Jäger-Los Ovnis de Hitler
Jäger-Los Ovnis de Hitler
Jäger-Los Ovnis de Hitler
ISBN : 978-956-402-394-6
Daslav Maslov
(Punta Arenas, 1972)
A las 20 horas comienza a vibrar el suelo bajo Greenwich Village. Los vecinos de
East Houston Street salen a las calles, escapan suponiendo que un terremoto de grandes
proporciones está a punto de arreciar en el corazón de Nueva York. En segundos, decenas
de chinos e italianos aterrorizados atestan el asfalto en aquel rincón de Manhattan. La
multitud se vuelve un caos de estampidas cruzadas, casi todos los heridos se producen
durante aquellos minutos infaustos.
Pero no termina. Uno de los policías le pregunta a otro si calcula más o menos
cuánto tiempo lleva el temblor de tierra; el aludido, luego de consultar con el inmenso
reloj de pared del cuartel, dice que desde que comenzó ya han pasado unos quince
minutos.
Estallan los vidrios de la comisaría. La gente huye despavorida, sale del cuartel y
corre por Mulberry Street. Dentro de la estación los uniformados tratan de calmar a
los pocos pobladores que van quedando, pero es imposible.
Dos policías corren a toda velocidad calle abajo, esquivando a decenas de chinos
e italianos que, mezclados en una masa humana, siguen tratando inútilmente de
escapar del temblor. Entran al edificio del número 46 de la calle Houston y suben por
las escaleras, apurados, hasta el cuarto piso. Abren a la fuerza una de las puertas del
laboratorio e ingresan desesperados, buscando con quién hablar. Apenas traspasan el
umbral sus cabellos se crispan, atacados de improviso por energía eléctrica estática,
y se levantan hacia el techo. Los oficiales se espantan pero les toma apenas un par de
segundos caer en cuenta de que aquel ambiente es inofensivo, y continúan con su
persecución.
Aquel científico está en pie al lado de uno de los pilares de hierro que sostiene la
estructura del departamento. Adosada a aquella columna de metal hay una máquina
pequeñísima, un dispositivo dañado por el martillazo reciente, algunos chispazos azules
evidencian su muerte súbita. El científico aclara que ese dispositivo es su oscilador
mecánico, les pregunta qué les parece y asegura que si hace uno más grande podría
cambiar el eje de la Tierra. Los policías lo miran, estupefactos; uno de ellos contesta,
muy contrariado: Señor Nikola Tesla, hoy casi echa por tierra a todo el barrio, debería
tener más cuidado con lo que hace.
1922/Berlín
Un frío asesino congela los alientos de la treintena de hombres elegantes que entra
por la puerta principal del lujoso hotel Kaiserhof, en el centro de Berlín. Las aceras
están escarchadas, el cielo cerrado amenaza con una nevazón.
A las 19.00 horas se abren las puertas de un inmenso salón oval para recibir a
aquella convención que aglutina a aristócratas, altos empresarios, terratenientes y
banqueros alemanes. Allí esperan treinta minutos, departen fumando pipas, comiendo
embutidos, bebiendo licores; hasta que aparece la hermosa condesa Haila von Westarp
para dar inicio a la ceremonia.
Haila camina del brazo de George Viereck hasta que se detienen en el centro
del salón oval. Allí el escritor se separa, dejando espacio para el discurso inicial de la
aristócrata.
Entran al salón oval otras cinco mujeres vestidas igual que Haila von Westarp:
túnicas blanco invierno, cabellos sueltos y larguísimos y cabezas coronadas con diademas
plateadas en cuyos centros destacan soles negros. La condesa presenta a las Vrilerinnen
por sus nombres: Traute (cabello rubio ceniciento), Sira (cabello negro azabache),
Chefin (cabello castaño), Gudrun (cabello castaño) y Heike (colorina); y comenta que
Sigrun exige que el personal del hotel abra las ventanas, porque de otra manera será
imposible realizar la sesión, debido a la cantidad de humo de tabaco que contamina el
ambiente. Y luego continúa como maestra de ceremonias pidiéndoles a los miembros
de Thule que por favor den la bienvenida a la mujer que ha motivado el encuentro.
María Orsic entra en el salón oval del hotel Kaiserhof. Lleva el cabello suelto, es
largo hasta las caderas, liso y rubio dorado; la diadema que la corona es de oro y en
el centro lleva un Sol Negro más grande que los que ostentan las otras médiums. Va
vestida con una túnica blanco invierno ligeramente ceñida, que destaca las formas de
su figura hermosa. Los treinta y tantos asistentes quedan embobados, algunos sueltan
comentarios de admiración que se oyen como murmullos. María es la mujer más hermosa
de su tiempo y ella lo sabe pero no ostenta, se mueve con parsimonia y elegancia. Orsic
se para junto a Sigrun y ambas se inclinan, saludando al pleno de la Sociedad Thule.
Sigrun lanza una invitación, les dice a los señores que cualquiera de ellos puede
intervenir durante la sesión espiritista que está a punto de comenzar, que se sientan
libres de hablarle a María en cualquier momento.
Orsic hace un gesto con la mano derecha y las seis Vrilerinnen la rodean, se toman
de las manos y comienzan a cantar un mantra en lengua muerta. Luego de treinta
segundos de canto hipnótico, María cae en trance: cierra los ojos y cambia la expresión
de su rostro, vuelve a abrirlos y grita muy fuerte, con una voz gruesa: Heil! Y el coro
de aristócratas le contesta: Heil!
Se levanta una voz trémula entre el público y pregunta desde dónde les habla aquel
Nudimmud, que dónde está en este instante. Y María/Nudimmud contesta que está en
Aldebarán, un planeta ubicado a 5,6 años luz del nuestro. Dice que hace cuatrocientos
mil años estuvo en aquel lugar que nosotros llamamos Tierra y que tuvo el honor de
crear a los arios.
Se abren a la fuerza las puertas de la sala oval. Doce aristócratas arrancan atropellándose,
intentando pasar por encima de quienes vayan delante; corren despavoridos por los
pasillos del lujoso hotel Kaiserhof y escapan en estampida por las calles escarchadas
de Berlín, que durante aquella noche invernal están vacías.
El salón oval del Hotel Kaiserhof está en silencio. María, poseída por Nudimmud,
pasa su mirada extraña por el público como tratando de reconocer a todos y cada uno
los asistentes. Tres de los miembros de Thule se estremecen de pavor. Se levantan
nuevamente murmullos y comentarios entre los asistentes. El escritor George Viereck
toma la palabra luego de unos segundos incómodos y le pregunta a Nudimmud si es
el creador de la raza humana entera. María en trance contesta que de la raza humana
entera no, pero de los Vril-Il sí.
Viereck vuelve a la carga consultando a Nudimmud qué es lo que tiene que decirles
a los miembros de Thule. María se tambalea, Sigrun la toma por la cintura y la ayuda
a estabilizarse. Orsic en trance sonríe, con una mueca infernal, y grita con su voz de
cocodrilo que hoy lo importante ¡ES EL VRIL!
Las otras médiums detienen el canto en lengua muerta después del grito de María.
Un golpe energético recorre el salón oval. Caen al suelo y se rompen copas, platos
y jarros. Los cabellos de todos los comensales se erizan y quedan levantados, flotando.
María en trance les dice a los miembros de Thule que les trae una buena nueva,
un presente, que les trae el VRIL. El cuerpo de María Orsic se levanta lentamente del
suelo, hasta que las plantas de sus pies quedan a más de un metro. Las otras médiums
sueltan sus manos y se alejan, cada una por su cuenta toma buena distancia; están tan
sorprendidas como el resto.
Se han quedado dentro del salón, en pie y mirando, George Viereck, Haila von
Westarp, el político Rudolf Hess y el doctor en física Winfried Otto Schumann. Las
médiums y el resto de los invitados que permanece en el lugar están agazapados,
mirando desde lejos.
Se produce un segundo golpe energético, que también recorre el salón oval. Caen al
suelo todos los cuadros que adornaban las paredes. Los cabellos de quienes permanecen
en el lugar vuelven a erizarse y se quedan así. Nuevas chispas, pequeñas explosiones
dentro de la sala, varias en distintos rincones y en las ropas de los participantes.
Mientras George Viereck corre para atender a María, Rudolf Hess ordena a los
botones del hotel, desesperado, que vayan a buscar ayuda médica, les grita que a aquella
mujer hay que ayudarle de inmediato, porque el futuro de Alemania depende de ello.
Mientras Hitler mira por aquella ventana, Rudolf Hess, su compañero de celda, lo
observa embelesado. Rudolf ve un halo radiante alrededor de su camarada de batallas
y está seguro de que es el escudo espiritual de un Mesías.
Hess está sentado en una pequeña silla de madera que acompaña a una mesa
también pequeña y también de madera. Sobre la mesita hay un ramo de flores envuelto
con un paño rojo. Delante, sobre la cubierta, Rudolf tiene abierto un cuaderno de notas.
Hess le pregunta a Hitler hasta dónde debería llegar el Espacio Vital del nuevo
imperio alemán y Hitler contesta, sin dejar de mirar por la ventana, que hasta aquel
terreno que ahora se conoce como Rusia, aunque, como ya se sabe, la Nación Aria
nunca tuvo ni tendrá límites. Hitler dice que deben volver a hablar con el geógrafo Karl
Haushofer para comenzar a escribir bien ese capítulo de su diario, y le pide a Hess que
por favor haga los arreglos para que lo vean al día siguiente.
Hitler entrecierra los ojos y aprieta ambos lagrimales usando dos dedos de la mano
derecha. Luego le consulta a Rudolf cuánto Tokio les queda; antes de que le pregunten
por qué, argumenta que está muy cansado de pensar in profundis, que necesita salir
pronto de aquella celda pues hay mucho que hacer en las calles de Alemania, porque
la Nación Aria los necesita para despertar. Hess informa que les quedan seis paquetitos
de Tokio y que necesitarán que su gente les lleve más.
Rudolf Hess esparce unos gramos de polvo blanco dentro de un plato y luego
utiliza una hoja de papel blanco para crear dos líneas. Adolf Hitler se acerca a la mesita
e inhala ambas líneas, una por fosa nasal, espera unos segundos en silencio y luego
vuelve a mirar por la ventana. Dice, ensimismado, que lo que realmente le quita el
Rudolf se tarda en contestar, se toma unos segundos para pensar su respuesta: confiesa
que ha visto prodigios, que en presencia de la médium María Orsic ha experimentado
experiencias difíciles de explicar, que ha visto acontecimientos que desafían a cualquier
intelecto pero que, a pesar de todo, incluso del miedo que le produjo, cree que ha
visto el futuro de la Nación Aria y que eso es, finalmente, el Proyecto Jäger.
Hess abre otro sobre repleto con Tokio y arma una línea delante suyo, sobre la
mesita, que aspira con rapidez y maestría. Luego acerca el cuaderno de notas, empuña
una estilográfica y unta la punta de fierro en un tintero; le pregunta a Hitler si van
a continuar escribiendo el futuro ahora, pero Adolf niega con la cabeza y prosigue
consultando. Recuerda que en el centro del Proyecto Jäger está esa mujer austriaca
llamada María Orsic, y pregunta si ya saben si tiene ancestros judíos. Hess asegura que
no tiene sangre judía ni gitana, que la han investigado, que está avalada por el núcleo de
la Sociedad Thule. Y, para reforzar lo que ya ha dicho, Rudolf describe a María, dice que
le parece una mujer modesta en su actuar pero que evidentemente su inteligencia es
muy superior a la media de las mujeres. Comenta que, como cualquiera en su posición,
al principio creyó que la médium era un fraude pero que, hasta donde sabe, no lo es.
Hitler se aleja de la ventana, desdobla una frazada que estaba a los pies de su cama
y se la acomoda sobre los hombros. Luego pregunta si María Orsic es tan inteligente
como se dice. Hess confirma, entusiasmado, que cuando ella está enfrente mira con unos
ojos como de educadora de párvulos, que a su interlocutor lo hace sentir que retrocede
hasta el kindergarten. Dice que cuando ella habla se callan hasta los científicos más
reputados, incluso el doctor Winfried Otto Schumann la escucha sin interrumpirla. Dice
que no parece de este mundo, sino venida desde el mundo germánico antiguo, desde
el Primer Reich. Rudolf Hess comenta que, si no fuera imposible, él diría que María es
una reencarnación de Nefertiti, pues cumple con todos los cánones: la separación de
los ojos, las formas de la nariz y de la frente, el largo del cuello, el aroma a canela que
la acompaña siempre, el cabello dorado, la estatura; dice que es altísima, mucho más
que cualquiera de los soldados arios que ya han reclutado para La Causa.
Hitler mira su reloj de pulsera y pregunta si la condesa Haila von Westarp llegará
a las once en punto. Hess corrobora el dato y Adolf consulta sobre la marcha si Haila
es miembro del famoso clan Von Westarp, el de los magnates banqueros asociados con
las petroleras estadounidenses; Hess también ratifica aquel dato. Hitler dice que hay
que cuidar la relación con esa mujer, porque necesitarán de toda la ayuda aria para
salir de aquella celda lo antes posible.
La médium llega cinco minutos después, acompañada de otras dos mujeres. Las
tres van vestidas con túnicas de color blanco invierno y llevan sus larguísimos cabellos
sueltos. Son hermosas, Hitler y Hess se quedan sin habla cuando aparecen junto a dos
gendarmes –que las miran con caras de brutos– en la puerta de la celda. Las muchachas
entran y la condesa se presenta, dice que su nombre es Sigrun y que las muchachas
que la acompañan son Traute (cabello rubio ceniciento) y Heike (colorina), que ellas
son Hermanas de la Luz y que necesitan hablar con ellos.
Los dos hombres se excusan por las condiciones en las que están viviendo y las
invitan a sentarse sobre la cama de Hess. Hitler se sienta enfrente, en su cama. Sigrun
observa el libro que descansa sobre la almohada que usa el líder de la resistencia
política callejera del movimiento: es un viejo ejemplar de Los principios de la herencia
humana y la higiene racial, de Eugen Fischer. Adolf se da cuenta, cruzan miradas y
ambos sonríen. Rudolf se acomoda en la única silla que poseen.
Hitler comenta que tenía la esperanza de que fräulein Orsic se presentara ahí
también. A lo que Sigrun contesta que no ha podido presentarse pues está muy ocupada
en el desarrollo del proyecto que la Sociedad Thule le ha encargado, que les envía
parabienes a ambos y felicitaciones por su pronta liberación.
Sigrun frunce el ceño, se pone muy seria, le da firmeza a su voz y aclara la situación,
explica que las Vril Damen son dueñas de la compañía aeronáutica Más allá de la Máquina
de Vuelo, que están constituidas desde hace meses y funcionando gracias a una fusión
de capitales metalúrgicos y químicos alemanes y petroleros estadounidenses. Que
con la compañía les va bien pero necesitan que el orden político se restablezca, que
surja una fuerza revitalizadora del espíritu alemán. Que ellas creen que aquel esfuerzo
debe ser impulsado por líderes como Hitler, un hombre carismático y firme a la vez,
una figura sólida y representativa de la mejor tradición aria. Como consecuencia, las
Vril Damen están dispuestas a solventar parte de sus gastos personales y políticos y a
afirmar, como sea necesario, aquel liderazgo tan vigoroso. Haila le dice a Hitler, muy
enojada, que como ve, ellas no son mandaderas de nadie, son parte importante del
mensaje y del futuro de la Nación Aria.
Hitler se detiene y sonríe. Cruza miradas con la condesa Von Westarp y vuelve a
sentarse. ¿Más allá de la Máquina de Vuelo?, comenta casi en voz baja y las mujeres
asienten subiendo y bajando sus cabezas. Hitler dice que asume que ese nombre tiene
que ver con el desarrollo de la tecnología Vril, y las mujeres vuelven a confirmar. Hitler
les pide que por favor le expliquen en qué consiste el Proyecto Jäger.
