


que conoce a Rudolf Hess desde hace años, que es un ser humano muy respetable y

Los Ovnis de Hitler 109


recomienda que los aristócratas británicos sigan escuchándolo. Hess aprovecha el apoyo
y continúa con sus confesiones, comenta que el Reich ya desarrolló armas capaces
de solucionar el conflicto de manera efectiva y rápida, pero teme que si se ocupan
la eventual destrucción de territorios y la cantidad de muertes británicas y alemanas
sobrepase los límites aceptables.

Sir John Simon responde con parsimonia y soberbia que un arma no es tal hasta
que no se aplica en terreno, constata que las autoridades británicas han recibido
noticias acerca de los esfuerzos militares alemanes pero algunas noticias le parecen del
todo descabelladas. Muy preocupado, el Duque de Hamilton pregunta si los alemanes
probarán su armamento nuevo en Gran Bretaña y Hess contesta que no aún, que los
planes son otros, pero que muy pronto todo el planeta será testigo del nuevo poderío
ario, y que todos quedarán tan sorprendidos como amedrentados.

Sir John Simon pregunta qué quiere Hitler de los aristócratas británicos y el visitante
alemán responde que el Führer quiere la paz, como todo el mundo, y para eso está
dispuesto a compartir las bondades del Proyecto Jäger, a cambio de que Gran Bretaña
se declare neutral ante lo que ocurra durante la llegada de las fuerzas alemanas a Rusia
y acerca de lo que ocurra después. Hitler es Alemania como Alemania es Hitler. Yo soy
solo el emisario de un mensaje directo del Führer, aclara Rudolf y luego les pide que
por favor decidan pronto si consideran mover sus influencias sobre el Parlamento, pues
no se siente en condiciones de soportar un interrogatorio a cargo de agentes del MI6.

La comida y el encierro escocés le están dando duro a Rudolf Hess. Obviamente él


sabe que su plan ha fallado, de lo contrario ya habría viajado a Londres para flanquear
al Duque de Hamilton y ayudar a sus camaradas en el trabajo urgente de derrocar al
soberbio de Winston Churchill. Entre los painkillers y el cordero con papas le han
destruido los intestinos. La pierna, por su lado, parece que se hincha más cada hora
que pasa y claramente el dolor arrecia y está cambiando de duro aterido a agudo ácido.
Hess, solo en su encierro, reza en penumbras por dos milagros entrelazados: que salga
vivo de aquel entuerto en el que había entrado por su cuenta y gusto, y que luego de
escapar pueda ayudarle al Führer con el acuerdo de rendición que espera que Gran
Bretaña firme alguna vez.

A Hess lo mantienen escondido dentro una de las alcobas de servidumbre de la


casona del Duque de Hamilton, sobre una cama donde apenas cabe, soportando apenas
entre el dolor y la desesperanza.

Después de una semana completa en soledad, acompañado apenas por un par de


criados escoceses que a todas luces lo odian, reaparecen en South Lanarkshire Jorge de
Kent, sir Ivone Augustine Kirkpatrick, Lord Beaverbrook y sir John Simon. El Stellvertreter

110 Los Ovnis de Hitler


des Führers quiere incorporarse en cuanto la oscuridad en su dormitorio le permite
reconocer a los recién llegados, pero su herida se lo impide. Saluda agitando el brazo
derecho. Los ingleses contestan desde lejos, pues a todas luces los ha espantado una
repugnancia súbita.

Hess tiene que soportar las muecas de asco los ingleses; qué le iba a hacer: desde el
accidente se ha movido solo desde un rincón en el granero del campesino David McLean
a aquella catacumba en la Mansión de Dungavel. Gracias a su pierna pudriéndose, su
cuerpo sin bañar y sus intestinos inflados, seguro que el dormitorio huele a muerto.

Luego de consultar por la salud de su huésped, y de ordenar a uno de los criados


que comience a curar la herida del alemán tres veces al día, Jorge de Kent explica:
Rudolf, hace unos meses el geógrafo Albrecht Haushofer se contactó con mi hermano
Douglas y le propuso que los dos se reunieran en terreno neutral –en Portugal– para
discutir este posible acuerdo: Alemania controlaría Europa continental y nosotros
reforzaríamos nuestro control sobre todo nuestro Imperio. Casi se juntaron. No
Douglas directamente, por supuesto, pero sí dos delegaciones, por un lado gente
enviada por Haushofer y por otro nuestra gente del MI5, pero antes de que pudieran
siquiera llegar a Portugal tú llegaste volando hasta mi casa sin avisar a nadie y
gracias a eso, gracias a ti, cualquier acuerdo con Haushofer o alguna facción de la
cúpula nacionalsocialista se ha ido al carajo.

El banquero Lord Beaverbrook no aguanta más el hedor y, contrariado, enciende


su pipa, a todas luces con la idea de maquillar con tabaco los olores de la podredumbre
que expele el prisionero germano. A Hess, a pesar de su timidez congénita, no le
molesta aquel gesto. De sopetón han dejado de importarle las superfluas formalidades
y pesadeces británicas. En cuanto el Duque de Hamilton pronunció la última sílaba de
aquel discurso que lo ha sentenciado, lo único que a Hess le copa la cabeza es cómo
lo matarán. Cualquiera la de probabilidades es posible, escondido en las catacumbas
de la servidumbre en Casa Dungavel, donde muy poca gente sabe que permanece, su
final puede ser tan ruidoso como los eventuales verdugos estimen.

La voz profunda y circunspecta de sir John Simon quiebra el hechizo en el que


se revuelve Hess, precisando: No te mataremos. No va con nuestras costumbres
deshacernos así de los problemas políticos. Si estuvieras en manos de tus queridos
alemanes sería distinto. Sin embargo, algo debemos hacer, porque tu presencia en
Escocia nos ha puesto a todos en peligro, muchacho. Claramente no sabías lo que
estabas haciendo cuando viajaste de manera tan precipitada.

Se le aparecen delante, difuminados como nubes de ectoplasma, los rostros de Adolf


y de María Orsic. Se entrecruzan, se traslapan y los rasgos coinciden completamente:
boca con boca, nariz con nariz, ojos con ojos. Predominan los ojos de Hitler, inyectados
como cuando el doctor Theodore Morell recién lo droga cada mañana. Y prepondera

Los Ovnis de Hitler 111


la sonrisa astral de María, fresca como una mañana de otoño, bella como Los Alpes
atardeciendo. Y aquel rostro que flota, donde se funden la belleza y la bestialidad más
profundas que le ha tocado conocer, le causa pavor. Rudolf Hess baja la mirada y se
toma la cabeza con ambas manos.

Vamos a tener que viajar, Rudolf, dice Jorge de Kent, Hitler te quiere de vuelta
y yo estoy obligado a viajar contigo para encontrar asilo porque Churchill quiere
mi cabeza, porque mientras tú viajabas hacia acá como bicho enfermo, tu Führer
estaba bombardeando Londres otra vez. ¿Qué te parece que desparezcamos juntos?

A Hess le baja la temperatura de sopetón. Comienza a temblar de frío como si


estuviera acostado sobre la ladera de un glaciar. De Kent grita para que sus criados
abriguen al prisionero y contengan sus convulsiones.

Los aristócratas británicos salen desde aquel dormitorio hediondo al aire fresco
y húmedo de South Lanarkshire, intentando reemplazar en sus narices podredumbre
por tierra mojada.

En los papeles oficiales requeridos por Cuarta Unidad de Capacitación Operacional


de la Royal Air Force, ubicada en la base de Invergordon, el piloto inglés a cargo
describe el vuelo del hidroavión S-25 Sunderland que conducirá como de Patrulla y
Reconocimiento sobre el territorio de Islandia. Nuestra misión es realizar un vuelo
para captar las posiciones de los submarinos alemanes que se han apostado frente a
las costas británicas para ahogar cualquier intento de fuga o de aprovisionamiento.
Esta descripción es aceptada y visada por los oficiales correspondientes durante la
madrugada del 25 de agosto. Suben once personas.

Rudolf Hess hierve en fiebre. El MI5 ha destinado a un médico especial para que
lo asista durante el vuelo hacia Islandia y se quede con él hasta que por lo menos esté
claro que aquella calentura de 40 grados Celsius no se lo va a llevar a otra vida antes
de que le dé una vez más la cara al Führer. Lo suben en camilla al hidroavión S-25
Sunderland. Tirita y balbucea, su cerebro se está escalfando. Jorge de Kent cree que
habría sido mucho más humano pegarle un tiro a Hess y enterrarlo sin sepultura en
alguna planicie escocesa que obligarlo a viajar en aquellas condiciones. Pero se ha
comprometido con los alemanes a entregar al traidor y no planea estropear su exilio
político en alguna parte de la Escandinavia nazi.

