La historia trata sobre una familia de gnomos que cazan bandidos para ganarse la vida. Un día, uno de los hermanos queda maldecido al intentar curar a otro con su sangre. Años más tarde, descubren que el hermano maldecido está propagando de nuevo la maldición.
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La historia trata sobre una familia de gnomos que cazan bandidos para ganarse la vida. Un día, uno de los hermanos queda maldecido al intentar curar a otro con su sangre. Años más tarde, descubren que el hermano maldecido está propagando de nuevo la maldición.
La historia trata sobre una familia de gnomos que cazan bandidos para ganarse la vida. Un día, uno de los hermanos queda maldecido al intentar curar a otro con su sangre. Años más tarde, descubren que el hermano maldecido está propagando de nuevo la maldición.
La historia trata sobre una familia de gnomos que cazan bandidos para ganarse la vida. Un día, uno de los hermanos queda maldecido al intentar curar a otro con su sangre. Años más tarde, descubren que el hermano maldecido está propagando de nuevo la maldición.
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La noche estaba despejada, y los finos caballos tiraban de la carreta con
absoluta confianza. Al pequeño y encorvado cochero parecía no importarle pasar
por aquellas oscuras calles, las cuáles se habían llenado de rumores en tiempos recientes. Más que rumores, eran hechos. La que alguna vez había sido una ruta frecuente de comerciantes estaba ahora desierta, nadie quería arriesgarse. Pero la gente del otro lado del puente comenzaba a sentir los estragos del hambre, aquella carreta era su salvación. Pero al intentar cruzar, el pequeño y taciturno cochero se encontró con cuatro hombres, todos de distintas razas, más eso no era lo importante, todos ellos se veían hostiles. —Ya nos temíamos que no vendrían más presas — Dijo el más grande de ellos — Danos tu mercancía y no te mataremos, ¿o tu vida vale más que esa asquerosa mercancía? La respuesta del cochero, un insignificante gnomo, fueron solo murmullos. —Parece estar demasiado asustado para hablar —y procedió a apuñarle sin aviso alguno. Más la mano del bandido se detuvo en seco, aquel hombrecillo poseía una fuerza inesperada. De la carreta salieron cinco veloces sombras. Cada gnomo, vestidos como espías, se movían entre los enormes bandidos con agilidad, sin necesidad de intercambiar una sola palabra, tejieron una perfecta red que dejó a los hombres indefensos. Eran como una mente colmena en absoluta sincronía. Cuatro rufianes en una noche. La recompensa fue considerable, pero la familia no celebró, aquella era solo un día más de trabajo para ellos. Eso no significa que no estuvieran felices, y luego de un merecido descanso, fueron despertados por el seductor aroma del guiso de Sadri Senter Ojos de Rana Pemmpetar, que había sido el primero en levantarse. Vivían en un apartamento pequeño, pero era suficiente para los cinco hermanos gnomo y su padre. Sadri era el tercero de sus hermanos, y al igual que todos los susurrantes, era pequeño para su edad, delgaducho y de piel ceniza clara, que junto a su desordenado cabello negro le daba una apariencia de una cómica gárgola de iglesia. El mayor de sus hermanos era Cordri Firstri Lengua de Pescado Pemmpetar, un chico serio, incluso para el susurrante promedio, disciplinado y obediente. Le seguía Bangyra Segyra Dientes de Arpía Pemmpetar, alegre y cariñosa como un gatito casero. Gustaba mucho de los abrazos. Después de Sadri estaba Quexys Quartys Nariz de Rata Pemmpetar, curiosa y más dada al estudio que a la batalla, aunque eso no le restaba ferocidad a la hora de actuar. Por último estaba Farwin Quintin Manos de Araña Pemmpetar, que solía hacer de ayudante de su hermana Quexys. Su padre, Bilfros Bilfrixs Oídos de Murciélago Pemmpetar, un hombre taciturno y estricto, pero que siempre expresaba amor a sus hijos a su manera, les había entrenado a todos en su oficio. Después de todo, no era fácil ser padre soltero. Su mujer le había abandonado cuándo Quexys y Farwin eran solo bebés. Bilfros nunca dio explicación, y sus hijos tampoco la pidieron. Era una vida peligrosa, pero era lo único que conocían, estaban bien con