Sigrun carraspea y asume el discurso, le dice a Hitler que esto que va a explicarle es
lo que María Orsic les ha explicado a las Vril Damen. Es ella, María, quien recibe desde el
planeta Aldebarán la información que el grupo de médiums está vaciando en el Proyecto
Jäger. Haila explica que la materia no produce energía, allí no está alojada, no es así
como funciona la mecánica universal, que en la materia no hay más energía que la que
recibe del entorno. Esa energía que está en el entorno es el Vril, que es consecuencia
natural del movimiento de los grandes astros por el cosmos. El Proyecto Jäger está
abriendo las puertas hacia el dominio del Vril. Haila explica que por ahora lo que les
interesa no son tanto los objetos que deben mover sino la forma en que canalizarán
la energía que los moverá. Dice que el manejo del Vril es Tecnología Sicofísica y que
se necesitan cuerpos humanos especializados en aquel tipo de canalizaciones, que no
cualquiera puede, pero que ellas, por razones que desconocen, pueden manejarla.
Hitler frunce el ceño y mira directamente a los ojos de Rudolf Hess, quien responde
arqueando las cejas y levantando sus hombros. Adolf le consulta a Sigrun si entiende
bien: que las médiums son capaces de mover la energía universal, el Vril, con fuerza que
Adolf cruza los brazos, aprieta los labios y deja escapar una exhalación larga. Dice,
incrédulo, que habrá que ver eso alguna vez. Sigrun reacciona ante el comentario
poniéndose en pie; las otras médiums la imitan. La condesa replica aclarándole a Hitler
que esos estudios sicofísicos son patrimonio de su compañía, que tal vez alguna vez él
podrá maravillarse con los alcances de su trabajo; que por ahora lo que necesitan es
que Hitler y Hess hagan su trabajo en las calles, que desplieguen todas sus capacidades
políticas para llegar pronto lo más alto posible en el gobierno alemán.
Cuando las médiums dejan la celda de Landsberg, Hitler le pide a Hess que retomen
los apuntes de su diario de vida, porque aquel libro será parte de la propaganda que
desea desplegar en el núcleo político alemán.
El viejo avanza lento, observando alegremente el paisaje urbano, pues a esa hora
de la mañana la ciudad bulle, el comercio funciona a toda máquina, las calles están
atestadas. Luego de unos segundos el anciano se ve obligado a evitar la construcción
de un edificio inmenso, una obra de fierros y concreto en progreso –a la que le queda
mucho tiempo para que esté en pie–.
El anciano se acerca a la puerta del palomar, quita el candado, abre la puerta y entra.
Las palomas se acercan para saludarlo. Dentro del criadero, el viejo ajusta las botellas
del agua y rellena los contenedores y busca alimento dentro de unos sacos enormes,
lo distribuye entre los receptáculos que usan las aves y luego se queda observando
cómo comen y beben.
Tesla sale del palomar, saca el mensaje tubular desde el bolsillo de su chaquetón,
lo desenrolla y lo lee en silencio. Pasan diez segundos y comenta en voz baja que el
asunto se está complicando.
La figura de una mujer sale por una puerta trasera de la mansión Von Westarp y
camina hacia la palomera. La mujer va muy abrigada, cubierta desde las rodillas hasta la
cabeza con un chaquetón de lana muy elegante y grueso de color rojo. La mujer llega
hasta la palomera, toma al pájaro recién llegado, saca el tubo anular que lleva en la
pata derecha, abre la puerta del palomar y guarda al ave. Mientras camina de regreso
a la mansión, la mujer desenrolla el mensaje y lo lee.
María entra a una biblioteca descomunal, tan amplia como una plazoleta: un área
de lectura rodeada por muros de cuatro metros de alto transformados en estantes,
más de cinco mil tomos a disposición; varias mesas, sillas y sillones distribuidos en la
sala. En el medio, descansando y leyendo sentadas sobre un sofá de cuero, hay dos
mujeres vestidas con saris color blanco invierno. Ambas levantan las miradas cuando
María aparece en la biblioteca.
Una de las mujeres es Haila von Westarp o Sigrun, ella está leyendo la novela Vril:
The Power of the Coming Race, del barón Edward Bulwer-Lytton. La otra es Traute,
quien lee La Doctrina Secreta, de Madame Blavatsky.
María se acerca a las mujeres, se quita el abrigo rojo, lo deja en el respaldo de una
silla. Está vestida igual, con el sari blanco invierno. Antes de sentarse sobre el sofá, se
suelta el cabello.
María hace un gesto con la mano derecha y las otras dos mujeres se ponen en pie.
Las tres caminan hacia una pequeña sala, contigua a la biblioteca.
La sala está casi vacía. Sobre el suelo hay apenas tres esterillas que les sirven a las
médiums para sentarse con las piernas cruzadas. En cada esterilla descansa una tiara,
Luego de tres minutos meditando, María Orsic abre los ojos y comunica que las
mujeres han logrado canalizar con éxito, pues ella ya tiene la fecha y el lugar.
Sigrun y sus invitados caminan por un pasillo oscuro y largo, dentro de la mansión
Von Westarp, bajan dos niveles usando una escalera en espiral, hasta que entran en
un sótano amplísimo, de techo muy alto y bien iluminado por lámparas muy grandes.
En aquel búnker trabajan las Vril Damen, con María Orsic a la cabeza, y un grupo de
científicos, todos vestidos –incluidas las mujeres– con delantales blancos. Los hombres
revisan planos y discuten en voz alta acerca de lo que están viendo. Las mujeres observan
la maqueta de una nave, un platillo volador que ha sido armado con madera y descansa
sobre la cubierta de una mesa redonda muy amplia.
Ninguno de los miembros del Proyecto Jäger nota a los recién llegados. Sigrun
se ve obligada a introducirlos, dice que les presenta al señor William Farish, él es
representante en Berlín de la empresa americana Standard Oil, y a herr Adolf Eichmann,
representante de Vacuum Oil Company, que ellos vienen a ponerse al día respecto de
los avances del Proyecto Jäger y les pide que por favor contesten todas sus preguntas,
porque ambas empresas están financiando la mayor parte de su trabajo.
María se acerca unos centímetros a Eichmann, quien es mucho más bajo, y clava su
mirada azul profundo en la vista seria y dura del interventor, le dice que en unos meses
pueden volver él y los observadores que Vacuum Oil Company estime convenientes,
que puede venir incluso el mismísimo señor John D. Rockefeller, que será bienvenido
siempre.
La batalla síquica entre María y Eichmann dura veinte segundos más, hasta que el
representante de Vacuum Oil Company desvía la mirada y vuelve a echar un ojo a la
maqueta. Todas las mujeres –incluida Sigrun– sonríen satisfechas. El único hombre
que imita aquella sonrisa es el doctor Winfried Otto Schumann. El resto de los hombres
luce amedrentado.
1934/Berlín
Heinrich Himmler, encargado de las SS, está en calzoncillos y camiseta. Se mira al
espejo en el baño de su casa. Revisa su bigotito y el cabello bien corto sobre la coronilla
y rapado a los costados. Hace muecas de satisfacción, le gusta lo que ve.
Se sienta sobre la tapa del WC y realiza ejercicios con mancuernas para sus brazos.
Cuando termina siente sus músculos hinchados, toca sus brazos y vuelve a las muecas
de aprobación y a las sonrisas soberbias. Es un enano sin hombros, sin presencia física.
Luce patético.
Himmler abre el botiquín que está detrás del espejo e inaugura un paquete de
estimulantes rotulado como Pervitin. Llena un vaso con agua y traga dos pastillas, una
detrás de la otra.
Himmler está vestido con su traje de líder de las Waffen SS y sentado frente a su
desayuno, pero no lo toca aún. Espolvorea un paquetito de cocaína sobre la mesa de
su comedor, lo ordena como línea delgada usando la cucharilla para el café y lo inhala.
Rápidamente Hedwig va hasta su escritorio y toma una libreta de notas, que está
abierta en la página que contiene la agenda de Himmler para aquel día.
Hedwig Potthast entra al despacho, donde su jefe acomoda la silla para enfrentar su
escritorio y comenzar el día, y se para un metro antes del mueble, lista para comentar
y coordinar.
Himmler frunce el ceño y mira su reloj de bolsillo, donde ve que son las 08.07
AM. Le llama la atención que la citación de Hitler sea tan temprano y comenta que
normalmente estas reuniones son al mediodía. Hedwig Potthast asiente subiendo y
bajando la cabeza.
El líder de las SS obliga a Hedwig Potthast a pararse justo al lado de la silla donde
él está sentado y le pide que le pase la libreta abierta en la página que contiene su
agenda matutina, quiere revisar bien los horarios y las actividades, pues habrá que
hacer cambios en la agenda y la secretaria tendrá que avisar a los afectados.
Durante unos segundos Himmler lee en silencio, hasta que de pronto, sin avisar,
el jefe nazi mete la mano por debajo de la falda de Hedwig Potthast.
Adolf Hitler, Rudolf Hess, el geógrafo Karl Haushofer y el encargado de las SS,
Heinrich Himmler, están dentro del despacho privado del Führer en el Reichskanzler.
Revisan un mapa de más de un metro cuadrado que representa a toda Europa. Uno de
los dedos índices de Haushofer apunta a Polonia, dice que la expansión aria comienza
ahí, pero que deben considerar que la reconquista de Europa solo se concretará cuando
la bota nazi pise la cabeza de la serpiente comunista que reina en el Kremlin.
Adolf Hitler levanta la cabeza, echa las manos detrás de la espalda y comienza a
caminar. El Führer deambula por su despacho, resuenan sus taconeos dentro de la
oficina. Comenta que la Lebensraum no es más que un ejercicio de memoria, que
todo el planeta perteneció a la raza aria hace muchos siglos… que el mundo era de
sus antepasados, de los gigantes albinos que ahora viven dormidos en Los Himalayas
y Los Andes. Dice que los alemanes tienen el derecho moral y biológico de volver
adquirir aquellos territorios que les fueron usurpados por las razas animales. Y asegura
que aunque no será fácil, pues el Demonio Rojo de Moscú es fuerte como el hielo de
Aldebarán, confía en la fiereza y la fuerza de los soldados arios.
Heinrich Himmler golpea los tacones, se cuadra y grita Danke, main Führer!
Comenta que su líder les ha encargado la creación de un grupo especial de intelectuales
y sabios arios, quienes ya se dedican a investigar el alcance territorial y del espíritu de
su raza, a rescatar y restituir las tradiciones germánicas y a difundir la cultura tradicional
alemana entre la población. Comenta que ahora están coordinando las acciones con
distintos grupos de colaboradores.
Se hace un silencio. Los cuatro comensales se han emocionado. El nombre del monte
les evoca emociones. Hitler echa más leña al fuego comentando que por debajo de la
cadena montañosa de Untersberg las energías telúricas se cruzan, que dentro de sus
cavernas duermen sueños eternos Barba Roja y Carlomagno, esperando resurrección.
Y luego pregunta quién eligió el monte Untersberg para el vuelo de prueba.
Rudolf Hess baja la cabeza, pega la mirada en las puntas de las botas de Adolf y
consulta si el Führer está contento con la elección del lugar de lanzamiento, si cubre
las expectativas mínimas del líder espiritual del Imperio.
Hitler, muy serio, asegura que es el lugar perfecto, le pide a Hess que felicite a
Ms. Orsic de su parte y que le asegure que la cúpula nazi estará en Los Alpes el viernes
por la mañana.
Tesla le comenta a Viereck que hace mucho tiempo que quiere preguntarle por qué
confía tanto en aquella mujer llamada María Orsic, si él no puede entender una palabra
de lo que han compartido usando las palomas mensajeras, porque el científico imagina
–obviamente– que Viereck trató de leer las cartas aunque están escritas en sánscrito.
Ambos sonríen. Luego comen de sus respectivos platos, beben de sus respectivos
vasos y tragan. Viereck, ladino, le pregunta al Nikola si con María Orsic está compartiendo
información acerca de su Rayo de la Muerte, y ambos estallan en risas.
Tesla contesta, al final de una carcajada, que le parece importante dejar en claro
que él no le puso ese nombre, El Rayo de la Muerte, que así lo bautizó la prensa
neoyorquina. Y que, por lo demás, no es un rayo, que le parece un concepto muy
idiota, que la prensa de Nueva York lo describió así para que la gente que no entiende
nada de lo que hace el ingeniero pueda acceder de alguna manera al experimento.
Luego aclara que su investigación, que está bien desarrollada por lo demás, es acerca
de un impulso de alta energía eléctrica que, en forma concéntrica, puede ser lanzado
desde una torre hacia cualquier parte del mundo, pero que el proyecto lo que busca es
distribuir energía, no defender a nuestro planeta ante un eventual ataque extraterrestre.
Tesla aprovecha y arguye que él nunca piensa en crear armas, así es que le pide a Viereck
que no se preocupe, porque con María Orsic no está compartiendo información acerca
de ningún Rayo de la Muerte, que lo que sí han compartido, teóricamente, es una serie
de conocimientos acerca de energía antigravitacional.
Ambos vuelven a reír, a mascar, beber y tragar. Y luego Tesla vuelve a preguntar,
porque Viereck no le ha contestado, por qué confía en María Orsic si no tiene idea de
qué han compartido a través de palomas mensajeras.
Viereck cambia su expresión, se torna serio y explica que su relación con María
Orsic es contractual, que primero los miembros de la Sociedad Thule la investigaron
a ella para saber si por sus venas croatas corría sangre judía o gitana y que, cuando
se le constató limpia, el grupo ocultista mandó a investigar a su pasado y presente
político, para estar seguros de que en su cabeza no existieran trazos de gérmenes
Nikola Tesla ha perdido el habla. Mira a Viereck como buscando más explicaciones.
El escritor, sin macular el silencio que se hizo entre los ambos, tiene en el rostro una
expresión que parece decir ¿y qué más quieres que te diga?
Tesla despierta del trance momentáneo para contestar de manera muy cortés y
familiar, ¡Cómo está usted, don Carmine Esposito, dueño de la mejor pizzería fuera
de Italia!
Comensales de otras meses consultan a Tesla que cuándo realizará otra de sus
conocidas presentaciones, donde mezcla ciencia y actos de magia, que están esperando
por alguna sorpresa. Y el ingeniero contesta que pronto, que está a punto de mostrar
algo nunca antes visto. La mayoría de los comensales estalla en vítores y aplausos luego
del comentario de Tesla. Durante unos segundos el ambiente se desordena.
Cuando el ruido dentro del salón vuelve a la calma, Tesla termina su plato y bebe
un sorbo largo de agua. A Viereck aún le falta para terminar de almorzar, sigue por
su lado y escucha atentamente cuando el científico sentencia que si llega a intuir que
en Alemania están ocupando sus conocimientos para crear armas se retirará a seguir
haciendo espectáculos de magia para los neoyorquinos.
Vuelven a sonreír. Tesla comenta, jocoso, que está seguro de que si le dan un año
para trabajar con su oscilador mecánico y algunas cargas explosivas, sería capaz de partir
el planeta en dos. Y sobre la marcha lanza una segunda sentencia: le explica a Viereck
que él no ha sido un libro abierto con María Orsic, que no le ha entregado todo lo que
sabe, porque eso sería irresponsable de su parte. Le asegura a Viereck que el primer
vuelo tripulado del Proyecto Jäger será un éxito, que no tiene dudas al respecto, pero
que su funcionamiento tendrá límites.
Viereck cambia la mueca, desde sonrisa franca hasta seriedad ansiosa. No le gustó
para nada lo último que tuvo que escuchar.
Una caravana de automóviles cruza una zona rural, un valle donde comienza el
ascenso, por una cuesta, hacia el monte Untersberg. Son cinco camiones y una decena
de automóviles más pequeños, donde destacan dos carros muy lujosos.
La caravana llega a destino, al claro en una ladera del monte donde se realizará la
prueba de vuelo. El lugar exacto donde la nave debe ubicarse para el despegue está
marcado con una gran representación de la Runa Sigel, cuyo significado tiene que ver
con la totalidad del mundo conocido y la energía vital, pues representa la fuerza que
el sol envía a la Tierra:
Desde uno de los lujosos autos de la caravana bajan Adolf Hitler, Rudolf Hess,
Karl Haushofer y Heinrich Himmler. El líder de las SS camina hasta encontrarse con el
físico Winfried Otto Schumann. Se saludan protocolarmente. Hitler, Hess y Haushofer
son rodeados por oficiales de las SS y esperan a que el doctor en física se acerque a
saludarles. Schumann les da la bienvenida y les pide que por favor lo acompañen al
interior de una de las cuevas del monte Untersberg.
Los técnicos se ubican a diez metros de distancia del VRIL-1, atentos. Los invitados
más lejos todavía, detrás de una barrera de metal, a veinte metros.