A las 6 de la mañana el capitán Frank Goyen anuncia que el vuelo está comenzando
e informa que el copiloto es Thomas Mosley, que ambos están al servicio de los
pasajeros y que cualquier duda, de cualquiera de los ocupantes, puede ser aclarada
en la cabina durante el viaje. Jorge de Kent ha exigido a aquella dupla de aviadores,

112 Los Ovnis de Hitler


pues son considerados los mejores oficiales del Ejército del Aire británico y además
son monarquistas declarados.

Los esperan en menos de dos horas en Reikiavik. A pesar del frío extremo hay
buen clima; está nuboso pero no impide para nada la visibilidad; el territorio islandés
se ve en el horizonte cercano.

El bimotor S-25 Sunderland agarra pronto altura y velocidad crucero y, salvo alguna
que otra turbulencia, que por lo demás son muy comunes sobre el Mar de Noruega,
la travesía va con viento de cola. Ocho de los nueve pasajeros miran por las ventanas
al océano congelado, salpicado por blancos icebergs. El único que mantiene los ojos
cerrados es Rudolf Hess, quien a todas luces sufre en un espacio mental muy cercano
a ultratumba. El sol pega oblicuo y produce sobre el mar una serie incalculable de
pequeños arcos iris, que pintarrajean el gris de la aguas y maravillan a los viajeros. Las
nubes, gordas pero blancas, forman un cielo raso brumoso; el Duque de Hamilton
imagina que es como viajar justo debajo de un colchón de lana recién cardada.

De pronto corre un rumor, desde la cabina hasta el oído derecho del Duque de
Hamilton. El capitán Goyen necesitaba verlo de inmediato en la cabina, le piden que
se mueva con sigilo.

El copiloto Mosley trata de establecer comunicaciones de algún tipo pero la radio


había muerto hacía treinta segundos, junto con otros aparatos electrónicos, como
el altímetro. Sin embargo el bimotor S-25 Sunderland sigue en curso hacia la costa
islandesa. En cuanto Jorge de Kent traspasa la puerta de la cabina, el capitán Goyen
le informa que aquella extrañeza lleva cinco minutos levitando justo delante y que
parece inmóvil, como esperando a que el hidroavión la choque de frente. Y Mosley
comenta que varios compañeros de la Royal Air Force le habían comentado acerca de
aparatos voladores por el estilo, que se hacen ver de improviso, pues nunca los captan
los radares. Se supone que son demasiado rápidos, completa Mosley.

El Duque de Hamilton pregunta si pueden volver a la base de Invergordon y Thomas


Mosley sentencia que hace un par de minutos han traspasado el Punto de No Retorno.
Jorge de Kent ordena seguir adelante, pues no está claro que aquel objeto volador
tan extraño sea una nave; tal vez es un espejismo, una mala jugada del intenso frío
islandés. El capitán Goyen no está de acuerdo e informa que buscará algún lugar en la
orilla islandesa del Mar de Noruega para amarizar a resguardo. Y le pide al aristócrata
que por favor informe al resto de los pasajeros que deben tomar posiciones como para
un descenso complicado, pues no sabe qué ocurrirá realmente cuando la nave por fin
toque la superficie de aquel gélido océano.

Cuando Jorge de Kent se da vuelta para volver al sector de pasajeros, el copiloto


Mosley grita desesperado What in the name of the Lord is that!

Los Ovnis de Hitler 113


El extraño aparato es un platillo muy grande, a simple vista los aviadores ingleses
le calculan unos treinta metros de diámetro. Un par de compuertas se abre justo en
la panza de aquella nave y deja salir a otros dos aparatos voladores más pequeños,
que se despliegan como aeronaves mientras caen y agarran vuelo a toda velocidad en
dirección al S-25 Sunderland.

El Duque de Hamilton grita a los pasajeros que tomen posiciones de resguardo y


que recen al dios que les plazca, pues pronto serán atacados por aeronaves de origen
desconocido. Luego el propio Jorge de Kent se acomoda lo mejor que puede en su
lugar y se inclina hasta juntar una mejilla con sus rodillas. Desde allí echa la última
mirada de su vida: a Rudolf Hess, quien se mantiene con los ojos cerrados y luchando
contra aquella fiebre monstruosa que, a todas luces, está ganando la batalla.

Los dos aviones plegables lanzan dos misiles cada uno contra la barriga del S-25
Sunderland, que se deshace en el aire y cuyos restos caen al mar, unos quinientos
metros antes de la orilla meridional islandesa.

El informe oficial británico, emitido por la Royal Airforce Base de Invergordon,


asegura que el motor número tres del S-25 Sunderland falló durante el vuelo, que pocos
segundos después aquel motor se incendió y se cayó, causando complicaciones severas
para los pilotos. Que la tripulación perdió el control de la aeronave, que se estrelló,
luego de una gran explosión, sobre una carretera ferroviaria ubicada tres kilómetros
al noreste de la estación de Invergordon, en Escocia. Que los once ocupantes de la
nave murieron, incluido el Duque de Hamilton. Causa del accidente: fallo de una
biela en el motor número 3, lo que produjo la falla en el motor, que se incendió y se
desprendió en minutos. Aquel informe oficial es acreditado y firmado por el propio
primer ministro británico, Winston Churchill.

A Winston Churchill le preocupan las eventuales consecuencias políticas luego de


la pérdida de Rudolf Hess. No se vería bien que Londres no hubiera podido cuidarlo
ni, menos, que hubiera pactado indirectamente con el Reich para sacrificarlo. Su
captura en suelo escocés ya es noticia de primeras planas hasta en Estados Unidos, no
hay cómo evitar su presencia, aunque ahora es tácita. El primer ministro británico le
encarga directamente al agente Francis Cosgrave, miembro del MI6, que busque por
cielo, mar y tierra a algún tipo que por lo menos desde lejos se pareciera físicamente
al malogrado Hess, le exige que lo encierre sin visitas en la Torre de Londres y que lo
dejen allí hasta que supieran qué diantres hacer con la muerte de un personaje tan
inútil como incómodo. Y Cosgrave obró un milagro, encontró al reemplazante de
Hess mientras caminaba borracho y sucio por las calles de Dublín. Churchill, aunque
sorprendido y agradecido con la proeza, no quiso siquiera que le informaran cómo se
llamaba el Hess sucedáneo, así al menos le ponía cierto coto a la mentira.

114 Los Ovnis de Hitler


El Imperio Japonés temía a las expansiones territoriales de Estados Unidos y
la Unión Soviética, por eso se unió a Alemania e Italia, que al menos en teoría
respetaban los intereses nipones en el Este de Asia y el océano Pacífico. El objetivo
del ataque a Pearl Harbor fue neutralizar a la flota enemiga de una vez por todas.

1941/Pearl Harbor, Hawai

Dos soldados estadounidenses están dentro de la estación de radares ubicada


en Punta Opana, Hawai. Uno de ellos, el que luce mayor, le pregunta al otro si los
técnicos ya terminaron de hacer la mantención de aquel radar, porque está recibiendo
imágenes muy extrañas. El otro militar se acerca y comenta que lo más probable es que
se trate de la flotilla de bombarderos B-17 que salió durante la madrugada para hacer
ejercicios de rutina. Los dos se tranquilizan pero continúan mirando la pantalla del
radar, que de pronto se repleta con pequeñas luces avanzando a toda velocidad hacia
la base estadounidense ubicada en la bahía de Pearl Harbor. El soldado más viejo se
levanta de su asiento, sale de la estación de radares, corre hasta una bocina y gira la
manivela para comenzar la alarma. El ruido de la sirena se toma el ambiente mientras el
soldado mira hacia el mar, pues sobre el horizonte ve a la flota de aeronaves enemigas.

183 aviones japoneses, cazas y bombarderos, vuelan rápidamente por el cielo


despejado de las 7.50 horas hacia la rada de Pearl Harbor; el sol brilla sobre sus fuselajes.

Decenas de marinos estadounidenses son tomados por sorpresa por el llamado


radiofónico del alto mando de su país: ¡Ataque aéreo en Pearl Harbor, esto no es
un ejercicio! Se atropellan por llegar a sus puestos de combate pero no alcanzan a
responder a tiempo.

