El Desarrollo Industrial Argentino en Perspectiva Histórica
El Desarrollo Industrial Argentino en Perspectiva Histórica
El Desarrollo Industrial Argentino en Perspectiva Histórica
EN PERSPECTIVA HISTÓRICA
A través de cinco etapas que van desde la industrialización asociada a la fase primaria
exportadora hasta uno más abierto y flexible, que comenzó a inicios de la década de 1990,
y que encontrara una fase “heterodoxa” desde el año 2003, cuando si bien se han dado
notorios avances ha quedado entre los desafíos a futuro avanzar en el cambio estructural.
En este marco propone diseñar un nuevo proyecto industrial que incorpore los desafíos del
presente, orientado a crear capacidades de modo que ciencia y tecnología pase a ubicarse
en el centro de la escena, incluyendo la conformación de clusters tecnológicos en torno a
recursos naturales, servicios de ingeniería, industrialización verde y la necesidad
de aggiornar a las industrias tradicionales a tales desafíos.
| Por Matías Kulfas* |
1. Introducción
La Argentina es un país de desarrollo industrial intermedio, ubicado en el puesto 26 entre
las economías de mayor producción industrial del mundo y 45 en términos per cápita (valor
agregado manufacturero constante a precios de 2010, promedio 2010-2016, estimado a
partir de datos del Banco Mundial, World Development Indicators). Si bien el
posicionamiento de la Argentina en términos manufactureros puede parecer poco
relevante, es importante señalar que, sobre 217 países existentes en el mundo, los 10
primeros explican el 71% de la producción industrial global y los 30 primeros el 90%. En
otras palabras, la producción industrial mundial está acotada a unos pocos países y la
Argentina forma parte de ese mapa, aunque en un lugar de menor relevancia relativa.
En este artículo se realiza una revisión del desarrollo de largo plazo del sector industrial
argentino, finalizando con una reflexión sobre los desafíos del presente.
2. Las cinco etapas del desarrollo industrial argentino
El desarrollo industrial argentino contemporáneo puede ser subdividido en cinco grandes
etapas.
i) El período de industrialización asociado a la fase primario exportadora (IPE) (1875-
1929). En este período, el crecimiento del sector agropecuario, en un contexto de altos
precios internacionales y una relación de fuerte complementariedad con Gran Bretaña, y la
expansión del mercado interno por efecto de las corrientes inmigratorias, promovieron el
crecimiento de las producciones manufactureras fuertemente asociadas a la producción de
alimentos y actividades asociadas con el agro y los servicios urbanos. Contribuyeron en
esta dirección algunas políticas de protección involuntaria, con fines fiscales, que
incrementaron los aranceles en algunos bienes de consumo final (Arceo, 2005). A pesar
de este crecimiento, la participación de las importaciones en el consumo doméstico de
bienes industriales era muy elevada (Díaz Alejandro, 1975; Arceo, 2005; Dorfman, 1970) y
los niveles de industrialización del país resultaban inferiores a los de otros países en
desarrollo de perfil agroexportador (Arceo, 1998; Dorfman, 1970). El Censo de 1914
mostró que el 53% de la producción industrial correspondía a la rama de alimentos y
bebidas, al tiempo que la producción textil mostraba un fuerte rezago respecto de otros
países de América latina (solo 2% del total) (Belini, 2017). El 74% de los insumos y
materias primas que utilizaba la industria eran importados. Asimismo, Arceo (2005) señala
que, en 1929, el PIB per cápita argentino equivalía a un 85% del australiano, país con el
que tradicionalmente se han realizado comparaciones debido a la similar dotación de
factores y períodos de inserción en la economía internacional (de manera complementaria
a la expansión británica), pero la producción industrial argentina en la década de 1920 era
sólo un 70% de la australiana.
Gráfico 1. Producto industrial por habitante, Argentina, 1875-2016. Pesos constantes a
precios de 1993.