Entre los invitados están los miembros de la cúpula nazi, Adolf Hitler, Rudolf
Hess, Karl Haushofer y Heinrich Himmler; y de parte de los financistas William Farish,
representante en Berlín de la empresa estadounidense Standard Oil, y Adolf Eichmann,
representante de Vacuum Oil Company, compañía que también pertenece a la familia
estadounidense Rockefeller.
Las médiums María Orsic, Sigrun y Traute ingresan a la zona de despegue vestidas
con sus túnicas blanco invierno, con los cabellos sueltos y usando tiaras con soles negros
al centro; se detienen frente a la nave, se paran justo sobre la punta que sobresale de
la runa dibujada en el suelo.
Schumann hace una seña al equipo de ingenieros para que se aleje un poco más;
mira a María y le asiente subiendo y bajando la cabeza.
María devuelve el gesto a pesar de que no sale de su actitud concentrada. Les habla
a las Vril Damen y comienzan a recitar un mantra en lengua sumeria, inentendible
para el resto.
Schumann se despide del piloto deseándole Viel glück!, cierra la escotilla, baja del
VRIL-1 y camina hasta acomodarse junto al resto del equipo científico, a unos quince
metros de la nave.
Pasan cinco minutos. El canto monótono de las médiums aburre a la gente. Técnicos
e ingenieros siguen en la misma posición expectante. Políticos, representantes del
empresariado y miembros de la Sociedad Thule se impacientan, murmullan entre ellos.
Himmler, Haushofer y Eichmann comparten sarcasmos. Schumann se mantiene muy
serio. Hitler observa callado y serio, no habla con nadie.
Los espectadores escuchan un zumbido que hace vibrar tanto al piso como al
aire en aquella meseta montañosa. Se produce una conmoción moderada, que saca
comentarios entre los espectadores.
El doctor Schumann le habla por radio al piloto para que vuelva a concentrarse
en el tablero de control del VRIL-1. Dentro de la nave el muchacho, muy serio, asume
la posición.
Haushofer golpea el hombro de Himmler y le recomienda que mire a las Vril Damen:
los cabellos de las tres médiums se están levantando y se agitan como si estuvieran
siendo sometidos por corrientes de aire –o de agua, como si estuvieran bajo el mar–.
Es un movimiento sutil pero visible.
Aumenta el volumen de aquel zumbido que baja desde el cielo. Ya no solo se mecen
los cabellos de las Vril Damen, también los arbustos aledaños. La tierra tiembla con
fuerzas. Los espectadores se inquietan. Algunos técnicos se ocultan tras las máquinas
con las que trabajan.
Por fuera la nave está intacta. La recorren algunos hilillos eléctricos de luz azul,
que aparecen encima y desaparecen en los alrededores, absorbidos por la tierra del
monte Untersberg.
Las Vril Damen dejan de cantar el mantra en sumerio y se alejan unos metros de
la nave.
María hace una señal a Schumann, quien luego se dirige por radio al piloto, quien
dentro del VRIL-1 asiente y acciona comandos dentro de la cabina.
El VRIL-1 inicia su primer vuelo. Alcanza a hacer algunas figuras en el cielo. Hasta
que de pronto enfila directo contra la falda del monte Untersberg, se estrella y estalla
como un fuego de artificio.
Schumann comenta que dos meses después el VRIL-2, una navecilla con forma
de platillo idéntica a la primera versión, también recibió la descarga azul de un rayo
repentino, pero que ardió y explotó en la loza donde estaba, que no alcanzó a elevarse.
Que luego el equipo probó cambiando el diseño, pero tampoco hubo éxito; que el
VRIL-3, por ejemplo, era un poco más alargado y plano que sus antecesores e incluso
pudo sobrevolar los hangares donde se desarrolla el proyecto, que realizó una serie de
maniobras, pero cuando el piloto aceleró la nave se deshizo en el cielo. Que el cuarto
prototipo fue otra falla innombrable y que el equipo había perdido sus esperanzas
hasta que despegó el VRIL-5, pues aquella nave cambió las cosas.
Dentro de la Cancillería Schumann les explica a los líderes nazi que para el VRIL-5
se usaron las últimas canalizaciones mediúmnicas de María Orsic, donde entre otras
especificaciones llegó un plano con el sistema que crea y almacena energía para alimentar
al VRIL-5 mientras vuela. Que, hasta donde él sabe, se acabaron los rayos extraños que
caían sobre las naves del proyecto desde cielos extrañamente despejados.
En el hangar, el VRIL-5 toma altura, está a varios cientos de metros del suelo.
Comienza a moverse hacia delante, primero lentamente, luego a más velocidad.
Hasta que de pronto, sin aviso, agarra un vuelo inaudito, recorre cinco kilómetros en
milisegundos y desaparece.
Hitler arruga el ceño mientras consulta si se sabe qué ocurrió con la nave. Schumann
contesta que una hora más tarde, luego de que el platillo desapareció, llamaron al
hangar los guardias del límite norte del aeródromo –la propiedad estatal donde se
realiza el proyecto–, pues ahí estaba la nave, metida dentro de un pequeño bosque.
Hitler se pone en pie y echa a andar por el despacho, llevando las manos detrás de
su espalda. Pregunta por el estado de la tripulación y si a través de ellos pudieron saber
a dónde fue el VRIL-5. Pero Schumann contesta que nadie volvió, que no encontraron a
los pilotos dentro del VRIL-5 ni en los alrededores. Solo la nave, nada más, ni siquiera
un girón de ropa…
Los tres políticos fruncen sus ceños. Hitler vuelve a acercarse a su escritorio y le
pide a Hess que le convide un poco de Tokio. Hess la espolvorea sobre el escritorio
y, luego de alinearla usando una hoja de papel blanco, inhalan ambos. Adolf se dirige
Silencio. Los comensales se miran unos a otros, sin reaccionar. De pronto Himmler,
estupefacto, pregunta si el equipo científico cree que el VRIL-5 viajó a Aldebarán. El
doctor Schumann sube y baja los hombros, no tiene la menor idea de lo que ha pasado.
Contesta diciendo que cumple con avisarles, que justo en esos momentos María Orsic
y sus Vril Damen se encuentran canalizando más mensajes desde el espacio exterior.
Que el grupo de científicos trata de entender qué pasó con el VRIL-5 pero no tiene
respuestas para nada, ni acerca del viaje ni de la suerte de los pilotos.
Adolf Hitler se pone en pie y vuelve a caminar con las manos detrás de la espalda.
Se detiene, se levanta sobre las puntas de los pies y ordena que ya es hora de que el
Tercer Reich tome cartas en este asunto. Le comunica a Himmler que queda a cargo
Rudolf Hess y Heinrich Himmler salen de la oficina del Adolf Hitler en la Cancillería.
Hess mira el suelo, las puntas de sus botas mientras avanza por un pasillo amplio.
Himmler, embelesado, ve hacia el frente con los ojos bien abiertos, sin pestañear. Son
autómatas ensimismados en futuros distintos pero marcados por los mismos designios.
Hess le pregunta a Himmler si puede acompañarlo hasta su oficina, que ahí deben
conversar aspectos importantísimos acerca de lo que vendrá.
En cuanto se quedan solos dentro del despacho de Hess, el segundo hombre del
Reich le consulta a Himmler si sopesa el encargo del Führer, si entiende qué implica
manejar aquel arsenal de armas excepcionales; y el líder de las SS responde que por
supuesto, que pondrá a disposición del Proyecto Jäger todos los recursos que sean
necesarios.
Hess se sienta sobre una silla e invita a Himmler a que lo imite. Cuando están frente
a frente Hess acomoda las manos sobre las rodillas, endereza bien su columna y trata
de hablar pero en primera instancia no puede. El discurso se le ahoga en la garganta,
en una emoción contenida. Sus ojos se repletan con lágrimas. Cuando por fin puede
abrir la boca, dice ¿Sabías que Heinrich I de Sajonia, hijo de Otón de Sajonia, podía
curar las escrófulas que causaba la tuberculosis? Le bastaba con tocar a su súbdito
enfermo y esas bolas horrendas y pestilentes se desvanecían. Los príncipes alemanes
sabían de sus poderes especiales y le temían y le respetaban; pero el pueblo lo amaba,
pues podía obrar milagros. Tú, estimado Heinrich, eres el encargado de la facturación
de los milagros que debe realizar nuestro Führer: ¿estás seguro de que entiendes tu
encomienda?
Himmler baja la mirada, la pega en las puntas de las botas de Rudolf y frunce el
ceño. Sus ojos se han llenado de lágrimas.
Mira las dos maletas que conforman su equipaje, que descansa en medio de la sala
de estar para volver a emprender viaje, y luego entra a su escritorio. Se acerca a una
repisa enorme, donde solo hay revistas –no libros–. Chequea revistas antiguas. Cada
una anuncia en portada entrevistas a conocidas personalidades de principios del siglo
XX: Sigmund Freud, Albert Einstein, Nikola Tesla, Adolf Hitler. En esta última destaca
una foto en la que Hitler y Viereck aparecen sonrientes y estrechando las manos.
Viereck sonríe melancólico. Deja la revista donde aparece con Tesla sobre su
escritorio. Apaga la luz, camina hacia el interior del departamento y entra a su dormitorio.
La habitación del hotel New Yorker donde se aloja Nikola Tesla es un desorden
polvoriento, hay papeles sueltos y/o ajados por doquier.
Sobre la mesa escritorio descansa un gato viejo, en cuyo cuello cuelga una plaquita
que dice Macka –que en croata significa “Gato”–. El animal mira por la ventana.
Al lado del gato está el anciano Nikola Tesla, café en mano, asomado a la ventana
para observar a la fauna humana que deambula durante la madrugada entre la calle
Cuarenta y Cuatro y la Octava Avenida. Tesla es enorme, más de dos metros de altura.
Siente frío. Está cansado. No le queda más que pellejo, tiene pocos dientes y su postizo
apenas sirve para cubrir la cavidad de su boca, cuya musculatura luce floja, cuyos labios
cuelgan; es un hombre hirsuto y aquello acentúa el tamaño de su nariz ganchuda.
Tesla acaricia al gato, deja el tazón de café, vacío, sobre la cubierta de su escritorio
y emprende hacia su dormitorio. Luego de un par de segundos sale portando una
maleta grande y un bolso de mano.
Es una nave más grande aún que el modelo anterior, en la cabina hay seis pilotos
controlándola. La tripulación es guiada por la propia María Orsic, quien camina dentro
del aparato dando instrucciones.
Abajo, junto a la pista de aterrizaje, María se encuentra con Winfried Otto Schumann,
otros técnicos del proyecto y con Heinrich Himmler, quien viste como Reichsführer de
las SS y es escoltado por cuatro oficiales de aquellas fuerzas especiales –cuatro tipos
altísimos, rubios y de ojos azules que visten uniformes negros, como corresponde a la
oficialidad de aquel cuerpo paramilitar de protección para la cúpula nacionalsocialista–.
Himmler felicita a Orsic y a Schumann por los avances del proyecto y consulta
cómo vislumbran su futuro cercano. Schumann contesta que han avanzado pero que
aún no encuentran la forma en que el VRIL-6 pueda almacenar suficiente energía
como para realizar viajes largos, que es lo que pretende el Führer, que el sistema de
almacenamiento no es suficiente y que los vuelos gastan cantidades inusitadas de
energías, sobre todo cuando la nave acelera. María complementa informando que las
médiums han redoblado esfuerzos para canalizar más información desde Aldebarán.
Himmler sonríe y les informa que ya han encontrado una nueva casa para el
Proyecto Jäger y que están acomodando las instalaciones para recibirlo cuanto antes,
les asegura que más o menos en un año podrán mudarse tranquilamente, todos, a las
instalaciones del castillo de Wewelsburg.
1936/Colorado Springs
Se escucha la voz de una mujer por los parlantes de la radio. Tesla le contesta.
Viereck reconoce de inmediato la voz de María Orsic y se pone contento. La médium
saluda y también se alegra de saber que al otro lado está Viereck. Pero de inmediato
cambia el tono y les comenta lo que está ocurriendo: les avisa que el proyecto se verá
obligado a cambiar de sede, que se van a Wewelsburg en poco tiempo y que allá las
comunicaciones radiales serán imposibles, que deberán encontrar una forma nueva
de comunicación, porque aquella mudanza no es más que la forma más atenazadora
que tiene el régimen nazi de controlar el desarrollo del Vril y sus naves. Tesla responde
que Viereck viajará lo antes posible a Alemania, que le llevará un encargo suyo a Orsic
y que con eso los técnicos podrán seguir avanzando. Pero además, y sobre la marcha,
Tesla comenta –pues ha escuchado malas noticias, también por radio, ya que se ha
comunicado con Europa– que el nacionalsocialismo le parece peligroso, que las
Se hace un silencio, que María rompe asegurando que ella tampoco está dispuesta
para ambiciones bélicas de ningún tipo. Pero cuando la mujer está terminando de
contestar la comunicación se corta.
Llegan a la chimenea, se sientan justo frente a las llamas y Viereck comenta que
también ha escuchado que Alemania podría movilizar pronto sus tropas por territorio
europeo, pero que todo lo que sabe le ha llegado como rumor.
Aparecen dos gatos y se acercan a Nikola Tesla, quien los recibe, los toma con
delicadeza y los acaricia. Y cuando los acaricia los lomos de los animales se encienden,
parecen bufandas de luz azulada. Viereck exclama, maravillado, que aquello le parece
un milagro. Tesla, sin perder su compostura relajada, le aclara que todos los cuerpos
en el universo son conductores de energía, que en este caso su cuerpo ha canalizado
la electricidad que produjo el aparato de radio con el que se comunicaron con María
Orsic y que aquella energía pasará ahora desde los gatos a cualquier otro rincón de su
casona en Colorado Springs, que lo que está ocurriendo no es un milagro.
Tesla de pronto mira muy serio a Viereck, directo a los ojos, y le dice, a manera
de sentencia, que el encargo que Viereck llevará a Alemania será el último mensaje
que compartirá con María Orsic, que ese será su legado para el Proyecto Jäger, que no
piensa seguir participando a distancia de un proyecto cuyos alcances lucen cada vez
más oscuros.
1937/Castillo de Wewelsburg
En la tierra húmeda, dentro de un pequeño hoyo que cavaron minutos antes, hay
24 tabletas de marfil muy pequeñas que ostentan runas talladas. Himmler explica,
mirando al suelo, que aquel alfabeto se llama futharc, que está compuesto por 24
símbolos y cada uno tiene su significado; que es uno de los pocos vestigios visibles
de la primera cultura aria, que son su herencia y que todos los arios deben conocerlo
porque tiene un gran poder energético. Himmler asegura que lo que ahora ve en las
runas son excelentes augurios.
Himmler guarda las tablitas de marfil dentro de una bolsita de cuero negro que
luego mete dentro de un bolsillo interior de su abrigo. Se para frente a los dos miembros
de las SS y les discursea que como alemanes son herederos de una raza muy antigua,
la más antigua de todas, que gobernó el planeta durante siglos antes de que fuera
traicionada por las razas animales y cayera en decadencia. Y que como descendientes
de aquella raza primigenia son herederos de todo el planeta.
A los dos soldados SS los recorren escalofríos y se les llenan los ojos de lágrimas.
Himmler mira hacia el interior de la propiedad y comenta que las runas le han entregado
visiones hermosas. Que las salas de meditación dentro del castillo serán las cunas de
los pensadores más importantes de la historia y que gracias a sus consejos los soldados
nazi serán invencibles. Wewelsburg será el centro ideológico de la bendita raza aria.
El ser humano ya no descenderá del mono, ya no será una creación del dios cristiano,
sino de las SS; su líder será el Führer, su patria el Reich, su religión la pureza de sangre.
Wewelsburg será el núcleo de un imperio que durará para siempre, hasta que el Universo
se transforme en otro más grande dominado por un Sol Negro.
El auto se detiene frente a la Torre Sur del castillo de Wewelsburg, donde está el
despacho de Himmler. El jefe de las SS agradece y despide al chofer, se bajan él y los
dos muchachos en uniforme y el auto se va.
Una vez abajo, Himmler les pide que ahora vayan y aseguren el futuro de su raza,
se cuadra y grita Heil, Hitler! Los muchachos le responden al unísono y cuadrándose,
el mismo Heil, Hitler! y luego se alejan hacia el interior de castillo.