Tropas norteamericanas corren por las callecitas de un molo en la rada de Pearl


Harbor. Toman posiciones dentro de los barcos. Decenas de bombas japonesas caen
sobre las embarcaciones, ráfagas de metralla precipitan como lluvia en las naves, el
puerto y contra los cuerpos de los marinos. El molo y los barcos se incendian; el suelo
y el mar se cubren con cadáveres y se manchan con sangre.

Las sirenas suenan por toda la isla de Hawai. Incendios y explosiones en el puerto
y en los barcos destruidos. Como el fondo marino es superficial en la rada, los barcos
no se hunden: una vez bombardeados, se ladean y explotan a vista de los japoneses,
quienes siguen atacando.

Otros 171 aviones japoneses bombardean y ametrallan Pearl Harbor; es la segunda


oleada, la que pretende rematar a los estadounidenses. La rada es un reguero de muertos,

Los Ovnis de Hitler 115


tanto dentro del mar como en la orilla. Las instalaciones militares y los aviones son
destruidos en tierra.

Recién a las 8.30 de Hawai, un personero el alto mando naval estadounidense


en la isla puede comunicarse por radio con Washington e informa que Japón les ha
declarado la guerra.

116 Los Ovnis de Hitler


Los Ovnis de Hitler 117
118 Los Ovnis de Hitler
La prensa estadounidense especuló con la idea de que el gobierno de Franklin D.
Roosevelt ocultaba información acerca de los planes de ataque japoneses contra
territorio norteamericano. Se decía que Tokio tenía una base oculta en Nuevo
México y que desde allí planeaba un golpe mortal contra California.

1942/California

En el dormitorio de un niño, una mujer pelirroja besa en la frente a su hijo de


seis años. Son las 21 en punto, hora de dormir. Mientras la madre arropa al chiquito,
rezan en conjunto. Terminan la oración y la mujer vuelve a cubrir y a besar al niño.
Ambos se dicen que se aman.

La mujer pelirroja se levanta, apaga la luz y sale desde el dormitorio a un pasillo


interior de su casa. Llega hasta el comedor, se acerca a un mueble, abre un cajón y
saca un paquete de cigarrillos.

La mujer sale de la casa por la puerta principal: vive en una parcela rural. Se escucha,
muy lejos, el rumor del motor de un auto. La mujer se sienta en una banquita a fumar.
No hace mucho que ha dejado de llover, el cielo está cubierto con nubes negras, el
suelo y el aire se han cargado de humedad. Hace frío. La mujer tirita.

La mujer acomoda el cigarrillo en su boca. Justo cuando prende la llama de su


encendedor se enciende el cielo: una inmensa luz violeta en forma de círculo que
pinta las nubes. La mujer deja escapar una maldición. Su rostro también se pinta con
el color violeta que baja del cielo.

El rayo de luz violeta colorea por completo a Culver City. La luz es proyectada
por una figura en forma de círculo enorme que asoma por entre las nubes negras. El
círculo y la luz violeta pasan justo encima de los estudios Metro Goldwyn Mayer, que
están en Culver City. El objeto volador no identificado levita lentamente.

La mujer pelirroja cae de rodillas y se persigna. No alcanzó a encender el cigarrillo.


Postrada en el frontis de su casa y con el cigarro colgando de su labio inferior, la mujer
invoca al dios cristiano porque no puede creer lo que está viendo.

La pelirroja entra corriendo a su casa, toma el teléfono y disca 911. Mientras está
pegada al auricular del teléfono, la mujer mira hacia fuera por una ventana y su cara
vuelve a pintarse con el color violeta que expele el Ovni.

Su hijo se despierta y grita desde el dormitorio, quiere saber qué pasa pero la madre

Los Ovnis de Hitler 119


no le contesta, porque le responden desde el 911. Ella mira hacia Culver City y le dice
a la operadora que espera que en ese momento la Policía esté mirando hacia el cielo.

El haz violeta del Ovni mancha los edificios y las playas de Santa Mónica. Las calles
se llenan con gente mirando al cielo. La luz pinta todo en la zona: los edificios, el
asfalto, los rostros de los testigos.

Alboroto. Gente corre por las calles de los barrios cercanos a la playa, buscando
refugio. Se cruzan con vehículos militares.

Los vehículos militares llevan tropas hasta las baterías antiaéreas que están apostadas
en distintos puntos costeros, frente a la bahía.

Una sirena –un aparato de sonido– que está en la cima de un poste comienza a
chillar.

Empiezan a chillar sirenas en toda la ciudad de Santa Mónica.

El haz del Ovni violeta colorea buena parte del litoral californiano. Sirenas gritan
alarma en todas las ciudades de la costa.

En las calles de Los Ángeles se arma una alharaca de carreras, griteríos, bocinazos
y sirenas. Mientras la gente huye, comienzan los disparos desde las baterías antiaéreas.

Dos soldados están parados dentro una batería antiaérea, donde domina una
ametralladora gigantesca. Uno de los soldados mira por unos prismáticos hacia el cielo.
El otro militar dispara el arma y maldice al Ovni, grita Fuck you, god damn japanese
monkeys!

Aviones de guerra estadounidenses pasan en formación Finger-Four por encima


de un barrio ubicado en un cerro de Los Ángeles. Van directo al Objetivo Volador
No Identificado. Decenas de personas se esconden en sus hogares cuando los cazas
empiezan a disparar contra el círculo violeta.

Diez focos gigantescos siguen con sus haces al Ovni desde distintos puntos de la
bahía de Los Ángeles. Miles de proyectiles son descargados hacia el cielo por las baterías
antiaéreas apostadas frente a las playas.

Los aviones siguen ametrallando pero los pilotos se dan cuenta de que ningún
proyectil da en el blanco a pesar de que el platillo volador violeta se mueve muy lento.
Uno de los pilotos comenta por radio que el aparato debe ser gigantesco y debe estar

120 Los Ovnis de Hitler


muy lejos.

Doce aviones caza estadounidenses disparan al círculo violeta, que además es


seguido por los haces de reflectores poderosos que están apostados en la bahía. Dentro
de la cabina de uno de aquellos aviones el piloto, cuya cara está iluminada de violeta,
comparte por radio que probablemente se viene un contraataque, porque ve que un
aparato volador pequeño está saliendo desde la panza del Ovni enorme.

Desde la barriga del círculo luminoso salen dos naves pequeñas, evidentemente
tripuladas. Las navecillas enfilan hacia la costa de Santa Mónica a buena velocidad. Las
siguen seis de los doce aviones, también muy rápido pero no les alcanza la potencia.

Baterías antiaéreas le disparan al par de naves pequeñas, que avanzan a toda


velocidad mientras esquivan el fuego que también les lanzan los seis aviones caza que
las persiguen.

En la playa del pueblo de Goleta, en el condado de Santa Bárbara, la población


completa echa a correr hacia los cerros cuando se da cuenta de que las naves pequeñas
van directo hacia sus playas.

Baterías antiaéreas dispararan a las navecillas desde las playas del pueblo de Goleta.

Cuando ya están cerca de la orilla, las dos naves lanzan dos cargas explosivas,
una cada una. En cuanto las cargas explotan contra las instalaciones de extracción de
petróleo de Elwood, las dos naves dan media vuelta y regresan hacia la nave nodriza.

Los aviones que persiguen a las naves pequeñas no pueden dar vuelta tan rápido.
Dan giros amplios y van tras los Ovnis. Las naves alienígenas ya les han sacado mucha
ventaja.

Durante el camino de regreso, todo el trayecto, las navecillas son atacadas de


nuevo por baterías antiaéreas desde las costas y desde barcos de la Marina, que están
llegando a la rada.

Un cañonazo lanzado desde uno de los barcos apostados en la bahía da de lleno


en el vientre de una de las naves pequeñas.

La nave golpeada cae hacia el mar. La otra sigue su camino hacia el disco de luz
violeta.

La nave golpeada se estrella contra el mar y se desarma. La otra navecilla entra por
la panza del círculo de luz violeta.

Los Ovnis de Hitler 121


Un grupo de seis remolcadores de la Marina estadounidense avanza por el mar
hacia los restos de la navecilla abatida.

Cuando los remolcadores están cerca de los despojos de la nave, uno de sus
tripulantes, usando binoculares, divisa la suástica nazi pintada en los restos del fuselaje.

Las baterías antiaéreas refuerzan la carga contra el platillo volador violeta, que
comienza a girar sobre su eje. El disco se mete en las nubes negras de lluvia que cubren
Long Beach, antes de desaparecer.