eso, hasta que un día se encontraron con la presa más grande y jugosa hasta ahora. El miedo se había apoderado de la enorme ciudad, pues sus habitantes comenzaron a aparecer hechos masas de carne apenas con la forma suficiente para ser reconocidos, unas abominaciones tan patéticas que lo único que podían hacer por aquellos desgraciados era acabar con su sufrimiento. No sabían el origen de aquello, pero el mismísimo terrateniente estaba dando una recompensa incalculable por aquel detuviera al culpable. Fueron semanas de investigación, sin fruto alguno, hasta que en una de sus patrullas nocturnas un grito de ayuda llega a los Pemmpetar. Un grito silencioso transmitido por el pensamiento. Era Farwyn. Toda la familia acudió tan pronto como pudo, pero era tarde, solo quedaba una masa amorfa que balbuceaba sonidos incoherentes. Lo normal hubiera sido acabar con su sufrimiento, sin embargo, la familia no se rendiría tan fácil. Ahora no solo era el dinero, era la esperanza de recuperar al benjamín de la familia. Todos se fueron a buscar al responsable, menos Sadri, que en su bondad se quedó para cuidar de su hermanito. Cocinaba su comida favorita para alimentarle y limpiarlo. Mientras limpiaba, se cortó la mano con un clavo sobresaliente, cosa que hubiera ignorado, sino fuera porque cuando fue a atender a su hermano, la sangre de su mano parecía curar a su hermano. Sin pensarlo dos veces, tomó un cuchillo y vertió su sangre sobre la abominación. Se sentía débil, pero aquello estaba funcionando, poco a poco el niño recuperaba su forma original. Absorto en su tarea, no se dio cuenta cuando llegaron sus hermanos, que se horrorizaron con aquella escena. Su padre, sin pensarlo, los separó. Sadri se quejó de aquello, pues poco faltaba para que su hermanito sanara. Pero él no se había percatado en que no le estaba curando, estaba traspasando la maldición a su cuerpo. Su rostro se había desfigurado a un punto vomitivo, y todo el lado derecho de su torso estaba deformado, como si de un cadáver se tratara. Aun así, no le importaba hacer aquel sacrificio. Fue tal el alboroto, que Farwyn regresó a la conciencia, horrorizado por el estado de su hermano, y del propio, pues si bien su condición mejoró, igual estaba a medias entre su apariencia normal y una sacada de su peor pesadilla. Sadri insistió en que había que repetir el proceso, pero Bilfros se lo impidió. No dejaría que la situación empeorara. Habían logrado dar con el causante de aquella maldición y acabar con él, por lo que sabían que cualquier intento de remover la maldición significaría la muerte del afectado. Y lo que había hecho Sadri solo significaba que no era uno sino dos miembros de la familia maldecidos. No querían tentar más a su suerte, y si bien su apariencia era grotesca, sus cuerpos y mentes parecían estar intactos. Pero eso no significaba que la familia Pemmpetar estuviera tranquila. Farwyn se volvió huraño, debido a su condición no podía salir a la calle sin producir asco, lo mismo para Sadri, que vivía el desprecio de su amado hermanito. Lo mejor era alejarse de él, pues cada día era más doloroso, ¿pero a dónde ir con aquel rostro que causaba pavor a cualquiera que lo viera? Solo le quedaba el enclaustro de las montañas. Lejos de toda civilización, pasó los años sobreviviendo, entrenando y meditando, esto último le abrió una forma de ver el mundo. De esa manera, pasaron trece años, y Sadri hubiera seguido su aislamiento de no ser por un llamado lejano de Bilfros. Era tan débil que no sabía lo que quería, pero solo por la familia volvería, aunque no sabía cómo vería a la cara a su hermanito Farwyn. Tardó unos meses en llegar a su antiguo hogar, para encontrarlo vacío, salvo por una nota de su padre explicando la situación: Farwyn había huído, pero las noticias de otras ciudades indicaban que las abominaciones habían vuelto. Alguien estaba propagando de nuevo la maldición, y todos sabían que había sido Farwyn, y necesitaban de toda la familia unida para detenerle. Había pasado largo tiempo desde que su padre le dejó aquella carta, ¿dónde podrían estar? No tenía tiempo que perder. Aun con todo lo sucedido, él seguía siendo un cazador, y no descansaría hasta encontrar a su hermanito.