Himmler entra a la Torre Sur. Sube por una escalera en caracol, entra a su oficina
y se encuentra con su secretaria, Gerta, una joven muy rubia y regordeta, de curvas
generosas. Ella se pone en pie en cuanto entra su jefe y él la saluda y le pide que lo
acompañe hasta su escritorio. Él se sienta y ella queda en pie, libreta en mano, esperando
a que el Reichsführer le dicte.
Himmler pregunta cómo se llama la masajista bávara, esa que tiene tan buenas
manos, y Gerta contesta que se llama Ilse. Himmler dice que la necesita para mañana
en la mañana, porque hoy por la tarde llega el Führer y el Reichsführer necesita estar
Himmler corta el teléfono, mira a Gerta a los ojos y sonríe. Ella le devuelve el gesto.
Himmler cuelga y vuelve a mirar por la ventana. Gerta lo imita. Se miran, se sonríen.
Heinrich se para detrás de Gerta y le suelta el cabello, que llevaba tomado en un moño.
Es un cabello dorado, muy bello, el líder SS primero lo acaricia y después lo huele. De
pronto Himmler abraza a Gerta por la espalda y comienza a rozar su entrepierna con
los glúteos abultados de la muchacha, quien responde con un gemido leve. Himmler
arrecia manoseando los senos, que son anchos y vigorosos.
Himmler susurra al oído de Gerta que según su profesor de yoga la mejor forma
de preparar a una mujer para un buen coito es masajear sus senos al menos durante
cuatro minutos, siguiendo las direcciones del instinto. Gerta se deja manosear pero
argumenta que no quiere que le pase lo mismo que a Hedwig Potthast, la antigua
secretaria de Himmler, quien tiene dos hijos del Reichsführer pero que fue desterrada
a los Alpes. Gerta termina diciendo que no quiere que la esposa de Himmler se entere.
Himmler sigue en lo suyo y murmura que los miembros de las SS tienen el mandato
gubernamental y divino de vivir al menos en bigamia, pues deben esparcir la pureza
de su sangre por toda la Tierra; que su esposa, Margarete, sabe todo y que está de
De pronto entra Heinrich Himmler, quien llega acompañado por una guardia
personal de cuatro soldados SS, muy fornidos y vestidos con uniformes negros de la
oficialidad. Todos los presentes guardan silencio. Antes de saludar, Himmler se toma
unos segundos para observar a las mujeres; quienes visten túnicas blanco invierno y
llevan sus larguísimos cabellos sueltos. Himmler comenta que no hay nada más bello
en este mundo que la belleza aria.
María Orsic las presenta, dice que ellas son las Vrilerinnen y comenta que sin su
ayuda para ella sería imposible llevar a cabo este proyecto tan vital para el Tercer Reich.
Himmler junta las manos detrás de su espalda, se levanta sobre los talones y a nombre
del Führer les agradece por sus esfuerzos.
Himmler explica que el Führer llegará al día siguiente, que lo hará tempranísimo
pero antes siquiera de presentarse ante el equipo técnico del Proyecto Jäger atenderá
asuntos de su incumbencia. Sin embargo en la noche, como está previsto, el guía
espiritual del Reich participará junto a todos en el castillo de la ceremonia que está
programada. Luego le consulta a Orsic si tiene todo listo y María asegura que todo
saldrá como se ha planeado.
Himmler pega sus ojos en María, quien no quita la mirada. Himmler sonríe; María
no, es un témpano, no se le mueve un músculo. Pasan unos segundos muy incómodos
para el resto de los presentes, hasta que Himmler asegura que al día siguiente realizará
otra visita, esa vez de inspección. Luego espeta un buenas tardes y se larga acompañado
por sus cuatro guardaespaldas.
Están dentro de una sala abovedada muy amplia y casi vacía. El suelo de cerámica
es dominado por un inmenso Sol Negro. Sobre el suelo, además, hay cuatro pieles de
oveja pelibuey, una delante y las otras tres ordenadas una al lado de la otra.
Con un gesto, el general Jakob Wilhelm Hauer los invita a sentarse sobre las pieles
de ovejas pelibuey. Cuando los jerarcas nazi se sientan, Hauer les pide que junten las
palmas de las manos al centro de sus pechos, cierren sus ojos y comiencen a respirar
profundo y lento.
Adolf Hitler, Rudolf Hess y Heinrich Himmler realizan el mudra e inhalan profundo.
En el descampado que está detrás de la Torre Sur del castillo, frente a las tumbas
de los SS, las Vril Damen, el doctor Schumann y los técnicos del Proyecto Jäger trabajan
para terminar la plataforma que resistirá a la nave. El grupo conversa, comparte ideas,
discute sin alterarse sobre la loma que soporta al armatoste de concreto y lozas. Las
lozas brillan a pesar de que el día está nublado y gris.
Suena una trompeta y por el sureste aparece el comienzo de una procesión pagana.
El cortejo avanza rápido, a paso marcial, y es multitudinario: soldados SS –oficiales al
frente– y decenas de alumnos de Wewelsburg, todos liderados por Heinrich Himmler
y un hombre vestido como druida o sacerdote, con una capa negra parecida a la de
los dominicos. El desfile se detiene frente al camposanto. Himmler sigue camino hasta
alcanzar a los encargados del Proyecto Jäger.
El sacerdote oscuro acaricia, a cada uno en su momento, los rostros de los cuatro
muertos, que llevan ropas de oficiales SS. Uno tiene la cara deforme, como estaría
tras el impacto de un proyectil; el druida lo observa y lo besa en la frente. Himmler,
emocionado por la solemnidad, le cuenta a María que aquellos oficiales murieron
en combate y que aquella ceremonia pretende que sus almas sagradas iluminen las
actividades del castillo.
El monje herético realiza gestos rituales variados hasta que se aleja. Un grupo de
personas con aspecto descuidado, que no son militares, baja los ataúdes y comienza a
palearles tierra encima. María también se toma un tiempo para observarlos. Himmler
le explica que esos son comunistas, alemanes de mala cuna y traicioneros, quienes
fueron detenidos por conspiración contra el Reich y a quienes en Wewelsburg les
encontraron una manera digna para pagar sus deudas.
Hitler se muestra complacido con el paseo y luego pide ayuda a Himmler, le explica
que requiere a la masajista bávara, esa de las manos de seda, pues necesita que le alivien
la espalda, ya que espera estar bien para la ceremonia que comenzará a las 21 horas en
punto. Himmler hace una reverencia y asegura que de inmediato ubicará a la masajista.
Rudolf Hess se toma unos segundos, está hilvanando, le cuesta mucho después
del jab en el mentón que le propinó el Führer, trata de que no se note que lo han
noqueado. Parpadea. Arruga el ceño. Aprieta sus labios hasta que pierden todo el color
y escupe como una bestia malherida: Göring es un pedante. Ahora mismo cree… está
seguro de que es el número dos del Reich. ¡¿De verdad le entregarías las llaves del
futuro espiritual del Imperio a ese drogadicto perdido!?
Se enciende una serie de luces en el cielo, justo encima de las cabezas de los 204
nazis reunidos al lado del cementerio. Cuatro luces inmensas, discos de color violeta
que comienzan a girar en el sentido de las agujas del reloj.
El platillo volador se posa sobre la estructura de piedra y cerámica que los técnicos
del Proyecto Jäger construyeron horas antes. La luz violeta que expelen sus propulsores
se esparce por el valle, iluminando la noche fría, pintando los rostros sobrecogidos de
los nazis, manchando las sombras del castillo Wewelsburg.
Hitler repara en que no se oye un sonido, se lo comenta a Hess, quien contesta que
los enemigos no oirán llegar a la nave VRIL-7, que con una flota de máquinas idénticas
ganarán la guerra mucho antes de lo suponían.
Por el rostro de Hess caen lagrimones. Otros oficiales SS lloran. Adolf Hitler está
orgulloso.
Se abre una compuerta en la coronilla del platillo volador y deja escapar un haz
Rudolf Hess, extasiado, le grita a María Orsic que ella es un instrumento divino
para la raza aria, pues a través de ella sus antepasados les han enviado aquel regalo
maravilloso desde Aldebarán.
Para cuando María detiene su vuelo ante la cúpula del partido nacionalsocialista,
y Hess, Himmler y Hitler pueden observar su rostro perfecto, de ojos azules y cabello
dorado y coronado por un Sol Negro en el centro de la diadema que lo sujeta, los
otros tripulantes ya han bajado. Son las otras hermosas Vrilerinnen, con sus cabellos
sueltos, entre ellas la condesa Von Westarp o Sigrun.
Adolf Hitler quiere contestar como Jefe de Estado y de Gobierno pero no puede,
sus labios hacen amagos infructuosos por expeler alguna palabra pero ni siquiera
tartamudea.
Hitler se pone muy serio y dice, casi en voz baja, a modo de arenga, que esas naves
serán sus armas definitivas.
Otros diez segundos de silencio incómodo. Hitler y María cruzan miradas. Hitler
rompe el status dirigiéndose a la médium, diciéndole que ella es la fuente de este
conocimiento en la Tierra y que si puede decirle cuándo podrán los nazi viajar a
Aldebarán. María carraspea antes de responder que ella no es la fuente de nada, que
es apenas un instrumento de aquella sabiduría y que, como filtro, lo único que puede
asegurarle es lo que le ha llegado desde Aldebarán, que los aldebaranos le han contado
que la Tierra es solo el primer paso, que luego vendrá Marte, que en un par de años
los arios, hijos de los Anunnaki, podrán pisar la Madre Tierra de Aldebarán, pero que
los alemanes deben ser pacientes porque la tecnología del Vril es difícil de manejar.
Otros diez segundos de silencio incómodo. Hitler arruga el ceño, está comenzando
a irritarse. Sin dejar de mirar a María le habla al doctor Schumann, le consulta cuál es
Himmler le habla directamente a María Orsic, le ordena que ella debe apurar los
procesos, que Alemania necesita ahora de estas armas maravillosas.
María Orsic asiente con la cabeza pero no dice nada. Mira al doctor Schumann,
quien cierra los párpados y menea la cabeza.
1939/Polonia
Justo a la entrada de aquel pueblo polaco, los tanques y los soldados nazi detienen
su andar y dejan tiempo y espacio para el ataque de la Luftwaffe. Dos bombarderos
dejan caer sus cargas en el centro de la ciudad, donde se había parapetado la resistencia.
Las bombas destrozan a las defensas polacas.
John D. Rockefeller Jr. le ofrece a William Farish un habano. Ambos encienden sus
puros cuando el secretario deja el despacho del presidente de la compañía. Una vez
solos Farish le comenta a su jefe que la situación en Alemania se está complicando,
que Adolf Hitler está mostrando su verdadero rostro, que no es un socio leal, que tiene
una historia política muy sucia, marcada por sus traiciones para con los aristócratas,
industriales y banqueros alemanes que lo llevaron al poder, por los asesinatos
políticos que ha ordenado realizar y por la forma en que se ha comportado durante los
primeros meses de las ocupaciones nazi de Austria, Checoslovaquia y Polonia. Farish
le comenta a Rockefeller Jr. que el nazismo ha reclutado a Adolf Eichmann, quien ya
no es representante de Vacuum Oil Company en Berlín, porque ha decidido aceptar
el llamado patrio que le hizo personalmente Hitler para que se hiciera cargo de parte
de la administración del Estado.
Ambos empresarios se toman unos segundos para fumar y beber. Rockefeller Jr.
pregunta si el resto de las inversiones europeas está en buen camino y Farish contesta
que por el momento sí, pero que el rumor que corre es que Hitler pretende mucho
más que Polonia, y que tanto Turquía como Rusia se están preparando para conflictos
importantes. Farish dice que las explotaciones petroleras en ambos países están
funcionando pero que la salud de aquellas faenas depende de que el conflicto no
se extienda. Rockefeller Jr. contesta que por ahora está todo tranquilo porque tanto
la Luftwaffe como la Wehrmacht dependen de los combustibles y de los aceites de
Standard Oil para funcionar, así es que Hitler no podría, aunque quisiera, ponerles la
bota encima, le pide a Farish que se despreocupe, porque mientras Estados Unidos
no se meta en el conflicto no tendrán problemas ni para funcionar en Europa ni para
vender sus productos como lo están haciendo, y que, hasta donde él sabe, Estados
Unidos no pretende participar. Pero sí le comenta, Rockefeller Jr. a Farish, que le
preocupa especialmente el futuro del Proyecto Jäger, porque ha quedado huérfano
dentro de la maraña geopolítica que Hitler entreteje tanto en Alemania como dentro
John D. Rockefeller Jr. le pide a William Farish que apriete un tanto el nudo sobre
el cuello del escritor George Viereck, porque Standard Oil necesita que las naves VRIL
sigan funcionando a media máquina, requiere que aún no sean exitosos. Farish fuma,
termina de beber su whisky en las rocas y asiente.
Rockefeller Jr. le pregunta si desea acompañarlo con otro trago de escocés con
hielo, Farish vuelve a asentir y a sonreír. Rockefeller grita el nombre de su secretario,
el hombre alto y delgado entra a la oficina de su jefe, recibe la orden de servir otro par
de whiskies, la cumple y obedece cuando se le pide que salga de inmediato.
Dentro del laboratorio que Tesla arrienda en el cuarto piso del número 46 de la
calle Houston, en Manhattan, Nikola le pregunta a George Viereck si efectivamente se
considera nazi, porque ahora que Hitler ha invadido Austria, Checoslovaquia y Polonia
Tesla le pregunta a Viereck qué tanto sabe de María Orsic y le pide que sea
específico, que no se quede en la mera intuición, que le cuente qué saben los nazi de
ella y qué opinan los líderes de la cúpula alemana acerca de los alcances del Proyecto
Jäger. Viereck contesta que él conoce el plan de María Orsic, que también lo conocen
la condesa Haila von Westarp y el doctor Winfried Otto Schumann, pero que nadie más
tiene siquiera idea de lo que Orsic pretende. El resto de las Vril Damen participa en la
puesta en escena pero ninguna sabe realmente en qué están metidas. Tesla suspira y
consulta qué significa conocer el plan de María Orsic, pues él mismo no lo tiene claro.
Y Viereck responde contando una historia:
1922/Munich
María abre los ojos y no reconoce dónde está. Yace sobre una cama muy amplia,
está tapada solo con una sábana blanca. Le han puesto un pijama que no es suyo. El
dormitorio es amplio, tiene un ventanal muy grande pero tapado con cortinas gruesas,
apenas pasa la luz.
Haila von Westarp le explica a María Orsic que aquel dormitorio es parte de la
propiedad que la familia Von Westarp tiene en Munich, que no supieron a dónde llevarla
cuando se desmayó durante aquel trance tan extraño y que espera que no le moleste
el atrevimiento de cambiar su ropa por aquel pijama.
María sonríe pero está muy incómoda, parece un animal enjaulado que asume su
encierro con resentimiento. Orsic consulta cuánto tiempo estuvo inconsciente y Haila
responde que unas diez horas, que parece que lo que ella hizo fue muy peligroso, que
lo que hizo los tomó por sorpresa a todos, incluso a George Viereck y a ella.
María se amurra y levanta los hombros, dejando entrever que no tiene idea de qué
María niega con la cabeza, sigue sin responder con palabras. Haila cambia el tono,
se vuelve seria, desafiante, le asevera a María que entiende que no quiera reconocerlo,
pues imagina que los magos nunca revelan sus secretos. Haila le suelta la mano a María,
se levanta y se acerca a la puerta del dormitorio. Toma el pomo y, antes de abrir, le
comenta a María que justo afuera está el escritor George Viereck, quien quiere conocer
a la médium pero no se ha atrevido a entrar porque le parece impropio si María no le
brinda su autorización. María asiente con la cabeza y Haila abre la puerta. Entra Viereck,
quien de inmediato celebra la belleza de la muchacha acostada, a pesar de que asegura
no sentir predilección por las mujeres.
Las mujeres vuelven a reír. Pero Viereck, muy serio, clava su mirada en los ojos
hermosos de María. El escritor baja la voz para confesar que no es la primera vez que
ve un acto como el de María, aunque reconoce que estuvo soberbia, que el truco salió
a la perfección…
María arruga el entrecejo y presiona sus labios con tal fuerza que pierden color.
Se sienta bien, endereza su espalda y la pega al respaldo de la cama. Se ve enorme.