El círculo violeta desaparece por completo. Cesan las balaceras en la bahía. Se


apagan las sirenas. Las luces de los focos seguidores continúan iluminando el cielo
cubierto por nubes negras. No se divisa siquiera una manchita de luz violeta.

La gente sale desde sus casas y vuelve de a poco las calles y las playas en Santa
Mónica.

La muchedumbre sigue mirando hacia el cielo y a la bahía, mientras los aviones


de guerra estadounidenses se retiran y los barcos continúan paseándose por la rada.

122 Los Ovnis de Hitler


1942/Nueva York

John D. Rockefeller Jr. recibe en su despacho de la oficina 5600 del Rockefeller


Center a tres hombres muy bien vestidos, con trajes y corbatas oscuros y camisas
blancas. Uno de aquellos hombres de traje oscuro –un tipo entrado en años pero que
luce vigoroso–, es el jefe de la delegación y es el único que habla con Rockefeller Jr. El
hombre comenta que el gobierno de Estados Unidos sabe desde hace años acerca de
las inversiones petroleras de Standard Oil y Vacuum Oil Company en África, Turquía,
el Cáucaso y Alemania, que las han seguido con detenimiento y que sabe que son muy
exitosas. Dice que nunca se han metido en su relación con Alemania, a pesar de la mala
fama que se fue haciendo Hitler a medida que avanzaba en la política de su país, y que
incluso no pensaban inmiscuirse en el presente de la relación entre los Rockefeller
y los nazi, porque una de las políticas más importantes de Washington es beneficiar
siempre el intercambio comercial que coincida con los intereses de la nación; pero que
todo aquello cambió cuando Japón destruyó Pearl Harbor y los nazi enviaron naves
sacadas de una novela de ciencia ficción para que bombardearan la costa de California.

John D. Rockefeller Jr. pregunta qué tiene que ver eso con él o con los negocios
de su familia en Europa, que el tono de la conversación le parece que los deja a ellos, a
los Rockefeller, como traidores a la patria y que no está dispuesto a seguir escuchando
a menos que su interlocutor aclare hacia dónde va.

El jefe de la delegación de hombres de trajes oscuros prosigue como si no le


importara la intervención de Rockefeller Jr. Comenta que saben perfectamente que
Standard Oil New Jersey le facilitó al ejército alemán las patentes y la capacitación para
producir tetraetilo de plomo, un compuesto vital para el combustible de los aviones
de la Luftwaffe y para los tanques de la Wehrmacht, que Estados Unidos sabe que el
Rockefeller Investment Bankers intercambia directorios y juntas administrativas con
todos los bancos europeos controlados por los nazi, que tiene fotografías del magnate
petrolero William Farish –socio ilustre de los Rockefeller– con los jefes de la Gestapo,
que a los Estados Unidos no se les escapa nada, que incluso con aquellas relaciones no
tienen grandes problemas, pero que el Tío Sam necesita saber si John D. Rockefeller Jr.
tiene algo que ver con la construcción de aquellas naves alemanas de última generación
que atacaron la bahía de Los Ángeles, porque si fuera cierto el rumor que les llegó,
eso sí que sería grave.

John D. Rockefeller Jr. se levanta, le ofrece un trago de whisky al jefe de los


hombres trajeados; se sirve uno, le sirve al visitante y luego pide que los dejen solos,
que conversará con el jefe, que ningún subalterno de ninguna de las partes debe estar

Los Ovnis de Hitler 123


en la sala.

Mientras Rockefeller Jr. vuelve a sentarse, los subalternos salen del despacho. John
D. bebe un trago largo, mira directo al jefe de la delegación de hombres trajeados y le
pide que se acomode en el asiento, porque la historia es larga.

1943/Polonia

Cientos de seres humanos son llevados en trenes para ganado desde Alemania
hacia Polonia.

Cientos de presos viven hacinados en los campos de concentración que los nazi
construyeron en territorio polaco.

Decenas son fusilados.

Decenas de niños mueren de hambre.

Decenas de hombres, mujeres y niños entran a las cámaras de gas, donde son
gaseados.

Cientos de miles de cadáveres raquíticos son apilados en fosas comunes; esclavos


apuntados por soldados nazi cubren con cal aquellas fosas comunes atestadas de muertos.

1943/Castillo de Wewelsburg

María Orsic y George Viereck están sentados sobre la cama de la médium. El escritor
llora desconsolado. Orsic lo observa, también siente pena pero no suelta una lágrima.
Viereck dice que el mensaje que le enviaron asegura que Nikola Tesla murió en su
cama, que falleció solo mientras dormía, que le falló el corazón. María, ensimismada,
contesta que siempre creyó que algún día se conocerían.

María se levanta, se agacha y saca el cuaderno de notas de debajo de su colchón.


Lo abre y busca una página específica, donde lee unos segundos. Luego va hasta su
velador, toma su propio cuaderno de apuntes, lo abre, le saca una muesca a una hoja
en blanco y anota. Orsic le pasa el pedazo de papel manuscrito a Viereck; quien lo
toma, lo lee y lo guarda dentro de uno de los bolsillos de su pantalón. María le dice a

124 Los Ovnis de Hitler


Viereck que aquel mensaje le llegó dentro del códice que Tesla le hizo llegar hace unos
meses y que aquel mensaje es directa y solamente para George Viereck.

Viereck está impactado. Seca sus lágrimas y le dice a María que conocerlos, a ella
y a Tesla, es lo más trascendente que le ha ocurrido en la vida, que ellos son magos
verdaderos, hechiceros cósmicos. María sonríe, cariñosamente le pide que no diga más
pavadas y le pregunta si viajará a Estados Unidos de vuelta pronto.

Viereck contesta que será en dos semanas y que no tendrá problemas, porque podrá
cumplir con la fecha escrita en el papel que le pasó María. Ambos sonríen tristemente.
María suspira y comenta que se ha quedado sola tratando de resolver los enigmas que
plantea el proyecto Jäger, que cada vez se vuelve más complejo. Viereck le contesta que
Tesla siempre confió en ella, que de hecho también quería conocerla, pues le llamaban
mucho la atención los mensajes que María le envió usando palomas mensajeras.

El cuerpo de la médium Gudrun amanece colgando desde una cornisa exterior


del castillo de Wewelsburg. Los esclavos del castillo –seis hombres nórdicos– tienen
dificultades para bajarlo.

Cuando el cuerpo de Gudrun yace en el suelo, María, Traute y Heike se acercan


a mirarlo. Luego de observarla durante unos minutos, concluyen que la muchacha
fue violada y golpeada hasta la muerte. Heike asegura que los culpables trataron de
encubrir su crimen fingiendo un suicidio.

María no llora. Traute y Heike chillan de espanto y pena. Heike no aguanta y abraza
el cadáver mortecino de Gudrun.

María se dirige al grupo de esclavos que ayudó a bajar el cuerpo de Gudrun desde
la cornisa y les pide que por favor la lleven a Berlín de algún modo, porque allá las
autoridades nazi sabrán qué hacer con el cadáver.

María echa a andar hacia el interior del castillo pero es alcanzada por Traute y
Heike, quienes la detienen a la fuerza y la enfrentan. Heike, fuera de sí, le grita en la
cara a María que qué diablos le ocurre, perra croata, que cómo es posible que no sienta
nada, que acaban de asesinar a Gudrun como a un animal, como si fuera una vaca,
y ella, María, ni siquiera se atreve a enfrentar a quien lo hizo. Traute le espeta ¡Eres
tú quien nos ha metido en esto, puta maldita, a ti no te interesa la vida espiritual,
solo te interesan tus experimentos de mierda! ¡Tú no eres quien dices ser, no eres
una médium, como nosotras! Nos hemos partido el lomo por tu proyecto, ahora nos
están violando y asesinando y a ti solo siguen importándote tu malditas naves, tus
estúpidos planos y tus pendejas conversaciones con viejos de mierda que lo único que

Los Ovnis de Hitler 125


quieren es violarnos hasta matarnos. ¡Reacciona, perra del demonio, que si seguimos
así nos van a carnear a todas!