Fuente: elaboración propia en base a datos de INDEC y Orlando Ferreres & Asoc.
ii) El período de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), (1930-1947). Tras el
estallido de la crisis mundial de 1930, el shock externo redujo las exportaciones e
inversiones externas. Los gobiernos conservadores implementaron medidas defensivas y
un virtual marco de protección que alimentó el crecimiento de la base industrial gestada en
el período anterior y estimuló la ampliación y diversificación del sector. Fue un período de
crecimiento muy significativo que transformó la estructura social. Pero los gobiernos
conservadores no tuvieron un proyecto industrial, antes bien tendieron a caracterizar la
crisis como coyuntural, previendo la reanudación de una fase de “normalidad” que les
permitiera retomar el crecimiento de base agroexportadora (Arceo, 2005; Llach, 1984).
iii) El período de industrialización dirigido por el Estado (IDE) (1948-1974). En esta etapa,
el Estado asumió un papel relevante en el direccionamiento del proceso de desarrollo
manufacturero, primero bajo los gobiernos de Juan Perón (1945-1955), con planes
quinquenales y el inicio de proyectos industriales estatales (siderurgia, fabricaciones
militares), luego bajo el influjo del desarrollismo, complementando nuevos proyectos
estatales (petroquímica, aluminio) con la atracción de inversiones extranjeras en algunas
producciones durables (automóviles) y de insumos de uso difundido. Se trató de un
período de intenso crecimiento, no sin dificultades y cuellos de botella en el sector externo
(Braun y Joy, 1981) y elevada conflictividad social y varios lapsos de autoritarismo político.
iv) El período de reestructuración sectorial con desindustrialización (RSD) (1975-
1990). Esta fase estuvo signada por las políticas de abrupta apertura comercial y
financiera introducidas por el último gobierno militar, particularmente entre 1976 y 1981,
que condujeron al cierre de cerca del 14% de los establecimientos industriales y el empleo
industrial experimentó 27 trimestres consecutivos de caída. Si bien el escenario general
mostraba un notable achicamiento del sector, también fue posible observar
heterogeneidad, expresada en ciertos núcleos que pudieron escapar a la tendencia
general e incluso mostraron comportamientos expansivos, desde lo sectorial asociado a
grandes proveedores de insumos industriales que se fueron reorientando a la exportación
(como el caso del aluminio y el acero) y desde los núcleos empresarios, aquellas de mayor
porte vinculadas a grupos económicos y firmas transnacionales de mayores niveles de
diversificación e integración (Azpiazu, Basualdo y Khavisse, 1986).
v) El período de consolidación de un nuevo modelo industrial abierto y flexible (MIAF) (a
partir de 1991). En esta etapa, la industria manufacturera terminó de asimilarse al nuevo
esquema de apertura al mercado internacional y las reformas promercado implementadas
a partir de 1989. El sector consolidó un perfil asociado a ramas tradicionales y basadas en
recursos naturales, al tiempo que avanzó hacia una commoditización exportadora de los
complejos productores de insumos de uso difundido desarrollados en la etapa de
industrialización dirigida por el Estado (siderurgia, aluminio, petroquímica) y se gestaron
nuevos modelos de producción flexibles con mayor presencia de actividades de
ensamblaje en el sector automotor. Este período puede ser, a su vez, subdividido en dos
subetapas. En la primera de ellas (1991-2001), el sector inicia su fase de producción
flexible en la industria automotriz y expande sus industrias más vinculadas al
procesamiento de recursos naturales. Hacia 1998 llega a su límite y sufre los efectos de la
crisis macroeconómica que afecta notablemente su desempeño hasta 2002. Se trata de
una industria que opera con mucho menos empleo que en el pasado y mayor flexibilidad
en el desarrollo de proveedores y el reemplazo por importaciones. En el año 2000, la
industria tenía un nivel de producción similar al de 1975, aunque sensiblemente menor en
términos por habitantes, tal como se observa en el Gráfico 1. En la segunda fase se
observa que, a fines de 2002, el sector retoma el crecimiento basado, primero, en una
política macroeconómica heterodoxa, que sostuvo un tipo de cambio real en términos muy
competitivos hasta el año 2008, y luego con una combinación entre un fuerte impulso fiscal
que estimuló al mercado interno y algunos intentos remozados de política industrial,
comercial y tecnológica. Ello permitió un crecimiento muy intenso que logró recuperar en
2011 el mismo nivel de producto industrial por habitante de 1974, es decir, el pico del
proceso de industrialización argentino. Pero dicha expansión no modificó las bases
estructurales del modelo abierto y flexible y, sumado al fin de la holgura externa, las
restricciones macroeconómicas impusieron límites al crecimiento del sector, el cual inició
una fase de declive a partir de 2012.