Mientras habla va cambiando la atención sobre sus interlocutores. Haila se intimida,
se echa unos pasos para atrás. Viereck se mantiene en su posición, la expresión de su
rostro no varía. María les confiesa que no sabe cuál es el motivo ni vislumbra el objetivo
que ellos persiguen con la encerrona en que la han metido. Explica que lo que ha
sufrido en trance se manifiesta en vigilia a través de una serie de dolores corporales que
le cuesta explicar, pues afectan a casi todo su cuerpo. Dice que su mente divaga entre
imágenes que supone fueron hechos reales y otras que le parecen robadas de la peor
novela de terror de la historia; que no sabe cómo discriminar entre lo que ocurrió y lo
que imagina. Asegura que no puede responderles, ni a ellos ni a nadie, por algo que
se canaliza a través de su cuerpo físico pero de manera totalmente involuntaria. No
sabe bien quiénes son ellos –Haila y Viereck– ni qué pretenden obtener de ella, pero
Pasan diez segundos en silencio, mirándose. María y Viereck sostienen sus miradas;
es un mini round mental. Hasta que el escritor aclara que aquello no es una emboscada,
sino una conversación que pretende que ellos –Haila y él– encausen sus intereses
políticos. Dice, con charme clasista, que ellos son gente elegante, que jamás tomarían
ventaja de una mujer en una condición mental y física complicadas. Haila complementa
diciendo que aquella es su casa, que María es su huésped, que jamás permitiría que
nadie abusara de uno de sus huéspedes.
María sigue muy seria y con el entrecejo arrugado. Viereck contraataca comentando
que a ellos les interesa un pedazo de mierda qué fue lo que ella canalizó a través de su
cuerpo o de su mente, que no pretenden meterse en eso. Haila retoma argumentando
que se viven tiempos convulsos en Alemania, tiempos de traiciones entre correligionarios
o entre familiares de alta alcurnia, que ya nadie puede vivir sin mirar por encima del
hombro, pues incluso han mandado a matar a gente muy importante.
María, muy seria, los sigue con la mirada. No habla, su conducta es adrede, quiere
escuchar lo que le están diciendo. Viereck le comenta que lo que ella está haciendo
es impresionante. Y Haila le dice que ellos necesitan ser parte de aquel espectáculo,
que van a apoyarla con dinero y con todas las influencias que tienen en Alemania y el
resto de Europa.
María, fastidiada, baja la cabeza. Pega la mirada unos segundos en la sábana –blanca
y suave– que cubre y remarca sus formas. Luego de unos segundos levanta la mirada:
tiene los ojos llorosos y la piel de su rostro ha enrojecido. Emprende una defensa
argumentando que si pudiera explicarles lo que ocurre con ella, lo haría, pero que no
sabe cómo pasa lo que pasa; que no sabe si es un fenómeno o una enfermedad, pero
que desde niña le complica la existencia. Asegura que no tiene nada valioso que pueda
interesarle a nadie en especial y que ellos –Haila y Viereck– están perdiendo su tiempo.
Viereck se pone en pie, muy teatral, camina hacia la puerta, sale unos segundos de
la pieza y vuelve con un dispositivo en la mano derecha, una cajita pequeña conectada a
una serie de cables eléctricos, y la deja sobre la cama, al lado de María Orsic, quien pega
la mirada en el artilugio. El escritor le dice a la mujer croata que cuando tuvieron que
quitarle la ropa para ponerle aquel pijama que es propiedad de Haila, se encontraron
con aquel objeto eléctrico adosado en su cintura.
María se relaja, desapega la espalda del respaldo. Ya no luce tan grande. Mantiene
su silencio, a la espera del jaque mate de los aristócratas.
María tapa su boca y mira a los dos nobles consecutivamente. Está pensando,
parece relativamente convencida, la encerrona aristocrática parece haber funcionado.
Haila complementa la emboscada diciendo que obtendrán su ayuda de una u otra
forma, por las buenas o las otras, porque todos aquellos esfuerzos no son para ellos,
sino para asegurar un buen futuro para Alemania.
Tesla le pregunta a Viereck si María tiene alguna idea del poder geoestratégico que
está recibiendo, si el escritor cree que la muchacha posee algún conocimiento, aunque
sea vago, acerca de aeronáutica. Y Viereck contesta que cree que no, que sin dudas es
una ingeniera autodidacta impresionante, pero que su intelecto está limitado al acto
de prestidigitación, que en tiempos de paz seguramente ella se habría vuelto famosa,
pues su belleza encandila, porque sobre un escenario habría sido rutilante, pero que
nada más, que sin la presencia en Berlín del doctor en Física Winfried Otto Schumann
el desarrollo del Proyecto Jäger habría sido imposible.
Tesla pregunta por la situación de María ante el poderío nazi, si Viereck cree que
los nazi comparten la idea de que la intelectualidad de María está limitada. Y Viereck
comenta que los nazi tienen las manos semiatadas, porque las evidencias sobre los
avances de las naves VRIL son tan sorprendentes como indiscutibles; que ellos no han
podido encontrar manchas en la biografía de María ni en sus familiares, que el devenir
de su historia personal no tiene fugas, que además está bien conectada dentro de
Alemania, que tiene la bendición de la aristocracia y la burguesía germana ariosófica
–quienes son, a su vez, los financistas de Hitler y su gente–, y que además ha obtenido
reconocimiento de los petroleros estadounidenses, quienes son los grandes financistas
del proyecto.
Tesla camina hacia el interior de su laboratorio, le hace una seña a Viereck para
que lo acompañe. Se acercan a un motor cuadrado, de metal muy grueso, que tiene
una palanca. Tesla mira a Viereck a los ojos, se tapa la boca con el índice de su mano
Tesla le dice a Viereck que le entregará un diario manuscrito, un códice con tapas
de madera que él mismo ha encuadernado, y que aquello será lo último que le enviará
a María, que ya no seguirá participando en el Proyecto Jäger porque desde hace meses
han quedado en evidencia las verdaderas ambiciones del régimen nacionalsocialista
y que él no está dispuesto a responsabilizarse por las locuras bélicas de un grupo de
sicópatas esquizoides. Le pide a Viereck que le envíe todo su cariño a María, porque sabe
que ella está sufriendo con la situación; que le explique a Orsic que tampoco volverán
a comunicarse por radio, porque Tesla ya no quiere saber nada del Proyecto Jäger; que
le diga a la muchacha que le habría encantado conocerla, que es muy raro que dos
croatas nacidos en pueblos distintos se hayan encontrado en condiciones intelectuales
tan similares, que ha disfrutado de los conocimientos que María le ha compartido y de
la locura hermosa de pensar el primer sistema antigravitacional de la historia.
Tesla se aparta unos metros de Viereck, camina hacia un mueble grande, que tiene
vitrinas y varios cajones, abre un cajón y extrae el códice del que había hablado. Camina
de vuelta hasta Viereck, le entrega el diario; se abrazan, se separan y Tesla baja la palanca
del motor cuadrado. Se apaga la energía que electrificaba el aire del laboratorio y se
relajan los cabellos de ambos hombres.
Tesla le pregunta a Viereck si cree que podrá viajar pronto a Berlín y el escritor
contesta que no lo sabe pero que lo intentará otra vez, porque desde que comenzaron
las ocupaciones de Polonia y Checoslovaquia es muy difícil llegar a Alemania por avión.
Penumbra. Una puerta cerrada. Se escucha la voz horrorizada de una mujer que
está siendo atacada; viene desde dentro del dormitorio. La mujer suplica que por favor
se detengan y el atacante expele primero un gruñido y luego le grita que es una perra
maldita y que como buena puta debería estar agradecida.
Se abre la puerta del dormitorio y sale Heinrich Himmler con la ropa desordenada,
el rostro y los ojos enrojecidos, las venas de la cara marcadas, empapado en su
transpiración. Luego salen de la pieza cuatro guardias vestidos con los uniformes
negros de la oficialidad SS. Himmler se siente satisfecho y asegura que esa puta que
se quedó dentro del dormitorio estaba tan rica como se veía.
Los oficiales SS estallan en risas mientras los cinco se alejan por un pasillo del
castillo de Wewelsburg.
María toma a Sigrun en brazos como si no pesara más que un bebé y la lleva en
vilo hasta su cama, la acuesta y la arropa. Luego mira a las otras Vril Damen y les pide
que se preparen para ir a trabajar y ordena que no mencionen a nadie una palabra de
lo que le ha ocurrido a Sigrun, ni siquiera al doctor Schumann.
María cierra la puerta y se acerca a su cama. Sigrun la mira con el ojo que puede
abrir. María se sienta sobre las sábanas y acaricia una mejilla de Sigrun, quien suelta
una lágrima.
Llaman con suavidad. María Orsic abre la puerta de su dormitorio y deja entrar a
una mujer vestida con delantal blanco. Se saludan cortésmente. La mujer camina hacia
la pequeña mesa redonda que sostiene cuadernos y apuntes –todos apilados para dejar
espacio– que está al lado de la ventana, y deposita allí una bandeja que porta dos jarros
llenos y dos vasos de vidrio recién lavados. La mujer se va sin dirigir la mirada hacia
Sigrun, quien descansa arropada hasta las orejas dentro de la cama de María.
María camina hacia la mesa redonda donde descansa la bandeja recién llegada.
Toma un jarro y llena uno de los vasos. Esta es una mezcla de valeriana con melisa,
te ayudará a calmarte. Le acerca el recipiente de vidrio a Sigrun; quien mientras traga
cierra los ojos. Orsic vuelve a la mesa y llena el otro vaso con el contenido del otro jarro;
luego va hacia el baño y regresa transportando un frasco de vidrio lleno con bolas de
algodón. Saca una, toma el vaso recién servido, se acerca a la cama, se sienta al lado
de Sigrun, le cuenta que aquella es una infusión de hinojo y equinácea y presiona el
algodón empapado contra el ojo herido.
Sigrun tartamudea: Dime que vale la pena… ¿Sabes qué tenían en común Caterina
Llull i Sabastida, Juana Millán y Sarah Breedlove?, todas fueron empresarias a pesar
de que ni siquiera sabían leer. Juana Millán imprimía libros, imagínate… ¿Y nosotras,
María, que de una u otra forma lo hemos tenido casi todo, que somos empresarias
alemanas?… A nosotras nos violan los hombres que pretenden revivir al viejo mundo
para crear uno nuevo. Nos están usando, nos están exprimiendo y, cuando obtengan
lo que buscan, lo más probable es que vuelvan a violarnos, y tal vez nos maten. Me
1903/Berlín
María Orsic es una niña de ocho años que conversa con su madre, Sabine –una
extraordinaria bailarina de ballet–, en el patio de la casa familiar, junto a la puerta de
un palomar. El criadero es una caseta grande y de color blanco, cuya pintura se ha
descascarado; adentro hay varias decenas de palomas mensajeras de distintos tamaños
y tintes. ¿Sabes cuál es el truco con las palomas mensajeras?, dice Sabine, Estas aves
no van a ninguna parte, nunca se escapan porque aman a sus familias. Cuando una
paloma mensajera vuela es porque está volviendo a su casa. Dentro del palomar, las
aves parece que conversan en su idioma de zureos y arrullos.
María sonríe y luego se separa suavemente de su madre y echa andar hacia la casa,
que tiene la puerta abierta. Cuando Sabine pregunta que a dónde va, la niña contesta
que quiere dibujar.
María sale al patio, allí están sus padres, sus hermanos y sus abuelos, sentados,
parados o caminando alrededor de una mesa tosca y larga hecha con maderos. Es una
noche tibia. María se sienta a la mesa, acomoda los implementos para dibujar entre
los trastos de una cena que terminó hace rato y comienza a dibujar en una de las hojas
de papel blanco. Los adultos de su familia conversan y sus hermanos juegan, ninguno
repara en lo que está haciendo María.
De pronto uno de los hermanos señala al cielo y grita. ¡Miren! ¡Qué es eso!
María mira hacia el cielo. Sus ojos lucen perdidos. Ha entrado en trance hipnótico.
Sin quitar la vista del firmamento, con los ojos pegados en el Ovni, la niña cambia la
hoja de papel, pone la que estaba en blanco sobre aquella en la que bosquejaba a una
bailarina de ballet, y comienza a dibujar usando las dos manos, un lápiz en cada una.
El Ovni gira más rápido. En segundos toma una velocidad inverosímil. Los Orsic
gritan de emoción: ¡Ooohhh! ¡Sranje!
María sigue dibujando pero sin mirar su obra. Continúa observando el cielo sin
correr la vista, en trance. El resto de su familia no la ve, pues el Ovni se ha robado
toda la atención.
Las cinco luces del Objeto Volador giran tan rápido que se funden y se transforman
en un rayo de luz azul resplandeciente, en un círculo que gira en el sentido de las
agujas del reloj.
La conversación luego del avistamiento dura unos segundos más, hasta que la madre
de María se da cuenta de que la niña sigue mirando el cielo, continúa dibujando con
ambas manos y que la situación no es normal, que parece perturbada: la madre cree
que su hija se ha espantado con lo que acaba de suceder. Sabine se acerca, la siguen
el padre y los abuelos. Los hermanos observan a distancia. ¡¿Hija, qué pasa!? ¡¿María,
estás bien!?
El hermano que se quedó con el dibujo se lo acerca al padre, quien sigue alterado
1940/Castillo de Wewelsburg
María está sentada sobre la cama, empina su vaso y bebe infusión. En frente está
Sigrun, con otro vaso en la mano, preparándose para escuchar. Nací en un muy mundo
muy limitado. Nací imaginando un futuro que probablemente jamás se concretará.
Cuando tenía doce años imaginé que existía una energía negra y fría que lo mueve
todo, a todo el universo. Imaginé que en el cosmos no hay vacíos, que no existe el vacío
pues lo que no llena la materia lo llena la energía; entonces, si así era, bastaba con
gobernar aquella energía para viajar por siempre. Dos años después yo vi esa energía,
una noche, cuando se acercaba el otoño, la vi en vigilia, estaba bien despierta, la vi
flotando sobre el cielo de Berlín. Yo tenía catorce años, edad suficiente como saber
que si le decía a alguien que había visto energía oscura flotando sobre el cielo de mi
ciudad, con seguridad me llevarían al médico. Además ya tenía mala fama, de bruja
o de loca, incluso dentro de mi familia. Así es que me apliqué en tratar de probar
que aquella energía existe. Tardé dos años en escribir una fórmula matemática. Lo
logré, primero la escribí en alemán y luego pedí que me pagaran clases de latín. A
los dieciocho años por fin pude escribir en latín la fórmula que prueba la existencia
de esa energía negra y fría, pero muy pronto descubrí que muy pocas personas en el
mundo pueden entenderla… ¿Qué por qué la escribí en latín? Porque es la lengua
más precisa de la historia humana, nunca ha habido otra igual; por eso el Derecho
se escribe en latín. Y yo necesitaba que mi fórmula fuera precisa.
María recibe el vaso que usaba Sigrun, se levanta y deja ambos recipientes –
también el que ella utilizaba– sobre la bandeja, que a su vez descansa sobre la mesa/
escritorio de Orsic. Sé que lo que acabo de contarte no explica nada, pero para mí
es lo más parecido a una explicación. Nací así, querida. Lo que hago me sale desde
Sigrun se desliza por las ropas de la cama hasta que las cubiertas tapan su barbilla,
cierra los ojos y contesta que probablemente su familia seguirá el derrotero marcado
por otros de los clanes aristocráticos que conformaron la Sociedad Thule, que saldrán
por Austria, luego cruzarán Hungría, Rumania y Bulgaria hasta llegar a Turquía, donde
los Von Westarp conocen a una casta de místicos sufíes, los derviches mevledíes, quienes
les brindarán apoyo tanto físico como espiritual. Dice que los Von Sebottendorf y los
Von Arco auf Valley usaron la misma vía de escape, que hasta donde se sabe en ciertos
círculos aristócratas ellos están viviendo allá, a salvo bajo el alero de los espiritualistas
islámicos. Le dice a María que ella también está considerada en su plan de escape y
que extenderá invitaciones para el resto de las Hermanas de la Luz. Ahora necesito,
dormir, hermosa. Parece que tus hierbas mágicas surtieron efecto.