María Orsic aparta de sus hombros las manos engarfiadas de Heike con mucha
facilidad y luego les responde a las muchachas, lo hace firme pero maternal. Les dice
casi susurrando que claro que sabe que los nazi violaron y mataron a Gudrun, pero
que no tiene claro que fuera algún oficial en particular, que perfectamente podría ser
el propio general Hauer. Les explica que lo único en que puede pensar ahora es en que
no quiere que Gudrun sea enterrada en el suelo maldito del castillo de Wewelsburg,
junto a esa escoria SS, pero que no sabe qué más hacer. María enfrenta a Traute y a
Heike al mismo tiempo, les consulta de manera perentoria si alguna de ellas puede
iluminarla con su sabiduría infinita, porque entonces ella es toda oídos.
Reina el silencio durante unos segundos, hasta que María les dice que las Vril
Damen sobrevivientes están solas con el proyecto a cuestas, cada vez más solas y sin
tiempo para nada.

María prosigue su camino, las otras médiums se quedan en el pasillo, taciturnas y


mirando cómo se aleja la espalda de la mujer croata.

George Viereck sube por una escalera hacia la puerta de entrada de un avión de
pasajeros Douglas DC-3. La nave luce muy nueva, recién salida de fábrica. El escritor
lleva un bolso de mano.

Dentro del avión George Viereck acomoda el bolso de mano sobre su asiento, en
el portaequipaje. Se le acerca una aeromoza a preguntarle si necesita ayuda y Viereck
contesta que no, muchas gracias.

El avión de pasajeros Douglas DC-3 surca el cielo sobre el océano Atlántico.

126 Los Ovnis de Hitler


1943/Nueva York

George Viereck baja por una escalera desde la puerta de salida del avión Douglas
DC-3 a la losa del aeropuerto en Nueva York.

Viereck se sube a un taxi, se abrocha el cinturón de seguridad y le da la dirección


al chofer.

Viereck se baja frente al edificio más alto del complejo Rockefeller Center. Entra al
hall del edificio, se encuentra con el hombre alto y delgado que sirve como secretario
de John D. Rockefeller Jr. y otros dos hombres vestidos con trajes negros muy elegantes.
Suben los cuatro en un ascensor hasta la oficina 5600. Entran al lobby, caminan raudos
por un largo pasillo alfombrado y llegan hasta el despacho del magnate petrolero.

Adentro están John D. Rockefeller Jr., el empresario William Farish y el jefe de


los hombres de trajes negros. George Viereck saluda a los empresarios con mucha
familiaridad, los conoce desde hace tiempo. A Viereck le presentan al hombre trajeado,
le dicen que se llama Jon Smithers y que está allí en nombre del presidente Roosevelt.

George Viereck mira directo a Jon Smithers, sonríe sarcástico y le pregunta si la


CIA tiene tanto presupuesto que puede gastar en trajes así de caros o si el esfuerzo por
comprarlo es individual, si el Tío Sam ha dejado solo a Smithers en la tarea de vestirse
con elegancia. Smithers no sonríe, lo escucha y lo mira casi sin parpadear. Contesta
que no tienen tiempo para comentarios estúpidos, que un hombre como Viereck, en
aquella condición política tan delicada, debiera preocuparse de ganar tiempo, no de
perderlo; y le pregunta si tiene novedades que puedan interesar tanto a los magnates
petroleros como a los emisarios de Washington.

Viereck baja la cabeza, pide disculpas, pide un trago de whisky y les comunica, fuerte
y claro, que tiene una fecha y una hora y que va a necesitar que personal fuertemente
armado lo escolte hasta Colorado Springs para que su suerte no corra peligro, pues
de ello depende que el futuro sea un poco más brillante.

Los Ovnis de Hitler 127


1943/Castillo de Wewelsburg

María entra al hangar, donde el doctor Schumann y su equipo de técnicos prosigue


con sus esfuerzos tecnológicos. El doctor y sus ayudantes lucen exhaustos. María le
ruega a Schumann que le diga que ya están cerca. Schumann contesta que lo único
que se atreve a asegurar es que pueden probar ya, porque el motor debería encender.

María entra a la nave JÄGER-1, la acompaña Schumann, y juntos observan los


tableros de control. María le dice a Schumann que tienen tres noches, no más tiempo,
que le ordene a su gente que tenga todo listo, que empaquen y que duerman los
próximos días vestidos en sus cuartos. Y a Schumann le ruega que duerma allí, dentro
del JÄGER-1, porque dependen de él.

Schumann se sienta frente a un tablero de la nave y se toma la cabeza. Levanta la


mirada –sus ojos se llenan de lágrimas– y le advierte a María que dependen de una
suma de acontecimientos encadenados, no solo de que él duerma dentro de la nave.
Le comenta que no sabe si podrán producir la cantidad de energía que necesita el
JÄGER-1 para despegar, porque realmente es un aparato muy grande.

María se acerca y la acaricia la espalda a Schumann, quien está al borde de quedarse


sin energía vital, le dice sigo confiando ciegamente en tus conocimientos, Winfried y
luego le pide que por favor él continúe confiando en ella.

Heinrich Himmler desciende del Mercedes Benz 770K Grosser descapotable; luce
impecable en su traje de Reichsführer SS. Heike observa desde lejos, dentro del castillo
de Wewelsburg; ve cuando un grupo de esclavos nórdicos toma el equipaje del líder
nazi, cuando Himmler le habla directamente a un par de oficiales SS, quienes parten
corriendo hacia el interior del castillo, cuando saluda protocolarmente al general Jakob
Wilhelm Hauer y cuando ambos entran al castillo escoltados por cinco soldados SS.

Heike, quien observa desde lejos, espera a que Himmler y Hauer enfilen hacia
las escaleras de la Torre Sur del castillo, donde está la oficina de Himmler, para salir
corriendo hacia la Torre Norte. La médium avanza a toda velocidad escalera arriba,
hasta que dentro de la oficina de María Orsic se encuentra además con Traute, Sira
y Chefin, quienes están en compañía del doctor Schumann y otros tres técnicos del
Programa Jäger revisando planos y datos; el códice enviado por Tesla y el cuaderno
de notas de María están abiertos, uno al lado del otro, sobre la cubierta de una mesa.

128 Los Ovnis de Hitler


La llegada intempestiva de Heike alborota a los concurrentes. La muchacha se toma
cinco segundos para recuperar el aliento y luego informa que Himmler ha llegado,
que está en el castillo.

La noticia le cae muy mal a María. La médium se aparta del grupo, camina hacia el
ventanal que da hacia el exterior del castillo y mira a través del vidrio a los estudiantes
SS que trotan en grupos ordenados geométricamente como rectángulos y a grupos de
soldados que realizan ejercicios de entrenamiento físico. María habla hacia la ventana,
pronuncia fuerte, necesita que al resto le quede muy claro lo que está pensando: dice
que es muy probable que tengan que adelantar todo, pues se suponía que el enano
pestilente de Himmler no llegaría aún, que debía cumplir ciertas órdenes en Berlín.

Los dos oficiales SS que Heike vio correr desde el hall de entrada hacia el interior
del castillo abren la puerta del despacho de María Orsic. Uno de ellos, el que luce
mayor, les dice a la médium y a Schumann que Himmler necesita verlos de inmediato
en su oficina. Ambos parten raudos, sin siquiera consultar cuál es el motivo del llamado.

Traute, Sira, Chefin y los tres técnicos del Programa Jäger quedan dentro de la
oficina en silencio, tensos, intercambiando miradas cómplices por la desgracia que les
está tocando vivir, esperando para saber qué se les viene encima.

Himmler está sentado frente a su escritorio; Hauer en pie a su lado, con las manos
detrás de la espalda, serio y desafiante. María Orsic y Schumann se han parado al otro
lado del escritorio. Himmler les dice que el Führer está relativamente satisfecho con
lo que ocurrió en California, pero que necesita mucho más para Rusia, pues va a llevar
al JÄGER-1 a Moscú, que les da una semana como máximo para preparar el viaje.

Schumann responde por el equipo del proyecto, contesta que no habrá problemas,
que con una semana les alcanzará como para que el JÄGER-1 despegue y llegue a Moscú,
que anduvo muy bien en California y que no tendría por qué fallarle al Reich en Rusia,
que incluso han construido otra nave pequeña y plegable para reemplazar la que fue
derribada en la bahía de Los Ángeles.

Himmler se levanta y camina hasta quedar frente a María Orsic. El líder de las
SS le llega a los hombros a la mujer. El Reichsführer le pregunta si se acabaron las
canalizaciones de información desde Aldebarán, si sus ancestros ya enviaron toda la
información que los arios requerían para poder recobrar el poder sobre el planeta
Tierra. María niega con la cabeza mientras mira directo a los ojos de Himmler, y le
contesta que les ha llegado información acerca de un método para viajar a Aldebarán,
que la presencia Nudimmud les está explicando cómo utilizar aquel método y que,
cuando esté listo, los nazi serán los primeros terrestres de la historia en realizar un

Los Ovnis de Hitler 129


viaje interplanetario.