Vemos una trayectoria histórica errática, cambiante y plagada de proyectos contrapuestos
y contradictorios. En estos más de 130 años de historia industrial se produjeron
interesantes experiencias de desarrollo, algunas de vanguardia, pero que nunca llegaron a
generar una masa crítica que diera un perfil de mayor liderazgo tecnológico al país. En
términos de Nochteff (1993), la Argentina tuvo algunos núcleos empresarios con
comportamientos schumpeterianos pero careció de una elite económica schumpeteriana,
capaz de incidir decisivamente en las políticas públicas a mediano y largo plazo. Durante
la IPE, la industrialización era un subproducto involuntario del desarrollo agropecuario de
exportación, despertando poco interés en la elite y las políticas públicas, donde las
escasas iniciativas de desarrollo no recibieron apoyo gubernamental. Si bien se produjeron
algunos debates parlamentarios en 1875 y 1876 donde se esgrimieron posiciones
proteccionistas y se sancionó una Ley de Aduanas, los niveles de protección tuvieron un
sesgo más orientado por objetivos fiscales antes que responder a intereses u objetivos
centrados en la industrialización. Al respecto, véase Arceo (2005) y Belini (2017). En tal
sentido, la ISI tuvo rasgos de continuidad, solo que en un contexto mundial radicalmente
diferente que llevó a un desarrollo con un fuerte sesgo mercadointernista, y a la
emergencia de nuevos sectores empresarios resultantes de ese nuevo escenario y a la
expansión del sector obrero. Los gobiernos conservadores reaccionaron tardíamente al
cambio de escenario mundial y fueron desplazados por una coalición política liderada por
Perón que expresaba a los nuevos actores de la escena: los empresarios industriales y los
sindicatos, lo cual acentuó la conflictividad política con los sectores tradicionales. Por su
parte, la IDE agregará, en la fase desarrollista, la aparición de las firmas transnacionales
industriales con un renovado protagonismo y la emergencia de nuevas contradicciones.
Finalizada la IDE, muchos sectores del capital industrial nacional desaparecieron, otros se
reconvirtieron con eje en la diversificación, la financiarización y una mayor inserción
nacional. Y otros sectores fueron adquiridos por capitales externos, particularmente en la
década de 1990. El rasgo central es entonces una economía con un alto grado de
transnacionalización y un peso relativamente débil del empresariado industrial nacional.
3. Los debates sobre la trayectoria más reciente
i) Entre la “leyenda negra” y el “agotamiento”: los debates sobre la interrupción del proceso
de industrialización dirigida por el Estado
Bértola y Ocampo (2013) señalaron que resulta erróneo caracterizar la industrialización
latinoamericana como un proceso de sustitución de importaciones, entendiendo que se
trató, antes bien, de una estrategia consciente, dirigida por el Estado, que abarcó
numerosos objetivos que excedieron ampliamente la sustitución de importaciones. Con
relación al caso argentino, compartimos el punto de vista de los autores en lo referente al
período que se inicia a mediados de la década de 1940, con la llegada del peronismo al
poder, pero no respecto del período anterior, donde las políticas implementadas eran de
carácter defensivo y orientadas fundamentalmente a atravesar una coyuntura que las
autoridades políticas consideraban transitoria, de modo que sostenemos la caracterización
de industrialización por sustitución de importaciones al período 1930-1947.