Los técnicos del Proyecto Jäger supervisan la construcción de una nave enorme,
mucho mayor que las anteriores, pero que también tiene forma de platillo. María
Orsic sostiene en sus manos, abierto, el códice y cuaderno de notas que antes Nikola
Tesla le entregó a George Viereck en Nueva York, lo lee y luego observa el prototipo,
comparando.
María por fin se voltea y, sonriendo, mira directo a los ojos de Himmler. El líder
de las SS se muestra entre sorprendido y desilusionado, pues no inoculó el miedo
que pretendía en la médium. María le pregunta si quiere conocer la nave JÄGER-1 por
Técnicos del proyecto supervisan la construcción del interior del enorme platillo
volador. El doctor Winfried Otto Schumann está a cargo, revisa las instalaciones de las
consolas de conducción del aparato. En cuanto ven a Himmler subiendo al transporte,
tanto Schumann como el resto de los técnicos grita Heil!
María le ofrece un tur a Himmler. El aparato es muy grande por dentro, luce igual
que un ferry como para cien personas sentadas. María comenta que, según entienden
luego de revisar cientos de veces los documentos que han recabado gracias a las
canalizaciones espirituales de los mensajes extraterrestres, con aquel aparato o con
uno muy similar los arios debieran poder llegar hasta el planeta Aldebarán.
Himmler y María caminan dentro del JÄGER-1. Orsic explica que allí caben más de
cien personas cómodamente, que las bodegas pueden albergar comida y otros bártulos
como para aguantar sin tribulaciones un par de meses de viaje.
Himmler emprende retirada hacia la salida del JÄGER-1, pero antes de desaparecer
de escena le grita a María que Hitler quiere que una de esas porquerías voladoras lance
bombas pronto sobre Londres, que a Orsic se le acabó el tiempo de los milagros, pues
ha empezado el momento de la guerra para el grupo de mentirosos del Proyecto Jäger.
Junto a María están las otras Vril Damen, Traute, Sira, Gudrun, Chefin, y Heike.
Todas observan al automóvil pero ninguna llora.
Himmler, quien hasta ahora miraba desde lejos, se acerca y le habla a María. Le
María se ha recostado sobre su cama para leer el manuscrito que Tesla le hizo llegar
a través de George Viereck. Toma notas en otro cuaderno, uno propio que descansa al
costado, sobre la cubrecama. La cubre la luz de una lámpara de velador.
María cierra los dos cuadernos de apuntes, se pone en pie y le pregunta a Himmler
si está bien.
La túnica que cubre a María deja ver sus formas hermosas. Himmler la recorre con
la mirada –sin escrúpulos– y comienza a caminar lentamente a su alrededor. María se
incomoda pero no se mueve y vuelve a preguntarle a Heinrich si se encuentra bien.
Himmler roza el dorso de su mano derecha contra uno de los glúteos perfectos de
María y la médium se estremece. El líder de las SS sigue caminando y vuelve a pararse
delante de la mujer. Le ordena con voz firme que lo acompañe afuera. María deja
escapar una mueca de asco, pues el Reichsführer huele a mierda.
María es llevada hasta el cementerio de lápidas SS. Allí la esperan las otras Vril
Damen, Traute, Sira, Gudrun, Chefin, y Heike. A ellas también las vigilan soldados SS
vestidos con los uniformes negros de la oficialidad.
Siete tumbas han sido profanadas, los ataúdes están al aire libre y cerrados, junto
a las excavaciones respectivas. Orsic y su comitiva hostil, encabezada por Heinrich
Himmler, se paran justo delante de las mortajas. Las otras Vrilerinnen son obligadas
por sus custodios a moverse con rapidez, hasta que las ubican junto a María.
Himmler luce fuera de sí, extasiado y narcotizado. Parece que sus ojos y que
las venas de sus sienes van estallar. María no deja escapar un gesto, observa como
sopesando cuándo, por dónde y cómo emprender la retirada. Si siente miedo no se
nota, no se ve condenada a muerte, como sí lucen sus Hermanas de la Luz, quienes
tiemblan –Gudrun incluso lloriquea–.
Las prisioneras lloran y ruegan en idiomas diversos. Himmler, con cara de lunático
desquiciado, se acerca a María, quien vuelve a sentirse invadida por un asco visceral
debido al hedor que emana el jerarca nazi. El líder SS dice que esas mujeres esclavas
son putas del norte de Europa.
Grupos de soldados fuerzan a las mujeres a recostarse de espaldas sobre los ataúdes.
Los alemanes rubios en ropa interior se quitan los calzoncillos. Mientras las prisioneras
son violadas, Himmler le explica a María que esas esclavas nórdicas son depositarias
ahora de semen ario, pues con ese ritual los nazi se están asegurando de que las almas
de sus guerreros muertos vuelvan a corporizarse. Dice que gracias a esa práctica están
recobrando este mundo para ellos; porque este planeta es ario. Y finalmente le grita
fuerte, muy cerca del rostro, que ella, María, no es más que una esclava para los arios.
Uno a uno los violadores se van levantando. Algunos escupen en los rostros de
las mujeres que acaban de violar. Soldados SS fuerzan a las esclavas a levantarse; todas
y cada una tienen sus vestimentas ensangrentadas a la altura de las entrepiernas. Las
obligan a caminar, aunque apenas pueden mantenerse en pie. Se las llevan a golpes,
empujones y malas palabras. María las sigue con la mirada hasta que se pierden en el
paisaje.
Himmler, con ojos desorbitados, le dice a María que ahora esas mujeres se van a
Berlín, que van a vigilarlas hasta que paran, pues solo les interesan los bebés que los
soldados SS han dejado en sus vientres, que luego verán cómo se deshacen de ellas.
Himmler se empina para acercarse todo lo que pueda a la boca de María, quien
vuelve a remecerse de asco. Himmler, enloquecido, le consulta a María si no le gusta
cómo huele y le dice que es una puta croata hija de gitanos de mierda. Le asegura que
ella, María, aprenderá a besar el terreno que pisan las botas SS. Y le ordena que vuelva
a su cama y duerma todo lo que pueda, porque mañana terminará lo que tenga que
terminar para que esa nave de mierda que está construyendo pueda lanzar bombas
sobre Londres y Moscú. Vuelve a subir el tono para asegurarle a María que se le acabó
la ciencia ficción, porque sus cuentos de bruja no sirven con él.
María y las Vril Damen trabajan en el JÄGER-1. Las acompañan Schumann y sus
técnicos. La noticia se ha esparcido, el equipo completo luce condenado al cadalso,
trabajan pero sin energía, con las miradas perdidas, con manos temblorosas. María,
específicamente, no se ve aterrada; como sí las Vril Damen o el propio Schumann,
quienes se mueven y hablan con torpezas, cuyos labios tiritan cuando quieren conversar
sobre cualquier tema. María luce en una pieza pero pensando; está entera y habla con
claridad.
Entra al hangar un oficial SS vestido con su uniforme negro, camina directo y rápido
María deja lo que estaba haciendo, echa miradas a los técnicos y a las Vril Damen
y sale del taller donde se desarrolla el Proyecto Jäger, delante del soldado que llegó a
buscarla.
Orsic llega hasta el hall de acceso del castillo de Wewelsburg, escoltada por el
soldado SS que fue a buscarla al hangar del Proyecto Jäger. Hay alboroto, está lleno de
criadas y soldados en tareas de todo tipo. La médium echa un vistazo, le parece muy
extraño. El soldado que la escolta le pide que por favor salgan de allí, que Himmler la
espera en el acceso exterior.
María y el soldado salen del castillo por la puerta principal y se encuentran con
una comitiva de automóviles negros de lujo. Destaca el Mercedes Benz 770K Grosser
descapotable donde viajará Himmler. El líder de las SS, aseado y vestido de lujo, se
acerca a María para informarle que el Führer lo requiere en Berlín, que no estará en el
castillo durante por tiempo, que vivirá en la capital hasta que los arios encuentren la
solución final para el problema que les significa la presencia de sus enemigos acérrimos
en este planeta. Heinrich le dice a la médium que parece que ella y su gente tienen un
segundo aire, le aconseja que lo aproveche bien, porque en cuanto él vuelva se hará
cargo de aquello que dejó inconcluso.
María se voltea, cruza miradas con el general SS Jakob Wilhelm Hauer y luego
emprende de vuelta al interior del Castillo.
La ciudad de Alejandría era ruidosa. Tal vez había libros por aquí y por allá,
probablemente muchos de ellos enigmáticos y únicos, seguro que escondidos,
privados de luz en bóvedas silentes. Pero Alejandría no era una gran biblioteca sino
un gran mercado. Rudolf Hess tenía que aclararlo en cada mitin donde el tema salía a
colación, que él sabía cómo eran las cosas, que la sabiduría no rebosaba en las calles
alejandrinas, que la piedra y la roca normalmente estaban manchadas con excrementos
de animales domésticos para transporte, que las palabras no estaban escritas en papiros
sempiternos sino que eran gritadas a pura y mera garganta por comerciantes callejeros,
por vendedores proscritos o en voz baja por proxenetas. Alejandría prosperaba pero
no gracias a la sabiduría allí almacenada en rollos, ni por las traducciones de textos
sagrados de las tres grandes religiones de libros, sino debido a los caudales que atraía
su puerto y a sus bodegas siempre atiborradas de alimentos.
A las 12.00 horas Rudolf Hess llega hasta la pista de la Luftwaffe en Augsburgo
y prepara su bombardero Messerschmitt Bf 110 de color negro para una misión de
paz. Le quita todas las municiones, no deja siquiera un casquillo que pueda producir
malos entendidos, y se apertrecha con ropas y bártulos que eventualmente le permitan
sobrevivir a las malas condiciones climáticas de Escocia.
Cerca de las 18 horas despega desde Augsburgo hacia el noroeste. Sabe que los
sábado tanto los enemigos como la Luftwaffe bajan sus guardias durante unas horas.
Viaja sin ser detectado por los radares alemanes hasta superar la línea costera de los
Países Bajos. A las 19:30, cuando alcanza la altura de Texel, gira en 90 grados a la
derecha y vuela recto durante unos 30 minutos; luego vuelve a virar en 90 grados
hacia el norte y desciende para viajar a baja altura sobre el Mar del Norte. A esa hora
ya reina la noche más oscura en el norte del mundo. Por unos minutos Hess guarda
la esperanza de que será un itinerario sin sobresaltos. Hasta que se da cuenta de que
por su cola aparece un Spitfire.
Sin embargo Rudolf va nervioso. Para que su plan funcione debe coordinar él y
coincidir tantas circunstancias que más bien vuela jugando con el destino. Todos sus
músculos están tensos –le duele especialmente donde se juntan su cuello y su espalda–,
siente el estómago apretado, sus tripas punzan, transpira frío, le parece que el avión se
ha transformado en un congelador. Cerca de las 21 horas intercepta comunicaciones
de radionavegación provenientes de radiofaros emplazados en las costas de Dinamarca.
Sabe que basta con que su bombardero sea captado por un radar aliado para que en
minutos sea presa de aviones caza, y él no tiene cómo repeler ningún ataque.
Continúa volando bajo, como buen piloto de guerra, pero varía el trayecto para
soslayar a los radares, se mueve en zigzag cubriendo trayectos paralelos que duran
20 minutos cada uno. Hasta que, a eso de las 22 horas, agarra rumbo a las playas
noroccidentales de Escocia. A las 22.22 ya está sobre la localidad de Embleton y solo
le quedan 30 minutos de combustible.
Jorge de Kent es un tipo alto, rubio, delgado, buen mozo y elegante, un conquistador
bisexual, un mentiroso con fama de doble e incluso triple agente. Pero Rudolf Hess
cree que es su amigo y, además, un legítimo monarquista europeo: después de todo
estuvo a punto de asumir el trono británico cuando abdicó su primo Eduardo y en la
mira del propio Führer durante la primera arremetida nazi contra el reino isleño para
que se encargara de todos los asuntos en Londres una vez que la suástica reinara en vez
de Jorge VI. Y como buen filonazi, Kent, duque de Hamilton, se ofrece para recibir a
Hess en sus tierras escocesas para comenzar desde allí la misión política más importante
de todas: tratar de convencer al primer ministro, Winston Churchill, de que es posible
negociar un armisticio con Berlín. Sin embargo, cuando el Messerschmitt Bf 110 pasa
por encima de la pista de aterrizaje las luces están apagadas, lo mismo que en la Casa
Dungavel. Hess suspira, desilusionado.
Hess, ya sin esperanzas, dice en voz alta, con la garganta aterida por un llanto que
nunca suelta, que un tipo como él, un hombre de principios, no tiene nada que hacer
en un mundo como aquel, donde ninguna palabra vale un papiermark, donde los
caballeros son pura mierda chovinista del pasado. Y luego hace lo único que puede:
Cuando abre los ojos, el bimotor Messerschmitt se está estrellando en las afueras de
la localidad de South Lanarkshire. Hess aún flota en el aire. Abre su paracaídas; el jalón
hacia arriba casi le saca los hombros y lo obliga a vomitar lo poco que aún tenía en las
tripas. Sabe que está por tocar tierra pero le es imposible reaccionar adecuadamente.
Hess aterriza muy mal y se parte en varias partes el tobillo derecho. Pero solo se da
cuenta cuando, horas más tarde, trata de levantarse y se va bruces porque el pie diestro
no puede responderle.
1941/Berlín
El Führer se maldice porque fue incapaz de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo
frente sus narices. Sus informantes le explican cómo fue el devenir de aquella vileza
silenciosa:
Durante todo el otoño de 1940 Hess estuvo recibiendo informes climáticos diarios
desde Noruega y se familiarizó con la estación meteorológica danesa de Kalundborg
para emplearla como transmisor de rumbo. Por las noches estudió la ruta de vuelo
hacia Escocia usando un plano que mantenía colgado en una de las paredes de su
escritorio personal, en su residencia familiar de Berlín; que su esposa vio decenas
veces sin sospechar de qué se trataba.
Rudolf escogió la tarde de un sábado a sabiendas de que Hitler pasaba los fines
de semana en su residencia alpina de Berchtesgaden y de que estaría ocupado viendo
cuestiones de partido con el jerarca nacionalsocialista Alfred Rosenberg. Hess le pidió
a su secretario personal que calculara bien los tiempos para viajar en auto y llegar a las
montañas cuando estuviera atardeciendo, con el fin de que el Führer recibiera la carta
que explicaba su decisión y comportamiento poco antes de irse a acostar y no pudiera
reaccionar a tiempo. Hess sabía que todas las tardes, poco después de las veinte horas,
el doctor Theodore Morell, médico personal de Adolf, inyectaba soporíferos poderosos
en la sangre del Canciller. Cuando Hitler terminó de leer aquella misiva estalló en ira
y Morell se vio obligado de duplicar la dosis de calmantes.
Hitler teme que Hess se vengue tratando de filtrar hacia el enemigo los planes
de expansión del Tercer Reich y que, como consecuencia, la Operación Barbarroja
fracase. Y motivado por aquella majamama de teorías imaginarias, el Führer declara
abiertamente, ante el público alemán y la prensa extranjera, que su ex Stellvertreter
des Führers ha perdido la razón y manda a llamar a Heinrich Himmler con urgencia
de alerta roja, pues necesita que las naves del Proyecto Jäger cumplan a la brevedad
su primer objetivo de guerra.
1941/South Lanarkshire
El inglés con acento bien británico adquirido en Alejandría no le sirve para nada a
Rudolf Hess. El campesino escocés David McLean no le cree ni media palabra cuando le
asegura que se llamaba Alfred Horn, que es capitán inglés, que su avión se ha estrellado
por problemas mecánicos y necesita ubicar a su amigo personal Jorge de Kent, el
duque de Hamilton. McLean atiende con buena fe cristiana las heridas de Hess, incluso
entablilló el tobillo fracturado, pero llamó en cuanto pudo a la policía local, que a su
vez pidió asistencia al Ejército británico, que de inmediato envió a un par de efectivos
para que se hiciera cargo del extraño oficial alemán que, según McLean, curiosamente
hablaba bastante bien el idioma de la reina.