Himmler, Hauer y Schumann quedan boquiabiertos. María continúa, afirmando


que el JÄGER-1 es en realidad un transporte muy resistente y que es grande porque
Nudimmud ha extendido una invitación para que la delegación aria sea numerosa, y
que aquella invitación por supuesto incluye al Führer, así es que, si le parece a Himmler,
puede comunicarle a Adolf Hitler que cuando el JÄGER-1 extermine a los rusos, una
delegación de al menos 150 alemanes podría viajar por el cosmos hasta el mismísimo
Aldebarán.

Himmler vuelve a su asiento frente al escritorio, se afirma contra uno de los brazos
de su silla, toma su barbilla y, sin decir nada, solo con un gesto de su mano derecha,
ordena a Orsic y a Schumann que salgan de su despacho.

María sale de su cuarto en el castillo de Wewelsburg. Va, vestida con un camisón,


hacia el baño. Abre la puerta del excusado y entra.

María ocupa el baño. Está sentada cuando la puerta se abre con un golpe estruendoso.
Ella se pone en pie. Entran cinco hombres pero uno se adelanta, los otros se quedan
atrás custodiando la puerta. El general Jakob Wilhelm Hauer toma a María por la cintura
y la acerca hacia su cuerpo a la fuerza. Desesperado, el general SS apretuja primero los
glúteos y luego los senos de María, quien se estremece y gime. Mientras la manosea,
Hauer le dice a la médium que es la criatura más bella del mundo.

Hauer se toma de los senos de María, comienza a rozar su entrepierna contra el


cuerpo de la mujer y a besarle el cuello. María gime como si le gustara, como si estuviera
cediendo a la arremetida de Hauer, y el general SS se vuelve loco de deseo.

Los cuatro soldados SS que custodian el ataque de Hauer se separan y abren paso
para que Himmler entre al baño. Heinrich está en calzoncillos, camiseta y calcetines;
su rostro ha enrojecido, sus ojos lucen desorbitados, las venas de sus sienes parecen
a punto de explotar. Sin pronunciar palabra, Himmler se une al ataque de Hauer y
comienza a manosear el cuerpo de María, quien gime mucho más fuerte cuando el
líder de las SS la toca.

Los gemidos de María cambian de pronto: desde evidente deseo sexual a algo
parecido a un atoro, la mujer carraspea, el tono de su voz se engruesa. Himmler lee
aquello como el momento en que debe atacar definitivamente y agarra con fuerza la
entrepierna de la médium. Tres segundos después se produce una descarga eléctrica
descomunal en el sector de la vagina de María Orsic y Himmler es expelido como un
flato, vuela un par de metros, cae sobre los soldados SS que cuidaban la puerta del

130 Los Ovnis de Hitler


baño, todos se van al suelo y pierden el sentido. Hauer también sale despedido como
consecuencia de la descarga eléctrica pero como es mucho más grande que Himmler
el vuelo no es tan exagerado, se golpea la cabeza contra una muralla y queda aturdido
pero no inconsciente. Sin embargo, después del golpe a Hauer no le alcanzan las fuerzas
para reaccionar ante la huida de María, quien sale del baño saltando a los cuerpos
inertes de Himmler y los cuatro soldados SS que servían de escolta.

Cuando el general Hauer logra enfocar su vista, se levanta para atender a Heinrich
Himmler, quien yace en el suelo, absolutamente inconsciente. Hauer verifica que el
líder de las SS aún respira y tiene signos vitales. Le pide a uno de los soldados, quienes
también tratan de recuperarse después del impacto, que se quede con Himmler y
emprende carrera hacia el interior del castillo, acompañado por los otros tres soldados.

Los cuatro SS emprenden carreras atolondradas por los pasillos del castillo de
Wewelsburg. Aún aturdidos por la descarga eléctrica y la golpiza, trastabillan durante
todo el camino, se caen varias veces.

Mientras avanza por un pasillo muy oscuro, Hauer balbucea tratando de pedir
ayuda pero nadie le entiende. El general tropieza cuando intenta bajar por una
escalera, vuela por sobre los escalones, cae de cabeza al primer piso del castillo y
muere instantáneamente.

María entra a su dormitorio, se quita el dispositivo electrónico que le permitió


defenderse del ataque de Himmler y Hauer y lo lanza sobre la cama deshecha. Toma
dos bolsos que estaban debajo de su cama, se pone un abrigo y emprende carrera hacia
el interior del castillo. Va descalza.

Mientras corre por el pasillo se encuentra con las Vril Damen, quienes despertaron
con los alborotos. El castillo bulle, el escándalo que armaron Hauer, Himmler y Orsic
alteró la noche. Y mientras corre, María comienza a gritarles a sus compañeras que ¡Es
ahora, este es el momento!

Decenas de soldados SS corren en paños menores hasta las bodegas de almacenamiento


de armas y recogen fusiles y pistolas. Los cargan allí mismo y luego agarran velocidad
hacia el interior del castillo de Wewelsburg. Un oficial SS grita que las brujas malditas
mataron al general Hauer.

Las cinco Vril Damen llegan corriendo hasta el hangar donde descansa el JÄGER-1.
La máquina ya está encendida y la compuerta de entrada abierta, esperándolas. Entran.
María va directo a una de las consolas de conducción del vehículo, donde ya están
Schumann y otros tres técnicos; se sienta y comienza a operar. Las otras médiums se
acomodan en los asientos interiores, donde algunos técnicos ya se han amarrado con
cinturones de seguridad. Otros científicos entran apurados al JÄGER-1. María grita que

Los Ovnis de Hitler 131


no pueden esperar más, que se cierren las compuertas.

Decenas de soldados SS entran en paños menores y cargando armas hasta el interior


del hangar cuando la compuerta del JÄGER-1 se está cerrando. Los nazi le disparan a
la nave, que recibe los balazos sin registrar siquiera rasguños.

El hangar se llena de soldados SS disparándole a la nave. El JÄGER-1 se eleva sin


emitir ruidos de motor.

Hay más de tres metros entre la plataforma que lo sostenía y el enorme platillo
volador. La nave acelera, rompe la techumbre del hangar y sale.

Decenas de soldados SS salen desde el hangar en ruinas o desde el propio castillo y


le disparan al JÄGER-1, que en pocos segundos toma una velocidad insólita y desaparece
en algún punto oscuro del cielo estrellado.

Oficiales SS ordenan que cese el fuego, que comience un recuento de los destrozos
que ha dejado el escape de las médiums y que se reporte lo antes posible el número
de bajas que produjo aquella huida traicionera.

Las tropas vuelven al castillo cuando el JÄGER-1 reaparece.

La nave se detiene y levita a unos cien metros de las ruinas del hangar, estático.
Los soldados SS vuelven a salir a la intemperie nocturna y a apuntar contra el vehículo
que comanda María Orsic.

Se abren unas compuertas en la panza del JÄGER-1, dos misiles salen disparados
e impactan contra el hangar que alojó al proyecto aeroespacial.

Mientras revisan los tableros de control, María ordena perentoriamente que el


JÄGER-1 enfile en dirección suroeste. Schumann pregunta que a dónde se dirigen y
la médium contesta que van a esperar hasta la fecha exacta, porque el Jäger no tiene
suficiente energía como para llegar a su destino final.

María se levanta y echa un vistazo a los pasajeros. Están todos en pijamas o camisones,
varios de ellos descalzos. María también está descalza. Se ven preocupados pero, a la
vez, aliviados. María le habla a toda la tripulación, les dice que ya pueden acomodarse
porque están fuera del alcance de cualquiera.

132 Los Ovnis de Hitler


1943/Berlín

Adolf Hitler ha perdido los estribos, golpea su escritorio, voltea estatuillas que estaban
sobre la cubierta, levanta una silla y con ella destruye varios cuadros que colgaban de
las paredes de su despacho en la Cancillería. El Führer grita que esa ¡maldita puta
gitana seguro que va a venderle la nave a los rusos!

Heinrich Himmler se toma la cara de vergüenza. Está sentado sobre un sillón. No


se atreve a mirar a Hitler.

El Führer consulta si el líder de las SS tiene alguna idea de a dónde se fue esa puta
croata. Cuando Himmler contesta que no tiene idea, Hitler patea con todas sus fuerzas
una silla y el golpe lo lastima terriblemente; se ve obligado a sentarse para controlar
el dolor en una canilla.