En los comienzos de la década de 1970, el proceso de industrialización dirigido por el
Estado afrontaba desafíos de cierta complejidad, pero también mostraba avances difíciles
de soslayar. Desde la perspectiva ortodoxa, los excesos proteccionistas habían
configurado mercados distorsionados que alimentaban industrias ineficientes y sin
capacidades genuinas de desarrollo. Por su parte, la mirada heterodoxa, particularmente el
estructuralismo cepalino, criticaba una industrialización muy centrada en el mercado
interno que no terminaba de resolver, e incluso acentuaba, los cuellos de botella
provenientes desde el sector externo. Ambos enfoques tenían argumentos y evidencias
para sustentar sus críticas, pero también omitían algunos avances que comenzaban a
observarse de manera incipiente.
Braun y Joy (1981), en un trabajo originalmente publicado sobre fines de la década de
1960, analizaban el problema de restricción externa cuyo efecto era la ocurrencia de crisis
cíclicas, donde el crecimiento de las importaciones que requería el proceso de
industrialización llevaba consigo el germen de la siguiente crisis externa, la cual debía ser
resuelta con devaluaciones y consiguientes procesos recesivos. Esta caída del PIB era la
que permitía reducir el nivel de importaciones y con ello restablecer el equilibrio externo.
La conclusión de ese trabajo era que el país debía incrementar su volumen de
exportaciones, pero no eran optimistas respecto de las posibilidades de la industria
manufacturera, recomendando nuevas políticas para el sector agropecuario. Sin embargo,
ese diagnóstico, que era adecuado para caracterizar los ciclos económicos entre fines de
la década de 1950 y el primer lustro del decenio de 1960, ya no lo era en 1970. Muchas
inversiones iniciadas durante los primeros años de la IDE, tanto bajo el influjo peronista
como del desarrollismo, fueron madurando, dando un perfil más profundo a la
industrialización. El producto industrial se había reducido como consecuencia de las crisis
cíclicas en 1959 y en 1962-63 (Braun y Joy, 1981), pero a partir de entonces disfrutó de un
ciclo ininterrumpido de crecimiento hasta 1974, a una tasa media anual del 7% que dio un
renovado impulso a toda la economía (Kulfas, 2016 y Gráfico 1). Más aún, por primera vez
en la historia, las exportaciones industriales dejaron de ser irrelevantes, pasando del 5%
del total exportado en 1965 al 12% en 1970 y al 22% en 1975 (Basualdo, 2006; Kulfas,
2016). Katz y Ablin (1978) estudiaron 30 casos de exportaciones de planta llave en mano,
mostrando una incipiente capacidad exportadora, incluso en industrias de alto contenido
tecnológico.
Amico (2011) analizó los motivos de ese súbito desarrollo exportador, a pesar de que el
país no tuviera una estrategia de desarrollo “hacia afuera”, y lo atribuyó a los procesos de
aprendizaje acumulados y la maduración de las inversiones. Vemos entonces que la
principal crítica, tanto ortodoxa como heterodoxa, respecto de la baja competitividad del
sector, expresada en un excesivo sesgo mercadointernista, tenía algunos puntos de
desconexión respecto de la realidad del período. Diamand (1972) hacía hincapié en las
particularidades de una estructura productiva a la que definía como desequilibrada, y que
más tarde se caracterizaría bajo el enfoque de los problemas de enfermedad holandesa.
Pero esos problemas bien podrían haber sido abordados tanto desde la política cambiaria
como con herramientas específicas de política sectorial que pudieran beneficiar,
simultáneamente, al sector primario y al industrial, como hicieron otros países con
abundantes recursos naturales, entre los que sobresale Noruega desde la década de 1970.