Hess no revela su identidad hasta que queda en evidencia, cuando tiene que
presentarse ante el propio duque de Hamilton como emisario oficial del Tercer Reich
Dos días más tarde el campesino David McLean aparece, entrevistado por la televisión
estatal británica, contándole al mundo por pantallas y altoparlantes que efectivamente
él ha atrapado al jerarca nazi Rudolf Hess usando las puntas de su rastrillo y que el
prisionero se encuentra en manos del ejército británico en suelo escocés. El primer
ministro, Winston Churchill, telefonea a South Lanarkshire para informarse sobre la
situación y, cuando se entera de que Jorge de Kent está a cargo del interrogatorio
a Hess, envía de inmediato a agentes del MI6 para contrarrestar posibles arranques
fascistas en Escocia.
Sir John Simon responde con parsimonia y soberbia que un arma no es tal hasta
que no se aplica en terreno, constata que las autoridades británicas han recibido
noticias acerca de los esfuerzos militares alemanes pero algunas noticias le parecen del
todo descabelladas. Muy preocupado, el Duque de Hamilton pregunta si los alemanes
probarán su armamento nuevo en Gran Bretaña y Hess contesta que no aún, que los
planes son otros, pero que muy pronto todo el planeta será testigo del nuevo poderío
ario, y que todos quedarán tan sorprendidos como amedrentados.
Sir John Simon pregunta qué quiere Hitler de los aristócratas británicos y el visitante
alemán responde que el Führer quiere la paz, como todo el mundo, y para eso está
dispuesto a compartir las bondades del Proyecto Jäger, a cambio de que Gran Bretaña
se declare neutral ante lo que ocurra durante la llegada de las fuerzas alemanas a Rusia
y acerca de lo que ocurra después. Hitler es Alemania como Alemania es Hitler. Yo soy
solo el emisario de un mensaje directo del Führer, aclara Rudolf y luego les pide que
por favor decidan pronto si consideran mover sus influencias sobre el Parlamento, pues
no se siente en condiciones de soportar un interrogatorio a cargo de agentes del MI6.
Hess tiene que soportar las muecas de asco los ingleses; qué le iba a hacer: desde el
accidente se ha movido solo desde un rincón en el granero del campesino David McLean
a aquella catacumba en la Mansión de Dungavel. Gracias a su pierna pudriéndose, su
cuerpo sin bañar y sus intestinos inflados, seguro que el dormitorio huele a muerto.
Vamos a tener que viajar, Rudolf, dice Jorge de Kent, Hitler te quiere de vuelta
y yo estoy obligado a viajar contigo para encontrar asilo porque Churchill quiere
mi cabeza, porque mientras tú viajabas hacia acá como bicho enfermo, tu Führer
estaba bombardeando Londres otra vez. ¿Qué te parece que desparezcamos juntos?
Los aristócratas británicos salen desde aquel dormitorio hediondo al aire fresco
y húmedo de South Lanarkshire, intentando reemplazar en sus narices podredumbre
por tierra mojada.
Rudolf Hess hierve en fiebre. El MI5 ha destinado a un médico especial para que
lo asista durante el vuelo hacia Islandia y se quede con él hasta que por lo menos esté
claro que aquella calentura de 40 grados Celsius no se lo va a llevar a otra vida antes
de que le dé una vez más la cara al Führer. Lo suben en camilla al hidroavión S-25
Sunderland. Tirita y balbucea, su cerebro se está escalfando. Jorge de Kent cree que
habría sido mucho más humano pegarle un tiro a Hess y enterrarlo sin sepultura en
alguna planicie escocesa que obligarlo a viajar en aquellas condiciones. Pero se ha
comprometido con los alemanes a entregar al traidor y no planea estropear su exilio
político en alguna parte de la Escandinavia nazi.
A las 6 de la mañana el capitán Frank Goyen anuncia que el vuelo está comenzando
e informa que el copiloto es Thomas Mosley, que ambos están al servicio de los
pasajeros y que cualquier duda, de cualquiera de los ocupantes, puede ser aclarada
en la cabina durante el viaje. Jorge de Kent ha exigido a aquella dupla de aviadores,
Los esperan en menos de dos horas en Reikiavik. A pesar del frío extremo hay
buen clima; está nuboso pero no impide para nada la visibilidad; el territorio islandés
se ve en el horizonte cercano.
El bimotor S-25 Sunderland agarra pronto altura y velocidad crucero y, salvo alguna
que otra turbulencia, que por lo demás son muy comunes sobre el Mar de Noruega,
la travesía va con viento de cola. Ocho de los nueve pasajeros miran por las ventanas
al océano congelado, salpicado por blancos icebergs. El único que mantiene los ojos
cerrados es Rudolf Hess, quien a todas luces sufre en un espacio mental muy cercano
a ultratumba. El sol pega oblicuo y produce sobre el mar una serie incalculable de
pequeños arcos iris, que pintarrajean el gris de la aguas y maravillan a los viajeros. Las
nubes, gordas pero blancas, forman un cielo raso brumoso; el Duque de Hamilton
imagina que es como viajar justo debajo de un colchón de lana recién cardada.
De pronto corre un rumor, desde la cabina hasta el oído derecho del Duque de
Hamilton. El capitán Goyen necesitaba verlo de inmediato en la cabina, le piden que
se mueva con sigilo.
Los dos aviones plegables lanzan dos misiles cada uno contra la barriga del S-25
Sunderland, que se deshace en el aire y cuyos restos caen al mar, unos quinientos
metros antes de la orilla meridional islandesa.
Las sirenas suenan por toda la isla de Hawai. Incendios y explosiones en el puerto
y en los barcos destruidos. Como el fondo marino es superficial en la rada, los barcos
no se hunden: una vez bombardeados, se ladean y explotan a vista de los japoneses,
quienes siguen atacando.
1942/California
La mujer sale de la casa por la puerta principal: vive en una parcela rural. Se escucha,
muy lejos, el rumor del motor de un auto. La mujer se sienta en una banquita a fumar.
No hace mucho que ha dejado de llover, el cielo está cubierto con nubes negras, el
suelo y el aire se han cargado de humedad. Hace frío. La mujer tirita.
El rayo de luz violeta colorea por completo a Culver City. La luz es proyectada
por una figura en forma de círculo enorme que asoma por entre las nubes negras. El
círculo y la luz violeta pasan justo encima de los estudios Metro Goldwyn Mayer, que
están en Culver City. El objeto volador no identificado levita lentamente.
La pelirroja entra corriendo a su casa, toma el teléfono y disca 911. Mientras está
pegada al auricular del teléfono, la mujer mira hacia fuera por una ventana y su cara
vuelve a pintarse con el color violeta que expele el Ovni.
Su hijo se despierta y grita desde el dormitorio, quiere saber qué pasa pero la madre
El haz violeta del Ovni mancha los edificios y las playas de Santa Mónica. Las calles
se llenan con gente mirando al cielo. La luz pinta todo en la zona: los edificios, el
asfalto, los rostros de los testigos.
Alboroto. Gente corre por las calles de los barrios cercanos a la playa, buscando
refugio. Se cruzan con vehículos militares.
Los vehículos militares llevan tropas hasta las baterías antiaéreas que están apostadas
en distintos puntos costeros, frente a la bahía.
Una sirena –un aparato de sonido– que está en la cima de un poste comienza a
chillar.
El haz del Ovni violeta colorea buena parte del litoral californiano. Sirenas gritan
alarma en todas las ciudades de la costa.
En las calles de Los Ángeles se arma una alharaca de carreras, griteríos, bocinazos
y sirenas. Mientras la gente huye, comienzan los disparos desde las baterías antiaéreas.
Dos soldados están parados dentro una batería antiaérea, donde domina una
ametralladora gigantesca. Uno de los soldados mira por unos prismáticos hacia el cielo.
El otro militar dispara el arma y maldice al Ovni, grita Fuck you, god damn japanese
monkeys!
Diez focos gigantescos siguen con sus haces al Ovni desde distintos puntos de la
bahía de Los Ángeles. Miles de proyectiles son descargados hacia el cielo por las baterías
antiaéreas apostadas frente a las playas.
Los aviones siguen ametrallando pero los pilotos se dan cuenta de que ningún
proyectil da en el blanco a pesar de que el platillo volador violeta se mueve muy lento.
Uno de los pilotos comenta por radio que el aparato debe ser gigantesco y debe estar
Desde la barriga del círculo luminoso salen dos naves pequeñas, evidentemente
tripuladas. Las navecillas enfilan hacia la costa de Santa Mónica a buena velocidad. Las
siguen seis de los doce aviones, también muy rápido pero no les alcanza la potencia.
Baterías antiaéreas dispararan a las navecillas desde las playas del pueblo de Goleta.
Cuando ya están cerca de la orilla, las dos naves lanzan dos cargas explosivas,
una cada una. En cuanto las cargas explotan contra las instalaciones de extracción de
petróleo de Elwood, las dos naves dan media vuelta y regresan hacia la nave nodriza.
Los aviones que persiguen a las naves pequeñas no pueden dar vuelta tan rápido.
Dan giros amplios y van tras los Ovnis. Las naves alienígenas ya les han sacado mucha
ventaja.
La nave golpeada cae hacia el mar. La otra sigue su camino hacia el disco de luz
violeta.
La nave golpeada se estrella contra el mar y se desarma. La otra navecilla entra por
la panza del círculo de luz violeta.
Cuando los remolcadores están cerca de los despojos de la nave, uno de sus
tripulantes, usando binoculares, divisa la suástica nazi pintada en los restos del fuselaje.
Las baterías antiaéreas refuerzan la carga contra el platillo volador violeta, que
comienza a girar sobre su eje. El disco se mete en las nubes negras de lluvia que cubren
Long Beach, antes de desaparecer.
La gente sale desde sus casas y vuelve de a poco las calles y las playas en Santa
Mónica.
John D. Rockefeller Jr. pregunta qué tiene que ver eso con él o con los negocios
de su familia en Europa, que el tono de la conversación le parece que los deja a ellos, a
los Rockefeller, como traidores a la patria y que no está dispuesto a seguir escuchando
a menos que su interlocutor aclare hacia dónde va.
Mientras Rockefeller Jr. vuelve a sentarse, los subalternos salen del despacho. John
D. bebe un trago largo, mira directo al jefe de la delegación de hombres trajeados y le
pide que se acomode en el asiento, porque la historia es larga.
1943/Polonia
Cientos de seres humanos son llevados en trenes para ganado desde Alemania
hacia Polonia.
Cientos de presos viven hacinados en los campos de concentración que los nazi
construyeron en territorio polaco.
Decenas de hombres, mujeres y niños entran a las cámaras de gas, donde son
gaseados.
1943/Castillo de Wewelsburg
María Orsic y George Viereck están sentados sobre la cama de la médium. El escritor
llora desconsolado. Orsic lo observa, también siente pena pero no suelta una lágrima.
Viereck dice que el mensaje que le enviaron asegura que Nikola Tesla murió en su
cama, que falleció solo mientras dormía, que le falló el corazón. María, ensimismada,
contesta que siempre creyó que algún día se conocerían.
Viereck está impactado. Seca sus lágrimas y le dice a María que conocerlos, a ella
y a Tesla, es lo más trascendente que le ha ocurrido en la vida, que ellos son magos
verdaderos, hechiceros cósmicos. María sonríe, cariñosamente le pide que no diga más
pavadas y le pregunta si viajará a Estados Unidos de vuelta pronto.
Viereck contesta que será en dos semanas y que no tendrá problemas, porque podrá
cumplir con la fecha escrita en el papel que le pasó María. Ambos sonríen tristemente.
María suspira y comenta que se ha quedado sola tratando de resolver los enigmas que
plantea el proyecto Jäger, que cada vez se vuelve más complejo. Viereck le contesta que
Tesla siempre confió en ella, que de hecho también quería conocerla, pues le llamaban
mucho la atención los mensajes que María le envió usando palomas mensajeras.
María no llora. Traute y Heike chillan de espanto y pena. Heike no aguanta y abraza
el cadáver mortecino de Gudrun.
María se dirige al grupo de esclavos que ayudó a bajar el cuerpo de Gudrun desde
la cornisa y les pide que por favor la lleven a Berlín de algún modo, porque allá las
autoridades nazi sabrán qué hacer con el cadáver.
María echa a andar hacia el interior del castillo pero es alcanzada por Traute y
Heike, quienes la detienen a la fuerza y la enfrentan. Heike, fuera de sí, le grita en la
cara a María que qué diablos le ocurre, perra croata, que cómo es posible que no sienta
nada, que acaban de asesinar a Gudrun como a un animal, como si fuera una vaca,
y ella, María, ni siquiera se atreve a enfrentar a quien lo hizo. Traute le espeta ¡Eres
tú quien nos ha metido en esto, puta maldita, a ti no te interesa la vida espiritual,
solo te interesan tus experimentos de mierda! ¡Tú no eres quien dices ser, no eres
una médium, como nosotras! Nos hemos partido el lomo por tu proyecto, ahora nos
están violando y asesinando y a ti solo siguen importándote tu malditas naves, tus
estúpidos planos y tus pendejas conversaciones con viejos de mierda que lo único que
María Orsic aparta de sus hombros las manos engarfiadas de Heike con mucha
facilidad y luego les responde a las muchachas, lo hace firme pero maternal. Les dice
casi susurrando que claro que sabe que los nazi violaron y mataron a Gudrun, pero
que no tiene claro que fuera algún oficial en particular, que perfectamente podría ser
el propio general Hauer. Les explica que lo único en que puede pensar ahora es en que
no quiere que Gudrun sea enterrada en el suelo maldito del castillo de Wewelsburg,
junto a esa escoria SS, pero que no sabe qué más hacer. María enfrenta a Traute y a
Heike al mismo tiempo, les consulta de manera perentoria si alguna de ellas puede
iluminarla con su sabiduría infinita, porque entonces ella es toda oídos.
Reina el silencio durante unos segundos, hasta que María les dice que las Vril
Damen sobrevivientes están solas con el proyecto a cuestas, cada vez más solas y sin
tiempo para nada.
George Viereck sube por una escalera hacia la puerta de entrada de un avión de
pasajeros Douglas DC-3. La nave luce muy nueva, recién salida de fábrica. El escritor
lleva un bolso de mano.
Dentro del avión George Viereck acomoda el bolso de mano sobre su asiento, en
el portaequipaje. Se le acerca una aeromoza a preguntarle si necesita ayuda y Viereck
contesta que no, muchas gracias.
George Viereck baja por una escalera desde la puerta de salida del avión Douglas
DC-3 a la losa del aeropuerto en Nueva York.
Viereck se baja frente al edificio más alto del complejo Rockefeller Center. Entra al
hall del edificio, se encuentra con el hombre alto y delgado que sirve como secretario
de John D. Rockefeller Jr. y otros dos hombres vestidos con trajes negros muy elegantes.
Suben los cuatro en un ascensor hasta la oficina 5600. Entran al lobby, caminan raudos
por un largo pasillo alfombrado y llegan hasta el despacho del magnate petrolero.
Viereck baja la cabeza, pide disculpas, pide un trago de whisky y les comunica, fuerte
y claro, que tiene una fecha y una hora y que va a necesitar que personal fuertemente
armado lo escolte hasta Colorado Springs para que su suerte no corra peligro, pues
de ello depende que el futuro sea un poco más brillante.
Heinrich Himmler desciende del Mercedes Benz 770K Grosser descapotable; luce
impecable en su traje de Reichsführer SS. Heike observa desde lejos, dentro del castillo
de Wewelsburg; ve cuando un grupo de esclavos nórdicos toma el equipaje del líder
nazi, cuando Himmler le habla directamente a un par de oficiales SS, quienes parten
corriendo hacia el interior del castillo, cuando saluda protocolarmente al general Jakob
Wilhelm Hauer y cuando ambos entran al castillo escoltados por cinco soldados SS.
Heike, quien observa desde lejos, espera a que Himmler y Hauer enfilen hacia
las escaleras de la Torre Sur del castillo, donde está la oficina de Himmler, para salir
corriendo hacia la Torre Norte. La médium avanza a toda velocidad escalera arriba,
hasta que dentro de la oficina de María Orsic se encuentra además con Traute, Sira
y Chefin, quienes están en compañía del doctor Schumann y otros tres técnicos del
Programa Jäger revisando planos y datos; el códice enviado por Tesla y el cuaderno
de notas de María están abiertos, uno al lado del otro, sobre la cubierta de una mesa.