Hitler le ordena a Himmler que salga, que primero vaya a buscar al doctor Morell
para que le vea la pierna y luego, de inmediato, se dirija a ver si en alguna parte encuentra
respuestas a lo que pudiera estar pasando con María Orsic y el JÄGER-1, que para la
tarde quiere saber dónde están esos malditos traidores.

Himmler camina hacia la salida y se detiene en el dintel del escritorio del Führer,
desde allí mira a Hitler. Cierra la puerta, echa un vistazo a su reloj, se para frente al
escritorio de una de las dos secretarias del Canciller, va a hablarle pero decide no decir
nada. No le avisa que Hitler se ha herido una pierna, se va apurado.

El JÄGER-1 llega volando hasta el valle que precede al Monte Untersberg, baja la
velocidad y desciende en la ladera norte de la montaña. La nave entra a la cueva más
grande del monte Untersberg y aterriza.

1943/Colorado Springs

George Viereck opera el aparato de radio que Nikola Tesla construyó en su taller y
laboratorio de Colorado Springs –sus cabellos flotan debido a la electricidad estática que
genera el transmisor–. Escucha usando un par de audífonos, le contesta a un micrófono

Los Ovnis de Hitler 133


muy grande y, además, toma notas en una libreta. Le responde a su interlocutor que
no se preocupe, que puede contar con él, que está en deuda con Nikola Tesla así es
que hará todo lo necesario para que las cosas funcionen como está previsto.

Viereck dice cambio y fuera, se quita los audífonos, aleja el micrófono, apaga el
aparato de radio –sus cabellos bajan de inmediato y el escritor queda despeinado–
y cierra su libreta de notas. Se levanta y sale del cuarto de radio. Afuera, junto a la
chimenea que sirve para calentar todo el edificio, hay cuatro hombres vestidos con
trajes oscuros. Uno le pregunta si todo está saliendo como se ha planeado y Viereck
contesta que supone que sí, pero que aquel es un mundo de científicos y que él no es
siquiera un lector de temas afines, que es un escritor alemán nacionalista que quedó
en el medio de todo aquel juego misterioso solo por el hecho de ser hijo del káiser
Guillermo I.

Viereck le pregunta, sarcástico, al hombre trajeado que conversa con él, si no


han encontrado pistas sobre espías de la Gestapo en Colorado Springs. El hombre no
sonríe ni le contesta.

Viereck levanta la voz y les pregunta a todos sus acompañantes si quieren café, que
él prepara para todos. El hombre que conversa con él le responde que sí, que estaría
muy bien porque por dios que hace frío en la montaña.

El escritor revisa la hora en su reloj de bolsillo.

Viereck sale por la puerta principal del laboratorio de Nikola Tesla en Colorado
Springs, va escoltado por dos agentes del gobierno de Estados Unidos. Los tres están
bien abrigados y portan humeantes tazones de café.

Dos vehículos militares están estacionados frente a la puerta del laboratorio de


Tesla. Siete militares vestidos con trajes de combate y fuertemente armados se voltean
y saludan a los tres hombres que salen del edificio.

Viereck y los agentes que lo acompañan saludan de vuelta a las tropas, caminan
un trecho por el terreno pedregoso que hay delante de la casa. El escritor se detiene
y se voltea a mirar el laboratorio: es una impresionante torre de madera de 57 metros
de alto, con una cúpula metálica semiesférica de 21 metros de diámetro en la punta.
Junto a ella, un edificio principal de estilo inspirado en el Renacimiento italiano.
Viereck mira su reloj de bolsillo y les comenta a sus acompañantes que ya están cerca
de comenzar y les pide que estén atentos, porque todo lo que ocurrirá desde ahora
en adelante es un misterio para él. Se quedan observando el edificio y los alrededores
durante treinta segundos.

134 Los Ovnis de Hitler


El periodista alemán y sus custodios estadounidenses vuelven a entrar en la estación
de telecomunicaciones de Tesla. Viereck se acerca a un switch, mueve la palanca hacia
arriba y se escucha cómo todo el sistema se carga de energía. Los cabellos de los cinco
hombres dentro del taller se levantan debido a la energía estática. Desde el reloj de
bolsillo de Viereck saltan pequeñas chispas; el escritor se lo saca y lo deja sobre una
mesa. Ocurre algo idéntico con los relojes de muñeca de los guardias que lo acompañan;
y también se los quitan y los dejan sobre la cubierta de un mesón de trabajo de Tesla.
Uno de los guardias también se despoja, apurado, de una cadena que lleva en el cuello.

A Viereck lo sobrecoge un ataque de emoción. Luego de un rato se calma y vuelve


a mirar su reloj de bolsillo, que descansa sobre la mesa: son las doce del mediodía.

1943/Monte Untersberg

María escucha mediante un par de audífonos que están enchufados a un aparato


radiotransmisor gigantesco. Dentro del JÄGER-1 hay bullicio de labores variadas, gente
trabajando muy seriamente. El doctor Schumann se acerca a Orsic para consultar si
le ha llegado alguna información interesante por la radio. Y María contesta que se ha
enterado de que los nazi están buscándolos por cielo, mar y tierra, que enviaron a dos
submarinos hacia distintos lugares de Europa donde creen que el JÄGER-1 podría estar.
Pero que los nazi no saben nada, que la tripulación puede estar tranquila, porque hasta
aquella caverna en el monte Untersberg no puede llegar ningún submarino.
María consulta su reloj de pulsera, le comenta Schumann que son las 15.00 horas
y que todavía falta...

1943/Colorado Springs

George Viereck revisa su reloj de bolsillo; bebe un sorbo de café. Los guardias
siguen sus movimientos a unos tres metros de distancia. El escritor camina doce pasos
y entra en una sala amplia donde hay herramientas y aparatos de metal por todos lados,
planos de máquinas eléctricas y/o de procesos que funcionan con electricidad. En el
centro del laboratorio, un motor inmenso vibra con mucha potencia; el cuarto entero
tiembla. Viereck se acerca y mira una palanca que sobresale de aquel motor. pegado a
aquella palanca hay un papel doblado. Viereck toma aquella hoja y se da cuenta de que
es una carta de Nikola Tesla dirigida a él, pues comienza con “Querido Georgie,…”.

Los Ovnis de Hitler 135


Viereck sonríe, vuelve a doblar la carta, la guarda dentro de un bolsillo interior
de su abrigo y chequea la hora en su reloj de bolsillo, son las 14.00 horas; hace fuerza
y baja la palanca. De inmediato el motor se cimbra poderosamente, luego truena y
emite una luz azul. La casa entera se pinta de azul, color que incluso cubre a Viereck
y a los agentes que lo custodian. El periodista se espanta, lo mismo que los guardias,
y escapan todos rápidamente de la casa.

Viereck y sus custodios salen corriendo del laboratorio de Tesla y se esconden


detrás de los vehículos militares que vigilan la entrada. Los siete soldados los imitan.
Y ahí se quedan, observando.

El proceso eléctrico termina con un estruendo, con una explosión eléctrica que
impulsa un rayo de luz azul por el cuerpo de la torre de metal hasta la cúpula, desde
donde el rayo es expulsado a toda velocidad con dirección sur.

Viereck grita maravillado. Los agentes y militares estadounidenses, también


admirados, lanzan palabrotas.

1943/Monte Untersberg

El JÄGER-1 descansa justo afuera de la caverna donde estuvo escondido en el


monte Untersberg.

Toda la tripulación del JÄGER-1 está sentada en sus puestos, esperando. Están
tensos y angustiados debido a la espera. María consulta su reloj de pulsera y luego le
habla a la tripulación usando los altoparlantes de la nave, les dice que son las 17.00
horas en punto y les pide a quienes crean en algo que por favor recen por todos.
Varios de los miembros de la tripulación cierran los ojos y aprietan los párpados. Uno
de ellos se persigna.

El firmamento está despejado, no hay nubes. De pronto el cielo de Untersberg se


pinta de color azul. El rayo azul que fue lanzado desde la torre de Tesla en Colorado
Springs cae sobre el JÄGER-1, que recibe una carga impresionante de energía.

La nave emprende vuelo por sobre las nubes y agarra una velocidad impensada.

Dentro de la nave, María, que está sentada frente a una de las consolas de control
de la nave, chequea su reloj de pulsera y anuncia a la tripulación que, si no tienen
inconvenientes, llegarán en dos horas.