¿De dónde proviene entonces esta tesis de que la industrialización dirigida por el Estado
llegó a una etapa de agotamiento que hizo inevitable su finalización? Más aún, ¿cómo fue
que se tejió esa “leyenda negra” según la cual la industrialización fue un período histórico
de retraso económico y social? En Kulfas (2016) mostramos que, durante ese período, el
PIB por habitante argentino creció a una tasa similar a la de Estados Unidos, Australia,
Canadá y el promedio de los países europeos, nada menos que durante los años de la
segunda posguerra, edad dorada del desarrollo capitalista. La respuesta debe ser buscada
en las dificultades resultantes de un inestable contexto sociopolítico y contradicciones
sociales, sin que ello signifique negar las limitaciones que tuvo la industrialización
argentina, dificultades que, como se ha mostrado, estaban siendo abordadas de manera
paulatina con ciertos logros.
El primer experimento de reformas promercado, instrumentado durante el último gobierno
militar (1976-1983), fue instrumentado con el objeto de disciplinar y reestructurar las bases
materiales de funcionamiento de la sociedad argentina. En términos de Canitrot (1980), la
apertura generaría el efecto disciplinador de mercado una vez finalizado el período de
represión política.
ii) Reestructuración y pérdida de densidad productiva en la etapa de reformas promercado
Tras más de cuatro décadas de economía protegida, se inició un programa de reducción
de aranceles de importación (Sourrouille y Lucángeli, 1983), de forma conjunta con una
reforma financiera que generó una fuerte afluencia de capitales y una considerable
apreciación cambiaria. Como resultado de este proceso, se produjo el cierre de unos
17.000 establecimientos industriales, con la pérdida de 143.000 empleos formales, los
cuales representaban el 13,5% de los establecimientos fabriles y el 9,4% del empleo
industrial formal registrados en el Censo Industrial de 1974. Pero el impacto de este
proceso no fue homogéneo. Como mostraron Azpiazu, Basualdo y Khavisse (1986),
algunos actores económicos no padecieron este escenario crítico, pudiendo incluso
expandirse y diversificar sus actividades.
La industria argentina transitaría el último cuarto del siglo XX en este doble movimiento
que incluyó un fuerte ajuste inicial, entre 1976 y 1990, y la conformación del nuevo modelo
industrial abierto y flexible. En este período, el PIB industrial se mantuvo estancado y el
PIB industrial por habitante cayó un 25%. El empleo en el sector se redujo
considerablemente por una combinación de tres factores: a) una reestructuración que
favoreció a ramas menos intensivas en mano de obra; b) la tendencia mundial a una
mayor subcontratación de actividades de servicios que antes eran realizadas por las
propias compañías (transporte, logística, reparaciones, mantenimiento, servicios al
personal, etc.) y la focalización en el core business; c) las características propias de este
modelo de producción abierto y flexible, con mayor incidencia de insumos intermedios y
tecnologías importadas. Los efectos de esta etapa de transición y ajuste pueden
visualizarse en la comparación de los datos intercensales: en 1993 era posible encontrar
un 20% menos de establecimientos fabriles que en 1974, y una caída del 31% en el
empleo manufacturero.
Como señalan Kosacoff y Ramos (2001), en la década de 1990 se fue consolidando un
modelo industrial más flexible que afronta los desafíos de competitividad ajustando costos
mediante el reemplazo de proveedores nacionales por importaciones. En el extremo,
algunas firmas industriales terminan cerrando líneas de producción para convertirse en
comercializadores de los bienes importados que antes producían en el país. Si la nota
dominante del período de ajuste era el cierre masivo de unidades productivas, en esta
etapa predomina una flexibilidad pragmática que procura adaptarse a las diferentes fases
del ciclo económico y a la estructura de precios relativos de la economía. Esa
diversificación y versatilidad que había caracterizado a los grupos económicos emergentes
tras el ajuste, se había extendido a otros segmentos de la actividad industrial. De este
modo, quedó obsoleta la vieja contradicción entre industriales e importadores: en este
nuevo modelo, se podía ser las dos cosas al mismo tiempo, alternado el mix según las
coyunturas de precios relativos y de las políticas públicas.
Gráfico 2. Participación de ramas manufactureras agregadas en el valor agregado total de
la industria manufacturera, 1914-
2003.