La noticia le cae muy mal a María. La médium se aparta del grupo, camina hacia el
ventanal que da hacia el exterior del castillo y mira a través del vidrio a los estudiantes
SS que trotan en grupos ordenados geométricamente como rectángulos y a grupos de
soldados que realizan ejercicios de entrenamiento físico. María habla hacia la ventana,
pronuncia fuerte, necesita que al resto le quede muy claro lo que está pensando: dice
que es muy probable que tengan que adelantar todo, pues se suponía que el enano
pestilente de Himmler no llegaría aún, que debía cumplir ciertas órdenes en Berlín.
Los dos oficiales SS que Heike vio correr desde el hall de entrada hacia el interior
del castillo abren la puerta del despacho de María Orsic. Uno de ellos, el que luce
mayor, les dice a la médium y a Schumann que Himmler necesita verlos de inmediato
en su oficina. Ambos parten raudos, sin siquiera consultar cuál es el motivo del llamado.
Traute, Sira, Chefin y los tres técnicos del Programa Jäger quedan dentro de la
oficina en silencio, tensos, intercambiando miradas cómplices por la desgracia que les
está tocando vivir, esperando para saber qué se les viene encima.
Himmler está sentado frente a su escritorio; Hauer en pie a su lado, con las manos
detrás de la espalda, serio y desafiante. María Orsic y Schumann se han parado al otro
lado del escritorio. Himmler les dice que el Führer está relativamente satisfecho con
lo que ocurrió en California, pero que necesita mucho más para Rusia, pues va a llevar
al JÄGER-1 a Moscú, que les da una semana como máximo para preparar el viaje.
Schumann responde por el equipo del proyecto, contesta que no habrá problemas,
que con una semana les alcanzará como para que el JÄGER-1 despegue y llegue a Moscú,
que anduvo muy bien en California y que no tendría por qué fallarle al Reich en Rusia,
que incluso han construido otra nave pequeña y plegable para reemplazar la que fue
derribada en la bahía de Los Ángeles.
Himmler se levanta y camina hasta quedar frente a María Orsic. El líder de las
SS le llega a los hombros a la mujer. El Reichsführer le pregunta si se acabaron las
canalizaciones de información desde Aldebarán, si sus ancestros ya enviaron toda la
información que los arios requerían para poder recobrar el poder sobre el planeta
Tierra. María niega con la cabeza mientras mira directo a los ojos de Himmler, y le
contesta que les ha llegado información acerca de un método para viajar a Aldebarán,
que la presencia Nudimmud les está explicando cómo utilizar aquel método y que,
cuando esté listo, los nazi serán los primeros terrestres de la historia en realizar un
Himmler vuelve a su asiento frente al escritorio, se afirma contra uno de los brazos
de su silla, toma su barbilla y, sin decir nada, solo con un gesto de su mano derecha,
ordena a Orsic y a Schumann que salgan de su despacho.
María ocupa el baño. Está sentada cuando la puerta se abre con un golpe estruendoso.
Ella se pone en pie. Entran cinco hombres pero uno se adelanta, los otros se quedan
atrás custodiando la puerta. El general Jakob Wilhelm Hauer toma a María por la cintura
y la acerca hacia su cuerpo a la fuerza. Desesperado, el general SS apretuja primero los
glúteos y luego los senos de María, quien se estremece y gime. Mientras la manosea,
Hauer le dice a la médium que es la criatura más bella del mundo.
Los cuatro soldados SS que custodian el ataque de Hauer se separan y abren paso
para que Himmler entre al baño. Heinrich está en calzoncillos, camiseta y calcetines;
su rostro ha enrojecido, sus ojos lucen desorbitados, las venas de sus sienes parecen
a punto de explotar. Sin pronunciar palabra, Himmler se une al ataque de Hauer y
comienza a manosear el cuerpo de María, quien gime mucho más fuerte cuando el
líder de las SS la toca.
Los gemidos de María cambian de pronto: desde evidente deseo sexual a algo
parecido a un atoro, la mujer carraspea, el tono de su voz se engruesa. Himmler lee
aquello como el momento en que debe atacar definitivamente y agarra con fuerza la
entrepierna de la médium. Tres segundos después se produce una descarga eléctrica
descomunal en el sector de la vagina de María Orsic y Himmler es expelido como un
flato, vuela un par de metros, cae sobre los soldados SS que cuidaban la puerta del
Cuando el general Hauer logra enfocar su vista, se levanta para atender a Heinrich
Himmler, quien yace en el suelo, absolutamente inconsciente. Hauer verifica que el
líder de las SS aún respira y tiene signos vitales. Le pide a uno de los soldados, quienes
también tratan de recuperarse después del impacto, que se quede con Himmler y
emprende carrera hacia el interior del castillo, acompañado por los otros tres soldados.
Los cuatro SS emprenden carreras atolondradas por los pasillos del castillo de
Wewelsburg. Aún aturdidos por la descarga eléctrica y la golpiza, trastabillan durante
todo el camino, se caen varias veces.
Mientras avanza por un pasillo muy oscuro, Hauer balbucea tratando de pedir
ayuda pero nadie le entiende. El general tropieza cuando intenta bajar por una
escalera, vuela por sobre los escalones, cae de cabeza al primer piso del castillo y
muere instantáneamente.
Mientras corre por el pasillo se encuentra con las Vril Damen, quienes despertaron
con los alborotos. El castillo bulle, el escándalo que armaron Hauer, Himmler y Orsic
alteró la noche. Y mientras corre, María comienza a gritarles a sus compañeras que ¡Es
ahora, este es el momento!
Las cinco Vril Damen llegan corriendo hasta el hangar donde descansa el JÄGER-1.
La máquina ya está encendida y la compuerta de entrada abierta, esperándolas. Entran.
María va directo a una de las consolas de conducción del vehículo, donde ya están
Schumann y otros tres técnicos; se sienta y comienza a operar. Las otras médiums se
acomodan en los asientos interiores, donde algunos técnicos ya se han amarrado con
cinturones de seguridad. Otros científicos entran apurados al JÄGER-1. María grita que
Hay más de tres metros entre la plataforma que lo sostenía y el enorme platillo
volador. La nave acelera, rompe la techumbre del hangar y sale.
Oficiales SS ordenan que cese el fuego, que comience un recuento de los destrozos
que ha dejado el escape de las médiums y que se reporte lo antes posible el número
de bajas que produjo aquella huida traicionera.
La nave se detiene y levita a unos cien metros de las ruinas del hangar, estático.
Los soldados SS vuelven a salir a la intemperie nocturna y a apuntar contra el vehículo
que comanda María Orsic.
Se abren unas compuertas en la panza del JÄGER-1, dos misiles salen disparados
e impactan contra el hangar que alojó al proyecto aeroespacial.
María se levanta y echa un vistazo a los pasajeros. Están todos en pijamas o camisones,
varios de ellos descalzos. María también está descalza. Se ven preocupados pero, a la
vez, aliviados. María le habla a toda la tripulación, les dice que ya pueden acomodarse
porque están fuera del alcance de cualquiera.
Adolf Hitler ha perdido los estribos, golpea su escritorio, voltea estatuillas que estaban
sobre la cubierta, levanta una silla y con ella destruye varios cuadros que colgaban de
las paredes de su despacho en la Cancillería. El Führer grita que esa ¡maldita puta
gitana seguro que va a venderle la nave a los rusos!
El Führer consulta si el líder de las SS tiene alguna idea de a dónde se fue esa puta
croata. Cuando Himmler contesta que no tiene idea, Hitler patea con todas sus fuerzas
una silla y el golpe lo lastima terriblemente; se ve obligado a sentarse para controlar
el dolor en una canilla.
Hitler le ordena a Himmler que salga, que primero vaya a buscar al doctor Morell
para que le vea la pierna y luego, de inmediato, se dirija a ver si en alguna parte encuentra
respuestas a lo que pudiera estar pasando con María Orsic y el JÄGER-1, que para la
tarde quiere saber dónde están esos malditos traidores.
Himmler camina hacia la salida y se detiene en el dintel del escritorio del Führer,
desde allí mira a Hitler. Cierra la puerta, echa un vistazo a su reloj, se para frente al
escritorio de una de las dos secretarias del Canciller, va a hablarle pero decide no decir
nada. No le avisa que Hitler se ha herido una pierna, se va apurado.
El JÄGER-1 llega volando hasta el valle que precede al Monte Untersberg, baja la
velocidad y desciende en la ladera norte de la montaña. La nave entra a la cueva más
grande del monte Untersberg y aterriza.
1943/Colorado Springs
George Viereck opera el aparato de radio que Nikola Tesla construyó en su taller y
laboratorio de Colorado Springs –sus cabellos flotan debido a la electricidad estática que
genera el transmisor–. Escucha usando un par de audífonos, le contesta a un micrófono
Viereck dice cambio y fuera, se quita los audífonos, aleja el micrófono, apaga el
aparato de radio –sus cabellos bajan de inmediato y el escritor queda despeinado–
y cierra su libreta de notas. Se levanta y sale del cuarto de radio. Afuera, junto a la
chimenea que sirve para calentar todo el edificio, hay cuatro hombres vestidos con
trajes oscuros. Uno le pregunta si todo está saliendo como se ha planeado y Viereck
contesta que supone que sí, pero que aquel es un mundo de científicos y que él no es
siquiera un lector de temas afines, que es un escritor alemán nacionalista que quedó
en el medio de todo aquel juego misterioso solo por el hecho de ser hijo del káiser
Guillermo I.
Viereck levanta la voz y les pregunta a todos sus acompañantes si quieren café, que
él prepara para todos. El hombre que conversa con él le responde que sí, que estaría
muy bien porque por dios que hace frío en la montaña.
Viereck sale por la puerta principal del laboratorio de Nikola Tesla en Colorado
Springs, va escoltado por dos agentes del gobierno de Estados Unidos. Los tres están
bien abrigados y portan humeantes tazones de café.
Viereck y los agentes que lo acompañan saludan de vuelta a las tropas, caminan
un trecho por el terreno pedregoso que hay delante de la casa. El escritor se detiene
y se voltea a mirar el laboratorio: es una impresionante torre de madera de 57 metros
de alto, con una cúpula metálica semiesférica de 21 metros de diámetro en la punta.
Junto a ella, un edificio principal de estilo inspirado en el Renacimiento italiano.
Viereck mira su reloj de bolsillo y les comenta a sus acompañantes que ya están cerca
de comenzar y les pide que estén atentos, porque todo lo que ocurrirá desde ahora
en adelante es un misterio para él. Se quedan observando el edificio y los alrededores
durante treinta segundos.
1943/Monte Untersberg
1943/Colorado Springs
George Viereck revisa su reloj de bolsillo; bebe un sorbo de café. Los guardias
siguen sus movimientos a unos tres metros de distancia. El escritor camina doce pasos
y entra en una sala amplia donde hay herramientas y aparatos de metal por todos lados,
planos de máquinas eléctricas y/o de procesos que funcionan con electricidad. En el
centro del laboratorio, un motor inmenso vibra con mucha potencia; el cuarto entero
tiembla. Viereck se acerca y mira una palanca que sobresale de aquel motor. pegado a
aquella palanca hay un papel doblado. Viereck toma aquella hoja y se da cuenta de que
es una carta de Nikola Tesla dirigida a él, pues comienza con “Querido Georgie,…”.
El proceso eléctrico termina con un estruendo, con una explosión eléctrica que
impulsa un rayo de luz azul por el cuerpo de la torre de metal hasta la cúpula, desde
donde el rayo es expulsado a toda velocidad con dirección sur.
1943/Monte Untersberg
Toda la tripulación del JÄGER-1 está sentada en sus puestos, esperando. Están
tensos y angustiados debido a la espera. María consulta su reloj de pulsera y luego le
habla a la tripulación usando los altoparlantes de la nave, les dice que son las 17.00
horas en punto y les pide a quienes crean en algo que por favor recen por todos.
Varios de los miembros de la tripulación cierran los ojos y aprietan los párpados. Uno
de ellos se persigna.
La nave emprende vuelo por sobre las nubes y agarra una velocidad impensada.
Dentro de la nave, María, que está sentada frente a una de las consolas de control
de la nave, chequea su reloj de pulsera y anuncia a la tripulación que, si no tienen
inconvenientes, llegarán en dos horas.
George Viereck y sus custodios han vuelto a entrar al laboratorio de Tesla. El escritor
camina con sigilo, chequeando que nada en el lugar pueda causarles daño. Mira el
motor que emitió el rayo y observa que está quieto, que parece un animal dormido,
incluso lo palpa para constatar su temperatura; está frío, no hay peligro.
La carta dice: “Querido Georgie, Hace mucho que no nos vemos, demasiado
para una amistad tan necesaria para un viejo tan loco como yo. Me estoy muriendo,
Georgie, eso ya lo sabías, pero no tenías claro que me quedara tan poco. En mis
últimos momentos pienso en mis últimos años, que en mi caso he gastado tratando de
sincretizar. ¿Se puede sincretizar una vida? Pues no, es imposible. Pero mi vida entera
estuvo dedicada a los imposibles. Si tuviera que sincretizar ahora, entonces lo haría en
un nombre: María Orsic. No lo entiendes, ¿verdad? Lo que pasa es que no eres croata,
eres alemán y, como consecuencia, tienes dificultades para entender a la gente nacida
y criada en Los Balcanes. María y yo somos casi iguales: nadie nos entendió jamás y
eso nos produjo una soledad tan profunda como dolorosa. A María la siento como una
especie de gemela sutil a nivel espiritual y, como tal, me resisto a que siga sufriendo. No
quiero que ella experimente lo mismo que yo, los mismos robos, las mismas burlas, la
misma melancolía. Así es que me vi obligado, por estas circunstancias tan irracionales,
a traicionarte de algún modo, amigo mío. He negociado con el gobierno de Estados
Unidos en nombre de María […]”.
Dentro del JÄGER-1, durante el vuelo, María conversa con el doctor Schumann.
El resto de la tripulación luce como gente viajando, tranquila y relajada, en un avión
comercial.
George lee la carta de Tesla y sonríe: “[…] Supongo que nunca más volverás a
saber de ella. Imagino que eso puede causarte cierta angustia, pero sé que ella prefiere
El JÄGER-1 desciende sobre las arenas de un desierto. Dentro del aparato se escucha
la voz de María Orsic hablando por altoparlantes como capitana de la nave, le dice a
la tripulación que por favor se prepare para el aterrizaje.
En Colorado Springs, Viereck sigue leyendo la carta y llora de alegría: “[…] Te debía
esta carta, mi querido Georgie, pues no quiero que sientas vacíos espirituales. Ahora
ya sabes lo que ocurrió, puedes escribirlo, si quieres, aunque tal vez nadie te creerá.
Lo que hicimos con María cambiará el futuro, pero no en el sentido que imaginas. La
lucha de la hembra humana hacia la igualdad entre los sexos va a terminar en un nuevo
orden, con la mujer como una especie superior. La mujer moderna, que anticipa en
meros fenómenos superficiales del desenvolvimiento de su sexo, no es sino un síntoma
superficial de algo más profundo y más potente, que se encuentra en fermentación.
No está en la imitación física de los hombres que las mujeres reivindican su igualdad
primaria, y más tarde su superioridad, sino en el despertar de la inteligencia de estas
mujeres”.
George Viereck termina la carta, seca sus lágrimas, bebe un sorbo de café, se levanta,
abre la puerta y sale del laboratorio, donde se encuentra de nuevo con los policías
militares estadounidenses.
Descienden los ocupantes: primero las Vril Damen, con María a la cabeza, vestidas
con togas de color blanco hueso, los cabellos sueltos y las cabezas coronadas con
diademas en cuyos centros imperan runas: cada Vrilerinnen de reparto usa una aureola
de plata y una runa distinta; María lleva una tiara dorada en cuyo centro reina un Sol
Negro. Y luego bajan los científicos, que suman más de treinta, liderados por el doctor
Winfried Otto Schumann.
A seis metros de distancia, tres vehículos militares sin techo, pintados con el color
de las arenas de Nuevo México y que ostentan ruedas negras muy anchas, esperan a
los ocupantes de la nave JÄGER-1. Alrededor de los transportes, decenas de soldados
vestidos con tenidas de combate para las dunas apuntan con sus armas a los viajeros
alemanes.
En 1945 los historiadores perdieron los rastros de María Orsic, las Hermanas de la
Luz y la treintena de científicos europeos que trabajó en el proyecto aeroespacial
nazi. Solo el nombre de Winfried Otto Schumann volvió a aparecer en 1947,
cuando asesoró a la Fuerza Aérea estadounidense.