136 Los Ovnis de Hitler


Doctor Schumann

Los Ovnis de Hitler 137


1943/Colorado Springs

George Viereck y sus custodios han vuelto a entrar al laboratorio de Tesla. El escritor
camina con sigilo, chequeando que nada en el lugar pueda causarles daño. Mira el
motor que emitió el rayo y observa que está quieto, que parece un animal dormido,
incluso lo palpa para constatar su temperatura; está frío, no hay peligro.

Viereck se sienta junto a la mesa donde aun descansa su café, le da un sorbo y


se percata de que tiene buen sabor. Sonríe. Saca la carta de Tesla, que estaba en un
bolsillo interior de su abrigo, la desdobla y lee.

La carta dice: “Querido Georgie, Hace mucho que no nos vemos, demasiado
para una amistad tan necesaria para un viejo tan loco como yo. Me estoy muriendo,
Georgie, eso ya lo sabías, pero no tenías claro que me quedara tan poco. En mis
últimos momentos pienso en mis últimos años, que en mi caso he gastado tratando de
sincretizar. ¿Se puede sincretizar una vida? Pues no, es imposible. Pero mi vida entera
estuvo dedicada a los imposibles. Si tuviera que sincretizar ahora, entonces lo haría en
un nombre: María Orsic. No lo entiendes, ¿verdad? Lo que pasa es que no eres croata,
eres alemán y, como consecuencia, tienes dificultades para entender a la gente nacida
y criada en Los Balcanes. María y yo somos casi iguales: nadie nos entendió jamás y
eso nos produjo una soledad tan profunda como dolorosa. A María la siento como una
especie de gemela sutil a nivel espiritual y, como tal, me resisto a que siga sufriendo. No
quiero que ella experimente lo mismo que yo, los mismos robos, las mismas burlas, la
misma melancolía. Así es que me vi obligado, por estas circunstancias tan irracionales,
a traicionarte de algún modo, amigo mío. He negociado con el gobierno de Estados
Unidos en nombre de María […]”.

Dentro del JÄGER-1, durante el vuelo, María conversa con el doctor Schumann.
El resto de la tripulación luce como gente viajando, tranquila y relajada, en un avión
comercial.

Viereck sigue leyendo la carta de Nikola Tesla: “[…] He construido infinidad de


máquinas extrañas para la gente más diversa y rara del mundo, Georgie. He vendido
patentes de inventos que ni siquiera puedes imaginar. Y, claro, esas relaciones con
gente poderosa me dieron cierto nivel de contactos. Usé esos contactos para ayudar a
María. Siento que se lo debo, porque por dios que tuvo que sufrir […]”.

George lee la carta de Tesla y sonríe: “[…] Supongo que nunca más volverás a
saber de ella. Imagino que eso puede causarte cierta angustia, pero sé que ella prefiere

138 Los Ovnis de Hitler


el anonimato. Después de todo, ha pasado su vida ocultándose […]”.

El JÄGER-1 desciende sobre las arenas de un desierto. Dentro del aparato se escucha
la voz de María Orsic hablando por altoparlantes como capitana de la nave, le dice a
la tripulación que por favor se prepare para el aterrizaje.

En Colorado Springs, Viereck sigue leyendo la carta y llora de alegría: “[…] Te debía
esta carta, mi querido Georgie, pues no quiero que sientas vacíos espirituales. Ahora
ya sabes lo que ocurrió, puedes escribirlo, si quieres, aunque tal vez nadie te creerá.
Lo que hicimos con María cambiará el futuro, pero no en el sentido que imaginas. La
lucha de la hembra humana hacia la igualdad entre los sexos va a terminar en un nuevo
orden, con la mujer como una especie superior. La mujer moderna, que anticipa en
meros fenómenos superficiales del desenvolvimiento de su sexo, no es sino un síntoma
superficial de algo más profundo y más potente, que se encuentra en fermentación.
No está en la imitación física de los hombres que las mujeres reivindican su igualdad
primaria, y más tarde su superioridad, sino en el despertar de la inteligencia de estas
mujeres”.

George Viereck termina la carta, seca sus lágrimas, bebe un sorbo de café, se levanta,
abre la puerta y sale del laboratorio, donde se encuentra de nuevo con los policías
militares estadounidenses.

Los Ovnis de Hitler 139


Base Roswell

140 Los Ovnis de Hitler


1943/Roswell, Nuevo México, Estados Unidos

El JÄGER-1 detiene su marcha en el cielo, se suspende durante unos segundos, cual


libélula, y luego desciende de manera vertical sobre las arenas del desierto de Nuevo
México. Una vez en tierra, se apaga el motor y se abren las compuertas de la nave.

Descienden los ocupantes: primero las Vril Damen, con María a la cabeza, vestidas
con togas de color blanco hueso, los cabellos sueltos y las cabezas coronadas con
diademas en cuyos centros imperan runas: cada Vrilerinnen de reparto usa una aureola
de plata y una runa distinta; María lleva una tiara dorada en cuyo centro reina un Sol
Negro. Y luego bajan los científicos, que suman más de treinta, liderados por el doctor
Winfried Otto Schumann.

Un sol dorado y descomunal domina el firmamento y parece querer aplastar con


su calor infernal a los recién llegados. Todos están encandilados y lucen sorprendidos
por el paisaje.

A seis metros de distancia, tres vehículos militares sin techo, pintados con el color
de las arenas de Nuevo México y que ostentan ruedas negras muy anchas, esperan a
los ocupantes de la nave JÄGER-1. Alrededor de los transportes, decenas de soldados
vestidos con tenidas de combate para las dunas apuntan con sus armas a los viajeros
alemanes.

Un grupo de doce uniformados camina de manera sigilosa y rodea a los miembros


de la tripulación del JÄGER-1, siempre apuntando con sus ametralladoras. Uno de ellos,
un oficial, se presenta en inglés, les da la bienvenida a la base de Roswell en nombre
del presidente Franklin Delano Roosevelt y le pregunta a la médium más hermosa de
todas si ella es la señorita María Orsic.

María abre exageradamente sus ojos encandilantes, sonríe y posa su mirada en el


oficial estadounidense, quien queda boquiabierto. Los otros militares norteamericanos
reaccionan con comentarios ante la belleza de las médiums. María contesta usando un
inglés británico que suena perfecto pero es tan directa al responder que al militar le
queda claro que no es inglesa. Dice que efectivamente es María Orsic.

El oficial estadounidense se queda cinco segundos sin habla y mirando directo a


los ojos azul hipnótico de la mujer. Luego, y a trastabillones, balbucea y le pregunta a
María si ella viene desde otro planeta.

Los Ovnis de Hitler 141


María Orsic responde con una sonrisa franca y plácida, angelical, que enamoraría
a cualquiera. Echa una mirada furtiva a sus compañeros de odisea –varios científicos
sonríen, alentados por la ridícula ocurrencia del soldado estadounidense– y luego
pregunta por la autoridad a cargo de la base de Roswell. Dice que necesita conversar
con aquel oficial de alto rango, porque a pesar de que ha llegado a Estados Unidos
gracias a las gestiones políticas de su querido amigo Nikola Tesla, ella no tiene claro
cuál será su futuro ni el de aquella tripulación excepcional, pues, como todo el mundo
sabe, Tesla lamentablemente está muerto. Vengo a negociar, dice con tono perentorio
–al oficial le queda claro que no ha llegado desde otro mundo ni es inglesa: le parece
demasiado insolente para ser británica, cree que probablemente es rusa–. El hombre
responde que no ha recibido aquella orden, que nadie le ha dicho que debe presentar
a María con el comandante de aquella unidad militar y que, por lo mismo, deberá
limitarse a acompañar a los recién llegados hasta el interior de las instalaciones, que
son subterráneas.

Orsic levanta el brazo derecho. Aquel gesto funciona como el switch de un


mecanismo eléctrico que obliga a las Hermanas de la Luz a moverse y a flanquear a su
líder espiritual. María, rodeada por sus compañeras de viaje, sentencia: aunque no he
llegado desde otro mundo, ahora que Tesla no está soy el único ser en este planeta
que guarda en su cabeza el secreto que podría cambiar la historia de la humanidad
para siempre. Usted decide…

En 1945 los historiadores perdieron los rastros de María Orsic, las Hermanas de la
Luz y la treintena de científicos europeos que trabajó en el proyecto aeroespacial
nazi. Solo el nombre de Winfried Otto Schumann volvió a aparecer en 1947,
cuando asesoró a la Fuerza Aérea estadounidense.

142 Los Ovnis de Hitler


Los Ovnis de Hitler

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